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Vida consagrada
todos los Santos, a los que tanto admiramos; • a pesar de que la cruz está presente
a nuestros ojos continuamente…
La entrada en el misterio de la Cruz es una gracia particular de Nuestro Señor
Jesucristo; no podemos nosotros franquear esa puerta por nuestras propias fuer-
zas, ya que todo lo que sea cruz, y redención por la cruz, es algo totalmente vela-
do a nuestra pobre naturaleza. Le toca a Nuestro Señor, le toca a su gracia, intro-
ducirnos paulatinamente en él, en el momento que Nuestro Señor crea adecuado.
Esta introducción, como hermosa y acertadamente explica el Padre Roger Cal-
mel, corresponde al ejercicio cada vez más habitual e intenso de la virtud de la
caridad, que nos purifica sacándonos de nosotros mismos y llevándonos a la in-
molación de nosotros mismos para que sólo Jesús viva en nuestras almas. Por lo
general, Nuestro Señor irá siguiendo en nuestras almas, si somos fieles, las tres
etapas que apreciamos en San Andrés, el gran amante de la cruz:
• Una primera etapa de total incomprensión del misterio, como los demás apóstoles,
en la que el Señor simplemente le impuso una cruz que no podía comprender: su
propia pasión, que lo dejó perturbado [Monseñor Lefebvre en su conocimiento de
la Santa Misa antes de ser misionero en Gabón].
• Una segunda etapa de comprobación de los frutos que se sacan del misterio de la
cruz, cuando se les presenta ya resucitado, y les hace comprender cómo Cristo debía
entrar en su gloria por el padecimiento y la muerte [Monseñor Lefebvre que ve en
Africa la gracia de la Santa Misa, transformando las familias y las sociedades].
• Una tercera etapa de amor y deseo de la cruz, después de Pentecostés, y que se refle-
ja en su muerte: «Oh cruz, tanto tiempo deseada, tan ardientemente amada»… [Mon-
señor Lefebvre que nos predica de manera constante el misterio de la cruz, recapitu-
lado en la Misa, con la comprensión de la cruz que le hace ver cómo en la Misa se
resume toda la civilización cristiana, toda la obra de la redención, sin apartarse nunca
de este punto de vista].
El misterio de la cruz, aunque sea para nosotros algo incomprensible, no deja
de ser también una de las verdades que la fe nos propone, y que nosotros debemos
ir meditando a su debido tiempo. Centrémonos, pues, en este misterio, ya sea con
motivo de la asistencia diaria a la Santa Misa, ya con la práctica del Vía Crucis,
ya en el período litúrgico de Semana Santa, ya ayudándonos en nuestras medita-
ciones del tema de la Pasión, ya releyendo los Evangelios; eso forma parte del
esfuerzo que reclama nuestra vida espiritual.