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Apreciado lector, la historia en la que estás a punto de adentrarte se basa

mayormente en relatos reales narrados por personas reales, esto implica que
existe la posibilidad de que muchos de los hechos a los que se hace referencia
en este libro pudieron haber ocurrido realmente, de este modo dejo en tus
manos la continuación de la lectura, la creencia en ella y el cómo vayas a
tomar las situaciones presentadas, aunque al final sé que tú también creerás.

¿Existe el bien? Y si es así, ¿existe también el mal?

¿Te gustaría averiguarlo?


Capítulo 1. 1999

Carlos Castañeda, un muchacho de 17 años como cualquier otro, bueno casi, a


Carlos le apasionaba la ciencia y la investigación científica más que cualquier
otra cosa, sus más grandes ídolos no eran cantantes famosos, talentosos
deportistas, tampoco estrellas de cine, sus más grandes ídolos eran Nikola
Tesla, Albert Einstein, Marie Curie, Isaac Newton, entre muchos más
afamados científicos, esto no era muy normal en el poblado en el que vivía, ni
siquiera en el país lo era. Gracias a esto no tenía mucho tema para conversar
en la escuela y terminó graduándose de bachillerato con solo tres amigos que,
para él, ya acostumbrado a pasar tiempo solo, eran más que suficientes, y es
precisamente con esos tres amigos, con los que se encuentra contando
historias de terror a las 10 de la noche en la casa de uno de ellos, Mauricio, el
mayor de todos.

—Dicen quienes viven cerca de la carretera km 36, que, si pasas a altas horas
de la noche en algún vehículo y sin compañía, una mujer de cabello largo se te
sube en la parte de atrás del vehículo y comienza a perturbarte hasta que
pierdes el control y te accidentas, muriendo de manera espantosa, cuando
encuentran tu cuerpo, tienes una mirada de pavor indescriptible, eso si te
queda rostro que mirar.
Relata Mauricio una historia sobre una larga y oscura carretera a las afueras
del pueblo, mientras que sus amigos ponen cara de espanto al imaginar la
situación, todos excepto Carlos, por supuesto.
—¿Y cómo sabes que es cierto? ¿Alguna vez la has visto?
Le dice Carlos, haciendo uso de su ya conocido escepticismo hacia lo
paranormal y ganas de cuestionarlo todo.
—Ay Carlos no empieces, por favor.

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Irrumpe Miriam, la menor y única chica del grupo, quien todavía tiembla del
miedo.
—Ahora pienso en que yo también tengo que pasar por una carretera para
llegar a mi casa.
Dice Daniel, el cuarto participante de la reunión.
—Es que piénsalo un poco, Mauricio, si la historia es tan popular en la región
¿por qué nadie ha pasado solo, con una de esas cámaras que graban video? De
esa forma registraría todo.
—¿Tú lo harías, Carlos? ¿Pasarías a las 2 a.m. con una cámara en la parte de
atrás solo para comprobar si es cierto? ¿Y si lo es y te mueres? O más bien, ¿y
si lo es y te matan?
Responde Mauricio con un bombardeo de preguntas que dejan pensando a
Carlos; el sitio queda en silencio por unos segundos.
—Es verdad, además, nada garantiza que la cámara y el video queden intactos,
si todo se destroza en el accidente, morirías en vano.
Agrega Daniel.
—Yo no podría porque no sé conducir, ¿pero saben? Una vez leí que algunas
personas en situaciones de extremo temor y tensión suelen imaginar e incluso
ver cosas que no están ahí.
—Aquí va de nuevo. —Murmuró Miriam.
—Decía que era porque el cerebro les hace una mala jugada, se asustan tanto
que empiezan a ver las cosas a las que le temen, esa podría ser una
explicación, aparte, si es una carretera con nada de iluminación, varios
accidentes pudieron haber ocurrido por otros motivos, solo tendríamos que
averiguar si los que murieron en esa carretera sabían de la historia de la mujer
de cabello largo, si todos ellos sabían de la historia, quiere decir que pudieron
asustarse e imaginar cosas.
—¿Y cómo vas a saber si sabían de la historia? No les puedes preguntar
obviamente.
Le pregunta Miriam, con un tono estresado.

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—Pues, podemos investigar si esas personas eran de por aquí, si resulta que la
mayoría o todos eran de lugares cercanos a la carretera, querrá decir que
debían conocer la historia, por lo tanto, es posible que el miedo fuera un factor
importante en sus accidentes.
Mauricio: —Si, si, todo eso suena bien, Carlos, pero recuerda que por aquí no
se ven muchos turistas, es de esperarse que las personas fallecidas sean de esta
zona, pero eso no implica que conocieran la historia, ustedes no la conocían
hace un momento y también son de este pueblo, tampoco indica que se
asustaran y vieran cosas como dices, además de eso ¿cómo explicas que de las
personas que han muerto en la vía ninguna de ellas venía acompañada? Es
como si dijeras que por ir con otra persona ya no nos asustaríamos ninguno de
los dos, no tiene mucho sentido.
Yo creo que solo buscas negar la existencia de cosas de las que no sabes nada,
deberías tener cuidado, muchas veces a los más incrédulos son a quienes más
acechan.
—Como si pudieras asustarme con esas cosas, mañana iré a la biblioteca
central y miraré los registros del periódico que hablen sobre los accidentes en
la carretera del kilómetro 36, voy a demostrarles que no es más que una vieja
historia.
—Está bien, pero sigo insistiendo en que la mejor forma que tienes de probar
algo, es que vayas tú mismo en un carro o motocicleta y des un paseo después
de medianoche.
—Y ya te dije que no sé conducir nada de eso, además no tengo un carro.
—Pero tienes esa bicicleta nueva que te dieron por tu graduación, eso también
cuenta, ¿o es que tienes miedo?
Mauricio ríe al terminar la pregunta, Daniel y Miriam lo acompañan en la risa.
—Parecen niños pequeños, tengo otras formas de probar que es mentira, que
no implican pedalear cuatro horas.
—Si, claro, lo que tú digas… Oigan, chicos, no es por echarlos de mi casa,
pero debo dormir ya, mañana tengo que madrugar a trabajar con mi papá, ya
saben cómo se pone si no estoy despierto temprano.
Miriam: No hay problema, Mauro.

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Carlos: Si, yo ya me iba.
Daniel: ¿Alguien quiere acompañarme hasta mi casa?
—Ni loca, después tendría que regresarme sola hasta la mía; pero aquí está el
señor valiente, seguro no tendrá problemas en regresar solo.
Dice Miriam, señalando a Carlos con ambas manos.
—Claro que no hay problema.
Responde Carlos, mirando con la punta del ojo a Miriam.

10 minutos y Cientos de metros más adelante van Carlos y Daniel, este último
comienza a cantar para no pensar en las historias de las que estuvieron
hablando toda la noche.
—Cada día por la carretera, noche y madrugada entera, y mi amor aumenta
más, porque pienso en ella en el camino, imagino su…
—¿Estas tan asustado? —Interrumpe Carlos.
—Un poco la verdad, a diferencia de ti, yo sí creo en la existencia de todas
esas cosas de las que hablamos hoy, tal vez porque me crie rodeado de todo
ese cuento, ¿te conté que mi abuela sabe mucho sobre esos temas? Mi mamá
dice que no debo dejar que me enseñe nada, no entiendo a qué se refiere, nadie
me lo dice, es todo muy raro, pero pues, tampoco he tenido curiosidad, creo
que algunas cosas es mejor no saberlas.
—Mmmmm. ¿Sabías que cuando recién se empezó a utilizar la electricidad
para iluminar las casas y las calles hubo una disputa?
Dice Carlos, mientras mira hacia arriba, señalando una de las pocas lámparas
de alumbrado público de esa calle.
—¿Pelea? ¿Por qué?
—Resulta que había dos clases de corrientes, y no sabían cual utilizar para las
casas y las calles, había una débil e inofensiva y una fuerte y peligrosa, mucha
gente se opuso a la fuerte, le tenían miedo, pero al final ganó porque era la
mejor, esa corriente es la que enciende la lámpara que acabamos de pasar.

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La curiosidad nos ha llevado a donde estamos hoy, el miedo no nos debe
detener, por eso no digas que hay cosas que es mejor no saberlas, por mi parte
yo siempre estaré haciendo preguntas.
Sin darse cuenta ya estaban frete a la casa de Daniel.
—Bueno, me sirvió la historia de las lámparas, no tuve miedo el resto del
camino.
Dice Daniel, bajándose de su bicicleta.
—Esa no era la historia de las lámp… Olvídalo.
Ambos ríen y Carlos se despide para empezar su regreso hacia su casa.

Pedaleaba a ritmo normal, no iba ni tan rápido, ni tan lento, comenzó a pensar
en todo lo que haría mañana, de pronto un sonido que se le hace familiar lo
distrae de sus pensamientos, se mira la muñeca izquierda, es su reloj haciendo
un sonido de “pip” intermitente, marcaba las 12:00 a.m.
—¿Qué? ¿Las 12? No pudo haber pasado tanto tiempo ya. Cuando salí con
Daniel de la casa de Mauricio eran como las 11:00. —Pensó.
Detuvo su bicicleta para verificar si había visto bien, pero no se veía casi nada,
¿por qué está tan oscuro? Se preguntó mirando hacia arriba para darse cuenta
que estaba posado bajo la misma lámpara que momentos antes le señaló a su
amigo cuando pasaron, pero esta ahora estaba apagada, y el tenue brillo de la
luna que le permitió ver la hora la primera vez, se había ocultado junto con
ella.
Su reloj dejó de pitar y continuó pedaleando, esta vez más lento, no podía ver
bien el camino, pero tenía unas enormes ansias de llegar pronto a su casa, se
sentía observado, como si lo estuvieran mirando desde atrás. Junto a sonido de
las llantas de su bicicleta sobre el balasto de la calle, escuchaba pisadas sobre
las piedras, ¿me están siguiendo? ¿Volteo hacia atrás? Carlos estaba siendo
presa de los nervios y aumentaba la velocidad tras cada pedaleo.
A lo lejos pudo ver la fachada de su casa, que estaba situada en una esquina de
la calle, continuó pedaleando de forma acelerada, no parecía importarle chocar
contra su propia vivienda, con tal de dejar a un lado esa sensación que sentía,
en el último instante presionó el freno con todas sus fuerzas, arrastrando su

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llanta trasera por todo el frente de su casa, se bajó rápidamente y sacó un
llavero de su bolsillo, sus manos temblaban y no podía insertar la llave en la
cerradura, dos pasos se escucharon a su espalda, la llave entró y abrió la puerta
de golpe.

—¿Qué son estas horas de llegar, Carlos Miguel?


Escuchó la voz de su madre detrás de la puerta mientras la luz de la sala se
encendía y el alma le volvió al cuerpo, con más confianza ahora, volteó hacia
atrás, no había nada más que su bicicleta tirada en el suelo.
Te hice una pregunta, Carlos. —Insiste su madre.
—Estaba en la casa de Mauricio, amá, después acompañé a Daniel hasta su
casa.
—Son las…
Su madre hace una pausa para mirar el reloj de pared que está colgado sobre el
televisor.
… 11:36. Mira nada más y tú en la calle, mañana te voy a levantar tempranito
para que aprendas (…)
¿Qué dijo, 11:36? No es cierto. Carlos no lo creía, estaba seguro debían ser más
de las 12, así que mientras su madre lo seguía regañando, miró rápidamente la
hora en su reloj, 11:37. Acababa de pasar el minuto; Se sintió como dentro de un
vacío, las palabras de su madre se escuchaban lejos y su mente parecía dar
vueltas.
—Mete la bicicleta, Carlos.
—¿Ehh?

—Que metas la bicicleta, ¿pero a ti que te pasa? Estás pálido.


—Nn nada, amá, ya la voy a meter.
Cargó la bicicleta, la metió a su casa y se acostó.

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Un sinfín de preguntas invadían la mente de Carlos, que yacía acostado en la
cama, mirando al techo de su habitación, se preguntaba que mierda había
pasado, si lo que había sentido era real, ¿habría caído en una trampa de su
cerebro, como lo había explicado a sus amigos? No, estaba seguro que esa
estúpida lámpara estaba apagada, y que escuchó su reloj marcando las 12:00,
pero si era así, ¿cuál podría ser la explicación lógica? ¿Por qué se asustó tanto
de algo en lo que no cree? ¿Creía en el fondo? Su respuesta a esa última
pregunta seguía siendo “no”.

Al mismo tiempo, Mauricio miraba metido entre sus sabanas a la figura


extraña parada en una esquina de su cuarto, después de un “padre nuestro”,
cerraba los ojos y los volvía a abrir lentamente para ver si había desaparecido
de aquella esquina, pero seguía ahí, entonces lo volvía a intentar. Pasó varios
minutos repitiendo el ciclo hasta que se quedó dormido.

Capítulo 2. La pasajera

A las 9:10 a.m. Después de terminar sus quehaceres, Carlos se dirigía en su


bicicleta hacia la biblioteca central del pueblo, dispuesto a demostrar que tenía
razón, se había olvidado ya de lo sucedido la noche anterior, o por lo menos
trataba de no pensar en ello.
—Buenos días señora Herónida, ¿cómo está?
—Muy bien, Carlos, ¿y tú cómo estás? Hace días no te veía por aquí.
—Sí, es que he estado ocupado ayudando a mi padre en el taller, mientras
consigo trabajo.

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—Ah, ¿estás buscando un trabajo? Si quieres puedo sugerirte con el comité de
la biblioteca, estamos necesitando un poco de ayuda con el aseo y la
organización de los libros. ¿Cuántos años tienes, hijo?
—Voy a cumplir 18 en agosto, todavía faltan unos 4 meses.
—Entiendo, pero no creo que haya problema, ya te ves como todo un hombre,
lo anotaré en mis pendientes y te haré saber lo que me digan los directivos, eso
sí, la paga no es mucha, serás como mi ayudante. ¿Está bien?
—Está perfecto, me gustaría mucho trabajar aquí, muchas gracias.
—No es nada, hijo, ahora si dime, ¿qué te trae por aquí hoy?
—Le sonará muy extraño, pero estoy buscando algunos registros que hablen
sobre los accidentes en la carretera del kilómetro 36, sé que aquí guardan
algunas copias del periódico del pueblo.
—¿Los registros de El Irriaga? ¿El kilómetro 36? ¿Qué buscas exactamente,
Carlos?
Herónida frunce el ceño en señal de desconcierto.
—Es que ayer tuve una discusión con mis amigos sobre ese lugar, ¿conoce la
historia de la mujer de cabello largo?
—¿Qué mujer de cabello largo?
—La que dicen que causa los accidentes en esa carretera.
—Ahhh, te refieres a la pasajera.
—¿La pasajera? No sabía que le llamaran así, Mauricio la llamó la mujer de
cabello largo.
—¿Por qué buscas esa información?
—Es que quiero demostrarles que todo eso es solo un mito para asustar a la
gente, usted también cree eso, ¿no es así, señora Herónida?
—No, no es así, hijo, cuando escuchas lo que he escuchado no es fácil no creer
en lo que creo, siempre me ha dado gusto tu interés por la lectura y el
conocimiento, pero no todo está en los libros desgraciadamente. Además de
eso soy católica, ¿tú no crees en Dios, Carlos?
—No estoy seguro, pero mi balanza se inclina a un “No”.
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—Eso es muy triste, bueno, no puedo obligarte a creer en algo, me gustaría que
tú mismo buscaras las respuestas, pero no creo que las encuentres en una
página de El Irriaga o cualquier otro periódico, en vez de eso… ¿Conoces a
la señora Agustina Mora?
Carlos se quedó pensando en que le sonaba ese nombre, “Mora, ese es el
apellido de Daniel, ¿será algún familiar? ¿Cuántos de apellido Mora hay en el
pueblo?”
—Uno de mis amigos se apellida Mora, tal vez sean familiares. —Responde
Carlos.
—¿Dónde vive ese amigo tuyo?
—Su casa está frente a la tienda de herramientas del señor Raúl.
—Ahí es precisamente donde vive Agustina, hijo, tu amigo debe ser nieto
suyo.
—¿Y qué tiene que ver esa señora con el periódico, o con la pasajera?
—Bueno; en primer lugar, conocerás el origen de la historia, algo que no
encontraras en ningún texto de aquí, por otra parte, para examinar más de una
copia del periódico de las que tenemos, tienes que pasar una carta para
solicitar todos los registros que vayas a necesitar, puedes hablar con ella
mientras se tramita la orden en un par de días.
—Agradezco la sugerencia, señora Herónida, pero con los registros del
periódico me basta para reforzar mi tesis, hablar con esa señora y que me
cuente una historia no sería muy diferente a lo que hice ayer con mis amigos.
—Tal vez no solo te cuente una historia, hijo.
Carlos se quedó analizando las palabras de la bibliotecaria, mientras aún
estaba frente a la recepción, sin decir una palabra tomó una de las formas de
solicitud y comenzó a llenarla, Herónida sonrió y bajo la cabeza para seguir
con sus pendientes.
Si vas a ir donde Agustina, dile que vas de mi parte, así es más probable que te
reciba. —Agregó.
—Aquí tiene.

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Carlos le entrega la forma en la que describe los registros que necesita, sin
fechas, sin páginas; palabras clave: “Accidente”, “Kilometro 36”, “La
pasajera”.

5:15 a.m. Mauricio se despertó cansado, la alarma de su despertador sigue


sonando, así que lanza manotones a la mesita de noche que está junto a su
cama, intentado atinarle al botón de pausa, en el cuarto intento lo logra, el
silencio vuelve, y con él, todos los recuerdos de la noche anterior; rápidamente
voltea hacia aquella esquina, estaba vacía, no había nada y eso era lo que más
se temía, nada que se pudiera confundir con una sombra, lo que sea que estaba
ahí, podía moverse y se había ido. Se levantó y caminó hacia la puerta de su
cuarto, su corazón seguía acelerado, no era la mejor forma de empezar el día,
pensaba. Abrió la puerta y a lo lejos vio a su padre en el patio alistando las
cosas del trabajo, afilaba su vieja hacha contra la piedra áspera que tenía
clavada entre tres troncos que estaban enterrados de forma vertical en la mitad
del patio.
—Buenos días, papá.
Dijo mientras se acercaba y hacía un esfuerzo para abrir los ojos en su
totalidad, todavía estaba un poco oscuro, apenas se empezaban a asomar los
primeros rayos del sol.
—Buen día, mijo. —Respondió el otro con voz seria, ni siquiera apartó la vista
del hacha.
—¿Le ayudo en algo?
—No, ya estoy por terminar, ve a alistarte, estamos por salir.
El chico dio media vuelta y caminó hacia el baño.
—Espera… —Dijo su padre y paró de afilar.
¿Anoche no escuchaste nada raro?
En ese instante pensó en todo lo que había vivido en la noche, ¿su padre
también lo vio? Sintió una necesidad de contarle todo lo que había pasado,
pero no lo hiso, no debía estar despierto a esa hora y tampoco estaba seguro de
lo que había visto, prefirió evitar un sermón.

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—¿Anoche? No escuché nada raro anoche, ¿por qué? —Tragó en seco y miro
hacia abajo esperando la razón de la pregunta.
—Cuatro gallinas amanecieron muertas, se les comieron solo la cabeza. En el
descanso iras a comprar una trampa para esos desgraciados zorros, en la tienda
de Raúl.

10:24 a.m. Miriam regresaba a su casa después de ayudar a su tía a preparar


los pasteles que vendería ese mismo día, decidió almorzar en su casa porque
ya estaba fastidiada del olor a pastel y quería comer algo diferente. Pasaba por
la tienda del señor Raúl, cuando vio a lo lejos a un chico en bicicleta, “es
Carlos” pensó de inmediato.
—¡Hey, Carlos!
—Miriam, ¿cómo vas? —Responde sorprendido.
—Bien, ¿por qué mironeas la casa de Daniel? Sabes que él no está ahí a esta
hora.
—Sí, es que no lo estoy buscando a él, quiero ver si su abuela está ahí, sin
tener que preguntar.
—¿Su abuela? ¿Para qué quieres ver a su abuela?
—Es una larga historia, después te cuento, ven, entra conmigo.
—¿Qué? ¿Acaso no sabes lo que dicen de ella? Estás loco.
—¿Qué es lo que dicen de ella?
Vaya vaya, ¿en qué andan ustedes dos? —Pregunta Mauricio, saliendo de la
tienda de Raúl con una trampa para zorros en las manos.
Carlos: Mira que coincidencia, creí que estarías trabando con tu papá.
Mauricio: Lo estoy, solo vine a comprar esta cosa que no creo que sirva para
una mierda.
Miriam: ¿Por qué? Dicen que las trampas de Don Raúl son muy efectivas.
Mauricio: Si, contra zorros sí.
Carlos y Miriam lo miran desconcertados.

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Yo me entiendo. —Agrega mirando la trampa.
Como sea, no me han respondido la pregunta. ¿Qué hacen ustedes dos?
—Miriam me va a acompañar en una visita a la abuela de Daniel.
—Yo no dije que te acompañaría. —Responde ella.
Mauricio: ¿Qué quieren con la señora Agustina?
Carlos: Ah, ¿la conoces?
Mauricio: ¿Quién no la conoce?
—Yo no la conozco.
—A veces parece que no vives aquí.
—Da igual, entremos los tres, después les explico.
Carlos toca la puerta tres veces; no hay respuesta, vuelve a tocar, esta vez unas
seis veces; nadie responde.
—Seguro no hay nadie. —Murmura Miriam.
Cuando están a punto de darse la vuelta para irse, se escucha la voz de una
anciana.
—¿A quién buscan?
—Vengo de parte de la señora Herónida. ¿Está aquí la señora Agustina?
No se escuchó sonido alguno por unos cuantos segundos…

—Adelante, muchacho.

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10:38 a.m. Mauricio, Carlos y Miriam se encontraban sentados uno al lado del
otro, en frente de ellos, una anciana de por lo menos unos 70 años de edad.
Agustina los miraba de pies a cabeza con sus blanquecinos ojos, entrecerraba
los parpados cuando llegaba a la cara de cada uno, luego relajaba la mirada y
asentía con una sonrisa en sus arrugados labios, parecía que los mirara por
dentro.
¿Y para que me buscan, muchachitos?
—La señora Herónida me dijo que podía preguntarle algunas cosas a usted.
Responde Carlos.
—¿Ah sí? ¿Y qué cosas? —Agustina fija su mirada en Carlos y de nuevo
esboza una sonrisa, parece entretenerle la situación.
—B-Bueno, ella dijo que le podía preguntar sobre el origen de la historia de la
pasajera.
¿La qué? Dicen Mauricio y Miriam al tiempo que voltean a ver a Carlos.
—Ohhh, La historia de la pasajera, esa es una historia muy triste, muchacho.
¿Por qué querrías oírla?
—La señora Herónida me dijo que usted sabe algo que no está en los registros
del periódico.
Mauricio se levanta rápidamente de su silla y toma a Carlos por el cuello de su
camiseta.
—¡Maldito idiota! ¿Te parece que estoy para tus juegos de investigador
estúpido? No me involucres más es tus tonterías.
No sé tú Miriam, pero yo no tengo tiempo ni pienso seguir las estupideces de
este idiota.
Supremamente molesto, toma la trampa para zorros y se dirige a la puerta de
salida.
—Espera muchacho, no te alteres de esa forma, quédate un poco más y te diré
que hacer con eso que tienes en la esquina de tu cuarto. ¿No te interesa?

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Mauricio se paraliza al escuchar a la anciana, la trampa para zorros cae de sus
manos, su corazón se acelera y sus labios tiemblan.
—¿De qué está hablando, Mauro? —Pregunta Miriam, asombrada con la
reacción de su amigo.
—¿C-Como sabe lo de la esquina?
—Siéntate, muchacho, estás muy pálido. Le dice Agustina, esbozando su
tercera sonrisa.
Mauricio se sienta nuevamente, esta vez con la mirada perdida, ni siquiera
recoge su trampa al regresar a su asiento.
Comencemos con la historia, después de todo es por lo que están aquí.
Era el año de 1940, yo era muy joven, en ese entonces tenía 16 años y como
todas las muchachas de mi edad, soñaba con casarme, tener una gran boda y
dar una fiesta en el pueblo, en aquel entonces era muy diferente a los tiempos
de ahora, en las mujeres no era bien visto que trabajaran en cualquier cosa, así
que no tenías muchas opciones, lo mejor que te podía pasar era que algún
hombre con buen sueldo se enamorara de ti y decidiera casarse contigo. Mi
familia siempre fue muy humilde, mis hermanas y yo lavábamos ropa por
algunos pesos para ayudar en la casa…
—Oiga, yo pensé que nos contaría la historia de la pasajera. —Dice Carlos.
—Tranquilo, muchacho, no comas ansias, ya voy para allá.
¿En qué me quedé? Ahh, sí. Nos ofrecieron a mis hermanas y a mi trabajar en
una boda, el trabajo era pesado, teníamos que lavar todos los utensilios que se
fueran utilizando y organizar la cocina mientras se servía la comida a los
invitados. No me importó en lo más mínimo con tal del estar en una boda
como esa, era un gran evento, se casaba un mayor del ejército con una
muchacha joven y hermosa de la capital, su nombre era Liliana, pero todos allí
le decían Lili. El evento estaba previsto para el día sábado 27 de Julio, desde
muy temprano ese día empezamos a organizar la cocina y todo lo que se
utilizaría, yo estaba muy emocionada, jamás había estado en una boda y
aunque estuviera de empleada, todo el ambiente me parecía encantador. La
boda concluyó de maravilla, incluso lloré, la novia no podía verse más feliz y
hermosa, todos brindaban y festejaban. Un par de horas después se haría el
tradicional recorrido de las bodas de esa talla, el novio y la novia se subieron a

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su carro de recién casados, adornado con lasos y flores, y darían un paseo por
el pueblo, la boda se había organizado en una finca a las afueras de aquí, por
lo que tendrían que pasar por el kilómetro 36. Jamás llegarían al pueblo.
Justo a mitad de camino, un carro negro les cerró el paso, de él se bajaron tres
hombres con armas largas y dispararon sin piedad contra la pareja de recién
casados y contra el carro que los escoltaba, 14 balas impactaron el cuerpo de
Lili, y 22 en el del mayor, solo uno de los dos escoltas sobrevivió. Resulta que
era una venganza, porque el militar había dirigido un operativo en el que
murió el cabecilla de un peligroso grupo criminal. El blanco vestido de Lili se
tiñó de rojo escarlata y las balas destrozaron su hermoso rostro. Desde ese día
nació la pasajera, quien en la oscuridad de la noche atormenta a todo aquel
que pase por la carretera que la vio morir de esa forma tan brutal.

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—Que horrible tragedia. —Dice Miriam.
—¿Usted cree que Liliana en el fondo fuese mala? Es decir, al principio en la
boda la describió como una chica linda y alegre. ¿Por qué ahora mataría gente
inocente que nada tuvo que ver con su muerte? —Cuestiona Carlos.
—Veras, muchachito, la mente y el alma son solo dos partes de una misma
cosa y se complementan entre sí, cuando estas vivo tu mente es el lugar donde
reposa tu alma, desde ahí el alma se manifiesta, si tienes pensamientos oscuros
tu alma se tornará oscura, si tienes pensamientos bondadosos tu alma se
iluminará, pero cuando mueres los roles se invierten, es entonces cuando tu

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alma guarda tu mente y te quedas con los pensamientos que tuviste justo antes
de morir, de ese tono se tornará tu alma.
Entiendo tu desconcierto ante el cambio de actitud de Lili, pero ¿qué hombre o
mujer podría juzgarla? No llegué a conocerla realmente, pero podría
asegurarte que era una buena persona, y es precisamente por eso que no me
sorprende su actual oscuridad; supe que ayudaba económicamente a un grupo
de personas de extrema pobreza en la capital, una corta vida de servicio a los
demás, siempre alegrando a quien podía, siempre regalando una sonrisa, y en
el momento más feliz de su vida, cuando empezó a sentirse recompensada por
su bondad, sus sueños se desboronaron de forma violenta, seguramente se
sintió abandonada por Dios.
—¿Y es por eso entonces que en la historia ahora ella es maligna?
—¿A qué te refieres con “en la historia”? Muchacho.
—¿Usted ha visto, a Liliana? Es decir, a su espectro.
—Eres un muchachito bastante curioso, pero no lo suficientemente
comprometido, por eso no estás haciendo las preguntas correctas; La cuestión
no es si yo la he visto, es si tú puedes verla, tienes muchas dudas en esa
cabecita. ¿No quieres despejarlas?
—Carlos, tengo mucho miedo, por favor vámonos. —Le dice Miriam,
sujetándolo fuertemente del brazo.
Este esperaba las burlas de su amigo Mauricio, por no saber responderle a
Agustina, pero Mauricio no decía nada desde que se sentó, solo miraba sus
manos y de vez en cuando levantaba la vista.
—Vv volveré mañana a esta misma hora, ¿podrá recibirme? —Responde
Carlos.
—Ya veremos, muchacho.
—Muy bien, vámonos, Mauricio.
—Adelántense,me quedaré un rato más y luego volveré a trabajar con mi
papá. —Responde este.
—¿Estás seguro?
—Sí, nos vemos mañana.

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11:17 a.m. Carlos y Miriam se habían retirado hace algunos minutos, en la
casa solo quedaban dos personas, Agustina y Mauricio, de la frente de este
último se deslizaba una que otra gota de sudor, apretaba con los dedos el
descanso de la silla en la que estaba sentado inmóvil desde que había soltado
su trampa, no porque no pudiera moverse, sino porque con cada neurona de su
cerebro se preguntaba si debía hacerlo. Agustina rompe el silencio.
—¿Desde cuándo lo ves en esa esquina?
Mauricio levanta lentamente la mirada, pero no se atreve a mirarla a los ojos,
así que posa su vista en sus arrugados labios.
—Desde anoche. —responde.
—Ya veo, por eso todavía no actuabas tan paranoico.
—¿Qué quiere decir con “todavía”?
—Dime, muchacho ¿Qué has hecho estos últimos días? ¿Te has encontrado
algo o has roto algo que te hayas encontrado tirado?
—No, no que yo sepa, no he roto nada ni me he encontrado nada.
—Hace un momento le dijiste a tu amigo que volverías a trabajar con tu padre
al salir de aquí, ¿en que trabajan?
—A mi papá le pagan por cortar árboles para vender la madera, yo lo ayudo
con los árboles delgados, todavía no soy tan fuerte para los más grandes.
—Ohhh ya veo. Agustina abre los ojos lo más que sus parpados le permiten.
—Y cuéntame, ¿había algo extraño en alguno de los árboles que cortaste?
¿Alguna marca u objeto?
—No que yo pudiera ver, los últimos árboles que corté eran bastante
frondosos, no se podía ver casi nada desde las ramas hacía arriba. —Mauricio
se detiene a pensar un segundo.
¡las ramas, eso es! Ahora que recuerdo uno de los árboles tenía amarrada una
cuerda roja en una de las ramas, la recuerdo por el color y porque estaba
podrida, como si la hubiesen atado hace años.
—¿Y cortaste esa cuerda?

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—Tenía que hacerlo, al camión solo subimos los troncos, las ramas las
dejamos ahí, cuando estaba quitando las ramas del árbol corté la cuerda con
mi machete.
—¿Y crees que esa cuerda aun esté ahí? La razón por la que te dije que todavía
no actúas paranoico es la misma por la que debes encontrar esa cuerda cuanto
antes.
—¿Cuál es esa razón?
—Te lo diré para que estés preparado y no tengas sorpresas desagradables,
presta mucha atención. Ese ente que estaba en tu habitación es el espectro de
un animal sacrificado por un satanista o brujo; utilizan distintos animales para
sus rituales, los más comunes son una cabra o carnero, pero puede ser
cualquier animal que sangre mucho, un perro, un toro, un gato, cualquiera…
Agustina mira directamente a los ojos del muchacho, tratando de proyectar sus
palabras en la mente del chico.
…El brujo mata a el animal en el rito satánico, pero debe protegerse del
demonio y del espíritu del animal, ya que el castigo por sacrificar a una
criatura pura en un ritual maligno es muy grande. Después de sacar la sangre,
debe poner en el suelo un objeto cualquiera, la única condición es que el
objeto haya tenido intervención humana y pueda romperse, no puede ser una
rama o una hoja, tiene que ser algo hecho por el hombre. Al terminar el ritual
un demonio o espíritu maligno toma el alma del animal para corromperla y le
concederá un favor al brujo en un momento determinado, el animal muerto,
ahora poseído por el demonio se bebe su propia sangre, como una burla a la
resurrección de Jesucristo, si el demonio se da cuenta que el objeto no puede
romperse con facilidad, se llevará el alma del brujo a cambio de la del animal,
pero si no es el caso, acepta y el brujo lo encierra en el objeto, de este modo
quien hace el ritual consigue un favor de un demonio y el demonio podrá
liberarse una vez se haya roto el objeto y tomar el alma de quien lo rompió.
—¿Quiere decir que en esa cuerda había un demonio y yo lo liberé? —
Mauricio tiembla te pavor, su sudor se hiso frio.
—Así es muchacho, ahora debes encontrar esa cuerda cuanto antes y repararla,
ese espectro anoche estaba en la esquina de tu cuarto, hoy estará más cerca de
tu cama, y cada noche que pase se acercará más a ti.

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Mauricio se mareó al escuchar a la anciana, por unos segundos no podía
escuchar nada más que su corazón bombeando de forma frenética, la vista se
le hacía oscura y sentía un frio recorrer por todo su cuerpo, estaba a punto de
perder el conocimiento.
—Tranquilízate un poco, aun tienes tiempo, te traeré un vaso con agua.
Agustina puso su mano en la rodilla de Mauricio y este se calmó un poco, ya
no sentía que se ahogaba, respiró profundo y se empezó a sentir mejor.
—Ten, bébetela toda hasta el fondo.
El muchacho siguió las instrucciones y se bebió toda el agua, poco a poco
recuperó el aliento y preguntó.
—¿Cómo es que sabe todo esto? ¿Y cómo supo lo que me pasaba?
—Eso muchachito es un secreto, dejémoslo así, ahora que ya estas mejor,
regresa a trabajar con tu padre y busca esa cuerda rota, cuando la encuentres
tráemela, yo te ayudare, no tengas miedo, todo saldrá bien.
Mauricio asintió con la cabeza, devolvió el vaso a Agustina y le agradeció; al
salir recogió del suelo su trampa y se despidió con la mano.
Agustina se quedó parada en mitad de la sala viendo cómo se despedía y
alejaba aquel simpático muchacho, y a unos metros de él su nuevo compañero
de cuarto.

Capítulo 3. Cuerda roja

—¿Por qué tardaste tanto? Pregunta Guillermo a su hijo al verlo llegar más
tarde de lo que debería.

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—No había trampas en el almacén y tuvieron que buscar en la casa del señor
Raúl, parece que hay muchos zorros en la zona. Responde Mauricio, agitado
por haber corrido de regreso al trabajo.
—Bien, guárdala junto a nuestras cosas, toma un poco de agua y termina con
esos troncos de allá, pronto vendrán los camiones a llevarse la madera de la
semana.
—Padre, ¿sabes dónde guardan las ramas que los camiones no se llevan?
—¿Las ramas? Esas las dejan al sol y luego se las llevan para usar como leña,
hace un rato se llevaron toda la que quedaba, menos mal, porque ya estaba
estorbando el paso.
En fin, sigue trabajando, estamos atrasados.
—Se,¿se las llevaron? ¡¿QUIÉN SE LLEVÓ LAS RAMAS?! ¡¿A DÓNDE
LAS LLEVARON?!
Guillermo soltó su hacha y tomo del brazo a su hijo con un fuerte apretón,
—¡¿Quién te permitió que me alzaras la voz?! ¡¿A ti qué mierda te importa
quién se llevó unas malditas ramas?!
—No entiendes nada, no sabes nada, necesito encontrar algo que dejé en esas
ramas, necesito encontrarla ya, si no lo hago él volverá esta noche.
—¿Quién va a volver esta noche? ¿De qué estás hablando?
Mauricio se armó de valor para contarle a su padre lo que le estaba
sucediendo, ¿sería correcto involucrarlo? Se preguntaba, después de todo ni
siquiera él sabía exactamente que le estaba pasando.
—Anoche había algo en mi cuarto, y definitivamente no era un zorro, papá.

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1:23 p.m. Carlos ya estaba de nuevo en su habitación miraba el techo de esta
del mismo modo que la noche anterior, haciéndose casi las mismas preguntas
que en ese entonces, ¿por qué no pudo decirle que sí a Agustina cuando le
ofreció ver a la pasajera? ¿Por qué seguía sintiendo miedo de algo en lo que
no creía? Era la más clara definición de un cobarde, pensó. Se miró la muñeca
izquierda, fijamente a aquel reloj que le había regalado su abuelo y recordó
que no conocía a nadie más razonable y sensato. ¿Y si iba a verlo? Seguro le
ayudaría a despejar la mente, entonces volvería a hablar con él, después de
cuatro años.

Mientras Carlos pedía permiso a sus padres para viajar a casa de su abuelo,
Mauricio y su padre estaban aún de pie sobre el terreno ya trabajado, este
último todavía intentaba saber que le sucedía a su hijo.
—¿Cómo que no era un zorro? Claro que era un zorro, por eso te mandé a
comprar esa trampa.
—No papá, no era un zorro, era otra cosa, algo más grande, algo maligno.
Verás, por casualidad mientras compraba la trampa me encontré con Carlos y
Miriam saliendo de la tienda de don Raúl, él necesitaba hablar con Agustina y
yo entré con ellos, estando ahí, la señora Agustina se dió cuenta de lo que me
pasaba, no sé cómo, pero supo exactamente lo que yo había visto, me dijo que
yo había roto algo, y que liberé algo malo, lo que estaba en mi cuarto anoche.
—Eso es lo más ridículo que he escuchado, La señora Agustina no es más que
una embaucadora y estafadora, seguro te pedirá dinero para hacerte un truco
viejo y que pienses que te sacó algo o te liberó de algo, no vas a ir a ver más a
esa señora, no permitiré que te quite un solo peso, lo que estaba en tu cuarto
no era más que un zorro grande que se comió nuestras gallinas, ve a trabajar,
ya no se hablará de ese tema.
—Pero papá, tú no lo entiendes, necesito encontrar la cuerda roja.
—Si sigues con el tema te castigaré, fin de la conversación te dije.
Guillermo recogió su hacha del suelo y se dirigió a su zona de trabajo,
mientras su hijo apretaba los dientes por la frustración y el desespero.

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3:05 p.m. Mauricio siguió cortando las ramas de los troncos, esta vez con
menos ganas que siempre, y con la esperanza de poder preguntarle a algún
compañero, quién se llevó las ramas de los días anteriores. Parecía trabajar
solo por inercia, pues su mente se encontraba en otra parte, mientras su cuerpo
balanceaba de forma serena el machete. ¿Tendría razón su padre? Pero, si era
así, ¿Cómo sabía Agustina lo de su cuarto? Y con tanta exactitud como para
decirle en que parte especifica estaba la figura negra, era demasiada
coincidencia, cualquiera lo sabría.
Por lo pronto decidió esperar solo una noche, esta noche determinaría que
hacer, dependiendo de si veía algo o no.

—Tienes unos amigos muy interesantes. Dice Agustina a Daniel cuando lo ve


cruzar por la sala al llegar a su casa.
—¿Vinieron hoy aquí? ¿Por qué dices que son interesantes?
—Solo me parece algo irónico que uno niega lo que el otro tiene al lado, y dice
querer ver lo que el otro quiere evitar, es muy gracioso.
—Ay, abuela, me gustaría poder entenderte, aunque sea una vez.

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Capítulo 4. Compañeros cercanos

Con el permiso de su padre y la bendición de su madre, Carlos estaba listo


para viajar mañana mismo a casa de su abuelo, ya había empacado todo lo
necesario y por alguna extraña razón se sentía emocionado con el viaje, el

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chico nunca fue muy apegado a su abuelo, por el contrario, pocas veces
interpretaba bien lo que le quería decir. Desde la muerte de su abuela, no había
vuelto a aquella casita alejada del pueblo, tal vez se sentía emocionado por
que creía que ahí encontraría las respuestas que buscaba, pero no dejaba de
pensar en lo cobarde que era por no obtenerlas por cuenta propia y de la
manera más rápida.
Un cobarde, ¿eh? Seguro eso mismo pensaban sus amigos, seguro Mauricio se
reía por dentro mientras Agustina le presentaba la oportunidad que quería en
bandeja de plata.
Ahora que menciona el tema, ¿qué pasará con su visita a Agustina mañana?
Si no iba sería peor para él, sus amigos lo molestarían por el resto del año, a
menos que les dijera que no podía asistir a su cita porque tenía que ir de
urgencia a casa de su abuelo, nunca le pareció bien mentir, mucho menos a sus
amigos, pero esto le daría el tiempo necesario para encontrar algunas
respuestas, cuando tenga la solución nada de lo otro importará, pensó.

5:17 p.m. Carlos se dirigía a casa de Mauricio, a esta hora ya él tendría que
estar en su casa, quería que el fuera el primero en enterarse de su “urgente
viaje”, pues a pesar de que a menudo se molestaban el uno al otro, Carlos
siempre lo consideró su compañero más cercano, y estaba seguro de que
Mauricio pensaba igual, caminaba por la misma calle por la que había
regresado a su casa la noche anterior, el pueblo era pequeño y no había
muchos lugares por los que transitar, no le pareció necesario tomar su bicicleta
como antes, había una hermosa tarde y la bicicleta ya la había guardado en el
lugar predilecto para cuando viajaba. Se miraba los zapatos al caminar, estos
se hundían unos cuantos milímetros en el balasto, en ese momento el sonido
que hacían llamó su atención, era igual al sonido de las pisadas que creyó oír
que lo seguían anoche, el sonido era como un crujido, como si alguien
masticara las rocas más duras, como si masticaran huesos.
Mientras tanto Mauricio llegaba a su casa a la hora habitual después de un
pensativo día de trabajo, como costumbre descansaba en la silla que estaba
anclada en la terraza de su casa un par de minutos antes de ir a bañarse, pero
esta vez no fue tan breve el tiempo, pasaban los minutos y el chico seguía aún
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inmerso en sus pensamientos, con la mirada perdida en el horizonte, veía
como poco a poco se ocultaba el sol en la lejanía, su tiempo se acababa y él lo
sabía, era de esos momentos en los que estás tan dentro de tu mente, que no
ves nada aunque tengas los ojos abiertos, vagando en sus pensamientos
Mauricio encontraba la tranquilidad que necesitaba para no caer en la locura,
por esa razón no se percató de que Carlos se dirigía hacia donde el estaba, aún
cuando este se atravesó entre sus ojos y el ocaso.
—Mauricio, ¿Qué cuentas? ¿Cómo te terminó de ir en el trabajo?
—…

—Hey, Mauro, ¿estás ahí? —Carlos balancea su mano de un lado a otro frente
la cara de su distraído amigo.
—Ca-Carlos, ¿Qué haces aquí?
—Vine a hablar contigo, bueno es algo que quiero contarle a Míriam y a
Daniel también, pero como tu casa es la que más cerca me queda, mejor te
cuento a ti y tú le cuentas a ellos.
—¿Contarnos algo? ¿De qué se trata?
—Tengo que viajar mañana a casa de mi abuelo, ¿recuerdas la casa de mi
abuelo?
—Hace muchos años no vamos allá y creo que tú tampoco, pero supongo que
te refieres a la que está en el viejo pueblo de Agua Serena.
—Esa misma, sí, hace más o menos cuatro años que no voy a ese pueblo, mis
padres me pidieron que visitara a mi abuelo y le llevara algunas cosas.
—Entiendo, y ¿Cuándo regresarás?
A Carlos le sorprendió que no mencionara la visita de mañana a Agustina,
Mauricio suele tener una excelente memoria, y no es algo que dejaría pasar en
caso de acordarse.
—Será solo por un día o dos, como te dije solo iré a llevarle algunas cosas y
ver como está.
—Comprendo. —Responde Mauricio, aún sin hacer contacto visual desde que
lo saludó

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—Oye, Mauricio, ¿te pasa algo? Desde que nos vimos en casa de Daniel actúas
un poco raro, te noto demasiado pensativo, y pensar no es precisamente lo
tuyo. —Dice sonriendo, tratando de sacar la misma sonrisa a su amigo.
Mauricio levanta un poco la cabeza, piensa en si será sensato de su parte
contarle lo que le pasa a Carlos. Seguro se burlaría o pensará que lo quiere
asustar como el día anterior, tendrá que sonar lo más sincero posible, en este
momento necesita toda la ayuda posible, pues no hubo suerte al preguntar en
su trabajo a dónde habían llevado las ramas, pero el pueblo es pequeño,
cualquiera puede saber el paradero de esas ramas, y aunque Carlos parecía
vivir en una cueva con respecto a los temas del pueblo, cómo no confiar en
quien el consideraba su compañero más cercano.
—¿Recuerdas lo que me dijo Agustina cuando me iba de su casa después de
insultarte, lo de la esquina?
—Si, no entendí nada, pero lo recuerdo. ¿Por qué?
—Es que, verás…
¡Hey, Hey! Mauricio, Carlos, que coincidencia. —Irrumpe Daniel acompañado
de Míriam.
¿Daniel? ¿Míriam? ¿Y esto? Pregunta Mauricio sorprendido.
Míriam: Yo venía a traer estos pasteles que le encargó tu padre a mi tía, en el
camino me encontré a Daniel, pero él no me ha dicho a qué venía.
Daniel: En realidad iba a otra parte, pero aprovechando que Miri venía para
acá quise unírmele para preguntarles por qué habían ido a visitar a mi abuela,
me contó que hablaron un buen rato, pero no me quiso decir que era, ya saben
la intriga. ¿Y tú, Carlos? ¿Cuál es tu historia?
Todos centran su mirada en Carlos, Incluso Mauricio, quien ya sabía el
motivo, pero al verse interrumpido no tuvo otra que disimular.
Carlos: Ahora que lo mencionas, que bueno que están todos aquí, así les
puedo comentar todo yo mismo, Mañana iré a casa de mi abuelo, estaré allá un
par de días máximo, es que mis padres me pidieron llevarle algunas cosas y
eso.
—¿Por qué ahora después de tanto tiempo que no lo ves? —Pregunta Daniel.

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—No lo sé, supongo que mis padres quieren saber como va, ellos tampoco lo
ven hace como un año. —Responde Carlos un tanto nervioso.
—Qué suerte tienes, a mí me encantaría ir, aunque sea un día a Agua Serena,
solo fui una vez cuando estaba pequeña, pero tengo bonitos recuerdos de ese
lugar, recuerdo que los lagos allí son hermosos, cómo me encantaría pescar
ahí una tarde entera. —Agrega Míriam, con un peculiar brillo en los ojos al
hablar del sitio.
—Hay más cosas aparte de pescar, ver telenovelas y hacer pasteles. —Dice
Daniel entre risas, todos ríen excepto Mauricio, por supuesto, en su mente no
había espacio para otra cosa más que angustia y desespero, pues el sol ya se
había ocultado por completo, y el reloj de Carlos, quien estaba a su lado,
marcaba las 6:00 p.m.
Hey, ¿qué les parece otra tanda de historias de terror? Algo para que Carlos se
lleve en su viaje a Agua Serena.
—Hoy yo paso, chicos, no me he bañado y estoy algo cansado, lo siento. —
Dice Mauricio, en una de sus pocas apariciones en la conversación, se pone de
pie y se prepara para entrar por fin a su casa.
—Si, yo solo vine a traer el pastel. Agrega Míriam, mientras sube a la terraza
para entrar junto con Mauricio y entregar su encomienda.
Daniel: Pero de todas formas aún no me han dicho que hablaron con mi
abuela.
Míriam: Pregúntale a Carlos, fue su idea después de todo.
Ambos entrar a la casa dejando atrás a Daniel, a Carlos y a un silencio
incomodo.
Carlos es el primero en hablar.
—Veras, eh, como les comenté fui hoy a la biblioteca central, ahí la señora
Herónida luego de una charla, me preguntó si conocía a la señora Agustina
Mora, yo le dije que su apellido me sonaba porque tenía un amigo con el
mismo apellido, el caso es que me pidió hablar con tu abuela por que ella
sabía más de la pasajera que cualquier otra persona en el pueblo, por cierto la
“pasajera” es el nombre de la historia que contó Mauricio ayer con el nombre
de “la mujer de cabello largo” son la misma cosa.

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—Ah, todavía con ese tema de hacer las preguntas y buscar las respuestas, creí
que eso quedaría en el pasado, olvidé lo persistente que puedes llegar a ser,
aunque por muy persistente que fueras, no sé cómo le hicieron para que mi
abuela quisiera hablar con ustedes, ella es demasiado reservada, eso fue lo que
más me intrigó, algo debió haber visto en ustedes.
—Oye, te quería preguntar, ¿por qué tú tienes el mismo apellido de tu abuela?
Mora. ¿Tu mamá no debería tener el de tu abuelo, y tú el de tu papá? Bueno sé
que no vives con tu padre, pero aún así es raro, ¿no?
—Es complicado, solo te diré que las mujeres en mi familia no tienen mucha
suerte con sus maridos, por eso es normal que sus hijos tengan sus mismos
apellidos, y a su vez ellas los de sus madres.
—Que interesante, parece algo digno de investigar.
—Para nada, solo son cosas de mujeres, las de mi familia en particular tienen
mucho carácter, es lo que me dicen siempre.
—Ya veo, bueno, también tengo que irme, mañana viajo muy temprano, nos
vemos al volver, seguro tendré mucho que contarles.
—Espero que sí, saluda a tu abuelo de mi parte.
—Lo haré, por cierto, mantente atento a Mauricio, actúa muy extraño desde
esta mañana, iba a contarme algo, pero no se pudo, espero que aún recuerde
decírmelo cuando regrese.
—Tranquilo, yo me encargo.

7:53 p.m. Para este momento los cuatro amigos se encontraban cada uno en
sus respectivas casas, a Míriam no le agradó la idea de tener que cenar
precisamente pastel, comió una pequeña porción y se fue a su habitación,
Carlos hacía los últimos preparativos para su viaje, previniendo que no se le
olvidara nada, para las 8:00 p.m. Ya tenía listo todo, incluso su nuevo diario,
el cual encontró revisando las cosas viejas de su padre mientras buscaba una
linterna, parecía nunca haber sido usado, así que lo tomó con el único
propósito de registrar todo lo respectivo a su investigación, no creyó que su
padre se molestara por usarlo, así que no le preguntó. Era un diario muy

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elegante, con una cubierta de color vino tinto, no tenía líneas para escritura,
por lo que pensó que pudiera tratarse de un diario de dibujos, las hojas no
estaban rotas o arrugadas, pero si habían perdido un poco el color, lo cual para
él era perfecto, porque le daba un toque más de misterio.
Mauricio no había cenado esa noche, preparaba su habitación en caso de la no
tan esperada visita, su padre tiempo antes había alistado la trampa para zorros
y la había dejado en el patio con una gallina dentro, esperando el momento
indicado se fue a acostar con su hacha de trabajo al lado derecho de su cama,
listo en caso de que escuchara a la gallina revolotear. El joven movía de
manera silenciosa los muebles de su cuarto, los puso todos junto al respaldo de
su cama, no quería que hubiera nada parecido a una sombra frente a él, era una
noche decisiva, no había espacio para malinterpretaciones, con todo
preparado, se acostó esperando poder dormir.

11:36 p.m. Un fuerte olor despierta a Mauricio y a Carlos de manera


simultánea, era un olor fétido y penetrante, estaba esparcido en ambas
habitaciones de manera tal, que no se podía identificar el sitio específico del
cual provenía, Uno de los chicos estaba desconcertado del todo, no conocía en
absoluto aquel desagradable olor, el otro por el contrario lo identificó en poco
tiempo.
Este olor, esto apesta igual que la carne que lleva días podrida. —Pensó
Mauricio.
Ambos se pararon casi qué al mismo tiempo de sus camas, y aunque los dos
estaban sumergidos en la absoluta oscuridad podían identificar algo brillando
a lo lejos de sus cuartos, Carlos llegó de inmediato a ver qué era esa tenue luz
cerca a su cama, se armó de valor y estiró la mano hacia el destello, todo esto
para darse cuenta que la luz provenía de la vieja linterna de su padre, que por
alguna razón se encendió dentro de su mochila. Mauricio no necesitó tanto
esfuerzo, no tuvo que dar siquiera un paso para identificar la tenue luz que
había en su cuarto, pues desde su posición al lado de la cama ya podía ver
perfectamente que se trataba de su verdadero compañero cercano.

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