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La música, la forma más elevada del arte

De las siete “bellas artes” que las musas tuvieron a bien otorgarle a la humanidad,
la música ocupa en mi corazón un lugar destacado. Las razones para ello pueden
parecerle al lector extravagantes, siendo que a duras penas puedo hacer llorar
una guitarra o forzar los lamentos miserables de alguna flauta. Pero son las que
son, y dichas razones tienen que ver, ante todo, con la noción de ritmo.

La palabra ritmo proviene del griego rhytmos, que se puede traducir como


“simetría” o como “cadencia”, y se encuentra presente en casi todas las palabras
con las que nos referimos a lo cíclico, o sea, a lo recurrente: el biorritmo (el ciclo
de la vida), la arritmia (la falta de ritmo, por ejemplo, en el latido cardíaco),
etcétera.

El ritmo es una idea que naturalmente asociamos a la vida, porque entraña a su


manera un sentido del orden: la vida no es más que un punto de equilibrio en el
que la materia de nuestros cuerpos se sostiene durante un tiempo, antes de que
las notas inadecuadas se introduzcan en su melodía y acaben por enviarla de
cabeza al caos, o sea, al desorden.

El lector avispado ya habrá adivinado por dónde van mis caminos: la música, de
todas las artes, es la que mejor representa la vida. Lo hace mejor que la
pintura, a pesar de que ésta le ofrece a nuestros ojos la belleza de los paisajes del
mundo, o acaso del rostro del amado. Lo hace mejor que la literatura, a pesar de
que la palabra sea el instrumento que contiene dentro suyo al universo, la
herramienta con la que todo puede transmitirse. Lo hace incluso mejor que la
escultura, a pesar de que una estatua perfecta bien puede confundirse con un ser
vivo. La música, esa forma majestuosa de abstracción, cuyas notas no aspiran a
imitar el canto del pájaro sino a evocar su vuelo en nuestras mentes, es el más
puro de los lenguajes artísticos.

Mucho antes que la palabra y que las primeras pinturas, la música estaba
presente. Los estudiosos del ser humano piensan que habría sido una de las
primeras formas de cultura compartida, parte esencial de ritos prerreligiosos,
posiblemente de sanación, de celebración o de combate.

La música estuvo allí en los latidos del corazón de la primera madre humana,
cantando bajo su piel contra el oído de su cría apretada contra el pecho, y es de
todas las artes la única que nos aproxima al mundo, a los animales, en lugar
de distanciarnos: el músico toca su instrumento así como el pájaro canta, mientras
que el pintor y el escritor toman distancia para mirar mejor y traducir en sus
respectivos lenguajes.
Además, como venía diciendo, la música contiene en sí misma el flujo de la vida,
los movimientos que la caracterizan. La circularidad de sus melodías, que avanzan
repitiéndose desde el inicio a su insospechado final, trazan el camino exacto de
nuestras vidas. La expresividad de sus sonidos, llenos de color sin poder verse y
de fuerza sin poderse tocar, nos invita a la acción, a la contemplación, al
pensamiento. Ya sea de fondo o en primer plano, en un concierto o en el
celular, la música nos conecta con lo esencial de la existencia: el tiempo.

¿Sabe el amigo lector por qué cuando le hacen esperar al teléfono reproducen en
línea alguna pieza de alegría insoportable? Para llenar el vacío, sin duda, porque
esperar es una invitación a la muerte. ¿Y sabe, también, por qué algunas cosas se
pueden hacer mejor con la música adecuada? Porque nos conecta con quienes
somos, con lo que hacemos, con un tiempo presente infinito, inmediato y veloz,
como si dejándonos llevar por sus sonidos, pudiéramos eternizar el momento,
sentirlo con mayor plenitud, estar más aquí y ahora que en completo silencio, al
acecho de los pensamientos que revolotean como buitres.

Metáforas aparte, el ritmo presente en la música suscita con nuestros cuerpos una


conexión tal, que en verdad constituye un lenguaje universal de los seres
humanos. Una melodía no precisa de traductores ni da lugar a malos
entendidos o ambigüedades porque, en el fondo, conecta con nuestros propios
ritmos eternos: el tambor del corazón, la guitarra del oído, los diferentes
instrumentos de viento de la voz. Somos música, por dentro y por fuera, incluso
aquellos a los que Euterpe, la musa griega de la música, negó desde edades
tempranas sus más mínimos talentos.

He allí, amigo lector, la explicación de por qué considero la música como el


máximo lenguaje artístico, incapaz de ser traducido a ningún otro; como cénit de la
experiencia humana, que nos lleva a conectar con lo que somos: tiempo que
transcurre en un vaivén. El aire entra, el aire sale. El corazón galopa tranquilo.

Referencias:

 “Ensayo” en Wikipedia.
 “Música” en Wikipedia.
 “Historia de la música” en Wikipedia.
 “A Brief History of Music – From Origins to the Present Day”
en MusicianWave.
 “Music (art form)” en The Encyclopaedia Britannica.

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