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de JPC Uruguay,
para la Campaña “Ama a tu Prójimo:
Buen Trato a la niñez”
Estudios Bíblicos
2011
Campaña Regional Ama a tu Prójimo:
Buen Trato a la Niñez
ÍNDICE
1. El valor de la familia
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Los griegos llamaban “kairos” al tiempo maduro o tiempo propicio.
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Buen Trato a la Niñez
revela de manera rimbombante, sino que las señales de su presencia fueron, y seguirán siendo,
por demás simples; en este caso, unos pañales. Algo que inmediatamente también es confirmado
por el ángel: “Cómo señal, encontrarán ustedes un niño envuelto en pañales y acostado en un
pesebre” (2:12).2
En síntesis, el texto de Lucas deja asentado que el Mesías ha llegado a nuestra historia, que el
Dios de la salvación se ha encarnado. Y para hacerse uno como nosotros nació, tal como
nosotros, en el seno de una familia. Nacer y ser parte de una familia es, pues, un rasgo
sobresaliente del proyecto salvífico de Dios.
Claves de interpretación
Tanto el texto de Génesis como el de Lucas nos colocan ante una interesante constatación: la
familia está en el inicio de los dos Testamentos, es decir, de los dos momentos fundamentales de
la Alianza que Dios le propone al ser humano.3 La familia ocupa este lugar privilegiado en la Biblia
no sólo porque está vocacionada para ser el origen de la vida, sino también, y de manera muy
especial, porque está llamada a ser un instrumento muy importante en el proyecto de Dios. Tan es
así, que bien podríamos decir que la familia constituye una suerte de punto de partida para la
historia de la salvación que Dios se ha propuesto desarrollar en nuestra historia y en nuestra vida
personal.
Hecha esta afirmación, es importante preguntarse en qué consiste esa salvación por la cual Dios
asumió plenamente la existencia humana mediante el nacimiento, la muerte y la resurrección de
Jesucristo.
El Evangelio de Juan nos transmite una frase de Jesús que, en pocas palabras, responde esta
pregunta: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Jn. 10:10).
Allí Jesús define la salvación como vida, como vida abundante y plena. No la define con
categorías de orden "celestial” ni la reduce a una esfera independiente de nuestra vida aquí y
ahora, como muchas veces, equivocadamente, lo ha hecho el cristianismo. Dios ha escogido
nuestra historia como territorio fundamental para la salvación, ha decidido plantarla en el tiempo
humano para ponerla en marcha desde bien “abajo”. Por eso los cuatro Evangelios, cada uno a su
modo, afirman contundentemente que Dios se hizo uno de nosotros. Por eso Lucas 2:1-7 remarca
fuertemente el hecho de que Dios se reveló de manera inigualable, de manera plena, en un niño
que nació en una familia que no tuvo un lugar donde dar a luz.
Por supuesto, la “vida abundante” no se refiere a la cantidad de años que nos toque vivir; no es un
concepto cuantitativo. Tampoco está ligada a la abundancia de cosas que podamos poseer; la
abundancia de la que nos habla Jesús está muy lejos de la idea de abundancia con la que a diario
nos tienta el consumismo. Tener vida abundante es otra cosa; significa alcanzar abundancia de
humanidad, vivir la vida con esa hondura de humanidad con la que fuimos creados. Por
consiguiente, somos salvos cuando nuestra humanidad es tan profunda y auténtica que refleja a
Dios, o como dice el Génesis, cuando es “imagen de Dios”. Para que esa humanidad fuera
restaurada, Dios se abajó y se hizo uno de nosotros en Jesús: el paradigma de lo humano.
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Estos tres datos atravesarán todo el Evangelio y volverán a aparecer al final con la misma fuerza que en el
comienzo. Jesús es el Mesías, por eso Dios lo resucita. No hubo lugar para él, por eso lo cuelgan en una
cruz y muere en las afueras de la ciudad, junto a dos ladrones. Las señales de su mesianidad no son
poderosos ejércitos humanos ni huestes celestiales; por el contrario, entra a Jerusalén montado en un
burrito y las marcas del triunfo de la salvación que exhibe no son otras que las dolorosas marcas de la cruz.
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En la Biblia “testamento” significa “alianza”, “pacto”. Por eso el Antiguo Testamento es la antigua alianza, o pacto, y
el Nuevo, la nueva alianza.
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Buen Trato a la Niñez
Al crear a la familia y al crearnos en familia, Dios enseña que el hombre y la mujer no pueden ser
verdaderos seres humanos por sí y ante sí; no hay humanidad en la soledad del aislamiento y el
desencuentro con los demás. Vivir una vida abundante, vivir la hondura de nuestra humanidad,
requiere de la presencia y la compañía de los otros. El texto de Génesis deja asentado esto
mediante la conocida frase “no es bueno que el hombre esté solo”.
La familia, como parte del proyecto salvífico, nos indica que hemos sido creados por Dios y que
somos redimidos mediante Jesús para ser personas, no para ser individuos. Cada nacimiento de
un niño o de una niña, en su fragilidad y en la necesidad de ser cuidado, nos recuerda algo que
está en la esencia de la familia y de la misma salvación: para ser persona, para afirmar
positivamente nuestro “yo” personal, ineludiblemente se requiere de un “nosotros”. ¿Acaso podría
ser de otro modo, si hasta el mismísimo Hijo de Dios para nacer y crecer necesitó de ese
“nosotros” primordial que fue su familia?
Hoy vivimos en una cultura del facilismo, lo “fácil” constituye un sello distintivo de la sociedad de
consumo. Esto puede llevarnos a otra confusión en cuanto a la salvación y a la vida abundante.
Vivir una vida abundante no significa que todo siempre nos ruede bien; la experiencia de la
salvación no garantiza que nuestra vida transcurrirá por caminos sencillos, fáciles y prósperos. Por
el contrario, lo que vemos en la Biblia es que el proyecto de Dios se abre camino en medio de las
dificultades. El texto de Lucas confirma esto de un modo particular al relatar todas las peripecias
que tuvieron que atravesar María y José.
En tal sentido, Lucas 2:1-7, ratifica algo que es una vivencia de todos los días: en las dificultades
nos fortalecemos junto con otros. Y en función de esto, la familia también está llamada a ocupar
un lugar especial. El amor y la unidad, que son componentes esenciales de los vínculos familiares,
son una condición básica para experimentar fortalezas que nos ayuden a ver la luz en los tiempos
de oscuridad, que nos ayuden a levantarnos cuando caemos, y que nos ofrezcan seguridad
cuando nos sentimos en peligro y temerosos.
Resumamos lo que hemos dicho: los textos de Génesis y de Lucas señalan que la familia, y de
modo especial nuestra familia, está vocacionada para ser un instrumento del proyecto de
salvación, a ser un espacio propicio para experimentar la vida abundante que Dios quiere para
todos sus hijos y sus hijas. La familia es ese “nosotros” en medio del cual el ser humano se
descubre y se reafirma como persona auténtica, y en medio del cual experimenta fortaleza cuando
las dificultades arrecian. Ése es el valor y la dignidad que Dios le ha dado a la familia. ¡Verdad que
no es poca cosa!
Estudio Bíblico N° 2
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En tal sentido, es significativo constatar que si bien la autoría del libro de Proverbios se le atribuye al rey
Salomón, la temática de la que se ocupa no se relaciona con la función de gobernar, sino con la vida de
todos los días.
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afirmando que “el principio de la sabiduría es el temor de Jehová", según Reina-Valera, u “honrar
al Señor”, según Dios Habla Hoy (Pr. 1:7).5
La contingencia del momento, lo azaroso de la realidad y lo cambiante de la circunstancia
constituía un enorme y urgente desafío para hallar sentido, puesto que repetidamente lo cotidiano
estaba muy lejos de ser percibido como una realidad amable y armónica. Para los judíos y judías
de aquel momento el mundo no se manifestaba como un orden estable y seguro, sino que solía
presentarse de manera imponderable y amenazante, inseguro y por momentos caótico. Ante una
realidad así, la sabiduría se tornaba vital, pues por medio de ella se trataba de identificar unas
constantes que le aportaran significado y dirección a la cotidianeidad; la sabiduría era el camino
para descubrir unas estructuras de pensamiento, de conducta y de relacionamiento con los demás
que confirieran un orden mínimo para sustentar la vida y posibilitar su desarrollo. Finalmente, la
sabiduría era un instrumento dado por Dios para discernir, detrás de lo azaroso del presente y de
lo enigmático del futuro, su presencia fiel y confiable y su proyecto de vida abundante.
Como parte de la búsqueda de un orden mínimo y de unas estructuras básicas, la familia ocupa
un lugar fundamental. Esta es la razón por la cual Proverbios comienza refiriéndose a ella y por la
cual a lo largo de todo el libro encontramos una serie de refranes y sentencias que se ocupan de
las relaciones familiares.
Cabe aclarar que ese orden mínimo y esas estructuras básicas no estaban dados por la
composición de la familia sino por las funciones que ella debía cumplir. Lo que daba seguridad y
garantizaba el desarrollo de la vida de los integrantes de la familia, especialmente de los más
pequeños, más que el formato de la familia, era el contenido de las relaciones familiares. Algo que
sigue vigente hoy día.
Claves de interpretación
Si bien este texto (Pr. 1:8-19) va dirigido a los hijos, deja ver con claridad que una de las funciones
fundamentales de la familia es educar (vv. 8 y 9). Aquí educar se plantea en un sentido amplio, es
decir, vivir y promover valores esenciales que le confieren a la vida autenticidad y dignidad, y no
sólo aportar conocimientos intelectuales y técnicos.
Los valores son coordenadas éticas y espirituales que nos orientan en medio de lo engañoso, de
las seducciones y de las encrucijadas morales que la cotidianeidad suele presentar. Los valores
constituyen esas referencias que hacen posible vivir de manera coherente, sin dar lugar a
actitudes que se apartan del “honrar a Dios” –el principio de la sabiduría, como hemos visto– ni
consentir aquello que le hace el juego a la mentira, a la violencia y a la injusticia (vv. 10-16).
El texto profundiza el sentido de esa función educativa que la familia ineludiblemente está llamada
a cumplir al plantear que la educación debe orientarse a fomentar la paz. Aquí es notorio como la
enseñanza de estos padres apunta a impedir que el hijo sea atrapado por la dinámica de violencia
que, por lo visto, se había instalado en ese momento: “Tú, hijo mío, no vayas en el camino con
ellos, sino aparta tu pie de sus veredas, porque sus pies corren hacia el mal, se apresuran a
derramar sangre” (vv. 15 y 16, Reina-Valera).
Pero la educación no sólo debe fomentar la paz, también debe promover la justicia, es decir, debe
reemplazar las relaciones de poder, que siempre acaban oprimiendo y sojuzgando a los demás,
por relaciones equitativas. Al mismo tiempo, educar para la justicia implica reforzar el valor de la
solidaridad y las actitudes solidarias para que no gane terreno la codicia, y su consecuencia
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Aquí temor no es miedo, sino reverencia. Es el reconocimiento y la aceptación de que Dios es más grande
que el ser humano; por consiguiente, siempre desborda la comprensión que se puede tener de él. La
sabiduría de Israel reconocía que Dios es inaprensible, que el conocimiento humano no puede abarcarlo por
completo; algo que la ley muchas veces perdía de vista al dogmatizar una única comprensión de Dios o
absolutizar una única expresión de su voluntad.
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Buen Trato a la Niñez
natural: la degradación de la vida, la muerte de las dimensiones más humanas de la persona (v.
19).
En efecto, si en la familia se viven y se comparten valores trascendentes que “honren a Dios”, vale
decir, que apunten a esa vida abundante que es el centro de su proyecto salvífico; si se viven y
comparten coordenadas de vida que den sentido y ayuden a vivir de manera coherente; si se
educa para la paz, para el buen trato, para la solidaridad y la equidad, entonces la familia cumplirá
con la función de aportar fundamentos sólidos que permitirán preservar y edificar la vida en el
nivel personal, comunitario y social.
Estudio Bíblico N° 3
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Deuteronomio, otro libro del Antiguo Testamento que, igual que Levítico, se centra en la Alianza, expresa
claramente cómo la elección y el Pacto con Israel se explican únicamente por el amor de Dios: “Si el Señor
los ha preferido y elegido a ustedes, no es porque ustedes sean la más grade de todas las naciones, ya que
en realidad son la más pequeña de todas ellas. El Señor los sacó de Egipto, donde ustedes eran esclavos, y
con gran poder los libró del dominio del faraón, porque los ama…” (Dt. 7:7 y 8). Cada vez que Israel se
olvidó de esto, se llenó de orgullo y se alejó de Dios.
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Por eso el apóstol comienza el pasaje 2:5-11 haciendo el siguiente llamado: “Haya, pues, en
vosotros este mismo sentir que hubo también en Cristo Jesús” (v.5, en este caso seguimos la
versión Reina-Valera). El desafío del creyente es, entonces, vivir con la misma actitud y la misma
disposición que Dios ha revelado en su relación con los seres humanos. ¿Y cuál es esa actitud,
ese “sentir”?
La respuesta a esta pregunta no se hace esperar; Dios, en Jesucristo, dejó su lugar y se puso en
nuestro lugar. Para ello se abajó de tal modo que se vació de su naturaleza, apartándose por
completo de aquella que caracterizaba a los dioses de la época, y adoptó una forma inédita: “tomó
la forma de siervo y se hizo semejante a los hombres” (vs. 6 y 7). Cabe aclarar que aquí la palabra
“forma” no tiene el sentido de lo que es exterior o de lo que se restringe a la apariencia, tal como
lo entendían los griegos, sino que el término es usado con el sentido que le daban los judíos, es
decir, el de "condición" o "modo de ser y proceder".
Mediante este abajamiento Dios presenta una forma de ser y un tipo de relación diametralmente
diferente de la forma de ser y la forma de relacionarse de los dioses griegos. Para estos dioses, la
calidad de dios se manifestaba en la distancia absoluta que establecían con respecto a los seres
humanos, vale decir, que cuánto más lejos y cuánto menos se “contaminaran” del mundo y de los
asuntos de los seres humanos, mayor era su divinidad. A esta condición los filósofos griegos la
llamaron “apatía”. De manera que, en el pensamiento griego, la apatía era considerada una
cualidad teológica.7
Contrariamente a esto, el Dios de la Biblia, y de manera especial el que nos presenta el Nuevo
Testamento, se manifiesta como un Dios encarnado, que se “calza los zapatos” del ser humano.
En Jesucristo, Dios agudiza el vínculo de cercanía del que nos hablaba el texto de Levítico, puesto
que ahora no sólo aparece como un Dios cercano sino como un Dios que se identifica
amorosamente con los padecimientos de sus hijos y sus hijas. Si los dioses griegos eran
exaltados por la “apatía”, Jesucristo es exaltado por la “empatía”. Por eso el texto de Filipenses
acaba diciendo que a aquel que se humilló hasta la cruz “se le dio un nombre que es sobre todo
nombre” (vv. 9-11).
Claves de interpretación
Estos textos de Levítico y Filipenses ponen en evidencia ese sentir y ese vínculo tan especial que
Dios establece con su pueblo; un sentir y un vínculo que constituyen un auténtico modelo de
relación entre todos los seres humanos, pero de manera muy particular entre las madres y los
padres con sus hijos e hijas.
Dios ha querido estar tan cerca de nosotros, tan intenso es su apego, que llegó a dar un paso
inconcebible en otras religiones: se puso en nuestro lugar. A causa de ese apego y de esa
empatía Israel pudo asumir, a pesar de su debilidad y pequeñez, su vocación de libertad y su
dignidad de pueblo santo. En virtud de ese apego y de esa empatía la comunidad de Filipos se
convirtió en una de las comunidades más generosas y solidarias, superando el miedo y la lógica
inseguridad que suscitaba el encarcelamiento de su líder.8 Por eso Pablo puede dar gracias tan
vivamente como lo hace en 1:3-7. En efecto, el vínculo con Dios permitió que Israel y que la
iglesia de los Filipenses desarrollaran unas condiciones y unas fortalezas que de por sí no habrían
podido experimentar.
7
La palabra "apatía" viene del griego apatheia que quiere decir "sin pasión", es decir, impasibilidad,
indiferencia, incapacidad de padecer o de sentir.
8
Tengamos presente que Pablo estaba preso cuando escribió la carta a los Filipenses.
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Buen Trato a la Niñez
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El Antiguo Testamento no sólo revela el rostro paternal de Dios sino que también nos presenta su rostro
maternal. Por ejemplo, esa fue la experiencia del salmista testimoniada en el salmo 131 y también fue la
visión de Isaías expuesta en 66:13.