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Introducción
Las páginas que siguen pretenden que el lector comprenda que el pasado se interpreta con
datos, archivos, testimonios y herramientas científicas, pero también con pasión, posición
ideológica y política. No se quiere con esto descalificar “la verdad” de los hechos que
presentan los historiadores, sino comprender que la identidad o el ser de un pueblo pasa
indiscutiblemente por saber cómo se configuró el mismo, a través de la formación cívica,
popular, institucional y académica. Saber lo que fuimos y somos, permite pensar e imaginar
lo que podríamos ser. Entonces, entender los acontecimientos más importantes que forjaron
nuestro país, requiere un estudio preliminar de las fuentes desde donde se construyó nuestra
idea de nación y pueblo mexicano.
Son dos los acontecimientos que revisaremos en esta entrega, a saber, la Independencia y la
Revolución mexicana. La razón: son dos de los acontecimientos centrales mediante los
cuales se ha configurado no sin tensión y conflicto hermenéutico, la identidad del país.
1
Texto inédito.
La Independencia de México en la historiografía
Comencemos por lo siguiente: por lo menos desde el siglo XVI los patriotas criollos como
Gonzalo Fernández de Oviedo (1478-1557), Francisco López de Gómara (1510-1553) y
Antonio Herrera (1559-1625) imaginaron en sus crónicas a los habitantes originales de
México como bárbaros, sanguinarios y sin patria. Esto es, España era la verdadera patria. 2
Esta interpretación ubicó a México al interior de la historia universal del cristianismo. En
otras palabras, la Nueva España no existiría si no se hubiese integrado al movimiento
universal de salvación de la humanidad del que España era intermediario legítimo. “A
través de esta empresa historiográfica, los criollos habían logrado reconocerse a sí mismos
como ciudadanos libres de una república cristiana y, a la vez, como súbditos fieles del rey,
pero no lograron nunca el reconocimiento de esta libertad por parte de la misma Corona”. 3
Los eventos como las Reformas Borbónicas, la expulsión de los jesuitas en 1767, la
secularización e Ilustración europea, el desprecio a América en el viejo continente, sobre
todo al considerarla “pueblo sin historia” y sin libertad, dejaron sin efecto la identidad de
los criollos. Ese fue uno de los primeros prejuicios en las mentes de los habitantes criollos e
indígenas del continente: América no es libre y naturalmente es inferior a Europa. Para el
colmo, Buffon, Corlelius De Pauw, Emmanuel Kant y Georg W. F. Hegel aportaron
elementos para justificar la inmadurez histórica de América frente a la libertad alcanzada
por Europa.4
El deshonor y falta de respeto a los criollos colmó los sentimientos de éstos quienes
tuvieron un defensor inteligente fuera de la patria: Francisco Javier Clavijeiro (1731-1787).
Con el tiempo el patriotismo criollo fue defendiéndose con elementos de la propia
ilustración (igualdad, legalidad, libertad, ciudadanía, derechos) para transformar la
concepción agustina de la historia de la Nueva España, por una historia constitucional de
una república cristiana libre y vinculada consensualmente a la monarquía. 5 En este tenor, la
obra de Servando Teresa de Mier (1763-1827) Historia de la revolución de la Nueva
España escrita entre 1811 y 1813 en Cádiz y en Londres ofreció elementos al criollo para
su pensar libertario y autónomo.6 Con la crisis del Imperio en 1808, la rivalidad entre
criollos y peninsulares se hizo cada vez más aguda. Pero debe quedar claro una cosa: la
2
Antonio Annino, “Historiografía de la Independencia (siglo XIX), en la independencia”, en La
independencia, CIDE/FCE, México, 2008, p. 13.
3
Ibid. P. 14.
4
Cfr. Edmundo O’Gorman, Fundamentos de la historia de América, Imprenta universitaria, México,
1942; Antonello Gerbi, La disputa del nuevo mundo, FCE, Buenos Aires, 1960.
5
Antonio Annino, op. cit. P. 21.
6
Ibid. P. 23.
autonomía y la insurgencia de los criollos no significaban aún independencia y revolución
de la Nueva España. Desde esta perspectiva saltan preguntas para los historiadores ¿Qué
patria entonces habría que escribir? ¿La criolla, la monárquica, la eclesiástica, la
independiente?
En la historiografía mexicana del siglo XIX surgió este problema porque habría que
construir la identidad de la nueva patria. No cabe duda que la guerra de Independencia fue
una batalla entre mexicanos (insurgentes y realistas) por lo que su gesta la narraron quienes
participaron en ella como testigos o protagonistas. Su pasión, patriotismo y memoria,
estuvieron presentes a la hora de redactar los hechos. La aparición de la opinión pública en
1821 a través de la prensa permitió que la lectura hiciera su tarea de formar el civismo del
nuevo mexicano en un imaginario patriótico. Los historiadores comenzaron a tener su
público. Carlos María de Bustamante (1774-1848) “famoso por el Cuadro histórico de la
Revolución mexicana publicado por entregas semanales de sólo 12 páginas entre 1821 y
1827, y, posteriormente, editado en cinco volúmenes entre 1843 y 1846”7 logró representar
de manera literaria y coherente el vínculo que hoy imaginamos entre Independencia y
patria. También Vicente Rocafuerte (1783-1847), Lorenzo de Zavala (1788-1836), José
María Luis Mora (1794-1850) y Lucas Alamán (1792-1853) hicieron lo suyo. En todo
momento existió un equilibrio para entender la Independencia de Hidalgo, continuada por
Iturbide; liberal ilustrada, por un lado, y católica y conservadora por el otro. Aunque hoy
sabemos que los liberales triunfaron en el campo del poder político, en el campo de la
cultura, el conservadurismo monárquico y el catolicismo peninsular siguió existiendo. En
cuanto a la historiografía decimonónica, la interpretación política de la guerra de
Independencia se vio fortalecida por los trabajos de Ignacio Manuel Altamirano, Guillermo
Prieto, Justo Sierra, Vicente Riva Palacio, entre otros. A propósito de este último, hoy se
considera a México a través de los siglos la enciclopedia sobre la historia de México que
fue publicada en 1884 por las casas editoriales de Espasa y Compañía (España) y J.
Ballescá y Compañía (México), como la obra cumbre de ese siglo.8
7
Ibid. P. 33.
8
Según la publicidad de la época, se trataba de "Historia general y completa del desenvolvimiento
social, político, religioso, militar, artístico, científico y literario de México, desde la antigüedad más remota
hasta la época actual", finalmente declarándose como "Obra única en su género". Este proyecto literario fue
ideado en 1882 por los editores José Ballescá y Santiago Ballescá, quienes confiaron su dirección editorial al
general Vicente Riva Palacio. En su autoría participaron historiadores como Alfredo Chavero, Juan de Dios
Arias, Enrique de Olavarría y Ferrari, José María Vigil y Julio Zárate; el propio Riva Palacio escribió el
segundo tomo dedicado a la Colonia. La obra se divide en 5 tomos: Tomo I: "Historia antigua y de la
conquista" (desde la antigüedad hasta 1521) Por Alfredo Chavero Tomo II: "Historia del virreinato" (1521 -
1807) Por Vicente Riva Palacio. Tomo III: "La guerra de independencia" (1808 - 1821) Por Julio Zárate.
Tomo IV: "México independiente" (1821 - 1855) Por Juan de Dios Arias (quien murió mientras lo escribía) y
fue continuada por Enrique de Olavarría y Ferrari. Tomo V: "La reforma" (1855 - 1867) Por José María Vigil.
En suma, por mucho tiempo la Independencia representó el levantamiento del cura Hidalgo
a favor de la autonomía de la Nueva España, la legitimidad del rey Fernando VII y de la
veneración de la virgen de Guadalupe como símbolo de la identidad nacional. Esto quiere
decir que no siempre se entendió la Independencia como una revolución, ni como una
emancipación de España. Tampoco los actores que participaron fueron visibilizados pronto.
Indígenas, campesinos, peones, mujeres, tardaron en aparecer en los estudios de la historia
del México independiente.
10
Ibid. P. 102-103.
11
Ibid. P. 196.
José Vasconcelos en su Breve historia de México (1937) ya no era tan amable con los
llamados héroes de la Independencia al intentar presentarlos como hombres de su tiempo.
Además, le otorgaba mayor crédito a la desintegración del Imperio español que a las
acciones de Hidalgo, Morelos o Guerrero. Posteriormente, en el periodo cardenista de los
años treinta se atizaron las disputas historiográficas sobre la Independencia de México al
incorporarse corrientes radicales del nacionalismo revolucionario como el de Luis Cabrera
y Andrés Molina Enríquez quienes detentaban un tufillo anticriollo y una reivindicación de
los campesinos, indígenas y mestizos quienes según ellos, conformaban la identidad
nacional.
12
Luis Barrón, Historias de la Revolución mexicana, CIDE/FCE, México, 2004, p. 28.
marxista en las ciencias sociales, y del auge de la ideología marxista en las universidades
después de la guerra de Vietnam”.13
En efecto, la Revolución mexicana fue un suceso muy complejo que todavía requiere
revisión y estudio. Sin embargo la tesis en torno a que fue exclusivamente un levantamiento
popular con un plan específico que derribó a la clase dominante es hoy ya desechada. Las
comparaciones con la Revolución rusa, estadounidense o China, está por demás. Cada una
tiene su especificidad, pero en lo que coinciden es en la gran conmoción que ocasionaron
en todos los ámbitos. El problema es suponer de manera mecánica que una revolución es
una lucha entre ricos contra pobres y que son estos últimos lo que acceden al poder. Esta es
una manera equivocada de entender las revoluciones. Cada que se genera una, su proceder
y desarrollo es singular. La Revolución mexicana tuvo distintas fases y sus actores fueron
13
Ibid. pp. 29-30.
14
Ibid. p. 30.
15
“Los trabajos de Mark Wasserman (Chihuahua), Romana Falcón Y soledad García (San Luis Potosí
y Veracruz), Thomas benjamín (Chiapas), Gilbert Joseph (Yucatán), William Meyers (La Laguna), Héctor
Aguilar Camín, Barry Carr (ambos sobre Sonora), Raymond Buve (Tlaxcala), Ian jacobs (Guerrero), John
Womack (Morelos) y Paul Garner (Oaxaca) por nombras sólo a los más destacados, fueron en mayor o menor
medida estudios que, basándose en la historia regional, resultaron piezas clave para llevar a cabo la empresa
del revisionismo. Una vez que se pudo colocar sistemáticamente a la Revolución bajo el lente de la
microhistoria, las insufiencias y los fracasos del movimiento iniciado en 1910 salieron a la luz”. Véase: Luis
Barrón, Historias de la Revolución mexicana, CIDE/FCE, México, 2004, pp. 32-33.
16
Ibid. p. 37.
muy diversos. Terratenientes, campesinos, clases medias, militares, obreros, indígenas,
intelectuales y mujeres, cada uno representó un papel en los distintos contextos y periodos
en los que se presentó la gesta. Existe todo un campo de estudio particular que ayuda a
comprender el fenómeno de la Revolución en su totalidad: la historia política, económica,
social, militar, intelectual, cultural, étnica y de género.
Pero tampoco se puede negar que la mitificación de este fenómeno social sirvió por décadas
a quienes han gobernado el país por más de setenta años y que la Revolución misma no
modificó radicalmente la estructura del Antiguo Régimen porque, aunque el Estado
posrevolucionario incorporó a sus filas a las masas campesinas y proletarias, lo hizo
siempre de manera corporativa permitiéndole institucionalizar un discurso que ayudó a
consolidar el desarrollo capitalista en el país, mediante un Estado controlado por una clase
gobernante aliada a la burguesía mexicana y extranjera.
Es justo decir que al revisionismo sobre la historia de México también le llovieron críticas.
Estas provenían de la llamada "nueva historia cultural" de México. La nueva historia
cultural es aquella versión historiográfica que se ocupa de las representaciones del mundo
social que se desarrollan en las mentalidades de una sociedad. Surge en oposición a la
historia política y militar que dominó durante bastante tiempo el campo historiográfico
europeo.
La nueva historia cultural de México data de los años noventa del siglo XX y surge en la
academia estadounidense. El interés está centrado en el estudio de los procesos mentales y
simbólicos de los sujetos quienes participan en algún proceso histórico en el que juegan un
papel crucial para la constitución de relaciones sociales, políticas y económicas de poder en
una determinada sociedad. Es decir, la atención está concentrada en la gente común y
corriente, en los grupos subalternos, en los sujetos invisivilizados de la historia oficial o
estructuralista los cuales resisten y se adaptan a las dinámicas de las clases dominantes,
pero influyendo de manera eficaz en la consolidación de un statu quo. Florencia E. Mallon,
Eric Van Young, Mary Kay Vaughan, Gilbert M. Joseph y Daniel Nugent, serían algunos
representantes de esta perspectiva histórica. Esta corriente de historiografía ha sido
cuestionada en su base epistemológica. Stephen Haber ha expresado que esta nueva historia
cultural de México es demasiado subjetiva, política y sus categorías de análisis y sistemas
de clasificación vagos, imprecisos e inconsistentes. “El resultado neto es un cuerpo de
conocimiento en el cual las brechas en la evidencia y las inconsistencias lógicas se cubren
con argumentos basados en el recurso de autoridad, enunciados morales y artificios de
interpretación reflexiva”.17
17
Cfr. Stephen Haber. "Anything Goes: Mexico’s «New» Cultural History", en Hispanic American
Historical Review, 79:2 (mayo 1999). Traducción por Sandra Kuntz Ficker en línea:
http://hicu.dosmildiez.net/seminario/wp-content/uploads/2008/01/la-nueva-historia-cultural.pdf (Consulta:
5de agosto de 2013)
Sin embargo, es útil saber cómo las masas populares participaron en la Independencia y la
Revolución desde una óptica más antropológica y sociológica. El enfoque culturalista de
ambos sucesos históricos, coadyuvan a tener un mapa más completo de lo que fue nuestro
pasado. Los aspectos cotidianos de la formación del estado de Gilbert M Joseph y Daniel
Nugent, así como La otra rebelión: la lucha por la independencia de México, 1810-1821,
de Eric van Young, fortalecen la comprensión de ambas gestas.
Palabras finales
18
El Nuevo pasado mexicano, Cal y Arena, México, 2009.
19
Ibid. p. 124.
historiografía y los habitantes de este país, tendrán que comenzar a interpretar lo acontecido
y los días por venir.