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Una boca que se abre…

“Gris, querido amigo, es toda teoría


–dice el Fausto de Goethe–
Pero verde es el árbol de la vida.”

Pareciera que desde siempre la vida se nos entregara desnuda


Como cuando niños bailábamos con ella
Pareciera también, que a un cierto punto,
nos afanamos por entenderla,
¡Entenderla! ¡A la vida…!
¿se imaginan?

Pero así fue, o al menos, así lo aprendimos.


Y le solté la mano para verla.
Me separé de ella y la hallé terrible.
Quizás, por ver que bailaba conmigo y a la vez, con el mundo.
No lo sé. Lo cierto es que una vez separados
La música se fue perdiendo.
El latido se fue apagando y las agujas del reloj
se fueron encendiendo.

Aquel niño, en cambio, bailaba con la vida y con la muerte.


Con la nostalgia, los deseos, el dolor y la alegría.
Pero no se separaba. No buscaba entenderla, sino seguirla.

“Que la danza de la vida pueda más


que la marcha de la historia”, recordaría Nietzsche.

Bailábamos de niños un Vals con el Misterio, ¡pero no lo conocimos!


al menos, no con la clase de conocimiento que imaginan.

Pero hay otro.


Hay un saber que no es el de la respuesta que se tiene
Sino el saber de la pregunta que nos atraviesa.

Y es que, como dice Kafka,


“Lo perdido no es el paraíso… lo perdido es el Asombro.”

Este, queridos amigos, queridas amigas,


es el saber que enseña Scholas.
El Llamado de la vida, desde siempre, señalando a lo abierto.

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