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“El libro es un retablo de Andalucía, con gitanos, caballos, arcángeles,

planetas, con su risa judía, con su brisa romana, con ríos, con crímenes, con la
nota vulgar del contrabandista y la nota celeste de los niños desnudos de
Córdoba que burlan a san Rafael. […] Y ahora lo voy a decir. Un libro
antipintoresco, antifolclórico, antiflamenco, donde no hay ni una chaquetilla
corta ni un traje de torero, ni un sombreo plano, ni una pandereta; donde las
figuras sirven a fondos milenarios y donde no hay más que un solo personaje,
grande y oscuro como un cielo de estío, un solo personaje que es la Pena, que
se filtra en el tuétano de los huesos y en la savia de los árboles”

Federico García Lorca

Estudio de Romancero gitano, de Federico García Lorca

Romancero gitano es una obra de Federico García Lorca que se publicó en 1928, aunque muchos de los
romances habían aparecido antes en revistas literarias y el poeta los había dado a conocer en múltiples
lecturas. La obra, que utiliza a los gitanos para representar el destino trágico, es muy representativa de Lorca y
de la Generación del 27 pues aúna popularismo y vanguardismo.

Estructura externa e interna

El libro consta de dieciocho romances de extensión variable (desde 36 versos hasta 124). Los quince primeros
tratan asuntos gitanos contemporáneos y los tres últimos, que están separados de los anteriores por una
portadilla, gitanizan figuras del pasado.

Podemos decir, por tanto, que el libro se estructura en dos bloques de desigual extensión: el primero, el
principal y el más extenso, muestra un mundo gitano que se crea en el primer romance –o romance prólogo–
en el que la influencia de la luna sobre los gitanos simboliza el destino trágico de esta raza, y se destruye en el
romance epílogo, en el que los gitanos son asesinados, también bajo la presencia luminosa de la luna. El
bloque segundo, mucho más breve, está formado por tres romances históricos, ambientados sucesivamente
en el mundo paleocristiano (narra el suplicio sufrido por Santa Eulalia durante la época del emperador
Diocleciano), la época medieval (se trata de un enigmático romance sobre un caballero que encuentra la
muerte cuando regresa a casa) y el universo bíblico (se centra en las relaciones incestuosas entre dos hijos del
rey David).

A su vez, el primer bloque se divide en dos series que tienen como intermedio los tres romances de los
arcángeles:

 La primera serie, que abarca los siete primeros romances, es más lírica, con creación de dos mitos –la luna
y el viento– y con protagonistas femeninas (todos excepto “Reyerta”, que tiene protagonista masculino).

 En el centro, los tres romances de los arcángeles están destinados a exaltar tres ciudades andaluzas:
Granada, Córdoba y Sevilla. “San Miquel” describe una romería en lo alto del Sacromonte granadino, “San
Rafael” es una reinterpretación del pasaje bíblico en el que este arcángel acompaña al joven Tobías en un
largo viaje y “San Gabriel” recrea el pasaje bíblico de la Anunciación.
 La segunda serie, más épica, está formada por cinco romances, cuatro de ellos protagonizados por
personajes masculinos marcados por un destino trágico. El último narra la destrucción de la ciudad de los
gitanos.

Esta división se corresponde también con una división temática: en los romances de la primera serie
predomina el tema de la frustración amorosa y en los de la segunda serie predominan los temas de violencia y
muerte. Como ya hemos visto, el único romance que rompe esta división es “Reyerta” que, tanto por tema
(narra una lucha fratricida entre gitanos) como por personaje (masculino), podría ir en la segunda serie, con lo
que el número de romances en cada una se igualaría a seis. Pero de ser así, lo que se desequilibraría sería la
extensión de ambas series, pues el “Romance de la Guardia Civil española” tiene tanta longitud como tres de
los más breves de los primeros. En todo caso, los dos temas, amor conflictivo y violencia, se fusionan en el
último romance del libro.

Además, se nota la cuidadosa ordenación en otros rasgos. Así, el primero es uno de los romances más breves y
menos realistas. Y el último de los romances gitanos –“Romance de la Guardia Civil española”– es el más largo
y el de mayor fuerza narrativa. La colocación de este al final muestra, además, que hay un hilo épico que
vertebra la obra: la lucha entre el héroe gitano y su antihéroe, la Guardia Civil.

En cuanto a la estructura de los romances, hay que decir que tienen una naturaleza esencialmente narrativa:
relatan algún episodio, a veces trivial, de la vida de los gitanos (la muerte de un niño, una joven perseguida por
el viento, una reyerta, una trágica historia de amor, una infidelidad, una romería…). Aunque en esa historia
tiene más importancia lo que se sugiere que la anécdota en sí.

Generalmente se subdividen en secuencias separadas por números romanos, asteriscos o simples espacios en
blanco. Estas subdivisiones obedecen a cambios de escenario, de tiempo o de personajes. En otras ocasiones,
Lorca estructura el poema en cuadros o escenas, como si de una pieza dramática se tratase, o intercala la voz
de los personajes en forma de monólogo o diálogo.

Temas

El tema central de la obra es la muerte, que se enfrenta con el afán de vivir de los personajes y aparece siempre
revestida de violencia: muerte como crimen, como venganza, como emboscada… Este tema aparece ya en el
primer romance, en el que la luna, mujer–muerte, se lleva a un niño, y recorre casi todos los romances del libro.

La violencia aparece, además, como un atributo del gitano que va unido a su sentido de la hombría. Por eso
una voz anónima, que representa la conciencia colectiva del pueblo gitano, recrimina a Antoñito el Camborio
que no use la violencia contra los guardias civiles que lo detienen cuando se dirige a Sevilla.

Tanta violencia aislada y tanta muerte individual acaba desembocando en un asesinato colectivo, en una orgía
desenfrenada de violencia, de saqueo a sable, fusil y fuego, en el “Romance de la guardia Civil española”,
donde arde la ciudad de los gitanos.

Otro tema esencial del Romancero es el amor y el sexo, cuya influencia turbadora se percibe desde el primer
romance, con esa luna-mujer-bailarina desnuda que seduce al niño con posesión mortal, hasta el último, en el
que la luna preside una bíblica y agitanada violación.

Y, excepto en “La casada infiel” que narra una relación superficial sin trascendencia alguna, el amor y el sexo
son fuente de frustración. Así, en “Preciosa y el aire” es evidente la frustración erótica del viento. Y en el
“Romance sonámbulo”, donde una gitana ahoga su frustración en las aguas estancadas del aljibe. Hay
insatisfacción en la “La monja gitana”, pues la protagonista es arrastrada mediante su imaginación a sueños
llenos de erotismo, pero su realidad está dentro del convento, donde motivos religiosos. La frustración
amorosa se asoma al título mismo de “Muerto de amor” y llega a su punto máximo en el último romance:
“Thamar y Amnón”.
Relacionado con el de la frustración, el "Romance de la pena negra" nos presenta otro tema central del libro, el
de la pena andaluza, que Lorca definió como lucha de la inteligencia amorosa con el misterio que la rodea.

Además, en todo el libro se respira un profundo andalucismo. Así, a tres ciudades andaluzas se le dedican
sendos poemas, y en la geografía y el paisaje andaluz es donde discurre la acción de la mayoría de los
romances: en las estribaciones de la serranía de Cabra tiene lugar el enfrentamiento entre gitanos del romance
“Reyerta”. Desde ese mismo lugar viene huyendo el contrabandista del “Romance sonámbulo” y su destino es el
barrio granadino del Albaicín, donde le espera su amada. Entre las callejuelas del mismo Albaicín se encuentra
el convento donde la monja gitana reprime sus instintos amorosos y sus ansias de libertad. Por los olivares de
Jaén canta su pena Soledad Montoya. Antoñito el Camborio es detenido camino de Sevilla y muere cerca del
Guadalquivir asesinado por sus primos que son del pueblo cordobés de Benamejí… La ubicación de otros
poemas no es tan precisa, pero en todos ellos se respira el aroma de Andalucía.

El andalucismo no solo se circunscribe al presente sino también a las raíces culturales de Andalucía: la romana,
la judía y la cristiana. El sustrato romano se percibe en “San Rafael”, donde se alude a la belleza del puente que
mandó construir Augusto, y en el “Martirio de Santa Olalla” la presencia romana es constante y se aprecia
claramente en el vocabulario (soldados de Roma, Minerva, cónsul, centuriones…). La influencia judía es
palpable en “Thamar y Amnón”, donde se relatan los amores incestuosos entre dos hijos del rey David. Pero, sin
duda, el elemento cristiano es el dominante: son frecuentes las imágenes relacionadas con la pasión de Cristo
(en “Reyerta”, “San Gabriel”), y uno de los personajes más emblemáticos, Antoñito el Camborio, sufre, como
el propio Cristo, primero el prendimiento y luego la muerte. Además, los arcángeles reconfortan a los
moribundos, como Juan Antonio el de Montilla o el Camborio, y la Virgen y San José curan a los gitanos
heridos por la guardia civil.

En este espacio poético andaluz lo gitano cobra especial relevancia. No solo se muestran por doquier
elementos asociados a su modo de vida, como la forja de metales, la afición al cante y al baile, la estrecha
relación con los caballos o el gusto por los objetos de adorno, sino que todo se agitana, desde la naturaleza
hasta los seres sobrenaturales.

Por último hay que señalar que a través de la figura del gitano y de la Guardia Civil, se trata un tema central en
la literatura de Lorca: el de la libertad frente a la opresión. Los romances del Camborio y el “Romance de la
Guardia Civil española” son la expresión más clara de este tema.

Componentes simbólicos y míticos

En el Romancero gitano se muestra un universo metafórico. Como protagonista de ese universo, Lorca escoge al
gitano en su condición de pueblo marginal, perseguido y orgulloso de su naturaleza libre frente al poder para
simbolizar el conflicto entre primitivismo y civilización, entre libertad y norma, entre espontaneidad y
convención. Es decir, el gitano de esta obra es un gitano idealizado, convertido en mito, el prototipo de
hombre libre en lucha con las fuerzas que representan la represión (como la guardia civil) y con el destino.

Además de este componente mítico, el Romancero presenta una amplia y rica simbología, en su mayor parte
recogida de la tradición.

Desde el punto de vista morfológico, los símbolos se presentan en forma de sustantivos o adjetivos. Los
primeros pueden ser nombres propios que ponen de relieve los sentimientos que definen a un personaje
(Soledad, Amargo) o comunes, en los que se nota la predilección del poeta por los elementos de la naturaleza,
el mundo animal y el vegetal.

Entre los elementos de la naturaleza destaca la luna como símbolo trágico que lleva inserto un significado de
muerte. A veces lleva asociada la figura del jinete representando al hombre o el destino humano que se dirige
hacia esta. El viento, que suele aparecer personificado y en diferentes manifestaciones (aire, brisa,
vendaval…), es un símbolo cargado de sensualismo, de posibilidades eróticas, siendo el caso más explícito el
de “Preciosa y el aire”. En cuanto al agua, cuando corre en forma de río es un símbolo positivo que propicia
encuentros amorosos o representa la libertad, pero cuando aparece quieta, en forma de aguas estancadas,
aljibes o pozos, suele simbolizar la muerte. También el mar simboliza la muerte.

En lo que respecta al mundo animal, el símbolo más utilizado es el caballo, que tiene en ocasiones un valor
positivo de realización humana o de liberación, pero en otras simboliza el ímpetu sexual del hombre y, en este
caso, suele tener resonancias de muerte. El toro simboliza el poder, pero también puede expresar la sangre y
los malos augurios. El pez, por su parte, está vinculado a la atracción sensual y a la pasión amorosa (Thamar, en
tus pechos altos/hay dos peces que me llaman), aunque también alude a veces al amanecer: Las estrellas de
escarcha y el pez de sombra/que abre el camino del alba. Y algunos pájaros, como la zumaya, anuncian
sucesos maléficos.

Del mundo vegetal son símbolo de muerte las malvas, las adelfas o las ortigas. Las rosas, los olivos y los juncos,
en cambio, son símbolos positivos que se relacionan con la pasión amorosa.

Otros símbolos destacados son los metales que, relacionados con el frío de los cadáveres y la materia de los
cuchillos que se usan tantas veces en los asesinatos, suelen ser un presagio negativo y sirven también para
representar a los gitanos. Las tijeras son símbolo de destrucción. El espejo puede entenderse como
representación del hogar y la vida sedentaria. Y las metonimias con que se nombra el cuerpo humano (pechos,
muslos, cintura) remiten en general al erotismo femenino y al poder de seducción.

Entre los adjetivos tienen sobre todo valor simbólico los colores. El verde es sin duda el más destacado de la
cromática lorquiana y puede adquirir diferentes valores: en el “Romance sonámbulo” simboliza por un lado la
vida y la naturaleza (verde viento, verdes ramas) y por otro la muerte (verde carne, pelo verde), pero en
“Preciosa y el aire” (que te coge el viento verde) está asociado con elementos sexuales o más bien con la
frustración erótica. El negro representa la desesperanza (la pena negra brota), es presagio de muerte (Ángeles
negros traían) o simboliza a la muerte misma (rosas de pólvora negra). El amarillo en algunas composiciones
implica un trágico presagio: la luna menguante pone/cabelleras amarillas/a las amarillas torres. En cambio, en
el “Romance de la pena negra” tiene carácter erótico: Cobre amarillo, su carne. Y en el “Martirio de Santa
Olalla” adquiere un valor de hastío o desgana: Centuriones amarillos/de carne gris, desvelada. El blanco tiene
también diferentes valores: en el “Romance de la luna, luna” aparece asociado a esta y adquiere el significado
de muerte: harían con tu corazón/collares y anillos blancos. En cambio en el “Martirio de Santa Olalla” es
utilizado para simbolizar la vida eterna: Olalla blanca en lo blanco. El rojo nos remite a la sangre y por tanto, a
la muerte. El azul, que aparece sobre todo en “Preciosa y el aire”, tiene el significado tradicional de inocencia,
esperanza o ilusión. Y el plateado, como color de algunos metales, se asocia a la muerte.

Rasgos formales: entre tradición e innovación

En el Romancero se da una perfecta mezcla entre rasgos propios de la poesía tradicional (el libro se inscribe
dentro de la tendencia neopopularista del 27) con otros que son característicos de la poesía de vanguardia.

Entre los rasgos que entroncan con la poesía tradicional destacan los relativos a la métrica. Así, además de ser
romances (versos en su mayoría octosílabos con rima asonante en los pares), muchos poemas tienen estribillo
(Voces de muerte sonaron/cerca del Guadalquivir) y ritmo musical (el niño la mira, mira/el niño la está mirando).

En cuanto a los rasgos de estilo, muchos proceden del Romancero viejo:

 el fragmentarismo, que se observa en el comienzo abrupto (Y que yo me la llevé al río) y el final truncado;
 las exactas referencias temporales (A las nueve de la noche) y locales (A la mitad del camino);
 los diálogos dramáticos sin verbo introductor y las preguntas dirigidas a un supuesto auditorio;
 la repetición del adverbio ya al comienzo de versos sucesivos: Ya la coge del cabello/ya la camisa le rasga;
 la respuesta-eco, recurso por el que un personaje responde a su interlocutor casi con las mismas palabras
que ha empleado este (Soledad, ¿por quién preguntas/ Pregunte por quien pregunte…);
 la libertad en el uso de los tiempos verbales (se usa, por ejemplo, el imperfecto de subjuntivo en lugar del
pretérito indefinido: Cuántas veces te esperara);
 la tendencia a la repetición y la abundancia de recursos retóricos basados en ella: anáforas (El aire…/El
aire…), reduplicaciones (…la vela, vela), anadiplosis (…te quiero verde/verde viento…), epanadiplosis (Verde
que te quiero verde), paralelismos (mi caballo por su casa/mi montura por su espejo)…
 Hay incluso expresiones literales tomadas de romances medievales: Míralo por dónde viene, en “Preciosa y
el aire” o el piropo ¡Ay Antoñito el Camborio/digno de una Emperatriz! Y en el primer romance, la zumaya
recuerda a los presagios del vuelo de la corneja del Cantar de Mio Cid.

El carácter vanguardista del Romancero se muestra sobre todo en la abundancia de imágenes en las que no
hay una correspondencia formal entre el término real y el término imagen sino que la relación es totalmente
subjetiva.

Estas imágenes adoptan diferentes formas: desplazamientos calificativos (yunques ahumados sus
pechos,/gimen canciones redondas), comparaciones (La iglesia gruñe a lo lejos/como un oso panza arriba),
metáforas (Lloras zumo de limón, su luna de pergamino/Preciosa tocando viene), símbolos (El toro de la
reyerta/se sube por las paredes), personificaciones (el viento furioso muerde), sinestesias (rumores calientes,
viento verde)...

Y se percibe en ellas la influencia de diferentes ismos: creacionismo (son creaciones puras que no imitan la
realidad: el mar baila por la playa/un poema de balcones), cubismo (se centran en las formas y en los colores:
Fachadas de cal ponían/cuadrada y blanca la noche), futurismo (incorporan al ámbito poético elementos de la
vida moderna: el liso gong de la nieve, Pon telegramas azules, Tinteros de las ciudades/vuelcan la tinta despacio,
negros maniquíes de sastre), surrealismo (intentan reflejar el subconsciente, lloras zumo de limón, o
descomponen fragmentos anatómicos: bailarinas sin caderas, con sus dos pechos cortados)…

Entre otros rasgos del Romancero podemos citar el realismo, pues lo que está poetizando Lorca tiene una base
real y objetiva –por ejemplo, en el segundo romance hay una joven gitana que, paseando en la noche, es
sorprendida por una tormenta, padeciendo el natural susto y corriendo a refugiarse en lugar seguro. Esa
realidad objetiva es poéticamente interpretada como acto de agresión por parte de un viento masculinizado–
y la antropomorfización o capacidad para dar vida a lo que no la tiene, de humanizar animales, objetos, o
accidentes atmosféricos: los faroles tiemblan con reacción humana, los cuchillos tiritan y frunce su rumor el
mar.

Además, la escritura de Lorca está centrada en lo concreto, en lo que se percibe a través de los sentidos. Así,
por ejemplo, en “La monja gitana” se conjugan el tacto (le despega la camisa), la vista (tela pajiza, siete pájaros
de prisma, araña gris), el oído (silencio) y el gusto (cinco toronjas se endulzan).

Esta tendencia a lo concreto se percibe también en las cuantificaciones exactas: acuden tres carabineros a los
gritos de Preciosa; a Antoñito lo prenden cinco tricornios, y cuatro puñales acaban con su vida que se le escapa
en tres golpes de sangre.

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