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Teoría sociológica.

Corriente: Positivismo (No Racionalismo científico, como erróneamente aparece en el


programa)
Conceptos: Hecho social, anomia, coerción.
Autor: Julián Sancén.
Versión: 13 de noviembre de 2015.

La bicicleta de Froylán

Froylán es el mejor amigo de Andrés, y Andrés el de Froylán. Se divierten mucho


cuando se encuentran al salir de la escuela. Se les pasan las horas bromeando, contándose
chismes, discutiendo sobre futbol, y recordando anécdotas de cuando iban a la secundaria.
Siempre llega un momento en que Froylán consulta el reloj digital que Andrés le regaló
hace dos años en su cumpleaños, y dice: “¡Ay, ya es muy tarde! Me van a correr…”, se
sube a su bicicleta, de la que muy rara vez se separa, y sale a toda velocidad hacia su
trabajo .
Andrés y Froylán se conocen desde quinto de primaria. Froylán - junto con su
mamá, sus dos hermanas y su hermanito - llegó a la comunidad a vivir con sus abuelos
maternos, tras el divorcio de sus padres. Al principio, recuerda Andrés, Froylán casi no
hablaba con nadie, y reaccionaba con cierta agresividad cuando pensaba que los demás se
burlaban de él. Tampoco iba por las tardes al kiosko de la plaza a jugar con los demás
niños. Eso sí, era común verlo pasar en su bicicleta. Ya fuera haciendo mandados, yendo a
la escuela o a su casa, o pedaleando cuidadosamente entre la gente por el atrio de la iglesia
los domingos en la mañana, Froylán siempre andaba en su bicicleta.
Cuando pasaron a secundaria, todo cambió. A Froylán y a Andrés les tocó hacer
juntos un trabajo en equipo. Después empezaron a jugar futbol, y en poco tiempo Froylan
ya tenía varios amigos. Pero su mejor amigo siempre fue Andrés. Una vez le confió que él
y su familia se habían tenido que venir a vivir a esta comunidad porque en su lugar de
origen la gente los empezó a rechazar mucho por el divorcio de sus padres. “La gente decía
cosas de mi mamá, y a mí me molestaban en la escuela”, le contó. “Yo tenía miedo de que
aquí fuera igual, por eso al principio no me juntaba con nadie.”
Andrés le respondió: “Lo siento mucho. Aquí eso de las separaciones es cada vez
más común. O ya ves, hay muchas parejas que de palabra están casadas, pero en realidad
como el marido está en Estados Unidos casi nunca se ven. Yo creo que la gente cada vez se
fija menos en esas cosas.”
Un poco después entraron al bachillerato. Quedaron en escuelas separadas, pero se
siguieron frecuentando. Por esa época falleció el abuelo de Froylán, y comenzaron las
dificultades económicas para su familia. Una semana después del sepelio, al que por
supuesto Andrés acudió para apoyar a su amigo, Froylán le contó que ya había conseguido
un trabajo en un taller de costura que hacía toallas y cobijitas para bebé. Como era un buen
ciclista, Froylán sería el encargado de transportar estambres y productos terminados.
A partir de ese momento, Froylán estuvo muy ocupado. Después de clase, tenía que
irse a trabajar. A veces hasta se comía su torta - su comida habitual - mientras conducía su
bicicleta. Ya casi no podía jugar futbol; pero siempre se daba el tiempo para platicar un rato
con Andrés.
Así transcurrieron unos meses. Andrés ayudaba a su amigo en todo lo que podía.
Un día que habían quedado de verse en el kiosko después de clases, Froylán no llegó. A
Andrés le pareció raro, y decidió ir a buscarlo a su casa al día siguiente. Cuando ya iba para
allá, se lo encontró. Traía un brazo vendado, la sien raspada y venía sin la bicicleta. Se la
habían robado. “Me dieron un empujón antes de un tope de la carretera. Eran cuatro, más
grandes que nosotros. Uno era enorme. Casi pierdo el sentido; en lo que entendí lo que
estaba pasando y logré levantarme, ya se habían ido. Al parecer tenían una camioneta ahí
cerquita, subieron la bici y se fueron. Escuché el arrancón. De todos modos, yo no podía
correr, también me lastimé la rodilla. Además en la caída se me rompió mi reloj, carajo. ”
“Ay Froy, lo siento mucho, qué coraje. Sí, ahí han estado asaltando de un tiempo
para acá. Es que está muy solo. Desde que cerraron el taller mecánico que estaba al ladito,
ya nunca hay gente por ahí, y menos cuando empieza a oscurecer.”
“¿Y ahora que voy a hacer? Sin mi bici, ¿cómo voy a cumplir con el trabajo y la
escuela?”, se lamentaba Froylán, con voz temblorosa.
En realidad la situación se veía difícil. A Froylán apenas le alcanzaba el tiempo, y
eso que tenía su bicicleta. Vivía en una comunidad, estudiaba en otra, y trabajaba en otra
más. Su familia necesitaba el dinero, pero no podía renunciar a la escuela. Su mamá estaba
muy preocupada. Andrés no sabía que decir. Caminaron juntos durante algunos minutos, en
silencio. Tras un largo suspiro, Froylán dijo: “¿Te puedo confesar algo? Creo que me voy a
robar una.” Andrés no esperaba algo así. Trató de convencer a su amigo de que era una
mala idea. Robar no podría estar bien. Una vez, cuando era niño, lo habían acusado de
embolsarse unas limosnas en la iglesia; la situación se aclaró, el dinero apareció en una caja
de zapatos, y le pidieron perdón. Pero en el momento de la confusión, una señora lo llamó
“ladrón”, y fue una de las experiencias más horribles de su vida. Le contó la anécdota a
Froylán.
“Además, ¿cómo te sentirías si supieras que robaste algo? Imagínate que alguien
pase por lo que estás pasando tú ahorita, pero por causa tuya.”
“Bueno, pero a mi me robaron, ¿no pensaron en eso los ladrones? ¿Por qué yo sí
tengo que respetar las cosas de los demás, si ellos no respetaron las mías?”
“Pero nosotros somos gente honesta… no podemos hacer esas cosas. Además, tú no
sabes nada sobre robar, ¿qué tal si te atrapan?”
Froylán mantenía la mirada en el piso frente a él, como si no se atreviera a ver a la
cara a su amigo, como si buscara una respuesta en el polvo. Evidentemente, estaba pasando
por momentos de gran angustia y tensión.
Esa noche Andrés no durmió nada. Por momentos, aunque no quería confesárselo a
sí mismo, pensaba que su amigo tenía algo de razón. Pero la idea de robar le parecía
inaceptable. De sólo imaginarse robando una bicicleta, su pulso se aceleraba y le sudaban
las manos. Se decía a sí mismo: si todos nos hiciéramos justicia por nuestra propia mano, al
rato no quedaría piedra sobre piedra. Sería imposible confiar en alguien. Y en su mente
aparecía otra idea muy inquietante: si Froylán robaba, ¿lo seguiría viendo como antes?
¿seguiría confiando en él?
A la mañana siguiente, no pudo más, y habló con sus papás. Resultó que su papá
había estado ahorrando para construir otro cuarto en la casa, pero podría prestarles dinero
para que Froylán se comprara otra bicicleta. Andrés no lo pensó dos veces.
Salió para la casa de Froylán a darle la buena noticia, pero no lo encontró. Su
familia le dijo que apenas llegó la noche anterior, se fue a la carretera y tomó un camión
que iba a la capital, que tenía que arreglar unos asuntos relacionados con la bicicleta.
Andrés se quedó helado, no sabía que pensar. Pasaron dos, tres, cuatro días. Al
quinto se encontró con Froylán. Venía en una bicicleta.
Andrés sonrió nerviosamente. No quería preguntar sobre la bicicleta. Pero su amigo,
con una sonrisa serena, lo tranquilizó. Le dijo:
“Andrés, tenías razón. Soy incapaz de hacer algo como eso. Fui a la capital, y pedí
un préstamo en una caja de ahorros, con eso me compré esta bicicleta. Sólo que ahora debo
un dineral.”
Andrés se recuperó, respiró hondo, y le respondió: “Este mismo sábado vamos a la
capital, liquidamos el préstamo con el dinero que traigo, y tu me lo vas pagando a mí ahí
como puedas, ¿ok?”.
Andrés y Froylán siguieron siendo amigos por muchos años.

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