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Yocasta Confiesa

Angelina Muñiz-Huberman*

Cuando subía la escalinata del pa- maba: volvía a mí porque de mí sa-


lacio, lento, erguido, con el tranqui- lió, y sólo esperaba el momento en
lo orgullo de quien se sabe vence- que dos dolores --dos placeres-
dor, supe que era él. No lo dudé ni me lo devolvieran. Pero no era im-
un momento. Sus ojos y su boca re- puro mi deseo: volver a amar en
flejaban mi amor, mi noche de amor uno, al padre y al hijo. A la mitad
en que él fue concebido. Y lo amé de la escalinata, cuando se detuvo
yo también: amé su cuerpo joven y ágil, el peso brevemente, y cuando yo hubiera podido toda-
de sus músculos, su cabeza redonda y suave, la vía gritar. '-'0 ayudé su vacilación y apreté los la-
proporción precisa de sus miembros, como un bios con fuerza. Él llegaría arriba y yo le sería en-
potro en carrera libre hacia el mar. Supe que era tregada.
él y sin embargo callé: la profecía era hermética.
El deseo de su cuerpo y de sus labios, de su sonri- Su mano en la mía me conduciría a la alcoba
sa y del color de sus ojos, de su piel dulce y tersa, de su origen y de su desdicha. No reconocería
de su pecho duro y cubierto levemente de vello, nada de mí, porque yo nada más le di a luz, aun-
me hizo silenciar lo que debería haber anuncia- que, a veces, cierto relámpago de odio cruzaría
do. No diría quién era, a pesar de que conocía su por sus ojos azul-mar-tierra. Temería que hablara
nombre desde que puso el pie en el primer esca- y que me preguntara.
lón para entrar al palacio por la puerta principal,
como le correspondía por héroe, por libertador, y Cada día a partir de aquél en que no quise ha-
su pierna tensa marcaba la dureza de sus múscu- blar, el silencio tuvo que ser más necesario. El si-
los. Entró por la gran puerta principal no por ser lencio pesaba como agua olvidada. El silencio re-
mi hijo, sino por haber vencido a la temible Esfin- mordía como granizo indeseado. El silencio iba
ge. Lo que le correspondía por naturaleza, lo ganó sembrando la duda y creaba las palabras que nun-
de hecho. Y su orgullo me invadía doblemente. Y ca se decía. Él me preguntaba si había tenido un
su amor me hacía identificar los rasgos de Layo, hijo, me preguntaba si lo había perdido. Me pre-
de su padre, y mis propios rasgos. Su amor era guntaba si había deseado la muerte de alguien y
también doble. Aquel atardecer con el sol que- me preguntaba cómo había sido Layo. Yo sentía
mando nubes y cielo y reflejando tonos naranja sus celos, su quebranto y su deseo de ser amado.
y negro sobre cualquier agua -río, mar, char- Las preguntas venían al final, después del amor,
ca-, iluminó también el lento ascender los esca- cuando yacíamos el uno al lado del otro, juntas
lones de piedra, el lento ascender de quien yo bien nuestras pieles, mezclados nuestros olores, y las
sabía. Pero tampoco dije nada, como si me ven- manos fatigadas y maravilladas iniciaban su bús-
gara, no de mi debilidad, sino de la palabra hi- queda de sensaciones. Yo, a veces, olvidaba quién
riente de la profecía, de la voz rota de los sacer- era él y pensaba que esa felicidad redimiría mi
dotes, del silencio interrogante del pueblo. O tal culpa, y que haber respetado la profecía, pudien-
vez, de mi propia debilidad, que de nuevo me do haberla desmoronado, me otorgaría el perdón
hacía aceptar el sino, aunque engañándome, pen- de algún dios. Pero sabía que me engañaba. Yo
sando que la decisión partía de mí. El peso de los no hablaba porque no quería perder las noches,
dioses y el peso del hombre: ¿qué valía más en la cada noche, todas las noches, la eternidad -gota
balanza? No podría invocar a los dioses puesto a gota- en las que el calor de su cuerpo entibia-
que iba a ser impura, y, en cambio, el hombre, el ba el mío y sus brazos me enlazaban. Había olvi-
que ascendía lentamente por la escalinata me col- dado a Layo. Sólo tenía odio para él: el odio y el

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miedo que él sintió cuando nació su hijo y dictó amanecer entra la luz por mi ventana, la luz y el
sentencia amparado indolentemente en la obe- sol. Contemplo su cuerpo dormido, sus labios que
diencia a los dioses. Fue Layo quien atrajo la mala esbozan una sonrisa. Es mío, todo él es mío, como
suerte cuando quiso creer en las palabras iróni- nadie lo poseyó o lo hab rá de poseer.
cas de los sacerdotes. Fue él quien inventó la pro-
fecía al ver mi mirada de amor a nuestro hijo. No importará luego el sufrimiento. Yo todo lo
Ahora Layo se esconde en lugares negros y per- habría previsto, desde que lo vi subiendo por la
didos de mi memoria. esca linata, despacio y seguro. Sabía que el río
puede secarse, que la pi edra se pulveriza y que el
Sólo cuento con mi hijo, con su amor insatisfe- color del pétalo se desvanece. Ta mbién sabía que
cho y confuso, con su mirada exacta y malogra- él sufriría y que sus recuerdos habrían de ser ator-
da, con su cuerpo -estatua perfecta- reconocien- mentados. A mí sólo me quedaba la muerte, y
do el mío amándolo como verd adero amante, cuando estaba a su lado no hacía sino preguntar
volviendo su boca a mis pechos, buscando el pla- el quebranto último .
cer que no conoció y que se desesperaba en ca m-
biar por el que ahora conocía. Hubie- Paso a paso -por la escalinata-,
ra deseado, entonces, que manara de noche a noche -por m i cuerpo-- ron-
nuevo mi leche, leche que secándose da el fin , sin saber en dónde parar,
y endureciendo mis senos nunca fue pero con la herida ya dispuesta y la
para él. sangre a flor de piel.

Ha llegado el momento en que ni Después no quedarían sino el caos


la ley ni la moral existen. Desconozco y las tini ebla f;.
las sombras y el remordimiento. Al

IlInll~'IIIHI
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I'fllll'llIl . Na rradora, ensayista y poeta, Angelina Muñi z-Huberman nació
en Hyeres, Francia en 1936, de padres españoles. En su temática
intimista se pued e destacar ulla pasión po r la Edad Media, la
cába la y e l análisis de la cond idón del exiliCldo. Entre sus libros
se encue ntran Mo rada il/terior (1972); Tierm adentro; La gllerra dd
¡micornio (A rtífi ce ediciones, México, 1983); Hu erto cerrado, /Jller-
to sellado (libro con el qu e ga nó e l premio Xélvier Villallrrutia t'n
1985); De magias y prodigios (FC E, México, 1987); E/libro de Mirinm
y primicins (UAM, México, 1990); Serpientes y f.'sea/eras (UNAM, Méxi.
co, 1991); Du /ci'lca encantada; ¡""nrrufiea relnf/ ¡J/I : u/lf%glÍ' persollal
(Conaculta, Méx ico, 1992) Ca:>fillos en In ti~rrn; Las co,ifidel,tes
(Tusque ts, México, 1998), Actual menlt! es plOfesora en la Facul.
tad de Filosofía y Letras de la U,\ lA\l ,

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