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N. T. Wright
La palabra faltante
Atendí a un funeral hace no mucho tiempo que me puso a pensar si la iglesia occidental está o
no en lo correcto.
El funeral era de un joven brillante con una linda familia, cruelmente abatido por el cancer a
mitad de sus treintas. Fue un maravilloso servicio en muchos sentidos. Hubo cantos vibrantes,
sabia y consoladora enseñanza, sin mencionar un valiente, gracioso y acertado tributo de parte
de la joven viuda. Hubo cientos de personas allí, de diferentes contextos en sus vidas, todos
aquellos que habían sido tocados por éste admirable joven cuya muerte lamentábamos. Fue
en muchas maneras un funeral bastante Cristiano.
Pero había una nota faltante: resurrección.
La palabra ‘resurrección’ se mencionó en la liturgia justo al principio cuando el ministro citó a
Jesús diciendo en Juan 11: ‘Yo soy la resurrección y la vida’. Aquello fue repetido casi al final,
sin explicación alguna. Pero el resto del servicio pudo ser resumido en el siguiente fragmento
de un conocido autor del primer siglo:
Todos nosotros somos viajeros aquí, extranjeros y exiliados. El alma es una exiliada y
vagabunda, (la cual) ha dejado el Cielo...pues la tierra y la vida en la tierra, como en
una isla azotada por los mares, aprisionada en el cuerpo como una ostra en el
caparazón.
El autor continúa hablando de Sócrates, y otros, que estaban felices de dejar esta vida por un
dichoso cielo.
¿Al fin en casa?
Muchos de los himnos, oraciones y lecturas en el funeral expresaban algo como esto: nuestro
difunto amigo está ‘al fin en casa’. Nadie parecía notar que estaban expresando, no una fe
cristiana del primer siglo sino platonismo del primer siglo. Aquella cita vino de uno de los
grandes filósofos y ensayistas del final del primer sigo: Plutarco, un sacerdote pagano en el
altar de Delfos, un hombre letrado que había viajado y leído mucho. Es impactante para mi
que tantos en la iglesia occidental actual reconozcan sus perspectivas como propias, sin darse
cuenta de cuán diferente son a lo que los primeros cristianos creían.
es todo; y muchos de los sermones que escucharás ese día no son realmente sobre
‘resurrección’ como tal, sino sobre nuestra esperanza de ‘ir al cielo’ para estar con Jesús.
No mantenemos una celebración de cuarenta días que correspondan al ayuno de cuarenta días
de la Cuaresma. Yo creo que deberíamos. El Domingo de Resurrección no es solo un ‘final feliz’
después de la triste y oscura historia de la Semana Santa. La Resurrección es el inicio de algo.
No el final. Es el principio de la nueva creación que ha sido hecha posible por la derrota de las
fuerzas de corrupción y decadencia en la muerte de Jesús.
De ese modo hemos, en efecto, colocado a Jesús — ¡e incluso su resurrección! — en las
historias que nuestras iglesias occidentales han tenido todo el tiempo, del mundo presente
como la preparación para el doble o incluso el triple de opciones de ‘vida después de la
muerte’ - de cielo o infierno, en el sentido tradicional, y purgatorio en el caso de la enseñanza
tradicional Católica. (Permítame hacer una nota al margen en este punto.
Algunos grandes teólogos Católicos recientes, como Karl Rahner y Joseph Ratzinger, han
modificado radicalmente la doctrina del ‘purgatorio’. Ellos han hablado de un momento de
‘quemar’, el fuego del que Pablo habla en 1 Corintios 3, mediante el cual todo lo que
permanece pecaminoso en nosotros será consumido; o el momento de ser mostrado, y darse
cuenta, de las múltiples formas en que todo el mal que hemos hecho en la vida presente ha
traído maldad al mundo de Dios, y a su pueblo. En otras palabras, ellos han rechazado las
ideas tradicionales sobre un periodo cronológico de castigo y purgación. Desafortunadamente,
sus ideas no se han extendido a través de la Iglesia Católica.)
Yo creo de hecho, que parte de nuestro problema en las iglesias protestantes de occidente es
que en el siglo dieciséis la necesidad urgente era rechazar el purgatorio; pero los
Reformadores y sus sucesores no siguieron el Nuevo Testamento en rechazar la imagen
medieval de ‘cielo y tierra’, como debieron haber hecho. Como Karl Barth dijo, los
Reformadores nunca arreglaron su escatología. Creo que Barth tampoco lo hizo. Tal vez
nosotros podamos mejorar.
Mi punto es este. En el Nuevo Testamento encontramos una imagen muy diferente. No
encontramos una ‘vida después de la muerte’ en el cielo, sino una ‘vida después de “la vida
después de la muerte”’, una nueva vida corporal en una creación reconstituida. Y vemos la
resurrección de Jesús, no como el ‘final feliz’ tras la crucifixión - aunque ciertamente funciona
así en un nivel meramente trivial - sino como el lanzamiento de nada menos que la nueva
creación. Lo que quiero hacer en esta clase, desarrollando algunas de mis primeras obras y
dando seguimiento a un tema de mis recientes conferencias Gifford en Aberdeen, es definir
cómo funciona eso, y aplicarlo en algunos aspectos de nuestra vida presente y los desafíos que
ahora nos enfrentan en nuestro confundido y peligroso mundo. No me disculpo por repetir, y
luego desarrollar, algunas cosas que he dicho en libros anteriores, tal como Sorprendidos por
la Esperanza. Es claro para mí que aún entre aquellos que han entendido lo que he estado
diciendo intelectualmente todavía hay una brecha con la práctica real.
Los dos principios, contenidos en lo profundo de las Escrituras israelitas y siendo motivos de
agonía en el periodo del Segundo Templo en la vida judía, son la bondad de la creación por
una parte y el compromiso de Dios con la justicia por la otra. Se puede ver esto en las historias
de los mártires Macabeos en los 160s AC. Mientras eran torturados hasta la muerte por el rey
pagano por haber rehusado comprometer su modo de vida ancestral, ellos decían, una y otra
vez, que ellos servían al Dios que hizo los cielos y la tierra, el creador de todo. Ellos no
adoraban un Dios local o tribal, o uno al que no le importa el estado en que se encuentra el
mundo. Ellos le pertenecen a Aquel que hizo todo en primer lugar.
Con la creación viene la justicia. Como los Salmos y profetas insisten, al Dios de Israel le
importa apasionadamente corregir lo que está mal en el mundo. En el occidente hemos
reducido esto a la palabra negativa de ‘juicio’, viendo esto en términos de castigo por las
malas acciones. Pero en las Escrituras Hebreas - por ejemplo, en salmos como 96 y 98, pero en
muchas otras partes también - ‘juicio’ es algo gozoso, una razón para celebrar, porque significa
que el Dios de Israel está viniendo a corregir todo al fin. Viene a poner las cosas en su lugar, a
corregir lo incorrecto, a enderezar lo torcido, a reparar y reconstruir lo que fue derribado.
‘Justicia’ significa corregir finalmente todas las cosas, poner el proyecto original de vuelta en su
curso.
Así que si ponemos Creación y Justicia lado a lado dentro del mundo presente de pecado,
dolor y sufrimiento, ¿qué tenemos? Ciertamente no la imagen platónica, donde el mundo
presente se puede ir al infierno mientras almas humanas -al menos algunas- son permitidas
escapar. ¿De que sirve eso? Eso simplemente ignora la bondad de la creación original.
Ciertamente tampoco la imagen Epicúrea o Estoica, donde el mundo está yendo a tropezones
haciendo su propio asunto o dando vueltas a un gran ciclo de existencia sin que nada cambien
en verdad. ¿De que sirve eso? Eso ignora la bondad original de la creación, de la intención del
creador, y particularmente el deseo e intención divinos de corregir todo finalmente. Esta es la
esperanza bíblica: que el Dios que hizo el mundo finalmente corregirá todo en él.
Creatio Ex Vetere
Ahora, muy obviamente, eso no ha sucedido aún. Un vistazo a los periódicos o la televisión lo
confirmarán. Esa es la razón por la que rechazo la idea propuesta por algunos, según la cual
cuando morimos tomamos, por así decirlo, un atajo directo al futuro, al final, a la nueva
creación. La nueva creación no será una creatio ex nihilo, una nueva creación ‘de la nada’. Será
una creatio ex vetere’, una creación ‘de lo viejo’. Será el rescate, redención y restablecimiento
de la creación presente. Debido a que eso no ha sucedido, la resurrección del pueblo de Dios
tampoco ha sucedido aún.
Pero el mensaje bíblico es que el proyecto ya ha comenzado. En un sentido comenzó cuando
Dios llamó a Abraham; pero aquello, y los próximos dos mil años, es mejor apreciado como la
preparación. En un sentido más verdadero comenzó cuando Dios derrotó a través de Jesús los
poderes oscuros que habían corrompido y arruinado su hermoso mundo, y particularmente las
vidas de los seres humanos que fueron hechos para ser la corona de la creación, los agentes a
través de los cuales Dios traería su belleza y justicia al mundo. Eso sucedió a través de la obra
Resurrección y la renovación de la creación
(c) 2020 N.T. Wright 4
de Jesús para el reino, alcanzando su clímax en la cruz; y aquello naturalmente abrió el camino
para que la creación sea liberada de su esclavitud a la decadencia, de su corrupción y muerte,
comenzando con el cuerpo físico de Jesús mismo.
Resurrección, tanto señales como agentes de la nueva vida que un día inundará la creación
entera.
Pero antes de que hablemos más sobre eso, necesitamos ver el testimonio bíblico del diseño
divino final. ¿Que será realmente esta Nueva Creación?
conciencia pública de hecho es transformada. Hay señales verdaderas de esperanza, del nuevo
mundo, aunque aún hay un largo camino por recorrer.
Pero de vuelta a 1 Corintios 15. Pablo describe el tiempo presente — el tiempo de
superposición entre el presente y el futuro — en términos de una batalla en curso en la cual el
Mesías implementará la victoria que ganó en la cruz. ‘Él debe reinar hasta que haya puesto a
todos sus enemigos bajo sus pies’ dice, citando el Salmo 110 (el texto Cristológico favorito de
la iglesia primitiva).
Jesús confronta a Simón Pedro y le da perdón y una comisión fresca. Todas ellas son parte de
lo que significa ‘resurrección’. Y luego cuando miramos el Apocalipsis de Juan vemos esto en
su forma máxima. Por favor note, la última escena en la Biblia no es una imagen de ‘almas
salvas’ subiendo al ‘cielo’ en el aire; es la Nueva Jerusalén descendiendo del cielo a la tierra,
de modo que ‘el lugar de habitación de Dios está con los humanos’.
Cuando Juan dice que el ‘primer cielo y la primera tierra’ han ‘pasado’, al igual que el mar,
claramente se refiere a que el primer cielo y tierra eran corruptibles y corrompidos, y que ese
estado corruptible ha sido removido. El mar, en la imaginación apocalíptica de Juan, es la
fuente oscura e indómita de maldad; si el mar se ha ido, no hay oportunidad para el mal y la
corrupción de entrar una vez mas, produciendo un segundo y horrible ciclo de muerte y
pecado requiriendo una nueva redención. No: la nueva creación es por siempre. Eso está
garantizado por la resurrección de Jesús de entre los muertos.
El punto para entender — y muchas gente me ha dicho que nuestras tradiciones occidentales
son tan fuertes que aún si lo pueden ver con sus mentes, les es difícil aferrarse a él — es que la
nueva creación no es un asunto de nosotros siendo llevados a un diferente tipo de lugar sino
de Jesús volviendo para transformar el mundo presente para que sea el tipo de lugar que él
desea que sea —y para transformarnos a nosotros en las personas que él quiere que seamos.
El texto clásico para eso, frecuentemente malentendido, es Filipenses 3:20-21, donde Pablo,
de nuevo refiriéndose a los Salmos, habla de Jesús como aquel que vendrá del cielo para
transformar nuestros cuerpos humillados y corruptos en el nuevo cuerpo que corresponde a su
nuevo cuerpo glorioso. Cuando dice que somos ‘ciudadanos del cielo’, eso no significa -como
con Plutarco- que estamos en exilio aquí y deseando volver a nuestro hogar un día. Significa
que, como los ciudadanos romanos viviendo en la colonia griega llamada Filipos, debemos ser
agentes y representantes de la ciudad madre aquí mismo, y que si las cosas salen mal, el
Emperador (el salvador, el Señor) vendrá de la ciudad madre a corregirlo.
tenían que ver con todo eso. A mi parecer, parte de mi trabajo, era interpretar los unos a los
otros para traer a ambos a un marco mayor de discipulado bíblico.
Para empezar, podemos la manera en que Efesios sigue la declaración del primer capítulo
sobre el plan de Dios de sumar, de unir,todas las cosas en el cielo y en la tierra en el Mesías.
PAra Pablo esto tiene todo tipo de ramificaciones para la vida y trabajo de la iglesia en el
presente así como para el futuro: la iglesia debe modelar la nueva creación en el poder del
Espíritu. Esto significa, para empezar, que Judío y Gentil se unan en un ‘nuevo templo’ único,
la iglesia en la cual Dios habita por el Espíritu (capítulo 2). Esta nueva realidad, asombrosa y sin
precedentes, impactará a los señores del mundo (capítulo 3): ellos habían intentado por siglos
unir personas bajo su dominio, pero la única persona que ha sido capaz de hacer eso es Jesús,
y mientras la iglesia viva así —todavía desafío enorme para nosotros hoy— es una se{al al
mundo de que Jesús es su verdadero señor.
Luego, en la segunda mitad de la carta, Pablo expone los temas gemelos de unidad y
santidad. Estos son inmensamente desafíenlas para las iglesias de todo tipo, y sospecho que
es en parte porque nos hemos rendido de intentar que notamos la ‘resurrección’ encogerse y
volverse una palabra curiosa para la ‘vida después de la muerte’ o un simple ‘final feliz’
después de la Cruz. Particularmente en el capítulo 5, Pablo traza uno de los puntos donde la
unidad y la santidad son mas impactantes: en la visión cristiana del matrimonio, vista como una
señal y símbolo potente de la creación original siendo ahora renovado en Jesús el Mesías.
Juan señala esto también en su segundo capítulo.
Aquellas son algunas señales de la visión Paulina de la creación restaurada —la manera en que
la resurrección de Jesús es implementada, a través del Espíritu, en la renovación presente de la
creación, verdaderamente anticipando la renovación final por venir. Y oculto en Efesios 3
encontramos el plano para la renovación presente a través de la vida social y política: la iglesia,
en su unidad y santidad, llamada a ser una señal para el mundo expectante de que Jesús es el
Señor, no Cesar. Cesar, por supuesto, viene de diferentes formas —en los dioses que son
adorados hoy como siempre, los dioses del dinero, del poder y del sexo, de la egocéntrica
autorrealización. El cuerpo de Cristo, con todo cada cristiano llamado a hacer su parte (y
enfrentar sus propias luchas y batallas personales mientras lo hacen), debe mostrar al mundo y
a sus señores qué hay una manera deferente de ser humano, la manera del Sermón del Monte,
la manera de seguir a Jesús en el poder del Espíritu. Gracias a Dios que la iglesia ha estado
haciendo esto a través de su historia, y aún lo hace; pero me preocupa, de nuevo, que en
muchas iglesias occidentales el énfasis aún está en ‘cómo llegar al cielo’, con el testimonio al
mundo más como un pensamiento incidental que como parte de la nueva creación que ha sido
inaugurada en la resurrección de Jesús y que ahora es implementada por la obra del Espíritu.
Esto tiene implicaciones obvias en la esfera política que varía de lugar a lugar. En países como
el mío (Inglaterra), las iglesias todavía son libres, en teoría, de vivir sus vidas y llevar testimonio,
y están haciendo eso con un éxito mezclado; la principal oposición suele venir de los medios
que quieren ser quienes cuenten al mundo cómo debe ser el mundo y no les gusta que la
iglesia intente hacerlo en su lugar. Esto variará en diferentes países y regiones. El punto es que
la iglesia debe demostrar las señales de una nueva vida las cuales son anticipaciones genuinas
de la nueva era, que está llegando desde ahora. Aquellos entre nosotros en el ministerio las
vemos de vez en cuando, gracias a Dios, a veces para nuestra sorpresa y a veces a pesar de lo
que hemos hecho en vez de por lo que hemos hecho.
Particularmente, el hecho de que Dios ha renovado la creación en Jesús y busca renovarla de
arriba a abajo al final, debería tener implicaciones inmediatas para nuestra preocupación por el
planeta. Si alguien te diera una hermosa pintura para decorar tu casa, no sería muy respetuoso
que la utilizaras para lanzarle dardos, o como una pizarra para que los niños dibujen. Y si
alguien dijera que no importa porque el artista original vendrá un día para restaurarlo y
limpiarlo, tú pensarías ‘ese no es el punto’. Pero así es como hemos tratado frecuentemente la
buena creación de Dios. Entre más conocemos sobre cómo funciona nuestro planeta, más
podremos ver lo mal que nosotros, sus cuidadores actuales, la hemos cuidado. Por supuesto
que hay soluciones maniáticas y tontas para ofrecerse aquí, como las hay en todo aspecto de
la vida, pero eso no significa que la iglesia puede suavizarse en sus responsabilidades de
entender nuestra vocación humana como mayordomos de la creación y de guiar el camino
tentó en una vida responsable como en animar y presionar por mejores políticas que traigan
algo de orden divino a su hermoso pero herido mundo.
Oración y Sacramento
El misterioso corazón de todo esto es la vida de oración y sacramento de la iglesia. Si
empezamos con una perspectiva en la que Dios y el mundo están muy lejos el uno del otro, la
oración y el sacramento no tienen mucho sentido. La oración se convierte en hablarle al aire; el
sacramento se convierte en un extraño ritual con el posible beneficio de servir como ayuda
visual para la fe pero nada más. Pero nosotros no comenzamos con esa perspectiva sobre Dios
—al menos no si comenzamos con la resurrección de Jesús comprendida de la forma en que
los primeros cristianos lo hicieron. Debemos comenzar con la cosmología que dice que el cielo
y la tierra se sobreponen y entrelazan y que los humanos somos llamados a pararnos en el
peligroso lugar donde eso sucede. Debemos empezar con la escatología que dice que la era
presente donde ha irrumpido la ‘era venidera’ prometida, y que los humanos una vez más
estamos llamados a vivir y trabajar en el mismo lugar en que esas placas tectónicas rozan.
Esto nos regresa, como prometí, a Romanos 8: cuando nos colocamos donde esos dos puntos
se sobreponen, nos encontramos gimiendo en oración, usualmente sin saber exactamente por
lo que deberíamos estar orando, pero luego entendiendo —con Pablo que nos lo recuerda—
que exactamente allí y en ese momento el Espíritu está gimiendo dentro de nosotros, y el
Padre está escuchando, y que en el proceso estamos siendo moldeados de acuerdo a la
imagen de su Hijo amado. La vida cristiana de oración y sacramento unifica todas las otras
obligaciones y colaciones y les da nueva profundidad y enfoque; y al mismo tiempo, ese ritmo
de vida, de pararse en donde el cielo y la tierra coinciden, donde el presente y el futuro se
topan con el otro, fluye hacia el mundo del servicio, particularmente servicio al pobre y el
desamparado para quien toda la escritura, desde la Torá, los Salmos, Jesús y hasta Apocalipsis,
tiene una preocupación especial. Aprender a encontrar a Jesús en los rostros de los pobres,
como en la parábola de las ovejas y los cabritos, es una lección entre muchas que pertenecen
aquí mismo, al lugar donde la resurrección de Jesús como un evento de la historia abre nuevas
visiones para la renovación de la creación como un evento recurrente en el presente hasta el
día de la última renovación por venir.
Conclusión
Existe, como puedes imaginar, mucho más que podría ser dicho en este punto. En conclusión,
déjame re-enfatizar dos cosas que he dicho en algunos libros pero que implican repetición. Si
creemos que al final Dios corregirá todas las cosas, ‘hará justicia’ en el sentido positivo,
creativo, sanador y restaurativo; y si creemos que cuando Dios levantó a Jesús de los muertos
hizo es mismo, de cerca y en persona, en el ser humano que representó al resto —entonces no
podemos retraernos del imperativo a ‘hacer justicia’, en ese sentido completo, en cada
oportunidad en nuestro mundo. En el poder del Espíritu, debemos nombrar y avergonzar las
injusticias que aún están rampantes, y trabajar por su abolición. Y debemos cuidar de que en
nuestras vidas personas, y particularmente en las vidas de nuestras iglesias, la injusticia sea
arrancada tan lejos y profundo como sea necesario. Solo si hacemos esto, tendrá sentido
predicar y enseñar sobre la nueva creación de Dios, sobre el modo en que la resurrección de
Jesús resuena en la renovación, la corrección, de la creación.
Lo mismo se puede decir de la belleza. Si creemos que Dios hizo un mundo bello que ha sido
arruinado en muchas maneras pero que aún resuena con su amor y poder; y si creemos que en
Jesús Dios ha hecho la cosa más bella imaginable —¡por qué otra razón tantos artistas y
músicos emplearían sus mejores esfuerzos para presentarlos a nuestro asombro y
contemplación!— entonces debemos asegurarnos tanto como podamos, en nuestras iglesias y
vidas personales, y en las comunidades donde tenemos influencia, que estamos trabajando
para impulsar y celebrar el arte, la música, la danza, el drama, la poesía, la escultura, y tanto
más como podamos. Si la iglesia se colude con la fealdad; si la iglesia no reconoce, celebra y
da oportunidades para los dones artísticos de tantos de sus miembros, entonces no debemos
estar sorprendidos si a la gente le cuesta creernos cuando hablamos de la forma en que la
resurrección de Jesús ha iniciado un nuevo mundo en que la creación misma es renovara, y
será renovada, hasta que la tierra sea llena con la gloria de Dios como las aguas cubren el mar.
Esa es la meta. La justicia y la belleza señalan el camino. Por el poder del Espíritu, nuestro
llamado es ser gente de Resurrección, mirando atrás a Jesús mismo, y bajo su dirección y
comisión, trayendo señales verdaderas de renovación a su creación, hoy y cada día.