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SIETE LECCIONES DE
SOCIOLOGÍA DE LA RELIGIÓN
Y DEL NACIONALISMO
Bibliografía p. 287-301
ISBN 978-84-15260-94-3
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5. Hay que citar, una vez más, aquellas memorables últimas páginas de La
ética protestante y el espíritu del capitalismo: «desde el momento en que el
ascetismo abandonó las celdas monásticas para instalarse en la vida profesio-
nal y dominar la moralidad mundana, contribuyó en lo que pudo a construir
el grandioso cosmos del orden económico moderno [...] A juicio de Baxter, la
preocupación por la riqueza no debía pesar sobre los hombros de sus santos
más que como “un manto sutil que en cualquier momento se puede arrojar al
suelo”. Pero la fatalidad hizo que el manto se trocase en férreo estuche [...] El
estuche ha quedado vacío de espíritu, quién sabe si definitivamente. En todo
caso, el capitalismo victorioso no necesita ya de este apoyo religioso, puesto
que descansa en fundamentos mecánicos» (Weber, 1991: 258-259).
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11. No entro aquí a valorar estas propuestas que han recibido gran canti-
dad de críticas. Una compilación exhaustiva de los defectos etnográficos, me-
todológicos, lógicos y teóricos de la obra durkheimiana puede verse en Lukes
(1984: 470-477).
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4. Consideraciones finales
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3. Dos claros ejemplos de ello los podremos ver en el capítulo seis para los
casos de los nacionalismos de Quebec y el País Vasco.
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10. La cuestión del tiempo es una de las coordenadas en las que tiene lugar
el debate sociológico sobre la secularización. Al preguntarse por las funcio-
nes que cumplen las teorías de la secularización, J. Estruch ha destacado la
vinculación entre este proceso y la importancia atribuida al tiempo y a la
dimensión temporal de la realidad: «hemos de entender, pues, por “secular” el
mundo temporal, o el aspecto temporal de la realidad. Lo cual implica que las
significaciones o evaluaciones de lo «secular» van a depender de la concep-
ción del tiempo de la que se parta» (Estruch, 1994: 270). Así, según J. Estruch,
las teorías sociológicas de la secularización se caracterizan en general por
concebir el aspecto temporal de la realidad con una valoración positiva, mos-
trando el saeculum como símbolo de liberación humana. Cualquier teoría
que quiera dar cuenta de la secularización habrá de vérselas con el tiempo.
De igual forma, las aproximaciones que pongan objeciones a la teoría de
la secularización deberán hacer de la concepción de la temporalidad una cues-
tión insoslayable. Así lo indica S. Giner (1989: 10): «La secularización es la
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11. Una línea de investigación que nace de los intercambios entre D. Her-
vieu-Léger y D. Schnapper, y que se concreta en la obra de la primera y en el
artículo «Le sens de l’ethnico-religieux» de esta última.
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12. Para una crítica de esta definición ver el apartado «¿Qué es una na-
ción?» del siguiente capítulo.
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10. En efecto, no se puede pasar sin dejar constancia del carácter unilateral
y reduccionista de esta tesis, pues, aunque la violencia ejerce performativamen-
te un papel considerable en el afianzamiento de la comunidad nacional, no
puede ser explicada sin atender a otras variables. Ver el capítulo siete para un
análisis comparado de los nacionalismos vasco y quebequense sobre este tema.
11. En ese sentido crítico y desmitificador del primordialismo con el que se
experimentarían los vínculos étnicos se puede ver el artículo de Eller y Coughlan
(1993), quienes, frente al primordialismo de S. Grosby, inciden en que dichos
vínculos no son inefables ni escapan a un análisis sociológico que dé cuenta
de ellos a partir de la interacción social.
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12. Como señalan J. Eley y R. J. Suny (1996: 9): «¿El acento en la subjeti-
vidad y la conciencia elimina toda base «objetiva» para la existencia de la na-
cionalidad? Sin duda, un planteamiento tan radicalmente subjetivo sería ab-
surdo. Los nacionalismos con mayor éxito presuponen cierta comunidad de
territorio, lengua o cultura anterior, que proporciona la materia prima para el
proyecto intelectual de la nacionalidad. No obstante, no debemos «naturalizar»
esas comunidades anteriores como si siempre hubieran existido de algún modo
esencial o simplemente hubieran prefigurado una historia aún por llegar».
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15. Para indagar en la idea de esta misión cultural, su relación con la mi-
sión religiosa y en la afinidad electiva de la nación con el teocentrismo ver el
capítulo tres.
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18. Las Edades de Oro han formado parte de la historia de los pueblos
desde la antigüedad, pero su relevancia se acentúa en la modernidad gracias
al estímulo del nacionalismo. Ver Smith (2003: 166-217).
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20. S. Grosby ofrece así una explicación sobre la sacralidad de los objetos
primordiales: «Es por ello que los seres humanos siempre han atribuido y
continúan atribuyendo sacralidad a los objetos primordiales y a los vínculos
que los unen. Esta es una de las razones por las que los seres humanos han
sacrificado sus vidas y siguen sacrificando sus vidas por su propia familia y
por su propia nación» (Grosby, 1994: 169).
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4. Sobre este asunto puede verse J. Aranzadi (2001). A este respecto A. Gu-
rrutxaga opina que el intento aranista no es «justificar con criterios xenófobos
la separación del País Vasco del resto del Estado, sino, sobre todo, detrás de la
concepción aranista de raza está la búsqueda de mecanismos de integración
diferenciados, opuestos a los dominantes que permiten construir el hecho
nacional» (Gurrutxaga, 1985: 111).
5. En el caso vasco los primeros planteamientos de la nueva redefinición
nacional que elabora ETA durante el franquismo están anclados en el nacio-
nalismo tradicional (Gurrutxaga, 1985: 239). Sin embargo, este hecho no cam-
bia lo fundamental de la transformación que supone esta nueva redefinición
nacional con respecto al nacionalismo tradicional: «La reinterpretación de
ETA quebrará los cimientos aranistas en dos de sus postulados básicos: confe-
sionalismo y raza. ETA se proclama aconfesional, a pesar de la influencia
religiosa y eclesiástica en la sociedad vasca [...] El concepto de raza desapare-
ce en los escritos y aparece un nuevo elemento, la etnia, más cercana a la
concepción lingüístico-cultural que a la biológico-genética» (ibídem: 240).
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10. A diferencia de los carlistas, para quienes los «maketos» eran los caste-
llanos liberales, para S. Arana todos los castellanos, así como el resto de los
españoles, pertenecían al País de Maketania (Corcuera, 2001: 389).
11. La subordinación de la lengua a la raza en el nacionalismo de Sabino
Arana se aprecia nítidamente en este pasaje de uno de sus escritos que recojo
de la obra de J. Corcuera (2001: 362):
—¿Son vascos todos los que hablan el euzkera?
—No todos, hay quienes hablan el euzkera y no son vascos.
—¿Y cómo es eso?
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13. Tomo esta frase de J. Juaristi (1997: 209), quien la transcribe de Libe
(1903), obra de Sabino Arana en la que su protagonista es herida de muerte en
la batalla de Munguía mientras ondea la bandera de Bizkaya. Ante su agonía,
los reunidos en torno a ella piden a Dios su salvación.
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22. En ese porcentaje se incluyen los que creen en Dios (27 %) y los que
creen «firmemente» (50 %). El resto se distribuía de la siguiente manera: el
10 % dudaba de la existencia de Dios, el 5 % no creía en Dios y el 7 % no creía
en absoluto (Pérez-Agote, 1990: 43).
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Por otra parte, hay que decir algo que se ha olvidado antes, y es que
los militantes salían de grupos que en su juventud habían significado
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6. Para mostrar estos cambios tomo como referencia la obra del historia-
dor quebequense G. Bouchard (2001).
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11. M. Moore señala que, en los casos de conflicto nacional donde hay un
grupo nacional mayoritario que puede controlar un nuevo Estado, la concep-
ción territorial de la ciudadanía puede resultar un medio mediante el cual ese
grupo nacional mayoritario extienda su control sobre un territorio mayor al
que habita. Según esta autora, en estos casos el principio de las fronteras
administrativas como delimitador del derecho de autodeterminación no tiene
legitimidad moral (Moore, 1998: 140). Sobre la justificación moral de la auto-
determinación nacional y el conjunto de argumentos que la sostienen puede
verse A. Margalit y J. Raz (1997).
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14. Sucedió en el otoño de ese mismo año en Nueva York, a donde habían
acudido para sensibilizar a la comunidad internacional sobre el independen-
tismo quebequense. Fue en su estancia en la cárcel de Estados Unidos donde
P. Vallières escribió su libro más influyente Nègres blancs d’Amérique.
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16. El caso de Quebec es distinto al del País Vasco, ya que, como vamos a
ver, desde noviembre de 2006, el Gobierno Federal reconoce «que los quebe-
quenses forman una nación», si bien ésta queda supeditada a la canadiense
en la medida en que debe permanecer «dentro de un Canadá unido».
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20. Desde las filas del nacionalismo quebequense se llegó a señalar que la
política canadiense del bilingüismo oficial y del multiculturalismo tenían el
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21. Con la expresión de souche (de pura cepa) en Quebec se hace referencia
a los individuos cuyos orígenes o raíces son francocanadienses, distinguién-
dose así de otros grupos étnicos allí establecidos. En Quebec los francófonos
de souche o pure laine son cerca de las tres cuartas partes de la población.
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24. Hasta la victoria electoral en septiembre de 2012, las tesis del naciona-
lismo quebequense no parecieron tener un gran apoyo en la población de
Quebec, como lo muestra la pérdida por parte del Parti Québécois de las elec-
ciones desde 2003 que ganaron los liberales. Ya en 2001, gobernando el Parti
Québécois, dimitió el primer ministro de Quebec, L. Bouchard, alegando, en-
tre otros motivos, no haber podido despertar el fervor soberanista. Tras la
reciente derrota del Parti Québécois en las elecciones provinciales de 2014 está
por ver el futuro del proyecto soberanista.
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25. Aunque no hay que olvidar que de esta ciudadanía quedan excluidas
las que ETA considera como fuerzas policiales y militares de ocupación.
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INTRODUCCIÓN .............................................................................. 7
PARTE I
EL ADVENIMIENTO DE LA MODERNIDAD
Y EL PROCESO DE SECULARIZACIÓN
PARTE II
LA NACIÓN Y LO SAGRADO
PARTE III
DE LA COMUNIDAD RELIGIOSA AL CULTO DE
LA COMUNIDAD NACIONAL. UN ANÁLISIS COMPARADO
DE LOS NACIONALISMOS VASCO Y QUEBEQUENSE
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