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1. Introducción
(1) Estoy agradecido de los lúcidos comentarios a versiones previas a este trabajo
de Pedro Caminos, Julio Montero y Rodrigo Sánchez Brígido.
(2) Publicado originariamente, bajo ese título en University of Chicago Law
Review, vol. 35, nº 1 (1967), pp. 14-46. Revisado y reimpreso como “The Model of
Rules I”, en Taking Rights Seriously (Cambridge Massachusetts: Harvard University
Press, 1978), pp. 14-46. Las citas subsiguientes son tomadas de esta última versión.
(3) Herbert L. A. Hart, The Concept of Law, 3ra. ed., P. Bulloch y J. Raz (eds.)
(Oxford: Oxford University Press, 2012).
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nº 3 (2007), pp. 373-402; Bruno Celano, “La regla de reconocimiento ¿es una conven-
ción?”, en C. Redondo (ed.), El Postscript de H. L. A. Hart. Nueve ensayos (Lima: Ara
Editores, 2008), pp. 59-76; Federico Arena, Convencionalismo jurídico. Un recorrido
analítico (Madrid: Marcial Pons, 2014); Juan Manuel Pérez Bermejo, “El convencio-
nalismo como sucesor: noticia de una discusión en torno a la herencia del positivis-
mo”, en J. A. Ramos Pascua y M. A. Rodilla González (eds.), El positivismo jurídico
a examen. Estudios en homenaje a José Delgado Pinto (Salamanca: Universidad de
Salamanca, 2006), pp. 411-445; Rodrigo Sánchez Brígido, “Convenciones coopera-
tivas, regla de reconocimiento y prácticas institucionales”, en L. Ramírez Ludeña y
J. M. Villajosana (eds.), Convencionalismo y derecho (Madrid: Marcial Pons, 2016),
pp. 143-165.
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(21) Alf Ross, A Text-book of International Law (Londres: Longman’s, Green & Co.,
1947), p. 95.
(22) Alf Ross, “El concepto de validez y el conflicto entre el positivismo jurídico y
el derecho natural”, en El concepto de validez y otros ensayos, traducido por Genaro
Carrió y Osvaldo Paschero (Buenos Aires: Centro Editor América Latina, 1969), p. 13.
Cabe anotar que el ensayo original había sido publicado en edición bilingüe en la Re-
vista Jurídica de Buenos Aires, 1961, IV.
(23) Ibid.
(24) Herbert L. A. Hart, “Positivism and the Separation of Law and Morals”, Har-
vard Law Review, vol. 71, nº 4 (1958), p. 599.
(25) Ibid.
(26) Una concesión de este punto puede leerse en Justice for Hedgehogs, donde
Dworkin admite que por lo menos en The Model of Rules I, su idea de la vinculación
entre el derecho y la moral suponía entenderlos como dos sistemas separados y solo
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fue a partir de The Model of Rules II, donde comenzó a comprender al problema de un
modo integral. Ronald Dworkin, Justice for Hedgehogs (Cambridge, Mass.: Harvard
University Press, 2011), p. 402.
(27) Véase, Gerald Postema, Legal Philosophy in the Twentieth Century: The Com-
mon Law World, A Treatise of Legal Philosophy and General Jurisprudence, vol. 11
(New York: Springer, 2011), p. 407.
(28) Norberto Bobbio, “Risposta di Norberto Bobbio”, Il Politico, vol. 31, nº 3 (sep-
tiembre, 1966), p. 567. Para un análisis de las implicancias de la posición de Bobbio
de ese trabajo, véase, José Juan Moreso, “La tavola rotonda di Pavia (N. Bobbio)”, en
Lo normativo: variedad y variaciones (Madrid: Centro de Estudios Políticos y Consti-
tucionales, 2020), pp. 387-397.
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(32) Carrió, “Principios jurídicos y positivismo jurídico”, pp. 228-229. Con algu-
nos matices, otros autores recurrieron a una línea semejante de respuesta. Véase, por
ejemplo, Rolf Sartorius, “Social Policy and Judicial Legislation”, American Philosophi-
cal Quaterly, vol. 8, nº 2 (1971), p. 156.
(33) Para un análisis de las analogías de las respuestas de Carrió y de Hart, véase,
Claudina Orunesu, “Notas sobre ‘Dworkin y el positivismo jurídico’ de Genaro Ca-
rrió”, en Roldán (comp.), Homenaje a Genaro R. Carrió, pp. 553-573.
(34) Hart, The Concept of Law, p. 247.
(35) Ibid., p. 68. En un sentido similar, Hart, “Positivism and the Separation of Law
and Morals”, p. 599.
(36) Hart, The Concept of Law, pp. 247 y 250.
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(39) Norberto Bobbio, “Positivismo jurídico”, trad. por E. Garzón Valdés, en El pro-
blema del positivismo jurídico (México D.F.: Fontamara, 1991), p. 62. Cabe anotar que
la versión original de este trabajo data de 1961: “Sul positivismo giuridico”, Rivista di
Filosofía, LII (1961), pp. 14-34.
(40) Dworkin, “The Model of Rules I”, p. 41.
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(57) Los mismos fueron Allen v. M’Pherson, 1 HL Cas. 191; Harrison’s Appeal, 48
Conn. 202 y New York Mutual Life Insurance Company v. Armstrong, 117 U.S. 591.
Para una crítica a la autoridad de este último en el caso Riggs, véase Shellenberger v.
Ransom, 41 Neb. 631, 59 N. W. 935 (1894), comentado por Reppy, The Slayer’s Boun-
ty”, pp. 253-254.
(58) Riggs v. Palmer, 115 N.Y., 506, 511-513 (1889).
(59) Roscoe Pound, “Spurious Interpretation”, Columbia Law Review, vol. 7, nº 6
(Jun., 1907), p. 382.
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Para Robert Traver, autor de estas líneas, del caso Riggs se despren-
día claramente que el juez Earl había seguido sus propias convicciones
en lugar de dar aplicación al derecho. Según esta lectura, el magistrado
se resistía tanto a la idea de que un asesino pueda heredar en virtud
del testamento de su víctima, que si el derecho se lo permitía “lucharía
por negárselo... incluso si tuviera que citar el viejo libro de cocina” (61).
Pero Riggs no solo recogió opiniones adversas. Un jurista de la talla
de Benjamín Cardozo, defendió lo allí resuelto en un tono que evoca,
con varios años de antelación, el pensamiento de Dworkin:
Existía el principio de la fuerza vinculante de un testamento que dispo-
ne de la herencia de un testador de conformidad con la ley. Ese princi-
pio, llevado al límite de su lógica, parecía sostener el título del asesino.
Existía el principio de que los tribunales civiles no pueden aumentar
los castigos y penas de los delitos. Eso, llevado al límite de su lógica,
parecía de nuevo sostener su título. Pero frente a éstos había otro
principio, de mayor generalidad, con bases profundamente enraizadas
en los sentimientos universales de justicia, el principio de que ningún
hombre debe beneficiarse de su propia iniquidad o aprovecharse de
su propio acto ilícito. La lógica de este principio prevaleció sobre la
lógica de los otros (62).
(60) Robert Traver, The Jealous Mistress (Boston: Little Brown, 1967), p. 65.
(61) Ibid.
(62) Benjamin Cardozo, The Nature of the Judicial Process (New Haven, Connecti-
cut: Yale University Press, 1921), p. 41
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En los primeros tramos del caso Riggs y como una cuestión dife-
rente a la gravitación de aquel principio según el cual “nadie puede
beneficiarse de su propio acto ilícito”, la mayoría ofreció otra serie de
argumentos para arribar a la misma conclusión. Se afirmó que si bien
las leyes que regulan los testamentos, interpretadas literalmente, le
otorgaban la propiedad al homicida, una “interpretación racional” de
las mismas, ordenaba excluir de los beneficios de un testamento al he-
redero que atentaba contra la vida de su testador. Esto era así, infirió el
tribunal, en cuanto en ningún caso podía entenderse que la intención
de los legisladores haya sido que quien mata a su testador para ha-
cer efectivo un testamento, obtenga un beneficio conforme al mismo.
A partir de este canon de interpretación, se consideró que debido a
que los redactores de las leyes no siempre expresan su intención a la
perfección —o bien sus palabras pecan de exceso o bien se quedan
cortas—, es tarea de los jueces reconocer tal intención a través de con-
jeturas probables o racionales. En la misma dirección se afirmó que tal
reconstrucción racional de la Ley sucesoria, era a su vez consistente
con una “interpretación equitativa” de la misma. De acuerdo con esta
última idea, nuevamente, cuando la letra de la ley resulta contraria a la
intención que razonablemente puede adjudicarse a los legisladores o
cuando la misma resulta contradictoria al sentido común, debe estarse
por estas consideraciones, ya sea a fin de restringir el alcance de las
palabras de la ley, ya sea extendiéndolas, a iguales efectos (68).
En el tenor a lo examinado precedentemente, Farrell considera que
toda esta línea argumentativa del voto de la mayoría resulta también
contraria a los postulados positivistas. La ley no era ambigua, por lo
cual no le estaba permitido a los jueces el ejercicio de una actividad
discrecional. Al tratarse de un caso claro, desde el punto de vista del
positivismo jurídico, los jueces debían atenerse a las rígidas disposi-
ciones legales, tal como se propuso insistentemente en el voto de la
disidencia. Puntualmente, respecto a las técnicas de interpretación
utilizadas por la mayoría en Riggs, Farrell advierte que la reconstruc-
ción de aquella intención hipotética del legislador, aunque plausible,
se enfrenta a la afirmación, no hipotética sino real, de que la intención
del legislador, plasmada en la ley, era que los beneficiarios disfrutaran
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(69) Farrell, “Positivismo jurídico: Dejen que herede Palmer”, pp. 75-78.
(70) Dworkin, Law’s Empire, pp. 3-6.
(71) Ibid., pp. 15-16.
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(84) Ronald Dworkin, Freedom’s Law: The Moral Reading of The American Cons-
titution (New York: Oxford University Press, 1996), p. 7.
(85) Dworkin, Law’s Empire, p. 40.
(86) Ibid., p. 38.
(87) Ibid.
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(91) Timothy Endicott advierte que frente a los argumentos que estamos conside-
rando, Hart parece desconcertado y de su rechazo a las categorías de Dworkin no
acaba de aclarar cuál era, en efecto, su posición. Timothy Endicott, “Herbert Hart y el
aguijón semántico”, en P. Navarro y C. Redondo (eds.), La relevancia del derecho, p. 37.
En un sentido similar, véase Gardner, “Review”, p. 333.
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(110) Carlos S. Nino, “Dworkin and Legal Positivism”, Mind, vol. 89, nº 356 (1980),
p. 538.
(111) Ibid., p. 539. En un sentido muy similar, Dworkin, Law’s Empire, pp. 37-40.
(112) Nino, “Dworkin and Legal Positivism”, pp. 538-539.
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fin de señalar que los principios, tal y como son utilizados en el ra-
zonamiento de los juristas, son considerados como estándares legales
vinculantes y no como meras guías que pueden orientar en uno u otro
sentido la decisión judicial. Esto contrastaba con la imagen del positi-
vismo de que en tales instancias los jueces deben ir más allá del dere-
cho o por lo menos más allá de lo que puede ser reconocido como de-
recho bajo sus propios presupuestos (113). En Law’s Empire¸ el argumento
es esencialmente el mismo. Si el positivismo afirma que los límites del
derecho llegan tan lejos como llegan las convenciones entre los opera-
dores jurídicos oficiales, en circunstancias de desacuerdos, no existiría
derecho realmente al que puedan apelar. Sin embargo, en su retórica
familiar, cuando los jueces ejercen lo que los positivistas llaman discre-
ción, tanto como cuando disienten acerca del contenido del derecho,
no solo hablan sobre obligaciones o derechos preexistentes, sino que
en sus alegaciones tampoco afirman estar suplementando vacíos o re-
formando el derecho a fin de ajustarlo a algún criterio de justicia, etc.
Ahora bien, al detallar ambas críticas, es decir, la manera en que el
positivismo arroja tanto una imagen equívoca de la discrecionalidad
judicial, como del desacuerdo jurídico, Dworkin no ofrece una referen-
cia precisa a la obra de Hart que demuestre con elocuencia su punto.
Lo cierto es que las piezas de evidencia más contundentes a favor de
Dworkin fueron provistas por el propio Hart a lo largo de toda su obra.
Así, por ejemplo, al ofrecer respuestas al asunto de la discrecionali-
dad, en su Postscript, Hart afirmaría que no debía tomarse en serio
la retórica familiar de los jueces cuando, en ocasiones, hacen afirma-
ciones como si el derecho ofreciera una solución preestablecida para
cada caso, que aguarda a ser descubierta y no resulta inventada o pro-
vista ad hoc (114). En esa línea, Hart apuntaría a la relevancia de distin-
guir entre el lenguaje ritual utilizado por jueces y abogados al decidir
casos difíciles, de sus reflexiones más aplomadas acerca del proceso
judicial. En definitiva, para Hart son estas últimas consideraciones y no
las manifestaciones de los jueces en tales circunstancias, las que per-
miten advertir el carácter parcialmente indeterminado del derecho (115).
En pocas palabras, en instancias de indeterminación jurídica, los jue-
ces afirman que sus decisiones se encuentran fundadas en un derecho
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6. Conclusión
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