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RAMSES

EL GRANDE
PHILIPP VANDENBERG

EL GRANDE

javier vergara editor


Buenos Aires/Madrid/Méxko/Santiago de Chile
Título original
RAMSES DER GROBE

Edición original
Scherz Verlag

- Traducción
María Antonieta Gregor

· © 1977 by Scherz Verlag


© 1989 by Javier Vergara Editor S.A.
San Martín 969 1 Buenos Aires 1 Argentina.

ISBN 950-15-0964-8

Impreso en la Argentina/Printed in Argentine.


Depositado de acuerdo a la Ley 11.723

Esta edición terminó de imprimirse en·


VERLAP S.A. - Producciones Gráficas
Vieytes 1534 - Buenos Aires - Argentina
en el mes de noviembre de 1991.
INDICE

l. DESCUBREN A UN DIOS . . . . . . . . ... . . . . .. 11

Una audiencia inquietante - Ramsés II en el centro de


investigaciones atómicas - La celda de los cuarenta y
nueve faraones- iQuién captura al toro salvaje? A los
-

dieciséis mios tenía dos esposas y cuatro hijos - Arbol


genealógico de una familia de soldados - La crisis se
produjo después de Nefertiti - Dos faraones, un trono -
Cuando los arqueólogos querellan...

2. LA DESPEDIDA DEL PADRE 39

Templos más baratos por docena -El enigma del relieve


rebajado -El faraón de los cien nombres - Un grande se
convierte en el más grande- La momificación del rey Se­
ti- iLatfa de/lado derecho el corazón de Seti?- Rumbo
al oeste hacia el más allá - La tumba de la momia vi­
viente- Un postrer y atroz sacrificio- Ramsés y el orácu­
lo - Un poseído manipula la historia.
3. KADESH, LA BATALLA CONTRA
LOS HITITAS ............................ . 67

Las causas del conflicto -El avance de los gigantes -El


· ardid que hizo caer a Ramsés -Los agentes secretos no
son una invención de la era moderna- Ramsés brama de
ira -El ataque-Las mortfferas saetas del faraón -Auto­
sugestión para enfrentarse a 2.500 ca"os de combate -
¿salvaron los judfos al imperio egipcio?- Cómo estaban
armados los egipcios - Ca"os de gue"a: los tanques
blindados de la Antigüedad - Los hititas emprenden la
retirada - Un inesperado ofrecimiento de paz -La cam­
paña publicitaria de R.amsés 11.

4. LA CAPITAL OLVIDADA 105

Un hombre como Ramséi necesitaba una nueva capital


- Largo era el camino a Ramsés City- Los prolificos hi­
jos de Israel -En las norias del faraón -Los resplande­
cientes aposentos de Ramsés City- Menfis, la armerfa de
la nación-Donde Ramsés celebraba sus fiestas-La dul­
ce vida en las fiestas celestiales.

5. JUNTO A LAS DORADAS OLLAS


DE CARNE DE EGIPTO .. ......... .... ... 131

En algunas fiestas velan doble a Ramsés - Canto a


Ramsés II- La ocupación ideal: funcionario-Intenden­
te del harén con derecho a pensión -A los pequeños los
ahorcaban, a los grandes los dejaban escapar- El ham­
bre asusta a los saciados - ¿El cronista copió de la Bi­
blia?-Los arqueólogos y el bíblico José-Donde la Bi­
blia no tiene razón después de todo -La leyenda de José
bajo la lupa - Nombres bfb/icos y lo que se oculta tras
ellos - Oro auténtico y dinero falso - El parafso tributa­
rio a orillas del Nilo -De los hombres dominadores y de
los sometidos.
·
6. UN REY DIOS ENTRE LOS DIOSES . ..... 165

La danza de las doncellas rapadas - Sacrificios crnentos


en plenilunio - La leyenda de Osiris según Plutarco -
Cómo Abidos se convirtió en lugar de peregrinación- Un
templo como el horizonte celeste - Set, el dios predilecto
de Ramsés II- Anat, la diosa de la gue"a y del amor- Y
Ramsés decidió hacerse dios - Fragmentos· de la teo­
mania- Plata para Mosi, el escriba del ejército- Ramsés
y su divino progenitor- Duchas frias para los sacerdotes
-Los ministerios del señor Bekenjons -El nepotismo de
los sumos sacerdotes - Carrera detrás de los muros del
templo - El faraón marcha al sacrificio - Los misterios
de la vaca hueca -Las lujuriosas mujeres de Bubastis.

7. DOS ENEMIGOS PACTAN LA PAZ 207

El belicoso tfo de Jatti- Hititas y asirios llega!l a las ma­


nos -Los arqueólogos descubren los tratados - Ramsés
en lengua hitita: Riamasesa-mai-Amana- Las dos ver­
siones del tratado - lPor qué el tratado se confecciono
sobre arcilla y no sobre plata?- El enigma de los mil dio­
ses - Tratados son tratados,. pero no para Ramsés.

8. RAMSES Y LAS MUJERES 233

Doncellas perfumadas, dispuestas a todo -Ajedrez con


damas desnudas- Su Majestad realiza su aseo matinal ­
Ramsés vivía en cuadrigamia- Rivalidades en la gran fa­
milia - Para consuelo de Ramsés, una princesa hitita -
La curación maravillosa de la bella Bentresh - El
catálogo de la descendencia de Ramsés II- El redescu­
brimiento de Caemvese - Caemvese, el mayor organiza­
dor de fiestas de la historia.-
9. MEGALOMANIA EN PIEDRA ... . . . . . . . . . 263

El templo funerario del rey-dios -La sala de columnas y


el interior del templo- Kamak, el templo más grande del
mundo -La maravilla solar de A bu Simbel -El extraño
signore Belzoni - Cena a la sombra del templo de
Ramsés - La inquietante vida interior de los templos ru­
pestres- El mundo salva a Abu Simbel... iPero cómo!­
El Nilo crece más de prisa de lo esperado.

10. ELFARAON DE LA SERVIDUMBRE ... . . 293

Pithom, una montaiia de escombros en el Wadi Tumilat


- Las dos caras de Ramsés II - Por qué Ramsés fue a­
puesto - Moisés, Ull nombre egipcio - El septuagenario
Ramsés vuelve a ser padre -·un inmortal bendice lo tem­
poral.

11. EL HEREDERO DESAGRADECIDO . ... . . 311

Regresa Moisés- Las plagas de Egipto no fueron un mi­


lagro- El éxodo: una huida en masa preparada con es­
mero-El vado secreto- Cómo cruzaron el mar los israe­
litas - El hijo del Gran Ramsés conquista a los libios -
Canto a las victorias de Merenptah - Enigma en tomo a
la muerte de Merenptah - El faraón que vino del desier­
to - Ramsés Ill, la copia a-acta de Ramsés II- La paz
comprada - El Estado se enfrenta a la banca"ota - La·
primera huelga de la historia - Ramsés III como héroe
de leyenda -La primera de"ota de Ramsés II a 150 años
de su muerte.

APENDICE

Mapas de E gipto 350


C ronología comparada del Nuevo Imperio ......... . 352
Tabla cronológica de Ramsés 11 • • • • . . • . . • • . . . • • • . • 354
A rbol genealógico de Ramsés II .................. . 359
l.

Descubren a un dios

Humanos son los egipcios, no Dios,


y sus corceles son carne, no espfritu.
Isaías 31,3.

Era como Ra, el dios sol,


cuando asoma al despuntar el dfa,
y mis rayos abrasaban
a las huestes del enemigo..
Ramsés II.
· Ramsés 11, el Grande, el poderoso, debió de sentirse inun­
dado del poder del dios sol cuando se glorificó a sí mismo en los
muros de los templos de Abu Simbel, en el tercer decenio de su
gobierno; sin embargo, no fue amo y señor sobre el viento y la
·,arena del desierto. Sus palabras llenas de soberbia, sus artísticas
estatuas y sus imponentes obras arquitectónicas, lejos de la capi­
tal, �� el curso superior del Nilo, quedaron sepultadas bajo las
arenas movedizas en el curso de las centurias y por espacio de
tres inilehios no se las pudo encontrar.

Cuando Johann Ludwig Burckhardt, hijo del director de


una fábrica de cintas de seda de Basilea llegó a El Cairo el 4 de
setiembre de 1812, no vestía sino harapos y todo su capital suma­
ba un único tálero. Burckhardt vino de Siria a lomos de un came­
llo. Había pasado dos años allí para aclimatarse y preparar su
verdadera expedición: cruzar el Sahara de este a oeste, del Nilo
al Níger. La African Association, una honorable institución lon­
dinense dedicada a la exploración del continente negro, subven­
cionó esta empresa suicida, estimada en seis años de duración, a
razón de veintiún chelines por día. Si lograba sobrevivir a la
aventura, Burckhardt sería un hombre rico.
No obstante, en El {:airo la expedición del joven estudio­
so y explorador suizo amenazó fracasar antes de haber sido em­
prendida. No podía encontrar ninguna caravana dispuesta a par­
tir en un futuro cercano hacia Timbuctú. Pero, por contrato,
Burckhardt estaba condenado a realizar descubrimientos. En
consecuencia, buscó en el mapa de Africa otras zonas blancas.

12
No le fue necesario buscar mucho tiempo: a mil kilómetros Nilo
arriba, al sur de los grandes rápidos, se encontraba Nubia, aleja­
da de toda civilización, de todos los itinerarios de las caravanas,
una tierra legendaria y olvidada, rodeada de misterios, en cuyas
arenas tal vez centelleaba el oro, de negras montañas brillantes,
donde debía de haber ocultas, gigantescas obras arquitectóni­
cas, desde donde ya no podía, quedar muy lejos el confín del
mundo.
Desde la época de los romanos ningún europeo había ho­
llado esta tierra, pero generaciones de exploradores, trotamun­
dos y fabulistas propagaron la nueva de que bajo las dunas de la
remota Nubia se ocultaban templos recubiertos de oro, más
grandes, magníficos y curiosos que todos los santuarios hallados
hasta entonces a orillas del Nilo. En un lugar llamado Ebsambal
habría un enorme templo esculpido en una montaña, pero la en­
trada al mismo estaba sepultada desde los tiempos de los farao­
nes. iEra esto realidad o leyenda?
Ataviado de la cabeza a los pies a la usanza árabe y gra­
cias a su perfecto dominio de este idioma, era difícil distinguir a
Burckhardt con su negra barba, de un nativo. Además, se hacía
llamar jeque Ibrahim y como tal compró un esclavo y dos asnos
con su primer salario de la African Association. Había decidido
marchar a Nubia y descubrir la misteriosa Ebsambal.
En el mercado de Esna, Ibrahim cambió el asno y el escla­
vo por dos dromedarios y trató de CQ�l�eguir un guía experto, pe­
ro no tuvo éxito: nadie quería ir a Nubia, pues para los nativos
las tierras al sur de las cataratas del Nilo eran territorio de los
muertos y de las ánimas. Por consiguiente, cabalgó solo a lo lar­
go del Nilo rumbo a Assuán, y allí encontró a un viejo que por un
dólar español accedió a acompañarlo ciento cuarenta millas has­
ta Ed-Derr, pero ni un solo paso más.
Burckhardt había reducido al mínimo su equipaje a fin de
poder cargar un ·pesado armamento: fuera de un fusil, un sable y
dos pistolas no cargaba sino una bolsa de víveres. Llegados a Ed­
Derr pagó al viejo por sus servicios y alquiló un nuevo guía. Se
llamaba Saad, era nubio y no temía ni a la muerte ni al diablo.
Además, supo tranquilizar a lbrahim: el único salteador de ca­
minos de la región había sido muerto hacía unas pocas semanas.
lbrahim, oriundo de Basilea, y Saad de Derr, se pusieron en ca­
mino y marcharon por espacio de dos días, desde la mañana,
apenas asomaba el sol, hasta el atardecer, cuando el astro rey se
ocultaba tras las desnudas montañas. Fenecía el segundo día
cuando llegaron a una aldea. Burckhardt mandó a su acom-

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pañante que se adelantara para procurarse algo de comer, mien­
tras él encendía un fuego. Saad regresó provisto de una tortilla y
un potaje indefinido, parecido a una sopa. Exhaustos se echaron
sobre sus bolsas de viaje. A la mañana siguiente habrían de-cru­
zar el Nilo, pues el escarpado camino pedregoso de esta margen
del río les hubiera demandado mucho más esfuerzo y tiempo.
Dos habitantes de la aldea les prestaron su colaboración: uno
condujo una diminuta barca en cuyo interior los dos viajeros
habían depositado sus armas y ropas. Los dos dromedarios fue­
ron llevaQos al río atados al bote con cuerdas, en tanto el suizo y
su acompañante, desnudos como Dios los había echado al mun­
do, se asieron cada cual del rabo de uno de los rumiantes y pata­
learon por las aguas del Nilo. Llegados a la otra orilla continua­
ron su marcha, día tras día, durante largas semanas, siempre
rumbo al sur. Varias veces atravesaron el río a nado a fin de
acortar el camino, pero cada vez se hacía más largo y arduo. Fa­
tigados y presas de la duda de haber dejado atrás inadvertida­
mente los templos esculpidos en las rocas, resolvieron continuar
la marcha sólo un día más. Eso fue el 21 de marzo de 1813.
Por la tarde del 22 de marzo, el jeque lbrahim y Saad se
encontraron en un acantilado que.caía abruptamente hacia el
Nilo, sobre el cual el viento del desierto barría arena sin cesar.
Ibrahim estuvo a punto de hundirse en la arena cuando intentó
bajar al río, donde, una vez más, sospechó que debía de estar
oculto el legendario templo de Ebsambal. Ningún europeo lo
había visto aún y sólo se sabía de él por las inscripciones halla­
das en otros lugares y por lo que se decía. Tal vez ni siquiera
existiera.
iSin embargo, existía! Cuando por fin lograron descender
al Nilo, Burckhardt reconoció detrás de un saliente rocoso una
estatua de diez metros de altura, tallada en la piedra. Al aproxi­
marse, descubrieron otras cinco que representaban alternativa­
mente a un hombre y a una mujer.
Más tarde escribió en su informe de viaje: "En la creencia
de haber visto todas las antigüedades de Ebsambal, me disponía
a ascender nuevamente por la escarpa." Todo sucedió cuando
empezó a escalar. "Por fortuna, me había desviado algo hacia el
sur, y entonces observé de repente, a una distancia de escasos
doscientos pasos, las partes aún visibles de cuatro estatuas colo­
sales. Se encontraban en una profunda concavidad de la roca ta­
llada por la mano del hombre, pero lamentablemente sepultadas
casi por entero en la arena que el viento mueve a raudales en de­
rredor.

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-iEbsambal! -gritó Ibrahim en medio de la solitaria ex­
tensión-. iEbsambal! Dominado por la emoción paladeó el so­
lemne y silencioso instante del descubrimiento. Fue el día más
fructífero en su tierna vida que acabaría la n pronto y de manera
tan profana: fue en El Cairo, por una intoxicación con pescado.
Haber hallado Ebsambal, o Abu Simbel como la llamamos hoy,
fue su mayor logro de descubridor.
Por supuesto, no supo qué templo había descubierto. No
podía imaginar que se había topado con la obra arquitectónica
más imponente y caprichosa del más grande de los faraones de
la historia. Masas de arena habían cubierto el grandioso portón
de diez metros de altura, por lo que no podía pensarse siquiera
en penetrar en su interior. Burckhardt tampoco pudo leer las
inscripciones (todavía no se había develado el secreto de los je­
roglíficos). En consecuencia, ignoró lo que habría de ppder des­
cifrarse pocos años más tarde: "Yo, Ramsés, creé a Egipto de
nuevo" y la manifestación de su enemigo mortal: "El temor que
inspiras se propaga como el fuego en el país de los hititas" o en
aquella aclamación de sus súbditos: "No lo toquéis porque os
abrasará el ardor de su fuego."
iQué hombre debió de ser ese que hablaba de sí mismo
con tanta soberbia, al que su enemigo mortal se refería con tan­
ta humildad, al que su pueblo aclamaba con tanto arrebato!

Una audiencia inquietante

A ciento sesenta y tres años del día en que Johann Ludwig


Burckhardt tuvo que emprender la vuelta de Abu Simbel sin lle­
gar a saber el nombre de su constructor, como si Ramsés no hu­
biera querido develar aún sus secretos, esta vez aliado con el ar­
queólogo, visité el recinto de las momias del Museo Egipcio de
El Cairo, donde se guarda desde hace varios decenios la momia
del gran Ramsés. Fue en abril de 1976. Para mi sorpresa, des­
cubrí un vacío en el lugar que le tenían asignado en la galería de
sarcófagos de cristal. Según las explicaciones que me dio el guar­
dián, la momia del faraón Ramsés 11 viajaba para ser exhibida en
una exposición. Lamentablemente, no disponían de datos más
precisos.

15
¿La momia de viaje? Me pareció extraño.
-¿Dónde está Ramsés realmente? -inquirí al doctor Alí
Hassan, director general del Museo de El Cairo.
El doctor Hassan, un arqueólogo graduado en Gotinga y
por consiguiente con un perfecto dominio del idioma alemán,
guiñó un ojo con expresión elocuente bajo sus oscuras gafas de
carey y dijo: -Ramsés está enfermo.
_¿y dónde lo tienen? -insistí con mi interrogatorio-. He
volado a través de tres mil kilómetros sólo con el propósito de
verlo.
Alí, a quien no le halagaba ciertamente su imposibilidad
de desembarazarse de mí, tomó el teléfono y dijo algo en árabe
de lo cual no entendí sino dos palabras "Vandenberg" y
"Ramsüis". Por último, hizo un vehemente :movimiento de asenti­
miento con la cabeza, colgó el auricular y me dijo: -iVenga,
señor Vandenberg! -Ardía de curiosidad.
En compañía del experto en momias, doctor Ibrahim el­
Nawawy pasamos de largo por el sector de los vaciados ei:J. yeso
y nos dirigimos al instituto de química del museo, don4e ya en la
primera sala emergió el químico en jefe de detrás de una batería
de serpentines de vidrio y reacciones. En ese preciso momento
estaba ocupado en realizar una estimación de antigüedad en ba­
se al método del Ct4. Después de un breve cambio de palabras,
el científico sacó una llave y llamó a dos asistentes y ascendimos
en solemne procesión por una angosta escalera de hierro hasta
el segundo piso. Uno de los asistentes abrió una puerta y me
franqueó la entrada a una blanca sala de necropsias, en cuyo
centro, sobre una mesa blanca y debajo de una sábana blanca se
podían reconocer los contornos de un ser humano. Los caballe­
ros hablaron en voz baja.
El-Nawawy hizo un movimiento de cabeza a uno de los
asistentes, el aludido avanzó y apartó el largo lienzo: allí estaba,
de un color cetrino, cabeza de buitre, cabello rubio pajizo, con
una barba como de dos días, los ojos apretados, casi con-expre­
sión cínica, los brazos cruzados sobre el pecho, los largos dedos
cerrados en un puño, el tórax hundido, los huesos de la pelvis so­
bresalientes, las secas piernas en posición paralela que hacía re­
cordar a los. títeres, de la cabeza a los pies una talla exacta de
1,73 metros.
"Ramsés User-maat-Re-Setepen-Re, toro poderoso, pro­
tector de Egipto, azote de los países extranjeros, rico en años,
grande en victorias, amado de Amón", un hombre que hacía tem­
blar a sus enemigos y caer en éxtasis a las mujeres, que engendró

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más hijos que cualquier otro emperado"r anterior o posterior a
él, que erigió más templos que _todos.l�s demás faraones juntos,
que echó a Moisés al desierto, que durante sesenta y siete años
se hizo adorar como un dios por su pueblo, que tenía un solo ído­
lo. y un solo ideal: su propia persona. Este hombre, o mejor di­
cho, lo que quedaba de él al cabo de tres milenios, apareció an­
te mis ojos, frágil, perecedero, reducido a lo humano.
Fue una inquietante audiencia.
Al tirar del blanco lienzo, los brazos cruzados sobre el pe­
·
cho debieron de desplazarse ligeramente. Ei-Nawawy se puso
unos guantes de goma y con sumo cuidado trató de colocar los
brazos de Ramsés en su posición original. Tensos, aguzamos el
oído para captar cualquier rumor que hubiera podido causar es­
te movimiento, pero nada se oyó. Sin embargo, ocurrió algo de
modo inesperado, algo que nos congeló la sangre en las venas a
los que rodeábamos la momia como curiosos y profanos miro­
nes: igual que una flecha disparada por un arco, el antebrazo iz­
quierdo se levantó unos veinte centímetros, como si Ramsés hu­
biera realizado un descortés ademán de rechazo. Retrocedimos
espantados, uno de los asistentes dio unos cuantos pasos en di­
rección a la puerta y se quedó allí expectañte. lQué había suce­
dido?
La piel y los tendones del antebrazo izquierdo de la mo­
mia, envueltos en más de cien metros de vendas de lino, habían
estado bajo tensión desde hacía 3.200 años. El antebrazo dere­
cho había oprimido el izquierdo contra el cuerpo. El conserva­
dor de momias Ibrahim-el-Nawawy debió de eliminar ese estado
de tensión...
En aquel instante, todos nos sentimos intrusos. Yo mismo,
resuelto a investigar la vida privada del gran Ramsés hasta sus
menores detalles, me quedé ensimismado. Silenciosos, volvimos
a bajar por la pelada escalera de hierro. .
Mi pregunta acerca de lo que le pasaba a la momia quedó
sin contestación. Excepción hecha de un diente flojo que asoma­
ba por los labios levemente entreabiertos, no pude comprobar
ningún deterioro. No obstante, los caballeros hablaban con una
sonrisa de augures de la enfermedad de Ramsés, su "enfermedad
diplomática".

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Ramsés JI en el centro de investigaciones atómicas

La aludida "enfermedad diplomática" se había originado


en una discusión entre políticos y científicos. En 1975, influyen­
tes círculos franceses habían tratado de conseguir el traslado a
París de la momia de Ramsés 11 para presentarla en una exposi­
ción, pero las autoridades egipcias se negaron. Los egipcios tie­
nen un profundo respeto por las momias de sus faraones. Hasta
la época de Faruk, inclusive, el último rey del país del Nilo, las
momias reales ni siquiera se exhibían en público. Aun hoy se las
puede ver en un recinto apartado del Museo Egipcio, cubiertas
hasta el cuello, y hasta el presente ninguna momia real ha aban­
donado Egipto.
Durante un encuentro de los presidentes de Francia y
Egipto, en diciembre de 1975, Giscard d'Estaing consultó a An­
war-as-Sadat acerca de la posibilidad de llevar la momia de
Ramsés a París para una exposición. Sadat accedió y su decisión
desató una tormenta de indignación entre las autoridades y los
científicos del país. Sobre todo, los arqueólogos del Museo
·Egipcio intentaron que Sadat revocara su promesa y para torpe­
dear e l acuerdo convenido al máximo nivel, trasladaron a
Ramsés al instituto de química del museo so pretexto de que la
momia debía ser sometida a una urgente restauración. Además,
no estaba en condiciones de ser transportada en ninguna cir­
cunstancia.
Los franceses se sintieron ofendidos. El 15 de mayo de
1976, día previsto para la inauguración de la exposición en el
Grand Palais de París, estaba ya muy próximo y Ramsés yacía
aún en el instituto de química del Museo de El Cairo. La exposi­
ción tuvo un éxito sensacional... aun sin la momia; pero los fran­
ceses, a quienes les había sido prometido el Ramsés por la máxi­
ma autoridad, no cedieron. Se pusieron en marcha correos y se
intercambiaron notas diplomáticas del siguiente tenor: "La mo­
mia de Ramsés 11 no sólo estaba deteriorada, sino atacada tam­
bién por bacterias y hongos, lo cual ya había sido comprobado en
revisiones anteriores por los especialistas franceses." No obstan­
te, los expertos franceses estaban en condiciones de desinfectar ·

la momia. Además, el primer viaje al extranjero de una momia


real podría demostrar la deseada profundización de las relacio­
nes diplomáticas entre Egipto y Francia. Ya no hubo más argu­
mentos que esgrimir: Ramsés debía emprender el viaje a París,
donde le evitarían ser exhibido frente a una concurrencia de cien

18
mil cabezas, pero sería sometido a un procedimiento en extremo
cuestionado desde el punto de vista científico: en el centro de in­
vestigaciones atómicas de Saclay la momia fue expuesta a una
irradiación de cobalto 60 para el exterminio de todos los mi­
croorganismos.
El doctor James Harris de la Universidad de Michigan,
que revisó la momia faraónica durante diez años, declaró: "según
mi opinión, no ha sufrido daño alguno, ni debido a bacterias,
hongos u otro agente. Sé con bastante certeza que las.momias
están protegidas de tal modo que es absolutamente imposible in­
fectarlas. Los franceses deseaban que la momia estuviera en mal
estado y yo opino con toda franqueza que, desde el punto de vis­
ta científico, es oprobioso afirmar que la momia está infectada".
Los expertos franceses devolvieron el golpe: la razón prin­
cipal por la cual las momias faraónicas se encontraban en tan
mal estado radicaba en que los científicos estadounidenses
habían abierto en el pasado muy a menudo los sarcófagos para
realizar tomas con rayos X. El profesor Lionel Balout manifestó
en el Time Magazine: "Harris ha publicado una serie de sande­
ces. No es más que un dentista", y Christiane Desroches-Noble­
court, la experta en egiptología del Louvre manifestó: "Estoy in­
dignada por los comentarios de los norteamericanos. Son tan
infundados como descorteses. Simplemente, los estadouniden­
ses sienten celos porque los científicos franceses son los más
cualificados para manipular la momia de Ramsés 11. Al igual que
los ingleses, no quieren reconocer que la civilización egipcia ha
sido redescubierta en lo esencial por científicos franceses."
En esto la arqueóloga ·parisiense no estaba errada, aun
cuando los motivos deben buscarse más en las circunstancias
históricas que en la excelencia científica.

La celda de los cuarenta y nueve faraones

El hombre que descubrió la momia de Ramsés 11 era, en


efecto, francés, pero su hallazgo no fue un gran logro científico
sino más bien una pieza de bravura criminal, pues la momia de
Ramsés 11, de manera alguna estaba sepultada en el sepulcro del
faraón. La tumba de Ramsés JI ya había sido saqueada por pri-

19
mera vez hacía tres mil años, cuando no había transcurrido aún
una centuria de su inhumación. Esto decidió a los sacerdotes de
la dinastía XXI a abrir en una sola noche todas las tumbas reales
conocidas hasta entonces, extraer las momias y emparedadas en
un escondite secreto en la roca, al noroeste del valle del Der-El­
Bahri. Una de estas 49 momias evacuadas fue la de Ramsés 11, y
la encontró Gaston Maspero, que, como sucesor del ya casi le­
gendario Auguste Mariette, ostentó el cargo de director general
de la Administración Egipcia Estatal de Antigüedades desde
1881 a 1887, y de 1899 hasta 1914.
Ya en el año 1874 habían llamado la atención del joven
profesor del College de France ushebtis• y otros objetos funera­
rios.
Al principio, Maspero no sacó nada en claro, pero mandó
indagar a su colaborador Emil Brugsch, de nacionalidad alema­
na, acerca del origen de aquellas estatuillas. Las investigaciones
fueron en extremo difíciles, se prolongaron durante varios años
y siempre concluían en una aldea, EI-Kurna, cercana al Valle de
los Reyes, en la Tebas occidental, donde los inspectores de la
.Administración de Antigüedades se encogieron de hombros in­
diferentes o profirieron sonoras manifestaciones de inocencia.
Por fin, las averiguaciones se concentraron en tres hombres: los
hermanos Mohamed y Ahmed Abderrasul de El-Kurna y el
cónsul Mustafá Aga Ayat de Luxor. El menor de los hermanos
Abderrasul, Ahmed, fue apresado, interrogado y tratado a pa­
los. En vano: el hombre no abrió la boca y tuvieron que dejarlo
en libertad. Pero años más tarde, Mohamed sintió remordimien­
tos, y el 25 de junio de 1881 prestó ante el gobernador de la pro­
vincia una declaración que habría de resultar la mayor sensación
arqueológica del siglo.
En febrero de 1871, o sea, más de diez añps atrás, Ahmed
había descubierto cerca de Der-El-Bahri un pozo de unos doce
metros de profundidad que evidenciaba en el fondo rastros de
obra de albañilería. Perfectamente conscientes de lo que eso sig- ·

nificaba, Ahmed y Mohamed trabajaron largas semanas pata de­


senterrar los muros y llegaron de este modo a un corredor de
unos 65 metros de largo, pero tan angosto que no permitía el
-
• Figuras de servidores, en su mayoría de madera o terracota, que eran coloca­
das junto al muerto en su tumba para que realizaran los servicios usuales en el
reino de los muertos. (Libro de los muertos). Eran ofrecidos en el mercado de
antigüedades y ostentaban cartuchos con el nombre de reyes, cuyas tumbas
habían sido descubiertas en parte, pero saqueadas en su totalidad al tiempo de
·
ser halladas.

20
paso por él en posición erecta. En algunos ·tramos tropezaron
con masas pétreas caídas del techo, las cuales tuvieron que ser
quitadas de allí para poder avanzar. Por fin, los hermanos se en­
contraron frente a una cámara abierta de unos siete metros de
lado, en cuyo interior habían sido depositadas las momias de
cuarenta y nueve faraones, albergadas en sendos ataúdes senci­
llos, superpuestos en algunos casos, o bien colocados uno junto
a otro. Entre ellas se encontraba la de Ramsés II, identificable
por la medalla que llevaba sobre el pecho y en la cual estaba gra­
bado su nombre.
Durante diez años los Abderrasul vivieron de la venta de
los objetos funerarios que acompañaban a las momias reales. In­
volucraron en el negocio al cónsul Mustafá Aga Ayat, en virtud
de las relaciones que tenía el susodicho y que eran necesarias
para hacer llegar la "mercancía caliente" a los compradores indi­
cados, mediación que le redituaba cuatro quintos de las ganan-
cias.
Diez días después de esta confesión, los inspectores de la
Administración de Antigüedades se descolgaron mediante cuer­
das en el interior del pozo de piedra de Der-El-Bahri y encon­
traron todo de acuerdo con la descripción realizada por Moha­
med. En cuarenta y ocho horas de labor (los sacerdotes de la
dinastía XXI sólo habían dispuesto de la cuarta parte de ese
tiempo, en una sola noche) sacaron las momias a la luz del día,
temerosos de ser asaltados en cualquier momento por los fe­
I/ahs, pues desde hacía mucho se había difundido el rumor acer­
ca del hallazgo de tesoros de incalculable valor. El14 de julio de
1881 zarpó de Luxor el vapor Menshija rumbo a El Cairo. Lleva­
ba a bordo las momias de Ramsés y los demás faraones.

¿Quién captura al toro salvaje?

En el siglo XIII a.C., Ramsés recorrió ese tramo en barco


a menudo, sobre todo en su juventud, cuando todavía vivía su pa­
dre, Seti. Cuando regresaba de Nubia, de sus viajes de inspec­
ción, se sentaba en la cubierta de la barca real, en un trono de
oro, sin el cual no partía jamás y hasta llevaba consigo a las ba­
tallas.

21
Procedente de Nubia y camino a Menfis, el joven Ramsés
siempre hacía escala en Abidos, lugar donde se estaba erigiendo
el templo funerario de su padre, Seti, caprichoso en su arquitec­
tura, hoy de incalculable valor como documento histórico. En
este templo de Seti 1, en Abidos, se puede admirar un relieve
que ha llevado a los egiptólogos de todo el mundo a violentas
discusiones. Debajo de los enigmáticos jeroglíficos: "El rey cap­
tura al toro salvaje del sur con un lazo", vemos a un faraón y a su
hijo que corren a grandes zancadas detrás de un toro. El rey ha­
ce girar a rodeabrazo un lazo, en tanto el hijo ya tiene asido al ·

toro por el rabo con ambas manos. El rey ostenta la corona del
Bajo Egipto con la serpiente ureo, como también la barba tren­
zada de ceremonia que simboliza el poder. Sobre él se cierne el
halcón con el anillo Shen (símbolo del sol) y la cruz ansata
(símbolo de la vida) en sus garras. El príncipe heredero, que le
llega al hombro a su padre y cuya tierna edad se hace notar me­
diante los bucles infantiles al costado de la cabeza, evidencia co­
raje, vigor e impetuosidad en su postura.
La escena simboliza la captura del enemigo por parte del
faraón y su príncipe heredero. Hasta aquí está claro, pero ¿de
qué faraón y de qué príncipe se trata? Los eruditos no han logra­
do ponerse de acuerdo aún sobre este dilema. Es lógico suponer
que en el templo de Seti esté representado Seti y su hijo Ramsés.
Por cierto el templo fue comenzado por Seti, pero su construc­
ción concluyó en tiempos de Ramsés, y dado que la decoración
con relieves no pudo hacerse sino cuando hubieron terminado
los trabajos de construcción, algunos arqueólogos opinan que
Ramsés, a la sazón soberano absoluto, difícilmente permitiría
que lo representaran como un pequeñuelo. Antes bien, él sería
el faraón que en compañía de su príncipe heredero captura al
enemigo en la figura del toro.
Se carece de la prueba final para ambas teorías. Si me in­
clino por la primera versión con la mayoría de los egiptólogos, o
sea, la que dice que allí está representado Seti con su hijo
Ramsés 11, ello responde a dos motivos: 1) El príncipe heredero
aparece en una pose tan brava como correspondía al propio
ideal de Ramsés y más tarde a su real presentación. 2) Ramsés
no escogió un príncipe heredero al cual favoreciera ya en sus
tiernos años.

22
· A los dieciséis tenía dos esposas y cuatro hijos

Ramsés, nacido alrededor de 1314 a.C., se presentó en


público por primera vez a los diez años. A esa tierna edad ya de­
bió de salir de campaña con su padre, una costumbre absoluta­
mente corriente en aquel entonces. En la llamada estela de �u­
han, descubierta por los franceses en la fortaleza epónima, hay
una inscripción que reza:
"Era jefe del ejército... un niño de diez años."
Aun cuando no era el hijo mayor de Seti, Ramsés fue ele­
gido príncipe heredero y fue preparado de forma sistemática pa­
ra suceder a su padre en el trono. A temprana edad este le con­
fió cometidos oficiales que requerían de mucha responsabilidad,
por ejemplo, la erección de obras como el templo de Abidos o la
supervisión de la 'provincia sureña de Nubia y su virrey. El
egiptólogo estadounidense Keith C. Seele conjetura que Ramsés
engendró a Kaemvese, su hijo predilecto, a los dieciséis años, y
dado que en otro lugar se señala a este Kaemvese de manera
unívoca como cuarto hijo del faraón, a la edad de dieciséis años
Ramsés debió de ser padre por cuarta vez.
En ese momento el príncipe heredero ya tenía dos espo­
sas: la primera, Nefertari, era una princesa de la nobleza provin­
ciana, por lo tanto no una "sat-nisut", hija de reyes, y la tomó por
esposa a los catorce años. Se desconoce la procedencia de Isis­
nefert, segunda y legítima esposa principal del rey. Nefertari fue
la madre del primero y del tercer hijo, en tanto Isis-nefert dio a
luz al segundo y al cuarto.
Nefertari habría de convertirse muy pronto en la favorita
del joven Ramsés. No sólo se distinguía por su belleza, sino tam­
bién por una extraordinaria sagacidad y, según muestran los re­
lieves de Abu Simbel relativos a Kadesh, se le permitió acom­
pañar al general adolescente a la batalla, llevando de la mano a
sus hijos y seguida por el aya. Ramsés no debía echar de menos
la intimidad de la vida familiar y concebir ideas tontas.
La favorita adoptó el nombre de Nefertari cuando su con­
sorte'subió al trono. Significa "la más bella de todas", pero tam­
bién podría traducirse como "la mejor" puesto que nefer tiene
asimismo la acepción de "bueno". El hecho de que "la mejor" no
fuera después de todo la madre del heredero al trono de Ramsés
se debió a la extraordinaria longevidad del faraón. Sobrevivió a
Nefertari y a doce de sus hijos y su sucesor no fue sino Merenp­
tah, el decimotercero.
23
0
L.
mn
1111111

t iU
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� •

Kiinigin No/retari

'"!!!!

Merenptah

Ramsesll. Ramseslll.

Rams6s 1, reina Nefertari; Seti 1, Merenptah; Ramsés 11, Ramsés 111. Cartuchos
con los nombres de los reyes y reinas de los principales soberanos de la dinastía
XIX.

24
En sus mocedades, cuando las mujeres y la milicia le deja­
ban algo de tiempo, Ramsés recorría el país, inspeccionaba las
obras comisionadas por su padre o por él mismo o cuya restau­
ración habían decidido. Entre estos, su principal cometido era la
construcción del templo mortuorio para su padre en Abidós�
Ramsés debió de ser un buen hijo. Se puede pensar por la
acribia con que mantuvo latente la memoria de Seti en numero­
sos monumentos y textos jeroglíficos, aun cuando ya se encontra­
ba en la senectud. Casi no se sabe nada acerca de las relaciones
con su madre, Tui a, pero de tódos modós jamás se avergonzó de
su bajo origen. La circunstancia de que "la gran esposa real" de
Seti 1 sólo fuera la hija de un general de caballería, y su abuelo
"sólo" un oficial, parece que llenó de particular orgullo al faraóp,
pues siempre que Ramsés lo recuerda jamás calla su rango mili­
tar. Acerca de Tuia, que halló su último descanso en el Valle de
las Reinas de Tebas-oeste, sólo sabemos por las inscripciones
grabadas en su sepulcro, signado con el número 80. Su más bello
retrato lo encontró la ya mencionada. arqueóloga parisiense
Christiane Desroches-Noblecourt, el21 de marzo de 1972, al re­
alizar excavaciones en la tumba de la reina: una cabecita de die­
cisiete centímetros dé altura que hacía las veces de tapadera de
un canope, vaso destinado a contener las vísceras de los cadáve­
res momificados. El hallazgo es muy parecido a las cuatro cabe­
zas de canopes de la tumba
' de Semenehkare, extraño corregen-
te de Ecnatón•.
· La. reina luce 'u·na voluminosa peluca, del centro de la
frente asoma una serpiente ureo, símbolo de realeza. Encasque­
tadas sobre el cabello como una apretada cofia se ven las alas de
un buitre, atributo de la diosa Nut. Los rasgos característicos de
su rostro ancho son los grandes ojos, las cejas dibujadas con tra­
zo largo, una nariz ligeramente respingona, una boca pequeña y
el mentón huidizo. También encontramos a esta Tuia en otras
representaciones.
Ramsés no sólo hizo crear arte, sino también falsificarlo
sin escrúpulos cuando le interesaban obras de arte ajenas. Es
típico de este comportamiento la brutal transformación de una
estatua de granito de su madre, de metro y medio de altura. Es­
ta estatua que en su parte posterior ostenta una leyenda que la
presenta como a Tuia "madre de dios, que trajo al mundo al
poderoso toro User-maat-Re-Setepen-Re" y "gran esposa real,

• Cf. Philipp Vandenberg: Nefertiti, Ecnatón y su época...

25
amante del rey y esposa del dios", evidencia nítidos rastros de
una adaptación ulterior. El rostro de Tuia, según otras repre­
sentaciones, de nariz y boca pequeñas, aparece en esta estatua
ancho y tosco, la boca abultada y el mentón prominente.
No, esta no es Tuia, en todo caso la reina no posó para la
versión original de esta estatua. Su rechonchez y los brazos que
penden simétricos a los costados del cuerpo recuerdan más bien
a las estatuas del Imperio Medio. El arqueólogo británico Flin­
ders Petrie, que encontró a esta Tuia hacia fines del siglo pasa­
do en las ruinas de Tanis, junto con una veintena de otras esta­
tuas procedentes todas del Imperio Medio, ya creía que en ese
caso, de acuerdo con la costumbre ramésida, había sido trans­
formada sin reparos en madre de Ramsés la escultura de una
princesa, posiblemente una hija del faraón Sesostris 11. Eviden­
temente, el monumento adulterado no debió de parecer bastan­
te logrado a R.amsés y a su madre, pues lo dejaron en el lugar, en
compañía de las demás estatuas del Imperio Medio. Avala esta
suposición el hecho de que el retoque quedó inconcluso. La pe­
sada peluca, típica de la época, con la cofia de buitre, cae hasta
los senos desproporcionados de la reina madre. Concluye en
ellos el cincelado hasta allí delicado y sobresale el granito de
tosco tallado.

Arbol genealógico de una familia de soldados

Los abuelos de Ramsés 11 por parte de madre, e� decir,


los progenitores de la reina madre Tuia, provenían como ya se
ha mencionado de una familia de soldados. Un hallazgo fortuito
en Medinet Habu hizo salir a la luz del día al abuelo Raía, un ge­
neral de caballería. Se trata de un fragmento de relieve que
muestra a un hombre flanqueado por dos mujeres, en el momen­
to de ofrecer un sacrificio.
El lugar del hallazgo permite deducir que no fue el segun­
do, sino el tercer Ramsés el que rehízo o quiso rehacer esta es­
tela de arenisca roja para su templo mortuorio. Con seguridad,
no procede de la tumba de la reina, pues una estela en ella hu­
biera sido fuera de lo común. Además, el texto y la repre­
sentación se refieren a personas vivas. Christiane Desroches-

26
Noblecourt se inclina más bien a creer que la estela de los pa­
dres de Tuia procede del templo de Tuia, identificado reciente­
mente por ella, por desgracia destruido en su totalidad y que es­
taba en las adyacencias del templo funerario de Ramsés 11 o
Rameseo.
Las tres personas representadas en el fragmento de este­
la sólo se han conservado hasta los hombros, y las tres miran ha­
cia la derecha con las manos levantadas en actitud de orar.
Detrás de ellas se reconoce una puerta en cuyas jambas se pue�
den ver los anillos con los nombres de Ramsés 11. Ocho colum­
nas de jeroglíficos, contrariamente a lo habitual, escritas de iz­
quierda a derecha en la dirección de mira de los tres orantes,
reproducen fragmentariamente los nombres y funciones de los
representados. "Raia, el padre de la reina madre, general de ca­
ballería, "está más arriba que la persona central, lleva una pelu­
ca rala y una pequeña barba, postiza quizá, que lo señala como
perteneciente a una clase alta. Los dos pliegues transversales en
el cuello son una. reminiscencia del estilo propio de la época
Amarna. La mujer de Raia no es identificable. La dama situada
detrás de él es descrita como "madre de la reina madre... uia". La
parte anterior de su nombre está destruida.
La madre de Tuia debió de ser una mujer muy distingui­
da. Lleva una peluca que le llega a la cintura, su perfil delata fac­
ciones nobles, la nariz, la boca y el mentón muestran un sorpren­
dente parecido con el perfil de Tuia. Sobre la cabeza lleva un
pomo cónico para ungüentos del que asoma una flor de loto y un
capullo. Tal vez la madre de Tuia se llamara Ruia, un nombre de
mujer muy difundido en las altas esferas en tiempos de Ram­
sés 11.
Prácticamente, no sabemos nada de la vida de Ramsés 1,
abuelo de Ramsés 11, quien subió al trono como primer sobera­
no de la dinastía X y de este modo fundó la dinastía real de los
ramésidas, tan sólo que era oficial y falleCió después de regir su
país durante dos años." La culpa de esta carencia de historia se
debe a la mezquindad de su hijo Seti, quien a la muerte de su pa­
dre comenzó inmediatamente con los trabajos para erigirle un
templo mortuorio en Abidos, pero simultáneamente también co­
locó en el mismo lugar la piedra fundamental de su propio tem-
.
�·
Si las dimensiones del primero eran modestas, las de su
propio monumento alcanzaron tal magnitud que dejaron en la
sombra a todos los santuarios levantados hasta entonces en
Egipto. La obra insumió enormes cantidades de materiales

27
traídos desde muy lejos, en su mayoría de Asuán. En el territo­
rio abundaba por doquier la blanda piedra caliza, por ende más
barata que el granito como material de construcción, pero más
baratos aún eran los ladrillos confeccionados con el cieno del
Nilo, que siempre podían producirse en el propio lugar de la
·

obra.
Seti mandó edificar gran parte del templo para su padre
con piedra caliza y ladrillos, razón por la cual se derrumbó pre­
maturamente. Sobre sus ruinas levantaron sus casas los árabes,
posteriores habitantes de la región, y los fragmentos de los relie­
ves esculpidos en la piedra caliza fueron a dar al mercado negro.
En 1911, cierto caballero llamado Mr. Morgan ofreció al
Metropolitan Museum of Art de Nueva York algunas placas de
caliza que dijo haber adquirido a un anticuario de El Cairo. Un
año más tarde, en 1912, un señor Kelekian donó al mismo museo
algunas placas egipcias antiguas compradas en París.: Herbert
Eustis Winlock, egiptólogo de Washington, que desde 1906 par­
ticipaba en las excavaciones organizadas en Egipto por el museo
neoyorquino, examinó las placas y determinó: "No cabe duda, los
relieves proceden del templo mortuorio de Ramsés 1 de Abidos."
Fuera de algunos ladrones de antigüedades, nadie conocía con
exactitud el emplazamiento de este templo.
Por último, Gustave Lefebvre, inspector en jefe de la Ad­
ministración .de Antigüedades, logró arrancar su secreto a la
gente del lugar. Sin embargo, los restos del templo de Ramsés 1
eran tan modestos que al principio los arqueólogos renunciaron.
No fue sino en el invierno de 1927 que algunos miembros
de la "Metropolitan Museum's Egyptian Expedition", que a la
sazón trabajaba en Luxor, decidieron bajar por el Nilo rumbo a
Abidos. Entre ellos se encontraba el fotógrafo inglés Harry Bur­
ton, mundialmente famoso por las fotografías tomadas cuando
se descubrió la tumba de Tutankamon, y el ex pastor inglés Nor­
man de Garis Davies, que alcanzó gran prestigio ·como copista
de relieves. Con la ayuda de las fotos y los dibujos de ambos, los
arqueólogos estadounidenses procedieron a analizar lo poco
que se habla conservado. Los resultados fueron más bien una
confirmación de hechos ya conocidos que un aporte de conoci­
mientos nuevos. En la estela de fundación Seti informa que "ya
desde su nacimiento" gobernó junto con su padre Ramsés y con­
dujo a sus ejércitos contra los enernigos del país. Evidentemen­
te, Seti no tenía escrúpulos, pues el modesto templo se le antojó
suficientemente grande por dos años de gobierno de Ramsés.
Tanto el templo de su padre co�� el suyo propio C?Staban

28
dedicados a Osiris, el dios de los muertos. Dado que sólo el in­
terior del mismo era de piedra dura, en tanto los ·muros exterio­
res se construyeron de quebradiza y frágil caliza y las paredes de
ladrillos de barro, poco duraderos, las representaciones en re­
lieve conservadas se limitan a las de la fachada del santuario in­
terior: Inscripciones monumentales proclaman la dedicación del
templo: "Horus, toro fornido, aparecido en Tebas ... rey del Alto
y del Bajo Egipto, Men-Pehti-Re, el hijo de Ra, Ramsés* al eri­
girle un templo para millones de años junto a los amos de la eter­
nidad."
Este texto se asemeja más a un himno de alabanza a Seti,
constructor del templo, que a un discurso en memoria de
Ramsés, su padre. Como veremos más adelante, todos los
ramésidas tuvieron en común considerarse a sí mismos más im­
portantes que sus mayores, y Seti, que se muestra aquí tan mez­
quino con su padre para destacar más su propia persona, corrió
la misma suerte con su hijo y sucesor Ramsés II, cuya fama fue
empequeñecida a su vez por Merenptah. El decimotercer hijo y
sucesor de Ramsés II, que trabajó en la terminación del templo
de Seti en Abidos, de setenta a ochenta años después de la muer­
te de su abuelo, lmetió sus propias manos en las inscripciones
del templo funerario de su bisabuelo Ramsés I o mandó restau­
rar realmente el ruinoso monumento? De cualquier manera, se
vio precisado a grabar con posterioridad el cartucho con su
nombre en los textos de dedicación.
Los bajorrelieves dan testimonio de un acentuado sentido
familiar en Ramsés I.
En las escenas de sacrificios del rey encontramos a su es­
posa Sit-Re "agitando los sistros** frente al hermoso perfil de
Osiris". Tres hoi:nbre.s y cinco mujeres, representados junto a la
pareja real, debieron de tener con ella una relación muy perso­
nal. Según el texto de la dedicatoria son la madre, hermanos y
hermanas del rey. Un honor extraordinariamente raro que el
primer faraón de la dinastía XIX recuerde a sus parientes, pues
no conocía el orgullo de casta. Al fin y al cabo él mismo procedía
de un medio modesto y había llegado al poder gracias a un gol­
pe de Estado.


Se alude a Rams6s 1.

•• Sonajas de metal, usadas en el culto de lsis.

29
Ramsés I, abuelo de Ramsés 11. Esta es una de las pocas representaciones con­
servadas del fundador de la dinastía XIX. Procede del templo funerario del fa­
raón en Abidos, destruido casi por completo.
,.

·La crisis se produjo después de Nefertiti

Desde el interregno de Amarna, del reinado de Nefertiti y


Ecnatón, el imperio egipcio se encontró en un estado de agonía.
Tutankamon, un niño de once años encaramado en el trono de
los faraones, fue un títere cuyos hilos manejaban sus consejeros.
El país entero estaba sumido en la depresión y la resignación, los
templos habían sido devastados, abandonados, y convertidos en
públicos lugares de recreo. "Los corazones de los hombres",
anuncia el texto de' una estela contemporánea, "eran débiles y
dejaron de crear". Lo que los egipcios necesitaban en tal situa­
ción era el restablecimiento de la antigua magnificencia del cul­
to, los ídolos y las imágenes que les sirvieran de guía y a las cua­
les pudieran volverse en tiempos malos. Durante nueve años de
gobierno, el adolescente Tutankamon no se convirtió sino en
uno "que se pasaba la vida haciendo confeccionar imágenes de
dioses", así dice el epíteto estampado en los sellos de la tumba.
Un agujero en la cabeza del rey puso abrupto fin a su pia­
dosa creatividad {aún hoy no se ha develado si fue accidente o
asesinato). Nada le era más imperioso en ese momento al trono
de Horus que un soberano enérgico, pero subió a él un hombre
viejo y gastado: Eje, un general de caballería con muchas conde­
coraciones, pero demasiado viejo para el trono que ocupó cua­
tro años: no fue un soberano.
En cambio, su sucesor Haremheb "confidente del particu­
larmente confidente del rey", el máximo comandante del ejérci­
to y principal ministro, tuvo una actuación diferente. De todos
modos, no alcanzó grandes méritos con sus cualidades de con­
ductor, pues poco a poco se convirtió en un déspota. No obstan­
te, en los veintisiete años que duró su gobierno (1333-1306),
llevó a cabo amplias reformas administrativas y económicas, tan
imperiosas para el resurgimiento de Egipto. "Recorrí el país has­
ta el sur", reza en un decreto de Haremheb, "calculé los tributos
y el sustento... Busqué hombres, exploré en procura de funciona­
rios capaces de ordenar lo que está en el cuerpo, perfectos en la
locución y de buen carácter y que escucharan las palabras de la
casa real y las leyes de la guardia... Les di en sus libros instruc­
ciones y leyes. Les señalé el camino de la vida al guiarlos hacia
la verdad y los adoctriné de la siguiente manera:'"No os asociéis
a otras personas. No aceptéis dádivas, pues da malos resultados.
En cuanto al pago en plata, oro y cobre, Su Majestad ordena
prescindir de él, para que no se reciban pagos de cualquier es-

31
pecie de las gentes de los tribunales del Alto y del Bajo Egipto,
y en lo que atañe a aquellos alcaldes o profetas de quienes se di�
ce que ocupan un sitial para dictar justicia en el tribunal dis�
puestos a juzgar y cometen allí un delito contra la justicia, su
conducta será considerada un gran delito merecedor de la pena
de muerte. Pues Su Majestad ha hecho esto para reorganizar las
leyes del país y no para permitir que acontezca un caso más de
injusticia y para volver a encauzar por el camino de la justicia a
todos los que son interrogados por el tribunal'."

Nefertiti en un altar
doméstico. Relieve
procedente de Tell­
ei-Amarna.
Al período Amarna
sucedió una época
confusa de la histo­
ria egipcia, a la que
puso fin Ramsés 11.

Detrás de estas pesadas y circunstanciadas frases graba�


das sobre la estela de Haremheb, de una superficie de tres me­
tros por cinco, se oculta el dilema en el que se encontraba el país

32
antes del advenimiento de los ramésidas. El Estado se enfrenta­
ba a la bancarrota, no había ingresos por la vía tributaria y la co­
rrupción de funcionarios y autoridades estaba en el orden del
día. La reorganización del Estado emprendida por Haremheb
sólo podía realizarse mediante la imposición de castigos inhu­
manos: el destierro, "cortar narices" y "cruentas palizas".
Por lo tanto, al terrible faraón-soldado le cupo el mérito
de haber sacado al Estado de una profunda crisis, si bien impul­
sado más por el valor de la desesperación que la capacidad de
idear nuevas proyecciones de futuro. La dinastía XVIII, una de
las épocas más brillantes de la historia egipcia, tuvo un triste fi­
nal.
Haremheb, quien a través de su matrimonio con Mutne­
diemet, una hermana menor de Nefertiti, intentó legitimar su de­
recho al trono, no tuvo descendientes. Cuando el general murió
alrededor de fin del año 1306 no fue sepultado en la tumba ori­
ginalmente construida para él en Menfis, sino en una tumba real
en Tebas oeste. Preocupado por la perduración del debilitado
reino, había escogido como su sucesor al experimentado general
Paramessu, procedente asimismo de una antigua familia de mili­
tares del Delta. No lo ligaban a Haremheb lazos de consaguini­
dad ni de parentesco político. Ya no quedaban ni una hermana
o cuñada de faraones de la dinastía XVIII.
En consecuencia, Paramessu, el hijo del pueblo, subió al
trono como Ramsés l. Fue el fundador de una nueva dinastía y
sus descendientes, sobre todo su nieto Ramsés II, fueron quie­
nes volvieron a hacer de Egipto una potencia mundial dominan­
te, antes de que bajo los últimos portadores de ese nombre co­
menzara la definitiva decadencia política y económica.

Dos faraones, un trono

Hay egiptólogos, como James Henry Breasted, que de


las representaciones bastante escasas de Seti en la gran Sala
· Hipóstila de Karnak pretenden descifrar que Ramsés 11 de ma­
nera alguna estaba predestinado a ser heredero al trono por na­
cimiento, sino que para acceder a él hubo de eliminar primero a
un hermano mayor. De ello no hay prueba alguna. Del mismo

33
modo, pudiera ser posible que uno o varios hermanos mayores
hubieran desaparecido por muerte natural ya en su infancia, de
modo que quedó expedito el camino para su carrera real. Lo que
es un hecho indiscutible es que Ramsés fue instituido como co­
rregente por su padre Seti en sus últimos años de reinado, y más
tarde, en el año 1 de su gobierno absoluto, Ramsés justificó el
procedimiento con la referencia que figura en la dedicatoria del
templo de Abidos: había sido instituido "como hijo mayor,
príncipe heredero..., general de la infantería y de los aurigas".
_ Esta inscripción cita cuatro veces el primer año de gobier­
no de Ramsés, pero siempre en pasado, de modo que está fuera
de toda duda una fecha posterior. En el renglón 22 dice: "En
aquel entónces, en el año 1, durante su pritÍler viaje a Tebas..."
Cuatro renglones más abajo cita la fecha exacta, pero asimismo
en visión retrospectiva: "cierto día, -fue en el año 1, el día vigesi­
motercero del tercer mes de Ashet:.. " Por último, se hace dos ve­
ces referencia a la ·erección de llna estatúa de oro de Seti: "Creé
a mi padre de nuevo en oro, el primer año de mi aparición" y
"ved, comenzó a erigir su estatua en el año 1..." Por consiguien­
te, la inscripción data con seguridad no del primer año de go­
bierno de Ramsés 11, y por lo tanto no debemos considerar como
documentación exacta lo publicado con tanto énfasis. Eso es
más bien historia hermoseada.
Ramsés informa en este texto sobre su ascensión al trono:
"Cuando mi padre apareció ante el pueblo y yo era aún un párvu­
lo en sus brazos, dijo: 'córonadlo rey, para que yo pueda admi­
rar en vida su belleza'. Acto seguido, se acercaron los cortesanos
para colocarme en la testa la doble corona. 'Colocadle la corona
en la cabeza', dijo, mientras permanecía aún sobre la tierra."
Ramsés destaca dos veces que su padre estaba vivo cuan­
do él, su hijo, fue coronado faraón. lPor qué le asignaba tanta
importancia a ese hecho? lSe sentía orgulloso por permitírsele
gobernar junto a su padre o le importaba más bien justificar su
aspiración algo dudosa al trono? En el año 3 de su gobierno,
vuelve a hacer alusión a su corregencia con Seti. Eso ocurrió en
la estela de Kuban, expuesta en la actualidad en el Museo Egip­
cio de Grenoble. Los jeroglíficos trazados con pasión en la mi­
tad inferior informan acerca de una expedición de Ramsés 11 a
Nubia, a quien sus cortesanos ensalzan en Menfis: "cuando esta­
bas aún eñ el huevo, forjabas planes en tu dignidad de joven he­
redero. Te iniciaron en los problemas de los dos países cuando
eras todavía un niño y llevabas bucles laterales... Fuiste coman­
dante del ejército cuando eras apenas un joven de diez años".

34
En el templo de Seti en El-Kurna hay un bajorrelieve que
representa la coronación de Ramsés 11. Amón coloca la corona
en la cabeza del joven faraóri. en presencia de su padre. Detrás
de él se ve al dios Chons. Ramsés es nombrado por su breve ape­
lativo User-maat-Re. Este nombre abreviado en un relieve sólo
lo encontramos en vida de Seti, o sea durante la regencia com­
partida entre padre e hijo. Más tarde, cuando Ramsés impera
solo sobre los dos países, únicamente se hace mención de su
nombre completo: User-maat-Re-Setepen-Re (Poderosa es la
verdad de Re-Escogido de Re).
El americano Keith C. Seele, que se dedicó a exhaustivos
estudios sobre la doble regencia de Seti y Ramsés, declara: "Es
imposible decir con seguridad cuánto duró este período, o sea,
la doble regencia. Pero si se toma en consideración el hecho de
que durante este tiempo se tallaron en los muros de diversos
· templos y otros monumentos algunos centenares de relieves, a­
IQi entender no .sería imprudente suponer que este. período
abarcó varios años, tal vez hasta un decenio.*
La doble regencia de Seti y Ramsés también puede eva­
luarse como la consecuencia de las buenas relaciones existentes
entre padre e hijo. Pocas veces o ninguna un faraón preparó a su :...
hijo con tanto esmero para el cargo que le tenía destinado, le hi­
zo participar en tantos acontecimientos oficiales, lo colocó bajo
la luz de las candilejas, tanto como Seti a Ramsés. Naturalmen­
te, a este respecto surge la pregunta acerca de cuánta presión
hubo por parte del joven heredero detrás de esta sistemática
preparación.
Lo que aparece de modo más espectacular es la presencia
del príncipe heredero Ramsés frente al "catálogo real" en el tem­
plo de Seti, en Abidos. Este catálogo de piedra que enumera en
sucesión cronológica a los antecesores de Seti, con excepción de
los reyes herejes del período Amarna, constituye un importante
documento oficial de la investigación histórica de Egipto de la
dinastía XIX. Seti, que encargó su confección, aparece frente a
los dioses y la galería de antepasados en actitud oferente. Aun
aquí lo acompaña Ramsés y para que cualquiera reéonozca que
se trata de él, ostenta sobre la túnica el cartucho con s� nom­
bre. No podemos sustraernos a la impresión de que el faraón de­
signado tuvo desde temprana edad un acentuado afán de desta­
carse.

• Keith C. Seele: "The Coregency of Ramses 11 with Seti 1", Chicago, 1940.)

35
El rey Seti 1 en una de sus expediciones bélicas contra los pueblos de Asia. En
este bajorrelie;ve del muro exterior del templo de Karnak, Seti aparece rodeado
de enemigos maniatados.

Cuando los arqueólogos querellan...

James Henry Breasted sostuvo hasta el final de sus días


la tesis según la cual Ramsés j amás se sentó j unto con su padre
en el trono de los faraones y que para aspirar al mismo eliminó
a un hermano mayor. Sin embargo, muy pocos lo respaldaron en

36
esta opinión que avalan sólo unos escasos indicios. Al respecto,
Keith C. Seele opina: "El profesor Breasted ve la relación de
Ramsés 11 con su padre y su aspiración al trono de una manera
muy caprichosa. A mi parecer, debe rechazarse su aseveración
en el sentido de que Ramsés eliminó a su hermano mayor, el
legítimo príncipe heredero, poco antes de acceder al trono y que
tergiversó los hechos al hacer colocar su figura en el relieve béli­
co de Seti con posterioridad para indicar su participación en es­
tas expediciones, aunque jamás estuvo allí... "
Entretanto se obtuvieron nuevas pruebas que hacen apa­
recer libre de toda duda una doble r�gencia. En el templo de Se­
ti en El-Kurna se reproducen en la jamba de una puerta los nom­
bres del faraón y su hijo Ramsés, ambos en cartuchos reales,
signo inconfQndible de la realeza faraónica, a la izquierda el del
primero, a la derecha el de Ramsés. En el dintel vuelven a repe­
tirse los dos nombres reales a ambos lados de la cruz ansata
(Véase ilustración de la página 49). La puerta conduce al san­
tuario de Ramsés 1, erigida por Seti para su antecesor. Al pare­
cer, aceptó entonces a su hijo Ramsés como faraón con los mis­
mos derechos. En el templo de Hator, en Serabit el-Khadin,
península de Sinaí, se encuentra un gigantesco obelisco que
muestra asimismo los nombres de "Seti, hijo de Ra, amado de
Ptah, y de su real vástago User-maat-Re" en los anillos reales.
Fue erigida por dos comandantes de la tropa de arqueros y lleva
en la cara anterior y en la posterior la indicación de un año. Una
se refiere al octavo año del gobierno de Seti 1, la otra al año 2 del
gobierno de Ramsés 11. Lamentablemente, los textos no permi­
ten reconocer si ambos guarismos fueron esculpidos en la piedra
al mismo tiempo. Si hubi�ra acontecido así, ello significada que
Ramsés fue coronado faraón en el séptimo año del gobierno de
su padre. Pero también es posible, más a6o probable, que la ca­
ra anterior del obelisco fuera trabajada con algunos años de an­
terioridad respecto de la posterior y que las superficies vacías de
las estelas que quedaban libres se ofrecieran para un ulterior
texto conmemorativo, que luego fue redactado en el segundo
año de gobierno de Ramsés.
Llegamos así a una difícil cuestión: ¿cuándo fue el año 1
del gobierno de Ramsés 11? ¿contó el faraón sus años de gobier­
no a partir de su ascensión al trono, es decir, desde el comienzo
de la doble regencia, o su año 1 comenzó con la muerte de su pa­
dre Seti, o sea, con su gobierno absoluto?
Aun cuando los funcionarios de la corte de Ramsés 11 ala­
ban la laboriosidad de su joven rey en la estela de Kuban: "No

37
hubo obra que no fuera erigida bajo su dirección... " ningún mo­
numento lleva una fecha doble, a saber, el año de gobierno de
Seti y el de Ramsés. Sin embargo, a partir de la dinastía XII era
costumbre indicar los años con dos guarismos en los casos de do­
ble regencia, pero Ramsés no hubiera sido Ramsés si hubiese
conservado este antiguo uso. Para él el período de la doble re­
gencia con su padre parece no haber contado en el verdadero
sentido de la palabra. En vida de Seti ya había comenzado a eri­
gir un templo tras otro y a dictar los textos para centenares de
bajorrelieves, aunque siempre evitó citar una fecha. Si lo hubie­
ra hecho, hubiese tenido que hacer constar el año de gobierno
de su padre y el suyo propio.· No lo hizo. Evidentemente, el semi­
diós rechazó ser medio rey.

38
2.

La despedida del padre

Vienes a los hombres como Ra.


El sur y el norte yacen a tus pies
e imploran aniversarios para Ramsés
y larga vida para el amo del mundo...
Seti 1 a su hij o Ramsés 11 .
.

Seti parece haber dedicado


todas sus fuerzas
a las obras grandiosas,
entre las cuales
debe destacarse en especial
la excavació11 de la tumba más grande
construida en el Valle de los Reyes.
James Henry Breasted, egiptólogo.
U no de los últimos días de octubre del año 1960, Keith C.
Seele, del Instituto Oriental de la Universidad de Chicago, visitó
todas las agencias de viajes y las compañías navieras posibles de
El Cairo, fue de oficina en oficina y de una autoridad a otra pa­
ra exponer en todas partes su deseo: iNecesito un barco!
En la actualidad se puede recorrer el Nilo aguas arriba y
aguas abajo en vapores de rueda, muy cómodos y nostálgicos, de
acuerdo con un horario; pero el profesor Seele quería disponer
de un barco propio, para trabajar en él y habitarlo con los miem­
bros de su expedición integrada por norteamericanos, suizos y
algunos egipcios. La idea de Seele no era nueva. Setenta años
antes que él, el profesor de Oxford Archibald Henry Sayce, el
periodista estadounidense y egiptólogo Charles Edwin Wilbour
convirtieron un barco en su cuartel general durante sus expedi­
ciones de varios años de duración. El instituto flotante resultó
ser muy práctico, pues casi todos los yacimientos históricos de
Egipto se encuentran a orillas del Nilo a unos pocos kilómetros
.de distancia tierra adentro.
Seele tuvo suerte. En poco tiempo encontró el viejo vapor
"Memnon", que en otro tiempo había transportado a Luxor a los
turistas de Cook. Además, las donaciones de un patrocinador fa­
cilitaron la adquisición de una lancha de doce metros de eslora
que bautizaron "Bárbara" y cuya función sería la de mantener el
contacto con la civilización. A mediados de diciembre el "Mero­
non" levó anclas con los miembros suizos de la expedición a bor­
do, en tanto Keith C. Seele lo seguía en la "Bárbara". Primera
meta de la expedición: Bet el-Wali, un pequeño templo rupestre
de Ramsés II, de extraordinario interés, a algunos kilómetros
aguas arriba de Assuán.
El equipo pasó la Nochebuena en Luxor, en casa del pro­
fesor George R. Hughes del Instituto Arqueológico "Chicago
,
40
House" del lugar y el día de Navidad el "Memnon" volvió a poner
proa hacia Assuán, dos días más tarde se reunieron con los
miembros norteamericanos, llegados en tren. El 27 de diciembre
de 1960 el equipo se completó en Assuán: Keith C. Steeie, jefe
de la empresa, el doctor Herbert Ricke, director de excavacio­
nes e investigación de obras, su esposa, que ofició de ministro de
economía y finanzas, el asistente de Ricke, Carl Fingerhuth, los
egiptólogos norteamericanos George R. Hughes, Charles F.
Nims, Edward F. Wente, los dibujantes Reginald H. Cpleman,
John F. Foster y Leslie Greener y el arqueólogo egipcio Lahib
Habachi. Días más tarde, las dos embarcaciones fueron remol­
cadas por los rápidos de la primera catarata del Nilo y la esclu­
sa de la antigua presa de Assuán. El 29 de diciembre de 1960; el.
"Memnon" llegó al embarcadero previsto de Bet el-Wali con
tiempo borrascoso.
Los exploradores del Viejo y del Nuevo Mundo lleva­
ban la misión de investigar los monumentos históricos de Nu­
bia, documentarlos y, de ser posible, evacuarlos de las creci­
das en aumento de la nueva presa del Nilo. Esta empresa
suizo-estadounidense duró cuatro años, en cuyo lapso se ad­
quirieron un nuevo barco-vivienda, el "Fostat", y un remolca­
dor, el "Elda", así como costosos equipamientos técnicos.
"Excavamos cementerios kilométricos", informa Seele. "Algu­
nos ya habían sido descubiertos en excavaciones anteriores,
otros los descubrimos nosotros por primera vez y datan del
período comprendido entre el Imperio Antiguo y la época
copta." En Quan el-Wizz los arqueólogos encontraron un an­
tiquísimo monasterio abandonado con su capilla, celdas mo­
nacales y catacumbas. Pero el cometido más interesante les
fue impuesto desde un comienzo: la exploración del templo
de Bet el-Wali, labrado en la roca. Este templo fue el primer
santuatio que erigió Ramsés, el arquitecto estatal, y consti­
tuyó, por. así decir, su pieza maestra.

Templos más baratos por docenas

Según parece, �n pocos años Ramsés convirtió a Nubia· en


toda su extensión en una planta de edificación, y allí comenzó a

41
dar rienda suelta a sus veleidades arquitectónicas. ¿por qué en
Nubia, precisamente?
Durante la corregencia con su padre Seti, se encomendó
al joven rey en especial todo cuanto se relacionara con Nubia,
hasta se le subordinó el virrey nubio. En esta época, Ramsés se
encargó "de lo-s trabajos de construcción de su templo ei:t Bet el­
Walli. En vida de su padre, pues. No obstante, la obra no se con­
·cluyó sino cuando Ramsés ya se ·había convertido en un anciano.
Hay al respecto indicios muy claros. Como todas las demás cons­
trucciones de Nubia debidas a Ramsés, el templo rupestre tam­
poco ostenta referencia alguna al año en que fue iniciado, pero
algunas peculiaridades delatan al caprichoso constructor.

TtMPEL­
HAUS

Planta del templo rupestre de Wadi es­


Sebua. El templo levantado al norte de
Abu Simbel fue una de las primeras
obras por las que Ramsés 11 firmó ha­
ciéndose responsable. 1) patio, 2) patio,
3) terraza, templo propiamente dicho,
templo rupestre.

El joven faraón se apresuró a erigir en Nubia toda una ca­


dena de templos. Construía como si hacerlo por docenas resul­
tara más barato. Bet el-W ali era el que estaba situado más al
norte, otro se levantaba en Gerf :t�ussein. En Wadi es-Sebua,
Ramsés dedicó un santuario a Amón y a Ra-Harajte; más al sur
se encuentra el templo de Kuban, también hallamos otro templo
42
-de Ra-Harajte en Ed-Derr y finalmente los dos templos rupes­
tres de Abu Simbel redescubiertos por Burckhardt. En Faras,
Ramsés reconstruyó un templo dedicado a Hator que la. reina
' Hatshepsút había comenzado 200 años antes, erigió un santuario
en Aksha, otro en Amarna oeste y otro bien al sur de Gebel Bar­
ka!. Si le complacían algunos de los templos ya existentes, los
hacía remodelar, como ocurrió con el santuario de Amada, el
templo rupestre de Ellesiya, el templo de Buhen, situado en el·
sur y· el de Sesebi.
J ohann Ludwig Burckhardt, el explorador suizo, también
redescubrió en marzo de 1813 el templo de Bet el-Wali. Hasta
ese momento nadie sabía del apartado santuario rupestre. La
primera y única descripción científica detallada la proporcionó
el alemán Günther Roeder después de sus exploraciones de 1907
a 1909. El santuario se compone de tres cámaras consecutivas,
cada una de una altura de escasos tres metros. El recinto de ac­
ce�o mide 6 x 12,75 metros de_largo, la sala de columnas conti­
gua tiene 10 metros de ancho y 4,20 de profundidad y el sancta
sanctorum 2,8 x 3,7 metros.
En este primer templete rupestre de Ramsés 11, Keith C.
Seele y su expedición tropezaron con un misterio para el que no
se ha hallado todavía una explicación satisfactoria: los relieves
que adornan los muros del templo se trabajaron en la técnica de
relieve realzado, en que las figuras sobresalen del plano. Sin em­
bargo, por una razón insondable, en mitad del trabajo los artis­
tas adoptaron a veces en sus representaciones la técnica del re­
lieve rebajado, según la cual las figuras se cavan en el plano.
Si bien un relieve realzado puede alisarse en cualquier
momento y ser transformado en un relieve rebajado (el trabajo
inverso es impracticable) Ramsés dejó que se emplearan juntas
y simultáneamente las dos técnicas. ¿Por qué? ¿como elemento
de comparación para obras futuras? Para este fin no le era me­
nester construir un templo completo.

El enigma del relieve rebajado

Probablemente nunca se resuelva el misterio de lo que


Ramsés II tuvo en mente al cambiar de manera tan radical la

43
técnica empleada en los confundibles relieves. El bajorrelieve,
forma de expresión sui géneris del arte egipcio desde hacía un
milenio y medio, sufrió alteraciones por primera vez en tiempos
de Ecnatón. Este faraón hereje y revolucionario y los artistas de
Amarna fueron quienes introdujeron en Egipto el relieve reba­
jado, pero el experimento de Amarna no duró ni dos decenios y
el arte de Ecnatón cayó en el olvido. Tutankamon y Haremheb
volvieron a trabajar en la técnica del altorrelieve. l Tuvo
Ramsés, el entendido en arte, debilidad por el arte de Amarna?

Los dos dibujos esquemáticos mu-estran la diferencia entre el relieve realzado y


el relieve rebajado...

"No se coAstruyó ningún monumento que no estuviera ba­


jo su supervisión" dice un texto anterior con referencia al joven
Ramsés. En otras palabras: en vida de su padre, Ramsés vigiló
como supremo inspeétor todas las obras reales construidas du­
rante" años Nilo arriba y Nilo abajo y no cabe duda que entendía
su oficio. Tal vez, en sus viajes de inspección tuvo contacto con
un grupo desmembrado de artistas de Amarna. Esta ciudad, ca­
p"ital de vida efímera, quedó abandonada durante medio siglo,
pero sus habitantes, escultores y artesanos debieron permanecer
en alguna parte. En la actualidad, los artistas amarnianos se con­
sideran los más importantes de la historia de Egipto. lJuzgó el
joven, dinámico y revolucionario Ramsés más moderno y confor­
me a la época, el estilo de estos artistas?
Lo seguro es que el relieve rebajado exigía menos trabajo.
Quizá Ramsés empleó esta técnica para poder llevar a cabo el
inmenso número de proyectos que emprendió simultáneamente.
Sin embargo, es una especulación ociosa, pues el propio Ramsés
dirigió la remodelación de relieves ejecutados en la técnica del
altorrelieve, utilizando en un arduo y largo procedimiento la
técnica del relieve rebajado. Las escenas que fueron repre­
sentadas en la gran sala de columnas de Karnak y en el templo
de Jeti en Abidos dan un elocuente testimonio de lo expuesto.
Asimismo, los cartuchos con los nombres del rey, tallados
en la piedra en la técnica d.e reiieve realzado o rebajado, escon-

44
den impremeditadamente un misterio. A lo largo de su nonage­
naria existencia Ramsés adoptó un número extraordinario de
nombres, y los egiptólogos le están agradecidos por su vanidad,
pues sólo con la ayuda de sus distintos apelativos se pudieron lo­
calizar en el tiempo muchos de sus monumentos.
El nombre sencillo del faraón, User-maat-Re, aparece
unos cuantos centenares de veces y por última vez alrededor de
1290-1289 a.C. Esto fue el día 20 del tercer o cuarto mes, de Pe­
ret, del año 1 del reinado absoluto de Ramsés 11, y quedó docu­
mentado en el fragmento de una estela de cinco líneas que el ita­
liano Caviglia encontró cerca de la Esfinge de Gizeh y en la
actualidad puede apreciarse en el Museo Británico de Londres.
En consecuencia, Ramsés debió de asumir el poder absoluto an­
tes del tercer o cuarto mes de Peret del año 1290.
Gracias a textos fechados, el arqueólogo berlinés Kurt
Sethe pudo probar que el paso del último año de gobierno de Se­
ti 1 al primero de Ramsés 11 no pudo acontecer entre el día 18
del tercer mes de Ashet y el día 8 del segundo mes de Peret. Pot
lo tanto, el gobierno absoluto de Ramsés se inició entre el día 8
del segundo mes de Peret y el día 20 del cuarto mes de Peret. Es
posible precisar más aún la fecha: Ramsés siempre celebró su
Heb-Sed, el aniversario de la ascensión al trono, el primer día de
un mes de Peret, y el calendario que aparece en el techo del Ra.­
meseo comienza con el tercer mes de Peret, es decir, a mediados
del año egipcio. Sólo hay una explicaCión: el calendario de su
templo funerario cuenta a partir del mes del-gobierno absoluto.
Según esto, Ramsés II habrla asumido el reinado absoluto de/Al­
to y el Bajo Egipto el dla primero del tercer mes Peret, es decir, de
acuerdo con nuestros cálc!flos cronológicos, e/15 de diciembre del
año 1290 a.C.

Los antiguos egipcios conocían tres estaciones: Ashet, la


época de la inundación; Peret, la época de la siembra, y Shenu,
la época de la cosecha, que correspondían al otoño, el invierno
y el verano respectivamente. A la izquierda, los jeroglíficos de
los distintos meses.

45
Ashet: época de la inundación.

- ldtLg Del15 de junio al15 de


octubre (otoño)

Tot: del15 de junio a115 de


julio

�.IWJ. g Paofi: del15 de julio al15· de

7'_wg agosto

Athir: del15 de agosto al15


'1ff'llru 8 de setiembre

1if' Illii. & Shiak: del15 de setiembre al


15 de octubre
-
Peret: época de la siembra
e :::::1
15 de octubre al15 de febrero
<::> (invierno)
-

- Tibi: del15 de octubre al15 de
�e:
1 :::J
<:::> noviembre
a
Meshir: del15 de noviembre al

'11"9
:::J
15 de diciembre

�L Famenat: del15 de diciembre


<i? al15 de enero

'iiñ' c =:� Farmuti: del15 de enero al15


· o
a· de febrero

Shenu: época de la cosecha


1 \5 1 15 de febrero al
.,. .. ""' 15 de junio
(verano)
... ·-
........�.

- . ..
Pashons: 15 de febrero al15
""T' � de marzo
==ro; Payni: 15 de marzo al15 de
- abril
'ir� - Epifi:15 de abril al15 de mayo
- Mesore: 15 de mayo al15 de
'1TI � junio
-
-
/

�� -
-
-

46
El faraón de los cien nombres

John D. Schmidt, un arqueólogo norteamericano que se


ocupó de la cronología del reinado de Ramsés 11* reunió todos
1os apelativos con que se adornó el presuntuoso faraón y dado'
que las lápidas conmemorativas que dejó en cantidad nada exi­
gua llevan el año de su gobierno, como también el nombre adop­
tado en ese momento, hoy podemos saber de qué época datan
aun los documentos sin fecha.
Los títulos reales completos de Ramsés· 11 aparecetr por
primera vez en el año 1 de su reinado absoluto, en la estela de
Gebel es-Silsile. En ella, el faraón se hace llamar:
Toro victorioso, amado de Maat.
Protector de Egipto, dominador de tierras extranjeras.
Rico en años, grande en victorias.
Amo de los dos países, poderosa es la verdad de Ra,
Escogido de Ra.
Señor de la manifestación, Ramsés, amado de Amón.
Estos títulos que eligió para sí el propio rey, involucran
naturalmente un programa. En primer lugar, Ramsés se veía to­
davía como "protector de Egipto" e�to es, como político interno,
pero ya avizoraba también a los países extranjeros, al hacerse ce­
lebrar de antemano como su ndominadorn. Los demás atributos
divinos corresponden a las formas de expresión del lenguaje de
la época. Estos nombres regios de ninguna manera son exagera­
do alarde del arrogante, del despótico faraón ávido de poder,
pues en comparación a los apelativos de sus antecesores de la di­
nastía XVIII este título es modesto, a pesar de su extensión.
User-maat-Re conservó este título inalterado durante tres
años. Sea como fuere, una inscripción hallada en Sinaí del año 2
y la estela de Kuban del año 3 no permiten advertir cambio algu­
no. No fue sino en el año 10 de su gobierno, cuando concluyeron
las luchas con los hititas, que podemos comprobar una nueva
onomatología en la estela de Assuán. Entonces, el general triun­
fante se convierte en ncomandante de los arqueros, qué aniqui­
laron a los rebeldes." Al mencionar a los nrebeldesn se alude a los
habitantes de las provincias asiáticas insurrectas que durante las
desavenencias con los hititas se pasaron al enemigo.

• John D. Schmidt:" Ramesses 11 a Chronological Structure for His Reign", Bal­


timore, 1973.

47
Ocho años más tarde, en la estela fechada de Besan*,
encontramos un título real que coincide en gran medida con
el del año 1, c�n excepción de un interesante complemento
que señala al belicoso rey como alguien "que se apodera de
todos los países". Esto rige también para el texto contractual
de la alianza celebrada con los hititas el día 21 del primer
mes Peret del año 21 de su reinado, así como para la estela de
Mnevis del año 26 y para el primer aniversario en el trigési­
mo año de gobierno• *.
En er año 33, con motivo del segundo aniversario de
gobierno, Ramsés 11 añade a su nombre de Horus el nuevo
complemento: " ... que celebr.a aniversarios como su padre
Ptah-Ta-tenen". Este nombre también lo hallamos en el"De­
creto de Ptah" (véase página 189) complementado con otros
nuevos apelativos que indican una nueva evolución. Ramsés
se arroga el derecho a la divinidad, es "Ra, nacido de los dio­
ses", y le interesa dejar constancia de que "llevó la paz a los
dos países".
La última variación del nombre real se lee en el papiro
Sallier IV, que data del año 56 de su gobierno, y el nombre
alude a que el casi octogenario Ramsés está bastante "retira­
do" a la sazón. En ese momento el faraón es el "señor de la
manifestación como Atón, el amo de los dos países de He­
liópolis, Ra-Harajte" y se ha convertido en simple "dios, so­
berano de Heliópolis".

• Besan, po&teriormente Escitópolis, que se levantaba en la planicie de Es­


drelón, cerca del Jordaln, es una antiquísima ciudad de la cual los arqueólogos
han desenterrado hasta el presente nueve capas. La más antigua data de la épo­
ca de Tutmosis 111 y la quinta fue construida bajo el reinado de Ramsés 11.

•• Por lo general, los faraones celebraban un aniversario después de treinta


años de reinado, que a partir de �JI{ era repetido cada tres años.

48
Un grande se convierte en el más grande

Un análisis de los nombres y de los títulos que Ramsés II


adoptó a lo largo de su vida y en parte volvió a dejar caer en el
olvido nos da el sjguiente cuadro biográfico y caracterológico:
en el momento de subir al trono Ramsés 11 no tenía una perso­
nalidad extraordinaria. El nombre real que adoptó era corrien­
te, incluso modesto en aquellas circunstancias.

Friso de jeroglíficos que encuadra la puerta del templo de Seti 1 en El-Kurna: a


la izquierda los anillos con el nombre de Seti 1; a la derecha, los cartuchos de
Ramsés 11. Los arqueólogos evalúan esta representación como prueba de que
padre e hijo reinaron juntos durante cierto tiempo.

49
Al cabo de diez años de gobierno, erfaraón tuvo plena
conciencia de su potencia militar, mientras descuidaba -al pare­
cer- más y más la política interna. No se dedica a las exigencias
interiores con reforzado empeño hasta el.tercer decenio de su
gobierno. Su primer aniversario en el año 30 (1261 a.C.) consti­
't"u ye un hito no sólo en la vida de Ramsés II, sino también en la
historia de Egipto. Ya no se habla de guerras o querellas intesti­
nas. Ramsés marcha hacia su inmortalidad: un grande se con­
vierte en el más grande y el faraón pavimenta esta senda con mo­
numentos como nadie lo hizo antes o después de él. La segunda
mitad de su gobierno no lleva el cuño de la política, sino el de la
religión.
John D. Schmidt dice: "Aunque falten datos unívocos res­
pecto de que muchos monumentos que hicieron famoso a
Ramsés II fueron construidos en la segunda mitad de su reinado,
hay indicios precisos de que en esta época brindó toda su aten­
ción a los asuntos internos de Egipto y erigió a los dioses nume­
rosas obras." En" este período surgieron el templo de Hator de
Der el-Medine, los diversos complejos sagrados de Karnak, sus
edificios en Hermópolis a partir del año 34, el templo de Ptah en
Mitrahine, aproximadamente el mismo año, así como el templo
de Heracleópolis. La estela de 400 años (véase página 115) da­
ta de esta época y el templo de Armant del año 51 aproximada­
mente.
Ramsés II se hizo legendario a raíz de los numerosos mo-
. numentos conmemorativos. A casi mil años de su muerte los sa­
cerdotes del templo de Chons, en Karnak, falsificaron una este­
la que l gran faraón había donado al parecer en acción de gracias
por la milagrosa curación de su cuñada Bentresh (ver capítul9
·

octavo). ·

En el antiguo Egipto no era raro que los sacerdotes pro­


dujeran lápidas conmemorativas, por así decir imágenes votivas,
que carecían de todo fundamento real y por ende no perseguían
otro objeto que elevar el prestigio de la deidad a que ellos
servían. Pero, en cambio, es interesante que todavía a mitad del
primer milenio a.C. los sacerdotes de Chons otorgaran a Ramsés
no menos de veinticinco títulos y le adjudicaran además varios
apelativos de Tutmosis IV. Esto constituye una marca máxima,
de lo cual se deduce que Ramsés era reconocido ya en esos tiem­
pos como el más grande de los faraones egipcios.
La estela descubierta en 1829 por Ippolito Rosellini, un
discípulo de Champollion, y que se exhib� hoy en el Louvre,
muestra a la izquierda, en el campo arqueado, al rey Ramsés

50
ofreciendo incienso a la barca de Chons, portada por diez sacer­
dotes. Sobre el lado derecho, un sacerdote hace su ofrenda a la
barca de Chons portada por ocho sacerdotes y debajo de él figu­
ran los títulos del soberano:
"Horus: toro robusto, unificador de las coronas, cuyo rei­
nado dura como el de Atón; Horus, vencedor de Nubti*; de bra­
zo fuerte que ahuyentó a los nueve pueblos de arqueros**, rey
del Alto y Bajo Egipto, amo de los dos países: User-maat-Re, es­
cogido de Ra, hijo carnal de Ra: Ramsés Meriamón, amado de
Amón-Ra, señor de Karnak y la nona, señor de Tebas. El buen
dios, hijo de Amón, nacido de Mut, engendrado por Ra-Harajte,
gloriosa criatura del amo supremo, engendrado por el 'toró de
su madre', rey de Egipto, soberano de los desiertos, príncipe, el
que tomó a los nueve pueblos de arqueros; cuando salió del vien­
tre materno le anunciaron victorias, impartió órdenes aun antes
de nacer; es un toro valiente cuando pisa el campo dé batalla, un
real monarca que el día de la victoria sale como Mont, grande y
poderoso como el hijo de Mut".

La momificación del rey Seti

Después de cinco a siete años de regencia compartida con


su padre, Ramsés gobernó como soberano absoluto. Al rey Seti.
no le fue concedida "la bella edad de ciento diez años" que elo­
gia un proverbio egipcio. No contaba aún cuarenta años cuando
le sorprendió la muerte. No se conoce la causa de su deceso. La
cabeza de la momia en perfecto estado de conservación (fue ha­
llada en 1881 junto con la de Ramsés en el escondite de Der el­
Bahri) muestra los enérgicos rasgos fisonómicos de un hombre
en sus mejores años: Los radiólogos norteamericanos han com­
probado sin lugar a dudas que debe descartarse la posibilidad de
una muerte violenta por un agente externo, por ejemplo una he­
rida de guerra, y quedan como factibles causas de su defunción
una infección o una enfermedad interna, quizá una deficiencia
cardiovascular. Al �recer, el faraón tenía conocimieto de la
grave dolencia que padecía, y ello explicaría la entronización
prematura de su hijo como corregente.

• Otro nombre de Set.


• • Denominación simbólica de todos los pueblos sometidos al soberano todo­
poderoso de Egipto.

51
Aunque, de seguro, la muerte de Se ti no sobrevino inespe­
radamente, el duelo fue grande. En todos los rincones del país
_las plañideras expusieron sus senos, se embadurnaron la cara
con �ieno del Nilo, se echaron tierra sobre la cabeza y corrieron
por las calles entre lamentos como suelen hacer los deudos. Al­
gunas eran de oficio, que dejaban oír sus lamentos por cualquier
comitente a cambio de una exigua dádiva, pero cuando dejaba
de existir un faraón su gritería multiplicada miles de veces reso­
naba por el país a título gratuito.
Durante setenta días Egipto contuvo el aliento, pues ese
era el tiempo que duraba el proceso de la momificación, es de­
cir, la preservación de la envoltura perecedera del rey-dios di­
funto, para su eterna belleza. El espíritu protector, que había
abandonado el cuerpo del faraón provisionalmente, debía en­
contrar a su regreso, si regresaba realmente, un cuerpo que no
hubiera envejecido.
A diferencia de los mortales ordinarios, Seti no fue momi­
ficado en la "casa de la muerte", sino en su propio palacio de
Menfis. La preparaciQ.n quirúrgica se cumplió según un estricto
ritual. Comenzó de noche, al fantasmagórico reflejo de antor­
chas coronadas de llamas rojas y de las lenguas de fuego verde­
azuladas de las lámparas de aceite. Un equipo de cirujanos se­
midesnudos, pertenecientes a-una casta social inferior a pesar de
la importancia del cometido, avanzó para comenzar la disección.
Entre las sonoras jaculatorias de los sacerdotes calvos, secciona­
ron la pared abdominal con sus escalpelos de piedra. Con cortes
breves y profundos, mil veces ensayados, y diestra manipulación
extrajeron las entrañas. El corazón, los pulmones, el hígado y los
riñones fueron colocados en recipientes separados. Luego traje­
ron fuentes llenas de natrón para rellenar con este compuesto
las cavidades, y por último se cubrió con natrón el cuerpo ente­
ro, con la finalidad de extraer toda la humedad del cadáver.
Apenas concluida esta labor, los sacerdotes echaron a los
técnicos momificadores según un ritual cuidadosamente estu­
diado. Esto respondía a la moral egipcia. Aunque habían obra­
do según el deseo de todos, los momificadores habían lesionado
al faraón y por esta causa debían ser expulsados y no regresarían
sino al cabo de dos meses, para dedicarse al embalsamamiento.
Seti 1 no fue un faraón (iébil ni insignificante. Si en la ac­
tualidad su nombre no irradia d fulgor que se merece es porque
el aura de su propio hijo lo superó en poder, sed de gloria y lo­
gros, y porque ese hijo se apropió de una g ran parte de sus mo­
numentos.

52
Seti 1: a la izquierda, cabeza de una estatua colosal, a la derecha cabeza de lamo­
mia (Museoúlgipcio de El Cairo).

En vida, Seti gozó de veneración divina y el príncipe here­


dero Ramsés no se la disputó. Un relieve del muro sur, de laSa­
la Hipóstila de Karnak, ejecutada en la técnica rebajada, presu­
miblemente posterior a la muerte del padre, representa a
Ramsés como oferente frente al divinizadoSeti. Pero Karnak no
era un templo funerario. Lá representación muestra con bastan­
te claridad queSeti fue venerado en vida como dios por su hijo
y que Ranisés no ofreció sacrificios ante la estatua de su padre.
Acompaña aSeti su ka, la fuerza que habita en el hombre
vivo. Este ka lleva sobre la cabeza el nombre de Horus y sostie­
ne en la diestra el estandarte con cabezas humanas, sobre el que
reza "El ka real viviente del amo de ambos países." El hecho de
que después del cartucho del nombre de Seti, al final de la ins­
cripción vertical haya sido dejado un gran espacio (al parecer
para incluir al"difunto") habla también en favor de la suposición
de queSeti ya era dios en vida.

53
¿Latía en el lado derecho el corazón de Seti?

Después de dos meses, el cadáver del rey había tomado


un aspecto coriáceo, y fue lavado entonces con esencias, hier­
bas molidas, vino de palma, aceite de cedro y mirra en polvo.
En el ínterin, sus vísceras habían recibido un tratamiento
adecuado para su conservación y se guardarían en recipien­
tes especiales o canopes, pero el corazón momificado de Se­
ti fue colocado de nuevo en el cadáver del faraón, aunque
¿por qué precisamente en el lado derecho? Este es un enig­
ma que les hace romperse la cabeza a los arqueólogos desde
que los norteamericanos descubrieron la anomalía mediante
estudios radiológicos. Se descarta un descuido de los momi­
ficadores, dada la importancia de este procedimiento ritual.
Era costumbre de la época dejar el corazón en el cuerpo, en
todo caso en el lado izquierdo. Tal vez la posición anómala
del órgano apunte hacia una enfermedad circulatoria que le
provocó la muerte, y en otra posición trabajaría mejor en el
más allá. Es menos probable que Seti se contara entre los po­
cos individuos de constitución anormal, en los que el corazón
late toda la vida en el costado derecho.
. .

Los embalsamadores se permitieron otra peculiaridad: no


prepararon el cadáver del monarca difunto con los brazos cruza­
dos sobre el pecho, ni pusieron en sus manos el cayado y el láti­
go sino, por motivos desconocidos, le dejaron los brazos adosa­
dos a lo largo del cuerpo y depositaron a su lado los símbolos
faraónicos.
Los maquilladores le pintaron las cejas, los párpados y
·
la boca. Se dice que dominaban su técnica con tanta perfec­
ción y daban a los muertos un aspecto tan vivaz y seductora
belleza con sus cosméticos, que algunos embalsamadores no
pudieron resistir el encanto de cadáveres femeninos de espe­
cial atractivo... Después de los embalsamadores les tocó el
turno a los confeccionadores de momias, que VInieron con
sus balas del más fino lino y recipientes de brea hirviente.
Eran los que convertirían el c�dáver en momia. Mientras re­
alizaban su tarea los sacerdotes dedicados al culto de los
muertos aspergieron a Seti con agua del Nilo. Debía ser puri­
ficado por última vez. A los setenta días exactos de este pro­
cedimiento el reluciente féretro de oro con. la momia del rey
difunto en su interior pudo ser cerrado y se inició entonces la
ceremonia del entierro, que se llevó a cabo en Tebas.
54
-�---�----� - -- -

Constructores de sarcófagos en actividad (de una tumba particular de Tebas).

En el curso de las semanas previas a la inhumación habían


afluido a la ciudad gente proced(1nte del norte. y del sur p.a.ra
asistir al insólito espectáculo, una mezcla curiosa de día de due­
lo nacional, fiesta popular y procesión del Corpus.
Un alto funcionario de la época de Tutmosis III hace una
descripción de lo que solía suceder. Imagina su entierro de la si­
guiente manera:
"Tendrás una hermosa inhumación en paz cuando se ha­
yan cumplido los setenta días del embalsamamiento. Te colo­
carán en el catafalco... y serás llevado por bueyes inmaculados.
Tu camino será aspergido con leche hasta llegar a tu sepulcro.
Llorarán tus hijos con el corazón transido por la pena. El sacer­
dote te abrirá la boca y el sacerdote de Sem realizará tu purifi­
cación. Horus acomodará tu boca, abrirá tus ojos y oídos. Tu
cuerpo es más perfecto en todo lo que te corresponde. Leerán
dichos y loas. Te ofrecerán un sacrificio. Tendrás junto'a ti·tu co­
razón, como lo tuviste en la tierra. Retornarás a tu forma ante­
rior, como el día de tu nacimiento. Tus cortesanos se inclinarán
ante ti. Entrarás en la tierra que ha dado el rey, en la tumba del
oeste. Celebrarán ceremonias; irán a ti los bailarines fúnebres
dominados por el frenesí."
Si el entierro de un funcionario de la corte constituía una
fiesta popular de mediana importancia, un entierro faraónico

55
trocaba a Tebas en un pandemónium en el que la gente exaltada
cprría de un lado a otro, se golpeaba la cabeza en señal de due­
lo, mientras los notables c�amaban: "iQué hermoso es lo que se
le tributa!"
El faraón sería inhumado, el hijo de Horus entraría en la
eternidad, y esta eternidad se encontraba en el oeste. Habían lle­
gado masas deseosas de participar en el cortejo fúnebre porque
Seti había sido un faraón muy amado, un soberano que había he­
cho nacer una nueva esperanza, un digno sucesor de Ramsés 1,
fundador de la dinastía. Y en consecuencia, cantaron las letanías
al unísono con los sacerdotes que encabezaban el cortejo: "iSal­
ve, Osiris, señor de la eternidad, rey de los dioses, dueño de mu­
chos nombres y magníficas formas y secreta esencia en los tem­
plos!"
A los sacC?rdotes siguieron los siervos portadores de casi
todos los enseres de la casa del rey, como también vituallas para
varias semanas: una cama, armarios, sillas, mesas, cajones y co­
fres, carros y barcas. Arrastraron también enormes cántaros de
vino y cerveza, trigo en tinajas de dos asas y un mar de flores en­
tretejidas. Los bailarines fúnebres se contorsionaron al inquie­
tante son de tambores y sistros. Dos bueyes tiraron de una espe­
cie de trineo sobre el cual habían montado un tablado cubierto
por cortinas. Sobre él descansaba en el interior de una barca el
sarcófago del rey. Detrás del trineo avanzaron los sacerdotes
portadores de los canopes y sahumadores, de los cuales emana­
ban perfumes.

Así podemos imaginarnos un cortejo fúnebre egipcio: bien a la derecha la entra­


da al sepulcro, al pie de una montaña; a continuación, la estela funeraria flan­
queada por el sacerdote, que lleva una máscara de Anubis. Sostiene la momia
del muerto. La esposa del difunto abraza por última vez las piernas de la momia,

56
Rumbo al oeste hacia el más allá

El sucesor era un hombre en quien estaban puestos todos


los ojos con mirada interrogante: User-maat-Re-Setepen-Re,
que a partir de ese momento se hizo llamar Ramsés, "el nacido
de Ra", como su abuelo. ¿Qué clase de faraón sería? ¿un blan­
dengue, dúctil como la cera, a semejanza de Tutankamon, un te­
rrible déspota como Haramheb, un flemático apolítico como
Amenofis 111, un fanático como Ecnatón o un conquistador co­
mo Tutmosis 111?
Si aquel día los astrólogos hubieran vaticinado que reu­
niría las cualidades de todos ellos, las buenas y las malas, nadie
les hubie"se dado crédito. Hubieran argumentado que ningún ser
humano puede poseer cualidades tan diversas y contradictorias,
y no obstante, los astrólogos hubieran tenido razón.
Detrás del gallardo Ramsés se movía Tuia, su madre. Al
fallecer su esposo había perdido todas sus funciones públicas.
Había dejado de ser reina para quedar reducida a madre del rey.
Cuando el cortejo fúnebre llegó al Nilo y los sacerdotes alzaron
el sarcófago junto con la barca para trasladarlos a una de las
grandes naves, la viuda clamó en voz alta: "iOh, hermano mío,
esposo mío, amigo mío, quédate, permanece en tu lugar, no te
alejes del lugar donde perteneces! iAy, te vas para cruzar el Ni­
lo. No os deis prisa, marinos, dejadlo! Vosotros regresaréis a ca·
sa, pero él partirá a la tierra de la eternidad."

detrás de ella ofrendas para el muerto, los sacerdotes de Sem, el sacerdote lec­
tor con un papiro en la mano y el cortejo formado por un grupo de personas que
se golpean la cabeza en sel\al de duelo. A la izquierda está representada la for­
ma en que la momia es arrastrada sobre un trineo hacia su última morada. (De
la tumba de un inspector de mercancías de la dinastía XIX).

57
Tuia c.lamó a viva voz, pero al parecer no impresionó a na­
die, pues sólo era una fórmula ritual. Los marineros recibieron
la barca y el sarcófago de Seti y lo depositaron en la mayor de las
cinco naves que esperaban. Los millares de personas que bor­
deaban la ribei:a derecha alargaron el cuello con curiosidad pa­
·
ra echar un 6ltima mirada al deslumbrante féretro de oro, antes
de que desapareciera junto con los canopes tras una estructura
envuelta en cortinas de colores.
La barca mortuoria del rey, de elevada proa y popa, no
llevaba a bordo más que a un timonel encargado de un podero­
so timón, pues la embarcación misma era remolcada por otra
barca impulsada por remeros. Ramsés, su madre y los sacerdo­
tes iban en una de las tres naves restantes, en tanto en la segun-
. da se acomodaro� los notables del reino y en la tercera embar­
cación se colocaron los objetos funerarios para el rey. El pueblo
. quedó atrás. Una vez más las mujeres se descubrieron los senos,
una vez más hundieron las manos en la arena y dejaron correr
por su rostro el polvo de la calle, en tanto los hombres se golpea­
ban la cabeza, y por el Nilo se extendió un 6ltimo canto plañide- ·

ro.

Vuélvete hacia el oeste, hacia la tierra de la verdad.


Las mujeres del barco de Biblos* lloran mucho.
En paz, en paz, alabado, navega en paz.
Si a Dios place, te veré
úm pronto el día se vuelva eternidad.
..Mira, te vas a la tierra que mezcla a los hombres.

En la ribera opuesta ya aguardaba un trineo tirado por


cuatro bueyes, sobre el cual fue depositada la barca y el sarcófa­
go. De nuevo volvió a formarse un cortejo f6nebre similar al que
había escoltado a los mortales despojos del rey muerto hasta la
orilla oriental, pero la calle por la cual hubo de abrirse paso es­
te cortejo fue bastante más corta, en la margen occidental, y
cuando se acercó a las montaña·s rocosas detrás de las cuales se
encontraba el Valle de los Reyes, ya no hubo espectadores, sino
sólo participantes. Los bailarines iniciaron frenéticas danzas
macabras, los sacerdotes balancearon en éxtasis sus sahumado­
res y no se dejaba de· derramar sobre el féretro leche de un
cántaro.

• Según la leyenda, con el barco db Biblos, Isis trajo de vuelta a Egipto el


cadáver de su esposo Osiris.
58
La tumba de la momia viviente

El trineo portador del sarcófago se detuvo frente a la en­


trada de la tumba. Tres sacerdotes descendieron por el pasadi­
zo oblicuo de cien metros de largo que conducía hacia abajo, y a
través de la sala de columnas pintadas con los retratos de Seti de
tamaño natural y magníficos colores, se dirigieron a la Sala del
sarcófago donde, bajo una bóveda con representaciones as­
tronómicas que debían servir de reloj al muerto, se destacaba un
sarcófago de alabastro que despedía un resplandor blanco azu­
lado a la luz de las lámparas de aceite salado. En su interior
yacía una momia humana que, como era factible reconocer, da­
ba señales de vida. Los tres sacerdotes la llamaron con sonoros
gritos, y lentamente, como si despertara de un profundo sueño,
la momia empezó a moverse, a incorporarse con esfuerzo: era
Sena, un sacerdote disfrazado de momia, encar_gado de ejecuta!
las ceremonias fúnebres.
La tumba de Seti 1 era la de mayores dimensiones y mag­
nificencia entre las construidas hasta entonces en el Valle de los
·.
Reyes. Por voluntad del rey se había dibuja�o en ella el "mito de
la vaca celestial", basado en concepciones y antecedentes de
épocas muy remotas y cuyo contenido era la salvación del géne- ·

ro humano de la aniquilación. El mismo texto se descubrió tam­


bién en la tumba de Ramsés 11, pero fue transmitido de manera
incompleta en los detalles. En suUrkunden zur Religion des Al­
ten Aegypten (Testimonios sobre la religión del antiguo Egipto),
Günther Roeder lo califica como reproducido de manera "adul­
terada y en una redacción poco esmerada y defectuosa". ·

En la tumba de Seti encontramos una indicación de reci­


tación según la cual se es�ablece que tales inscripciones de je­
roglíficos eran textos "sagrados" en el más veraz de los sentidos.
"Si un hombre recita esta sentencia" dice allí, "su rostro debe es­
tar uhgido con óleo y bálsamo. En ambas manos sostendrá sahu­
madores con sahumerio. El natrón y el sahumerio estarán ante
su boca. Su atuendo consistirá en dos túnicas nuevas. También
deberá haberse lavado con agua del Nilo. Irá calzado con sanda­
lias blancas. Sobre su lengua estará dibujado con pintura verde
el signo de la verdad."
El mito de la vaca celestial surge de la indignación de los
hombres contra Ra, el dios sol. Cuando envejeció y sus huesos se
convirtieron en plata, sus miembros en oro y su cabellera en la­
pislázuli, los hombres hablaron mal de él. El dios sol oyó lo que

59
dijeron y se dirigió en estos términos a los dioses de su séquito.
"Haced venir ante mí a Shu, Tefnut, Geb y Nut... * y conducidlos
aquí con cautela para que los hombres no los vean y su corazón
no se escape. Entonces iré a Nun**, al lugar en el cual tuve mi
origen."
Los dioses se presentaron y Ra habló a Nun: "iTú, el más
viejo de los dioses, de quien desciendo, y vosotros, antepasados
de los dioses! Ved a los hombres nacidos de mi ojo, han forjado
planes contra mí. Decid, qué haríais contra eso. Ved, quisiera
evitar matarlos hasta haber escuchado lo que tenéis que alegar
en contra." Los demás dioses opinaron: -"Deja que tu ojo vaya
allí y golpee a los rebeldes .con infortunio. El ojo no se quedará
en tu frente; sino que irá allí para castigarlos, descenderá como
Hator."
La sanguinaria Hator-Sajmet, hija de Ra, había sido esco­
gida para aniquilar al género humano, pero Ra, en su bondad,
decidió otra cosa y recurrió a un ardid. Mandó enviados a la Is­
la Elefantina en busca de grandes cantidades de granadas. Los
frutos fueron machacados y mezclados con cerveza de cebada
preparada por las propias esclavas. La bebida alcohólica resul­
tante se asemejaba a la sangre humana y con ella se llenaron sie­
te mil jarras. Una noche antes de que Hator-Sajmet se dispusie­
ra a ejecutar su terrible cometido, Ra mandó verter el brebaje
que causaba sopor sobre el lugar donde la venganza comenzaría
su obra. Cuando apareció Hator-Sa:jmet y encontró todo anega-_
do en aquel líquido lo bebió, se embriagó y ya no pudo distinguir
a los hombres, con lo cual el género humano se salvó.
En este mito se basaba la costumbre de hacer beber a las
esclavas una bebida soporífera en ocasión de la fiesta de Hator.

Shu y Tefnut son los hijos del dios sol y se consideran los ojos del amo del

cielo; Geb y Nut personifican a la tierra y al cielo.

u El antiguo lago. El dios epónimo se consideraba el dios primero y padre de

los demás dioses.

60
Un postrer y atroz sacrificio

Antes de que el sarcófago con la momia fuera arrastra­


do cuesta abajo por el largo pasadizo, se cumplió un postrer
y atroz sacrificio. Los sacerdotes trajeron a rastras a un joven
ternero. Uno revoleó un hacha y de un golpe certero le cortó
la extremidad anterior derecha y la pobre bestia cayó al sue­
lo entre mugidos de dolor. Los sacerdotes encargados del sa­
crificio se abalanzaron entonces sobre el animal agonizante,
lo despedazaron, expusieron los trozos de carne al fuego que
ardía con intensa humareda negra sobre un poyo de piedra y
elevaron entretanto sus preces al cielo. Cuando las llamas hu­
bieron consumido la mayor parte de la carne, los sacerdotes
asieron el sarcófago.
Entonces Tuia, la viuda del rey muerto, se separó del gru­
po de dolientes con un grito, se arrojó sobre el ataúd, que tenía
los contornos y rasgos fisonómicos de su esposo, y lo abrazó.
"iSoy tu mujer, Tuia! iOh, grande, no me abandones! ¿Es tu de­
seo· que me aleje de ti? Si me marcho te quedarás solo, tú, a
quien complacía bromear conmigo, guardas silencio, ya no me
hablas."
Las mujeres de su séquito retuvieron a Tuia y le hablaron
a coro: "lOh, qué infortunio! No dejéis de llorar, que los lamen­
tos se sigan escuchando. El buen pastor se ha marchado al país
de la eternidad.
La muchedumbre se ha apartado de ti. En este momento
estás en la tierra que ama la soledad."
A continuación, el ataúd desapareció silenCiosamente en
la cavidad abierta en la roca que conducía a la profundidad del
sepulcro.
Una ,pilastra de esta tumba fue separada de la cons­
truc�ión en )84:t por el jovep. egiptólogo y lingüista alemán
Richard Lepsius y llevada a Berlín. Dos años antes, Lepsius
había viajado a Egipto como director de una expedición cuya
misión era explorar el valle del Nilo hasta Sudán. A pie, a lo­
mos de camello y en barco llegó a Khartun, la capital de
Sudán, punto de confluencia de los dos ríos fuente del Nilo.
Lo acompañaban dos arquitectos, dos dibujantes, un pintor;
un modelista en yeso, un escultor y un teólogo. Las circuns­
tancias en las que Lepsius viajó y exploró monumentos
"venían acondicionadas de tal manera", al decir de su biógra-

61
fo, el egiptólogo· Georg Ebers• "que los investigadores poste­
riores nos llenamos de envidia".
La ley que prohibía la exportación de antigüedades fue
dejada sin efecto para Lepsius; los obreros que trabajaban en las
excavaciones recibían 20 peniques por día y los niños la mitad,
en calidad de peones. Mohamed Alí, el virrey de Egipto, conce­
dió al viajero procedente de Berlín, la autorización formal dé
hundir la pala donde lo estimase deseable. Todas las autorida­
des locales recibieron instrucciones en el sentido de que habrían
de brindarle el mismo apoyo que a sus empresas, y Lepsius no se
mostró muy sobrio precisamente. Hizo transportar los hallazgos
realizados en Sudán a Alejandría en embarcaciones del gobier­
no; tres cámaras sepulcrales completas de Gizeh fueron desar­
madas en sus componentes por cuatro obreros traídos de Ale­
mania por el propio Lepsius, pero el obelisco de la tumba de Seti
se conservó en una pieza. Mohamed Alí lo ofreció todo a Fede­
rico Guillermo IV, rey de Prusia, en calidad d� regalo.

Ramsés y el oráculo

Después de ser inhumado Seti con todos los honores que


le correspondían, Ramsés empezó a edificar una imagen de sí
mismo con tanta presunción, de manera tan sistemática y obse­
sionada, como no lo había hecho ningún faraón anterior a él.
Siempre que aparecía el nombre de su padre en una obra inicia­
da por Seti, Ramsés hacía añadir la frase "que ha fallecido". A
menudo esto se hacía de prisa y, como consecuencia, de manera
negligente. En el testimonio de donación del templo de Seti en
Abidos, por ejemplo, el padre es apostrofado siete veces de "di­
funto", sin embargo otras seis es nombrado sin ese añadido.
. El joven faraón Ramsés apareció en público por primera
vez en la metrópolis de Tebas, con ocasión de la fiesta de Opet
del año 1290, una fiesta religiosa popular que movilizaba a las
masas, y por esta circunstancia era muy propicia para gánarse
simpatías. Precisamente, en aquella época no había ministro de
ceremonias. El puesto de sumo sacerdote de Amón estaba va-

· • Georg Ebers:• Richard Lcpsius, e in Lcbensbild, Osnabruck", 1969 (Richard


- Lcpsius, una biografía).

62
cante. Los sacerdotes, así como el pueblo, aguardaban eXpectan­
tes: lNombraría Ramsés 11 un nuevo sumo sacerdote? lA quién
le transferiría cargo tan influyente? Esto sólo ya daría a conocer
las intenciones políticas del nuevo rey. Eso creían.
Ramsés, a quien la jerarquía sacerdotal de Tebas le resul.:
taba tan odiosa como indigna de confianza, tomó una decisión
prudente. Citó varios nombres y dejó que un oráculo encontrara
al candidato más digno. Esto aconteció del siguiente modo: Los
sacerdotes de Amón llevaron la imagen de su dios al atrio del
templo cargada sobre sus hombros. Rainsés pronunció uno tras
otro los nombres y cuando fue el turno del nombre más agrada­
ble a los religiosos, uno de ellos sacudió el hombro de manera
que la estatua pareció asentir. Y eso significó que el dios había
dado su aprobación. El nuevo sumo sacerdote de Amón se lle-
maba Nebunef.
·

Nos ilustra sobre estos procedimientos una inscripción de


veintitrés líneas que el sumo sacerdote hizo grabar en su tumba
en El-Kurna. Entre otras cosas, reza:
"Año 1. Día 1 del tercer mes de la inundación. Su Majes­
tad había navegado río abajo desde la ciudad meridional de Te­
has y cumplido lo que su padre sancionó, Amón Ra, el señor de
Karnak, el gran toro, la cabeza suprema del panteón y Mut, la
grande, señora de Ashru• y Chons en Tebas, Neferhotep, en sus
hermosas fiestas de Opet ...
El rey se dirigió por tierra a Tinis, y el futuro primer sier­
vo del dios Amón, Nebunef, el difunto, fue presentado aSuMa­
jestad.SuMajestad habló: 'Tú serás primer siervo de Amón y &U­
pervisarás su tesoro y su almacén. Tú serás el más alto
funcionario de su templo. Todo su sustento dependerá de tu di­
rección. La casa de Hator, señora de Dendera, dependerá de la
dirección de tu hijo y asimismo estarán debidamente incluidos
los cargos de tus mayores y las tierras en las que tú estuviste.
iQue Amón te haga dichoso en su casa! iQue te éonceda
una larga vida en su casa! iQue te haga descansar sobre el suelo
de su ciudad! !Quiera El guiar el cabo anterior y posterior de la
barca de tu vida, pues él mismo te ha escogido y no hay ningún
otro que te haya mencionado a El! !Quiera brindarte una tumba
en el oeste!'
Entonces la corte y los más altos funcionarios alabaron la
belleza deSuMajestad, besaron la tierra muchas veces, profirie­
ron loas y elogiaron su ka hasta el ciel�... Entonces,SuMajestad

* Distrito de Mut en la Karnak meridional.

63
entregó a Nebu�ef sus dos anillos de sello de oro y su bastón de
electro (ámbar). Fue nombrado primer servidor de Amón y ad­
ministrador de las dos casas de la plata y del oro y administrador
de los dos almacenes y comandante de los soldados del templo
de Amón y administrador de todos los talleres del templo de Te­
has.
Un enviado del rey se dirigió a Tebas para entregar la or­
den real: debían traspasar la casa de Amón a Nebunef, como
también el inventario y el personal, tal como lo ordenaba el so­
berano de Amón que existirá por toda la eternidad".

Un poseído manipula la historia

Ramsés no tuvo empacho alguno en reclamar para sí las


escenas en relieve que se estaban confeccionando para su difun­
to padre, como si hubiera querido demostrar que su participa­
ción en la creación del templo correspondiente fue mucho ma­
yor que la de su padre. Las representaciones murales que pudo
presentar como propias las hizo terminar, otras no, y mandó ai­
terar los bocetos según esta tendencia. En la sala C del templo
de Seti, bajo el relieve de Ramsés 11, el observador atento podrá
reconocer hoy todavía las líneas del contorno de las repre­
sentaciones originales, sobre todo allí, donde el joven faraón
mandó retocar los relieves de su padre. Con la técnica por él
preferida de relieve rebajado, y las malas lenguas aseguran que
Ramsés sólo la eligió porque le permitió alterar una repre­
sentación más antigua y adscribírsela a sí mismo.
Por supuesto, Ramsés no tuvo en cuenta que precisamen­
te este cambio en la técnica del relieve expondría a los ojos de la
posteridad con toda claridad sus abominables hurtos artísticos.
Examinemos el segundo pilón de Karnak: las cuatro escenas in­
feriores en el lado sur de la torre norte fueron creadas por Seti,
pero Ramsés las usurpó; sólo las dos escenas superiores y el fri­
so fueron desde un principio la obra de User-maat-Re. Eviden­
temente, debió de tener reparos en cambiar la técnica del relie­
ve en esa cara del pilón, pues si las representaciones
comenzadas por él mismo fueron ejecutadas en relieve realzado,
no así los nombres. En los lugares en que hizo remplazar el nom-

64
bre de Seti por el suyo propio, esto debió de realizarse en la
técnica del relieve rebajado.
Observamos lo contrario en la sala de columnas de Kar­
nak. Allí, la mitad norte atribuida al rey Seti fue ejecutada en el
tradicional bajorrelieve, mientras que el lado sur, encargado por
Ramsés, se realizó en general en la técnica de relieve rebajado.
Sin embargo, en algunos lugares, encontramos aquí también una
curiosa técnica mixta: los contornos rebajados, en tanto las figu-
ras salen del plano.
·

Para los artesanos de la época este cambio brusco no de­


bió de ser fácil. Ignoramos si los mismos artistas dominaban am­
bas técnicas, si los artesanos debieron corregir sus propios tra­
bajos o si Ramsés se procuró nueva mano de obra. Sea como
fuere, hubo gran inseguridad y confusión. El apelativo de Seti
Men-maat-Re, tuvo que alterarse por el de Ramsés: User-maat­
Re y por último en User-maat-Re-Setepen-Re. El nombre real
de Seti "Amado de Ptah" se transformó en Ramsés, Amado de
Amón" a lo cual se sumó una cantidad de atributos. No es de ex­
trañar, pues, que se deslizaran errores, que un cantero borrara
el nombre de Seti y viniera otro que volviera a tallar por error es­
te mismo nombre en el lugar primitivo pero en la técnica del re­
lieve rebajado.
"Quisiera opinar", dice al respecto Keith C. Steele, "que el
haber conservado el nombre de Seti en la segunda versión de e!'\­
te relieve debe achacarse al escultor, al que se le había encomen­
dado retocar el altorrelieve con la técnica del relieve rebajado".
Posiblemente, los hombres de la construcción, que durante años
trabajaron de acuerdo, siempre bajo exigencias sobrehumanas,
creyeron en un momento dado poder permitirse cierta libertad
en cuanto a la precisión con que habrían realizado hastá allí su
trabajo. El joven faraón ya no inspeccionaría con tanta frecuen­
cia las obras, pues otros intereses y nuevos cometidos reclama­
ban su atención.
En el ínterin, Ramsés había comenzado a fortificar los
límites de su imperio y, aun inconmensurable como era, no se
daba por satisfecho con su extensión en ese momento. En su
búsqueda de testimonios acerca de sus primeros años de gobier­
no, el cronista encuentra principalmente estelas que el soberano
mandó erigir en la periferia del reino. La estela de Assuán, al es­
te de la antigua calzada que lleva al sur, está fechada en el "año
2" y describe a_ljoven rey como poderoso luchador y defensor de
Egipto, que venció al enemigo tanto en el norte como en el sur.
Dado que esta lápida conmemorativa vecina a la frontera con

65
Nubia no se refiere expresamente a una campaña realizada en
esa comarca, bien podría haber sido erigida al regreso de uno de
los viajes de inspección al sur del territorio sin "contacto con
enemigos". La estela del templo de Hator en Serabit el-Khadim
indica la presencia de dos unidades de arqueros en el Sinaí en
los primeros años de gobierno de Ramsés. En el tercer año se in­
forma en la estela de Kuban sobre actividades en-Nubia y un año
más tarde la estela media de Nahr el-Kelb informa por primera
vez de la presencia de soldados egipcios en suelo asiático. La
erección del monumento en el Líbano es un indicio dudoso de la
presencia de Ramsés en dic�a región. Parece ser que al princi­
pio estaba muy satisfecho de que ningún adversario interceptara
el paso a sus tropas en sus inspecciones de las fronteras al sur y
al este del Imperio, y tal vez confió en esta circunstancia cuando
partió hacia el norte, irrumpió en la jurisdicción de los hititas y
de ese modo se embarcó en una aventura cuyos riesgos no cal­
culó.

66
3.

Kadesh

La batalla contraJos hiUtas

Los masacré, los maté, alJ(, donde estaban,


y uno les gritó a los demás:
"Este que está entre nosotros no es un
ser humano... "
Ramsés 11.

Era un general tonto


cuya ineptitud rayaba en pecado,
si bien era bravo, pero al mismo
tiempo de una
a"ogancia fuera de lo común.
John A. Wilson, arqueólogo.
23 de marzo de 1286, antes de la época de transición: nu­
bes de polvo amarillo se ciernen sobre la parte oriental del Del­
ta del Nilo, la tierra reseca retumba bajo el tropel de millares de
pies. Los sordos redobles de los timbales suenan penetrantes,
monótonos, significativos. Obligan a mantener el paso a los hom­
bres sudorosos, semidesnudos, equipados con aterradores avíos
bélicos: escudos, picas, espadas, cuchillos, flechas y arcos. Mar­
chan en escuadras de seis a lo largo de la calzada militar rumbo
al este. Doscientos años atrás Tutmosis 111 ya desfiló por allí con
sus fuerzas. Pasan por la fortificación limítrofe de Zaro: cuatro
divisiones, 2.500 carros de guerra, 20.000 hombres, el ejército
más grande que jamás haya cruzado las fronteras de Egipto. Ca­
da división está equipada con toda clase de armas y en la lucha
no necesita el apoyo de otras tropas. De Per-Ramsés viene la di­
visión de Set; de Menfis, la de Ptah; de Heliópolis la división de
Ra y de Tebas la divisón de Amón, inquietante conjunción de
una gigantesca maquinaria bélica. Y luego él, majestuosa estam­
pa que supera a todos en estatura, de pie sore el carro de guerra
conducido por su ayudante Menna. Rubio, de unos veinticinco
años de edad, arrogante, la mirada al frente, como si ya avistara
al enemigo, ceñida sobre la cabeza la corona azul, un taparrabos
por toda vestimenta, rodeado de su guardia personal de lanceros
y acompañado de una horda de cortesanos que corren agitados
de aquí para allá: Su Majestad, Ramsés 11, va a enfrentarse con
la mayor prueba de competencia de su vida.
Lo que no sabe, y esto es lo fatal de la situación, es que a
sólo unos centenares de kilómetros al norte, en la frontera de Si­
ria, se mueve hacia el sur otro ejército, por lo menos de la mis­
ma importancia. Muvatalis, nieto de Shupiluliuma, fundador del
gran reino, y desde hace cinco años rey de los hititas, se siente
amenazado, desafiado y engañado por los egipcios. Ha jurado

68
--
_........
. ....
.. -
.--

vengar la ayuda negada por uno de sus aliados. Marchan frente


a él8.000 soldados, detrás de él9.000 soldados, 10.000 corceles,
3.500 carros de guerra, tripulados por tres hombres armados con
hachas y pesadas mazas. Son hombres bajos y rechonchos, de ca-
'
bello semilargo y aspecto temerario.
Todavía los ejércitos de ambos pueblos están a tan gran
distancia uno del otro que ni los oteadores del uno ni los espías
del otro han tenido noticia de su presencia. Sin embargo,
Ramsés sabe y también Muvatalis tiene conciencia de que sólo
puede haber lucha y en consecuencia cada cual espera al otro,
ávidos los dos de eliminar al adversario, resueltos a destruir un
imperio.
lCómo se llegó a esa situación?
El gun rey hitita Shupiluliuma había exterminado a me­
diados del siglo XIII a.C. el reino de Tushrata, rey de los mita­
nos, y anexionado su territorio junto con vastas regiones del nor­
te de Siria a su propio país. De este modo, el reino hitita (Jatti)
se convirtió junto a Egipto y Babilonia en la tercera potencia del
mundo conocida entonces. La eliminación del estado intermedio
de Mitani, trajo problemas para las dos potencias vecinas, los
coseos y los egipcios: conflictos limítrofes y recíproco retiro de
ayuda de los príncipes vasallos. En la región siria de Karchemis,
cuya posición estratégiCa junto a un vado del Eufrates era de
gran importancia, se nombró a un virrey, la población nativa fue
desterrada y remplazada por hititas de confianza del hinterland.
Después del descalabro de Mitani, Siria se convirtió en una pla­
za débil. Mientras los hititas mantuvieron en jaque a sus aliados
a fuego y espada, los egipcios mandaron ayuda militar y
económica a los desertores potenciales. Shupiluliuma murió
víctima de la peste, que, presumiblemente, introdujeron en su
país los prisioneros egipcios, y su hijo y sucesor Mursilis II .tuvo
tanto miedo de correr la misma suerte que escribió un volumen
completo de oraciones para conjurar la peste. No era menos ex­
pansivo que Ramsés, y hasta escribió sus memorias. Dice respec­
to a las dificultades con las provincias limítrofes:
"Antes de subir al trono de mi padre, todas las comarcas
enemigas lindantes me hicieron la guerra, pero tan pronto mi pa­
dre se convirtió en dios*, mi hermano Arnuvanda se sentó en el
trono de mi padre. Después, él también enfermó, y cuando lle­
gó a oídos de los enemigos que mi hermano estaba enfermo, las

• Quiere decir: murió.

69
las hostilidades arreciaron, y a la muerte de Arnuvanda hubo
ofensivas por parte de las tierras que hasta entonces no habían
comenzado la guerra. Y dijeron allí: 'Su padre, el rey de los hiti­
tas, fue un rey heroico y sometió a los países enemigos. Ahora
está muerto, y el hijo que ocupó su trono también fue un héroe
de la guerra y ha dejado de existir. iEl que se sienta en este mo­
mento en el trono de su padre es pequeño y no podrá mantener
el país de los hititas ni sus fronteras!'"*

Las causas del conflicto

Mursilis tuvo sus mayores problemas con los coseos, la


gente de Arzava y algunos príncipes sirios, pero pudo reclamar
para sí el mérito de que en sus treinta años de gobierno el reino
de los hítitas no sufriera merma. En cambio, para su hijo Muva­
talis las cosas fueron más difíciles. Casi al mismo tiempo en que
Ramsés 11 se convertía en soberano absoluto de Egipto, Muvata­
lis subió al trono de los hititas. A,l igual que Ramsés, abandonó
la antigua capital y fundó otra nueva, pero mientras el egipcio la
necesitaba imperiosamente con el fin de reafirmar su persona,
para Muvatalis el traslado de la sede gubernamental a Data­
shsha, situada al sur del territorio, era una necesidad política. El
hitita sabía con certeza que el futuro de su reino sería decidido
en la frontera con Egipto.
En su primer medio año de gobierno, Seti 1 había asegura­
do la frontera septentrional del imperio con una expedición a Si­
ria. "Los enemigos en territorio de beduinos", reza una inscrip­
ción del muro norte de la gran Sala Hipóstila de Karnak,
"piensan rebelarse, sus caudillos se han unido y presionan a la
gente del país de los churritas. Inician disturbios y querellas y
cada uno de ellos asesina a los otros y desconocen las ordenan­
zas de palacio".

• A. Gotze: "Die Annalen des Mursilis" (Anale& de Mursilis) en Mitteilungen


der Vorderasiatisch-Aegyptischen Gesellschaft, 38, Leipzig, 1933.

70
Las querellas a las que se refiere Seti fueron desencade­
nadas por los beduinos que habí�n invadido el hábitat de los ca­
naneos, la gente del "territorio de los chu"itas". El faraón los hi­
zo retroceder y ya en campaña bélica abrió al mismo tiempo una
brecha en la frontera con el reino de los hititas, y en el Orontes
superior conquistó el fuerte limítrofe de Kadesh que hasta en­
tonces había formado parte del área de influencia de los hititas.
Ramsés 11 también había transgredido durante el cuarto
año de su gobierno la frontera hitita. Esta campaña, apenas dÓ­
cumentada del faraón, es mencionada en la estela hallada junto
al río Nahr el-Kelb. Lleva la siguiente fecha "año 4, tercer mes
ashet, segundo día" y cita los restos de algunos atributos de
Ramsés 11. Aunque la inscripción misma está destruida, la sola
existencia de esta estela prueba la presencia de las tropas egip­
cias en territoro asiático en la época señalada. No se llegó a hos­
tilidades en aquella ocasión y' parece ser que Ramsés ocupó las
márgenes del Nahr-el-Kelb de un manotazo.
Si su padre Seti se esforzaba aún en fortificar las fronteras
de Egipto, Ramsés tenía otra meta: la expansión de su imperio.
Por lo tanto sería casi seguro que en esta primera expedición a
Asia Ramsés estableció contacto a través de mediadores con pe­
queños príncipes sirios de los que podía esperar que no guar­
darían ciega fidelidad a los hititas. Si el joven Ramsés hubiese
sospechado que eso significaría un pretexto para una guerra,
quién sabe si hubiera tenido el valor de separar de la alianza con­
'
los hititas al príncipe Benteshina de Amurru. Amurru fue el mo­
tivo exterior para una guerra entre Jatti y Egipto. Una crónica
hitita sabe informar al respecto "cuando Muvatalis, el hermano
del padre del sol, fue rey, la gente de Amurru pecó contra él y le
comunicó: 'fuimos fieles siervos, pero ya no seremos tus siervos'
y se plegó al rey de Egipto. Entonces, el hermano del padre del
sol, Muvatalis, y el rey de Egipto lucharon por los siervos del
país Amurru".
Pero todavía no hemos llegado tan lejos, todavía marchan
a su mutuo encuentro dos ejércitos bien pertrechados: el faraón
con sus mercenarios libios, sirios, nubios y sudaneses y el gran
rey de los hititas con tropas de apoyo de Naharina, el ex reino de
Mitani, de Arzava, en la costa sur de Asia Menor, Pitasa en la
Anatolia interior, Dardanoi en el oeste de Asia Menor, Karki­
sha en la costa occidental de Anatolia, Luka en la costa de Asia
Menor, Vilusha al norte de Karkisha, Arawana a orillas del Mar
Negro, Kuzuvatna en el Tauro central, Karchemis a orillas del
Eufrates, Ugarit en la costa mediterránea de Siria y otras co-

71
La batalla de Kadesh: Ramsés 11 dispara sus flechas sobre los hititas fugitivos.
A la derecha el fuerte de Kadesh atacado por soldados egipcios. Esta toma no
se produjo jamás. Fue libre invención de Ramsés.

·marcas cuyos nombres y situación geográfica ya no conocemos


hoy en día. En el papiro Sallier 11 (Museo Británico) dice: "Mu­
vatalis no dejó ningún país que no hubiera conducido en partici­
pación; todos sus príncipes estaban a su lado y cada uno tenía
sus soldados consigo y guerreros con carros en muy grande,
inaudita cantidad. Cubrían valles y montañas y por su número se
asemejaban a las langostas. No dejó nada de plata en su tierra y
·

saqueó todas sus posesiones. Todo lo dio a los· otros países para
conducirlos a la guerra con él."

El avance de los gigantes

La intención política de ambos adversarios es clara.


·

Ramsés quiere dar un ejemplo a los numerosos príncipes de ciu­


dades y caudillos, demostrarles que en caso de gravedad sus
aliados podían contar con él. Por el contrario, Muvatalis preten­
de demostrar a los príncipes vasallos que está en condiciones de
poner coto a los desertores con la fuerza de las armas. Tanto pa­
ra los egipcios como para los hititas el predominio está en juego
en Siria. Muvatalis se ve dentro de la pinza que forman egipcios
y asirios: ni los unos ni lo� otros tienen buenas intencion�s para

72
con él. Allí ya no se trata de la provincia Amurru, cuya recon­
quista aspira lograr Muvatalis, sino que se prepara una guerra
ofensiva con el propósito de aniquilar de una vez para siempre
al adversario.
Los estrategas modernos opinan que esta batalla entre
egipcios e hititas sólo pudo librarse en dos escenarios del norte
de Siria: en la región costera o en el hinterland del norte de Si­
ria. El egiptólogo e hititólogo vienés Josef Sturm, que escribió su
tesis sobre la Gue"a deRamsés II contra los hititas en 1939, lo
fundamenta así: "Si un ejército hitita avanzaba por la calzada
costera hacia Amurru, Benteshina podía dar aviso al faraón en
su marcha hacia Siria. No sabemos cuál hubiera sido el plan
egipcio en tal caso, pero de antemano no es improbable que la
lucha se hubiese desarrollado en la medida de lo posible, en el
hinterland, debido a las conexiones más breves del ejército hitita
con la base y a la facilidad de ser cubiertos por los estados vasa­
llos de J atti.

Famosas campañas y batallas de los antiguos egipcios

1486 a.C. Megido Tutmosis III toma la ciudad


1286 Kadesh Ramsés 11 contra los hititas
11

1220 " Delta del Nilo Merenptah vence a los libios


1181 Delta del Nilo y Ramsés 11 vence a los pueblos
11

frontera oriental marítimos


92- Jerusalén El faraón Sheshonk 1 conquista
Jerusalén
Megido El faraón Necao 11 vence a
"
609-
Josías de Judá
605- " Karchemis Nabucodonosor 11 derrota a
Necao 11
525- C. Pelusio Cambises, rey de Persia, vence
"

al faraón Psamético 111.

Por otro lado, la calzada costera cruzaba Amurru. Muva­


talis hubiese tenido que liberarla primero, es decir, que hubiera
debido librar una batalla antes de ir al encuentro del faraón.
Entretanto, Ramsés 11 marchaba con sus cuatro divisiones
por dicha calzada rumbo al norte; llegó a una ciudad a la que un
año antes le había cambiado el nombre durante su primera cam­
paña. Se llamaba a la sazón Ramsés, la ciudad del valle de los

73
abetos (no confundir con su capital, Per-Ramsés, en el delta
oriental del Nilo). Hasta hoy ignoramos dónde buscar exacta­
mente esta ciudad de Ramsés. James Henry Breasted la situó en
la desembocadura del Nahr-ei-Kelb, el teólogo y explorador de
Palestina, Albrecht Alt, la buscó entre Sidón y Beirut, Josef
Sturm, a quien acabamos de citar, en la vecindad de Beirut, pe­
ro junto al mar. A juicio del egiptólogo norteamericano John A.
Wilson, debía de hallarse en un paso del Líbano, y su colega
alemán Elmar Edel vuelve a verla a orillas del Nahr-el-Kelb, en
alguna parte vecina a la frontera con Egipto. De cualquier ma­
nera, Ramsés abandonó la calzada costera y avanzó por el río
Orontes en el oeste de Siria hacia el norte. El Orontes nace en la
meseta de Beka'a en el Líbano, fluye hacia el norte por la pro­
vincia turca de Hatay y desemboca en el Mediterráneo, al oeste
de Antioquía. Junto a este río, al sudoeste, se encuentra Kadesh,
la actual Homs.
Generaciones de historiadores y arqueólogos han dis­
cutido acaloradamente acerca de sí la batalla que se libró
frente a las puertas de esta ciudad fue el resultado de una
cuidadosa planificación de uno u otro de los comandantes o
si el choque de ambos ejércitos fue inevitable, o si uno de los
dos jefes sólo aprovechó el momento favorable. Josef Sturm
supone que Ramsés 11 quiso recorrer la costa de Asia Menor
hasta la región de la actual Izmir y de allí dirigirse al este, al
interior del territorio, para atacar el flanco de los hititas. En
este caso, ya en pleno avance, hubiera tropezado con los va­
sallos más importantes de los hititas. Presumiblemente los
hubiera sometido o inclinado hacia su bando mediante gran­
des promesas materiales y de emancipación, y de este modo
tenido una favorable posición de partida para sojuzgar al rei­
no de los hititas. Egipto hubiera sido la superpotencia del
mundo, hubiera ampliado en más del doble su superficie. La
madre patria al sur del reino hubiese sido degradada a
apéndice ·de una poderosa masa territorial, hubiera sido ne­
cesaria una capital centralizada en el norte ... la historia uni­
versal hubiera seguido un curso distinto. Que no lo hiciera
responde a una sola y única razón: la ingenuidad del gran
Ramsés. Ciertamente, no era tanta, pero en sus actos irrefle­
xivos siempre se dejaba llevar por una peligrosa espontanei­
dad. Dicho de otro modo, golpeaba sin pensar en la posibili­
dad de recibir un golpe en su propio mentón. Sin duda, su
despreocupación fue un motivo esencial de sus éxitos, pero
hubo algunas situaciones en la vida de Ramsé.s 11 en las que

74
un faraón menos afortunado hubiese fracasado. Una de esas
situaciones se presentaba en ese momento, en la primavera
de 1286 a.C.

El ar�id que hizq caer a Ramsés

Evidentemente, el servicio secreto de los hititas tenía me­


jores agentes que el egipcio. Muvatalis conocía desde hacía mu­
cho la posición del ejército enemigo cuando Ramsés, sin sospe- _

char nada aún, levantaba su campamento a un día de marcha de


Kadesh. Muvatalis pudo prever que el faraón había puesto los
ojos en la fortaleza de Kadesh. En cuanto a Ramsés, todavía le
quedaba mantener contacto con los príncipes de esa ciudad: su
padre Seti la había conquistado en ocasión de su primera cam­
paña a Asia, pero su gente volvió a apostatar y se apartó de la au­
toridad egipcia para anexionarse a los hititas.
¿Muvatalis era tan sagaz y experimentado como para ana­
lizados puntos débiles del carácter del gran Ramsés a través de
las informaciones de su servicio secreto o era al igual que su ad­
versario un tipo. arrojado que simplemente echó mano de un an­
tiquísimo ardid bélico?
Cualesquiera que fueran sus motivos, lo que ideó Muvata­
lis merece admiración:
Frente al cuartel de las divisiones egipcias aparecieron
dos beduinos, los cuales, por supuesto, fueron hechos prisione­
ros en el acto y llevados frente al faraón. Dijeron ser desertores
e informaron que Muvatalis se había atrincherado en Halpa,
presa del gran temor que le inspiraba el faraón.
Halpa es la actual Alepo, una ciudad completamente arra­
sada en 1532 por Mursilis I, rey de los hititas, pero que a la sazón
se encontraba en pleno florecimiento. Estaba a unos cien
kilómetros de Kadesh. En verdad, el astuto Muvatalis había en­
viado a los dos espías para "echar un vistazo al lugar donde Su
Majestad se armaba para la lucha con los vasallos de J atti" según
·reza un texto egipcio. Ramsés debía de creer que el enemigo se
encontraba aún a varios días de marcha y que Muvatalis temía el
poderío bélico egipcio.
No resulta lógico suponer que los hititas temieran a los

75
egipcios, pues de lo contrario hubieran eludido una confronta­
ción directa. Muvatalis sabía que las cuatro divisiones de
Ramsés marchaban una detrás de otra. Si derrotaba a la prime­
ra habría de enfrentarse con la segunda, luego con la tercera y
así sucesivamente. En consecuecia, su plan consistió en atacar
por el flanco o, mejor aún, separar en dos partes al ejército inva­
sor. lPero cómo hacerlo?
Muvatalis jugó con Ramsés el mayor juego del gato y el
ratón de la historia universal: mientras el egipcio marchaba se­
guro por la margen derecha del Orontes hacia Kadesh, el gran
rey hitita se mantuvo oculto detrás de las murallas de la ciudad
del lado en que no podía ser visto por las tropas del faraón. Los
historiadores dudan acerca de esta posición fuera de la vista de
los egipcios. En su opinión, es muy difícil que un ejército de
veinte mil hombres pudiera ocultarse simplemente detrás de los
muros de una ciudad y a cualquier movimiento del enemigo
apartarse a la izquierda o a la derecha según el caso. Tal vez Mu­
vatalis sólo acechaba con su grupo principal detrás de los muros
y_ las demás tropas estaban a cubierto detrás de las colinas de los
alrededores.
La meta inmediata de Ramsés era poner sitio a Kadesh
y hacer pasar hambre a sus habitantes. El noveno día del ter­
cer Shemu, el 24 de abril de 1286 a.C. se da el siguiente cua­
dro: Ramsés 11 ha llegado al noroeste de Kadesh a la cabeza
de la "división Amón". Con absoluta despreocupación organi­
za junto con su guardia personal y los oficiales de más alto
rango una especie de avanzada. Hasta manda traer su trono
de oro para su comodidad. La "división Ra" cruza en ese mo­
mento un vado del Orontes a la altura de Riblah, diez kilóme­
tros más al sur. A otros diez kilómetros sigue por la margen
de-recha del río la tercera división, dedicada a Ptah, y por
último, otros diez kilómetros más atrás, avanza a marcha for­
zada la "división Set": en conjunto un despliegue militar que
podría poner de punta el cabello de los estrategas modernos,
y en realidad Ramsés, y con él Egipto, ya estaban perdidos,
pero la fortuna vino en su ayuda, la buena fortuna que pa­
recía haber arrendado de por vida.
Dos espías hititas caen directamente en brazos de una pa­
trulla egipcia. Como se niegan a informar sobre su procedencia
son torturados y llevados luego ante
·
e1 faraón, a quien le hacen
una sorprendente confesión.
El siguiente diálogo no ha sido inventado. Las palabras
han llegado a nuestros días sin excepción a través de inscripcio-

76
nes descubiertas en Tebas, Abidos, Abu Simbel y contenidas en
el papiro Sallier III.
"Pertenecemos al señor de Jatti", declaran los espías. "Nos
mandó a escudriñar la posición de Su Majestad".
Ramsés inquiere como al pasar: "¿oónde está el misera­
ble de Jatti? Ha llegado a mis oídos que se encuentra en Halpa
al norte de Tunip".*
La respuesta de los amedrenfados espías hiere como un
trueno al faraón, por lo general muy seguro de sí mismo: "Mira,
el miserable señor de Jatti se ha unido a muchos países extranje­
ros, sus aliados: Dardanoi, Naherina, Keshkesh, Masa, Pitasa,
Karkisha, Luka, Karchemis, Arzana, Ugarit, Arven, Inesa, Mu­
'shanet, Kadesh, Kaleb y toda la gente de Kedi. Cuentan con tro­
pas de infantería, carros de guerra y armamentos bélicos, y su
número es mayor que los granos de arena de la ribera del río.
Mira, aguardan armados y prontos para pelear detrás de la anti­
gua Kadesh**

Soldados egipcios han descubierto a los esplas hititas y les propinan una paliza.

• De:" The Kadesh Inscriptions of Ramesses 11", de sir Alan Gardiner, Oxford,
1960.

• • La "antigua" Kadesh se refiere seguramente a una parte antigua de la ciudad.

77
- . - .

Los agentes secretos no son una invención


de la era moderna

En el antiguo Egipto la profesión de espía o agente secre­


to era más valorada que en la actualidad. Los espías tenían fama
de ser particularmente inteligentes. Si, como en este caso, eran
capturados agentes enemigos se los encerraba para que no cau­
saran más daño, pero no se los castigaba con la pena capital.
José, el "héroe" de la leyenda del Antiguo Testamento (1. Exodo
42,7 y sig.) utilizó en su provecho esta generosidad. Sus herma­
nos mayores lo habían vendido como esclavo y así llegó a Egip­
to, pero por su talento para interpretar los sueños llegó a inves­
tir en ese país la dignidad de visir. Después de muchos años
volvió a encontrarse con sus hermanos y los acusó de practicar
actividades de espionaje. Su acció� respondió a un propósito
bien meditado. Los hermanos serían hechos prisioneros, pero no
estarían amenazados por la pena de muerte. José había pensado
en una venganza muy especial. En el Antiguo Testamento reza:
"José vio a sus hermanos y los reconoció, pero simuló ser un ex­
traño y les habló con rudeza. '¿De dónde habéis venido?', les
preguntó, y ellos respondieron: 'Del país de Canaán para com­
prar víveres'... Entonces José recordó los sueños que había teni­
do referente a ellos y les dijo: iVosotros sois espías! iHabéis ve­
nido a ver las partes no defendidas del país! Ellos contestaron:
'Nosotros, tus siervos, somos doce hermanos, hijos del mismo
hombre de Canaán. El menor está con nuestro padre y éste ya no
vive." José replicó: 'Es como os he dicho, sois espías y por lo tan­
to vais a sufrir esta prueba. Por la vida del faraón, no saldréis de
aquí si no viene vuestro hermano menor'. Y los encerró en pri­
sión durante tres días..."
N o era muy común que afloraran en el Antiguo Testamen­
to espías sospechosos. En su lucha contra Sijón, el rey de los
amoritas, Moisés mandó explorar los lugares de Jaser (4. Exodo
21, 32), tras lo cual se apoderó de varias comarcas y expulsó a los
amoritas.*

• David también utilizó los servicios de espías contra Saúl (1. Samuel 26, 4),
Absalón contra el rey David al tramar su complot (2. Samuel 15, 10), el rey Da­
vid contra los amonitas (2. SamuellO, 3) y los danitas al tomar Lais (Jueces 18,
2-17).

78
La predilección de los espías por las prostitutas es asimis­
mo tan vieja como el Antiguo Testamento. Josué, hijo de Nun,
envió secretamente desde Sittim a dos espías con la misión de
explorar la' posición de Jericó. Marcharon pues, y se alojaron en
la casa de una prostituta de nombre Rajab, cuyos encantos eran
tan famosos como fáciles de comprar, pero al mismo tiempo
tenía fama de discreta. El rey de Jericó no tardó en ser informa­
do de la venida de los dos extranjeros: "Esta noche han llegado
hombres de los hijos de Israel para explorar el país". El monar­
ca envió enseguida a sus emisarios a casa de Rajab con una or­
den: "Echa de tu casa a los hombres que alojas en ella porque
sólo han venido para explorar el país". Sin embargo, la mujer
ocultó a los forasteros y mandó decir al rey: "Ciertamente, me
han visitado dos hombres, pero ignoraba su procedencia. Poco
antes de cerrarse la puerta de la ciudad al anochecer, esos hom­
bres salieron y no sé adónde habrán ido ... " En verdad, ella los
había hecho subir sigilosamente a la terraza y los había ocultado
bajo haces de lino (Josué, 2, 1-6).

Ramsés brama de ira

La noticia de que había sido víctima de una primitiva es­


tratagema de los hititas, que estos no temblaban de miedo a cierl·
kilómetros al norte del cuartel, sino que ardían por atacar para­
petados detrás de los muros de Kadesh, al alcance de la vista, hi­
zo montar en cólera a Ramsés.
El faraón sentado en el trono, frente a su tienda, dentro
del cuadrado protegido por empalizadas, y junto a él los leones
encadenados a un arco de puerta portátil, se alza airado, grita,
gesticula, corre de un lado a otro, ordena acercarse a sus oficia­
les con un ademán: "iPresentaos todos los oficiales de la división
Amón!"
lCómo pudo Ramsés dejarse engañar por una maniobra
tan barata? El general prusiano Carl von Clausewitz, autor de un
"Manual de guerra" que publicó con el título Vom Kriege (De la
guerra), insuperable en forma y contenido, ve la r'azón-del éxito
de estas primitivas maniobras de sorpresa en la distinta situa-

79
ción de agresor y defensor. Ramsés era agresor, Muvatalis de­
fensor.
A juicio de Clausewitz, una inmensa ventaja del defensor
consiste en que "el atacante debe avanzar por calles y sendas,
donde no es difícil observarlo, mientras el defensor se mantiene
a cubierto y permanece casi invisible al agresor hasta el momen­
to decisivo".
A partir de la batalla de Kadesh se ha convertido casi en
una regla que el atacante que el día anterior a la batalla no sabe
dónde está el enemigo, la gane. Hay sobrados ejemplos que lo
corroboran: Napoleón y su general Davaut no supieron hasta un
día antes de la batalla de Jena y Auerstadt (1806) dónde se en­
contraban el duque Carlos de Brunswig y los prusianos; el maris­
cal austríaco Radetzki tampoco tenía la menor noción del lugar
donde estaban los italianos el día anterior a la batalla de Novara
(1849), el rey Guillermo 1 y el general Moltke no supieron del
avance de los austríacos y sajones hasta la víspera de la batalla
de Koniggratz (1866). No obstante, las tres contiendas concluye­
ron con una victoria del agresor.

Ramsés en su cuartel frente a Kadesh. La representación del primer pilón en el


templo funerario de Ramsés 11 muestra arriba a la derecha a Menna, amiga de
Ramsés; abajo a los oficiales egipcios que reciben las órdenes del faraón. (Del
templo funerario de Ramsés 11 en Tebas oeste).

80
Ramsés no podía edificar sobre tales experiencias. Debió
de comprobar con espanto que su estrategia era errónea. Su gi­
gantesco ejército desplegado a lo largo de cincuenta kilómetros
no tendría sino una fracción de su fuerza de ataque potencial si
los hititas pasaban inmediatamente al ataque.
Los ardides bélicos y las ingeniosas fintas ya estaban en el
orden del día en el siglo XIV a.C. Así, Amenemheb, un distin­
guido oficial de Tutmosis II y sus sucesores, informa en la ins­
cripción de una tumba acerca de una curiosa treta del enemigo
al realizarse la primera conquista de Kadesh bajo Tutmosis III.
"Aquella vez", dice Amenemheb, "el príncipe de Kadesh mandó
soltar una yegua. El animal corrió libremente y se metió en el
ejército egipcio, donde, según lo esperado, sembró la confusión
entre los corceles de los carros de guerra. Entonces corrí tras
ella con un puñal y le abrí el vientre. Le corté la cola y se la llevé
al rey. Por esta ocasión se adoró al dios por mí. El rey me dio
alegría, colmó mi interior y me invadió el regocijo."
Este Amenemheb debió de ser un hombre muy arrojado,
pues cuando poco más tarde hubo que derribar una muralla que
el príncipe de la ciudad había levantado alrededor de Kadesh
procedió del siguiente modo: "Yo fui quien la derribó, cuando
iba a la cabeza de todos los valientes, y ningún otro lo hizo antes
que yo". El aguerrido oficial capturó por último a dos adalides
de las tropas de Kadesh, por lo cual el faraón lo recompensó
"con todo lo bueno con que solía prodigar alegría".
Amenemheb ya estaba acostumbrado a estas recompen­
sas. En una ocasión había recibido de su señor oro y cinco túni­
cas. Fue durante una campaña a Mesopotamia. El faraón había
salido a cazar elefantes y fue amenazado por un proboscidio he­
rido. Amenemheb no vaciló y de un certero golpe le cortó la
trompa a la bestia enfurecida "aun cuando", añade orgulloso,
"me encontraba en el agua entre dos peñas".

El ataque

Evidentemente, Ramsés 11 no tuvo entre sus oficiales a un


Amenemheb. Cuando por fin los caballeros se presentan el fa­
raón vuelve a sentirse dueño de la situación. Sabe que en ese mo-

81
mento los reproches, amenazas de castigo y sanciones disciplina­
rias serían erróneas. "Ved, en esta hora he oído", anuncia con in­
dolencia, al parecer, "que el miserable caído de Jatti ha venido
con muchos países extranjeros que están con él, con hombres· y
caballos tan numerosos como la arena, y ved, están escondidos
detrás de la antigua Kadesh y mis funcionarios y príncipes no
han estado en condiciones de decirnos que habían venido".
Uno de los generales cree oportuno expresar su mismo
parecer: "es un gran delito que los soberanos de los países ex­
tranjeros y los conductores del faraón no estuvieran en condicio­
nes de husmear el rastro del caído de Jatti e informar al respec­
to al faraón a diario".
Pero ya no hay tiempo para las lamentaciones. Ramsés
despacha a su visir para reunir a toda prisa las tropas que aún se
encuentran al sur de Shabtuna: se trata de la división Set. La Ra
y la Ptah ya vienen hacia el campamento.
Ramsés discute la situación con sus generales cuando de
detrás de las colinas de Kadesh suben al cielo nubes de polvo, y
antes de que el faraón tenga tiempo. de comprender lo que eso
significa, los hititas salen de su escondite. 2.500 carros de guerra
se lanzan en loca carrera hacia las orillas del Orontes, si­
multáneamente cruzan el río por diversos vados (Muvatalis de­
bió de explorarlos con anterioridad), vuelven a formarse a toda
prisa y corren hacia los flancos de la segunda división, la de Ra,
que en ese preciso momento avanza a paso redoblado hacia el
cuartel principal para reunirse con la "división de Amón". - J
El cuerpo Ra de ninguna manera está preparado para la
lucha, pero sobre todo el comando especial de los hititas con sus
carros de guerra es demasiado rápido para la división egipcia
cuyo equipo de campaña le obstaculiza la marcha acelerada. El
investigador de la guerra hitita, Josef Sturm opina: "el hecho de
que el ataque se produjera precisamente en momentos de avan­
zar el cuerpo Ra y no antes ni después, tal vez dependa de que
la mayor parte posible del ejército egipcio debía ser tomado por
sorpresa y aniquilado, pero más de dos cuerpos ya constituían
un oponente demasiado fuerte para los grupos de ataque, por
naturaleza no muy grandes".
Ahora bien, para los antiguos egipcios un ejército sin el
faraón a la cabeza era como una serpiente sin sus colmillos pon­
zoñosos, y el cálculo de Muvatalis resultó: la división de Ra fue
desmembrada en dos partes. "El ejército y los combatientes en
carros de Su Majestad", dice en el famoso poema sobre la bata­
lla de Kadesh, "quedaron agotados frente a ellos. Pero Su Majes-

82
tad hizo un alto al norte de Kadesh, sobre la margen occidental
del Orontes".
La tropa de carros de los hititas empuj a a una mitad del
cuerpo de Ra hacia el sur, en tanto la otra mitad es perseguida
hacia el norte. El pánico ha hecho presa de los egipcios. ¿Dónde
está el faraón? ¿Dónde se han quedado sus temidos carros de
guerra?
Es como si Ramsés todavía no hubiera reconocido la si­
tuación. Tal vez sólo observó a una división de carros hititas cru­
zar el Orontes. De todos modos no parece que hubiera tenido
noción alguna de que 2.500 unidades tripuladas cada una por
tres combatientes corrían a su encuentro y al de la división
Amón.

Los hititas irrumpen con sus carros de guerra (izq. ) en el campamento de


Ramsés 11, donde los egipcios, ignorantes de lo que sucede a su alrededor, atien­
den a sus menesteres cotidianos con parsimonia. En el centro a la derecha, el
.
león domesticado que Ramsés llevó consigo a esta cruzada bélica.

Ramsés ha levantado su campamento a un kilómetro


aproximadamente de Kadesh, los hititas no necesitan más de
cinco minutos para recorrer a toda carrera la distancia que me­
dia entre el lugar del asalto a la división Ra y el cuartel principal

83
de los egipcios. Al faraón no le queda tjempo para formar su
ejército, sino tan sólo para ponerse la coraza, hacer uncir los ca­
ballos y subir a su carro cuan-do las hordas hititas invaden el
campamento procedentes del sur empujando delante de ellos a
los soldados dispersos del cuerpo Ra, entre ellos, dos hijos pe­
queños de Ramsés que habían ido al combate con su padre.
Entonces el faraón hace algo que desde el punto de vista
estratégico sólo puede calificarse de soberana estupidez, de lo­
cura, de suicidio. Es una de esas situaciones en las que vuelve a
obrar irreflexivamente. "Al igual que su padre Mont" sube a su
carro de guerra; Menna, el auriga, toma las riendas, y con feroz
griterío se lanzan en medio· del ejército hitita.
Ef parte de guerra en los muros del templo de Abu Simbel
describe lo que sucede en este momento: "Su Majestad se infiltró
en el ejército del enemigo hitita y de los muchos países que esta­
g
ban con ellos. Ramsés era al igual que Set, rande en fuerza y co­
mo Sajmet en el instante del furor, y Su Majestad mató a todo el
ejército del miserable caído de Jatti, junto con los grandes
príncipes y sus hermanos, así como a los conductores de todos
los países que lo acompañaron con su infantería y sus aurigas.
Cayeron sobre sus rostros uno sobre el otro y Su Majestad mató
a cada uno allí donde cayó. Yacían estirados frente a sus caba­
llos y Su Majestad estaba solo, no había nadie a su lado"*

Las mortlferas saetas delfaraón

Ramsés, el irreflexivo luchador, saca las saetas del carcaj


y con increíble seguridad y serenidad baja uno a uno de sus ca­
rros a los hititas. Cual el mismísimo Amón en persona, se yergue
invulnerable, protegido tan sólo por su coraza de cuero cubierta
de escamas de oro. Cuando un vehículo enemigo se cruza en su
camino empuña la espada con la celeridad del rayo para elimi­
nar al contingente enemigo en combate cuerpo a cuerpo, y al ver
a ese coloso sobre su carro, más de un hitita balbucearía lo que
más tarde Ramsés mandó grabar en la piedra para su gloria: "Es­
te que está entre nosotros, no es humano... "

• Según Gardiner. Véase otra cita.

84
Ramsés se exacerba en una borrachera de sangre, que
probablemente le hubiera hecho masacrar a sus propios solda­
dos si los enemigos no hubieran sido tan cuantiosos. Grita con
marcial fiereza como acostumbra hacerlo en la batalla, y con ca­
da flecha que sigue a un grito abate sobre la arena al conductor
de un carro enemigo. La ira, la rabia, engendran en él esas apti­
tudes heroicas como también la amargura por la incapacidad y
la coba�día de sus propios hombres: "Ningún príncipe ni conduc­
tor de carro está conmigo. Me han abandonado, ninguno de ellos
ha hecho frente al enemigo para luchar a mi lado."
El titán Ramsés derriba a los carros por hileras, pero el
lugar vacante que deja un hitita abatido es ocupado al punto por
otro. "iQué es esto, Amón, padre mío! -vocifera Ramsés a toda
carrera con los ojos vueltos al cielo-. ¿Mi padre ha olvidado a su
hijo? ¿Acaso he hecho algo sin ti? ¿cuando caminé o me detuve
no fue en obediencia a tu requerimiento? Y jamás me aparté de
la idea que tú ordenaste. iCuán magno es el Gran Señor de Te­
has! Tan grande que los pueblos extranjeros no pudieron apro­
ximársele. ¿Qué son para ti estgs asiáticos, Amón, estos misera­
bles que nada saben de dios? ¿No he construido para ti muchos
monumentos y colmado tus templos de prisioneros? Te he erigi­
d o mi templo para millones de años y te he entregado en propie­
dad mis pertenencias. Te ofrezco todos los países reunidos para
proveer tu sacrificio con comidas. Sacrificaré para ti decenas de
miles de vacunos cori todas las plantas olorosas.
No he dejado sin hacer lo bueno en tu santuario. Levanto
las grandes puertas de torres y con mis propias manos coloco los
mástiles de las banderas. Te he llevado obeliscos a Elefantina y
soy yo quien trae las piedras. Envío a las gáleras a recorrer los
mares para recoger los tributos de los países. Caiga la desgracia
sobre aquel que no atiende a tu idea, pero que le vaya bien a
aquel que te entiende. Es preciso obrar en tu nombre con co­
razón amante."
Al reconocer lo desesperado de su situación, los repro­
ches del faraón a "su padre" Amón se convierten poco a poco en
ferviente ruego. Es como si por un momento la debilidad del lu­
chador en éxtasis le hiciera regresar a la realidad y de repente el
dios volviera a ser un hombre, un hombre asustado que ora:
"A ti elevo mi clamor, padre Amón. Estoy rodeado de ex­
traños a quienes no conozco. Todos los países se han aliado con­
tra mí y estoy completamente solo... Mis soldados me han aban­
donado y ninguno de los guerreros con carro ha vuelto la cabeza
para mirarme. Ninguno me escucha cuando les grito, pero clamo

85
y advierto que para mí Amón es mejor que millones de infantes
y centenas de miles de guerreros con carro, que diez mil hom­
bres unánimemente mancomunados ...
·
Rezo en las fronteras de Egipto, pero mi voz llega a Her­
montis. Amón me escucha y viene cuando lo llamo. 'Me alarga su
mano', grito regocijado. A mis espaldas oigo su voz: 'iAdelante,
adelante! Yo, tu padre, estoy contigo. Mi mano está contigo y
soy mejor que cien mil hombres, yo, el señor de la victoria,
amante de la fuerza'."

Autosugestión para enfrentarse a 2.500 carros de combate

Mediante sus piadosas preces Ramsés logra recobrar el


ánimo. Expresado en términos psicológicos se hace objeto de
una especie de autosugestión o ejercitación autógena. Se con­
vence a sí mismo:
"He recobrado mi coraje, mi corazón está henchido de go­
zo. Lo que quiero hacer, sucede. Soy como Mont, arrojo flechas
a diestra y lucho a siniestra. Ante ellos soy como Baal en su tiem­
po. Advierto que los dos mil quinientos carros en medio de los
cuales me encontraba yacen destrozados frente a mis corceles.
El enemigo ya no tiene ánimo para combatir. Sus corazones fla­
quean de miedo y sus brazos penden débiles. No pueden dispa­
rar y no tienen coraje para tomar sus picas. Los dejo caer al
agua* como cocodrilos, se precipitan unos sobre otros y mato
entre ellos a quien yo quiero. Ninguno de ellos mira hacia atrás
y nadie se vuelve. Quien de ellos cae no se levanta más.
James Henry Breasted reconstruyó los movimientos ofen­
sivos de lhmsés 11 basándose en todas las fuentes disponibles.
Según estos antecedentes, el rey de Egipto quiso abrirse paso al
principio para unirse a sus tropas que avanzaban desde el sur.
Ramsés no emprendió el intento completamente solo. En su es­
colta se encontraban los oficiales con quienes poco antes había
celebrado un consejo de guerra y sobre todo la guardia personal

* Las escenas de combate del relieve de Abu Simbel muestran en efecto que
99).
·
Ramsés empuja a los hititas al Orontes (Véase fig. pág.

86
de los lanceros, de extraordinaria valentía, por cierto, más de
cien hombres.

de los hititas.

El faraón trata de escapar con este pequeño grupo de sol­


dados escogidos, pero de pronto reconoce la desesperante su­
premacía de las unidades hititas, por esta razón da media vuelta
y regresa a su campamento saqueado mientras tanto. Advierte
entonces que el ala oriental del orden de batalla enemigo, vuel-.:
ta hacia la ribera del Orontes, está débilmente cubierta. En con­
secuJncia, marcha contra ese ala con el coraje de la desespera­
ción y empuja a numerosos carros de los hititas a las aguas del
Orontes. Si los principales efectivos del enemigo hubieran pre­
sionado en esta situación, Ramsés hubiera tenido que pelear
contra dos frentes.

87
- "} ....
.". .

En realidad, sólo hay una explicación de por qué esto no


sucedió. Cuando los hititas hubieron asolado el campamento de
los egipcios olvidaron su cometido, subieron a sus carros de gue­
rra y saquearon los pertrechos egipcios. Si en lugar de hacer es­
to hubieran perseguido a Ramsés, los egipcios se hubiesen visto
perdidos.
Sin embargo, no era un general cualquiera el que allí ba­
tallaba, sino Ramsés, el Grande, el favorecido por la suerte, el
hijo de Amón por quien los dioses obraban milagros.
Y no puede calificarse sino de milagro que, precisamente
en el momento en que Ramsés, separado del contingente princi­
pal de su ejército, pelea por un puesto perdido, llegue inespera­
damente una tropa escogida egipcia que ha avanzado hasta Ka­
desh por un camino diferente al recorrido por las cuatro
divisiones del cuerpo principal, a saber, con rumbo norte por la
costa fenicia y luego por el valle del Nahr-el-Kebir hacia el este.
De esa tropa salieron los comandantes de sus cuatro divisiones.
"Su Majestad hizo adalides de su ejército a los excelentes guerre­
ros de la tropa Naruna, cuando estaban junto a la costa de· las
tierras de Amurru", reza la aclaración de Abu Simbel. Por lo tan­
to, era una unidad escogida de gran fiereza, sobresaliente forma­
ción y excelentes armamentos, quizá también la mejor pagada, la
que intervino en la lucha para entera sorpresa de Ramsés.
El paso siguiente de la batalla no se puede reconstruir si­
no con bastante dificultad, pues sabemos poco de las tácticas
guerreras de los hititas y las fuentes callan al respecto. El
egiptólogo Wolfgang Helck escribe: "En el momento en que la
tropa Naruna interviene en la lucha alrededor del campamento
de la División Amón los textos comienzan una ardiente descrip­
ción de la valentía del rey, lo cual hace suponer que aquí se bus­
ca cubrir algunos procesos que no encajan en el cuadro*."
En el poema relativo a la batalla de Kadesh, leemos lo si­
guiente:
"Marché contra ellos. Y o era como Mont, en un instante
les dejé probar mi mano. Los masacré, los maté allí donde esta­
ban y uno gritó a los otros: 'Este es Set, el poderoso. Baal está
dentro de sus miembros. No son humanas sus proezas. Hasta
ahora nadie ha vencido solo sin infantería y carros a centenas de

• Wolfgang Helck:" Die Beziehung Aegyptens zu Vorderasien im 3. und 2. Jahr­


tausend v. Chr. • (La relación de Egipto con Asia Anterior
' en el 3er. y 2do. mi-
lenio a.C.) (Wiesbaden, 1962).

88
miles. iVenid pronto, huyamos de él para salvar nuestras vidas
y aún podamos respirar el aire!'
Su Majestad clamó: 'iCoraje, coraje, soldados míos! Me
veis vencer aun cuando estoy solo, pero Amón es mi custodio y
su mano está conmigo. iQué cobardes sois, guerreros de carro!
N o se puede confiar en vosotros. Sin embargo, no hay entre vo­
sotros ninguno a quien no le haya hecho bien en mi país... Os
eximí de tributos y os devolví lo que os fue quitado. A todo el que
vino a mí con una petición, le dije a diario: Sí, eso haré. Jamás un
señor hizo por sus soldados lo que yo conforme a vuestros de­
seos. Os dejé habitar en vuestras casas y en vuestras ciudades,
aun cuando no prestabais ningún servicio como oficiales. Y del
mismo modo procedí con mis guerreros de carro: Los envié a
muchas ciudades y creía que hoy, en esta hora de lucha me resar­
ciríais. Pero ved, todos hacéis cosas deplorables; ninguno de vo­
sotros se mantiene firme para darme la mano cuando yo comba­
to... "
Es improbable que Ramsés en medio del fragor de bata­
lla, mientras luchaba por su vida, hiciera semejantes reproches a
sus cobardes soldados. En sus palabras debemos ver más bien
una versión posterior, mejorada en el aspecto literario y aumen­
tada en su furibundo discurso durante la lucha.

¿salvaron los judíos al imperio egipcio?

Si este parte de guerra es en extremo dudoso como do­


cumento histórico en lo que respecta a su contenido, y en
consecuencia 'resulta poco ventajoso para la historiografía,
tenemos la suerte de poder recurrir a cinco versiones dife­
rentes del desarrollo de la acción, de las cuales la de Abu
Simbel es la mejor conservada y la más exhaustiva. Columnas
verticales de jeroglíficos entre soldados egipcios en sus ca­
rros de combate y el campamento de la "División Amón", nos
informan de la "venida de la tropa N aruna del faraón, proce­
dente de la tierra de Amurru".
"Descubrieron que el ejército enemigo de los hititas había
tomado el campamento del faraón por el oeste, mientras SuMa­
jestad peleaba solo, sin su ejército... Las divisiones de Ra y de

89
Ptah marchaban todavía, no habían llegado aún del bosque de
Rolavi*. Y los naruna cayeron sobre el ejército del miserable
caído de Jatti y los siervos de Su Majestad mataron a los enemi­
gos y no permitieron que escapara uno solo de ellos** y confia­
ron en la gran fuerza del faraón. Se erguía detrás de ellos como
una montaña de cobre y como un muro de mineral por siempre
y toda la eternidad.n
El egiptólogo de Oxford, sir Alan Gardiner, que se ocupó
de analizar durante largos años la leyenda_de la guerra de
Ramsés 11 y los hititas, opina, respecto de la procedencia de los
hombres de Naruna, que no puede haber duda alguna en cuanto
a que se deben equiparar a los hebreos. El nombre es de origen
semita y en el Antiguo Testamento se emplea a veces con la
acepción de "soldados comunes". Este descubrimiento es sensa­
cional, pues no significa sino que Ramsés y los egipcios debieron
su vida y la continuación de su Estado más allá del24 de abril de
1286 a.C. a una aguerrida horda de soldados de aquel pueblo
con el que estaban en litigio desde hacía más de 3.000 años.
Con la intervención de la unidad escogida egipcia que no
esperaban ni Ramsés ni Muvatalis la situación estratégica cam­
bió. Ramsés, cuya derrota ya no era sino cuestión de horas, se ve
impulsado de pronto de la defensiva a la ofensiva. El cuerpo
Ptah se encuentra ·en este momento a unos cuatro kilómetros del
campo de batalla, algo más de cuarenta minutos. El combate se
desarrollaba desde hacía unos quince minutos y el rey hitita no
había intervenido aún en persona en la contienda. Está en la otra
orilla del Orontes frente a los muros de Kadesh y sigue la acción
desde una distancia de un kilómetro. A su lado están el príncipe
de los países extranjeros y dos hermanos menores de Muvatalis
con un total de mil carros de guerra, prontos para lanzarse a la
lucha.
Muvatalis extiende el brazo derecho en el aire, mira en to­
das direcciones, luego baja la mano con brusco movimiento y
señala hacia el Orontes: mil carros de guerra, cada uno tripula­
do por tres hombres se ponen en movimiento. Muvatalis se que­
da atrás con sus infantes y algunos carros. En el momento deci­
sivo ha lanzado al combate a sus tropas elegidas.

• En las cercanías de Kadesh, donde Amenofis II cazaba gacelas.

•• Que aparentemente "ninguno escapara• se menciona sólo una vez en las cin­
co versiones citadas del texto, y ello en Abu Simbel.

90
Meona, el auriga de Ramsés II, es el primero en advertir
que un nuevo ejército de un millar de carros cruza el río. "Mi
buen señor, fuerte soberano, gran custodio de Egipto en el día
de la lucha" clama angustiado, "estamos solos en medio del ene­
migo. Mira, el ejército y los guerreros de carro nos han abando­
nado. lPor qué quieres detenerte hasta que nos quiten el alien­
to? iDéjanos salvos, auxílianos, Ramsés!"
Ramsés tira de las riendas, da media vuelta, toma ímpetu
de nuevo, se lanza sobre las filas enemigas y sus gritos se escu­
chan entre el fragor del combate: "iCoraje, coraje, amigo mío!
Me lanzaré sobre ellos como un halcón que se precipita en pica­
da. Los mataré, los masacraré y los arrojaré al suelo. lQué son
para ti esos cobardes? iNi un millón de ellos me hará palidecer!
Seis veces hace girar Ramsés su carro de guerra, seis ve­
ces avanza en loca carrera para penetrar en lo más profundo de
la falange hitita: El faraón vocifera: "Voy tras ellos como Baal en
su hora de poder. Los mato y no soy perezoso."
En las fuentes egipcias se acusa a Muvatalis, rey de los hi­
titas, de cobarde porque no intervino personalmente en el com­
.bate. Dos relieves murales muy parecidos entre sí, uno del Ra­
meseo, templo funerario de Ramsés 11, y otro del templo
rupestre de Abu Simbel, muestran "al gran miserable caído de
Jatti", rodeado de conductores de carros e infantería. "Por mie­
do a Su Majestad" informa una inscripción, "jamás salió a pelear,
después de haber visto cómo Su Majestad había ganado la delan­
tera respecto de los hititas, junto con los soberanos de todos los
países extranjeros que habían venido con él. Su Majestad los ani­
quiló en un instante, durante el cual Su Majestad se asemejó a un
halcón divino. Alabó al buen dios y dijo: "El es como Set, grande
en fuerza en su hora, Baal en persona."
lCómo combatió Ramsés en esta situación? lCómo esta­
ba pertrechado y armado y con qué armas milagrosas lucharon
los hititas?

Cómo estaban armados los egipcios

El armamento de los soldados egipcios era primitivo y re­


lativamente humano (no debemos olvidar ·que nos encontramos

91
en el siglo XIII a.C.); Kadesh fue una de las primeras grandes
batallas de la historia universal. Un siglo más tarde griegos y ro­
manos manejaron herramientas bélicas mucho más terribles.
Tres fuentes completamente diferentes nos dan cuenta de
las armas que empleaban los egipcios: los hallazgos de ellas, las
inscripciones y las representaciones gráficas. En los hallazgos
distinguimos de hecho las armas usadas, cuyo estado de conser­
vación es malo en la mayoría de los casos. Las réplicas de armas,
es decir, las que se dejaban en las tumbas para los muertos y que
se han conservado bien, se apartan considerablemente del origi­
nal en material y formato. Las inscripciones las describen con
detalle. Su denominación mediante vocablos extranjeros o pres­
tados permite deducir su procedencia. Las representaciones
gráficas muestran su manejo, permiten reconocer si se emplea­
ban para cazar o en la guerra y en qué medida evolucionaron a
partir de ellas los distintos géneros de armas.
El ejército con el que Ramsés marchó contra Kadesh
estaba armado esencialmente con garrotes, hachas, lanzas y
-·escudos. Los garrotes eran curvos y de diferentes longitudes,
las hachas estrechas y cortas; el mango de madera y la pieza
de hierro redondeada en su parte anterior, estaban unidos
mediante una muesca. La juntura se envolvía con una tira de
cuero humedecida que al secarse adquiría gran resistencia y
aseguraba un firme sostén. El hacha, arma principal del sol­
dado común, era otorgada por el faraón a los oficiales victo­
riosos en aleaciones de oro o plata como reconocimiento de
sus méritos. A veces adornaban las partes metálicas escenas
de luchas con animales.
A partir de los primeros encuentros con los asiáticos los
egipcios adoptaron con agrado la espada corva o cimitarra que
ya conocían los antiguos sumerios. Aceptaron de muy buen gra­
do esta arma como tributo y despertó tanta admiración que a co­
mienzos de la dinastía XVIII la espada corva se convirtió en el
arma simbólica de dioses y faraones.
A falta de una denominación corriente y basándose en la
similitud de su forma exterior, dieron a la espada corva el nom­
bre egipcio de "muslo de vaca".
Otra de sus armas predilectas era el puñal, que a comien­
zos de la dinastía XIX cayó en desuso, remplazado por la espa­
da corta. Ramsés I llevaba un puñal de rara belleza con una ca­
beza de halcón de marfil por empuñadura, pero no lo usaba
mucho como arma sino más bien como adorno masculino. Su ar­
ma y también la de su. guardia personal era la espada.

92
A la izquierda uno de los lanceros que formaban la guardia personal de Ramsés,
a la derecha un arquero.

Los soldados partían pani la guerra provistos de escudo y


lanza. Durante las fatigosas marchas a pie el escudo colgaba del
hombro izquierdo mediante un lazo. Consistía de un cuero de
vaca extendido sobre un marco de madera. Al principio, tuvie­
ron la forma de una herradura con las puntas hacia abajo y no
eran particularmente altos, pero durante el reinado de Tutmosis
III, los escudos se hicieron cada vez de mayor longitud y la guar­
dia personal de Haremheb los usó de un metro de altura.
Además de escudo y lanza, los soldados de infantería llevaban
otras dos armas: la espada corta y una maza. Las mazas tenían
una longitud de cincuenta centímetros a un metro, el extremo
del mango estaba cubierto de tiras de cuero enroscadas y provis­
tas de una espiga o vástago para que no se les escapara de la ma­
no. En la tumba de Tutankamon se encontró una de las mazas
más hermosas de este tipo. Presenta en el mango un vástago ar­
tificial adornado con corteza de árbol y en el extremo inferior un
"collage" de innumerables alas de coleópteros.
El pueblo del Nilo también parece que copió el uso de la
flecha y el arco como armas de guerra de los pueblos extranje­
ros. Durante la dinastía XVIII el doble arco curvado en su par-

93
te media le hizo la competencia al arco falciforme simple. Asi­
mismo, los egipcios emplearon un arco triangular, de enorme
fuerza de tiro, usado al principio sólo por los faraones.
Ramsés 11 prefería el arco falciforme simple cuya enver­
gadura era de casi un metro y medio. El perfil de este arco era
ovalado. Consistía en varias capas de diferentes materiales. For­
maba el núcleo un listón de madera dura recubierto en su cara
superior e inferior por una capa de asta. Sobre esta estructura se
disponían a lo largo varias capas de tendones y por último todo
era envuelto en corteza de abedul.
Las flechas se confeccionaban con cañas provistas en su
extremo anterior de una punta de bronce y en el extremo poste­
rior de una pieza dentada de madera. Tres plumas insertadas en
esta pieza daban a la flecha estabilidad de vuelo. Ramsés guar­
daba sus flechas en estuches de cuero con cabezas de animales a
modo de tapadera. Su poderosa destreza de tirador y su abun­
dancia de pertrechos serían una explicación de por qué Ramsés
estuvo en condiciones de luchar contra tantos enemigos al mis­
mo tiempo.

Carros de guerra: los tanques bl�ndados de la antigüedad

Si los hiksos, ese pueblo pastor de Asia, no hubiera jnva­


dido el país del Nilo alrededor del 1650 a.C., los antiguos egip­
cios hubiesen ido a la guerra con garrotes y mazas durante varios
siglos. Debió de causarles una gran sorpresa ver por primera vez
un carro de guerra tirado por caballos, y cuando lo adoptaron,
su uso fue privilegio exclusivo del faraón. Encontramos la prime­
ra representación de un carro tirado por caballos en un escara­
bajo de Tutmosis 1 (1506-1494) y en la tumba de Ahmosis (1552-
1527) se menciona por primera vez el carro en una inscripción.
Los egipcios designaron al caballo, los arreos, el látigo y las rue­
das con palabras tomadas del cananeo y bautizaron a sus tron­
cos, así como en la actualidad las fuerzas aéreas de los distintos
países dan a sus aviones nombres más o menos ingeniosos. Em­
plearon para ello nombres raros, a menudo relacionados con
consignas de guerra o nombres de dioses. Los caballos usados
por Ramsés 11 en la batalla de Kadesh se llamaban HVictoria en

94
Tebas" y "Mut está satisfecho", a otro caballo le pusieron por
nombre "Anat está satisfecha". Anat era una diosa asiática del
· amor o de la guerra.
Desde que Egipto se transformó en una "potencia rodan­
te", la situación estratégica varió fundame�talmente en el próxi­
mo Oriente y Medio. De gigantes durmientes, el pueblo del Nijo
se convirtió en titanes agresivos. Los faraones de la primera mi­
tad de la dinastía XVIII no tuvieron otro anhelo que expandir su
área de influencia, y en esto el carro de guerra jugó el papel de
mayor importancia, comparable al de los tanques en la moderna
conducción de la guerra. En la mayoría de los casos el honor de
ser "primer auriga del rey" le correspondía a un hijo del faraón,
y el título de "caballerizo" era muy codiciado, por cuanto traía
·

aparejados los más altos privilegios y honores.


Una vez adoptado el carro, los egipcios se de�icaron a
modificarlo según sus deseos y preferencias. El cambio más lla­
mativo fue poner radios a las ruedas de aproximadamente un
metro de diámetro. Tutmosis IV y sus guerreros usaron en un co­
mienzo los carros de guerra con rueda de cuatro radios al igual
que los pueblos extranjeros, pero en años posteriores de su go­
bierno, este mismo faraón mandó confeccionar las ruedas de
ocho radios, presumiblemente para mejorar la estabilidad, pero
debió de significar por otro lado una merma de la velocidad.
Más tarde, Amenofis III, Ecnatón, Tutatikamon y Ramsés -11
adoptaron las ruedas de seis radios, un hecho que hoy puede
evaluarse como seguro auxiliar para determinar la cronología.
A diferencia de lo que pasó con el carro, los arreos y rien­
das del caballo casi no sufrieron modificación. Al parecer, el ca­
ballo asiático resultó a los egipcios tan raro como a los babilo­
nios, que en el siglo XIX a.C., todavía lo llamaban �asno de la
montaña", y entre el equipamiento de los caballos egipcios y los
del enemigo no se comprueba diferencia alguna. Al realizar sus
excavaciones en Amarna, Ludwig Borchardt encontró dos boca­
dos rectos con discos aguzados en ambos lados. La fijación de
las riendas existía de un solo lado, lo cual es un indicio de que
uncían los animales por yunta.
En Egipto, el caballo no se usó como animal de silla. En
las representaciones egipcias de jinetes se trata casi exclusiva­
mente de hititas o sirios fugitivos. Entre estos se cuentan los ji­
netes de un relieve procedente de la tumba de Haremheb en
Menfis y los ayudantes de a caballo de la batalla de Kadesh.
Conocemos con bastante exactitud el aspecto y la cons­
trucción de los carros de guerra egipcios, pues se ha conservado

95
íntegro un carro del joven Tutankamon, hallado en la antecáma­
ra de su sepulcro en el Valle de los Reyes. Además, en las tum­
bas de Userhet, Menna y Tutmosis IV, así como en todos los
templos de Ramsés, encontramos detalladas representaciones
de carros. Ramsés tenía predilección por ellos. Parece ser que
durante toda su vida no se movió sino sobre ruedas. Siempre se
muestra como auriga y batallador. Debemos tomar esto como
representación idealizada, pues en realidad el carro egipcio iba
tripulado por dos hombres: el conductor y el guerrero. En los ca­
rros hititas la tripulación llegaba a componerse de tres hombres:
el tercero tenía por misión proteger al conductor.
El arqueólogo británico Howard Carter encontró en la
antecámara de la tumba de Tutankamon las distintas piezas de
un total de cuatro carros. Estos vehículos adornados con oro
despertaron el interés particular de los saqueadores de sepul­
cros una o dos décadas después de la inhumación �el rey. Segu­
ramente, procedían del verdadero parque móvil del joven Tu­
tankamon y no eran réplicas, es decir, piezas confeccionadas
especialmente para integrar el ajuar funerario. Por cierto, eran
demasiado anchos para pasar por la angosta entrada al sepulcro,
de modo que los enterradores no hallaron mejor solución que
aserrar los ejes por la mitad.
Entretanto, el carro que acompañó a la tumba a Iuia, pa­
dre de la reina Teie, debió de ser una réplica por su construcción
técnica. Es tan endeble y fue decorado de tal modo con yeso do­
rado que no hubiera soportado siquiera su viaje inaugural. Lo
asombroso de este rodado potemkiniano son, sin embargo, las
ruedas de seis radios y setenta y cuatro centímetros de diámetro:
fueron confeccionadas con un trozo de madera en sólo cinco
sextas partes, y la sexta restante del arco es de yeso dorado ... En
resumen, este carro de seguro era inservible como vehículo.
Un carro egipcio que en la actualidad se exhibe en Floren­
cia sería la pieza de un botín o un tributo. Posee ruedas de cua­
tro radios, cuya superficie de rodado ha sido achaflanada hacia
afuera y de este· modo estrechada. El propósito de esto es noto­
rio: cuanto más estrecha es la superficie de rodado, la rueda gi­
ra a mayor velocidad y con mayor facilidad. Los corredores de
carreras en bicicleta aprovechan hoy en día este efecto. El carro
de guerra florentino fue confeccionado con diversas maderas
·
que no son oriundas de Egipto: tiene una lanza de madera de ol­
·
mo, ruedas de fresno, y la lanza, los radios y la llanta están en­
vueltos en corteza de abedul.
Siempre que Ramsés aparece sobre un carro de guerra
llaman la atención dos aljabas tubulares cruzadas en la parte ex­
terior de la caja, la de mayor tamaño, inclinada hacia adelante y
confeccionada de cuero, servía para alojar el arco, y la menor,
inclinada hacia atrás, para las flechas. Casi siempre, Ramsés es
representado sobre el carro con una gola y un taparrabos por to­
da vestimenta, aun cuando tiende el arco y apunta al enemigo.
Debe de tratarse asimismo de un atuendo de combate idealiza­
do, pues cuesta admitir que Ramsés saliera a batallar con el tor­
so desnudo. Seguramente, usaría una coraza blindada y un cas­
quete de cuero, al igual que sus oficiales.
La coraza consistía en una casaca de cuero cubierta de es­
camas de bronce. Por razones de peso y para facilitar los movi­
mientos tenía mangas cortas. Estas casacas blindadas brindaban
eficaz protección, al menos contra las flechas. Eran muy costo­
sas por lo elaborado de la confección y se las codiciaba como va­
lioso botín de guerra. Tutmosis 111 declaró lleno de orgullo ha­
berse apoderado de doscientas corazas de cuero recubiertas de
bronce en la batalla de Megido. Hasta la dinastía XX la coraza
no formó parte del equipo estándar del ejército. Bajo Ramsés 11
todavía se reservaba su uso al faraón, el auriga y los oficiales.

Los hititas emprenden la retirada

Entretanto, también ha llegado al campo de batalla la "Di­


visión Ptah", y sumados sus hombres a los Naruna han entrado en
combate. En este momento el ejército de Muvatalis se encuentra
en la misma situación de los egipcios al inicio de la contienda: el
enemigo lo rodea por dos lados. Por el sur avanza el cuerpo
Ptah, en el norte combaten Ramsés, su plana mayor y la tropa
Naruna.
Ha caído la tarde. Cuando el crepúsculo se cierne sobre el
valle del Orontes, a los hititas ya no les queda otra alternativa:
deben emprender la retirada, deben tratar de alcanzar la otra
orilla del río con sus carros de guerra. Allí podrá protegerlos la
infantería que todavía no ha entrado en juego.
lFue una retirada ordenada o los hititas ya habían empe­
zado a huir a la desbandada? Los egiptólogos dan respuestas
dispares respecto de esta cuestión. Josef Sturm opina que los hi-

97
titas fueron arrojados al Orontes por las tropas ramésidas. Esto
no sólo lo expresan los textos egipcios, sino también las corres­
pondientes escenas en relieve. "Está claro que se trataba de una
huida, porque para una tropa de carros no hay una retirada pa­
so a paso como para la infantería." Habla en contra de una hui­
da el hecho de que del otro lado del Orontes había todavía dos
divisiones de infantes de ocho a nueve mil hombres, prontos a
entrar en acción. Wolfgang Helck también se pronuncia contra
la teoría de la huida. Ve "la huida" como retirada táctica. En ri­
gor, se carece de la última prueba para ambas hipótesis y, tal vez
aquí, como ocurre con tanta frecuencia, la verdad resida en el
punto medio: tal vez la batalla concluyó en empate, pues ni
Ramsés ni Muvatalis ganaron un metro de terreno. Kadesh
quedó en manos de los hititas y en ambos bandos el número de
bajas fue considerable.
Pero, ¿Ramsés había marchado hacia el norte durante
cinco semanas para batirse sin un beneficio? Para él sólo podía
haber una solución en aquel caso, y esta se llamaba victoria. Por
consiguiente, Ramsés cifró todas sus esperanzas en el siguiente
día.
Otra vez habla frente a sus soldados con palabras carga­
das de desdén: "Cuando mis soldados y guerreros de carro vie­
ron que yo igualaba en fuerza y resistencia a Mont y que Amón;
mi padre, me prestaba su ayuda, se acercaron sigilosos de uno en
uno para infiltrarse dentro del cuartel al caer la noche, y se per- ·

cataron de que todos los pueblos en los que yo había irrumpido


yacían masacrados en su propia sangre, junto con los guerreros
escogidos de los hititas y con los hijos y hermanos de sus prínci­
pes. Dejé blancos los campos de Kadesh • y no se pudo poner pie
en ellos por su cantidad.
Vinieron mis soldados a honrar mi nombre: 'Adelante,
hermoso guerrero que alienta el corazón y salvas a tus soldados
y a tus guerreros de carro. Hijo de Amón, tú, el enérgico, tú des­
truyes la tierra de los hiti.tas con tu brazo fuerte. Eres un bello
guerrero sin igual, un rey que lucha por sus soldados. Tienes un
corazón valeroso y eres del primero en la confusión de la bata­
;..
lla. Todos los países, reunidos en un lugar, no te ofrecieron re­
sistencia, resultaste victorioso frente al ejército y la faz del uni­
verso. Esto no es jactancia. Tú eres el protector de Egipto y
dominador de los pueblos extranjeros, has quebrado para siem­
pre la espalda de los de Jatti'."

• De cadáveres.

98
Un príncipe hitita, a quien Ramsés empujó al Oron tes durante la batalla de Ka­
desh, es colocado de cabeza por uno de sus soldados para que vomite el agua tra­
gada.

Ramsés echa a sus soldados un enérgico sermón. Se mues­


tra decepcionado porque hubiera podido pensar siquiera que la
batalla se perdería cuando él, Ramsés, estaba con ellos. Eviden-
99
cia su acierto psicológico al presentar a los valientes tiros de su
carro "Mut está satisfecho" y "Victoria en Tebas" como brillante
ejemplo. En el futuro también les irá bien. Con esto da a enten­
der a sus soldados que está dispuesto a dar de baja del ejército
a los cobardes y dejar a sus familias en la indigencia.
"iQué sacrilegio habéis cometido, vosotros, mis grandes,
mis soldados y mis guerreros al no luchar! ¿No se ha ufanado
uno en su ciudad de hacer cosas valientes por sus buenos amos?
Yo estuve solo con "Victoria en Tebas" y "Mut está satisfecho",
mis grandes caballos, sólo de ellos recibí ayuda. Por esto seguiré
haciéndoles comer diariamente su pienso frente a mí, cuando
vuelva a mi palacio. Sólo recibí ayuda de Menna, mi auriga, y de
los escuderos de palacio que me acompañaron."
Esa noche los soldados egipcios no conciliaron el sueño:
los de la "División Amón" porque su campamento había queda­
do desmantelado y se preparaba un nuevo orden de batalla para
el día siguiente; los de la desmembrada "División Ra" porque no
levantaron un campamento y estaban bastante agotados: tampo­
co los del ejército de Ptah, porque no llegaron sino bien entrada
la tarde y enseguida debieron intervenir en las acciones, y la tro­
pa Set llegó a Kadesh al romper el alba del día siguiente.

Un inesperado ofrecimiento de paz.

Por la noche, las distintas secciones de la tropa se reagru­


paron en una nueva formación. Ramsés está "pronto para salir a
luchar como un toro diestro". Es comprensible que sea grande su
ira contra el miserable de Jatti que lo engañó a él, al amado de
Amón, con un tonto ardid. Al parecer, el faraón no puede espe­
rar la salida del sol de tanta impaciencia, y las primeras luces del
alba ya lo sorprenden lleno de cólera sobre su carro. Nadie se -
atreve a dirigirle la palabra. "iTened cuidado!" "iEstad alerta!",
dice la gente a su alrededor, "iLa gran Sajmet está con él! Va a
su lado sobre sus caballos y su mano está con él. Si alguien avan­
za hacia él, el fuego abrasador le consumirá los miembros."
Cuando los primeros rayos del sol asoman detrás de las
colinas de Kadesh, se perfila sobre el Orontes, directamente
en el campo visual de los egipcios, una reducida tropa de hi-

100
. . ...

titas. Ramsés se queda perplejo. ¿una nueva artimaña del


miserable de Jatti? En el campamento enemigo, al otro lado·
del río, no se advierte la menor actividad. ¿Qué se propone el
rey Muvatalis?
Esa mañana, Ramsés está preparado para muchas cosas
menos para lo que sucedería en los minutos siguientes: una de­
legación de hititas desarmados llega al campamento de la "Divi­
sión Amón". Trae un mensaje de su rey.
El faraón toma la tablilla* sin pronunciar una palabra, lla­
ma a su escriba, le ordena leer en voz alta el contenido del men­
saje y se sorprende sobremanera.

"El príncipe de Jatti a Su Majestad, Ramsés.


Tú eres Set, 'Baal en persona. El temor que ins­
piras se propaga como un fuego en la tierra de los
hititas. Aquí habla Tu siervo y Te dice que eres el
hijo de Ra en persona. El Te ha dado toda esta tie­
rra, reunida en una sola. Mira, la tierra de Kedi, la
tierra de Jatti están a Tu servicio... ¿Haces bien en
matar a Tus siervos? Mira, ayer los mataste... Los
mataste por millones... ¿Quieres destruir Tu heren­
cia? No despilfarres Tu propiedad, poderoso rey,
Tú que saliste victorioso en la batalla. iRegálanos la
vida!"**

Seguramente, el rey de los hititas no habló a Ramsés con


tanta humildad, seguramente no admitió que sus soldados tenían
miedo. Todo esto es pura invención de los egipcios y está desti­
nado solamente a glorificar las magnas hazañas de Ramsés II.
Pero es un hecho que Muvatalis envió al faraón un ofrecimiento
de paz.
Acto seg:uido, Ramsés manda comparecer ante él a sus
consejeros y generales de las tropas de infantería y conductores
de carros, hace leer la carta en su presencia y les pregunta qué
debe hacerse.

* Los hititas escribían sus cartas en tablillas de madera cubiertas de lona em­
pastada con yeso.

** El texto original de este mensaje no se ha conservado. Las fuentes egipcias


nombradas reproducen su contenido.

101
Un general responde: "La benevolencia es muy bella, oh
Rey, nuestro Señor, nada hay de vituperable e n ser pacífico.
¿Quién te honrará el día en que te devore la ira?"
Y el faraón opta por la retirada.
La batalla de Kadesh concluye pues de manera insatisfac­
toria para ambos bandos. Muvatalis, el hitita, ha sufrido graves
pérdidas entre su tropa de carros, en cambio la infantería no
llegó�a entrar en acción. Ramsés y sus cuatro divisiones· resulta­
ron más afectados, tanto las tropas de carros como los soldados
de infantería: el cuerpo Ra fue prácticamente diezmado, no así
la división Set, que no participó en la batalla. Kadesh permane­
ce en poder de los hititas, Amurru ·no es liberada. No obstante,
el faraón da por concluida la operación.
Vista con objetividad, la campaña de Ramsés contra los
hititas fue una derrota. Los egipcios no registraron sino pérdi­
das, y además quedaron moralmente deshechos. Sólo así se en­
tiende la disposición de Ramsés para aceptar la retirada. Muva­
talis se quedó detrás de los muros de Kadesh en una favorable
posición estratégica. El Orontes se interponía entre él y el adver­
,sario y cualquier ataque presuponía su cruce, en extremo peli-
groso. Para hacer salir a los hititas de aquella posición, Ramsés
�.
debiera haber marchado a lo largo de la costa de Asia Menor,
··

'

hacer una conversión hacia el este y atacar al enemigo por el


norte, lo cual posiblemente proyectó, pero su ejército estaba de­
masiado debilitado para realizar empresa tan fatigosa.

Los enemigos de los egipcios: a la izquierda, pris ioneros de guerra filisteos; a la


derecha, un semita con·c:'-misa �corazada y yelmo de cuero.

102
Por otra parte, Muvatalis había logrado su propósito es­
tratégico. Consiguió detener el avance egipcio sin perder un so­
lo metro de terreno. De cualquier manera, llama la atención que
ambas partes celebraran la batalla de Kadesh como victoria.

La campaña publicitaria de Ramsés JI

Tanto en el reino de los coseos como en Egipto encontra­


mos fuentes históricas sobre la guerra entre ambos pueblos, pe­
ro Muvatalis ya no tuvo oportunidad de retener en forma docu­
mental su proeza de Kadesh. Poco después de la batalla dejó de
existir, y correspondió a sus sucesores Jatusil III y Tudhaliya IV
rememorar los logros del antecesor.
En Egipto sucedió todo lo contrario. Apenas llegado a su
palacio, Ramsés II inició la mayor campaña publicitaria que
jamás se hubiese organizado en el país. Informes, poemas y re­
lieves anunciaron en los grandes templos del reino la victoria, la
valentía, la divinidad de Ramsés "el Grande". En Tebas, Abidos,
en el Rameseo, en Medinet Habu y en Abu Simbel los textos ilus­
trados describen con bastante exageración y ampulosidad lo que
sucedió el año 5 de su gobierno.
Alan Gardiner asegura que "el informe de Ramsés 11 so­
bre la guerra con los hititas constituyó un fenómeno único en la
literatura egipcia, quizá hasta en la literatura universal" y que en
comparación con ella, aun la descripción de la aventurada expe­
dición de la reina Hatshepsut al país de Punt parece árida y mez­
quina.
. En la investigación de las fuentes los historiadores distin­
guen esencialmente dos transmisiones literarias que se apartan
una de otra: un "poema" sobre la batalla de Kadesh y un "infor­
me". El "informe", más breve, se limita en lo esencial a los acon­
tecimientos previos al combate y sólo al comienzo de la lucha lla­
ma la atención por su patetismo. En cambio el "poema" glorifica
en un lenguaje rebuscado y con todas las posibilidades de la li­
bertad poética al rey victorioso. En la versión nombrada en pri­
mer lugar encontramos datos sobre el despliegue militar de
egipcios e hititas, en cambio la segunda versión, describe exclu-

103
sivamente lo que sucedió en torno a Ramsés. Ambos textos están
·

redactados con una negligencia nada común.


Sir Alan Gardiner dice: "Los textos son descuidados y
abundan en repeti�iones. Ningún escriba di�stro del Imperio
Medio hubiera tolerado el constante cambio de la primera a la
tercera persona en relación con el faraón, ni utilizado en el así
llamado "poema" las mismas palabras: "Los masacré y no perdí
energía" repetidas tres veces consecutivas. Seguramente, tam­
bién era innecesario informar dos veces que cada carro hitita lle­
vaba a bordo tres guerreros. Se pueden citar otros muchos voca­
blos como ejemplos del precario sentido del estilo del autor. No
obstante, la historia y la forma en que es narrada es del mayor in­
terés.
El autor aquí criticado se llama Ramsés. La negligencia
.en la dicción del "poema" sobre Kadesh sólo se explica si Ramsés
11 se lo dictó personalmente a un escriba. Esto debiera de ser así
por la circunstancia de que ningún escriba hubiera estado en
· condiciones de reproducir los pensamientos del faraón durante
la batalla. Por esta razón, este "poema" es un testimonio de cómo
hablaba y pensaba Ramsés, no un poeta ni un estético sino un
hombre grosero, impertinente, egocéntrico y despiadado, capaz
de caminar sobre los cadáveres de sus semejantes y el suyo pro-
. pio de ser necesário, que considera como logro personal la obra

·" del azar y la fortuna o como una obligación que los dioses tienen
para con su persona.
Y la aventura de Kadesh, que por muy poco hubiera fra­
casado, concluyó, según las propias palabras de Ramsés, con
pompa y gloria. El faraón la describe del siguiente modo:
"Cuando Su Majestad se acercó con felicidad a Egipto en
compañía de sus grandes, sus soldados y sus guerreros de carro
-la vida, la perennidad ·y la fortuna estaban con él y dioses y dio­
sas y todos los países alabaron su bello rostro- llegó felizmente
a la casa de Ramsés, del victorioso• y descansó en su palacio lle­
no de vida como Ra en su trono, y los dioses saludaron a su ka y
le dijeron: Bienvenido. tú, nuestro querido hijo, Ramsés, el ama­
do de Amón. Le concedieron millones de aniversarios y la eter­
nidad en el trono de su padre Atón . Y todos los países y las tie­
rras extranjeras yacieron bajo sus plantas."

• En la capital Per-Ram�s.

104
4.

La _capital �lvidada

Qué hermoso era el dfa de tu presencia


qué hermosa era tu voz cuando diste
la orden de construir la capital de Ramsés...
con bellas ventanas y luminosos aposentos
de lapislázuli y malaquita...
Papiro Anastasi.

La nueva residencia de Ramsés IIfue


destruida con tanta frecuencia, reconstruida
y vuelta a destruir, que sólo
han quedado en su sitio original pocas
piedras, estelas o estatuas.
Pierre Montet, arqueólogo.
Presumiblemente, unos cuantos hipopótamos habrían si­
do la causa de que Egipto, su arte y su cultura no desaparecie­
ran sin pena ni gloria en el siglo XVI a.C. Unos cuantos hi­
popótamos se ocuparon de que hombres como Tutmosis 111,
Amenofis 111 y Ramsés 11 pudieran expandir el país del Nilo has­
ta convertirlo en un imperio que influyó durante siglos sobre la
historia de este mundo. Esto lo descubrimos a través del papiro
Sallier de Londres. Su declaración histórica es tan incuestiona­
ble como los graznidos de los gansos capitolinos que, al parecer,
preservaron a Roma de su ruina. Si la leyenda es fruto de la ima­
giJ.!ación, se basa ciertamente en un fondo muy real y todavía hoy
es�posible probar los detalles.
Una de las veintisiete momias de faraones y reinas guar­
dadas en el Museo Egipcio de El Cairo ostenta una sencilla pla­
ca con el nombre Sekenenre. Después de su descubrimiento en
el escondite de Der el-Bahri, a fines del siglo pasado, esta mo­
mia fue examinada por muchos científicos, y éstos hicieron un
hallazgo espeluznante. La calota del cráneo estaba fracturada a
causa de cinco golpes ·o punzadas. En consecuencia, a Sekenen­
re le habían hundido el cráneo brutalmente. lQuién era y por
qué sufrió una muerte tan atroz?
En algún momento, alrededor del año 1650 a.C. hordas
asiáticas provistas de carros veloces como saetas y armas que los
egipcios jamás habían visto antes irrumpieron con salvajes alari­
dos en el Delta, donde los habitantes del lugar realizaban bajo
un luminoso cielo azul sus labores del día despreocupadamente.
Semejantes a dioses desconocidos, acompañados de séquito in­
terminable, las columnas de individuos exóticos fueron de una a
otra de sus ciudades y aldeas para incendiarlas y saquearlas. Era
la guerra ...
Los egipcios jamás habían conocido esta situación en su

106
propia tierra. Las veces que oyeron hablar de combates, estos se
desarrollaron fuera de las fronteras del reino, en lejanas comar­
cas que el faraón quería anexionar al territorio propio, pero es­
ta vez las hordas extranjeras se asentaron en el borde oriental
del Delta del Nilo, edificaron su propia capital, Auaris, corona­
ron a sus propios reyes, que los amedrentados egipcios llamaron
hiksos, "príncipes de tierras extranjeras" y amenazaron aniquilar
la cultura egipcia.
El país del Nilo estuvo unos cien años bajo dominación ex­
tranjera. Fue hasta que los egipcios se repusieron del susto y re­
cordaron su poder y aptitudes de antaño. En la Tebas del Alto
Egipto, en aquellos días una localidad de importancia secunda­
ria, se formó una célula de resistencia.
En aquel entonces, al este de la ciudad había un lago en el
cual sus príncipes mantenían hipopótamos. Cierto día, "cuando
la tierra de Egipto estaba en la miseria y no había en ella rey, vi­
da, vigor ni salud", Apopi, el rey de los hiksos, mandó un mensa­
jero a Sekenenre, el príncipe de Tebas.
-¿Por qué te han enviado a la ciudad del sur'! -preguntó
Sekenenre irritado-. ¿cómo ha sido que has emprendido este
viaje?*
El emisario replicó en tono altanero: -El rey Apopi -lar­
ga vida, bienestar y salud le sean concedidas- manda decir que
tengas la bondad de quitar el estanque de los hipopótamos al es­
te de tu ciudad, pues no le dejan conciliar el sueño. Noche y día
resuena en sus oídos el rugir de las bestias.
Al principio, Sekenenre se resistió a dar crédito a sus
oídos. El hikso Apopi tenía su morada a seiscientos kilómetros
de Tebas, salía de ella muy a regañadientes y ialegaba sentirse
molesto por el rugir de sus hipopótamos!
Un velo rojo empañó la visión de Sekenenre, pero final­
mente concibió un plan.
-Está bien -dijo-, vuestro señor -larga vida, bienestar y
salud le sean concedidas- sabrá de mí respecto de este estanque
en el este de la ciudad del sur.
El mensajero de los hiksos se mantuvo en sus trece: -iNo,
el asunto por el cual me han enviado aquí debe resolverse inme­
diatamente!
Sekenenre apeló a todas sus artes de persuasión, mandó
traer "carne y pasteles" y con mucho esfuerzo logró impedir que

• Todas las citas proceden del papiro Sallier 1 (Museo Británico, Londres).

107
los comandos de evacuación se pusieran enseguida a echar tie­
rra sol2r_e el lago y los hipopótamos. Por su parte, el príncipe de"
Tebas hubo de comprometerse por escrito a erradicar la
plaga de paquidermos, y cuando el enviado se marchaba le gritó:
-iHaré todo lo que tú me has dicho! iDíselo a él!
Sekenenre profirió con énfasis ese "a él" y omitió decir "al
rey" y agregar cortésmente la fórmula "larga vida, bienestar y sa­
lud le sean concedidos". Luego convocó a los agoreros y sabios
de su corte, les informó acerca de la desver�nzada y provocati­
va exigencia del caudillo hikso y les preguntó qué debía hacerse.
"Todos a una guardaron silencio por largo rato... '...
Ignoramos qué vino después del largo silencio, pues en es­
te lugar el papiro Sallier está dañado, pero no es difícil recons­
truir lo que sigue. Sekenenre al parecer tuvo una escaramuza
con Apopi en la que le tocó en suerte la paja más corta y lo ma­
sacraron horriblemente.
El valiente Sekenenre de la Tebas sureña no fue un
fenómeno aislado. Sus hijos Kamosis y Ahmosis le sucedieron en
el trono, primero uno y luego el otro, animados del propósito de
vengar su terrible muerte.
Al valiente Kamosis no le fue concedido reconquistar la
antigua capital del imperio, Menfis, y destruir Auaris, la de los
invasores asiáticos. Ignoramos si perdió la vida en sus luchas
contra los hiksos o como consecuencia de una enfermedad gra­
ve. Ahmosis, en cambio, conquistó Auaris y persiguió a los inva­
sores hasta el sur de Palestina. Con él como rey (1552-1527 a.C.)
comenzó una nueva época de la historia egipcia: el Nuevo Impe­
rio, y Tebas pasó a ser la capital de Egipto.

Un hombre como Ramsés necesitaba·


una nueva capital

Tebas, una ciudad que parecía haber arrendado la rique­


za y el bienestar, era el centro de la veneración de Amón, y sus
sacerdotes siempre fueron perturbadores de la política. El sumo
sacerdote del culto de Amón era un reyezuelo y en algunos mo­
mentos un antirrey.
En consecuencia, Amenofis IV trasladó a Amarna la capi-

108

.•
tal de su reino no sólo por razones religiosas, sino para inde­
-
pendizarse políticamente de los teócratas tebanos. Ramsés ii -

persiguió fines análogos cuando volvió la espalda a Tebas para


erigir una nueva capital en el Delta del Nilo.
El arqueólogo Pierre Montet, oriundo de Estrasburgo, di­
ce: "En un principio el fundador de la dinastía XIX (Ramsés 11)
intentó ganar para sí a los adoradores de Osiris y Amón, pero
Ramsés I concibió otros planes. Tenía el pleno convencimiento
de que el futuro le pertenecía. Apenas transcurrido el período
de duelo por el deceso de su padre subió a la embarcación real
y a la cabeza de toda una flotilla partió rumbo al Delta oriental
del Nilo para fundar allí una nueva capital que perpetuase su
nombre"*.
Ramsés estaba empeñado en levantar su ciudad lo más le­
jos posible de Tebas. Desplazar la capital más al sur hubiera si­
do muy desfavorable desde el-punto de vista geográfico. La anti­
gua Menfis, en el norte, se le antojaba demasiado arraigada a las
tradiciones, y en consecuencia se vio obligado a repoblar y dar·
vida a una región, hasta ese momento abandonada, para lo cual
mejoró y amplió sus comunicaciones con On* *, Menfis y todo el
Alto Egipto, como también con el resto del Delta y los países ve­
cinos del este" (Montet).
La ciudad surgió de los cimientos de Auaris, la capital en
ruinas de los hiksos, y el faraón le puso por nombre Per-Ramsés
Meriamón: "Residencia de Ramsés, amado de Amón". Hoy se
llamaría Ramsés City. Los palacios y las construcciones religio­
sas de la nueva metrópolis alcanzaron una extensión de treinta
hectáreas. Eran pues más grandes que los templos y palacios que
formaban parte del Rameseo en Tebas oeste, más grandes tam­
bién que Medinet Habu, pero menores que la sagrada Karnak,
cuyo crecimiento se desarrolló durante centurias.
Per-Ramsés fue la ciudad del rey, no una ciudad para el
pueblo, fue una ciudad construida según los planos _ideados po�
el propio faraón, según sus propios deseos, para su propia fama,
la primera Alejandría, la primera San Petersburgo, no una re­
sidencia provisional de guerra, sin9
_ de ahí en adelante la capital
del imperio. Un hombre como Ramsés necesitaba una nueva ca­
pital y lo fue durante las dinastías XIX, XX y XXI, es decir, du-

• Pierre Montet: "Das alte Aegypten und die Bibei";Zurich, 1960.

• • Nombre egipcio de Heliópolis.

109
rante 350 años. Tebas, la ciudad de las cien puertas, sólo fue se­
de del gobierno durante 250 años.
Concluida la era de los tamésidas, aproximadamente a
partir de la dinastía XXi (1070-945) Ramsés City se llamó Tanis.
Tanis estuvo habitada hasta la época de los romanos, pero luego
se pierden sus huellas: es como si la tierra se hubiese tragado a
la capital de un imperio.
En un principio, los arqueólogos recurrieron al Antiguo
Testamento en su búsqueda de la metrópolis perdida.
En el libro 2 del Exodo dice: "Un nuevo rey que ya no
sabía nada de José asumió la soberanía de Egipto y le habló a su
pueblo: 'Por cierto, el pueblo de los hijos de Israel ya es más
grande y fuerte que nosotros. iVamos, debemos comportarnos
con prudencia frente a él para que no se haga más numeroso y
en caso de guerra se alíe con nuestros enemigos, luche contra
nosotros y se apodere del país! Entonces nombraren capataces
para que vigilaran a los israelitas y los obligaran a realizar traba­
jos forzados. Les obligaron a construir para el faraón ciudades­
despensa, a saber, Pithom y Ramsés" (1,8-11)
Pithom (Per-Aton, "residencia de Atoo") se encontraba
en el Delta oriental y era la capital de la octava región del Bajo
Egipto. Los arqueólogos hallaron sus ruinas al sudoeste de Is­
mailía, sobre la colina de Tel el-Mashuta, en el Uadi Tumilat. En
cuanto a la ubicación de la capital de Ramsés, este ha sido un
hueso duro de roer para los científicos de todo el mundo.
En 1860, Auguste Mariette desenterró cerca de San el­
Hagar, en los alrededores de Tanis, esfinges, figuras colosales y
estelas que datan de la época de Ramsés U y de su hijo Merenp­
tah. Hallazgos de t ietllpos más remotos ostentan además del
nombre del comitente original, los anillos reales de Ramsés o
Merenptah. Presumiblemente, debieron de agradades tanto que
los usurparon. Flinders fetrie siguió sus excavaciones en
1883/84 y llegó a la convicción de que estas ruinas podían ser la
antigua Tanis, la bíblica Ramsés. El egiptólogo berlinés Hein­
rich Brugsch representó este punto de vista ya en 1872. Había
identificado dos estatuas descubiertas en Tanis como las de sa­
cerdotes del "Amón de Ramsés" y este dios era venerado exclu­
sivamente en la ciudad Ramsés. Por cierto, Brugsch no con­
formó con los resultados de las investigaciones de su colega
berlinés Richard Lepsius, que en la década del cuarenta del si­
glo pasado exploró el valle del Nilo desde el Delta hasta el
Sud.án, y en 1866 J;"ealizó en el Delta extensas investigaciones
geográficas. Fue uno de los fundadores de la egiptología y los re-

110
sultados de sus exploraciones tuvieron durante mucho tiempo el
carácter de intocables. Este Lepsius tomó la Biblia, basándose
en el segundo libro del Exodo, siguió la salida de los israelitas de
Egipto y llegó a la conclusión de que la ciudad Ramsés, donde
comenzó el éxodo de los hijos de Israel, sólo podía estar empla­
zada como la ciudad Pithom en el Uadi Tumilat. Como queda di­
cho, Lepsius era una autoridad y la mayoría de los arqueólogos
se adhirieron a su versión.

Largo era el camino a Ramsés City

No fue hasta 1918 que el profesor de Oxford sir Alan Gar­


diner se aventuró a un nuevo avance. Expresó abiertamente lo
que desde hacía mucho había dejado de ser un secreto, a saber,
que el Antiguo Testamento en lo que atañe a la fiabilidad de la
transmisión histórica tiene en el mejor de los casos el valor de
una leyenda. Sir Alan tenía para ofrecer tres ciudades que lleva­
ban el nombre de Ramsés: una en el Líbano*, (ref. página 73)
otra en la puerta oeste del Delta del Nilo y por último Abu Sim­
bel. Esta última se llamaba exactamente "Casa de Ramsés, ama­
do de Amón". Pero las tres deben descartarse como la capital de
Ramsés debido a su posición geográfica. En consecuencia, debió
de existir una cuarta Ramsés City. Gardiner lá localizó en la re-
·

gión de Pelusio.
Cuando poco más tarde el egipcio Mahmud Hamza de­
senterró a dieciocho kilómetros al sur de Tanis fragmentos de
cántaros de vino en los que se nombraba a la ciudad Ramsés, y
este hombre aseguró haber .encontrado la verdadera capital de
Ramsés, llegó el momento de emprender una vasta campaña de
excavaciones. Pudo acontecer que el suelo se tragara a la ciudad,
pero debió de quedar al menos algún indicio del lugar donde es­
to acaeció.

111
Esfinge de la capital perdida de Per-Ramsés. Esta obra de arte en granito rojo
que se exhibe actualmente en el Louvre, ostenta los rasgos fisonómicos de Ame­
nemhet H. En tiempos de los hiksos, el rey Apopi la reclamó para sí y durante la
dinastía XIX lo hizo el rey Merenptah. Hacia el afio 1.200 a.C. Merenptah
mandó esculpir el anillp con su nombre en el pecho de la esfinge y el rey
Sheshonk 1 la usurpó nuevamente durante la dinastía XXI.

112
Pierre Montet, de quien se hablaba en esa época por sus
excavaciones en Biblos, vol.vió a hincar la pala en el Delta del Ni­
lo en 1928, y lo hizo retomando la teoría original de Heinrich
Brugsch, en el sentido de que Ramsés City estaba debajo de la
vieja ciudad de Tanis. Montet empezó a cavar sin sospechar que
había iniciado la obra fundamental de su vida. Sus trabajos en
Tanis se prolongaron durante veintiocho años, hasta 1956: largo
era el camino a Ramsés City.
Aún hoy en día hay arqueólogos que sostienen la opinión
de que Ramsés City no se construyó sobre los muros de Auaris,
sino en Kantir, a unos veinticinco kilómetros más al sur. En efec­
to, allí se excavó un palacio cuya construcción se atribuye sin lu­
gar a dudas a Ramsés 11. En el Museo de El Cairo se exhiben
azulejos procedentes de dicho palacio. Además, una lista de lu­
gares en el templo de Ptah en Menfis ha dejado perplejos a los
historiadores. Entre las localidades del Delta nororiental men- ··

ciona el "campo de Tanis" y un lugar de nombre Auaris. lDe


acuerdo con esto Auaris y Tanis fueron dos ciudades distintas?
No. El palacio encontrado en Kantir habría sido una mo­
desta capital imperial, que comprendería un solo palacio y nada
más, pues no hubo allí otra cosa que excavar. Naturalmente,
Ramsés poseía varios palacios. El más grande, fuera de la capi­
tal, el Rameseo, era una ciudad por sí mismo, de enormes di­
mensiones, pero aun así esta construcción palaciega no era sede
del gobierno. ¿Y la mención de las dos localidades "campo de
Tanis y Auaris"?
La solución del enigma: Auaris era mucho más pequeña
que Tanis, estaba situada dentro del "campo de Tanis", por esta
razón pudo contarse separadamente.
Si Ramsés City fue capital del imperio debe identificárse­
la con Tanis. En ninguná otra pa�te del Delt� del Nilo se d�sci.I­
brieron en un mismo lugar tantos hallazgos de la época de los
ramésidas. Montet y sus antecesores sacaron a la luz grandiosos
monumentos que sin ninguna duda pertenecieron a un lugar de
importancia extrarregional, entre ellos el basamento de un obe­
lisco que lleva la inscripción... "Amado por Seth de Auaris".
Además, Montet encontró una evidencia escalofriante de que
Tanis surgió de los cimientos de Auaris, la ciudad de los hiksos:
el esqueleto de un individuo adulto que apareció bajo el muro de
la ciudad y el esqueleto de un niño en una vasija de barro. Al re­
alizarse la construcción debieron de emparedarlós, un sacrificio
usual entre los cananeos. Evidentemente, al erigir Auaris, los
hiksos procedentes de Asia no quisieron.prescindir de este rito.

113
Fuese lo que fuere lo que Montet extrajo de entre los es­
combros durante sus actividades de excavador en Tanis en vein­
)
tiocho años, procedía de a dinastía XIX, la dinastía de Ramsés
11 o del Imperio Medio, la época de los hiksos. Pero, lpor qué no
quedaron entonces derrelictos de la dinastía XVIII cuando estos
faraones formaban parte de los más entusiastas amantes de las
obras arquitectónicas y de arte y dejaron centenares de monu­
mentos de la cultura entre Menfis y Elefantina, la isla del Nilo?
Según parece, los faraones tebanos del Nuevo Imperio no
levantaron templos en la antigua región de los aborrecidos hik­
.. sos, en respuesta a una postura consciente. En cambio, Ramsés,
··que provenía de aquella región abandonada durante siglos, se
· volvió.hacia su terruño en demostración de arraigo. Dejó de la­
, do a :\ti mafia tebana que hacía y deshacía a su antojo al amparo
· del dios Atnón; pero evitó. romper con la tradición como lo hicie­
ra Ecnatón� De allí en adelante habría un Amón, pero sería el
"Amón de Ramsés"; seguiría existiendo el dios Ra, pero bajo el
. nombre "Ra de Ramsés". Tampoco se proscribió a Ptah, cuya de-
nominación sería eil adelante la de "Ptah de Ramsés".
. ... ·
Ramsés demostró especial simpatía por las diosas orien­
táles Anat y Astarté, aunque también por Sutej, su dios de la
guerra, que en Egipto se llamó Set y fue aborrecido por los sa­
cerdotes tebanos. Este dios Set juega un papel esencial en la
construcción de Auaris y Ramsés City y esto ha alimentado espe­
culaciones acerca de si los ramésidas no serían descendientes de
los hiksos.
Set, el amo del desierto, fue el asesino de Osiris, dios de
la vegetación, y por lo tanto figura simbólica del mal, pero tam­
bién se lo tenía por soberano señor de todos los dioses extranje­
ros. Originalmente, su culto estuvo circunscrito a Ombos, en el
Alto Egipto, al norte de Tebas, si bien ya en tiempos prehistóri­
cos se afincó en el Delta del Nilo, donde lo adoptaron los hiksos,
quienes "no veneraban a ningún dios del país, con excepción de
Set"*.
Ramsés 11 hace ofrendas a este dios Set en una estela que
Auguste Mariette desenterró en Tanis en 1863. Aunque el ha­
llazgo pesaba casi una tonelada, cierto día desapareció, pero no
fue robado, simplemente los excavadores le volvieron a enterrar.
N o fue hasta cincuenta y ocho años después de esta "hazaña ar­
queológica" que vio nuevamente la luz, mientras Pierre Montet

• Papiro Sallier l.

114
realizaba excavaciones en Tanis, y se estableció entonces que es­
ta lápida conmemorativa es un documento único en Egipto. Los
arqueólogos no daban crédito a sus ojos cuando descifraron su
inscripción: "Año 400, 411 mes de verano, día 4 del rey del Alto y.
Bajo Egipto, Set Apathi, el hijo amado de Ra, Nubtí, amado de
Ra- Harajte, a quien le sea dada vida eterna."

Friso del frontón de la estela de Tanis (400 años). En el centro aparece Ramsés
haciendo una ofrenda a Set, su dios preferido.

Los egipcios contaban el tiempo exclusivamente por los


años de gobierno del faraón que ocupaba el trono en el período
correspondiente. !Ese Nubti, hijo de Ra, no pudo gobernar du­
rante 400 años! ¿Quién fue este faraón, este Nubti? Los
egiptólogos realizaron sus cálculos y llegaron al resultado de
que el año 1 de este soberano coincidió con el periodo inicial de
los hiksos. En consecuencia, podría tratarse del fundador de la
capital Auaris. Sin embargo, entre los sesenta "soberanos de los
extranjeros·· no hubo reyes con este nombre. En todo caso en
ninguna parte se menciona un Nubti con el apelativo regio de Set
Apathi. Fue necesario un tedioso estudio de fuentes para que los
egiptólogos. descubrieran el nombre Nubti en un relieve del rey
Djoser en Heliópotis. En este lugar aparece como denominación
de Set, originalmente del Alto Egipto. Presumiblemente la este-

115
la de los 400 años creada por Ramsés hacía referencia al comien­
zo de la soberanía del dios Set en la ciudad que en aquel enton­
ces todavía se llamaba Auaris. La simpatía del gran Ramsés por
este dios es comprensible: Durante muchos años sus antepasa­
dos nombraron a los sumos sacerdotes del dios Set.

Los prolíficos hijos de Israel

No lejos de Tanis vivía en el siglo XIII a.C. una tribu que


se· hacía llamar "hijos de Israel". Ramsés 11 le había asignado la
región de nombre Gosen. Los hijos de Israel eran descendientes
de un hombre llamado Jacob. Siglos atrás el hambre los había
ah:Qyentado de Palestina hacia aquellas tierras, y un faraón, po­
.
sibte.m�nte un rey de los hiksos, le otorgó la licencia de perma­
necer en ellas. Jacob llegó en aquel entonces en compañía de
un� gran familia, una familia notable en dos aspectos: vivía cons­
tantemente en querella, pero no obstante se multiplicaba de una
manera fuera de toda proporción.
Precisamente, el Delta del Nilo, donde Ramsés había es­
cogido establecer el nuevo centro del imperio, estaba invadido
en ese momento por los miembros de una tribu a la que una vez
los egipcios habían acogido por compasión. En contraposición a
otros extranjeros que a la sazón poblaban el país del Nilo, los is­
raelitas vivían en estricto aislamiento dentro de su comunidad y
evitaban el contacto con la población nativa, lo cual en cierto
modo los hizo parecer sospechosos. Además, los hijos de Israel
gozaban de una posición especial: no trabajaban como esclavos
al igual que los extranjeros traídos por el faraón de sus correrías.
Por otro Ia"do,-no se los admitía-en el servicio militar, a pesar de
·

que el ejército egipcio reclutaba más y más mercenarios, sobre


todo sirios y nubios.
·

Ramsés 11 no veía en los israelitas más que molestos


parásitos, en ningún caso enemigos, por cierto, cuya expulsión le
hubiera resultado tarea fácil. En cambio, los conchabó en una
especie de trabajo forzado, compensado tan sólo con comida y
bebida gratuitas. Por primera vez en su historia los nómadas is­
raelitas tuvieron que cumplir una actividad reglamentada y eso
no les satisfizo.

116
- • • r

Las expectativas cifradas por Ra·msés en .e.sí:a medida sólo


4'$.

se cumplieron en parte. El fa;aón habÍÍt.·,c�nseguido ma�o de


·obra barata para las gigantescas construcciones de Ramsés City,
pero la esperanza de frenar la rápida multiplicación de los hijos
de Israel resultó fallida. Por el contrario, "cuanto más se los mal­
trataba tanto más se multiplicaban y se extendían, de suerte que
los egipcios les tomaron aversión, los sometieron a recia servi­
dumbre y amargaron su vida con duros trabajos de arcilla y ado­
be y con todas las labores del campo; todos los trabajos que
tenían que hacer les eran impuestos con violencia" (2. Exodo ..

1,12-14).
Los trabajos que Ramsés 11 impuso a los hijos de Israel de
ninguna manera eran inhumanos, con toda seguridad no tan ru­
dos como los que debían realizar los esclavos en las canteras de.
Assuán o en las minas del Sinaí. La alimentación que se les daba
era.por demás abundante para el régimen a que estaban acos­
tumb'rados estos nómadas. Eran tan abundantes y regulares las
raciones habituales de carne, pescado, frutas y cereales que los
israelitas soñaron con ellas por espacio de decenios durante su
travesía a la Tierra Prometida. Pero por otro lado, debían traba­
jar ·bajo el látigo de capataces, elegido a por Ramsés 11 entre sus .
propias filas. Cada uno tenía que cumplir una cierta cuota, pues
de lo contrario había paliza.
1t �-=- g rrnü§l�= í.l��

117

. -
Los israelitas confeccionaban los ladrillos para la cons­
trucción de los palacios de Ramsés 11 según un principio muy
sencillo. Recogían el cieno del Nilo con cestas, unos traían agua
en cántaros, otros añadían a la mezcla paja, menudamente cor­
tada, y un último grupo de obreros vertía esta materia prima en
moldes que luego se exponían al sol para su secado. Todos los
edificios profanos fueron construidos con estos ladrillos de ba­
rro. El granito, la piedra caliza y la arenisca sólo se emplearon
para la-s construcciones sagradas, pues ellas debían perdurar por
toda la eternidad. Este es el motivo por el cual se conservaron
tan pocos palacios y casas egipcios, pues sólo usaban la piedra
para los cimientos. En su mayoría, los muros eran de ladrillos de
barro. El agregado de paja al cieno del Nilo les daba una resis­
tencia relativamente elevada y seguridad contra las fracturas,
pero la humedad y las lluvias les causaban bastante deterioro. A
diferencia del Alto Egipto, en el Delta del Nilo, abundan las pre­
cipitaciones y por lógica los ladrillos no cocidos son sensibles a
la humedad. Con esto queda explicado en gran medida por qué
la ciudad Ramsés desapareció como tragada por la tierra.
Los ladrillos de barro eran, sin duda, un material de cons­
trucción más barato que la piedra, pues los podía elaborar un
hombre solo, mientras que para romper y labrar la piedra se ne-
.... cesitaban cuadrillas enteras de trabajadores. A menudo, los blo­
ques debían ser transportados a centenares de kilómetros de
distancia hasta el lugar de la obra, lo cual requería además un
enorme despliegue técnico, en tanto los ladrillos de barro se
confeccionaban en las inmediaciones o a escasa distancia de la
obra y su transporte no exigía la aplicación de técnica alguna.

En las norias delfaraón

Las labores del campo impuestas por añadidura a los hi­


jos de Israel están descritas en el 511 libro del Exodo. En el
capítulo 11 relativo a la Tierra de Promisión, dice así: ,.Porque la
tierra donde tú entrarás para poseerla no es como la tierra de
Egipto de donde salisteis, en la cual sembrabas tu simiente y re­
gabas con ayuda de tu pie como una huerta de hortalizas. El país
donde vais a pasar para poseerlo es una tierra de montes y valles

118
que bebe el agua de la lluvia de los cielos. Es un país al que el
Señor, tu Dios, cuida, sobre el cual tiene constantemente sus
ojos, desde el principio del año hasta su final."
En el Egipto "ateo" los israelitas fueron colocados pues en
la noria. De todos modos es dudoso que se tratara, en efecto, de
estaciones de bombeo accionadas mediante energía humana,
quizá la imaginación de los cronistas bíblicos hizo una calandria
de las norias impulsadas por tiros de bueyes. Lo que está proba­
do es que las criaturas de Israel tuvieron que prestar iguales ser­
vicios como trabajadores rurales que los prisioneros de guerra
en los dominios de los templos. Una tarea particularmente odio­
sa era el cavado de nuevos canales de riego y desembarrar los
antiguos. No es extraño que los israelitas refunfuñaran.
Ramsés sabía perfectamente que un pueblo ahíto es más
fácil de gobernar que uno hambriento, por eso mandó a los hijos
de Israel que construyeran almacenes en Phitom y Sukkoth, silos
cilíndricos para guardar cereales de una diámetro de ocho me­
tros y cubierta cupuliforme con una abertura para echar el gra­
no a la cual se llegaba por una rampa. Se hallaron restos de es­
tos silos, así como el modelo de un almacén con diminutas
figurillas, (véase figura en la página 146) una ofrenda funeraria
que demuestra cómo se practicaba el almacenaje de provisiones:
un tributario viene con los intereses de su deuda cargados sobre
la espalda: un saco de grano. Entra en la antesala de un almacén,
donde hay varios escribas sentados junto a las paredes, dice su
nombre y dirección, lo quitan del fichero de deudores o se asien­
ta una nota según la cual debe todavía tantos sacos. Seguidamen­
te pasa a otro recinto donde hay una escalera, sube por ella y,
llegado a la parte superior, vacía su saco de cereal en un almacén
que llega del suelo al techo. Se le autoriza a llevarse consigo el
costoso saco.
Al parecer, Ramsés, tan amante de la abundancia, vivía en
el temor constante del hambre. Ningún faraón anterior ni poste­
rior a él reunió tantas provisiones. Por cierto, sabemos sólo de
sus gigantescos almacenes de cereales, pero casi no cabe .duda
de que también mandó salar carnes y dejarlas guardadas en va­
sijas de arcilla, un procedimiento del que dan noticia las pintu­
ras murales de la dinastía XVIII. En la capital de los ramésidas,
en el Delta del Nilo, había tiendas de exquisiteces y mercados
donde se ofrecían frutas y especias exóticas traídas de todos los
países.
"Nosotros nos acordamos del pescado que, de balde,
comíamos en la tierra d.e Egipto; de los cohombros, de las

119
sandías, de los puerros, de las cebollas y de los ajos." Así se la­
mentan los israelitas en el libro 4 del Exodo al marchar por el
desierto. En el "Cuento del náufrago", una antigua fábula egip­
cia, un Robinson que �es arrojado a Üna isla por una ola del mar�
sueña con toda clase de delicias como las que formaban parte de
la vida cotidiana en la ciudad Ramsés: "Dormía bajo un dosel de
fronda y abrazaba la sombra. Luego estiraba los pies para saber
qué podía llevarme a la boca. Había allí higos y uvas y toda cla­
se de magníficos puerros, frutas de Kau y de Hekut, y cohom­
bros... Había allí peces y aves y no faltaba nada que no estuviera
en la isla. Entonces me saciaba y me quedaba acostado, porque
era demasiado para mis manos."
·

Y en el cantar de la nueva ciudad Ramsés (véase página


126 y sig.) el escriba Pai-Bes muestra más entusiasmo por las de­
licias que alü se ofrecían que por la ciudad misma. En aquella
época de abundancia, la idea del hambre, como la que ya había
padecido·el reino varias veces, resultaba absurda e insoportable,
por eso Ramsés edificó almacenes como signo visible de su
política de estabilidad.


· ·

· Los resplandecientes aposentos de Ramsés City

El papiro Anastasi nos transmite dos cantares acerca de


Ramsés City y sus fundadores. La copia data en realidad de la
época del sucesor de Ramsés, Me-renptah. El nombre de User­
maat-Re (Ramsés) fue alterado por Ba-en-Re (Merenptah). Los
cantares no transmiten datos históricos, pero en cambio encon­
tramos �n ellos numerosas referencias a templos y palacios de la
ciudad, que, seguramente, no fueron fruto de la fantasía.
Su Majestad construyó para sí una fortaleza, cuentan, a la
que puso por nombre "la victoriosa", una ciudad situada en un lu­
gar entre Palestina y Egipto, donde hay alimentos y manjares en
abundancia. Se parece a la ciudad Hermontis, vecina a Tebas, y
fue construida para toda la eternidad, como la vieja ciudad im­
perial de Menfis. Al parecer, después de Ramsés hubo traslados
forzososs de poblaciones. "Toda la gente abandona sus ciuda­
des", dice un cantar, "y se asienta en el distrito de la capital

120
Ramsés". Los datos sobre algunos templos y el palacio real son
bastante concretos.
Las fuentes históricas nombran en total diez templos en la
ciudadRamsés alrededor de mediados der siglo XIII*. El .tem­
plo de Amón, para el cual se quebrantaron piedras en el noveno
año de gobierno deRamsés II y cuya imagen cultural fue restau­
rada bajoRamsés III, se cita a principios del pacto con los hiti­
tas y aparece también en los papiros Anastasi VI (Leiden 366 y
Bologna 1086). Asimismo, en el pacto con los hititas y en los
mencionados papiros, se alude al templo de Ptah, del cual to­
davía se conservan algunos restos. Este edificio sagrado también
fue erigido en el noveno año de gobierno. El papiro Harris des­
cribe los trabajos de construcción en el templo de "Set, fuerte en
vigor"; en las esfinges de Tanis, expuestas en el Louvre, se men­
ciona el nombre de este dios, como también en las columnas del
templo de Anat en Tanis. En sillares son nombrados los tempfos
deRa, de Atón, de Anat y de Uadjit. Algo más apartado parece
haberse levantado otro "templo de Ptah sobre la orilla del río",
"sobre el agua deRa" había un templo deRa y una capilla dedi­
cada a Hator, la diosa heliopolitana.

Más o menos
así cabe imaginar la
sala del trono de
Ramsés II.
Arqueólogos esta­
dounidenses real�­
zaron esta recons-
. trucción en base a
hallazgos aislados.

* Wolfgang Helck: Materialien zur Wirtschaftsgeschichte des Neuen Reiches,


Maguncia, 1960 (Materiales para la historia económica del Nuevo Imperio).

121
El templo de Amón abarcaba la parte occidental de la ciu­
dad y en la parte sur se encontraba el templo de Set, en tanto el
templo de Anat debe buscarse por el este y el templo dedicado
a Buto, la serpiente verde, protectora de Horus niño, en el nor­
te. El palacio de Ramsés II se levantaba "en el interior", es decir,
en el centro de la ciudad, rodeada por una muralla de ladrillos
de doce metros de espesor. "Ramsés", dice el cantar, "el amado
de Amón, impera en ella como dios y Mont en las provincias co­
mo heraldo, el sol soberano como visir".
Ramsés, la nueva capitál que el· gran faraón construyó
"donde comienza ese país extranjero y donde termina Egipto
(aquí se hace clara referencia a la posición estratégica entre el
país del Nilo y Palestina), esta ciudad con sus templos y palacios
refulgía en oro y piedras preciosas que todos los años debían
traer como tributo los pueblos extranjeros. Había allí bellas ven­
tanas y brillantes aposentos de lapislázuli y malaquita" y al pare­
cer al construir su nueva capital del imperio el gnin Ramsés se
·.mspiró en una leyenda de una metrópolis que apenas ochenta
años antes había brotado de las arenas del desierto a medio ca­
mino de Menfis y Tebas.
Esta ciudad se llamaba Aquenatón ("Horizonte del disco
solar"). Fue la primera ciudad planificada de la historia y de ma­
yor magnificencia en su ejecución que cualquiera otra del Nilo,
· · pero no duró siquiera dos décadas. Ecnatón y Nefertiti, la pare­
ja real de Aquenatón, se apartaron de la influyente casta sacer­
dotal tebana y adoptaron una orientación religiosa monoteísta
que exigía empeñarlo todo en ella y obnubilaba el sentido de la
realidad. Un pueblo que edifica más templos que cuarteles es un
pueblo feliz, pero cabe preguntarse ¿por cuánto tiempo?
Nefertiti y Ecnatón gozaron de esta dicha durante catorce
años. Cuando Aquenatón, la ciudad visionaria del desierto, de­
cayó, Ramsés todavía no había nacido. Sin embargo, cuando re­
montaba el Nilo para visitar Tebas o Nubia le llamaron la aten­
ción las ruinas de Aquenatón al este, anegadas por la arena, y
recabó información acerca de lo que había sucedido allí. Realis­
ta como era, debió de mover la cabeza sobre la ingenuidad de
Nefertiti y Ecnatón, divorciados del mundo, pero su proclividad
a la gigantomanía le haría sentir admiración por aquel proyecto
en medio del desierto. Sin duda, adoptó a Ecnatón como ejem­
plo para construir su propia capital.
A pesar de los cuantiosos templos, esa no fue una ciudad
de los dioses, sino la ciudad del faraón, y por lo tanto la llamó
Per-Ramsés. En un cantar relativo a esta ciudad, se dice que es

122
"el lugar donde se ejercita a tus guerreros, el lugar donde se re­
vista a tus tropas de infantes, el lugar donde desembarcan las
tropas de tus naves".

LAS CAPITALES DEL ANTIGUO EGIPTO

Epoca Dinastía Capital Nombres de los soberanos más


importantes

2850-2140 I-VIII Menfis Menes, Djoser, Keops, Unas


2140-2040 IX-X Heracleópolis Neferkare, Cheti
2040-1991 XI Tebas Mentuhotep
1991-1785 XII Menfis Amenemhet, Sesostris
1785-1650 XIII-XIV Menfis, Xois Neferhotep
1650-1552 XV-XVII Auaris Apopi, Kamosis
1552-1306 XVIII Tebas Amenofis, Tutmosis
1358-1347 XVIII Aquenatón
(Amarna) Ecnatón
1290-945 XIX-XXI Per-Ramsés Los ramésidas
(Tanis)
945-664 XXII-XXV Tanis, Menfis, Sheshonk, Pianchi
Na pata
664-525 XXVI Sais, Napata, Los psaméticos
Meroe
525-404 XXVII Soberanía
persa Cambises
404-332 XXVIII- Soberanía Darío
XXX Persa
Dinastía XXIX:
(Esmendes) Nectanebo
331-30 Soberanía Alejandro Magno
griega
30-395 d. C. Soberanía Augusto a
romana Teodosio

Esto suena un poco a pensar en un deseo, pues aun cuan­


do Per-Ramsés se convirtiera con algún esfuerzo en centro
político, religioso y cultural, en centro militar con cuarteles,
campos de ejercicios, colonias de soldados y astilleros, Menfis
seguía siendo la antigua capital del imperio con todo eso.

123
Menfzs, la armería de la nación

Los astilleros estatales llevaban como lema comercial


"Buena salida". Bajo este nombre Tutmosis 111 había fundado
en la región de Menfis, no lejos del vértice del Delta, un es­
tablecimiento fabril, en el cual se gestó una flota para sus
campañas bélicas a Siria. Tutmosis no armó barcos de guerra,
sino más bien una flota de transportes bien equipados, con
los que sus soldados podrían ser llevados hasta los escenarios
de guerra. Al respecto, ni los fieros nombres de los navíos,
como "Tutmosis, que asoló Siria" o "El toro salvaje" engañan.
La construcción de .naves mercantes en la región de Menfis
ya gozaba de una larga tradición. A mediados del siglo XVI
a.C., bajo Ahmosis, fundador de la dinastía, se construyeron
allí vehículos de transporte. Un "intendente de los barcos de
transporte" de nombre Neshi se hizo acreedor a tan grandes
méritos como director del astillero que el faraón le legó una
propiedad rural que en los siglos siguientes no causaría sino
disgustos a sus herederos*.
Menfis era la armería de la nación. Allí se había asentado
•· la industria de la construcción de carros que alcanzó primacía
en la producción de armamentos. Se le habían anexionado tan­
tos talleres de abastecedores que para reglamentar las necesida­
des de organización interna hubo dt crearse una cámara de ar­
tesanos con un maestro gremial a la cabeza. En tiempos de
Tutmosis 1, Ptahmai y sus hijos Nacht y Ria dirigían la fábrica de
carros· de Menfis, y en época de los ramésidas oímos de un
"maestro constructor de carros, maestro obrero de la armería y
maestro de los trabajadores de la armería" con rango de "contra­
maestre del Señor de los dos países".
Seg6n Herodoto, Menes, el primer rey de Egipto que unió
el Bajo y el Alto Egipto alrededor del año 2.900 a.C., fue el fun­
dador de Menfis. El padre de la historiografía se expresa en sus
Historias (11�99) de manera algo complicada: "Los sacerdotes
decían de Menes, el primer rey de Egipto, que aseguró Ménfis
mediante un dique, pues el río corrió a lo largo de las montañas
de arena hacia Libia... Cuando el terreno indicado se convirtió
en tierra firme para este Menes, que fue el primer rey, lo prime-

• Véase en el capítulo S. A los pequeftos los ahorcaban, a los grandes los deja­
ban escapar.

124
ro que hizo fue fundar una ciudad en él, que ahora se llama Men­
fis. " Menes le puso a su ciudad el nombre de "la blanca mu­
ralla".
"La blanca muralla" estaba destinada a desempeñar un pa­
pel principal en los tres milenios de historia del Antiguo Egipto,
y parece increíble que no hayan quedado de ella sino unas po­
bres ruinas cerca de la aldea de Mitrahine, restos del templo de
Ptah, algunos muros de los palacios de los faraones Merenptah
y Apries y una estatua colosal de Ramsés 11.
En la época ramesídica Menfis fue un caldero borbotean­
te de gente de todas las naciones, de distintas religiones y de los
más variados intereses. La causa de esto fue por un lado la situa­
ción geográfica y por otro el fluido internacional de la ciudad
que respondía a los intereses conscientes de los faraones.
La gente de las colonias debía familiarizarse con la cultu­
ra, la religión y la política de Egipto. iDónde era más sencillo
que sucediera que en Menfis!
Después de una de sus campañas a Asia, Tutmosis 111
llevó a Menfis a los hijos de los reyes avasallados para someter­
los a una especie de lavado de cerebro. Luego se les permitiría
regresar a su país como príncipes de la ciudad por la gracia del
faraón. Un documento notifica: "Ved, trajeron a los hijos de los
príncipes y a sus hermanos para que se quedaran en el ejército
de Egipto, y si uno de los príncipes muriera, Su Majestad sentará
a su hijo en su trono; el número de príncipes que han sido
traídos este año, ha sumado 36."
Los treinta y seis príncipes asiáticos y sus respectivos
séquitos se aclimataron muy bien en Menfis, se instalaron en un
barrio de extranjeros y se preocuparon de producir en el Delta
una renovación de sangre exótica. Había numerosos barrios de
extranjeros. Herodoto informa de uno, el "barrio de los tirios"
donde habitaban en su mayoría fenicios de Tiro. En tiempos de
Eje, el sucesor de Tutankamon, existía un "campo de hititas" que
lindaba con las residencias rurales de Tutmosis 1 y Tutmosis IV.
En su estela de Ptah, Ramsés 11 destaca que no sólo "proveyó" al
templo de Ptah de sacerdotes y profetas, sino también de escla­
vos, sobre todo nubios y sirios, en calidad de mano de obra gra­
tuita para atender las labores de las granjas del templo.
Esta superpoblación extranjera tuvo consecuencias im­
previstas. Los extranjeros llevaron a Egipto sus dioses, que des­
perta
- ron el interés de los nativos. Astarté o Anat, la diosa· siria -
de la fecundidad y la guerra, se convirtió en Menfis en hija de
Ptah y también se la adoró en la nueva capital de Ramsés. En

125
J • ""�

Egipto, Astarté fue colocada a u� mismo niv.t�con Isis· y Hator,


así como con Sajmet, la diosa de la'guerra� "8'tmosis í:\i: la men­
cionó en su tumba. Poco antes de morir, Amenofis III exigió al
rey de Mitani el envío de una princesa de quiñce años y una es­
tatua milagrosa de Astarté, que allí recibía el nombre de Istar.
Astarté fue venerada en el distrito sagrado de �tah y debió de te­
ner una particular predilección por la prostitución cultural. He­
rodoto llegó a ver su santuario, que, según sus palabras, se co­
nocía como el de "la Afrodita extranjera". Baal, el dios de la
.tormenta y de la fecundidad, también tuvo su templo en Menfis.
· Se encontraba en el centro del barrio de extranjeros y lo llama­
·- han "casa del Baal de Menfis".

Donde Ramsés cele�raba sus fiestas

Con el final de la dinastía XVIII se apagó el brillo de Te­


has como capital del imperio y ·este honor le correspondió en
adelante a Menfis. Haremheb ya había comprendido que el futu­
ro de Egipto residía en Asia. Si se traza una circunferencia des-
de Egipto que toque Libia, Palestina y Siria, el centro de esta cir­
cunferencia coincide con Menfis, en cambio Tebas queda en la
periferia, al sur. También alcanzó nueva importancia otra ciu­
dad: Heliópolis, "ciudad del sol", la Junu egipcia, capital del dis­
trito decimotercero del Bajo Egipto, donde el Antiguo Imperio
había venerado a Atón y a Ra. Ptah de Menfis y el nuevo dios lar
de los ramésidas, Set, llegaron a anteponerse a veces a Amón­
Ra. Seti adoptó el apelativo "Meren-Ptah, amado de Ptah";
Ramsés II, su hijo decimotercero y sucesor, lo escogió como
nombre principal, y el faraón Siptah se hizo llamar "hijo de
Ptah". Las grandes fiestas de aniversario, de año en año más fre­
cuentes durante el reinado de Ramsés, se celebraron en Menfis,
salvo unas pocas excepciones.
En 1829, Jean Fran�ois Champollion halló en Uadi Halfa
una estela que muestra que Ramsés 1 volvió a residir en Menfis.
Esta lápida es un "muchas gracias" del viejo Ramsés I al dios de
Uadi Halfa por la única victoria lograda en una única campaña
realizada durante su regencia. En esa ocasión fueron derrotados
los nubios. Por cierto, Ramsés I no comandó el ejército en per-

126
S'Ona, sino su hijo y"corregente Seti. Pues, "ved, Su Majestad es­
taba en la ciudad de ·Menfis" reza en el texto, "para oficiar cere­
monias para su padre Amón-Ra, Ptah, al sur de sus muros, el
señor de Menfis y de todos los dioses de Egipto, pues le dieron
poder y victoria sobre todos los países".
Seti en persona partió de Menfis a Asia, al sur de Palesti­
na y a Amurru y allí celebró una victoria sobre los asiáticos,
según lo anuncia una estela, y erigió un templo como "su monu­
mento para su padre". El papiro Rollin cita datos concretos so­
bre la permanencia de Seti en Meofis: así, en el mes 1 del
período de inundación del año 2, pasó una temporada en la casa
de campo de Tutmosis 1; cinco días más tarde se dirigió al distri­
to este de Menfis, y a los tres meses de ese mismo año lo encon­
tramos en el distrito norte.
Desde la dinastía XVIII ya fue moda que los faraones tu­
vieran una casa de verano en Menfis, lo cual debe relacionarse
con el clima algo más fresco respecto a la Tebas abrasada por la
canícula. Los ramésidas conservaron esta tradición. El mismo
año de su deceso, Ramsés 1 comenzó a edificar una villa feudal,
y su hijo Seti poseyó en Menfis una casa de campo de la cual for­
maba parte toda una aldea, incluido el personal y los depósitos
de provisiones. La supervisión de la productividad de la empre­
sa estaba en manos de mercaderes que disponían de un gran
aparato administrativo.
Los encargados de la administración del "almacén de la
corte" eran los escribas Nacht, Tutmosis y Paheripet. Los grane­
ros reales que ostentaban el ingenioso nombre de "Comer en
Menfis" tenían a un tal Ramosis por subadministrador; la super­
visión de los corrales de aves era menester de Amenofis, el paja­
rero. La panadería tenía su propio escriba Neb-Nefer y de­
pendía de Neferhotep, que era asimismo alcalde de Menfis.
El mayor arquitecto de Menfis fue Ramsés 11, que modi­
ficó el magnífico templo de Ptah. En una inscripción de Abu
Simbel, Ramsés se dirige a Ptah en los siguientes términos: "yo
amplié tu casa en Menfis y con tesonero trabajo la proveí de im­
ponentes edificios de piedras preciosas". Al patio anterior del
templo añadió un pilón y observó no sin orgullo: "Las hojas de su
puerta son como el horizonte del cielo."
En 1868, Auguste Mariette, el descubridor del laberinto
de los toros A pis de Menfis, encontró al norte de los grandes co­
losos de Ramsés ruinas que consideró restos de este pilón. La­
mentablemente, hoy en día es casi imposible localizar algún mo­
numento de esta antigua capital del imperio, pues durante siglos

127
las ruipas sirvieron de- canteras. Suburbios enteros de El Cairo
se construyeron con las piedras de lo que antaño fueron templos
y complejos arquitectónicos.
Contrariamente a lo que nos ocurre con Tebas, nuestro
conocimiento sobre los procesos históricos en el caso de Menfls
no se basan en la historia arquitectónica, sino en lo que nos
transmitieron documentos de todas partes del mundo.

La dulce vida en las fiestas celestiales

En oposición a la ciudad de Menfls, cuyo desarrollo se


operó en milenio y medio, Ramsés City se proyectó sobre el ta­
blero de dibujo: fue una ciudad jardín en la que alternaban los
templos y los palacios con barrios residenciales en las afueras,
símbolo del bienestar, letrero de propaganda del imperio, glori­
ficación en piedra del nombre de Ramsés. Una carta modelo que
los escolares egipcios debían escribir al dictado y que ha llegado
a nuestro días en un papiro y en un ostracón nos proporciona
una idea de la vida en la nueva capital de Ramsés. El gran núme­
ro de nombres propios y vocablos �:xtranjeros constituían cepos
para los aprendices de escriba egipcios.
"Vine a Per-Ramsés y la ciudad me pareció única. Es una
capital maravillosa que no tiene igual, edificada según el plano
de Tebas. El propio Ra la fundó, la residencia donde se vive una
vida placentera.
Per-Ramsés está llena de todo lo bueno. A diario hay
manjares y alimentos. En sus estanques pululan los peces y las
aves en sus lagos; sus arriates verdean de hierbas y sus riberas
tienen palmeras datileras. Sus graneros están colmados de ceba­
da y trigo, llegan al cielo de tan altos. Hay allí ajo y puerro para
las comidas y lechugas de las huertas; granadas, manzanas y oli­
vas, e higos de los pomares; vino dulce de Kaenkeme* más dul­
ces que la miel, peces rojos del canal de Bet-in, peces del lago de
Neher.

• Villedos cercanos a la ciudad Ramsés.

128
El Shi-hor* tiene sal y su agua arrastra natrón. Los barcos
zarpan y atracan. Uno se alegra de vivir allí y nadie dice: 'iAy, si
no hubiera.. .'
Los pequeños viven aquí como mayores. Venid, celebre­
mos sus fiestas celestiales y los comienzos de su tiempo."
El pantano de Zouf linda con la ciudad de Papyro y el Shi­
hor con Rohr; hay pámpanos de los huertos y coronas de los
viñedos. Traen aves de aguas frías. El mar y las lagunas le brin­
dan sus dones.
La gente joven de Per-Ramsés, la victoriosa, usa diaria­
mente atuendos de fiesta, sus cabezas huelen a dulce bálsamo y
ostentan el nuevo trenzado del cabello. Están junto a sus puertas
y sus manos caen cargadas de ramas y plantas verdes de la casa
de Hator, de lino, el día en que entra Ramsés, el dios de la gue­
rra Mont en ambos países, en la mañana de la festividad de
Choiak. Uno como el otro presentan sus peticiones.

Este mapa que data de la época ramesídica es la carta geográfica más vieja que
se ha conservado. Localiza las minas de oro en el actual Uadi Hammamat. En­
tonces se encontraban a mitad de altura de la montaña. En la calzada superior
aparecen dibujadas las barracas de los mineros, en el centro del mapa una fuen­
te y una lápida conmemorativa.

• Brazo en la desembocadura del Nilo.

129
Las bebidas en Per-Ramsés, la victoriosa, son dulces, más
dulces que la miel. En el puerto hay cerveza del país de Kedi, el
vino procede de los viñedos locales. Hay dulces bálsamos y coro­
. nas y cantantes educadas en Menfis.
Vive alegre allí y muévete con libertad, sin pensar jamás
en marcharte, oh, User-maat-Re-S"etepen-Re, Mont en ambos
países, iRamsés, amado de Amón, oh dios!" ·
¿Y qué ha quedado de esta capital del gran Ramsés, "que
no tenía igual"? Un inmenso campo de ruinas que hoy se conoce
con el nombre de San el-Hagar, una escombrera donde abundan
restos de muros, estatuas rotas, obeliscos truncados, columnas
derruidas y sillares hendidos. Sobre la ciudad que Ramsés edi-:
ficó sobre la antigua Auaris construyeron otra. Los templos del
gran Ramsés, resplandecientes en oro y piedras preciosas, pro­
porcionaron bastante material para nuevos proyectos arqui­
tectónicos. Fabulosos edificios suntuosos fueron demolidos du­
rante las disensiones religiosas entre Tanis y Tebas: los adeptos
de Amón las convirtieron en escombros y ceniza. Vinieron nue­
vos reyes y se instauraron viejos dioses.
Cuanslo el15 de febrero de 1.940 Pierre Montet descubrió
junto al muro de la ciudad la· tumba de uno de estos reyes, en­
contró entre los objetos funerarios una fina estufa de bronce.
Procedía del palacio de Ramsés 11 y es el único enser qüe ha per­
durado a través de los tiempos.

130
5.

·Junto a las doradas ollas


de carne de Egipto

Festeja un bello dfa


Acerca bálsamo y perfume a tu nariz,
pon en tu pecho coronas de lotos y tomates,
mientras la mujer de tu corazón
se sienta a tu lado.
Procúrate cantos y espectáculo para tus ojos
Ignora todo lo malo y piensa en las alegrias
hasta que llegue el dfa,
en que hollarás la tierra
que ama el silencio
Canto del arpi.sta en la tumba de Neferhotep.

Ramsés era en extremo vanidoso y


fatuo, muy afecto a la comodidad,
a la diversión y a los
placeres licenciosos.
James Henry Breasted, arqueólogo.
Festejar y ser festejado era un fin declarado de la vida de
Ramsés 11. Jamás hubo en el Antiguo Egipto más días de fiesta y
aniversarios que durante su gobierno. La famosa fiesta de Opet,
que en tiempos de Tutmosis 111 se extendió a once días, fue pro­
longada a veintitrés por Ramsés. Según el papiro Harris, la fies­
ta de Luxor duraba veintisiete días y en ocasión de las numero­
sas fiestas locales "los trabajadores" se alegraban durante cuatro
días.*
El calendario oficial de festividades establecía una distin­
ción entre las fiestas que se repetían mensualmente y aquellas
que lo hacían una vez al año. Las ocasiones que se festejaban
eran de lo más insólitas, como la fiesta del estar de pie, la fiesta
de la partida de Min * *, la fiesta de la luna nueva, la fiesta del
mes, de la salida de Sem, la fiesta de los seis días, de los diez días
y de la quincena.
A comienzos del gobierno de Ramsés, la semana regular
duraba diez días, con un día no laborable al final de la semana,
pero muy pronto el faraón introdujo el fin de semana largo, es
decir, un noveno y un décimo días no laborables. A los funciona­
rios y empleados oficiales, así como a los obreros de la construc­
ción y a los artistas de la aldea de constructores de tumbas Der
el-Medine, a la entrada del Valle de los Reyes, se les otorgaban
días libres adicionales en ocasión de acontecimientos familiares,
a saber: tres días por el nacimiento de un hijo y dos días en caso
de fallecimiento de un familiar. Se entiende que el beneficiario
recibía su jornal completo.

• Ostracón Cairo 15234.

•• Dios de la fecundidad.

132
Las celebraciones anuales eran tan numerosas durante la
dinastía XIX que Ramsés II necesitó de los servicios de un maes­
tro de cerémonias personal, encargado de cuidar que no se pa­
sara ninguna fiesta y cada una fuera celebrada en debida forma.
El egiptólogo hamburgués Wolfgang Helck, a quien hemos men­
cionado reiteradas veces, se tomó el trabajo de confrontar según
todas las fuentes disponibles, los días feriados en época de los
ramésidas *.
Este calendario de fiestas es de impresionante variedad e
involuntariamente debemos preguntarnos si alguna vez, alguien
trabajó algo bajo Ramsés II.
Las celebraciones comenzaban con el Año Nuevo, el pri­
mer día del mes1 de Ashet, es decir, el15 de junio. Seguían lue­
go la fiesta de Sothis, la víspera de la fiesta del atrevimiento, al
día siguiente la fiesta del atrevimiento, luego la fiesta de Tot, la
gran partida de Osiris. En el segundo mes de Ashet se celebraba
la fiesta de Opet, ya mencionada, que duraba veintitrés días. Su­
mados tres fines de semana no laborables, no quedaba mucho
tiempo para trabajar. Y el tercer mes de Ashet era duro, pues de
mediados de agosto hasta mediados de setiembre no había sino
un día de fiesta, la pequeña fiesta de Amón. En el cuarto mes
Ashefvolvían a ponerse al día: celebraban la fiesta de Hator, la
gran fiesta de Amón, de la purificación de la nonidad, del abrir
ventanas en el tabernáculo de Sokaris, del roturado de la tierra
y de la orientación, de Sokar, del ungimiento de la nonidad, del
tirar de los obeliscos, de la erección del Djed. Ni los mismos
egiptólogos conocen todavía el significado de todas estas festivi­
dades.
Durante los meses de Peret se celebraban la fiesta de la
serpiente real, el empinamiento de las mimbreras, la partida de
Anubis, la entrada al cielo, la fiesta de Bastet, la fiesta de la lu­
na nueva. En tiempo de la cosecha, durante los meses de Shemu
(febrero a junio) se festejaban solemnemente la fiesta de Rene­
nutet, el adorno de Anubis, la fiesta de la luna nueva -Mio, la
fiesta de la luna nueva- Amón (cinco días) y la fiesta del valle
(dos días).
·

Wolfgang Helck calculó para la época ramesídica "por lo


menos 63 fiestas religiosas y 4 políticas en el año, a las cuales se

• En el "Journal of the Economic and Social History of the Orient 7.7", Leiden,
1964.

133
añadían unas 96 fiestas mensuales, es decir, unos 163 días feria­
dos cada año". Si se añaden a esta cifra los 72 días no laborales
de los fines de semana largos, llegamos al resultado de que bajo
Ramsés 11 prácticamente se trabajaba cada tres días.

Desfile solemne en ocasión de la fiesta Opet, representado en un relieve del


templo de Luxor.

Sin embargo, esta es una conclusión errónea, pues no era


raro que algún fin de semana no laborable coincidiera con una
festividad de varios días de duración. Además, cabe dudar si re­
almente todas las fiestas anotadas eran celebradas como feria­
dos, o si algunas no eran sino meros días conmemorativos. El in­
vestigador hamburgués que comparó el calendario de sacrificios
de los templos con las listas de los días laborales de la gente ac­
tiva de Der el-Medine, opina que por lo menos las fiestas men­
suales, que eran puras ceremonias de sacrificio, se celebraban
únicamente detrás de los muros de los templos. "Del mismo mo­
-
do, en las grandes fiestas tebanas que se prolongaban varios días
y hasta décadas, sólo eran feriados los días en que aparecía el

134
dios. Los demás días eran de fiesta dentro del recinto de los tem­
plos y se desarrollaban en él mediante un extenso ritual o sacri­
ficios mayores."
Todos los años, el mes _4 del período de in,undación, des­
de el16 al 30 de Choiak, cuando Ramsés celebraba en Menfis la
ceremonia de la muerte de Sokaris con una extraña procesión,
los sacerdotes paseaban alrededor de la ciudad la imagen del
dios con cabeza de halcón {originalmente debió de ser un dios
de la tierra y la fecundidad y más tarde fue venerado como Osi­
ris, dios de los muertos) en una barca montada sobre un trineo.
Los participantes en la procesión llevaban coronas de cebollas
alrededor del cuello, una costumbre de origen desconocido que
ha perdurado en Egipto hasta nuestros días. El arqueólogo de El
Cairo Ahmad Badavi informa de una tradición nacional, según
la cual antes de la fiesta de los muertos "Sham en-Massim", cuel­
ga de cada puerta una cebolla. Sabemos que las cebollas eran el
principal alimento de los hombres que trabajaron en las pirámi­
des. Además, probaron ser un eficaz medio profiláctico contra
las enfermedades infecciosas, que encuentran en millares de in­
dividuos suelo propicio para desarrollarse.

En algunas fiestas veían doble a Ramsés

El cementerio de los faraones, el Valle de los Reyes, al


oeste de Tebas, tenía su propia fiesta. En el muro sur de la gran
Sala Hipóstila de Karnak está ilustrada la procesión a la fiesta
del valle.
Las sagradas barcas de Amón, Mut y Chons descansan so­
bre los hombros de los sacerdotes, algunos de los cuales llevan
el rostro cubierto por máscaras. A izquierda y derecha de la
puerta encontramos dos cortejos, pero podría tratarse de una
misma procesión: una columna sería la de partida y la otra la de
regreso. En la última Ramsés y Seti participan como miembros
del cortejo. Ramsés marcha dos veces: una como portador de la
barca y rey, y otra como sumo sacerdote de Amón. Papá Seti ca­
mina a su zaga. Lo rodea la siguiente descripción de la escen�;,
"El rey, señor de ambos países, el señor de las ofrendas, Men-

135
maat-Re, debe acompañar a su padre Amón-Ra en su hermosa
fiesta del valle y él (Amón) colmará su cuerpo de dulce aliento."
Originalmente, esta escena había sido ejecutada en alto­
rrelieve y más tarde fue retocada en relieve rebajado, ocasión en
la que no se omitió añadir el apelativo ampliado de Ramsés: Se­
lepen-Re. En el supuesto de que el artista conservara la misma
posición al iniciarse la partida y al regreso, lo cual no se puede
poner en duda frente a la simetría de la representación, encon­
tramos en este muro sur la barca sagrada representada por am­
bos lados. En el templo sólo había una barca sagrada, que servía
de tabernáculo para la imagen del dios.
La barca de Amón de Karnak tenía las dimensiones de las
embarcaciones normales que navegaban por el Nilo. Estaba con­
feccionada en madera, pero recubierta por varias capas de oro y
piedras preciosas. Este tabernáculo portátil en forma de barca
quedaba guardado en el sancta sanctorum del templo y no se sa­
caba de él sino en ocasión de celebrarse una fiesta. Simbolizaba
la barca del sol, en la cual, según el mito, el difunto navegaba por
el río de los muertos rumbo al reino de Osiris. En su mayoría, es­
tas barcas sobrevivían al período de gobierno de varios reyes,
quienes lo único que cambiaban en el aparato era la cortina que
lo cubría. Por esta razón, en muchos casos es posible adscribir la
procesión a un determinado rey en base a las representaciones,
aun cuando no se hayan conservado nombres o se deterioraran
otros datos, y ello, gracias a la cortina.
Keith C. Seele opina que en la procesión descrita con mo­
tivo de la fiesta anual del valle, el rey Seti no participó en perso­
na. Toma la figura representada por una estatua. Probablemen­
te, Seti ya había muerto, o bien se encontraba en una de sus
campañas. lCómo llega Stele a esta idea?
El arqueólogo norteamericano observó que Seti estaba
representado en otro lugar sobre un pedestal, señal inequívoca y
confirmada por las inscripciones de que se trata de una estatua
del faraón.
Ahora bien, Seti marcha en las escenas de la procesión sin
pedestal, pero los detalles esenciales, es decir, las partes de los
pies, fueron restauradas o añadidas con posterioridad. lCasua­
lidad o intención?
Respecto de la cuestión acerca de cuándo perpetuaron
los escultores la procesión de Karnak, el estadounidense Keith
C. Seele y el alemán Kurt Sethe sostuvieron durante años una
enérgica guerra con la pluma. Las cosas ocurrieron de este mo­
do:

136
Ramsés y su esposa Nefertari frente a la barca sagrada de Amón-Ra hacen sus
ofrendas. Relieve mural C;1 el gran templo de Abu Simbel.

Sethe tomó la escena por la procesión correspondiente a


la gran fiesta de Opet y, como destaca Seele, "no advirtió que la
inscripción vertical, bien a la derecha del suceso, lo describe ex­
presamente como la fiesta del valle". De este modo, Sethe llegó
a la conclusión de que el relieve reproducía un acontecimiento
celebrado en el año 1 del gobierno de Ramsés el Grande, alrede­
dor de fines del segundo mes Ashet. El americano replicó: "En
realidad, muestra una fiesta que se celebró en la luna llena del
segundo mes Shemu de un año indeterminado durante el gobier­
no conjunto de padre e hijo."
Por desgracia, los relieves se encuentran en un estado que
no permite declaraciones unívocas, pero Seele recogió los datos
de la vida de Ramsés 11 y con la ayuda de fechas indicadas en
Abu Simbel, en Abidos y en la tumba del sumo sacerdote Nebu­
nef, pudo demostrar que en este caso debía de tratarse de la fies­
ta del valle.
En el centro de todas las festividades siempre estaba
Ramsés, el amado de Amón. Poetas y escribas hubieron de ala­
bar a su rey en cantares e himnos que no carecen de cierta am­
pulosidad. Por esta razón siempre encontraron en el faraón un
oído atento, pues el soberano necesitaba de la adulación, a pe­
sar de sentirse el más grande, el más valiente, el más aguerrido,

137
el más divino de los reyes egipcios, no tenía la certeza de que el
mundo lo supiese y de ahí que quisiera saberse cantado y loado.
El cantar de Ramsés 11 que reproducen los textos de las
estelas de Abu Simbel parece que mereció el especial benepláci­
to del faraón, de lo· contrario no lo hubiera hecho labrar en la ro­
ca junto a sus templos favoritos. Las cinco primeras estrofas del
cantar se reducen a devotas invocaciones al rey Ramsés.

Canto a Ramsés 11

iOh, Horus, toro vigoroso que es amado


por la verdad, Tú, Mont de los reyes,
Tú, toro entre los soberanos, grande y fuerte
como tu padre Set de Ombos!
Tú eres el que trae a Egipto como cautivo
al sedicioso y el que hace venir a su
palacio a los príncipes con regalos. Ellos
te temen y sus miembros tiemblan en
Tu presencia, rey Ramsés. Tú eres el que
pisotea la tierra de Jatti y la conviertes
en una montaña de cadáveres, como Sajmet
cuando está furiosa, después de la peste.
Arrojas sobre ellos tus flechas y los príncipes
de cada uno de los países extranjeros vienen
a ti y se entregan. Sus dádivas son productos
de sus tierras; soldados y niños los preceden
para implor¡u la paz a Su Majestad -a El,
el rey Ramsés.
Los príncipes tiemblan cuando ven que
su fuerza y poder igualan a los de Mont.
Es como un toro de aguzadas astas; grande
en vigor, y es indulgente cuando ha
puesto fin a sus enemigos ... El, el rey Ramsés.
Tú eres el chacal que corre veloz cuando
busca a su agresor, que en un solo instante
recorre toda la tierra. El magnífico halcón
divino que domina a pequeños y grandes, el-rey,
señor de ambos países, Ramsés.
Tú eres el que hace retroceder a los asiáticos,
el que lucha en el campo de batalla; los
enemigos rompen sus arcos y se arrojan
al fuego. Tu poder se abate
sobre ellos como una llama que ha encendido

138
la maleza y como la tormenta que se lanza
en medio del fuego. El que es empujado
a las llamas, se convierte en ceniza ... a través
de El, el rey Ramsés ...
Tú eres el rey de reluciente corona blanca,
el fuerte de Egipto, el general en el campo
de batalla, fuerte en la contienda; el fiero
guerrero de corazón templado; el que rodea
a sus soldados con sus brazos como un muro ...
El que vive eternamente como Ra, el rey Ramsés*

La ocupación ideal: funcionario

La razón principal del amor que los egipcios sentían por


Ramsés 11 era que al pueblo le iba bien. El estado burocrático
que el faraón dirigió primero en Menfis y más tarde en Per­
Ramsés tenía un título oficial para cualquier función imaginable
y un puesto con el salario correspondiente. Ramsés recompensa­
ba largos años de servicios meritorios independientemente del
sueldo correspondiente y la mayoría de los funcionarios llevaban
un tren de vida principesco que les permitía realizar generosas
donaciones de su propio bolsillo. Estos donativos consistían en
capillas, estatuas o barcas mortuorias.
El papiro Harris llega a citar números: .
"Barcas, estatuas y grupos estatuarios que donaron fun­
cionarios, portaestandartes, inspectores y personas privadas y
que Mi Majestad anexionó al templo de Amón para su adminis­
tración, para protegerlas y tenerlas a buen recaudo eterna�en­
te .. 2.756 dioses de 5.164 personas.�
.

Por supuesto, la cosa no se limitaba a donar una capilla o


una estatua, sino.; que el donante debía proveer también a su
mantenimiento.-Esto se hacía de manera similar a las donacio­
nes del faraón para el templo: un albacea recibía un terreno y los
ingresos se destinaban por contrato: una parte a donaciones en

Adolf Erman: "Die Literatur der Aegypter•. (La literatura de los egipcios),

-
Leipzig, 1923.

139
forma de ofrendas y otra parte al albacea como compensación
lucrativa.
El papiro Pleyte-Rossi* informa de la renovación de una
donación confiada a un soldado.
Se trata de una estatua de Ramsés 11 de Tebas Oeste a la
que durante años no se le habían ofrecido sacrificios. El texto
del papiro no sólo contiene datos exactos sobre el aspecto de la
preciosa estatua, sino también deseos concretos referidos al cul­
to que debía tr�butársele:

"La estatua de madera de árbol de Persea, pintada,


los miembros del color del auténtico jaspe,
el taparrabo de oro, cincelado, el yelmo de
lapislázuli, con un ureo en los colores
tnás variados, la mejor de las pelucas
diferéntes, incrustada con piedras preciosas, las
mejores sandalias. Esta estatua debe consagrarse
en la capilla a Ramsés· 11 del gran dios...

Todos los días habrá de oficiarse tres veces un servicio re­


ligioso a la salida del sol, cuando a través de Ra-Harajte la luz
incide en la montaña, de modo que el faraón en su calidad de rey
de Egipto celebre millones de aniversarios. Se ofrecerá a la esta­
tua incienso y otros sacrificios como al señor de este lugar ver­
daderamente sagrado y grande . ..

Estas disposiciones del faraón, mi buen señor, se cum­


plieron al p.-incipio, pero luego, en tiempos de Tausret** ca­
.
yeron en ei olvid o. Ahora se ha confiado su mantenimiento a
uno de los soldados del sur que pasa necesidades. El debe re­
alizar los sacrificios prescritos para esta estatua, erigida en
nombre de Su Majestad, y queda escrito en los legajos del
ejército y se lo ordena el comandante de su tropa para que no
haya. tl'ansgresión."
El hecho que estemos muy bien informados sobre la vida
en la época ramésida tien e un motivo evidente. Es propio de los
funcionarios hacer de todo un "expediente". En el siglo XIII a.C.,

• P•pito Turin 32.

'* Faraona o regente desde 1194 a 1186 a.C.

140
no era diferente de lo que sucede en nuestros días. Pero un "ex­
pediente" se convierte en tal cuando se hace constar por escrito,
con remitente, dirección y firma.

El escriba Horus, cubierto por


un delantal (izquierda) y Nefer­
tari, una cantante del templo de
Amón (Louvre, París).

Intendente del harén con derecho a pensión

Las numerosas tablillas que los arqueólogos encontraron


enterradas en la arena de las ciudades históricas de Egipto, pro­
ceden casi siempre de funcionarios. Por esta razón, conocemos
los nombres de cuatro intendentes de harén, por lo menos, que
desempeñaban sus funCiones en Menfis y a quienes Ramsés so-

141
brevivió: intendentes de harén con derecho a pensión. Conoce­
mos el nombre de Invi, "escriba y supervisor real de las reses de
Amón", sabemos que el "servidor de Ptah, escriba y real funcio­
nario de Menfis" se llamaba Merium, que un tal Mai fue "admi­
nistrador del tesoro del señor de los dos países" y "supervisor de
todos los trabajos para las obras de Su Majestad", con el rango
de "conde, portador del sello y escriba real".
Llama la atención que a menudo un mismo funcionario in-
,. vistiera dos, tres o más cargos, y podemos imaginarnos que las
aspiraciones a la carrera se escribían con mayúscula, al fin y al
ca�o casi uno de cada dos era funcionario. La sola capacidad de
leer y escribir ofrecía oportunidades de ascender hasta las más
altas esferas. Un ejemplo de esto podría ser la carrera de autor
del libro ilustrado de Ptahmosis.
Como todos los funcionarios de Menfis, Ptahmosis em­
pezó como aprendiz de escriba en alguna oficina y su primer em­
- pleo firme correspondió al de "escriba real del tesoro y adminis­
trador de las reses de Amón". De allí en adelante, siempre
desempe�ó dos cargos simultáneamente. Fue "alcalde del tem­
plo de Ramsés 11 en la casa de Ptah" y además "comandante su­
premo en el dominio de Ptah", es decir, jefe de las donaciones al
templo. La última estación de esta carrera burocrática era el
puesto de "supremo alcalde de Tebas", que reunía en la misma
persona el cargo ministerial de "supervisor de todos los trabajos
para las obras de Su Majestad".
Bajo Ramsés 11 los militares gozaron de un status espe­
cial� y el faraón reservó los puestos más elevados para sus hijos.
Cuando Merenptah fue designado heredero al trono a la muerte
del primer favorecido Kaemvese, acaecida el año 55, se le otorgó
el título de "Supremo conductor del ejército", que no había vuel­
to a usarse desde los tiempos de Amenofis 111. Lo secundaron un
"inspector de sección del ejército", de nombre Amenmosis, el
"primero de los arqueros", Nebnehen, y Nehemi, "caballerizo y
primer arquero".
A comienzos del gobierno de Ramsés 11 el visir, es decir,
el primer muiistro, tenía su sede en Menfis. El primero se llama­
ba Neferentep y era también sumo sacerdote de Menfis con el
rango religioso de "supervisor de todos los profetas del Alto y el
Bajo Egipto". Lo sucedió el visir Jai, que no dejó testimonios de
su actuación, pero ya residía en la capital Per-Ramsés. Conoce­
mos su nombre sobre todo a través del anuncio del aniversario
de gobierno de Ramsés 11 en los años 43 y 46.
Con seguridad, el visir Parahotep, descendiente de la fa-

142
milia de sacerdotes de Amenemonet, ejerció su ministerio en la
ciudad de Ramsés. Era el padre o un hermano mayor de un hom­
bre llamado Rahotep, o en todo caso lo unía a él algún tipo de
parentesco.
Cerca de Heracleópólis, en el Egipto Medio, sir William
Flinders Petrie descubrió a fines del siglo pasado una cámara
mortuoria subterránea en la cual se encontraban dos sarcófagos,
uno junto al otro. Las inscripciones describían.a uno como pé:�:­
teneciente al visir Parahotep y el otro al visir Rahotep. Petrie
halló indicios complementarios en una estatua de Abidos que lo
declaran extinto con el título de visir, en tanto Rahotep es nom­
brado sin ese título. Esto permite suponer que Rahotep fue el
sucesor de Parahotep. Además del visirato, Rahotep ostentó
también los dos cargos religiosos supremos del Bajo Egipto: fue
sumo sacerdote de Menfis y Heliópolis.
·

Ramsés City, la nueva capital imperial de Ramsés 11, de­


bilitó a Menfis en su papel de centro político, pero no pudo dis­
put_ arle su fama como centro cultura}; Los viejos dioses, los vie­
jos templos y los viejos sacerdotes estaban fuertemente
arraigados en la tradición menfiana. En esta ciudad sagrada se
celebraban las grandes fiestas del culto, los aniversarios de go­
bierno, las celebraciones en el templo y las procesiones.
Una vez al año la población entera desfilaba alrededor de,
los muros de la ciudad y recordaba con pompa y magnificencia
la unión de los dos países y la instauración de Menfis como capi­
tal del imperio. La fiesta de Sed que se celebraba a los treinta
años de gobierno de un rey perdió .su lugar de realización, Men­
fis, al fmal del Antiguo Imperio (En el Imperio Medio se celebró
en Heliópolis y a principios del Nuevo Imperio en Tebas) .p.e.ro
Ramsés 11 quiso que su aniversario de gobierno volviera a feste­
jarse en Menfis. Nadie podía sospechar que bajo Rainsés 11 esta
celebración de la fiesta de Sed se repetiría muchas veces por tur­
no. ¿Quién hubiera imaginado que a tantos faraones de Vida
efímera seguiría este tan longevo?
La ciudad de MenfiS y, por supuesto, los dominios del
templo, fueron los que mayor provecho obtuvieron, pues
Ramsés no hubiese sido tal si por cada. uno de sus aniversarios
no hubiera edificado una sala de ceremonia propia en el distrito
del templo; no hubiese sido Ramsés si no hubiera organizado
fiestas a cual más pomposas. Todavía no había concluido un an�­
versario cuando ya comenzaban los preparativos del próximo.

143
A los pequeños los ahorcaban, a los grandes los dejaban
escapar

Naturalmente, en un Estado en el que el bienestar de las


personas y el culto de la personalidad del soberano ocupaban el
primer plano de todo pensamiento político, las puertas estaban
abiertas de par en par a la corrupción. Había por cierto proce­
sos y más procesos para penar los sobornos y otras trapacerías;
la única fatalidad era que jueces y funcionarios también alarga­
ban la mano como lo habían hecho los acusados.
En el año 18 del gobierno de Ramsés 11 se ventiló ante el
"Gran Tribunal" un proceso sensacional en torno a una casa de
campo situada en la zona de Menfis y que reclamaba la viuda del
escriba Hui. Este proceso es notable en varios aspectos. La du­
ración del procedimiento puede calificarse de extraordinaria,
pues se prolongó más allá de tres décadas. lQué lo ocasionó?
Neshi, supervisor de las naves de transporte, había recibi­
do del rey Ahmosis (1552-1527) unas tierras en reconocimiento
por sus servicios. El favorecido las llamó "el establecimiento de
Neshi" y las legó a sus descendientes. Hacia fines de la dinastía
XVIII las tierras se repartieron entre seis miembros de la fami­
lia. Ahora bien, una comunidad de herederos no es tal si no me­
dia una querella por la herencia. Esto también ocurría en el An­
tiguo Egipto.
La gente se peleó por la parte más favorable y finalmente
los seis acudieron a ver al kadi para pedir que las tierras fueran
fraccionadas, pero el juez impuso como administradora de ellas
a una .tal señora Urneret, la heredera de más edad. Esta decisión
hizo montar en cólera a su hermana, quien renovó su demanda.
El fallo la satisfizo, pues el "establecimiento de Neshi" fue divi­
dido.
Uneret pidió consejo a su hijo, el escriba Hui. Después de
"todo era un funcionario y podría hacer algo. Al cabo de cierto
tiempo, Hui logró una revisión del proceso, pero su madre Ur­
neret ya no gozó del resultado pues mientras tanto había entre­
gado su alma. Por último, Hui obtuvo las tierras para sí, pero
tampoco disfrutó largo tiempo de su posesión pues falleció al
poco tiempo y su viuda las administró en nombre de su hijo Mes,
menor de edad. Esto aconteció el año 1273 a.C., bajo Ramsés 11,
y aquí comienza la verdadera historia.
Avisado por tantas querellas relacionadas con la heren­
cia, un administrador de nombre J ai tomó la iniciativa y reclamó

144
sus derechos sobre el "establecimiento de Neshi" aun cuando no
tenía con Hui ni el más lejano parentesco. Presentó como prue­
ba un acta catastral falsificada en Fensi. La viuda de Hui pre­
sentó la suya y hubo un proceso, pero a pesar de que la viuda y
su caso eran bien conocidos le dieron la razón al administrador
deshonesto, que había sobornado a un miembro del tribunal. Pe­
ro entonces vino en ayuda de la viuda un colega de su difunto es­
poso.' Mediante la presentación de un registro que encontró en
los almacenes de granos donde se habían asentado los impuestos
pagados, avaló la reclamación de sus derechos a la propiedad.
Se dictó nueva sentencia y esta vez el juez partió las tierras: mi­
tad para la viuda de Hui y mitad para el administrador deshones­
to, pues de nuevo entró en juego el soborno. No fue hasta que
creció el hijo de Hui que se revisó el fallo, y gracias al testimo­
nio de testigos pudo acreditar sus derechos exclusivos a la pro­
piedad.
En este corrupto estado opulento sucedía, en efecto, que
los pequeños eran ahorcado y a los grandes se los dejaba esca­
par. Por ejemplo, Ramsés 11 desterró a Nubia a uno de sus fun­
cionarios de menor importancia. Fue una injusticia si prestamos
oídos a las amargas lamentaciones del desdichado. En todo ca­
so, el buen empleado separado de sus servicios y de su patria se
convirtió en poeta en el ostracismo. Compuso diez cantos en for­
ma de himnos a los dioses, que concluían con un conjuro a la dei­
dad: "Te cuento todas estas calumnias. Me han perseguido con
la mentira. Me robaron J?Ii cargo, me desplazaron de mi lugar.
iAleja de mí esta desgracia!"
'Evidentemente, el destierro del empleado de Ramsés no
estaba ligado a trabajos forzados, pues el repudiado servidor del
Estado exonerado se entrega a sutil contemplación de la natura­
leza: "Despiertas hermoso", dice refiriéndose a Ra, el dios sol,
"tú que disipas la oscuridad y las tinieblas, que despiertas a los
hombres acostados sobre sus esteras y a las serpientes en sus
agujeros... Los durmientes se unen para adorar tu belleza, pues
tu luz ilumina sus rostros. Te dicen lo que albergan en sus cora­
zones porque has querido mostrarte a ellos nuevamente. Si pa­
sas de largo por ellos los rodea la oscuridad y cada cual yace en
su ataúd". Y el poeta vuelve a quejarse de su suerte: "Tú eres el
juez de lo justo, el que no acepta soborno, el que eleva a los po­
bres y protege a los huérfanos. Desarma el brazo del enemigo.
iSalva al débil, oh, visir!"
¿Tendrían resultado las lamentaciones poéticas del fun­
cionario desterrado? Lo ignoramos.

145
El hambre asusta a los saciados

Bajo Ramsés 11, Egipto fue un país de riquezas y abundan­


cia, un país de ollas repletas de carne que en el extranjero mira­
ban envidiosos, un país en el que Ramsés había extendido una
cadena de casas de víveres, un país que en virtud de sus técnicas
agrari_as era abso_Iutamente independiente, pero importaba pro-.
duetos ultramarinos de los cuatro rincones del mundo. Sin em­
bargo, su abundancia dependía de los desbordamientos anuales.
Las aguas del Nilo y el limo fecundo bañaban entonces los cam­
pos al borde del desierto. Si el nivel de las aguas se mantenía más
bajo de lo esperado, les aguardaba una magra cosecha, y si no
había crecida, el país era víctima de gran hambre y sus habitan-
._ tes morían por decenas de miles.
Rara vez se presentaban estas hambrunas más de una oca­
sión en un siglo, pero cada egipcio vivía acosado por el constan­
te temor de .no. tener: qué �omer y el fantasma �e la necesidad y
la indigencia se transmitía de generación en generación. Conta­
ban cosas terribles y macabras. Un sacerdote de nombre Heja­
nekti escribe a su familia en uno de esos malos períodos: "He lle­
gado al sur y he reunido para vosotros tantos víveres como pude
hallar... Aquí han empezado a comerse a los hombres y a las mu­
jeres. En ninguna parte hay gente a la que se le presente seme­
jante alimento.

Modelo de una casa de víveres del Antiguo Egipto.

146
No podemos dudar de la veracidad de las palabras del sa­
cerdote, pues el canibalismo también se denuncia en otro pasa­
je: Anjtifi, un gobernador de Hefat, según sus propias aprecia­
ciones "una montaña para Hefat y una fresca sombra para
Hermerti (la ciudad vecina), una preciosidad, un señor de las
preciosidades", informa de un gran hambre en su tumba de la
primera Epoca Media (2189-2040). "Mientras todo el sur moría
de hambre y cada cual se comía a sus hijos, no permití que en es­
te distrito muriera un hambriento." Anjtifi confiesa con franque­
za que su proceder en procura de víveres fue algo ilegal y asoló
a las comarcas vecinas con sus grupos de mercenarios para sa­
quearlas.
Cuando se presentaba una hambruna en el Antiguo Egip­
to, el declive norte-sur se hacía perceptible de manera particu­
larmente drástica. Los habitantes de las comarcas norteñas con­
sumían lo poco que entraba del exterior por barco .y
prácticamente no llegaba nada al sur del país, es decir al Alto
Egipto. Las naves destinadas al Alto Egipto eran saqueadas a lo
largo de su itinerario. Así, Anjtifi se ufana con particular orgu­
llo: "Hice traer al sur cereales en transportes rápidos. En el sur
s� llegó hasta la tierra de Vavat y en el norte hasta Abidos. Con­
cedí al Alto Egipto préstamos de semillas y también al norte.
Mantuve con vida la casa de Elefantina; en esos años sostuve la
colina de los bueyes, después que Hefat y Hermerti obtuvieron
bastante."
El hambre convertía en hienas tanto a pobres como a ri-
·

cos. En tiempos de indigencia vendían a las hijas y se hipoteca­


ban los campos por unas fanegas de trigo y no se vacilaba en co­
meter un asesinato por un ave huesuda. En esos tiempos difíciles
era cometido de los funcionarios del faraón mantener la super­
visión y demostrar que se era digno del cargo. Uno de estos fun­
cionarios destaca en la estela 20.001 del Museo de El Cairo: "No
quité la hija a un hombre, no me apoderé de un campo". El énfa­
sis puesto en destacar esta su probidad, permite deducir sin nin­
guna duda que era bastante frecuente encontrar·la conducta
opuesta.
El egiptólogo berlinés Heinrich Brugsch (fundador de la ·

primera revista especializada de egiptología y nombrado bajá en


1881) descifró una estela descubierta por el norteamericano
Charles Edwin Wilbour en la isla Sehel, cerca de Assuán, cuya
antigüedad se remonta al siglo XXVIII a.C. Esta lápida informa
del hambre en tiempos de la dinastía 111 bajo el rey Djoser, que
allí es llamado Kharser. Durante siete años seguidos el Nilo no

147
se desbordó, se consumieron las escasas reservas de provisiones
y el.cronista declara en treinta y dos líneas que incluso la gente
de la corte pasó muchas penurias. Entonces el faraón mandó lla­
mar a su sabio sacerdote, médico y arquitecto Imhotep y le pidió
su consejo. Imhotep, a quien representan calvo y leyendo un ro­
llo de papiro, era un genio universal. Construyó la pirámide es­
calonada de Sakkara y también se le atribuye la más antigua doc­
trina egipcia de la sabiduría. Después de 2.000 años, sus
aptitudes seguían siendo legendarias, de modo que los griegos lo
veneraron en Menfis y en Tebas bajo el nombre lmuthes, como
hijo de Ptah y dios de la medicina.
Este Imhotep consultó los libros sagrados y dio al faraón
el siguiente consejo: ofrecer un sacrificio a los dioses en la isla
Elefantina. Djoser así lo hizo y se le apareció en sueños la cabe­
za de carnero del dios Chnum, guardián de la fuente del Nilo
que causaba las inundaciones. Chnum anunció que volvería a ha­
cer érecer el caudal del Nilo y de allí en adelante no echarían de
menos las fecundas inundaciones. Así aconteció en efecto. El
hambre tocó a su fin.
Estos períodos de hambre causaban enormes problemas
sociales en una organización estatal como Egipto, cuya cohesión
costaba tanto esfuerzo. La cuestión no estribaba sólo en que la
población no tuviera qué comer durante siete años, ni que la
mortalidad se elevara mucho más allá del nivel normal. Un ham­
bre como la mencionada aquí provocaba oscilaciones sociode­
mográficas que no se nivelaban hasta después de varias genera­
ciones. De todos modos la mortalidad era particularmente alta
en las etapas más inermes de la vida, es decir, en la lactancia y
en la vejez; también decrecía el número de matrimonios y naci­
mientos. Pero tan pronto quedaba superado el mal momento se
producía un movimiento contrario: aumentaban rápidamente los
matrimonios con la lógica consecuencia de un exceso de naci­
mientos. Este ciclo se continuaba de una generación a la otra.
Por lo tanto, las huellas de una época de hambre se mantenían
durante siglos.

148
¿El cronista copió la Biblia?

El consejo del sabio Imhotep al faraón que recabó su ayu­


da, registrado en la estela de Sehel, hizo pensar a Heinrich
Brugsch después del descubrimiento hecho el año 1889, que el
cronista del Antiguo Testamento debió de conocer la transmi­
sión histórica del hambre que acosó a Egipto durante el reinado
de Djoser, pues el paralelo con la leyenda de José es sorpren­
dente. lO fue pura casualidad que el rey Djoser y el faraón que
no nombra la Biblia tuvieran el mismo sueño que prometió a am­
bos la terminación del hambre?
Los exegetas cuestionan el fondo histórico, más aún ge­
nealógico de la narración de José en el libro primero del Exodo.
El hecho es que esta narración bíblica tiene el típico colorido lo­
cal de la época ramésida.
El capítulo 41 del libro 1 del Exodo describe esto de la si­
guiente manera: "Al cabo de dos años, el faraón soño que estaba
a orillas del Nilo y del río subían siete vacas hermosas y gordas
que se pusieron a pacer entre los juncos. Después subieron del
río otras siete vacas feas y flacas y se detuvieron junto a las ante­
riores a la orilla del Nilo. Las vacas feas y flacas devoraron a las
siete vacas hermosas y gordas. Entonces el faraón se despertó.
Volvió a dQrmirse y tuvo un segundo sueño: siete espigas brota­
ban de una misma caña, llenas y lozanas, y siete espigas delgadas
y quemadas por el viento de levante crecían detrás de ellas. Las
espigas delgadas se tragaron a las siete espigas llenas y lozanas.
Entonces se despertó el faraón y resultó que era un sueño. Por
la mañana, turbado su espíritu, mandó llamar a todos los adivi­
nos y a todos los sabios de Egipto. El faraón les contó su sueño,
pero no tuvo quien se lo interpretara."
El jefe de los coperos le nombró entonces a un mucha·
cho que varias veces había d ado muestras de su habilidad co­
mo intérprete de los sueños. Se llamaba José. El rey lo citó,
le contó sus sueños y José dijo: "Dios ha anunciado al faraón
lo que va a hacer. Vendrán siete años de gran abundancia en
todo el país de Egipto. Tras ellos seguirán siete años de ham­
bre y se olvidará toda la abundancia en el país de Egipto y el
hambre consumirá la tierra. Esta abundancia no se notará en
el pafs a causa del hambre que seguirá, pues será durísima.
Respecto de la repetición del sueño del faraón, quiere decir
que la cosa está firmemente decretada por Dios. Dios se
apresurará a llevarla a cabo."

149
José propuso almacenar un veinte por ciento de la cose­
cha de todos los cereales durante los siete años ·siguientes, a fm
de formar una reserva, para lo cual se necesitarían nuevos
depósitos y el respectivo aparato burocrático. Bajo el gobierno
de Ramsés 11 hay testimonios auténticos de ambos. Si damos fe
al Antiguo Testamento, el faraón nombró visir a José quien, a la
sazón, tenía treinta años (lo llamó Zafenat Paneaj ("Dios habla y
él vive") y le encomendó el acopio. Y al cabo de siete aftos no se
produjeron las habituales inundaciones y sobrevino un hambre
catastrófica. José mandó abrir los almacenes y el pueblo sobre­
vivió a los siete años magros sin hambre.
Si José es un personaje histórico y si vivió bajo Ramsés 11,
no sólo debieran haberse encontrado en la Biblia, sino también
en los textos jeroglíficos referencias a tan benéfica acción para
Egipto. Sin embargo, su nombre no aparece en ninguna estela.
Ramsés, el propagandista, lno hubiera explotado publicitaria­
mente como hazaña propia una época de hambre superada sin
perjuicio que, de 'lO mediar la previsión de un José, hubiese cos­
tado la vi_da a centenares de miles de egipcios? ¿o apadrina el
informe de los siete años gordos y los siete años flacos del Anti­
guo Testamento la citada estela del hambre?

Los arqueólogos y el bíblico José

El interrogante acerca de si el capítulo 41 del libro 1 del


Exodo se remonta al texto de la estela del hambre descubierta
por Heinrich Brugsch se ha formulado tan a menudo desde este
haliazgo como el otro: si tal vez el texto de la estela no fue toma­
do de la crónica ·del Antiguo Testamento. Esto puede parecer
anacrónico, pero la discusión se basa en un fondo real.
Los egiptólogos coinciden en el hecho de que el texto de
la estela del hambre no fue registrado bajo el rey Djoser. Antes
bien, se tiene la impresión de que en una época muy posterior
los píos sacerdotes quisieron dar con esta estela un ejemplo de
los efectos que podían tener los sacrificios al dios Chnum. Esta
especie de literatura histórica no era nada rara en el Antiguo
Egipto. Por último, el arqueólogo Paul Barguet creyó haber en­
contrado indicios según los cuales la estela en cuestión dataría

150
de la época de Ptolomeo V (210-180 a.C.). Kurt Sethe llegó a su­
poner que debió de originarse bajo Ptolomeo X, quien desde 107
a 101 a.C. fue corregente de su madre Cleopatra 111.
En este caso, los sacerdotes de Chnum habrían tomado la
leyenda de José de los israelitas. Sin embargo, Sethe proporcio­
na una explicación que resulta convincente: las estelas conme­
morativas que se refieren a acontecimientos acaecidos varios si­
glos atrás se basan con frecuencia en documentos antiguos o por
lo menos en la transmisión oral. Podemos partir, pues, con un al­
to grado de probabilidad, del supuesto de que el cronista bíbli­
co se inspirara en el hambre que hubo bajo Djoser y la solución
del problema mediante sacrificios.
Ciertamente, no es casualidad que casi todos los grandes
egiptólogos hayan polemizado en torno a la leyenda de José .. Es­
te texto bíblico contiene numerosas referencias a usos y costum­
bres imperantes en el Antiguo Egipto. Aun cuando la historia
pudiera haber sido plagiada los distintos elementos de la narra­
ción se basan en hechos. Esto comienza ya con la figura de José.
lExistió? En caso afirmativo, lcuándo?
En el libro 2 del Exodo (12,37-40) se cuenta que los hijos
de Israel, 600.000 en número, partieron de la ciudad de Ramsés
en dirección a Sukkot después de haber vivido en Egipto 430
años, o sea, a los 430 años de .entrar Ja�ob en el país con su fa­
milia. En otro pasaje de la Biblia leemos que el año 4 del reina­
dQ de Salomón coincide con el año 480 después del Exodo de
Egipto. Si tomamos estos datos como correctos, surgen algunos
interrogantes complicados. _

En la actualidad, el reinado de Salomón se sitúa entre los


añqs 965 y 926 a.C. Según los datos del libro 1 del Exodo y el li­
bro 1 de los Reyes los israelitas habrían emigrado a Egipto en
tiempos de la dinastía XII (1871 a.C.). En consecuencia, resulta
del todo imposible que el éxodo se produjera después de una
permanencia de 480 años en ese país. Por deducción, debió de
suceder alrededor del año 1441, bajo Tutmosis II (1490-1436).
lPero entonces cómo pudieron realizar los israelitas trabajos
forzados para los egipcios en la construcción de las ciudades de
. Pithom y Ramsés, que se erigieron -dos siglos más-tarde, bajo
Ramsés II? lCarecen de todo fundamento las fechas consigna­
das en la Biblia?
De ninguna manera. Solamente debemos tener a la vista
que los hebreos no constituían una sola tribu. En las cartas de
Amar·na surgen varias veces los nómadas depredadores, llama­
dos "apiru" y "jabiri" lo cual, sin duda, se identifica etimológica-

151
mente con "hebreos". Por consiguiente, cabe suponer que este
pueblo se componía de varias tribus, de las que unas partieron a
Canaán, mientras otras permanecían en Egipto.
El egiptólogo canadiense Donald B. Redford, un especia­
lista en cuestiones relacionadas con Amarna y la Biblia, dice:
"En relación con las fechas de las narraciones históricas del
Próximo Oriente, debe procederse de muy distintas maneras. El
investigador debe tomar en consideración el idioma en que se
escribieron, asimismo los evidentes prejuicios filosóficos o
teológicos del escritor, los detalles culturales con los que adornó
el fondo de la historia... en resumen, todo lo que dé en lo posi­
ble un indicio de su propia época... Un aspecto esencial de la le­
yenda de José es lo familiarizado que estaba el autor con el país
en el cual se desarrolla su historia. Por momentos, da la impre­
sión de que quisiera demostrar su conocimiento de los usos y
costumbres de los egipcios."•
Los egiptólogos vuelven a reconocer en estos detalles la
época de Ramsés 11, y dado que se puede presumir como seguro
que Moisés vivió bajo Ramsés 11 y Merenptah, su autoría de la
leyenda de José queda asegurada. Moisés, "instruido en todas las
sabidurías de los egipcios" no pudo resistirse a colorear su texto
con sus conocimientos, basado en una crónica anterior. Hoy se
puede demostrar sin dificultades que a Moisés se le escaparon
algunos errores ·nada pequeños.

Donde la Biblia no tiene razón después de todo

Formulémonos la siguiente pregunta: ¿Merece crédito


Moisés como cronista de la Biblia, son auténticas sus descripcio­
nes?
Para entrar en detalle debemos analizar el libro 1 del Exo­
do. Comencemos pues con el encuentro de los hermanos de José
y una caravana egipcia en el capítulo 37: " ... se sentaron a comer
y alzando los ojos vieron una caravana de ismaelitas que venían

• Donald B. Redford: "A Stucly of the Biblical Story of Joseph",.Leiden, 1970.

152
de Galaad, cuyos camellos traían tragacanto, bálsamo y láudano;
y descendían hacia Egipto"(37,25).
Las caravanas que traficaban entre Egipto, Punt, Palesti­
na y Transjordania ya desfilaban por esos derroteros siglos antes
de Moisés, pero el cargamento al cual hace alusión es sólo fruto
de su invención. Estas resinas vegetales no se mencionan en
Egipto, sino en los textos coptos o ptolemaicos. El cronista tam­
bién va demasiado lejos en cuanto a la ornamentación de su his­
toria al referirse a las bestias de carga. El camello ya se conocía
en el Oriente anterior en aquellos tiempos, pero todavía no esta­
ba domesticado, lo cual no aconteció sino en el siglo IX a.C.
"Vamos a venderlo a los ismaelitas" dijeron los hermanos
de José, ..."y lo vendieron a los ismaelitas por veinte piezas de
plata... "
Este episodio también parece en extremo dudoso, pues
los egipcios no conocían el comercio de esclavos como lo practi­
caron más tarde griegos y romanos, al menos no antes del primer
milenio. La esclavitud que tuvo acceso en Egipto se rigió según
sus propias leyes. Los extranjeros que fueron a Egipto durante
el Antiguo Imperio gozaron del régimen de trabajadores de pa­
so con un estándar de vida superior al que tenían en su tierra.
¿De qué otro modo se entenderían los relieves murales de la di­
nastía V que muestran a los asiáticos llegados en barco con sus
pertenencias y las imágenes de sus dioses y alaban al faraón con
las manos en alto? Después de la caída del Antiguo Imperio tri­
bus nómadas se infiltraron en el Delta para llevar allí vida de
hombres libres, y en consecuencia no fueron sometidos a escla­
vitud. Esta se impuso en Egipto a comienzos del Nuevo Imperio,
aunque no el tráfico de esclavos; el faraón monopolizó su adju­
dicación.
Tutmosis 111 llevó consigo a Egipto 2.000 extranjeros he­
chos prisioneros en sus diecisiete campañas y los puso a trabajar
en la construcción de templos. Amenofis 11 reunió en sólo dos
campañas la enorme cantidad de 100.000 obreros. A partir de
entonces, los egipcios se percataron de que no sólo podían con­
quistar rentables territorios sino también mano de obra de bal­
de, y entonces los esclavos constituyeron una parte fija de los tri­
butos anuales exigidos a los pueblos sojuzgados. Pero el tributo
en esclavos iba directamente al faraón, quien se encargaba de la
distribución de la mano de obra. En el templo funerario de Ame­
nofis 111, en Tebas Oeste, reza la siguiente incripción: "Sus alma­
cenes están llenos de esclavos de ambos sexos, hijos de todos los
confines del mundo". No fue hasta más tarde, sobre todo en la

153
época ptolemaica, que el mercado internacional de esclavos
asentó pie en Egipto. A partir de entonces las personas privadas
vendieron esclavos de contrabando, tal como lo describe la le-
-yenda de José. Aquí encontran1 ns pues un cierto anacronismo. .

Finalmente, esto rige también para la denominación "he­


breo". José, que explica al copero del faraón el significado de su
sueño, dice: "Acuérdate de mí cuando te vaya bien y guárdame
fidelidad recordándome al Faraón y sacándome de esta casa.
Porque fui sacado con engaño del país de los hebreos" (Libro 1,
Exodo, 40,14-15). Al referirse al país de los hebreos, José alude
evidentemente a Palestina, y es curioso que un natural de esa tie­
rra la describa como "el país de los hebreos". Donald B. Redford
opina al respecto: "La expresión 'país de los hebreos' no se en-
. cuentra como designación de Palestina en ningún texto del Nue­
vo Imperio. Debemos esperar hasta la segunda mitad del primer
milenio a.C. y sólo entonces la palabra 'hebreo' es usada con la
acepción de 'habitante de Palestina'".
·-

Por parte de los egipcios, los hebreos son mencionados


por primera vez en un texto demótico* del siglo VII y por último
en la época ptolemaica en el templo de Edfu. Esto hizo pensar a
los historiadores que el concepto "hebreo" no designa aquí a un
pueblo sino que es sinónimo de extranjero. Sin embargo, la ma­
yoría de los estudiosos piensan que esta forma de expresión
anacrónica es sólo una prueba de que una tradición histórica no
·se asentó por escrito sino en una época muy posterior.

• La escritura pictográFica de los jeroglíficos ya se había simplificado en los pri­


meros tiempos del Antiguo Imperio en escritura hierática. Esta estuvo en uso
casi 2.000 afios hasta fines del Nuevo Imperio. Fue principalmente la escritura
de los pa piros. En el siglo VII se derivó de ella la escritura y el lenguaje demóti­
cos, más sencillos aún.

154
La leyenda de José bajo la lupa

¿Qué hay no obstante del contenido de verdad histórica


de la leyenda bíblica deJosé?
Los antiguos egipcios tenían una exagerada predilección
po-r las historias de sabios y magos y José, que previno al pueblo
de un gran hambre mediante sus predicciones basadas en la .in­
terpretación de los sueños, fue un hombre (mitad sabio y mitad
mago) que excitó la fantasía del pueblo como lo hizo mil años
antes el sabio médico milagroso de universal erudición Imhotep.
Para los historiadores estas leyendas son de dudosa utilidad.
Los numerosos anacronismos evidencian que la leyenda
de José tampoco debe evaluarse como crónica auténtica. En
cambio, como suma de varios episodios ofrece puntos de parti­
da absolutamente útiles. El historiador judío Flavio Josefa (37-
100 d. C.) hacía notar con magnanimidad que la estructura social
de esta narración de la Biblia coincidía ampliamente con la de la
época tardía de la historia de Egipto. Hoy se estima que la his­
toria en torno aJosé se escribió entre los siglos V y VII.
La leyenda de José del Antiguo Testamento no es el úni­
co texto que ha sido completado y actualizado a través de los si­
glos. Por esta razón los exegetas opinan que la popular leyenda
deJosé se desgajó del contexto con posterioridad y fue redacta­
da de nuevo. Donald B. Redford reunió todo un catálogo de in­
dicios destinados a cimentar esta teoría. En contraposición a las
anteriores narraciones de los patriarcas, ampulosas, carentes de
continuidad y a menudo confusas, la descripción del destino de
José es por su estilo narrativo y su contenido continua, personal
y humana como no estamos acostumbrados a encontrarlas en la
Biblia.
Dos comparaciones de textos del Íibro del Exodo demos­
trarán lá independencia de la leyenda deJosé.
Los dos textos tratan sobre los hijos de Jacob. El primer
ejemplo (a la izquierda) describe la conducta de los hijos deJa­
cob, cuando su hermana Diná es violada por Sikem, de la tierra -

de Canaán hijo del príncipeJamor. El segundo ejemplo (a la de­


recha) describe la reacción de los hijos deJacob frente a una ar­
timaña del visir José, quien hizo esconder su copa de plata en
uno de los sacos de granos pagados por sus hermanos. En ambos
casos los hijos de Jacob se irritan violentamente, pero reaccio­
nan de tan distinta manera que no puede tratarse de los mismos
hijos, o estos fueron vistos bajo un cariz diferente por el autor.

155
Ejemplo 1 (Libro 1 Exodo Ejemplo 2 (Exodo, Libro 2,
34, 25-29) 44, 4-6 7, 9, 11-4)

Sikem y todos los varones se circun­ Cuando apenas habían salido


cidaron. Al tercer día mientras esta­ de la ciudad y no estaban lejos
ban con los dolores, Simeón y Leví, José dijo a su mayordomo:
dos hijos de Jacob, y hermanos de "Ve, corre tras esa gente, alcánza­
Diná, tomaron cada uno su espada, les y diles: ¿Por qué habéis devuel­
entraron en la ciudad sin peligro y to mal por bien
?mataron a todos los varones. . ¿por qué habéis robado la copa de
Pasaron a filo de espada a Jamor y plata?" El les alcanzó y les repitió
a su hijo Sikem, tomaron a Diná de estas palabras. Pero le respondie­
casa de Sikem y salieron. ron: •¿Por qué dice estas cosas mi
Los hijos de Jacob se lanzaron sobre seftor? iLejos de tus siervcs hacer
los muertos, saquearon la ciudad por­ semejante cosa!
que habían mancillado a su hermana. Aquel de tus siervos en cuyo poder
Se apoderaron de su ganado menor y la encuentres morirá y nosotros
de sus asnos, de lo que había en quedaremos esclavos de mi selíor. •
la ciudad y lo que había en el campo. Se apresuraron a bajar cada uno
Y se llevaron todos sus bienes, todos su costal a tierra y cada uno lo
sus nii'los y mujeres y saquearon abrió.
cuanto había en .!as casas. (El mayordomo) entonces los re­
gis-tró empezando por el (del) ma­
yor y acabando por el (del) menor
y encontró la copa en el costal de
Ben-jamín. Ellos rasgaron sus ves­
tiduras, car.garon cada uno su asno
y volvieron a la ciudad. Judá y sus
hermanos entraron en casa de Jo­
sé que estaba aún allí y se postra­
ron en tierra ante él.

En la segunda historia los sanguinarios héroes se han con­


vertido en inermes y tontos hijos de nómadas ... en favor de una
emotiva narración. Aquí se olvida por completo el mandato divi­
no, no hay diálogo con Dios como en los Patriarcas, ni este Dios
interviene en el suceso. En la leyenda de José tampoco se habla
en ningún momento de la conciencia racista de los hebreos, tan
· propagada, de no mezclarse con otros pueblos. Por el contrario,
José toma por esposa a la hija de Putífar, hecho que el cronista
bíblico consigna sin comentarios.
Este cronista no parece conocer en absoluto las relacio­
nes familiares de los parientes de J acob. Su esposa Raquel falle­
ció al dar a luz al menor de sus hijos, Benjamín, y fue sepultada
camino a Efrata (Belén). En la leyenda de José se habla de ella
como si viviera aún. Cuando los hermanos partieron por prime­
ra vez a Egipto, Benjamín era tan pequeño que su padre Jacob
no lo dejó ir con ellos. No es sino unos meses más tarde cuando

156
Dios le habla a Jacob: "No temas ir a Egipto, pues allí haré de ti
un gran pueblo". Luego sigue un censo de los hijos de Israel lle­
gados a Egipto, entre los que se cuentan diez hijos de Benjamín.

Nombres btblicos y lo que se oculta tras ellos

La Biblia no le simplifica la labor a los historiadores. Du­


rante más de medio milenio informa acerca de un pr-aa, un fa­
raón, pero no cita nombre alguno y, naturalmente, tampoco cita
años ly sobre qué punto de referencia? Cuando en el Antiguo
Testamento aparecen datos cronológicos, son vagos y a menudo
contradictorios. Por lo tanto se requiere en gran medida realizar
pesquisas criminalísticas para identificar en base a los indicios al
faraón que mandó a la tierra de Gosen a los hermanos de José,
o al faraón del Exodo. Por cierto, los cronistas de la Biblia deja­
ron involuntariamente tantas pistas que hasta un aplicado detec­
tive aficionado podría tener éxito.
En la historia de José encontramos tres nombres propios
egipcios: el nombre de su señor y ulterior suegro, Putifar, el de
su hija que luego se convertirá en esposa de José, Asenat, y por
último el nombre que recibe José después de ser nombrado visir,
a saber: Zafenat Paneaj.
Conocemos la problemática de la grafía de los nombres
extranjeros en la propia lengua, pero los citados se remontan re­
almente a nombres propios egipcios. Putifar es una paráfrasis
fonética de "el que da a Ra". El nombre está documentado cua­
tro veces, por cierto en tiempos posteriores. "Asenat" puede in­
terpretarse como "perteneciente a (la diosa) Neit", un nombre
que fue muy popular desde fines del Nuevo Imperio hasta la
época helenística. En cambio, ofrecen más dificultad los nom­
bres propios que el faraón otorgó a José: Zafenat Paneaj. Su sig­
nificado más aproximado sería "Dios dice, él vivirá", y con él apa­
rece desde la dinastía XXI. Aquí también nos enfrentamos a un
interrogante: lC6mo puede la figura principal de una historia
que se desarrolla en tiempos de los patriarcas llevar un nombre
que se puso en boga en el milenio 1 a.C.?

157
Oro auténtico y dinero falso

Según la palabra de la Biblia, el faraón hizo visir a José del


siguiente modo: "El faraón se quitó entonces el anillo de sello
del dedo y lo puso en el dedo de José, le hizo vestir túnicas de li­
no y le colgó al cuello una cadena de oro."
Se trataba de dones simbólicos destinados a dar impor­
tancia a la ceremonia. Ya a comienzos del Nuevo Imperio era co­
nocido el"oro honorífico" que el rey otorgaba a sus súbditos co­
mo muestra de favor especial o por méritos. En la época Amarna
esta ceremonia tuvo frecuente acceso en las representaciones
artísticas. La más conocida es ciertamente la escena en la cual
Ecnatón en compañía de su esposa Nefertiti y sus hijas alcanza
al anciano "generalísimo de caballería" Eje el oro honorífico en
Amarna, desde la ventana de la aparición. Se encuentran repre­
sentaciones análogas.en las tumbas de numerosos cortesanos del
rey. Donald B. Redford descubrió en total treinta y dos de estas
escenas de condecoración: La más reciente data de la dinastía
XXI, alrededor del año 930 y la más antigua se ejecutó bajo Tut­
mosis IV (1412-1402).

. .

Casa egipcia con jardín. A la derecha una vista exterior, en el


centro un almacén, a la izquierda la terraza y el huerto
poblado de árboles frutales.

158
Las escenas no se diferencian nada unas de otras: en la
mayoría de los casos el faraón está sentado bajo una marquesina
o aparece de pie en una galería de su palacio y deposita cadenas
de oro_en las manos alzadas de los favorecidos que lo.alaban. En
las cadenas aparecen alineadas plaquitas redondas de oro. Sin
duda, estas cadenas tenían un valor material importante además
del ideal. Quien se hacía acreedor a este favor, con seguridad
podía considerarse dueño de una casa, campos y esclavos. Esto
rigió también para el bíblico José.
Con esta ceremonia fue admitido en la augusta sociedad
de la "gente del oro". Cabe hacer notar que la escena descrita en
la Biblia difiere claramente en detalle de la realidad, pero no re­
viste gran importancia. En todo el Nuevo Imperio no hubo ante­
cedentes que llegaran a nuestros días de la concesión de una sor­
tija, pero al cronista no le interesaban tanto los detalles de la
ceremonia como el acontecimiento mismo. Cree describir con
este procedimiento el nombramiento de José como visir. Y de
hecho, hay egiptólogos que hacen coincidir la imposición del
cargo de visir con la ceremonia de la concesión del oro honorífi­
co, pero esta teoría es rebatible.
La reforma rural y agraria realizada por el visir José (el
Antiguo Testamento habla del censo del faraón) proporciona'
aclaraciones enormemente interesantes sobre las condiciones de
posesión en la época ramésida, sobre las leyes tributarias y las
condiciones sociales. Por cierto el informe se debe a la pluma de
un extranjero y por lo tanto hay que tenerlo en cuenta con reser­
vas. Aquí también se advierte algún capricho en el detalle, cier­
ta información falseada.
El libro 1 del Exodo (47, 15-26) informa del siguiente mo­
do sobre el hambre que asoló Egipto y la tierra de Canaán:
"... llegaron todos los egipcios ante José diciendo: 'Danos pan.
lPor qué vamos a morir ante tus ojos por falta de dinero?"
'Traedme -dijo José- vuestros ganados y os daré pan a
cambio de ellos si falta dinero'. Llevaron pues sus ganados a
José y José les dio pan por los caballos, por el ganado menor y
mayor y por los asnos. Aquel año les proveyó de pan a cambio de
- todos sus ganados" (Exodo, 1,47, 15-17).
Este texto hace necesarias algunas rectificaciones. En la
época ramésida, los egipcios no disponían aún de dinero alguno.
El comercio se realizaba puramente en base al trueque o en for­
ma de compensación. También se habla de dinero cuando llegan
a Egipto los hermanos de José con el fin de comprar granos.
Conforme a la orden del visir José "los recipientes se llenarán

159
con granos, el dinero de cada uno se guardará en un saco". Las
monedas se acuñaron por primera vez e� el siglo VI a.C., y de
ninguna manera en Egipto, sino en Lidia, en la costa occcidental
de Asia Menor. En consecuencia, el dinero habría circulado
también en Egipto y Palestina no antes de esa época. Si hubo en
Egipto algo similar al dinero, esto debe adjudicarse antes al
trueque que al negocio pecuniario. A veces, los egipcios paga­
ban con piezas de plata acuñada, pero no tenían valor nominal
(en lo que se refiere al concepto "dinero") sino tenían sólo el va­
lor real del metal.
El principal alimento y salario básico de los antiguo� egip­
cios era el trigo y en menor escala la cebada. El trigo se medía y
se empleaba en la elaboración de bollos o cerveza. Conocemos
con bastante exactitud la remuneración de los trabajadores de la
necrópolis de Der el-Medine, de los canteros especializados que
labraron las tumbas de los faraones en las rocas del Valle de los
Reyes. El salario de un obrero en Der el-Medine importaba·
mensualmente 300 litros de trigo y 110 de cebada, pagadero por
adelantado el 28 de cada mes. Los ayudantes recibían apenas la
mitad, los escribas un 75% y los capataces un 25% más que el
obrero comán. Además, cada diez días les distribuían 18 kilos de
pescado, así como aceite, grasa y 500 haces de leña y, de tiempo
en tiempo, ropas, especias y cosméticos.
Asimismo, es inexacta la información bíblica seg(Jn la cual
los egipcios almacenaban pienso para sus caballos. Los equinos
no eran de propiedad privada, sino se utilizaban exclusivamente
para fines militares, como tiros de los carros de guerra, y los alo­
jaban en las cabellerizas reales.

Elparaíso tributario a orillas del Nilo

Si continuamos el informe de la Biblia, vemos que el pue­


blo volvió al cabo de un año y pidió granos al visir: "No oculta­
mos a mi señor que el dinero se ha acabado y el ganado está en
poder de mi señor; no nos queda a disposición de mi señor sino
nuestro cuerpo y nuestro suelo. ¿Por qué hemos de morir ante
sus ojos, tanto nosotros como nuestro suelo? Cómpranos a noso­
tros y a nuestro suelo a cambio de pan. Nosotros y nuestro suelo

160
seremos esclavos del Faraón, pero entréganos simien�e para que
podamos vivir y no muramos y no se quede yerma la tierra."
(Exodo 1,47,18,19).
"El visir compró toda la tierra de Egipto para el Faraón,
pues cada uno de los egipcios vendió su campo porque el ham­
bre los acuciaba fuertemente. Así el país llegó a ser del Faraón.
Redujo a servidumbre a la gente de un extremo al otro del terri­
torio egipcio."
De este modo el cronista bíblico intenta aclarar al lector
por qué todo el territorio egipcio perteneció al faraón y el pue- ·

blo vivió en esclavitud, d�pendiente de él. Sin embargo, los fa­


raones se consideraron propietarios del país del Nilo no sólo-a
partir de los tiempos de José. Esta situación subsistió desde la
primera dinastía hasta la época ptolemaica. Entretanto, desde
antiguo hubo privatización de tierras a favor de ciudadanos me­
ritorios. Las cesiones de tierras a los sacerdotes hicieron posible
la construcción de nuevos templos y su mantenimiento. Tanto
los sacerdotes como los propietarios particulares estaban obli­
gados a pagar impuestos y tributos al faraón. El cronista bíblico
anda acertado cuando añade a los versículos citados más arriba:
"Solamente dejó de comprar el terreno de los sacerdotes, por­
que los sacerdotes recibían una renta del Faraón..." (Exodo
1,47,20-22)
En la Biblia no se aclara en qué consistía dicha renta. Pos­
teriormente, Herodoto, que se equivocó en muchas cosas, y su
_ colega Diodoro, menos esmerado aún, atribuyeron exención de
impuestos a los sacerdotes. Pero el papiro Wilbour (alrededor
de 1160 a.C.), señala sin lugar a dudas que las propiedades del
clero como las privadas estaban sometidas al pago de impuestos.
En la era de los ramésidas los "cabezas rapadas" debían pasar
por caja como cualquier otro.
Después de exhaustivos estudios filológicos de los tex­
tos, sir Alan Gardiner llegó a la conclusión de que los sacer­
dotes no sólo pagaban impuestos, sino que debían realizar
también labores rurales... como rústicos ordinarios. Donald
B. Redford opina al respecto: "Los antecedentes sobre exen­
ción de trabajo forzado que los reyes de Egipto acordaron a
grandes propiedades de los templos evidencian que el clero
no tenía una posición privilegiada respecto del resto de la po­
blación a no ser por las ventajas de un decreto especial." Ba­
jo los tres primeros reyes de la dinastía XXII (950-730) está
documentado el mantenimiento de los gravámenes a las pose­
siones de Amón en Egipto, y fue Osorkon 11, el cuarto rey de

161
dicha dinastía, quien aligeró el sistema en favor de los sacer­
dotes.
Al crecer en poder, los sacerdotes de las épocas más
tardías fueron colmados de más y más privilegios. Las donacio­
nes dispendiosas de los reyes de Sais (663-525) con el derecho
de recaudar sus propios impuestos no contribuyó precisamente a
que el pueblo simpatizara con esta clase. "La gente", escribe un

cronista de la época, "no pudo pagar los impuestos que acumu­


laban sobre ellos y se marchó, y ved, aunque los grandes templos
de Egipto estaban exentos de pagar impuestos, los sacerdotes no
cesaron de venir a nosotros con la exigencia: 'iPagad vuestros
·

impuestos!'"
En ninguna parte quedó asentado con exactitud a cuánto
ascendían estas cargas tributarias. Parece ser que el ministerio
de finanzas de la época faraónica era una institución tan odiosa
y rodeada de misterios como el de nuestros días. En el Antiguo
Testamento_ el visir José habla así a su pueblo:
"Mirad que hoy os he comprado junto con vuestras tierras
para el Faraón. Aquí tenéis semillas para que sembréis el suelo,
pero de la cosecha habréis de dar un quinto al Faraón; las otras
cuatro partes serán para vosotros� para simiente del campo, pa­
ra vuestra alimentación, para los que están en vuestra casa y pa­
ra alimentar a vuestros pequeños"... Y José estableció esto como
ley que rige hasta el presente sobre el suelo de Egipto: "dar al
Faraón un quinto" (Exodo, 1,47, 23-24, 26).
La tasa_ del impuesto del 20% citada en la Biblia corres­
pondería a un término medio, pues el papiro Wilbour menciona
cuotas tributarias entre una onceava parte y un cuarto. En con­
secuencia, Egipto fue un paraíso impositivo y si los egipcios pro­
testaban por los "altos" impuestos sería porque aíín hoy es de
buen tono despotricar contra el fisco.

De los hombres dominadores y de los sometidos

Al pueblo jamás le había ido tan bien como bajo Ramsés


11. Los proyectos de obras monumentales procuraban trabajo
bien remunerado y, en su mayoría, el trabajo pesado era ejecuta­
do por los extranjeros. El egipcio distinguido de la época

162
ramésida creía en la superioridad de su pueblo. Se sentía miem­
bro de una raza dominadora que por designio divino estaba des­
tinada a mandar. Ya bajo los ramésidas el pueblo del Nilo pudo
echar una mirada retrospectiva a milenio y medio de historia e
historiografía con las que ningún otro pueblo estaba en condi­
ciones de competir. Esto llevó, por fuerza, a cierto racismo y a
una discriminación de grupos étnicos y de las capas sociales in­
feriores, por lo que a los egipcios les interesó sola y únicamente
el predominio político y económico.
En sus Historias (11, 47) Herodoto informa sobre el trato
inhumano que daban a los porqueros. (Véase página 172).·'
Y el cronista de la leyenda de José sabe informar algo pa­
recido acerca del trato dado a los pastores de ovejas y a los
judíos. Por ejemplo, José aconseja a su padre y a su familia no
presentarse al faraón como pastores de ovejas: "Cuando el Fa­
raón os llame y os diga: 'lCuál es vuestro oficio?' le diréis: 'Tus
siervos son ganaderos desde su juventud, tanto nosotros como
nuestros padres' para que así podáis estableceros en la tierra de
Gosen, pues los egipcios abominan de todos los pastores" (Exo­
do 1,46,31-34).
Y los hebreos no gozaban de mejor fama. Cuando la fami­
lia se reúne en la casa de José en Egipto, sucede que "...sir­
viéronle aparte, aparte también a ellos y a los egipcios que
comían con él, pues los egipcios no pueden comer con los he­
breos porque. es una cosa abominable para los egipcios" (Exodo
1,43,32).
Si damos crédito a Herodoto, había diferencias notables
entre egipcios y egipcios. Presumiblemente, hubo siete castas. El
historiador de Halicarnaso, en el Asia Menor, las enumera en el
siguiente orden: sacerdotes, guerreros, pastores de vacas, pasto­
res de ovejas, traficantes, lenguaraces y recaudadores de im­
puestos. Esta enumeración es tan incompleta y errónea como la
afirmación según la cual los nombres de los egipcios derivában
de sus respectivos oficios..
lPero es de extrañar que se originaran estas narraciones?
lEs de extrañar que los viajeros de tierras extrañas recogieran
estos mitos, y los difundieran, cuando todo lo que veían en aquel
país gobernado por Ramsés 11 era tan extraño, grandioso, pom­
poso y exótico?
En todo caso, los egipcios eran un pueblo curioso y digno
de admiración para los otros. Herodoto dice que los egipcios
evidenciaban "en sus usos y costumbres, lo contrario de lo que en
gran parte se presenta en los demás hombres". Así por ejemplo,

163

'•
entre ellos las mujeres se sentaban en el mercado y hacían nego­
cios, mientras los hombres permanecían en casa y tejían; los
hombres llevaban cargas sobre la cabeza, mientras que las muje­
res ló hacían sobre los hombros; como si eso no bastara, los hom­
bres se ponían de cuclillas para orinar, en tanto las mujeres lo
hacían de pie.
Lo que a Herodoto le resultaba del todo incomprensible
era que los egipcios hicieran sus necesidades en las casas, en
tanto a menudo comían en la calle: lo feo debía ocultarse y lo be-
llo y placentero exponerse abiertamente. .
Las condiciones higiénicas en el país del Nilo asombraban
a los griegos. Herodoto hace notar: "Beben en copas de bronce

que lavan todos los dfas, no un día sf y al otro no, sino cada día.
Usan túnicas de hilo siempre inmaculadas, algo en lo que ponen
particular esmero. Se circuncidan por razones de pureza, pues
prefieren ser puros que completos."
Herodoto pudo comprobar también que tomaban muy en
serio la celebración de las fiestas. Cuenta que en una ocasión,
antes de un ágape, el anfitrión circuló entre sus invitados con un
pequeño sarcófago que contenía una momia, se lo hizo ver a ca­
da uno y les dijo: "Mira esto y luego come y regocíjate. Cuando
mueras te parecerás a este."
Seguramente, el desafío no dejó de influir sobre el apetito
de los huéspedes. En esta sociedad de consumo no era raro que
se engullera hasta tener que vomitar. Herodoto habla de gente
que cada mes se purgaba durante tres días, se aplicaba asquero­
sas enemas o bien recurría al vómito, provocado artificialmente,
para mantener la salud y la esbeltez.
Era una vida desenfrenada, una vida desmesurada, una vi­
da como le gustaba a Ramsés 11. Un refrán del Antiguo Egipto
reza: "El hombre necesita diez años para comprender lo que es
la vida y la muerte; tarda otros diez años en aprender un oficio,
· diez años más para amasar una fortuna y al cabo de un decenio
adicional alcanza la edad en la que se hace razonable."*
Seguramente, esto no rigió para Ramsés el Grande. A los­
cuarenta se encontraba en el pináculo de su poder y había llega­
do al conocimiento de que los dioses a los que los egipcios ele­
vaban sus ojos desde hacía milenios, tampoco eran más
poderosos que él. Como conclusión se preguntó seriamente si él
mismo no sería un dios.

• Papiro Insinger, Rijk&museum, Oudheden, Leiden.

164
6.

Un rey dios entre los


dioses

Te entronicé como rey de la eternidad


y como soberano perenne.
Esculpi tu cuerpo en oro,
y tus huesos en cobre y
tus miembros en hierro.
Te entrego mi divino ministerio
para que gobiernes los dos paises
como rey del Alto y del Bajo Egipto.
El dios Ptah al dios Ramsés 11.

En verdad, a menudo los reyes egipcios


usaron nombres que estaban
reservados a los dioses comunes.
. Pero también hoy se habla
de politicos, dictadores,
cientificos y astronautas, ni
qué decir de astros cinematográficos
como si se tratara de superhombres.

Labid Habacbi, arqueólogo.


·''

Todos los �os, el día 26 del cuarto mes choiak de la inun­


dación, la gente de Abidos se ponía en marcha por centenas de
miles. Entre cantos y danzas desfllaban por la cresta del te­
rraplén detrás del cual la fecunda crecida del Nilo bañaba hasta
bien adentro la tierra. A lo lejos, refulgían las doradas pilastras_
del templo de la ciudad, el más hermoso de todo el reino, "la ca­
sa de millones de años 'del rey Men-maat-Re, el que está conten­
to con Abidos".•
Al divisarlo, los peregrinos rompían en gritos jubilosos.
Odres de vino circulaban de boca en boca aunque era muy joven
aún la mañana para las libaciones. Las muchachas, sin más ropa
que unas escuetas bragas negras, adornadas delante y detrás con
un retazo de tela rojo brillante, se movían ejecutando pasos de
baile y agitando sistros sobre sus cabezas. Los hombres marcha­
ban al son de sus flautas y los espectadores apiñados a su alrede­
dor seguían el ritmo con batir de palmas. Al pasar, las mujeres
se descubrían los senos en actitud desafiante para competir en
belleza y arrastraban consigo una estatua dotada de un ·falo
enorme que mediante una cuerda era movido de arriba abajo en
medio de estruendoso griterío ...
Así describe Herodoto el comienzo de una fiesta religiosa
en Egipto. Esta, que se realizó en Abidos, duró cuatro días, era
una de las fiestas religiosas más grandes del país y una de las
preferidas. El camino desde el desembarcadero a orillas del Ni­
lo, hasta el templo, estaba bordeado de numerosas chozas en las
que se podían adquirir refrigerios, pero también ofrendas para
el templo. Los melones, los higos y las granadas estaban apila­
dos en relucientes pirámides; sobre fuentes de arcilla se ofre-

• As{ rezaba el nombre del templo de Abidos.

166
cían aves, pasteles y panes. Una fiesta popular sin parangón iba
a celebrarse con entusiasmo.
Sin embargo, la ceremonia descrita por Herodoto se ini­
ció de muy distinta manera: el pueblo peregrinó hasta el templo
con llanto, clamor y rezos, se mezcló entre las filas de peregrinos
que pasaban por las necrópolis, junto a las tumbas monumenta­
les de Jos grandes y poderosos, junto a sus tumbas simuladas y
bóvedas duplicadas, junto a las sencillas fosas de los mortales
comunes y a los miles de lápidas conmemorativas con sus lamen­
tos y loas a Osiris grabadas en la piedra.
En aquel momento las puertas del templo estaban cerra­
das. Nadie sabía con exactitud qué sucedía detrás de ellas, ni si­
quiera cuál era el aspecto del templo. Fuera de Ramsés, sólo los
sacerdotes y los iniciados podían penetrar en el recinto sagrado,
dentro del cual se desarrollaban cosas increíbles, en tanto los
peregrinos desfilaban por los cementerios.
·La arquitectura del templo de Abidos, no orientado a lo
alto sino a lo ancho, ya evidencia que le correspondía una posi­
ción especial dentro de los edificios sagrados del país. Un pasi­
llo estrecho conducía al primer patio, desde el cual los iniciados
llegaban al segundo patio por una rampa y a través de un peris­
tilo de pilastras. Debía atravesarse un segundo peristilo de pilas­
tras para llegar a una primera sala de columnas no muy grande,
contigua a otra de mayores dimensiones.
Los catorce años de reinado de Seti 1 fueron demasiado
breves para lograr la conclusión de este templo, de manera que
quedó en manos de Ramsés terminarlo, para digna memoria de
su padre. Seti vio terminado solamente el sancta sanctorum (los
dos patios anteriores y los peristilos de pilastras fueron construi­
dos por Ramsés 11), pero este corazón del templo abundaba en
curiosidades.
Albergaba siete capillas colindantes, en cada una de las
cuales había una imagen del dios al que estaba dedicada (de iz­
quierda a derecha): el rey Seti, Ptah, Re-Harajte, Amón Ra, Osi­
ris, Isis, Horus. El número siete no tenía para los egipcios ningún
significado religioso y el hecho de que resultaran siete las capi­
llas es fortuito, resultado de alinear dos grupos de trinidades y la
capilla de Seti.
Amón, Ptah y Ra representaban los centros religiosos del
país: Tebas, Menfis y Heliópolis. Osiris, lsis y Horus eran los
tres dioses principales del círculo de Osiris. Seis de estas capi­
llas tenían en su parte posterior una puerta ficticia, el "acceso"
al más allá, pero en la capilla de Osiris había un paso real por

167
el cual se llegaba a varios recintos seguidos que abarcaban todo
el tracto transversal. Allí se celebraban anualmente los misterios
de Osiris, en el-cuarto mes de la inundación, y Ramsés 11 rara vez
se perdía el espeCtáculo.

El templo mortuorio ele Seti 1


en Abidos fue concluido por su
hijo Ramsú 1. Detrás de una
rampa (a) y dos salas de colum­
nas (b) y (e) encontramos siete
capillas dedicadas a los dioses
Scti (d), Ptah (e), Re-Harajte
(f), Amón (g), Osiris (h), lsis (i)
y Horus (k). En el Osircion, un
santuario para Osiris, coloca­
do detrás del complejo, Seti
mandó instalar su tumba simu­
lada.
1) Entrada; 2) lllpilón; 3) lllpa­
tio; 4) 211 pilón;· S) 211 patio; 6)
almacenes.

168
La danza de las doncellas rapadas

Los misterios, también llamados orgías, eran celebracio­


nes religiosas secretas que prometían a los iniciados el camino
directo al más allá, según determinados actos rituales. De una
manera orgiástica, los misterios de Osiris representaban el ase­
sinato y despedazamiento de Osiris a manos del maligno Set, su
muerte, pues, pero también la reunión de las partes de su cuer­
po realizada por lsis y Neftis y su resurrección.
Las abluciones rituales, las libaciones y holocaustos;' fer­
vientes rezos y excitantes cánticos servían de introit� a las cere­
monias sacras, ideadas por los sacerdotes vestidos eón pieles de
pantera en ensueños libertinos. Un papiro tardío nos permite
echar una ligera ojeada a estas misteriosas ceremonias•.
Dos doncellas "puras de cuerpo y vírgenes" eran someti­
das al rasurado de su pubis y otras partes velludas del cuerpo.
Completamente desnudas, adornadas sus cabezas con costosas
pelucas, y en los brazos pintados los jeroglíficos "Isis" y "Neftis"
agitaban una pandereta y bailaban danzas frenéticas hasta llegar
al paroxismo, incitadas por sus cantos y las voces estimulantes de
los sacerdotes de Osiris.
Como en trance, una doncella empezaba a cantarle a la
imagen del dios:

iCómo ansío mirarte!


Soy tu hermana Isis, la que ama tu corazón.
Añoro tu amor, del que te has alejado.
Hoy anego la tierra con lágrimas.

Luego "Isis" y "Neftis" plañían a dúo:

· iVen a nosotras, amado!


La vida se nos va cu¡mdo no te tenemos.
Ven en paz, oh, Señor nuestro, para que te veamos.
iSeñor; ven en paz.
Ahuyenta el luto de nuestra casa
y únete a nosotras como hombre . .! .

• Eberhard Otto:" Osiris und Amun", Munich, 1966.

169
Y por último "Isis" �antaba:

_Soy una mujer útil a su hermano,


·Tu esposa y hermana, nacida de tu madre.
iVen pronto a mí!
Desde que anhelo ver tu rostro
después de que ya no lo vi más,
se ha hecho la oscuridad aquí, ante mi rostro
aun cuando Ra está en el cielo.
El cielo se ha mezclado con la tierra
y hoy ha dejado en sombras el país.
Mi corazón arde por tu separación
mi corazón arde porque me has vuelto la espalda.
Aunque no tengo culpa
que hubieras podido hallar en mi contra.

Lo que sucedía a continuación no ha sido transmitido con


precisión en ningún texto, pero un relieve del templo de Hator
en Dendera, de la época ptolemaica tardía, muestra en repre­
sentación mitológica el curso del acto: Reconocemos a Osiris
itifálico* sobre un león extendido a modo de féretro. Isis, repre­
sentada aquí como gavilán, se abate sobre Osiris y recibe su si­
miente que engendrará a Horus. No puede caber duda alguna de
que este proceso simbólico en las orgías que se celebraban en los
aposentos de Osiris en Abidos se cumplía con mayor o menor re­
alismo. Los sacerdotes representaban el papel de Osiris. Más
charlatanes que hombres santos, no practicaban precisamente la
continencia. Venofer, por ejemplo, un sacerdote de Osiris de la
época ptolemaica alardea en una inscripción de su sarcófago de
haber llevado una vida irreprochable, grata a dios. Dice más o
menos así: "Me agradaba la ebriedad y celebré gozoso los bellos
días. Buscaba de preferencia mis aventuras en los estanques de
aves... Mi vida transcurrió con alegría según el designio de los
dioses y no tuve ninguna preocupación allí donde pasé mis días,
ni hubo tampoco aflicción en mi ciudad natal. Siempre tuve a mi
alrededor cantantes y doncellas y su gozo fue como el de Meret,
la diosa del canto. Las mujeres de perfecta silueta, se presenta­
ban envueltas en velos, lucían largos bucles y senos enhiestos y
venían ricamente adornadas con joyas, pomos de perfume y flo­
res de loto. Traían ramas en e� cabello y todas estaban embria-

• ltbipballos (gr): �icmbro viril erecto.

170
gadas con el vipo de los verdes ojos de Horus. Bailaban y exha­
laban la fragancia de especias traídas de Punt. Dormí con cada
una de ellas y cómo recompensa les puse alhajas en los miem­
bros."

Sacrificios cruentos en plenilunio

El culto de Osiris se remonta a tiempos prehistóricos y


Ramsés IV lo calificaba como "el más enigmático de todos los
dioses". En efecto, alrededor de su figura se enroscan los mitos
más diversos. Los historiadores de la antigüedad reconocen en
Osiris a uno de los dioses de la resurrección, propios de Asia
Anterior, otros lo consideran un rey o un caudillo tribal que co­
rrió extraña suerte y más tarde fue venerado como dios.
Herodoto equiparaba a Isis y a Osiris con los dioses grie­
gos Dioniso y Deméter. El viajero estudioso de Halicarnaso in­
formaba a mediados del siglo V a.C. cosas curiosas acerca del
culto de Osiris, entre otras, que los antiguos egipcios sacrifica­
ban cerdos al dios, contrariamente a otra costumbre. El rabo, el
bazo, las tripas y redaños eran quemados con la grasa del porci­
no en luna llena, en tanto las demás partes cárnicas eran asadas
al fuego del sacrificio y luego se comían, pero solamente la no­
che de plenilunio. "Al día siguiente" escribe Herodoto, "ya no
está permitido comer de ellas".
Herodoto explica en el siguiente ejemplo la posición espe­
cial del cerdo como víctima propiciatoria: quien tenía contacto
con un cerdo en la calle, aun cuando fuera accidental, debía co­
rrer al Nilo a toda prisa y sumergirse en sus aguas sin despojar­
se de sus vestiduras, y a los porquerizos les estaba vedado entrar
en los recintos sagrados de los templos. Su aislamiento social era
tan estricto que sólo podían tomar por mujer a las hijas de sus
iguales.
Herodoto advierte conexiones muy claras entre los cultos
de Osiris y Dioniso: aquí como allí el éxtasis celebraba triunfos,
aquí como allí había procesiones con figuras fálicas, aquí como
allí existía la idea del alma inmortal. Sin citar por sus nombres a
Pitágoras y a los órficos, Herodoto habló de "algunos griegos"

171
que habrfan adoptado de los egipcios la idea de la reencarna­
ción: cuando el alma se ha alojado en todo!ii los seres vivientes de
la tierra, el mar y el aire, vuelve a animar el cuerpo de un ser hu­
mano que es dado a luz en ese preciso momento. Este círculo se
cumple en un .pedodo de 3.000 años•. .
Era inherente a Osiris la fecundidad crónica, la fuerza
que actúa debajo de la tierra, la que provocaba el desbordamien­
to del Nilo. De este modo queda explicado un componente esen­
cial del culto.de Osiris: a partir del Imperio Nuevo, se ponía jun­
to a los muertos pequeños sarcófagos de momias llenos...de tie­
rra, en la cual se habían sembrado semillas que al brotar repre­
sentaban la resurrección del Ba • •, símbolo de la inmortalidad.
lQué era el cadáver de un ser humano, sino una semilla
muerta que al hundirse en la tierra despertaba a una vida ines­
perada, germinaba y vivía una nueva existencia como planta?
Cada dios tenía su ciudad natal. Presumiblemente, Osiris
procedía de Busiris, en el delta nororiental del Nilo, de ahí sú
nombre aatiguo "señor de Busiris". Llevaba el apelativo Venofer
"el permanentemente perfecto", un nombre conocido en Egipto
antes de que le fuera asignado a Osiris. En consecuencia, Osiris
parece haber tenido un modelo prehistórico. Además, en el
capítulo 142 del Libro egipcio de los muertos se citan no menos
de cien nombres para Osiris, un signo de la multiplicidad de ·su
naturale�a.
Al principio, todo faraón fallecido se convertía en Osiris.
La creencia según la cual también los mortales comunes lo
hacían no se evidencia hasta más tarde, más o menos alrededor
del 2.000 a.C. En esta época ya circulaba el mito de Osiris, ase­
sinado y descuartizado por Set. Luego, su hermana y esposa Isis
reunió las partes del cadáver y despertaron a una vida nueva, de
modo que pudo concebir de él a su hijo Horus. Este venció a Set,
el asesino de su padre, se convirtió en heredero al trono de Osi­
ris y continuó imperando en el reino de los muertos.
El griego Plutarco de Queronea, filósofo, historiador y sa­
cerdote del oráculo, viaj6 por Egipto en el siglo 1 d.C., y repro­
dujo la leyenda de Osiris comouna crónica de la remota prehis -

toria, en la cual se mezclaban elementos egipcios y de Asia An-


·

terior.

• Hcrodoto, *Historias", T.ll, cap. 123.

•• Ba: fuerza espiritual, alma, en contraposición al Ka: fuerza vital, espíritu


J)l'ótector.

'172
La leyenda de Osiris según Plutarco

Solamente el sol fue testigo del breve encuentro de Nut, la


diosa del cielo, y Geb, el dios de la tierra, para dedicarle un ra­
to al amor, y el resultado de esta ligereza fue el nacimiento de
Osiris; Evidentemente, tanto en el cielo como en la tierra reina­
ba el tedio, pues el jueguecito se repitió dos veces más, seguido
de una numerosa prole: un varón llamado Set y una niña llama­
da Neftis. Tanto amor a cielo abierto no le pasó inadvertido a
Tot, el dios de la luna, y ni corto ni perezoso requirió los favores
de su madre Nut, quien no quiso ser fría y cruel y le brindó su
amor: la consecuencia inmediata fue otra niña, de nombre Isis.
Osiris era muy listo: enseñó a los egipcios a cultivar .sus
campos, les dio leyes y les mandó honrar a los dioses, y ellos lo
hicieron rey. Muy pronto hubo querellas entre los hermanos.
Osiris y Set, se aborrecían, pero Isis amó mucho a Osiris y aca­
baron siendo esposos.
Esto fue un agravio para el maligno y solitario Set y lo in­
dujo a urdir una diabólica artimaña: confeccionó un magnífico
sarcófago con las medidas del cuerpo de Osiris, y en ocasión de
un banquete con sus amigos lo presentó para que cada cual lo
probara. Para unos fue muy grande, para otros demasiado pe­
queño, pero cuando le tocó el turno a Osiris resultó como hecho
a su medida. Este no se habfa acomodado atín en su interior
cuando Set colocó la tapa al féretro, la clavó, derramó sobre ella
plomo derretido y lo arrojó al Nilo.
Isis se quejó por la muerte de su hermano y consorte y sa­
lió a buscar el atatíd de madera, animada por la esperanza de
que las aguas lo hubieran arrojado en alguna parte de la ribera.
Después de larga btísqueda lo encontró en Biblos y se propuso
regresar. a casa con el sarcófago, pero el infortunio quiso que Set
la sorprendiera.
El hermano furibundo se abalanzó sobre el cadáver de
Osiris y lo descuartizó en catoJ,"ce trozos que diseminó a los cua­
tro vientos. Isis no se dio por vencida, recogió los pedazos del
cadáver y volvió a recomponer a su esposo parte por parte; sólo
le faltó el pene, pero a los dioses no les es necesario. Aun sin la
preciada parte, logró reconstruir ·a Osiris y este estuvo en condi­
ciones de engendrar a Ho�s.

173
Cómo Abidos se convirtió en lugar de peregrinación

Con esto comenzó para Abidos una gran época. Los reyes
de las dos primeras dinastías ya habían hecho construir allí tum­
bas duplicadas o simuladas. Abidos se convirtió en el centro del
culto osírico y en lugar de peregrinación, posición que conservó
a intervalos hasta tiempos tardíos...
Uno de estos intervalos coincidió con la reforma religiosa
monoteísta de Ecnatón. En el Imperio Medio también hubo en
el santuario del Nilo un prolongado período de receso. El rey
Sesostris Ill (1878-1841), conquistador de Nubia, encomendó a
su "príncipe heredero conde, maestro· del tesoro y 6nico amigo",
Ijemefert, la restauración del templo de Osiris en Abidos•.
Además, Ijemefert fue comisionado para erigir una nueva ima­
gen de Osiris con el oro que Sesostris le había quitado a Nubia.
Mientras el soberano seguía su marcha hacia el sur, su
"6nico amigo" se encargó de la realización de los trabajos y asu­
mió el cargo de sumo sacerdote.

Ramés 11 fn:nte a Osiris, Isis y su divinizado padre Scti l. Ramsés sostiene en


la izquierda el emblema simbólico de Máat, la verdad.

• Estela Berlín, NR 1204.

174
Mandó construir un trono para Osiris, una angarilla y una
barca de procesión de oro, plata, lapislázuli, bronce y maderas
nobles. Los sacerdotes que cada día debían cumplir el ritual fue­
ron renovados en su ministerio, el culto que al parecer había
caído en un letargo, volvió a revivir. En el templo de Abidos se
había enseñoreado entretanto otro culto, e ljernefert debió de­
rrotar primero "a los enemigos de Osiris" antes de poder poner
manos a la obra. Tuvo éxito en su empresa y entonces comenzó
a reinstaurar el culto de Osi�is en Abidos con gran magnificen­
cia.
600 años más tarde Ramsés 11 se enfrentó al mismo pro-:
blema. El también "encontró en Abidos los templos funerarios
del sagrado territorio de los reyes, de los antepasados y sus ce­
notafios* en vías de decadencia. Una parte de ellos estaban aún
en construcción, pero sin avanzar más allá de los cimientos, Íos
ladrillos todavía no habían sido apilados unos sobre otros. Lo
que había quedado de obra se había convertido de nuevo en poi-.
vo. Nadie terminó de construir ni se ajustó a los planos después
de que el amo voló al cielo".**
Ramsés 11 amaba Abidos y el distrito de Tinis. Lo destacó
expresamente en su inscripción de inauguración y ese fue tam­
bién el motivo por el cual continuó el proyecto del templo inicia­
do por su padre Seti, respetando al principio su estilo, y más tar­
de, según su peculiar preferencia personal. Posiblemente
aquella empresa le hizo perder las ganas de concluir su propio
templo funerario, que se estaba construyendo al mismo tiempo
al norte del templo paterno. El templo funerario de Ramsés, del
que no se ha conservado nada, era mucho más pequeño que el de
Seti y debió d� inducir a comparación.
Sin embargo, Ramsés no era hombre dispuesto a someter­
se a comparaciones. Por lo tanto, no hay sino dos explicaciones
respecto de la existencia en Abidos de un templo pequeño de
Ramsés junto a uno mucho más grande de Seti: Ramsés concluyó
el templo de Seti con tanta magnificencia porque lo amaba más
allá de toda medida o bien se inclinó a c-onsiderar como propio
el templo comenzado por su padre. La respuesta a este interro­
gante no es difícil. lA quién amaba Ramsés más que a sí mismo?

• Sepulcros simulados.

•• Inscripción de inauguración en Abidos.

175
Un templo como el horizonte celeste

Aun cuando Ramsés asumió los trabajos en el gran templo


de Abidos en vida de su padre, tal vez cuando le nombró corre­
gente, no pudo concluir la obra. Merenptah, su hijo y sucesor, la
continuó. El templo de Seti fue un proyecto gigantesco al que su
fundador proveyó de los correspondientes privilegios económi­
cos. Varios decretos adjudicaron a la administración del santua­
rio y a su cuerpo de sacerdotes terrenos, ganado y mano de obra,
sobre todo en Nubia. Los funcionarios del Estado que malversa­
ban la recaudación de los impuestos anuales de los latifundios
sagrados eran severamente castigados y debían resarcir las
pérdidas decuplicadas, y quien ponía trabas a los trabajadores
del templo se hacía pasible a no menos de cien palazos y cinco
heridas cruentas.
En tiempos posteriores, más y más donaciones acrecenta­
ron la rica situación financiera del templo de Abidos, en el que
se siguieron haciendo modificaciones arquitectónicas hasta bien
entrada la dinastía XXX. En tiempos de la dinastía XXII el fa­
raón Sheshonk 1 mandó confeccionar una nueva imagen del dios
Amón, la cual fue exhibida en Tebas y luego llevada en solemne
procesión a Abidos, donde se la dotó generosamente con tierras,
ganado y siervos. Durante la dinastía XXVI los reyes libios deja­
ron sus huellas allí. No fueron sino los ptolomeos y los romanos
quienes suspendieron las inversiones, aun cuando continuó la
práctica del culto de Osiris.
lQué aspecto tenía este templo? Un texto ramésida de
Abidos lo describe así:
"El brillo del templo deslumbra la vista como el hori­
zonte celeste. Las imágenes de los señores del distrito tinita
son de oro, las figuras de los dioses descansan en su lugar y
las barcas divinas están cargadas de piedras preciosas ... Aquí
hay también un palacio adornado con oro legítimo proceden­
te de los países extranjeros. Quien lo ve prorrumpe en excla­
maciones jubilosas y todos lo elogian como el más bello. En
su interior hay una escalera de centelleante tierra argentife­
ra. Sus descomunales puertas son de madera del Líbano, cu­
yo entrepaño anterior es dorado. y la parte posterior está
guarnecida de cobre. Los grandes pilones fueron construidos
con piedra caliza de Turra y los pasillos con granito. Su be­
lleza se aúna con la altura del cielo y se hermana con Ra en

176
el horizonte. Frente al templo hay un lago, tan grande como
un mar, claro como el lapislázuli.*
En su parte central todos los días crecen en gran abun­
dancia papiros, juncos y flores de loto. Bordean el lago árboles
que se unen con el cielo, tan altos son, y tan corpulentos como
los abetos de la montaña."
Las donaciones para el templo que no se limitaban a la
erección de un santuario, sino que debían servir ante todo a su
mantenimiento; eran grandes empresas económicas. Como ad­
ministradores de estas instituciones alarde de la riqueza y gene­
rosidad del faraón, Ramsés 11 nombró de preferencia a ex mili­
tares y rara vez a sacerdotes. Estos funcionarios recibían el
nombre de alcaldes y eran gente de prestigio. Amenemheb, al­
calde de un dominio religioso de Nubia de Ramsés 11, procedía
de la familia de su virrey. Ruru, alcalde mayor del templo de Se­
ti en Abidos, fue "escriba real e intendente de las tropas de ca­
ballos de Su Majestad". Un general retirado de nombre Inshefnu
fue designado alcalde más tarde y se le confirieron las institucio­
nes de Min en Ajmim y de Upuaut en Assiut.

Set, el dios predilecto de Ramsés II

Los faraones atribuyeron distinta importancia a los dioses


de Egipto. Bajo Ramsés 11, Set, un dios al que durante siglos se
le dio trato de madrastra, ·alcanzó un lugar preponderante. Con
bastante frecuencia, se compara a Ramsés con esta deidad. En
la estela de la boda de Abu Simbel se califica a sí mismo hijo .de
Set, �uando dice: "Yo sé que mi padre Set ha resuelto mi victo­
ria sobre todos los países y que me da fuerza tan grande como el
cic;lo y poder tan. extenso como la tierra." En el parte de Luxor
sobre Kadesh, Ramsés también es equiparado a Set, en cambio
en la versión de Abidos se lo compara con Mont y en el papiro
sobre Kadesh con Baal.
La explicación es sencilla: Set, el asesino de Osiris, mal
podía colocarse como modelo del faraón en un santuario dedica­
do a Osiris como lo era el templo de Seti en Abidos. Mont, el

• Todavía existe este lago.

177
dios de la guerra debió de parecerles más adecuado. En cambio,
Baal era el dios de la tormenta y de la fecundidad de los semitas,
y por lo tanto se identificaba con Set, el dios de la tormenta q�e
con el viento traía la lluvia y con la lluvia la fertilidad.
Seti, padre de Ramsés, cuyo nombre deriva de Set, colocó
una de sus tres divisiones bajo su patrocinio y el año 1 de su rei­
·nado partió para Palestina con las divisiones de Amón, Ra y Set.
En tiempos de la dinastía XVIII el ejército egipcio se componía
de las divisiones Amón, Ra y Ptah. Ramsés 11 combatió frente a
Kadesh de nuevo con la división de Ptah, menospreciada por Se­
ti, pero con una división adicional, la cuarta, que era la de Set.
Esto parece ser de particular importancia porque las divisiones
del ejército egipcio siempre recibían la denominación de la dei­
dad principal del reino.
El santuario más importante de Set estaba en Ombos,
donde hoy se levanta Bailas, en el Alto Egipto. Tutmosis 1 erigió
allí un templo a la deidad de cabeza de animal y Ramsés 11 lo so-·
metió a una radical restauración, más aún, convirtió a Ombos en
una provincia de administración autónoma. También construyó
otro templo a su dios favorito en la capital Ramsés, situado en la
parte sur de la ciudad, según la descripción del papiro Anastasi
11. En Matmar levantó un templo a Set con las piedras de un ex
templo de Atón y otro más en Sepermeru, en el Alto Egipto.
Ramsés 11, el soberano del país del Nilo y del "resto del
mundo", escogió a Set como dios favorito porque respondía a to­
das las conveniencias en el extranjero. Set, al igual de Baal, siem­
pre entraba en acción cuando los intereses egipcios transgredían
los límites del territorio propio. Podemos imaginar perfecta­
mente que los dioses vernáculos hubieran hecho oídos sordos si
el rey Ramsés les hubiese ido con quejas por las copiosas neva­
das. Estas cosas exóticas quedaban reservadas para Set.
En la estela de la boda de Abu Simbel, Ramsés implora la
protección del "señor de los países extranjeros" para una expedi­
ción egipcia que ha partido hacia el norte en busca de una prin­
cesa hitita a orillas del Nilo. "Su Majestad reflexionó", dice allí,
"y consultó a Su corazón; ¿qué les sucederá a los que envié al ex­
terior, los que partieron en una misión a Siria, en estos días de
lluvia y nieve que caen allí en invierno? Entonces ofreció a su pa­
dre Set un gran sacrificio y pronunció una oración" (Véase tam­
bién página 248).

178
Anat, la diosa de la guerra y del amor

Entre las diosas, Ramsés favoreció a la fenicia y cananea


Anat y no es de extrañar: Anat era la diosa del amor y el erotis­
mo, así como también una diosa de la guerra, asesina de hom­
bres. En Egipto fue prácticamente desconocida para los ramési­
das, pero User-maat-Re le edificó un templo en Per-Ramsés y
mandó que lo representaran con ella, tomados de la mano:
"Ramsés, amado de Anat, la soberana del cielo, la soberana de
los dioses de Ramsés." Anat fue para él el símbolo de su concep­
ción de la vida: sensualidad y depravación, falta de escrúpulos y
crueldad. Anat era el programa personificado de un hombre va­
nidoso y dado a los placeres, que no toleraba a su lado a ningún
competidor.
Ramsés fabricaba sus propios dioses. Aquellos a los cua­
les toleraba les asignaba el complemento "Dios de Ramsés", o
sea "Amón de Ramsés", "Ptah de Ramsés". Eran sus dioses aun­
que aparecieran en su forma tradicional. En cambio, Anat era
nueva y por eso sólo ya gozaba de preferencia. "Mi amado hijo"
reza en una estatua doble de granito, "yo soy tu madre, debido a .
tu excelencia. Te doy mi brazo..." Ramsés con cofia real y coro­
na Atef, las manos posadas sobre las rodillas es abrazado por
A�at, ataviada con una larga túnica transparente y la corona
Atef.
Que Ramsés aceptase voluntariamente como su madre a
la divina Anat tuvo, por supuesto, motivos racionales. La guerre­
ra diosa madre lo impresionó. Debía haberlo imbuido de su fuer­
za, por así decir, al amamantarlo. Y porque esta diosa dominaba
el Asia Anterior, él, Ramsés, también debía dominar esa región.

Corona del Corona del Doble corona Corona Atef Corona Kepresh.
Alto Egipto Bajo Egipto

179
Esto se hace particularmente patente en una estela que se en­
contraba en la calzada militar de Egipto a Asia Anterior.
Ramsés hace su ofrenda a Seth (Baal), cuya "hermana virgen"
era Anat. El texto que se ha conservado de forma fragmentaria
r((za: "Yo, Anat, te he dado a luz como Set. Tú te yergues como
becerro para proteger a Egipto. Masacrados han quedado los
enemigos por la llama del señor del heredero, Ramsés, amado
de Anat, la soberana del cielo."
Anat extendía su mano protectora sobre todo lo que tenía
relación con el faraón: por el contrario, los mortales comunes no
llegaban a tener contacto con su nombre ni con su culto. El pe­
rro de Ramsés 11 se llamaba "Anat protege" y el faraón lo lleva­
ba consigo a la batalla. Una de las presuntas cincuenta y una hi­
jas del faraón (pueden haber sido más) se llamaba Bent-Anta o
Batti Anat "hija de Anat" y era su predilecta. Ramsés la convir­
tió en "gran esposa real".
El culto a una deidad extranjera como el de Anat no sig­
nificaba degradación para los dioses locales. El doctor Rainer
Stadelmann, del Instituto arqueológico alemán de El Cairo, nos
da la siguiente explicación:
"De acuerdo con las i4eas de los egipcios, ciertas deida­
des poseían una capacidad de poder particularmente descollan-
� te en las regiones de las que eran oriundas: pensemos por ejem­
plo en Min, del desierto oriental, y en Wadi Hammamat, o en
Set, el señor del desierto y de los oasis. De ahí que al realizar ex­
pediciones, recabaran el apoyo de las respectivas deidades. En
consecuencia, a los egipcios debió de parecerles razonable que
en Asia Anterior las deidades vernáculas fueran las más podero­
sas y que el faraón no pudiera dominar dichos países sin su ayu­
da y cooperación*.

• Raincr Stadclmann: "Syrisch-Pilastincnsischc Gottbcitcn in Acgyptcn•, Lei­


den� 1967 (Deidades sirio-palestinas en Egipto).

180
Y Ramsés resolvió hacerse dios

A pesar de su número, Ramsés no se dio por satisfecho


con estos dioses. De todos modos, tomó relativamente tarde la
decisión de erigirse él también en dios. Fue alrededor de los cin­
cuenta y cinco años. Posiblemente resulte sorprendente, pues a
esta edad su desmesura en otras cosas ya empezaba a declinar.
Pero así era él: cuando había hecho realidad uno de sus proyec­
tos hipertróficos, ideaba enseguida otro nuevo, más descomunal.
Todos los faraones que se sentaron en el trono de Horus
se creyeron descendientes de los dioses, pero este anhelo piado­
so no llegó por regla general al punto de que debieran ofrecérse­
les de hecho humildes sacrificios. Pero Ramsés, el Grande, no se
conformaba con confesiones de labios para afuera. Quería expe­
rimentar en vida la sensación de ser adorado como Amón, Ra y
Ptah. No fue el primero ni el único faraón que celebró esta dei­
ficación de un mortal, pero sí el que la practicó de la manera más
sistemática.
Su deseo era que lo adorara no sólo el pueblo, sino que
quería hacerlo él también. Por lo tanto mandó colocar en los más
importantes santuarios del Alto y Bajo Egipto estatuas cuyos
rasgos fisonómicos reproducían los suyos sin lugar a duda, esta­
tuas que a través de su monumentalidad intentaban demostrar la
inmortalidad, las más grandes que jamás se erigieron en el país
del Nilo. Colosos, de la altura de torres, anunciaban su divini­
dad. Quien sabía leer, era ilustrado por inscripciones que se
veían de lejos: "Adoración al rey y al Ka del rey..."
En Abu Simbel, donde alrededor del año 35 de su reinado
el gran templo labrado en las rocas estaba próximo a su conclu­
sión, los escultores debieron retocar los relieves murales apenas
terminados, pues Su Majestad había cambiado sus disposicio­
nes. Aunque ya lucía en todos los muros, columnas y jambas,
Ramsés insistió en que su figura se incluyera una docena de ve­
ces más y ello en todas las escenas con dioses. Los escultores
ramésidas, acostumbrados a ciertas penas desde la conversión
de su nombre, realizaron verdaderas obras de arte del retoque.
En una escena de sacrificio en la segunda sala del templo rup�­
tre que mostraba originalmente al rey ofreciendo flores frente a
Amón y Mut, agregaron al Ramsés divinizado entre las dos dei­
dades. Para resultar más esbelta, la diosa Mut, en un principio
sedente, hubo de reproducirse de pie, y entonces el divino
Ramsés se pudo sentar. Pero en su febril laboriosidad él ar�ma
il81
olvidó quitar con su cincel las piernas que asomaban debajo del
banco. Hoy tres dioses tienen cuatro pares de extremidades in­
feriores. iQué humana se ha vuelto la obra de arte por esta omi­
sión!

Cuando Ramsés resolvió con­


vertirse en dios, los escultores
debieron hacerle un lugar entre
Amón y Mut, como en este re­
lieve de Abu Simbel. La diosa
sedente Mut quedó de pie para
dejar su lugar a Ramsés, pero
con la prisa olvidaron rebajarle
las piernas. Tres dioses se pre­
sentan hoy con cuatro pares de
piernas.

La escena retocada muestra cómo el rey Ramsés ofrece


flores al dios Ramsés, flanqueado por Amón y Mut. Más aún, el
dios Ramsés le habla al rey Ramsés (por falta de espacio los je­
roglíficos añadidos con posterioridad resultaron algo pe­
queños): "Yo te he dado toda la vida, la perpetuidad, el dominio
y la salud." En la escena con Amón e Isis que se corresponde con
esta en la misma sala ya no hubo espacio libre suficiente para es­
tos parlamentos divinos y la aclaración de la intención quedó re­
ducida a: "Yo te he dado... " Punto final.

182
El culto de Ramsés II divinizado dio curiosos frutos,
además de que ·el faraón se ofreciera sacrificios a sí mismo, el
dios. En el templo de Ramsés II adyacente a la puerta oriental
del templo de Karnak, Ramsés, el dios, era venerado como "el
único que escucha nuestros ruegos". Allí, ante la estatua del
dios, los devotos egipcios podían hacer sus preces y formular sus
peticiones que, a veces, el ser humano Ramsés atendía.
El rey, en actitud de ofrecer su ka, se convirtió en el nue­
vo motivo más utilizado de la escritura de relieves ramésidas.
Rey y dios son figuras confrontadas una a la otra. A veces, el dios
·Ramsés aparece con un disco solar y astas sobre la cabeza, otras
con una cabeza de halcón, adornada con una luna entera o una
media luna. Por todo el país se movilizaron cuadrillas de escul­
tores para documentar la nueva situación en forma iconográfica.
Cuando era posible el dios Ramsés era incluido en escenas ya
existentes con dioses, colocado a su lado o esculpido sobre ellos.
En caso contrario los artistas creaban escenas nuevas. En el tem­
plo de Wadi es-Sebua, agregaron la figura de Ramsés junto a las
de los dioses Nejbet, Tefnut y Onuris* como hijo y lo proveyeron
de una propia barca sagrada, el tabernáculo para su imagen di­
vina. La imagen de Ramsés como dios aparece en la misma línea, -
con Hator y Ptah, en el sancta sanctórum del templo de Gerf
Hussein. En el templo de Ed-Derr el rey divinizado está repre­
sentado en forma humana con corona Atef o el disco solar sobre
la cabeza.
Mientras que la divinidad de Ramsés fue reproducida do­
cenas de veces en el gran templo de Abu Simbel, en el pequeño
templo de Nefertari esto acontece una sola vez. En el muro nor­
te del sancta sanctorum aparece Ramsés haciéndose una ofren­
da a sí mismo y a su esposa favorita, Nefertari, igualmente divi­
nizada, y quien ya habría fallecido al crearse esta escena. Los
arqueólogos encontraron al faraón ofreciéndose flores a sí mis­
mo en el templo de Aksha, completamente destruido, y en el
último templo erigido por el rey dios en Nubia, que quedó. a mer­
ced de las aguas y el limo del Nilo.

• Nejbet era la diosa regional del Alto Egipto; Tefnut, la hermana de Shu, dios
del viento, era la imagen mítica de la luna, y Onuris era considerado el que sus­
tenta el cielo.

183
Fragmentos de la teomanía

En Luxor, donde Ramsés 11 erigió un patio propio con


pilón, dos obeliscos y seis estatuas monumentales de sí mismo,
cuatro sedentes y dos de pie, tropezamos hoy en el lado este del
acceso al templo con fragmentos de una de las dos esculturas
que lo muestran de pie y que ostenta una inscripción con el mis­
mo texto de las estatuas divinas del faraón en Abu Simbel. En
otra estatua sedente (se la encuentra en el patio del templo)
Ramsés es designado también como dios. ·'

Fuera del ya �endonado templo epónimo de Karnak, no


encontramos en este gran complejo ningún Ramsés repre­
sentado como dios. En el mismo muro de circunvalación del
templo, de dimensiones grandiosas, sólo aparece como oferente
frente a wAmón de Ramsésw, wAtón de Ramsés", "Ra de Ramsés"
y "Ptah de Ramsés". El faraón hace ofrenda además a su deifica­
do padre Seti l.
En su templo funerario en Tebas oeste podemos encon­
trar en cambio importantes testimonios de la teomanía ramési­
da. La estatua de Ramsés, de granito rojo, tenía una altura de
veinte metros y un peso de aproximadamente mil toneladas. Sus
fragmentos yacen aún hoy diseminados en el Rameseo, el templo
funerario del faraón. Esta escultura colosal era una imagen divi­
na de Ramsés transfigurado, de poca calidad artística pero
mágica irradiación.
La estatua ostentaba sobre el hombro derecho, debajo del
disco solar rodeado por dos ureos, el nombre divino "User­
maat-Re-Setepen-Re, Ra entre los soberanos" y sobre el hombro
izquierdo la denominación "Ramsés amado de Amón, Ra entre
los soberanos". El arqueólogo egipcio Labib Habachi, que inves­
tigó las huellas de la deificación del gran Ramsés, opina al res­
pecto: "No hay indicio alguno en el templo que confirme que es­
ta estatua fue adorada, pero en otros lugares fueron veneradas
estatuas con los mismos nombres y una figura de esta magnitud
debió de ser admirada y probablemente adorada también por los
egipcios"•.

• Labib Habachi: Features of the Deification of Ramesses 11. Disertaciones del


Instituto arqueológico alemán de El Cairo, Glückstadt, 1969.

184
En los museos alemanes también pueden encontrarse re­
presentaciones en las cuales Ramsés II se adora a sí mismo. La
Colección Estatal de Arte Egipcio de Munich muestra la estela
del visir Rahotep, de un metro de altura, una placa de piedra ca­
liza que procede presumiblemente de la ciudad Ramsés. Una
banda horizontal la divide por la mitad. En la parte inferior Ra­
hotep está de hinojos, ora con la diestra en alto y alaba a
"Ramsés, el gran dios, que escucha los ruegos de la gente".
Ramsés es nombrado dos veces "el gran dios" en esta loa.
La representación de la mitad superior de esta estela pro- .
vaca un ligero estremecimiento. Se enfrentan en ella dos
Ramsés: a la derecha el faraón, con la corona azul debajo de un
disco solar rodeado por un ureo, a la izquierda el dios erguido
sobre un pedestal como estatua colosal. El rey Ramsés of. rece a
Ramsés dios un recipiente de vino y otro de incienso. Sobre una
mesa, ante el faraón, aparecen otros recipientes votivos, pomos
de bálsamo o incienso y palmas. La aclaración de lo que hace
aquí Ramsés en su beneficio está tan dañada que sólo se ha con­
servado la palabra "haciendo ..." .

En calidad de dios, Ramsés luce la doble corona y un ta­


parrabo y sostiene en la mano un bastón de sello. A diferencia de
su representación humana, la divina es anticuada, sin perspecti­
va, y muestra los dos hombros, según la iconografía tradicional.
El dios Ramsés aparece frente a un pilar dorsal como los que se
encuentran a menudo en las estatuas antiguas, sobre el cual hay
grabados orejas de exagerado tamaño, signo de la buena dispo­
sición del dios Ramsés para escuchar los ruegos del faraón
Ramsés. De hecho, a Ramsés no debió de costarle gran esfuerzo
satisfacer sus propios ruegos.
Toda una colección de estelas similares en las que Ramsés
se adora a sí mismo ha llegado a través del comercio del arte al
Museo Roemer-Pelizaus de Hildesheim. A principios de este si­
glo, Wilhelm Pelizaus, fundador del Museo Egipcio, adquirió al
anticuario Maurice Nahman sesenta y nueve estelas y pequeños
hallazgos. Al parecer las piezas procedían de Horbet, pero hoy
es un hecho comprobado que las estelas de caliza fueron halla­
das en el Delta del Nilo y proceden de Ramsés City. Todas mues­
tran a Ramsés en adoración de sí mismo.

185
Plata para Mosi, el escriba del ejército

La pieza más interesante de esta colección es un bloque


de piedra parecido a la estela de Rahotep de Munich, aunque de
menores dimensiones, que representa a Mosi, el escriba del
ejército. Esta lápida también está dividida en dos partes. A la iz­
quierda de la superior vemos al "Señor de los dos países User­
maat-Re-Setepen-Re, Ramsés, amado de Amón", el que ofrece
el símbolo de Maat a "Ptah, señor de la justicia, rey de los dos
países, el que escucha los ruegos." A la derecha aparece el fa­
raón Ramsés, con la mano izquierda posada sobre un grueso
cojín, asomado a la ventana de la aparición, y "el rey en persona
da al oficial del ejército Mosi, que se contenta con lo que viene
de Su boca, plata y todas las bellas cosas de palacio".
En la parte inferior de la estela Mosi se desarrolla ante
nuestros ojos un espectáculo turbulento: una horda de soldados
se apiña detrás de Mosi, el escriba del ejército. Elevan los bra­
zos para apoderarse de alguno de los regalos que Ramsés, des­
de un plano más alto, arroja al pueblo. Uno vuelve la espalda al
faraón para recoger las fruslerías que han caído al suelo (mejor
un pájaro en mano que ciento volando). Ramsés aparece en po­
se de bienhechor, detrás de una monumental imagen divina de sí
mismo que ostenta el nombre: "Ramsés, amado de Amón, Ra en­
tre los soberanos."
Presumiblemente, este ídolo ramésida estuvo antaño en el
patio de las columnas o frente a la entrada del templo de Ramsés
City. Revela que a Ramsés 11 le agradaba ser celebrado en per­
sona frente a su propia imagen. Labib Habachi comenta: "Según
se deduce de la secuencia de las escenas de la estela, el rey co­
menzó la fiesta para Mosi y el ejército con un sacrificio del sig­
no Maat para Ptah, seguidamente se asomó a la ventana de la
aparición para distinguir a Mosi (tal vez en prese�cia de algunos
altos funcionarios) y por último se presentó junto a la estatua
que lo muestra como 'Ra entre los soberanos' para distribuir de ·

nuevo regalos entre Mosi y el ejército."


Ramsés 11 se solazaba en la fama de la divinidad que él
mismo se había conferido. El, el faraón soldado, orgulloso aún
del bajo origen de sus antepasados al tiempo de entrar a reinar,
al que la suerte perseguía, él, que nunca parecía haber cometido
yerros, cuya presunción creció hasta extremos insoportables, no
podía remediarlo, necesitaba declararse dios. En la convicción
de ser más grande, más importante y más digno ·de adoración

186
que cualquier semejante anterior a él, Ramsés hizo que este cul�
to se practicara con más pompa de lo que fue habitual entre
· ·

otros faraones.

En la estela de Mosi el faraón Ramsés aparece detrás de su propia imagen


divina (izquierda, abajo) y recibe las alabanzas de su pueblo (Museo
' Roemer-Peliziius, Hildesheim).

187
En la historia egipcia ya habían sido venerados en vida co­
mo dioses otros diez reyes y reinas. El primero fue el fundador
de la IV dinastía, el rey Snefru, cuyo culto se celebró hasta la di­
nastía XVIII. En el Imperio medio se tributaron honras de dio­
ses a tres faraones vivos: el primero Mentuhotep, que eligió co-.
mo capital a Tebas, Sesostris III, el conquistador de Nubia, y
Amenemhet III, cuyas preferencias fueron para la región de Faj­
jum. Durante las dinastías XVIII, XIX y XX los egipcios adora­
ron a Amenofis I y a su madre Ahmes Nefertari, a Ramsés 1, a
Seti 1, a Ramsés II y a Nefertari, su esposa favorita.
También merecieron veneración divina junto a estas figu­
ras de soberanos algunos individuos del pueblo en virtud de ha­
berse destacado por sus logros extraordinarios. Uno de ellos fue
el sabio Imhotep. Arquitectó y visir del faraón Djoser, fue ado­
rado en Menfis como dios de la medicina por sus curas milagro­
sas; otros, el muy apreciado Kagemni, visir del rey Teti (VI di­
nastía); el gran guerrero e importante administrador de
Elefantina, Pepinajt (dinastía XI) o lsi, el gobernador de Edfu.
A partir de allí hasta la época ramésida sólo se tributaron hon­
ras divinas a un mortal común, que fue el escriba Amenofis, hijo
de Hapu, súbdito de Amenofis 111.
El hecho de que mortales comunes anteriores a Ramsés 11
lograran alcanzar el status divino fue para User-maat-Re un ver­
dadero desafío. ¿cómo podía él, el todopoderoso, probar su om­
nipotencia sino a través de monumentales edificios y estatuas?
Sus colosos, de Menfis, Ramsés City, Tebas Este, Tebas Oeste y
Abu Simbel, en parte informes, son expresión de este afán de no­
toriedad, grosera demostración de querer ser más grande, más
importante, más divino. Cuando pronunció oraciones en público
para su difunto padre Seti 1 y para su abuelo Ramsés 1, no lo hi­
zo por humildad ante sus antepasados, sino para justificar su
propia divinidad. El abuelo también había sido dios.

Ramsés y su divino progenitor

Cuando Ramsés, el deificado, hablaba con un dios, el


diálogo sonaba como el que sostenía con sus iguales, sin viso al­
guno de sumisión, como estamos acostumbrados a advertir en

188
Ecnatón. Por el contrario, Ramsés no dejaba pasar ninguna
oportunidad sin hacer ostentación de su grandeza y de sus ha­
zañas. "Yo soy quien le hace bien a tu corazón una y otra vez,
cuando soy el único señor, como lo fuiste tú, para conducir los
asuntos del país." Así le habla Ramsés a Ptah en la estela de Abu
Simbel, cuyo texto, con algunas variantes para adornarlo, fue
adoptado más tarde por Ramsés 111 para la inscripción del pilón
de Medinet Habu. Incluso para una personalidad de soberano
como Ramsés 111, a quien los egiptólogos están dispuestos a con­
ceder hoy el apelativo de "Grande", User-maat-Re fue un mod�­
lo.
El "Decreto del dios Ptah para el rey" inscrito en la estela
de Abu Simbel, evidencia la relación de Ramsés con su padre
Ptah. Este dios de la ciudad de Menfis, a quien representan con
figura humana, vestido como momia y con el cráneo aplanado,
era el dios creador, hacedor del universo por el poder de su pa­
labra. Ramsés veía en Ptah a su progenitor y educador, al cau­
sante de todos sus triunfos, que se representaban como una re­
lación mutua entre el dios Ptah y el dios Ramsés. Pero en un
examen más minucioso del texto de la lápida, llama la atención
que en el diálogo de los dos dioses Ptah no escatima distinciones
y títulos para Ramsés, en tanto este sólo hace referencia a sus lo­
gros para con su progenitor.
La representación de la estela de Abu Simbel muestra a
Ramsés 11 masacrando a sirios y negros frente al dios Ptah. Este
le dice a Ramsés: "Yo soy tu padre, el que te ha engendrado co­
mo dios para que seas rey del Alto y Bajo Egipto en mi trono. Te
encomiendo los países que he creado. Sus grandes te traerán sus
tributos y vendrán a ti con sus dádivas, porque tu poder es in­
menso. Los países extranjeros yacen reunidos bajo tus plantas,
escuchan tu ka por toda la eternidad y siempre te erguirás sobre
ellos."
La inscripción que lleva la fecha del día 13 del primer mes
de invierno del año 35 comienza con un discurso de Ptah "a su hi­
jo, amado por él, .su primogénito, el dios divino, el príncipe de
los dioses, rey Ramsés". Ptah confirma en ella su paternidad. Di­
ce haber engendrado a Ramsés y confiado su crianza a las sacer­
dotisas del templo. Los mismos dioses de Egipto habrían queda­
do prendados de la belleza del niño. Dice Ptah:
"Cuando te contemplo, mi corazón se regocija y te recibo
en dorado abrazo. Te envuelvo en vida, perennidad y dicha, te
concedo salud y gozo, te agracio con júbilo, arrobo, regocijo,
placer y alegría. Hago divino tu corazón como el mío... Tu co- ·

189
razón debe ser prudente y sus sentencias acertadas y no debe ha­
ber lo que tú no sepas. Te he entronizado como rey de la eterni­
dad y soberano perpetuo y te confiero mi divino ministerio, para
que domines como rey a los dos países del Alto y Bajo Egipto."
Seguidamente, Ptah pasa a referirse a lo cotidiano, a las
casas de víveres que Ramsés construyó en todo el territorio, a los
artistas, capaces de "realizar maravillas" y a los príncipes extran­
jeros que envían a sus hijos a la corte de Ramsés 11 a fin de brin­
darles la mejor educación. Ptah dice verbalmente:
"Los grandes de cada país te regalan a sus hijos. Los enco­
miendo a tu f"llosa espada, para que hagas con ellos lo que quie­
ras, rey Ramsés. Pongo en cada corazón respeto y en cada cuer­
po amor hacia ti. Hago que en todo país extranjero te teman y el
miedo que inspiras cunda veloz por las montañas. Los grandes
tiemblan con sólo pensar en ti. Vienen a ti con un solo clamor,
para implorar tu gracia. Das vida a quien tú quieres y matas
cuando te viene en gana... Mira, el trono de cada país está bajo
tu bastón. Hago que te sea concedido todo lo delicioso y te
ofrenden bellos cantos de alabanza."
Para concluir, Ptah promete a Ramsés "magníficos prodi­
gios": el cielo temblará, las montañas se conmoverán cuando
sólo sea pronunciado el nombre de Ramsés: "Tu nombre será
poderoso y magnífico por toda la eternidad."
Por último, toma la palabra Ramsés, el divino rey. Hace
acopio de largos homenajes para Ptah y considera haber hecho
honor a la educación del dios creador. De hecho, el discurso de
Ramsés 11 no es sino una autoalabanza. Dice así:
"Yo soy tu hijo, el que sentaste en el trono para transferir­
me tu poder real. Me formaste según tu apariencia y tu figura y
me traspasaste lo que has creado. Yo soy quien hará bien a tu co­
razón una y otra vez. Tú creaste a Egipto de nuevo, pero yo lo
haré otra vez y conformaré los dioses que han nacido de tu cuer­
po según su color y su forma. He proveído a Egipto según tus de­
seos y edifiqué templos en él. Amplié tu casa en Menf'IS, de mo­
do que está fundada en eterno trabajo con magníficos edificios
de piedras, incrustados de oro y piedras preciosas auténticas.
Cerré tu patio anterior del norte, frente al tuyo, con un espléndi­
do pilón. Sus puertas son como el horizonte del cielo y hacen que
los extranjeros te adoren. Hice tu digno templo dentro de las
murallas divinas. Fuiste modelado como estatua dentro de la ca­
pilla secreta, sedente sobre un gran trono. Procuré sacerdotes,
profetas, esclavos, campos y rebaños para tu divina imagen y la
complací a través de sacrificios y centenas de miles de cosas bue-

190

nas. Celebré una gran fiesta de aniversario y fuiste tú quien me
lo encomendó.
"Dejé ver a cada país la belleza de mis obras. Imprimí tu
nombre á los hombres, a los nueve pueblos de arqueros y a toda
la tierra. Te pertenecen por toda la eternidad, pues yo, tu hijo,
lo he ordenado, yo, el señor de dioses y hombres, el soberano
que celebra aniversarios como tú, yo, el portador de los dos sis­
tros, hijo de la corona blanca, heredero de la corona roja, dueño
de los dos países en paz, yo, rey Ramsés."

Duchas frías para los sacerdotes

El faraón era la autoridad suprema en el culto de los dio­


ses. Solamente él erigía inscripciones, estelas y esculturas de
dioses, o un alto funcionario o sumo sacerdote a quien él hubie­
ra autorizado. Por esta razón, y a pesar del poder ejercido, los
servidores del templo permanecieron en gran parte en el anoni­
mato y no salieron de él sino cuando un decreto del rey les con­
fió cometidos que estaban reservados en realidad al faraón.
Ningún ser humano sabrá jamás cómo se llamaba el sacer­
dote que descubrió en los archivos del templo de Ptah, en Men­
fis, un papiro medio desintegrado, de importante contenido mi­
tológico. Cuando este texto fue grabado en piedra por su
significación, llevó el nombre del faraón. Y ni siquiera los decre­
tos que otorgaban algún derecho a los sacerdotes (por ejemplo
el controvertible decreto del rey Djoser para los sacerdotes del
templo de Chnum en la isla Elefantina) citaban nombre alguno.
La religión era estatal, el culto estaba en manos de la igle­
sia nacional, la cabeza suprema del Estado y la Iglesia se auna­
ban en la persona del faraón. Los hombres que ejercían el sacer­
docio no sólo eran hombres de fe, sino también de ciencia y del
arte. Gozaban del status de profesores y tenían a su cargo la ins­
trucción de los escribas que reclutaba el aparato burocrático del
Estado. Asimismo, eran maestros de la clase superior opulenta y
ávida de cultivarse, de cuyas filas provenían los altos militares y
servidores del Estado.
Su solo aspecto exterior imponía temor. En las esferas
culturales mesopotámica y egea los sacerdotes se mostraban en

191
aquel tiempo con apacibles cabelleras sueltas al viento y luengas
barbas. En cambio, los servidores de los templos egipcios
cumplían sus funciones con las cabezas rapadas. "Los sacerdotes ·

se rasuran el cuerpo entero cada tres días" señala Herodoto, y


también nos da la razón: "para que no aniden en ellos piojos ni
otras alimañas mientras sirven a los dioses". Su manía por la pul­
critud llegaba al extremo de bañarse tres veces durante el día y
dos veces por la noche... naturalmente con agua fría. A modo de
vestimenta usaban una indumentaria de lino bien determinada,
sandalias trenzadas, y en ocasiones altamente oficiales, cubrían
su cuerpo desnudo con una piel de pantera. .r

Quien lograba llegar al sacerdocio y gozar de su8 dignida­


des gracias a un padre acaudalado o una inteligencia superior al
término medio, tenía asegurada la existencia. Las prebendas le
permitían llevar una vida regalada, había pocos preceptos de
ayuno y nada de vedas, excepción hecha de la prohibición de co­
mer pescado y legumbres. " ... no toleran siquiera su vista, porque
creen que las legumbres son algo impuro"*.
Por lo demás, los calvos no carecían de nada. Diariamen­
te disfrutaban de una opípara comida con carne de vaca o de
ganso, pan fresco sagrado y vino en la medida que lo toleraran...
un sueño para el mortal com6n. A la manera de nuestros monas­
terios, cada templo albergaba una cantidad más o menos nume­
rosa de sacerdotes, subordinados a la autoridad de un sumo sa­
cerdote. Los religiosos egipcios no conocían el celibato, pero,
segiín aseguraba Herodoto, los egipcios no practicaban relacio­
nes sexuales en los templos. No nos dice, sin embargo, dónde lo
hacían los sacerdotes.
La función sacerdotal abarcaba, además de la actividad
didáctica y la pronosticación, la realización de los sacrificios, en
lo que los egipcios extremaban su meticulosidad. Las víctimas
debían llevar estampado el sello de examen de un experto, de lo
contrario no podían ser presentadas. Herodoto asevera· que
quien sacrificaba un animal no inspeccionado se exponía a la pe-
·

na capital.
Antes de expedir el certificado correspondiente, el calvo
revisaba minuciosamente la piel del animal. Si encontraba un so­
lo pelo negro, el toro era desechado por impuro. Después de es­
ta prueba de aptitud, el dictaminador le examinaba la lengua en
busca de características particulares. Por añadidura, los pelos
de la cola debían crecer en la "dirección natural".

• Herodoto, Historias, t. 11, cap. 37.

192
Seti, el padre de Ramsés II, mandó erigir para sí la tumba faraónica más suntuo­
sa. Este relieve lo muestra j unto con el dios Anubis, maestro de ceremonias del
culto a los muertos.
Rams6s 11 hizo reproducir a Nefertari, su esposa favorita, bien en estatuas colo­
sales, bien en miniatura. En la gran Sala Hip6stila del Templo de Kamak la ima­
gen de Nefertari llega a la rodilla de la de su esposo.
\

Arriba izquierda: La placá de caliza del Louvre muestra al niño Ramsés en pos­
tura típicamente infantil, con el índice en la boca. Arriba derecha: Relieve de ta­
maño natural del templo de Abidos muestra al príncipe heredero Ramsés como
un hombre valeroso y emprendedor que tiene asido al toro por la cola. Abajo:
Ramsés construyó en Abu Simbel un templo para Nefertari en cuya fachada la
hizo reproducir en estatuas de diez metros de altura.

1'.
Arriba: Ramsés mata a sus enemigos. Este relieve idealizado en piedra caliza del
Museo Egipcio de El Cairo muestra al rey en la pose en la que gustaba verse de
preferencia: la del valiente guerrero. Abajo: Nefertari, una mujer de extraordi­
naria belleza a quien Ramsés amó mucho, aun cuando repartió sus favores en­
tre infinidad de mujeres. Mandó labrar para ella un sepulcro grandioso en la
piedra, en el Valle de las Reinas. Los muros del mismo ostentan "las más bellas"
escenas pintadas a tamafto sobrenatural.
Arriba: Siempce que Ramsés encontraba un lugar adecuado, levantaba en él un
templo. Esta esfinge bañada por las aguas del Nilo pertenece al templo rupestre
de Uadi es-Sebua. Abajo: Una estatua curiosa: Ramsés de rodillas, hac;e su
ofrenda a los dioses. Tiene una longitud de 7Scm. y fue hallada en 1904 en un es­
condite del templo de Karnak.
Esta cabeza de Ramsés 11 de dos metros de altura formaba parte de uno de los
colosos que Ramsés mandó erigir en Tebas. El mayor de ellos medía veinte me­
tro¡; de altura y pesaba 1000 toneladas. Estas figuras monumentales debían de
sugerir al pueblo el carácter sobrehumano de sus soberanos.
Ramsés no solo construyó en demasía, sino también sin estilo. Arriba, a la iz­
quierda, un absurdo arquitectónico en el templo de Luxor. No le molestaron las
dos columnas que se interponen mutuamente en el camino. Arriba, a la derecha.
Todavía hoy constituye un enigma que el más grande faraón egipcio tuviera sólo
una de las tumbas más miserables. Abajo: el Rameseo, templo funerario del rey
en Tebas Oeste.
Concluida la presa de Assuán los templos de Abu Simbel debieron ser aserra­
dos en bloques de piedra de 20 a ;30 toneladas, trasladados y reconstruidos en
otro lugar, a 64 metros de altura. Las sierras no se detuvieron siquiera ante la
cabeza de Ramsés 11.
Sala de los pilares del templo de Abu Simbel. Ramsés convertido en Osiris, de
una altura de nueve metros, flanquea la entrada al santuario del templo. Las
ocho estatuas sostienen en las manos los símbolos del poder, el cayado y el láti­
go. En las estatuas de la izquierda, Ramsés lleva la corona blanca del Alto Egip­
to y en las de la derecha, la doble corona de Heliópolis.
Como prueba de su valentía los soldados egipcios volvían a su país con las ma­
nos cortadas de sus enemigos. Cuando degeneraron en el vicio de cercenar! es las
manos a las mujeres, las autoridades militares dispusieron que en adelante la
única prueba de valentía la constituirían los penes cortados. En el relieve de Me­
dinet Habu se reconoce una gran cantidad de estos trofeos.
Ramsés III, quien iiltent6 copiar en lodo a Ramsés 11, erigió en el templo de
Kamak una réplica de la sala de columnas osíricas de Abu Simbel.
Arriba: cabeza idealizada de Ramsés 11, de su sarcófago en el Museo Egipcio de
El Cairo. Abajo: aspecto de Ramsés en su muerte. La momia del más grande· fa­
raón egipcio muestra a un anciano, de nariz aguilefta, pómulos salientes y cabe­
llo curiosamente rubio. Restos de nicotina hacen suponer que Ramsés debió de
ser un mascador de tabaco o bien un asiduo fumador.
Cuando la bestia había pasado por esta� pruebas se inicia­
ba un macabro ceremonial. El toro escogido era conducido ante
el altar del templo donde ya ardía el fuego del holocausto. Un
sacerdote derramaba vino sobre él mientras profería oraciones
al cielo en voz alta y con las palmas levantadas; otro sacerdote le
clavaba una lanza en el corazón que lo hacia caer al suelo con un
estremecimiento, luego le cercenaban la cabeza y otros comen­
zaban a desollado.
Sobre la cabeza del toro se expresaban mile�. de maldicio­
nes. Todo infortunio que amenazara a los oferentes .del sacrifi­
cio o al país debía caer sobre aquella cabeza. A continuación la
testa maldita era arrojada al Nilo. Si había algún mercado en la
vecindad, donde también hicieran sus compras los extranjeros,
trataban de venderles a estos o a ignorantes "obreros de paso" la
menospreciada 'pieza.
La ceremonia del sacrificio comprendía el ayuno. Una vez
vaciada la cavidad abdominal de la víctima, el sacerdote volvía a
colocar en ella las entrañas y la grasa, pero separaba el coxis, los
muslos, los omóplatos y el cuello para exponerlos al fuego.
El tronco del animal se rellenaba con panes puros, miel,
pasas de uva, higos, incienso, mirra y otras sustancias para sahu­
mar. Todo se asaba a fuego lento, rociado constantemente con
aceite. Por último, los sacerdotes y los oferentes comían lo que
las llamas dejaban.

Los ministerios del señor Bekenjons

Los hombres más importantes en la teocracia ramésida


eran, además del faraón, los sumos sacerdotes y pontífices de los
distintos centros religiosos del país. El sumo sacerdote Beken­
jon:s, que erigió varios edificios en el complejo s-agrado de Kar­
nak, vivió bajo los reyes Seti 1 y Ramsés 11 y tenía aproximada­
mente la edad de este. Su carrera está reproducida en un
cubilete de dados expuesto en el Museo Egipcio de Munich y
representa por cierto el objeto más importante .de esta colec­
ción: un hombre de-aspecto joven, con las piernas cubiertas por
una larga túnica, los brazos cruzados sobre el pecho y las rodi­
llas recogidas, una peculiar forma de estatua, en boga a partir

193
del Imperio Medio. La cara anterior de este cubilete, la placa
posterior y las caras exteriores del zócalo escalonado están cu­
biertos de jeroglíficos que enumeran todos los cargos que invis-
tió Bekenjons desde su infancia. .
"Durante cuatro años fui un párvulo primoroso", reza allí,
"y durante once años un muchachito prudente. Fui intendente de ·

las caballerizas de cría del rey Seti l. Durante cuatro años fui sa­
cerdote de Amón, padre divino de Amón durante tres años, pro­
feta de Amón durante quince años y segundo profeta de Amón
durante doce años. El* me elogió y reconoció mi superioridad,
por eso permitió que fuera primer profeta de Amón durante
veintisiete años. Fui un gran arquitecto en Tebas para el hijo de
Amón, que nació de su cuerpo, para el rey Ramsés 11.
Hice bien en la casa de Amón y fui arquitecto para mi
señor. Construi el templo de Ramsés en la puerta superior de la
casa de Amón** y erigí en él obeliscos de granito que, en su be­
lleza, alcanzaron hasta el cielo, y frente a él, un muro de piedra
en torno al huerto de vides y árboles. Mandé confeccionar gigan­
tescas puertas de oro y enclavar grandes, imponentes mástiles en
el patio anterior del templo. Confeccioné grandes barcas para
las procesiones de Amón, Mut y Chons por el Nilo."
Bekenjons concluye su rendición de cuentas con una peti­
ción a los profetas, padres divinos y sacerdotes del templo de
Amón:
"Poned ramos de flores a los pies de mi estatua y asperjad­
las con agua, pues yo soy un servidor que es útil a su señor, ca­
paz de guardar silencio, fiel testigo en el derecho, amante de la
verdad, que aborrece la mentira, que hace grande y conocido a
su dios, el primer profeta de Amón, Bekenjons."
La estatua sedente de Bekenjons lleva la firma del escultor
francés J. Rifaud, que desenterró la obra de arte en 1818 por
cuenta y orden del cónsul francés Drovetti. Drovetti, uno de los
fenómenos más cambiantes del escenario arqueológico, llevó a
Francia valores incalculables y sus métodos no siempre fueron
los más delicados. Era un hombre sencillo, muy aficionado a la
arqueología, perodemasiado testarudo y excesivo en su celo. Su
porfía le costó esa fama de descubridor que le llevó cosechar to­
da una vida de esfuerzos.

• Alude a Ramsés 11.

•• En Karnak.

194

..• :
En el año1817 Drovetti organizó una expedición cuya me­
ta era descubrir la cámara real de la pirámide de Kefrén, hasta
entonces perdida. Ya había sido hallada: la cámara real de la
pirámide de Keops, aunque vacía y saqueada, como es lógico su­
poner, y en consecuencia su curiosidad por saber si encontrarían
intacto el sepulcro de Kefrén fue tanto mayor. En el lugar se die­
ron cita eruditos franceses, se contrataron cuadrillas auxiliares
de trabajadores, se levantaron tiendas... pero de pronto la em­
presa hubo de abandonarse, porque Drovetti no logró ponerse
de acuerdo con los eruditos en cuanto a su dirección.
Después, Giovanni Belzoni aprovechó en su beneficio es-
.. ta querella. Era un hombre que Drovetti había considerado su
enemigo mortal durante su vida en Egipto, porque siempre se le
atravesaba en sus oscuros negocios de excavador. Este inglés por
adopción, nacido en suelo itálico, invirtió sus últimas disponibi­
lidades en dinero, doscientas libras, y con la ayuda de ochenta
árabes, a los que dio un jornal de una piastra (cuatro peniques),
removió todos los bloques, así como los cimientos de la pirámi­
de de Kefrén, hasta que el18 de febrero de1818 descubrió el ac­
ceso a la cámara en el basamento del lado oriental. El hecho de
que la cámara real, en la que puso pie treinta días más tarde, hu­
biera sido saqueada mil años antes por los árabes no pudo em­
pequeñecer la fama de Belzoni: aún hoy la cámara real de la
pirámide de Kefrén se conoce con el nombre de cámara Belzo­
ni. Entretanto, Drovetti quedó ignorado fuera de las fronteras
de Francia. Uno de sus mayores logros fue por cierto desente­
rrar la estatua de Bekenjons.

El nepotismo de los sumos sacerdotes

Como admite el propio Bekenjons, fue un buen padre pa­


ra sus subordinados y también se preocupó por sus descendien­
tes. Esto no era corriente. Por lo general, a los sumos sacerdotes
no les interesaban más que los miembros de su propia familia.
Uno no se hacía sumo sacerdote, sino que lo era de nacimiento.
Una doble estatua de granito, procedente de Abidos, que repre­
senta al sumo sacerdote Meri y a su hijo Venofer, está sembrada
de jeroglíficos, y más de veinte nombres dan una visión de las re-

195
laciones faoíiliares de ambos. Meri fue primer sumo sacerdote
. de Abidos bajo Seti I, Venofer invistió dicho cargo bajo Ramsés
11. Meri convivió con una mujer llamada Maiany, en tanto la de
Venofer se llamaba Tiy y tuvo con ella cinco hijos varones y cin­
co hijas mujeres. La genealogía de la familia de los sumos sacer­
dotes de Abidos se puede remontar hasta Hat, padre de Meri.
Venofer fue hijo de Meri; Hori, hijo de Venofer, fue tesorero de
Ramsés, su hijo Juju fue sumo sacerdote y el hijo de este, Veno­
fer 11, llegó a ser sumo sacerdote de Isis a fines de la dinastía
XIX.
Venofer invistió el cargo de sumo sacerdote por lo menos
hasta el año 42 del reinado de Ramsés 11. En todo caso, una es­
tela erigida en Abidos cita dicho año. Prueba también que "el
primer profeta de Osiris" supo distribuir entre sus parientes y
amigos altos puestos estatales.
El texto de la lápida nombra a su hermano Parahotep co­
mo visir y alcalde de Tebas, a su hermano Minmosis como sumo
sacerdote de Onuris y a su suegro Keni como intendénte de los
graneros del Alto y Bajo Egipto: nepotismo en el siglo XIII a.C.
Si estudiamos con mayor detenimiento los diversos cargos
y dignidades de este hombre, advertiremos cuán inmenso era el
poder de un sumo sacerdoi:e como Venofer, quien se daba sen­
cillamente el título de "Jefe de los profetas de todos los dioses de
Abidos". Esto significa que tenía la supervisión sobre todos los
"profetas" (sacerdotes) de todos los templos de Abidos. Como
"alcalde de Osiris" Venofer era el máximo funcionario encarga­
do de las posesiones del templo, es decir: señor feudal, mayor­
domo, prefecto, recaudador de réditos y administrador de bie­
nes. "Ramsés estableció", así leemos en la dedicatoria del gran
templo de Abidos, "la necesidad fija en campos, hombres y gana­
dos. Nombró sacerdotes para sus servicios y un profeta para ofi­
ciar de ·portador de la imagen divina. Asimismo, los grandes bie­
nes del Alto y Bajo Egipto estaban subordinados al alcalde".
Su posición en el Alto y Bajo Egipto evidencia que la po­
sesión de tierras no se componía de unos modestos campos. Ve­
nofer debió de pasarse la mitad del año trasladándose de un lu­
gar a otro en cumplimiento de su (unción oficial. Parece casi
increíble que desempeñara otro ministerio, a saber, el de sacer­
dote de Sem en la casa de Sokar. Esta función le imponía el ser­
vicio religioso ordinario en la capilla de Sokar del templo de
Osiris en Abidos.
Es, pues, comprensible que delegara en sus hijos algunos
de sus cometidos para aliviarse. Además de Juju, su sucesor de-

196
signado, Venofer instituyó como segundo profeta de Osiris a su
hijo Siese y a un tercer vástago como sacerdote lector. De este
modo la familia quedó bien provista. Pero también colocó en los
más altos cargos a otros parientes.

Izquierda: el primer profeta de Osiris, Venofer (Louvre,


París). Derecha: Ra�sés 11 como sacerdote con las insignias
de Mont, dios de la guerra, y su concubina Rattany (Museo
Egipcio, El Cairo).

197
Bajo Seti 1, su hermano Nibamón ya era visir de Menfis, su
otro hermano, Parahotep, también llegó a visir, y un tercero,
Minmosis, fue pontffice de Onuris en Tinis, capital de distrito.
Aun cuando se nombra a los tres como tthermanos11, debemos su­
poner que no lo eran de sangre, sino tal vez sobrinos o primos.
Sea cc'{Do fuere los acomodó.
El egiptólogo Hermann Kees escribió un trabajo sobre los
sacerdotes del Nuevo Imperio y dice respecto de las relaciones
de parentesco de Venofer: ttLa exactitud genealógica de estos
datos puede ser bastante dudosa. Con seguridad, la familia se
apoyaba en las relaciones con los más altos dignatarios y a su in�
fluencia debía lo afirmado en la principal estela de su famoso
santuario.*"

Carrera detrás de los muros del templo

Lamentablemente, la tumba de Minmosis, el sumo sacer­


dote de Onuris en Tinis, no proporciona ningunn aclaración so­
bre sus relaciones familiares ni su procedencia. Kees dice: "Esto
rige sobre todo para el intento de conectar al árbol genealógico
de Venofer a Hori, padre de Minmosis y gran sacerdote de Onu­
ris, mediante la equiparación de Hori como sumo sacerdote de
Onuris al hijo del sumo sacerdote de Amón (no de Onuris), de
manera tal que Hori viene a ser padre del visir Parahotep y al
mismo tiempo suegro de Venofer, sumo sacerdote de Osiris. Si
pretendemos incluir además a Minmosis, sumo sacerdote de
Min e Isis en Ajmin, como verdadero hermano de Venofer, su­
mo sacerdote de Amón, obtenemos todo un grupo de hombres
unidos por lazos de parentesco que ocupaban los primeros pues­
tos sacerdotales en Tebas, Ajmin, Abidos, Tinis y hasta en He­
liópolis y Menfis."

• Hermann Kees: "Der Priestertum im Ágyptischen Staat", Leiden-Colonia,


1953 (La clase sacerdotal en el Estado egipcio).

198
Minmosis no le iba a la zaga a su "herm.ano" Venofer en
cuanto a cargos y dignidades. En calidad de gran sacerdote de
Onuris, se arrogaba el título de "Sem, el más grande de los con­
templadores (sacerdotes) de Tinis." Onuris era el dios de la ciu­
dad de Tinis, que se manifiesta en la función de sustentador del
cielo y en el Nuevo Imperio es equiparado a menudo con Shu, el
dios del aire, el que separa el cielo de la tierra. Por esta razón,
Minmosis ostentó también el antiguo título cortesano de "gentil­
hombre de cámara de Shu y Tefnut". Tefnut, hermana de Shu, es
el ojo de la luna y, al igual que su hermano, se cuenta entre los
dioses primitivos de Heliópolis. Pero Minmosis no sólo servía a
Onuris. Por ser un erudito, actuaba también como "escriba real
y supremo sacerdote lector de Su Majestad".
Como sacerdote lector de Ramsés 11, Minmosis no tenía
ninguna función litúrgica. Su misión consistía más bien en prepa­
rar las festividades y observar estrictamente el calendario para
que no fuese omitida ninguna celebración.
En vida, Minmosis llegó a asegurar para su hijo el cargo
de segundo profeta de Onuris, pero al parecer su ministerio fue
de corta duración, por lo cual no pudo procurar a la parentela
puestos lucrativos. No se ocupó siquiera de acomodar a sus des­
c.;ndientes. Hacia fines del siglo XIII a.C., sucedió algo del todo
extraordinario: un hombre sin relaciones, un hombre sin padre,
hermano, primo acaudalado o santo, un hombre sin árbol ge­
nealógico llegó a ser gran sacerdote.
Este hombre se llamaba Onhurmosis, era hijo de un pobre
tebano, escriba reclutador del soberano", tenía dos esposas, pe­
ro a pesar de ello ningún hijo, y por consiguiente no pudo legar
el cargo que él, un advenedizo, había conseguido mediante su in­
teligencia y su celo. "Ya de infante destetado, fui esforzado", di­
ce Onhurmosis, "de niño, diestro; de muchacho, experimentado;
de pobre, versado. Era un pobre que fue admitido en la escuela
sin irregularidad, alguien que observa y encuentra lo que busca."
Fue escriba en una nave de guerra, más tarde escriba de la
caballería y por último, al igual que su padre, escriba reclutador,
y se aprovechó de la carrera para ascender. Era intérprete del
faraón y alguien "que colmaba el corazón del rey". Llegó a ser
"supervisor de los trabajos en cada una de sus obras". Como co­
misario de obras del rey, Onhurmosis había alcanzado una posi­
ción en la que no sólo le rendían pleitesía sus subordinados, los
obreros y los proveedores, sino que gozaba también de la sim­
patía de los sacerdotes. Onhurmosis logró llegar a ser sacerdote
en Tebas y poco después gran sacerdote en Tinis. Allí dirigió las

199

obras que se ejecutaron en el templo de Mehit, la diosa de ftgu­


ra de león.

Elfaraón marcha al sacrificio

En la vía pública, los sacerdotes eran objeto de la admira­


ción y el temor de la gente. Sin embargo, a estos hombres impor­
tantes no les estaba permitido acompañar al faraón al interior
del templo. El hombre común ni siquiera podía mirar al faraón,
como no fuera en días de ftesta, cuando el soberano acudía al
templo para el servicio religioso. En tales ocasiones podía vérse­
lo ofrecer su sacrfficio en el patio anterior del recinto sagrado,
hasta que desaparecía en su interior en medio de los sacerdotes,
y cuanto más se acercaba al santuario más reducido se hacía el
puñadito de privilegiados. Ni siquiera al gran sacerdote le esta­
ba permitido penetrar allí. Un sello cerraba la entrad'! al mismó
y sólo el faraón podía romperlo. Ramsés se sometía con aspa­
vientos teatrales a las abluciones rituales, los sahumerios y uilgi- ·

mientos que luego hacía extensivos a la estatua del dios. Además


de las abluciones, se le ofrecía comida y bebida al dios confec­
cionado en oro, y luego el rey volvía a sellar el sancta sanctorum
para que ningún mortal lo encontrara hasta su próxima visita. La
cantidad de dioses y templos en el antiguo Egipto superaba, sin
embargo, el número de los días del año. Por esta razón si el rey
no queda disgustar a una u otra deidad, debía delegar forzosa­
mente el culto en otra persona. Para este fin disponía de los
-grañdes sacerdotes y emisarios especiales.
Llama la atención la escasa participación activa del pue­
blo en las ceremonias religiosas. Por cierto, las festividades
anuales importantes movilizaban a toda la población, pero su
concurso se limitaba en su mayoría a ser espectadores. El culto
a los dioses de los antiguos egipcios no conoce servidores de
ellos fuera del faraón, pues los sacerdotes eran meros ayudantes.
El hombre común no tenía necesidad de la fe ni de la reden-

200
ción *, pero esta circunstancia no aparejaba un perjuicio para la
religiosidad del pueblo, al contrario. La sola adjudicación del
nombre era de por sí un acto profundamente religioso. Los niños
eran puestos en estrecha relación con la divinidad de su ciudad
al ser llamados Meri-Ra, Meri-Ptah (amado de Ra, amado de
Ptah) o Sat-Amón, Sat-Bastet (hija de Amón, hija de Bastet). No
sólo los grandes dioses del país obtenían su tributo. Psannebtije
era "el hijo del señor de la ebriedad", Sanimhotep, "el hijo de
Imhotep", Mahusa, "el león de mirada fiera", por el dios león de
la ciudad de Leontópolis.
Las cabezas de animales que se usaban como adorno de· .
todos los utensilios posibles, no sólo eran ornato, sino que tenían
un significado religioso en la mayoría de los casos. La cabeza de
un halcón como pintura de un techo, en un collar o en un pecto­
ral invocaba la presencia de Ra; una cabeza de león o de gato en
un sistro o un arpa indicaba la compañía de Bastet, la diosa del
· ·

gozo desenfrenado.
Los proyectos personales y generales sólo se ponían eil
práctica bajo buenos auspicios. Los horóscopos propuestos por
sacerdotes y magos eran la voluntad expresa de los dioses. Si el
día 22 de Tot, el mes de la inundación, no se podía comer pesca­
do ni tampoco encender una lámpara de aceite de pescado, era
porque ese día Ra había aniquilado a algunos enemigos que se
habían transformado en peces. En los días intercalados cesaba la
actividad, pues eran de mal agüero. Sólo 190 días de los 360 que
comprendía el año egipcio se consideraban propicios, 132 días
eran aquellos en los cuales era mejor no salir del lecho y 38 días
los "atravesados".
El hombre com6n rara vez se dirigía en sus oraciones pri­
vadas directamente a los grandes personajes divinos, sino que lo
hacía más bien a "los dioses del Alto y Bajo Egipto" en general,
al dios de su distrito o, en todo caso, a los dioses en su totalidad.

• Günther Roeder: "Einleitung zu Urkunden zur Religion des Alten Aegypten•,


lena, 1915 (Introducción a los antecedente& de la religión del antiguo Egipto).

201
Los misterios de la vaca hueca

Acrecentar la fama y el prestigio de estos dioses, practicar


su culto, organizar fiestas fastuosas y poner en escena "porten­
tos" era menester de los sacerdotes, adscritos a la ciencia como
también a lo ignoto. Bajo Ramsés II florecieron también los cul­
tos secretos. En cada distrito había un "superior del misterio", un
sacerdote que dirigía los misterios locales. En Sais,la capital del
quinto distrito del Bajo Egipto, cuyas escasas ruinas se encuen­
tran en la margen derecha del brazo de Roseta del Delta del Ni­
lo, cerca de la aldea Sah el-Hagar, dominaba la diosa guerrera
Neit. Sin embargo, los misterios que allí se celebraban rememo­
raban la pacífica salida del sol del Mar de Ur. Todavía en 525
a.C., Cambises, el gran rey persa, participó de estos misterios al
conquistar Egipto. Herodoto, que visitó Sais setenta y cinco
años más tarde, habla de un lago sagrado en el que se desarro­
llaban los misterios.
En esta época también se rememoraba en Sais la pasión
de Osiris, su descuartizamiento y su resurrección. En una noche
determinada, escribe Herodoto, los egipcios encendían lámpa­
ras de aceite no sólo en Sais, donde se realizaba el espectáculo
del nacimiento del sol, sino en todo Egipto.
Si existió un centro de lo misterioso y lo oculto, ese fue
Sais. A mediados del primer milenio a.C. se exhibía allí una va­
ca de oro de tamaño natural, en c�yo interior habría sido colo­
cado el cadáver de la hija del rey Micerino. Este sarcófago, sa­
humado de día y de noche, no se encontraba en una bóveda, sino
en un recinto del palacio, decorado con magnificencia. En un re­
cinto contiguo se exhibían veinte estatuas de tamaño natural,
que ,-epresentaban mujeres desnudas, todas desprovistas ·de ma­
nos. El propio Herodoto considera "habladurías" lo que le infor­
maron sobre el trasfondo de esta escena. Según ellas, el rey Mi­
cerino había violado a su propia hija, y la niña, apesadumbrada,
se ahorcó. Luego, la reina madre mandó que se cortaran las ma­
nos a las siervas por no impedir el acto ignominioso del faraón.
La hija del rey,cuyo último deseo había sido ver el sol una vez al
año, fue colocada por su arrepentido progenitor en el interior de
la vaca hueca y, una vez al año, al celebrarse los misterios de Osi­
ris, era sacada del palacio para que el sol se reflejase en su áurea
superficie.
En el curso de los siglos los misterios de Bubastis degene­
raron en puras orgías. Esta ciudad estaba emplazada en el Del-

202
ta del Nilo, cerca de la actual Zagazig y sus monumentos se re­
montan hasta el año 2.600 a.C. Bubastis significa "casa de Bastet"
y Bastet representaba, bajo la fisonomía de un gato, el amable
principio contrario a la diosa leona Sa,jmet, una deidad que
había pasado por numerosas metamorfosis hasta convertirse en
una misteriosa fuerza de la procreación y la concepción.
En ocasión de las fiestas de Bastet, centenares de miles de
hombres y mujeres navegaban aguas abajo por el Nilo (Herodo­
to menciona setecientos mil), en tanto los niños quedaban en ca­
sa por lo picante del acontecimiento. A bordo de las naves ya
corría el vino a raudales y en aquellos días debía de beberse más
que en todo el resto del año. Sobre el Nilo resonaban centupli­
cados los sones paroxísticos de castañetas y matracas agitadas
por miles de mujeres danzantes y el excitante gemir de las flau­
tas tocadas por los hombres. "Cuando en su travesía pasan por
otra ciudad" informaba Herodoto, "se aproximan a la orilla con
su embarcación y hacen lo siguiente: algunas mujeres hacen lo
que he dicho, otras se burlan de las mujeres de esa ciudad a
grandes voces, otras bailan y otras se incorporan y se levantan
las faldas. Hacen esto al pasar por toda ciudad emplazada a ori­
llas del río."

Las lujuriosas mujeres de Bubastis

Las embarcaciones de los peregrinos a la orgía podían al­


canzar el santuario de Bubastis a través de un sistema de canales
sombreados por alamedas, de treinta metros de ancho. El san-.
tuario no era grande, apenas tenía doscientos metros cuadrados,
pero sí ameno, y lo rodeaba un bosquecillo de árboles muy altos,
visible desde la ciudad entera que se apiñaba en forma de anillo
en derredor del santuario. En ese bosquecillo se celebraban
orgías en masa que hubieran hecho palidecer a los mismos roma­
nos, y eran sobre todo las mujeres las que tomaban la iniciativá
y se abalanzaban sobre los hombres. El origen religioso de esta
fiesta de la concupiscencia ha caído en el olvido.
Quien iba a Bubastis fuera de la temporada de las orgías
lo hacía para llevar su gato muerto a una de las casas sagradas
destinadas para ese fin, donde lo embalsama�an y le daban se-

203
pultura. Los perros podían ser enterrados en la ciudad natal, en
tanto las musarañas y los azores encontraban su eterno descan-
-

so en Buto.

Buto, la actual Tell-el-Farain en el Delta nordoccidental,


·

ya era un centro religioso y sede de un culto secreto en las épo­


cas paleolítica y neolítica. De acuerdo con el mito, los pantanos .
de Jemmis, cerca de Buto, eran el lugar en el que Horus había
crecido y había sido protegido de las asechanzas del maligno
Seth. Buto, en la que la "Egypt Exploration Society" londinense
practica excavaciones desde 1965, fue famosa sobre todo por sus
oráculos.
En Papremis, una ciudad cuyo emplazamiento no se pue­
de localizar con exactitud (presumiblemente se levantó en el
Delta medio), dedicada a Shu y lugar sagrado de los hipopóta­
mos, se celebraban en medio del éxtasis religioso misterios en
los cuales se le permitió participar a Herodoto, a pesar de ser
griego. Por lo visto, en esta ceremonia ritual se sacrificaban se­
res humanos. Al menos así lo informa Herodoto como testigo
ocular. Y elque sabe con qué reservas comentó por lo demás el
acontecimiento de los cultos secretos, no puede menos que creer
en la fiabilidad de su descripción. El historiador griego nos in-
forma:
·

"Tan pronto el sol se inclina hacia el ocaso, unos pocos sa­


cerdotes se afanan alrededor de la imagen del dios, pero la ma­
yoría de ellos permanece de pie a la entrada del templo con ma­
zas de madera en las manos, y otros, los promesantes, más de mil
hombres, también están de pie con mazas de madera y se man­
tienen reunidos en un grupo al otro lado. La imagen del dios que
se encuentra en un pequeño templete de madera dorada es lle­
vada un día antes a otro edificio sagrado. Ahora bien, los pocos
que han quedado junto a la imagen tiran de un carro de cuatro
ruedas sobre el cual va el templete y en su interior la imagen, pe­
ro los que se encuentran en el atrio de pie no quieren dejarlo en-
- trar. Entonces intervienen los promesantes para ayudar al dios y
empiezan a repartir golpes, en tanto los otros se defienden. Se
origina así una tremenda batalla de mazazos. Se rompen cabezas
y creo que muchos mueren a consecuencia de las heridas. Sin
embargo, los aigyptios niegan que alguien muera en esas celebra­
ciones."
Estos misterios se basan en el siguiente mito: En el templo
habría morado la madre de Shu, y este hijo, que creció lejos de
su madre y se hizo hombre, regresó un día y la requirió de amo­
res. Los sirvientes que no lo conocían no le permitieron llegar a

204
ella. Shu buscó entonces un grupo de hombres fornidos de otra
ciudad y con su ayuda redujo a los sirvientes. Por consiguiente,
la'paliza anual que acababa con algunos muertos se celebrada en
honor de Shu.
Cuando se habla de los misterios de Egipto no se puede
olvidar a Busiris, la capital del noveno distrito del Bajo Egipto,
la actual Abusir. Allí también en el terruño de Osiris, se celebra­
ban misterios en honor al dios de los muertos y su hermana y es­
posa Isis, y se presentaba más o menos el mismo espectáculo que
en Abidos: los lamentos de Isis y Neftis junto al cadáver de Osi­
ris, la recolección de sus partes y el modelado de una figun de
Osiris de tierra fértil, un espectáculo macabro pero muy aprecia­
do y que contaba con la predilección de la gente.
"Pan y juegos" esta fue la máxima del gran Ramsés, más de
mil años antes de que los césares romanos se sirvieran de este re­
curso para mantener al pueblo contento. Un pueblo saciado es
un pueblo satisfecho. Ramsés lo sabía. Pero no es feliz, sino
cuando tiene ídolos. Los dioses de Egipto eran ídolos, pero él
mismo en medio de ellos, era sin duda el más grande.

205
Mar Negro

Nujashshe

MITANNI
7.

Dos enemigos pactan la


paz

Cuando Su Majestad se encontraba en la


ciudad Per-Ramsés, llegaron
los mensajeros del rey con una bandeja de
plata que el gran señor de Jatti, Jatusil,
hizo llegar al Faraón para pedir la paz.
Del pacto de paz con los hititas, en
el templo de Kam'ak.
Cada una de las partes pretende haber
cedido sólo por el apremio de la otra
(El prestigio debía salvaguardarse).

La versión egipcia asegura que el rey hitita


Jatusil habla enviado intermediarios a
Egipto para pedir la paz a Ramsés JI,
pero según la versión hitita
la iniciativa para que se
celebrara la paz partió de Ramsés.
John A. Wilson, arqueólogo.
La batalla de Kadesh debió de exigir a egipcios e hititas
sus últimos recursos, pues aunque Ramsés no dejó de cercar en
los siguientes cinco años a los vasallos de los hititas como un lo­
bo a un rebaño de ovejas, tanto hititas como egipcios evitaron la
confrontación directa. Oficialmente, se encontraban todavía en
pie de guerra. Kadesh, la primera batalla que no resultó victorio­
sa para los egipcios, debilitó el respeto de los pueblos limítrofes
del Norte hacia el faraón y las depredadoras tribus nómades de
Palestina se envalentonaron. Ramsés hubo de reconquistar de
manos de los beduinos la antigua ciudad portuaria y mercantíl
de Ascalón, cercana a la franja de Gaza y una de las cinco ciuda­
des filisteas de los tiempos bíblicos. Las excavaciones realizadas
en Ascalón, fundada de nuevo por Israel en 1949, evidenciaron
que Ramsés debió de proceder de una manera radical dejando
gran parte de la ciudad convertida en escombros y ceniza.
Entretanto, muchos de los corruptos príncipes palestinos
habían vuelto a ponerse del lado de los hititas. El ejemplo de
Benteshina, príncipe de Amurru, los espantó. Benteshina, cuyo
doble vuelco de los hititas a los egipcios y viceversa había desen­
cadenado la batalla de Kadesh, fue destituido por los hititas por
ser poco fiable, desterrado y suplantado por un hombre llamado
Sabili. Pero a pesar de todo los palestinos aguardaron en vano la
ayuda de Jatti cuando Ramsés se presentó y subyugó una de sus
ciudades-estado.
El año 8 de su gobierno, es decir, tres años después de la
batalla de Kadesh, Ramsés volvió a aparecer en la frontera hiti­
ta, en Amurru, y conquistó la ciudad de lpr al sur de Alepo, que
en la actualidad ya no es localizable. Los príncipes de la ciudad
contuvieron el aliento: ¿e} rey hitita aguantaría semejante provo­
cación? Una nueva y gran contienda entre hititas y egipcios se
cernía en el aire. Sin embargo, el "miserabl� de J atti" no se dejó

208
provocar. En Jatti ya no reinaba Muvatalis (sus huellas se pier­
den el año de la batalla de Kadesh [1286]). Su sucesor se llama­
ba Urjiteshup, gobernó a los hititas durante siete años y posible­
mente fue también el que tuvo miedo de hacer frente a Ramsés.
Durante diez años (desde comienzos de su gobierno en el
año 1290 hasta 1280) Ramsés provocó acciones militares en la
·frontera sur de Jatti, conquistó estados pequeños u obligó a va­
sallaje a príncipes de ciudades. Luego pareció satisfecho con el
desarrollo de la frontera y retiró sus tropas. Una inscripción en
la desembocadura del Nahr el-Kelb, fechada el año 10 de su go­
bierno, es el último testimonio que Ramsés dejó de sus. cam­
pañas conquistadoras por Asia. La guerra entre egipcios e hiti­
tas, comenzada por ambas partes para aniquilar al oponente,. se
perdió en la arena.
Josef Sturm dice respecto del final del conflicto bélico,
poco honroso para lQs dos bandos: "Dado el actual estado de
nuestros conocimientos no puede establecerse el motivo de la
terminación de la lucha. Una posible explicación podría ser la
fatiga de los combatientes. Tal vez Ramsés, a quien debe atri­
buirse principalmente la tregua como parte agresora, pensó que
sus triunfos militares eran suficientes para asegurarse condicio­
nes ventajosas en caso de un eventual pacto de paz. Tal vez con­
sideró superado el punto culminante de sus avances. Lamenta­
blemente, todo esto no puede probarse*."

La iniciativa para un pacto de paz con los egipcios salió de


parte de los hititas después de que Jatusil relevara al rey Urjite­
shup. En realidad, debiera haber entrado en negoCiaciones sin
resentimientos ni emociones, puesto que no había luchado en
persona contra Ramsés. Un tratado de paz entre Jatti y Egipto
como acto de cordura, de ninguna manera debiera haberle pare­
cido una humillación al rey hitita. Pero desde un principio Jatu­
sil no simpatizó eñ absoluto con el faraón, todo lo contrario. Por
muy poco, hubiera habido entre ambos otra guerra en la cual
Ramsés sólo hubiese salido perdedor, pues hubiera debido en­
frentar a hititas y babilonios. Las cosas sucedieron de este mo-
-
do:

• José Stu:m: "Der Hethiterkrieg Ramses 11\ Viena, 1939. (La guerra de
Ramsés 11 contra lo_s hititas).

209
El belicoso tío de Jatti

El sucesor de Muvatalis fue el hijo de una concubina, lo


cual causó gran disgusto a J atusil, hermano menor de aquél,
pues aunque enfermizo, tenía desmedidas ansias de poder y
había alimentado la esperanza de hacerse acreedor a la dignidad
de rey. En Jatti era un hombre influyente, sacerdote de la diosa
Istar de Shamuja y reyezuelo de Hakmish en la frontera septen­
trional del reino. Allí, corrió los mojones del límite hitita mucho
más allá del área de dominio que tenían, conquistó la ciudad de
Merik y s<>juzgó a numerosas tribus de coseos. Cuando a raíz de
los constantes ataques de Ramsés 11, Muvatalis se vio obligado a
abandonar su residencia en Jatusha y afmcarse más al sur, en la
"tierra baja", en Datashsha, Jatusil hizo sus preparativos para es­
tablecerse como rey en Jatusha, pero Muvatalis puso coto a ese
plan dos veces mediante un edicto provisional de fuerza judicial.
Por consejo de los grandes del reino, Urjiteshup volvió a
trasladar la capital hitita a Jatusha y con ello se atrajo la abierta
hostilidad de su tío Jatusil, quien todavía no había perdido las
esperanzas de ocupar el trono de J atti. Entre tío y sobrino se
produjo una franca ruptura y cada cual trató de acrecentar su
área de poder e influencia. Urjiteshup arrebató a su tío un pe­
queño estado tras otro y por último no le quedaron a este sino su
residencia y Nerik, su lugar sagrado. Jatusil levantó entonces a
los coseos contra su sobrino, conquistó J atusha, hizo prisionero
a Urjiteshup y lo desterró a Shamuja, donde hubo de vivir ''como
un cerdo", y por último lo expulsó a Nujashshe, en Siria. .
En el exilio, Urjiteshup consiguió burlar a sus guardias y
huyó a Egipto, donde pidió asilo político a Ramsés. Por su par­
te, J atusil escribió una carta al faraón en la cual le exigía la ex­
tradición del fugitivo, pero Ramsés no reaccionó.
Por consiguiente, el hitita, enardecido por la ira, pidió
ayuda a su colega babilonio, el rey Kadashman Enlil, cuya res­
puesta fue la ruptura de las relaciones diplomáticas entre Babi­
lonia y Egipto y el ofrecimiento de refuerzos militares para Jat­
ti.
Un pasaje de la carta que escribió el hitita Jatusil al babi­
lonio Kadashman permite colegir lo grave de la situación en
aquella oportunidad y cuán cerca estuvo Ramsés de una guerra
inevitable con los hititas:
"Cuando Tu padre y yo pactamos amistad y nos conver­
timos en hermanos, hablamos de esta suerte:

210
'Hermanos somos. Seremos hostiles con un enemigo co­
mún, y con un amigo común seremos amistosos.'
Pero cuando el rey de Egipto y yo nos enojamos el uno con
el otro, le escribí a Tu padre Kadashman-Turgu: 'El rey de Egip- .
to se ha enemistado conmigo' y Tu padre me escribió así:
'Si tus tropas marchan hacia Egipto, yo también marcharé
contigo; si marchas hacia Egipto. Te mandaré ejércitos y carros
de guerra, como si partieran conmigo.'
Hermano mío, pregunta ahora a Tus grandes para que
quieran decírtelo. ¿si yo hubiera partido, me hubiera mandado
ejércitos y carros de guerra, tantos como él decía, para que par­
tieran conmigo? ¿Qué hubiese tenido de mi expedición? Mi ene­
migo que huyó al extranjero fue a ver al rey de Egipto. Cuando
le escribí: ·

'iTraedme a mi enemigo!', no me hizo llegar a mi enemi­


go, y por esta cuestión nos enojamos mutuamente el rey de Egip­
to y yo. Escribí a Tu padre: 'El rey de Egipto acude en ayuda de
mi enemigo'. Entonces Tu padre mantuvo lejos al mensajero del
rey de Egipto. Pero cuando Tú, hermano mío, fuiste rey, envias­
te Tu mensajero al rey de Egipto. El rey de Egipto recibió Tus
regalos y Tú recíbiste sus regalos. Y si Tú envías Tus mensajeros
al rey de Egipto ¿debo impedírtelo?"*
No hay testimonio alguno respecto de si Urjiteshup murió
en el exilio, en Egipto, o si Ramsés lo entregó a su tío. Es plausi­
ble que el faraón se decidiera por este paso, pues de la otra par­
te también hubo un gesto de buena voluntad. Por razones inex­
plicables, J a tu sil mandó regresar del exilio al príncipe
Benteshina de Amurru, desleal partidario d� los egipcios, y lo
restituyó en el trono de su pequeño reino. No contento con esto,
Jatusil envió a Amurru a una princesa hitita para contraer matri­
monio con el no del todo lozano ya Benteshina, y uno de sus hi­
jos trajo a Jatusha a una hija de Benteshina con el propósito de
desposarla. En Jatti, el mundo pareció recobrar el orden, pero
sólo en apariencia.

* Elmar Edel: "Die Abfassung;szeit des Briefes K Bo 1 10 (Hattusii-Hadesman­


EIIil) und seine Bedeutung für die Chronologie Ramsés 11", Bonn s/fec:ha. (La
época en que se redactó la carta K bo 1 10 [Jatusil/Kadashman-BIIil] y su signi­
ficación para la cronología de Ramsés 11).

211
Hititas y asirios llegan a las manos

Desde que el rey de los hititas Shupiluliuma y el rey de los


asirios Asurubalit se repartieron el reino de Mitani (alrededor
del1350 a.C.) que se extendía desde el Tigris al Mediterráneo,
los dos grandes reinos de Jatti y Asiria fueron ve.cinos contiguos,
y esto no dejaba prever nada bueno. La eliminación de aquel es­
tado intermedio, hasta entonces un freno para el estallido de un
conflicto abierto, probó ser un error irreparable, porque !os asi­
rios practicaban una política expansionista. Para esta mezcla et­
nológica de semitas, acadios y junitas, la coexistencia era un vo- ·

cablo extraño.
La situación era explosiva y lo fue mucho más cuando el
rey asirio Adad-nerari escribió una carta provocativa a J atusil,
rey de los hititas. No se ha conservado el original de esta carta,
pero por fortuna, los arqueólogos hallaron una copia de la res­
puesta de Jatusil al soberano asirio, que no deja nada que desear
en cuanto a claridad. Después·de la conquista de Vasashata,
Adad-nerari había propuesto una relación fraternal a Jatusil,
por cuanto en ese momento se sintió "gran rey"; pero el hitita
. montó en cólera y contestó al rey campesino que si su última vic­
toria lo había colocado tal vez en la augusta flla de los grandes
. reyes•, faltaba,mucho aún para establecer entre ambos una fra­
ternidad. Palabras textuales de J atusil: "Tú y yo quizá fuimos da­
dos a luz por la misma madre, pero así como mi padre y mi abue­
lo no tenían costumbre de alternar en hermandad con el rey de
los asirios, absténte Tú de escribirme de fraternidad y de que
eres un gran rey. Yo no lo deseo." ·

En esta abierta hostilidad entre Jatti y Asur debemos ver


el fundamento de la sorpresiva disposición de Jatusil a celebrar
la paz con Rainsés, otra prueba más de que las mejores amista­
des se pactan a espaldas de un enemigo común. Jatusil no se
podía dar el lujo de vivir entre dos enemigos mortales. Por otro
lado, Ramsés debió de tener conciencia de que algún día cho­
caría con el vecino asirio en su área de influencia en Siria.
Por consiguiente, la proposición de paz hitita por una
guerra que Ramsés había promovido hacía dieciséis años y que

• Se consideraban grandes reyes a los soberanos de .Egipto, Jatti, Babilonia y


·

Asiria.

212
todavía no había concluido formalmente, porque ninguno de los
bandos había obtenido una victoria o sufrido una derrota, debió
de antojársele al faraón nada inconveniente. Ramsés se había
vuelto preponderantemente a la política interna y a los egipcios
les iba demasiado bien como para que sintieran ganas de librar
grandes batallas.

Los arqueólágos descubren los tratados

El descubrimiento de los textos del tratado de paz en


Egipto y en Turquía en el siglo XIX y comienzos del XX es una
historia mezclada con aventura, no exenta de comicidad ni de
tragedia. Jean-Fran�ois Champollion, hijo de un librero de Fi­
geac, pueblo del sur de Francia, que en base a los nombres "Pto­
lomeo" y "Cleopatra" halló la clave para descifrar los jeroglíficos,
viajó a Egipto en 1822, seis años después de su sensacional des­
cubrimiento, a instancias del rey Carlos X. Esa fue su primera vi­
sita a la tierra de los faraones, "pues a pesar de haber escrito una
Historia de Egipto y logrado el desciframiento de los jeroglíficos,
jamás había visto el país de sus sueños.
Durante su permanencia de dos años en Egipto, Champo­
llion se ocupó principalmente de descifrar largos textos de je­
roglíficos, y en el templo de Karnak y en el Rameseo dio con co­
pias del tratado de paz entre Jatusil y Ramsés. Por supuesto,
Champollion ignoraba que se trataba de este pacto, pues en las
inscripciones egipcias siempre se hablaba tan sólo de una guerra
contra un pueblo, cuyo nombre descifró como "shet". Champo­
llion copió las dos versiones de este tratado de paz desconocido,
la mejor conservada que encontró en Karnak y la del Rameseo
(el templo funerario de Ramsés 11 en Tebas Oeste), que ha lle­
gado a nuestros días fragmentada, y fue su discípulo Rosellini
quien proporcionó una traducción exacta de los textos intercam-
·

biados con este misterioso pueblo de los "sheto".


Champollion consideró que debía de tratarse de los esci­
tas del sur de Rusia; en 1858 el alemán Heinrich Brugsch publicó
su teoría según la cual al hablar de los "sheto" no debía tratarse
sino de los hititas, una hipótesis corroborada definitivamente
.
'

213
veinte años más tarde al hallarse el archivo de tablillas de arcilla
deAmarna.

Así imaginaron los arqueólogos las obras de fortificación de


Jatusha, capital de los hititas.

En algunas de estas cartas halladas en la abandonada ca-


. pital de Nefertiti y Ecnatón (se trata de correspondencia di­
plomática del Ministerio deAsuntos Exteriores) se informa so­
bre un gran reino llamado Jatti, cuyo rey atrajo a su lado a los
vasallos egipcios uno tras otro, sin que su perezoso faraónAme­
nofis 111 o su infortunado hijo Amenofis IV movieran un solo de­
do. Y por tíltimo se habla allí también de un gran rey Shupiluliu­
ma, a quien Nefertiti escribió una carta en extremo explosiva
después de hi muerte de su esposo. Le pide en ella el envío de un
príncipe hitita para casarse con él en el acto, pues ninguno de
sus súbditos podía ser tenido en cuenta como posible consorte.
Las pretensiones poco comunes de la bella Nefertiti sor­
prendieron sobremanera a Shupiluliuma, y como primer paso re-

214
solvió hacer sus pesquisas por si detrás de estas pretensiones no
se ocultaba alguna artimaña. Como el resultado de las mismas no
pudo confirmar la sospecha, Shupiluliuma envió a Egipto a su hi­
jo Zananza ea la esperanza de convertirse en suegro de la farao­
na, pero el joven fue asesinado durante la larga travesía, presu­
miblemente a manos de militares conservadores dirigidos por el
general Haremheb o Eje, el sucesor al trono que había dejado
vacante Amenofis IV. Según la tradición, Shupiluliuma lloró mu­
cho en esa ocasión y juró ver.garse. Sin embargo, transcurrirían
más de sesenta años antes de que hititas y egipcios se enfrenta­
ran por primera vez en la batalla de Kadesh.
Hasta fin de siglo, estos hititas eran para nosotros un pue­
blo cuya historia presentaba más lagunas que pasajes conexos.
Ct· ·, ndo el berlinés H ugo Winckler, un infortunado y empobreci­
do investigador de escritorio, fue a Ankara por primera vez en
1905 para preparar las excavaciones en Boghazkoi, no puso ma­
yor interés en los hititas, sino en la perdida tierra de Arzava.
Lo que Winckler halló cerca de Boghazkoi en Jatusha, la
antigua capital de los hititas, fueron más de 10.000 tablillas del
archivo del gran rey, pero en un principio no se percató de ello.
El 20 de agosto de 1907 Winckler desenterró de entre los
e·scombros del monte fortificado Büyükkale la tabla más grande
hallada hasta entonces, leyó las primeras líneas de caracteres cu­
neiformes y se dio cuenta de que había hecho uno de los hallaz­
gos más importantes de la historia. Era nada menos que el trata­
do de paz entre el rey J atusil y el faraón. Ramsés 11, la
contraparte hitita del tratado que ya se conocía por las inscrip­
ciones talladas en las paredes del templo de Karnak y del Rame-
seo.
Por cierto, no se trataba de una mera traducción hitita, y
esto hizo que el hallazgo fuera de tan extraordinaria importan­
cia para la ciencia. Ambos tratados evidenciaban más o menos el
mismo contenido, pero redactado en términos del todo diferen­
tes. En 1916, Hugo Winckler concluyó la traducción íntegra del
tratado y comenzó entonces el juego científico de las combina­
ciones, comparaciones y ensamblados. lEran realmente iguales
en contenido los dos tratados? lUno de los reyes intentó aventa­
jar al otro? lQuién redactó el tratado, Ramsés o J atusil? Inte­
rrogantes q11e desafiaron a hititólogos y egiptólogos a emitir co­
mentarios voluminosos como libros y no pocas veces respuestas
completamente contradictorias.

215
Ramsés en lengua hitita. Riamasesa-mai-Amana

Ya los nombres mencionados en el tratado constituyeron


un problema para la traducción. Si las denominaciones hititas
Vasmuaria-satepnaria y Riamasesa-mai-Amana podían inter­
pretarse tal vez como User-maat-Re-Setepen-Re y Ramessu­
meri-Amon, la identificación de los nombres, Minmuaria, Min­
pahtarica y Naptera resultó bastante más difícil. Estos
trabalenguas correspondían a los nombres del rey Seti 1 (Men­
maat-Re), Ramsés 1 (Men-pehti-Re) y la reina Nefertari. Jatusil
era gran rey, Ramsés era gran rey, ambos ostentaban el título
"Sarru rabu Sarmat Miisrii o Joatti" respectivamente: "Gran rey,
rey de Egipto o Jatti". La transposición de los nombres divinos
debió de causar una gran agitación tanto en el panteón hitita co­
mo en el egipcio. Ra, el dios-sol egipcio, se convirtió en el semi-
- ta Shamash, y en lugar del dios liitita de la tormenta Teshup de­
bió de oficiar Seth en Tebas.
Lo más notable en ambas versiones es por cierto la refe­
rencia a que cada cual dio su conformidad a la letra del tratado
apremiado por el otro. Jatusil aseguraba que Ramsés había su­
gerido la celebración del tratado; Ramsés quiso qr:e quedara
asentado que J atusil había mandado mediadores al Nilo para su­
plicar la paz. Es una suerte que en el siglo XIII a.C., no fueran
corrientes los comunicados conjuntos, pues de lo contrario nun­
ca se hubieran llegado a concretar las negociaciones. De ese mo­
do, tanto egipcios como hititas publicaron en sus respectivos
países su propia versión del tratado, una versión destinada a
acrecentar el propio prestigio y que no podía lastimar al ex ene­
migo, porque no la conocía.
Hasta donde se pueden reconstruir los hechos históricos
se presenta el siguiente estado de cosas en relación con la cele­
bración del tratado: Jatusil mandó redactar en la capital Jatusha
su tratado a un experto hitita en derecho. Que el convenio se re­
dactó realmente según la jurisprudencia hitita se comprueba sin
lugar a d\ldas por la comparación con otros documentos h ititas.
Sin embargo, es presumible que enviados egipcios debieron de
colaborar en la redacción del texto. Cosa curiosa, en el tratado
no se dice una palabra sobre el motivo exacto del pacto de paz,
es decir, la batalla no definida de Kadesh. Esta circunstancia hi­
zo barruntar a los arqueólogos, como a W. Max Müller, que es­
te debió de ser puramente un pacto de ayuda y que el tratado de
paz después de la batalla de Kadesh hubo de celebrarse muchos

216
años antes. Una teoría improbable, ya por el hecho de que fal­
taría todo testimonio de este tratado, mientras que el "pacto de
ayuda", notoriamente menos importante, se publicó repetidas
veces en Egipto. No, la batalla de Kadesh había quedado die­
ciséis años atrás; entretanto Ramsés había emprendido otras
campañas espectaculares junto a las fronteras hititas y con esta
alianza se buscaba instaurar una paz general entre hititas y egip­
cios: se buscaba "paz y fraternidad".
. En cuanto al contenido, el contrato se basaba en el statu
quo, es decir, que ninguna de las partes pretendía tener dere­
chos territoriales en jurisdicción de la otra. Ramsés renunció a
Am.urru, la manzana de la discordia que ya los había llevado una
vez a las armas, y Jatusil se comprometió a abandonar sus pre­
tensiones de poder en Siria. De tal modo este estado intermedio
entre los dos grandes reinos y motivo de continua disputa de la
política de expansión de ambos lados perdió peligrosidad. La so­
lución de la cuestión siria regularizó al mismo tiempo los proble­
mas de límites. Así se explica también la incomprensible circuns­
tancia de que el tratado de paz no se ocupe de los límites de
ambos países. El statu quo significó: Siria septentrional y central
para Jatti y el sur para Egipto; costa norte de :t:<"enicia para Jatti,
el sur y Palestina para Egipto.
De acuerdo con el derecho internacional de nuestros días
este tratado fue un pacto de paz, de no agr.esión, de extradición
y de apoyo, todo en uno, y al mismo tiempo contenía algunos
arreglos, absolutamente personales de los dos soberanos, como
· por ejempio el apoyo al sucesor designado al subir al trono. Es­
te tratado debía regir para los descendientes y las generaciones
venideras.
Ramsés vio el tratado por primera vez el día 21 del primer
mes Peret, en el año 21 de su gobierno, o sea, el 6 de noviembre
de 1270 a.C. Ese día se encontraba en su residencia de Per­
Ramsés, cuando comparecieron en su corte dos emisarios hititas
acompañados por dos oficiales egipcios de frontera e hicieron
entrega al faraón de una placa de plata en la cual había sido re­
gistrado con jeroglíficos el texto del tratado de paz. Ramsés
mandó llamar a sus escribas para que leyeran en voz alta cómo
se imaginaba Jatusil "la paz y la fraternidad eternas" y, por su­
puesto, no estuvo de acuerdo con esa versión. Apenas el escriba
concluyó la lectura, Ramsés le dictó su versión del tratado, mu­
cho más· detallada y, pór lógica, más ventajosa para "él. ·

En la medida de lo posible, se transcriben a continuación


los textos hitita y egipcio del tratado. La versión egipcia com-

217
prende en total diecinueve artículos, y a diferencia de la hitita
comienza con una introducción aclaratoria de la época y de las
circunstancias.

Las dos versiones del tratado

Introducción (sólo en la egipcia).

Año 21, Peret 1, día 21 bajo la majestad del rey del Alto y
Bajo Egipto User-maat-Re-Setepen-Re, hijo de Ra, Ramsés,
amado de Amón que viva por toda la eternidad.
Ese día, cuando Su Majestad se encontraba en la ciudad
Ramsés, vinieron los emisarios del rey con una placa de plata
que Jatusil, el gran señor de Jatti, hizo llevar al faraón para su­
plicar la paz a Su Majestad User-maat-Re-Setepen-Re, el hijo
·de Ra, Ramsés, amado de Amón, séale concedida vida etemd
como a su padre Ra cada día.
Transcripción (sólo.en la egipcia).
Copia de la placa de plata que el gran señor de Jatti, Jatu­
sil, hizo llegar al faraón mediante su emisario Tarteshup y su
emisario Ramosis, para suplicar la paz a Su Majestad, el hijo de
Ra, amado de Amón, todo entre los soberanos que determina
sus límites en cada territorio que se le antoja.

Versión bitita Versión egipcia


(texto de R.amsés)

1. Preámbulo

El tratado de R.amsés, amado de El tratado que el gran príncipe de


Amón, el gran rey del país de Egipto, Jatti, Jatusil, el héroe, el hijo
el h�roe, con Jatusil, el gran rey, de Mursilis, el gran señor de Jatti,
el rey del país de Jatti, su hermano, el héroe, el nieto de Shupiluliuma,
con quien quiere hacer una hermosa el gran sefior de Jatti, el héroe,
paz y una hermosa fraternidad por hizo sobre una placa de plata para
toda la eternidad, reza: User-maat-Re-Setepen-Re, el
Riamasesa-mai-Amana, el gran rey gran soberano de Egipto,
de Egipto, el héroe de el héroe, el hijo de
todos los países, el hijo de Men-maat-Re, el gran
Minmuaria, soberano de Egipto, el héroe,

218
el gran rey, el rey del país el hijo de Men-pehti-Re, el gran
de Egipto, el héroe, el nieto de soberano de Egipto, el héroe:
Minpahtaria, el gran rey, el rey el buen tratado de paz y
del país de Egipto, el héroe, fraternidad, brinda paz y
a Jatusil, el gran rey, el rey fraternidad entre nosotros
del país de Jatti, el héroe, mediante este tratado entre
el hijo de Mursilis, el gran rey, Jatti y Egipto para
el rey del país de Jatti, el héroe, siempre.
el nieto de Shupiluliuma, el
gran rey, el rey del país de Jatti,
el héroe. Ved, ahora he dado bella
fraternidad y bella paz entre
nosotros y entre los países de
Egipto y Jatti pOr toda la eternidad.

2. Reanudación de las antiguas relaciones

Considerando la posición del Ahora bien, en lo que concierne


gran rey, del rey del país de a la relación del gran soberano de
Egipto y del gran rey, el rey Egipto y del gran señor de Jatti,
del país de Jatti, desde la desde la eternidad, dios no ha
eternidad, los dioses no permitido que reine enemistad
permitirán que surja enemistad entre ellos, por la mediación
entre ellos, en base al tratado de este tratado.
por la eternidad. Ved, Ramsés, En tiempos de Muvatalis, el gran
amado de Amón, el gran rey, sel\or de Jatti, mi hermano,
rey del país de Egipto, debe este luchó con Ramsés, amado de
crear una relación, que creó Amón, el gran soberano de Egipto.
Shamash y Teshup, para el país Pero ahora, comenzando con el
de Egipto con el país de Jatti día de hoy, ved, Jatusil,
a través de tal relación que es el gran sel\or de Jatti habla
por toda la eternidad. No debe para crear una relación, que
haber enemistad entre ellos, creó Ra y Seth para el país
por siempre jamás. de Egipto con el país de Jatti, a fin
de no permitir nunca más enemis­
tad alguna entre ellos.

3. Explicación del nuevo tratado

Ramsés, amado de Amón, el gran Ved, Jatusil, el gran señor de Jatti


rey, el rey del país de Egipto, ha hecho un tratado con User­
escribió el tratado sobre una maat-Re, el gran soberano de
placa de plata junto con Jatusil, Egipto, comenzando con este día,
el gran rey, el rey del país para convenir una bella paz y una
de Jatti, su hermano, para bella fraternidad entre nosotros y
convenir a partir de este día para siempre. Y él vive en
una bella paz y una bella fraternidad y paz conmigo y yo vivo
fraternidad entre nosotros por en fraternidad y paz con él
toda la eternidad. Y él está por siempre.

219
hermanado conmigo y yo estoy Y después de que Muvatalis, el gran
hermanado con �� y yo estoy seftor de Jatti, mi hermano, fue
en paz con él para siempre. hacia su destino, Jatusil tomó
Ved, Ramsés, el amado de Amón, su lugar como gran seí'íor de Jatti
el rey, .el·rey del país de en el trono de su padre. Y ved,
Egipto está en bella paz y bella se puso de a_cuerdo con Ramsés,
fraternidad con Jatusil, el amado de Amón, el gran soberano
gran rey, el rey del país de Jatti. de Egipto. Somos uno en nuestra
Ved, los hijos de Ramsés, el paz y en nuestra fraternidad y ellas
gran rei del país de Egipto, están son más bellas que la paz y la frater­
en paz y hermanados con los nidad que antes había en el país.
hijos de Jatusil, el gran rey, Ved, yo el gran seí'íor de Jatti estoy
el rey del país de Jatti, con Rams�s, amado de Amón, el
por siempre. gran soberano de Egipto en bella
paz y bella fraternidad.
Y los hijos de los hijos del gran
seí'íor de Jatti deben estar en
fraternidad y paz con los hijos de
Ramsés, amado de Amón, el gran
soberano de Egipto. Ellos están
incluidos en nuestra relación de
fraternidad y paz.
Y el país de Egipto y el país de Jatti
deben estar en paz y en fraternidad
por toda la eternidad como nosotros
y entre ellos no debe llegarse a
enemistad nunca jamás.

4. Pacto de no agresión

Y Rams�s. amado de Amón, el gran Y el gran seí'íor de Jatti no debe


rey, el rey del país de Egipto, invadir en toda la eternidad
no debe invadir el país de Jatti el país de Egipto para robar algo.
para robar algo de allí, en toda Y User-maat-Re-Setepen-Re, el gran
la eternidad. Y Jatusil, el gran soberano de Egipto, no debe invadir
rey, el rey.del país �e Jatti, el país de Jatti para robar algo,
no deberá hacer una invasión en en toda la eternidad.
el país de Egipto para robar algo,
en toda la eternidad.

5. Renovación formal del antiguo tratado

Ved, el mandamiento de la En lo que hace al tratado anterior,


eternidad, que dictaron Shamash y de la época de Shupiluliuma, el
Teshup para el país de Egipto con gran seftor de Jatti, como también
el país de Jatti, de mantener la paz el tratado anterior de la época de
y la fraternidad para que no haya Muvatalis, el gran seí'íor de Jatti,
enemistad entre ellos. mi padre, quiero cumplirlos. Ved,
Y ved, Ramsés, el gran rey, el Ramsés, amado de Amón, el gran
rey del país de Egipto, fomentó soberano de Egipto, preserva la paz

220
desde ese día el bienestar. que ha celebrado con nosotros a
Ved, el país de Egipto y el país partir de este día; y negociaremos
de Jatti están en paz y hermanados según esta relación anterior.
por toda la eternidad.

6. Pacto de defensa

Cuando otro enemigo marche hacia Cuando un enemigo marche contra


el país de Jatti y Jatusil, el los países de User.maat-Re
gran rey del país de Jatti, Setepen-Re, el gran soberano de
me mande pedir: "Ven en mi ayuda Egipto, y il envíe su mensajero
contra él" Ramsés, el gran rey, el al gran seftor de Jatti: "Ven en mi,
rey del país de Egipto, deberá ayuda contra il", el gran seftor de
enviarme sus guerreros y sus carros Jatti deberá ir en su ayuda y batir
y ellos deberán batir a su enemigo a sus enemigos. Pero si el gran se­
y él deberá tomar venganza por el ftor de Jatti no quiere venir en per-­
país de Jatti. sona, deberá enviar sus tropas, sus
carros de guerra y habrá de batir a
sus enemigos.

7. Proceder mancomunado contra los rebeldes

Cuando Jatusil, el gran rey, el Cuando Ramsés, amado de Amón,


rey del país de Jatti, encolerice el gran soberano de Egipto, encole­
a sus propios siervos y estos rice a sus propios siervos y estos lo
pequen contra él y tú envíes un ataquen, el gran seftor de Jatti
mensaje a Ramsés, el gran rey, el deberá unirse a il y aniquilar a
rey del país de Egipto, Ramsés todos los enemigos.
deberá enviar a sus guerreros y
carros y aniquilarán a todos los
que estén contra ellos.

8. Convenio recíproco respecto al #6

Y cuando un enemigo marche contra Pero si un enemigo marcha contra


Egipto y Ramsés envíe por ayuda a el gran seftor de Jatti,. User-maat­
Jatusil, Jatusil, el rey del país Re-Setepen-Re, el gran soberano de
de Jatti, habrá de mandarle sus Egipto, habrá de ir a él y ayudarlo
guerreros y sus carros y a batir a sus enemigos.
derribar a mi enemigo. Pero si no es el deseo de Ramsés,
amado de Amón, el gran soberano
de Egipto, acudir él mismo, habrá
de enviar sus tropas y sus carros,
pero sobre todo deberá responder
al país de Jatti.

221
9. Convenio recíproco respecto al # 7

Y cuando Ramsés, el rey del Pero cuando los siervos del gran
país de Egipto, se encolerice seior de Jatti irrumpan ante él sin
conti:a sus propios siervos y permiso... y Ramsés, amado de
estos cnmetan pecados contra �1, Amón... (a partir de aquí el texto
y yo envíe mensaje al respecto egipcio sólo se ha conservado en
a Jatusil, mi hermano, Jatusil, forma fragmentaria).
el rey del país de Jatti, deberá
mandar sus guerreros y sus carros

y aniquilarán a todos ellos; y


yo quiero... (a partir de aquí, el
texto hitita se ha conservado en
f�rma fragmentaria).

10. La sucesión al trono hitita

Al hijo de Jatusil le corresponderá (El texto egipcio de este pasaje


el reinado del país de Jatti en sólo se ha conservado en parte).
lugar de Jatusil, su padre,
después de muchos aios. Si los
grandes del país de Jatti cometen
pecado contra �1. Ramsés, el rey
del país de Egipto, deberá mandar
guerreros y carros para vengarse
de ellos...
(aquí se interrumpe el texto
del tratado hitita).

11. Extradición de fugitivos importantes

(El rever:;o del documento hitita Si huye del país de Egipto un hom­
en piedra sólo se ha conservado bre importante y va al país del gran
en forma fragmentaria). señor de Jatti o a una ciudad, o a
... el país de Jatti una región que pertenezca a las tie­
... Riamasesa-mai-Amana rras de Ramsés, amado de Amón, el
gran señor de Jatti no deberá aco­
... Riamasesa-mai-Amana gerlo. Habrán de disponer que sea
... su entregado a User-maat-Re-Setepen­
... si un hombre va Re, el gran soberano de Egipto, su
... para prestar estos servicios señor.
... Jatusil, rel del país de Jatti...

12. Extradición de fugitivos insignificantes

(La versión hitita no se ha­ Si uno o dos hombres sin importan­


conservado). cia huyen y van al país de Jatti para
hacerse siervos de otro, no se les
permitirá permanecer en el país de

222
Jatti; habrán de ser llevados a
Ramsés, amado de Amón, el gran
soberano de Egipto.

13. Convenio recíproco respecto al # 11

(La versión hitita no se ha Si un hombre importante huye del


conservado). país de Jatti y va al país de
User-maat-Re-Setepen-Re, User-maat-­
Re -Setepen-Re, el gran soberano de
Egipto, no deberá acogerlo. Ramsés,
amado de Amón, el gran soberano de
Egipto, habrá de disponer que sea
entregado al señor de Jatti. No debe
ser dejado en libertad.

14. Convenio recíproco respecto al # 12

(La versión hitita no se ha Se procederá de igual modo cuando uno


conservado). o dos hombres desconocidos huyan a
Egipto para hacerse siervos de otro.
User-maat-Re-Setepen-Re, el gran
soberano de Egipto, habrá de disponer
que sean llevados al gran señor de
Jatti.

15. Los dioses de Jatti y de Egipto son testigos del t ratado

(La versión hitita no se ha Estas palabras del tratado que el gran


conservado). señor de Jatti celebró con Ramsés,
amado de Amón, el gran soberano de
Egipto, habrán de escribirse en esta
placa de plata. Estas palabras, mil
dioses masculinos y femeninos del
país de Jatti, junto con mil dioses
masculinos y femeninos del país de
Egipto son para mí testigos de
estas palabras: el sol, soberano del
cielo, el dios sol de la ciudad Arina;
Seth, señor del cielo, Seth de Jatti,
Seth de la ciudad Arina; Seth de la
ciudad Zipalanda; Seth de la cbdad
Betiarik; Seth de la ciudad Hish­
shashapa; Seth de la ciudad Sariesh­
sha; Seth de la ciudad Kaleb;
Seth de la ciudad Lüjzina. Seth de la
ciudad Jurma; Seth de la ciudad Nerik;
Seth de la ciudad Nujashshe;
Seth de la ciudad Shapina. Astarata,
del país de Jatti, el dios de Zit­
jariash, el dios de Jarpantaliash, el

223
dios de la ciudad Karajana; la diosa
de Tyre; la diosa de -w-k; la diosa de
D-n, el dios de P-n-t el dios de-r,
el Dios de Ch-b-t; la reina del cielo;
los dioses, seftores del juramento;
esta diosa, la soberana de la tierra,
la soberana del juramento de lshara,
la soberana de montes y ríos del
país de Jatti; los dioses del país
Kizuvatna; Am6n, Ra, Seth. Las
deidades masculinas y femeninas; las
montaflas y los ríos del país de
Egipto; el cielo, la tierra, el
océano, los vientos, las nubeS.

16. Maldición o bendición en caso de lesión


u observación del tratado

(La ve�i6n hitita no se ha Todas las palabras que se encuentran


conservado). sobre esta placa de plata del país-
de Jatti y del país de Egipto
significan que a aquel que no se
atenga a ellas, los mil dioses del
país de Jatti y los mil dioses del
país de Egipto le destruirán su casa,
sus tierras y sus siervos. Pero
quien se atenga a las palabras
grabadas sobre esta placa de plata,
sean hititas o egipcios, y no las
desatiendan, a éste, los mil dioses-
de la tierra de Jatti y los mil dioses
del país de Egipto colmarán de salud y
vida, con sus casas, sus tierras
y sus siervos.

17. Amnistía para los fugitivos

(La versi6n hitita no se ha Cuando un hombre, dos o tres del


conservado). país de Egipto huyan y vayan al •

gran señor de Jatti, el gran seflor


de Jatti habrá de capturarlos y
disponer su devolución a
User-maat-Re-Setepen-Re, el gran
soberano de Egipto.
Pero el hombre llevado a la presencia
de Ramsés, amado de Am6n, el gran
soberano de Egipto, no habrá de ser
acusado pór su delito. Nada debe
sucederle a su casa, a sus mujeres o
a sus hijos. No será muerto. No se

224
r- hará daño alguno a sus ojos, sus
orejas; su boca ci sus extremidades.
No se le imputará ningún delito.

18. Cláusula recíproca respecto al # 17

(La versión hitita no se ha Se procederá de igual modo cuando


conservado). huya, uno, dos o tres hombres del
país de Jatti y vayan a User-maat-Re,
el gran soberano de Egipto. Ramsés,
amado de Amón, el gran soberano de
Egipto los hará llevar ante el gran
sellor de Jatti. Pero el gran sellor
de Jatti no castigará su delito.
Nada habrá de sucederle a su casa,
a sus mujeres o a sus hijos. No se
lo matará ni se dallarán sus orejas,
sus ojos, su boca o sus extremidades.
No se le imputará un solo delito.

Descripción de la placa de plata

(La versión hitita no se ha LQué hay en el centro de la placa de


conservado). plata? En la cara anterior, el relieve
de una imagen de Seth que abraza
al gran príncipe de Jatti, circundado
por una leyenda que dice: el sello de
Seth; soberano del cielo, el sello del
tratado confeccionado por Jatusil,
el gran sellor de Jatti, el vigoroso,
hijo de Mursilis, el gran sellor de
Jatti, el vigoroso.
LQué hay en el borde del relieve?
El sello de Seth, el soberano del
cielo. ¿Qué hay del otro lado? Un
relieve con una figura femenina de
la diosa de Jatti, que abraza a la
figura femenina de la gran soberana
de Jatti, rodeada de una leyenda que
dice: el sello de la diosa-sol de
Arina, la soberana del país, el sello
de Pudujepa, la gran soberana del
país de Jatti, la hija del país
de Kizuvatna, la sacerdotisa de la
ciudad de Arina, la soberana del país,
la servidora de la diosa. ¿Qué hay en
el borde del relieve? El sello de la
diosa-sol de Arina, la soberana de
todas las tierras.

225
lPor qué el tratado se confeccionó sobre arcilla y no
sobre plata?

Después de vastas investigaciones, hoy escapa a toda du­


da que las distintas versiones egipcias del texto fueron·traduci-·
das de una versión realizada con caracteres cuneiformes. Esto ya
lo prueban las expresiones típicamente hititas como "bella paz y
bella fraternidad" o los epítetos como "el vigoroso", del todo aje­
nos a la forma de hablar egipcia, pero que también afloran en
otros tratados hititas.
·

El tratado original había sido confeccionado sobre dos


placas de plata. Cabe preguntar ahora de qué versión se trata la
tabla de arcilla, hallada en Boghazkoi. Se dan al respecto diver­
sas posibilidades: tal vez, la versión ejecutada en la tabla de ar­
cilla era sólo una simple copia del texto del tratado para ·el archi­
vo estatal. Probablemente esta versión fue un proyecto del texto
escrito en jeroglíficos que se envió a Egipto. También podría ser
que este fragmento represente el texto que Ramsés 11 dicta­
ra según su punto de vista a los escribas babilónicos después de
recibir el tratado escrito sobre plata y para-enviarlo luego aJa­
tusha.
Los dos profesores británicos S. Landon y Alan Gardiner
consideran esta posib!lidad como la más probable. De acuerdo
con su opinión, debemos imaginarnos de la siguiente manera el
origen de la versión en tablas de arcilla de Boghazkoi: el tratado
de paz entre Ramsés 11 yJatusil fue redactado en la versión ori­
ginal de Boghazkoi, en presencia del enviado egipcio. La versión
final, grabada en plata, fue llevada a Egipto por unos mensaje­
ros. Ramsés, no satisfecho con el texto del tratado, mandó venir
a escribas babilónicos como queda dicho, les dictó su versión del
contrato, conservando la mayor cantidad posible de expresiones
del texto original, en tanto omitió otras, como las alusiones a su
ex adversario Muvatalis. Finalmente, este texto volvió a ser gra­
bado en plata, se le estampó el sello del faraón y se envió aJat­
ti. Allf,Jatusil colocó la placa "a los pies de Teshup", es decir, en
un templo, pero no sin antes mandar confeccionar algunas co­
pias en tablas de arcilla para el archivo estatal. Dice el profesor
Gardiner: "Winckler descubrió una de estas copias".
Visto de este modo, la comparación de ambas versiones
resulta más transparente y explica al mismo tiempo cierta incon­
gruencia. Prosigue Gardiner: "Es interesante observar que en la
versión en escritura cuneiforme Ramsés es colocado en primer

226
plano como la figura principal del tratado y por esta razón se uti­
liza a veces la primera persona. En cambio, en la versión je­
roglífica es Jatusil quien habla en primera·persona y su nombre
y su país son citados antes que el del faraón y el de Egipto (o sea,
exactamente a la inversa de lo que hubiere sido de esperar de
dos grandes reyes tan vanidosos como Ramsés y Jatusil). Esto
· coincide con la comprobación de que el texto de Karnak repro­
duce la traducción de la placa de plata que Jatusil envió a
Ramsés.

Las impresiones de sellos hititas: a la izquierda el sello del rey


Mursilis 11; a la derecha un sello de la época de Tudhaliya IV
(1250-1220 a.C.).

En los artículos 6-9 del tratado este cambio de roles lleva


a que mientras los artículos respetan en ambas versiones la se­
cuencia regular en cuanto al e<ontenido real, el artículo hitita 6 se
corresponde con el egipcio 8 y el artículo hitita 7 con el egip­
cio 9.
Sin embargo, esto no es lo í1nico notable en la compara­
ción de ambos textos contractuales. Si observamos la introduc­
ción existente sólo en lengua egipcia, la misma corresponde al
clisé usual de fechas y nombres. La palabra "copia" en el epígra­
fe significa en este caso tanto como traducción. Hasta el punto 4
del texto contractual las dos versiones van paralelas en cierta
medida, en cambio el artículo 5 se diferencia considerablemen­
te desde el punto de vista hitita y el egipcio. Sobre todo la vet:­
sión egipcia ha dado mucho que pensar a los historiadores. Jatu-
. 227
-

sil b.bla aquí de "un tratado anterior de la época de Muvatalis"


que apunta hacia un tratado de paz celebrado entonces. No ca­
be duda alguna de que aquí se le deslizó un error a uno de los
numerosos escribas por cuyas manos pasó el tratado.
A partir del artículo 11 solamente nos ha sido transmitida
la versión egipcia. Los fragmentos del texto hitita no se pueden
completar siquiera con ayuda del texto egipcio, por lo cual se re­
nunció a su reproducción.
Los artículos referidos al convenio de extradición parecen
extraordinariamente modernos. Aunque tiene casi 3.250 años de
antigüedad, su contenido difiere apenas de los convenios inter­
nacionales de extradición de nuestro tiempo.
De la formUlación de estos pasajes surge claramente que
el texto contractual fue redactado de acuerdo con el derecho hi­
tita. En un tratado entre el rey hitita Shupiluliuma y el rey de Mi­
tani, Matiuaza, que se ha conservado hasta nuestros días, nos en­
contramos con formulaciones muy parecidas, por ejemplo:
"Si un fugitivo del territorio de la ciudad de J atti escapa y
va al territorio de la ciudad de Mitani, los hijos de Mitani deben
devolverlo. Si un fugitivo del territorio de la ciudad de Mitani
huye y va al territorio de la ciudad de Jatti, el rey del territorio
de la ciudad de Jatti no debe apresarlo, tampoco enviarlo de
vuelta ni se le aplicarán las leyes de la diosa sol de la ciudad de
Arina. Antes bien, Shupiluliuma debe construir una casa de re­
fugio en el territorio de la ciudad de J atti para Matiuaza, el hijo
del rey..."

El enigma de los mil dioses

El artículo 15 nos confronta con los "mil dioses del país de


Jatti", un número difícil de apreciar, que ya confundió en aquel
entonces a los traductores egipcios del tratado. Los arqueólogos
no sólo debieron de fastidiarse con un gran número de dioses
desconocidos, sino también con una cantidad de errores de tra­
ducción, interpretaciones fallidas de los escribas egipcios y ex­
presiones equívocas. Por lo tanto, a menudo es difícil establecer
si un párrafo se remonta al original hitita o es el resultado de la
"liberalidad" del traductor egipcio.

228
Respecto de la invocación de los mil dioses �n calidad de
testigos del tratado, existen partes comparables. En. el tratado
hitita-mitano se citan: "Los dioses masculinos, los dioses femeni·
nos, todos los dioses del territorio de la ciudad de Jatti, los dio�
ses masculinos, los dioses femeninos, todos los dioses del terri�
torio de la ciudad de Kizuvatna." Y en un tratado entre Jatti y
Nujashshe, los testigos son "los dioses masculinos, los dioses fe­
meninos, todos los dioses del territorio de la ciudad de J atti, los
dioses masculinos, los dioses femeninos, todos los dioses del te­
rritorio de la ciudad Kizuvatna, los dioses masculinos, los dioses
femeninos, todos los dioses del país de Nujashshe, los dioses de
la eternidad, todos ellos.. ." Por con siguiente, esta invocación de
testigos es sin duda un texto original hitita, aun en la versión
egip ci a. Con su predile cció n por las divinidades asiáticas,
Ramsés no sólo toleró esta versión, sino que evidenteme nte la
hizo traducir verbalmente y adoptarla en su texto contractual.
La lista de las divinidades en los tratados hititas es enea�
bezada por lo general por la diosa-sol de Arina, como en el pre­
sente caso. Arina (O r ini) se levantaba a orillas del río Saro, en
Capadocia, y la diosa-sol de esta ciudad era la deidad protecto·
ra de los reyes hititas. Arina estaba a un día de viaje de Jatusha.
La diosa-sol de Arina se llamaba Vurushemu, pero los egipcios
no eran capaces de pronunciar ni de escribir este nombre. No les
sucedía de otro modo con el dios hitita de la to rmenta, que en las
diversas ciudades hititas citadas recibía distintos nombres. Los
traductores egipcios optaron pues por escribir sencillamente el
nombre de su dios de la tormenta, o sea, Seth.
La diosa Artasté del país de Jatti ofrece todavía algunas
dudas a los hititólogos y egiptólogos, sobre todo porque su nom�
bre no es reflejado en el texto egipcio segt\n el de su par del Ni�
lo, sino que se transcribe en su grafía "Astarata". De ordinario,
la diosa de la guerra y del amor, conocida también con el nom­
bre delstar, aparece con la grafía hitita como Ash-sar. El nom­
bre dado a la Istar de Nínive por el rey Tushrata de Mitani mues­
tra cuánto diferían entre sí los nombres de los dioses: la llamaba,
casi con ternura, Nini.
En la siguiente secuencia del artículo 15 los traductores
egipcios perdieron del todo la orientación: nombres de dioses se
convirtieron en nombres de localidades, dioses desconocidos
como Lelivanis, Ea o Damkina fueron omitidos por completo,
pero en cambio se adoptaron giros idiomáticos típicamente h iti-
tas ("los montes y los ríos del país de Egipto"). .
Lo curioso es que a la superioridad numérica de los dio-

229
ses hititas sólo se confrontó la trinidad egipcia de Amón, Ra y
Seth. Quizá esto se debió a razones de espacio y a la convicción
de que a los hititas los dioses egipcios les decían tan poco como
a los egipcios los de ellos.

Tratados son tratados, pero no para Ramsés

El tratado de paz celebrado entre Jatusil, el hitita, y


Ramsés, el egipcio, resultó beneficioso para ambas partes. Si nos
preguntamos a quién aportó más ventajas, la respuesta es unívo­
ca: a los egipcios. Ramsés se había ganado un aliado que habría
de librarlo de los asiáticos, si no quería exponer a la perdición a
su propio país. En cuanto a él, ·no se preocupó demasiado por es-
·

te tratado.
Claramente visible para cualquiera que viniera del norte,
User-maat-Re mandó levantar una poderosa atalaya junto a la
calzada que llevaba a Siria. Esta torre vigía estaba dedicada a
Amón, Seth, Astarté y Puadjit y presentaba a Ramsés como dios.
Esta renovada demostración de poder irritó a Jatusil, y también
lo intimidó. "Ponte en camino a Egipto rápidamente", escribió al
rey de Kode en una carta desesperada y plañidera, "diremos que
las almas de los dioses se han mostrado. Agradeceremos a User­
maat-Re por su benevolencia. Ningún país puede existir sin su
favor. El hombre de Jatti debe ser uno con sus almas. Si está so­
lo, el dios ya no aceptará su sacrificio y ya no verá nunca más el
agua del cielo. Y por esto será uno con las almas de User-maat­
Re, el toro, ·que ama a los valientes."
Cuando por último Jatti padeció hambre, J atusil se dirigió
a sus cortesanos: "¿Qué vemos nosotros? Nuestro país está de­
vastado, nuestro señor Seth está enojado con nosotros y los cie­
los no nos dan agua... Con la mayor de mis hijas a la cabeza, lle­
vemos regalos a nuestro buen dios, el faraón, para que quiera
·

darnos paz, para que podamos vivir."


Lás constantes escaramuzas en las fronteras de J atti y
Egipto duraron más de diez años. Ramsés contestó con desver­
gonzada arrogancia las cartas de protesta de Jatusha. "Me tratas
como a un súbdito" se quejó Jatusil en una ocasión. Sin embar­
go, cuando el rey hitita decidió enviar a su hija mayor al Delta

230
del Nilo para lograr el favor del faraón y de los dioses egipcios,
se originó una situación del todo nueva. Si Ramsés la encontra­
ba de su agrado Jatusil se convertiría en suegro del faraón.
Ramsés aguardó expectante la llegada de la doncella,
pues las mujeres le interesaban más que la política.

231
8.

. �amsés y las mujeres

Negro es su cabello,
más oscuro que la noche,
que las bayas del endrino.
Sus labios son rojos,
más rojos que las cuentas de jaspe,
que los dátiles en saz6n.
Sus senos son de bella fonna.
Papiro Harris.

Ramsés, quien se entreg6 · ·

desenfrenadamente a todos
los placeres te"enales, posela
un enorme harén y su descendencia, ·

casi dos centenas de hijos,


constituyeron la noble casta de
los "ramésidas".
James Henry Breasted, arqueólogo.
Faruk, el último rey de Egipto, casi legendario ya, tenía
debilidad por las mujeres livianas. En aquel entonces, a comien­
zos de la década del cincuenta, las pecaminosas y caras alterna­
doras de los clubes nocturnos de la calle de las Pirámides, en El
Cairo, aumentaban su tarifa en un ciento por ciento cuando el
rey Faruk las honraba con su elección y ellas habían logrado
complacerlo. Estar, o mejor dicho, yacer "al servicio de SuMa­
jestad", equivalía a un sello de calidad que l<?S mortales comunes
·

sabían apreciar.
Se sabe que el rey Faruk sostenía a "tratantes de blancas"
que le proveían de amigas bien dispuestas, pero es menos cono­
cido el hecho de que el real calavera tenía un modelo en cuestio­
nes amorosas, y toda su vida se empeñó en imitarlo, aunque
jamás logró estar a su altura. Ese modelo era nada menos que
Ramsésll .
3.200 años antes de Faruk, el lujurioso faraón mandaba a
sus espías amorosos a seguir el rastro de las mujeres más bellas
de Egipto, colmarlas de oro y piedras preciosas e invitarlas a
concursos de belleza íntimos en los que sólo había un especta­
dor: Ramsés el Grande. Se apoltronaba en su trono de oro, en la
sala del trono de su palacio, semidesnudo, cubiertas sus partes
pudendas por un delantal y la cabeza por la clásica cofia sobre
la cual se destacaba el reluciente ureo de oro. Su regio sitial, cu­
yo respaldo superaba en altura la cabeza y reproducía las alas
extendidas de un balcón de Horus, se levantaba sobre un estra­
do de aproximadamente un metro de alto, al cual se accedía por
una rampa. A los pies del faraón, yacía indolente su león domes­
ticado, símbolo de' poder y virilidad. A su lado, en cuclillas, un
arpista ciego escuchaba con los ojos cerrados y la cabeza vuelta
hacia el techo, en tanto sus largos dedos pulsaban las seis cuer­
das del instr�ento. Detrás del arpista había dos adolescentes

234
desnudas arrodilladas, provistas tan sólo de un cinturón del que
pendían finas tiras de cuero. Una de las niñas sostenía una flau­
ta, la otra un sistro, ese apreciado instrumento de percusión for­
mado por brillantes chapitas de metal.
A pasitos cortos, con la cabeza profundamente inclina­
da, avanzaba el "intendente de los reales aposentos del
harén", se echaba de bruces frente a Ramsés, de tal suerte
que su frente quedaba en contacto con el pavimento de gra­
nito rojo, y con voz plañidera de falsete recitaba: "Obedece
tu deseo y hazte bien, haz todo cuanto te sea menester sobre
la tierra y no atormentes tu corazón hasta que te sea llegado
el día del griterío*."
A los sones de Úna música excitante entraba en la sala del
trono una doncella mimbreña, se arrojaba al suelo, reluciente
como un espejo, y en esa posición decúbito dorsal, comenzaba a
despojarse de su larga y transparente túnica plegada. El "inten­
dente de los reales aposentos del harén" se
· adelantaba ha$ta el
faraón para informar que la joven se llamaba "hermoso sicómo­
ro", tenía catorce años y era hija de un oficial egipcio y una can­
tinera siria.
El striptease de la proporcionada niña-mujer no impre­
sionaba particularmente a Ramsés, pues todas las semanas se re­
petía la presentación de las nuevas aspirantes a integrar el
harén. Pero cuando la pequeña separó los muslos para permitir
al faraón una profunda inspección de aquello que se le ofrecía,
el rey mostró interés anatómico, hizo chasquear la lengua y mo­
vió la cabeza, lo cual arrancó a la niña un grito de éxtasis.
Todavía no se había apagado el eco de su exclamación
cuando apareció una segunda postulante, una egipcia de ne­
gros cabellos cortos, peinados a la manera de un paje y ador­
nados con una flor de loto. Se llamaba "gatito", contaba die­
ciocho años y no llevaba en el cuerpo más que un collar de
mostacillas. Ejecutó su danza predominantemente sobre una
jofaina de patas largas apoyada en el suelo, sobre la que la jo­
ven parecía acuclillarse. Ramsés observaba con interés.
Jamás había visto nada parecido. lQué pretendía hacer la jo­
ven con la jofaina?
La solución del enigma fue tan sencilla como inesperada.
El faraón no podía dar crédito a sus ojos: la muchacha dejó es­
capar un copioso chorro de orina en el recipiente que tenía de-

• Invitación a gozar de la vida en una tumba egipcia antigua. El día del griterío
alude a los lamentos de las lloronas, es decir, al día del fallecimiento.

235
bajo de ella. Ramsés dio muestras de 'divertirse y tan pronto la
aspirante reconoció la grata reacción al espectáculo ofrecido,
avanzó hacia el faraón con movimientos danzarines y lascivos, se
abrazó a sus muslos, tanteó con dedos diestros debajo del delan­
tal y sobó las reales partes viriles del gran Ramsés hasta hacerle
gemir de placer.

Doncellas peifumadas, dispuestas a todo

Esta parecía ser la señal de iniciación de una desenfrena­


da orgía: parejas de niftas pequeñas introducían en la sala cente­
Ueantes carros de guerra de oro, que no tripulaban guerreros ni
aurigas. En aquellos carros venían mujeres desnudas de pie, ya­
centes o acuclilladas, algunas atadas a los carros, cada una en
una postura diferente, difícilmente superable en refinamiento.
Ramsés ya no podía contenerse en su trono y con salvaje griterío
se lanzaba sobre las jóvenes que se le ofrecían entre .alaridos y
gritos jubilosos. Algunas traían sobre la cabeza pomos de bálsa­
mo que exhalaban fragancias dulzonas, otras rociaban el am­
biente con aromáticas esencias que traían en frasquitos y escudi­
llas. Ramsés, en éxtasis, saltaba como un fauno de un carro al
otro, -de una mujer a otra, de un coito a otro.

Una orgía representada en el "Papiro de Turín". El provecto faraón sostiene una


redoma en la ·mano y practica el coito con una mujer del harén, atada a un carro
(derecha). A la izquierda, dos damas del harén encargadas de poner en clima al
rey.

236
El arpista ciego, sólo testigo auditivo del desenfrenado
acontecimiento, tañía con frenesí las cuerdas de su instrumento,
en tanto la tierna flautista arrancaba a la caña sones estridentes
y prolongados y la pequeña del sistro balanceaba su cuerpo al
ritmo de las sonajas. iQué hombre fue este User-maat-Re-Sete­
pen-Re, este toro vigoroso! Las jóvenes gritaban extasiadas
cuando él se acercaba a ellas. En su mayoría eran tan jóvenes
que no habían sido circuncidadas aún, como era costumbre en­
tonces, pues a diferencia del rey Faruk, Ramsés prefería las
niñas tiernas, de fina silueta.
En la tumba de Najt, escriba del templo bajo Tutmosis IV,
encontramos por primera vez una danzarina desnuda, y a partir
de esta época las bailarinas de belleza parece que fueron muy
solicitadas. La danza, surgida de un culto ritual, se trocó en un
espectáculo acrobático y paroxismal y, como explica Herodoto,
muchas veces obsceno. Las bailarinas de belleza, expertas en ha­
cer piruetas, eran un motivo predilecto de decoración de las
tumbas tebanas particulares.
La profesora de egiptología de Tubingia Emma Brunner­
Traut manifiesta acerca de la naturaleza de la danza en el anti­
guo Egipto: "Si en un principio la danza egipcia fue una danza
grupal, ceñida en su forma a reglas estrictas y a la tradición, en
el Nuevo Imperio esta danza improvisada deriva más y más en la
danza de una solista, mientras los demás participantes quedan
�relegados al rol secundario de acompañantes. Las melodías,
igualmente improvisadas, tampoco fueron dirigidas ya por un
·keironómico*.
La diferencia fundamental respecto de las danzas anti­
guas consistió asimismo en que en el ínterin las jóvenes danzan­
tes acompañaron sus cancioncillas singulares con diversos ins­
trumentos musicales novedosos, en gran parte importados de
Asia. Ello dificultaba la libertad de movimiento de las bailari­
nas, pero hacia fines de la dinastía XVIII, las solistas propia­
mente dichas optaron por hacer a un lado su instrumento a fm
de poder realizar un despliegue total de movimientos atrevidos,
libres y también coquetos. Sus esbeltos cuerpos desnudos cauti­
vaban los ojos del espectador".**


Una especie de director, que también daba la altura del tono.

•• En wAgyptolo�scbc Forschu�tgcn", núm. 6, .Qiückstadt, 1938.

237
En el segundo milenio a.C., las egipcias tenían fama de ser
diabólicas devoradoras de hombres. En todo caso, esta es la ima­
gen que nos transmite la mitología, la leyenda y el Antiguo Tes­
tamento. Esto pudo haber tenido su origen en el hecho de que en
el país del Nilo se manifestaron tempranamente las tendencias
emancipadoras de la mujer que provocaron el asombro y la per­
plejidad de los pueblos extranjeros.
En la narración apócrifa judía de José y Asenat, la egipcia
es caracterizada como una mujer mundana, soberbia y capricho­
sa, y en la leyenda de José, la mujer de Putifar, el funcionario de
la corte, es ima fierecilla frustrada e impúdica que se ha pro­
puesto seducir al inocente José. Sin embargo, al escribir su his­
toria, el cronista bíblico parece haber tenido en mente una fábu­
.la egipcia muy difundida. La llamada fábula de los hermanos que
ya circulaba en tiempos de Ramsés 11 y ha llegado a nosotros
gracias al papiro d'Orbiney (Museo Británico, Lpndres) y que
contiene asimismo el motivo de Putifar: La esposa del terrate­
niente Anubis intenta seducir a su joven cuñado, pero zl ser re­
chazada, aduce haber sido violada por él y lo expone a la vengan­
za de su hermano.

Ajedrez con damas desnudas

Las mujeres. que rodeaban a Ramsés no tenían sino una


misión, la de embellecerse y brindar al faraón el más agradable
entretenimiento. Se entiende por sí solo que Ramsés era aficio­
nado al juego de los reyes, el ajedrez, y tenía en Nefertari una
contrincante que estaba a su misma altura. El ajedrez era el jue­
go prefe � de su esposa y en su tumba la representaron prac­
ticándolo. I
� ramos si Ramsés 11 jugaba al ajedrez con jóvenes
desnud�moio hacía el tercer Ramsés, según la tradición, pe­
ro si es este faraón que imitaba a su antepasado en casi todas las
situaciones de la vida (si bien no llegó a tener más que tres espo­
sas reales) lo hizo, podemos presumir que Ramsés 11 disfrutó de
esta diversión particular. Además, respondía al gusto faraóni­
co de las época hacerse impulsar con pértigas a través de los jun­
cales del Delta del Nilo en compañía de concubinas desnudas
escogidas y hacer el amor en una canoa balanceándose.

238
Estas jóvenes eran criaturas dotadas de encantos poco co­
munes, bellas, prudentes y disqetas. Aquellas a las que Ramsés
brindó su favor por unos instantes en medio del juncal, tal vez
entonarían una canción como la que reproduce el papiro Harris:

Mi amado hermano, mi corazón añota


tu amor.
He venido para capturar con la trampa en la mano
todas las aves de Punt.
Se posan en tierra, ungidas con mirra.
La primera toma mi señuelo
Trae fragancias dé Punt
Y sus garras están llenas de ungüento
iAh! lno podríamos soltar juntos
a las aves de la tra�pa?
Yo, sola contigo, para que escuches
el grito de mi ungido con mirra
iQué bello sería si tú estuvieras
allí conmigo, cuando colocara la trampa!
Es indeciblemente hermoso andar por los campos
con aquel a quien se ama.
Grazna el ganso cogido en su gusano
pero mi amor por ti me retiene,
no lo puedo olvidar...
Mi bellísimo, es mi anhelo
amarte como tu esposa.
Tu brazo debe reposar sobre mi brazo
Hermano mío, si esta noche no estás conmigo,
estaré muertá, pues eres para mí
salud y vida.
lEscuchas la voz de la golondrina?
Dice: La tierra se aclara, lno debes marcharte?
No, pájaro, me molestas.
Estoy junto a mi hermano
y mi corazón se regocija...
Dime que no debo marcharme
que mi mano ha de quedar en tu mano.
Me haces la primera de las jóvenes,
no ofendas mi corazón...

239
El faraón acaricia el mentón de una joven desnuda de su harén. Relieve de las
dependencias del palacio de Ramsés 111 en Medinet Habu.

240
Según la opinión del egiptólogo Wolfgang Helck, las her­
mosas muchachas del harén que cantaban estas canciones eran
sobre todo oriundas de Siria. Rara vez tenían contacto con el
rey, pues el harén de Ramsés 11 estaba fuera del palacio. Su pa­
dre Seti se lo había obsequiado junto con algunas damas cuando
el joven príncipe heredero contaba apenas diez años de edad.
Entre estas "Joyas del rey" (según uno de los títulos honoríficos
de las concubinas reales) también se encontraba Nefertari, algo
mayor que las demás y, probablemente, la que inició al adoles­
cente en los secretos del amor. A los diez años, Ramsés ya era un
hombre hecho y derecho, su padre lo designó comandante de las
tropas y no se opuso cuando llevó consigo a la campaña a N efer­
tari. Más tarde, cuando Seti hubo fallecido, Ramsés dispuso de
su propio harén de viaje, por así decir, un servicio erótico de
emergencia.
En el harén doméstico de manera alguna se encontraban
sólo damas, y los hombres que solían verse allí tampoco eran eu­
nucos. No existe ni una sola evidencia de que los hombres que
trabajaban en el harén del antiguo Egipto estuvieran castrados.
El harén constituía una empresa económica autónoma, inde­
pendiente del palacio real. Poseía sus propias tierras, su propio
aparato recaudador de impuestos, su propia administración y su
propia policía.
Del "intendente del harén real" y de su suplente (alcalde y
vicealcalde) dependían dos "escribas del tesoro del harén" (teso­
reros) y seis "inspectores de la administración del harén" (fun­
cionarios), quienes a su vez supervisaban a la tropa policial y a
los trabajadores del agro. Y si en el harén de Ramsés II se movía
medio millar de "amas de casa", '"bellas", "amadas", "damas re­
ales", "esposas reales" y "grandes esposas reales"*, también se
alojaban allí por lo menos la misma cantidad de hombres. Según
se desprende de los autos de procesamiento de la conspiración
tramada en el harén bajo Ramsés III, los amoríos y las intrigas
intestinas estaban en el orden del día de esas casas.' En la época
ramésida los escándalos de serrallo formaban parte de la rutina
egipcia.

• La secuencia responde a una jerarquía.

241
Su Majestad realiza su aseo matinal

Esta rutina comenzaba para Ramsés 11 con el desfile de


los barberos y pedicuros. El rey llevaba su rubia y sedosa cabe­
llera de un largo no mayor de seis centímetros*, ventajoso para
la frecuente muda de los tocados, sobre todo las pelucas, de las
cuales prefería en el ámbito privado la sencilla peluca de mele­
na redonda y corta con la diadema sostenida por dos cintas que
se anudaban en la nuca. En ocasiones oficiales los maestros de
ceremonia ie colocaban sobre la cabeza la alta corona del sur o
la corona del norte, algo más chata, la doble corona, una combi­
nación de las dos citadas, o el yelmo azul cuando se trataba de
desfiles militares. El rey usaba las coronas sin peluca, remplaza­
da a veces por el nemes, una cofia rayada. Todas las mañanas,
Ramsés se hacía rasurar. Cuando llevaba barba, esta era postiza
y la sostenía sobre el mentón mediante dos cintas anudadas alre­
dedor de las orejas.
El atuendo más simple del rey era el delantal corto o lar­
go, provisto de un tablón en la parte anterior. Sostenía este de­
lantal un amplio cinturón de cuero con hebilla de metal o marfil
que llevaba el cartucho con el nombre "User-maat-Re-Setepen­
Re". Completaba el atavío cotidiano un collar de perlas, piedras _

preciosas o mostacillas de cerámica, a menudo de varios kilogra-


·

mos de 'peso.
Después del aseo matinal y un desayuno bastante frugal
integrado por zumos, papilla de cereales y pan, el sumo sacerdo­
te recitaba oraciones al faraón y este procedía luego a hacer su
primera ofrenda de sahumerio. Si pasaba la mañana en el pala­
cio de la capital, debía atender audiencias, dictar justicia e im­
partir órdenes. "Hemos venido para comunicar a Su Majestad..."
es un giro que se encuentra constantemente al comienzo de un
protocolo de exposición. El faraón deseaba estar informado so­
bre todos los procesos importantes que se operaban en su impe­
rio. Cuando surgían problemas, tenía inmediatamente a su dis­
posición expertos y consejeros.
Por ejemplo, cuando se trataba de buscar agua en el de­
sierto, Ramsés hacía señas a su canciller para que se acercara y

• Mediciones efectuadas en la momia de,Ramsés.

242
le decía: "Llama a los Grandes que se encuentran frente a la sa­
la para que Mi Majestad escuche su consejo respecto de esta tie­
rra. Quiero discutir el asunto."*

Así iba vestido Ramsés 11. Izquierda: con un delantal simple sobre las prendas
interiores y la doble corona; centro: con un delantal corto sobre el largo y la
corona azul; derecha: con delantal, falda y sobrefalda y la corona de los dioses.

Los Gr:andes entraban serviles y obsecuentes, sin osar mi­


rar a la cara a Ramsés, se arrojaban al suelo y lo besaban. Enton­
ces les eran explicados los planes y las preguntas del far.aón. Sin
embargo, los perforadores de pozos y los agrimensores antes
que dar sus consejos al faraón, más bien lo aclamaban, pues el
gran Ramsés lograría hacer realidad este proyecto: "Si desafia­
ras a tu propio padre Hapi**, el padre de los dioses, a hacer co­
rrer cuesta arriba las aguas de la montaña, haría todo cuanto tú
le dices,. según los planos e_laborados en nuestra presencia, pues
tus progenitores, los dioses, te aman más que a cualquier otro
rey que haya vivido desde los tiempos de Ra."***

*
Pierre Montet: "So lebten die Aegypter" (Así vivían los egipcios), Stuttga):'t,
1960.

* *
Personificación del Nilo.

Estela de Kuban, Museo de Grenoble.

243
En la medida en que el culto divino y los negocios de go­
bierno le dejaban tiempo, Ramsés se dedicaba intensamente a
los deportes. User-maat-Re había sido adiestrado en ellos como
un estudiante de Eton. En su calidad de príncipe heredero debía
correr una carrera de resistencia antes del desayuno. Su vigor
físico debió de ser colosal y aun cuando se exagera sobremanera
en los textos relativos a Kadesh, debió de ser sobrehumano. Su
puntería con el arco y las flechas fue loada por los poetas. Si no
practicaba el tiro contra enemigos del país, lo hacía con leones,
búfalos y antílopes. La cacería de estos últimos se consideraba
un entretenimiento típicamente real. Ramsés perseguía a los re­
baños por el desierto que, en Egipto, lindaba por doquier con el
valle del Nilo, y en plena carrera disparaba sus saetas. Excep­
ción hecha de las mujeres, no había nada que le causara mayor
placer.

De ninguna manera se consideraba una rareza que


Ramsés llamara propias a cuatro esposas principales, media do­
cena de concubinas y unas centenas de compañeras de lecho
profesionales. Su harén era tan nutrido que durante un año hu­
biera podido acostarse cada noche con una mujer diferente. La
fluctuación era considerable, de ahí que muchas de las jóvenes
del harén sólo gozaran una vez en su vida del favor del soberano.
Ramsés, que no dejaba pasar ni una ocasión para superar las ha­
zañas de sus antecesores, no hubiera tolerado que alguien lo
aventajase en el lecho.
No ha llegado noticia a nuestros días en cuánto a si pasa­
ba sus noches solo, de a dos o más; de todos modos la regla era
que el rey durmiera solo, pero teniendo en cuenta sus cuatro es­
posas principales, las centenas de concubinas y su prole de 162
hijos, el cronista tiene sus dudas respecto de si Ramsés se ciñó
·estrictamente a esta costumbre. Lo que se sabe con certeza es
que ninguna de sus esposas contaba más de dieciséis años cuan­
do Ramsés se casó con ellas. Su propia hija Bent-Anta fue segu­
ramente la más joven de las esposas reales. Otras dos hijas sir­
vieron de concubinas al faraón, ávido de amor.

244
Cien años antes de Ramsés, Amenofis 111 había implanta­
do nuevas escalas para la vida amorosa de los faraones. En su ju­
ventud se había casado con Teie, la hija de un sacerdote y una
dama del harén, y la hizo "soberana sobre los dos Países".
Además, tuvo una docena de esposas secundarias y un
harén de trescientas a cuatrocientas concubinas. Al igual que
Ramsés, Amenofis 111 tenía debilidad por las mujeres asiáticas
de piel clara y senos pequeños. El rey Tushrata de Mitani supo
capitalizar esta avidez. Primero, le vendió a su hermana Giluje­
pa, y más tarde a su hijita Tadujepa, a quien se bautizó en Egip­
to con el nombre de Nefertiti. En aquel entonces el oro del pe­
cado era llevado por tóneladas del país del Nilo a Mitani.
Pero mientras que Amenofis 111 se daba por satisfecho
con una reina oficial, Ramsés tuvo cuatro: Nefertari, Isis-nefert,
Bent-Anta y Maa-Nefer-Re, las cuatro "esposas reales". Por con­
siguiente, vivió en cuadrigamia.
Sin duda, Nefertari, a quien Ramsés 11 desposó antes de
subir al trono, fue "la más bella de todas". Llamaba la atención
por la tonalidad clara de su piel, le dio a su real consorte el pri­
mero, el tercero, el undécimo y el décilno sexto hijos varones, así
como la cuarta y la quinta hijas mujeres. Nefertari fue esposá
principal, jefa del harén, y tenía a sus disposición un ejército de
siervas y una guardia personal. La "gran esposa real" sabía per­
fectamente de las escapadas de su marido, de sus fiestas orgiásti­
cas, pero fue bastante cauta como para no objetar sus matrimo­
nios con esposas secundarias y dos de sus propias hijas. Todo
esto formaba parte de los hábitos faraónicos desde comienzos
del Nuevo Imperio y de ningún modo menguaba su influencia.
En sus noventa años de vida, Ralfisés amó a muchas muje­
res, pero sólo veneró a una: Nefertari. Pata ella User-maat-Re
mandó construir el sepulcro más bello en el Valle de las Reinas,
con pinturas murales de colores tan espléndidos como las de la
tumba de su padre Seti, en las cuales se reproducen escenas de
la vida privada de la soberana. Muestran a una gran dama, a un
personaje majestuoso, de figura realmente bella, no meramente
bonita como las innumerables jovenzuelas que servían de diver­
sión al faraón. Ramsés debió de adorarla, pues antes de comen­
zar la edificación de su templo en Abu Simbel, erigió allí un<l
más pequeño para Nefertari. Esto aconteció después de cumplir
veinticinco años de matrimonio, con ocasión de sus bodas de
plata.
En ia fachada de doce metros de altura de este templo 'en­
contramos a Nefertari dos veces. A cad-a lado del pórtico 'Se

24S
acompaña una figura de su esposa en actitud de marcha. Una
larga túnica transparente acentúa sus formas. La irradiación
erótica de estas representaciones es notoriamente intencionada
y los detalles amorosos como los pezones de la bella reina no
eran tabú. Nefertari luce la corona de Hator, símbolo de su
igualdad de rango con la diosa de la danza, de la música y del
amor. La decoración interior del templo es asimismo primorosa,
florida, delicada... femenina con su predominio del color amari­
llo dorado.
La circunstancia de que Ramsés relacionara a su diviniza­
da esposa con la diosa Hator pudo haber tenido el siguiente mo­
tivo: en el Antiguo Imperio, Hator ya se consideraba la protec­
tora del faraón. Evidentemente, esto indica que Nefertari era
mayor que Ramsés · y que ella fue quien guió e inició al joven rey.
Si observamos la posición de los pies de Nefertari en este tem­
plo, nos llama la atención que la reina aparezca con el pie iz­
quierdo adelantado. Con seguridad, la reina no adoptaría por
casualidad esta pose activa que simboliza energía y resolución y
tradicionalmente se reservaba al faraón. Por supuesto, también
constituye hasta hoy un enigma que las hijas de la pareja real
fueran representadas en esta postura de marcha, por así decir, y-
_ los hijos varones con los pies juntos... como niñas.

Rivalidades en la gran familia

En el templo de Nefertari sólo se mencionan sus propios


hijos, pero no se alude para nada a los demás hijos e hijas de
-
Ramsés.
A su vez, Isis-nefert, segunda esposa principal de Ramsés
11, también ignoró en sus monumentos a la prole de Nefertari.
Los hijos e hijas de Isis-nefert nos son presentados en las
esculturas en piedra de Assuán y Gebel es-Silsile. Estas escultu­
ras fueron erigidas por el príncipe Caemvese ("El que apareció
en Tebas") en 1261 a.C., con motivo del trigésimo aniversario del
reinado de su padre, y en los doce años siguientes fueron actua­
lizadas cuatro veces. Caemvese era gran sacerdote de Menfis y
su padre le transmitió-sus funciones de organizador de las cele-·
braciones de aniversarios. Es absolutamente natural que en el

246
relieve mural se dejara retratar como heraldo oficial de ceremo­
nia, junto con su padre Ramsés, pero el hecho de que en la re­
presentación pasara por alto a Nefertari, la esposa favorita del
rey, y sólo pusiera junto a él, el rey, a lsis-nefert, la segunda es­
posa principal, p�rmite adivinar rivalidades dentro de la gran fa­
milia de Ramsés 11, más aún, hostilidades. Esta supos�ción que­
da confirmada por la capilla rupestre de Silsile-Oeste, donde
sólo se ve junto a Ramsés a la segunda y a la cuarta esposa prin­
cipal, a saber, Isis-nefert y Bent-Anta respectivamente, esta hija
de aquella, su única hija mujer por lo demás. lsis-nefert dio a luz
al segundo, al cuarto y al décimo tercer hijo de Ramsés. Este
último fue más adelante el sucesor del trono.
Ramsés mantenía una familia numerosa, pero no era lo
que se dice una gran familia. Hay arqueólogos que llegan a ba­
rruntar en su harén luchas internas por el poder de resultas de -
las cuales Nefe�tari y sus hijos, entre ellos el primogénito Amon­
herjopshef, habrían sido eliminados por Isis-nefert y sus vásta­
gos. Sin embargo, no existen pruebas que lo corroboren. Antes
bien, Nefertari pasaba por ser una mujer extraordinariamente
poderosa. La escena de la coronación en su templo de Abu Sim­
bel habla por sí sola: las diosas Isis y Hator sostienen sus manos
sobre Nefertari en actitud de protección. La reina luce la diade- .
ma con el ureo sobre una moderna peluca de cabello corto y la
corona de Hator con el disco solar. En la mano izquierda sostie­
ne el símbolo del poder, elflabellum, como el divino faraón, un
abanico que apoya con elegancia sobre su hombro y en la diestra
el signo de Anj, símbolo de vida eterna.
Al parecer, Nefertari también ejerció influencia en el
acontecer político. Después de celebrada la paz entre Ramsés y
el rey hitita Jatusil, mantuvo correspondencia con su esposa Pu­
dujepa. La enviada a Jatti evidencia la gran alegría de Nefertari
por este tratado de paz.
"Naptera•, reina.de Egipto, le dice a Pudujepa, reina del
país de Jatti: Aquí, hermana mía, impera la paz, en mi país im­
pera la paz. Allí, hermana mía, haya paz, en tu país haya paz. Mi­
ra, he oído que tú, mi hermana, me has escrito para interesarte
por mi paz y que escribes por nuestras relaciones pacíficas y por
las relaciones fraternales que unen al gran rey, el rey de Egipto,
con el gran rey, el rey del país de Jatti, su hermano. Que Sha-

* Forma hitita d�l noml>r� N�f�rtari.

247
mash y Teshup eleven tu cabeza y Shamash te dé paz y te procu­
re lo mejor y garantice una buena fraternidad entre el gran rey,
el rey dC? Egipto, y el gran rey, elrey del país de Jatti, su herma­
no, por toda la eternidad."
Nefertari no alcanzó a ver concluido su templo en Abu
Simbel, pues dejó de existir entre 1264 y 1260, cuando no conta­
ba aún cincuenta años.

Para consuelo de Ramsés una princesa hitita

Pocos años más tarde, en el tercer mes de invierno del año


1265 a.C., una interminable caravana transitó por Palestina,
aguas arriba del Orontes, en dirección a la capital egipcia
Ramsés. La componían miles de. vacunos y equinos, decenas de
miles de cabras y ovejas, carros cargados de joyas en oro y plata,
costoso mobiliario y fina vajilla, esclavos coseos, carreteros y
centinelas envueltos en harapos y pieles hasta quedar irrecono­
cibles. Un viento helado soplaba del norte, de la dirección de
donde venían, y pronto se convirtió en temporal que levantó es­
pesas nubes de nieve y quitó el aliento a hombres y a bestias. Re­
mataban la caravana los carros de guerra y una procesión de ·

gente distinguida, presidida por los gobernadores provinciales


de Upe y Canaán, Suta y Atajmashshi. En medio de ellos venía
la hija mayor deJatusil, el rey hitita, un regalo para Ramsés, el
todopoderoso, quien .la había pedido para consolarse por la
pérdida de Nefertari.
El faraón aguardaba entretanto la llegac!'l de la novia en
su palacio de lapislázuli en Ramsés City, y cuando los mensaje­
ros destacados le anunciaron que la caravana procedente deJa­
tusha se acercaba a las fronteras de Egipto, envió una comitiva
oficial a su encuentro, pero los soldados egipcios, acostumbra­
dos al clima primaveral del invierno en el Del�a del Nilo, se ex­
traviaron en medio de las tormentas de nieve. Al llegar a oídos
de-Ramsés esta calamidad, se dirigió a Seth, el dios competente
para las emergencias nórdicas: ,
"El cielo descansa sobre tus manos, la tierra yace bajo tus
pies, lo que tú ordenas, sucede. Que cesen la lluvia, el viento frío
y la nieve". Oró el faraón y para no exigir demasiado a su dios,

248
añadió, "hasta que hayan llegado a mí las preciosidades que me
has asignado".
Ramsés U, .que en aquellos días contaba cincuenta y cua­
tro años, había invitado a su futuro suegro Jatusil junto con su hi­
ja mayor a su capital. El los recibiría en persona en los lindes de
su imperio y los escoltaría hasta el Nilo. Sin embargo, Jatusil,
que conocía la maquinaria propagandística del faraón desde an­
tes de celebrarse el tratado de paz, se excusó por "un ardor en
los pies". Sus piernas ya no le respondían como en los buenos
tiempos. Pero de·hecho, no concedió al rey egipcio, por así de- ·

cir, el triunfo de ser citado a declarar.


Después de que Ramsés ofreciera a Seth su sacrificio
"el cielo se apaciguó y comenzaron los días estivales..." En
algún lugar de Palestina los egipcios se encontraron con los
hititas "y todos los hombres del país de los hititas se mezcla­
ron con los de Egipto. Comieron y bebieron juntos, pues eran
un solo corazón, como hermanos, pues entre ellos había paz
y fraternidad según el ejemplo del propio dios." De este mo­
do, en la estela de la boda de Abu Simbel, a los pies del colo­
so de la izquierda, se describe el primer encuentro pacífico
de hititas y egipcios.
La caravana de Jatti llegó a la capital egipcia sin pérdi­
das importantes. Ramsés justipreció los regalos y le parecie­
ron considerables. Cuando le fue presentada la princesa hiti­
ta "vio que era bella de cara como una diosa... Jamás había
conocido nada igual, jamás se había comentado de boca en
. boca, jamás se había mencionado en los escritos de los ante­
pasados... Fue así, bella en el corazón de Su Majestad y él la
amó por encima de todo". El nombre hitita de la hija mayor
de Jatusil se desconoce, pero de acuerdo con la costumbre,
Ramsés le asignó uno egipcio, a saber, Maa-Neferu-Re y la
convirtió en su esposa principal.
Maa-Neferu-Re alcanzó una posición descollante en
Ramsés City y veló para que los contactos entre Egipto y Jatti no
sufrieran rupturas. Una estela falsificada alrededor del 500 a.C.
por los sacerdotes de Chons en Karnak, con el objeto de acre­
centar el prestigio de su dios, cuenta una curiosa historia acerca
de Bentresh, hermana de la princesa hitita. Al parecer estaba
poseída o padecía de epilepsia, y sólo pudo ser curada a través
de una estatua de Chons llevada a J atti, según aseveraban los sa­
cerdotes.

249
El rey hitita Jatusil
III despide a su hi­
ja, entregada por
esposa a Ramsés,
corno un regalo di­
plomático.

La curación maravü/osa de la bella Bentresh

La historia comienza presumiblemente el día 22 del se­


gundo mes de verano, en el año decimoquinto del gobierno de
Ramsés 11. (La mención del año ya hace evidente la falsificación,
pues la hermana de Bentresh no llegó a Egipto sino en el áño
vigésimo quinto del reinado del faraón*. En ese entonces
Ramsés debía de encontrarse en Luxor con motivo de la fiesta de
Opet).

• La inscriPción redactada en forma arcaica contiene errores históricos y gra­


maticales. En los título& reales de Rarnsés 11 aparecen partes del título de Tut­
mosis 111.

250
- --=.
- ..--
------..,...---------.
.. ..


1
Entonces dieron aviso al faraón: "Ha llegado un enviado
del príncipe de Jatti: ha venido con numerosos regalos para la
reina."*
El enviado se presentó ante Ramsés, entregó los regalos y
dijo: "Loor a ti, Sol de los nueve pueblos de arqueros, vivimos
por ti. Vengo a ti, oh príncipe, mi señor, a causa de Bentresh, la
hermana de tu reina Maa-Neferu-Re. Una enfermedad ha ataca­
do sus miembros. Quiera Su Majestad enviar a un sabio para que
la examine."
El faraón ordenó: "Haced venir a mi presencia a los estu­
diosos de la casa de la vida y a todos los funcionarios de la cor­
te" y cuando los tuvo ante sí, dijo: "Os he mandado llamar para
deciros lo siguiente: Adelántese quien de vosotros tenga inteli­
gente raciocinio y destreza manual."
Los funcionarios se miraron perplejos. Finalmente To­
temheb, el sabio escriba de Ramsés, dio un paso.al frente y el rey
le ordenó marchar a Jatti en compañia del emisario. Totemheb
hizo lo que le ordenaron y encontró a la princesa Bentresh "co­
mo poseída por un espíritu", pero desgraciadamente se sintió de­
l
masiado débil para combatirlo.
(
1 Decepcionado, el rey de los hititas envió a Egipto un se­
.gundo emisario con su ruego: "Su Majestad quiera ordenar que
nos sea enviada una imagen divina."
Ramsés viajó a Tebas, se dirigió al templo de Chons y le
habló al dios de esta suerte: "Oh, señor, vuelvo a presentarme
ante ti por la hija del príncipe de Jatti. Permite que tu imagen
sea llevada a Jatti." Presumiblemente, la estatua del dios asintió
y el faraón prosiguió: "Dale el hechizo de tu protección. Haré
transportar tu imagen a Jatti para salvar a la hija del príncipe de
Jatti."
En efecto, Ramsés 11 la expidió por vía marítima a través
del Mar Rojo, y en la otra orilla destacó un grupo de caballos y
de sus mejores jinetes. A pesar de ello, la estatua de Chons tardó
un año y cinco meses en llegar a Jatti. Una vez allí, el rey hitita,
sus grandes y sus soldados le tributaron un triunfal recibimiento,
se arrojaron al suelo boca abajo y exclamaron:
"Vienes a nosotros para darnos muestras de tu gracia por
ord�n del rey User-maat-Re-Setepen-Re."

• Texto de la estela según James Henry Breasted: •Ancient Records of Egypt",


Chicago, 1906.

251
La imagen fue llevada donde se encontraba Bentresh y
por su boca habló el mal espíritu: "Bienvenido en paz, gran dios,
que ahuyentas los espíritus exaltados. Tu ciudad es Jatti, sus ha­
bitantes son tus servidores... yo también soy tu servidor. Regre­
saré al lugar del cual he venido, para alegrar tu corazón con
aquello por lo que has venido. Quiera tu Majestad celebrar con­
migo y con el príncipe de Jatti un hermoso dfa."
El rey hitita y sus soldados sintieron gran temor y ofrecie�
ron sacrificios al Consejero Chons en Tebas. Entonces el espíri­
tu maligno salió del cuerpo de la princesa y el monarca y todos
sus súbditos se regocijaron. Apenas vio curada a su hija, el astu­
to hitita resolvió: "Esta imagen divina se quedará aquf para siem­
pre, no dejaré que regrese a Egipto."
En efecto, el rey retuvo la estatua en su palacio por espa­
cio de tres años y nueve meses, pero una noche soñó que el dios
Chons, convertido en halcón dorado, emprendía el vuelo rumbo
a Egipto, y lo interpretó como una señal. "Este dios", dijo, "vol­
verá a su tierra. Un carro lo transportará de r�greso a Egipto".
Entregó a la servicial imagen numerosos regalos, así como solda­
dos y caballos. Esto se escribió el día 19 del segundo mes de in­
vierno del año 23 del Faraón Ramsés 11. •
Esta historia contada exhaustivamente con floridas pala­
bras en la estela de Chons de Karnak, es fruto de la fantasía. Su
objeto era estimular al pueblo a invocar la ayuda de Chons en ca­
sos de enfermedad y otros problemas particulares y recompen­
sarlo con generosas dádivas que habrían de servir al sustento de
los sacerdotes.
En el Nuevo Imperio era usual el envío de estatuas de dio­
ses. Cuando Tushrata, rey de Mitani, envió a Tebas a su hija Ta­
dujepa, la futura Nefertiti, alrededor del año 1366 a.C., integra­
ba su cortejo nupcial una milagrosa estatua de Istar, que curaría
a Amenofis 111, novio de Tadujepa, de sus terribles dolores de
muelas y de sus purulentos abscesos. Lamentablemente, esta mi­
sión fue menos afortunada que la de la imagen de Chons, pues
Amenofis 111 falleció al poco tiempo de su llegada.
Se ignora si Maa-Neferu-Re, la hermana de Bentresh, dio
hijos al faraón, pero sabemos que Ramsés no se conformó con
esta sola princesa hitita, pues el texto de una estela infor­
ma: "El príncipe de Jatti mandó muchos botines desde Jatti, mu­
chos botines del país de los coseos, muchos botines de Arzava,

• Günther Roeder: "Urkunden zur Religion des Alten Ae¡ypten", Jena, 1915.

252
tantos que no se pueden enumerar. Además, mandó muchos re­
baños de vacunos, ovinos y ganado menor. Fueron allí con su se­
gunda hija, que Ramsés se hizo enviar a Egipto." No se vuelve a
saber nada más de ella, pero en cambio, el papiro Gurob infor­
ma acerca de Maa•Neferu-Re que aún vivía en el año 61 del go­
bierno de Ramsés.
Y por último, Ramsés se enamoró también de su propia
hija Bent-Anta ("hija de Anat"), se casó con ella y la hizo reina.
Tampoco se sabe si tuvo descendencia. Otras dos hijas en las
que User-maat-Re buscó complacerse vivieron la modesta exis­
tencia de concubinas y los hijos que dieron a luz desaparecierón
en el harén.

El catálogo de la descendencia de Ramsés II

En la actualidad, seguimos asombrados la procesión cada


vez más larga de los reales descendientes de Ramsés 11 en los
distintos templos del país; en la pared oriental del primer recin­
to interior de Abu Simbel a derecha e izquierda de la entrada
aparecen ocho príncipes y nueve princesas. Este número corres­
ponde aproximadamente a su quinto año de reinado y tiene un ·

paralelo en el templo de Ed-Derr. En el templo de Luxor encon­


tramos en total tres procesiones de príncipes: una en la pared
occidental, integrada por dieciocho príncipes, otra, descubierta
recientemente debajo de la mezquita de Abu-el-Haggag, en el
templo de Luxor, formada también por dieciocho príncipes y la
tercera en la pared occidental del patio de Ramsés 11, en la que
se cuentan veinticinco príncipes. En las representaciones del
Rameseo aparecen veintitrés hijos y entre el primer patio y el se­
gundo del templo de Seti, en Abidos, se menciona treinta y tres
nombres.
En el patio interior del templo de Wadi es-Sebua, en la
baja Nubia, enc�mtramos todo un internado de príncipes y prin­
cesas. Los estudiosQs polemizan acerca del verdadero número
de los hijos de Ramsés. Breasted habla de "casi 200", Jean­
Fran�ois Champollion y Richard Lepsius opinan que tuvo más
de 100 hijos y 60 hijas, Pierre Montet contó 162 nombres y la
cuenta del arqueólogo egipcio Farouk Gomaá no llega a 100. La

253
cifra exacta no es tan importante, pero es un hecho que ningún
faraón de la historia engendró tantos hijos varones y mujeres co­
mo Ramsés 11, ni faraón alguno de la historia estuvo tan orgullo­
so de su descendencia como él.
Ramsés es el único faraón que confeccionó un catálogo de
sus hijos. ¿Por ·qué? ¿Era un fanfarrón que necesitaba hacer os­
tentación de su potencia con manía exhibicionista y probar con
cifras su virilidad? ¿Q se vio obligado a confeccionar listas de
sus vástagos para no perderlos de vista?
Debe de haber algo de cierto en ambas suposiciones. Se­
guramente Ramsés, el más grande, el más fuerte, el más valien­
te, el más divino, quiso ser también el más prolífico. Sin duda fue
un héroe de las mujeres y un hombre impetuoso, y por lógica ne­
cesitaba de un catálogo para saber al menos los nombres de sus
162 hijos. En su confección no faltaron las complicaciones, como
lo evidencian los errores que cometieron los picapedreros en los
templos de Luxor y Karnak al confundir el noveno príncipe por
el décimo, olvidar por completo al decimoquinto y dar al quinto
un nombre equivocado.
Por lo demás, sólo tuvieron alguna importancia los tre­
ce primeros hijos varones del gran Ramsés, de los cuales do­
ce sobrevivieron al rey, y el decimotercero, un hijo de Isis-ne­
fert, fue su sucesor. Isis-nefert fue también la madre de
Caemvese, el hijo predilecto del faraón, a quien había esco­
gido como heredero, aun cuando estaba en cuartolugar en la
sucesión de nacimientos, pero Caemvese, venido al mundo
durante el primer año de gobierno de Ramsés 11, murió a la
edad de cincuenta y cinco años, en una época en que su pa­
dre se sentía en la flor de la vida.
Estos son los nombres de los trece primeros hijos de
Ramsés 11:

l. Amonherjopshef
2. Ramesés
3. Reherunemef
4. Caemvese
5. Montuherjopshef
6. Nehenjaru
7. Meriamón
8. Amonemja
9. Seti
10. Setepenre
11. Meriere

254
12. Horherunemef
13. Merenptah

Los nombres más interesantes de esta lista son los de los


príncipes Caemvese y el heredero del trono,. Merenptah. Farouk
Gomaá se ocupó exhaustivamente de Caemvese y opina: "A dife­
rencia de lo que sucede con los demás príncipes, poseemos de él
una cantidad de monumentos... Su conocimiento de los escritos
antiguos debió provocar el asombro de sus contemporáneos y su
actividad como restam·ador en el campo de las antiguas
necrópolis reales, alrededor de Menfis, lo presentan de hecho,
en cierta medida, como el primer arqueólogo de la historia. Por
esta razón, perduró en la memoria del pueblo como sabio, más
aún, como mago que todavía aparece como héroe de legendaria
estampa en una narración egipcia tardía que llegó a nosotros en
manuscritos demóticos de la época romana".*

Los cuatro primeros hijos de Ramsés 11, del "Catálogo de hijos" en el templo
de Luxor.

• Farouk Gomaá: "Chaemvese, Sohn Ramsés II und Hoherpriester von Memp­


. bis", (Caemvese, hijo de Ramsés II y sumo sacerdote de Mcnfis), Wie�baden,
1973.

255
El redescubrimiento de Caemvese

.Caemvese ya aparece con once hermanos en las repre­


sentaciones de la batalla de Kadesh, en el muro exterior sur del
templo de Karnak. Se trata de una escena idealizada, pues en
1286 a.C., en el quinto año de su reinado, Ramsés 11 seguramen­
te ya ei-a padre de doce hijos, pero Caemvese, el cuarto, no con­
taba más de cinco años y por lo tanto no estaba preparado aún
para marchar al combate. Asimismo, es idealizada la procesión
de príncipes del muro exterior oeste del primer patio del templo·
de Luxor. Catorce hijos presentan a Ramsés prisioneros de gue-.
rra. También lo es la escena de la batalla en derredor de la for­
taleza siria de Dapur, en el muro oriental del Rameseo, donde
ocho príncipes marchan junto a su padre, y por último la presen­
tación de prisioneros de Bet el-Wali, que muestra a los cuatro
hijos mayores del faraón.
Caemvese, quien en un principio ocupaba el cuarto lugar
en la sucesión al trono, pudo alimentar la esperanza de conver­
tirse en faraón cuando fallecieron Reherunemef, el tercero,
Amonherjopshef, el primogénito, y Ramesés, el segundo. Los
decesos se produjeron alrededor del año 52 del reinado de
Ramsés 11. Pero como a partir del año 55 ya no hay testimonios
de Caemvese, debemos presumir que dejó de existir por esa épo­
ca. Por consiguiente, pudo haber regido tres años a lo sumo co­
mo faraón designado. Esto explicaría también por qué Caemve­
se es calificado una sola vez como príncipe heredero, en una
estatua osírica que dedicó al templo de Abidos.
Como preparación para acceder al trono, Caemvese reci­
bió, al igual que sus hermanos mayores Amonherjopshef, Ra­
mesés y Reherunemef, una educación militar. Sin embargo, al
llegar a los dieciséis años, su padre reconoció que las oportuni­
dades de su hijo predilecto de acceder al trono eran escasas,
puesto que sus tres hermanos mayores vivían aún. Por aquel
tiempo falleció Huy, el gran sacerdote de Menfis, y dado que
Caemvese había evidenciado interés por el servicio religioso en
el templo desde muy temprana edad y por el saber, su padre lo
designó sucesor del pontífice de Menfis y "Máximo conductor de
las artes".
Farouk Gomaá escribe: "El título de Máximo conductor de
las artes ya fue ostentado en el antiguo Egipto por los sacerdotes
mayores de Ptah, en un principio en número de dos, pues desde
tiempos remotos se atribuía al espíritu creador de Ptah la com-

256
-- --- --------

petencia en la 'creación' de estatuas. Fue el protector de los ar­


tesanos y, como se sabe, los griegos lo equipararon a su Hefais­
to. En consecuencia, el gran sacerdote de Menfi_ s tenía jurisdic­
ción sobre los talleres de la residencia; la 'casa del oro', mejor
dicho, las 'dos casas del oro', decisivas para el arte en todo el
país y en las cuales se confeccionaban en el precioso material las
estatuas de los dioses y de los reyes. En el Nuevo Imperio to­
davía le co�respondía esta función al sumo sacerdote de Menfis.
Gracias a esto, Caemvese tuvo la ocasión de mandar ejecutar nu­
mer�sas obras de arte, a través de las cua.les fue más conocido
que cualquier· otro hijo de uri soberano egipcio."
Por encargo de su padre,· erigió uno de los edificios más
fascinantes del Valle del Nilo: el laberinto sepulcral de los sagra­
dos toros Apis, en un tiempo dependiente del templo de Ptah en
Menfis. El geógrafo griego Estrabón, que recorrió Egipto en el
año 25 a.C., denominó a la necrópolis subterránea de 340 metros
de longitud "Serapeion", es decir, tumba de Serapis. Los griegos
habían relacionado a este dios con Osiris-Apis. Estrabón llegó a
conocer el santuario por propia observación. Yacía según él "en
una región muy arenosa" en la que presumiblemente también se
encontraban esfinges sepultadas hasta la cabeza.
Hasta el año 1851 el Serapeo se consideró perdido, pero
cuando el excavador francés Auguste Mariette vio aflorar de la
arena unas cabezas de esfinges en Sakkara, recordó la descrip­
ción de Estrabón. Mariette no andaba con remilgos cuando em­
pleaba sus medios: se mostró como "progresista" investigador de
la Antigüedad, cavó un pozo estrecho y colocó en él una carga
de dinamita. Volaron por el aire toneladas de rocas y arena y tan
pronto se disiparon las nubes de polvo bajó al cráter abierto por
la explosión. Lo que se ofreció allí a sus ojos lo dejó petrificado:
frente a él yacía una momia humana, con el rostro cubierto por
una mascarilla de oro y el pecho reluciente de gemas. Transcu­
rrió un buen rato antes de que Mariette lograra sobreponerse de
su estupefacción. Los expertos descifraron las leyt:ndas que os­
tentaban los objetos funerarios y en todas surgió un nombre:
Caemvese.
Evidentemente, el hijo predilecto de Ramsés había insta­
lado su tumba en la obra más importante qÚe se erigió durante
su ministerio de "Máximo conductor de las artes". Ya en tiempos
de Ramsés los saqueadores de tumbas visitaron las criptas de los
sagrados toros Apis momificados y enterrados con todos los te­
soros terrenales. Por esta razón, Ramsés y Caemvese construye­
ron una galería sepulcral subterránea a la que conducía una ave-

257
nida de esfinges, pues en una tumba colectiva eran más fácil de
vigilar las momias de Apis.
En la actualidad, las obras edificadjis sobre el laberinto
están destruidas y sus cimientos sepultados bajo la arena del de­
sierto. La galería de Apis, construida por Caemvese, consistía en
esencia en un corredor central de ocho metros de largo por tres
metros de alto y tres metros de ancho, en el cual había talladas
en la roca viva quince cámaras sepulcrales para los toros sagra­
dos. Hasta el siglo VII los sacerdotes colocaron allí los animales
momificados dentro de sarcófagos de madera.
Auguste Mariette desenterró esta galería de sarcófagos,
que hoy amenaza derrumbarse, durante cuatro años de labor.
Los dispositivos sepulcrales de seguridad adoptados por Caem­
vese probaron su ineficacia, porque todas las tumbas fueron sa­
queadas. Mariette descubrió otro enterramiento de toros Apis
más amplio y grande que mandó construir el faraón Psamético 1
(664-610 a.C.). Veinticuatro sarcófagos de granito de las si­
guientes dimensiones: 4m. x 3,3 x 2,3 cada uno, tallado en un so­
lo bloque, fueron igualmente saqueados, pero Mariette encontró
inscripciones informativas sobre la vida de Caemvese y pinturas
murales en las que están representados Ramsés y su hijo predi­
lecto en el momento de ofrecer víctimas propiciatorias ante los
toros Apis.

Caemvese, el mayor organizador de fiestas de la historia

Como a su padre Ramsés le fue concedida una vida más


larga de lo que se podía esperar, Caemvese se convirtió en el ma­
yor organizador de fiestas de la historia egipcia. Como ya se ha
mencionado, a partir del Nuevo Imperio era costumbre que el
faraón celebrara el primer aniversario al cumplir treinta años de
reinado, la llamada fiesta Sed (Heb-Sed), la cual volvía a repe­
tirse cada tres años a partir de la priniera. En su mayoría, los an­
tecesores de Ramsés 11 en el trono de Horus no llegaron a feste­
jar ni un Heb-Sed, porque no alcanzaron a sentarse en él
durante treinta años: por esta razón algunos reyes, como Ame­
nofis IV, se vieron precisados a posponer la fiesta aniversario.
Amenofis 111, con tres fiestas Sed regulares a los 30, 34 y 37 años

258
de gobierno respectivamente, constituye una honrosa excepción.
En cambio, Ramsés 11 llegó a celebrar trece aniversarios. Farouk
Gomaá reunió todas las inscripciones alusivas a los mismos.

Inscripción de Afto 30. Primer Heb-Sed de Rams�s 11.


Silsile El príncipe Caemvese anuncia el Heb-Sed en todo
el país.

Inscripción Afto 30. Primer Heb-Sed, Allo 34, segundo Heb-Sed.


rupestre de Biga Afto 37, tercer Heb-Sed de Rams�s 11. Encargo al
príncipe Caemvese de anunciar las fiestas Sed en
todo el país.

Dos estelas de Afto 30, primer Heb-Sed; Afio 34, segundo Heb-Sed;
Silsile Afto 37, tercer Heb-Sed; Afto 40, cuarto Heb·Sed de
Rams�s 11. Orden de Su Majestad y encargo al
príncipe Caemvesc de anunciar las fie&tas Sed en
todo el país, a trav�s del Alto y Bajo Egipto.

Estela de Igual texto que el precedente, pero en Jugar de


Silsile Caemvcse, se cita al visir Huy.

Inscripción rupes· Allo 33, segundo Heb-Sed de Rams�s II.


tre de Sehel

Inscripción de Afto 42. El príncipe Caemvese vino a anunciar el


El-Kab quinto Heb-Sed en todo el pa(s.

Inscripción rupes­ Inscripción similar, asimismo del año 42.


tre cerca de Assuán

Inscripción de Afio 42, día 1 del primer Peret de Rams�s II.


Sil sile Orden de Su Majestad, encargo al visir Huy de
anunciar en todo el país el quinto Heb-Sed de
Ramsés 11.

Inscripción de Año 45, día 1 del primer Peret de Rams�s 11.


Silsile Orden de Su Majestad al visir Huy, de anunciar el
sexto Heb-Sed en todo el país, por Jos distritos
del Alto y Bajo Egipto.

Escarabajo de Octavo Heb-Sed de Ramsés 11 (sin fecha).


Berlín

Inscripción en Año 51, día 1 del primer Peret de Ramsés 11.


el templo Orden de Su Majestad transmitida al... de anunciar
el octavo Heb-Sed...

Escarabajo de Noveno Heb-Sed de Ramsés 11 (sin fecha).


El Cairo

259
Inscripción de Año 54, día 1 del primer Peret de Ramsés II. Orden
Armant de Su Majestad transmitida al real escriba y mayor-­
domo del Rameseo Yup de anunciar el noveno
Heb-Sed de Ramsés II (en todo el país).

Inscripción de Año 57, día 17 del primer Peret de Ramsés II. Orden
Armant de Su Majestad, transmitida al visir Neferenpet, de
anunciar el décimo Heb-Sed de Ramsés 11 en todo
el país.

Inscripción de Año 60, día 17 del primer Peret de Ramsés 11.


Armant Texto igual al precedente para el undécimo Heb-Sed.

Inscripción de Año 63. Primer Peret de Ramsés 11. Orden de


Armant Su Majestad, transmitida al..• de anunciar el
duodécimo Heb-Sed...

Inscripción de Año 63 (presumiblemente también del año 66)


Armant Primer Peret... (decimotercer Heb-Sed).

Estas fiestas Sed duraban más de dos meses, y como los


antiguos egipcios no vivían pendientes del almanaque, en cada
ocasión debían ser anunciadas de nuevo por todo el país hasta
sus fronteras en Gebel es-Silsile, de manera que Caemvese, el
organizador de las mismas, se veía obligado a cubrir enormes
distancias. A veces, pasaba un año entero recorriendo el territo­
rio, y esto explicaría también algunos cambios de fecha en los
anuncios de la fiesta, como entre el cuarto y el quinto aniversa­
rio, entre los que aparentemente mediaron dos años en lugar de
tres.
Farouk Gomaá es de la opinión de que en cuanto a las
quinta y sexta fiestas Sed, el visir Huy se hizo cargo de anunciar­
las cuando tuvo la certeza que Caemvese no iría ya al Alto Egip­
to. Evidentemente, el quinto anuncio se omitió, de manera que
al proclamarse el sexto aniversario, Huy salvó la omisión antedi­
cha. El arqueólogo manifiesta:
"En aquel tiempo Caemvese vivía aún, pero el anuncio de
las fiestas Sed por el país se delegó en otra persona, quizá por­
que por razones de salud ya no estaba en condiciones de realizar
viajes tan largos."
En cambio, su padre se sentía todavía como en sus mejo­
res años. Cada tres años, cuando el faraón celebraba su aniver­
sario de gobierno, ejecutaba en Menfis o en Tebas una danza an­
te los sacerdotes. De este modo probaba su buen estado. Debía

260
demostrar que también estaba en condiciones físicas de gober-.
nar el barco del Estado.
La primera vez que bailó, Ramsés tenía cincuenta y tres
años. Vemos reproducida la escena en la gran Sala Hipóstila de
Karnak. Cuando cumplió sesenta y cinco años, los sacerdotes se
maravillaron de que Ramsés pudiera levantar las piernas a tanta
altura, y al alcanzar los ochenta ya nadie se extrañó. Los sacer­
dotes se limitaron a murmurar: "iVed, está bailando un dios!"

261
9.

Megalomanía en piedra

iCuán hermosas son las obras que tú erigiste,


que tu corazón esté satisfecho con ellas!
He dispuesto que tu casa
perdure eternamente como el cielo,
por toda la eternidad.
El dios Amón a su hijo Ramsés II en
el templo de Medinet Habu.

Debiéramos admirar más su celo que su


buen gusto, pero podemos afirmar
con seguridad que a Ramsés le
agradó más lo nuevo que lo antiguo
y que tal vez estuvo más
satisfecho con la sabiduría de su
juventud que cualquier otro
rey egipcio. .
Keith S. Seele, arqueólogo.
El17 de noviembre de1869, cuando fue abierto el canal
de Suez, el mundo celebró el acontecimiento como el logro más
sensacional de aquel siglo, como un portento de la tecnología. El
orgulloso jedive Ismael Bajá mandó erigir con este motivo un
pomposo teatro en El Cairo, el famoso Giuseppe Verdi compu­
so una ópera y los británicos, tan hábiles para los negocios, ad­
quirieron siete dieciseisavas partes del capital accionario de la
compañía del Canal. Durante diez años centenas de miles de
obreros abrieron a través del desierto, entre Port Said y Suez, un
canal de161 kilómetros, para lo cual contaron con la maquina­
ria de construcción más avanzada y potente de la que se disponía
entonces, pero si el trazado fue moderno, no lo fue la idea.
Ramsés 11 había eomenzado ya 3.250 años antes a abrir
una vía marítima desde "el Mediteréáneo al Mar Rojo. Cente­
nas de miles de obreros bregaron en aquel entonces a mano
desnuda para abrir una zanja de cien kilómetros de longitud
por el Wadi Tumilat. Sin otro recurso que cestos de fibras en­
tretejidas, amontonaban la tierra removida en los bordes de
la zona del canal, pero a menudo una sola tormenta de arena
echaba a perder el trabajo de meses. Ramsés retiraba cada
vez más obreros de las grandes obras de Nubia y del Delta y
empleaba a nuevas cuadrillas de extranjeros. Paulatinamen­
te, el proyecto del canal tomó forma. La vía de agua artificial
conducía hacia el este, desde el brazo oriental de la desem­
bocadura del Nilo, hasta alcanzar la ciudad almacén de Pit­
hom, y desembocaba veinte kilómetros al este de la ciudad
emplazada a orillas del lago Timsah. Allí, Ramsés interrum­
pió los trabajos de forma sorpresiva.
Hasta el día de hoy, los historiadores carecen de una res­
puesta unívoca a la pregunta: ¿por qué el gran Ramsés no llevó
este proyecto hasta el fin, por qué no practicó la brecha desde el

26 4
lago Timsah a los Lagos Amargos que ya entonces estaban uni­
dos al Mar Rojo. Hay para ello tres motivos posibles:

1. Los trabajos de construcción .costaron la vida a cente­


nas de miles de hombres. Ramsés debió de temer por la conti­
nuación de sus obras monumentales en todo el imperio. Herodo­
to informa que 650 años más tarde, el faraón Necao perdió
120.000 hombres al realizar las excavaciones desde el lago Tim­
sah a los Lagos Amargos.
..

2. Cuando el canal alcanzó el lago Timsah, Ramsés


mandó efectuar mediciones del nivel que arrojaron ·como resul­
tado erróneo una diferencia de altitud insuperable entre el Me­
diterráneo y el Mar Rojo. Supuestamente, debió de temer enton­
ces que, de acuerdo con dichas mediciones, el Mar Rojo se
volcaría "en el Mediterráneo o a la inversa". Todavía en el año
1799 de nuestros cálculos cronológicos, esas mediciones
erróneas de nivel impidieron la construcción del canal de Suez,
planificada por Napoleón.

3. Ramsés reconoció las desventajas estratégicas de su


proyecto. Una vía de agua del Nilo al Mar Rojo dejaría el país
expedito por el este. Asimismo, los reparos estratégicos fueron
el motivo por el cual el rey Necao no ejecutó hacia el 600 a.C. su
proyectada excavación. Un oráculo advirtió que el canal alla­
naría a los enemigos de Egipto el camino de acceso al país. Por
último, fue un extranjero, el rey persa Darío 1, quien consiguió
realizar la apertura del canal a cien años de Necao, pero no en
beneficio de Egipto, pues los primeros veinticuatro navíos que lo
recorrieron fueron trirremes persas que transportaron fuera del
país los tesoros egipcios. "Yo, gran rey de Persia" anunció Darío
lleno de orgullo, "he tomado Egipto".

Fuese cual fuere el motivo, la construcción del canal fue


el único proyecto monumental que Ramsés dejó. inconcluso. Las
demás obras que se propuso realizar las'llevó consecuentemen­
te a término y cada vez fueron más grandes, ampulosas y monu­
mentales que todo lo edificado hasta entoncés.

265
Mapa sinóptico de Tebas-Oeste. 1. Valle occidental; 2. Valle de Jos Reyes; 3.
Tumba de Tutankamón; 4. Valle de las Reinas; S. Jeque Abd el-Kuma; 6. A
las tumbas de Jos reyes; 7. Casa de descanso de Der el-Bahri; 8. Tumbas de la
dinastía XVII; 9. Rameseo; 10. Colosos de Memnom; 11. Nueva Kurna; 12.
Tumbas del Imperio Medio; 13. Templo funerario de Seti 1; 14. Feraz planicie
del Nilo; 15. Templo de Amón; 16. Templo de Mut; 17. Templo de Luxor.

Sus templos crecieron hasta formar ciudades, sus estatuas


se convirtieron en torres: megalomanía en piedra, un Luis XIV a
orillas del Nilo. Lo que le agradaba de lo ya existente, lo usurpa­
ba. Mandó grabar su nombre en esculturas, obras de arte y pala­
cios que no había concebido y se dio aires de creador. Sin em-
. bargo, se le pasaron por alto algunos detalles que se convirtieron
en curiosidades, por ejemplo, en las esfinges melenudas de Ta­
nis (Museo Egipcio de El Cairo) quédó junto a su nombre, escul­
pido con posterioridad, el del verdadero comitente de las piezas,
a saber, Amenemheb. Otro ejemplo es el arquitrabe de la capi­
lla de Tutmosis en el ángulo nordoccidental del templo de Lu­
xar. Simplemente, Ramsés lo hizo "volcar" para poder esculpir
su nombre en él. En consecuencia, dos faraones se disputan hoy
el honor de haber erigido esta obra: Ramsés en el frente (visible)

266
y Tutmosis en la casa superior (vuelta ahora hacia el cielo) del
travesaño de piedra.
Por otra parte, Ramsés mostró gran predilección por ter­
minar proyectos arquitectónicos a medio hacer o en ruinas de
sus antecesores para estampar luego en ellos su sello.
Günther Roeder escribe: ffPara adornar la nueva residen­
cia del Delta, que los hebreos designan con el nombre de
'Ramsés' en la biografía de Moisés, fueron saqueados los tem­
plos del Delta y del Alto Egipto y los rótulos con el nombre de
Ramsés II fueron grabados sin escrúpulos sobre los de reyes an­
teriores. El proceder de los arquitectos y de los artistas en la
época de Ramsés II linda a menudo en el mal gusto y se nos an­
toja barbarie destructiva y no creación constructiva."*
Este es un reproche a los dos constructores jefes que
asesoraban al rey: May, el ffjefe de los trabajos", y Merenptah,
que se distinguió en Ramsés City, Menfis, Heliópolis y Tebas
como urbanista, proyectista y constructor. Con seguridad, no
fue para ninguno de los dos un fácil ministerio, no sólo por
los problemas técnicos que les impusieron las monumentales
construcciones ramésidas. Su faraón era un patrón difícil de
contentar, que entendía bastante de arquitectura, pues desde
temprana edad se había responsabilizado por las obras erigí­
das bajo su padre Seti l.
Hoy cuesta no advertir en cualquier monumento entre
Abu Simbel y el Delta del Nilo cartuchos con el nombre de
Ramsés II. Pero, aunque fue el rey egipcio que más piedras mo·
vió, o precisamente por eso, User-maat-Re no permite recono­
cer ninguna concepción propia, ningún estilo arquitectónico ca­
racterístico. Sus monumentos en Karnak, Tebas Oeste o Abu
Simbel se distinguen tanto entre sí como Ramsés 11 se distinguió
de sus antecesores. Por cierto, más aún, las construcciones
ramésidas merecen la aprobación unánime de los historiadores
del arte: "El imponente templo de Abu Simbel, en Nubia, labra-­
do en la roca, impresiona por su majestuosidad" opina el ameri­
cano John A. Wilson, si bien añad e una observación restricti'la
"aunque se limite significativamente a una enorme fachada y .muy
poca superficie útil detrás de ella". Y respecto de la grandiosa
Sala Hipóstila de Karnak que Rams ;_s mandó erigir, el científico

* Günther Roe.der:" .Kuke, Or.akel UJl.d NatPtvere'llruftg -im Aiten Ae_gyptel)•.,


Zlaril:h. l-960 (Cultos, .ot"á.euto.s -r¡ .adou.c,ión de la natur.aleza .en �l.antjpD Bgíp..
ro).
opina: "Con su silencioso bosque de columnas que tienden au­
gustas hacia las alturas, proporciona una de las más intensas im­
1
presiones emocionales que se puedan experimentar en Egipto,
pero la técnica arquitectónica fue precipitada e inexacta y la la­
bor del tallado de las piedras descuidada y primitiva."

Principales obras de Ramsés 11


Desde el norte (Delta del Nilo) hacia el sur (Nubia)

Tanis Palacios, obeliscos, colosos;


gran templo deSeth,
templo deHorus,
templo de Anat.

Kantir Palacios.

Pithom Canal de Ramsés.

Menfis Templo de Ptah, colosos.

Hermópolis Templo de Amón, pilones, colosos;


Magna
Abidos Templo de Osiris, templo funerario.
Tebas Templo de Amón-Mut-Chons: ler. pilón,
gran patio, obeliscos, colosos; templo de
Amón en Karnak, granSalaHipóstila.

Tebas-Oeste Tumba N2 7, Valle de los Reyes; Rameseo;


tumba de Nefertari.

Bet el-Wali Templo rupestre.

GerfHusein Templo rupestre.

Wadi es-Sebua Templo rupestre de Amón y Ra-Harajte.

Ed-Derr Templo de Ramsés en la casa de Ra.

AbuSimbel Gran templo rupestre para Amón-Ra y


Ra-Harajte; templo deHator de Nefertari.

Aksha Templo de Aksha.

Amara Oeste Templo de Amara.

268


l_
Aun cuando en casi todos los monumentos egipcios resal­
ta el nombre de Ramsés 11, debemos tener bien claro que sólo se
ha conservado una reducida parte de su megalomanía expresada
en piedra. La capital Per-Ramsés, sacada de la tierra, fue prácti­
camente borrada de su superficie y sólo quedaron escasas ruinas
que señalan en dirección a Menfis, donde Ramsés solía celebrar
sus fiestas de aniversario. Del templo de Ramsés en Abidos ape­
nas se reconoce la planta, y del Rameseo, su templo funerario,
han llegado a nuestros días más informaciones escritas que ele­
mentos arquitectónicos.

El templo funerario del rey-dios

Cuando Cambises, rey de los persas y de los Medos, llegó


a Tebas en el año 525 a.C., al realizar su campaña a Egipto, pu­
do tolerar todo cuanto se ofreció a sus ojos de gigantesco, mons­
truoso y sobrehumano, con excepción de una cosa: la vista de un
coloso humano sonriente en el Rameseo, de más de mil tonela­
das de peso, diecisiete metros de altura, siete metros de enver­
gadura entre hombro y hombro, un dedo í ndice de un metro de
largo y el ancho del pie de 1,40 m.: una escultura monumental de
Ramsés 11. El rey persa mandó a sus soldados que la derribaran
y rompieran en pedazos, lo cual les llevó largas semanas de tra­
bajo. En la actualidad, todavía yacen fragmentos en derredor del
templo funerario.
El historiador .griego Diodoro, autor en el siglo I a.C. de
una historia general de los pueblos de la Antigüedad que com­
prendía cuarenta tomos, describe el Rameseo con asombrosa
precisión en base a los datos de una autoridad. Las medidas de
las diversas partes arquitectónicas descritas coinciden exacta­
mente. Diodoro sólo se equivocó al suponer que el templo fune­
rario de Asymandias (éste era el nombre griego de Ramsés) al­
bergaba también su sepulcro. Esto es erróneo. Ramsés fue
sepultado en la tumba N2 7 del Valle de los Reyes. Además, ad­
vertimos por la descripcién del griego, hacia fin de ese siglo, el
Rameseo distaba de ser una ruina entonces, antes bien, era un

269

templo digno de admiración, decorado con relieves y estatuas,


que ya en aquel tiempo tenía una antigüedad de más de mil años.

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60m

El Rameseo, templo funerario de Ramsés II. El templo propiamente dicho al


que se llega hoy por el acceso (A), estaba rodeado de palacios y almacenes. Al
pilón (B) y al atrio contiguo (C) se unía una sala del trono(D). En el segundo
patio (E) todavía se han conservado algunas columnas osíricas. Las piezas co-
lumnarias de la gran sala (F) están casi intactas. En su muro exterior se encon-
traron restos de otro templo funerario de Seti 1 (G).

270
El primer patio: se entraba al Rameseo por un pilón de
66m de ancho y 22m de altura para dar a un patio cuadrado de
columnas, de 130m de lado. A estas columnas se anteponían co­
lumnas osíricas, como las que encontramos en Abu Simbel. Dio­
doro no supo qué interpretación dar a estas representaciones.
Decía, y esto suena sin duda algo extraño: "En lugar de las co­
lumnas se colocaron debajo a modo de sostén figuras de anima­
les de 16 varas (8 metros), talladas en una sola piedra y de ma­
nera arcaica." Se han conservado hasta nuestros días cuatro de
estas columnas. Este patio estaba cubierto. Cada una de las pie­
dras del techo medía 4m de lado y presentaba una decoración de
estrellas doradas sobre fondo azul oscuro.
Estatuas monumentales flanqueaban el acceso a la segun­
da sala de columnas. La mayor de ellas superaba los 20 metros
de altura y representaba al gran Ramsés. A sus pies se alzaban
otras dos de 10m de altura cada una, que Diodoro tomó por las
de una hija y la madre del faraón, una suposición ciertamente
errónea, pues Ramsés sólo se hizo reproducir con sus mujeres.
"El trabajo", dice Diodoro, "no sólo es admirable por su magni­
tud, sino también porque el enorme bloque de piedra no mues­
tra en parte alguna veta ni manchas".
Los sacerdotes le explicaron a Diodoro el significado de
los jeroglíficos grabados en el pedestal: "Yo soy Ramsés, el rey
de reyes. Si alguien quiere saber cuán grande soy y dónde estoy,
que intente superar una de mis obras."

El segundo patio: Adornaban el segundo patio una gran


cantidad de relieves murales con escenas de campañas militares
del gran Ramsés. Diodoro informa fascinado que el faraón luchó
frente a Kadesh junto con un león contra los hititas y sus solda­
dos cercenaron las manos y los genitales a los prisioneros de
guerra. Presumiblemente, esto debía de simbolizar que eran co­
bardes y de manos inservibles frente al peligro.
.
Sin embargo, la atroz costumbre bélica que Ramsés II hi-
·

zo copiar con toda precisión en Medinet Habu y cuya repre­


sentación se puede ver aún hoy en ese lugar, responde a otra
causa: los soldados del faraón se llevaban a sus casas las manos
de los enemigos que habían matado en combate, pues consti­
tuían una especie de testimonio de valentía que era premiada
por el rey, pero la ambición indujo a mercenarios sin escrúpulos
a cortar las manos a inocentes mujeres y llevárselas consigo co­

mo trofeo de guerra para poder beneficiarse con la paga suple-

271
mentaría. Es natural, pues, que para poner coto a este abuso en
adelante sólo se aceptara el pene como prueba de valentía.
Aquí, en el segundo patio del Rameseo, también fue es­
culpido en los muros el texto del tratado de paz con los hititas.
Además se encuentra en este patio una construcción no techada,
una de las muchas representaciones de los once primeros hijos
de Ramsés 11.

La sala de columnas y el interior del templo: La sala de co-


. lumnas, contigua al patio, llevaba cubierta. A semejanza de la
gran Sala Hipóstila de Karnak comprendía una elevada nave
central y dos naves laterales de menor altura. En tiempos de
Diodoro se exhibían allí "una cantidad de figuras masculinas de
madera". En cuanto a las columnas, hoy en día se conservan sólo
treinta y dos de las cuarenta y ocho columnas de papiro, de ori­
ginales capiteles abiertos.
A continuación de la sala de columnas siguen tres antesa­
las que conducen al santuario. En la primera se ha conservado
una representación mural de la procesión con las tres barcas sa­
gradas. Ramsés aparece bajo el sagrado árbol de Persea de He­
liópolis. Atón, Seshat* y Tot graban el nombre del rey en las ho­
jas del árbol. Adornan el techo representaciones astronómicas
con las diversas fases de la luna y las estrellas circumpolares.
En la segunda antesala se encontraba en tiempos la biblio­
teca. Sobre la entrada a este recinto se lee la siguiente inscrip­
ción: "Santuario del alma". Lucían en las paredes todos los dio­
ses de Egipto. Todavía se mantienen en pie cuatro de las ocho
columnas de este recinto, pero no se ha conservado ninguna de
las adyacentes.
En el siglo primero a.C., esta parte del templo no estaba
destruida aún, pues Diodoro describe las dependencias eri un
estado digno de admiración. Escribe: "A los muros de la biblio­
teca se une una fastuosa sala con veinte lechos para reposar.
Contiene, además, imágenes de Zeus, de Hera** y del rey. Pro­
bablemente, también esté sepultado en ella el cuerpo del rey.
En derredor de esta sala se encuentran numerosos recintos con
magníficas imágenes de todos los animales vivientes venerados
·

enEgipto.


Diosa del arte de escribir "la que preside la casa de los libros".
Se alude a Amón y a Mut.

272
Este dibujo es obra de Giovanni Belzoni, que envió a Londres la cabeza de
una escultura monumental de Ramsés II.
·

Una rampa conduce al piso superior del templo, donde


antaño se veía un círculo en el cual estaban indicados los días del
año, la salida y el ocaso de los astros y las interpretaciones de los
astrólogos de los fenómenos celestes. Según declaraciones de
los egipcios, Cambises y los persas robaron este zodíaco cuando
conquistaron Egipto."
Con sus dimensiones de 260m x 170m, el templo funerario
de Ramsés II se contaba entre las obras arquitectónicas más
grandes del país y de manera alguna estaba dedicado tan sólo a
perpetuar la memoria del faraón. Como señala Diodoro en su
descripción, en el Rameseo funcionaba un colegio de sacerdotes -
y una biblioteca, y al mismo tiempo servía al culto de Amón. Era,
por lo tanto, un centro intelectual y religioso.

273
Las partes mejor conservadas del Rameseo se encuentran
fuera de las dependencias propiamente dichas del templo. Son
los almacenes, las casas de las provisiones y de los empleados,
que por haberse construido de ladrillos de barro no despertaron
el interés de los canteros antiguos y modernos.
Si las obras ramésidas pudieron ser tipificadas en alguna
medida, el Rameseo no evidencia nada típico del faraón: es un
templo edificado en el estilo tradicional, como podría haberlo
construido Tutmosis 111 o Amenofis 111.
En cambio, los templos de Abu Simbel y Karnak difieren
diametralmente del Rameseo.

Kamak, el templo más grande del mundo

Karnak, la ciudad santa de Tebas, enfrentó a Ramsés, el


león de la arquitectura, a un difícil problema: ¿cómo imprimir
su sello tan personal a un complejo religioso ampliado y perfec­
cionado por sus anteu:�orcs Tutmosis 1, Hatshepsut, Tutmosis
111, Amenofis 111, Ramsés 1 y Seti 1 para que fuese el más grande
del mundo? ¿cómo podía hacerle sombra a las monumentales
obras de sus antepasados? La solución era sencilla: edificar
obras superiores en monumentalidad. Y así lo hizo.
La gran sala de columnas que User-maat-Re mandó le­
vantar entre el segundo pilón de su abuelo Ramsés 1 y el tercer
pilón de Amenofis 111 se considera desde la Antigüedad una ma­
ravilla del mundo, inconcebible en sus proporciones: 134 colum­
nas de piedra arenisca alineadas en dieciséis hileras, las mayores
de 21m de altura, 10m de circunferencia, 3,57m de diámetro y
capiteles de 3,34m de altura. Ramsés comenzó esta obra en vida
de su padre Seti. En el muro exterior del norte glorifica su victo­
ria sobre los libios, en tanto el relieve del muro exterior del sur
recuerda su triunfo sobre los hititas. En la· nave meridional de la
gran sala de columnas innumerables relieves ensalzan al faraón
y siempre que este bosque de columnas hace elevar al cielo la
mirada del espectador' sus ojos captan los cartuchos con el nom-·
bre de Ramsés 11 "User-maat-Re-Setepen-Re."
La impresión que producen en la actualidad los templos
de Karnak es engañosa. Ramsés no edificó su gran Sala Hipósti-

274
la en el centro de la ciudad de los templos para que armonizara
con el cuadro general. Avido de destacarse, colocó su obra mo­
numental delante del complejo. El primer pilón antepuesto a la
Sala Hipóstila ramésida y el gran patio que le sigue datan de una
época posterior: el primer pilón de la era ptolemaica y el atrio
de la dinastía XXII (945-745 a.C.).
De igual modo procedió en cuanto a las construcciones
unidas al templo de Luxor. Naturalmente, aquí su propósito nos
parece hoy en día mucho más evidente que en Karnak:
apartándose de la orientación del complejo sagrado de Ameno­
fis 111, Ramsés 11 antepuso a la columnata que conduce a la gran
sala de columnas un patio de columnas propio y levantó frente al
complejo de 260m de longitud un pilón que descuella por enci­
ma del conjunto y muestra en su cara visible las hazañas de
Ramsés en su lucha contra los hititas: el antiguo templo de Ame­
nofis fue transformado en templo de Ramsés.
Seis estatuas colosales de Ramsés 11, de catorce metros de
altura, y dos obeliscos, en los que se grabaron ·cartuchos de algu­
nos metros de longitud con su nombre, no dejan lugar a dudas de
quién se arroga la erección de este templo construido en honor
de Amón, Mut y Chons. De las seis esculturas monumentales to­
davía han quedado en aquel lugar dos estatuas sedentes y una de
pie, y sólo uno de los dos obeliscos de granito rosado, pues el
otro fue obsequiado en 1831 a los franceses por Mohamed Alí y
se enclavó en la Plaza de la Concordia, en París. Este es uno de
los cuatro obeliscos egipcios que se encuentran en Francia en la
actualidad. Hay otros siete en Roma, dos en Florencia y Estam­
bul respectivamente y uno en las ciudades de Londres, Washing­
ton y Nueva York. Ramsés tenía predilección por esta especie de
"asadorcitos", según la traducción griega de la denominación de
esos pilares de piedra tetragonales. En su capital) Ramsés City,
se levantaban nada menos que catorce de estos símbolos de cul­
to al dios sol.

La maravilla solar de Abu Simbe.[

Ramsés erigio en. Nubia siete t-e-mplos nuevos. Las ·cons­


tructh)nes rupestres de Abu Simb�l :son sin duda las más im:po-

275
nentes y todavía hoy se las reconoce como objeto planificado de
exhibicionismo. Son un alarde de inmortalidad, divinidad, po­
der, riqueza y arrogancia. El templo mayor está dedicado a
Amón-Ra;Ra-Harajte, Ptah y al dios Ramsés, aunque en reali­
dad no encontramos sino un solo objeto de culto, a saber,
Ramsés, Ramsés, Ramsés y Ramsés mirando de frente al sol na­
ciente, sedente, desnudo, de veinte metros de altura, tallado en
la roca viva cuatro veces, la cabeza tocada con la cofia nemes y
la doble corona adornada con el ureo. De una oreja a la otra mi­
de 4,17m y la boca tiene l,lOm de ancho. Estos colosos debieron
· infundir respeto a los nubios que iban camino a Egipto.
Si se comparan las cabezas de los colosos con la de la mo­
mia de Ramsés 11, la similitud es notoria: la típica nariz aguileña,
los pómulos prominentes, la boca grande y el mentón destacado.
Este realismo debió de exigir extremada precisión al artista,
quien hubo de trasladar con toda exactitud a la piedra los rasgos
de un modelo más pequeño sin tener la posibilidad de revisar las
proporciones desde la distancia, a no ser desde una canoa osci­
lante, pues el Nilo llegaba casi hasta la fachada del templo. Se
presume que el escultor mayor que logró esta obra de arte se lla­
maba Pyay, pues el nombre aparece en el interior del templo al
pie del relieve de la batalla de Kadesh.
Las cuatro figuras monumentales de Ramsés en el gran
templo de Abu Simbel tuvieron una doble función. Por un lado
simbolizaban los cuatro atributos divinos del faraón: Keka­
Tavy, Re-en-Hekau, Meri-Amón y Meri-Atón, la gran calma y la
benévola sonrisa de los colosos tienen algo de divino. Por otro
lado, las cuatro esculturas sedentes labradas en la roca constitu­
yen puntales necesarios, refuerzos naturales para ofrecer con­
tención al empuje de la fachada en declive del templo, de trein­
ta y un metros de altura.
Esta fachada que hoy se nos presenta en un ocre claro, el
color de la arena del desierto, ofrecía en la época ramésida una
imagen de colorido teatral. Los colosos de Ramsés estaban pin­
tados de colores violentos, las dobles coronas incrustadas de oro
y el ureo centelleaban, al igual que las pupilas del tamaño de pla­
tos, realizadas en esmalte.
El templo no fue construido, sino esculpido en su totali­
dad. Allí no se colocó piedra sobre piedra: todo el edificio cons­
ta de una única masa rocosa de 33m de alto, 38m de ancho y 55m
de fondo. Los arquitectos del templo no se atuvieron al
rectángulo como la forma más sencilla de planta desde el punto
de vista técnico, eligieron una planta en abanico. Esto se hizo ab-

276
solutamente a conciencia y de ningún modo debe atribuirse a di­
ficultades de medición, pues por otro lado, los constructores del
templo de Abu Simbel se permitieron algunas piezas de bravura
arquitectónica que todavía hoy nos muestran su destreza técnica
en el labrado de la roca dura: tallaron en la piedra puntales y ar­
quitrabes de ninguna utilidad estática para dar la impresión ilu­
soria de una "obra arquitectónica".

Planta del templo


rupestre de Abu
Simbel.

Para favorecer la impresión de perspectiva construyeron


el suelo en declive ascendente y el techo en declive descendente
en dirección al sancta sanctorum, con lo cual le dieron al templo
la apariencia de una mayor longitud.
Quien penetra en su interior por la puerta, relativamente
pequeña, sobre la cual hay inscripciones que informan sobre la
colocación de la piedra fundamental, se enfrenta en el gran atrio

277
a ocho columnas osíricas, ocho veces Ramsés como Osiris, de
diez metros de altura, provisto de cayado y abanico, los atribu­
tos del dios de los muertos. La sala de pilares contigua es al mis­
mo tiempo acceso a ocho cámaras en las cuales se almacenaban
en otro tiempo tesoros y víveres. Una puerta angosta conduce al
santuario, donde se encuentran las cuatro imágenes de los dio-·
ses a quienes fue dedicado el templo, sentadas de espaldas con­
tra la pared posterior: Ptah, decapitado, Amón-Ra con alta co­
rona de plumas, y Ramsés y Ra-Harajte con sus rostros
maltratados.
En la actualidad, todavía se repite en este santuario la ma­
ravilla solar de Abu Simbel. Ello sucede entre ellO de enero y el
30 de marzo y entre el 10 de setiembre y el 30 de noviembre, y
quien haya tenido la suerte de presenciarla, siempre lo conside­
rará una maravilla: hacia las 5.58 horas de la mañana los rayos
del sol nubio penetran por la puerta de entrada, atraviesan el
gran atrio, el acceso a la sala de columnas y la angosta abertura
de la cella, inciden sobre las estatuas de Amón-Ra y Ramsés y
las sumergen en una brillante claridad sobrenatural. Hacia las
6.03 se destaca Ramsés solo, iluminado como dios, a las 6.08 la
luz baña a Re-Harajte, luego, hacia las 6.20 el haz luminoso del
candente reflector desciende hasta las rodillas de las dos figuras
a medida que se hace cada vez más pequeño. Fue un logro ma­
gistral de la técnica de la medición construir este espectáculo
natural, pero la maravilla reside en que la imagen de Ptah*
jamás es rozada por un rayo solar. El dios de las sombras que­
dará por siempre jamás en sombras.
En el pequeño templo de Abu Simbel, no se produce un
espectáculo natural semejante. Este santuario dedicado a Hator,
la diosa del cielo, y a la deificada Nefertari se levanta al fondo
del gran templo. Mueve a asombro que fuera erigido, pues el
gran Ramsés no aceptaba comparaciones. Sin embargo Neferta­
ri era su esposa favorita y su templo bastante más pequeño, ape­
nas diez metros más ancho y decorado con más sencillez, esca­
paba a toda comparación con el templo de Ramsés. Lo singular
en él es, asimismo, la fachada. En la arquitectura egipcia no se
repite jamás la representación de la esposa de un rey en la facha­
da de un templo.

• Ptab se convirtió ea un dios de los muertos junto .ron Sokaris, e! dios de 1a tie
·

rra y« los muertos de Menfís.

218
El extraño signare Belzoni

Los templos rupestres de Abu Simbel tienen tras de sí una


excitante historia. Se ignora cuándo cayeron en el olvido. De to­
dos modos, hasta principios del siglo pasado se daban por perdi­
dos. Naturalmente, la razón de ello debe buscarse en primer lu­
gar en la situación geográfica de Abu Simbel, pero luego en el
hecho de que los médanos de la orilla acantilada del Nilo ya
habían sepultado los templos en el pasado.
A su descubridor, el investigador suizo Johann Ludwig
Burckhardt, que encontró los templos rupestres de Abu Simbel
en 1813, como ya se reseñó en la introducción, no le fue conce­
dido poner pie en el interior de uno de los dos santuarios, pues
dunas de diez metros de altura bloqueaban la entrada. Burck­
hardt debió ceder este triunfo a otro: al italiano Giovanni Belzo­
m.

Este signare Belzoni es uno de los personajes más curio­


sos en la historia de la arqueología. Con su estatura de 1,98m,
100kg. de peso, pero bien proporcionado y vestido elegantemen­
te, se le hubiera podido tomar por cualquiera, menos por un ex­
plorador. De hecho, Belzoni desempeñó media docena de ofi­
cios antes de dedicarse a la investigación de la Antigüedad. Hijo
de un barbero de Padua, ya había actuado como artista circense,
actor, atleta, cantante de ópera, ingeniero y agente expedidor
cuando en 1815 fue por primera vez a Egipto, no para realizar
descubrimie11tos sino por negocios. Había construido una noria
que a su juicio podía extraer tanta agua como las bombas cono­
cidas hasta entonces. Este demonio de hombre ofreció la paten­
te de su invento al sultán Mohamed Alí, quien rechazó el ofreci­
miento sin dejar de agradecérselo, y Giovanni, el genio
ignorado, volvió a quedarse sin recursos.
En busca de un empleo rentable, Belzoni conoció a Henry
Salt, cónsul general del Reino Unido. El diplomático británico
opinó que un hombre tan vigoroso debía de estar en condiciones
de llevar con éxito Nilo abajo, desde L\)Xor a Alejandría, un ha­
llazgo arqueol,ógico: se trataba de la cabeza de una estatua de
granito veteado en negro y rojo. La pieza sería reembarcada en
un navío más grande y expedida a Londres. Mister Salt men­
cionó, por cierto, que la cabeza no era precisamente pequeña,
pero cuando el levantador de pesas Belzoni vio al coloso, se
asustó bastante. El fragmento de la estatua de Ramsés 11 pesaba
sus buenas siete toneladas. Por añadidura, no había caminos ni

279
carreteras, los peones contratados se declararon en huelga, los
medios de transporte existentes eran insuficientes y el cónsul
mezquinaba el dinero.
A pesar de todo, Belzoni consiguió cumplir con su come­
tido: trasladó el coloso por barco hasta Alejandría, lo reembarcó
en una nave más apropiada para la navegación por mar y el15 ae
diciembre de 1816 la curiosidad llegó a Londres en medio de
gran algarabía. La empresa costó en total 450 libras esterlinas.
La noticia acerca de sus aptitudes sobrehumanas hizo fa­
moso a Belzoni en un abrir y cerrar de ojos, y cuando Burckhardt
regresó a El Cairo a los dos años del descubrimiento de Abu
Simbel, se dirigió a Belzoni, con la idea de que era el único ca­
paz de lograr desenterrar los templos rupestres cubiertos por la
arena. ·

El forzudo de Padua no esperó a que se lo propusieran


dos veces, alquiló un barco, contrató los servicios de dos capita­
nes ingleses y una tripulación de seis hombres, llevó a bordo a un
lenguaraz y a su esposa Sarah y zarpó Nilo arriba con la vista
puesta en una meta fascinante: Abu Simbel.
Para cubrir el tramo desde El Cairo a Abu Simbel que la
línea de jets Egypt Air recorre hoy en escasas dos horas, Belzo­
ni necesitó tres meses en1815 . La empresa no sólo era fatigosa,
sino que implicaba mucho riesgo para la vida de los expedicio­
narios. El italiano y sus acompañantes iban fuertemente arma­
dos cuando debían descender a tierra en procura de víveres y de
noche se turnaban para montar guardia. Cuanto más avanzaban
hacia el sur, menos frecuentes eran los encuentros con otras em­
barcaciones y en las orillas del Nilo ya no divisaban seres huma­
nos. La tripulación empezó a murmurar, a dar signos de desaso­
siego, y exigió una paga adicional por los peligros a que se
exponían. Belzoni les dio limosnas.
Cuando los aventureros desembarcaron frente a Abu Sim­
bel, los recibieron dos jeques con sus respectivos secuaces. Uno
de ellos, el jeque Davud, presentó al otro como su hermano me­
nor Kalil y no dejó que subsistiera la menor duda respecto a que
ellos eran los amos de la región. Belzoni compró su amistad y el
permiso de efectuar excavaciones con regalos: un fusil, pólvora,
municiones, tabaco, jabón y un chal. Los jeques prometieron po­
ner a su disposición treinta obreros, pero al concluir la primera
jornada de excavación, Belzoni se dio cuenta de que con sólo
treinta hombres jamás podría dejar expedita la entrada al gran
templo rupestre de Abu Simbel.

280
El explorador Gio­
vanni Belzoni según
una litografía con­
temporánea.

Por último, los jeques pusieron a su disposición ochenta


hombres."Pero", hace constar Giovanni Belzoni en su diario, "al
concluir la tercera jornada las perspectivas de llegar a ver algu­
na vez la entrada eran tan pocas como en la primera".

Cena a la sombra del templo de Ramsés

Para Belzoni y sus acompañantes la comida constituyó un


problema de naturaleza muy especial, pues los jeques considera­
ban una cuestión de honor tener a los extranjeros en calidad de
huéspedes. En un banco de arena del río se levantaban chozas de
junco habitadas por los hijos del desierto. Allí vivían, dormían y

281
comían, sobre todo carne de carnero. Cuando era hora de comer
se sentaban todos en el suelo dentro de la choza a la espera de
que fuese colocada en medio de ellos la gran cazuela. Sólo des­
pués de que el jeque Davud pescara el trozo más grande y sabro­
so, los demás alargaban la mano. Cuando menos lo pensaban no
quedaron para los europeos sino restos en la cazuela de barro.
El primer día Belzoni y su gente no tuvieron apetito, pues
la vista de los dedos mugrientos de sus anfitriones disipó todo
vestigio de deseos de comer. Al segundo día, los europeos deci­
dieron sentarse todos juntos del mismo lado porque la oportuni­
dad de atrapar un trozo de carne no manoseada les pareció ma­
yor. iCraso error! A pesar del cambio de lugares en derredor de
la cazuela, los desaseados hijos del desierto supieron apoderar­
se nuevamente de los mejores trozos. El jeque Davud los ob­
servó divertido, pero al día siguiente procedió de distinta mane­
ra: antes de que sus secuaces pudieran meter la mano en el cazo
escogió los mejores pedazos de carne, los deshuesó enérgica­
mente y con ademán amable colocó lo que había quedado de
pulpa sobre la manga izquierda de su túnica, luego tendió son­
riente el brazo a sus huéspedes y a Belzoni y a sus acompañantes
no les quedó otra alternativa que aceptar el bocado.
A la mañana siguiente, las chozas de junco a orillas del Ni­
lo quedaron desiertas: los jeques y sus secuaces se habían esfu­
mado. Uno de los peones hizo saber a los extranjeros que había
comenzado el Ramadán, el mes de ayuno, por lo cual debían de­
jar de trabajar. Belzoni y su gente resolvieron proseguir la exca­
vación sin la ayuda de los nativos. Sumaban catorce hombres, pe­
ro al finalizar la jornada se percataron de que si bien los
beduinos suspiraban como condenados a trabajos forzados, su
rendimiento efectivo no alcanzaba ni a un quinto del de un euro­
peo. En consecuencia, pusieron todo su empeño y buen humor
para dejar expedita la entrada al templo rupestre.
Los dos jeques les habían dejado a un hombre llamado
Musmar que aíumaba de sí mismo ser el más valiente de todos,
pero Belzoni sospechó desde un primer momento que el bribón
no era más que un espía y por añadidura un cobarde. Cierta
mañana, Musmar se acercó a la carrera gesticulando como un lo­
co, mientras señalaba hacia el río por el cual venía una canoa tri­
pulada por dos hombres armados hasta los dientes: so pretexto
de trepar a la orilla acantilada para poder observar mejor la bar­
ca Musmar puso pies en polvorosa y jamás volvieron a verlo.
Los hombres que descendieron de la canoa se dieron a co­
nocer como los jeques de Ibrim, padre e hijo, y amos de aquella

282
región. La tímida objeción de Belzoni en el sentido de que Da­
vul y Kalil ya se habían presentado como dueños de esa tierra fue
desdeñada por el hombre de más edad con un enérgico ademán.
Los nombrados eran sus enemigos mortales. Por otra parte, dijo
saber a ciencia cierta que los excavadores los habían provisto de
fusiles, pólvora, municiones y tabaco.
Belzoni se quedó alelado. "Ya no disponíamos de nada
que hubiéramos podido ofrecer a aquella gente", escribe. Deses­
perado ante la perspectiva de tener que abandonar Abu Simbel
cuando les faltaba tan poco para llegar a la meta, exhibió ante
. aquellos hombres una carta del jedive Mohamed Alí que llevaba
consigo. Aun cuando iba dirigida a Belzoni y no a los jeques, sur­
tió efecto. Los analfabetos hijos del desierto examinaron el do­
cumento que segtín aseveración del intérprete llevaba la firma
del sultán, asintieron con gesto comprensivo y se marcharon. De
este modo Belzoni pudo continuar las excavaciones.
Al cabo de una semana de trabajo, atormentados por el
polvo y el tórrido viento del desierto, los hombres tropezaron
con el cornisamento roto de una columna, y días más tarde con
un friso. Sin duda debajo debía de encontrarse un pasadizo para
acceder al interior del templo. Al caer la tarde, ya habían logra­
do abrir a punta de pala un boquete por el cual Belzoni hubiera
podido-deslizarse al interior, pero el gigante, de ordinario tan
arrojado, tuvo miedo. Sospechó que en el interior del templo pu-
. diera haber emanaciones tóxicas, y por esta razón resolvió apla­
zar la aventura hasta la mañana siguiente.
A temprana hora del 111 de agosto de 1817 Giovanni Bel­
zoni y su esposa Sarah reptaron a través de la abertura practica­
da bajo nivel y gatearon por la arena del interior del templo a la
luz, fantasmagóricamente temblorosa, de candelas. La concien­
cia de hallar un santuario que no había vuelto a ver ojo humano
por espacio de 2.000 años y la conciencia de su propia insignifi­
cancia hizo estremecer de respeto, incluso a un forzudo como el
italiano. Si bien su esperanza de hallar tesoros en oro y piedras
preciosas se vio frustrada, a la vista de las enigmáticas estatuas,
las escenas en relieve pintadas de vivos colores y la disposición
de los recintos a modo de un laberinto, Belzoni comprendió que
a él le cabía el mérito de haber descubierto la construcción más
singular del más caprichoso de los faraones egipcios.
Johann Ludwig Burckhardt, el descubridor original de
Abu Simbel, murió a los pocos días de enterarse en El Cairo del
exitoso hallazgo realizado en el templo rupestre. Su deceso se
produjo a los treinta y tres años de edad, a causa de una intoxi-

283
cación con pescado. Fue el15 de octubre de1817, precisamente
el día en que Giovanni Belzoni, que había regresado mientras
tanto a Luxor y al Valle de los Reyes, descubría la tumba de Se­
-
ti l.
Durante casi 150 años, los templos de Abu Simbel fueron
la meta remota de los exploradores de todo el mundo. Cuando
en 1959 se iniciaron en Assuán las obras para la gran presa de
Sadd el-Ali, los ingenieros pensaron en la obtención de energía
y la ampliación de la superficie de tierras cultivables, pero no en
los santuarios de Abu Simbel situados a 350 kilómetros río arri­
ba del Nilo y que en unos pocos años quedarían a merced de la
inundación. La Organización de las Naciones Unidas para la
Educación, la Ciencia y la Cultura, UNESCO, nombró a toda
prisa dos comisiones éuya misión fue estudiar la posibilidad y la
manera de rescatar aquellos antiguos bienes culturales de la zo­
na de anegamiento.

La inquietante vida interior de los templos rupestres

Los resultados de las primeras investigaciones realizadas


en Abu Simbel no fueron precisamente alentadores. La piedra
arenisca de Nubia en la que fueron labrados los dos templos era
de textura heterogénea: capas de arenisca de grano grueso, po­
bres en material amalgamante alternaban con capas de roca ex­
tremadamente dura y de grano fino. La arenisca, pobre en mate­
rial de liga, mostraba verdaderos pasadizos cavernosos erosio-
sionados por el agua. .
·Uno de los miembros de la comisión, el profesor Hans
J oachim Martini, presidente del departamento federal de in­
vestigación del suelo, informó: "Lo que causó más preocupa­
ción fueron las figuras que recorren la roca en su superficie
y en diversas direcciones." Mientras que a una investigación
más minuciosa, las llamadas brechas tectónicas se cerraban a
pocos metros dentro de la montaña, las hendiduras secunda­
rias paralelas al declive del valle requerían un examen más
atento. Este sistema de brechas se originó evidentemente
después de formarse el valle del Nilo y debe interpretarse co­
mo un equilibrio de tensiones internas que se produjeron en

284
la roca. La cuestión acerca de la antigüedad de estas brechas
es fácil de explicar. Los antiguos egipcios debieron de encon­
trarlas al construir sus templos, pues uno de los colosos de
Ramsés de la fachada del Gran Templo presenta un brazo re­
corrido por una de estas brechas, el c�al fue sustentado por
un soporte de ladrillos de barro cocido que llevan como sello
un cartucho de Metemptah, el sucesor de Ramsés 11. *
Por lo tanto, los templos de Abu Simbel soportaron inten­
sas tensiones internas, llevaron una vida interior inquietante. El
profesor Martini determinó un empuje de 35 a 50 kilogramos por
centímetro cuadrado, y más tarde, los obreros se sobresaltaron a
menudo cuando se abría una nueva hendidura precedida de so­
noro trueno. A esto se sumó que precisamente las rocas de los
cimientos habían experimentado un acentuado debilitamiento
aun cuando ambos templos no fueron edificados mediante la su­
perposición de piedras, sino tallados de una sola pieza en la ro­
ca viva. Los geólogos comprobaron esto mediante un reborde
capilar de 2,4 metros de altura, alimentado por el nivel del agua
subterránea. Se hizo ascender el agua subterránea por conduc­
tos de la roca del espesor de un cabello, y a su paso disolvió de­
terminadas sustancias químicas que constituyeron cristales por
condensación. Al crecer, estos cristales ejercieron una presión
constante sobre la roca y en algunos lugares provocaron su esta­
llido. Todo esto no era precisamente la condición ideal para in­
tentar medidas de rescate.
El tiempo apremiaba. Las aguas represadas del dique del
Nilo ascendían más y más. lPodrfa salvarse todavía Abu Simbel?
Empresas y técnicos de todo el mundo trabajaban en planes te­
merarios en espera de un pedido millonario.
De Francia vino la propuesta, de los arquitectos A. Coyen
y J. Bellier, de erigir en torno a los templos una presa circular de
80 metros de altura. Esta hubiese sido la más grande construida
hasta entonces y el proyecto no hubiera causado dificultades
técnicas, pero presentaba dos df..sventajas fundamentales: 1) los
templos del desierto de Abu Simbel se hubieran presentado al
visitante desde la perspectiva de la tapa del canal; 2) los rayos
solares ya no invadirían el santuario del templo mayor. Median­
te una gran implementación técnica habría de extraerse, por

* H. J. Martini: "Geologische Probleme bei der Rettung der Felsentempel von


Abu Simbel", (Problemas geológicos al intentar el rescate de los templos ru
pestres de Abu Simbel), Gotinga, 1970.

285
bombeo el agua infiltrada en cantidades enormes, lo cual hubie­
se requerido un presupuesto anual de mantenimiento de 1,6 mi­
llones de marcos alemanes. Por su parte, los geólogos llegaron a
manifestar la convicción de que la elevada presión del agua fue­
ra del dique circular haría subir tanto la presión capilar dentro
de las rocas del templo que los colosos de Ramsés quedarían
destruidos al cabo de unas pocas décadas.
Los norteamericanos concibieron un plan fantástico: cor­
tar los templos de una sola pieza para separarlos de la roca ma­
triz, rodearlos con un corsé de acero e izarlos 68 metros más
arriba con la ayuda de prensas hidráulicas y las aguas ascenden­
tes del Nilo.
Ingenieros italianos bajo la dirección del profesor Gazzo­
la propusieron proyectos parecidos. Sugirieron apartar por sec­
ciones la c6spide de la montaña que gravitaba sobre los templos,
luego aserrar los cimientos de estos y por último elevarlos como
un todo.
La masa más pesada levantada hasta entonces de una sola
pieza tenía 10.000 toneladas, en tanto el peso del gran templo de
Abu Simbel se estimaba en 250.000 toneladas. Para llevar a la
práctica el proyecto se hubieran debido emplear treinta elevado­
res hidráulicos.
Por último, los británicos concibieron la idea más es­
trambótica: el profesor William Macquitty propuso dejar libra­
dos los templos de Abu Simbel a las aguas del Nilo, pero previa­
mente se tendería sobre todo el complejo una membrana
transparente, empotrada en los cimientos. Al mismo tiempo que
aumentara el nivel de las aguas del Nilo, la vejiga artificial se lle­
naría de agua clara. Por un corredor de vidrio subacuático los vi­
sitantes podrían contemplar luegó los templos alojados en la
campana de agua corriente. Ramsés en un acuario.

El mundo salva a Abu Simbel... ipero cómo!

Ninguno de estos proyectos llegó a materializarse. Todos


los planes parecían demasiado arriesgados, los arqueólogos se
desataron en improperios contra la impiedad y la trivialidad cul­
tural de los tecnócratas. Por lo demás, el precio que costaba es-

286
ta operación sería inalcanzable. Después del símbolo de status
político-económico de la presa de Assuán, Egipto tuvo además
un símbolo de status cultural: Abu Simbel.
En efecto: a 3.200 años de la muerte de Ramsés 11 el tem­
plo predilecto del gran faraón se convirtió en un objeto político
de primer orden. El prestigio nacional, el afán de notoriedad
tecnológica, el reclamo por la posesión de los bienes científicos
convirtió a Abu Simbel en un barril de pólvora. Después de que
el 1!! de octubre de 1959 el gobierno egipcio dejara prever una
recompensa en preciosidades arqueológicas a todos los países
que intervinieran en la salvación de Abu Simbel, se añadió un
nuevo estímulo que no contribuyó precisamente a simplificar el
lado de la organización de este proyecto monumental.
La UNESCO convocó al mundo a financiar la salvación
de los templos de Nubia. Los costos evaluados del rescate osci­
laban entre 30 y 300 millones de marcos alemanes. Como Egipto
no estaba en condiciones de reunir semejante suma la UNESCO
invitó en el verano de 1961 a sus estados miembros a aportar una
suma calculada en base a la clave de sus contribuciones anuales.
Estados Unidos, el país número uno en cuanto a llevar cultura a
todos los rincones del mundo, anduvo con remilgos en este caso
para pagar el tercio que se le exigía, porque habían sido ingenie­
ros soviéticos los que construyeron la gran presa a 250 kilóme­
tros Nilo abajo de Abu Simbel. Por su parte, la Unión Soviética
manifestó que había construido esa presa a fin de trocar las pie­
dras en pan para millones de individuos, en tanto Occidente des­
pilfarraba su dinero para trasladar derrelictos de faraones me­
galómanos.
A un año de la llamada de auxilio no se había reunido aún
ni un diez por ciento de los fondos requeridos. Con excepción de
Holanda y Yugoslavia, ninguna nación había integrado su cuota.
La mayoría de los países trataron de liquidar créditos de divisas
en el exterior. Cuba pagó su cuota regular de 900 dólares pero
donó azúcar por valor de 16.000 dólares.
Entretanto, los franceses se mostraron indignados porque
sus proyectos fueron rechazados, los italianos se enfadaron por­
que en los trabajos de planificación se había dado preferencia a
ingenieros suecos, el gobierno egipcio perdió la calma porque
las aguas del Nilo embalsadas por orden de ellos no dejaban de
crecer, mientras que la UNESCO parecía condenada a la inacti­
vidad. Esta organización se enfadó porque el gobierno egipcio
provocó a los principales financieros de la empresa (estadouni­
denses) con expropiaciones y procesos espectaculares.

287
Los egiptólogos se quejaron de los técnicos que, como
siempre, no veían en Abu Simbel un objeto arqueológico sino
técnico, y todos juntos se mostraron disgustados con los- notables
del comité de salvamento de la UNESCO que no hacían más que
impedir los trabajos y cobrar 200 dólares diarios en concepto de
gastos.

Corte transversal del gran te!Dplo de Abu Simbel después de su traslado. Para
que el templo originalmente tallado en la roca viva no fuera aplastado por las
masas rocosas después del traslado, los tecnicos debieron construirlo dentro
de una campana de hormigón armado que luego fue cubierta por masas
rocosas.

Hubo sobrados comités: un comité de honor integrado


por jefes de Estado y altos funcionarios, un comité operativo en­
cargado de organizar los trabajos y un comité de consulta dedi­
cado a atender las cuestiones aisladas de la ejecución. Este co­
mité de consulta reunía a egiptólogos de Francia, Gran Bretaña,
Estados Unidos y la Unión Soviética, además del director de la
Academia de Bellas Artes de Roma, un arqueólogo alemán, un
representante suizo de la Organización Internacional de Mu­
seos, dos representantes de la UNESCO y cuatro representantes
de Egipto. Estos honorables caballeros tenían por misión clasi­
ficar los planes y ofrecimientos de ayuda existentes, decidir y
coordinar. Un plan de rescate de esta envergadura tomó el cami­
no de presentación de informes a la UNESCO en París, de la
UNESCO al gobierno egipcio y de este otra vez al comité pa­
ra decidir. Entretanto, el nivel de las aguas seguía en aumento y
no quedó otra solución que levantar un dique de protección de
360 m de largo y 25 de alto en derredor de las obras hasta que to-

288
dos los planes hubieran recorrido las instancias necesarias ... iEn
definitiva, es un milagro que Abu Simbel no haya quedado su­
mergida!
En agosto de 1964 salió la resolución: se dio la preferen­
cia a un proyecto sueco. Preveía demoler las montañas sobre los
templos hasta el techo de los mismos, seccionar las fachadas y el
interior de los templos en bloques de diez a treinta toneladas de
peso y volver a reconstruir las montañas y los templos sobre la
meseta. Un consorcio internacional bajo la dirección de la em­
presa Hochtief AG de Essen movilizó 4.000 obreros y técnicos
. de Egipto, Alemania, Italia, Francia y Suecia. En medio del de­
sierto entre Assuán y Wadi Halfa brotó del suelo una ciudad de
barracas, se construyó una pista de aterrizaje y también un puer­
to fluvial. Sobre la arena amarilla se levantaron salas de máqui­
nas, una planta de potabilización de agua, una planta de energía
eléctrica, un hospital, tiendas y tabernas, y lo que podían necesi­
tar además unos miles de hombres, par.a ir a·trabajar al desierto,
a 300 kilómetros de la civilización, por una buena paga.

El Nilo crece más de prisa de lo esperado

Detrás del dique de protección las aguas crecieron sin ce­


sar, más de prisa de lo esperado. Ingenieros y técnicos iniciaron
los trabajos de aserrado y transporte. En lo posible, los bloques
de piedra arenisca debían soportar sin daño el corte, el trans­
porte y la reconstrucción. El deseo de los arqueólogos fue una
orden para ios ingenieros: perforaron en la roca 17.000 orificios
e i nyectaron a alta presión resina sintética en la piedra quebra­
diza. El material penetró en los poros de la roca y consolidó los
bloques desde el interior al exterior. Se necesitaron 32,5 tonela­
das de resina sintética para llenar las perforaciones efectuadas,
33 toneladas de grapas y refuerzos de hierro para mantener uni­
dos bloques de piedra que ya mostraban fracturas y grietas antes
de manipularlas. Sólo 155 de 1.041 bloques de los templos esta­
ban en tan buenas condiciones que no requirieron ninguna cons­
trucción técnfca de soporte. El 21 de mayo de 1965 se transportó
el primer bloque: llevaba la marca de indentificación GA 1 A 01.

289
El mayor peÍigro de daño de los bloques residía en el
transporte. Embalar sillares de treinta toneladas no sólo hubie­
ra sido "una pérdida de tiempo, sino que significaba un riesgo
más por la manipulación de envolverlos y desenvolverlos. Por lo
tanto, los técnicos practicaron una perforación en la cara supe­
rior de todo bloque que era cortado de la montaña, colocaron un
ancla de acero y echaron en el orificio de trepanación sustancias
químicas endurecedoras. Por último, los bloques fueron izados
mediante esta ancla de acero con montacargas y transportados
por una pista construida por el propio consorcio sobre la mese­
ta de la ribera del Nilo, donde un cartel que decía "Storage Area"
dejaba casi olvidada en la gélida indiferencia técnica la impor­
tancia cultural de la empresa.
En este parque de depósito, a 68 metros de altura sobre el
emplazamiento original de los templos, cada bloque fue someti­
do a un tratamiento químico-técnico destinado a garantizar que
los templos de Abu Simbel pudieran ser admirados en ese mis­
mo estado el año 3.000 d.C. Donde fue necesario, se reforzaron
y restauraron los bloques de piedra, se aplicó una capa invisible
de poliéster a las superficies exteriores para impedir la penetra­
ción de agua y humedad del aire, como también la exfoliación de
la superficie. Sobre las piedras del techo se aplicó otro hidrófu­
go químico. Toda una montaña con dos templos en su interior
fue conservada por medios químicos.
Los trabajos prosiguieron a un ritmo febril y la situación
se tornó dramática. En noviembre de 1964 el nivel de las aguas
contenidas ya lamían la corona del dique que mantenía en seco
a los técnicos y a los restos de los templos. Se trasladaron más
capas, los arqueólogos se preocuparon, exigieron mayor diligen­
cia y cuidado, vivían en constante temor por sus santuarios. El
director de obra Carl Thedor Mackel, de Hamburgo, dio una
respuesta unívoca: "Podemos trabajar ciertamente sin correr
ningún riesgo, pero entonces la empresa se prolongará dos años
más", dijo. Entretanto, el agua subía y subía.
Abu Simbel no era el único yacimiento de historia de la
cultura que el embalse de 500 kilómetros de longitud amenaza­
ba devorar con su caudal de agua de 170 mil millones de metros
cúbicos. Los arqueólogos y los estudiosos de la prehistoria esti­
maron que veintitrés objetos merecían ser desarmados o trasla­
dados, aun a costa de los ingentes gastos. Muchos debieron ser
abandonados de antemano por razones técnicas, como la forta­
leza de Buhen, vecina a la frontera egipcio-sudanesa, cuyos mu­
ros de ladrillos de barro del Nilo apilados se hubieran deshecho

290
al tocarlos sus salvadores. De los templos de Gebel es-Shams,
Abuhuda y Gerf Hussein sólo se rescataron piezas parciales, im­
portantes para la historia del arte, en tanto los pequeños tem­
plos de Elesiya, Tafta, Dendur y Debod fueron cedidos a otros
países para su desguace, como donación del estado egipcio. En
la actualidad, encontramos el templete de Elesiya en Turín, el de
Tafta en Leiden, el santuario de Dendur en Nueva York, en tan­
to el templo ptolemaico de Debod tiene su actual emplazamien­
to en Madrid. En cambio, se trasladaron los santuarios de Ed­
Dakka, Ed-Derr, Amada, Uadi es-Sebua, Kertassi, Bet el-Wali y
Kalabsha.
El imponente templo de Kalabsha data de los días del em­
perador romano Augusto y fue construido según el modelo de un
templo que se levantaba en el mismo lugar y databa del 1.400
a.C., aproximadamente. El rescate de este templo fue fruto de
un proyecto alemán por el cual el gobierno federal hubo de in­
vertir siete millones de marcos alemanes, pero en el aspecto
técnico fue una empresa completamente distinta a Abu Simbel.
·Los templos rupestres eran obras de una sola pieza, en cambio
Kalabsha se componía de unos 20.000 bloques, de los cuales nin­
guno pesaba más de una tonelada. Fue posible desmontarlos uno
por uno, cargarlos. en barcos y volverlos a armar tierra adentro
al alcance visual de la nueva presa de Assuán. En 1973 el gobier­
no egipcio cedió al Museo Egipcio de Berlín occidental 106 blo­
ques con relieves en colores que fueron descubiertos en los ci­
mientos al desarmar el templo.
De muy distinta manera transcurrió el salvamento del
templo de Amada por el que asumió la responsabilidad el go­
bierno francés. La importancia de esta obra para la historia del
arte residía sobre todo· en la rica ornamentación interior. Sin
embargo, las representaciones no habían sido esculpidas en pie­
dra, sino talladas en capas de mortero de gran superficie. La re­
moción piedra por piedra hubiera dañado de forma irreparable
la costosa capa de mortero, en consecuencia los técnicos lleva­
ron a la práctica otra idea: echaron debajo de los cimientos del
edificio de 50 metros de largo una plancha de hormigón armado,
arrimaron qna gigantesca rampa de tierra y arrastraron el tem­
plo sobre rodillos de acero hasta su nuevo emplazamiento, a una
distancia de 2,5 kilómetros.
En comparación, el salvamento del templo de Abu Simbel
fue una empresa monumental, un rompecabezas superdimensio­
nal. En 1965 se terminaron los trabajos: 1.041 bloques de los
templos, 1.112 bloques de piedra de la zona peñascosa vecina a

291
los templos y de los accesos así como 6.598 bloques en bruto de
las piedras basales y del techo quedaron almacenados a buen re­
caudo de las aguas ascendentes de la presa en la "storage area".
Desde fines de agosto de 1965 enormes masas de agua rebasaron
el dique de protección y lentamente la corriente verdepardusca
del Nilo llenó las aberturas que habían quedado en las rocas.
A 68 metros de altura de aquel lugar y 180 metros tierra
adentro los trabajos continuaron noche y día. A diferencia de lo
que sucedió en Kalabsha, los bloques numerados .de piedra no
pudieron ser simplemente apilados unos sobre otros; el peso de
la montaña amontonada artificialmente hubiera triturado los
templos rupestres. Por esta razón los técnicos pensaron en otra
posibilidad: construyeron dos cúpulas gigantescas de hormigón
armado, de 60 metros de diámetro cada una. Estas semiesferas
habrían de soportar una presión de techo de 12 metros de roca y
una presión lateral de 35 metros de roca, además se colgaron de
ellas los bloques de los techos de los templos. Bloque a bloque
con una exactitud milimétrica, los ingenieros armaron las pare­
des laterales con las magníficas representaciones de Ramsés 11.
A fines de 1967 quedó concluido el templo de Nefertari;
medio año más tarde la cúpula de hormigón armado del gran
templo de Ramsés también desapareció bajo los bloques de ro­
ca que, amontonados unos sobre otros, formaron una enorme
montaña. En el invierno siguiente las primeras tormentas de are­
na que soplaron en el desierto de Nubia borraron las últimas
grietas de los cortes practicados por las sierras. Los geómetras
habían realizado una labor perfecta. En febrero de 1969 se repi­
tió en el nuevo emplazamiento el portento solar de Abu Simbel:
los primeros rayos del sol iluminaron las imágenes divinas del
santuario a cincuenta y cinco metros en el fondo del templo:
Amón Ra, Ra Harajte y el deificado Ramsés.

292
10.

El faraón de la
servidumbre

Los egipcios sometieron a recia servidumbre


a los hijos de Israel y amargaron su vida
con duros trabajos de arcilla y adobes
y con todas las labores del campo...
Segundo libro, Exodo, 1, 13-14.

Hay comida y bebida y no queda nada


por desear. Yo mejoro vuestras vidas .
para que trabajéis para mf con
alegria y me reconforten vuestras
expectativas de éxito.
Ramsés 11.

Los israelitas soportaron su desgracia


con gran paciencia y como sabfan
con cuanta severidad castigaba Ramsés
las sublevaciones, fueron bastante
prudentes como para no fonnular
protestas en vida del soberano.
Pierre Montet, arqueólogo.
La fiebre de construir de Ramsés 11, devoró ingentes re­
cursos. En las distintas plantas del país donde se levantaban sus
grandes obras trabajaron millares de operarios especializados y
auxiliares. Ramsés compensaba los enormes egresos estatales
con impuestos naturales que su aparato burocrático recaudaba
con meticulosa acribia, con tributos que los países extranjeros
debían entregar en los plazos establecidos y con las inagotables
existencias de oro y plata del reino, el objeto de trueque más
preciado en el intercambio mercantil de productos extranjeros.
No cabe duda de que a los egipcios les iba bien. No había deso­
cupados, al contrario, afluían trabajadores de todas partes del
mundo para beneficiarse con el boom de la edificación.
"Escuchad mis palabras", dice Ramsés en una estela que
mandó colocar el año 8, en ocasión de inspeccionar las canteras .
del Monte Rojo, cerca de Heliópolis, "aquí está vuestra propie­
dad. La realidad prueba que digo la verdad. Yo, Ramsés, soy
quien permite continuar las generaciones... Se han tomado gran­
des previsiones para que podáis vivir y cumplir vuestros cometi­
dos... Hay almacenes de granos para que no quedéis sin susten­
to un solo día y se os pagará mensualmente... "
Ramsés señala con orgullo que en las tiendas se puede
comprar de todo: pastelería, carne y postres, sandalias, vesti­
·menta y perfumes con los que la gente debía untarse la cabeza
cada diez días. Ramsés se preocupaba de que su pueblo anduvie-
, ra bien vestido y todos calzaran zapatos a diario. La palabra "mi­
seria" debía ser borrada del vocabulario egipcio. "He ordenado",
dice Ramsés, "que se os alimente aun en los años de hambre; la
población de las fértiles tierras aluviales tiene orden de provee­
ros con pescado y aves.' Los barcos navegan Nilo arriba por vo­
sotros y regresarán cargados de cebada, trigo, almidón, sal y alu­
bias. Mientras viváis, trabajaréis a gusto para mí".

294
Reconstrucción de un pilón de Per-Ramsés, con cuatro estatuas colosales.

No fue tanto una jugada política como económica que


Ramsés comisionara a sus "intendentes de los trabajos" a reclu­
tar por la fuerza a los pastores hebreos trashumantes de la tierra
de Gosen, al sur de la capital Ramsés, para hacerlos trabajar en
las obras. Por centurias habían gozado de la protección de la ciu­
dadanía eg'pcia, aunque sin pagar impuestos ni tributos, en vir­
tud de no poseer bienes. Mantenían a sus·familias numerosas
con los rebaños. Ramsés, que prefería conchabar en sus grandes
obras a los extranjeros, pues recibían menor salario que los egip­
cios y se les exigía más trabajo, vio en los hebreos mano de obra
barata que le permitiría realizar sus excéntricos proyectos arqui­
tectónicos.
Estos pastores de ganado aparecen con el nombre deJa­
biru en los distintos textos llegados a nuestros días: en los babi­
lonios de la época de Hammurabi hasta el siglo II a.C., se los ca­
lifica de mercenarios, los documentos hititas los presentan como
pueblo del reino de Jatti y en las cartas de Amarna se los llama
"beduinos del desierto oriental". Pero los antecedentes más im­
portantes los crearon ellos mismos en los Libros Históricos del
Antiguo Testamento.

295
En estos libros, escritos en distintas épocas por distintos
autores y según distintos puntos de vista, se mezcla, sin �mbar­
go, lo histórico con lo imaginado y los estudiosos de la Biblia y
los arqueólogos están todavía en lucha constante con aquellos
para quienes el texto bíblico es sacrosanto. Pero el Antiguo Tes-.
tamento no es una colección de documentos. Los hechos históri­
cos son pospuestos a su verdadera finalidad: la predicación de la
doctrina de redención. Por ejemplo, la prueba de fuerza entre el
dios Jahvé y el omnipotente faraón se presenta con tanta insis­
tencia que en su celo desmedido el cronista olvidó citar el nom­
bre del faraón bajo el cual se desarrolló esta historia.
En el segundo libro del Exodo se relata de la siguiente
manera la introducción a la gran controversia entre Egipto y los
hijos de Israel: "Llegó entonces al poder de Egipto un nuevo rey
que no sabía quién era José. Y dijo a su pueblo: 'El pueblo de los
hijos de Israel es demasiado numeroso y demasiado fuerte para
nosotros. iEa, vamos a portarnos astutamente con él para que no
se multiplique más y si se declara una guerra, se sume a nuestros
enemigos, luche contra nosotros y se marche luego del país!'
Entonces le impusieron capataces de prestaciones para
oprimirle con penosos trabajos: así construyó para el Faraón las
ciudades almacenes de Pithom y Ramsés."
Estos cuatro versículos del segundo libro del Exodo cons­
tituyen la fuente más importante para la investigación histórica.
Según este testimonio la servidumbre de los israelitas comenzó
con la construcción de las ciudades despensa de Pithom y
Ramsés. La bíblica Pithom es la egipcia Per-Atón (la casa de
Atón) en el Delta oriental, y Ramsés es, como se sabe, la nueva
capital del Reino, erigida por Ramsés II. Ambas ciudades, situa­
das muy cerca de Gosen, el territorio colonizado por los hijos de
Israel (como lo prueban los hallazgos arqueológicos) fueron
construidas a comienzos de la dinastía XIX. Probablemente, la
piedra fundamental para la capital, a la que más tarde se dio el
nombre de Ramsés U, ya había sido colocada por Seti 1, pero con
toda seguridad, no antes. En consecuencia, serían dos reyes los
que entrarían en cuestión como comitentes de las prestaciones
personales: Seti 1 o Ramsés II. Esta suposición es confirmada
por la referencia a un anterior cambio de dinastía en la historia
egipcia ("un nuevo rey, que no sabía quién era José"). Con esta
referencia se vuelve dudosa la suposición de los historiadores en
el sentido de que la leyenda de José se desarrolla en tiempos de
Ramsés 11.
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Planta de las
excavaciones de
Tanis:
En el centro
aparece el gran
distrito de los
templos de 300
x 400m, con el
gran templo de
Amó n que,
Ramsés 11 man­
dó erigir utili­
zando antiguos
restos de cons­
trucción.

1. Muralla de Ramsés JI- 2; Puerta oriental • 3. Templo oriental - 4. Templo


de Horus - 5. Lago sagrado - 6. Puerta meridional • 7. Puerta septentrional • 8.

Templo de Nectanebo • 9. Santuario, gran templo de Amón, segundo patio,


primer patio • 10. Jardines- 11. Muralla de Pausenes • 12. Tumbas reales· 13.
Puerta principal- 14. Puerta occidental • 15. Templo de Ana t.

297
Pithom, una montaña de escombros en el W,adi Tumilat

Pithom (en griego Heroonpolis) fue la ciudad más grande


de la región en la que se estableció la colonia hebrea, el Uadi
Tumilat, y podían llegar a ella naves mercantes de gran enverga­
dura a través del canal construido por Ramsés que cerca de He­
liópolis se desviaba del Nilo en dirección nordeste. Pithom era
una ciudad portuaria en medio del desierto. En el año 279 a.C.,
Ptolomeo 11, quien más de mil años más tarde mandó rectificar
el canal, cedió al templo de Atón en Pithom los derechos adua­
neros recaudados por la utilización de esa vía. La montaña de es­
combros que se encuentra en Wadi Tumilat y se conoce hoy con
el nombre de Tell-er-Retaba, es todo cuanto quedó de la antaño
floreciente ciudad de Pithom.
·

Los hijos de Israel, que desde hacía siglos llevaban una li­
bre y tranquila existencia como pastores, no estaban acostum­
brados al pesado trabajo físico que de pronto se les impuso. "Los
egipcios sometieron a recia servidumbre a los hijos de Israel y
amargaron su vida con duros trabajos de arcilla y adobes, con to­
das las labores del campo, todos los trabajos que tenían que ha­
cer les eran impuestos con violencia." (2 Exodo 1, 13-14) ..
Los hebreos empleados en la elaboración de ladrillos es­
taban bajo la supervisión de capataces nombrados entre su pro­
pia gente, los cuales debían rendir cuentas a su vez a un "capa­
taz" egipcio sobre la producción diaria, y si la cuota no había
sido sobrepasada recibían palos. No es de extrañar, pues, que los
capataces israelitas también descargaran palos sobre sus pro­
pios paisanos.
Confeccionar ladrillos con el barro del Nilo no era un tra­
bajo pesado, pero sf sucio, y se consideraba por lo tanto una ac­
tividad denigrante, de ahí la aversión que inspiraba sobre todo a
los israelitas, que hubieran preferido cuidar sus ovejas. En la
tumba del visir tebano Rejmire, vemos a diez confeccionadores
de ladrillos, vigilados por dos capataces. Lo que llana la aten­
ción en la representación es que ambos son de piel oscura, mien­
tras que ocho de los obreros tienen piel de color claro, es decir,
que no son egipcios. Uno de los capataces dice: "El palo está en
mi mano, no seáis haraganes."
Ladrillos de barro del Nilo, secados al aire, que se encon­
traron en el Delta oriental y ostentan los anillos con el nombre
de User-maat-Re, demuestran que esta prestación de servicios
de los israelitas se realizó, en efecto, bajo Ramsés 11. A diferen-

298
cia de los extranjeros que llegaban a Egipto como pago de tribu­
tos vivientes y a los cuales no les quedaba otra alternativa que la
esclavitud, los israelitas refunfuñaban por su suerte y surgieron
entre ellos tensiones sociales y protestas.
Como Ramsés no estaba acostumbrado a la resistencia en
su paÍs, reaccionó con irritación. En el segundo libro del Exodo
se describe la situación del siguiente modo: "Aquel mismo día
ordenó el faraón a los capataces del pueblo y a sus inspectores:
'No volváis a dar al pueblo paja para hacer los adobes, como an­
tes. Que vayan ellos mismos y recojan la paja. Pero exigidle la
misma cantidad de ladrillos que solían hacer antes; no se la re­
bajéis en nada; son unos perezosos, por eso gritan: 'iDéjanos
marchar a ofrecer sacrificios a nuestro Dios!' Haced más pesa­
do el trabajo a esa gente para que se ocupen de él y no presten
atención a embustes'.
Marcharon los capataces del pueblo y sus propios inspec­
tores y dijeron al pueblo: 'Así dice el Faraón: No os doy más pa­
ja. Id vosotros mismos a recogerla donde la encontréis; pero
vuestra tarea no se disminuirá en nada.'
El pueblo se dispersó por todo Egipto recogiendo paja
para desmenuzada. Los capataces los apremiaban: 'Terminad
vuestra tarea, la labor de cada día en su día, como cuando se os
daba la paja.' Y los inspectores de los hijos de Israel-que los ca­
pataces del Faraón habían puesto al frente de aquéllos- fueron
golpeados al tiempo que les decían: •¿Por qué ni ayer ni hoy
habéis terminado vuestro cupo acóstumbnido de ladrillos?'
Fueron, pues, los inspectores israelitas a quejarse al Fa­
.raón, diciendo: '¿Por qué tratas así a tus siervos? No se nos pro­
porciona paja y se nos dice: haced ladrillos. Ahora tus siervos
son golpeados. Tú pecas contra tu pueblo'. Respondió·(el Fa­
raón): 'Sois unos perezosos, unos perezosos. Por eso decís: Va­
mos a ofrecer sacrificios a Jahveh. Y ahora, idos a trabajar. No
se os dará paja. Pero entregaréis el cupo de ladrillos'." (5,6-18).

Egipcios obligados a forzados: a la izquierda negros


sudaneses son anotados y castigados por los capataces. A la derecha, asiáticos
encargados de elaborar ladrillos de barro.

299
Las dos caras de Ramsés li

El Antiguo Testamento nos describe aquí un faraón bien


distinto al que nos presenta la versión egipcia, un Ramsés
despótico, explotador y cruel. No es el rey divinizado, todopode­
roso, magnánimo, que brinda dicha y alegría, sino un gobernan­
te irritable, vengativo, malvado y terco, un explotador sin escrú­
pulos de seres humanos.
Ramsés no fue en todas las situaciones de la vida el super-
. hombre que nos ponen ante los ojos centuplicado los numerosos
textos esculpidos en templos y estelas. Ciertamente, era mucho
más débil, mucho más indefenso y mucho más mezquino, pero
hay que tener en cuenta .que el faraón revisaba, hermoseaba e
idealizaba los textos mencionados. Por cierto, las proezas de
Ramsés 11 se transmitieron multiplicadas, son históricas de
acuerdo con el estado de la arqueología, pero en ninguna parte
se informa de qué manera realizó esas hazañas. Sólo podemos
barruntar qué prestaciones exigía a su pueblo para poder sola­
zarse en la fama que él ambicionaba. El Antiguo Testamento
muestra la otra cara del gran faraón y esta descripción no es de
manera alguna una información cortesana oficiosa, sino una re­
lación temperamental del pueblo.
La ciencia de la excavación ha contestado a la pregunta
acerca de si fue realmente bajo Ramsés 11 cuando las tribus de
Israel fÚeron reducidas a servidumbre: ningún hallazgo desente­
rrado en las ciudades de Pithom y Ramsés, mencionadas en la
Biblia, lleva fecha o cita de nombre prerramésidas. Por consi­
guiente, se descarta aquí una relación tan anacrónica como la
que hemos reconocido en la leyenda de José. "Ahora sabemos"
dice el arqueólogo G, E. Wright, "que en tanto le corresponda
algún valor histórico a la mención de las ciudades despensa en el
segundo libro del Exodo, los israelitas debieron de detenerse en
Egipto, por lo menos durante la primera época del gobierno de
Ramsés 11". Y James Henry Breasted opina: "Casi no cabe duda
respecto de la exactitud de la transmisión hebraica, que culpa al
constructor de Pithom y Ramsés por la opresión de una de sus
tribus ancestrales."
En aquella difícil época les surgió a los hijos de Israel un
personaje sobresaliente, un hombre dispuesto y capaz de hacer
frente a Ramsés 11: se llamaba Moisés.
Moisés, libertador de su pueblo, legislador y promotor de
la religión, es una figura notable de la historia y, sin embargo, ge-

300
neraciones de arqueólogos han buscado en vano rastros de este
hombre tan importante. Todo lo que sabemos sobre Moisés pro­
viene de los libros del Antiguo Testamento, cuya credibilidad
histórica es a menudo bastante dudosa y los mismos exegetas se
han preguntado seriamente si Moisés no habría sido product.o
de la leyenda o una figura simbólica de los logros de varios hom­
bres, pues con su persona se relaciona casi todo lo que Israel
considera fundamental para su existencia.
lQuién fue en realidad este Moisés?
El Midrash Rabba•, el teofilósofo judiohelenista Fil6n
(13 a.C., a 45/60 d.C.), el historiador judío Flavio Josefo (37-100
d.C.), el Corán y el segundo libro del Exodo, atribuido al propio
Moisés, lo presentan como un príncipe egipcio, y Filón y Josdo
llegan a ver en él al heredero al trono faraónico. Por otro lado,
según la genealogía bíblica, Moisés era un bisnieto de Leví y
Leví era nieto de Isaac, el fundador de la raza israelita. Se calcu­
la pues que Moisés debió de venir al mundo a comienzos del go­
bierno de Ramsés 11.
En esta época los pastores de ovejas israelitas, asentados
en el Delta oriental del Nilo, se multiplicaban a un ritmo acele­
rado. Por lo tanto, Ramsés mandó llamar a las dos comadronas
de los hijos del desierto, Sifrá y Puá, y les hizo saber que no su­
frirían perjuicio si procedían con cierta negligencia en la práclti­
ca de su especialidad. El, Ramsés, escucharía con agrado que
entre los israelitas nacieran muertos muchos niños, sobre todo
varones... las niñas podrían venir al mundo en igual cantidad que
hasta entonces. Seguramente, el faraón pensaba en una nueva
generación de mujeres de piel blanca para su harén.
La exigencia del faraón se frustró. Las dos comadronas en
quienes Ramsés pretendió cargar semejante responsabilidad de­
clararon que las vigorosas mujeres israelitas prescindirían más y
más de sus servicios y entonces no tendrían ocasión de compla­
cer el deseo del rey de los egipcios. Entonces, Ramsés impartió
la orden: "iArrojad al Nilo a todo varón nacido de los hebreos,
pero dejad con vida a las niñas!" (Exodo, 2, 1,22)

* Midrash: del hebreo "interpretación"; libro que explica los textos blblicos.

301
Por qué Moisés fue expuesto

Posiblemente, esta acción espectacular de exterminio hu­


mano, acerca del cual no hay testimonios históricos, es una in­
vención para fundamentar la exposición del niño Moisés en el
Nilo; pues en el fondo la historia es ilógica: Si Ramsés· no dejó
que emigraran los israelitas porque necesitaba mano de obra ba­
rata, y si le molestaba la rápida multiplicación de los. israelitas,
debería haber mandado matar también a las niñas.
El niño fue dado a luz clandestinamente por su madre is­
raelita y criado por ella durante tres meses. En el Exodo reza:
"... Pero no podía esconderlo ya más: tomó, pues, una cesta de
papiro, la calafateó con brea y pez, colocó en ella al niño y lo de­
positó entre los juncos, a la orilla del Nilo (2,3). La madre de
Moisés ya tenía una hija y la llevó consigo para que fuese testigo
del abandono y observara lo que pasaba luego."
Ahora bien, las mujeres israelitas no sólo eran vigorosas,
sino también astutas, al parecer, pues lo que sucedió como por
pura casualidad, fue lo siguiente: "Y bajó la hija del Faraón a
bañarse en el Nilo, mientras sus doncellas paseaban por la orilla
del río. Vio entonces la cesta entre los juncos y mandó a su es­
clava a buscarla. Y al abrirla, vio a un niño que estaba llorando.
Compadecida de él, exclamó: 'Es uno de los niños de los he­
breos.' La hermana del niño dijo entonces a la hija del Faraón:
'lQuieres que vaya a buscarte, entre las mujeres hebreas, una
nodriza que te críe al niño?' 'Vete', le respondió la hija del Fa­
raón. Se fue, pues, la muchacha y llamó a la madre del niño. La
hija del Faraón le dijo: 'Llévate a este niño y críamelo. Yo te
daré tu salario. La mujer tomó al niño y lo crió. Y cuando creció
el muchacho, se lo llevó a la hija del Faraón, quien lo prohijó y
le puso por nombre "Moisés", porque dijo: 'De las aguas lo sa­
qué.'"
Este pasaje es uno de los más flojos y polémicos del Anti­
guo Testamento, un pasaje que desafía a egiptólogos y exegetas
a permanente discusión.
Presumiblemente, esta historia se inventó para motivar el
encumbramiento social de Moisés por voluntad divina, a pesar
de su bajo origen. A los egiptólogos les cuesta imaginar a una
princesa egipcia que va a bañarse a orillas del Nilo, pues a par­
tir de la dinastía XVIII los faraones construyeron albercas en sus
palacios y hasta lagos de placer en los que podían buscar es par-

302
cimiento. Era inconcebible que un miembro de la familia real
fuera a bañarse en la ribera del río, accesible a cualquiera.
El relato de un niño abandonado en una cesta de junco ya
circulaba de boca en boca más de mil años antes de los tiempos
de Moisés. Se desarrollaba en Mesopotamia y el personaje
histórico en torno al cual giraba el cuento, se llamaba Sargón.
Este personaje fue el fundador de la primera dinastía semita en
Mesopotamia. Fue alrededor del 2.350. A partir de Kish, some­
tió la Babilonia meridional, avanzó hasta Siria, Asia Menor y la
Cordillera de Zagros y convirtió a Akkad en su capital. El rey
Sargón nos da noticias acerca de su origen en el siguient'e texto
escrito con caracteres cuneiformes:
"Sargón, el rey poderoso, el rey de Akkad soy yo. Mi ma­
dre era una ramera del templo, no conocía a mi padre, pero el
hermano de mi padre habitaba en la montaña. En mi ciudad
Azupirani, a orillas del Eufrates, me concibió mi madre y me dio
a luz clandestinamente. Me colocó en una cesta de junco, selló
mi puerta con brea y me dejó en el río, que no me ahogó. El río
me arrastró y �e llevó hasta Akki, el extractor de agua; bonda­
doso de corazón, me sacó del río y me crió comó a su propio hi­
jo."

Moisés: un nombre egipcio

, La referencia bíblica según la cual la princesa puso al niño


'el nombre de "Moisés" y declaró que lo había sacado del agua
nos indica que lo de la exposición de Moisés era una leyenda. Se
oculta tras ella una explicación etimológica popular del nombre,
un juego de palabras destinado a explicar a los israelitas píos el
nombre Moisés, de hecho extranjero, y que los hebreos pronun­
ciaban Moshelz. En hebreo hay una paiabra que por su fonética
se asemeja al nombre del fundador de la religión, a saber mas­

hah cuyo significado es "extraer". Por consiguiente, Mosheh era


"el sacado del agua", una interpretación con la cual se dio por sa-
tisfecho el hombre común.
·

. En realidad, Moisés (en griego Mosis) es uno de los nom­


bres egipcios más frecuentes. Mosis significa tanto como "nacido
de..." o "hijo de.. .". Amenmosis, Tutmosis o Ramosis, eran pues,

303
respectivamente el hijo de Amón, el hijo de Tot o el de Ra. El
nombre Ramsés significa "hijo de Ra". En consecuencia, la prin­
cesa llamó al huérfano simplemente "hijo".
Numerosos hechos que hablan en favor de la formación de
una leyenda robustecieron a los investigadores en la suposición ·
de que "la interpretación del mito de la exposición relacionado
con Moisés, obliga a deducir que era un egipcio". Son palabras de
un judío que no era arqueólogo ni exegeta, sino psicoanalista:
hablamos de Sigmund Freud.
Con el título de Moisés y lo religión monotefsta, Freud es­
cribió un trabajo sobre el problema del origen de Moisés y dice
que su suposición se basa sólo en probabilidades psicológicas y
requiere una prueba objetiva, pero en relación con Ramsés 11
parece ser de interés muy especial. La teoría de Freud da posi­
blemente una explicación de por qué las fuentes egipcias echa­
ron tierra sobre Moisés. Sigmund Freud escribe: "No es fácil adi­
vinar qué pudo inducir a un egipcio distinguido (un príncipe tal
vez, o un sacerdote, o un alto funcionario) a ponerse a la cabeza
de un hato de inmigrantes extranjeros, culturalmente atrasados,
y abandonar con ellos el país. El notorio desprecio del egipcio
por un pueblo que le era extraño hace particularmente improba­
ble tal acontecimiento. Ciertamente, me inclinaría a creer que
por esto los mismos historiadores que reconocieron el nombre
como egipcio y adjudicaron a su portador toda la sabiduría de
Egipto, no quisieron admitir la lógica posibilidad de que Moisés·
·

fuera un egipcio."
En efecto, la hipótesis de Freud es desconcertante, pues
para los egipcios la fe en un solo dios introducida por Moisés no
era tan extraña como se pudiera creer. Por cierto, durante la di­
nastía XIX dominaban el panteón egipcio los dioses Set, Ra-Ha­
rajté, Amón, Ptah y Osiris, pero no habían pasado aún más que
unos decenios desde que un joven faraón idealista y fanático ini­
ciara una revolución religiosa que el pueblo enfrentó sin saber a
qué atenerse.
Amenofis IV (en egipcio Amon-hotep) adoptó el nombre
Ecnatón, pues Atón era el único dios que él toleraba. Esta reli­
gión monoteísta, la creencia en el sol, fuente de energía, fue
efímera. Los siguientes faraones, Tutankamón, Eje y Haremheb,
eliminaron todos los rastros del llamado período Amarna, pero
no pudieron erradicar la idea que siguió sobreviviendo.
Asimismo, la circuncisión que Moisés exigió a los israeli­
tas, fue al principio una costumbre practicada en Egipto. Las
representaciones sepulcrales, los hallazgos de momias y Hero-

304
doto (véase página 164)confirman el origen egipcio de este ri­
tual, desconocido para los semitas, babilonios y sumerios. Freud
se preguntaba: "?Oué sentido podía tener que Moisés impusiera
a los israelitas una costumbre tan molesta, que en cierta medida
los convertía en egipcios y debía mantener despierto su recuer­
do de ese país, cuando su aspiración tendía a lo opuesto? Si
Moisés les dio a los judíos no sólo una nueva religión, sino tam­
bién el mandamiento de la circuncisión, no podía ser judío, sino
un egipcio.
Sin duda, los israelitas aprendieron mucho de los egip­
cios. Durante siglos de historia compartida los descendientes de
Isaac y de Jacob clasificaron de forma crítica los bienes cultura­
les y espirituales extranjeros y los asimilaron e incorporaron a su
vida y a sus propias creencias.*
Moisés ya había sido instruido "en toda la sabiduría de los
egipcios"**, la posterior historia del pueblo de Israel está deter­
minada por sus relaciones con Egipto y es inseparable de ellas.
Es como si Moisés hubiera encadenado totalmente durante si­
glos, incluso durante milenios, a dos hermanos enemistados en­
tre sí.
lPero cómo llegó a producirse la ruptura entre Moisés y
el Faraón?
Eusebio de Cesarea (263-339 d.C.), en cuyas obras com­
pletas encontramos exhaustivas citas sobre escritos que se han
perdido actualmente, informa que Moisés fue víctima de una in­
triga de la corte y lo iban a asesinar***, pero Moisés eliminó a
los agresores. Según el Midrash Rabba, Moisés mató a un capa­
taz egipcio que había seducido a una hebrea. En el segundo libro
del Exodo, se dice que había visto a un egipcio matar a un he­
breo que hacía ladrillos y él le dio muerte a aquél.
Fuese cual fuere el motivo, Moisés huyó al desierto por te­
mor al gran Ramsés. Esta huida, confirmada de manera unánime
por todas las fuentes, hace surgir una duda, respecto de si
. Moisés fue criado realmente en la corte del rey y tenía lazos de
parentesco, pues en su carácter de faraón, Ramsés era la ley
y estaba en sus manos cambiar un homicidio en una acción le-

Otto Kaiser:" Israel und Aegypten", Hildesheim, 1963.

** Historia de los apóstoles 7,22.

** • Eusebio, IX, 27. • • •

305
gal. Por lo demás, en una época en la que se castigaba a los de­
lincuentes inofensivos cortándoles las manos, la nariz o las ore­
jas, una vida humana "ordinaria" no se cotizaba a un gran valor.
Sin duda, la huida de Moisés constituye un indicio de la
arbitrariedad y la crueldad que caracterizaba el gobierno del
viejo faraón. Ramsés 11 se había convertido en un viejo tirano so­
litario, apartado de su pueblo, un inmortal al que un perfecto
aparato burocrático había exonerado de las funciones guberna- ·

tivas, un anciano libidinoso cuyo único interés se cifraba en la


preparación de sus fiestas de aniversario, que celebraba cada
tres años con gran pompa. Pues de este modo... sólo de este mo­
do, los egipcios se enteraban de que el inmortal vivía aún.
Ramsés tenía intención de concluir el segundo período de go­
bierno más largo de la historia de Egipto: sesenta y siete años*.
iSesenta y siete años! Ni Ramsés Ill, Ramsés IV, Ramsés
V, Ramsés VI, Ramsés VII y Ramsés VIII juntos reinaron tantos
años. Ramsés 11 se convirtió en leyenda. No abandonaba su resi­
dencia en la ciudad de Ramsés sino en ocasión de celebrarse las
festividades de Menfis. Sus dos últimos decenios los pasó en
adoración de su propia divinidad y flirteos con sus esposas y con- ·

cubinas.

El septuagenario Ramsés vuelve a ser padre

Un ostracón** anuncia el nacimiento de un descendiente


real de sexo masculino "el día 23 del tercer mes de otoño del año
53 del gobierno del rey". Dos años más tarde falleció su hijo pre­
dilecto, Caemvese, a los 55 años, edad bastante avanzada tam­
bién para las condiciones de aquella época. Le tocó entonces el
turno a Merenptah, hombre ya entrado en años, que jamás hu­
biera soñado llegar a príncipe heredero siendo el decimotercero
de la lista, pero todos sus hermanos mayores habían pasado a
mejor vida.

'" El rey que gobernó más tiempo fue Fiops 11 (Pepi 11) desde 2255-2160 a.C.
Subió al trono cuando sólo tenía seis ailos y Uegó a más de 100.

•• Louvrc, 2261.

306
La bella Nefertari, la esposa preferida de Ramsés, había
dejado de existir desde hacía más de tres décadas. Nada sabe­
mos de la suerte.de la reina Isis-nefert, quizá tampoco vivía ya.
De las dos princesas hititas, Maa-Neferu-Re acompañó a
Ramsés hasta su avanzada senectud, y de las tres hijas que el fa­
raón hizo sus esposas, seguramente una u otra vivía aún.
Solo él, el deificado, parecía inmortal. A los ochenta años
festejó su décimo Heb-Sed, a los ochenta y tres el undécimo, a
los ochenta y seis el duodécimo. Es comprensible que los egip­
cios creyeran que este faraón, Ramsés, el amado de Amón, cu­
yos templos adornaban todas las ciudades, cuyas estatuas monu­
mentales inspiraban respeto en todo el país, cuyas hazañas eran
cantadas por los escolares, cuya valentía y decisión arredraba a
los potentados extranjeros ante el temor de un ataque, tenía en
efecto el privilegio de gozar vida eterna.
El mismo Ramsés debió de creer en ello. ¿De qué otra
manera se explicaría que él, el que dispuso de más tiempo que
cualquier otro faraón, renunciara a construir para sí un lugar de
descanso para el más allá, digno de sus exigencias divinas; él que
practicó el culto a los muertos como ningún otro, no tuviera una
tumba con toda la pompa y suspendiera los trabajos en su sepul­
cro en el Valle de los Reyes?
En sus postreros años, Ramsés 11 se volvió un personaje
místico: un gigante de acuerdo con las proporciones corrientes
en el antiguo Egipto con su estatura de casi dos metros*, enjuto,
cabeza de buitre, cabello rubio pajizo, barba crecida, los dientes
flojos, senil, un Don Quijote disfrazado de dios. Desde hacía
más de dos decenios casi ya no influía en la vida pública, y hacía
el doble de tiempo que se había presentado por última vez ante
sus ejércitos. Pero de alguna manera Ramsés siempre seguía
presente, como Fama, su nombre flotaba sobre todo; era dios,
estadista y general, aun cuando ya no se mostraba fuera de pala­
cio. Ramsés, el que no podía morir, vivía de su fama.
La suerte que lo había acompañado desde sus tiernos
años en todo cuanto emprendía tampoco lo abandonó en la ve­
jez. Un ataque enemigo de los libios o los asirios, una rebelión
tribal en su propio país... y Ramsés hubiera hallado un fin poco
honroso, aunque eso nunca ocurrió. Ni libios, ni asirios, ni si­
quiera los israelitas esclavizados osaron hacer frente a este hom­
bre y optaron por esperar su deceso.

* La momia contraída de Ramsés mide 1,733 metros.

307
Un inmortal bendice lo temporal

A los ochenta y nueve años Ramsés hizo proclamar su últi­


mo Heb-Sed. La tradición no cuenta si festejó este aniversario,
el decimotercero, en público, en Menfis o retirado en su palacio
de lapislázuli en Ramsés City. El arqueólogo francés Gaston
Maspero halló en 1886 una talla de piedra, en la cual se había
asentado un extracto de catastro. Es el penúltimo testimonio del
período gubernamental de Ramsés 11 y comienza así: "Año real
66 bajo el rey, el señor de los dos países, User-maat-Re-Setepen­
Re, hijo de Ra y señor de la aparición, Ramsés, Amado de
Amón, que triva como Ra."
El papiro descubierto en Gurot por el arqueólogo británi­
co Flinders Petrie, contiene la postrer señal de vida de Ramsés
11. El fragmento 1 de este papiro Gurot (se trata de una lista de
impuestos, lleva la fecha"Año real 67, primer mes Ashet, día18".
Unas pocas líneas más abajo leemos: "Año real1, segundo mes
Ashet, día 19." Lo insólito, lo increíble, lo inesperado había
acontecido: Ramsés 11 había dejado de existir, había dejado lu­
gar a un nuevo faraón. La cuenta del tiempo comenzó nueva­
mente desde un principio.
Cuando los antropólogos y arqueólogos franceses exami­
naron la momia de Ramsés 11, hicieron un descubrimiento in­
creíble: en la dentadura hallaron vestigios de nicotina ... nicotina
que sólo podía proceder de tabaco. lEl faraón fumó o mascó ta­
baco en su lecho de muerte? lO bebió agua de tabaco a modo de
remedio como los indios? En realidad, cada una de estas pre­
guntas requiere de un fundamento, pues, a juicio de los historia­
dores, la planta de tabaco llegó al Viejo Mundo procedente de
América en el siglo XVI d.C. Sin embargo, con el sensacional
descubrimiento de los fránceses ha tomado cuerpo una nueva
teoría que habla de comunicaciones de los antiguos egipcios con
América Central.
Ningún texto de estelas informa sobre las circunstancias
del deceso, ni documento alguno establece la fecha, pero el pa­
piro Gurot permite deducir que Ramsés 11 debió de morir des­
pués del día18 del primer mes Ashet y antes del día 19 del se­
gundo mes Ashet. Erik Hornung, profesor de egiptología de
Basilea, llega a un resultado "probable" en base a sus exhaustivas
investigaciones, a saber, que Ramsés 11 falleció el12 de julio de
1224 antes de nuestra era.
La muerte de Ramsés 11, el año 67 de su reinado, es con-
308
firmada en un único documento histórico y esto es también sólo
casualidad: en el cuarto año de su gobierno (1.150 a.C.) Ramsés
IV mandó esculpir en una estela de Abidos deseos piadosos pa­
ra con los dioses. Dice: "Oh, más grandes... son los beneficios
que he obrado para vuestros dominios, para proveer a vuestros
divinos sacrificios y para buscar toda cosa excelente y útil para
que os fuera ofrecida día a día en el patio de vuestro templo du­
rante estos cuatro años, como las que os ofreció User-maat-Re­
Setepen-Re, el gran dios, durante sus sesenta y siete años. Y por
eso os suplico concederme tan larga vida y prolongado reinado
como a él..." Los ruegos no fueron escuchados, pues el ·cuarto
Ramsés sólo gobernó siete años.
El deceso de Ramsés 11 pareció paralizar el país, puesto
que en Egipto no había habido cambios en el trono desde hacía
dos generaciones. Merenptah dispuso de más de dos años para
prepararse para su ascensión al trono y envejeció en la espera.
Mientras que en el propio país la muerte del faraón causó con­
moción e hizo cundir el desaliento, en otras partes fue la chispa
inicial. Los libios, a los que más de medio siglo atrás Ramsés les
había infligido una derrota aniquiladora, volvieron a sentirse
fuertes y del desierto oriental regresó un octogen�io que había
huido por temor al gran faraón: Moisés.
A los sucesores de Ramsés 11 les aguardaban tiempos
difíciles.

309
11.

El heredero
·desagradecido

Haced traer armas para todos los que


están aqu(, frente a nosotros.
Con estas armas y el coraje de
mi padre Amón, sojuzgaremos
a los paises rebeldes que subestiman
la fuerza de Egipto.
Ramsés III.

Todos intentaron imitar con más o


menos éxito su brillo. A todos
ellos, los que lo sucedieron
durante 150 años en el trono,
les imprimió su sello, y era
imposible ser rey sin ser al
mismo tiempo "Ramsés".
James Henry Breasted, arqueólogo.
Tenían barbas en punta, narices aguileñas, brazos tatua­
dos y un gran bucle sobre la sien izquierda, venían del desierto e
irrumpieron en Egipto como una plaga de langostas. Eran libios
de la región de Cirenaica. Pisándoles los talones los siguieron los
asirios, los tirseños, los licios, los sardos y los sículos.
Por espacio de muchos decenios los pueblos extranjeros
habían puesto sus ojos cargados de envidia en el país maravillo­
so del Nilo, pero la fama del valor y la omnipotencia del legen­
dario faraón sofocó en germen todo deseo de atacar. La noticia
de su muerte fue para los enemigos de Egipto la señal para po­
nerse en marcha. El país necesitaba un faraón fuerte, un lucha­
dor.
Merenptah contaba cincuenta y cinco años cuando se hizo
cargo del gobierno. Un canto en honor a su ascensión al trono lo
colma de laureles anticipados:
"Alégrate, país, en toda tu extensión, ha llegado la bella
época. En todas las tierras fue colocado un amo y han venido tes­
tigos a su residencia, él, el rey, el que gobierna por millones de
años, con un gran reinado como Horus, 'Ba-en-Re, amado de
Amón', el que agobia a Egipto con fiestas, el hijo de Ra, 'Me­
renptah, el satisfecho con la verdad'."
"iOh, todos los justos, venid y mirad: la verdad ha batido
a la mentira, los pecadores han caído sobre sus rostros, todos los
codiciosos han quedado relegados!
El agua permanece y no se agota, y el Nilo trae gran cau­
dal. Los días son largos y las noches tienen horas, y las lunas se
suceden sin error. l:.os dioses están satisfechos y alegres y vivi­
mos entre risas y asombro."
Este himno era más bien un...acto de estímulo moral que
una referencia a la realidad, pues para Merenptah no fue cosa
de risa. A fm de impedir las constantes inftltraciones de hordas

312
libias en la frontera occidental del reino, el rey retiró tropas de
las guarniciones del Delta y las trasladó al oeste. El vacío militar
resultante se convirtió en un foco explosivo de la política inter­
na. La chispa se encendió en Tebas, donde los sacerdotes de
Amón, fastidiados desde hacía siglos con la preferencia dada a
las deidades orientales y a los dioses locales de los muertos, vie- '
ron una nueva oportunidad de revivir la teocracia. "Con Me­
renptah", dice el egiptólogo Jürgen von Beckerath, "comienza un
período oscuro de la historia egipcia que abarca unas dos déca­
das, y a pesar de los numerosos intentos hasta ahora no ha sido
posible esclarecerla, lo cual quizá tampoco se logre jamá6 dado
el escaso material existente."*
No obstante, lo poco que sabemos nos alcanza para dedu­
cir con gran probabilidad de acierto que en aquella época debió
de haber una primera guerra declarada entre R�msés City y Te­
bas.

Regresa Moisés

La Biblia informa que durante estos disturbios políticos


intestinos en Ramsés City, un hombre se presentó y solicitó ser
llevado ante Merenptah. Se trataba de aquel Moisés que había
huido al desierto para escapar a la mano de Ramsés 11. Durante
varios años había llevado una existencia nómada en Madián, al
este del golfo de Acaba; desposó a Séfora, la hija del sacerdote
Jetro, y tuvo en ella un hijo que se llamó Guersom. Ya era un oc­
togenario cuando volvió a Egipto.
Una anécdota clave, posterior a la noticia liberadora de la
muerte de Ramsés 11, fue el momento de una nueva vida para el
príncipe convertido en pastor de ovejas, y al mismo tiempo cons­
tituyó un punto cardinal de la historia del pueblo de Israel:
mientras cuidaba su rebaño en el monte Horeb, Mosés vio un
"fenómeno �xtraordinario" una zarza ardía en fuego pero no se
consumía. Creyó escuchar entonces una voz que lo llamaba
"iMoisés, Moisés!" y respondió: "iAquí estoy!" La voz misteriosa

.• Jürgen v. Beckerath: "Tanis und Theben", Munich, 1948.

313
dijo: "No te acerques más. Quítate las sandalias de los pies por­
que el lugar donde estás es tierra santa" (Exodo 2,2, 3-5).
"En el fuego se le manifestó el Dios de Abraham, el Dios
: de Isaac ·y el Dios de Jacob." En el Antiguo Testamento, el fue­
go simboliza a menudo una aparición divina. Hoy en día, los na­
turalistas consideran absolutamente creíble el relato bíblico de
la zarza ardiente que no era consumida por las llamas y factible
de una explicación natural. La más simple es la siguiente: en Is­
rael y en el Sinaí todavía crece en nuestros días una planta
parásita (Loranthus accaciae) que se enrosca en los arbustos de
acacia y se nutre de ellos. Sus flores de un rojo encendido dan al
arbusto la apariencia de estar ardiendo. Por otro lado, los zarza­
les de Maquis, existentes sobre todo en Córcega, y el diptam de
la familia de las rutáceas, que en ocasiones se suele encontrar
también en los bosques de las montañas alemanas, arden por la
acción del calor del sol. Las glándulas oleosas de ambas especies
originan gases que provocan explosiones sin que el arbusto lle­
gue a quemarse.
Este fenómeno despertó en Moisés la conciencia de una
misión a la que había sido llamado. El dios que decía de sí mis­
mo: "Yo soy el que soy" le había encomendado conducir al pue­
blo de Israel, condenado todavía a llevar una existencia de escla­
vos en el Delta del Nilo, a la tierra de los cananeos, hititas,
amorreos, perezeos, jiveos y yebuseos, "una tierra que mana le­
che y miel" (Exodo, 2,3,17).
Moisés regresó a Ramsés City en compañía de su herma­
no Aarón. Este contaba ochenta y tres años y era subinspector
de sus paisanos. Los funcionarios egipcios reconocieron a
Aarón, pero ya no recordaban a Moisés y su existencia anterior.
Merenptah tampoco lo conoció. Los dos ancianos, Moisés y
Aarón comparecieron ante el faraón en una audiencia matinal y
so pretexto de celebrar una ceremonia religiosa en el desierto
solicitaron la exención de los israelitas ·de la prestación de servi­
cios, pero Merenptah se negó. Entonces, los dos hermanos tra­
taron de intimidar al faraón con artilugios, un acto casi temera­
rio, pues en Egipto eran muy versados en cuestiones de magia y
encantamientos. Los sacerdotes oficiaban al mismo tiempo de
sabios y magos, Formaban parte de su oficio trucos de magia que
todavía en nuestros días resultan misteriosos e inquietantes. En
consecuencia, Aarón había logrado obtener sólo una aburrida
·
sonrisa de Merenptah cuando arrojó su bastón al suelo durante
una audiencia y éste se trocó en una serpiente. Entonces el fa­
raón llamó a los sabios y a los hechiceros. "Y los magos egipcios

314
hicieron también lo mismo con sus encantamientos." (Segundo
·

libro del Exodo, 7,11).


En el Antiguo Egipto los encantadores de serpientes eran
algo cotidiano. El truco de convertir una culebra en un "bastón"
y a la inversa, se basa en la observación científica de que en de­
terminadas condiciones la cobra egipcia puede ser puesta en un
estado de absoluta rigidez. Un escarabajo de la ciudad de
Ramsés muestra a un encantador de serpientes que realiza su ac­
to de magia ante tres personajes divinos.
Poseído por el designio divino de llevar a su pueblo a la
Tierra Prometida, Moisés debió recurrir pues, a medios más
drásticos. Imploró a su Dios que se abatieran sobre Egipto diez
plagas: las aguas del Nilo se tiñeron de rojo, las ranas invadieron
la tierra, los mosquitos atacaron a la gente, la tierra se cubrió de
moscas azules, luego los egipcios enfermaron de peste bubónica
y por último a hombres y animales les salieron tumores; a las pla­
gas de langostas sucedieron granizadas y el país quedó sumido
en tinieblas durante tres días. Pero no fue sino la muerte de los
primogénitos lo que convenció al faraón.
En su descripción, el cronista bíblico intenta demostrar la
omnipotencia del Dios Jahveh, pero consideradas desde el pun­
to de vista histórico como científico, estas plagas no escapan al
análisis. Por ejemplo, las aguas del Nilo convertidas. en "sangre",
la primera plaga, lo muestra con absoluta claridad.
La coloración rojiza del agua es un motivo típico de la
mitología egipcia. El rojo es el color del dios Set y la turbie­
dad rojiza del agua siempre�se consideró anuncio de desgra­
cia. El mago Setu, que probablemente vivió en el Nuevo Im­
perio, escribe a su madre en un papiro: "Cuando esté
vencido, el agua se convertirá en sangre ante ti mientras tú
estés cmñ.iendo y bebiendo, y el cielo tomará el color de la
sangre." En la crónica bíblica Moisés alzó su bastón, golpeó
las aguas del Nilo a la vista del faraón y se transformaron en
sangre. Pero "los magos de Egipto hicieron lo mismo con sus
encantamientos" (Segundo Libro, Exodo, 7,22).

315
Las plagas de Egipto no fueron un milagro

El arqueólogo Flinders Petrie no considera de ninguna


manera que las plagas de Egipto fueran un milagro, antes
bien, las caracteriza como fenómenos naturales que, en par­
te, suelen presentarse todavía en nuestros días. Así por ejem­
plo, hasta que se construyó la gran presa de Assuán� los egip­
cios hablaban del "Nilo rojo" cuando en julio, época de
desbordamiento, el do arrastraba consigo cieno y sust.ancias
en suspensión desde su curso superior y su caudal adquiría
una coloración castañorrojiza.
Al descender las aguas se observa hoy todavía que sobre
las mojadas tierras anegadas quedan millares de batracios, y en
determinados años llegan a constituir una verdadera plaga. Más
tarde, cuando los mata la canícula, se convierten en presa he­
dionda de mosquitos y moscas azules. De este modo queda expli­
cado el origen de las tres plagas siguientes. Es lógico que los sa­
cerdotes, como dice en la Biblia, tuvieran poco éxito para
conjurarlas con sus encantamientos, pues Moisés sólo recurrió a
un proceso natural para sus fmes. Merenptah tampoco se dejó
impresionar por estas plagas que aparecieron "como por arte de
magia" al extremo de ceder a sus apremios.
Tampoco lo lograron las siguientes plagas: en un país don­
de las vacas y los toros eran objeto de un culto formal, era raro
que la peste atacara a este ganado. Hubieran advertido, si en al­
guna parte del ancho territorio hubiese estallado una de estas
epizootias. Tales pestes diezmaban entonces al ganado en seme­
jante extensión que debían traer rebaños enteros de Libia o· de
Siria. Una de estas importaciones masivas se efectuó bajo Tut­
mosis 111. En cambio, no nos han llegado noticias de que en tiem­
pos de Merenptah importaran vacunos en gran escala.
Tampoco quedó constancia histórica de los "tumores" que
parece que aquejaron hasta a los sacerdotes. Las pestes devasta­
doras que asolaron Egipto y cobraron muchas víctimas entre la
población fueron citadas en su mayoría en alg6n documento. Sin
embargo, como no se ha encontrado ninguna referencia a una
epidemia durante el reinado de Merenptah, cabe presumir que
debió de tratarse de u�a peste local.
Pierre Montet, el excavador de la capital Ramsés, re­
cuerda haber sido víctima de la séptima plaga de Egipto: el
15 de mayo de 1945, después de un calor sofocante, cayó en
el Delta del Nilo durante cinco minutos granizo del tamaño

316
=

de nueces. Como dice la Biblia, arruinó la cosecha y lastimó


·

a hombres y animales.
La octava plaga de la Biblia tampoco fue tan extraordina­
ria como para persuadir a Merenptah de otorgar el permiso de
emigración. "La langosta invadió todo el país y se abatió sobre el
territorio de Egipto en cantidad extraordinaria. No había habi­
do antes, ni habrá después una invasión tal de langostas... " Así
informa la Biblia (Ex. 2,10,14). Sin embargo, el8 de noviembre
de 1955 pudo leerse una noticia muy parecida en el New York Ti­
mes: "Plagas de langostas han invadido El Cairo."
Finalmente, el Señor habló a Moisés de esta suerte: "'Ex­
tiende la mano hacia los cielos y que cubra el país de Egipto la
oscuridad, una oscuridad que se palpe'. Moisés extendió la ma­
no hacia los cielos y una oscuridad tenebrosa cubrió, durante
tres días, todo el país de Egipto (Ex. 2,10,21-22)."
Quien haya experimentado alguna vez en El Cairo ese
viento seco y cálido del desierto, que sopla del sur o del sudeste
sobre todo, a cincuenta días del equinoccio, recordará esta otra
plaga bíblica. Nubes de polvo de altura kilométrica oscurecen el
sol y lo sumergen todo en opresiva tiniebla que a menudo dura
más de tres días.
"En consecuencia" opina Pierre Montet, "las plagas del
Egipto pueden interpretarse como una suma de inconvenientes
y golpes del destino que hostigaron a los habitantes del Delta
oriental sin que mediara necesariamente alguna influencia so­
brenatural".
De todos modos, la décima plaga, a saber, la muerte de to­
dos los primogénitos varones, logró hacer cambiar de parecer al
faraón. Ignoramos las circunstancias de esos decesos, pero po­
demos extraer de la Biblia que no fue una incrementada morta­
lidad de lactantes, por cierto bastante elevada en la Antigüedad.
La crónica dice que murieron los hijos mayores. Es plausible
que fueran víctimas de la peste descrita como sexta plaga. No se
dispone de datos más explícitos. .
Cuando esto aconteció, Merenptah mandó llamar a
Moisés y a Aarón y les ordenó: "Levantaos, salid de en medio de
mi pueblo, vosotros y los hijos de Israel. Id a dar culto a Jahveh
como dijisteis" (Ex. 2,12,31). De este modo, los hijos de Israel
quedaron en libertad.

317
El éxodo: una huida en masa preparada con esmero

Los arqueólogos y exegetas consideran mucho más proba­


ble que el cronista de la Biblia inventara las diez plagas para ex­
plicar la repentina licencia de partida otorgada a su pueblo y el
hecho de que en realidad los israelitas huyeron de Egipto en el
preciso momento en que Merenptah partía al este con sus tropas
para atajar la invasión de los libios. Sólo así se explica que el fa­
raón persiguiera más tarde a los israelitas. "Los hijos de Israel
partieron de Ramsés con dirección a Sukkot en número de unos
600.000 hombres de a pie, sin contar niños y mujeres. Una mul­
titud mezclada se unió a ellos: y una gran cantidad de ganado
mayor y menor" (Ex. 2,12,37-38).
"Se sabe en general lo imposible de este guarismo" dice el
teólogo católico y exegeta Paul Heinisch de Nimwegen."
(Además, Heinisch considera que el año del Exodo coincide con
el segundo año de gobierno de Merenptah, es decir, el año 1.223
a.C. de nuestra cronología). La cifra de 600.000 israelitas y una
multitud mezclada presumiblemente se deba a un error de tra­
ducción. Sir Flinders Petrie señala que el vocablo hebreo elaf
tiene dos acepciones, a saber, "mil" y "grupo" o también "familia".
En consecuencia, tendríamos que ver entonces con 600 familias
en lugar de 600.000 individuos. Al calcular no más de nueve
miembros por familia Petrie llega a una cifra de unos 5.000 indi­
viduos que partieron hacia el desierto.
Esta suposición es mucho más probable, pues es impo­
sible que 600.000 personas hubieran podido sobrevivir en el
desierto. Cifras de comparación contribuyen a fortalecer la
incredibilidad de los cálculos bíblicos. Según John A. Wilson
había en Egipto 1,6 millones de habitantes en el Nuevo Impe­
rio. Y en toda Siria y Palestina vivían en aquella época (tam­
bién según Wilson) sólo 36.000 individuos. Indirectamente, el
mismo Antiguo Testamento proporciona la prueba de que el
número de 5.000 israelitas es mucho más realista. Al parecer,
Ramsés 11 quiso sobornar a las "comadronas de las hebreas"
una de las cuales se llamaba Sifrá y otra Puá" (Ex. 2,1,15). De
esta formulación se deduce qtie las mujeres de los hijos de Is­
rael sólo tenían dos comadronas en Egipto. Hubieran sido su­
ficientes para 600 familias, pero ciertamente demasiado po­
cas para 600.000 hebreos.
Antes de partir, Moisés hizo exhumar los restos de José,
en cumplimiento del voto que éste había arrancado a los israeli-

318
tas: "Cuando Dios os visite, llevad de aquí mis huesos con voso­
tros."
El Exodo no fue una "partida de Egipto" ordenada, fue
una huida. Contrariamente a lo esperado, los israelitas no toma­
ron el camino directo, conocido, la calzada de los filisteos rum­
bo a Canaán, pues estaba fortificada y provista de atalayas y lu­
gares de descanso. Funcionarios egipcios ejercían en los puestos
fronterizos el control de todos los que entraban y salían del te­
rritorio. En consecuencia, los hijos de Israel cruzaron la fronte­
ra ilegalmente. Moisés eligió el camino de Ramsés City en direc­
ción al sur, hacia Sukkot, Etam, Pihajirot, Migdol, Baal-Sefón, y
en algún momento de esta marcha por el desierto aconteció el
milagroso cruce del Mar Rojo.
Los israelistas jamás marcharon por el Mar Rojo. Ar­
queólogos y exegetas están de acuerdo al respecto. Esta leyenda
vuelve a basarse en un error de traducción. En los pasajes he­
breos de los libros de Judith, Sabiduría y Macabeos 1, donde se
menciona por primera vez este cruce se habla del Jam-Suf, que
no puede traducirse como "Mar Rojo" sino como "Mar de los
juncos". Sin embargo, el junco sólo se encuentra en la región
marítima entre el Golfo de Suez y el Mediterráneo, atravesada
en la actualidad por el Canal epónimo. Hasta su construcción en
1859, esta zona era un estrecho estepario interrumpido por la­
gos, de los cuales el situado más al norte era el lago Menzaleh,
al que seguían hacia el sur los lagos de Ballaj, el Timsah, y los
Lagos Amargos comunicados entre sí. En la época ramésida los
Lagos Amargos se comunicaban a su vez con el Mar Rojo a
través de afluentes naturales, de modo que se observaba en ellos
el efecto de las mareas.
Paul Heinisch formula tres teorías según las cuales pudo
haberse efectuado el "cruce por el Mar Rojo" y da preferencia a
una en particular:

l. A través del lago Timsah y el Gran Lago Amargo. Refuta


esta teoría el hecho de que en la época ramésida esta re­
gión era tierra firme. Una inundación parece improbable.

2. Por el brazo de tierra entrelos dos Lagos Amargos. Estos


lagos se comunicaban entre sí mediante un curso de agua
natural. Durante la bajamar, los israelitas tal vez pudieron
alcanzar realmente la otra orilla con los pies secos.

319
3. Al sur de los Lagos Amargos. Paul Heinisch considera es­
ta hipótesis como la más probable por las siguientes razo­
nes : los israelitas huyeron de Ramsés hacia Sukkot en di­
rección al sur y conservaron este rumbo hasta llegar a
Etam, situada en un lugar en que el egipcio se confunde
con el arábigo.

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La marcha de los hijos de Israel, conducidos por Moisés.

320
El vado secreto

Allí había una barra, como lo demuestran los testimonios


arqueológicos, un banco de cieno y arena formado por el ciclo
de mareas del Mar Rojo. Durante los largos años pasados en el
desierto, Moisés debió de tener conocimiento de este vado se­
creto.
Cuando partían hacia las minas del Sinaí, las caravanas
egipcias cruzaban la vía acuática natural entre el Mar Rojo y el
pequeño Lago Amargo por esta barra. En las cercanías del vado
debió de estar emplazada Migdol. Los profetas bíblicos mencio­
nan por cierto una Migdol junto a la frontera nordeste de Egip­
to, en la región de Pelusio, pero Migdol significa "atalaya", "cas­
tillo" y en la época ramésida había innumerables fortificaciones
limítrofes de este tipo.
Al sur de la barra de Shaluf, unos arqueólogos franceses
desenterraron una construcción antigua que aunaba en ella un
templo y una fortaleza fronteriza y, que, según las inscripciones,
ya existía en tiempos de Ramsés II. Probablemente este fuerte
fue la bíblica Migdol. Los exploradores tropezaron además con
vestigios de una calzada fortificada que conducía directamente
al agua y se continuaba en la orilla opuesta. Este vado se encuen­
tra a unos cuarenta kilómetros de Etam, un tramo que los fugiti­
vos debieron de cubrir en un día de marcha: "Di a los hijos deIs­
rael que se vuelvan y acampen delante de Pihajirot, entre Migdol
y el mar, de cara a Baal-Sefón (Ex. 2,14,2). Migdol se levantaba
a 7,8 kilómetros del vado. Había allí suficiente espacio para que
5.000 personas, "acamparan entre Migdol y el mar".
La localización de Pihajirot y Baai-Sefón todavía causa di­
ficultades a los arqueólogos. El pequeño templo de Hator halla­
do cerca de Abu Rasa es llamado por los científicos Pi-Hator (la
casa de Hator); ésta es una paronomasia poco satisfactoria del
nombre bíblico Pihajirot. En cambio la aclaración de Baal-Sefón
parece más plausible. Con este nombre podría aludirse a una de
las dos estelas que Ramsés 11 mandó erigir en la ribera del vado.
Lo mostraban a él, Ramsés, el faraón de la servidumbre, hacien­
do su ofrenda a Set; había dos estelas: una más al norte, otra más
al sur. Ya hemos hablado de la equiparación de Set y Baal. "Baal
Sefón" no significa sino "El Baal del norte".
Cuando el comandante de Etam advirtió que la intención
de los israelitas era cruzar el vado, envió a toda prisa emisarios
a Ramsés City. Para un mensajero veloz, la ciudad distaba sólo

321
un día de viaje, unos 120 kilómetros. Esto significaba que un día
más tarde podía realizarse la correspondiente represión militar.
"Cuando el rey de Egipto fue informado de que el pueblo
había huido se mudaron los sentimientos del faraón y de sus sier-
·

vos con relación a este pueblo" (Ex. 2,14-15).


No sabemos si Merenptah permaneció en Ramsés o si em­
-
prendió personalmente la persecución de los israelitas. Cuando
en el segundo libro del Exodo leemos que el faraón mandó uncir
su carro y salió a toda velocidad en persecución de los fugitivos
con otros 600 carros de guerra escogidos, al mencionar la pala­
bra "faraón" se hace referencia a los "egipcios". Al menos, es im­
probable que Merenptah dirigiera en persona una operación co­
mando de importancia relativamente escasa, dada la tensa
situación que imperaba en ese momento. Con toda seguridad,
las hordas libias al oeste del Delta debieron de causarle más pro­
blemas que el pueblo de pastores fugitivos.
Los israelitas habían establecido su campamento cerca de
Pihajirot al norte de Baal-Sefón. Después de tres días de marcha
reforzada, necesitaban descansar, en especial los rebaños de ga­
nado. Si hubiera sido por la gente, sin duda hubiesen continua­
do la marcha por temor a sus perseguidores. En consecuencia,
entre los israelitas cundió el pánico cuando llegaron noticias de
que los egipcios habían iniciado la persecución. Los fugitivos
gritaron espantados, pues sabían que les esperaba la pena de
muerte. Algunos hicieron a Moisés amargos reproches y dijeron
que después de todo la así llamada servidumbre no había sido
tan mala.
Cuando cayó la noche, la tropa egipcia de carros de gue­
rra decidió establecer su campamento en la certeza de que los is­
raelitas a los cuales perseguían se movían con bastante más len­
titud debido a sus rebaños y que pronto les darían alcance. Por
la mañana, cercarían a los fugitivos y los llevarían de regreso a
Gosen.

Cómo cruzaron el mar los israelitas

Esa noche, el Dios Jahveh volvió a intervenir en el aconte­


cimiento: "Moisés extendió la mano sobre el mar y Jahveh le hi-

322
zo retroceder, impulsado por un fuerte viento del este (que
sopló) durante toda la noche y que lo dejó seco. Las aguas se di­
vidieron" (Ex. 2,14-21).
lQué sucedió esa noche en realidad?
En medio de la oscuridad, una borrasca dejó expedito el
vado a través del estrecho y Moisés ordenó a su gente atravesar
el lago junto con sus animales. Los israelitas, muertos de miedo,
obedecieron y aconteció entonces lo incomprensible para ellos:
llegaron a la otra orilla con los pies secos. Por supuesto, para
ellos constituyó un milagro: habían atravesado "el mar".
Al romper el alba, los soldados de Merenptah se percata­
ron de que los israelitas habían escapado y enseguida empren­
dieron su persecución. En aquella situación, su equipamiento de
caballos y carros de guerra resultó una desventaja. Los relámpa­
gos y los truenos espantaron a los corceles, estos se encabritaron
y causaron la colisión y la rotura de los carros. El vado seguía ex­
pedito aún y los soldados egipcios no vacilaron en lanzarse con
sus carros, sin un instante de reflexión.
"Moisés extendió la mano sobre el mar y, al filo de la
mañana, el mar volvió a su nivel y los egipcios iban huyendo a su
encuentro. Jahveh los precipitó así en medio del mar. Las aguas
se volvieron y cubrieron los carros y los jinetes y todo el ejército
del faraón que iba tras ellos por el mar. Ni siquiera uno quedó"
(Ex. 2,14,27-28).
Paul Heinisch nos da la siguiente explicación de este pa­
saje: "El viento dejó de soplar. Comenzó la pleamar, que en el
extremo norte de la bahía de Suez crece rápidamente y es tanto
más rauda cuanto más bajo estuvo antes el nivel del agua. El
agua refluyó y en el lugar por donde habían pasado los. israelitas
se confundieron los torrentes procedentes del norte y del sur
respectivamente."*
En la descripción de esta escena no se habla para nada del
faraón, una razón más para suponer que Merenptah no participó
en persona de esta operación comando ni tampoco se ahogó. La
momia que se exhibe en el Museo Egipcio de El Cairo, de ningu­
na manera presenta el aspecto de un cadáver rescatado de las
aguas. Los vestigios de sal comprobados sobre la piel por los ra­
diólogos norteamericanos podrían ser muy bien restos de
natrón, sustancia utilizada por los embalsamadores para deshi­
dratar los cadáveres. También se encontraron vestigios de sal

* Paul Heinisch: "Das Buch Exodus•, Bonn, 1934 (El libro del Exodo).

323
en las momias de otros faraones. Pero el relato, según el cual to­
da la tropa de carros de guerra del faraón fue sorprendida por la
marea en ascenso y "los israelitas vieron a los egipcios muertos,
dispersos sobre la playa, parece absolutamente real".
Cuando Moisés y los hijos de Israel advirtieron que se
habían salvado, entonaron la canción del mar, un himno en ho­
nor a su Dios Jahveh, parecido a aquellos cantos de alabanza
que el divino Ramsés mandaba componer para su glorificación:

"Canto a Yahveh, porque ha vencido:


ha precipitado en la mar caballo y caballero.
Yahveh es mi fuerza y mi canción,
mi salvación ha sido El.
Este es mi Dios, a El alabo;
es el Dios de mi padre, a El ensalzo.
Yahveh es un guerrero, ·

su nombre es Yahveh.
Arrojó al mar los carros del Faraón y su ejército,
la flor de sus guerreros se ahogó en el mar de los Juncos.
Los abismos los cubrieron,
al fondo cayeron como una piedra.
Tu diestra, Yahveh, es poderosa en la fuerza;
tu diestra, Yahveh, aplasta al enemigo.
En la magnitud de tu gloria, derribas a tus adversarios,
desencadenas tu furor, él los devora como paja.
Al soplo de tu cólera se amontonaron las aguas,
las olas se alzaron como un dique:
en el corazón del mar, se helaron los abismos.
El enemigo decía: los perseguiré, los alcanzaré,
repartiré sus despojos, mi alma se saciará;
desnudaré mi espada, mi mano los destruirá...
Soplaste con tu aliento, el mar los cubrió. .
· iSe hundieron como plomo en las aguas poderosas!
·

¿Quién como tú, Yahveh, entre los dioses?


¿Quién como tú, grande en la santidad,
terrible en actos gloriosos, obrador de milagros?
Extendiste tu diestra, la tierra los tragó.
Condujiste con tu amor al pueblo que redimiste;
con tu poder lo guiaste a la santa morada.
Los pueblos lo oyeron y se estremecieron...
el pavor hizo presa en los moradores de Filistea;
entonces se turbaron los caudillos de Edom,
el temblor se apoderó de los príncipes de Moab,

324
todos los habitantes de Canaán se desmoronaron;
cayó sobre ellos pánico y terror,
el poder de tu brazo los dejó petrificados...
hasta que pasó tu pueblo, Yahveh,
hasta que pasó el pueblo que tú has comprado.
Tú lo llevarás y lo plantarás en tu propia montaña,
en el lugar que tú, Yahveh, hiciste para tu morada,
en el santuario que dispusieron tus manos Adonaí,
iYahveh reinará eternamente!"

Como sucedió con muchos salmos, este canto triunfal a


orillas del Mar de los Juncos fue aumentado en tiempos poste­
riores. Paul Heinisch sitúa el origen de esta segunda parte en la
época posterior al sojuzgamiento de los cananeos por Arak o a
la época de Salomón, que redujo a servidumbre a los cananeos,
después de que David conjurara la amenaza de los filisteos. Fl
santuario citado en esta parte, podría ser el templo de Salomón
(965-926), erigido a más de trescientos añ9s del cruce del Mar
de los Juncos.
"lQuién como tú, Jahveh, entre los dioses?" Esta pregun­
ta resulta casi absurda, cuando Jahveh no toleraba a su lado
ningún otro dios, pero evidentemente debe remontarse al pasa­
do del pueblo de Israel, procedente de Egipto, donde había mu­
chos dioses y la loa "Tu diestra, Jahveh, poderosa en la fuerza, tu
diestra, Jahveh, aparta al enemigo", lno podrá provenir del poe­
ma de Kadesh?

El hijo del gran Ramsés conquista a los libios

En aquellos tiempos en que cada día podía haber gue­


rra, la pérdida de la tropa de carros fue para el rey Merenp­
tah un duro golpe, más difícil de aceptar que la pérdida de
unos millares de trabajadores extranjeros descontentos. De
ellos, quedaban aún bastantes en el país. Desde la desapari­
ción física de Ramsés II la coyuntura de la edificación había
experimentado una notable recesión. Con la sola excepción
de un templo mortuorio en Tebas Oeste, Merenptah no em-

325
navegantes para ase0urar la continuación del imperio ramésida.
La fortuna estuvo de parte de los egipcios. El príncipe libio Mu­
roaju y sus generales no reconocieron a su propia gente en el fra­
gor del combate y se lanzaron contra ella. Al cabo de seis horas
de masacre, los enemigos debieron lamentar 7.000 bajas y un
número igualmente crecido de prisioneros. Concluida la con­
tienda Muroaju intentó huir a su campamento para poner a sal­
vo los tesoros que traía consigo, pero no tuvo tiempo siquiera de
colocarse en la cabeza su obligado adorno de plumas. Aunque
los egipcios lo persiguieron, logró escapar; no así sus mujeres,
que aguardaban en el campamento y fueron el botín de los sol­
dados de Merenptah.
La causa de la derrota de los libios y sus aliados no resi­
dió tanto en una táctica inteligente o en el desmedido coraje de
los egipcios, como en la fatiga de los libios después de una pro­
longada marcha y en la circunstancia de que hasta entonces la
distintas divis�ones del ejército jamás habían luchado bajo un co­
mando común. De cualquier modo, la victoria de Merenptah
(fuese como fuere que la lograra) fue un triunfo oportuno, pues
la evolución política en su propio país se había tornado explosi­
va. De esta manera, el sucesor de Ramsés consiguió cerrar una
vez más la brecha entre Tanis y Tebas e impedir una "guerra san­
ta" entre sus propios súbditos.
Merenptah recordó la magna política de información
de su padre Ramsés y en consecuencia él también perpetuó
su victoria sobre los libios y los demás pueblos en una monu­
mental lápida que mandó sacar de un templo de Amenofis 111
y reformar para satisfacer a sus fines. En 1896, Flinders Pe­
trie encontró esta estela en el templo mortuorio de Merenp­
tah. Fragmentos de una lápida similar del templo de Karnak
permiten suponer que el texto correspondía a un poema que
el rey apreciaba sobremanera y por esta razón lo hizo públi­
co en diversos lugares.

326
Una de las pocas representaciones que se han conservado de Merenptah, el
sucesor de Ramsés II (Louvre, París).

Al traducir el canto a Merenptah, el arqueóÍogo alemán


Wilhelm Spiegelberg (el primero· en realizar esta traducción)
tropezó con la mención más antigua del pueblo de Israel que en
este documento se equipara a una tribu de beduinos. Israel (no
existe otra mención de este nombre en textos egipcios) es citado
entre otras localidades palestinas. No cabe, pues, duda alguna
de que los israelitas habitaban en Palestina en esta época. La
monumental estela de Israel está guardada actualmente en un
oscuro rincón del Museo Egipcio de El Cairo, donde pasa inad­
vertida. La inscripción reza:

327
Canto a las victorias de Merenptah

"En todos los países se habla de sus victorias; se


anuncian a todos los países y se hacen saber sus
·

grandes hazañas...
En vida destruyó la tierra de los tehenu* y
sembró por siempre el terror en el corazón .de los
mashvashe. Hizo retroceder a los libios que pusie­
ron pie en Egipto. Ahora hay gran terror en sus co­
razones respecto a Egipto. Su avance fue detenido
y sus pies no tienen reposo, huyen. Los arqueros
han abandonado sus armas, sus infantes están ex­
haustos de tanto caminar, han desatado las ligadu­
ras de sus odres de agua y los han arrojado. Sus cos­
tales de víveres yacen desgarrados.
El gran miserable, el enemigo libio derrotado,
ha huido al amparo de la noche, completamente so­
lo, sin la pluma en su cabeza, los pies vacilantes.
Sus mujeres fueron violadas ante sus ojos, sus
provisiones personales fueron saqueadas, ya no le
quedó agua en los odres para mantenerse con vida.
En la mirada torva de sus hermanos asomaba el
deseo de matarlo. Sus generales combatían unos
contra otros. Sus tiendas fueron incendiadas y re­
ducidas a cenizas. Todo cuanto le quedaba era una
comida para los soldados...
Gran regocijo reina en Egipto. Se oyen gritos ju­
bilosos en las ciudades del país. Se habla de las vic­
torias que el rey Merenptah logró sobre los tehenu.
iCuánto lo aman, a él, el soberano victorioso!
iCómo lo alaban ante los dioses! iCuán dichoso es!
.Ya podemos volver a holgar y conversar y recÓrrer
libremente los caminos. La gente ya no tiene miedo.
Los fuertes son abandonados a sí mismos, las fuen­
tes permanecen abiertas, los mensajeros pueden
andar, las almenas de las murallas están tranquilas
y sólo el sol despertará a los vigías. Los matoi** ya-

• Tribu libia.

•• Tribu nubia que actuaba como tropa policial.

328
cen dormidos y los niau y los tectos* se encuentran
en los campos en los que desean estar. El ganado de
los campos pace en la dehesa sin pastores y las aves
se posan sobre las aguas del río. Nadie clama ni gri­
ta ya en medio de la noche: iAlto, alto! en la lengua
de los extranjeros. Vamos y venimos cantando y ya
no se escucha el clamor de gente doliente. Las al­
deas han vuelto a poblarse y quien haya sembrado
su grano, también lo comerá.
Ra ha puesto sus ojos nuevamente en Egipto. Ha
nacido con el designio de ser su protector, él, el rey
Merenptah.
Los príncipes yacen extendidos y dicen: 'Salud y
paz', y ninguno levanta la cabeza bajo los nueve ar­
cos. Libia está devastada, Jatti en paz, a Canaán la
saquearon con todo el mal, Ascalón fue conquista­
da y Gizer capturada, Jenoam exterminada, Israel
arruinada y no tiene semilla, Jaru** se ha convert­
ido en viuda para Egipto... Todas las tierras en con­
junto están en paz y quienes ambulan están sojuzga­
dos por el rey del Alto y Bajo Egipto, Ba-en-Re, el
amado de Amón, el hijo de Ra, 'Merenptah, el sa­
tisfecho con la verdad, a quien le es dado vivir co­
moRa'."

La referencia que se hace en este texto, en cuanto a q1:1e -


Israel estaba arruinada y ya no tenía semilla alude a una victoria
de Merenptah sobre los hijos de Israel; en verdad, en ninguna
parte se menciona una campaña del sucesor de Ramsés a Asia.
También hubiera sido un anacronismo, al menos desde el punto
de vista bíblico, pues, como se sabe, los israelitas que huyeron de
Egipto bajo Merenptah, vagaron por el desierto cuarenta años
antes de alcanzar la Tierra Prometida, pero este faraón gobernó
solamente durante veinte años. Por consiguiente, Ba-en-Re de­
bió de rastrear a los israelitas y aniquilarlos en el desierto des­
pués del cruce del Mar de los Juncos. Huelga decir que sería
comprensible tal derrota, evaluable como una derrota personal
de Jahveh en el segundo libro del Exodo, pero entonces, lqué
tribu llegó a Canaán al cabo de cuatro decenios?

* Corredores y espías.
** Palestina.

329
Enigma en tomo a la muerte de Merenptah

Muchas cosas quedaron en la oscuridad desde que


Ramsés se retiró de la escena política. La duración del gobierno
de Merenptah no está documentada en parte alguna y debe ser
calculada en base a los acontecimientos históricos. El egiptólo­
go Erik Hornung de Basilea ve a Merenptah sentado en el trono
faraónico "probablemente" desde 1224 a 1204.
El balance de su vida se presenta modesto. Todavía res­
plandecía sobre Egipto la gloria del reinado del gran Ramsés. El
padre había sido un soberano; el hijo, un administrador del tro­
no. Si prescindimos de su dudosa victoria sobre los libios, como
se ha dicho, no realizó nada digno de mención. Su templo mor­
tuorio en Tebas es una chapuza arquitectónica, erigida con par­
tes de otras obras para ahorrar costos y tiempo. Solamente su
tumba refleja en extensión y decoración el brillo ramésida.
Cuando dejó de existir, a la edad de setenta y cinco años, Me­
renptah era un anciano obeso, le faltaban los molares y de acuer­
do con los estudios radiológicos efectuados a la momia por los
científicos estadounidenses padecía artritis y arterioesclerosis
en los muslos. La calota craneana muestra un orificio en el lado
derecho, posiblemente un daño causado por los saqueadores de
tumbas, al igual que el agujero abierto en el abdomen de la mo-
mia.
Tanto para los arqueólogos como para los historiadores
constituye un enigma que Merenptah fuera castrado. En todo
caso, esto no fue obra de los profanadores de sepulcros, pues el
lugar donde se practicó la ablación del testículo fue cerrado con
resina. En consecuencia, poco antes de su deceso o al efectuar­
se la momificación, Merenptah debió de ser sometido a una cas­
tración. Es difícil hallar una explicación lógica para esto. Una
hipótesis sería que padecía de cáncer de testículo y falleció du­
rante el acto quirúrgico.
Según Pierre Montet, el experto en cuestiones de los
ramésidas, Merenptah estaba casado con una hija de Ramsés, o
sea, con una de sus hermanas. Se llamaba Isis-nefert, como su
madre, y tuvo dos hijos: Seti-Merenptah y la niña Tausret. Hubo
además otro vástago de nombre Amenmés, que fue su sucesor.
Cuando en 1905 el hombre de negocios estadounidense
Theodore Monroe Davis descubrió en Egipto la bóveda del fa­
raón Siptah después de seis años de excavaciones, se desató una
Babel en torno a los sucesores de Merenptah. Hasta ese momen-

330
to, los arqueólogos se habían atenido a la teoría elaborada por el
alemán Richard Lepsius, según la cual lo sucedieron los reyes
Amenmés, Siptah y Seti 11. El francés Gaston Maspero descu­
brió otro rey más, Ramsés Siptah, y una reina, Tausret; pero el
descubrimiento del arqueólogo aficionado estadounidense Da­
vis vino a refutar esta sucesión: en la tumba del rey Siptah en­
contró objetos funerarios que ostentaban los anillos con los
nombres de Seti 11. Con esto se probó que Seti 11 debió de gober­
nar antes que Siptah.
A su vez, Lepsius, el descubridor de la tumba de Tausret,
tomó por Siptah al hombre �epresentado allí con la reina. El ar­
queólogo alemán suponía que los cartuchos demolidos en esta
tumba habrían sido cambiados de "Siptah" a "Seti", pero poste­
riores investigaciones demostraron lo contrario. Siptah hizo gra­
bar su nombre sobre el de Seti 11. En la tumba de Siptah no se
menciona jamás el nombre de Tausret, en cambio hay numero­
sos hallazgos que ostentan juntos los nombres de Seti 11 y Taus­
ret. Ambos estaban casados.
El problema más acuciante que debieron de afrontar
los sucesores de Ramsés 11 fue la crisis política interna, en
constante aumento, causada por la rivalidad entre Tebas y la
capital Ramsés. Merenpfah, que pudo conjurar provisional­
mente la situación parecida a una guerra civil, tuvo en
Amenmés a su sucesor, al parecer ilegítimo, el cual ya se
apartó por el nombre de los soberanos de la dinastía XIX y
fue entronizado como "hijo de Amón" por los sacerdotes te­
banos, o bien estuvo bajo su influencia. Durante su período
trienal de gobierno parece que no ocurrió nada importante.
Ninguna crónica ni estela anuncia algún acontecimiento dig­
no de mención. La tumba de Amenmés es insignificante y no
aporta más datos que su nombre. También encontramos este
nombre en las obras de Seti 1 y Ramsés 11 en la Tebas occi­
dental. El faraón ilegítimo intentó legitimar de este modo su
sucesión al trono. Esta intención se manifiesta con mayor evi­
dencia en el templo de Seti en El-Kurna, donde Amenmés
111andó retocar algunos relieves que lo muestran a él solo en
actitud de adoracion ante los deificados Seti 1 y Ramsés 11.
Amenmés, que "creció como Horus en la intimidad y bajo
asechanzas y luego se presentó triunfante" era un hijo de Tajat,
una dama que no tenía sangre real, y a su vez, el faraón desposó
también a una mortal común: se llamaba Bekturel. Como este so­
berano insignificante sólo dejó rastros en Tebas, los arqueólogos

331
opinan que "su área de poder jamás se expandió más allá del Al­
to, Egipto".*
Las especulaciones en el sentido de que Amenmés fue en
realidad un sumo sacerdote tebano de Amón y se hizo rey o an­
tirrey por su propia cuenta han probado no tener base. Algunos
monumentos documentan bajo Ramsés 11, Merenptah,
Amenmés y Seti 11 la existencia de un sumo sacerdote de nombre
Roi. Este Roi era una eminencia gris de inaudita influencia y po­
der. Presumiblemente, pudo ser él quien impuso a Amenmés en
el trono.
El deceso de Amenmés sobrevino inesperadamente, quizá
de manera violenta, de tal suerte que quedó expedito el camino
al trono para el legítimo heredero de Merenptah, Seti 11. Este al
menos evidenciaba tradición ramésida por el nombre, pero eso
fue todo. Tampoco fue el hombre fuerte que Egipto necesitaba
con tanta urgencia. Es significativo el único documento que se
ha conservado de su período gubernamental de seis años. No es
un documento político, sino un informe judicial sobre un proce­
dimiento contra el obrero Panel, acusado de hurtar piedras· du­
rante la construcción de la tumba de Seti e intentar matar a su
amigo cuando éste lo delató.
Hoy en día esta tumba de Seti 11 parece ser lo único nota­
ble de este rey. Su decoración se cuenta entre las más bellas del
Valle de los Reyes. La momia evidencia muy poca semejanza con
su padre Merenptah y su abuelo Ramsés 11. Seti tenía cara cha­
ta y los dientes superiores salientes. Los saqueadores de tumbas
maltrataron mucho su cadáver. Le arrancaron los brazos y la ca­
beza y esta la abrieron con la notoria esperanza de hallar oro y
piedras preciosas en su interior.

Elfaraón que vino del desierto

La temprana muerte de Seti 11 dejó a su esposa Tausret


frente a la misma alternativa que Nefertiti ciento cincuenta años
antes, es decir, casarse con Bai el "gran administrador del sello

Jürgen v. Beckerath: "Tanis und Theben•, Munich, 1948. •

332
de todo el país", favorecido por ella, o sentar en el trono a Sip­
tah, su hijo menor de edad y prácticamente conducir en persona
los negocios del gobierno. Bai era extranjero. ¿Iba a entronizar
como faraón a un extranjero? El pueblo hubiera protestado in­
dignado. En consecuencia, Tausret se decidió por Siptah y, de
ese modo, a un siglo y medio de Tutankamón, un niño volvió a
ocupar el trono.
Tausret abrigaba la esperanza de poder manejar a Siptah.
El niño, de unos doce o catorce años, había padecido parálisis
infantil en la primera infancia y un pie defectuoso le impedía ca­
minar. Hay arqueólogos que aseguran que Siptah fue el fruto de
un pecádo de juventud de Tausret. Ella habría sido su madre pe­
ro Seti 11 no era su padre. Otros creen que Seti 11 fue el padre y
Tausret no fue la madre. Un tercer grupo opina que ni Seti 11 ni
Tausret fueron los progenitores, que Siptah no tenía sangre real
y las radiografías de su momia no muestran el menor parecido
con sus antecesores.
El faraón, presumiblemente venido del desierto, probó sin
embargo no ser el blandengue que hacía suponer su deplorable
constitución física. Cuando fue coronado rey, en octubre de 1194
a.C., la reina Tausret asumió la conducción de los negocios del
Estado, pero antes de que pasara mucho tiempo el niño lisiado
reveló ser en realidad un inteligente· manojo de energía. No
había cumplido aún los quince años cuando envió generosos re­
galos a todos los funcionarios de la provincia de Nubia y, como
es fácil comprender, estos volvieron a confiar en el gobierno es­
tablecido en Ramsés City. Siptah envió a Nubia un nuevo virrey:
se llamaba Seti, un nombre que era un programa. De este modo,
los rebeldes tebanos se encontraban en medio de dos reyes coo­
perantes. Siptah logró sofocar la rebelión tebana. Roi, el sumo
sacerdote de Amón, no debió de sobrevivir a esta acción, en to­
do caso nunca más se oyó hablar de él.
Sin embargo, los días del faraón adolescente estaban con­
tados. Siptah no tenía aún veinte años cuando dejó de existir, y
la reina Tausret jamás abandonó del todo los negocios del Esta­
do.
Como carecía de un sucesor, no le quedó otro recurso que
seguir gobernando sola. De cualquier manera, tenía a su lado a
Bai, el "gran administrador". Sólo es posible suponer cuál fue su
relación personal con Tausret. Tampoco está clara su función
oficial como alguien "al que el rey colocó en el cargo de su pa­
dre", pero de todos modos le construyeron una tumba en el Va­
lle de los Reyes, a pesar de ser extranjero.

333
No cabe duda,Egipto se encontraba �n un momento críti­
co de su historia. Una potencia mundial estaba en vías de con­
vertirse en· provincia. Agonizaba una dinastía que había dado al
país el más grande y poderoso faraón de la historia. La reina
Tausret falleció alrededor del año 1186 después de dos años de
gobierno absoluto. Por primera vez en siglos el trono de Horus
Faraón,'la casa alta' en Ramsés,la capital del Delta quedó va-
cante. Egipto estaba acéfalo. .
Sin embargo,este estado burocrático de rigurosa organi­
zación no se desmoronó instantáneamente. A treinta y ocho años
del deceso de Ramsés 11 la nave del Estado llevaba aún tanta ve­
locidad que mantuvo el derrotero por lo menos algunos meses,
pero la situación era grave. El papiro Harris la describe así: "La
tierra de Egipto fue derribada desde el exterior y cada cual fue
privado de sus derechos. Por muchos años no hubo jefe alguno...
y colmaban la tierra de Egipto caudillos y príncipes de ciudades.
Cada cual mataba a golpes a su prójimo,tanto encumbrados co­
mo inferiores,y siguieron luego épocas de años vacíos; entonces
un palestino entre ellos se erigió en príncipe,obligó al país ente­
ro al pago de tributos y saqueó con sus secuaces todas las pose­
siones. Igualaron los dioses a los hombres y en los templos ya no
se ofrecieron sacrificios."
Fue una época de anarquía que, como evidencian los re­
cientes resultados de la investigación,no se prolongó por "mu­
chos años",sino sólo unos meses. Eran absolutamente corrientes
las exageraciones como los "millones de años" que se deseaba de
vida al faraón. Todavía escapa a nuestro conocimiento quién fue
el palestino que usurpó provisionalmente el trono faraónico.
Quizá fue Bai, el consorte de la reina Tausret; en otro lugar el
usurpador lleva el nombre de Irsu. Jürgen von Beckerath opina
que pudo ser un oficial egipcio o también un funcionario oriun­
do de Palestina: "Lamentablemente, nunca hemos encontrado
nada sobre este rey,ni hemos podido identificarlo con ninguno
de los reyes que conocemos. Seti 11, como hijo de Merenptah,
debe ser descartado, al igual que Amenmés, por su procedencia
tebana, probada a mi entender. Su identificación con Siptah, en
la cual yo mismo pensé en un principio, fracasa por el hecho de
que este rey fue sepultado en Biban el-Moluk,cerca de Tebas,
mientras que el usurpador asiático, que sin duda gobernó en Ta­
nis,debió de ser derrocado en su residencia del Bajo Egipto por
Setnajt."
Este Setnajt surgió como un Deus ex machina, en calidad
de salvador en el momento de mayor apremio,pues el mundo se

334
había puesto en movimiento, hordas de pobladores de oriente y
occidente avanzaban con el propósito de invadir Egipto. El ham­
bre los impulsaba hacia sus legendarias ollas de carnes. Eran
asiáticos del este, libios y pueblos marítimos del oeste.
En medio de esa situación desesperada, Setnajt se sintió
llamado a encauzar los destinos del Alto y Bajo Egipto. Aporta­
ba tan poca legitimidad como el usurpador asiático encaramado
en el poder, salvo tal vez que él era egipcio. Setnajt (su nombre
significa "Set es fuerte") se ligó a la anterior dinastía XIX. En
aquel entonces, poco antes de iniciarse el siglo XIII, ya había ha­
bido un simple mortal, un oficial que más tarde se llamaría
Ramsés I y avanzaría hasta la dignidad de faraón por propio fa­
vor. Era un hombre entrado en años, tal como Setnajt, pero tenía
un hijo adulto con el que compartió los negocios del gobierno.
Setnajt obró de la misma manera. No se pueden pasar por alto
los paralelos en los comienzos de las dinastías XIX y XX:
Ramsés I y Setnajt se consideran fundadores de una nueva di­
nastía, ambos murieron después de un efímero reinado de dos
años, ambos dejaron hijos que condujeron la deteriorada barca
del Estado por ríos más favorables.

Ramsés Ill, la copia exacta de Ramsés JI

Setnajt estaba unido en matrimonio con una mujer llama­


da Teie y tuvo con ella un hijo, cuyo nombre·ignoramos y que al
morir su padre subió al trono en lo mejor de su edad y adoptó el
nombre de Ramsés. Este tercer Ramsés tuvo un modelo solo:
Ramsés 11.
De hecho, fue una copia exacta de Ramsés 11: tenía su mis­
·mo carácter, su mismo afán por el lujo y la vanagloria, su misma
impertinencia, su misma impetuosidad. Al igual que Ramsés 11
le gustaban las armas resplandecientes, los corceles veloces y las
mujeres esbeltas. Sus dieciocho hijos tuvieron los mismos nom­
bres que los de Ramsés 11. Y llegó a usar los apelativos de su
gran ídolo:

Toro valiente, grande en dignidad real,


fuerte y valeroso como su padre Mont

335
rico en años como Ptah, el soberano,
el que protege a Egipto y castiga a los extranjeros
User-maat-Re, amado de Amón,
el hijo de Ra Ramsés Hekaon.

RaÍnsés III no lo conoció, pero en sus tiempos todavía se


mencionaban las hazañas del gran Ramsés y por tode el reino los
himnos de alabanza convertidos en piedra proclamaban sus lo­
gros sobrehumanos. Podríamos inclinarnos a pensar, pues, que
Ramsés III sólo libró tan grandes batallas porque quería hacer­
se famoso como su antecesor; pero las guerras eran una necesi­
dad política. Cuando empezó a gobernar, los libios ya habían
ocupado en su totalidad el Delta occidental del Nilo.
Ramsés 111 tuvo que moverse bastante para defenderse de
los constantes intentos de invasión y en el quinto año de su rei­
nado expulsó a los libios. Todavía no había perpetuado esta vic­
toria en sus fastuosas construcciones cuando avanzaron desde la
dirección opuesta los pueblos marítimos: filisteos, teucros, sícu­
los, danuna y veshesh. Habían arrollado Anatolia, Cilicia, Chi­
pre y Siria y asestado un golpe mortal al último gran aliado de
Egipto, el reino de los hititas. Desde que Merenptah envió un
cargamento de granos al norte, en el cuarto año de su gobierno
en respuesta a un pedido de ayuda de Jatusha, pues asolaba su
país una gran hambre, los contactos diplomáticos se habían inte­
rrumpido. Una espada hallada en Ugarit que ostenta el cartucho
· del rey Merenptah, indujo a los arqueólogos a suponer que tro­
pas egipcias debieron acudir en ayuda de los hititas, acosados
por los pueblos del litoral marítimo, tal como lo prescribía el
pacto de ayuda entre Ramsés II y Jatusil.
En su marcha hacia Egipto, los pueblos de la costa hicie­
ron alto en Amurru por corto tiempo y derrocaron a su último
rey antes de formarse para atacar a Ramsés 111. Tal vez los co­
mandantes de estos pueblos ignoraban que un faraón de mucha
energía y resolución había puesto fin al interregno de los débiles
faraones de la dinastía XIX lo estaban tan seguros de su victo­
ria?

336
Ramsés III
flanqueado por
los dioses Set
(izquierda), y
Horus (Museo
Egipcio de El
Cairo).

En dos ofensivas avanzaron contra los egipcios: con estre­


chas barcas de proa empinada, armadas de un espolón, remon­
taron el Delta del Nilo procedentes del mar, pero Ramsés 111 les
infligió una aniquiladora derrota. Luego salió al encuentro de ·

las tropas de tierra, que con sus carretas tiradas por bueyes, sus
mujeres y sus niños ofrecían más bien el triste aspecto de una mi­
gración desordenada que la impresión intimidatoria de un
ejército bie.n formado. A Ramsés III tampoco le significó esfuer­
zo alguno dominar esta ofensiva.

337
Relieve del templo de Ramsés 111 en Medinet Habu. Batalla naval entre
egipcios (izquierda) y los pueblos marítimos.

Orgulloso como su gran modelo, se ufanaba: "Los interné


en lugares fortificados, los reduje a servidumbre en mi nombre,
sus divisiones de guerra se contaban por centenas de miles" y
añadía magnánimo: "les asigné cada año una cuota de ropas y
víveres de las cámaras del tesoro y de los almacenes de granos".
Esto aconteció el año octavo.
Poco más tarde volvieron a irrumpir en el Delta ejércitos
libios provenientes del oeste. El año 11, en una temeraria acción
de comando, el príncipe libio Mesher avanzó hasta Menfis, pero
pagó con su vida semejante osadía. Ramsés 111 le salió al encuen­
tro con una tropa escogida, se encargó personalmente del arro­
jado príncipe, lo hirió y le hizo capturar junto con su tropa. Más
tarde Mesher fue ejecutado con espada en un pomposo es­
pectáculo. Las mujeres y los niños de los libios fueron confma­
dos en los latifundios religiosos, donde se los obligó a prestar
servicios y se les prohibió hablar en su lengua. El faraón se reso­
cijó: "Los aniquilé, los masacré ... los obligué a replegarse detrás
de las fronteras de Egipto, me llevé conmigo al resto como botín
y les hice sentir las espuelas, los recogí como aves abatidas fren­
te a los cascos de mis caballos, a todos ellos, a sus mujeres e hi­
jos por millares y a su ganado por millones. Metí a sus jefes en
mi ejército y los marqué con mi nombre como esclavos... "

lNo son estas, palabras de Ramsés 11?

338
La paz comprada

Es comprensible que Ramsés 111 no tuviera tiempo para


dedicar a los problemas de la política interna y su solución, por
cuanto la prepotencia de los pueblos extranjeros, desesperados
por el hambre que los impulsaba a Egipto, lo mantenían al trote.
Este faraón, no menos astuto que el gran Ramsés, trató de salir
al paso de los inconvenientes con muestras materiales de gene­
rosidad. La casta sacerdotal de Tebas, en el Alto Egipto, donde
todavía había efervescencia, fue apaciguada con nuevas dona­
ciones. A su dios Amón (y aquí se distinguió Ramsés 111 de su
gran modelo) se le volvió a adjudicar un rol importante.
Al menos, al principio de su gobierno, Ranisés 111 residió
en la capital Ramsés, pero en la Tebas occidental, cerca del pa­
lacio Malkata de Amenofis 111, construyó un nuevo palacio que
era residencia, fortaleza y templo, todo en uno. Este complejo
arquitectónico dedicado a Amón fue al mismo tiempo el templo
mortuorio de Ramsés 111, una copia del Rameseo, levantado por
su antecesor a un centenar de metros de distancia. En la actua­
lidad, esta grandiosa construcción lleva por nombre Medinet
Habu ("la ciudad de Habu") por una colonia cristiana que fue
edificada en torno al complejo en el siglo V.
_ Ramsés 111 incluyó en su proyecto un pequeño templo co­
menzado trescientos años antes por la faraona Hasbepsut y con­
cluido bajo Tutmosis 111, seriamente afectado por los iconoclas- -
tas de Ecnatón y restaurado nuevamente bajo Haremheb y Seti
l. Se entra a su templo mortuorio por un gran pilón, cubierto de
representaciones, y dos atrios que conducen a una gran sala de
columnas.
El palacio situado más al sur tiene el carácter de una for­
taleza y denota una similitud con las de Siria que el tercer
Ramsés destruyó en sus campañas bélicas. Al realizarse las exca­
vaciones en 1895, salieron a la luz la sala del trono, el harén. y
· hasta el baño y el tocador.
, Para alegrar el corazón de los sacerdotes de Amón,
Ramsés 111 hizo algo más: frente al acceso al gran templo de
Karnak construyó un templo de cincuenta y dos metros de largo,
dedicado a Amón, a su esposa Mut y al hijo de ambos, Chons. De
este modo, Ramsés 111, "alabando a su padre, el dios Amón Ra,
digno de adoración, el que existió antes de toda otra deidad, el
que se engendró a sí mismo" (papíro Harris), pudo conquistar
amigos en la renitente Tebas. En un gesto simbólico también pu-

"339
so a disposición del templo de Amón en Tebas una finca rural si­
tuada en la vecindad de la capital Ramsés, los dominios del dios
Set, y el sumo sacerdote tebano de Amón fue en tiempos de la di­
nastía XVIII "cabeza de todos los sacerdotes de ambos países".
La teocracia tebana volvió a celebrar triunfos.

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Reconstruc.ción de las dependencias del templo y del palacio de Ramsés Ill,


en Medinet Habu. Las torres que flanquean la entrada en primer plano
· y el gran pilón que se observa en el centro del dibujo se han
conservado casi intactos.

340
En su anhelo de mostrarse por todas partes como un niño
querido, Ramsés III practicó el culto de los dioses favoritos de
su gran modelo c:on el mismo esmero. En Ramsés, construyó un
nuevo templo para Set y le puso por nombre "la casa del Set de
Ramsés, amado de Amón, vida, salvación y salud". En Menfis,
donde los templos y los santuarios decayeron durante el inte­
rregno de los sucesores de Ramsés, el tercer Ramsés realizó
obras de restauración: "Yo mejoré sus templos que .estaban en
ruinas, Yo restauré en los talleres de los orífices las estatuas de
sus dioses en sus venerables figuras de oro y plata y todas las pie­
dras preciosas."
Frente al gran templo de Ptah, en Menfis, mandó erigir un
santuario de granito rojo, revestido con piedra caliza cuya des­
cripción nos hace el faraón en el papiro Harris: "Sus jambas sos­
tenían un dintel de piedra de la isla Elefantina. Las puertas eran
de bronce en una aleación de seis partes. Las poderosas guarni­
ciones eran de oro e incrustadas de piedras preciosas, los pasa­
dores de bronce negro bañado en oro; llevaban figuras de oro de
la siria Ketem. Sus estatuas parecían vivas, de una factura exce­
lente y real. Los pilotes de piedra llegaban al cielo." En el inte­
rior del templo de Ptah, Ramsés III restauró la imagen del dios y
donó un nuevo tabernáculo. Además, renovó la donación al tem­
plo y aseguró una entrega anual de 20.000 fanegas de granos
"que llegaban al cielo" y puso a su disposición praderas junto con
vacunos y aves de corral.
Navíos de la marina de guerra trajeron mercancías de Pa­
lestina y de Punt, el país del incienso, y en ocasión de los feste­
jos en honor de Ptah, Ramsés III cuidó de que se hicieran entre­
gas adicionales de pan, cerveza, vacas, aves de corral, ·incienso,
frutas, hortalizas, sidra, vino, aceite, miel, mirra y telas para ves­
tidos. El faraón dice en su texto de donación: "Te traje muchos
tributos en mirra, para rodear tu templo con la fragancia de la
tierra de Punt, para tus venerables orificios nasales de mañana.
Planté para ti árboles de incienso y mirra para alegrar tu frente
cada mañana."

341
El Estado se enfrenta a la bancarrota

Al parecer, la fortaleza de Ramsés 111 respondió a su afán


de asegurarse por todos lados y en realidad esta era naturalmen­
te una prueba de su debilidad. Existe un documento único en to­
da la historia de Egipto, fechado el día del deceso del faraón, el
año 32 de su reinado, en el cual da cuenta de todos sus actos y
las donaciones efectuadas a Tebas, Menfis, Heliópolis y para los
demás dioses del Alto y del Bajo Egipto, pero también de los be­
neficios que de él recibieron sus súbditos.
La generosidad con la que quiso comprar las simpatías de
que gozó Ramsés 11 y la paz interior que reinó durante su gobier­
no, debió de llevar forzosamente a la bancarrota del Estado.
Amón, Ra y Ptah demostraron ser monstruos voraces que devo­
raron la mayor parte de las recaudaciones tributarias: un millón
de bolsas de cereales al año y mercancías por valor de 370 kilo­
gramos de plata. Los distintos templos del país tenían la pose­
sión de 169 ciudades, 500 establecimientos de campo, 50 astille­
ros, 88 naves y medio millón de cabezas de ganado. Dependían
de las fundaciones de los templos unos 108.000 empleados y
obreros asalariados con sus familias.
La mayor potencia económica del país era el templo de
Amón en Tebas. Sólo él disponía de más de 400.000 cabezas de
ganado y 971 pastores. De los 40.000 vacunos que Ramsés 111
cobró como botín al vencer a los libios el año 11, los sacerdotes
de Amón recibieron casi 30.000. Los impuestos naturales en for­
ma de cereales iban a Amón en un 62%, a Ra en un 15%, a Ptah
en un 8% y los demás dioses se repartían entre sí el 15% restan­
te. Del interés de la plata, el templo de Amón en Tebas embol­
saba el 80%, el templo de Ra en Heliópolis el 11% y el templo
de Ptah en Menfis el 3%. Los sacerdotes de Amón disponían de
las minas de oro de Nubia. Tebas, donde el sumo sacerdote de
Amón también había sido investido con el cargo de generalísimo
de las tropas de esa ciudad, se convirtió en la real potencia den­
tro del Estado y el reino quedó a su ··merced para bien y para mal.
Los sucesores de Ramsés 111, los Ramsés del cuatro al on­
ce, no llevaron a cabo ni un solo proyecto arquitectónico digno
de mención: estaban en quiebra. Como consecuencia, aumentó
la desocupación y esta fue a su vez causa de disturbios sociales.
La "paz eterna" que el gran Ramsés pudo gozar gracias a su divi­
sa "pan y juegos", ya no existía. En su lugar hubo lucha.
Los obreros y empleados a los cuales se les habían asigna-

342
do proyectos del Estado y se les pagaba por su trabajo en espe­
cies, se vieron de improviso sin entrada alguna. Quien tenía tra­
bajo aún debía ver semana a semana dónde conseguir el salario
ganado. Los funcionarios, los primeros en reconocer el fiasco
que los amenazaba, ya habían puesto a buen recaudo sus oveji­
tas. Los soldados sin paga recorrían el país para robar lo que
podían. Los obreros pasaban hambre con sus familias. "Padece­
mos grandes penurias" escribía un trabajador a la autoridad
competente en 1156•, las reservas de la casa del tesoro, del gra­
nero y de los almacenes se han agotado. Pero arrastrar piedras y
cascotes es un trabajo pesado. En lugar de nuestra ración men­
sual de seis medidas de cereales, sólo nos dan cascotes. Mi señor
quiera hallar los medios para sustentarnos, de lo contrario mori­
remos de hambre. Así no podemos vivir, nadie nos da nada".

La primera huelga de la historia

Los gritos en demanda de ayuda aumentaban, pero sólo


eran escuchados unos pocos. En el año 29 del gobierno de
Ramsés 111 se produjo la primera huelga de la historia universal
entre los obreros de la necrópolis de Der-el-Medine, que traba­
jaban en la tumba del faraón. Los pobres infelices abandonaron
su aldea a la entrada del Valle de los Reyes, fueron a sentarse
junto al muro posterior del templo de Tutmosis 111 y enviaron
una delegación a la autoridad administrativa que fue recibida
por el escriba que atendía los asuntos relativos a la tumba del fa­
raón. Los obreros se quejaron de que faltaban aún dieciocho
días para concluir el mes y ya se habían consumido todas las pro­
visiones. El escriba ·debió admitir que desde hacía semanas ya no ·

había habido más aprovisionamiento ¿cómo podía pues remune­


rarlos? Cuando cayó la noche la manifestación junto al templo
de Tutmosis se disolvió.
A la mañana siguiente los hambrientos obreros ocuparon
el templo mortuorio de Ramsés 11, el Rameseo. Si el faraón es­
taba en quiebra al menos los acaudalados sacerdotes del templo

• Ostrakon, Berlín, 10 633.

343
habrían de darles algo. Se abrieron paso por la fuerza hasta el in­
terior del templo, pero aunque los dos guardianes de la puerta,
el escriba Pentaver y dos coroneles de policía cuyo con curso se
solicitó intentaron apaciguar a los manifestantes, los obreros
descontentos gritaron: "El hambre y la sed nos han empujado
hasta aquí. No tenemos con qué cubrirnos, nos falta aceite, car­
ne y verduras. Escribid al faraón, vuestro buen señor e informad
al visir, vuestro superior. iHaced algo, para que podamos sobre­
vivir!"
Entretanto, Montmosis, coronel de policía, se dirigió pre­
suroso a Tebas para poner al alcalde al corriente del incidente.
El funcionario preocupado por preservar la paz en el oeste de su
ciudad asedió a los sacerdotes del templo de Ramsés para que
distribuyeran algunos víveres entre la gente hambrienta, pero los
señores sacerdotes no se mostraron muy generosos: lQué eran
cincuenta y cinco panes para toda una aldea? De to�os modos,
la gente se dio cuenta de que en los templos podrían obtener al­
go.
A los pocos días los "servidores del lugar de la verdad"
marcharon junto con sus mujeres e hijos al templo de Seti, don­
de cada trabajador recibió cinco bolsas y media de granos (apro­
ximadamente un quintal) cantidad que alcanzaba para un mes, al
cabo del cual comenzaba de nuevo el desfile de los peticionarios.
Un obrero fue castigado con una paliza por maldecir el trabajo
y la tumba de Ramsés 111, otros robaban y saqueaban.
"En el sepulcro del faraón se cometió algo terrible" infor­
ma el texto de un papiro, pero no menciona la fechoría propia­
mente dicha, pues era contrario al egipcio dejar registrado algo
malo de su entorno. Posiblemente fuera un homicidio, con toda
seguridad no el primero cometido por un individuo desesperado
por el hambre, pero quizá "sólo" se aludía al saqueo de una tum­
ba.
Era un secreto a voces que los obreros tebanos de las
necrópolis se desviaban en ocasiones del "camino correcto" por
los laberintos creados por ellos mismos bajo tierra y se "extravia­
ban" en la tumba contigua de algún noble y entonces se alzaban
con todo lo que no estuviera fijo con tuercas y clavos, y mejora­
ban su modesto presupuesto doméstico con la venta de los obje­
tos funerarios sustraídos.
No sabemos cómo y cuándo se alivió el problema del apro­
visionamiento de los obreros de las necrópolis tebanas. Lo cier­
to es que a los tres meses de la primera huelga los trabajadores

344
se sentaron frente al templo de Merenptah y dejaron oír su le­
tanía: "iTenemos hambre, tenemos hambre, tenemos hambre.. !" .

lPuede sorprender que en semejante época de pobreza,


necesidades e inseguridad, una época de decadencia moral y
material, la criminalidad aumentara como nunca hasta enton­
ces? Ramsés 111 sabía perfectamente por qué había edificado
Medinet Habu como un templo-fortaleza. Un papiro de aquella
época informa además sobre un "ejército del templo de Ramsés
III", pues, aun cuando el Estado se enfrentaba a la bancarrota
bajo Ramsés 111, el propio faraón seguía siendo un hombre rico.

· Ramsés /JI como héroe de leyenda

Herodoto cuenta la historia de un rey Rhampsinitos, cuya


vida y destino se parecen mucho a los de Ramsés 111, por ejém­
plo, en lo que atañe a la acumulación ·de bienes privados o a la
indiferencia política y la criminalidad de la población. El nom­
bre Rhampsinitos significa en griego algo así como "Ramsés, hi­
jo de Neit"*.
Tal como nos informa Herodoto* *, este Rhampsinitos era·
un avaro muy acaudalado que mandó construir una cámara para
guardar en ella sus tesoros. Con mucha destreza el constructor
preparó una piedra que permitía ser retirada del muro sin es­
fuerzo, pero no lo hizo en su beneficio, sino en el de sus hijos, a
quienes confió el secreto cuando yacía en su lecho de muerte.
En cuanto hubieron enterrado a su padre, los dos bribo­
nes fueron a examinar la piedra floja y porque todo se les antojó
tan sencillo se apoderaron de algunas de las preciosidades y vol-
. vieron a colocar la piedra en su lugar. El rey se enfureció. No
concebía que sus tesoros pudieran desaparecer a través de las
puertas selladas y resolvió poner lazos en el interior de la cáma­
ra. A la noche siguiente, los hermanos regresaron al lugar y el

* Diosa primitiva, madre de dios que dio a luz a Ra.

** Herodoto, "Historias", T. II, 121.

345
primero en entrar quedó cogido en un lazo. A pesar de los de­
sesperados esfuerzos de ambos, el infeliz no pudo zafarse y con
gran pena el que estaba acogotado sugirió a su hermano que le
cortara la cabeza- y se la llevara a casa, pues si lo reconocían, el
otro tampoco disfrutaría de lo robado. Y así procedió.
Al descubrir el cadáver decapitado, el rey Rhampsinitos
lo mandó colgar del muro de la ciudad y ordenó a sus soldados
que observaran quien rompía en llanto y lamentos a la vista del
macabro espectáculo. Por temor a que su madre pudiera recono­
cer al hijo decapitado, el bribÓn sobreviviente simuló un acci­
dente de tráfico frente al muro. De repente, comenzó a correr en
torrentes el vino contenido en los odres cargados sobre un bu­
rro. El zumo de la-vid hizo olvidar su cometido a los soldados,
que corrieron al lugar con cantimploras y cacerolas y el día
acabó en jolgorio. Al llegar la noche la guarnición en pleno esta­
ba sumida en un profundo sueño y el bribón pudo bajar del mu­
ro el cadáver de su hermano.
Podemos imaginar la furia del rey cuando se enteró del ar­
did del ladrón, pero consideró aventajado en astucia. Mandó a
un burdel a su tierna hijita, carne de su carne y sangre de su san­
gre, para que la princesita preguntara a cada cliente, antes de la
diversión, qué era lo más inteligente y despiadado que había he­
cho en su vida. Herodoto añade esto, espantado e incapaz de
darle crédito. Cuando alguien le hablara del robo de un cadáver
habría de asirlo del brazo y prorrumpir en gritos hasta que acu­
dieran en su ayuda.
Entretanto, llegó a oídos del bribón la curiosa intención
del rey y se dijo, "espera, creo ganarte en astucia". Cercenó el
· brazo del cadáver de su hermano, lo ocultó bajo su túnica y se di­
rigió al lugar donde la princesa prestaba servicios por amor a su
padre y sucedió lo que debía suceder: a la pregunta de la hijita
· del rey el taimado ladrón respondió que su acto más despiadado
había sido cercenar la cabeza de su hermano en la cámara de te­
soros del rey, y su acto más inteligente, embriagar a los centine­
las para robar el cadáver expuesto. Entonces la princesa asió la
mano que la había estado palpando todo ese tiempo, pero en la
oscuridad, el pillo le había tendido el brazo de su hermano
muerto y escapó.
El rey quedó subyugado por la astucia y la temeridad del
joven y, como corresponde a un cuento, lo perdonó y le dio a su
hijita por esposa. Hasta aquí el relato de Herodoto.
Como todo cuento, este tiene también su núcleo de ver­
dad, adornado con todo lo que hay de macabro y aventurero.

346
Rhampsinitos es descrito como un rey bendecido con bienes ma­
teriales en un estado de decadencia social, como el último fa­
raón "rico" que temeroso de la intranquilidad social se atrin­
cheró en su templo-fortaleza. Y este no fue otro que Ramsés 111.

La primera derrota de Ramsés JI a 150 años de su muerte

Lo irónico de la historia es que precisamente este faraón


murió a manos de asesinos, y estos no treparon por los muros del
palacio, sino que vivían en su interior. Ramsés 111, un prisionero

Ramsés IV. No tuvo en común con el gran Ramsés más que el nombre
(Louvre, París).

347
del reinado, no fue sino una pieza de ajedrez de un clan familiar,
cuyos miembros investían en su totalidad cargos religiosos en el
reino. El faraón era un ser solitario y aborrecido. No tenía nada
de la autoridad que emanaba de Ramsés II. El tercer Ramsés fue
el primero de una serie de actores que representaron el papel de
faraón y que de allí en adelante estuvieron al frente de Egipto.
Todos ellos no fueron más que títeres cuyos hilos manejaban los
poderosos sacerdotes.
El emulador del gran Ramsés, el héroe probado en com­
bate, se convirtió en un medroso simulacro de rey.
Poco después de su trigésimo aniversario de gobierno fue
víctima de un atentado. Teie, una ambiciosa concubina del mo­
narca, quiso ver en el trono a su hijo Pentaver y sobornó a Me­
riere y Caemvese, dos funcionarios de palacio, para que come­
tieran el regicidio. Ramsés 111 perdió la vida y, con él, el
heredero legítimo. Sin embargo, el golpe de Estado fracasó,
pues Teie no contaba con•et respaldo del ejército. Hubo un jui­
cio y la concubina, su hijo Pentaver, los asesinos Meriere y
Caemvese, diez funcionarios de la corte y seis damas del harén
fueron condenados a quitarse la vida frente a sus propias tum­
bas. La sentencia no se ejecutó enseguida. Los jueces y un oficial
de la guardia personal aprovecharon la oportunidad para violar
a las reas. El hecho fue denunciado y se castigó a los malhecho­
res con la destitución de sus cargos y la pérdida de sus orejas y
narices.
iEn qué se había convertido este país! Donde unas déca­
das antes había reinado la riqueza, el bienestar, el orden y la di­
cha, se había enseñoreado el caos. ¿Dónde estaba el hombre que
hubiera podido salvar una vez más aquel imperio a punto de es­
tallar?
Sus ocho sucesores se llamaron Ramsés. Animados por el
recuerdo del gran modelo codiciaron la grandeza y el poder. To­
dos juntos no llegaron a gobernar mucho más que Ramsés II so­
lo. Hubo días en su existencia en los que hizo más por Egipto de
lo que fueron capaces de realizar estos ocho ramésidas juntos.
No libraron batallas ni erigieron templos y su único mérito
histórico es por demás dudoso: A la muerte de sus respectivos
antecesores, cada cual trató de falsificar documentos históricos,
para demostrar la legitimidad de su aspiración al trono.
Al producirse los decesos del tercero, quinto y séptimo
Ramsés respectivamente, se suscitaron querellas por la sucesión
al trono, Ramsés V, Ramsés VIII y Ramsés X reinaron poco
tiempo (el último apenas unos meses). Todo esto contribuyó a la

348
decadencia del poder de los faraones y la ascensión de los
príncipes religiosos de Tebas. Ramsés XI, el último, realizó de­
sesperados intentos por salvar el imperio de los ramésidas, pero
fue eliminado durante un motín del ejército, a cuya cabeza esta­
ba el general Herihor, quien reunía además en su persona el car- -
go de visir del Alto Egipto y de sumo sacerdote de Amón. En
1070 a.C., proclamó en Tebas "La teocracia de Amón" mientras
que en la capital del norte, llamada en ese momento Tanis, subía
al trono un tal Esmendes, que se hizo honrar como faraón. Pero
ya entonces la otrora Per-Ramsés, desbordante de oro, la "resi­
dencia de Ramsés" se había convertido en una ciudad en ruinas
y la tumba del Gran faraón había sido profanada y saqueada. Co­
mo al comienzo de su historia, el país del Nilo quedó dividido en
el del Alto y el Bajo Egipto y nunca más volvería a unirse. Amón
había vencido a Set. A ciento cincuenta años de su muerte,
Ramsés el Grande sufrió su p rimera derrota.

349
FAJJUM

Hermopolis Ma¡na

Der el-Bahari
Der .el-Medirie
Medinet Habu

EGIPTO
EGIPTO

Kalabscha
Dendur
Gerf Hus...eln
Ed-Dakka • Kuban
Wadi es-Sebua
e. !-Amada
Ed-Derr
· Elesiya
Abuhuda
Gebel es-Schams

Wadi Halfa

sa catarata

SUDAN
• Capital transitoria
de Egipto
o 200

1: 1
Kilómetros
CRONOLOGIA COMPARADA DEL NUEVO IMPERIO

EGIPTO REINO HITITA ISRAEL · MESOPOTAMIA

Dinastía XVIII 1552-1527 Ahmosis Antiguo Reino hitita Los israelitas Rey Samsuditana
1552-1306 J atusil I (1550) se asientan en 1561-1530
Mursilis I (1530) la tierra de Gosen.
José en Egipto
1527-1506 . Amenofis I Epoca de los coseos
1506-1494 Tutmosis 1 1530-1155
1494-1490 Tutmosis II Agum II 1530
1490-1468 Hatshepsut
1490-1436 Tutmosis 111 Ualmburiash1450
1438-1412 Amenofis II Karaindash 1420
1412-1402 Tutmosis IV
1402-1364 Amenofis Ili Shupiluliuma 1 Kurigalzu 1 1380
1364-1347 Amenofis IV 1370-1332 Bumaburiash Il
1351-1348 Semenjkare 1350
1347-1338 Tutankam6n Kurigalzu 1i
1338-1334 Eje 1336-1314
1334-1306 Haremheb Mursilis Il Nazimarutash
1330-1292 1313-12 88

Dinastía XIX 1306-1304 Ramsés I Reiuno de Asia


1306-1186 1304-1290 Seti 1 Central1380-1078
�---- --
---- -�-

1224-1204 Merenptah Moisés y Aarón frente


al faraón
(Ex. 2, S y sig.)
Las diez plagas
Huida de Egipto
Primera mención
del nombre de ISRAEL

1204-1200
1200-1194 Seti 11
1194-1188 Siptah
1194-1186 Tausret
Dinastía XX 1186-1184 Sethnajt
1184-1153 Ramsés III
1153-1146 Ramsés IV
1146-1142 Ramsés V
1142-1135 · Ramsés VI
1135-1129 Ramsés VII
1129-1127 Ramsés VIII Nab.ucodonosor de
1127-1109 Ramsés IX Lucha libertadora de Babilonia 1128-1105
1109-1099 Ramsés X las tribus del norte Tiglatpilesar
contra los cananeos 1116-1078
(batalla de Debora,
Jue. 4,5)

1099-1070 Ramsés XI 1125; lucha de libera-


ción de las tribus pa-
lestinas del centro
contra los filisteos
(Saúl 1050)
TABLA CRONOLOGICA DE RAMSES 11

Nacido alrededor del1314, nombre de coronación:


Menpehti-Re-Ramesse.
Nombre al subir al trono:User-maat-Re-Setepen-Re.

Año Edad Año de


gobierno

1290 24 1 Gobierno absoluto; Fiesta Opet en Tebas;


Nacimiento de Caemvese, cambio hacia la
técnica del relieve rebajado

1289 25 2 Estela de Assuán en conmemoración del vía-


je de inspección a Nubia; estela al sur del
Nabr el-Kelb

1288 26 3 Casa real en Menfis; estela de Kuban informa


de las actividades en Nubia; Luxor, pilón mu-
ro oriental

1287 27 4 Nabr el-Kelb, estela central; primeras activi-


dades en Asia, separación de Amurru de
Jatti

1286 28 S Marcha por la costa basta el Líbano, batalla


de Kadesb conlra los bititas, in�cripciones de
Kadesb

1285 29 6 Amurru vuelve a anexionarse a Jatti,


1285-1279 Urjitesbup, rey de los bititas

1284 30 7 Fragmento de la estela de Aniba menciona


el año de gobierno

1283 31 8 Nuevas acciones bélicas contra los bititas; es-


tela de Heliópolis (canteras de los Montes
Rojos); construcción de almacenes

1282 32 9 Papiro Sallier 111: "Poema de Kadesh" Der


el-Medine; Estela de Hathor, papiro Cairo
86637 "Calendario Cairo"

1281 33 10 Fin de las luchas con los hititas

1280 34 11

1279 35 12
1278 36 13 Jatusil 111 coronado rey de los hititas;
tensiones con Egipto; Serapeo: estela de
Apis

1277 37 14 La estela de Paser en Abidos menciona el


año de gobierno ·

1276 38 15 Papiro Cairo 65739 menciona el año de go-


bierno.

1275 39 16 Su hijo Caemvese sacerdote de Sem; mención


del año en la estela de Apis (Serapeo)

1274 40 17 Inscripción de la tumba 311 en Deir ei-Bahri:


gran sacerdote de Amón Nb-ntrw

1273 41 18 Sube al trono Kadashman-Enlil; estela de


Besan; inscripciones en la tumba de Mes
(Sakkara)

1272 42 19 Ostracón 31 Del ei-Medine menciona el año


de gobierno

1271 43 20 Pequeilo templo de Abu Simbel; fragmento


de Kefrén (Giseh)

1270 44 21 Día 21 del primer Peret, tratado de paz con


los hititas; se comienza a construir el Gran
templo de Abu Símbel

1269 45 22

1268 .46 23 Estela de Bentresh, Louvre (fechado con


. posterioridad); Estela de Apis (Serapeo)

1267 47 24

1266 48 25 Caemvese, su hijo favorito es nombrado sumo


sacerdote en Menfis a los 25 años

1265 49 26 Entierro de un toro Apis en el Serapeo


(Sakkara); Ostracón 250 Der ei-Medíne

1264 50 27 Inscripción con tinta en un fragmento de es-


tatua en Medinet Habu (adjudicada también
a Haremheb)

1263 51 28

1262 52 29 Deceso de Nefertari, madre de sus hijos }Q,


3g, llg y 16g entre 1264 y 1260
1261 53 30 Primer aniversario de gobierno (Heb-Sed}
anunciado por su hijo Caemvese, inscripcio-
nes en Biga y Gebel es-Silsile

1260 54 31 En el cuarto decenio de gobierno muere el


príncipe heredero Amonherjopshef

1259 55 32 Ramsés resuelve ser deificado

1258 56 33 Segundo Heb-Sed, inscripción rupestre en la


isla Sehel; papiro Anastasi V, 24, 7-8

1257 57 34 Casamiento con una hija de Jatusil, estela de


la boda en Abu Simbel (2), Amara oeste,
Elefantina, Karnak

12s6 58 35 Terminación del templo rupestre de Abu Sim-


be! "Decreto de Ptah" en Abu Simbel

1255 59 36 Inscripción de Biga: referencia al tercer Heb-


Sed

1254 60 37 Estela de aniversario Gebel es-Silsile

1253 61 38 Estela del virrey de Kush en Abu Simbel

1252 62 39 Inscripción ·sobre una jarra de vino· nll 321


en el Rameseo

1251 63 40 Inscripción de Sehel: Caemvese anuncia el


cuarto Heb-Sed; Amonherjopshef ha muerto,
el príncipe Ramsés vive aún

1250 64 41

1249 65 42 Quinto Heb-Sed; inscripciones en Gebel es-


Silsile, EI-Kab, Assuán, Cataract-Hotel Park,
estela de Venofer en Abidos

124!1 66 43 Alrededor de esta época: muerte de Jatusil III;


le sucede Tudialiya IV

1247 67 44 Gebel es-Silsile: estela del visir Huy con el


anuncio del sexto Heb-Sed

1246 68 45 Sexto Heb-Sed; inscripción 1401 Valle de los


Reyes

1245 69 46 Papiro Berlín 3047 enumera una serie de


altos funcionarios

1244 70 47
1243 71 48 Séptimo Heb-Sed; inscripción de una jarra
de vino y ostracón 294 de Der el-Medine

1242 72 49 Inscripción de una jarra Der el-Medine men-


ciona el año de gobierno

1241 73 50 Inscripción de Busiris menciona año de go-


bierno

1240 74 51 Octavo Heb-Sed: inscripción en el templo de


Armant, Estela de Assiut

1239 75 52 Papiro Leiden 1350 menciona una importante


fecha lunar y al príncipe Caemvese, quien por
consiguiente vive aún

1238 76 53, Ramsés es padre de nuevo (Ostracón Louvre


2261)

1237 77 54 Noveno Heb-Sed, anuncio en el pilón del


templo de Armant

1236 78 55 Muerte de Caemvese, Merenptah pasa a ser


príncipe heredero

1235 79 56 Papiro Sallier IV; inscripción de una jarra de


vino de Aniba

1234 80 57 Décimo Heb-Sed, anuncio en el pilón del


templo de Armant

1233 81 58 Inscripción de una jarra 300 del Rameseo


menciona el al\o de gobierno

1232 82 59 'Ostracón Cairo 25619 menciona año de go-


bierno •,

1231 83 60 Undécimo Heb-Sed, pilón de Armant

1230 84 61 Papiro Gurob; estela de Assiut

1229 85 62 Estela 163 del Museo Británico, estela de


un escriba con su familia

1228 86 63 Duodécimo Heb-Sed, inscripción en el pilón


de Armant, ostracón 285 Der el-Medine

1227 87 64 Ostracón 621 Der ei-Medine menciona el año


de gobierno
1226 88 65 Tabla votiva de Sesebi
1225 89 66 Presumiblemente, decimotercero y último
aniversario de gobierno, fragmento en el
templo de Armant, Estela Coptos

1224 90 67 Papiro Gurob, cita el "año 67, primer mes


Ashet, dfa 18" y el "año 1, segundo mes Ashet
día 19"; presumiblemente Ramsés 11 murió el
12 de j ulio; estela de Abidos, Ramsés IV, cita
el afio 67 del gobierno de Ramsés II
ARBOL GENEALOGICO DE RAMSES· 11

Bent-Anta Maa-Neferu-Re Nefertari

Meriere

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