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5an

Maximiliano
Kolbe
Itinerario Espiritual a través de sus escritos
Selección y traducción de
Fray Contardo Miglioranza
Franciscano conventual

Editorial Apostolado Mariano


C. Recado 44 - Tel. y Fax 95 • 441 68 09
41003 Sevilla (España)
Imprimí Potest
Fray Luis Furgoni
Ministro Provincial
Buenos Aires, 21-9-1991

Imprimatur
Mons. Juan Antonio Presas
Vicario General
Morón (Bs. As.), 4-10-1991

Diseño Gráfico:
Emilio Buso

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Impreso a i España
Sólo el amor crea
“San Maximiliano Kolbe es el Patrono particular de nuestros
difíciles tiempos. Humilde y manso hijo de san Francisco y caballe­
ro de María Inmaculada, atravesó los caminos del mundo, desde
Polonia a Italia y al Japón, haciendo el bien a todos, siguiendo los
ejemplos de Cristo (Hch. 10,38). Jesús, María y Francisco fueron
sus tres grandes amores, o sea, el secreto de su heroica caridad.
“Sólo el Amor crea”, solía repetir a cuantos se le acercaban. Esta
expresión, como lámpara, ilumina toda su vida. Este ideal superior
y este deber primordial de todo cristiano le hicieron superar la
crueldad y la violencia de su tremenda prueba, con el espléndido
testimonio de su amor fraterno y del perdón otorgado a los perse­
guidores”. (Juan Pablo II, 18 de marzo de 1979).
Maximiliano Kolbe —en el bautismo, Raimundo— nace el 8 de
enero de 1894 en Zdunska Wola, no muy lejos de Lódz (Polonia),
hijo de Julio y María Dabrowska.
En su adolescencia, se siente fascinado por los ideales de san
Francisco de Asís y entra en el seminario menor de Leópolis de los
franciscanos conventuales. Después del noviciado, es enviado a
Roma, al Colegio Internacional de la Orden, para los estudios
eclesiásticos. En el año 1915 consigue el diploma en filosofía y en
1919 el de teología.
Mientras Europa está convulsionada por la Primera Guerra
Mundial, Maximiliano sueña una gran obra al servicio de la

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Inmaculada para el advenimiento del reino de Cristo. La tarde del
16 de octubre de 1917, funda con algunos compañeros la “Milicia de
la Inmaculada”. Su fin es la conversión y la santificación de todos
los hombres bajo el patrocinio y por la mediación de la Virgen
María.
En el año 1918 es ordenado sacerdote y en 1919, completados
los estudios eclesiásticos, regresa a Polonia, para dar comienzo en
Cracovia a la labor de organizador y animador de la Milicia de la
Inmaculada. Como vínculo de conexión entre socios y adherentes,
funda la revista “El Caballero de la Inmaculada”.
En el año 1927, alentado por el notable incremento de colabo­
radores consagrados y el creciente número de socios de la M. I.,
traslada el centro editorial a Niepokalanów, o “Ciudad de la
Inmaculada”, cerca de Varsovia, que llegará a acoger más de 700
religiosos, dedicados a la utilización de los medios de comunicación
social para evangelizar el mundo.
En el año 1930, con otros cuatro religiosos, el Padre Kolbe parte
para el Japón, donde funda “Mugenzai no Sono” o “Jardín de la
Inmaculada” y edita una revista mariana. En esa misión japonesa,
después de los horrores de la Segunda Guerra Mundial, se destaca
la labor caritativa de Fray Zenón Zebrowski, cuyos ejemplos
influyen profundamente en el itinerario espiritual de María Sato-
ko Kitahara.
En el año 1936, regresa a Polonia, solicitado por el crecimiento
de la comunidad religiosa y por la expansión de las actividades
editoriales, que incluyen “El Pequeño Diario”, de gran repercusión
en las clases populares.
El 1 de setiembre de 1939, estalla la Segunda Guerra Mundial
con todas sus hecatombes de víctimas y sus infinitos males.
También Niepokalanów es bombardeada y saqueada. Los religio­
sos deben dispersarse. Los edificios son utilizados como albergue
para miles de prófugos.
El 19 de setiembre, el Padre Kolbe es tomado prisionero con
otros cuarenta religiosos; pero a los tres meses son dejados en
libertad.
El 17 de febrero de 1941 es nuevamente arrestado por la
Gestapo y encerrado en la cárcel Pawiak de Varsovia. El 28 de
mayo del mismo año es deportado hacia el campo del exterminio de
Oswiecim (Auschwitz), en el que se le asigna el Número 16670.
A fines de julio acontece la evasión de un prisionero. Como
represalia, el Comandante Fritsch elige al azar diez compañeros
del mismo bloque del evadido, condenándolos injustamente a
morir de hambre y de sed en el sótano de la muerte.

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En medio del estupor de todos los prisioneros y hasta de los
mismos nazis, el Padre Maximiliano se ofrece a sustituir a uno de
los condenados, el sargento polaco Francisco Gajowniczek.
El diálogo entre el Comandante y el Padre es estremecedor:
— ¿Qué quieres?
— Quiero sustituir a ese hombre.
— ¿Quién eres?
— Sacerdote católico.
— ¿Por qué lo haces?
— El otro es padre de familia: tiene esposa e hijos; mientras yo
soy viejo y enfermo.
— ¡Aceptado!
De esa manera escueta y heroica, el Padre Maximiliano des­
ciende con los nueve al sótano de la muerte, donde, uno en pos de
otro, los prisioneros sucumben, consolados, asistidos y bendecidos
por un santo.
Los estudiosos se preguntan: “¿El Padre Kolbe ofreció su vida
para salvar la vida de uno o para salvar del odio y de la desespera­
ción a los otros nueve?”. La respuesta es positiva para las dos
situaciones.
El 14 de agosto, el Padre Maximiliano es matado con una
inyección de ácido venenoso en el brazo izquierdo. Al día siguiente,
su cuerpo es quemado en el homo crematorio y sus cenizas
esparcidas al viento.
A todas luces, entre los horrores infernales del campo de
concentración de Oswiecim brilla una llamarada de amor, en
sintonía con el mensaje y la muerte del divino Maestro: “No hay
amor más grande que dar la vida por sus amigos” (Jn. 15,13).
El 17 de octubre de 1971, en la basílica de San Pedro, el Papa
Pablo VI proclama “Beato” a Maximiliano.
El 10 de octubre de 1982, en plaza San Pedro, Juan Pablo II
declara “Santo” al Padre Kolbe, es decir, lo presenta al mundo como
un auténtico discípulo de Cristo y modelo de vida para todos los
cristianos y para todos los hombres de buena voluntad.

Acotaciones
El Padre Maximiliano no escribió ningún tratado teológico.
Todos sus escritos fueron ocasionales y en su mayor parte están
constituidos por cartas y artículos periodísticos.
Pero, a través de su vida y de sus escritos, nos ha dejado una
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regia experiencia y una gran riqueza doctrinal, de la que nosotros,
como abejas hacendosas, hemos sacado la flor y nata para el
disfrute de los lectores.
En la selección de los textos hemos tenido en cuenta dos
criterios fundamentales: recoger los temas de mayor relieve en el
pensamiento del Padre Kolbe, y privilegiar los textos dirigidos al
hombre contemporáneo con sus ansias, problemas, esperanzas,
aspiraciones...
Hemos distribuido el material en poco más de una veintena de
capítulos. Para facilitar la comprensión de los textos y de los
contextos históricos y geográficos, cada capítulo y cada artículo
están precedidos por unos comentarios.
Los textos de san Maximiliano van en caracteres normales;
nuestros comentarios van en cursiva.
En la selección de los textos, hemos utilizado el excelente
trabajo: “Scritti di Massimiliano Kolbe”, traducido del polaco al
italiano por Cristóforo Zambelli, y editado en tres volúmenes por
Cittá di Vita —Piazza Santa Croce 16— Firenze. Citamos los
textos a través de la sigla SK = Scritti Kolbe, con su respectivo
número.
Queremos agradecer la ayuda que nos prestaron las obras de
Cristóforo Zambelli: “Condurre il mondo a Dio” - EMP 1983; de
Gerlando Lentini: ‘Massimiliano Kolbe, senza limiti” - EMP 1984;
y de Giuseppe Símbula: “La Milizia DeU’Immacolata”. E.N.M.I -
Roma 1990.
Para conocer la vida, obras y martirio de San Maximiliano
Kolbe, sugerimos nuestros cuatro trabajos: “Maximiliano Kolbe”,
de Fray Contardo Miglioranza; “El Santo del siglo”, de Fray
Francisco Javier Pancheri; “María, Estrella de la Evangelización”,
sobre la espiritualidad del Padre Kolbe; “Juan Pablo II y san
Maximiliano Kolbe”; todos ellos editados por Misiones Francisca­
nas Conventuales - Cóndor 2150 - (1437) Buenos Aires - R.
Argentina.
San Maximiliano Kolbe es el hombre de un solo Ideal: la
Inmaculada.
Para hacerla conocer y amar, organiza la Milicia de la Inmacu­
lada, edita revistas, funda las dos ciudades mañanas, despliega
sus banderas en múltiples actividades misioneras y da su vida en
una heroica entrega.
Por eso el Papa Pablo VI pondera: “San Maximiliano hizo de la
devoción a la Madre de Cristo, contemplada en su veste solar (Ap.
12,1), el punto focal de su espiritualidad, de su apostolado y de su
teología”.

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Hombre, ¿quién eres?

El hombre es un misterio, como lo es Dios, ya que fue creado a


su imagen y semejanza. Sus aspiraciones son inmensas y muchos
son los problemas que lo acucian: problemas materiales, culturales,
familiares, políticos... Pero los máximos problemas son espiritua­
les: la búsqueda del sentido de la existencia, dar sentido al Dolor y
al Amor, abrir cauces a sus ansias de eternidad...
Damos comienzo a las reflexiones de san Maximiliano Kolbe:

Ir ¿Quién eres? ;Eres de veras grande!


¿Reflexionaste alguna vez para saber quién eres tú?
Con todo derecho te sientes superior a las criaturas irraciona­
les que te rodean; a las piedras, aunque sean preciosas y bellas; a
las flores, aunque sean graciosas y atrayentes; a los animales,
aunque sean muy útiles.
Te sientes amo de todo lo que te rodea, ¡y con todo derecho!
Con orgullo miras un avión que está volando, escuchas en la
radio una música tocada en otra extremidad de la tierra, y prevés
todavía muchas otras invenciones de la inteligencia humana.
¿Quién eres?
Te das cuenta de que eres capaz de reflexionar sobre ti mismo
para saber quién eres: tienes la facultad de razonar. Tienes
también la posibilidad de remitir esta reflexión a un momento
sucesivo: tienes la libertad, la libertad de voluntad...

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Posees el libre albedrío. Eres libre, libre amo de las criaturas
que te rodean.
¡Eres de veras grande!

I - iDe dónde vienes?¡De Dios!


¿Reflexionaste alguna vez para saber de dónde vienes?
Tú amas, con sentimientos de gratitud, a tus padres, que te
dieron la vida y la formación; pero sabes bien que también ellos
tuvieron padres y así sucesivamente.
Con todo, ninguno de tus antepasados logró idear tus miem­
bros, ninguno de ellos trazó el primer proyecto, ninguno juntó los
átomos de materia de modo tal que formaran un ojo capaz de ver,
un oído capaz de escuchar, una mano capaz de trabajar. Sin
embargo, estos miembros te sirven a ti justamente para estas
finalidades.
Dondequiera tú adviertas una estructura encauzada hacia una
meta, afirmas con razón que fue la mano de un hombre, guiada por
la inteligencia, a realizar aquella obra, como, por ejemplo, una
casa, un tren, un avión o cualquier otra cosa.
Con todo, un ojo humano es mucho más perfecto que el mejor
avión. ¿Quién lo sistemó? ¡No un hombre! ¿Quién, pues?
Esta causa, y es la primera causa, no producida por nadie,
nosotros la llamamos Dios.
Es la perfección sin límites, infinita, eterna.
Es la primera causa del universo.
Ciertamente te diste cuenta que una obra, tanto tuya como de
cualquier otra persona, lleva en sí una semejanza de aquel que la
realizó. De igual manera el mundo entero lleva en sí mismo una
semejanza de Dios, de cuyas manos salió.
Te diste cuenta también que tú y cualquier otra persona amáis
la obra de vuestras manos. De la misma manera Dios ama a sus
criaturas; y cuanto más perfecta es una obra y cuanto más grande
es la semejanza con aquel que la realizó, tanto más éste la ama. He
ahí justamente el motivo por el cual el amor de los padres hacia los
hijos supera cualquier otro amor. Amar la propia obra es también
un acto divino, es una semejanza con Dios.
Ahora ya sabes de dónde viniste.

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3.-¿Adonde vasf ¡Hacia Dios!
¿Hacia cuál meta te encaminas en el curso de tu vida?
Cada día, a cada hora tú obras, piensas, dices siempre algo.
¿Para qué fin?
La verdad es que tú aspiras a algo, ya fuere cercano o lejano; y
tú tiendes hacia allá, porque esperas que ese algo te traiga una
brizna de felicidad.
Esta aspiración a la felicidad es tan natural que no existe
hombre en el mundo que no desee la felicidad. Sólo por esto los
hombres amontonan dinero y buscan gloria y placeres: para hallar
la felicidad.
¿No es, quizás, verdad que hasta ahora buscaste tu felicidad en
cualquier lugar y en cualquier cosa en esta tierra?
Sin embargo, todo esto no logró serenar completamente tu
corazón. Tú te diste cuenta que, cuando elegiste como meta la
felicidad terrenal, siempre te topaste con la desilusión, hallaste
límites, hubieras querido algo mejor y más duradero...
Si es posible obtener todavía algo mejor, o sea, si tu alma no
está todavía sosegada, no alcanzaste la felicidad, que es tu meta.
Y cualquier límite que aún te quede para superar, será siempre un
impedimento hacia la perfección de tu felicidad. Ello significa que
tú deseas la felicidad, pero una felicidad sin limitaciones: infinita
y eterna.
En este mundo todo es limitado, por eso no es suficiente para
satisfacer ni una sola alma; sin embargo, los que ansian la felicidad
son tantos cuantas son las personas que viven bajo el sol.
¿Dónde está, pues, nuestra meta?
En la naturaleza vemos que todas las tendencias naturales
alcanzan su actuación: el ojo desea ver y lo puede, el oído escuchar
y lo puede, el cuerpo alimentarse y lo puede...
¿Permanecerá irrealizada e insatisfecha sólo la exigencia, in­
serta en la naturaleza humana, de una plena y total felicidad?
¡No! También este deseo tiene la propia satisfacción, es decir,
Dios infinito y eterno.

i - iCuál es el camino? El Evangelio de ¡esucristo


Tú dirás: “Esta meta es tan lejana y elevada que me es difícil
conocer el camino que hay que recorrer para alcanzarla”.

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Es verdad.
Pero Dios, que ama infinitamente sus propias criaturas, ¿no
podría, quizás, señalar el camino? ¿No podría, quizás, ayudarnos
a alcanzar la meta?
En las distintas épocas de la existencia humana diversas
personas, la mayor parte sabias y fervorosas, presentaron caminos
para alcanzar la felicidad humana; pero si recogemos juntas sus
doctrinas, nos damos cuenta de que no concuerdan en todo.
Sin embargo, la verdad puede ser una sola, independientemen­
te del tiempo, del lugar o de la nación. Sumando el número 3 con
el 2, se obtiene 5: siempre y en todo lugar fue y será así. Y aunque
todos los hombres lo negaran, se equivocarían todos, porque 3 + 2
dará siempre 5.
¿Por qué?
Porque ésta es la verdad.
Por esto, cuando advertimos que, en las doctrinas de aquellas
personas, algunos puntos están en contradicción entre sí, debemos
examinar en qué parte está la verdad.
Al llegar a este punto, tú podrías decir: “¡Oh! Yo no tengo el
tiempo ni la preparación para emprender una búsqueda semejan­
te. ¿Cómo hacer entonces para conocer un camino semejante?”
Es verdad. No todos pueden dedicarse a profundos estudios
religiosos; con todo, tenemos un signo o sello divino, que confirma
la doctrina auténtica, o sea, un milagro verdadero y auténtico.
Sólo Dios puede obrar los milagros. Por ende, si en alguna parte
los hallamos, allí tenemos una confirmación segura de parte de
Dios.
En la historia, sobre todo en los libros del Nuevo Testamento,
nosotros leemos que Jesucristo había prometido, para demostrar
la autenticidad de su doctrina, que sería crucificado y después de
tres días resucitaría.
Y sucedió justamente así, tanto que sus discípulos no vacilaron
de ninguna manera en sufrir el martirio para confirmar tal verdad.
Lo que Él enseñó, ha de ser, pues, la verdad y el camino por el
cual llegar a Dios: ¡la felicidad! (SK 1270).

Todos ansian la felicidad y aspiran a ella, pero pocos la


encuentran, porque la buscan donde no existe.
Salgamos a la calle. Por la amplia vereda caminan muy de prisa

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personas de toda edad y condición; y cada una tiende hacia alguna
meta, que debe ser una parcela de su felicidad. En el medio de la
calle se mueven ómnibus y autos, y los que están sentados en su
interior sueñan con la felicidad. En las vitrinas se ofrecen a los
viandantes los artículos más variados con el fin de hacer felices a
sus propietarios y compradores.
Adondequiera diriges la mirada, ves a personas sedientas de
felicidad. Pero todos ellos ¿están seguros que al término de sus
variados quehaceres abrazarán el tesoro tan suspirado?
Uno de ellos se propuso como meta acumular bienes materia­
les: dinero. Todavía no alcanzó la meta de sus deseos y por eso
continúa aspirando aún. ¿Lo logrará?... Cuantas más riquezas
acumula, tanto más se entusiasma en correr en pos de ellas y tanto
más las desea. Y aunque poseyera el mundo entero, volvería aún
la mirada llena de envidia hacia la luna. El desea más, cada vez
más, y ansia adquirir cada vez más de prisa y poseer siempre por
más largo tiempo.
¡Cuántos esfuerzos, cuántos afanes, cuántos sacrificios, cuánta
salud le costó todo lo que posee, y cuántos trabajos le esperan
todavía! ¿Y si le sucediera una enfermedad? ¿Si la fortuna le
volviera las espaldas? ¿Si un ladrón le robara?...
Y después, al fin llegará también la muerte. ¿Y entonces?...
Habrá que dejarlo todo e irse a solas consigo mismo hacia la
eternidad... El solo pensamiento de estas realidades envenena los
instantes de breve satisfacción que derivan de las ventajas obteni­
das.
Por consiguiente, ¡él no entró en posesión de la felicidad!
Sigamos adelante. Sobre una puerta se destaca un cartel:
“Fiesta de baile”, y muchos acuden. Disfrutan del mundo, ¡mien­
tras existe la posibilidad!
Sin embargo, ¿son ellos felices? ¿No desean, quizás, un cáliz de
delicias aún más grande, más colmado, más dulce? Van a la
búsqueda de siempre nuevos placeres, pero al fin caen en el hastío,
sienten los límites. Con todo, desearían una felicidad sin límites y
sin término...
Por ende, ¡tampoco ellos la hallan!
Quizás, ¿es la gloria que satisface al hombre? Demos una
mirada a las falanges de hombres célebres, que ocupan posiciones
elevadas y gozan de gran fama.
Acaso ¿poseen éstos el talismán de la felicidad? Interrogué­

is
moslos para saber si no desean, tal vez, que su gloria abarque
horizontes todavía más amplios y que brille en otros campos.
Sin duda, alguno de ellos aceptaría de buena gana esta posibi­
lidad y, quizás, a veces piensa en la manera de brillar aún más.
Mientras tanto, tal vez, algunos le hacen sombra y otros no
aprecian sus méritos. ¡Cuántos, menos dignos que él, son colocados
en sitiales más altos!
En fin, también la gloria es un cristal muy frágil. Muchos, que
hasta poco tiempo atrás eran célebres, ahora se hallan en la
sombra del olvido. Y, a conclusión de todo, también ellos recibirán
la visita de la muerte...
Y ¿después de ella?... ¿Para qué servirán los elogios humanos
y los monumentos, si la eternidad fuere infeliz?...
Tampoco aquí, pues, está la felicidad.
Además, riquezas, placeres y gloria pertenecen más bien a
pocos, mientras la felicidad es deseo de cada uno...
El corazón del hombre es demasiado grande para poder ser
colmado por el dinero, la sensualidad o los humos de la gloria, que
son ilusorios, aunque aturden. Él desea un bien más elevado, sin
límites y que dure eternamente. Este bien es sólo Dios (SK 995).

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Dios Creador y Padre

Conocer, amar y servir a Dios es la más noble aspiración del


hombre, su primera obligación, su máxima gloria y un día su
dichosa eternidad.
iPor qué conocerlo, amarlo y servirlo?Porque es el Creador, el
Padre, el Redentor, el Santificador y la eterna recompensa.
Dios, como Padre, quiere establecer un diálogo con los hombres
que son sus hijos y les ofrece su “alianza” hasta comunicarles su
vida divina.
De mil maneras y a través de mil oportunidades podemos llegar
a conocer, amar y servir a Dios.
Los dos libros mayores para conocerlo son la naturaleza y la
Sagrada Escritura. Los esplendores de la naturaleza son un canto
de admiración y de gratitud; la Sagrada Escritura es una “carta de
amor” con que Dios revela su misterio trinitario y su divina
inhabitación en el hombre.
El Padre Kolbe, en un lenguaje fresco y popular, nos ofrece un
racimo de vigorosas pinceladas.

Interrogantes y desafíos
¿Por qué hoy muchos procuran convencerse a sí mismos y a los
demás que Dios no existe, aunque saben perfectamente que ni
todos los científicos, juntos, son capaces de dar la vida a un
despreciable mosquito?
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Afirmar que todo tuvo origen gracias a una pura e inexplicable
casualidad, es un verdadero y auténtico absurdo, como si uno
pudiera pensar que un simple reloj haya juntado sus engranajes
por pura casualidad, ¡sin la ayuda de nadie!
¿Por qué muchas personas, si bien inteligentes y versadas en
muchos sectores, no se interesan mínimamente por conocer la
meta de su vida y sus relaciones con Dios?
¿Por qué en otros problemas normalmente son progresistas,
mientras en éste, que es el más importante de todos, están tan
rezagados?
¿Por qué muchos son capaces de procurarse libros adecuados
para adquirir la ciencia, mientras que, para informarse sobre la
religión católica se procuran fuentes inadecuadas, a veces sospe­
chosas, con tal de no tomar en mano el libro más seguro y claro: el
catecismo?
¿Por qué todo esto? (SK 1143).

¿•Cómo conocemos a Dios?


Todos nosotros sabemos muy bien, por experiencia cotidiana,
que cada día conocemos muchas cosas nuevas.
¿De qué manera conocemos nosotros?
Cuando veo un lindo cuadro, espontáneamente pienso que el
pintor que lo ejecutó ha de ser una persona capaz, y surge en mí el
respeto hacia él, porque lo conocí como creador de aquel cuadro.
Pero semejante conocimiento de aquel personaje es muy imperfec­
to.
Si pido informaciones sobre ese pintor y alguien, que lo conoce
personalmente, me habla de él, entonces yo llego a saber mucho
más sobre él, ya que me apoyo en las palabras del que me habla.
Pero si encuentro a aquel personaje, lo observo y me entretengo
en conversación con él, entonces lo conozco incomparablemente
mejor que antes.
Este es nuestro modo de adquirir el conocimiento.
El más simple y el más claro es el contacto inmediato con el
objeto del conocimiento. Menos perfecto es el contacto indirecto, a
través del testimonio de otras personas que se encontraron con tal
objeto; además, tal conocimiento se basa en la confianza en aquel
que nos da las informaciones. Menos claro aún es el conocimiento
que deriva de los efectos. Este conocimiento se fundamenta en un
razonamiento, o sea, en el conocimiento de la causa por sus efectos.

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Relativamente pocas son las cosas con las que tenemos la
posibilidad de tener un contacto directo. Vivimos en un espacio tan
estrecho de tiempo y de lugar que, todo lo que sucedió hasta el
momento de nuestro ingreso en el mundo y lo que no vemos a causa
de la distancia desde el lugar de nuestra actual residencia, escapa
inexorablemente a este primer grado de conocimiento. Además,
nuestras facultades cognoscitivas tienen límites trazados de ma­
nera bastante rigurosa. Por consiguiente, nosotros tenemos un
contacto directo con un número muy limitado de cosas.
Mucho más amplio es el ámbito del segundo modo de conoci­
miento, es decir, a través de la fe en los demás. Escuelas, bibliote­
cas, libros, diarios, radio, televisión... nos brindan muchas cosas en
las que creer. También el racionalista más emperrado emite, de la
mañana a la tarde, innumerables actos de fe en aquellas cosas que
llega a conocer a través de otras personas.
Muy amplio es también el ámbito de conocimiento de las causas
por sus efectos. Sobre este tipo de conocimiento se funda toda la
ciencia y, en gran parte, la vida cotidiana.
Del mismo modo sucede para el conocimiento de Dios.
Nosotros conocemos a Dios sobre todo a través de los efectos: de
las criaturas, de las que Él es su Causa Primera, y de la perfección
de las mismas nosotros deducimos la perfección del Creador. Sin
embargo, este conocimiento es muy imperfecto.
Además, nosotros lo conocemos mejor por la fe, creyendo en
Aquel que conoce a Dios directamente y que nos ha hablado de Él
ampliamente: Jesucristo. Él selló la propia doctrina con la gloriosa
resurrección después de la muerte en cruz.
Finalmente, conoceremos a Dios de modo más claro, o sea,
directamente, después de la muerte, en el paraíso (SK 1187).

En la naturaleza cada cosa tiene su finalidad


Nuestra meta común es Alguien infinito y eterno: Dios. De Él
hemos salido y a Él tendemos por un impulso natural. Es éste un
hermoso ejemplo de la ley universal de acción y de reacción igual
y contraria.
— Pues bien, ¿dónde está este Dios? ¿Cómo es posible que Dios
sea una persona con la barba blanca, como se lo ve pintado en los
cuadros?
— ¿Quién afirma esto? Dios está en todas partes. Con todo,
dígame Ud.: “¿Cómo hacemos nosotros, los hombres, que no tene­

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mos la posibilidad de formarnos un concepto sin la representación
sensible de una cosa, a imaginarnos a Dios, purísimo espíritu?...”
— Yo me imagino que Dios sea la naturaleza.
— Pero, ¿qué es en su totalidad esta naturaleza?

— ¿Tiene, quizás, la razón la naturaleza?

— Nosotros llamamos razonable una acción hecha para alguna


ñnalidad. ¿No es verdad? Irrazonable llamamos lo que obra sin una
ñnalidad, o lo que utiliza medios no proporcionados a la finalidad.
¿No es así?
— ¡Exactamente!
— Tome, por ejemplo, el ojo o el oído humano. Hay muchas
partes, pero todo está formado y dispuesto de manera tal que
alcance la finalidad, o sea, el ver o el oir. Aquí se aprecia una acción
orientada hacia un fin: razonable, pues. Ahora bien, me pregunto:
“¿La mente de quién ha proyectado y compuesto todo esto? ¿La
nuestra, la de nuestros padres o la de nuestros antepasados?”
Ahora bien, la ciencia no logró todavía investigar los misterios
de los organismos ya existentes y ya formados. Con todo, salta
inmediatamente a los ojos la finalidad existente en la composición
aunque fuere sólo de un ojo o de un oído; y es que ellos deben servir
para ver o para oir.
Incluso, si nos divirtiéramos en ser evolucionistas y predicára­
mos que todo esto se desarrolló desde una cierta materia primitiva,
permanecería siempre intacta la misma pregunta: “¿Quién dio la
existencia a esta materia? ¿Y quién, con tanta sabiduría la dotó de
movimiento de tal modo que, después de tantos y tantos años,
durante los cuales se sucedieron variadas transformaciones, pu­
diera ejecutar la finalidad prefijada? Pues bien, esta mente, Aquel
que dirige con tanta inteligencia, nosotros lo llamamos Dios”.
— ... Ahora reconozco... que Dios existe...
El tren modera la marcha... Bajo... Tomo entre las manos el
rosario (SK 1124).

El reloj y el relojero
En los artículos para sus revistas mañanas, el Padre Maximi­
liano utilizaba a menudo la forma del diálogo. En esos artículos
volvía a tratar una y otra vez los grandes temas de la existencia. La

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parábola de “el reloj y el relojero”le ofrece materia para un sabroso
análisis:

Nosotros podemos conocer algunas cosas no sólo mediante la


visión directa, sino que también podemos llegar al conocimiento de
una causa partiendo de un efecto.
¿Es verdad?
— Sí.
— ¿Qué diría Ud. de un hombre el cual, a propósito de su reloj,
razonara de la manera siguiente: “Esta caja metálica se desprendió
por pura casualidad de una mina, de un modo singular se lundió
sola, se purificó y tomó la forma que nosotros vemos. También la
inscripción se grabó por pura casualidad. Igualmente el cristal se
fundió y se afiló por pura casualidad. Los mismos engranajes a
rueda se montaron solos. Y las demás partes que componen este
reloj se formaron solas por purísima casualidad y, en fin, se
pusieron todas juntas, como las vemos ahora, sin necesidad de una
mente humana y ahora marcan las horas sin necesidad de una
mano: todo por casualidad?”. Si aquel hombre afirmara tales cosas
con toda seriedad, ¿qué diría Ud.?
— Que probablemente se le dio vuelta el cerebro.
— Ahora bien, en la naturaleza tenemos organismos formados
de modo incomparablemente más misterioso. Seguramente Ud.
también se asombra, al estudiar en anatomía la composición
también sólo de un ojo humano. ¡Cuántas partes diversas, cómo
son delicadas y cómo sirven magníficamente para ver!
Toda la naturaleza está compuesta por millones y miles de
millones de organismos que viven, se desarrollan y se reproducen.
¿Se podría afirmar que estas maravillas de la naturaleza sean una
pura casualidad?
Alguien podría decir: “Todo esto no sucede sin una causa, por
cierto; pero tales causas tienen a su vez una propia causa, y éstas,
otras causas todavía”. Sin embargo, en esta serie de causas,
aunque esté abierta a lo infinito, ¿no debemos, quizás, admitir una
causa primera? De por sí las causas no dan ninguna perfección,
sino que comunican sólo lo que ellas mismas recibieron, mientras
a nosotros nos interesa el artífice de aquella perfección. Una causa
primera ha de haber... y ella es Dios.
— Es evidente.
En el rostro de aquel señor, compañero de viaje, se advertía una
especie de maravilla por el hecho de que hasta aquel momento no

19
había logrado llegar a semejante conclusión. Puede ser que en el
pasado no hubiese jamás reflexionado acerca de tal verdad (SK
1024).

¿Si Dios no existiera? ¿O si dejara de existir?...


Sería como si el sol se apagara: sería la muerte. La vida
carecería de sentido.
La fórmula cristiana es: *Todo con Dios, en Dios, por Dios y para
Dios”. Sin Él la nada, ¡el horror de la nada absoluta!
El Padre Kolbe se interroga y nos invita a reflexionar tanto a
nivel teórico como práctico:

Si Dios dejara de existir, toda religión perdería su fundamento.


La religión es una relación entre Dios y el hombre. Si Dios no
existiera, la religión perdería su propia razón de ser y la oración
dejaría de ser necesaria.
Cesaría también la justicia, porque sería limitada sólo a los
juicios humanos, pero el juicio humano no es infalible. Incluso un
hombre de buena voluntad puede a menudo engañarse. ¡Cuántas
injusticias y arbitrariedades vemos a diario en los juicios humanos!
Si Dios dejara de existir, nada permanecería después de la
muerte, y por ende la meta última del hombre sería solamente este
mundo.
Hablando en general, la meta última exige, por su naturaleza,
la exclusión de cualquier limitación, mientras las demás cosas son
aspiraciones dignas de ser perseguidas sólo en la medida en que
son medios para alcanzar el fin último.
Si este mundo fuera la meta última del hombre, las riquezas
terrenas serían ansiadas sin limitación alguna y cada uno desearía
acumularlas lo más posible. Dado que las riquezas terrenas no
existen en cantidad ilimitada, imperceptiblemente nacería una
guerra entre los hombres y cada uno quisiera apoderarse de tales
riquezas. Por consiguiente, “la carne del más débil sería la comida
para hoy”. Los más fuertes y astutos pisotearían a los demás; los
individuos harían uso de la prepotencia y, viviendo sin alguna
meta superior, se reducirían al estado bestial.
Además, si no hubiera ni una brizna de perdón y compasión, la
ley lógica de la vida sería: luchar contra el prójimo para apoderarse

20
de la mayor cantidad posible de riquezas y servirse de ellas de la
manera más cómoda.
Si así sucediera, la vida de las personas justas ¿no sería acaso
insoportable?
Ciertamente, si Dios dejara de existir, toda realidad perdería
la propia existencia.
¿Por qué? —preguntas tú.
Pues bien, Dios no sólo lo creó todo, sino que también lo
conserva todo, comunicando la existencia en cada momento. Por lo
tanto, si Dios dejara de existir, junto con Él serían indudablemente
destruidos el universo y los hombres.
Sin embargo, Dios no deja de existir, como tampoco la religión
cesa. Más aún, Dios recompensará o castigará todo pensamiento y
toda acción por mínima que sea, y asignará a cada uno la gloria o
la pena.
Las riquezas terrenas son sólo un medio para alcanzar la meta
última y eterna, después de la muerte (SK 1191).

La naturaleza ayuda a\ hombre a glorificar a Dios


De mil maneras la naturaleza, obra de Dios, ayuda al hombre:
alimentación, abrigo, vivienda, remedios, cultura, esparcimien­
tos. ..
El Padre Kolbe, apóstol de la Buena Prensa, ve en el árbol, que
puede ser papel y libro, un medio de evangelización y promoción del
hombre.

Entre los declives de la montaña y a lo largo de los vastos llanos


cimbran y susurran las florestas de Polonia. Son hermosas por su
frescura, por su verdor, por su majestuosidad, y con su misterioso
murmullo proclaman la gloria de su Creador.
Sin embargo, ellas no se contentan con eso: desean suscitar
también en los hombres el amor a Dios. De ellas el campesino saca
los tirantes para edificar su vivienda; ellas abastecen los postes
para sostener las galerías de las minas; sin ellas el albañil no
montará el andamio y ellas durante el invierno darán calor a miles
y miles de personas ateridas por el frío.
Con todo, no se contentan tampoco con ello. Ellas son capaces
de penetrar aún más en profundidad, porque llegan a alcanzar de
alguna manera la inteligencia, el alma del hombre. Desmenuzadas

21
en pasta de madera, recalentadas, aplastadas bajo la prensa, dan
finalmente origen al papel, en el cual los pensamientos que se le
confían se difunden por el mundo entero (S K 1083).

Todo coopera para el bien de los que aman a Dios


Tú eres una criatura; por ende lo que posees, lo que eres y lo que
puedes, lo tienes todo de Dios.
Dios es el Señor de todas las cosas y la causa de todos los
sucesos. De los sucesos buenos sólo Él es el origen y los males los
permite en vista de un bien mayor, en favor de aquel por el cual los
permite. Con respecto a Dios, los hombres son propietarios de las
cosas sólo por analogía (o sea, son sólo administradores).
Por esto, todas las cosas y todos los eventos nos ayudan a
conocer, amar y servir a Dios, a vivir bien en esta tierra y a alcanzar
la felicidad eterna. “Si todos los hombres estuvieran convencidos y
lo recordaran en la vida concreta, el mundo entero sería un
paraíso” - León XIII (SK 963).

22
La verdad puede ser luz intelectual para comprender y valorar,
y fuerza motriz para traducir en vivencias lo que se ha contemplado.
La verdad puede aplicarse tanto a las cosas divinas como a las
humanas y a las terrenales.
“Sólo la verdad los hará libres”(Jn 8,32), decía Jesús, tanto a
nivel teórico como práctico: nos hará libres de errores y de pecados.
Maximiliano Kolbe es un enamorado de la verdad. Sus dos
diplomas de filosofía y de teología nos hablan de sus profundas
inquietudes intelectuales y su santidad nos habla de sus vivencias
evangélicas.
Sus palabras son un desafío a todo escepticismo, nihilismo,
desesperación...

La verdades única
Aunque no todos los hombres amen la verdad, sin embargo sólo
ella puede ser la base de una felicidad duradera.
La verdad es única.
Lo sabemos bien; con todo, en la vida concreta nos comporta­
mos a veces como si en un mismo problema el “no”y el “sí”pudieran
ser, uno y otro, la verdad.
Por ejemplo, no es difícil experimentar en nosotros mismos que
a veces nos comportamos con la convicción, como nos dice la fe, que
la divina Providencia nos asiste, mientras en otra ocasión nos
23
preocupamos de manera exagerada, como si esta divina Providen­
cia no existiera. Por lo tanto, la divina Providencia o existe o no
existe.
Igualmente es verdad, por ejemplo, que en este momento yo
estoy escribiendo estas palabras y que tú, querido lector, las estás
leyendo. Ante esta realidad no puede ser verdadera la frase
contraria, es decir, que yo no haya escrito estas cosas, o que tú no
las estés leyendo. Sobre este mismo argumento no puede ser
verdadero tanto el “sí” como el “no”.
La verdad está en el “sí” o en el “no”. La verdad es única.

La verdad es poderosa
La verdad es poderosa.
Si alguno quisiera desmentir y afirmara que ni yo he escrito ni
tú has leído, la verdad no se cambiaría; y el que negara, se
equivocaría, se engañaría. Incluso si tales negadores fuesen nume­
rosos, la fuerza de la verdad no saldría perjudicada. Más aún,
aunque todos los hombres de la tierra afirmaran, publicaran,
filmaran y juraran a lo largo de toda su vida que yo no he escrito
estas líneas y que tú no las has leído, todo ello no bastaría para
desmenuzar ni una miga del granito de la verdad, o sea, que yo he
escrito y que tú has leído.
Ni Dios cancela ni puede cancelar la verdad con un milagro, ya
que Él es justamente la verdad por esencia.
¡Qué grande es la potencia de la verdad! ¡Una potencia verda­
deramente infinita, divina!

También la verdad religiosa es única y potente


El Padre Maximiliano va a tratar una temática muy compleja:
el pluralismo religioso, que es legítimo; pero no porque todas las
religiones son iguales y verdaderas, sino porque ha de ser respetado
el derecho de la persona a profesar la religión que juzga verdadera.
Es derecho y deber de todo hombre buscar la verdad con la
reflexión, la oración y la consulta.
No de otra manera se presenta el problema con respecto a las
verdades religiosas.
Sobre la tierra nosotros vemos numerosas confesiones religio­

24
sas y topamos con la idea, bastante difundida, según la cual toda
religión es buena.
No se puede estar de acuerdo con tal idea.
Es verdad que muchos de los que no reconocen religión alguna,
o profesan una u otra, pueden estar exentos de toda culpa ante
Dios, por el hecho de que están plenamente convencidos de cami­
nar por un camino justo; sin embargo, también en los problemas de
argumento religioso la verdad puede ser solamente una; y los que
tienen convicciones diferentes de la realidad de las cosas, se
equivocan. Sólo el que juzga según la verdad, tiene una fe verda­
dera.
De esa manera, si es verdad que Dios existe, están en el error
los incrédulos, que afirman que Dios no existe; por otra parte, si Él
no existiera, estarían en el error todos los que profesan una
religión, cualquiera que fuese.
Además, si es verdad que Jesucristo resucitó, es verdadero lo
que Él enseñó y que Él es el Dios encamado; si en cambio no
hubiese resucitado, todas las confesiones no tendrían razón de
existir.
En fin, si Jesús se dirigió realmente a Pedro con las palabras:
“Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt 16,18),
y dio de esa manera un signo siguiendo el cual cada uno tiene la
posibilidad de reconocer fácilmente su Iglesia en medio de los
cientos de Iglesias cristianas diferentes entre sí; entonces sólo los
que se hallan en la Iglesia universal, católica, caminan por el
camino verdadero y, si tienden fielmente hacia Dios siguiendo la
enseñanza de la Iglesia, tienen la garantía de alcanzar la felicidad
eterna y hasta la paz y la alegría en esta tierra.
Lo mismo vale para los demás puntos de las verdades religio­
sas. Por ejemplo, si es verdad que en Lourdes la Inmaculada
apareció realmente a Bemardita, es algo cierto que Ella vive y ama
a los hombres como una verdadera madre. Si esta aparición no
hubiese sucedido, nosotros no tendríamos la posibilidad de saber
lo que tal fuente nos dice sobre la Inmaculada; con todo, muy bien
podríamos fundamentamos en muchas otras fuentes.

[I empeño Je todo hombre: reconocer la verdad


Nadié puede cambiar cualquier verdad. Sólo se puede buscar la
verdad, hallarla, reconocerla, conformar a ella la propia vida,
caminar por el camino de la verdad en toda cuestión, sobre todo, en

25
las cuestiones que pertenecen al fin último de la vida, con relación
a Dios, o sea, en los problemas de religión.
La felicidad duradera.
En el mundo no existe hombre que no vaya a la búsqueda de la
felicidad; más aún, en toda nuestra acción la felicidad se presenta
a nosotros, en una forma u otra, como la meta hacia la que
tendemos naturalmente.
Sin embargo, una felicidad que no se edifica en la verdad no
puede ser duradera, como por lo demás la misma mentira.
Únicamente la verdad puede ser y es el fundamento inque­
brantable de la felicidad, tanto para cada persona en particular
como para la humanidad entera (SK 1246).

Cinco inquietudes, cinco pinceladas


Bajo una forma interrogativa indirecta, Maximiliano mani­
fiesta algunas facetas de la verdad que constituían el alimento
cotidiano de sus meditaciones y el motor de su fecundo apostolado.
Ofrecemos algunos extractos.
Ya pasaron diecinueve años desde que dejé los bancos de la
escuela y la severa, y con todo llena de gratos recuerdos, vida
escolástica.
Durante estos diecinueve largos años y al mismo tiempo
también breves, viajé mucho, visité muchos países, vi muchas
cosas, me encontré con muchas personas.
Cuanto más crecía el número de las personas que encontraba
y cuanto más me movía por el mundo, tanto más disminuía en mí
la posibilidad de zafarme de una impresión que, como las olas del
mar en la playa, me recordaba las cosas en las que yo no era capaz
de creer.
A saber:
1. - Yo no soy capaz de creer que en un hecho pueda haber más
de una verdad...
2. - Yo no soy capaz de creer que no exista un Dios omnisciente,
omnipotente, sumo bien y único Creador de todas las cosas... La
casualidad es intrínsecamente falta de orden, de regularidad, de
certeza...
3. - Yo no soy capaz de creer que el alma no exista... En el
hombre hay actividades que no tienen una forma exterior: por
ejemplo, la reflexión y el juicio. Estas actividades no pueden ser

26
efecto de una materia, que tiene una determinada forma. El
cuerpo, que tiene una forma bien clara, no puede absolutamente
producir de por sí una actividad que sea sin forma. Por ende es
indispensable que exista una substancia, distinta del cuerpo que
sea capaz de producir una actividad espiritual...
4. - Yo no creo que el alma muera...
5. - Yo no soy capaz de creer que el hombre sea un mono
perfeccionado...
En síntesis, la existencia de Dios nos ofrece una respuesta
explícita sobre la finalidad y el significado del universo. Los ateos
y los presuntuosos observen atentamente el mundo que nos rodea.
¿Serán capaces de resolver el enigma del universo sin el reconoci­
miento de Dios? (SK 1186).

27
Dios es Amor Trinitario

¿Quién es Dios? ¿Cuál es su esencia? Los anhelos humanos


desean penetrar en ese hontanar de toda verdad y de toda realidad,
y todo esfuerzo humano es noble para remontarnos hacia Él.
Filósofos y teólogos intentaron abrir sus ojos, para recoger algunas
luces; pero todo esfuerzo es imperfecto y limitado.
Frente a nuestra insuficiencia y debilidad, Dios mismo se
acercó al hombre y le manifestó su naturaleza. La Revelación nos
habla de Dios Uno y Trino: Padre, Hijo y Espíritu Santo; tres
personas pero una sola naturaleza; y en las tres un deslumbrante
e infinito misterio de luz, de vida, de amor, de felicidad, de gracia...
Maximiliano Kolbe, en sus afanes apostólicos a través de los
medios de comunicación social, no nos ofrece un amplio desarrollo
teológico, sino que, después de haber abrevado su espíritu en la
reflexión y adoración, nos descubre las relaciones de vida y de amor
de la Trinidad en favor de los hombres.
Sin embargo, si todo procede de Dios y todo retorna a Él, el
enfoque del Padre Kolbe se dirige de manera peculiar a iluminar el
misterio de la Virgen.

Proyecto trinitario
Dios creó al hombre a su imagen y semejanza —es el primer dato
que nos ofrece la divina Revelación— y lo elevó a la dignidad de hijo
de Dios. De la perfección y de la dignidad del Creador deriva la
29
grandeza del hombre. La Virgen María recibió esa plenitud de vida
divina, la vivió y colaboró con ella, y la hizo fecunda.
Algunos teólogos se preguntan qué modelo tenía al crear tantas
perfecciones y encantos en el hombre y en la mujer. Arrebatados por
su contemplación, no vacilan en afirmar que Dios hizo tan perfectos
al varón y a la mujer, porque, al crearlos, tenía por modelos a Cristo
y a su santa Madre.
Dios es Amor (I Jn 4,16). En la plenitud de esta vida el Padre
engendra al Hijo, mientras el Espíritu procede del Padre y del Hijo.
Dios amó las posibles semejanzas ñnitas de sí mismo, eligió
algunas de ellas y las dotó de una existencia verdadera y propia.
Con la fuerza, casi, de una reacción, estas criaturas se perfeccionan
a sí mismas y de esa manera tienden hacia Dios, del que provienen.
También los hombres, dotados de libre albedrío, tienden de la
misma manera hacia Dios; con todo, ¡a cuántas imperfecciones
están sujetos! ¡Qué discordes se hallan de la voluntad de Dios, de
la misma divinidad!
Sin embargo, Dios, desde la eternidad, había previsto una
criatura que en ninguna cosa, por mínima que fuere, se habría
alejado de El, que no habría disipado ninguna gracia y que no se
habría apropiado ninguna cosa recibida de El.
Desde el primer instante de su existencia el Dador de las
gracias, el Espíritu Santo, estableció la propia morada en su alma,
tomó absoluta posesión de Ella y la compenetró de tal modo que el
nombre de Esposa del Espíritu Santo no expresa sino una sombra
lejana, pálida, imperfecta pero verdadera, de tal unión (SK 1224).

Inhabitación trinitaria
La promesa de Jesús: “Al que me ama, yo también le amaré, y
mi Padre le amará, y vendremos a él y pondremos en él nuestra
morada” (Jn 14,23), nos deja atónitos y pasmados, pero colmados
de dicha. ¡Nuestra alma, morada trinitaria! ¡Nuestro corazón,
paraíso y altar de Dios! ¡El hombre, interlocutor de Dios!
Maximiliano, como todo creyente, revive a través de la pluma el
misterio de esa presencia y de ese diálogo de amor; pero de manera
peculiar destaca que ese misterio y esa relación se vuelven sublimes
en las comunicaciones de Dios a la Virgen.
Por la divina revelación nosotros sabemos que desde la etemi-

30
dad y para siempre el Padre engendra al Hijo, mientras el Espíritu
procede del Padre y del Hijo.
Esta vida de la santísima Trinidad resuena, en ecos innumera­
bles y variados, en las criaturas salidas de las manos de Dios Uno
y Trino, como semejanzas más o menos lejanas de Él.
El principio universal, según el cual todo efecto es semejante a
la causa, tiene su plena aplicación también aquí, y se trata de una
aplicación aún más rigurosa por el hecho de que Dios crea de la
nada. Todo lo que existe en la creación, pues, es todo obra suya.
Del Padre, a través del Hijo y del Espíritu Santo, desciende
todo acto del amor de Dios: actos creativos, actos que mantienen en
la existencia, actos que dan la vida y su crecimiento, tanto en el
orden de la naturaleza como de la gracia.
De esa manera Dios comunica el amor a sus innumerables
semejanzas finitas. Al mismo tiempo, la reacción de amor de la
creación no sube al Padre por otro camino sino a través del Espíritu
y del Hijo. No siempre sucede esto con plena toma de conciencia, sin
embargo, siempre sucede realmente. Dios solo, y ninguno más, es
el Creador del acto de amor de las criaturas; pero, si una de estas
criaturas está dotada de libre albedrío, tal acto no sucede sin su
consentimiento.
El vértice del amor de la creación que retoma a Dios es la
Inmaculada, el ser sin mancha de pecado, toda hermosa, toda de
Dios. Ni por un instante su voluntad se alejó de la voluntad de Dios.
Ella perteneció siempre y libremente a Dios. Y en Ella se realiza el
milagro de la unión de Dios con la creación.
El Padre, como si fuese su Esposo, le confía al Hijo; el Hijo
desciende a su seno virginal, haciéndose su Hijo, mientras el
Espíritu Santo forma en Ella de manera prodigiosa el cuerpo de
Jesús y toma morada en su alma. La compenetra de modo tan
inefable que la definición de “Esposa del Espíritu Santo” es una
imagen muy lejana para expresar la vida del Espíritu Santo en Ella
y por Ella.
En Jesús hay dos naturalezas (la divina y la humana) y una
única persona (la divina), mientras aquí hay dos naturalezas y
también son dos las personas: el Espíritu Santo y la Inmaculada;
sin embargo, la unión de la divinidad con la humanidad supera
toda comprensión (SK 1310).

“Los cielosproclaman la gloria de Dios”, canta el salmo (S 18,2).

31
Manifestar el amor trinitario es la primera finalidad de la
creación; pero el despliegue de ese amor se expresa de mil maneras.
Maximiliano queda encandilado ante esas manifestaciones de
amor, sobre todo al verlo realizado y fecundo en la Virgen Inmacu­
lada. Y con Maximiliano también nosotros quedamos extasiados
ante esa catarata inefable de dones y beneficios.
La finalidad de la creación y la finalidad del hombre es el amor
de Dios, Creador y Padre; un amor cada día más grande, la
divinización, el retomo a Dios del que había salido, la unión con
Dios, un amor fecundo.
Para que el amor hacia el Padre llegara a ser aún más perfecto,
infinitamente más perfecto, se manifestó el amor del Hijo, Jesús,
que descendió a la tierra, murió en cruz y se quedó en la Eucaristía,
con el objeto de suscitar en los corazones el amor a El.
Para que el amor hacia el Hijo pueda desarrollarse más
intensamente y de esa manera el amor hacia el Padre pueda ser
más ardiente, nos vienen en ayuda el amor del Espíritu y el amor
de la Inmaculada, la llena de misericordia, la mediadora de las
gracias, criatura terrestre como nosotros, la cual atrae fuertemen­
te los corazones hacia sí con el propio Corazón de Madre. Y como el
amor de Dios hacia la creación desciende a la tierra del Padre por
el Hijo y el Espíritu Santo, así por el Espíritu y el Hijo sube al Padre
la respuesta de tal amor, la reacción, el amor de la creación hacia
el Padre.
El amor del Padre, del Hijo y del Espíritu arde eternamente; el
amor del Padre, de Jesús y de la Inmaculada no conoce imperfec­
ciones. Sólo el hombre —¡no siempre ni en todo!— compensa de
modo imperfecto tal amor con su amor.
Suscitar este amor hacia la Inmaculada, encendiéndolo en el
propio corazón, y comunicar tal fuego a los que viven cerca;
inflamar con él todas, y cada una en particular, las almas que viven
ahora y que vivirán en el futuro y hacer flamear de modo cada día
más intenso y sin restricciones tal llama de amor en sí mismos y en
toda la tierra: he ahí nuestra finalidad.
Todo lo otro es sólo medio (SK 1326).

Orgullo y alegría de la paternidad


El Amor es fecundo: comunica su ser, su vida, sus alegrías.
Dios es Amor y ese Amor es Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu

32
Santo. Así en el hombre el Amor se vuelve paternidad y maternidad,
es decir, transmisión de vida y de IDEALES.
Maximiliano siente la alegría de ser padre y madre de sus
“hijos”espirituales.
Muy queridos, san Pablo escribía a los corintios (I Cor 4,15):
“Aunque ustedes tengan diez mil maestros que los lleven a Cristo,
de hecho sólo tienen un padre. Yo los engendré para Cristo por la
predicación del Evangelio”.
Yo también, con gozo, me aplico a mí mismo estas palabras,
alegrándome del hecho de que la Inmaculada, a pesar de mis
miserias, debilidades e indignidades, se dignó infundir en ustedes
por mi intermedio su vida y hacerme su madre.
De esa manera la vida divina, la vida de la santísima Trinidad,
corre del sagrado Corazón de Jesús, por el Corazón Inmaculado de
María, a nuestros pobres corazones, pero a menudo a través de
otros corazones creados.
Que esta vida sea el amor, nosotros todos lo comprendemos
bien. Por eso Jesús afirmó: “Yo vine a traer fuego a la tierra y
¡cuánto desearía que ardiera! (Le 12,49) (SK 503).

Un religioso franciscano había manifestado al Padre Kolbe sus


inquietudes espirituales. En su respuesta Maximiliano trata el
hermoso y delicado tema de las “mediaciones”.
Dios busca la colaboración humana. A través del campesino nos
da el pan, a través de la oveja el abrigo de lana, a través del maestro
la cultura, a través de los padres la vida y a través de la intercesión
de los santos la gracia santificante...
Tales planteos de “mediaciones”se resuelven en una visión de
conjunto, a la luz del misterio trinitario y enfocándolo todo desde
los despliegues del amor.
Tú escribes: “No logro armonizar en mi alma el hecho de amar
al mismo tiempo a Jesús y a María”.
¿Podías tú amar juntos a tu padre y a tu madre y, además, a tus
hermanos y hermanas? Por cierto, nuestro objetivo es Dios, la
santísima Trinidad; sin embargo, ello no impide que amemos a
Dios Padre como Dios Padre, a Dios Hijo como Dios Hijo, al Espíritu
Santo como Espíritu Santo, a Jesús como Jesús, a la Virgen como

33
la Virgen y, además, a nuestro padre, a nuestra madre, a los
parientes, a los ángeles, a los santos y a toda la humanidad.
Obviamente, no uno después de otro, sino todos juntos... Por cierto,
no podemos pensar en todos en el mismo instante; pero ello no
impide que los amemos efectiva y simultáneamente a todos.
Tú escribes: “Voy ante el sagrario, me pongo a hablar con
Jesús...”; y después te preguntas: “¿Dónde está María, Aquélla sin
la cual es difícil acercarse a Jesús..., Aquélla que es el camino más
corto?”
He de decirte que no sólo es difícil, sino imposible acercamos a
Jesús sin María. ¿Por qué? Aun prescindiendo del hecho que fue
Ella la que engendró y nutrió a Jesús para nosotros, el acercamos
a Él es indudablemente una gracia y todas las gracias llegan a
nosotros pasando a través de Ella, de la misma manera como Jesús
mismo vino a nosotros a través de Ella.
Tú me podrías decir: “Pues bien, ¿puedo yo hablar directamen­
te con Jesús sin pensar en María?”
Querido mío, no se trata de lo que tú debas sentir o pensar, sino
únicamente que ésta es justamente la realidad, aunque no pensa­
ras para nada. Si tú amas de veras a Jesús, entonces, ante todo, tú
deseas cumplir en todo su voluntad y, por ende, recibir también la
gracia según la modalidad que Él estableció. Si tienes tal disposi­
ción, entonces puedes libremente, más aún, debes, dirigirte al
sagrado Corazón de Jesús con la convicción de lograrlo todo. En
cambio, si alguno se dijera a sí mismo: “Yo no necesito la mediación
de nadie, yo no necesito a la Virgen santísima. Yo soy capaz de
adorar y de rendir homenaje, a solas, al sagrado Corazón de Jesús
y pedirle lo que necesito”, ¿no tendría razón Jesús de rechazarlo por
una soberbia tan insoportable?
Tú escribes: “La Virgen ha de recibir algo de mí. Yo debo
respirarla a Ella, vivir de Ella, consagrarme todo a Ella, pensar en
Ella... Sin embargo, es Jesús, propiamente Él, el manantial de la
Gracia y del Amor. Él nos invita a sí y se da en la santa Comunión.
En esto María es sólo de ayuda”.
Muy querido, seguramente la fuente de todo bien, en cualquier
orden, tanto natural como sobrenatural (o sea, de la gracia), es Dios
Padre, el cual obra siempre por el Hijo y el Espíritu Santo, o sea,
la Trinidad santísima.
Es verdad que el único Mediador ante el Padre es el Hijo
encamado, Jesucristo, Dios y hombre a la vez, por el cual nuestros
homenajes, dirigidos al Padre, de humanos llegan a ser divinos, de
limitados alcanzan un valor infinito y de esa manera llegan a ser

34
dignos de la majestad del Padre. Es verdad que nosotros amamos
al Padre en el Hijo, en Jesucristo, y a El le debemos ofrecer todo
nuestro amor, para que en El y por El el Padre reciba todo nuestro
amor.
No obstante esto, es también verdad que nuestros actos, aún
los más santos, no están sin defectos y, si queremos ofrecerlos a
Jesucristo puros y sin mancha, debemos dirigirlos directamente
sólo a la Inmaculada y donárselos a Ella en propiedad, para que
Ella los ofrezca como suyos a su Hijo. Entonces nuestros actos
llegarán a ser puros e inmaculados. Además, habiendo recibido un
valor infinito por medio de la divinidad de Jesús, adorarán digna­
mente al Padre.
Igualmente la correspondencia a las gracias, que las criaturas
recibieron por el Hijo y el Espíritu Santo, retoma al Padre sólo por
el mismo camino, o sea, por el Espíritu Santo y el Hijo, es decir, por
la Inmaculada, Esposa del Espíritu Santo, y Jesús unido hipostá-
ticamente a la naturaleza del Hijo.
En la práctica, ¿cómo van las cosas? Hijo mío, tú puedes
también no conocer para nada estas hermosas verdades, puedes no
comprenderlas, puedes no recordarlas del todo y no ser capaz, con
tu inteligencia limitada y con tu imaginación, ni de tener una idea
de modo humano; sin embargo, si tú quieres cumplir siempre la
voluntad de Dios —o sea, la voluntad de Jesús, la voluntad de la
Inmaculada—, entonces dedícate libremente a todas las devocio­
nes hacia las cuales te sientes inclinado.
Aún más, justamente porque nos consagramos ilimitadamente
a la Inmaculada, a pesar de nuestras maldades, con mucha más
valentía podemos acercamos al sagrado Corazón de Jesús.
En realidad, nosotros estamos entera, completa y exclusiva­
mente consagrados a la Inmaculada con todas nuestras acciones,
y en Ella y por Ella estamos consagrados siempre entera, completa
y exclusivamente a Jesucristo. En El y por El estamos consagrados
entera, completa y exclusivamente a nuestro Padre celestial.
Sin pensar para nada en esto y sin sentirlo siquiera, nosotros
podemos dedicamos libremente a cualquier devoción aprobada por
la Iglesia.
Con todo, la esencia del amor de Dios no está en experimentar
dulzuras, recordar, pensar, comprender, imaginar... sino exclusi­
vamente en cumplir la voluntad de Dios en todo instante de la vida
y en sometemos completamente a tal voluntad. Por otra parte,
todas las devociones tienen la finalidad de ayudamos a cumplir esa
voluntad... ( SK 643 ).

35
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lesús: camino>,verdad yvida

Después de haber saboreado los mensajes de san Maximiliano


Kolbe sobre el misterio trinitario y su divina inhabitación en las
almas, nos acercamos con confianza y amor a Jesucristo, el Hijo de
Dios y el Hijo de la Virgen.
“Jesús lo era todo para María”, escribía san Ambrosio de Milán;
lo fue todo también para san Maximiliano y hade serlo para cada
uno de nosotros.
Jesús es la palabra del Padre, la cabeza de la Iglesia y fuente de
toda gracia y verdad (Jn 1,17).
Jesús tenía plena conciencia de su naturaleza divina y de ser el
Mediador único: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va
al Padre sino por mí. El que me ve, ve al Padre, porque yo estoy en
el Padre y el Padre está en mí” (Jn 14,6...).
Como lo sentía y lo vivía san Pablo, el papel de Jesucristo en la
vida de las almas constituía la idea obsesionante del Padre Kolbe;
sólo que Maximiliano veía a Jesús ya en los brazos ya en el halo de
María.
Maximiliano no escribió tratados sobre el Verbo encarnado,
pero a través de cartas y artículos periodísticos comunicó su fe y
amor, y su magisterio se vuelve luz y aliento para muchas almas.

Aurora de salvación
El proyecto creador divino era un proyecto de amor y de
divinización del hombre. A pesar del rechazo inicial, que llamamos
37
pecado original, ese proyecto no podía ni debía frustrarse y, “donde
abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rm 5,20).
La aurora que anuncia el “Sol de justicia y de salvación" es la
Virgen.
Dios creó el universo y en un determinado momento llamó al
hombre a la existencia.
El hombre cometió un pecado de desobediencia en sus relacio­
nes con el Creador.
Condenado a la muerte, pero sólo a una muerte temporaria,
deja el paraíso terrestre para tender al celestial a través del
sufrimiento y de un trabajo pesado.
Desde aquel momento Dios promete un Redentor y una Corre­
dentora, diciendo: “Pondré enemistad entre ti (serpiente, Satanás)
y la mujer, entre tu descendencia y su descendencia. Ella te
aplastará la cabeza” (Gn 3,15).
Pasaron los años, decenios, cientos y miles de años; pero la
humanidad, transmitiéndose esta promesa de generación en gene­
ración, esperó con ansia el momento bendito, el momento de la
misericordia.
Finalmente llegó la hora establecida desde siglos. Brilló el alba
que anunció el Sol divino. En la pequeña ciudad palestina de
Nazaret, situada sobre el declive de una altura entre el lago de
Galilea y el Monte Tabor, nace María, la futura Madre del Hombre-
Dios.
Aquel día -cuyo recuerdo nosotros celebramos justamente el 8
de setiembre-, fue el comienzo de una nueva era. No existirán más
los severos castigos del Antiguo Testamento; el temor cederá el
lugar al amor; la criatura redimida, aunque por desgracia se
rindiere culpable, se reconciliará fácilmente con el Creador, por­
que posee para siempre la más misericordiosa y potente mediado­
ra, que no es capaz de abandonarlo, y a la que Dios, su verdadero
Hijo, no puede rehusar nada.
Algunas personas, como también pueblos enteros, se alejaron
a veces de Dios, pero apenas recurrieron a Ella con fervor, en breve
tiempo experimentaron en sí mismos la paz y la felicidad.
También hoy una inundación de inmoralidad y de incredulidad
se expande en nuestras ciudades y en nuestros pueblos. Observan­
do el mal que se extiende por todas partes, a veces el desaliento
invade el alma. ¿A dónde se llegará?... ¿Qué será dentro de algunos
años?... Quisiéramos penetrar con la mirada el futuro, para ver si
en él brillará todavía la luz...

38
Gente de poca fe, ¿por qué la duda penetra furtivamente en su
corazón? Enciendan en todas partes el amor y la confianza hacia
María Inmaculada y muy pronto verán brotar de los ojos de los
pecadores más endurecidos las lágrimas del arrepentimiento,
vaciarse las cárceles, aumentar las falanges de los trabajadores
honestos, mientras los hogares domésticos exhalarán aromas de
virtud, la paz y la felicidad destruirán la discordia y el dolor, porque
ya despuntó una nueva era (SK 1069).

Creación de la naturaleza, creación del hombre, tentación,


pecado original o rechazo del plan de amor de Dios, promesa de
salvación, irrupción histórica de la salvación a través de los
patriarcas y profetas, realización de la redención, cielos abiertos
gracias a la Cruz y a la resurrección del Señor...
Belén, el Calvario, el tabernáculo son los momentos principales
de la trayectoria del Señor.

Dios existe siempre: en el pasado, en el presente y en el futuro.


En el tiempo, El llamó de la nada a la existencia los seres
espirituales, dotándolos de razón y de libre voluntad. Como tales,
ellos debieron elegirse conscientemente el propio porvenir y dar
una prueba de fidelidad.
Una parte de ellos, a pesar de ser simples criaturas, es decir,
una nada por sí mismos, se atribuyeron a sí mismos lo que eran, y
quisieron con sus solas fuerzas hacerse semejantes a Dios. Pecaron
de orgullo. En el mismo instante recibieron el castigo merecido: la
reprobación.
Los que permanecieron fieles, habiendo reconocido humilde­
mente la verdad, o sea, deber atribuir a Dios todo lo que eran y que
podían, y ser capaces de conocerlo cada vez más sólo por medio de
El, fuente de la existencia, amarlo, poseerlo cada vez más y, por
ende, divinizarse cada vez más (si fuera lícito expresarse así), Dios
los hizo felices llevándolos consigo al paraíso.
Además, Dios creó un ser hecho de carne. A él también le dio un
alma dotada de razón y de libre voluntad. También a él le ofreció
un período de prueba. El espíritu soberbio, con la permisión de Dios
y por la envidia que experimentaba por la felicidad de este ser, lo
sugestionó diciéndole que con sus propias fuerzas “llegaría a ser
como Dios” (Gn 3,5).

39
El hombre se dejó engañar, el prurito de la soberbia engendró
la desobediencia. Con todo, la mente humana no posee absoluta­
mente la claridad de conocimiento propia de un espíritu puro, y por
eso también la culpa fue menor. Así Dios no le infligió una pena
eterna, sino que lo condenó a los sufrimientos y a la muerte.
Ahora bien, ¿quién sería capaz de ofrecer a la justicia divina
una satisfacción adecuada? La grandeza de una ofensa se mide con
la dignidad del ofendido, es decir, de Dios infinito. Ninguna
criatura finita y tampoco todas las criaturas juntas son capaces de
ofrecer una satisfacción infinita. Dios, y sólo Dios infinito, puede
satisfacer de modo infinito.
Y sucede algo increíble. Dios se abaja hasta la criatura, se hace
hombre para redimirlo y para enseñarle la humildad, el silencio, la
obediencia, la verdad... Para que los hombres lo pudieran recono­
cer, eligió un hombre, Abraham, y rodeó su descendencia con una
especial protección. Para que no perdiera la fe en el verdadero Dios,
suscitó en ella a los profetas, que preanunciaron el tiempo de su
venida, la localidad y los particulares de su vida, muerte y resu­
rrección.
Vino a un pobre establo, tomó morada en una pobre casita,
durante treinta años permaneció sujeto en humildad, enseñó una
manera de vida, acogió benignamente a los pecadores que hacían
penitencia, reprochó a los fariseos hipócritas y en fin fue colgado al
árbol de la cruz, realizando de esa manera las profecías.
El hombre está redimido.
Cristo el Señor resucitó, fundó su Iglesia sobre la roca, Pedro,
y prometió que las puertas del infierno no prevalecerán contra ella
(Mt 16,18) (SK 1113).

¿Quién se atremía a suponer tanta bondad?,..


Todo es gracia y todo es gratuidad, pero es un abismo de
gracias, y ¡a qué precio!
Dios es Amor creador, Amor redentor, Amor santificador: de la
majestad de la creación a la humildad de Belén, a la sangre de la
Cruz, a los fulgores de la resurrección.
Tanta bondad y tantos mimos producen en Maximiliano estu­
por y admiración. Maximiliano es un contemplativo y un místico
pero es también apóstol, y como tal quiere compartir con nosotros
sus sorpresas, sus descubrimientos, sus riquezas, sus gozos...

40
¿Quién se atrevería a suponer que tú, oh Dios infinito y eterno,
me amaste desde siglos, más aún, antes de los siglos? Tú me amas
desde el momento en que existes como Dios; por consiguiente, me
amaste y ¡me amarás siempre!... Aunque yo no existía todavía, tú
me amabas ya y, justamente por el hecho de que me amabas, oh
buen Dios, ¡me llamaste de la nada a la existencia!...
Para mí creaste los cielos tachonados de estrellas; para mí la
tierra, los mares, los montes, los ríos y muchas y muchas cosas
hermosas que hay sobre la tierra...
Sin embargo, esto no bastaba. Para mostrarme de cerca que me
amabas con tanta ternura, bajaste de las puras delicias del paraíso
a esta tierra embarrada y llena de lágrimas; llevaste una vida de
pobreza, fatigas y sufrimientos; y en fin, despreciado y escarnecido,
quisiste ser colgado entre los tormentos en un lúgubre patíbulo en
medio de dos canallas... Oh Dios de amor, ¡me redimiste de esta
manera terrible, pero generosa!...
¿Quién se atrevería a suponer?...
Tú no te contentaste con esto; pero, al ver que pasarían
diecinueve siglos desde el momento en que fueron derramadas
estas demostraciones de tu amor y yo aparecería sólo ahora sobre
esta tierra, ¡quisiste proveer también a esto! Tu Corazón no
consintió que yo únicamente debiera nutrirme con los recuerdos de
tu ilimitado amor. Permaneciste en esta mísera tierra en el
santísimo y superadmirable sacramento del altar, y ahora vienes
a mí y te unes estrechamente a mí bajo forma de alimento... Tu
sangre ahora corre ya en mi sangre; tu alma, oh Dios encarnado,
compenetra mi alma, le da fuerza y la alimenta...
¡Cuántos milagros! ¿Quién se atrevería a suponer?...
¿Qué podrías darme todavía, oh Dios, después de haberte
también ofrecido a mí en propiedad?...
Tu Corazón, ardiente de amor hacia mí, te sugirió aún otro don;
sí, ¡otro don todavía!...
Tú nos mandaste que nos hiciéramos como niños, si queríamos
entrar en el reino de los cielos (Mt 18,3). Tú sabes bien que un niño
necesita una madre. Tú mismo estableciste esta ley de amor. Por
esto tu bondad y tu misericordia crearon para nosotros una Madre,
la personificación de tu bondad y de tu amor infinito, y desde la
Cruz, en el Gólgota, la ofreciste a Ella a nosotros y nosotros a Ella...
Además, oh Dios que nos amas, estableciste constituirla omni­
potente dispensadora y mediadora de todas las gracias. Tú nada le
rehúsas a Ella, pero tampoco Ella es capaz de rehusar algo a
nadie...

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¿Quién, pues, podrá todavía condenarse? ¿Quién no alcanzará
el paraíso? (SK 1145).

Seguimiento del Señor


Jesús, “Camino al Padre”, invitaba a sus discípulos a seguirlo:
“Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su
cruz y sígame” (Mt 16,24).
De esa manera con su palabra y con sus ejemplos los iba
preparando para su gran misión evangelizadora en el mundo
entero.
El Padre Kolbe recalcará que nuestro deber y nuestra gloria es
seguirlo a Él.
Pero la cruz nos espanta, porque somos débiles y miedosos. Para
animarnos, san Pablo escribe: “Si padecemos con Cristo, seremos
glorificados con El” (Rm 8,17).
El hombre desea ser grande, sabio, rico, célebre, feliz, amante
y amado. Sin embargo, ninguna felicidad de este mundo lo satisfa­
ce enteramente. Desea más, cada vez más.
¿Cuándo finalmente se sentirá satisfecho? Puede también
sobrevenirle la más grande felicidad, pero, apenas advierte un
límite cualquiera, lo supera con el deseo y dice: “¡Oh, si de algún
modo se pudiera anular este límite!...”
¿Cuál es la felicidad que él desea? Una felicidad sin límites, sin
algún límite en la intensidad, en la grandeza, en la duración y en
todo.
Tal felicidad es sólo Dios, manantial infinito de toda felicidad,
que resplandece en diversos grados entre las criaturas.
El alma desea tomar posesión de Dios mismo. Pero ¿de qué
manera puede tomar posesión de Él? ¿De qué modo unificarse con
tal felicidad?
De la manera más perfecta posible. También en este caso: sin
límites. Llegar a ser una sola cosa con Él, hasta llegar a ser Él
mismo, Dios.
La estupenda ley de la acción y de la reacción igual y contraria,
grabada por el Creador en toda obra de la creación como sello de la
vida de la santísima Trinidad, se verifica también aquí. La criatu­
ra, salida de la mano del Omnipotente, retom a a Él y no encuentra
descanso sino en Él, hasta llegar a ser El. Pero, dados los límites
de la criatura, su perfeccionarse y su hacerse semejante a Dios no

42
pueden realizarse sino por grados, que, aunque diferentes, son
siempre limitados; por eso, para alcanzar la meta, es indispensable
un tiempo infinito, o sea, la eternidad.
En otras palabras, la criatura será siempre limitada, mientras
ilimitada es la distancia a recorrer. He aquí por qué el paraíso es
eterno.
¡Oh mi Dios y mi única felicidad! —se queja el hombre—, ¿cómo
puedo hacer para conocerte de modo aún más perfecto? Yo veo y
admiro tus criaturas, te lo agradezco y te amo; pero ellas no me
bastan, como tú sabes muy bien.
Además, no te veo ni te siento. Sin embargo, deseo, según tu
voluntad, llegar a ser semejante a ti; pero ¿de qué manera? Tú eres
purísimo Espíritu, mientras yo soy carne. Dime qué y cómo debo
obrar, y muéstrame mi fin. Indícame cómo debo hacer yo, hombre
de carne, para perfeccionarme y para hacerme semejante a ti,
purísimo Espíritu, para divinizarme...
Y Dios desciende a la tierra, se hace hombre. El mismo
Hombre-Dios, Jesucristo, ofrece el ejemplo de la propia vida y
enseña con la palabra.
Las almas que amaban a Dios se lanzaron en masa para
reproducir en sí mismas este modelo fundamental, hacerse seme­
jantes a Él, unirse a Él, transformarse en Él.
Para atraer las almas y transformarlas en sí mediante el amor,
Cristo manifestó el propio amor ilimitado, el propio Corazón
inflamado de amor por las almas, un amor que lo impulsó a subir
a la cruz, a permanecer con nosotros en la Eucaristía y a entrar en
nuestras almas, y a dejamos en testamento a su propia Madre
como madre nuestra.
Cuanto más lo imita un alma, tanto más semejante a Él se hace;
y cuanto más semejante a Él se hace, tanto más santa se hace: se
diviniza.
Examinemos, pues, su vida, para reproducirla de la mejor
manera posible (SK 1296).

Amar a Jesús con el Corazón Je María


¿Cómo amar a Jesús?¿Cómo dar respuesta —o reacción, diría
el Padre Kolbe— a su infinita obra de Amor? ¿Con qué medios?
¿Con qué fervor?

43
La “reacción”que nos propone san Maximiliano a la “acción”
divina, es amar a Jesús con el Corazón de la Virgen. De ahí surge
la conveniencia o, mejor, necesidad de consagrarnos a Ella, unirnos
a Ella, acudir a Ella, para que de la mano nos lleve a Jesús.
La esencia de la consagración a la Inmaculada es ser de Ella
ilimitadamente.
¡Cuántas bellezas en estas palabras: “Ser de la Inmaculada”!
¿Quién es la Inmaculada? ¿Quién lo comprenderá perfecta­
mente? ¡María, Madre de Dios, la Inmaculada, más aún, la misma
“Concepción Inmaculada”, como Ella misma quiso denominarse en
Lourdes!
Lo que quiere decir “Madre” lo sabemos; pero “Madre de Dios”
no lo podemos comprender con la razón, con la cabeza limitada.
Sólo Dios lo sabe perfectamente.
¿Qué quiere decir la “Inmaculada”? “Concebida inmaculada­
mente” se entiende algo, pero la “Inmaculada Concepción” está
cuajada de consolantísimos misterios.
Si la Inmaculada lo quiere, organizaremos una Academia
Mariana para estudiar, enseñar y publicar por todo el mundo quién
es la Inmaculada. Una Academia —¡ojalá!— con el doctorado en
Mariología. Este es un campo aún poco conocido y muy necesario
para la vida práctica, para la conversión y santificación de las
almas.
Ella es de Dios. Es perfectamente de Dios, hasta llegar a ser
casi una parte de la santísima Trinidad, aunque sea una criatura
finita.
Más aún, no sólo es “servidora”, “hija”, “cosa”, “propiedad”... de
Dios, sino también ¡Madre de Dios!... Aquí la cabeza da vueltas...
casi sobre Dios, como la madre está sobre los hijos y ellos deben
reverenciarla.
¡La Inmaculada, Esposa del Espíritu Santo de modo inefa­
ble!... Tiene al mismo Hijo con el Padre celestial. ¡Qué familia
inefable!...
Y nosotros somos suyos, de la Inmaculada, ilimitadamente
suyos, perfectísimamente suyos, somos casi Ella misma. Ella por
medio de nosotros ama al buen Dios. Ella con nuestro pobre
corazón ama a su divino Hijo. Nosotros llegamos a ser el medio por
el cual la Inmaculada ama a Jesús; y Jesús, al vemos a nosotros
como propiedad y casi parte de su amantísima Madre, la ama a Ella
en nosotros y por nosotros. ¡Qué bellísimos misterios!... (SK 508).

44
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Multiforme es el seguimiento de Jesús: en la vida contemplativa
o en la activa, en la evangelización o en el apostolado caritativo, en
el seno de un hogar como en la libertad de una “golondrina”, en la
salud o en la enfermedad...
En una carta a sus religiosos de Niepokalanów, Maximiliano
destaca que, en su devoción y consagración a la Virgen, ellos pueden
y deben tener por modelo a Jesús mismo.
Sería bueno que, en nuestros diálogos con otros grupos religio­
sos, tuviéramos muy en cuenta tan interesantes planteos:
Si desean vivir y morir felices, procuren profundizar el amor
ñlial hacia nuestra buenísima Madre celestial.
Jesús fue el primero en honrarla como a su Madre, actuando el
mandamiento: “Honra a tu padre y a tu madre” (Dt 5,16); y por eso
nosotros debemos imitarlo también en esto.
Aunque en tal amor a la Virgen hayamos experimentado no sé
qué intimidad y calor, jamás lograremos igualar el amor con que
Jesús mismo la amó.
Y nosotros amémosla concretamente, cumpliendo bien todos
nuestros deberes, de la mañana a la tarde, porque todo esto es
voluntad suya, es voluntad de Jesús. El objetivo es testimoniar
nuestro amor a Jesús por medio de María Inmaculada (SK 751).

45
El Espíritu Santo,
esposo de la Inmaculada

Las reflexiones de Maximiliano Kolbe sobre el Espíritu Santo


pueden sorprender por novedosas.
Pero las expresiones: “El Espíritu Santo, Esposo de María” o
“María, la Esposa del Espíritu Santo” ya se hallan en algunos
santos Padres y el mismo san Francisco de Asís las usaba, para
ponderar las relaciones peculiares de la Virgen con la tercera
Persona de la santísima Trinidad.
iCuál es el significado? Como de costumbre, Maximiliano
contempla concretamente un misterio, considerando sus relaciones
con las distintas personas.
Ante todo, Maximiliano contempla la obra del Espíritu Santo
en María, tanto en su persona como en su misión.
Ya que el Espíritu Santo es el Espíritu de amor y de santifica­
ción, Maximiliano contempla con indecible admiración la presen­
cia y la obra del Espíritu Santo en la santificación inicial de la
Virgen en sus dos conceptos: ausencia de toda mancha y plenitud de
toda gracia.
En la misión de la Virgen como Madre del Verbo encamado,
Maximiliano contempla la acción del Espíritu Santo que crea,
forma y santifica la humanidad de Cristo en el seno de Ella. De la
colaboración del Espíritu y de María fue formado Jesús, el Reden­
tor, como lo proclamamos en el Credo: “Fue concebido por obra y
gracia del Espíritu Santo”.
Pero esa divina colaboración del Espíritu Santo y déla Inma­

47
culada, Maximiliano la contempla continuada y desplegada, pro­
longada y realizada en cada alma en particular.
He ahí, pues, tres momentos de elevado nivel teológico, místico
y pastoral. Los mensajes doctrinales de san Maximiliano no brotan
tanto de su mente sino de su corazón y de sus “rodillas”, o sea, de su
humilde oración. Los anhelos más vehementes del santo es que
todos recibamos, vivamos y gocemos de tales maravillas de la
Gracia.

Obra santificados del Espíritu Santo


La “Historia de la Salvación” nos habla elocuentemente del
progreso tanto histórico como psicológico de la revelación.
La santísima Trinidad no sólo es fuente de la revelación, sino
también causa de la redención.
María, como Esposa del Espíritu Santo, colaboró plenamente
tanto en la formación de la humanidad de Cristo como en la
formación y santificación de las almas.
Como Esposa y colaboradora, la Virgen coopera en la salvación
y en la distribución de las gracias.
Maximiliano utiliza textos de san Luis María Grignión de
Montfort y de esa manera se recuesta en la autoridad del famoso
misionero bretón. El desarrollo del tema es amplio, pero muy
enjundioso.
Todos nosotros conocemos lo estrecho que es el nexo que une
entre sí las verdades de la doctrina cristiana. Los dogmas católicos
brotan los unos de los otros y se perfeccionan recíprocamente. He
aquí un ejemplo. Basándose únicamente en la doctrina católica de
la unión hipostática de la naturaleza divina y de la naturaleza
humana en la persona del Verbo, los Padres del Concilio de Éfeso
proclamaron la divina maternidad de María.
Además, apenas fueron reconocidas las relaciones entre Jesús
y María su Madre, tuvo origen entre los católicos la doctrina que
afirmaba que la Madre del Salvador había sido preservada de la
culpa original. Los católicos no se atrevían ni siquiera a suponer
que María hubiese permanecido bajo la esclavitud del demonio ni
por un solo instante. De la singular misión de la bienaventurada
Virgen María y de su inefable unión con el Espíritu Santo (Inma­
culada Concepción), tuvo también origen entre los fieles la mara­
villosa esperanza de obtener la suave protección de María.

48
Es evidente que nuestras relaciones con María corredentora y
dispensadora de las gracias, en la economía de la redención, no
fueron comprendidas desde el comienzo en toda su perfección. Sin
embargo, en nuestros tiempos la fe en la mediación de la bienaven­
turada Virgen María creció siempre más día a día. En este artículo
queremos exponer las relaciones entre el dogma de la Inmaculada
Concepción de la bienaventurada Virgen María y el dogma de su
mediación.
La obra de la redención depende inmediatamente de la segun­
da Persona divina, Jesucristo, el cual con la propia sangre nos
reconcilió con el Padre y le rindió satisfacción por el pecado de
Adán, nos mereció la gracia santificante, las gracias actuales y el
derecho de entrar en el reino de los cielos.
Sin embargo, también la tercera Persona de la santísima
Trinidad toma parte en esta obra por el hecho de que, en virtud de
la redención llevada a cabo por Cristo, transforma las almas de los
hombres en templos de Dios, nos hace hijos adoptivos de Dios y nos
hace herederos del reino de los cielos. San Pablo afirma: “Fueron
lavados, fueron santificados, fueron justificados en el nombre de
Jesucristo, el Señor, y en el Espíritu de nuestro Dios”(I Co 6,11).
Al penetrar en lo íntimo de nuestras almas el Espíritu Santo,
Dios-Amor, nos une con las otras dos Personas. Por este motivo san
Pablo escribe en la carta a los romanos (Rm 8,26): “Nosotros ni
sabemos lo que nos conviene pedir; pero el Espíritu mismo intercede
con insistencia por nosotros con gemidos inexpresables”.
Igualmente en la carta a los corintios (I Co 12,8-11) afirma que
la distribución de las gracias depende de la voluntad del Espíritu
Santo: “A unos les es dado por el Espíritu el don de sabiduría; a
otros el don de ciencia; a unos la gracia de la fe en el mismo Espíritu;
a otros la gracia de curaciones en el mismo y único Espíritu. A éstos
el poder de hacer milagros; a aquéllos el carisma de la profecía; a
unos el discernimiento de los espíritus; a otros el don de lenguas y
a otros finalmente la interpretación de las mismas. Todos estos
dones son obra de un mismo y único Espíritu, que distribuye a cada
uno en particular según le place”.
Como Jesús, para manifestar su inmenso amor hacia nosotros,
se hizo Hombre-Dios; así también la tercera Persona, Dios-Amor,
quiso manifestar con algún signo exterior la propia mediación ante
el Padre y el Hijo. Este signo es el Corazón de la Virgen Inmacula­
da, como aparece en los escritos de los santos, sobre todo en los
santos que consideran a María, Esposa del Espíritu Santo. Siguiendo

49
el pensamiento de los Padres, san Luis María Grignión de Montfort
saca las siguientes conclusiones:
“El Espíritu Santo, que es infecundo en el interior de la
Trinidad, ya que de Él no procede ninguna Persona divina, llegó a
ser fecundo por medio de María, que Él eligió como Esposa. Con
Ella, en Ella y por medio de Ella realiza la propia obra maestra, es
decir, el Verbo encamado: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti
y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra” (Le 1,35). Sin
embargo, esto no se ha de entender en el sentido que la bienaven­
turada Virgen diera al Espíritu Santo aquella fecundidad que Él,
como Dios, debía tener de la misma manera que el Padre y el Hijo
—aunque de hecho no la puso en acto, por el simple motivo que de
Él no procede ninguna Persona divina—, sino más bien, en el
sentido que el Espíritu Santo quiso servirse de la mediación de
María, aunque de ninguna manera la necesitara, para manifestar
la propia fecundidad, formando por medio de Ella y con Ella la
naturaleza humana de Cristo” (Tratado de la verdadera devoción
a María Virgen, I, 1).
También después de la muerte de Cristo, el Espíritu Santo lo
obra todo en nosotros por medio de María. Lo que el Creador dijo
a la serpiente en relación a María: “Ella te aplastará la cabeza”{Gn
3,15), según la enseñanza de los teólogos, ha de ser entendido sin
limitación de tiempo.
Es tarea del Espíritu Santo formar hasta el fin del mundo los
nuevos miembros de los predestinados del Cuerpo Místico de
Cristo. Y esta obra, como san Luis María Grignión demuestra, será
llevada a cabo hasta su conclusión con María, en María y por
María.
A esta conclusión, es decir, que el Espíritu Santo obra por
medio de María, nos conducen los textos de la sagrada Escritura y
las afirmaciones de los santos, que son los mejores intérpretes de
la sagrada Escritura: “Yo rogaré al Padre y Él les dará otro Conso­
lador, para que esté con ustedes para siempre, el Espíritu de
verdad... El Consolador, el Espíritu Santo que el Padre enviará en
mi nombre, se lo enseñará todo y les recordará todo lo que yo les
dije... Cuando venga el Espíritu de verdad, Él los conducirá a la
verdad completa... Él me glorificará... (Jn 14,16-17,26; 16,13-14).
San Luis Grignión escribe expresiones de significado más o
menos semejantes, pero con referencias a la Inmaculada: “Noso­
tros no conocemos aún a María y por este motivo no conocemos
debidamente ni a Cristo. Con todo, si Cristo fuere conocido y su

50
reino se estableciere en el mundo —y esto acontecerá, a pesar de
todo—, ello será un efecto del conocimiento de María y de su reino
en nosotros. En efecto, María que ya una primera vez dio a luz a
Jesús por la salvación del mundo, ahora nos hace a nosotros
capaces de conocer mejor a Jesús” (Tratado, ídem...).
Como la segunda Persona divina encarnada se manifiesta bajo
el nombre de *simiente de la mujer” (Gn 3,15), así también el Es­
píritu Santo, por medio de la Virgen Inmaculada, que Él unió a sí
de un modo tan estrecho que nos es francamente imposible com­
prenderlo plenamente —aun manteniendo la distinción de las dos
Personas—, manifiesta exteriormente la propia participación en la
obra de la redención.
Por cierto es una cosa diferente de lo que sucede en la unión
hipostática de las dos naturalezas, la divina y la humana, en la
única Persona de Cristo; pero todo ello no impide de ningún modo
que una acción de María sea una perfectísima acción del Espíritu
Santo. María, como Esposa del Espíritu Santo y por ende elevada
por encima de toda perfección creada, cumple en todo la voluntad
del Espíritu Santo que habita en Ella, y esto desde el primer
instante de su concepción.
Recogiendo juntas todas estas afirmaciones, es lícito concluir
que María, por el hecho de ser la Madre de Jesús Salvador, llegó a
ser la corredentora del género humano, mientras por el hecho de
ser la esposa del Espíritu Santo toma parte en la distribución de
todas las gracias.
Por esto, podemos decir con los teólogos: “Como la primera Eva,
con acciones de veras libres, contribuyó a nuestra ruina, en la que
ejerció un influjo real, así María con sus propias acciones colaboró
en la reparación... En esto se incluye desde ya y de modo clarísimo
una mediación auténtica y propiamente expresada” (J. Bittre-
mieux, De Mediatione Universali B. M. V.) (SK 1229).

Toda gracia es fruto del Amor


En sus reflexiones Maximiliano gusta hablar de la circulación
de vida y amor en el seno trinitario, como también de una circula­
ción mística de vida y de amor entre la Trinidad, la Inmaculada y
las almas.
Dios comunica sus dones que por su absoluta gratuidad llama­
mos “gracias” y que, por ser fruto de la redención de Jesús, están
teñidos de su sangre.

51
Lo que vamos a leer son apuntes de una charla a los Hermanos
de Niepokalanów, pero están suficientemente sistematizados para
que los comprendamos y disfrutemos. Como de costumbre, Maximi­
liano considera la gracia y todo don bajo el matiz mañano.
Niepokalanów, ciudad mañana fundada por el mismo santo,
era la niña de sus ojos, pero a la vez era un símbolo de una realidad
sobrenatural impregnada por profundas vivencias religiosas:

— Todo procede del eterno Padre y retorna a Él por medio del


Hijo (Cristo) y el Espíritu Santo (Inmaculada).
— Todo pequeño instante (existencia, actividad) en unión con
la Inmaculada; y dado que su unión con Jesús y de Jesús con Dios
Padre es perfectísima, por consiguiente a través de la unión con
Ella nosotros estamos unidos a Jesús y al Padre celestial.
— Esta unión no consiste en el sentimiento, sino que es un acto
de la voluntad, emitido una vez y jamás retirado, aunque uno ya no
piense en él.
— En práctica, para no crear un contraste con tal consagración,
es bueno renovarla a menudo, repitiendo la invocación: “¡María!”
— Con la mirada dirigida a la Inmaculada.
— Con la intención de agradecer al eterno Padre, al Hijo divino
y al Espíritu Santo, o sea, a la santísima Trinidad, por todas las
gracias que fueron, son y serán concedidas a la Inmaculada.
— Toda gracia es fruto del amor del Espíritu Santo y de la
Inmaculada.
— Las gracias: Dios Padre Vida de la santísima Trinidad:
Cristo — plenitud de gracia que se
Espíritu Santo derrama sobre nosotros.
Inmaculada, Fruto: Cristo y los hijos
criatura limitada, adoptivos de Dios.
por el amor del
Espíritu Santo
hacia Ella.
Nosotros, criaturas limitadas y heridas, no
correspondemos como debiéramos.
— Nuestros dones A Dios Padre
T Cristo
Inmaculada, criatura limitada, pura, sin mancha.
■ Nosotros, criaturas heridas, impuras.
— He aquí el fruto del amor constante de Dios hacia la

52
Inmaculada: Jesús y sus místicos miembros, las almas de los
hombres regeneradas en Él por el Padre y por Ella (el Espíritu
Santo).
— Desde la eternidad el Padre engendra al Hijo, mientras el
Espíritu Santo procede de ambos.
—Ser cada vez más de la Inmaculada, profundizar la pertenen­
cia a Ella, y por consiguiente desatar cada vez más las alas del
amor, sobre todo hacia el sagrado Corazón de Jesús y las manifes­
taciones de su amor. El seno de la Inmaculada, el pesebre, la
infancia en los brazos y bajo la mirada de la Inmaculada, la vida
oculta en la casita de Nazaret, la actividad apostólica, la paciencia
en las persecuciones, la pobreza..., la muerte en la cruz, la resu­
rrección y la Eucaristía.
— Niepokalanów es como la casita de Nazaret. Dios Padre es
el Padre, la Inmaculada es la madre y el ama de casa, Jesús en el
santísimo sacramento del altar es el hijo primogénito y nuestro
hermano. Todos los hermanos menores, por su cuenta, se esfuer­
zan por imitar al mayor en el amar y rendir culto a Dios y a la
Inmaculada, nuestros comunes padres; mientras de la Inmacula­
da aprenden a amar al divino Hermano mayor, ejemplo principal
e ideal de santidad, que se dignó bajar del cielo, encamarse en Ella
y tomar morada en medio de nosotros en el tabernáculo.
— El mundo entero es una gran Niepokalanów, en el que el
padre es siempre Dios, la madre la Inmaculada, el hermano mayor
es Jesús presente en los innumerables tabernáculos esparcidos por
el mundo, mientras los hermanos menores son los hombres.
— También el paraíso es una Niepokalanów, ya que también
allí están el mismo Padre, la misma Madre y el mismo Hermano
mayor con su cuerpo (SK 1284).

El evangelista san Juan, después de haber glorificado al Verbo


en el seno de la Trinidad, lo pone en relación con el hombre y
declara: “De su plenitud todos hemos recibido: gracia tras gracia”
(Jn 1,16).
A través de apuntes y como en una proyección fugaz, Maximi­
liano nos ofrece una reflexión sobre el mundo sobrenatural. La
fuente de todo es la Trinidad, la meta es el hombre y la Inmaculada
es la intermediaria.

53
Lo que existe o es Dios o procede de Dios.
En la santísima Trinidad Dios es Padre o procede del Padre.
A toda acción corresponde una reacción igual y contraria.
El Padre opera únicamente por medio del Hijo y del Espíritu
Santo.
Jesucristo es el Hijo encamado.
La Inmaculada es el Espíritu Santo de alguna manera encar­
nado.
En el Padre hay una persona y una naturaleza.
En Jesucristo hay una persona y dos naturalezas.
En la Inmaculada hay dos personas y dos naturalezas, unidas
de la manera más estrecha posible (o sea, la Inmaculada misma y
el Espíritu Santo).
En un alma justa está presente el Espíritu Santo. Por esto, en
la Inmaculada, la criatura más justa, el Espíritu Santo está
presente de la manera más perfecta posible. La Inmaculada no es
sólo “la concebida sin pecado”, sino también “la Inmaculada Con­
cepción” (Lourdes). Por eso, el Espíritu Santo reina en Ella de la
manera más perfecta posible.
Toda acción proviene del Padre por medio de Jesús y de la
Inmaculada, y llega a las almas; mientras la reacción parte de las
almas y, por medio de la Inmaculada y Jesús, llega al Padre.
Entre el Padre y Jesús, y entre Jesús y la Inmaculada hay
unión perfecta; sólo entre la Inmaculada y las almas hay muchas
cosas para perfeccionar.
De ahí la misión de la Milicia de la Inmaculada: hablar a
menudo de la Inmaculada, pensar en Ella, relatar y escuchar sobre
Ella.
La Inmaculada es la mediadora de todas las gracias, porque
Ella pertenece al Espíritu Santo, en razón de la más íntima y vital
unión con el Espíritu Santo. He aquí porqué por medio de Ella se
va a Jesús y al Padre.
La causa de la Inmaculada es un misterio propiamente dicho,
porque Ella es la Madre de Dios y Dios es infinito, mientras nuestra
inteligencia es limitada (SK 1286).

El Espíritu Santo vive en la Inmaculada


La inhabitación trinitaria en un alma es una de las más
hermosas verdades y gozosas realidades de la vida cristiana. Sólo
debemos lamentar que sea poco conocida y menos vivida.
Por cierto, Dios está presente en todas partes por su inmensidad,

54
ya que es el Creador; pero la inhabitación trinitaria añade a esa
presencia general de la inmensidad dos cosas fundamentales: la
paternidad y la amistad divinas, la primera fundada en la gracia
santificante y la segunda en la caridad.
La divina inhabitación es un don análogo a la unión hipostá-
tica en la persona de Cristo. La divina inhabitación es como la
encarnación o inserción en nuestras almas del Dios Uno y Trino.
Arrebatado por su amor, Maximiliano contempla esas dulces
realidades en el Corazón de la Inmaculada.
La Inmaculada está unida de manera inefable al Espíritu
Santo, por el hecho de ser su Esposa, pero lo es en un sentido
incomparablemente más perfecto que lo que tal término puede
expresar en las criaturas.
¿De qué género es esta unión? Ante todo, es interior, es la unión
de su ser con el ser del Espíritu Santo. El Espíritu Santo mora en
Ella, vive en Ella, y esto desde el primer instante de su existencia,
siempre y por la eternidad.
¿En qué consiste esta vida del Espíritu Santo en Ella? El mismo
es amor en Ella, el amor del Padre y del Hijo, el amor con el que Dios
se ama a sí mismo, el amor de toda la santísima Trinidad, un amor
fecundo, una concepción.
En las semejanzas creadas la unión de amor es la más estrecha.
La sagrada Escritura afirma que serán “dos en una sola carne”y
Jesús subraya: “Ya no son dos, sino una sola carne”(Gn 2,24; Mt
19,6). De manera incomparablemente más rigurosa, más interior,
más esencial, el Espíritu Santo vive en el alma de la Inmaculada,
en su ser, y la fecunda, y esto desde el primer instante de su
existencia y por toda su vida, es decir, para siempre.
Esta Concepción Inmaculada Increada concibe inmaculada­
mente la vida divina en el seno del alma de María, su Inmaculada
Concepción. También el Seno virginal del cuerpo de Ella está
reservado a Él, que concibe en él en el tiempo —porque todo lo que
es material, sucede en el tiempo— también la vida divina del
Hombre-Dios.
Y así el retomo a Dios, la reacción igual y contraria, procede por
el camino contrario al de la creación. Con la creación tal camino
viene del Padre por el Hijo y el Espíritu Santo, mientras aquí, por
medio del Espíritu, el Hijo se encama en el seno de Ella y, por medio
de Él, el amor retoma al Padre.
Ella, así inserta en el amor de la santísima Trinidad, llega a ser
desde el primer instante de su existencia, para siempre, eterna­
mente, el complemento de la santísima Trinidad.

55
En la unión del Espíritu Santo con Ella, no sólo el amor enlaza
a estos dos Seres, sino que el primero de ellos es todo el amor de la
santísima Trinidad, mientras el segundo es todo el amor de la
creación; y así en tal unión el cielo se enlaza con la tierra, todo el
cielo con toda la tierra, el Amor Increado con todo el amor creado.
¡Es el vértice del amor! (SK 1318).

El Espíritu Santo obra por María


San Maximiliano Kolbe y muchos otros teólogos, al proclamar
a María Esposa del Espíritu Santo y Madre del Verbo encarnado,
ponderan la universal mediación de la Virgen en orden a las
gracias, tanto en su impetración como en su distribución.
Maximiliano nos dice que “el Espíritu Santo obra únicamente
pormediodelalnmaculadci”, esdecir, que el Amor divino comunica
las riquezas de sus dones a los hombres por medio de María.
Debemos advertir que esa universal mediación no es dogma de
fe, sino una elevada doctrina con la que se quiere poner de relieve
la cooperación de María en la obra redentora de Cristo, su misión
maternal en favor de los hombres y la poderosa eficacia de su
intercesión.
El Espíritu Santo está en la Inmaculada, como la segunda
Persona de la santísima Trinidad, el Hijo de Dios, está en Jesús; sin
embargo existe esta diferencia: en Jesús hay dos naturalezas, la
divina y la humana, y una única persona, la divina. En cambio, la
naturaleza y la persona de la Inmaculada son distintas de la
naturaleza y persona del Espíritu Santo; pero esa unión es tan
inexpresable y perfecta que el Espíritu Santo obra únicamente por
medio de la Inmaculada, su Esposa.
Por consiguiente, Ella es la mediadora de todas las gracias del
Espíritu Santo. Dado que toda gracia es un don de Dios Padre por
el Hijo y el Espíritu Santo, no existe gracia que no pertenezca a la
Inmaculada, ofrecida a Ella y a su libre disposición.
Así, venerando a la Inmaculada, nosotros veneramos de modo
especial al Espíritu Santo; y como la gracia viene a nosotros del
Padre por el Hijo y el Espíritu Santo, así con todo derecho los frutos
de esta gracia suben de nosotros al Padre en orden inverso, o sea,
por el Espíritu Santo y el Hijo; es decir, por la Inmaculada y Jesús.
Es éste el estupendo prototipo del principio de acción y de
reacción, igual y contraria, como afirman las ciencias naturales
(SK 634).

56
Iniciativas de Dios en la
historia del hombre

Momentos claves de la historia


Las iniciativas de Dios en la historia del hombre tienen momen­
tos claves: creación de los ángeles y prueba; creación del hombre,
tentación, caída, pecado original, promesa de la salvación a través
de una mujer y renovación de esa promesa en varias páginas del
Antiguo Testamento.
En el artículo adjunto Maximiliano nos ofrece el fruto de sus
meditaciones, teniendo, como siempre, por eje conductor ala Virgen
Inmaculada.
Según el Padre Kolbe, la prueba a la que fueron sometidos los
ángeles fueron la manifestación de la Encamación y la elevación de
la Virgen a Madre de Dios.
Debemos dejar asentado que esa hipótesis no halla confirma­
ción en los escritos de los teólogos antiguos y modernos, sino que es
aceptada por los escritores de ascética:
— En el pensamiento de Dios
— La prueba de los ángeles
— La promesa en el paraíso terrenal
— En el Antiguo Testamento
En el número incalculable de seres posibles que reproducirían
sus diferentes perfecciones, Dios vio también, desde toda la eterni­
dad, a un Ser perfecto bajo cualquier aspecto, no contaminado por
57
ninguna mancha de pecado y que reflejaba sus atributos divinos de
la manera más fiel posible a un ser creado. Se alegró por esta
perspectiva y decidió, desde la eternidad, llamar a tal Ser la
Virgen, a la existencia en un tiempo determinado.

Creando a los ángeles, Dios quiso que dieran, con plena con­
ciencia y voluntad, la prueba de que siempre y en todo desearían
cumplir su voluntad. Les manifestó el misterio de la Encamación
y les anunció que llamaría a la existencia a un ser humano, dotado
de alma y cuerpo, y que elevaría a tal criatura a la dignidad de
Madre de Dios y que por esa razón Ella llegaría a ser también su
Reina y que ellos deberían también venerarla.
Innumerables falanges de espíritus angélicos saludaron con
alborozo a Aquélla a la que su Creador había decidido elevar de
modo casi sublime y humildemente rindieron homenaje a su
Señora. Sin embargo, algunos de ellos, encabezados por Luzbel —
olvidando que todo lo que eran y cuanto poseían lo habían recibido
de Dios, mientras por ellos mismos eran absolutamente nada—, se
rebelaron y no quisieron someterse a la voluntad de Dios. Se
consideraron muy superiores a un ser humano revestido de carne.
Un tal acto de veneración les pareció un envilecimiento de su
dignidad, se dejaron arrebatar por la soberbia y rehusaron cumplir
la voluntad de Dios.
A causa de ello se abatió sobre ellos un castigo inmediato y
eterno: el alejamiento de Dios, el infiemo. Siendo puros espíritus,
poseían una inteligencia penetrante. Por eso su acción fue plena­
mente consciente y voluntaria, y en su culpa fueron evidentes las
características del pecado mortal, unidas a la absoluta toma de
conciencia de lo que cometían.
He ahí por qué de ángeles llegaron a ser inmediatamente
demonios, y para siempre. Desde entonces, el recuerdo de aquella
Criatura llegó a ser la confirmación de los ángeles buenos y el
seguro de su felicidad eterna, mientras que para los demonios fue
la piedra de escándalo y la causa de su alejamiento de Dios,
colmando a estos últimos de odio infernal hacia Ella, un odio
semejante al que ellos tenían con respecto a Dios, del cual Ella
debía ser una imagen tan fiel.
En el paraíso terrenal Satanás advierte a un ser semejante a
Aquélla que es el objeto de su rabia. No logra alcanzar a Dios ni
logra alcanzarla a Ella, sino que vuelca su odio sobre la futura

58
madre de Ella y progenitora de la humanidad, Eva. Y logra
persuadirla a que se oponga a la voluntad de Dios y a que busque
la perfección no en la sumisión a las intenciones de Dios, sino en
secundar su propio razonamiento. La vence con el orgullo.
El ser humano, que acrecienta los propios conocimientos con la
ayuda de los sentidos, está lejos de la claridad de conocimiento que
un ser puramente espiritual posee.
Es justamente por eso que el pecado del hombre es mucho
menos grave. He ahí por qué la misericordia de Dios promete a los
progenitores un Redentor, mientras a Satanás Dios le predice que
la victoria obtenida sobre Eva, la madre del Ser preanunciado, no
modifica de ninguna manera los planes divinos; más aún, le
predice que “Ella le aplastará la cabeza”, aunque “él insidie”
continuamente, como sucede hasta el día de hoy, “el calcañar de
Ella”(Gn 3,15).
Más adelante, en el transcurso de los siglos, Isaías ve a aquella
Mujer en las inspiraciones proféticas y predice: “He ahí: la Virgen
concebirá y dará a luz un hijo, al que llamará Emanuel”(Is 7,14).
“El que me creó, puso su morada en mi tabernáculo”(Sir 24,12).
“¿Quién es ésta que surge cual la aurora, bella como la luna,
refulgente como el sol, imponente como ejércitos en orden?” (Ct
6 , 10).
“Toda hermosa eres, amiga mía, y en ti no hay mancha. Como
la azucena entre las espinas, así mi amiga entre las doncellas”(Ct
4,7; 2,2).
“Nada de inmundo cae sobre ella, porque es el esplendor de la
santidad, un espejo sin mancha de la majestad de Dios, y una
imagen de su bondad. Es más hermosa que el sol y que toda
constelación de astros y, comparada a la luz, resulta superior”{Sb
7, 25-26,29) (SK 1311).

lesús y María, indisolublemente unidos


En muchas oportunidades Maximiliano toca el tema de la
creación como iniciativa primaria del Amor de Dios;pero su mente
y su corazón se centran en sus dos amores: Jesús y María.
Deseoso de divulgar sus IDEALES marianos, en el año 1930 el
Padre Kolbe se dirigió al Japón, donde fundó una misión y, fiel a
sus empeños apostólicos, estableció la revista “Mugenzai no Seibo
no Kishi”, que significa “El Caballero de la Santa Madre sin pecado
original”.

59
En el artículo siguiente, publicado en el “Mugenzai... ”, Maximi­
liano nos ofrece sus reflexiones sobre algunos aspectos de la “Histo­
ria de la Salvación”.
Es de todos conocido que María, quien engendró al Fundador
de la religión cristiana, Jesucristo, es llamada “Madre santa
Inmaculada”. Con todo, pienso que existan muchos que desean
conocer con mayor precisión el significado del término “Mugenzai”
(= falta de pecado original). Procuraré explicar brevemente el
significado de este vocablo.
La Iglesia llama “bien” lo que está conforme con la voluntad de
Dios y “mal” lo que le es contrario. Desgraciadamente la experien­
cia diaria nos demuestra claramente que los hombres cometen
pecados.
El pecado original es el primer pecado cometido en esta tierra.
Todos los seres humanos descienden de los mismos progenito­
res; y por esto, aunque se diferencien por la raza, el color de la piel
o la nacionalidad, según la doctrina de la Iglesia católica, ellos
están emparentados entre sí y son hermanos. La Iglesia enseña
también que los progenitores del género humano cometieron el
primer pecado sobre la tierra; por consiguiente, el tierno amor que
Dios Creador había comunicado al género humano y que había
hecho de éste último la obra maestra de Dios sobre la tierra, se
perdió.
Además, la Iglesia reconoce que el pecado, considerado desde
cierto punto de vista, es un mal infinito. Evidentemente el hombre
es limitado; por esto no es partiendo de él que afirmamos que el
pecado es un mal infinito; pero, al considerarlo desde Dios, al que
el hombre se rebeló por la primera vez en el paraíso terrenal, nos
damos cuenta de que el pecado es un mal infinito.
Me explico con un ejemplo. La gravedad del pecado de una
persona común depende de la dignidad del que es ofendido, o sea,
se debe considerar si el que recibe la ofensa es del mismo rango del
que la cometió, o notablemente más elevado en dignidad. Cuanto
más alta es la dignidad de la persona ofendida, tanto más grave
será el pecado. Si la dignidad de la persona ofendida fuere infinita,
como en el caso de Dios, este pecado asumiría el carácter de mal
infinito. Para expiar tal pecado infinito, no bastaría una repara­
ción limitada. La justicia exige que la reparación sea proporcional
al pecado, es decir, exige una reparación infinita por el pecado.
De ello se deduce que ni el hombre más santo, por el hecho que

60
es limitado, más aún, ni todos los hombres tomados en conjunto son
capaces de reparar un pecado cometido contra Dios.
La Iglesia cree que Dios decidió usar misericordia hacia la
humanidad decaída y, para ofrecer satisfacción a las exigencias de
la justicia divina conculcadas por los pecados de los hombres, envió
al mundo al propio y único Hijo.
El Hijo de Dios, al descender a este mundo, no eligió el camino
ordinario de los hombres, sino que se encamó en el seno de una
Virgen, María, y se hizo hombre. María engendró al Hijo de Dios
sin perder la gloria de la virginidad.
Jesucristo, al hacerse hombre, eligió una vida pobre y al fin, al
morir en una cruz, rindió a la justicia divina una satisfacción
sobreabundante. Después de su resurrección de los muertos, El
proclamó la satisfacción por el pecado y mandó a sus discípulos que
bautizaran (a todos los hombres) en el nombre del Padre y del Hijo
y del Espíritu Santo.
La Iglesia cree que, mediante el bautismo, instituido por
Cristo, la satisfacción que El logró se comunica a toda alma. La
sangre de Cristo, derramada en la cruz, lava del pecado al alma y
le restituye la dignidad de hijo de Dios.
La Iglesia católica cree que, a pesar de la ley universal según
la cual todos los hombres nacen contaminados por el pecado
original, por una especial gracia divina sólo María, la Madre de
Dios, desde el primer instante de su existencia, evitó el pecado
original y, en razón de su ilimitada pureza e infinita santidad, llegó
a ser digna Madre del Hombre-Dios. Por todo ello, la Iglesia
católica llama a María “Inmaculada”, “Madre santa”, o“Virgen
concebida sin mancha de pecado”.
La explicación que procuré dar es muy simple; sin embargo, si
ella ayudara a los lectores a obtener un poco de luz para aclarar sus
dudas, estaría muy feliz (SK 1203).

El libre albedrío y su uso


El libre albedrío es un gran don de Dios, pero hay que saber
usarlo para el bien, porque usarlo para el mal es abuso; y, además,
hay que perseverar en el bien.
En todo, la humildad, la oración y la confianza son armas
invencibles.
Conocí a jóvenes que amaban mucho a la Inmaculada, nuestra

67
/
común Madrecita; pero después tomaron un camino equivocado.
¿Por qué?
¿Fue, quizás, la Inmaculada misma a alejarlos de sí?
¡Jamás de los jamases!
¿Qué sucedió, pues?
Nosotros poseemos el libre albedrío. Ni Dios ni la Inmaculada
quieren coartar nuestra voluntad. Entonces, si nosotros queremos,
podemos abandonar a Dios en cada instante, podemos abandonar
a la Inmaculada, podemos perdemos para siempre. ¡Basta que lo
queramos!
¡Qué tremenda verdad! Sin embargo, si nosotros no tuviésemos
el libre albedrío, no podría existir el mérito, tampoco podría existir
la recompensa, no podría existir el paraíso.
San Alfonso María de Ligorio temblaba al pensar que no sabía
si perseveraría hasta el fin y se preguntaba...
Me di cuenta que el diablo procura, ante todo y con cualquier
pretexto, privar a la propia víctima de la Medalla Milagrosa de la
Inmaculada. Hecho esto, lo demás le será muy fácil (S K 1265).

Aflicciones, luchas, desánimo


La vida es lucha, bajo un cielo encapotado... Males y achaques
en el cuerpo, problemas morales y espirituales, esperanzas fallidas,
desaliento, depresión...
¿Qué hacer para atisbar un poco de luz y buscar serenidad?...
Confiemos ilimitadamente en Dios por medio de la Inmaculada.
A veces, ¡la vida es tan dura! Parece que estamos en un callejón
sin salida. No se perfora una pared con la cabeza. Y la vida es triste,
dura, terrible a veces, y desesperada.
¿Por qué?
¿Es así tan terrible vivir en este mundo?
Acaso, ¿no lo sabe todo Dios? Acaso, ¿no es Él omnipotente?
Acaso, ¿no están en sus manos todas las leyes de la naturaleza e
incluso todos los corazones de los hombres? ¿Puede, quizás, suce­
der algo en el universo sin que Él lo permita?...
Y si es Él quien lo permite, ¿puede quizás permitir algo en
contra de nuestro bien, de un mayor bien, del máximo bien
posible?...
Aun en el caso en que por un breve instante nosotros recibiéra­
mos una inteligencia infinita y lográramos comprender todas las

62
causas y los efectos, no elegiríamos para nosotros mismos nada
distinto de lo que Dios permite, porque, siendo infinitamente sabio,
Él conoce perfectamente lo que es mejor para nuestra alma.
Además, siendo infinitamente bueno, quiere y permite sólo lo que
nos sirve para nuestra máxima felicidad en el paraíso.
Entonces, ¿por qué a veces nos hallamos tan abatidos?
Porque no vemos la relación que existe entre nuestra felicidad
y aquellas circunstancias que nos afligen; más aún, en razón de las
limitaciones de nuestra cabeza —¡ella entra sólo... en un gorro o en
un sombrero!—, no somos capaces de conocer todo.
¿Qué debemos hacer, pues?
Confiar en Dios. Mediante tal confianza, aunque no compren­
damos directamente las cosas, nosotros damos a Dios nada menos
que una gran gloria, porque reconocemos su sabiduría, su bondad
y su potencia.
Confiemos en Dios, pues, pero confiemos sin límites. Nosotros
confiamos que, si nos preocupamos sólo por cumplir su voluntad,
no nos podrá suceder ningún mal verdadero, aunque tuviéramos
que vivir en tiempos mil veces más difíciles que los actuales.
Entonces, ¿no hay que preocuparse por prevenir y alejar las
dificultades?
¡Todo lo contrario! Se puede y se debe hacerlo. En cuanto
dependa de nosotros, debemos hacer todo lo que sea posible para
eliminar las dificultades en el camino de nuestra vida, pero sin
inquietud, sin congoja y, más aún, sin desesperada incertidumbre.
Estos estados de ánimo no ayudan a resolver las dificultades y, más
bien, nos hacen incapaces de una sabia, prudente y rápida opero-
sidad.
Además, en cada cosa no olvidemos de repetir con Jesús en el
Huerto de los Olivos: “¡No se haga, oh Padre, mi voluntad sino la
tuya!” (Le 22,42). Y si, como sucedió en el Huerto de los Olivos, Dios
cree oportuno no acoger nuestra petición y nos envía un cáliz que
deberíamos beber hasta la última gota, no olvidemos que Jesús no
sólo sufrió, sino que también, después, resucitó gloriosamente.
Recordemos, además, que nosotros estamos encaminados hacia la
resurrección también a través del sufrimiento.
¿Qué más? Nosotros nos apegamos demasiado a esta mísera
tierra. ¿Qué sucedería si de vez en cuando no nos punzara alguna
espina? Si así sucediera, nos vendría, quizás, el antojo de construir
un paraíso nuestro en esta tierra de polvo y de barro.
Confiemos, pues, confiemos ilimitadamente en Dios por medio
de la Inmaculada, y procuremos, según las posibilidades de nues­

63
tra mente y de nuestras fuerzas, correr a las defensas, pero con
serenidad, depositando la confianza en la Inmaculada y poniendo
siempre la voluntad de Dios por encima de la nuestra.
Entonces las cruces llegarán a ser para nosotros —como es
justo que lo sean— peldaños hacia la felicidad de la resurrección en
paraíso (SK 1264).

La guillotina y las búsquedas de felicidad


El Padre Maximiliano era un artista para “armar”encuentros,
charlas y debates.
Su rica sensibilidad, su cultura teológica y su elevada espiri­
tualidad le permitían enfrentar los grandes temas con altura,
claridad y eficacia apostólica.
De una fricción de hojas de guillotina brota un diálogo chispe­
ante, amplio, amistoso y sabroso sobre una temática acuciante y de
perenne validez: el hombre, sus búsquedas, la felicidad, Dios, la
eternidad... ¡No tiene desperdicio!...

16 de diciembre de 1926. Subo a un coche ferroviario y con


algún esfuerzo logro ubicar un paquete bastante largo. Un rumor
de hierros que frotan entre sí delata el contenido del paquete.
“Son hojas de una guillotina de encuademación”, me dice un
hebreo de barba ya encanecida, sentado delante de mí.
“¡Exactamente!” —confirmo yo.
“Yo lo sé, porque tengo nada menos que tres grandes máquinas
para la encuademación; pero ahora ya no hay tanto trabajo como
en el pasado”.
“Estoy llevando estas hojas para que las afilen; y Ud. ¿adonde
lleva las suyas para afilar?” —pregunto.
Me indica la empresa y me hace entender que tiene ganas de
prolongar la conversación. Por eso le preguntó así a quemarropa:
“Perdone, ¿podría preguntarle qué finalidad tiene Ud. en la
vida?”
“¿Qué finalidad?”
“¿A qué aspira, Ud.? ¿Qué desea en última instancia?”
“Ser honesto, no hacer mal a nadie. Así la gente podrá decir:
“¡Ese sí que es un caballero!”
“¿No le parece demasiado poco?”
“¿Demasiado poco? Una buena opinión vale muchísimo”.
“ Y si para hacer el bien a los demás, uno topa quizás con la

64
ingratitud (como a menudo sucede), ¿qué hacer entonces? En tal
caso, ¿vale la pena ser honesto?”
“ Es verdad: esto no basta”.
“¿Ud. no ve ninguna otra cosa más allá de la muerte?” —
interviene un intelectual que está sentado al lado (un abogado,
como se entendió más tarde).
“¿Qué sabemos nosotros de ello? Ponen a un hombre bajo tierra
y allí está cómodo. No necesita comer, ni beber, ni pagar el alquiler.
Pues bien, si se pudiera vivir sin comer, sería hermoso vivir en este
mundo”.
“Yo sólo deseo morir lo más pronto posible —replica otro joven,
también hebreo—. ¿Qué vida es ésta cuando no hay interés alguno?
Sería cosa óptima si los hombres no amaran tanto el dinero. Entre
nosotros, en la sagrada Escritura se dice que el rabino debe ser una
persona que no ama el dinero”.
“Quizás, ¿está escrito en el Talmud?” —corrijo yo.
“Sí, en el Talmud —repite el otro—. Sólo en aquel caso, el
rabino puede juzgar con justicia; con todo, también los rabinos
aman el dinero. La cosa mejor sería ir cuanto antes al otro mundo”.
“Pero ¿qué hay en el más allá, en el otro mundo? Todo se acaba
aquí” —interviene el hebreo anciano.
“Ustedes, señores, son de la misma confesión religiosa y proba­
blemente estarán de acuerdo sobre este punto” —continúo yo.
“Entre nosotros esta cosa no se enseña con claridad” —añade
el joven.
“Ud. que estudió este problema —me dice el hebreo anciano—,
tenga a bien decimos cuál es su opinión”.
“Ciertamente: es suficiente que observemos dentro de noso­
tros. Acaso, ¿no es verdad que nosotros queremos vivir largo
tiempo?”.
“Yo no, porque es menester sufrir demasiado”.
“¿Y si todo anduviera a velas desplegadas y todos los bienes
estuvieran esparcidos en todas partes en gran abundancia?”
“¡En el mundo las cosas no son así!”
“¿Y si lo fueran?”
Se le iluminaron los ojos melancólicos.
“Si lo fueran de veras, entonces sí”.
“Sin embargo, ¿por cuánto tiempo? ¿Tal vez, el más largo
posible?”
“Es evidente”.
“En conclusión, nosotros deseamos vivir, pero sin sufrimientos,
vivir felices pero no de una felicidad cualquiera. Quisiéramos que

65
ella aumentara continuamente en lugar de disminuir. Más aún, la
misma toma de conciencia de cualquier límite insuperable a lo
largo del camino de esta felicidad sería ya para nosotros el ofusca­
miento de la felicidad. Nosotros deseamos la felicidad, pero una
felicidad sin límites”.
“¡Es así nomás!”
“No sólo, sino que queremos que esta felicidad dure largamen­
te, lo más largamente posible, sin fin”.
“¡Sí!”
“Semejante felicidad sin límites, evidentemente, no la halla­
mos en este mundo limitado. Tal felicidad sólo puede ser Dios
infinito y eterno: el paraíso”.
“Todos nosotros aquí presentes deseamos esta felicidad y todo
hombre, sin distinción de nacionalidad, vive de tal deseo. Eso
deriva, pues, de algo que es común a todos nosotros: de la natura­
leza humana.
“¿Podría Dios, que también dio las facultades y las tendencias
naturales para que consigan su fin —el ojo para ver los objetos
visibles que existen en la realidad, el oído para percibir sonidos que
existen de veras...—; podría Dios dar al hombre un deseo superior,
porque es intelectual, y no ofrecerle la posibilidad de satisfacerlo?
“Tal deseo, en todo caso, sería inútil. Un Dios que creara en la
naturaleza este frenesí, de alguna manera inextinguible, hacia la
felicidad con la explícita intención que no tuviera ningún límite,
pero no ofreciera la satisfacción de este ardiente deseo, no obraría
ni con razonabilidad ni con bondad, en una palabra, no sería Dios.
Una tal felicidad debe, pues, existir.
“Ello está confirmado, casi a pesar de las argumentaciones de
los más variados sabihondos grandes y pequeños, por numerosas
apariciones de los que ya se alejaron de este mundo y al presente
gozan ya de la felicidad eterna y nos ayudan eficazmente a nosotros
que vivimos aquí en la tierra.
“En estos últimos tiempos, una verdadera “lluvia de rosas”, de
las más diversas gracias, fue enviada por santa Teresa del Niño
Jesús, muerta no hace mucho tiempo y ya canonizada, cuya
hermana es actualmente superiora de las Hermanas Carmelitas
de Lisieux.
“He ahí nuestra meta común” (SK 1116).

Hijos de Dios en el Hijo


Cada nuevo día nos plantea el sentido de la vida; cada ocaso nos

66
plantea el llamado del más allá. Cada Navidad nos interpela
acerca de la venida del Hijo de Dios: Para qué se encarnó Jesús
en la Virgen y nació en Belén?”San Agustín condensó admirable­
mente toda la sabiduría cristiana en esta frase: “Dios se hizo
hombre, para que el hombre se hiciera Dios”.
Dada la unidad del Cuerpo Místico de Cristo, la Virgen que
formó al primer Hijo de Dios, debe continuar su misión maternal
de formar a los hijos de Dios a semejanza de su Hijo primogénito.
Oh Inmaculada Virgen Madre, con mi cohermano Duns Scoto
yo me dirijo a ti en humilde plegaria: “Concédeme que te alabe, oh
Virgen santísima, y dame fuerza contra tus enemigos”.
A decir la verdad, el lenguaje humano es incapaz de hablar de
cosas celestiales y san Pablo afirma justamente que “ni siquiera
entró en el corazón del hombre lo que Dios tiene preparado para los
que le am an...”{I Co 2,9).
¿Qué hacer, pues, para comprender y expresar lo que Dios
preparó en ti, por medio de ti?...

I. - ¿Para qué vivimos en la tierra?


“El corazón del hombre está inquieto hasta que descanse en ti,
oh Dios”, confiesa san Agustín, después de haber buscado larga e
inútilmente la felicidad fuera de Dios. Por experiencia personal,
todos sentimos que no nos puede bastar algo limitado. Dios sólo,
pues, puede ser nuestro fin.
Conocer a Dios, amarlo, apoderarse de Él, unirse a Él, transfor­
marse de algún modo en Él, divinizarse, llegar a ser como el
Hombre-Dios. Pero, al ser Dios infinito, jamás la criatura logrará
tal meta (en la eternidad). (¿Cómo llegar a ser Espíritu?).
II. - El justo cae siete veces (Pr 24,16).
Viene al mundo la Inmaculada, la criatura sin la más mínima
mancha de pecado, obra maestra brotada de las manos divinas, la
llena de gracia. Dios uno y trino dirige la mirada a la pequeñez —
o sea, a la humildad, el fundamento de todas las virtudes presentes
en Ella— de su sierva y “Aquel que es omnipotente” obra en Ella
“grandes cosas” (Le 1,49).
Dios Padre le confía como hijo al propio Hyo, Dios Hijo descien­
de a su seno, mientras el Espíritu Santo plasma el cuerpo de Cristo
en el vientre de la Virgen purísima. “Y el Verbo se hizo carne”(Jn
1,14). La Inmaculada llega a ser Madre de Dios. Cristo, Hombre-

67
Dios, es el fruto del amor de Dios uno y trino y de María Inmacu­
lada.
III.- A imitación de este primer Hijo de Dios, del Hombre-Dios,
infinito, han de formarse de ahora en adelante los hijos de Dios.
Reproduciendo las semblanzas del Hombre-Dios, imitando a
Cristo el Señor, las almas tenderán a la santidad. Con cuanta
mayor precisión reproduce uno en sí mismo la imagen de Cristo,
tanto más se acerca a la divinidad, se diviniza, llega a ser Hombre-
Dios. (Es el desposorio del alma con Cristo, gracias a la semejanza
y a la acción divina).
Por lo tanto, el que no quiere tener a María Inmaculada por
Madre, no tendrá tampoco a Cristo por hermano. Dios Padre no le
enviará al Hijo, el Hijo no descenderá a su alma, el Espíritu Santo
no formará con sus gracias el cuerpo místico según el modelo de
Cristo. Todo ello acontece en María Inmaculada, llena de gracia, y
únicamente en María.
Ninguna otra criatura ni es ni será inmaculada ni llena de
gracia; y por esto no es conveniente que “el Señor esté con ella” (Le
1,28) de un modo tan estrecho como lo estuvo con la Virgen
Inmaculada. Y como el primogénito, el Hombre-Dios, no fue conce­
bido sino después del explícito consentimiento de la Virgen celes­
tial, lo mismo, y no de otra manera, sucede con las otras criaturas
humanas, que en todo y cuidadosamente deben imitar a su Proto­
tipo.
En el seno de María el alma ha de renacer según la forma de
Jesucristo. Ella debe nutrir el alma con la leche de su gracia,
formarla delicadamente y educarla, de la misma manera como
nutrió, formó y educó a Jesús. Sobre sus rodillas el alma debe
aprender a conocer y a amar a Jesús. De su corazón debe sacar el
amor hacia Él; más aún, amarlo con el corazón de Ella y llegar a ser
semejante a Él por el camino del amor.
El diablo sabe que éste es el único camino y que toda gracia
llega al alma por medio de la Inmaculada; por esto procura desviar
al alma de tal camino: insinúa la soberbia.
¿Cómo consagrarse a la Inmaculada?... (SK 1295).

Llamamiento ¿¡heroísmo
Tanto la psicología popular como la científica nos dicen: “Vale

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lo que cuesta”; o sea, tiene valor lo que puso en movimiento la
creatividad del hombre, sus deseos de conquista, sus ansias de
satisfacción, su mayor espíritu de entrega.
Si toda inquietud y todo avance religioso merecen aprecio, el
seguimiento de Cristo con la cruz a cuestas es la máxima forma del
amor y del servicio.
Maximiliano dirige un llamamiento ascético-místico al heroís­
mo y al gozo de seguir a Cristo.

A veces se escuchan expresiones como éstas: “La religión


católica es difícil respetarla; sus prescripciones son duras...”
Sin duda, toda prescripción de ley limita la libertad del hombre
y por ello es ya algo duro; mucho más lo es si ella manda algo para
lo cual la naturaleza no siente propensión alguna o, peor, experi­
menta repugnancia y posee una inclinación contraria.
A pesar de todo, existen leyes, prescripciones y mandatos.
Y no puede ser de otra manera. Cuando queremos conseguir
una meta cualquiera, debemos necesariamente renunciar a todo lo
que se opone a tal meta y debemos utilizar lo que a ella conduce.
Quien, por ejemplo, se prepara para partir de Poznán y dirigirse a
Cracovia, no puede ir hacia septentrión, sino que debe dirigirse
hacia la región meridional. No puede encaminarse ni hacia occi­
dente ni hacia oriente, aunque se sienta atraído por la belleza de
la naturaleza y la facilidad del recorrido.
Lo mismo sucede también con respecto al fin último del hom­
bre, para lograr el cual todo lo que posee en la vida debe servirle
como medio. Debe dejar de lado todo lo que se opone al fin último
y debe utilizar los medios que a él conducen.
Las variadas metas que el hombre tiene en la vida tienen valor
sólo en la medida en que lo llevan a la meta final. Si lo desvían de
ella, son dañinas y debe apartarlas, incluso si bajo otros conceptos
fueran muy seductoras. He ahí el motivo por el cual ha de haber
alguna dificultad y fatiga en tender hacia el alcance de una meta,
sobre todo cuando se trata de la meta más importante: la última
meta.
La experiencia demuestra que nosotros apreciamos mayor­
mente lo que conquistamos con gran esfuerzo de trabajo, a diferen­
cia de lo que obtenemos con facilidad. Si consiguiéramos la salva­
ción eterna sin dificultad alguna, no seríamos capaces de apreciar­
la tanto como cuando la conquistáramos con esfuerzos incesantes.
Recordemos también esto. Si tenemos un amigo que para

69
nosotros no hizo nada arduo, no sabríamos aún si su amistad es
auténtica; pero cuando soporta por nosotros dificultades y sufri­
mientos, entonces tenemos la demostración de la autenticidad de
su amistad.
Más aún, la verdadera amistad saborea la felicidad de sufrir
por la persona amada. Nada de extraño, pues, que los santos hayan
hallado su paraíso aquí en la tierra no en los placeres, en los
honores y en las riquezas, sino en la pobreza, en las humillaciones
y en los sufrimientos aceptados por amor a Dios.
El seráfico san Francisco abandona la rica casa natal para
hacerse voluntariamente pobre. Santa Teresa de Jesús exclama-
ba:“¡0 sufrir o morir!”, porque consideraba carente de significado
una existencia carente de sufrimientos por amor a Dios. Santa
Magdalena de Pazzi, en el éxtasis del amor hacia Dios, decía:
“¡Sufrir, mas no morir!”
Esta es la fuerza y el consuelo interior que Dios ofrece a los que,
por su amor, no vacilan en caminar en las huellas de Jesús
crucificado y en crucificar sus inclinaciones'naturales siguiendo
las prescripciones de su religión. Jesús mismo enseñó explícita­
mente: “Mi yugo es suave y mi carga ligera* (Mt 11,30), animando
así a las almas temerosas a tomar sobre sí el yugo y la carga de su
religión (SK 1190).

El Padre Maximiliano, estando en el Japón, asistió a los


grandes festejos del Año Nuevo (= “Shogatsu”) y quedó fascinado.
Por cierto en todas partes se celebran grandes festejos y se hace
ostentación de pompas y teatralidades; pero todo está signado por
lo relativo y loprecario. Siquiera de vez en cuando, el hombre cuerdo
debe reflexionar sobre sus grandes destinos y debe dejarse iluminar
por las grandes verdades.

El año pasado admiramos los adornos de Año Nuevo; y también


los habrá en ocasión del Año Nuevo próximo.
En todo ello hay cosas seguras y otras inciertas. Es cierto que
admiramos la pompa (= “Shogatsu”) del año pasado; ahora estamos
admirando la de este año. Pero, ¿veremos nosotros la del año
venidero? No lo sabemos.
No debemos tener miedo de reflexionar acerca de la verdad,
aunque nos parezca desagradable, porque la verdad es siempre

70
útil. No sabemos, pues, si podremos admirar el próximo “shogat-
su”, porque cada año se alejan de este mundo tanto viejitos y
personas de media edad como jóvenes y hasta niños, y no sabemos
cuándo llegará nuestra hora.
Sin embargo, una cosa es segura y la conocemos con absoluta
certidumbre: desde el “shogatsu” pasado nos acercamos a la muer­
te, el tiempo de un año entero. Esto es cierto. Cada día que pasa nos
acercamos a la muerte un día entero, cada hora una hora, cada
minuto un minuto. Esto es cierto. Y esto atañe a todos los hombres
en particular, en cualquier parte del mundo, en cualquier nación,
a los pobres y a los ricos, a los iletrados y a los doctos, a los grandes,
a los poderosos y a los humildes, sin excepción alguna.
Muchos no gustan pensar en esta realidad y se hacen semejan­
tes al avestruz, el cual, cuando no logra más huir de la persecución,
esconde su cabeza en la arena, seguro de no ver al que lo está
cazando.
Sin embargo, nosotros nos damos ánimo y vamos más lejos:
“¿Qué habrá después de la muerte? ¿Habrá otra vida o no?” Si Dios
existe, ha de ser justo. Desgraciadamente, en esta vida a menudo
no existe la justicia; por ende ella tiene que existir en la otra vida,
después de la muerte. ¡Paraíso o infierno, pues!
De la boca de dos propagandistas del budismo llegué a saber
que ellos enseñan la existencia del paraíso y del infierno, pero en
realidad muestran lo contrario: no creen en ellos. Yo intervine:
“Ustedes de esta manera engañan a la gente”. Su respuesta fue:
“Shigata ga nai”, o sea, “No hay nada que hacer”.
No está permitido enseñar cosas que no son verdaderas. Si el
paraíso y el infierno no existen, todos deben conocer la verdad;
pero, si existen, entonces esto debe valer para todos, porque
delante de Dios todos los hombres son iguales. Si Dios existe, un
Dios infinitamente perfecto, entonces El debe ser infinitamente
sabio, bueno y justo; por ende, cada uno, después de la muerte, le
dará cuenta de todo pensamiento, palabra y acción, y recibirá una
justa recompensa o un justo castigo.
El pensar en estas cosas excita los nervios; por eso muchas
personas, espiritualmente más débiles, al no tener la fuerza de
cambiar de vida, niegan incluso la existencia de Dios, aunque no
tengan ni una prueba para poder sostener tal afirmación.
Cualquier árbol, colmado de flores y después de frutos, grita a
gran voz que sería absurdo afirmar que todo ello aconteció sin un
Creador. El cual quiso estructurar el árbol de modo tan sabio, que

71
pudiera hundir las raíces en la tierra para absorber la humedad,
pudiera extender las ramas hacia lo alto, pudiera desplegar las
hojas ante los rayos vivificantes del sol e hiciera brotar delicada­
mente las flores multicolores que atraen a los insectos. Estos
insectos sacan de ellas el dulce néctar, y con el transporte del polen
permiten a las mismas flores llegar a ser frutos con sus semillas,
las que, plantadas en la tierra, serán capaces de reproducir un
árbol semejante a aquel del que tuvieron origen.
El que observa la naturaleza con mucha serenidad, no puede
dejar de sonreír ante la insolencia del ateísmo.
También al Japón llegan libros escritos por tales personas
espiritualmente débiles, son traducidos con entusiasmo al idioma
japonés y muchos, a veces, absorben acríticamente su contenido.
Olvidan que también ellos poseen una inteligencia, a cuyo juicio ha
de ser sometido todo lo que se escucha y se lee, aunque los nombres
de aquellos oradores y de aquellos escritores ya llegaron a ser
famosos en el mundo entero.
También las causas de la fama, pues, pueden ser diferentes (SK
1268).

72
Madre de Dios y M e de la Iglesia

Ansias mañanas
“Historia”quiere decir sucesión de hechos concretos, conocibles
y con relación de causas y efectos.
La “Historia de la Salvación”es el despliegue de las iniciativas
de Dios en la historia del hombre: dos interlocutores, dos protago­
nistas, pero una sola meta.
San Pablo compendia así esa extraordinaria comunicación de
dones, gracias, favores: “En muchas etapas y de muchas maneras
habló Dios en otro tiempo a nuestros antepasados por ministerio de
los profetas. Y en estos tiempos, que son los últimos, nos habló por
medio de su Hijo, a quien constituyó heredero de todas las cosas y
por quien creó los mundos” (Hb 1,1-2).
El Hijo de Dios, al hacerse hombre, escogió a una mujer, María,
y la hizo Madre suya.
El Padre Maximiliano Kolbe, apremiado por su amor a la
Virgen, desea que todos la conozcan, amen y sirvan, para que sea
mejor conocido, amado y servido Dios. Con ese fin nos va a brindar
gavillas de meditaciones mañanas para nuestra alimentación
espiritual.
Su medio preferido para hacerla conocer, era la revista: “El
Caballero de la Inmaculada”.
Cada uno de nosotros también tiene múltiples recursos, para
73
conocerla y hacerla conocer. Basta tener un poco de creatividad y un
poco de fuego.
¿Cuándo acontecerá, oh Madrecita mía Inmaculada, que tú
llegues a ser la Reina de todos y de cada alma en particular?
¿Cuándo?...
Mira: ¡cuántos todavía no te conocen y no te aman! Cuántos son
todavía en esta pobre tierra los corazones de los que, al oir hablar
de ti, preguntan: “¿Quién es María? ¿Quién es la Inmaculada?”
¡Pobrecitos! ¡No conocen a su Madre, no saben cuánto tú los amas;
más aún, ni piensan siquiera en ello!...
No obstante esto, tú los amas igualmente y deseas que te
conozcan y te amen, y adoren la infinita misericordia del Corazón
divino de tu Hijo, de la que tú eres la personificación.
Pues bien, ¿cuándo todos ellos te conocerán, te amarán y se
colmarán de tu paz y de tu felicidad?
Tu pequeño “El Caballero de la Inmaculada”, por tu gracia se
asoció a muchos otros de tus ardientes amantes y se empeñó en
proclamar, aunque de una manera muy inexperta, tu bondad. Por
su intermedio te dignaste atraer a muchos corazones, quisiste
introducirlo en muchas casas, tanto en Polonia como fuera de sus
límites; más aún, por su intermedio te dignas hablar a las almas
también en lengua japonesa.
Todo esto es apenas un comienzo, porque ¿cuántas son todavía
las almas que no saben nada de ti?...
¿Cuándo todas las almas que viven en el entero globo terrestre
conocerán la bondad y el amor de tu Corazón hacia ellas? ¿Cuándo
toda alma te retribuirá con un ardiente amor, hecho no sólo de
sentimiento fugaz sino de la total donación de la propia voluntad
a ti... para que tú misma puedas gobernar en los corazones de
todos y de cada uno en particular y tú puedas formarlos a
imitación del sagrado Corazón de tu divino Hijo, hacerlos felices,
divinizarlos?...
¿Cuándo acontecerá esto?...
Empeñémonos todos en apresurar este momento, ante todo y
sobre todo, permitiendo a la Inmaculada que se adueñe de modo
indisoluble de nuestro corazón y, además, como instrumentos en
sus manos inmaculadas y según nuestras posibilidades, conquis­
tando el mayor número de almas para Ella con la oración, el
ofrecimiento de los propios sufrimientos y el trabajo.
¡Qué gran paz y felicidad nos invadirán en el lecho de muerte,

74
al pensar que mucho, muchísimo nos hemos fatigado y hemos
sufrido por la Inmaculada...! (SK 1159).

¡Nostalgia de una Madre!


En el mundo católico la devoción a la Virgen, bajo las distintas
advocaciones, es una realidad que se palpa a diario en los templos
y en las familias. En cambio, no faltan sectas y grupos religiosos
que, en su afán proselitista, atacan con agresividad esa devoción.
El Padre Kolbe destaca, con casos concretos, que también en el
mundo protestante y anglicano se siente la nostalgia de una Madre
y está floreciendo la devoción mariana.
Además de las razones bíblicas, Maximiliano inserta una de
exquisito sabor psicológico: “Donde hay vida, late un corazón de
madre”.

A menudo se escuchan y se leen afirmaciones llenas de asom­


bro, según las cuales los católicos veneramos a María, la Madre de
Jesús, de manera exagerada.
En una carta remitida desde Tokyo el 16 de octubre de 1934,
estaba escrito: “Los fieles de la Iglesia católica veneran a María, la
santa Madre de Dios, del mismo modo con que honran a Dios”.
Sin embargo, la Iglesia católica no obra así, sino que venera a
los santos solamente como fieles siervos de Dios y, sobre todo y de
manera particular, venera a la santísima Virgen María, por ser
Madre de Dios. La persona que escribió esa carta, seguramente no
sabe eso.
María, la Madre santa, no dio a Jesucristo la divinidad. Ella
engendró sólo el cuerpo de El. Pero Jesucristo es verdadero Dios y
verdadero hombre a la vez y, ya que la Virgen concibió y engendró
al Hombre-Dios, Ella es plenamente Madre de Dios.
El culto rendido a María es, en la Iglesia católica, algo natural
y fuera de discusión. Sólo entre los protestantes surgen dificulta­
des por este hecho. Pero en los últimos tiempos también en medio
de los protestantes es cada día más evidente la nostalgia de una
Madre de la vida espiritual. Referimos los principales ejemplos.
En Alemania, en el año 1919, el autor protestante Jungnickel
afirma: “La misma Iglesia protestante está en fase de congela­
miento y se está acercando a la muerte. Es necesario llevar a sus
seguidores a la Madre, es decir, a María. Haciendo esto, los fieles

75
protestantes se enfervorizarán y se mantendrán en vida”. Lo
mismo escriben en la revista “Hochkirche”.
Tres o cuatro años atrás Karl Josef Baudenbacher, recopilador
de la antología “Marienblumen”o “Flores Marianas”, recogió más
de una centena de voces de protestantes sobre el argumento del
culto a María.
En el volumen “Llamamiento a todos los cristianos evangéli­
cos”, publicado en noviembre de 1934 en Colonia, se habla de “los
deseos de volver al culto a María” y, además, se dice: “Las madres
de muchos grandes personajes, por ejemplo, la madre de Goethe o
de los Gracos, santa Ménica, madre de san Agustín, santa Elena,
madre de Constantino el Grande y muchas otras, son veneradas.
Sólo una Mujer hace excepción, una sola está olvidada y abando­
nada, es decir, la Virgen María, Madre de nuestro Señor y Salva­
dor”. ¡Está escrito exactamente así! Hay también otros artículos
escritos en el mismo estilo del precedente.
El mismo Lutero, en muchos pasajes de sus obras, proclamó la
gloria de María y más tarde, en el siglo XVII, el obispo protestante
de Islandia, Brynjolfur Sveinsson, compuso himnos marianos en
latín.
En Walshingham, en Inglaterra, durante la reconstrucción de
la iglesia protestante, ocurrida en el año 1931 —¡había sido
edificada en el lejano 1061!—, el obispo Bertram colocó en el acceso
de una capilla la siguiente inscripción: “Este templo fue edificado
en honor de la Concepción de María, Madre de Dios, y en honor del
nacimiento de Cristo, nuestro Señor”.
En Holanda el protestante Cor Meerensy escribió en un folleto
con el título: “Invocaciones a María”: “Nosotros no tenemos cantos
dirigidos a la Virgen, ni tenemos templos marianos ni imágenes de
Ella. En la fiesta de la Navidad de Cristo apenas se hace una breve
mención de María, mientras en el curso de todo el año Ella está casi
olvidada. Nosotros protestantes nos apoyamos demasiado en el
solo Antiguo Testamento y no nos acercamos a Cristo. Nosotros
podemos acercamos a Cristo sólo a través de María”.
¡Qué fuerte es la nostalgia de la Madre!
Sí, y es una nostalgia razonable. En todas partes, donde hay un
comienzo de vida, está presente el corazón de una madre que ama
y vela solícitamente. ¿Por qué no deberíamos sentir los amorosos
cuidados del Corazón de María también en la vida de la fe, en la
vida sobrenatural, en la vida de la gracia, en la vida espiritual?
¿Por qué no podemos recibir la vida sobrenatural por la mediación
de la Madre espiritual, María? (SK 1194).

76
El Padre Maximiliano nos ofrece algunos aspectos de la vida de
la Virgen, como apuntes para una serie de reflexiones más sabrosas.
En todo caso, el misterio de María gira todo alrededor de Jesús,
del que recibe luz y vida, como la luna recibe su luz y sus caracte­
rísticas del sol.
Para conocer a la Virgen, tenemos una amplia gama de recur­
sos. La Biblia es prioritaria; luego, la tradición, el estudio de los
doctores, la piedad de los fieles, los impulsos de la psicología, las
revelaciones privadas...
Finalmente llegó la hora del ingreso de María en el mundo.
Nació en el escondimiento, en el silencio, en una pobre casa de una
aldea de la Palestina.
Ni los libros sagrados hablan mucho de Ella. En ellos la vemos
en la anunciación, al llegar a ser Madre de Dios. Seguimos su viaje
a Belén, donde admiramos el nacimiento de su Hijo, Dios y hombre,
en una gruta pobrecilla. Después, la fuga a Egipto, cuajada de
ansiedades. La dura vida en un país extranjero y al fin el regreso
a Palestina. El diligente hallazgo del pequeño Jesús, perdido en el
templo.
Sucesivamente, ya al lado del Hijo, la vemos en las bodas de
Caná de Galilea, donde solicita y obtiene el primer milagro en favor
de los dos jóvenes esposos. Jesús comienza a predicar, mientras
Ella permanece en su modesta casa, preocupándose por el destino
de El. El arresto, la pasión y el viaje hacia el Calvario. María vuelve
a aparecer y acompaña a Jesús al lugar de la ejecución, está junto
a Él en el momento de la muerte y aprieta contra su pecho su cuerpo
helado, depuesto de la cruz.
Más tarde, la vemos todavía en el momento en que el Espíritu
Santo desciende sobre los Apóstoles, mientras, como una buena
Madre, permanece en medio de ellos e instruye a aquellos futuros
Apóstoles. Transcurren aún algunos decenios sin ningún docu­
mento escrito hasta el momento de su partida hacia el paraíso,
después de muchos otros años de vida al lado de Juan, el discípulo
predilecto de Jesús.
La santa tradición no habla de Ella más dilatadamente. Otras
cosas fueron narradas por algunos corazones amantes, mientras
muchos particulares los podemos deducir también de revelaciones
privadas.

77
De todas maneras, examinemos más cuidadosamente algunos
momentos de su vida en Le 1,26-56; 2,1-19; Mt 2,1-12; Le 2,22-40;
Jn 2,1-11; Le 11,27-28; Mt 12,46-50; Jn 19,25-27; Hch 1,12-14; 2,1-
4; Ap 11,19; 12,1 (SK 1312).

Criatura de Dios\ Hija de Dios, Madre de Dios


El sabio pregunta para saber y el Padre Maximiliano tiene una
pregunta apasionante: “¿Quién es María?”
La respuesta le nace de su corazón enamorado y es una procla­
mación de las grandezas y privilegios de la Virgen.

Por sí misma María no es nada, como las demás criaturas; pero


por obra de Dios es la más perfecta de entre las criaturas. La más
perfecta semejanza del ser divino en una criatura puramente
humana.
Ella procede del Padre a través del Hijo y del Espíritu, porque
es el Creador que de la nada, a imagen de sí mismo y a imagen de
la santísima Trinidad, llama a los seres finitos a la existencia, por
amor hacia las propias semejanzas finitas que ellos reproducen.
Los seres dotados de voluntad libre y de razón conocen y
reconocen su procedencia y saben que recibieron de Dios todo lo que
son, que pueden y que poseen en cada instante. Ellos retribuyen
con el amor, tanto por lo que recibieron como por el hecho que El,
cual perfección infinita, es digno de un amor infinito. Por consi­
guiente, como seres limitados no pueden rendirle un amor infinito,
pero quebrantan al menos las barreras que limitan este amor y
luchan para conquistarlo.
La Inmaculada jamás tuvo mancha alguna de pecado. Esto
significa que su amor fue siempre total, sin impedimento alguno.
Amó a Dios con todo el propio ser, y el amor la unió a Dios de modo
tan perfecto, desde el primer instante de vida, que el ángel en el día
de la anunciación pudo dirigirse a Ella y decirle: “Llena de gracia,
el Señor está contigo” (Le 1,28).
Ella es, pues, criatura de Dios, propiedad de Dios, semejanza
de Dios, imagen de Dios, hija de Dios, de la manera más perfecta
posible a un ser humano.
Ella es el instrumento de Dios. Con plena toma de conciencia
se deja voluntariamente conducir por Dios, se conforma a su
voluntad, desea sólo lo que Él quiere, obra según su voluntad; y
esto de la manera más perfecta posible, sin el mínimo defecto, sin

78
ninguna desviación de la propia voluntad de la voluntad de Él. Es
un instrumento de Dios en el perfecto uso de los poderes y de los
privilegios que se le concedió, para cumplir siempre y en todo,
única y exclusivamente, la voluntad de Dios, por amor hacia Dios
uno y trino. Este amor hacia Dios alcanza cumbres tales que
produce divinos frutos de amor.
Su unión de amor con Dios llega a tal punto que Ella llega a ser
Madre de Dios.
El Padre le confía a su propio Hijo, el Hijo desciende a su seno,
mientras el Espíritu Santo forma, con el cuerpo de Ella, el cuerpo
santísimo de Jesús (SK 1320).

"Con Mama jesús"


La visitación de la Virgen a su prima santa Isabel es uno de los
misterios más deliciosos para la piedad mañana. Allí se refleja la
solicitud de la joven de Nazaret hacia su anciana parienta en sus
gozos y preocupaciones de madre.
El meollo del misterio es que María es la portadora de Cristo,
es decir, portadora de su gracia, de su vida, de su amor, de su
alegría, de su Espíritu Santo...
San Maximiliano Kolbe, con san Bernardo y san Luis María
Grignión de Montfort, deduce que la devoción a María es “el camino
más hermoso, agradable y seguro”para llegar al encuentro con
Jesús.

“¡A Jesús por María!” A través de María se va a Jesús y es


justamente el camino más hermoso, más agradable y más seguro.
Confiándonos al Corazón de la Madre, ¡y de semejante Madre!, nos
acercamos al Corazón del Hijo. He ahí la voz de esta solemne fiesta
de la visitación. Y es María misma quien nos lo trae y de un modo
extraordinariamente consolador, precisamente el modo que noso­
tros tanto necesitamos.
En realidad, nosotros somos miserables y pequeños, mientras
Ella es una Señora tan grande y poderosa. En la anunciación la
vemos a la vez sublime y humildísima, Señora y a la vez sierva,
Madre de Dios y a la vez de un hombre, sin duda el más grande
entre los hijos de los hombres, pero precisamente de un Hombre.
¡Qué diferencia existe entre la Madre de Dios y la madre de un
hombre! Tal relación se presenta de la siguiente manera: María-
mujer, Señora-sierva.

79
¡María! He ahí a Aquélla de la que tenemos absoluta necesidad.
San Bernardo afirma que, en verdad, nadie puede tener o experi­
mentar incertidumbre si va a Jesús, aún si está delante como juez
ofendido, por medio de María y se abandona confiadamente a Ella.
Por cierto, delante del Hijo de Dios, a quien olvidamos y a quien
desobedecimos, hay que tener temor, un santo temor; sin embargo,
existe también María, una Madre tan buena y humilde, que se
presenta a Jesús para suplicar en favor de los necesitados de su
intercesión y de su protección (SK 1299).

María ayuda a conocer a Dios


El apostolado tiene por meta la Evangelización, o sea, hacer
conocer a Jesús y su mensaje de luz y de vida.
Muchos son los medios y las posibilidades de la Evangelización.
Maximiliano Kolbe es el apóstol de la Buena Prensa y su notable
carisma fue el haber utilizado tanto la prensa como cualquier otro
medio de comunicación social, para hacer conocer sus IDEALES
marianos.
Tanto en Polonia como en el Japón, fundó dos ciudades maria-
nas al servicio de la Inmaculada. En Polonia organizó más de
media docena de revistas, entre las cuales se destacaba “El Caba­
llero de la Inmaculada”; y en el Japón “Seibo no Kishi”, o “Jardín
de la Inmaculada”.

Los que experimentaron la potente y misericordiosa interce­


sión de María, han de amarla mayormente. Además, ellos desean
que también otros, que todavía nada saben de Ella, la conozcan.
Los que todavía no conocen a Dios, por intercesión de María lo
conocerán lo antes posible; y, cuanto más conozcan a Dios, tanto
más lo amarán.
Jesucristo, que es Dios, impulsado por un grandísimo amor
hacia el mundo, asumió un cuerpo humano en el seno de la Virgen
María.
El amor de la Madre y del Hijo es un misterio profundísimo. A
los que sean capaces de comprenderlo, nosotros presentamos un
pedido especial, o sea: “Sírvanse orar por el desarrollo del Kishi y
enviamos el mayor número posible de direcciones de nuevos
lectores” (SK 1166).

80
Puente y Madre de misericordia
María, camino de Cristo para llegar a nosotros y camino del
hombre hacia su encuentro con Cristo... Corazón Inmaculado de
María, puente hacia el Amor misericordioso del sagrado Corazón
de Jesús...
Las dos gracias más grandes que puede lograr la intercesión de
la Virgen son la conversión y la santificación. La conversión es
reconocimiento de nuestras faltas y de nuestras debilidades y
retorno a la luz y al amor del Señor. La santificación es aceptación
de los impulsos déla gracia y esfuerzo por seguir al Señor hasta las
últimas consecuencias.
¡Qué gran programa de vida espiritual!
“El amor hacia el sacratísimo Corazón de Jesús es el único
estímulo que nos impulsa a unir a El, por medio de la Inmaculada
y de la manera más estrecha, el mayor número posible de almas”:
así leemos en el programa de la Milicia de la Inmaculada.
He ahí el fin último hacia el cual se orientan nuestros esfuer­
zos.
Los declaramos expresamente también en el acto de consagra­
ción a la santísima Virgen Inmaculada, impreso en el folleto de
inscripción y que expresa la esencia de la Milicia de la Inmaculada.
En él nos dirigimos a la Inmaculada con esta petición:
“Haz de mí y de todo mi ser lo que tú quieras, sin reserva
alguna, para que se cumpla lo que fue dicho de ti: “Ella te aplastará
la cabeza”, como también: “Tú sola destruiste todas las herejías en
el mundo entero”. Así en tus manos inmaculadas y misericordiosí­
simas yo llegaré a ser un instrumento útil para injertar e incre­
mentar lo más fuertemente posible tu gloria en muchas almas
extraviadas e indiferentes y para extender, de ese modo y lo más
que sea posible, el bendito reino del sacratísimo Corazón de Jesús”.
¿Por qué justamente a través de la Inmaculada?
“En donde tú entras —seguimos leyendo—, tú obtienes la
gracia de la conversión y de la santificación”.
¿De dónde le viene a Ella semejante poder?
“Porque toda gracia corre, a través de sus manos, del Corazón
dulcísimo de Jesús hasta nosotros”: así concluimos.
Sí, porque, humanamente hablando, el Corazón divino es
semejante al corazón de un buen padre de familia. Si un hijo se hace
culpable de alguna falta, el padre debe punirlo, porque así lo exigen

81
la justicia y, más aún, el mismo amor hacia el hijo, para que éste
no descuide el propio error. Sin embargo, este padre no quisiera
aportar ni un disgusto al hijo, aunque se lo tenga merecido, y
quisiera disponer de cualquier motivo suficiente para no infligirle
aquel castigo. El perdonar sin motivo suficiente sería como alentar
al culpable a la insolencia. Pero el padre quisiera que alguno
interviniese en favor del hijo para satisfacer, de tal modo, tanto la
justicia como el amor afectuoso.
Pues bien, el Corazón divino de Jesús, que arde de amor hacia
nosotros, que somos culpables, halla para este propósito un medio
digno de la sabiduría divina. Nos dona como madre y protectora a
su propia carísima y dilectísima Madre, la criatura más santa de
los santos y de los ángeles, y a Ella no es capaz de rehusarle nada,
porque EUa es la más digna y la más amada de las madres.
Además, Él le dio un corazón muy grande, para que no deje de
advertir en la tierra ni una pequeña lágrima y no deje de preocu­
parse por la salvación y la santificación de todo hombre.
He ahí, pues, un puente ya disponible hacia el sacratísimo
Corazón de Jesús. El que cae en el pecado, se hunde en el vicio,
desprecia las gracias divinas, no mira más a los buenos ejemplos
de los demás, no presta atención a las inspiraciones saludables y
se hace indigno de recibir otras gracias, ¿éste tal debe quizás
desesperar?
¡No, jamás! Él tiene una Madre que le fue dada por Dios, una
Madre que sigue con corazón tierno cada una de sus acciones y de
sus palabras, cada uno de sus pensamientos. Ella no se preocupa
por el hecho de que él sea digno o no de la gracia de su ternura. Ella
es sólo Madre de misericordia y, por ende, se apresura a acudir,
aunque no sea de ningún modo invocada, allí dondé se manifiesta
de manera más grave la miseria de las almas. Más aún, cuanto más
afeada está el alma por el pecado, tanto más se manifiesta en ella
la misericordia divina, de la que justamente la Inmaculada es la
personificación.
Por esto, nosotros luchamos para entregar a la Inmaculada el
cetro de mando en cada alma.
Si Ella logra sólo entrar en una alma —aunque todavía mise­
rable y degradada en los pecados y en los vicios—, no puede
permitir que ella se pierda, sino que en seguida le alcanza la gracia
de la iluminación para la inteligencia y de la fuerza para la
voluntad con el objeto de que recapacite y se levante.
“Por María Inmaculada a Jesús”: he ahí nuestra consigna,

82
como lo ponderaba el arzobispo Mons. Sapieha en la bendición
pastoral concedida a la Milicia y publicada igualmente en el folleto:
“Bendecimos de corazón a los miembros de la Milicia de la Inma­
culada para que, combatiendo bajo el estandarte de la Virgen,
ayuden a la Iglesia a conducir a los pies de Jesús al mundo entero”.
Ya transcurrieron dos siglos y medio desde el momento en que
sucedió el hecho ilustrado en la primera página del presente
artículo.
Apareciendo a santa Margarita Alacoque, Jesús señaló a aquel
que primero, quizás erigió un altar a la Inmaculada en Italia (en
Rovigo) y cuyos hijos espirituales habían comenzado a festejar,
proclamar y defender el privilegio de la Inmaculada Concepción
desde los orígenes de su Orden. Señaló a san Francisco y dijo: “He
ahí al santo más cercano a mi Corazón divino”.
¡Sí! Cuanto más difunde uno la veneración y el amor hacia la
Inmaculada, cuantas más almas le conquista uno a Ella y, por Ella,
al sacratísimo Corazón de Jesús, que nos amó hasta morir en la
cruz, tanto más demuestra éste también el máximo amor y un amor
activo hacia este sacratísimo Corazón y se une a El en grado sumo
(SK 1094).

Mam suscita santos


San Maximiliano Kolbe, correspondiendo a las exigencias bautis­
males y de la vida religiosa, hizo de la santidad un IDEAL, un
llamado, una fuerza... —¡y una santidad con matices marianos!—
En su itinerario de santidad se encontró con almas excelsas
tanto contemporáneas como del pasado.
A menudo abrevó su sed marianay apostólica en el “Tratado de
la verdadera devoción a María Virgen”, de san Luis María Grig-
nión de Montfort.
Al leer el Tratado, quedó fascinado por el preanuncio de un
florecer de santos en los últimos tiempos.
A través de las palabras del misionero bretón, Maximiliano se
ve respaldado en todas sus estupendas iniciativas marianas, y
apremia a todos los milites a recorrer audazmente ese itinerario de
santidad y de apostolado que es la consagración a la Virgen.
Nadie sabe cuándo llegue el fin del mundo; pero es verdad
divina que todos debemos esforzamos por ser santos: “Sean santos,
como yo soy santo” (Lv 20,26). La santidad es la máxima gloria de

83
Dios y a la vez la más dichosa realización de todo hombre, ya que
es divinización y semejanza con Dios.
En el siglo XVIII vivió en Francia san Luis María Grignión de
Montfort, que fue gran devoto de la Virgen. Además de numerosos
libros de devoción, escribió el libro “Tratado de la verdadera
devoción a María Virgen”. Esta breve obra tiene una historia
interesante.
El mismo autor había predicho que el demonio habría escondi­
do el librito, para no hacerlo llegar a las manos de los fieles, porque
había vislumbrado en él una propia gran derrota. Y así aconteció.
A pesar de las búsquedas, permaneció escondido en una biblioteca
por más de cien años. Fue hallado por casualidad en el año 1842 y
en seguida publicado e impreso.
En el libro, entre otras cosas, él dice: “Nacerán personas muy
santas. Ellas llegarán a la santidad por medio de una singular
devoción hacia la santísima Virgen, que guardarán en su corazón
como el más perfecto modelo de santidad y como rico manantial de
gracias divinas. Sobre todo hacia el fin del mundo, Dios suscitará
a estos santos por medio de María, su Madre, para que tales almas,
llenas de gracia y de celo, opongan resistencia a los enemigos de
Dios, que brotarán de todas partes con encarnizamiento.
“Estas almas tendrán una particular devoción a la santísima
Virgen. Ella las iluminará con su luz, las nutrirá con su leche, las
guiará con su espíritu, las sostendrá con su mano, las custodiará
con su protección. Aquellas almas, combatiendo de algún modo con
una mano, barrerán lejos a los herejes con sus herejías, a los
idólatras con sus idolatrías, a los pecadores con sus impiedades,
mientras con la otra mano edificarán el templo del verdadero Dios
y la ciudad de Dios.
“Además, acicatearán a todos, con la palabra y con el ejemplo,
a la verdadera devoción hacia la Virgen. Enfrentarán a muchos
enemigos, pero también conseguirán muchas victorias y darán
mucha gloria a Dios. Como a través de María tuvo comienzo la
salvación, así también a través de ella la salvación llegará a su
consumación...”

¡Quién sabe si el fin del mundo está lejos! Muchos estudiosos


autorizados y personas devotas opinan que, por lo que está suce­
diendo actualmente en el mundo, tenemos el derecho de inferir que
el fin está bastante cerca. Efectivamente, ¿no existen, quizás, hoy

84
“los enemigos de Dios que brotan de todas partes con encarniza­
miento”? ¿No tiene, quizás, el anticristo a sus adoradores?
Sobre todo en estos días, asegura la profecía susodicha, Dios
suscitará personas que, por medio de una devoción particular
hacia la santísima Virgen, se santificarán a sí mismas y no sólo
opondrán resistencia a los encarnizados enemigos de Dios, sino
que barrerán de la superficie de la tierra las herejías, las idolatrías,
las impiedades, edificarán el templo del verdadero Dios y acicate­
arán a todos a la verdadera devoción hacia la Virgen.
¿No es éste, exactamente, el fin de todos los milites de la
Inmaculada?
Leemos más adelante: “Esas personas tendrán muchos enemi­
gos”. También para esto debemos estar preparados.
Sin embargo, “conseguirán muchas victorias y darán mucha
gloria a Dios”.
Efectivamente, “como a través de María tuvo inicio la salva­
ción, así también a través de Ella la salvación llegará a su
consumación...”
Reflexionemos bien sobre todas estas cosas... (SK 1129).

El culto mariano
Entre los distintos grupos religiosos, el planteo más frecuente es
éste: “¿Por qué los católicos veneramos a María?”
Maximiliano responde con la contundencia de la verdad bíbli­
ca: “La veneramos porque es Madre de Jesús, el Hijo de Dios;porque
el mismo Jesús la amó y la privilegió admirablemente y nosotros
tenemos que imitar a Jesús; porque Ella misma profetizó que sería
ensalzada por todas las g en era cio n es.A la verdad bíblica Maxi­
miliano añade la milenaria tradición que arranca desde las cata­
cumbas...
He oído decir que una persona, al pasar recientemente por
Shimonoseki, preguntó a algunos viandantes dónde se hallaba la
iglesia católica. Todos respondieron que no lo sabían. Finalmente
uno dijo: “¡Ah! ¿se trata de la religión de María?” y en seguida le dio
las señas necesarias para alcanzar la iglesia católica.
Los fieles de la Iglesia católica jamás llaman a su iglesia:
“Religión de María”, a pesar de venerar mucho a la santísima
Virgen María; en cambio, las personas que no estudiaron catecis­
mo, los miran con recelo.

85
Es, pues, necesaria una clarificación.
Los fieles católicos veneran con fervor a la Madre divina, pero
sin considerarla Dios. La santísima Virgen María, que es criatura
de Dios, nació veinte siglos atrás de sus padres como todos los
demás hombres. Ella es, pues, sólo una persona humana. ¿Por qué
entonces se la venera?
La Iglesia católica enseña que Jesucristo, aun siendo Dios
eterno e infinito, nació en el tiempo y quiso elegirse a María como
Madre, se encamó en su seno y nació de Ella. Por consiguiente, la
Iglesia enseña que María es Madre de Dios: he ahí el motivo de la
veneración hacia Ella. Además, Ella es un espejo incomparable de
cualquier virtud; por eso la Iglesia la venera y la admira.
El santo Evangelio enseña el modo con el cual hay que venerar­
la: “Entró el ángel en su presencia y la saludó así: “Dios te salve,
llena degrada, el Señor está contigo, bendita tú entre las mujeres”
(Le 1,28).
La santificación depende de la gracia divina. Ya que el mensa­
jero divino la saludó con las palabras: “Llena de gracia”, con ello
mismo reveló que la santísima Virgen María es totalmente perfec­
ta y santa.
Recitando el “Magníficat”, la Virgen preanundó la veneradón
con que sería rodeada en el futuro: “Mi alma glorifica al Señor y mi
espíritu exulta en Dios, mi salvador, porque miró la humildad de
su sierva. Ya desde ahora todas las generaciones me llamarán feliz.
Grandes cosas obró en m í el Omnipotente y santo es su nombre”(Le
1,46-49).
La veneración tributada a María es evidente en los dibujos de
las catacumbas, trazados en el período de las primeras persecudo-
nes, diecisiete o dieciocho siglos atrás, es decir, en el primero, en el
segundo y en el tercer siglo de la era cristiana. Terminadas las
persecuciones, en el curso de quince siglos, la veneración a la
Madre de Dios se hace cada día más patente en los cuadros, en las
estatuas y en las iglesias.
Cuatro siglos atrás, al oponerse un hereje al culto hacia la
Madre de Dios, los fieles católicos comenzaron a repetir con fervor
y numerosas veces al día la oración del “Avemaria”: “Dios te salve,
María, llena eres de gracia, el Señor está contigo, tú eres bendita
entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús”; y
continúan rezando: “Santa María, Madre de Dios, ruega por
nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. ¡Amén!”
He ahí cómo ellos veneran a María, la Madre de Dios (SK1204).

86
Medallas e imágenes: su rechazo o su utilidad
Los católicos, como muestra devocional, aceptamos y utiliza­
mos medallas, estampas, imágenes...; en cambio, los protestantes,
en general, las rechazan.
Las dos posiciones provocaron infinidad de debates y polémicas
desde muchos siglos atrás. Los momentos críticos de ese furor
iconoclástico o anti-imágenes fueron los rechazos del emperador
León el Isáurico, en el siglo VIII, y los rechazos de los novadores en
el siglo XVI.
Los planteos son de raigambre bíblica y teológica, que aquí no
podemos desarrollar. El Padre Kolbe, hundiendo sus análisis en la
psicología y en la antropología, nos da una respuesta de sabor
popular y vivencial. Su lenguaje es fresco, vivaz y atrayente.
Los protestantes del más diferente calibre no logran tolerar
medallas, escapularios, cuadros y, en general, las imágenes de
Jesús y de los santos, pero sobre todo de la Virgen.
No mucho tiempo atrás recibí a este propósito una carta de un
docente que me escribía nada menos que de la otra extremidad de
Polonia. Entre otras cosas me preguntaba: “¿Desde cuándo la fe en
medallas sin vida defiende del mal más que la fe en el Dios vivo y
verdadero?” Aludía a la Medalla Milagrosa de la Inmaculada
Concepción de la santísima Virgen María.
Los protestantes hasta dan la fecha en la que la Iglesia
“inventó” el culto a las imágenes, cruces y reliquias. Ese año
nefasto fue el 787. Otros estudiosos de la sagrada Escritura quitan
benévolamente unos cuatro años y asignan esta desgracia al año
783.
No quiero aquí hablar de la falta, simplemente estridente, de
conocimiento de la historia y de los documentos de los siglos
pasados. Es suficiente examinar con qué veneración san Ambrosio,
muerto en el año 397, es decir, cuatro siglos antes de esa data
“funesta”, colocó bajo un altar, en Milán, las reliquias de los santos
Gervasio y Protasio. Es suficiente hacer una breve caminata hasta
Roma, bajar a los sótanos de las catacumbas de los primeros siglos
ensangrentados del cristianismo, echar una mirada a las numero­
sas imágenes que adornan sus paredes para no ventilar semejan­
tes tonteras.
En particular, según parece, los metodistas hasta se horrori­
zan a la vista de alguna efigie de la santísima Virgen María. Por

87
eso les aconsejamos vivamente que visiten las catacumbas de
Priscila, en las que oraban los cristianos que acababan de ser
bautizados de las manos de los Apóstoles, y allí verán, representa­
dos en las paredes, una anunciación a la santísima Virgen María,
una Virgen con el Niño Jesús, una escena del homenaje de los
Magos y una Virgen Inmaculada sentada con el Niño Jesús.
Cerca de Ella está el profeta Isaías, que sostiene con una mano
el libro de sus profecías y con la otra señala una estrella que brilla
por encima de la Virgen, en la que se cumplió su profecía.
Tales imágenes de la santísima Virgen y de los santos, con las
trazas de la más remota antigüedad, se pueden mirar esculpidas
en los sarcófagos, cinceladas en el vidrio o grabadas en el metal.
De todos modos, dejo aparte todo esto, porque lo que, quizás,
impresiona aún más, es la falta de lógica en nuestros adversarios.
Las mismas personas para las que las imágenes de la Virgen y de
los otros santos son un hueso en la garganta, abarrotan después
sus casas con una gran cantidad de cuadros, fotografías, retratos
y estatuas. ¿Y qué representan todos ellos? Ya hombres célebres,
beneméritos de la patria y de la sociedad, ya miembros de la familia
o personas queridas. Por un lado verás la foto del padre difunto o
de la madre, colocada en un marco decoroso y circundada, como es
justo, de veneración filial; por otra la madre dolorida, no pudiendo
olvidar la pérdida prematura de su dilecto niño, guarda con amor
su retrato.
Además, las personas, atadas entre sí por el afecto pero
obligadas por las circunstancias a una separación temporánea,
desean recibir mutuamente de la persona amada al menos algún
objeto que la recuerde. Y cuando la muerte envíe al amigo a la
tumba, entonces aquel recuerdo llegará a ser cien veces más
querido.
En estos casos una carta “sin vida”, una pintura “sin vida”, un
metal “sin vida” o un objeto “sin vida” no los ofenden. Sin embargo,
no se trata de otra cosa sino de cuadros, imágenes o reliquias.
Con todo... aún aquí también se esconde “una cierta lógica”, la
lógica de “alguien”.
Cada uno de nosotros no sólo tiene un alma, sino también un
cuerpo, no sólo la razón, sino también los sentidos. Todo conoci­
miento natural llega ante todo a los sentidos (ojo, oído...) y después
llega a la inteligencia y se graba en la memoria. No de manera
diferente acontece para el conocimiento natural de los problemas
relacionados con la religión. Cuanto más a menudo vemos nosotros
una cosa que está en relación con Cristo, la Virgen o los santos, y
más todavía su efigie en la tela o en el papel, o también en medallas
o escapularios, tanto más a menudo se dirige también nuestra
mente a las personas que tales objetos representan o recuerdan; y
todo ello influye poderosamente en nuestra vida.
Muchas personas, a la vista de Cristo clavado en la cruz o de un
cuadro de la Virgen, ¿no renuncian quizás a un pecado que ya
tenían en ánimo de cometer?... ¡No tendrían tanta petulancia ni
tanta maldad!... Además, ¿cuántas oraciones brotan de los corazo­
nes delante de estas imágenes en dirección a las personas que ellas
representan?... ¿Y cuántos ardientes suspiros de amor o cuántas
peticiones de corazones doloridos arrancan ellas?... Y desde lo alto
desciende a este corazón el bálsamo del consuelo.
¿Cuántas veces una mirada, aun sólo ocasional, dirigida a un
crucifijo o a una estatua de la Inmaculada llena el corazón de coraje
y de serenidad?... Si vas a descansar o te levantas para ir al trabajo,
si llevas sobre tu pecho un escapulario o una medalla de la
santísima Virgen y los besas con gratitud y veneración, entonces
Ella se acordará de este acto de reverencia y de amor, y por toda la
jomada guiará tu inteligencia y tu corazón, alejará de ti las
tentaciones más graves, te dará fuerza en la lucha y no permitirá
que tú caigas.
En el caso que tú te desprendieras por un instante de sus manos
misericordiosas, pusieras en ti mismo la confianza y cayeras, en
seguida Ella te levantaría, llenaría tu corazón con un arrepenti­
miento que procede del amor, conseguiría para ti el perdón y
transformaría el mal en un bien aún mayor.
¿Quién arremete para que estas bendiciones no desciendan a
tu alma?
Por cierto, no es Dios, ni la Virgen, ni los santos, ni los ángeles
buenos.
¿Quién, pues?... (SK 1062).

La Inmaculada, Maximiliano y un niño


El Padre Kolbe fue un excelente director de almas. Sus palabras
iluminaban y sus ejemplos arrastraban.
En los siguientes apuntes y con una especie de diálogo con un
niño, Maximiliano nos inculca un ubérrimo racimo de exhortacio­
nes y normas prácticas. Son mensajes con una "carga”de elevada
espiritualidad.

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Consagración bajo todo concepto, sin restricciones, totalmente,
hasta llegar a ser un caballero sin reserva, totalmente.
María, Madre, Reina... (origen, noción imperfecta).
1) Hijo; 2) semejanza, imagen; 3) (sin derechos) cosa y propie­
dad (amor).
La Inmaculada es nuestra Madre, porque:
1. Es convencimiento común, sentimiento de los fíeles.
2. Nos la dio Jesús.
3. Es Madre de la cabeza de la Iglesia, Jesús; por ende también
de los miembros.
4. Es Madre de la gracia divina, de la gracia del Espíritu Santo,
es mediadora de las gracias, es Madre de la vida de gracia, de la
vida espiritual.
5. Es Madre del Redentor; por ende también de los redimidos
(corredentora).
6. Es Madre del mismo Creador; por ende también de las
criaturas (ángeles, hombres...).
Por estas razones tú, niño:
1. Ámala como Madre, con toda tu generosidad. Ella te ama
hasta sacrificar al Hijo de Dios. En la anunciación te acogió de buen
grado como hijo.
2. Ella te hará semejante a sí misma, te hará cada día más
inmaculado, te nutrirá con la leche de su gracia. Déjate guiar por
Ella, déjate plasmar cada día más libremente por Ella. Vela sobre
la pureza de tu conciencia, purifícala en su amor. No te desalientes
ni después de un pecado grave, aun cometido varias veces. Un acto
de amor perfecto te purificará.
3. Cosa y propiedad. Ella haga contigo lo que quiere y no se
sienta atada por ninguna limitación que derive de las obligaciones
de una madre con respecto al propio hijo. Sé cosa y propiedad de
Ella. Ella se sirva libremente de ti, disponga de ti sin reserva
alguna para cualquier cosa que Ella quiera.
Sea Ella tu propietaria, tu Señora y Reina absoluta. El siervo
vende el propio trabajo; al contrario, tú ofrécele en don la fatiga, el
sufrimiento, todo tu ser. Suplícala que no respete tu libre voluntad,
sino que obre contigo siempre libremente según su voluntad.
De Ella eres hijo, siervo, esclavo de amor, bajo todo aspecto y
bajo cualquier denominación formulada hasta ahora o que podrá
ser excogitada en nuestro tiempo o en el futuro. En una palabra: ¡sé
de Ella!
Hasta ser milite, para que otros lleguen a ser cada día más

90
propiedad de Ella, como tú, y aún más; y todos los que viven y
vivirán en todo el globo terrestre colaboren con Ella en la lucha
contra la serpiente.
Ser de la Inmaculada, para que la conciencia, cada día más
pura, llegue a ser aún más pura, inmaculada, como Ella es de
Jesús, hasta llegar a ser madre y conquistadora de corazones para
Ella.

Tú eres de Ella:
1. Déjate conducir por la Inmaculada. Todo lo que no depende
de tu voluntad, seguramente Ella lo permite para tu bien, aunque
proceda de la mala voluntad ajena. Es Ella que quiere que te
suceda.
2. ¿Cómo responder a una dificultad? a) No prestarle atención
alguna, cuando no te sea de ayuda ni de impedimento para
alcanzar la meta de tu acercamiento a Ella, del amor a Ella, a
Jesús, al Padre; b) Sirviéndote de ella (andando tras ella), cuando
te sea de ayuda; o c) Combatiéndola, cuando te sea de impedimen­
to. Ella quiere que tú obres así.
3. En la obediencia religiosa la voluntad de Ella, del Hijo y del
Padre es segura; por esto es infinitamente sabia, prudente, poten­
te, buena, aunque no te des cuenta con tu razón, porque tu mente
es limitada y falible.
4. Poniendo en práctica su voluntad, tú demuestras un amor
auténtico y sustancial a Ella, a Jesús y al Padre: te haces santo.
5. Lo que quiere el Padre, lo quieren también el Hijo y el
Espíritu; lo quieren Jesús y la Inmaculada. Su voluntad no está
jamás en contradicción.
6. En las cosas en las que no intervienen ni la necesidad ni la
obediencia, compórtate como quieres, procurando agradarle a
Ella. “Ama y haz lo que quieres”, según el pensamiento de san
Agustín.
7. Procura conservar pura la conciencia; cuida que no caigas;
pero si cayeres, no tardes en levantarte.
8. Ella te preservará de la caída, si pones tu confianza en Ella
y de ninguna manera en ti mismo; y de tu parte harás lo posible,
con su ayuda, para no caer.
9. La causa de una caída es la confianza en las propias fuerzas,
mientras la verdad es que nosotros, por nosotros mismos, somos
nada y nada somos capaces de hacer. Sin Ella, mediadora de las
gracias, no nos preservamos de caer en el pecado.
10. En caso de caída, en seguida ofrécete a Ella con todo el

91
asunto de tu caída e invoca el perdón: “Querida Madrecita, perdó­
name e impétrame el perdón delante de Jesús”. Procura cumplir la
acción sucesiva de modo que puedas brindar el mayor agrado
posible a Ella y a Jesús, y ten la seguridad de que este acto de amor
cancelará completamente aquella culpa. En la primera confesión
que hagas, acusarás esta caída; sin embargo, ni Ella, ni Jesús, ni
el Padre ya no la recuerdan más desde tiempo atrás.
11. Ama con todo tu ser, con toda tu voluntad y con todo tu
sentimiento; pero si te sientes árido y no eres capaz de suscitar
sentimientos de amor, no te preocupes, porque ello no pertenece a
la esencia del amor. Si tu voluntad desea sólo cumplir la voluntad
de Ella, quédate tranquilo, ya que la amas de veras a Ella, a Jesús
y al Padre.
12. No te olvides que la santidad no consiste en acciones
extraordinarias, sino en cumplir bien tus deberes hacia Dios, hacia
ti mismo y hacia los demás.
13. Nadie, ni el estado de vida más santo, te asegura la
santificación del alma, si descuidas los deberes que derivan del
mismo estado.
Procura ver en estos deberes la voluntad cierta de la Inmacu­
lada, ya que el cumplimiento de esa voluntad demuestra tu amor
hacia Ella y, en Ella y por Ella, hacia Jesús y el Padre.
La oración, la penitencia y las obras, aun buenas en sí mismas,
no le son gratas, si impiden el buen cumplimiento de tus deberes.
Justamente en ellos está la voluntad de Ella.
14. Puedes utilizar tranquilamente las expresiones: “Deseo
cumplir la voluntad de la Inmaculada”, “Hágase la voluntad de la
Inmaculada”, “La Inmaculada ha dispuesto así”..., porque Ella
quiere lo que Jesús quiere, mientras Jesús quiere lo que el Padre
quiere.
La voluntad de la Inmaculada no difiere de la voluntad del Hijo
y del Padre. Más aún, encauzándote sin reserva alguna hacia la
voluntad de Ella, tú reconoces con ello mismo, además de amar la
voluntad de Dios, también la verdad que la voluntad de Ella es tan
perfecta que no difiere en nada de la voluntad de Dios, y rindes
gloria a Dios por haber creado una criatura tan perfecta y por
haberla constituido su propia Madre (SK 1334).

92
La Inmaculada Concepción y sus
esplendores solares

Policromía de flores y frutos


Como el diamante tiene muchas facetas, que reflejan la luz y
cautivan los ojos, así la Virgen María, diamante divino, ofrece a sus
devotos las múltiples facetas de su personalidad, de sus misterios,
de sus grandezas, de sus privilegios, de sus virtudes, de sus
irradiaciones...
Cada hombre, según sus preferencias y carismas, puede con­
templar alguno de los aspectos moríanos. De ahí surge que en el
campo de la teología y de la santidad, o sea, entre los teólogos y los
santos, hay una extraordinaria variedad de planteos doctrinales y
devocionales, todos merecedores de respeto y simpatía y que todos
juntos forman un policromo ramo de flores en homenaje a la Madre
del Señor.
Entre todos los santos y los teólogos, san Maximiliano Kolbe se
distingue por haber reservado a la “Inmaculada Concepción” la
centralidad de su pensamiento, de su devoción y de sus iniciativas
apostólicas, como ya lo intuía y proclamaba el Papa Pablo VI en el
el día de su beatificación: “El Padre Kolbe hizo de la devoción a la
Madre de Cristo, contemplada en su veste solar (Ap 12,1), el punto
focal de su espiritualidad, de su teología y de su apostolado”.
A su vez escribe el Padre José Símbula, en su estudio: “La Mi­
licia de la Inmaculada”. “La Inmaculada Concepción representa la
clave de bóveda, el gran secreto y el impulso motriz de la vida y de
93
la espiritualidad de san Maximiliano, como igualmente del movi­
miento mañano por él fundado: la Milicia de la Inmaculada, o
M.I.”.
Para la Inmaculada, son sus pensamientos y sentimientos, sus
deseos y sus aspiraciones. Tanto en sus mensajes periodísticos como
en sus cartas y en sus charlas a los religiosos, la presencia, la
sonrisa y la gracia de la Inmaculada inflaman su corazón y
provocan cantos y afectos de admiración. Si en sus escritos miles de
veces campea el nombre de la Inmaculada, ¡cuántas veces la habrá
invocado en sus plegarias y cuántas veces habrá hablado de Ella en
sus conversaciones!
Él se sentía en todas partes y en toda circunstancia siempre y
únicamente “El Caballero de la Inmaculada”, que es el rótulo de su
revista mayor.
En su más famosa plegaria (SK 1305), él pide a la Virgen:
“Vivir, trabajar, sufrir, consumirse y morir por Ella, sólo por Ella”.
Todos los testimonios de sus Hermanos en religión y de cuantos
le conocieron no forman sino un florilegio de elogios a esa fidelidad
radical y total hasta las últimas consecuencias.
Los estudiosos buscan las motivaciones de una consagración
tan plena y vivencial. He aquí algunas, ponderadas por el Padre
Símbula.
Toda alma, abierta a lo sobrenatural y según sus modalidades
psíquicas y preferencias espirituales, puede quedar fascinada por
un misterio de la vida del Señor y de su santa Madre o por una
iluminación evangélica, o puede quedar impactada por una parti­
cular situación histórica. De ahí nace su peculiar carisma que es
siempre una gracia y un don del Espíritu Santo. El carisma que
brilla en Maximiliano y especifica su espiritualidad es la Inmacu­
lada Concepción.
Además, ese carisma mañanó fue favorecido por el ambiente
familiar y polaco, impregnado de devoción mariana. Durante todo
el período formativo el Padre Kolbe se abrevó en la gran corriente
de espiritualidad franciscana que, como ideal de vida y de aposto­
lado, desplegó las banderas de la Inmaculada.
El Padre quedó muy impresionado por las apariciones de la
Medalla Milagrosa y de Lourdes. Esos mensajes le permitieron
analizar en profundidad el misterio de la Inmaculada y sacar
intuiciones originalísimas.
En fin, debemos subrayar un motivo personal de gran relieve.
Por un absceso purulento se le debía amputar el pulgar derecho;

94
pero la noche anterior a la operación, el rector del Colegio Interna­
cional puso unas gotas de agua de Lourdes en las vendas y al día
siguiente la operación fue innecesaria, porque ya estaba curado. El
prodigio fue el remate de una tupida red de iluminaciones y
motivaciones y un llamado personal a vivir y propagar ese privile­
gio mañano, a aglutinar voluntades y corazones para que la
sirvieran y amaran y a organizar iniciativas de alto nivel apostó­
lico, como la Milicia de la Inmaculada y las dos ciudades mañanas
de Polonia y del Japón.
Todas esas motivaciones doctrínales, históricas y experiencia-
les debían confluir en la composición de un libro; pero los trabajos
que abrumaban sus días y la pñsionía se lo impidieron.
Para el Padre Kolbe la Inmaculada fue un espejo en el que
contemplaba todas las demás verdades, un punto de llegada de
todas las iniciativas de Dios y un punto de partida o motor de todas
las relaciones entre Dios y los hombres, modelo de vida y de
santidad y fuente de gracias para todos.
Dado el íntimo nexo de los misterios con nuestras vivencias
cristianas, en los capítulos anteriores el Padre Kolbe nos mostró, a
través de algunos de sus escritos, las relaciones de la Virgen
Inmaculada con cada una de las personas de la santísima Trini­
dad. En los próximos capítulos veremos la historia del dogma de la
Inmaculada, su significado, sus avances y sus despliegues, su
llamado a una respuesta de amor. Reservaremos un capítulo para
examinar las relaciones de la Inmaculada con la Orden francisca­
na con sus consiguientes obligaciones y responsabilidades. Pondre­
mos en resalto las iniciativas mañanas del Padre Kolbe; y final­
mente nos esforzaremos por comprender y vivir la consagración a
la Inmaculada.

Con tristeza constatamos que muchos cristianos desconocen su


fe, y por eso no la sienten, ni la viven, ni la comunican a los demás.
La principal causa es la ignorancia y el principal remedio es la
alimentación espiritual, sin la cual no se puede vivir ni crecer como
cristianos y, menos, como apóstoles.
Para alimentar la vida espiritual, sugerimos la lectura bíblica
diaria, la suscripción a una revista cristiana y la formación de una
pequeña biblioteca popular religiosa en cada familia para niños,

95
jóvenes, adultos... Será una siembra de luz, aliento y alegría para
toda la familia...
Conversando un día con un estudiante universitario, éste me
espeta:
— Yo soy un incrédulo.
— ¿Qué quiere decir?
— Que no creo.
— ¿En qué no cree?
— En lo que dicen los curas.
— ¿Por ejemplo?
— Helo ahí. Se celebró hace poco la fiesta de la Inmaculada
Concepción. ¿Cómo es posible que la Virgen no haya tenido padre?
— ¿Qué significa para Ud.: Inmaculada Concepción?
— Que la Virgen llegó a este mundo de la misma manera que
Jesús.
— Entonces Ud. no es uno que no cree, sino uno que no sabe.
— ¿Por qué?
— Porque “Inmaculada Concepción” es totalmente otra cosa.
Significa que la Virgen Inmaculada, al venir a este mundo, fue
preservada inmune del pecado original desde el primer instante de
su concepción. ¿Cómo es posible no saber estas cosas?... (SK1053).

Nos parece poder sintetizar el pensamiento de san Maximiliano


en estos puntos. *Concepción” significa recepción de vida y de
gracias, pero hay una diferencia radical entre las comunes concep­
ciones humanas y la de la Virgen. Por esto la proclamamos
“Inmaculada Concepción” o “Concepción sin mancha alguna de
pecado”. Sobre Ella brilla un designio particular de Dios. De parte
de Ella se destaca su apertura al mundo de la luz y de la gracia; y
de parte de Dios, una mirada benigna que la colma de gracias.
“Inmaculada Concepción” no significa, como algunos piensan,
que la Virgen santísima no haya tenido padre en la tierra. Ella vino
a la luz como todos los demás niños de este mundo, del seno de una
familia, y tuvo un verdadero padre y una verdadera madre.
Se llama “concebida”. Entonces no es Dios, quien no tiene
principio, ni un ángel creado directamente por Dios, ni los proge­
nitores que no recibieron su existencia mediante la concepción.

96
Ella es denominada nada menos que “Concepción”, pero no del
mismo modo que Jesús, quien, aun habiendo sido concebido, sin
embargo existe desde la eternidad, por el hecho de ser Dios.
Pero Ella es “Concepción Inmaculada”. En esto Ella se distin­
gue de todos los otros hijos de Adán.
Por eso el nombre de “Inmaculada Concepción” le corresponde
por derecho a Ella y sólo a Ella (SK 1308).
A las reiteradas preguntas de santa Bernardita, la Inmaculada
manifestó el propio nombre diciendo: “Yo soy la Inmaculada
Concepción”. Y en verdad a ninguna persona, a excepción solamen­
te de Ella, le corresponde tal nombre.
Revelando el propio nombre a Moisés, Dios dijo: “Yo soy el que
soy" (Ex 3,14), porque Dios existe desde la eternidad, existe para
la eternidad, existe siempre. Su esencia es la existencia sin algún
límite, tanto en la duración como bajo cualquier aspecto. Todo lo
que existe fuera de Dios no es la existencia, sino que tiene la
existencia, porque la recibió. Por esto también la Inmaculada
comenzó a existir en el tiempo.
Entre los seres cuya existencia tuvo inicio, los ángeles y los
progenitores no comenzaron a existir mediante la concepción; en
cambio, la Inmaculada, como todos los demás hombres, comenzó a
existir mediante la concepción.
También Jesucristo, el Hombre-Dios, comenzó a existir me­
diante la concepción. Sin embargo, El era un “concebido”, más que
la concepción misma, porque, siendo Dios, el Hijo existía ya desde
la eternidad; por este motivo, pues, siendo una concepción, Ella se
distingue también de El y es semejante a las otras personas
humanas.
Con todo, desde el primer instante de su existencia, Ella se
diferencia de los otros seres humanos, cuya concepción está man­
chada por el pecado original. Se trata de una concepción de hyos de
los progenitores que pecaron; mientras la concepción de Ella fue
sustraída a esta ley común: es una concepción inmaculada.
A Ella sola, pues, le corresponde por derecho tal nombre y, por
consiguiente, es de veras el nombre que la define de manera
esencial (SK 1319).

La resurrección del Señor fue, tanto para los hombres como


para la naturaleza, un encandilamiento cósmico. Al recibir el
mandato de la evangelización en el mundo entero, los Apóstoles
presentaban el mensaje de Cristo muerto y resucitado, y a la vez
viviente en la Iglesia y en cada uno de sus discípulos.
El misterio de María permaneció en la penumbra, aunque los
Evangelios guardaban preciosas semillas para los siglos venideros,
como la plenitud de gracia, la disponibilidad y la docilidad de la
Virgen, la maternidad divina, su cooperación en la redención
humana, su presencia al pie de la cruz y en Pentecostés...
Hacia el sigloXI, la teologíaylapiedad comenzaron a examinar
los orígenes de la existencia de la Virgen y los vieron envueltos en
los esplendores meridianos de la gracia. No faltaron debates y
oposiciones; pero la Orden franciscana tomó a la Inmaculada no
sólo como Patrono sino también como bandera.
Poco a poco las dificultades quedaron disipadas, la verdad se
hacía cada día más fúlgida y finalmente llegó la definición del
dogma.
Como siempre, Maximiliano no nos va a hablar como historia­
dor, sino como un enamorado, que quiere comunicar su luminoso
mensaje.

La Inmaculada dejó la tierra, pero su vida penetró y se dilató


cada vez más en las almas. Si todas las almas que ya recorrieron
la peregrinación terrenal o que viven actualmente en este mundo
pudieran pronunciarse, se debería publicar un número incalcula­
ble de gruesos volúmenes en testimonio de la actividad de la
Inmaculada, tierna Madre de las almas redimidas por la Sangre
sacratísima de su divino Hijo. Sin embargo, estos volúmenes
contendrían únicamente lo que tales almas pudieran reconocer
como gracias especiales de la Inmaculada, mientras toda gracia
llega al alma por las manos de la mediadora de todas las gracias y
no hay instante en que no fluyan en toda alma siempre nuevas
gracias: gracias de iluminación de la inteligencia, de fortalecimien­
to de la voluntad, de estímulo para el bien; gracias ordinarias y
extraordinarias, gracias relacionadas con la vida temporal y con la
santificación del alma.
Sólo en el juicio divino y en paraíso llegaremos a conocer el
interés que esta nuestra tierna Madre celestial tuvo para con cada
uno de nosotros, desde nuestro nacimiento; el interés que Ella tuvo
hacia cada alma, su hija, para plasmarla según el modelo de Jesús,
su Hijo primogénito, prototipo de santidad, Hombre-Dios.

98
Recordemos sólo algunos de los acontecimientos más conocidos
de estos nuestros tiempos.
La doctrina, que afirma que la Madre de Dios fue exenta de la
mancha del pecado original desde el primer instante de su existen­
cia, era comúnmente notoria a todos los fieles desde los orígenes de
la Iglesia, y estaba contenida en la idea de que la Madre santísima
era purísima, más pura que los ángeles, sin el mínimo pecado...
Dios, queriendo honrar aún más a la propia Madre Inmacula­
da, permitió que algunos teólogos del Medioevo, mediante un
estudio más profundo de los textos de la sagrada Escritura, no
lograran conciliar la verdad de la exención de María del pecado
original con la afirmación, inspirada, de los textos sagrados:
“Todos pecaron” (Rm 5,12) en Adán, y por esto se sirvieron presen­
ta r tal verdad de modo impreciso.
De ahí surgieron opiniones, teorías y disputas. Entre los
demás (teólogos), también la escuela franciscana propugnó y
difundió la teoría según la cual la Virgen santísima estuvo verda­
dera y completamente exenta de la culpa original desde el primer
instante de su existencia y no estuvo jamás sujeta al poder de
Satanás. Tal teoría fue llamada también “tesis franciscana”.
Esta tesis adquirió un número cada vez mayor de seguidores.
El Concilio de Trento destacó expresamente la intención de no
incluir a la Virgen santísima en el decreto relacionado con la
universalidad del pecado original.
En fin sonó la hora en que, después de tantos siglos, la santa
Iglesia reconoció la oportunidad de pronunciarse de modo oficial
sobre tal cuestión, en vista de un incremento del culto a la Virgen
santísima y de una mayor ventaja para los fieles. El Sumo Pontífice
Pío IX en una encíclica —la bula “Ineffabilis Deus” = “El inefable
Dios”—, proclamó el dogma de fe:
“Para honra de la santa e individua Trinidad, para gloria y
ornamento de la Virgen Madre de Dios, para la exaltación de la fe
católica y para el incremento de la religión cristiana, con la
autoridad del Señor nuestro Jesucristo, de los bienaventurados
apóstoles Pedro y Pablo y nuestra declaramos, pronunciamos y
definimos que la doctrina, que considera que la beatísima Virgen
María, desde el primer instante de su concepción, por singular
gracia y privilegio de Dios omnipotente y en vista de los méritos de
Jesucristo, Salvador del género humano, fue preservada inmune
de toda mancha de culpa original, es doctrina revelada por Dios, y
por ende ha de ser creída firme y constantemente por todos los
fieles. Por ello, si algunos —¡que Dios lo impida!— presumen

99
pensar diversamente de lo que nosotros definimos, sepan que
naufragaron en la fe, condenados por su mismo juicio, y que se
separaron de la unidad de la Iglesia...” (Pío IX P.M. Acta, I, 597).
En aquel mismo período tuvieron un vasto eco en el mundo la
manifestación de la Medalla Milagrosa, la conversión del hebreo
Ratisbonne y las apariciones de la Inmaculada en Lourdes (SK
1313).

Inmaculada: ausencia de pecado, plenitud de gracia


En la contemplación de la Inmaculada hay que tener siempre
presentes los dos aspectos o polos: la ausencia del pecado y la
plenitud de la gracia. Lo que sobre todo fascina a los místicos es la
plenitud de gracia, o sea, plenitud de Dios y de su amor.
No faltan preferencias en las propias reflexiones, como subraya
el Padre Símbula: “En el misterio de la Inmaculada Concepción los
Padres y los teólogos occidentales ponderan preferentemente la
ausencia de cualquier mancha de pecado; en cambio, los orientales
insisten mayormente en la plenitud de gracia; para ellos María es
la toda santa”.
A través de una breve y suculenta meditación Maximiliano nos
hará gozar con las maravillas de la Virgen, “la más perfecta
criatura y la más semejante a Dios”.
Dios se conoce a sí mismo, y así el Padre engendra al Hijo, y el
Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo.
Dios conoce las propias semejanzas finitas en los grados más
diferentes y las ama. A algunas las llamó a la existencia y así
tuvieron inicio las criaturas.
Dios ve a la más perfecta de las criaturas, la Inmaculada, llena
de gracia, la ama; y así nace Jesús, Hombre-Dios, Hijo de Dios e
Hijo del hombre.
En Ella tienen inicio todos los grados de semejanza de los hijos
de Dios y de los hombres: de los miembros de Jesús (SK 1282).

“Jesús, devoto de la Virgen”¿es, quizás, una frase atrevida en


la pluma de san Maximiliano? ¿Qué quiere decirnos?
Todo hijo debe a la madre gratitud, cariño, admiración, ale-

100
gría, docilidad, servicialidad... Jesús fue —y sigue siendo por la
eternidad— hijo de la Virgen...
Además del valor bíblico y psicológico, Maximiliano quiere
exhortarnos a que, a semejanza de Jesús, todos nosotros veneremos
y amemos a la Inmaculada, le consagremos nuestro corazón y
nuestra voluntad, trabajemos generosa y audazmente por su reina­
do, como lo desea hacer la Milicia de la Inmaculada.
Jesucristo, Hombre-Dios, verdadero Dios, segunda Persona de
la santísima Trinidad, es verdadero Hijo de la Virgen. Ella es su
verdadera Madre. El, para guardar el cuarto mandamiento, honra
a su Madre y es su devoto.
Un hijo no deja nunca de ser hijo de la propia madre. Así Jesús
será eternamente su Hijo, mientras Ella será eternamente su
Madre. El será para siempre su devoto.
Jesús la honró desde la eternidad y la honrará por la eternidad.
Nadie se le acerca a El, ni se hace semejante a El, ni se salva, ni se
santifica, si no la honra: nadie, ni un ángel, ni un hombre, ni otro
ser.
Ella es la Reina del universo, la Reina del cielo y de la tierra.
En el paraíso todos la reconocen como su Reina. El infierno la odia
y tiembla delante de Ella, mientras aquí en la tierra ¡cuántas
almas todavía no la conocen o, conociéndola demasiado poco o, para
peor, haciendo causa común con los demonios, no la honran, sino
que la odian!
En todo tiempo y en diferentes localidades del globo terrestre
surgieron almas que, inflamadas de amor hacia Ella, encendieron
tal amor a su alrededor. Dieron vida a asociaciones para conquistar
de la manera más eficaz los corazones para Ella y le consagraron
toda su vida.
Una de entre las más jóvenes de tales asociaciones es la Milicia
de la Inmaculada (SK 1321).

En todas partes, ¡el Amor!


Desde los tiempos más antiguos los maestros de la vida espiri­
tual solían tener no sólo conversaciones personales con los aspiran­
tes, sino también charlas comunitarias, para irradiar sobre todos
la misma luz, resolver juntos los problemas, unificar IDEALES y
esfuerzos, estimular energías...
Maximiliano considera a la Inmaculada como un espejo, en el

101
que quiere contemplar los distintos misterios trinitarios y su pola­
rización sobre toda la creación.
En breves apuntes condensa grandes temas moríanos. A pesar
de lo escuetos y sobrios, nos parece que encierran una gran riqueza
doctrinal y podrán ser de gran alimento espiritual.

— Madre divina.
— Concebida sin pecado (Concepción).
— Mediadora de las gracias (desde las letanías y desde el
pequeño oñcio).
— Asunción.
— Todas las perfecciones juntas, pero sólo las limitadas.
— (Superhombre).
— Gracia y creación.

Toda acción está en vista de una reacción.


La reacción es el fruto de una acción.
Dios Padre: principio primero y fin último.
Inmaculada: llena de gracia; nada le falta de lo que es gracia.
La gracia llega a las criaturas a través del mismo camino: del
Padre a través del Hijo (Cristo: “Yo enviaré”) y a través del Espíritu
Santo (La Inmaculada).
La reacción procede por el camino inverso: de la creación, a
través de la Inmaculada (el Espíritu Santo) y Cristo (el Verbo), al
Padre.
Acción y reacción = amor = gracia; obras buenas.
La Inmaculada es una nave a través de lo infinito.
En todo instante (o, más bien, siempre) el Padre engendra al
Hijo sin una Madre (la Madre supone la imperfección del fruto); y
del Padre a través del Hyo y por el Hijo procede el Espíritu Santo
= vida divina, modelo de toda acción, sobre todo vital.
Dejarse conducir. Aceptación de la Palabra de Dios; y “María la
guarda” (Le 2,19 y 51).
La misma María hace todo.
La creación es fruto del amor.
Jesucristo es el fruto del amor de Dios hacia la bienaventurada
Virgen.
Todo “hombre-Dios” es fruto del amor de Dios hacia la biena­
venturada Virgen.
En todas partes, ¡AMOR!

102
No confiar en sí mismo, sino en la Inmaculada (SK 1291).

¡Dichosa imposibilidad!
Hay imposibilidades frustrantes, pero también hay imposibili­
dades extasiantes.
Las perfecciones divinas nos desbordan infinitamente; pero el
alma, a pesar de no poder abarcarlas, rebosa de gozo en su
contemplación, tanto en razón de su grandeza como en razón de ser
manantiales inagotables para el hombre, para su destino, para su
plena realización temporal y eterna.

Las palabras humanas no son capaces de describir quién es


Aquélla que llegó a ser verdadera Madre de Dios. Al hablar con
propiedad Ella, por sí misma, es sólo una criatura; con todo es un
ser talmente elevado por Dios que sería necesario comprender
quién es Dios, para comprender quién es la Madre de Dios.
Ella es verdaderamente Madre de Dios. Es un dogma de fe. Una
madre no se llama ni es madre de una parte del hyo, ni un padre
es padre sólo de una parte de él, sino que tanto el padre como la
madre son progenitores de todo el hijo. Así la Virgen se llama y es
Madre de todo Jesús, Hombre-Dios; por ende es también Madre de
Dios.
Aunque la dignidad de la maternidad divina constituya la
razón principal de todos sus privilegios, sin embargo, la primera
gracia que Ella recibió de Dios es su Inmaculada Concepción, la
exención de cualquier mancha, hasta del pecado original, desde el
primer instante de su existencia.
Este privilegio tiene que serle muy querido, si Ella misma en
Lourdes se llamó: “Yo soy la Inmaculada Concepción”.
En tal ocasión Ella no dijo: “Yo soy concebida sin pecado”, sino:
“La Inmaculada Concepción”; se deduce, pues, que Ella es la
inmaculatitud personificada. Por cierto, Ella es una concepción, ya
que comenzó a existir en el tiempo; con todo, es Inmaculada
Concepción.
Dios dijo a Moisés: “Yo soy Aquel que es” (Ex 3,14). Yo soy la
misma existencia; y por esto soy sin principio. En cambio, la
Inmaculada dice de sí misma: “Yo soy Concepción”, pero, contraria­
mente a todas las demás personas humanas, la “Concepción
Inmaculada” (SK 1292).

103
Disposiciones para conocer a la Inmaculada
Hay muchas maneras de acercarnos al conocimiento de los
misterios divinos, en especial de los misterios marianos: maneras
abstracta, teórica, racional... o experiencial, vivencial, mística, con
la intuición del corazón...
La contemplación mística es el camino ideal; pero esa contem­
plación es un don particular de Dios. Por eso ese conocimiento es
“más fruto de la oración que del estudio, de la santidad que de la
cultura, de la intuición mística que del raciocinio, de la pureza de
conciencia que de la grandeza del ingenio” (Gerlando Lentini).
El Padre Kolbe, pone los ojos suplicantes en la Inmaculada y
reflexiona en voz alta, tanto para hablarse a sí mismo como a los
lectores; y, ya que el conocimiento de la Inmaculada es un don,
pondera las disposiciones con que hay que recibirlo: confianza,
humildad, pureza de corazón, ansias de luz, estremecimientos de
amor, docilidad, oración...
Maximiliano escribió esta página empapando la pluma en las
mieles de su contemplación y de su santidad y por eso nos parece
una página de singular interés y de inspirado contenido místico.

Cuando te dispones a leer algo sobre la Inmaculada, no te


olvides que en aquel momento entras en contacto con un ser
viviente, que te ama, puro, sin mancha alguna.
Recuerda que las palabras que lees, no son capaces de expresar
quién es Ella porque son palabras humanas, sacadas de conceptos
terrenales, palabras que describen toda cosa de modo humano,
mientras la Inmaculada es un ser totalmente de Dios. Por ello, de
alguna manera, es infinitamente más sublime que todo lo que te
rodea.
Ella misma se te manifestará a través de los pensamientos que
leas y te comunicará pensamientos, convicciones, sentimientos
que el mismo autor no había sido capaz mínimamente de imaginar.
Considera atentamente que, cuanto más pura tengas la con­
ciencia, cuanto más la laves con la penitencia, tanto más tus
conocimientos sobre Ella se aproximarán a la verdad.
Reconoce también con sinceridad que sin su ayuda tú no eres
capaz de emprender nada en la obra del conocimiento y del amor
de Ella, con todas sus consecuencias. Reconoce que Ella sola te debe
iluminar cada vez más, Ella sola debe atraer tu corazón hacia sí con

104
el amor. Recuerda que todo el fruto de la lectura depende de la
oración a Ella.
Pues bien, no comiences la lectura, antes de haber invocado con
alguna plegaria su ayuda. No te preocupes por leer mucho, sino
que, más bien, enlaza la lectura con la elevación de tu corazón hacia
Ella, sobre todo cuando otros sentimientos se despiertan en tu
corazón.
En fin, cuando concluyes la lectura, confíale a Ella la produc­
ción de un fruto cada día más hermoso (SK 1306).

Lourdes; ciudad de la Inmaculada


Como cautivado por tantas comunicaciones celestiales, Maxi­
miliano relata las manifestaciones de la Medalla Milagrosa a
santa Catalina Labouret en el año 1830 y la conversión de Ratis-
bonne en el año 1842.
Sobre todo, fascinado por la misma visión de santa Bemardita,
Maximiliano narra las apariciones de Lourdes en un racimo de
artículos. Nosotros ofreceremos el relato más breve.
¿Qué ve el Padre Kolbe en esas apariciones? Ve un abrazo y una
preciosa coincidencia entre el cieloy la tierra, entre la proclamación
del dogma y la devoción popular. Por cierto esas apariciones no
eran necesarias, ya que existía la proclamación del dogma, pero
fueron una confirmación de lo que el Papa había hecho y una fuente
abundante de gracia y alegría para todo creyente quien, al leer esas
páginas, se siente invadido por la emoción.
Para Maximiliano cada una de esas manifestaciones fueron
momentos de gracia y un llamado a una consagración total a la
Inmaculada.

¿Quién no oyó hablar acerca de las apariciones de la Inmacu­


lada en Lourdes, cuya autenticidad está atestiguada por numero­
sos milagros?
Como en diferentes épocas de la vida de la humanidad, así
también en nuestros días, precisamente en el año 1858, la Inma­
culada dio una mano a sus hijos, extraviados en los torbellinos de
la incredulidad e inmoralidad.
En este mes de febrero se recuerda el aniversario de ese
memorable acontecimiento. En tal ocasión la Inmaculada reco­
mendó dos cosas: “ORACION Y PENITENCIA”.

105
Tocaban las once horas de la mañana cuando la pequeña
Bernardita salió de casa junto con la hermana María y la compa­
ñera Juanita, para ir a recoger la leña para cocinar el almuerzo.
Estaba permitido a todos los pobres recoger en el bosque vecinal y
en las orillas del río las ramas secas y los pedazos de tronco que el
pequeño río arrastraba desde la montaña.
Hacia allá las tres dirigieron sus pasos. Así llegaron al torren­
te. María y Juanita se sacaron los zuecos y en poco tiempo,
caminando por el agua, alcanzaron la otra orilla cerca de la gruta
de Massabielle. La frágil Bernardita no lograba aún seguirlas.
De repente sintió un silbido como de viento impetuoso. Miró
alrededor para ver si había nubes con amenazas de tempestad,
pero con estupor advirtió que las ramas de los árboles no se movían
absolutamente. Echó una mirada en dirección a la gruta y...
hubiera querido lanzar un grito, pero la voz se le apagó en la
garganta. En la gruta había aparecido una Señora de una belleza
maravillosa. Estaba envuelta en un fulgor de luz que, pese a todo,
no encandilaba el ojo, sino que lo atraía de modo singular.
Era de mediana estatura. Vestida con un vestido blanco y un
cinturón azul, posaba levemente los pies en la rama de un rosal. En
sus pies brillaban dos rosas de oro. Un velo blanco le bajaba de la
cabeza. No llevaba ni collares, ni diamantes, ni otros adornos. En
las manos, devotamente enlazadas, apretaba el rosario.
Bernardita cayó de rodillas y sacó el propio rosario. La Señora
de la aparición hizo lenta y devotamente la señal de la cruz.
Bernardita hizo lo mismo y comenzó a rezar el “Credo”, el “Padre­
nuestro” y después el “Avemaria”, una oración en pos de otra.
También la bellísima Señora desgranaba los blancos granos de su
rosario, pero sus labios permanecían inmóviles. Apenas Bemardi-
ta terminó el último “Gloria al Padre”, la Señora desapareció.
Esto sucedió el 11 de febrero de 1858.
El domingo siguiente Bernardita se dirigió nuevamente a la
gruta, donde vio por segunda vez a la bellísima Señora con el
rosario en la mano y allí rezó el rosario, su oración preferida. El día
18 de febrero la maravillosa Señora le pidió que fuera allá por
quince días. Multitudes siempre más numerosas de fíeles acompa­
ñaban a Bernardita a la gruta, y toda vez ella rezaba el rosario.
Durante esta plegaria la Señora de la aparición le abría los secretos
relacionados con ella sola y le confiaba encargos.
El 23 de febrero la Señora le encargó que dijera a los sacerdotes

106
que deseaba la erección de una capilla en su honor junto a la gruta.
Bemardita contó todo a su párroco, el Padre Peyramale. Éste, como
demostración de la autenticidad de las apariciones, pidió que el
rosal silvestre de la gruta floreciese, a pesar de estar en invierno.
El día siguiente, la aparición se repitió y después la misma
Bemardita contó al párroco:
“He visto a aquella Señora maravillosa y le he dicho: “El señor
párroco exige alguna prueba, por ejemplo, que Ud., Señora, haga
florecer el rosal que está bajo sus pies, porque mi palabra no es
suficiente para convencer a los sacerdotes, y no quiere hablar
conmigo de estas cosas”. Entonces la Señora sonrió, pero no me dyo
nada. Después me recomendó que orara por los pecadores y me
ordenó que entrara en la gruta y exclamó tres veces: “¡Penitencia!
¡Penitencia! ¡Penitencia!” Yo repetí las mismas palabras mientras
me arrastraba con las rodillas hasta el centro de la gruta. En este
momento me manifestó otro secreto, que se refiere a mí sola.
Después desapareció”.
A pesar de las presunciones de los “filósofos” y de los “doctos”
de Lourdes, más aún, a pesar de las violencias de las autoridades
laicas, las apariciones continuaron repitiéndose. Brotó de manera
prodigiosa un manantial de agua que sanaba a los enfermos,
incluso a los que los médicos ya habían abandonado por desahucia­
dos.
En la solemnidad de la anunciación de la santísima Virgen
María, la Señora apareció por última vez. Bemardita, rebosante de
dicha, le preguntó:
“Oh Señora mía, sé buena y dime quién eres y cómo te llamas”.
La Señora de la aparición sonrió solamente, pero Bemardita
continuó preguntando:
“Oh Señora mía, sé buena y dime quién eres y cómo te llamas”.
La maravillosa Señora comenzó a hacerse aún más esplendo­
rosa, pero nada respondía. Bemardita insistió todavía:
“Oh Señora mía, sé buena y dime quién eres y cómo te llamas”.
Una luz celestial envolvió cada vez más a la bella Señora, pero
la respuesta no llegaba. Bemardita insistió todavía en su pregun­
ta.
Entonces la celestial Señora abrió las manos que tenía juntas,
puso el rosario en la derecha, extendió ambas manos inclinándolas
hacia la tierra y después las elevó de nuevo, las juntó y, dirigiendo
la mirada al cielo, con una amabilidad inexpresable, dijo:
“Yo soy la Inmaculada Concepción”; y desapareció.

107
Era la primera vez en su vida que aquella adolescente oía estas
palabras y no comprendió su significado. Por esto procuró no
olvidarlas. He aquí su relato:
“A lo largo de todo el camino continué repitiéndolas en mi
mente, para no olvidarlas, hasta llegar a la casa parroquial, a la
que me estaba dirigiendo. Decía a cada paso: “Inmaculada Concep­
ción, Inmaculada Concepción”. Quería comunicar al señor párroco
las palabras de la Señora de la aparición, para que fuera edificada
la capilla”.
La oración, pues, en particular el rezo del rosario, y la peni­
tencia: he ahí las dos recomendaciones que la Inmaculada dirige a
todos nosotros (SK 1049).

m
La Inmaculada: Ideal de vida
) de apostolado

Ideal difícil, pero cautivante


La Inmaculada es nuestro IDEAL, afirma el Padre Kolbe; o sea,
la Inmaculada es modelo de vida y virtud, de consagración y
entrega, de fe y obra al servicio de Jesús y déla Iglesia.
Las actividades apostólicas del Padre Maximiliano, sobre todo
en el campo periodístico, por novedosas y dinámicas, llamaban
mucho la atención y la gente comentaba y preguntaba.
Maximiliano no esquiva el bulto a los planteos y contesta
señalando IDEALES y programas.
“El Pequeño Diario”o “Maly Dziennik”era una respuesta a las
necesidades informativas de las familias polacas y a la vez era un
desafío a las grandes empresas periodísticas. La tirada diaria
frisaba los 150.000; la dominical o festiva llegaba a los 250.000
ejemplares.
"El Caballero de la Inmaculada* era el decano de la prensa
editada en Niepokalanów y de un mes a otro crecía en calidad y en
tiradas, hasta llegar al millón en vísperas de la Segunda Guerra
Mundial. Los dos eran muy solicitados por su contenido, su precio
popular y —¡a no olvidarlo!— estaban respaldados por las oracio­
nes de un santo.
¿Por qué “El Pequeño Diario” entró en liza con la prensa diaria?
¿Por qué “El Caballero de la Inmaculada” conquista falanges cada
109
vez más numerosas de almas? ¿Por qué en Niepokalanów se
congregaron tantos religiosos Hermanos que consagran toda su
vida al trabajo, reduciendo sus exigencias personales?
Estos y otros pensamientos semejantes se asoman indudable­
mente a la mente de las personas de buena voluntad.
Diré francamente que no es fácil comprender nuestro ideal y
aún más difícil profundizarlo; o, más bien, lo podemos profundizar
cada vez más y conocer de manera más explícita, pero jamás
podremos agotar la sublime profundidad. ¿Por cuál motivo? Por­
que en este caso se trata de la Madre de Dios. Nosotros conocemos
bien el significado del término “madre”, pero la noción de “Dios”
contiene en sí misma lo infinito, mientras nuestra mente es
limitada y por eso jamás será capaz de comprender plenamente el
concepto de “Madre de Dios”.
Por lo tanto, el que no es capaz de doblar las rodillas y de
implorar de Ella, en humilde oración, la gracia de conocer quién es
realmente Ella, no espere aprender algo más sobre Ella.
De la divina maternidad brotan todas las gracias concedidas a
la santísima Virgen, y la primera de tales gracias es la Inmaculada
Concepción.
Este privilegio debe estarle particularmente a pecho, si en
Lourdes Ella misma quiso llamarse: “Yo soy la Inmaculada Con­
cepción”. Con este nombre, tan grato al corazón, deseamos llamar­
la también nosotros.
La Inmaculada: he ahí nuestro ideal.
Acercamos a Ella, hacemos semejantes a Ella, permitir que
Ella tome posesión de nuestro corazón y de todo nuestro ser, que
Ella viva y obre en nosotros y por medio nuestro, que Ella misma
ame a Dios con nuestro corazón y que nosotros pertenezcamos a
Ella sin restricción alguna: he ahí nuestro ideal.
Insertamos activamente en nuestro ambiente, conquistarle a
Ella las almas de modo tal que frente a Ella se abran los corazones
de nuestros vecinos, para que Ella extienda el propio dominio en los
corazones de todos los que vivan en cualquier rincón de la tierra,
sin miramientos acerca de la diversidad de raza, de nacionalidad,
de lengua, e igualmente en los corazones de todos los que vivan en
cualquier momento histórico, hasta el fin del mundo: he ahí
nuestro ideal.
Más aún, que su vida se desarrolle de la misma manera en cada
alma que existe y existirá en cualquier tiempo: he ahí nuestro
querido ideal.

119
Un día Jesús, mientras hablaba de la posibilidad de compren­
der la sublimidad de la vida virginal, afirmó: “El que pueda en­
tender, ¡que entienda!”(Mt 19,21). Lo mismo yo, para concluir estas
breves expresiones, deseo sólo añadir la misma cosa: “El que pueda
entender, ¡que entienda!”.
Lamentablemente, incluso entre los que recibieron el santo
bautismo y a veces profundizan también sus conocimientos religio­
sos, se halla un número bastante consistente de personas que
logran con dificultad penetrar en el Corazón de la Inmaculada, la
Madre de Dios, la Madre de Jesús nuestro hermano, la Madre de
nuestra vida sobrenatural, la mediadora de todas las gracias,
nuestra Reina, nuestra Soberana, nuestra Capitana y la Domina­
dora de Satanás (SK 1210).

Ser de la Inmaculada para irradiarla


Todo apóstol desea el advenimiento del reino de Dios en los
corazones y en la sociedad, sabiendo que ese bien espiritual influirá
notablemente en las familias y en toda la sociedad. El Padrenuestro
es una oración apremiante para que “venga ese reino”.
El Padre Kolbe se nos presenta como apóstol moderno y como
fundador de un movimiento apostólico, pero todo bajo los ideales y
las insignias de la Inmaculada.
Su programa mariano se compendia así: ser de la Inmaculada,
para irradiarla y atraerle almas. Con sus palabras Maximiliano
nos ofrece un anchuroso itinerario de santidad y de apostolado.

“Por la Inmaculada al Corazón divino de Jesús”: es nuestra


consigna. “Por la Inmaculada” es nuestra característica esencial.
Como instrumentos en su mano. Por consiguiente, no es suficiente
que nosotros nos preocupemos en ser cada vez más de la Inmacu­
lada bajo todo aspecto, dentro de límites bien determinados, sino
que deseemos irradiar a la Inmaculada hasta tal punto que seamos
capaces de atraerle también las almas de los demás, más aún de
todos los que existen ahora, que existan y puedan existir en futuro,
sin limitación alguna.
En una palabra deseamos cada vez más pertenecerle a Ella
hasta ser sus “caballeros”, dispuestos a sacrificamos totalmente
por Ella hasta la última gota de sangre en la obra de conquistarle
a Ella el mundo entero y toda alma en particular; y esto lo más

111
pronto posible, lo más pronto posible: he ahí la M. I. o Milicia de la
Inmaculada.
Además, cada uno de nosotros dice: Yo deseo, ante todo,
traducir en acto, realizar cada vez más y cada vez más rápidamente
este ideal en mí mismo. Yo mismo debo empeñarme cabalmente
por pertenecer cada vez más a la Inmaculada; soy yo mismo que me
debo consagrar cada vez más a Ella, hacerme semejante a Ella,
vivir de Ella, irradiarla, para que mi ambiente esté iluminado cada
vez más claramente por el conocimiento de Ella, sea animado e
inflamado cada vez más ardientemente de amor hacia Ella.
De esa manera un número cada vez mayor de otras personas
llega a ser semejante a mí, como yo lo soy con respecto a Ella y así,
por mi intermedio, pertenecen cada vez más a Ella, para que
también ellas, como yo, influyan cada vez más entre sus vecinos e
iluminen e inflamen un número cada vez mayor de otras personas.
Para que el mundo entero y cada alma en particular lleguen a ser
cada vez más semejantes a Ella, casi Ella misma: he ahí la Milicia
de la Inmaculada.
¿De qué medio me sirvo? De cualquier medio, con tal que sea
lícito. Un medio formidable es la unión de las energías de cada uno
en particular, de almas aisladas entre sí. He ahí el por qué de la
“Milicia de la Inmaculada” en cuanto “Asociación”.
Donde hay una unión de energías, ahí es indispensable tam­
bién un cerebro único. Para esto existe la sede central de Niepoka-
lanów... (SK 1231).

La perfección consiste en la unión de nuestra voluntad con la


voluntad de Dios. La Virgen es un ejemplo perfecto de la unión de
su voluntad con la de Dios. Su aceptación, su “S í”a la propuesta del
ángel produjo la encarnación de Jesús y el comienzo de la salvación;
Jesús, por su parte, obedeció a la Virgen como a su Madre.
Nosotros, pues, lograremos la perfección cuando, a semejanza
de Jesús, sigamos la voluntad de la Inmaculada y de esa manera
cumplamos la voluntad de Dios.
Por cierto, no se trata de superposición de intenciones ni de
tareas, sino de visión unitaria del plan de Dios y de sus mediacio­
nes, sin perder de vista que cada alma tiene su particular itinerario
y etapas en la vida espiritual.

112
Más de una vez, seguramente, hemos tropezado con expresio­
nes, como: “La voluntad de Dios”, o “Voluntad de la Inmaculada”
o también: “El cumplimiento de la voluntad de la Inmaculada es el
camino más breve y más seguro para la santidad”. En un primer
momento, tal vez, se insinuó en nosotros la duda que tal afirmación
no estuviera conforme a la verdad.
Pues bien, nuestro supremo Legislador es Dios y nuestra
salvación depende del cumplimiento de su voluntad. La Inmacula­
da es, en verdad, Madre de Dios; pero, en relación con la perfección
de Dios, Ella es infinitamente inferior a El, no es más que una obra
de su voluntad.
Sí, es verdad, la Inmaculada es sólo una obra de Dios y, como
toda obra, incomparablemente inferior a su Creador y depende en
todo de Él. Pero al mismo tiempo Ella es la obra más perfecta y la
más santa, porque —como afirma Conrado de Sajonia en su Espejo
de la Bienaventurada María Virgen—, “Dios puede crear un mun­
do más grande y más perfecto, pero no puede elevar a ninguna
criatura a una dignidad más alta que aquélla a la que ensalzó a
María”.
La Inmaculada es el límite último entre Dios y la criatura. Ella
es imagen fiel de la perfección de Dios: de su santidad.
El grado de perfección depende déla unión de nuestra voluntad
con la voluntad de Dios. Cuanto mayor es la perfección, tanto más
estrecha la unión. Ya que la Virgen santísima superó con su
perfección a todos los ángeles y santos, por ende también su
voluntad está unida e identificada de la manera más estrecha con
la voluntad de Dios. Ella vive y obra únicamente en Dios y por
medio de Dios. Por lo tanto, cumpliendo la voluntad de la Inmacu­
lada, nosotros cumplimos, por el mismo hecho, la voluntad de Dios.
Al decir que nosotros queremos cumplir únicamente la volun­
tad de la Inmaculada, con tal afirmación no disminuimos en
absoluto la gloria de Dios, sino que, más bien, la acrecentamos
mayormente, porque de esa manera reconocemos y veneramos la
omnipotencia de Dios que dio la existencia a una criatura tan
sublime y perfecta... Igualmente, cuando quedamos embelesados
frente a una bella escultura, con ello mismo nosotros elogiamos y
admiramos el genio del artista.
Por esto podemos afirmar sin temor alguno que nuestro único
y más alto deseo es el de cumplir la voluntad de la Inmaculada de
la manera más rigurosa posible. Llegar a ser cada día más propie­

113
dad de Ella. Permitir a la Inmaculada que tome posesión de
nuestro ser.
Entonces llegaremos a ser sus dignos milites. Y no seremos
más nosotros, sino Ella en nosotros y por intermedio nuestro a
obrar y a ejercer un influjo en el ambiente circundante. Bajo el
amoroso soplo de la gracia se disolverán las barreras de hielo
puestas ante el corazón de nuestros vecinos. Multitudes enteras
seguirán la voz de la Inmaculada y llegarán a ser instrumentos en
sus manos. Por su intermedio la Inmaculada influirá en otras
almas y así cada vez más adelante, hasta la conquista del mundo
entero, de todas las almas y de cada una en particular.
Para apurar este instante, debemos comenzar ante todo por
nosotros mismos. Dirijamos nuestra mirada hacia Jesús, nuestro
modelo más perfecto. El, Dios, la santidad misma, se dona a la
Inmaculada sin ninguna reserva, se hace su Hijo, quiere que Ella
lo guíe a su gusto nada menos que durante treinta años de su vida
terrenal. ¿Necesitaríamos, quizás, una animación mejor?
Sigamos el ejemplo de Jesús y desde este instante renovemos
la promesa hecha ala Inmaculada. Empeñémonos en vivir de modo
tal que lleguemos a ser cada día y cada momento siempre más
propiedad de la Inmaculada, es decir, de modo tal que cumplamos
cada vez más perfectamente la voluntad de la Inmaculada (SK
1232).

¿a Inmaculada suscita santos


Jesús dice: “El sarmiento que está unido a la vid, ése produce
muchos frutos” (Jn 15,5). Así el que está unido a la Inmaculado con
su mente, con su corazón y con su voluntad, ése producirá muchos
frutos.
Y los dos frutos más hermosos de esa devoción son la santifica­
ción y la fecundidad apostólica. San Maximiliano es un estupendo
testimonio de esa eficacia.
Pidamos a la Virgen estos grandes dones para nosotros y para
los demás y cooperemos con generosidad para lograrlo.
La Inmaculada desciende a la tierra como una buena Madre
entre sus hijos, para ayudarlos a que salven su alma. Además, Ella
desea la conversión y la santificación de todas las almas, sin alguna
excepción.
Para llevar a cabo tal obra, se sirve de instrumentos tomados

114
entre los hombres, como vemos en las apariciones. De todas
maneras se trata de acontecimientos extraordinarios. Frecuente­
mente Ella apremia a los hijos que la aman a que colaboren con Ella
en las situaciones ordinarias de la vida cotidiana.
Estas mismas almas, consagradas a Ella, viven de Ella, pien­
san a menudo en Ella, la aman de verdadero corazón y buscan
discernir sus deseos —manifestados por sus mismos labios u
ofrecidos a ellas en las silenciosas inspiraciones interiores—, y
difunden su voluntad, atrayendo un número cada vez mayor de
almas a un conocimiento cada vez más perfecto y a un amor cada
vez más ardiente hacia Ella y, en Ella y por medio de Ella, a un
amor cada vez más intenso hacia el Corazón divino de Jesús.
En todo tiempo la Inmaculada suscita miles de tales almas
consagradas a Ella. Muchas de ellas se unen más o menos estrecha­
mente entre sí para servir todavía mejor, con un esfuerzo común,
a su Señora. Por esto las asociaciones que trabajan exclusivamente
por Ella son numerosas y diferentes.
Con todo, nos apenamos aún con san Luis María Grignión de
Montfort: “Hasta hoy la Virgen no es conocida de manera suficiente
y éste es uno de los motivos por los cuales Jesucristo no es conocido
como debiera serlo”.
Existen todavía en el globo terrestre almas que no saben
siquiera quiénes son Jesús y María. La mies sigue siendo abundan­
te, mientras los operarios son demasiado pocos (Le 10,21). Por
consiguiente, es vasto, aún muy vasto el campo para realizar
siempre nuevos esfuerzos.
Una de las más jóvenes asociaciones que tienen como meta la
conquista de las almas para la Inmaculada y, por medio de Ella,
para el sacratísimo Corazón de Jesús es la “Milicia de la Inmacu­
lada” (SK 1323).

En ocasión de su onomástico, el Padre Maximiliano recibió


numerosas demostraciones de adhesión y de afecto de parte de los
religiosos de Niepokalanów. Esas manifestaciones le fueron parti­
cularmente gratas por lo calurosas y porque él se hallaba en los
difíciles momentos de sus actividades fundacionales en la misión
japonesa, a más de 10.000 km. de distancia.
Maximiliano goza del amor que esos religiosos muestran a la
Inmaculada, y aprovecha la oportunidad para seguir sembrando a

115
manos llenas entusiasmo y fervoren sus corazones. La idea global
que guía su pluma es la misma que guía toda su vida hasta el
martirio: “el amor ilimitado a la Inmaculada”.
¡Ojalá que san Maximiliano Kolbe, quien ahora puede contem­
plar cara a cara a su Madrecita Inmaculada, nos contagie su gran
amor a la Virgen, pero un amor que se vuelve dinamismo apostóli­
co! La “escala blanca” hace referencia a la visión de Fray León en
las “Florecillas de san Francisco” - Cap. 7.

¡Queridos Hermanos, mis queridos hijos!


Me alegré mucho, pero mucho más se alegró el Corazón de la
Inmaculada por las numerosas demostraciones de amor hacia Ella
que ustedes escribieron en las tarjetas de augurios en ocasión de mi
onomástico. Ella miró en sus corazones y vio todo, tanto lo que
estaba puesto en el papel como aquello para lo cual no bastaron “ni
el tiempo ni el papel”.
Uno escribe que desearía tener una “pequeña parte” de mi
amor. Mis queridos hijos, cuando se trata de la Inmaculada, no
pensemos en absoluto en “pequeñas partes”, sino que, más bien,
rivalicemos todos juntos; y todo aumento de amor hacia Ella en
uno, produzca un despliegue aún mayor en los demás. ¡Nuestro
corazón es tan pequeño y tan débil! Nosotros jamás le ofreceremos
el amor que Ella se merece, aquel amor con el cual Ella nos ama.
Me gusta igualmente leer sus deseos, o sea, que se multipli­
quen en la tierra las ciudadelas de la Inmaculada, los sueños de
derramar la sangre como los mártires, de gastarse por la Inmacu­
lada. .. Todo esto y mucho, mucho más, en una palabra la ilimita­
ción del amor: ésta es nuestra característica.
¡Un amor ilimitado a la Inmaculada! ¿Qué es? La Inmaculada
está talmente unida a Dios por el amor que se eleva no sólo por
encima de todos los santos, sino también por encima de todos los
ángeles, arcángeles, querubines, serafines. Por ende un amor
ilimitado a la Inmaculada nos eleva hasta ella y nos une a Ella por
el amor, por encima de todos ellos...
¿Qué es el amor ilimitado a la Inmaculada? Ella está muy cerca
de Dios, mientras nosotros estamos muy cerca de Ella y, por
consiguiente, por medio de Ella, muy cerca de Dios.
Dios nos dio a nosotros una “escala blanca” y quiere que
nosotros, subiendo por ella, lleguemos hasta El o, más bien, que
Ella, después de habernos apretado contra su pecho materno, nos
lleve hasta Dios.

116
Con todo, estas cosas no son sino imágenes, semejanzas,
analogías. La realidad es sin comparación más hermosa, más
sublime, divina...
Ella es Madre nuestra y... de Dios. ¿Dónde está, pues, su lugar?
¿y por ende el nuestro? ¿De nosotros que somos su posesión y
propiedad? Efectivamente, Ella penetra nuestra alma y dirige sus
facultades con un poder ilimitado. Nosotros le pertenecemos en
verdad a Ella. Por eso, estamos siempre y en todas partes con
Ella...
Sin embargo, ¿debemos pensar en nosotros? ¡Desaparezcamos
en Ella! ¡Que permanezca Ella sola, pero nosotros en Ella, una
parte de Ella!
Pero ¿nos está permitido a nosotros, criaturas tan miserables
delirar de esta manera? Pese a todo, ésta es la verdad, la realidad.
¿Y cuándo toda alma que existe en el mundo entero hasta el fin
de los tiempos, le pertenecerá a Ella de este modo?... ¡Milicia de la
Inmaculada!...
Queridísimos hijos en la Inmaculada, les auguro que sean
alimentados por Ella misma con la leche de sus gracias, que sean
acariciados por Ella y sean educados por Ella como Ella hizo con
Jesús, nuestro hermano mayor, para que el divino Esposo de las
almas reconozca sieihpre más en nosotros aquellos mismos rasgos
que Él mismo recibió de su Madre, la Inmaculada, los mismos
ojitos, el mismo corazón (SK 461).

117
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la Inmaculada) la Orden
franciscana

Brillante pagina de historia mañana


Es notorio que la Orden franciscana fue la abanderada en
proclamar y propagar la devoción a la Inmaculada. El Padre
Kolbe, como caballero y como franciscano, se siente doblemente
obligado a exaltar tan excepcional privilegio.
Como ya vimos, de mil maneras Maximiliano toca el tema de la
Inmaculada. Casi no hay página de todo su copioso repertorio,
donde no exhorte a conocer, amar, servir, imitar... a la Inmacula­
da.
En este capítulo veremos algunos aspectos de las relaciones
entre la Inmaculada y la Orden franciscana. Lo haremos como un
homenaje a tan hermosa epopeya marianay como una invitación y
un desafío para que todos profundicen sus conocimientos y su
devoción mariana.
En el siguiente artículo periodístico, Maximiliano nos ofrece
una brillante página de historia mariana, iluminada por la perso­
na, la doctrina y los debates del beato Juan Duns Scoto, quien en
la Universidad de París propuso y fundamentó la tesis de la
Inmaculada. Duns Scoto, con santo Tomás de Aquino y san Buena­
ventura de Bagnoregio, forma el trío de los grandes teólogos del
Medioevo.
Luego Maximiliano pondera en breves pinceladas las principa­
les etapas que llevaron a la proclamación del Dogma de la Inma­
119
culada Concepción. Pero, como se verá, para Maximiliano la
proclamación de un dogma no se encierra ni se concluye en sí
misma, sino que debe ser un fermento, un llamado para una
vivencia más profunda, una evangelización más amplia, un servi­
cio eclesial más pleno.

Estamos en París en el año 1305.


Del convento de los Hermanos Franciscanos sale un joven
religioso y con gran recogimiento se dirige hacia la más célebre
escuela de aquel tiempo: la Universidad de la Sorbona.
Piénsa en la Inmaculada y la invoca con jaculatorias en voz
sumisa, para que lo ayude a defender el privilegio, a Ella tan
querido, déla Inmaculada Concepción. J ustamente en ese día y por
orden del Papa y en presencia de sus legados, debe desarrollarse
una disputa general entre los defensores de este privilegio y sus
adversarios.
Y la disputa había sido provocada justamente por él...
Hacía poco que él se había instalado en la cátedra universita­
ria, dejada libre por Guillermo Ware, quien se había retirado a
causa de la edad avanzada. Por orden del Padre General, abandonó
la cátedra universitaria de Oxford, en la que había hablado
públicamente y con verdadero entusiasmo de la “Concebida sin
pecado”. Y los estudiantes habían acudido de todas partes hasta
alcanzar el número de 30.000.
Ahora llegó a París. Ni siquiera aquí perdió la ocasión de
defender abiertamente la Inmaculada Concepción. Era sólo desde
el 18 de noviembre del año 1304 que él se había instalado en París,
después de haber dejado Oxford; sin embargo, al Papa Clemente V,
en Áviñón, ya le habían llegado quejas en su contra, por el hecho
que él sostenía públicamente el privilegio de la Inmaculada Con­
cepción, como si enseñara una doctrina contraria a la fe, por una
exagerada devoción hacia la santísima Virgen. Justamente ese día
él debía justificarse delante de los profesores y hasta en presencia
de los legados del Papa.
El, franciscano, hijo espiritual del santo Patriarca de Asís,
¿podría obrar de manera diferente?
El Padre san Francisco, al enviar a los primeros hermanos a la
conquista de las almas, les enseñaba una oración a la Virgen: “Te
saludo, Señora... elegida por el santísimo Padre del cielo, quien te
consagró con el santísimo y dilectísimo Hijo y con el Espíritu Santo
Paráclito. En ti hubo y hay toda plenitud de gracia y todo bien”.

120
Había sido él, en Rovigo, en Italia septentrional, quien celebró a la
Inmaculada Concepción de María en presencia de una gran mul­
titud de escuchas y en la misma localidad, justamente él en
persona, había recogido limosnas y construido una iglesia dedica­
da a la Virgen, en la que erigió un altar en honor de la Concepción
de la santísima Virgen.
San Antonio, uno de los primeros hijos del Padre san Francisco,
¿no llamaba acaso a María en sus sermones con el dulce nombre de
“Virgen Inmaculada”? Sólo cuarenta años más tarde, en el Capítu­
lo General de Pisa (1263), el séptimo Ministro General de los
Hermanos Franciscanos, san Buenaventura, ordenó que todos los
hijos del Padre san Francisco, todos los conventos y todas las
Provincias, celebraran la fiesta de la Inmaculada Concepción.
Sí, Fray Juan Duns Scoto tiene el derecho, tiene el deber, como
franciscano, de luchar en defensa de un privilegio tan sublime de
la Genitora de Dios.
Los profesores de París aseveran que se trata de una doctrina
nueva. Por cierto la denominación puede parecer nueva; pero la
misma realidad ¿no la profesaban, quizás, los fieles desde los
orígenes de la Iglesia? ¿No se la profesa, quizás, en todas partes,
cuando se proclama que Ella está llena de gracia, que es purísima
y santísima? Pues bien, la mancha del pecado original es justamen­
te una negación de la plenitud de gracia y de santidad.
¿Una doctrina nueva?... Los Padres de la Iglesia ¿no procla­
man, quizás, bastante claramente su fe y la de sus siglos en la
Inmaculada Concepción de María, al afirmar que Ella es purísima
bajo todo aspecto y totalmente sin mancha, purísima, siempre
pura, que en Ella el pecado jamás tuvo dominio, que Ella es más
que santa, más que inocente, santa bajo todo concepto, pura sin
mancha, más santa que los santos, más pura que los espíritus
celestiales, la sola santa, la sola inocente, la sola sin mancha, la sin
mancha más allá de toda medida, la sola bienaventurada más allá
de toda medida?...
La verdad es que no todos aquellos señores conocen con exac­
titud los escritos de los Padres de la Iglesia, sobre todo, de los
Padres orientales. ¡Lean, pues, también aquellos pergaminos!
Ellos sostienen que la afirmación según la cual la Virgen fue
inmune de la mancha del pecado original, es un ultraje a la
dignidad de Cristo Señor, quien redimió a todos sin excepción
alguna y murió por todos. Pero ¿no es justamente por eso, o sea, por
los méritos de su futura muerte, que El no permitió en absoluto que
Ella fuera manchada por cualquier culpa? ¿No es precisamente por

121
eso que Él la redimió de la manera más perfecta? El que saca una
piedra del camino, para que nadie tropiece y caiga, ¿no usa, quizás,
una cortesía mayor que aquel que levanta al que ya cayó?...
Escuchó tantas y tantas objeciones de distintos tipos; pero
ninguna puede resistir a la crítica.
Sí, Dios tenía la posibilidad de preservar a la propia Madre
también de la mancha del pecado original. Sin duda lo quiso hacer.
Efectivamente, ¿por qué no habría querido hacer este don para
Aquélla que debía llegar a ser la digna Madre de un Dios infinita­
mente puro y santo?... ¿Y por ende... quizás, no lo hizo?
Sí, indudablemente lo hizo.
Scoto levantó la mirada. Estaba precisamente pasando al lado
de un palacio. Del hueco de un nicho lo miraba con benevolencia la
Inmaculada, esculpida en una estatua de mármol.
Su corazón palpitó de gozo. Le vinieron a la memoria los años
de su adolescencia, cuando se había presentado a la puerta del
convento de los Hermanos Franciscanos. Después de haber sido
aceptado, encontró grandes dificultades en el estudio por falta de
capacidad. Rogó a la Virgen Inmaculada, sede de la sabiduría, y
recibió tal gracia en abundancia. Por eso prometió a la Inmaculada
que consagraría a su gloria todo el propio ingenio y toda la propia
ciencia.
En ese momento estaba yendo justamente a combatir por Ella.
Se quitó el sombrero y oró interiormente con fervor: “Concédeme
que te alabe, Virgen santísima. Y dame fuerza contra tus enemi­
gos”. Y se dio cuenta que la Inmaculada, con una inclinación de la
cabeza, le prometía la ayuda. Continuó el camino, lleno de grati­
tud, sumergido en la propia indignidad y abrasado de amor hacia
su Inmaculada Señora.
En la amplia aula de la universidad, los numerosos opositores
habían ocupado los sitiales en ambos lados. También el modesto
Scoto se dirigió a su sitial y esperó humildemente que le fuera
concedida la palabra. Hicieron su ingreso también los tres legados
del Papa y se pusieron en el centro del aula en los sitiales
asignados, para escuchar la disputa y presidirla.
Hablaron primeramente los adversarios. Con múltiples argu­
mentaciones, que los contemporáneos contabilizaron hasta 200,
confutaron las afirmaciones del pobre franciscano.
Finalmente, agotadas las objeciones, se hizo silencio. El legado
del Papa acordó la palabra a Scoto. Este, con el más grande
asombro de los numerosos presentes, enumeró todas las objeciones

122
en el orden en que habían sido presentadas, las refutó con mucha
decisión y siguió justificando, con claras demostraciones, la doctri­
na de la Inmaculada Concepción de la santísima Virgen. Sus
argumentaciones fueron tan convincentes que los profesores y los
doctos presentes le atribuyeron, según la costumbre del tiempo, el
apelativo de “Sutil”, en razón de su habilidad.
He aquí cómo describe la escena Pelbart de Temesvar, casi
contemporáneo de Scoto: “A los que negaban a la Inmaculada
Concepción se opuso el valiente doctor. En contra de él habían sido
presentadas sólidas argumentaciones en número de 200. Las
escuchó todas, una después de otra, con serenidad y desenvoltura,
pero con atención, y con una memoria sorprendente las repitió en
el mismo orden resolviendo las intrincadas dificultades y argu­
mentaciones con gran facilidad, como Sansón había hecho con las
ataduras de Dalila (Je 16,9-14).
“Además, Scoto añadió otras numerosas y muy válidas razones
para demostrar que la santísima Virgen fue concebida sin mancha
de pecado. Su disertación impactó de tal manera a los estudiosos
de la universidad parisiense, que en señal de aprobación condeco­
raron a Scoto con el título honorífico de “Doctor Sutil”.
Desde entonces los franciscanos, esparcidos por las distintas
localidades de Europa, con entusiasmo cada vez mayor proclama­
ron en todas partes entre los fieles a la Inmaculada Concepción de
la Virgen purísima.

Cuando el día 8 de noviembre de 1308 el animoso defensor del


privilegio de la Inmaculada Concepción dejaba este destierro
terrenal en Colonia (Alemania), en cuya universidad había ense­
ñado en los últimos años, la fe en la Inmaculada Concepción de
María ya había puesto raíces tan profundas que merecidamente el
célebre teólogo español Vázquez podía escribir en el siglo XVI:
“Desde los tiempos de Scoto, la fe en la Inmaculada Concepción
creció tanto no sólo entre los teólogos escolásticos, sino también en
medio del pueblo, que ya nadie es capaz de hacerla desaparecer”.
170 años después de la disputa de París tuvo lugar otra disputa
que duró muchos días, en el Vaticano, en presencia del Papa Sixto
IV, también él franciscano. El Padre Francisco Nanni, 39 Ministro
General de los Hermanos Franciscanos, en esa ocasión resolvió de
modo tan brillante las dificultades entabladas por los adversarios
que el Papa, cautivado, exclamó: “Tú eres de veras un Sansón
fortísimo”. Poco tiempo después el mismo Pontífice emanaba, en

123
data 27 de febrero de 1477, una célebre constitución, en la que
confirmaba el oficio y la Misa de la Inmaculada Concepción,
compuesto por Leonardo de Nogarolis, y concedía indulgencias a
todos los que recitaran tal oficio o celebraran la santa Misa, como
también a todos los fieles presentes en aquellas celebraciones, en
el día de la fiesta o de la octava de la Inmaculada Concepción.
La fe en la Inmaculada Concepción de la Virgen se hacía
siempre más y más viva. Lo que en el pasado estaba implícito en
la fe en la expresión: “plenitud de gracia”, es decir, la santidad y la
pureza sin mancha de la Virgen, ahora se lo manifestaba expresa­
mente, se lo veneraba en toda su amplitud y se lo llamaba con un
nombre propio, hasta el día en que, en los decretos divinos, llegó a
madurez el momento en que el Papa Pío IX, 256 sucesor de san
Pedro, rodeado de 53 cardenales, 42 arzobispos, 92 obispos y de una
muchedumbre incalculable de fieles, en su veste de supremo pastor
de toda la Iglesia, declaraba solemnemente que la doctrina —la
cual afirmaba que la santísima Virgen María en el primer instante
de su concepción fue preservada inmune de toda mancha del
pecado original, por una gracia particular y por un privilegio del
omnipotente Dios, en consideración de los méritos de Jesucristo,
Salvador del género humano— había sido revelada por Dios.
En tal ocasión el Papa coronaba un cuadro de la Inmaculada
Concepción que había sido colocado también por el Papa Sixto IV,
franciscano, en el altar de la capilla dedicada a este privilegio
mañano.
Cuatro años más tarde, la Inmaculada misma, casi para
confirmar el dogma definitivo, declaraba en Lourdes: “Yo soy la
Inmaculada Concepción” (SK 1081).

. Proyecciones del dogma de la Inmaculada


Tanto la proclamación del dogma de la Inmaculada como
cualquier otra verdad tienen como metas la mayor gloria de Dios,
el bien de la Iglesia que es el Cuerpo Místico de Cristo, el aumento
de luz y de gracia en las almas, el crecimiento de la fraternidad y
solidaridad...
El Padre Kolbe se plantea el problema: una vez proclamado el
dogma, ¿podríamos quedar satisfechos y cruzarnos de brazos? ¿No
debería ser el dogma un fuerte impulso para el despliegue doctrinal
y apostólico, una renovación de la Orden franciscana y un mensaje
al mundo entero?...
En una carta a los clérigos de la Orden de los franciscanos
124
conventuales, Maximiliano les señala las nuevas responsabilida­
des religiosas y apostólicas que surgen como consecuencia o como
corolario de la proclamación del dogma.
Respaldado por los mensajes marianos, el Padre toca varios
tópicos de perenne actualidad para la Orden franciscana y para la
Iglesia: la penitencia, los votos, la disponibilidad, la austeridad de
vida, la práctica de la perfecta pobreza, los empeños misioneros...
Nos parece que esta carta es un fuerte llamado a clérigos y
laicos, para que transformen lo devocional en vivencia y en dina­
mismo evangelizador.

Queridísimos jóvenes Hermanos,


...Cada generación debe añadir la propia fatiga y los propios
frutos a los de las generaciones precedentes. Así sucede en la vida
de una Orden religiosa, y por ende también en la nuestra.
¿Qué cosa añadiremos nosotros?
Se dice que cuanto más se aleja del fundador una Orden
religiosa, tanto más se debilita; y a menudo acontece precisamente
así. Pero no sigue que lo deba ser necesariamente. El espíritu no
conoce las leyes materiales del envejecimiento, sino que debe
evolucionar sin ningún límite. Por esto no es efecto de humildad,
por ejemplo, rogar al Padre san Francisco, para que nos obtenga
una “parte” de su amor hacia Dios, o un amor igual al suyo. Nuestro
santo Padre estará perfectamente contento sólo cuando, por su
intercesión, pidamos a Dios un amor más grande que el de él, más
aún, un amor ilimitado. Además, él quiere desplegar su espíritu en
sus hijos y no establecer su santidad como término o límite de
nuestra perfección. El germen que él puso en la Orden, debe
evolucionar “sin ningún límite”.
Desde los orígenes de nuestra Orden, por siete siglos, el hilo de
oro de la causa de la Inmaculada evolucionó incesantemente. Se
luchó para conocer la verdad de la Inmaculada Concepción de la
bienaventurada Virgen María. La lucha se concluyó victoriosa­
mente. Tal verdad fue reconocida en todas partes y proclamada
dogma de fe.
¿Y ahora?... ¿Quizás, se acabó todo?...
Al construir una casa, ¿nos contentamos, quizás, con trazar el
proyecto sin preocuparnos de realizarlo?... O, más bien, ¿no es
verdad que se traza el proyecto sólo como una preparación necesa­
ria para la construcción de la misma casa?...
Ahora se abre la segunda página de nuestra historia, es decir,

125
sembrar esta verdad en los corazones de todos los hombres que
viven y vivirán hasta el fin de los tiempos, y cuidar su incremento
y sus frutos de santificación. Introducir a la Inmaculada en los
corazones de los hombres, para que Ella levante en ellos el trono de
su Hijo, los arrastre al conocimiento de Él y los inflame de amor
hacia el sacratísimo Corazón de Jesús.
Nuestra Orden se llama y es “la Orden de la penitencia”, que
practica y predica la penitencia. Y he aquí lo que vemos. Cuatro
años después de la proclamación del dogma de la Inmaculada
Concepción, la Virgen en persona, en Lourdes, pidió: “¡Penitencia,
penitencia, penitencia!”. He aquí quién quiere proclamar la peni­
tencia en nuestro mundo corrupto: la Inmaculada. Permitamos,
pues, que Ella misma en nosotros y por medio de nuestra Orden
proclame la penitencia para renovar los espíritus.
Nos iríamos muy lejos si los entretuviera aún en estas reflexio­
nes tan alegres y dulces; de todas maneras, no puedo dejar de
añadir alguna otra cosa.
Permitamos que Ella predique justamente a nosotros esta
penitencia. Abrámosle nuestro corazón, dejémosla entrar y entre­
guémosle a Ella con generosidad nuestro corazón, nuestra alma,
nuestro cuerpo y todo sin ninguna restricción o limitación. Consa­
grémonos a Ella completamente sin ninguna limitación, para ser
sus siervos, sus hijos, su cosa y su propiedad incondicional. Así
llegaremos a ser, de alguna manera, Élla misma viviente, hablante
y operante en este mundo.
La Inmaculada, en Lourdes, en una de sus apariciones, no dijo:
“Yo fui concebida inmaculadamente”, sino: “Yo soy la Inmaculada
Concepción”. Con estas palabras Ella no sólo determina el hecho de
la Inmaculada Concepción, sino también el modo con el cual este
privilegio le pertenece. Por ende, no es algo accidental, sino que
hace parte de su misma naturaleza. Ella, pues, es la Concepción
Inmaculada... Por consiguiente, Ella es tal también en nosotros y
nos transforma en sí misma como inmaculados... Ella es Madre de
Dios; y también en nosotros Ella es Madre de Dios... y nos hace
dioses y madres de Dios que engendran a Jesucristo en las almas
de los hombres... ¡Qué dignidad!...
Cuando lleguemos a ser Ella, también nuestra entera vida
religiosa y sus fuentes serán de Ella y Ella misma. De Ella será
nuestra obediencia sobrenatural en cuanto es su voluntad; la
castidad en cuanto es su virginidad; la pobreza en cuanto es su
desprendimiento de los bienes de la tierra.

126
A Ella le pertenece nuestra alma; por eso Ella guía nuestra
inteligencia para que en la obediencia religiosa vea la voluntad de
Ella y para Ella no ahorre diligencia alguna en la búsqueda de la
verdad. Ella guía también nuestra voluntad para que no ame nada
al margen de la voluntad de Ella., reconociendo en ella la voluntad
de Jesucristo, o sea, de su sacratísimo Corazón y la voluntad de
Dios. A Ella le pertenece también nuestro cuerpo, para que por Ella
se exponga gustoso a los sufrimientos y sostenga espontáneamente
las fatigas. Suyo es también todo lo que tenemos; por eso ha de
haber una pobreza perfecta y un uso de las cosas en cuanto son
indispensables y suficientes para alcanzar un determinado fin.
(Aquí Maximiliano inserta la propuesta para que todo semina­
rio tenga un círculo de la Milicia cle la Inmaculada, como centro de
formación ascética y apostólica. Luego continúa:)
No hemos de creer que todas estas cosas sean solamente
puras teorías abstractas, irrealizables en la práctica. La Inmacu­
lada quiso suscitar ya una casa religiosa —Niepokalanów en
Polonia—, la que prácticamente dio prueba de la posibilidad de una
tal vida y de un tal trabajo, durante los cinco años de su existencia.
No debemos temer que la vida sea tan rígida que falten las
vocaciones, porque en esta casa las vocaciones ya están alcanzando
la cifra de 400.
Tampoco hay que temer que la perfecta pobreza impida el
mantenimiento de los seminarios, porque en Niepokalanów son
sustentados más de 120 seminaristas consagrados a la Inmacula­
da.
En fin, tampoco hemos de temer que tal pobreza nos distraiga
de la solicitud por las misiones, ya que esta casa de Polonia fundó
y mantiene a Mugenzai no Sono en el Japón, la que, a pesar de no
recibir ningún subsidio de parte de la Congregación de la Propa­
gación de la Fe, sin embargo, desde hace tres años extiende su
actividad a todo el Japón, con grandes gastos, a través del periódico
“Mugenzai no Seibo no Kishi”; y la Inmaculada por medio de él obró
muchos bautismos.
Estuve en muchas naciones, vi muchas cosas, hablé con diver­
sas personas... Créanme: no hay nada más adecuado para curar los
males de nuestro tiempo que nuestra seráfica Orden, si con
valentía, prontitud, rapidez y constancia desarrolla el espíritu de
nuestro Padre san Francisco.
La Inmaculada quiere mostrar en nosotros y por nuestro

127
intermedio la plenitud de su misericordia. No queramos interpo­
ner obstáculos: ¡dejémosla obrar!
¿Por qué quiere Ella llevar a cabo esto precisamente con
nosotros?
Es un misterio de su amor.
Todo de ustedes en la Inmaculada y en el Padre san Francisco,
Fray Maximiliano (SK 486).

El Padre Kolbe nunca gozó de buena salud. Las secuelas de la


tuberculosis y la fiebre le acompañaban a todas partes. La estrechez
—y a veces la carencia— de recursos eran de todos conocidas. Y, sin
embargo, a su alrededor florecían obras gigantescas, como las dos
ciudades mañanas en Polonia y en el Japón. La gente se pregunta­
ba de dónde podían surgir tantas iniciativas. Maximiliano ya tenía
lista la respuesta: “¡Todo es don de la Inmaculada! ¡Todo es para
la Inmaculada!”
En este breve artículo escrito en la misión japonesa de Nagasa-
ki, Maximiliano recalca las responsabilidades de los creyentes y, en
particular, de la Orden franciscana para promover, profundizar, y
expandir el reinado de la Inmaculada, como despliegue de la
proclamación del dogma.
A través de las estepas cubiertas de nieve de la Siberia llegó
hasta acá, Nagasaki, el interrogante que se va repitiendo bajo el
cielo polaco, a propósito de Niepokalanów: “¿Por qué y para qué
todo esto?”
Una respuesta llena de reconocimiento a tal pregunta viene de
las altiplanicies de los Cárpatos: “¡Pregúntenselo a la Virgen!”
Debo ponderar expresamente que tanto la pregunta como la
respuesta me parecen del todo exactas.
Ante todo la pregunta. A decir la verdad, toda persona razona­
ble debe conocer la meta hacia la cual tiende y valorar todo en base
a su fin intrínseco.
La vida es movimiento, tendencia hacia un fin. También una
Orden religiosa vive, si tiene un fin bien prefijado y tiende activa­
mente hacia él.
Las generaciones que descendieron a la tumba, alcanzaron los
fines que la Providencia les había asignado. También la actual
generación de religiosos debe conocer el propio fin para poder

128
tender hacia él y no atraer sobre sí los anatemas de las generacio­
nes sucesivas, por no haber construido nada sobre los fundamentos
que los antiguos padres le habían confiado, nada que pudiera
servir como base para lo que las generaciones sucesivas elevarían
sobre ella; y por haberles así demorado el camino.
Para saber lo que se ha de hacer en este momento, es necesario
conocer lo que fue hecho hasta hoy: remontar la historia.
Dejo de lado diferentes sectores de actividad y me detengo sólo
en la causa de la Inmaculada.
Desde los orígenes de la Orden, el hilo de oro de esta causa se
desarrolla a través de los siglos, supera sus dificultades y batallas
y, después de seis siglos de luchas, llega a una memorable victoria:
el reconocimiento, obligatorio para todos, de la verdad de la
Inmaculada Concepción, a la proclamación del dogma.
¿Está, quizás, concluida toda esta causa? Con la aprobación de
un plan de batalla bien trazado, quizás, ¿está ganada la batalla?
¿Se contenta, quizás, un arquitecto con la terminación del proyecto
de una casa? ¿O, más bien, considera la composición del proyecto
de una casa como una simple premisa, necesaria para la realiza­
ción del edificio mismo? Los casi siete siglos de nuestra historia no
son más que la primera parte de la entera causa, la condición
indispensable para ponerse a la obra.
¿Qué obra?
La actuación, la siembra de esta verdad en los corazones de
todos y de cada uno en particular (comenzando con uno mismo), la
preocupación para que acontezcan el crecimiento y la producción
de los frutos de conversión.
Durante las apariciones en Lourdes, la Inmaculada proclama,
con el lenguaje de nuestra Orden: “¡Penitencia, penitencia, peni­
tencia!”, y reverdece la memoria de la “Orden de la penitencia”.
Quiere, en la Orden y por medio de ella, frenar las almas en su
carrera hacia el placer, entrar en sus corazones, tomar posesión de
ellos, dirigirlos hacia la felicidad verdadera, hacia Dios, por el
camino de la negación de sí mismos, preparar en ellos el trono del
amor divino, del Corazón divino, enseñarles a amarlo e inflamarlos
de amor. Quiere Ella misma amar este Corazón en ellos y por medio
de ellos, ser ellos mismos y hacer que lleguen a ser Ella misma.
He ahí el bosquejo de la incorporación (en la vida) de la verdad
de la Inmaculada Concepción. El bosquejo es simple e incompleto,
pero verdadero.
Esta es la segunda página de la historia de nuestra Orden y

129
precisamente está comenzando ahora. En ella todo le pertenece a
Ella, a la Inmaculada: ya sean las almas de los religiosos, ya sea
Niepokalanów...
¿Cómo llevar a cabo todo esto y hasta cuándo?
Pregúntenselo a la Virgen (SK 1168).

Bagatelas y mezquindades
Existe en los lectores de las biografías de los santos el grave
peligro de verlos e idealizarlos en una visión irónica, romántica,
irreal...
Como lo experimentamos todos nosotros en la vida diaria,
también los santos sufrieron problemas, choques, incomprensio­
nes, fastidios, intolerancias, crisis, torbellinos de tentaciones y de
torturas psíquicas y morales.
Nos parece que el Padre Kolbe, en razón de su sensibilidad
humana y del fervor de sus ideales que no siempre hallaron
comprensión y apoyo, sufrió muchísimo. Tanto en Niepokalanów
(Polonia) como en el Japón tuvo que sobrellevar fuertes contrastes
y oposición, y sus ideales fueron más de una vez rechazados,
justamente en los mismos tiempos y lugares donde estaba implan­
tándolos.
En la siguiente carta a Fray Alfonso Stepniewski, misionero en
el Japón, leeremos entre líneas un muestrario de dificultades y
enredos que, por cierto, oscurecen los elevados ideales de vida
religiosa que enarbolaba el Padre.
Querido Fray Alfonso,... procuremos no hacer nada “en calien­
te”; más bien, preocupémonos sobre todo por recuperar la sereni­
dad, confiamos a la voluntad de Dios y a la voluntad de la
Inmaculada y obrar sólo entonces y con serenidad, para que no
suceda que nos equivoquemos.
Tampoco deseemos excesivamente cambiar el ambiente que
nos rodea o las actitudes ya de los Padres ya de los Hermanos y de
los demás con respecto a nosotros, ya que todo lo que no depende
de nuestra voluntad está seguramente permitido por Dios, y Dios
—¡y no otros!— quiere que nosotros hagamos la experiencia. Es,
pues, para el bien de nuestra alma.
Por otra parte, son necesarias también las pequeñas cruces;
diversamente ¿con qué méritos iríamos nosotros al paraíso? ¿Y

130
cómo podríamos demostrar nuestro amor desinteresado hacia la
Inmaculada?
Los superiores pueden tener programas de variado género, y no
siempre a nosotros nos está consentido poder y deber comprender
porque se comportan de una manera u otra. Si conociésemos todas
las motivaciones y obedeciésemos en base a ellas, nuestra obedien­
cia ya no sería sobrenatural. Se puede, más aún, se debe orar por
los superiores y ayudarlos con la oración, para que cumplan sus
deberes tan difíciles según la voluntad de la Inmaculada. Yo no me
animaría a afirmar que el Padre Fulano... no desea con toda
sinceridad el desarrollo de la Niepokalanów japonesa. Cualquier
opinión que él tenga, seguramente procede de la más sincera buena
voluntad.
Tengamos por seguro que toda división e incomprensión no
proceden de la Inmaculada, sino sólo y exclusivamente de aquella
serpiente que está bajo sus pies. Por consiguiente, cada uno, por su
cuenta, haga cualquier esfuerzo para disminuir todo desacuerdo,
con la humildad, el amor, la paciencia y la oración, para profundi­
zar cada vez más el amor recíproco y ayudarse mutuamente a
tender hacia nuestro IDEAL: la dilatación del reino de la Inmacu­
lada en las almas.
Cada uno de ustedes se esfuerce no tanto por cambiar el
ambiente, sino por mejorarse a sí mismo y acercarse personalmen­
te a la Inmaculada, para que todos, acercándose a Ella, se aproxi­
men recíprocamente entre sí. Por esto, no alabo mínimamente a
quien se abre camino para pedir que lo alejen del lugar de avanzada
e ir a cualquier otro lugar, aunque fuere también el convento o la
Orden religiosa más fervorosa.
Las gracias divinas y la protección de la Inmaculada están
preparadas para cada uno de ustedes en el lugar donde se encuen­
tran por obediencia, mientras la fuga de tal ambiente —sin
considerar las causas, cualesquiera sean ellas—, es sin duda
solamente una verdadera y auténtica tentación de ningún otro a
excepción de Satanás, el cual mira a más no poder a la destrucción
de Niepokalanów y a un debilitamiento del reino de la Inmaculada.
¿Quisieran ustedes, quizás, ser un instrumento en sus manos en
tal asunto?...
El problema de la alimentación ¿no es, quizás, demasiado
banal para pensar principalmente en él? Si tenemos la ocasión de
mortificamos un poco, agradezcamos a la Inmaculada que pode­
mos colaborar con Ella también de este modo.
A esto se añada el problema de los cabellos. Cada uno se

131
comporte como quisiera ser hallado en la hora de la muerte y como
desearía presentarse a la Inmaculada después de la muerte. Sin
duda en convento es necesaria la uniformidad también en esto; y
aunque no sea algo esencial, sin embargo, está conforme al espíritu
del Padre san Francisco y no es un obstáculo para nuestra santi­
ficación. ¡Se puede agradar a la Inmaculada también sin peina­
do!... ¡No procuremos agradar a ningún otro!...
Cuanto más fielmente sirve cada uno de nosotros a la Inmacu­
lada, cuanto menos se busque a sí mismo o la propia satisfacción
y cuanto mayormente se esfuerce por agradar sólo a la Inmacu­
lada, tanto antes cesará la prueba actual.
Está fuera de toda mínima duda que la Inmaculada no necesita
de ninguno de nosotros. No somos nosotros que le damos un gusto
a Ella, sino que es Ella quien nos concede una gracia al permitimos
sufrir y trabajar por Ella.
Quizás, escribí un tanto duramente, pero es todo para tu bien.
Dejémonos conducir por la Inmaculada. Procuremos no tener
deseos, metas, aspiraciones, proyectos personales... ¡No seamos
nosotros sino, más bien, la divina Providencia en guiamos!
Ora también por mí para que yo mismo cumpla fielmente lo que
aconsejo a los demás (SK 926).

El dinero: ¿Amo o siervo!


La causa de la Inmaculada y los proyectos de fundación de
nuevas ciudades mañanas obligaban al Padre Kolbe a caracolear
por los mares.
Evidentemente no hacía turismo ni podía despreocuparse de
sus delicadas responsabilidades de guía y maestro de los religiosos.
Estando a bordo del barco “Conte Rosso”, en el trayecto entre
Bombay (India) y el canal de Suez, en el año 1933, Maximiliano se
puso a reflexionar sobre la Orden franciscana, sus fines y sus
características. Una de las características es la pobreza, pero a su
alrededor, en los siglos pasados, surgieron innumerables discusio­
nes, en las que no faltaron escamoteos.
Para sus obras y actividades editoriales, Maximiliano debía
movilizar ingentes masas de dinero. ¿Cómo conciliar las urgencias
apostólicas con el manejo del dinero, ya que san Francisco de Asís,
el fundador, rechazaba resueltamente el dinero y el manejo del
mismo?
El Padre Kolbe matiza la solución del problema. Tanto de

132
acuerdo a las autorizaciones pontificias concedidas a los francisca­
nos conventuales, como para dar una respuesta moderna al uso del
dinero: reafirma la pobreza personal y comunitaria y acepta el
dinero no como sueldos ni como frutos de dividendos, sino como
limosna, según el principio evangélico: “Es digno el obrero de la
recompensa por su trabajo” (Mt. 10,10).
El Padre Maximiliano admite el dinero para la compra de
costosas maquinarias, para el servicio de la Inmaculada y para la
alegría cultural de sus devotos; pero rechaza decididamente la
vagancia, propia de los zánganos o de los “hermanos moscas”...
Igualmente rechaza la inversión y explotación del dinero en divi­
dendos o intereses, porque el dinero debe circular y transformarse
en bien social y en fuentes de trabajo.

Nuestra Orden
Reflexioné acerca del fin de nuestra Orden. De la regla y de las
constituciones resulta que el fin es: la oración, la mortificación
(ayuno), la predicación recorriendo varias localidades (misiones
internas) y, para quien quiere, dirigiéndose a las naciones de los
infieles, es decir, misiones extranjeras. Una vida según el Evange­
lio, según los consejos evangélicos, y el anuncio del Evangelio por
el mundo, o sea, la imitación de Jesús en la vida escondida y en la
activa.
Nuestra característica específica es la pobreza, o sea, no poseer
nada. Pero ¿significa esto, quizás, no servirse de medio alguno?
¿Y el problema del dinero? Seguramente el Padre san Francis­
co no tenía en absoluto la intención de corregir a Jesús sino, más
bien, de imitarlo de la manera más perfecta posible. Jesús acepta­
ba ofertas (aunque Judas acabó mal como administrador), y los
Apóstoles compraban los víveres y pagaban los impuestos.
¿Qué hacer en nuestro tiempo? ¿Qué comandaría hoy el Padre
san Francisco? ¿Prohibiría, quizás, el uso del dinero y, por consi­
guiente, el uso de los medios más modernos? ¿O, quizás, utilizaría
cualquier medio: el correo, la prensa, la radio y otros más?... O se
podría renunciar al dinero; pero ¿se podría entonces servirse de
cualquier medio para proclamar la Palabra de Dios? No lo sé.
Oh María Inmaculada, ¿qué es lo mejor? ¿Te serviste tú del
dinero? Parece que sí, dado que Jesús mismo lo utilizó. No permitas
que lo utilicemos mal, sino como tú. Lo utilizaste para provecho de
Jesús; y nosotros para provecho tuyo y, por medio de ti, para

133
provecho de Jesús. Además, nosotros no lo aceptamos como recom­
pensa por el trabajo, sino como oferta. “Como merced del trabajo
reciban para sí y sus hermanos lo que es necesario para el cuerpo,
a excepción de dineros o de monedas” (Regla de san Francisco, cap.
V). Por ende, proclamar el Evangelio, aceptar las ofertas, trabajar,
aceptar lo que es necesario para la vida.
(Un terreno no se gasta, pero una máquina sí; por lo tanto, el
capital es sólo un instrumento. También el hombre, el religioso —
¡gloria a la Inmaculada!— se gasta).
No poseer nada, ni en particular ni en común. ¿Quién sería el
propietario? Los bienhechores, los obispos... Nosotros lo utiliza­
mos únicamente para un fin determinado, para la causa de la
Inmaculada.
“Por medio de la Inmaculada” (el espíritu de la Milicia de la
Inmaculada), como un instrumento en sus manos inmaculadas,
rogándole que se digne dirigirlo todo personalmente según su
agrado. Al obrar así, nosotros trabajaremos lo más que sea posible
y de la manera más rápida; es decir, proclamaremos el Evangelio
con la mayor eficacia y en ambientes cada vez más vastos. Que Ella
predique por medio de nosotros y en nosotros, haga suya nuestra
vida y Ella misma viva en nosotros.
Entonces viviremos según el Evangelio de la manera más
perfecta, porque Ella vivirá por medio nuestro. Y de la manera más
perfecta seremos madres de almas según el Evangelio, porque Ella
misma será, en nosotros y por medio nuestro, la Madre de tales
almas.
He ahí el modo más seguro y fácil para conseguir, bajo todo
aspecto, nuestro perfeccionamiento. Y también el perfecciona­
miento de los demás. Por lo tanto, Ella quiere que todo esto
arranque de nosotros y quiere que la Orden del Padre san Francis­
co (reunida) realice esta misión en toda la tierra. ¡Gloria a la
Inmaculada por todo!
Estos siete siglos son de veras la primera página, la introduc­
toria, de nuestra historia. Ahora se pasa a la página sucesiva, al
contenido mismo, a las batallas para llevar las almas a la Inmacu­
lada.
¡Oh Inmaculada, Inmaculada, Inmaculada, Inmaculada! ¡Qué
dulce y qué grato al corazón de un hijo, tu nombre santo! ¡Cómo
resuena agradablemente en el alma! ¡Qué estupenda melodía!... El
mundo no te conoce aún. Muchos te conocen de manera sólo
superficial. ¡Concédeme que te alabe, oh Virgen santísima! ¡Y
danos fuerza contra tus enemigos! (SK 991 R).
134
Fruto Je un corazón enamorado
La Milicia de la Inmaculada, o M. es la obra mayor que san
Maximiliano Kolbe legó no sólo a sus admiradores y herederos, sino
también a la Orden franciscana y a toda la Iglesia.
La M. I. brotó de su corazón enamorado y es una asociación con
sus dos fines principales: la santificación personal y el apostolado.
La M. I. es una respuesta, o “reacción”en el lenguaje kolbiano,
a la función maternal de la Virgen en sus relaciones con la Iglesia,
Cuerpo Místico de Cristo.
Las circunstancias históricas: las apariciones de Lourdes y
Fátima, el fervor organizativo del talento del Padre Kolbe, las
insolencias de la masonería en contra del Papa, las grandes
posibilidades apostólicas que ofrecían los medios de comunicación
social... confluyeron para dar vida a este movimiento mariano.
La M. I. es un llamado a pasar de lo devocional a lo vivencial
y alo apostólico, y quiere ser un movimiento que aglutina mentes
y corazones, capacidades y dinamismos, para ponerlos al servicio
de la meta ideal: el reino de María como promesa y preanuncio del
reino de Cristo.
La teología que subyace a la M. I. es que María es el camino
escogido por el Hijo de Dios para venir a este mundo y ser el
Salvador de los hombres, y ha de ser el camino de retorno —el más

135
c o r to , f á c i l y s e g u r o — q u e la s a lm a s h a n d e esco g e r p a r a lle g a r a
Cristo, fuente de toda gracia.
María y la gracia forman un binomio indisoluble. María,
Madre del Autor de la gracia, colabora para comunicar esa
gracia a los hombres. Para destacar la absoluta preeminencia
de la mediación de Cristo —único Mediador entre Dios y los
hombres—, la teología actual, en lugar de hablar de María, media­
dora de todas las gracias, prefiere hablar de la misión maternal de
la Virgen en orden a la Iglesia y a las almas en particular.
Maximiliano escribió cientos de páginas sobre la M. I. Nosotros
recogeremos las flores más bellas y perfumadas, para preparar una
guirnalda y colocarla a los pies de la hermosa y santa Madre de
Dios y de la Iglesia.

Dado su liderazgo, el Padre Maximiliano habla siempre con


extrema discreción de los comienzos de la M. I. En las siguientes
notas rememora algunos momentos de la fundación.
El Padre tenía a la sazón 23 años. Era un joven muy piadoso y
muy empeñado en los estudios;pero ya latían en su corazón un gran
amor a la Inmaculada y grandes deseos del advenimiento del reino
de Cristo por medio de la Inmaculada. Como visionario, captaba
los clamores y las necesidades de la hora. La respuesta debía ser la
M.I.
Justamente, mientras su espíritu estaba fascinado por dulces
visiones mariano-apostólicas, un chorro de sangre se desprendió de
sus pulmones y le llenó la boca. Era la grave enfermedad de la tisis,
cuyas secuelas de debilidad y fiebre le acompañarían toda su vida.
Maximiliano no se dejó vencer ni se replegó sobre sí mismo, sino que
aprovechó del cariño y simpatía con que le rodearon sus compañe­
ros, para hablar de la M. I. y atraer su adhesión.
Ya pasó mucha agua bajo los puentes y muchos particulares ya
los tengo casi olvidados... Describiré lo que la memoria me ayuda
a recordar.
Rememoro bien que conversaba con los clérigos, mis coherma­
nos, de la miserable condición de nuestra Orden y de su porvenir.
Y en aquellos momentos se grababa en mi ánimo la siguiente idea:
o sacar a flote o tirar por la borda. Experimentaba un vivo disgusto
por aquellos jóvenes que entraban en nuestra Orden, a menudo con

136
óptima intención, y las más de las veces perdían su ideal de
santidad precisamente en el convento. Sin embargo, no sabía bien
qué hacer.
Volvamos más atrás en el tiempo.
Rememoro aún que cuando muchacho me había comprado una
pequeña imagen de la Inmaculada por cinco copecks. Además, en
el seminario menor, mientras asistíamos en el coro a la santa Misa,
con la cara contra el suelo prometí a la santísima Virgen María,
cuya imagen dominaba el altar, que habría combatido por Ella.
¿Cómo? No lo sabía, pero imaginaba una lucha con las armas
materiales. Por este motivo, al llegar el momento de iniciar el
noviciado (¿o de emitir la profesión?), confié al Padre Maestro,
Dionisio Sowiak, de santa memoria, ésta mi dificultad para el
ingreso en el estado religioso. Él transformó aquella mi decisión en
el empeño de rezar todos los días la oración “Bajo tu amparo...”
Continúo aún hoy rezando esta plegaria, sabiendo ya cuál era la
batalla que debía combatir por la Inmaculada.
A pesar de estar muy inclinado al orgullo, la Inmaculada me
atraía muy fuertemente. En el reclinatorio de mi celda tenía
siempre la imagen de un santo al que la Inmaculada se había
aparecido; y, además, a menudo me dirigía a Ella con la oración. Al
ver esto, algún religioso me decía que debía nutrir mucha devoción
a aquel santo.
Cuando en Roma la masonería salió al descubierto de manera
cada vez más atrevida, llevando los propios estandartes bajo los
ventanales del Vaticano —y en la insignia negra de los seguidores
de Giordano Bruno había hecho pintar al arcángel san Miguel bajo
los pies de Luzbel y en los folletos propagandísticos atacaba
abiertamente al Santo Padre— nació la idea de instituir una
asociación que se trabara en lucha contra la masonería y los demás
servidores de Luzbel. Para asegurarme que tal idea viniera de la
Inmaculada, interpelé a mi director espiritual de aquellos años, el
Padre Alejandro Basile, jesuíta, confesor de los alumnos del cole­
gio. Lograda la seguridad de parte de la obediencia, me propuse dar
inicio a la obra.
Mientras tanto, nos trasladamos por un período de vacaciones
a la “Vigna”, que dista del colegio 20-30 minutos de camino.
Durante un partido de fútbol, comenzó a venirme la sangre a la
boca. Me retiré y me extendí sobre la hierba. Se puso a cuidarme
Fray Jerónimo Biasi, de santa memoria. Escupí sangre por un
buen rato. Después, en seguida me dirigí al médico. Me alegraba

137
el pensar que, quizás, ya había llegado al término de mi vida. El
médico me ordenó regresar al colegio en carroza y ponerme en
cama. Las medicinas detenían con dificultad la sangre que seguía
saliendo. Durante aquellos días venía a visitarme el joven y pío
clérigo de santa memoria, Fray Jerónimo Biasi.
Dos semanas más tarde, el médico me permitió salir por
primera vez del colegio y, aunque con dificultad, me dirigí a la
“Vigna”. Los clérigos, al verme, me recibieron con algarabía y fiesta
y me trajeron higos frescos, vino y pan. Después de esa somera
refección, cesaron los dolores y las punzadas.
Por primera vez puse en conocimiento de Fray Jerónimo y de
otros clérigos la idea de dar inicio a la asociación, pero con la
condición de que cada uno de ellos interrogara, ante todo, a su
director espiritual, para asegurarse de la voluntad de Dios.
Con el consentimiento del Padre Rector, la tarde del 16 de
octubre de 1917 tuvo lugar la primera reunión de los primeros siete
socios, o sea: Fray José Pal, Fray Antonio Glowinski, Fray Jeróni­
mo Biasi, Fray Quirico Pignalberi, Fray Antonio Mansi, Fray
Enrique Granata y yo mismo.
En una pobre celda cerrada con llave, en el Colegio Internacio­
nal de Roma, siete jóvenes clérigos, vestidos con el sayal y ceñidos
con el cordón franciscano, teniendo al costado el rosario como sable
espiritual, examinaron los puntos del primer estatuto de la Milicia
de la Inmaculada. Frente a ellos, entre dos velas encendidas,
estaba puesta una pequeña imagen de la Inmaculada.
Al reunir a estos jóvenes e inexpertos religiosos, la Inmaculada
sabía desde entonces que algunos habrían obrado con mayor o
menor empeño; que otros se habrían asociado de modo más orga­
nizado, con el fin de sujetarle a Ella las almas más fácilmente, con
mayor eficacia y con energías mancomunadas, según el pensa­
miento de estatutos adecuados; que otros habrían quebrado toda
barrera en su consagración a Ella, incluyendo también la de
encerrarse en su “jardín” (Niepokalanów), con el fin de sacrificar la
vida entera exclusivamente por Ella.
Además, sus caballeros no se limitan a defender la fe, sino que
se lanzan al ataque, a la ofensiva, para conquistar las ciudadelas
enemigas. Avanzan pero nutriendo en el corazón un amor sin
límites hacia el prójimo, el mismo amor de la Inmaculada, aunque
el prójimo no sólo sea extranjero, de raza o de color diferentes, sino
también francamente enemigo abierto de la religión, de la Inma­
culada, de Dios...

138
Avanzan también con el odio, un odio implacable, ese odio que
la Inmaculada misma nutre con respecto al mal y al pecado,
aunque sea leve.
Cada conversión y cada paso en el camino de la santificación
son obra de la gracia, mientras la dispensadora de todas las gracias
que brotan del sacratísimo Corazón de Jesús no es otra sino su
Madre, la Inmaculada. Por esto, cuanto más se le acerca un alma
a Ella, con tanta mayor abundancia saca tales gracias. Por consi­
guiente, nuestra misión fundamental es la de acercarle las almas
a Ella, de llevarla a Ella a las almas... Y todo debe acontecer lo más
pronto posible (SK 1278 y 1277).

Gran programa en pocas líneas


Durante la reunión fundacional los siete franciscanos conven­
tuales y caballeros de la Inmaculada examinaron los puntos
básicos del “programa de la Milicia”.
¿En qué consiste ese “programa”, como lo llama pomposamente
Maximiliano ?En una veintena de líneas de una simple página de
cuaderno, Maximiliano traza su ambicioso programa.
Es un programa mañano: la Inmaculada campea como Reina
y Madre; programa batallador: la lucha del bien contra el mal y la
promesa de victoria del bien, gracias a la mediación de la Inmacu­
lada; programa mínimo y esencial en tres puntos :fines, condiciones
y medios; programa elástico, abierto a todos los estados de vida y a
todas las posibilidades de adhesión. El centro inspirador y motor
del programa es la consagración a la Inmaculada, en una creciente
toma de conciencia de la propia pertenencia a Ella.
Todos los biógrafos y los estudiosos quedan atónitos ante la
desproporción entre los fines y los medios, entre un programa tan
escueto y sus pretensiones de conquista mundial.
¿Qué movía al Padre Kolbe? Un amor ilimitado a la Inmacula­
da y el deseo de que todos la conocieran, la amaran y la sirvieran,
para así conocer, amar y servir mejor a Cristo. Y el amor es la
máxima palanca para mover el mundo entero, ya que Dios es el
Amor, la Inmaculada Madre del Amor hermoso y Maximiliano
caballero del Amor consagrado.

MILICIA DE LA INMACULADA
“Ella te aplastará la cabeza” (Gn 3,15).

139
“Tú sola destruiste las herejías en el mundo entero” (Oficio de
la Virgen).
FINES:
Procurar la conversión de los pecadores, herejes, cismáticos...
y de manera particular de los masones; y la santificación de todos,
bajo el patrocinio y por la mediación de la bieventurada Virgen
María Inmaculada.
CONDICIONES:
(1) Total ofrecimiento de sí mismo a la Inmaculada, poniéndose
como instrumento en sus manos inmaculadas.
(2) Llevar la “Medalla Milagrosa”.
MEDIOS:
(1) Suplicar, posiblemente cada día, a la Inmaculada con esta
jaculatoria: “Oh María concebida sin pecado, ruega por nosotros
que recurrimos a ti, y por cuantos a ti no recurren, en especial, por
los enemigos de la santa Iglesia y por aquellos que te son encomen­
dados”.
(2) Usar todos los medios legítimos según la posibilidad en los
diferentes estados, condiciones de vida y ocasiones que se presen­
ten. Todo se deja al celo y a la prudencia de cada uno. Medio
especial es la difusión de la Medalla Milagrosa.
Concédenos que te alabemos, oh Virgen santísima. Danos
fuerza contra tus enemigos (SK 21).

Cenu/na explicación del programa M. I.


Como es de suponer, el Padre Kolbe tanto a través de charlas
como de artículos periodísticos habló muy a menudo del programa
de la Milicia de la Inmaculada.
Siendo el fundador de la M. /., Maximiliano es el mejor
intérprete y por eso nos puede ofrecer la explicación másgenuina del
programa.
La charla que dio a los clérigos franciscanos conventuales de
Cracovia, el 15 de noviembre de 1919, es muy larga y de alto nivel
teológico, pero completa y exhaustiva. Para una mejor asimilación,
hemos subdividido el tema en subtítulos.
Debemos asentar una acotación para el tercer subtítulo. Maxi­
miliano, de acuerdo con varios teólogos escolásticos, habla de la
“economía de justicia”, reservada a Cristo, mientras la “economía
de la misericordia”está reservada a María. Es una manera impro­

140
pia y popular de hablar, porque Cristo por su mediación nos
manifiesta la misericordia más sublime. Se podría entender esas
palabras en el sentido de que Cristo hizo que su Madre colaborara
en las obras de misericordia, excluyendo las de la propia justicia.

Con esta charla quisiera ilustrarlos, aunque en breve y sin


demasiadas pretensiones, acerca del fin, la naturaleza, los medios,
las dificultades y la recompensa que nos está reservada.

I. EL FIN DE LA MILICIA DE LA INMACULADA


Todo está modelado en conformidad con el fin para el cual
existe; por eso también para conocer la naturaleza de la M. I., es
necesario examinar el fin. Además, toda cosa tiene un doble fin:
último e inmediato.
El fin último de toda criatura es la gloria externa de Dios. Las
criaturas inteligentes ofrecen esta gloria de modo perfecto, porque
no sólo son una imagen de las perfecciones divinas, sino que,
además, conocen y reconocen tal imagen. De aquí el homenaje, la
adoración, la acción de gracias y el amor de la criatura hacia el
Creador. Por lo tanto, nosotros debemos amar a Dios de modo
infinito, porque Él nos amó de modo infinito y manifestó tal amor
descendiendo Él mismo a esta tierra, para elevar, iluminar, forta­
lecer y hasta redimir al hombre culpable, mediante la muerte más
ignominiosa y en medio de los más horrorosos tormentos; perma­
neciendo aquí entre nosotros hasta el fin de los tiempos, aunque
esté tan abandonado e insultado por personas ingratas; y dándose
en fin a nosotros como alimento, para divinizamos con su divini­
dad.
Sin embargo, al ser nosotros criaturas limitadas, no somos
capaces de dar a Dios una gloria infinita. Démosela, al menos,
cuanta más podamos. Por esto el fin último de la M. I. es precisa­
mente la gloria de Dios, y no sólo una mayor gloria, sino la máxima
gloria posible.
En cambio, el fin inmediato es aquél hacia el cual se tiende
directamente y que sirve como medio para alcanzar el fin último.
La manifestación de las perfecciones divinas es el fin último de la
creación entera, mientras el fin del hombre es conocer, reconocer
y perfeccionar libremente en sí mismo la imagen divina. De esa
manera correspondería a las gracias divinas, se uniría cada vez

141
más estrechamente a Dios mediante el amor y, para decirlo en
breve, se divinizaría.
La M. I. tiene como fin inmediato la solicitud por la conversión
de todos los acatólicos, particularmente de aquellos pobrecitos, los
masones, que, ofuscados por el fanatismo, levantan la mano
pérfida contra el Padre más bueno de todos; y todo esto bajo la
protección y por la mediación de la bienaventurada Virgen María
Inmaculada. Bajo su protección, es decir, como instrumentos en
sus pequeñas manos inmaculadas, y por su mediación, o sea,
utilizando los medios que Ella pone a nuestro servicio y orando
para que Ella obtenga misericordia.
En la oportunidad anterior recordé el motivo por el cual
nosotros recurrimos a la santísima Virgen María, bajo el título de
Inmaculada Concepción.

II. LA NATURALEZA DE LA M. I.
Este es el fin, según el cual debe ser modelada la entera
asociación.
Por la filosofía llegamos a saber que la naturaleza de cada cosa
está compuesta de materia y de forma, unidas juntas. En la M. I.,
como en toda asociación, la materia son los miembros. Y éstos
pueden ser, sin excepción, todos los que desean alcanzar el fin
susodicho: jóvenes y ancianos, religiosos, sacerdotes y seglares,
hombres y mujeres, estudiantes e iletrados, en una palabra todos
los que desean rendir a Dios la más grande gloria posible, sin
limitaciones, por medio de la Inmaculada.
La forma, o sea, lo que une a los miembros a tender a la
consecución del fin y que constituye la esencia de toda asociación,
en la M. I. es la consagración total, ilimitada a la santísima Virgen
María Inmaculada, para que Ella se digne realizar en nosotros y
por medio de nosotros lo que está escrito de Ella: “Ella te aplastará
la cabeza” (Gn 3,15) y “Tú sola destruiste las herejías en el mundo
entero” (Oficio de la Virgen); en una palabra, para que Ella se digne
santificarnos a nosotros y unir a los demás, por medio nuestro, a
Dios con el amor más estrecho posible.
El signo externo de esta consagración es la Medalla Milagrosa,
por el hecho que fue Ella a entregárnosla. El llevar tal medalla
constituye un aspecto integrante de la M. I.
Tanto la actuación concreta del espíritu de consagración como
el llevar la Medidla Milagrosa no obligan bajo pena de pecado, ni

142
el más pequeño. El único motivo de la existencia y de la actividad
de la M. I. es sólo el amor, un amor sin límites hacia el sacratísimo
Corazón de Jesús con el fin de ofrecerle a El el mayor número
posible de almas y de unirlas a Él de la manera más estrecha.

III. LOS MEDIOS DE LA M. I.


Nosotros somos un instrumento en las amorosísimas manos de
la Inmaculada y sólo así podemos alcanzar nuestro último fin: la
gloria de Dios, no sólo una gloria mayor, sino la más grande posible.
Toda nuestra solicitud, pues, debe ser: dejamos conducir, para que
no hagamos nada según nuestra cabeza, sino todo lo que Ella desea
y como a Ella le agrade.
¿De qué fuente conocemos nosotros la voluntad de nuestra
Reina, de nuestra Capitana?
En esta tierra hay un solo medio seguro: la santa obediencia a
los representantes de Dios. La voluntad de Dios es todo lo que desea
la Inmaculada, con esta diferencia, si humanamente nos podemos
expresar así, que Dios lo dirige todo según justicia, mientras la
santísima Virgen, precisamente por el hecho de que nos fue dada
por Madre, puede ponemos al abrigo, anulando los golpes de la
justicia, bajo su materno manto de misericordia. Por esto también
san Bernardo afirma que Dios reservó para sí la economía de la
justicia, mientras confió a la Inmaculada la misericordia.
Además, a veces nosotros podríamos conocer sus intenciones
también por medio de las inspiraciones interiores, pero a solas casi
jamás somos capaces de aseguramos si esas inspiraciones provie­
nen de Ella o de nuestro amor propio o de Satanás, el cual, con el
esplendor de un ángel, puede insinuar a veces cosas aun santísi­
mas en sí mismas y que podrían ser buenas para otras personas,
mientras Dios podría no querer aquella determinada cosa para
nosotros.
Aunque se nos apareciera la santísima Virgen María en perso­
na y nos confiara la misión más sublime, ¿qué nos podría dar la
seguridad de que es Ella efectivamente quien nos habla y no alguna
ilusión o un engaño del demonio? Sabemos que Satanás se apareció
a santa Catalina de Siena (si no me equivoco) incluso bajo las
semblanzas de Jesús crucificado y por algún tiempo la mantuvo en
engaño.
También en este caso la prueba más segura es la obediencia, o
sea, la manifestación al superior de lo que sentimos en el respectivo

143
ámbito, interno o externo, y la ejecución ciega de sus mandatos. Si
él prohibe, pero la Inmaculada quiere, entonces Ella, como en las
manifestaciones de la Medalla Milagrosa, sabrá alcanzar su propia
meta. A veces Dios permite semejantes obstáculos justamente con
el fin de consolidar la propia obra; pero si la inspiración no procede
de Ella, ¡que se derrumbe lo más pronto!
Pues bien, no sólo por medio de las órdenes de los superiores,
sino también por medio de la autorización a llevar a cabo las
inspiraciones interiores, nosotros llegamos a conocer las órdenes
de nuestra Reina. Toda nuestra vida, todo pensamiento, palabra y
acción están en sus manos. ¡Que Ella dirija todo como le agrade!
En variados tiempos la santísima Virgen María acudió en
ayuda de los propios hijos y les ofreció diferentes modos para que
alcanzaran más fácilmente la salvación y la liberación del yugo de
Satanás. Ahora, en la era de la Inmaculada, la santísima Virgen
entregó a la humanidad la Medalla Milagrosa, que, por medio de
innumerables milagros de curaciones y, sobre todo, de conversio­
nes, confirma el propio origen celestial.
Al manifestarla, la Inmaculada misma prometió muchísimas
gracias a todos los que la llevaran. Y ya que la conversión y la
santificación son gracias divinas, la Medalla Milagrosa es el medio
mejor para alcanzar nuestro fin. Por esto ella constituye el arma
mejor de la “Milicia”. Es el proyectil con el que el fiel “milite” traba
la batalla con el enemigo, o sea, el mal, salvando de esa manera a
los malvados. “Y, sobre todo, la Medalla Milagrosa”.
En la Medalla está la jaculatoria: “Oh María, concebida sin
pecado, ruega por nosotros que recurrimos a ti”. La misma Inma­
culada puso en nuestra boca esta oración, revelándola y recomen­
dándonos que la rezáramos. Llevemos, pues, a la práctica también
esta recomendación. Además, dado que existen también algunos
que no recurren a Ella, nosotros añadimos: “Y por todos los que a
ti no recurren”. Y ya que en nuestros tiempos la cabeza de los
acatólicos, la cabeza de la serpiente infernal —bien se puede
decir— es la masonería, nosotros recordamos de modo particular
a los que se dejan seducir por ella.
De tal modo, cada día nosotros lanzamos un asalto contra el
dragón infernal en todos sus miembros, pero sobre todo en la
cabeza. Ahora nosotros no vemos los resultados de este trabajo o,
más bien, de la oración; sin embargo, después de la muerte
podremos constatar lo verdaderas que son las palabras del Salva­
dor: “Pidan y recibirán” (Jn 16,24). En este caso podemos estar

144
seguros que lo que pedimos no está ciertamente en contra de la
voluntad de Dios.
“Todo medio, con tal que sea lícito, que el estado, las condicio­
nes y las circunstancias permiten, y que se recomienda al celo y a
la prudencia de cada uno”. Aquí se abre un vastísimo campo de
trabajo, porque muy diferentes son “los estados, las condiciones,
las circunstancias” y numerosas las modalidades de acción.
Entre las modalidades de acción se pueden distinguir dos
categorías generales: individual (de una persona en particular) y
social (común). En el trabajo individual cada persona en particular
puede hacer muchas cosas, según los talentos que Dios le dio y del
amor ardiente y confiado que ella expresa en la oración. Sin
embargo, pueden comprobarse siempre unas situaciones a las que
a solas él no sería capaz de hacer frente. Lo mismo sucede en la
oración. Jesús mismo afirmó: “Donde dos o tres están reunidos en
mi nombre, yo estoy en medio de ellos” (Mt 18,20). Con fuerzas
comunes se puede orar y trabajar con mayor eficacia.
Con todo, a este propósito la naturaleza de las relaciones
sociales debe diversificarse según los cambios de los “estados,
condiciones y circunstancias”. Común a todos es la tendencia a una
más perfecta y fácil consecución del fin, que en nuestro caso es la
salvación y la santificación más elevada del mayor número posible
de almas.
Como ya recordé, todos los medios, solamente individuales o
también sociales, han de ser usados según la obediencia, el único
criterio seguro —en esta tierra— de la voluntad de Dios y, consi­
guientemente, de la Inmaculada. “Se recomiendan al celo y a la
prudencia” (se entiende sin obligar mínimamente bajo pena de
pecado), sólo que en el otro mundo cada uno recibirá la recompensa
en base a lo que haya hecho.
Solamente apoyándonos en esta roca inconmovible, nosotros
podemos ser inconmovibles como Dios, porque estamos seguros de
su voluntad por medio de la Inmaculada; y aunque la obediencia
hoy nos dice “sí” y mañana “no”, hoy haremos “sí” y mañana “no”,
pero jamás diremos que nos hemos equivocado si precedentemente
habíamos obrado de manera diferente. Iba bien como habíamos
hecho antes y va bien ahora; del mismo modo como Dios es
inmutable, aunque hoy haga caer la lluvia y mañana no.

IV. LAS DIFICULTADES DE LA M. I.


Naturaleza del trabajo, características (la serenidad...)

145
Sobrevendrán también dificultades y contrariedades que hay
que superar. Cualquier cosa buena que acontezca en esta tierra,
tanto más grande y buena es, cuanto mayores fueron las dificulta­
des experimentadas. Basta dar una mirada a la historia. También
nosotros, pues, debemos esperamos algo semejante. Y no digo esto
sólo “a priori”, porque yo mismo vi con mis ojos y oí decir cómo la
M. I. de Roma se purificó en el fuego.
¿De dónde pueden venir tales contrariedades? Debemos estar
preparados para recibirlas de cualquier parte. No hablo aquí de la
fatiga que experimentamos en cada trabajo y tampoco de la lucha
que trabarán con nosotros aquellos por cuya salvación eterna
debemos combatir. Ellos a veces interpretan mal nuestras inten­
ciones y los propósitos mejores (y en alguna ocasión esto sucede
adrede) y lanzan las más falsas calumnias según su palabra de
orden, pronunciada, por lo que recuerdo, por Voltaire: “Calumnien,
calumnien, algo quedará”.
Quiero hablar de aquella persecución a la que nos pueden
someter personas sensatas, prudentes y hasta devotas y santas
(quizás, también inscritas en la filas de la M. I.) y que a lo mejor se
comportan de aquel modo con la mejor de las intenciones. En
verdad, lo que hace sufrir mayormente (si no se confía únicamente
en Dios por medio de la Inmaculada) es el ver que alguno, por la
mayor gloria de Dios y con el más grande fervor de que es capaz, nos
corta todos los caminos, arruina y procura destruir lo que construi­
mos y también, después de acercarse él mismo a la causa de la
Inmaculada, más adelante disuade a los demás, insinuando la
duda y sembrando la desconfianza y la indiferencia.
Como si esto no fuera bastante, también nosotros somos in­
constantes. Lo que hoy aceptamos con entusiasmo, mañana nos
parece banal; lo que hoy nos atrae con su fascinación, mañana nos
desalienta por la cantidad y la dureza de los sacrificios.
En tales casos, ¿sobre cuáles fundamentos debemos basamos?
Para que un fundamento pueda ser inconmovible, debe tener algo
estable, inmutable, en una palabra, algo divino, que para nosotros
es únicamente la santa y ciega obediencia a la Inmaculada, que nos
manifiesta la propia voluntad a través de los superiores. Afirma­
dos sobre semejante fundamento, no vamos a temer ninguna
tempestad.
Aunque todos los malos y los buenos se levanten en contra de
él con la palabra y la acción, el cuerpo abrumado poltronee frente
a la fatiga, la inteligencia se ofusque, la voluntad vacile y se

146
desaliente, el infiemo se ponga furioso, el mundo entero se dé
vuelta y todas sus cosas entren en alboroto...; aquel que desprecia
todo esto, no confiando en absoluto en sí mismo sino ilimitadamen­
te en Dios por la Inmaculada, está seguro de obrar en sus manos
omnipotentes. De veras, ésta y únicamente ésta es la roca granítica
contra la cual se deshacen todos las oleadas espumajeantes.
Puedo afirmar, no sólo en teoría sino por experiencia mía y de
otros, que vi con mi gran estupor, el modo con que algunos, sin
turbarse, lograron superar todas las dificultades, por otra parte
muy comprensibles y dictadas por la prudencia, tendientes nada
menos que a la anulación de la M. I. en sus mismas raíces: “razones
humanas.. .”y lo que entraba por un oído, se desvanecía por el otro.
Todas estas contrariedades son muy útiles, necesarias y hasta
indispensables, porque esclarecen la entera causa, fortalecen y
acostumbran la voluntad para la fatiga y llegan a ser manantial de
méritos para el paraíso.
De tal modo muchas cosas se esclarecieron “de hecho” ya entre
las dificultades surgidas en Roma, en particular, el fundamento y
los principios de toda la Milicia. Lo mismo también sucede en la
santa Iglesia, en la que las herejías son un estímulo para el
desarrollo y la clarificación de las verdades.
Además, la voluntad, que ya conoce la fuerza y la inmutabili­
dad de la verdad hostilizada, está solicitada a mantenerla. Cuando
las dificultades superadas se disipan, toma coraje, se reanima y,
puesta a prueba por el sufrimiento aunque facilitado por la espe­
ranza y hasta por la seguridad de la victoria, dado que el funda­
mento es inconmovible, se traba en batallas más duras, más
arriesgadas, que la pueden hacer sufrir más.
Como consecuencia, alcanzaremos también una recompensa
mucho mayor que la que habríamos alcanzado si todo hubiera ido
sobre rieles, una recompensa tanto más grande y maravillosa,
cuanto más ardua fueren la fatiga, más doloroso el sufrimiento,
más ardiente el amor que demostremos exclusivamente a Dios
mediante la obra de la salvación y de santificación de las almas.

V. NUESTRA RECOMPENSA
Con el fin de atraemos cada vez más a sí y de animamos al
trabajo, Dios, en su bondad infinita, a veces nos hace saborear aún
aquí en la tierra una pizca de aquella felicidad, cuya plenitud
deberá ser nuestra corona. Si nos empeñamos con todas las fuerzas
147
en corresponder lo más fielmente posible a la gracia divina y en
difundir en nosotros mismos y en los demás la gloria de Dios, por
medio de la Inmaculada, tal vez saborearemos la gozosa serenidad
del niño, que abandonándose sin reserva alguna en las manos de
la propia madre, no se preocupa por nada, no tiene miedo a nada,
confiando en la sabiduría, en la bondad y en la fuerza de su buena
genitora. A veces a nuestro alrededor arreciará la tempestad,
caerán los rayos; pero nosotros, consagrados de manera tan ilimi­
tada a la Inmaculada, estaremos seguros de que nada nos aconte­
cerá, hasta que nuestra óptima Madrecita lo permita. Nos reposa­
remos agradablemente trabajando y sufriendo por la salvación de
las almas.
A veces las cruces se abatirán pesadamente sobre nosotros;
pero la gracia de Dios enfervorizará nuestros corazones inflamán­
dolos de un tal amor que arderemos por el deseo del sufrimiento,
de un sufrimiento sin límites, de humillaciones, de escarnios, de
olvidos. Con ello tendremos la posibilidad de demostrar nuestro
amor hacia el Padre, hacia nuestro queridísimo amigo, Jesús, y
hacia su dilectísima Madre, la Inmaculada. El sufrimiento es
escuela, alimento y fuerza del amor. “Afligidos, pero siempre
gozosos” (2 Co 6,10).
Hela aquí: ésta es una vida gastada por un ideal.
Entonces, aunque por un lado un entero batallón de encarniza­
dos enemigos se conjure contra nosotros, hallaremos por el otro
también auténticos amigos, que, unidos a nosotros con sincero
amor en la unidad de un común ideal, nos confortarán en la tristeza
y nos socorrerán en la caída, para que jamás dejemos caer las
manos, sino que combatamos con tenacidad y con firmeza hasta la
muerte, confiando únicamente en Dios por medio de la Inmacula­
da.
Sin embargo, todo esto es apenas una parcela de la recompensa
que nos espera, y no siempre ella nos acompañará. Sólo cuando
nuestra Madrecita, al ver nuestra debilidad, quiera fortificamos,
entonces nos enviará a nosotros, sus hijos, estos caramelos, que
deberemos aceptar con la máxima gratitud y humildad, con el fin
de que nos robustezcamos y nos pongamos de nuevo al trabajo.
Con todo, nos enriqueceremos mayormente de gracias cuando,
en la oscuridad exterior e interior, colmados de aflicciones, abru­
mados por el trabajo, sufridos, sin consolaciones, perseguidos a
cada paso, ridiculizados, escarnecidos, solos... como Jesús en la
cruz, nos esforcemos por orar por todos, por atraer a todos con todo

148
medio (como hizo Jesús en el último instante hasta con el ladrón)
a Dios por medio de la Inmaculada y por unirlos a Él lo más
íntimamente posible.
Esta vida pasará y entonces iniciará nuestra verdadera recom­
pensa. Nada, ni la más pequeña fatiga, ni el más pequeño sufri­
miento, abrazados por la gloria de Dios, escapará a una abundante
recompensa y esto por la eternidad entera... Como vemos en la
historia, Dios recompensará no sólo lo que hayamos hecho, sino
también lo que hayamos deseado hacer, aun sin tener la fuerza
suficiente para llevarlo a cabo. ¡Desear, pues, pero desear sin
límites! Y Él —¡bondad infinita!— permite a menudo a los que lo
aman poder satisfacer sus deseos hasta después de la muerte,
desarrollar una acción en la tierra, orar y trabajar por la salvación
y la santificación de las almas. Precisamente de estas aspiraciones,
más de una vez, nacen las buenas inspiraciones y hasta los
milagros.
Santa Teresita del Niño Jesús decía: “Si supiera que en el
paraíso, después de la muerte, no podré trabajar más por la
salvación de las almas, preferiría permanecer en esta tierra hasta
el fin del mundo” (se debe entender con la incertidumbre de la
propia salvación) y prometió hacer descender del cielo una lluvia
de rosas, es decir, de gracias. Y realmente, en el breve período de
tiempo transcurrido desde su muerte, ella obtuvo muchas gracias
de Dios y las hizo descender sobre toda la faz de la tierra, como
demuestran los milagros publicados en las últimas ediciones de su
biografía. Igualmente santa Gema Galgani ya es conocida hasta en
China y en todas partes va a la caza de numerosas almas.
De la misma manera, también nosotros podemos nutrir la
esperanza que, si ahora, imitando a estas almas santas, muertas
en estos últimos tiempos, ardemos del deseo de salvar las almas,
después de nuestra muerte la Inmaculada completará la propia
obra sirviéndose de nosotros; más aún, solamente entonces podre­
mos consolar el sacratísimo Corazón de Jesús mucho más que
cuanto hayamos hecho en esta tierra en la que, al dar una mano a
los demás, debemos prestar mucha atención para que no caigamos
nosotros mismos.
Mientras estaba por morir, Jesús mismo, entre todas las
personas amigas que tenía, vio bajo la cruz solamente a la santísi­
ma Virgen y al discípulo predilecto. Los demás discípulos habían
huido todos; uno lo había renegado conjuramento, mientras Judas
lo había vendido a los judíos. Por esto, no debemos afligirnos

149
demasiado, si no logramos ver en esta tierra los frutos de nuestro
trabajo. Puede ser voluntad de Dios que los recojamos después de
nuestra muerte y que algún otro los vea en este mundo.
Nuestra primera recompensa, pues, es la posibilidad y la
facilidad de “pescar” almas de la manera más eficaz, hasta después
de nuestra muerte.
Además, ¡imaginemos cuánto reconocimiento nutren con res­
pecto a nosotros todas aquellas innumerables filas de almas a las
que habremos abierto las puertas del paraíso o cuya gloria habre­
mos aumentado también de un solo grado! ¡Cuánto nos agradece­
rán por toda la eternidad! Pero también nosotros estaremos agra­
decidos a ellas, porque, trajinando en su favor, nos hemos prepa­
rado también para nosotros mismos una corona en paraíso.
¡De qué amor arderán ellas hacia Aquélla que se dignó servirse
de nosotros como instrumentos para liberarlas de las cadenas del
demonio! Nosotros, por nuestra cuenta, no acabaremos nunca de
rendir homenaje a su bondad, por haberse dignado escogemos a
nosotros, tan indignos, pobres e incapaces, para que fuésemos sus
soldados a la conquista de los corazones para Ella.
En fin, ¡qué himno de adoración, de gloria y de acción de gracias
elevarán todos los habitantes del cielo al Corazón de Jesús, por
habernos dado una Madrecita tan tierna, para que, frente a los
justos golpes de la justicia divina, pudiéramos recurrir a Ella y
escondemos bajo su manto materno! Efectivamente El, no que­
riendo castigamos, sino perdonamos, quiso ofrecemos a nosotros
una mediadora, una protectora, una Madrecita queridísima y le
confió a Ella la entera economía de la misericordia, reservando
para sí la justicia.
Además, El la creó tan buena que Ella no es capaz de abando­
nar ni al peor de los pecadores que recurre a Ella, y tan poderosa
que basta uno de sus deseos para doblegar en seguida el Corazón
infinito de Dios. Y así todos, en unión con la Inmaculada, agrade­
ceremos y adoraremos eternamente la misericordia, la bondad, la
sabiduría, la potencia y la justicia de Dios, en la posesión de la
recompensa que El nos había prometido.
Entonces, mientras formemos los batallones de su guardia de
honor y estemos muy cerca de Dios, justamente porque nos encon­
tramos cerca de Ella, alcanzaremos el fin último de la M. I., o sea,
la máxima gloria posible de Dios por medio de la Inmaculada (SK
1248).

150
Despliegues e irradiaciones

Los dos frentes de la Milicia de la Inmaculada


Toda idea, aun la más santa, si no se la siembra, permanece
infecunda. La Milicia de la Inmaculada nació para ser movimiento
de espiritualidad mariana y apostólica.
El Padre Kolbe reconoce que tuvo que avanzar en medio de
enormes dificultades, tragar incomprensiones y contrastes, derri­
bar barreras de oposición, conquistar el terreno palmo a palmo...
Además, la situación polaca era tempestuosa. Al este el ejército
bolchevique pugnaba por ocupar la capital, Varsovia; la inflación,
que crecía hora tras hora y minuto tras minuto, carcomía todo
recurso. El estado polaco, recién constituido después de dos siglos
de desintegración, debía repechar cuestas muy empinadas para
organizarse.
En lo personal Maximiliano se hallaba afectado por la tubercu­
losis que lo debilitaba con flujos de sangre y fiebre y a veces lo
obligaba a pasar largas temporadas en el sanatorio.
Al regresar a Polonia en el año 1919, Maximiliano sabía muy
bien lo que quería. Había reflexionado mucho sobre el plan de
trabajo y, quizás, hasta había recibido alguna ilustración de lo alto.
Dos eran los frentes que se le abrían:por un lado divulgar la M.
I. y buscaren todas partes socios y adherentesypor el otro establecer
una vinculación entre los socios y los centros M. I. La revista
mensual “El Caballero de la Inmaculada” fue el instrumento de
151
conexión que, al crecer prodigiosamente en centenas de miles de
ejemplares, hizo surgir la necesidad de buscar colaboradores y de
agrupar las iniciativas en un centro.
Maximiliano pensaba que la Inmaculada no merecía colabora­
dores asalariados, sino consagrados y con dedicación plena. Los
centros por él fundados fueron Niepokalanów en Polonia y Mugen-
zai no Sono en el Japón; pero él aspiraba que toda nación tuviera
un centro impulsor mariano apostólico.
El Padre Kolbe trató tan amplia temática en numerosas charlas
y artículos periodísticos. Aquí reproduciremos los más importan­
tes.

“Niepokalanów”. Más de una vez esta palabra, a través de las


ondas de la radio, llegó a los palacios y a los subterráneos, a los
edificios de ladrillos y a las taperas. Ya todos oyeron hablar,
aunque brevemente, de Niepokalanów. Sin embargo, no todos se
comportan del mismo modo con respecto a ella. Los que se intere­
san más de cerca por ella, la aman cordialmente u, otro tanto
cordialmente, la odian y no le mezquinan injurias y difamaciones.
De cualquier manera, de un modo u otro, cada uno manifiesta
alguna curiosidad con respecto a Niepokalanów. Por consiguiente,
yo pienso que el decenio de Niepokalanów no sea en absoluto un
acontecimiento carente de interés para la gran mayoría de los
respetables radioescuchas. Por eso, quisiera aprovechar la presen­
te ocasión para hablar brevemente de las idealidades de Niepoka­
lanów.
La fe en la Inmaculada Concepción de la santísima Virgen
María, de la que hoy celebramos la solemnidad, se remonta a los
comienzos de la Iglesia, aunque el dogma fue definido solamente en
el año 1854. Cuatro años más tarde, en Lourdes, la misma Inma­
culada, solicitada por una pregunta de Bernardita, afirmó: “Yo soy
la Inmaculada Concepción”. Como secuela de la proclamación de
tal dogma, la devoción a la Inmaculada se difundió ampliamente
en el mundo y muchas asociaciones se empeñaron en combatir,
bajo su estandarte, por el reino de Dios en la tierra.
Una de estas asociaciones es la Milicia de la Inmaculada, cuya
sigla internacional es M. I., que precisamente este año celebra los
veinte años de su existencia (1917-1937). La ocasión que impulsó
para su fundación fueron las demostraciones cada día más provo­

152
cadoras que la masonería italiana desplegaba contra la Iglesia, en
la misma ciudad de Roma. Por ejemplo, enarbolaba las propias
banderas delante de las ventanas del Vaticano, hacía flamear un
estandarte en el que se representaba al arcángel Miguel bajo los
pies de Luzbel, y así sucesivamente.
Evocando las deliberaciones de la masonería: “Nosotros podre­
mos vencer la religión católica no con el razonamiento, sino
pervirtiendo las costumbres”, un pequeño grupo de jóvenes estu­
diantes del Colegio Internacional de los Franciscanos Conventua­
les de Roma se propuso rechazar los ataques contra la Iglesia y
ayudar a las almas en la búsqueda del camino que conduce a Dios,
en la obra de conversión y santificación personal, llevada a cabo
mediante la renovación de las costumbres.
La indisciplina moral tiene su origen principalmente en el
debilitamiento de la voluntad. ¿Y quién es capaz de robustecer la
débil voluntad humana, sino Aquélla que es la Inmaculada desde
el primer instante de la propia existencia, la Madre de la gracia
divina? Por esto, durante la primera reunión de la Milicia, acaecida
en Roma en el año 1917, se estableció el siguiente programa:
empeñarse, por medio de la Inmaculada, como instrumentos en sus
manos, en la obra de conversión de los pecadores y de todos los que
la necesitan, y en la obra de santificación de todos.
Ya durante el año sucesivo la M. I. llegaba a Polonia. Inicial­
mente se desarrolló en el seminario de los Franciscanos Conven­
tuales de Cracovia. Más adelante, después de la publicación en
lengua polaca de la cédula de inscripción a la M. I., ésta comenzó
a abarcar amplios círculos de población fuera de los muros del
convento. Poco tiempo después se debió pensar en la impresión de
una revistita, que pudiera unir entre ellos a los adherentes al
movimiento, esparcidos acá y allá. Así, en los comienzos de 1922
tuvo origen el periódico mensual titulado “El Caballero de la
Inmaculada”.
Esa época fue muy difícil para la actividad editorial porque, a
causa de la inflación, el dinero se licuaba entre las manos, tan
cierto es que los superiores religiosos pudieron permitir el inicio de
la publicación sólo a condición que ni el convento ni la provincia
religiosa estuvieran expuestos a gastos, porque en tal caso el ya
difícil mantenimiento de los jóvenes seminaristas podía resultar
imposible.
Recuerdo que un día salí por las calles de Cracovia con la
finalidad de recoger, mendigando, algún dinerillo, necesario para

153
la impresión del primer número. Lloviznaba, y yo, a pesar de haber
recorrido ya algunas calles de la ciudad, me avergonzaba de entrar
en cualquier negocio y tender la mano para pedir la limosna.
El día siguiente hice esta reflexión: “¡Total! Tú no mendigas por
ti, sino por la causa de la Inmaculada”. Tomé ánimo y me dirigí a
un sacerdote de mi conocimiento, el párroco Padre Tobiasiewicz. Él
me acogió con mucha cordialidad, me entregó una oferta para la
nueva revista, me acompañó hasta su coadjutor, que hizo otro
tanto, y me dio también algunas direcciones. Desde entonces “El
Caballero de la Inmaculada” continúa manteniéndose con las solas
donaciones, y llega hasta todas aquellas personas que lo quieren
leer, aunque no tengan posibilidad de enviar ni la más mínima
limosna.
No se debía contraer deudas. Faltaban todavía 500 marcos
para saldar completamente los costos de impresión, aunque nadie
estaba enterado. Mientras estaba por dirigirme a la imprenta,
cruzando nuestra basílica, noté sobre el altar de la Inmaculada
Concepción un sobre con la inscripción: “Para ti, Madre Inmacula­
da”, y en él estaban precisamente 500 marcos, la suma que me
faltaba.
Se podrían recordar numerosos hechos semejantes, acaecidos
en el transcurso de estos veinte años; pero pienso que la interpre­
tación de tales hechos podría parecer demasiado ingenua. Es
simplemente tangible la mano de la Inmaculada, que hace progre­
sar su obra, a pesar de los miles de obstáculos y dificultades, ya
internas ya externas, y a pesar de nuestras debilidades y defectos.
Trasladado a la ciudad de Grodno en el año sucesivo, “El
Caballero de la Inmaculada” compra la primera máquina tipográ­
fica, aumenta la propia tirada, se reviste de una tapa azul y en cinco
años alcanza la cifra de 70.000 ejemplares, impresos por las manos
de los religiosos que se consagraron a la causa de la Inmaculada.
Pero los muros del convento se demostraron cada día más estre­
chos. Se iniciaron, pues, las indagaciones a la búsqueda de una
sede más amplia. Hacia fines del año 1927, el príncipe Drucki
Lubecki ofreció en uso un terreno de cinco morgas. Hacia los inicios
de octubre de 1928 se comenzó la obra edilicia y en vísperas de la
solemnidad de la Inmaculada Concepción del mismo año, precisa­
mente a las 10 de la mañana, tuvo lugar la bendición de la nueva
sede.
Los comienzos fueron fascinantes. En los primeros días las
mesas del comedor estaban constituidas por tablones ubicados

154
sobre valijas, las sillas por el pavimento, y las camas por paja
esparcida acá y allá con alguna avaricia sobre el pavimento.
Cuando llegaron las máquinas de Grodno, en la futura tipografía
faltaban todavía las puertas y las ventanas. A pesar del viento
gélido, todos trajinaron con solicitud y alegría para arreglar la
nueva sede y para permitir la expedición del número sucesivo del
“Caballero” en el tiempo previsto.
¿Qué resultados logró Niepokalanów en este decenio? Debemos
reconocer que, comparados con el Komintem ateo, los resultados
de nuestra actividad son todavía muy escasos. Por otra parte, si
consideramos cuidadosamente nuestras posibilidades, podemos
afirmar con toda sinceridad que, con la ayuda de la Inmaculada,
hemos trabajado con gran empeño; sin embargo, no hemos traba­
jado por ninguna ventaja personal, sino únicamente por amor
hacia la Inmaculada.
El número de los inscritos a la M. I. en Polonia y entre los
polacos en el extranjero alcanza actualmente la cifra de 600.000
personas. La tirada de “El Caballero de la Inmaculada” frisa los
750.000 ejemplares, la de “El Caballero para niños”, 180.000
ejemplares; y “El Pequeño Diario”, con sus 130.000 ejemplares
diarios, llega hasta aquellos amplios estamentos de la sociedad,
que muy difícilmente, a veces, podrían adquirir un diario más
voluminoso.
El 7 de marzo de 1930 cinco religiosos de Niepokalanów se
embarcaron en Marsella en un barco francés, dirigiéndose hacia el
Extremo Oriente. El 24 de abril desembarcamos en Nagasaki y ya
para el mes sucesivo la Inmaculada obró de tal modo que fue
enviado a Niepokalanów, en Polonia, este telegrama lleno de
alborozo: “Hoy expedimos “El Caballero” en japonés. Tenemos
tipografía. ¡Gloria a la Inmaculada!”
En el quinto año de su existencia la revista japonesa alcanzaba
la tirada de 65.000 ejemplares, enviados en gran parte a paganos.
Además, en la Niepokalanów japonesa junto con los 23 religiosos
llegados de la Niepokalanów polaca, se hallan actualmente 10
religiosos nativos, mientras el seminario menor recoge a 42 mu­
chachos japoneses.
A veces recibimos cartas conmovedoras de parte de los paga­
nos.
Un empleado, por ejemplo, nos escribe desde Tokyo: “Paseando
en un parque, hallé en un árbol un número de Mugenzai no Seibo
no Kishi. La revistita me agradó mucho. En el pasado había

155
tomado parte en asambleas protestantes, pero no había hallado lo
que buscaba. Envíenme la dirección de una iglesia católica. Soy
una empleada municipal. Gano 100 yens al mes, de los cuales 40
los entrego a muchachos pobres a los que doy clase. Y me quedan
sólo 60 yens. ¿Puede hacerse católica una persona que gana tan
poco?”
Un joven, que ya terminó la secundaria y al que los padres,
aunque le permitan leer nuestra revista, le prohíben todavía
dirigirse a una iglesia católica, escribe: “Tomen a su cargo mi pobre
alma. Envíenme algún libro católico”. Cuando su madre se enfermó
y fue internada en el hospital para someterse a una intervención
quirúrgica, al hacerle una visita, organizó la difusión de la revista
entre las enfermeras. En aquel período nos escribió: “En el hospital
había un niño moribundo. Aún siendo yo todavía pagano, lo
bauticé. ¡Alégrense conmigo!” En otra ocasión escribió todavía: “Mi
padre está de viaje y yo, por todo este tiempo, yendo a la escuela,
puedo dirigirme a la iglesia cada día. ¡Qué felicidad!”.
Más todavía. La enfermera de un hospital escribe que, hacien­
do la limpieza en la oficina de la dirección, halló un ejemplar de la
revista y lo tomó para leerlo. El director del hospital la reprendió
por tal hecho, asombrándose que una muchacha tan joven se
interesara por una religión extranjera. Con todo, ella escribe así:
“Yo no tengo más a mi madre. Quisiera que la Virgen santísima lo
fuera. ¿Qué debo hacer?”
Y muchas y muchas otras cartas semejantes, escritas con el
corazón.
Cuando alguno de estos paganos aprende la religión católica,
se encuentra con un misionero del lugar y recibe el bautismo, ¡con
qué alborozo nos escribe y nos agradece de todo corazón por el
hecho de que hayamos venido de la lejana Polonia para prepararle,
a través de nuestra revista mariana, tan grande felicidad!
Ya hay cédulas de inscripción en la M. I. en una larga serie de
idiomas extranjeros y muchas personas de diferentes nacionalida­
des adhieren a ella.
Sin embargo, no todos todavía conocen a la Inmaculada, no
todas las almas la aman. Muchos buscan la felicidad donde no se
la puede hallar y no tienen la fuerza de elevarse más en alto.
Algún tiempo atrás llegaron a Niepokalanów dos judíos a la
búsqueda de rezagos de papel. El más joven de los dos pidió poder
visitar Niepokalanów. Después de haber observado atentamente
nuestra vida, confesó: “Yo soy comunista, pero el comunismo
auténtico está aquí”.

156
Sí, en Niepokalanów existe una auténtica vida común, fundada
no en el odio y en la constricción, sino en el amor recíproco.
Cuando el espíritu de Niepokalanów, el espíritu de la M. I.,
impregne nuestra patria y el mundo entero, cuando la Inmaculada
llegue a ser la Reina de todo corazón que late bajo el sol, entonces
el paraíso llegará a la tierra, pero no el paraíso de los comunistas
o socialistas, sino—por cuanto es posible en esta tierra— el paraíso
verdadero, de cuya felicidad gozan en este momento los moradores
de Niepokalanów. Allí existe una única familia, de la que Dios es
el padre, la Inmaculada la madre, el divino prisionero de amor en
la Eucaristía el hermano mayor, mientras todos los demás no son
compañeros sino hermanos menores que se aman el uno al otro (SK
1222).

Nuestra guerra
El Padre Maximiliano, como cristiano y como franciscano, es el
hombre de “Paz y Bien”, de la fraternidad y déla solidaridad, y da
la vida en lugar de un compañero injustamente condenado a morir.
Sin embargo, muchas expresiones de su vocabulario tienen matices
militares. ¿A qué se deben?
Ante todo, Polonia en su historia siempre fue una nación
caballeresca y, además, por su posición geográfica entre dos colo­
sos: Rusia y Alemania siempre tuvo que luchar para defender su
religión y su patria. Maximiliano nació y se educó en este ambiente
de luchas y de desafíos.
Por otra parte, tanto san Pablo como muchas otras páginas
bíblicas utilizan la terminología militar como símbolos de las
luchas entre el bien y el mal.
Maximiliano tomó muy en serio la ascética cristiana, compen­
diada en el "Velen y oren”de Jesús (Mt 26,41), para combatir sus
defectos y vivir con fervor su vida religiosa y sacerdotal.
Al descubrir a la Inmaculada como camino de santidad y de
apostolado, se le entregó totalmente. La consagración, como cosa,
propiedad e instrumento de la Inmaculada, es la expresión de esa
entrega.

Al mirar a nuestro alrededor y al ver en todas partes tanto mal,


nosotros quisiéramos sinceramente, sobre todo, como miembros de
la Milicia de la Inmaculada, levantar una barrera contra este mal,
conducir a los hombres al sacratísimo Corazón de Jesús por medio

157
de la Inmaculada y así hacer eternamente felices, desde esta vida,
a nuestros hermanos que viven en este mundo. ¡Guerra al mal,
pues, una guerra implacable, incesante, victoriosa!
Pero, ¿sobre qué nos apoyamos? ¿Dónde hallar el impulso más
importante y valedero? Y, ¿dónde es necesario golpear ante todo?
A veces nos parece que Dios gobierne el mundo “con demasiado
poca energía”. Sin embargo, con un solo gesto de su voluntad
omnipotente Él podría aplastar y triturar en el polvo a todos los
Calles (Presidente de México de 1925 a 1928 y perseguidor de la
Iglesia católica), a todos los ateos de la Rusia Soviética, a todos los
españoles incendiarios de iglesias, a todos los inmorales envenena­
dores de la juventud y a todos aquellos que se les asemejan. Así
piensa nuestra mente limitada y estrecha, mientras la sabiduría
eterna, por su cuenta, juzga de modo diferente.
Las persecuciones purifican las almas como el fuego purifica el
oro, y las manos de los verdugos crean falanges de mártires,
mientras, más de una vez, al fin de todo, los perseguidores experi­
mentan la gracia de la conversión. Inescrutables pero siempre
sapientísimos son los caminos de Dios. De esto no se deduce en
absoluto que nosotros debamos cruzarnos de brazos y permitir que
los enemigos de las almas de los hombre bailen libremente. ¡Todo
lo contrario!
Con todo... nosotros no queremos corregir la Sabiduría infinita
y dirigir al Espíritu Santo, sino dejamos guiar por Él.
Imaginemos ser un pincel en las manos de un pintor infinita­
mente perfecto. ¿Qué debe hacer el pincel para que el cuadro
resulte lo más hermoso posible? Debe dejarse dirigir de la manera
más perfecta. Un pincel podría avanzar pretensiones de mejora­
miento en las manos de un pintor terreno, limitado, falible; pero
cuando Dios, la Sabiduría eterna, se sirve de nosotros como
instrumentos, rendiremos el máximo, del modo más perfecto, con
tal que nos dejemos guiar de manera perfectísima y total.
Con el acta de consagración nosotros nos ofrecimos a la Inma­
culada en propiedad absoluta. Sin duda Ella es el instrumento más
perfecto en las manos de Dios, mientras nosotros, por nuestra
parte, debemos ser instrumentos en sus manos inmaculadas.
¿Cuándo, pues, derrotaremos del modo más rápido y perfecto
el mal en el mundo entero? Eso acontecerá cuando nos dejemos
guiar por Ella de la manera más perfecta. Este es el problema más
importante y único.
Dije: “único”. En verdad, cada uno de nosotros debe preocupar­
se únicamente de armonizar, conformar, fusionar, por decir así,

158
completamente la propia voluntad con la voluntad de la Inmacu­
lada, así como la voluntad de Ella está completamente unida a la
voluntad de Dios, su Corazón al Corazón de su Hijo Jesús.
Es el único problema.Cualquier cosa que hagamos, aunque
fuere también el acto más heroico, capaz de sacudir las bases de
todo mal que existe en la tierra, tiene algún valor únicamente si,
al hacer tal acto, nuestra voluntad se pone en armonía con la
voluntad de la Inmaculada y, por medio de Ella, con la voluntad de
Dios. Una cosa sola, pues, o sea, la fusión de nuestra voluntad con
la de Ella, tiene algún valor, más aún, un valor total. Esta es la
esencia del amor —no el sentimiento, aunque él también sea
bueno— que nos debe transformar, por medio de la Inmaculada, en
Dios, y que debe quemarnos a nosotros y, por medio nuestro,
incendiar el mundo y consumir y destruir en él toda forma de mal.
Es ese fuego del que el Salvador decía: “Vine a traer fuego a la
tierra; ¡y cómo quisiera que ya ardiera!” (Le 12,49).
Después de habernos inflamado nosotros mismos con este
amor divino —repito que no se trata aquí de lágrimas dulces y de
sentimiento, sino de voluntad, a pesar de la aversión y repugnan­
cia—, haremos arder el mundo entero.
Sin embargo, somos nosotros que nos debemos inflamar, noso­
tros que no debemos enfriamos, sino arder siempre más fuerte-
mente.Nos debemos fusionar y llegar a ser una sola cosa con Dios,
por medio de la Inmaculada.
Debemos, pues, concentrar toda nuestra atención en esto,
únicamente en esto: unimos de modo estrecho y fusionamos con la
mano de nuestra Maestra, de nuestra Capitana, para que Ella
pueda hacer con nosotros lo que quiera.
Y ésta es la condición esencial para pertenecer a la M.I.:
“Consagrarse totalmente a la Inmaculada como instrumentos en
sus manos inmaculadas”.
Entonces y sólo entonces someteremos a la Inmaculada y, por
medio de Ella, uniremos y fusionaremos el mundo entero y cada
alma en particular con el sacratísimo Corazón de Jesús, por medio
del fuego del amor (SK 1160).

Cómo piensa y obra un milite


A lo largo del año las fiestas mañanas son jalones para una
toma de conciencia de la misión de la Virgen en orden a la salvación
y santificación de los hombres y de nuestros empeños para con Ella.

159
Para la Milicia de la Inmaculada tienen particular significado
el 11 de febrero, fecha de las apariciones en Lourdes, y el 8 de
diciembre, fiesta de la Inmaculada.
Tanto por medio de charlas y cartas como a través de artículos
periodísticos el Padre Kolbe vuelve a inculcar y a martillar sus
“ideas fijas”: consagración, vivencia y apostolado.
Los medios para lograrlo: la oración, el trabajo y el sacrificio.
Los medios de comunicación social nos ofrecen grandes recur­
sos apostólicos, que prioritariamente han de servir para el reino de
Dios. Todos los milites son exhortados a utilizarlos, para ponerlos
al servicio del apostolado.
Se acerca nuestra fiesta, la fiesta de la Inmaculada.
El entusiasmo más ardiente puede, con el tiempo, enfriarse.
Los rompecabezas y las preocupaciones diarias sofocan, a veces, los
ideales más sublimes. Más aún, las realidades más elevadas poco
a poco se envilecen. Efectivamente, la debilidad y las limitaciones
de la naturaleza humana son tales que las impresiones más frescas
ahogan las más lejanas, aunque éstas últimas sean las más
importantes.
Por consiguiente, también nosotros, milites de la Inmaculada,
nos debemos sacudir de vez en cuando y debemos reflexionar sobre
nosotros mismos, interrogarnos a fondo para saber si servimos a la
causa de la Inmaculada con suficiente solicitud, impetrar de Ella
el perdón por el descuido y la indiferencia, pedir ayuda para el
futuro, empeñamos con mayor prontitud en el trabajo, para
recuperar, de modo centuplicado por el fervor, el tiempo perdido.
La fiesta de la Inmaculada es la mejor ocasión para renovar el
espíritu.
¿Qué debemos hacer, pues?
En primer lugar renovemos todos, el 8 de diciembre, juntos o
personalmente, nuestra consagración a la Inmaculada según la
fórmula contenida en la cédula de inscripción. Pero previamente
hagamos todos la santa confesión, el mismo día de la fiesta o en uno
de los ocho precedentes. Acerquémonos a la santa Comunión
durante la misma solemnidad y oremos según las intenciones del
Santo Padre, para lucrar la indulgencia plenaria que todos los
miembros de la Milicia de la Inmaculada pueden adquirir en tal
día.
Esta renovación de nuestra alma hagámosla también según
las modalidades indicadas por la Milicia de la Inmaculada, o sea,

160
por medio de la Inmaculada. Confiémosle a Ella el buen resultado
de nuestra confesión, siquiera con una sola Avemaria, supliqué-
mosle que prepare en nuestra alma la más agradable acogida
posible a Jesús en la santa Comunión y, en fin, renovemos el acto
de nuestra completa, total e incondicional consagración a la Inma­
culada por la vida, muerte y eternidad.
¿Es suficiente esto? ¿Podríamos, quizás, limitarnos a las pala­
bras? ¿O no sería necesario, quizás, en el período de la fiesta de la
Inmaculada, darle a Ella la prueba que la amamos con los hechos?
¿Qué se puede hacer todavía?
Oímos hablar a menudo de “Semana del mar”, de “Semana de
la montaña”, de “Semana del ahorro”, y así sucesivamente. ¿Por
qué no se podría organizar una “Semana de la Milicia de la
Inmaculada”? La novena en preparación a la fiesta de la Inmacu­
lada sea, pues, esta semana de la M. I.
¿Cómo organizaría?
Si alguno se dirige a la Inmaculada como el niño se dirige a la
propia madrecita, y reflexiona acerca de lo que podría hacer en la
situación, en las condiciones y en las circunstancias en que vive,
Ella le sugerirá las ideas más oportunas para ganar el mayor
número posible de almas para Ella y para su Milicia.
“Cualquier medio, con tal que sea legítimo”, afirma la cédula de
inscripción a la M. I. Los medios no faltan en absoluto; pero mucho
dependerá del mayor o menor fervor.
Los medios más importantes son: la. oración, el trabajo y el
sacrificio.
La oración, para que la Inmaculada llegue a ser, en toda la
tierra y lo más pronto posible, la Reina de todos los corazones; y
para que otros también la amen como lá amamos nosotros, más
aún, mucho más todavía, y, por medio de Ella, lleguen a conocer y
a amar de manera más perfecta a Jesús quien, por el amor que
nutría hacia nosotros, murió en la cruz.
El trabajo, para ganar un número cada vez mayor de nuevos
socios para la M. I., porque son todavía muchos los que no forman
parte de ella. Los milites y las milites de la Inmaculada que viven
en el extranjero, procuren atraer a la Inmaculada también a los
ciudadanos de aquellas naciones. Además, empeñémonos en di­
fundir aún más “El Caballero de la Inmaculada”, el cual profundiza
el espíritu de la M. I. y señala cómo se puede obrar en las
situaciones concretas y mudables en conformidad con este espíri­
tu. Las mismas finalidades las persigue “El Caballero de los
Muchachos”.

161
Y el sacrificio. Hagamos el sacrificio de nosotros mismos,
ofreciendo a la Inmaculada nuestras humillaciones, los sufrimien­
tos, los fracasos... Hagamos el sacrificio de lo que nos pertenece,
poniendo a disposición de los demás una parte de nuestros bienes.
Todos nosotros que vivimos en Niepokalanów depositamos en
las manos de la Inmaculada el completo ofrecimiento de todo lo que
poseíamos, más aún, hasta el ofrecimiento de nuestra misma
persona, consagrándonos totalmente a su causa. Justamente por
esto nos dirigimos animosamente a ustedes, queridos milites de la
Inmaculada, para pedirles ofertas materiales, en víveres o en
dinero, para tener la posibilidad de obrar lo más que sea posible
para salvar y santificar a las almas por medio de la Inmaculada.
Todo medio y todo flamante invento en el campo de las máqui­
nas o de los sistemas de trabajo han de ser puestos, ante todo, al
servicio de la obra de santificación de las almas por medio de la
Inmaculada. Efectivamente, limitando al máximo las necesidades
personales y conduciendo una vida en la más extrema pobreza,
nosotros tendremos la posibilidad de utilizar medios modernísi­
mos. Vestidos con un hábito remendado y con zapatos reparados a
los pies, y a bordo de un avión de último modelo, si esto fuere
necesario para salvar y santificar el mayor número de almas: esto
permanece como nuestro ideal.
De esta manera, con la ayuda de la Inmaculada, nosotros todos,
sus milites, renovamos nuestra total consagración a Ella y nos
empeñamos con verdadera solicitud, durante la novena en prepa­
ración para su fiesta, en dar la máxima contribución posible para
conquistarle a Ella el mundo entero.
Le pediremos a menudo que nos ilumine sobre lo que debemos
emprender y cómo debemos obrar. Además, nos dirigiremos a Ella
para impetrar la energía necesaria para cumplir, por Ella, también
las acciones más difíciles y heroicas.
Despertemos todos, sin excepción alguna, en nosotros mismos
una sabia solicitud para la salvación y la santificación de nuestro
prójimo, ya cercano, ya lejano, incluyendo también al prójimo que
es totalmente extraño a nuestra nacionalidad y raza, y realicemos
todo esto por medio de la Inmaculada, mediadora de todas las
gracias, de cualquier gracia de conversión y de santificación.
Todos nosotros somos hermanos y hermanas, porque tenemos
una común Madre celestial, la Inmaculada, un común Padre que
está en el cielo y un común hermano mayor, Jesús, Hombre-Dios
(SK 1218; ver también 1088).

162
Mepokalanów: Ciudad de la Inmaculada
Niepokalanów, o Ciudad de la Inmaculada, nació como una
necesidad mariano-apostólica. La Milicia de la Inmaculada se
esparcía poco a poco por todas partes. La revista “El Caballero de
la Inmaculada”establecía una conexión entre los distintos grupos
y círculos. Además, el Padre Kolbe, hombre de cultura y apóstol,
aspiraba a utilizar ampliamente los medios de comunicación
social: prensa, radio, televisión, electrónica..., para ponerlos al
servicio de la verdad religiosa y de la promoción humana.
Era, pues, necesario un centro que aglutinara todas las activi­
dades editoriales y fuera motor e inspirador de todo el dinamismo
apostólico.
El Padre deseaba que al servicio de la Inmaculada se ofrecieran
colaboradores consagrados. Cientos de jóvenes acudieron a Niepo­
kalanów, para consagrar a la Virgen sus voluntades y sus talentos.
Las actividades editoriales eran la espina dorsal y a su alrededor
fueron creciendo muchas otras iniciativas de artes y oficios, como
sastrería, zapatería, carpintería, herrería, albañilería, talleres
mecánicos para automotores, cocina, huerta, gallinero...
Al comenzar la Segunda Guerra Mundial, Niepokalanów al­
bergaba a más de 700 religiosos, entre los cuales estaba un núcleo
de seminaristas.
A pesar de toda la importancia que daba a Niepokalanów como
centro mariano-apostólico, el Padre Maximiliano más y más insis­
tía en la Niepokalanów espiritual, o sea, en el esfuerzo de perfeccio­
namiento de cada religioso a través de la consagración a la Virgen,
la vivencia de los votos, la radicalidad de la obediencia, la docili­
dad más generosa a los soplos del Espíritu, la apertura al mundo
de las misiones; o sea, Niepokalanów debía ser un centro de
espiritualidad, que abrevara ante todo a sus moradores y, como
redundancia, influyera en los demás.
Todos los polacos, probablemente, aunque estén desterrados
en el extranjero o en naciones más allá del mar, oyeron hablar de
Niepokalanów.
Alguno les habrá hablado, en alguna ocasión, de “El Caballe­
ro.. con la tapa azul, que llega doquiera resuene la lengua polaca,
y que habla de la Madre celestial, Reina de Polonia y del mundo,
Reina de todas las almas y de cada una en particular.
Alguno les habrá hablado que este “Caballero...”está impreso,

163
embalado y expedido por las manos de religiosos Hermanos, que
consagraron toda su vida a la Inmaculada. Alguno les habrá dicho
que todo esto se repite, mes tras mes, en una localidad de Polonia,
no muy distante de Varsovia, la capital. En fin, alguno les habrá
dicho que el convento en que se hace todo esto y del que parte aquel
“Caballero...” para emprender el viaje hacia las lejanas tierras de
ultramar, se llama “Niepokalanów”.
Niepokalanów, o “Ciudad de la Inmaculada”, porque tal con­
vento está consagrado total, exclusiva e ilimitadamente a la
Inmaculada, con todos los corazones que laten en el interior de su
recinto, con todas las máquinas, los motores, las escuelas, con las
esperanzas, las preocupaciones, las cuitas, las deudas...En una
palabra, es todo cosa y propiedad de la Inmaculada.
El que recibe y lee cada mes “El Caballero.. de vez en cuando
ve la vida que anima el interior de Niepokalanów, toma parte en
sus alegrías y en sus tristezas; en una palabra, colabora con
Niepokalanów.
Además, el que acudió en alguna ocasión a las puertas del
convento y visitó su interior, aun sin quererlo, se habrá puesto este
interrogante: “¿Por qué estos jóvenes reducen tanto sus necesida­
des personales ya en la alimentación, ya en el vestido, ya en la
habitación, con el fin de tener la mayor disponibilidad posible de
papel, de poder imprimir el mayor número posible de ejemplares
de “El Caballero de la Inmaculada” y ofrecerlo al mayor número
posible de almas? ¿Por qué no cuentan las horas de su fatiga, sino
que trabajan hasta que tienen fuerza? ¿Cuál es su meta? ¿La meta
de “El Caballero...”? ¿La meta de Niepokalanów?”
Hacia el oriente, de donde viene el sol, más allá de la cordillera
de los montes Urales que marca los límites entre dos continentes,
más allá de la ilimitada estepa nevada de la Siberia, de las vastas
planicies de Manchuria y de las ondas del mar del Japón, a 12.000
km. del recinto de Niepokalanów cerca de Varsovia, viven los
mismos religiosos Hermanos, vestidos con el mismo sayal; se
imprime la misma revista, aunque en lengua japonesa; el “Mugen-
zai no Seibo no Kishi” con la tapa azul; se levanta la misma
Niepokalanów, aunque en japonés se la llama “Mugenzai no Sono”,
situada en las pendientes del cerro Hicosán, en las afueras de la
ciudad de Nagasaki, en la isla Kyushu.
¿Por qué estos Hermanos llegaron hasta allá? ¿Por qué sacri­
ficaron a la Inmaculada no sólo la familia, sino también el país
natal, el aire, el sonido de la lengua patria, las costumbres de la

164
tierra natal y... ese entrañable recinto de la patria Niepokalanów?
¿Por qué se exponen al peligro de contraer las más diferentes y
frecuentes enfermedades y de apresurar su muerte, como lo de­
muestran las estadísticas misioneras? ¿Cuál es su meta? ¿Cuál es
la meta de la revista que ellos imprimen y ofrecen a las almas,
descuidando los sufrimientos y las humillaciones? ¿Cuál es la meta
de Niepokalanów?
Ya se está acabando el vigésimo siglo desde cuando la quince-
añera Madre de Dios encarnado profetizaba delante de su parien-
ta, Isabel: “Desde hoy en adelante todas las generaciones me
proclamarán feliz” (Le 1,48).
Sin embargo, ¿cuántas almas todavía no la conocen en absolu­
to? ¿Cuántas, aunque hayan oído hablar de Ella, todavía no la
aman y no la bendicen, o... se le oponen a Ella?
Pese a todo, Ella es la Madre de Dios, la Madre de la gracia
divina, la mediadora de todas las gracias que fluyen del Corazón
divino a las almas. Por consiguiente, cuanto más se aleja uno de
Ella, tanto menos gracias recibe. En una palabra, se equivoca, se
debilita y... se pierde.
¿Es posible mirar aquellas almas con ojos indiferentes???
Además, ¿no es quizás verdad que cada uno de nosotros siente su
propia debilidad y la necesidad de gracia y de fuerza?
Entonces, ¿cómo no acercamos cada vez más a Ella, a la
Inmaculada, y no atraerle a Ella las almas de los hermanos y las
almas de todos juntos y de cada uno en particular de aquellos que
viven y vivirán en la propia patria y en otras tierras?
He ahí la meta de “El Caballero de la Inmaculada”, la meta de
la Milicia de la Inmaculada, la meta de Niepokalanów (SK 1179).

Proyecciones universales
Desde Nagasaki (Japón), el Padre Kolbe escribe una carta a los
Hermanos de Niepokalanów (Polonia), para agradecerles sus au­
gurios y sus oraciones, para alentarlos en su consagración a la
Virgen y para abrir nuevos horizontes a sus esfuerzos apostólicos.
Maximiliano no vive de los laureles ganados, sino que proyecta
sus aspiraciones a nivel eclesial y planetario. ¡Cuántos hombres
todavía no conocen ni aman a la Inmaculada! ¡En cuántas nacio­
nes se debería fundar una ciudad mañana al servicio del aposto­
lado! ¡Cuántas iniciativas podrían ser útiles y hasta necesarias

165
para expandir la Milicia de la Inmaculada y acrecentar la devoción
mañana!
Las aspiraciones de Maximiliano nacen de un amor abrasado
y tienden, como es justo, a la universalidad.

Padres, Hermanos, novicios, aspirantes carísimos en la Inma­


culada.
La Inmaculada los recompense por la carta de augurios con
más de 180 firmas, y a cada uno de los que firmaron, como también
a todos los demás, les conceda abundantemente lo que me desean
en la carta, es decir, conquistar el mayor número posible de almas
para la Inmaculada.
Confío en su oración, que mucho necesito, porque me doy
cuenta que hago aún poco en relación con lo que podría hacer por
la Inmaculada y, además, lo cumplo de manera muy mezquina,
mientras aquí están en juego las almas y la mayor gloria posible
debida a Dios.
Sería necesario preparar un opúsculo, aunque fuere de pocas
palabras, sobre el fin de la M. I., de Niepokalanów, de los trabaja­
dores de Niepokalanów, para que no suceda que, con el paso del
tiempo, tal fin, en lugar de hacerse cada vez más claro y definido,
comience lentamente a aflojarse y, por consiguiente, la intensidad
de la acción, antes o después, se debilite o se oriente hacia otra
parte.
Sería necesario desarrollar de modo más intenso, cada vez más
intenso, la acción para la conquista de las almas a la Inmaculada,
a la M. I. Hasta en Polonia no todos pertenecen a la M. I. y, para
peor, ni a la Iglesia. ¡Cuántos cismáticos existen todavía, cuántos
herejes, protestantes, hebreos...!
Sería necesario reforzar, y de modo vigoroso, la Niepokalanów
japonesa, porque actualmente no hay ni siquiera Padres para
trabajar en medio de los paganos. Las pocas fuerzas existentes
están empeñadas casi completamente en la preparación del porve­
nir, es decir, en la escuela. Por consiguiente, falta el tiempo —y a
veces hasta la salud... me traiciona— para profundizar el conoci­
miento del idioma y para acercamos a los paganos personalmente
o a través de la correspondencia, a pesar de que ellos nos escriben
tan a menudo.
Sería necesario no olvidar que bajo el sol no sólo existen Polonia
y el Japón, sino que un número aún más grande de corazones late
más allá de las fronteras de estos países. ¿Cuándo los caballeros de

166
la Inmaculada llegarán hasta ellos? ¿Cuándo construirán las
Niepokalanów en sus tierras?
¿Cuándo los llevarán al sacratísimo Corazón de Jesús a través
de la escala blanca de la Inmaculada, según la visión que tuvo el
Padre san Francisco?
Sería necesario consolidar estas Niepokalanów, para que no se
detengan jamás en el trabajo, ya que algunos sostienen que para
variadas instituciones sucede que, cuanto más se alejan de su
origen, tanto más se debilitan en sus impulsos; sino que se acer­
quen cada día más a la Inmaculada, profundicen cada vez más su
pertenencia a Ella y de tal modo Ella pueda obrar cada vez más
libremente por medio de ellas para provecho de las almas.
Sería necesario armonizar y perfeccionar su actividad de modo
tal hasta llegar realmente, con un esfuerzo organizado y lo más
pronto posible, a toda alma, aunque estuviere perdida en quién
sabe qué lugar, en alguna isla, en las sierras o en florestas
impenetrables, y acompañarlas por el camino de la Inmaculada.
Sería necesario pensar en una profundización del conocimiento
de la Inmaculada. El conocimiento de sus relaciones con Dios
Padre, con Dios Hijo, con Dios Espíritu Santo, con toda la santísi­
ma Trinidad, con Jesucristo, con los ángeles y con nosotros los
hombres, para que tal conocimiento llegue a ser cada vez más
luminoso, por medio de estudios humildes y animados por la
oración. Este es un material inagotable.
Sucesivamente, los resultados de estas búsquedas deberían
ser ofrecidos a todos los hombres y a cada uno en particular, con la
palabra, la prensa, la radio...
¡Qué poco conocemos de la actividad de la Inmaculada, desde
el primer instante de su existencia hasta hoy sobre toda la super­
ficie de la tierra!... Sin embargo, toda gracia pasó por sus manos.
¡Qué estupenda biblioteca se podría constituir con las “Obras de la
Inmaculada en el mundo entero”! Y se deberían añadir sin tregua
nuevos volúmenes. Y después presentarlos a las almas, nutrirlas
de la Inmaculada, para que lo más pronto posible se hagan
semejantes a Ella y se transformen en Ella. Entonces ellas amarán
a Jesús con el Corazón de la Inmaculada.
Todo pensamiento, palabra, acción y sufrimiento de la Inmacu­
lada fueron el más perfecto acto de amor a Dios, de amor a Jesús.
Sería, pues, necesario decir a las almas, a todas y a cada una en
particular, a las que viven ahora en esta tierra y a las que existirán
hasta el fin del mundo, con el ejemplo, con la palabra viva, escrita,

167
impresa, divulgada a través de la radio, con la ayuda de la pintura,
de la escultura... y..., qué y cómo la Inmaculada pensaría, diría,
haría en las circunstancias concretas de la vida presente y de los
diferentes ambientes sociales, para que un amor perfectísimo,
nada menos que el amor de la Inmaculada hacia el Corazón divino,
pueda arder en la tierra.
Considerando también de manera superficial solamente los
pocos problemas relacionados con la Inmaculada que acabo de
mencionar, ¿podría yo, en plena conciencia, afirmar que hice todo
lo que estaba en mis posibilidades, que no descuidé nada, que lo
hice todo del mejor modo posible y que no podía hacerlo mejor? ¡Oh,
no!
Precisamente por esto les agradezco mucho sus oraciones y les
pido muchas y muchísimas más, para que “suavemente y con
valentía” yo sirva con celo a la Inmaculada.
Sin embargo, ¡todos los demás y cada uno en particular me
superen también un millar de veces! ¡Yyo a ellos un millón de veces
y ellos a mí en miles de millones... en una noble competición! No
se trata, en realidad, del hecho de que yo o él o algún otro pueda
haber trabajado más por la causa de la Inmaculada, sino que se
haya llevado a cabo lo máximo posible, y que lo más pronto posible
Ella tome posesión de manera perfecta de toda alma, viva en ella,
obre y ame el Corazón divino, el Amor divino, Dios mismo.
En una palabra, se trata de consolidar de modo ilimitado y cada
vez más intenso el amor de la criatura hacia el Creador (SK 647).

168
Consagración a la Inmaculada

Esencia de la M. /.; pertenencia a la Inmaculada


Por cierto, el bautismo es la expresión de la más plena consagra­
ción a Dios tanto del alma como del cuerpo, y es fuente de inmensos
beneficios espirituales.
A lo largo de la vida, tanto a través de la reflexión como de
alguna inspiración, puede surgir en el hombre el deseo de un
reconocimiento más cabal de esa pertenencia a Dios, ya iniciada en
el bautismo, y el alma toma conciencia de sus responsabilidades y
empeños. Esa toma de conciencia se llama consagración.
Pero a menudo el alma, al acercarse a Dios, se siente atraída por
el misterio de María: su plenitud de gracia, su cooperación en la
Encarnación del Hijo de Dios, su participación en la redención y su
misión en la Iglesia, y quiere revivir en sí misma el camino y el amor
de Jesús. Como la Virgen fue camino de Dios para acercarse al
hombre, así ha de ser camino del hombre para acercarse a Dios.
Como Jesús, por ser Hijo y más por ser Dios, amó entrañablemente
a su Madre, la Virgen María, y se le consagró, así el alma, en su
deseo de imitar a Jesús, quiere amar entrañablemente a María con
el mismo amor de Jesús.
De ahí nace toda devoción a la Virgen, empapada de admira­
ción, veneración, amor, gozo, deseo de imitación.
Para los Milites de la Inmaculada, el Padre Kolbe propone “el

169
total ofrecimiento de sí mismo a la Inmaculada, poniéndose como
instrumento en sus manos inmaculadas”.
En este capítulo el Padre Maximiliano nos propone un itinera­
rio de muy elevada espiritualidad a través de la consagración a la
Virgen, para mejor imitar a Jesús.
Ya la misma denominación: “Milicia” y “Caballería de la
Inmaculada”, nos señala su esencia.
El fin de todo hombre es pertenecer a Dios por medio de Jesús,
Mediador ante el Padre, y pertenecer a Jesús por medio de la
Inmaculada, mediadora de todas las gracias.
Las almas que aman a la Inmaculada utilizaron en diferentes
tiempos, tanto en público como en privado, distintas fórmulas para
calificar su consagración a la Virgen. Todos desean ponderar la
forma más perfecta de consagración, en cuanto sea posible, aunque
en las palabras y en el significado inmediato de ellas hay diversi­
dades. Y así las fórmulas: “siervo de María”, “siervo de la Inmacu­
lada” pueden sugerir la idea de una recompensa, en vista de la cual
el siervo trabaja. Hasta la expresión: “hijo de María” les recuerda
a algunos ciertas obligaciones jurídicas de la madre con respecto al
hijo. Tampoco la denominación: “esclavo de amor” va a genio a
todos, porque, a pesar de la aclaración de que se trata de un esclavo
“de amor”, sin embargo, es difícil alejar el pensamiento de que el
esclavo permanece en servidumbre contra su voluntad. He ahí el
motivo por el cual otros prefieren la expresión: “cosa y propiedad”.
Evidentemente, todas estas denominaciones y todas las otras
posibles indican, en el fondo, una misma e idéntica realidad; y
todos los que las utilizan, desean consagrarse a la Virgen de
manera total.
Pertenece también a la esencia de la Milicia de la Inmaculada
el hecho de ser de la Inmaculada totalmente y bajo todo aspecto.
Por eso, en el acto de consagración, los miembros de la M. I.
suplican a la Inmaculada: “Te ruego que me quieras aceptar todo
y completamente como cosa y propiedad tuya, y que hagas lo que
te agrade de mí, de todas las facultades de mi alma y de mi cuerpo,
de toda mi vida, muerte y eternidad”.
El alma que forma parte de la Milicia de la Inmaculada deja de
preocuparse excesivamente también por la propia eternidad. Reco­
noce que todo lo que no depende de la propia voluntad viene de la
mano de Dios por medio de la Inmaculada y, por cuanto le atañe,
procura hacer todo lo que puede con el fin de conocer la voluntad

170
de la Inmaculada cada día más perfectamente y de llevarla a cabo
cada día más fielmente, aunque esta fidelidad le costare muchos
sufrimientos y sacrificios.
Un alma que está efectivamente consagrada a la Inmaculada
hasta tal punto, no puede dejar de ejercer un influjo en el ambiente
que la rodea, aun sin darse cuenta. Sin embargo, ella no se contenta
con esto, sino que cumple conscientemente todo esfuerzo y hace
todo lo posible para conquistar también a otros para la Inmacula­
da, con el objeto de que también otros lleguen a ser como ella.
Por esto en el acto de consagración ella ruega a la Inmaculada:
“Haz de mí y de todo mi ser lo que tú quieras, sin reserva alguna,
para que se cumpla lo que fue dicho de ti: “Ella te aplastará la
cabeza” (Gn 3,15), como también: “Tú sola destruiste todas las
herejías en el mundo entero” (Oficio de la bienaventurada Virgen
María), para que en tus manos inmaculadas y misericordiosísimas
yo llegue a ser un instrumento útil para injertar e incrementar lo
más fuertemente posible tu gloria en las muchas almas descarria­
das e indiferentes, y para extender, de esa manera, lo más que sea
posible, el bendito reino del sacratísimo Corazón de Jesús. En
donde tú entras, obtienes la gracia de la conversión y de la
santificación, porque toda gracia fluye, por medio de tus manos, del
Corazón dulcísimo de Jesús hasta nosotros”. Y añade: “Concédeme
que te alabe, oh Virgen santísima. Dame fuerza contra tus enemi­
gos”.
Esta alma desea conseguir todo esto a costa propia, al precio del
propio trabajo, al precio del sacrificio de lo que posee, del sacrificio
de sí misma, hasta el derramamiento de la última gota de sangre.
Por este motivo ella está dispuesta a servirse de todos los
medios lícitos que su estado, sus condiciones y las circunstancias
le permiten.
Un medio que aumenta notablemente los resultados de los
esfuerzos es la unión entre las almas como éstas, con el fin de
tender hacia la meta con energías comunes. Con este objeto nació
la asociación de la Milicia de la Inmaculada, que, hasta en su forma
jurídica más simple que no requiere una organización rigurosa,
hace posible a las almas no sólo lucrar las indulgencias concedidas
por la Sede Apostólica, sino también la profundización del ideal de
la Milicia de la Inmaculada y su aplicación a las comunes circuns­
tancias de la vida concreta. Además, a través de la sede central,
pueden igual y mutuamente intercambiarse sus puntos de vista y
sus intenciones.

171
En fin, llegar a ser cada día más propiedad de la Inmaculada,
procurar pertenecerle a Ella de modo cada vez más perfecto y bajo
todo aspecto sin excepción alguna, procurar profundizar cada vez
más la propia pertenencia a Ella hasta el punto de poder iluminar,
animar e inflamar las almas que viven en el ambiente circundante
hasta hacerlas semejantes a sí: he ahí la tarea del milite de la
Inmaculada. Conquistar almas para la Inmaculada, para que ellas
también le pertenezcan a Ella sin restricciones, con el objeto de
ganar de ese modo un número cada vez mayor de almas, de
conquistar el mundo entero, pero de conquistarlo en el más breve
espacio de tiempo posible, cuanto antes, cuanto antes: he ahí la
tarea del milite de la Inmaculada. Profundizar cada día más este
ideal en las almas que viven y que vivirán en el porvenir, y no
permitir a nadie, ni por breve tiempo, que arranque de alma alguna
el estandarte de la Inmaculada: he ahí la tarea del milite de la
Inmaculada.
Llegando a ser, de esa manera, cada vez más de la Inmaculada
hasta conquistar, como caballero, batallones cada vez más nume­
rosos de almas, y llegando a ser, por medio de la Inmaculada,
propiedad de Jesús y, por medio de El, de modo cada vez más
perfecto, propiedad del Padre celestial, el alma se vuelve cada vez
más milite de la Inmaculada y penetra cada vez más profundamen­
te en la esencia de la Milicia de la Inmaculada (SK 1329).

Consagración ala Inmaculada


La consagración es la máxima expresión del compromiso, de la
devoción y déla entrega a la causa de la Inmaculada.
Por eso nos parece muy oportuno hacer conocer una de las
fórmulas usadas por el Padre Kolbey, sobre todo, su comentario, en
el que vuelca la riqueza de sus reflexiones y el fervor de sus
sentimientos.
Esta meditación es larga y conviene que el lector la saboree
pausadamente.
Nosotros nos podemos consagrar de modos diferentes, y esta
consagración nosotros la podemos formular con palabras diversas;
más aún, es suficiente, al fin y al cabo, un acto interior de la
voluntad, porque en esto precisamente está encerrada la esencia
de nuestra consagración a la Inmaculada.

172
Sin embargo, para mayor facilidad, existe una breve fórmula
que contiene el espíritu de la Milicia de la Inmaculada:
“Oh Inmaculada, Reina del cielo y de la tierra, refugio de los
pecadores y Madre nuestra amorosísima, a quien Dios quiso
confiar la entera economía de la misericordia, yo, indigno pecador,
me postro a tus pies suplicándote humildemente que me quieras
aceptar todo y completamente como cosa y propiedad tuya, y que
hagas lo que te agrade de mí, de todas las facultades de mi alma y
de mi cuerpo, de toda mi vida, muerte y eternidad.
“Haz de mí y de todo mi ser lo que tú quieras, sin reserva
alguna, para que se cumpla lo que fue dicho de ti: “Ella te aplastará
la cabeza” (Gn 3,15), como también: “Tú sola destruiste las herejías
en el mundo entero” (Oficio de la bienaventurada Virgen María),
para que en tus manos inmaculadas y misericordiosísimas yo
llegue a ser un instrumento útil para injertar e incrementar lo más
fuertemente posible tu gloria en muchas almas extraviadas e
indiferentes y para extender, de ese modo, lo más que sea posible,
el bendito reino del sacratísimo Corazón de Jesús. En donde tú
entras, obtienes la gracia de la conversión y de la santificación, ya
que toda gracia fluye, a través de tus manos, del Corazón dulcísimo
de Jesús hasta nosotros”.
“V. Concédeme que te alabe, oh Virgen santísima.
“R. Dame fuerza contra tus enemigos”.

Este acto de consagración consta de tres partes:


(1) una invocación,
(2) una petición para que Ella nos quiera aceptar como propie­
dad,
(3) una petición para que Ella quiera servirse de nosotros para
conquistar otras almas para sí.
En la invocación decimos ante todo:

“Oh Inmaculada”.

Nosotros nos dirigimos a Ella con este título, porque Ella


misma en Lourdes quiso presentarse con este nombre: “Inmacula­
da Concepción”.
Inmaculado es Dios y cada una de las tres Personas divinas; sin
embargo, Dios no es concebido. Inmaculados son los ángeles, pero
tampoco en ellos hay una concepción. Inmaculados fueron nues­

173
tros progenitores antes del pecado, pero tampoco ellos fueron
concebidos. Inmaculado y concebido fue Jesús; sin embargo, Él no
era una concepción, ya que, como Dios, existía ya antes y a Él se
referían las palabras que habían revelado a Moisés el nombre de
Dios: “Yo soy el que soy” (Ex 3,14), es decir, Aquel que existe
siempre y que no tiene principio. Todas las demás personas son una
concepción, aunque manchada por el pecado.
Unicamente Ella es no sólo concebida, sino Concepción y,
además, Inmaculada. Este nombre contiene muchos otros miste­
rios que con el tiempo serán revelados. Él indica que la Inmaculada
Concepción pertenece de algún modo a la esencia de la Inmacula­
da. Este nombre debe serle querido, porque indica la primera
gracia recibida en el primer instante de su existencia, y el primer
don es siempre el más grato. Este nombre, además, se realizó a lo
largo de toda su vida, porque Ella estuvo siempre sin pecado. Por
eso fue llena de gracia y Dios estuvo con Ella (Le 1,28), siempre y
hasta el punto que Ella llegó a ser la Madre del Hijo de Dios.
“Reina del cielo y de la tierra”.
En una familia los padres que aman a sus hijos satisfacen, en
la medida de sus posibilidades, los deseos de sus niños, con tal que
estos deseos no los perjudiquen. Tanto más Dios, Creador y
Prototipo de los padres terrenales, quiere satisfacer la voluntad de
sus criaturas, con tal que ésta no los perjudique, es decir, a
condición de que tal voluntad esté conforme a su voluntad.
La Inmaculada jamás se separó en absoluto de la voluntad
divina. En todo amó la voluntad divina, amó a Dios; por esto es
justamente llamada “Omnipotencia suplicante”, ejerce la propia
influencia sobre Dios mismo y sobre el universo entero, es la Reina
del cielo y de la tierra. En el paraíso todos reconocen su soberanía
de amor. Sin embargo, aquella parte de los primeros ángeles que
no quiso reconocer su realeza, perdió su propio lugar en el paraíso.
Igualmente Ella es Reina de la tierra, por el hecho de ser Madre
de Dios. Ella desea —y tiene el derecho— de ser reconocida
espontáneamente por todo corazón y de ser amada como Reina de
todo corazón, para que este corazón sea purificado cada vez más por
medio de Ella, se haga inmaculado, semejante a su Corazón y
siempre más digno de la unión con Dios, con el amor de Dios, con
el sacratísimo Corazón de Jesús.
“Refugio de los pecadores”.

174
Dios es misericordioso, infinitamente misericordioso, pero es
también justo, infinitamente justo. Por eso no puede tolerar ni el
más pequeño pecado y debe exigir su completa reparación. La
dispensadora de la preciosísima Sangre de Jesús, que tiene valor
infinito y lava estos pecados, es la misericordia divina personifica­
da en la Inmaculada.
Con mucha razón, pues, nosotros la invocamos “Refugio de los
pecadores”, de los grandes pecadores, aunque sus pecados sean los
más graves y los más numerosos posible y aunque ellos tengan la
impresión de no merecer nunca más la misericordia.
Ciertamente toda purificación del alma es para Ella una nueva
confirmación de su título de “Inmaculada Concepción”; y cuanto
más hundida está un alma en los pecados, tanto más se manifiesta
la potencia de su “inmaculatitud” que rinde tal alma pura como la
nieve.
“Madre nuestra amorosísima”.

La Inmaculada es la Madre de toda nuestra vida sobrenatural,


porque es la mediadora de las gracias, más aún, la Madre de la
gracia divina; por ende, es nuestra Madre en la esfera de la gracia,
en la esfera sobrenatural.
Es, además, una Madre amorosísima, porque tú no tienes una
Madre tan amante y tan amable, tan de Dios, como la Inmaculada,
toda divina.

“A Ella quiso Dios confiar la entera economía de la misericor­


dia”.

En una familia a veces el padre se alegra cuando la madre


interviene y retiene su mano con la que quisiera castigar al hijo,
porque en ese caso se da satisfacción a la justicia y se manifiesta
también la misericordia. No es sin razón que se suspende la
justicia.
De la misma manera también Dios, para no castigarnos, nos
ofrece una madre espiritual, a cuya intercesión jamás se opone. He
aquí porque los santos afirman que Jesús reservó para sí la
economía de la justicia, para confiar a la Inmaculada la entera
economía de la misericordia.
En la segunda parte del acto de consagración nosotros decimos:

175
“Yo, indigno pecador”.

Reconocemos que no somos inmaculados como Ella, sino peca­


dores.
Ninguno de nosotros podría afirmar pasar una sola jornada sin
cometer algún pecado, sino que se siente culpable de muchas
infidelidades.
Decimos también “indigno”, porque, efectivamente, entre la
Inmaculada y una persona contaminada por el pecado existe, de
algún modo, una diferencia infinita.
Por esto, con toda verdad nosotros nos reconocemos indignos de
dirigimos a Ella, de rogarle, de caer a sus pies para pedirle que no
lleguemos a ser semejantes al soberbio Luzbel. Por este motivo
nosotros decimos también:

“Me postro a tus pies para suplicarte humildemente que me


quieras aceptar todo y completamente como cosa y propiedad
tuya”.

Con estas palabras nosotros rogamos y suplicamos a la Inma­


culada que quiera acogernos y nos ofrecemos a Ella completamente
y bajo todo aspecto como sus hijos, sus esclavos de amor, sus
siervos, sus instrumentos, bajo todo concepto, según toda denomi­
nación que cualquier persona en cualquier tiempo podría todavía
formular. Y todo esto como cosa y propiedad a su completa dispo­
sición, para que Ella se sirva de nosotros y nos explote hasta
nuestra completa consunción.
“Y que hagas lo que te agrade de mí, de todas las facultades de
mi alma y de mi cuerpo, de toda mi vida, muerte y eternidad”.

Llegados a este punto, nosotros le entregamos a Ella todo


nuestro ser, todas las facultades del alma, es decir, la inteligencia,
la memoria y la voluntad; todas las facultades del cuerpo, es decir,
todos los sentidos y cada uno de ellos en particular, las fuerzas, la
salud o la enfermedad. Le entregamos a Ella nuestra vida entera
con todos sus sucesos agradables, tristes o indiferentes. Le entre­
gamos a Ella nuestra muerte, en cualquier momento, lugar y modo
nos sobrevenga. Le entregamos nada menos que toda nuestra
eternidad.
Más aún, nosotros tenemos la firme esperanza que sólo en el

176
paraíso podremos pertenecerle a Ella de una manera incompara­
blemente más perfecta. De este modo nosotros formulamos el deseo
y la petición que nos permita llegar a ser cada vez más perfecta­
mente suyos bajo todo aspecto.

En la tercera parte del acto de consagración nosotros le supli­


camos:
“Haz de mí y de todo mi ser lo que tú quieras, sin reserva
alguna, para que se cumpla lo que se dijo de ti: “Ella te aplastará
la cabeza” (Gn 3,15), como también: “Tú sola destruiste las herejías
en el mundo entero” (Oficio de la bienaventurada Virgen María)”.

En las imágenes y en los cuadros de la Inmaculada vemos


siempre a sus pies una serpiente que envuelve el globo terrestre
entre sus espirales y al que Ella, con el pie, aplasta la cabeza.
El, Satanás, manchado de pecado, trata de ensuciar, con el
pecado, a todas las almas de la tierra y odia a Aquélla que fue
siempre inmaculada. Pone acechanzas al calcañar de Ella en sus
hijos; pero en la lucha con Ella, Ella le aplasta siempre la cabeza
en toda alma que a Ella recurre. Le pedimos que quiera servirse
también de nosotros, si quiere, como de un instrumento para
aplastar en las almas infelices la orgullosa cerviz de la serpiente.
Continuando el versículo ya reportado, la sagrada Escritura
añade: “Y tú pondrás acechanzas a su calcañar”. Efectivamente, el
espíritu del mal insidia de modo particular a los que se consagran
a la Inmaculada, porque quiere ofenderla siquiera en ellos. Sin
embargo, sus tentativas contra las almas sinceramente consagra­
das acaban siempre en una derrota aún más ignominiosa. Por esto
su furor impotente se vuelve aún más violento.
Las palabras “Tú sola destruiste todas las herejías en el mundo
entero”, están sacadas del oficio divino que la Iglesia impone a los
sacerdotes para que se las repitan a Ella. La Iglesia habla de
“herejías”, no de “herejes”, porque Ella, María, los ama y precisa­
mente por este amor desea liberarlos del error de la herejía. Dice
todavía: “Todas”, sin excepción alguna. “Tú sola”, porque basta
Ella. Dios, en efecto, le pertenece a Ella con todos los tesoros de
gracia, gracias de conversión y de santificación de las almas. “En
el mundo entero”: no queda excluido ningún rincón de la tierra. En
este pasaje del acto de consagración nosotros le suplicamos que
quiera servirse de nosotros para destruir todo el cuerpo de la

177
serpiente, es decir, las más variadas herejías que tienen atrapado
al mundo.
“Para que en tus manos inmaculadas y misericordiosísimas yo
llegue a ser un instrumento útil para injertar e incrementar lo más
fuertemente posible tu gloria en muchas almas extraviadas e
indiferentes”.
En la tierra nosotros vemos a muchas almas infelices y extra­
viadas, que no conocen ni el fin de su vida y que aman variados
bienes pasajeros en lugar del único bien, Dios. Además, muchas de
ellas son indiferentes con respecto al amor más sublime. Nosotros
deseamos “injertar e incrementar lo más fuertemente posible la
gloria” de la Inmaculada en estas almas y le suplicamos que nos
vuelva instrumentos útiles en sus manos inmaculadas y misericor­
diosísimas y no nos permita que nos opongamos a Ella; y que nos
compela también con la fuerza, dado el caso que no quisiéramos
escucharla.

“Para extender, de ese modo, lo más que sea posible, el bendito


reino del sacratísimo Corazón de Jesús”.

El sacratísimo Corazón de Jesús es el amor de Dios hacia los


hombres. Su reino es el dominio de este amor en las almas de los
hombres, amor que Jesús manifestó en el pesebre, a lo largo de toda
la vida, en la cruz, en la Eucaristía y al darnos por madre a su
misma Madre. Además, El desea encender este amor en los
corazones de los hombres. Injertar e incrementar la gloria de la
Inmaculada y conquistarle almas a Ella, significa conquistar
almas para la Madre de Dios, la que introduce en ellas el reino de
Jesús.
“En donde tú entras, obtienes la gracia de la conversión y de la
santificación, ya que toda gracia fluye, por medio de tus manos, del
Corazón dulcísimo de Jesús hasta nosotros”.

La Inmaculada es la “omnipotencia suplicante”. Toda conver­


sión y toda santificación son obra de la gracia, y Ella es la
mediadora de todas las gracias. Por ende, Ella sola basta para
obtener y distribuir todas las gracias, cualquier gracia.
Durante la manifestación de la Medalla Milagrosa, santa

178
Catalina Labouré vio rayos que se desprendían de los anillos
preciosos que la Inmaculada llevaba en los dedos de las manos.
Tales rayos simbolizan las gracias que la Inmaculada comunica
generosamente a todos los que las quieren. También Alfonso
Ratisbonne, al relatar la visión que tuvo, menciona los rayos de
gracias.

“Concédeme que te alabe, oh Virgen santísima; dame fuerza


contra tus enemigos”.

Narra una leyenda que el franciscano beato Juan Duns Scoto,


mientras estaba dirigiéndose a la disputa durante la cual debía
defender, en la universidad de la Sorbona, en París, el privilegio de
la Inmaculada Concepción, pasó al lado de una imagen de la Madre
santísima y le dirigió la susodicha invocación. La Virgen inclinó la
cabeza en señal de aprobación.
En la primera parte de esta oración, Duns Scoto se dirige a la
Madre de Dios y le pide la gracia de poderla alabar, porque
reconoce ser grandemente indigno de una obra tan sublime, cual es
la glorificación de la Virgen. Reconoce también que tal gracia
depende de Ella y que es suficiente que Ella se la conceda, para que
el éxito pueda coronar sus esfuerzos.
La segunda parte es fuerte, resuelta, animosa. Él pide la fuerza
para derrotar a la serpiente, para ser un instrumento en las manos
de Ella.
Pero, ¿quién es el enemigo de la Inmaculada? Es todo lo que
está manchado de pecado, que no lleva a Dios, que no es amor; es
todo lo que es producto de la serpiente infernal, que es la mentira
personificada: todos nuestros defectos, pues, y todas nuestras
culpas. Le pedimos que nos dé fuerza contra ellos.
Efectivamente, sólo para este fin existen todas las devociones,
para esto existe la oración, para esto existen los santos sacramen­
tos, es decir, para obtener la fuerza de superar todos los obstáculos
que se interponen en nuestro camino hacia Dios en un amor cada
vez más ardiente, en llegar a ser semejantes a Dios, en unimos con
Dios mismo.
Como salimos de Dios por la creación, así también retomare­
mos a Dios. Toda la naturaleza nos habla de ello; y adonde
dirijamos la mirada, nosotros vemos que a una acción corresponde
otra acción igual y contraria, cual eco de la actividad de Dios, como
también de la actividad en la creación. Por este camino de retomo

179
de la reacción, una criatura dotada de libre voluntad topa con
dificultades y contrariedades, que Dios permite para acrecentar
aún más la energía con la cual esta criatura tiende hacia Él.
Para obtener la fuerza suficiente para alcanzar tal meta, la
criatura debe orar, debe implorar esta fuerza de Aquel que es la
fuente de toda energía y que observa con amor los esfuerzos de la
propia criatura y desea que ella quiera sinceramente llegar a Él,
más aún, no le ahorra tampoco su ayuda.
Aunque a esta criatura, a este su querido hijo le suceda
tropezar a lo largo del camino, caer, ensuciarse, mancharse, este
Padre amoroso no puede permanecer indiferente ante esa desgra­
cia. Manda al propio Hijo unigénito, quien con su vida y su doctrina
indica a la criatura decaída un camino claro y seguro. Con su
Sangre santísima, dotada de un valor infinito, lava la suciedad y
cura las heridas.
Con todo, para que el alma no pierda la esperanza a causa del
temor frente a la justicia divina violada, Dios envía a Aquélla que
es la personificación del propio amor, la Esposa del Espíritu Santo,
llena de amor materno, la Inmaculada, toda hermosa, sin mancha,
pese a ser hija de una criatura humana, hermana de los seres
humanos, y le encarga que distribuya con generosidad toda la
propia misericordia en las relaciones con las almas. La constituye
mediadora de la gracia merecida por su Hijo, Madre de la gracia,
Madre de las almas renacidas por la gracia, regeneradas e incesan­
temente regenerándose en una cada vez más perfecta divinización
(SK 1331).

Propiedad de la Inmaculada
Niepokalanów, la Ciudad de la Inmaculada, era —y es— crisol
y forja de múltiples iniciativas mañanas, entre las cuales se
destacaban las secciones heresiológica y apologética.
El Padre Kolbe, desde el Japón, a pesar de la distancia, sigue
con inmenso amor e interés las labores del centro mañano polaco
y frecuentemente envía sus mensajes que esclarecen y alientan.
Como de costumbre, Maximiliano insiste en los grandes princi­
pios. La conversión y la santificación de las almas son frutos de la
gracia;pero la gracia fluye de su fuente, que es el Corazón de Cristo,
por medio de la Inmaculada; luego, cuanto más pertenecemos a la
Inmaculada, más abundantes serán los frutos espirituales.

180
Queridos Hermanos, ¡demos gracias a la Inmaculada, porque
todos ustedes desean y tienen la mejor disponibilidad para servir­
la!
Las secciones heresiológica y apologética pueden tender con
toda libertad hacia sus fines, pero hay que tener presente que se
trata sólo de los fines específicos de una sección del círculo, y no del
fin último; o sea, es únicamente un medio para alcanzar el fin del
círculo de la Milicia de la Inmaculada.
El fin de la M. I. es siempre la salvación y la santificación de
todos por medio de la Inmaculada. Por consiguiente, si el fin de la
sección tiende a la consecución de tal meta, entonces todo está en
orden.
La Inmaculada es la mediadora de todas las gracias. Además,
es sólo a través de la gracia que nosotros podemos acercarnos a
Dios. Pues bien, en el orden sobrenatural la herejía no es nada más
que, en una forma u otra, un alejamiento de las gracias y, por ende,
también de la mediadora de las gracias. El remedio a esta situación
es volver a adquirir la gracia y, por ende, un acercamiento a la
mediadora de las gracias. Si la sección heresiológica lograra
descubrir en cada herejía cuáles fueron los motivos que causaron
el alejamiento de la mediadora de las gracias, hallaría con mayor
facilidad los remedios prácticos y concretos para ayudar a los
pobres herejes a que recuperen nuevamente la gracia.
Tampoco la apologética, por sí sola, logrará convertir a alguien,
si la gracia no fluye sobre ella de las manos de la Inmaculada. Por
esto, en el estudio de la apologética práctica, esta sección debe
acentuar la necesidad de recurrir a la Inmaculada y de suscitar el
amor hacia Ella en aquel con el cual se discute, en lugar de poner
la propia confianza en la eficacia de las demostraciones más
evidentes. El hombre posee la libre voluntad y es necesaria la
gracia para someterla, para que ella permita a la inteligencia que
se deje convencer y siga la verdad.
Los que trabajan en estas secciones se darán ciertamente
cuenta del hecho que el provecho de su labor está determinado sólo
por la voluntad de la Inmaculada. Si, en cambio, ellos confiaran en
sus propias fuerzas, obtendrían más pérdida que ganancia.
Por consiguiente, procuremos sólo pertenecerle cada vez más a
Ella, trabajemos siempre por Ella y con Ella, como sus instrumen­
tos, porque en este caso lograríamos no poner barreras ni limita­
ciones a ninguna actividad.

181
Pedimos con insistencia una oración por nosotros y por todos
los pobres paganos (SK 597).

Frutos de elevada espiritualidad


¿Qué frutos se logran de la consagración a la Inmaculada?
En una breve síntesis el Padre Kolbe pondera los abundantes
frutos que fluyen de esa consagración: alegría del Corazón de
Cristo, complacencia de la santísima Trinidad, perfeccionamiento
espiritual, victoria sobre el pecado, purificación, iluminación...

1. Si nosotros somos de la Inmaculada, entonces también todo


lo que es nuestro le pertenece a Ella, y Jesús acepta todo lo que
procede de nosotros como si procediera de Ella, como si le pertene­
ciera a Ella. En ese caso Ella no puede dejar imperfectas esas
acciones, sino que las hace dignas de sí, es decir, inmaculadas sin
la mínima mancha.
Por consecuencia, un alma que se le consagró, aunque no dirija
de modo explícito el propio pensamiento a la Inmaculada y ofrece
directamente al sacratísimo Corazón de Jesús la oración, el traba­
jo, el sufrimiento o cualquier otra cosa, esa alma procura al
sacratísimo Corazón de Jesús un agrado incomparablemente ma­
yor del que le procuraría si ella no estuviera consagrada a la
Inmaculada.
2. Ya que Ella es propiedad de Jesús de modo perfectísimo,
mientras Jesús es Dios y propiedad del eterno Padre, todo nuestro
ofrecimiento, aunque esté dirigido directamente al eterno Padre,
por la naturaleza de las cosas, se purifica en la Inmaculada, se
eleva a una perfección infinita en Jesús y llega a ser objeto de
complacencia de la santísima Trinidad.
3. A Satanás le importa mucho que las almas sean separadas
de la unión con la Inmaculada, la Madre celestial, porque sabe que
un alma que excluye la mediación de la Inmaculada, ofrece a Jesús
dones talmente llenos de imperfecciones que más merecen castigo
que recompensa. Y lo peor es que tales dones están contaminados
de orgullo, porque creemos no tener necesidad de la Virgen.
Destaco que esto no se relaciona con las acciones ofrecidas directa­
mente a Jesús, aunque no nos recordemos de la Inmaculada, con
tal que no la excluyamos, porque muchas veces nosotros no deci­
mos esto que es ya comprensible por sí mismo.
He ahí el motivo por el cual un alma consagrada a la Inmacu­

182
lada ha de seguir con toda libertad la inspiración del corazón y
acercarse con mucho más ánimo ya al tabernáculo, ya a la cruz, ya
a la santísima Trinidad, porque ella no se aproxima sola, sino junto
con la Madre celestial, la Inmaculada. Esa alma debe orar libre­
mente, ya con jaculatorias ya con otras plegarias, de la manera que
las alas del amor de Dios la lleven y donde el Espíritu Santo sople,
rompiendo toda barrera.
Luzbel no quiso rendir homenaje al Hombre-Dios, sino que se
rebeló aún más ante la idea de venerar a una simple criatura
humana, aunque la más pura de todas, la Inmaculada. Un eco de
esta oposición son los herejes, que rechazan venerar a la Inmacu­
lada, y los libres pensadores que, en su orgullo, lanzan veneno
contra Ella.
Doblegar la orgullosa cerviz del mundo a los pies de la Inma­
culada: he ahí el fin de la M. I.; conquistarle el mundo entero y cada
alma en particular a Ella y esto lo más pronto posible, lo más pronto
posible, lo más pronto posible; y el reino del sacratísimo Corazón
de Jesús tomará dominio del mundo entero por medio de Ella.
Es absolutamente necesario conquistarle el mundo entero a
Ella, para que cese el dominio del pecado (SK 1301).

183
Al servicio de la Iglesia Misionera

Originalidad evangelizados y sus adhesiones


San Maximiliano Kolbe, acicateado por su espíritu caballeres­
co, por sus ansias apostólicas, por sus IDEALES moríanos, por su
amor abrasado al Señor, se lanzó al inmenso mundo de las
actividades misioneras, para ponerse al servicio de la Evangeliza-
ción y de la promoción de los humildes;pero en la mochila llevaba
siempre su metodología original: la Milicia de la Inmaculada y el
uso de los medios de comunicación social.
Como ya sabemos, él fundó dos ciudades mañanas: en Polonia
y en el Japón, y deseaba que toda nación tuviera una ciudad
mañana, para que, utilizando los inventos y los medios más
modernos, se apresurara el advenimiento del Reino de Cristo.
De toda la riqueza de sus escritos, como abejas hacendosas,
ofreceremos algunas pinceladas.
En este primer añículo Maximiliano nos va a hablar de su
revista japonesa, de sus influencias y de algunas conmovedoras
adhesiones recibidas, lamentando no poder citarlas todas.
El sintoísmo y el budismo son las religiones más difundidas en
el Japón.
El sintoísmo es una religión que tiene relación con la familia y
consiste en el culto a los antepasados y a los personajes ilustres,
especialmente a los de la familia imperial.
185
El budismo llegó al Japón desde la India a través de la China,
pero, al poner pie en las islas japonesas, perdió un aspecto de veras
fundamental de su contenido, o sea, el nirvana. Se adaptó tanto a
las situaciones locales que casi no existe ninguna diferencia al
entrar en un templo budista o en un templo sintoísta.
En el Japón, como también en otras naciones, la actividad
misionera está centrada en la jerarquía eclesiástica, es decir, en las
diócesis y parroquias; sin embargo, a causa del exiguo número de
misioneros, las parroquias son demasiado pocas en relación a la
excesiva población de las islas japonesas. Sucede a veces que un
sacerdote, incluso uno de nacionalidad japonesa, está tan absorbi­
do por el ministerio en favor de los fieles que le falta simplemente
el tiempo para pensar en los millones de paganos entre los cuales,
como en un mar, él se mueve.
No faltan, ciertamente, otros modos de trabajar a ventaja de los
paganos, por ejemplo, a través de las escuelas, por encima de las
cuales emerge la universidad católica “Sophía” de Tokyo.
Muchos jóvenes paganos frecuentan las escuelas católicas; eso
no obstante, el número de los bautismos es relativamente muy
limitado. Son de obstáculos los numerosos prejuicios, en particu­
lar, la idea errada que la religión católica tiende a debilitar el
espíritu patriótico.
Existe también una prensa católica, algunas pequeñas revis­
tas mensuales y semanales, con el “Katorikku Shinbun” a la
cabeza, con una tirada de 10.000 ejemplares.
En el año 1930 llegó al Japón también “El Caballero de la
Inmaculada”, que en lengua japonesa se llama “Mugenzai no Seibo
no Kishi” (= “El Caballero de la santa Madre sin pecado originar).
A pesar de las dificultades que continuamente se superponían las
unas a las otras, la Inmaculada le permitió superar sin ambages
seis veces y en poco tiempo la tirada de las revistas católicas más
difundidas en el Japón. Esto aconteció porque el “Kishi” no se
dirigió, como en general las otras publicaciones, a los católicos, sino
a los paganos, a los protestantes y a los demás no católicos. Al
comienzo éstos lo acogían con curiosidad, después con singular
simpatía, tan es verdad que un buen número de ellos ya recibió la
gracia del santo bautismo.
Vamos a leer algunas de sus cartas.

Verdadero consolador en el sufrimiento.


“Durante su larga dolencia, ustedes remitieron a mi hijo el

186
“Kishi”. La pequeña revista fue para él un verdadero consolador en
el sufrimiento. Estando en vida, mi hijo me rogó que enviara un yen
a Mugenzai no Sono. Ahora cumplo su deseo. Shoji, el padre”.

Aprendí el catecismo a escondidas.


“No sé cómo agradecerles el envío del “Kishi”. Me casé dos años
atrás, y por todo este tiempo leí la pequeña revista. Terminé la
escuela con las Hermanas y amo mucho a Dios.
“Mi suegra es contraria a la religión católica. Por esto estudia­
ba el catecismo cuando no me observaba. Mi marido recibe el
“Kishi” del catequista y lo lee con entusiasmo. De esa lectura saca
diversos conocimientos de catecismo, por esto conoce la fe católica.
A causa de la notable distancia de nuestra vivienda, mi marido y
yo no podemos dirigimos a la iglesia católica y ponemos en
contacto con católicos fervorosos. Todo esto nos desagrada mucho.
“Al regresar a casa de mis padres después de un año de
matrimonio, encontré allí el “Kishi”. Con gran gozo leí de cabo a
rabo todos los números que pude hallar. Procuré organizar mi casa
según el ejemplo de mis buenos padres. Si disponen de un ejemplar
del “Kishi”, les mego lo envíen a mi hermano mayor. Nagakura
Saga”.
Ustedes trabajan por los que no tienen fe.
“¿Están todos bien en Mugenzai no Sono? Recibo el “Kishi”
cada mes, y se lo agradezco mucho.
“No tenía fe, y no comprendía la fe. Un día mi padre me dio un
número del “Kishi”. Después de leerlo, entró en mí una fuerza
singular. Cada día más se acercó mi corazón a la fe y la conocí
siempre mejor. Ahora, al ir a la iglesia a orar, me deshago en
lágrimas. En esos momentos siento que amo mucho a Jesús y a
María.
“He ahí cómo llegó el “Kishi” hasta mí. Lo recibí de mi padre
que, mientras estaba viajando, lo recibió de un sacerdote que lo
distribuía en tren a cada viajero. Desde entonces recibo el “Kishi”
cada mes.
“Al pensar en todo esto, reconozco que la Virgen me concedió
muchas gracias y se lo agradezco. Ahora deseo cada día más
acercarme al paraíso. Me esfuerzo por vivir bien. Oro por el
desarrollo del “Kishi”. Les suplico cordialmente que trabajen
mucho por los que no tienen la fe. Les agradezco por todo. Hashi-
moto Fumiko”.

187
Me consagré totalmente a la Virgen.
“Les agradezco el envío regular del “Kishi”. Estaba continua­
mente sumergida en profundas aflicciones; por esto me consagré
totalmente a la Virgen y estoy a la espera del santo bautismo.
Lamentablemente mis padres no me permiten hacerme católica y,
aunque yo ame mucho a la Virgen, sin embargo, sin el santo
bautismo, siento en el alma una especie de desierto. Les ruego que
me ayuden. Si tienen un pequeño crucifijo, envíenmelo. Aquí todos
odian el cristianismo, pero no sabría en absoluto el por qué...
Supongo que no conocen la bondad de la Virgen. ¡Qué lástima! ¡Qué
tristeza! Yo sé que cuando me abrazo a la Virgen, mis sufrimientos
desaparecen. Les pido que me ayuden con la oración. Hisada
Fumie”.
Me convencí de la existencia de Dios.
“Ya leí siete números del “Kishi” y me convencí que Dios existe.
Continuaré todavía profundizando esta convicción.
“No soy católico, pero no estoy contento porque no conozco a
Dios. Les ruego que me envíen el “Kishi”. Les deseo un constante
progreso. Okada Kisei”.
Bajo la influencia del buen ejemplo.
“¡Alabado sea el Corazón Inmaculado de María!
“Frecuenté la escuela secundaria hasta dos años atrás. Impul­
sada por el buen ejemplo de mis compañeras católicas, abracé la fe
cristiana. Mis padres son todavía paganos; pero yo todavía no
conozco profundamente la fe católica. Por esto ofrezco mis oracio­
nes a los pies de Jesús y de María para que las personas que viven
conmigo, conozcan la verdadera fe.
“Oí hablar de la pequeña revista de ustedes, titulada “Mugen-
zai no Seibo no Kishi”, que trata argumentos de fe. Pues bien, ¡ven
lo más pronto, oh intrépido “Kishi”, que serás para mí alimento
espiritual y fortaleza inexpugnable!
“Yo soy pobre; por eso les ruego que me envíen la revista
gratuitamente. Me sonrojo casi; con todo, oí decir que ustedes
remiten gratis la revista a los pobres. Me bastaría un ejemplar;
pero si pueden enviarme dos o tres, se los daría a conocidos no
católicos y los invitaría a leerla...”
Es un gran evangelio.
“Algunos días atrás, un conocido me ofreció un número del
“Kishi”. El opúsculo me agradó. Para un pecador como yo, es un

188
gran evangelio. Quisiera leerlo todos los meses, pero antes debo
obtener el consentimiento de mis padres. Les pido un número como
muestra. Háganme saber cómo puedo remitirles el importe. Kaiya-
ma Jasutoki”.

Conocí la verdad de la fe.


“¿Cómo están ustedes? Recibo el “Kishi” desde octubre del año
pasado. Conocí la verdad de la fe y el verdadero significado del
catolicismo. Doy gracias a la Virgen por esta gracia. Quiero servir
a Dios con todo el corazón y leer el “Kishi” hasta la muerte.
“Les deseo que se desarrollen mucho. Hablé a un conocido mío
de la importancia de la religión y le mostré el “Kishi”. También él
lo quiere leer. Procuren enviarle un ejemplar. Boku Kan Tetsu”.

Una flor triste.


“Sufro y estoy triste. No es posible evitar el duro destino del
sufrimiento. ¿Por qué un hombre debe sufrir día y noche? Cuanto
más pienso en ello, tanto mayor es la opresión que siento.
“Cuando reflexiono también sobre mis pecados y sobre el
castigo consiguiente, me siento atrapado por el miedo. Estoy
abrumado por sufrimientos interiores y no sé cómo salir... El
hombre está rodeado por la naturaleza, en la que los pájaros cantan
y las flores brotan. ¿Por qué entre tantas cosas agradables sólo la
vida del hombre es triste? Pocas alegrías, pero muchos sufrimien­
tos y tristezas. Quisiera sólo tener consuelo en los sufrimientos y
conocer el fin de la vida...
“No debería pensar en estas cosas, pero la realidad es diferente.
Tengo 22 años y estoy en la flor de la vida. ¿Qué hacer en el
porvenir? Espero las enseñanzas del “Kishi”. Isaki Shigeyuki”.
No hay felicidad sin religión.
“Me presento por primera vez. Trabajo en un banco. Ya desde
muchos años estaba atravesando un sufrimiento de naturaleza
espiritual que me llevaba hasta el agotamiento nervioso. Si este
estado de cosas hubiese durado aún, habría destruido mi salud; y
así comencé a reflexionar sobre mi situación, para buscar la verdad
y hallar, con ello, la verdadera felicidad.
“En este tiempo recibí casualmente un número del “Kishi”, que
llegó al señor Hirayama. Ya en el pasado había oído decir, por otras
personas, o había leído en algún opúsculo, que un hombre no puede
alcanzar la felicidad sin la religión. Finalmente, leyendo el “Kishi”,

189
comprendí por primera vez esta cosa. Agradezco a Dios que
comprendí que el hombre vive por una misericordiosa fuerza
divina y que puede alcanzar la felicidad. De ahora en adelante, les
ruego me envíen el “Kishi”. El señor Hirayama se trasladó a Tokyo.
Hatano Yukichi” (SK 1223).
(Con pesar, por amor a la brevedad, suspendemos otra docena
de testimonios).

Bautismos: gozos déla cosecha


El bautismo es el signo eficaz de la inserción de un hombre en
la Iglesia y, por ende, de su incorporación en el Místico Cuerpo de
Cristo.
Desde la Iglesia de san Pedro y de san Pablo, el bautismo es
señal de adhesión al misterio del Cristo total y es el fruto maduro
de la Evangelización.
Vamos a compartir los gozos de san Maximiliano en el relato de
dos bautismos japoneses.
En el mes de mayo del año 1933 festejamos el tercer aniversario
de nuestra llegada a Nagasaki (Japón). Durante el almuerzo, a mi
lado estaba sentado el joven Amaki quien se convirtió viviendo
junto con nosotros. Nos recordábamos el uno al otro cómo la
Inmaculada nos había guiado y cómo nos había consolidado en
tierra japonesa y en Nagasaki.
Recuerdo aún una expresión de aquel joven: “Si ustedes no
hubieran venido para acá, yo sería todavía pagano”.
En aquellas palabras había tanta sinceridad y reconocimiento
hacia la Inmaculada y hacia nosotros, sus instrumentos, que, sin
quererlo, pensábamos que, aunque ningún otro se hubiese conver­
tido a excepción de éste solo, igualmente hubiera merecido em­
prender los esfuerzos llevados a cabo hasta ahora y los sacrificios
aún mayores, y mucho mayores, porque se trata siempre y nada
menos que de un alma.
La Inmaculada obró de tal modo que después de aquel primer
bautismo, aún otras dos personas recibieron este sacramento. Y
poco después otras cuatro...
Además, nos llegan muchas cartas que proclaman la acción
muy eficaz de la Inmaculada en las almas. Nuestra única aflicción
es no tener la posibilidad de adquirir otras máquinas y más papel
para difundir el “Kishi” todavía más.
190
¡Gloria a la Inmaculada por todo lo que obró, obra y obrará aún!
(SK 483).

...En medio de las cruces de variado género, en la vida misio­


nera el buen Dios envía también alegrías. Y una gran alegría para
los habitantes de Mugenzai no Sono fue el bautismo del señor
Tanizaki, en vísperas de Pascua del año 1934. La historia de la
conversión de esta persona es interesante. Hela aquí.
Mientras todavía habitábamos en el barrio de Oura, años
atrás, un muchacho que estaba jugando con sus compañeros de la
escuela cercana, pasó por encima de la tapia y se encontró en
nuestro pequeño patio. Los Hermanos, que en ese momento esta­
ban trabajando en tipografía, le preguntaron si quería ayudarlos
y le ofrecieron un ejemplar del “Kishi” y una medalla. Ese mucha­
cho, de nombre Tatsuto, vino por algún tiempo a ayudamos,
después el padre de Tatsuto se lo prohibió y así las visitas cesaron.
Pero evidentemente el ojo de la misericordia de la Inmaculada ya
había dirigido la mirada sobre él.
Un año más tarde, cuando el complejo editorial ya se había
instalado en este lugar, llegó Tatsuto con su padre, con no poco
asombro y a la vez gozo de nuestra parte. En seguida, desde el
comienzo, el padre explicó que había venido con el hijo para
satisfacer un deseo de éste, por amor hacia el muchacho. En
aquella ocasión, conversamos un poco acerca de la religión con el
padre de Tatsuto y le prestamos algunos libros religiosos. Desde
ese momento esa persona, honesta e inteligente, no sólo permitió
a Tatsuto que viniera entre nosotros, sino que él mismo quiso venir
para ayudamos en el trabajo de la administración.
Algunos meses más tarde, el muchacho pudo recibir el santo
bautismo, mientras el padre continuó por otros dos años, más o
menos, hojeando enteros volúmenes de publicaciones religiosas.
Se veía claramente que estaba a la búsqueda de la verdad. En ese
lapso nosotros recomendábamos a la Inmaculada la causa de su
alma, porque más de una vez había sucedido que el andar dema­
siado por las largas...
Finalmente llegó la hora de la misericordia de Dios. En víspe­
ras de Pascua Tanizaki fue regenerado en el agua salutífera del
santo bautismo. Nuestro gozo estaba colmado, aún más colmado
por el hecho de que aquí en el Japón no acontecen conversiones en

191
masa como en otros países misioneros del África, en China... (SK
1185).

La prensa y el trabajo misionero


Niepokalanów necesita una iglesia, como casa de Dios y de la
oración y como referencia para los buscadores de la verdad; pero
más urgente es la formación de las almas a través de los medios de
comunicación social.
La finalidad de la formación es el apostolado en todas partes,
con todos los medios y especialmente en los lugares directivos y entre
los líderes sociales por sus benéficos y multiplicadores efectos en la
vida social y cultural.
En pocas líneas, pero esenciales, el Padre Kolbe pondera la
importancia del uso de los medios de comunicación social, para
ponerlos al servicio del Evangelio.
En el Padre se destacan clarividencia, audacia y celo. El Padre
Maximiliano, formado en la escuela del Amor apasionado al Señor
de san Pablo: “La caridad de Cristo nos apremia...”(2Co5,14), con
su palabra y su ejemplo condena nuestra apatía, indiferencia,
insensibilidad y despreocupación ante las inmensas posibilidades
que se nos abren, exhorta aúna plena y madura utilización y alienta
a todos a servirse de medios de comunicación social, según la
vocación y la capacidad de cada uno.

El anteproyecto de la iglesia..., yo hubiera pensado examinarlo


una vez más. Este es un paso ulterior de la normal actividad en
vista de la construcción. Yo no tengo excesiva prisa por este
problema, porque las deudas son muchas; y además, es mucho más
urgente formar las almas a través de la prensa (SK 713).
Con la ayuda de la Inmaculada, debemos tender a esto: que los
fieles Caballeros de la Inmaculada se encuentren en todas partes,
pero especialmente en los puestos más importantes, como:
1. la educación de la juventud (profesores de institutos cientí­
ficos, maestros, sociedades deportivas);
2. la dirección de la opinión de las masas (revistas, diarios, su
redacción y difusión, bibliotecas públicas, bibliotecas circulan­
tes..., conferencias, proyecciones, cinematógrafos...);
3. las bellas artes (escultura, pintura, música, teatro); y en fin
4. nuestros milites de la Inmaculada lleguen a ser en todo

192
campo los primeros pioneros y los guías en la ciencia (ciencias
naturales, historia, literatura, medicina, derecho, ciencias exac­
tas...)-
Bajo nuestro influjo y bajo la protección de la Inmaculada se
levanten y se desarrollen los complejos industriales, comerciales,
los bancos...
En una palabra, la Milicia impregne todo y en un espíritu sano
cure, refuerce y desarrolle todo para la mayor gloria de Dios por
medio de la Inmaculada y para el bien de la humanidad (SK 92).
Un misionero de la pluma no calcula los propios resultados por
el número de certificados de bautismo impresos, sino que es un
educador de las masas, forma la opinión pública, amortigua la
aversión con respecto al catolicismo; esclarece y lentamente re­
mueve de las mentes prejuicios y objeciones inveteradas; predispo­
ne a una gradual lealtad con respecto a la Iglesia y, con el tiempo
más o menos largo, a una cierta simpatía, a la confianza y, en fin,
al deseo de conocer más en profundidad la religión.
Es un camino largo; sin embargo, un misionero de este tipo
lleva a la religión no ya y sólo a las personas en particular, sino a
las masas (SK 1193).

las invenciones al servicio de la Inmaculada


Con asombro constatamos a diario los extraordinarios avances
técnicos y científicos; pero a veces nos sentimos preocupados y
alarmados porque las mismas invenciones, que deberían servir
para el bien del hombre y déla familia, a menudo, son utilizadas
para el mal, el abuso, el envilecimiento, la estupidez, la explotación,
el hedonismo, el materialismo...
El Padre Kolbe, coherente con su posición humanista y con su
programa evangelizador, insiste una y otra vez: “Las invenciones
han de servir para la Inmaculada”, es decir, para la promoción del
hombre y la construcción del reino de Dios.
Yo creo que en toda nación debe surgir una Niepokalanów, en
la que y por la que la Inmaculada deba obrar con todos los medios,
incluyendo los medios más modernos. Las invenciones deberían
servirle, ante todo, a Ella y después al comercio, a la industria, al
deporte...; igualmente, la prensa y ahora —¿por qué no?— las
transmisiones de la la radio, los filmes y en general todo lo que en
cualquier tiempo se podrá todavía descubrir para iluminar las
mentes e inflamar los corazones. Esa Niepokalanów podrá excogitar

193
también a solas los medios más recientes y más eficaces y utilizarlos.
Esto por lo que se refiere a los medios naturales.
¡Oh! Yo estoy convencido que al lado de “El Caballero de la
Inmaculada”, para todos, y “El Caballerito...”, para niños, con el
tiempo se dispondrán en línea de batalla otras ediciones periódicas
—diarios, semanarios, mensuales y trimestrales comprometidos—
y ediciones no periódicas —opúsculos, libros...— para tratar de
modo más profundizado algunas cuestiones.
Además, para las particulares regiones de una nación —según
las necesidades— se pueden imprimir también suplementos o
ediciones especiales.
Todo esto constituye un verdadero apostolado de la palabra
escrita, adecuado a los diversos estados, categorías y condiciones
sociales. La característica que debe impregnar todo esto es: “por
medio de la Inmaculada”, mientras la meta es la conquista del
mundo entero y de cada alma en particular para la Inmaculada y,
por Ella, para el sacratísimo Corazón de Jesús (SK 382).

La ¡nculturación y los trabajadores de la pluma


El Hijo de Dios se encamó en el seno de la Virgen, para ser el
Salvador y el buen Pastor; pero el buen Pastor conoce a sus ovejas
por nombre, conoce los caminos para llevarlas a los valles fértiles
y a las aguadas, conoce las dificultades y los riesgos, sabe advertir
la presencia de los lobos rapaces y se vuelve el defensor del rebaño.
El Padre Kolbe insiste en que los Caballeros al servicio de la
Inmaculada, en todas sus actividades y con el fin de un apostolado
más auténtico y eficaz, deben conocer la cultura y la problemática
del pueblo, sus penas y sus esperanzas... Para lograrlo, deben
abandonar el refugio de su ciudadela mañana para insertarse en
el pueblo, captar sus necesidades y luego iluminarlo y guiarlo con
la pluma, la palabra o la imagen...
Aunque en esa época se usaba poco la palabra “inculturación”,
el Padre Kolbe y todos los misioneros de ley se querían identificar
con el pueblo, insertándose en sus quehaceres y en sus aspiraciones.
Pero, conociendo las debilidades y las insuficiencias humanas,
pondera igualmente la necesidad de retemplar el espíritu en el
silencio y en la contemplación de la vida conventual.
La palabra impresa o transmitida a través de las ondas de la
radio, o las imágenes reproducidas en la imprenta o transmitidas
por televisión radiofónica, o el cinema u otros medios..., todo esto
es mucho, pero todavía no es todo lo que es posible hacer para
194
enseñar a todos y a cada uno en particular quién es la Inmaculada,
para encender el amor hacia Ella y, sobre todo, para reavivar este
amor esencial, un amor hecho no tanto de sentimiento sino, más
bien, de la voluntad que se une a la voluntad de la Inmaculada,
como Ella unió estrechamente su voluntad a la voluntad de Dios,
al Corazón de Dios.
Es indispensable, —me parece— que estos trabajadores de la
pluma, del micrófono, de la pantalla o de cualquier otro medio, se
esparzan fuera del recinto de Niepokalanów, y viajen y se acerquen
personalmente a las almas por medio de ejercicios espirituales,
misiones, conferencias, confesiones, para organizar y visitar la M.
I.... y, después, a su regreso, conozcan mejor qué cosa y de qué modo
se deba escribir en ese determinado momento para aquel dado país
o aquella dada región. Además, llegarán a ser capaces de penetrar
en los corazones con mayor vitalidad a través de la palabra viva.
Por otra parte, para unir a los demás a la Inmaculada, deben
ellos mismos esforzarse por unir cada vez más estrechamente su
voluntad a la voluntad de Ella, es decir, a la voluntad de la
misericordia divina, o sea, al deseo del sacratísimo Corazón de
Jesús. Por esto, después de haber llevado a cabo una salida fuera
del sagrado recinto de Niepokalanów, se sentirán atraídos por él
como el hierro es atraído por el imán y, al término del trabajo,
hallarán en él refugio para purificarse del polvo del mundo, curar
los arañazos contraídos entre las espinas y “en un lugar solitario”
(Le 9,10) abrevar nuevamente el espíritu y las energías para
nuevas salidas.
Los Hermanos se esparcirán como enjambres en todas partes
con los impresos y las medallas según las necesidades de las
particulares regiones de la nación, pero siempre con el pensamien­
to dirigido a Niepokalanów donde, en la humilde obediencia,
quemarán con gozo, por el fuego del amor, las pequeñas manchas
contraídas durante el viaje...
De ese modo la Inmaculada misma tomará cada día mayor
posesión de cada alma a Ella consagrada en Niepokalanów y, por
medio de nosotros, entrará en otras almas para purificarlas,
hermosearlas e introducir a Jesús en ellas (SK 382).

Inoportunas visitas nocturnas


IDEALES MARIANOS, medios de comunicación social al
servicio del Evangelio, apostolado, conversiones, gozos por los
bautismos, la Iglesia sacramento de salvación universal, construc­
ción del reino de Dios, promoción de los humildes, presencia y
195
acción maternal de la Inmaculada... son momentos de exaltación,
que fascinan e impulsan al trabajo y al sacrificio...
Pero en toda actividad misionera no faltan prosaicas realida­
des y tristes aventuras diurnas y nocturnas. También en las
misiones no faltan desaprensivos, vagos, rateros, ladrones de...
gallinas y de otras hierbas...
El Padre Kolbe, en un relato chispeante y de buen humor,
aunque con un trasfondo de tristeza, nos hace partícipes de algunas
de esas aventuras...
Ya comenzaron los tiempos difíciles en Nagasaki.
Una noche me despiertan los ladridos de nuestro perro “Bu-
rek”. Antes, a cierta distancia, luego precisamente bajo mi venta­
na, después corrió hacia la otra parte del edificio. Presto atención
y me quedo a la escucha. Tal vez en la capilla se perciben cuchicheos
sospechosos. ¡Nada en absoluto! Mientras tanto, mi cabeza, pesada
y cansada por el trabajo de la jomada, no logra desprenderse de la
dura almohada de paja. Los párpados se me sueldan y me duer­
mo...
La mañana. Bajo la ventana se destacan las improntas de los
pies del “visitante” y de las garras de nuestro valiente “Burek”,
quien —como se podía deducir del terreno escarbado acá y allá—
había luchado valerosamente con aquel “intruso”; con sus ladridos
me había despertado a mí y a los Hermanos y había convencido al
intruso que, en aquellas condiciones, era más prudente tomar las
de Villadiego.
Y debo confesar que precisamente el día antes me había
preguntado largo rato, si el perro nos fuese de veras necesario o,
más bien, fuese un derroche darle de comer todas esas sobras...
De nochecita, durante la cena, se siente nuevamente que el
perro ladra. Voy a él, le doy un pedazo de pan, pero lo pone
delicadamente aparte y, con los ojos fijos en el tupido cañaveral que
cubre el declive de la montaña hasta los alrededores de la casa,
continúa obstinadamente ladrando. Pero... no se ve a nadie,
porque es oscuro y el cañaveral denso y alto unos cuatro metros.
Otra vez, siempre de noche, mientras los Hermanos están
recitando en voz alta y en común sus plegarias prescritas por la
regla, me llega el Hermano japonés Fray Mariano quien, estando
un poco indispuesto, había permanecido en la celda. Espantado y

196
aterrorizado, me cuenta que en el local de la administración había
entrado un “intruso”. El local de la administración del “Kishi” se
encuentra frente a mi celda.
Tomo una linterna en una mano y un duro bastón cuadrado de
madera en la otra y nos damos a la caza. Pero antes de que ese
Hermano espantado pueda expresarse hasta el fondo, el “intruso”
ya tuvo tiempo suficiente para escabullirse; sin embargo, no se
halla huella alguna de él ni en la administración ni en el edificio.
Lo más extraño es el hecho que hallamos las puertas del edificio
cerradas también desde dentro. Entonces, ¿qué? Pero el Hermani-
to asegura haber oído bien que un “intruso” abrió con precaución
las puertas de la imprenta, haber oído pasos cautelosos y después
el lento abrirse de la puerta del local de la administración. Además,
se constató que el cofre con el dinero había sido retirado del lugar
acostumbrado y dejado sobre la mesa. Por consiguiente, “alguien”
había estado allí seguramente y, dado que la puerta está cerrada
desde dentro, debe estar todavía dentro del edificio.
Organizamos, pues, la pesquisa por todo el edificio. Se descu­
bre que desde fuera hay una escalera adosada al techo de la
pequeña construcción añadida. Aquí hay una puerta abierta hacia
la buhardilla, desde donde se desciende normalmente hacia el
interior de la tipografía. He ahí, pues, por donde entró aquel astuto
“intruso” y por donde se había escabullido...

Otra vez, durante una noche muy oscura, el perro vuelve a


ladrar. Vamos a la búsqueda de la causa. ¡Todo en vano! Pero
súbitamente es posible percibir distintamente que el “intruso”
estaba escapando de carrera.
Justamente hacia mediodía de aquella misma jomada nos
había sucedido un caso extraño. Llega un fulano quien, sin tantos
miramientos, pide encontrarse con el “taisho”, o sea, el superior.
Mando a un clérigo para que le asegure que estoy ocupado y que,
por ende, puede hablar con él. Pero ese fulano solicita que sea
suspendida la expedición del “Kishi” a su nombre, porque “mamá
no quiere, y además yo no la entiendo en absoluto”. Pero su
comportamiento es “extrañamente extraño”.

Finalmente llega la medianoche del 2 de febrero de 1932. Un


recio aldabonazo contra la puerta ahuyenta el sueño de mis
párpados.
—¿Quién es? —pregunto a través de las paredes de la celda.

197
—Yo.
Es una voz desconocida.
—Dígame su nombre —insisto yo.
—Misoguchi Asamatsu.
Es un apellido desconocido... Llamo, a través de la pared, a los
clérigos. Mientras tanto, percibo un pisoteo en el pasillo y “alguien”
golpea enérgicamente contra mi puerta.
¿Será una banda que ya alcanzó el pasillo?
“¡Córcholis y recórcholis!” Se oyen desde el pasillo la voz de
Fray Pablo, un atleta convertido recientemente, y un repetido
golpeteo contra la puerta. Abro la puerta y se me presenta aquel
buen hombre, vestido de un hábito tejido, con un nudoso bastón
entre las manos, todo excitado y convencido que “alguien” ya había
hecho irrupción en mi celda. Pienso para mi coleto: “Puede ser que
a la puerta esté llamando alguna alma inocente, y este buen
hombre con bastón le romperá los huesos. Procuraré, pues, tran­
quilizarlo como pueda”.
Después de asegurarse que yo todavía estaba intacto, nuestro
musculoso neófito, ya vestido con el hábito religioso, va a la puerta
y, a través de la doble puerta, comienza a obligar a ese fulano a
hacerse conocer: “¿Quién es? ¿De dónde viene? ¿Por qué?”
Armado del acostumbrado bastón cuadrado, un benemérito
barrote oriundo de la máquina para aserrar la leña, me acerco a la
puerta. A la entrada había un aspirante a la vida religiosa llegado
con el tren de la noche...
Las invasiones del “intruso” no cesaron...
En vano informamos a la policía... En vano procuró también
ella dar con el “intruso”...
Finalmente encontré en la ciudad un “cierto individuo”, en el
cual se concentraban nuestras sospechas, tanto más por haber oído
decir que tenía colegas, que ya habían purgado una pena en la
cárcel, o la estaban todavía purgando, o seguramente acabarían
“en cana”...
Le dije algunas palabras amistosas, pero también fuertes,
rogándole que dijera a sus colegas que hasta ese entonces nos
habíamos comportado con misericordia, pero que en adelante se
acudiría a la justicia. Igualmente le advertí que habíamos prepa­
rado para el “intruso” una conveniente acogida.
Desde aquel momento las fechorías cesaron del todo e inmedia­
tamente.
¡Gloria a la Inmaculada por todo! (SK 1163).
198
M
ídareligiosa, o un amor más alto

"Tono de vida un tanto heroico"


La vida religiosa, consagrada por los tres votos, siempre tuvo
una enorme importancia en la Iglesia, como seguimiento más
cercano y pleno del Señor, como itinerario de perfección enraizado
y madurado en la “caridad perfecta”y como disponibilidad para las
muchas actividades misioneras y caritativas de la Iglesia.
El Padre Kolbe tomó la “Vida Religiosa”muy en serio, o sea, en
toda su radicalidady autenticidad, y deseaba que sus “Caballeros”
la tomasen con el mismo espíritu y la misma generosidad. Por esto,
no en vano habla de una “mística”o de un “tono de vida un tanto
heroico”de Niepokalanów y propone a sus Hermanos y colaborado­
res los IDEALES más elevados: la consagración a la Inmaculada
como su “cosa y propiedad”y hasta un cuarto voto de total disponi­
bilidad para las actividades misioneras.
Por otra parte, ¿no es Dios el todo Bien, el único Bien, el sumo
Bien ?¿No merecería, pues, nuestro amor total y la consagración de
nuestra vida? Si no lo amamos a Él, que es el Amor, ¿a quién
amaríamos?. ..S i no lo seguimos a Él, que es la fuente de toda vida
y de toda santidad, ¿a quién seguiríamos?... “¿A quién iríamos”,—
se preguntaba san Pedro— “Tú sólo, tienes palabras de vida eterna”
(Jn 6,68).
Remedando a san Juan de la Cruz, deberíamos poder decir: “En
este monte de la vida religiosa sólo moran la honra y la gloria de
199
Dios”; o con san Ignacio de Loyola: “La mayor gloria de Dios”; o
con san Maximiliano Kolbe: “La máxima gloria de Dios”.

¡Dios solo!
Dios es Amor (I Jn 4,16); y dado que todo efecto es semejante
a la causa que lo produce, por consecuencia todas las criaturas
viven de amor. También a propósito del fin último y de los fines
intermedios y en general en toda sana actividad, el amor es el
resorte principal y el motor.
El hombre que se acerca a la madurez busca una persona a la
cual poder donar el corazón, con el fin de formar el propio nido
familiar. Este amor es creado por Dios y elevado a la dignidad de
sacramento.
Pero hay almas a las que Dios llama a un amor más alto.
Ellas no quieren dividir su corazón; por esto, eligen, como único
amor, el empeño de amar a Dios solo y se le consagran totalmente,
de modo oficial, a El con la profesión religiosa.
Con el voto de pobreza le ofrecen todo lo que poseen o que
podrían recibir en propiedad; con el voto de castidad le sacrifican
a Él la posibilidad de formarse una vida familiar propia y, en fin,
con el voto de obediencia donan lo que el hombre tiene de más caro:
la propia voluntad, la inteligencia y el alma entera.
Para hacer posible la fiel observancia de estos tres votos, esas
almas se unen en un instituto religioso, en el que la vida común los
ayuda a desprenderse de toda realidad material, la santa clausura
preserva los corazones de los atractivos del mundo, y los estatutos
religiosos y las recomendaciones de los superiores hacen conocer a
esas almas la voluntad de Dios en los particulares acontecimientos
de la vida diaria (SK 908).

El Padre Kolbe, como maestro y guía espiritual, más de una vez


trató de las exigencias propias de la vida religiosa. Lamentable­
mente no siempre halló la radicalidad franciscana que deseaba en
su Orden; y, por esto, quiso instaurarla tanto a nivel individual
como a nivel comunitario en Niepokalanów o Ciudad de la Inma­
culada. Esa radicalidad estaba injertada en la consagración a la
Inmaculada y en el ideal misionero.

200
Nuestra comunidad tiene un tono de vida un tanto heroico, cual
es y debe ser Niepokalanów, si de veras quiere alcanzar la meta que
se prefijó, o sea, no sólo defender la fe y contribuir a la salvación de
las almas, sino, con un atrevido ataque y sin preocuparse de sí
mismos, conquistarle a la Inmaculada un alma tras otra, un puesto
de avanzada tras otro, enarbolar su bandera en las casas editoria­
les de los diarios, de'la prensa periódica y no periódica, de las
agencias de prensa; en las antenas radiofónicas, en los institutos
artísticos y literarios; en los teatros, en las salas cinematográficas,
en los parlamentos, en los senados, en una palabra, en todas partes
y en toda la tierra; además, velar para que nadie logre jamás
remover estas banderas.
Entonces caerán toda forma de socialismo y de comunismo, las
herejías, los ateísmos, las masonerías y todas las demás tonterías
que proceden del pecado. A todas luces, ésta es una misión; pero,
según la regla, no todos están obligados ni llamados a ella, aunque
permanezcan religiosos irreprensibles.
Así yo me imagino Niepokalanów. Tal vez será una exagera­
ción; pero me parece que sin este grandioso ideal misionero
Niepokalanów no pueda tener razón de existir y se debe rebajar
necesariamente a los comunes complejos editoriales dirigidos por
religiosos (SK 199).

Ornada idea fija"


IDEAL es una idea fija luminosa, atrayente, fecunda, capaz de
unificar, vivificar y movilizar todas las facultades de un alma.
¿Podría haber IDEAL más noble y santo que el de la Inmacu­
lada y de su servicio? El mismo Jesús nos da un ejemplo filial...
La esencia específica de Niepokalanów es la “ilimitatitud” de la
consagración a la Inmaculada en vista de la conquista del mundo
entero para Ella; por consiguiente, cada uno debe estar dispuesto
en cualquier instante también a ir a todas partes y sin vacilaciones,
hasta los últimos confines del mundo y —¡ojalá!— al encuentro de
una muerte segura; en una palabra, siempre y en todo: “ilimitada­
mente” por la Inmaculada, mientras ni las constituciones ni la
regla obligan a alguno a dirigirse, por ejemplo, a las misiones, sino
sólo a “los que quieren” —escribe expresamente nuestro santo
fundador.
Nosotros tenemos una voluntaria y amada “idea fija” —si

201
alguno quisiera llamarla también así— y es la Inmaculada. Noso­
tros vivimos, trabajamos, sufrimos y ansiamos morir por Ella; y
con toda el alma, de todos modos, con todas las invenciones...,
deseamos injertar esta “idea fija” en todos los corazones. Y esto no
es indispensable para la salvación, ni... ¿o sí, es indispensable para
la esencia completa de un franciscano?...
En una palabra, la meta de Niepokalanów es la realización de
la meta de la M. I.; mientras los demás conventos pueden tener
otras metas, sublimes y grandes pero distintas.
Querido Padre, ¿refunfuño demasiado, verdad? Cuando mue­
ra, entonces cesaré (SK 325).

Escribo brevemente, porque estoy abrumado de trabajo.


Nuestro cometido en Nagasaki (Japón) es muy simple: fatigar­
nos todo el día, matamos de trabajo, ser estimado poco menos que
un loco de parte de los nuestros y, consumido, morir por la
Inmaculada.
Y, dado que no vivimos dos veces en esta tierra sino una sola
vez, por consecuencia es necesario profundizar al máximo y con
gran parsimonia cada una de las expresiones susodichas, para
demostrar lo más que sea posible el propio amor a la Inmaculada.
¿No es, quizás, hermoso este ideal? La guerra para conquistar el
mundo entero, los corazones de todos los hombres y de cada uno en
particular, comenzando por nosotros mismos.
Nuestra potencia consiste en reconocer nuestra estupidez,
debilidad y miseria, y en una ilimitada confianza en la bondad y en
la potencia de la Inmaculada. La naturaleza puede horrorizarse,
puede mirar con ojos nostálgicos otra forma de vida más tranquila
y confortable y en condiciones ya bien determinadas; pero el
sacrificio consiste precisamente en ir más allá de las atracciones de
la naturaleza corporal. Toda la esperanza está en la Inmaculada.
¡Ánimo, pues, querido Hermano! ¡Ven a morir de hambre, de
fatiga, de humillaciones y de sufrimientos por la Inmaculada!...
Fray Maximiliano María Kolbe, medio loco por la Inmaculada (SK
301).

Desafío a la Orden franciscana


La renovación de la Orden franciscana fue siempre una de las
metas más queridas del Padre Kolbe;pero toda renovación requiere
una vuelta a las raíces, un retorno a las fuentes. Y la fuente es la

202
Inmaculada, Madre de Jesús, Madre de la Iglesia y Reina de los
Hermanos Menores.
La renovación de una Orden religiosa equivale a la conversión
y a la santificación de sus miembros.
Por esto, cuanto más se acerca a la Inmaculada una Orden
religiosa, tanto más se renueva, se desarrolla, vuelve a florecer y
se reviste de frutos: de santos, incluso canonizados.
El mayor acercamiento posible es la consagración ilimitada a
la Inmaculada. Si la Orden se consagra ilimitadamente a la
Inmaculada, entonces la Inmaculada llega a ser “Reina de la Orden
seráfica”, no sólo en las letanías sino también en la realidad, y no
Reina constitucional sino absoluta; y todo franciscano conventual
llega a ser, según la expresión del Padre san Francisco, su vasallo.
¡Su caballero, pues!
Y entonces en toda la Orden acontecerá lo que se está realizan­
do actualmente en Niepokalanów y más aún, sin comparaciones.
Y... tendremos un tal progreso espiritual y numérico que
superaremos guarismos jamás soñados, mucho más elevados que
el número de miembros de todas las otras ramas franciscanas
tomadas juntas.
Y... retornarán entonces los que en el curso de los siglos se
desprendieron de nosotros, porque se desvanecerán las razones de
la separación, mientras la potencia de la insignia de la Inmaculada
borrará todo desacuerdo anterior.
Se abrirá entonces una página nueva en la historia de la lucha
entre la Inmaculada y el dragón.
¿Serán éstas sólo puras utopías?...
Ya desde clérigo, yo sufro por la relajación de nuestra Orden y
no veo otro camino más eficaz para su renovación (que la consa­
gración ilimitada a la Inmaculada) (SK 668).

Religiososcomo peces fuera del agua


La Segunda Guerra Mundial fue un desastre y una tragedia no
sólo para Europa y Polonia, sino también, en particular, para
Niepokalanów, que fue bombardeada, saqueada y transformada en
refugio para prófugos.
La numerosa comunidad de más de 700 miembros, cobijados
bajo las alas de la Inmaculada, debió necesariamente dispersarse

203
y emigrar a sus casas o a otros conventos, esperando en futuros
tiempos de paz.
A través de cartas circulares, el Padre Kolbe se comunicaba con
ellos y los exhortaba a vivir en el destierro la misma vida religiosa
que en el convento; pero, comprendiendo que, fuera del convento,
sufrirían seducciones y tentaciones, como un padre preocupado, les
envió el siguiente mensaje, para defenderlos de esos peligros,
preservarlos de posibles aflojamientos en sus IDEALES y animar­
los a conservar con firmeza los grandes principios de la vida
espiritual.

Un religioso fuera del convento, es como un pez fuera del agua


(SK 947).
No hay de qué asombrarse si un alma religiosa que mora fuera
del convento, no puede dejar de debilitarse día tras día en el amor
prometido, a menos que una gracia extraordinaria no venga en su
ayuda, y que seguramente llegará si la permanencia fuera del
convento no depende de su voluntad.
Sin embargo, en tal eventualidad ese religioso no debe descui­
dar la oración ni el empeño de observar sus santos votos del modo
más fiel posible.
Efectivamente, ¿qué no haría el buen Dios por un alma que lo
ama? Pero si una estancia de aquel género fuera intencional,
¿podría entonces el alma contar con tal gracia especial?...
No se puede vivir en el mundo sin tener en el bolsillo algún
dinero y disponer de él. ¡Qué fácil es entonces el apego al dinero,
sobre todo si las ganancias son elevadas o la familia está acomoda­
da! Es fácil también un apego a las cosas materiales, como el
alimento, el vestido o la habitación.
Fuera de la clausura, uno está necesariamente siempre en
contacto con diferentes personas. ¡Qué fácil es, en semejantes
circunstancias, el apego a las criaturas, que inicialmente es insig­
nificante pero, después, poco a poco se hace exigente tanto que llega
a sustituir al único amor escogido con preferencia.
Con respecto al voto de obediencia sobrenatural, él es una
realidad tan sublime que, generalmente, aquellas personas que
logran aún comprender la santidad de los dos votos precedentes, a
veces no son capaces de comprender la sublimidad de la obediencia.
Y si hasta un religioso relajado extravía deliberadamente la

204
vitalidad de la fe en la voluntad de Dios, o sea, en la obediencia
religiosa, ¿qué diremos de los seglares que no tienen en absoluto la
vocación religiosa y no la conocen?
Por consiguiente, cuanto más largamente permanece un reli­
gioso en el mundo sin necesidad, tanto más se hace semejante al
ambiente que lo rodea, justamente como señala el proverbio: “El
que va con el cojo, aprende a cojear”. Y mientras la buena gente, en
medio de la cual él vive, y la familia que lo quiere, tienden a salvar
su alma siguiendo el camino ordinario, él —que emitió los votos
religiosos pero los guarda cada día más flojamente— se halla
siempre más en peligro de perder la vocación y la salvación.
Además, también el enemigo del alma —llamémoslo con su
verdadero nombre: Satanás— no ahorra esfuerzo alguno para
excogitar miles de razones para retrasar el retomo del alma a las
condiciones que pueden facilitar la fidelidad en la observancia de
los votos.
No pocas veces también el ambiente que le rodea, con una falsa
benevolencia le ofrece con ello un fuerte apoyo.
Al debilitarse el alma más y más, si su conciencia se vuelve
cada vez menos pura y cada vez menos delicada y, por esto, el flujo
de gracias se afloja cada vez más, la oración llega a ser cada vez más
descuidada. Entonces lo que una vez era un ideal, un manantial de
felicidad, llega a ser algo inalcanzable o, sin rodeos, hasta repug­
nante.
Puede ser que yo haya trazado la vida de un religioso en el
mundo con colores demasiado oscuros; sin embargo, deben creer­
me: las noticias que recibo de distintas partes no hacen más que
confirmar todo lo que les estoy escribiendo.
La Inmaculada suscitó en nuestros corazones el amor hacia sí
misma, un amor tal que nos impulsó a consagramos totalmente a
su causa, es decir, la conquista de un número cada vez mayor de
almas a su amor o, más precisamente, la ayuda a todas las almas
para conocerla y amarla a Ella y, acercarlas, por medio de Ella, al
Corazón divino de Jesús, cuyo amor hacia nosotros lo animó hasta
la cruz y el tabernáculo. Pero, ¿cómo podríamos ser apóstoles, si
precisamente en nuestras almas el amor, en lugar de arder cada
día más, se fuera apagando lentamente?
Oremos a menudo y con fervor, uno para todos y todos para
cada uno, para que la Inmaculada nos preserve de semejante
desventura (SK 908).

205
La vocación se puede perder
Entre los males que más perjudicaron a la Iglesia y más
lágrimas le hicieron derramar, hay dos: el entrar en el estado
eclesiástico o religioso sin vocación o, en el camino, perder la
vocación.
La siguiente carta del Padre Kolbe está cuajada de tristeza.
Un Hermano, cuyo nombre no se da por discreción, había
entrado en Niepokalanów no por motivos religiosos sino interesa­
dos, tal vez por especializarse en electrónica y luego salir con una
buena calificación. En su carta el Padre Maximiliano lo obliga a
enfrentar sus responsabilidades.
¡Es para reflexionar y pedir al Señor que ponga sus manos sobre
nuestra cabeza, para que no lo traicionemos sino que, más bien, nos
esforcemos por servirlo cada día mejor!
Querido mío, de tu carta veo que no te das cuenta de lo que
significa no observar los votos prometidos.
¿Podrá el Señor bendecirte a ti o a tu familia por una cosa
semejante?
¿Y quisieras que yo te ayudara todavía en este asunto?...
Quizás, la ocupación que tienes actualmente es para ti motivo
de disipación. En este caso puedes pedir otra que exija menor
empeño de concentración, para que tú puedas más fácilmente
entrar en ti mismo y darte cuenta de haberte metido en un camino
equivocado.
Oí decir que ya en el momento de la profesión religiosa tenías
intención de hacer lo que estás por llevar a cabo ahora. Si la cosa
corresponde a la verdad, entonces provocaste un grave daño a la
causa de la Inmaculada. En tu lugar cualquier otro, con un fervor
auténtico, se habría especializado, como tú lo eres ahora, y podría
ser más útil, mientras ahora es necesario recomenzar de nuevo con
otro.
La dispensa de los votos no la pueden dar ni el provincial ni el
general, sino sólo el Santo Padre. Pero quisiera ponerte una
pregunta: “¿Qué acontecerá con todo esto delante del tribunal de
Dios, en el caso que tú hayas tenido la vocación y después la hayas
perdido por falta de fervor en la oración y por el interés de los
negocios de tu familia?”
Presta mucha atención, para que en la última hora, mientras
la agonía llegue al momento definitivo, tú no tengas que arre-

206
pentirte amargamente por no haber perseverado en la observancia
de los votos emitidos.
Si de una persona que no mantiene lo que prometió a otro, se
dice que no tiene carácter, o, sin ambages, cuando se trata de cosas
más importantes, que es cobarde e innoble, ¿qué diremos del que
quebranta no ya una simple promesa, sino un voto y, además,
hecho a Dios?...
Piensa seriamente en todo esto como si estuvieras en punto de
muerte.
Te recomiendo a la protección de la Inmaculada. Suplícala con
todo el corazón que te abra los ojos y te infunda la fuerza (SK 735).

207
La pobrezafranciscana

Imitar a la Inmaculada como fila imitó a lesús


Jesús pobre, humilde, obediente, siervo del Padre, evangeliza-
dor de los hombres... es el modelo de todos y de cada uno de sus
discípulos, en particular, de los que a través de los votos se
comprometen a seguirlo más de cerca en un empeño de amor más
alto y en una fidelidad más radical.
El Padre Kolbe actualizó el carisma de la pobreza del seráfico
Padre san Francisco, pero no lo hizo menos exigente. Los medios y
la maquinaria, al servicio de la Inmaculada, podrán ser de último
modelo; pero el corazón y la vida deben anclarse en el trabajo, en el
sacrificio, en el desapego y en la libertad, sin falsos escamoteos.
Como de costumbre, Maximiliano lo ve todo a la luz de la
Inmaculada, su “idea fija”y el imán de sus amores. Por esto, tanto
la práctica como el espíritu de pobreza han de ser iluminados y
alegrados por la luz y los encantos de la Inmaculada.
El que se consagró a la Inmaculada de modo verdaderamente
perfecto, ya alcanzó la santidad; y cuanto más perfectamente se
deja conducir por Ella en la vida interior (espiritual) y en la vida
exterior (actividad apostólica), tanto más participa de su santidad.
Por esto, un miembro de Niepokalanów, para imitar a la
Inmaculada como Ella imitó a Jesús, limita las propias necesida­
des personales a las cosas estrictamente indispensables y no busca
209
ni comodidades ni diversiones, sino que de todo se sirve sólo en
cuanto le es necesario y suficiente, con el fin de conquistar lo antes
posible el mundo entero y todas las almas a la Inmaculada.
En una palabra, él hace posible la impresión de una cantidad
mayor de “El Caballero...” y su difusión en el mundo, pagando
precisamente con las propias comodidades y con las propias diver­
siones. Y desea limitar al máximo las propias exigencias con
respecto a la habitación, vestuario, alimentación..., para que el
mayor número de ejemplares de “El Caballero” pueda difundirse
en el mundo. O sea, la santa pobreza, ¡pero a la luz de la Inmacu­
lada!
Por consecuencia, el que no ama a la Inmaculada hasta aspirar
a sacrificar por Ella cada cosa (pobreza) y a todo sí mismo (obedien­
cia), o sea, a consagrársele sin restricción alguna para ser un
instrumento en sus manos, es mejor que abandone Niepokalanów.
Por ende, la obediencia sobrenatural, en cuanto es la voluntad
de la Inmaculada, y la pobreza más rígida, con el fin de conquistar
lo más pronto posible el mundo a la Inmaculada y hacerse semejan­
te a Ella: he ahí las notas características de Niepokalanów (SK
339).

Que el dinero se pueda volver idolatría, abuso, explotación,


corrupción y causa de infinitos males, es evidente.
Pero hay una tentación más sutil y seductora: utilizar el dinero
no para obras, fuentes de trabajo, actividades culturales y evange-
lizadoras, sino como capital de inversión para vivir de los intereses
y de los dividendos.
También el Padre Kolbe fue sometido a esta tentación y su
respuesta fue un rechazo rotundo. He aquí lo que escribe a Fray
Alfonso Kolbe, hermano de sangre, de bautismo, de vida religiosa
y de perfección ascética.

.. .Una cosa muy importante es el fin de la casa editorial, que ha


de ser siempre el esfuerzo para conquistar a la Inmaculada el
mundo entero y cada alma en particular que existe y existirá hasta
el fin del mundo, y jamás aquella maldita “renta”, como se imagi­
naba uno de nuestros religiosos: “No desarrollarse más; las máqui­
nas son más que suficientes; de hoy en adelante tendremos nuestra
renta”.

210
¡Ay! De esta manera se cambia el medio con el fin y el fin con
el medio.
Evidentemente, la primera consecuencia inmediata es “no
desarrollarse más”.
¡Dejemos no más que las almas se pierdan, que la prensa del
diablo se desarrolle no más de modo espantoso y siembre la
incredulidad y la suciedad moral! “¡Nosotros tenemos nuestra
renta!”
He ahí un pequeño latifundio, aunque de forma diversa.
Es obvio que en este caso la maldición del Padre san Francisco
debería precipitarse también sobre este género de fábrica que
garantiza una existencia tranquila, como mucho tiempo atrás los
latifundios para los “señores” (así nos llamaban en Italia) francis­
canos conventuales.
La bendición del cielo sería entonces la destrucción de la
fábrica o la confiscación del innoble poder, para que los “señores”
frailes lleguen a ser pobres hermanos menores y se pongan al
trabajo para la salvación de las almas —¡quisiera Dios también,
con el espantajo de no tener siquiera un mendrugo de pan, cuando
mermara el ideal del amor de Dios y de la salvación eterna del
mayor número posible de almas por medio de la Inmaculada! (SK
137).

Niepokalanów necesitaba una iglesia, como casa de Dios y de la


oración; pero también en ella, como en todas las demás cosas,
debían resplandecer la pobreza y la belleza.
El turismo por las iglesias y basílicas es a menudo un escándalo
y hasta una profanación; y de todo ello debemos precavernos.
Así el Padre Kolbe escribía, desde Nagasaki (Japón), a Fray
Floriano Koziura, superior de Niepokalanów:

Querido Padre,
Seguramente la “basílica” será bastante amplia, en conformi­
dad con las necesidades, pero pobre y bella por la armonía de sus
partes, todas convergentes hacia su única meta: salvar y santificar
el mayor número posible de almas por medio de la Inmaculada. Con
todo, no deberá haber nada que no sea indispensable para tal fin.
¡Cómo desentonan los turistas que pasan de una iglesia a otra
para admirar las obras maestras de arte, en lugar de adorar a

211
Jesús en el santísimo sacramento! ¡Cuántas veces distraen estas
“bellezas” en lugar de invitar al recogimiento y a la oración! ¡Cómo
contradicen, pues, a las finalidades de la misma iglesia!
Igualmente, ¡cuánto distraen las “bellas músicas”, que para
escucharlas, muchas personas acuden a algunas basílicas roma­
nas!
En el altar mayor me imagino una hermosa estatua de la
Inmaculada quien, con los brazos abiertos, haga de trasfondo a la
custodia para la exposición perpetua del santísimo sacramento,
mientras los Hermanos hacen la adoración por tandas.
El que hace una breve visita a la “iglesia-basílica”, se pone de
rodillas, permanece en oración, dirige la mirada al rostro de la
Inmaculada y se retira, mientras Ella resuelve con Jesús su
problema. Igualmente Ella despacha los negocios de las misiones,
de los duros corazones de piedra de los paganos.
Por encima de la estatua, en un vitral (en la pared), una
hermosa representación del Corazón de Jesús (SK 585).

Edificios pobres y sencillos


Los medios y los fines a menudo chocaron y entraron en
conflicto.
Niepokalanów, la Ciudad de la Inmaculada, era vasta, pero
construida con pobreza franciscana y con estructuras y materiales
un tanto precarios. Tal vez el Padre Kolbe, en su clarividencia,
preveía los futuros bombardeos y saqueos. Se debía hacer todo
ahorro para promover el fin: la difiisión de los IDEALES marianos.
Muy pronto soplaron nuevos vientos que reclamaban una construc­
ción más estable y confortable, y Maximiliano se alarmó. He aquí
su carta a Fray Floriano Koziura, superior de Niepokalanów:

Querido Padre,
El informe publicado en el número de octubre de “Wiadomosci
z Prowincji” de cómo la Inmaculada hace progresar y desarrollar su
Niepokalanów, nos alegró y suscitó en nosotros un sentimiento de
reconocimiento hacia Ella. Sin embargo, el anuncio de la construc­
ción de un convento estable despertó una cierta preocupación.
Quizás, ¿Niepokalanów se está acercando lentamente hacia la
mediocridad?
La declaración de que el “principio-guía” serán siempre la
pobreza y la sencillez franciscanas —lo que es indispensable y

212
suficiente para alcanzar el fin—, disipa aquella preocupación; con
todo, dado que en los casos concretos no es fácil precisar adecuada­
mente “lo que es indispensable y suficiente para alcanzar un fin”,
he ahí entonces que el temor, surgido al comienzo, no se disipó del
todo.
Nosotros estamos demasiado lejos y no conocemos suficiente­
mente la situación para poder dar indicaciones más detalladas;
pero, considerando el problema desde un punto de vista general, se
podrían presentar los siguientes puntos:
1. - ¿Qué cosa nos conducirá a una más rápida actuación del fin
de la Milicia de la Inmaculada?... ¿Un proceso de estabilización o,
más bien, la diaria consolidación del desarrollo de la actividad con
miras a la conquista del mundo a la Inmaculada, unida a una
adaptación continua y elástica de todas las cosas, comprendidos los
edificios, a las necesidades del momento presente?... ¿Y, por ende,
también la transformación y la demolición de algunos edificios y la
construcción de otros que resulten más útiles en un determinado
momento, para sustituirlos, después de algún tiempo, con otros
que en el futuro se revelen más racionales?
2. - Hoy en día un edificio más duradero absorbe una suma más
abultada de dinero, mientras con tal diferencia de costos se podría
desde ya conquistar un mayor número de almas a la Inmaculada,
aumentar la tirada de las revistas, la propaganda, el número de
hermanos, de los edificios, de los instrumentos (las máquinas).
Además, en el porvenir, en el caso de que sucedieran revueltas
políticas, las construcciones más estables “se prestan” mayormen­
te a ser requisadas.
Además, algún bienhechor, comparando su propia casita con la
nuestra, podría también afirmar que él vive en una vivienda más
pobre que la nuestra. En este caso, en fin, el apego al lugar se hace
mayor, y nosotros llegamos a ser menos “peregrinos y extranjeros”
(1 Pe 2,11) (SK 649).
Cuando el Padre Kolbe regresó del Japón para retomar la
dirección de Niepokalanów, se dio cuenta de que, a pesar de sus
insistencias, no se siguieron criterios estrictamente franciscanos en
la construcción. Y en una carta al Padre Provincial, Anselmo Kubit,
expresó sus quejas:
La gente no quedó edificada por la construcción de nuestro
refectorio, que frenó el desarrollo de todo este año. No mucho
tiempo atrás, el Padre Mariano escuchó los comentarios que los

213
lecheros, a la espera del tren, hacían entre sí (en dialecto): “¡Cons­
truyeron para sí mismos palacios como los de los condes!”
Yo hubiera deseado vivamente que el criterio de nuestras
construcciones hubiese sido calculado más en base a las necesida­
des corrientes que sobre principios de la estabilidad y del futuro.
Precisamente por esto yo sigo opinando que las razones, que
presentaba en mis cartas desde el Japón, son todavía actuales.
Cuando por los alrededores de aquí suija la segunda Varsovia,
entonces tendremos todavía tiempo suficiente para trepamos
hacia lo alto; pero por el momento actual van bien los edificios que
existen, semejantes a los que la gente construye a nuestro alrede­
dor o, más bien, más pobres todavía. Esta es mi opinión.
El dinero que en tal modo se ahorra, debería servir más bien
para un mayor impulso en la conquista de las almas a la Inmacu­
lada (SK 772).

¿a Inmaculada es el fin, la pobreza el capital


Los santos toman en serio el Evangelio que les dice: “Busquen
ante todo el reino de Dios y su justicia; y todo lo demás les será dado
por añadidura” (Mt 6,33).
San Francisco en la regla proclama que “los Hermanos Menores
son herederos de la altísima pobreza... ”Maximiliano la profesó y la
vivió.
El Padre san Francisco es el modelo del misionero. Su ejemplo
y su regla son altamente misioneros y consienten el máximo
impulso apostólico dirigido a la salvación y santificación de las
almas.
La característica fundamental de esa regla, la santa pobreza,
es el capital que nos permite a nosotros medimos con las más
grandes potencias financieras..., porque la santa pobreza es el
cofre sin fondo de la divina Providencia.
Nosotros lo experimentamos vivamente aquí en el Japón. Si
nos permitiéramos una comodidad de cualquier género, estaría­
mos francamente impedidos en la actividad. Y así el que puede, nos
viene en ayuda. Actualmente nuestro más eficiente traductor es el
Prof. Yamaki, japonés, protestante metodista desde el nacimiento
y, más aún, uno que predica en su iglesia. Sin embargo, él se inclina
más hacia el catolicismo, y su ideal es el Padre san Francisco.
La Inmaculada es el fin y la pobreza el capital. He ahí las dos
características que Niepokalanów no puede en absoluto, bajo

214
ningún concepto, abandonar. Sin tal fin ella dejaría de ser “Niepo-
kalanów”: traicionaría su misión. Por otra parte, sin la pobreza y
sin la completa confianza en la divina Providencia, no se puede
hablar de impulso o de ofensiva (SK 299).
El voto de pobreza, que no se vuelve vivencia en casos concretos,
es pura retórica y autoengaño.
Maximiliano, en su magisterio formativo y en perfecta coheren­
cia con sus principios, desciende a casos concretos.

Nada de abono, sino oferta libre


Con respecto a la situación financiera, yo creo que sea oportuno
retornar aún más al espíritu primitivo, es decir, a poner en práctica
con mayor empeño el mandato de Jesús: “Busquen ante todo el
reino de Dios y su justicia y todo lo demás les será dado por
añadidura” (Mt 6,33).
En los comienzos el ideal era la realización perfecta del fin de
la Milicia de la Inmaculada, que consistía en el esfuerzo por
convertir y santificar, por medio de la Inmaculada, de veras a
todos, incluyendo a los más pobres que no tienen la posibilidad de
ofrecer nada de nada y hasta a los que comienzan a sacar algún
provecho, pero no aprecian aún la obra hasta dar la propia contri­
bución con una mano más generosa.
Como compensación, aceptar lo que cada uno puede y .. .quiere
ofrecer.
Habiéndonos consagrado enteramente a la causa de la Inma­
culada en las almas, podemos dirigimos a los demás con entera
franqueza, para que nos donen, según sus posibilidades, al menos
algo de sus bienes materiales en beneficio de nuestra obra.
De esta manera se dejará de subrayar continuamente en las
cuentas corrientes: “Abono, abono”, y se desarrollará cada día más
la idea de la oferta libre. Al hacer así, con la ayuda de la Inmacu­
lada, el impulso hacia adelante será más vivaz (SK 759).

Ni peinado ni cigarrillos
Acerca del peinado, yo opino que él no es indispensable para la
santidad, más aún, tampoco ayuda a la humildad y a la sencillez.
¡Todo lo contrario! Cuanto más progresa uno en el amor hacia la
Inmaculada, tanto menos se preocupa del peinado. Las constitu­
215
ciones no lo imponen. Ciertamente el corte uniforme de los cabellos
está más en el espíritu de ellas.
En fin, yo creo que nuestro Padre san Francisco no llevase en
el bolsillo ni peine ni espejo: ¡y nosotros ingresamos en su Orden
para imitarlo!
Según mi parecer, pues, será más ventajoso para el alma no
juguetearse con su peinado y de ese modo seremos facilitados en
conseguir el fin de la Milicia de la Inmaculada.
Acerca de los cigarrillos, el asunto es más grave. Es muy difícil
imaginar a nuestro Padre san Francisco con un cigarrillo en boca.
¡Sería una profanación!
Además, el tabaco cuesta; por ende será más según el espíritu
de pobreza abstenerse de él, sobre todo, si pensamos que las
ofertas, que la gente da para la causa de la Inmaculada, deben
servir sólo para tal causa; y lo que se gasta por cosas personales
más allá de los límites de una evidente necesidad, llegaría a ser un
robo de las ofertas depositadas por la causa de la santificación de
las almas (SK 942).

276
Obediencia, itinerario de santidad
La santidad, máxima realización del hombre y máxima glori­
ficación de Dios, tiene distintas formulaciones que suelen expresar­
se de esta manera.
La santidad consiste en una vivencia cada vez más plena de la
inhabitación trinitaria en un alma, en la perfecta configuración con
Cristo, en la perfección de la caridad y en la perfecta conformación
de la voluntad humana con la voluntad divina...
En esta perspectiva se enraízan el voto y la virtud de la
obediencia que tanta importancia tienen en la vida espiritual y, en
particular, en la espiritualidad del Padre Kolbe. Como en todos los
demás aspectos de su vida, Maximiliano ve, juzga y habla de la
obediencia a la luz de la Inmaculada. Para él, la Inmaculada es la
representación de la voluntad de Dios.
El espíritu de Maximiliano era un volcán de iniciativas, pero
todo estaba supeditado a la obediencia. Esa sumisión fue para él
fuente de serenidad psíquica y de bendiciones divinas para sus
obras e itinerario de santidad.
En los escritos del Padre Kolbe, la obediencia ocupa un lugar
privilegiado. De las gavillas de sus cartas, meditaciones y exhorta­
ciones recogeremos algunas espigas de elevado contenido místico.
Queda un interrogante. Dados los destinatarios, la obediencia
de que habla Maximiliano se aplica a los religiosos; análogamente
217
¿puede aplicarse también a los seglares? No nos quepa la menor
duda. El mismo Jesús se lo había indicado al joven rico que le
preguntaba qué debía hacer para alcanzar la vida: “Si quieres al­
canzar la vida eterna, guarda los mandamientos” (Mt 19,17).
Todo hombre, pues, tanto en el seno del hogar como en la
escuela, tanto en la oficina como en el taller, tanto en la ciudad como
en el campo, puede realizar en espíritu de fe y de obediencia las
distintas obligaciones con las que está comprometido o las diversas
tareas que se le encomienda.

La obediencia manifiesta la voluntad de Dios


El Padre Maximiliano, arrebatado por sus entusiasmos juveni­
les, así escribe a su hermano Fray Alfonso Kolbe:

Carísimo hermano,
¡Gloria al Señor Dios y alabanza a la Inmaculada por todas las
gracias que nosotros, aunque indignos, recibimos!
Me llena de gozo el celo que te anima en la difusión de la gloria
de Dios. En nuestros tiempos existe una gravísima epidemia de
indiferencia que afecta, obviamente en varios grados, no sólo a los
laicos sino también a los religiosos.
Sin embargo, Dios es digno de una gloria infinita. Aun siendo
nosotros unas pobres criaturas, incapaces, pues, de rendirle la
gloria que se merece, esforcémonos por contribuir, en cuanto
podamos, a rendirle la mayor gloria posible.
Como ya sabes (sobre todo de la ética), la gloria de Dios consiste
(prácticamente es la misma cosa) en la salvación de las almas. Pues
bien, la salvación y la santificación más perfecta del mayor número
de almas que Jesús redimió a caro precio con su muerte en cruz
(comenzando por nosotros mismos), debe ser nuestro sublime ideal
de vida. Todo esto para procurar los más grandes gozos al sacratí­
simo Corazón de Jesús.
¿Cuál es el modo mejor de rendir a Dios la mayor gloria posible
y guiar a la santidad más excelsa el mayor número de almas?
Sin duda, Dios mismo conoce mejor que nqsotros ese modo,
porque es omnisciente e infinitamente sabio. El, y sólo Él, Dios
omnisciente, sabe qué podemos hacer en todo momento para
rendirle la mayor gloria posible. De Él, pues, y sólo de Él, podemos
y debemos aprender ese modo.
¿Cómo revela Dios la propia voluntad? Por medio de sus

218
representantes en la tierra. La obediencia, pues, y sólo la santa
obediencia, nos manifiesta con seguridad y certidumbre la volun­
tad de Dios. Los superiores pueden equivocarse; pero nosotros, al
obedecer, no nos equivocaremos jamás.
Hay una única excepción: cuando el superior ordenara algo que
claramente, sin duda alguna, fuese pecado, aun mínimo (lo que en
la práctica no sucede casi nunca), porque en tal caso el superior ya
no sería representante de Dios...
Dios, y solamente Dios infinito, infalible, santísimo, clementí­
simo, es nuestro Señor. ¡El, nuestro Dios, nuestro Padre, Creador,
Fin, Inteligencia, Potencia, Amor, Todo! Cualquier cosa que no sea
Él, tanto vale en cuanto se refiere a Él, Creador de toda cosa,
Redentor de todos los hombres, fin último de toda la creación.
Es, pues, Él, quien por medio de sus representantes aquí en
tierra nos manifiesta la propia adorable voluntad y nos atrae a sí
y quiere, por medio nuestro, atraer el mayor número posible de
almas y unirlas a sí del modo más íntimo y personal.
Querido hermano, piensa en lo grande que es nuestra dignidad
por la misericordia de Dios. Por medio de la obediencia nosotros nos
elevamos por encima de nuestra poquedad y podemos obrar en
conformidad con una sabiduría infinita (sin exageración), con la
sabiduría divina... Dios nos ofrece la propia infinita sabiduría y
prudencia, para que ellas guíen nuestras acciones: ésta es grande­
za.
¿No es verdad que así nosotros santificaremos en el mejor de los
modos el mayor número de almas? Y esto no es todo. Por medio de
la obediencia llegamos a ser infinitamente poderosos. Efectiva­
mente, ¿quién puede resistir a la voluntad de Dios? (SK 25).

El modo mejor para imitar a jesús


El ejemplo y la palabra de Jesús son normas de fe y de vida para
todos los creyentes. Evocando esos ejemplos y esas palabras, el
Padre Kolbe ofrece a su hermano Alfonso el mejor itinerario de
perfección. Sigue la misma carta:
Carísimo hermano, éste, y sólo éste, es el camino de la sabidu­
ría, de la prudencia y de la potencia infinita, y el modo de dar a Dios
la mayor gloria posible.
Si existiera un camino diferente o mejor, Jesús con la palabra
y el ejemplo nos lo hubiera indicado. Los treinta años de su vida

219
oculta la sagrada Escritura los describe sencillamente así: "Y les
estuvo sujeto” (Le 2,51). Igualmente, con respecto a la entera vida
de Jesús, leemos a menudo en la sagrada Escritura que Él había
venido a la tierra, para cumplir la voluntad del Padre celestial (Jn
4,34;5,30; Hb 10,9). Todo esto lo sabes bien también tú; sin
embargo, cuanto más piensa uno en ello, tanto más ve su grandeza
y belleza.
Amor, pues, amor sin límites hacia nuestro óptimo Padre, amor
que se demuestra a través de la obediencia y se ejerce, sobre todo,
cuando se trata de cumplir cosas que no nos son agradables. El
libro más bello y más verdadero en el que se puede profundizar sin
tregua este amor con el fin de imitarlo es el crucifijo.
Sin embargo, todo esto lo alcanzaremos mucho más fácilmente
de Dios por medio de la Inmaculada, porque Dios le confió a Ella
toda la economía de su misericordia, reservándose a sí mismo la
justicia, como dice san Bernardo (SK 25).

La cruz es escuela de amor


La inteligencia está por encima de los sentidos y la fe por
encima de la inteligencia, aunque ella sea “un obsequio de la razón
por lo que se refiere a la evidencia exterior, no ya a la interior”. Y
cuanto menos ve la inteligencia la “evidencia exterior” y, pese a
todo, camina igualmente siguiendo los dictámenes de la fe, tanto
mayor es la gloria que rinde a Dios, reconociendo su infinita
sabiduría, bondad y potencia. La perfección consiste en el amor a
Dios, en la unión con Él, en nuestra divinización.
Él amor se manifiesta mediante la actuación de la voluntad de
Dios, que a nosotros se nos revela por medio de la voluntad de los
superiores... El Ángel Custodio dijo a santa Gema Galgani que el
camino más breve y auténtico para ir al cielo es la obediencia.
El someterse a la voluntad de Dios y a su actuación, especial­
mente en lo que es contrario a los sentidos y hasta a una inteligen­
cia limitada y falible, inflama siempre el amor hacia Dios. La cruz
es escuela de amor.
Deseo que la Inmaculada no ahorre las cruces a su “Milicia” ni
a cualquiera de sus miembros por su causa. Sólo así se purifican las
intenciones, para que no se adhiera a ella, ni en ella se trabaje por
propia exhibición ni por complacencia interior, sino únicamente
por puro amor (SK 51).

220
La obediencia no es pasividad. El Padre Kolbe fue obedientísi-
mo, pero a la vez fue un volcán de dinamismo y de iniciativas.
Es propio del súbdito proponer iniciativas, motivarlas, funda­
mentarlas, hacer ver las ventajas apostólicas, mostrar las dificul­
tades que hay que repechar, buscar amigos y colaboradores, prepa­
rar proyectos, elaborar costos, encarar progresos previsibles... y
someterlo todo a la autoridad del superior.
Maximiliano en muchas oportunidades propuso los proyectos
más atrevidos y costosos, pero buscando el respaldo de la oración y
de la obediencia. De esa manera, con la bendición de la obediencia
estaba seguro de cumplir la voluntad de la Inmaculada,, en cuya
ayuda confiaba plenamente. Escribía a la Sección Mariológica de
Cracovia:
Queridos, ¡cuánto me gusta leer: “Nos esforzamos...” Ford
despedía del trabajo a los que se juzgaban ser ya maestros y
dejaban de esforzarse por procurar un modo cada día más racional
de trabajar...
La Milicia de la Inmaculada se inició y se desarrolló a través de
la santa obediencia. Y no podía ser de otra manera, ya que su
esencia es pertenecer a la Inmaculada. De la Inmaculada es sierva,
hija, esclava, cosa, propiedad y todo. En breve, pertenecerle a Ella
bago todo aspecto. Anonadarse a sí mismo y llegar a ser Ella. El
elemento fundamental de semejante transformación consiste en
conformar, fusionar y unificar nuestra voluntad con la de Ella.
Está fuera de toda duda que su voluntad está plenamente
unida a la voluntad de Dios. Entonces, no hay que hacer otra cosa
sino unir nuestra voluntad con la suya, para que, por medio de Ella,
nos unamos a Dios. Pero solamente la santa obediencia es capaz de
manifestamos de modo infalible la voluntad de Dios, la voluntad
de Ella.
Por esto, el perfeccionamiento de la virtud de la obediencia a los
superiores es la actuación práctica de la “Caballería de la Inmacu­
lada”, es la Milicia de la Inmaculada viva.
Todo ello no significa de ninguna manera no tener iniciativas
en campo alguno; más bien, se puede y se debe comunicar con toda
libertad los pensamientos, los deseos que nacen en el corazón a
condición que estemos dispuestos con igual satisfacción ( de la
voluntad, porque la naturaleza a veces puede también rebelarse)

221
a acoger la decisión de la obediencia, ya sea conforme ya sea
contraria o indiferente a nuestro punto de vista.
Los superiores han de saber que nosotros no queremos en
absoluto ejercer presiones por cosa alguna. En la duda, sería bueno
hacerles conocer esta nuestra disponibilidad, para evitar que se
dejen condicionar por nuestra voluntad; en cambio, somos nosotros
los que debemos ser guiados por ellos.
No perdamos la paz si el sentimiento “se enfría”. Aquí se trata
de voluntad y sólo de voluntad. Más aún, cuanto más se rebela la
naturaleza, tanto mayores serán los méritos que nosotros coseche­
mos.
Me alargué mucho; pero no vayan a creer que yo ya no “me
esfuerzo”. ¡Todo lo contrario! Con la ayuda de la Inmaculada
advierto en mí mismo muchísimas imperfecciones y mucho mal;
pero, siempre con su ayuda, “me esfuerzo” (SK 579).
En nuestra actividad deberíamos poner una atención muy
particular a dos cosas:
1. a la libertad, a la franqueza, a la sinceridad en manifestar a
los superiores competentes lo que se piensa sobre un determinado
problema; además,
2. al esmero, a la determinación, al amor en actuar la decisión
de los superiores, sin considerar que esa decisión fue tomada
respetando nuestra convicción o contra ella o sin tenerla en cuenta
en absoluto.
De todas maneras, cuando el problema es bastante importante
y podemos razonablemente presumir que los superiores mayores
sean de opinión diversa, es lícito dirigirse a ellos; más aún, en los
problemas muy importantes, estamos obligados a hacerlo... Hecho
esto, ver en su decisión la voluntad de la Inmaculada.
De cualquier modo, conservar siempre una completa serenidad
interior, más aún la alegría. Ante todo, ¡que la Inmaculada con­
quiste y tome posesión de todos nosotros de modo ilimitado!
Entonces Ella podrá obrar también por medio nuestro (SK 575).

Cuarto voto: total disponibilidad


El Padre Maximiliano Kolbe no sólo se había consagrado sin
límites a la Inmaculada, sino que deseaba que su consagración
fuese sellada con un voto de total disponibilidad; o sea, a los votos
de pobreza, castidad y obediencia añadir un cuarto voto de ir a
cualquier lugar y en cualquier condición al servicio de la Inmacu­
lada.
222
Sometió al superior provincial, Fray Cornelio Czupryk, sus
anhelos. Su petición fue acogida, y el sábado santo del año 1932
tanto él como los Hermanos de Nagasaki (Japón) emitieron el
cuarto voto.

Amado Padre,
los Hermanos de Mugenzai no Sono (Nagasaki), incluyendo al
infrascrito, considerando que:
1. ni nuestra regla ni las constituciones obligan a estar dispues­
tos para ir a las misiones;
2. nadie puede ser verdadero miembro de Niepokalanów si no
se consagra a la Inmaculada sin reserva alguna, no excluyendo ni
las misiones, sin preocuparse de la nación, de las dificultades y
¡ojalá! también de la muerte;
3. constatando que actualmente el Reverendísimo Padre Pro­
vincial (Padre Cornelio Czupryk) no puede ordenar a nadie que se
dirija a cualquier lugar fuera de Polonia (de la provincia), sino que
debe ante todo lograr el consentimiento del religioso interesado;
4. ninguna guerra llevada adelante con un sistema de este
género —o sea, en el que el comandante está obligado a preguntar
al soldado si tal posición es de su agrado y a enviarlo sólo si el
soldado consiente— tendría muchas probabilidades de victoria;
remitimos al Revmo. Padre Provincial una petición, para que
nos fuera concedido añadir a los actuales votos religiosos también
el de estar dispuestos a todo por la Inmaculada, aunque se tratara
de las misiones más difíciles y hasta arriesgar la propia vida.
Plenamente consciente de que yo no tengo el derecho de
imponer a los Hermanos un compromiso de este tipo, lo dejé a su
libre decisión, pero ellos con gran entusiasmo suscribieron el
documento redactado por Fray Mieczyslaw.
Junto con esta carta, remito una invitación, de mi personal
iniciativa —yo no soy superior de Niepokalanów, y por ende soy
libre de hacerlo— a los Hermanos de la Milicia de la Inmaculada...,
para que eleven una petición semejante al Revmo. Padre Provin­
cial (SK 398).

La obediencia, fuente de paz y serenidad


En la vida espiritual una de las inquietudes más delicadas es
ésta: “¿Con esta acción agrado o no a Jesús? ¿Cumplo la voluntad
de Dios, sí o no?”

223
A través de la obediencia, el religioso logra gran paz y sereni­
dad. Análogamente, también los esposos y los padres, a través del
diálogo, la consulta y la oración, pueden alcanzar gran serenidad
en sus decisiones.
Mientras estaba viajando en tren hacia Tokyo, el Padre Kolbe
preparó este mensaje:

Mis queridos Hermanos,


1. ¡Qué realidad agradable y grata, más aún, agradabilísima y
gratísima, en la vida religiosa, es el hecho de que Dios y la
Inmaculada se dignan hablamos de modo tan claro y tan detallado
a través de la santa obediencia!
De algún modo es un misterio, cuya comprensión y aceptación
amorosa Dios concede sólo a esas almas que Él eligió, para que
conozcan perfectamente su voluntad, o sea, le demuestren un amor
perfecto —se trata de una única y misma cosa— en la vida
religiosa.
Los seglares no pueden comprender esto y consideran la
obediencia, que para nosotros es la realidad más querida, como una
forma de esclavitud. Para ellos es un misterio oculto.
2. -¡Cuánta paz y felicidad auténtica infunde en un alma religio­
sa la conciencia de cumplir de modo cierto la voluntad de Dios, de
ser seguramente un instrumento en las manos de la Inmaculada!
Un religioso, convencido de esta verdad, no confía en absoluto
en la propia inteligencia; no busca nada con la propia voluntad sino
a Dios y su santa voluntad; no se aficiona ni al trabajo, ni al lugar,
tampoco a las prácticas de piedad, sino sólo y exclusivamente a la
voluntad de Dios, a Dios a través de la Inmaculada.
3. -En fin, ¡cómo será dulce para él la muerte! ¡De qué serenidad
y de qué dulzura colmará su corazón la conciencia de que en todo
dio escucha única y exclusivamente a la voluntad de Dios, a la
voluntad de la Inmaculada, a través de la santa obediencia! ¡Cómo
va a bendecir a aquellos superiores que quebraron sin piedad su
voluntad y lo constriñeron de algún modo a caminar solamente a
lo largo del camino de la obediencia ciega! En cambio, ¡con qué
disgusto y remordimiento recordará en el lecho de muerte a
aquellos superiores a los que, quizás, se había mayormente aficio­
nado, por ser “más indulgentes”, “más comprensivos”, “más bené­
volos”, “más buenos”!
Ellos muy a menudo le permitían que secundara su personal
voluntad y con ello él perdía las infinitas gracias de las bendiciones

224
y de las dulzuras divinas que el Señor reserva sólo para las almas
generosas, dispuestas a renunciar también inmediatamente a las
cosas que mayormente les son gratas, más razonables y sublimes,
cuando la obediencia les requiera una cosa muy diferente, o sea,
cuando Dios mismo les indique un camino distinto. Más aún,
cuanto mayor es el sacrificio que esas almas cumplen de sí mismas,
de sus inclinaciones, de su inteligencia, de sus gustos, tanto mayor
es el amor que ellas demuestran a Dios.
Plenamente consciente de todo esto, las almas que aman de
veras a Dios, no pueden vivir sin renunciar continuamente a sí
mismas, a sus gustos, a su inteligencia, a su voluntad, para arder
continuamente y para inflamarse cada vez más en el fuego de aquel
amor verdadero que no consiste en dulces sensaciones, sino en una
voluntad dispuesta siempre, doquiera y en todas las cosas a
cumplir sólo y exclusivamente la voluntad de Dios, que ellas
descubren con el ojo de la fe y aman por encima de su misma vida
en la santa obediencia (SK 329).

Cariños y ternuras de padre


El amor del Padre Kolbe a la Inmaculada fue por cierto divino
y filial; y la Virgen como premio le dilató el corazón y lo hizo padre
de numerosísimos hijos, hacia los cuales experimentaba entraña­
bles sentimientos de ternura y cariño. Continúa el mensaje a los
Hermanos de Nagasaki, escrito durante el viaje en tren a Tokyo.
¡Mis queridos hijos!
Por amor de la Inmaculada yo renuncié a una familia mía y a
hijos según la carne; pero la Inmaculada, que jamás se deja vencer
en generosidad, me concedió hijos muy numerosos, ya que todos
ustedes, que consagraron su vida entera y su eternidad a la
Inmaculada, son mis hijos espirituales y Ella hizo de mí su padre
espiritual.
Y créanme: Ella me comunicó tal ternura y tal cariño hacia
todos ustedes, ya fuere del Japón que de Polonia, muy semejante
a la ternura de un “papá” y de una “mamá” en sus relaciones con
el hijo amado.
Y esto está en conformidad también con el espíritu de los
primeros siglos de nuestra Orden, cuando el superior era llamado
“madre”.
Ustedes reconocen inmediatamente que yo no sería para uste­

225
des, mis queridos hijos, un auténtico padre espiritual, si ante todo
y por encima de todo no me preocupara de su alma. Por esto, no les
prometo en absoluto procurarles alegrías a cada paso, porque
llegaría a ser su traidor espiritual, sino que, más bien —según el
método llevado a cabo por una gran santa como santa Teresa del
Niño Jesús—, haré lo imposible para no ser indulgente, sino para
privarles de su propia voluntad y sepultarla completamente, para
que vivan sólo y exclusivamente de la voluntad de la Inmaculada.
En tal caso, ya en esta tierra poseerán la libertad de los hijos
de Dios y de la Inmaculada, porque cualquier forma de apego,
aunque mínimo, a cosas y personas, si no está dirigido a Dios y
según su voluntad, no les permitiría volar por encima de ustedes
mismos (SK 329).

226
Vida interior

El hombre, por ser hombre, ha de volverse oración, tanto en


razón de sus orígenes y de sus fines como de sus carencias.
De ahí que todo su ser, su vida, sus relaciones, sus actividades...
han de volverse oración, o sea, vida de unión con Dios, que es la raíz
de toda santidad y la fuerza motriz de todo apostolado.
La oración tiene formas y grados distintos, y es un medio
imprescindible para lograr nuevas gracias y bendiciones.
Según santa Teresa, “los caminos de oración son caminos de
perfección*.
San Maximiliano Ralbe no escribió ningún tratado sobre la
oración, pero sí la vivió intensamente a los pies de la Inmaculada
y la alimentó de mil maneras y con mil santas industrias, propias
de los enamorados.
De su experiencia de hombre de Dios y de su cultura teológica
recogió acendrados mensajes y ahora nos ofrece una gavilla de
espigas para nuestra reflexión y disfrute.

El apostolado es fruto de la gracia; pero la gracia se obtiene a


través de la oración... De ahí nace el apremiante llamado del Padre
Kolbe a todos sus amigos y colaboradores:

227
En sus actividades, ante todo, deben cuidar con la máxima
atención la vida interior.
En vano podrían ustedes ejercitar sus inteligencias, en vano
llenarían sus mentes con innumerables, bellas e indispensables
nociones, si les debiera faltar una interior y filial relación con la
Inmaculada, madre, reina, caudilla y esperanza nuestra (SK106).
La fecundidad del trabajo no depende de las capacidades, de los
esfuerzos o del dinero, aunque también éstos son dones de Dios y
también útiles para el apostolado católico, sino sólo y únicamente
del grado de unión con Dios.
Si ésta falta o si tal vínculo se debilita, de nada valen los demás
medios.
En cambio, si el vínculo es vital, todo lo demás se encontrará sin
dificultad alguna (SK 1071).

La santificación ie las almas, obra de la gracia divina


La gracia es la vida divina que santifica a las almas; pero
también son gracias la ayuda del Señor en nuestras debilidades, la
fuerza divina para levantarnos en las caídas, la asistencia del
Señor en las actividades apostólicas...
La fuente de toda gracia es la oración:
Con respecto a las actividades de la Ciudad de la Inmaculada
japonesa y en general de cualquier otra Ciudad de la Inmaculada
o de cualquier puesto de avanzada que tenga el fin de acercar las
almas a Dios, estemos precavidos en creer que el valor de una obra
esté atestiguado por los frutos de la actividad exterior.
La conversión y la santificación de un alma fue, es y será
siempre obra de la gracia divina. Sin la gracia de Dios nada se
puede obrar en este campo, ni con la palabra viva, ni con la prensa,
ni con ningún medio exterior.
La gracia para nosotros mismos y los demás, nosotros la
obtenemos con la humilde oración, con la mortificación y con la
fidelidad en el cumplimiento de nuestros deberes ordinarios,
incluyendo los más simples.
Cuanto más unida a Dios está un alma, tanto más grata a Dios
es; cuanto más lo ama ella y es amada por El, tanto más eficazmen­
te puede ayudar también a los demás a alcanzar la gracia divina
y tanto más fácil y plenamente es escuchada su oración. Por
consiguiente, también la Inmaculada —siendo la sin mancha y

228
totalmente de Dios— está llena de gracia y es, sin más, mediadora
de toda gracia para todas las almas.
Además, conociendo nuestra debilidad, las frecuentes caídas y
el alejamiento de Dios, nos dirigimos a Ella justamente por esto:
para lograr toda suerte de gracia para nosotros mismos y para los
demás.
En breve, el valor de toda Ciudad de la Inmaculada depende
única y exclusivamente de la vida de oración, de la vida interior, de
nuestro acercamiento a la Inmaculada y, por Ella, al Corazón de
Jesús (SK 925).

La dimensión contemplativa es prioritaria


No faltan problemas ni actividades en la vida; pero, so pena de
desubicarse y de desbarrancarse en el vacío, el hombre consciente
asume como prioritaria la dimensión contemplativa.
Lo exigen su condición de criatura, su vivencia social y su
incorporación al misterio del universo.
Como Cristo es Cabeza de la Iglesia y Sumo Pontífice de la
“Nueva y Eterna Alianza”, todo hombre participa de la plenitud de
Cristo y es el pontífice que en nombre de los demás y de toda la
naturaleza vive y proclama las maravillas de Dios.
Nuestros contemporáneos, excesivamente atrapados por pro­
blemas materiales, se olvidan de la oración. Desde la mañana a la
tarde, como en un exorcismo, están obsesionados sólo por el ansia
de la ganancia: en el mar o por tierra, en la fábrica o en el negocio.
La oración es la expresión de un alma hermosa.
El cuerpo humano tuvo origen del polvo y, después de la
muerte, se transformará en polvo. También todas las actividades
humanas están dirigidas a la madre-tierra. Sólo en el momento de
la oración el hombre eleva el corazón hacia el paraíso y entra en
conversación con el Creador del universo, con la causa primera de
todo, con Dios.
Toda buena madre goza mucho cuando el hijo le pide alguna
cosa. Esto es la expresión de la confianza del hijo en la bondad de
la propia madre. De igual manera Dios reconoce con alegría la
confianza que nosotros le manifestamos en la oración.
Esta oración no debe expresarse en formas rígidamente esta­
blecidas. La esencia de ella es la petición, la acción de gracias o la
adoración manifestada a Dios.

229
El que no ora, no comprende fácilmente el espíritu de la
oración. Tampoco puede darse cuenta de la felicidad que la oración
ofrece al alma, de la energía que la oración comunica en la vida de
cada día (SK 1208).

El poder más grande del universo


El año 1939 fue sumamente funesto para Polonia y para el
mundo.
Los nazis declararon guerra a Polonia, encendiendo la chispa
de la conflagración planetaria.
La querida obra de san Maximiliano —Niepokalanów o “Ciu­
dad de la Inmaculada”—, donde vivían más de setecientos herma­
nos, fue bombardeada y saqueada. Pese a regar con lágrimas las
ruinas, Maximiliano apunta hacia lo alto, hacia los grandes
valores del espíritu, e instaura la adoración perpetua: el hombre en
unión y en adoración del Verbo Eucarístico.
La actividad más importante se halla en pleno desarrollo, o sea,
la adoración perpetua al santísimo Sacramento, que desde hacía
mucho tiempo se deseaba llevar a cabo.
Inicialmente por tumos de dos, después de cuatro y ahora de
seis hermanos, cada media hora, se alternan durante todo el día.
Y así durante la jomada entera corre ininterrumpidamente un
torrente de oración, el más grande poder del universo, capaz de
transformamos a nosotros y de renovar la faz de la tierra (SK 895).

Ser llamas para encender otras llamas


El Padre Kolbe, recordando el mensaje de Jesús: “Sin mí nada
pueden hacer” (Jn 15,5), vive obsesionado por la oración y quiere
trasegar sus ansias tanto a sus hermanos en la vida religiosa como
a los millones de lectores de sus revistas:
La oración es un medio desconocido y, sin embargo, el más
eñcaz para restablecer la paz en las almas y darles la felicidad,
porque sirve para acercarlas al amor de Dios.
La oración hace renacer el mundo. La oración es la condición
indispensable para la regeneración y la vida de toda alma. Por
medio de ella santa Teresita, sin abandonar los muros de su

230
convento, llegó a ser la Patrona de todas las Misiones, y no sólo de
título, como la experiencia demuestra.
Oremos también nosotros, oremos bien, oremos mucho, ya con
los labios ya con el pensamiento; y experimentaremos en nosotros
mismos cómo la Inmaculada tomará siempre más posesión de
nuestra alma, cómo nuestra pertenencia a Ella se profundizará
siempre más bajo todo concepto, cómo nuestras culpas se desvane­
cerán y nuestros defectos se debilitarán, cómo suave y potentemen­
te nos acercaremos siempre más a Dios.
La actividad exterior es buena, pero, obviamente, es de secun­
daria importancia y aún menos en relación a la vida interior, de
recogimiento y de oración, a la vida de nuestro personal amor hacia
Dios.
Sólo a través de la oración es posible alcanzar el ideal de san
Agustín: “El amor de Dios hasta el desprecio de sí mismo construyó
la ciudad de Dios”. Ha de ser un desprecio no sólo imaginario, sino
real. De esa manera, conociéndonos siempre mejor a nosotros
mismos, nuestra nada y nuestras debilidades, podemos despre­
ciarnos a nosotros mismos y desear que los demás nos traten como
merecemos.
En la medida en que ardamos cada vez más del amor de Dios,
podremos abrasar con un amor semejante también a los demás (SK
903).

¡No apagar el espíritu de oración!


Maximiliano Kolbe, como franciscano, semanalmente escucha­
ba la lectura de la regla de san Francisco, que en el quinto capítulo
declara: “Los hermanos a los que ha dado el Señor la gracia de
trabajar, trabajen fiel y devotamente, de forma tal que, evitando el
ocio, que es enemigo del alma, no apaguen el espíritu de la santa
oración y devoción, a cuyo servicio deben estar las demás cosas
temporales”.
Maximiliano no sólo profesó la regla, sino que vivió profunda­
mente su espíritu. Su vida fue oración y la oración fue su vida.
En ocasión de un Capítulo Provincial apremia a todos los
hermanos a unirse en oración, para impetrar luces y gracias del
Espíritu Santo:
Espero que todos los hermanos —propiamente todos sin excep­
ción alguna— nos ayudarán durante el Capítulo no sólo con la

231
oración exterior, sino también con la interior, de la que habla el
padre san Francisco en la regla, “que los hermanos no apaguen el
espíritu de oración”. Ese espíritu consiste en elevar siempre el
pensamiento a Dios, o sea, la propia intención en el obrar, para
trabajar, reposar y también orar públicamente sólo porque ésta es
la voluntad de la Inmaculada, para agradarle a Ella y, por Ella, al
sacratísimo Corazón de Jesús.
Y no hay que buscar nunca en ninguna cosa la satisfacción de
otras intenciones, como por ejemplo: una cosa me gusta y otra no,
esto convence y aquello no, o en esto se puede sacar una ventaja
para sí; u otras cosas por el estilo.
Estas otras intenciones frenan el desarrollo de la Ciudad de la
Inmaculada y el crecimiento interior de cada alma en particular,
de aquellas que no se esfuerzan por romper estas ataduras y
lanzarse hacia los más sublimes ideales, hacia Dios, hacia la
conquista de almas para Él a través de la Inmaculada.
Oremos para que la Inmaculada purifique y eleve siempre más
nuestras intenciones (SK 878).

Sembrando pétalos
Muchas son las maneras de alimentar el espíritu de oración y
la unión con Dios.
Hay momentos fuertes y privilegiados, como las oraciones ~
comunitarias y litúrgicas;pero también hay mil otras posibilidades
de elevar nuestro corazón hacia Dios: un pensamiento, un deseo,
una mirada, un beso, una sonrisa, una invocación, una jaculatoria
u oración breve y fervorosa... Son otros tantos medios de unión y a
la vez manantiales de gracias y alegrías.

Muy acertada es la frase: “Mientras se trabaja, una breve


jaculatoria es la oración mejor”, y es también muy práctica, porque
nos une constantemente y de modo siempre más íntimo a la
Inmaculada como un instrumento se une a la mano de la maestra,
y porque por este medio alcanzamos la gracia de la iluminación de
la inteligencia (para reconocer su voluntad) y del fortalecimiento
de la voluntad (para cumplirla).
Nosotros somos instrumentos, pero no físicamente constreñi­
dos como un pincel en las manos de un pintor, sino guiados a través
de la razón y la voluntad. Si nos dejamos conducir de manera

232
perfecta, entonces, aunque fueran precisos los milagros, ni éstos
serán difíciles para nosotros.
Por otra parte, ustedes conocen ya perfectamente todo esto,
porque la Inmaculada les enseña, ya a través de las inspiraciones
interiores, ya mediante la realidad que les rodea y todos los
acontecimientos, pero sobre todo a través de la santa obediencia.
Ustedes oren (con breves jaculatorias, aunque también fuere
con el solo nombre de “María”) y sufran (sobre todo soportando lo
que Ella misma se digne permitirles, exterior e interiormente)... Y,
además, alégrense, sí, alégrense también y trabajen y descansen...
Y todo, todo lo que se relaciona con ustedes, ofrézcanlo según las
intenciones que mayormente agraden a la Inmaculada; o sea,
dónenselo a Ella en propiedad y a su libre disposición.
Nosotros nos hemos consagrado a Ella ilimitadamente, y por
ende no tenemos derecho ni a pensamientos, ni a acciones, ni a
palabras nuestras. Que Ella nos gobierne “despóticamente”. Se
digne benévolamente no respetar nuestra libre voluntad y, cuando
nosotros quisiéramos desvinculamos de su mano inmaculada, nos
obligue, incluso si a nosotros nos desagradara mucho, muchísimo,
incluso si nosotros protestáramos y negáramos y suplicáramos; no
contemple nada, sino que nos obligue con la fuerza; pero justamen­
te en ese entonces nos apriete aún más fuertemente a su Corazón
(SK 373).
Sin embargo, tampoco Ella nos sustituirá. Somos nosotros que
hemos de renunciar a nosotros mismos y consagrarnos a Ella (SK
878).

Fuerza del hombre, debilidad de Dios


Maximiliano Kolbe, respaldado por su espiritualidad y por su
cultura, fue un eximio director de almas.
Pero la vida espiritual nunca fue fácil: es lucha y milicia. El
campo de batalla no está fuera de nosotros, sino en lo más íntimo
de nosotros mismos, en nuestro corazón.
San Pablo tenía plena conciencia de esas luchas entre el bien y
el mal: “No hago el bien que quisiera hacer; hago el mal que no
quisiera hacer”; pero se arrojaba en los brazos de la misericordia
divina que le sugería: “Mi fuerza se pone de manifiesto en tu
debilidad” (Rm 7,15; 2 Cor 12,19).
Maximiliano nos va a abrir cauces de aliento y desplegará ante
nuestros ojos nuevos horizontes:

233
A veces escuchamos la queja: “Quisiera corregirme, quisiera
ser mejor, pero no soy capaz”. En la historia leemos de grandes
capitanes y vencedores que no eran capaces de dominar las propias
malas inclinaciones. Tal fue, por ejemplo, el célebre Alejandro
Magno que murió prematuramente por el desarreglo de su vida.
Dirigiendo una mirada a nuestro alrededor, notamos la desa­
parición, francamente espantosa, de la moralidad, sobre todo en
medio de la juventud. Para peor, están naciendo instituciones de
veras infernales, que insertaron en su programa el delito y el
libertinaje. Fueron justamente los miembros de esta asociación
que llevaron a cabo en Wilno el famoso asesinato de un profesor
durante los exámenes.
El cine, el teatro, la literatura, el arte, dirigidos en gran parte
por la mano invisible de la masonería, en lugar de difundir la
instrucción, trabajan febrilmente en conformidad con las resolu­
ciones de los masones: “Nosotros venceremos a la Iglesia católica,
no con el razonamiento, sino pervirtiendo las costumbres”.
¿Cómo oponerse a esto?
En tales circunstancias podría parecer índice de humildad el
reconocimiento de la propia impotencia, sobre el calce de la frase:
“No soy capaz de corregirme”. En cambio se anida en ella una
soberbia encubierta.
¿De qué manera? Pues bien, tales personas reconocen que son
capaces de hacer una cosa o la otra, mientras no son capaces de
dominar éste o aquel defecto, éstas o aquellas circunstancias.
Todo ello demuestra sólo que ellos cuentan únicamente con sus
fuerzas y creen ser capaces de hacer una cosa o la otra únicamente
en los límites de las propias fuerzas.
Esto no es verdad, sino que es una mentira, porque con
nuestras propias fuerzas, por nosotros solos, sin la ayuda divina,
no somos capaces de nada, absolutamente de nada (Jn 15,5). Todo
lo que somos y todo lo que tenemos o podemos hacer, lo tenemos de
Dios y lo recibimos de El en todo instante de la vida, porque el
permanecer en la existencia no es otra cosa que recibir continua­
mente tal existencia.
Por nosotros solos no somos capaces de hacer nada, a excepción
sólo del mal, que justamente es carencia de bien, de orden, de
fuerza.
Si reconociéramos esta verdad y dirigiéramos la mirada hacia
Dios, del que recibimos en cada instante todo lo que tenemos, en
seguida veríamos que El, Dios, puede damos también mucho más

234
y que Él, como óptimo Padre, desea damos todo lo que nosotros
necesitamos. Pero cuando un alma se atribuye a sí misma lo que es
don divino, ¿puede acaso Dios colmarla de gracias? En tal caso Él
la confirmaría en su opinión falsa y arrogante. Por su misericordia,
pues, Él no concede una gran abundancia de dones y... hasta
permite una caída, para que el alma conozca finalmente lo que ella
es por sí misma y no ponga su confianza en sí misma, sino que se
consagre únicamente a El con plena confianza.
He ahí el motivo por el cual para los santos también las caídas
eran peldaños hacia la perfección. Sin embargo, ¡ay del alma que
no aceptara ni siquiera esta extrema medicina y, permaneciendo
fija en la propia soberbia, afirmara: “No soy capaz de corregirme”,
porque Dios es también justo y exigirá que se le rinda estricta
cuenta de toda gracia concedida!
¿Qué hay que hacer, pues? Consagrarse totalmente con una
confianza ilimitada en las manos de la misericordia divina, de la
que la Inmaculada es, por voluntad de Dios, la personificación. No
confiar de ningún modo en nosotros mismos y tener miedo de sí,
confiarse a Ella sin limitación alguna y dirigirse a Ella como un
niño a la madre, en toda ocasión cuando nos sentimos impulsados
al mal; y no caeremos en faltas.
Los santos afirman que el que durante la tentación invoca a la
Virgen, seguramente no pecará, y que aquel que durante toda la
vida se dirige a Ella con confianza, ciertamente se salvará (SK
1100).

La oración y su eficacia infalible


Todo diálogo tiene un ámbito, requisitos, interlocutores y fina­
lidades. ..
La oración es un diálogo del hombre con Dios con toda su
variedad de formas y de motivaciones. La mayor parte de nuestras
oraciones nace de las angustias y necesidades espirituales y tempo­
rales.
¿Será escuchada nuestra oración? Jesús lo prometió: “Todo lo
que pidan al Padre en mi nombre, mi Padre se lo dará” (Jn 16,23).
La oración, pues, es una apuesta divina, infalible. ¡Aproveché­
mosla!
Algunos preguntan si la oración es de veras tan eficaz, dado que

235
Dios sabe todo y nada puede oponerse a su voluntad. Por esta
razón, en cada caso todo debe proceder según su voluntad.
Dios dotó a sus propias criaturas con el libre albedrío y no lo
viola, sino que solamente le impone límites que no puede traspa­
sar. Se trata de cosas generalmente imposibles: las leyes físicas o
los acontecimientos que dependen del libre albedrío ajeno, al que
muchas criaturas no son capaces de oponerse. No obstante esto, el
libre albedrío tiene un campo muy vasto, en el que Dios le deja
libertad de acción.
Sin embargo, examinando cuidadosamente las cosas, cuando
se trata no del efecto exterior de tal acción sino de la actividad de
la voluntad misma: por ejemplo, el querer o no querer, el amar o el
despreciar..., entonces hay que reconocer que el libre albedrío no
tiene limitación alguna, como, de alguna manera, la voluntad de
Dios. Por esto, puede ser bueno o malo sin límites.
Nosotros rezamos: “Hágase tu voluntad” (Mt 6,10), para pedir
a Dios que limite aún más la maldad del libre albedrío de los que
quieren comportarse contra su voluntad. Hablando con propiedad,
Dios no permite nada que no pueda transformar en bien; sin
embargo, deja a las almas un amplio campo de acción, en el que
ellas pueden disponer de su omnipotencia para limitar la libertad
de la mala voluntad de los que no aman a Dios.
He ahí el vasto campo de la oración. Dios quiere que las almas
humildes, que lo aman y por ende lo invocan, gobiernen al mundo
con la bondad y la potencia divinas, salven y santifiquen las almas
y establezcan en ellas el reino del Amor divino.
Por consiguiente, la potencia de la Inmaculada es la potencia
de Dios sin limitación alguna, porque Ella no tiene mancha; y su
potencia se extiende sobre todo, como la bondad y la potencia de
Dios.
Poderosa es, pues, la oración, más aún ilimitadamente podero­
sa, cuando se dirige a la Inmaculada la cual, justamente por ser
Inmaculada, es una Reina que ejerce todo poder incluso sobre el
Corazón de Dios (SK 1302).

El Rosario: nuestra potencia


El amor se manifiesta de mil maneras a través de símbolos y
gestos concretos:piropos, poesías, cantos, cartas, flores, regalos...
El rosario es un collar de perlas y de flores espirituales que
ofrecemos a la Virgen María.

236
Maximiliano Kolbe lo recomendaba mucho como el medio más
simple, fácil y popular de expresar nuestra devoción.
Pablo VI, en su encíclica Culto Mariano, sintetizando la doc­
trina tradicional, llama al rosario “un compendio del Evangelio y
una oración evangélica centrada en el misterio de la encarnación
redentora”, mientras “la repetición tetánica del Avemaria se vuelve
alabanza incesante a Cristo”. Es una oración contemplativa en la
que “se meditan los misterios de la vida del Señor, vistos a través
del corazón de Aquélla que estuvo más cerca del Señor”.
En una palabra, rezar el rosario es contemplar con María al
Señor encarnado, crucificado y resucitado por nuestra salvación:
Milites de la Inmaculada y todos ustedes que van a leer estas
palabras, durante este mes de octubre, mes del rosario, procuren,
en los límites de sus posibilidades, participar en la oración común
del rosario, en las iglesias, en las banquinas de los caminos o
delante de un cuadro o imagen de la Virgen.
El que no puede alejarse de su habitación, cada día rece en casa
la tercera parte del rosario.
¿Por qué?
Porque la Inmaculada en persona quiso exhortarnos a rezar el
santo rosario, apareciendo a santa Bemardita con el rosario en la
mano.
¿Para beneficio de quién?
Para beneficio de quien tiene mayor necesidad, sobre todo para
beneficio de los pecadores y de los enemigos de la Iglesia. Son
hermanos pobres e infelices, tanto más infelices porque no advier­
ten que están corriendo hacia la propia perdición; pero son herma­
nos, ya que Jesús de ninguna manera los excluyó de los méritos de
su pasión.
¿Según qué intención?
¿No les parece, queridos lectores, que la intención mejor es que
cuanto antes se conviertan y, más aún, se enrolen en la Milicia de
la Inmaculada y, con el deseo de reparar el mal cometido hasta
aquel momento, se empeñen con mayor fervor, siguiendo el ejem­
plo de san Pablo después de la conversión, en la obra de la salvación
de las almas? (SK 1133).

El Rosario: paz, fuerza, felicidad


Como en la parábola evangélica muchos excusaron su asisten­

237
cia a las bodas, así para la oración y, en especial, para el rezo del
rosario suelen buscarse muchas excusas y pretextos.
El Padre Maximiliano, una a una, rebate esas excusas y en un
largo artículo periodístico vuelve a recomendar el rezo como bálsa­
mo de consuelo para desesperados y deprimidos:
Din, don, din, don, ¡al rosario, al rosario! llaman las campanas
de la iglesia y hacia el atardecer su sonido corre por las calles, se
introduce en las casas, palacios, sótanos y buhardillas, se eleva por
encima de los campos y bosques, penetra en los caseríos campesi­
nos, entra en los oídos, en las mentes y en los corazones. ¡Al rosario,
al rosario!
Muchos esperan con gozo esta señal y, apenas oyen los prime­
ros tañidos de la campana, se apuran en el trabajo, se reúnen
juntos y acuden a su Reina.
Pero hay algunos que vacilan: “¡Tengo mucho que hacer! ¡Estoy
tan cansado! Debo descansar. Además, el rosario no es la santa
Misa dominical y festiva, a la que hay que asistir so pena de
pecado... Tengo huéspedes. Llegaron de lejos... ¡Tengo que ir de
una parte a otra!”, y siguen las excusas.
Miles de pretextos dan vuelta por la cabeza: “¿Ir o no ir?”
La Virgen, Reina no sólo del cielo sino también de la tierra, ¿no
es capaz, quizás, de bendecirme en el trabajo, para que lo lleve a
cabo con mayor facilidad, más de prisa y mejor?... ¿No podría,
quizás, disponer las circunstancias de tal modo que sean más
favorables para mi alma y tal vez para mi misma existencia
terrena (con tal que ésta no esté en contraste con el problema más
importante, es decir, el de la salvación)?...
Pues bien, la Virgen desea para mí lo mejor, más de cuanto
pueda hacer yo, y me puede ayudar, porque a Ella el Creador no es
capaz de negarle nada. ¿No es mejor, pues, confiarle a Ella mis
preocupaciones y mis cuitas? Ella podrá remediarlas más de prisa
y más fácilmente que yo.
“Estoy cansado a causa del trabajo”. Con todo, ¿dónde hallaré
mejor reposo y paz sino a los pies de Aquélla que es nuestra Madre,
auxiliadora, refugio, consoladora?
Es verdad que la recitación del rosario no es obligatoria so pena
de pecado; pero ¿qué amor sería el que se limitara a los estrictos
deberes, cuyo descuido llega a ser una transgresión, quizás, grave?
Tal modo de obrar parecería más una servidumbre de esclavos que
el amor del hijo hacia el óptimo Padre celestial y la Madre más
cariñosa. ¡No, quien obrara así, sería un indigno amante de María!

238
El verdadero enamorado de la Virgen busca, más bien, la
oportunidad de acudir a Ella lo más a menudo posible y permane­
cer lo más que puede a sus pies (dentro de los límites que le
permiten los deberes de su estado). Le confía todas sus dificultades
y sus preocupaciones y él mismo, dentro de los límites que sus
fuerzas le consienten, reflexiona y trabaja para que las obras de
María procedan de la manera mejor y que su reino se dilate en las
almas de todos los que viven ahora y vivirán en el futuro: conocidos
y desconocidos, amigos o enemigos, parientes y conciudadanos,
compatriotas o extranjeros, católicos o acatólicos. He ahí sus
aspiraciones y sus deseos; he ahí la meta a la que tienden sus
esfuerzos. ¿Y de dónde sacar la luz para saber qué y cómo obrar,
sino a los pies de Ella? ¿Se podría ir, acqso, a otras partes para sacar
las fuerzas para un trabajo tan sublime?
“¡Tengo huéspedes en casa!” Entonces, vamos juntos. En efec­
to, yq deseo la felicidad también para ellos, mientras a menudo los
pegocios personales pueden ser despachados también en otro
momento.
“¡Pero hay también gente que al rosario no va!” Si sus empeños
personales no se lo consienten seriamente, porque han de cumplir­
los justamente en esta hora y no en otra, la Inmaculada aceptará
su ardiente deseo de asistir al rosario común, Ella misma descen­
derá en ellos y colmará su corazón de bendiciones.
Aquellos a los que el amor hacia el prójimo entretiene junto al
lecho de personas enfermas para darles su ayuda, no se entristez­
can ni se aflijan. La Inmaculada aceptará los servicios que ellos
presten a los enfermos.
¿Qué decir de los que podrían ir al rosario, y con todo no van por
pereza o por descuido o a veces por una diversión pecaminosa?
¿Puede acaso la Inmaculada bendecirlos?
Din, don, din, don, ¡al rosario, al rosario! —llaman las cam­
panas por última vez.
La iglesia está repleta. El cuadro de la Inmaculada, puesto
sobre el altar, está todo iluminado en medio de las velas. Toca la
campanilla junto a la sacristía. Comienza la función.
“Padrenuestro, Avemaria, Avemaria...”
En los corazones doloridos desciende un bálsamo de alivio, en
las almas desesperadas brota de nuevo un rayo de esperanza.
Los pobres, los cansados, los que se hallan encorvados bajo el
peso de las preocupaciones, tribulaciones y cruces sienten siempre
más clara y expresamente que no son huérfanos y que tienen una

239
Madre que conoce sus dolores, los compadece, los consuela y los
ayuda.
Sienten que deben sufrir todavía un poco, pero que después
seguirá una recompensa, la recompensa eterna e infinita. Más
aún, sienten que vale la pena sufrir mucho en esta breve vida para
borrar las culpas cometidas y dar una prueba de su amor a Dios.
Comprenden que en el sufrimiento el alma se purifica como el oro
en el fuego, se desprende de las ilusiones que el mundo llama
felicidad, y se eleva siempre más en alto, infinitamente más en alto
hasta el manantial de toda felicidad, a Dios. Se dan cuenta que sólo
en El el alma puede tomar reposo, mientras todo lo demás es
demasiado poco...
“Bajo tu amparo... *—resuena por toda la iglesia. Un canto que
sale del corazón y une los corazones de los hijos con el corazón de
la Madre.
Se acabó la función, se apagan las luces; y los que participaron,
regresan felices a sus casas con una dichosa paz en el corazón y
fortalecidos en el espíritu (SK 1102).

240
Plegarías abrasadas de Amor

La oración, la dimensión contemplativa, la vida interior, la


unión con Dios... son temas inagotables.
Maximiliano Kolbe no sólo los trató con amplitud, sino que
también compuso un buen surtido de oraciones, entre las cuales se
destacan las oraciones a la Inmaculada. Nos parece muy natural
hacerlas conocer.
El amor es fuego y se manifiesta en llamas. El corazón enamo­
rado, a través de himnos y cánticos, oraciones y vuelos líricos,
expresa sus gozos, su confianza, sus esperanzas, sus aspiraciones,
sus preocupaciones.
¡Qué bueno sería si, utilizando los sentimientos de san Maximi­
liano, uniéramos nuestras voces a la suya! Más aún, ¡qué bueno
sería si le pidiéramos que nos contagiara su fervor y su devoción!

Aliento f consuelo a los pies de la Virgen


Maximiliano, a semejanza de san Pablo, estaba rodeado de
problemas, fastidios, dificultades... En su juventud había sufrido
la tuberculosis y casi a diario padecía fiebre. Como san Pablo,
llevaba sobre sus hombros las preocupaciones de sus comunidades
mañanas y de sus muchas obras. Además de las críticas condicio­
nes económicas nacionales, debía soportar las estrecheces de los
comienzos.
Su revista predilecta, “El Caballero de la Inmaculada”, tuvo
241
que arrostrar sinsabores, escarnios, tenaz oposición de parte de
otras revistas y de las grandes Agencias del papel, que le imponían
condiciones leoninas.
Maximiliano se siente un tanto acorralado por estajauría hostil
y, sin amainar los IDEALES, busca aliento y consuelo a los pies de
la Inmaculada:
Tú, Virgen Inmaculada, lo sabes todo y ya sabes también esto.
Algunas revistas se están levantando contra “El Caballero...”,
porque difunde tus beneficios, tus gracias y tus prodigios. Quisie­
ran que nadie los conociera, quisieran eliminar los testimonios de
tu presencia en medio de nosotros.
¡Pobrecitos! Están enceguecidos por prejuicios de variado gé­
nero, prejuicios que, hasta bajo el manto de la ciencia, continúan
todavía persistiendo en esta pobre tierra; más aún, son alentados
por nuestra corrupta y desenfrenada naturaleza humana, que
ansia no sólo la libertad, sino también el libertinaje.
Tú, Madrecita, conoces a estos pobrecitos... y extenderás hacia
ellos la mano. Tú los iluminarás y los ayudarás, porque los amas
mucho, muchísimo. Y en ese momento también ellos conocerán tu
bondad y tu potencia como las conocemos nosotros, y te amarán
como te amamos nosotros, más aún, mucho más, ilimitadamente
más, como te queremos amar nosotros...
Entonces ellos no sólo no se entristecerán del hecho de que tu
“Caballero” difunda tus beneficios y de esa manera divulgue la
confianza y el amor hacia ti; sino que con todas sus fuerzas obrarán
de tal modo que toda gracia que tú concedes, aunque fuere en el
más remoto rincón de la tierra, sea conocida de todos y en el corazón
de todos aumenten la confianza y el amor hacia ti, Madrecita.
Trabajarán para que tu “Caballero”se difunda en todas partes
no ya en la tirada de 120.000 ejemplares, como hasta hoy, ni de
150.000, como en este mes de diciembre de 1929, a causa de la
propaganda para el nuevo año, sino que se imprima en tal cantidad
y en tan numerosos idiomas del mundo que todo habitante de
cualquier rincón de la tierra pueda recibir y efectivamente reciba
y lea mensualmente tu “Caballero”. Tú les concederás esta gracia,
¿verdad, Madrecita?... (SK 1146).

Augurios onomásticos a la Madre celestial


En los cumpleaños y en los onomásticos, con los augurios se
suelen ofrecer ramos de flores, regalos y atenciones...
242
Maximiliano aprovecha la circunstancia del 8 de setiembre,
Natividad de María, para renovar a la Virgen la consagración de
todo su ser y el deseo de una recíproca pertenencia.

¿Qué te debo augurar, qué te puedo augurar? Quisiera recoger,


lo más que me sea posible, los más dulces augurios, para ponerte
contenta; pero no sé qué ni cómo, y... permanezco mudo.
Oh María Inmaculada, yo te auguro —y tú misma sabes que te
auguro de corazón, con todo mi pobre corazón— todo lo que tú
misma deseas. Te auguro todo lo que te augura hoy Jesús, tu Hijo
divino, pero Hijo verdadero y que te ama infinitamente. Te auguro
lo que te augura tu divino y virginal £sposo, el Espíritu Santo. Te
auguro lo que el Padre celestial y toda la santísima Trinidad te
augura.
¿Qué más te debo augurar, oh Madre mía y toda mi esperanza?
Te auguro todo lo que mi pobre corazón, con tu ayuda, logra,
puede lograr, o podría lograr augurarte...
¿Qué más augurarte, oh mi Señora, Señora de la tierra y del
cielo, oh Madre de Dios mismo?
Lo que te digo es muy poco y muy limitado, pero a ti te agrada.
Te deseo que tomes posesión de mí lo antes posible y de la
manera más perfecta; y ¡ojalá pueda hacer yo lo mismo contigo!
¡Que lo antes posible yo sea de veras tuyo, sin límites, sin condicio­
nes, irrevocablemente, eternamente; y tú mía!
Al mismo tiempo te auguro que tomes posesión de todo corazón
que late en todo el orbe terrestre, en todo el universo, y esto lo más
pronto, lo más pronto, lo más pronto posible.
Igualmente, te auguro que tomes posesión en particular y
conjuntamente, de los corazones de todos los que vivan en el futuro,
y esto desde el comienzo de su existencia y para siempre (SK1165).
r\i i * . *

Maximiliano, como desgranaba los granos del rosario, así


desgranaba con la palabra y con la pluma las alabanzas de la
Virgen.
Pero se siente dichosamente desbordado y el silencio de humil­
dad y admiración se vuelve un estupendo homenaje a la Toda
Hermosa.

De veras son numerosos los que escribieron acerca de ti, ¡oh

243
Inmaculada! Sin embargo, todos reconocen humildemente que no
fueron capaces de escribir algo verdaderamente digno de ti. Los
consolaba solamente el convencimiento de que, a través de sus
palabras, tú misma habrías hablado a las almas y que tú habrías
instruido a las personas humildes y castas mucho mejor que lo que
ellos mismos habrían podido imaginar, mientras escribían.
Concédeme también a mí que te pueda alabar, oh Virgen
santísima, aunque yo sepa que no soy digno de escribir de ti y sepa
también que la inteligencia humana no es capaz de comprender tu
gloria.
Tú eres refugio de los pecadores, la ayuda de los cristianos, la
Reina de los apóstoles, de los mártires, de los confesores, de todos
los santos y de los mismos ángeles; tú eres la Madre de Cristo, la
Madre del Salvador, la Madre del Redentor, la verdadera Madre de
Dios (SK 1224).

Con la Inmaculada ante el pesebre


Maximiliano, como todo creyente y como fiel discípulo de san
Francisco de Asís, el “inventor* del pesebre, se deleita ante las
maravillas del pesebre y quiere descubrir los sentimientos de
ternura de la Madre hacia el Niño-Dios.

¿Qué pensabas tú, oh Inmaculada, al depositar por primera vez


al Niño divino sobre el pequeño montón de forraje? ¿Qué senti­
mientos inundaban tu corazón, mientras lo envolvías en fajas, lo
apretabas a tu corazón y lo amamantabas con tu seno?
Tú sabías bien quién era ese Niño, ya que los profetas habían
hablado de El, y tú los comprendías mejor que todos los fariseos y
los estudiosos de la Escritura. El Espíritu Santo te había comuni­
cado una cantidad incomparablemente mayor de luces a ti que no
a todas las otras almas tomadas en conjunto. Además, ¡cuántos
misterios sobre Jesús habrá revelado sólo y exclusivamente a tu
alma inmaculada aquel Espíritu divino que vivía y obraba en ti!
Ya en el momento de la anunciación la santísima Trinidad, por
medio de un ángel, te había presentado de modo claro su plan de
redención y había esperado de ti una respuesta. En aquel momento
tú te habías dado cuenta expresamente de aquello a lo que dabas
tu consentimiento, ¡de quién estabas por ser Madre!
Helo ahora delante de ti, en forma de niño recién nacido.
¿Cuáles sentimientos de humildad, de amor y de gratitud

244
debieron recolmar tu corazón.. mientras admirabas la humildad,
el amor y la gratitud que el Dios encamado tenía hacia ti?
Llena, te ruego, también mi corazón de tu humildad, de tu amor
y de tu gratitud (SK 1236).

Concédeme la gracia de M a rte


Maximiliano se pone a los pies de la Virgen María y le dirige una
mirada suplicante para preguntarle su misterio; pero, para descu­
brir el misterio de la Virgen, es necesario elevarnos con la mente y
el corazón hacia el misterio de la santísima Trinidad y considerar,
una tras otra, las relaciones de cada Persona divina con la Inma­
culada.
Ante esa excelsitud el Padre Kolbe, como embriagado de sol y de
eternidad, se extasía y prorrumpe en una catarata de alabanzas, de
apuestas amorosas y de contrapuntos canoros.
Es la plegaria más grandiosa y cósmica que brotó del pecho del
santo. Por eso en nuestro libro: “María, Estrella de la Evangeliza-
ción”, pág. 85, la denominamos “Oración apasionada”.
¿Quién eres, oh Señora? ¿Quién eres, oh Inmaculada? Yo no soy
capaz de examinar de manera adecuada lo que significa ser
“criatura de Dios”. Supera aún más mis fuerzas el comprender lo
que quiere decir ser “hijo adoptivo de Dios”.
Y tú, oh Inmaculada, ¿quién eres? No sólo eres criatura, no sólo
eres hija adoptiva, sino que eres Madre de Dios; y no sólo Madre
adoptiva, sino verdadera Madre de Dios.
No se trata de una hipótesis o de una probabilidad, sino de una
certidumbre, de una certidumbre total, de un dogma de fe.
Pero, ¿eres todavía Madre de Dios? El título de madre no sufre
cambios. Por toda la eternidad Dios te llamará: “¡Madre mía!...”
Aquel que estableció el cuarto mandamiento, te venerará por toda
la eternidad, siempre...
¿Quién eres, oh divina?
El mismo, el Dios encamado, amaba llamarse: “Hijo del hom­
bre”; pero los hombres no lo comprendieron. También hoy, ¡cuán
pocas son las almas que lo comprenden y cuán imperfectamente lo
comprenden!
Concédeme que te alabe, oh Virgen Inmaculada.
Te adoro, oh Padre nuestro celestial, porque depositaste en el
regazo purísimo de Ella a tu Hijo unigénito.

245
Te adoro, oh Hijo de Dios, porque te dignaste entrar en el seno
de Ella y llegaste a ser verdadero y real Hijo de Ella.
Te adoro, oh Espíritu Santo, porque te dignaste formar en el
seno inmaculado de Ella el cuerpo del Hijo de Dios.
Te adoro, oh Trinidad santísima, oh Dios uno en la santa
Trinidad, por haber ennoblecido a la Inmaculada de un modo tan
divino.
No dejaré jamás, cada día, apenas despierto del sueño, de
adorarte humildísimamente, oh Trinidad divina, con el rostro de
bruces, repitiendo tres veces: “Gloria al Padre y al Hijoy al Espíritu
Santo. Como era en el principio y ahora y siempre y por los siglos
de los siglos. ¡Amén!”
Concédeme que te alabe, oh Virgen santísima.
Concédeme que te alabe con mi empeño y sacrificio personal.
Concédeme que viva, trabaje, sufra, me consuma y muera por
ti, solamente por ti.
Concédeme que te atraiga al mundo entero.
Concédeme que contribuya a una siempre mayor exaltación de
ti, a la más grande exaltación posible de ti.
Concédeme que te rinda una tal gloria como hasta ahora nadie
te la tributó.
Concede a los demás que me superen en el celo por tu exaltación
y a mí que los supere. Así en esta noble emulación tu gloria se
acrecentará siempre más profundamente, siempre más rápida­
mente, siempre más intensamente, como lo desea Aquel que te
ensalzó de modo tan inefable por encima de todos los seres.
En ti sola Dios fue adorado, sin comparación, más que en todos
tus santos.
Para ti Dios creó el mundo. Para ti Dios me llamó también a mí
a la existencia. ¿Por cual motivo merecí esta fortuna?
¡Ea, concédeme que te alabe, oh Virgen santísima! (SK 1305).

Ansias de amor y de luz


Ansias de amor, ansias de luz, ansias de comunicara los demás
los gozos de los propios descubrimiento: he ahí todos los latidos del
corazón de san Maximiliano. Todo es deslumbramiento, todo es
mensaje de vida y de eternidad.
Oh Inmaculada, Reina del cielo y de la tierra, yo sé que no soy
digno de acercarme a ti ni de caer de rodillas ante ti con el rostro

246
por tierra; pero, ya que te amo mucho, me atrevo a suplicarte que
seas tan buena que me quieras decir quién eres tú.
Deseo conocerte siempre más, ilimitadamente más, y amarte
de modo siempre más ardiente, con un ardor sin el mínimo
obstáculo.
Además, deseo revelar también a las otras almas quién eres tú,
para que un número cada día más creciente de almas te conozca
cada vez más perfectamente y te ame cada vez más ardientemente.
De esa manera tú llegarás a ser la Reina de todos los corazones
que laten en la tierra y latirán en cualquier tiempo, ¡y esto lo antes
y lo más Rápidamente posible!
Algunos ni siquiera conocen tu nombre, tampoco hoy; otros,
sumergidos en el barro de la inmoralidad, no se atreven a elevar la
mirada hacia ti; otros creen no tener necesidad de ti para alcanzar
la meta de su vida; y hasta hay algunos a los que Satanás —que no
quiso reconocerte por su Reina y, por esto, de ángel se transformó
en demonio— no permite que dobleguen las rodillas ante ti.
Muchos son los que te aman, que te quieren mucho; y, sin
embargo, ¡cuán pocos son los que por amor hacia ti están dispuestos
a todo, a las fatigas, a los sufrimientos y hasta al sacrificio de la
vida!
¿Cuándo, oh Señora, dominarás soberana en todos los corazo­
nes y en cada uno en particular?
¿Cuándo todos los habitantes de la tierra te reconocerán a ti
como Madre, al Padre celestial como Padre y de esa manera,
finalmente, se sentirán hermanos? (SK 1307).

Bajo el manto de la Urgen Inmaculada


Bajo tu protección, oh Madre dulcísima, y con la invocación del
misterio de tu Inmaculada Concepción, deseo cumplir todas mis
acciones y sobrellevar todo lo que me suceda.
Además, propongo solemnemente ofrecer todo esto con la
finalidad de dar mi contribución, con todas las energías a mi
disposición, para rendir a Dios el culto debido, mediante la difusión
de la devoción hacia ti.
Te ruego, oh Madre amorosísima, que dirijas benignamente tu
sostén a mis fatigas.
Por mi cuenta, prometo devota y libremente, como es justo, que
voy a reconocer, como alcanzada de Dios por tu intercesión,
cualquier ventaja que derive de estas mis actividades.

247
Concédeme que te alabe, oh Virgen santísima, y dame fuerzas
contra tus enemigos (SK 1353).

248
Sin sacrificio no hay amor

Las cruces, frentes de gracias


Cruces, dificultades, tribulaciones, incomprensiones, contras­
tes... son problemas diarios. ¿Qué hacer? ¿Cómo iluminar ese
trasfondo oscuro de nuestra existencia?
Jesús nos tiene preavisados: “El que quiere venir en pos de mí,
niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mt 16,24).
El Padre Kolbe sufrió mucho tanto en su cuerpo como en su
psiquis. Por esto su mensaje rezuma experiencia y vivencia. Nos va
a decir que “las cruces son fuentes de innumerables gracias”. Para
avalar sus ideas, nos cita el ejemplo de santa Teresita del Niño
Jesús. El Padre Maximiliano nos ofrece una excelente lección de
ascética concreta.
Para facilitamos la actividad dirigida al bien de las almas, Dios
permite un surtido de pequeñas emees, dependan o no de la
voluntad ajena, procedan o no de una voluntad recta. Este es un
campo inmenso de innumerables manantiales de gracias que debe
ser utilizado. Entre otras cosas son fuentes de méritos los disgustos
provocados por otras personas.
¡Con qué dichosa esperanza, en estos casos, podemos repetir
cada vez en el “Padrenuestro”: “Perdona nuestras ofensas como
nosotros perdonamos a los que nos ofenden” (Mt 6,12). Esta oración
nos fue enseñada por Jesús mismo. Por esto es suficiente el perdón
249
completo de las culpas ajenas cometidas con respecto a nosotros,
para lograr el derecho al perdón por las culpas que nosotros
cometemos con respecto a Dios. ¡Qué pena, pues, si no tuviésemos
nada que perdonar y qué fortuna cuando, en el curso de una
jornada, nos sucede tener muchas y más graves culpas que perdo­
nar!
Para ser sinceros, la naturaleza siente horror ante el sufri­
miento y la humillación; pero a la luz de la fe, ¡qué necesarios son
para purificar nuestra alma y, por esto, qué gratos han de sernos!
¡Cómo contribuyen a acercarnos mayormente a Dios y, por ende, a
una mayor eficacia de la oración y a una más valedera acción
misionera!
Además, el amor recíproco no consiste en que nadie nos procure
disgustos, sino en que nos esforcemos por no disgustar a los demás
y nos acostumbremos a perdonar en seguida y completamente todo
lo que nos causa ofensa. En esta recíproca tolerancia consiste la
esencia del amor recíproco.
Escribe santa Teresita: “Comprendí cuán imperfecto era mi
amor hacia mis Hermanas. ¡Oh! ¡Jesús no las amaba así! Entiendo
ahora que el amor auténtico consiste en sobrellevar los defectos y
las equivocaciones de nuestro prójimo, en no admirarse de sus
imperfecciones, sino en edificarse por todo mínimo acto de virtud.
Sobre todo entendí que el amor no ha de permanecer encerrado en
lo hondo del corazón, porque “nadie enciende una lámpara para
ponerla bajo el celemín, sino en el candelero, para que alumbre a
todos los de la casa” (Le 11,33). Me parece que esta lámpara
evangélica represente el amor, que debe iluminar y alegrar no sólo
a los que nos son más queridos, sino a todos los que están en la casa”
(SK 925).

Pequeñas cruces diarias


¿Es necesaria la penitencia? Jesús ponderó de modo inequivo-
cable la necesidad de la penitencia, y la Inmaculada a Bemardita
en Lourdes señaló en la penitencia uno de sus deseos que hay que
proclamar a todos.
¿En qué modo hacer penitencia?
La salud y las obligaciones del propio estado no permiten a
todos el rigor de la penitencia; pero todos reconocen que el recorrido
de la propia vida está cubierto de pequeñas cruces. La aceptación

250
de tales cruces en espíritu de penitencia: he ahí un vasto campo
para el ejercicio de la penitencia.
Además, el cumplimiento de las propias obligaciones, el cum­
plimiento de la voluntad de Dios en todo instante de la vida —el
cumplimiento perfecto en las acciones, en las palabras y en los
pensamientos— exige muchas renuncias a aquellas cosas que nos
podrían parecer más gratas en un dado momento. He ahí, pues,
una fuente copiosísima de penitencia.
Jesús nos exhorta a no estar tristes en el hacer penitencia, sino
a hacer nacer del amor la penitencia. Un alma que ama a Dios,
desea agradarle siempre y en todo momento, con todo pensamien­
to, con toda palabra, con toda acción, con toda la propia actividad
y con toda la propia existencia. Cuando le sucede sacrificar algún
afecto para procurar alegría a Dios, se considera afortunada,
porque tiene la posibilidad de dar una prueba de amor desintere­
sado. Precisamente por esto los santos deseaban vivamente los
sacrificios y las cruces, porque éstos atestiguaban que su amor era
puro. Efectivamente ellos purificaban su amor y extirpaban los
diferentes afectos contrarios a ese amor.
Todos, pues, podemos hacer penitencia, cualesquiera sean las
condiciones de salud, el género de ocupación y las obligaciones del
propio estado; más aún, podemos hacer penitencia en todo instante
de nuestra vida, con tal que se la haga por amor (SK 1303).

Cruces, óptima escuela


La Cruz del Señor es llamada por los santos el libro de la vida
y escuela de toda virtud. También nuestras cruces pueden llegar a
ser una óptima escuela de virtud.
Entre las cruces diarias las más dolorosos, quizás, son los
contrastes familiares o los contrastes entre Hermanos en el conven­
to.
El proverbio “Si santo quieres ser, tus hermanos te han de
hacer”tiene mucha miga y muchas aplicaciones tanto a los esposos
y padres de familia como a los religiosos.
El Padre Maximiliano, en los Ejercicios del año 1917, dejó
estampada la siguiente receta corta, pero contundente, para prac­
ticar la paciencia y la caridad y para no perder la serenidad
psíquica.

No faltarán ni las contrariedades y mucho menos las cruces,

251
quizás también muy pesadas; pero la Inmaculada lo puede todo.
Escribo esto también por efecto de una reciente experiencia perso­
nal. Las cruces serán una escuela óptima y acrecentarán méritos,
agobiarán pero al mismo tiempo elevarán espiritualmente y ense­
ñarán a no confiar en las propias falaces fuerzas, sino únicamente
en la Inmaculada. Dios, pues, las envía para demostrar su miseri­
cordia (SK 429).
Los hermanos que crucifican son un tesoro: ¡ámalos! Ser
crucificados por amor del Crucificado es la única felicidad en la
tierra (SK 968).

El vértice del m or
El Señor Jesús proclamó: “No hay amor más grande que dar la
vida por los amigos” (Jn 15,13), y murió en la Cruz, dándonos la
máxima muestra de amor.
El Padre Maximiliano fue un discípulo sobresaliente del Señor,
ofreciendo su vida para sustituir a un compañero injustamente
condenado a muerte...
También nosotros en nuestra vida diaria tenemos mil motivos
y mil ocasiones para demostrar amor— ¡siquiera algunas miga­
jas! — a través de sacrificios y servicios.

Queridos hijos, recordemos que el amor vive y se nutre de


.sacrificios.
Agradezcamos a la Inmaculada por la paz interior y los éxtasis
de amor; sin embargo, no olvidemos que todo esto, aunque bueno
y hermoso, no es en absoluto la esencia del amor; y el amor, y más
el amor perfecto, puede existir también sin todo eso.
El vértice del amor es el estado en el que vino a hallarse Jesús
en la cruz, cuando dijo: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?” (Mt 27,46).
Sin sacrificio no hay amor. El sacrificio de los sentidos..., el
sacrificio del gusto, del oído y así sucesivamente; y, por encima de
todo, el sacrificio de la razón y de la voluntad en la santa obedien­
cia.
Cuando el amor a la Inmaculada, a la bondad de Dios en Ella,
al amor del Corazón divino que se personificó en Ella, cuando tal
amor nos aferre y nos compenetre, entonces los sacrificios llegarán
a ser una necesidad para nuestra alma. El alma deseará presentar
constantemente demostraciones siempre nuevas y siempre más

252
profundas de amor; y tales demostraciones no son nada más que los
sacrificios.
Les auguro, entonces, a todos ustedes y también a mí mismo el
mayor número de sacrificios (SK 503).

¡Qué breve es la vida!, ¿verdad? ¡Cómo huye de prisa el


tiempo!... Vendámoslo, o, mejor, donémoslo, ofrezcámoslo a caro
precio, al precio más elevado posible.
Cuanto mayores sean los sufrimientos, tanto mejor es, porque
después de la muerte no se puede sufrir más. ¡Es breve el tiempo
en el que se puede demostrar amor! Además, ¡nosotros vivimos sólo
una vez! (SK 499).

Nada grande nace sin dolor


El Padre Mariano Wojcik, director del “Pequeño Diario” de
Niepokalanów, tenía que enfrentar y repechar montañas de proble­
mas y de dificultades, que bien podrían llamarse “tempestades”.
El Padre Kolbe se hallaba en la misión japonesa de Nagasaki,
pero, a pesar de las distancias, seguía con amor y solicitud las
actividades de la primera ciudad mañana. He aquí el hermoso
mensaje de aliento que dirige al Padre Mariano:

Creo comprender qué tempestades debes sostener tanto en lo


exterior como en lo interior; de cualquier manera, en las obras
divinas nada grande nace sin dolor.
Por otra parte, ¿podría haber un sacrificio demasiado grande,
cuando se trata de la Inmaculada? Nosotros nos hemos consagrado
a Ella no sólo en teoría, sino realmente en práctica. Y si no nos
cansamos en la batalla para conquistar el mundo para la Inmacu­
lada, los sufrimientos no dejarán de abatirse sobre nosotros; y
cuanto más arduamente luchemos, tanto más pesados y numero­
sos serán los sufrimientos que nos caerán encima.
Pero sólo hasta la muerte. Después vendrá la resurrección. Y
también si (pero es una cosa imposible) la Inmaculada no nos diera
recompensa alguna por esto, sin embargo, nosotros le consagramos
igualmente a Ella con fervor y entusiasmo toda entera nuestra
vida. Nosotros no nos consagramos en vista de una recompensa,
sino únicamente por Ella.
Justamente en el fragor de las primeras dificultades por “El
Caballero de la Inmaculada”, mientras estaba todavía en Craco­

253
via, me zumbaba en la cabeza el pensamiento: “¿Para qué te van a
servir todos estos fastidios? Los demás trabajan con celo por el
Señor y por el bien de las almas y tienen mayor tranquilidad”. Y
uno de los Padres más ancianos, celosos y beneméritos (no era de
Cracovia), definió la entera obra de “El Caballero...” de esta
manera clara y contundente: “Una mujer no tenía fastidio alguno;
entonces se compró un lechoncito”.
También en ese entonces la base de todo el trabajo fue la santa
obediencia, en cuanto expresión de la voluntad segura de la
Inmaculada (SK 631).
(A través de ese proverbio polaco, Maximiliano Kolbe quiere
decirnos que, a pesar de sus achaques de salud, no se replegó en una
tranquila vida de convento, sino que, fascinado por los fulgores de
la Inmaculada, se lanzó a las más arduas fatigas apostólicas).

254
Peregrinos hada la casa del Padre

¿Cómo será la vida Altura?


La meta final del hombre no es ni la tumba ni la nada, sino los
brazos amorosos de nuestro Padre celestial.
Jesús sintetizaba su trayectoria: “Salí del Padre y vine al
mundo; ahora dejo el mundo y vuelvo al Padre”(Jn 16,28).
De manera semejante, también nosotros podemos aplicarnos
las palabras de Jesús. Salimos del Corazón del Padre celestial
como un proyecto de amor, debemos cumplir una misión en el
mundo y un día regresaremos hacia la casa del Padre.
Nadie puede imaginarse el paraíso, porque trasciende nuestra
experiencia; pero ya que es Dios Uno y Trino con sus comunicacio­
nes trinitarias y los esplendores de sus perfecciones, el paraíso será
un océano de luz, de amor, de felicidad...
San Juan compara el paraíso a una ciudad feliz y escribe: “La
ciudad no necesita ni la luz del sol ni de la luna, porque la gloria de
Dios la ilumina y su lámpara es el Cordero. Las naciones camina­
rán en su luz...” (Ap 21,23-24). Él continúa imaginando que ella se
construya con los materiales más preciosos y más hermosos que se
pueden pensar: con el oro y con las más diversas piedras precio­
sas...
De manera mejor describe el paraíso aquel que, ya en esta vida,
fue arrebatado hasta él por algún tiempo, o sea, san Pablo, que
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afirma: “Lo que ojo no vio, ni oído oyó, ni jamás entró en el corazón
del hombre, eso preparó Dios para los que le aman” (I Co 2,9). Es
una descripción más cercana a la realidad, porque muestra la
infinita diferencia que pasa entre las ideas que nosotros tenemos
del paraíso y su realidad.
De todas maneras, pueden tener una idea de cómo será el
paraíso, los que ya en esta tierra tuvieron la posibilidad de
saborear un pequeño anticipo de paraíso. Y cada uno lo puede
experimentar. Es suficiente acercarse a la confesión con sinceri­
dad, diligencia, profundo dolor de los pecados y firme propósito de
enmienda. En seguida sentirán una paz y una felicidad en cuya
comparación todos los placeres fugaces, pero deshonestos, del
mundo son, más bien, un odioso tormento.
Cada uno procure acercarse a recibir a Jesús en la Eucaristía
con una buena preparación; no permita jamás que la propia alma
permanezca en el pecado, sino que la purifique inmediatamente;
cumpla bien todas sus obligaciones; eleve humildes y frecuentes
oraciones hacia el trono de Dios, sobre todo, a través de las manos
de la Virgen Inmaculada; abrace con corazón caritativo también a
los demás cohermanos, soportando por amor a Dios sufrimientos y
dificultades; haga el bien a todos, incluyendo a los propios enemi­
gos, únicamente por amor a Dios y no por ser alabado ni mucho
menos agradecido por los hombres. Entonces se dará cuenta de lo
que quiere decir saborear de antemano el paraíso y más de una vez,
quizás, hallará la paz y la felicidad también en la pobreza, en el
sufrimiento, en la deshonra, en la enfermedad...
Este goce anticipado del paraíso es también un seguro pre­
anuncio de la bienaventuranza eterna. En verdad, no es fácil
dominarse a sí mismo según el modo susodicho, con el objeto de
conquistar esta felicidad; pero no olvidemos que quien lo pida con
humildad y perseverancia a la Inmaculada, lo obtendrá segura­
mente. Ella no es capaz de rehusamos nada, ni Dios es capaz de
rehusarle nada a Ella.
Con todo, dentro de poco sabremos con exactitud cómo será el
paraíso. Seguramente, dentro de cien años, ninguno de nosotros ya
caminará en esta tierra. Pero ¿qué son cien años frente a lo que ya
pasamos?... En fin, ¿quién esperaría aún tantos años?... Dentro de
poco, pues, con tal que nos preparemos bien, bajo la protección de
la Inmaculada (SK 1065).

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Moradas celestiales
La ascensión del Señor es el coronamiento de su trayectoria
terrenal y el principio de sus gozos eternos. Pero Jesús no subió solo
a los cielos, sino que subió también como Cabeza de la Iglesia. Y
como Cabeza de la Iglesia sigue su misión de Mediador y de
intercesor: “Vive siempre para interceder por nosotros” (Hb 7,25).
Jesús nos ha señalado otro motivo de su ascensión: “En la casa
de mi Padre hay muchas moradas. Subo, pues, a mi Padre, para
prepararles un lugar” (Jn 14, 1-2).
Como los padres preparan una cuna y todas las prendas
necesarias para el nacimiento del hijo, para nuestro nacimiento a
la vida eterna Jesús mismo se encarga de preparamos una cuna
celestial, es decir, un nido de amor, un lugar de paz y una morada
de felicidad.

Jesús te está preparando el lugar en el paraíso.


Dios, la santísima Virgen Inmaculada, el Padre san Francisco,
los santos y beatos de nuestra Orden y el paraíso entero, la Orden,
los superiores, los cohermanos y los seglares vean que tú de veras
resucitaste.
Es un trabajo duro, pero con la ayuda de Dios todo lo puedes.
Para la perseverancia existe la recompensa (SK 962).

[¡paraíso se acerca,,,
Cada día que pasa nos acerca al paraíso. Cada tarea puede ser
—y debe ser— una siembra, cuya cosecha será el paraíso. Cada
dolor puede transformarse en una perla de eternidad. Cada esfuer­
zo va a tener su premio. Cada deseo va a tener su realización.
Si el ser humano tiene una grandeza divina, su destino lo hace
aún más grande. ¡Qué desafio y qué exaltación, para que nada
desperdiciemos, todo lo santifiquemos con la recta intención y todo
lo ofrezcamos a Dios por las manos inmaculadas de la Virgen!
Queridísimos hijos, en las dificultades, en las tinieblas, en las
debilidades, en los desalientos... recordemos que el paraíso... el
paraíso... se está acercando. Cada día que pasa es un día entero de
menos de espera. ¡Animo, pues! La Inmaculada nos espera allá
arriba para apretamos a su Corazón.
No presten oído al diablo, que quiere hacerles creer que el

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paraíso existe, pero no para ustedes. Aunque hubiesen cometido
todos los pecados posibles e imaginables, un solo acto de amor
perfecto puede lavarlo todo de tal modo que no quede ni una
sombra.
Queridísimos hijos, ¡cómo desearía decirles y repetirles lo
buena que es la Inmaculada, para poder alejar para siempre de sus
pequeños corazones la tristeza, el abatimiento interior y el desa­
liento. La sola invocación “¡María!”, aun con el alma sumergida en
las tinieblas, en las arideces y hasta en la desgracia del pecado,
produce un eco muy fuerte en su Corazón que tanto nos ama. Y
cuanto más infeliz es el alma, hundida en las culpas, tanto más la
rodea de amorosa y solícita protección la Virgen, que es refugio de
nosotros, los pecadores.
No se aflijan en absoluto si no sienten tal amor. Si quieren
amar, esto es ya un signo seguro de que están amando. Se trata sólo
de un amor que procede de la voluntad. También el sentimiento
exterior es fruto de la gracia, pero él, no siempre, sigue inmediata­
mente la voluntad.
Puede sobrevenir, mis queridos, un pensamiento, casi una
triste nostalgia, una súplica, una lamentación: “¿Quién sabe si la
Inmaculada me ama aún?...”
Hijos amadísimos, lo digo a todos juntos y a cada uno en
particular en su nombre, noten bien, en su nombre: “Ella ama a
cada uno de ustedes, los ama mucho y en todo momento sin
excepción alguna”. Esto, queridísimos hijos, se lo repito en su
nombre (SK 509).
La vida es breve, el sufrimiento es breve; y después, ¡paraíso,
paraíso, paraíso! ¡Ánimo, pues! (SK 965).

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Indice

Sólo el Amor crea........................................................................... 5


Hombre, ¿quién eres?.................................................................... 9
Dios Creador y P a d re ...................................................................15
La verdad, no las verdades......................................................... 23
Dios es Amor Trinitario.............................................................. 29
Jesús: camino, verdad y v id a ...................................................... 37
El Espíritu Santo, esposo de la Inmaculada............................. 47
Iniciativas de Dios en la historia del hom bre........................... 57
Madre de Dios y Madre de la Iglesia......................................... 73
La Inmaculada Concepción y sus esplendores solares............. 93
La Inmaculada: ideal de vida y de apostolado........................ 109
La Inmaculada y la Orden franciscana................................... 119
La Inmaculada y su M ilicia.......................................................135
Despliegues e irradiaciones.......................................................151
Consagración a la Inm aculada..................................................169
Al servicio de la Iglesia misionera............................................ 185
Vida religiosa, o un amor más alto ............................................199
La pobreza franciscana............................................................. 209
La obediencia y la libertad........................................................ 217
Vida in terio r.............................................................................. 227
Plegarias abrasadas de am or.................................................... 241
Sin sacrificio no hay am or......................................................... 249
Peregrinos hacia la casa del Padre....................................... ....255
Obras del mismo autor.............................................................. 259

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