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Cuentan los ancianos que en la antigüedad vivía un emperador de dorado esplendor y aunque su
nombre ha sido olvidado su nombre, no sus logros, como haber vencido a un enorme dragón de
un golpe en certero en el mentón o que cuyos dominios haya llenado de riquezas y avances a lo
largo de la duración de su reinado. Se le recuerda como un gobernante justo y sabio, pero también
un guerrero y conquistador. Tuvo un total de 20 hijos y el primogénito, Uruc, quien era también el
más amado de todos sus hijos, incluso lo nombró señor de la guerra en su reinado. Lo envió a LA
GRAN CRUZADA y consiguió mil territorios para su padre, sin embargo, no era el mismo cuando
regreso y corrompido por los deseos de poder, junto a seis de sus hermanos se rebelaron contra
su padre e intentaron destronarlo junto a sus legiones. Entonces una guerra infernal se desato
sobre sus tierras, y la sangre de inocente corrió sobre el pueblo del Emperador y Uruc, su hijo se
encargó de vencer al imperio en todos sus aspectos:
En su lecho, el Emperador dirigió unas últimas palabras al alma de su hijo y sus bastas fuerzas: “Su
poder les jugará en contra y sus dominios quedarán malditos con su codicia y enfermedad.
Vuestras almas no descansarán jamás y el dolor los volverá SOMBRAS que rondarán por toda la
eternidad sobre sus tierras y aún muertos vivirán la locura en carne inexistente; nadie los querrá ni
podrá ayudar y cuando la locura carcoma sus infectas mentes, solo entonces, comenzará su
verdadero infierno…”