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KOLBE S MAXIMILIANO Itinerario Espiritual A Traves de Sus Escritos
KOLBE S MAXIMILIANO Itinerario Espiritual A Traves de Sus Escritos
Maximiliano
Kolbe
Itinerario Espiritual a través de sus escritos
Selección y traducción de
Fray Contardo Miglioranza
Franciscano conventual
Imprimatur
Mons. Juan Antonio Presas
Vicario General
Morón (Bs. As.), 4-10-1991
Diseño Gráfico:
Emilio Buso
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Inmaculada para el advenimiento del reino de Cristo. La tarde del
16 de octubre de 1917, funda con algunos compañeros la “Milicia de
la Inmaculada”. Su fin es la conversión y la santificación de todos
los hombres bajo el patrocinio y por la mediación de la Virgen
María.
En el año 1918 es ordenado sacerdote y en 1919, completados
los estudios eclesiásticos, regresa a Polonia, para dar comienzo en
Cracovia a la labor de organizador y animador de la Milicia de la
Inmaculada. Como vínculo de conexión entre socios y adherentes,
funda la revista “El Caballero de la Inmaculada”.
En el año 1927, alentado por el notable incremento de colabo
radores consagrados y el creciente número de socios de la M. I.,
traslada el centro editorial a Niepokalanów, o “Ciudad de la
Inmaculada”, cerca de Varsovia, que llegará a acoger más de 700
religiosos, dedicados a la utilización de los medios de comunicación
social para evangelizar el mundo.
En el año 1930, con otros cuatro religiosos, el Padre Kolbe parte
para el Japón, donde funda “Mugenzai no Sono” o “Jardín de la
Inmaculada” y edita una revista mariana. En esa misión japonesa,
después de los horrores de la Segunda Guerra Mundial, se destaca
la labor caritativa de Fray Zenón Zebrowski, cuyos ejemplos
influyen profundamente en el itinerario espiritual de María Sato-
ko Kitahara.
En el año 1936, regresa a Polonia, solicitado por el crecimiento
de la comunidad religiosa y por la expansión de las actividades
editoriales, que incluyen “El Pequeño Diario”, de gran repercusión
en las clases populares.
El 1 de setiembre de 1939, estalla la Segunda Guerra Mundial
con todas sus hecatombes de víctimas y sus infinitos males.
También Niepokalanów es bombardeada y saqueada. Los religio
sos deben dispersarse. Los edificios son utilizados como albergue
para miles de prófugos.
El 19 de setiembre, el Padre Kolbe es tomado prisionero con
otros cuarenta religiosos; pero a los tres meses son dejados en
libertad.
El 17 de febrero de 1941 es nuevamente arrestado por la
Gestapo y encerrado en la cárcel Pawiak de Varsovia. El 28 de
mayo del mismo año es deportado hacia el campo del exterminio de
Oswiecim (Auschwitz), en el que se le asigna el Número 16670.
A fines de julio acontece la evasión de un prisionero. Como
represalia, el Comandante Fritsch elige al azar diez compañeros
del mismo bloque del evadido, condenándolos injustamente a
morir de hambre y de sed en el sótano de la muerte.
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En medio del estupor de todos los prisioneros y hasta de los
mismos nazis, el Padre Maximiliano se ofrece a sustituir a uno de
los condenados, el sargento polaco Francisco Gajowniczek.
El diálogo entre el Comandante y el Padre es estremecedor:
— ¿Qué quieres?
— Quiero sustituir a ese hombre.
— ¿Quién eres?
— Sacerdote católico.
— ¿Por qué lo haces?
— El otro es padre de familia: tiene esposa e hijos; mientras yo
soy viejo y enfermo.
— ¡Aceptado!
De esa manera escueta y heroica, el Padre Maximiliano des
ciende con los nueve al sótano de la muerte, donde, uno en pos de
otro, los prisioneros sucumben, consolados, asistidos y bendecidos
por un santo.
Los estudiosos se preguntan: “¿El Padre Kolbe ofreció su vida
para salvar la vida de uno o para salvar del odio y de la desespera
ción a los otros nueve?”. La respuesta es positiva para las dos
situaciones.
El 14 de agosto, el Padre Maximiliano es matado con una
inyección de ácido venenoso en el brazo izquierdo. Al día siguiente,
su cuerpo es quemado en el homo crematorio y sus cenizas
esparcidas al viento.
A todas luces, entre los horrores infernales del campo de
concentración de Oswiecim brilla una llamarada de amor, en
sintonía con el mensaje y la muerte del divino Maestro: “No hay
amor más grande que dar la vida por sus amigos” (Jn. 15,13).
El 17 de octubre de 1971, en la basílica de San Pedro, el Papa
Pablo VI proclama “Beato” a Maximiliano.
El 10 de octubre de 1982, en plaza San Pedro, Juan Pablo II
declara “Santo” al Padre Kolbe, es decir, lo presenta al mundo como
un auténtico discípulo de Cristo y modelo de vida para todos los
cristianos y para todos los hombres de buena voluntad.
Acotaciones
El Padre Maximiliano no escribió ningún tratado teológico.
Todos sus escritos fueron ocasionales y en su mayor parte están
constituidos por cartas y artículos periodísticos.
Pero, a través de su vida y de sus escritos, nos ha dejado una
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regia experiencia y una gran riqueza doctrinal, de la que nosotros,
como abejas hacendosas, hemos sacado la flor y nata para el
disfrute de los lectores.
En la selección de los textos hemos tenido en cuenta dos
criterios fundamentales: recoger los temas de mayor relieve en el
pensamiento del Padre Kolbe, y privilegiar los textos dirigidos al
hombre contemporáneo con sus ansias, problemas, esperanzas,
aspiraciones...
Hemos distribuido el material en poco más de una veintena de
capítulos. Para facilitar la comprensión de los textos y de los
contextos históricos y geográficos, cada capítulo y cada artículo
están precedidos por unos comentarios.
Los textos de san Maximiliano van en caracteres normales;
nuestros comentarios van en cursiva.
En la selección de los textos, hemos utilizado el excelente
trabajo: “Scritti di Massimiliano Kolbe”, traducido del polaco al
italiano por Cristóforo Zambelli, y editado en tres volúmenes por
Cittá di Vita —Piazza Santa Croce 16— Firenze. Citamos los
textos a través de la sigla SK = Scritti Kolbe, con su respectivo
número.
Queremos agradecer la ayuda que nos prestaron las obras de
Cristóforo Zambelli: “Condurre il mondo a Dio” - EMP 1983; de
Gerlando Lentini: ‘Massimiliano Kolbe, senza limiti” - EMP 1984;
y de Giuseppe Símbula: “La Milizia DeU’Immacolata”. E.N.M.I -
Roma 1990.
Para conocer la vida, obras y martirio de San Maximiliano
Kolbe, sugerimos nuestros cuatro trabajos: “Maximiliano Kolbe”,
de Fray Contardo Miglioranza; “El Santo del siglo”, de Fray
Francisco Javier Pancheri; “María, Estrella de la Evangelización”,
sobre la espiritualidad del Padre Kolbe; “Juan Pablo II y san
Maximiliano Kolbe”; todos ellos editados por Misiones Francisca
nas Conventuales - Cóndor 2150 - (1437) Buenos Aires - R.
Argentina.
San Maximiliano Kolbe es el hombre de un solo Ideal: la
Inmaculada.
Para hacerla conocer y amar, organiza la Milicia de la Inmacu
lada, edita revistas, funda las dos ciudades mañanas, despliega
sus banderas en múltiples actividades misioneras y da su vida en
una heroica entrega.
Por eso el Papa Pablo VI pondera: “San Maximiliano hizo de la
devoción a la Madre de Cristo, contemplada en su veste solar (Ap.
12,1), el punto focal de su espiritualidad, de su apostolado y de su
teología”.
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Hombre, ¿quién eres?
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Posees el libre albedrío. Eres libre, libre amo de las criaturas
que te rodean.
¡Eres de veras grande!
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3.-¿Adonde vasf ¡Hacia Dios!
¿Hacia cuál meta te encaminas en el curso de tu vida?
Cada día, a cada hora tú obras, piensas, dices siempre algo.
¿Para qué fin?
La verdad es que tú aspiras a algo, ya fuere cercano o lejano; y
tú tiendes hacia allá, porque esperas que ese algo te traiga una
brizna de felicidad.
Esta aspiración a la felicidad es tan natural que no existe
hombre en el mundo que no desee la felicidad. Sólo por esto los
hombres amontonan dinero y buscan gloria y placeres: para hallar
la felicidad.
¿No es, quizás, verdad que hasta ahora buscaste tu felicidad en
cualquier lugar y en cualquier cosa en esta tierra?
Sin embargo, todo esto no logró serenar completamente tu
corazón. Tú te diste cuenta que, cuando elegiste como meta la
felicidad terrenal, siempre te topaste con la desilusión, hallaste
límites, hubieras querido algo mejor y más duradero...
Si es posible obtener todavía algo mejor, o sea, si tu alma no
está todavía sosegada, no alcanzaste la felicidad, que es tu meta.
Y cualquier límite que aún te quede para superar, será siempre un
impedimento hacia la perfección de tu felicidad. Ello significa que
tú deseas la felicidad, pero una felicidad sin limitaciones: infinita
y eterna.
En este mundo todo es limitado, por eso no es suficiente para
satisfacer ni una sola alma; sin embargo, los que ansian la felicidad
son tantos cuantas son las personas que viven bajo el sol.
¿Dónde está, pues, nuestra meta?
En la naturaleza vemos que todas las tendencias naturales
alcanzan su actuación: el ojo desea ver y lo puede, el oído escuchar
y lo puede, el cuerpo alimentarse y lo puede...
¿Permanecerá irrealizada e insatisfecha sólo la exigencia, in
serta en la naturaleza humana, de una plena y total felicidad?
¡No! También este deseo tiene la propia satisfacción, es decir,
Dios infinito y eterno.
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Es verdad.
Pero Dios, que ama infinitamente sus propias criaturas, ¿no
podría, quizás, señalar el camino? ¿No podría, quizás, ayudarnos
a alcanzar la meta?
En las distintas épocas de la existencia humana diversas
personas, la mayor parte sabias y fervorosas, presentaron caminos
para alcanzar la felicidad humana; pero si recogemos juntas sus
doctrinas, nos damos cuenta de que no concuerdan en todo.
Sin embargo, la verdad puede ser una sola, independientemen
te del tiempo, del lugar o de la nación. Sumando el número 3 con
el 2, se obtiene 5: siempre y en todo lugar fue y será así. Y aunque
todos los hombres lo negaran, se equivocarían todos, porque 3 + 2
dará siempre 5.
¿Por qué?
Porque ésta es la verdad.
Por esto, cuando advertimos que, en las doctrinas de aquellas
personas, algunos puntos están en contradicción entre sí, debemos
examinar en qué parte está la verdad.
Al llegar a este punto, tú podrías decir: “¡Oh! Yo no tengo el
tiempo ni la preparación para emprender una búsqueda semejan
te. ¿Cómo hacer entonces para conocer un camino semejante?”
Es verdad. No todos pueden dedicarse a profundos estudios
religiosos; con todo, tenemos un signo o sello divino, que confirma
la doctrina auténtica, o sea, un milagro verdadero y auténtico.
Sólo Dios puede obrar los milagros. Por ende, si en alguna parte
los hallamos, allí tenemos una confirmación segura de parte de
Dios.
En la historia, sobre todo en los libros del Nuevo Testamento,
nosotros leemos que Jesucristo había prometido, para demostrar
la autenticidad de su doctrina, que sería crucificado y después de
tres días resucitaría.
Y sucedió justamente así, tanto que sus discípulos no vacilaron
de ninguna manera en sufrir el martirio para confirmar tal verdad.
Lo que Él enseñó, ha de ser, pues, la verdad y el camino por el
cual llegar a Dios: ¡la felicidad! (SK 1270).
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personas de toda edad y condición; y cada una tiende hacia alguna
meta, que debe ser una parcela de su felicidad. En el medio de la
calle se mueven ómnibus y autos, y los que están sentados en su
interior sueñan con la felicidad. En las vitrinas se ofrecen a los
viandantes los artículos más variados con el fin de hacer felices a
sus propietarios y compradores.
Adondequiera diriges la mirada, ves a personas sedientas de
felicidad. Pero todos ellos ¿están seguros que al término de sus
variados quehaceres abrazarán el tesoro tan suspirado?
Uno de ellos se propuso como meta acumular bienes materia
les: dinero. Todavía no alcanzó la meta de sus deseos y por eso
continúa aspirando aún. ¿Lo logrará?... Cuantas más riquezas
acumula, tanto más se entusiasma en correr en pos de ellas y tanto
más las desea. Y aunque poseyera el mundo entero, volvería aún
la mirada llena de envidia hacia la luna. El desea más, cada vez
más, y ansia adquirir cada vez más de prisa y poseer siempre por
más largo tiempo.
¡Cuántos esfuerzos, cuántos afanes, cuántos sacrificios, cuánta
salud le costó todo lo que posee, y cuántos trabajos le esperan
todavía! ¿Y si le sucediera una enfermedad? ¿Si la fortuna le
volviera las espaldas? ¿Si un ladrón le robara?...
Y después, al fin llegará también la muerte. ¿Y entonces?...
Habrá que dejarlo todo e irse a solas consigo mismo hacia la
eternidad... El solo pensamiento de estas realidades envenena los
instantes de breve satisfacción que derivan de las ventajas obteni
das.
Por consiguiente, ¡él no entró en posesión de la felicidad!
Sigamos adelante. Sobre una puerta se destaca un cartel:
“Fiesta de baile”, y muchos acuden. Disfrutan del mundo, ¡mien
tras existe la posibilidad!
Sin embargo, ¿son ellos felices? ¿No desean, quizás, un cáliz de
delicias aún más grande, más colmado, más dulce? Van a la
búsqueda de siempre nuevos placeres, pero al fin caen en el hastío,
sienten los límites. Con todo, desearían una felicidad sin límites y
sin término...
Por ende, ¡tampoco ellos la hallan!
Quizás, ¿es la gloria que satisface al hombre? Demos una
mirada a las falanges de hombres célebres, que ocupan posiciones
elevadas y gozan de gran fama.
Acaso ¿poseen éstos el talismán de la felicidad? Interrogué
is
moslos para saber si no desean, tal vez, que su gloria abarque
horizontes todavía más amplios y que brille en otros campos.
Sin duda, alguno de ellos aceptaría de buena gana esta posibi
lidad y, quizás, a veces piensa en la manera de brillar aún más.
Mientras tanto, tal vez, algunos le hacen sombra y otros no
aprecian sus méritos. ¡Cuántos, menos dignos que él, son colocados
en sitiales más altos!
En fin, también la gloria es un cristal muy frágil. Muchos, que
hasta poco tiempo atrás eran célebres, ahora se hallan en la
sombra del olvido. Y, a conclusión de todo, también ellos recibirán
la visita de la muerte...
Y ¿después de ella?... ¿Para qué servirán los elogios humanos
y los monumentos, si la eternidad fuere infeliz?...
Tampoco aquí, pues, está la felicidad.
Además, riquezas, placeres y gloria pertenecen más bien a
pocos, mientras la felicidad es deseo de cada uno...
El corazón del hombre es demasiado grande para poder ser
colmado por el dinero, la sensualidad o los humos de la gloria, que
son ilusorios, aunque aturden. Él desea un bien más elevado, sin
límites y que dure eternamente. Este bien es sólo Dios (SK 995).
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Dios Creador y Padre
Interrogantes y desafíos
¿Por qué hoy muchos procuran convencerse a sí mismos y a los
demás que Dios no existe, aunque saben perfectamente que ni
todos los científicos, juntos, son capaces de dar la vida a un
despreciable mosquito?
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Afirmar que todo tuvo origen gracias a una pura e inexplicable
casualidad, es un verdadero y auténtico absurdo, como si uno
pudiera pensar que un simple reloj haya juntado sus engranajes
por pura casualidad, ¡sin la ayuda de nadie!
¿Por qué muchas personas, si bien inteligentes y versadas en
muchos sectores, no se interesan mínimamente por conocer la
meta de su vida y sus relaciones con Dios?
¿Por qué en otros problemas normalmente son progresistas,
mientras en éste, que es el más importante de todos, están tan
rezagados?
¿Por qué muchos son capaces de procurarse libros adecuados
para adquirir la ciencia, mientras que, para informarse sobre la
religión católica se procuran fuentes inadecuadas, a veces sospe
chosas, con tal de no tomar en mano el libro más seguro y claro: el
catecismo?
¿Por qué todo esto? (SK 1143).
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Relativamente pocas son las cosas con las que tenemos la
posibilidad de tener un contacto directo. Vivimos en un espacio tan
estrecho de tiempo y de lugar que, todo lo que sucedió hasta el
momento de nuestro ingreso en el mundo y lo que no vemos a causa
de la distancia desde el lugar de nuestra actual residencia, escapa
inexorablemente a este primer grado de conocimiento. Además,
nuestras facultades cognoscitivas tienen límites trazados de ma
nera bastante rigurosa. Por consiguiente, nosotros tenemos un
contacto directo con un número muy limitado de cosas.
Mucho más amplio es el ámbito del segundo modo de conoci
miento, es decir, a través de la fe en los demás. Escuelas, bibliote
cas, libros, diarios, radio, televisión... nos brindan muchas cosas en
las que creer. También el racionalista más emperrado emite, de la
mañana a la tarde, innumerables actos de fe en aquellas cosas que
llega a conocer a través de otras personas.
Muy amplio es también el ámbito de conocimiento de las causas
por sus efectos. Sobre este tipo de conocimiento se funda toda la
ciencia y, en gran parte, la vida cotidiana.
Del mismo modo sucede para el conocimiento de Dios.
Nosotros conocemos a Dios sobre todo a través de los efectos: de
las criaturas, de las que Él es su Causa Primera, y de la perfección
de las mismas nosotros deducimos la perfección del Creador. Sin
embargo, este conocimiento es muy imperfecto.
Además, nosotros lo conocemos mejor por la fe, creyendo en
Aquel que conoce a Dios directamente y que nos ha hablado de Él
ampliamente: Jesucristo. Él selló la propia doctrina con la gloriosa
resurrección después de la muerte en cruz.
Finalmente, conoceremos a Dios de modo más claro, o sea,
directamente, después de la muerte, en el paraíso (SK 1187).
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mos la posibilidad de formarnos un concepto sin la representación
sensible de una cosa, a imaginarnos a Dios, purísimo espíritu?...”
— Yo me imagino que Dios sea la naturaleza.
— Pero, ¿qué es en su totalidad esta naturaleza?
El reloj y el relojero
En los artículos para sus revistas mañanas, el Padre Maximi
liano utilizaba a menudo la forma del diálogo. En esos artículos
volvía a tratar una y otra vez los grandes temas de la existencia. La
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parábola de “el reloj y el relojero”le ofrece materia para un sabroso
análisis:
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había logrado llegar a semejante conclusión. Puede ser que en el
pasado no hubiese jamás reflexionado acerca de tal verdad (SK
1024).
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de la mayor cantidad posible de riquezas y servirse de ellas de la
manera más cómoda.
Si así sucediera, la vida de las personas justas ¿no sería acaso
insoportable?
Ciertamente, si Dios dejara de existir, toda realidad perdería
la propia existencia.
¿Por qué? —preguntas tú.
Pues bien, Dios no sólo lo creó todo, sino que también lo
conserva todo, comunicando la existencia en cada momento. Por lo
tanto, si Dios dejara de existir, junto con Él serían indudablemente
destruidos el universo y los hombres.
Sin embargo, Dios no deja de existir, como tampoco la religión
cesa. Más aún, Dios recompensará o castigará todo pensamiento y
toda acción por mínima que sea, y asignará a cada uno la gloria o
la pena.
Las riquezas terrenas son sólo un medio para alcanzar la meta
última y eterna, después de la muerte (SK 1191).
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en pasta de madera, recalentadas, aplastadas bajo la prensa, dan
finalmente origen al papel, en el cual los pensamientos que se le
confían se difunden por el mundo entero (S K 1083).
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La verdad puede ser luz intelectual para comprender y valorar,
y fuerza motriz para traducir en vivencias lo que se ha contemplado.
La verdad puede aplicarse tanto a las cosas divinas como a las
humanas y a las terrenales.
“Sólo la verdad los hará libres”(Jn 8,32), decía Jesús, tanto a
nivel teórico como práctico: nos hará libres de errores y de pecados.
Maximiliano Kolbe es un enamorado de la verdad. Sus dos
diplomas de filosofía y de teología nos hablan de sus profundas
inquietudes intelectuales y su santidad nos habla de sus vivencias
evangélicas.
Sus palabras son un desafío a todo escepticismo, nihilismo,
desesperación...
La verdades única
Aunque no todos los hombres amen la verdad, sin embargo sólo
ella puede ser la base de una felicidad duradera.
La verdad es única.
Lo sabemos bien; con todo, en la vida concreta nos comporta
mos a veces como si en un mismo problema el “no”y el “sí”pudieran
ser, uno y otro, la verdad.
Por ejemplo, no es difícil experimentar en nosotros mismos que
a veces nos comportamos con la convicción, como nos dice la fe, que
la divina Providencia nos asiste, mientras en otra ocasión nos
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preocupamos de manera exagerada, como si esta divina Providen
cia no existiera. Por lo tanto, la divina Providencia o existe o no
existe.
Igualmente es verdad, por ejemplo, que en este momento yo
estoy escribiendo estas palabras y que tú, querido lector, las estás
leyendo. Ante esta realidad no puede ser verdadera la frase
contraria, es decir, que yo no haya escrito estas cosas, o que tú no
las estés leyendo. Sobre este mismo argumento no puede ser
verdadero tanto el “sí” como el “no”.
La verdad está en el “sí” o en el “no”. La verdad es única.
La verdad es poderosa
La verdad es poderosa.
Si alguno quisiera desmentir y afirmara que ni yo he escrito ni
tú has leído, la verdad no se cambiaría; y el que negara, se
equivocaría, se engañaría. Incluso si tales negadores fuesen nume
rosos, la fuerza de la verdad no saldría perjudicada. Más aún,
aunque todos los hombres de la tierra afirmaran, publicaran,
filmaran y juraran a lo largo de toda su vida que yo no he escrito
estas líneas y que tú no las has leído, todo ello no bastaría para
desmenuzar ni una miga del granito de la verdad, o sea, que yo he
escrito y que tú has leído.
Ni Dios cancela ni puede cancelar la verdad con un milagro, ya
que Él es justamente la verdad por esencia.
¡Qué grande es la potencia de la verdad! ¡Una potencia verda
deramente infinita, divina!
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sas y topamos con la idea, bastante difundida, según la cual toda
religión es buena.
No se puede estar de acuerdo con tal idea.
Es verdad que muchos de los que no reconocen religión alguna,
o profesan una u otra, pueden estar exentos de toda culpa ante
Dios, por el hecho de que están plenamente convencidos de cami
nar por un camino justo; sin embargo, también en los problemas de
argumento religioso la verdad puede ser solamente una; y los que
tienen convicciones diferentes de la realidad de las cosas, se
equivocan. Sólo el que juzga según la verdad, tiene una fe verda
dera.
De esa manera, si es verdad que Dios existe, están en el error
los incrédulos, que afirman que Dios no existe; por otra parte, si Él
no existiera, estarían en el error todos los que profesan una
religión, cualquiera que fuese.
Además, si es verdad que Jesucristo resucitó, es verdadero lo
que Él enseñó y que Él es el Dios encamado; si en cambio no
hubiese resucitado, todas las confesiones no tendrían razón de
existir.
En fin, si Jesús se dirigió realmente a Pedro con las palabras:
“Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt 16,18),
y dio de esa manera un signo siguiendo el cual cada uno tiene la
posibilidad de reconocer fácilmente su Iglesia en medio de los
cientos de Iglesias cristianas diferentes entre sí; entonces sólo los
que se hallan en la Iglesia universal, católica, caminan por el
camino verdadero y, si tienden fielmente hacia Dios siguiendo la
enseñanza de la Iglesia, tienen la garantía de alcanzar la felicidad
eterna y hasta la paz y la alegría en esta tierra.
Lo mismo vale para los demás puntos de las verdades religio
sas. Por ejemplo, si es verdad que en Lourdes la Inmaculada
apareció realmente a Bemardita, es algo cierto que Ella vive y ama
a los hombres como una verdadera madre. Si esta aparición no
hubiese sucedido, nosotros no tendríamos la posibilidad de saber
lo que tal fuente nos dice sobre la Inmaculada; con todo, muy bien
podríamos fundamentamos en muchas otras fuentes.
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las cuestiones que pertenecen al fin último de la vida, con relación
a Dios, o sea, en los problemas de religión.
La felicidad duradera.
En el mundo no existe hombre que no vaya a la búsqueda de la
felicidad; más aún, en toda nuestra acción la felicidad se presenta
a nosotros, en una forma u otra, como la meta hacia la que
tendemos naturalmente.
Sin embargo, una felicidad que no se edifica en la verdad no
puede ser duradera, como por lo demás la misma mentira.
Únicamente la verdad puede ser y es el fundamento inque
brantable de la felicidad, tanto para cada persona en particular
como para la humanidad entera (SK 1246).
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efecto de una materia, que tiene una determinada forma. El
cuerpo, que tiene una forma bien clara, no puede absolutamente
producir de por sí una actividad que sea sin forma. Por ende es
indispensable que exista una substancia, distinta del cuerpo que
sea capaz de producir una actividad espiritual...
4. - Yo no creo que el alma muera...
5. - Yo no soy capaz de creer que el hombre sea un mono
perfeccionado...
En síntesis, la existencia de Dios nos ofrece una respuesta
explícita sobre la finalidad y el significado del universo. Los ateos
y los presuntuosos observen atentamente el mundo que nos rodea.
¿Serán capaces de resolver el enigma del universo sin el reconoci
miento de Dios? (SK 1186).
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Dios es Amor Trinitario
Proyecto trinitario
Dios creó al hombre a su imagen y semejanza —es el primer dato
que nos ofrece la divina Revelación— y lo elevó a la dignidad de hijo
de Dios. De la perfección y de la dignidad del Creador deriva la
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grandeza del hombre. La Virgen María recibió esa plenitud de vida
divina, la vivió y colaboró con ella, y la hizo fecunda.
Algunos teólogos se preguntan qué modelo tenía al crear tantas
perfecciones y encantos en el hombre y en la mujer. Arrebatados por
su contemplación, no vacilan en afirmar que Dios hizo tan perfectos
al varón y a la mujer, porque, al crearlos, tenía por modelos a Cristo
y a su santa Madre.
Dios es Amor (I Jn 4,16). En la plenitud de esta vida el Padre
engendra al Hijo, mientras el Espíritu procede del Padre y del Hijo.
Dios amó las posibles semejanzas ñnitas de sí mismo, eligió
algunas de ellas y las dotó de una existencia verdadera y propia.
Con la fuerza, casi, de una reacción, estas criaturas se perfeccionan
a sí mismas y de esa manera tienden hacia Dios, del que provienen.
También los hombres, dotados de libre albedrío, tienden de la
misma manera hacia Dios; con todo, ¡a cuántas imperfecciones
están sujetos! ¡Qué discordes se hallan de la voluntad de Dios, de
la misma divinidad!
Sin embargo, Dios, desde la eternidad, había previsto una
criatura que en ninguna cosa, por mínima que fuere, se habría
alejado de El, que no habría disipado ninguna gracia y que no se
habría apropiado ninguna cosa recibida de El.
Desde el primer instante de su existencia el Dador de las
gracias, el Espíritu Santo, estableció la propia morada en su alma,
tomó absoluta posesión de Ella y la compenetró de tal modo que el
nombre de Esposa del Espíritu Santo no expresa sino una sombra
lejana, pálida, imperfecta pero verdadera, de tal unión (SK 1224).
Inhabitación trinitaria
La promesa de Jesús: “Al que me ama, yo también le amaré, y
mi Padre le amará, y vendremos a él y pondremos en él nuestra
morada” (Jn 14,23), nos deja atónitos y pasmados, pero colmados
de dicha. ¡Nuestra alma, morada trinitaria! ¡Nuestro corazón,
paraíso y altar de Dios! ¡El hombre, interlocutor de Dios!
Maximiliano, como todo creyente, revive a través de la pluma el
misterio de esa presencia y de ese diálogo de amor; pero de manera
peculiar destaca que ese misterio y esa relación se vuelven sublimes
en las comunicaciones de Dios a la Virgen.
Por la divina revelación nosotros sabemos que desde la etemi-
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dad y para siempre el Padre engendra al Hijo, mientras el Espíritu
procede del Padre y del Hijo.
Esta vida de la santísima Trinidad resuena, en ecos innumera
bles y variados, en las criaturas salidas de las manos de Dios Uno
y Trino, como semejanzas más o menos lejanas de Él.
El principio universal, según el cual todo efecto es semejante a
la causa, tiene su plena aplicación también aquí, y se trata de una
aplicación aún más rigurosa por el hecho de que Dios crea de la
nada. Todo lo que existe en la creación, pues, es todo obra suya.
Del Padre, a través del Hijo y del Espíritu Santo, desciende
todo acto del amor de Dios: actos creativos, actos que mantienen en
la existencia, actos que dan la vida y su crecimiento, tanto en el
orden de la naturaleza como de la gracia.
De esa manera Dios comunica el amor a sus innumerables
semejanzas finitas. Al mismo tiempo, la reacción de amor de la
creación no sube al Padre por otro camino sino a través del Espíritu
y del Hijo. No siempre sucede esto con plena toma de conciencia, sin
embargo, siempre sucede realmente. Dios solo, y ninguno más, es
el Creador del acto de amor de las criaturas; pero, si una de estas
criaturas está dotada de libre albedrío, tal acto no sucede sin su
consentimiento.
El vértice del amor de la creación que retoma a Dios es la
Inmaculada, el ser sin mancha de pecado, toda hermosa, toda de
Dios. Ni por un instante su voluntad se alejó de la voluntad de Dios.
Ella perteneció siempre y libremente a Dios. Y en Ella se realiza el
milagro de la unión de Dios con la creación.
El Padre, como si fuese su Esposo, le confía al Hijo; el Hijo
desciende a su seno virginal, haciéndose su Hijo, mientras el
Espíritu Santo forma en Ella de manera prodigiosa el cuerpo de
Jesús y toma morada en su alma. La compenetra de modo tan
inefable que la definición de “Esposa del Espíritu Santo” es una
imagen muy lejana para expresar la vida del Espíritu Santo en Ella
y por Ella.
En Jesús hay dos naturalezas (la divina y la humana) y una
única persona (la divina), mientras aquí hay dos naturalezas y
también son dos las personas: el Espíritu Santo y la Inmaculada;
sin embargo, la unión de la divinidad con la humanidad supera
toda comprensión (SK 1310).
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Manifestar el amor trinitario es la primera finalidad de la
creación; pero el despliegue de ese amor se expresa de mil maneras.
Maximiliano queda encandilado ante esas manifestaciones de
amor, sobre todo al verlo realizado y fecundo en la Virgen Inmacu
lada. Y con Maximiliano también nosotros quedamos extasiados
ante esa catarata inefable de dones y beneficios.
La finalidad de la creación y la finalidad del hombre es el amor
de Dios, Creador y Padre; un amor cada día más grande, la
divinización, el retomo a Dios del que había salido, la unión con
Dios, un amor fecundo.
Para que el amor hacia el Padre llegara a ser aún más perfecto,
infinitamente más perfecto, se manifestó el amor del Hijo, Jesús,
que descendió a la tierra, murió en cruz y se quedó en la Eucaristía,
con el objeto de suscitar en los corazones el amor a El.
Para que el amor hacia el Hijo pueda desarrollarse más
intensamente y de esa manera el amor hacia el Padre pueda ser
más ardiente, nos vienen en ayuda el amor del Espíritu y el amor
de la Inmaculada, la llena de misericordia, la mediadora de las
gracias, criatura terrestre como nosotros, la cual atrae fuertemen
te los corazones hacia sí con el propio Corazón de Madre. Y como el
amor de Dios hacia la creación desciende a la tierra del Padre por
el Hijo y el Espíritu Santo, así por el Espíritu y el Hijo sube al Padre
la respuesta de tal amor, la reacción, el amor de la creación hacia
el Padre.
El amor del Padre, del Hijo y del Espíritu arde eternamente; el
amor del Padre, de Jesús y de la Inmaculada no conoce imperfec
ciones. Sólo el hombre —¡no siempre ni en todo!— compensa de
modo imperfecto tal amor con su amor.
Suscitar este amor hacia la Inmaculada, encendiéndolo en el
propio corazón, y comunicar tal fuego a los que viven cerca;
inflamar con él todas, y cada una en particular, las almas que viven
ahora y que vivirán en el futuro y hacer flamear de modo cada día
más intenso y sin restricciones tal llama de amor en sí mismos y en
toda la tierra: he ahí nuestra finalidad.
Todo lo otro es sólo medio (SK 1326).
32
Santo. Así en el hombre el Amor se vuelve paternidad y maternidad,
es decir, transmisión de vida y de IDEALES.
Maximiliano siente la alegría de ser padre y madre de sus
“hijos”espirituales.
Muy queridos, san Pablo escribía a los corintios (I Cor 4,15):
“Aunque ustedes tengan diez mil maestros que los lleven a Cristo,
de hecho sólo tienen un padre. Yo los engendré para Cristo por la
predicación del Evangelio”.
Yo también, con gozo, me aplico a mí mismo estas palabras,
alegrándome del hecho de que la Inmaculada, a pesar de mis
miserias, debilidades e indignidades, se dignó infundir en ustedes
por mi intermedio su vida y hacerme su madre.
De esa manera la vida divina, la vida de la santísima Trinidad,
corre del sagrado Corazón de Jesús, por el Corazón Inmaculado de
María, a nuestros pobres corazones, pero a menudo a través de
otros corazones creados.
Que esta vida sea el amor, nosotros todos lo comprendemos
bien. Por eso Jesús afirmó: “Yo vine a traer fuego a la tierra y
¡cuánto desearía que ardiera! (Le 12,49) (SK 503).
33
la Virgen y, además, a nuestro padre, a nuestra madre, a los
parientes, a los ángeles, a los santos y a toda la humanidad.
Obviamente, no uno después de otro, sino todos juntos... Por cierto,
no podemos pensar en todos en el mismo instante; pero ello no
impide que los amemos efectiva y simultáneamente a todos.
Tú escribes: “Voy ante el sagrario, me pongo a hablar con
Jesús...”; y después te preguntas: “¿Dónde está María, Aquélla sin
la cual es difícil acercarse a Jesús..., Aquélla que es el camino más
corto?”
He de decirte que no sólo es difícil, sino imposible acercamos a
Jesús sin María. ¿Por qué? Aun prescindiendo del hecho que fue
Ella la que engendró y nutrió a Jesús para nosotros, el acercamos
a Él es indudablemente una gracia y todas las gracias llegan a
nosotros pasando a través de Ella, de la misma manera como Jesús
mismo vino a nosotros a través de Ella.
Tú me podrías decir: “Pues bien, ¿puedo yo hablar directamen
te con Jesús sin pensar en María?”
Querido mío, no se trata de lo que tú debas sentir o pensar, sino
únicamente que ésta es justamente la realidad, aunque no pensa
ras para nada. Si tú amas de veras a Jesús, entonces, ante todo, tú
deseas cumplir en todo su voluntad y, por ende, recibir también la
gracia según la modalidad que Él estableció. Si tienes tal disposi
ción, entonces puedes libremente, más aún, debes, dirigirte al
sagrado Corazón de Jesús con la convicción de lograrlo todo. En
cambio, si alguno se dijera a sí mismo: “Yo no necesito la mediación
de nadie, yo no necesito a la Virgen santísima. Yo soy capaz de
adorar y de rendir homenaje, a solas, al sagrado Corazón de Jesús
y pedirle lo que necesito”, ¿no tendría razón Jesús de rechazarlo por
una soberbia tan insoportable?
Tú escribes: “La Virgen ha de recibir algo de mí. Yo debo
respirarla a Ella, vivir de Ella, consagrarme todo a Ella, pensar en
Ella... Sin embargo, es Jesús, propiamente Él, el manantial de la
Gracia y del Amor. Él nos invita a sí y se da en la santa Comunión.
En esto María es sólo de ayuda”.
Muy querido, seguramente la fuente de todo bien, en cualquier
orden, tanto natural como sobrenatural (o sea, de la gracia), es Dios
Padre, el cual obra siempre por el Hijo y el Espíritu Santo, o sea,
la Trinidad santísima.
Es verdad que el único Mediador ante el Padre es el Hijo
encamado, Jesucristo, Dios y hombre a la vez, por el cual nuestros
homenajes, dirigidos al Padre, de humanos llegan a ser divinos, de
limitados alcanzan un valor infinito y de esa manera llegan a ser
34
dignos de la majestad del Padre. Es verdad que nosotros amamos
al Padre en el Hijo, en Jesucristo, y a El le debemos ofrecer todo
nuestro amor, para que en El y por El el Padre reciba todo nuestro
amor.
No obstante esto, es también verdad que nuestros actos, aún
los más santos, no están sin defectos y, si queremos ofrecerlos a
Jesucristo puros y sin mancha, debemos dirigirlos directamente
sólo a la Inmaculada y donárselos a Ella en propiedad, para que
Ella los ofrezca como suyos a su Hijo. Entonces nuestros actos
llegarán a ser puros e inmaculados. Además, habiendo recibido un
valor infinito por medio de la divinidad de Jesús, adorarán digna
mente al Padre.
Igualmente la correspondencia a las gracias, que las criaturas
recibieron por el Hijo y el Espíritu Santo, retoma al Padre sólo por
el mismo camino, o sea, por el Espíritu Santo y el Hijo, es decir, por
la Inmaculada, Esposa del Espíritu Santo, y Jesús unido hipostá-
ticamente a la naturaleza del Hijo.
En la práctica, ¿cómo van las cosas? Hijo mío, tú puedes
también no conocer para nada estas hermosas verdades, puedes no
comprenderlas, puedes no recordarlas del todo y no ser capaz, con
tu inteligencia limitada y con tu imaginación, ni de tener una idea
de modo humano; sin embargo, si tú quieres cumplir siempre la
voluntad de Dios —o sea, la voluntad de Jesús, la voluntad de la
Inmaculada—, entonces dedícate libremente a todas las devocio
nes hacia las cuales te sientes inclinado.
Aún más, justamente porque nos consagramos ilimitadamente
a la Inmaculada, a pesar de nuestras maldades, con mucha más
valentía podemos acercamos al sagrado Corazón de Jesús.
En realidad, nosotros estamos entera, completa y exclusiva
mente consagrados a la Inmaculada con todas nuestras acciones,
y en Ella y por Ella estamos consagrados siempre entera, completa
y exclusivamente a Jesucristo. En El y por El estamos consagrados
entera, completa y exclusivamente a nuestro Padre celestial.
Sin pensar para nada en esto y sin sentirlo siquiera, nosotros
podemos dedicamos libremente a cualquier devoción aprobada por
la Iglesia.
Con todo, la esencia del amor de Dios no está en experimentar
dulzuras, recordar, pensar, comprender, imaginar... sino exclusi
vamente en cumplir la voluntad de Dios en todo instante de la vida
y en sometemos completamente a tal voluntad. Por otra parte,
todas las devociones tienen la finalidad de ayudamos a cumplir esa
voluntad... ( SK 643 ).
35
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l l b ' l j Í'ií,**- ..I ty ,* b JÍ H V : li -1" - ,<»(.) H - ‘i a * } f l t b p n lii
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Aurora de salvación
El proyecto creador divino era un proyecto de amor y de
divinización del hombre. A pesar del rechazo inicial, que llamamos
37
pecado original, ese proyecto no podía ni debía frustrarse y, “donde
abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rm 5,20).
La aurora que anuncia el “Sol de justicia y de salvación" es la
Virgen.
Dios creó el universo y en un determinado momento llamó al
hombre a la existencia.
El hombre cometió un pecado de desobediencia en sus relacio
nes con el Creador.
Condenado a la muerte, pero sólo a una muerte temporaria,
deja el paraíso terrestre para tender al celestial a través del
sufrimiento y de un trabajo pesado.
Desde aquel momento Dios promete un Redentor y una Corre
dentora, diciendo: “Pondré enemistad entre ti (serpiente, Satanás)
y la mujer, entre tu descendencia y su descendencia. Ella te
aplastará la cabeza” (Gn 3,15).
Pasaron los años, decenios, cientos y miles de años; pero la
humanidad, transmitiéndose esta promesa de generación en gene
ración, esperó con ansia el momento bendito, el momento de la
misericordia.
Finalmente llegó la hora establecida desde siglos. Brilló el alba
que anunció el Sol divino. En la pequeña ciudad palestina de
Nazaret, situada sobre el declive de una altura entre el lago de
Galilea y el Monte Tabor, nace María, la futura Madre del Hombre-
Dios.
Aquel día -cuyo recuerdo nosotros celebramos justamente el 8
de setiembre-, fue el comienzo de una nueva era. No existirán más
los severos castigos del Antiguo Testamento; el temor cederá el
lugar al amor; la criatura redimida, aunque por desgracia se
rindiere culpable, se reconciliará fácilmente con el Creador, por
que posee para siempre la más misericordiosa y potente mediado
ra, que no es capaz de abandonarlo, y a la que Dios, su verdadero
Hijo, no puede rehusar nada.
Algunas personas, como también pueblos enteros, se alejaron
a veces de Dios, pero apenas recurrieron a Ella con fervor, en breve
tiempo experimentaron en sí mismos la paz y la felicidad.
También hoy una inundación de inmoralidad y de incredulidad
se expande en nuestras ciudades y en nuestros pueblos. Observan
do el mal que se extiende por todas partes, a veces el desaliento
invade el alma. ¿A dónde se llegará?... ¿Qué será dentro de algunos
años?... Quisiéramos penetrar con la mirada el futuro, para ver si
en él brillará todavía la luz...
38
Gente de poca fe, ¿por qué la duda penetra furtivamente en su
corazón? Enciendan en todas partes el amor y la confianza hacia
María Inmaculada y muy pronto verán brotar de los ojos de los
pecadores más endurecidos las lágrimas del arrepentimiento,
vaciarse las cárceles, aumentar las falanges de los trabajadores
honestos, mientras los hogares domésticos exhalarán aromas de
virtud, la paz y la felicidad destruirán la discordia y el dolor, porque
ya despuntó una nueva era (SK 1069).
39
El hombre se dejó engañar, el prurito de la soberbia engendró
la desobediencia. Con todo, la mente humana no posee absoluta
mente la claridad de conocimiento propia de un espíritu puro, y por
eso también la culpa fue menor. Así Dios no le infligió una pena
eterna, sino que lo condenó a los sufrimientos y a la muerte.
Ahora bien, ¿quién sería capaz de ofrecer a la justicia divina
una satisfacción adecuada? La grandeza de una ofensa se mide con
la dignidad del ofendido, es decir, de Dios infinito. Ninguna
criatura finita y tampoco todas las criaturas juntas son capaces de
ofrecer una satisfacción infinita. Dios, y sólo Dios infinito, puede
satisfacer de modo infinito.
Y sucede algo increíble. Dios se abaja hasta la criatura, se hace
hombre para redimirlo y para enseñarle la humildad, el silencio, la
obediencia, la verdad... Para que los hombres lo pudieran recono
cer, eligió un hombre, Abraham, y rodeó su descendencia con una
especial protección. Para que no perdiera la fe en el verdadero Dios,
suscitó en ella a los profetas, que preanunciaron el tiempo de su
venida, la localidad y los particulares de su vida, muerte y resu
rrección.
Vino a un pobre establo, tomó morada en una pobre casita,
durante treinta años permaneció sujeto en humildad, enseñó una
manera de vida, acogió benignamente a los pecadores que hacían
penitencia, reprochó a los fariseos hipócritas y en fin fue colgado al
árbol de la cruz, realizando de esa manera las profecías.
El hombre está redimido.
Cristo el Señor resucitó, fundó su Iglesia sobre la roca, Pedro,
y prometió que las puertas del infierno no prevalecerán contra ella
(Mt 16,18) (SK 1113).
40
¿Quién se atrevería a suponer que tú, oh Dios infinito y eterno,
me amaste desde siglos, más aún, antes de los siglos? Tú me amas
desde el momento en que existes como Dios; por consiguiente, me
amaste y ¡me amarás siempre!... Aunque yo no existía todavía, tú
me amabas ya y, justamente por el hecho de que me amabas, oh
buen Dios, ¡me llamaste de la nada a la existencia!...
Para mí creaste los cielos tachonados de estrellas; para mí la
tierra, los mares, los montes, los ríos y muchas y muchas cosas
hermosas que hay sobre la tierra...
Sin embargo, esto no bastaba. Para mostrarme de cerca que me
amabas con tanta ternura, bajaste de las puras delicias del paraíso
a esta tierra embarrada y llena de lágrimas; llevaste una vida de
pobreza, fatigas y sufrimientos; y en fin, despreciado y escarnecido,
quisiste ser colgado entre los tormentos en un lúgubre patíbulo en
medio de dos canallas... Oh Dios de amor, ¡me redimiste de esta
manera terrible, pero generosa!...
¿Quién se atrevería a suponer?...
Tú no te contentaste con esto; pero, al ver que pasarían
diecinueve siglos desde el momento en que fueron derramadas
estas demostraciones de tu amor y yo aparecería sólo ahora sobre
esta tierra, ¡quisiste proveer también a esto! Tu Corazón no
consintió que yo únicamente debiera nutrirme con los recuerdos de
tu ilimitado amor. Permaneciste en esta mísera tierra en el
santísimo y superadmirable sacramento del altar, y ahora vienes
a mí y te unes estrechamente a mí bajo forma de alimento... Tu
sangre ahora corre ya en mi sangre; tu alma, oh Dios encarnado,
compenetra mi alma, le da fuerza y la alimenta...
¡Cuántos milagros! ¿Quién se atrevería a suponer?...
¿Qué podrías darme todavía, oh Dios, después de haberte
también ofrecido a mí en propiedad?...
Tu Corazón, ardiente de amor hacia mí, te sugirió aún otro don;
sí, ¡otro don todavía!...
Tú nos mandaste que nos hiciéramos como niños, si queríamos
entrar en el reino de los cielos (Mt 18,3). Tú sabes bien que un niño
necesita una madre. Tú mismo estableciste esta ley de amor. Por
esto tu bondad y tu misericordia crearon para nosotros una Madre,
la personificación de tu bondad y de tu amor infinito, y desde la
Cruz, en el Gólgota, la ofreciste a Ella a nosotros y nosotros a Ella...
Además, oh Dios que nos amas, estableciste constituirla omni
potente dispensadora y mediadora de todas las gracias. Tú nada le
rehúsas a Ella, pero tampoco Ella es capaz de rehusar algo a
nadie...
41
¿Quién, pues, podrá todavía condenarse? ¿Quién no alcanzará
el paraíso? (SK 1145).
42
pueden realizarse sino por grados, que, aunque diferentes, son
siempre limitados; por eso, para alcanzar la meta, es indispensable
un tiempo infinito, o sea, la eternidad.
En otras palabras, la criatura será siempre limitada, mientras
ilimitada es la distancia a recorrer. He aquí por qué el paraíso es
eterno.
¡Oh mi Dios y mi única felicidad! —se queja el hombre—, ¿cómo
puedo hacer para conocerte de modo aún más perfecto? Yo veo y
admiro tus criaturas, te lo agradezco y te amo; pero ellas no me
bastan, como tú sabes muy bien.
Además, no te veo ni te siento. Sin embargo, deseo, según tu
voluntad, llegar a ser semejante a ti; pero ¿de qué manera? Tú eres
purísimo Espíritu, mientras yo soy carne. Dime qué y cómo debo
obrar, y muéstrame mi fin. Indícame cómo debo hacer yo, hombre
de carne, para perfeccionarme y para hacerme semejante a ti,
purísimo Espíritu, para divinizarme...
Y Dios desciende a la tierra, se hace hombre. El mismo
Hombre-Dios, Jesucristo, ofrece el ejemplo de la propia vida y
enseña con la palabra.
Las almas que amaban a Dios se lanzaron en masa para
reproducir en sí mismas este modelo fundamental, hacerse seme
jantes a Él, unirse a Él, transformarse en Él.
Para atraer las almas y transformarlas en sí mediante el amor,
Cristo manifestó el propio amor ilimitado, el propio Corazón
inflamado de amor por las almas, un amor que lo impulsó a subir
a la cruz, a permanecer con nosotros en la Eucaristía y a entrar en
nuestras almas, y a dejamos en testamento a su propia Madre
como madre nuestra.
Cuanto más lo imita un alma, tanto más semejante a Él se hace;
y cuanto más semejante a Él se hace, tanto más santa se hace: se
diviniza.
Examinemos, pues, su vida, para reproducirla de la mejor
manera posible (SK 1296).
43
La “reacción”que nos propone san Maximiliano a la “acción”
divina, es amar a Jesús con el Corazón de la Virgen. De ahí surge
la conveniencia o, mejor, necesidad de consagrarnos a Ella, unirnos
a Ella, acudir a Ella, para que de la mano nos lleve a Jesús.
La esencia de la consagración a la Inmaculada es ser de Ella
ilimitadamente.
¡Cuántas bellezas en estas palabras: “Ser de la Inmaculada”!
¿Quién es la Inmaculada? ¿Quién lo comprenderá perfecta
mente? ¡María, Madre de Dios, la Inmaculada, más aún, la misma
“Concepción Inmaculada”, como Ella misma quiso denominarse en
Lourdes!
Lo que quiere decir “Madre” lo sabemos; pero “Madre de Dios”
no lo podemos comprender con la razón, con la cabeza limitada.
Sólo Dios lo sabe perfectamente.
¿Qué quiere decir la “Inmaculada”? “Concebida inmaculada
mente” se entiende algo, pero la “Inmaculada Concepción” está
cuajada de consolantísimos misterios.
Si la Inmaculada lo quiere, organizaremos una Academia
Mariana para estudiar, enseñar y publicar por todo el mundo quién
es la Inmaculada. Una Academia —¡ojalá!— con el doctorado en
Mariología. Este es un campo aún poco conocido y muy necesario
para la vida práctica, para la conversión y santificación de las
almas.
Ella es de Dios. Es perfectamente de Dios, hasta llegar a ser
casi una parte de la santísima Trinidad, aunque sea una criatura
finita.
Más aún, no sólo es “servidora”, “hija”, “cosa”, “propiedad”... de
Dios, sino también ¡Madre de Dios!... Aquí la cabeza da vueltas...
casi sobre Dios, como la madre está sobre los hijos y ellos deben
reverenciarla.
¡La Inmaculada, Esposa del Espíritu Santo de modo inefa
ble!... Tiene al mismo Hijo con el Padre celestial. ¡Qué familia
inefable!...
Y nosotros somos suyos, de la Inmaculada, ilimitadamente
suyos, perfectísimamente suyos, somos casi Ella misma. Ella por
medio de nosotros ama al buen Dios. Ella con nuestro pobre
corazón ama a su divino Hijo. Nosotros llegamos a ser el medio por
el cual la Inmaculada ama a Jesús; y Jesús, al vemos a nosotros
como propiedad y casi parte de su amantísima Madre, la ama a Ella
en nosotros y por nosotros. ¡Qué bellísimos misterios!... (SK 508).
44
/esiísysua/noralaWrgen
Multiforme es el seguimiento de Jesús: en la vida contemplativa
o en la activa, en la evangelización o en el apostolado caritativo, en
el seno de un hogar como en la libertad de una “golondrina”, en la
salud o en la enfermedad...
En una carta a sus religiosos de Niepokalanów, Maximiliano
destaca que, en su devoción y consagración a la Virgen, ellos pueden
y deben tener por modelo a Jesús mismo.
Sería bueno que, en nuestros diálogos con otros grupos religio
sos, tuviéramos muy en cuenta tan interesantes planteos:
Si desean vivir y morir felices, procuren profundizar el amor
ñlial hacia nuestra buenísima Madre celestial.
Jesús fue el primero en honrarla como a su Madre, actuando el
mandamiento: “Honra a tu padre y a tu madre” (Dt 5,16); y por eso
nosotros debemos imitarlo también en esto.
Aunque en tal amor a la Virgen hayamos experimentado no sé
qué intimidad y calor, jamás lograremos igualar el amor con que
Jesús mismo la amó.
Y nosotros amémosla concretamente, cumpliendo bien todos
nuestros deberes, de la mañana a la tarde, porque todo esto es
voluntad suya, es voluntad de Jesús. El objetivo es testimoniar
nuestro amor a Jesús por medio de María Inmaculada (SK 751).
45
El Espíritu Santo,
esposo de la Inmaculada
47
culada, Maximiliano la contempla continuada y desplegada, pro
longada y realizada en cada alma en particular.
He ahí, pues, tres momentos de elevado nivel teológico, místico
y pastoral. Los mensajes doctrinales de san Maximiliano no brotan
tanto de su mente sino de su corazón y de sus “rodillas”, o sea, de su
humilde oración. Los anhelos más vehementes del santo es que
todos recibamos, vivamos y gocemos de tales maravillas de la
Gracia.
48
Es evidente que nuestras relaciones con María corredentora y
dispensadora de las gracias, en la economía de la redención, no
fueron comprendidas desde el comienzo en toda su perfección. Sin
embargo, en nuestros tiempos la fe en la mediación de la bienaven
turada Virgen María creció siempre más día a día. En este artículo
queremos exponer las relaciones entre el dogma de la Inmaculada
Concepción de la bienaventurada Virgen María y el dogma de su
mediación.
La obra de la redención depende inmediatamente de la segun
da Persona divina, Jesucristo, el cual con la propia sangre nos
reconcilió con el Padre y le rindió satisfacción por el pecado de
Adán, nos mereció la gracia santificante, las gracias actuales y el
derecho de entrar en el reino de los cielos.
Sin embargo, también la tercera Persona de la santísima
Trinidad toma parte en esta obra por el hecho de que, en virtud de
la redención llevada a cabo por Cristo, transforma las almas de los
hombres en templos de Dios, nos hace hijos adoptivos de Dios y nos
hace herederos del reino de los cielos. San Pablo afirma: “Fueron
lavados, fueron santificados, fueron justificados en el nombre de
Jesucristo, el Señor, y en el Espíritu de nuestro Dios”(I Co 6,11).
Al penetrar en lo íntimo de nuestras almas el Espíritu Santo,
Dios-Amor, nos une con las otras dos Personas. Por este motivo san
Pablo escribe en la carta a los romanos (Rm 8,26): “Nosotros ni
sabemos lo que nos conviene pedir; pero el Espíritu mismo intercede
con insistencia por nosotros con gemidos inexpresables”.
Igualmente en la carta a los corintios (I Co 12,8-11) afirma que
la distribución de las gracias depende de la voluntad del Espíritu
Santo: “A unos les es dado por el Espíritu el don de sabiduría; a
otros el don de ciencia; a unos la gracia de la fe en el mismo Espíritu;
a otros la gracia de curaciones en el mismo y único Espíritu. A éstos
el poder de hacer milagros; a aquéllos el carisma de la profecía; a
unos el discernimiento de los espíritus; a otros el don de lenguas y
a otros finalmente la interpretación de las mismas. Todos estos
dones son obra de un mismo y único Espíritu, que distribuye a cada
uno en particular según le place”.
Como Jesús, para manifestar su inmenso amor hacia nosotros,
se hizo Hombre-Dios; así también la tercera Persona, Dios-Amor,
quiso manifestar con algún signo exterior la propia mediación ante
el Padre y el Hijo. Este signo es el Corazón de la Virgen Inmacula
da, como aparece en los escritos de los santos, sobre todo en los
santos que consideran a María, Esposa del Espíritu Santo. Siguiendo
49
el pensamiento de los Padres, san Luis María Grignión de Montfort
saca las siguientes conclusiones:
“El Espíritu Santo, que es infecundo en el interior de la
Trinidad, ya que de Él no procede ninguna Persona divina, llegó a
ser fecundo por medio de María, que Él eligió como Esposa. Con
Ella, en Ella y por medio de Ella realiza la propia obra maestra, es
decir, el Verbo encamado: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti
y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra” (Le 1,35). Sin
embargo, esto no se ha de entender en el sentido que la bienaven
turada Virgen diera al Espíritu Santo aquella fecundidad que Él,
como Dios, debía tener de la misma manera que el Padre y el Hijo
—aunque de hecho no la puso en acto, por el simple motivo que de
Él no procede ninguna Persona divina—, sino más bien, en el
sentido que el Espíritu Santo quiso servirse de la mediación de
María, aunque de ninguna manera la necesitara, para manifestar
la propia fecundidad, formando por medio de Ella y con Ella la
naturaleza humana de Cristo” (Tratado de la verdadera devoción
a María Virgen, I, 1).
También después de la muerte de Cristo, el Espíritu Santo lo
obra todo en nosotros por medio de María. Lo que el Creador dijo
a la serpiente en relación a María: “Ella te aplastará la cabeza”{Gn
3,15), según la enseñanza de los teólogos, ha de ser entendido sin
limitación de tiempo.
Es tarea del Espíritu Santo formar hasta el fin del mundo los
nuevos miembros de los predestinados del Cuerpo Místico de
Cristo. Y esta obra, como san Luis María Grignión demuestra, será
llevada a cabo hasta su conclusión con María, en María y por
María.
A esta conclusión, es decir, que el Espíritu Santo obra por
medio de María, nos conducen los textos de la sagrada Escritura y
las afirmaciones de los santos, que son los mejores intérpretes de
la sagrada Escritura: “Yo rogaré al Padre y Él les dará otro Conso
lador, para que esté con ustedes para siempre, el Espíritu de
verdad... El Consolador, el Espíritu Santo que el Padre enviará en
mi nombre, se lo enseñará todo y les recordará todo lo que yo les
dije... Cuando venga el Espíritu de verdad, Él los conducirá a la
verdad completa... Él me glorificará... (Jn 14,16-17,26; 16,13-14).
San Luis Grignión escribe expresiones de significado más o
menos semejantes, pero con referencias a la Inmaculada: “Noso
tros no conocemos aún a María y por este motivo no conocemos
debidamente ni a Cristo. Con todo, si Cristo fuere conocido y su
50
reino se estableciere en el mundo —y esto acontecerá, a pesar de
todo—, ello será un efecto del conocimiento de María y de su reino
en nosotros. En efecto, María que ya una primera vez dio a luz a
Jesús por la salvación del mundo, ahora nos hace a nosotros
capaces de conocer mejor a Jesús” (Tratado, ídem...).
Como la segunda Persona divina encarnada se manifiesta bajo
el nombre de *simiente de la mujer” (Gn 3,15), así también el Es
píritu Santo, por medio de la Virgen Inmaculada, que Él unió a sí
de un modo tan estrecho que nos es francamente imposible com
prenderlo plenamente —aun manteniendo la distinción de las dos
Personas—, manifiesta exteriormente la propia participación en la
obra de la redención.
Por cierto es una cosa diferente de lo que sucede en la unión
hipostática de las dos naturalezas, la divina y la humana, en la
única Persona de Cristo; pero todo ello no impide de ningún modo
que una acción de María sea una perfectísima acción del Espíritu
Santo. María, como Esposa del Espíritu Santo y por ende elevada
por encima de toda perfección creada, cumple en todo la voluntad
del Espíritu Santo que habita en Ella, y esto desde el primer
instante de su concepción.
Recogiendo juntas todas estas afirmaciones, es lícito concluir
que María, por el hecho de ser la Madre de Jesús Salvador, llegó a
ser la corredentora del género humano, mientras por el hecho de
ser la esposa del Espíritu Santo toma parte en la distribución de
todas las gracias.
Por esto, podemos decir con los teólogos: “Como la primera Eva,
con acciones de veras libres, contribuyó a nuestra ruina, en la que
ejerció un influjo real, así María con sus propias acciones colaboró
en la reparación... En esto se incluye desde ya y de modo clarísimo
una mediación auténtica y propiamente expresada” (J. Bittre-
mieux, De Mediatione Universali B. M. V.) (SK 1229).
51
Lo que vamos a leer son apuntes de una charla a los Hermanos
de Niepokalanów, pero están suficientemente sistematizados para
que los comprendamos y disfrutemos. Como de costumbre, Maximi
liano considera la gracia y todo don bajo el matiz mañano.
Niepokalanów, ciudad mañana fundada por el mismo santo,
era la niña de sus ojos, pero a la vez era un símbolo de una realidad
sobrenatural impregnada por profundas vivencias religiosas:
52
Inmaculada: Jesús y sus místicos miembros, las almas de los
hombres regeneradas en Él por el Padre y por Ella (el Espíritu
Santo).
— Desde la eternidad el Padre engendra al Hijo, mientras el
Espíritu Santo procede de ambos.
—Ser cada vez más de la Inmaculada, profundizar la pertenen
cia a Ella, y por consiguiente desatar cada vez más las alas del
amor, sobre todo hacia el sagrado Corazón de Jesús y las manifes
taciones de su amor. El seno de la Inmaculada, el pesebre, la
infancia en los brazos y bajo la mirada de la Inmaculada, la vida
oculta en la casita de Nazaret, la actividad apostólica, la paciencia
en las persecuciones, la pobreza..., la muerte en la cruz, la resu
rrección y la Eucaristía.
— Niepokalanów es como la casita de Nazaret. Dios Padre es
el Padre, la Inmaculada es la madre y el ama de casa, Jesús en el
santísimo sacramento del altar es el hijo primogénito y nuestro
hermano. Todos los hermanos menores, por su cuenta, se esfuer
zan por imitar al mayor en el amar y rendir culto a Dios y a la
Inmaculada, nuestros comunes padres; mientras de la Inmacula
da aprenden a amar al divino Hermano mayor, ejemplo principal
e ideal de santidad, que se dignó bajar del cielo, encamarse en Ella
y tomar morada en medio de nosotros en el tabernáculo.
— El mundo entero es una gran Niepokalanów, en el que el
padre es siempre Dios, la madre la Inmaculada, el hermano mayor
es Jesús presente en los innumerables tabernáculos esparcidos por
el mundo, mientras los hermanos menores son los hombres.
— También el paraíso es una Niepokalanów, ya que también
allí están el mismo Padre, la misma Madre y el mismo Hermano
mayor con su cuerpo (SK 1284).
53
Lo que existe o es Dios o procede de Dios.
En la santísima Trinidad Dios es Padre o procede del Padre.
A toda acción corresponde una reacción igual y contraria.
El Padre opera únicamente por medio del Hijo y del Espíritu
Santo.
Jesucristo es el Hijo encamado.
La Inmaculada es el Espíritu Santo de alguna manera encar
nado.
En el Padre hay una persona y una naturaleza.
En Jesucristo hay una persona y dos naturalezas.
En la Inmaculada hay dos personas y dos naturalezas, unidas
de la manera más estrecha posible (o sea, la Inmaculada misma y
el Espíritu Santo).
En un alma justa está presente el Espíritu Santo. Por esto, en
la Inmaculada, la criatura más justa, el Espíritu Santo está
presente de la manera más perfecta posible. La Inmaculada no es
sólo “la concebida sin pecado”, sino también “la Inmaculada Con
cepción” (Lourdes). Por eso, el Espíritu Santo reina en Ella de la
manera más perfecta posible.
Toda acción proviene del Padre por medio de Jesús y de la
Inmaculada, y llega a las almas; mientras la reacción parte de las
almas y, por medio de la Inmaculada y Jesús, llega al Padre.
Entre el Padre y Jesús, y entre Jesús y la Inmaculada hay
unión perfecta; sólo entre la Inmaculada y las almas hay muchas
cosas para perfeccionar.
De ahí la misión de la Milicia de la Inmaculada: hablar a
menudo de la Inmaculada, pensar en Ella, relatar y escuchar sobre
Ella.
La Inmaculada es la mediadora de todas las gracias, porque
Ella pertenece al Espíritu Santo, en razón de la más íntima y vital
unión con el Espíritu Santo. He aquí porqué por medio de Ella se
va a Jesús y al Padre.
La causa de la Inmaculada es un misterio propiamente dicho,
porque Ella es la Madre de Dios y Dios es infinito, mientras nuestra
inteligencia es limitada (SK 1286).
54
ya que es el Creador; pero la inhabitación trinitaria añade a esa
presencia general de la inmensidad dos cosas fundamentales: la
paternidad y la amistad divinas, la primera fundada en la gracia
santificante y la segunda en la caridad.
La divina inhabitación es un don análogo a la unión hipostá-
tica en la persona de Cristo. La divina inhabitación es como la
encarnación o inserción en nuestras almas del Dios Uno y Trino.
Arrebatado por su amor, Maximiliano contempla esas dulces
realidades en el Corazón de la Inmaculada.
La Inmaculada está unida de manera inefable al Espíritu
Santo, por el hecho de ser su Esposa, pero lo es en un sentido
incomparablemente más perfecto que lo que tal término puede
expresar en las criaturas.
¿De qué género es esta unión? Ante todo, es interior, es la unión
de su ser con el ser del Espíritu Santo. El Espíritu Santo mora en
Ella, vive en Ella, y esto desde el primer instante de su existencia,
siempre y por la eternidad.
¿En qué consiste esta vida del Espíritu Santo en Ella? El mismo
es amor en Ella, el amor del Padre y del Hijo, el amor con el que Dios
se ama a sí mismo, el amor de toda la santísima Trinidad, un amor
fecundo, una concepción.
En las semejanzas creadas la unión de amor es la más estrecha.
La sagrada Escritura afirma que serán “dos en una sola carne”y
Jesús subraya: “Ya no son dos, sino una sola carne”(Gn 2,24; Mt
19,6). De manera incomparablemente más rigurosa, más interior,
más esencial, el Espíritu Santo vive en el alma de la Inmaculada,
en su ser, y la fecunda, y esto desde el primer instante de su
existencia y por toda su vida, es decir, para siempre.
Esta Concepción Inmaculada Increada concibe inmaculada
mente la vida divina en el seno del alma de María, su Inmaculada
Concepción. También el Seno virginal del cuerpo de Ella está
reservado a Él, que concibe en él en el tiempo —porque todo lo que
es material, sucede en el tiempo— también la vida divina del
Hombre-Dios.
Y así el retomo a Dios, la reacción igual y contraria, procede por
el camino contrario al de la creación. Con la creación tal camino
viene del Padre por el Hijo y el Espíritu Santo, mientras aquí, por
medio del Espíritu, el Hijo se encama en el seno de Ella y, por medio
de Él, el amor retoma al Padre.
Ella, así inserta en el amor de la santísima Trinidad, llega a ser
desde el primer instante de su existencia, para siempre, eterna
mente, el complemento de la santísima Trinidad.
55
En la unión del Espíritu Santo con Ella, no sólo el amor enlaza
a estos dos Seres, sino que el primero de ellos es todo el amor de la
santísima Trinidad, mientras el segundo es todo el amor de la
creación; y así en tal unión el cielo se enlaza con la tierra, todo el
cielo con toda la tierra, el Amor Increado con todo el amor creado.
¡Es el vértice del amor! (SK 1318).
56
Iniciativas de Dios en la
historia del hombre
Creando a los ángeles, Dios quiso que dieran, con plena con
ciencia y voluntad, la prueba de que siempre y en todo desearían
cumplir su voluntad. Les manifestó el misterio de la Encamación
y les anunció que llamaría a la existencia a un ser humano, dotado
de alma y cuerpo, y que elevaría a tal criatura a la dignidad de
Madre de Dios y que por esa razón Ella llegaría a ser también su
Reina y que ellos deberían también venerarla.
Innumerables falanges de espíritus angélicos saludaron con
alborozo a Aquélla a la que su Creador había decidido elevar de
modo casi sublime y humildemente rindieron homenaje a su
Señora. Sin embargo, algunos de ellos, encabezados por Luzbel —
olvidando que todo lo que eran y cuanto poseían lo habían recibido
de Dios, mientras por ellos mismos eran absolutamente nada—, se
rebelaron y no quisieron someterse a la voluntad de Dios. Se
consideraron muy superiores a un ser humano revestido de carne.
Un tal acto de veneración les pareció un envilecimiento de su
dignidad, se dejaron arrebatar por la soberbia y rehusaron cumplir
la voluntad de Dios.
A causa de ello se abatió sobre ellos un castigo inmediato y
eterno: el alejamiento de Dios, el infiemo. Siendo puros espíritus,
poseían una inteligencia penetrante. Por eso su acción fue plena
mente consciente y voluntaria, y en su culpa fueron evidentes las
características del pecado mortal, unidas a la absoluta toma de
conciencia de lo que cometían.
He ahí por qué de ángeles llegaron a ser inmediatamente
demonios, y para siempre. Desde entonces, el recuerdo de aquella
Criatura llegó a ser la confirmación de los ángeles buenos y el
seguro de su felicidad eterna, mientras que para los demonios fue
la piedra de escándalo y la causa de su alejamiento de Dios,
colmando a estos últimos de odio infernal hacia Ella, un odio
semejante al que ellos tenían con respecto a Dios, del cual Ella
debía ser una imagen tan fiel.
En el paraíso terrenal Satanás advierte a un ser semejante a
Aquélla que es el objeto de su rabia. No logra alcanzar a Dios ni
logra alcanzarla a Ella, sino que vuelca su odio sobre la futura
58
madre de Ella y progenitora de la humanidad, Eva. Y logra
persuadirla a que se oponga a la voluntad de Dios y a que busque
la perfección no en la sumisión a las intenciones de Dios, sino en
secundar su propio razonamiento. La vence con el orgullo.
El ser humano, que acrecienta los propios conocimientos con la
ayuda de los sentidos, está lejos de la claridad de conocimiento que
un ser puramente espiritual posee.
Es justamente por eso que el pecado del hombre es mucho
menos grave. He ahí por qué la misericordia de Dios promete a los
progenitores un Redentor, mientras a Satanás Dios le predice que
la victoria obtenida sobre Eva, la madre del Ser preanunciado, no
modifica de ninguna manera los planes divinos; más aún, le
predice que “Ella le aplastará la cabeza”, aunque “él insidie”
continuamente, como sucede hasta el día de hoy, “el calcañar de
Ella”(Gn 3,15).
Más adelante, en el transcurso de los siglos, Isaías ve a aquella
Mujer en las inspiraciones proféticas y predice: “He ahí: la Virgen
concebirá y dará a luz un hijo, al que llamará Emanuel”(Is 7,14).
“El que me creó, puso su morada en mi tabernáculo”(Sir 24,12).
“¿Quién es ésta que surge cual la aurora, bella como la luna,
refulgente como el sol, imponente como ejércitos en orden?” (Ct
6 , 10).
“Toda hermosa eres, amiga mía, y en ti no hay mancha. Como
la azucena entre las espinas, así mi amiga entre las doncellas”(Ct
4,7; 2,2).
“Nada de inmundo cae sobre ella, porque es el esplendor de la
santidad, un espejo sin mancha de la majestad de Dios, y una
imagen de su bondad. Es más hermosa que el sol y que toda
constelación de astros y, comparada a la luz, resulta superior”{Sb
7, 25-26,29) (SK 1311).
59
En el artículo siguiente, publicado en el “Mugenzai... ”, Maximi
liano nos ofrece sus reflexiones sobre algunos aspectos de la “Histo
ria de la Salvación”.
Es de todos conocido que María, quien engendró al Fundador
de la religión cristiana, Jesucristo, es llamada “Madre santa
Inmaculada”. Con todo, pienso que existan muchos que desean
conocer con mayor precisión el significado del término “Mugenzai”
(= falta de pecado original). Procuraré explicar brevemente el
significado de este vocablo.
La Iglesia llama “bien” lo que está conforme con la voluntad de
Dios y “mal” lo que le es contrario. Desgraciadamente la experien
cia diaria nos demuestra claramente que los hombres cometen
pecados.
El pecado original es el primer pecado cometido en esta tierra.
Todos los seres humanos descienden de los mismos progenito
res; y por esto, aunque se diferencien por la raza, el color de la piel
o la nacionalidad, según la doctrina de la Iglesia católica, ellos
están emparentados entre sí y son hermanos. La Iglesia enseña
también que los progenitores del género humano cometieron el
primer pecado sobre la tierra; por consiguiente, el tierno amor que
Dios Creador había comunicado al género humano y que había
hecho de éste último la obra maestra de Dios sobre la tierra, se
perdió.
Además, la Iglesia reconoce que el pecado, considerado desde
cierto punto de vista, es un mal infinito. Evidentemente el hombre
es limitado; por esto no es partiendo de él que afirmamos que el
pecado es un mal infinito; pero, al considerarlo desde Dios, al que
el hombre se rebeló por la primera vez en el paraíso terrenal, nos
damos cuenta de que el pecado es un mal infinito.
Me explico con un ejemplo. La gravedad del pecado de una
persona común depende de la dignidad del que es ofendido, o sea,
se debe considerar si el que recibe la ofensa es del mismo rango del
que la cometió, o notablemente más elevado en dignidad. Cuanto
más alta es la dignidad de la persona ofendida, tanto más grave
será el pecado. Si la dignidad de la persona ofendida fuere infinita,
como en el caso de Dios, este pecado asumiría el carácter de mal
infinito. Para expiar tal pecado infinito, no bastaría una repara
ción limitada. La justicia exige que la reparación sea proporcional
al pecado, es decir, exige una reparación infinita por el pecado.
De ello se deduce que ni el hombre más santo, por el hecho que
60
es limitado, más aún, ni todos los hombres tomados en conjunto son
capaces de reparar un pecado cometido contra Dios.
La Iglesia cree que Dios decidió usar misericordia hacia la
humanidad decaída y, para ofrecer satisfacción a las exigencias de
la justicia divina conculcadas por los pecados de los hombres, envió
al mundo al propio y único Hijo.
El Hijo de Dios, al descender a este mundo, no eligió el camino
ordinario de los hombres, sino que se encamó en el seno de una
Virgen, María, y se hizo hombre. María engendró al Hijo de Dios
sin perder la gloria de la virginidad.
Jesucristo, al hacerse hombre, eligió una vida pobre y al fin, al
morir en una cruz, rindió a la justicia divina una satisfacción
sobreabundante. Después de su resurrección de los muertos, El
proclamó la satisfacción por el pecado y mandó a sus discípulos que
bautizaran (a todos los hombres) en el nombre del Padre y del Hijo
y del Espíritu Santo.
La Iglesia cree que, mediante el bautismo, instituido por
Cristo, la satisfacción que El logró se comunica a toda alma. La
sangre de Cristo, derramada en la cruz, lava del pecado al alma y
le restituye la dignidad de hijo de Dios.
La Iglesia católica cree que, a pesar de la ley universal según
la cual todos los hombres nacen contaminados por el pecado
original, por una especial gracia divina sólo María, la Madre de
Dios, desde el primer instante de su existencia, evitó el pecado
original y, en razón de su ilimitada pureza e infinita santidad, llegó
a ser digna Madre del Hombre-Dios. Por todo ello, la Iglesia
católica llama a María “Inmaculada”, “Madre santa”, o“Virgen
concebida sin mancha de pecado”.
La explicación que procuré dar es muy simple; sin embargo, si
ella ayudara a los lectores a obtener un poco de luz para aclarar sus
dudas, estaría muy feliz (SK 1203).
67
/
común Madrecita; pero después tomaron un camino equivocado.
¿Por qué?
¿Fue, quizás, la Inmaculada misma a alejarlos de sí?
¡Jamás de los jamases!
¿Qué sucedió, pues?
Nosotros poseemos el libre albedrío. Ni Dios ni la Inmaculada
quieren coartar nuestra voluntad. Entonces, si nosotros queremos,
podemos abandonar a Dios en cada instante, podemos abandonar
a la Inmaculada, podemos perdemos para siempre. ¡Basta que lo
queramos!
¡Qué tremenda verdad! Sin embargo, si nosotros no tuviésemos
el libre albedrío, no podría existir el mérito, tampoco podría existir
la recompensa, no podría existir el paraíso.
San Alfonso María de Ligorio temblaba al pensar que no sabía
si perseveraría hasta el fin y se preguntaba...
Me di cuenta que el diablo procura, ante todo y con cualquier
pretexto, privar a la propia víctima de la Medalla Milagrosa de la
Inmaculada. Hecho esto, lo demás le será muy fácil (S K 1265).
62
causas y los efectos, no elegiríamos para nosotros mismos nada
distinto de lo que Dios permite, porque, siendo infinitamente sabio,
Él conoce perfectamente lo que es mejor para nuestra alma.
Además, siendo infinitamente bueno, quiere y permite sólo lo que
nos sirve para nuestra máxima felicidad en el paraíso.
Entonces, ¿por qué a veces nos hallamos tan abatidos?
Porque no vemos la relación que existe entre nuestra felicidad
y aquellas circunstancias que nos afligen; más aún, en razón de las
limitaciones de nuestra cabeza —¡ella entra sólo... en un gorro o en
un sombrero!—, no somos capaces de conocer todo.
¿Qué debemos hacer, pues?
Confiar en Dios. Mediante tal confianza, aunque no compren
damos directamente las cosas, nosotros damos a Dios nada menos
que una gran gloria, porque reconocemos su sabiduría, su bondad
y su potencia.
Confiemos en Dios, pues, pero confiemos sin límites. Nosotros
confiamos que, si nos preocupamos sólo por cumplir su voluntad,
no nos podrá suceder ningún mal verdadero, aunque tuviéramos
que vivir en tiempos mil veces más difíciles que los actuales.
Entonces, ¿no hay que preocuparse por prevenir y alejar las
dificultades?
¡Todo lo contrario! Se puede y se debe hacerlo. En cuanto
dependa de nosotros, debemos hacer todo lo que sea posible para
eliminar las dificultades en el camino de nuestra vida, pero sin
inquietud, sin congoja y, más aún, sin desesperada incertidumbre.
Estos estados de ánimo no ayudan a resolver las dificultades y, más
bien, nos hacen incapaces de una sabia, prudente y rápida opero-
sidad.
Además, en cada cosa no olvidemos de repetir con Jesús en el
Huerto de los Olivos: “¡No se haga, oh Padre, mi voluntad sino la
tuya!” (Le 22,42). Y si, como sucedió en el Huerto de los Olivos, Dios
cree oportuno no acoger nuestra petición y nos envía un cáliz que
deberíamos beber hasta la última gota, no olvidemos que Jesús no
sólo sufrió, sino que también, después, resucitó gloriosamente.
Recordemos, además, que nosotros estamos encaminados hacia la
resurrección también a través del sufrimiento.
¿Qué más? Nosotros nos apegamos demasiado a esta mísera
tierra. ¿Qué sucedería si de vez en cuando no nos punzara alguna
espina? Si así sucediera, nos vendría, quizás, el antojo de construir
un paraíso nuestro en esta tierra de polvo y de barro.
Confiemos, pues, confiemos ilimitadamente en Dios por medio
de la Inmaculada, y procuremos, según las posibilidades de nues
63
tra mente y de nuestras fuerzas, correr a las defensas, pero con
serenidad, depositando la confianza en la Inmaculada y poniendo
siempre la voluntad de Dios por encima de la nuestra.
Entonces las cruces llegarán a ser para nosotros —como es
justo que lo sean— peldaños hacia la felicidad de la resurrección en
paraíso (SK 1264).
64
ingratitud (como a menudo sucede), ¿qué hacer entonces? En tal
caso, ¿vale la pena ser honesto?”
“ Es verdad: esto no basta”.
“¿Ud. no ve ninguna otra cosa más allá de la muerte?” —
interviene un intelectual que está sentado al lado (un abogado,
como se entendió más tarde).
“¿Qué sabemos nosotros de ello? Ponen a un hombre bajo tierra
y allí está cómodo. No necesita comer, ni beber, ni pagar el alquiler.
Pues bien, si se pudiera vivir sin comer, sería hermoso vivir en este
mundo”.
“Yo sólo deseo morir lo más pronto posible —replica otro joven,
también hebreo—. ¿Qué vida es ésta cuando no hay interés alguno?
Sería cosa óptima si los hombres no amaran tanto el dinero. Entre
nosotros, en la sagrada Escritura se dice que el rabino debe ser una
persona que no ama el dinero”.
“Quizás, ¿está escrito en el Talmud?” —corrijo yo.
“Sí, en el Talmud —repite el otro—. Sólo en aquel caso, el
rabino puede juzgar con justicia; con todo, también los rabinos
aman el dinero. La cosa mejor sería ir cuanto antes al otro mundo”.
“Pero ¿qué hay en el más allá, en el otro mundo? Todo se acaba
aquí” —interviene el hebreo anciano.
“Ustedes, señores, son de la misma confesión religiosa y proba
blemente estarán de acuerdo sobre este punto” —continúo yo.
“Entre nosotros esta cosa no se enseña con claridad” —añade
el joven.
“Ud. que estudió este problema —me dice el hebreo anciano—,
tenga a bien decimos cuál es su opinión”.
“Ciertamente: es suficiente que observemos dentro de noso
tros. Acaso, ¿no es verdad que nosotros queremos vivir largo
tiempo?”.
“Yo no, porque es menester sufrir demasiado”.
“¿Y si todo anduviera a velas desplegadas y todos los bienes
estuvieran esparcidos en todas partes en gran abundancia?”
“¡En el mundo las cosas no son así!”
“¿Y si lo fueran?”
Se le iluminaron los ojos melancólicos.
“Si lo fueran de veras, entonces sí”.
“Sin embargo, ¿por cuánto tiempo? ¿Tal vez, el más largo
posible?”
“Es evidente”.
“En conclusión, nosotros deseamos vivir, pero sin sufrimientos,
vivir felices pero no de una felicidad cualquiera. Quisiéramos que
65
ella aumentara continuamente en lugar de disminuir. Más aún, la
misma toma de conciencia de cualquier límite insuperable a lo
largo del camino de esta felicidad sería ya para nosotros el ofusca
miento de la felicidad. Nosotros deseamos la felicidad, pero una
felicidad sin límites”.
“¡Es así nomás!”
“No sólo, sino que queremos que esta felicidad dure largamen
te, lo más largamente posible, sin fin”.
“¡Sí!”
“Semejante felicidad sin límites, evidentemente, no la halla
mos en este mundo limitado. Tal felicidad sólo puede ser Dios
infinito y eterno: el paraíso”.
“Todos nosotros aquí presentes deseamos esta felicidad y todo
hombre, sin distinción de nacionalidad, vive de tal deseo. Eso
deriva, pues, de algo que es común a todos nosotros: de la natura
leza humana.
“¿Podría Dios, que también dio las facultades y las tendencias
naturales para que consigan su fin —el ojo para ver los objetos
visibles que existen en la realidad, el oído para percibir sonidos que
existen de veras...—; podría Dios dar al hombre un deseo superior,
porque es intelectual, y no ofrecerle la posibilidad de satisfacerlo?
“Tal deseo, en todo caso, sería inútil. Un Dios que creara en la
naturaleza este frenesí, de alguna manera inextinguible, hacia la
felicidad con la explícita intención que no tuviera ningún límite,
pero no ofreciera la satisfacción de este ardiente deseo, no obraría
ni con razonabilidad ni con bondad, en una palabra, no sería Dios.
Una tal felicidad debe, pues, existir.
“Ello está confirmado, casi a pesar de las argumentaciones de
los más variados sabihondos grandes y pequeños, por numerosas
apariciones de los que ya se alejaron de este mundo y al presente
gozan ya de la felicidad eterna y nos ayudan eficazmente a nosotros
que vivimos aquí en la tierra.
“En estos últimos tiempos, una verdadera “lluvia de rosas”, de
las más diversas gracias, fue enviada por santa Teresa del Niño
Jesús, muerta no hace mucho tiempo y ya canonizada, cuya
hermana es actualmente superiora de las Hermanas Carmelitas
de Lisieux.
“He ahí nuestra meta común” (SK 1116).
66
plantea el llamado del más allá. Cada Navidad nos interpela
acerca de la venida del Hijo de Dios: Para qué se encarnó Jesús
en la Virgen y nació en Belén?”San Agustín condensó admirable
mente toda la sabiduría cristiana en esta frase: “Dios se hizo
hombre, para que el hombre se hiciera Dios”.
Dada la unidad del Cuerpo Místico de Cristo, la Virgen que
formó al primer Hijo de Dios, debe continuar su misión maternal
de formar a los hijos de Dios a semejanza de su Hijo primogénito.
Oh Inmaculada Virgen Madre, con mi cohermano Duns Scoto
yo me dirijo a ti en humilde plegaria: “Concédeme que te alabe, oh
Virgen santísima, y dame fuerza contra tus enemigos”.
A decir la verdad, el lenguaje humano es incapaz de hablar de
cosas celestiales y san Pablo afirma justamente que “ni siquiera
entró en el corazón del hombre lo que Dios tiene preparado para los
que le am an...”{I Co 2,9).
¿Qué hacer, pues, para comprender y expresar lo que Dios
preparó en ti, por medio de ti?...
67
Dios, es el fruto del amor de Dios uno y trino y de María Inmacu
lada.
III.- A imitación de este primer Hijo de Dios, del Hombre-Dios,
infinito, han de formarse de ahora en adelante los hijos de Dios.
Reproduciendo las semblanzas del Hombre-Dios, imitando a
Cristo el Señor, las almas tenderán a la santidad. Con cuanta
mayor precisión reproduce uno en sí mismo la imagen de Cristo,
tanto más se acerca a la divinidad, se diviniza, llega a ser Hombre-
Dios. (Es el desposorio del alma con Cristo, gracias a la semejanza
y a la acción divina).
Por lo tanto, el que no quiere tener a María Inmaculada por
Madre, no tendrá tampoco a Cristo por hermano. Dios Padre no le
enviará al Hijo, el Hijo no descenderá a su alma, el Espíritu Santo
no formará con sus gracias el cuerpo místico según el modelo de
Cristo. Todo ello acontece en María Inmaculada, llena de gracia, y
únicamente en María.
Ninguna otra criatura ni es ni será inmaculada ni llena de
gracia; y por esto no es conveniente que “el Señor esté con ella” (Le
1,28) de un modo tan estrecho como lo estuvo con la Virgen
Inmaculada. Y como el primogénito, el Hombre-Dios, no fue conce
bido sino después del explícito consentimiento de la Virgen celes
tial, lo mismo, y no de otra manera, sucede con las otras criaturas
humanas, que en todo y cuidadosamente deben imitar a su Proto
tipo.
En el seno de María el alma ha de renacer según la forma de
Jesucristo. Ella debe nutrir el alma con la leche de su gracia,
formarla delicadamente y educarla, de la misma manera como
nutrió, formó y educó a Jesús. Sobre sus rodillas el alma debe
aprender a conocer y a amar a Jesús. De su corazón debe sacar el
amor hacia Él; más aún, amarlo con el corazón de Ella y llegar a ser
semejante a Él por el camino del amor.
El diablo sabe que éste es el único camino y que toda gracia
llega al alma por medio de la Inmaculada; por esto procura desviar
al alma de tal camino: insinúa la soberbia.
¿Cómo consagrarse a la Inmaculada?... (SK 1295).
Llamamiento ¿¡heroísmo
Tanto la psicología popular como la científica nos dicen: “Vale
68
lo que cuesta”; o sea, tiene valor lo que puso en movimiento la
creatividad del hombre, sus deseos de conquista, sus ansias de
satisfacción, su mayor espíritu de entrega.
Si toda inquietud y todo avance religioso merecen aprecio, el
seguimiento de Cristo con la cruz a cuestas es la máxima forma del
amor y del servicio.
Maximiliano dirige un llamamiento ascético-místico al heroís
mo y al gozo de seguir a Cristo.
69
nosotros no hizo nada arduo, no sabríamos aún si su amistad es
auténtica; pero cuando soporta por nosotros dificultades y sufri
mientos, entonces tenemos la demostración de la autenticidad de
su amistad.
Más aún, la verdadera amistad saborea la felicidad de sufrir
por la persona amada. Nada de extraño, pues, que los santos hayan
hallado su paraíso aquí en la tierra no en los placeres, en los
honores y en las riquezas, sino en la pobreza, en las humillaciones
y en los sufrimientos aceptados por amor a Dios.
El seráfico san Francisco abandona la rica casa natal para
hacerse voluntariamente pobre. Santa Teresa de Jesús exclama-
ba:“¡0 sufrir o morir!”, porque consideraba carente de significado
una existencia carente de sufrimientos por amor a Dios. Santa
Magdalena de Pazzi, en el éxtasis del amor hacia Dios, decía:
“¡Sufrir, mas no morir!”
Esta es la fuerza y el consuelo interior que Dios ofrece a los que,
por su amor, no vacilan en caminar en las huellas de Jesús
crucificado y en crucificar sus inclinaciones'naturales siguiendo
las prescripciones de su religión. Jesús mismo enseñó explícita
mente: “Mi yugo es suave y mi carga ligera* (Mt 11,30), animando
así a las almas temerosas a tomar sobre sí el yugo y la carga de su
religión (SK 1190).
70
útil. No sabemos, pues, si podremos admirar el próximo “shogat-
su”, porque cada año se alejan de este mundo tanto viejitos y
personas de media edad como jóvenes y hasta niños, y no sabemos
cuándo llegará nuestra hora.
Sin embargo, una cosa es segura y la conocemos con absoluta
certidumbre: desde el “shogatsu” pasado nos acercamos a la muer
te, el tiempo de un año entero. Esto es cierto. Cada día que pasa nos
acercamos a la muerte un día entero, cada hora una hora, cada
minuto un minuto. Esto es cierto. Y esto atañe a todos los hombres
en particular, en cualquier parte del mundo, en cualquier nación,
a los pobres y a los ricos, a los iletrados y a los doctos, a los grandes,
a los poderosos y a los humildes, sin excepción alguna.
Muchos no gustan pensar en esta realidad y se hacen semejan
tes al avestruz, el cual, cuando no logra más huir de la persecución,
esconde su cabeza en la arena, seguro de no ver al que lo está
cazando.
Sin embargo, nosotros nos damos ánimo y vamos más lejos:
“¿Qué habrá después de la muerte? ¿Habrá otra vida o no?” Si Dios
existe, ha de ser justo. Desgraciadamente, en esta vida a menudo
no existe la justicia; por ende ella tiene que existir en la otra vida,
después de la muerte. ¡Paraíso o infierno, pues!
De la boca de dos propagandistas del budismo llegué a saber
que ellos enseñan la existencia del paraíso y del infierno, pero en
realidad muestran lo contrario: no creen en ellos. Yo intervine:
“Ustedes de esta manera engañan a la gente”. Su respuesta fue:
“Shigata ga nai”, o sea, “No hay nada que hacer”.
No está permitido enseñar cosas que no son verdaderas. Si el
paraíso y el infierno no existen, todos deben conocer la verdad;
pero, si existen, entonces esto debe valer para todos, porque
delante de Dios todos los hombres son iguales. Si Dios existe, un
Dios infinitamente perfecto, entonces El debe ser infinitamente
sabio, bueno y justo; por ende, cada uno, después de la muerte, le
dará cuenta de todo pensamiento, palabra y acción, y recibirá una
justa recompensa o un justo castigo.
El pensar en estas cosas excita los nervios; por eso muchas
personas, espiritualmente más débiles, al no tener la fuerza de
cambiar de vida, niegan incluso la existencia de Dios, aunque no
tengan ni una prueba para poder sostener tal afirmación.
Cualquier árbol, colmado de flores y después de frutos, grita a
gran voz que sería absurdo afirmar que todo ello aconteció sin un
Creador. El cual quiso estructurar el árbol de modo tan sabio, que
71
pudiera hundir las raíces en la tierra para absorber la humedad,
pudiera extender las ramas hacia lo alto, pudiera desplegar las
hojas ante los rayos vivificantes del sol e hiciera brotar delicada
mente las flores multicolores que atraen a los insectos. Estos
insectos sacan de ellas el dulce néctar, y con el transporte del polen
permiten a las mismas flores llegar a ser frutos con sus semillas,
las que, plantadas en la tierra, serán capaces de reproducir un
árbol semejante a aquel del que tuvieron origen.
El que observa la naturaleza con mucha serenidad, no puede
dejar de sonreír ante la insolencia del ateísmo.
También al Japón llegan libros escritos por tales personas
espiritualmente débiles, son traducidos con entusiasmo al idioma
japonés y muchos, a veces, absorben acríticamente su contenido.
Olvidan que también ellos poseen una inteligencia, a cuyo juicio ha
de ser sometido todo lo que se escucha y se lee, aunque los nombres
de aquellos oradores y de aquellos escritores ya llegaron a ser
famosos en el mundo entero.
También las causas de la fama, pues, pueden ser diferentes (SK
1268).
72
Madre de Dios y M e de la Iglesia
Ansias mañanas
“Historia”quiere decir sucesión de hechos concretos, conocibles
y con relación de causas y efectos.
La “Historia de la Salvación”es el despliegue de las iniciativas
de Dios en la historia del hombre: dos interlocutores, dos protago
nistas, pero una sola meta.
San Pablo compendia así esa extraordinaria comunicación de
dones, gracias, favores: “En muchas etapas y de muchas maneras
habló Dios en otro tiempo a nuestros antepasados por ministerio de
los profetas. Y en estos tiempos, que son los últimos, nos habló por
medio de su Hijo, a quien constituyó heredero de todas las cosas y
por quien creó los mundos” (Hb 1,1-2).
El Hijo de Dios, al hacerse hombre, escogió a una mujer, María,
y la hizo Madre suya.
El Padre Maximiliano Kolbe, apremiado por su amor a la
Virgen, desea que todos la conozcan, amen y sirvan, para que sea
mejor conocido, amado y servido Dios. Con ese fin nos va a brindar
gavillas de meditaciones mañanas para nuestra alimentación
espiritual.
Su medio preferido para hacerla conocer, era la revista: “El
Caballero de la Inmaculada”.
Cada uno de nosotros también tiene múltiples recursos, para
73
conocerla y hacerla conocer. Basta tener un poco de creatividad y un
poco de fuego.
¿Cuándo acontecerá, oh Madrecita mía Inmaculada, que tú
llegues a ser la Reina de todos y de cada alma en particular?
¿Cuándo?...
Mira: ¡cuántos todavía no te conocen y no te aman! Cuántos son
todavía en esta pobre tierra los corazones de los que, al oir hablar
de ti, preguntan: “¿Quién es María? ¿Quién es la Inmaculada?”
¡Pobrecitos! ¡No conocen a su Madre, no saben cuánto tú los amas;
más aún, ni piensan siquiera en ello!...
No obstante esto, tú los amas igualmente y deseas que te
conozcan y te amen, y adoren la infinita misericordia del Corazón
divino de tu Hijo, de la que tú eres la personificación.
Pues bien, ¿cuándo todos ellos te conocerán, te amarán y se
colmarán de tu paz y de tu felicidad?
Tu pequeño “El Caballero de la Inmaculada”, por tu gracia se
asoció a muchos otros de tus ardientes amantes y se empeñó en
proclamar, aunque de una manera muy inexperta, tu bondad. Por
su intermedio te dignaste atraer a muchos corazones, quisiste
introducirlo en muchas casas, tanto en Polonia como fuera de sus
límites; más aún, por su intermedio te dignas hablar a las almas
también en lengua japonesa.
Todo esto es apenas un comienzo, porque ¿cuántas son todavía
las almas que no saben nada de ti?...
¿Cuándo todas las almas que viven en el entero globo terrestre
conocerán la bondad y el amor de tu Corazón hacia ellas? ¿Cuándo
toda alma te retribuirá con un ardiente amor, hecho no sólo de
sentimiento fugaz sino de la total donación de la propia voluntad
a ti... para que tú misma puedas gobernar en los corazones de
todos y de cada uno en particular y tú puedas formarlos a
imitación del sagrado Corazón de tu divino Hijo, hacerlos felices,
divinizarlos?...
¿Cuándo acontecerá esto?...
Empeñémonos todos en apresurar este momento, ante todo y
sobre todo, permitiendo a la Inmaculada que se adueñe de modo
indisoluble de nuestro corazón y, además, como instrumentos en
sus manos inmaculadas y según nuestras posibilidades, conquis
tando el mayor número de almas para Ella con la oración, el
ofrecimiento de los propios sufrimientos y el trabajo.
¡Qué gran paz y felicidad nos invadirán en el lecho de muerte,
74
al pensar que mucho, muchísimo nos hemos fatigado y hemos
sufrido por la Inmaculada...! (SK 1159).
75
protestantes se enfervorizarán y se mantendrán en vida”. Lo
mismo escriben en la revista “Hochkirche”.
Tres o cuatro años atrás Karl Josef Baudenbacher, recopilador
de la antología “Marienblumen”o “Flores Marianas”, recogió más
de una centena de voces de protestantes sobre el argumento del
culto a María.
En el volumen “Llamamiento a todos los cristianos evangéli
cos”, publicado en noviembre de 1934 en Colonia, se habla de “los
deseos de volver al culto a María” y, además, se dice: “Las madres
de muchos grandes personajes, por ejemplo, la madre de Goethe o
de los Gracos, santa Ménica, madre de san Agustín, santa Elena,
madre de Constantino el Grande y muchas otras, son veneradas.
Sólo una Mujer hace excepción, una sola está olvidada y abando
nada, es decir, la Virgen María, Madre de nuestro Señor y Salva
dor”. ¡Está escrito exactamente así! Hay también otros artículos
escritos en el mismo estilo del precedente.
El mismo Lutero, en muchos pasajes de sus obras, proclamó la
gloria de María y más tarde, en el siglo XVII, el obispo protestante
de Islandia, Brynjolfur Sveinsson, compuso himnos marianos en
latín.
En Walshingham, en Inglaterra, durante la reconstrucción de
la iglesia protestante, ocurrida en el año 1931 —¡había sido
edificada en el lejano 1061!—, el obispo Bertram colocó en el acceso
de una capilla la siguiente inscripción: “Este templo fue edificado
en honor de la Concepción de María, Madre de Dios, y en honor del
nacimiento de Cristo, nuestro Señor”.
En Holanda el protestante Cor Meerensy escribió en un folleto
con el título: “Invocaciones a María”: “Nosotros no tenemos cantos
dirigidos a la Virgen, ni tenemos templos marianos ni imágenes de
Ella. En la fiesta de la Navidad de Cristo apenas se hace una breve
mención de María, mientras en el curso de todo el año Ella está casi
olvidada. Nosotros protestantes nos apoyamos demasiado en el
solo Antiguo Testamento y no nos acercamos a Cristo. Nosotros
podemos acercamos a Cristo sólo a través de María”.
¡Qué fuerte es la nostalgia de la Madre!
Sí, y es una nostalgia razonable. En todas partes, donde hay un
comienzo de vida, está presente el corazón de una madre que ama
y vela solícitamente. ¿Por qué no deberíamos sentir los amorosos
cuidados del Corazón de María también en la vida de la fe, en la
vida sobrenatural, en la vida de la gracia, en la vida espiritual?
¿Por qué no podemos recibir la vida sobrenatural por la mediación
de la Madre espiritual, María? (SK 1194).
76
El Padre Maximiliano nos ofrece algunos aspectos de la vida de
la Virgen, como apuntes para una serie de reflexiones más sabrosas.
En todo caso, el misterio de María gira todo alrededor de Jesús,
del que recibe luz y vida, como la luna recibe su luz y sus caracte
rísticas del sol.
Para conocer a la Virgen, tenemos una amplia gama de recur
sos. La Biblia es prioritaria; luego, la tradición, el estudio de los
doctores, la piedad de los fieles, los impulsos de la psicología, las
revelaciones privadas...
Finalmente llegó la hora del ingreso de María en el mundo.
Nació en el escondimiento, en el silencio, en una pobre casa de una
aldea de la Palestina.
Ni los libros sagrados hablan mucho de Ella. En ellos la vemos
en la anunciación, al llegar a ser Madre de Dios. Seguimos su viaje
a Belén, donde admiramos el nacimiento de su Hijo, Dios y hombre,
en una gruta pobrecilla. Después, la fuga a Egipto, cuajada de
ansiedades. La dura vida en un país extranjero y al fin el regreso
a Palestina. El diligente hallazgo del pequeño Jesús, perdido en el
templo.
Sucesivamente, ya al lado del Hijo, la vemos en las bodas de
Caná de Galilea, donde solicita y obtiene el primer milagro en favor
de los dos jóvenes esposos. Jesús comienza a predicar, mientras
Ella permanece en su modesta casa, preocupándose por el destino
de El. El arresto, la pasión y el viaje hacia el Calvario. María vuelve
a aparecer y acompaña a Jesús al lugar de la ejecución, está junto
a Él en el momento de la muerte y aprieta contra su pecho su cuerpo
helado, depuesto de la cruz.
Más tarde, la vemos todavía en el momento en que el Espíritu
Santo desciende sobre los Apóstoles, mientras, como una buena
Madre, permanece en medio de ellos e instruye a aquellos futuros
Apóstoles. Transcurren aún algunos decenios sin ningún docu
mento escrito hasta el momento de su partida hacia el paraíso,
después de muchos otros años de vida al lado de Juan, el discípulo
predilecto de Jesús.
La santa tradición no habla de Ella más dilatadamente. Otras
cosas fueron narradas por algunos corazones amantes, mientras
muchos particulares los podemos deducir también de revelaciones
privadas.
77
De todas maneras, examinemos más cuidadosamente algunos
momentos de su vida en Le 1,26-56; 2,1-19; Mt 2,1-12; Le 2,22-40;
Jn 2,1-11; Le 11,27-28; Mt 12,46-50; Jn 19,25-27; Hch 1,12-14; 2,1-
4; Ap 11,19; 12,1 (SK 1312).
78
ninguna desviación de la propia voluntad de la voluntad de Él. Es
un instrumento de Dios en el perfecto uso de los poderes y de los
privilegios que se le concedió, para cumplir siempre y en todo,
única y exclusivamente, la voluntad de Dios, por amor hacia Dios
uno y trino. Este amor hacia Dios alcanza cumbres tales que
produce divinos frutos de amor.
Su unión de amor con Dios llega a tal punto que Ella llega a ser
Madre de Dios.
El Padre le confía a su propio Hijo, el Hijo desciende a su seno,
mientras el Espíritu Santo forma, con el cuerpo de Ella, el cuerpo
santísimo de Jesús (SK 1320).
79
¡María! He ahí a Aquélla de la que tenemos absoluta necesidad.
San Bernardo afirma que, en verdad, nadie puede tener o experi
mentar incertidumbre si va a Jesús, aún si está delante como juez
ofendido, por medio de María y se abandona confiadamente a Ella.
Por cierto, delante del Hijo de Dios, a quien olvidamos y a quien
desobedecimos, hay que tener temor, un santo temor; sin embargo,
existe también María, una Madre tan buena y humilde, que se
presenta a Jesús para suplicar en favor de los necesitados de su
intercesión y de su protección (SK 1299).
80
Puente y Madre de misericordia
María, camino de Cristo para llegar a nosotros y camino del
hombre hacia su encuentro con Cristo... Corazón Inmaculado de
María, puente hacia el Amor misericordioso del sagrado Corazón
de Jesús...
Las dos gracias más grandes que puede lograr la intercesión de
la Virgen son la conversión y la santificación. La conversión es
reconocimiento de nuestras faltas y de nuestras debilidades y
retorno a la luz y al amor del Señor. La santificación es aceptación
de los impulsos déla gracia y esfuerzo por seguir al Señor hasta las
últimas consecuencias.
¡Qué gran programa de vida espiritual!
“El amor hacia el sacratísimo Corazón de Jesús es el único
estímulo que nos impulsa a unir a El, por medio de la Inmaculada
y de la manera más estrecha, el mayor número posible de almas”:
así leemos en el programa de la Milicia de la Inmaculada.
He ahí el fin último hacia el cual se orientan nuestros esfuer
zos.
Los declaramos expresamente también en el acto de consagra
ción a la santísima Virgen Inmaculada, impreso en el folleto de
inscripción y que expresa la esencia de la Milicia de la Inmaculada.
En él nos dirigimos a la Inmaculada con esta petición:
“Haz de mí y de todo mi ser lo que tú quieras, sin reserva
alguna, para que se cumpla lo que fue dicho de ti: “Ella te aplastará
la cabeza”, como también: “Tú sola destruiste todas las herejías en
el mundo entero”. Así en tus manos inmaculadas y misericordiosí
simas yo llegaré a ser un instrumento útil para injertar e incre
mentar lo más fuertemente posible tu gloria en muchas almas
extraviadas e indiferentes y para extender, de ese modo y lo más
que sea posible, el bendito reino del sacratísimo Corazón de Jesús”.
¿Por qué justamente a través de la Inmaculada?
“En donde tú entras —seguimos leyendo—, tú obtienes la
gracia de la conversión y de la santificación”.
¿De dónde le viene a Ella semejante poder?
“Porque toda gracia corre, a través de sus manos, del Corazón
dulcísimo de Jesús hasta nosotros”: así concluimos.
Sí, porque, humanamente hablando, el Corazón divino es
semejante al corazón de un buen padre de familia. Si un hijo se hace
culpable de alguna falta, el padre debe punirlo, porque así lo exigen
81
la justicia y, más aún, el mismo amor hacia el hijo, para que éste
no descuide el propio error. Sin embargo, este padre no quisiera
aportar ni un disgusto al hijo, aunque se lo tenga merecido, y
quisiera disponer de cualquier motivo suficiente para no infligirle
aquel castigo. El perdonar sin motivo suficiente sería como alentar
al culpable a la insolencia. Pero el padre quisiera que alguno
interviniese en favor del hijo para satisfacer, de tal modo, tanto la
justicia como el amor afectuoso.
Pues bien, el Corazón divino de Jesús, que arde de amor hacia
nosotros, que somos culpables, halla para este propósito un medio
digno de la sabiduría divina. Nos dona como madre y protectora a
su propia carísima y dilectísima Madre, la criatura más santa de
los santos y de los ángeles, y a Ella no es capaz de rehusarle nada,
porque EUa es la más digna y la más amada de las madres.
Además, Él le dio un corazón muy grande, para que no deje de
advertir en la tierra ni una pequeña lágrima y no deje de preocu
parse por la salvación y la santificación de todo hombre.
He ahí, pues, un puente ya disponible hacia el sacratísimo
Corazón de Jesús. El que cae en el pecado, se hunde en el vicio,
desprecia las gracias divinas, no mira más a los buenos ejemplos
de los demás, no presta atención a las inspiraciones saludables y
se hace indigno de recibir otras gracias, ¿éste tal debe quizás
desesperar?
¡No, jamás! Él tiene una Madre que le fue dada por Dios, una
Madre que sigue con corazón tierno cada una de sus acciones y de
sus palabras, cada uno de sus pensamientos. Ella no se preocupa
por el hecho de que él sea digno o no de la gracia de su ternura. Ella
es sólo Madre de misericordia y, por ende, se apresura a acudir,
aunque no sea de ningún modo invocada, allí dondé se manifiesta
de manera más grave la miseria de las almas. Más aún, cuanto más
afeada está el alma por el pecado, tanto más se manifiesta en ella
la misericordia divina, de la que justamente la Inmaculada es la
personificación.
Por esto, nosotros luchamos para entregar a la Inmaculada el
cetro de mando en cada alma.
Si Ella logra sólo entrar en una alma —aunque todavía mise
rable y degradada en los pecados y en los vicios—, no puede
permitir que ella se pierda, sino que en seguida le alcanza la gracia
de la iluminación para la inteligencia y de la fuerza para la
voluntad con el objeto de que recapacite y se levante.
“Por María Inmaculada a Jesús”: he ahí nuestra consigna,
82
como lo ponderaba el arzobispo Mons. Sapieha en la bendición
pastoral concedida a la Milicia y publicada igualmente en el folleto:
“Bendecimos de corazón a los miembros de la Milicia de la Inma
culada para que, combatiendo bajo el estandarte de la Virgen,
ayuden a la Iglesia a conducir a los pies de Jesús al mundo entero”.
Ya transcurrieron dos siglos y medio desde el momento en que
sucedió el hecho ilustrado en la primera página del presente
artículo.
Apareciendo a santa Margarita Alacoque, Jesús señaló a aquel
que primero, quizás erigió un altar a la Inmaculada en Italia (en
Rovigo) y cuyos hijos espirituales habían comenzado a festejar,
proclamar y defender el privilegio de la Inmaculada Concepción
desde los orígenes de su Orden. Señaló a san Francisco y dijo: “He
ahí al santo más cercano a mi Corazón divino”.
¡Sí! Cuanto más difunde uno la veneración y el amor hacia la
Inmaculada, cuantas más almas le conquista uno a Ella y, por Ella,
al sacratísimo Corazón de Jesús, que nos amó hasta morir en la
cruz, tanto más demuestra éste también el máximo amor y un amor
activo hacia este sacratísimo Corazón y se une a El en grado sumo
(SK 1094).
83
Dios y a la vez la más dichosa realización de todo hombre, ya que
es divinización y semejanza con Dios.
En el siglo XVIII vivió en Francia san Luis María Grignión de
Montfort, que fue gran devoto de la Virgen. Además de numerosos
libros de devoción, escribió el libro “Tratado de la verdadera
devoción a María Virgen”. Esta breve obra tiene una historia
interesante.
El mismo autor había predicho que el demonio habría escondi
do el librito, para no hacerlo llegar a las manos de los fieles, porque
había vislumbrado en él una propia gran derrota. Y así aconteció.
A pesar de las búsquedas, permaneció escondido en una biblioteca
por más de cien años. Fue hallado por casualidad en el año 1842 y
en seguida publicado e impreso.
En el libro, entre otras cosas, él dice: “Nacerán personas muy
santas. Ellas llegarán a la santidad por medio de una singular
devoción hacia la santísima Virgen, que guardarán en su corazón
como el más perfecto modelo de santidad y como rico manantial de
gracias divinas. Sobre todo hacia el fin del mundo, Dios suscitará
a estos santos por medio de María, su Madre, para que tales almas,
llenas de gracia y de celo, opongan resistencia a los enemigos de
Dios, que brotarán de todas partes con encarnizamiento.
“Estas almas tendrán una particular devoción a la santísima
Virgen. Ella las iluminará con su luz, las nutrirá con su leche, las
guiará con su espíritu, las sostendrá con su mano, las custodiará
con su protección. Aquellas almas, combatiendo de algún modo con
una mano, barrerán lejos a los herejes con sus herejías, a los
idólatras con sus idolatrías, a los pecadores con sus impiedades,
mientras con la otra mano edificarán el templo del verdadero Dios
y la ciudad de Dios.
“Además, acicatearán a todos, con la palabra y con el ejemplo,
a la verdadera devoción hacia la Virgen. Enfrentarán a muchos
enemigos, pero también conseguirán muchas victorias y darán
mucha gloria a Dios. Como a través de María tuvo comienzo la
salvación, así también a través de ella la salvación llegará a su
consumación...”
84
“los enemigos de Dios que brotan de todas partes con encarniza
miento”? ¿No tiene, quizás, el anticristo a sus adoradores?
Sobre todo en estos días, asegura la profecía susodicha, Dios
suscitará personas que, por medio de una devoción particular
hacia la santísima Virgen, se santificarán a sí mismas y no sólo
opondrán resistencia a los encarnizados enemigos de Dios, sino
que barrerán de la superficie de la tierra las herejías, las idolatrías,
las impiedades, edificarán el templo del verdadero Dios y acicate
arán a todos a la verdadera devoción hacia la Virgen.
¿No es éste, exactamente, el fin de todos los milites de la
Inmaculada?
Leemos más adelante: “Esas personas tendrán muchos enemi
gos”. También para esto debemos estar preparados.
Sin embargo, “conseguirán muchas victorias y darán mucha
gloria a Dios”.
Efectivamente, “como a través de María tuvo inicio la salva
ción, así también a través de Ella la salvación llegará a su
consumación...”
Reflexionemos bien sobre todas estas cosas... (SK 1129).
El culto mariano
Entre los distintos grupos religiosos, el planteo más frecuente es
éste: “¿Por qué los católicos veneramos a María?”
Maximiliano responde con la contundencia de la verdad bíbli
ca: “La veneramos porque es Madre de Jesús, el Hijo de Dios;porque
el mismo Jesús la amó y la privilegió admirablemente y nosotros
tenemos que imitar a Jesús; porque Ella misma profetizó que sería
ensalzada por todas las g en era cio n es.A la verdad bíblica Maxi
miliano añade la milenaria tradición que arranca desde las cata
cumbas...
He oído decir que una persona, al pasar recientemente por
Shimonoseki, preguntó a algunos viandantes dónde se hallaba la
iglesia católica. Todos respondieron que no lo sabían. Finalmente
uno dijo: “¡Ah! ¿se trata de la religión de María?” y en seguida le dio
las señas necesarias para alcanzar la iglesia católica.
Los fieles de la Iglesia católica jamás llaman a su iglesia:
“Religión de María”, a pesar de venerar mucho a la santísima
Virgen María; en cambio, las personas que no estudiaron catecis
mo, los miran con recelo.
85
Es, pues, necesaria una clarificación.
Los fieles católicos veneran con fervor a la Madre divina, pero
sin considerarla Dios. La santísima Virgen María, que es criatura
de Dios, nació veinte siglos atrás de sus padres como todos los
demás hombres. Ella es, pues, sólo una persona humana. ¿Por qué
entonces se la venera?
La Iglesia católica enseña que Jesucristo, aun siendo Dios
eterno e infinito, nació en el tiempo y quiso elegirse a María como
Madre, se encamó en su seno y nació de Ella. Por consiguiente, la
Iglesia enseña que María es Madre de Dios: he ahí el motivo de la
veneración hacia Ella. Además, Ella es un espejo incomparable de
cualquier virtud; por eso la Iglesia la venera y la admira.
El santo Evangelio enseña el modo con el cual hay que venerar
la: “Entró el ángel en su presencia y la saludó así: “Dios te salve,
llena degrada, el Señor está contigo, bendita tú entre las mujeres”
(Le 1,28).
La santificación depende de la gracia divina. Ya que el mensa
jero divino la saludó con las palabras: “Llena de gracia”, con ello
mismo reveló que la santísima Virgen María es totalmente perfec
ta y santa.
Recitando el “Magníficat”, la Virgen preanundó la veneradón
con que sería rodeada en el futuro: “Mi alma glorifica al Señor y mi
espíritu exulta en Dios, mi salvador, porque miró la humildad de
su sierva. Ya desde ahora todas las generaciones me llamarán feliz.
Grandes cosas obró en m í el Omnipotente y santo es su nombre”(Le
1,46-49).
La veneración tributada a María es evidente en los dibujos de
las catacumbas, trazados en el período de las primeras persecudo-
nes, diecisiete o dieciocho siglos atrás, es decir, en el primero, en el
segundo y en el tercer siglo de la era cristiana. Terminadas las
persecuciones, en el curso de quince siglos, la veneración a la
Madre de Dios se hace cada día más patente en los cuadros, en las
estatuas y en las iglesias.
Cuatro siglos atrás, al oponerse un hereje al culto hacia la
Madre de Dios, los fieles católicos comenzaron a repetir con fervor
y numerosas veces al día la oración del “Avemaria”: “Dios te salve,
María, llena eres de gracia, el Señor está contigo, tú eres bendita
entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús”; y
continúan rezando: “Santa María, Madre de Dios, ruega por
nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. ¡Amén!”
He ahí cómo ellos veneran a María, la Madre de Dios (SK1204).
86
Medallas e imágenes: su rechazo o su utilidad
Los católicos, como muestra devocional, aceptamos y utiliza
mos medallas, estampas, imágenes...; en cambio, los protestantes,
en general, las rechazan.
Las dos posiciones provocaron infinidad de debates y polémicas
desde muchos siglos atrás. Los momentos críticos de ese furor
iconoclástico o anti-imágenes fueron los rechazos del emperador
León el Isáurico, en el siglo VIII, y los rechazos de los novadores en
el siglo XVI.
Los planteos son de raigambre bíblica y teológica, que aquí no
podemos desarrollar. El Padre Kolbe, hundiendo sus análisis en la
psicología y en la antropología, nos da una respuesta de sabor
popular y vivencial. Su lenguaje es fresco, vivaz y atrayente.
Los protestantes del más diferente calibre no logran tolerar
medallas, escapularios, cuadros y, en general, las imágenes de
Jesús y de los santos, pero sobre todo de la Virgen.
No mucho tiempo atrás recibí a este propósito una carta de un
docente que me escribía nada menos que de la otra extremidad de
Polonia. Entre otras cosas me preguntaba: “¿Desde cuándo la fe en
medallas sin vida defiende del mal más que la fe en el Dios vivo y
verdadero?” Aludía a la Medalla Milagrosa de la Inmaculada
Concepción de la santísima Virgen María.
Los protestantes hasta dan la fecha en la que la Iglesia
“inventó” el culto a las imágenes, cruces y reliquias. Ese año
nefasto fue el 787. Otros estudiosos de la sagrada Escritura quitan
benévolamente unos cuatro años y asignan esta desgracia al año
783.
No quiero aquí hablar de la falta, simplemente estridente, de
conocimiento de la historia y de los documentos de los siglos
pasados. Es suficiente examinar con qué veneración san Ambrosio,
muerto en el año 397, es decir, cuatro siglos antes de esa data
“funesta”, colocó bajo un altar, en Milán, las reliquias de los santos
Gervasio y Protasio. Es suficiente hacer una breve caminata hasta
Roma, bajar a los sótanos de las catacumbas de los primeros siglos
ensangrentados del cristianismo, echar una mirada a las numero
sas imágenes que adornan sus paredes para no ventilar semejan
tes tonteras.
En particular, según parece, los metodistas hasta se horrori
zan a la vista de alguna efigie de la santísima Virgen María. Por
87
eso les aconsejamos vivamente que visiten las catacumbas de
Priscila, en las que oraban los cristianos que acababan de ser
bautizados de las manos de los Apóstoles, y allí verán, representa
dos en las paredes, una anunciación a la santísima Virgen María,
una Virgen con el Niño Jesús, una escena del homenaje de los
Magos y una Virgen Inmaculada sentada con el Niño Jesús.
Cerca de Ella está el profeta Isaías, que sostiene con una mano
el libro de sus profecías y con la otra señala una estrella que brilla
por encima de la Virgen, en la que se cumplió su profecía.
Tales imágenes de la santísima Virgen y de los santos, con las
trazas de la más remota antigüedad, se pueden mirar esculpidas
en los sarcófagos, cinceladas en el vidrio o grabadas en el metal.
De todos modos, dejo aparte todo esto, porque lo que, quizás,
impresiona aún más, es la falta de lógica en nuestros adversarios.
Las mismas personas para las que las imágenes de la Virgen y de
los otros santos son un hueso en la garganta, abarrotan después
sus casas con una gran cantidad de cuadros, fotografías, retratos
y estatuas. ¿Y qué representan todos ellos? Ya hombres célebres,
beneméritos de la patria y de la sociedad, ya miembros de la familia
o personas queridas. Por un lado verás la foto del padre difunto o
de la madre, colocada en un marco decoroso y circundada, como es
justo, de veneración filial; por otra la madre dolorida, no pudiendo
olvidar la pérdida prematura de su dilecto niño, guarda con amor
su retrato.
Además, las personas, atadas entre sí por el afecto pero
obligadas por las circunstancias a una separación temporánea,
desean recibir mutuamente de la persona amada al menos algún
objeto que la recuerde. Y cuando la muerte envíe al amigo a la
tumba, entonces aquel recuerdo llegará a ser cien veces más
querido.
En estos casos una carta “sin vida”, una pintura “sin vida”, un
metal “sin vida” o un objeto “sin vida” no los ofenden. Sin embargo,
no se trata de otra cosa sino de cuadros, imágenes o reliquias.
Con todo... aún aquí también se esconde “una cierta lógica”, la
lógica de “alguien”.
Cada uno de nosotros no sólo tiene un alma, sino también un
cuerpo, no sólo la razón, sino también los sentidos. Todo conoci
miento natural llega ante todo a los sentidos (ojo, oído...) y después
llega a la inteligencia y se graba en la memoria. No de manera
diferente acontece para el conocimiento natural de los problemas
relacionados con la religión. Cuanto más a menudo vemos nosotros
una cosa que está en relación con Cristo, la Virgen o los santos, y
más todavía su efigie en la tela o en el papel, o también en medallas
o escapularios, tanto más a menudo se dirige también nuestra
mente a las personas que tales objetos representan o recuerdan; y
todo ello influye poderosamente en nuestra vida.
Muchas personas, a la vista de Cristo clavado en la cruz o de un
cuadro de la Virgen, ¿no renuncian quizás a un pecado que ya
tenían en ánimo de cometer?... ¡No tendrían tanta petulancia ni
tanta maldad!... Además, ¿cuántas oraciones brotan de los corazo
nes delante de estas imágenes en dirección a las personas que ellas
representan?... ¿Y cuántos ardientes suspiros de amor o cuántas
peticiones de corazones doloridos arrancan ellas?... Y desde lo alto
desciende a este corazón el bálsamo del consuelo.
¿Cuántas veces una mirada, aun sólo ocasional, dirigida a un
crucifijo o a una estatua de la Inmaculada llena el corazón de coraje
y de serenidad?... Si vas a descansar o te levantas para ir al trabajo,
si llevas sobre tu pecho un escapulario o una medalla de la
santísima Virgen y los besas con gratitud y veneración, entonces
Ella se acordará de este acto de reverencia y de amor, y por toda la
jomada guiará tu inteligencia y tu corazón, alejará de ti las
tentaciones más graves, te dará fuerza en la lucha y no permitirá
que tú caigas.
En el caso que tú te desprendieras por un instante de sus manos
misericordiosas, pusieras en ti mismo la confianza y cayeras, en
seguida Ella te levantaría, llenaría tu corazón con un arrepenti
miento que procede del amor, conseguiría para ti el perdón y
transformaría el mal en un bien aún mayor.
¿Quién arremete para que estas bendiciones no desciendan a
tu alma?
Por cierto, no es Dios, ni la Virgen, ni los santos, ni los ángeles
buenos.
¿Quién, pues?... (SK 1062).
89
Consagración bajo todo concepto, sin restricciones, totalmente,
hasta llegar a ser un caballero sin reserva, totalmente.
María, Madre, Reina... (origen, noción imperfecta).
1) Hijo; 2) semejanza, imagen; 3) (sin derechos) cosa y propie
dad (amor).
La Inmaculada es nuestra Madre, porque:
1. Es convencimiento común, sentimiento de los fíeles.
2. Nos la dio Jesús.
3. Es Madre de la cabeza de la Iglesia, Jesús; por ende también
de los miembros.
4. Es Madre de la gracia divina, de la gracia del Espíritu Santo,
es mediadora de las gracias, es Madre de la vida de gracia, de la
vida espiritual.
5. Es Madre del Redentor; por ende también de los redimidos
(corredentora).
6. Es Madre del mismo Creador; por ende también de las
criaturas (ángeles, hombres...).
Por estas razones tú, niño:
1. Ámala como Madre, con toda tu generosidad. Ella te ama
hasta sacrificar al Hijo de Dios. En la anunciación te acogió de buen
grado como hijo.
2. Ella te hará semejante a sí misma, te hará cada día más
inmaculado, te nutrirá con la leche de su gracia. Déjate guiar por
Ella, déjate plasmar cada día más libremente por Ella. Vela sobre
la pureza de tu conciencia, purifícala en su amor. No te desalientes
ni después de un pecado grave, aun cometido varias veces. Un acto
de amor perfecto te purificará.
3. Cosa y propiedad. Ella haga contigo lo que quiere y no se
sienta atada por ninguna limitación que derive de las obligaciones
de una madre con respecto al propio hijo. Sé cosa y propiedad de
Ella. Ella se sirva libremente de ti, disponga de ti sin reserva
alguna para cualquier cosa que Ella quiera.
Sea Ella tu propietaria, tu Señora y Reina absoluta. El siervo
vende el propio trabajo; al contrario, tú ofrécele en don la fatiga, el
sufrimiento, todo tu ser. Suplícala que no respete tu libre voluntad,
sino que obre contigo siempre libremente según su voluntad.
De Ella eres hijo, siervo, esclavo de amor, bajo todo aspecto y
bajo cualquier denominación formulada hasta ahora o que podrá
ser excogitada en nuestro tiempo o en el futuro. En una palabra: ¡sé
de Ella!
Hasta ser milite, para que otros lleguen a ser cada día más
90
propiedad de Ella, como tú, y aún más; y todos los que viven y
vivirán en todo el globo terrestre colaboren con Ella en la lucha
contra la serpiente.
Ser de la Inmaculada, para que la conciencia, cada día más
pura, llegue a ser aún más pura, inmaculada, como Ella es de
Jesús, hasta llegar a ser madre y conquistadora de corazones para
Ella.
Tú eres de Ella:
1. Déjate conducir por la Inmaculada. Todo lo que no depende
de tu voluntad, seguramente Ella lo permite para tu bien, aunque
proceda de la mala voluntad ajena. Es Ella que quiere que te
suceda.
2. ¿Cómo responder a una dificultad? a) No prestarle atención
alguna, cuando no te sea de ayuda ni de impedimento para
alcanzar la meta de tu acercamiento a Ella, del amor a Ella, a
Jesús, al Padre; b) Sirviéndote de ella (andando tras ella), cuando
te sea de ayuda; o c) Combatiéndola, cuando te sea de impedimen
to. Ella quiere que tú obres así.
3. En la obediencia religiosa la voluntad de Ella, del Hijo y del
Padre es segura; por esto es infinitamente sabia, prudente, poten
te, buena, aunque no te des cuenta con tu razón, porque tu mente
es limitada y falible.
4. Poniendo en práctica su voluntad, tú demuestras un amor
auténtico y sustancial a Ella, a Jesús y al Padre: te haces santo.
5. Lo que quiere el Padre, lo quieren también el Hijo y el
Espíritu; lo quieren Jesús y la Inmaculada. Su voluntad no está
jamás en contradicción.
6. En las cosas en las que no intervienen ni la necesidad ni la
obediencia, compórtate como quieres, procurando agradarle a
Ella. “Ama y haz lo que quieres”, según el pensamiento de san
Agustín.
7. Procura conservar pura la conciencia; cuida que no caigas;
pero si cayeres, no tardes en levantarte.
8. Ella te preservará de la caída, si pones tu confianza en Ella
y de ninguna manera en ti mismo; y de tu parte harás lo posible,
con su ayuda, para no caer.
9. La causa de una caída es la confianza en las propias fuerzas,
mientras la verdad es que nosotros, por nosotros mismos, somos
nada y nada somos capaces de hacer. Sin Ella, mediadora de las
gracias, no nos preservamos de caer en el pecado.
10. En caso de caída, en seguida ofrécete a Ella con todo el
91
asunto de tu caída e invoca el perdón: “Querida Madrecita, perdó
name e impétrame el perdón delante de Jesús”. Procura cumplir la
acción sucesiva de modo que puedas brindar el mayor agrado
posible a Ella y a Jesús, y ten la seguridad de que este acto de amor
cancelará completamente aquella culpa. En la primera confesión
que hagas, acusarás esta caída; sin embargo, ni Ella, ni Jesús, ni
el Padre ya no la recuerdan más desde tiempo atrás.
11. Ama con todo tu ser, con toda tu voluntad y con todo tu
sentimiento; pero si te sientes árido y no eres capaz de suscitar
sentimientos de amor, no te preocupes, porque ello no pertenece a
la esencia del amor. Si tu voluntad desea sólo cumplir la voluntad
de Ella, quédate tranquilo, ya que la amas de veras a Ella, a Jesús
y al Padre.
12. No te olvides que la santidad no consiste en acciones
extraordinarias, sino en cumplir bien tus deberes hacia Dios, hacia
ti mismo y hacia los demás.
13. Nadie, ni el estado de vida más santo, te asegura la
santificación del alma, si descuidas los deberes que derivan del
mismo estado.
Procura ver en estos deberes la voluntad cierta de la Inmacu
lada, ya que el cumplimiento de esa voluntad demuestra tu amor
hacia Ella y, en Ella y por Ella, hacia Jesús y el Padre.
La oración, la penitencia y las obras, aun buenas en sí mismas,
no le son gratas, si impiden el buen cumplimiento de tus deberes.
Justamente en ellos está la voluntad de Ella.
14. Puedes utilizar tranquilamente las expresiones: “Deseo
cumplir la voluntad de la Inmaculada”, “Hágase la voluntad de la
Inmaculada”, “La Inmaculada ha dispuesto así”..., porque Ella
quiere lo que Jesús quiere, mientras Jesús quiere lo que el Padre
quiere.
La voluntad de la Inmaculada no difiere de la voluntad del Hijo
y del Padre. Más aún, encauzándote sin reserva alguna hacia la
voluntad de Ella, tú reconoces con ello mismo, además de amar la
voluntad de Dios, también la verdad que la voluntad de Ella es tan
perfecta que no difiere en nada de la voluntad de Dios, y rindes
gloria a Dios por haber creado una criatura tan perfecta y por
haberla constituido su propia Madre (SK 1334).
92
La Inmaculada Concepción y sus
esplendores solares
94
pero la noche anterior a la operación, el rector del Colegio Interna
cional puso unas gotas de agua de Lourdes en las vendas y al día
siguiente la operación fue innecesaria, porque ya estaba curado. El
prodigio fue el remate de una tupida red de iluminaciones y
motivaciones y un llamado personal a vivir y propagar ese privile
gio mañano, a aglutinar voluntades y corazones para que la
sirvieran y amaran y a organizar iniciativas de alto nivel apostó
lico, como la Milicia de la Inmaculada y las dos ciudades mañanas
de Polonia y del Japón.
Todas esas motivaciones doctrínales, históricas y experiencia-
les debían confluir en la composición de un libro; pero los trabajos
que abrumaban sus días y la pñsionía se lo impidieron.
Para el Padre Kolbe la Inmaculada fue un espejo en el que
contemplaba todas las demás verdades, un punto de llegada de
todas las iniciativas de Dios y un punto de partida o motor de todas
las relaciones entre Dios y los hombres, modelo de vida y de
santidad y fuente de gracias para todos.
Dado el íntimo nexo de los misterios con nuestras vivencias
cristianas, en los capítulos anteriores el Padre Kolbe nos mostró, a
través de algunos de sus escritos, las relaciones de la Virgen
Inmaculada con cada una de las personas de la santísima Trini
dad. En los próximos capítulos veremos la historia del dogma de la
Inmaculada, su significado, sus avances y sus despliegues, su
llamado a una respuesta de amor. Reservaremos un capítulo para
examinar las relaciones de la Inmaculada con la Orden francisca
na con sus consiguientes obligaciones y responsabilidades. Pondre
mos en resalto las iniciativas mañanas del Padre Kolbe; y final
mente nos esforzaremos por comprender y vivir la consagración a
la Inmaculada.
95
jóvenes, adultos... Será una siembra de luz, aliento y alegría para
toda la familia...
Conversando un día con un estudiante universitario, éste me
espeta:
— Yo soy un incrédulo.
— ¿Qué quiere decir?
— Que no creo.
— ¿En qué no cree?
— En lo que dicen los curas.
— ¿Por ejemplo?
— Helo ahí. Se celebró hace poco la fiesta de la Inmaculada
Concepción. ¿Cómo es posible que la Virgen no haya tenido padre?
— ¿Qué significa para Ud.: Inmaculada Concepción?
— Que la Virgen llegó a este mundo de la misma manera que
Jesús.
— Entonces Ud. no es uno que no cree, sino uno que no sabe.
— ¿Por qué?
— Porque “Inmaculada Concepción” es totalmente otra cosa.
Significa que la Virgen Inmaculada, al venir a este mundo, fue
preservada inmune del pecado original desde el primer instante de
su concepción. ¿Cómo es posible no saber estas cosas?... (SK1053).
96
Ella es denominada nada menos que “Concepción”, pero no del
mismo modo que Jesús, quien, aun habiendo sido concebido, sin
embargo existe desde la eternidad, por el hecho de ser Dios.
Pero Ella es “Concepción Inmaculada”. En esto Ella se distin
gue de todos los otros hijos de Adán.
Por eso el nombre de “Inmaculada Concepción” le corresponde
por derecho a Ella y sólo a Ella (SK 1308).
A las reiteradas preguntas de santa Bernardita, la Inmaculada
manifestó el propio nombre diciendo: “Yo soy la Inmaculada
Concepción”. Y en verdad a ninguna persona, a excepción solamen
te de Ella, le corresponde tal nombre.
Revelando el propio nombre a Moisés, Dios dijo: “Yo soy el que
soy" (Ex 3,14), porque Dios existe desde la eternidad, existe para
la eternidad, existe siempre. Su esencia es la existencia sin algún
límite, tanto en la duración como bajo cualquier aspecto. Todo lo
que existe fuera de Dios no es la existencia, sino que tiene la
existencia, porque la recibió. Por esto también la Inmaculada
comenzó a existir en el tiempo.
Entre los seres cuya existencia tuvo inicio, los ángeles y los
progenitores no comenzaron a existir mediante la concepción; en
cambio, la Inmaculada, como todos los demás hombres, comenzó a
existir mediante la concepción.
También Jesucristo, el Hombre-Dios, comenzó a existir me
diante la concepción. Sin embargo, El era un “concebido”, más que
la concepción misma, porque, siendo Dios, el Hijo existía ya desde
la eternidad; por este motivo, pues, siendo una concepción, Ella se
distingue también de El y es semejante a las otras personas
humanas.
Con todo, desde el primer instante de su existencia, Ella se
diferencia de los otros seres humanos, cuya concepción está man
chada por el pecado original. Se trata de una concepción de hyos de
los progenitores que pecaron; mientras la concepción de Ella fue
sustraída a esta ley común: es una concepción inmaculada.
A Ella sola, pues, le corresponde por derecho tal nombre y, por
consiguiente, es de veras el nombre que la define de manera
esencial (SK 1319).
98
Recordemos sólo algunos de los acontecimientos más conocidos
de estos nuestros tiempos.
La doctrina, que afirma que la Madre de Dios fue exenta de la
mancha del pecado original desde el primer instante de su existen
cia, era comúnmente notoria a todos los fieles desde los orígenes de
la Iglesia, y estaba contenida en la idea de que la Madre santísima
era purísima, más pura que los ángeles, sin el mínimo pecado...
Dios, queriendo honrar aún más a la propia Madre Inmacula
da, permitió que algunos teólogos del Medioevo, mediante un
estudio más profundo de los textos de la sagrada Escritura, no
lograran conciliar la verdad de la exención de María del pecado
original con la afirmación, inspirada, de los textos sagrados:
“Todos pecaron” (Rm 5,12) en Adán, y por esto se sirvieron presen
ta r tal verdad de modo impreciso.
De ahí surgieron opiniones, teorías y disputas. Entre los
demás (teólogos), también la escuela franciscana propugnó y
difundió la teoría según la cual la Virgen santísima estuvo verda
dera y completamente exenta de la culpa original desde el primer
instante de su existencia y no estuvo jamás sujeta al poder de
Satanás. Tal teoría fue llamada también “tesis franciscana”.
Esta tesis adquirió un número cada vez mayor de seguidores.
El Concilio de Trento destacó expresamente la intención de no
incluir a la Virgen santísima en el decreto relacionado con la
universalidad del pecado original.
En fin sonó la hora en que, después de tantos siglos, la santa
Iglesia reconoció la oportunidad de pronunciarse de modo oficial
sobre tal cuestión, en vista de un incremento del culto a la Virgen
santísima y de una mayor ventaja para los fieles. El Sumo Pontífice
Pío IX en una encíclica —la bula “Ineffabilis Deus” = “El inefable
Dios”—, proclamó el dogma de fe:
“Para honra de la santa e individua Trinidad, para gloria y
ornamento de la Virgen Madre de Dios, para la exaltación de la fe
católica y para el incremento de la religión cristiana, con la
autoridad del Señor nuestro Jesucristo, de los bienaventurados
apóstoles Pedro y Pablo y nuestra declaramos, pronunciamos y
definimos que la doctrina, que considera que la beatísima Virgen
María, desde el primer instante de su concepción, por singular
gracia y privilegio de Dios omnipotente y en vista de los méritos de
Jesucristo, Salvador del género humano, fue preservada inmune
de toda mancha de culpa original, es doctrina revelada por Dios, y
por ende ha de ser creída firme y constantemente por todos los
fieles. Por ello, si algunos —¡que Dios lo impida!— presumen
99
pensar diversamente de lo que nosotros definimos, sepan que
naufragaron en la fe, condenados por su mismo juicio, y que se
separaron de la unidad de la Iglesia...” (Pío IX P.M. Acta, I, 597).
En aquel mismo período tuvieron un vasto eco en el mundo la
manifestación de la Medalla Milagrosa, la conversión del hebreo
Ratisbonne y las apariciones de la Inmaculada en Lourdes (SK
1313).
100
gría, docilidad, servicialidad... Jesús fue —y sigue siendo por la
eternidad— hijo de la Virgen...
Además del valor bíblico y psicológico, Maximiliano quiere
exhortarnos a que, a semejanza de Jesús, todos nosotros veneremos
y amemos a la Inmaculada, le consagremos nuestro corazón y
nuestra voluntad, trabajemos generosa y audazmente por su reina
do, como lo desea hacer la Milicia de la Inmaculada.
Jesucristo, Hombre-Dios, verdadero Dios, segunda Persona de
la santísima Trinidad, es verdadero Hijo de la Virgen. Ella es su
verdadera Madre. El, para guardar el cuarto mandamiento, honra
a su Madre y es su devoto.
Un hijo no deja nunca de ser hijo de la propia madre. Así Jesús
será eternamente su Hijo, mientras Ella será eternamente su
Madre. El será para siempre su devoto.
Jesús la honró desde la eternidad y la honrará por la eternidad.
Nadie se le acerca a El, ni se hace semejante a El, ni se salva, ni se
santifica, si no la honra: nadie, ni un ángel, ni un hombre, ni otro
ser.
Ella es la Reina del universo, la Reina del cielo y de la tierra.
En el paraíso todos la reconocen como su Reina. El infierno la odia
y tiembla delante de Ella, mientras aquí en la tierra ¡cuántas
almas todavía no la conocen o, conociéndola demasiado poco o, para
peor, haciendo causa común con los demonios, no la honran, sino
que la odian!
En todo tiempo y en diferentes localidades del globo terrestre
surgieron almas que, inflamadas de amor hacia Ella, encendieron
tal amor a su alrededor. Dieron vida a asociaciones para conquistar
de la manera más eficaz los corazones para Ella y le consagraron
toda su vida.
Una de entre las más jóvenes de tales asociaciones es la Milicia
de la Inmaculada (SK 1321).
101
que quiere contemplar los distintos misterios trinitarios y su pola
rización sobre toda la creación.
En breves apuntes condensa grandes temas moríanos. A pesar
de lo escuetos y sobrios, nos parece que encierran una gran riqueza
doctrinal y podrán ser de gran alimento espiritual.
— Madre divina.
— Concebida sin pecado (Concepción).
— Mediadora de las gracias (desde las letanías y desde el
pequeño oñcio).
— Asunción.
— Todas las perfecciones juntas, pero sólo las limitadas.
— (Superhombre).
— Gracia y creación.
102
No confiar en sí mismo, sino en la Inmaculada (SK 1291).
¡Dichosa imposibilidad!
Hay imposibilidades frustrantes, pero también hay imposibili
dades extasiantes.
Las perfecciones divinas nos desbordan infinitamente; pero el
alma, a pesar de no poder abarcarlas, rebosa de gozo en su
contemplación, tanto en razón de su grandeza como en razón de ser
manantiales inagotables para el hombre, para su destino, para su
plena realización temporal y eterna.
103
Disposiciones para conocer a la Inmaculada
Hay muchas maneras de acercarnos al conocimiento de los
misterios divinos, en especial de los misterios marianos: maneras
abstracta, teórica, racional... o experiencial, vivencial, mística, con
la intuición del corazón...
La contemplación mística es el camino ideal; pero esa contem
plación es un don particular de Dios. Por eso ese conocimiento es
“más fruto de la oración que del estudio, de la santidad que de la
cultura, de la intuición mística que del raciocinio, de la pureza de
conciencia que de la grandeza del ingenio” (Gerlando Lentini).
El Padre Kolbe, pone los ojos suplicantes en la Inmaculada y
reflexiona en voz alta, tanto para hablarse a sí mismo como a los
lectores; y, ya que el conocimiento de la Inmaculada es un don,
pondera las disposiciones con que hay que recibirlo: confianza,
humildad, pureza de corazón, ansias de luz, estremecimientos de
amor, docilidad, oración...
Maximiliano escribió esta página empapando la pluma en las
mieles de su contemplación y de su santidad y por eso nos parece
una página de singular interés y de inspirado contenido místico.
104
el amor. Recuerda que todo el fruto de la lectura depende de la
oración a Ella.
Pues bien, no comiences la lectura, antes de haber invocado con
alguna plegaria su ayuda. No te preocupes por leer mucho, sino
que, más bien, enlaza la lectura con la elevación de tu corazón hacia
Ella, sobre todo cuando otros sentimientos se despiertan en tu
corazón.
En fin, cuando concluyes la lectura, confíale a Ella la produc
ción de un fruto cada día más hermoso (SK 1306).
105
Tocaban las once horas de la mañana cuando la pequeña
Bernardita salió de casa junto con la hermana María y la compa
ñera Juanita, para ir a recoger la leña para cocinar el almuerzo.
Estaba permitido a todos los pobres recoger en el bosque vecinal y
en las orillas del río las ramas secas y los pedazos de tronco que el
pequeño río arrastraba desde la montaña.
Hacia allá las tres dirigieron sus pasos. Así llegaron al torren
te. María y Juanita se sacaron los zuecos y en poco tiempo,
caminando por el agua, alcanzaron la otra orilla cerca de la gruta
de Massabielle. La frágil Bernardita no lograba aún seguirlas.
De repente sintió un silbido como de viento impetuoso. Miró
alrededor para ver si había nubes con amenazas de tempestad,
pero con estupor advirtió que las ramas de los árboles no se movían
absolutamente. Echó una mirada en dirección a la gruta y...
hubiera querido lanzar un grito, pero la voz se le apagó en la
garganta. En la gruta había aparecido una Señora de una belleza
maravillosa. Estaba envuelta en un fulgor de luz que, pese a todo,
no encandilaba el ojo, sino que lo atraía de modo singular.
Era de mediana estatura. Vestida con un vestido blanco y un
cinturón azul, posaba levemente los pies en la rama de un rosal. En
sus pies brillaban dos rosas de oro. Un velo blanco le bajaba de la
cabeza. No llevaba ni collares, ni diamantes, ni otros adornos. En
las manos, devotamente enlazadas, apretaba el rosario.
Bernardita cayó de rodillas y sacó el propio rosario. La Señora
de la aparición hizo lenta y devotamente la señal de la cruz.
Bernardita hizo lo mismo y comenzó a rezar el “Credo”, el “Padre
nuestro” y después el “Avemaria”, una oración en pos de otra.
También la bellísima Señora desgranaba los blancos granos de su
rosario, pero sus labios permanecían inmóviles. Apenas Bemardi-
ta terminó el último “Gloria al Padre”, la Señora desapareció.
Esto sucedió el 11 de febrero de 1858.
El domingo siguiente Bernardita se dirigió nuevamente a la
gruta, donde vio por segunda vez a la bellísima Señora con el
rosario en la mano y allí rezó el rosario, su oración preferida. El día
18 de febrero la maravillosa Señora le pidió que fuera allá por
quince días. Multitudes siempre más numerosas de fíeles acompa
ñaban a Bernardita a la gruta, y toda vez ella rezaba el rosario.
Durante esta plegaria la Señora de la aparición le abría los secretos
relacionados con ella sola y le confiaba encargos.
El 23 de febrero la Señora le encargó que dijera a los sacerdotes
106
que deseaba la erección de una capilla en su honor junto a la gruta.
Bemardita contó todo a su párroco, el Padre Peyramale. Éste, como
demostración de la autenticidad de las apariciones, pidió que el
rosal silvestre de la gruta floreciese, a pesar de estar en invierno.
El día siguiente, la aparición se repitió y después la misma
Bemardita contó al párroco:
“He visto a aquella Señora maravillosa y le he dicho: “El señor
párroco exige alguna prueba, por ejemplo, que Ud., Señora, haga
florecer el rosal que está bajo sus pies, porque mi palabra no es
suficiente para convencer a los sacerdotes, y no quiere hablar
conmigo de estas cosas”. Entonces la Señora sonrió, pero no me dyo
nada. Después me recomendó que orara por los pecadores y me
ordenó que entrara en la gruta y exclamó tres veces: “¡Penitencia!
¡Penitencia! ¡Penitencia!” Yo repetí las mismas palabras mientras
me arrastraba con las rodillas hasta el centro de la gruta. En este
momento me manifestó otro secreto, que se refiere a mí sola.
Después desapareció”.
A pesar de las presunciones de los “filósofos” y de los “doctos”
de Lourdes, más aún, a pesar de las violencias de las autoridades
laicas, las apariciones continuaron repitiéndose. Brotó de manera
prodigiosa un manantial de agua que sanaba a los enfermos,
incluso a los que los médicos ya habían abandonado por desahucia
dos.
En la solemnidad de la anunciación de la santísima Virgen
María, la Señora apareció por última vez. Bemardita, rebosante de
dicha, le preguntó:
“Oh Señora mía, sé buena y dime quién eres y cómo te llamas”.
La Señora de la aparición sonrió solamente, pero Bemardita
continuó preguntando:
“Oh Señora mía, sé buena y dime quién eres y cómo te llamas”.
La maravillosa Señora comenzó a hacerse aún más esplendo
rosa, pero nada respondía. Bemardita insistió todavía:
“Oh Señora mía, sé buena y dime quién eres y cómo te llamas”.
Una luz celestial envolvió cada vez más a la bella Señora, pero
la respuesta no llegaba. Bemardita insistió todavía en su pregun
ta.
Entonces la celestial Señora abrió las manos que tenía juntas,
puso el rosario en la derecha, extendió ambas manos inclinándolas
hacia la tierra y después las elevó de nuevo, las juntó y, dirigiendo
la mirada al cielo, con una amabilidad inexpresable, dijo:
“Yo soy la Inmaculada Concepción”; y desapareció.
107
Era la primera vez en su vida que aquella adolescente oía estas
palabras y no comprendió su significado. Por esto procuró no
olvidarlas. He aquí su relato:
“A lo largo de todo el camino continué repitiéndolas en mi
mente, para no olvidarlas, hasta llegar a la casa parroquial, a la
que me estaba dirigiendo. Decía a cada paso: “Inmaculada Concep
ción, Inmaculada Concepción”. Quería comunicar al señor párroco
las palabras de la Señora de la aparición, para que fuera edificada
la capilla”.
La oración, pues, en particular el rezo del rosario, y la peni
tencia: he ahí las dos recomendaciones que la Inmaculada dirige a
todos nosotros (SK 1049).
m
La Inmaculada: Ideal de vida
) de apostolado
119
Un día Jesús, mientras hablaba de la posibilidad de compren
der la sublimidad de la vida virginal, afirmó: “El que pueda en
tender, ¡que entienda!”(Mt 19,21). Lo mismo yo, para concluir estas
breves expresiones, deseo sólo añadir la misma cosa: “El que pueda
entender, ¡que entienda!”.
Lamentablemente, incluso entre los que recibieron el santo
bautismo y a veces profundizan también sus conocimientos religio
sos, se halla un número bastante consistente de personas que
logran con dificultad penetrar en el Corazón de la Inmaculada, la
Madre de Dios, la Madre de Jesús nuestro hermano, la Madre de
nuestra vida sobrenatural, la mediadora de todas las gracias,
nuestra Reina, nuestra Soberana, nuestra Capitana y la Domina
dora de Satanás (SK 1210).
111
pronto posible, lo más pronto posible: he ahí la M. I. o Milicia de la
Inmaculada.
Además, cada uno de nosotros dice: Yo deseo, ante todo,
traducir en acto, realizar cada vez más y cada vez más rápidamente
este ideal en mí mismo. Yo mismo debo empeñarme cabalmente
por pertenecer cada vez más a la Inmaculada; soy yo mismo que me
debo consagrar cada vez más a Ella, hacerme semejante a Ella,
vivir de Ella, irradiarla, para que mi ambiente esté iluminado cada
vez más claramente por el conocimiento de Ella, sea animado e
inflamado cada vez más ardientemente de amor hacia Ella.
De esa manera un número cada vez mayor de otras personas
llega a ser semejante a mí, como yo lo soy con respecto a Ella y así,
por mi intermedio, pertenecen cada vez más a Ella, para que
también ellas, como yo, influyan cada vez más entre sus vecinos e
iluminen e inflamen un número cada vez mayor de otras personas.
Para que el mundo entero y cada alma en particular lleguen a ser
cada vez más semejantes a Ella, casi Ella misma: he ahí la Milicia
de la Inmaculada.
¿De qué medio me sirvo? De cualquier medio, con tal que sea
lícito. Un medio formidable es la unión de las energías de cada uno
en particular, de almas aisladas entre sí. He ahí el por qué de la
“Milicia de la Inmaculada” en cuanto “Asociación”.
Donde hay una unión de energías, ahí es indispensable tam
bién un cerebro único. Para esto existe la sede central de Niepoka-
lanów... (SK 1231).
112
Más de una vez, seguramente, hemos tropezado con expresio
nes, como: “La voluntad de Dios”, o “Voluntad de la Inmaculada”
o también: “El cumplimiento de la voluntad de la Inmaculada es el
camino más breve y más seguro para la santidad”. En un primer
momento, tal vez, se insinuó en nosotros la duda que tal afirmación
no estuviera conforme a la verdad.
Pues bien, nuestro supremo Legislador es Dios y nuestra
salvación depende del cumplimiento de su voluntad. La Inmacula
da es, en verdad, Madre de Dios; pero, en relación con la perfección
de Dios, Ella es infinitamente inferior a El, no es más que una obra
de su voluntad.
Sí, es verdad, la Inmaculada es sólo una obra de Dios y, como
toda obra, incomparablemente inferior a su Creador y depende en
todo de Él. Pero al mismo tiempo Ella es la obra más perfecta y la
más santa, porque —como afirma Conrado de Sajonia en su Espejo
de la Bienaventurada María Virgen—, “Dios puede crear un mun
do más grande y más perfecto, pero no puede elevar a ninguna
criatura a una dignidad más alta que aquélla a la que ensalzó a
María”.
La Inmaculada es el límite último entre Dios y la criatura. Ella
es imagen fiel de la perfección de Dios: de su santidad.
El grado de perfección depende déla unión de nuestra voluntad
con la voluntad de Dios. Cuanto mayor es la perfección, tanto más
estrecha la unión. Ya que la Virgen santísima superó con su
perfección a todos los ángeles y santos, por ende también su
voluntad está unida e identificada de la manera más estrecha con
la voluntad de Dios. Ella vive y obra únicamente en Dios y por
medio de Dios. Por lo tanto, cumpliendo la voluntad de la Inmacu
lada, nosotros cumplimos, por el mismo hecho, la voluntad de Dios.
Al decir que nosotros queremos cumplir únicamente la volun
tad de la Inmaculada, con tal afirmación no disminuimos en
absoluto la gloria de Dios, sino que, más bien, la acrecentamos
mayormente, porque de esa manera reconocemos y veneramos la
omnipotencia de Dios que dio la existencia a una criatura tan
sublime y perfecta... Igualmente, cuando quedamos embelesados
frente a una bella escultura, con ello mismo nosotros elogiamos y
admiramos el genio del artista.
Por esto podemos afirmar sin temor alguno que nuestro único
y más alto deseo es el de cumplir la voluntad de la Inmaculada de
la manera más rigurosa posible. Llegar a ser cada día más propie
113
dad de Ella. Permitir a la Inmaculada que tome posesión de
nuestro ser.
Entonces llegaremos a ser sus dignos milites. Y no seremos
más nosotros, sino Ella en nosotros y por intermedio nuestro a
obrar y a ejercer un influjo en el ambiente circundante. Bajo el
amoroso soplo de la gracia se disolverán las barreras de hielo
puestas ante el corazón de nuestros vecinos. Multitudes enteras
seguirán la voz de la Inmaculada y llegarán a ser instrumentos en
sus manos. Por su intermedio la Inmaculada influirá en otras
almas y así cada vez más adelante, hasta la conquista del mundo
entero, de todas las almas y de cada una en particular.
Para apurar este instante, debemos comenzar ante todo por
nosotros mismos. Dirijamos nuestra mirada hacia Jesús, nuestro
modelo más perfecto. El, Dios, la santidad misma, se dona a la
Inmaculada sin ninguna reserva, se hace su Hijo, quiere que Ella
lo guíe a su gusto nada menos que durante treinta años de su vida
terrenal. ¿Necesitaríamos, quizás, una animación mejor?
Sigamos el ejemplo de Jesús y desde este instante renovemos
la promesa hecha ala Inmaculada. Empeñémonos en vivir de modo
tal que lleguemos a ser cada día y cada momento siempre más
propiedad de la Inmaculada, es decir, de modo tal que cumplamos
cada vez más perfectamente la voluntad de la Inmaculada (SK
1232).
114
entre los hombres, como vemos en las apariciones. De todas
maneras se trata de acontecimientos extraordinarios. Frecuente
mente Ella apremia a los hijos que la aman a que colaboren con Ella
en las situaciones ordinarias de la vida cotidiana.
Estas mismas almas, consagradas a Ella, viven de Ella, pien
san a menudo en Ella, la aman de verdadero corazón y buscan
discernir sus deseos —manifestados por sus mismos labios u
ofrecidos a ellas en las silenciosas inspiraciones interiores—, y
difunden su voluntad, atrayendo un número cada vez mayor de
almas a un conocimiento cada vez más perfecto y a un amor cada
vez más ardiente hacia Ella y, en Ella y por medio de Ella, a un
amor cada vez más intenso hacia el Corazón divino de Jesús.
En todo tiempo la Inmaculada suscita miles de tales almas
consagradas a Ella. Muchas de ellas se unen más o menos estrecha
mente entre sí para servir todavía mejor, con un esfuerzo común,
a su Señora. Por esto las asociaciones que trabajan exclusivamente
por Ella son numerosas y diferentes.
Con todo, nos apenamos aún con san Luis María Grignión de
Montfort: “Hasta hoy la Virgen no es conocida de manera suficiente
y éste es uno de los motivos por los cuales Jesucristo no es conocido
como debiera serlo”.
Existen todavía en el globo terrestre almas que no saben
siquiera quiénes son Jesús y María. La mies sigue siendo abundan
te, mientras los operarios son demasiado pocos (Le 10,21). Por
consiguiente, es vasto, aún muy vasto el campo para realizar
siempre nuevos esfuerzos.
Una de las más jóvenes asociaciones que tienen como meta la
conquista de las almas para la Inmaculada y, por medio de Ella,
para el sacratísimo Corazón de Jesús es la “Milicia de la Inmacu
lada” (SK 1323).
115
manos llenas entusiasmo y fervoren sus corazones. La idea global
que guía su pluma es la misma que guía toda su vida hasta el
martirio: “el amor ilimitado a la Inmaculada”.
¡Ojalá que san Maximiliano Kolbe, quien ahora puede contem
plar cara a cara a su Madrecita Inmaculada, nos contagie su gran
amor a la Virgen, pero un amor que se vuelve dinamismo apostóli
co! La “escala blanca” hace referencia a la visión de Fray León en
las “Florecillas de san Francisco” - Cap. 7.
116
Con todo, estas cosas no son sino imágenes, semejanzas,
analogías. La realidad es sin comparación más hermosa, más
sublime, divina...
Ella es Madre nuestra y... de Dios. ¿Dónde está, pues, su lugar?
¿y por ende el nuestro? ¿De nosotros que somos su posesión y
propiedad? Efectivamente, Ella penetra nuestra alma y dirige sus
facultades con un poder ilimitado. Nosotros le pertenecemos en
verdad a Ella. Por eso, estamos siempre y en todas partes con
Ella...
Sin embargo, ¿debemos pensar en nosotros? ¡Desaparezcamos
en Ella! ¡Que permanezca Ella sola, pero nosotros en Ella, una
parte de Ella!
Pero ¿nos está permitido a nosotros, criaturas tan miserables
delirar de esta manera? Pese a todo, ésta es la verdad, la realidad.
¿Y cuándo toda alma que existe en el mundo entero hasta el fin
de los tiempos, le pertenecerá a Ella de este modo?... ¡Milicia de la
Inmaculada!...
Queridísimos hijos en la Inmaculada, les auguro que sean
alimentados por Ella misma con la leche de sus gracias, que sean
acariciados por Ella y sean educados por Ella como Ella hizo con
Jesús, nuestro hermano mayor, para que el divino Esposo de las
almas reconozca sieihpre más en nosotros aquellos mismos rasgos
que Él mismo recibió de su Madre, la Inmaculada, los mismos
ojitos, el mismo corazón (SK 461).
117
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la Inmaculada) la Orden
franciscana
120
Había sido él, en Rovigo, en Italia septentrional, quien celebró a la
Inmaculada Concepción de María en presencia de una gran mul
titud de escuchas y en la misma localidad, justamente él en
persona, había recogido limosnas y construido una iglesia dedica
da a la Virgen, en la que erigió un altar en honor de la Concepción
de la santísima Virgen.
San Antonio, uno de los primeros hijos del Padre san Francisco,
¿no llamaba acaso a María en sus sermones con el dulce nombre de
“Virgen Inmaculada”? Sólo cuarenta años más tarde, en el Capítu
lo General de Pisa (1263), el séptimo Ministro General de los
Hermanos Franciscanos, san Buenaventura, ordenó que todos los
hijos del Padre san Francisco, todos los conventos y todas las
Provincias, celebraran la fiesta de la Inmaculada Concepción.
Sí, Fray Juan Duns Scoto tiene el derecho, tiene el deber, como
franciscano, de luchar en defensa de un privilegio tan sublime de
la Genitora de Dios.
Los profesores de París aseveran que se trata de una doctrina
nueva. Por cierto la denominación puede parecer nueva; pero la
misma realidad ¿no la profesaban, quizás, los fieles desde los
orígenes de la Iglesia? ¿No se la profesa, quizás, en todas partes,
cuando se proclama que Ella está llena de gracia, que es purísima
y santísima? Pues bien, la mancha del pecado original es justamen
te una negación de la plenitud de gracia y de santidad.
¿Una doctrina nueva?... Los Padres de la Iglesia ¿no procla
man, quizás, bastante claramente su fe y la de sus siglos en la
Inmaculada Concepción de María, al afirmar que Ella es purísima
bajo todo aspecto y totalmente sin mancha, purísima, siempre
pura, que en Ella el pecado jamás tuvo dominio, que Ella es más
que santa, más que inocente, santa bajo todo concepto, pura sin
mancha, más santa que los santos, más pura que los espíritus
celestiales, la sola santa, la sola inocente, la sola sin mancha, la sin
mancha más allá de toda medida, la sola bienaventurada más allá
de toda medida?...
La verdad es que no todos aquellos señores conocen con exac
titud los escritos de los Padres de la Iglesia, sobre todo, de los
Padres orientales. ¡Lean, pues, también aquellos pergaminos!
Ellos sostienen que la afirmación según la cual la Virgen fue
inmune de la mancha del pecado original, es un ultraje a la
dignidad de Cristo Señor, quien redimió a todos sin excepción
alguna y murió por todos. Pero ¿no es justamente por eso, o sea, por
los méritos de su futura muerte, que El no permitió en absoluto que
Ella fuera manchada por cualquier culpa? ¿No es precisamente por
121
eso que Él la redimió de la manera más perfecta? El que saca una
piedra del camino, para que nadie tropiece y caiga, ¿no usa, quizás,
una cortesía mayor que aquel que levanta al que ya cayó?...
Escuchó tantas y tantas objeciones de distintos tipos; pero
ninguna puede resistir a la crítica.
Sí, Dios tenía la posibilidad de preservar a la propia Madre
también de la mancha del pecado original. Sin duda lo quiso hacer.
Efectivamente, ¿por qué no habría querido hacer este don para
Aquélla que debía llegar a ser la digna Madre de un Dios infinita
mente puro y santo?... ¿Y por ende... quizás, no lo hizo?
Sí, indudablemente lo hizo.
Scoto levantó la mirada. Estaba precisamente pasando al lado
de un palacio. Del hueco de un nicho lo miraba con benevolencia la
Inmaculada, esculpida en una estatua de mármol.
Su corazón palpitó de gozo. Le vinieron a la memoria los años
de su adolescencia, cuando se había presentado a la puerta del
convento de los Hermanos Franciscanos. Después de haber sido
aceptado, encontró grandes dificultades en el estudio por falta de
capacidad. Rogó a la Virgen Inmaculada, sede de la sabiduría, y
recibió tal gracia en abundancia. Por eso prometió a la Inmaculada
que consagraría a su gloria todo el propio ingenio y toda la propia
ciencia.
En ese momento estaba yendo justamente a combatir por Ella.
Se quitó el sombrero y oró interiormente con fervor: “Concédeme
que te alabe, Virgen santísima. Y dame fuerza contra tus enemi
gos”. Y se dio cuenta que la Inmaculada, con una inclinación de la
cabeza, le prometía la ayuda. Continuó el camino, lleno de grati
tud, sumergido en la propia indignidad y abrasado de amor hacia
su Inmaculada Señora.
En la amplia aula de la universidad, los numerosos opositores
habían ocupado los sitiales en ambos lados. También el modesto
Scoto se dirigió a su sitial y esperó humildemente que le fuera
concedida la palabra. Hicieron su ingreso también los tres legados
del Papa y se pusieron en el centro del aula en los sitiales
asignados, para escuchar la disputa y presidirla.
Hablaron primeramente los adversarios. Con múltiples argu
mentaciones, que los contemporáneos contabilizaron hasta 200,
confutaron las afirmaciones del pobre franciscano.
Finalmente, agotadas las objeciones, se hizo silencio. El legado
del Papa acordó la palabra a Scoto. Este, con el más grande
asombro de los numerosos presentes, enumeró todas las objeciones
122
en el orden en que habían sido presentadas, las refutó con mucha
decisión y siguió justificando, con claras demostraciones, la doctri
na de la Inmaculada Concepción de la santísima Virgen. Sus
argumentaciones fueron tan convincentes que los profesores y los
doctos presentes le atribuyeron, según la costumbre del tiempo, el
apelativo de “Sutil”, en razón de su habilidad.
He aquí cómo describe la escena Pelbart de Temesvar, casi
contemporáneo de Scoto: “A los que negaban a la Inmaculada
Concepción se opuso el valiente doctor. En contra de él habían sido
presentadas sólidas argumentaciones en número de 200. Las
escuchó todas, una después de otra, con serenidad y desenvoltura,
pero con atención, y con una memoria sorprendente las repitió en
el mismo orden resolviendo las intrincadas dificultades y argu
mentaciones con gran facilidad, como Sansón había hecho con las
ataduras de Dalila (Je 16,9-14).
“Además, Scoto añadió otras numerosas y muy válidas razones
para demostrar que la santísima Virgen fue concebida sin mancha
de pecado. Su disertación impactó de tal manera a los estudiosos
de la universidad parisiense, que en señal de aprobación condeco
raron a Scoto con el título honorífico de “Doctor Sutil”.
Desde entonces los franciscanos, esparcidos por las distintas
localidades de Europa, con entusiasmo cada vez mayor proclama
ron en todas partes entre los fieles a la Inmaculada Concepción de
la Virgen purísima.
123
data 27 de febrero de 1477, una célebre constitución, en la que
confirmaba el oficio y la Misa de la Inmaculada Concepción,
compuesto por Leonardo de Nogarolis, y concedía indulgencias a
todos los que recitaran tal oficio o celebraran la santa Misa, como
también a todos los fieles presentes en aquellas celebraciones, en
el día de la fiesta o de la octava de la Inmaculada Concepción.
La fe en la Inmaculada Concepción de la Virgen se hacía
siempre más y más viva. Lo que en el pasado estaba implícito en
la fe en la expresión: “plenitud de gracia”, es decir, la santidad y la
pureza sin mancha de la Virgen, ahora se lo manifestaba expresa
mente, se lo veneraba en toda su amplitud y se lo llamaba con un
nombre propio, hasta el día en que, en los decretos divinos, llegó a
madurez el momento en que el Papa Pío IX, 256 sucesor de san
Pedro, rodeado de 53 cardenales, 42 arzobispos, 92 obispos y de una
muchedumbre incalculable de fieles, en su veste de supremo pastor
de toda la Iglesia, declaraba solemnemente que la doctrina —la
cual afirmaba que la santísima Virgen María en el primer instante
de su concepción fue preservada inmune de toda mancha del
pecado original, por una gracia particular y por un privilegio del
omnipotente Dios, en consideración de los méritos de Jesucristo,
Salvador del género humano— había sido revelada por Dios.
En tal ocasión el Papa coronaba un cuadro de la Inmaculada
Concepción que había sido colocado también por el Papa Sixto IV,
franciscano, en el altar de la capilla dedicada a este privilegio
mañano.
Cuatro años más tarde, la Inmaculada misma, casi para
confirmar el dogma definitivo, declaraba en Lourdes: “Yo soy la
Inmaculada Concepción” (SK 1081).
125
sembrar esta verdad en los corazones de todos los hombres que
viven y vivirán hasta el fin de los tiempos, y cuidar su incremento
y sus frutos de santificación. Introducir a la Inmaculada en los
corazones de los hombres, para que Ella levante en ellos el trono de
su Hijo, los arrastre al conocimiento de Él y los inflame de amor
hacia el sacratísimo Corazón de Jesús.
Nuestra Orden se llama y es “la Orden de la penitencia”, que
practica y predica la penitencia. Y he aquí lo que vemos. Cuatro
años después de la proclamación del dogma de la Inmaculada
Concepción, la Virgen en persona, en Lourdes, pidió: “¡Penitencia,
penitencia, penitencia!”. He aquí quién quiere proclamar la peni
tencia en nuestro mundo corrupto: la Inmaculada. Permitamos,
pues, que Ella misma en nosotros y por medio de nuestra Orden
proclame la penitencia para renovar los espíritus.
Nos iríamos muy lejos si los entretuviera aún en estas reflexio
nes tan alegres y dulces; de todas maneras, no puedo dejar de
añadir alguna otra cosa.
Permitamos que Ella predique justamente a nosotros esta
penitencia. Abrámosle nuestro corazón, dejémosla entrar y entre
guémosle a Ella con generosidad nuestro corazón, nuestra alma,
nuestro cuerpo y todo sin ninguna restricción o limitación. Consa
grémonos a Ella completamente sin ninguna limitación, para ser
sus siervos, sus hijos, su cosa y su propiedad incondicional. Así
llegaremos a ser, de alguna manera, Élla misma viviente, hablante
y operante en este mundo.
La Inmaculada, en Lourdes, en una de sus apariciones, no dijo:
“Yo fui concebida inmaculadamente”, sino: “Yo soy la Inmaculada
Concepción”. Con estas palabras Ella no sólo determina el hecho de
la Inmaculada Concepción, sino también el modo con el cual este
privilegio le pertenece. Por ende, no es algo accidental, sino que
hace parte de su misma naturaleza. Ella, pues, es la Concepción
Inmaculada... Por consiguiente, Ella es tal también en nosotros y
nos transforma en sí misma como inmaculados... Ella es Madre de
Dios; y también en nosotros Ella es Madre de Dios... y nos hace
dioses y madres de Dios que engendran a Jesucristo en las almas
de los hombres... ¡Qué dignidad!...
Cuando lleguemos a ser Ella, también nuestra entera vida
religiosa y sus fuentes serán de Ella y Ella misma. De Ella será
nuestra obediencia sobrenatural en cuanto es su voluntad; la
castidad en cuanto es su virginidad; la pobreza en cuanto es su
desprendimiento de los bienes de la tierra.
126
A Ella le pertenece nuestra alma; por eso Ella guía nuestra
inteligencia para que en la obediencia religiosa vea la voluntad de
Ella y para Ella no ahorre diligencia alguna en la búsqueda de la
verdad. Ella guía también nuestra voluntad para que no ame nada
al margen de la voluntad de Ella., reconociendo en ella la voluntad
de Jesucristo, o sea, de su sacratísimo Corazón y la voluntad de
Dios. A Ella le pertenece también nuestro cuerpo, para que por Ella
se exponga gustoso a los sufrimientos y sostenga espontáneamente
las fatigas. Suyo es también todo lo que tenemos; por eso ha de
haber una pobreza perfecta y un uso de las cosas en cuanto son
indispensables y suficientes para alcanzar un determinado fin.
(Aquí Maximiliano inserta la propuesta para que todo semina
rio tenga un círculo de la Milicia cle la Inmaculada, como centro de
formación ascética y apostólica. Luego continúa:)
No hemos de creer que todas estas cosas sean solamente
puras teorías abstractas, irrealizables en la práctica. La Inmacu
lada quiso suscitar ya una casa religiosa —Niepokalanów en
Polonia—, la que prácticamente dio prueba de la posibilidad de una
tal vida y de un tal trabajo, durante los cinco años de su existencia.
No debemos temer que la vida sea tan rígida que falten las
vocaciones, porque en esta casa las vocaciones ya están alcanzando
la cifra de 400.
Tampoco hay que temer que la perfecta pobreza impida el
mantenimiento de los seminarios, porque en Niepokalanów son
sustentados más de 120 seminaristas consagrados a la Inmacula
da.
En fin, tampoco hemos de temer que tal pobreza nos distraiga
de la solicitud por las misiones, ya que esta casa de Polonia fundó
y mantiene a Mugenzai no Sono en el Japón, la que, a pesar de no
recibir ningún subsidio de parte de la Congregación de la Propa
gación de la Fe, sin embargo, desde hace tres años extiende su
actividad a todo el Japón, con grandes gastos, a través del periódico
“Mugenzai no Seibo no Kishi”; y la Inmaculada por medio de él obró
muchos bautismos.
Estuve en muchas naciones, vi muchas cosas, hablé con diver
sas personas... Créanme: no hay nada más adecuado para curar los
males de nuestro tiempo que nuestra seráfica Orden, si con
valentía, prontitud, rapidez y constancia desarrolla el espíritu de
nuestro Padre san Francisco.
La Inmaculada quiere mostrar en nosotros y por nuestro
127
intermedio la plenitud de su misericordia. No queramos interpo
ner obstáculos: ¡dejémosla obrar!
¿Por qué quiere Ella llevar a cabo esto precisamente con
nosotros?
Es un misterio de su amor.
Todo de ustedes en la Inmaculada y en el Padre san Francisco,
Fray Maximiliano (SK 486).
128
tender hacia él y no atraer sobre sí los anatemas de las generacio
nes sucesivas, por no haber construido nada sobre los fundamentos
que los antiguos padres le habían confiado, nada que pudiera
servir como base para lo que las generaciones sucesivas elevarían
sobre ella; y por haberles así demorado el camino.
Para saber lo que se ha de hacer en este momento, es necesario
conocer lo que fue hecho hasta hoy: remontar la historia.
Dejo de lado diferentes sectores de actividad y me detengo sólo
en la causa de la Inmaculada.
Desde los orígenes de la Orden, el hilo de oro de esta causa se
desarrolla a través de los siglos, supera sus dificultades y batallas
y, después de seis siglos de luchas, llega a una memorable victoria:
el reconocimiento, obligatorio para todos, de la verdad de la
Inmaculada Concepción, a la proclamación del dogma.
¿Está, quizás, concluida toda esta causa? Con la aprobación de
un plan de batalla bien trazado, quizás, ¿está ganada la batalla?
¿Se contenta, quizás, un arquitecto con la terminación del proyecto
de una casa? ¿O, más bien, considera la composición del proyecto
de una casa como una simple premisa, necesaria para la realiza
ción del edificio mismo? Los casi siete siglos de nuestra historia no
son más que la primera parte de la entera causa, la condición
indispensable para ponerse a la obra.
¿Qué obra?
La actuación, la siembra de esta verdad en los corazones de
todos y de cada uno en particular (comenzando con uno mismo), la
preocupación para que acontezcan el crecimiento y la producción
de los frutos de conversión.
Durante las apariciones en Lourdes, la Inmaculada proclama,
con el lenguaje de nuestra Orden: “¡Penitencia, penitencia, peni
tencia!”, y reverdece la memoria de la “Orden de la penitencia”.
Quiere, en la Orden y por medio de ella, frenar las almas en su
carrera hacia el placer, entrar en sus corazones, tomar posesión de
ellos, dirigirlos hacia la felicidad verdadera, hacia Dios, por el
camino de la negación de sí mismos, preparar en ellos el trono del
amor divino, del Corazón divino, enseñarles a amarlo e inflamarlos
de amor. Quiere Ella misma amar este Corazón en ellos y por medio
de ellos, ser ellos mismos y hacer que lleguen a ser Ella misma.
He ahí el bosquejo de la incorporación (en la vida) de la verdad
de la Inmaculada Concepción. El bosquejo es simple e incompleto,
pero verdadero.
Esta es la segunda página de la historia de nuestra Orden y
129
precisamente está comenzando ahora. En ella todo le pertenece a
Ella, a la Inmaculada: ya sean las almas de los religiosos, ya sea
Niepokalanów...
¿Cómo llevar a cabo todo esto y hasta cuándo?
Pregúntenselo a la Virgen (SK 1168).
Bagatelas y mezquindades
Existe en los lectores de las biografías de los santos el grave
peligro de verlos e idealizarlos en una visión irónica, romántica,
irreal...
Como lo experimentamos todos nosotros en la vida diaria,
también los santos sufrieron problemas, choques, incomprensio
nes, fastidios, intolerancias, crisis, torbellinos de tentaciones y de
torturas psíquicas y morales.
Nos parece que el Padre Kolbe, en razón de su sensibilidad
humana y del fervor de sus ideales que no siempre hallaron
comprensión y apoyo, sufrió muchísimo. Tanto en Niepokalanów
(Polonia) como en el Japón tuvo que sobrellevar fuertes contrastes
y oposición, y sus ideales fueron más de una vez rechazados,
justamente en los mismos tiempos y lugares donde estaba implan
tándolos.
En la siguiente carta a Fray Alfonso Stepniewski, misionero en
el Japón, leeremos entre líneas un muestrario de dificultades y
enredos que, por cierto, oscurecen los elevados ideales de vida
religiosa que enarbolaba el Padre.
Querido Fray Alfonso,... procuremos no hacer nada “en calien
te”; más bien, preocupémonos sobre todo por recuperar la sereni
dad, confiamos a la voluntad de Dios y a la voluntad de la
Inmaculada y obrar sólo entonces y con serenidad, para que no
suceda que nos equivoquemos.
Tampoco deseemos excesivamente cambiar el ambiente que
nos rodea o las actitudes ya de los Padres ya de los Hermanos y de
los demás con respecto a nosotros, ya que todo lo que no depende
de nuestra voluntad está seguramente permitido por Dios, y Dios
—¡y no otros!— quiere que nosotros hagamos la experiencia. Es,
pues, para el bien de nuestra alma.
Por otra parte, son necesarias también las pequeñas cruces;
diversamente ¿con qué méritos iríamos nosotros al paraíso? ¿Y
130
cómo podríamos demostrar nuestro amor desinteresado hacia la
Inmaculada?
Los superiores pueden tener programas de variado género, y no
siempre a nosotros nos está consentido poder y deber comprender
porque se comportan de una manera u otra. Si conociésemos todas
las motivaciones y obedeciésemos en base a ellas, nuestra obedien
cia ya no sería sobrenatural. Se puede, más aún, se debe orar por
los superiores y ayudarlos con la oración, para que cumplan sus
deberes tan difíciles según la voluntad de la Inmaculada. Yo no me
animaría a afirmar que el Padre Fulano... no desea con toda
sinceridad el desarrollo de la Niepokalanów japonesa. Cualquier
opinión que él tenga, seguramente procede de la más sincera buena
voluntad.
Tengamos por seguro que toda división e incomprensión no
proceden de la Inmaculada, sino sólo y exclusivamente de aquella
serpiente que está bajo sus pies. Por consiguiente, cada uno, por su
cuenta, haga cualquier esfuerzo para disminuir todo desacuerdo,
con la humildad, el amor, la paciencia y la oración, para profundi
zar cada vez más el amor recíproco y ayudarse mutuamente a
tender hacia nuestro IDEAL: la dilatación del reino de la Inmacu
lada en las almas.
Cada uno de ustedes se esfuerce no tanto por cambiar el
ambiente, sino por mejorarse a sí mismo y acercarse personalmen
te a la Inmaculada, para que todos, acercándose a Ella, se aproxi
men recíprocamente entre sí. Por esto, no alabo mínimamente a
quien se abre camino para pedir que lo alejen del lugar de avanzada
e ir a cualquier otro lugar, aunque fuere también el convento o la
Orden religiosa más fervorosa.
Las gracias divinas y la protección de la Inmaculada están
preparadas para cada uno de ustedes en el lugar donde se encuen
tran por obediencia, mientras la fuga de tal ambiente —sin
considerar las causas, cualesquiera sean ellas—, es sin duda
solamente una verdadera y auténtica tentación de ningún otro a
excepción de Satanás, el cual mira a más no poder a la destrucción
de Niepokalanów y a un debilitamiento del reino de la Inmaculada.
¿Quisieran ustedes, quizás, ser un instrumento en sus manos en
tal asunto?...
El problema de la alimentación ¿no es, quizás, demasiado
banal para pensar principalmente en él? Si tenemos la ocasión de
mortificamos un poco, agradezcamos a la Inmaculada que pode
mos colaborar con Ella también de este modo.
A esto se añada el problema de los cabellos. Cada uno se
131
comporte como quisiera ser hallado en la hora de la muerte y como
desearía presentarse a la Inmaculada después de la muerte. Sin
duda en convento es necesaria la uniformidad también en esto; y
aunque no sea algo esencial, sin embargo, está conforme al espíritu
del Padre san Francisco y no es un obstáculo para nuestra santi
ficación. ¡Se puede agradar a la Inmaculada también sin peina
do!... ¡No procuremos agradar a ningún otro!...
Cuanto más fielmente sirve cada uno de nosotros a la Inmacu
lada, cuanto menos se busque a sí mismo o la propia satisfacción
y cuanto mayormente se esfuerce por agradar sólo a la Inmacu
lada, tanto antes cesará la prueba actual.
Está fuera de toda mínima duda que la Inmaculada no necesita
de ninguno de nosotros. No somos nosotros que le damos un gusto
a Ella, sino que es Ella quien nos concede una gracia al permitimos
sufrir y trabajar por Ella.
Quizás, escribí un tanto duramente, pero es todo para tu bien.
Dejémonos conducir por la Inmaculada. Procuremos no tener
deseos, metas, aspiraciones, proyectos personales... ¡No seamos
nosotros sino, más bien, la divina Providencia en guiamos!
Ora también por mí para que yo mismo cumpla fielmente lo que
aconsejo a los demás (SK 926).
132
acuerdo a las autorizaciones pontificias concedidas a los francisca
nos conventuales, como para dar una respuesta moderna al uso del
dinero: reafirma la pobreza personal y comunitaria y acepta el
dinero no como sueldos ni como frutos de dividendos, sino como
limosna, según el principio evangélico: “Es digno el obrero de la
recompensa por su trabajo” (Mt. 10,10).
El Padre Maximiliano admite el dinero para la compra de
costosas maquinarias, para el servicio de la Inmaculada y para la
alegría cultural de sus devotos; pero rechaza decididamente la
vagancia, propia de los zánganos o de los “hermanos moscas”...
Igualmente rechaza la inversión y explotación del dinero en divi
dendos o intereses, porque el dinero debe circular y transformarse
en bien social y en fuentes de trabajo.
Nuestra Orden
Reflexioné acerca del fin de nuestra Orden. De la regla y de las
constituciones resulta que el fin es: la oración, la mortificación
(ayuno), la predicación recorriendo varias localidades (misiones
internas) y, para quien quiere, dirigiéndose a las naciones de los
infieles, es decir, misiones extranjeras. Una vida según el Evange
lio, según los consejos evangélicos, y el anuncio del Evangelio por
el mundo, o sea, la imitación de Jesús en la vida escondida y en la
activa.
Nuestra característica específica es la pobreza, o sea, no poseer
nada. Pero ¿significa esto, quizás, no servirse de medio alguno?
¿Y el problema del dinero? Seguramente el Padre san Francis
co no tenía en absoluto la intención de corregir a Jesús sino, más
bien, de imitarlo de la manera más perfecta posible. Jesús acepta
ba ofertas (aunque Judas acabó mal como administrador), y los
Apóstoles compraban los víveres y pagaban los impuestos.
¿Qué hacer en nuestro tiempo? ¿Qué comandaría hoy el Padre
san Francisco? ¿Prohibiría, quizás, el uso del dinero y, por consi
guiente, el uso de los medios más modernos? ¿O, quizás, utilizaría
cualquier medio: el correo, la prensa, la radio y otros más?... O se
podría renunciar al dinero; pero ¿se podría entonces servirse de
cualquier medio para proclamar la Palabra de Dios? No lo sé.
Oh María Inmaculada, ¿qué es lo mejor? ¿Te serviste tú del
dinero? Parece que sí, dado que Jesús mismo lo utilizó. No permitas
que lo utilicemos mal, sino como tú. Lo utilizaste para provecho de
Jesús; y nosotros para provecho tuyo y, por medio de ti, para
133
provecho de Jesús. Además, nosotros no lo aceptamos como recom
pensa por el trabajo, sino como oferta. “Como merced del trabajo
reciban para sí y sus hermanos lo que es necesario para el cuerpo,
a excepción de dineros o de monedas” (Regla de san Francisco, cap.
V). Por ende, proclamar el Evangelio, aceptar las ofertas, trabajar,
aceptar lo que es necesario para la vida.
(Un terreno no se gasta, pero una máquina sí; por lo tanto, el
capital es sólo un instrumento. También el hombre, el religioso —
¡gloria a la Inmaculada!— se gasta).
No poseer nada, ni en particular ni en común. ¿Quién sería el
propietario? Los bienhechores, los obispos... Nosotros lo utiliza
mos únicamente para un fin determinado, para la causa de la
Inmaculada.
“Por medio de la Inmaculada” (el espíritu de la Milicia de la
Inmaculada), como un instrumento en sus manos inmaculadas,
rogándole que se digne dirigirlo todo personalmente según su
agrado. Al obrar así, nosotros trabajaremos lo más que sea posible
y de la manera más rápida; es decir, proclamaremos el Evangelio
con la mayor eficacia y en ambientes cada vez más vastos. Que Ella
predique por medio de nosotros y en nosotros, haga suya nuestra
vida y Ella misma viva en nosotros.
Entonces viviremos según el Evangelio de la manera más
perfecta, porque Ella vivirá por medio nuestro. Y de la manera más
perfecta seremos madres de almas según el Evangelio, porque Ella
misma será, en nosotros y por medio nuestro, la Madre de tales
almas.
He ahí el modo más seguro y fácil para conseguir, bajo todo
aspecto, nuestro perfeccionamiento. Y también el perfecciona
miento de los demás. Por lo tanto, Ella quiere que todo esto
arranque de nosotros y quiere que la Orden del Padre san Francis
co (reunida) realice esta misión en toda la tierra. ¡Gloria a la
Inmaculada por todo!
Estos siete siglos son de veras la primera página, la introduc
toria, de nuestra historia. Ahora se pasa a la página sucesiva, al
contenido mismo, a las batallas para llevar las almas a la Inmacu
lada.
¡Oh Inmaculada, Inmaculada, Inmaculada, Inmaculada! ¡Qué
dulce y qué grato al corazón de un hijo, tu nombre santo! ¡Cómo
resuena agradablemente en el alma! ¡Qué estupenda melodía!... El
mundo no te conoce aún. Muchos te conocen de manera sólo
superficial. ¡Concédeme que te alabe, oh Virgen santísima! ¡Y
danos fuerza contra tus enemigos! (SK 991 R).
134
Fruto Je un corazón enamorado
La Milicia de la Inmaculada, o M. es la obra mayor que san
Maximiliano Kolbe legó no sólo a sus admiradores y herederos, sino
también a la Orden franciscana y a toda la Iglesia.
La M. I. brotó de su corazón enamorado y es una asociación con
sus dos fines principales: la santificación personal y el apostolado.
La M. I. es una respuesta, o “reacción”en el lenguaje kolbiano,
a la función maternal de la Virgen en sus relaciones con la Iglesia,
Cuerpo Místico de Cristo.
Las circunstancias históricas: las apariciones de Lourdes y
Fátima, el fervor organizativo del talento del Padre Kolbe, las
insolencias de la masonería en contra del Papa, las grandes
posibilidades apostólicas que ofrecían los medios de comunicación
social... confluyeron para dar vida a este movimiento mariano.
La M. I. es un llamado a pasar de lo devocional a lo vivencial
y alo apostólico, y quiere ser un movimiento que aglutina mentes
y corazones, capacidades y dinamismos, para ponerlos al servicio
de la meta ideal: el reino de María como promesa y preanuncio del
reino de Cristo.
La teología que subyace a la M. I. es que María es el camino
escogido por el Hijo de Dios para venir a este mundo y ser el
Salvador de los hombres, y ha de ser el camino de retorno —el más
135
c o r to , f á c i l y s e g u r o — q u e la s a lm a s h a n d e esco g e r p a r a lle g a r a
Cristo, fuente de toda gracia.
María y la gracia forman un binomio indisoluble. María,
Madre del Autor de la gracia, colabora para comunicar esa
gracia a los hombres. Para destacar la absoluta preeminencia
de la mediación de Cristo —único Mediador entre Dios y los
hombres—, la teología actual, en lugar de hablar de María, media
dora de todas las gracias, prefiere hablar de la misión maternal de
la Virgen en orden a la Iglesia y a las almas en particular.
Maximiliano escribió cientos de páginas sobre la M. I. Nosotros
recogeremos las flores más bellas y perfumadas, para preparar una
guirnalda y colocarla a los pies de la hermosa y santa Madre de
Dios y de la Iglesia.
136
óptima intención, y las más de las veces perdían su ideal de
santidad precisamente en el convento. Sin embargo, no sabía bien
qué hacer.
Volvamos más atrás en el tiempo.
Rememoro aún que cuando muchacho me había comprado una
pequeña imagen de la Inmaculada por cinco copecks. Además, en
el seminario menor, mientras asistíamos en el coro a la santa Misa,
con la cara contra el suelo prometí a la santísima Virgen María,
cuya imagen dominaba el altar, que habría combatido por Ella.
¿Cómo? No lo sabía, pero imaginaba una lucha con las armas
materiales. Por este motivo, al llegar el momento de iniciar el
noviciado (¿o de emitir la profesión?), confié al Padre Maestro,
Dionisio Sowiak, de santa memoria, ésta mi dificultad para el
ingreso en el estado religioso. Él transformó aquella mi decisión en
el empeño de rezar todos los días la oración “Bajo tu amparo...”
Continúo aún hoy rezando esta plegaria, sabiendo ya cuál era la
batalla que debía combatir por la Inmaculada.
A pesar de estar muy inclinado al orgullo, la Inmaculada me
atraía muy fuertemente. En el reclinatorio de mi celda tenía
siempre la imagen de un santo al que la Inmaculada se había
aparecido; y, además, a menudo me dirigía a Ella con la oración. Al
ver esto, algún religioso me decía que debía nutrir mucha devoción
a aquel santo.
Cuando en Roma la masonería salió al descubierto de manera
cada vez más atrevida, llevando los propios estandartes bajo los
ventanales del Vaticano —y en la insignia negra de los seguidores
de Giordano Bruno había hecho pintar al arcángel san Miguel bajo
los pies de Luzbel y en los folletos propagandísticos atacaba
abiertamente al Santo Padre— nació la idea de instituir una
asociación que se trabara en lucha contra la masonería y los demás
servidores de Luzbel. Para asegurarme que tal idea viniera de la
Inmaculada, interpelé a mi director espiritual de aquellos años, el
Padre Alejandro Basile, jesuíta, confesor de los alumnos del cole
gio. Lograda la seguridad de parte de la obediencia, me propuse dar
inicio a la obra.
Mientras tanto, nos trasladamos por un período de vacaciones
a la “Vigna”, que dista del colegio 20-30 minutos de camino.
Durante un partido de fútbol, comenzó a venirme la sangre a la
boca. Me retiré y me extendí sobre la hierba. Se puso a cuidarme
Fray Jerónimo Biasi, de santa memoria. Escupí sangre por un
buen rato. Después, en seguida me dirigí al médico. Me alegraba
137
el pensar que, quizás, ya había llegado al término de mi vida. El
médico me ordenó regresar al colegio en carroza y ponerme en
cama. Las medicinas detenían con dificultad la sangre que seguía
saliendo. Durante aquellos días venía a visitarme el joven y pío
clérigo de santa memoria, Fray Jerónimo Biasi.
Dos semanas más tarde, el médico me permitió salir por
primera vez del colegio y, aunque con dificultad, me dirigí a la
“Vigna”. Los clérigos, al verme, me recibieron con algarabía y fiesta
y me trajeron higos frescos, vino y pan. Después de esa somera
refección, cesaron los dolores y las punzadas.
Por primera vez puse en conocimiento de Fray Jerónimo y de
otros clérigos la idea de dar inicio a la asociación, pero con la
condición de que cada uno de ellos interrogara, ante todo, a su
director espiritual, para asegurarse de la voluntad de Dios.
Con el consentimiento del Padre Rector, la tarde del 16 de
octubre de 1917 tuvo lugar la primera reunión de los primeros siete
socios, o sea: Fray José Pal, Fray Antonio Glowinski, Fray Jeróni
mo Biasi, Fray Quirico Pignalberi, Fray Antonio Mansi, Fray
Enrique Granata y yo mismo.
En una pobre celda cerrada con llave, en el Colegio Internacio
nal de Roma, siete jóvenes clérigos, vestidos con el sayal y ceñidos
con el cordón franciscano, teniendo al costado el rosario como sable
espiritual, examinaron los puntos del primer estatuto de la Milicia
de la Inmaculada. Frente a ellos, entre dos velas encendidas,
estaba puesta una pequeña imagen de la Inmaculada.
Al reunir a estos jóvenes e inexpertos religiosos, la Inmaculada
sabía desde entonces que algunos habrían obrado con mayor o
menor empeño; que otros se habrían asociado de modo más orga
nizado, con el fin de sujetarle a Ella las almas más fácilmente, con
mayor eficacia y con energías mancomunadas, según el pensa
miento de estatutos adecuados; que otros habrían quebrado toda
barrera en su consagración a Ella, incluyendo también la de
encerrarse en su “jardín” (Niepokalanów), con el fin de sacrificar la
vida entera exclusivamente por Ella.
Además, sus caballeros no se limitan a defender la fe, sino que
se lanzan al ataque, a la ofensiva, para conquistar las ciudadelas
enemigas. Avanzan pero nutriendo en el corazón un amor sin
límites hacia el prójimo, el mismo amor de la Inmaculada, aunque
el prójimo no sólo sea extranjero, de raza o de color diferentes, sino
también francamente enemigo abierto de la religión, de la Inma
culada, de Dios...
138
Avanzan también con el odio, un odio implacable, ese odio que
la Inmaculada misma nutre con respecto al mal y al pecado,
aunque sea leve.
Cada conversión y cada paso en el camino de la santificación
son obra de la gracia, mientras la dispensadora de todas las gracias
que brotan del sacratísimo Corazón de Jesús no es otra sino su
Madre, la Inmaculada. Por esto, cuanto más se le acerca un alma
a Ella, con tanta mayor abundancia saca tales gracias. Por consi
guiente, nuestra misión fundamental es la de acercarle las almas
a Ella, de llevarla a Ella a las almas... Y todo debe acontecer lo más
pronto posible (SK 1278 y 1277).
MILICIA DE LA INMACULADA
“Ella te aplastará la cabeza” (Gn 3,15).
139
“Tú sola destruiste las herejías en el mundo entero” (Oficio de
la Virgen).
FINES:
Procurar la conversión de los pecadores, herejes, cismáticos...
y de manera particular de los masones; y la santificación de todos,
bajo el patrocinio y por la mediación de la bieventurada Virgen
María Inmaculada.
CONDICIONES:
(1) Total ofrecimiento de sí mismo a la Inmaculada, poniéndose
como instrumento en sus manos inmaculadas.
(2) Llevar la “Medalla Milagrosa”.
MEDIOS:
(1) Suplicar, posiblemente cada día, a la Inmaculada con esta
jaculatoria: “Oh María concebida sin pecado, ruega por nosotros
que recurrimos a ti, y por cuantos a ti no recurren, en especial, por
los enemigos de la santa Iglesia y por aquellos que te son encomen
dados”.
(2) Usar todos los medios legítimos según la posibilidad en los
diferentes estados, condiciones de vida y ocasiones que se presen
ten. Todo se deja al celo y a la prudencia de cada uno. Medio
especial es la difusión de la Medalla Milagrosa.
Concédenos que te alabemos, oh Virgen santísima. Danos
fuerza contra tus enemigos (SK 21).
140
pia y popular de hablar, porque Cristo por su mediación nos
manifiesta la misericordia más sublime. Se podría entender esas
palabras en el sentido de que Cristo hizo que su Madre colaborara
en las obras de misericordia, excluyendo las de la propia justicia.
141
más estrechamente a Dios mediante el amor y, para decirlo en
breve, se divinizaría.
La M. I. tiene como fin inmediato la solicitud por la conversión
de todos los acatólicos, particularmente de aquellos pobrecitos, los
masones, que, ofuscados por el fanatismo, levantan la mano
pérfida contra el Padre más bueno de todos; y todo esto bajo la
protección y por la mediación de la bienaventurada Virgen María
Inmaculada. Bajo su protección, es decir, como instrumentos en
sus pequeñas manos inmaculadas, y por su mediación, o sea,
utilizando los medios que Ella pone a nuestro servicio y orando
para que Ella obtenga misericordia.
En la oportunidad anterior recordé el motivo por el cual
nosotros recurrimos a la santísima Virgen María, bajo el título de
Inmaculada Concepción.
II. LA NATURALEZA DE LA M. I.
Este es el fin, según el cual debe ser modelada la entera
asociación.
Por la filosofía llegamos a saber que la naturaleza de cada cosa
está compuesta de materia y de forma, unidas juntas. En la M. I.,
como en toda asociación, la materia son los miembros. Y éstos
pueden ser, sin excepción, todos los que desean alcanzar el fin
susodicho: jóvenes y ancianos, religiosos, sacerdotes y seglares,
hombres y mujeres, estudiantes e iletrados, en una palabra todos
los que desean rendir a Dios la más grande gloria posible, sin
limitaciones, por medio de la Inmaculada.
La forma, o sea, lo que une a los miembros a tender a la
consecución del fin y que constituye la esencia de toda asociación,
en la M. I. es la consagración total, ilimitada a la santísima Virgen
María Inmaculada, para que Ella se digne realizar en nosotros y
por medio de nosotros lo que está escrito de Ella: “Ella te aplastará
la cabeza” (Gn 3,15) y “Tú sola destruiste las herejías en el mundo
entero” (Oficio de la Virgen); en una palabra, para que Ella se digne
santificarnos a nosotros y unir a los demás, por medio nuestro, a
Dios con el amor más estrecho posible.
El signo externo de esta consagración es la Medalla Milagrosa,
por el hecho que fue Ella a entregárnosla. El llevar tal medalla
constituye un aspecto integrante de la M. I.
Tanto la actuación concreta del espíritu de consagración como
el llevar la Medidla Milagrosa no obligan bajo pena de pecado, ni
142
el más pequeño. El único motivo de la existencia y de la actividad
de la M. I. es sólo el amor, un amor sin límites hacia el sacratísimo
Corazón de Jesús con el fin de ofrecerle a El el mayor número
posible de almas y de unirlas a Él de la manera más estrecha.
143
ámbito, interno o externo, y la ejecución ciega de sus mandatos. Si
él prohibe, pero la Inmaculada quiere, entonces Ella, como en las
manifestaciones de la Medalla Milagrosa, sabrá alcanzar su propia
meta. A veces Dios permite semejantes obstáculos justamente con
el fin de consolidar la propia obra; pero si la inspiración no procede
de Ella, ¡que se derrumbe lo más pronto!
Pues bien, no sólo por medio de las órdenes de los superiores,
sino también por medio de la autorización a llevar a cabo las
inspiraciones interiores, nosotros llegamos a conocer las órdenes
de nuestra Reina. Toda nuestra vida, todo pensamiento, palabra y
acción están en sus manos. ¡Que Ella dirija todo como le agrade!
En variados tiempos la santísima Virgen María acudió en
ayuda de los propios hijos y les ofreció diferentes modos para que
alcanzaran más fácilmente la salvación y la liberación del yugo de
Satanás. Ahora, en la era de la Inmaculada, la santísima Virgen
entregó a la humanidad la Medalla Milagrosa, que, por medio de
innumerables milagros de curaciones y, sobre todo, de conversio
nes, confirma el propio origen celestial.
Al manifestarla, la Inmaculada misma prometió muchísimas
gracias a todos los que la llevaran. Y ya que la conversión y la
santificación son gracias divinas, la Medalla Milagrosa es el medio
mejor para alcanzar nuestro fin. Por esto ella constituye el arma
mejor de la “Milicia”. Es el proyectil con el que el fiel “milite” traba
la batalla con el enemigo, o sea, el mal, salvando de esa manera a
los malvados. “Y, sobre todo, la Medalla Milagrosa”.
En la Medalla está la jaculatoria: “Oh María, concebida sin
pecado, ruega por nosotros que recurrimos a ti”. La misma Inma
culada puso en nuestra boca esta oración, revelándola y recomen
dándonos que la rezáramos. Llevemos, pues, a la práctica también
esta recomendación. Además, dado que existen también algunos
que no recurren a Ella, nosotros añadimos: “Y por todos los que a
ti no recurren”. Y ya que en nuestros tiempos la cabeza de los
acatólicos, la cabeza de la serpiente infernal —bien se puede
decir— es la masonería, nosotros recordamos de modo particular
a los que se dejan seducir por ella.
De tal modo, cada día nosotros lanzamos un asalto contra el
dragón infernal en todos sus miembros, pero sobre todo en la
cabeza. Ahora nosotros no vemos los resultados de este trabajo o,
más bien, de la oración; sin embargo, después de la muerte
podremos constatar lo verdaderas que son las palabras del Salva
dor: “Pidan y recibirán” (Jn 16,24). En este caso podemos estar
144
seguros que lo que pedimos no está ciertamente en contra de la
voluntad de Dios.
“Todo medio, con tal que sea lícito, que el estado, las condicio
nes y las circunstancias permiten, y que se recomienda al celo y a
la prudencia de cada uno”. Aquí se abre un vastísimo campo de
trabajo, porque muy diferentes son “los estados, las condiciones,
las circunstancias” y numerosas las modalidades de acción.
Entre las modalidades de acción se pueden distinguir dos
categorías generales: individual (de una persona en particular) y
social (común). En el trabajo individual cada persona en particular
puede hacer muchas cosas, según los talentos que Dios le dio y del
amor ardiente y confiado que ella expresa en la oración. Sin
embargo, pueden comprobarse siempre unas situaciones a las que
a solas él no sería capaz de hacer frente. Lo mismo sucede en la
oración. Jesús mismo afirmó: “Donde dos o tres están reunidos en
mi nombre, yo estoy en medio de ellos” (Mt 18,20). Con fuerzas
comunes se puede orar y trabajar con mayor eficacia.
Con todo, a este propósito la naturaleza de las relaciones
sociales debe diversificarse según los cambios de los “estados,
condiciones y circunstancias”. Común a todos es la tendencia a una
más perfecta y fácil consecución del fin, que en nuestro caso es la
salvación y la santificación más elevada del mayor número posible
de almas.
Como ya recordé, todos los medios, solamente individuales o
también sociales, han de ser usados según la obediencia, el único
criterio seguro —en esta tierra— de la voluntad de Dios y, consi
guientemente, de la Inmaculada. “Se recomiendan al celo y a la
prudencia” (se entiende sin obligar mínimamente bajo pena de
pecado), sólo que en el otro mundo cada uno recibirá la recompensa
en base a lo que haya hecho.
Solamente apoyándonos en esta roca inconmovible, nosotros
podemos ser inconmovibles como Dios, porque estamos seguros de
su voluntad por medio de la Inmaculada; y aunque la obediencia
hoy nos dice “sí” y mañana “no”, hoy haremos “sí” y mañana “no”,
pero jamás diremos que nos hemos equivocado si precedentemente
habíamos obrado de manera diferente. Iba bien como habíamos
hecho antes y va bien ahora; del mismo modo como Dios es
inmutable, aunque hoy haga caer la lluvia y mañana no.
145
Sobrevendrán también dificultades y contrariedades que hay
que superar. Cualquier cosa buena que acontezca en esta tierra,
tanto más grande y buena es, cuanto mayores fueron las dificulta
des experimentadas. Basta dar una mirada a la historia. También
nosotros, pues, debemos esperamos algo semejante. Y no digo esto
sólo “a priori”, porque yo mismo vi con mis ojos y oí decir cómo la
M. I. de Roma se purificó en el fuego.
¿De dónde pueden venir tales contrariedades? Debemos estar
preparados para recibirlas de cualquier parte. No hablo aquí de la
fatiga que experimentamos en cada trabajo y tampoco de la lucha
que trabarán con nosotros aquellos por cuya salvación eterna
debemos combatir. Ellos a veces interpretan mal nuestras inten
ciones y los propósitos mejores (y en alguna ocasión esto sucede
adrede) y lanzan las más falsas calumnias según su palabra de
orden, pronunciada, por lo que recuerdo, por Voltaire: “Calumnien,
calumnien, algo quedará”.
Quiero hablar de aquella persecución a la que nos pueden
someter personas sensatas, prudentes y hasta devotas y santas
(quizás, también inscritas en la filas de la M. I.) y que a lo mejor se
comportan de aquel modo con la mejor de las intenciones. En
verdad, lo que hace sufrir mayormente (si no se confía únicamente
en Dios por medio de la Inmaculada) es el ver que alguno, por la
mayor gloria de Dios y con el más grande fervor de que es capaz, nos
corta todos los caminos, arruina y procura destruir lo que construi
mos y también, después de acercarse él mismo a la causa de la
Inmaculada, más adelante disuade a los demás, insinuando la
duda y sembrando la desconfianza y la indiferencia.
Como si esto no fuera bastante, también nosotros somos in
constantes. Lo que hoy aceptamos con entusiasmo, mañana nos
parece banal; lo que hoy nos atrae con su fascinación, mañana nos
desalienta por la cantidad y la dureza de los sacrificios.
En tales casos, ¿sobre cuáles fundamentos debemos basamos?
Para que un fundamento pueda ser inconmovible, debe tener algo
estable, inmutable, en una palabra, algo divino, que para nosotros
es únicamente la santa y ciega obediencia a la Inmaculada, que nos
manifiesta la propia voluntad a través de los superiores. Afirma
dos sobre semejante fundamento, no vamos a temer ninguna
tempestad.
Aunque todos los malos y los buenos se levanten en contra de
él con la palabra y la acción, el cuerpo abrumado poltronee frente
a la fatiga, la inteligencia se ofusque, la voluntad vacile y se
146
desaliente, el infiemo se ponga furioso, el mundo entero se dé
vuelta y todas sus cosas entren en alboroto...; aquel que desprecia
todo esto, no confiando en absoluto en sí mismo sino ilimitadamen
te en Dios por la Inmaculada, está seguro de obrar en sus manos
omnipotentes. De veras, ésta y únicamente ésta es la roca granítica
contra la cual se deshacen todos las oleadas espumajeantes.
Puedo afirmar, no sólo en teoría sino por experiencia mía y de
otros, que vi con mi gran estupor, el modo con que algunos, sin
turbarse, lograron superar todas las dificultades, por otra parte
muy comprensibles y dictadas por la prudencia, tendientes nada
menos que a la anulación de la M. I. en sus mismas raíces: “razones
humanas.. .”y lo que entraba por un oído, se desvanecía por el otro.
Todas estas contrariedades son muy útiles, necesarias y hasta
indispensables, porque esclarecen la entera causa, fortalecen y
acostumbran la voluntad para la fatiga y llegan a ser manantial de
méritos para el paraíso.
De tal modo muchas cosas se esclarecieron “de hecho” ya entre
las dificultades surgidas en Roma, en particular, el fundamento y
los principios de toda la Milicia. Lo mismo también sucede en la
santa Iglesia, en la que las herejías son un estímulo para el
desarrollo y la clarificación de las verdades.
Además, la voluntad, que ya conoce la fuerza y la inmutabili
dad de la verdad hostilizada, está solicitada a mantenerla. Cuando
las dificultades superadas se disipan, toma coraje, se reanima y,
puesta a prueba por el sufrimiento aunque facilitado por la espe
ranza y hasta por la seguridad de la victoria, dado que el funda
mento es inconmovible, se traba en batallas más duras, más
arriesgadas, que la pueden hacer sufrir más.
Como consecuencia, alcanzaremos también una recompensa
mucho mayor que la que habríamos alcanzado si todo hubiera ido
sobre rieles, una recompensa tanto más grande y maravillosa,
cuanto más ardua fueren la fatiga, más doloroso el sufrimiento,
más ardiente el amor que demostremos exclusivamente a Dios
mediante la obra de la salvación y de santificación de las almas.
V. NUESTRA RECOMPENSA
Con el fin de atraemos cada vez más a sí y de animamos al
trabajo, Dios, en su bondad infinita, a veces nos hace saborear aún
aquí en la tierra una pizca de aquella felicidad, cuya plenitud
deberá ser nuestra corona. Si nos empeñamos con todas las fuerzas
147
en corresponder lo más fielmente posible a la gracia divina y en
difundir en nosotros mismos y en los demás la gloria de Dios, por
medio de la Inmaculada, tal vez saborearemos la gozosa serenidad
del niño, que abandonándose sin reserva alguna en las manos de
la propia madre, no se preocupa por nada, no tiene miedo a nada,
confiando en la sabiduría, en la bondad y en la fuerza de su buena
genitora. A veces a nuestro alrededor arreciará la tempestad,
caerán los rayos; pero nosotros, consagrados de manera tan ilimi
tada a la Inmaculada, estaremos seguros de que nada nos aconte
cerá, hasta que nuestra óptima Madrecita lo permita. Nos reposa
remos agradablemente trabajando y sufriendo por la salvación de
las almas.
A veces las cruces se abatirán pesadamente sobre nosotros;
pero la gracia de Dios enfervorizará nuestros corazones inflamán
dolos de un tal amor que arderemos por el deseo del sufrimiento,
de un sufrimiento sin límites, de humillaciones, de escarnios, de
olvidos. Con ello tendremos la posibilidad de demostrar nuestro
amor hacia el Padre, hacia nuestro queridísimo amigo, Jesús, y
hacia su dilectísima Madre, la Inmaculada. El sufrimiento es
escuela, alimento y fuerza del amor. “Afligidos, pero siempre
gozosos” (2 Co 6,10).
Hela aquí: ésta es una vida gastada por un ideal.
Entonces, aunque por un lado un entero batallón de encarniza
dos enemigos se conjure contra nosotros, hallaremos por el otro
también auténticos amigos, que, unidos a nosotros con sincero
amor en la unidad de un común ideal, nos confortarán en la tristeza
y nos socorrerán en la caída, para que jamás dejemos caer las
manos, sino que combatamos con tenacidad y con firmeza hasta la
muerte, confiando únicamente en Dios por medio de la Inmacula
da.
Sin embargo, todo esto es apenas una parcela de la recompensa
que nos espera, y no siempre ella nos acompañará. Sólo cuando
nuestra Madrecita, al ver nuestra debilidad, quiera fortificamos,
entonces nos enviará a nosotros, sus hijos, estos caramelos, que
deberemos aceptar con la máxima gratitud y humildad, con el fin
de que nos robustezcamos y nos pongamos de nuevo al trabajo.
Con todo, nos enriqueceremos mayormente de gracias cuando,
en la oscuridad exterior e interior, colmados de aflicciones, abru
mados por el trabajo, sufridos, sin consolaciones, perseguidos a
cada paso, ridiculizados, escarnecidos, solos... como Jesús en la
cruz, nos esforcemos por orar por todos, por atraer a todos con todo
148
medio (como hizo Jesús en el último instante hasta con el ladrón)
a Dios por medio de la Inmaculada y por unirlos a Él lo más
íntimamente posible.
Esta vida pasará y entonces iniciará nuestra verdadera recom
pensa. Nada, ni la más pequeña fatiga, ni el más pequeño sufri
miento, abrazados por la gloria de Dios, escapará a una abundante
recompensa y esto por la eternidad entera... Como vemos en la
historia, Dios recompensará no sólo lo que hayamos hecho, sino
también lo que hayamos deseado hacer, aun sin tener la fuerza
suficiente para llevarlo a cabo. ¡Desear, pues, pero desear sin
límites! Y Él —¡bondad infinita!— permite a menudo a los que lo
aman poder satisfacer sus deseos hasta después de la muerte,
desarrollar una acción en la tierra, orar y trabajar por la salvación
y la santificación de las almas. Precisamente de estas aspiraciones,
más de una vez, nacen las buenas inspiraciones y hasta los
milagros.
Santa Teresita del Niño Jesús decía: “Si supiera que en el
paraíso, después de la muerte, no podré trabajar más por la
salvación de las almas, preferiría permanecer en esta tierra hasta
el fin del mundo” (se debe entender con la incertidumbre de la
propia salvación) y prometió hacer descender del cielo una lluvia
de rosas, es decir, de gracias. Y realmente, en el breve período de
tiempo transcurrido desde su muerte, ella obtuvo muchas gracias
de Dios y las hizo descender sobre toda la faz de la tierra, como
demuestran los milagros publicados en las últimas ediciones de su
biografía. Igualmente santa Gema Galgani ya es conocida hasta en
China y en todas partes va a la caza de numerosas almas.
De la misma manera, también nosotros podemos nutrir la
esperanza que, si ahora, imitando a estas almas santas, muertas
en estos últimos tiempos, ardemos del deseo de salvar las almas,
después de nuestra muerte la Inmaculada completará la propia
obra sirviéndose de nosotros; más aún, solamente entonces podre
mos consolar el sacratísimo Corazón de Jesús mucho más que
cuanto hayamos hecho en esta tierra en la que, al dar una mano a
los demás, debemos prestar mucha atención para que no caigamos
nosotros mismos.
Mientras estaba por morir, Jesús mismo, entre todas las
personas amigas que tenía, vio bajo la cruz solamente a la santísi
ma Virgen y al discípulo predilecto. Los demás discípulos habían
huido todos; uno lo había renegado conjuramento, mientras Judas
lo había vendido a los judíos. Por esto, no debemos afligirnos
149
demasiado, si no logramos ver en esta tierra los frutos de nuestro
trabajo. Puede ser voluntad de Dios que los recojamos después de
nuestra muerte y que algún otro los vea en este mundo.
Nuestra primera recompensa, pues, es la posibilidad y la
facilidad de “pescar” almas de la manera más eficaz, hasta después
de nuestra muerte.
Además, ¡imaginemos cuánto reconocimiento nutren con res
pecto a nosotros todas aquellas innumerables filas de almas a las
que habremos abierto las puertas del paraíso o cuya gloria habre
mos aumentado también de un solo grado! ¡Cuánto nos agradece
rán por toda la eternidad! Pero también nosotros estaremos agra
decidos a ellas, porque, trajinando en su favor, nos hemos prepa
rado también para nosotros mismos una corona en paraíso.
¡De qué amor arderán ellas hacia Aquélla que se dignó servirse
de nosotros como instrumentos para liberarlas de las cadenas del
demonio! Nosotros, por nuestra cuenta, no acabaremos nunca de
rendir homenaje a su bondad, por haberse dignado escogemos a
nosotros, tan indignos, pobres e incapaces, para que fuésemos sus
soldados a la conquista de los corazones para Ella.
En fin, ¡qué himno de adoración, de gloria y de acción de gracias
elevarán todos los habitantes del cielo al Corazón de Jesús, por
habernos dado una Madrecita tan tierna, para que, frente a los
justos golpes de la justicia divina, pudiéramos recurrir a Ella y
escondemos bajo su manto materno! Efectivamente El, no que
riendo castigamos, sino perdonamos, quiso ofrecemos a nosotros
una mediadora, una protectora, una Madrecita queridísima y le
confió a Ella la entera economía de la misericordia, reservando
para sí la justicia.
Además, El la creó tan buena que Ella no es capaz de abando
nar ni al peor de los pecadores que recurre a Ella, y tan poderosa
que basta uno de sus deseos para doblegar en seguida el Corazón
infinito de Dios. Y así todos, en unión con la Inmaculada, agrade
ceremos y adoraremos eternamente la misericordia, la bondad, la
sabiduría, la potencia y la justicia de Dios, en la posesión de la
recompensa que El nos había prometido.
Entonces, mientras formemos los batallones de su guardia de
honor y estemos muy cerca de Dios, justamente porque nos encon
tramos cerca de Ella, alcanzaremos el fin último de la M. I., o sea,
la máxima gloria posible de Dios por medio de la Inmaculada (SK
1248).
150
Despliegues e irradiaciones
152
cadoras que la masonería italiana desplegaba contra la Iglesia, en
la misma ciudad de Roma. Por ejemplo, enarbolaba las propias
banderas delante de las ventanas del Vaticano, hacía flamear un
estandarte en el que se representaba al arcángel Miguel bajo los
pies de Luzbel, y así sucesivamente.
Evocando las deliberaciones de la masonería: “Nosotros podre
mos vencer la religión católica no con el razonamiento, sino
pervirtiendo las costumbres”, un pequeño grupo de jóvenes estu
diantes del Colegio Internacional de los Franciscanos Conventua
les de Roma se propuso rechazar los ataques contra la Iglesia y
ayudar a las almas en la búsqueda del camino que conduce a Dios,
en la obra de conversión y santificación personal, llevada a cabo
mediante la renovación de las costumbres.
La indisciplina moral tiene su origen principalmente en el
debilitamiento de la voluntad. ¿Y quién es capaz de robustecer la
débil voluntad humana, sino Aquélla que es la Inmaculada desde
el primer instante de la propia existencia, la Madre de la gracia
divina? Por esto, durante la primera reunión de la Milicia, acaecida
en Roma en el año 1917, se estableció el siguiente programa:
empeñarse, por medio de la Inmaculada, como instrumentos en sus
manos, en la obra de conversión de los pecadores y de todos los que
la necesitan, y en la obra de santificación de todos.
Ya durante el año sucesivo la M. I. llegaba a Polonia. Inicial
mente se desarrolló en el seminario de los Franciscanos Conven
tuales de Cracovia. Más adelante, después de la publicación en
lengua polaca de la cédula de inscripción a la M. I., ésta comenzó
a abarcar amplios círculos de población fuera de los muros del
convento. Poco tiempo después se debió pensar en la impresión de
una revistita, que pudiera unir entre ellos a los adherentes al
movimiento, esparcidos acá y allá. Así, en los comienzos de 1922
tuvo origen el periódico mensual titulado “El Caballero de la
Inmaculada”.
Esa época fue muy difícil para la actividad editorial porque, a
causa de la inflación, el dinero se licuaba entre las manos, tan
cierto es que los superiores religiosos pudieron permitir el inicio de
la publicación sólo a condición que ni el convento ni la provincia
religiosa estuvieran expuestos a gastos, porque en tal caso el ya
difícil mantenimiento de los jóvenes seminaristas podía resultar
imposible.
Recuerdo que un día salí por las calles de Cracovia con la
finalidad de recoger, mendigando, algún dinerillo, necesario para
153
la impresión del primer número. Lloviznaba, y yo, a pesar de haber
recorrido ya algunas calles de la ciudad, me avergonzaba de entrar
en cualquier negocio y tender la mano para pedir la limosna.
El día siguiente hice esta reflexión: “¡Total! Tú no mendigas por
ti, sino por la causa de la Inmaculada”. Tomé ánimo y me dirigí a
un sacerdote de mi conocimiento, el párroco Padre Tobiasiewicz. Él
me acogió con mucha cordialidad, me entregó una oferta para la
nueva revista, me acompañó hasta su coadjutor, que hizo otro
tanto, y me dio también algunas direcciones. Desde entonces “El
Caballero de la Inmaculada” continúa manteniéndose con las solas
donaciones, y llega hasta todas aquellas personas que lo quieren
leer, aunque no tengan posibilidad de enviar ni la más mínima
limosna.
No se debía contraer deudas. Faltaban todavía 500 marcos
para saldar completamente los costos de impresión, aunque nadie
estaba enterado. Mientras estaba por dirigirme a la imprenta,
cruzando nuestra basílica, noté sobre el altar de la Inmaculada
Concepción un sobre con la inscripción: “Para ti, Madre Inmacula
da”, y en él estaban precisamente 500 marcos, la suma que me
faltaba.
Se podrían recordar numerosos hechos semejantes, acaecidos
en el transcurso de estos veinte años; pero pienso que la interpre
tación de tales hechos podría parecer demasiado ingenua. Es
simplemente tangible la mano de la Inmaculada, que hace progre
sar su obra, a pesar de los miles de obstáculos y dificultades, ya
internas ya externas, y a pesar de nuestras debilidades y defectos.
Trasladado a la ciudad de Grodno en el año sucesivo, “El
Caballero de la Inmaculada” compra la primera máquina tipográ
fica, aumenta la propia tirada, se reviste de una tapa azul y en cinco
años alcanza la cifra de 70.000 ejemplares, impresos por las manos
de los religiosos que se consagraron a la causa de la Inmaculada.
Pero los muros del convento se demostraron cada día más estre
chos. Se iniciaron, pues, las indagaciones a la búsqueda de una
sede más amplia. Hacia fines del año 1927, el príncipe Drucki
Lubecki ofreció en uso un terreno de cinco morgas. Hacia los inicios
de octubre de 1928 se comenzó la obra edilicia y en vísperas de la
solemnidad de la Inmaculada Concepción del mismo año, precisa
mente a las 10 de la mañana, tuvo lugar la bendición de la nueva
sede.
Los comienzos fueron fascinantes. En los primeros días las
mesas del comedor estaban constituidas por tablones ubicados
154
sobre valijas, las sillas por el pavimento, y las camas por paja
esparcida acá y allá con alguna avaricia sobre el pavimento.
Cuando llegaron las máquinas de Grodno, en la futura tipografía
faltaban todavía las puertas y las ventanas. A pesar del viento
gélido, todos trajinaron con solicitud y alegría para arreglar la
nueva sede y para permitir la expedición del número sucesivo del
“Caballero” en el tiempo previsto.
¿Qué resultados logró Niepokalanów en este decenio? Debemos
reconocer que, comparados con el Komintem ateo, los resultados
de nuestra actividad son todavía muy escasos. Por otra parte, si
consideramos cuidadosamente nuestras posibilidades, podemos
afirmar con toda sinceridad que, con la ayuda de la Inmaculada,
hemos trabajado con gran empeño; sin embargo, no hemos traba
jado por ninguna ventaja personal, sino únicamente por amor
hacia la Inmaculada.
El número de los inscritos a la M. I. en Polonia y entre los
polacos en el extranjero alcanza actualmente la cifra de 600.000
personas. La tirada de “El Caballero de la Inmaculada” frisa los
750.000 ejemplares, la de “El Caballero para niños”, 180.000
ejemplares; y “El Pequeño Diario”, con sus 130.000 ejemplares
diarios, llega hasta aquellos amplios estamentos de la sociedad,
que muy difícilmente, a veces, podrían adquirir un diario más
voluminoso.
El 7 de marzo de 1930 cinco religiosos de Niepokalanów se
embarcaron en Marsella en un barco francés, dirigiéndose hacia el
Extremo Oriente. El 24 de abril desembarcamos en Nagasaki y ya
para el mes sucesivo la Inmaculada obró de tal modo que fue
enviado a Niepokalanów, en Polonia, este telegrama lleno de
alborozo: “Hoy expedimos “El Caballero” en japonés. Tenemos
tipografía. ¡Gloria a la Inmaculada!”
En el quinto año de su existencia la revista japonesa alcanzaba
la tirada de 65.000 ejemplares, enviados en gran parte a paganos.
Además, en la Niepokalanów japonesa junto con los 23 religiosos
llegados de la Niepokalanów polaca, se hallan actualmente 10
religiosos nativos, mientras el seminario menor recoge a 42 mu
chachos japoneses.
A veces recibimos cartas conmovedoras de parte de los paga
nos.
Un empleado, por ejemplo, nos escribe desde Tokyo: “Paseando
en un parque, hallé en un árbol un número de Mugenzai no Seibo
no Kishi. La revistita me agradó mucho. En el pasado había
155
tomado parte en asambleas protestantes, pero no había hallado lo
que buscaba. Envíenme la dirección de una iglesia católica. Soy
una empleada municipal. Gano 100 yens al mes, de los cuales 40
los entrego a muchachos pobres a los que doy clase. Y me quedan
sólo 60 yens. ¿Puede hacerse católica una persona que gana tan
poco?”
Un joven, que ya terminó la secundaria y al que los padres,
aunque le permitan leer nuestra revista, le prohíben todavía
dirigirse a una iglesia católica, escribe: “Tomen a su cargo mi pobre
alma. Envíenme algún libro católico”. Cuando su madre se enfermó
y fue internada en el hospital para someterse a una intervención
quirúrgica, al hacerle una visita, organizó la difusión de la revista
entre las enfermeras. En aquel período nos escribió: “En el hospital
había un niño moribundo. Aún siendo yo todavía pagano, lo
bauticé. ¡Alégrense conmigo!” En otra ocasión escribió todavía: “Mi
padre está de viaje y yo, por todo este tiempo, yendo a la escuela,
puedo dirigirme a la iglesia cada día. ¡Qué felicidad!”.
Más todavía. La enfermera de un hospital escribe que, hacien
do la limpieza en la oficina de la dirección, halló un ejemplar de la
revista y lo tomó para leerlo. El director del hospital la reprendió
por tal hecho, asombrándose que una muchacha tan joven se
interesara por una religión extranjera. Con todo, ella escribe así:
“Yo no tengo más a mi madre. Quisiera que la Virgen santísima lo
fuera. ¿Qué debo hacer?”
Y muchas y muchas otras cartas semejantes, escritas con el
corazón.
Cuando alguno de estos paganos aprende la religión católica,
se encuentra con un misionero del lugar y recibe el bautismo, ¡con
qué alborozo nos escribe y nos agradece de todo corazón por el
hecho de que hayamos venido de la lejana Polonia para prepararle,
a través de nuestra revista mariana, tan grande felicidad!
Ya hay cédulas de inscripción en la M. I. en una larga serie de
idiomas extranjeros y muchas personas de diferentes nacionalida
des adhieren a ella.
Sin embargo, no todos todavía conocen a la Inmaculada, no
todas las almas la aman. Muchos buscan la felicidad donde no se
la puede hallar y no tienen la fuerza de elevarse más en alto.
Algún tiempo atrás llegaron a Niepokalanów dos judíos a la
búsqueda de rezagos de papel. El más joven de los dos pidió poder
visitar Niepokalanów. Después de haber observado atentamente
nuestra vida, confesó: “Yo soy comunista, pero el comunismo
auténtico está aquí”.
156
Sí, en Niepokalanów existe una auténtica vida común, fundada
no en el odio y en la constricción, sino en el amor recíproco.
Cuando el espíritu de Niepokalanów, el espíritu de la M. I.,
impregne nuestra patria y el mundo entero, cuando la Inmaculada
llegue a ser la Reina de todo corazón que late bajo el sol, entonces
el paraíso llegará a la tierra, pero no el paraíso de los comunistas
o socialistas, sino—por cuanto es posible en esta tierra— el paraíso
verdadero, de cuya felicidad gozan en este momento los moradores
de Niepokalanów. Allí existe una única familia, de la que Dios es
el padre, la Inmaculada la madre, el divino prisionero de amor en
la Eucaristía el hermano mayor, mientras todos los demás no son
compañeros sino hermanos menores que se aman el uno al otro (SK
1222).
Nuestra guerra
El Padre Maximiliano, como cristiano y como franciscano, es el
hombre de “Paz y Bien”, de la fraternidad y déla solidaridad, y da
la vida en lugar de un compañero injustamente condenado a morir.
Sin embargo, muchas expresiones de su vocabulario tienen matices
militares. ¿A qué se deben?
Ante todo, Polonia en su historia siempre fue una nación
caballeresca y, además, por su posición geográfica entre dos colo
sos: Rusia y Alemania siempre tuvo que luchar para defender su
religión y su patria. Maximiliano nació y se educó en este ambiente
de luchas y de desafíos.
Por otra parte, tanto san Pablo como muchas otras páginas
bíblicas utilizan la terminología militar como símbolos de las
luchas entre el bien y el mal.
Maximiliano tomó muy en serio la ascética cristiana, compen
diada en el "Velen y oren”de Jesús (Mt 26,41), para combatir sus
defectos y vivir con fervor su vida religiosa y sacerdotal.
Al descubrir a la Inmaculada como camino de santidad y de
apostolado, se le entregó totalmente. La consagración, como cosa,
propiedad e instrumento de la Inmaculada, es la expresión de esa
entrega.
157
de la Inmaculada y así hacer eternamente felices, desde esta vida,
a nuestros hermanos que viven en este mundo. ¡Guerra al mal,
pues, una guerra implacable, incesante, victoriosa!
Pero, ¿sobre qué nos apoyamos? ¿Dónde hallar el impulso más
importante y valedero? Y, ¿dónde es necesario golpear ante todo?
A veces nos parece que Dios gobierne el mundo “con demasiado
poca energía”. Sin embargo, con un solo gesto de su voluntad
omnipotente Él podría aplastar y triturar en el polvo a todos los
Calles (Presidente de México de 1925 a 1928 y perseguidor de la
Iglesia católica), a todos los ateos de la Rusia Soviética, a todos los
españoles incendiarios de iglesias, a todos los inmorales envenena
dores de la juventud y a todos aquellos que se les asemejan. Así
piensa nuestra mente limitada y estrecha, mientras la sabiduría
eterna, por su cuenta, juzga de modo diferente.
Las persecuciones purifican las almas como el fuego purifica el
oro, y las manos de los verdugos crean falanges de mártires,
mientras, más de una vez, al fin de todo, los perseguidores experi
mentan la gracia de la conversión. Inescrutables pero siempre
sapientísimos son los caminos de Dios. De esto no se deduce en
absoluto que nosotros debamos cruzarnos de brazos y permitir que
los enemigos de las almas de los hombre bailen libremente. ¡Todo
lo contrario!
Con todo... nosotros no queremos corregir la Sabiduría infinita
y dirigir al Espíritu Santo, sino dejamos guiar por Él.
Imaginemos ser un pincel en las manos de un pintor infinita
mente perfecto. ¿Qué debe hacer el pincel para que el cuadro
resulte lo más hermoso posible? Debe dejarse dirigir de la manera
más perfecta. Un pincel podría avanzar pretensiones de mejora
miento en las manos de un pintor terreno, limitado, falible; pero
cuando Dios, la Sabiduría eterna, se sirve de nosotros como
instrumentos, rendiremos el máximo, del modo más perfecto, con
tal que nos dejemos guiar de manera perfectísima y total.
Con el acta de consagración nosotros nos ofrecimos a la Inma
culada en propiedad absoluta. Sin duda Ella es el instrumento más
perfecto en las manos de Dios, mientras nosotros, por nuestra
parte, debemos ser instrumentos en sus manos inmaculadas.
¿Cuándo, pues, derrotaremos del modo más rápido y perfecto
el mal en el mundo entero? Eso acontecerá cuando nos dejemos
guiar por Ella de la manera más perfecta. Este es el problema más
importante y único.
Dije: “único”. En verdad, cada uno de nosotros debe preocupar
se únicamente de armonizar, conformar, fusionar, por decir así,
158
completamente la propia voluntad con la voluntad de la Inmacu
lada, así como la voluntad de Ella está completamente unida a la
voluntad de Dios, su Corazón al Corazón de su Hijo Jesús.
Es el único problema.Cualquier cosa que hagamos, aunque
fuere también el acto más heroico, capaz de sacudir las bases de
todo mal que existe en la tierra, tiene algún valor únicamente si,
al hacer tal acto, nuestra voluntad se pone en armonía con la
voluntad de la Inmaculada y, por medio de Ella, con la voluntad de
Dios. Una cosa sola, pues, o sea, la fusión de nuestra voluntad con
la de Ella, tiene algún valor, más aún, un valor total. Esta es la
esencia del amor —no el sentimiento, aunque él también sea
bueno— que nos debe transformar, por medio de la Inmaculada, en
Dios, y que debe quemarnos a nosotros y, por medio nuestro,
incendiar el mundo y consumir y destruir en él toda forma de mal.
Es ese fuego del que el Salvador decía: “Vine a traer fuego a la
tierra; ¡y cómo quisiera que ya ardiera!” (Le 12,49).
Después de habernos inflamado nosotros mismos con este
amor divino —repito que no se trata aquí de lágrimas dulces y de
sentimiento, sino de voluntad, a pesar de la aversión y repugnan
cia—, haremos arder el mundo entero.
Sin embargo, somos nosotros que nos debemos inflamar, noso
tros que no debemos enfriamos, sino arder siempre más fuerte-
mente.Nos debemos fusionar y llegar a ser una sola cosa con Dios,
por medio de la Inmaculada.
Debemos, pues, concentrar toda nuestra atención en esto,
únicamente en esto: unimos de modo estrecho y fusionamos con la
mano de nuestra Maestra, de nuestra Capitana, para que Ella
pueda hacer con nosotros lo que quiera.
Y ésta es la condición esencial para pertenecer a la M.I.:
“Consagrarse totalmente a la Inmaculada como instrumentos en
sus manos inmaculadas”.
Entonces y sólo entonces someteremos a la Inmaculada y, por
medio de Ella, uniremos y fusionaremos el mundo entero y cada
alma en particular con el sacratísimo Corazón de Jesús, por medio
del fuego del amor (SK 1160).
159
Para la Milicia de la Inmaculada tienen particular significado
el 11 de febrero, fecha de las apariciones en Lourdes, y el 8 de
diciembre, fiesta de la Inmaculada.
Tanto por medio de charlas y cartas como a través de artículos
periodísticos el Padre Kolbe vuelve a inculcar y a martillar sus
“ideas fijas”: consagración, vivencia y apostolado.
Los medios para lograrlo: la oración, el trabajo y el sacrificio.
Los medios de comunicación social nos ofrecen grandes recur
sos apostólicos, que prioritariamente han de servir para el reino de
Dios. Todos los milites son exhortados a utilizarlos, para ponerlos
al servicio del apostolado.
Se acerca nuestra fiesta, la fiesta de la Inmaculada.
El entusiasmo más ardiente puede, con el tiempo, enfriarse.
Los rompecabezas y las preocupaciones diarias sofocan, a veces, los
ideales más sublimes. Más aún, las realidades más elevadas poco
a poco se envilecen. Efectivamente, la debilidad y las limitaciones
de la naturaleza humana son tales que las impresiones más frescas
ahogan las más lejanas, aunque éstas últimas sean las más
importantes.
Por consiguiente, también nosotros, milites de la Inmaculada,
nos debemos sacudir de vez en cuando y debemos reflexionar sobre
nosotros mismos, interrogarnos a fondo para saber si servimos a la
causa de la Inmaculada con suficiente solicitud, impetrar de Ella
el perdón por el descuido y la indiferencia, pedir ayuda para el
futuro, empeñamos con mayor prontitud en el trabajo, para
recuperar, de modo centuplicado por el fervor, el tiempo perdido.
La fiesta de la Inmaculada es la mejor ocasión para renovar el
espíritu.
¿Qué debemos hacer, pues?
En primer lugar renovemos todos, el 8 de diciembre, juntos o
personalmente, nuestra consagración a la Inmaculada según la
fórmula contenida en la cédula de inscripción. Pero previamente
hagamos todos la santa confesión, el mismo día de la fiesta o en uno
de los ocho precedentes. Acerquémonos a la santa Comunión
durante la misma solemnidad y oremos según las intenciones del
Santo Padre, para lucrar la indulgencia plenaria que todos los
miembros de la Milicia de la Inmaculada pueden adquirir en tal
día.
Esta renovación de nuestra alma hagámosla también según
las modalidades indicadas por la Milicia de la Inmaculada, o sea,
160
por medio de la Inmaculada. Confiémosle a Ella el buen resultado
de nuestra confesión, siquiera con una sola Avemaria, supliqué-
mosle que prepare en nuestra alma la más agradable acogida
posible a Jesús en la santa Comunión y, en fin, renovemos el acto
de nuestra completa, total e incondicional consagración a la Inma
culada por la vida, muerte y eternidad.
¿Es suficiente esto? ¿Podríamos, quizás, limitarnos a las pala
bras? ¿O no sería necesario, quizás, en el período de la fiesta de la
Inmaculada, darle a Ella la prueba que la amamos con los hechos?
¿Qué se puede hacer todavía?
Oímos hablar a menudo de “Semana del mar”, de “Semana de
la montaña”, de “Semana del ahorro”, y así sucesivamente. ¿Por
qué no se podría organizar una “Semana de la Milicia de la
Inmaculada”? La novena en preparación a la fiesta de la Inmacu
lada sea, pues, esta semana de la M. I.
¿Cómo organizaría?
Si alguno se dirige a la Inmaculada como el niño se dirige a la
propia madrecita, y reflexiona acerca de lo que podría hacer en la
situación, en las condiciones y en las circunstancias en que vive,
Ella le sugerirá las ideas más oportunas para ganar el mayor
número posible de almas para Ella y para su Milicia.
“Cualquier medio, con tal que sea legítimo”, afirma la cédula de
inscripción a la M. I. Los medios no faltan en absoluto; pero mucho
dependerá del mayor o menor fervor.
Los medios más importantes son: la. oración, el trabajo y el
sacrificio.
La oración, para que la Inmaculada llegue a ser, en toda la
tierra y lo más pronto posible, la Reina de todos los corazones; y
para que otros también la amen como lá amamos nosotros, más
aún, mucho más todavía, y, por medio de Ella, lleguen a conocer y
a amar de manera más perfecta a Jesús quien, por el amor que
nutría hacia nosotros, murió en la cruz.
El trabajo, para ganar un número cada vez mayor de nuevos
socios para la M. I., porque son todavía muchos los que no forman
parte de ella. Los milites y las milites de la Inmaculada que viven
en el extranjero, procuren atraer a la Inmaculada también a los
ciudadanos de aquellas naciones. Además, empeñémonos en di
fundir aún más “El Caballero de la Inmaculada”, el cual profundiza
el espíritu de la M. I. y señala cómo se puede obrar en las
situaciones concretas y mudables en conformidad con este espíri
tu. Las mismas finalidades las persigue “El Caballero de los
Muchachos”.
161
Y el sacrificio. Hagamos el sacrificio de nosotros mismos,
ofreciendo a la Inmaculada nuestras humillaciones, los sufrimien
tos, los fracasos... Hagamos el sacrificio de lo que nos pertenece,
poniendo a disposición de los demás una parte de nuestros bienes.
Todos nosotros que vivimos en Niepokalanów depositamos en
las manos de la Inmaculada el completo ofrecimiento de todo lo que
poseíamos, más aún, hasta el ofrecimiento de nuestra misma
persona, consagrándonos totalmente a su causa. Justamente por
esto nos dirigimos animosamente a ustedes, queridos milites de la
Inmaculada, para pedirles ofertas materiales, en víveres o en
dinero, para tener la posibilidad de obrar lo más que sea posible
para salvar y santificar a las almas por medio de la Inmaculada.
Todo medio y todo flamante invento en el campo de las máqui
nas o de los sistemas de trabajo han de ser puestos, ante todo, al
servicio de la obra de santificación de las almas por medio de la
Inmaculada. Efectivamente, limitando al máximo las necesidades
personales y conduciendo una vida en la más extrema pobreza,
nosotros tendremos la posibilidad de utilizar medios modernísi
mos. Vestidos con un hábito remendado y con zapatos reparados a
los pies, y a bordo de un avión de último modelo, si esto fuere
necesario para salvar y santificar el mayor número de almas: esto
permanece como nuestro ideal.
De esta manera, con la ayuda de la Inmaculada, nosotros todos,
sus milites, renovamos nuestra total consagración a Ella y nos
empeñamos con verdadera solicitud, durante la novena en prepa
ración para su fiesta, en dar la máxima contribución posible para
conquistarle a Ella el mundo entero.
Le pediremos a menudo que nos ilumine sobre lo que debemos
emprender y cómo debemos obrar. Además, nos dirigiremos a Ella
para impetrar la energía necesaria para cumplir, por Ella, también
las acciones más difíciles y heroicas.
Despertemos todos, sin excepción alguna, en nosotros mismos
una sabia solicitud para la salvación y la santificación de nuestro
prójimo, ya cercano, ya lejano, incluyendo también al prójimo que
es totalmente extraño a nuestra nacionalidad y raza, y realicemos
todo esto por medio de la Inmaculada, mediadora de todas las
gracias, de cualquier gracia de conversión y de santificación.
Todos nosotros somos hermanos y hermanas, porque tenemos
una común Madre celestial, la Inmaculada, un común Padre que
está en el cielo y un común hermano mayor, Jesús, Hombre-Dios
(SK 1218; ver también 1088).
162
Mepokalanów: Ciudad de la Inmaculada
Niepokalanów, o Ciudad de la Inmaculada, nació como una
necesidad mariano-apostólica. La Milicia de la Inmaculada se
esparcía poco a poco por todas partes. La revista “El Caballero de
la Inmaculada”establecía una conexión entre los distintos grupos
y círculos. Además, el Padre Kolbe, hombre de cultura y apóstol,
aspiraba a utilizar ampliamente los medios de comunicación
social: prensa, radio, televisión, electrónica..., para ponerlos al
servicio de la verdad religiosa y de la promoción humana.
Era, pues, necesario un centro que aglutinara todas las activi
dades editoriales y fuera motor e inspirador de todo el dinamismo
apostólico.
El Padre deseaba que al servicio de la Inmaculada se ofrecieran
colaboradores consagrados. Cientos de jóvenes acudieron a Niepo
kalanów, para consagrar a la Virgen sus voluntades y sus talentos.
Las actividades editoriales eran la espina dorsal y a su alrededor
fueron creciendo muchas otras iniciativas de artes y oficios, como
sastrería, zapatería, carpintería, herrería, albañilería, talleres
mecánicos para automotores, cocina, huerta, gallinero...
Al comenzar la Segunda Guerra Mundial, Niepokalanów al
bergaba a más de 700 religiosos, entre los cuales estaba un núcleo
de seminaristas.
A pesar de toda la importancia que daba a Niepokalanów como
centro mariano-apostólico, el Padre Maximiliano más y más insis
tía en la Niepokalanów espiritual, o sea, en el esfuerzo de perfeccio
namiento de cada religioso a través de la consagración a la Virgen,
la vivencia de los votos, la radicalidad de la obediencia, la docili
dad más generosa a los soplos del Espíritu, la apertura al mundo
de las misiones; o sea, Niepokalanów debía ser un centro de
espiritualidad, que abrevara ante todo a sus moradores y, como
redundancia, influyera en los demás.
Todos los polacos, probablemente, aunque estén desterrados
en el extranjero o en naciones más allá del mar, oyeron hablar de
Niepokalanów.
Alguno les habrá hablado, en alguna ocasión, de “El Caballe
ro.. con la tapa azul, que llega doquiera resuene la lengua polaca,
y que habla de la Madre celestial, Reina de Polonia y del mundo,
Reina de todas las almas y de cada una en particular.
Alguno les habrá hablado que este “Caballero...”está impreso,
163
embalado y expedido por las manos de religiosos Hermanos, que
consagraron toda su vida a la Inmaculada. Alguno les habrá dicho
que todo esto se repite, mes tras mes, en una localidad de Polonia,
no muy distante de Varsovia, la capital. En fin, alguno les habrá
dicho que el convento en que se hace todo esto y del que parte aquel
“Caballero...” para emprender el viaje hacia las lejanas tierras de
ultramar, se llama “Niepokalanów”.
Niepokalanów, o “Ciudad de la Inmaculada”, porque tal con
vento está consagrado total, exclusiva e ilimitadamente a la
Inmaculada, con todos los corazones que laten en el interior de su
recinto, con todas las máquinas, los motores, las escuelas, con las
esperanzas, las preocupaciones, las cuitas, las deudas...En una
palabra, es todo cosa y propiedad de la Inmaculada.
El que recibe y lee cada mes “El Caballero.. de vez en cuando
ve la vida que anima el interior de Niepokalanów, toma parte en
sus alegrías y en sus tristezas; en una palabra, colabora con
Niepokalanów.
Además, el que acudió en alguna ocasión a las puertas del
convento y visitó su interior, aun sin quererlo, se habrá puesto este
interrogante: “¿Por qué estos jóvenes reducen tanto sus necesida
des personales ya en la alimentación, ya en el vestido, ya en la
habitación, con el fin de tener la mayor disponibilidad posible de
papel, de poder imprimir el mayor número posible de ejemplares
de “El Caballero de la Inmaculada” y ofrecerlo al mayor número
posible de almas? ¿Por qué no cuentan las horas de su fatiga, sino
que trabajan hasta que tienen fuerza? ¿Cuál es su meta? ¿La meta
de “El Caballero...”? ¿La meta de Niepokalanów?”
Hacia el oriente, de donde viene el sol, más allá de la cordillera
de los montes Urales que marca los límites entre dos continentes,
más allá de la ilimitada estepa nevada de la Siberia, de las vastas
planicies de Manchuria y de las ondas del mar del Japón, a 12.000
km. del recinto de Niepokalanów cerca de Varsovia, viven los
mismos religiosos Hermanos, vestidos con el mismo sayal; se
imprime la misma revista, aunque en lengua japonesa; el “Mugen-
zai no Seibo no Kishi” con la tapa azul; se levanta la misma
Niepokalanów, aunque en japonés se la llama “Mugenzai no Sono”,
situada en las pendientes del cerro Hicosán, en las afueras de la
ciudad de Nagasaki, en la isla Kyushu.
¿Por qué estos Hermanos llegaron hasta allá? ¿Por qué sacri
ficaron a la Inmaculada no sólo la familia, sino también el país
natal, el aire, el sonido de la lengua patria, las costumbres de la
164
tierra natal y... ese entrañable recinto de la patria Niepokalanów?
¿Por qué se exponen al peligro de contraer las más diferentes y
frecuentes enfermedades y de apresurar su muerte, como lo de
muestran las estadísticas misioneras? ¿Cuál es su meta? ¿Cuál es
la meta de la revista que ellos imprimen y ofrecen a las almas,
descuidando los sufrimientos y las humillaciones? ¿Cuál es la meta
de Niepokalanów?
Ya se está acabando el vigésimo siglo desde cuando la quince-
añera Madre de Dios encarnado profetizaba delante de su parien-
ta, Isabel: “Desde hoy en adelante todas las generaciones me
proclamarán feliz” (Le 1,48).
Sin embargo, ¿cuántas almas todavía no la conocen en absolu
to? ¿Cuántas, aunque hayan oído hablar de Ella, todavía no la
aman y no la bendicen, o... se le oponen a Ella?
Pese a todo, Ella es la Madre de Dios, la Madre de la gracia
divina, la mediadora de todas las gracias que fluyen del Corazón
divino a las almas. Por consiguiente, cuanto más se aleja uno de
Ella, tanto menos gracias recibe. En una palabra, se equivoca, se
debilita y... se pierde.
¿Es posible mirar aquellas almas con ojos indiferentes???
Además, ¿no es quizás verdad que cada uno de nosotros siente su
propia debilidad y la necesidad de gracia y de fuerza?
Entonces, ¿cómo no acercamos cada vez más a Ella, a la
Inmaculada, y no atraerle a Ella las almas de los hermanos y las
almas de todos juntos y de cada uno en particular de aquellos que
viven y vivirán en la propia patria y en otras tierras?
He ahí la meta de “El Caballero de la Inmaculada”, la meta de
la Milicia de la Inmaculada, la meta de Niepokalanów (SK 1179).
Proyecciones universales
Desde Nagasaki (Japón), el Padre Kolbe escribe una carta a los
Hermanos de Niepokalanów (Polonia), para agradecerles sus au
gurios y sus oraciones, para alentarlos en su consagración a la
Virgen y para abrir nuevos horizontes a sus esfuerzos apostólicos.
Maximiliano no vive de los laureles ganados, sino que proyecta
sus aspiraciones a nivel eclesial y planetario. ¡Cuántos hombres
todavía no conocen ni aman a la Inmaculada! ¡En cuántas nacio
nes se debería fundar una ciudad mañana al servicio del aposto
lado! ¡Cuántas iniciativas podrían ser útiles y hasta necesarias
165
para expandir la Milicia de la Inmaculada y acrecentar la devoción
mañana!
Las aspiraciones de Maximiliano nacen de un amor abrasado
y tienden, como es justo, a la universalidad.
166
la Inmaculada llegarán hasta ellos? ¿Cuándo construirán las
Niepokalanów en sus tierras?
¿Cuándo los llevarán al sacratísimo Corazón de Jesús a través
de la escala blanca de la Inmaculada, según la visión que tuvo el
Padre san Francisco?
Sería necesario consolidar estas Niepokalanów, para que no se
detengan jamás en el trabajo, ya que algunos sostienen que para
variadas instituciones sucede que, cuanto más se alejan de su
origen, tanto más se debilitan en sus impulsos; sino que se acer
quen cada día más a la Inmaculada, profundicen cada vez más su
pertenencia a Ella y de tal modo Ella pueda obrar cada vez más
libremente por medio de ellas para provecho de las almas.
Sería necesario armonizar y perfeccionar su actividad de modo
tal hasta llegar realmente, con un esfuerzo organizado y lo más
pronto posible, a toda alma, aunque estuviere perdida en quién
sabe qué lugar, en alguna isla, en las sierras o en florestas
impenetrables, y acompañarlas por el camino de la Inmaculada.
Sería necesario pensar en una profundización del conocimiento
de la Inmaculada. El conocimiento de sus relaciones con Dios
Padre, con Dios Hijo, con Dios Espíritu Santo, con toda la santísi
ma Trinidad, con Jesucristo, con los ángeles y con nosotros los
hombres, para que tal conocimiento llegue a ser cada vez más
luminoso, por medio de estudios humildes y animados por la
oración. Este es un material inagotable.
Sucesivamente, los resultados de estas búsquedas deberían
ser ofrecidos a todos los hombres y a cada uno en particular, con la
palabra, la prensa, la radio...
¡Qué poco conocemos de la actividad de la Inmaculada, desde
el primer instante de su existencia hasta hoy sobre toda la super
ficie de la tierra!... Sin embargo, toda gracia pasó por sus manos.
¡Qué estupenda biblioteca se podría constituir con las “Obras de la
Inmaculada en el mundo entero”! Y se deberían añadir sin tregua
nuevos volúmenes. Y después presentarlos a las almas, nutrirlas
de la Inmaculada, para que lo más pronto posible se hagan
semejantes a Ella y se transformen en Ella. Entonces ellas amarán
a Jesús con el Corazón de la Inmaculada.
Todo pensamiento, palabra, acción y sufrimiento de la Inmacu
lada fueron el más perfecto acto de amor a Dios, de amor a Jesús.
Sería, pues, necesario decir a las almas, a todas y a cada una en
particular, a las que viven ahora en esta tierra y a las que existirán
hasta el fin del mundo, con el ejemplo, con la palabra viva, escrita,
167
impresa, divulgada a través de la radio, con la ayuda de la pintura,
de la escultura... y..., qué y cómo la Inmaculada pensaría, diría,
haría en las circunstancias concretas de la vida presente y de los
diferentes ambientes sociales, para que un amor perfectísimo,
nada menos que el amor de la Inmaculada hacia el Corazón divino,
pueda arder en la tierra.
Considerando también de manera superficial solamente los
pocos problemas relacionados con la Inmaculada que acabo de
mencionar, ¿podría yo, en plena conciencia, afirmar que hice todo
lo que estaba en mis posibilidades, que no descuidé nada, que lo
hice todo del mejor modo posible y que no podía hacerlo mejor? ¡Oh,
no!
Precisamente por esto les agradezco mucho sus oraciones y les
pido muchas y muchísimas más, para que “suavemente y con
valentía” yo sirva con celo a la Inmaculada.
Sin embargo, ¡todos los demás y cada uno en particular me
superen también un millar de veces! ¡Yyo a ellos un millón de veces
y ellos a mí en miles de millones... en una noble competición! No
se trata, en realidad, del hecho de que yo o él o algún otro pueda
haber trabajado más por la causa de la Inmaculada, sino que se
haya llevado a cabo lo máximo posible, y que lo más pronto posible
Ella tome posesión de manera perfecta de toda alma, viva en ella,
obre y ame el Corazón divino, el Amor divino, Dios mismo.
En una palabra, se trata de consolidar de modo ilimitado y cada
vez más intenso el amor de la criatura hacia el Creador (SK 647).
168
Consagración a la Inmaculada
169
total ofrecimiento de sí mismo a la Inmaculada, poniéndose como
instrumento en sus manos inmaculadas”.
En este capítulo el Padre Maximiliano nos propone un itinera
rio de muy elevada espiritualidad a través de la consagración a la
Virgen, para mejor imitar a Jesús.
Ya la misma denominación: “Milicia” y “Caballería de la
Inmaculada”, nos señala su esencia.
El fin de todo hombre es pertenecer a Dios por medio de Jesús,
Mediador ante el Padre, y pertenecer a Jesús por medio de la
Inmaculada, mediadora de todas las gracias.
Las almas que aman a la Inmaculada utilizaron en diferentes
tiempos, tanto en público como en privado, distintas fórmulas para
calificar su consagración a la Virgen. Todos desean ponderar la
forma más perfecta de consagración, en cuanto sea posible, aunque
en las palabras y en el significado inmediato de ellas hay diversi
dades. Y así las fórmulas: “siervo de María”, “siervo de la Inmacu
lada” pueden sugerir la idea de una recompensa, en vista de la cual
el siervo trabaja. Hasta la expresión: “hijo de María” les recuerda
a algunos ciertas obligaciones jurídicas de la madre con respecto al
hijo. Tampoco la denominación: “esclavo de amor” va a genio a
todos, porque, a pesar de la aclaración de que se trata de un esclavo
“de amor”, sin embargo, es difícil alejar el pensamiento de que el
esclavo permanece en servidumbre contra su voluntad. He ahí el
motivo por el cual otros prefieren la expresión: “cosa y propiedad”.
Evidentemente, todas estas denominaciones y todas las otras
posibles indican, en el fondo, una misma e idéntica realidad; y
todos los que las utilizan, desean consagrarse a la Virgen de
manera total.
Pertenece también a la esencia de la Milicia de la Inmaculada
el hecho de ser de la Inmaculada totalmente y bajo todo aspecto.
Por eso, en el acto de consagración, los miembros de la M. I.
suplican a la Inmaculada: “Te ruego que me quieras aceptar todo
y completamente como cosa y propiedad tuya, y que hagas lo que
te agrade de mí, de todas las facultades de mi alma y de mi cuerpo,
de toda mi vida, muerte y eternidad”.
El alma que forma parte de la Milicia de la Inmaculada deja de
preocuparse excesivamente también por la propia eternidad. Reco
noce que todo lo que no depende de la propia voluntad viene de la
mano de Dios por medio de la Inmaculada y, por cuanto le atañe,
procura hacer todo lo que puede con el fin de conocer la voluntad
170
de la Inmaculada cada día más perfectamente y de llevarla a cabo
cada día más fielmente, aunque esta fidelidad le costare muchos
sufrimientos y sacrificios.
Un alma que está efectivamente consagrada a la Inmaculada
hasta tal punto, no puede dejar de ejercer un influjo en el ambiente
que la rodea, aun sin darse cuenta. Sin embargo, ella no se contenta
con esto, sino que cumple conscientemente todo esfuerzo y hace
todo lo posible para conquistar también a otros para la Inmacula
da, con el objeto de que también otros lleguen a ser como ella.
Por esto en el acto de consagración ella ruega a la Inmaculada:
“Haz de mí y de todo mi ser lo que tú quieras, sin reserva alguna,
para que se cumpla lo que fue dicho de ti: “Ella te aplastará la
cabeza” (Gn 3,15), como también: “Tú sola destruiste todas las
herejías en el mundo entero” (Oficio de la bienaventurada Virgen
María), para que en tus manos inmaculadas y misericordiosísimas
yo llegue a ser un instrumento útil para injertar e incrementar lo
más fuertemente posible tu gloria en las muchas almas descarria
das e indiferentes, y para extender, de esa manera, lo más que sea
posible, el bendito reino del sacratísimo Corazón de Jesús. En
donde tú entras, obtienes la gracia de la conversión y de la
santificación, porque toda gracia fluye, por medio de tus manos, del
Corazón dulcísimo de Jesús hasta nosotros”. Y añade: “Concédeme
que te alabe, oh Virgen santísima. Dame fuerza contra tus enemi
gos”.
Esta alma desea conseguir todo esto a costa propia, al precio del
propio trabajo, al precio del sacrificio de lo que posee, del sacrificio
de sí misma, hasta el derramamiento de la última gota de sangre.
Por este motivo ella está dispuesta a servirse de todos los
medios lícitos que su estado, sus condiciones y las circunstancias
le permiten.
Un medio que aumenta notablemente los resultados de los
esfuerzos es la unión entre las almas como éstas, con el fin de
tender hacia la meta con energías comunes. Con este objeto nació
la asociación de la Milicia de la Inmaculada, que, hasta en su forma
jurídica más simple que no requiere una organización rigurosa,
hace posible a las almas no sólo lucrar las indulgencias concedidas
por la Sede Apostólica, sino también la profundización del ideal de
la Milicia de la Inmaculada y su aplicación a las comunes circuns
tancias de la vida concreta. Además, a través de la sede central,
pueden igual y mutuamente intercambiarse sus puntos de vista y
sus intenciones.
171
En fin, llegar a ser cada día más propiedad de la Inmaculada,
procurar pertenecerle a Ella de modo cada vez más perfecto y bajo
todo aspecto sin excepción alguna, procurar profundizar cada vez
más la propia pertenencia a Ella hasta el punto de poder iluminar,
animar e inflamar las almas que viven en el ambiente circundante
hasta hacerlas semejantes a sí: he ahí la tarea del milite de la
Inmaculada. Conquistar almas para la Inmaculada, para que ellas
también le pertenezcan a Ella sin restricciones, con el objeto de
ganar de ese modo un número cada vez mayor de almas, de
conquistar el mundo entero, pero de conquistarlo en el más breve
espacio de tiempo posible, cuanto antes, cuanto antes: he ahí la
tarea del milite de la Inmaculada. Profundizar cada día más este
ideal en las almas que viven y que vivirán en el porvenir, y no
permitir a nadie, ni por breve tiempo, que arranque de alma alguna
el estandarte de la Inmaculada: he ahí la tarea del milite de la
Inmaculada.
Llegando a ser, de esa manera, cada vez más de la Inmaculada
hasta conquistar, como caballero, batallones cada vez más nume
rosos de almas, y llegando a ser, por medio de la Inmaculada,
propiedad de Jesús y, por medio de El, de modo cada vez más
perfecto, propiedad del Padre celestial, el alma se vuelve cada vez
más milite de la Inmaculada y penetra cada vez más profundamen
te en la esencia de la Milicia de la Inmaculada (SK 1329).
172
Sin embargo, para mayor facilidad, existe una breve fórmula
que contiene el espíritu de la Milicia de la Inmaculada:
“Oh Inmaculada, Reina del cielo y de la tierra, refugio de los
pecadores y Madre nuestra amorosísima, a quien Dios quiso
confiar la entera economía de la misericordia, yo, indigno pecador,
me postro a tus pies suplicándote humildemente que me quieras
aceptar todo y completamente como cosa y propiedad tuya, y que
hagas lo que te agrade de mí, de todas las facultades de mi alma y
de mi cuerpo, de toda mi vida, muerte y eternidad.
“Haz de mí y de todo mi ser lo que tú quieras, sin reserva
alguna, para que se cumpla lo que fue dicho de ti: “Ella te aplastará
la cabeza” (Gn 3,15), como también: “Tú sola destruiste las herejías
en el mundo entero” (Oficio de la bienaventurada Virgen María),
para que en tus manos inmaculadas y misericordiosísimas yo
llegue a ser un instrumento útil para injertar e incrementar lo más
fuertemente posible tu gloria en muchas almas extraviadas e
indiferentes y para extender, de ese modo, lo más que sea posible,
el bendito reino del sacratísimo Corazón de Jesús. En donde tú
entras, obtienes la gracia de la conversión y de la santificación, ya
que toda gracia fluye, a través de tus manos, del Corazón dulcísimo
de Jesús hasta nosotros”.
“V. Concédeme que te alabe, oh Virgen santísima.
“R. Dame fuerza contra tus enemigos”.
“Oh Inmaculada”.
173
tros progenitores antes del pecado, pero tampoco ellos fueron
concebidos. Inmaculado y concebido fue Jesús; sin embargo, Él no
era una concepción, ya que, como Dios, existía ya antes y a Él se
referían las palabras que habían revelado a Moisés el nombre de
Dios: “Yo soy el que soy” (Ex 3,14), es decir, Aquel que existe
siempre y que no tiene principio. Todas las demás personas son una
concepción, aunque manchada por el pecado.
Unicamente Ella es no sólo concebida, sino Concepción y,
además, Inmaculada. Este nombre contiene muchos otros miste
rios que con el tiempo serán revelados. Él indica que la Inmaculada
Concepción pertenece de algún modo a la esencia de la Inmacula
da. Este nombre debe serle querido, porque indica la primera
gracia recibida en el primer instante de su existencia, y el primer
don es siempre el más grato. Este nombre, además, se realizó a lo
largo de toda su vida, porque Ella estuvo siempre sin pecado. Por
eso fue llena de gracia y Dios estuvo con Ella (Le 1,28), siempre y
hasta el punto que Ella llegó a ser la Madre del Hijo de Dios.
“Reina del cielo y de la tierra”.
En una familia los padres que aman a sus hijos satisfacen, en
la medida de sus posibilidades, los deseos de sus niños, con tal que
estos deseos no los perjudiquen. Tanto más Dios, Creador y
Prototipo de los padres terrenales, quiere satisfacer la voluntad de
sus criaturas, con tal que ésta no los perjudique, es decir, a
condición de que tal voluntad esté conforme a su voluntad.
La Inmaculada jamás se separó en absoluto de la voluntad
divina. En todo amó la voluntad divina, amó a Dios; por esto es
justamente llamada “Omnipotencia suplicante”, ejerce la propia
influencia sobre Dios mismo y sobre el universo entero, es la Reina
del cielo y de la tierra. En el paraíso todos reconocen su soberanía
de amor. Sin embargo, aquella parte de los primeros ángeles que
no quiso reconocer su realeza, perdió su propio lugar en el paraíso.
Igualmente Ella es Reina de la tierra, por el hecho de ser Madre
de Dios. Ella desea —y tiene el derecho— de ser reconocida
espontáneamente por todo corazón y de ser amada como Reina de
todo corazón, para que este corazón sea purificado cada vez más por
medio de Ella, se haga inmaculado, semejante a su Corazón y
siempre más digno de la unión con Dios, con el amor de Dios, con
el sacratísimo Corazón de Jesús.
“Refugio de los pecadores”.
174
Dios es misericordioso, infinitamente misericordioso, pero es
también justo, infinitamente justo. Por eso no puede tolerar ni el
más pequeño pecado y debe exigir su completa reparación. La
dispensadora de la preciosísima Sangre de Jesús, que tiene valor
infinito y lava estos pecados, es la misericordia divina personifica
da en la Inmaculada.
Con mucha razón, pues, nosotros la invocamos “Refugio de los
pecadores”, de los grandes pecadores, aunque sus pecados sean los
más graves y los más numerosos posible y aunque ellos tengan la
impresión de no merecer nunca más la misericordia.
Ciertamente toda purificación del alma es para Ella una nueva
confirmación de su título de “Inmaculada Concepción”; y cuanto
más hundida está un alma en los pecados, tanto más se manifiesta
la potencia de su “inmaculatitud” que rinde tal alma pura como la
nieve.
“Madre nuestra amorosísima”.
175
“Yo, indigno pecador”.
176
paraíso podremos pertenecerle a Ella de una manera incompara
blemente más perfecta. De este modo nosotros formulamos el deseo
y la petición que nos permita llegar a ser cada vez más perfecta
mente suyos bajo todo aspecto.
177
serpiente, es decir, las más variadas herejías que tienen atrapado
al mundo.
“Para que en tus manos inmaculadas y misericordiosísimas yo
llegue a ser un instrumento útil para injertar e incrementar lo más
fuertemente posible tu gloria en muchas almas extraviadas e
indiferentes”.
En la tierra nosotros vemos a muchas almas infelices y extra
viadas, que no conocen ni el fin de su vida y que aman variados
bienes pasajeros en lugar del único bien, Dios. Además, muchas de
ellas son indiferentes con respecto al amor más sublime. Nosotros
deseamos “injertar e incrementar lo más fuertemente posible la
gloria” de la Inmaculada en estas almas y le suplicamos que nos
vuelva instrumentos útiles en sus manos inmaculadas y misericor
diosísimas y no nos permita que nos opongamos a Ella; y que nos
compela también con la fuerza, dado el caso que no quisiéramos
escucharla.
178
Catalina Labouré vio rayos que se desprendían de los anillos
preciosos que la Inmaculada llevaba en los dedos de las manos.
Tales rayos simbolizan las gracias que la Inmaculada comunica
generosamente a todos los que las quieren. También Alfonso
Ratisbonne, al relatar la visión que tuvo, menciona los rayos de
gracias.
179
de la reacción, una criatura dotada de libre voluntad topa con
dificultades y contrariedades, que Dios permite para acrecentar
aún más la energía con la cual esta criatura tiende hacia Él.
Para obtener la fuerza suficiente para alcanzar tal meta, la
criatura debe orar, debe implorar esta fuerza de Aquel que es la
fuente de toda energía y que observa con amor los esfuerzos de la
propia criatura y desea que ella quiera sinceramente llegar a Él,
más aún, no le ahorra tampoco su ayuda.
Aunque a esta criatura, a este su querido hijo le suceda
tropezar a lo largo del camino, caer, ensuciarse, mancharse, este
Padre amoroso no puede permanecer indiferente ante esa desgra
cia. Manda al propio Hijo unigénito, quien con su vida y su doctrina
indica a la criatura decaída un camino claro y seguro. Con su
Sangre santísima, dotada de un valor infinito, lava la suciedad y
cura las heridas.
Con todo, para que el alma no pierda la esperanza a causa del
temor frente a la justicia divina violada, Dios envía a Aquélla que
es la personificación del propio amor, la Esposa del Espíritu Santo,
llena de amor materno, la Inmaculada, toda hermosa, sin mancha,
pese a ser hija de una criatura humana, hermana de los seres
humanos, y le encarga que distribuya con generosidad toda la
propia misericordia en las relaciones con las almas. La constituye
mediadora de la gracia merecida por su Hijo, Madre de la gracia,
Madre de las almas renacidas por la gracia, regeneradas e incesan
temente regenerándose en una cada vez más perfecta divinización
(SK 1331).
Propiedad de la Inmaculada
Niepokalanów, la Ciudad de la Inmaculada, era —y es— crisol
y forja de múltiples iniciativas mañanas, entre las cuales se
destacaban las secciones heresiológica y apologética.
El Padre Kolbe, desde el Japón, a pesar de la distancia, sigue
con inmenso amor e interés las labores del centro mañano polaco
y frecuentemente envía sus mensajes que esclarecen y alientan.
Como de costumbre, Maximiliano insiste en los grandes princi
pios. La conversión y la santificación de las almas son frutos de la
gracia;pero la gracia fluye de su fuente, que es el Corazón de Cristo,
por medio de la Inmaculada; luego, cuanto más pertenecemos a la
Inmaculada, más abundantes serán los frutos espirituales.
180
Queridos Hermanos, ¡demos gracias a la Inmaculada, porque
todos ustedes desean y tienen la mejor disponibilidad para servir
la!
Las secciones heresiológica y apologética pueden tender con
toda libertad hacia sus fines, pero hay que tener presente que se
trata sólo de los fines específicos de una sección del círculo, y no del
fin último; o sea, es únicamente un medio para alcanzar el fin del
círculo de la Milicia de la Inmaculada.
El fin de la M. I. es siempre la salvación y la santificación de
todos por medio de la Inmaculada. Por consiguiente, si el fin de la
sección tiende a la consecución de tal meta, entonces todo está en
orden.
La Inmaculada es la mediadora de todas las gracias. Además,
es sólo a través de la gracia que nosotros podemos acercarnos a
Dios. Pues bien, en el orden sobrenatural la herejía no es nada más
que, en una forma u otra, un alejamiento de las gracias y, por ende,
también de la mediadora de las gracias. El remedio a esta situación
es volver a adquirir la gracia y, por ende, un acercamiento a la
mediadora de las gracias. Si la sección heresiológica lograra
descubrir en cada herejía cuáles fueron los motivos que causaron
el alejamiento de la mediadora de las gracias, hallaría con mayor
facilidad los remedios prácticos y concretos para ayudar a los
pobres herejes a que recuperen nuevamente la gracia.
Tampoco la apologética, por sí sola, logrará convertir a alguien,
si la gracia no fluye sobre ella de las manos de la Inmaculada. Por
esto, en el estudio de la apologética práctica, esta sección debe
acentuar la necesidad de recurrir a la Inmaculada y de suscitar el
amor hacia Ella en aquel con el cual se discute, en lugar de poner
la propia confianza en la eficacia de las demostraciones más
evidentes. El hombre posee la libre voluntad y es necesaria la
gracia para someterla, para que ella permita a la inteligencia que
se deje convencer y siga la verdad.
Los que trabajan en estas secciones se darán ciertamente
cuenta del hecho que el provecho de su labor está determinado sólo
por la voluntad de la Inmaculada. Si, en cambio, ellos confiaran en
sus propias fuerzas, obtendrían más pérdida que ganancia.
Por consiguiente, procuremos sólo pertenecerle cada vez más a
Ella, trabajemos siempre por Ella y con Ella, como sus instrumen
tos, porque en este caso lograríamos no poner barreras ni limita
ciones a ninguna actividad.
181
Pedimos con insistencia una oración por nosotros y por todos
los pobres paganos (SK 597).
182
lada ha de seguir con toda libertad la inspiración del corazón y
acercarse con mucho más ánimo ya al tabernáculo, ya a la cruz, ya
a la santísima Trinidad, porque ella no se aproxima sola, sino junto
con la Madre celestial, la Inmaculada. Esa alma debe orar libre
mente, ya con jaculatorias ya con otras plegarias, de la manera que
las alas del amor de Dios la lleven y donde el Espíritu Santo sople,
rompiendo toda barrera.
Luzbel no quiso rendir homenaje al Hombre-Dios, sino que se
rebeló aún más ante la idea de venerar a una simple criatura
humana, aunque la más pura de todas, la Inmaculada. Un eco de
esta oposición son los herejes, que rechazan venerar a la Inmacu
lada, y los libres pensadores que, en su orgullo, lanzan veneno
contra Ella.
Doblegar la orgullosa cerviz del mundo a los pies de la Inma
culada: he ahí el fin de la M. I.; conquistarle el mundo entero y cada
alma en particular a Ella y esto lo más pronto posible, lo más pronto
posible, lo más pronto posible; y el reino del sacratísimo Corazón
de Jesús tomará dominio del mundo entero por medio de Ella.
Es absolutamente necesario conquistarle el mundo entero a
Ella, para que cese el dominio del pecado (SK 1301).
183
Al servicio de la Iglesia Misionera
186
“Kishi”. La pequeña revista fue para él un verdadero consolador en
el sufrimiento. Estando en vida, mi hijo me rogó que enviara un yen
a Mugenzai no Sono. Ahora cumplo su deseo. Shoji, el padre”.
187
Me consagré totalmente a la Virgen.
“Les agradezco el envío regular del “Kishi”. Estaba continua
mente sumergida en profundas aflicciones; por esto me consagré
totalmente a la Virgen y estoy a la espera del santo bautismo.
Lamentablemente mis padres no me permiten hacerme católica y,
aunque yo ame mucho a la Virgen, sin embargo, sin el santo
bautismo, siento en el alma una especie de desierto. Les ruego que
me ayuden. Si tienen un pequeño crucifijo, envíenmelo. Aquí todos
odian el cristianismo, pero no sabría en absoluto el por qué...
Supongo que no conocen la bondad de la Virgen. ¡Qué lástima! ¡Qué
tristeza! Yo sé que cuando me abrazo a la Virgen, mis sufrimientos
desaparecen. Les pido que me ayuden con la oración. Hisada
Fumie”.
Me convencí de la existencia de Dios.
“Ya leí siete números del “Kishi” y me convencí que Dios existe.
Continuaré todavía profundizando esta convicción.
“No soy católico, pero no estoy contento porque no conozco a
Dios. Les ruego que me envíen el “Kishi”. Les deseo un constante
progreso. Okada Kisei”.
Bajo la influencia del buen ejemplo.
“¡Alabado sea el Corazón Inmaculado de María!
“Frecuenté la escuela secundaria hasta dos años atrás. Impul
sada por el buen ejemplo de mis compañeras católicas, abracé la fe
cristiana. Mis padres son todavía paganos; pero yo todavía no
conozco profundamente la fe católica. Por esto ofrezco mis oracio
nes a los pies de Jesús y de María para que las personas que viven
conmigo, conozcan la verdadera fe.
“Oí hablar de la pequeña revista de ustedes, titulada “Mugen-
zai no Seibo no Kishi”, que trata argumentos de fe. Pues bien, ¡ven
lo más pronto, oh intrépido “Kishi”, que serás para mí alimento
espiritual y fortaleza inexpugnable!
“Yo soy pobre; por eso les ruego que me envíen la revista
gratuitamente. Me sonrojo casi; con todo, oí decir que ustedes
remiten gratis la revista a los pobres. Me bastaría un ejemplar;
pero si pueden enviarme dos o tres, se los daría a conocidos no
católicos y los invitaría a leerla...”
Es un gran evangelio.
“Algunos días atrás, un conocido me ofreció un número del
“Kishi”. El opúsculo me agradó. Para un pecador como yo, es un
188
gran evangelio. Quisiera leerlo todos los meses, pero antes debo
obtener el consentimiento de mis padres. Les pido un número como
muestra. Háganme saber cómo puedo remitirles el importe. Kaiya-
ma Jasutoki”.
189
comprendí por primera vez esta cosa. Agradezco a Dios que
comprendí que el hombre vive por una misericordiosa fuerza
divina y que puede alcanzar la felicidad. De ahora en adelante, les
ruego me envíen el “Kishi”. El señor Hirayama se trasladó a Tokyo.
Hatano Yukichi” (SK 1223).
(Con pesar, por amor a la brevedad, suspendemos otra docena
de testimonios).
191
masa como en otros países misioneros del África, en China... (SK
1185).
192
campo los primeros pioneros y los guías en la ciencia (ciencias
naturales, historia, literatura, medicina, derecho, ciencias exac
tas...)-
Bajo nuestro influjo y bajo la protección de la Inmaculada se
levanten y se desarrollen los complejos industriales, comerciales,
los bancos...
En una palabra, la Milicia impregne todo y en un espíritu sano
cure, refuerce y desarrolle todo para la mayor gloria de Dios por
medio de la Inmaculada y para el bien de la humanidad (SK 92).
Un misionero de la pluma no calcula los propios resultados por
el número de certificados de bautismo impresos, sino que es un
educador de las masas, forma la opinión pública, amortigua la
aversión con respecto al catolicismo; esclarece y lentamente re
mueve de las mentes prejuicios y objeciones inveteradas; predispo
ne a una gradual lealtad con respecto a la Iglesia y, con el tiempo
más o menos largo, a una cierta simpatía, a la confianza y, en fin,
al deseo de conocer más en profundidad la religión.
Es un camino largo; sin embargo, un misionero de este tipo
lleva a la religión no ya y sólo a las personas en particular, sino a
las masas (SK 1193).
193
también a solas los medios más recientes y más eficaces y utilizarlos.
Esto por lo que se refiere a los medios naturales.
¡Oh! Yo estoy convencido que al lado de “El Caballero de la
Inmaculada”, para todos, y “El Caballerito...”, para niños, con el
tiempo se dispondrán en línea de batalla otras ediciones periódicas
—diarios, semanarios, mensuales y trimestrales comprometidos—
y ediciones no periódicas —opúsculos, libros...— para tratar de
modo más profundizado algunas cuestiones.
Además, para las particulares regiones de una nación —según
las necesidades— se pueden imprimir también suplementos o
ediciones especiales.
Todo esto constituye un verdadero apostolado de la palabra
escrita, adecuado a los diversos estados, categorías y condiciones
sociales. La característica que debe impregnar todo esto es: “por
medio de la Inmaculada”, mientras la meta es la conquista del
mundo entero y de cada alma en particular para la Inmaculada y,
por Ella, para el sacratísimo Corazón de Jesús (SK 382).
196
aterrorizado, me cuenta que en el local de la administración había
entrado un “intruso”. El local de la administración del “Kishi” se
encuentra frente a mi celda.
Tomo una linterna en una mano y un duro bastón cuadrado de
madera en la otra y nos damos a la caza. Pero antes de que ese
Hermano espantado pueda expresarse hasta el fondo, el “intruso”
ya tuvo tiempo suficiente para escabullirse; sin embargo, no se
halla huella alguna de él ni en la administración ni en el edificio.
Lo más extraño es el hecho que hallamos las puertas del edificio
cerradas también desde dentro. Entonces, ¿qué? Pero el Hermani-
to asegura haber oído bien que un “intruso” abrió con precaución
las puertas de la imprenta, haber oído pasos cautelosos y después
el lento abrirse de la puerta del local de la administración. Además,
se constató que el cofre con el dinero había sido retirado del lugar
acostumbrado y dejado sobre la mesa. Por consiguiente, “alguien”
había estado allí seguramente y, dado que la puerta está cerrada
desde dentro, debe estar todavía dentro del edificio.
Organizamos, pues, la pesquisa por todo el edificio. Se descu
bre que desde fuera hay una escalera adosada al techo de la
pequeña construcción añadida. Aquí hay una puerta abierta hacia
la buhardilla, desde donde se desciende normalmente hacia el
interior de la tipografía. He ahí, pues, por donde entró aquel astuto
“intruso” y por donde se había escabullido...
197
—Yo.
Es una voz desconocida.
—Dígame su nombre —insisto yo.
—Misoguchi Asamatsu.
Es un apellido desconocido... Llamo, a través de la pared, a los
clérigos. Mientras tanto, percibo un pisoteo en el pasillo y “alguien”
golpea enérgicamente contra mi puerta.
¿Será una banda que ya alcanzó el pasillo?
“¡Córcholis y recórcholis!” Se oyen desde el pasillo la voz de
Fray Pablo, un atleta convertido recientemente, y un repetido
golpeteo contra la puerta. Abro la puerta y se me presenta aquel
buen hombre, vestido de un hábito tejido, con un nudoso bastón
entre las manos, todo excitado y convencido que “alguien” ya había
hecho irrupción en mi celda. Pienso para mi coleto: “Puede ser que
a la puerta esté llamando alguna alma inocente, y este buen
hombre con bastón le romperá los huesos. Procuraré, pues, tran
quilizarlo como pueda”.
Después de asegurarse que yo todavía estaba intacto, nuestro
musculoso neófito, ya vestido con el hábito religioso, va a la puerta
y, a través de la doble puerta, comienza a obligar a ese fulano a
hacerse conocer: “¿Quién es? ¿De dónde viene? ¿Por qué?”
Armado del acostumbrado bastón cuadrado, un benemérito
barrote oriundo de la máquina para aserrar la leña, me acerco a la
puerta. A la entrada había un aspirante a la vida religiosa llegado
con el tren de la noche...
Las invasiones del “intruso” no cesaron...
En vano informamos a la policía... En vano procuró también
ella dar con el “intruso”...
Finalmente encontré en la ciudad un “cierto individuo”, en el
cual se concentraban nuestras sospechas, tanto más por haber oído
decir que tenía colegas, que ya habían purgado una pena en la
cárcel, o la estaban todavía purgando, o seguramente acabarían
“en cana”...
Le dije algunas palabras amistosas, pero también fuertes,
rogándole que dijera a sus colegas que hasta ese entonces nos
habíamos comportado con misericordia, pero que en adelante se
acudiría a la justicia. Igualmente le advertí que habíamos prepa
rado para el “intruso” una conveniente acogida.
Desde aquel momento las fechorías cesaron del todo e inmedia
tamente.
¡Gloria a la Inmaculada por todo! (SK 1163).
198
M
ídareligiosa, o un amor más alto
¡Dios solo!
Dios es Amor (I Jn 4,16); y dado que todo efecto es semejante
a la causa que lo produce, por consecuencia todas las criaturas
viven de amor. También a propósito del fin último y de los fines
intermedios y en general en toda sana actividad, el amor es el
resorte principal y el motor.
El hombre que se acerca a la madurez busca una persona a la
cual poder donar el corazón, con el fin de formar el propio nido
familiar. Este amor es creado por Dios y elevado a la dignidad de
sacramento.
Pero hay almas a las que Dios llama a un amor más alto.
Ellas no quieren dividir su corazón; por esto, eligen, como único
amor, el empeño de amar a Dios solo y se le consagran totalmente,
de modo oficial, a El con la profesión religiosa.
Con el voto de pobreza le ofrecen todo lo que poseen o que
podrían recibir en propiedad; con el voto de castidad le sacrifican
a Él la posibilidad de formarse una vida familiar propia y, en fin,
con el voto de obediencia donan lo que el hombre tiene de más caro:
la propia voluntad, la inteligencia y el alma entera.
Para hacer posible la fiel observancia de estos tres votos, esas
almas se unen en un instituto religioso, en el que la vida común los
ayuda a desprenderse de toda realidad material, la santa clausura
preserva los corazones de los atractivos del mundo, y los estatutos
religiosos y las recomendaciones de los superiores hacen conocer a
esas almas la voluntad de Dios en los particulares acontecimientos
de la vida diaria (SK 908).
200
Nuestra comunidad tiene un tono de vida un tanto heroico, cual
es y debe ser Niepokalanów, si de veras quiere alcanzar la meta que
se prefijó, o sea, no sólo defender la fe y contribuir a la salvación de
las almas, sino, con un atrevido ataque y sin preocuparse de sí
mismos, conquistarle a la Inmaculada un alma tras otra, un puesto
de avanzada tras otro, enarbolar su bandera en las casas editoria
les de los diarios, de'la prensa periódica y no periódica, de las
agencias de prensa; en las antenas radiofónicas, en los institutos
artísticos y literarios; en los teatros, en las salas cinematográficas,
en los parlamentos, en los senados, en una palabra, en todas partes
y en toda la tierra; además, velar para que nadie logre jamás
remover estas banderas.
Entonces caerán toda forma de socialismo y de comunismo, las
herejías, los ateísmos, las masonerías y todas las demás tonterías
que proceden del pecado. A todas luces, ésta es una misión; pero,
según la regla, no todos están obligados ni llamados a ella, aunque
permanezcan religiosos irreprensibles.
Así yo me imagino Niepokalanów. Tal vez será una exagera
ción; pero me parece que sin este grandioso ideal misionero
Niepokalanów no pueda tener razón de existir y se debe rebajar
necesariamente a los comunes complejos editoriales dirigidos por
religiosos (SK 199).
201
alguno quisiera llamarla también así— y es la Inmaculada. Noso
tros vivimos, trabajamos, sufrimos y ansiamos morir por Ella; y
con toda el alma, de todos modos, con todas las invenciones...,
deseamos injertar esta “idea fija” en todos los corazones. Y esto no
es indispensable para la salvación, ni... ¿o sí, es indispensable para
la esencia completa de un franciscano?...
En una palabra, la meta de Niepokalanów es la realización de
la meta de la M. I.; mientras los demás conventos pueden tener
otras metas, sublimes y grandes pero distintas.
Querido Padre, ¿refunfuño demasiado, verdad? Cuando mue
ra, entonces cesaré (SK 325).
202
Inmaculada, Madre de Jesús, Madre de la Iglesia y Reina de los
Hermanos Menores.
La renovación de una Orden religiosa equivale a la conversión
y a la santificación de sus miembros.
Por esto, cuanto más se acerca a la Inmaculada una Orden
religiosa, tanto más se renueva, se desarrolla, vuelve a florecer y
se reviste de frutos: de santos, incluso canonizados.
El mayor acercamiento posible es la consagración ilimitada a
la Inmaculada. Si la Orden se consagra ilimitadamente a la
Inmaculada, entonces la Inmaculada llega a ser “Reina de la Orden
seráfica”, no sólo en las letanías sino también en la realidad, y no
Reina constitucional sino absoluta; y todo franciscano conventual
llega a ser, según la expresión del Padre san Francisco, su vasallo.
¡Su caballero, pues!
Y entonces en toda la Orden acontecerá lo que se está realizan
do actualmente en Niepokalanów y más aún, sin comparaciones.
Y... tendremos un tal progreso espiritual y numérico que
superaremos guarismos jamás soñados, mucho más elevados que
el número de miembros de todas las otras ramas franciscanas
tomadas juntas.
Y... retornarán entonces los que en el curso de los siglos se
desprendieron de nosotros, porque se desvanecerán las razones de
la separación, mientras la potencia de la insignia de la Inmaculada
borrará todo desacuerdo anterior.
Se abrirá entonces una página nueva en la historia de la lucha
entre la Inmaculada y el dragón.
¿Serán éstas sólo puras utopías?...
Ya desde clérigo, yo sufro por la relajación de nuestra Orden y
no veo otro camino más eficaz para su renovación (que la consa
gración ilimitada a la Inmaculada) (SK 668).
203
y emigrar a sus casas o a otros conventos, esperando en futuros
tiempos de paz.
A través de cartas circulares, el Padre Kolbe se comunicaba con
ellos y los exhortaba a vivir en el destierro la misma vida religiosa
que en el convento; pero, comprendiendo que, fuera del convento,
sufrirían seducciones y tentaciones, como un padre preocupado, les
envió el siguiente mensaje, para defenderlos de esos peligros,
preservarlos de posibles aflojamientos en sus IDEALES y animar
los a conservar con firmeza los grandes principios de la vida
espiritual.
204
vitalidad de la fe en la voluntad de Dios, o sea, en la obediencia
religiosa, ¿qué diremos de los seglares que no tienen en absoluto la
vocación religiosa y no la conocen?
Por consiguiente, cuanto más largamente permanece un reli
gioso en el mundo sin necesidad, tanto más se hace semejante al
ambiente que lo rodea, justamente como señala el proverbio: “El
que va con el cojo, aprende a cojear”. Y mientras la buena gente, en
medio de la cual él vive, y la familia que lo quiere, tienden a salvar
su alma siguiendo el camino ordinario, él —que emitió los votos
religiosos pero los guarda cada día más flojamente— se halla
siempre más en peligro de perder la vocación y la salvación.
Además, también el enemigo del alma —llamémoslo con su
verdadero nombre: Satanás— no ahorra esfuerzo alguno para
excogitar miles de razones para retrasar el retomo del alma a las
condiciones que pueden facilitar la fidelidad en la observancia de
los votos.
No pocas veces también el ambiente que le rodea, con una falsa
benevolencia le ofrece con ello un fuerte apoyo.
Al debilitarse el alma más y más, si su conciencia se vuelve
cada vez menos pura y cada vez menos delicada y, por esto, el flujo
de gracias se afloja cada vez más, la oración llega a ser cada vez más
descuidada. Entonces lo que una vez era un ideal, un manantial de
felicidad, llega a ser algo inalcanzable o, sin rodeos, hasta repug
nante.
Puede ser que yo haya trazado la vida de un religioso en el
mundo con colores demasiado oscuros; sin embargo, deben creer
me: las noticias que recibo de distintas partes no hacen más que
confirmar todo lo que les estoy escribiendo.
La Inmaculada suscitó en nuestros corazones el amor hacia sí
misma, un amor tal que nos impulsó a consagramos totalmente a
su causa, es decir, la conquista de un número cada vez mayor de
almas a su amor o, más precisamente, la ayuda a todas las almas
para conocerla y amarla a Ella y, acercarlas, por medio de Ella, al
Corazón divino de Jesús, cuyo amor hacia nosotros lo animó hasta
la cruz y el tabernáculo. Pero, ¿cómo podríamos ser apóstoles, si
precisamente en nuestras almas el amor, en lugar de arder cada
día más, se fuera apagando lentamente?
Oremos a menudo y con fervor, uno para todos y todos para
cada uno, para que la Inmaculada nos preserve de semejante
desventura (SK 908).
205
La vocación se puede perder
Entre los males que más perjudicaron a la Iglesia y más
lágrimas le hicieron derramar, hay dos: el entrar en el estado
eclesiástico o religioso sin vocación o, en el camino, perder la
vocación.
La siguiente carta del Padre Kolbe está cuajada de tristeza.
Un Hermano, cuyo nombre no se da por discreción, había
entrado en Niepokalanów no por motivos religiosos sino interesa
dos, tal vez por especializarse en electrónica y luego salir con una
buena calificación. En su carta el Padre Maximiliano lo obliga a
enfrentar sus responsabilidades.
¡Es para reflexionar y pedir al Señor que ponga sus manos sobre
nuestra cabeza, para que no lo traicionemos sino que, más bien, nos
esforcemos por servirlo cada día mejor!
Querido mío, de tu carta veo que no te das cuenta de lo que
significa no observar los votos prometidos.
¿Podrá el Señor bendecirte a ti o a tu familia por una cosa
semejante?
¿Y quisieras que yo te ayudara todavía en este asunto?...
Quizás, la ocupación que tienes actualmente es para ti motivo
de disipación. En este caso puedes pedir otra que exija menor
empeño de concentración, para que tú puedas más fácilmente
entrar en ti mismo y darte cuenta de haberte metido en un camino
equivocado.
Oí decir que ya en el momento de la profesión religiosa tenías
intención de hacer lo que estás por llevar a cabo ahora. Si la cosa
corresponde a la verdad, entonces provocaste un grave daño a la
causa de la Inmaculada. En tu lugar cualquier otro, con un fervor
auténtico, se habría especializado, como tú lo eres ahora, y podría
ser más útil, mientras ahora es necesario recomenzar de nuevo con
otro.
La dispensa de los votos no la pueden dar ni el provincial ni el
general, sino sólo el Santo Padre. Pero quisiera ponerte una
pregunta: “¿Qué acontecerá con todo esto delante del tribunal de
Dios, en el caso que tú hayas tenido la vocación y después la hayas
perdido por falta de fervor en la oración y por el interés de los
negocios de tu familia?”
Presta mucha atención, para que en la última hora, mientras
la agonía llegue al momento definitivo, tú no tengas que arre-
206
pentirte amargamente por no haber perseverado en la observancia
de los votos emitidos.
Si de una persona que no mantiene lo que prometió a otro, se
dice que no tiene carácter, o, sin ambages, cuando se trata de cosas
más importantes, que es cobarde e innoble, ¿qué diremos del que
quebranta no ya una simple promesa, sino un voto y, además,
hecho a Dios?...
Piensa seriamente en todo esto como si estuvieras en punto de
muerte.
Te recomiendo a la protección de la Inmaculada. Suplícala con
todo el corazón que te abra los ojos y te infunda la fuerza (SK 735).
207
La pobrezafranciscana
210
¡Ay! De esta manera se cambia el medio con el fin y el fin con
el medio.
Evidentemente, la primera consecuencia inmediata es “no
desarrollarse más”.
¡Dejemos no más que las almas se pierdan, que la prensa del
diablo se desarrolle no más de modo espantoso y siembre la
incredulidad y la suciedad moral! “¡Nosotros tenemos nuestra
renta!”
He ahí un pequeño latifundio, aunque de forma diversa.
Es obvio que en este caso la maldición del Padre san Francisco
debería precipitarse también sobre este género de fábrica que
garantiza una existencia tranquila, como mucho tiempo atrás los
latifundios para los “señores” (así nos llamaban en Italia) francis
canos conventuales.
La bendición del cielo sería entonces la destrucción de la
fábrica o la confiscación del innoble poder, para que los “señores”
frailes lleguen a ser pobres hermanos menores y se pongan al
trabajo para la salvación de las almas —¡quisiera Dios también,
con el espantajo de no tener siquiera un mendrugo de pan, cuando
mermara el ideal del amor de Dios y de la salvación eterna del
mayor número posible de almas por medio de la Inmaculada! (SK
137).
Querido Padre,
Seguramente la “basílica” será bastante amplia, en conformi
dad con las necesidades, pero pobre y bella por la armonía de sus
partes, todas convergentes hacia su única meta: salvar y santificar
el mayor número posible de almas por medio de la Inmaculada. Con
todo, no deberá haber nada que no sea indispensable para tal fin.
¡Cómo desentonan los turistas que pasan de una iglesia a otra
para admirar las obras maestras de arte, en lugar de adorar a
211
Jesús en el santísimo sacramento! ¡Cuántas veces distraen estas
“bellezas” en lugar de invitar al recogimiento y a la oración! ¡Cómo
contradicen, pues, a las finalidades de la misma iglesia!
Igualmente, ¡cuánto distraen las “bellas músicas”, que para
escucharlas, muchas personas acuden a algunas basílicas roma
nas!
En el altar mayor me imagino una hermosa estatua de la
Inmaculada quien, con los brazos abiertos, haga de trasfondo a la
custodia para la exposición perpetua del santísimo sacramento,
mientras los Hermanos hacen la adoración por tandas.
El que hace una breve visita a la “iglesia-basílica”, se pone de
rodillas, permanece en oración, dirige la mirada al rostro de la
Inmaculada y se retira, mientras Ella resuelve con Jesús su
problema. Igualmente Ella despacha los negocios de las misiones,
de los duros corazones de piedra de los paganos.
Por encima de la estatua, en un vitral (en la pared), una
hermosa representación del Corazón de Jesús (SK 585).
Querido Padre,
El informe publicado en el número de octubre de “Wiadomosci
z Prowincji” de cómo la Inmaculada hace progresar y desarrollar su
Niepokalanów, nos alegró y suscitó en nosotros un sentimiento de
reconocimiento hacia Ella. Sin embargo, el anuncio de la construc
ción de un convento estable despertó una cierta preocupación.
Quizás, ¿Niepokalanów se está acercando lentamente hacia la
mediocridad?
La declaración de que el “principio-guía” serán siempre la
pobreza y la sencillez franciscanas —lo que es indispensable y
212
suficiente para alcanzar el fin—, disipa aquella preocupación; con
todo, dado que en los casos concretos no es fácil precisar adecuada
mente “lo que es indispensable y suficiente para alcanzar un fin”,
he ahí entonces que el temor, surgido al comienzo, no se disipó del
todo.
Nosotros estamos demasiado lejos y no conocemos suficiente
mente la situación para poder dar indicaciones más detalladas;
pero, considerando el problema desde un punto de vista general, se
podrían presentar los siguientes puntos:
1. - ¿Qué cosa nos conducirá a una más rápida actuación del fin
de la Milicia de la Inmaculada?... ¿Un proceso de estabilización o,
más bien, la diaria consolidación del desarrollo de la actividad con
miras a la conquista del mundo a la Inmaculada, unida a una
adaptación continua y elástica de todas las cosas, comprendidos los
edificios, a las necesidades del momento presente?... ¿Y, por ende,
también la transformación y la demolición de algunos edificios y la
construcción de otros que resulten más útiles en un determinado
momento, para sustituirlos, después de algún tiempo, con otros
que en el futuro se revelen más racionales?
2. - Hoy en día un edificio más duradero absorbe una suma más
abultada de dinero, mientras con tal diferencia de costos se podría
desde ya conquistar un mayor número de almas a la Inmaculada,
aumentar la tirada de las revistas, la propaganda, el número de
hermanos, de los edificios, de los instrumentos (las máquinas).
Además, en el porvenir, en el caso de que sucedieran revueltas
políticas, las construcciones más estables “se prestan” mayormen
te a ser requisadas.
Además, algún bienhechor, comparando su propia casita con la
nuestra, podría también afirmar que él vive en una vivienda más
pobre que la nuestra. En este caso, en fin, el apego al lugar se hace
mayor, y nosotros llegamos a ser menos “peregrinos y extranjeros”
(1 Pe 2,11) (SK 649).
Cuando el Padre Kolbe regresó del Japón para retomar la
dirección de Niepokalanów, se dio cuenta de que, a pesar de sus
insistencias, no se siguieron criterios estrictamente franciscanos en
la construcción. Y en una carta al Padre Provincial, Anselmo Kubit,
expresó sus quejas:
La gente no quedó edificada por la construcción de nuestro
refectorio, que frenó el desarrollo de todo este año. No mucho
tiempo atrás, el Padre Mariano escuchó los comentarios que los
213
lecheros, a la espera del tren, hacían entre sí (en dialecto): “¡Cons
truyeron para sí mismos palacios como los de los condes!”
Yo hubiera deseado vivamente que el criterio de nuestras
construcciones hubiese sido calculado más en base a las necesida
des corrientes que sobre principios de la estabilidad y del futuro.
Precisamente por esto yo sigo opinando que las razones, que
presentaba en mis cartas desde el Japón, son todavía actuales.
Cuando por los alrededores de aquí suija la segunda Varsovia,
entonces tendremos todavía tiempo suficiente para trepamos
hacia lo alto; pero por el momento actual van bien los edificios que
existen, semejantes a los que la gente construye a nuestro alrede
dor o, más bien, más pobres todavía. Esta es mi opinión.
El dinero que en tal modo se ahorra, debería servir más bien
para un mayor impulso en la conquista de las almas a la Inmacu
lada (SK 772).
214
ningún concepto, abandonar. Sin tal fin ella dejaría de ser “Niepo-
kalanów”: traicionaría su misión. Por otra parte, sin la pobreza y
sin la completa confianza en la divina Providencia, no se puede
hablar de impulso o de ofensiva (SK 299).
El voto de pobreza, que no se vuelve vivencia en casos concretos,
es pura retórica y autoengaño.
Maximiliano, en su magisterio formativo y en perfecta coheren
cia con sus principios, desciende a casos concretos.
Ni peinado ni cigarrillos
Acerca del peinado, yo opino que él no es indispensable para la
santidad, más aún, tampoco ayuda a la humildad y a la sencillez.
¡Todo lo contrario! Cuanto más progresa uno en el amor hacia la
Inmaculada, tanto menos se preocupa del peinado. Las constitu
215
ciones no lo imponen. Ciertamente el corte uniforme de los cabellos
está más en el espíritu de ellas.
En fin, yo creo que nuestro Padre san Francisco no llevase en
el bolsillo ni peine ni espejo: ¡y nosotros ingresamos en su Orden
para imitarlo!
Según mi parecer, pues, será más ventajoso para el alma no
juguetearse con su peinado y de ese modo seremos facilitados en
conseguir el fin de la Milicia de la Inmaculada.
Acerca de los cigarrillos, el asunto es más grave. Es muy difícil
imaginar a nuestro Padre san Francisco con un cigarrillo en boca.
¡Sería una profanación!
Además, el tabaco cuesta; por ende será más según el espíritu
de pobreza abstenerse de él, sobre todo, si pensamos que las
ofertas, que la gente da para la causa de la Inmaculada, deben
servir sólo para tal causa; y lo que se gasta por cosas personales
más allá de los límites de una evidente necesidad, llegaría a ser un
robo de las ofertas depositadas por la causa de la santificación de
las almas (SK 942).
276
Obediencia, itinerario de santidad
La santidad, máxima realización del hombre y máxima glori
ficación de Dios, tiene distintas formulaciones que suelen expresar
se de esta manera.
La santidad consiste en una vivencia cada vez más plena de la
inhabitación trinitaria en un alma, en la perfecta configuración con
Cristo, en la perfección de la caridad y en la perfecta conformación
de la voluntad humana con la voluntad divina...
En esta perspectiva se enraízan el voto y la virtud de la
obediencia que tanta importancia tienen en la vida espiritual y, en
particular, en la espiritualidad del Padre Kolbe. Como en todos los
demás aspectos de su vida, Maximiliano ve, juzga y habla de la
obediencia a la luz de la Inmaculada. Para él, la Inmaculada es la
representación de la voluntad de Dios.
El espíritu de Maximiliano era un volcán de iniciativas, pero
todo estaba supeditado a la obediencia. Esa sumisión fue para él
fuente de serenidad psíquica y de bendiciones divinas para sus
obras e itinerario de santidad.
En los escritos del Padre Kolbe, la obediencia ocupa un lugar
privilegiado. De las gavillas de sus cartas, meditaciones y exhorta
ciones recogeremos algunas espigas de elevado contenido místico.
Queda un interrogante. Dados los destinatarios, la obediencia
de que habla Maximiliano se aplica a los religiosos; análogamente
217
¿puede aplicarse también a los seglares? No nos quepa la menor
duda. El mismo Jesús se lo había indicado al joven rico que le
preguntaba qué debía hacer para alcanzar la vida: “Si quieres al
canzar la vida eterna, guarda los mandamientos” (Mt 19,17).
Todo hombre, pues, tanto en el seno del hogar como en la
escuela, tanto en la oficina como en el taller, tanto en la ciudad como
en el campo, puede realizar en espíritu de fe y de obediencia las
distintas obligaciones con las que está comprometido o las diversas
tareas que se le encomienda.
Carísimo hermano,
¡Gloria al Señor Dios y alabanza a la Inmaculada por todas las
gracias que nosotros, aunque indignos, recibimos!
Me llena de gozo el celo que te anima en la difusión de la gloria
de Dios. En nuestros tiempos existe una gravísima epidemia de
indiferencia que afecta, obviamente en varios grados, no sólo a los
laicos sino también a los religiosos.
Sin embargo, Dios es digno de una gloria infinita. Aun siendo
nosotros unas pobres criaturas, incapaces, pues, de rendirle la
gloria que se merece, esforcémonos por contribuir, en cuanto
podamos, a rendirle la mayor gloria posible.
Como ya sabes (sobre todo de la ética), la gloria de Dios consiste
(prácticamente es la misma cosa) en la salvación de las almas. Pues
bien, la salvación y la santificación más perfecta del mayor número
de almas que Jesús redimió a caro precio con su muerte en cruz
(comenzando por nosotros mismos), debe ser nuestro sublime ideal
de vida. Todo esto para procurar los más grandes gozos al sacratí
simo Corazón de Jesús.
¿Cuál es el modo mejor de rendir a Dios la mayor gloria posible
y guiar a la santidad más excelsa el mayor número de almas?
Sin duda, Dios mismo conoce mejor que nqsotros ese modo,
porque es omnisciente e infinitamente sabio. El, y sólo Él, Dios
omnisciente, sabe qué podemos hacer en todo momento para
rendirle la mayor gloria posible. De Él, pues, y sólo de Él, podemos
y debemos aprender ese modo.
¿Cómo revela Dios la propia voluntad? Por medio de sus
218
representantes en la tierra. La obediencia, pues, y sólo la santa
obediencia, nos manifiesta con seguridad y certidumbre la volun
tad de Dios. Los superiores pueden equivocarse; pero nosotros, al
obedecer, no nos equivocaremos jamás.
Hay una única excepción: cuando el superior ordenara algo que
claramente, sin duda alguna, fuese pecado, aun mínimo (lo que en
la práctica no sucede casi nunca), porque en tal caso el superior ya
no sería representante de Dios...
Dios, y solamente Dios infinito, infalible, santísimo, clementí
simo, es nuestro Señor. ¡El, nuestro Dios, nuestro Padre, Creador,
Fin, Inteligencia, Potencia, Amor, Todo! Cualquier cosa que no sea
Él, tanto vale en cuanto se refiere a Él, Creador de toda cosa,
Redentor de todos los hombres, fin último de toda la creación.
Es, pues, Él, quien por medio de sus representantes aquí en
tierra nos manifiesta la propia adorable voluntad y nos atrae a sí
y quiere, por medio nuestro, atraer el mayor número posible de
almas y unirlas a sí del modo más íntimo y personal.
Querido hermano, piensa en lo grande que es nuestra dignidad
por la misericordia de Dios. Por medio de la obediencia nosotros nos
elevamos por encima de nuestra poquedad y podemos obrar en
conformidad con una sabiduría infinita (sin exageración), con la
sabiduría divina... Dios nos ofrece la propia infinita sabiduría y
prudencia, para que ellas guíen nuestras acciones: ésta es grande
za.
¿No es verdad que así nosotros santificaremos en el mejor de los
modos el mayor número de almas? Y esto no es todo. Por medio de
la obediencia llegamos a ser infinitamente poderosos. Efectiva
mente, ¿quién puede resistir a la voluntad de Dios? (SK 25).
219
oculta la sagrada Escritura los describe sencillamente así: "Y les
estuvo sujeto” (Le 2,51). Igualmente, con respecto a la entera vida
de Jesús, leemos a menudo en la sagrada Escritura que Él había
venido a la tierra, para cumplir la voluntad del Padre celestial (Jn
4,34;5,30; Hb 10,9). Todo esto lo sabes bien también tú; sin
embargo, cuanto más piensa uno en ello, tanto más ve su grandeza
y belleza.
Amor, pues, amor sin límites hacia nuestro óptimo Padre, amor
que se demuestra a través de la obediencia y se ejerce, sobre todo,
cuando se trata de cumplir cosas que no nos son agradables. El
libro más bello y más verdadero en el que se puede profundizar sin
tregua este amor con el fin de imitarlo es el crucifijo.
Sin embargo, todo esto lo alcanzaremos mucho más fácilmente
de Dios por medio de la Inmaculada, porque Dios le confió a Ella
toda la economía de su misericordia, reservándose a sí mismo la
justicia, como dice san Bernardo (SK 25).
220
La obediencia no es pasividad. El Padre Kolbe fue obedientísi-
mo, pero a la vez fue un volcán de dinamismo y de iniciativas.
Es propio del súbdito proponer iniciativas, motivarlas, funda
mentarlas, hacer ver las ventajas apostólicas, mostrar las dificul
tades que hay que repechar, buscar amigos y colaboradores, prepa
rar proyectos, elaborar costos, encarar progresos previsibles... y
someterlo todo a la autoridad del superior.
Maximiliano en muchas oportunidades propuso los proyectos
más atrevidos y costosos, pero buscando el respaldo de la oración y
de la obediencia. De esa manera, con la bendición de la obediencia
estaba seguro de cumplir la voluntad de la Inmaculada,, en cuya
ayuda confiaba plenamente. Escribía a la Sección Mariológica de
Cracovia:
Queridos, ¡cuánto me gusta leer: “Nos esforzamos...” Ford
despedía del trabajo a los que se juzgaban ser ya maestros y
dejaban de esforzarse por procurar un modo cada día más racional
de trabajar...
La Milicia de la Inmaculada se inició y se desarrolló a través de
la santa obediencia. Y no podía ser de otra manera, ya que su
esencia es pertenecer a la Inmaculada. De la Inmaculada es sierva,
hija, esclava, cosa, propiedad y todo. En breve, pertenecerle a Ella
bago todo aspecto. Anonadarse a sí mismo y llegar a ser Ella. El
elemento fundamental de semejante transformación consiste en
conformar, fusionar y unificar nuestra voluntad con la de Ella.
Está fuera de toda duda que su voluntad está plenamente
unida a la voluntad de Dios. Entonces, no hay que hacer otra cosa
sino unir nuestra voluntad con la suya, para que, por medio de Ella,
nos unamos a Dios. Pero solamente la santa obediencia es capaz de
manifestamos de modo infalible la voluntad de Dios, la voluntad
de Ella.
Por esto, el perfeccionamiento de la virtud de la obediencia a los
superiores es la actuación práctica de la “Caballería de la Inmacu
lada”, es la Milicia de la Inmaculada viva.
Todo ello no significa de ninguna manera no tener iniciativas
en campo alguno; más bien, se puede y se debe comunicar con toda
libertad los pensamientos, los deseos que nacen en el corazón a
condición que estemos dispuestos con igual satisfacción ( de la
voluntad, porque la naturaleza a veces puede también rebelarse)
221
a acoger la decisión de la obediencia, ya sea conforme ya sea
contraria o indiferente a nuestro punto de vista.
Los superiores han de saber que nosotros no queremos en
absoluto ejercer presiones por cosa alguna. En la duda, sería bueno
hacerles conocer esta nuestra disponibilidad, para evitar que se
dejen condicionar por nuestra voluntad; en cambio, somos nosotros
los que debemos ser guiados por ellos.
No perdamos la paz si el sentimiento “se enfría”. Aquí se trata
de voluntad y sólo de voluntad. Más aún, cuanto más se rebela la
naturaleza, tanto mayores serán los méritos que nosotros coseche
mos.
Me alargué mucho; pero no vayan a creer que yo ya no “me
esfuerzo”. ¡Todo lo contrario! Con la ayuda de la Inmaculada
advierto en mí mismo muchísimas imperfecciones y mucho mal;
pero, siempre con su ayuda, “me esfuerzo” (SK 579).
En nuestra actividad deberíamos poner una atención muy
particular a dos cosas:
1. a la libertad, a la franqueza, a la sinceridad en manifestar a
los superiores competentes lo que se piensa sobre un determinado
problema; además,
2. al esmero, a la determinación, al amor en actuar la decisión
de los superiores, sin considerar que esa decisión fue tomada
respetando nuestra convicción o contra ella o sin tenerla en cuenta
en absoluto.
De todas maneras, cuando el problema es bastante importante
y podemos razonablemente presumir que los superiores mayores
sean de opinión diversa, es lícito dirigirse a ellos; más aún, en los
problemas muy importantes, estamos obligados a hacerlo... Hecho
esto, ver en su decisión la voluntad de la Inmaculada.
De cualquier modo, conservar siempre una completa serenidad
interior, más aún la alegría. Ante todo, ¡que la Inmaculada con
quiste y tome posesión de todos nosotros de modo ilimitado!
Entonces Ella podrá obrar también por medio nuestro (SK 575).
Amado Padre,
los Hermanos de Mugenzai no Sono (Nagasaki), incluyendo al
infrascrito, considerando que:
1. ni nuestra regla ni las constituciones obligan a estar dispues
tos para ir a las misiones;
2. nadie puede ser verdadero miembro de Niepokalanów si no
se consagra a la Inmaculada sin reserva alguna, no excluyendo ni
las misiones, sin preocuparse de la nación, de las dificultades y
¡ojalá! también de la muerte;
3. constatando que actualmente el Reverendísimo Padre Pro
vincial (Padre Cornelio Czupryk) no puede ordenar a nadie que se
dirija a cualquier lugar fuera de Polonia (de la provincia), sino que
debe ante todo lograr el consentimiento del religioso interesado;
4. ninguna guerra llevada adelante con un sistema de este
género —o sea, en el que el comandante está obligado a preguntar
al soldado si tal posición es de su agrado y a enviarlo sólo si el
soldado consiente— tendría muchas probabilidades de victoria;
remitimos al Revmo. Padre Provincial una petición, para que
nos fuera concedido añadir a los actuales votos religiosos también
el de estar dispuestos a todo por la Inmaculada, aunque se tratara
de las misiones más difíciles y hasta arriesgar la propia vida.
Plenamente consciente de que yo no tengo el derecho de
imponer a los Hermanos un compromiso de este tipo, lo dejé a su
libre decisión, pero ellos con gran entusiasmo suscribieron el
documento redactado por Fray Mieczyslaw.
Junto con esta carta, remito una invitación, de mi personal
iniciativa —yo no soy superior de Niepokalanów, y por ende soy
libre de hacerlo— a los Hermanos de la Milicia de la Inmaculada...,
para que eleven una petición semejante al Revmo. Padre Provin
cial (SK 398).
223
A través de la obediencia, el religioso logra gran paz y sereni
dad. Análogamente, también los esposos y los padres, a través del
diálogo, la consulta y la oración, pueden alcanzar gran serenidad
en sus decisiones.
Mientras estaba viajando en tren hacia Tokyo, el Padre Kolbe
preparó este mensaje:
224
y de las dulzuras divinas que el Señor reserva sólo para las almas
generosas, dispuestas a renunciar también inmediatamente a las
cosas que mayormente les son gratas, más razonables y sublimes,
cuando la obediencia les requiera una cosa muy diferente, o sea,
cuando Dios mismo les indique un camino distinto. Más aún,
cuanto mayor es el sacrificio que esas almas cumplen de sí mismas,
de sus inclinaciones, de su inteligencia, de sus gustos, tanto mayor
es el amor que ellas demuestran a Dios.
Plenamente consciente de todo esto, las almas que aman de
veras a Dios, no pueden vivir sin renunciar continuamente a sí
mismas, a sus gustos, a su inteligencia, a su voluntad, para arder
continuamente y para inflamarse cada vez más en el fuego de aquel
amor verdadero que no consiste en dulces sensaciones, sino en una
voluntad dispuesta siempre, doquiera y en todas las cosas a
cumplir sólo y exclusivamente la voluntad de Dios, que ellas
descubren con el ojo de la fe y aman por encima de su misma vida
en la santa obediencia (SK 329).
225
des, mis queridos hijos, un auténtico padre espiritual, si ante todo
y por encima de todo no me preocupara de su alma. Por esto, no les
prometo en absoluto procurarles alegrías a cada paso, porque
llegaría a ser su traidor espiritual, sino que, más bien —según el
método llevado a cabo por una gran santa como santa Teresa del
Niño Jesús—, haré lo imposible para no ser indulgente, sino para
privarles de su propia voluntad y sepultarla completamente, para
que vivan sólo y exclusivamente de la voluntad de la Inmaculada.
En tal caso, ya en esta tierra poseerán la libertad de los hijos
de Dios y de la Inmaculada, porque cualquier forma de apego,
aunque mínimo, a cosas y personas, si no está dirigido a Dios y
según su voluntad, no les permitiría volar por encima de ustedes
mismos (SK 329).
226
Vida interior
227
En sus actividades, ante todo, deben cuidar con la máxima
atención la vida interior.
En vano podrían ustedes ejercitar sus inteligencias, en vano
llenarían sus mentes con innumerables, bellas e indispensables
nociones, si les debiera faltar una interior y filial relación con la
Inmaculada, madre, reina, caudilla y esperanza nuestra (SK106).
La fecundidad del trabajo no depende de las capacidades, de los
esfuerzos o del dinero, aunque también éstos son dones de Dios y
también útiles para el apostolado católico, sino sólo y únicamente
del grado de unión con Dios.
Si ésta falta o si tal vínculo se debilita, de nada valen los demás
medios.
En cambio, si el vínculo es vital, todo lo demás se encontrará sin
dificultad alguna (SK 1071).
228
totalmente de Dios— está llena de gracia y es, sin más, mediadora
de toda gracia para todas las almas.
Además, conociendo nuestra debilidad, las frecuentes caídas y
el alejamiento de Dios, nos dirigimos a Ella justamente por esto:
para lograr toda suerte de gracia para nosotros mismos y para los
demás.
En breve, el valor de toda Ciudad de la Inmaculada depende
única y exclusivamente de la vida de oración, de la vida interior, de
nuestro acercamiento a la Inmaculada y, por Ella, al Corazón de
Jesús (SK 925).
229
El que no ora, no comprende fácilmente el espíritu de la
oración. Tampoco puede darse cuenta de la felicidad que la oración
ofrece al alma, de la energía que la oración comunica en la vida de
cada día (SK 1208).
230
convento, llegó a ser la Patrona de todas las Misiones, y no sólo de
título, como la experiencia demuestra.
Oremos también nosotros, oremos bien, oremos mucho, ya con
los labios ya con el pensamiento; y experimentaremos en nosotros
mismos cómo la Inmaculada tomará siempre más posesión de
nuestra alma, cómo nuestra pertenencia a Ella se profundizará
siempre más bajo todo concepto, cómo nuestras culpas se desvane
cerán y nuestros defectos se debilitarán, cómo suave y potentemen
te nos acercaremos siempre más a Dios.
La actividad exterior es buena, pero, obviamente, es de secun
daria importancia y aún menos en relación a la vida interior, de
recogimiento y de oración, a la vida de nuestro personal amor hacia
Dios.
Sólo a través de la oración es posible alcanzar el ideal de san
Agustín: “El amor de Dios hasta el desprecio de sí mismo construyó
la ciudad de Dios”. Ha de ser un desprecio no sólo imaginario, sino
real. De esa manera, conociéndonos siempre mejor a nosotros
mismos, nuestra nada y nuestras debilidades, podemos despre
ciarnos a nosotros mismos y desear que los demás nos traten como
merecemos.
En la medida en que ardamos cada vez más del amor de Dios,
podremos abrasar con un amor semejante también a los demás (SK
903).
231
oración exterior, sino también con la interior, de la que habla el
padre san Francisco en la regla, “que los hermanos no apaguen el
espíritu de oración”. Ese espíritu consiste en elevar siempre el
pensamiento a Dios, o sea, la propia intención en el obrar, para
trabajar, reposar y también orar públicamente sólo porque ésta es
la voluntad de la Inmaculada, para agradarle a Ella y, por Ella, al
sacratísimo Corazón de Jesús.
Y no hay que buscar nunca en ninguna cosa la satisfacción de
otras intenciones, como por ejemplo: una cosa me gusta y otra no,
esto convence y aquello no, o en esto se puede sacar una ventaja
para sí; u otras cosas por el estilo.
Estas otras intenciones frenan el desarrollo de la Ciudad de la
Inmaculada y el crecimiento interior de cada alma en particular,
de aquellas que no se esfuerzan por romper estas ataduras y
lanzarse hacia los más sublimes ideales, hacia Dios, hacia la
conquista de almas para Él a través de la Inmaculada.
Oremos para que la Inmaculada purifique y eleve siempre más
nuestras intenciones (SK 878).
Sembrando pétalos
Muchas son las maneras de alimentar el espíritu de oración y
la unión con Dios.
Hay momentos fuertes y privilegiados, como las oraciones ~
comunitarias y litúrgicas;pero también hay mil otras posibilidades
de elevar nuestro corazón hacia Dios: un pensamiento, un deseo,
una mirada, un beso, una sonrisa, una invocación, una jaculatoria
u oración breve y fervorosa... Son otros tantos medios de unión y a
la vez manantiales de gracias y alegrías.
232
perfecta, entonces, aunque fueran precisos los milagros, ni éstos
serán difíciles para nosotros.
Por otra parte, ustedes conocen ya perfectamente todo esto,
porque la Inmaculada les enseña, ya a través de las inspiraciones
interiores, ya mediante la realidad que les rodea y todos los
acontecimientos, pero sobre todo a través de la santa obediencia.
Ustedes oren (con breves jaculatorias, aunque también fuere
con el solo nombre de “María”) y sufran (sobre todo soportando lo
que Ella misma se digne permitirles, exterior e interiormente)... Y,
además, alégrense, sí, alégrense también y trabajen y descansen...
Y todo, todo lo que se relaciona con ustedes, ofrézcanlo según las
intenciones que mayormente agraden a la Inmaculada; o sea,
dónenselo a Ella en propiedad y a su libre disposición.
Nosotros nos hemos consagrado a Ella ilimitadamente, y por
ende no tenemos derecho ni a pensamientos, ni a acciones, ni a
palabras nuestras. Que Ella nos gobierne “despóticamente”. Se
digne benévolamente no respetar nuestra libre voluntad y, cuando
nosotros quisiéramos desvinculamos de su mano inmaculada, nos
obligue, incluso si a nosotros nos desagradara mucho, muchísimo,
incluso si nosotros protestáramos y negáramos y suplicáramos; no
contemple nada, sino que nos obligue con la fuerza; pero justamen
te en ese entonces nos apriete aún más fuertemente a su Corazón
(SK 373).
Sin embargo, tampoco Ella nos sustituirá. Somos nosotros que
hemos de renunciar a nosotros mismos y consagrarnos a Ella (SK
878).
233
A veces escuchamos la queja: “Quisiera corregirme, quisiera
ser mejor, pero no soy capaz”. En la historia leemos de grandes
capitanes y vencedores que no eran capaces de dominar las propias
malas inclinaciones. Tal fue, por ejemplo, el célebre Alejandro
Magno que murió prematuramente por el desarreglo de su vida.
Dirigiendo una mirada a nuestro alrededor, notamos la desa
parición, francamente espantosa, de la moralidad, sobre todo en
medio de la juventud. Para peor, están naciendo instituciones de
veras infernales, que insertaron en su programa el delito y el
libertinaje. Fueron justamente los miembros de esta asociación
que llevaron a cabo en Wilno el famoso asesinato de un profesor
durante los exámenes.
El cine, el teatro, la literatura, el arte, dirigidos en gran parte
por la mano invisible de la masonería, en lugar de difundir la
instrucción, trabajan febrilmente en conformidad con las resolu
ciones de los masones: “Nosotros venceremos a la Iglesia católica,
no con el razonamiento, sino pervirtiendo las costumbres”.
¿Cómo oponerse a esto?
En tales circunstancias podría parecer índice de humildad el
reconocimiento de la propia impotencia, sobre el calce de la frase:
“No soy capaz de corregirme”. En cambio se anida en ella una
soberbia encubierta.
¿De qué manera? Pues bien, tales personas reconocen que son
capaces de hacer una cosa o la otra, mientras no son capaces de
dominar éste o aquel defecto, éstas o aquellas circunstancias.
Todo ello demuestra sólo que ellos cuentan únicamente con sus
fuerzas y creen ser capaces de hacer una cosa o la otra únicamente
en los límites de las propias fuerzas.
Esto no es verdad, sino que es una mentira, porque con
nuestras propias fuerzas, por nosotros solos, sin la ayuda divina,
no somos capaces de nada, absolutamente de nada (Jn 15,5). Todo
lo que somos y todo lo que tenemos o podemos hacer, lo tenemos de
Dios y lo recibimos de El en todo instante de la vida, porque el
permanecer en la existencia no es otra cosa que recibir continua
mente tal existencia.
Por nosotros solos no somos capaces de hacer nada, a excepción
sólo del mal, que justamente es carencia de bien, de orden, de
fuerza.
Si reconociéramos esta verdad y dirigiéramos la mirada hacia
Dios, del que recibimos en cada instante todo lo que tenemos, en
seguida veríamos que El, Dios, puede damos también mucho más
234
y que Él, como óptimo Padre, desea damos todo lo que nosotros
necesitamos. Pero cuando un alma se atribuye a sí misma lo que es
don divino, ¿puede acaso Dios colmarla de gracias? En tal caso Él
la confirmaría en su opinión falsa y arrogante. Por su misericordia,
pues, Él no concede una gran abundancia de dones y... hasta
permite una caída, para que el alma conozca finalmente lo que ella
es por sí misma y no ponga su confianza en sí misma, sino que se
consagre únicamente a El con plena confianza.
He ahí el motivo por el cual para los santos también las caídas
eran peldaños hacia la perfección. Sin embargo, ¡ay del alma que
no aceptara ni siquiera esta extrema medicina y, permaneciendo
fija en la propia soberbia, afirmara: “No soy capaz de corregirme”,
porque Dios es también justo y exigirá que se le rinda estricta
cuenta de toda gracia concedida!
¿Qué hay que hacer, pues? Consagrarse totalmente con una
confianza ilimitada en las manos de la misericordia divina, de la
que la Inmaculada es, por voluntad de Dios, la personificación. No
confiar de ningún modo en nosotros mismos y tener miedo de sí,
confiarse a Ella sin limitación alguna y dirigirse a Ella como un
niño a la madre, en toda ocasión cuando nos sentimos impulsados
al mal; y no caeremos en faltas.
Los santos afirman que el que durante la tentación invoca a la
Virgen, seguramente no pecará, y que aquel que durante toda la
vida se dirige a Ella con confianza, ciertamente se salvará (SK
1100).
235
Dios sabe todo y nada puede oponerse a su voluntad. Por esta
razón, en cada caso todo debe proceder según su voluntad.
Dios dotó a sus propias criaturas con el libre albedrío y no lo
viola, sino que solamente le impone límites que no puede traspa
sar. Se trata de cosas generalmente imposibles: las leyes físicas o
los acontecimientos que dependen del libre albedrío ajeno, al que
muchas criaturas no son capaces de oponerse. No obstante esto, el
libre albedrío tiene un campo muy vasto, en el que Dios le deja
libertad de acción.
Sin embargo, examinando cuidadosamente las cosas, cuando
se trata no del efecto exterior de tal acción sino de la actividad de
la voluntad misma: por ejemplo, el querer o no querer, el amar o el
despreciar..., entonces hay que reconocer que el libre albedrío no
tiene limitación alguna, como, de alguna manera, la voluntad de
Dios. Por esto, puede ser bueno o malo sin límites.
Nosotros rezamos: “Hágase tu voluntad” (Mt 6,10), para pedir
a Dios que limite aún más la maldad del libre albedrío de los que
quieren comportarse contra su voluntad. Hablando con propiedad,
Dios no permite nada que no pueda transformar en bien; sin
embargo, deja a las almas un amplio campo de acción, en el que
ellas pueden disponer de su omnipotencia para limitar la libertad
de la mala voluntad de los que no aman a Dios.
He ahí el vasto campo de la oración. Dios quiere que las almas
humildes, que lo aman y por ende lo invocan, gobiernen al mundo
con la bondad y la potencia divinas, salven y santifiquen las almas
y establezcan en ellas el reino del Amor divino.
Por consiguiente, la potencia de la Inmaculada es la potencia
de Dios sin limitación alguna, porque Ella no tiene mancha; y su
potencia se extiende sobre todo, como la bondad y la potencia de
Dios.
Poderosa es, pues, la oración, más aún ilimitadamente podero
sa, cuando se dirige a la Inmaculada la cual, justamente por ser
Inmaculada, es una Reina que ejerce todo poder incluso sobre el
Corazón de Dios (SK 1302).
236
Maximiliano Kolbe lo recomendaba mucho como el medio más
simple, fácil y popular de expresar nuestra devoción.
Pablo VI, en su encíclica Culto Mariano, sintetizando la doc
trina tradicional, llama al rosario “un compendio del Evangelio y
una oración evangélica centrada en el misterio de la encarnación
redentora”, mientras “la repetición tetánica del Avemaria se vuelve
alabanza incesante a Cristo”. Es una oración contemplativa en la
que “se meditan los misterios de la vida del Señor, vistos a través
del corazón de Aquélla que estuvo más cerca del Señor”.
En una palabra, rezar el rosario es contemplar con María al
Señor encarnado, crucificado y resucitado por nuestra salvación:
Milites de la Inmaculada y todos ustedes que van a leer estas
palabras, durante este mes de octubre, mes del rosario, procuren,
en los límites de sus posibilidades, participar en la oración común
del rosario, en las iglesias, en las banquinas de los caminos o
delante de un cuadro o imagen de la Virgen.
El que no puede alejarse de su habitación, cada día rece en casa
la tercera parte del rosario.
¿Por qué?
Porque la Inmaculada en persona quiso exhortarnos a rezar el
santo rosario, apareciendo a santa Bemardita con el rosario en la
mano.
¿Para beneficio de quién?
Para beneficio de quien tiene mayor necesidad, sobre todo para
beneficio de los pecadores y de los enemigos de la Iglesia. Son
hermanos pobres e infelices, tanto más infelices porque no advier
ten que están corriendo hacia la propia perdición; pero son herma
nos, ya que Jesús de ninguna manera los excluyó de los méritos de
su pasión.
¿Según qué intención?
¿No les parece, queridos lectores, que la intención mejor es que
cuanto antes se conviertan y, más aún, se enrolen en la Milicia de
la Inmaculada y, con el deseo de reparar el mal cometido hasta
aquel momento, se empeñen con mayor fervor, siguiendo el ejem
plo de san Pablo después de la conversión, en la obra de la salvación
de las almas? (SK 1133).
237
cia a las bodas, así para la oración y, en especial, para el rezo del
rosario suelen buscarse muchas excusas y pretextos.
El Padre Maximiliano, una a una, rebate esas excusas y en un
largo artículo periodístico vuelve a recomendar el rezo como bálsa
mo de consuelo para desesperados y deprimidos:
Din, don, din, don, ¡al rosario, al rosario! llaman las campanas
de la iglesia y hacia el atardecer su sonido corre por las calles, se
introduce en las casas, palacios, sótanos y buhardillas, se eleva por
encima de los campos y bosques, penetra en los caseríos campesi
nos, entra en los oídos, en las mentes y en los corazones. ¡Al rosario,
al rosario!
Muchos esperan con gozo esta señal y, apenas oyen los prime
ros tañidos de la campana, se apuran en el trabajo, se reúnen
juntos y acuden a su Reina.
Pero hay algunos que vacilan: “¡Tengo mucho que hacer! ¡Estoy
tan cansado! Debo descansar. Además, el rosario no es la santa
Misa dominical y festiva, a la que hay que asistir so pena de
pecado... Tengo huéspedes. Llegaron de lejos... ¡Tengo que ir de
una parte a otra!”, y siguen las excusas.
Miles de pretextos dan vuelta por la cabeza: “¿Ir o no ir?”
La Virgen, Reina no sólo del cielo sino también de la tierra, ¿no
es capaz, quizás, de bendecirme en el trabajo, para que lo lleve a
cabo con mayor facilidad, más de prisa y mejor?... ¿No podría,
quizás, disponer las circunstancias de tal modo que sean más
favorables para mi alma y tal vez para mi misma existencia
terrena (con tal que ésta no esté en contraste con el problema más
importante, es decir, el de la salvación)?...
Pues bien, la Virgen desea para mí lo mejor, más de cuanto
pueda hacer yo, y me puede ayudar, porque a Ella el Creador no es
capaz de negarle nada. ¿No es mejor, pues, confiarle a Ella mis
preocupaciones y mis cuitas? Ella podrá remediarlas más de prisa
y más fácilmente que yo.
“Estoy cansado a causa del trabajo”. Con todo, ¿dónde hallaré
mejor reposo y paz sino a los pies de Aquélla que es nuestra Madre,
auxiliadora, refugio, consoladora?
Es verdad que la recitación del rosario no es obligatoria so pena
de pecado; pero ¿qué amor sería el que se limitara a los estrictos
deberes, cuyo descuido llega a ser una transgresión, quizás, grave?
Tal modo de obrar parecería más una servidumbre de esclavos que
el amor del hijo hacia el óptimo Padre celestial y la Madre más
cariñosa. ¡No, quien obrara así, sería un indigno amante de María!
238
El verdadero enamorado de la Virgen busca, más bien, la
oportunidad de acudir a Ella lo más a menudo posible y permane
cer lo más que puede a sus pies (dentro de los límites que le
permiten los deberes de su estado). Le confía todas sus dificultades
y sus preocupaciones y él mismo, dentro de los límites que sus
fuerzas le consienten, reflexiona y trabaja para que las obras de
María procedan de la manera mejor y que su reino se dilate en las
almas de todos los que viven ahora y vivirán en el futuro: conocidos
y desconocidos, amigos o enemigos, parientes y conciudadanos,
compatriotas o extranjeros, católicos o acatólicos. He ahí sus
aspiraciones y sus deseos; he ahí la meta a la que tienden sus
esfuerzos. ¿Y de dónde sacar la luz para saber qué y cómo obrar,
sino a los pies de Ella? ¿Se podría ir, acqso, a otras partes para sacar
las fuerzas para un trabajo tan sublime?
“¡Tengo huéspedes en casa!” Entonces, vamos juntos. En efec
to, yq deseo la felicidad también para ellos, mientras a menudo los
pegocios personales pueden ser despachados también en otro
momento.
“¡Pero hay también gente que al rosario no va!” Si sus empeños
personales no se lo consienten seriamente, porque han de cumplir
los justamente en esta hora y no en otra, la Inmaculada aceptará
su ardiente deseo de asistir al rosario común, Ella misma descen
derá en ellos y colmará su corazón de bendiciones.
Aquellos a los que el amor hacia el prójimo entretiene junto al
lecho de personas enfermas para darles su ayuda, no se entristez
can ni se aflijan. La Inmaculada aceptará los servicios que ellos
presten a los enfermos.
¿Qué decir de los que podrían ir al rosario, y con todo no van por
pereza o por descuido o a veces por una diversión pecaminosa?
¿Puede acaso la Inmaculada bendecirlos?
Din, don, din, don, ¡al rosario, al rosario! —llaman las cam
panas por última vez.
La iglesia está repleta. El cuadro de la Inmaculada, puesto
sobre el altar, está todo iluminado en medio de las velas. Toca la
campanilla junto a la sacristía. Comienza la función.
“Padrenuestro, Avemaria, Avemaria...”
En los corazones doloridos desciende un bálsamo de alivio, en
las almas desesperadas brota de nuevo un rayo de esperanza.
Los pobres, los cansados, los que se hallan encorvados bajo el
peso de las preocupaciones, tribulaciones y cruces sienten siempre
más clara y expresamente que no son huérfanos y que tienen una
239
Madre que conoce sus dolores, los compadece, los consuela y los
ayuda.
Sienten que deben sufrir todavía un poco, pero que después
seguirá una recompensa, la recompensa eterna e infinita. Más
aún, sienten que vale la pena sufrir mucho en esta breve vida para
borrar las culpas cometidas y dar una prueba de su amor a Dios.
Comprenden que en el sufrimiento el alma se purifica como el oro
en el fuego, se desprende de las ilusiones que el mundo llama
felicidad, y se eleva siempre más en alto, infinitamente más en alto
hasta el manantial de toda felicidad, a Dios. Se dan cuenta que sólo
en El el alma puede tomar reposo, mientras todo lo demás es
demasiado poco...
“Bajo tu amparo... *—resuena por toda la iglesia. Un canto que
sale del corazón y une los corazones de los hijos con el corazón de
la Madre.
Se acabó la función, se apagan las luces; y los que participaron,
regresan felices a sus casas con una dichosa paz en el corazón y
fortalecidos en el espíritu (SK 1102).
240
Plegarías abrasadas de Amor
243
Inmaculada! Sin embargo, todos reconocen humildemente que no
fueron capaces de escribir algo verdaderamente digno de ti. Los
consolaba solamente el convencimiento de que, a través de sus
palabras, tú misma habrías hablado a las almas y que tú habrías
instruido a las personas humildes y castas mucho mejor que lo que
ellos mismos habrían podido imaginar, mientras escribían.
Concédeme también a mí que te pueda alabar, oh Virgen
santísima, aunque yo sepa que no soy digno de escribir de ti y sepa
también que la inteligencia humana no es capaz de comprender tu
gloria.
Tú eres refugio de los pecadores, la ayuda de los cristianos, la
Reina de los apóstoles, de los mártires, de los confesores, de todos
los santos y de los mismos ángeles; tú eres la Madre de Cristo, la
Madre del Salvador, la Madre del Redentor, la verdadera Madre de
Dios (SK 1224).
244
debieron recolmar tu corazón.. mientras admirabas la humildad,
el amor y la gratitud que el Dios encamado tenía hacia ti?
Llena, te ruego, también mi corazón de tu humildad, de tu amor
y de tu gratitud (SK 1236).
245
Te adoro, oh Hijo de Dios, porque te dignaste entrar en el seno
de Ella y llegaste a ser verdadero y real Hijo de Ella.
Te adoro, oh Espíritu Santo, porque te dignaste formar en el
seno inmaculado de Ella el cuerpo del Hijo de Dios.
Te adoro, oh Trinidad santísima, oh Dios uno en la santa
Trinidad, por haber ennoblecido a la Inmaculada de un modo tan
divino.
No dejaré jamás, cada día, apenas despierto del sueño, de
adorarte humildísimamente, oh Trinidad divina, con el rostro de
bruces, repitiendo tres veces: “Gloria al Padre y al Hijoy al Espíritu
Santo. Como era en el principio y ahora y siempre y por los siglos
de los siglos. ¡Amén!”
Concédeme que te alabe, oh Virgen santísima.
Concédeme que te alabe con mi empeño y sacrificio personal.
Concédeme que viva, trabaje, sufra, me consuma y muera por
ti, solamente por ti.
Concédeme que te atraiga al mundo entero.
Concédeme que contribuya a una siempre mayor exaltación de
ti, a la más grande exaltación posible de ti.
Concédeme que te rinda una tal gloria como hasta ahora nadie
te la tributó.
Concede a los demás que me superen en el celo por tu exaltación
y a mí que los supere. Así en esta noble emulación tu gloria se
acrecentará siempre más profundamente, siempre más rápida
mente, siempre más intensamente, como lo desea Aquel que te
ensalzó de modo tan inefable por encima de todos los seres.
En ti sola Dios fue adorado, sin comparación, más que en todos
tus santos.
Para ti Dios creó el mundo. Para ti Dios me llamó también a mí
a la existencia. ¿Por cual motivo merecí esta fortuna?
¡Ea, concédeme que te alabe, oh Virgen santísima! (SK 1305).
246
por tierra; pero, ya que te amo mucho, me atrevo a suplicarte que
seas tan buena que me quieras decir quién eres tú.
Deseo conocerte siempre más, ilimitadamente más, y amarte
de modo siempre más ardiente, con un ardor sin el mínimo
obstáculo.
Además, deseo revelar también a las otras almas quién eres tú,
para que un número cada día más creciente de almas te conozca
cada vez más perfectamente y te ame cada vez más ardientemente.
De esa manera tú llegarás a ser la Reina de todos los corazones
que laten en la tierra y latirán en cualquier tiempo, ¡y esto lo antes
y lo más Rápidamente posible!
Algunos ni siquiera conocen tu nombre, tampoco hoy; otros,
sumergidos en el barro de la inmoralidad, no se atreven a elevar la
mirada hacia ti; otros creen no tener necesidad de ti para alcanzar
la meta de su vida; y hasta hay algunos a los que Satanás —que no
quiso reconocerte por su Reina y, por esto, de ángel se transformó
en demonio— no permite que dobleguen las rodillas ante ti.
Muchos son los que te aman, que te quieren mucho; y, sin
embargo, ¡cuán pocos son los que por amor hacia ti están dispuestos
a todo, a las fatigas, a los sufrimientos y hasta al sacrificio de la
vida!
¿Cuándo, oh Señora, dominarás soberana en todos los corazo
nes y en cada uno en particular?
¿Cuándo todos los habitantes de la tierra te reconocerán a ti
como Madre, al Padre celestial como Padre y de esa manera,
finalmente, se sentirán hermanos? (SK 1307).
247
Concédeme que te alabe, oh Virgen santísima, y dame fuerzas
contra tus enemigos (SK 1353).
248
Sin sacrificio no hay amor
250
de tales cruces en espíritu de penitencia: he ahí un vasto campo
para el ejercicio de la penitencia.
Además, el cumplimiento de las propias obligaciones, el cum
plimiento de la voluntad de Dios en todo instante de la vida —el
cumplimiento perfecto en las acciones, en las palabras y en los
pensamientos— exige muchas renuncias a aquellas cosas que nos
podrían parecer más gratas en un dado momento. He ahí, pues,
una fuente copiosísima de penitencia.
Jesús nos exhorta a no estar tristes en el hacer penitencia, sino
a hacer nacer del amor la penitencia. Un alma que ama a Dios,
desea agradarle siempre y en todo momento, con todo pensamien
to, con toda palabra, con toda acción, con toda la propia actividad
y con toda la propia existencia. Cuando le sucede sacrificar algún
afecto para procurar alegría a Dios, se considera afortunada,
porque tiene la posibilidad de dar una prueba de amor desintere
sado. Precisamente por esto los santos deseaban vivamente los
sacrificios y las cruces, porque éstos atestiguaban que su amor era
puro. Efectivamente ellos purificaban su amor y extirpaban los
diferentes afectos contrarios a ese amor.
Todos, pues, podemos hacer penitencia, cualesquiera sean las
condiciones de salud, el género de ocupación y las obligaciones del
propio estado; más aún, podemos hacer penitencia en todo instante
de nuestra vida, con tal que se la haga por amor (SK 1303).
251
quizás también muy pesadas; pero la Inmaculada lo puede todo.
Escribo esto también por efecto de una reciente experiencia perso
nal. Las cruces serán una escuela óptima y acrecentarán méritos,
agobiarán pero al mismo tiempo elevarán espiritualmente y ense
ñarán a no confiar en las propias falaces fuerzas, sino únicamente
en la Inmaculada. Dios, pues, las envía para demostrar su miseri
cordia (SK 429).
Los hermanos que crucifican son un tesoro: ¡ámalos! Ser
crucificados por amor del Crucificado es la única felicidad en la
tierra (SK 968).
El vértice del m or
El Señor Jesús proclamó: “No hay amor más grande que dar la
vida por los amigos” (Jn 15,13), y murió en la Cruz, dándonos la
máxima muestra de amor.
El Padre Maximiliano fue un discípulo sobresaliente del Señor,
ofreciendo su vida para sustituir a un compañero injustamente
condenado a muerte...
También nosotros en nuestra vida diaria tenemos mil motivos
y mil ocasiones para demostrar amor— ¡siquiera algunas miga
jas! — a través de sacrificios y servicios.
252
profundas de amor; y tales demostraciones no son nada más que los
sacrificios.
Les auguro, entonces, a todos ustedes y también a mí mismo el
mayor número de sacrificios (SK 503).
253
via, me zumbaba en la cabeza el pensamiento: “¿Para qué te van a
servir todos estos fastidios? Los demás trabajan con celo por el
Señor y por el bien de las almas y tienen mayor tranquilidad”. Y
uno de los Padres más ancianos, celosos y beneméritos (no era de
Cracovia), definió la entera obra de “El Caballero...” de esta
manera clara y contundente: “Una mujer no tenía fastidio alguno;
entonces se compró un lechoncito”.
También en ese entonces la base de todo el trabajo fue la santa
obediencia, en cuanto expresión de la voluntad segura de la
Inmaculada (SK 631).
(A través de ese proverbio polaco, Maximiliano Kolbe quiere
decirnos que, a pesar de sus achaques de salud, no se replegó en una
tranquila vida de convento, sino que, fascinado por los fulgores de
la Inmaculada, se lanzó a las más arduas fatigas apostólicas).
254
Peregrinos hada la casa del Padre
256
Moradas celestiales
La ascensión del Señor es el coronamiento de su trayectoria
terrenal y el principio de sus gozos eternos. Pero Jesús no subió solo
a los cielos, sino que subió también como Cabeza de la Iglesia. Y
como Cabeza de la Iglesia sigue su misión de Mediador y de
intercesor: “Vive siempre para interceder por nosotros” (Hb 7,25).
Jesús nos ha señalado otro motivo de su ascensión: “En la casa
de mi Padre hay muchas moradas. Subo, pues, a mi Padre, para
prepararles un lugar” (Jn 14, 1-2).
Como los padres preparan una cuna y todas las prendas
necesarias para el nacimiento del hijo, para nuestro nacimiento a
la vida eterna Jesús mismo se encarga de preparamos una cuna
celestial, es decir, un nido de amor, un lugar de paz y una morada
de felicidad.
[¡paraíso se acerca,,,
Cada día que pasa nos acerca al paraíso. Cada tarea puede ser
—y debe ser— una siembra, cuya cosecha será el paraíso. Cada
dolor puede transformarse en una perla de eternidad. Cada esfuer
zo va a tener su premio. Cada deseo va a tener su realización.
Si el ser humano tiene una grandeza divina, su destino lo hace
aún más grande. ¡Qué desafio y qué exaltación, para que nada
desperdiciemos, todo lo santifiquemos con la recta intención y todo
lo ofrezcamos a Dios por las manos inmaculadas de la Virgen!
Queridísimos hijos, en las dificultades, en las tinieblas, en las
debilidades, en los desalientos... recordemos que el paraíso... el
paraíso... se está acercando. Cada día que pasa es un día entero de
menos de espera. ¡Animo, pues! La Inmaculada nos espera allá
arriba para apretamos a su Corazón.
No presten oído al diablo, que quiere hacerles creer que el
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paraíso existe, pero no para ustedes. Aunque hubiesen cometido
todos los pecados posibles e imaginables, un solo acto de amor
perfecto puede lavarlo todo de tal modo que no quede ni una
sombra.
Queridísimos hijos, ¡cómo desearía decirles y repetirles lo
buena que es la Inmaculada, para poder alejar para siempre de sus
pequeños corazones la tristeza, el abatimiento interior y el desa
liento. La sola invocación “¡María!”, aun con el alma sumergida en
las tinieblas, en las arideces y hasta en la desgracia del pecado,
produce un eco muy fuerte en su Corazón que tanto nos ama. Y
cuanto más infeliz es el alma, hundida en las culpas, tanto más la
rodea de amorosa y solícita protección la Virgen, que es refugio de
nosotros, los pecadores.
No se aflijan en absoluto si no sienten tal amor. Si quieren
amar, esto es ya un signo seguro de que están amando. Se trata sólo
de un amor que procede de la voluntad. También el sentimiento
exterior es fruto de la gracia, pero él, no siempre, sigue inmediata
mente la voluntad.
Puede sobrevenir, mis queridos, un pensamiento, casi una
triste nostalgia, una súplica, una lamentación: “¿Quién sabe si la
Inmaculada me ama aún?...”
Hijos amadísimos, lo digo a todos juntos y a cada uno en
particular en su nombre, noten bien, en su nombre: “Ella ama a
cada uno de ustedes, los ama mucho y en todo momento sin
excepción alguna”. Esto, queridísimos hijos, se lo repito en su
nombre (SK 509).
La vida es breve, el sufrimiento es breve; y después, ¡paraíso,
paraíso, paraíso! ¡Ánimo, pues! (SK 965).
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