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MARIO A'MADEO

POR U N A C O N V I V E N C I A
INTERNACIONAL
BASES PARA UNA COMUNIDAD

H I S P A N I C A DE N A C I O N E S

MADRID

EDICIONES CULTURA HISPANICA

1 9 5 6
Hp.

ADVERTENCIA 7
INTRODUCCIÖN H

L Reseila Histörlca 23
II. Apogeo de la convivencia international cldsica 37
III. La crisis. 51
IV. Perspectivas 65
V. Las solucionet 77
VI. El Panamericanismo 101
VII. Un tema esencial del Panamericanismo: las relatione*
argentino-norteamericanas 117
VI 11. La Comunidad hispanoamericana 143
CONCLUSION 159

ATANDICES

1 Doctrinas argentinas de Derecho international 163


2 Los pactos de Mayo 189
2 Hacia una comunidad hispinica de naciones 209
ACABOSB DE IMPRIMIR ESTE LIBRO,
«POR UNA CONVIVENCIA INTER«
NACIONAL', EN LOS TALLERES
ORAFICOS VICTORIA, CALLE
DE REGUEROS, 8, MADRID,
EL DIA 12 DE OCTUBRB
DE.1956, FIESTA DE LA
HtSPAN IDAD
Segün se explicö en la advertencia inserta a la cabeza
de la edition argentina, el ensayo que da titulo a este
pequeno libro fue escrito por el autor en cumplimiento
de sus obligaciones docentes. No sin vacilar cede ahora
a afectuosos requerimientos para su publication en Es-
pana. En efecto, no le escapa el caräcter esquemätico de
su trabajo, cada uno de cuyos capitulos podria—por si
solo—dar materia a una obra extensa y exhaustiva. Sin
embargo, el mismo tono provisional de su ensayo valdria,
acaso, para justificar la recidiva. Porque no se trata aqui
de agotar los vastos temas abordados, sino de indicar
algunos de los problemas mos vitales que plantea la
presente coyuntura international a las naciones de la
estirpe. Compete ahora a la juventud estudiosa de His-
panoamerica afrontar con seriedad estos motivos de me-
ditation u otros parecidos a los que aqui someramente
se esbozan. De ahi que sea esta juventud la destinataria
principal de las päginas que siguen.
Debe, finalmente, advertirse que se ha antepuesto a
los dos apendices que integran el libro (y que guardan
con este una esencial homogeneidad de propösitos) el
discurso que el autor pronunciara en Zaragoza el dia

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de la Hispanidad de 1954. Podrän verse, reiterados en
su texto, algunos de los conceptos vertidos en el libro.
Pese a ello, se publica a modo de testimonio de gra-
titud por la acogida generosa y la hospitalidad sin r«-
servas que recibiera el autor en su visita al solar origi-
nario. Que el amor a Espana que vibra en estas päginas
traduzca —siquiera en minima grado— su emocionado
reconocimiento, es el mäs ferviente deseo que lo anima
al escribir estas lineas.
M. A.

Buenos Aires, 17 de febrero de 1955.

JO
INTRODUCCION
Se ha hecho ya conciencia en el hombre occidental
que la cultura por el creada atraviesa una profunda cri-
sis. Los criterios supremos de valor a que este hombre
occidental se atenia desde el siglo XVI hasta la primera
guerra mundial: la je ciega en las ciencias experimen-
tales, la religion del progreso indefinido, la doctrina de
la libertad, carecen ya de eficacia persuasiva. Pero no
han sido sustituidos por otros cänones que beneficien
de la misma adhesion que hace den anos los pueblos
de origen europeo prestaban a aquellas creencias. Se
entreve oscuramente una primacia de lo vital sobre
lo racional, del ethos sobre el logos. Pero estos son
meros atisbos: en realidad, el mundo del futuro, la
«nueva Edad Media» de que hablara Nicolas Berdiaeff,
aün no ha disenado su perfil definitivo. He ahi el origen
de la incertidumbre y el desamparo en que vive hoy la
«audaz estirpe de ]afeti>. No sabemos si ese tipo huma-
no que hasta ahora ha traido en las horas cruciales las
formulas de salvaciön, proveerä, una vez mos, de las
recetas que permitan superar el dificil tränsito. Debe-
mos creerlo asi, pues de lo contrario tendriamos que
abandonarnos a la desesperacion. En todo caso, todos

13
aquelloa que manejan, por razon de vocation o de
oficio, valores espirituales tienen el deber profesional
de buscar, en los campos de sus respectivas disciplinas,
los medios de devolverles la vitalidad perdida. Deben
actuar «.como siy> el mundo fuera a salvarse. Jose de
Maistre decia que una batalla perdida es una batalla
que se cree perdida. Nosotros no debemos presuponer
que nuestra batalla este perdida. Debemos creer que
nuestra victoria depende todavia del fervor con que se-
pamos luchar para que Dios nos la otorgue. Hasta el
ultimo momento seguiremos siendo los artifices de nues-
tro destino.
Esta crisis, que no necesita ser demostrada, que es el
tema central de toda la inteligencia contemporänea, afec-
ta en grado mdximo a la convivencia internacional. En
otros aspectos de la vida social, la alteration de valores
no ha llegado aün a la superficie; se mantiene en el
subsuelo de los primeros principios. La ciencia experi-
mental, por ejemplo, ha sufrido durante los Ultimos
treinta aiios la revolution mis seria que le haya sido
dado atravesar desde los dias de Copernico. Pero en
apariencia estä alii, incolume. La convicencia interna-
tional, en cambio, no puede disimular su quiebra ni
ante el observador menos advertido. Es justamente ese
observador menos advertido quien la proclama con mds
enfasis, quien se empena en gritar el fin de sus formas
juridicas.
Cuenta Chesterton que un dia—una noche—un grupo
de ciudadanos se puso en la tarea de derribar el poste
de alumbrado de una esquina urbana. Parece que en

14
ese intento todos coincidian: el poste era decididamente
impopular. En tanto la multitud, provista ya de pique-
tos y de cuerdas, vociferaba su encono, apareciö un
monje de largas barbas y medieval aspecto, que, diri-
giendose a la masa, dijo: «.Antes de obrar, hermanos
mios, vamos a ponernos de acuerdo sobre los principios
de nuestro acto: vamos a examinar el valor de la luz.n
Pero ante estas palabras disonantes, la multitud, enfu-
recida, apartö violentamente al monje inoportuno y
procedio a voltear el odiado instrumento.
Ahora bien: resultaba que los möviles de esa gente,
tan acorde en apariencia, eran bien diversos. Unos que*
rian sacar el poste para reemplazarlo por otro mds mo-
demo y luminoso; otros querian oscuridad para cumplir
sus oscuros designios; otros, simplemente, querian ro-
bar el hierro. Y la discusiön que, como el monje que-
ria, pudo haberse hecho en orden y en claridad, tuvo
que continuar en violencia y en tinieblas. De donde
—concluye el autor—hubo que admitir que el monje,
a fin de cuentas, tenia razön y que antes de recurrir a
la action directa era mejor filosofar sobre la luz.
Del mismo modo que en la escena chestertoniana,
todos proclaman hoy en unänime convergencia la quie-
bra del ordenamiento international. Se la denuncia des-
de todos los campos y en todos los tonos. La vaticinan
los tipos individuates mos diversos: los politicos y los
intelectuales, el sabio y el patän. Todos quieren dar
un golpe por su cuenta para que ese ordenamiento des-
aparezca. Todos quieren apagar la luz.

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Ha de permitirsenos—en este räpido ensayo—asumir
el papel del personaje exötico que queria razonar sobre
las cosas antes de actuar sobre ellas. Demasiado nos
hacemos cargo de la dificultad de nuestro intento y del
aprioristico escepticismo que los temas demasiado gene-
rales determinan hoy en la opinion. «jBah!, otro mos
que quiere arreglar el mundoi>, nos decia, socarrön, un
amigo cuando hace poco le exponiamos nuestra preocu•
pacion. Pero, I que le vamos a hacer! Nosotros no po-
demos hablar de la energia nuclear, ni de la fisica cua-
tridimensional, ni de la geometria euclidiana, ni de
ninguno de los temas que tanto atraen al lector comün.
Nos perdonard ese lector comün que invadamos su cam-
po y procuremos, tambien nosotros, «arreglar el mun-
do». Nos perdonard que pongamos en papel escrito sus
charlas de cafe.

Hemos hablado de crisis. Sus manifestaciones son tan


obvias y multiples que no creemos necesario enumerar-
las todas. Indiquemos tan solo, como las mas notables,
la transgresion sistemdtica de los compromisos contrai-
dos; el desconocimiento de los derechos fundamentales
de los Estados (empezando por el mds fundamental de
todos, que es el de su misma existencia); la impotencia
demostrada por los victoriosos para liquidar los resul-
tados de las guerras; el abandono de formas universales
de relation, como el idioma comün y las reglas de cor-
tesia; la inoperancia de las grandes organizaciones in-
ternationales. Todos estos signos revelan un mal todavia
mds profunda, del cual ellos son apenas manifestaciones

16
externeu: la disgregaciön de la comunidad international
y la perdida de una conciencia solidaria que una a los
Estados—por encima de sus rasgos especificos—en la
adhesion unänime * creencias vitales universalmente
compartidas. Lögico es, pues, que al debilitarse la co-
herencia de la sociedad international se aflojen sus re-
sortes juridicos. «.Ubi non est societas, ibi non est jusi>,
podriamos decir, retomando a la inversa la fräse de
Ciceron. La crisis del derecho international es, por tan-
to, una crisis sociolögica y no una crisis estrictamente
juridica. De ahi la inutilidad de esforzarse por resol-
verla mediante el solo empleo de tecnicas legales. De
ahi la ineficacia de apanarla con provisoriatos de com-
promiso. g'A que pretender la reforma de la Carta de
la O.N.U. ajustando sus mecanismos coercitivos si es la
O.N.U. misma y no su Carta lo que anda mal? IA que
partir a Alemania en dos mitades si los mismos que la
repartieron quieren quedarse con su totalidad? No; no
es en el terreno de las consecuencias, sino en el piano
de las causas, donde hay que encontrar las soluciones.
A la autoridad espiritual corresponde discernir las cau-
sas espirituales, sin duda las mäs graves y profundus.
A nosotros, los que vivimos en el siglo, las causas tem-
porales. Su indagaciön y su recuento es uno de los que-
haceres mds urgentes de nuestra epoca.
Pero si bien consideramos el inventario de la crisis
como una exigencia de includible cumplimiento—y a
ella dedicamos la primera parte de este trabajo—, en-
tendemos que una tarea verdaderamente constructiva no
debe detenerse alii. Debemos escarbar los escombros de

2 17
la convivencia internacional cldsica para quedarnos con
lo que en ella subsiste de vivo y de actuante. Solamente
despues de cumplido ese gesto respetuoso hacia el pasa-
do nos sentiremos con titulos para desentranar de ventre
las sombras del maiianai> las nuevas formas que nos pre-
serven del caos. Esas formas no serin logradas mediante
una negation iconoclasta de todas las realidades existen-
tes, sino mediante el explicito reconocimiento de todas
aquellas que no hayan exhibido su irremediable cadu-
cidad. Deben, muy especialmente, plasmarse a partir del
hecho social mäs vigoroso de nuestra epoca, a partir del
Estado national.
Estd dicho asi que no nos adherimos a la idea—tantas
veces proclamada—de que la nation haya periclitado
como forma de vida comunitaria. Creemos, por el con-
trario, que la nation tiene hoy un papel esencial que
desempeiiar en tanto unidad organica de la comunidad
internacional que entrevemos para el futuro. La incor-
poration del hombre contempordneo al hecho national,
a su contenido y a sus simbolos es tan intima que toda
elaboration doctrinaria que pretendiera negarla perte-
neceria, por esa sola circunstancia, al mundo de las Uto-
pias. El grave error de algunos esquemas doctrinarios
del siglo XIX—desde el internacionalismo humanitarista
de los liberales hasta el internacionalismo mesidnico de
los socialistas—fue precisamente la pretension de des-
entenderse de la idea national, la irreal fantasia de de-
clarar su caducidad en los momentos de su mdximo
apogeo. El socialismo, vuelto ahora de su error, intenta
desesperadamente rectificarlo adhiriendose, como el mas

18
fanätico de los chauvinismos, a los ritos nacionales. Pero
su tardia enmienda no lo ha salvado de la decadencia
y de la muerte.
Pero aun cuando el hecho nacional estä hoy mäs vivo
que nunca, su significado y alcance han experimentado
una radical transformation. Hasta la guerra del 14 la
nation era un fin en si mismo y completaba en su propio
dmbito sus posibilidades de realization. Un frances, un
ingles, un alemän del siglo XIX no pensaban que el
poder y la grandeza de sus patrias tuvieran otra fina-
lidad mas que ese poder y esa grandeza mismas. Pal-
merston no lucho por el principio de la libertad de los
mares: lucho por el predominio naval de Inglaterra;
Talleyrand no lucho por el principio de autodetermina-
cion de los pueblos: lucho por que la bandera de Fran-
cia llegara hasta el confin de sus fronter as naturales;
Bismarck no lucho por el principio de las nacionalida-
des: lucho por una Alemania fuerte bajo la hegemonia
de Prusia. Hoy, en cambio, el hecho nacional se ha
convertido en medio para el cumplimiento de finalida-
des que lo trascienden. Por eso, contra el internaciona-
lismo utopico, afirmamos la realidad viviente de la na-
tion. Y contra toda forma de nacionalismo anacrönico
afirmamos que la nation ya no constituye el ünico ni
el final proyecto de vida social de nuestra epoca.
Estas metas para las cuales el Estado nacional es el
Camino necesario pueden ser muy diversas: una idea
politico, una aspiration social o etnica, la conservation
de determinadas formas de cultura. Y si bien una deter-
minada nation puede—en virtud de su poderio mate •

19
rial—encabezar la defensa de esos ideales, su logro pie-
no ya no puede cumplirse en el piano national. Porque
ninguna nation, por grande que sea, puede hoy recla-
mar la exclusiva primacia en la representation de las
principales aspiraciones de nuestro tiempo.
Individualizar los caracteres de los agregados huma-
nos mas amplios que el Estado national en los cuales
esas aspiraciones se realicen es el tema de este libro. No
corresponde adelantar sus conclusiones poniendo el des-
enlace antes que el nudo del argumento. Digamos tan
solo que esas nuevas agrupaciones no se aglutinardn,
como las actuales organizaciones internationales, aire-
dedor de formulas racionalistas y abstractas, sino pre-
cisamente en torno al cumplimiento de ideales honda-
mente sentidos por los pueblos que las integren. Asi,
sin perder su personalidad y sus rasgos diferenciales,
cada nation que lo sea de verdad tenderd a aproximarse
a sus afines para afirmar sus valores y defender su exis-
tencia. «Con la nation, mas alia de la nation» sera la
formula politico de los tiempos futuros.

Y ahora, unas palabras finales sobre la actitud espi-


ritual con que nos hemos acercado a nuestro tema. Sea-
nos permitido declarar que nos hemos esforzado al md-
ximo por mantener estas reflexiones en una constante
linea de objetividad y de comprension respecto de las
posiciones adversas. Hemos intentado honradamente
superar el espiritu tendencioso, que suele ser el gaje
inevitable de toda apasionada militantia. Lo mismo que
a nuestros coetdneos, nos mueve una preocupaciön hon-

20
da por encontrar—en todos los pianos—punlos de coin•
cidencia y no en subrayar motivos de discordia. Si algu-
na moraleja puede extraerse de la actualidad national
c international, es el definitivo anacronismo de las pos-
turas sectarias. Por eso, dentro del orden a que estä
referido este trabajo, hemos procurado proponer formu-
las integradoras a las que todo aquel que no este per-
turbado por fanatismos ideolögicos pueda adherir sin
violencia intima. En la vida publica y en la vida domes-
tica, en las relaciones de los individuos y en las rela~
ciones de los Estados, estä en crisis la capacidad de con-
vivencia: la gente ha desaprendido el arte de vivir en
comün. Para coadyuvar—siquiera en minimo grado—a
In recuperation de esa convivencia en una esfer a en que
su perdida acarrea terribles catästrofes hemos escrito
estas pdginas.
No pensamos que esta comprension—la que Keyserling
consideraba como la mayor virtud de los tiempos moder-
nos—sea incompatible con una defensa fervorosa de las
propias convicciones. En lo que al autor de este trabajo
concierne, lejos de haber desertado sus banderas, viene
a sostenerlas aqui, enhiestamente erguidas. Demasiado
sabe que los rötulos que llevan inscritos—nacionalismo,
hispanismo—han sido, mäs de una vez, abaratados por
una utilization irresponsable. Y sabe ademds que—como
Metternich escribia hace cien anos a Donoso Cortes—
todo aismo» debe volvernos suspicaces. Pero justamente
porque estas banderas y estos rötulos han sido mano-
seados queremos rescatarlos, porque son buenos en si
y porque nos sentimos con derecho a llevarlos. Por lo

21
demäs, admitimos francamente que no nos interesan lot
doctrinas sin vida; solo nos interesan las doctrinas de
vida. Esas doctrinas de vida no solo se dan en el piano
religioso; tambien operan en el orden temporal. En uno
y otro, la generation del autor es una generation ere-
yente. Y aunque este apartada de la vida publica, es
tambien una generation politica. Politico interna y po-
litica externa son parte de una misma tarea. Hemos
elegido la segunda porque sirve mejor nuestra vocation.
No estamos persuadidos de que los ideales aqui pro-
clamados tengan vigencia inmediata. Pero tenemos una
confianza inquebrantable en su triunfo final. Posible-
mente esa confianza emane de un impenitente optimis-
mos que ninguna personal vicisitud nos ha hecho per-
der. Pero proviene sobre todo de la certeza de que Dios
no ha de abandonar la obra de sus manos. Y proviene,
finalmente, de nuestra fe en las nuevas generaciones, a
las que nos sentimos ligados con vineulos de intima
solidaridad. Solo en nombre de esa solidaridad enten-
demos nuestra funcion docente. Solo en nombre de esa
ft, auguramos la victoria.

22
II

RESEFLA HISTORICA

1. LAS RELACIONES ENTRE LOS PUEBLOS A


T R A V I S DEL TIEMPO. 2 . O R I G E N DE LA COMU-
N I D A D INTERNACIONAL M O D E R N A . SUPUESTOS
EN QUE SE FUNDAN. 3 . L A S VIGENCIAS SOCIA-
LES CRISTIANAS, BASE DEL ORDENAMIENTO
INTERNACIONAL.
1. La existencia de relaciones entre los agregados
humanos que pueblan la superficie del planeta es tan
antigua como la existencia de esas comunidades mismas.
Desde luego que ellas han adoptado los modos adecua-
dos al distinto grado de cultura de los grupos sociales
entre quienes se establecian. Pero la existencia de un
commercium intercomunitario es una de las manifesta-
ciones de la sociabilidad, intrinsecamente vinculada a
la naturaleza humana. Rostovzev, el gran historiador del
Imperio romano, lo ha demostrado acabadamente: el
hombre no solo es sociable en el seno de su comunidad;
tambien lo es fuera de su ämbito vital.
Mäs discutible es la existencia de un derecho de gen-
tes con especificidad propia desde los albores de la vida
civilizada. Desde la celeberrima afirmaciön de Montes-
quieu, contenida en El espiritu de las Leyes, de que
hasta los iroqueses, que odian a sus prisionerog, tienen
un derecho de gentes, hasta Nys, para quien la historia
del derecho de gentes podria abarcar a la Humanidad
entera, la tesis de la preexistencia de un ordenamiento
juridico que regule.las relaciones entre los pueblos ha
sido sostenida por autores de innegable responsabilidad


cienti'fica. Hemos dicho que en este ensayo no hemos
de circunscribirnos al aspecto estrictamente juridico do
las relaciones internacionales. Tampoco hemos de aden-
trarnos en el resbaloso terreno del origen historico del
derecho internacional. Queremos, si, dejar constancia
de un punto de vista que nos parece decisivo para com-
prender adecuadamente la cuestion. Si por derecho in-
ternacional entendemos un ordenamiento juridico com-
pleto que involucre el complejo de relaciones entre
Estados soberano8, evidentemente tal disciplina no fue
conocida por el mundo antiguo, ni siquiera en los tiem-
pos medios. Pero si con esta expresion designamos la
existencia de formas juridicas que regulen y sistemati-
cen, dentro del marco de los derechos y las obligaciones,
el intercambio entre los pueblos, adherimos a la opi-
nion del jurisconsulto belga: el derecho internacional,
por embrionario y rudimentario que sea, aparece en el
origen mismo de las comunidades humanas. Todo estä
en ponerse de acuerdo sobre el significado de los ter-
minos. Para nosotros, beneficiarios de las felices formu-
las de la filosofi'a escolästica, la solucion resulta de una
apelaciön al concepto de analogia. Si se pretende dar al
derecho internacional un sentido univoco, evidentemen-
te tal derecho nace con la paz de Westfalia. Pero si se
le adjudica un sentido analdgico, es decir, un sentido
en el cual se autoricen variantes dentro de la unidad de
acepciön, en toda relacion intercomunitaria aparece un
elemento juridico.
Ahora bien: si bien las relaciones intercomunitarias
con tan antiguas como el hombre, sus modalidades son

20 /
sustancialmente diversas. Lo son en la medida en que
son diversas, en su esencia, las comunidades entre las
cuales dichas relaciones se establecen. Dentro de los
perfodos histöricos propiamente dichos (excluimos los
tiempos que Eugenio D'Ors llama «subhistoricos») se
dan tres o cuatro tipos de comunidades netamente dife-
renciadas, dotadas de rasgos y caracteres absolutamente
intransferibles. Citemos a si el estado-ciudad, caracterfs-
tico de Grecia; el «Imperium» romano, la «Respüblica
Christiana» medieval y, finalmente, los Estados nacio-
nales de la Era Moderna. Cada una de estas distintas
estructuras poli'ticas suscita a su vez modos diversificados
de convivencia. No es, en efecto, la misma la vinculacion
y el trato que se establece entre las ciudades de la He-
lade, entre el Imperio romano y los grupos ajenos a el,
entre la Cristiandad medieval y el Islam o la paganfa
y la que se forma entre dos naciones modernas. El tipo,
el caräcter de cada estructura estatal gravita poderosa-
mente sobre esas relaciones. Y mas aim, gravita el sen-
tido religioso sobre el cual cada una de estas comuni-
dades estä establecida. Porque es tesis fundamental del
presente ensayo que la concepcion religiosa (1) estä en
la base de todas las demäs manifestaciones de la vida
social.
La apariciön del Cristianismo es el hecho mäs im-
portante de la historia. Esta afirmaciön no es solo el
fruto de una creencia religiosa : es tambien el resultado

(1) Entendemos aqn! la palabra en sn sentido mis amplio de


interpretacidn general del Cosmoa. (/V. del A.)

27
de una comprobaciön objetiva. En efecto, ningun acon-
tecimiento histdrico—guerra, revoluciön politica, inven-
to o de8Cubrimiento—alterö de tal manera la mentaii-
dad de los hombres como la difusiön del mensaje cris-
tiano. Demäs estä decir que las relaciones internacionales
se vieron tan profundamente influi'das por este hecho
trascendental como las demäs formas de la vida social.
La idea de la paternidad universal de Dios—ya no con-
siderado como un creador impasible ni como un l'dolo
localista—engendrö la idea consecuente de la fratenidad
natural de los hombres, «hijos de un mismo Padre que
estä en los cielos». Ya no mäs exclusivismos fund a dos
en la raza ni en el origen : «ni griegos, ni judfos, ni
bärbaros, ni escitas». La idea ecumenica que la Roma
de los Cesares no habia podido realizar adquiria un
nuevo y mäs profundo sentido en la fe triunfante. Ve-
remos en la Edad Media cumplirse el mäs poderoso
intento de traducirla en instituciones del ordenamiento
internacional.
Los setecientos anos que transcurren desde la cafda
de Roma hasta el reflorecimiento medieval son de pre-
paraciön y de espera. Tan solo en el siglo XII resurge
la vida cultural, hasta entonces encerrada en los muros
de los monasterios. Y con ella, impregnada de sentido
religioso, la idea romana de la unidad. El ecümeno
cristiano de la Edad Media tiene mucho de comün con
la aniversalidad imperial de Roma. Pero, al mismo tiem-
p o , revela diferencias sustanciales. En primer lugar, no
se funda en el primado de un solo pueblo superior, sino
que parte de la igualdad de todos. En segundo lugar,

28
no impone una miama forma de vida a todos los pueblos
que abarca, sino que admite, aun teöricamente, su va-
riedad. La «Respüblica Christiana» no aspira a conver-
tirse en universo. Intenta realizar el «pluriverso» por
el respeto de los caracteres diferenciales j de las moda-
lidades locales. Su formula de convivencia internacional
podr/a sintetizarse asi: en el eapi'ritu, la unidad; en el
cuerpo, la variedad.
^Cdmo se realizaba esa unidad? Mediante dos insti-
tuciones poseedoras de efectiva jurisdicciön sobre los
hombres y los pueblos : el Pontificado y el lmperio. Al
primero correspondia la jurisdicciön espiritual; al se-
gundo, la jurisdicciön temporal. Pontificado e lmperio
teman una finalidad convergente : el bien comün de los
hombres y la consecuciön de la eterna beatitud.
Se ha negado importancia a esta concepciön medieva-
lista de los poderes unitarios alegando que nunca pasa-
ron del piano de las Utopias, que no transpusieron el
limite de los esquemas doctrinarios. Esta afirmacion es
errönea. Es verdad que el grandioso plan medieval del
Vnus papa, unus imperator no pudo nunca, ni en la
epoca de mayor esplendor de la vida social de la Edad
Media, actuarse plenamente. En los dias mäs gloriosos
del Pontificado, en tiempos de Inocencio III, el Papado
tuvo que luchar denodadamente para consolidar su auto-
ridad en el propio recinto de la Ciudad Eterna. Y el
lmperio jamas tuvo mando efectivo sobre extensos terri-
tories de la Cristiandad, empezando por Francia y por
Inglaterra, dos de sus partes mas florecientes. Pero esto
no impidiö que la unidad del mundo cristiano fuera

29
una de etas ideas-fuerzas que orientan y guian a las
comunidades mäs allä de su concreta vigencia. Ellas po-
sei'an un valor teleoldgico jamäs discutido. Podi'an deba-
tirse entre el dueno de la espada espiritual y el poseedor
de la espada temporal problemas de primacfa. Podia
Dante afirmar en De Monarchia el derecho absoluto del
Emperador en su drbita y podia Bonifacio VIII recla-
mar el «poder indirecto» sobre las cosas temporales.
Pero Dante coincidia con Bonifacio VIII —su mortal
enemigo—en que no habia otras rectorias legitimas mäs
que esas. Por otra parte, £ que idea ha logrado triunfar
totalmente en el terreno de los hechos?
Es verdad tambien que existid una forma institucional
que consagraba la diversidad, y la diversidad mäs abi-
garrada que haya concebido la historia de las ideas po-
li'ticas. Nos referimos al feudalismo. El feudalismo era,
eminentemente, localismo, fuero propio, compartimien-
to estanco. Pareci'a de suyo repugnar a la idea de co-
munidad universal que el Papado y el Imperio repre-
sentaban. Pero el sistema feudal no implied una con-
tradiccidn con dicha idea. Representaba una adaptacion
a los hechos y especialmente a la imposibilidad material
de superar las distancias, al aislamiento, la decadencia
de la vida urbana, al apetito de seguridad fisica. Pero
en el terreno de los valores el feudalismo no solo no
era incompatible con la idea universalista, sino que la
postulaba como el coronamiento y vertice de su pirä-
mide jerärquica.
La unidad del mundo medieval fue, pues, incompa-
rablemente mäs estrecha que la que ligo a las ciudades

30
helenicas, y aun a la que se manifesto en las horas
mas felices del Imperio romano. Porque si bien en este
existio un Estado fuerte y respetado como jamäs logrö
crearlo la Edad Media, careciö, en cambio, de esa im-
penetrable coherencia espiritual que no solamente uni-
firnba las voluntades, sino que tambien aunaba los
espfritus en un solo esquema de vida. Las relaciones
intercomunitarias en la Edad Media no fueron de de-
recho externo, sino de derecho interno.
En cuanto a las relaciones ad exteros, debe admitir-
se que la Cristiandad medieval tuvo una actitud per-
manentemente beligerante respecto de los grupos no
cristianos que amenazaban su existencia. Tal, la lucha
con el Islam. Pero esa lucha no era afän de poderio;
era intenciön de rescate. San Luis Rey abrazö a Sala-
d i a o ; Dante lo coloco en su poema junto a su maestro.
El mundo cristiano no desconocio obligaciones juridi-
cas ni usos sociales con los pueblos de la gentilidad.
Francisco de Vitoria, entre siete causas ilicitas de la
conquista de America, indico la diversidad de religion.
El comiin caräcter humano engendraba derechos que
no podian ser menoscabados. El derecho natural pro-
pio de ese tiempo es, eminentemente, un derecho supra-
nacional.

2. Con la quiebra del intento medieval de monar-


qufa universal y con la subsiguiente apariciön de los
Estados nacionales, a fines del siglo xv, comienza el
ciclo moderno de la convivencia internacional. La ela-
boracion de esta nueva convivencia es lenta y requiere

31
dos siglos para tomar forma estable. Entre el gran eis-
ma de Occidente (que liquida definitivamente el poder
temporal del Papado) y la paz de Westfalia tramcu-
rren efectivamente doscientos anos. Durante este tiem-
po ocurren unos hechos decisivos. Surgen los Estados
nacionales. La rebeliön de Lutero divide en dos la
Cristiandad. Descartes escribe el Discurso sobre el Me-
todo. Hugo Grocio da a luz su De Jure Belli ac Paris.
Los tratados que en Münster y Osnabrück consagra-
ron la definitiva reordenacidn de Europa y aceptaron
el hecho de la cisura religiosa del mundo cristiano
constituyen sin duda el acta de nacimiento de la socie-
dad internacional moderna. Durante el siglo y medio
que siguio a la firma de estos trascendentales documen-
tos, Europa fue paulatinamente completando y perfec-
cionando su regimen de relaciones politicas. En 1815 ese
regimen habfa cristalizado en usos estables. Por otra
parte, coincidiendo con la nueva articulacion de la so-
ciedad europea, comenzd a sistematizarse y a adquirir
categoria de disciplina autonoma el derecho internacio-
nal. Los tedlogos espanoles del siglo XVI y los jusnatu-
ralistas de las dos centurias posteriores—con Hugo Gro-
cio a la cabeza—le otorgaron estado cientifico. En 1780,
Jeremias Bentham le did su actual denominacion.
Consideremos ahora sobre que supuestos se asienta la
comunidad internacional en el alcance concreto que 1«
hemos asignado.
El primer supuesto es un supuesto filosdfico, no en su
significado riguroso de conocimiento por las causas pri-
meras, sino en un sentido mas amplio que involucra la

92
concepcion del mundo y la actitud ultima ante la vida.
En este sentido, el supuesto filosöfico de la vida inter-
nacional moderna es el racionalismo.
El racionalismo hace de la razon humana el arbitro
supremo y la medida de todas las cosas. Ahora b i e n :
en pocos aspectos de la vida social moderna el raciona-
lismo ha dejado huellas mas visibles que en la vida in-
ternacional. Los intentos de codificaciön integral, los
planes de «paz perpetua», la supremacia de la norma
escrita sobre el uso y la costumbre, la adopcion de pre-
ceptos teöricos, como la igualdad absoluta de los Esta-
dos, y muchos otros hechos mäs son otras tantas mani-
festaciones de la mania racionalista y teorizadora que
durante tanto tiempo peso opresivamente sobre la vida
de relaciön internacional.
Del racionalismo parten dos corrientes paralelas y an-
tinömicas: La primera, que pasa por el ya citado jus-
naturalismo de un Tomasio, de un Grocio o de un
Puffendorf, desemboca en la religion humanitaria de los
pontifices doctrinarios del siglo x i x : Spencer, Taine,
Michelet, Renan. Es optimista y cree en el advenimien-
to de la armonxa universal por el progreso indefinido.
Considera que los males de la Humanidad (con mayuscu-
la) y sobre todo el que es para ell a el mal por excelen-
cia—la guerra—son vencibles por el influjo de la Ciencia
(tambien con mayuscula).
La segunda corriente, afincada como la primera en la
supremacia del hombre, nace con Bodino y Maquiavelo
y, pasando por Hobbes, termina en Hegel y en la «razon
de Estado». Es pesimista, pero aunque no cree en el

3 33
hombre en tanto tal, es antropocentrica, porque afirma
el derecho de un grupo determinado de hombres. Esta
segunda corriente—de menor difusiön doctrinaria que
la anterior—gravita, sin embargo, de modo mas pode-
roso en la polftica concreta de los Estados europeos, a
la que pretende vaciar de contenido etico, y concita la
adhesion de casi todos los grandes hombres de Estado
de la Edad Moderna, desde Richelieu y Federico el
Grande hasta Cavour y Bismarck.
La convivencia internacional en esta edad ha sido un
permanente compromiso entre la corriente humanitaria
y la corriente maquiavelica del racionalismo. Pero tan-
to una como otra han perdido fuerza en la medida mis-
ma en que caducaba la fuente originaria de donde deri-
vaban su inspiigteion. El hombre de hoy, que ya no
cree demasiado en si mismo, ha perdido por completo
la fe en el poder de su razön raciocinante.
El supuesto sociologico de la convivencia internacio-
nal moderna es el primado de la burguesfa. Este prima-
do solo adquiere status oficial despues de la Revolucion
francesa. Pero ya en la rafz misma de las relaciones
internacionales la burguesfa se hace presente y se apo-
dera, de hecho, si no de derecho, de las palancas de-
cisivas del Estado. Despues de 1789, apoyada en los
principales instrumentos de su victoria—la expansion
industrial y el capitalismo—se instala oficialmente en el
poder.
A la influencia de la burguesfa debe la convivencia
internacional cläsica sus rasgos mäs senalados: el Esta-
do fuerte, la polftica del equilibrio, los sistemas de true-

34
ques y compensaciones, la valorizacion de la libertad y
la igualdad, la importancia atribuida a los pactos. l Y
que mas burgues, finalmente, que esa idea de neutra-
lidad que aparece en el horizonte juridico en el preciso
momento en que el poder social de la clase hurguesa
llega a su mäximo apogeo?
El supuesto politico de la convivencia internacional
moderna es el Estado nacional. Esta idea del Estado-
naciön no aparece repentinamente, sino que surge en
dos etapas bien definidas, cuyo punto de interseccion
es tambien la Revolucion francesa. En la primera etapa,
el Estado se asienta juridicamente en el principio de
legitimidad: es el periodo dinästico. En la segunda se
asienta en la idea de pueblo : es el periodo nacional.
La reaction legitimista que siguiö a la caida de Napo-
leon, y cuyo mäs egregio representante fue Metternich,
constituyö un anacronismo. La misma revolucion que
en 1848 arrojaba a ese gran europeo de su palacio de
la Ballplatz liquidaba el mas poderoso intento hecho
hasta hoy de retrotraer el curso de los sucesos.
Pero legitimista o democrätica, la idea del Estado-
nacidn es la misma en tiempos de Luis X I V que en
tiempos de Robespierre. Porque si bien la fundamen-
tacion doctrinaria del Estado como expresion legal de
la sociedad es el fruto de la Revolucion francesa, de
hecho el Estado moderno se centra sobre grandes comu-
nidades histöricas. Francia, Inglaterra y Espana fueron
a la vez los primeros grandes Estados y las primeras
grandes naciones de Europa.

35
3. Estos tres supuestos, filosofico, sociologico y poli-
tico, en que reposa la organization de la vida interna-
tional en los cuatro siglos que van de la Reforma a la
primera guerra mundial, se afincan a su vez en el su-
puesto ultimo, del cual derivan no solamente la vida in-
ternational, sino tambien todas las manifestations cul-
turales de Occidente: la vigencia social de los valores
cristianos. Son estos valores y su admision colectiva lo
que hace posible una vida de relation organizada. La
sociedad occidental perdio—justamente con la Refor-
ma—el caracter sacro que habia poseido durante la Edad
Media. Pero los usos sociales quedaron impregnados de
sentido cristiano. Y a si como la palabra «adiös» tiene
el valor de un acto de fe mäs alia de las convicciones
personales del sujeto que la enuncia, asi tambien los
modos segün los cuales se desenvuelven las relatione»
entre los Estados estan cargados de sentido cristiano,
aun en aquellos momentos en que mäs beligerantemente
anticristiano pretendia declararse el Estado. Para con-
cretarnos a un solo ejemplo, digamos que la conciencia
lücida que han tenido hasta hoy los hombres de Occi-
dente de que mäs alia de sus convicciones personales,
de sus diferencias localistas, de sus apetitos contrapues-
tos, habia algo que los unia en un destino mancomunado
y solidario, es una idea cristiana; el pälido reflejo de la
gran idea cristiana de la solidaridad en los meritos y
en las culpas; el pälido reflejo del gran dogma cristiano
de la comunion de los santos.

36
II

APOGEO D E LA CONVIVENCIA

INTERNACIONAL CLASICA

1 . L a s « R E G L A S D E J U E G O » D E LA V I D A INTER-
NACIONAL. E L RESPETO A LA SOBERANIA Y
LA C O N C I E N C I A D E LA U N I D A D . 2. CARÄCTER
POLITICO D E LA G U E R R A ; D E R E C H O A LA NEU-
T R A L I D A D . 3 . L A P O L I T I C A D E E Q U I L I B R I O Y EL
«DOMINIO RESERVADO». 4. LA OBSERVANCIA
D E LOS T R A T A D O S ; LA R E S P O N S A B I L I D A D DEL

ESTADO. 5. L A S FORMAS E X T E R I O R E S DE LA
VIDA INTERNACIONAL. 6. CULMINACIÖN DEL
DERECHO INTERNACIONAL CLÄSICO.
1. En el capftulo anterior hemos enunciado los su-
puestos sobre los cuales se asentaba la convivencia in-
ternational en la Edad Moderna. Cabe ahora detenerse
un instante sobre sus manifestaciones externas, sobre lo
que cabria llamar sus «reglas de juego». Desde ya ha
de quedar aclarado que tales reglas no eran, por cierto,
intangibles; probablemente era mas lo que se las vio-
laba que lo que se las observaba. Pero lo importante
es que, aun en el primer caso, no se desconocia su valor
normativo. Por el contrario, cuando se vulneraba una
regia de conducta internacional se pretendia cohonestar
tal violation mediante la invocation de un derecho tras-
cendente a la regia misma. Tal tue el alcance dado al
llamado «derecho de necesidad» y a la clausula rebus sie
stantibus. Lo que resultaba impensable era el atropello
a la norma en cuanto tal, la rebeliön contra el orden
establecido.
La primera de las reglas de juego era el respeto a la
soberania de los Estados. Ella no comportd desde un
comienzo la notion de igualdad juridica, que aparece
en el campo de la doctrina mucho mäs tarde, en pleno
siglo xix. Por el contrario, los llamados «conflictos de

39
procedencia» demuestran la existeneia de desigualdades
efectivas fundadas en jerarquias histöricas. Pero si en-
traiiaba la idea de la integridad politica del Estado y su
derecho a la subsistencia como entidad independiente.
El reparto de Polonia fue un escändalo europeo porque
violö esa regia. Pero constituyo, a la vez, la excepciön
que la confirmaba.
Concomitante con el principio de soberanfa, persistio
una generica creencia en la unidad europea. En el pe-
riodo dinästico, esta unidad se manifesto como una co-
munidad de fortuna entre las cabezas coronadas frente
a los que «no eran de la familia». Todavfa en 1895, con
motivo de la alianza franco-rusa, el kaiser Guillermo II
de Alemania decia en carta a su primo el zar Nicolas II
lo siguiente: ccNicky, creeme: La constante presencia
de principes, grandes duques, etc., en desfiles, entierros,
banquetes y carreras junto al Presidente de la Repüblica
hace creer a los republicanos que ellos son personas
buenas y honradas con quienes los principes pueden tra-
tarse y encontrarse a gusto. Nosotros los emperadores y
reyes cristianos solo tenemos un deber, que nos es im-
puesto por el cielo: sostener el principio von Gottes
gnaden (por la gracia de Dios).
En el perfodo nacional esa solidaridad se atenuo gran-
demente, pero subsistio como una vaga coparticipaciön
en los ideales de la civilizaciön. La vemos funcionar es-
pecialmente en las relaciones con las comunidades no
occidentales, sobre todo cuando no se interponian inte-
reses poli'ticos contradictorios. Tal fue el caso de la
expediciön internacional formada en 1900 para rescatar

40
x las legacione» europea» sitiadas en Pekin por los b o -
xers. Pero, en cambio, {rente a Turquia, la division
se manifesto tan crudamente que constituyö el punctum
pruriens de la politica international en la segunda mi-
tad del siglo xix. Los intereses politicos de Gran Bretana
y Francia y Piamonte y su temor a la expansion ru»a
la llevaron a amparar con su prestigio y proteger con
sus armas la matanza de poblaciones cristianas indefen-
sas en los dominios del sultan.

2. El enfoque de la guerra como una relation do


Estado a Estado y no de pueblo a pueblo surgfa de la
idea de integridad national. Puesto que aquella no era
—segun la definition famosa—sino «la continuation de
la politica por otros medios», no podia comprometer al
organo politico, es detir, al Estado. Hasta 1914 la guerra
tuvo un caracter cuasideportivo, en que las puestas de
juego eran una provincia, una zona de influencia colo-
nial, una indemnizaciön pecuniaria. El 6oberano adver-
sario y aun sus soldados no eran mucho mas odiadoa
de lo que lo es nn rival en una partida de ajedrez.
Cuando era derrotado se le trataba con afectuosa con-
sideration, casi con simpatia. Recuerdese el abrazo de
Carlos V a Francisco I despues de Pavia, la actitud re-
verente de Bismarck ante Napoleon III despues de Se-
dan, el «messieurs les anglais, tirez les premiers» de la
batalla de Fontenoy. Ello para no hablar del gesto de
Pio VII intercediendo para que se mejoraran las condi-
ciones del prisionero de Santa Elena, que lo habia tenido
cautivo durante mucbos anos sin quebrar su indomable

41
firmeza. Pero este es un ejemplo aparte, porque no
encuadra en las formulas de cortesia, sino que pertenece
al orden de la caridad.
Considerada la guerra en ese sentido limit a do, era 16-
gico que no preocupara el problema de la guerra justa,
planteado doctrinariamente en el siglo x m por Santo
Tomas de Aquino y desenvuelto por el Padre Vitoria
en el siglo xvi. No ensalzamos, desde luego, esta exclu-
sion de los aspectos eticos de la guerra, que siempre ha
sido un terrible mal. La distincion entre «guerra licita»
y «guerra justa» es moralmente falsa. Senalamos tan
solo que las condiciones externas en que se desenvolvi'a
el hecho guerrero quitö urgencia y relego al piano de
las especulaciones filosoficas este problema de la guerra
justa, que veremos reaparecer con dramätica actualidad
en nuestros dfas.
Si la guerra no comprometia valores esenciales, si era
algo mäs que una simple «pulseada» para probar la
fuerza del brazo, resultaba obvio el derecho a no par-
ticipar en ella. El derecho a la neutralidad—inconce-
bible en las Cruzadas o en las guerras de religion—
aparecfa como plenamente justificado ante las guerras
puramente politicas de la Edad Moderna.
El desarrollo de la idea de neutralidad, tanto en el
piano de la doctrina como en el piano de la accion, fue
traba joso y lento. Cabe consignar que su incorporacion
efectiva a las reglas de juego de la convivencia inter-
nacional fue mäs el fruto de la präctica y de las nece-
sidades politicas que de las convicciones juridicas. La
formacidn de la primera Liga de Neutralidad Armada,

42
bajo la egida de Rusia en 1780, tuvo al respecto una
importancia decisiva; por primera vez los neutrales
eran suficientemente fuertes como para imponer respe-
to. Las neutralizaciones de Suiza en 1815 y de Belgica
en 1839 liicieron de esta idea una pieza esencial del
orden europeo.
Apuntemos al pasar que si bien el derecho a la neu-
tralidad se impone fäcilmente al comienzo de esta epo-
ca, experimenta hondas alteraciones en su alcance. Asi,
para Grocio, aquellos Estados que in medio belli sunt
(la palabra neutralidad aün no tenia curso) podian ayu-
dar a los beligerantes, siempre que lo hicieran equitati-
vamente y por partes iguales. Segün el derecho ulterior,
tal como fue codificado en las convenciones de La Haya,
la neutralidad exige la mäs completa prescindencia do
toda participation—asi sea indirecta—en los conüictoa
armados.

3. La integridad y la soberama de los Estados re-


quiere una cierta proporcionalidad de sus respectivas
fuerzas polxticas. Desde la abdicaciön de Carlos V quedö
implicitamente admitido que ningiin miembro de la
comunidad europea habria de tener mäs poder que todos
los demäs juntos. Se inaugurö asi la politica del equili-
brio, la mäs constante y respetada de las reglas de juego
estamos examinando.
Esta politica implicaba formas definidas de actuation.
Suponia la formation de alianzas estables para prote-
gerla. Francia se alio desde las guerras religiosas del
siglo xvi con los principes protestantes alemanes para

43
contener el predominio de la Casa de Austria. Cuando
el primer Reich de Federico amenazo a su vez la inte-
gridad de su hegemonia se opero el renversement des
alliances y la Casa de Borbön se vinculo, aunque tardia-
mente, con la dinastia habsburguesa. Suponia tambien
la consecution de metas estables: las fronteras natura-
les, el acceso al mar, la unification nacional bajo una
sola corona. Austria practicaba la politica de casamien-
tos principescos: «Tu, felix Austria, nube...»
Con todo, la politica de equilibrio tuvo sus vicisitudes
7 por un momento —en la era napoleönica— pareciö
quebrarse. Pero la action indeficiente de Inglaterra, su
principal sostenedora, y sobre todo la conciencia colec-
tiva, la mantuvo en vigor por un siglo mas. Francia mis-
ma se desentendio de la empresa imperial que el gran
corso intentara en su beneficio y Talleyrand hablaba
por su boca cuando en Erfurt decia al zar de Rusia:
cMajestad, el Rin y los Alpes son las conquistas de Fran-
cia; el resto son las conquistas del Emperador.»
La politica de equilibrio se aplico tambien a la ex-
pansion colonial europea. Inglaterra, la primera Ilega-
da, se quedo con la parte del leon. Pero permitio que
la portion que no se habia dignado tomar fuera dis-
tribuida de modo mas o menos equitativo. El equilibrio
colonial, que estuvo a pique varias veces de hacer estallar
una guerra general (como los episodios de Fachoda y de
Agadir), determine la reunion de importantes conferen-
cias internationales. En 1885, la Conferencia de Berlin
resolvio la adjudication de la cuenca del Congo. En

44
1906, la Conferencia de Algeciras determine la suerte de
Marruecos.
Otra norma vigente en la vi da international fue el
reconocimiento del «dominio reservado». Si no se admi-
tfa ninguna instancia superior a los Estados, carecia
lögicamente de validez la injerencia en su actividad
intensa. No interesaba a la comunidad internacional el
regimen de gobierno de cada uno de sus miembros ni
el quantum de derechos individuales que asegurara a sus
nacionales. El intento promovido por la Santa Alianza
de garantizar la estabilidad interior de los legitimismos
dinästicos fracaso despues del Congreso de Verona y
tuvo como ultima manifestation de vida la expedition
de los «cien mil hijos de San Luis», planeada por el
genio romantico de Chateaubriand. La interveneiön en
los asuntos internos o externos de otros Estados—aun-
que frecuente—fue siempre considerada como una si-
tuation de hecho, como un abuso de poder.

4. El siglo XIX, epoca de auge de la convivencia in-


ternacional, fue el siglo de los tratados. Entre 1815 j
1914 fueron celebrados, sobre los mas diversos töpicos,
mäs de diez mil. Ello indica una confianza sölida en la
palabra empenada. Aunque muchas veces esta palabra
fue desconocida, rara vez las partes contratantes cele-
braban sus compromisos con la intention predetermina-
da de faltar a las obligaciones que comportaban. El
pacta sunt servanda no era solo una regia juridica,
sino una practica politica. En un mundo que reposaba
sobre el equilibrio, los pactos (y sobre todo los de alian-

45
za) eran la garantia mäs segura de la subsistencia pro-
pia. Ademäs, se crefa en la Ley. Todavia no se habia
llegado a esa «declination del derecho» que acaba de
pintar con dolorosa elocuencia el viejo maestro Ripert.
Tambien regia inconcuso el principio de la responsa-
bilidad del Estado por actos delictivos. Este principio
era menos m'tido que el de la observancia de los pactos,
pero no era menos respetado. Gran Bretana, cuya his-
toria diplomätica no es por cierto un modelo de juridi-
cidad, aceptd en 1871 el fallo del tribunal arbitral de
cinco potencias que pronunciaba su culpabilidad en el
asunto de Alabama. Se admitfa que esta responsabili-
dad, cuando no era asumida, podia, inclusive en asun-
tos pecuniarios, provocar la action armada. La doctrina
de Drago sobre cobro compulsivo de las deudas püblicas
encontro resistencias invencibles en la segunda Confe-
rencia de La Haya.

5. La discusion de las relaciones internacionales era


considerada como un asunto complejo, que exigia, en
quienes las entablaban, muchas dotes; algunas innatas,
otras adquiridas. El regimen de representaciones diplo-
mäticas permanentes se generalizö a partir de la paz de
Westfalia, y las inmunidades de los agentes quedaron
consagradas como principio general del derecho de gen-
tes. Simultäneamente se instituyeron los örganos inter-
nos de la politica exterior; empezaron a actuar las Can-
cillerias. La carrera diplomätica—la «Carriere» por ex-
celencia—era cuidada con celo y se la excluia de las
contingencias de la politica interna. El protocolo anexo

46
del tratado de 1815 estableciö una clasificaciön de agen-
tes diplomaticoa que, con la reforma introducida en
Aquisgrän dos anos mäs tarde, sigue rigiendo hasta hoy.
La vigencia de una unidad de estilo diplomätico se ma-
nifesto en el uso universal de un solo idioma. Hasta la
paz de Westfalia este idioma fue el latin. Desde enton-
ces fue sustituido por el frances, que mantuvo su jerar-
quia de idioma universal hasta la primera guerra mun-
dial. La action de los diplomäticos—hombres a veces
eminentes—gravitö poderosamente sobre la politica in-
ternacional. La presencia continuada durante veinte anos
de Paul Cambon en Londres y de Camille Barrere en
Roma—mientras que en Paris se sucedian por docenas
los presidentes de Consejo — promoviö eficazmente la
ayuda que Francia recibiö de Inglaterra y de Italia
durante el referido conflicto.
Durante la Edad Moderna las relaciones internationa-
les estuvieron sometidas a un minucioso y severo con-
trol, y se vieron reguladas por formas exteriores de las
que no era dable prescindir. La cortesxa internacional
—comitas gentium—tiene sus reglas, que son tan obser-
vadas o mäs que las propias normas juridicas. Se re-
curre a formulas ceremoniales para el saludo al pabe-
llön, para las visitas de jefes de Estados extranjeros,
para la celebration de tratados, hasta para la extradi-
tion de delincuentes. La initiation de la guerra queda
sujeta a reglas formales y no puede ser promovida sin
declaration previa.

6. Este conjunto de reglas y usos, aunque no todos

47
de caracter juridico, determine an extraordinario a u g e
del derecho internacional positivo. Parte de este derecho
ee elaborö mediante tratados multilaterales que emana-
ban de conferencias generales. En estas reuniones solo
participaron, al comienzo, los paises europeos. AI am-
pliarse la comunidad internacional, intervinieron tam-
bien los paises americanos y algunos asiäticos; El Con-
greso de Paris de 1856 sanciono la abolition del corso
y el principio de que, salvo contrabando de guerra, el
pabellön neutral cubre la mercancia enemiga. El ya
citado Congreso de Berlin, aparte de su concreta faena
politica, establecio reglas para la ocupaciön de hinter-
lands coloniales. Junto a los congresos politicos se re-
unian conferencias orientadas a lograr una mayor coope-
ration en el piano economico, social, cientifico y huma-
nitario. La convention de Ginebra de 1864 establecio
normas trascendentales y novedosas en materia de pro-
tection a los heridos en el campo de batalla. Un senti-
miento de solidaridad en el dolor se imponia, por pri-
mera vez desde la Edad Media, sobre los intereses par-
ticulates y sobre las pasiones antagönicas.
El momento culminante de la vida internacional mo-
derna fue aquel en que se reunio la primera Conferencia
de La Haya. Convocada en 1899—como ocho anos des-
pues lo fuera la segunda—bajo el peso de las graves
amenazas que se cernian sobre la paz, los mayores es-
fuerzos de los congresistas se orientaron a impedir la
guerra mediante la creation de procedimientos pacificos
de solution o—en todo caso—a bacerla menos dolorosa

48
reglamentando sn alcance. Pero las conferencias de La
Haya, a la par que senalaron el punto mas alto hasta
entonces alcanzado en materia de cooperation interna-
tional, revelaron la radical impotencia de la comunidad
de naciones para establecer formulas que garantizaran
su supervivencia. La tentativa de limitar los armamen-
tos fracasö por completo. La convention sobre solucio-
nes pacificas tuvo que limitarse a textos exhortativos:
«cseria ütil, seria deseable». £1 proposito de crear una
justicia internacional dotada de eficacia coactiva quedö
reducido a la creation del llamado Tribunal perma-
nente, cuya caracteristica mas sefialada era—como se
sabe—la de no ser permanente. La convencion sobre
tribunales de presa no fue ratificada.
La Conferencia de Londres, reunida dos anos mäs tar-
de, implied un fracaso todavia mäs contundente. Los
esfuerzos realizados para limitar los efectos de la guerra
naval sobre los intereses neutrales no tuvieron secuela.
La Declaration de Londres carecio de vigencia juridica
porque las grandes potencias maritima«, temerosas de
perder su hegemonfa, se negaron a ratificarla.
En sintesis, al comenzar el siglo XX se habfan dado
pasos importantes para restablecer la vigencia de una
•ociedad internacional orgänica. Pero la falta de prin-
cipios rectores, la carencia de instancias ultimas a las
cuales referirse, la ereeeiön de meras formulas verbales
como basamentos de esa sociedad, la ausencia de prin-
cipios sinceramente vividos impidieron consumar la sol-
dadura. Europa habria de pagar caro so extravio.

4 49
III

LA CRISIS

1. CRISIS D E LA CONVIVENCIA INTERNACIO-


N A L : LA G U E R R A D E 1 9 1 4 Y SU S E C U E L A . 2 . LA
SEGUNDA GUERRA MUNDIAL: ULTIMAS TEN-
T A T I V A S D E SOLUCIÖN 3 . L A C A I D A D E LOS SU-
PUESTOS CLÄSICOS. 4. CRISIS DE LAS V I G E N -
CIAS SOCIALES C R I S T I A N A S .
1. El 29 de julio de 1914, en la ciudad alemana de
Jena caxa abatido por ei tiempo el ultimo de loa trea
alamos d« la paz que una Europa esperanzada habia
plantado despues de Waterloo. Simbölico episodio. Por-
que, cuando un mes antes el archiduque Francisco Fer-
nando de Austria j Este era asesinado en las calles da
Sarajevo, no solamente su casa 7 su corona, sino tam-
bien una epoca de la historia morfan con el. Pese al
caräcter ocasional del episodio que determinö el esta-
llido, la guerra mundial estaba postulada por la ende-
blez de las ©structures que vino a destruir. La convi-
vencia internacional en el siglo XIX—esa era victoriana
de seguridad 7 de paz—resultö menos sölida que los
nobles mobla jes de sus mansiones senoriales, menos ma-
ciza que la plateria inglesa de sus vitrinas. Basada en
un compromiso, careciö de apoyo en una fe comün hon-
damente sentida. Sinceramiento terrible con la realidad,
la guerra del 14 liquidö para siempre todo intento de
hallar la armonia internacional en la ideologia liberal
7 en el credo humanitario.
Pero la historia—como la naturaleza—no camina a
•altos. Esa ideologia que tan violentamente habia fra-

53
casado no se dio de inmediato por vencida. La ley de
la inercia—esa ley tan respetada como infecunda—1«
permitio seguir aun viviendo y actuando. Asf, el primer
decenio que siguiö al tratado de Versalles exhibio un
reflorecimiento de ese mismo internacionalismo que no
habfa podido impedir la guerra.
Su nuevo centro de actividades fue otra metropoli cal-
vinista: Ginebra; su örgano jun'dico, la Sociedad de
Naciones. El ansia universal de paz hizo por un ins-
tante creer que alii apuntaba una nueva esperanza. La
S. de N. conocio un instante de exito teatral, respaldado
por el prestigio de los victoriosos y ornado por la orato-
ria espectacular y ligeramente histriönica de Aristides
Briand. Aparecieron los doctrinarios del neointernacio-
nalismo, que creian—felices ellos—en la novedad de sua
enmohecidas consignas. «El espxritu internacional—de-
cia Politis en 1926—debe ser al derecho del siglo XX l o
que la soberania ha sido al del siglo x v m la idea maea-
tra, la inspiracion y el fin.»
Cuando en 1925 los acuerdos de Locarno establecieron
la garantfa internacional de la frontera francoalemana,
pudo creerse que al fin el mundo habfa retomado su
Camino. El esfuerzo dialectico realizado alrededor de
ese periodo para consolidar la paz hace sin duda honor
a la capacidad de trabajo y a la inventiva de polfticos
y juristas. Citemos como jalones principales de esta eta-
pa : el protocolo de Ginebra de 1924, que define el de-
lito de agresion internacional; el Acta General de con-
ciliacion y arbitraje de 1928, que establece modulos
variables de acuerdos para que los Estados elijan los

54
que mäs se a justen a su conveniencia; el pacto de Paris
de 1928, que impone la renuncia a la guerra como ins-
trumento de polftica; la conferencia de Londres de 1930,
que procura la limitation de los armamentos navales. El
tema de la seguridad colectiva es la cuestiön candente.
A resolverla tendian los mil y un instrumentos sancio-
nados en esa epoca. Los citados son apenas los mäs fa-
mosos; el resto es incontable.
Los esfuerzos pacifistas de la entregnerra fracasaron
porque pusieron el acento en la instrumentation tecnica
de la paz y omitieron preocuparse de los substratos vi-
tales que la hacen posible. El problema no consistia en
multiplicar hasta el infinito los procedimientos de con-
ciliation, porque estos procedimientos deben ser la
resultante de un estado de conciliation ya logrado. Y
como, a pesar de las declamaciones suscitadas alrededor
del aespiritu de Locarno», nadie creia seriamente en
esos recursos medicinales de ultima instantia, la proli-
feration de acuerdos pacifistas solo sirviö para hacer
mäs patente su radical inoperancia. Pasado el fugaz
instante de la ilusion, el internacionalismo liberal debia
confesar su fracaso. Fuerzas vitales incontenibles hicie-
ron su aparicion en la vi da politica europea. El mundo
empezö a afilar sus armas para la segunda guerra mun-
dial.

2. No vamos a resenar cronologicamente los aconteci-


mientos concomitantes y posteriores a la guerra de 1939.
Solo interesa a qui hacer un balance de la situation y

55
determiner, ii fuera posible, loa modos segiin loa eualea
ae rige hoy la convivencia internacional.
Con la segunda guerra mundial no solamente han he-
cho crisis las formas usuales, las «reglas de juego» de
eaa convivencia. Tambien han cedido aquellos supuestos
mismos que acabamos someramente de revistar. El ra-
cionalismo liberal ha caido y en su lugar se levantan
eonstrucciones filosoficas que reniegan de la razon como
instrumento d« conocimiento o limitan su alcance. La
burguesia ha perdido poder y un nuevo tipo humano
«desclasificado»—el hombre-masa—, que puede pertene-
cer a cnalquier grupo social y no pertenecer a ninguno,
es el arbitro de las decisiones. Finalmente, el Estado
nacional como forma politica ya no colma las exigencias
del hombre occidental.
La falta de capacidad creadora en los grupos dirigen-
tes los llevd al termino de la guerra a reproducir con
pocas variantes las estructuras que habian fracasado en
la etapa anterior. A la Sociedad de Naciones sucedid la
Organizacion de las Naciones Unidas, creada en la Carta
de San Francisco del 26 de junio de 1945.
No corresponde a la indole de este trabajo analizar
detalladamente las prescripciones de la Carta. Desde el
punto de vista del atuendo ideologico, no importa nin-
guna modification del pacto de la S. de N. La misma
fraseologia acerca de la amistad entre las naciones, el
mantenimiento de la paz universal, la practica de la
tolerancia reciproca, la preservacion de las generaciones
•enideras del flagelo de la guerra, el mantenimiento de
la justicia, vuelve a repetirse, imperturbable, en el ins-

55
trumento de San Francisco. En cnanto a la segnridad
colectiva, es verdad que la Carta comporta una impor-
tante innovaciön: la posibilidad de adoptar sanciones
coercitivas mediante el voto de los dos tercios de lo>
miembros del Consejo de Seguridad, inclufdos los cinco
permanentes. Pero la cisura del mundo en dos campos
polfticos hermeticamente incomunicados ha despojado
a la O.N.U. de ese simulacro de superioridad sobre la
Sociedad de Naciones. El derecho al veto, hipöcrita-
mente formulado pero plenamente eficaz, ha sido el pro-
cedimiento tecnico mediante el cual uno de los campos
ha enervado la mayoria numerica del otro. El traslado
de poderes coercitivos a la Asamblea general, con objeto
de soslayar la parälisis politica del Consejo, no tiene
ningün fundamento jurxdico y constituye una evidente
ilegalidad.
Si el ropaje doctrinario de que se viste la O.N.U. es
tan viejo como el de su predecejora, su prestigio, en
cambio, es nulo. Ya no fue posible reconstruir en Lake
Success los escenarios aparatosos que decoraban las ori-
llas del Leman ni reclutar los divos que hacian oir ante
auditorios embelesados sus solos y sus duettos inaca-
bables. En la hora de la verdad, los pueblos ya no ae
sacian con literatura. Ya nadie cree que la O.N.U. repre-
aente a la comunidad internacional. Porque, de hecho,
la comunidad internacional ha dejado de existir.
La integridad de los Estados ya no es im principio
vivo de las relaciones internacionales. Una gran nacion
europea ha perdido su existencia juridica. Se ha pro-
cedido a la anexiön de territorios sin previo tratado de

57
paz. A la desapariciön juridica ha seguido a veces la
anulaciön fisica. Poblaciones enteras han sido arreadas
como ganado. Prusia Oriental 7a no es tierra germanica.
Polonia ha cambiado de ubicacion.
Los paises vencidos ya no son adversarios respetados,
8ino asociaciones de bandidos. Sus jefes, delincuentes
comunes a los que resulta higienico eliminar. Cuando
los hechos reales no bastan para deshonrarlos, se les
imputan actitudes inexistentes. En uno de los libros blan-
cos publicados durante la guerra del 14 se insertaba una
carta atribmda a uno de los jefes de Estado enemigo,
en la cual se lefan los siguientes pärrafos: «Hay que
6aquearlo todo por las armas y por el fuego; hay que
matar hombres, mujeres, ninos y viejos. Ni un ärbol
ni una casa deben quedar en pie.» Esta hoy reconocido
que este documento es totalmente apocrifo. Pero sirvio
para atizar el odio, que era todo cuanto se le exigia.
El proceso de Nuremberg marca una encrucijada de-
cisiva en la historia del derecho internacional. No inte-
resa a qui indagar si los hechos delictivos imputados a
los conductores de la Alemania nacionalsocialista eran
o no verdaderos. El problema consiste en determinar la
juridicidad del juicio y la legalidad de la consecuente
condena.
El acuerdo de Londres del 8 de agosto de 1945 esta-
blecio un Tribunal militar internacional para el juzga-
miento de los grandes crfmenes de gnerra y sanciono un
estatuto que estipulaba la lista de los actos que debian
ser juzgados criminales. Determinö que el hecho de ha-
ber recibido ördenes de superiores jerärquicos no era

57
motivo välido de disculpa. Adjudico al tribunal la fa-
cultad de fijar las reglas de procedimiento, y en virtud
de ella se recusö la comparecencia de los mäs impor-
tantes testigos citados por la defensa. Se le atribuyo,
asimismo, el derecho a fijar las penas contra los que
resultaren declarados culpables.
El juicio de Nuremberg esta—ya el mismo—juzgado
y poco podria agregarse al tremendo alegato de Maurice
Bardeche. Senalamos tan solo que la sentencia de octu-
bre de 1946 establece una forma de sancion cuyos pre-
cedentes deben ser buscados en las comunidades mäs
primitivas, cuando se reventaba los ojos a los reyes
prisioneros y se los entregaba a la ferocidad de la mu-
chedumbre. La dolorosa novedad es que esta vez se ha
encontrado juristas que dieran apariencia juridica a este
asesinato colectivo. Muchas veces se han cometido arbi-
trariedades y se ha usado la mäscara de la ley para en-
cubrir la injusticia. Pero hacia ya mucho tiempo que
en un caso de esta resonancia, y hablando en nombre
de la conciencia moral de la Humanidad, no se re-
nunciaba al axioma fundamental del derecho: Nullum
crimen nulla poena sine lege, incorporado a todas las
constituciones y a todas las leyes penales del mundo
civilizado. Hacia mucho tiempo que nadie se habia atri-
buido en los estrados internacionales la competencia
para ser juez del mismo caso en que se habia sido parte.
Y como los malos ejemplos hacen escuela, es de temer
que el exterminio de los jefes de Estado sea en adelante
una präctica tan respetable como lo era en tiempos pre-

59
teritos la de recibir de hinojos ans espadas melladas en
•1 campo de batalla.
£1 derecho de guerra estipnlado en las convenciones
de Ginebra y de La Haya ha de ja do de aplicarse en
aapectoa fundamentales. Asi, la limitation de los bom-
bardeos a los lugares no defendidos, la exclusion de los
civiles desarmados de las medidas belicas, la utilization
de prisioneros en actos de guerra contra su propio pais.
Los alemanes fusilaron rehenes civiles por delitos que
no habfan cometido. El lanzamiento de dos bombas ato-
micaa contra poblaciones japonesas 7 la muerte cruel
de doscientas mil personas hace ociosa toda enumera-
tion tendiente a demostrar la anulacion täcita de dichas
convenciones. En cuanto a la guerra acuatica, el prin-
cipio sentado en el Congreso de Paris de que el pabellon
cubre la mercancia constitU7e 7a una curiosidad histo-
rica. Hoy se requisan no solo las mercaderias, sino tam-
bien a los ciudadanos neutrales sin pruebas de actitud
hostil, por simples sospechas. La propiedad privada en
tierra ha dejado de ser inviolable. En muchos casos, las
coperaciones belicas» se han limitado al saqueo de pacx-
ficas comunidades extranjeras.
Ea que el principio segiin el cual la guerra es una
relation de Estado a Estado y no de pueblo a pueblo
ha aido auatitmda por la notion de «guerra total». Esta
extension ae explica si se tiene en cuenta que la guerra
ae propone destruir la fuerza del enemigo y que esta
fuerza no estä hoy solo constitufda por sus ejercitoa,
aino tambien por au produccion, su comercio, sus trans-
portes, y hasta por la moral de sus poblaciones civiles.

00
Por otra parte, la gnerra ha perdido an caracter pnra-
mente politico para convertirse en lucha cuasi religiös*,
en qne no solamente se oponen dos voluntades de poder,
« n o dos concepciones de la vi da. Es este caracter ideo-
lögico de la guerra contemporänea lo que le otorga SUB
rasgos mäs siniestros de implacable ferocidad. De el
surge igualmente el fenömen llamado «colaboracionis-
mo», que mäs que ningun < ro demuestra la transfor-
mation del Estado nacional. La solidaridad partidaria
comienza a ser mäs fuerte que la coparticipaciön en la
misma ciudadania.
La neutralidad ha desaparecido como posibilidad po-
litic«, si no como figura juridica. «Quien no estä con-
migo estä contra mi», es la consigna de las grandes po-
tencias. Y si exaltan la neutralidad de los pequenos
Estados que estän en la orbita geogräfica del enemigo,
•e guardan muy bien de ser tan tolerantes con los que
ae encuentran bajo su efectiva iiscalizaciön. Los argen-
tinoi 8abemos por experiencia lo que cuesta mantener
la neutralidad. Es dificil pronosticar si esa experiencia
—de quererlo—podria ser repetida en el futuro.
La politica de equilibrio sufre una crisis tan honda
como la nation insular que la promovio durante su lar-
ga hegemonia. Mejor dicho, el equilibrio multilateral ha
sido reemplazado por un equilibrio bilateral mucho mäs
inestable, en que dos grupos hostiles, sin apenas comu-
nes denominadores de existencia y de valor, se observan
recelosos, dispuestos a lanzarse el uno contra el otro
al primer gesto provocativo. La conciencia de im des-
ä n o solidario se ha obnubilado. Solo el miedo a laa

«1
consecuencias de la guerra va prorrogando la explosion
de un conflicto que casi todos juzgan inevitable. La al-
ternativa a este equilibrio bilateral es la dictadura inte-
gral de la gran potencia que resulte vencedora y la
imposition manu militari de sus esquemas ideologicos.
El ritual que rodeaba las relaciones internationales
ha caido en desuso. Se abre la guerra de improviso para
utilizar las ventajas de la iniciativa. Las discusiones en
las asambleas internationales son crudas. La publicidad
de las negociaciones diplomäticas obliga a servir la pro-
paganda, hoy duena y senora de la politica internatio-
nal. Los asesores juridicos van siendo dejados de lado.
Loa mismos jefes de Estado, cuando se refieren a sus
colegas, ya no usan el calificativo de «hermano» o «gran-
de y buen amigo»; se refieren a «la camarilla belicista»
del pais A o a los «agentes plutocräticos» del pais B. El
pulcro lenguaje que antes se empleaba con el adversa-
rio hoy ya no se usa ni con los amigos. Durante la
guerra de la sucesion de Espana, el du que Victorio de
Saboya se pasö—precursoramente—de bando. Luis X I V
le declaro la guerra en los siguientes terminos: «Senor:
puesto que la alianza que tenemos contraida y vuestra
firma puesta al pie de ella nada significan para vos, os
envio a mi primo el duque de Vendöme a la cabeza de
mis ejercitos para que os explique mis intenciones.»
Compärese este tono con el que empleaban, durante la
guerra pasada, Roosevelt o Churchill, Hitler o Stalin.
El dominio reservado de los Estados ha experimenta-
do serio quebranto. El orden interno se ha convertido
en materia de legislation international. En America, el

62
acta d e Chapultepec legislö sobre materias propias d e
los poderes constitucionales internos. En Europa, los
tratados de paz de las Naciones Unidas con Italia, Bul-
garia y Hungria establecen obligaciones tales como la
libertad de cultos y la igualdad racial, que nada tienen
que ver con las cläusulas antes habituales en los acuer-
dos de esta indole. Se ha elaborado, por intermedio de
la O.N.U., una Carta Internacional de los Derechos del
Hombre y se pretende que esos derechos sean garantiza-
dos por la organizaciön mundial. Hace pocos anos un
canciller americano proclamö la legitimidad del inter-
vencionismo colectivo para imponer a los Estados del
continente determinadas formas de gobierno.
Hasta hace poco tiempo se sostenfa unänimemente en
la doctrina y en la practica que el Esta do era el ünico
sujeto del derecho internacional, vale decir, el ünico
ente capaz de adquirir derechos y contraer obligaciones
internationales. Posteriormente se admitiö que otros
organismos creados por los Estados podfan poseer per-
sonalidad internacional. Esta ampliaciön era välida por-
que estas entidades liabi'an sido dotadas de los elementos
que configuran la capacidad jurfdica : derecho de lega-
tion, derecho de guerra y paz, derecho de celebrar
tratados. Pero el Estado seguia siendo el sujeto por ex-
celencia, por que de el dependfan la existencia y la con-
servation de los demäs organismos o asociaciones. Hoy,
en cambio, se ha abierto Camino la tesis de que tambien
el individuo es sujeto de derecho internacional. Mäs
aün: un notorio tratadista, el profesor Georges Scelle,
l l e g a a afirmar que e l individuo e s e l ünico sujeto d e l

63
derecho international, y sostiene, siguiendo las agnas de
Duguit, que el Estado carece de personalidad y no cons-
tituye sino una «suma de competencias». El nominalismo
extremo de esta teoria conduciria, de ser admitida, a la
destruction del Estado y a la anarqufa intemacional.

3. Y , fmalmente—last but not least—, el supuesto


ultimo que legitimaba y explicaba todas las formas de
•ida international—el supuesto de las vigencias sociales
cristianas—ha perdido universalidad. Como lo advirtie-
ra Julian Marias en su ensayo Esquema de nuestra si-
tuation, grandes masas de los paises occidentales son
efectivamente acristianas y su action traduce el hecho
—inedito hasta hoy—de pueblos sin religion dotados de
influencia y de poder. Las consecuencias—ya lo vemos—
son trägicas. Despues del mensaje cristiano no queda
otra alternativa que la ley del Amor o la ley de la selva.
Este es el sentido profundo del comunismo en cuanto
expresion mas acabada y decadente de nnestra civiliza-
tion tecnica. Por eso pudo decir Nicolas Berdiaeff que
el pueblo ruso habi'a planteado con potencia extraordi-
naria este dilema ante el mundo. Cuäl sera la option,
no nos es dado adivinarlo.

64
IV

PERSPECTIVAS

1. L A RESTAURACIÖN DE LOS VALORES CRIS-

TIANOS. 2 . SlIPERACIÖN DEL E S T A D O NACIONAL.


3 . L A HEGEMONFA DE LAS GRANDES POTENCIAS.
4 . INDETERMINACIÖN DEL HOMBRE CONTEMPO-
RÄNEO FRENTE A LAS FORMAS D E VIDA INTER-
NACIONAL.
1. Hemos trazado tin cuadro, que deseamos objetivo,
de las condiciones en que se desenvuelve la vida inter-
nacional en la hora presente. La primera apreciacion
que podria merecer este esbozo es de que peca por
exceso de pesimismo y de que en su fondo sombrio no
se advierte la esperanza de ninguna luz. Naturalmente,
nadie pretenderä que a estas alturas de los tiempos nos
coloquemos en el estado de änimo con que el abate de
Saint-Pierre trazaba a comienzos del siglo XVIII el idilico
panorama de una Europa eternamente pacificada, des-
tilando fraternidad. Pero tampoco nos colocamos en el
extremo contrario en que Spengler cierra el ciclo de sus
Anos decisivos. En primer lugar, es excusado decir que
como cristianos somos ontolögicamente optimistas: sa-
bemos que Dios edified su Iglesia y que las puertas del
infierno no prevalecerän contra ella. Pero en el piano
puramente humano sabemos tambien que no rige nin-
gun determinismo historico en cuya virtud una causa
este irremediablemente perdida. Veamos, por tanto, que
perspectivas positivas se ofrecen para la elaboracidn de
una nueva y perdurable convivencia international.

87
Segun lo que acabamos de afirmar, no creemos posi-
ble la reconstruction de una vida international estable
sino desde modos de vida cristianos, entendiendo que
estamos hablando a qui de modos de vida social y no de
la perfection individual de las almas. Las grandes pau-
tas para esta reconstrncciön han sido luminosamente
senaladas por la catedra pontifitia, desde las primeras
enticlica8 de Leon X I I I hasta los Ultimos documentos
de Pio XII. En su mensaje de Navidad de 1939, el Papa
reinante decfa: «Las mejores reglamentaciones serän
imperfectas y se verän condenadas al fracaso si aquellos
que dirigen la suerte de los pueblos y los pueblos mis-
mos no se dejan penetrar siempre mäs de aquel Espiritu,
solo el cual puede dar vida, autoridad y obligation a la
letra muerta de los ordenamientos internationales..., de
aquella hambre y sed de justicia que ha sido proclamada
como beatitud en el Sermon de la Montana...»
Con sin par energia, perseverancia y brillo, la catedra
de Pedro ha venido cumpliendo su misiön divina de
ensenar a todas las gentes. El azar de los tiempos no
ha quebrado su lfnea doctrinal y, en verdad, a nadie
mejor que al Pontificado romano podrian aplicarse aque-
llos versos de La Divina Comedia:

Sta come torre ferma che non crolla


Giammai la cirna per il soffiar dei venti.

Pero si cuadra al obispo de Roma senalar las lineas


doctrinarias de una restauraciön cristiana de la vida in-
ternational, no cuadra a su Magisterio determinar los

68
modos concretos mediante los cuales esa restauracion ha
de ser lograda. Y , sin embargo, es indispensable buscar
esas formulas concretas, porque, de lo contrario, todos
los esfuerzos que se hagan para crear un orden fundado
en las ensenanzas del Evangelio serän letra muerta en
las päginas de los libros. Hasta ahora se ha preferido
aprender de memoria, repetir, comentar, recomponer,
analizar verdades eternas y doctrinas generates. Eso n o
basta. La Iglesia solo puede dar formulas esenciales, no
soluciones existenciales. Conocemos ya la doctrina; l o
urgente es que adquiera vigencia. No basta decir, como
lo hace el profesor Guido Gonella, que debe vencerse
al odio, que la fuerza debe estar supeditada al derecho,
que la fraternidad universal debe ser el fundamento de
la solidaridad entre los pueblos. Nuestras obligaciones
no terminan con estos enunciados. ^Como pueden alcan-
zarse estas metas admirable»? £De que manera hacer vi-
vir estos principios intemporales? He ahi la gran cues-
tion. Porque por el modo como sepamos resolverla s e r e -
mos histöricamente juzgados.

2. EI examen atento de la realidad nos permite par-


tir, como de un postulado bäsico, del siguiente hecho:
En materia de vida internacional, ya no quedan, practi-
camente hablando, creencias universalmente vigentes, y
la mentalidad del hombre contemporäneo se encuentra
a su respecto en estado de absoluta indeterminaciön.
No nos parece que sean necesarios muchos esfuerzos
para persuadirnos de que el internacionalismo humani-
tarista ya no tiene valor de creencia social y de que

69
nadie encara como posibilidades reales la paz perpetua
y el progreso indefinido. Hay, por el contrario, una
cierta sädica complacencia en exhibir su falsedad. Pero
—y esto es menos notorio—tampoco la otra pendiente
del racionalismo concita la adhesion colectiva. Si el in-
ternacionalismo humanitarista no ha conducido a nada,
hay tambien conciencia hecha de que—errores doctri-
narios aparte—el maquiavelismo no ha conducido a
nada bueno. La reellpolitik ha sido tan nefasta para
aquellos que la han aplicado como para aquellos que
han sido sus destinatarios. El oportunismo no ha sido
provechoso ni siquiera para los oportunistas. La polftica
de enganos y la politica de prepotencia no solamente
son inmorales; tambien han demostrado ser suicidas. El
hombre contemporäneo cree poco en el derecho. Pero
la experiencia le ha obligado a no creer tampoco dema-
siado en la fuerza.
Es que la politica exterior que niega Ios valores mo-
rales niega una realidad tan actuante y efectiva como
lo son aquellas fuerzas materiales en que pretende apo-
yarse. «Toda convivencia—dice Huizinga—, hasta la de
los animales, se apoya en la confianza mutua de las
criaturas. No cabe convivencia entre hombres o Estados
sin mutua confianza. Un Estado que de continuo pro-
clamase jactancioso: " N o os fieis de m i " , no podria
subsistir.»
Esta disponibilidad espiritual del alma contemporanea
respecto de cualquier forma de vida internacional que
se le ofrezca, esta tabla rasa de su albedrio es un exce-
lente punto de partida para la reconstruction de nuevas

70
forma» politicag, del mismo modo qtie es un excelentf»
punto de partida para un hombre saber que la mujer
que quiere no estä enamorada de otro. La adhesion a
seudovalores ha sido un obstäculo insalvable para la
afirmaciön de los valores verdaderos. Hoy, ninguno de
esos seudovalores tiene curso. Ni la ciencia, ni la tecni-
ca, ni el progreso, ni la education, ni la fuerza, ni el
Estado son pensados como absolutos. Aquellos fdolos
orgullosos que hasta hace poco se levantaban en todas
la» ägoras del mundo moderno yacen por el suelo piso-
teados, sin que nadie se detenga a contemplarlos.
Pero esta falta de fe social, que es la caracteristica
mas notable del hombre de hoy, no indica en modo
alguno falta de aptitud para la fe. Hay, por el contra-
rio, nn ansia de misiön, una voluntad de construir que
muchos sienten con apremio y que, de modo especial,
las juventudes de todos los pafses registran con apasio-
nada angustia. Si en materia de convivencia internatio-
nal no hay creencias, hay, en cambio, tendencias. Sobre
esas tendencias hay que poner el ofdo atento. Porque
el mejor modo de hacer vivir las verdades cristianas en
la vida internacional es buscando su incorporation or-
gänica a ellas; es bautizar los hechos, no cerrändose a
su evidencia.
La crisis del racionalismo abre cauces nuevos a estilos
mas vitales y espontaneos de convivencia internacional.
Ya no se trabajarä sobre planes rigidos ni sobre esque-
mas prefabricados. Las organizaciones internacionales ya
no podrän ajustarse a formas intemporales; tendran que
actuar conforme lo exija el contorno vivo. Los forma-

71
lismos ceremoniosos del derecho internacional cläsico j
lo que aün queda de ellos tendrän la actualidad de un
trebejo medieval: de una adarga o de una cota de ma-
llas. Lamentamos su perdida, pero tenemos que reem-
plazarlos. La groseria en la expresiön es el signo de una
indigencia. Para colmarla hay que recrear con tono
actual el vetusto lenguaje diplomätico. Hay, sobre todo,
que compaginar la pulcritud en la forma con la limpieza
en la intenciön. Ya se adivina, por encima de la uni-
versal chabacaneria que cubre las relaciones internacio-
nales, el hastio por las actitudes ficticias, por las amis-
tades inestables, por las repulsas grandilocuentes, por los
gestos vacios. Hay hambre de seriedad y de discreta
cordura. Hay un anhelo cada vez mas sentido por las
actitudes sinceras, por las vinculaciones perseverantes,
por el lenguaje sobrio y preciso, por la ascesis de la
conducta.

La crisis de la burguesfa—a la que saludamos al pasar


en sus recias virtudes—y la consiguiente nivelacion do
clases han destrufdo, es verdad, los pequenos nücleos
dirigentes que alimentaban las magistraturas internacio-
nales. Pero como la existencia de minorias es un elemen-
to esencial en la vida de los Estados, hay que fomentar
su natural decantacion sobre la base de un campo mas
vasto de reclutamiento. En esta tarea tiene un papel
esencial la cultura catölica. La continuidad historica es
el ingrediente mäs necesario para la formation de las
elites poh'ticas. Dentro de la ruina de todas las ins-
tituciones, el catolicismo, casi solo, ha conservado la

72
memoria viva de las cosas. Asi como la Iglesia fue en
el Renacimiento la gran maestra de la diplomacia clä-
sica, puede y debe serlo de la diplomacia del futuro.

3. La transformation del Estado national—despues


de estas semifinales de campeonato que estamos presen-
ciando—conduce a la dictadura universal de una gran
potencia que impondrä violentamente sus propias con-
lignas. Pero, aparte de que la consideramos funesta, no
creemos posible esta perspectiva.
En primer lugar, el radio de acciön de la potencia
dominante debe estar en razon directa de su propia
potencialidad. Es materialmente imposible que los cien-
to cincuenta millones de norteamericanos o los doscien-
tos millones de rusos puedan dominar a los dos mil
trescientos millones de habitantes del planeta. Los ejer-
citos de ocupaciön, los comandos polfticos, los agentes
de propaganda, los elencos financieros de cualquiera de
esos dos paises no serfan suficientes para cubrir sus in-
mensos objetivos. Agreguese a ello que esta domination
unipersonal sucederia, tras una terrible guerra, a la
presencia—imposible de borrar—de la naciön derrotada.
Si el cuerpo de Alemania es un problema insoluble para
sus vencedores, calcülese el que implicaria el cuerpo de
Rusia para Estados Unidos o el de Estados Unidos para
Rusia. iPodrian los norteamericanos dispersarse por
Siberia? ^Podrfan los rusos mandar una guarnitidn a
North Dakota? Estados Unidos hace ya hoy un esfuerzo
titänico para mantener bajo su egida a la Europa occi-
dental y a parte de la America hispana. Rusia digiere con

73
duro esfuerzo su parte de botin. Ni una ni otra potencia
podrian contar demasiado con la ayuda de celosos lugar-
tenientes. Hay ya un titoismo comunista; bien podria
surgir un titoismo democrätico.
En segundo lugar, ninguna de las dos potencias con
posibilidades de dominio mundial encarna valores ideo-
lögicos de vigencia ecumenica. Hemos dicho ya que el
comunismo es una ideologia decadente. Desde el punto
de vista cultural, implica una forma de primitivismo. La
conception marxista de la vida, que trata como epifeno-
menos de la vida econdmica todas las manifestaciones
superiore8 del espiritu, no podrä penetrar jamas donde
»e han conocido de verdad los valores del alma. Tendrä
eficacia actuante en los pueblos recien despiertos del
Asia, y ese es su mayor peligro. Pero nunca podrä ejer-
cer el dominio universal porque nunca se ensenorearä
del Occidente. En cuanto a la ideologia norteamericana,
tampoco tiene poder de captation, porque se funda en
formulas anacrönicas. La libertad, la propiedad, la fa-
milia son cosas por las que el hombre puede y debö
morir. Pero eso sucederä siempre y cuando sean asumi-
das en una doctrina que les haga adquirir todo su hondo
sentido y siempre que se las formule politicamente con
juventud y actualidad. Hoy solo se puede ser conserva-
dor de modo revolucionario.
Yivimos la crisis final de los imperialismos. Sea que
aspiren vanamente a la domination universal, sea que se
contenten con predominaciones continentales, los impe-
rialismos han perdido su victoria. No se nos tache de
ingenuos; bien sabemos que aiin daran—que aün not

74
daran—mucho quo hacer. Lo que sostenemos enfätica-
mente es que la formula politica del imperialismo ha
fracasado como modo supremo de regulation de la con-
•iventia hum ana. Ni el imperialismo econömico, ni el
imperialismo ideolögico, ni el imperialismo politico, ni
el imperialismo tecnico ganaran al mundo. Porque son
injustos, porque son antinaturales, el mundo los ha re-
pudiado. Hubo primero siete grandes, despues cinco.
despues tres. Ahora son dos; pronto no habrä ninguno.
Ha llegado la hora de la pluralidad. Para ella debemos
prepararnos.

75
V

LAS SOLUCIONES

1. CONCEPTO D E REGIONALISMO. 2 . LOS DIS-


TINTOS GRUPOS REGIONALES. CARÄCTER DEL
REGIONALISMO. 4 . L A S SEUDOSOLUCIONES.
1. Hemos eostenido en el capitulo anterior que el
Estado nacional, como ünica formula politica, es un
hecho snperado. Conviene precisar el alcance de esta
tesis, ya que una interpretation literal de su contenido
podria inducir a error respecto de nuestro modo de pen-
sar. Cuando afirmamos que el Estado nacional ha deja-
do de colmar las aspiraciones del hombre occidental, no
estamos vaticinando su desaparicion a corto plazo. Mas
aim: creemos que nunca el Estado ha tenido mäs «pre-
sencias que hoy en la vida social e individual de las
comunidades occidentales. El gobernante de cualquier
pais de los llamados democraticos tiene incomparable-
mente mas poder que aquel soberano que decia de si
mismo que el era el Estado. Baste recordar lo que signi-
fica el intervencionismo estatal, hoy universalmente
adoptado, en la actividad economica, para dispensamos
de ulteriores pruebas de esta macrocefalia del organo
politico. Piensese en el poder que implica la retention
obligatoria de grandes sectores de poblaciön bajo las
armas. Piensese en lo que significa la indagaciön de los
recursos financieros de personas y entidades privadas.
Cuando Felipe II solicitaba humildemente del Consejo

70
de Aragon que concediera creditos para prosegnir la cam-
pana de Flandes y sufria una tajante negativa, no pen-
eaba ciertamente que en los dias de los decretos-leyes y
de los controles de cambio se le calificaria de rey abso-
luto y tiränico. El vigor administrative del Estado es
hoy mäs fuerte que en epoca de su plasmaciön.
Lo que creemos y repetimos ex abundantia cordis es
que ese Estado nacional, erguido y celoso, ya no pue-
de encontrar en si mismo su plena justification. Cons-
ciente de que. ese inmenso poder no tiene validez en si
mismo, apela a encarnarse en ideas universales para apo-
yar en ellas su legitimidad. Cuando el Estado liberal
burgues del siglo xix asentaba su imperio no se sentfa
obligado a dar ninguna razön de sus mandatos. Orde-
naba porque ordenaba. Hoy el Estado ya no se siente
tan seguro de si mismo. Si bien tiene mäs atribuciones
y las ejerce con mäs indiscriminada libertad, se ve obli-
gado a justificar ese ejercicio discrecional de sus facul-
tades en una causa trascendente a su propio ser. Y cuan-
do es suficientemente poderoso trata de identificarse con
esa causa, de formar con ella una sola y ünica unidad.
Eisas consignas a las cuales el Estado apela para jus-
tificar su existencia son muy diversas y de variable poder
de atraccidn. Unos adscriben su programa de vida a la
redencion del proletariado y a la lucha con la «opresiön
burgnesa y capitalista». Otros se sienten defensores de
los ideales de libertad y de democracia representativa.
Los de mäs allä piensan en confundirse con los valores
tradicionales de cultura. Algunos aiirman valores bio-
lögicos. Aun aquellos que defienden la pervivencia de la

80
idea national la tiefenden como idea mas que como rea-
lidad concreta. Hasta Ios mas oerrados nationaiismos
universalizan su cansa.
Por otra parte, el intemationalismo literal, pese a
ens dos tremendos fracasos y a m consecuente despres-
tigio, aün no ha arriado banderas. Todavia sigue infor-
mando la retorica de las organizations internationales.
Su espiritu esta presente en la Carta de San Francisco,
en la Carta de la Organization de Estados Americanos,
en el Consejo de Europa, en la U.N.E.S.C.O. Aunque ya
nadie cree en el, sigue reclamando el patrimonio exclu-
tivo de la defensa de la paz.
Esa necesidad que tiene el Estado contemporäneo de
apoyarse en una idea de validez universal es el estunulo
mas poderoso de una nueva corriente de reagrupation
politica a cuya consideration vamoe a dedicar la parte
final de este trabajo : los regionalismos.
Hemos caracterizado en otra ocasiön a las agrupacio-
nes regionales como agregados humanos dotados de ca-
racteres espirituales, raciales y psicologicos comunes que
tienden a congregarse en el piano politico para la de-
fensa de BUS valores y de sus intereses. Importa que
desarrollemos las ideas contenidas en la precedente de-
finition.
Surge, en primer lugar, el caracter predominantemen-
te espiritual de este nuevo tipo de asotiaciones. Si ad-
quiere especificidad politica, no tiene—como lo liemos
advertido en el Estado nacional de la Edad Moderna—
su justification ültima en el piano politico. El Estado,
hemos dicho, procura hoy encarnarse en ideas univer-

e 81
s a l e s para apoyar sobre ellas sn legitimidad. Pero e s t a
incorporation no es aislada e individual; es, por el con»
trario, colectiva y comunitaria. Hay varias docenas de
Estados constitufdos: hay solo cuatro o cinco ideas uni-
versales con aptitud de vigencia. La primera razön del
fenömeno regionalista estä en la adhesion compartida a
una misma formula de vida.
Resulta, por otra parte, lögico que pueblos dotados
de analogas caracteristicas, de comunes aspiraciones ideo-
logicas, se encuentren tambien ligados por otros factorea
explicativos de esa comunidad de aspiraciones. De ellos,
el mäs importante es la homogeneidad cultural.
Entendemos aqui esta homogeneidad cultural en su
sentido mas estricto y no en la acepciön generica de una
vaga semejanza de formas de vida. Para caracterizar a
la cultura en nuestra terminologfa precisa enumerar al-
gunos rasgos diferenciales mäs acusados que las que usa,
por ejemplo, el autor del Estudio de la Historia. La
unidad religiosa (entendida siempre en el alcance ya
dado al termino de conception general del mundo); la
posesion de idiomas directamente emparentados; la
adoption de identicas instituciones fundamentales de
vida privada, como la propiedad y la familia; el para-
lelismo de rasgos psicologicos; el uso, difundido en las
clases cultas, de un mismo patrimonio literario; el des-
arrollo similar de las tecnicas: todo ello constituye el
conjunto de notas que caracterizan la unidad de cultura.
En un orden mäs telürico, es tambien causa eficiente
de las agrupaciones regionales la comunidad fisica de
los pueblos que las forman. Asi, la raza, factor no des-

82
denable aunque no sea decisivo. Asi, la vecindad geogrä-
fica, que a su vez es fuente principal de la comunidad
de intereses materiales. Asi, la complementation de las
riquezas. Asi, en fin, la union para la reciproca deiensa.
De las exigencias que, a nuestro parecer, resultan mas
premiosamente reclamadas y que son a la vez fruto de
la agrupacion regional, la primera es la autenticidad.
Queremos con ello decir que estas notas de identidad
o semejanza que räpidamente hemos bosquejado no de-
ben ser meras formulas convencionales, ni artilugios
retoricos, ni remembranzas preteritas, sino realidades
vivas y actuantes. El mundo tiene hoy apetito de auten-
ticidad, apetito tan inmenso como lo es su saciedad de
las mentiras con que cotidianamente se lo alimenta. Esa
aspiration de autenticidad es particularmente reclamada
en la vida internacional. De esquemas ficticios estä de-
masiado lleno ya el escenario. Durante la pasada guerra,
los paises racionados sintieron la nausea del sucedäneo,
la abomination del ersatz. Este fenömeno psicolögico
se siente hoy con mayor fuerza referido a la convivencia
publica. Las formas que quieran expresarlas no tendrän
que ser sucedäneos; tendrän que representar la verdad.

2. La tendencia regionalista ya ha dejado de cons-


tituir una mera expectativa. Aunque sus primeras ma-
nifestaciones aparecieron despues de la guerra de 1914,
es con posterioridad a la guerra de 1939 cuando comien-
zan a perfilarse con clara nitidez y a adquirir estado
institucional en el derecho de gentes. Hoy cabe senalar
las siguientes agrupaciones regionales ya formadas o en

83
•las de plasmacion: el Asia Oriental, la Liga Arabe,
el Bloqtie Sovietico, el Bloque Anglosajon y la Coma-
nidad Hispanoamericana.
La constitution de un bloque solidario de pafses en
regiones de Extremo Oriente aparece con el apogeo de
la hegemonia japonesa. Sus expresiones primigenias tu-
vieron, por tanto, el sello de una formula de action im-
perialist a. La proclamation de la «esfera de coprosperi-
dad de la Gran Asia Oriental», incluyendo a la totalidad
de los paises de raza amarilla y malaya, parecia la mas-
cara de una sola voluntad de imperio. Tal fue el sentido
que se otorgö al plan Tanaka de julio de 1927 y a la
declaraciön Konoye de diciembre de 1938. Pero la de-
rrota de Japön y su transformation en pais virtualmente
rasallo de los Estados Unidos no ha destruido el regio-
nalismo panasiätico. Solo ha sido alterado sn signo ideo-
lögico, pues en vez de responder a las formulas politicas
del fascismo japones se inspira hoy en los postulados
del comunismo. Su centro de irradiation tambien ha
cambiado, trasladändose de Japön a China. Carente aün
de formas institucionales estables despues del fracaso
de la reunion de Nueva Delhi, no por eso de ja de ser
nna aspiration categörica de los pueblos orientales. El
general MacArthur manifesto francamente en el Con-
greso norteamericano que el despertar de los pueblos
asiäticos es un hecho irrefrenable. Y nadie podrä negar
que se trata, para el caso, de un testimonio calificado e
imparcial.
Mas articnlado y orgänico se encnentra el regionalismo
islämico, de signo preponderantemente religioso. Est«

84
agrupacion regional comprende a los siete pai'ses de ori-
gen arabe: Egipto, Yemen, Siria, Irak, Libano, Arabia
Saudita 7 Jordania. Aunque el espiritu que lo anima
encuentra adeptos en todos los lugares donde ae profesa
la religion mabometana. La union de los paises arabe«
tiene su instrument© juridico en el pacto de Union Ara-
be, celebrado en El Cairo el 22 de marzo de 1945. Posee
una sede central—El Cairo—j un örgano politico co-
tnun: el Consejo de la Union. En la division actual del
mundo en dos bandos contrapuestos, Ia Union Arabe
ha adoptado una position equidistante, como se refleja
de modo particular en las votaciones de la O.N.U.
La Liga Arabe ha funcionado con plena cohesion, pero
•a actuation externa se ve influida por la modalidad
caracteristica del alma islämica, profundamente desde-
nosa de las tecnicas contemporäneas de dominio sobre
la naturaleza. Carente, por esa razon, de eficiencia beli-
ca (la guerra con Israel representa en ese sentido una
experiencia conclu7ente), no parece que el regionalismo
musulman—pese a la importancia estrategica de los lu-
gares geogräficos por el ocupados—haya de representar
un papel trascendental en los acontecimientos mundia-
les de los proximos anos. Puede, eso s1, aspirar a la
integracion de otros Estados musulmanes ahora someti-
dos a vasallaje europeo o ajenos a la raza arabe. Tal es
el caso de Marruecos 7 de Tünez 7 de Pakistan 7 de
Persia. La actitud de este ultimo pais en el candente
caso de la expropiaciön del petroleo refleja una tesitura
politica plenamente coincidente con la actitud asumida

85
por los Estados de la Liga en los cenäcnlos internatio-
nales.
El bloque sovietico, constituido por Rusia y por los
pafses colocados bajo su örbita de predominio, posee
una luerza politica, militar y economica de imponente
jerarquia. Pero solo en cierto sentido constituye una
agrupacion regional. Para serlo integralmente le falta
—o no aparece claramente discernible—el elemento da
espontaneidad y de libre determination que hemos asig-
nado como Jundamento bäsico de la tendencia regiona-
lista. En efecto, no es posible determinar en las actuales
circunstancias en que medida implica una asociaciön
voluntaria de pueblos que han abrazado efectivamente
la ideologia comunista y en que medida es el resultado
de una subyugaciön opresiva. La propaganda nos dirä,
segiin su origen, una cosa u otra. Pero la propaganda,
por definition, no es digna de fe. Lo que parece incues-
tionable es que el bloque sovietico—aunque erigido so-
bre una dictadura unilateral—cuenta con el apoyo libre-
mente prestado de vastos nxicleos bumanos. Lo prueba el
nümero considerable de adeptos que reüne en paxses
ajenos a la hegemoma rusa, como lo son Francia e Ita-
lia. Por otra parte, la ideologia marxista, con ser anti-
natural y satänica, refleja una dolorosa realidad del
hombre contemporäneo. El predominio de los intereses
colectivos sobre los derechos individuales, la primatia
de los valores materiales sobre los valores del espiritu,
la conception economica de la historia, la negation del
orden sobrenatural, el igualitarismo de rasero que esta-
blece entre los miembros de la comunidad, el culto de

86
Ia tecnica, el desprecio por el arte, el absolutismo esta-
tal, son—sin duda—rasgos que aparecen con preeminen-
te vigor en el mundo dominado por el comunismo. Fero
£no advertimos, justamente, que muchos de tales ras-
gos son en gran escala compartidos por aquellos pafses
de Occidente que pretenden encabezar la vanguardia de
la cruzada anticomunista?
El bloque anglosajön estä formado por Estados Uni-
dos 7 las naciones integrantes del Commonwealth bri-
tanico. Teöricamente, esta unidad regional no existe,
puesto que Estados Unidos forma oficialmente parte del
sistema panamericano 7 el Commonwealth es una agru-
pacion regional autönoma. Pero, de hecho, Estados Uni-
dos (como lo veremos en seguida al ocuparnos de los
seudorregionalismos) estä mäs proximo a la Comunidad
Britänica que a sus vecinos del Continente americano.
Los hechos prueban que dia a dfa esa proximidad poll-
tica se acentüa. Y no tardarä el momento en que ad-
quiera vigencia institucional. De un modo novedoso 7
paradojal, la situation se retrotraerä a los dias ante-
riores al motxn de Boston 7 de la batalla de Lexington.
Solo que en vez de ser Inglaterra la potencia dominante
7 los Estados Unidos el pais sometido, los papeles se
invertirän, 7 estos ültimos habrän de asumir la jefatura
del bloque anglosajön.
Un grave handicap que debe experimentar este blo-
que es el anacronismo de sus formulas universales. Mien-
tras que el comunismo ruso se mueve con el töpico
terriblemente actuante de la lucha social; mientras los
pafses de Asia Oriental se unen en el anhelo milenario

87
de TO liberation, los pueblos anglosajones utilizan toda-
via las oonaignas ideologicas del bill of rights y de
la «declaration de Virginia». El tema de la libertad no
es (desgraciadamente, acaso) el tema del siglo XX. Es
de esperar que una sustancial renovation interna actua-
lice el repertorio doctrinal de los pueblos de habla in-
glesa, porque su concurso activo es vital para la salva-
tion de Occidente.
De todos los agrupamientos citados mäs arriba, paro-
ceria que el bloque europeo es el de mäs dificil con-
cretion. Estä tan fundada en diferenciaciones reales la
division de los paises europeos, son tan cruciales los
antagonismos que los separan, que parece una Utopia
imaginarlos unidos en una comün empresa. ^Podrä su-
perarse la secular rivalidad francoalemana? «jPodrä ro-
solverse la antinomia entre nordicos y meridionalea?
Estamos convencidos que la respuesta debe ser afirmati-
va. Los problemas locales europeos serän pronto tan
anticuados como lo es boy en la Argentina la bostilidad
entre Buenos Aires y las provincias.
Ya en 1929 Ortega decfa: orAliora liega, para los
europeos, la razön en que Europa puede convertirse en
idea national.» Hoy, ese pensamiento profetico debe ser
puesto en tiempo presente. Europa ya es, en la con-
ciencia de sus babitantes, una idea national.
Asignamos a esa unidad europea una importancia de-
cisiva para la estabilizacion de la convivencia mundial.
No nos contamos, por cierto, entre aquellos que creen
que Europa ha entrado en la etapa final de su decaden-
cia. Creemos firmemente en que por mucho tiempo aun

88
•era la creadora de formas originales de vida social,
como lo viene siendo desde los albores de nuestra cnl-
tura. Toynbee senala como la causa principal de la
decadenda de las civilizaciones la cesaciön de los man-
dos efectivos en los nücleos dirigentes y la perdida del
sentido de mimesis, del espfritu de imitation, en los
destinatarios de esos mandos. Como consecuencia de la
segunda guerra mundial, que fue esencialmente un triun-
fo de la Antieuropa, Europa estä transitoriamente aho-
gada en su expansion por fuerzas extraeuropeas que la
tienen subyugada. Pero aun a traves de su postraciön
fisica se adivina su incontenible vitalidad. La formation
de agrupaciones regionales tendra como primera con-
secuencia su liberation efectiva y la recuperation de
gran parte de su ejemplaridad social. No creemos que
la pequena peninsula adosada al continente asiätico
recupere integralmente el poderio politico que tuvo
hasta 1914. Pero estamos, en cambio, seguros de que serä
la inspiradora de una nueva fe politica capaz de conci-
tar eücazmente la adhesion de todas las comunidadea
occidentales. Por eso repetimos una vez mäs que la for-
mation del bloque europeo (ya hoy visible en ensavos
errados pero sintomäticos) es el paso mäs importante
para la nueva articulation de la convivencia interna-
tional.

3. Restarfa ocuparnos de la comunidad hispanoame-


ricana. Pero por tratarse del grupo regional que es el
nuestro, liemos de considerarlo en capitulo separado.
Yeamos, entre tanto, bajo que modalidades podrian

89
constituirse, en una fase mas avanzada de su desarrollo,
las agrupaciones regionales que estamos examinando.
Sabemos, por de pronto, que esa tendencia hacia la
fomiaciön de agrupaciones regionales fundadas en la
l'.omogeneidad cultural y poseedoras de un efectivo pro-
grama de vida comün no triunfarä sin obstäculos. De los
mäs arduos, citemos dos: la pervivencia de un concepto
anacrönico de la nacionalidad y la hostilidad de las
grandes potencias.
Apresuremonos a declarar que ninguno de esos dos
obstäculos es insuperable. No lo es el primero, porque
las ideas anacronicas nunca gobiernan por largo tiempo
los hechos. Desde luego, las ideas audaces siempre co-
mienzan siendo el patrimonio de reducidas minorfas.
Los grupos mayoritarios, por ley de inercia, continüan
adhiriendose a las formulas establecidas basta mucho
tiempo despues que ban perdido toda operancia. Pero
ello no interesa, porque siempre ha ocurrido asi: ja-
mas las mayorias han gobernado efectivamente. Por lo
demäs, en el caso del tränsito del Estado nacional a
formas nuevas de convivencia, pronto se convenceran
hasta los minus habens de que, al incorporarse a un
arnbito cultural y geogräfico mäs amplio, la patria no
SP. destruye, sino que se engrandece. De una vida limi-
tada a mezquinas posibilidades materiales—un poco mas
de dinero, un poco mas de poder—pasa al gran esce-
nario del mundo a defender, en union de sus pares, va-
lores permanentes y sustanciales: una cultura, una idea,
una fe.

90
En cuanto a la liostilidad de las grandes potencies a
et-la foru a de regionalismo, no la conceptuamos tarn
poco un obstäculo decisivo. Porque su mäs poderosa
arma de oposiciön es la fuerza, 7 la fuerza jamäs pro-
nuncia la ultima palabra. Mucho mäs fuerte que la
fuerza es la exigencia de los hechos, ante la cual se in-
clinan, respetuosas, las bayonetas. Ademäs, tambien las
grandes potencias advertirän que les corresponde un pa-
pel seiiero en este tipo de organization. Y con ello lie-
gamos al tema de las relaciones entre las grandes po-
tencias 7 las agrupaciones regionales.
En un capitulo anterior hemos dejado asentada nues-
tra opinion de que el imperialismo no es una posibili-
dad de solution estable. ^Significa ello que creamoe
posible un autorrenunciamiento de los grandes Estados,
una suerte de ccnoche del 4 de agosto» de sus hegemo-
nias? Tal esperanza seria pueril. Porque lo mismo que
insistimos sobre la realidad. de los valores del espiritu,
no incurriremos en el contrasentido de negar la reali-
dad del poder. De lo que se trata es de la articulation
de ese poder en un ämbito que lo vuelva razonable 7
legitimo. Nos parece imposible e injusto que una gran
potencia pueda gobernar el mundo. Pero no nos parece
imposible ni injusto que una gran potencia ejerza, en
un medio de action homogeneo, con su propia e intima
estructura cultural, un grado acentuado de influencia.
Lo esencial es que haya coherencia real entre el estilo
de la gran potencia 7 el de su medio. Lo esencial tam-
bien es que esa influencia no sea disimulada como un
delito, sino reconocida como una necesidad.

PI
Porque, justamente, lo que ha envenenado m i s las
relaciones internacionales de los ültimos anos ha sido
una suerte de hipocrita ocultacion de las realidades por
formulas farisaicas en las que nadie crefa. El resultado
ha sido que la realidad se ha vengado llevando haata
los ültimos extremos un proceso dialectico que hubiera
podido encuadrarse en terminos razonables si se hubiera
comenzado por admitir francamente su existencia. Si se
hubiera admitido en acuerdos y conferencias, en decla-
raciones 7 estatutos que a Estados Unidos no le es in-
diferente lo que ocurra en el canal de Panama; que
Alemania no podia cerrar los ojos sobre los aconteci-
mientos de Checoslovaquia; que Rusia no era extras*
a la suerte de los Paises Bälticos, acaao se hubieran
evita do los abusos que Estados Unidos cometiö en Pa-
nama, la absorcion de Checoslovaquia por Alemania, el
apoderamiento de los Paises Bälticos. La Edad Media
•abia muy bien que institucionalizar una cosa no siem-
pre es exaltarla, que a veces es moderarla. Tambien
87er Mussolini quiso que se reconociera—en los instru-
mentos internacionales—el derecho a las esferas de in-
fluencia. Pero su voz no fue escuchada. Habrä que ha-
cer la parte del fuego a las grandes potencias en las
agrupaciones regionales, porque las agrupaciones regio-
nales no podrän constituirse sin la colaboracion primor-
dial de las grandes potencias. Cualquier otro punto de
vista nos llevaria de la mano al limbo de las Utopias.
Los apetitos de poder, las ambiciones desmesuradas, las
voluntades de imperio no podrän ser jamas eliminadas
de la vida international. Pero pueden ser canalizadas

02
dentro de formas tolerables, pueden ser incluso coarta-
das cnando Segnen a amenazar la estructura misma de
la convivencia. Asi, una organization internacional como
Ja O.N.U., formada por sesenta Estados, de los cnales
por lo menos caarenta carecen de electiva autodetermina-
ciön, j dirigida por dos o tres de ellos, a los que los
reetantes odian o de los que desconiian, poco ha podi-
do hacer por la paz mundial. Una organizacion que
represente a las cinco o seis unidades regionales del
tnnndo, que no agrnpe solo a rotulos, 6ino a vastos gru-
pos humanos vinculados por efectivas creencias coma-
nee, puede hacer mucho por la paz mundial. ^De que
•ale que un pais tenga un representante propio acre-
ditado ante las Naciones Unidas si en definitiva va a
votar como otros le ordenen? Es preferible que no este
representado a titulo personal, pero que sus intereses
materiales j espirituales sean sinceramente asumidos
por el grupo a que en verdad pertenece. Para esta orga-
nizacion no se necesita carta, ni declaration pomposa
de principios, ni sede fija, ni telefonos con auriculares.
Lo que hace falta es la autenticidad de la representa-
tion. Y esto bastaria para suplir todo el resto.
Pero el transito hacia las agrupaciones regionales
—ineluctable como es—no ha de implicar saltos bruscos.
No ha de ignorar las comunidades estatales existentes en
lo que tienen de real, cualquiera que sea la artificioaidad
de su origen historico. Los ritos nacionales—banderas,
himnos, proceres, gestas militares — tienen un justo
ftrraigo en el alma de los pueblos; no se trata de olvi-
darlos. Cuando nosotros hablamos de «ultranaciön» no

93
hablamos de superestado. El superestado es una cons-
truction jun'dica anacronica porque es racionalista, por-
que ignora la autenticidad de comunidades formadas en
mucho8 siglos de vida comun. Contra las iormas extre-
mas del internacionalismo pacifista, nosotros no propo-
nemos abolir la nation. El gobierno interno de cada
una de esas comunidades debe continuar perteneciendo
a sus habitantes, sin interferencias extranas. Ellas de-
ben darse a si mismas su gobierno, establecer su sistema
impositivo, poseer sus propios ejercitos. Es en la action
ad exteros, respecto de otras agrupaciones regionales,
donde debe actuarse con unidad de criterio.
El problema principal que se plantearä en el orde-
namiento international del iuturo serä el de la coexis-
tencia armonica de los regionalismos. No se trata de
implantar la paz perpetua: bien eabemos que ese ideal
es inalcanzable. Se trata de lograr un orden estable que
haga posible nuestro subsistir sin que nos asalte a cada
instante el temor de que nuestros riesgosos juegos beli-
cos quiebren la fragil cäscara de buevo de la corteza
terrestre.
Estamos persuadidos de que la mejor garantia de la
libertad j consiguiente armom'a de las agrupaciones es-
tarä en esa autenticidad que reclamamos para ellas como
su primera condition de vida. Desde el momento que
no constituirän facturas convencionales, sino que se
asentarän en realidades profundas del alma colectiva,
poseerän por ello una fuerza moral que las harä casi
invulnerables. Esas agrupaciones serän fuertes en la me-
dida en que se identificarän con las cosas por las cuales

M
loa hombres son capaces de morir. Hoy los octidentales
temblamos ante la agresiön comunista porque nadie se
eiente con voluntad de dar su vida por la O.N.U. La sola
idea de semejante ofrenda resulta risible. Estarfamos
mäs tranquilos si nos sintieramos entrelazados por una
gran comunidad que expresara fielmente nuestra idio-
einer asia.
Las libertades abstractas y desencarnadas que pro-
claman la Carta International de los Derechos del Horn-
bre y la Carta anäloga de Bogota pertenecen al mäs puro
estilo racionalista. Deberän ser suplidas por la libertad
efectiva y concreta de integrar un grupo que traduzea
en la vida international nuestro estilo de vida. La ten-
dencia a reconocer los derechos internationales del hom-
bre ha sido hasta ahora utilizada como senuelo del in-
tervencionismo. En la organizaeiön pluralista hacia la
que tendemos habrä tantos ördenes juridicos positivos
como agrupaciones regionales se constituyan. Y aunque
el hombre es titular de derechos que no emanan solo
de la ley escrita, serfa incongruente admitir la inter-
vention de una agrupaeiön regional en las condiciones
de vida subsistentes en otras. No es posible aplicar rigi-
damente el mismo repertorio de derechos subjetivos en
China, en el Islam o en los paises cristianos de Europa
o de America.
Sin embargo, en el interior de cada agrupaeiön regio-
nal no 8eria lesivo para las unidades que la integran
crear un sistema de garantias coincidente con las creen-
cias en vigor. Asi, pues, los paises hispänicos tienen un
concepto de la jerarquia espiritual del hombre para el

»5
cnal no serfa repugnante ni opresiro qae clla fuera ins-
titucionalmente garantizada. Una vez mäs nos aparta-
riamot de los derechos abstractos del liberalismo para
acatar las formas juridicas concretas dictadas por nues-
tro ser y por nnestra historia.
Del miszno modo que la garantfa international de
los derechos del hombre, la doctrina de la guerra justa
ha sido ültimamente tergiversada para legitimar el vae
victis proferido por los Estados triunfantes en la segnn-
da guerra mondial. Para nosotros esa doctrina no ema-
na del pacto Briand-Kellogg, sino del orden querido por
Dios segiin lo expusieron luminosamente en el siglo XVI
los teölogos salmantinos. En el seno de las agrupaciones
regionales la notion de guerra justa tendria sentido, por-
que la agresiön belica, al desconocer un ordenamiento
natural y espontäneamente aceptado, implicaria una
lesion a la justicia.
Contra la erection de esta estructura mundial plura-
lista prevemos una objecion cuya seriedad nos obliga a
contestarla por anticipado. Esta fractura del mundo en
cinco o seis ordenamientos politicos y juridicos diferen-
ciados, £no lo aislaria en compartimientos estancos, im-
pidiendo su libre comunicaciön? ^No conduciria a una
mayor incomprension y, por ende, a una mayor in-
quina?
Desde luego admitimos que en nn piano ideal la per-
fection radicaria en la unidad absoluta del genero ha-
mano, sin leyes discriminatorias ni fronteras obstacu-
lizantes. Pero este ideal no resulta hoy accesible. Mas
aün: afirmarlo como posibilidad real perturba el logro

«6
de las soluciones factibles. En ninguna parte como en
la vida internacional se cumple aquel viejo lugar comün
de que lo mejor es enemigo de lo bueno. Conocer las
diferencias que nos separan de otros y registrarlas es,
tal vez, el ünico modo de entendernos con ellos.
Lo que aleja a los pueblos es el temor. Cuando cada
agrupaciön regional sea fuerte y segura no procurarä
aislarse, porque el aislamiento es de suyo pernicioso, y
to dos l o sienten asi. El aislamiento es im expediente para
protegerse de la absorciön. En cuanto las agrupaciones
regionales hagan incomparablemente mäs dificultosa la
absorciön, en esa medida habrän dado un gran paso
para superar el aislamiento. Cuando los chinos sepan de
verdad que los occidentales no quieren apoderarse de su
territorio sera mäs fäcil que los chinos abran sus puer-
tas al cointercambio con Occidente. Cuando los argenti-
noa sepamos de verdad que los norteamericanos no quie-
ren dictarnos su ley, los miraremos con mucha mayor
simpatia.
Podrä parecer que el papel de la Iglesia, en cuanto
a entidad supranational, tambien podrfa verse dismi-
nui'do y que al dejarse a cada grupo regional una mayor
autonomia en sus formas propias de vida se le cerrarfan
las puertas para su misiön evangelizadora en aquellos
nücleos que no han sido informados por su doctrina.
Digamos ante todo que esos obstäculos existen desgracia-
damente ya de hecho sin que se haya formalizado la
estructura que preconizamos. Pero ella seria en ultima
instantia beneficiosa, porque destruiria el equivoco en
cuya virtud ciertos töpicos del internacionalismo liberal

T 97
son confundidos—por coincidencias literales—con las en-
seiianzas de la Iglesia y hacen recaer sobre esta la re-
pulsa que muchos experimentan por las formas descae-
cidas de cooperation internacional. Se aventarfa, sobre
todo en los paises no europeos, el mito de la Iglesia
aiiada a ios imperialismos occidentals, mito arteramen-
te usado hoy en Oriente por la propaganda comunista.

4. Hemos analizado hasta aqui lo que considera-


mos formulas reales de solution. Pero se dan hoy en la
vida internacional algunas manifestaciones de regionalis-
mo que son, en realidad, su caricatura. Seanos permi-
tido decir ahora algunas palabras sobre estas seudo-
soluciones, porque ellas son las que por el momento
hacen mäs ruido en el escenacio international.
Se trata de prolongaciones ideolögicas de a quel inter-
nacionalismo humanitarista, impregnado de masoneria,
que, como la sombra de Banco en la tragedia de Sha-
kespeare, siguen apareciendo periödicamente en los El-
sinores de la politica mundial. Ya hemos hecho referen-
cia exhaustiva a la organization de la O.N.U. y a sus
estructuras subsidiarias. En esa misma lx'nea actiia el
llamado Consejo de Europa, con sede y reuniones
ami a J es en Estrasburgo. El Consejo de Europa retoma
una idea en boga durante la entreguerra : los «Estados
Unidos de Europa», Es notable descubrir que mientras
la idea de la unidad penetra dia a dia en los pueblos
del antiguo continente, este Consejo se mueve en medio
de la mäs glacial indiferencia publica. Hasta ahora no
ha logrado mäs resultado que suscitar algunos debates

98
inofensivos entre los deus ex machina que lo gobiernan.
Para descubrir su sectarismo es ilustrativo advertir que
cuando se ha tratado de votaciones importantes, los re-
presentantes catolicos—italianos, irlandeses y Portugue-
ses—lian sido sistemäticamente puestos en minoria. El
Consejo de Europa no constituye sino una sucursal del
Gran Oriente europeo y el hecho de que su fundacion
sea reciente no le da novedad. Dice Chesterton que el
club Leche y Soda puede ser nuevo en el sentido de
que ha sido creado ayer. Pero puede estar formado por
viejos Caballeros moribundos y, desde este ängulo, su
novedad resulta discutible. Tal ocurre con la tentativa
de organizar a Europa desde supuestos masönicos: ella
posee ese tufo de cosa enmohecida que emana desde
liempo aträs de la envejecida institution que la patro-
cina.

E in cid sien le nostre viste sazie...

Pero hay otro seudorregionalismo que tiene mäs pre-


sencia y, en apariencia, renovada vitalidad: nos refe-
rimos el sistema panamericano. Por ese aparente vigor
y porque incide directamente sobre nuestro pais, ha-
bremos de dedicarle capitulo separado.

99
VI

EL PANAMERICANISMO

1. O R I G E N Y ESTRUCTURA DEL SISTEMA P A N -


AMERICANO. 2 . ^ES UNA AUTIINTICA ASOCIA-
C1ÖN R E G I O N A L ? 3 . L A A R G E N T I N A Y EL PAN-
AMERICANISMO.
1. En la literatura juridica oficial, cuando se habla
de «regionalismo», se sobrentiende siempre el sistema
que vincula en una organization a las veintiuna repübli-
cas del continente americano. Tal es el contenido con-
creto que tenia esta expresiön en el pacto de la Sociedad
de Naciones y el que posee en el articulo 52 de la Carta
de las Naciones Unidas.
No haremos aqui la historia del panamericanismo.
Pero podemos distinguir en su desarrollo dos etapas
claramente diferenciadas : la que arranca de su origen
—en 1889—y llega hasta la Conferencia celebrada en
Buenos Aires en 1936 y la que, partiendo de esta ultima
fecha, se extiende hasta el dia de hoy.
Distinguimos estas dos etapas porque en cada una de
ellas el panamericanismo tuvo un alcanee totalmente di-
verso. En la primera fue un movimiento de aproxima-
cion cultural y econömica, que no sobrepaso el piano
de las efusiones retöricas. Hasta 1902 no se celebrö nin-
guna Convention, y en la comunicacion de convocatoria
a la primera Conferencia de Washington el secretario
de Estado, Bayard, recalcaba que «la Conferencia no
podrä obligar en nada a ninguna de las naciones que

103
concurran a ella». A partir de la Conferencia de Mejico
se comenzö a suscribir convenios dotados de eficacia
coactiva. Pero ninguna de las sesenta y siete conven-
ciones firmadas entre 1889 y 1936—intrascendentes todas
ellas—fue ratificada por la totalidad de los paises ame-
ricanos. El caracter apolitico que en esta primera etapa
de su existencia reviste el panamericanismo se vio ex-
presamente documentado en el articulo 60 de la Conven-
tion de la Habana de 1928.
El presidente Franklin Roosevelt fue el principal arti-
fice de la transformation del panamericanismo. Hasta
el momento de su ascenso al poder, la gravitation de
los Estados Unidos en los paises hispanoamericanos se
habia manifestado por formas violentas: big stick policy,
dollar diplomacy, intervencionismo militar, apoyo a
bandos insurgentes. Roosevelt tuvo la genial idea de
ad vert ir que ese sistema panamericano, al cual los Esta-
dos Unidos habian prestado hasta ese momento una aten-
cion relativamente escasa, podria ampliar considerable-
mente sus designios y cumplir por vias juridicas y apa-
rentemente legales lo que antes se hacia con la marineria
de desembarco.
De la Conferencia de Consolidation de la Paz a la
reunion de Petröpolis de 1947 el sistema panamericano
va en un constante crescendo de temas y atribuciones.
En la primera de estas asambleas no se contrae ninguna
obligation precisa, pero se insinüa ya la posibilidad do
una action comün en el piano politico. La importancia
de la reunion de Buenos Aires para el destino ulterior
del sistema es que en ella se conviene la existencia de

104
ana solidaridad de tal naturaleza entre los paises ame-
ricanos que un hecho politico que en lo sucesivo afecte
a uno habrä de afectar a todos los restantes. Tal es la
trascendencia de la aceptaciön de este principio, que nos
permite dividir en dos la historia del sistema.
Una vez admitido el principio de la solidaridad poll-
tica, las etapas ulteriores habrian de ser franqueada«
con acelerado ritmo. En la VIII Conferencia Panameri-
cana de Lima (1938) los paises representados proclama-
ron «la determinacion de hacer efectiva su solidaridad»
en caso de sentirse amenazados. En la II Reunion do
Cancilleres de la Habana (1940), se resolviö que «la
agresiön dirigida contra un pais americano por una po-
tencia no americana seria considerada como una agre-
siön contra todos los demäs». En la Conferencia de Cha-
pultepec (1945) se establecieron sanciones coercitivas
contra los Estados considerados agresores y se amplio la
solidaridad frente al ataque eventual de potencias ame-
ricana s. En la IV Reunion de Consulta de Cancilleres
de Rio de Janeiro (1947), se diö vigencia permanente a
las disposiciones tomadas en Chapultepec y se autorizö
la adopciön de medidas por dos tercios de votos, con
validez obligatoria para los que votaren en disidencia.
Y , finalmente, en la IV Reunion de Consulta, celebrada
en marzo de 1951 en la ciudad de Washington, se acor-
dö poner las fuerzas armadas de los paises americanos
a disposiciön del Estado Mayor Regional, en caso de
exigirlo la deiensa continental.
Desde el punto de vista de su estructura institucional,
el sistema panamericano tiene su instrumento fundamen-

105
tal en la Carta de la 0 . E. A., aprobada en la IX Con»
ferencia de Bogota el 2 de mayo de 1948. Este docu-
mento equivale a una Constituciön de derecho publico
interno y por ello merece que se Ie dedique un parrafo
especial.
La Carta declara, en primer lugar, que la Organiza-
cion de Estados Americanos constituye un organismo
regional dentro de las Naciones Unidas (art. l.°), con
lo que ubica el sistema en la categoria de agrupaciones
que estamos tratando en el presente ensayo. En su pri-
mera parte enuncia el equivalente a las «declaraciones
de derechos y garantias» propias de las Constituciones
nacionales. Formula los propösitos esenciales de la Or-
ganizaciön (art. 4.°); enumera los principios que ins-
piran su actividad (art. 5.°); establece los derechos y
deberes fundamentales de los Estados (arts. 6.° a 19);
propugna la soluciön paci'fica de las controversias (ar-
ticulos 20 a 23), y establece normal sobre seguridad
colectiva, asuntos econömicos, problemas sociales y te-
mas culturales (arts. 24 a 31). En lo atinente a solucion
paci'fica de controversias y a seguridad colectiva, remite
a los tratados especiales celebrados en la materia. Tales
tratados han sido efectivamente suscriptos. Son ellos el
tratado interamericano de soluciones pacificas, firmado
en la misma Conferencia de Bogota, y el ya citado tra-
tado de Rio de Janeiro.
La segunda parte de la Carta considera los örganos
que integran la Organizaciön. Es, en primer lugar, la
Conferencia Interamericana, especie de organismo cons-
titutional y legislativo que «decide la acciön y la politica

106
generales de la Organization» y «tiene facultades para
considerar cualquier asunto relativo a la convivencia
de los Estados americanos». La Conferencia Interameri-
cana se reiine habitualmente cada cinco anos, pero pue-
de, en circunstancias especiales, convocarse a una con-
ferencia extraordinaria. Es, luego, la Reunion de Can-
cilleres, organo de emergencia que se reüne cada vez
que lo pida un Estado y lo resuelva el Consejo para
«considerar problemas de caräcter urgente y de interes
comün». De acuerdo con la Carta, la Reunion de Can-
cilleres mantiene su caräcter de organo de consulta, si
bien en la practica no actüa tanto para aunar opiniones
cuanto para tomar decisiones, con lo cual se transforma
en verdadero organo ejecutivo de emergencia.

El organo ejecutivo permanente es, en cambio, el


Consejo de la O. E. A. Estä formado por los repre-
sentantes de todos los Estados americanos, a razön de
uno por cada pais. Conoce de «cualquier asunto que le
encomienden la Conferencia Interamericana o la re-
union de consulta»; ademäs, en casos de suma urgen-
cia, actüa el mismo como organo de consulta. Las fun-
ciones del Consejo son las que en el orden interno
corresponden normalmente al poder ejecutivo, y tiene,
como este, Secretarias de Estado, un Ministerio de Eco-
nomia (el Consejo Interamericano Econdmico y Social),
un Ministerio de Justicia (el Consejo Interamericano
de Jurisconsultos), un Ministerio de Educacion (el Con-
sejo Interamericano Cultural) y una Secretaria General
(la Union Panamericana). En cuanto a la Junta Inter-

107
americana de Defensa, ha sido oficialmente desglosada
de la 0 . E. A., pero en la practica actüa como Minis-
terio de Defensa del sistema panamericano.

2. Nog hemos detenido en una enumeration detalla-


da y acaso farragosa de la estructura juridica de esta
organization porque ella nos parece notablemente ilus-
trativa para percibir su alcance y sus objetivos. Adver-
timos, en primer lugar, que la 0 . E. A. imita minu-
ciosamente las estructuras politicas del Estado national,
con su regimen de derechos, su division de poderes, su»
gobernantes, su mäquina administrativa y sus normas.
No parece, en verdad, el mecanismo de una organiza-
tion internacional de paises soberanos, sino la Consti-
tution de una repüblica federal. Posee la facultad de
obligar sin el consentimiento previo del Estado miem-
bro. En esta forma, el derecho que la rige no es un
derecho de coordination—caracter inherente al derecho
internacional—, sino un derecho de subordination, pro-
pio del orden domestico.
El sistema panamericano se presenta, pues, en su
aspecto externo como una autentica agrupaciön regional.
Cabe ahora preguntarse : £lo es en su esencia intima? .
Tenemos el pleno convencimiento de que la respuesta
debe ser negativa. Porque no concebimos una asociaciön
regional desprovista de ese elemento de autenticidad
que esta en la base de toda construction politica. Ahora
bien, el panamericanismo—pese a la evidente perfection
de su mecanismo institutional—es una forma sin con-
tenido.

108
Desde el punto de vista de sus formulas doctrinarias,
el panamericanismo se encuentra en la misma li'nea ge-
nealögica de ese internacionalismo humanitarista, al
cual ya hemos considerado definitivamente fracasado y
cobre cuya ubicaciön en la historia de las ideas no he-
mos de volver. Arranca del supuesto de una presunta
superioridad del IYuevo Mundo sobre Europa (a la que
da implicitamente por decaida) y proclama un mesianii-
mo continental en virtud del cual todo cuanto se refiera
al continente americano queda exento de contaminacion
y de error. Sobre la base de esa superioridad america-
na, postula una comunidad ideolögica absoluta fundada
en la aceptacion de la idea de libertad, de la forma de-
mocratica de gobierno y del ideario de Jefferson y la
concepcion de los enciclopedistas franceses. Sus esque-
mas ideologicos, insulsos y caducados, no tienen ningün
poder de atracciön sobre los pueblos. No entusiasman
ni enfervorizan porque no son verdaderos. Es inexacto
que los pueblos del Nuevo Mundo hayan adepositado
tu fe en el ideal y en la realidad de la democracia»,
tal como la entiende el panamericanismo. Es inexacto
que el sentido genuino de la solidaridad americana sea
ccconsolidar dentro de este continente un regimen do
libertad individual». Los pueblos americanos podran
querer eso, pero lo quieren con otro alcance y en otro
lenguaje. Saben lo que hay de ficticio en ese vocabula-
rio. Saben que esa ideologfa igualadora y uniforme pres-
cinde de las realidades telüricas, sociales y morales que
los caracterizan y los diferencian.

109
Cuando se usa la expresiön alas Americas» se utiliza
un expediente verbal anglosajön para indicar a todo
el continente, porque, para los norteamericanos, «Ame-
rica» es solo su pais. Pero aunque no aceptamos el sen-
tido de la palabra, concordamos en el hecho que ex-
presa. Hay, efectivamente, dos Americas profundamente
diversas: una, anglosajona, puritana y racionalista; la
otra, catölica, latina y pegada a la tierra. Entre ellas
podra haber—como lo destacamos en el siguiente capi-
tulo—sincero respeto y aun cordialidad. Pero no puede
haber unidad de convivencia. Porque el sistema paname-
ricano finge ignorar esta honda fisura que divide en dos
el continente; porque quiere imponerle creencias a su
ser, no tiene posibilidad de futuro. El panamericanismo
es una entidad sin vida. Solo posee existencia legal.
iQue es entonces lo que mantiene en pie este com-
plejo haz de organismos coordinados y que es lo que
le permite contar con la adhesion exterior de todos los
gobiernos americanos? La explicaciön es de tipo politico.
El sistema panamericano tiene una doble epifama de
su personalidad: por una parte, lo que pretende ser;
por la otra, lo que en realidad es.
Hemos visto ya lo que el sistema panamericano pre-
tende ser. Veamos ahora la cara verdadera de su perso-
nalidad. Si solo nos atenemos a ella, el panamericanismo
es el instrumenta mediante el cual el Gobierno de los
Estados Ünidos conduce la politica de la mayor parte
de los paises americanos en sus relaciones externas al
continente, en un sentido acorde con sus propias nece-
sidades e intereses. La frase puede parecer cruda, pero

110
no es inexacta. Nos bastard recordar dos hechos—por lo
demäs perfectamente notorios—para poner en evidencia
ese caräcter unilateral del sistema panamericano : uno
es que jamäs se han movido los mecanismos de segu-
ridad colectiva o coordination sino en razon de una
actitud individual de los Estados Unidos. Cuando los
Estados Unidos mantenian la neutralidad en la segunda
guerra mundial, la reunion de consulta de Panama pro-
clamo la ^neutralidad mäs estricta. Cuando los Estados
Unidos comenzaron a aproximarse a la guerra, la re-
union de consulta de la Habana declarö la solidaridad
ante la amenaza exterior. Cuando Estados Unidos entro
en la guerra, la reunion de Rio recomendö declarar la
guerra. Cuando los Estados Unidos empezaron a tener
dificultades con Rusia, la conferencia de Bogota senalö
el peligro de la infiltration comunista. Y cuando los Es-
tados Unidos vieron proximo el conflicto, la reunion de
consulta de Washington adoptö las medidas prelimina-
res para la participation de todo el continente. Las acti-
tudes del sistema panamericano han seguido con ejem-
plar fidelidad, hasta en sus mäs complicadas sinuosida-
des, las ondulantes rutas trazadas por el Departamento
de Estado.
Por el contrario, no ha sido posible poner en marcha
el sistema en virtud de un interes primordial ajeno a
Estados Unidos. No ha sido posible requerir un pro-
nunciamiento colectivo en el caso de las Malvinas o de
Beiice. Los Estados afectados han asentado, es verdad,
sus reservas individuales en las actas, pero no han obte-
nido ninguna solidaridad para con sus derechos menos-

111
cabados. La proposiciön de Cuba «obre agresiön econö-
mica fue rechazada en Rio de Janeiro: no interesaba
a los Estados Unidos que se sancionara o , mejor dicbo,
le interesaba que no se sancionara. Los intentos de adop-
tar medidas eficaces sobre materias primas tampoco han
tenido secuela eficaz: solo beneficiaban a los paises no
industrializados. Mientras que se dejaba libre expansion
a los precios de los productos manufacturados, se con-
venia intemacionalmente la fijaciön de precios mäximos
para el trigo y otros productos esenciales. El sistema
panamericano no se did por enterado de esta arbitra-
riedad.
Y el segundo hecho es que el tecnicismo que mueve
al sistema facilita el pleno dominio de los Estados Uni-
dos en cualquier asamblea de la organization. Los votoB
—en virtud de una presunta igualdad politica—se cuentan
individualmente por cabezas. Ahora bien : un grupo con-
siderable de paises se encuentra materialmente inhabili-
tado para expresar con plena autonomia su opinion. Do
donde surge que Estados Unidos cuenta siempre—aparte
de su voto—con una cantidad sustancial de sufragios que
respaldan automäticamente sus propuestas. Y como
—desde 1947—la mayoria de dos tercios puede imponer-
se a una minoria recalcitrante, los pocos paises que
conservan, por razön de lejania geografica u otras cau-
cas, algün poder de autodeterminacion, tienen la obli-
gaciön legal de someterse a lo resuelto por una mayoria
ficticia que en la realidad de los hechos equivale a la
voluntad omnipresente del mäs poderoso de los Estados
asociados.

112
Nos apresuramos a aclarar que este predominio fac*
tico (palpable por todos cuantos ban actuado de cerca
en la organization) no supone menoscabo para ningun
pais hispanoamericano. £1 desnivel de potencialidad ma-
terial entre los Estados Unidos y la gran mayorfa de
aquellos es tan pronunciado que nadie podria formular
välidamente reproches por el acatamiento forzado a
ineluctables circunstancias de hecho. Y ademäs, no siem-
pre los pueblos hispanoamericanos son cabalmente in-
terpretados por sus gobernantes en esta materia. Facto-
res que no son del caso detallar gravitan muchas veces
para que las autoridades tengan complacencias politicas
que en su fuero xntimo los pueblos repudian. En la
mesa del edificio panamericano de Washington podran
registrarse mayorias aplastantes. Muy distintos serian los
resultados si se computara el sentimiento de los terrico-
las esparcidos entre la meseta del Anahuac y las islas
australes del archipielago fueguino.

3. No podria cerrarse este capitulo sin mentar la


actitud argentina frente al panamericanismo. Puesto que
se destaca con perfiles propios, merece una referencia
especial.
Por sus vinculaciones especiales con Europa y por
advertir instintivamente su peligro potencial, la Argen-
tina nunca puso entusiasmo en el movimiento paname-
ricano.
Cumplimos sus ritos como obligaciones de cortesia,
pero desde un comienzo nos opusimos a su avance. Ya
en 1889 nuestros delegados, Manuel Quintana y Roque

s 113
Saenz Pena, ante las desenvolturas <3e Blaine, xnostraron
aquella dignidad criolla tan parecida, y sin embargo
tan diferente, a la soberbia y el desplante. Cuando sur-
gio el intento de dar al panamericanismo caräcter poli-
tico, la Argentina se resistio con tenaz perseverancia a
la extension de poderes en beneficio del sistema. En
Buenos Aires, en Lima, en la Habana, en R i o de Ja-
neiro j en Washington tuvo la honrosa mision de asnmir
—a veces sola—la representation implicita de los senti-
mientos reprimidos de los pueblos de Hispanoamerica.
En la segunda guerra mundial la lucha fue mas ardua,
pnes se complico con la deiensa de la neutralidad, de la
que se no> queria violentamente arrancar. Terminada
la guerra, el conflicto adquirio el caräcter de una intro-
mision en nuestra politica interior. La diversidad de
regimenes internos ha variado fundamentalmente—salvo
pasajeras claudicaciones—nuestra linea de conducta in-
ternational. La tesis fundamental argentina ha consistido
en la salvaguardia del derecho a la disidencia, derecho
esencial en la vida de relation international. Todo pro-
yecto que haya tendido a sofocar ese derecho ha encon-
trado casi siempre la oposiciön de nuestro pais. Es ver-
dad que formamos oficialmente parte del sistema pan-
americano. Pero hay conciencia hecha de que en esta
participation hay mucho de convencional. Todavia no
hace mucho que la delegation argentina a la IV Reunion
de Consulta dejaba constancia escrita de que el envio
de fuerzas armadas por cuenta de la organization inter-
americana quedaria supeditado a la voluntad libremente

114
expresada de nueströ pueblo. Y cuando, en la Conleren-
cia de Petröpolis, impusimos el derecho a la eecesion
abrimos la puerta para la retirada definitiva.

100
VII

UN TEMA CRUCIAL DEL PANAMERI-


CANISMO: LAS RELACIONES ARGENTI-
NO-NORTEAMERICANAS

1 . A N T E C E D E N T E S D E LA CUESTIÖN. 2 . E L P R O -
BLEMA POLITICO. 3 . E L PROBLEMA ECONÖMICO.
4. LA APROXIMACIÖN ESPIRITUAL. 5. CON-
CLUSIONES.
1. El tema de las relaciones entre la Republics Ar-
gentina y los Estados Unidos de Norteamerica encierra
el problema mäs arduo y espinoso de toda Ia politica
internacional americana. Desde hace quince anos viene
agitandose en las Cancillerias, en las conferencias di-
plomäticas, en la prensa y en la opinion. Ninguno coma
este ha lanzado a la circulation mäs papel impreso,
provocado mäs polemicas, promovido mäs agitacionet
colectivas, amenazado con degenerar en actos de vio-
lencia. En momentos en que la calma parecia, por fin,
restablecida, la agitation volvi'a, sin saberse cömo, a
reanudarse. Ahora, en un momento de tranquilidad y
con perspectivas serias de una restauraciön permanente
de la buena armom'a, parece oportuno hacer balance
general para indagar las condiciones y requisitos me-
diante los cuales esa armonia no sea, una vez mäs, el
intervalo entre dos tormentas, sino el estado natural y
permanente de nuestras relaciones. No creemos que esta
tarea sea del todo inütil. Aunque las vinculaciones di-
plomäticas esten influidas, como ninguna otra forma
de trato humano, por las exigencias del momento, ello
no significa que deban quedar libradas al azar de las

119
circunstancias. Cuando se quiere de verdad que dos pai-
ses marchen de acuerdo, es necesario fijar muy riguro-
samente las lineas generales de ese acuerdo. Claro esta
que no se trata de regular hasta la minucia la casuistica
de la relation. Se trata de fijar principios rectores, ba-
ses amplias que los dos pafses esten dispuestos a acatar.
No consiste necesariamente esta fijacion en la celebra-
tion de tratados u otra clase de convenios escritos. Tales
instrumentos regulan asuntos mäs o menos amplios, pero
siempre concretos y definidos. Aqui es cuestion de abar-
car el complejo total de una convivencia y, por tanto,
de ponerse de acuerdo en reglas de juego no traducibles
al papel escrito. Es cuestion de fijar los valores enten-
didos que son el requisito previo de todo compromiso
formal. Cuando faltan esos «valores entendidos» so-
brevienen infaliblemente los «equivocos». Y eso es,
precisamente, lo que ha ocurrido entre la Repüblica
Argentina y la Union Norteamericana. Muchas de las
dificultades que vamos ahora a revisar surgen de equi-
vocos determinados por la carencia de esa comun tabla
de valores. No llevamos el optimismo a creer que ese
acuerdo en los supuestos liquidarä, como por arte de
magia, todos los problemas existentes. Seguiremos, tal
vez, disintiendo. Pero si hemos de discrepar, hagämos-
lo, por lo menos, en el mismo lenguaje.
Esta diclio con esto que nuestro intento tiene signo
positivo y cordial intention. No queremos arrimar lena
a ninguna hoguera. Posiblemente, la revision, que de-
seamos objetiva, de los datos del problema nos llevarä
a formular juicios que puedan ser interpretados como

120
asperas criticas. Pero en este, como eil otros casos, no
entendemos la critica sino en funcion de la posibilidad
constructiva que nos ofrece. Destruir por destruir estä
fuera de nuestro programa de accion. De ahi que haya-
mos encarado este trabajo con un espiritu de franca
simpatfa al tema y al pais que Io snscita. Como prueba
de nuestra amistosa disposicion queremos desde ya an-
ticipar nuestra principal conclusion diciendo que el en-
tendimiento con los Estados Unidos nos parece una meta
necesaria y deseable de la politica exterior argentina.
No nos parece, en cambio, una meta fäcil. Las palabras
que siguen son nuestra contribucion para alcanzarla.
Deseamos que no sea la ultima en este y en el otro extre-
mo del continente americano.
Hasta liace relativamente poco tiempo, las relaciones
entre la Argentina y los Estados Unidos apenas excedfan
del normal mantenimiento de misiones diplomäticas. La
distancia, la escasez de comunicaciones, la ausencia de
corrientes comerciales, la sustancial diversidad de las
respectivas idiosincrasias, la falta de repercusiön de los
problemas mundiales en la politica mundial, eliminaron
las posibilidades präcticas de vinculaciön y de roce.
En los hechos preteritos que dieron lugar a actuaciones
comunes, los dos paises no actuaron como partes adver-
gas: tales el asunto de Venezuela, que generö la doc-
trina Drago, y la mediacion argentina en el pleito me-
jicanos. Las Conferencias panamericanas hasta 1936 no
tuvieron caracter politico y no proporcionaban ocasiön
para divergencias de fondo. Mientras que la Argentina

121
miraba preferentemente a Europa, lot Estados Unidos
no estaban dispuestoa a abandonar la politica de esplen-
dido aislamiento que Washington dejara en herencia al
pueblo norteamericano.
La situation variö fundamentalmente con lot prole-
gomenos de la segunda guerra mundial. Convencido de
la ineficacia de la big stick policy y de la dollar
diplomacy, el presidente Roosevelt dio al problema do
las relaciones interhemisfericas una importancia de pri-
mer piano y a la vez (como ya hemos visto) inaugurd
nuevas täcticas. La Conferencia reunida en Buenos Aires
en 1936 marca un jalon decisivo en la historia de la
diplomacia americana, porque en ella el panamerica-
nismo cambiö de objetivos y porque en sus sesiones co-
menzo a incubarse la discordia entre la Argentina y lot
Estados Unidos.
El conflicto provocado por el estallido de la segunda
guerra mundial—del cual no podemos hacer aqui ni
tiquiera una somera resena—se planteo sobre dos fren-
tes. Por una parte, la Argentina se opuso sistematica-
mente a la aspiracidn norteamericana de transformar el
panamericanismo en un mecaniamo de alianzaa automä-
ticas. En la mencionada conferencia de Buenos Aires j
en las ulteriores reuniones de Lima, la Habana y Rio
de Janeiro, las delegaciones argentinaa chocaron—a vo-
ces duramente—con los representantes de otrot pafses
en su proposito de reducir el compromiso de ayuda re-
cfproca. Por otra parte, los Estados Unidos promovie-
ron una accion muy energica para enrolar a nuestro
pais en la guerra. Los sucesivos gobiernos argentinot

122
resistieron con no menos teson durante la casi totalidad
del conflicto, al punto que solamente en sus postrime-
ri'as la Argentina—sometida a un bloqueo diplomatico
sin precedentes—declino su actitud. Hasta enero de 1944
no quedaron rotas las relaciones con la potencias del
Eje. Hasta marzo de 1945—un mes antes de concluidas
las hostilidades en Europa—no se produjo la declara-
tion formal de guerra.
La defensa de su neutralidad en la guerra pasada es
una de las päginas mas honrosas de la historia argentina.
La propaganda de ese momento—mentirosa como suele
ser la propaganda—se empeno en atribuir moviles sub-
alternos y hasta viles a esa actitud de nuestro pais.
Pero el tiempo ha demostrado que nuestra politica fue
la que mejor convenia al interes nacional y la unica
capaz de reforzar nuestro prestigio. Pasada ya la vio-
lencia de las pasiones desatadas por la guerra, creemos
que ninguna mente veraz se negarä a admitirlo, ni si-
quiera en el pais que mäs se esforzö por cambiar nues-
tra conducta.
Logrado, tras duros esfuerzos, el «alineamiento» de la
Argentina, parecia que no quedaria ningun rastro de la
pasada lucha. La firma puesta en las actas de Chapulte-
pec, la participation en la Conferencia de San Francis-
co, el envfo a Buenos Aires de la mision Avra Warren
eran indicios de que, doblegada la resistencia argentina,
las cosas volverian a su cauce. Pero contra todo lo que
podia suponerse, la pugna se agravo en un grado sin
precedentes a fines de 1945. El senor Spruille Braden
habia hecho su apariciön en escena.

123
No nos interesa aqui el episodio Braden desde el pan-
to de vista de nuestra politica interna. Doctores tiene
la Iglesia para ocuparse de la cuestion. Nos interesa, en
cambio, como un lieclio de trascendental importancia
dentro del tema de las relaciones argentino-norteameri-
canas. Mientras que los acontecimientos producidos antes
de la llegada del senor Braden a Buenos Aires se vincu-
laron con nuestra conducta international, la action del
famoso personaje se oriento a gravitar sobre nuestra
politica interna, en nombre del pais al que representa-
ba. Punto culminante—y a la vez punto final—del epi-
sodio Braden fue la publication del llamado «libro azul».
Este documento oficial del Departamento de Estado qui-
so ser el acta de acusacion de la politica argentina y de
sus principales autores, una especie de «Nuremberg
seco» de nuestra neutralidad. Pero la oration se les
volvio por pasiva a los autores de la idea. El tono, las
afirmaciones, ha-ta la fecha del documento, determina-
ron la final r1 jrrota y el definitivo descredito de la po-
litica intervencionista.
El incidente provocado por la segunda guerra mun-
dial tuvo consecuencias que han seguido obrando hasta
hoy en las relaciones de los dos pai'ses. Con pasajeros
altibajos, el desencuentro ha seguido desde entonces.
En buena parte ese desencuentro obedecio a una dispa-
ridad ocasional con el regimen politico imperante en la
Argentina. En algun grado respondio a la conviction de
que la Argentina sigue en actitud reticente en su adhe-
sion a la causa defendida por Estados Unidos y que
reedita frente a Rusia su antigua actitud respecto de los

124
fascismos. Y , sobre todo, subsiste por inercia la idea
de un antagonismo entre los dos paxses porque nadie se
ha preocupado en reconstituir la armonia despues de la
pasada lucha. Hoy, despues de encuentros y de pala-
bras cordiales, la calma ha vuelto a reinar. Deseamos
que esta vez no vuelva a interrumpirse.

2. La gran acusacion lanzada desde los Estados Uni-


dos contra la Argentina durante la segunda guerra mun-
dial consistiö en que el pais se mantuvo al margen de
la defensa comün ante los graves peligros que amena-
zaban al continente y no manifesto la solidaridad que su
posicion geogräfica y sus fraternales vinculos le recla-
maban. Es un hecho indiscutible que, en aquellas cir-
cunstancias, la Argentina no acepto avalar incondicio-
nalmente la actitud de los Estados Unidos ante lo que
ocurria en el resto del mundo. Recordaremos, por otra
parte, que esa poh'tica no fue de modo alguno persis-
tente ni uniforme. AI comenzar el conflicto armado, el
Gobierno norteamericano se atuvo a una rigurosa neu-
tralidad. Esta linea de conducta no solamente cristalizo
en normas internas, como la «Neutrality Act» de 1939,
sino que fue transportada al piano panamericano a tra-
ves de las resoluciones tomadas en la I I Reunion de
Consulta de Cancilleres, reunida en el mismo ano en
la ciudad de Panama. Pöco a poco, la actitud neutralista
de los Estados Unidos fue evolucionando y siendo sus-
tituida por un acentuado apetito de beligerancia, de tal
suerte que, al producirse el ataque a Pearl Harbour,
Norteamerica ya se encontraba econömica y psicolögica-

125
mente en guerra con las potencias del pacto tripartito.
Los demas pafses americanos tuvieron que caminar a la
zaga de ese proceso en cuyo desarrollo no habian tenido
ningnna participation. Y cuando entraron en la guerra
lo hicieron en virtud de acontecimientos que ni habian
pro mo vi do ni acaso deseado.
Una situation parecida se presenta en la actualidad.
La position de los Estados Unidos en el escenario de la
weltpolitik los enfrenta desde 1947 con la Rusia sovie-
tica. ^Cuäl debe ser nuestro papel en este gigantesco
duelo? ^Hemos de ser sujetos activos o pasivos de los
acontecimientos que se preparan?
Permitasenos, ante todo, un sinceramiento neto sobre
el fondo de la cuestidn. En la option que se nos pre-
senta entre las dos grandes fuerzas en conflicto no es
posible dudar un instante sobre el camino que debe se-
guirse. En la guerra pasada habia motives poderosos
para mantener la neutralidad. En la eventualidad de un
tercer conflicto, to da actitud neutralista serio criminal
y suicida.
Cualesquiera que sean las reservas que nos merez-
can los Estados Unidos como potencia rectora de la
politica mundial, cualesquiera las objeciones que levan-
te su actuacion continental, en el supuesto de una ter-
cera guerra mundial, tendran a su cargo la responsabili-
dad de defender los valores fundamentales de nuestra
civilization. Que junto a esos valores defiendan cosas
menos estimables—ideologfaa anacronicas, sistemas eco-
nomicos defectuosos—no afecta a la escueta realidad de
esta comprobacion. Esa adhesion debe ser franca, ple-

226
na, ein retaceos. No debe tampoco limitarse a la hipo-
tesie de la lucha armada, aino tambien a todas las fasea
de la llamada «guerra fria». Ninguna actitud debe ser
equivoca a este respecto. Es necesario que las dos par-
tes en lucha eepan claramente a que atenerse. Si no
hubiera otras mil razones para apoyar esta conducta,
bastaria la palabra orientadora de la Iglesia, que ya ha
definido tajantemente la cuestiön.
Ahora b i e n : ei la division del rnxmdo en dos campos
y la gravedad que reviste para el occidente cristiano la
lucha contra el comunismo confieren a los Estados Uni-
dos el derecho de reclamar la colaboraciön moral y
material en la defensa comün, tambien les impone obli-
gaciones de las cuales no estamos seguros que hayan
tornado plena conciencia. En la actualidad, la politica
norteamericana frente al bloque oriental es conducida
por lo» Estados Unidos con la influyente colaboraciön y
consejo de varios paises europeos y del Commonwealth
britänico. Pero, en cambio, no se ha dado participa-
ciön, ni aiquiera por vfa informativa, de las vicisitudea
de esa politica a loa pafses americanoa. Estos se ven asi
llevados a posiciones que escapan a su conocimiento. No
es posible que a una naciön como la Repüblica Argen-
tina (para no referirnos mag que a un pais) se le exija
endosar sin noticia previa, a libro cerrado, la politica
de los Estados Unidos en la örbita mundial. Es necesa-
rio que, del mismo modo que ocurre con los paises del
Atläntico Norte, Be mantenga informados mediante con-
ferencias periodicas u otros medios a los pafses de Ame-
rica hispänica sobre las lineas esenciales de esa politica.

127
Ta hemos dicho que frente al comunismo ruso no puede
haber sino una lfnea de defensa. Pero si bien el mayor
peso de esa defensa corresponde al pais mas poderoso
del bloque occidental, la coparticipacion en la action
comün exige que Hispanoamerica sea tratada como me-
rece el decisivo aporte que de ella se reclama. No es
posible que se nos omita y se nos ignore en el frente
diplomatico, y luego, cuando llegue el momento de en-
tregar sangre, dinero y riquezas, se lancen invocaciones
a la «solidaridad continental».
La politica norteamericana en Hispanoamerica tiende
—pese a cualquier manifestation oficial u oficiosa en
sentido contrario—a mantener vivas las divisiones terri-
toriales que un particularismo absurdo provoco en el
momento de la emancipation. No solamente se ha opueB-
to esta politica a todo intento de conglomeration estatal
y a la refundicion de varias naciones hispanoamericanas
en una sola, sino que tambien ha obstaculizado las en-
tentes locales de finalidades mäs modestas, tales como
las uniones aduaneras y la integration de las economise
complementarias. Los veinte paises de America hispana,
geogräficamente aislados, separados entre si por vallas
geogräficas de dificil franqueo, podrian, sin embargo,
reunirse alrededor de cuatro o cinco grandes zonas de
influencia: la cuenca del Plata, la hoya del Caribe, la
Gran Colombia, la meseta del Anahuac. Un atizamiento
(acaso involuntario) de anacrönicos recelos ha malogra-
do hasta ahora todo esfuerzo serio de aproximatiön
entre los componentes de dichas zonas. La Conferencia
regional del Plata, reunida en 1940 en la ciudad de

128
Montevideo, no twro tecuela porqae ee insinnö (la pn-
blicidad internacional recogiö profusamente la especie)
que la Argentina abrigaba cintencioneg imperialista«»
respecto de log demas pai'ses de la cnenca. Conoeemos
demasiado la causa del fracaso de nuestro primer trata-
do comercial con Chile. Esta historia podria—mutatis
mutandis—reproducirse en todas las demas regiones del
mundo hispanoamericano. La efectiva realization de una
politica de entendimiento requiere que los Estados Uni-
dos se abstengan de introducir cunas—directamente ö
por la interpösita persona de gus agencias de publici-
dad—entre los paises hispanoamericanos llamados por
la geograffa a un destino comün. Esta aspiration nos
parece tanto mas razonable cuanto que la diplomacia
norteamericana no cesa de promover y de alentar por
todos los mediot la formation de unidades regionale»
en Europa. £Por que ha de ser inconvenient« en ©1
Plata lo que parece sensato en el Hin?
Durante la guerra pasada se presento por primera
vez el problema de la ayuda militar a los paftes ame-
ricanos. Esta ayuda, destinada oficialmente a repeler
nna posible agresiön de potencias extracontinentales, no
fue prestada de modo organico, sino esporädicamente y
en forma individual. Iniciada la guerra fria con Rusia
y fir ma da en 1950 la declaration de Wathington, comen-
zö una nueva etapa de la ayuda militar bajo el regimen,
esta vez coordinado y sistemätico, de los llamados «pac-
tos bilaterales de ayuda reciprocal.
Estos pactos, que los Estados Unidos han snscripto con
casi la mitad de los gobiernos hispanoamericanos, res-

9 129
ponden a nn modelo standard. Preven la posibilidad de
una colaboracion recfproca en la provision de arms-
mentos y materias primas de importancia estrategica y
establecen una serie de garantias para los otorgantes v
de deberes para los prestatarios de la mencionada ayu-
da. No corresponde aqui un examen exhaustivo de estos
instrumentos; nos limitaremos a considerarlos en el
marco de la seguridad colectiva establecida en los acuer-
dos interamericanos y como elementos capaces de modi-
ficar el equilibrio entre los paises de Hispanoamerica.
Los pactos bilaterales vulneran el sistema de la segu-
ridad colectiva. En efecto, la Organization de los Esta-
dos Americanos esta asentada en la idea de la e l a b o r a -
tion multilateral. El principio afirmado en la Habana
y reiterado en los tratados ulteriores, segun el cual la
agresiön contra un pais americano debe ser considerada
como una agresion dirigida contra todos, sup one la ayu-
da unänime y concertada de todos los contratantes. El
modus operandi de esta ayuda se encuentra taxativa-
mente estipulado en el tratado de Rio y en los pactos
de Bogota. Para ello se establece una coordination mi-
litar a cargo de la Junta Interamericana de Defensa y
de otros organismos tecnicos. La celebration de acuer-
dos parciales a su margen viola el espiritu del sistema
interamericano, cuya mäs senalada caracteristica en esta
materia es la de rechazar la formation de alianzas par-
ciales entre sus miembros.
Los pactos bilaterales, ademäs y sobre todo, tienden
a romper el equilibrio y a sembrar suspicacias entre los
paises de Hispanoamerica. La enorme disparidad de

130
annamentos entre los Estados Unidos y las demas repii-
blicas del continente confiere al primero de estos pafses
la posibilidad de regular a voluntad y sin consideration
de las necesidades estrategicas la distribution de fuer-
zas en determinadas zonas, alterando con ello traditio-
nales equilibrios de poder. Y aunque felizmente no exis-
tan entre los pafses hispanoamericanos perspectivas cer-
canas de conflicto y las rivalidades en su casi totalidad
al pasado, la existencia de Estados «favorecidos» por
dotaciones muy superiores a sus necesidades propias
puede despertar apetitos latentes o promover la muy
humana tentacion de usar esas dotaciones en el logro
de objetivos que no sean precisamente los de la de-
fensa continental. Si los Estados Unidos consideran
necesario facilitar la protection contra eventuales ata-
ques dirigidos desde fuera, deberia organizar la ayuda
militar en el marco del sistema por ellos creado y otor-
garla a traves del mecanismo colectivo segun las ne-
cesidades que la Junta Interamericana de Defensa, con
audiencia y conocimiento de todos los paises america-
nos, juzgara oportuno satisfacer.
Una de las acusaciones cläsicas de la temätica ccanti-
yanqui» ha sido la del imperialismo intervencionista.
Esa temätica se apoyö en el pasado en hechos innega-
bles, algunos de los cuales hemos mencionado mäs arri-
ba. Seria injusto negar que la politica norteamericana
ha evolucionado profundamente desde la epoca de las
expediciones armadas, y aun desde los dias mäs cerca-
nos de la segunda guerra mundial. Pero no hay duda de
que los Estados Unidos llevan en si una dialectica in-

131
terrencionista que no solamente emana de ra poderio
naturalmente expansivo, sino tambien de nna modalidad
muy peculiar del caräcter anglosajon. Son lo» angio-
ma jonec pueblos de arraigado sentido etico y domina-
dos, ademas, por nna mentalidad con afanes de reden-
cion universal, de una mentalidad «salvacionista». Por
ello, estos pueblos, embebidos del mesianismo del Anti-
guo Testamento, llegan fäcilmente a persuadirse de que
todos los demas paises de la tierra que no pertenezcan
a in raza son incapaces de ajnstarse a lo que ellos
Hainan high standards of morals, elevados canones de
moral. La misiön de los Estados Unidos consistirxa, para
esta mentalidad, en imponer en el mundo entero un
nivel etico conforme al propio ideal de vida. Este papel
de «rgran institutriz del mimdo», como alguien lo cali-
ficara irönicamente, se ha ejercido en el pasado y no
deja de ejercerse en el presente. We shall teach them
to behave themselves (les ensenaremos a portarse bien),
deci'a de los hispanoamericanos el presidente Teodoro
Roosevelt. Cuando los Estados Unidos actüan politica-
mente lo hacen (y no podrian obrar de otro modo) en
nombre de un principio etico. Esta actitud moral, signo
como es de una calidad positiva, tiene un grave incon-
•eniente: promueve la constante exigencia de poner
orden en la casa aJena. Si los Estados Unidos han de
tener mando mundial, sera bueno que adviertan la in-
conveniencia de tomar a su cargo esa policfa de las
buenas maneras. Por nuestra parte, no podemos permi-
tir que los Estados Unidos tomen injerencia directa o
indirecta en nuestros asuntos internos, aun en el supue«-

132
to de que esos asuntos estuvieran tui poco enrevesados.
Nuestra forma de gobierno, el quantum de libertade»
indivi duales de que gocemos, la buena o mala calidad
de nuestros gobiernos son cuestiones que nos conciernen
exclusivamente. Y como estamos a qui hablando de las
relaciones entre los «paises» y no solamente entre los
poderes politicos, sostenemos que en esta actitud pres-
cindente en las cuestiones internas no debe ser solamen-
te observada por el Estado, sino tambien por todoa lot
demä« organos expresivos de la comunidad.

3. El comercio de la Argentina con los Estados Uni-


dos no fue en el pasado proximo de gran importancia
dentro del volumen general de nuestro intercambio. T o -
davia en 1938, apenas el 12 % de nuestras exportacionei
iban a Estados Unidos y el 16 % de nuestras importa-
ciones traian esa procedencia. Nuestro saldo desfavora-
ble en dolares era pagado con nuestro saldo favorable
en librae y las cosas marchaban normalmente. Pero al
decretar en el ano 1949 el Gobierno britänico la in-
convertibilidad de la esterlina, la Argentina ya no pudo
llenar el hueco de su balanza comercial y se iniciö una
crisis de sus relaciones comerciales con los Estados Uni-
do» que todavia no ha sido superada.
Sin embargo, el corte de uno de los lados del triän-
gulo comercial Argentina-Estados Unidos-Gran Bretana
no ha sido la ünica causa de esa crisis. A ella debe
agregarse el cierre casi total del mercado norteamerica-
no a ciertos productos que formaban el grueso de nues-
tras exportaciones de preguerra. El lino, la fruta y log

133
productos läcteos, que formaban mäs de la mitad de los
envioa argentinos, ban quedado virtualmente eliminados
de la exportation. Ha disminuido el volumen de los
cueros y el tanino. Solo la lana ha Iogrado ampliar el
mercado, aunque estä sujeta a la notoria amenaza de
an impuesto aduanero casi prohibitivo. Por nuestra par-
te—y ante la muy loable actitud de no recurrir al cre-
dito—hemos debido limitar las importaciones al nivel
de las exportaciones y privarnos de articulos que son
en algunos casos (como los equipos mecanicos, los com-
bustibles y los productos medicinales) de primera urgen-
cia. Por su parte, los exportadores norteamericanos han
tenido que sacrificar provechosos mercados por falta de
capacidad adquisitiva en sus antiguos compradores. Na-
die parece beneficiarse de la situation. Nos preguntamos
entonces: £cuäl es la razon de que subsista?
Advirtamos ante todo que durante los mismos anos
en que, por inspiracion del senor Miranda, se siguiö una
politica olvidadiza de los intereses agropecuarios, los
Estados Unidos se dedicaron energicamente a fomentar
la produccidn rural. Crearon de la nada la production
de lino, aumentaron la de productos de lecheria y casei-
na, incrementaron en un tercio la existencia de ganado
vacuno, y asi sucesivamente. En tales condiciones, las
medidas proteccionistas de un pais tradicionalmente
proteccionista debian venir como por anadidura. Pero
debemos anadir que esta politica de retraccion en el
mercado argentino fue tambien, despues de la euforia
compradora de la ultima guerra, aplicada a la mayoria
de los paises hispanoamericanos. Agreguemos, asimis-

134
mo, que la retirada de los compradores norteamericanos
de los mercados de Hispanoamerica no ha obedecido ex-
clusivamente a la necesidad de proteger industrias pro-
pias. Muchas veces la ha determinado la voluntad de
crear mercados de aprovisionamiento en otras partes del
mundo. Para hacerse de cobre, Estados Unidos fomenta
la production del continente africano; para el estano,
mira a la Malasia; para los productos agricolas que no
produce ella misma, al Canada; para el tanino, a
Sudäfrica. Es obvio que la solidaridad americana fun-
ciona muy imperfectamente en el orden econömico.
A esto debe sumarse el hecho de que el valor de las
materias primas con relation al de los productos de
la industria ha sufrido una merma considerable en los
ultimos anos. De ahi que los paises productores de es-
tas materias (como Io son en su casi totalidad Ios paises
de Hispanoamerica) se hayan depauperado hasta un
punto critico con respecto a los paises industriales. Se-
gün cälculos de expertos, la Argentina ha perdido mas
de cuatro mil millones de dölares en los ultimos veinte
anos por la devaluation relativa de sus productos de
exportation con respecto a los que estä obligada a im-
portar. Este no es—desde luego—un reproche que deba
ser formulado con exclusividad a los Estados Unidos.
Pero lo mencionamos porque es otra de las causas que
paralizan nuestro comercio y frenan la corriente del
intercambio.
En opinion de algunos, el desinteres norteamericano
por promover la prosperidad economica de Hispano-
america y la flagrante contradiction entre esta politica

135
j la que *e eigue en Europa occidental radicaria en la
aprension que loa Estados Unidos sentirian ante una
Qispanoamerica rica, que seria, a la vez, una Hispano-
america fuerte. Otros piensan que la insignificancia re-
lativa del mercado hispanoamericano (el 1 por 100 del
mercado intemo), quita interes a la colocacion de loa
excedentes. Respecto de la primera interpretaciön, su-
ponemos que los Estados Unidos no habrän de ver en
los paises hispanoamericanos, por ricoa y prosperos que
llegaran a ser, un peligro potencial para su poderio.
Respecto de la segunda, creemos que constituye un
circulo vicioso, pues si la capacidad de absorciön del
mercado hispanoamericano es tan infima, ello resulta
precisamente de la falta de aliento para promover su
capacidad adquisitiva. Si los norteamericanos fomen-
taran la posibilidad de que los 150 millones de hispa-
noamericanoa tuvieran siquiera la mitad del poder ad-
quisitivo de los 150 millones de anglosajones, ese mer-
cado, hoy insignificante, podria absorber hasta la mitad
de su producciön, con el consiguiente beneficio para siu
empresas.

Sea cual fuere la interpretaciön correcta, el hecho


es que resulta imperativo salir del impasse. Y , para
ello, no podemos contar con la eficacia de las negocia-
ciones individuales y directas. Si el mundo hispano-
americano quiere hacer oir su voz en el orden econö-
mico, tiene que unirse en el piano politico. Cuäles ha-
yan de ser las bases legales de esa union, lo veremos
en los pröximos capitulos.

136
4. La mise au point de las relaciones entre la Ar-
gentina y Jos Estados Unidos n o podria completarse sin
mencionar la neceaidad de una inteligencia que tras-
cienda el campo politico. Digamos que en sua ancnen-
tros con los norteamericanos, los argentinos han ejer-
citado poco esa virtud de la comprension a la que Key-
serling consideraba la mäs importante de nuestra epoca.
Tal vez la inversa sea igualmente verdadera, pero ahora
estamos hablando de nosotros mismos. No podemos si-
tuarnos frente a los Estados Unidos como ante un ente
abstracto, carente de realidad, senuelo de topicos. Si
la position geogräfica y las relaciones de poder no*
importan fatalmente la convivencia con un pueblo, to-
nemos que aprender a conocerlo y que tratar de com-
prenderlo. Esa comprension debe ser cordial aim en
la perception de sus defectos. Los Estados Unidos, cua-
lesquiera sean sus fallas, son un gran pueblo. Y no lo
son solamente por su extension y por su poder; l o son
por sus grandes calidades humanas. Es casi un deber
que admiremos sus excepcionales reservas de energia
vital, la espontanea frescura de su caräcter nacional, au
iinceridad ingenua, su admirable aptitud para fabricar-
se una forma de vida armoniosa y feliz. Debemoa r&-
cbazar por tonto y malevolo el esquema de un pais fa-
talmente materializado, afanado por la conquista exclu-
siva de dinero y de goces, ignorante y torpe. En ese
enorme mundo que forman por si solos, ;como no per-
cibir los ecos de un gran canto a la vida! ;Como no
conmoverse ante el espectaculo de tanta pujanza unida
a tanta liana sencillez! Solo el resentimiento so vuelve

137
ciego ante la vision de la felicidad y de la grandeza
ajenas. Tenemos demasiado los argentinos para adoptar
frente a Norteamerica, o frente a nadie, actitudes de
resentidos. Es demasiado grande nnestro propio destino
para que nos envenene el alma la contemplation de
una gran empresa hum ana. Nuestra actitud primordial
ante los Estados Unidos debe ser abierta, como ha sido
siempre abierto nuestro mejor estilo national.
Ne quid nimis: de nada demasiado. Si proclamamos
la urgencia del entendimiento espiritual, si saludamos
con alegria todo intento de comprension afectiva, te-
nemos, en cambio, que guardarnos de una forma de
impregnation que nos parece peligrosa y que ha veni-
do acentuändose progresivamente en los ültimos tiem-
pos. Da la coincidencia de que, en la medida en que se
acentuaba en nuestro pais el sentimiento de descon-
fianza politica ante la actitud internacional de los Es-
tados Unidos, nos veiamos cada dia mäs influidos por el
espiritu de plagio a ciertas formas de vida norteameri-
cana que son, justamente, las menos dignas de imitarse.
Hace treinta anos no habia en la Argentina ningun
sentimiento antiyanqui. Pero el pais vivia sobre mo-
dulos originariamente europeos, vivamente incorpora-
dos a nuestra idiosincrasia nacional. Hoy nos rebelamos
violentamente ante la sola mention de un atropello ';
a nuestra soberania. Pero nos quedamos tan tranquilos
ante la mucho mäs grave sustitucion de nuestros usos
tradicionales por otros usos de inequivoco origen nor-
teamericano. Hemos dicho recien que todo entendimien-
to debe arrancar de la comprension cordial. Pero esta t

138
comprensiön no supone el trasvasamiento en masa de
vigencias sociales extranas. La despreocupaciön por la
politica, la mecanizaciön de la vida cotidiana, el uni-
versal predominio de la propaganda, el desden del va-
ron por las preocupaciones culturales, el fin de la fa-
milia como gens y su reduction al ämbito de los padres
y los hijos, manifiestan la creciente norteamericaniza-
cion de nuestro medio social. La sustituciön integral de
nuestras caracteristicas nacionales (que nada tiene que
ver con una saludable porosidad a las influencias inte-
gradoras del caracter propio), representa una grave
amenaza para la conservation incolume de nuestros mas
autenticos rasgos nacionales. Y , por curiosa paradoja,
son los sectores mas susceptibles a las interlerencias po-
liticas de los Estados Unidos. los que menos han reac-
cionado {rente a esta paulatina deformation de nuestro
caracter.

5. Corresponde, para terminar, dejar sentadas al-


gunas conclusiones que sintetizan los puntos tratados en
el precedente anälisis. Habrä de excusarse el tono afo-
ristico que les hemos impreso en homenaje a la claridad
y para que no queden dispersas en el farrago de nues-
tras un tanto genericas reflexiones. Son ellas las si-
guientes:
Juzgamos que un entedimiento cordial y permanente
entre la Argentina y los Estados Unidos no es sölamente
posible, sino tambien indispensable. Este entendimiento
debe fundarse en la mutua admisiön de ciertos princi-

139
pioi bäsicos que rijan el complejo total de mu rela-
ciones.
En su actual estructnra, el Hamado sistema intea-amo
ricano, lejos de favorecer, entorpece la bueoa armo-
nia entre los dos grandes grupos etnicoa que habitan el
Continente. Tal entorpecimiento esta principalmeafce
determinado por la desigualdad de hecho quo—traa la
apariencia de igualdad juridica—crea en favor de loa
Estados Unidos. La reforma integral del panamerica.-
nismo es, por tanto, nno de los supuestos bäsicos del eo-
tendimiento que propugnamos.
Loa Estados Unidos no deben estorbar directa o indi-
rectamente la constitution, en ei ämbito de Hiapano-
america, de subgrupos regionales que so bases eat ra-
zone« histöricas, en la vecindad geogräfica o en Tina
mäs adecuada complementation de sua economias.
La Repüblica Argentina debe descartar toda actitnd
ideolögica o politicamente equidistante en el conflicto
entre Oriente y Occidente y reconocer explicitamente el
papel rector y la mayor auma de responsabilidadea que
competen a los Estados Unidoa en la lucba contra el co-
munismo. Por otra parte, la Argentina y los demäa
paises hispanoamericanos tienen derecho a aer infor-
mados del modo y circunstancias como loa Estados Uni-
dos encaran su action respecto del bloque oriental y a
coparticipar con sus puntos de vista en el deaarrollo de
esa politica.
Los asuntos intemos de las repüblicas hispanoara»-
ricanas no deben dar lugar a ningun acto de intervention
por parte de loa Estados Unidos. Esta actitud de no in-

140
jereacia caadra tanto al gobierno como a los organoa
expresivoa de la opinion publica.
Los pactoi bilaterales de ayuda militar violan el es-
piritn de los acuerdos vigentes y tienden a crear recelos
entre los paises de Hispanoamerica. La ayuda militar
para la defensa comun del Continente no debe ser prea-
tada a titulo individual, sino colectivamente, por inter-
medio de la Junta Interamericana de Defensa y con
pleno acuerdo de todos los paises bispanoamericanos.
Los Estados Unidos deben atenuar la politica proteo-
cionista que excluye de su mercado interno a muchos
productos del hemisferio, y restringir, en otras partes
del mundo, el fomento a la production de materia* pri-
mes que abundan en America. Debe frenarse la deva-
luaciön progresiva de dicbas materias prjmas con rela-
ci6n a los productos de origen industrial.
Para la defensa de sus interesei politicos y economi-
coa y para el ejercicio de su representation eolectiva,
los paisea de Hispanoamerica deben constituir una or-
ganization international permanente que ejerza algunaa
de las atribuciones basta ahora conferidaa al sistema in-
teramericano. Esta organization tratara colectiva y pari-
tariamente con loa Estadoa Unidos las cuestiones de in-
terna comün.
Debe excluirse toda actitud de rencor y de resenti-
miento en las relaciones de los dos paises, aun en el
Caso de que sea necesario afirmar derecbos que ee su-
pongan desconocidos.
Bien sabemos que no todos estos objetivos son de logro
inmediato. La transformation del sistema interameri-

141
cano, por ejemplo, requiere un esfuerzo arduo de per-
suasion. Algunas de estas consignas solo pueden ser
cumplidas desde el Estado; otras, en oambio, son nues-
tra tarea comün. Pero lo importante es tener a la vista
objetivos claros y conseguir un enderazazniento de rum-
bos que nos aproxime en vez de distanciarnos.
Entre los pueblos, lo mismo que entre las personas,
lo que confiere autoridad es la seriedad de las actitudes
y la fidelidad a la propia conducta. Cualquiera que sea la
politica en el futuro sigamos con los Estados Unidos, lo
primordial es que esa politica sea coherente consigo
misma. No debemos pasar de la diatriba a los abrazos
y de los abrazos a la diatriba sin graves razones que jus-
tifiquen el cambio. Para delimitar el marco de nuestras
relaciones con los Estados Unidos, debemos precisar con
claridad el limite mäximo de nuestras concesiones y ce-
rrar con infranqueables vallas lo que no puede ser otor*
gado sin mengua de nuestro patrimonio moral.
Y , sobre todo, la actitud argentina hacia los Estados
Unidos debe estar condicionada por nuestra integration
en la bermandad hispanoamericana. No somos los uni-
cos que tenemos derecho a hablar por los pueblos afines
del continente. Pero como miembros de una gran comu-
nidad cultural y humana, debemos obrar en la presen-
cia permanente de sus prerrogativas. Porqne de una
cosa estamos seguros: la amistad con los Estados Uni-
dos se afianzarä en la medida en que se afiance la union
de Hispanoatnerica.

143
VIII

LA COMUNIDAD HISPANOAMERICANA

I . FUNDAMENTOS CULTURALES D E LA COMUNI-

D A D HISPANOAMERICANA. 2 . E L ASPECTO P O L I -
TICO. 3. LA ACTUACIÖN "HACIA AFUERA".
4. R E L A C I O N E S INTERNAS D E LOS PAISES HIS-
PANOAMERICANOS.
1. Hemos senalado a Hispanoamerica entre las agru-
paciones regionales que han tornado conciencia de su
unidad. No parece inadecuado que a ella dediquemos
la parte final del presente trabajo.
La pregunta primera que surge es la misma que nos
planteäbamos hace un momento al examinar la natu-
raleza de un fenomeno paralelo: ^Existe una realidad
hispanoamericana?
Esta vez nuestra respuesta debe ser afirmativa. No
solo existe, sino que estä palpitante de vida y pletörica
de esperanzas. Pero a diferencia de otros conglomera-
dos regionales—ya organizados y cristalizados por Ja
action del tiempo—, la comunidad hispanoamericana
estä en plena elaboration y aün no ha logrado perfilar
los rasgos permanentes de su fisonomia. Hispanoamerica
es una aventwra no terminada, y de sus hijos depende
en gran medida su desenlace. Esa es su debilidad, pero
es tambien su gloria. Mas que ninguno de los otros ha-
bitantes del planeta, los hispanoamericanos somos los
creadores de nuestro destino. Por tal motivo, como apun-
tamos ya en la introduction, se permitira y se perdo-
narä que este punto sea, aün mas que descripcion de

10 145
hecbos objetivos, esquema programatico de una reali-
zacion futura.
Pero ese programa no es puro fruto de la arbitrarie-
dad. Tiene su asiento en hondas realidades historicas.
Considerarlas escuetamente nos parece paso indispensa-
ble para lanzarnos hacia adelante. Porque, como dice
an himno de las juventudes de Espana:

Desde el fondo del pasado


nace mi revolution...

El dato primero y obvio con que nos encontramos en


Hispanoamerica es Ja presencia espanola. Estä de moda
en estos Ultimos tiempos (y no del otro lado de la ba-
rricada) disminuir el eignificado de esta presencia; ri-
diculizarla como topico, enfrentarla con hecbos contra-
dictorios; negarla como evidencia.
Creemos sinceramente que, aun si nos fuera posible
en esta materia desligarnos de todo criterio de valor,
nuestra conclusion seria igualmente positiva. La pri-
mera prueba en nuestro favor es la implantacion del
idioma. Un reciente Cöngreso de academias, reunido re-
cientemente en Mejico, hubo de proclamar la «indepen-
dencia idiomatica» de Hispanoamerica. Pero el solo
hecho de que esa proclamation haya sido redactada en
el mismo idioma (y por cierto que con cuidada pul-
critud gramatical) en que los Reyes Catolicos celebra-
ron sus capitulaciones con el Descubridor, vuelve ri-
dicula la tentativa. No creemos que se conozca caso en
la historia universal en que un idioma haya sido difun-
dido en una extension territorial tan vasta y entre ana

140
masa de poblacidn tan considerable. En Norteamerica
no desaparecieron los idiomas indigenas; desaparecie-
ron Ios indigenas. En Hispanoamerica se salvaron los
indigenas, pero triunfo la lengua espanola. Y cada una
de las diatribas que los antiespanoles de este suelo lan-
zan contra la patria originaria es, por su sola elocution,
nn canto de gratitud, una profesiön de fe.
La unidad religiosa es un rasgo menos inmediatamente
perceptible por los sentidos que la unidad idiomätica,
pero mas rico en consecuencias. No aludimos aqui a los
rastros del pasado, a esos monumentos venerables que,
desde la basilica de Guadalupe basta la catedral de
Cordoba, se yerguen en la tierra americana. Nos refe-
rimos, sobre todo, a la impronta indeleble que la con-
ception catolica de la vida ha dejado en los pueblos his-
pänicos del Nuevo Mundo. Bien sabemos que las präc-
ticas religiosas son superficiales; que la vida recia y las
costumbres templadas no son rasgos distintivos de nues-
tro caräcter regional. Pero aunque los hispanoamerica-
nos no frecuenten mucho las iglesias, siguen viviendo
en la Iglesia. Hay un hecho—para no citar sino uno
solo—que nos da la pauta de esa fidelidad inconsciente:
es su actitud liacia la muerte. La promiscuidad, el cccom-
panerismo», con la idea de la muerte y con sus conse-
cuencias tangibles, es un häbito catölico que hoy hasta
en Europa se ha perdido. Y bien: Hispanoamerica lo
conserva casi intacto. Sabe que el vivir es un vivir para
la muerte, como lo ensena el catolicismo recibido de
Espana.

147
Podriamos registrar otros muchos signos de la pre-
sencia espanola en America. Pero el tiempo urge para
Uegar a nuestro tema especifxco. Digamos, pues, que
es« presencia espanola estä complementada por una rea-
lidad autöctona cuya misma subsistencia es—en si mis-
ma—testimonio del estilo cultural de la potencia oolo-
nizadora. Esa subsistencia de lo indigena—mas o menos
marcada, segun los lugares, pero siempre discernible—
conforma un tertium quid, una amalgama que no es
la Espana metropolitana ni son las rudimentarias cul-
turas indigenas, Es una realidad distinta y nueva; una
nueva persona historica en la cual la forma es hispä>
nica y la materia vernäcula. Es justamente esta nove-
dad lo que da originalidad y sentido al ser hispano-
americano.
Esta dicho asi que descartamos dos maneras falsas de
interpretar a Hispanoamerica. Una es la manera indi-
genista, propia de ciertas ideologias de izquierda. Segun
esta version, lo espanol es postizo, sobreanadido, im-
puesto. Desembarazarse de esa influencia es liberar las
energias cösmicas del alma «indoamericana». De Euro-
pa solo aceptan la version marxista de la lucha de clases
a la que doblan con la lucha de razas. Por eso, el ame-
ricanismo indigenista no es sino la union de dos resen-
timientos. Y el resentimiento no tiene fecundidad para
engendrar.
La otra manera falsa de interpretar a Hispanoame-
rica reconoce la pobreza de la interpretation indige-
nista, pero no se resigna a aceptar la grandeza de la
obra cultural de Espana. Vuelca entonces sus miradas

148
hacia el exterior y procura implantar fbrmas culturales
ajenas. Deslumbrada por la importancia que en el mundo
contemporäneo asume la tecnica, pide estilos ejempla-
rea a los paises que la gobiernan. Fascinada por el
poder material, se somete a las consignas de los maa
fuertes. En auge, en el siglo xix, cuando habfa razones
para pedir a esas formas extrmsecaa algunos elementos
positivos de movilizaciön social, boy se subsume en una
tesitura limitada a una implorante subordinacion eco-
nomica.
Contra el indigenismo materialista, contra el ausentia-
mo espiritual, Hispanoamerica tiene que construir su
unidad cultural. Nos hacemos cargo de lo esquematico,
de lo balbuciente de esta unidad. Pero por lo mismo que
Hispanoamerica estä «in fieri» y no es una cosa termi-
nada, requiere su aglutinacion politica. Ortega ba dea-
tacado claramente el error de aquella tesis que hace
del Estado una consecuencia de la unidad cultural. Mu-
chas veces la organizaciön institucional facilita la forma-
ciön de esa unidad. El trabajo mas arduo de las elites
hispanoamericanas consiste en precisar los rasgos basi-
cos del ser bispanoamericano. Esa indagacion debe ha-
cerse sobre datos reales y no sobre topicos preconcebi-
dos. Es necesario averiguar con copia de elementos ob-
jetivos que es hoy Hispanoamerica; en que piensan su»
juventudes, cuäles son sus problemas econömicos, so-
ciales y politicos; cuäl es el estado de su cultura y aus
corrientes ideologicas mäs vitales. Senalamoj eita tarea
de investigacion casi cientffica como una de la» labores
mäs incitantes que puedan preocupar a los jdvenes e«-

149
tudiosos de nuestra estirpe. A la espera ferviente de
que esa tarea sea rigurosamente cumplida, vamos a in-
dicar ahora las lineas generales de una posible convi-
vencia hispanoamericana.

2. AI examinar el problema de Hispanoamerica,


desde el punto de vista de las relaciones internacio-
nales, cabe distinguir dos aspectos: el primero se re-
fiere al trato con las demäs estructuras politicas, Esta-
dos o agrupaciones regionales. El segundo consiste en
el regimen interno de convivencia entre los distintos
grupos politicos que integran la comunidad.
Cuando analizamos la action «hacia afuera» de nues-
tra agrupacion, debemos tener presente lo dicho sobre
la incorporation de las entidades politicas a ideas de
validez universal. En lineas generales, la accion de una
agrupacion regional debe consistir en la afirmacion de
esa idea universal ante las demäs agrupaciones del
mundo pluralista. Por el caräcter peculiar de nuestra
cultura, el problema no presenta dificultades intrinse-
cas; nuestras relaciones con los demäs miembros de las
asociaciones regionales deben tener como mira, ultima
la afirmacion y la expansion pacifica de nuestros idea-
les de vida.
La segunda realidad que debe encarar Hispanoame-
rica, despues de la relation con los Estados Unidos, es
la de Europa, mäs lejana y tambien mäs pröxima. He-
mos visto ya que Europa marcha hacia su unidad y
que esa unidad solo ha sido demorada por los odios
ideolögicos que promovio la segunda guerra mundial.

150
Cuando la unidad europea adquiera personalidad jurfdi-
ca, Hispanoamerica deberä buscar con ella una mtima
inteligencia en las relaciones de poder. Aparte de que esa
inteligencia politica corresponde a una indisoluble afi-
nidad cultural, tiene gran importancia para las rela-
ciones de equilibrio que habrän de establecerse entre
las agrupaciones regionales. Un estrecho paralelismo
en la acciön entre el bloque europeo y el bloque hispa-
noamericano permitirä paralizar los intentos absorben-
tes de otros grupos. Porque la politica hispanoameri-
cana encontrarä su centro entre las dos fuerzas primor-
diales que la circundan. Con Europa se defenderä de
todo eventual renacimiento del imperialismo norteame-
ricano. Pero esta actitud vigilante no sera una actitud
hostil. Porque el bloque europeo, el bloque anglosajon
y el bloque bispanoamericano tienen una tarea comun:
salvar a Occidente de la marea que amenaza sumergirlo.
Asi como Europa e Hispanoamerica son aliados na-
turales, el grupo sovietico y el grupo asiätico tienen sus-
tanciales afinidades, que los llevaran a constituir una
vinculacion mäs estrecha de la que ya en los momentos
actuales los liga. Consideramos el levantamiento en
masa de los pueblos asiäticos como un peügro aün ma-
yor que el comunismo europeo. Pero uno y otro—en-
carnacion de la «revoluciön mundial de clases» y de la
«revoluciön mundial de color» previstas por Spengler—
tienen el comiin denominador de su odio. Mas de la
mitad de la poblaciön y la superficie del planeta esta-
rän pronto al servicio de la destruccion. Urge, por tanto,
defenderse.

151
Se dirä: i p e r o es que entonces volvemos al esqnema
actual? iQue diferencia habrä, pues, entre esa vision
del mundo y la que actualmente lo separa en dos mita-
des contrapuestas? A esa objetivacion contestamos que
la diferencia existe y es sustancial: en el estado actual
de la situation, la lucba ideolögica que divide a Oriente
de Occidente estä asumida por dos hegemonias politi-
cas nacionales que subordinan los principios que en-
carnan a su particular voluntad de imperio. En cam-
bio, en el esquema que entrevemos y en lo que a Occi-
dente respecta, sera una trilogia paritaria de asociacio-
nes regionales libres, soberanas en su propia esfera de
influencia, asentadas en sus normas propias de vida, las
que actuaria de consuno, no para promover un impe-
rialismo, sino para proteger sus derechos. De este modo,
toda action que se cumpla coordinadamente fuera del
area continental ya no traducirä el interes de uno al
que sirve la voluntad esclavizada de los demäs. Sera el
interes de varios iguales que se auxilian espontänea-
mente, en nombre de las cosas comunes que todos ellos
tienen la mision de defender.

3. Nos hemos referido hasta ahora a Hispanoame-


rica como a una unidad, y hemos procurado trazar las
lineas centrales de su conducta comunitaria. Pero, den-
tro de la comunidad hispanoamericana, existen diferen-
cias locales y entidades estatales cuya existencia debe
ser reconocida. Existe, pues, una convivencia «interna»
en el seno de la agrupaciön regional. A su examen de-
dicaremos la parte final de este capitulo.

152
Desde este aspecto, el primer principio de la convi-
vencia hispanoamericana es el reconocimiento y respe-
to celosos de los nücleos politicos que integran el sis-
tema. Reiteramos una vez mas que no concebimoa a
las agrupaciones regionales como un Superestado, sino
como una asociacion de pueblos que mantienen incolu-
mes sus peculiaridades y sus prerrogativas propias. Y
en lo que a Hispanoamerica atane, lo que debe carao
terizarla entre los demaa agregados de su tipo es, jus-
tamente, la libertad y el respeto con que se traduzcan
las relaciones polxticas de sus miembros.
El hispanoamericanismo debe respetar el becho de
las comunidades polfticas que comprende, porque ne-
garlas seri'a vulnerar tradiciones y herir sentimientos
hoy ya profundamente arraigados en los pueblos. Mu-
chas de esas comunidades habrän podido tener algo de
artificial en su genesis; no siempre habrä estado ausen-
te de su formacion el interes extrano. Pero el poder
adunante del Estado es tan vigoroso; tan poderosa es
la apelaciön imaginativa de los simbolos que lo repre-
sentan, que pretender remontar el cauce del tiempo y
reconstruir unidades politicas mas vastas mediante la
eliminacion de las actuales seria contraproducente y utd-
pico. En cambio, es perfectamente factible y debe ser
axioma fundamental de subgrupos regionales organiza-
dos sobre la base de afinidades geogräficas, de comuni-
dades de intereses economicos y de paralelismos estre-
chos en la formacion historica. Esta etapa intermedia
entre el Estado nacional y la organizaciön regional gene-
ral debe ser explicitamente tenida en cuenta en la po-

153
litica reciproca de los Estados hispanoamericanos. La
formation de estos subgrupos regionales paede respon-
der, en rasgos genericos, a las antiguas divisiones ad-
ministratives del Imperio espanol. Y ello (tranquili-
cense los suspicaces), no tanto por ei origen histörico
de estas divisiones euanto porque responden a sölidas
realidades de hecho. La cuenca del Plata, el litoral del
Pacifico, la gran Colombia, la meseta del Anahuac, la
hoya del Caribe, pueden ser los centros geogräficos prin-
cipales de esos subgrupos. Conferencias periödicas,
uniones aduaneras, deberian ser las principales manifes-
taciones de vida de esta realidad, tan evidente y tan
combatida.
Hemos senalado^ como principal fundamento del his-
panoamericanismo, el respeto a los nücleos politicos
que lo integran. Ahora bien: para que ese respeto no
sea ilusorio, debe ser extendido a la forma de gobierno
de cada uno de los Estados. La evoluciön ultima del
sistema panamericano, tal como la hemos analizado en
el capitulo anterior, ha impuesto la identification for-
zada entre la convivencia pacffica y la vigencia de una
determinada forma de gobierno. Asi Io disponen va-
rios instrumentos internationales, como el acta de Cha-
_ pultepec y la Odganizaciön de los Estados Americanos.
Lema central de nuestra politica serä, en cambio, dejar
rigurosamente librado al criterio de cada comunidad na-
tional la forma de gobierno que prefiera, sin que nin-
guna pueda ser juzgada por si misma. atentatoria contra
la paz y la seguridad del conjunto. Esta norma tiene
por objeto elimiaar las pretensiones intervencionistas

154
de tan dolorosa memoria, cuyo fundamento aparente era
«restablecer la forma democrätica de gobierno». Como
consecuencia de este principio, el no reconocimiento de
los gobiernos de facto quedarä proscripto como instru-
menta normal de la politica hispanoamericana.
La comunidad hispanoamericana debe traducir su
acciön politica mediante un organismo cuyo instrumento
fundamental salvaguarde expresamente los principios
antes expuestos. Este organismo deberä coordinar la
accion de las repüblicas en su proyecciön exterior, pero
sin imponer decisiones mayoritarias a los disidentes. La
unidad debe resultar de la homogeneidad de puntos de
vista y no de la voluntad de los mäs, arbitrariamente
impuesta. El regimen de consultas creado por el sistema
panamericano puede ser incorporado a la vida regular
del panamericanismo, aunque restablecido en su auten-
tico alcance. Las consultas entre los paises de Hispano-
america deberän ser verdaderos intercambios de opi-
niones y no asambleas ficticias destinadas a la recep-
ciön y cumplimiento de «ördenes de arriba».

No habria inconveniente—antes bien, seria sumamen-


te ütil—que entre la organizacion juridica hispanoame-
ricana y los paises restantes del Continente se estable-
ciera un regimen estable de relaciones mediante la
creaciön de un organismo que reemplazara al actual sis-
tema panamericano. Pero la condiciön includible de esa
nueva estructura es que Hispanoamerica actüe como un
solo bloque, ya que es esta la ünica forma de equili-
brar la enorme desigualdad de poderio.

155
Si la comunidad hispanoamericana ea algo mäs que
un conglomerado ocasional, y traduce identidades hu-
manas profundamente arraigadas, debe expresar jurx-
dicamente la existencia de esas realidades. En otroa
terminos, el sistema hispanoamericano no puede ser la
mera asociaciön de Estados coordinados en su accion,
sino que, de alguna manera, debe reflejar su operancia
en las vidas individuaies. Si en cada uno de los habi-
tantes de las repüblicas agrupadas hay—aparte de su
nacionalidad propia—un hispanoamericano, ese ser his-
panoamericano debe manifestarse en el piano de los de-
rechos y las obligaciones. Un argentino no debe quedar
equiparado a un extranjero en Mejico ni un mejicano
a un extranjero en la Republica Argentina. Por ello, la
estructura que propugnamos serfa incompleta y preca-
ria, si no estableciera el principio de la nacionalidad
hispanoamericana.
Por lo demäs, a este regimen puede llegarse gradual-
mente. Asi, en una primera etapa, cada pais concederfa
a los nacionales hispanoamericanoa una serie de der»-
chos superiores a los de los extranjeros, aun cuando mäa
restringidos que los otorgados al nacional. Agilitacion
en la obtencion de lä carta de ciudadania y equipara-
cion al nativo en el desempeno de determinadaa funcio-
nes püblicas podrian ser las conquistas de esta etapa in-
termedia. La meta final serfa la igualdad total de de-
rechos polfticos y civiles de los nacionales hispanoam»-
ricanos en todos y cada uno de los paises que forman la
comunidad.

156
4. £1 tema mäs complejo de cuantos suscita la idea
que sostenemos es el de las relaciones entre la comuni-
dad hispanoamericana y Espana. Es evidente que Es-
pana, para la comunidad hispänica de naciones ameri-
canas, no pnede quedar colocada en el mismo piano que
cualquier otro pais extranjero. Cabe preguntarse, en-
tonces, cuäl ha de ser el status que regule las relaciones
politicas entre Hispanoamerica y el tronco comun.
La primera respuesta—la mäs espontänea y natural
es que Espana ingrese en el sistema con el mismo titulo
y en el mismo rango que los otros Estados—. Contra
esta solution se puede argumentar que, sin mengua de
los vinculos que mantiene con sus hijos americanos, Es-
pana ha sido, es y serä una naciön europea. Y , si bien
hemot descartado todo exclusivismo continentalista fun-
dado en falsas ideas mesianicas, tampoco hemos descono-
cido el hecho fundamental de la convivencia geogräfica.
Pero la verdad es que Espana, con sus problemas pro-
pios y su ubicacion especial, ha seguido en los dos Ul-
timos siglos las etapas de un proceso semejante al de
Hispanoamerica y distinto al europeo.
Por ello pensamos que esta situation excepcional po-
dria salvaguardarse mediante una participation paula-
tina de Espana en los organismos juridicos hispano-
americanos. A medida que los hechos vayan demos-
trando que los intereses son comunes, se reclamarä la
presencia de Espana para la celebration de acuerdos o
el ingreso en los institutos y organismos del sistema. Muy
particularmente se invitaria a Espana a participar en el
aistema de consultas cuando correspondiera adoptar una

157
actitud colectiva frente a tin problema de interes uni-
versal. De este modo, Espana llegarä a una incorpora-
tion juridica integral al sistema hispanoamericano, evi-
tando situaciones engorrosas y molestas para la misma
Espana. Porque la comunidad que nosotros queremos
no puede concebirse sin la presencia de Espana. Y esto
es lo que interesa en definitiva.

188
CONCLUSION

Liegados al termino de este estudio, cabe preguntar-


nos que destino cumple a nuestra patria (1) en el nuevo
planteo que prevemos para las relaciones internacio-
nales.
Seanos, ante todo, permitido proclamar que tenemos
una £e profunda en la grandeza de ese destino. Su rea-
lizacion plena solo depende de la aceptacion, por parte
de nuestro pueblo, de los deberes y las responsabilida-
des que comporta toda vocaciön superior. Ya hemos
dicho que no hay determinismos fatales en la historia y
que mäs de una comunidad ha malogrado su porvenir
por no haber sabido colocarse a la altura de si misma.
Pero una certeza que no viene de pruebas dialecticas,
una certeza que se implanta en los estratos mas profun-
dos de nuestro ser, nos confirma que aquella esperanza
no se vera frustrada, y que, como lo entrevieron los
mejores argentinos de todos los tiempos y de todos los
bandos, desde el vate del Himno Nacional, hasta el

(1) Se refiere el antor a su pais de origen, la Republics Argen»


tina.

159
poeta de las Odas Seculares, dia llegara en que esta
punta austral del continente americano sea participe de
una empresa humana, como fue la que iniciö a orillas
del Tiber y en las colinas del Atica.
Ahora bien: esa misiön no podrä cumplirse en el
aislamiento. La era de los nacionalismos liberales ha
terminado; ni nuestra nacion ni ningima otra encon-
trarä ya su justificaciön ultima en si misma. La Argen-
tina serä grande en la medida en que transponga el cerco
de sus intereses locales y una su suerte a la snerte co-
mün de Hispanoamerica.
«Planes imperialistas», «intereses hegemonicos», «re-
construccion del virreinato», susurrarän los que se de-
tienen en las apariencias de las cosas. ; Que profunda-
mente alejada de la verdad esta esa interpretaciön! No
es el poder material sobre sus pares, no son ridiculos
designios anexionistas lo que la Argentina procura con
EU incorporaciön a la familia hispanoamericana. Eso es
poca cosa; eso no debe interesarnos. Somos demasiado
ambiciosos para ser imperialistas; par a nosotros, la
creaciön de la comunidad hispanica de naciones tiene
otro sentido que el entredevorarse de sus miembros.
Queremo« decir nuestra palabra en el mundo; quere-
mos que las cosas que cuentan para nosotros sean uni-
versalmente estimadas y respetadas. Por encima de todo,
deseamos que en estas horas de desorientaciön y de des-
amparo, una gran fuerza formada por veintidös Esta-
dos y ciento cincuenta millones de habitantes este al ser-
vicio del orden; que retome por derecho de heredad
ese papel de brazo secular de la cultura que la madre

160
Espana supo desempenar con herofsmo y con gloria en
todos los dominios donde no se ponia el sol.
No. No son planes imperialistas los que concebimos
para la Nation Argentina. Es, al contrario, un redoblar
de deberes, un acentuarse de responsabilidades. En la
nueva forma de vida internacional que se preanuncia,
nuestro pais tendrä una tarea singular. Nuestra exten-
sion, nuestra riqueza, nuestra formation etnica, nues-
tra position geogräfica, son factores que no deben ser
ignorados, como no puede serlo nada que sea real. Pero
estos dones gratuitos no son razon de privilegio ni mo-
tivo de jactancias: son causa de responsabilidad. Los
pueblos de Hispanoamerica esperan mucho de nosotros;
nuestro llamado a somaten no debe tener acentos im-
puros.
Si Hispanoamerica busca asi el camiao de su unidad,
babrä de lograrla. Una gran esperanza alumbrarä en-
tonces el horizonte de este mundo enceguecido. Segu-
ros del tesoro que estamos defendiendo, nuestro patrio-
tismo no podrä ser jamäs el culto pagano de un idolo
que nuestras manos fabricaron. Sera un modo ferviente
de rendir gracias a Dios.

II 161
A P E N D I C E S
1. DOCTRINAS ARGENTINAS DE DERECHO INTER-
NACIONAL. 2 . LOS PACTOS DE M A Y O . 3 . H A C I A
UNA COMUNIDAD HISPÄNICA DE NACIONES.
1. En una epoca en que la fe social sigue teniendo poi
objeto (no sabemos hasta cuändo) la ciencia positiva
y la tecnica que de ella resulta, el hombre medio, hon-
damente respetuoso de esos valores cientificos y tecni-
cos, se guarda muy bien de transponer con sus opiniones
el terreno reservado a la labor del especialista. En
cambio, las ramas del conocimiento llamadas «generales»
son objeto—jay de ellas!—de las mäs impunes depreda-
ciones. Todos se sienten con ti'tulos para opinar sobre
historia, sobre filosofia, sobre arte, sobre religion. El
derecho mismo ha sido anexionado a este venerable lote
de bienes mostrencos. Y dentro de el, la rama que ahora
nos ocupa—el derecho internacional— es sin duda una
de las mäs transitadas por la curiosidad ecumenica de
la masa. Hablando ante un auditorio como el que ahora
me escucha, estas observaciones no le son, desde luego,
aplicables en lo que pudieran tener de peyorativo. Pero
como todos participamos velis nolis de la circunstancia
que nos rodea, no nos es posible sustraernos a la influen-
cia coercitiva del lugar comün y del töpico. No resulta,
pues, ocioso en demasia precisar, con cierta fundamen-
tacion racional y sin ninguna pretension exhaustiva, al-

165
gunos aspectos primordiales de nuestro pasado juridico.
Esta es, por lo menos, nuestra maxima aspiraciön.
El ahondamiento de nuestro tenia no tiene un alcance
exclusivamente teoretico. El alma de un pueblo se re-
fleja en los rastros que deja en la historia, pues—como
deci'a Hegel—«los pueblos son lo que son sus actos». So
manifiesta, sobre todo, en esa objetivaciön de la con-
ducta colectiva que son las realizacione» culturales.
Entre ellas el derecho es una de las mäs importantes,
puesto que es la forma como el Estado manifiesta su na-
turaleza espiritual. Y si—como en el caso que nos ocu-
pa—la reflexion se cine al derecho manifestado frente
a los demäs miembros de la comunidad de pueblos,
puede concluirse que tal examen reviste valor de docu-
mento fehaciente para determinar los rasgoi de nuestra
personalidad nacional.
Esta indagaciön de nuestro ser nacional por via de
aus manifestacioues culturales mäs eminentes—tema tan
cuajado de riqueza como poco explorado—debe reunir
ciertas condiciones para que resulte de verdad fecunda.
Por de pronto debe eludir severamente dos errore» con-
trapuestos. El primero es una suerte de pesimismo co-
rrosivo y destructor que parte do una 6ubvaloracidn
aprioristica de las posibilidade» nacionalea. Es un afan
hipercritico cuyos substratos psicologicos no interesa
aqui senalar, pero que tiende a rebajarlo todo, a mini-
mizarlo todo. Es la actitud que desborda, por ejemplo,
de un libro como Radiografia de la Pampa, tan rico
—en otro sentido— de inteligente« sugestiones, tan fina-
mente revelador de una compleja sensibilidad humana.

166
El extremo pesimista es desde luego mäs nocivo si se
tienen en cuenta los males a que conduce. Pero el extre-
mo optimista es mäs peligroso en cuanto que los que
sentimos mäs hondamente la patria somos mäs proclives
a incurrir en el. En momentos en que la tönica national
se exalta, el riesgo del abuso hiperbölico adquiere temi-
ble inmediatez. Ello es tanto mäs posible cuanto que
esa tendencia a la exaltation y al ditirambo parece ser
la enojosa contrapartida de algunas de las mäs bellas
calidades de nuestra personalidad national. Una rigu-
rosa ascesis de la voluntad debe obligarnos a medir cui-
dadosamente nuestras posibilidades, a ubicar con pre-
cision el verdadero lugar que ocupamos en el mundo,
a situarnos con dignidad y modestia ante los pueblos
afines y muy especialmente ante los forj adores de nues-
tra tradition cultural. El mejor modo de servir con fide-
lidad entranable a esta patria que recaba con singula-
ri'sima fuerza nuestra fe en su glorioso destino es no fal-
sificarla en su dimension autentica. Esperamos con ar-
diente confianza que en estos momentos de radical trans-
formation surja de las nuevas generaciones la mente ilu-
minada para transmitir a los hombres de los tiempos
venideros, con el genio que—solo el—es capaz de ven-
eer el olvido, lo que somos en verdad los argentinos en
esta curva decisiva de nuestra historia, cuando comienza
ya a dibujarse en el horizonte el 6eguro contorno de la
grandeza esperada.
Entre tanto, nos toca aqui y ahora bucear en las pre-
ocupaciones juridicas del pasado para saber que palabra
dijeron nuestros antecesores a sus coetäneos sobre esta

167
materia, tan traida y llevada, del derecho internacional.
En el piano de intransigente objetividad en que nos
hemos colocado, la conclusion que podemos anticipar
no es ni hiperbolica ni deprimente. No hemos sin duda
torcido con nuestra intervenciön el curso de los astros,
no hemos alterado sustancialmente la doctrina o el de-
recho positivo. Pero hemos traido a la ciencia y a la po-
litica aportaciones valiosas que seria erroneo desco-
nocer. Gracias a ellas nos sentimos autorizados ä pensar
que la convivencia internacional ha ganado con nuestro
concurso.
Nuestro ser psicologico muestra una curiosa y para-
dojal dualidad de inclinaciones. Somos los argentinos,
por una parte, celosos de nuestra dignidad, preocupa-
dos hasta la exageraciön por mantener incolumes nues-
tras prerrogativas individuales. Pero al mismo tiempo
coexiste en nosotros una disposicion abierta y generosa
hacia el projimo en cuanto tal. El egoismo y la envidia
no son ciertamente nuestros defectos nacionales. «Dar
una manos, ahacer una gauchada», son expresiones con-
sustanciadas con nuestro mas ultimo e intransferible
modo de ser.
Estas dos modalidades, de diffcil convivencia, explican
en su base misma nuestra conducta internacional. Mas
aün: en su simplicidad dan la clave de mäs de una com-
plicada elaboracion doctrinaria. Por eso nos ha pare-
cido oportuno ponerlas de relieve en la portada de esta
exposiciön como explicaciön indispensable de la que
vendrä despues.

168
La idea abstracta de soberania, anunciada por pri-
mera vez por el frances Jean Bodin a fines del siglo xvi,
y el despertar de la conciencia national provocado por
la Revolution francesa, al conjugarse, dieron nacimiento
al «nacionalismo liberal». Jacques Delos ha estudiado
con sagacidad este fenömeno originado precisamente en
Francia, donde el «Viva la Naciön» de los voluntarios
de la Revolution reemplazaba al «Viva el Rey» de los
epigonos del absolutismo dinastico. La naciön asi conce-
bida estä despojada de todo atributo romantico y sen-
timental; es su personalidad racionalista y desencar-
nada lo que defienden con sangre—ante el asombrado
Goethe—los soldados de Kellermann en la noche de
Valmy. La naciön como fin en si misma, la naciön que
no reconoce nada que le sea superior, la naciön como
un absoluto del orden metalisico, he ahi el resultado
de dos ideas que se encuentran por encima de los siglos
y dan forma estable a la organization politica de los
pueblos occidentales desde 1789 hasta los comienzos de
la primera guerra mundial.
AI reves de Francia, Espana fue siempre ajena a la
exaltaciön de la idea national como fin supremo. Fiel a
esa Edad Media que jamäs se desarraigara de su suelo,
se mantuvo asimismo apegada a la idea universalista
que fuera patrimonio del mundo medieval. Es verdad
que, Ilegado su momento, se constituyö entre las pri-
meras como naciön independiente. Es verdad que forjö
un sölido Estado, bien pertrechado por el genio politico
de los reyes catölicos. Pero, a pesar de ello, Espana si-
guiö levantando el estandarte de la catolicidad, vale

169
decir, del espiritu universalista. Con el conquisto Ame-
rica, guerreö en Flandes, azuzd al protestante, se batio
en Lepanto, coionizö, educö, civiJizö. El Estado nacional
fue utensilio antes que meta de los afanes del pueblo
espaiiol.
Por eso el patriotismo espanol, «unidad de destino en
lo universal» segün lo definiera Jose Antonio, es la an-
titesis de ese nacionalismo liberal y galicano vigente en
el siglo xix. Nosotros, que tanto hemos heredado de la
tierra originaria, tambien recibimos de ella esa predi-
lection por las causas universales, ese desden aristocrä-
tico por la pequenez de un provecho miniisculo y local.
La empresa de San Martin y nuestra conducta toda en
las luchas civiles de la Independencia dan una primera
pauta de la supervivencia de ese espiritu. Aparecidos a
la historia en momentos de auge incontrastado del pen-
samiento liberal, nuestra mirada al mundo se tinö del
color de las ideas vigentes en la epoca. Pero mäs alia
de las opiniones ideolögicas, en el cimiento profundo
de las creencias vitales, seguimos siempre siendo fieles
a la Espana del siglo XVI. Estos hombres cuyas doctri-
nas vamos hoy a recorrer estuvieron sin sospecharlo con
la libertad catölica de Suärez, de Mariana, de Soto y de
Vitoria contra los legistas a sueldo de los reyes despo-
ticos. Por eso es burda la acusacion de «imperialismo»
que de tanto en tanto se nos arroja por ahi. Si imperia-
lismo es no resignarse a la vida burguesa y comunal de
las comunidades sin horizonte, si imperialismo es poner
los valores propios al servicio de los hermanos de sangre
y de alma para la realization de un destino solidario,

170
entonces si somos imperialistas y nos jactamos de serlo.
Pero si imperialismo es lo que pretende insinuar la re-
ferenda agresiva : apetito de poder, voluntad de domi-
naciön, aspiraciones anexionistas para satisfacer inte-
reses propios, enlonces podemos mirar con tranquila
conciencia nuestros ciento cuarenta anos de vida inde-
pen diente, seguros de que no se encontrara ni un solo
ejemplo de impulso consentido a la hegemoma material.
No 6e concluya, sin embargo, de lo dicho que esta
persecucion de un ideal universal obligue a desenten-
derse de la realidad viva y palpitante que es la nacion.
Asi como en la doctrina tomista el fin trascendente del
hombre no puede desinteresarnos del substrato indis-
pensable que es el cuerpo, asi tambien la nacion debe
ser amada por si misma, en su suelo y en su pueblo, en
su came y en su sangre, en su prestigio y en sus dere-
chos. Y no se diga que el patriotismo como instinto se
satisface acabadamente en el contorno cerrado del solar
nativo, en la terra patrum de la ciudad o de la region.
Hoy ya no hay mäs patriotismo legitimo que el que se
vuelca en la nacion, porque, al ser solo ella la que
apela a la conciencia colectiva, ella ünicamente es la
que tiene derecho a reclamar nuestra adhesion. La era
de los separatismos ha terminado.
Ni egoismo localista, pues, por el olvido de la mision
universal, ni teorizaciones desencarnadas por el olvido
de lo que la nacion tiene de terreno y corporal. Asi se
integra el sentimiento patrio, asi se comprende el al-
cance de la defensa de la soberanfa en el foro y en el
ägora de nuestra ciudad temporal.

171
De las doctrinas juridicas argentinas que se vinculan
con la salvaguardia de la soberania liemos elegido, para
su examen, tres. Innumerables son las actitudes diplö-
mäticas, las expresiones doctrinarias que en nuestro pais
afirman este concepto. Ya desde los dias primeros de la
independencia, Moreno decia en uno de sus escritos que
«los derechos de la soberania son muy sagrados para
que se proceda con ligereza acerca de ellos». Desde
aquellos tiempos hasta las mäs recientes manifestacio-
nes de nuestra politica exterior—ante situaciones tan
graves como notorias—la actitud del pais ha sido una
sola. La historia de la defensa de nuestra soberania se
entrelaza asi con la historia misma de la nacionalidad.
Pero nosotros no hemos de ocuparnos de actitudes ais-
ladas—por trascendentales que fueren—sino de doctri-
nas, en la propia acepciön del termino, de principios
que puedan adquirir validez universal. Tampoco hemos
de tener en cuenta aquellos numerosos casos en que
nuestro pais—por sus organos estatales o por intermedio
de sus publicistas—se ha limitado a ratificar los prin-
cipios previamente consagrados por el derecho interna-
tional. Nos cincunscribiremos, en cambio, a senalar los
casos en que esa defensa ha implicado una modifica-
tion, por incremento, de las normas preexistentes, un
enriquecimiento del patrimonio juridico universal.
Las doctrinas elegidas son las de Rosas y Arana sobre
soberania de los rios; las de Tejedor e Irigoyen sobre
protection diplomatica y las de Calvo y Drago sobre
responsabilidad internacional del Estado. Dispares en
sus aspectos histöricos, distanciadas en el tiempo, tienen

172
aquellas ese comün denominador que nos permite englo-
barlas bajo un mismo rubro. Asi habrän de compro-
barlo los que tengan la paciencia de seguirnos a traves
de nuestra recension.
El problema de la soberania 7 la libre navegacion de
los rios que surcan el territorio nacional did lugar a un
largo conflicto entre la Repüblica Argentina y las dos
principales potencias de la epoca : Francia y Gran Bre-
tana. Dio asiraismo lugar a la primera doctrina, en el
orden cronolögico, formulada por nuestro pais en mate-
ria internacional. No hemos de ocuparnos en esta evo-
cacion de los pormenores de aquella lucha, que ya ha
sido penetrada con acabada certeza por la investiga-
ciön histörica. Pronto ha de eelebrarse el primer instru-
mento internacional que le puso termino: la conven-
cion Arana Southern del 24 de noviembre de 1849. Con
tal motivo la Facutad de Derecho ha organizado—por
iniciativa del Instituto de Derecho Internacional—la con-
taemoraciön que merece tan fausto aniversario y ha pe-
dido a un eminente profesor de esta casa, al doctor
Carlos Ibarguren, que haga uno de la palabra en una
ocasiön. Sera aquel el momento de escuchar la version
vivida y objetiva de los sucesos acaecidos. Por ahora
hemos de limitarnos a recordar las lineas esenciales de
la posiciön adoptada por la Repüblica en aquellas horas
de prueba.
Segün el derecho de gentes, los rios se dividen en in-
ternos e internacionales. Entre estos ültimos, los hay
que atraviesan varios Estados, como el Parana, o bien
que los separan actuando como limite natural, como el

173
Uruguay. En momentos de producirse el conflicto rio-
platense el derecho internacional no habia dicho una pa-
labra definitiva sobre la situation juridica de estos rfos,
si bien existfan algunas regulaciones particulares con-
cernientes a algunos cauces importantes del continente
europeo. Cupo a nuestro pais sostener por vez primera,
con alcance doctrinario, la tesis de que los rios perte-
necen en soberanfa al pais cuyo territorio atraviesan y,
en el caso de los limitrofes, que su estatuto debe ser de-
terminado por los riberenos, con exclusion absoluta de
los terceros ajenos a su cuenca.
La gravitation de los intereses ajenos al sistema hidro-
grafico del Plata pretendiö, utilizando nuestra supuesta
debilidad, convertir esas extraordinarias vias de comuni-
cacion en territorios internacionalizados, eliminando la
soberania de los riberenos y, particularmente, de la Re-
püblica Argentina, y asimiländolos a la alta mar, cual
si fueran res communis omnium para uso indistinto de
la comunidad internacional.
La cuestiön se planteö durante el segundo gobierno
de Rosas, a poco de haber invadido las fuerzas argen-
tinas—al mando de Oribe—el territorio oriental. Simul-
täneamente con el sitio terrestre de la «Nueva Troya»,
la escuadra de la Confederation, al mando de Brown,
bloqueaba el puerto de Montevideo. Este bloqueo fue
desconocido por el almirante ingles Purvis, quien apresö
las naves argentinas y las puso al servicio del enemigo.
A su vez, las escuadras anglofrancesas establetian el
bloqueo del litoral argentino, mientras que los buques

174
de nuestro pais, bajo el man do ocasional de Jose Gari-
baldi, eran utilizados para cometer toda suerte de de-
predaciones contra los villorrios de nuestro indefenso
litoral.
En varias ocasiones, a lo largo del diferendo, las po-
tencias agresoras intentaron poner fin a las hostilidade*
de hecho. Enviaron con ese fin emisarios oficiosos al Rio
de la Plata, que entrevistaron a las autoridades argen-
tinas y propusieron bases de arreglo. Fueron primero
los senores Ouseley y Deffaudis los encargados de plan-
tear la eventualidad de una soluciön. Su «mediacion»,
como erroneamente se la calificara, no obtuvo resultado
alguno. Mas adelante el Gobierno britänico designö al
senor T. S. Hood como agente confidencial para que
propusiera nuevas bases de arreglo. Estas bases encuen-
tran un principio de aquiescencia de parte del Gobier-
no argentino, pero la negociaciön fracasa debido a la
intransigencia del Gobierno frances, a la sazön influido
por la acciön de los emigrados unitarios y por sus pro-
pios intereses en la plaza sitiada. Llegan luego al Rio de
la Plata el conde Walewski y lord Howden, que, a me-
diados de 1847, reanudan la negociaciön. Fue durante la
misiön Howden-Walewski cuando se plantearon con
mayor nitidez las posiciones antagönicas en materia de
navegaciön de los rios. En el transcurso de los meses
de mayo, junio y julio se celebraron numerosas reunio-
nes entre los negociadores y el Ministro de Relaciones
Exteriores de la Confederaciön. Por iniciativa de Wale-
wski aquellos proponen un plan que posterga, sin re-
solverla, la cuestiön. El doctor Arana, por su parte,

175
hace en todo momento hincapie en el reconocimiento
explicito y formal de nuestros derechos. Las negociacio-
nes quedan rotas, pero tambien queda roto el frente
comün de las potencias aliadas y, a su regreso a Mon-
tevideo, Howden dispone que la escuadra inglesa le-
vante el bloqueo en el Rio de la Plata. Durante las de-
liberaciones, Arana pronuncia una frase que define toda
la conducta del Gobierno : «Es inutil hablar de derechos
cuando se desconocen los mäs claros y los mäs impor-
tantes del pueblo argentino.»
Francia habi'a quedado sola. Desde ese momento, la
doctrina de la Repiiblica habia triunfado, aunque las
discusiones diplomaticas se prolongaron durante dos
anos mäs. Finalmente, en la fecha ya recordada, se fir-
maba, entre el canciller de la Confederation y el pie-
nipotenciario ingles senor Southern, el tratado que po-
nia fin al conflicto. El articulo 4.° del citado documento
decia textualmente asi:

«El Gobierno de Su Majestad Britänica reconoce ser


la navegacion del Rio Paranä una navegacion interior
de la Confederation argentina y sujeta solamente a sus
leyes y reglamentos; lo mismo que la del Rio Uruguay
en comün con el Estado Oriental.»

Por otro articulo se disponia que la escuadra salu-


dari'a con veintiün canonazos al pabellön argentino.
La doctrina Rosas-Arana se habia impuesto en la mäs
dura lucha diplomätica de nuestra historia. Hoy forma
parte del derecho positivo vigente; ha sido formal-
mente reconocida por todos los paises europeos y el prin-

157
cipio que la anima ha sido incorporado al texto de la
Constituciön Nacional. Como siempre ocurre, la tena-
cidad inflexible y la energfa insobornable de quien estä
dispuesto al sacrifxcio habia superado la disparidad
de fuerza material. Y para terminar este acäpite y otor-
gar el merito de esta accion a quien primero le corres-
ponde, pedimos perdön para hacer una cita que consi-
deramos suficiente probanza, ya que el autor profesa
todo lo contrario de simpatia por la discutida figura del
gobernador de Buenos Aires:

«Defendiö como pocos su debil pais contra la agre-


sion extranjera... Defendiö no solo el honor, sino la in-
tegridad del pais con pericia energica; y fue el, solo el,
quien mantuvo aquella decision inquebrantable. Las
dos naciones mäs fuertes de la tierra se inclinaron ante
ese minüsculo seiior lejano, y al retirar Inglaterra sus
tropas y sus naves, entre las que habia aün algunas fra-
gatas de Trafalgar y algunos soldados de Waterloo, los
canones de la Emperatriz de las Indias saludaron con 21
disparos de desagravio y homenaje a una humilde ban-
dera, desconocida del mundo, pero no ignorada por
ellos.»

La inestabilidad politica de las repüblicas hispanoame-


ricanas despues de su emancipacion habia provocado
una larga y casi ininterrumpida secuela de luchas civi-
les, con la consiguiente inseguridad para las personas
y los bienes de sus habitantes. Los extranjeros radica-
dos en estos territorios no quedaron indemnes de las
consecuencias de tales disturbios; mas aün, fueron a

12 177
menudo las primeras victimas de los abusos de poder y
de los excesos multitudinarios. Esta indefensiön habi-
tual del extranjero (no menor por cierto que la del na-
cional) provocö por reaction actitudes intervencionistas
en los gobiernos de los individuos afectados y la acen-
tuaciön de la protection diplomätica. Ha de anadirse,
como factor de importancia para calibrar los hechos
que, por lo general, el recurso a la justicia resultaba
inoperante e ilusorio: los tribunales trasladaban la.
cuestiön a las calendas griegas o bien denegaban siste-
mäticamente la razon del perjudicado.
Esta situation, que era regia en muchos paises de
America, no se presentaba por cierto en la Repüblica
Argentina. Es verdad que durante los anos primeros de
la organization national, nuestro pais debiö de sufrir el
desgarramiento de mäs de una lucha intestina. Es verdad
que en esas pugnas los intereses privados de argentinos
y alienigenas experimentaron mäs de una grave lesion.
Pero la vigencia efectiva de las leyes, la existencia de
autoridades responsables, permitiö obtener siempre el
resarcimiento de los danos ocasionados. No procedia,
por tanto, aplicar en nuestro pais actitudes que, si bien
no siempre eran justificables en derecho estricto, se ex-
plicaban por las circunstancias que acabamos de men-
cionar.
No todos los gobiernos lo comprendieron asi, y, ante
los aislados casos de danos emergentes de desördenes
colectivos, pretendieron mäs de una vez usar la via di-
plomätica para reparar los perjuicios ocasionados a sus
nationales. De esas tentativas, la mäs notable, en cuanto

178
permitiö fijar con intergiversable firmeza la posiciön ar-
gentina, fue la que realizara el encargado de negocios
de Su Majestad Britänica, senor H. McDonell el 12 de
enero de 1872. A raiz de una serie de ataques lanzados
contra loa puebloa de Tandil y Azul por indios alzados,
los colonos ingleses de esos partidos se dirigieron en pro-
cura de amparo al representante de su pais. El agente
britänico reclamd a su turno, manifestando que su Go-
bierno entendxa de su deber dar la protecciön y el apo-
yo que todo sübdito britänico debia considerarse con de-
recho a reclamar.
El Canciller argentino, doctor Carlos Tejedor, con-
testo con claridad y energia, sentando la recta doctrina
en salvaguardia de nuestra dignidad y de nuestros de-
rechos. Afirmö en su respuesta el doctor Tejedor que
los extranjeros, desde que entran a un pais, estän suje-
tos a sus leyes y autoridades. «El extranjero—concluia
diciendo su nota—para el ejercicio de sus derechos
como para las quejas civiles y criminales a que se crea
con titulo, tiene que dirigirse—como los ciudadanos—
a esas autoridades, invocar sus leyes y esperar y acatar
las resoluciones de aquellas.» Asx quedaba sentada la
doctrina en cuya virtud la protecciön diplomätica no
procede cuando el extranjero puede hacer reconocer
sus derechos en los estrados judiciales del pais de su re-
sidencia. Todo intento de suplantar la via judicial in-
terna por el procedimiento politico de la reclamaciön
internacional quedaba, pues, condenado como acto aten-
tatorio de los derechos soberanos del Estado y de las
prerrogativas inherentes a su libre determinaciön.

179
La tesis del doctor Tejedor se referia a las personas
de existencia visible y se limitaba a exigir el recurso a
las leyes locales. Cupo a otro iosigne argentino, el doc-
tor Bernardo de Irigoyen, extenderla y desarrollarla.
El hecho se planteö con motivo de un incidente provo-
cado en Rosario por el gerente del Banco de Londres,
al que siguiö su detenciön por orden de las autoridades
provinciales. De inmediato, produjose la violenta pro-
testa de la Legaciön inglesa y la amenaza de enviar un
buque de guerra a la ciudad santafecina. El doctor Iri-
goyen, sin perder su celebre calma, puso de manifiesto
lo contraproducente de esta ultima medida, y respondio
por nota del 23 de junio de 1876, a los argumentos ex-
puestos por el representante ingles : «La Constituciön
y las leyes de Santa Fe y las leyes nacionales facilitan
ampliamente todos los recursos ante los tribunales para
la defensa integra de los derechos y los intereses par-
ticulares. Y solo cuando hay denegaciön de justicia y
cuando esos caminos abiertos por la ley son cerrados, o
notoriamente entorpecidos por los encargados de apli-
carla, puede venir un asunto que afecta intereses extran-
jeros a la discusiön diplomätica.»
. La doctrina de Irigoyen tendxa, como la doctrina Te-
jedor, a salvaguardar los derechos del Estado frente a
los desmedidos privilegios de los extranjeros. Pero
mientras que esta ultima se limitaba a senalar la igual-
dad juridica de los extranjeros con los nacionales, la
primera hacia hincapie en la necesidad del recurso a
la justicia como paso previo al amparo diplomätico.

180
Como en el caso de Tejedor, el ministro extranjero
no insistiö. La canonera no fue a Rosario y los jueces
argentinos continuaron ejerciendo hasta hoy jurisdic-
tion indiscutida sobre todos los habitantes del pais.

El problema de la protection diplomätica es un caso


especial en que juega la responsabilidad internacional
del Estado. Respecto a este ultimo principio en general,
tambien la Argentina ha hecho aportaciones significa-
tivas al desenvolvimiento del derecho internacional. Con
el nombre del pais debemos aqui unir el de dos distin-
guidos compatriotas: el ministro plenipotenciario don
Carlos Calvo y el que fuera ministro de Relaciones Ex-
teriores de la Nation, doctor Luis Maria Drago.
Drago enunciö su teoria en la segunda edition de su fa-
moso Traite de Droit International, puhlicado en 1896.
Justificaba su tesis de que las deudas particulates no de-
bian reclamarse diplomäticamente en los moviles poli-
ticos que casi siempre tales intervenciones encubrian.
«En derecho internacional estricto—decia—, el cobro de
creditos y la demanda de reclamaciones privadas no jus-
tifican de piano la intervention armada de los gobier-
nos. Y como los Estados europeos siguen invariable-
mente esta regia, en sus relaciones reciprocas, no hay
motivo para que ellas no se la impongan tambien en
sus relaciones con las naciones del nuevo mundo.»
La doctrina Calvo—como suele ocurrir, de acuerdo
con el conocido adagio—conquistö mas exito de publi-
cidad fuera de su patria que dentro de sus confines. La
tuvo, sobre todo, en los paises centroamericanos, mas

181
duramente probados por la coacciön intervencionista.
Muy distinto fue, en cambio, el marco en que se des-
envolvio y la notoriedad que de inmediato obtuvo la fa-
mosa doctrina Drago sobre cobro compulsivo de las deu-
das püblicas.
Son conocidisimas las circunstancias en que el doctor
Drago emitio su celebre tesis. A comienzos del siglo,
en 1902, el Gobierno de Venezuela habfa dejado de ser-
vir los intereses de las deudas que tenia contraidas con
varios paises europeos. Dos de las naciones acreedoras
resolvieron hacerse justicia por mano propia y militar.
Asegurados de la neutralidad benevola de los Estados
Unidos—entonces en plena diplomacia del dölar y de-
seosos de no fomentar insolvencias—, las escuadras de
Gran Bretana y Alemania establecieron el bloqueo sin
declaration de guerra—bloqueo que los tratadistas en
nuestra materia, sin duda por ironia, califican de «pa-
cifico—, se apoderaron de buques de guerra surtos en
los puertos, y, finalmente, bombardearon la ciudad de
Puerto Cabello.
Grande fue la emociön causada en toda America por
esta actitud, pero nadie se moviö. Mejor dicho, solo un
pais—la Repüblica Argentina—dejö oir su voz en de-
fensa del derecho vulnerado. El 29 de diciembre de 1902
el doctor Drago enviaba al ministro argentino en Was-
hington, doctor Martin Garcia Merou, la nota en que
hablaba, junto con su patria, la conciencia acallada de
todo un Continente. Despues de sintetizar los hechos
producidos, el doctor Drago ubicaba la cuestion: «El
capitalista que suministra su dinero a un Estado ex-

182
tranjero tiene siempre en cuenta cuales son los recur-
sos del pais en que va a actuar y la mayor o menor po-
sibilidad de que los compromisos contrai'dos se cum-
plan sin tropiezos. Todos los paises gozan por ello de
diferente credito, segün su grado de civilizacidn y cul-
tura y su conducta en los negocios.» Y agregaba mas
adelante: «Entre los principios fundamentales de de-
recho publico internacional que la Humanidad ha con-
sagrado, es uno de los mäs preciosos el que determina
que todos los Estados, cualquiera que sea la fuerza de
que dispongan, son entidades de derecho, perfectamente
iguales entre si y reciprocamente acreedoras por ello a
la misma consideracidn y respeto. El reconocimiento
de la deuda, la liquidation de su importe, pueden y de-
ben ser hechos por la Nacidn sin menoscabo de sus de-
rechos primordiales como entidad soberana, pero el
cobro compulsivo e inmediato en un momento dado por
medio de la fuerza no traeria otra cosa que la ruina de
las naciones mäs debiles y la absorciön de sus gobiernos,
con todas las facultades que le son inherentes, por los
fuertes de la tierra.»
Llegaba asi el canciller argentino al punto central
de su doctrina: «El cobro militar de los emprestitos
supone la ocupacidn territorial para hacerlos efectivos,
y la ocupacidn territorial significa la supresion o subor-
dinacidn de los gobiernos locales en los paises a que se
extiende. Lo ünico que la Repüblica Argentina sostiene
y desearxa ver consagrado con motivo de los sucesos de
Venezuela por una nacidn que, como los Estados Uni-
dos, gozan de tan grande autoridad y poderio, es el

183
principio de que no puede haber expansion territorial
europea en America ni opresidn de los pueblos de este
Continente porque una desgraciada situacion financiera
pudiera llevar a alguno de ellos a diferir el cumpli-
miento de sus compromisos.»
Largo seria seguir las vicisitudes que experimento la
doctrina de Drago en la historia contemporänea. En el
campo diplomatico la suerte no le fue favorable. Dis-
cutida en la tercera Conferencia panamericana, fue re-
mitida sin prouunciamiento a la segunda Conferencia
de paz de La Haya en 1907. Alii tropezo nuevamente
con la oposiciön norteamericana. El delegado de ese
pais, Mr. Porter, logrö, en efecto, introducir una en-
mienda que alteraba sustancialmente el contenido de la
«doctrina argentina», como le placia denominarla al
doctor Drago. Porque la convencion aprobada en La
Haya no se referia expresamente a las deudas publicas
y autorizaba el empleo de la fuerza en el caso de que se
hubiera rechazado el procedimiento del arbitraje. El
pensamiento doctrinario siguiö, en cambio, prestän-
dole la atenciön y el apoyo que han llevado el nombre
de nuestro compatriota, y con el el de su pais, al grado
de alto prestigio que en el consenso juridico universal
mantiene hasta nuestros dias. Es que la doctrina de
Drago, tecnicamente inatacable, humaname^ite justa,
protectora de la dignidad y la soberania de los debiles,
no es solamente una de las mäs fieles expresiones de
nuestro temperamento nacional, sino que refleja una
aspiracidn profunda y universal hacia un orden fun-

184
dado en la justicia, que los transitorios eclipses del de-
recho no podran jamas obnubilar con su sombra.

Hemos pasado revista a tres doctrinas argentinas que


afirman en el campo del derecho internacional las pre-
rrogativas de la soberania. Sobre el caracter superficial,
a vuelo de päjaro, de esta ojeada retrospectiva, no vale
la pena insistir. Preguntemonos, en cambio, que con-
clusiones nos permite ella inferir. La primera es, a nues-
tro juicio, la admirable coincidencia—en los fines y en
los metodos—de hombres situados en las antipodas del
mundo ideolögico y a la distancia, mayor atin, que se
crea entre las generaciones con el andar de los tiempos,
cuando se ha tratado de defender el interes nacional.
Esta solidaridad pöstuma nos revela la unidad indes-
tructible de nuestro pasado y la absurdidad de los vetos
y contravetos personales con que en nombre de rencores
enmohecidos se ha pretendido segmentarlo. Si una lec-
tion debemos aprender de las comunidades que nos han
precedido en el tiempo, es la incorporation unänime de
los servidores de la patria al recuerdo agradecido de la
posteridad. La Francia republicana exaltö la gloria de
Napoleon Bonaparte; la Francia librepensadora conser-
ve alta la memoria del Cardenal de Richelieu. Las ideo-
logias politicas son transitorias; la nation queda. No
queremos levantar monumentos con los bloques despe-
dazados de otras efigies abatidas por la incomprensiön
y el fanatismo, como aquel papa Barberini que cavaba
en el foro de los Cesares el marmol de su villa estival.
Mantendremos intactas nuestras disidencias con los hom-

185
bres del pasado que no fueron dioses del Olimpo, sino
hombres como nosotros, aunque llamados por el signo
de una aha vocacion. Pero esas disidencias—a veces irre-
conciliables como las ideas que nos separan—no embo-
tarän nuestro juicio en la mezquindad de una filistea
negation.
Los que hayan luchado por la grandeza de la nation
argentina merecen la estatua, cualesquiera que hayan
sido sus errores en la cocina interna de los asuntos do-
mesticos. Para todos ellos, para liberales y autoritarios,
para izquierdistas y derechistas, para encumbrados y
proletarios, estän dichas las inmortales palabras de Pe-
ricles en la oration fünebre a los muertos por Atenas
en el primer ano de su guerra contra el enemigo secu-
lar : «Cuanto mäs grande os pareciere vuestra patria,
mäs debeis pensar en que hubo hombres magnänimos
y osados que, conociendo y entendiendo lo bueno y te-
niendo vergüenza de lo malo, por su esfuerzo y por su
virtud la ganaron y la adquirieron.»
La otra conclusion que surge de nuestro examen es
que con la defensa celosa de la soberania no fue en
ningün caso la protecciön de los privilegios, la exalta-
tion del orgullo, la cohonestaciön de la fuerza lo que
buscaron nuestros juristas y nuestros gobernantcs. So
suele atacar hoy con fastidiosa insistencia la notion de
soberania, haciendola sindnima de agoismo, de incorn-
prensiön, de voluntad de aislamiento. Pero nuestra bis-
toria—lo acabamos de ver—nos mucstra que tambien
puede ser marco en que se encierren las mas generosas
aspiraciones, los mas altos ideales. Y la mejor prueba

186
de que no eran preponderantes los gestos de sua arti-
fices es que nunca se movilizaron contra los mäs debiles,
sino que se hicieron valer contra los mäs fuertes de la
bora. Y la mejor prueba de que no eran mezquinas sus
ambiciones, es que en mäs de un caso no se dirigian
a proteger el propio interes, sino los derechos pisoteados
de terceros inermes. En las vetas mäs nobles del alma
nacional es donde hay que buscar el origen de nues-
tra alerta sensibilidad para los atropellos a la indepen-
dencia y las ofensas al decoro de los Estados. Cuando
Rosas y cuando Drago, cuando Arana y cuando Teje-
dor, cuando Calvo y cuando don Bernardo defendian
la soberanfa, no se encerraban en la torre de su egofs-
mo, sino que salian por los campos de la politica y del
derecho como nuestro antepasado Quijada por los cam-
pos de la Mancha para enderezar agravios y deshacer
entuertos. Tenemos, si, fe en la nation porque senti-
mos en ella realizada la vocation ingenita del alma
humana hacia la patria terrenal. Pero no la queremos
solo por lo que es, sino por la mision que tiene asig-
nada en la historia. Perderla en los vericuetos de aven-
turas ocasionales, con menguado fruto y harto escozor,
es traicionarla. Nosotros queremos llevarla, y la lleva-
remos, al grandioso destino que le tiene reservado la
providencia de Dios (1).

(1) Conferencia pronunciada en el Instituto Latinoamericano do


Derecho Comparado de la Facultad de Derecho de Buenos Aires,
el 12 de julio de 1949.

187
i

s
2. Hay, en la historia de las relaciones diplomäticas,
dos clases de documentos: unos, que valen por su con-
tenido intrinseco y por el alcance preciso de las cläu-
sulas que Ios integran; otros, cuya importancia radica
en su contexto mäs aün que en su texto, que tradu-
cen el espiritu de una epoca y que, por haber sabido
reflejarlo, dejan huellas permanentes en la historia de
los pueblos que los han suscrito.
Los pactos de Mayo, cuyo cincuentenario hoy conme-
moramos, pertenecen a esa segunda categoria. No es,
por cierto, que pretendamos negar el valor präctico de
sus disposiciones, algunas de ellas decisivas para la sal-
vaguardia de la paz amenazada. Pero debemos reco-
nocer que estas disposiciones no hubieran bastado por
si solas para que, en el momento de ser concertadas,
un grito de intima alegria se levantara a ambos lados
de los Andes y para que todavia hoy nos reunamos en
esta s a l a a festejar su medio siglo. Mucho mäs que la
reduction de armamentos (£que resonancias tiene este
tema en nuestros oidos despues de las dos ultimas gue-
iras?), mucho mäs aün que el arbitraje permanente
— p i e z a , c a s i , d e museo en la utileria international—

170
los pactos de Mayo expresan un sentimiento colectivo,
dicen de un modo de ser que no ha caducado a lo lar-
go de las dramäticas vicisitudes de la hora presente. Es
la pervivencia de esa actitud vital por los pactos refle-
jada lo que les otorga permanente frescura. Habrän
muerto los hombres que lo firmaron, habrän cambiado
las circunstancias politicas, se habrän enmohecido al-
gunas de las herramientas usadas. Pero el impulso que
promovio la firma de estos tratados sigue siendo todavia
hoy el que informa y alienta toda forma posible de
convivencia entre las naciones hispänicas del Continen-
te americano.
Para justificar esta apreciacion, debemos recordar so-
meramente los antecedentes que determinaron la firma
de los convenios de Mayo. Es sabido que la Argentina
y Chile sostuvieron, desde los dias initiales de la In-
dependencia, una fundamental disparidad de criterios
sobre el trazado de los limites entre los dos paises. Los
viejos documentos de Indias, los que sirvieron para de-
terminar el uti possidetis juris, de 1810—se referian
genericamente a las «cordilleras nevadas» como linea
de separation—. Asi lo estipulaba la cedula de crea-
ciön de la Capitania General de Chile de 1684 y asi,
tambien, lo repetia la cedula de erection del Virreinato
del Rio de la Plata de 1776.
Pero esta terminologia, si bien exacta en su sentidö
general, no resultaba suficientemente precisa en impor-
tantes sectores de la vasta frontera. Particularmente en
la zona Sur—en la cual la demarcation no tuvo interes
präctico durante el dominio espanol, por tratarse de

190
enormes desiertos—la cordillera no constituxa ese ma-
cizo imponente que se yergue al Norte y al Centro y que
tiene toda la fuerza de un valladar puesto por Dios
para marcar los confines. De ahx que, desde los albores
de la vida independiente, surgieran divergencias tan
hondas que trasladaban el lxmite mäximo de las reivin-
dicaciones chilenas a todo el territorio patagonico al sur
del rio Deseado, y las reivindicaciones argen tinas a ex-
tensas zonas costeras banadas por las aguas del Oceano
Pacifico.

Durante los tres primeros cuartos del siglo XIX el


conflicto se mantuvo virtualmente en sus terminos ini-
ciales. Es cierto que algunos episodios aislados deno-
taron que la situation adquirx'a progresiva gravedad a
medida que el territorio en litigio se incorporaba a la
vida civilizada. Pero, aun en estas etapas preliminares,
hubo esfuerzos generosos para resolver amistosamente
las diferencias. Recordamos asi el tratado de 1856, en el
cual Argentina y Chile descartaron solemnemente el
recurso a la violencia y convinieron en procurar una
solution pacifica sobre la base del arbitraje.
Pero el primer paso serio en pro del comün entendi-
miento fue el tratado Irigoyen-Echeverrxa del 23 de
julio de 1881. Cuando se hace la historia del conflicto
de limites con Chile se reduce demasiado—nos pare-
ce—la importancia realmente decisiva que tuvo este
pacto, en cuya virtud una parte considerable de las
discrepancias quedo definitivamente zanjada. Baste
para probarlo que el dominio de la isla de Tierra del
Fuego quedö claramente definido por el trazado de una

191
lfnea vertical que dividia a la isla en una parte chilena
y otra argentina; que los lxmites al sur del paralelo 52
quedaron minuciosamente precisados; que se estipulo
la neutralization perpetua del estrecho de Magallanes
y que para el resto se adopto el famoso principio del
divortium aquarum, combinado con sistema orogrä-
fico, que pudo ser aplicado sin inconvenientes en un
amplio sector fronterizo.
Pero el tratado de 1881, por cuya conclusion debemos
evocar con gratitud los argentinos el nombre ilustre de
don Bernardo de Irigoyen, tenia su talon de Aquiles.
Y este talon de Aquiles consistia en la imperfecta ex-
presion del criterio divisorio para la generalidad de la
frontera al decir que en esa extension la lfnea fronte-
riza correria «por las cumbres mäs elevadas de las Cor-
dilleras que dividan las aguas». Pues como en la reali-
dad las cordilleras no siempre dividfan las aguas, la
adoption absoluta del criterio orogräfico, el de las mäs
altas cumbres, excluia la del hidrogräfico, la de la di-
vision de las aguas. De ahi que, muy logicamente, cada
uno de los paises se asiera al criterio de interpretation
mäs favorable a sus intereses: la Argentina, al orogrä-
fico; Chile, al hidrogräfico. Asi, pues, a pesar del im-
portante paso que signified el tratado de 1881, al ter-
minar el siglo cerca de 100.000 kildmetros cuadrados
quedaban to davia sin definitiva adjudicacion.
La etapa que va desde ese ano de 1881 hasta la SOIUT
cion final del pleito fue sin duda alguna la mäs ingrata
y espinosa en la historia de las relaciones argentino-
chilenas. La imposibilidad en que se encontraron los

102
peritos de colocar los hitos fronterizos sin optar por una
de las tesis contradictorias paralizd las tareas de demar-
cation. Los choques diploinäticos se extendieron a la
calle, provocando una violenta exacerbation de las pa-
siones publicas a uno y otro lado de los Andes.
Con todo, en el centro mismo de la tormenta los pi-
lotos no perdian la cabeza. En 1893, en plena agita-
tion, el protocolo Errazuriz-Quirno Costa signified un
paso decisivo en favor de la concordia. Mediante este
instrumento se puso limite a lo que habia de excesivo
en las aspiraciones de las dos partes al estipularse que
«la soberania de cada Estado sobre el litoral respectivo
es absoluta, de tal suerte que Chile no puede pretender
punto alguno hacia el Atlantico como la Argentina no
puede pretenderlo hacia el Pacifico». De este modo, la
renuncia por las dos naciones a una solution radical-
mente incompatible con los vitales intereses de la otra
hizo vislumbrar una salida que los mas optimistas te-
nian ya por imposible.
Los pasos ulteriores para la solution juridica del plei-
to fueron mäs fäciles, aunque se dieron muchas veces
entre el rumor de las armas. En 1896 se logrö la acep-
tacion, en principio, del arbitraje, que recaeria—segtin
el acuerdo—sobre los puntos no resueltos directamente
por los peritos y que se confiaria a la decision de Su
Majestad Britänica. En 1898, despues de un momento
de violencia y exacerbation inigualados, el acta Pinero-
Latorre estableciö los terminos concretos del compro-
miso arbitral y designö nominativamente ärbitro a la

13 193
Reina Victoria. En el verano de 1899 los dos president
tea se encontraron en aguas de Magallanes.
Corresponde aqui subrayar un hecho de gran valor
docente sobre la diffcil mecänica que mueve los acon-
tecimientos politicos. Al finalizar el siglo, el conflicto
argentino-chileno parecia, como dijimos, virtualmente
solucionado. Una parte considerable de la frontera ha-
bia sido demarcada, mientras que el resto dependia de
la decision del ärbitro nombrado por consenso comün
de las partes. El protocolo Errazuriz-Quirno Costa ha-
bia eliminado las pretensiones extremas de aquellas. La
visita de los jefes de Estado habia puesto en evidencia
las intenciones pacificas que animaban a los principales
ejecutores de la voluntad nacional. Y bien : en esas con-
diciones y sin que nadie supiera exactamente por que,
empezo un nuevo periodo de agitation (que habria de
ser el ultimo) en el cual, y justamente porque no habia
formulas concretas de apaciguamiento que no hubiesen
sido ya ensayadas, la guerra entre los dos paises paretic
una vez mäs la ünica salida decorosa.
Surgen en aquellos momentos fuerzas emotionales que
no piden ni dan cuenta de sus actos a formas superio-
res de action. Parecieron imponerse en el änimo po-
pular los espiritus superficiales y vocingleros. Al am-
paro de los grandes y nobles temas de la integridad na-
cional y del patriotismo herido, se cobijaron rencores
indeterminados y oscuros resentimientos.
Todo ello es explicable por la intrinseca irracionali-
dad de las reacciones colectivas, mäs de una vez legiti-
madas porque responden a instintos primarios pero ge-

194
nerosos. En cambio, en los elencos dirigentes hay dere-
cho a exigir la subordination de esos instintos al juicio
y a la prudencia. Fue esa la providential iortuna que
asistio a la Reptiblica Argentina y a Chile en aquel mo-
menta crucial de su historia. Hubo sobre el Atlantico
y sobre el Pacifico hombres que no se dejaron arrastrar
por la ola, que supieron ver mas alia del instante tran-
sitorio, que tuvieron lücida conciencia de las grandes y
nobles cosas que estaban en juego y cuya conservation
y cuyo aniquilamiento dependxan de un simple acto de
su voluntad. Mas fäcil les era inclinarse ante lo que
paretia inevitable. Pero fueron leales al destino de sus
pueblos, y, aunque parecieron contradecirlos en sus pre-
ferencias ocasionales, en ultima instantia lo sirvieron,
ganando asi una gloria mäs grande que la que hubieran
conquistado en el campo de una lucha sin horizontes.
Cuando, en abril de 1902, el doctor Jose Antonio Te-
rry cruzaba los Andes para ocupar el cargo de minis-
tro plenipotenciario en Chile, la tension se habia ali-
viado y la amenaza inminente de guerra paretia nueva-
mente alejarse. Pero las dificultades eran todavia serias
y el arreglo final no paretia proximo. La carrera arma-
mentista seguia en su apogeo. Los dos paises continua-
ban encargando la construccion de nuevas unidades en
astilleros europeos. Se realizaban maniobras espectacu-
lares. Surgian incidentes fronterizos en la zona en liti-
gio. Y por encima de todo, no se habia borrado esa es-
pecie de conviccion fatalista de que la guerra era un
acontecimiento ineluctable.

!9S
Las principales dificultades aparecian por el lado de
la renuncia a las expansiones territoriales y por el de la
reduction de armamentos. Habi'a en la Argentina la
preocupaciön de que los acuerdos pudieran significar
la entrega a Chile de un bill de indemnidad para lo que
algunos espiritus prevenidos senalaban como una po-
lflica expansionista iniciada con la guerra del Pacifico.
Se criticaba, ademäs, el proyecto de vender o destruir
las unidades de guerra recien adquiridas y de las cuales
nuestra joven marina, representada en el Gobierno por
el contraalmirante Betbeder, estaba justamente orgullo-
sa. Estas dificultades, asi como la distinta apreciaciön
sobre el respectivo poderio naval, estuvieron a punto
de malograr las negociaciones. Felizmente, el tino y el
empeno de los hombres que intervenian conjuraron la
crisis.
El doctor Terry, a veces en discrepancia con sus su-
periores jerärquicos, sirviö con lealtad pero sin rigidez
de automata las tesis argentinas. Tan incansable fue la
actividad de las partes, que el 28 de mayo se firmaron
los acuerdos. Y aunque el laudo arbitral solo se pro-
nuncio seis meses despues, desde ese momento puede
decirse que la cuestiön de Chile habia terminado.
Los pactos de Mayo comprenden tres instrumentos
principales. Son ellos: el acta preliminar, el tratado de
arbitraje permanente y el acuerdo sobre limitation de
armamentos navales. A estos tres acuerdos debe agre-
garse otro documento accesorio, el convenio sobre co-
locaciön de hitos fronterizos, y un instrumento comple-

196
mentario: el acta aclaratoria firmada el 10 de junio
para precisar el alcance de los anteriores.
El acta aclaratoria fija los propösitos esenciales que
guiaban a los gobiernos al suscribir los restantes acuer-
dos. Subraya su firme voluntad de resolver de modo
amistoso las dificultades que los separaban y expresan
su reciproca intention de no procurar expansiones te-
rritoriales. Esta declaration estaba—en cuanto a Chile—
matizada con la salvedad relativa al cumplimiento de
los tratados vigentes y de los que en adelante se cele-
braren. En efecto, en virtud del tratado de Ancön, que
puso fin a la guerra del Pacifico, quedaba en pie la
final adjudication de las provincias de Tacna y Arica,
que podian—en virtud del plebiscito previsto en dicho
tratado—pasar al dominio definitivo de la Repüblica
transandina.
El tratado de arbitraje, compuesto de quince articu-
los, se ajusta en sus lineamientos generales al tipo comün
de documentos de esta especie que entraron en boga
despues de la primera Conferencia de La Haya. Seiiale-
mos, tan solo, que incorpora a su texto la llamada «for-
mula argentina» en cuya virtud solo quedan excluidas del
juicio arbitral las controversias que afectaren a los pre-
ceptos de la Constitution de uno u otro pais. Esta «for-
mula argentina» tiene la ventaja de su precision y exac-
titud sobre otras reservas mäs genericas, como la for-
mula anglofrancesa que excluye de la jurisdiction del
ärbitro las cuestiones que afecten «el honor y los inte-
reses vitales». No cabe duda, en efecto, que los precep-
tos de la Constitution seiialan una delimitation concre-

197
ta y precisa de los poderes del ärbitro, mientras que «el
honor y los intereses vitales» son terminos de tan eläs-
tica ampliation como la voluntad de eludir el recurso
al arbitraje.
Bajo otro aspecto, interesa destacar la amplitud de
poderes conferidos al ärbitro, el cual podia—en virtud
del articulo VII del tratado—decidir sobre la validez
del compromiso y de su interpretation, asi como tam-
bien sobre si determinadas cuestiones habian sido o no
sometidas a su jurisdiction en la escritura del compro-
miso. Asi, pues, el tratado de 1902 otorgaba al ärbitro
lo que en lenguaje tecnico se denomina «la competen-
cia de la competencia», o sea que, si una de las partes
discutia la capacidad del ärbitro para juzgar, quien
deberia decidir sobre esa contienda era el ärbitro
mismo.
De todos los instrumentos firmados el 28 de mayo de
1902, el mäs importante y el mäs original es el acuerdo
sobre limitation de armamentos navales. Hemos dicho
ya—y no volveremos sobre el punto—que la causa in-
mediata de la crisis final de las muchas que se suscita-
ron en la historia de la cuestion de limites con Chile
fue la carrera armamentista para conseguir la primacia
del poderio naval. El convenio sobre armamentos, al
interrumpir esta carrera, puso fin a la causa inmediata
de la tension, ya que la cuestion de limites propiamen-
te dicha habia pasado en ese momento a segundo piano.

En virtud del convenio, los gobiemos de la Repu-


blica Argentina y de Chile desistian de adquirir las na-
ves de guerra que tenian en construction asi como de

198
hacer—por ei momento—nuevas adquisiciones. Ade-
mäs, ambos gobiernos conveni'an en disminuir sus res-
pectivas escuadras, para lo cual seguirian negociando
hasta llegar a un acuerdo que produjera una «discreta
equivalencia» entre ellas. Finalmente, la Argentina y
Chile se comprometian a no aumentar durante cinco
afios sus armamentos navales sin previo aviso, que el que
pretendiera aumentarlos daria al otro con dieciocbo me-
ses de anticipation.
El convenio de limitation de armamentos fue com-
plementado por un cambio de notas en cuya virtud se
someterian al arbitraje las diferencias sobre interpre-
tation de la clausula relativa a la disminucion de las
escuadras y por la ya mentada acta aclaratoria del 10
de julio de 1902, en la cual se precisaba que el esta-
blecimiento de la equivalencia de las escuadras no ha-
cia necesaria la enajenaciön de buques, pudiendo lo-
grärsela por el desarme de las unidades u otros medios.
Y agregaba el acta estas palabras, que son las que mas
meollo tienen de las de todos los pactos: «A fin de que
ambos gobiernos conserven las escuadras necesarias, el
uno para la defensa natural y el destino permanente
de la Repüblica de Chile en el Pacxfico, y el otro, para
la defensa natural y el destino permanente de la Re-
püblica Argentina en el Atlantico y en el Rio de la
Plata.»
La primera nota caracteristica de este acuerdo es su
novedad. Es cierto que un acuerdo anglonorteamerica-
no de 1817 habia establecido la reduction de armamen-
tos navales en la region de los grandes lagos. Pero se

189
trataba de un antecedente sumamente remoto y que li-
mitaba la reduction a una zona especial. Mediante el
convenio de Mayo, por primera vez en la historia de
las relaciones internationales de la epoca contempora-
nea, dos Estados aceptaban espontäneamente, no como
resultado de una paz impuesta, sino para prevenir el
estallido de la guerra, la reduccion de sus fuerzas. Vein-
te ailos y un conflicto armado que costo millones de
muertos pasarian por el mundo occidental antes que
las cinco principales potencias navales de la tierra tra-
taran de hacer en Washington lo que dos pequenas re-
publicas habian logrado sin mengua de su honra en un
apartado rincön de la America del Sur.
Otro motivo de interes suscitado por el convenio so-
bre limitation de armamentos es el canon usado para
determinar la equivalencia de las escuadras. Es sabido
que la Conferencia de 1922 tuvo dificultades casi insu-
perables para buscarla en una limitation del tonelaje
y que la regia adoptada—la famosa 5.5.3—fue de engo-
rrosa aplicacion en la practica. Los negociadores de
1902 superaron el escollo mediante el recurso a una
de las formulas mäs felices que podamos encontrar en
la historia de la diplomacia americana: la formula de
la discreta equivalencia. De esta formula dijo Joaquin
Gonzalez que era, ella misma, discreta y la sobriedad
del elogio se ajustaba exactamente a la modestia del
termino empleado. En su alcance juridico la expresion
indicaba que lo que debia procurarse no era una igual-
dad matemätica entre los dos poderes, sino una equipa-

200
raciön de fuerzas que mantuviera el equilibrio entre
ellas e biciera imposible el predomiuio absoluto en el
mar del mäs aventajado.
Debemos asimismo llamar la atenciön sobre el em-
pleo, eu el acta aclaratoria, de una fräse que condensa
todo un programa de conducta internacional: el des-
tino permanente de Chile en el Pacifico y el destino per-
manente de la Argentina en el Atläntico y en el Rio de
la Plata.
Ante todo, estas palabras tienen, leidas a la Iuz del
protocolo Errazuriz-Quirno Costa, el sentido de una re-
ciproca renuncia. En el documento de 1893 la Argen-
tina desistia de obtener territorios sobre el Oceano Pa-
cifico, del mismo modo que Chile desistia de obtener-
los sobre el Atläntico. En el documento de 1902 esta
renuncia territorial se ampliaba y se convertfa en la
renuncia al ejercicio de toda influencia en la esfera
natural de action del otro contratante.
Pero se entenderia mal este texto si se le diera
un sentido puramente negativo. Porque junto con la
voluntad de abstention implica tambien un reconoci-
miento, y la forma positiva como estä redactado el do-
cumento otorga fuerza a nuestra exegesis. Reconoci-
miento de los derechos argentinos a desempenar en el
Oceano Atläntico y en la cuenca del Plata el papel que
le asigna su importancia y sus derechos histöricos. Re-
conocimiento de los derechos chilenos a desempenar en
el Pacifico el papel que le confiere la posesion de trea
mil kilometros de costa y el alto nivel que en todos lo»

201
pianos coloca a Chile en an lugar prominente entre las
naciones del Paci'fico.
No piense, sin embargo, la suspicacia que este fran-
co reconocimiento suponfa via libre para una politica
agresiva y de conquista a costa de las naciones vecinas.
Hemos ya citado las palabras del acta preliminar sobre
el repudio de las expansiones territoriales. Esas pala-
bras ilustran y completan el alcance del destino perma-
nente que Chile y la Argentina se asignaban en sus ma-
res riberenos.
Hoy, despues de cincuenta anos, debemos registrar
la fidelidad escrupulosa con que los dos paises han sa-
bido sumplirlo. Ambos a dos, dentro del marco geogrä-
fico fijado por la Providencia y delineado por la sabi-
duria de sus gobernantes, han vuelto a encontrar en el
siglo XX un punto de contacto en las regiones australes.
Pero ya no serän necesarios nuevos pactos de Mayo para
disipar recelos que no existen ni amenazas de guerra
que nadie preve. Porque en las regiones antärticas, no
solo coincidirän para afirinar que ningün otro pais tie-
ne titulos legitimos de senorio. Concordarän tambien
para determinar—acaso sin la intervention de terceros—
los limites de la inconmensurable superficie que las ge-
neraciones futuras verän, por el esfuerzo de nuestros
pueblos, puestas al servicio de los destinos permanen-
tes que, con la ayuda de Dios, serän un dia el glorioso
y comün destino de la comunidad hispanoamericana.

Deciamos al comienzo que los pactos de Mayo tienen


un significado que trasciende en mucho el objetivo in-

202
mediato que determinö su concertacion. Seanos permi-
tido, como corolario final de esta exposition, justificar
nuestro aserto.
En primer Iugar, los pactos de Mayo liquidan defi-
nitivamente la cuestion entre la Argentina y Chile. Ha-
habitualmente se considera que esta cuestion quedo re-
suelta por el laudo arbitral que el rey Eduardo VII die-
to seis meses despues de firmados los pactos y que zan-
jaba definitivamente el pleito territorial. No negamos,
desde luego, la importancia que tuvo ese laudo ni es
nuestro proposito disminuir mezquinamente la colabo-
racion prestada por el Gobierno ingles para la solueiön
pacifica del conflicto. Pero estamos persuadidos de que la
verdadera cuestion que se ventilaba entre la Argentina
y Chile a comienzos de este siglo no era tanto de cues-
tion de limites cuanto una desinteligencia sobre el papel
que cada uno de los dos paises asignaba al otro en el
concierto de los pueblos sudamericanos. Cuando el rey
de Inglaterra dicto su laudo, esa desinteligencia habia
sido ya disipada y fueron precisamente los pactos de
Mayo los que lograron esa clarification. Porque los pun-
tos decisivos de los pactos: los que excluyen la volun-
tad de expansiones territoriales, los que establecian la
discreta equivalencia de las escuadras y los que asig-
naban a Chile un destino permanente en el Patifico y
a la Argentina un destino permanente en el Atlantico
no son solo formulas de contenido juridico, traducibles
en derechos y obligaciones claramente delineadas; son
directivas generales, orientadoras de una politica de res-

203
peto reciproco y de trato paritario, que los dos paises
han mantenido inflexiblemente a traves de todos los
avatares de su historia.
No entra en nuestros planes hacer aqui un examen de
fondo de la institution arbitral. Pero creemos que la
solution del pleito con Chile, antes que un triunfo del
arbitraje, fue un triunfo de la voluntad conciliatoria de
las partes, manifestada en sus negociaciones directas.
Aparte de lo ya expresado, sirva para demostrarlo el
hecho siguiente: cuando la cuestion territorial estaba
to da via a estudio de los peritos ingleses nombrados por
la Reina, se temio que un laudo fundado en el derecho
estricto, al ratiiicar integramente las pretensiones ex-
tremas de los litigantes, provocara resquemores que en-
conaran la herida en vez de cicatrizarla. Para impedir
que el laudo tuviera esa lamentable consecuencia, un
distinguido chileno, don Jorge Huneus, propuso y logro
que, mediante una gestion conjunta de Italia y Alemania,
el arbitro pudiera fallar segun la equidad, apartändo-
se de los elementos legales de juicio aportados al tri-
bunal.
Esto, en apariencia, implicaba extender los pode-
res del arbitro al permitirle prescindir de las reglas
juridicas. Pero, si bien se observa, tenia una consecuen-
cia diametralmente contraria. Permitirle al arbitro fa-
llar—como lo hizo—segun la equidad, no significaba de
hecho ampliar sus poderes. Implicaba, por el contra-
rio, insinuarle la conveniencia de que excluyera de su
sentencia un pronunciamiento que favoreciera unilate-
ralmente a Chile o a la Argentina y que se circunscri-

204
biera a dictar una sentencia salomonica para que de
sus resultas no quedaran vencedores ni vencidos. Quiere
ello decir que, cuando Eduardo VII fijo la lxnea fron-
ter iza, lo hizo en virtud de un acuerdo tacito de los
paises en conflicto segun el oual la sentencia traduciria
en el terreno el propösito, ya establecido, de Chile y la
Argentina en el sentido de que el pleito se resolviera
por transaction, sin determinarse quien tenia razon y
quien estaba equivocado. Por eso los pactos de Mayo,
donde esa voluntad transaccional se puso de manifies-
to, marcan el verdadero final del conflicto, en tanto que
el laudo arbitral solo fue la ejecucion material de un
entendimiento ya establecido.
En segundo lugar, los pactos de Mayo expresan una
modalidad de las relaciones internacionales que se ade-
lanta en mucho a su epoca. Porque el alcance de estos
acuerdos es mäs profundo que el ya muy trascendental
de haber impedido la guerra y los males que son su
consecuencia. El conflicto armado entre dos pueblos es
siempre de suyo un hecho doloroso y siempre resulta
laudable cuanto pueda ser hecho por evitarlo. Pero el
pacifismo a todo trance es una forma detestable de ido-
latria, y esa confrontation ultima de una nation con
sus posibilidades vitales que es la guerra resulta a ve-
ces el ünico modo de asegurar su perduracion y su gran-
deza. Sin embargo, en una conception de la vida inter-
national de la cual los pactos de Mayo son para nos-
otros una manera de preanuncio, una guerra por cues-
tiones territoriales y por predominios localistas entre
pueblos que integran una mäs grande comunidad, vincu-

205
lada por la unidad de cultura, ya no parece justifiable.
No sabemos si los hombres que hace medio siglo jmpi-
dieron la guerra entre la Argentina y Chile tenian clara
conciencia del signilicado histörieo de su gesto. Pero
no cabe duda de que con el interpretaban el sentir de las
generaciones futuras. Hoy en dia, la posibilidad de im
conflicto por diferencias territoriales entre dos pueblos
unidos por valores mäs profundos no solamente nos pa-
rece nefasta; nos suena a anacrdnica. En un mundo
dividido en bloques separados por concepciones anti-
ndmicas de la vida, los conflictos politicos solo se ex-
plican como resultantes de esa diversidad de concep-
ciones. La lucha por un poco mäs de territorio, por un
poco mäs de influencia, por un poco mäs de poder, nos
parece mezquina y municipal. Chile y Argentina no son
ya entidades aisladas e impenetrables, espiritualmente
disociadas entre si como pueden estarlo de otros Esta-
dos de Asia o de Oceania. Tienen una comunidad de mi-
sion dentro de la irrevocable libertad de determinarse
inherente a su condition de Estados soberanos, y esta
comunidad excluye para siempre la idea de un choque
frontal de sus intereses vitales. Habernos preservado de
una tradition de resquemores y venganzas, haber ase-
gurado las condiciones para la action comun que el
porvenir reclama, es—nos parece—el mas grande le-
gado de los pactos de Mayo.
En tercer lugar, los pactos de Mayo testimonian bri-
llantemente la primacia de los grandes objetivos de la
politica exterior sobre las cuestiones de orden interno.
No podemos los argentinos formular esta afirmacidn sin

187
recordar uno de los ejemplos mäs altos de conducta pu-
blica que registra nuestra historia. Es sabido que, al
momento de firmarse los acuerdos, el mäs grande adver-
sario que tenia el presidente Roca era Pellegrini. Todos
—y el Gobierno el primero—esperaban que, movido por
su pasion politica, lanzara la fuerza avasalladora de su
personalidad contra la principal obra del que a su jui-
cio lo habia desertado. Pero no fue asi. Contra la ex-
pectativa de sus partidarios y de sus enemigos, desafian-
do la impopularidad callejera, arrostrando la violencia
fisica de la muchedumbre, percibiö el interes national
mäs allä y mäs arriba de la ocasional banderia. Defen-
diö los pactos en el Senado y en la prensa y fue uno
de los factores de su triunfo. Tal vez no coincidamos
hoy con algunos de sus argumentos, fundados en la poca
importancia que para este espiritu volcado a Europa
tenian los problemas americanos. Pero no son sus razo-
nes, sino su actitud, lo que debemos exaltar. Pellegrini
comprendiö que ninguna disidencia interna, por grave
e irrevocable que sea, otorga el derecho a debilitar a
la patria en los permanentes intereses de su politica
internacional. Y junto con Pellegrini, los mäs de en-
tre los mejores siguieron su ejemplo. Debemos desear
que ni hoy ni manana ni nunca ese ejemplo sea ol-
vidado.
Finalmente, los pactos de Mayo valen por su estilo
espiritual. Algunos documentos internacionales de los
que mäs circulan hoy nos chocan, no tanto por su
preceptiva cuanto por la actitud mental que adivina-
mos tras su desesperante retorica. En cambio, en estoa

207
pactos subyace una elegancia de actitud que parece
emanar del decoro y la dignidad de sus signatarios.
Ninguna expresion rimbombante, ningün gesto pedan-
tesco, ninguna pretension de haberse descubier(o con
ellos la piedra filosofal, ninguna exasperada ideologi'a.
Y es que el alma de estos acuerdos no proviene de doc-
trinarismos deshumanizados ni de concepciones abstrac-
tas, sino del calido soplo vital que emana de las fuen-
tes mäs hondas de la estirpe. Pax hispanica la de estos
pactos, sin vencedores ni vencidos, sin sanciones minu-
ciosas ni legistas buröcratas, sin mecanismos farragosos
ni cadenas opresivas. Pax hispanica donde la letra de
los documentos es apenas pretexto y sosten del espiritu
vivificante que los anima y donde la garantia suprema
de la palabra empenada no radica en seguridades fic-
ticias, sino en la presencia de la imagen de Cristo al
borde de esa frontera que no fue erigida por mano hu-
mana, sino levantada por designio divino en los dias
iniciales de la Creaciön (1).

(1) Conferencia pronunciada bajo los auspicios del Instituto de


Derecho Internacional de la Facultad de Derecho de Buenos Aires,
al conmemorarse el cincuentenario de los acuerdos con Chile, el
28 de mayo de 1952.

208
3. Hemos venido a Zaragoza a celebrar un nuevo
aniversario de nuestra Hispanidad. Feliz ocurrencia ha
»ido convocarnos en esta ciudad de nombre imperial, tea-
tro de una de las hazaüas guerreras mas gloriosas de la
estirpe, capital de la Madre de Dios, para que reafirme-
mos, junto al Pilar de su fortaleza, la convicciön de nues-
tro destino solidario, honrando su imagen en este su ano
jubilar. Pues si hay algo que une a nuestros pueblos es
la unidad del culto a Maria en la multiplicidad de los
santuarios que lo custodian. Por toda la ancha extension
de la tierra hispana, desde Guadalupe hasta Lujän, des-
de estas orillas milenarias del Ebro hasta las jovenes ri-
beras del «rio color de leön», resuena desde hace siglos
el mismo himno mariano, himno que, lejos de segre-
garnos, nos vincula al resto del orbe cristiano:

Salve, Regina..., spes nostra Salve!

Encontramos asi los pueblos hispanicos un primero y


primordial motivo de solidaridad. Porque estas efigies
veneradas que acabamos de ver desfilar en impresionan-
te teoria por las calles zaragozanas no son fetiches triba-
les, hoscamente contrapuestos los unos a los otros, sino
expresiones varias, en su formal apariencia, de una ünica

14 209
fe. Por eso podemos venir a qui, desde los mäs remotos
confines de Espana y de America, a proclamar en iden-
tico idioma nuestras comunes convicciones, la verdad de
nuestro comün origen, nuestra comün conception del
universo y de la vida.
Unidad de fe, unidad de idioma, unidad de cultura,
unidad de origen. Bien estä que todo acto hispanista
comience por la evocation ritual de estas comunidades
esenciales, presupuestos bäsicos de las demäs causas de
nuestra asociacion. Durante mucho tiempo fueron estas
evocaciones, junto con las remembranzas de nuestras pa-
eadas glorias, los ünicos töpicos de nuestros encuentros.
AI periodo de recelos ulterior a la guerra de la Indepen-
dencia sucediö el llamado «hispanismo de juegos flora-
Ies», formulado en no siempre sobria y exigente retörica.
Vino hace poco la hora inevitable de la reaction. Hoy
parece a algunos hasta de mal gusto exaltar esos valores
y recordar esas glorias, como si fueran ellos mismos y no
su manejo abusivo lo que merece proscribirse. Nosotros
creemos, sin embargo, que solamente esa comün sustan-
cia nos confiere la justification ültima de nuestra her-
mandad. « i Que seria yo—pobre invalido—sin mi prin-
ciple»? y>, decia de la legitimidad dinastica el conde de
Chambord. jQue seriamos nosotros sin nuestros princi-
pios?, podemos repetir, con mucha mayor razön todavia,
los pueblos hispanicos del Viejo y del Nuevo Mundo.

No cabe duua: sin nuestros principios seriamos hueros


babladores o äsperos resentidos. Hay que admitir, sin
embargo, que tampoco podemos limitar nuestros esfuer-
zos a la monotona ratification de nuestras afinidades mas

210
obvias. Por eso hemos dicho (jue la comunidad de reli-
gion, de lengua y de cultura son los «puntos de partida»
de nuestro hispanismo, Pero los puntos de partida no
deben ser confundidos con las finalidades y las metas.
Si asi ocurriera, resultaria que ano tras aiio vendriamos,
llenos de celo, a lugares tan venerables como este a decir
mäs o menos las mismas cosas, procurando tan solo en-
cubrir la ausencia de novedad de nuestras ideas con for-
mas originales de expresiön, recargando de preciosismo
nuestros giros verbales para disimular 6U indigencia.

CRISIS DEL NACIONALISMO LIBERAL

Es llegada, por tanto, la hora de indagar seriamente


los fines que nos proponemos los pueblos hispänicos,
mäs allä de la efusiön cordial que provoca todo encuen-
tro fraterno. Es llegada la hora de hacer inventario de
nuestras posibilidades: de mirar lo que somos y de po-
nernos de acuerdo sobre lo que queremos ser. Esta inda-
gacion no puede, sin embargo, agotarse en el ämbito de
nuestra comunidad, sino que debemos exender la mirada
para observar lo que ocurre en el resto del mundo. Muy
especialmente, debemos eludir toda forma de anacronis-
mo, tanto los que nos enquistan en un pasado remoto
como aquellos otros—acaso mäs nocivos—que pretenden
«adelantarse a su epoca». Seria, en ese sentido, tan ana-
cronico pretender la reconstruction del Imperio virrei-
nal del siglo xvii como implantar formulas destinadas a
ser actuales en el siglo XXI. El primer recaudo de nuestro

211
hispanismo es, por tanto, su adecuacion a la exacta me-
dida de nuestro tiempo.
Ahora b i e n : la lection capital de nuestro tiempo es
la definitiva impotencia de las naciones aisladas para
realizar el destino de sus pueblos. La nation como fin en
si misma, la naciön como ente absoluto concebido a la
manera de un dios temporal, ya no es capaz de concitar
la fidelidad hasta la muerte del hombre contemporäneo.
Ya no iria el hombre de hoy hasta los frentes de lucha
llevando gozosamente como ünica consigna aquel grito
de «.Vive la nation!», que empujö hacia la victoria a los
voluntarios de la Revolution francesa en la noche de
Valmy.
A la era de los nacionalismos liberales ha seguido la
era de los regionalismos. Ya no somos los ünicos que
comienzan a pensar en terminos ultranationales. Casi
podriamos agregar que no somos nosotros los mäs ade-
lantados en esta nueva marcha del genero humano. Pero
hay regionalismos cerrados y excluyentes. El nuestro es
abierto y generoso porque no hace cuestidn de sangre
ni de raza.
Permitaseme, a proposito, una manifestation perso-
nal. Recordaba hace algunas semanas en Bilbao que el
que esto os dice apenas si tiene sangre espanola en sus
venas. Y sus remotos antepasados se radicaron en Ame-
rica provenientes de otras regiones del Viej o Mundo. Y,
sin embargo, siente la Hispanidad tanto o mäs que aquel
cuyos cuatro abuelos hubieran nacido dentro de los con-
fines peninsulares. Es asi testigo en su mismo ser, y no
solo en sus ideas y opiniones, de la energxa integradora

212
y de la perenne universalidad de Espana. De esa univer-
salidad que es, justamente, lo que nos hace mas actua-
les, lo que nos asegura las mayores garantias de victoria.
^Significa esta tendencia que las patrias, con todo lo
que representan de tradiciön y de simbolo, deban abdi-
car de sus derechos en favor de quien sabe que inoperan-
tes siglas internacionales? Decididamente, n o ; la patria,
en su sentido clasico de terra patrum—tierra de los pa-
dres—, serä siempre la mäs alta apetencia terrenal del
hombre, y nunca envejecerä el dulce et decorum pro pa-
tria mori, del poeta de las Odas.
Pero estas naciones, cuyo ser propio es intangible, ya
no pueden encerrarse egoistamente en si mismas, como
lo quiso el nacionalismo liberal. Deben buscar la socie-
dad de sus afines para realizar juntas el destino que nin-
guna puede cumplir por si sola. Este es—nos parece—>
el modo mäs actual de concebir nuestro hispanismo. Asi
garantizaremos la protection, dentro de nuestros confi-
nes territoriales, de un estilo vital que nos es propio.
Asi procuraremos la irradiation pacifica—ajena a toda
voluntad de conquista—de nuestros valores sobre un
mundo que terriblemente los necesita.

LOS VALORES HISPANICOS

iCuäles son—ha llegado el momento de preguntar-


se—estos valores? No pretendemos, por cierto, agotar
aqui su examen. Digamos, a modo de enunciation, que
tenemos los hispänicos una conception integral del hom-
bre que se traduce en el trato con sus semejantes y con

213
la comunidad organizada en Estado. De esta conception
surge un resguardo celoso de los primordiales derechos
personales, un concepto firme sobre la inviolabilidad de
la propiedad privada, una acabada notion de la familia
con nucleo estable de la sociedad, una arraigada idea
del principio de autoridad, un concepto del derecho, que
bace del orden juridico—de im orden sometido a re-
glas la ultima ratio a que deben ajustarse gobernantes
y gobernados.
Mas a esas nociones nuestras sobre la convivencia hu-
mana debemos anadir algo que configura la preocupa-
ciön mäs acuciante de nuestro tiempo: la idea de una
distribution equitativa de la riqueza. El resentimiento
ideologico ha manejado tan abusivamente este tema que
ha acabado por volverse sospechoso a nuestros oidos.
Pero ignorarlo seria, tal vez, mäs peligroso que exage-
rarlo. Frente a la gran transformation social de nuestro
tiempo no cabe resistirse en una actitud de indeclinable
negation, a lo Metternich. Por otra parte, si la comu-
nidad hispänica no hace suya la aspiration de los pue-
blos a una mayor justicia social, correremos el riesgo (no
tan remoto) de ser superados por la izquierda revolucio-
naria y marxista. Es conveniente, a este respecto, no ce-
rrarse a la realidad, por dura que pueda parecernos.
Alarma y acongoja comprobar como extensos sectores de
opinion en muchos paises hispanoamericanos—no solo
en los ambientes proletarios, sino tambien en las clases
llamadas dirigentes—van siendo ganados por el comunis-
mo internacional o por el filocomunismo vernäculo. Cier-
to es que la izquierda marxista en la America hispana

214
tiene hoy mayor importancia por la intensidad del fervor
que suscita en sus partidarios que por el valor numerico
de los elementos que congrega. Pero no nos tranquilice
esto demasiado: suelen ser las minorfas las que condu-
cen a las masas y no las masas las que absorben a las
minorfas.
N o pretendemos descalificar el uso de la fuerza como
factor politico ni somos tolstoyanos que nos horrorice-
mos de las medidas de represidn cuando son justas. Tam-
poco queremos restar importancia a los esfuerzos indi-
viduales de muchos Gobiernos de Hispanoamerica por
afrontar los problemas sociales de sus respectivos paises.
Pero seria ingenuo creer que se eliminarä al comunismo
por el solo hecho de que se lo proscriba como organi-
zation visible. Y seria ademäs insuficiente que un solo
Estado de nuestra comunidad enarbolara por si solo la
bandera de la lucha. A una mistica solo puede oponerse
välidamente otra mistica mas alta; a un ideal, otro ideal
mäs puro. Ya un movimiento international que fiscaliza
la tercera parte del planeta y tiene ramificaciones en los
dos tercios restantes, no sirve enfrentarlo con actitudes
aisladas o consignas politicas invälidas mas alia de las
fronteras del Estado que las proclama. En la defensa con-
tra la amenaza roja, todos debemos unirnos. Pero esta
union no debe formularse negativamente, con el abu-
rrido rotulo del ccanticomunismo». Debe ser una llamada
a somaten alrededor de nuestros grandes lemas. Solo con
un espiritu de cruzada como el que animo a los espano-
les en la manana imborrable del 18 de julio, esa ame-

215
naza desaparecerä de America, como desaparecid de Es-
pana tres anos despues de aquella primera jornada.
Por otra parte, no existe ningün motivo para que nues-
tra causa sea identificada con forma alguna de opresion
econömica. iQue tenemos nosotros que ver con sistemas
y fuerzas, como el capitalismo liberal, aparecidos y des-
arrollados en paxses que no son los nuestros, alrededor de
innovaciones religiosas que nunca pudieron arraigar en
nuestros suelos? AI investigar nuestro propio pasado en-
contraremos las mäs energicas repulsas a un regimen so-
cial que se ensenoreo del mundo aprovechando, justa-
mente, el ocaso transitorio del sol hispänico. Seamos, por
tanto, nosotros mismos los abanderados de un afan de
justicia que ya nadie podrä acallar. Porque si sustrae-
mos ese afän a la servidumbre del resentimiento, si lo
ponemos al servicio del orden, nada deberemos temer de
las Internationales negadoras de nuestra tradition. Siem-
pre es Iegitimo ser conservador cuando hay cosas que
merecen ser conservadas. Pero hoy no se puede ser con-
servador sino con estilo revolucionario.

EL MUNDO HISPÄNICO T LA CAUSA DE OCCIDENTE

Hemos procurado aclarar nuestra position en lo que


respecta al sentido inequivocamente antimarxista de
nuestro hispanismo y destruir Ja absurda leyenda segün
la cual hablar de hispanismo en estos momentos cru-
ciales es «dividir al Occidente» y «hacer el juego a Mos-
cü». Lejos de nuestro änimo debilitar las posiciones occi-
dentales. Antes bien: queremos verlas reforzadas, y sa-

216
bemos aceptar sin ninguna fanätica miopia el lugar que
entre ellas corresponde al gran pais a cuyo cargo se en-
cuentra la mas pesada reeponsabilidad material de la
lucha. Pero no creemos que perjudique a la causa de
Occidente—creemos, por el contrario, que es esencial a
su triunfo—el hecho de que sea expresada por mas de
una voz y no con un solo cstilo ideolögico que ya resulta
caduco para nosotros. Queremos bablar politicamente
en nuestro propio lenguaje, que no es el de las «decla-
raciones de derechos» ni el rancio dialecto de libera-
lismo racionalista.
Y queremos tambien ser escuchados. Leemos que se
multiplican en Europa las reuniones y viajan afanosa-
mente los estadistas. La prensa nos trae cotidianamente
los partes a veces optimistas, a veces condolidos de estos
esfuerzos. Pero tenemos derecho a preguntar al resto de
los paises occidentales si creen seriamente que va a ser
lograda una solution de fondo cuando se consulta solem-
nemente la opinion de tal o cual mimisculo principado
y se finge ignorar el sentido de un conglomerado de die-
ciocho paises con ciento cincuenta millones de habi-
tantes.
Omision tanto mas grave cuanto que esos paises y esos
habitantes poseen buena parte del patrimonio cultural
para cuya preservation y defensa estan oficialmente en-
caminados aquellos esfuerzos. Por la defensa de Occi-
dente, los pueblos hispanicos no exigimos ningün pre-
mio. Pero con la misma dignidad tranquila con que es-
tamos dispuestos a ocupar el puesto que nos correspon-
de, lo reivindicamos desde abora, y con paridad de titu-

217
los, para la salvaguardia de la paz y la seguridad ame-
nazadas.
Al formular este planteamiento no nos parece redun-
dante recordar que no traemos otro mandato que el que
nos confiere nuestra condition de ciudadanos de un pais
hispanoamericano y que nuestra palabra no comprome-
te—por tanto—ninguna responsabilidad oficial. El 29 de
enero de 1951, reunidos en la sala capitular del Cabildo
de Salta—la mäs espanola de las ciudades argentinas—,
un grupo de bolivianos, chilenos, paraguayos, peruanos,
uruguayos e hijos del pais redactö una declaration que
fija en veinticinco puntos nuestro ideario hispanista. Si
alguna representation implfcita reclamamos de este acto,
es la de ese grupo de hombres que, a su vez, tradujeron
el pensamiento apasionado de muchos millones de sus
hermanos que viven en nuestras tierras.

ESTRUCTUBA DE LA COMUNIDAD HISPANICA

No basta, con todo, que los pueblos de origen hispä-


nico aiinen sus esfuerzos en una actuation ocasional, por
decisiva que sea la coyuntura que la provoca. Para que
su action sea eficaz y su gravitation sentida, es necesario
que se «institucionalice», vale decir, que se encuadre
dentro de formas juridicas estables. Asi, pues, la em-
presa mäs urgente que aguarda a nuestra comunidad es
la de coordinar de modo regular y permanente su ac-
tuation exterior. El hecho de que cada uno de nuestros
Estados conserve, sin declinarlas, sus prerrogativas sobe-
ranas no quiere decir que libremente no pueda coincidir

218
de manera regular con loa demäs paises de la estirpe.
Ei ideal seria, por tanto, que ante las numerosas alter-
nativas que la situation del mundo plantea, no hubiera
una «politica espanola», una «politica colombiana», una
«politica argentina», y asi sucesivamente, sino una POLI-
TICA HISPANICA. Politica que no se estableceria—huelga
decirlo—mediante imposiciones hegemonicas. Todos los
pueblos de nuestra comunidad saben que cualquier for-
ma de colonialismo interior es hoy, mas que indeseable,
impensable. Es que cualquier sueno de domination de
un pueblo hispanico sobre otro no solo esta excluido
por la recta intention de todos ellos, sino por circunstan-
cias de hecho que lo vuelven impracticable. Cuando se
denuncia, por tanto, al hispanismo como un movimiento
destinado a restablecer las «cadenas coloniales», no se
obra de buena fe. Podemos tener la certeza de que tales
advertencias agoreras no quieren, en realidad, impedir
la domination tiränica de un pais sobre otro, sino ja-
quear la gravitation efectiva del grupo hispanico sobre
los destinos del mundo. Para ellas eramos ayer los «na-
zis». Hoy somos, tal vez, los arcaicos reconstructores de
los virreinatos. Manana, sin duda, seremos comunistaa.
Por eso debemos ignorarlas.
La coordination de nuestras voluntades soberanas su-
pone necesariamente una organization material y tecni-
ca. Pero guardemonos de pensar que cuanto mas farra-
gosa y reglamentada sea esa organization, mäs eficaz-
mente servirä a sus fines. Antes bien: la experiencia co-
tidiana nos demuestra lo contrario. Observamos conti-
nuamente la esteril labor de algunos mecanismos inter-

219
nationales (no hay por que nombrarlos), con sus sedei
fastuosas, sus ejercitos de traductores, sus extensos Esta-
tutos que todo lo preven; todo, salvo su radical inope-
rancia. Nosotros preferimos formas mäs agiles de action,
pero que conduzcan a finalidades mäs concretas. En ese
sentido, el procedimiento de consulta tal como fue per-
feccionado por la VIII Conferencia de Lima—un proce-
dimiento de consulta, en que haya de verdad consul-
tas—, mediante la periodica reunion de cancilleres, ofre-
ce riquisimas posibilidades, sin necesidad de gastos
ingentes y complicados aparatos de relojeria diploma-
tica.
Pero no limitamos la competencia de nuestra asocia-
ciön al acuerdo en los grandes temas de la politica mun-
dial. Espana es tambien una nation europea, y tiene,
como tal, intereses y deberes que la ligan a este conti-
nente. Los paises situados en la otra orilla del Oceano
afrontan, por su parte, problemas propios del hemisfe-
rio occidental, y, en primer termino, el logro de un modo
armonico de convivencia con la America anglosajona.
Pero Espana quedaria incompleta sin un entendimiento
intimo con Hispanoamerica, e Hispanoamerica no seria
ella misma si intentara consolidar su union con prescin-
dencia de Espana. Estamos, por eso, profundamente per-
suadidos de que la position de Espana en Europa (y no
concebimos una Europa integrada sin la presencia ac-
tuante de Espana) se veria considerablemente reforzada
en caso de que se proyectara como el bastion europeo de
una gran comunidad transnacional. Y estamos no menos
convencidos de que la armonia y la cordialidad que de-

220
ben reinar entre los dos grandes grupos etnicos del con-
tinente americano solo se lograrän acabadamente median-
te el diälogo bilateral y paritario de ambos, y no en la
pulverization de dieciocho individualidades a menudo
discordantes. Ello nos autoriza a pensar que, previo aün
al necesario entendimiento con el otro gran polo del
mundo occidental, es el acuerdo completo entre nosotros
mismos. Seria—nos parece—equivocado creer que este
modo de plantear las cosas pudiera dar lugar a suspica-
cias y recelos. Pensamos—permitasenos decirlo con fran-
queza—que lo que a veces perjudica son las vacilacio-
nes de nuestra politica, no su concertada coherencia. Un
grupo hispänico unido en una politica exterior estable
podria dialogar mucho mäs efectiva y cordialmente con
los Estados Unidos que un mundo hispänico desunido
con una politica exterior oscilante.

PROGRAMA DE ACCIÖN COMUN

Muchas seri'an aün las tareas a esbozar para una fu-


tura comunidad hispänica de naciones. Asi, el otorga-
miento de ciertos derechos de nacionalidad a los ciuda-
danos hispanoamericanos, para que ninguno sea, juridi-
camente, extranjero en los paises afines; el estableci-
miento de una cooperation material cada vez mäs estre-
cha orientada a la integration de nuestras economias; la
erection de tribunales arbitrales para que la pax hispa-
nica, que decia Jose Antonio, sea el resultado de nuestro
propio esfuerzo; el energico incremento de nuestro in-
tercambio cultural, la reconstituciön de saludables co-

221
rrientes migratorias y tantos otros problemas cuya nr-
gencia no permite su postergacidn indefinida incitan
a una acciön pröxima para que, de modo gradual y pau-
latino, sean encarados y resueltos.
La labor que antecede es, fundamentalmente, de com-
petencia estatal. Pero si queremos de verdad presenciar
el triunfo completo de nuestros ideales, no debemos de-
jarnos llevar por esta inclination, tan latina, de confiar-
lo todo a la action providente del Estado. Quienes ca-
recemos de investiduras püblicas, sobrellevamos una
responsabilidad personal casi tan rigurosa como la que
pesa sobre nuestros mandatarios. Los actos politicos per-
durables son siempre la resuhante de un clima de opi-
nion, de un estado de änimo colectivo. Ahora b i e n : a
ese estado de änimo debe interpretarlo, debe inclusive
alentarlo, el Estado, pero no puede fabricarlo por si
solo. Si asi ocurriera, la obra a emprenderse seria arti-
ficial y provisoria. Por tanto, la instalacion de Centros
culturales e Institutos de Intercambio Comercial, la di-
fusidn periodistica y bibliogräfica de nuestro pensamien-
to, el trabajo sistemätico de persuasion individual, la
lucha incansable contra los prejuicios que nos desfiguran,
todas estas multiples formas de actividad son materia del
esfuerzo privado. Los grupos naturalmente rectores de la
sociedad tienen, a ese respecto, una mision que, a Dios
gracias, parecen haber comenzado a entender.
Al formular esta llamada no estä, por cierto, en mi
änimo subestimar todo cuanto hoy ya se hace por la
consolidation de la confraternidad hispanoamericana.
Queremos dejar expresa constancia de nuestra admira-

222
cion por obras tales como el Instituto <3e Cultura His-
pänica, que, a traves de la actividad infatigable de sus
dirigentes, es un eficaz artifice del actual despertar de
la conciencia hispanista. Queremos tambien dejar cons-
tancia de nuestra gratitud por la hidalga hospitalidad
que ofrece Espana, mediante sus Colegios Mayores, cur-
sos de verano y otras iniciativas, a los intelectuales y a
la juventud de Hispanoamerica. Queremos, finalmente,
exaltar la labor (menos visible, pero igualmente merito-
ria) de los grupos y los hombres que trabajan denodada-
mente por nuestro ideal en medios poco propicios, en
aquellas regiones lejanas de nuestras tierras, donde las
fuerzas ideologicas adversas intentan plantar sus reales.
Cuando Uegue el dia de la cosecha y se haya impuesto
nuestra verdad no serän ellos los menos acreedores a
nuestro emocionado reconocimiento.

VIGENCIA HISTÖRICA DE NUESTROS TEMAS

Henos aqui, pues, en el alba de una nueva y gran em-


presa. Bien prevemos las objeciones, las reservas, los es-
cepticismos que ella habra de provocar, aun en quienes
resulten, a la postre, sus mayores beneficiarios. Pero,
jque hemos de hacerle!, es fatal que asi ocurra. Ningün
gran proyecto histörico se consuma sin esfuerzo, ningün
progreso se implanta sin vulnerar el egoismo de los in-
tereses creados. De nuestro comün anhelo se dirä que es
utöpico, que es atentatorio del fuero soberano de los Es-
tados, que son demasiado poderosas las fuerzas intrinse-
cas y extrinsecas que contra el se oponen.

223
No importa. Todas estas dificultades son superables a
condition de que la idea que defendemos tenga vigencia
histörica. Porque si hay algo, precisamente, contra lo
cual es casi imposible luchar, es contra los imperativos
de la Historia. Y la Historia estä de nuestro lado. Podrä
variar el signo con que esta idea se realice, pero es muy
dificil que deje de realizarse. Por eso, el dilema que
hoy se presenta a los pueblos del mundo hispänico no
se plantea entre la continuidad o la transformacion de
nuestra estructura internacional: se trata, mäs bien, de
saber quienes serän los operarios de una transformacion
que resulta ineluctable. Se plantea entre la renovation
bajo el signo de la tradition y del orden, o la revolution
bajo el signo de la hoz y el martillo; falta determinar
si hemos de congregarnos bajo el nombre de «Comuni-
dad Hispänica de Naciones» o bajo el rötulo de «Repü-
blicas Socialistas Sovieticas de Indoamerica». De uno u
otro modo, la unidad de nuestros pueblos habrä de con-
sumarse. De nosotros depende que Ueve nuestra im-
pronta (1).

(1) Conferencia dada por el antor en Zaragoza, el 12 de octu-


bre de 1954, con ocasiön de la Fiesta de la Hispanidad.

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