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La vida del hombre

Javier Marques
Dios creó al hombre y le dijo:
– Anda, serás el señor de la tierra, el animal superior. Grandes trabajos y muchas sorpresas te
esperan, pero triunfarás de todo por tu propio esfuerzo. Tu felicidad depende mucho de tu voluntad.
Vivirás treinta años.
El hombre escuchó y calló.
Dios creó al asno y le dijo:
– Vivirás como esclavo del hombre, le llevarás así como todas las cargas que te pondrá encima.
Serás suficientemente paciente y discreto para soportar, no solamente las cargas pesadas, sino
también las privaciones que te serán impuestas durante los viajes. Vivirás cincuenta años.
El asno meditó y contestó:
– Esclavitud, cargas, privaciones, y vivir cincuenta años… Es mucho, Señor; treinta años me
bastarán.
Dios creó al perro y le dijo:
– Anda, serás el compañero del hombre, le servirás de guardián, siempre vigilante, en su puerta,
sirviéndole con completa obediencia, aunque te den sólo un hueso para calmar tu hambre.
Recibirás golpes, pero humilde y fiel, lamerás la mano que te pegará. Vivirás treinta años.
El perro pensó y replicó:
– Vigilar día y de noche, recibir golpes, tener hambre y vivir treinta años... No, Señor, quiero diez
solamente.
Dios creó al mono y le dijo:
– Anda, tu oficio es divertir al hombre, saltando de rama en rama, o bien amarrado con una cadena,
tratarás copiando sus gestos e imitándole y haciendo muecas, hacerle olvidar sus molestias y
regocijarle. Vivirás cincuenta años.
El mono frunció el ceño y repuso:
– Señor, es demasiado para una vida tan indigna. Me basta con vivir treinta años. Hablando
entonces el hombre, dijo:
– Veinte años que el asno no ha querido, veinte años que el perro ha desdeñado y veinte que el
mono ha rehusado, dádmelos, Señor, pues treinta años son pocos para ser el rey de los animales.

Tómalos, dijo, el Creador. Vivirás noventa años, pero con una condición: tú realizarás en tu vida no
sólo tu destino, sino también el del asno, el perro y el mono. Y así vive el hombre.
Hasta treinta años, valiente, resistente, enfrenta peligros y obstáculos y lucha resueltamente, vence
y domina: es el hombre.
De treinta a cincuenta años, tiene una familia y trabaja sin descanso para mantenerla. Educa a sus
hijos, se cansa para asegurarles buen porvenir. Las cargas y responsabilidades se le acumulan
encima: es el asno.
De cincuenta a setenta años, es el centinela de la familia. Abnegado y dócil, su deber es
defenderla, pero ya no puede hacer prevalecer su voluntad. Contrariado, se humilla, obedece: es el
perro.
De setenta a noventa años, inútil y ridículo. Su gula hace reír, así como sus gruñidos y su chochez.
Sabe que ya no se le toma en serio, pero se resigna y le gusta hacerse el payaso para los niños: es
el mono.

Tomado de Manuel Michaus, y Jesús Domínguez, (1981). El galano arte de leer. Antología
didáctica, p. 343-345, 11ª ed. México: Trillas.

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