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La interpretación de los hechos del pasado: el caso de México1

Jaime Torres Guillén

Introducción

En buena medida México ha construido su identidad a partir de lo realizado por la


historiografía. Si la nación es uno de los grandes inventos del siglo XIX en Europa, en
México los historiadores decimonónicos también imaginaron el tipo de sociedad que
seríamos bajo ese concepto. Las revoluciones fueron el pretexto. Imaginar a un pueblo que
lucha por su libertad dejando atrás su pasado para construir su futuro y su nuevo ser, se
convirtió en el camino a seguir de quienes se empeñaron en otorgar una ontología a los
mexicanos del siglo XIX y XX. Entender las formaciones colectivas a partir de su origen y
evolución, pasa por escudriñar la historiografía que las hizo posible. Una pregunta inicial
para entender lo que somos y hemos sido los mexicanos, por lo menos desde el siglo XIX
es ¿Cómo se construyó historiográficamente la identidad de México?

Las páginas que siguen pretenden que el lector comprenda que el pasado se interpreta con
datos, archivos, testimonios y herramientas científicas, pero también con pasión, posición
ideológica y política. No se quiere con esto descalificar “la verdad” de los hechos que
presentan los historiadores, sino comprender que la identidad o el ser de un pueblo pasa
indiscutiblemente por saber cómo se configuró el mismo, a través de la formación cívica,
popular, institucional y académica. Saber lo que fuimos y somos, permite pensar e imaginar
lo que podríamos ser. Entonces, entender los acontecimientos más importantes que forjaron
nuestro país, requiere un estudio preliminar de las fuentes desde donde se construyó nuestra
idea de nación y pueblo mexicano.

Son dos los acontecimientos que revisaremos en esta entrega, a saber, la Independencia y la
Revolución mexicana. La razón: son dos de los acontecimientos centrales mediante los
cuales se ha configurado no sin tensión y conflicto hermenéutico, la identidad del país.

1
Texto inédito.
La Independencia de México en la historiografía

Comencemos por lo siguiente: por lo menos desde el siglo XVI los patriotas criollos como
Gonzalo Fernández de Oviedo (1478-1557), Francisco López de Gómara (1510-1553) y
Antonio Herrera (1559-1625) imaginaron en sus crónicas a los habitantes originales de
México como bárbaros, sanguinarios y sin patria. Esto es, España era la verdadera patria. 2
Esta interpretación ubicó a México al interior de la historia universal del cristianismo. En
otras palabras, la Nueva España no existiría si no se hubiese integrado al movimiento
universal de salvación de la humanidad del que España era intermediario legítimo. “A
través de esta empresa historiográfica, los criollos habían logrado reconocerse a sí mismos
como ciudadanos libres de una república cristiana y, a la vez, como súbditos fieles del rey,
pero no lograron nunca el reconocimiento de esta libertad por parte de la misma Corona”. 3
Los eventos como las Reformas Borbónicas, la expulsión de los jesuitas en 1767, la
secularización e Ilustración europea, el desprecio a América en el viejo continente, sobre
todo al considerarla “pueblo sin historia” y sin libertad, dejaron sin efecto la identidad de
los criollos. Ese fue uno de los primeros prejuicios en las mentes de los habitantes criollos e
indígenas del continente: América no es libre y naturalmente es inferior a Europa. Para el
colmo, Buffon, Corlelius De Pauw, Emmanuel Kant y Georg W. F. Hegel aportaron
elementos para justificar la inmadurez histórica de América frente a la libertad alcanzada
por Europa.4

El deshonor y falta de respeto a los criollos colmó los sentimientos de éstos quienes
tuvieron un defensor inteligente fuera de la patria: Francisco Javier Clavijeiro (1731-1787).
Con el tiempo el patriotismo criollo fue defendiéndose con elementos de la propia
ilustración (igualdad, legalidad, libertad, ciudadanía, derechos) para transformar la
concepción agustina de la historia de la Nueva España, por una historia constitucional de
una república cristiana libre y vinculada consensualmente a la monarquía. 5 En este tenor, la
obra de Servando Teresa de Mier (1763-1827) Historia de la revolución de la Nueva
España escrita entre 1811 y 1813 en Cádiz y en Londres ofreció elementos al criollo para
su pensar libertario y autónomo.6 Con la crisis del Imperio en 1808, la rivalidad entre
criollos y peninsulares se hizo cada vez más aguda. Pero debe quedar claro una cosa: la
2
Antonio Annino, “Historiografía de la Independencia (siglo XIX), en la independencia”, en La
independencia, CIDE/FCE, México, 2008, p. 13.
3
Ibid. P. 14.

4
Cfr. Edmundo O’Gorman, Fundamentos de la historia de América, Imprenta universitaria, México,
1942; Antonello Gerbi, La disputa del nuevo mundo, FCE, Buenos Aires, 1960.
5
Antonio Annino, op. cit. P. 21.

6
Ibid. P. 23.
autonomía y la insurgencia de los criollos no significaban aún independencia y revolución
de la Nueva España. Desde esta perspectiva saltan preguntas para los historiadores ¿Qué
patria entonces habría que escribir? ¿La criolla, la monárquica, la eclesiástica, la
independiente?

En la historiografía mexicana del siglo XIX surgió este problema porque habría que
construir la identidad de la nueva patria. No cabe duda que la guerra de Independencia fue
una batalla entre mexicanos (insurgentes y realistas) por lo que su gesta la narraron quienes
participaron en ella como testigos o protagonistas. Su pasión, patriotismo y memoria,
estuvieron presentes a la hora de redactar los hechos. La aparición de la opinión pública en
1821 a través de la prensa permitió que la lectura hiciera su tarea de formar el civismo del
nuevo mexicano en un imaginario patriótico. Los historiadores comenzaron a tener su
público. Carlos María de Bustamante (1774-1848) “famoso por el Cuadro histórico de la
Revolución mexicana publicado por entregas semanales de sólo 12 páginas entre 1821 y
1827, y, posteriormente, editado en cinco volúmenes entre 1843 y 1846”7 logró representar
de manera literaria y coherente el vínculo que hoy imaginamos entre Independencia y
patria. También Vicente Rocafuerte (1783-1847), Lorenzo de Zavala (1788-1836), José
María Luis Mora (1794-1850) y Lucas Alamán (1792-1853) hicieron lo suyo. En todo
momento existió un equilibrio para entender la Independencia de Hidalgo, continuada por
Iturbide; liberal ilustrada, por un lado, y católica y conservadora por el otro. Aunque hoy
sabemos que los liberales triunfaron en el campo del poder político, en el campo de la
cultura, el conservadurismo monárquico y el catolicismo peninsular siguió existiendo. En
cuanto a la historiografía decimonónica, la interpretación política de la guerra de
Independencia se vio fortalecida por los trabajos de Ignacio Manuel Altamirano, Guillermo
Prieto, Justo Sierra, Vicente Riva Palacio, entre otros. A propósito de este último, hoy se
considera a México a través de los siglos la enciclopedia sobre la historia de México que
fue publicada en 1884 por las casas editoriales de Espasa y Compañía (España) y J.
Ballescá y Compañía (México), como la obra cumbre de ese siglo.8

7
Ibid. P. 33.

8
Según la publicidad de la época, se trataba de "Historia general y completa del desenvolvimiento
social, político, religioso, militar, artístico, científico y literario de México, desde la antigüedad más remota
hasta la época actual", finalmente declarándose como "Obra única en su género". Este proyecto literario fue
ideado en 1882 por los editores José Ballescá y Santiago Ballescá, quienes confiaron su dirección editorial al
general Vicente Riva Palacio. En su autoría participaron historiadores como Alfredo Chavero, Juan de Dios
Arias, Enrique de Olavarría y Ferrari, José María Vigil y Julio Zárate; el propio Riva Palacio escribió el
segundo tomo dedicado a la Colonia. La obra se divide en 5 tomos: Tomo I: "Historia antigua y de la
conquista" (desde la antigüedad hasta 1521) Por Alfredo Chavero Tomo II: "Historia del virreinato" (1521 -
1807) Por Vicente Riva Palacio. Tomo III: "La guerra de independencia" (1808 - 1821) Por Julio Zárate.
Tomo IV: "México independiente" (1821 - 1855) Por Juan de Dios Arias (quien murió mientras lo escribía) y
fue continuada por Enrique de Olavarría y Ferrari. Tomo V: "La reforma" (1855 - 1867) Por José María Vigil.
En suma, por mucho tiempo la Independencia representó el levantamiento del cura Hidalgo
a favor de la autonomía de la Nueva España, la legitimidad del rey Fernando VII y de la
veneración de la virgen de Guadalupe como símbolo de la identidad nacional. Esto quiere
decir que no siempre se entendió la Independencia como una revolución, ni como una
emancipación de España. Tampoco los actores que participaron fueron visibilizados pronto.
Indígenas, campesinos, peones, mujeres, tardaron en aparecer en los estudios de la historia
del México independiente.

Ya entrado el siglo XX, la Antología del centenario. Estudio documentado de la literatura


mexicana durante el primer siglo de Independencia (1910), “compilada por Luis G. Urbina,
Pedro Henríquez Ureña y Nicolás Rangel, bajo la dirección de Justo Sierra, entonces
secretario de Instrucción Pública y Bellas Artes, fue uno de los primeros intentos de
establecer un canon de literatura nacional en la época de la Independencia”. 9 Aunque en
Documentos históricos mexicanos de Genaro García, éste intentó presentar una versión más
mesurada del proceso político de la Independencia, la representación en el imaginario de
los intelectuales y el pueblo en general era que los héroes y caudillos separatistas tenían el
reconocimiento ya ganado, mientras que el virreinato y la contrainsurgencia era
considerada un mal para la patria. Era de esperarse, en 1910, centenario de la
Independencia, Porfirio Díaz aprovechó las apologías a este acontecimiento como una
forma de legitimación de su régimen. Desde ese entonces hasta la fecha, en Palacio
Nacional se sigue retóricamente expresando la idea de que los héroes nacionales que
forjaron la nación la liberaron de la opresión española. La jugada de Porfirio Díaz era que
todo mundo pensara que la “estabilidad y progreso” de su gobierno eran fruto de las gestas
de los primeros héroes nacionales como lo aclamaban una y otra vez su Secretario de
Estado, Enrique Creel y Justo Sierra, Secretario de Instrucción Pública.10

La centralidad de los festejos de la Independencia cambió en 1921. En el gobierno de


Álvaro Obregón, Vicente Guerrero y no Agustín de Iturbide fue el héroe más venerado. 11
Los usos políticos del pasado comenzaron a surtir efecto en las masas. La interpretación era
hecha desde una óptica revolucionaria y plenamente agrarista. En el México revolucionario
la Independencia comenzó a perder brillo frente a la gesta de Zapata y Villa. Manuel Gamio
en Forjando Patria (1916) consideraba a la Revolución de 1910 como una segunda
Independencia que por fin dio libertad a los mexicanos. La crítica al porfirismo y sus
defensores había comenzado. Entonces, para escribir la historia del país, el ámbito
académico se mezclaba con el conflicto ideológico.
9
Rafael Rojas, Historiografía de la Independencia (siglo XX), en la independencia”, en La
independencia, CIDE/FCE, México, 2008, p. 99.

10
Ibid. P. 102-103.

11
Ibid. P. 196.
José Vasconcelos en su Breve historia de México (1937) ya no era tan amable con los
llamados héroes de la Independencia al intentar presentarlos como hombres de su tiempo.
Además, le otorgaba mayor crédito a la desintegración del Imperio español que a las
acciones de Hidalgo, Morelos o Guerrero. Posteriormente, en el periodo cardenista de los
años treinta se atizaron las disputas historiográficas sobre la Independencia de México al
incorporarse corrientes radicales del nacionalismo revolucionario como el de Luis Cabrera
y Andrés Molina Enríquez quienes detentaban un tufillo anticriollo y una reivindicación de
los campesinos, indígenas y mestizos quienes según ellos, conformaban la identidad
nacional.

Con la profesionalización de la historiografía mexicana en instituciones como El Colegio


de México, el Instituto de Historia de la UNAM, el INAH, entre otras, la especialización en
los estudios de la Independencia se realizaron con mayor rigor científico. El canon lo vino a
poner Luis Villoro en La revolución de Independencia. Ensayo de interpretación histórica
(1953).

La Revolución Mexicana y sus intérpretes

Uno de los primeros intérpretes de la Revolución mexicana fue el estadounidense Frank


Tannenbaum. La tesis principal de este historiador fue que aquella, era un auténtico
levantamiento popular, agrarista y nacionalista, pero que aunque vio la lucha de las clases
populares por derribar a la élite porfirista y cambiar a la clase en el poder del estado, los
revolucionarios nunca tuvieron un plan ni programa de transformación social. 12. A esta
interpretación se sumaron Jesús Silva Herzog, Manuel González Ramírez, Anita Brenner,
Howard Cline y Eric Wolf. Todos ellos, historiadores profesionales, basaron sus
investigaciones en fuentes primarias y secundarias del proceso revolucionario.

Hacia los años veinte politólogos e historiadores comenzaron a cuestionar que la


Revolución mexicana hubiese sido en realidad un levantamiento popular e incluso una
revolución que hubiese transformado la realidad del país. Los pobres y olvidados desde el
siglo XIX seguían sumidos en la pobreza y una élite seguía dominando la economía, la
cultura, la política y el poder del Estado. Así lo expresaron Luis Cabrera y Daniel Cosío
Villegas y para la segunda mitad del siglo XX Lorenzo Meyer y Álvaro Matute. “Del
mismo modo, un revisionismo ya propiamente historiográfico empezó a madurar a partir de
la profesionalización de la historia regional; de que importantes archivos como el General
de la Nación y el de la Secretaria de Relaciones Exteriores –así como archivos locales más
pequeños- se hicieron accesibles para los investigadores; de la consolidación del paradigma

12
Luis Barrón, Historias de la Revolución mexicana, CIDE/FCE, México, 2004, p. 28.
marxista en las ciencias sociales, y del auge de la ideología marxista en las universidades
después de la guerra de Vietnam”.13

A partir de aquí, nuevos enfoque sobre la Revolución se hicieron presentes. El más


significativo fue el de La cristiada de Jean Meyer. Pero se sumaron a la interpretación de la
Revolución mexicana en perspectiva marxista, John Womack, Adolfo Gilly, Arnaldo
Córdova y James Cockcroft. Ellos cuestionaron los trabajos de Frank Tannenbaum y toda la
versión oficial de la revolución, argumentando que ésta fue una lucha de clases que terminó
en una revolución burguesa.14 Es decir, la Revolución no fue planeada, ni organizada por
las masas populares, sino por las élites del país que habían entrado en conflicto. Por esta
razón, para estos revisionistas el estado de cosas del Antiguo Régimen seguía vivo. Los
datos que proporcionaron en los años setenta la historia regional 15 y la realidad nacional de
las últimas décadas del siglo XX, confirmaron estas tesis. Sin embargo, aunque alejados de
las tesis de Tannenbaum en el sentido de que la Revolución había sido un acontecimiento
unidimensional y meramente popular, historiadores extranjeros como Hans Wener Tobler,
John Hart, Friedrich Katz y Alan Knight escribieron voluminosos libros para defender la
idea de Tannembaum en torno a que la Revolución había sido un auténtico levantamiento
social que había transformado las estructuras del país.16

En efecto, la Revolución mexicana fue un suceso muy complejo que todavía requiere
revisión y estudio. Sin embargo la tesis en torno a que fue exclusivamente un levantamiento
popular con un plan específico que derribó a la clase dominante es hoy ya desechada. Las
comparaciones con la Revolución rusa, estadounidense o China, está por demás. Cada una
tiene su especificidad, pero en lo que coinciden es en la gran conmoción que ocasionaron
en todos los ámbitos. El problema es suponer de manera mecánica que una revolución es
una lucha entre ricos contra pobres y que son estos últimos lo que acceden al poder. Esta es
una manera equivocada de entender las revoluciones. Cada que se genera una, su proceder
y desarrollo es singular. La Revolución mexicana tuvo distintas fases y sus actores fueron

13
Ibid. pp. 29-30.

14
Ibid. p. 30.

15
“Los trabajos de Mark Wasserman (Chihuahua), Romana Falcón Y soledad García (San Luis Potosí
y Veracruz), Thomas benjamín (Chiapas), Gilbert Joseph (Yucatán), William Meyers (La Laguna), Héctor
Aguilar Camín, Barry Carr (ambos sobre Sonora), Raymond Buve (Tlaxcala), Ian jacobs (Guerrero), John
Womack (Morelos) y Paul Garner (Oaxaca) por nombras sólo a los más destacados, fueron en mayor o menor
medida estudios que, basándose en la historia regional, resultaron piezas clave para llevar a cabo la empresa
del revisionismo. Una vez que se pudo colocar sistemáticamente a la Revolución bajo el lente de la
microhistoria, las insufiencias y los fracasos del movimiento iniciado en 1910 salieron a la luz”. Véase: Luis
Barrón, Historias de la Revolución mexicana, CIDE/FCE, México, 2004, pp. 32-33.

16
Ibid. p. 37.
muy diversos. Terratenientes, campesinos, clases medias, militares, obreros, indígenas,
intelectuales y mujeres, cada uno representó un papel en los distintos contextos y periodos
en los que se presentó la gesta. Existe todo un campo de estudio particular que ayuda a
comprender el fenómeno de la Revolución en su totalidad: la historia política, económica,
social, militar, intelectual, cultural, étnica y de género.

Pero tampoco se puede negar que la mitificación de este fenómeno social sirvió por décadas
a quienes han gobernado el país por más de setenta años y que la Revolución misma no
modificó radicalmente la estructura del Antiguo Régimen porque, aunque el Estado
posrevolucionario incorporó a sus filas a las masas campesinas y proletarias, lo hizo
siempre de manera corporativa permitiéndole institucionalizar un discurso que ayudó a
consolidar el desarrollo capitalista en el país, mediante un Estado controlado por una clase
gobernante aliada a la burguesía mexicana y extranjera.

Es justo decir que al revisionismo sobre la historia de México también le llovieron críticas.
Estas provenían de la llamada "nueva historia cultural" de México. La nueva historia
cultural es aquella versión historiográfica que se ocupa de las representaciones del mundo
social que se desarrollan en las mentalidades de una sociedad. Surge en oposición a la
historia política y militar que dominó durante bastante tiempo el campo historiográfico
europeo.

La nueva historia cultural de México data de los años noventa del siglo XX y surge en la
academia estadounidense. El interés está centrado en el estudio de los procesos mentales y
simbólicos de los sujetos quienes participan en algún proceso histórico en el que juegan un
papel crucial para la constitución de relaciones sociales, políticas y económicas de poder en
una determinada sociedad. Es decir, la atención está concentrada en la gente común y
corriente, en los grupos subalternos, en los sujetos invisivilizados de la historia oficial o
estructuralista los cuales resisten y se adaptan a las dinámicas de las clases dominantes,
pero influyendo de manera eficaz en la consolidación de un statu quo. Florencia E. Mallon,
Eric Van Young, Mary Kay Vaughan, Gilbert M. Joseph y Daniel Nugent, serían algunos
representantes de esta perspectiva histórica. Esta corriente de historiografía ha sido
cuestionada en su base epistemológica. Stephen Haber ha expresado que esta nueva historia
cultural de México es demasiado subjetiva, política y sus categorías de análisis y sistemas
de clasificación vagos, imprecisos e inconsistentes. “El resultado neto es un cuerpo de
conocimiento en el cual las brechas en la evidencia y las inconsistencias lógicas se cubren
con argumentos basados en el recurso de autoridad, enunciados morales y artificios de
interpretación reflexiva”.17

17
Cfr. Stephen Haber. "Anything Goes: Mexico’s «New» Cultural History", en Hispanic American
Historical Review, 79:2 (mayo 1999). Traducción por Sandra Kuntz Ficker en línea:
http://hicu.dosmildiez.net/seminario/wp-content/uploads/2008/01/la-nueva-historia-cultural.pdf (Consulta:
5de agosto de 2013)
Sin embargo, es útil saber cómo las masas populares participaron en la Independencia y la
Revolución desde una óptica más antropológica y sociológica. El enfoque culturalista de
ambos sucesos históricos, coadyuvan a tener un mapa más completo de lo que fue nuestro
pasado. Los aspectos cotidianos de la formación del estado de Gilbert M Joseph y Daniel
Nugent, así como La otra rebelión: la lucha por la independencia de México, 1810-1821,
de Eric van Young, fortalecen la comprensión de ambas gestas.

Palabras finales

En suma, siguiendo la tesis de Enrique Florescano18, tanto la Independencia como la


Revolución surgieron del anhelo del cambio ante una sociedad tradicional y arcaica, a los
ojos de los actores más dinámicos de esos periodos como lo fueron los criollos, militares,
curas y hombres del campo del siglo XIX, o los intelectuales, guerrilleros, políticos y
hacendados de principio del siglo XX. Sin embargo, en los hechos, las cosas se dieron de
una manera compleja. Los actores fueron muy diversos y los intereses no siempre fueron
comunes.

Los saldos tanto de la Independencia como de la Revolución, se limitaron a generar los


medios para construir un nuevo orden político y no necesariamente la lucha contra el
antiguo régimen. Es decir, se entabló una lucha por el poder que incluyó demandas sociales
y populares que modificaron en mucho las condiciones del conflicto, pero estas últimas
fueron agregadas pues no estaba en el guion original. En el caso de la Revolución “Madero
decía que el pueblo no demandaba pan, sino libertades. Carranza pensaba que la prioridad
mayor de las fuerzas revolucionarias era restaurar la Constitución de 1857 y sobre ella, con
leves modificaciones, asentar un estado fuerte que guiara al conjunto social”, 19 pero la
reivindicación zapatista y las presiones obreras condicionaron las demandas políticas de la
revolución hacia aspectos sociales. Ambas revoluciones no se hicieron, ni se planearon
desde abajo, los pobres y condenados de la tierra (indígenas, mujeres, campesinos sin tierra,
pobre urbanos, proletarios, jóvenes sin futuro), han tenido que esperar el paso de los años
para incorporar sus historias a la conciencia nacional. El 1 de enero de 1994, en las
montañas del sureste mexicano, un grupo de indígenas mayas comenzó lo que bien podría
llamarse, la primera revolución del siglo XXI, muy diferente en teoría, táctica y estrategia
que cualquier otra. Quizás por esta razón es tan incomprendida. Por lo que toca a la política
de “arriba” en los últimos años, se sepultó formalmente el último vestigio de la Revolución
mexicana: el cardenismo. Además, los rituales del presidencialismo y caudillismo están de
regreso y el crimen y el horror pululan por todo el país. Sobre estos fenómenos, la

18
El Nuevo pasado mexicano, Cal y Arena, México, 2009.

19
Ibid. p. 124.
historiografía y los habitantes de este país, tendrán que comenzar a interpretar lo acontecido
y los días por venir.

Verano del 2015

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