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La observación de los hechos y la formulación de las leyes agotan la tarea de la ciencia. Pero la
doctrina de Comte es más un racionalismo que un empirismo y hace más hincapié en la ley que en
la observación de los hechos. La finalidad de esta última es posibilitar la formulación de las leyes.
Las leyes permiten la previsión porque, una vez comprobada la condición que provoca la verificación
de un hecho determinado, se puede prever la verificación del hecho mismo. Y la previsión le permite
al hombre servirse de los hechos, aprovecharlos y ampliar su poderío sobre ellos.
Tal debe ser el fin de la ciencia positiva, que es positiva en todos los sentidos posibles de la palabra:
en cuanto le concierne la realidad, es decir, los hechos y, por consiguiente, lo que se sustrae a la
duda y es en sí indudable; en cuanto que es útil a la vida individual y social del hombre y, por lo
mismo, se halla en condiciones de organizar esta vida y sacarla de la condición negativa de desorden
en que la precipitó el estado precedente.
La obra comtiana está dirigida explícitamente a favorecer el advenimiento de una sociedad nueva
que Comte llamó sociocracia, análoga y correspondiente a la teocracia fundada en la teología. Comte
hubiera querido ser la cabeza espiritual de un régimen positivo tan absolutista como el régimen
teológico que pretendía sustituir. El nuevo régimen, al igual que la teocracia, hubiera debido revestir
un carácter religioso, pero de una religiosidad basada en la ciencia. El concepto fundamental de esta
religión es el de la Humanidad, que debía ocupar el lugar del concepto de Dios. La humanidad es el
Gran Ser, es decir, “el conjunto de los seres pasados, futuros y presentes que (p.368) concurren
libremente a perfeccionar el orden universal”. En otras palabras, el Gran Ser es la humanidad en su
historia, en su progreso incesante, en su tradición ininterrumpida, en la cual se acumulan todas las
conquistas humanas. Es la tradición divinizada.
No obstante la diversidad de lenguaje, se manifiesta aquí con toda evidencia la analogía del
positivismo de Comte con el idealismo romántico que también divinizaba la historia como la
manifestación o realización progresiva de la razón absoluta. Comte pretendió incluso crear un culto
del Gran Ser, en el que los filósofos positivistas serían los sacerdotes y los grandes hombres de la
historia los santos. En sus últimos escritos llegó a imaginar una trinidad mística: el Gran Ser, o sea,
la Humanidad; el Gran Fetiche, es decir, la Tierra, y el Gran Medio, esto es, el Espacio. Pero muchos
de sus mismos discípulos se negaron a seguirlo en semejante terreno.
En el terreno de la moral, Comte fue sostenedor del altruismo. La máxima fundamental de la moral
positivista es: vivir para los demás. Esta máxima no es contraria a los instintos del hombre porque
éste, junto a los instintos egoístas, posee instintos simpáticos que una educación positivista puede
desarrollar gradualmente hasta hacer que predominen sobre los otros.