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EL MEDIEVO, EL CRISTIANISMO Y LA FILOSOFÍA

Eduardo Reyes Echevarría, Zamora Michoacán.


Profesor: Juan Salep Nuñez James
Materia: Historia de la Filosofía Medieval.

23 de septiembre de 2023
INTRODUCCIÓN

Hay una noción terrible sobre la Edad Media. Es una clase de figuración tristísima que
de algún modo, no sólo hace eco en las grandes movilizaciones demográficas y terribles
hambrunas, epidemias masivas y guerras continuas, sino en la monopolización del
conocimiento, la homogenización de las ideas y el sustrato común, legítimamente
impuesto, de tal modo que posiciones incluso divergentes eran acreedoras de pena
capital. La idea que tenemos desde Descartes de lo que alguna vez fue la Edad Media
(idea que sigue siendo difundida por pensadores más inmediatos como Bertrand Russel),
a nosotros los modernos nos resulta ominosa y con razón es así. Lo cierto es que la
«leyenda negra» que a todos parece constarnos sin aparentes fundamentos (porque
¿quién se ha detenido sólo a cuestionar la veracidad de estos hechos?) es más bien una
clase de invento, no diré de élites proselitistas o de alguna clase de correligionarios en
contra del pensamiento de Santo Tomás o de Duns Escoto, pero sí que una especie de
invento retorcido que representa más bien su triste ignorancia y desatinada fe, que la
propia realidad de un pasado a veces tan lejano como, y ya veremos por qué,
voluntariamente soterrado.
Lo que generalmente entendemos por Edad Media es una cosa irrisoria; decía
Francesco Petrarca, que vivió en el siglo XIV (es decir, en la baja Edad Media), que el
tiempo de donde él emergió era uno de tinieblas;1 a tal punto nos es manifiesta la pobreza
intelectual y cultural que aquellos años ostentaban. Claro que Petrarca no se estaba
refiriendo a lo que los historiadores modernos concibieron como oscurantismo, sino que
se refería a la paupérrima calidad de la literatura inglesa, que él juzgó tristísima; no
olvidemos que Petrarca, aunque un erudito y por ello un estudioso intelectual, era y es
más bien conocido por ser un poeta. Luego uno mira lo que generalmente se entiende
por Edad Media y se da cuenta que es un concepto propio de los humanistas, y que el
principio de esta «época de transición» es de hecho la caída del Imperio Romano, en el
476, el fin de la Antigüedad; mientras que el término de la misma es la conquista de
Constantinopla en 1453, que es, pues, el inicio de lo que se conoce como Renacimiento
(la vuelta al pensamiento y a la cultura clásica). Es pues, este concepto, aunque un
tecnicismo, si se quiere, una idea cargada de sesgos y una tentativa deliberada de
excluir, por su pretendida insignificancia, todo un periodo importantísimo de la historia de
Occidente. Rápido nos damos cuenta de que hablar de la «Edad Media» es suponer que,
aunque un periodo necesario, era más bien una preparación y no un punto de interés en
sí mismo; lo cual sugiere que, siendo francos, si su comienzo fue la caída de aquello a

Citado por Alejandro Tellkamp (1998) en «Filosofía y diversidad cultural en la Edad


1

Media». Universitas Philosophica, vol. 30, págs. 149-163 (en particular, 151 y 152).
lo que habríamos de volver más tarde, este intermezzo es más bien una clase de óbice
o un socavón, lo mismo que una crisis. Por eso la Edad Media tiene que ser terrible,
porque a los ojos del mundo todos estábamos perdidos en aquel momento, y después
no.
Quien así cree que las cosas fueron peca de simplificar y quizá hasta de insertar
contenido moralizante en la historia de una sociedad cosmopolita. Se piensa que
Occidente son los griegos y los romanos, y que todo lo que no sea herencia directa de
ellos es aberrante y repulsivo. Es como si se quisiera presuponer, como más adelante
se dirá, que el único sentido correcto de desarrollo cultural de Occidente, ha sido desde
siempre, netamente eurocentrista. Lo que en la infamada Edad Media hubo en realidad,
es un amplio abanico de trascendentes oposiciones filosóficas y culturales, de cuyo
enfrentamiento, no sólo resultaron el cristianismo como hoy lo conocemos y la terrible
crisis del individuo, sino la alegre vuelta a los clásicos y la superación de los mismos
acorde con las pretensiones de la modernidad, a su vez posibilitada gracias a las síntesis
realizadas por los pensadores medievales y sus influencias orientales.
Primero, ¿qué es lo que queremos decir cuando preguntamos si existe una Filosofía
Medieval? (porque hay gente que se lo pregunta). Desde San Agustín que se cree que
la filosofía está subordinada a la teología, Santo Tomás dijo, por ejemplo, que la filosofía
es la «ancila de la teología»2; pero esto no solamente es producto de una perspectiva
cristiana sino que también existe en el islam. Al-Gazali, autor de la Destructio
philosophorum es el «precursor de la crítica de la metafísica según razones teológicas»
(pág. 158) Y es evidente que, aunque nosotros concebimos la filosofía como una
disciplina distinta de la teología y del resto de ciencias, en la antigüedad no era así; antes
no se tenía por tal a la filosofía, sino que se pensaba en ella más como el cultivo del
saber en su más grande amplitud que como una disciplina bien delimitada, cuyo
tratamiento es uno y específico. No fue sino hasta el siglo XIV, cuando la filosofía comenzó
a pasearse por las universidades y cuando en los debates académicos sus problemas
imperaron, que ésta comenzó a erigirse como una disciplina con derecho propio.
Luego tienes el enorme problema de la diversidad cultural del occidente latino. Es
bien común hablar, por ejemplo, de una «Edad Media judía», una «Edad Media islámica»
y demás. Si uno se cuestiona cómo fue que el saber y el conocimiento durante toda la
Edad Media fue transmitido, uno fácilmente se percata de la apertura intelectual y la
interculturalidad de los pensadores medievales, cuyas constantes controversias fueron
sumamente fecundas. Este periodo, en particular, es una época de síntesis magistrales
y de inconmensurables composiciones intertextuales cuyos productos rebasan por
doquier lo que el más simple de los comentadores de Aristóteles podría siquiera
parafrasear. De hecho, eso que la gente piensa de que Aristóteles fue la más grande

2 Op. cit., pág. 157


autoridad en filosofía durante aquellos años (y que quizá fue la única), no sólo es ridículo
porque el corpus aristotélico no fue muy conocido sino hasta bien entrada la baja Edad
Media, sino porque cualquiera que piense así está omitiendo, por ejemplo, la influencia
preclara de los neoplatónicos en el pensamiento de los padres de la Iglesia: San Agustín,
Orígenes, etcétera. Luego, hay claras influencias estoicas en el pensamiento de los
medievales, también epicúreas y demás. Y es que si uno se pone a pensar siquiera en
el horizonte cultural que asomaba durante aquellas décadas, es inconcebible la más
común de las opiniones: no se trata sólo de que el cristianismo haya subyugado a los
otros, y con todo el peso de su ley haya aplacado las más distintas consideraciones
metafísicas; de hecho, el cristianismo se nutrió severamente de estas ideas. Hay que
hacer notar que los pensadores cristianos en verdad aceptaron y leyeron y criticaron a
autores cuya fe y cultura en nada coincidía con la suya, lo cual, dice Alejandro Tellkamp
(1998, pág. 161), es sencillamente sorprende. Es evidente que las cruzadas y las crisis
culturales en la España de aquellos años fueron tiempos temibles, pero no sucedió así
en el ámbito intelectual:

A mi parecer, el hecho de que se haya traducido, leído e incorporado a pensadores


como Moisés Maimónides, Averroes o Avicena a la discusión filosófica, da
testimonio de la honradez intelectual de los cristianos occidentales, al reconocer que
podían efectivamente aprender algo de ellos. Lejos de ser arrogantes, ellos se
percataron de lo avanzados que estaban sobre todo los árabes en la interpretación
de Aristóteles y en la inclusión de modelos neoplatónicos al debate metafísico ―dice
Tellkamp (ibid.)

Por poner un ejemplo, cuando en el siglo XIII el corpus aristotélico empezó a ser
leído, a Aristóteles no se le estudiaba directamente, sino que la gente leía primero a sus
comentadores (especialmente a los árabes); cuando el De anima comenzó a leerse,
muchos medievales se hicieron una idea de él a través del Gran Comentario de Averroes,
y eso se ve, sobre todo, en la metáfora del anillo en el pedazo de cera, cuyo
entendimiento, según la concepción de una física de causa y efecto, no existe en
Aristóteles. «La lista de autores no cristianos largamente estudiados por los occidentales
es profusa ―dice Tellkamp (pág. 162)― […;] más que colonizadores filosóficos,
aparecen los occidentales como colonizados voluntariamente».
Visto lo visto, es natural que se crea que la Filosofía Medieval de hecho tiene más
interés de lo que antes se pensaba; no obstante, he de decir que su descubrimiento es
apenas un sueño para los más importantes estudiosos de nuestros días. Creer si quiera
que haya un alma preparada para explicarnos todo lo necesario con respecto a aquellas
épocas es quizá ya pretender demasiado. Como antes apuntaba, este saber añejo ha
vistose terriblemente obnubilado u oscurecido voluntariamente, y es que el pensamiento
de los grandes filósofos de antaño, yace sepultado entre innúmeros legajos de folios
enigmáticos, en ingentes volúmenes en los anaqueles perdidos de las bibliotecas más
antiguas de nuestros días. Es aterradora la densidad intelectual que estas gentes
poseen, su pensamiento es esotérico en sí mismo y difícil de descifrar, aún para el más
avezado; por demás está decir que a cualquiera que le interese siquiera un poco el
pensamiento de estas eminencias, tendrá que franquear de algún modo estas terribles
fronteras del conocimiento. Todo esto, más aparte la necesidad de volver a las grandes
columnatas romanas, bajo los pórticos, o a los foros, o de volver al ágora y a los jardines
peripatéticos, hace pensar a cualquiera que la Edad Media es de por sí insignificante,
que fue una época hastiosa y llena de plagas, en cuyo seno, aunque latente, siempre
subsistió el cristianismo y la herencia romana. El eurocentrismo u occidentalismo, es un
claro problema a la hora de interpretar satisfactoriamente la historia de nuestro
pensamiento como sociedad: nuestra herencia islámica, y judaica, es y ha sido desde
siempre incuestionable, y tan importante como las bases heleno-romanas que dieron
forma y perspectiva a nuestra visión del mundo. Es importante aceptar nuestra condición
de entes históricos, históricamente determinados, para así comprender el porqué de
nuestros pensamientos y con ello la forma de nuestras ideas; para ser capaces de criticar
con fundamento, ya no sólo lo que otros digan, sino lo que nosotros mismos
consideremos es la realidad.

CONCLUSIÓN

Ahora bien, ¿qué es lo que puedo decir respecto a todo esto? Pues, en realidad, lo que
a mí más me interesa (por lo menos en este momento) es la pluriculturalidad de
Occidente en el medievo, al leer el texto de Tellkamp en mi cabeza mil imágenes se
aglutinaban y todo un panorama, cuya imagen se asemeja a la Escuela de Atenas de
Rafael, finalmente cobraba sentido. El desarrollo de las ideas, su influencia, su
esparcimiento y evolución es quizá uno de los aspectos más destacables de la historia
de la humanidad; y es eso lo que principalmente me interesa. Los grandes choques
culturales suelen ser críticos por eso, porque son etapas de cambio, de resolución y
síntesis, y es allí donde está el verdadero quid de la cuestión; a veces nos miramos los
unos a los otros y no entendemos por qué unos son así (de un modo cualquiera) y otros
no, por qué en las cabezas de algunos ideas que nos resultan irrisorias y carentes de
sentido son largamente sopesadas y a veces hasta plenamente admitidas e incluso
conforme a ellas estos individuos conducen sus vidas. Las más de las veces achacamos
estas desavenencias a inclinaciones de naturaleza psíquica, cuyo objeto es más bien
relegado al campo de la psicología; no obstante, nos olvidamos de considerar que la
admisión de hechos es una cuestión lógica y que por lo tanto compete al terreno de la
conciencia, y no del subconsciente, su pretendida justificación y aceptación; por ello es
cosa de la filosofía. E incluso más, es también un hecho sociológico el que ciertas ideas
se extiendan del modo en que lo hicieron; pero no hay nada como rastrear el origen
común de un puño de premisas, aparentemente dispares, por sus implicaciones lógicas,
por sus fundamentos y derivaciones. Cuando hablamos del cristianismo, a ninguno de
nosotros se nos viene a la cabeza el islam, por ejemplo, y casi nadie que yo conozca
entiende el judaísmo, pero resulta que todos estamos emparentados de una u otra
manera, y somos tanto más capaces de comprender estas perspectivas diferentes como
lo somos de entender el francés sólo por hablar español, y por tener un ancestro común,
el latín. Luego, el que la filosofía esté en todos sitios y en todos sirva para fundamentar
aquello que es una construcción ideológica o doctrinal de cualquier tipo; ya no hablo
especialmente de las ciencias como hacía Foucault, pero sí que se parece a lo que éste
entendía por episteme según las veces. A mí siempre me ha parecido que la filosofía es
importante por eso: más allá de su presupuesta implicidad en toda actividad humana sólo
por ser ésta necesariamente racional, la filosofía es importante porque en toda
construcción epistémica yace en calidad de raigambre o fundamental estructura
subsistente. Conocer la historia de Occidente a través del medievo es algo
importantísimo y necesario para cualquiera de nosotros, estemos interesados o no en la
escolástica o en San Agustín.
BIBLIOGRAFÍA

Tellkamp, A. (1998) «Filosofía y diversidad cultural en la Edad Media» en Universitas


Philosophica, vol. 30, págs. 149-163. Colombia, Bogotá.

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