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Adrián Masa de Vega

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18/09/2023

Practica 1 – La reinterpretación de los mitos

Como bien se nos presenta en el texto, el mito ha sido un acompañante


ineludible para la producción cultural occidental a lo largo de los siglos. Las leyendas y
fábulas grecolatinas han supuesto para los artistas de cualquier tiempo un vehículo
perfecto para encauzar sus postulados.

Advertimos tradicionalmente dos grandes estilos o tipos de reinterpretación


mitológica: la literaria y la psicológica / filosófica. Ambas han generado vastísimas
cantidades de productos culturales. Cualquier individuo se encontrará, en un simplísimo
ejercicio de memoria, con abundantes ejemplos en sus más cercanas lecturas. Desde
Shakespeare hasta James Joyce, acortando por Mary Shelley y Constantino Cavafis o
siguiendo con Juan Antonio González Iglesias, hallamos innumerables obras plagadas
de mitología clásica y su correspondiente reinterpretación.

El mito ha resultado tan gozosamente versionado en su recorrido histórico por


varios factores. Entre ellos que se trata técnicamente de una narración sobre hechos
históricos encasillada en una unidad temporal, de acción y de lugar, tal y como marca el
esquema teatral de Aristóteles. Otra de las características que facilitan su ductilidad es
que temáticamente abarcan ciertas verdades o preceptos filosóficos que, evidentemente,
competen al hombre desde que se hallaran registros. Un ejemplo de adaptación en ese
caso podría ser El mito de Sísifo del premio nobel de literatura Albert Camus. En esa
figura de gigante condenado a un castigo eterno, el autor francés, edifica su teoría del
absurdo planteándonos imaginar un Sísifo feliz que afronta su monstruoso sino con un
animo disidente y marcado por la rebeldía vital. Un último factor determinante sería que
las acciones que en los mitos se representan responden a procesos naturales en el ser
humano. Pese a que sus personajes sean divinos, los más triviales de los impulsos
humanos se abren paso entre sus conductas para dejar claro, que aquellos poderosos
dioses no se encuentran tan lejos de nosotros.
Adrián Masa de Vega
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18/09/2023
Quizás uno de los aspectos más relevantes del mito es su carácter de pertenencia
en casi la totalidad de las cultural occidentales. Es decir, los mitos han estado tan
ligados al desarrollo histórico y cultural de los pueblos que sus argumentos, lejos de
pertenecer exclusivamente a una civilización extinta tiempo atrás, generan un
sentimiento de pertenencia en el ideario de todas aquellas culturas nacionales que han
bebido del original grecorromano. Incluso, el psicoanalítico Carl Jung, se refiere a estas
historias bajo una premisa de colectividad. Entendiendo, por tanto, que la modelación
de los mitos ante los acontecimientos históricos que las naciones han atravesado ha
terminado por introducir irremediablemente la temática mitológica en el inconsciente
colectivo de cada individuo expuesto a el mismo ideario colectivo.

Si bien es cierto que numerosos aspectos técnicos y formales condicionan esta


facilidad de adaptación de los mitos, existe un continuo que delata de manera sustancial
la necesidad de pervivencia de estas historias fantásticas y a menudo tenidas por
infantiles y simples: los universales que proponen. Todas las narraciones mitológicas
remiten, anecdótica, temática o, incluso, filosóficamente a universales humanos.
Cuando el cantautor madrileño, Javier Krahe, escribe su canción “Como Ulises” no está
simplemente enumerando las vicisitudes del griego, está presentando ante el receptor un
testimonio vital perfectamente acomodable a las particularidades que éste, a más de 25
siglos de distancia, enfrentaba.

Por otra parte, deberíamos destacar el inmenso valor religioso y evangelizador


que estas narraciones han adquirido. En los mitos se muestra, por ejemplo, de qué
manera simples mortales – como Hércules – pueden convertirse en autenticas deidades.
Muy semejante, salvando prudentemente las distancias, con las historias que la fe
católica ha escrito de sus santos y mártires. San Jorge luchó contra un dragón y Santa
Bárbara fue encerrada en una torre por su padre. Aunque, es cierto que algo separa los
martirios cristianos de los mitos clásicos, en este caso, los protagonistas, son erigidos
sin mácula. No hay mancha, impureza o falta que los santos cometan, son modelos de
conducta, no tienen fragilidades. En cambio, en las narraciones clásicas, los dioses,
héroes e, incluso, humanos, pese a que terminen decorando un puesto en el Olimpo,
presentan una serie de debilidades y conductas despreciables. Libidinosos, beligerantes,
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caprichosos, ingenuos, los personajes clásicos se presentan con la apariencia de quien ha
fallado, los grandes nombres de la fe católica son pulquérrimos modelos de conducta.

A su vez, resulta poderosamente curiosa la teoría que afirma que los personajes
de los mitos son representaciones de antiguas tribus y pueblos y sus papeles a lo largo
de la Historia. El hecho de que Aquiles no sea un solo hombre, sino que sea un recurso
literario y críptico tras el que se parapetan centenares de guerreros que participaron en la
guerra de Troya, adquiere una épica aún mayor, una resonancia más humana y
reclamadora de la conciencia. Pese a que sea desmentida, esta teoría proyecta un aura de
gloria casi cinematográfica en las figuras mitológicas. Afirma, acaso veladamente, que
un único sustantivo en una narración fantástica es la traducción de millares de
sufrimientos, muertes e, irreductiblemente, vidas corrientes y reales en una única figura
gloriosa y unificadora. Se trata de un efecto no poco reseñable.

En conclusión, apreciamos, como quizás siempre se haya sabido, que los mitos,
a lo largo de la historia, han tenido una pertinencia incomparable. Las figuras
mitológicas, sus recursos técnicos, temáticos y narratológicos representan una
perfección para la comprensión de numerosas culturas en distintos periodos históricos.
Se trata, en suma, de uno de los contados ejemplos en los que un mismo producto e
ideario cultural consigue universalizarse no sólo durante un marcado periodo temporal,
sino manifestando claramente que, pese a que los siglos, los avances técnicos y los
códigos morales pasen y se metamorfoseen, los mitos no tienen planeado poner su punto
final.

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