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“La interioridad en San Agustín”

1
Mi cordial gratitud a mi familia, amigos y guías
espirituales

que me han acompañado en este camino de las


letras desde siempre.

2
Introducción

Todo ser humano en su búsqueda de la felicidad

se encontrará con el conocimiento de sí mismo, de

las cosas, del mundo y buscará la existencia de un

ser superior. Este camino hacia el descubrimiento

de la verdad estará cubierto de dudas e

incertidumbres y, algunas veces, hasta de una

tristeza anímica sin fundamentos. Sin embargo,

pese a la adversidad, la persona intentará, con

todos sus medios, buscar un lugar en el mundo.

El concepto de persona es un concepto

principalmente filosófico, que expresa la

singularidad de cada individuo de la especie

humana en contraposición al concepto  de

3
naturaleza humana que expresa lo común que hay

en ellos.

Si deseamos vivir, siendo realmente conscientes

de nuestra existencia, nuestra necesidad más

urgente y difícil es la de encontrar un significado a

nuestras vidas.

Muchas personas han perdido el deseo de vivir

y han dejado de esforzarse porque este sentido de

existencia ha huido de ellos. Sin embargo, no todos

buscan el sentido de las cosas a través de esta

existencia trascendental que todo lo ordena, de un

ser superior creador.

El hombre, dice Octavio Paz en un poema, está

habitado por silencio y vacío. Esa búsqueda de

felicidad constante lleva al hombre a querer llenar

4
ese vacío interior con otro. Esta experiencia del ser

humano de sentirse incompleto frente al

desencanto del mundo en que vive, lo lleva a vivir

en una tristeza existencial, a preguntarse el por qué

de su ser en el mundo, de dónde viene, por qué

existe y para qué vive.

El presente trabajo intentará analizar por qué el

obispo de Hipona, San Agustín, sostiene que el

hombre es interioridad. Con este objetivo,

desarrollaré todo su itinerario, desde el exterior

hacia el interior de sí mismo, en la búsqueda de la

verdad, en la búsqueda de Dios.

En el desarrollo del trabajo se ejemplificará con

citas textuales pertenecientes, principalmente, a

5
Las Confesiones y Soliloquios, de San Agustín, y a

otras obras referentes al mismo tema.

La interioridad no se puede definir con exactitud

porque consiste en una toma de conciencia del ser

de la persona, del estar en el mundo, del despertar

y comprender plenamente la razón de la vida.

Dicha experiencia, en tanto pueda ser vivenciada,

posibilita un profundo aprendizaje que se traduce

en el reconocimiento de uno mismo.

A lo largo del análisis se reflexionará sobre

cómo, en su libro Las Confesiones, San Agustín

expone el camino de búsqueda hacia el

descubrimiento del Ser Supremo, los males que

aquejan al hombre, sus heridas, sus dolores y su

agresividad. También se considerará determinar

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quién corrompe al hombre y se torna su enemigo y

qué rol desempeña Dios en la constitución del ser.

que su propio enemigo no es el mundo y los

vicios que le ofrece, sino que es él mismo su propio

enemigo, lo que lleva dentro de sí es eso que él

debe cambiar, restaurar, renovar, limpiar, iluminar,

a través de su conversión y del encuentro con Dios.

Descubrirá que Dios es el centro de su ser, allí

en él mismo puede oír su voz y adorarlo y

escucharlo:

Tú eres mi hijo amado, en quien me complazco.

[1](Lucas 3,22)(El libro del Pueblo de Dios,2016)

San Agustín intenta descubrir de qué modo Dios

acompaña a los hombres, cómo los ha hablado,

cómo los ha tratado y los ha contactado con sus

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palabras. Viene a nuestro encuentro como

interlocutor de su propia historia de vida y nos

presenta a un Dios que nos desafía interiormente,

que nos invita a buscarlo y a unirnos a Él. Esto

implica para Agustín preguntarse de qué modo

puede, en el encuentro con Dios, lograr otra

imagen de nosotros mismos. Depende de nuestra

propia imagen si nuestra vida llega a un buen fin.

Este trabajo presentará de qué modo San

Agustín pudo exponer su vida totalmente,

reconocer sus problemas y encontrar a Dios.

¿Cómo podemos ser iluminados por Dios

mirando nuestra propia vida como lo hizo Agustín?

¿Será la introspección y el conocimiento de uno

mismo el camino para una transformación interior?

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Sócrates decía, en el siglo IV a. C, conócete a ti

mismo y sé el que eres. El obispo de Hipona en sus

obras nos invita a conocernos, a vernos, a mirarnos

a nosotros mismos.

Agustín en su itinerario hacia Dios nos mostrará

como él se conoció a sí mismo, nos expresará sus

experiencias de búsqueda, de duda y de sentido de

su existencia, desde la hondura de su corazón

desde su más tierna infancia, cuando recorre los

primeros años de vida, pasando por su

adolescencia y edad adulta.

En todos estos años él nos va narrando

autobiográficamente su vida, contándonos los

detalles más íntimos de su conciencia sin ningún

pudor.

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Para el análisis de una obra se debe tener en

cuenta el tiempo histórico en el que la obra fue

escrita, así como también conocer la vida del autor,

es por esta razón que, para el desarrollo del trabajo

de Seminario, se tendrá en cuenta la Teoría del

biografismo:

Es innegable el aprovechamiento de los datos


biográficos de un autor para poder comprender
tanto el proceso evolutivo que ha seguido su
producción escrita como para enmarcar algunos
de los significados que pueden encontrarse en
esos textos pero no todo puede ser explicado
desde una sola perspectiva y, por ello, una obra
literaria no puede encomendarse solo a la
circunstancia biográfica por muy atrayente que
esta resulte (…)el extremo en el que no debe
caerse es en la construcción de biografías
anoveladas (…) puesto que ahí se estaría
invitando a confundir la vida de ese autor con la
obra creada y se estaría produciendo una ‘para
literatura’ que ocuparía el lugar que se ha de
reservar para el texto en sí. (Gomez, 2008)

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Desde la perspectiva de la teoría del biografismo

que nos llevaría, no a afirmar, pero sí a delucidar

algún otro tipo de enfoque de la obra en cuestión,

pertenece a los planteamientos del psicoanálisis

crítico, y es una de las diversas tendencias de

crítica literaria que se han desarrollado en el siglo

XX.

También se considerarán los aportes de la Teoría

Sociocrítica, puesto que toda obra es producto de

un momento histórico, social y político particular.

Bajo este marco teórico, se intentará visualizar el

diálogo que la obra entabla con su contexto, ya que

esto posibilita resignificarla en toda su riqueza y

complejidad, además de comprender de qué

manera puede influir en el devenir de la historia.

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La crítica sociológica sostiene que una obra no

debe ser estudiada sin analizar las gigantes

estructuras colectivas que la sostienen. Esta teoría

literaria nos ayuda a comprender que la naturaleza

de la obra está determinada por condiciones

generales, específicas, y que esta no puede ser

leída, estudiada o sostenida sin tener en cuenta

otras dinámicas más amplias.

2. Biografía

San Agustín nació en Tagaste el 13 de

noviembre del año 354, actualmente Argelia,

ciudad pequeña en el norte de África, que por

entonces integraba el Imperio Romano. Su padre,

Patricio, era un pequeño propietario rural,

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vinculado con el paganismo (se convirtió solo al

final de su vida).

Mónica, su madre, era por lo contrario, una

fervorosa cristiana. Después de haber asistido a

escuelas en Tagaste y en la cercana Madaura,

gracias a la ayuda económica de un amigo de su

padre, se trasladó a Cartago para llevar a cabo los

estudios de retórica. Movido por un temperamento

inquieto y curioso tuvo una vida intensa. Su

formación cultural se realizó exclusivamente en

lengua latina y, basándose en autores latinos, solo

se aproximó de modo superficial al griego, sin

ningún entusiasmo.

Durante mucho tiempo, Cicerón fue para él un

modelo y un punto de referencia esencial.

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En la época de Agustín, el retórico ya había

perdido su antigua función, que era de carácter

político y civil, convirtiéndose esencialmente en un

maestro. Así, Agustín primero enseñó en Tagaste y

luego en Cartago. La indisciplina de los estudiantes

cartaginenses lo llevó a trasladarse a Roma en el

384. Desde allí viajó a Milán, donde desempeñó el

cargo de profesor oficial y se retiró a Casiciaco (en

Brianza), a una casa de campo donde vivió junto

con un grupo de amigos, su madre Mónica, su

hermano y su hijo Adeodato.

En búsqueda de la verdad, escuchó la

predicación de San Ambrosio que le produjo un

profundo impacto. La lectura de la Biblia terminó

por decidirlo a cambiar de vida. En el año 387

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Agustín fue bautizado por el obispo Ambrosio -que

había desempeñado un papel relevante en su

conversión- y abandonó Milán para regresar a

África. En el camino de vuelta a Ostia, falleció su

madre. Agustín no logró llegar al África hasta el

388 porque Máximo había usurpado el poder en

aquel país, y el viaje se había vuelto peligroso.

Mientras esperaba, permaneció casi un año en

Roma.

Cuando finalmente regresó a Tagaste, vendió los

bienes paternos y fundó una comunidad religiosa,

adquiriendo muy pronto una gran notoriedad por la

santidad de su vida. En el año 391, cuando se

encontraba en Hipona, fue ordenado sacerdote por

el obispo Valerio porque los fieles presionaban para

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que así fuera. Ayudó a Valerio en Hipona, sobre

todo en la predicación, y fundó un monasterio,

donde se reunieron viejos y fieles amigos. Con su

pensamiento provocó un giro decisivo en la historia

de la Iglesia y del pensamiento occidental. Murió en

el 430, durante un asedio de los vándalos a la

ciudad.

Todas estas etapas de su vida y los sucesos

relacionados con ellas resultan decisivos desde

muchos puntos de vista para la formación y la

evolución del pensamiento filosófico y teológico de

Agustín.

3. Su estilo
La  expresión de Agustín es seductora, y su latín
es siempre carente de vulgaridad y sumamente

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exuberante. En las Confesiones llega a una belleza
y profundidad casi únicas
en prosa latina.
Al comienzo de cada libro, el santo utilizará la
alabanza a Dios, exaltará su grandeza, su poder,
su gloria y su misericordia, luego expondrá el
perdón divino a sus miserias, de las cuales se
avergüenza.
Agustín debe, ante todo, perdonarse a sí mismo,

no solamente pedirle perdón a Dios por las ofensas

cometidas. El perdón es una senda, un camino, un

trabajo, un proceso obligatoriamente largo y

fatigoso, puesto que perdonar no es un sentimiento

natural y espontáneo.

El perdón, además, no borra la memoria de la

ofensa y no comporta reinicio alguno del pasado,

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sino que ayuda a la memoria, a sanar, a no a morir

y el trauma, por el contrario, ayuda a la remoción.

El perdón es para todo hombre, creyente o no,

camino seguro de expresión de lo humano en

plenitud. Desde el momento en que renuncia a

toda venganza, a toda supresión y olvido, el

hombre se transforma y recupera un nuevo

comienzo.

Esta alegría humana se une a la alegría misma

de Dios, que nos ha puesto en Jesucristo ante la

cátedra del perdón para todos, la suprema justicia

y el amor que hablan al unísono.

Agustín sabía que la verdad tiene dos atributos:

la belleza y el poder.

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Cuenta con la música como fuerza nueva de

hermosura. Para él, las palabras tienen cuerpo y

alma, el sonido, como el cuerpo, y el sentido, como

el alma. Tanto por su cuerpo como por su alma, las

palabras admiten las más variadas manipulaciones.

Si se atiene al sonido de ellas se hacen musicales,

armoniosas, prestando a muchos juegos de

ingenio. Los romanos tuvieron muy fina sensibilidad

para la música de las palabras, que también heredó

San Agustín en su formación clásica.

Los artificios verbales eran convergentes para la

caterva de los contemporáneos, y así cultivó la

prosa rítmica, lo mismo que los literatos de su

tiempo.

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En ese contexto, se jactaba de su sabiduría y

gustaba de ser reconocido:

Enseñaba yo por aquellos años la retórica; y


vencido por la avidez de dinero vendía yo
victoriosas locuacidades. Pero tú sabes que yo
prefería tener discípulos buenos, o que por tales
son tenidos; y a esos les enseñaba con toda
honradez los dolos del arte no para que los
usaran en detrimento de inocentes, sino para
castigo de culpables.
Desde lejos me veías tú cómo caía en esos
terrenos resbalosos, y cómo en medio de mucho
humo brillaba la fidelidad que en aquella
docencia mostraba yo a quienes amaban la
vanidad y buscaban la mentira, y con ellos me
asociaba. (De Hipona, 1995, pág. 118)

Se expresaba soberbio y vanidoso de su talento

en el lenguaje:

Aquellos estudios míos, estimados como muy


honorables, me encaminaban a las actividades
del foro y sus litigios, en los cuales resulta más
excelente y alabado el que es más fraudulento.
Tanto así es la ceguera humana, que de la

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ceguera misma se gloría. (De Hipona, 1995, pág.
87)

Agustín se arrepiente de caer en las

agraciadas palabras de sus maestros, que lo

incitaban a pecar y a cometer actos impuros

contrarios a la gracia de Dios:

(…) Y haces, oh río, sonar tus piedras,


diciendo: ‘Aquí se aprende el arte de la palabra,
aquí se adquiere la elocuencia tan necesaria para
explicar las cosas y persuadir los ánimos.
En efecto: no conoceríamos palabras tales
como lluvia de oro, regazo, engaño, y templos
del cielo si no fuera porque Terencio las usa
cuando nos presenta a un joven disoluto que
quiere cometer un estupro siguiendo el ejemplo
de Júpiter. Porque vio en una pared una pintura
sobre el tema de cómo cierta vez Júpiter
embarazó a la doncella Dánae penetrando en su
seno bajo la forma de una lluvia de oro.
Y ¡hay que ver cómo se excita la
concupiscencia de ese joven con semejante
ejemplo, que le viene de un dios! ¿Y qué dios?
Se pregunta.
Pues, nada menos que aquel que hace
retemblar con sus truenos los templos del cielo.

21
Y se dice: ‘¿No voy yo, simple hombre, a hacer
lo que veo en un dios?¡Claro que sí! Y ya lo he
hecho, y con toda mi voluntad.
Y no es que con estas selectas palabras se
expresen mejor semejantes torpezas; sino más
bien, que bajo el amparo de esas palabras las
torpezas se cometen con más desahogo. (De
Hipona, 1995, pág. 45)

Se siente arrepentido y vergonzoso de caer

en esas redes primorosas de sus primeros años,

pues ¿qué es el hombre que no pone su confianza

en Dios y busca su grandeza en vanidades?

En la Biblia, el profeta Isaías dice:

(Primatesta, 1996) “No padecerán hambre ni


sed, ni les afligirá el viento solano ni el sol,
porque los guiará el que de ellos se ha
compadecido, y los llevará a manantiales de
agua.”(p.522)

La autoridad y el poder formativo de los

textos sacros eran tan fuertes que a las reacciones

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del gusto y de  la mentalidad clásica y de sus

correspondientes hábitos retóricos no siguió, por

parte cristiana, ningún intento de corregir la lengua

y el estilo bíblicos según las formas literarias cultas

griegas o latinas.

El testimonio de San Agustín resulta

ejemplar sobre esta materia. Hombre de elevada

cultura y retórico de profesión, había manifestado,

antes de la conversión, una repulsa total hacia el

estilo de las Escrituras. Luego comprendió, bajo la

influencia de Ambrosio, que la humildad del estilo

bíblico tiene la finalidad de hacer entender a todos

la palabra de Dios. Sin embargo, la profundidad de

los contenidos y de los sentidos ocultos es tal que

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pone a prueba el vigor intelectual de aquellos que

no son superficiales.

4. Su claridad

Quien lee las confesiones y las reflexiona,

penetra en el conocimiento de la hondura del

corazón de Agustín. La experiencia humana

transmitida por el obispo de Hipona rebasa su

individualidad y se constituye en experiencia de la

misma humanidad. El lector no solo conoce a un

hombre grande de la historia, sino que por él, y en

él, tocará la experiencia humana universal. Su

experiencia del pecado, del amor, de la mentira, de

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la verdad, de la amistad, de la transitoriedad del

mundo exterior al mundo interior, de la búsqueda

sin límites del sentido trascendente de la vida y del

amor misericordioso de Dios, llega a ser experiencia

válida para todo hombre.

En el libro primero de las Confesiones, San

Agustín alaba la grandeza de Dios, prosigue

diciendo que él es parte de su creación y, como

todo el mundo, lleva su mortalidad. Esta actitud lo

hace cargar con sus pecados y sus defectos:

Quién me dará reposar en ti, que vengas a mi


corazón y lo embriague hasta hacerme olvidar
mis males y abrazarme a ti, mi único bien. (De
Hipona, 1995, pág. 18)

25
Agustín es un hombre que se muestra tal y como

es y no desea esconderle nada a Dios, a quien le

implora su misericordia y compasión:

Y ahora hay aquí un hombre que te quiere


alabar. Un hombre que es parte de tu creación y
que, como todos, lleva siempre consigo por
todas partes su mortalidad  y el testimonio de su
pecado, el testimonio de que tú siempre te
resistes a la soberbia humana. Así, pues, no
obstante su miseria, ese hombre te quiere
alabar. Y tú lo estimulas para que encuentre
deleite en tu alabanza; nos creaste para ti y
nuestro corazón andará siempre inquieto
mientras no descanse en ti. (De Hipona, 1995,
pág. 13)

En el Salmo 18 que menciona Agustín en este

pasaje también el salmista pide a Dios que lo libere

de sus pecados y lo purifique:

(Primatesta, 1996)Pero ¿quién advierte sus


propios errores? Purifícame de las faltas ocultas.
Presérvame, además, del orgullo, para que no

26
me domine: entonces seré irreprochable y me
veré libre de ese gran pecado. (p.772)
San Agustín nos devela el conocimiento de

nuestra propia miseria como una escuela de

perfección. La fe es esa luz que nos aclara las

tinieblas, que nos salva, que nos sostiene, que nos

abraza en las adversidades y caídas. Ante todo

debemos estar convencidos del gran amor que Dios

nos tiene, para no dejarnos abatir en la

desesperación a la vista de nuestra impotencia.

La gracia de Dios no puede hacer nada sin la

libertad de la persona. La teología del Oriente

cristiano habla incluso de sinergia, es decir, de obra

en común de los dos, donde la iniciativa y el

primado son de Dios, pero nada podría suceder en

el mundo humano si no hubiera alguien que se

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abriera y se encomendara a él con decisión y

perseverancia.

Si bien el pecado separa al hombre de Dios, en

su alma está el deseo infinito de ser uno con Dios,

con todos, y superar las distancias y las

separaciones.

El conocimiento que Agustín posee de sí mismo

es de una hermosura incomparable:

¿Qué  fue de mí, Dios y dulzura mía, antes de


eso? ¿Fui alguien y estuve en alguna parte?
¨Porque esto no me lo pueden decir ni mi padre
ni mi madre, ni la experiencia de otros, ni mi
propio recuerdo. Acaso te sonríes que te
pregunte tales cosas, tú que me mandas
reconocer lo que sé y alabarte por ello. Te lo
confieso pues, Señor del cielo y de la tierra, y te
rindo tributo de alabanza por los tiempos de mi
infancia, que yo no recuerdo, y porque has
concedido a los hombres que puedan deducir de
lo que ven y hasta creer muchas cosas de sí
mismos por lo que dicen mujeres iletradas.
28
Existía yo pues, y vivía en ese tiempo, y hacia el
fin de mi infancia buscaba el modo de hacer
comprender a otros lo que sentía (…). (De
Hipona, 1995, pág. 23)

5. ¿Qué es el hombre?

A lo largo de toda la historia de la humanidad,

filósofos, científicos, pensadores y eruditos han

intentado definir la naturaleza humana y encontrar

su origen.

Desde la antigüedad filosófica de los filósofos

presocráticos: Anaximandro, Anaxímenes, Tales de

Mileto, Heráclito y Parménides buscaban el logos

del conocimiento y del hombre.

29
Sócrates nos dice que una vida sin búsqueda no

es digna de ser vivida y para comprender al

hombre es preciso conocer su esencia.

Al inicio de la creación hay un hombre y una


mujer. A ellos Dios les entrega el mandamiento
del amor recíproco, los invita a la fecundidad y a
usar los bienes de la creación. Es una imagen
espléndida. Es el descubrimiento de la alteridad.
El ser humano está llamado a existir en
relación. Es así como se realiza. Amo ergo sum
(Amo, luego soy). (Lubich, 2005, pág. 233)

El cuerpo y el alma son dos realidades distintas y

ni la una sin la otra es el hombre; no es el cuerpo

sin el alma que le anima, ni el alma sin el cuerpo la

que da la vida. Y, a pesar de esto, puede suceder

que una de las dos sea el hombre y así se llame.

Pero, ¿a qué llama hombre entonces?

Para Plotino:

30
El hombre es, fundamentalmente, su alma, y
todas las actividades de la vida humana
dependen del alma. Ésta es impasible y solo es
capaz de actuar. Incluso la sensación es un acto
cognoscitivo del alma.
Cuando experimentamos una sensación,
nuestro cuerpo padece una afección procedente
de otro cuerpo. Nuestra alma, en cambio, entra
en acción, no solo en el sentido de que no olvida
la afección corporal, sino que también juzga esta
clase de afecciones. Según Plotino, en la
impresión sensorial que se produce en los
órganos corporales, el alma contempla, si bien
en grado más débil, los vestigios de formas
inteligibles. En consecuencia, para el alma la
sensación es una forma de contemplar lo
inteligible a través de lo sensible. (Reale y
Antiseri, 1995, pág. 307)
San Agustín persiste analizando al hombre,

buscando en sus rincones interiores:

Insondable abismo es el hombre, Señor,


cuyos cabellos tú tienes contados, ninguno de
los cuales se pierde en ti. Y mucho más fáciles
son de contar sus cabellos que no sus afectos y
los movimientos de su corazón. (De Hipona,
1995, pág. 145)

31
San Agustín en su libro Del Libre Albedrío afirma

que es la razón del hombre la que lo hace superior

a las bestias, y es esta la que debe prevalecer

también en él.

Si la razón, la mente o el espíritu hacen al ser

humano superior a los animales y moderan y tienen

sometidos a los demás elementos con los que

cuenta, se dice entonces que el hombre se

encuentra ordenado. Es indudable, en efecto, que

tenemos mucho en común, no solo con los

irracionales, los discapacitados, sino también con

las plantas y semillas. Y así vemos que también las

plantas, que se hallan en la escala ínfima de los

vivientes, se alimentan, crecen, se robustecen y se

multiplican.

32
Sin embargo, la sabiduría humana consiste en el

señorío de la mente sobre las pasiones y es

también evidente que puede no ejercer de hecho

este señorío. Cuando Agustín en sus obras habla de

líbido, hace referencia a los apetitos carnales, es

decir, a las inclinaciones sexuales del ser humano,

propiamente al coito. No habría orden perfecto allí

donde lo más imperfecto dominase a lo más

perfecto. Él juzga de necesidad que la mente sea

más poderosa que el apetito desordenado, y esto

por el hecho mismo de que lo domina con razón y

justicia.

San Agustín no siempre fue un hombre de

sabiduría y ávido para la retórica, la gramática y la

dialéctica. En su obra él mismo recuerda la manera

33
en la cual sus padres tenían que obligarlo a

estudiar, puesto que, de lo contrario, no se

dedicaba ni esmeraba por ello:

Durante mi niñez (que era menos de temer


que mi adolescencia) no me gustaba estudiar, ni
soportaba que me urgiera a ello.
Pero me urgían, y eso era bueno para mí; y
yo me portaba mal, pues no aprendía nada como
no fuera obligado. Y digo que me conducía mal
porque nadie obra tan bien cuando solo forzado
hace las cosas, aún cuando lo que hace sea
bueno en sí. Tampoco hacían bien los que en tal
forma me obligaban; pero de ti, Dios mío, me
venía todo bien. Los que me forzaban a estudiar
no veían otra finalidad que la de ponerme en
condiciones de saciar insaciables apetitos en una
miserable abundancia e ignominiosa gloria. (De
Hipona, 1995, pág. 36)

El supuesto de San Agustín en las Confesiones

es la conversión: solo quien se convierte puede ser

capaz de tener certidumbre de la fe. Esta fe no

puede ser comunicada mediante una doctrina, sino

34
vivenciada interiormente en todo el ser de la

persona.

Y vínome a las mientes-nos informa en otro


pasaje el mismo Santo-el pensamiento que los
filósofos que llaman académicos habían sido más
avisados que los otros en sostener que de todo
se debía dudar, llegando a la conclusión que el
hombre no es capaz de ninguna verdad. Esto
juzgué entonces que ellos habían sentido, como
el vulgo piensa, por más que no penetrase aún
su intención. (De Hipona, Obras de San Agustín
Tomo III, 1947, pág. 3)

Para ello debemos tener en claro el significado

radical de la palabra conversión. El converso puede

percibir una presencia invisible que le da seguridad,

una alegría desconocida, una paz nueva, una vida

plena y una luz inconfundible.

5.1 La imagen de la mujer en San Agustín

35
A lo largo de su vida, Agustín se relacionó con

muchas mujeres, pero dos únicamente, su madre y

su compañera sentimental, marcaron todo su ser.

La primera persona que influyó en profundidad

sobre el ánimo de Agustín fue, sin duda alguna, su

madre, quien gracias a la firmeza de su fe y a su

coherente testimonio cristiano, puso en cierto modo

los cimientos y construyó los supuestos para la

futura conversión de su hijo, sobre el que más

adelante ejerció una influencia bastante

persistente.

Educada pues con sobriedad y honestidad, y


más sometida a sus padres por ti que a ti por
sus padres, cuando llegó a la plenitud de la edad
núbil fue entregada a un marido al cual sirvió
como a su señor y trató de ganárselo para ti con
el buen ejemplo de unas costumbres con que tú
la embellecías, haciéndola, para su marido,

36
admirable y respetable. (De Hipona,
Confesiones, 1995, pág. 369)

La mujer que es madre tiene más intuición  del

corazón, que especulación del entendimiento; es

más poesía que filosofía, porque es demasiado real,

profunda y cercana al corazón humano.

Santa Mónica representa de manera virtuosa lo

que es propio de la vocación a la maternidad: amar

a los hijos, saberlos acompañar en sus alegrías y

dolores y, sobre todo, hacer todo lo que esté a su

alcance para rescatarlos de cualquier situación que

los ponga en peligro, física o espiritualmente.

Mónica como esposa, fue una mujer que sufrió

mucho, ya que tuvo que soportar en silencio las

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infidelidades y la personalidad colérica de Patricio,

el padre de Agustín.

Este le era desleal, pero ella soportaba sus


infidelidades conyugales con tal paciencia, que
nunca tuvo con él un altercado por ese motivo.
Nutría la esperanza de que tú un día le hicieras
misericordia, y que con el don de la  fe le
hicieras también el don de la fidelidad. Por otra
parte, él era extremo en el afecto pero también
fulmíneo en la ira. Pero ella tenía la prudencia de
no enfrentársele cuando estaba enojado, ni con
obras ni con palabras; y así, pasado el desahogo
de la cólera y ya quieto y sosegado,
aprovechaba ella la primera oportunidad para
explicarle lo que había hecho, si él se había
excedido en la cólera. (De Hipona, Confesiones,
1995, pág. 369)

Mónica poseía una cultura modesta, pero se

hallaba fortalecida por la fe que, en la religión,

predicada por Cristo para mostrar a los humildes

las verdades que escondía la soberbia de los

poderosos y de los sabios.

38
Las verdades de Cristo mostradas a través de la

sólida fe de su madre constituyen, pues, el punto

de partida de la evolución de Agustín, si bien este

no aceptó la religión católica durante varios años y

siguió buscando en otros lugares su identidad.

Es que también este don habías hecho tú,


Dios mío y misericordia mía, a aquella sierva
tuya en cuyo seno me formaste; el don de poner
paz cuanto podía a las almas discordes.
Porque ella escuchaba de una parte y de otra
las más amargas recriminaciones de esas que se
dicen y cuasi se eructan con la violencia del odio
cuando en una acerba conversación se murmura
de una enemiga que no está presente.
Pero ella escuchaba, y a ninguna le decía de
la otra, la ausente, sino lo que podía
reconciliarlas. (De Hipona, Confesiones, 1995,
pág. 371)

No solo se relacionó con mujeres a lo largo de su

vida, tanto por escrito como personalmente, sino

que, esporádicamente compartió su persona con

39
distintas mujeres, pues era un hombre muy

vigoroso.

¡Oh Dios, luz de mi corazón y pan de mi alma,


fuerza que fecunda mi ser y los senos de mi
pensamiento! Yo no te amaba entonces, y me
entregaba lejos de ti a fornicarios amores; pues
no otra cosa que fornicación es la amistad del
mundo lejos de ti. Pero por todos lados oía yo
continuas alabanzas de mi fornicación:
‘¡Bien, muy bien!’, gritaban los que me veían
fornicar. También es cierto que decimos:
‘¡Bien, muy bien!’ cuando el elogio es
evidentemente inmerecido y queremos con él
humillar a la gente. (De Hipona, Confesiones,
1995, pág. 39)

No se puede situar ante un autor con

desconocimiento del contexto social en los que

vive, y el telón de fondo, greco-romano de Agustín,

es muy oscuro desde el punto de vista de la

sexualidad.

40
Como dice Agustín “el mundo es un hombre que

nace, crece y envejece tenemos, por tal motivo,

para comprenderlo es necesario conocer su época.

Viendo sus padres que su hijo se abandonaba al

ocio y a disfrutar de diversos placeres, pidieron

ayuda a Romaniano, amigo de la familia, quien

decidió pagar el traslado de Agustín hacia Cartago

para que continuara estudiando. Cartago era la

ciudad del placer, donde Agustín había tomado

lecciones de filosofía y retórica. Sin embargo, a

pesar de lo positivo de sus estudios era en esa

ciudad donde crecían en abundancia los pecados

libertinos, los vicios y las amistades extravagantes

de las que hablaba arrepentido posteriormente. Allí

acudió a tabernas, a certámenes de poesía, al

41
teatro y fue pasando de una amante a otra. Solo

vivía por y para el placer.

Él es un varón cristiano y, aunque con

diferencias, reconoce que la mujer es imagen de

Dios, procede del varón, según la Biblia, pero no

como hija del varón:

No me parece probable la sentencia de


aquellos que juzgan poder encontrar en la
naturaleza del hombre la trinidad, imagen de
Dios en tres personas; por ejemplo, en el
ayuntamiento del varón y de la mujer, y como
complemento en su descendencia; de suerte que
el varón representaría la persona del Padre; lo
que de él procede por generación, la del Hijo; y
la mujer, la del Espíritu Santo, pues del varón
procede, sin que sea su hijo o su hija: de su
empreñamiento nace la prole. “Del Padre
procede”, dijo Cristo hablando del Espíritu Santo;
sin embargo, no es su Hijo.
En esta errónea opinión solo hay de admisible
que en la formación de la primera mujer; con
todo, no es su hija, si bien los dos son personas.

42
(De Hipona, Obras de San Agustín Tomo V,
1948, pág. 659)
En contraposición a muchos expositores católicos

de las Sagradas Escrituras, contemporáneos o

anteriores, Agustín no era partidario de que se

adjudicara al varón la razón y los sentidos a la

mujer, pues la mujer era la mejor ayuda del varón.

No ignoro que, en tiempos pasados, algunos


esforzados paladines de la fe católica y
autorizados expositores de las Escrituras divinas,
al buscar estos dos principios en el hombre
singular, en cuya mente creían ver una especie
de paraíso, afirmaron que el varón representaba
la inteligencia y la mujer los sentidos del cuerpo.
Si con seriedad reflexionamos sobre esto, nos
parecerá adaptarse a maravilla todo este
reparto, según el cual, el varón es la inteligencia,
y la mujer los sentidos del cuerpo; pero está
escrito que entre todas las aves y bestias no se
encontró una ayuda semejante al hombre, y
entonces fue la mujer creada de su costado. (De
Hipona, Obras de San Agustín Tomo V, 1948,
pág. 683)

43
La mujer romana, al menos las ricas herederas

de las familias imperiales y esposas de grandes

patricios, conservaban el dominio sobre su dote

aún después de casadas. Esto lo sabía muy bien

Agustín.

¿Quién fue, cómo fue la mujer de San Agustín y

madre de Adeodato? El ser humano es insaciable.

Quiere saber incluso lo que no sabe y, a veces,

desaprovecha lo que tiene a su alcance.

Agustín fue un varón de una sexualidad

apasionada, y procuró satisfacerla. Se lamentó de

que sus padres, al verlo tan apasionado, no le

hubieran encaminado cuanto antes al matrimonio.

En consecuencia, él mismo dice:

44
Un día llegó mi atrevimiento hasta el punto de
alimentar dentro de tu misma casa, durante la
celebración de tus sagrados misterios,
pensamientos impuros, maquinando cómo
llevarlos a efecto y conseguir sus frutos de
muerte. Pero tú me azotaste con pesados
sufrimientos que, con ser muy pesados, no eran
tan grandes como la gravedad de mi culpa (…).
(De Hipona, Confesiones, 1995, pág. 86)

En este pasaje observamos cómo sus apetitos

carnales, llegan al punto del desorden de

pensamientos y afectos. La falta de un control recto

y ordenado es exteriorizada en su cuerpo y dice,

sin reparo ni vergüenza, que estando dentro del

mismo templo sagrado calculaba pecar. Aquí

todavía Agustín no había hecho sus votos y su

conversión consistió en un proceso largo y

madurativo de toda su persona.

45
En los últimos libros de las Confesiones, se

observa cómo esta sexualidad no es reprimida, sino

más bien ordenada y disciplinada para

experimentar una vida en Dios más pacífica. Su

energía se torna intensa y espiritual.

Anselm Grün sobre este aspecto de la sexualidad

humana en personas que han optado una vida en

Dios y para Dios nos dice:

El célibe tiene otra manera de vivir la


sexualidad. El celibato es integración de la
sexualidad en el camino espiritual.
Pero no se trata en modo alguno de una
separación o represión sino de una
transformación de la sexualidad en eros. El eros
es fertilizante de la vida espiritual. Cuando la
corriente de energía erótica llega a conectar con
Dios, automáticamente se hace más intensa la
vida espiritual; en torno al hombre de intensa
vida en el Espíritu aparecen diversas formas de
fertilidad espiritual. La transformación de la
sexualidad en eros es igualmente una condición

46
mística cristiana. Lo erótico es necesario para
dar el paso a la mística verdadera(…) El célibe
no debe nunca caer en la tentación de reprimir
la sexualidad y el eros. Lo que debe hacer es
preguntarse en qué dirección fluye su energía
sexual, a quién ama y cómo se manifiesta
exteriormente esta inclinación amorosa. (Grün,
2008, pág. 59)

San Agustín compartió su amor con la mamá de

Adeodato, a quien asegura haberle sido fiel y

dedicarle su afecto más preciado:

Desde lejos me veías tú cómo caía en esos


terrenos resbalosos, y cómo en medio de mucho
humo brillaba la fidelidad que en aquella
docencia mostraba yo a quienes amaban la
vanidad y buscaban la mentira, y con ellos me
asociaba.
Por esos años tenía yo una mujer a la que no
conocí dentro de lo que se llama matrimonio
legítimo, sino que a ella me llevó un vago ardor
ayuno de prudencia. Pero no tenía otra fuera de
ella, y le guardaba la fidelidad del lecho. Con ella
pude experimentar la distancia que media entre
un sano contrato que se cierra con miras a la
generación y un mero pacto de amor libidinoso
en que la prole se produce sin ser deseada

47
aunque más tarde se haga amar. (De Hipona,
Confesiones, 1995, pág. 119)

Luego de su conversión San Agustín comprendió

la gracia que era dada por Dios al varón que obrara

conforme a sus mandamientos y conservara la

gracia:

¿Y quién ignora la costumbre corriente de que


las esposas no se entreguen inmediatamente
después del matrimonio? Pues no convendría
que el hombre sintiera poco interés en recibir de
inmediato como marido a la mujer por la cual no
hubiera largamente suspirado como desposado
que aguarda.
Este fenómeno se da lo mismo en las malas
alegrías, que en las honestas y permitidas; se da
en la sinceridad de las más hermosas amistades,
lo mismo que en el caso de aquel que había
muerto y revivió, se había perdido y fue
encontrado. Es la regla: no hay alegría
verdaderamente grande sin el preludio de algún
grave sufrimiento. (De Hipona, Confesiones,
1995, pág. 304)

5.2 El hombre superior a las bestias

48
Agustín es un hombre de su tiempo. Está metido

en todas las realidades que le son contemporáneas.

No es un soñador de un pasado mejor, ni un

visionario que solo espera el futuro. Ese arraigo

histórico que solo espera el futuro. Ese arraigo

histórico geográfico le posibilita una lectura de la

realidad perennemente válida. Su pasión por el

hoy, lo hizo un hombre de siempre.

Y, ¿cómo sabrán que digo la verdad cuando


hablo de mí mismo, si nadie sabe lo que pasa en
el hombre sino el espíritu del hombre que en él
está? (1Co 2, 11).En cambio, si de tus labios
oyen quiénes son, no podrán decir que tú
mientes. Ahora bien: el conocimiento de sí
mismo viene de tu voz que le dice al hombre
quién es. Y nadie puede sin mentira conocerse y
decir que es falso lo que de sí conoció. Pero
como la caridad todo lo cree (1Co 13,7), cuando
menos en aquellos que por ella se sienten
ligados, yo también me confieso a ti de modo
que me oigan los hombres a quienes no puedo
demostrar que mi confesión es verdadera. Me

49
creerán cuando menos los que tengan abiertos
para mí los oídos de la caridad. (De Hipona,
Confesiones, 1995, pág. 395)

La razón que hace al hombre superior a los


animales debe prevalecer en él. Si esto que hace al
hombre superior a las bestias -llámese mente,
espíritu, o mente y espíritu indistintamente- puesto
que una y otra expresión se encuentran también en
los sagrados libros- domina en él y tiene sometidos
a su imperio todos los demás elementos de que
consta el hombre, entonces es cuando se halla este
perfectísimamente ordenado.
Es indudable que tenemos mucho de común, no

solo con los animales, sino también con las plantas

y semillas. Y así vemos que también las plantas,

que se hallan en la escala ínfima de los vivientes,

se alimentan, crecen, se robustecen y se

multiplican, y que las bestias ven y oyen, y sienten

la presencia de los objetos corporales por el olfato,

50
por el gusto y por el tacto, y vemos y tenemos que

confesar, que la mayor parte de ellas tienen los

sentidos mucho más despiertos y agudos que

nosotros.

También tenemos de común con las bestias el

género a que pertenecemos. Pero, al fin y al cabo,

toda la actividad de la vida animal se reduce a

procurarse los placeres del cuerpo y el suministro

de alimentos para su supervivencia.

En el hombre el amor a la alabanza, a la gloria y

el deseo de dominar, tendencias que no son

propias de los animales, no debemos, sin embargo,

pensar que ellas sean las que nos hacen superiores

a las bestias. Es la razón humana, nuestro

pensamiento, nuestra conciencia de existencia, el

51
conocer las causas y fines de nuestras acciones,

nuestra inteligencia lo que nos hace superiores a

los demás seres creados.

6. La mirada de sí mismo

Leyendo Las Confesiones no se puede evitar

maravillarse por el profundo autoanálisis

agustiniano.

Es un hombre capaz de descubrir las mínimas

tendencias de su corazón, sean buenas o malas.

Encuentra las motivaciones  que impulsan las más

diversas opciones de todas las actividades

cotidianas y desenmascara cualquier engaño que

pudiera infiltrarse en los recovecos de la conciencia.

Durante un lapso de nueve años, desde mis


diecinueve hasta mis veintiocho, era yo seducido
y seductor; engañado, pero también, bajo el

52
impulso de variados apetitos, engañaba yo
abiertamente en la profesión de las llamadas
disciplinas liberales que en lo oculto llevaban
falsamente el nombre de religión. Soberbio aquí
y supersticioso allá y vanidoso en todas partes;
ávido de gloria popular, corría yo tras los
aplausos del teatro y las bagatelas de los
espectáculos, los certámenes poéticos y las
luchas por aquellas coronas de hierba
perecedera (…). (De Hipona, Confesiones, 1995,
pág. 117)

San Agustín tiene la cualidad de saber mirarse,

reconocer sus defectos y virtudes sin velos,  tiene

la capacidad de poder ver sus pecados más

abyectos y percibir sus talentos más notables.

En este fragmento se jacta de reconocerse a sí

mismo vanidoso, de gustarle los halagos, premios y

reconocimientos que le eran otorgados por su

maravilloso talento orador y retórico. A pesar de

todas estas adulaciones, él reconoce que ansía

53
purificarse y se sabe pecador, pues sin Dios nadie

es, espera su perdón por su falta de humildad y su

sed de populismo.

Pues, ¿qué soy yo sin ti para mí mismo sino


un guía ciego que me lleva al precipicio? ¿O qué
soy, cuando bien me va, sino un bebé que bebe
la leche que tú le das y encuentra en ti un
alimento incorruptible? ¿Y qué es y cuánto vale
un hombre cualquiera sólo por ser hombre?
Ríanse pues de mí los fuertes y los potentes; que
yo, débil y pobre, me confieso ante ti. (De
Hipona, Confesiones, 1995, pág. 118)

Agustín expresa aquí, que solo Dios es el

alimento que sacia la sed del alma perdida y nada

hay que pueda llenar al hombre, porque está

escrito en la Biblia, en el versículo del apóstol Juan

cuando Jesús se encuentra con la Samaritana en el

pozo:

Juan 4,5-14

54
Llegó a una ciudad de Samaría, llamada Sicar,
cerca de las tierras que Jacob había dado a su
hijo José. Allí se encuentra el pozo de Jacob.
Jesús, fatigado del camino, se había sentado
junto al pozo. Era la hora del mediodía. Una
mujer de Samaría  fue a sacar agua, y Jesús le
dijo: ‘Dame de beber’. Sus discípulos habían ido
a la ciudad a comprar alimentos. La samaritana
le respondió: ‘¡Cómo! ¿Tú que eres judío, me
pides de beber a mí, que soy samaritana?’. Los
judíos, en efecto, no se trataban con los
samaritanos. Jesús le respondió:
‘Si conocieras el don de Dios y quién es el que
te dice: ‘Dame de beber’, tú misma se lo
hubieras pedido, y él te habría dado agua viva’.
Señor, le dijo ella, no tienes nada para sacar
el agua y el pozo es profundo.
¿De dónde sacas esa agua viva? ¿Eres acaso
más grande que nuestro padre Jacob, que nos
ha dado este pozo, donde él bebió, lo mismo
que sus hijos y sus animales? Jesús le respondió:
’El que beba de esta agua tendrá nuevamente
sed, pero el que beba del agua que yo le daré,
nunca más volverá a tener sed. El agua que yo
le daré se convertirá en él en manantial que
brotará hasta la Vida eterna’. (Primatesta, 1996,
pág. 1537)

7. El amor del prójimo

55
Agustín expresa en su libro lo que Dios nos pide

acerca del amor a los demás:

Hay por ventura un tiempo o un lugar en que


sea o haya sido injusto amar a Dios con todo el
corazón, con todas las fuerzas y con toda el
alma; y al prójimo como a uno mismo? (De
Hipona, Confesiones, 1995, pág. 102)

A los que amamos van constantemente las

palabras, los deseos y los pensamientos, como si

fuera una continua presencia.

Todas nuestras jornadas se convierten en una

sola íntima y confiada conversación con el prójimo,

a quién debo servir, ayudar, respetar.

Quien tiene el corazón en Cristo, como Agustín

es capaz de ver detrás de cada acontecimiento y de

cada hermano el punto de mira sobrenatural,

56
porque siempre está buscando al Señor en el

centro de su alma.

En el dato revelado en distintas citas se hace

alusión acerca del amor hacia el prójimo:

(Primatesta, 1996)El justo sabe guiar a su


prójimo; el impío le hace perder el camino.
(p.990)

Cuando la barca de la vida hace agua y la

tempestad arrecia, pronunciamos un nombre que

brota, hasta el último suspiro, en los labios de

quien sufre: madre. Esto es tan cierto que “madre”

muchas veces es el grito de los corazones de Dios

en los momentos de prueba. Así, Santa Mónica, la

madre ejemplar de Agustín, fue quien con su gran

ejemplo de vida femenina condujo a su hijo por la

senda del bien.

57
(Primatesta, 1996)El amigo ama en todo
momento, en tiempos de angustia es como un
hermano. (p.997)

Nadie de los que entran en Dios se pierde:

porque si hay algo que realmente vale en el

hermano, cuya vida no termina, sino que se

transforma, es la caridad. Sí, porque todo pasa.

Incluso pasan, con la escena de este mundo, la fe y

la esperanza; pero la caridad permanece.

(Primatesta, 1996)El bálsamo y el perfume


alegran el corazón; los consejos del amigo
alegran el alma. (p.1012)
Para San Agustín no hay amistad verdadera sino

entre aquellos a quienes Dios reúne por medio de

la caridad, derramada en nuestros corazones por el

Espíritu Santo que nos ha sido dado:

58
(Primatesta, 1996)No se dejen engañar: las
malas compañías corrompen las buenas
costumbres. (p.1655)

Las palabras del Evangelio son únicas,

fascinantes, rotundas, se pueden traducir en vida,

son luz para cualquier hombre que pasa por este

mundo, es decir, universales. Si se viven, todo

cambia: la relación con Dios, con cada prójimo, con

los enemigos.

También Marco Tulio Cicerón, de quien tomó

San Agustín su enseñanza retórica en su libro Lelio

o sobre la amistad afirma:

Y aunque la amistad encierre muchas e


importantísimas ventajas, una evidentemente
sobrepasa en seguida a todas las demás: el
hecho de que proyecta una luz de buena
esperanza hacia el futuro y no permite que los
espíritus se debiliten ni decaigan. (Cicerón, 2005,
pág. 61)

59
8. Experiencia de Dios

Sin dejar de ser todo de su tiempo, de su mundo

y de su historia, Agustín, es todo de Dios. Su

camino a la fe cristiana fue largo y, a veces, muy

penoso. Se equivocó de ruta, tropezó y fue también

engañado, pero continuó buscando. Así llegó al

Dios de Jesucristo, el Dios que su madre Mónica le

revelara desde muy pequeño. Al llegar a la

verdadera fe se reencontró con toda su historia

personal desde Dios mismo. Reflexionando y

orando pudo ir viendo las huellas de Dios siempre

presente durante su existencia. Agustín, en sus

múltiples obras literarias, busca apasionadamente

conocer, definir, comprender y explicar a Dios. En

60
las Confesiones transmite a Dios por empatía:

contando su experiencia religiosa, posibilita al lector

tener esa misma experiencia.

(Primatesta, 1996)Porque Él te encomendó a


sus ángeles para que te cuiden en todos sus
caminos. Ellos te llevarán en sus manos, para
que no tropieces contra ninguna piedra;
caminarás sobre leones y víboras, pisotearás
cachorros de león y serpientes. (p.860)
En los primeros libros Agustín nos va narrando

experiencia de Dios desde su infancia. Allí presenta

su vida y, en ocasiones, se reprueba a sí mismo,

por su amor al juego más que al estudio. Al

comienzo de cada libro alaba a Dios por sus

atributos y luego se reduce a él, es decir, se hace

pequeño, sencillo, como un niño y reconoce sus

miserias y defectos:

61
Todo el camino de San Agustín consiste en cómo
y dónde encontrar a Dios. El camino más infalible lo
encuentra en la memoria:

(De Hipona, Confesiones, 1995)Desde mi


primer contacto contigo permaneces en mi
memoria y en ella te encuentro. (p.391)

En El Regreso del Hijo Pródigo Henri Nouwen

nos cuenta su búsqueda de Dios, una búsqueda

que le llevó, también como Agustín, muchos años y

experiencias de su vida y nos dice:

Durante años traté de ver a Dios en la


diversidad de experiencias humanas: soledad y
amor, pena y alegría, resentimiento y gratitud,
guerra y paz. Intenté comprender los altibajos
del alma humana, para poder percibir el hambre
y la sed que solo un Dios cuyo nombre es Amor
podía satisfacer. Traté de descubrir lo duradero
más allá de lo pasajero, lo eterno más allá de lo
temporal, el amor perfecto más allá de los
miedos que nos paralizan, y la consolación divina
más allá de la desolación provocada por la
angustia y la desesperación humanas. Procuré
proyectarme más allá de la calidad mortal de
nuestra existencia hacia una presencia más

62
duradera, más profunda, más abierta y más
maravillosa de lo que podemos imaginar, e
intentaba hablar de esa presencia como una
presencia que ya desde ahora puede ser vista,
oída y palpada por aquéllos que quieren creer.
(Nouwen, 1992, pág. 21)

Entre las mil posibilidades que la existencia

ofrece, elegirlo a él como ideal de vida es

comprender que todo hombre asumirá en el futuro,

cuando alcance el destino al cual ha sido llamado,

la Eternidad.

No basta con creer en el amor de Dios; no basta

con haber hecho la gran elección de él. La

presencia y los cuidados de un Padre universal

invitan a cada uno a ser hijo, a realizar cada día el

63
designio particular de amor que el Padre tiene para

cada uno, es decir, a hacer su voluntad.

La primera voluntad de un padre es que sus

hijos se traten como hermanos, que se quieran,

que se amen, que conozcan y practiquen lo que

podemos definir como el arte de amar.

Dios nos pide que amemos a todos como a

nosotros mismos porque, como decía Gandhi: tú  y

yo somos una sola cosa. No puedo hacerte daño

sin herirme a mí mismo.

Esto significa que el corazón de San Agustín se

fue convirtiendo  y transformando, no solamente en

el conocimiento y amor a Dios Padre, sino también,

que se fue ensanchando y propagando, hacia sus

seres amados.
64
9. San Agustín, un varón apasionado

Las Confesiones son fruto de un alma

apasionada que supo transmitir un denso contenido

con vitalidad, convencimiento y ardor contagioso.

Todos los libros de esta obra de San Agustín son

una especie de oración de confesión.

Repetidamente en todos los libros

autobiográficos de esta que son trece, el santo va

enumerando sus pecadillos y luego expresa su

arrepentimiento y llora, ora a Dios, exalta su

grandeza y lo alaba  por perdonarle haber caído de

manera tan abyecta en diferentes iniquidades. Los

primeros nueve libros son los que más se adecuan

al nombre de Confesiones.

65
Buscaba pues yo de dónde viene el mal, pero
no buscaba bien, y no veía lo que de malo había
en mi búsqueda. En mi mente me representaba
la creación entera y cuanto en ella podemos ver:
la tierra, el mar, el aire, los astros, los árboles y
los animales; me representaba también lo que
no se ve, como el espacio sin fin, los ángeles y
todo lo que tienen de espiritual; pero me los
representaba como si fueran cuerpos a los
cuales señalaba un lugar mi imaginación. (De
Hipona, Confesiones, 1995, pág. 254)

El obispo de Hipona va narrando en ellos su

vida, desde su infancia hasta la muerte de su

madre. En estos libros es donde aparece más

claramente el alma de Agustín, y en los que más

habla “con el corazón en la mano”. En los libros X y

XI discurre sobre el acceso a Dios por la memoria y

sobre el tiempo. Los últimos dos capítulos están

dedicados al comienzo de la Biblia.

66
¿Qué podría yo tener que te fuera oculto,
Señor, a ti ante cuya mirada están desnudos y
patentes los abismos de la conciencia humana?
Aunque yo no quisiera confesarlo tú lo
sabrías.
Si pensara en esconderme de ti, tú quedarías
oculto para mí, pero no yo para ti. Pero ahora,
cuando mis gemidos dan testimonio de lo
desagradable que soy para mí mismo tú
resplandeces y me agradas, y yo te amo y te
deseo. Me avergüenzo de mí mismo y me
rechazo para escogerte a ti y no agradar ni a ti
ni a mí sino por ti. (De Hipona, Confesiones,
1995, pág. 393)

Antes de hablar de San Agustín y sus debilidades


carnales se debe comprender la etimología de la
palabra líbido.

Según el diccionario de la Real Academia (2014)


la líbido es el deseo sexual considerado por algunos
autores como impulso y raíz de las más varias
manifestaciones de la actividad psíquica.

San Agustín ha demostrado ser un hombre

apasionado y vigoroso. Cuando su vida da un giro

67
en su conversión, todo el tiempo pide perdón a

Dios por su debilidad en este aspecto:

(...)Si todo cuanto es igual o superior a la


mente, que ejerce su natural señorío y que es
virtuosa, no la puede hacer esclava de la libídine,
porque su misma justicia se la impide, y todo lo
que le es inferior no puede tampoco conseguirlo,
a causa de su misma inferioridad, como lo
demuestra lo que antes dejamos firmemente
sentado, ninguna otra cosa hace a la mente
cómplice de las pasiones sino la propia voluntad
y libre albedrío (...). (De Hipona, Obras de San
Agustin tomo III, 1947, pág. 283)

Para el obispo de Hipona el origen del mal es la

concupiscencia:

(...)¿es que debe mirarse como castigo


pequeño el que la libídine domine a la mente y el
que, después de haberla despojado del caudal
de su virtud, como a miserable e indigente, la
empuje de aquí para allá a cosas tan
contradictorias como aprobar y defender lo falso
como verdadero; a desaprobar poco después lo
que antes había aprobado, precipitándose, no
obstante, en nuevos errores, ora a suspender su

68
juicio, dudando las más de las veces de
razonamientos clarísimos, ora a desesperar en
absoluto de encontrar la verdad(...). (De Hipona,
Obras de San Agustin tomo III, 1947, pág. 283)

En el pasaje 2 Samuel 11,2-15  en el que David

observa a una mujer casada y la desea

imperiosamente, podemos captar el pecado de la

concupiscencia en su acción extrema hasta desear

la muerte de otra persona:

Una tarde, después que se levantó de la


siesta, David se puso a caminar por la azotea del
palacio real, y desde allí vio a una mujer que se
estaba bañando. La mujer era muy hermosa.
David mandó a averiguar quién era esa mujer, y
le dijeron: ‘¡Pero si es Betsabé, hija de Eliám, la
mujer de Urías, el hitita!’. Entonces David mandó
unos mensajeros para que se la trajeran. La
mujer vino, y David se acostó con ella, que
acababa de purificarse de su menstruación.
Después ella volvió a su casa. La mujer quedó
embarazada y envió a David este mensaje:
‘Estoy embarazada’. (Primatesta, 1996, pág.
372)

69
10. El concepto de pecado en la Biblia

Una aproximación al concepto de pecado

representa la situación primera del hombre después

de haber sido arrojado del Edén a causa de la

desobediencia a su Creador. Esta situación consiste

en presentarse ante sus ojos la diferencia entre el

bien y el mal sin velos.

El libro del Génesis en el Capítulo 3,6-7 dice:

Cuando la mujer vió que el árbol era apetitoso


para comer, agradable a la vista y deseable para
adquirir discernimiento, tomó de su fruto y
comió; luego se lo dió a su marido, que estaba
con ella, y él también comió. Entonces se
abrieron los ojos de los dos y descubrieron que
estaban desnudos. Por eso se hicieron unos
taparrabos, entretejiendo hojas de higuera.
(Primatesta, 1996, pág. 32)

Eva y Adán al desobedecer el mandato divino

traen el caos y el desorden a toda la humanidad, ya

70
que el que no es capaz de someterse a un orden

externo tampoco puede tener orden interior. El que

no acepta en su vida más norma que la de sus

gustos y caprichos queda quebrado interiormente.

Todo se descompone. Esta inestabilidad de los

primeros padres, según el cristianismo, toma forma

de un estado de ausencia y derrumbamiento en el

cuerpo humano y trae la muerte por la

desobediencia.

Así el hombre puede experimentar vacíos

interiores, a causa de las iniquidades en las que

incurre al caer en pecado y perder la gracia.

El Catecismo de la Iglesia Católica dice acerca

del pecado:

71
Los ángeles y los hombres, criaturas
inteligentes y libres, deben caminar hacia su
destino último por elección libre y amor de
preferencia. Por ello pueden desviarse. De hecho
pecaron. Y fue así como el mal moral entró en el
mundo, incomparablemente más grave que el
mal físico. Dios no es de ninguna manera, ni
directa ni indirectamente, la causa del mal
moral. (Llaurens, 1993, pág. 78)

Señala aquí que cada ser humano es el único

responsable de sus actos y piensa y actúa con total

y completa libertad. En sus decisiones y elecciones

Dios no decide, sino que lo ha creado libre de su

obrar.

La elección de Dios nos llama a cambiar de vida,

y este cambio es interior, nos va transformando el

corazón paso a paso.

Al descubrir todas las riquezas de Dios y verlo

como una perla preciosa, el alma humana va

72
aumentando sus grados de perfección y comienza a

alejarse del pecado. Este distanciamiento del

pecado para el alma no es cosa fácil, ya que debe

sufrir el distanciarse de los ofrecimientos de

ocasiones de pecado del mundo y negarse a sí

mismo, renunciando a sus deseos egoístas.

El libro de Judith, en el Antiguo Testamento, a

través de un marco histórico e imaginario, nos

muestra la astucia e inteligencia de una mujer que

supo escuchar los designios de Dios y entregarle su

corazón y su vida entera, enfrentándose con

valentía a los enemigos de su época:

Si ustedes son incapaces de escrutar las


profundidades del corazón del hombre y de
penetrar los razonamientos de su mente, ¿cómo
pretenden sondear a Dios, que ha hecho todas
estas cosas, y conocer sus pensamientos o

73
comprender sus designios? (Primatesta, 1996,
pág. 1190)

Al descubrir el insondable amor de Dios, hacia la

humanidad entera, la persona toma como ejemplo

la paciencia, el perdón, el amor duradero y tenaz

hasta la muerte y el ejemplo de Jesús crucificado.

Una ejemplificación clara de este amor por la cruz

es Santa Rita. En el fondo oscuro de su habitación,

donde dormían sus dos hijos, estaba el Hombre

Dios crucificado. Él fue el secreto de su amor.

Es tan extraordinario, tan excelso el amor de

Dios, que cuando un alma lo encuentra deja todo

para abrazarlo y, como la esposa del Cantar de los

Cantares, también va en busca de su tesoro, lo

ama y lo adora. Pero un amor así, ¿a qué amante

74
no atraería? San Agustín quiso correr por el mundo

y conquistar corazones para él.

Nosotros somos miserables, es cierto, pero

quizás nuestra impotencia, nuestra pobreza

espiritual puede hacernos obtener algo, como le

sucedió a Agustín.

Si el Padre de los Cielos ha querido que Jesús

fuese nuestro hermano, si para su venida ha

preparado en la humanidad una Inmaculada, es

porque estamos necesitados, necesitados de paz,

porque tenemos el alma herida, porque somos

pecadores.

El pecado ha de causar aberración. Bien

comprendida la venida de Jesús a la tierra, a través

75
de su madre María, podría hacernos morir de

alegría si Dios no nos sostuviera.

Jesús muere entre ladrones por nosotros, Él, el

Hijo de Dios, que se hace como los demás.

A lo mejor nosotros también tenemos algún

poder ante el corazón del Padre si el hombre se

presenta como es, como una miserable criatura,

que quizá haya cometido faltas pero que,

arrepentido y vuelto al amor, dice: al fin y al cabo,

si has venido a nosotros, es porque nuestra

debilidad te ha atraído, nuestra miseria te ha dado

compasión.

Ciertamente, Dios buscaba y hablaba siempre al

corazón de San Agustín, a través de su madre,

ejemplo de mujer, porque no hay padre o madre


76
de esta Tierra que esperen a un hijo perdido y

hagan más, por su retorno, que el Padre celestial.

Así lo vemos en la parábola del hijo pródigo. Él le

pide toda la herencia a su padre y se marcha, se

pierde en el mundo, un mundo lleno de ofertas de

toda índole. Este mundo le ofrece a ese hijo

perdido todo tipo de placeres, vicios y riquezas.

Luego de malgastar toda la herencia, le toca

trabajar y comer al lado de cerdos y es ahí cuando

está en ese fango, cuando se humilla tanto hasta

sentirse nada, se podría decir que en ese instante

recuerda que estaba mejor antes.

Imaginemos una persona comiendo, como si

fuera una rata al lado de los cerdos, en la miseria,

en la mugre más hedionda que pueda existir. Es ahí

77
donde recuerda cómo vivía antes con su familia

donde era amo y señor, siente añoranza del amor

de su familia y la paz que antes tenía. Arrepentido

y congojado por todo lo que le sucede, vuelve a la

casa de su padre, le pide perdón, y se cae de

rodillas frente a él. Esta imagen del Hijo Pródigo

volviendo se ve claramente en un cuadro de

Rembrant.

El mensaje que esta obra intenta transmitir es el

amor misericordioso de un padre, que recibe y

perdona  a su hijo, con los brazos abiertos, no

castigándolo; sino haciendo fiesta y cantando por

su llegada con una mirada y un abrazo llenos de

amor y ternura. Es ese amor incondicional del

Padre que logra la conversión de ese hijo. Así nos

78
refleja el amor de Dios Padre, con nosotros sus

hijos, es un Dios que sabe ser padre y también

madre.

Por una madre ejemplar como Mónica, Agustín

vuelve su corazón a este amor. Es una mujer con

una fortaleza admirable, supo ser canal de amor

maternal único y renovador, de un amor que

corrige y a la vez recibe. Ella llora continuamente,

ora  y ruega a Dios por la conversión de su hijo

amado.

Para liberarnos de la esclavitud del pecado, Dios,

Jesucristo, no cualquiera, se hizo hombre y aceptó

ser crucificado para nuestra salvación, esta es la

grandeza del hombre. Hablemos por lo tanto de

humanismo y démosle toda la trascendencia

79
cristiana; nadie alcanzará nunca esa cima. Nadie ha

valorado al hombre como lo hizo Dios, quien lo amó

tanto que hasta murió por él.

11. La filosofía de Agustín de Hipona

Algunos pensadores, como San Agustín,

mostraron su vinculación con la filosofía,

considerándola amiga de la fe, ya que esta era un

escudo para defender con la razón las creencias

religiosas.

Juan Pablo II en su encíclica Fides et Ratio (Fe y

Razón) expone:

La fe y la razón (Fides et ratio) son como las


dos alas con las cuales el espíritu humano se
eleva hacia la contemplación de la verdad. Dios
ha puesto en el corazón del hombre el deseo de
conocer la verdad y, en definitiva, de conocerle a

80
Él para que, conociéndolo y amándolo, pueda
alcanzar también la plena verdad sobre sí
mismo. (Wojtyla, 1998, pág. 5)

El hombre cuanto más conoce la realidad y el

mundo y más se conoce a sí mismo en su unicidad,

le resulta más urgente el interrogante sobre el

sentido de las cosas y sobre su propia existencia.

Todo lo que se presenta como objeto de nuestro

conocimiento se convierte por ello en parte de

nuestra vida. El ser humano debe primero

conocerse a sí mismo. Esta invitación estaba en el

templo de Delfos para manifestar una verdad que

debe ser alcanzada por todo hombre. Los cristianos

tienen el concepto de que el hombre es un ser

creado a imagen y semejanza de Dios, con un

cuerpo mortal y un alma inmortal.

81
Los pensadores de la Patrística Medieval

encuentran en el platonismo una filosofía que da

impulso a sus razones de pensamiento. Emplearon

la concepción platónica de la existencia del mundo

inteligible para ubicar  a Dios y su trascendencia.

Agustín no podía aceptar el pensamiento de

Platón tal cual era considerado en su totalidad

porque tanto el mundo de las formas como el Dios

agustiniano son absolutos. De ahí que tomara solo

parte de la doctrina de Platón, en la cual, según las

ideas, son pensamientos de Dios. El mundo

sensible tampoco lo pudo tomar tal cual, pues el

cristianismo defendía que Dios había creado el

mundo ex nihilo y Platón, por el contrario, que la

materia era eterna, al igual que las formas.

82
La filosofía agustiniana se centra en torno a

Dios y el hombre. Esta orientación, que no excluye

el conocimiento del universo, sino que lo subordina

y orienta al hombre, que es su fin, inspira la

conocida oración:

¡Oh Dios, que eres siempre el


mismo, que me conozca y te
conozca!. (Agustín de Hipona;
Soliloquios II, I)

Los dos temas, aunque distintos, se unen de

modo indisoluble en la doctrina del hombre imagen

de Dios: la imagen es inseparable del modelo, y

este de aquella. Por este motivo Agustín estudia al

hombre para conocer a Dios, como en los últimos

libros Sobre la Trinidad, para conocer al hombre y

su historia, o como en numerosos pasajes de Las

Confesiones.

83
A menudo Agustín describe en sus obras el

itinerario del hombre a Dios. El itinerario se atiene

siempre a un mismo movimiento de las cosas, del

exterior al interior, de un estado inferior a uno

superior y de lo mudable a lo inmutable. Sus

momentos esenciales son tres: preguntar al

mundo, volverse a sí mismo y trascenderse a sí

mismo. Al tratar del conocimiento de Dios, Agustín

subraya su incomprensibilidad e inefabilidad:

(De Hipona, Obras de San Agustín Tomo V,


1948) La supereminente excelencia de la
divinidad trasciende la capacidad del lenguaje
humano. Cuando se trata de Dios, el
pensamiento es más verdadero que las palabras,
y la realidad más verdadera que el pensamiento .

  Agustín traza, no obstante, las vías que

permiten  llegar a un conocimiento positivo de

Dios: de afirmación, de negación y de eminencia.

84
Para él Dios es el ser superior, la primera verdad y

el eterno amor: eterna verdad, verdadera caridad,

cara eternidad. (Agustín de Hipona; Confesiones.

VII, 10)

Respecto del hombre, explora con verdadera

pasión su misterio, su naturaleza, su espiritualidad

y su libertad. Para el obispo de Hipona, el hombre

es un gran problema, un abismo por la

multiplicidad de sentimientos encontrados y las

riquezas inagotables de la memoria, un gran

problema por el enigma del dolor y de la muerte.

Un aspecto particular de este misterio es la

naturaleza del compuesto humano, unión de

cuerpo y espíritu. Acerca de la unión de estos dos

principios, contrariamente a cuanto a veces se

85
escribe, Agustín superó notablemente el

espiritualismo helénico, aunque ocasionalmente,

sobre todo en la predicación, siguió adoptando su

lenguaje.

La cárcel del alma no es el cuerpo, sino el

cuerpo corruptible. El alma, creada para informar al

cuerpo, se ordena a este por su misma esencia y

no puede ser  feliz sin él. Esto no impide que

Agustín insista en la espiritualidad e inmortalidad

del alma humana:

Pues te promete la razón, que


habla contigo, mostrarte a Dios como
se muestra el sol a los ojos. Porque
las potencias del alma son como los
ojos de la mente y los axiomas de las
ciencias se asemejan a los objetos,
iluminados por el sol para que puedan
ser vistos, como la  tierra y todo lo
terreno. Y Dios es el sol que los baña

86
con su luz. (Agustín de Hipona.
Soliloquios VI, 12)

12. San Agustín y el libre albedrío

San Agustín en su libro Del Libre Albedrío afirma

que es la razón del hombre la que lo hace superior

a las bestias, y es esta la que debe prevalecer

también en él.

Si esta razón, mente o espíritu hace al hombre

gobernador de toda su persona, sería insostenible

una filosofía reduccionista que considere al ser

humano como mero instrumento de sus pasiones,

sentidos y deseos más instintivos, como postulan

los sistemas empiristas, hedonistas y relativistas,

donde la persona solo es considerada valiosa en

87
cuanto a sus experiencias, sensaciones y donde la

verdad es relativa.

Sin embargo, la sabiduría humana consiste en el

señorío de la mente sobre las pasiones y es

también evidente que puede no ejercer de hecho

este señorío.

Cuando Agustín reflexionó sobre su propia vida,

se dio cuenta que era un hombre de una

personalidad desordenada, y que si quería ser

auténtico tenía que centrarse, sin encubrirse ante

Dios, ante sí mismo y ante los demás. Debía

mirarse como Dios lo miraba, decir lo que sabía de

sí mismo, recuperar el tiempo perdido, hacer que

su corazón sea verdadero, y proclamar por escrito

la verdad.

88
La libído no es más poderosa que la mente, a la

que sabemos que por ley eterna ha sido dada el

dominio sobre todas las pasiones.

No hay orden perfectísimo donde lo más

imperfecto domina a lo más perfecto. Es necesario

que la mente sea más poderosa que el apetito

desordenado, y esto por el hecho mismo de que lo

domina al hombre con razón y justicia.

Dios ha dado la libertad al hombre para que sea

libre en sus elecciones en todo su accionar

cotidiano. Si Dios hubiese determinado al ser

humano, este no tendría posibilidad de decidir

entre el bien o el mal y sobre su futuro. Pero, ¿por

qué Dios nos ha dado la libertad que nos lleva al

pecado?

89
La dimensión interior de la vida espiritual

constituye una cuestión capital para nuestro

tiempo. Vivimos en un mundo en el que el hombre

se ve arrastrado hacia el exterior con una fuerza

cada vez mayor, en el seno de un universo que se

transforma bajo el dominio de las ciencias y de las

técnicas, a través de la influencia de noticias que

nos llegan de toda la Tierra y de la agitación de los

problemas económicos, sociales y políticos que

reclaman nuestra atención. No obstante, esta

misma realidad ha vuelto indispensable la reflexión

y se percibe que muchas personas poseen una sed

de interioridad bajo la atracción de los valores

espirituales.

90
San Agustín evidencia y analiza uno de los logros

mayores del pensamiento agustiniano, que es la

búsqueda de la felicidad por el otro.

Séneca, el filósofo, decía que todo el mundo

desea ser feliz, pero descubrir en qué consiste lo

que hace la vida feliz no es tarea sencilla, pues

cuanto más buscamos la felicidad, más nos

alejamos de ella.

Santa Teresa en su obra Las Moradas del Castillo

Interior, al igual que Agustín, busca a Dios en el

interior de su alma:

(De Jesús, 1941)Hay muchos aposentos


donde pudiera mi cabeza descansar más es en
tu sagrada morada en dónde mi alma reposa y
encuentra su deleite pues allí está la Verdad.

91
La vida del espíritu es una vida de aprendizaje

diario, un cambio continuo, constante, donde

vamos mudándonos, como la piel que va

cambiando en muchos animales, en ciertas

temporadas, o la crisálida dormida en su tela antes

de ser mariposa y volar, para salirnos renovados,

llenos de un espíritu que sabe caminar en la luz,

fortalecidos en nuestra esencia más íntima.

El poeta Hugo Mujica afirma:

Caminar en la verdad era una


imagen antigua que dice que la
verdad es un ir haciéndola, paso a
paso, decisión  a decisión. Como los
discípulos de Emaús, podemos perder
de vista a Dios si lo buscamos en lo
extraordinario, y no en aquel que
camina a nuestro lado, necesitado de
un pedazo de pan. (Hugo Mujica)

92
La sabiduría humana consiste en el señorío de la

mente sobre las pasiones y es también evidente

que puede no ejercer de hecho este señorío. La

libído no es más poderosa que la mente, a la que

sabemos que por ley eterna ha sido dado el

dominio sobre todas las pasiones.

Todas y cada una de las virtudes están por

encima de toda suerte de vicios, y en cuanto son

mejores y más sublimes, son también más firmes y

más invencibles.

13. La actividad cognoscitiva

Pensaba San Agustín que el ser humano no es

capaz de percibir la verdad de las cosas, esta

verdad es inmutable, es una verdad que no cambia

93
y solo pueden las cosas ser conocidas si son

iluminadas como por un sol. Ese sol es Dios, luz

divina, que iluminará la mente, es una luz

inteligible, en la cual, y a través de la cual, se

hacen luminosas todas las cosas creadas.

Agustín tiene mucha influencia platónica en su

filosofía. Recordemos que Platón nos habla de un

dualismo de conocimiento: el mundo sensible y el

mundo inteligible. El mundo sensible es el mundo

de la doxa. En el mundo de la opinión el

conocimiento no es perfecto, en contraposición a

este, existe el mundo de las ideas, perfectas y

bellas en donde el conocimiento es perfecto.

Platón, en su teoría de conocimiento, postula

que cuando conocemos, en realidad estamos

94
recordando lo que nuestra alma ya conocía cuando

habitaba en el mundo de las ideas. Agustín sube

hacia el conocimiento de Dios por la memoria de

Dios, que se le vuelve iluminadora. Él descubre que

la memoria de Dios para él es más cierta que su

misma alma humana y se pregunta si no será la

memoria de Dios una reminiscencia de haber

estado en él y por eso lo busca.

¡Tarde te amé, belleza siempre antigua y


siempre nueva! Tarde te amé. Tú estabas dentro
de mí, pero yo andaba fuera de mí mismo, y allá
afuera te andaba buscando. Me lanzaba todo
deforme entre las hermosuras que tú creaste. Tú
estabas conmigo, pero yo no estaba contigo; me
retenían lejos de ti cosas que no existirían si no
existiesen en ti. Pero tú me llamaste, y más
tarde me gritaste, hasta romper mi sordera. (De
Hipona, Confesiones, 1995, pág. 445)

95
San Agustín crea una nueva teoría llamada

Teoría de la Iluminación.

Pues te promete la razón, que habla contigo,


mostrarte a Dios como se muestra el sol a los
ojos de la mente; y los axiomas de las ciencias
se asemejan a los objetos, iluminados por el sol
para que puedan ser vistos, como la tierra y todo
lo terreno. Y Dios es el sol que los baña con su
luz. (Agustín de Hipona, Soliloquios, VI, 12)
En esta teoría él desarrolla de qué manera

nuestra alma participa de todas las cosas,

solamente por disposición divina, es decir, que es

Dios mismo quien permite que se realice ese

conocimiento en nosotros, no solamente de todo lo

que es contingente y propenso a muerte y

corrupción, sino también de aquellas verdades

eternas imposibles  de aprehender a la sola razón

humana.

96
14. El alma virtuosa

Cuando el alma humana se une a ese Ser

Trascendente su vida se transforma y cambia

totalmente. Sin embargo, la gracia de Dios no

puede hacer nada si la persona no se abre a Él. En

el Oriente cristiano, a esta experiencia de

comunión, de obra en común de los dos, donde la

iniciativa primera es de Dios, pero nada sucede en

la persona si no está dispuesta y se encomienda a

Él, le llaman sinergia.

¡Oh Dios, luz de mi corazón y pan de mi alma,


fuerza que fecunda mi ser y los senos de mi
pensamiento! Yo no te  amaba entonces, y me
entregaba lejos de ti a fornicarios amores; pues
no otra cosa que fornicación es la amistad del
mundo lejos de ti. Pero por todos lados oía yo
continuas alabanzas de mi fornicación: ‘¡Bien,
muy bien!’, gritaban los que me veían fornicar.

97
También es cierto que decimos: ´¡Bien, muy
bien!´ cuando el elogio es evidentemente
inmerecido y queremos con él humillar a la
gente.
Pero nada de esto me hacía llorar, sino que
lloraba yo por la muerte violenta de Dido, tierra
que vuelve a la tierra; y me iba a la zaga de lo
peor que hay en tu creación. Y cuando se me
impedía seguir con esas lecturas me llenaba de
dolor porque no me dejaban leer lo que me
dolía. Esta demencia era tenida por más
honorable disciplina que las letras con que
aprendí a leer y escribir. (De Hipona,
Confesiones, 1995, pág. 39)
Pero clama tú ahora dentro de mi alma, Dios
mío, y que tu verdad me diga que no es así; que
no es así, sino que mejor cosa es aquella
primera enseñanza.

Para Agustín el conocimiento de Dios va unido al

conocimiento del hombre. En consecuencia, quien

sabe del hombre también sabe de Dios. Sin

embargo, el hombre no puede saber nada de sí

mismo, en tanto y en cuanto, no esté en armonía

consigo mismo y con Dios. Él tiene la seguridad de

98
que su inquietud y búsqueda no cesarán hasta que

no descanse en Dios, pero no en la futura vida

celestial, sino desde ahora, aquí, en la vida terrenal

donde tiene que lograr una vida ordenada.

15.El amor que nos une al Bien

Agustín encuentra en el amor de Dios el mayor

tesoro para su alma. No demuestra a Dios como

Aristóteles para racionalizarlo, sino para gozar de

su Presencia.

(...) verás entonces a Dios, que no recibe su


bondad de otro bien, sino que es el Bien de todo

99
bien. En efecto, entre todos estos bienes no
podemos decir que uno es mejor que el otro,
cuando juzgamos de acuerdo con la verdad, si
en nosotros no estuviese impresa la noción del
bien mismo, regla según la cual declaramos
buena a una cosa buena, prefiriendo una cosa a
otra. Así es como debemos amar a Dios: no
como a este o aquel bien, sino como al Bien
mismo.

Agustín busca a Dios con todas las fuerzas de su

corazón, por eso lo vemos en las obras de arte

representado como escribiendo, con un corazón en

llamas en su mano, es un corazón que arde de

amor, porque él es un hombre muy pasional,

arrebatado, vigoroso y lo manifiesta en cada uno

de los trece libros de Las Confesiones en su

conversión, que significa cambio, va más allá de un

cambio exterior. Se transforma y se renueva toda

su persona entera y toda la pasión que lleva en sí

100
la vuelca en el amor de ese Ser Superior, Dios es

centro y morada de su vida. Es ese Dios Amor que

lo lleva a obrar y hacer el bien. En esta búsqueda

incansable lo guía siempre su madre, que llora en

silencio y guarda todo el dolor en su corazón.

Descubre que la morada donde lo encontrará es

allí, en ese silencio interior, es allí donde debe

adentrarse.

Algunos teólogos cuentan que Agustín se

convirtió leyendo dos versículos de la Biblia cuando

enseñaba retórica en Milán. Con el apoyo de su

madre comenzó a tener más contacto con San

Ambrosio, obispo y los cristianos y la literatura

cristiana.

101
Se dice que en el verano del año 386, escuchó

una voz infantil que cantaba en latín: tolle, lege

(toma y lee).Agustín abrió una biblia que tenía

cerca y eligió una página al azar. Allí encontró el

capítulo 13,13-14 de la carta de San Pablo a los

Romanos que decía:

(Primatesta, 1996)Nada de comilonas y


borracheras, nada de lujurias y desenfrenos…
revestíos más bien del Señor Jesucristo y no os
preocupéis de la carne para satisfacer sus
concupiscencias. (p.1633)

Luego de un corto período fue bautizado junto a

su hijo Adeodato, que significa en latín por Dios

dado, en la Vigilia Pascual.

El corazón es el lugar de la decisión, el lugar de

la verdad, el sitio donde elegimos lo bueno y lo

malo que hacemos.

102
Agustín se abandona con tanta humildad,

sencillez y transparencia a Dios, es un converso de

la Sagrada Escritura totalmente sincero y despojado

que ama con un corazón desgarrado de amor a su

Creador. Nos muestra a un Dios Padre liberador y a

su alma misma desatándose y apartándose de la

mundanidad.

16. Conclusión

En estos tiempos en que se pierde el verdadero

sentido de la vida humana, donde ponemos

nuestros ojos y corazón en cosas y situaciones

triviales, las Confesiones de San Agustín nos

llaman, nos invitan a mirar hacia adentro.

103
San Agustín nos dice vuélvete a ti mismo porque

en el interior del hombre habita la verdad.

Debemos buscar la verdad, y qué es esta verdad

sino otra que descubrir el verdadero sentido de

nuestra existencia, para qué vinimos y para qué

estamos en este mundo, cuál es nuestra misión.

Habiendo llevado una vida perdida en vicios y

mirando siempre hacia el exterior, Agustín descubre

en las palabras de Cristo, en el llamado de Dios que

debe mirarse hacia dentro, volver a su interior

porque allí habita la verdad. Nos invita a nuestra

propia introspección. Vivimos sumergidos en la

tecnología, los celulares, los medios masivos de

comunicación y nos olvidamos de mirarnos, de

mirar a los otros a los ojos hasta en un diálogo,

104
estamos demasiado tiempo afuera, embelesados

por la habladuría vacía y el activismo vano; es hora

de regresar.

Debemos meternos para adentro, como en el

invierno que nos invita a buscar leña y hacer fuego,

debemos buscar refugio en las raíces.

Todos buscamos la felicidad, es el fin último del

hombre, para esto es necesario prestar atención

dónde está nuestro corazón, dónde está nuestro

tesoro.

Si descubriésemos el verdadero sentido esencial,

como una bocanada de aire fresco, de lo que

realmente nos haría felices, apagaríamos nuestras

redes, nuestros celulares, para vivir en plenitud

esta vida en la Tierra. Vivimos en un mundo que


105
vive en el exterior, y vive afuera tan

desmesuradamente, que las personas ya no se

miran a los ojos cuando se hablan, han perdido el

sentido real del diálogo, de comunicarse, de

conectarse verdaderamente con los otros.

Estamos hoy en día ante personas fragmentadas

por los medios masivos de comunicación, estamos

ante seres humanos muertos en vida porque tienen

una pobreza que va más allá de lo material, es una

pobreza de espíritu, de valores, de trascendencia.

Se ha perdido el respeto por la vida, por el amor.

Hoy en día se le llama amor a cualquier cosa, pero

no hay amor verdadero. Los hombres son hombres

sin raíces, sin profundidad.

106
Frente a esta pobreza espiritual hay tantos otros

que buscan cambiar su modo de vivir, peregrinar,

caminar, como lo hizo San Agustín en este camino

de su exterioridad hacia su interioridad. Hay otras

tantas personas llenas de esperanza que esperan

en su peregrinar un encuentro genuino y verdadero

con ese Ser Trascendente que es el único capaz de

saciar la sed humana de felicidad. Son personas

sedientas como la Samaritana del pasaje bíblico

que descubre que Cristo es agua viva. Están

sedientas de una vida espiritual, de meditación

interior, buscan un detalle particular de Dios,

quieren experimentar más de él, comprender la

existencia de sí mismos y la existencia de Dios.

107
En la vida una de las cosas más difíciles, es

descubrir el plan de Dios para cada uno. Debemos

estar abiertos a las llamadas. Luego Él nos irá

modelando como lo hizo con San Agustín, para que

con el paso de los años seamos capaces de cumplir

la misión que se nos ha destinado.

Hemos estado demasiado tiempo distraídos,

seducidos por la habladuría vacía. Es momento de

que nos encuentren y que nos dejemos encontrar

de manera plena, es momento de escuchar las

consonantes, las vocales, los silencios.

En el silencio interior, sagrado y trascendente

encontraremos la Verdad.

108
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Videos y documentales

Hugo Mujica (11/09/2015).El infierno debe ser la

falta de generosidad (Archivo de video) Recuperado

de https://www.youtube.com/watch?

v=uJ4PtQsnT2Y

112
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113

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