Está en la página 1de 2

Texto y contexto

Por Damián Tabarovsky | 05.03.2011 | 23:20

Recuerdo una frase de W. H. Auden: “Nuestra apreciación de un escritor consagrado


nunca se limita a lo puramente estético”. Auden indica que además del texto (o tal vez,
antes mismo que por el texto) también nos hacemos una idea de un escritor por su
biografía, sus apariciones públicas, sus opiniones. La frase tiene un alcance mayor que
el mero caso de los escritores consagrados. Leemos a cualquier escritor –incluso a un
debutante– afectados por su edad, la editorial en la que publica, el texto de contratapa,
su foto en el diario, y muchas otras instancias que nos inducen a formarnos una opinión.
Pero, a la vez, la frase tiene una potencia mayor en el caso de las literaturas nacionales.
Frente a un escritor argentino es probable que conozcamos mejor sus posturas, su
herencia, es más fácil reconstruir el contexto editorial desde el que escribe, insertarlo en
una tradición política, en alguna disputa literaria. En cambio, el encanto de leer
traducciones, o libros de autores españoles o de países latinoamericanos, reside en que
los leemos levemente descontextualizados. Algo de eso me pasó hace unos diez años
con La conquista del aire, de Belén Gopegui, publicada por la editorial Anagrama.
Escrita como un ejercicio de precisión, la novela narra la relación entre tres íntimos
amigos (dos hombres y una mujer) y la tensión que se produce en el momento en que
uno les pide a los otros dinero para un emprendimiento con dudosas posibilidades de
éxito.

Acababa de leerla cuando me encontré con un amigo, un escritor argentino que había
vivido más de veinte años en España. Comenzamos a charlar sobre la novela y yo dije
que me interesaba la forma en que el dinero aparece en el texto: el capital como
destructor de las relaciones humanas, de la amistad, de la fraternidad, de la confianza.
No sé por qué, quizás por el entusiasmo que me despertó la novela, comencé a
improvisar una genealogía –más literaria que política– sobre la que se apoyaba la trama,
desde “El fetichismo de la mercancía” de Marx, hasta Casino Royale, de Ian Fleming,
donde James Bond lleva a cabo una maravillosa reflexión sobre la relación entre dinero
y destrucción (en ese momento, encontrar una veta pop en Gopegui podía parecer
absurdo, pero se confirmó tiempo después con Deseo de ser punk). Mi amigo me
escuchó pacientemente –quizás demasiado pacientemente– y al final agregó: “En
España fue leída como una crítica a los años de Felipe González”. Una verdad cayó
sobre mí. Es cierto, en España –como en Argentina– curiosamente (o no tanto…) fueron
los gobiernos progresistas los que pusieron el dinero, el éxito, la competencia
descarnada, el individualismo, en el centro de las relaciones sociales; y bien podía leerse
la novela de Gopegui en esa clave, en ese contexto (que no contradecía mi lectura; al
contrario, la enriquecía).

Unos cinco años después de esa anécdota, leí Trayecto. Un recorrido crítico por la
reciente narrativa española, de Ignacio Echevarría, editado por Debate, donde compila
muchas de sus reseñas publicadas en El País y en otros medios. Inmediatamente reparé
en la nota sobre La conquista del aire. En su artículo, Echevarría conjuga la idea
original que yo me había hecho del libro, con la lectura que había aportado mi amigo.
Pasa del Balzac crítico de la burguesía a la España del triunfo de Aznar. Y unas páginas
más adelante incluye la reseña de una novela de Germán Sierra, llamada La felicidad no
da dinero, de 1999, en la que Echevarría comienza diciendo: “Ninguna perspectiva
sobre lo ocurrido en la sociedad española durante los últimos veinte años puede soslayar
la cuestión del dinero”.
Tardé una década en reconstruir el entorno de la novela de Gopegui. El contexto
siempre llega tarde. La literatura, en cambio, no.

También podría gustarte