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Capítulo 2

LAS BASES DE LA ÉLITE

1871-1898

La mañana del 30 de junio de 1871 los habitantes de la ciudad de Guatemala se


preparaban ansiosamente para el ingreso triunfal del ejército rebelde, comandado por Miguel
García Granados. Los alzados acababan de derrotar a las tropas oficialistas y habían obligado
a que el presidente Vicente Cerna se diera a la fuga. Con cientos de soldados indígenas
acampados en las cercanías de la capital y las fuerzas del gobierno prácticamente derrotadas,
el pueblo recordaba aquellos horrendos días de febrero de 1838, cuando Rafael Carrera y una
"masa tumultuosa de salvajes medio desnudos" se habían precipitado por las entradas de la
capital, forzando a los aristocratas a buscar refugio¹. Si en aquella ocasión un soborno hecho a
Carrera impidió la destrucción de la ciudad, esta vez los capitalinos, desprovistos de un ejército
con el cual defenderse, optaron por decorar sus hogares y las calles con banderas blancas,
simbolizando su rendición incondicional a García Granados².

La ciudad no había cambiado mucho desde que los salvajes de Carrera custodiaron las
calles polvorientas. Aparte de haber terminado la construcción de la Catedral, el fuerte de San
José y un teatro nacional que parecía fuera de lugar en una ciudad de sólo mil doscientas casas,
el gobierno no había invertido mayor cosa en el desarrollo urbano. Por lo mismo, cincuenta mil
personas vivían cómodamente detrás de gruesas paredes blancas de adobe que resguardaban
los anchos patios interiores. Las calles sin pavimentar se convertían en ríos de lodo durante la
temporada lluviosa, pero las fuentes y jardines rompían la monótona serie de casas bajas,
distribuidas en la clásica parrilla española, con las élites habitando el núcleo de casas que
circundaba la Plaza Central. Las lámparas callejeras iluminaban un pintoresco pueblo colonial
con veintiocho iglesias, nueve conventos, cinco monasterios y dos palacios. Para algunos
observadores era un lugar tenebroso y aburrido, con vacas y bueyes pastando en las afueras
que, más que una estampa de su encanto colonial, era un vergonzoso recordatorio del atraso de
Guatemala. Dicho poblado, tan poco pretencioso como parecía, era el asiento del gobierno del
país y la ciudad más grande de América Central; y García Granados llegaba a esta para ocupar
el Palacio Nacional. Para conmemorar el arribo de su nuevo presidente, los miembros del
concejo citadino requisaron el mejor carruaje y organizaron una procesión triunfal por toda la
calle Real hasta alcanzar la Plaza Central³.

Tales honores no se hicieron extensivos al heroico comandante del ejército rebelde,


general Justo Rufino Barrios. Él comandaba varios cientos de soldados ferozmente leales a él,
pero a diferencia de Carrera, campesino iletrado del oriente de Guatemala, Barrios era un
finquero bien educado del altiplano occidental. En vez de destruir la ciudad y arrasar con sus
tesoros, Barrios pretendía establecerse en el centro de la estructura del poder económico y
social. García Granados había pasado la mayor parte de su vida aristocrática en la ciudad de
Guatemala, tampoco tenía el menor deseo de arrasarla4. Estos líderes rebeldes no eran
revolucionarios, eran finqueros y ese 30 de junio se convirtieron en la élite dominante.

Por medio de la rebelión liberal de 1871, el liderazgo de la oligarquía pasó de un grupo


de comerciantes vascos y terratenientes coloniales que controlaban el Consulado de Comercio
a un grupo de caficultores, financistas y comerciantes internacionales, algunos de ellos ladinos
e inmigrantes recientes (ver cuadro 2). Durante la larga dictadura de Carrera surgió una
contradicción dentro de la clase terrateniente, en la que la oligarquía conservadora, fusionada
a la estructura colonial de poder, se opuso a los elementos progresistas decididos a desarrollar
un modelo agroexportador. Encabezados por la red familiar de los Aycinena, la facción
conservadora se mantenía comprometida con la Iglesia, el gremio de comerciantes y los
monopolios estatales, gozando, según Cambranes, una "vida parasitaria de terratenientes,
usureros y burócratas". Aunque el gobierno conservador ofrecía algunos incentivos a la
industria cafetalera, no estaba preparado para abolir los monopolios comerciales y permitir el
libre desarrollo de la industria del café. Como resultado, los terratenientes progresistas
decidieron que tenían que hacerse del control del Estado para destruir las estructuras políticas
y económicas que obstaculizaban su propio desarrollo. La victoria militar liberal de 1871
desplazó a los aristocratas conservadores del poder, dejando el gobierno nacional en las manos
de los terratenientes progresistas5.

Sin embargo, en vez de expulsar a los aristocratas coloniales de las filas de la élite, los
liberales se aliaron a ellos, produciendo una aún más poderosa oligarquía que incorporó ladinos
y cafetaleros extranjeros a la red de familias de la élite. Las familias conservadoras cedieron el
liderazgo político a los progresistas y gradualmente se acomodaron a la nueva realidad.
Algunos de ellos, particularmente los Aycinena, siguieron el liderazgo de los modernizadores
y mantuvieron su posición económica mediante la inversión en fincas de café. Como resultado,
la revolución liberal produjo una expansión de la oligarquía, ya que los modernizadores
forzaron el ingreso a sus filas y comandaron una exitosa transición económica de un sistema
colonial relativamente paralizado a una economía moderna impulsada por la exportación
cafetalera. De 1871 a 1898, una sucesión de finqueros ocuparon la presidencia e implementaron
las reformas que establecieron un período de crecimiento económico impresionante. Por
veintisiete años, los oligarcas tuvieron el poder y gobernaron, controlando el Estado tanto a
nivel nacional como regional. Los finqueros, al emplear el poder coercitivo del Estado para
confiscar propiedades comunales y de la Iglesia, imponer reclutamientos forzados de
trabajadores y construir infraestructura nacional, consolidaron el comercio del café y
modernizaron las bases de la oligarquía6.

Irónicamente, la oligarquía guatemalteca generalmente juzga con desdén a los políticos,


oficiales militares e intelectuales, particularmente a aquellos que no provienen de familias
prestigiosas. Durante la fase inicial de la reforma liberal, sin embargo, los oligarcas
administraron el Estado, comandaron a los ejércitos en el campo de batalla y establecieron las
bases ideológicas del orden liberal.
Los presidentes García Granados (1871-1873), Barrios (1873- 1885) y su sobrino José
María Reyna Barrios (1892-1898) provinieron de redes familiares oligarcas o las fundaron,
tuvieron propiedades productivas y se matrimoniaron con familias de la élite. Aunque Manuel
Lisandro Barillas (1885-1892) salió de la pobreza por medio del ejército, se ganó el respeto de
la oligarquía al casarse con Encarnación Robles de León y al adquirir extensas propiedades de
café en el departamento de San Marcos7.

Más aún, los equipos de asesores, ministros y gobernadores que sirvieron a cada uno
de estos presidentes incluían miembros prominentes de la antigua y la nueva oligarquía. José
María Samayoa, a pesar de sus orígenes mestizos, se convirtió en uno de los más relevantes
cafetaleros en la segunda mitad del siglo XIX y fungió como ministro de Fomento de 1871 a
1876, período durante el cual inició la construcción de ferrocarriles, caminos, puertos y
puentes. Samayoa consolidó sus diversos logros en los negocios al casarse con Tomasa Klee
Ubico, hija del inmigrante alemán Karl F. R. Klee, fundador de la principal red familiar del
siglo XIX. Manuel María Herrera, el ilegítimo hijo mestizo de Pedro Antonio Azmitia y Teresa
Herrera, desarrolló fincas azucareras y cafetaleras en tierras expropiadas a las comunidades
indígenas y consolidó su imperio cuando ocupó un cargo en el gabinete de Justo Rufino Barrios.
Sus hijos, Manuel Herrera Moreno y Carlos Herrera Luna, lo apoyaron en el gobierno y
consolidaron la red familiar al matrimoniarse con mujeres de las familias Ubico y Dorión.
Antonio Batres Jáuregui, una figura central en la red oligarca, vinculado a las familias Alejos,
Arrivillaga, Arzú, Aycinena, Castillo y García Granados, unificó a la oligarquía en torno a la
ideología liberal y facilitó la transición del régimen conservador al liberal sin quebrantar el
núcleo oligárquico8.

A nivel regional, los cafetaleros gobernaron como señores feudales, controlando el


acceso a la tierra, al trabajo y al Estado. Los terratenientes reclutaron y disciplinaron la fuerza
de trabajo por medio de jefes políticos (gobernadores departamentales), quienes seguían las
instrucciones de proporcionar a los terratenientes todos los trabajadores indígenas que
necesitaran las fincas. Al recibir el requerimiento, el gobernador ordenaba a los oficiales locales
reunir el número deseado de trabajadores para mandarlos a las fincas.

Aunque las comunidades indígenas se resistieron al mandamiento (reclutamiento


obligatorio de trabajo), el gobernador y los alcaldes tenían la autoridad para multar e imponer
cárcel a aquellos que se rehusaran a cumplir con la nueva política laboral9. Por medio de estos
y otros mecanismos, los cafetaleros adquirieron un enorme poder a nivel local, controlando al
campesinado por medio de prácticas laborales coercitivas y dominando las instituciones
regionales del Estado. Por lo general, los jefes políticos provenían de la clase terrateniente o
recibían sobornos de los terratenientes para cumplir con la voluntad de estos. Como explica
Susan Berger: "en la realidad, eran los terratenientes, con la ayuda de amistosos gobernadores,
quienes mandaban en los departamentos "10.

Aunque el origen de su riqueza y su poder residía en los departamentos, los


terratenientes hicieron de la ciudad de Guatemala su hogar, ciudad que reflejó en su crecimiento
la productividad del área rural. Para cuando Barrios murió en un campo de batalla en El
Salvador, en 1885, el gobierno había pavimentado las principales calles e introducido la luz
eléctrica. Una estación de tren conectaba la capital con el puerto de San José, ubicado en la
costa del Pacífico, reduciendo el tiempo y el costo de transportar fletes o personas a los barcos
que anclaban regularmente en dicho puerto. Los automóviles paulatinamente fueron
sustituyendo a los carruajes de caballos y permitieron que la élite se trasladara a los suburbios
creados después de que Reyna Barrios construyera el hermoso aunque oneroso bulevar La
Reforma (hoy más conocido como avenida), ubicado al sur de aquella ciudad en expansión.
Para 1893, habían 67,818 habitantes y los más acaudalados podían comunicarse entre sí y el
mundo por medio de tren, teléfono o telégrafo11. Guatemala, o al menos una fracción de sus
habitantes, había ingresado al mundo moderno.

La industria y la oligarquía industrial surgieron en la periferia de este proceso


modernizador. Aunque las reformas liberales fueron diseñadas principalmente para facilitar la
producción y exportación de café, los finqueros también invirtieron en el comercio, en la
construcción del ferrocarril, la banca y algunas pequeñas industrias. Guiado por la convicción
de que un estado moderno debía promover la diversificación económica, el gobierno estimuló
la inversión industrial ofreciendo incentivos fiscales y protección arancelaria a unos pocos
industriales; y estableciendo una política de desarrollo que orientó los esfuerzos de
industrialización hasta el año de 1947. Con concesiones gubernamentales, las familias Castillo
e Ibargüen, miembros prominentes de la oligarquía contemporánea, establecieron el núcleo del
sector industrial de Guatemala y consolidaron su lugar dentro de la élite.

El proceso de industrialización no cumplió enteramente las expectativas pero, para el


año de 1944, Guatemala tenía una pequeña base industrial y una facción de la oligarquía
contaba con una inversión sustancial en el sector industrial. Cantel, una fábrica textil construida
por la familia Sánchez en la década de 1870, pasó a la familia Ibargüen en 1906 y se convirtió
en el núcleo de dicha red familiar. Los hermanos Castillo Córdova fundaron una cervecería y
una amplia red familiar, a finales del siglo XIX. Con el ingreso generado por la industria, los
Castillo invirtieron en la agricultura, la banca, el comercio y en servicios. Además, para
consolidar su imperio económico, forjaron alianzas maritales con miembros poderosos de la
oligarquía establecida. Bajo las políticas proteccionistas del gobierno liberal, los Castillo
establecieron una base económica diversificada y la extensa red familiar que los convirtió en
la familia dominante de la oligarquía del siglo XX.

La reforma liberal de 1871 estableció las condiciones que hicieron posible que las
familias Castillo e Ibargüen desarrollaran sus industrias. Bajo el control de las redes familiares
aristocráticas, con los Aycinena ubicados en el centro, la economía guatemalteca se desarrolló
poco entre 1821 y 1871. La mayoría de la población vivía en comunidades agrarias
autosuficientes; los comerciantes que monopolizaron el negocio de la cochinilla prosperaron,
pero la economía creció modestamente en comparación con aquellos países que adoptaron
prácticas económicas liberales. Como lo ilustra la gráfica 1, el comercio se estancó entre 1850
y 1867; durante dicho período, el balance comercial anual promedió solo $269,246, el obvio
resultado de cinco déficits comerciales. Las familias conservadoras demostraron poco interés
en modernizar la economía hasta que desarrollo de los tintes sintéticos, durante la década de
1850, acabó el el mercado de la cochinilla y obligó a muchos agricultores a entrar en la
producción de café. En la década de 1860, la producción y exportación de café aumentó
aceleradamente y, en 1870, superó a la cochinilla como el principal producto de exportación
del país. De 1867 a 1894, con el café atribuyéndose más del 90% de las exportaciones,
Guatemala registró un balance comercial anual promedio de $3,222,982, sin un solo déficit
comercial. Los oligarcas construyeron infraestructura, fundaron bancos y adquirieron
maquinaria industrial gracias al capital excedente generado por el comercio del café¹².

Aunque el exceso de gastos de los finqueros en lujosas importaciones limitó el alcance


de la diversificación económica que los liberales esperaban alcanzar, aquellos no
desperdiciaron su fortuna entera en bienes ostentosos. Los excedentes acumulados del
comercio brindaron a los liberales la oportunidad de dirigir la inversión privada hacia áreas
fuera del sector cafetalero.

Grafica…
Los finqueros invirtieron en equipo para tostar café, ingenios de azúcar, ganado de pura
raza, bancos, ferrocarriles, energía eléctrica e industrias de bienes de consumo; no fueron
insensibles a las demandas del mercado ni ignoraron las oportunidades comerciales. Una finca
productiva podía cultivar una variedad de productos, en parte para alimentar a los trabajadores
que ahí residían, pero también para la venta en el mercado local. José María Díaz Durán, uno
de los primeros oligarcas que invirtió en el café, también cultivó caña de azúcar y crió ganado
en la finca El Zapote, una extensa propiedad de 6,400 acres de extensión, en las cercanías de
Antigua. En 1863, Joaquín, el hijo de dieciocho años de Durán, compró, en Europa, maquinaria
para limpiar el café y bajo su administración la finca El Zapote se convirtió en una propiedad
mecanizada, diversificada y altamente productiva¹³.

Aunque la inversión en carreteras, puertos, bancos y energía eléctrica sirvió para


atender las necesidades inmediatas de la industria del café, también modernizó las bases
económicas de los sectores conservadores y liberales de la oligarquía. Las familias Aguirre,
Aparicio, Barrios, Herrera y Samayoa fundaron los seis bancos comerciales del país, a finales
del siglo XIX, y algunos de ellos invirtieron en dos pequeños ferrocarriles que conectaban los
distritos cafetaleros del occidente con los puertos de Champerico y Ocós14. La oligarquía en
pleno apoyó el esfuerzo nacionalista para financiar la construcción del ferrocarril del Norte (de
Puerto Barrios a la ciudad de Guatemala), administrándolo como empresa estatal durante las
décadas de 1880 y 1890. Para 1900, las familias Aparicio, Herrera y Samayoa habían
establecido los primeros ingenios de azúcar del país15. De esa forma, los miembros prominentes
de la oligarquía, evidenciando un espíritu empresarial que mantienen como característica
notable, establecieron una base diversificada dentro del modelo de economía exportadora y
sentaron discretamente las bases de la élite guatemalteca contemporánea.

Los liberales no lograron, sin embargo, completar la infraestructura económica


empleando únicamente capital y tecnologías guatemaltecas. Como resultado, los oligarcas
aceptaron gustosos la inversión extranjera en cualquier sector de la economía, pero solo muy
esporádicamente ofrecieron a sus hijas en matrimonio a emigrantes estadounidenses o
alemanes. Por otra parte, los dos estadounidenses que terminaron el sistema ferroviario, Collins
P. Huntington y Minor Keith, mostraron poco interés en establecer su hogar en Guatemala.
Asimismo, los emigrantes alemanes establecieron fincas cafetaleras productivas, invirtieron en
infraestructura e hicieron de las Verapaces su hogar, pero mostraron una marcada preferencia
por contraer matrimonios entre ellos mismos16. Aunque los capitalistas extranjeros obtuvieron
cuantiosas ganancias de sus inversiones, solo algunos de ellos ingresaron a la oligarquía.

Unos pocos individuos excepcionales llegaron a Guatemala, prosperaron en los


negocios e ingresaron a la oligarquía, adjudicándole a la élite la característica transnacional que
ha mantenido hasta la fecha. El fundador de la colonia alemana, Karl Friedrich Rudolph Klee,
que llegó en 1828, hizo fortuna con la cochinilla y el café, consolidándose en el poder al casarse
con Josefa Juliana de Guadalupe Guillén de Ubico y Perdomo, una criolla adinerada con sólidas
credenciales oligárquicas. La red familiar Klee-Ubico se estableció como una de las principales
ramificaciones de la oligarquía, incorporando a las familias Novella, Samayoa, Dorión y Berger
en el curso de las siguientes tres generaciones. En la década de 1880, los emigrantes de origen
estadounidense-alemán Isidore Schwartz y Adolfo Stahl fundaron una empresa comercial que
se convirtió en la base económica del "sindicato estadounidense", próspero pero notoriamente
corrupto, del régimen de Estrada Cabrera. A pesar de los negocios ilícitos que llevaron a cabo
en complicidad con el dictador, los Stahl ingresaron a la oligarquía por medio de sus empresas
y matrimonios. Aunque Guatemala recibió menos emigrantes españoles, franceses, italianos y
suizos, ingresaron más de ellos a la oligarquía (Ibargüen, Dorión, Novella, Maegli, Fischer)
que alemanes o estadounidenses (ver cuadro 1, pp. 22 y 23)17. Estos emigrantes extranjeros,
además de contribuir a la expansión de la economía cafetalera, condujeron a la oligarquía hacia
el azúcar, el algodón, la industria y las finanzas.

La acumulación de capital por medio de la exportación de café, el desarrollo de una


infraestructura rudimentaria y el arribo de capital extranjero establecieron las condiciones para
el desarrollo de la industria. La existencia de un sistema ferroviario y portuario, vinculado a las
principales líneas marítimas que llegaban a los mercados de Europa y Estados Unidos, facilitó
la compra y la instalación de la maquinaria. El sistema bancario brindó una infraestructura
financiera primaria para los pioneros industriales, con la familia Ibargüen controlando el Banco
de Occidente y los Castillo y Novella invirtiendo en el Banco de Guatemala, Banco Americano
y Banco Agrícola Hipotecario18.

Incluso con este desarrollo de la infraestructura, la demanda de consumo de bienes


manufacturados se mantuvo relativamente baja hasta mediados del siglo XX. En 1877, los
guatemaltecos importaron más de $2.5 millones en mercaderías, con hilo, tela de algodón, lana
y seda constituyendo aproximadamente $1.5 millones19 Convencidos de que el nivel que había
alcanzado el comercio de tela de algodón hacía posible su manufactura local, los hermanos
Sánchez establecieron una fábrica de textiles, la primera industria del país. Empero, a lo largo
del período liberal, el consumo doméstico de bienes industriales se mantuvo relativamente bajo
y confinado a unos pocos bienes perecederos.

Aunque resulta difícil evaluar el tamaño y crecimiento del mercado, los censos de 1893
y 1921 proveen un buen estimado inicial. Considerando que los campesinos listados en ambos
censos existían fuera de los confines de la economía monetizada y urbana, el mercado de
consumo de 1893 consistía en 157,664 personas económicamente activas y sus dependientes.
En 1921, el número de personas económicamente activas empleadas fuera de la agricultura se
había incrementado levemente a 164,443. El crecimiento de la ciudad de Guatemala de 61,191
habitantes, en 1893, a 112,086, en 1921, sugiere una tasa de crecimiento más alta de la
población con capacidad de consumo; pero, de cualquier forma, el mercado consistía en unas
200 mil a 300 mil personas20.

La mala distribución del ingreso suprimía aún más la demanda y limitaba la tasa de
crecimiento del mercado interno. Un estudio de 1883, del Ministerio de Desarrollo, reveló la
existencia de solo 5,334 dueños de propiedades en el país, menos del 1% del total de la
población. Con el poder adquisitivo limitado a una minoría, existían pocos incentivos para la
producción masiva de cualquier artículo. Las tiendas familiares de producción artesanal
satisfacían la demanda de la mayoría de bienes de consumo, como cigarrillos y zapatos, y
aquello que la élite no podía encontrar en la ciudad de Guatemala o Quetzaltenango lo
compraba en el extranjero. Desde Europa y Estados Unidos los cafetaleros importaron seda
fina, lino, vinos y joyas. El cónsul estadounidense observó en 1899: "las enormes ganancias de
los cafetaleros crearon una riqueza repentina y voluminosa que se ha despilfarrado en lujos "21.

Las políticas agrarias y laborales también restringieron el crecimiento del mercado de


consumo interno. La expropiación de las propiedades eclesiásticas e indígenas convirtieron a
los pobladores autosuficientes, situados al margen de la economía monetizada, en peones por
deuda y trabajadores involuntarios. Al ser contratados a largo plazo por los terratenientes, los
campesinos podían evitar el reclutamiento forzoso y un buen número de indígenas evadían el
mandamiento al aceptar una parcela de tierra, a cambio de trabajar en la finca; pero ni como
peón ni como mozo (trabajador residente), el indígena desarrollaba el interés o los medios para
comprar bienes manufacturados. Estos dos sistemas de trabajo, uno completamente coercitivo
y el otro no-monetario, deprimían los salarios y retrasaban la incorporación de la fuerza laboral
de la agricultura a una economía monetizada. Aunque los contratos laborales generalmente
estipulaban el pago de un salario, los mozos rara vez lo recibían. Aún peor, el valor real del
salario de la agricultura declinó desde la década de 1870 hasta la de 1920, indicando un
sostenido declive en el poder adquisitivo del guatemalteco promedio. Las reformas agrarias y
laborales obstruyeron el desarrollo de una economía monetizada, "el requisito más elemental
de un sistema de industria", según Warren Dean22.

Sin embargo, los liberales adoptaron la industrialización como un objetivo a largo


plazo. De las experiencias de la década de 1820, cuando la adopción del libre comercio
destruyó la incipiente industria textil de Guatemala, se aprendió el valor de proteger la industria
local. A finales del período colonial, se había desarrollado una industria textil de pequeña escala
e intensiva mano de obra, con mil telares operando en Antigua. El comercio de textiles ingleses,
ilícito al principio y legal para 1820, llevó a las pequeñas industrias, relativamente ineficientes,
a una competencia directa con bienes ingleses producidos masivamente. El liberal Pedro
Molina defendió el comercio de los textiles ingleses, argumentando que las telas foráneas eran
superiores en calidad y menos costosas que las domésticas. Por otro lado, José Cecilio del Valle
solicitó al gobierno prohibir la importación de textiles y quemar los fardos de tela extranjera,
aconsejando a todos los centroamericanos vestir con sus propios textiles para fortalecer la
economía local. Sin embargo, el libre comercio prevaleció y, de manera previsible, la industria
guatemalteca se desvaneció23.

Eventualmente, los liberales incorporaron ciertos principios proteccionistas impulsados


por José Cecilio del Valle y algunos otros. Durante la administración del presidente liberal
Mariano Gálvez (1831-1839), el gobierno aprobó las dos primeras leyes establecidas para
promover la industria. Una de estas autorizaba al Ejecutivo a otorgar doce años de privilegios
exclusivos a las industrias mecánicas y la otra establecía la Sociedad para el Fomento de la
Industria cuyo propósito era enseñar artes mecánicas y constituir nuevas fábricas24. Aunque los
guatemaltecos no establecieron ninguna industria nueva, las leyes fueron precursoras de las
políticas adoptadas por los liberales en la década de 1870.
Durante el régimen del caudillo conservador Rafael Carrera (1837- 1865), la Sociedad
Económica de Amigos del País de Guatemala, una institución colonial inaugurada en 1794 para
promover el desarrollo económico, impulsó en vano una mayor protección para las industrias
locales. En 1845, apoyó la prohibición de harina importada, tabaco, aguardiente, vestuario y
calzado, argumentando que todos los gobiernos, incluyendo los de Estados Unidos y México,
protegían su industria y agricultura. Aun así, la Sociedad Económica no logró obtener la
suficiente protección para la industria local. En 1848, José María Samayoa, entonces un
empresario en ruta ascendente hacia la oligarquía, obtuvo una licencia gubernamental para
fabricar textiles de algodón y luego instaló maquinaria en una antigua misión jesuita de
Antigua. La escasez de algodón producido localmente y de mano de obra calificada obligó a
Samayoa a cancelar la producción en menos de veinte años, no habiendo logrado convencer al
gobierno de que le otorgara exenciones de impuestos sobre el algodón importado25.

Los gobiernos conservadores no compartieron el entusiasmo de los modernizadores por


promover la exportación de café, el desarrollo de infraestructura y la industrialización. El
liderazgo liberal incluyendo a Samayoa y García Granados, comprendía a empresarios que
habían sido bloqueados por las políticas conservadoras de Carrera y su sucesor, Vicente Cerna
(1865-1871). García Granados también recibió una concesión para comenzar una fábrica textil
pero él, así como sus colegas oligarcas Luis Batres y Juan Matheu, no lograron establecer una
hilandería de algodón en la década de 1860. Guiados por las experiencias negativas de los
anteriores cincuenta años, los modernizadores sabían que la industria no podía desarrollarse
sin, al menos, incentivos fiscales y protección arancelaria, pues pocos inversionistas
arriesgarían su escaso capital en nuevas industrias, dada la escasa oferta de mano de obra
calificada, el pequeño mercado interno y el peligro de la competencia extranjera. Para atraer
inversión industrial, entre 1876 y 1878, el gobierno otorgó privilegios exclusivos a diez
empresas industriales26.

En 1879, los liberales sintetizaron su estrategia desarrollista en el artículo 20 de la


Constitución, que garantizaba la libertad de industria, a la vez que autorizaba una concesión
exclusiva de diez años a las nuevas industrias. El artículo 20 reflejaba la paradoja de la política
desarrollista liberal, descrita por David McCreery como comprometida con "la libre empresa
pero no con el 'laissez faire'"27. El artículo en mención permitía al Estado establecer
monopolios industriales al otorgar concesiones exclusivas a empresas seleccionadas, mientras
negaba explícitamente los mismos privilegios a los competidores existentes o potenciales. Los
industriales exitosos obtenían derechos de manufactura exclusivos bajo lo previsto en el
artículo 20 y luego renovaban todos o parte de los incentivos fiscales y la protección arancelaria
ahí contenida. Los competidores objetaban las concesiones, basados en que la Constitución
garantizaba la libertad de industria, pero el Estado mantuvo su compromiso con los proyectos
industriales iniciados por las familias oligarcas que emplearon su influencia política para
obtener dichas concesiones.

A pesar de las contradicciones inherentes y las controversias políticas que generó, el


artículo 20 permaneció como el fundamento legal de la política de desarrollo industrial hasta
1947, cuando el presidente Juan José Arévalo promulgó una amplia ley para el desarrollo
industrial. La ley de Arévalo eliminó algunas de las ambigüedades y obtuvo resultados bastante
más impresionantes; sin embargo, las políticas liberales habían sentado las bases de la industria
guatemalteca. Contrario a las conclusiones de Alfredo Guerra Borges, todos los gobiernos
liberales, desde Barrios hasta Jorge Ubico, promovieron y protegieron la industria, empleando
incentivos fiscales y, en varios casos, barreras arancelarias. No se resignaron a aceptar el
destino de Guatemala como proveedor de productos agrícolas 28.

Además de los incentivos fiscales, el gobierno ocasionalmente aumentó los aranceles


para proteger a los productores locales. A lo largo del período liberal, los impuestos de
importación fluctuaron entre 50% y 129% ad valorem y por lo general se mantenían altos ya
que el gobierno obtenía la mayor parte de sus ingresos de los impuestos de importación. Debido
a estas tasas, las industrias disfrutaron de un cierto grado de protección; pero, para favorecer a
un grupo reducido de industriales, el gobierno incrementó los impuestos de importación a
montos exorbitantes. Por ejemplo, en el Decreto Arancelario de 1894, el gobierno prohibió la
importación de tabaco y estableció un impuesto de cinco pesos a los cigarrillos y cigarros
importados, lo que de hecho tornaba prohibitiva la importación de dichos productos29. La
protección arancelaria mantuvo a flote a un número de productores que utilizaban mano de
obra intensiva.

El gobierno liberal no protegería, sin embargo, a las industrias aún no establecidas. En


el Decreto Arancelario de 1894, promulgado antes del establecimiento de la fábrica de cemento
de los Novella, el gobierno permitía el libre ingreso del cemento. En 1929, cuando la fábrica
Novella satisfacía una porción sustancial de la demanda nacional, el gobierno decretó un
impuesto de medio centavo por cada kilogramo de cemento importado, un monto suficiente
para promover el consumo del producto Novella. El nivel de protección arancelaria equiparaba
aproximadamente la capacidad productiva de la industria nacional. La fábrica Novella compitió
con el cemento importado hasta que la empresa tuvo una capacidad instalada capaz de satisfacer
las necesidades de Guatemala30.

La política de desarrollo industrial de Guatemala, durante el período liberal, es similar


a la política mexicana durante el gobierno de Porfirio Díaz (1876-1910). Según Stephen Haber,
las principales empresas productivas mexicanas se desarrollaron por medio de aranceles
proteccionistas y operaron bajo concesiones federales, que les otorgaban exenciones de
impuestos por un tiempo de siete a treinta años. En ocasiones, el gobierno otorgaba concesiones
exclusivas que permitían a una empresa dominar una línea especial de productos. Stephen
Haber señala que "de hecho, el gobierno establecía, oficialmente, monopolios autorizados y
subsidiados"31.

Aunque no existe evidencia que sugiera la adopción del modelo mexicano, los liberales
guatemaltecos autorizaron y subsidiaron industrias escogidas. Las concesiones que otorgaron
permitieron el desarrollo de fábricas de gran escala que dominaron el mercado de un producto
determinado. Las dos primeras industrias de Guatemala, Cantel y la Cervecería
Centroamericana, recibieron concesiones por diez años que los exoneraban de impuestos por
importación de maquinaria y materia prima. Con apoyo gubernamental, Cantel se convirtió en
el productor más grande de textiles en Centroamérica y la Cervecería Centroamericana obtuvo
el monopolio de la cerveza que aún conserva. Asimismo, las familias asociadas a estas dos
industrias se convirtieron en miembros poderosos de la oligarquía guatemalteca.

Los pioneros de la industria en Guatemala tuvieron distintos orígenes; algunos


heredaron su riqueza y otros la crearon. Criollos, mestizos, emigrantes europeos, agricultores
y comerciantes invirtieron en la industria. Todos ellos compartían una ideología modernizadora
y una voluntad para arriesgar capital, ya fuera colocando un ejército liberal en el campo o
importando maquinaria. Participaron en la reestructuración del poder político y económico
después de la reforma de 1871 y se beneficiaron de ella, y fue por medio de sus vínculos con
el partido liberal que los industriales adquirieron las concesiones que autorizaron y subsidiaron
sus empresas. Francisco Sánchez, por ejemplo, aportó $60 mil a la reforma liberal; Justo Rufino
Barrios recompensó sus servicios al colocar a los dos hijos de Sánchez en importantes cargos
del gobierno y al autorizar una concesión por medio de la cual los Sánchez establecieron la
primera industria de Guatemala32.

Francisco Sánchez, hijo del emigrante español Nicolás Pontigo y María Loreto
Sánchez, podía reclamar ser descendiente de los conquistadores por el lado materno, pero su
padre (quien evidentemente no lo reconoció) recién se había establecido Guatemala a inicios
de 1800. Francisco, nacido en 1814, sin riquezas y sin contar con el respeto de la oligarquía, se
abrió paso hacia el poder por medio del partido liberal. A mediados del siglo, Sánchez era
dueño de una destilería y de unos almacenes en Totonicapán. A través de su matrimonio con
Agripita Coutiño, Francisco obtuvo propiedades en Quetzaltenango, incluyendo algunas
tiendas en la plaza central. En la década de 1860, invirtió en fincas de café y azúcar en Flores
Costa Cuca, municipio de la bocacosta, y se trasladó con su familia a Quetzaltenango, desde
donde administraba, con el apoyo de sus tres hijos, el negocio familiar33.

Debido a que el régimen conservador ofrecía poco apoyo a los empresarios que no
estuvieran afiliados a la Cámara de Comercio. en 1862, el gobierno rechazó la solicitud de
Sánchez para obtener una concesión con el objeto de establecer una fábrica de textiles de
algodón en el altiplano. Francisco y su hijo mayor, Delfino, se involucraron en una
conspiración para derrocar a Rafael Carrera y, por lo mismo, el gobierno los mandó al exilio
en 1863. Mientras estaban en Europa, Delfino adquirió el conocimiento técnico en la
producción textil que luego aplicaría en Cantel. A finales de la década de 1860, los dos
exiliados se establecieron en México, donde se enlistaron y aportaron fondos al ejército liberal.
Ingresaron a Guatemala con el ejército victorioso, en 1871, y en 1883 sellaron su alianza
política con Justo Rufino Barrios con el matrimonio de Urbano Sánchez Coutiño con Cleotilde
de León Barrios, la hija adoptiva de Barrios34

Entre 1871 y 1875, la familia prosperó bajo el gobierno liberal, en el cual ejercían una
extraordinaria influencia política. Delfino Sánchez se distinguió como hombre de Estado
durante el régimen de Barrios, inicialmente fue nombrado jefe político de Sololá, en 1872.
Mientras tanto, sus padres y hermanos se empeñaron la reorganización de la empresa familiar.
El 28 de abril de 1875, Francisco y Agripita transfirieron sus fincas de café y azúcar,
propiedades y almacenes a Francisco Sánchez e Hijos, una firma en valuada en $125 mil.
Durante los próximos doce años, el valor de la empresa se cuadruplicó mientras la familia
Sánchez se expandía a la banca, el transporte y la industria textil35

Durante este tiempo, la familia Sánchez estaba próxima a constituirse en una red
familiar poderosa por medio de la conjunción de los negocios, la política y los matrimonios.
Pero la muerte sorprendió a Francisco en algún momento entre 1876 y 1881, dejando los
asuntos políticos y económicos de la familia en manos de Delfino, el hijo mayor. Delfino, al
ascender, en 1876, de miembro del Consejo de Estado (un cuerpo de asesoría presidencial) a
vicepresidente del Congreso y luego a ministro de Educación, en 1879, obtuvo el poder político
que la familia carecía cuando el gobierno rechazó su solicitud, en 1862. En 1879, Delfino
asumió el control temporal del Ministerio de Desarrollo, el cual revisaba y autorizaba las
concesiones industriales. Para ese entonces, el ministerio había rechazado concesiones
industriales argumentando que la Constitución garantizaba la libertad de industria. Sin
embargo, el 25 de febrero de 1880, el gobierno otorgó a Sánchez e Hijos el derecho exclusivo
para importar maquinaria de hilar y tejer que serviría para instalar una fábrica de textiles de
algodón y lana. Aunque Delfino pudo no haber estado dirigiendo el ministerio cuando el
gobierno aprobó la concesión, sin duda fueron sus conexiones políticas las que facilitaron su
obtención36.

La concesión eximía a la familia Sánchez de todos los impuestos de importación de


maquinaria y materia prima durante diez años, un subsidio estatal que les otorgó considerables
ventajas sobre cualquier otro competidor potencial. En 1882, los impuestos sobre hilos de
algodón importados y telas generaron el 48% del total de los ingresos estatales por importación.
Si los hermanos Sánchez no hubieran estado fuertemente vinculados con el partido oficial,
probablemente no hubieran logrado obtener la concesión del gobierno, dado que le significaba
a este grandes pérdidas financieras. Sin embargo, el gobierno calculó que los beneficios
políticos y económicos a largo plazo sobrepasaban las pérdidas a corto plazo provenientes de
los ingresos sobre los bienes que, de otra manera, no se hubieran importado. De esta forma, el
gobierno manifestaba un interés particular en la industria y le brindaba protección e incentivos
durante la crítica fase inicial. Aunque el gobierno estipuló que la concesión no impedía a
Samayoa o a sus sucesores el fabricar ropa en otros departamentos, estaba autorizando, en
esencia, un pequeño monopolio textil37.

La familia Sánchez adquirió tierras en las orillas del río Salamá, en Cantel, una aldea
ubicada en las afueras de Quetzaltenango; establecer la fábrica en el altiplano occidental les
ofrecía dos ventajas significativas: contar con el potencial hidroeléctrico del río Salamá y con
la presencia de mano de obra calificada en el hilado y tejido de la tela de algodón. La
construcción de la fábrica comenzó en 1881, bajo la dirección de Domingo Goicolea, un
arquitecto vasco que se estableció en Guatemala, en 1874, y que luego se casó con Dolores
Sánchez Coutiño. Los hermanos Sánchez compraron en Inglaterra un motor de turbina y veinte
máquinas para hilar, trasportaron la pesada maquinaria en el recién inaugurado tren de
Champerico a Retalhuleu; y de ahí, la llevaron en carreta hasta Cantel, instalándola en 1883 38.
Veinticinco trabajadores de las aldeas cercanas iniciaron la producción en algún
momento entre 1883 y 1884. Los empleadores reclutaron a sus trabajadores usando una
combinación de trabajo contratado libremente y una variante del peonaje por deuda, lo cual
reflejaba a una sociedad en transición entre una economía agrícola y una industrial. En ambos
casos, los hermanos Sánchez proveyeron a sus trabajadores de vivienda y de una pequeña
parcela de tierra, una práctica común entre finqueros. Aunque los trabajadores eventualmente
se habituaron al régimen industrial, en 1884 los pobladores de Cantel -temiendo que la familia
Sánchez absorbiera todas las tierras municipales, destruyera sus costumbres y los sacara de su
pueblo amenazaron con quemar la fábrica si los dueños no la abandonaban. Las autoridades
locales salieron en defensa de la influyente familia y reprimieron la protesta39.

Para la mala fortuna de la familia Sánchez, la política fue una espada de doble filo que
los hizo caer casi tan pronto como los había hecho subir. Urbano Sánchez murió junto a Barrios,
su suegro, en la batalla de Chalchuapa, en abril de 1885. Con la prematura muerte de Delfino
Sánchez dos meses después, la familia sufrió tres muertes en menos de una década, pérdidas
de las cuales no se recuperaría. Aunque Guillermo, el hijo sobreviviente, asumió la propiedad
exclusiva y mantuvo influencia política, con su padrino el general Manuel Lisandro Barillas
ocupando la presidencia (1885-1892), los permanentes problemas laborales y la escasez de
materia prima menguaron su interés por la fábrica. En 1890, Guillermo transformó la empresa
familiar en una corporación pública, estableciendo la Compañía de Hilados y Tejidos de Cantel
con un capital inicial de $600 mil, dividido en 6,000 acciones. Guillermo conservó 4,950
acciones de la nueva empresa, pero por primera vez personas fuera de la familia adquirieron
acciones de la empresa, incluyendo a Manuel Lisandro Barillas (con quinientas acciones) y al
ministro de Gobernación, Francisco Anguiano (con cien acciones). Aunque Barillas no renovó
la concesión después de que esta expiró en 1890, su gobierno autorizó, en 1892, exenciones de
impuestos para más de 170 mil libras de algodón y otros bienes importados40.

La formación de la corporación desencadenó los eventos que llevaron a la adquisición


de Cantel por los Ibargüen. Guillermo transfirió la responsabilidad administrativa a su cuñado
Domingo Goicolea, quien al instalar más maquinaria triplicó la capacidad productiva de la
empresa durante la década de 1890. Para 1900, Cantel operaba 82 máquinas y empleaba entre
800 y 1,000 trabajadores; pero cuando Guatemala se deslizaba hacia una prolongada depresión
en 1897, los Sánchez y Goicolea perdieron el control financiero de la empresa. Al igual que
otros finqueros, Guillermo respondió a la crisis intentando aumentar la producción de café; y
utilizó las acciones de Cantel como garantía para asegurar cuatro préstamos con el Banco de
Occidente, por un total aproximado de $300 mil entre 1899 y 1901 41.

Guillermo, habiéndose extralimitado y desmotivado, vendió sus intereses en Cantel a


sus acreedores en el Banco de Occidente, incluyendo a León N. Diebold, un finquero nacido
en Estados Unidos y a Rufino Ibargüen, un inmigrante español con intereses en las
exportaciones de café y las finanzas. Mientras Guillermo reestablecía sus fincas cafetaleras a
su plena capacidad productiva, los nuevos accionistas de Cantel modernizaron la fábrica textil
y adquirieron, en 1902, una concesión que exoneraba a la empresa de impuestos de importación
en maquinaria y materia prima durante diez años. Bajo una administración nueva y vigorosa,
Cantel sobrevivió la crisis económica y expandió su capacidad productiva para captar algo de
la demanda que estaba siendo satisfecha por medio de importaciones 42.

En 1907, la propiedad de Cantel pasó de Guillermo Sánchez a Ibargüen, Stahl y


Compañía, un consorcio formado por los accionistas minoritarios Rufino Ibargüen, Marcelina
Uribe de Ibargüen y Máximo Stahl. Al perder Cantel, la familia Sánchez también decayó en
importancia. Guillermo dedicó sus últimos años a las fincas de café y al servicio en el Congreso,
pero la familia perdió la influencia que alguna vez tuvo, como consecuencia parcial de las
tempranas muertes de Delfino y Urbano Sánchez, quienes pudieron haber prolongado su
presencia en la oligarquía de haber gozado una vida más larga. En consecuencia, el hijo y nieto
de Guillermo se dedicaron a la medicina y partieron al extranjero43.

Mientras la familia Sánchez decaía, las familias Ibargüen y Stahl ascendían con la
fortuna de Cantel. Rufino Ibargüen y su esposa Marcelina Uribe llegaron a finales del siglo
XIX e invirtieron en varias fincas, dos pequeños ferrocarriles, el Banco de Occidente y el Banco
de Colombia. Sus diez hijos se establecieron en la oligarquía al vincular maritalmente su
riqueza con aquella de la élite existente. Elisa Ibargüen Uribe realizó el enlace más exitoso de
los descendientes al contraer nupcias con Roberto Herrera Dorión, hijo de Carlos Herrera Luna,
futuro presidente y uno de los terratenientes más importantes del país. Su hijo, Roberto Herrera
Ibargüen, llegaría a desempeñar un importante papel en la contrarrevolución de 1954 y en los
gobiernos militares posteriores44.

Stahl, un hombre de negocios germano-estadounidense, llegó a finales del siglo XIX y


adquirió posición con Schwartz & Company, una casa de empréstitos bancarios que
administraba un amplio volumen de la exportación de café en Guatemala. Durante la dictadura
de Manuel Estada Cabrera, Máximo y Adolfo Stahl compraron una cantidad de acciones
decisivas en el Banco de Guatemala y se hicieron de una reputación de timadores, financiando
las operaciones gubernamentales a altas tasas de interés y emitiendo moneda sin respaldo en
sus bancos. Cuando se hizo del control de Cantel, Máximo Stahl operaba una red financiera
corrupta, lo suficientemente fuerte como para impedir a Minor Keith y a otros inversionistas
estadounidenses la reorganización del sistema bancario45.

A pesar de los vínculos cercanos del dictador Estrada Cabrera con Stahl, este perdió su
oportunidad de tomar el control de Cantel después de la muerte de Rufino Ibargüen, en 1911.
Marcelina Uribe lo acusó de mala administración y presentó una demanda intentando expulsar
a Stahl de la empresa. Durante los dos años que el juzgado se tomó para revisar el caso, un
funcionario estatal administró Cantel. En 1914, un juez dictaminó a favor de Ibargüen,
obligando a Stahl a vender sus acciones en Cantel. Marcelina Uribe de Ibargüen fue la
propietaria principal de Cantel hasta 1922, cuando sus hijos formaron Ibargüen Hermanos para
administrar Cantel, el Banco de Occidente y sus propiedades de café. La pérdida de Cantel no
destruyó a Stahl, pues su empresa comercial se mantuvo como una de las principales
exportadoras de café del país46.
Bajo la administración de Ibargüen Hermanos, Cantel se convirtió en un monopolio de
facto, en la mayor industria textil de Centroamérica y en el núcleo económico de la red familiar
Ibargüen. Con el objeto de ampliar su capacidad productiva, los hermanos Ibargüen invitaron
a otros empresarios guatemaltecos a invertir en su empresa, pero fuera de Roberto Herrera,
pocos inversionistas locales adquirieron acciones. Alfred Clark, el estadounidense gerente
general de IRCA, adquirió una pequeña porción de acciones y entró a la red familiar Ibargüen
al casarse con María Ibargüen. Otros pocos inversionistas extranjeros invirtieron en la empresa,
pero los Ibargüen se mantuvieron como los principales dueños47.

La inyección de capital extranjero financió una parte sustancial de la expansión de la


capacidad productiva de Cantel. Para 1942, la producción anual de los ciento cincuenta telares,
cinco mil husos y quinientos empleados de Cantel excedía el millón de dólares. Enrique
Weissenberg, un inmigrante alemán, operaba la empresa competidora más cercana a Cantel,
una fábrica de ropa en Quetzaltenango con una producción anual valuada en solo $75 mil; y
Salvador Abularach e hijos, inmigrantes sirios, operaban una fábrica de $40 mil en la ciudad
de Guatemala, que elaboraba suéteres y medias. Entre ambas fábricas se empleaban menos de
sesenta personas y se elaboraban productos que no competían con las telas de algodón, toallas,
sábanas, manteles y camisas de Cantel. Aunque no tenían nada que temer de estas empresas,
los hermanos Ibargüen solicitaron una concesión mediante la cual el gobierno automáticamente
concedería a Cantel los mismos privilegios otorgados a otra empresa textil, argumentando que
la competencia sería "la ruina segura de aquellos que carecen del apoyo y los privilegios que
gozan sus competidores"48. El gobierno rechazó la solicitud, pero Cantel no enfrentó ninguna
competencia seria hasta en la década de 1960.

Al ser propietarios de una industria exitosa, los inmigrantes gozaban de la oportunidad


de ingresar a la oligarquía, siempre y cuando adoptaran sus costumbres y se enlazaran
matrimonialmente con las familias de la élite existente. A diferencia de otros inmigrantes
extranjeros, particularmente los alemanes, Rufino y Marcela Ibargüen se unieron comercial y
socialmente con las familias guatemaltecas. Como resultado, dejaron a sus hijos una poderosa
herencia: riqueza y posición social. La aceptación de Carlos Ibargüen Uribe y Rufino Ibargüen
Uribe al aristocrático Club Guatemala y la presencia de Roberto Ibargüen Uribe en el Congreso,
durante la dictadura de Jorge Ubico, son hechos que testifican el éxito que lograron49.

Los oligarcas consideraban más aceptable matrimoniarse con un extranjero que hacerlo
con un mestizo. Como resultado, algunos de los inversionistas extranjeros no enfrentaron las
rígidas barreras sociales que bloqueaban a los ladinos emprendedores en su ascenso hacia la
alta sociedad. Sin embargo, logros extraordinarios en la agricultura o la industria podían ayudar
a los mestizos a vencer las barreras sociales. Rafael y Mariano Castillo Córdova, por ejemplo,
fundaron la dinastía de la familia Castillo, a pesar de una larga historia de mestizaje que
comenzó con Bernal Díaz del Castillo. Su madre, Delfina Dolores Córdova y Minueza (1827-
1907), una ladina adinerada, se casó con José Domingo Castillo Estrada (1821-1897), hijo de
José Mariano Castillo y Segura, un líder del movimiento independentista. José Castillo Estrada
gozaba del respeto de la élite, lo que le permitió llegar a ser miembro de la Sociedad de Amigos
del País y casar a sus hijos con familias influyentes. En 1879, Manuela Castillo Córdova
contrajo nupcias con Salvador Saravia Conde (1853-1902), un respetado terrateniente y
comerciante. Rafael Castillo Córdova (1857-1931) selló la alianza con una familia colonial
distinguida al casarse con Refugio Lara Dardón, en 1881. En 1884, Mariano Castillo Córdova
(1856-1918) se casó con Elisa Azmitia González, nieta de un terrateniente vasco que se
estableció en Guatemala, en 1795. Con los matrimonios Saravia Castillo, Castillo Lara y
Castillo Azmitia engendrando de nueve a diez niños cada quien, los Castillo fundaron una
amplia red familiar basada en alianzas maritales altamente exitosas y logros igualmente
impresionantes en la industria50.

Para cuando Rafael y Mariano Castillo Córdova condujeron la transición de la familia,


de la agricultura a la industria, en la década de 1880, poseían la suficiente influencia en la red
oligàrquica para asegurar las concesiones que hicieron posible su éxito industrial. Antes que
los Castillo invirtieran en la fabricación de cerveza, eran inmigrantes europeos quienes
controlaban las pequeñas cervecerías existentes, algunas de las cuales habían funcionado desde
la mitad del siglo XVIII. Como el gobierno limitaba la producción y venta de cerveza a unos
pocos expendios autorizados, la industria de la cerveza no evidenció ningún crecimiento, hasta
en 1877, cuando Justo Rufino Barrios suprimió el impuesto de venta sobre cervezas y abrió la
industria a cualquier empresa que pagara un impuesto mensual de cien pesos. Como resultado,
el consumo de cerveza aumentó, fenómeno evidenciado por un alza en los ingresos de 3,280
pesos, en 1877, a 14,677 en 1882 51.

Con la esperanza de aprovechar la creciente demanda de cerveza, los hermanos Castillo


formaron la Cervecería Centroamericana, en 1882, con Baltazar Felice y Pablo G. Vella. Al
inicio, los hermanos Castillo administraban una pequeña cervecería ubicada en una casa en la
ciudad de Guatemala, pero con Felice y Vella brindándoles conocimiento técnico, los Castillo
solicitaron una concesión exclusiva para desarrollar una cervecería moderna. En 1885, el
gobierno aceptó la solicitud, otorgando a la Cervecería Centroamericana el privilegio exclusivo
de producir cerveza con un sistema que usaría refrigeración y máquinas de hielo. Si los Castillo
no lograban instalar la maquinaria en un período de seis meses o no producían una cerveza
superior a la de las marcas existentes, el gobierno podía rescindir la concesión que les había
otorgado para ocho años52.

Al obtener dicha concesión, los hermanos Castillo inauguraron una nueva fase en la
historia de la industria cervecera guatemalteca. En 1885, compraron dos máquinas
embotelladoras a una pequeña cervecería propiedad de Felipe Barraza. En tres años, Mariano
y Rafael Castillo adquirieron las acciones de sus socios Felice y Vella y se reorganizaron, en
1888, como Castillo Hermanos, una empresa de su exclusiva propiedad y bajo su
administración. A partir de ese momento, la propiedad de la cervecería se reservó para los hijos
legítimos y las esposas de los dos hermanos Castillo. Meses después, Castillo Hermanos
adquirió la finca El Zapote, en la ciudad de Guatemala, la propiedad seleccionada para la
construcción de la gran cervecería que aún se encuentra ahí 53.

Con el apoyo del gobierno y tecnología alemana, los Castillo construyeron una
cervecería que podía producir una cerveza superior a cualquier cerveza local y al menos de la
misma calidad que las importadas. El presidente Barillas, reconociendo los avances logrados
por esta nueva industria, estableció una estructura de impuestos regresiva que ayudó a los
Castillo a eliminar la competencia. Un decreto de 1890 suprimió todos los impuestos a la venta
de la cerveza, pero incrementó el impuesto mensual a $300 a todas las cervecerías,
independientemente del tamaño y productividad; ello obligó a algunas empresas a dejar el
negocio y fortaleció la ventaja que los Castillo habían conseguido al invertir en maquinaria sus
propios recursos financieros, superiores a los del resto. El presidente José María Reyna Barrios
(1892-1898) consideró injusto cobrar impuestos por la producción de cerveza en vez de por el
consumo de la misma, suprimió todos los impuestos a la producción y los reemplazó por un
impuesto de seis centavos por cada botella. La remoción del impuesto regresivo motivó a
algunos nuevos empresarios a competir con la Cervecería Centroamericana, pero los hermanos
Castillo fueron gradualmente absorbiendo o eliminando la competencia. Es evidente que los
Castillo utilizaron su influencia política para obtener una revisión fiscal en 1895, después de la
cual el gobierno estableció un impuesto mensual de $600, $400 o $200, dependiendo de la
clasificación de la cervecería54.

Al mismo tiempo, los Castillo invirtieron medio millón de pesos en un programa de


modernización que consolidó su dominio en la industria. La empresa contrató a una compañía
alemana para comprar e instalar maquinaria más moderna, labor que duró tres años. Cuando
una delegación de periodistas y el presidente Manuel Estrada Cabrera (1898-1920) visitaron la
planta cervecera, en abril de 1899, el movimiento incesante de la maquinaria y la presencia de
técnicos extranjeros les dio la impresión de estar en una cervecería alemana. Debido a que ello
representaba el progreso que él esperaba promover en todo el país, Estrada Cabrera prometió a
los hermanos Castillo su decidido apoyo55.

Los funcionarios gubernamentales clasificaron esta moderna fábrica cervecera, con una
capacidad productiva de 30 mil docenas de botellas de cerveza al mes, en la misma categoría
que a empresas que podían producir solo dos mil. Como resultado, los Castillo Hermanos y sus
débiles competidores pagaban el mismo impuesto mensual de 600 pesos. En octubre de 1899,
dos pequeñas plantas cerveceras, Haeussler Hermanos y J. E. Azpuru, solicitaron una revisión
de la estructura impositiva, alegando que ellos pagaban el mismo monto en impuestos que una
empresa que producía diez veces más que ellos. Argumentando que no podrían mantenerse en
el negocio bajo un sistema tan desigual, solicitaron al gobierno que, en su lugar, estableciera
un impuesto a la cebada importada, lo cual incrementaría las obligaciones fiscales de los
Castillo y estimularía la producción de cebada. Aunque algunos funcionarios de gobierno
consideraron adecuada la propuesta, Estrada Cabrera la rechazó, argumentado que esta no
satisfacía los intereses de la industria cervecera. Como resultado, los Castillo obtuvieron el
monopolio de la industria cervecera; para 1913, habían eliminado a sus competidores en el
mercado de la ciudad de Guatemala y, en 1929, adquirieron la Cervecería Nacional de
Quetzaltenango 56.

Aunque la cervecería se constituyó en el corazón de la red familiar, Mariano y Rafael


Castillo Córdova fundaron una red familiar amplia y altamente diversificada, con intereses en
el comercio, las finanzas, la agricultura y la industria. Entre 1894 y 1895, los Castillo
adquirieron propiedades en Santa Rosa y Amatitlán, las que dedicaron al cultivo de café y al
ganado. En 1912, Castillo Hermanos eran dueños de treinta y cuatro acciones en el Banco
Agrícola Hipotecario, seis en el Banco Colombiano y veinte en el Banco de Guatemala.
Además, la familia mantuvo el control de sus diversos intereses económicos, traspasando la
propiedad y administración de una generación a la otra. Después de las muertes de Mariano
(1918) y Rafael (1931), los hermanos Castillo Azmitia y los hermanos Castillo Lara
reorganizaron la empresa y garantizaron, por lo tanto, una tranquila y fluida transición
generacional, pasando el control administrativo de Mariano Castillo a su hijo Arturo Castillo
Azmitia, a su nieto Arturo Castillo Beltranena, quien fuera gerente general de la Cervecería
Centroamericana de 1955 a 1980 57.

Enrique Castillo Córdova, el hermano menor de Mariano y Rafael. fundó una rama
igualmente poderosa de la red familiar Castillo. En 1893, comenzó la producción de bebidas
carbonatadas en una fábrica que llamó La Mariposa y con su esposa María Luisa Valenzuela
González estableció una red familiar diversificada y extensa. La planta embotelladora se
mantuvo en el corazón de la operación familiar hasta 1957, cuando Óscar, Enrique, Roberto y
Salvador Castillo Valenzuela establecieron la Embotelladora del Pacífico, una embotelladora
y distribuidora de Pepsi-Cola. Por medio de exitosos y prolíficos matrimonios, los muchachos
Castillo Valenzuela consolidaron su posición en la oligarquía, vinculándose maritalmente con
las familias Arenales y Sinibaldi. Óscar Castillo Valenzuela contrajo nupcias con su prima
hermana María Luisa Monge Castillo, con lo que unificó su rama familiar con los Castillo Lara.
Su hijo, Álvaro Castillo Monge, encabezaría al sector privado durante la transición del régimen
militar a la democracia y del proteccionismo al libre comercio, durante la década de 1980.
Álvaro y su primo, Ricardo Castillo Sinibaldi, son los Castillo con mayor influencia política
en la actualidad58.

Aunque la familia Castillo remonta sus orígenes a la conquista, asumió proporciones


formidables después de la reforma liberal de 1871, cuando tres jóvenes empresarios (Mariano,
Rafael y Enrique Castillo Córdova) fundaron empresas industriales que se mantuvieron como
la base de la principal red familiar del siglo XX. Las ganancias generadas en la industria, las
invirtieron en agricultura, finanzas, comercio, bienes raíces y servicios, esperando constituir
un legado económico que heredar a sus descendientes. Para conservar a la familia en el poder,
prepararon a sus hijos para las posiciones administrativas y los enlazaron matrimonialmente
con otras familias prominentes. No tuvieron ningún interés en aceptar esposas indecorosas que
derrocharan la fortuna o arruinaran su prestigio. Aún después del matrimonio, las generaciones
de la familia se mantuvieron unidas, reorganizando sus mutuas obligaciones económicas y
sociales como parte de una familia mayor. Por lo tanto, aunque la Cervecería Centroamericana
se convirtió en una corporación pública en el siglo XX, esta se mantuvo bajo la propiedad y
administración de la familia Castillo59.

Viniendo de la oligarquía o anhelando ingresar a esta, las familias Ibargüen y Castillo


se comportaron como patriarcas, emparentándose con otros oligarcas, acumulando fortuna y
pasando la riqueza familiar a sus descendientes. Los industriales surgieron como aliados más
que como opositores de la élite terrateniente, característica importante que ha limitado su
potencial progresista. Los industriales que surgieron a principios del siglo, actuaron como
oligarcas en términos de sus prácticas económicas (proteccionistas), patrones maritales
(endogámicos) e ideología política (autoritaria). Los Castillo, la familia de industriales más
antigua de Guatemala, se consolidaron a sí mismos como la principal red familiar del siglo XX
al trabajar dentro de la estructura de poder establecida. Con vínculos maritales con por lo menos
otras veinte familias (el rango más alto de enlaces intermaritales de cualquier familia de la élite)
y con inversiones en prácticamente todos los sectores económicos, los Castillo se desarrollarían
como una facción modernizante de la élite, pero su filosofía política todavía reflejaría los
intereses oligárquicos en cuanto a la conservación de su dominio60.

Mientras Guatemala atravesaba las crisis del siglo XX, las familias Castillo e Ibargüen
sobrevivían en base a la solidez de sus inversiones diversificadas, de sus amplias alianzas
maritales y conexiones políticas. Sin los incentivos fiscales y las protecciones arancelarias, ni
Cantel, ni la Cervecería Centroamericana se hubieran establecido ni hubieran consolidado sus
respectivos monopolios industriales, pues las concesiones gubernamentales desalentaban la
competencia. Al igual que sus contrapartes en la industria cafetalera, los industriales no tenían
deseo alguno en permitir que las fuerzas del libre mercado decidieran su destino. Construyeron
un mercado imperfecto que servía los intereses de una facción dinámica de la oligarquía y
tuvieron éxito porque sus familias poseían riqueza, prestigio social e influencia política.

No obstante, la oligarquía en pleno demostró gran interés en promover la exportación


de café hasta el colapso del mercado internacional de este producto, que se dio a finales de la
década de 1890. Las políticas de desarrollo del estado liberal, controladas por los finqueros
entre 1871 y 1898, fomentaron el establecimiento de tan solo dos industrias. Los oligarcas
apoyaron oficialmente la industrialización, pero solo un reducido número de ellos invirtió sus
utilidades fuera del sector cafetalero. Como resultado, cuando los precios del café se
desplomaron, en 1897, se encontraban escasamente preparados para resistir una prolongada
depresión económica y un desafío a su liderazgo político.
Capítulo 3

DICTADORES Y ÉLITE
1898-1930

Juan José Aparicio y Mérida, director del Banco de Occidente, cafetalero y filántropo,
era uno de los ciudadanos más importantes de Quetzaltenango y un respetado miembro de la
oligarquía. Su hermana, Francisca Aparicio, era la viuda de Justo Rufino Barrios y Marquesa
de Vistabella, título nobiliario que adquirió al enlazarse en segundas nupcias con un noble
español. A pesar de los vínculos familiares entre los Barrios y los Aparicio, el general José
María Reyna Barrios no contaba con el apoyo de Juan José Aparicio cuando canceló las
elecciones presidenciales y asumió poderes dictatoriales el 1 de junio de 1897, tan solo dos
meses después de que prometiera organizar y respetar elecciones libres. El general Daniel
Fuentes y el coronel Próspero Morales, quienes hubieran participado en la campaña electoral
en contra de Reyna Barrios, se alzaron en armas el 7 de septiembre, lanzando un ataque en San
Marcos. A sabiendas que el influyente ciudadano Juan José Aparicio apoyaba la rebelión, el
general Reyna Barrios le ordenó al comandante de Quetzaltenango ejecutarlo en caso de que
los rebeldes osaran atacar la ciudad. El ataque llegó unos días después y en cumplimiento de
la orden presidencial, un tribunal militar condenó a Juan José Aparicio y Mérida al paredón.
En respuesta a las solicitudes de clemencia, el presidente Reyna Barrios decidió suspender la
ejecución, pero sus órdenes nunca llegaron. Al mediodía del 11 de septiembre, un pelotón de
fusilamiento pasó por las armas a Aparicio, frente a la iglesia de San Nicolás¹.

La ejecución de tan prominente opositor político asustó a la oligarquía y estremeció al


gobierno. El presidente Reyna Barrios comenzó a sospechar que su ministro del Interior,
Manuel Estrada Cabrera, había retardado deliberadamente la orden presidencial como
venganza contra la familia Aparicio. Después de todo, Manuel Estrada Cabrera era el hijo
ilegítimo de quien había sido sirvienta en la casa de los Aparicio, Joaquina Cabrera, y de un
hombre que nunca quiso reconocer su paternidad, Pedro Estrada Monzón, en cuya puerta había
sido abandonado de niño. Otros han inferido que el padre de Estrada Cabrera era más bien el
sacerdote Raimundo Estrada. En todo caso, el niño fue recogido por doña Bonifacio Barrios
Villagran, tía y madrina de Justo Rufino Barrios, quien le enseñó a leer y escribir. En la escuela,
Manuel Estrada Cabrera, excluido sin piedad por los demás niños, había sido reservado,
solitario y lleno de un profundo resentimiento. Este pasado tormentoso lo impulsó a superarse,
sobresalió en las clases, obtuvo la licenciatura en Derecho, en 1883, y luego estableció su bufete
en Quetzaltenango, en la década de 1880. Después de un breve paso como legislador y alcalde
de Quetzaltenango, el presidente Reyna Barrios designó a Estrada Cabrera como su ministro
del Gobernación, en 1891. Luego de la ejecución de Aparicio, Reyna Barrios lo separó del
cargo y lo envio en una misión diplomática a Costa Rica, esperando que se llevara algo de la
controversia política generada².
En la noche del 8 de febrero de 1898, cuando el presidente Reyna Barrios retornaba de
visitar a una actriz española, Óscar Zollinger sacó una 44 Smith & Wesson y le descargó cuatro
disparos. Una de las balas le entró por la boca y le atravesó el cerebro, matándolo
instantáneamente. Los guardaespaldas del presidente respondieron el fuego y mataron al
asesino, pero circularon rumores que mismos guardaespaldas se habían dado la vuelta para
rematar a los Reyna Barrios, lo cual explicaría el por qué varios de ellos murieron aquella
misma noche. Al parecer, tanto el asesino Zollinger como el mandatario Reyna Barrios habían
sido víctimas de una misma conspiración, a lo mejor financiada y orquestada por el único
hombre que no se sorprendió ante el magnicidio: Manuel Estrada Cabrera. Inmediatamente
después del incidente, mientras el gabinete de ministros sesionaba en el palacio de gobierno
con el objeto de nombrar un presidente interino, Estrada Cabrera irrumpió en el salón y reclamó
su derecho a la sucesión, como el primer designado a la presidencia que era, exigiendo que los
ministros publicaran un decreto que él ya tenía preparado. Sorprendidos e intimidados, los
ministros obedecieron. El nuevo presidente trabajó durante toda la noche consolidando su
poder y ordenando la remoción de los funcionarios y líderes políticos que le presentaban
resistencia³. Para el horror de la oligarquía, el hijo bastardo de una sirvienta doméstica había
tomado el control del gobierno en apenas unos días.

Durante los siguientes veintidós años, Estrada Cabrera dirigió el destino político de
Guatemala. A pesar de ser un déspota caprichoso y maquiavélico que aterrorizaba a la
población por medio de su policía secreta, el dictador gobernó con el apoyo de la oligarquía.
Ya fuera por intimidación o cooptación, se ganó el apoyo de intelectuales distinguidos,
hombres de Estado, cafetaleros y poetas. En 1903, por ejemplo, una Asamblea especial reformó
el artículo 66 de la Constitución para extender el período presidencial a seis años y permitirle
postularse para la reelección. Antonio Batres Jáuregui, Arturo Ubico, Guillermo Aguirre,
Carlos Herrera Luna y Rafael Aycinena apoyaron su reelección; y varios colaboradores más,
apodados fantoches, formaron parte de su gobierno. Guillermo Aguirre, un rico banquero y
oligarca, fungió como ministro de Hacienda durante la mayoría de los veintidós años de
gobierno de Estrada Cabrera. Arturo Ubico, padre del futuro presidente Jorge Ubico, fue el
presidente de la Asamblea Nacional durante dieciséis años consecutivos 4.

Sin embargo, Estrada Cabrera quebrantó el control que la oligarquía ejercía sobre el
gobierno nacional y convirtió al Estado en una institución autónoma, centralizando el poder en
sus manos y reduciendo la autoridad local de los terratenientes. Estrada Cabrera fusionó los
puestos de jefe político y comandante de armas en uno solo y nombró subordinados militares
en esa posición, rompiendo la tradición de nombrar civiles para las gobernaciones y
estableciendo una red de funcionarios leales a él. Algunos terratenientes se opusieron a Estrada
Cabrera, pero arriesgando sus vidas. En 1908, por ejemplo, Estrada Cabrera ejecutó a José
Cofiño, líder del partido Conservador y finquero, como recordatorio que al dictador no le
temblaba la mano para ejecutar a los miembros de la élite 5. La oligarquía recuperó poder
político con la rebelión unionista y la llegada de Carlos Herrera a la presidencia, en abril de
1920, pero luego de una desastrosa administración de dieciocho meses, los militares instalaron
a uno de sus generales y desplazaron a la oligarquía.
La oligarquía, cuyo poder político se encontraba bajo control, resistió tres décadas de
gobiernos represivos, caprichosos y corruptos lo que tornó escabrosa la relación entre la
oligarquía y el gobierno a partir de entonces. Las reformas liberales de la década de 1870, por
medio de las cuales el Estado amplió la educación secular, modernizó el ejército y diversificó
la economía, produjeron personas como Estrada Cabrera: bien educadas, frustradas a nivel
político y ambiciosas a nivel económico. Estrada Cabrera fue el primero y más exitoso de los
políticos profesionales que usaron el poder del Estado para acumular la riqueza y el poder
negados a ellos por otros medios. Rechazado por la oligarquía y resentido en contra de ella,
estableció un aparato gubernamental resistente a las manipulaciones de la élite, en parte debido
a las divisiones raciales y de clase que lo separaban a él de las personas que controlaban las
instituciones económicas de la nación. Estrada Cabrera no podía gobernar sin el apoyo de las
élites económicas, pero a diferencia de su madre, con frecuencia él rechazaba cumplir sus
quehaceres.

A pesar de la pérdida de cierto poder político, la oligarquía no solo sobrevivió, sino que
se amplió y modernizó. Mientras Estrada Cabrera mantenía con mano de hierro las instituciones
políticas de la nación, el proceso modernizante continuó con la economía de Guatemala y su
oligarquía cada vez más integradas al sistema capitalista internacional. Entre 1898 y 1920, la
United Fruit Company (UFCO, por sus siglas en inglés) adquirió un monopolio sobre la red
ferroviaria y desarrolló plantaciones masivas de banano a lo largo de la costa caribeña. Aunque
algunos capitales domésticos se opusieron a la monopolización del ferrocarril y del puerto por
parte de una empresa extranjera, otros obtuvieron ganancias del posterior incremento de la
inversión y el comercio internacionales. Algunos capitalistas extranjeros se establecieron en el
país, invirtieron en las nuevas industrias y se volvieron parte de la oligarquía. En la medida que
los inversionistas americanos, alemanes, italianos, franceses, suizos y españoles establecían
nuevas redes familiares, la oligarquía fue perdiendo el carácter nacionalista que configuró las
primeras tres décadas de la reforma liberal.

Entre 1871 y 1898, la oligarquía guatemalteca controló la infraestructura política y


económica y promovió un programa nacionalista de desarrollo. Aunque los finqueros
permitieron que capitalistas americanos y alemanes invirtieran en café, líneas ferroviarias y
bananos, evitaron que los inversionistas extranjeros monopolizaran las líneas ferroviarias y los
puertos. Su símbolo del impulso de independencia económica fue el Ferrocarril del Norte,
comenzado por Barrios en la década de 1880 y luego impulsado aún más agresivamente por
Reyna Barrios durante la década de 1890. Financiado con capital local, el Estado pretendía la
propiedad y administración del ferrocarril, así como eliminar a los inversionistas extranjeros
que controlaban los ferrocarriles y puertos del Pacífico. Si no hubiera sido por el colapso del
mercado internacional del café, a la vuelta del siglo, los oligarcas hubieran mantenido el control
de las líneas ferroviarias y los puertos, pero Estrada Cabrera cedió las líneas a Minor Keith,
vicepresidente de la United Fruit, por una nada. En compensación por terminar los últimos cien
kilómetros, Keith recibió una concesión por noventa y nueve años que le otorgaba todas las
acciones, edificios, líneas telegráficas, estaciones y tanques ya construidos o adquiridos; una
exención de impuestos de exportación por treinta y cinco años y 68 hectáreas de tierra, el núcleo
de lo que sería el imperio del banano de la United Fruit. Un estimado razonable del valor total
de lo cedido a Keith en términos de las instalaciones del ferrocarril en esta concesión es de más
de $8 millones; el valor estimado de las 68 hectáreas de tierra pudo haber sido de hasta $50
millones" 6.

En el término de ocho años, la International Railways of Central America (IRCA)


monopolizó el tráfico ferroviario de costa a costa y la United Fruit dominaba los embarques
hacia y desde Puerto Barrios. Estas dos empresas, vinculadas por directorios y acuerdos
comerciales que se interconectaban, virtualmente sin regulación y sin obligaciones tributarias,
condicionaron directamente el rango y el alcance del desarrollo económico durante los
siguientes cuarenta años. La United Fruit y la IRCA operaban bajo concesiones que no le
permitían al Estado intervenir en la administración de sus negocios, ya que Estrada Cabrera
había cedido la autoridad gubernamental sobre el control de aranceles o la regulación de los
horarios de los muelles. Debido a que la mayoría de industrias importaban sus materias primas,
maquinaria o ambas, la política arancelaria de la United Fruit afectaba indiscutiblemente a
todas las industrias. Bajo estas circunstancias, la IRCA naturalmente cobraba "todo lo que el
comercio podía aguantar" y acumuló al menos veinte millones de dólares de ganancia entre
1912 y 1920, capital que pudo haberse canalizado a empresas locales7.

La adquisición de la empresa eléctrica de la ciudad de Guatemala, en 1920, completó


la conquista estadounidense de la infraestructura económica. En 1918, Estrada Cabrera cedió
ante la presión estadounidense y confiscó la Empresa Eléctrica, una planta alemana construida
en la década de 1890. El Departamento de Estado de Estados Unidos, que había colocado en la
lista negra a las propiedades alemanas durante la Primera Guerra Mundial, quería que esta y
otras empresas alemanas fueran vendidas a inversionistas estadounidenses. En los últimos días
de la dictadura, Estrada Cabrera autorizó la venta de la Empresa Eléctrica a la Electric Bond
and Share Company (EBASCO, por sus siglas en inglés) a cambio de una comisión de cuarenta
mil dólares. A pesar de los reclamos de los alemanes sobre la ilegalidad de la transacción, el
gobierno la aprobó y otorgó a la Electric Bond and Share, subsidiaria de la General Electric,
una concesión que le permitía imponer las tarifas. Para 1930, General Electric había invertido
más de seis millones de dólares en cinco plantas hidroeléctricas que producían cerca del 80%
de la electricidad utilizada en Guatemala 8.

El incremento en el comercio e inversión estadounidense vino acompañado de la


intervención diplomática en los asuntos internos de la política guatemalteca. Para proteger
intereses estratégicos y económicos, los Estados Unidos asumieron la responsabilidad de
mantener el orden local, una obligación que involucraba más que la fatigosa tarea de mediar
conflictos entre facciones políticas enfrentadas. Convencidos de que las pobres condiciones
económicas y financieras creaban inestabilidad política, los funcionarios estadounidenses
motivaban a Estrada Cabrera a implementar reformas económicas. Sin embargo, este les
demostró que no era más subordinado a los amos estadounidenses que a los oligarcas
guatemaltecos. Frenó los esfuerzos diplomáticos estadounidenses y británicos encaminados a
llevar a cabo una extensa reforma bancaria, estabilizar la moneda y cancelar las deudas del
país. Incluso jugó con Minor Keith, alegando todo tipo de excusas para evitar pagar una deuda
de $1.25 millones a la IRCA. Sus tácticas dilatorias desesperaban tanto a los diplomáticos
extranjeros que un funcionario estadounidense señaló que "la única forma como puedes lograr
que cualquier esfuerzo concluya de forma satisfactoria es por medio del ejercicio de una infinita
paciencia, una cortesía a prueba de provocaciones y contar con una porción considerable. de la
eternidad"9.

Lo que parecían pequeñas molestias a los diplomáticos fue lo que permitió a Estrada
Cabrera mantener su independencia política en un momento en que aumentaban drásticamente
las influencias estadounidenses y alemanas. Durante las secuelas de la depresión de 1897, las
empresas comerciales alemanas extendieron su control sobre la industria cafetalera,
extendiendo créditos y financiando las fincas más productivas del país 10. Por medio de tácticas
diplomáticas hábilmente ejecutadas, el dictador predisponía a un poder en contra del otro,
mientras ambos competían por las limitadas oportunidades comerciales. En el proceso, el
Estado adquiría un grado de autonomía institucional y su relativa independencia frustraba los
intereses locales y extranjeros que pretendían dominarlo. A partir de este período, las políticas
de desarrollo involucraron tanto la competencia como la colaboración entre el Estado, la
oligarquía y los inversionistas extranjeros. Aquel bebé, abandonado frente a los escalones de
una puerta, había conseguido ponerle fin al dominio autóctono de los oligarcas.

Estrada Cabrera escamoteó sistemáticamente el erario nacional, estableciendo un


precedente que ha frustrado a las élites locales y extranjeras desde entonces. Poco después de
haber tomado posesión, creó un comité bancario para controlar el flujo monetario y estabilizar
las finanzas nacionales. En la práctica, el comité brindaba una fachada a Estrada Cabrera y a
sus asociados más cercanos para que se beneficiaran de la emisión de papel moneda sin soporte.
Después que Estrada Cabrera nombró a Schwartz & Company como los representantes fiscales
del gobierno, el "Sindicato Americano" dirigido por Adolfo y Máximo Stahl, dueños del Banco
de Guatemala, administraron las finanzas del gobierno de una manera tal que convirtieron a
Estrada Cabrera en multimillonario. Como resultado de sus prácticas extorsionistas y trampas
financieras, este acumuló una fortuna estimada en 5 millones de dólares. Según el historiador
y diplomático estadounidense Dana Munro, testigo de la corrupción y de las atrocidades
cometidas durante la dictadura, Estrada Cabrera "empleó de muchas formas el poder del
gobierno para enriquecerse a expensas de los ciudadanos"¹¹.

Estrada Cabrera demostró ser implacable al desafiar a la oligarquía, con toda su riqueza
y poder, como lo evidenció brutalmente en la ejecución de Aparicio. Aquellos que no
colaboraran con él se arriesgaban a que sus propiedades les fueran confiscadas, a la prisión, al
exilio o la muerte. Estrada Cabrera confiscó la mitad de las propiedades de la familia Rodríguez
y casi eliminó una de las cincuenta redes familiares más importantes. José Azmitia, el cuñado
de Mariano Castillo y gerente general de la Cervecería Centroamericana, se convirtió en uno
de los oponentes más activos e influyentes del dictador. Después de un intento de magnicidio
en 1908, los agentes del dictador lo arrestaron y golpearon, suponiendo que había estado
involucrado en la conspiración. Estrada Cabrera hostigó a los Castillo durante los siguientes
doce años, lo que culminó en un ataque de artillería en contra de la cervecería, en la rebelión
de abril de 1920 12.
Durante la dictadura de Estrada Cabrera, las condiciones políticas no favorecieron el
desarrollo industrial. Una pequeña base productiva había conseguido desarrollarse en las
postrimerías del siglo XIX, gracias a las relaciones cordiales entre la oligarquía y los gobiernos.
Con un dictador tan corrupto y pernicioso como Estrada Cabrera ocupando el Palacio Nacional,
los industriales no podían prever la reación del gobernante ante sus solicitudes de
exoneraciones de impuestos y protección arancelaria. La carrera de Carlos Federico Novella
Klee, el fundador de la industria del cemento en Guatemala, revela la forma como la dictadura
obstaculizó a la oligarquía modernizante.

La relación de Novella con la principal red familiar del siglo XIX no le otorgó ninguna
ventaja al enfrentarse a Estrada Cabrera.

Su abuelo materno fue Karl F.R. Klee (1803-1853), un alemán adinerado, finquero,
comerciante y diplomático. Consolidó su fortuna al casarse con Josefa Guillén de Ubico y
Perdomo, quien le dio seis niñas y dos niños. Su hijo mayor, Jorge Klee Ubico, continuó el
negocio familiar y se casó con una hija de la familia Saravia. Cuatro de las hijas cumplieron
con su responsabilidad de consolidar la red familiar al casarse con prominentes comerciantes
y funcionarios de estado. Tomasa Klee Ubico se casó con José María Samayoa; Josefina Elisa
Klee se casó con el comerciante francés Julio Guillermo Dorión; Daniela Klee se casó con Juan
Matheu y Sinibaldi, hijo de un comerciante español y la marquesa de Sinibaldi; y María Dolores
Klee se casó con Carlos Novella Damerio, un ingeniero genovés. Con diversos intereses
económicos y vínculos maritales con las familias oligarcas más importantes, los Klee aún
constituyen una de las redes familiares más poderosas¹³.

El 6 de abril de 1871, María Klee de Novella dio a luz a Carlos Federico Novella Klee,
quien tuvo la buena fortuna de nacer en una familia con los medios necesarios para brindarle
una excelente educación e iniciarlo en los negocios. Como su padre, Carlos se educó en Europa,
obteniendo su título de ingeniero civil en la Universidad de Bruselas. Mientras estaba
estudiando, se interesó en la producción de cemento, pues Bélgica posee una extraordinaria
provisión de cemento natural. Carlos Novella retornó a Guatemala en 1896, esperando
descubrir fuentes de cemento natural y establecer su propia planta productiva. Ese mismo año,
dos geólogos italianos descubrieron cemento natural cerca de la ciudad de Guatemala, pero
juzgaron que era en cantidad y calidad inadecuadas 14.

Sin embargo, Carlos Novella, todavía un enérgico joven de veintiséis años, continuó
con sus planes. Si Guatemala no tenía cemento natural, él aún podría producir cemento
portland, una mezcla de arcilla y piedra caliza, superior al cemento natural. De tal manera que,
en 1897, estableció C.F. Novella y Cía. con varios socios guatemaltecos y adquirió "La
Pedrera", una propiedad en las afueras de la ciudad que contaba con una fuente de piedra caliza,
aparentemente ilimitada. De manera fortuita, había fracasado un intento previo por establecer
una planta de cemento, después que los dueños importaron alguna vieja maquinaria alemana.
Novella adquirió esa maquinaria básica y comenzó a producir cemento en ritmo no mayor de
9,400 libras al día 15.
Con esto, Novella ingresó al mundo del capitalismo internacional, en el cual los
guatemaltecos tradicionalmente producían solo café y banano y compraban todos los demás
productos, incluyendo el cemento, de productores de Norteamérica y Europa, que contaban con
mayor acceso a capital, tecnología y mano de obra calificada. Novella comprendió que una
mayor demanda podía hacer posible la producción de cemento en Guatemala. El valor de las
importaciones del cemento se incrementó de $12,248 en 1894 a $48 mil en 1900, mucho de lo
cual era producido en Alemania16. Los comerciantes que importaban este cemento podían
ahogar la planta productora de cemento de Novella, a menos que el gobierno lo apoyara.

Por lo tanto, para alcanzar el éxito, los industriales debían navegar a través de la política,
puesto que tenían que convencer al gobierno que su empresa calificaba para una concesión bajo
el artículo 20 de la Constitución de la República. Cuando Carlos Novella comenzó a solicitar
el apoyo del gobierno, podía respaldarse en una red familiar que incluía algunos de los
finqueros, comerciantes y funcionarios más respetados del país. En mayo de 1901, se casó con
María Camacho y Díaz Durán, hija de un diplomático español y nieta, por el lado materno, de
José María Díaz Durán, fundador de la red familiar Díaz Durán y un finquero antigüeño
exitoso. Los Díaz Durán, con vínculos maritales con las familias Castillo, Cofiño, Falla,
Herrera y Matheu, así como con la red Klee, siguen siendo parte de la oligarquía
contemporánea 17.

Las conexiones familiares y algunos socios comerciales le permitieron al joven Carlos


Novella el acceso a los pasillos del poder político, pero - durante la dictadura de Estrada
Cabrera- no podían garantizarle el éxito. Uno de sus socios era Daniel B. Hodgsdon, un
estadounidense de nacimiento que administraba el Ferrocarril Central de Guatemala, que luego
ocuparía importantes puestos en la IRCA, el Departamento de Estado y el gobierno de
Guatemala. Novella, respaldado por exitosos hombres de negocios y las familias influyentes,
presentó una propuesta convincente al gobierno, que se encontraba ansioso por promover la
recuperación económica.

El 15 de abril de 1902, Carlos F. Novella y Cía. recibió una única exención de impuestos
fiscales y municipales por importación de maquinaría, petróleo, material químico y sacos; y
una exención por cinco años de impuestos fiscales y municipales por la fábrica y sus productos.
No recibió, empero, protección arancelaria. De hecho, tan solo algunas semanas después que
la concesión fuera otorgada, el gobierno declaró la importación de cemento libre de todo
impuesto, durante dos años 18.

Utilizando vieja maquinaria, Carlos Novella emprendió una de las primeras industrias
de cemento en América Latina. Al operar en pequeña escala durante los siguientes doce años,
Novella enfrentó tal competencia, proveniente del cemento importado, que casi termina en la
ruina. Para eliminar el producto foráneo del mercado local, tendría que instalar nueva
maquinaria e incrementar su capacidad productiva. Por lo tanto, solicitó otra concesión el 23
de septiembre de 1910, argumentado que la producción local de cemento le ahorraría al país
entre 30 y 40 mil pesos anuales, el valor aproximado de la importación anual para Guatemala
de 6 a 8 mil barriles (1 barril equivale a 80 libras). Novella también predijo que el gobierno se
ahorraría el 25% si dejaba de comprar cemento extranjero. Solicitó una exención por quince
años de impuestos de importación y de cualquier otro impuesto estatal o local aplicable a
maquinaria, explosivos, materiales químicos, sacos para empacar y hierro. Tan pronto como el
gobierno verificó que su empresa tenía la capacidad de producir cemento de alta calidad,
Novella le solicitó que impusiera un arancel alto al cemento importado y que usara su cemento
en todos los proyectos de obras públicas. A cambio, ofrecía venderle al gobierno con un 10%
de descuento19.

Su propuesta provocó oposición instantánea en varios frentes. Juan I. de Jongh, el


cónsul holandés residente en Guatemala, con vínculos al negocio del cemento en Costa Rica,
se opuso al proyecto, argumentado que Novella producía cemento natural, no cemento
portland. Le recordó al gobierno sobre las pérdidas fiscales que conllevaba la concesión,
considerando que Novella, quien buscaba los derechos exclusivos para producir cemento, había
solicitado al gobierno exonerar $8,500 pesos de oro en impuestos de importación. El embajador
estadounidense R.S. Hitt dedujo que la autorización de la concesión a Novella eliminaría la
exportación a Guatemala del cemento proveniente de su país. Actuando bajo órdenes directas
del Departamento de Estado, el 10 de diciembre de 1910, Hitt protestó de forma oficial por la
concesión, esperando que el gobierno no autorizara la solicitud de Novella20.

Mientras tanto, el Ministerio de Fomento transmitió la propuesta de Novella por medio


de los canales normales de gobierno. De acuerdo al análisis del ministerio, la planta Novella
ya producía una variedad del cemento portland de igual o superior calidad a cualquiera de las
importadas. El ministerio consideraba que, con el apoyo del gobierno, la planta podría
satisfacer la demanda del mercado local y revolucionar la industria de la construcción, al bajar
los precios del cemento. La Constitución de la República prohibía al ministerio autorizar una
concesión de quince años, pero el gobierno sí podía ofrecer protección arancelaria a cambio de
regulación de precios. Después de sopesar las pérdidas de corto plazo contra los beneficios
económicos a largo plazo, el ministerio apoyó una concesión de diez años a Novella21.

Novella todavía tenía que demostrar el valor de su industria a otro gobierno soberano.
Poco después de que el embajador estadounidense protestara ante el gobierno, Novella le
informó personalmente que su empresa tan solo había solicitado la ampliación de una
concesión existente; y argumentó que él la necesitaba para justificar la inversión requerida para
instalar nueva maquinaria y construir una rama ferroviaria que conectara la planta a la línea
principal de IRCA. Le recordó al embajador que el ciudadano estadounidense Daniel Hodgsdon
tenía acciones minoritarias en su empresa, pero a Hitt no le importaban los vínculos de Novella
con ciudadanos de su país. Hitt informó a Novella que los Estados Unidos objetaban la
concesión, principalmente porque se eliminarían las exportaciones de cemento estadounidense
hacia Guatemala. Si Novella removía las características "monopolísticas" de la solicitud (por
ejemplo, la protección arancelaria), Hitt le prometía retirar la protesta. Novella preparó otro
borrador de la concesión, que buscaba lo aprobara el Departamento de Estado, antes de
presentarlo ante su propio gobierno22.
Habla mal de la independencia política de Guatemala que un asunto de política
económica interna pasara ahora por el Departamento de Estado. El señor Osborne, del Buró de
Relaciones Comerciales (Bureau of Trade Relations), reconoció lo indecoroso del hecho que
el Departamento evaluara la política económica de Guatemala. Osborne argumentó que los
Estados Unidos "no pueden, en justicia, denegar a Guatemala el derecho de impulsar una
industria por medio de protección arancelaria u otros privilegios, mientras no se discrimine
específicamente en contra de este país, en comparación con otros"23.

Sin embargo, el Secretario de Estado, Philander C. Knox, llevó a cabo la diplomacia


del dólar sin remordimiento alguno. Novella había eliminado el artículo por medio del cual el
gobierno explícitamente acordaba proteger la industria de cemento contra la competencia
extranjera, pero había dejado abierta la posibilidad de que el gobierno apoyara la industria "de
manera exclusiva". Knox por lo tanto le ordenó a Hitt, "informar al señor Novella que el
Departamento retirará su protesta contra la concesión si elimina el artículo 1 o lo rehace de tal
forma que muestre claramente que el apoyo brindado 'de manera exclusiva' por el gobierno de
Guatemala no causará perjuicio sustancial a la importación de cemento portland desde los
Estados Unidos "24.

Novella reelaboró su propuesta una vez más. En agosto de 1911, se reunió con
diplomáticos estadounidenses para discutir la enmienda. El artículo controversial ahora
establecía que "el gobierno de la República no podrá otorgar concesiones a cualquier otro
productor de cemento portland natural o a cualquiera similar a este, por término de diez años";
esperando que el Departamento de Estado estuviera de acuerdo con esta redacción25.

Finalmente, el señor Pepper, del Buró de Relaciones Comerciales, aportó el sentido


común al proceso cuando señaló que nadie había calculado el impacto real de la propuesta de
Novella en las exportaciones de cemento estadounidense; de hecho, estas exportaciones a
Guatemala eran cantidades insignificantes. Los funcionarios estadounidenses, quizás ya
condicionados a pensar como imperialistas, habían estado librando una batalla ilusoria. Más
aún, como Pepper intuyó correctamente, las concesiones monopolistas no eran algo nuevo en
la política guatemalteca y estaban de acuerdo con las prácticas de los países hispanoamericanos.
En septiembre de 1911, los estadounidenses retiraron su protesta26.

El gobierno de Guatemala siguió presentando serios obstáculos. Novella había


solicitado amplias exenciones de impuestos y los burócratas no renunciaban fácilmente a los
ingresos. Las exenciones de impuestos que Novella había solicitado alcanzaban un monto de
$465,842 pesos durante un período de diez años. No obstante, el gobierno podía dejar de
percibir estos impuestos, para promover la producción local de cemento y fortalecer la balanza
de pagos. El Ministerio de Fomento recomendó algunas modificaciones y trasladó el proyecto
al Consejo de Estado, un cuerpo asesor de la presidencia, el 24 de enero de 1912. El Consejo
de Estado realizó su propio estudio del proyecto y lo autorizó el 14 de junio. En vez de enviar
la concesión a Estrada Cabrera, el Consejo lo regresó al Ministerio de Fomento, que ya lo había
aprobado27. Estos burócratas profesionales obviamente valoraban la eficiencia.
Lograr que la propuesta pasara por el despacho del Presidente hubiera sido más difícil
que hacerla pasar por los canales burocráticos. Novella había solicitado permiso para importar
la dinamita requerida para sus operaciones de excavación. Estrada Cabrera compartía los
anhelos de Novella en torno a la industrialización, pero facilitar la adquisición de explosivos a
sus amados seguidores no servía a sus ambiciones presidenciales. Durante su período de catorce
años hasta entonces, Estrada Cabrera había sobrevivido varios intentos de asesinato,
incluyendo una bomba de dinamita colocada debajo de su carruaje28; y dada la experiencia,
tenía suficiente sentido común para controlar la venta de armas y municiones pues la dinamita
podía, después de todo, socavar su democracia modelo.

Carlos Novella no tenía más opción que cortejar a un presidente obsesionado con la
seguridad. Todos los lunes y martes, durante dos años, vestido con su mejor frac y sombrero,
se presentaba en una antesala del despacho presidencial, hasta que una secretaria amablemente
le informaba que Estrada Cabrera no podía recibirlo debido a circunstancias ineludibles. Con
la promesa que el mandatario consideraría el asunto tan pronto como su ocupada agenda lo
permitiera, Novella abandonaba el Palacio, irritado pero imperturbable. Regresaría a la
próxima audiencia acordada, tan solo para escuchar la misma débil excusa29.

Al no conseguir una reunión personal con el presidente, Novella le presentó su asunto


en cartas y telegramas. Su empresa, le informó a Estrada Cabrera en julio de 1913, había
trabajado arduamente durante dieciséis años para establecer una industria de beneficio
incuestionable a la economía; había superado la etapa experimental y tenía el capital necesario
para expandirse y modernizarse. Lo único que hacía falta era la autorización presidencial. Para
conseguir el apoyo de Estrada Cabrera, Novella le prometió al gobierno 200 barriles de
cemento gratis al año, además de los 250 que le había prometido para el parque central y otros
cincuenta para la reconstrucción de Cuilapa30.

El 2 de agosto de 1913, Estrada Cabrera finalmente le concedió una audiencia a


Novella. Aunque los convincentes argumentos del empresario aparentemente motivaron al
presidente a prometerle una resolución expedita para la propuesta, Estrada Cabrera titubeó de
nuevo. Más tarde ese mes, una serie de temblores agitaron la ciudad de Guatemala, proveyendo
una demostración natural de cuán sabio resultaba establecer una industria nacional de cemento
en un país en donde los terremotos periódicamente estremecen las débiles casas de adobe. Para
noviembre de 1913, Novella muy probablemente se encontraba al final de su paciencia. En otra
carta a Estrada Cabrera le explicó que, debido al retraso en la autorización de su solicitud, su
posición financiera se había vuelto precaria porque, anticipándose al apoyo gubernamental,
había incurrido en grandes deudas. Sin su autorización, la industria colapsaría³¹.

Tomando en cuenta que Novella dinamitaría canteras y no carrozas presidenciales,


Estrada Cabrera autorizó la concesión. Después de tres años y medio de inspecciones
burocráticas, el presidente finalmente tuvo la certeza de que el ejército podía regular los
suministros de dinamita a la cantera de Novella (hasta la fecha, aún debe solicitar su dinamita
al ejército). En febrero de 1914, el gobierno autorizó la concesión otorgando a Novella y Cía.
una exención de impuestos de importación durante diez años y el permiso para utilizar
explosivos, en el entendido que vendería cemento a cuatro pesos de oro americano por barril,
brindaría un descuento del diez por ciento y le entregaría 200 barriles por año al gobierno, todo
ello durante la vigencia del contrato 32.

Novella no consiguió la protección arancelaria que buscaba, pero procedió a


reorganizar y modernizar su fábrica de cemento. Tenía toda la razón al suponer que su empresa
podía sustituir por completo las importaciones de cemento y obtener una ganancia. El
Ministerio de Fomento compartía su confianza y también había considerado la sustitución de
importaciones desde que Novella presentara su propuesta en 1910. Resulta evidente, en el
informe anual de 1912, el valor que el Ministerio asignaba a la sustitución de importaciones.
En dicho documento se explica que las importaciones de cemento representan un considerable
flujo de capital enviado hacia fuera e informa que, felizmente, una fábrica de cemento podría
en breve eximir a los guatemaltecos de este tributo pagado a productores extranjeros33.

Una fuerte corriente nacionalista se daba en los ámbitos públicos y privados. Algunos
de los diseñadores de políticas públicas todavía promovían la diversificación de la agricultura
y la industrialización como la única solución a largo plazo a la excesiva dependencia de las
exportaciones de café. Las élites económicas también reconocían la oportunidad de ganancias
en el desarrollo de nuevas industrias. La política gubernamental permitía a los oligarcas
monopolizar algunos negocios, pero el desarrollo de las industrias textiles, de la cerveza y el
cemento liberaban al país del tributo extranjero pagado por los bienes importados. Dos
funcionarios del Ministerio de Fomento informaron, optimistas, que "lenta, pero con total
certeza, Guatemala está conquistando su independencia económica"34.

En todo caso, el éxito de la fábrica de cemento residía en la instalación de maquinaria


importada y Carlos Novella tenía acceso a las pocas fuentes de capital local. Novella, su padre
y su hermano Gustavo eran propietarios de once acciones en el Banco de Guatemala; su socio
Daniel Hodgsdon era propietario de 32 acciones y formaba parte de la Junta Directiva; y la
familia de su suegro (los Camacho) eran propietarios del mayor bloque de acciones (210). En
1913, el banco reportó ganancias de $1,616,961 y pagó dividendos de $275 por acción.

Los Novella también eran propietarios de seis acciones en el Banco de Occidente, que
reportó ganancias de más de dos millones de dólares en 1912 35. A pesar de la solidez financiera
de estos dos bancos, ninguno podía financiar la adquisición e instalación de la costosa
maquinaria extranjera. Para completar su proyecto, Novella vendió su concesión a una empresa
propiedad de Minor Keith, el presidente y principal accionista de la IRCA y vicepresidente de
la United Fruit. En 1915, Novella, Hodgsdon y Keith reorganizaron e inscribieron la empresa
como Novella Cement Company of New York con un capital pagado de $250 mil dólares y
con un capital autorizado de cinco millones de dólares. Durante sus años formativos, de 1914
a 1927, la planta de cemento Novella fue una subsidiaria de la IRCA, que estaba en posesión
de 980 de sus 1000 acciones36.

La reorganización de la empresa satisfizo los intereses de todos los involucrados,


incluyendo a los Novella. La IRCA y la United Fruit contaban ahora con un proveedor local de
cemento, además de valiosos aliados políticos. Desde la perspectiva de Novella, se habían
adquirido los medios para modernizar las instalaciones y él todavía administraba su negocio.
Como la United Fruit y la IRCA controlaban los puertos y ferrocarriles, resultaba
imprescindible mantener una cercana relación con los inversionistas extranjeros. Novella, al
igual que los Castillo y los Ibargüen, se alió con el capital extranjero para poder desarrollar su
industria. Como subsidiaria de la IRCA, la Novella Cement Company tenía un acceso
relativamente fácil a capitales y mercados extranjeros. Para facilitar el transporte de bienes y
suministros desde y hacia la planta, en las afueras de la ciudad de Guatemala, Novella y
Hodgsdon iniciaron la construcción de un pequeño ramal ferroviario, desde la planta a la línea
principal de la IRCA37.

Cuando estaba a punto de completarse el programa de modernización, el Ministerio de


Fomento presentó un impedimento final. Le negaron a Novella ciertos derechos y exenciones
estipulados en la concesión de 1914, entre ellos la importación de petróleo libre de impuestos.
Exasperado con la ineficiencia burocrática, Novella redactó otra larga carta apelando
directamente a Estrada Cabrera para obtener su sabía y justa intervención. Si el presidente no
salía en ayuda de la industria de cemento, solo por una vez más, la planta que se había
establecido con el apoyo presidencial "sucumbiría al nacer", según argumentaba Novella. Esta
vez, el presidente ordenó al ministerio garantizar a Novella su derecho legítimo, según la
concesión de 1914 38.

Para septiembre de 1917, Novella había instalado la nueva maquinaria y completado el


ramal ferroviario. El primer grupo de periodistas que inspeccionó la fábrica quedó
impresionado por la "poderosa" y "gigantesca" maquinaria que producía de treinta a cincuenta
mil barriles de cemento de alta calidad. Empleando a casi 200 trabajadores, muchos de los
cuales picaban piedra caliza y luego la cargaban en carretas para su traslado hasta la
maquinaria, Novella calculaba que la planta podría satisfacer la demanda local hasta 1923. El
negocio despegó después del terremoto del 3 de enero de 1918, que destruyó las construcciones
de adobe y solo quedaron en pie aquellos hogares reforzados con cemento. La venta de cemento
se incrementó por la reconstrucción de la ciudad y por el traslado de la élite hacia el área
residencial cercana a la hermosa avenida La Reforma. Atada contractualmente al gobierno, la
Novella Cement Company se benefició del aumento subsiguiente en los gastos en obras
públicas y desarrollo urbano39.

Debido al cabildeo político de Carlos Novella y al capital de Minor Keith, la Novella


Cement Company tomó su lugar, a la par de Cantel y la Cervecería Centroamericana, como
una de las tres grandes industrias de Guatemala. La familia Novella ingresó a las filas de la
oligarquía una generación después de que Carlos Novella Damerio arribara desde Italia. Por
medio de matrimonios, Novella y sus cuatro hijos consolidaron la red familiar con vínculos a
las familias Berger, Díaz Durán, Klee, Maegli y Urruela. Y aunque el gran crecimiento de la
empresa ocurrió después de 1960, Carlos Novella se ganó el respeto de la élite establecida al
demostrar que la producción de cemento era una profesión digna y rentable. Su posterior
nombramiento en comisiones gubernamentales y su membresía en el prestigioso Club
Guatemala eran evidencia de la influencia política y la posición social que había adquirido40.
Sin embargo, fuera de la planta de cemento la dictadura no podía darse mucho crédito
en cuanto a la promoción de la industrialización. De hecho, Estrada Cabrera hostigó y obstruyó
a la élite industrial y a la oligarquía en general. A la familia Castillo le fue peor que a Novella.
El arresto y golpiza a José Azmitia en 1908, condujo a la familia Castillo a las filas de la
oposición política; Azmitia y Adalberto Saravia Castillo, sobrino de Mariano Castillo, fueron
los oponentes más activos de la dictadura. Convencido de que los Castillo habían financiado y
organizado el partido de oposición que surgió en 1919. la artillería de Estrada Cabrera
bombardeó la cervecería durante la rebelión de abril de 1920. Los Castillo sobrevivieron al
ataque y se unieron a la alianza de estudiantes, trabajadores, liberales y conservadores que
derrocaron la dictadura y llevaron a Carlos Herrera Luna a la presidencia41.

Por medio de Carlos Herrera la oligarquía esperaba recuperar una parte del poder
político que habían perdido durante el régimen de Estrada Cabrera. Aunque la facción liberal
de la oligarquía, incluyendo a Arturo Ubico y a Carlos Herrera, había colaborado con el
dictador, la élite económica como un todo perdió influencia política ante los políticos
profesionales y los militares. Para recobrar su poder, la oligarquía se organizó en el Partido
Unionista, formado ostentosamente para promover la reunificación de Centroamérica, pero en
realidad establecido para terminar con la dictadura. Mientras que la causa atrajo a una coalición
militante y multiclasista, los oligarcas -muchos de los cuales venían de su facción más
conservadora- brindaron liderazgo y financiamiento a la rebelión unionista. El líder más
importante del partido, Manuel Cobos Batres, era descendiente de Miguel García Granados y
de Luis Batres, quien fuera ministro en la época de Rafael Carrera. Monseñor José Piñol y
Batres, un miembro de la distinguida red familiar que incluía a los Aycinena, vociferaba contra
el dictador desde el púlpito, mientras Rafael Aycinena y Aycinena prestaba $10 mil a la causa.
Otros líderes oligarcas eran Luis Pedro Aguirre, Jorge Morales Urruela, Tácito Molina y José
Azmitia. En los últimos días de la dictadura, la clase trabajadora y algunos estudiantes de clase
media estuvieron en los frentes de combate en contra de Estrada Cabrera, pero al final, fue una
alianza entre los oligarcas liberales y los conservadores la que removió al dictador y nombró a
Herrera, haciendo a un lado a sus aliados de la clase trabajadora42.

Carlos Herrera Luna, hijo de Manuel María Herrera y Delfina Luna Soto, había sido un
distinguido funcionario público del Partido Liberal y era uno de los empresarios más dinámicos
de la oligarquía. En conjunto con las familias Samayoa y Aparicio, los Herrera fueron una de
las primeras familias que invirtieron, a la vuelta del siglo, en el cultivo y la refinería del azúcar.
Inversiones diversas habían hecho de Herrera el hombre más rico y el mayor terrateniente al
momento de la toma de posesión. Además del ingenio Pantaleón en Escuintla, el nuevo
presidente era propietario de fincas de café y ganado, incluso era parte de la junta directiva de
dos bancos importantes. Había sido ministro, legislador y miembro del Consejo de Estado,
convirtiéndose en el primer designado a la presidencia justo antes de la caída de Estrada
Cabrera. Por medio del matrimonio con Elisa Dorión Klee, en 1886, Herrera estableció una
alianza poderosa con las familias Klee y Ubico, consolidando la red Herrera, al enlazar
maritalmente a sus diez hijos con otras familias prósperas, incluyendo a los Robles y a los
Ibargüen. Sus descendientes -entre ellos, Roberto Herrera Ibargüen- todavía presiden imperios
económicos, con intereses en casi todos los sectores productivos43.

Herrera, el arquitecto del liberalismo y su más grande beneficiario, representaba la


facción modernizante y nacionalista de la oligarquía. Su padre, a pesar de sus orígenes
mestizos, logró abrirse paso hacia las filas de la élite y afianzó su posición a través del
matrimonio y de la política. Vinculado a las redes familiares más poderosas y dueño de un
portafolio diversificado, Herrera tenía la capacidad de unificar a las facciones liberales de la
oligarquía con las conservadoras. A pesar de sus credenciales liberales, no había creado mayor
antagonismo con la oposición conservadora, en gran parte debido a que nunca había
evidenciado mayor interés por la política partidista. Con el objeto de unificar a la oligarquía,
durante la dura transición de la dictadura al mando civil, Herrera, un liberal, nombró a los
unionistas, (conservadores) Adalberto Saravia y Luis Aguirre como Ministros de Gobernación
y de Relaciones Exteriores, respectivamente; y, en los otros cuatro puestos ministeriales,
nombró a liberales. En los hombros de este gobierno bipartidista recayó la pesada
responsabilidad de reconstruir un sistema político y económico más cercano a los intereses de
los oligarcas modernizantes44.

Prometiendo reestablecer la democracia constitucional y respetar los derechos políticos


fundamentales, Herrera inauguró un gobierno reformista, más tolerante con la actividad política
que las dictaduras que lo precedieron y le siguieron. Estrada Cabrera había reprimido toda
actividad política, subordinando a su mandato al Partido Liberal y eliminando organizaciones
elitistas como la Cámara de Comercio de Guatemala (CCG). A los pocos meses de la toma de
posesión de Herrera, los partidos volvían a articularse, las imprentas a publicar, los trabajadores
organizaban los primeros sindicatos y los oligarcas establecían sus propios grupos de interés.
El 17 de agosto de 1920, Herrera autorizó la organización de la Asociación General de
Agricultores (AGA), el principal grupo de cabildeo de los finqueros durante los siguientes
sesenta años. Poco después de que la Cámara de Comercio fuera autorizada para nombrar su
primera junta directiva, los oligarcas crearon dos instituciones no partidistas que los
representarían ante el gobierno45. Su surgimiento, en 1920, refleja el descontento de la élite con
los partidos establecidos, entonces dominados por los profesionales de clase media o los
militares.

Por medio de la AGA y la CCG, los oligarcas cabildearon para obtener una revisión de
las concesiones monopolistas mediante las cuales la IRCA ahogaba su desarrollo comercial.
Con el objeto de que las cargas se enviaran por Puerto Barrios, la IRCA había establecido una
política de tarifas que discriminaba contra todo comercio surgido en el Pacífico. Con tasas de
envío entre Retalhuleu y San José un cien por ciento más altas que entre Retalhuleu y Puerto
Barrios, los comerciantes y agricultores no podían emplear los embarcaderos naturales de
Champerico o San José. Antonio Batres Jáuregui, el prominente intelectual de la oligarquía,
argumentó que las prácticas monopolistas de la IRCA podían llegar a asfixiar la agricultura, la
industria y el comercio y solicitó a Herrera anular el contrato Méndez- Williamson, de 1908,
mediante el cual la IRCA había construido su monopolio ferroviario. En abril de 1921, la AGA
exhortó a Herrera a que anulara la concesión, esperando poner fin a las prácticas perjudiciales
y dañinas del monopolio extranjero. Con amplio apoyo de ambos partidos y de los grupos de
cabildeo político más poderosos del país, Herrera anuló la concesión, en mayo de 1921,
logrando una victoria simbólica y fugaz para el nacionalismo guatemalteco46.

Esta anulación representó un esfuerzo audaz de la oligarquía para retomar el control de


la infraestructura económica del país. Durante varios momentos de la negociación posterior, el
gobierno consideró la opción de nacionalizar la totalidad del sistema ferroviario; de haberse
llevado a cabo, por expropiación o por compra, Herrera habría cumplido los sueños de los
generales Barrios y Reyna Barrios, que anhelaban operar el ferrocarril como una empresa
nacional. Pero sucedió que, en el verano de 1921, la coalición civil bipartidista que llevó a
Herrera al poder se desintegró y los liberales y conservadores volvieron a sus disputas
tradicionales, como la función de la Iglesia y la inversión extranjera. En el proceso, la
oligarquía perdió de vista su misión original: la reconstrucción del sistema político.

En los primeros días de su administración, Herrera aprovechó una actitud antimilitarista


generalizada para conseguir reducir el tamaño y la influencia del ejército. Durante la
insurrección en contra de Estrada Cabrera, las hordas enfurecidas lincharon a siete oficiales,
como rechazo al apoyo que los militares habían dado a la dictadura durante veintidós años.
Herrera rompió con la tradición al designar a un civil como ministro de la Guerra, Emilio
Escamilla, un terrateniente proalemán. Para cumplir las órdenes de Herrera, de dar de baja al
grueso de la tropa, Escamilla redujo el tamaño del ejército de 20,000 a 5,000 efectivos, para
febrero de 1921. Además de disminuir el poder político de los militares, las reducciones
también permitieron a Herrera y a los oligarcas reorientar el gasto público hacia los ministerios
que directamente servían a sus intereses económicos, particularmente los ministerios de
Fomento, Educación y el recién establecido Ministerio de Agricultura. El cuerpo de oficiales -
que incluía a los futuros presidentes José María Orellana, Lázaro Chacón y Jorge Ubico- se
opuso a los recortes presupuestarios y resintió haber sido puesto bajo control civil. Los oficiales
consideraban que el Ministerio de Guerra debía estar siempre ocupado por un militar de su
elección. En julio de 1921, los generales, apoyados por los liberales, forzaron la renuncia de
Escamilla47. Desde entonces, ningún civil ha sido designado al Ministerio de Guerra.

El 7 de diciembre de 1921, los militares pusieron fin al breve ejercicio de la oligarquía


como clase a cargo del gobierno. El apoyo dentro del ejército fue tan completo que ni siquiera
la guardia personal de Herrera se opuso. Una junta provisional compuesta por los generales
Orellana, José María Lima y Miguel Larrave revocaron la Constitución unionista, convocaron
de nuevo al Congreso de Estrada Cabrera e invalidaron todos los decretos legislativos
aprobados desde abril de 1920. Orellana, amigo personal y protegido de Estrada Cabrera,
trabajó su elección a la presidencia dos meses después. Reinstaló a funcionarios del régimen
de Estrada Cabrera, incluyendo a Chacón y a Ubico, este último nombrado ministro de
Guerra48. En pocas horas, los militares habían retornado a la antigua alianza entre liberales y
militares en el poder y reducido a la oligarquía a un socio político minoritario.

Aunque el nuevo gabinete incluía a representantes de la oligarquía, el alto mando militar


-que ya había asumido su función característica del siglo XX, como árbitro de la sucesión
presidencial- circunscribió el alcance de la actividad política civil. El tamaño y la conducción
del ejército estaba fuera del alcance del debate civil. Al igual que otros generales que le
siguieron en la presidencia, Orellana no le impidió a la oligarquía que estuviera representada
en el gabinete. Rafael Felipe Solares, el primer presidente de la Cámara de Comercio, asumió
como ministro de Finanzas y David Pivaral, un cafetalero adinerado, se hizo cargo del
Ministerio de Agricultura49. Sin embargo, los militares se reservaron la Presidencia y el
Ministerio de la Guerra; así impedían cualquier futuro intento civil por reducir el tamaño de la
burocracia o del ejército. Aunque los oligarcas con frecuencia estuvieron al frente de los
ministerios de Obras Públicas, Agricultura y Finanzas, no volverían a mandar ni a gobernar,
sin el apoyo de los militares.

Después de los eventos caóticos de 1920 y 1921, los oligarcas perdieron cualquier
interés que pudieron haber tenido en el servicio gubernamental. Las élites tenían pocas razones
para buscar puestos públicos en tiempos de relativa estabilidad económica, pues como ya se
habían llevado a cabo las reformas liberales, la industria cafetalera requería poca supervisión
gubernamental. El único atractivo de un puesto gubernamental era el escaso poder político que
confería, pero ese poder disminuyó en la medida en que se expandió el control militar sobre el
gobierno. Mientras funcionarios competentes estuvieran al frente de los cruciales ministerios
económicos todo estaría bien, pues la mayoría de oligarcas prefería la soledad de sus
propiedades rurales, a las interminables pugnas políticas de la ciudad de Guatemala.

Los Castillo, los destacados oligarcas industriales del siglo XX. dieron respuesta a la
militarización y a la corrupción del sistema político retirándose del servicio público. Aunque
Adalberto Saravia Castillo mantuvo dos puestos en el gabinete durante la administración de
Herrera, poco sirvió aquello al negocio de la familia. Las actividades políticas de José Azmitia
lo condujeron a prisión, antes y después de la presidencia de Herrera. Con la reorganización de
los Castillo Hermanos, en 1932, la familia agregó una cláusula a los estatutos de la empresa,
en la que prohibía a los accionistas involucrarse en cualquier actividad que la mayoría de los
accionistas considerara perjudicial a los asuntos del negocio. En los siguientes setenta años, la
familia Castillo se mantuvo apartada de la política. Como consecuencia, miembros de la familia
asumieron funciones importantes en los grupos de interés privados, pero incluso hasta hace
poco, casi no han evidenciado interés en la religión, la política o los asuntos militares50.

Para los Castillo y otros oligarcas, la política se había convertido en un juego sucio que
entablaban políticos profesionales y oficiales militares, pocos de ellos honorables o aceptables
socialmente en la élite de la sociedad. Estrada Cabrera, el hijo ilegítimo de una sirvienta, no
solo se volvió multimillonario, sino que sentó un precedente de corrupción y autoritarismo que
fue seguido por casi todos los presidentes posteriores. Hasta Carlos Herrera, el hombre más
adinerado del país, supuestamente saqueó el erario nacional y expandió sus ya vastas
propiedades durante los dieciocho meses que duró su administración. El general Lázaro Chacón
se ganó la reputación del presidente más venal en la historia del país, durante los cuatro años
de su régimen (1926-1930), saqueando sistemáticamente el erario nacional y extorsionando
sumas considerables de las empresas, incluida la IRCA. Un diplomático estadounidense fustigó
así a los políticos guatemaltecos por sus notorias prácticas de corrupción: "se trata de un hecho
ampliamente conocido y comúnmente admitido que, con la misma inversión de tiempo y
esfuerzo, los políticos locales prefieren ganar un dólar mal habido, que diez honestamente"51.

Como abono a su favor, los oligarcas, por lo general, condenan las prácticas corruptas
de los políticos profesionales y del gobierno. Unos cuantos, incluyendo a Carlos Herrera,
también han incurrido en corrupción, pero la oligarquía honorable, aquella que observa un
código de conducta característico de una aristocracia paternalista, desprecia el parasitismo de
la burocracia y de las fuerzas armadas. Las élites económicas consideran que, como ellos
representan a las fuerzas productivas de la sociedad, los funcionarios que elaboran políticas
públicas deben confiar en su buen juicio. Desde que Estrada Cabrera se apropió abruptamente
de sus bienes, las élites dudan de la habilidad del gobierno para recolectar y gastar
adecuadamente el dinero. La oposición del sector privado al aumento de impuestos, en las
décadas de 1960 y 1980, es un legado de la falta de confianza inducida por los gobiernos
corruptos y autoritarios de principios del siglo XX.

Desafortunadamente para los oligarcas dedicados a la industria, el desarrollo de esta


requiere de la colaboración del gobierno, ya que sin incentivos fiscales y algún nivel de
protección arancelaria, pocos proyectos industriales pueden alcanzar el éxito. Como resultado,
los industriales han tenido que movilizarse alrededor o a través de un gobierno controlado por
funcionarios corruptos, generando hostilidad entre los sectores público y privado. Los
industriales necesitan un gobierno honesto y efectivo, que apoye sus empresas, pero intereses
ilícitos han orientado, muy frecuentemente, la política del gobierno. En la práctica, el ambiente
político corrupto obliga a una cooperación cercana, legal o ilícita, entre los empresarios
industriales y el gobierno.

De nuevo, la historia de la Novella Cement Company revela la manera en que la


oligarquía industrial se enfrentó al sistema político. A mediados de la década de 1920, la
capacidad productiva de la planta no lograba satisfacer la demanda interna, obligando a Novella
a expandir sus operaciones para eliminar el cemento extranjero que había comenzado a
reaparecer en el mercado interno. A pesar del aumento de la demanda del cemento y de las
condiciones económicas saludables, en general, a lo largo de Centroamérica, Minor Keith se
rehusaba a invertir más capital en la industria del cemento. Cercano a cumplir los ochenta años,
Keith se estaba retirando de sus extensas operaciones de negocios en Centroamérica. Sin su
más poderoso inversionista, Novella solo tuvo que procurar $593,481.94, el valor de las
acciones de la IRCA, para recuperar la propiedad de la empresa52.

Novella reunió a un grupo de influyentes líderes políticos y empresarios que incluían al


expresidente Carlos Herrera y a su hermano Salvador, antiguo ministro de Agricultura y padre
de Manuel Herrera, el ministro de Agricultura de Chacón en 1929. Los oligarcas Federico y
Ernesto Rodríguez Benito; Luis Gatica, gerente del Banco de Guatemala; y Daniel Hernández,
jefe de la policía, también invirtieron en Novella y Cía. Ltda. El presidente Chacón fue
identificado por el cónsul estadounidense como el accionista silencioso. El consorcio procuró
seiscientos mil dólares para adquirir las 980 acciones de la IRCA, pero Keith permitió a los
guatemaltecos completar los pagos durante los siguientes catorce años. En el verano de 1927,
Novella dio un pago de treinta mil dólares, seguido por otros del mismo monto en diciembre y
en mayo de 1928. El balance fue cancelado en pagos alternativos de cinco mil, diez mil y quince
mil dólares, finalizando en 1942. Enrique, hijo de Carlos Novella, describió el trato del pago
como la clave para el negocio familiar. De acuerdo con el cónsul estadounidense, Novella y
sus asociados arreglaron la complicada transferencia de Keith a los inversionistas locales para
"engañar al público y vencer el prejuicio local", para que Novella y Cía. pudieran asegurarse
un arancel de importación prohibitivo en el cemento53.

En 1928, Chacón, el accionista silencioso, otorgó a Novella y Cía. una exención de


impuestos durante diez años para la importación de maquinaria, petróleo, sacos y otros
materiales requeridos para aumentar la capacidad de la planta a cien mil barriles por día.
Novella acordó vender cemento al gobierno con un descuento del 10% a cambio de que este
prefiriera su cemento en todas las obras públicas. El artículo 6 del contrato estipulaba que todo
derecho o exención otorgada a cualquier otra empresa de cemento, que no estuviera incluida
en el contrato con Novella, le sería automáticamente concedida también a Novella y Cía.
Aunque la concesión no contemplaba el arancel prohibitivo que Novella había solicitado
inicialmente, al año siguiente Chacón impuso un impuesto de medio centavo por kilogramo al
cemento importado, suficiente para desmotivar su consumos 54. Novella había conseguido
establecer un monopolio de hecho.

Así como los Castillo y los Ibargüen antes de él, Novella se valía de sus conexiones
sociales y políticas para desarrollar su empresa.

El consorcio que él estableció -que incluía a finqueros del azúcar y del café, a banqueros
y militares- protegía a la planta de cemento de la competencia, debido a que individuos
poderosos tenían intereses creados en su prosperidad. Novella quien provenía de una red
familiar oligarca, enlazada con otras por medio de los matrimonios- era, al igual que otros
industriales exitosos, parte indistinguible de la oligarquía, hasta 1929. Los vínculos de los
industriales con la oligarquía son evidentes en sus alianzas sociales y políticas con los
cafetaleros y comerciantes. En el elitista Club Guatemala, los Castillo, Novella e Ibargüen se
relacionaban con los aristocratas coloniales como los Aycinena, Batres, Saravia, Sinibaldi y
Urruela. En la Cámara de Comercio, los industriales se aliaban políticamente con bancos
extranjeros (Anglo South American Bank), una subsidiaria de la General Electric (la Empresa
Eléctrica), empresas extranjeras de transporte (Grace & Co. e IRCA), los exportadores
alemanes de café (Guatemala Plantations, Nottebohm Hermanos y Schlubach, Sapper & Co.)
y agricultores guatemaltecos (Herrera & Co. y Rodríguez Benito Hermanos)55.

La afiliación política con la Cámara de Comercio reflejaba las realidades económicas


de un sector industrial subdesarrollado. El sector manufacturero consistía en solo unas pocas
fábricas fuera de Cantel, la Cervecería Centroamericana y Novella y Cía. En 1923, José Cofiño
Ubico condujo la diversificación de una prominente familia cafetalera antigüeña al establecer
una planta productora de cigarrillos en la ciudad de Guatemala. Seis años después, la
Tabacalera Nacional, una subsidiaria de la British American Tobacco Company, adquirió la
empresa de Cofiño y otras cuatro plantas y se convirtió en una de las industrias más grandes
del país. Una fábrica de jabón fundada por Federico Köng, en 1910, se había convertido en una
empresa próspera y en la base económica de la red familiar de los Köng. Los ingenios,
propiedad de las familias Herrera, Dorión y Bouscayrol, constituían una dinámica facción
agrícola industrial, con intereses que entrelazaban ambos sectores. Estas empresas mecanizadas
empleaban entre 100 y 600 trabajadores, además de más de 300 tiendas de artesanías, y
contabilizaban el 13.2% del Producto Interno Bruto (PIB) en 1929. Dado que la agricultura de
exportación, la fuente principal de comercio exterior y de empleo, representaba solo el 16.9%
del PIB, era evidente que el sector industrial se había convertido en un sector económico
relativamente productivo56.

El sector industrial consistía primordialmente en industrias livianas, productoras de


pan, bebidas, cigarrillos, ropa y zapatos, la mayoría de ellas, empresas familiares ubicadas en
la ciudad de Guatemala. Fuera de la fábrica de Cementos Novella, no existían industrias
intermedias o de bienes capitales. Para poder desarrollar industrias como las del papel, los
químicos y los productos metálicos, los fabricantes tendrían que convencer al Estado de
moverse más agresivamente. Ello exigía conformar un frente amplio, el cual era poco probable
que se formara mientras los industriales se mantuvieran en una asociación política junto con
los comerciantes, que no tenían ningún interés en erigir protecciones arancelarias que
favorecieran la industria. Como miembros de la CCG, entre 1921 y 1929, los industriales
llegaron a comprender los intereses comunes y los temas políticos que los separaban de los
comerciantes. Estos reconocían que los consumidores guatemaltecos preferían productos
elaborados en el extranjero y se oponían al incremento de los aranceles, debido a que dichos
impuestos perjudicarían sus ventas. Los intereses contradictorios representados en su
membresía, hacían que la CCG no pudiera impulsar una amplia estrategia industrial
conformada por aranceles, incentivos fiscales y reformas de mercado. Para los comerciantes,
la industria nacional podía y debía desarrollarse gradualmente, pero bajo su patronazgo57.

En 1929, varios industriales formaron un grupo de interés privado y autónomo, la


Asociación de Industriales de Guatemala (AIG). Durante los siguientes cinco años, la AIG
cabildeó para lograr reformas políticas, independientemente de la CCG y, esta vez, los
industriales tuvieron más éxito. Sin embargo, la ruptura con los finqueros, los comerciantes y
las empresas extranjeras no fue completa. Charles Myers, el gerente general de IRCA, encabezó
el grupo de empresarios que fundaron la organización y Ernesto Schaeffer, el gerente alemán
de la Empresa Eléctrica, asumió la presidencia de la AIG, en 1931. Con Rodolfo Castillo
Azmitia, Ernesto Rodríguez Benito y Carlos F. Novella fungiendo como vicepresidente,
secretario y tesorero, los industriales nacionales evidentemente tenían algún poder; pero fueron
los extranjeros quienes brindaron el ímpetu inicial para la organización de un grupo de interés,
concebido exclusivamente para promover y defender los intereses de la industria58.

Aún después de que los industriales nacionales asumieron el liderazgo del sector
manufacturero, rara vez atacaron los intereses del capital extranjero o de la oligarquía
terrateniente. Los vínculos del sector industrial con el capital multinacional, la agricultura local
y el comercio han limitado su potencial político progresista. Dado que los industriales
provienen de o aspiran a la oligarquía, no adoptaron una agenda política revolucionaria que
clamara por la nacionalización de la propiedad extranjera o la expropiación de la tierra. La
oligarquía industrial no se desarrolló como la gran antagonista de la oligarquía terrateniente,
en parte debido a que muchos de los industriales comparten intereses políticos, económicos y
sociales con los finqueros.

Empero, el surgimiento de la AIG, en 1929, reveló que la facción modernizante de la


oligarquía había adquirido conciencia de sí misma, como una parte distinta y dinámica del
sector privado. Al formar un grupo de interés separado, los industriales esperaban hacer
avanzar sus intereses políticos, con una agenda que no engendrara conflicto con la vieja
guardia. Un grupo de familias habían demostrado a toda la oligarquía que la industria podía ser
una fuente legítima y honorable de riqueza. A medida que Guatemala se deslizaba hacia la
depresión, en los primeros años de la década de 1930, varias otras familias cafetaleras siguieron
el liderazgo de los pioneros industriales de Guatemala y decidieron, también ellas, invertir en
la industria. Habiendo adquirido una conciencia de sí mismos como fuerza social, los
industriales se prepararon para involucrarse en las actividades políticas que sustentarían sus
ambiciones económicas. Al igual que sus colegas en el sector agrícola, la oligarquía industrial
habría de colaborar con un régimen autoritario para estabilizar la economía y promover su
diversificación.
Capítulo 4

LA POLITIZACIÓN DE LOS INDUSTRIALES


1931-1944

El 17 de enero de 1929, los entonces gobernadores de Quetzaltenango y Suchitepéquez,


coroneles Marciano Casao y Fernando Morales, se alzaron en rebelión contra del general
Lázaro Chacón, su comandante en jefe y presidente. Como acostumbran a hacer muchos
rebeldes, también estos lanzaron una proclama llamando a la justicia, al progreso, la honestidad
y a la liberación de la "gran plaga" de traficantes maquiavélicos que saqueaban el erario
nacional. Cuando otros dos coroneles -entre ellos Baudilio Santos, tercer designado a la
presidencia- respondieron al llamado a las armas, los insurrectos marcharon a la cabeza de tres
mil hombres, un desafío considerable para un ejército regular de cinco mil hombres. Sin
embargo, en pocas horas, Chacón reunió un ejército de catorce mil y despachó a su infantería
y fuerza aérea hacia el altiplano occidental. Los días 18 y 19 de enero, los aviones oficiales
bombardearon Mazatenango y Quetzaltenango, causando graves bajas entre los civiles y
forzando la rendición de los alzados. Con el propósito de enviar un mensaje a todos los que
aún quisieran rebelarse en su contra, Chacón ordenó la ejecución de los líderes insurrectos la
noche del 20 de enero. El coronel Casao logró escapar, por suerte, hacia México 1.

Chacón, aunque reprimió la rebelión de los coroneles, no pudo sobrevivir la crisis


política y económica que atravesaba el país. Tuvo la mala fortuna de ocupar la presidencia
cuando los precios del café cayeron de Q21.50 por quintal en 1927-1928 a Q11.45 en precio
1929, poniendo fin a cinco años de expansión económica. Varias veces antes, el sector
exportador había padecido alzas y bajas, pero ahora que el mundo caía en la depresión
económica, el del café se derrumbó a un tercio del precio más alto alcanzado en la década de
1920 y se mantuvo bajo durante la década de 1930. Mientras la economía se deterioraba, el
desempleo rural y urbano aumentaba, los agricultores, industriales y hombres de negocios
extranjeros se preocupaban acerca del rompimiento de la ley y el orden, especialmente en el
interior, que supuestamente estaba "infestado" de criminales. Un levantamiento de dos mil
campesinos indígenas en Totonicapán, el 28 de julio de 1930, confirmó los peores temores de
los finqueros y del cuerpo de oficiales. Aunque el ejército de Chacón reprimió fácilmente el
alzamiento, su inhabilidad para manejar la crisis erosionó el apoyo de todos los actores políticos
poderosos -el cuerpo de oficiales, la oligarquía y los diplomáticos estadounidenses. El
embajador estadounidense Sheldon Whitehouse concluyó a regañadientes que la inteligencia
de Chacón era "tan limitada que no es capaz de comprender en lo más mínimo los problemas
de gobierno"2.

Para manejar la crisis, los operadores del poder buscaron a un hombre inteligente y
autoritario que pudiera adoptar soluciones innovadoras a los complejos problemas económicos
y, a la vez, mantener la estabilidad social. Por lo menos durante una década, oficiales y
oligarcas habían reconocido la estrella ascendente del general Jorge Ubico y Castañeda, hijo
de Arturo Ubico Urruela, un oligarca miembro del partido Liberal. Nacido en 1878, Jorge tenía
la ventaja adicional de ser ahijado de Justo Rufino Barrios, amigo personal de su padre.
Descendiente de una familia que arribó al país en el siglo XVIII, el árbol genealógico de la
familia Ubico lo vinculaba con dos de las redes más poderosas del siglo XVIII y XIX, los
Urruela y los Klee. Por el matrimonio con Marta Lainfiesta Dorión, en 1905, Jorge Ubico
estaba emparentado con la red Dorión Klee, a la que pertenecía Carlos Herrera Luna, quien
posteriormente llegaría a la presidencia. Arraigado en la aristocracia colonial y vinculado a la
oligarquía modernizante, Jorge Ubico poseía una de las más encumbradas credenciales sociales
de la oligarquía3.

Ubico, a diferencia de sus colegas adinerados, se desvió del paso acostumbrado por la
Facultad de Derecho e ingresó a la Escuela Politécnica, en la década de 1890. Aunque no
completó sus estudios, la influencia de su padre fue determinante para que obtuviera el
nombramiento de subteniente, en 1897. Mientras su padre servía en los más altos puestos del
régimen de Estrada Cabrera, Jorge se ganaba la reputación de ser un administrador rudo pero
eficiente en la jefatura política de Alta Verapaz (1907-1909) y Retalhuleu (1911- 1919).
Íntimamente ligado a la dictadura que frenó las ambiciones de las élites económicas, Ubico
huyó a los Estados Unidos después del triunfo unionista, en abril de 1920. A estas alturas, Jorge
era resultado de su formación en el ejército, identificándose más cercanamente con la facción
militar del partido Liberal que con su ala civil o con los oligarcas conservadores que apoyaron
el régimen de Herrera. Regresó en 1921 para participar en el golpe que defenestró a Carlos
Herrera, quien aparte de ser un colega oligarca era el tío de su esposa. En sus dos años como
ministro de la Guerra del presidente José María Orellana (1921-1923), Ubico persiguió a
conservadores, comunistas y sindicalistas y obtuvo el rango de General de División y primer
designado a la presidencia, antes de retirarse a administrar las fincas de su familia 4.

El éxito de Ubico como finquero se añadió a su reputación como administrador


enérgico, eficiente e innovador. Estas habilidades les parecieron adecuadas a los disidentes
liberales y a "la generación de 1920", un grupo amorfo de estudiantes e intelectuales cuya
desilusión con los partidos liberal y conservador lo llevó a contemplar nuevas soluciones para
los problemas nacionales. En 1926, Jorge Ubico hizo campaña en contra de Lázaro Chacón
como candidato del Partido Liberal Progresista, una organización fundada para promover su
carrera política y captar los sentimientos reformistas de la época. Ubico, el candidato predilecto
de reformistas destacados como Miguel Ángel Asturias, Jorge García Granados y el futuro
presidente Juan José Arévalo, perdió una elección fraudulenta y se retiró a la vida privada,
confiado en que su oportunidad política estaba a la vuelta de la esquina 5.

La oportunidad que Ubico estaba esperando para asumir la presidencia llegó el 11 de


diciembre de 1930, cuando un derrame cerebral incapacitó al presidente Chacón, quien ya no
ostentaba que ningún poder significativo. En el general Ubico, la élite vio a un hombre honesto
e inteligente que podía restaurar el orden y promover la recuperación económica. A diferencia
de los dos generales le precedieron, Ubico disfrutaba de la confianza y el respeto de la
oligarquía y de los militares. La gravedad de la crisis demandaba una reconciliación de los
intereses en competencia dentro de la élite dominante, y en Ubico, producto de la oligarquía y
los militares, los intereses de estos dos bloques de poder convergieron de una manera perfecta.
Después de un mes caótico en el que dos golpes amenazaron con impedirle llegar a la
presidencia, Ubico triunfó en una elección sin oposición, ganando la presidencia con una
votación de 305,841 votos en contra de ninguno" 6.

Ubico rápidamente consolidó un régimen que duró hasta 1944. La dictadura ubiquista,
la última del período liberal, ha sido frecuentemente retratada como un instrumento de la
oligarquía terrateniente y el capital extranjero. En la biografía más importante de Jorge Ubico,
Kenneth Grieb argumenta que el carácter oligárquico del régimen explica por qué impulsó
políticas que beneficiaron principalmente a los terratenientes adinerados. Asociado con la
aristocracia terrateniente y comúnmente descrito como un defensor brutal del status quo por
los periodistas populares, Ubico emerge en la literatura como el último de los dictadores
oligárquicos. Susanne Jonás argumentó que, como representante de la élite terrateniente y de
los monopolios estadounidenses, Ubico optó por defender el status quo, antes que romper con
el modelo agroexportador e iniciar la industrialización basada en la sustitución de
importaciones" 7.

Dados los orígenes de Ubico en la oligarquía, resulta fácil y tentador caracterizar su


régimen como oligárquico. Sin embargo, debe considerarse su formación en el ejército. Ubico
representaba una facción modernizante de la oligarquía y de los militares; era un finquero
técnicamente competente, un oficial y un funcionario público. Durante la década de 1920, una
década de fermento intelectual, y otros miembros de la élite terrateniente, incluyendo a Jorge
García Granados, impulsaron la modernización progresiva de la economía y el Estado. Más
que un instrumento de la aristocracia oligárquica Ubico fundida en el pasado, Ubico marchó
autónomamente hacia una nueva época, estableciendo una dictadura personalizada que
continuó el asalto del poder político de la oligarquía, iniciado en 1898. La dictadura ubiquista
no fue un simple apéndice administrativo de la oligarquía, aunque finalmente las élites agrarias
se hayan beneficiado de su acomodo político. Piero Gleijeses considera que "la inmensa
mayoría de la élite se sometió a la voluntad del dictador, participando en su culto personal y
dándole la espalda a quienes él denominaba enemigos, aún cuando fueran amigos o familiares;
a cambio, se les permitía vivir como pequeños señores feudales"8.

No cabe duda de que Ubico preservó la estructura oligárquica de poder durante una
crisis económica sin precedentes, pero también modernizó sus bases al promover la
diversificación económica y al apoyar a las facciones progresistas de la élite económica.
Enfrentado a un creciente desempleo, una economía estancada y algunas manifestaciones
esporádicas de malestar popular, la tarea inmediata de Ubico fue apaciguar la inconformidad
social. La primera prueba de fuerza llegó en febrero de 1931, cuando los trabajadores de la
planta de cemento entraron en huelga. Como resultado de la depresión económica, la costosa
nueva maquinaria de la empresa operaba a menos del 50% de su capacidad. Carlos Novella,
ahora con el apoyo de sus dos hijos, Estuardo y Enrique, intentó recortar la semana laboral a
cinco días y mantener a cuantos trabajadores fuera posible, pero falló en fortalecer la posición
financiera de la empresa. Las ventas de cemento cayeron de 60,447 barriles en 1929 a 17,129
en 1933 9.

Antes de que los Novella pudieran despedir a alguno de sus empleados, los trabajadores
entraron en huelga, con la asesoría y apoyo de la Federación Regional Obrera de Guatemala
(FROG). La FROG fue establecida en 1925 por anarquistas y comunistas que eran influyentes
entre los carpinteros, panaderos y artesanos de la capital. Para 1929, la FROG representaba
trece sindicatos y dos mil trabajadores. Aunque no era la única organización laboral, era la más
progresista. La Federación Obrera de Guatemala para la Legalización de Trabajo (FOG) tenía
cinco mil miembros, pero era subsidiada por el gobierno y promovía la cooperación con el
gobierno y los patronos. Los sindicatos afiliados con FROG, en contraste, habían utilizado con
efectividad el mecanismo de la huelga en varias ocasiones, durante la década de 1920. En
respuesta a la presión creciente de trabajadores y artesanos, el gobierno aprobó el Código
Laboral, en 1926, que reconocía el derecho a huelga bajo ciertas condiciones y hacía obligatoria
la mediación de disputas 10.

La nueva legislación laboral beneficiaba a los trabajadores industriales, aunque ellos


habían tenido una insignificante participación como organizadores y huelguistas, durante la
década de 1920. Aparte de algunos paros laborales en Cantel, en 1906, y de nuevo en 1921, los
trabajadores industriales no se habían involucrado en acciones militantes, colectivas y
organizadas. La huelga en la planta de cemento Novella, por lo tanto, representó el surgimiento
del proletariado industrial, como una fuerza militante dentro del movimiento sindical. Fue la
primera vez que los trabajadores industriales entraron en huelga, como parte de un movimiento
laboral organizado. Los líderes de la FROG (Antonio Obando Sánchez, Antonio Avelar
González, Julio Cristales y Vitalino López García) encabezaron la huelga 11.

Ubico y los Novella consideraban que agitadores extranjeros esparcían la doctrina


comunista entre sus trabajadores. Desde su perspectiva, los agitadores externos,
específicamente dos salvadoreños, habían desbaratado el ambiente familiar en el que los
trabajadores gozaban de prestaciones lucrativas, incluyendo vivienda, asistencia médica y
educación. Según Carlos Novella, los agitadores extranjeros incitaban a los trabajadores a
manifestar como pretexto para promover ideas y propaganda puramente bolcheviques. Aunque
el Código de Trabajo de 1926 reconocía el derecho a la huelga, Ubico quería demostrar que ni
él ni los patronos negociarían con los agitadores. Mientras los trabajadores presentaban una
lista de quejas a los patronos, se llevó a cabo un gran despliegue policial. La policía informó a
los huelguistas que serían desalojados por la fuerza aquellos que no quisieran trabajar con los
salarios que ofrecían los patronos. Aunque la mayoría de los trabajadores cedieron ante la
advertencia policial, los líderes de la huelga fueron arrestados y estuvieron en prisión durante
tres meses. Jorge Ubico ordenó su libertad el 1 de mayo de 1931, cuando las organizaciones
sindicales marcharon en honor a su ilustre benefactor, el propio Ubico12.

El presidente, que asociaba organización sindical con subversión, reprimió brutalmente


al pequeño partido comunista y a los sindicatos de trabajadores. Utilizando el levantamiento
de los campesinos salvadoreños en enero de 1932 como excusa para la persecución de líderes
sindicales, los agentes ubiquistas arrestaron entre 200 y 400 supuestos comunistas. Luego, un
tribunal militar condenó a los líderes del partido comunista por el intento de establecer una
república soviética, un cargo ridículo dado que el partido solo tenía 250 miembros. Para el
beneplácito de las élites industriales y agrarias, Jorge Ubico ejecutó a varios líderes comunistas
y silenció el movimiento sindical. Luego de estos hechos, no se daría ninguna otra agitación
sindical durante el resto de la dictadura¹³.

Ubico tampoco toleraba oposición proveniente de la clase alta. En septiembre de 1934,


la policía arrestó y torturó a personas sospechosas de conspirar en contra del gobierno,
obteniendo confesiones que implicaban a políticos importantes y a oficiales de alto rango. Una
corte militar condenó a muerte a 16 hombres y Ubico ordenó que 60 personas sospechosas de
complicidad presenciaran la ejecución. Uno de los testigos fue Jorge García Granados, el nieto
del héroe liberal e importante oligarca, quien había criticado los brutales métodos empleados
por los esbirros de Ubico durante una investigación. Después de una breve estadía en la cárcel,
García Granados huyó hacia México 14.

Ubico aprovechó la lealtad que le profesaban los militares, para intimidar a la


oligarquía, depurar la burocracia y subordinar la Corte Suprema y el Congreso. El Congreso,
que fuera la escena de intensos debates en la década de 1920, nunca aprobó ninguna ley que
Ubico no hubiera aprobado antes; solo se reunía dos meses al año, con un promedio de treinta
minutos por sesión. El gabinete nunca se reunía. Ubico consideraba los debates una pérdida de
tiempo, así que abolió las reuniones de gabinete y trataba con cada ministro de forma
individual. Alfredo Skinner-Klee, prominente oligarca, fungió como ministro de Relaciones
Exteriores durante cinco años; como todos los ministros se cohibían de tomar decisiones
importantes sin consultar primero con Ubico, las élites no se sentían atraídas por el servicio
público 15.

En 1931, Ubico también suspendió las actividades de la Asociación General de


Agricultores, una clara señal de que no permitiría a los oligarcas dictar sus políticas. Las
ambiciones nacionalistas de las élites terratenientes habían resurgido durante los debates
legislativos acerca de los planes de la United Fruit para desarrollar plantaciones de banano en
la costa del Pacífico. El presidente Lázaro Chacón favoreció otra concesión, pero muchos
finqueros se opusieron. Unos cuantos oligarcas, incluyendo a Alfonso Alejos, Rafael Aparicio,
Leopoldo Berger, Carlos Dorión y Daniel Rodríguez habían comenzado a cultivar bananos en
la costa sur y su éxito dependía del acceso irrestricto al transporte ferroviario y a las
instalaciones portuarias. Si la United Fruit obtenía la concesión, la cual le otorgaba los derechos
exclusivos para construir y operar un nuevo puerto en el Pacífico, absorbería o eliminaría a sus
competidores, tal y como lo había hecho en la costa del Caribe. Con la AGA llevando a cabo
una campaña vigorosa en contra de la concesión, el Congreso rechazó el contrato de la United
Fruit varias veces 16.

A diferencia de otros finqueros, Ubico favoreció la expansión de la United Fruit hacia


la costa del Pacífico. Teniendo bajo su control a los finqueros y al Congreso, impuso el contrato
de la United Fruit al organismo legislativo en mayo de 1931, la primera señal de que sería él,
en exclusiva, quien determinaría la política económica. Su decisión a favor de la United Fruit,
al permitirle extender su monopolio ferroviario y bananero hacia el Pacífico, hizo fracasar el
esfuerzo de los oligarcas por diversificar la producción agrícola. En menos de una década, la
United Fruit había eliminado a los productores independientes de banano, en parte porque
ejercía una influencia mayor sobre Ubico que los oligarcas. Tal y como lo hizo Manuel Estrada
Cabrera, quien fuera su mentor político, Jorge Ubico reprimió las ambiciones nacionalistas de
la oligarquía 17.

A largo plazo, la oligarquía obtuvo beneficios económicos de la estabilidad impuesta


por Ubico; no obstante, los cafetaleros sufrieron una pérdida adicional de influencia política
durante los trece años que duró su régimen dictatorial. En 1934, Ubico abolió el peonazgo por
deuda y lo sustituyó por la Ley contra la Vagancia, que obligaba a los individuos que cultivaban
menos de una hectárea de tierra, a trabajar entre 100 y 150 días al año. El Estado distribuía a
los trabajadores indígenas entre los terratenientes, lo que aumentaba su control en el área rural.
Una ley municipal aprobada al año siguiente sustituyó a los alcaldes electos por intendentes
designados por Ubico, volviendo al gobierno local más vinculado a la ciudad de Guatemala
que a los terratenientes locales. Ubico debilitó aun más la tradicional alianza entre
terratenientes y jefes políticos al reasignar periódicamente a estos últimos a otros
departamentos. Además, designó generales a las jefaturas políticas de cada uno de los veintidós
departamentos. Como comandante en jefe y presidente, Ubico estaba al mando de la jerarquía
militar y burocrática que se extendía desde la ciudad de Guatemala hasta la más remota aldea
indígena 18.

Al reducir el poder político de los cafetaleros, Ubico abrió el espacio político a los
elementos más dinámicos de la oligarquía, incluyendo algunos industriales relevantes. Como
sucedió durante la dictadura de Estrada Cabrera y durante los regímenes militares de la década
de 1970, un puñado de oligarcas colaboraron con el dictador para impulsar sus propios
intereses. Rufino Ibargüen, propietario de Cantel, fungió como director del Crédito Hipotecario
Nacional. Su hermano Roberto, diputado, fungió como asistente personal del presidente y
ambos hombres, según la embajada estadounidense, adquirieron una riqueza mayor que la
proveniente de sus ingresos legítimos. El licenciado José María Reyna Andrade, el presidente
provisional que transfirió el poder a Ubico, en febrero de 1931, se retiró del gobierno en 1936,
con una pensión completa y vitalicia. Ubico, a pesar de sus promesas iniciales de acabar con la
corrupción gubernamental, se convirtió en uno de los mayores terratenientes del país al adquirir
propiedades al precio que él imponía. En 1940, el Congreso otorgó a Ubico, por sus servicios
a la nación, $200 mil 19.

Los oligarcas, a pesar de la represión política y la corrupción, estaban agradecidos con


Ubico debido al reestablecimiento de la estabilidad económica. Ubico, al priorizar la
reactivación económica, estableció un programa de austeridad fiscal para restablecer la
solvencia del gobierno, conservar el crédito nacional e impedir el colapso del sistema
monetario. Al mismo tiempo, Ubico bajó los aranceles de exportación de café de Q2 a Q1.50
por quintal, una medida que estimuló a los finqueros a mantener la producción al nivel anterior
a la depresión económica. La exportación de banano aumentó de 4.9 millones, en 1930, a 10.6
millones, en 1939, debido en gran parte al éxito de la nueva división de la United Fruit en el
Pacífico 20.

El autoritarismo y la austeridad de Ubico estabilizaron la industria del café y del


banano, el doble motor de la economía basada en la exportación tradicional. Como se ilustra
en la gráfica 2, la depresión económica duró básicamente de 1929 a 1934, cuando el PIB creció
en una tasa promedio de menos 0.6%. La recuperación económica se inició en 1934 y la
productividad aumentó anualmente hasta 1942.

Aun cuando Ubico se concentró en los productos de exportación tradicional, reconoció


que para lograr una estabilidad económica duradera era necesario diversificar la economía. El
gobierno, por lo tanto, promovió el cultivo de maíz, frijol, arroz, trigo y algodón y tuvo un poco
de éxito al conseguir reducir la importación de estos productos. La cosecha de trigo aumentó
de 98,632 quintales, en el período de 1927 a 1928, a 505,011 quintales en el período de 1942 a
1943. Además, el gobierno estimuló la producción de nuevos cultivos de exportación como
chicle, hule, quinina y aceites vegetales. La exportación del chicle aumentó de 6,414 quintales
en 1931-1932, a 32,888 quintales en 1942-1943, contribuyendo a la reducción de la
dependencia de Guatemala de la exportación de café y banano, que bajó del 94.5% del total de
exportación en 1936, al 76.9% en 1943 22.

Ubico, al contrario de lo que sostienen algunos académicos, también impulsó el modelo


de industrialización basado en la sustitución de importaciones. Susanne Jonas señala que "bajo
los gobiernos liberales, Guatemala no tuvo burguesía nacionalista, ningún proyecto de
desarrollo nacionalista, ni tampoco una industrialización basada en la sustitución de
importaciones que partiera del mercado interno"23. No obstante, el registro histórico evidencia
el esfuerzo continuo de los agricultores progresistas por romper el monopolio de la exportación
de banano de la United Fruit, durante la década de 1930, a favor de la nacionalización del
ferrocarril y las instalaciones portuarias y, desde los primeros días de la reforma liberal, por el
apoyo a la industrialización y a la diversificación económica. Ninguno de ellos apoyó la
reforma agraria como una medida para ampliar el mercado interno, pero la mayoría reconoció
el valor de desarrollar una base industrial, particularmente después de que la depresión
evidenció el error de la sobredependencia de las exportaciones de café.

El declive en ingresos por exportación disminuyó la capacidad de Guatemala para


importar y, según Bulmer-Thomas, colocó a las élites en la posición de "escoger entre renunciar
a bienes anteriormente importados o de producirlos ellos mismos "24. Ubico optó por estimular
la producción de los bienes que se venían importando. Consciente de los grandes obstáculos
que enfrentaba un rápido crecimiento industrial, promovió la diversificación agrícola de una
manera más agresiva, a la vez que impulsaba la industrialización, como parte de un esfuerzo
mayor por sacar al país de la depresión económica. El 28 de agosto de 1932, Ubico designó a
algunos representantes de la Cámara de Comercio y de la Asociación de Industriales a un
Comité para el Fomento de la Industria y les pidió que le recomendaran medidas para promover
la expansión industrial. La designación de este consejo asesor, compuesto enteramente por
representantes del sector privado, fue el primer esfuerzo de colaboración entre el gobierno y la
oligarquía industrial. Al solicitar la asesoría de la AIG, en contrastecon la supresión de la AGA,
Ubico legitimó la organización y le brindó la oportunidad de elaborar sus propias políticas 25.
Desde ese entonces, los industriales han exigido que el gobierno reconozca su derecho a diseñar
o a revisar las políticas que afectan el desarrollo industrial, antes de que estas sean aprobadas
oficialmente.

Rafael Felipe Solares, que había sido presidente de la Cámara de Comercio y director
de la AIG, encabezó el comité. Acompañado por Carlos F. Novella, Federico Köng (fabricante
de jabón) y Otto Dorión (azucarero), Solares coordinó una amplia revisión del sector industrial
y sentó las bases para la formulación de una política de desarrollo que contribuyó a un aumento
notable de la productividad industrial. Aunque, por lo general, el sector comercial se opuso a
los aumentos de aranceles favorecidos por los industriales, las recomendaciones del comité
establecieron las bases de la legislación proteccionista, un reflejo del interés personal de Solares
en la fabricación de productos farmacéuticos, quien comenzó a producirlos en la década de
1920 y, en compañía de sus hijos, estableció Lancasco, una de las pocas empresas
guatemaltecas que operan en el sector farmacéutico26.
La formación de este comité reflejó e impulsó la influencia política que habían
adquirido los industriales. Aunque, en general, el sector industrial se encontraba
subdesarrollado, la AIG representaba a poderosas empresas nacionales y extranjeras,
incluyendo la Empresa Eléctrica, la IRCA, la Tabacalera Nacional entre otras empresas
foráneas. Los miembros de la AIG tenían acceso al capital, controlaban sectores económicos
clave y tenían vínculos con la oligarquía local. El éxito de los Castillo y los Novella estimuló
a otras familias oligarcas a invertir en la industria y a asociarse en la AIG. En 1927, por ejemplo,
Arturo Matheu Durán, un finquero antigüeño, estableció una fábrica para hacer materiales de
construcción y añadió su prestigioso apellido a la recién creada AIG. Ernesto Rodríguez Benito,
otro cafetalero que recién invertía en la industria del cemento, fungió como secretario de la
AIG, en 1931 27. Dada la riqueza y el estatus de los miembros de la AIG, Ubico encontró difícil
ignorar sus recomendaciones sobre políticas públicas.

Un declive en la productividad industrial terminaba por desafiar el orden político, tal


como lo demostró la huelga en la planta de Cementos Novella, puesto que la consiguiente
reducción de puestos de trabajo causaba inconformidad social. La experiencia de la industria
del cemento no era única, pues la depresión económica golpeó al pequeño sector manufacturero
en un momento inoportuno. Como señaló la AIG: "no pocas de nuestras industrias fueron
sorprendidas por la crisis, justo en el momento en que estaban terminando sus instalaciones o
cuando se encontraban en pleno proceso de expansión; otras habían tenido éxito, con altos
costos, en abrir el mercado a sus productos, solo para perderlo en un golpe súbito "28. A corto
plazo, Ubico podía mantener el orden reprimiendo al movimiento laboral, pero a mediano
plazo, tanto él como los industriales, necesitaban poner a la población de nuevo a trabajar.

Con este fin, la AIG había estado cabildeando por lograr un mercado más amplio y
políticas proteccionistas desde su inicio. En 1931, la AIG recomendó la formación de un
mercado regional mediante la reducción de barreras al comercio centroamericano interno. Con
acceso abierto a los mercados vecinos, los industriales consideraban que podrían incrementar
su capacidad productiva y establecer nuevas industrias. Los industriales argumentaban que no
habría un satisfactorio desarrollo de la industria sin una ampliación del mercado de consumo,
pues una limitada demanda nacional mantenía los costos de producción altos e inhibía el
desarrollo de industrias intermedias como las del papel y del vidrio29.

La designación del Comité para el Fomento de la Industria dio a los industriales una
oportunidad para llevar sus ideas a la práctica. El comité empezó a distribuir una encuesta a
162 empresas clasificadas vagamente como industrias. Sólo 69 empresas contestaron, lo cual
era indicativo de que los industriales, como los hombres de negocios en general, tenían poca fe
en la integridad del gobierno. Cuando se les solicitaba que divulgaran información privada
acerca de la productividad, ganancias y empleo, algunos industriales se rehusaban a cooperar,
sin duda alguna sospechando que el gobierno pretendía usar esa información para un propósito
diferente al de la promoción de la industria. La Cervecería Centroamericana, por ejemplo, no
respondió la encuesta, dejando al comité sin toda la información requerida para formular las
recomendaciones sobre políticas públicas 30.
No obstante, la encuesta reveló que varias empresas bien organizadas, con alta
inversión de capital, coexistían con tiendas artesanales ineficientes. El comité recomendó al
gobierno que concentrara sus esfuerzos en apoyar las plantas mecanizadas que podían
desarrollarse en industrias productivas. El obstáculo más fuerte para el desarrollo de la industria
era la inadecuada provisión local de materia prima. Cantel, por ejemplo, importaba un
porcentaje sustancial de su materia prima, a pesar de que el algodón podía cultivarse
localmente. El comité, por lo tanto, recomendó al gobierno coordinar la diversificación agrícola
y el desarrollo de industrias que procesaran los recursos locales, incluyendo la cerveza, el
alcohol, textiles, jabones y zapatos. Aunque el comité concluyó que el desarrollo de nuevas
industrias podría generar empleo y ahorrar divisas, reconoció que Guatemala "no poseía las
condiciones que le permitirían convertirse en un país industrial y que pretender otra cosa sería
antieconómico, debido a que sus recursos más importantes pertenecen a la producción agrícola
"31.

Sin embargo, el comité argumentó que un mayor nivel de industrialización era


necesario y conveniente y que, por esa razón, presentaba recomendaciones detalladas sobre
cómo el gobierno debía proteger las industrias existentes y promover el establecimiento de
otras nuevas. Las tres recomendaciones principales del comité prefiguraron las políticas de
sustitución de importaciones del Mercado Común Centroamericano. Primero, el gobierno debía
brindar apoyo directo e inmediato a los industriales, facilitándoles el acceso a nuevos mercados.
En vez de estimular la demanda dentro el país, los industriales recomendaban promover el
comercio entre los países centroamericanos al eliminar barreras arancelarias en la región.
Segundo, el comité recomendaba al gobierno conceder protección arancelaria a industrias que
reemplazarían bienes importados. No apoyaba, sin embargo, la protección arancelaria para
industrias ineficientes que no pudieran existir sin protección arancelaria. Tercero, el comité
impulsaba un plan de reintegro de derechos de aduana para estimular el desarrollo de la
industria exportadora. Bajo un esquema similar a las leyes de la maquila de la década de 1980,
el gobierno debía otorgar incentivos fiscales a las industrias exportadoras que procesaran
materia prima importada. Cuando la empresa comenzara a exportar sus productos, el gobierno
le reembolsaría los impuestos pagados sobre la materia prima.

Ubico solo implementó algunas de las propuestas, en parte porque ignoró la asesoría
política del comité. Habiendo probado una pequeña dosis de poder político, la AIG recomendó
al Estado formalizar la función asesora del sector privado, extendiendo la duración del
funcionamiento del Comité para el Fomento de la Industria o estableciendo una nueva entidad
que incluyera representantes de la industria, la agricultura, el comercio y el Estado. Para los
industriales, la política de desarrollo debería ser dominio exclusivo de las fuerzas vivas (la
autodescripción predilecta del sector privado en la década de 1980), los agricultores,
comerciantes, banqueros e industriales que eran propietarios de empresas productivas y podían
generar empleos. Aunque el comité advirtió alguna hostilidad del sector comercial con relación
al desarrollo industrial, los industriales no consideraban que sus intereses económicos entraran
en conflicto con los del comercio o la agricultura. Los industriales nunca se concibieron en
oposición a la oligarquía establecida. Nunca impulsaron una reforma agraria ni intentaron un
desplazamiento político de los terratenientes o comerciantes. Los industriales concebían un
sistema político en el que la industria, la agricultura y el comercio trabajarían de cerca con el
gobierno para elaborar e implementar la política económica 32.

Dos décadas después, representantes del sector privado conformarían una poderosa
entidad política (CACIF), con vínculos cercanos al gobierno, pero ni Ubico ni muchos
terratenientes compartieron la visión política de los industriales durante la década de 1930.
Ubico concibió un sistema político en el que un fragmentado sector privado se subordinaba a
su autoridad personal. Su deferencia a los industriales en 1932, aumentó las ambiciones
políticas de estos, pero falló al no producir reformas económicas. En la Conferencia
Centroamericana de 1934, Ubico presentó un comprensivo acuerdo que hubiera abolido los
aranceles intracentroamericanos y establecido el libre comercio en el istmo, pero las rivalidades
políticas entre las repúblicas imposibilitaron cualquier esperanza de integración económica. La
propuesta sobre el reintegro de los derechos de aduana nunca despegó, pero Ubico le dio
seguimiento a la segunda recomendación del comité y otorgó protección arancelaria a
industrias seleccionadas 33.

La recuperación y la expansión del sector industrial demostraron el valor del poder


político, pues el desarrollo industrial de la década de 1930 fue en parte el resultado de la
colaboración cercana entre la industria y el Estado. Por ejemplo, el Comité para el Fomento de
la Industria recomendó un incremento a los aranceles de la harina importada para sacar a la
industria de su decadencia. Ubico impuso una tarifa alta de importación a la harina y añadió el
requerimiento de que el 25% de la harina consumida en panaderías locales tenía que provenir
de molinos locales. Con la protección arancelaria y el sistema de cuota, dos modernos molinos
comenzaron a trabajar en 1935 y 1936. Entre 1935 y 1944, la producción de harina de trigo se
duplicó de 7.7 millones a 14.8 millones de libras. Aunque solo 30 de los 110 molinos del país
usaban electricidad o energía hídrica, satisfacían el 56% de la demanda local en 1944 34.

El Comité para el Fomento de la Industria recomendó medidas drásticas para


modernizar la industria del cigarrillo, un sector que aportaba ingresos vitales al gobierno y
estimulaba la agricultura. La mecanización de la producción avanzó con la inversión que llevó
a cabo la British American Tobacco Company en la Tabacalera Nacional, una empresa que
había comprado los bienes y las patentes de varias pequeñas empresas productoras de
cigarrillos, en 1929. Ubico, ávido de incrementar los ingresos del gobierno y de dar señales
tangibles de progreso, apoyaba las ambiciones monopolistas de la subsidiaria extranjera. En
1931, el gobierno impuso un alto impuesto al papel de cigarrillos y obligó a todos los
productores a comprarlos a través de una agencia del gobierno. Lewis Corbin Newbill, el
gerente estadounidense de la Tabacalera Nacional y miembro activo de AIG, informó a la
embajada estadounidense que el impuesto recaería en pequeños negocios que elaboraban
cigarrillos a mano y que virtualmente no pagaban impuestos. Los cigarros hechos a mano
desaparecieron gradualmente del mercado, mientras que la producción anual de la Tabacalera
Nacional aumentó de 509 millones de cigarrillos en 1937, a 975 millones en 1944, otorgándole
casi la categoría de un monopolio del cigarrillo 35.
La industria textil sufrió durante la etapa inicial de la depresión económica, pero
disfrutaba de una protección arancelaria tan fuerte que el Comité para el Fomento de la
Industria recomendó solo un leve ajuste para sacarla de la crisis. La recuperación de la industria
completa descansaba en la productividad de Cantel, la fábrica más antigua y más productiva.
Evidentemente, la depresión económica afectó fuertemente a los hermanos Ibargüen, puesto
que cuando reorganizaron la empresa, en julio de 1932, vendieron la mayoría de acciones a
Nottebohm Hermanos (una firma alemana) y pagaron por sus propias acciones hipotecando
algunas de las propiedades de la familia.

Cantel, sin embargo, mantuvo su dominio, aunque compartía el mercado con dos
nuevas industrias. Nortropic, fundada por Fraterno Vila, en 1927, sobrevivió a la depresión
económica, como también lo hizo Mishanco, fundada por Samuel Mishan, en 1937. Durante la
Segunda Guerra Mundial, las importaciones de telas de algodón disminuyeron drásticamente y
los productores locales consolidaron su posición en el mercado interno36.

Aunque los aranceles proteccionistas habían estado vigentes por varios años, Ubico
impulsó la política de una manera más vigorosa, extendiendo deliberadamente la protección a
industrias embrionarias. La producción industrial había crecido de forma estable, de 1922 a
1931, y declinó drásticamente en 1932, como lo ilustra la gráfica 3. Como resultado de las
modestas reformas de Ubico, la productividad industrial resurgió, alcanzando una cima
parecida a la anterior a la guerra, de más de 90 millones de dólares en 1936.
Además, Ubico continuó la política de otorgar concesiones exclusivas a nuevas
industrias. En 1940, George J. Plihal, gerente centroamericano de Bata Shoe Co. de Nueva
York, solicitó una concesión gubernamental para elaborar calcetas de algodón y zapatos Bata
era, en de cuero. Plihal solicitó el apoyo de la embajada estadounidense, pero cuando el
Departamento de Estado descubrió que verdad, la subsidiaria de una empresa checoslovaca que
trabajaba con los nazis, se rehusó a extenderle cualquier tipo de ayuda. El II de abril, el ministro
de Finanzas también rechazó la propuesta de Plihal, esperando proteger a los artesanos de la
ciudad de Guatemala que ya elaboraban zapatos de cuero. Sin embargo, el gobierno dejó abierta
la posibilidad de que aprobaría una concesión para fabricar calzado de hule y, el 17 de
septiembre, el gobierno otorgó a Plihal una concesión para fabricar zapatos de hule y tela,
artículos que los artesanos locales no elaboraban. Ubico otorgó una exoneración de impuestos
en maquinaria, pero prohibió a la empresa de Plihal (Compañía Guatemalteca Incatecu)
producir zapatos de cuero para consumo local, una provisión que lesionaba sustancialmente la
capacidad de la maquinaria que Plihal había instalado37. Sin embargo, después de la Segunda
Guerra Mundial, Incatecu se convertiría en una de las industrias más grandes de Guatemala y
Plihal se diversificaría hacia la producción de hule y llantas.

Aun así, Ubico no actuaba tan agresivamente como los industriales propugnaban. El
Comité para el Fomento de la Industria favorecía la mecanización de la producción, incluso si
ello significaba el desplazamiento de cientos de artesanos. Más aún, Ubico no llevó a cabo las
recomendaciones de los industriales en cuanto a la reforma de la banca. Los industriales se
quejaban de que los bancos financiaban al sector agrícola, ignorando por completo las
necesidades de la industria. Aún los industriales exitosos no obtenían préstamos de corto plazo
en condiciones atractivas. Carlos Novella, uno de los industriales más hábiles de Guatemala,
no obtenía el financiamiento necesario para conseguir eliminar el cemento importado del
mercado interno. La depresión económica afectó profundamente las ventas de cemento y
perturbó a los asociados de Novella, obligándolo a reunir suficiente dinero para comprarles las
acciones a sus socios. El 30 de noviembre de 1934, Novella reorganizó la empresa como Carlos
F. Novella y Cía., en la cual él y su familia eran socios mayoritarios 38.

El aumento continuo de la demanda hizo posible que Novella evitara la bancarrota y


pagara sus deudas en 1938, pero aun así no podía encontrar un banco que le financiara la
adquisición de nueva maquinaria. A estas alturas, Novella había logrado eliminar el cemento
importado; ahora deseaba expandir su capacidad productiva y exportar hacia otros países
centroamericanos, pero sin un banco que lo apoyara, tuvo que ingeniarse su propio esquema
de financiamiento.

Después de recibir un pedido grande de Enrique Engel, el propietario de un teatro en la


ciudad de Guatemala, Novella le pidió a Engel un adelanto considerable para comprar equipo
alemán. Engel estuvo de acuerdo, con la condición de que Novella le ayudara a sacar a un
familiar judío de la Alemania nazi, requiriéndolo como experto industrial de la maquinaria
Krupp que ordenaría. Novella aceptó, firmó los papeles y recibió $32 mil de adelanto; compró
la nueva maquinaria y el familiar de Engel pudo escapar del horror de los campos de
concentración. La capacidad productiva de la fábrica de cemento se duplicó, permitiendo a
Novella reducir las ventas de cemento importado e incluso exportar a otros países
centroamericanos 39.

Aunque la industria del cemento representa un caso exitoso de industrialización basada


en el modelo de sustitución de importaciones, también revela las limitaciones del sector
industrial antes de 1944. Fue la única industria intermedia que se desarrolló antes de la Segunda
Guerra Mundial y, en comparación con otras fábricas de cemento, empleaba métodos de trabajo
anticuados e intensivos. La mayoría de los trabajadores pasaban sus días en la cantera picando
piedra caliza con gruesos martillos, transportándola en carretillas y luego depositándola en
carros que operaban en pequeñas vías férreas. Una banda sin fin hubiera eliminado el doble
manejo de la piedra caliza y hubiera reducido costos, pero estas comodidades modernas
costaban dinero y Carlos Novella, al igual que otros industriales, tenía ya suficientes problemas
con la adquisición de maquinaria extranjera40.

Ubico no logró establecer un amplio programa de industrialización en base a la


sustitución de importaciones, no obstante, el sector industrial se expandió durante su dictadura
de trece años. Las fábricas existentes, como la Cervecería Centroamericana, Cantel, Cementos
Novella y la fábrica de jabones de los Köng Hermanos aumentaron su productividad y
aparecieron nuevas industrias. En 1937, José Cofiño Ubico, director de la Tabacalera Nacional,
inició la modernización de la industria licorera al fusionar varias pequeñas destilerías en la
Industria Licorera Guatemalteca. La competencia en la industria de bebidas carbonatadas se
intensificó en 1939, con la inauguración de la Embotelladora Guatemalteca, una planta
embotelladora de Coca- Cola, propiedad del empresario español Antonio Mata Inglada y con
la Fábrica de Bebidas Gaseosas Salvavidas, una planta embotelladora de Canada-Dry,
propiedad de la familia Castillo. La industria de confección también se desarrolló
significativamente durante la década de 1930. La Fábrica New York, fundada por Salvador
Abularach en 1928, empleaba a 150 trabajadores en 1934 y exportaba algunos de sus calcetines
y calcetas a Nicaragua y Honduras 41.

Unas pocas fábricas, modernas solo bajo los estándares centroamericanos, se


desarrollaron con algún tipo de apoyo gubernamental, pero aun las empresas más productivas
dependían de capital, maquinaria, empresarios y materias primas extranjeros. Cantel, por
ejemplo, importaba su algodón, aun cuando la costa sur poseía las condiciones ideales para su
cultivo. El desarrollo industrial bajo Ubico fue, según un oficial consular de Gran Bretaña,
"poco coherente en términos económicos". Según explicó este oficial, "con pocas excepciones,
Guatemala no posee las materias primas necesarias para los artículos elaborados localmente,
así que estos, además de la maquinaria, deben de importarse. El resultado es que el precio de
la mayoría de artículos elaborados localmente no está en proporción con su calidad y serían
invendibles si no fuera porque los artículos importados similares son aún más caros, por los
impuestos que pagan"42.

Como resultado de unas pocas reformas, la producción industrial aumentó a mediados


de la década de 1930 y declinó en la década subsiguiente. Con la producción agrícola
aumentando a una tasa más alta que la industrial, el porcentaje del PIB de la industria de hecho
decayó, del 13% en 1929, al 11.6% en 1943, como se muestra en la gráfica 4.

Situada en un lugar marginal de la economía nacional y siendo rentable para unas pocas
redes familiares, la industria había logrado hacerse de un nicho en la economía nacional, aun
cuando se mantenía relativamente insignificante. Los oligarcas industriales cosecharon
utilidades excesivas al explotar mano de obra barata y no organizada, protegidos por
concesiones gubernamentales o aranceles proteccionistas. Un estudio de 1945 sobre la industria
de bebidas alcohólicas, por ejemplo, reveló márgenes de ganancia excepcionalmente altos, en
algunos casos excediendo el 75% de los bienes de la empresa. Al no contarse con una industria
de bienes capitales y con solo una industria intermedia, nadie podía presumir de una revolución
industrial. En un país idóneo para dedicarse a la ganadería de carne y de leche, no había planta
procesadora de carne ni pasteurizadora de leche que pudiera producir productos aptos para el
consumo humano43.
El sector industrial continuaría operando marginalmente en la economía hasta que el
gobierno se decidiera a impulsar agresivamente la reforma bancaria, la diversificación agrícola
y la integración económica regional. El Comité para el Fomento de la Industria le había
recomendado a Ubico promover el cultivo del algodón y de otras materias primas requeridas
por el sector industrial, pero el gobierno ignoró sus recomendaciones. Para poder corregir
algunas de las deficiencias identificadas por el comité, la AIG tendría que incrementar su fuerza
política. El desarrollo industrial se convirtió entonces en un proyecto político, ya que la
oligarquía modernizante tendría que hacerse del control de las instituciones responsables de
elaborar y llevar a cabo políticas públicas. Aunque los industriales se organizaron como sector
privado y cabildearon efectivamente durante la década de 1930, todavía carecían de un poder
político autónomo, una debilidad que se reflejó en su decisión de fusionarse con la Cámara de
Comercio en 1934. A través de la Cámara de Comercio e Industria de Guatemala (CCIG), los
industriales continuaron promoviendo sus intereses económicos, pero la alianza con los
intereses comerciales restringió la agenda política de los industriales, puesto que no podían
cabildear tan decididamente a favor de unos impuestos de importación altos, mientras
estuvieran asociados con los comerciantes que se oponían a ello 44.

Sin embargo, los industriales continuaron presionando al gobierno. En 1936, la CCIG


recomendó a Ubico implementar las recomendaciones del comité y crear un mercado regional,
a través de una serie de acuerdos recíprocos con los vecinos. Los industriales también
protestaban por la falta de un sector bancario que pudiera solventar las necesidades de largo
plazo del sector industrial. Sin un apoyo más efectivo por parte del gobierno, la industria no
podría crecer y prosperar. En 1938, la CCIG protestó porque las fábricas industriales estaban
operando muy por debajo de su capacidad. De nuevo, los industriales propusieron que el
comercio libre centroamericano era una de las soluciones al problema 45. Para entonces, Ubico
había abandonado la idea de promover la industria por medio de barreras arancelarias. En 1936,
firmó un acuerdo de reciprocidad con los Estados Unidos en el que Guatemala se obligaba a
reducir aranceles de importación en doce productos y a congelar otros. Con ello, el gobierno
cedió su potestad de aumentar los aranceles en defensa de la industria local, debido a que
algunos de los productos considerados en el acuerdo podían haber sido elaborados en
Guatemala si el gobierno hubiera aumentado las barreras arancelarias. Con este acuerdo
vigente, sin embargo, el gobierno no podía proteger a los industriales de la competencia
extranjera 46.

Además, debido a que la IRCA monopolizaba las vías ferroviarias y la United Fruit
controlaba los embarques por Puerto Barrios, el gobierno no tenía poder para regular la política
interna de aranceles. El Comité para el Fomento de la Industria le solicitó a Ubico negociar
tasas arancelarias preferenciales a favor de los industriales nacionales, pero el dictador
consintió las prácticas monopolistas de la empresa de ferrocarriles. En 1936, reconoció
tácitamente la adquisición que hizo la United Fruit de las acciones mayoritarias de la IRCA,
renovó el contrato del puerto del Pacífico con la United Fruit y canceló una deuda de $2
millones a la IRCA. También reafirmó los derechos exclusivos de la United Fruit para
administrar sus propiedades, incluyendo los puertos y las vías férreas del país. Con la United
Fruit a cargo de la red de transporte, un monopolio extranjero controlaba el flujo de materia
prima y maquinaria de la cual dependían los industriales 47.

La United Fruit demostró su poder económico al violar el espíritu del acuerdo de


reciprocidad de 1936. Como habían firmado un acuerdo comercial concebido para promover
el comercio entre Estados Unidos y Guatemala, los diplomáticos estadounidenses no vieron
con simpatía la decisión de la IRCA de estimular el intercambio comercial entre Guatemala y
Alemania. Sobre la mercadería importada desde los Estados Unidos, la IRCA cobraba del 50
al 1,650% más que lo cobrado por el mismo artículo importado desde Europa. La IRCA
también trató de incrementar las exportaciones de café hacia Alemania ofreciendo un 20% de
rebaja en los embarques de café hacia Europa. Consecuentemente, la participación alemana en
el comercio. guatemalteco aumentó a expensas de la de los Estados Unidos. Aunque el
subsecretario de Estado, Summer Welles, reprendió a la empresa por "tomarse la función de
dirigir arbitrariamente el curso del comercio internacional de Guatemala", la IRCA,
representada por el futuro director de la CIA, Allen Dulles, rehusó modificar sus tasas
discriminatorias 48.

Como las revisiones arancelarias podían ser obstruidas por el tratado con Estados
Unidos o por los dos monopolios extranjeros, los industriales tenían pocas esperanzas en la
revisión de las tarifas arancelarias de acuerdo a sus necesidades. Por lo tanto, el tratado de 1936
marca el fin de un breve período durante el cual el gobierno consideró y llevó a cabo reformas
que beneficiaron al sector industrial. Para mediados de la década de 1930, la estabilidad había
retornado a la industria del café y del banano y el entusiasmo de Ubico por la diversificación
económica y la industrialización se disipó, a medida que la situación económica mejoraba.
Habiendo restaurado el orden político-económico tradicional, Ubico se tornó represivo y
aparentemente perdió el interés en los programas de diversificación económica que alguna vez
impulsó 49.

Los industriales, como la oligarquía en general, no tuvieron el suficiente poder político


para desafiar a Ubico después de que este perdiera su entusiasmo por la reforma económica.
Desde 1936 hasta su renuncia en 1944, Ubico se aferró al poder por medio de medidas cada
vez más represivas que aplicaba por igual a las clases altas y bajas. Los diplomáticos
estadounidenses sospechaban que sus políticas reaccionarias y sus vínculos con la comunidad
alemana eran indicio de una simpatía por el fascismo y un desdén por las prácticas
democráticas. Sin embargo, Ubico aceptó el liderazgo de los Estados Unidos en la guerra contra
la Alemania nazi y puso las bases militares guatemaltecas a la disposición del ejército
estadounidense. Aunque agradecidos por el apoyo de Ubico, los oficiales estadounidenses lo
criticaban en privado por sus prácticas dictatoriales, que mantenían a la mayoría de la población
en la pobreza y el analfabetismo50.

Los funcionarios estadounidenses describían a Guatemala como una sociedad de dos


clases, con un 5% adinerado controlando la riqueza del país entero. No obstante, las políticas
de Ubico habían estimulado la expansión de la clase media urbana. Creciendo a una tasa anual
del 5%, la población de la ciudad de Guatemala aumentó de 115,447 habitantes en 1921, a
284,276 en 1950. Al comienzo del tercer período presidencial de Ubico en 1943, un aumento
de la actividad política desahogó la frustración de los pequeños comerciantes, industriales,
burócratas, banqueros, abogados, doctores, proletariado industrial y estudiantes. Todos ellos,
que habían visto negados sus derechos durante la guerra contra el totalitarismo, comenzaron a
demandar libertad política y económica. Aunque el sistema de cuotas del café aseguraba a los
exportadores un mercado rentable durante la guerra, los pocos embarques y el racionamiento
estadounidense contribuyeron a la escasez de importaciones y a un pronunciado incremento en
costos. El nivel de vida iba en aumento, mientras la productividad económica declinaba. A
diferencia de la crisis en la década de 1920, cuando la oligarquía y los militares determinaron
la respuesta dada por el país a la depresión económica, ahora fueron las clases medias, ubicadas
en una ciudad transformada por seis décadas de dominio del partido liberal, quienes se lanzaron
tras las reformas democráticas 51.

En este esfuerzo, las clases medias compartían un interés político con la oligarquía.
Kenneth Grieb argumenta que Guatemala "estaba dirigida por y para la oligarquía", pero lo
cierto es que las élites tenían sus propios motivos de queja contra el tirano y apoyaron el golpe
en contra del dictador, en julio de 1944 52. Aunque Ubico representaba a los oligarcas, no les
dejó gobernar. Ubico, un general moldeado por Manuel Estrada Cabrera, el maestro de los
dictadores políticos, gobernó para sí mismo: un oligarca progresista y oficial del ejército.
Estimuló a los cafetaleros a modernizar sus instalaciones y a reformar sus anticuadas prácticas
laborales, pero también rompió con el tradicional control que los terratenientes mantenían sobre
los gobiernos locales. Centralizó el poder del Estado a expensas de las élites terratenientes, y
la oligarquía nunca le perdonó que ellos, como las clases medias, también padecieran bajo la
bota del tirano. Ubico creó un Estado militar premoderno, gobernó con generales poco
profesionales, políticos aventureros y burócratas de clase media; pocos de ellos compartían el
compromiso absoluto de la oligarquía con la empresa privada.

Ubico, sin duda alguna, consideraba la propiedad privada como un derecho sagrado. Al
mismo tiempo, como sus sucesores militares de las décadas de 1970 y 1980, consideraba que
el Estado poseía el derecho, si no la obligación, de intervenir en la economía cuando la
seguridad nacional lo requiriera. Durante la guerra, Ubico y sus aliados estadounidenses
percibieron la amenaza de los 3,500 alemanes residentes en Guatemala, algunos de ellos
simpatizantes declarados de la causa nazi. En noviembre de 1941, Ubico cedió a la presión
estadounidense e impuso cuotas a las fincas alemanas que aparecían en una lista negra. Como,
según los estadounidenses, los alemanes no habían sido penalizados suficientemente con el
sistema de cuotas, funcionarios de los Estados Unidos presionaron a Ubico para que
nacionalizara todas las propiedades alemanas. Por miedo a desestabilizar la economía y a
indisponerse con la colonia alemana y sus simpatizantes, Ubico pospuso la medida hasta el 22
de junio de 1944, cuando nacionalizó 130 propiedades alemanas, las que en conjunto producían
del 20 al 25% del café del país53.

En un solo movimiento, Ubico eliminó a los finqueros más eficientes y productivos e


hizo del Estado el más grande terrateniente del país. Aun cuando los finqueros guatemaltecos
se convirtieron automáticamente en los líderes del sector, no podían estar contentos con la
expropiación. Los alemanes habían sido innovadores, eficientes y por medio de ellos muchos
finqueros guatemaltecos obtuvieron acceso al capital y a los mercados extranjeros. Más aún,
las expropiaciones sentaron un precedente peligroso, puesto que el Estado se convirtió en dueño
y administrador de fincas altamente productivas. Aunque los liberales impulsaron alguna vez
el control estatal de los puertos y ferrocarriles, los oligarcas nunca concibieron que las fincas
pudieran ser propiedad estatal. La expropiación de las propiedades alemanas envió a la
oligarquía la nefasta advertencia de que el Estado tenía el derecho y la obligación de
nacionalizar propiedad privada. Si este pudo confiscar las propiedades alemanas, también
podría expropiar las fincas de los guatemaltecos.

A diferencia de la reforma agraria de 1952, la nacionalización de la propiedad alemana


no debilitó las redes familiares oligarcas, debido a que pocos alemanes se habían asociado a la
élite guatemalteca. Los emigrantes españoles, italianos, franceses y suizos contrajeron nupcias
dentro de la oligarquía y con ello adquirieron prestigio social y poder político.
Tradicionalmente, los alemanes, sin embargo, no se casaban fuera de su grupo, conservaban su
identidad germana y se congregaban con sus compatriotas en el Club Alemán. Si los alemanes
se hubieran integrado a la oligarquía local o, por lo menos, establecido un apego permanente
con Guatemala, habrían podido evitar la confiscación. Carlos Novella, el hijo de un inmigrante
italiano y cónsul de Italia, evadió la expropiación al pasar el título de propiedad de la fábrica
de cemento a sus hijos, en 1938. El Departamento de Estado lo consideraba un posible
subversivo, pero como la empresa era propiedad y estaba siendo administrada por sus dos hijos
estadounidenses, ni Washington ni Guatemala la colocaron en la lista negra54.

La oligarquía, una fuerza dominante pero subordinada durante la dictadura, mantenía


su poder político y lo usó efectivamente durante la crisis política que surgió en junio de 1944.
Aunque los estudiantes universitarios dieron principio a la gesta y las clases medias urbanas y
los trabajadores se les unieron, la oligarquía también desempeñó una función significativa en
la renuncia de Ubico. Entre las figuras más importantes de la oposición estaban los hermanos
Toriello Garrido: Jorge, Enrique, Guillermo y Alfredo. Estos jóvenes, abogados y empresarios
educados en los Estados Unidos, se habían hecho de una posición marginal en la oligarquía,
por medio de los matrimonios y los negocios. Alfredo Toriello se casó con Elvira Saravia
Castillo, hija de Salvador Augusto Saravia y Manuela Castillo Córdova. Guillermo se casó con
María Mercedes Castillo Menocal, hija de Rafael Castillo Lara y con su esposa eran
propietarios de dos fincas de azúcar en Escuintla. Los Toriello, vinculados maritalmente a las
familias industriales prominentes y a la aristocracia colonial, representaban una facción
modernizante de la oligarquía, ansiosos por inyectar nueva vida al sistema político y de acelerar
el desarrollo económico al derrocar una anquilosada dictadura. El 24 de junio de 1944, dos días
después de que Ubico suspendiera las garantías constitucionales, Guillermo condenó
públicamente al dictador y pidió su renuncia leyendo el Capítulo Atlánticos 55.

Guillermo también colaboró con los jóvenes profesionales que elaboraron el famoso
Memorial de los 311, una solicitud escrita por Toriello, Ernesto Viteri Bertrand, Enrique
Muñoz Meany, Eugenio Silva Peña y Federico Röltz Bennett. El breve documento sorprendió
a Ubico, pues se trataba de una expresión de solidaridad con los estudiantes y una demanda
para la restauración de los derechos constitucionales. Estaba firmado por 311 ciudadanos
prominentes, entre ellos Pedro Aycinena, Eduardo Arrivillaga, Ramón Aceña Durán, Roberto
Arzú Cobos José Azmitia, descendientes de la aristocracia colonial. Incluso el primo en
segundo grado de Ubico, Oscar Ubico Zebadia, firmó el memorial. Aunque sea cierto que d
95% de las firmas provenían de las clases medias, las firmas de la oligarquía tuvieron mucho
peso frente a Ubico. Entregado el 25 de junio por Jorge Serrano (padre del futuro presidente
Jorge Serrano Elías) y Federico Carbonell, el Memorial constituyó un desafío directo a Ubico,
proveniente de la alta sociedad que él respetaba. Según el embajador estadounidense, Boaz
Long, Ubico quedó conmocionado por la solicitud y se sintió herido al darse cuenta de que su
propia gente se le oponía56.

Durante los siguientes días, mientras maestros, estudiantes y trabajadores se


enfrentaban a la dictadura en la calle, los profesionales de clase media y la oligarquía
negociaban una solución a la crisis política. La masiva campaña de desobediencia civil
incomodó al dictador, pero fue la deserción de la oligarquía lo que llevó a Ubico a la renuncia.
Con el ejército y la policía leales a él, Ubico pudo haber reprimido las protestas, pero sabía que
no podía gobernar sin la oligarquía. Para su desmoralización, el comercio y la industria
apoyaron una huelga general que paralizó la ciudad el 26 de junio. Por medio de Arturo Saravia
Ubico y Federico Chacón Ubico, primos en segundo grado de Jorge, las clases altas y la
comunidad diplomática expresaron su incomodidad por la suspensión de garantías
constitucionales y le exigieron al dictador que evitara un derramamiento de sangre innecesario.
Tan solo quince años después de que una crisis económica impulsara a la oligarquía a demandar
un puño de acero, ellos mismos apoyaron la democratización en vez de la dictadura. Ubico,
desilusionado y ofendido por la deserción de ciudadanos prominentes, llegó a la dolorosa
conclusión de que tendría que renunciar. Por un momento, consideró el nombramiento de
Saravia como su sucesor y presidente interino; sin embargo, cuando Ubico renunció, el 1 de
julio, designó un triunvirato militar conformado por Federico Ponce Vaides, Eduardo Villagrán
Ariza y Buenaventura Pineda, tres generales retirados que se encontraban en el Palacio
Nacional cuando Ubico decidió evitar una batalla que bien hubiera podido ganar57.

Al promover la renuncia de Ubico y luego apoyar la rebelión militar tres meses después,
la facción modernizante de la oligarquía intentó institucionalizar un orden más democrático y
económicamente progresista. Una nueva generación de empresarios, los hijos y nietos de los
oligarcas liberales y de los pioneros industriales del país, se dieron cuenta que la diversificación
económica y el desarrollo industrial requerían de la construcción de un Estado más sensible a
sus intereses, y para lograr ese fin, algunos miembros de las élites colaboraron con la clase
media en sus esfuerzos por derrocar el régimen liberal. Sin embargo, a medida que la
revolución desencadenó fuerzas políticas que las élites no podían controlar, la oligarquía perdió
interés en la democratización. Los industriales estaban preparados para asumir una función
activa en el gobierno, pero no para destruir la estructura del poder oligárquico, la misma que
les había servido para desarrollarse.
Capítulo 5

REVOLUCIÓN Y REACCIÓN
1944-1954

A las once de la noche del 19 de octubre de 1944, el mayor Francisco Arana mató al
general Francisco Corado y tomó el control de la Guardia de Honor; una hora más tarde,
formaba parte de la Junta Revolucionaria, con el capitán Jacobo Árbenz y el empresario civil
Jorge Toriello. Durante la noche, estos rebeldes habían organizado velozmente una milicia
popular, entrenando y armando aproximadamente a cinco mil trabajadores y estudiantes. En la
madrugada del 20 de octubre, el ejército rebelde de Arana lanzó ataques de artillería y tanques
contra el fuerte Matamoros, el fuerte San José y el Palacio Nacional. Con el apoyo de brigadas
civiles, las fuerzas rebeldes neutralizaron los dos fuertes y, en menos de doce horas, forzaron
la renuncia del presidente Ponce Vaides. A un costo de quinientos muertos y mil heridos, una
alianza sin precedentes formada por oficiales jóvenes, estudiantes, obreros y la clase alta puso
fin a 73 años de dominio del partido liberal. Según Piero Gleijeses: "se trató de una revolución
peculiar, en la que trabajadores urbanos, la clase media, la élite terrateniente y el cuerpo de
oficiales celebraron juntos"1.

Aunque varios académicos le adjudican el mérito del triunfo a los estudiantes y a la


clase media urbana, no debe subestimarse el aporte de los trabajadores que custodiaron las
plantas eléctricas, las mujeres que atendieron a los soldados heridos o los empresarios que
ayudaron a organizar la rebelión. El movimiento político de más amplia base en la historia de
Guatemala había tumbado al último dictador liberal e iniciado diez años de cambio
revolucionario, con la elección de Juan José Arévalo Bermejo, en diciembre de 1944. Más que
una victoria para la burguesía urbana o la clase media, Arévalo interpretó su llegada a la
presidencia como una victoria de todas las clases, incluyendo a los representantes de los
sindicatos de trabajadores, así como a los del aristocrático Club Guatemala².

Oligarcas jóvenes y progresistas, en particular Jorge Toriello. contribuyeron al


establecimiento del orden democrático. Jorge García Granados, nieto del héroe liberal Miguel
García Granados, fungió como el primer presidente de la asamblea legislativa y encabezó el
comité que redactó la nueva Constitución. Roberto Arzú Cobos, un estudiante de leyes de
treinta años, fue uno de los principales arquitectos de la campaña política de Arévalo. Julio
Valladares Castillo, el nieto de Enrique Castillo Córdova, fue uno de los primeros estudiantes
en irrumpir en las barracas de la Guardia de Honor y luego fungió como secretario del
Congreso. Aunque los candidatos preferidos de la oligarquía - Adrián Recinos, Ovidio Pivaral
y Manuel María Herrera- no quisieron sublevarse contra Ponce Vaides, unos pocos oligarcas
descarriados rompieron con sus colegas elitistas para democratizar el sistema político³.

El triunfo revolucionario aún no cumplía un año cuando la alianza política comenzaba


a deshacerse, fragmentada por sus propias contradicciones internas. Las élites buscaban
democratizar y desmilitarizar el gobierno, pero se opusieron a las reformas sociales y
económicas que Arévalo luego implementó, particularmente al Código de Trabajo de 1947.
Aunque los industriales pudieron haber visto con buenos ojos los incentivos fiscales y las
protecciones arancelarias que Arévalo les ofreció, tanto ellos como la élite agrícola, se
opusieron a sus reformas sociales. En 1947, las élites habían formado una oposición
contrarrevolucionaria, esperando revertir o detener el curso de la revolución al apoyar la
elección de Arana o García Granados, quienes compartían su preocupación sobre la dirección
radical que estaba tomando la revolución. El asesinato de Arana, seguido por el triunfo de
Árbenz sobre García Granados un año después, unificó a todas las facciones de la oligarquía
sola cruzada anticomunista.

Tres años de intensos y, en ocasiones, violentos enfrentamientos de clase siguieron a la


toma de posesión de Árbenz, en marzo de 1951, a medida que una alianza de obreros,
campesinos, comunistas y oficiales militares progresistas tomaban el control del gobierno y
comenzaba a reestructurar las bases de la riqueza y el poder. Las huelgas hacían temblar al
sector industrial, sindicatos campesinos desafiaban a los finqueros y el partido comunista hacía
campaña abierta a favor de una revolución socialista. Esa revolución casi cobra vida con la
aprobación de una amplia reforma agraria, en 1952. A pesar de Árbenz consideraba la reforma
agraria como un que requisito para el desarrollo industrial, los industriales la identificaron
como un desafío al sistema de libre empresa y se unieron a la alianza contrarrevolucionaria
compuesta por terratenientes, empresas extranjeras y el gobierno de los Estados Unidos. Para
frustración de Árbenz, las élites industriales no apoyaron el asalto contra la élite terrateniente,
en parte debido a que el gobierno revolucionario confiscó alguna propiedad de prominentes
familias industriales, los Castillo, Köng, Ibargüen y Herrera. La élite industrial, ya constituida
como una facción de la oligarquía, rechazó la redistribución de la riqueza y el poder a través
de una reforma agraria.

En 1944, no obstante, solo la élite más reaccionaria se opuso a la transición hacia la


democracia, que se había iniciado con la rebelión de Arana. Habiendo perdido poder político
durante las dictaduras de Estrada Cabrera y Ubico, los miembros más visionarios de la élite, en
particular Toriello y García Granados, reconocieron el valor de la democratización y la
desmilitarización del Estado y trabajaron con distinción en el gobierno y en la asamblea
constituyente. Sus ambiciones políticas chocaron directamente con aquellos de la facción
militar que se habían rebelado contra Ponce Vaides, en 1944. Los arevalistas temieron que un
nuevo dictador surgiera de entre los oficiales jóvenes que apoyaron la rebelión. Por esa razón,
Roberto Arzú Cobos se opuso a la alianza con Arana y Árbenz, argumentando que los
arevalistas debían también rebelarse e imponer la autoridad civil sobre la militar. Aunque
García Granados y otros consejeros convencieron a Arévalo para que se uniera a los oficiales
sublevados, él dudó de las aspiraciones democráticas de los oficiales. Arévalo y sus partidarios
nombraron a Jorge Toriello en la Junta Revolucionaria porque consideraron que este lograría
poner freno a las ambiciones políticas de los oficiales4.

Arana y Árbenz desarrollaron una amarga rivalidad en cuanto a la disputa por la


presidencia, pero como miembros de la Junta Revolucionaria, ambos apoyaron la
descentralización del poder ejecutivo, la separación de los varios poderes del Estado y la
reorganización del ejército como una institución apolítica y autónoma. En estos principios
confluyeron los intereses de los sectores militares y civiles. La descentralización del poder le
otorgaría a la élite terrateniente la oportunidad de recuperar algo de la autoridad local que Ubico
había usurpado, mientras que la clase media podría adquirir la influencia política que nunca
había tenido. Los oficiales militares apoyaron la despolitización del ejército, avergonzados por
la conducta no profesional de los oficiales que apoyaron a Ubico 5. El miedo a la dictadura
unificó a las dispares fuerzas políticas en un esfuerzo sin precedentes para construir un sistema
democrático posible.

La Junta evidenció su compromiso con la democracia al presidir y respetar los


resultados para la elección del legislativo, la asamblea constituyente y la presidencia. En las
postrimerías de diciembre, Arévalo ganó la presidencia con el 85% del voto, un extraordinario
margen de victoria en cualquier país. Sus oponentes, Adrián Recinos, Manuel María Herrera y
Ovidio Pivaral, se rehusaron a aceptar la derrota y hasta llegaron a conspirar con oficiales
reaccionarios para derrocar al nuevo gobierno, pero no recibieron el apoyo del árbitro de la
transición democrática, Francisco Arana, recién ascendido a coronel y a la Jefatura de las
Fuerzas Armadas. En la primavera de 1945, poco después de la toma de posesión de Arévalo,
Recinos, Herrera y Pivaral estuvieron involucrados en un complot para derrocar al gobierno y
fueron enviados al exilio6. Con ellos, se esfumaron las esperanzas de los oligarcas reaccionarios
que no lograron reconocer la necesidad de modernizar los sistemas político y económico del
país.

Sin embargo, una nueva generación de la élite colaboraba en la institucionalización del


proceso democrático y aceptaba el triunfo de Arévalo; entre ellos Toriello, quien estuvo en la
Junta y luego fungió como ministro de Finanzas y Jorge García Granados, quien hizo su
primera aparición política durante la rebelión unionista de 1920, posteriormente enviado a
prisión por Ubico y luego al exilio por razones políticas. García Granados trabajó brevemente
en el gobierno republicano de España, antes de asentarse en México, donde aceptó un puesto
de profesor en la universidad. García Granados, al regresar a Guatemala después de la caída de
Ubico, se autodenominó como socialista no-marxista, una posición ideológica vaga que aun así
lo diferenciaba de su abuelo. Como presidente del comité que redactó la Constitución, ejerció
una influencia decisiva en el documento que estableció las bases para una década de cambios
revolucionarios7.

La Constitución de 1945 redujo efectivamente los poderes que el Ejecutivo había


acumulado durante el período liberal. Le otorgó al Legislativo el poder para vetar designaciones
al Gabinete o a la Corte Suprema. En contraste con el impotente gabinete de Jorge Ubico, el
gabinete de Arévalo debía aprobar todas las acciones del Ejecutivo, convirtiéndolo en una
influyente institución deliberativa. El Congreso se convirtió en el organismo legislador
legítimo durante la administración de Arévalo, proponiendo decretos y ocasionalmente
rechazando anteproyectos de ley enviados por el presidente. El organismo judicial,
anteriormente subordinado al mandatario, estuvo bajo el control del legislativo, quien tenía la
autoridad para designar y remover a los jueces8.

Todavía más importante para el futuro político de la revolución, la Constitución


estableció que el ejército era una institución apolítica y autónoma. El presidente fungía como
Comandante en Jefe, pero el Congreso designaba la jefatura de las Fuerzas Armadas, luego de
escoger de una terna de candidatos enviada por el Consejo Superior de la Defensa Nacional,
una nueva institución compuesta por quince oficiales del más alto rango. El presidente aún
podía nombrar al ministro de la Defensa, pero la jefatura de las Fuerzas Armadas juraba lealtad
ante el Congreso. Aunque la Constitución prohibía a los militares intervenir en asuntos
políticos, también delegaba en el ejército la responsabilidad de defender la Constitución y los
principios democráticos de la revolución, dos tareas que aseguraban el interés del ejército en la
política. García Granados y otros miembros de la asamblea constituyente querían subordinar a
los militares al mando civil, pero el ejército no hubiera transferido el poder a Arévalo si la
Constitución no les hubiera garantizado la autonomía institucional9. Resulta una ironía
histórica trágica que el artículo constitucional, concebido para prevenir el surgimiento de una
dictadura, fuera el que aumentó el poder institucional del ejército y estableció las bases para
los regímenes militares, en la década de 1960.

La Constitución, en cualquier caso, establecía un plan para el cambio revolucionario.


Las esperanzas de los revolucionarios civiles y militares descansaban en los anchos hombros
de Juan José Arévalo, alguien relativamente novato en la política guatemalteca. Nacido en
1904, hijo del ganadero Mariano Arévalo Bonilla y la maestra Elena Bermejo de Paz. Aunque
sus padres no eran adinerados, ganaban lo suficiente para enviar al muchacho a los mejores
establecimientos. Arévalo destacó en la escuela y dedicó su vida a la educación, comenzando
una carrera docente en 1923 y publicando su primer libro sobre educación en 1926. Al año,
obtuvo una beca para estudiar en Argentina, en donde alcanzó el grado de doctor en Educación,
en 1934. Retornó a Guatemala y aceptó un nombramiento para una posición en el Ministerio
de Educación, pero regresó a la Argentina, en 1936, en donde permaneció durante la dictadura
de Ubico¹º.

La mayoría de recuentos coinciden en afirmar que Arévalo proviene de la clase media,


media alta. Los padres de Arévalo, aunque no formaban parte de la oligarquía, tenían vínculos
con la élite. Cuando Arévalo regresó a Guatemala, en septiembre de 1944, pasaba la mayor
parte de sus días en la casa de la familia Irigoyen Arzú. Carlos Irigoyen, un miembro de una
red familiar de la oligarquía, con raíces en el período colonial, y su esposa María Arzú
brindaron refugio a numerosos activistas políticos perseguidos. Roberto Arzú, cuñado de
Carlos Irigoyen e hijo de Marta Castillo Azmitia, se convirtió en un aliado constante de Arévalo
en la lucha contra Ponce Vaides. La cercanía de Arévalo con la élite motivó a que el embajador
estadounidense Boaz Long observara, en enero de 1945, que el recién electo presidente había
sido aceptado por las familias conservadoras de abolengo, que fue como llamó al clan Arzú¹¹.
Arévalo, aunque no nació en la clase alta, proveyó un vínculo entre las familias oligarcas y los
reformistas clase medieros, conformados principalmente por estudiantes y maestros.

La composición del primer gabinete de Arévalo reflejaba esta naturaleza bipartidista y


multiclasista de las fuerzas populares que lo eligieron. Arévalo designó a un respetado equipo
de abogados, economistas, educadores y oficiales a su primer gabinete. Enrique Mufioz Meany,
líder de la oposición contra Ubico y Ponce Vaides, fue nombrado como ministro de Relaciones
Exteriores. Manuel Galich, favorito entre los maestros y estudiantes, fungió como ministro de
Educación. Jacobo Árbenz, como ministro de la Defensa, y Francisco Arana, en la Jefatura de
la Fuerzas Armadas, mantuvieron la confianza de los militares, removiendo a los generales
ubiquistas que habían deshonrado al ejército. Con el recién creado Ministerio de Economía en
manos del competente doctor Manuel Noriega Morales, las élites tenían pocas razones para
temer políticas económicas radicales o desestabilizadoras. Aunque reaccionarios, como
Recinos y Pivaral, rehusaron darle el beneficio de la duda al gobierno de Arévalo, otros
miembros de la élite apoyaron la democratización, con cierta cautela. Otto Dorión, un
agroindustrialista proestadounidense y primo hermano de doña Marta de Ubico, consideraba a
Arévalo como un hombre inteligente y apreciaba las habilidades de sus ministros, pero
sospechaba que Arévalo albergaba simpatías hacia el socialismo12.

El impulso que Arévalo realizaba de la doctrina que llamó "socialismo espiritual"


difícilmente clarificaba la dirección ideológica de su nueva administración. La Constitución
prohibía el latifundio y autorizaba al gobierno a expropiar propiedad privada para promover el
bien común; y un socialista, ya fuera de la vertiente material o espiritual, podría invocar estos
principios para llevar a cabo reformas sociales y económicas. La actitud benévola de Arévalo
hacia los obreros y los campesinos indígenas alarmó a los terratenientes, quienes
desacreditaron, por socialista, su simpatía por estos. Algunos miembros de la élite pudieron
haber apoyado la democratización, pero esperaban que Arévalo protegiera sus intereses y se
adhiriera a sus políticas económicas¹³.

La decisión que tomó Arévalo de controlar los precios, en abril de 1945, demostró que
no iba a adoptar automáticamente la política económica impulsada por el sector privado. El
presidente heredó una economía en quiebra por la inflación, con el poder adquisitivo del quetzal
disminuido en un 60%, en comparación al nivel que tuvo en 1937. El 18 de abril, el Congreso
aprobó una ley de emergencia económica que otorgaba al gobierno el poder de regular los
precios y las utilidades con el propósito de estabilizar la economía. También permitía al
gobierno intervenir el Consorcio Azucarero (más bien, asumir la administración) y fijar el
precio del azúcar a cinco centavos por libra. Después, cuando el gobierno ordenó que los
fabricantes de textiles, algunos de los cuales habían gozado de ganancias tan altas como del
75%, quedaban limitados a una ganancia del 30%, los comerciantes y los industriales sintieron
que el presidente no respetaba la empresa privada14.

Pocos meses después de la toma de posesión de Arévalo, las líneas de batalla habían
sido trazadas entre los reformistas clase- medieros y las élites económicas, antiguos aliados que
se habían unido por un interés común en la democratización. Los arevalistas apoyaban un
amplio rol económico del gobierno y una variedad de reformas sociales, en particular la
movilización de sindicatos obreros. El sector privado, de pronto convertido en un apasionado
defensor de los principios de libre mercado, se oponía a la agenda reformista del gobierno y
exigía que Arévalo respetara sus puntos de vista. Por ejemplo, en noviembre de 1945, la CCIG
(varios de cuyos miembros se habían desarrollado bajo concesiones monopolistas, durante las
dictaduras liberales) argumentó que el gobierno debía estabilizar la economía, dejando que las
fuerzas económicas buscaran y encontraran su equilibrio natural. Arévalo, aunque
gradualmente eliminó o recortó muchas de las regulaciones de precios y utilidades, no les
concedería a las élites la potestad para que ellas mismas elaboraran las políticas públicas15.

Mientras Arévalo impulsaba reformas, sus antiguos colaboradores de clase alta


desertaban o renunciaban. En mayo de 1945, el gobierno enfrentó a los terratenientes al abolir
la Ley Contra la Vagancia, que forzaba a los campesinos a trabajar en las fincas de café y
azúcar. Jorge García Granados, el arquitecto de la reforma laboral, se ganó la enemistad de las
élites y de los funcionarios, que lo consideraban un agitador. Para tranquilizar a la oposición y
remover a un rival político potencial, Arévalo discretamente lo nombró embajador en los
Estados Unidos. Jorge Toriello, quien fue nombrado ministro de Finanzas, en junio de 1945,
como parte del esfuerzo para darle confianza a la clase propietaria, encabezó la causa
anticomunista durante varios meses, hasta caer en desgracia y perder poder político. La
marginalización de García Granados y Toriello, los únicos representantes de la oligarquía
modernizante en la alianza revolucionaria, reflejó y aceleró el giro hacia la izquierda de la
administración de Arévalo 16.

Los arevalistas se identificaron y simpatizaron con la lucha que libraban las clases
trabajadoras en contra de la oligarquía agraria e industrial. La élite industrial, un potencial
aliado político en una futura lucha contra la élite terrateniente, se fue alejando a partir de las
políticas públicas impulsadas por la administración de Arévalo. En 1945, Novella y Cía.
solicitó una renovación del contrato, por medio del cual vendía cemento al gobierno a precios
de descuento, a cambio de exenciones fiscales y protección gubernamental. El contrato, que
concluyó en 1939 y se renovó dos veces durante la dictadura de Ubico, estableció condiciones
casi imposibles para que cualquiera otra empresa compitiera con Novella, que vendía el 32%
de su producción al gobierno. Néstor K. Ovalle, un asesor de Arévalo que contrató la Comisión
Interamericana para el Desarrollo (una organización internacional financiada por los Estados
Unidos), se opuso a la renovación del contrato existente, considerando que la empresa obtenía
ganancias excesivas. Ovalle recomendó que el gobierno levantara las restricciones al cemento
importado, expropiara la planta Novella o construyera su propia planta de cemento17.

Varios funcionarios de alto rango favorecían la construcción de una planta de cemento


gubernamental y Jorge García Granados incluso abrió negociaciones para la adquisición de
maquinaria en Estados Unidos. En sus conversaciones con Estuardo Novella, Ovalle, aunque
prefería que la industria del cemento se conservara en manos privadas, amenazó con
recomendar una expropiación, si la empresa no bajaba los precios, alegando que el
Departamento de Estado aprobaría la nacionalización de la planta de cemento, alegato que el
Departamento rechazaba firmemente. Sin embargo, el ministro de Economía llamó a Novella
a su despacho, donde le informó que el gobierno expropiaría la planta de cemento si no se
reducían los precios en un 26%. Novella elaboró una contrapropuesta, pero el ministro la
rechazó, así que tuvo que aceptar la reducción de precio para no perder la planta18.

El gobierno también amenazó los intereses de la familia Castillo, supuestamente una de


las menos liberales de las industriales en materia de políticas laborales, según García Granados.
En septiembre de 1945, Antonio Mata Inglada, representante de una empresa hondureña
propiedad de la United Fruit Company, propuso establecer una nueva cervecería, con
funcionarios de la United Fruit y la IRCA aportando hasta el 55% de una inversión de medio
millón de dólares. Augusto Castillo, uno de los directores de la Cervecería Centroamericana,
se opuso al proyecto argumentado que la United Fruit emplearía su control ferroviario y
portuario para eliminar a sus competidores, justo como lo había hecho en Honduras. Castillo
le solicitó al gobierno y al Departamento de Estado que bloqueara la inversión propuesta,
recordándoles a ambos que la ley guatemalteca requería que capitalistas locales controlaran el
60% de dichas empresas. Aunque los diplomáticos estadounidenses se rehusaron a intervenir,
el gobierno guatemalteco favoreció la instalación de una cervecería, considerando que eso
obligaría a la Cervecería Centroamericana a competir en base a la calidad y al precio. El 2 de
noviembre de 1945, el ministro de Economía aprobó la propuesta de Mata, con la condición de
que, por lo menos, el 60% de la empresa quedara en manos de guatemaltecos, quienes debían
también ocupar la mayoría de los puestos de la Junta Directiva, disposiciones ambas que
detuvieron la intención de Mata de establecer la cervecería. La embajada estadounidense
interpretó el caso como una situación que sentaba precedente y demostraba que, para la
administración de Arévalo, contaba más su oposición al capital extranjero, que su menosprecio
por la élite industrial del país19.

El trato que el gobierno dio a la planta de los Novella y a la cervecería de los Castillo
contrastaba drásticamente con el apoyo que brindó a los sindicatos de trabajadores. La
Constitución de 1945 contenía principios revolucionarios con respecto a los derechos de los
trabajadores para organizarse y realizar huelgas y Arévalo defendió estos derechos, a diferencia
de sus predecesores. Durante su administración, emergieron dos confederaciones laborales, la
Confederación de Trabajadores de Guatemala (CTG) y la Federación Sindical de Guatemala
(FSG), y Arévalo les permitió entablar acciones colectivas. El 7 de septiembre de 1946,
aproximadamente 1,500 trabajadores textiles de cuatro fábricas de la ciudad de Guatemala
entraron en huelga debido a que sus patronos rechazaron sus demandas de aumentarles el
salario en un 40%. Mientras que Ubico hubiera enviado a la policía para arrestar a los líderes
bolcheviques, Arévalo se rehusó a reprimir a los huelguistas. Después de que la FSG programó
un paro laboral de una hora en solidaridad, los patronos aceptaron incrementar el salario en un
40% y prometieron no tomar represalias, lo cual era una victoria decisiva para los trabajadores
organizados 20.

Las victorias laborales no se quedaron ahí. En octubre de 1946, el Congreso aprobó una
ley de seguridad social que garantizaba a los trabajadores el derecho a condiciones de trabajo
seguras, compensación por daños, beneficios de maternidad y atención básica de salud.
También estableció el Instituto Guatemalteco de Seguridad Social (IGSS), que inicialmente
brindó cobertura a 75 mil empleados. Los patronos fueron requeridos a contribuir con el 50%
de los costos de operación del Instituto, por lo que el IGSS representó una significativa carga
financiera para los patronos, que nunca habían sido obligados por ley alguna a brindar
seguridad social para sus trabajadores21.

La promulgación de un comprensivo Código de Trabajo, el 1 de mayo de 1947, definió


al gobierno de Arévalo como izquierdista, dividió la alianza revolucionaria y movilizó a las
fuerzas reaccionarias. La ley regulaba salarios, condiciones laborales, la organización sindical
y los pactos colectivos. Aunque alentaba a los trabajadores a organizar sindicatos, limitaba la
formación de sindicatos rurales a las empresas agrícolas que emplearan a más de quinientas
personas. La United Fruit protestó argumentando que la ley discriminaba en contra de esta, una
de las veinte empresas agrícolas que empleaba a más de quinientas personas. En pequeñas
empresas y negocios, sin embargo, los trabajadores podían organizar un sindicato con solo
veinte miembros y el código obligaba a los patronos a negociar pactos colectivos con los
sindicatos. Para hacer cumplir las disposiciones laborales y arbitrar los conflictos, el código
establecía tribunales de trabajo y una inspectoría, instituciones que comúnmente simpatizaban
con las demandas sindicales. Aunque el Código Laboral daba más poder a los trabajadores,
también brindaba los medios para que un presidente populista pudiera cooptar al movimiento
sindical, permitiéndole a los trabajadores organizarse y realizar huelgas solo con la autorización
gubernamental. Arévalo incluso cedió parte de su salario para apoyar las actividades
sindicales22.

Durante los debates sobre el Código de Trabajo, el comunismo fue tema de honda
preocupación para los observadores estadounidenses y la oligarquía guatemalteca. Los
diplomáticos estadounidenses, quienes ya sospechaban que los comunistas controlaban la
CTG, calificaron las reformas laborales como drásticas y les inquietó que el Estado o los
sindicatos pudieran llegar a controlar la industria. Algunas facciones del Partido Acción
Revolucionaria (PAR), el partido semioficial de gobierno, compartían la preocupación de los
estadounidenses y se retiraron del partido después de la promulgación del Código de Trabajo,
jurando combatir a los agitadores de masas que se habían infiltrado en las organizaciones
revolucionarias. Encabezados por Ricardo Asturias Valenzuela (secretario general del PAR),
Manuel Galich (otrora ministro de Educación) y Mario Méndez Montenegro (alcalde de la
ciudad de Guatemala), la facción anticomunista del PAR recreó el Frente Popular Libertador
(FPL), uno de los tres partidos que conformaron el PAR. El FPL se llevó a suficientes disidentes
del PAR como para volverse mayoría en el congreso23.

Sin embargo, el PAR y el FPL, conjuntamente con sus antiguos aliados en Renovación
Nacional (RN), mantuvieron una coalición política lo suficientemente fuerte como para resistir
las fuerzas reaccionarias dentro de la élite. Las facciones agrícolas e industriales de la
oligarquía se unieron en oposición a las reformas laborales. En septiembre de 1947, la CCIG y
la AGA anunciaron conjuntamente su intención de respetar el Código de Trabajo, aunque este
los había colocado en una posición desventajosa. Sin embargo, varios meses después de la
aprobación del Código, los oligarcas estaban involucrados en un enfrentamiento amargo con el
Comité Nacional de Unidad Sindical (CNUS), que representaba las dos más importantes
confederaciones laborales, la CTG y la FSG. El CNUS proponía varias reformas que hubieran
extendido el derecho de huelga a los trabajadores de empresas públicas, así como a los
trabajadores agrícolas, en empresas con menos de quinientas personas. Durante los próximos
nueve meses, la CCIG y la AGA combatieron las reformas propuestas, como si estuvieran
peleando por sus propias vidas. Si las propuestas de la CNUS se llevaban a cabo, la CCIG y
AGA pronosticaron que los sindicatos laborales iban a tener tanto poder como el Estado, debido
a que serían la única institución que tendría la potestad para decretar una huelga, ya que el
presidente se encontraba inhabilitado para declarar de ilegal a una huelga, ni siquiera por
razones de emergencia nacional. Según lo que declararon la CCIG y la AGA: "La única razón
posible para que CNUS solicite la reforma es que los líderes sindicales necesitan provocar un
completo desequilibrio económico para demandar y justificar la nacionalización de la tierra y
la expropiación de todos los medios de producción "24.

A partir de ese momento, hasta junio de 1954, los oligarcas batallaron contra lo que
consideraron un esfuerzo por "sovietizar" el país. Los patronos atacaban al CNUS en cáusticos
desplegados de página completa. Argumentaban que la propuesta del CNUS de que se otorgara
a los sindicatos el derecho de aceptar o rechazar representantes del sector patronal violaba los
derechos constitucionales de administrar sus propiedades. Si el Congreso aprobaba la propuesta
del CNUS, los patronos temían que se estaba dando un paso significativo hacia la expropiación
sin compensación de sus propiedades, una medida que solo beneficiaría a los sindicatos25.

Sin embargo, el Congreso aprobó quince de las reformas propuestas por el CNUS, en
junio de 1948. Esto significó una derrota política para los autoproclamados moderados dentro
del FPL y un golpe devastador a los reaccionarios de la CCIG y la AGA, que argumentaban
que los inmorales e inescrupulosos líderes sindicales fomentaban la lucha de clase y promovían
la nacionalización de la tierra y de los medios de producción. Según Susan Berger, los
terratenientes y los industriales asumieron una posición antiestado, no solo antisindicalista, al
no haber podido derrotar a los sindicalistas y a sus colaboradores en los partidos
revolucionarios. En julio de 1948, los partidos de oposición se aliaron para formar la Unión
Nacional Electoral (UNE) prometiendo defender la propiedad privada y el catolicismo, en
contra de aquellos involucrados en "una pelea falsa por la igualdad social "26.

La CCIG, aunque demostró una actitud menos intransigente que la AGA, criticó el
comportamiento tolerante del gobierno hacia los sindicatos y su fracaso en hacer cumplir los
preceptos del Código de Trabajo. La inestabilidad política generada por la actividad sindical,
argumentaba la CCIG, causó una fuga de capitales de 2 a 3 millones de dólares en los primeros
dos meses de 1948. El gobierno ignoró estas críticas y brindó su apoyo a los trabajadores de la
bananera y portuarios en el conflicto con la UFCO en enero de 1949, una acción que la AGA
y la CCIG criticaron porque ahuyentaba el capital extranjero de Guatemala. El gobierno
también implementó una nueva ley del impuesto sobre la renta y una ley requiriendo que
empresas que emplearan más de veinte personas construyeran viviendas para los trabajadores.
La CCIG y la AGA denunciaron estas reformas como ataques al sistema de libre empresa y
como muestras anticipadas de más planificación centralista y movilización laboral27.
La aprobación de la primera ley del país sobre fomento industrial, el 21 de noviembre
de 1947, quedó perdida en medio de los agrios debates políticos. El Decreto 459 (Ley de
Fomento Industrial) estableció la industrialización como una prioridad nacional y, si aceptamos
las nociones prevalecientes, inició una industrialización basada en el modelo de sustitución de
importaciones al otorgar incentivos fiscales y protección arancelaria a las empresas
productoras. Alfredo Guerra Borges señala que Arévalo llevó a cabo la primera política de
fomento industrial: "Antes de la Revolución de 1944, el Estado guatemalteco no había seguido
política alguna de fomento industrial. La idea predominante era que, por destino, Guatemala
era un país agrícola. No fue sino hasta en 1947 cuando fue promulgada la primera ley
estableciendo incentivos fiscales para el fomento industrial "28.

No obstante, la ley contenía escasas innovaciones en términos de política pública y


lograba muy poco en cuanto a restaurar la confianza de la élite industrial. Un pequeño núcleo
de industrias ya existían como resultado de una política liberal que autorizaba exenciones
fiscales y protección arancelaria a algunas de ellas. Cantel, la industria más grande y antigua,
empleaba 980 personas; la Cervecería Centroamericana, 678; Novella y Cía., 400; y la
Tabacalera Nacional, Incatecu y Calzado Cobán, al menos 200; pero el sector manufacturero
empleaba sólo 1% de la población económicamente activa. El sector industrial estaba
compuesto, por lo general, por establecimientos artesanales pequeños, ineficientes e intensivos
en mano de obra, que producían bienes de consumo perecederos. Aun dentro de la industria de
bebidas, el sector que contabilizaba el más alto valor producido, la producción de aguardiente
en rudimentarias operaciones caseras constituía el 80% de la producción total. Fuera de la
planta de Cementos Novella, Lancasco (una empresa farmacéutica) y la fábrica de ladrillos y
lozas El Águila, el sector industrial intermedio y de bienes capitales era inexistente29. El censo
industrial de 1946, resumido en el cuadro 3, revela el grado en el que las industrias tradicionales
dominaban el sector manufacturero, en términos de empleo y valor de producción.
La ley de Arévalo se enfocaba en el fortalecimiento de las industrias existentes y el
fomento de la inversión en varios de los sectores subdesarrollados. Ofrecía exenciones de
impuestos e incentivos fiscales a las nuevas industrias; los beneficios más lucrativos se
reservaban para empresas que procesaran materia prima guatemalteca. Cantel, la Cervecería
Centroamericana y la Tabacalera Nacional importaban un alto porcentaje de sus materias
primas. Sin embargo, estas empresas podían calificar para una exención fiscal de diez años en
maquinaria importada, un incentivo significativo para la modernización de sus instalaciones.
Bajo un sofisticado sistema de clasificación, las industrias nuevas y las ya establecidas también
podían calificar para beneficiarse de exenciones fiscales sobre utilidades. Cuando esto se
combina con una protección arancelaria selectiva, puede verse claramente que la
industrialización era una prioridad nacional para el gobierno; pero este no inventó la política
de exenciones fiscales y protección arancelaria. La ley de 1947 sistematizó y articuló la política
que se había aplicado durante setenta años 30.

Arévalo, a diferencia de los presidentes liberales, que habían rechazado la propuesta de


los industriales para establecer un banco estatal, fundó el primer banco nacional de desarrollo.
Con solo tres bancos comerciales de alguna importancia, ninguno de ellos involucrado en
préstamos de mediano a largo plazo, los industriales financiaban su inversión con las ganancias
que obtenían o con préstamos a bancos extranjeros. Para mejorar las facilidades de crédito para
todas las empresas, el gobierno estableció el Instituto para el Fomento de la Producción
(INFOP) en julio de 1948. El INFOP, concebido como un medio para incrementar, diversificar
y racionalizar la producción económica, autorizó préstamos de mediano y largo plazo a
empresas agrícolas e industriales, además de invertir directamente en negocios. El INFOP, en
el primer año de funcionamiento, autorizó Q 906,511 en créditos industriales (un 35% de su
cartera), parte de lo cual financió la primera procesadora de papel del país. Aunque el INFOP
se enfocó en proyectos de diversificación agrícola, a lo largo de su historia de veintiún años,
otorgó a algunas empresas acceso al capital local, en términos previamente no disponibles31.

Aunque la ley de fomento industrial y el INFOP ofrecieron incentivos sustanciales a las


nuevas industrias, no lograron generar apoyo político para Arévalo dentro de la oligarquía
industrial, pues varios de sus miembros ya se habían constituido en oposición política. El
gobierno de Arévalo, a pesar de la aprobación de la ley de fomento industrial, no manifestaba
simpatía por las industrias existentes. Apoyaba, por ejemplo, a los zapateros que se opusieron
a la modernización de la fábrica de zapatos Incatecu en julio de 1949. Las políticas de Arévalo
hacia la planta de cemento, la cervecería y la fábrica de zapatos reflejaban su hostilidad hacia
los monopolios autorizados por el Estado que se desarrollaron durante los regímenes liberales.
La élite industrial devolvía la hostilidad con indiferencia política o insumisión. En el otoño de
1948, una persona identificada como industrial y agricultor prominente, solicitó al
administrador local de la United Fruit una contribución de cuarenta mil dólares para financiar
una conspiración32.

El supuesto golpe de Estado nunca se materializó, pero la clase pudiente y los


revolucionarios enfadados exhortaban al coronel Arana para que derrocara a Arévalo y pusiera
fin a la radicalización hacia la izquierda de la revolución. En el "Pacto del Barranco", de
diciembre de 1945, Arana había acordado con Arévalo y el PAR que él se abstendría de dar un
golpe militar, a cambio del apoyo del PAR para su candidatura en las elecciones presidenciales
de 1950. En 1949, empero, el PAR y el RN decidieron apoyar a Árbenz, el líder de los obreros
organizados. Arana, confiado en que mantenía el control completo de los militares, consideró
que aún podía arreglar para sí la sucesión presidencial y entregó un ultimátum a Arévalo el 16
de julio. En este, le exigía a Arévalo despedir a todos los ministros, nombrar un gabinete nuevo
y retirar a Árbenz y a sus seguidores del ejército. Si Arévalo cumplía en un plazo de dos días,
Arana le permitiría completar su período presidencial. Arévalo y Árbenz ordenaron el arresto
y la deportación de Arana del país, pero el que fuera héroe de la Revolución de 1944 se resistió
a ser arrestado y fue asesinado el 18 de julio de 1949. Los escépticos acusaron a Arévalo o a
Árbenz de haber ordenado el asesinato, un señalamiento que ambos rechazaron. De cualquier
forma, unidades militares leales a Árbenz derrotaron a los aranistas en una batalla en las calles
de la ciudad de Guatemala, prácticamente asegurando la sucesión presidencial para Árbenz33.

La eliminación de Arana aceleró el giro hacia la izquierda de la revolución y aplastó


cualquier esperanza de reconciliación entre la oligarquía y las fuerzas revolucionarias. Sin
embargo, aún existía la oportunidad de que el gobierno colaborara con la facción progresista
industrial que había roto con la CCIG y formado la Asociación General de Industriales de
Guatemala (AGIG), en septiembre de 1948. La AGIG, organizada para promover y proteger
los intereses de la industria, adoptó una posición moderada hacia los trabajadores organizados.
De hecho, las federaciones nacionales de trabajadores sugirieron que la AGIG trabajara con
ellos para ampliar la producción industrial y crear nuevos empleos, propiciando restricciones a
los productos importados que compitieran con bienes producidos nacionalmente³4. El
surgimiento de la AGIG le brindó a Arévalo y a Árbenz la oportunidad de dividir al sector
industrial y separar su facción progresista de las élites agrícolas. En octubre de 1949, la AGIG
contaba con 58 afiliados, pero las industrias más grandes, incluyendo la Cervecería
Centroamericana, Novella y Cía., Incatecu y la Tabacalera Nacional se mantuvieron con la
CCIG. Ibargüen y Cía., que era propietaria de Cantel, dividió sus apuestas y se afilió en ambas
organizaciones. La AGIG, aunque representaba a unas cuantas grandes empresas en textiles y
vestuario, representaba medianas empresas que tenían algo que ganar con la legislación
industrial de Arévalo. Para aumentar el poder y prestigio de la AGIG, el Ministerio de
Economía la reconoció como la representante oficial de la industria en octubre de 1949, y le
ordenó a la CCIG limitar sus actividades a la promoción de sus intereses comerciales. Mientras
tanto, Árbenz visitaba a líderes industriales y empresariales en un esfuerzo por recuperar su
apoyo. logró reestablecer cierta calma en el ambiente político, pero la aprobación de la Ley de
Rentas Obligatorias, poco después en ese mismo año, lejos de profundizar una división entre
las élites agrícolas e industriales, las unificó35.

La élite industrial, alarmada por el apoyo de Arévalo a los trabajadores organizados y


la hostilidad manifestada hacia la libre empresa, participó en las manifestaciones de un minuto
de silencio que estremecieron a la ciudad durante una semana después del 18 de julio de 1950,
en el primer aniversario de la muerte de Arana. Manuel Cobos Batres, el ícono conservador
que había encabezado las manifestaciones pacíficas contra Estrada Cabrera veintinueve años
antes, realizó un llamado a la ciudadanía para que se reunieran cada tarde en un minuto de
silencio, frente al Palacio Nacional, hasta que Arévalo renunciara. La primera manifestación el
19 de julio, atrajo al menos a quinientas personas y fue llevada a cabo sin desórdenes. Sin
embargo, el 20 de julio, cuando los manifestantes llegaron de nuevo frente al Palacio Nacional,
una cuadrilla de samfistas (partidarios del SAMF, el sindicato de trabajadores ferroviarios) los
atacó y los expulsó del parque central, dejando un saldo de tres muertos. Aunque Arévalo o
Árbenz no promovieran la violencia, el minuto de silencio se había convertido en un serio
conflicto político36.

El 21 de julio, la Asociación de Estudiantes Universitarios, que había sido clave en el


movimiento contra Ubico en junio de 1944, convocó al estudiantado a un paro, hasta que
Arévalo despidiera al ministro de Gobernación, quien era el supuesto responsable del
derramamiento de sangre. Dos días después, la policía dispersó a una multitud alebrestada,
usando gas lacrimógeno y disparos, matando a diez personas. Después de los disturbios, la
CCIG promovió una huelga general y el gobierno respondió suspendiendo las garantías
constitucionales, incluyendo el derecho a reunirse pacíficamente. Sin embargo, la huelga
general comenzó el lunes 24 de julio y continuó aún después de que el gobierno le ordenara a
los negocios que abrieran sus puertas37.
Al día siguiente, veinte personas murieron en las trifulcas callejeras y varias más fueron
heridas después del minuto de silencio. Con eso se terminó la paciencia del gobierno, o al
menos del alto mando militar. Para restablecer el orden, Arévalo le otorgó poderes especiales
al coronel Paz Tejada, Jefe de las Fuerzas Armadas, que declaró un estado de sitio en la ciudad
y un estado de emergencia en el resto del país. Las instalaciones de comunicaciones y
transporte, energía eléctrica, hospitales, farmacias, la CCIG e incluso algunas empresas
estuvieron bajo control del gobierno. Paz Tejada convocó a los líderes contrarrevolucionarios
a su despacho y comunicó a las élites, quienes ya conjeturaban que el presidente había sido
derrocado, que Arévalo se mantendría en el cargo hasta que concluyera su período
constitucional. El apoyo incondicional al proceso constitucional que mostró Paz Tejada puso
fin a la huelga general y restableció el orden en menos de una semana. Cobos Batres pidió
terminar las manifestaciones y abandonó el país, mientras Paz Tejada prometía desarmar a los
sindicatos y perdonar a aquellos que habían participado en las manifestaciones. Empero, el
gobierno canceló las licencias de la CCIG el 28 de julio, y confiscó sus propiedades un mes
después 38.

La eliminación de las demostraciones del minuto de silencio aseguró la presidencia para


Jacobo Árbenz y mantuvo a la revolución en su senda izquierdista. Árbenz, en su discurso de
toma de posesión, intentó acercarse a las personas que habían apoyado el minuto de silencio,
al expresar interés en fortalecer al sector privado. Propuso llevar al país, de una situación
semicolonial y económicamente dependiente, hacia un Estado capitalista moderno, respetando
la propiedad privada y elevando la calidad de vida de todos los ciudadanos. "Nuestra política
económica debe necesariamente fortalecer la iniciativa privada y desarrollar el capital
guatemalteco, en cuyas manos descansa la actividad económica fundamental de la nación",
declaró39.

Era retórica, por supuesto, pero Árbenz demostró rápidamente una tolerancia loable
ante aquellos que se oponían a la revolución. Dos meses después de su discurso, Árbenz
exoneró a las empresas comerciales e industriales que Arévalo había multado en el mes de julio
anterior. También permitió a la Cámara de Comercio e Industria que reanudara sus actividades.
Árbenz, convencido de que Guatemala podía y debía industrializarse, quería ganarse la
confianza de los industriales y sus primeros discursos y acciones calmaron al sector privado.
La CCIG señaló: "aparentemente las hostilidades que la Cámara ha sufrido por parte de algunas
altas autoridades del país, han desaparecido "40.

Con el crecimiento industrial tornándose lento por primera vez desde 1944, Árbenz no
tuvo más que ganarse la confianza de la élite industrial. Según el equipo de asesores del Banco
Mundial, la industria "no había logrado crecer tanto como debería normalmente, aun sin un
esfuerzo deliberado para su desarrollo"41. Como lo demuestra la gráfica 5, el valor agregado
por el sector industrial aumentó anualmente, pero las bajas tasas de crecimiento, después de
1949, desilusionaron a Árbenz y a los industriales.

Para acelerar el crecimiento industrial, Árbenz intentó atraer a los industriales


progresistas hacia una alianza populista con los sindicatos, al aumentar las barreras arancelarias
en bienes producidos. A diferencia de Juan Domingo Perón y Getulio Vargas, sus
contemporáneos populistas, Árbenz era un marxista comprometido, con vínculos cercanos a
José Manuel Fortuny y el partido comunista. No era miembro del Partido Guatemalteco del
Trabajo (PGT, el partido comunista), pero compartía la visión comunista de que el triunfo del
capitalismo sobre el comunismo era inevitable y deseable. No obstante, la utopía comunista
con la que soñaba era una meta distante. Guatemala, un país semifeudal que contaba solo con
un núcleo de proletariado industrial, tendría que pasar por un estado capitalista, antes que
pudiera construirse el socialismo. Para acelerar el arribo del capitalismo, Árbenz implementó
programas diseñados a fortalecer y expandir las relaciones capitalistas de producción 42.
En el corto plazo, Árbenz y sus aliados de la clase trabajadora podían encontrar puntos
en común con los industriales, pues ambos compartían el interés por una rápida
industrialización. El Día del Trabajo, en mayo de 1951, por ejemplo, los sindicatos demandaron
que el gobierno estableciera un banco para el desarrollo industrial y elevara las barreras
arancelarias a favor de los industriales. Aunque los trabajadores también solicitaban un
aumento del 30% al salario, Árbenz no solo esperaba que los industriales apoyaran estas
reformas, sino que les solicitó formalmente su opinión sobre la política económica. En junio
de 1951, designó a Alfonso Sovalbarro, presidente de la Cámara de Comercio, a Ricardo de
León, presidente de la AGIG, y a dos representantes más del sector privado a una comisión que
estudiaría las recomendaciones de un informe económico del Banco Mundial. Por primera vez
desde la revolución, representantes de la industria se sentaron en la misma mesa, con
organizadores sindicales comunistas, para discutir la política de desarrollo industrial43.

Aunque algunos observadores han argumentado que Árbenz basaba su política


económica en el informe preparado por George Britnell, un economista canadiense que
laboraba en el Banco Mundial, Árbenz ignoró las recomendaciones de Britnell sobre política
industrial. Argumentando que los aranceles y las prohibiciones a la importación deberían ser
instituidas solo después de que el gobierno recibiera garantías de que la producción local podía
satisfacer las demandas de los consumidores, el equipo del Banco Mundial solicitó al gobierno
evitar el exceso de protección a las industrias. Según Britnell, en el pasado, el gobierno le había
dado demasiada protección a industrias anticuadas que solo podían operar por medio de
subsidios estatales y protección arancelaria. Britnell estaba de acuerdo en que la protección a
las industrias nacionales era conveniente y necesaria, particularmente en la fase inicial de la
industria, pero el equipo del Banco Mundial le recordó a Árbenz que la competencia promovía
los intereses del consumidor44.

Mientras que los asesores económicos defendían las restricciones, los productores
nacionales demandaban de Árbenz que se protegiera con aranceles a más industrias. Árbenz
favorecía los aranceles proteccionistas, pero el tratado de reciprocidad de 1936 con los Estados
Unidos establecía aranceles bajos para numerosos bienes manufacturados. Por ejemplo, el
tratado prohibía al gobierno aumentar los aranceles en los textiles de algodón importado.
Aunque Guatemala estaba en la capacidad de cultivar algodón y elaborar textiles, importó el
74% de sus textiles de algodón en 1949. Árbenz esperaba coordinar el desarrollo agrario e
industrial al promover el cultivo del algodón y la industria textil. Con el INFOP financiando el
cultivo de algodón en la costa sur, la industria algodonera de Guatemala comenzó a
desarrollarse en los albores de la década de 1950, creando una facción agroindustrial moderna
de la oligarquía. En septiembre de 1952, Árbenz desafió el tratado de 1936 al decretar que
todos los importadores de textiles debían adquirir un monto equivalente de los mismos artículos
en productos locales. A pesar de las protestas de Estados Unidos, el Ministerio de Economía y
Trabajo mantuvo su política, argumentando que si no fuera por esa pequeña porción de
protección, algunas empresas se verían obligadas a cerrar 45.
El tratado también prohibía a Árbenz aumentar los aranceles a la leche importada y a
los productos cárnicos, estableciendo una ventaja competitiva en el mercado a favor de los
productores extranjeros. Como resultado parcial, la industria de comestibles experimentó su
mayor crecimiento después de 1954, cuando el tratado fue cancelado. El tratado no solo
otorgaba a los empresarios estadounidenses tratamiento preferencial en 66 artículos, también
prohibía al gobierno tomar medidas adecuadas para proteger industrias específicas. Árbenz
denunció el tratado en 1954, pero los Estados Unidos ignoraron las solicitudes de renegociarlo.
Por su parte, los funcionarios estadounidenses criticaban las políticas proteccionistas de
Árbenz, por ser "poco más que un forzado subsidio público de pequeñas industrias
improductivas”46.

Árbenz, a pesar de la crítica y la presión estadounidenses, consideraba que Guatemala


no podría desarrollarse mientras empresas extranjeras monopolizaran sectores económicos
clave. Con la United Fruit controlando la IRCA y Puerto Barrios, los guatemaltecos pagaban
altos precios por inadecuadas instalaciones de transporte. Hasta la misión del Banco Mundial
instó a Árbenz a establecer condiciones competitivas en el sector del transporte. Para ese fin,
Árbenz inició la construcción de la carretera del Atlántico, una ruta asfaltada paralela a la línea
férrea de la IRCA; y del puerto Santo Tomás, un puerto estatal que se ofrecía como alternativa
a la United Fruit y Puerto Barrios. También inició la planificación de la construcción de una
planta hidroeléctrica de 28 mil kilowatios de capacidad en Jurún Marinalá, Escuintla. Al ser
completada, esta planta estatal obligaría a la Empresa Eléctrica, propiedad estadounidense que
generaba el 80% de la electricidad nacional, a mejorar su servicio y bajar sus tarifas47.

Árbenz obtuvo el apoyo de algunos industriales al fortalecer el proteccionismo y


desarrollar infraestructura, pero pocos de ellos favorecerían la reforma agraria de junio de 1952.
El furor político precipitado por la reforma agraria deshizo la alianza política en gestación, una
coalición populista que unificaba a los industriales progresistas y a los trabajadores organizados
en un programa nacionalista de desarrollo. Irónicamente, Árbenz presentó la reforma agraria
como medida para estimular el crecimiento industrial: "La reforma agraria, como la
concebimos, traerá un notable incremento en el poder adquisitivo de cientos de miles de
familias, lo cual redundará en el beneficio directo de los negocios, al mismo tiempo que creará
las bases para que el capital pueda ser invertido en la industria, con el objeto de producir
artículos que puedan ser adquiridos por la población, en tal volumen que la industria sea
próspera "48.

La AGIG, representando al sector industrial moderado, estuvo de acuerdo que una


reforma agraria, si se implementaba gradualmente y con mecanismos de apoyo adecuados,
podía finalmente incrementar la producción industrial, debido a que ampliaría el mercado
interno. Temía, no obstante, que la reforma pudiera llegar a lastimar al sector industrial si
dividía las fincas en pequeñas e improductivas parcelas. La AGIG, por lo tanto, instaba al
gobierno a dejar las unidades productivas intactas, garantizar sin reservas la propiedad, crear
un banco para el desarrollo agrícola y compensar al terrateniente antes de la expropiación. Si
Árbenz llevaba a cabo la ley de reforma agraria sin las modificaciones que recomendaba, la
AGIG pronosticaba que la reforma destruiría la poca confianza que los capitalistas tenían en el
gobierno revolucionario, además consideraba que dividir las fincas productivas (la principal
fuente de divisas y empleo del país) demostraría ineptitud o peor, que Árbenz había caído en
la esfera de influencia de sus colaboradores comunistas. La AGIG, por lo tanto, le recomendaba
a Árbenz mantener la confianza de los inversionistas: "la confianza, podemos decir, es el eje
de todo el desarrollo económico y si se pierde, todo el concepto de capitalismo queda anulado
"49. Árbenz, interesado menos en el capitalismo que en la construcción del comunismo, ignoró
el consejo de los industriales y llevó a cabo el programa de reforma agraria por medio del cual
el gobierno confiscaría tierra ociosa por más de 94 hectáreas.

No obstante, la AGIG buscó un acomodo con el presidente. En noviembre de 1952, la


asociación propuso a Árbenz organizar mesas redondas para discutir medidas que
restablecieran la confianza de los inversionistas y promovieran el crecimiento industrial. La
producción industrial se mantenía alta, pero los impuestos elevados y los costos de producción
reducían las ganancias. Si Árbenz implementaba varias de las propuestas que le presentaba la
AGIG, podía recuperar el apoyo de los industriales. La AGIG reflejó las dudas que albergaban
los industriales acerca del respeto del gobierno por la propiedad privada, al recomendarle
realizar una revisión sustancial a la ley de fomento industrial de 1947, con el objeto de brindar
garantías firmes a los derechos de propiedad privada; incluso criticó inconsistencias en la
aplicación de la ley de fomento industrial, asegurando que algunas industrias, principalmente
la de textiles y talabarterías, no habían recibido las exenciones arancelarias autorizadas por
ley50.

Los industriales argumentaron que les faltaba acceso a capital. A pesar de sus
preocupaciones acerca de la orientación política del gobierno, aun estaban dispuestos a trabajar
con él. En enero de 1953, una delegación de la AGIG le presentó al ministro de Economía una
propuesta para establecer un banco de fomento industrial. El Banco Mundial y el INFOP se
opusieron a la idea debido a que consideraban que Guatemala carecía de los recursos
financieros y técnicos para mantener dos instituciones desarrollistas. No obstante, el gobierno
prometió estudiar la propuesta cuidadosamente, en parte porque los industriales estaban
dispuestos a poner cinco millones de quetzales para establecer su propia institución51.

Los industriales también instaron a Árbenz a reducir la carga tributaria. Aun cuando el
Banco Mundial concluyó que varios impuestos eran innecesariamente bajos y frecuentemente
quedaban sin pagar, La élite reclamó que ellos no podían pagar los impuestos sobre sus
ganancias y ventas, varios de los cuales se habían establecido durante los primeros años de la
administración de Arévalo. Los nuevos impuestos, combinados con las demandas constantes
de los trabajadores organizados, habían reducido sus márgenes de ganancia. La AGIG advertía:
"las incipientes industrias guatemaltecas no están en la capacidad de soportar, sin quebrar, los
nuevos impuestos que son establecidos frecuentemente por las autoridades gubernamentales,
quienes se mantienen sordas a los dictámenes dados por los sectores de la industria y del
comercio nacional "52.
Árbenz no respondía a las demandas de los industriales y en junio de 1953, la AGIG
volvió a solicitarle una audiencia para discutir los factores que habían engendrado un declive
en la producción industrial. Un mes más tarde, el gobierno anunció que se estaba preparando
un plan de desarrollo industrial que incluía un banco industrial, reformas arancelarias,
reducciones impositivas y la revisión de las políticas de comercio exterior. La AGIG
subsecuentemente instó a los guatemaltecos a apoyar el plan, pero Árbenz nunca lo envío al
Congreso53.

De hecho, la inestabilidad política engendrada por la reforma agraria obstaculizó


cualquier iniciativa de política pública que Árbenz estuviera preparando. La implementación
del Decreto 900 (Ley de Reforma Agraria) atacó los intereses de los industriales, tanto como
de los finqueros; no había distinción práctica entre la oligarquía terrateniente y la burguesía
industrial. Aunque algunos pequeños industriales hubieran apoyado una reforma agraria
moderada, los grandes industriales se opusieron a la reforma agraria debido a que tenían
inversiones sustanciales en el café, azúcar, algodón y ganado. Pocos oligarcas concentraban
sus inversiones exclusivamente en el cultivo del café; muchos tenían interés en el cultivo y el
proceso de productos agrícolas, particularmente azúcar y algodón. Los intereses de los
terratenientes y los industriales por lo tanto hacían converger a la agricultura y a la industria.
La familia Herrera, con intereses en el café y los ingenios de azúcar, perdió aproximadamente
22 mil hectáreas bajo el Decreto 900; solo la United Fruit Company perdió más tierra que los
Herrera. Carlos Ibargüen Uribe, líder de la red Ibargüen, con inversiones en Cantel y en varias
fincas de café y algodón, perdió casi 5 mil hectáreas54. Si Árbenz pretendía ganar el favor de
los industriales expropiando la tierra de la élite agrícola, estaba tristemente equivocado.

Los líderes del sector agroindustrial y del sector industrial que surgieron después de
1954, sufrieron la expropiación de tierras por parte de Árbenz y nunca perdonaron ni olvidaron
dicho despojo de sus propiedades. Roberto Alejos Arzú, dueño de dos desmotadoras de algodón
y de una fábrica de aceite vegetal, perdió casi 223 hectáreas. Los hermanos Bouscayrol,
directores de una empresa familiar que incluía un ingenio de azúcar, una fábrica de baterías y
otra de medicamentos, perdieron casi 500 hectáreas. Jesús Botrán Merino, con intereses en el
azúcar, productor de ron y futuro presidente de la Financiera Industrial Guatemalteca, perdió
aproximadamente 130 hectáreas. Carlos Castillo Lara, Carlos Dorión Nanne y Federico Köng
Ossaye, poderosos industriales y miembros de la CCIG, también presenciaron expropiaciones
de sus tierras, nunca antes vistas55. Algunos de ellos se percataron de que un gobierno que
nacionalizaba extensiones de tierra privada, también estaba en la capacidad de expropiar
fábricas industriales.

Mientras Árbenz empleaba la retórica de un político interesado en una alianza con los
industriales progresistas, la simultánea implementación de reforma agraria y laboral llevó a la
élite industrial a la oposición política. Con el estímulo y apoyo gubernamental, los trabajadores
industriales se organizaron, hicieron huelgas y obtuvieron aumentos salariales. En la
Cervecería Centroamericana, los trabajadores obtuvieron un incremento salarial del 20%, en
1951. El gobierno aumentó el salario mínimo para los trabajadores de textiles, en febrero de
1953, a pesar de que los patronos argumentaron que el incremento arruinaría la incipiente
industria. La Tabacalera Nacional, paralizada por una huelga, en mayo de 1953, fue conminada
por un juzgado laboral a otorgar un aumento salarial del 10 al 20%. Bajo el liderazgo del
comunista Carlos Manuel Pellecer, los trabajadores del cemento obligaron a los patronos a
aceptar un exigente nuevo contrato, en junio de 1954 56.

Árbenz claramente simpatizaba con los campesinos y los trabajadores. Los industriales
y los terratenientes vieron pocas ventajas en colaborar con un gobierno que expropiaba sus
posesiones y aumentaba los salarios. Como resultado, las élites económicas detuvieron las
inversiones y se prepararon para la contrarrevolución. Como demuestra la gráfica 6, las
inversiones cayeron prácticamente a cero, durante 1953 y 1954.

En vez de dividir a las élites, la reforma agraria unificó a los oligarcas y consolidó la
alianza entre ellos, los Estados Unidos y los militares, una coalición contrarrevolucionaria que
gobernaría Guatemala durante las próximas cuatro décadas. Algunos industriales prominentes
participaron o apoyaron el "frente interno" del movimiento contrarrevolucionario, organizado
por el coronel Castillo Armas y la CIA. Cuando el "ejército de liberación" invadió Guatemala
el 17 de junio de 1954, ni los militares ni la oligarquía salieron en defensa del gobierno. Árbenz
se rindió ante los militares y, después de una sucesión de juntas, Castillo Armas asumió la
presidencia. Liberados de esta forma, los industriales y los terratenientes despidieron a los
trabajadores que habían estado activos en los sindicatos, aun cuando fueran anticomunistas, y
procedieron a desmantelar las organizaciones revolucionarias57.

Aunque la oposición industrial a la revolución guatemalteca se nutrió de la histeria de


la Guerra Fría, la ley del Seguro Social, el Código de Trabajo y la Reforma Agraria afectaron
directamente los intereses privados de los industriales. Estos se aprovecharon del temor que
suscitaba el comunismo para obstaculizar las reformas sociales, sin embargo, no deben de
desacreditarse las ambiciones revolucionarias de Jacobo Árbenz. Sus reformas pretendían nada
menos que la destrucción de la oligarquía; su fracaso residió en su incapacidad para preparar y
derrotar la inevitable contrarrevolución, entregando a a los trabajadores y campesinos los
medios para defender la revolución. Aún cuando algunos industriales aplaudieran aspectos de
la política desarrollista de Árbenz, reconocieron que la movilización y radicalización del
campesinado y de sus trabajadores amenazaba con subvertir la estructura del poder oligarca.
Una facción modernizante de la oligarquía pudo haber apoyado la democratización y la
descentralización en 1944, pero solo el oligarca rebelde, Guillermo Toriello Garrido, defendió
el esfuerzo de Árbenz para redistribuir la riqueza y el poder.

Durante la oposición a los dos gobiernos revolucionarios, los industriales adquirieron


la cohesión interna y el consenso ideológico del que carecían en 1944. La CCIG, que
generalmente había actuado como una organización apolítica (como estaba obligada por ley),
comenzó a intervenir en política durante la revolución. Sus directores publicaron campos
pagados en los periódicos, cabildearon con los políticos y organizaron protestas. Irónicamente,
Arévalo y Árbenz hicieron posible la politización de la CCIG al liberalizar el ambiente político;
sin menoscabo de sus faltas, toleraron más oposición que cualquiera de los presidentes que los
antecedieron y siguieron. Aún más, legitimaron el modelo de industrialización basado en la
sustitución de importaciones. Los industriales apoyaron el objetivo de convertir a Guatemala
en una economía independiente e industrializada, pero al haber desarrollado fuerza
organizativa y ambiciones políticas, exigieron el derecho de diseñar y vetar la política de
desarrollo. Los industriales, silenciosos y marginales durante décadas, se habían convertido en
un actor político autónomo.
Capítulo 6

MODERNIZACIÓN Y EXPANSIÓN
1954-1970

Castillo Armas invitó a cenar a Estuardo y Enrique Novella, poco después de haber
liberado a Guatemala de Jacobo Árbenz, aparentemente para agradecerles su apoyo en la lucha
contra el comunismo. Los Novella, miembros prominentes de la Cámara de Comercio e
Industria, habían participado en las manifestaciones del minuto de silencio en julio de 1950;
Estuardo hasta había estado en prisión por sus actividades contrarrevolucionarias. Con Árbenz
y los comunistas fuera del gobierno, los Novella se preparaban para festejar la victoria con el
nuevo mandatario, quien sin duda respetaría a la iniciativa privada. Por eso se sorprendieron
cuando Castillo Armas les informó que como ellos monopolizaban la producción de cemento,
él promovería la competencia, aun si eso significaba abrir una planta gubernamental. En ese
momento, los Novella solo pudieron reírse de su infortunio y comenzar a prepararse para otro
round en contra del gobierno¹.

Los Novella y sus aliados políticos en la Cámara de Comercio e Industria no se hicieron


del control del Estado después de la renuncia de Árbenz. Conformaban la alianza anticomunista
que incluía a finqueros, barones del banano, algodoneros, azucareros, industriales, oficiales
militares disidentes, capitalistas estadounidenses y diplomáticos de EE.UU.2 Aunque los
aliados compartían el interés de eliminar el comunismo, ningún programa ideológico era capaz
de mantener unidas a las distintas facciones de dicha coalición. Cada facción defendía y
promovía intereses políticos y económicos distintos. El movimiento contrarrevolucionario
albergaba contradicciones inherentes que, por primera vez, llamaron la atención de los Novella
cuando Castillo Armas se mostró como un anfitrión tan desagradable.

Las contradicciones latentes de la coalición gobernante se reflejaron en su incapacidad


para forjar un sistema político estable entre 1954 y 1970. El caótico y represivo régimen de
Castillo Armas llegó a su fin cuando el mandatario fue asesinado por un guardia presidencial.
Hubo dos gobiernos provisionales antes de que el general Miguel Ydígoras Fuentes asumiera
la presidencia a inicios de 1958, quien fuera luego derrocado por el golpe de Estado,
encabezado por el coronel Enrique Peralta Azurdia en 1963. Julio César Méndez Montenegro,
un civil, sustituyó a Peralta en 1966, pero no tuvo el control sobre los militares ni sobre los
escuadrones de la muerte. Durante seis gobiernos y dos constituciones (1955 y 1965), las
facciones militares se enfrentaron entre sí por el control del ejército, los civiles se enfrentaron
a los militares por el control del gobierno y entre ellos mismos por el control de la política
económica; además, tanto fuerzas militares como civiles intentaron impedir la intervención
estadounidense en sus asuntos internos.
Sin embargo, Guatemala experimentó 16 años de crecimiento económico. Las élites
económicas elaboraron e implementaron políticas para modernizar y diversificar la economía,
por medio de la integración económica regional y el desarrollo industrial, mientras los políticos
batallaban por la estructura y la división del poder. Los militares establecieron los parámetros
del debate político y administraron los rituales de sucesión presidencial, pero esencialmente
delegaron el establecimiento de las políticas públicas a grupos económicos de interés que
representaban al sector privado. Como resultado, la agroindustria y la industria crecieron
espectacularmente, gracias a aranceles proteccionistas, bajos impuestos, inversión extranjera,
el Mercado Común Centroamericano y políticas laborales represivas. Para el sector privado,
esta fue la edad de oro, en la que el gobierno les cedió la política económica.

Las élites industriales contribuyeron y se beneficiaron de la reorganización del poder y


la liberación del sector privado. Rompieron sus vínculos políticos con el sector comercial y
constituyeron una Cámara de Industria independiente que cabildeó exitosamente a favor de una
legislación que fomentara su desarrollo y en contra de reformas sociales. Sin embargo, su
incorporación a la coalición gobernante no aportó elementos progresistas a la cultura política
de la élite. Una ideología política conservadora, condicionada por sus vínculos sociales con la
oligarquía, inversiones agrícolas y diez años de combate político contra la revolución, los
mantuvo en una precaria alianza política con la oligarquía reaccionaria y los militares, hasta la
década de 1980. Los oligarcas industriales, tan vehementes como los finqueros en su oposición
a la reforma agraria y a la reforma laboral, aceptaron las dictaduras militares debido a que los
oficiales promovían la diversificación económica y la integración regional, los dos pilares de
la estrategia desarrollista posterior al 54.

Le tomó varios años a la alianza contrarrevolucionaria estabilizar la estructura y la


división de poder. En los primeros años después de la Liberación, los estadounidenses
mantuvieron el equilibrio de fuerzas. El embajador John Peurifoy, representando a la CIA y al
Departamento de Estado en las negociaciones en San Salvador en julio de 1954, presionó al
ejército para que aceptara a Castillo Armas como el próximo presidente. Las élites civiles, que
no tenían representante en las negociaciones, hubieran preferido que la designación recayera
en Adrián Recinos o Ydígoras Fuentes. Los militares guatemaltecos forzaron la renuncia de
Árbenz, pero fue la CIA y Peurifoy quienes prácticamente nombraron al sucesor, guiando la
transición del poder por medio de sucesivas juntas de gobierno hasta la fraudulenta elección de
Castillo Armas en octubre de 1954 3.

Los Estados Unidos llevaron a Castillo Armas al poder y lo orientaron, financiaron y


asesoraron hasta que fue asesinado en el Palacio Nacional. La CIA había seleccionado a un
oficial militar de inteligencia limitada para encabezar el desarrollo de la estrategia
contrarrevolucionaria, de la cual supuestamente dependía la seguridad del hemisferio entero.
El embajador estadounidense Norman Armour describió a Castillo Armas "como un hombre
patético que debía, literalmente, ser guiado de la mano, paso por paso. Anastasio Somoza, en
su característica prosa directa, describió a Castillo Armas como un tonto que no sabía su
trabajo" 4.
De hecho, Castillo Armas era un oficial capaz, aunque tenía poca preparación para
convertirse en mandatario de cualquier país. Fue un estudiante distinguido de la promoción de
1936 de la Escuela Politécnica, apoyó la Revolución de octubre de 1944 y fungió como director
de la Escuela Politécnica de 1947 a 1949. Mientras la Revolución se inclinaba hacia la
izquierda, Castillo Armas se desplazó hacia la derecha y aunque no participó en la rebelión
aranista de julio de 1949, encabezó una mal planificada rebelión en 1950, después de la cual
siguió tramando planes en contra de Árbenz. Su apoyo civil más decidido provenía de la
oligarquía reaccionaria. Según Richard Immerman, el cerebro detrás de Castillo Armas era
Juan Córdova Cerna, un acaudalado cafetalero y asesor legal de la United Fruit. El segundo
operador político de Castillo Armas era Mario Sandoval Alarcón, un autoproclamado fascista
que fundó el Movimiento Democrático Nacional (MDN, antecedente directo del Movimiento
de Liberación Nacional, MLN) 5.

Por medio de Castillo Armas, la oligarquía recuperó una parte de su poder político. El
Ministerio de Economía, que no era controlado por la oligarquía desde 1944, fue puesto en las
manos del respetado oligarca Jorge Arenales Catalán. Proveniente de una próspera familia
cafetalera con vínculos maritales con los Castillo, Dorión y Aycinena, Jorge y su hermano
Emilio apoyaron el esfuerzo por establecer el gobierno contrarrevolucionario y encabezaron a
la oligarquía en la diversificación de las inversiones hacia la minería, el petróleo y nuevas
industrias agroexportadoras. Con los oligarcas de vuelta en el las poder, el gobierno de Castillo
Armas disolvió los partidos políticos de la revolución, canceló el registro de 533 sindicatos,
devolvió la tierra expropiada por Árbenz y encarceló a más de 9 mil personas vinculadas al
régimen anterior 6.

Castillo Armas tenía algunos planes de naturaleza más constructiva y un poder muy
limitado para implementarlos, pues apenas controlaba a los militares. Su mal asesorado intento
de incorporar las fuerzas irregulares de la Liberación al ejército regular molestó al cuerpo de
oficiales y provocó el alzamiento de los cadetes en agosto de 1954. El alzamiento fue un
fracaso, pero obligó a Castillo Armas a tomar un camino medio entre los liberacionistas, que
favorecían una venganza contra los arbencistas, y el ejército regular, cuyos oficiales, aunque
humillados por su rechazo a repeler la invasión de junio de 1954, aun denigraban a Castillo
Armas y sus liberacionistas. Los conflictos a lo interno y entre las facciones
contrarrevolucionarias tornaron imposible a Castillo Armas gobernar el país. Thomas C. Mann,
un consejero de la embajada estadounidense, describió el sistema político bajo Castillo Armas
como "un laberinto increíble de intriga, regido por la ignorancia, la inexperiencia y la sospecha
natural" 7.

Los diplomáticos estadounidenses resistieron la tentación de resolverle los problemas


a Castillo Armas, reconociendo que la intervención abierta lo evidenciaría como un títere
yanqui. Castillo Armas necesitaba desesperadamente nuevas inversiones y asistencia
financiera, pero fuertes sentimientos nacionalistas lo inhibieron de ir a las fuentes tradicionales
de ayuda extranjera, bancos y corporaciones, con lo que el gobierno estadounidense quedó
como la única fuente viable de capital. Los Estados Unidos, convencidos de que la
supervivencia del régimen de Castillo Armas era vital para la seguridad del hemisferio,
otorgaron $121.3 millones en asistencia económica para Guatemala, entre 1954 y 1961. El
vicepresidente Richard Nixon declaró que los Estados Unidos apoyarían la reconstrucción de
Guatemala como un ejemplo de democracia y capitalismo, para lograr "más en dos años que lo
que el gobierno comunista logró en diez"8.

Aunque el programa de asistencia económica extranjera resultaba un poco más


digerible a los nacionalistas guatemaltecos que la inversión extranjera directa, esto no conllevó
una disminución de la intervención estadounidense en los asuntos guatemaltecos. De hecho,
con la ayuda extranjera dependiendo del buen uso que los guatemaltecos hicieran de sus propios
recursos, los funcionarios estadounidenses ampliaron el alcance de su participación para
abarcar prácticamente todas las áreas de las políticas internas, incluyendo aranceles, impuestos,
código de trabajo, presupuesto anual, entrenamiento militar e incluso programas de salud y
educación. Para administrar el programa de asistencia, los Estados Unidos establecieron
agencias de desarrollo y ampliaron el personal diplomático, conformando una jerarquía de
funcionarios oficiales que le permitían participar en todas las fases del diseño de las políticas
públicas. De acuerdo con el subsecretario de Estado Henry Holland, no había aspecto de los
asuntos internos de Guatemala que los estadounidenses "no debieran conocer, interesarse y
vigilar”9.

En la medida en que aumentaba el poder político del Departamento de Estado,


disminuía la influencia de la United Fruit. Para demostrar que la United Fruit no dictaba la
política exterior de los Estados Unidos, el Secretario de Estado Dulles retiró su oposición a la
demanda antimonopolista en contra de esta que el Departamento de Justicia había presentado
en junio de 1953. Cinco días después de que Árbenz renunciara, el Departamento de Justicia
presentó una demanda judicial que gradualmente disolvió el monopolio del banano. Según el
acuerdo de 1958 con el Departamento de Justicia, la United Fruit vendió sus ferrocarriles y
fincas bananeras en Guatemala durante la década de 1960 10. Para 1970, el "pulpo" era tan
solo un recuerdo, una presencia fantasmal para los nacionalistas, pero sin ser ya más la
corporación estadounidense dominante que alguna vez había sido.

Castillo Armas, apropiándose de la retórica nacionalista de los revolucionarios,


implementó un plan quinquenal de desarrollo, diseñado para reducir la dependencia del país al
promover la diversificación económica. Pocos guatemaltecos sabían que el plan había sido
escrito por David Gordon, jefe de la misión del Banco Mundial en Guatemala. Irónicamente,
el plan proponía la conclusión de los proyectos de infraestructura que Árbenz había iniciado o
que apoyaba, incluyendo la carretera al Atlántico, la planta hidroeléctrica Jurún-Marinalá y el
nuevo puerto Santo Tomás. Además, el gobierno de Castillo Armas, en octubre de 1955,
canceló el tratado de reciprocidad firmado con Estados Unidos en 1936, refrendando con ello
lo que Árbenz aseveraba sobre que las restricciones arancelarias impedían que Guatemala
protegiera a sus industrias nacionales11.

Con los elementos comunistas y antiestadounidenses purgados del programa de


desarrollo, el Departamento de Estado presentaba pocas objeciones al nuevo plan económico.
Aunque el anuncio del plan, sin la consulta previa a Holland, provocó que este lo calificara de
"una farsa", dicho plan coincidía con los objetivos del Departamento de Estado. Al enfatizar
en la necesidad de estimular la inversión privada y de revertir las tendencias estatistas de los
regímenes previos, el plan contenía una cálida invitación para atraer a los inversionistas
extranjeros. Con el aplauso del Departamento de Estado y de los inversionistas
estadounidenses, Castillo Armas canceló la ley sobre el envío de las utilidades, revisó el código
de petróleo y firmó un Acuerdo de Garantía de Inversión con los Estados Unidos¹².

Aunque Castillo Armas confió en los estadounidenses lo relativo a las orientaciones


generales y asistencia económica, sus políticas laborales represivas reflejaban principalmente
los intereses de la élite local. El gobierno estadounidense favorecía los sindicatos no
comunistas con derecho a organizarse, a entrar en huelga y a entablar pactos colectivos, pero
los oligarcas buscaban destruir la organización de trabajadores. Castillo Armas informó a los
estadounidenses que no toleraría trabajadores problemáticos. Algunas injusticias serían
cometidas, dijo, pero se corregirían posteriormente. El coronel no permitió la formación de una
confederación laboral y exilió, encarceló o asesinó a los líderes sindicales arbencistas. Como
resultado de la represión gubernamental y de una legislación más restrictiva, solo 26 de los 655
sindicatos registrados con Árbenz habían sido reestablecidos para mediados de 1955 13.

Aun así, la derecha radical criticaba a Castillo Armas por ser demasiado moderado para
su gusto. Dotado de facultades intelectuales inferiores como se creía, el presidente reconoció a
diferencia de los terratenientes y los industriales- la necesidad de reorganizar los sindicatos y
de reestablecer un sistema político con, al menos, la apariencia de estar en pleno ejercicio de
las libertades democráticas. Consecuentemente, cuando los estudiantes tomaron las calles en
junio de 1956, Castillo Armas tuvo que apaciguar a la derecha. Suspendió la Constitución,
declaró estado de sitio y reprimió las protestas; la policía mató al menos a seis estudiantes de
la manifestación y arrestaron a muchos más. Aunque el operativo logró fortalecer su posición
con el ejército y las clases altas, la mayor preocupación de Castillo Armas siguió siendo la
extrema derecha14.

Durante 1956 y 1957, el clima político se fue volviendo tenso y violento. Las pugnas
entre las fuerzas militares y liberacionistas en el MDN facilitaron el camino a los golpistas de
ambas instituciones. El 26 de julio de 1957, un guardia presidencial disparó contra Castillo
Armas en el Palacio Nacional. Luego, los militares argumentaron que el asesino era un agente
comunista, pero Allen Dulles, director de la CIA, especuló que eran extremistas de derecha
quienes habían planificado el asesinato para provocar un golpe de estado reaccionario. Otras
pistas obtenidas por el gobierno estadounidense indicaban que había sido un pequeño grupo,
probablemente instalado en el palacio presidencial, el que llevó a cabo el magnicidio 15.

La eliminación de Castillo Armas le brindó a la élite civil y militar una oportunidad


para instalar a un presidente más vinculado a los intereses locales que a los extranjeros. Sin
embargo, la élite militar y civil guatemalteca se dividió amargamente entre los liberacionistas,
miembros del MDN, que apoyaban al presidente de la Corte Suprema, Miguel Ortiz Passarelli,
y los ydigoristas, que sentían que el general Ydígoras había sido injustamente bloqueado de la
presidencia por Árbenz y Castillo Armas. Un intento burdo del MDN para imponer a Passarelli
como candidato oficial enojó a los ydigoristas, fragmentó al MDN, y provocó que las fuerzas
armadas declararan estado de sitio. Los militares, actuando como árbitros de la sucesión,
instalaron un presidente provisional, conocido simpatizante de Ydígoras, y luego se hicieron a
un lado mientras los políticos liberacionistas e ydigoristas llevaban a cabo el pacto que
finalmente llevó a Ydígoras a la presidencia, en enero de 1958 16.

Los siete meses de caos político que siguieron al asesinato de Castillo Armas
demostraron que ni la élite civil ni la militar tenían la unidad o el poder para institucionalizar
la contrarrevolución. El ascenso de Ydígoras, sin embargo, representó una pequeña victoria
política para las élites agraria e industrial, que se habían sentido insatisfechas con Castillo
Armas. Hacia el final de su campaña, los oligarcas presintieron la derrota del MDN y dieron
su apoyo a Ydígoras. Roberto Alejos Arzú, hijo del ganadero y azucarero enlazado
maritalmente con la familia Arzú Batres, organizó y dirigió la campaña. Alejos, un ingeniero
industrial educado en México, fungió en la directiva de la AGA y se convertiría en uno de los
oligarcas más influyentes durante la década de 1970. Rafael Herrera Dorión, hijo de Carlos
Herrera Luna, esposo de Hilda Cofiño Arzú y representante de la familia más importante de la
agricultura, también hizo sustanciales contribuciones a Ydígoras17.

Fuera de Alejos, que colaboró formal e informalmente con el nuevo gobierno (como
embajador plenipotenciario en Alemania), los oligarcas no ocuparon ningún puesto importante
de gobierno. Tras destruir la revolución, los oligarcas podían de nuevo mandar sin estar en el
gobierno; este se mantuvo atento a los intereses de la oligarquía y, con el estímulo de Alejos,
las élites fortalecieron o crearon las instituciones privadas por medio de las cuales influirían en
la política gubernamental. El MDN, el partido político más popular, se ganó las simpatías de
la oligarquía por su beligerancia anticomunista, pero no logró articular una agenda económica
que beneficiara a la oligarquía modernizante. Más aún, el MDN y otros partidos políticos se
volvieron corruptos y personalistas, vehículos para el ascenso de los políticos de clase media,
antes que entes representativos del sector privado. Las clases altas, insatisfechas con los
partidos políticos, establecieron un promedio de cuatro grupos de interés privado por año
durante la presidencia de Ydígoras, fenómeno que aumentó a diez por año durante la dictadura
de Peralta. Todos los sectores, desde los azucareros hasta los distribuidores de automóviles,
fundaron su propio grupo de interés. Ya fueran organizados por el Estado o exclusivamente
por la iniciativa privada, los grupos de interés institucionalizaron una estructura política
corporativa, por medio de la cual el Estado delegaba al sector privado parte de la potestad para
diseñar y regular las políticas públicas 18.

El ímpetu organizativo comenzó oponiéndose a las políticas revolucionarias de Arévalo


y Árbenz y se intensificó después del derrocamiento de Árbenz. Castillo Armas y el sector
privado buscaron institucionalizar su colaboración política por medio del Consejo de la
Iniciativa Privada, un cuerpo asesor semioficial con representantes del comercio, banca,
industria y agricultura. Aunque el Consejo desapareció tras la muerte de Castillo Armas,
algunos de sus miembros organizaron el Comité Coordinador de Asociaciones Agrícolas,
Comerciales, Industriales y Financieras (CACIF), en enero de 1957. El CACIF, diseñado como
un grupo estructurante de todas las organizaciones de la iniciativa privada, aún simboliza y
defiende la unidad y los derechos del sector privado 19.

El CACIF se convirtió en un poderoso bloque de poder durante la década de 1970,


cuando varias facciones del sector privado se unieron en oposición a los dramáticos aumentos
en el tamaño y en el gasto de un Estado cada vez más corrupto. El CACIF ha funcionado más
efectivamente cuando el gobierno o los insurgentes izquierdistas han desafiado el poder y los
privilegios de la clase alta. Aunque se le considera como una fuerza poderosa y reaccionaria -
defensora consistente del libre mercado y crítica de la intervención estatal- representa una frágil
alianza entre las diferentes facciones de la oligarquía, algunas reaccionarias y otras
relativamente progresistas. La práctica de rotar la presidencia del CACIF entre las diferentes
facciones ha coadyuvado a mantener unida a la coalición, pero las disputas entre los sectores
económicos han estado a punto de causar su disolución 20.

Las élites han movilizado al CACIF cuando una crisis general ha afectado los intereses
de la clase alta; de forma cotidiana, los varios sectores operan por medio de los grupos de
interés privados que se estructuran bajo la cobertura del CACIF. Una de las organizaciones
más poderosas que surgieron durante la presidencia de Ydígoras fue la Asociación Nacional
del Café (ANACAFE). Después de que la mayoría de países productores de café firmaron el
Acuerdo Internacional del Café en 1959, los finqueros temieron que el gobierno asignaría y
regularía la cuota asignada a los cafetaleros. Roberto Alejos persuadió a Ydígoras para que
permitiera que los cafetaleros se regularan a sí mismos. En 1961, el Congreso aprobó los
estatutos de ANACAFE, una institución privada organizada y administrada por los cafetaleros
para controlar la producción y la venta del café. Bajo el control de ANACAFE, la industria
cafetalera se mantuvo como un oligopolio cerrado, con el 1% de los finqueros produciendo el
70% de la cosecha nacional en 1979 21.

La facción más nueva de las élites agrarias, que se desarrolló con la expansión de las
industrias del algodón y del azúcar, en la década de 1950, también organizó su propia
institución con poderes similares a los de ANACAFE. El Consejo Nacional del Algodón,
organizado en 1965, representa a los algodoneros y les permite conservar la estructura oligarca
del negocio del algodón. Un estudio de 1980 reveló que 47 familias controlaban el 75% de la
producción, con tan solo 15 familias controlando casi el 50%. Milton Molina, entre estas, fue
reportado alguna vez como el productor individual de algodón más grande del mundo. Los
azucareros organizaron la Asociación de Azucareros de Guatemala, en 1957, para mantener el
control de la industria y defender sus intereses ante el gobierno. Al igual que el café y el
algodón, la producción de azúcar estaba en manos de la oligarquía, con tan solo diez ingenios
controlando el 84% de la producción 22.

El surgimiento de la autónoma Cámara de Industria, por lo tanto, es paralelo al


desarrollo de otros sectores. Los industriales habían sido socios menores en la alianza, tanto
con el sector comercial como con el sector agrícola desde la década de 1930; aunque la
coalición desafió exitosamente al gobierno revolucionario, no resultaba natural ni cómoda. Para
acelerar el crecimiento industrial, los industriales impulsaron barreras arancelarias y restricción
de importaciones, en oposición directa a los intereses del comercio, que buscaba aranceles más
bajos y el aumento de las importaciones. Cada vez que una industria nueva comenzaba, un
negocio comercial fracasaba, decían los importadores y comerciantes. En 1956, la Cámara de
Comercio e Industria reorganizó su estructura interna, estableciendo juntas directivas separadas
pero paralelas para los sectores comerciales e industriales y cambiándose el nombre a Cámaras
Unidas de Comercio e Industria de Guatemala. Dos años después, la Cámara de Industria se
fusionó con la Asociación General de Industriales para conformar la Cámara de Industria de
Guatemala (CIG), que ha representado al sector industrial desde entonces 23.

Por medio de la CIG, los industriales forjaron una esfera de influencia dentro de la
coalición gobernante, que incluía a los finqueros, azucareros, algodoneros, financistas,
comerciantes y capitalistas extranjeros. Aunque las élites industriales no tomaron el control del
estado, como sucedió supuestamente en Perú (1968) y Ecuador (1975), los industriales
adquirieron una influencia sustancial en la elaboración de las políticas que afectaban
directamente sus intereses económicos 24. Debido a que el liderazgo industrial provenía o
ingresó a la oligarquía por matrimonio o riqueza, la CIG no impulsaría políticas que desafiaran
los intereses de sus colegas. Edelberto Torres-Rivas ha argumentado que la oligarquía
terrateniente amplió la coalición gobernante para incluir a los industriales, con la condición de
que no impulsarían una reforma agraria. Este argumento implica que los industriales habrían
claudicado en su impulso a favor de una reforma agraria, a cambio de ser admitidos en la
oligarquía. Pero, la verdad es que los industriales guatemaltecos nunca fueron sólidos
defensores de la reforma agraria y siempre han pertenecido a la oligarquía. Por otra parte,
ningún otro acuerdo, más que los estatutos del CACIF, mantiene unida a la coalición
gobernante posterior al 54 25.

Sin embargo, la diversificación de los intereses económicos de la oligarquía después de


1954 ha servido como fuerza unificadora entre las élites económicas. La expansión y la
diferenciación de la coalición gobernante (reflejadas en la proliferación de los grupos de interés
privados) enmascaró la unificación de la oligarquía. La oligarquía terrateniente se convirtió en
una fuerte impulsadora de la industrialización y de la diversificación, siguiendo el liderazgo de
su facción modernizante al expandirse hacia la agroindustria, las finanzas y la industria.
Antonio Aycinena Arrivillaga, descendiente de dos prominentes familias comerciales del siglo
XVIII, expandió su base económica de las fincas de café hacia el tabaco, el ganado y la
desmotadora de algodón. Juan José Urruela, descendiente de la familia vasca que rivalizó con
los Aycinena durante el siglo XVIII, se casó con Claudia Köng en 1956, convirtiéndose en el
gerente de la fábrica de jabón de los Köng y fungiendo como presidente de la CIG, en 1969 26.

La expansión de las élites terratenientes hacia la industria fortaleció a los industriales,


legitimó su programa de desarrollo y redujo el conflicto entre las facciones agrícola e industrial
de la oligarquía. Los industriales, como los finqueros liberales de la década de 1870, asumieron
una posición de liderazgo dentro de la oligarquía, pero no desplazaron a la élite terrateniente.
La facción agrícola de la oligarquía se mantuvo poderosa pero intransigente; los industriales
eran aun actores políticos marginales, pero poseían un dinamismo intelectual del que carecían
los finqueros. La revolución había desacreditado el modelo económico liberal; y la
contrarrevolución, destruido el modelo basado en la reforma agraria y laboral, otorgándole a
los industriales la oportunidad de llenar el vacío ideológico con su programa de desarrollo. Las
élites industriales habrían de enseñar a la oligarquía cómo podía reconstruirse el sistema
político y económico y mantenerse la estructura de poder que los revolucionarios habían casi
destruido.

Entre 1958 y 1963, prominentes industriales desempeñaron roles decisivos en la


formulación del Mercado Común Centroamericano y en la promulgación de una legislación
que favorecía la industrialización en base a la sustitución de importaciones. El presidente
Ydígoras se identificó con los industriales y los protegió, considerando su programa como una
solución para el subdesarrollo de Guatemala. Apoyó el esfuerzo de los industriales para
expandir o establecer nuevas industrias, logrando un éxito notable en la formación de una
fábrica de llantas y un molino de harina. En 1956, George J. Plihal, el gerente general de
Incatecu nacido en Checoslovaquia, fundó la Gran Industria de Neumáticos Centroamericanos,
S.A. (GINSA), con la General Tire propietaria del 10% de las acciones de la empresa y a cargo
de la asistencia técnica para la fabricación de las llantas. Durante sus primeros tres años de
operaciones, GINSA perdió dinero en la competencia contra Goodyear y otras llantas
importadas. En 1959, Ydígoras actuó en beneficio de GINSA al revocar la licencia de
importación del distribuidor de Goodyear y al incautar llantas importadas ilegalmente por un
valor de $13 mil. Como resultado, GINSA derrotó a sus competidores extranjeros y se convirtió
en la primera industria protegida por una legislación industrial a nivel regional en 1963 27.

Ydígoras también protegió a la Industria Harinera Guatemalteca, fundada en 1955 por


un grupo de capitalistas guatemaltecos con la asistencia técnica de General Mills. Para proteger
a la empresa de la competencia extranjera, el gobierno aplicó un arancel prohibitivo a la harina
importada, que hacía un monto de $1.7 millones de los $1.9 millones del total del valor de la
harina consumida en 1957. Debido a que los exportadores estadounidenses vendían un buen
porcentaje de esta harina, el Secretario de Estado Dulles emitió una protesta formal en contra
de los aranceles prohibitivos, pero el gobierno respondió que la protección de la industria
nacional de harina era "incuestionable" y se rehusó a bajar dicho arancel. La Industria Harinera
se convirtió en el más grande productor de harina, aunque General Mills posteriormente
adquirió los intereses mayoritarios de dicha empresa 28.

Las políticas proteccionistas de Ydígoras reflejaban la influencia de la CIG. El


presidente delegó el diseño de la política a su ministro de Economía, José Guirola, quien, a su
vez, estaba influenciado por Rafael David Abularach, cabeza de la AGI y presidente de la CIG
después de que se fusionaran las dos instituciones. En 1956, David, un importante fabricante
de textiles que conocía la utilidad de los aranceles proteccionistas, y la CIG comenzaron a
cabildear a favor de una nueva ley de desarrollo industrial, con aranceles más altos y mayores
incentivos fiscales. En abril de 1959, los industriales obtuvieron su legislación proteccionista,
a pesar de la oposición de la embajada de Estados Unidos. Los estadounidenses preferían un
proyecto de ley elaborado por Luis Melgar, un economista educado en Estados Unidos, pero
los operadores políticos de la CIG sofocaron dicha iniciativa e impulsaron su propia ley. Por
lo tanto, la Ley de Fomento Industrial del 30 de septiembre de 1959, llevaba la estampa
proteccionista de la Cámara de Industria29.

La ley reflejaba el deseo de algunas industrias establecidas de proteger y fortalecer su


posición en el mercado. Aunque teóricamente diseñada para estimular nuevas inversiones, las
industrias establecidas podían solicitar aranceles proteccionistas e incentivos fiscales si se
modernizaban o si ampliaban sus instalaciones, disminuyendo con ello la posibilidad de que
estas empresas establecidas enfrentaran la competencia de empresas locales o multinacionales.
Por ende, la ley otorgó a los industriales medios ajenos al mercado con el objeto que
mantuvieran sus posiciones monopolistas u oligopólicas. La ley favoreció a empresas
ineficientes que no podrían competir con productores extranjeros sin una legislación
proteccionista. Seis años después de la entrada en vigencia de la ley, hasta el consejo de
planificación guatemalteco reconoció que la ley había otorgado concesiones excesivas a
empresas no meritorias; se otorgaron exenciones de impuestos a hospitales, cines, empresas de
publicidad y estaciones de televisión. No obstante, los Estados Unidos podían sentirse cómodos
con la supresión de restricciones a la inversión extranjera. A diferencia de la ley de Arévalo, la
ley de 1959 permitía el 100% de propiedad extranjera en cualquier industria y estimulaba el
establecimiento de subsidiarias multinacionales que solo ensamblaban o empacaban
componentes importados 30.

La Ley de Fomento Industrial de 1959, seguida por la formación del Mercado Común
Centroamericano y un pronunciado aumento de la inversión extranjera, completó la estrategia
de desarrollo industrial y ocasionó el crecimiento industrial de la década de 1960. Concebida
por la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) para que se diversificaran las
economías centroamericanas y se redujera su dependencia del capital y los mercados
extranjeros, la estrategia de desarrollo de la CEPAL impulsaba altos aranceles, extensas
regulaciones estatales y restricciones para la inversión extranjera. El gobierno estadounidense
presionó a los centroamericanos para que bajaran los aranceles, redujeran la intervención
estatal y levantaran restricciones al capital extranjero. En junio de 1958, cuando Guatemala,
Honduras y El Salvador aprobaron un tratado de libre comercio auspiciado por la CEPAL y el
Régimen de Industrias de Integración (RII), los diplomáticos estadounidenses intervinieron
para bloquear las políticas "estatistas" de desarrollo de la CEPAL³¹.

Los funcionarios estadounidenses prestaron particular atención al programa Régimen


de Industrias de Integración (RII), un esquema por medio del cual los centroamericanos
autorizarían aranceles proteccionistas a medianas y grandes industrias que requirieran acceso
al mercado regional con el objeto de que operaran con utilidades. Para consolidar un desarrollo
regional equitativo, cada país centroamericano se aseguraría por lo menos de una industria RII,
antes de que una segunda fuera autorizada. Los estadounidenses argumentaron que las fuerzas
del mercado, y no las instituciones gubernamentales, deberían determinar el lugar de las
industrias y que ningún proceso político debería estimular la formación de monopolios en
nombre del libre mercado. Los funcionarios estadounidenses temían que el programa Régimen
de Industrias de Integración (RII) creara un monstruoso laberinto de corrupción y de tráfico de
influencias, en el cual grandes intereses creados obtuvieran aprobación gubernamental para sus
monopolios industriales32.

Con el propósito de que el movimiento integracionista se orientara hacia las políticas


de libre mercado, el Departamento de Estado envió a Harry Turkel y a Isaiah Frank a
Centroamérica, en febrero de 1959, para ofrecer asistencia económica estadounidense a cambio
de modificaciones sustanciales a las políticas de integración. Sin revelar montos exactos,
Turkel y Frank ofrecieron asistencia estadounidense si los centroamericanos creaban "un
verdadero mercado común" (uno que no discriminara en contra del capital extranjero).

La oferta estadounidense coincidió perfectamente con la posición del ministro de


Economía de Guatemala, Eduardo Rodríguez Genís, y de la CIG. Rodríguez explicó a Turkel
y Frank que el esquema del programa Régimen de Industrias de Integración (RII) podía fallar
si no se financiaba apropiadamente y solicitó asistencia económica estadounidense. Aunque la
CEPAL y los intelectuales críticos de la política exterior de Estados Unidos favorecían
restricciones a las inversiones extranjeras directas, la mayoría de los oligarcas guatemaltecos
deseaban atraer inversión extranjera, particularmente al sector manufacturero. En una reunión
auspiciada por la CEPAL en 1959, los inversionistas centroamericanos solicitaron un aumento
de nivel en la inversión extranjera directa e indirecta, argumentando que los recursos
financieros regionales no alcanzaban los quinientos millones de dólares requeridos para
financiar el programa de sustitución de importaciones33.

Con los diplomáticos y empresarios centroamericanos y estadounidenses solicitando un


aumento en los niveles de inversión extranjera, la propuesta final de los acuerdos de integración
reflejaba un compromiso entre el estatismo de la CEPAL y la estrategia de libre mercado del
Departamento de Estado. El Tratado General de Integración Económica de diciembre de 1960,
establecía un mercado común y brindaba aranceles proteccionistas, pero carecía de
restricciones para la inversión extranjera directa. La primera industria protegida por el
protocolo del Régimen de Industrias de Integración (RII) fue GINSA, una empresa conjunta
de la General Tire de Ohio y el capitalista guatemalteco George Plihal. En 1967, Goodyear
adquirió el 70% de las acciones de la fábrica GINSA, una aparente violación del protocolo del
Régimen de Industrias de Integración (RII); pero de haber protestado los centroamericanos,
hubieran cortado la misma mano que los estaba financiando34.

Con la formación del mercado común, las élites industriales habían consolidado su
estrategia de desarrollo a nivel nacional y regional. Desde 1932, los industriales habían
impulsado la integración regional como una medida para ampliar el mercado de sus productos.
Por medio del Mercado Común Centroamericano, los industriales obtuvieron acceso a un
mercado más grande y evitaron una batalla con sus socios agricultores en torno a la reforma
agraria y laboral. Los industriales pudieron haber ampliado el mercado interno al redistribuir
la tierra y al aumentar los salarios en la agricultura, pero dado sus vínculos con los finqueros y
su relativa debilidad política, carecían de los medios o el deseo para lograr reformas internas.
Más que antagonistas de los terratenientes, los industriales eran los protagonistas más notables
de la oligarquía, ansiosos de modernizar la base económica de la élite, pero sin redistribuir la
riqueza ni el poder.

Los industriales ganaron poder político al colaborar con la élite militar y agrícola.
Ydígoras institucionalizó la división de poder dentro de la coalición gobernante al delegar la
elaboración de las políticas públicas y el poder regulatorio a los grupos de interés privados. La
CIG, como los finqueros que habían establecido su propia cuota de café internacional, elaboró
y supervisó la implementación de la legislación industrial, aunque de una manera menos formal
y sistemática que ANACAFE. La CIG funcionó como un ente consultivo para el Ministerio de
Economía, emitiendo 116 informes sobre propuestas de concesiones industriales entre 1959 y
1963 35.

Con los sectores agrarios, comerciales y financieros llevando a cabo funciones


similares, Ydígoras consolidó la estructura corporativa del poder, la que, sin embargo, dejó a
dos sectores insatisfechos: el del trabajo y el militar. El movimiento sindical autónomo,
diezmado durante la contrarrevolución y denegada su representación formal dentro de la
estructura corporativa, no recobraría su fuerza sino hasta mediados de la década de 1970. A
pesar de un aumento sustancial de la fuerza laboral durante la década de 1960, la membresía
sindical bajó de 10.33% de la fuerza laboral económicamente activa en 1953, a solo 1.62%, en
1975. El resultado fue una variante guatemalteca del corporatismo que difiere de la variante
clásica de Mussolini en que el gobierno no cooptó a las clases trabajadoras 36. Todas las
facciones de la clase alta, salvo pocas excepciones individuales, compartían la convicción de
que el sindicalismo subvertía el sistema democrático y capitalista.

Aun cuando las fuerzas armadas arbitraron la línea de sucesión de Castillo Armas a
Ydígoras, su fuerza institucional padeció de divisiones internas originadas en el período
revolucionario. La fragmentación dentro del ejército explotó en noviembre de 1960, cuando el
capitán Marco Antonio Yon Sosa y el teniente Luis Turcios Lima, ofendidos por el uso que
hacía la CIA del territorio guatemalteco al entrenar en él a los exiliados cubanos para la
invasión a la bahía de Cochinos, se sublevaron contra del gobierno de Ydígoras. Aunque la
rebelión fracasó, Yon Sosa y Turcios Lima establecieron los primeros frentes guerrilleros en el
oriente de Guatemala. Llevaron consigo oficiales nacionalistas, algunos de ellos leales a
Árbenz; la rebelión y el movimiento guerrillero que le siguió, fortaleció paradójicamente el
sentido de unidad, disciplina y propósito del ejército, puesto que ahora contaban con un
enemigo al cual combatir37.

Los militares también emergieron de la rebelión de 1960 con un mayor control


institucional sobre el gobierno de Ydígoras. El presidente premió con nuevos uniformes,
promociones y más puestos y gubernamentales a los oficiales que le fueron leales. Después de
que los tres principales partidos de oposición demandaron su renuncia una violenta protesta
estudiantil estremeciera la ciudad en marzo de 1962, Ydígoras designó oficiales militares en
nueve de los diez cargos ministeriales. Más tarde ese mismo año, el general cometió un error
crucial al anunciar que tenía la intención de permitir que el exmandatario Arévalo participara
en la campaña para la presidencia. El coronel Enrique Peralta Azurdia, ministro de la Defensa,
derrocó a Ydígoras temiendo la reelección de un "simpatizante comunista", canceló las
elecciones y estableció una dictadura militar38.

El golpe de Estado de 1963 marcó la aparición definitiva de los militares como árbitros
de la política. Ocasionalmente, los oficiales del ejército habían desempeñado esa función con
anterioridad, particularmente después del asesinato de Castillo Armas, pero el golpe del 63 fue
diferente. Los militares, por lo general, se habían limitado a reaccionar ante los sucesos; pero
a partir del derrocamiento de Ydígoras, las fuerzas armadas intentaron moldear el curso de la
política y establecer los parámetros por los cuales se desarrollaría la actividad política. El alto
mando argumentó que el golpe, llamado Operación Honestidad, fue necesario para prevenir
una guerra civil, impedir que los comunistas llegaran al poder y limpiar el sistema político de
políticos ineptos y corruptos. El coronel Peralta, Jefe de Estado del gobierno militar, intentó
reestructurar la coalición gobernante y redefinir la división de trabajo interno,
institucionalizando la función del sector militar como el árbitro de los asuntos públicos39.

La incapacidad de la élite civil para conformar un sistema político viable hizo posible
que los militares se insertaran en la arena política y reestructuraran la coalición gobernante.
Con cuarenta partidos políticos, había sido extraordinariamente difícil para el Presidente o para
el Congreso aprobar leyes y la percepción de un gobierno impotente, dirigido por políticos
corruptos, motivaba la hostilidad pública hacia el Estado y los partidos políticos. Peralta, quien
atribuía muchos de los problemas de Guatemala a la multiplicidad de partidos políticos, intentó
reducir el número de partidos al requerir que cada cual contara con por los menos 50 mil
afiliados. Para 1966, sólo habían tres partidos grandes, el Partido Revolucionario (PR), el
Movimiento de Liberación Nacional (MLN) y el Reconciliación Democrática Nacional (RDN,
los ydígoristas). La Democracia Cristiana (DCG) presentó 50 mil firmas, pero el Tribunal
Electoral rechazó su solicitud basándose en un tecnicismo40.

Una asamblea constituyente, convocada por la dictadura militar, allanó el camino a la


democracia limitada que Peralta esperaba establecer. El artículo 27 de la Constitución de 1965
prohibía el Partido Comunista y cualquier otro partido con vínculos internacionales o
tendencias doctrinarias que "atacaran la soberanía del Estado", cláusulas que los militares
emplearon para restringir las actividades de la Democracia Cristiana y del Partido Social
Demócrata. A la vez que los militares prohibían todos los partidos de centro-izquierda,
formaron su propio partido político, el Partido Institucional Democrático (PID), en un esfuerzo
por institucionalizar una democracia dirigida al estilo del sistema de partido único de México.
El PID, oficialmente inscrito en enero de 1965, logró una afiliación de 110 mil partidarios en
menos de tres meses. Aun cuando estaba comprometido con la exterminación del comunismo,
el PID postuló una ideología nacionalista y desarrollista que apelaba a una oligarquía industrial
cada vez más influyente. Dentro del nuevo marco político diseñado por los militares, el PID se
colocó a sí mismo en el centro político, entre el PR a la izquierda y el MLN a la derecha 41.

La reconstrucción de la estructura del poder bajo la dictadura militar no alejó a la élite


industrial. De hecho, cooperaron con el gobierno y recibieron recompensas tangibles a cambio.
Peralta se reservó los nombramientos al gabinete para oficiales militares de su confianza, pero
designó una nueva generación de oligarcas, los industriales y financieros, en comisiones
gubernamentales y les delegó la discusión de la planificación nacional. Como resultado parcial,
el gobierno militar incrementó su gasto en carreteras, electrificación, telecomunicaciones y
otros proyectos de infraestructura que beneficiaron al sector privado. Peralta cooptó a la élite
y mantuvo la división del trabajo que había surgido antes de su régimen, delegando autoridad
a las élites económicas en áreas que les afectaban directamente, mientras conservaba la
autonomía absoluta de los militares sobre la seguridad interna42.

La Cámara de Industria tuvo una relación más constructiva con el dictador militar que
con cualquier otro presidente nominalmente democrático que lo había precedido. La
democracia no servía necesariamente a los oligarcas industriales mejor que las dictaduras; lo
que les importaba era que el gobierno les permitiera el acceso a las instituciones encargadas de
la política económica. Los mejores gobiernos, en lo que concierne a la oligarquía industrial,
eran aquellos que les delegaban la política económica y los industriales nunca estimaron tanto
a un gobierno como al de Peralta. Peralta no les dio a los industriales todo lo que pidieron, solo
emitió vagas promesas de expeditar el proceso de exenciones impositivas a la industria, pero
los oligarcas industriales recibieron un trato más favorable con él que con cualquiera de los
reformistas democráticos que le siguieron 43.

La CIG, encabezada por uno de sus más acaudalados miembros, el oligarca Ramiro
Castillo Love, llevó a cabo un avance sustantivo hacia el establecimiento de dos instituciones
financieras que el sector industrial necesitaba desesperadamente para modernizar y ampliar su
base productiva. En la década de 1960, el crecimiento económico, en general, y la
industrialización, en particular, habían estado limitados por un sistema financiero rudimentario
que mantuvo las tasas de ahorro y de inversión por debajo del promedio centroamericano.
Durante este período, el 52% del total de la formación de capital fue financiado internamente
por medio de canales no institucionales, mientras que los intermediarios financieros privados
de Guatemala, principalmente bancos comerciales, solo aportaron cerca del 12% de la
inversión total. Las leyes y las costumbres hacían que los bancos comerciales se sintieran poco
atraídos por los préstamos de mediano y largo plazo para proyectos industriales. Lo
acostumbrado eran los préstamos de corto plazo a clientes preferenciales. Analistas de la
Agencia para el Desarrollo Internacional (AID, por sus siglas en inglés) concluyeron que "los
proponentes de proyectos de alto riesgo y los empresarios desconocidos con escasos
colaterales, sin duda alguna siempre han sido ignorados por las fuentes alternativas,
especialmente por los bancos comerciales "44.

La CIG, con el propósito de mejorar la infraestructura financiera, cabildeó para


establecer dos nuevos bancos. Peralta no solo aceptó la solicitud de la Cámara de Industria para
formar un banco de fomento industrial, sino que le delegó su constitución. La CIG nombró un
comité dirigido por Enrique Matheu, Ramiro Castillo Love y Rafael David Abularach para que
elaborara los estatutos de la nueva entidad. Por medio del Decreto 170 (depósitos de capital)
de 1964, Peralta obligó a que cada empresa que hubiera recibido exenciones impositivas bajo
la Ley de Fomento de 1959 realizara un depósito al Banco de Guatemala equivalente al 10%
de dicha exención. Estos depósitos estaban destinados a constituir el capital inicial del Banco
Industrial, formalmente inaugurado con un capital pagado de Q3.9 millones en junio de 1968.
El presidente del nuevo banco fue Ramiro Castillo Love, precisamente el hombre que lo
organizó cuando dirigía la Cámara de Industria. Con un ingreso anual garantizado de cerca de
dos millones de quetzales derivados exclusivamente de las contribuciones industriales
obligatorias, el Banco Industrial se convirtió en el banco más grande de Guatemala y la riqueza
de la familia Castillo se expandió en una magnitud correspondiente. En 1985, Ramiro Castillo
Love era aún el presidente del Banco Industrial, que para entonces estaba valorada en 390
millones de quetzales45.

Al mismo tiempo que impulsaba el Banco Industrial, la CIG promovía el


establecimiento de un banco privado para el desarrollo, denominado Financiera Industrial y
Agropecuaria, S.A. (FIASA). A mediados de la década de 1960, varias instituciones financieras
internacionales, incluyendo la Agencia para el Desarrollo Internacional, el Banco
Interamericano para el Desarrollo y la International Finance Corporation trabajaron con
inversionistas privados de Guatemala para crear una financiera, un banco de inversión
concebido para otorgar créditos de mediano y largo plazo a industrias e invertir directamente
en empresas industriales, e especial las que eran consideradas de alto riesgo. La CIG se unió a
la Cámara de Comercio, a la AGA, a la Asociación de Azucareros y a la Asociación
Guatemalteca de Productores de Algodón para promover el proyecto conjuntamente con el
gobierno. Los industriales daban gran importancia a FIASA argumentando, en 1965, que
proveería los recursos financieros requeridos con urgencia para la expansión de la industria y
la agricultura 46.

Serias disputas entre el gobierno, el sector privado y la AID postergaron el


establecimiento de FIASA hasta 1969. Los banqueros querían colocar a sus directores en el
consejo de administración de FIASA, una propuesta que el gobierno interpretó como una
violación de los estatutos constitutivos que prohibían directorios interconectados en el sector
bancario. La presión de la AID para acelerar las negociaciones solo logró que las cosas
empeoraran, pues Peralta cuestionaba los esfuerzos estadounidenses por imponer condiciones
en los préstamos durante el proceso de negociación. El régimen de Peralta, argumentando que
los funcionarios de la AID habían mostrado poco respeto por la soberanía guatemalteca durante
las negociaciones, solicitó su remoción. Debido a que Peralta rechazó las condiciones de la
ayuda estadounidense, la asistencia económica y militar declinó de 1963 a 1966 47. Peralta
había sentado el precedente para el nacionalismo desafiante y beligerante que desplegaron los
militares guatemaltecos en los años posteriores.

Sin embargo, Peralta y sus aliados en el PID no lograron institucionalizar su democracia


limitada. Peralta esperaba que la nueva estructura constitucional le permitiera al PID postular
y elegir un candidato seleccionado entre las mismas filas militares. De tener éxito, el PID habría
satisfecho las demandas de la élite civil al establecer un régimen constitucionalista que
calificara asistencia económica estadounidense. Sin embargo, las pronunciadas para recibir
divisiones ideológicas dentro del PID y los militares, llevaron a dos diferentes postulaciones
militares. Después de que el PID postuló a un candidato convenido, el coronel Juan de Dios
Aguilar, el MLN postuló al coronel Miguel Ángel Ponciano, Jefe del Estado Mayor de las
fuerzas armadas, que representaba la facción liberacionista de los militares. Divisiones en la
derecha permitieron a Julio César Méndez Montenegro, candidato por el izquierdista PR, ganar
con la mayoría de votos en la primera vuelta de las elecciones presidenciales de 1966 48.

El fracaso de la estrategia electoral de los militares obligó a las fuerzas armadas a


alcanzar un acomodo con Méndez Montenegro, un abogado de 51 años que había sido líder
estudiantil durante la Revolución de octubre de 1944. Como decano de la Facultad de Derecho
de 1950 a 1966, Méndez Montenegro se mantuvo al margen de la política hasta que la
sospechosa muerte de su hermano Mario lo lanzó a la candidatura presidencial. Después de una
serie de reuniones secretas entre Méndez Montenegro y Peralta, los operadores políticos
acordaron los términos bajo los cuales los militares permitirían a Méndez Montenegro asumir
la presidencia. Aunque este, en repetidas ocasiones negó haber llegado a pacto alguno con los
militares, antes de asumir el poder, las pruebas en su contra incluyen una copia publicada de
un acuerdo de ocho puntos firmada por él mismo, el vicepresidente electo Clemente Marroquín
Rojas, Peralta y los comandantes de todas las zonas militares. Méndez Montenegro juró
combatir al comunismo, excluir a los radicales de su gobierno y respetar la autonomía
institucional del ejército, en particular el poder para conducir operaciones contrainsurgentes.
De acuerdo a otros analistas, los militares también aceptaron retirar a 200 de los 400 coroneles,
en un esfuerzo por impedir un golpe de estado posterior49.

De cualquier forma, el pacto permitió a Méndez Montenegro encabezar el Tercer


Gobierno de la Revolución, el gobierno menos militarizado y más reformista desde Árbenz.
Méndez nombró civiles en 9 de los 10 ministerios, todos ellos provenientes de los grupos
profesionales y la comunidad universitaria, con la notable excepción del oligarca Emilio
Arenales Catalán, quien fungió como ministro de Relaciones Exteriores hasta su asesinato en
1969. El doctor Alberto Fuentes Mohr, el nuevo ministro de Finanzas, encabezó un equipo de
reformistas moderados que al inicio recibió elogios y apoyo de la comunidad empresarial por
su honestidad, experiencia y dedicación. Aún así, una empresa consultora de la AID informó,
en 1967, que los líderes de la Cámara de Industria no confiaban en el gobierno, principalmente
porque los funcionarios gubernamentales rara vez consultaban con ellos antes de elaborar
grandiosos proyectos de desarrollo 50.

Sin embargo, la administración de Méndez Montenegro amplió la representación


institucionalizada del sector privado en el gobierno. Bajo la nueva Constitución, un
representante de cada uno de los sectores agrícola, industrial, comercial y financiero formarían
parte de un consejo de estado presidido por el vicepresidente. Aunque concebido
exclusivamente como una entidad asesora, el consejo se convirtió, a mediados de la década de
1970, en un cuerpo consultivo independiente y agresivo. En 1967, Méndez Montenegro amplió
la membresía de la Junta Monetaria del Banco de Guatemala para incluir a directores de los
grupos de interés privados. De acuerdo con la CIG, la inclusión del sector privado en la Junta
Monetaria, que coordinaba la política fiscal y monetaria, mantendría un diálogo constructivo
entre el sector privado y el gobiernos 51.
La representación formal de la CIG en el Consejo de Estado y en la Junta Monetaria
confirmó que los oligarcas industriales habían adquirido un poder político semejante al poder
de los finqueros. En la Junta Directiva de la Cámara y como asesores habían algunos miembros
de las familias más antiguas y poderosas del sector industrial, incluyendo a Ramiro Castillo
Love (presidente), Fernando Ibargüen, José María Cofiño, Luis Köng, Rafael David Abularach,
Enrique Matheu y Enrique Novella. Todos ellos, actores dinámicos del sector privado, tenían
acceso regular, aunque informal, al gobierno. En agosto de 1966, la junta directiva de la Cámara
se reunió con el presidente Méndez Montenegro para discutir los problemas que afectaban el
ritmo del desarrollo industrial. En esta reunión, el ministro de Economía presentó la propuesta
de una nueva ley por medio de la cual el gobierno pretendía acelerar la clasificación de las
industrias bajo la Ley de Desarrollo de 1959. Después de dos meses de cabildeo exitoso por
parte de la CIG, el Congreso aprobó una nueva ley que eliminaba los impedimentos
burocráticos que entorpecían el proceso por medio del cual las industrias calificaban para
obtener importantes exenciones impositivas 52.

La buena voluntad generada por estas medidas limitadas se evaporó durante el segundo
año de la administración Méndez Montenegro. En noviembre de 1966, el gobierno propuso una
ley de impuesto sobre inmuebles y el sector privado se unió inmediatamente para abrogarla. A
pesar de que el Fondo Monetario Internacional (FMI) calificó a Guatemala en el puesto 71 de
72 países, en términos de equidad y efectividad impositiva, el sector privado se opuso
vehementemente a cualquier intento de aumentar la carga tributaria. Los grupos de interés
privados se movilizaron individual y colectivamente por medio del CACIF y, con la asistencia
de los ministros del MLN en el gobierno, abortaron la medida al enviarla a una comisión
nacional especialmente creada para estudiar la reforma tributaria en junio de 1967 53.

En la guerra de propaganda librada en contra de la reforma tributaria propuesta, los


oligarcas industriales revelaron un liberalismo económico beligerante que se manifestaba como
su característica ideológica más prominente. La CIG se oponía a cualquier tipo de reforma
tributaria que no incluyera una modificación completa del sistema tributario existente.
Argumentando que la ineficiencia y corrupción gubernamental eran los causantes de los
problemas fiscales, la Cámara sostuvo que el gobierno no debía de crear nuevos impuestos
hasta que no gastara más eficientemente sus ingresos. En vez de aumentar la sustancial carga
tributaria ya impuesta al sector productivo, la CIG solicitó al gobierno abandonar la idea de
crear impuestos simplemente para satisfacer las necesidades inmediatas de la tesorería. La CIG
argumentó que "el desarrollo debe fomentarse para que el incremento de ingresos sea el
resultado de un aumento de la actividad económica; y para lograr dicho propósito, se debe
escuchar la voz de aquellos que producen en este país, circunscribiendo la reforma tributaria a
la realidad guatemalteca, y nunca imponiendo un ajuste basado en alguna teoría"54.

Estimulada su moral y confianza por las altas tasas de crecimiento económico


registradas desde 1954, los oligarcas industriales buscaron ser reconocidos a nivel nacional
como las élites ilustradas que podían conducir al país hacia una sociedad más desarrollada.
Pocas veces antes habían desplegado una actitud tan arrogante y paternalista. Para ellos, los
reformistas en la burocracia, aunque pudieran ser técnicamente eficientes, todavía no
comprendían cómo operaba el sector privado. Para evitar futuros malentendidos del tipo de la
fallida propuesta impositiva, la CIG demandó una participación más amplia en la formulación
de las políticas, asegurando que el gobierno debía seguir las recomendaciones de aquellos que,
de hecho, trabajaban en la industria 55.

A lo largo del debate público sobre la reforma tributaria, el gobierno no logró explotar
las evidentes contradicciones que se daban en la posición de los industriales en relación a los
impuestos. Aunque estos argumentaban que buscaban la equidad impositiva, la Ley de
Fomento Industrial de 1959 les otorgaba exenciones impositivas con un valor de millones de
dólares, beneficios de los cuales no gozaba ninguna otra élite productiva e "ilustrada". Los
industriales defendieron sus privilegios basados en el argumento de que ellos aportaban el 33%
del total del impuesto sobre la renta y de haber creado siete mil nuevos empleos en el período
1966-1967. Los incentivos fiscales no eran dádivas gubernamentales, sino incentivos
temporales que les permitían modernizar las plantas industriales, para que pudieran competir
con los países más industrializados 56.

Irónicamente, los mismos "expertos" gubernamentales que los industriales criticaban


regularmente compartían sus consideraciones sobre el modelo de Industrialización basada en
la Sustitución de Importaciones (ISI), incluyendo lo relativo a los incentivos fiscales. Para
recaudar dinero, el gobierno no podía aumentar el impuesto sobre la renta ni eliminar las
exenciones impositivas a los industriales. En noviembre de 1967, el gobierno propuso otra
reforma tributaria, un 5% en impuesto sobre ventas y servicios y otro 20% en artículos de lujo.
La CIG aún objetaba ambos impuestos y recomendaba, en su lugar, un presupuesto austero y
controles más estrictos en las tasas de cambio. Aunque la CIG y otros grupos de interés
privados no lograron impedir la aprobación del paquete tributario en el Congreso al mes
siguiente, el gobierno vetó el aumento tributario en enero de 1968, temiendo que un golpe de
Estado militar pusiera fin al primer experimento civil en el gobierno después de 1954. La
renuncia subsiguiente de Alberto Fuentes Mohr, el ministro de Finanzas responsable de ambos
paquetes tributarios, confirmó la completa victoria del sector privado. En una reunión posterior
con el CACIF, Méndez Montenegro prometió no crear otro impuesto nuevo 57.

Había fracasado el primer intento de una reforma moderada en el período posterior a


1954. Para los militares, perder las elecciones de 1966 fue solo un retroceso temporal en el plan
para crear un único partido estatal bajo su mando. Basándose en el pacto de 1966, los militares
declararon estado de sitio en noviembre de 1966 y lanzaron una campaña contrainsurgente, a
gran escala, que diezmó la base rural de la guerrilla en el oriente de Guatemala. Los
escuadrones de la muerte, dirigidos por militares y funcionarios gubernamentales, asesinaron
y aterrorizaron a los reformistas. Mientras Méndez Montenegro involucraba a la élite
económica en un improductivo debate sobre la reforma tributaria, los extremistas de la derecha
se reorganizaban bajo el liderazgo del coronel Carlos Arana Osorio, el chacal de Zacapa, quien
dirigía los operativos del ejército en esa área. De acuerdo a James Dunkerley, la ofensiva de la
derecha había tenido tal ímpetu durante la administración de Méndez Montenegro que un
gobierno completamente autocrático, más probablemente encabezado por el coronel Arana,
seguiría al reformista civil en 1970 58.
La experiencia con el reformismo civil no convenció a muchos miembros de la
oligarquía industrial que el orden democrático funcionara mejor para sus intereses que una
dictadura militar. A diferencia de los regímenes militares de 1963 a 1966, el Tercer Gobierno
de la Revolución había enfrentado a la élite económica proponiendo impuestos más altos y más
burocracia. Méndez Montenegro suspendió sus proyectos reformistas, cuando las clases altas
se unieron sólidamente en su contra y por el escaso apoyo que tenía en el ejército. El fracaso
del experimento reformista dejó a los oligarcas industriales dispuestos a forjar una nueva
alianza con los militares, pues tenían poca confianza en la habilidad de la administración civil
para que representara sus intereses. El régimen de Peralta proveyó el ejemplo de hacia dónde
querían ir las élites civiles y militares: hacia un partido estatal único dominado por los militares,
que delegara la facultad de elaborar políticas públicas económicas a las élites económicas, los
sectores altos ilustrados que demandaban que los llamados expertos y teóricos les cedieran el
terreno a ellos. Si los militares hubieran mantenido esta división de trabajo durante la década
siguiente, los oligarcas hubieran dejado a los militares al mando de la estructura de gobierno
de manera indefinida, pues ellos mostraban poco interés en tomar el control directo del Estado.
Capítulo 7

MILITARIZACIÓN Y AISLAMIENTO
1970-1983
En el verano de 1972, el presidente Carlos Arana Osorio convocó a una reunión sin
precedentes entre el alto mando del ejército y ciento cincuenta representantes del sector
privado. Arana les habló como el representante de un ejército unificado, cuya autoestima había
quedado fortalecida tras la derrota del movimiento guerrillero en el oriente de Guatemala.
Convencido de que el ejército debía asumir la carga de conducir el progreso del país hacia una
sociedad democrática y desarrollada, Arana exhortó a los empresarios a mejorar las
condiciones laborales y a aumentar los salarios, argumentando que el ejército no iba a poder
eliminar el comunismo hasta que las desigualdades sociales y económicas del país fueran
enfrentadas 1.

Debido a que muy pocos empresarios tomaron en serio a Arana y menos empresarios
aún apoyaron las reformas que proponía, el ejército lanzó su proyecto de modernización sin el
apoyo decidido de la oligarquía. Durante los gobiernos de Arana Osorio (1970-1974), el
general Kjell Eugenio Laugerud (1974-1978) y el general Romeo Lucas García (1978-1982),
se establecieron instituciones para el desarrollo, promovieron la explotación de los recursos de
petróleo y níquel, invirtieron en empresas industriales, construyeron presas hidroeléctricas,
establecieron cooperativas agrícolas e, incluso, toleraron el resurgimiento de sindicatos.
Durante el proceso, los militares se aislaron de los oligarcas al aumentar drásticamente el gasto
público, una buena porción del cual terminaba en las cuentas de banco de los oficiales de alto
rango. Como consecuencia, la coalición de gobierno estuvo al borde del rompimiento, la frágil
alianza establecida después de 1954 se volvió inoperante debido a que los militares actuaban
política y económicamente de una forma tan autónoma, que ya no respetaban la división de
poder que se había acordado durante la contrarrevolución.

En 1970, las élites aceptaron sin protestar la reimposición del gobierno militar
considerando que Arana serviría a sus intereses mejor que cualquier otro civil. A mediados de
la década, sin embargo, el programa de desarrollo militar comenzó a distanciarse del sendero
trazado por los oligarcas. El impacto económico, que llegó luego del colapso del Mercado
Común Centroamericano y del embargo petrolero de 1973, llevó a los industriales a adoptar un
nuevo modelo de desarrollo basado en un gasto público limitado, reducciones impositivas y
libre mercado. La facción dominante de los militares impuso sus políticas a las élites
económicas, aumentó los impuestos cuando el sector privado buscaba reducirlos e incurrió en
déficit cuando los oligarcas deseaban un presupuesto balanceado. La corrupción asociada a los
proyectos públicos de los militares alejó aún más a las élites y dejó a los militares carentes de
una fuerte base de apoyo en el sector privado o en el gobierno estadounidense. Hacia el final
de la década, los militares gobernaban solos, justo cuando se enfrentaban a un movimiento
guerrillero reorganizado en el altiplano occidental.

Sin embargo, los oligarcas no estaban preparados para arrebatarle las riendas del
gobierno a los militares, pues dependían de las fuerzas armadas para derrotar a los guerrilleros
y carecían de la unidad requerida para convertirse en una élite gobernante. Las élites se
opusieron, en general, a las políticas económicas de los militares, pero les faltaba alcanzar un
consenso sobre cómo corregir el modelo de desarrollo. Los intereses agrícolas se aferraron
tenazmente a las políticas económicas proteccionistas, bastante después de mercado regional
perdiera su vitalidad. Las élites industriales, en que el contraste, comenzaron a articular una
agenda de desarrollo neoliberal, pidiendo la eliminación de los aranceles proteccionistas y una
promoción vigorosa de los productos no tradicionales de exportación en un sistema económico
sin privilegios. Después de figurar casi dos décadas como socios menores en la coalición
gobernante, los oligarcas industriales surgieron como un actor político autónomo y ambicioso,
dispuestos a intervenir en la política e impulsar las reformas necesarias que prepararan al sector
industrial para la competencia en el mercado internacional.

En la medida en que se dio una facción política progresista dentro de la oligarquía


industrial, sus orígenes resultan negativos, ya que su formación fue estimulada por el abuso de
poder de los gobiernos militares. Las élites económicas hubieran estado de acuerdo con un
régimen militar, si los oficiales hubieran respetado las reglas del juego establecidas. Mientras
Arana reprimía a la guerrilla y a la clase trabajadora, los oligarcas, por lo general, ignoraban
los medios empleados para combatir a los supuestos subversivos. Los escuadrones de la muerte,
probablemente vinculados a un comité de dirección que incluía a Mario Sandoval Alarcón y al
ministro de la Defensa, general Laugerud, asesinaron a más de 700 líderes sindicales y
activistas políticos, entre noviembre de 1970 y marzo de 1971 2.

Las élites económicas aceptaron las tácticas que impuso la línea dura militar como una
medida desagradable pero necesaria para erradicar el comunismo. En esencia, apoyaban la
explicación de los militares de que la crisis política los obligaba a ello, con el objeto de
institucionalizar una democracia dirigida conforme al modelo mexicano. Aunque Arana
asumió la presidencia como candidato de la coalición MLN/PID, la imagen fascista del MLN
y sus vínculos con el movimiento liberacionista de 1954 contrapusieron a las facciones
militares dominantes. Para 1972, el balance de poder dentro del gobierno se había inclinado
decisiva y permanentemente a favor del PID. En la asamblea nacional del PID, en septiembre
de 1972, el alto mando escogió al sucesor de Arana entre su cuerpo de oficiales, mientras el
MLN trataba desesperadamente de forjar una nueva alianza con otros partidos políticos³.

La oligarquía industrial no presentaría oposición a la sucesión presidencial dirigida por


los militares, en tanto estos designaran representantes del sector privado en el equipo
económico del gabinete. Antes de la toma de posesión de Arana, la Cámara de Industria expresó
un fuerte interés por los nombramientos en los Ministerios de Economía, Finanzas, Agricultura
y Trabajo. Aunque Arana no reservó estos puestos para candidatos provenientes de la CIG o
del CACIF, aplacó a los grupos de interés privados al designar a funcionarios que respetarían
sus intereses y les darían acceso al gobierno. En 1974, con Jorge Lamport Rodil, Roberto
Herrera Ibargüen, Jorge Arenales Catalán y Carlos Molina Mencos, a cargo de los Ministerios
de Finanzas, Gobernación, Relaciones Exteriores y Economía, la oligarquía estaba
ampliamente representada en el régimen militar 4.

La presencia de representantes del sector privado en el gobierno minimizó, pero no


eliminó el conflicto entre la élite militar y la económica. La división entre ambas estructuras
de poder garantizaba el surgimiento de disputas ocasionales. En 1973, por ejemplo, el ministro
de Finanzas Jorge Lamport, el representante aparente del sector privado, propuso aumentar
impuestos a las exportaciones de café, azúcar, algodón y carne, y enfrentó al poderoso lobby
de los agroexportadores. A pesar de los alegatos de este ministro sobre que el gobierno no podía
ocuparse de las necesidades urgentes del país sin una sustancial reforma tributaria, el Congreso
de la República aprobó, en mayo de 1974, un paquete tributario que de hecho reducía los
impuestos a las exportaciones de café 5. La oligarquía aún tenía la suficiente influencia en el
gobierno para resistir la imposición de reformas impulsadas por los militares.

Los oligarcas industriales también detentaban suficiente poder político para influir en
las políticas de desarrollo de Arana. La administración de Arana reconoció que el fracaso del
mercado común, posterior a la guerra entre Honduras y El Salvador, en 1969, obligaba al
Estado a establecer nuevas fuentes de financiamiento y de apoyo para que los industriales
ingresaran a mercados ubicados más allá de los confines centroamericanos. En Costa Rica,
Honduras y Guatemala las corporaciones estatales con frecuencia invirtieron en proyectos
industriales y los administraron en asociación con inversionistas locales. Luego de la toma de
posesión de Arana, el Estado comenzó la negociación con la CIG para establecer la
Corporación Financiera Nacional (CORFINA), un banco estatal de desarrollo que otorgaría
préstamos y que invertiría directamente en la industria, la minería y el turismo. Antes del
gobierno de Arana, el Estado solo invertía o administraba servicios públicos tales como el
ferrocarril, la telefonía y los embarques marítimos, pero con CORFINA los militares se
propusieron invertir en empresas productivas, un campo tradicionalmente reservado a la
iniciativa privada6.

La Cámara de Industria reconoció su incapacidad para impedir que los militares


establecieran CORFINA y decidieron ponerse a trabajar para modificar la propuesta original.
La Cámara objetó los artículos que establecían que todas las industrias debían contribuir con
CORFINA, porque la legislación existente ya los obligaba a hacerlo con el Banco Industrial.
A diferencia de como se había actuado con ese banco privado, que además de ser propiedad de
los oligarcas industriales, había sido organizado y administrado por ellos, ninguna de las
empresas que contribuyeran con CORFINA tendría un representante en la junta directiva. La
Cámara demandó modificaciones al anteproyecto de ley, argumentando que las contribuciones
obligatorias violaban los derechos fundamentales de libre asociación y las garantías
constitucionales de libertad para la industria. En junio de 1972, el Congreso aprobó una versión
modificada de CORFINA que otorgaba a los industriales la opción de contribuir, con un 10%
de sus exenciones de impuestos al Banco Industrial o 5% a CORFINA 7.
A pesar de su renuencia a aceptar CORFINA, los industriales concluyeron que un
mayor crecimiento industrial requería de una alianza con el sector público. A finales de la
década de 1960, la CIG comenzó a cabildear con el objeto de obtener asistencia gubernamental
para la exportación de bienes manufacturados más allá de Centroamérica. La interrupción del
acuerdo regional que resultó de la "Guerra del fútbol" entre El Salvador y Honduras en 1969,
intensificó los esfuerzos de la Cámara para encontrar mercados fuera de la región. Debido a
que las exportaciones tradicionales de Guatemala (café, azúcar y algodón) estaban reguladas
por cuotas de importación (ya fuera por acuerdos internacionales o por la legislación
estadounidense), la Cámara argumentó que Guatemala no podía incrementar la producción en
esas áreas. Como consecuencia, el crecimiento económico solo podía provenir de las
exportaciones no tradicionales, incluyendo algunos productos industriales y nuevos productos
agrícolas, como el cardamomo, flores frescas y vegetales congelados. Para aumentar las
exportaciones no tradicionales, sin embargo, el gobierno tenía que mejorar la red de transporte
y brindar asistencia técnica con relación a las condiciones de los mercados extranjeros y los
procedimientos burocráticos. En junio de 1971, después de un cabildeo sustancial de la CIG,
el gobierno estableció el Centro Nacional de Promoción de Exportaciones (GUATEXPRO),
una institución autónoma del Estado concebida para brindar asistencia técnica a las empresas
y, con ello, incrementar las exportaciones 8.

Aunque la colaboración pública y privada produjo un significativo aumento en la


productividad industrial y en las exportaciones no tradicionales, se dio una amarga disputa
entre ambos sectores durante el gobierno de Arana. La expansión del Estado disgustó al sector
privado, aún temeroso por el recuerdo de los dos gobiernos revolucionarios. En mayo de 1972,
la CIG emitió una de las primeras críticas a las políticas de desarrollo de los militares, alegando
que el gobierno había violado los principios de libre empresa. El CACIF añadió su propia
crítica en agosto, cuando censuró al Congreso por no consultarlos, antes de aprobar una
importante legislación económica. Los legisladores respondieron con un agudo ataque en
contra de los capitalistas que deseaban utilizar al Congreso para obtener beneficios económicos
personales9.

Mientras la economía crecía entre 1954 y 1974 (ver gráfica 7) y los militares extendían
el rol del sector público, el sector privado comenzó a desintegrarse, desgarrado por las
divisiones internas entre sus varias facciones. El crecimiento económico fortalecía al sector
privado, pero también agudizaba sus conflictos internos. Los industriales deseaban ampliar las
funciones del gobierno para que se incluyeran la asistencia técnica y financiera. Los
agroexportadores, sin embargo, se oponían a este incremento de las actividades estatales,
particularmente cuando las nuevas instituciones habrían de financiarse con los aumentos de los
impuestos a sus productos. Mientras el país se hundía en la crisis política y económica de
finales de la década de 1970, la frágil alianza entre las diferentes facciones de la oligarquía
comenzaba a ceder.

La primera manifestación del conflicto en el seno de la oligarquía surgió en junio de


1973, con la división de la AGA, que había
representado al sector agrícola desde 1920. El Dr. Héctor Aragón Quiñónez, presidente
de ANACAFE, y Raúl García Granados, presidente del Consejo Nacional del Algodón -
heredero de la tradición progresista, así como de la fortuna en fincas de algodón, azúcar y café
de la familia García Granados- encabezaron el grupo disidente de la AGA, y que formaría la
Cámara del Agro (CA). La CA, que representaba a la élite modernizante de la agricultura,
constituyó un desafío directo a la hegemonía de la AGA. García Granados afirmó que-debido
al crecimiento del sector agrario-la AGA había perdido contacto con la realidad y dejado de
representar los intereses de todas las empresas agrícolas. El CACIF, la AGA y los azucareros
denunciaron la formación de una nueva cámara que, consecuentemente desafiaba el derecho
de la AGA a representar al sector agrícola ante el gobierno10.

La demanda internacional, la aplicación de nuevas tecnologías, las carreteras


mejoradas y el apoyo del Estado promovieron el crecimiento de las exportaciones de algodón,
azúcar y carne, en la década de 1960. Aunque el café representaba aún más del 50% del total
de las exportaciones en 1970, el algodón sustituyó a los bananos en el segundo lugar de las
exportaciones, representando un 14.1% de estas; seguido por el banano (7.2%); la actividad
ganadera (6.8%); y el azúcar (4.9%). La diversificación agrícola disminuyó la influencia
política de los finqueros y produjo un cisma en las filas de la AGA. Aunque algunos cafetaleros,
como las familias y Herrera, invirtieron en nuevos productos agrícolas para la exportación, un
sector modernizante de las élites, con vínculos a los sectores comerciales e industriales,
surgieron como resultado de la diversificación agrícola. Las familias Alejos, Botrán, Köng,
Maegli, Ponciano y Zimeri invirtieron en la producción ganadera, en el algodón y el azúcar y
se diferenciaron de los finqueros tradicionales al asumir los patrones de conducta de los
capitalistas modernos. La caracterización de las diferencias entre los finqueros nicaragüenses
que formulara Pedro Belli también se aplica en Guatemala: "En tanto el café engendra
caballeros ociosos, el algodón forja empresarios de cuño tradicional11.

Las nuevas élites agrícolas tenían vínculos más cercanos con el gobierno militar que
los finqueros tradicionales que se mantuvieron en la AGA. Raúl García Granados, uno de los
miembros fundadores de la CA, se volvió socio del futuro presidente, el general Romeo Lucas
García. Roberto Herrera Ibargüen fungió como ministro de Relaciones Exteriores y de
Gobernación de Arana. Edgar Ponciano Castillo, presidente de la CA, en 1975, y luego
presidente del CACIF, era hermano del coronel Miguel Ángel Ponciano, candidato presidencial
del MLN en 1966. A pesar de su denuncia inicial, el CACIF reconoció el poder político de la
CA y la incorporó a su estructura en 1975 12.

. Las políticas del gobierno promovieron un crecimiento industrial similar en magnitud


al del sector agrícola, pero los industriales conservaron su unidad política. Como se muestra en
la gráfica 8, la industria creció a un promedio anual de más del 5%, entre 1954 y 1984,
produciendo cerca de cinco veces más en 1984, que 30 años antes.

Durante el gran auge industrial, la familia Novella llevó a cabo la transformación más
impresionante entre todas las industrias. Con un préstamo de $15 millones del Export-Import
Bank, los Novella empezaron la construcción de una nueva y enorme fábrica en El Progreso
en 1970. Cuando la planta se inauguró en 1974, los Novella operaban dos fábricas de cemento
con una capacidad combinada de más de dos mil toneladas diarias, convirtiendo a Cementos
Novella (posteriormente Cementos Progreso) en una de las fábricas industriales más grandes y
valiosas de Centroamérica. Gradualmente, los Novella transfirieron el grueso de la producción
a la planta de El Progreso, cuya capacidad instalada podía satisfacer la demanda local y aún
dejar suficiente margen para la exportación13.
La familia Castillo, cuyos bienes estimados eran de Q400 millones en 1986, amplió su
base de la industria cervecera a la elaboración de bebidas gaseosas, productos lácteos,
ganaderos, fabricación de vidrio y la banca. Desde Mariano y Rafael Castillo Córdova, los
Castillo han sido innovadores, una fuente de dinamismo que desde la oligarquía vigoriza al
sector privado en su conjunto Durante la década de 1960, Ramiro Castillo Love, Jorge Castillo
Love y Edgar Castillo Sinibaldi encabezaron la expansión de la familia hacia el Banco
Industrial, el mayor banco del país, y FIASA. Por medio de matrimonios interrelacionados con
otras redes oligarcas -los Aycinena, Cofiño, Dorión, Sinibaldi y Toriello- los Castillo
consolidaron una amplia y diversa red familiar y de sus filas ha emergido el liderazgo de la
élite económica 14.

Las familias industriales tradicionales de Guatemala, que surgieron a finales del siglo
XIX e inicios del XX, demostraron que invertían sin renuencia fuera del sector que habían
monopolizado originalmente. La familia Ibargüen, que controlaba la mayor fábrica textil del
país desde 1907, se extendió hacia la industria de fertilizantes y adquirió, después de 1954, dos
desmotadoras de algodón. Los Köng, que obtuvieron su riqueza de la producción de jabón y
candelas, invirtieron en algodón, en una fábrica de aceite y tomaron su lugar en la directiva del
Banco Industrial y la CIG. Durante una etapa en la que supuestamente las industrias
multinacionales se hacían del control del sector industrial, la oligarquía industrial guatemalteca,
de hecho, diversificó sus inversiones, modernizó sus fábricas y dirigió muchos de los bancos e
industrias establecidas durante la década de 1960 15.
La expansión de la oligarquía industrial ocurrió simultáneamente con un pronunciado
aumento de la inversión extranjera. Entre 1963 y 1970, la inversión extranjera directa en la
industria aumentó de $11.6 millones a $39.7 millones, mientras la industria desplazaba a la
agricultura como el mayor receptor de capital foráneo. Los altos niveles de inversión extranjera
en la industria, sin embargo, no desnacionalizaron la industria guatemalteca 16. Las
corporaciones multinacionales (CMN) invirtieron, por lo general, en sectores que el capital
guatemalteco no había querido desarrollar o no había podido hacerlo, como alimentos
empacados, neumáticos, farmacéuticos, fertilizantes, papel y productos de metal. Como se
muestra en el cuadro 4, veintidós multinacionales ingresaron en el mercado al adquirir intereses
totales o parciales en 34 plantas industriales guatemaltecas, durante la década de 1960; pero
solo 4 de ellas se habían establecido antes de 1945.
Las otras 30 fueron fundadas después de 1954, cuando los empresarios guatemaltecos
reconocieron que la formación del mercado común regional haría posible el desarrollo de
sectores que previamente se habían mantenido descuidados por la necesidad de capital,
tecnología y acceso a mercados más grandes.

En la mayoría de adquisiciones, los centroamericanos iniciaron la venta para fortalecer


la posición competitiva de la industria dentro del Mercado Común Centroamericano. Las
CMN, sin duda, negociaron con una fuerza considerablemente mayor que los inversionistas
centroamericanos, puesto que tenían mayor acceso a capitales y a mercados extranjeros. El
economista guatemalteco Manuel Noriega Morales concluyó, basándose en una encuesta
pasada a 20 ejecutivos, que unas pocas empresas centroamericanas no tuvieron más opción que
fusionarse o vender a las CMN, puesto que competir con las empresas extranjeras les hubiera
significado la ruina 17.

La amenaza de la competencia extranjera obligó a George Plihal a iniciar la venta de


su fábrica de neumáticos a Goodyear en 1968. Plihal, un emigrante checoslovaco, fundó
Incatecu S.A. y General Tire (GINSA) en 1956 y la administró hasta 1967. Desde sus inicios,
GINSA fue una empresa internacional formada en colaboración con General Tire, Bank of
America y Bank of London & Montreal como los propietarios de una cantidad sustancial de
las acciones de la empresa. Para competir con Firestone, que estableció una subsidiaria en Costa
Rica en 1967, Plihal y sus asociados invitaron a que Goodyear adquiriera la mayoría de las
acciones de la empresa, esperando aumentar la producción, mejorar sus instalaciones
tecnológicas y ampliar su línea de productos para el consumo. En agosto de 1968, Goodyear
adquirió el 70% de las acciones de GINSA 18.

La venta de GINSA demostró que la élite industrial de Guatemala no se consideraba a


sí misma una clase nacionalista, que encabezaba el esfuerzo desarrollista en oposición al capital
multinacional. Aunque teóricamente favorecían un país económicamente independiente,
reconocían el valor de colaborar con inversionistas extranjeros. No les parecía razonable atacar
al capital multinacional. A pesar del gran número de adquisiciones, el desarrollo industrial
desde 1954, había establecido vínculos más amplios y amistosos entre el capital extranjero y
el local, en parte debido a que las empresas multinacionales rara vez competían directamente
con las industrias nacionales. Como se muestra en el cuadro 5, las multinacionales se
desplazaban hacia sectores industriales poco desarrollados, principalmente alimentos
empacados, químicos y la industria mecánica y del metal; mientras que el capital nacional
mantuvo su dominio en el azúcar, bebidas, textiles, cementos y jabones, prosperando los
Novella, Castillo, Ibargüen y Köng. Si una empresa multinacional hubiera adquirido cualquiera
de las industrias tradicionales - Cantel, Cervecería Centroamericana o Cementos Progreso-
entonces se podría hablar de la desnacionalización de la industria guatemalteca. Tal y como
sucedió, el capital multinacional, más que desplazar, afianzó a los oligarcas industriales.
No hay mejor ejemplo de cómo el capital multinacional fortaleció a la oligarquía
tradicional que el establecimiento de la Financiera Industrial y Agropecuaria, S.A. (FIASA). A
pesar de los esfuerzos de la AID para dispersar la propiedad y la administración entre un amplio
espectro de intereses, el 11% de los 89 accionistas acapararon el 80% de los dos millones de
dólares en acciones. Los 4 grupos de accionistas más grandes eran propietarios de más del 50%
de las acciones. ¿Quiénes eran los nuevos dueños? La familia Castillo, como parte de su
ampliación de la industria hacia las finanzas, tenía un tercio del total. Algunas empresas
multinacionales también se asociaron a FIASA o sentaron a sus representantes en la junta
directiva, entre ellos el Bank of London & Montreal, Bank of America, Deutsche
Sudamerikanische Bank, General Mills, Goodyear y ADELA, un poderoso consorcio
internacional de inversiones 19.

Al examinarse las posiciones ocupadas por los fundadores y los directores de FIASA,
se evidencia el afán colaboracionista de la nueva institución. Luis Canella Gutiérrez, fundador
y primer presidente de FIASA, también era director de la Industria Harinera Guatemalteca, una
subsidiaria de General Mills. Jorge Castillo Love, fundador y primer vicepresidente de FIASA,
nieto de Mariano Castillo Córdova, vinculó la oligarquía al capital extranjero. Eduardo
Herrerías Estrada, segundo vicepresidente de FIASA, fue presidente de la Industria Harinera
Guatemalteca y también parte de la Junta Directiva de Bemis Industrial, una subsidiaria
estadounidense.
Mario Granai, I hijo de los emigrantes italianos que fundaron Granai & Townson, un
importante banco comercial, formaba parte de la junta directiva de El Salto, S.A., una de las
refinerías de azúcar más importantes del país, y representaba a varias corporaciones extranjeras.
A Robert W. Scott, el gerente de operaciones de FIASA, se le atribuye haber dicho, en 1971,
lo siguiente: "Nuestra Junta Directiva domina la industria guatemalteca; son los propietarios
de la mayor parte de esta "20.

Los industriales más importantes controlaban FIASA; así que la institución financió la
ampliación de fábricas existentes, en las cuales los directores tenían intereses financieros
directos. Treinta de los setenta y cuatro receptores de créditos de FIASA, en 1971, tenían
inversiones allí; y esos 30 clientes representaban un monto de $2,370,200 o el 42.6% de todos
los créditos de FIASA. Un crédito de $750 mil, el mayor en el portafolio de la institución,
financió la compra de equipo para la Industria Papelera, una subsidiaria de Boise Cascade. El
préstamo que le seguía ($400 mil) le fue concedido a la Cervecería Centroamericana, para la
compra de equipo nuevo. Los Castillo recibieron un préstamo de $150 mil para CAVISA, una
fábrica de botellas; y un préstamo de $25 mil para Embotelladora La Mariposa, su planta
embotelladora de Pepsi-Cola. Otro préstamo de $300 mil financió la compra de equipo para el
Ingenio Palo Gordo, del cual Luis González Bauer, director de FIASA, era presidente. En vez
de financiar proyectos industriales de alto riesgo presentados por aspirantes a empresarios,
FIASA financió la ampliación de la oligarquía industrial y agraria existente 21.

La distinción entre capital foráneo y local era, por lo tanto, tan real y significativa como
lo decidieran los capitalistas individuales y los burócratas. Las corporaciones multinacionales
establecieron las fábricas más grandes y productivas del sector industrial; el censo industrial
de 1968 revela que, aunque el capital extranjero controlaba solo el 5% de la industria, este
representaba el 31% del total de la producción industrial22. Las empresas extranjeras
generalmente no compiten con las industrias guatemaltecas en el mercado; las corporaciones
multinacionales son más propensas a competir entre ellas que una empresa local. Una
competencia vigorosa existe solo en un grupo de industrias, particularmente en las
farmacéuticas y agroquímicas. Como se muestra en el cuadro 5, existe una división de la
producción entre la correspondiente al capital foráneo y la nacional. Las empresas
multinacionales dominan el alimento empacado, tabaco, papel, químicos y el sector metal-
mecánico; las guatemaltecas dominan las bebidas, textiles y los sectores de minerales no
metálicos.

La competencia del mercado solo ocurre en ciertas líneas de productos: goma de


mascar, cigarros, insecticidas y farmacéuticos. En cada uno de estos casos, la competencia se
libra entre subsidiarias de empresas multinacionales. En la industria del tabaco, Philip Morris
ha competido con British American Tobacco Company desde 1962, aunque British American
mantiene su dominio, con plantas productivas en cada país centroamericano. Lo más cercano
a competencia pura ocurre en la industria farmacéutica, que es dominada por siete de las
empresas más grandes del mundo: Abbott, Eli Lilly, Hoechst, Miles, Squibb International,
Upjohn y Warner Lambert. Se estima que ninguna empresa controla más del 5% del mercado
regional 23. Las multinacionales, más que irrumpir en oligopolios establecidos, crearon los
suyos propios, dominando la industria de empaque de alimentos, cigarros, farmacéuticos e
industrias de fertilizantes.

Aunque los propietarios y administradores estadounidenses de las empresas


multinacionales se asociaron con los oligarcas guatemaltecos, no se han integrado a la élite
local por medio del matrimonio o las asociaciones profesionales. La comunidad empresarial
estadounidense existe aparte de la oligarquía. Más que unirse a la AGA, la CIG o a cualquier
otro grupo de interés privado, los estadounidenses formaron su propia Cámara Americana de
Comercio (AMCHAM, por sus siglas en inglés). Por medio de AMCHAM, los empresarios
estadounidenses, como sus contrapartes guatemaltecas, cabildearon en contra del incremento a
los impuestos, defendieron el sistema de libre empresa y respaldaron las operaciones militares
contrainsurgentes. AMCHAM ignoró los medios fraudulentos mediante los cuales los militares
impusieron al candidato del PID, general Laugerud García, en vez del general Ríos Montt, en
1974, y más bien se enfocaron en la continuación de los proyectos desarrollistas iniciados
durante el gobierno de Arana24.

Laugerud, un oficial graduado de la Escuela Politécnica, que surgió de las filas de la


institución hasta llegar a ministro de la Defensa, durante el gobierno de Arana, estaba
comprometido con la visión militar de una democracia dirigida. Esperaba que las élites
económicas apoyaran las reformas sociales y económicas; y, al inicio, les delegó el diseño de
políticas públicas, al designar a representantes del sector privado en importantes puestos del
gabinete. Roberto Zachrisson, miembro de la AGA y director del CACIF, fungió como ministro
de Agricultura. Eduardo Palomo Escobar, un respetable economista internacional, quien
previamente estuvo en la junta directiva de GUATEXPRO y CORFINA, asumió como ministro
de Economía. Jorge Lamport Rodil, el ministro de Finanzas de Arana, conservó el mismo
puesto con Laugerud y era considerado cercano a la iniciativa privada. Burócratas
profesionales, con vínculos cercanos a Arana y al PID, ocuparon el resto de puestos del
gabinete25.

Laugerud se alejó de sus aliados de derecha al iniciar un programa de reformas. Con


algunas tendencias ideológicas nacionalistas y reformistas comenzando a recorrer el ejército,
en parte inspiradas por el ejemplo modernizador de los militares peruanos, Laugerud y la
alianza PID-MLN se habían distanciado después de las elecciones, a pesar de la presencia de
Mario Sandoval como vicepresidente del gobierno de Laugerud. Ya en mayo de 1974, algunos
empresarios insinuaron que podrían conformar su propio partido político ya que habían perdido
confianza en el PID y en todos los demás partidos. Así, los militares iniciaron el régimen de
Laugerud sin el apoyo de sus dos aliados tradicionales, el MLN y el sector privado26.

La división dentro de la coalición gobernante reflejó las disputas ideológicas entre los
reformistas, impulsadores del programa de desarrollo keynesiano, y los defensores del libre
mercado, en el MLN y el sector privado. Laugerud representó una facción militar que deseaba
expandir el rol del Estado para promover cambios sociales, esperando eliminar las injusticias
que habían motivado las protestas sociales y la insurrección. Pretendía convertir a los militares
en agentes de un cambio social pacífico y gradual que habría de distribuir la riqueza de manera
más equitativa. El gobierno tenía el deber, según Laugerud, de corregir las injusticias sociales,
"porque cuando tan pocos tienen tanto y la mayoría carece de los bienes básicos, el riesgo de
una conflagración se encuentra en permanente gestación "27.

Con Laugerud, los militares lanzaron los proyectos de desarrollo más controversiales,
desde la reforma agraria de Árbenz. Para facilitar la exploración y la explotación de la riqueza
petrolera y mineral del país, el gobierno inició la construcción de tres nuevas represas
hidroeléctricas, un oleoducto desde la frontera de México hasta la costa del Caribe, un puerto
en el Pacífico y un sistema nacional de carreteras, a un costo de mil millones de dólares. El
centro del proyecto de infraestructura era Chixoy, una enorme planta hidroeléctrica diseñada
para producir el 70% de la energía requerida por Guatemala. Aun con el financiamiento del
Banco Mundial y del Banco Interamericano para el Desarrollo, el proyecto demandó aumentos
extraordinarios en el presupuesto anual de obras públicas. Los gastos imprevistos elevaron los
costos de construcción desde un estimado inicial de $165 millones en 1974, a $900 millones al
momento de su inauguración en 1985. Estas inversiones dejaron a Guatemala con una deuda
externa que el sector privado atribuyó a la corrupción gubernamental y a la mala administración
28
.

A pesar de la oposición del sector privado, los militares hicieron la primera revisión
significativa al modelo de desarrollo establecido después de 1954. Con el Mercado Común
Centroamericano en desorden, el programa de industrialización casi exhausto y un malestar
social amenazante, los militares promovieron soluciones económicas que giraban en torno al
potencial inexplorado de la Franja Transversal del Norte, una región de 9,065 kilómetros
cuadrados, que se extendía desde la frontera mexicana a las costas del Caribe. Entre 1971 y
1975, cuarenta y dos empresas solicitaron contratos de exploración petrolera en esa área,
habiéndose registrado el primer descubrimiento comercial en 1974. En el área cercana al lago
de Izabal, EXMIBAL (una empresa conjunta, entre el Canadian Nickel y la U.S. Hanna Mining
Company) invirtió $180 millones en un riesgoso proyecto de minería. Los militares esperaban
que el petróleo y la minería habrían de modernizar la economía y reducir la tradicional
dependencia de las exportaciones agrícolas29.

El programa de modernización requería aumentos anuales en el presupuesto del Estado


y provocó serias disputas con el sector privado hasta mediados de la década de 1980. A pesar
del financiamiento brindado por el Banco Mundial y la AID, los militares no podían financiar
el esfuerzo desarrollista sin aumentar los impuestos. En junio de 1974, Laugerud propuso un
aumento a los impuestos aplicable a las exportaciones de café, algodón, azúcar y productos
ganaderos, para cubrir un déficit gubernamental de aproximadamente 68 millones de quetzales.
Dado que los impuestos provenientes de las exportaciones agrícolas contribuían solo del 5 al
7% del total de los ingresos del gobierno, los militares razonaron que la oligarquía podía
sobrellevar una carga mayor en el financiamiento de los proyectos de obras públicas. Los
industriales se aliaron con sus colegas en el CACIF para oponerse a dicho aumento.
Argumentaron que un aumento a los impuestos detonaría la inflación y sofocaría la economía,
al imponer cargas adicionales al sector agroexportador, la mayor fuente de ingreso de divisas
y de puestos de trabajo del país. La CIG, entonces, solicitó al gobierno reducir los gastos
provocados por proyectos improductivos e innecesarios. Laugerud tuvo que conformarse con
impulsar una reforma enfocada exclusivamente en la mejora del cobro de los impuestos ya
existentes30.

La brecha entre el CACIF y el gobierno militar se amplió con el paso de los años. La
aprobación del control de precios en septiembre de 1974, trazó la línea entre quienes
impulsaban el libre mercado en el CACIF y los reformistas keynesianos entre los militares.
Después de que el presidente inició un proyecto de cooperativas agrícolas, con el apoyo de la
AID, surgieron persistentes rumores del sector privado sobre que Laugerud albergaba simpatías
socialistas. A la espera de ganar apoyo político en el altiplano y cooptar a los reformistas, el
gobierno auspició un programa de cooperativas agrícolas en esa región, un desafío directo a las
élites terratenientes. Para 1975, 20% de los indígenas del altiplano participaban en cooperativas
de ahorro o de crédito. Los militares y sus patrocinadores en la AID confiaban que el programa
a distribuiría la riqueza de una forma más equitativa y aumentaría el ingreso real de los
pequeños parcelarios³¹.

Mientras los terratenientes temían la implementación de una reforma agraria


confiscatoria, los industriales se quejaban de la tolerancia que Laugerud mostraba a los
sindicatos. El 17 de junio de 1975, 372 trabajadores de la fábrica de zapatos Incatecu hicieron
huelga, demandando un 40% de aumento en el salario. Para el horror de los industriales, el
tribunal laboral dictaminó que la huelga era justa y ordenó a la empresa otorgar un incremento
salarial del 33.8% a los trabajadores 32.

Los líderes sindicales capitalizaron la victoria de Incatecu para movilizar y organizar a


la fuerza de trabajo industrial. En la primera mitad de 1976, las huelgas irrumpieron en la planta
embotelladora de Coca-Cola, tres ingenios azucareros, la fábrica de llantas GINSA y la fábrica
de aceite para cocinar IODESA. Aunque los policías desalojaron a 152 trabajadores en huelga
de la planta de la Coca-Cola, en marzo, Laugerud permitió a los trabajadores que organizaran
el Comité Nacional de Unidad Sindical (CNUS), la primera confederación sindical autónoma
desde 1954. En su primera reunión con los representantes de CNUS, Laugerud acordó obligar
a la embotelladora de Coca-Cola a reinstalar a los trabajadores y otorgarle el reconocimiento
legal al sindicato33.

Las tímidas reformas sociales de Laugerud lo aislaron del sector privado y de sus
antiguos aliados en el MLN. Para mantener la estabilidad política, Laugerud y el PID llevaron
a cabo una alianza con los reformistas de la DCG, el PR y el CAO, este último, el partido
aranista. Mario Sandoval Alarcón acusó a Laugerud de haber caído en la trampa del comunismo
y denunció el programa reformista. En julio de 1975, Sandoval Alarcón puso en estado de alerta
a las brigadas del MLN, argumentando que los comunistas se habían reinfiltrado en el gobierno,
apoyados por la tendencia peruanista del ejército. Aunque el MLN solo tenía 16 diputados en
el Congreso, las tendencias derechistas que representaba podían aun reunir una fuerza
considerable entre los militares de línea dura. Para aplacar a la derecha, Laugerud designó a
dos activistas del MLN al gabinete, en julio de 1976 34.

Sin embargo, el programa militar logró algún apoyo entre los oligarcas industriales,
quienes estaban ansiosos de reformular la estrategia de desarrollo luego del colapso del
Mercado Común Centroamericano. El comercio regional, un componente valioso de las ventas
de los industriales, desde los inicios de la década de 1960, se había mantenido en declive desde
1969, cuando una breve guerra entre Honduras y El Salvador obligó a los industriales a buscar
mercados más allá de las fronteras centroamericanas. Después de la finalización del Acuerdo
General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT, por sus siglas en inglés), en 1974, la
CIG comenzó a reconocer una oportunidad en el acceso a los lucrativos mercados de los
Estados Unidos y Europa, pues todos los signatarios del GATT estuvieron de acuerdo en
reducir o eliminar los impuestos de importación y otras barreras no arancelarias para el
comercio. Con el objeto de calificar para la reducción de impuestos ofrecidos por GATT,
Guatemala tenía que remover los aranceles proteccionistas y los subsidios industriales, un quid
pro quo que los industriales aún estaban renuentes a aceptar. Sin embargo, la CIG reconoció, a
principios de 1974, que no podía depender de un mercado común para su desarrollo. Si los
industriales no lograban ingresar a nuevos mercados, las ventas de los productos industriales y
la productividad industrial declinarían inevitablemente. Por lo tanto, la CIG comenzó a elaborar
una política de desarrollo industrial orientada hacia la exportación. Durante la década de 1970,
la agenda legislativa de la CIG incluía la descentralización de la industria, la creación de zonas
de libre comercio y la promoción de las exportaciones. Con el apoyo del gobierno,
particularmente en las áreas de asistencia técnica y desarrollo de la infraestructura, la CIG
consideraba que la industria competiría exitosamente en el mercado internacional, sin
necesidad de una legislación proteccionista 35.

El régimen de Laugerud compartía el optimismo de la CIG y trabajaba estrechamente


con esta en varios proyectos concebidos para preparar a los industriales a competir en el
mercado internacional. El gobierno y la CIG reconocieron que el sector industrial, con el 70%
de las industrias localizadas en la ciudad de Guatemala o sus proximidades, estaba diseñado
principalmente para suplir a un pequeño mercado local y al mercado regional. La concentración
de la industria en la ciudad capital dejó otras áreas y recursos completamente subdesarrollados
y si los industriales pretendían exportar más allá del Mercado Común Centroamericano,
deberían atraer o desarrollar industrias orientadas a la exportación, como las fábricas textiles y
las plantas de ensamblaje electrónico. Después del terremoto de febrero de 1976, que causó
una pérdida estimada de 60 millones de quetzales a las industrias del departamento de
Guatemala, la CIG y el gobierno trabajaron más intensamente en una ley para promover la
inversión industrial fuera de la capital. En 1978, el gobierno aprobó una ley para descentralizar
la industria, ofreciendo exenciones de impuestos de 8 a 10 años para empresas ubicadas fuera
del departamento de Guatemala. Por medio de esta ley, el gobierno militar esperaba crear 6 o
7 polos de desarrollo industrial, que emplearían al menos a 300 mil personas36.

El régimen de Arana ya había creado un polo de desarrollo en la costa del caribe, la


Zona Libre de Industria y Comercio Santo Tomás (ZOLIC), un enclave en el que las industrias
orientadas a la exportación disfrutaban de impuestos especiales y exenciones arancelarias. Fue
concebida con el objeto de estimular a las corporaciones extranjeras para que establecieran
maquilas, explotando las ventajas salariales comparativas del país. La zona de libre comercio
y su contraparte legislativa (una ley de promoción de exportaciones conocida como
"retribución") enfrentaron fuerte oposición de la AGA, que consideraba que la ley perjudicaba
a los exportadores de algodón. Sin embargo, la CIG continuó impulsando una zona de libre
comercio como parte de su estrategia general para descentralizar la industria, incrementar las
exportaciones no tradicionales y diversificar los mercados. En 1978, el Congreso aprobó la Ley
de Incentivos a las Empresas de Exportación, por medio de la cual el gobierno exoneró a las
empresas de impuestos aplicados a la maquinaria importada, materia prima y productos
semiacabados, así como de impuestos de exportación y renta. El gobierno esperó que la nueva
ley y la ZOLIC atrajeran maquilas de los Estados Unidos, Taiwán y Japón37.

La aprobación de la ley elaborada por la CIG reflejó el poder político que los
industriales habían adquirido en el seno de la coalición gobernante. Tras experimentar casi dos
décadas de un crecimiento industrial estable, los industriales actuaban con seguridad en sí
mismos, incluso con arrogancia. En un editorial de la CIG se decía lo siguiente: "Somos la
fuente que provee el talento para producir más y mejor, de esta forma se incrementa el
suministro de bienes y servicios y, por lo tanto, se eleva la calidad de vida"38.

Sin embargo, las buenas relaciones entre los industriales y el estado se erosionaron a
finales de la década de 1970, cuando se hizo evidente que los militares soñaban con un sistema
político y económico dirigido; adoptaban con ello un modelo de desarrollo significativamente
diferente del que favorecía la CIG. Durante el gobierno de Laugerud, el Estado asumió la
responsabilidad de dirigir, financiar, planificar y proteger las empresas industriales.
Convencido de que la iniciativa privada había fallado en redistribuir el ingreso, reducir la
dependencia del país y crear empleos, el gobierno militar concluyó que el Estado tendría que
asumir un rol más directo en la promoción del desarrollo industrial. Bajo esta nueva estrategia,
la Secretaría de Planificación Económica formularía la política industrial; CORFINA
financiaría el desarrollo industrial por medio de préstamos e inversiones directas;
GUATEXPRO ayudaría a los industriales a obtener acceso a los mercados extranjeros y el
INTECAP brindaría asistencia técnica.

Con el Estado involucrado en la planificación, financiamiento, mercadeo e


investigación, la estrategia industrial de los militares superó la limitada estrategia de la
sustitución de importaciones lanzada por los gobiernos revolucionarios de Arévalo y Árbenz.
Laugerud proyectó el establecimiento de complejos industriales, controlados por el Estado, en
los polos de desarrollo que se ubicarían en distintos puntos del país, esperando expandir los
beneficios del crecimiento industrial de una manera más equitativa y aumentar los salarios39.
En realidad, la estrategia de polos de desarrollo formaba parte de un programa de acción cívica,
diseñado para derrotar al movimiento guerrillero que había resurgido en junio de 1975. Los
industriales, aunque por lo general apoyaban el proyecto contrainsurgente de los militares,
incluyendo los componentes de desarrollo civil, se opusieron a la expansión de la burocracia y
al presupuesto anual que formaba parte del paquete de modernización de los militares. El
presupuesto estatal aumentó de Q355.6 millones, en 1974, a Q942.6 millones, en 1978, en tanto
la burocracia aumentaba en las oficinas gubernamentales y las empresas creadas o corrompidas
por los militares: INDE (empresa eléctrica), GUATEL (telefónía), AVIATECA (aerolínea
nacional), BANVI (Banco Nacional de la Vivienda), BANDESA (Banco para el Desarrollo
Agrícola), DIGESA (Dirección General de Servicios para la Agricultura), INTA (Instituto
Nacional para la Transformación Agraria), FYDEP (Empresa del Fomento y Desarrollo de
Petén) y CORFINA.

Por principio, la Cámara de Industria objetaba a las empresas estatales, argumentado


que la historia había demostrado que estas nunca funcionaban y solo producían pérdidas,
desconfianza e inestabilidad40.

Las empresas estatales resultaron peor aún en la práctica, pues los funcionarios
desviaban los fondos públicos hacia sus negocios privados. Los generales retuvieron tantas
propiedades en la Franja Transversal, que los críticos la llamaron "la franja de los generales".
Para financiar sus negocios, los oficiales crearon su propio banco (Banco del Ejército) y el
Instituto de Previsión Militar (IPM), un fondo de pensión e inversión que operaba como una
empresa libre de impuestos para el alto mando. A mediados de la década de 1980, el Banco del
Ejército se había convertido en el séptimo banco más grande de Guatemala y los generales
Arana, Laugerud, Romeo y Benedicto Lucas García, Otto Spiegeler y David Rubio Coronado
amasaron cuantiosas fortunas. Sin embargo, los oficiales, ahora nuevos ricos, no desplazaron
a la oligarquía ni establecieron alianzas maritales con ninguna familia prominente, un reflejo
de la antipatía que sentía la oligarquía hacia los militares y los ladinos que los encabezaban41.

Al adquirir riquezas, los oficiales violaron la regla tácita que había dominado la
coalición gobernante desde 1954. La expansión dramática del Estado y el aumento del gasto
público enfrentó a la oligarquía, que consideró que los oficiales habían establecido una forma
de competencia desleal. Al conflicto económico habría que añadir las disputas ideológicas; el
enfrentamiento entre Laugerud y el sector privado produjo una separación definitiva en las
elecciones de 1978, cuando los militares impusieron fraudulentamente al general Romeo Lucas
García y a Francisco Villagrán Kramer, de la alianza PID-PR. Lucas aumentó el número de
oficiales en el gabinete, expulsó al MLN y otorgó al sector privado un único funcionario
ministerial, Edgar Ponciano, estrechamente vinculado a los militares. Con la imposición del
régimen de Lucas, los militares se separaron del CACIF y se ubicaron en un punto de conflicto
con sus aliados internos y extranjeros, así como con las guerrillas en auge42.

La coalición gobernante establecida después de 1954 se desbarató durante el régimen


del general Lucas García, con las distintas facciones involucradas en debates sórdidos sobre las
maneras de enfrentar la guerrilla y las formas de financiar dicho combate. El primero en salirse
de esa endeble coalición fue el gobierno estadounidense, que rehusó brindar asistencia militar
a Guatemala debido a las violaciones de derechos humanos. En los últimos dos años de su
gobierno, Laugerud cedió a la presión derechista y cerró la limitada apertura política que le
había ofrecido a los sindicatos. Los escuadrones de la muerte renovaron los ataques en contra
de líderes sindicales, particularmente en la embotelladora de la Coca- Cola, supuestamente
parte de un plan del CACIF para destruir al CNUS y al movimiento sindical. Aunque el CACIF
negó cualquier participación en la desarticulación del sindicato es un hecho que los militares y
los escuadrones de la muerte renovaron sus operativos en contra del movimiento sindical y
popular en 1977 y 1978. Cuando el Departamento de Estado calificó a Guatemala como un
grave violador de los Derechos Humanos, Laugerud enfureció y censuró la asistencia
estadounidense antes de que el Congreso la cancelara oficialmente; calificó de intervencionista
a la política de derechos humanos y se refirió al presidente Carter como Jimmy Castro43.

La suspensión de la asistencia militar estadounidense privó de un importante aliado


político a las facciones reformistas de los militares. Como resultado, los grupos de línea dura
de los militares y la derecha se fortalecieron y se volvieron más agresivos. En mayo de 1978,
un año después de la suspensión de la asistencia estadounidense, los militares masacraron a
cientos de indígenas en Panzós; según Amnistía Internacional, la masacre de Panzós fue la
violación más flagrante de los derechos humanos, en todo el mundo, en el año de 1978. Después
de la masacre, más indígenas se unieron al movimiento guerrillero o formaron parte activa del
Comité de Unidad Campesina (CUC). El CUC, que operaba estrechamente con el Ejército
Guerrillero de los Pobres (EGP), causó una gran preocupación al sector privado que ya se
encontraba alarmado por la fuerza del sindicalismo urbano44.

Los sindicatos y la rejuvenecida guerrilla amenazaban con destruir un Estado


desgarrado por sus contradicciones internas. El sector privado, molesto por el abuso de poder
de los militares durante el gobierno de Laugerud, se retiró de la coalición, como resultado de
la ineptitud y grosera venalidad de Lucas García. Su fracaso en la implementación de una
contraofensiva coordinada, antes de 1981, permitió a la guerrilla ganar fuerza en el altiplano,
en el área cercana al lago de Atitlán, en la costa sur y entre las organizaciones populares urbanas
y rurales. Lucas García parecía más preocupado por su propia riqueza que por la seguridad del
sector privado. Para la élite económica, Lucas fue una suerte de Nerón moderno, dedicado a
tocar el arpa mientras el país ardía en llamas45.

Durante el gobierno de Lucas, un grupo de capitalistas asociados con militares quisieron


apoderarse de Cementos Progreso, el monopolio del cemento propiedad principalmente de la
familia Novella. El crecimiento que experimentó la construcción después del terremoto de
1976, causó que la producción de la empresa estuviera a cincuenta mil quintales menos de la
demanda. Por decreto presidencial de 1978, el gobierno regulaba la producción, distribución y
la venta de cemento. El gobierno obligó a Cementos Progreso a aumentar las ventas al Estado
del 10 al 40% de su producción total, a un precio de Q1.50, en vez del Q1.85 que cobraba por
la venta de cemento al sector privado. Para compensar por la escasez de cemento, BANDESA
lo importaría; una nueva regulación le prohibía a Cementos Progreso vender cemento a las
empresas privadas, antes que BANDESA terminara de vender su provisión de cemento
importado. Consecuentemente, las nuevas regulaciones forzaron a Novella a vender por debajo
del precio normal y en cantidades mayores que nunca antes46.
Aun cuando Cementos Progreso se resguardó con otro préstamo de $6.5 millones del
Export-Import Bank para expandir su capacidad productiva en 1977, el gobierno de Laugerud
inició la construcción de la planta de cemento Guastatoya, en El Progreso. Se trataba de un
proyecto de US$65 millones, financiado por el IPM y CORFINA; la planta estatal tendría una
capacidad de 30,000 sacos por día, lo suficiente para llevarse el negocio fuera de Cementos
Progreso, que debía operar bajo restricciones que no le permitían obtener ganancias. Las
regulaciones y el proyecto de cemento en Guastatoya fueron parte de una estrategia ilícita por
medio de la cual funcionarios gubernamentales de alto rango y capitalistas influyentes en la
política pretendían adquirir una de las industrias más grandes del país. Los conspiradores
buscaban supuestamente empujar a la empresa a la quiebra y luego adquirir la planta a un precio
menor del precio real, empleando para ello fondos del Estado que financiarían su inversión
privada. Este ataque en contra de una de las empresas más exitosas de Guatemala alejó aún
más al sector privado. Aunque la estrategia impuso una pesada carga financiera a la empresa
durante unos pocos años, los Novella lograron sobrevivir a muchas pugnas amargas, las cuales
deben permanecer en secreto47.

El conflicto entre el régimen militar y la élite económica también se libró abiertamente


en un campo de batalla más tradicional, el del aumento tributario. Cuando el presidente de la
Cámara de Industria, Alberto Habié, observó que el presupuesto de 1979-1980 excedía los mil
millones de quetzales, por primera vez en la historia de la nación, apremió al gobierno a
mantener los impuestos al mismo nivel y reiteró la oposición de la Cámara a las empresas
estatales. Los finqueros, argumentando que perdían dinero debido a un declive pronunciado en
los precios del café y a los aumentos al salario mínimo ordenados por el Estado, demandaron
una rebaja en los impuestos. En junio de 1981, el gobierno miliar incrementó el impuesto de
exportación haciendo ostentación del absoluto poder político del que gozaba. Los finqueros
denunciaron al gobierno y se unieron al CACIF y a la CIG en las filas de la oposición del sector
privado, quien comenzaba a considerar la posibilidad de derrocar al gobierno militar48.

Un malestar aún más serio surgió entre los oficiales jóvenes que combatían a la guerrilla
en los frentes de batalla. En el verano de 1981, los cuatro grupos guerrilleros infligieron serias
pérdidas a los militares y estos respondieron con una brutal campaña contrainsurgente, la cual
tuvo un costo humano muy alto. De seis a ocho mil rebeldes en armas estaban apoyados por
aproximadamente medio millón de simpatizantes, por lo que el ejército enfrentaba una
poderosa insurgencia diseminada por todo el país. En enero de 1982, las cuatro principales
organizaciones guerrilleras se unieron para formar la Unidad Revolucionaria Nacional
Guatemalteca (URNG), una endeble alianza de grupos marxista-leninistas, que luchaban por la
reforma agraria, equidad para la población indígena y un nuevo ejército revolucionario49.

Aunque las guerrillas muy pocas veces lanzaron una ofensiva en contra de posiciones
militares fijas, la incapacidad del ejército para erradicarlas convenció a muchos empresarios de
que los comunistas estaban a punto de tomar el poder. Los industriales estaban bastante lejos
del territorio en combate, pero los guerrilleros escogieron de blanco a los oligarcas que
supuestamente financiaban a los escuadrones de la muerte y explotaban a los trabajadores. Luis
Canella Gutiérrez, fundador y primer presidente de FIASA, fue asesinado en diciembre de
1977, cuando un escuadrón del EGP intentó secuestrarlo. El EGP secuestró a Roberto Herrera
Ibargüen, fundador del MLN y ministro durante el gobierno de Arana, y lo liberó luego que la
familia pagara un rescate no especificado. En mayo de 1980, el partido comunista asesinó al
industrial textil Alberto Habié, presidente del CACIF y expresidente de la CIG. Los ataques
directos a empresarios, combinados con los éxitos de la guerrilla en el altiplano, erosionaron la
confianza del sector privado, que retiró un estimado de $500 millones de los bancos locales y
los invirtió en el extranjero, previendo el triunfo de la insurgencia50.

Para impedir el colapso total de la coalición dominante y una victoria de la URNG, los
oficiales jóvenes del ejército se rebelaron el 23 de marzo de 1982. El general Lucas,
completamente insensible a las demandas para que cambiara el curso que llevaba el país,
intentó imponer a un sucesor por medio de otra elección fraudulenta. La imposición del
ministro de la Defensa, Aníbal Guevara, quien disgustaba a los oficiales jóvenes debido a su
torpe manejo de la contrainsurgencia, ocasionó el golpe de Estado por medio del cual oficiales
jóvenes anticomunistas, vinculados al MLN, instalaron un triunvirato encabezado por Efraín
Ríos Montt, quien se había vuelto evangélico luego de perder la elección presidencial ante
Laugeruds 51.

El golpe de Estado de 1982 marcó el primer intentó de los militares para impedir una
mayor fragmentación de la coalición gobernante. Los militares se habían dividido en líneas
ideológicas durante el gobierno de Lucas. Antes del golpe de Estado de 1982 y como resultado
de este, las divisiones generacionales debilitaron aún más la institución, ya que los oficiales de
mayor rango se preocupaban por mantener la jerarquía y defender la autoridad y los privilegios
obtenidos durante el régimen de Lucas. Como Ríos Montt había sido profesor de los jóvenes
oficiales, cuando fue director de la Escuela Politécnica, pudo salvar la brecha generacional
dentro del ejército, pero el envejecido general no disfrutaba del beneplácito completo del alto
mando, algunos de cuyos miembros participaron en varios golpes de Estado subsiguientes. Los
conflictos internos del ejército no le impidieron a Ríos Montt llevar a cabo una de las
contraofensivas más brutales en la historia de América Latina. Según sus propios recuentos, el
ejército destruyó 440 aldeas, asesinó o desapareció a cien mil personas y desarraigó a un millón
de habitantes. Aunque la contraofensiva no destruyó a las guerrillas, sí obligó a la URNG a
replegarse hacia sus bases en los departamentos de Huehuetenango, Quiché y Petén52.

A Ríos Montt le fue peor en sus esfuerzos por reestablecer la alianza política con el
sector privado. Al principio, la reputación del general por su honestidad y profesionalismo
restauró alguna confianza entre los empresarios. Más importante aún, este reasumió la práctica
tradicional de ceder la política económica al sector privado, permitiéndole al CACIF nombrar
a Julio Matheu y a Otto Martínez como los primeros ministros de Economía y Agricultura. En
julio, el diálogo entre el gobierno y el CACIF produjo un plan de recuperación económica de
corto plazo que apoyaba la libre empresa, una reducción en el tamaño y gasto del gobierno, un
presupuesto balanceado, la revitalización del Mercado Común Centroamericano y el aumento
de los niveles de financiamiento extranjero 53.
Ríos Montt se encargó de ahuyentar las esperanzas de reconciliación con el sector
privado. Fanático de sus nuevas creencias, su constante moralización sobre los valores
familiares y su temperamento ofendieron a muchos empresarios católicos. En su sermón del 5
de septiembre de 1982, Ríos Montt provocó un debate con el CACIF cuando afirmó que los
ricos contribuían al empobrecimiento del país al rehusarse a pagar impuestos y al enviar dólares
hacia el extranjero de una forma ilegal. El CACIF sostuvo que las afirmaciones del general
ayudaban a aquellos que promovían la guerra fratricida e hizo un llamado para reasumir el
diálogo constructivo 54.

Ríos Montt, al igual que los tres dictadores militares que lo precedieron, continuó con
su propia agenda política, con o sin el apoyo del sector privado. Ríos Montt declaró estado de
sitio, prohibió la actividad política partidista y pospuso las elecciones indefinidamente, aunque
el CACIF y los partidos políticos le requerían nuevas elecciones y el retorno al orden
constitucional. Convocó a un Consejo de Estado, concebido bajo un modelo corporativo e
integrado por treinta representantes de varios sectores de la sociedad, desde banqueros hasta
garífunas. Aunque los sectores comerciales, industriales, financieros y agrícolas designaron sus
representantes ante el Consejo, el cual estuvo coordinado por el futuro presidente Jorge Serrano
Elías, los partidos políticos y los periodistas se rehusaron a participar, en parte debido a que el
Consejo no tenía poderes legislativos55.

El sector privado no objeto tanto los nuevos métodos de la dictadura, cuanto se opuso
a los esfuerzos para aumentar los impuestos que emprendió el excéntrico dictador. En octubre
de 1982, después de haberse disgustado con el CACIF por causa de sus prédicas, Ríos Montt
se ganó su enemistad al proponer un pacto a los catorce honorables, un grupo no identificado
de industriales, comerciantes y agricultores. Si el sector privado colaboraba con él, Ríos Montt
prometía estabilidad monetaria, la privatización de empresas estatales y la garantía de que el
gobierno no llevaría a cabo una reforma agraria o la nacionalización de la banca. A cambio, le
pedía al sector privado un aumento en sus inversiones, repatriar $300 millones depositados en
las cuentas en bancos extranjeros y contribuir con Q200 millones para financiar la campaña
contrainsurgente en 1982 y 1983 56. Pero al CACIF no le hizo gracia la propuesta.

Al mes siguiente, se añadió a la lista de agravios en contra del CACIF la imposición de


cuotas de importación. Ríos Montt -en un esfuerzo por ahorrar las reservas de moneda
extranjera, que habían declinado de $742 millones en 1978, a $103.5 millones en noviembre
de 1982- restringió la importación de maquinaria y materia prima, a pesar de las protestas de
la CIG y la CCG. Los grupos de interés agrícola, aunque apoyaron la restricción de
importaciones, criticaron a Ríos Montt por rehusarse a dejar que la tasa de cambio del quetzal
flotara y por dejar de asistir financieramente a los finqueros endeudados. Ríos Montt, bajo el
ataque de las intensas críticas del CACIF, despidió a Jorge González del Valle, el presidente
del Banco de Guatemala, pero mantuvo el quetzal a la par del dólar y se adhirió a las políticas
monetarias favorecidas por el FMI, para el desagrado del sector privados 57.

Aunque el CACIF tuvo el suficiente poder para remover a González del Valle, no pudo
impedir que Ríos Montt estableciera el Impuesto al Valor Agregado (IVA) en julio de 1983.
Con las reservas en moneda extranjera en $64.9 millones en abril de 1983, Ríos Montt no tuvo
otra alternativa que aceptar el préstamo para la estabilización de $125 millones que ofreciera
el FMI, a cambio del compromiso de revisar el sistema tributario del país, uno de los más
regresivos e ineficientes del hemisferio. Ríos Montt acató concienzudamente las
recomendaciones del FMI, proponiéndose reemplazar unos 300 pequeños gravámenes con un
impuesto agregado del 10%. Debido a que el paquete tributario eliminaría todos los impuestos
a la exportación para junio de 1985 y se reduciría el impuesto sobre la renta, la carga del pago
del nuevo impuesto recaería en los consumidores 58.

La propuesta del IVA evidenció una profunda división en el CACIF. Los sectores
agrícolas, que claramente se beneficiarían de la eliminación de todos los impuestos de
exportación, la apoyaron. Los sectores industriales y comerciales, que verían sus productos
sujetos a un impuesto mayor, se opusieron. Con los presidentes de la CCG y la CIG fungiendo
simultáneamente como presidente y vicepresidente del CACIF (Ronald Dent y Carlos
Springmuhl, respectivamente), el CACIF se opuso de manera oficial al paquete tributario. El
CACIF reflejó el pensamiento de la economía neoliberal surgido en la Universidad Francisco
Marroquín al argumentar que, debido a que el paquete tributario no eliminaba todos los otros
impuestos, terminaría por elevar el nivel de vida en un 20%. Como alternativa, el CACIF le
solicitó al gobierno bajar los gastos y vender las empresas estatales ineficientes. Si se llevaba
a cabo sin modificaciones sustanciales, el CACIF auguraba que el plan, más marxista que la
propuesta tributaria de 1966, tendría consecuencias irreversibles y drásticas59

Los sectores agrícolas estaban en total desacuerdo con la posición del CACIF, lo que
casi provoca su disolución. La Asociación de Caficultores de Oriente (ACOGUA) se retiró
oficialmente del CACIF, afirmando que el IVA promovía sus intereses económicos. La Cámara
del Agro y la AGA, instituciones que habían rivalizado con anterioridad, publicaron un
manifiesto conjunto de una página completa elogiando los esfuerzos del gobierno por la
reactivación de la economía. El Consejo Nacional del Algodón, encabezado por el gerente
Amílcar Álvarez, argumentó que el CACIF había dejado de representar sus intereses y
denunció que la oposición al IVA provenía de personas que habían pagado poco o no habían
pagado impuestos en muchos años. Esta era una crítica velada a las exenciones impositivas que
había disfrutado el sector industrial desde 1959. Más aún, Álvarez criticó la política de
desarrollo industrial de los últimos veinte años: "En el pasado estimulamos el espejismo del
desarrollo industrial, sin tomar en cuenta nuestras propias limitaciones... por un proyecto que
ha fracasado por completo "60.

Con el fuerte apoyo proveniente de los terratenientes reaccionarios, Ríos Montt impuso
el IVA en julio de 1983, pero luego algunos grupos del sector privado incitaron públicamente
al cuerpo de oficiales a derrocar al general, argumentado que se estaba considerando algún tipo
de reforma agraria confiscatoria. Sus políticas económicas habían enfrentado a las grandes
empresas, a la vez que su confianza en los oficiales militares jóvenes había molestado al alto
mando. Los conflictos internos del ejército terminaron por decidir su suerte. Las diferencias
entre los oficiales jóvenes y el resto de oficiales se volvieron insostenibles cuando un
comandante de base desobedeció. una orden directa de bombardear una aldea en junio de 1983.
Para restablecer la línea de mando, estabilizar el sistema político y aplacar a los Estados
Unidos, oficiales del alto mando, encabezados por el general Óscar Humberto Mejía Víctores,
derrocaron a Ríos Montt el 8 de agosto de 1983 61.

El golpe marcó el fin de un experimento político desastroso e inició el esfuerzo para


reestablecer la coalición gobernante dentro de una estructura democrática. Con un tremendo
costo en vidas humanas, Ríos Montt había logrado impedir la victoria militar de la URNG, pero
fracasó por completo en reestablecer la estabilidad de la coalición gobernante. El general Mejía
Víctores ingresó al Palacio Nacional, en medio de la crisis más severa de la historia patria,
habiendo fracasado el intento de los militares, a nivel político y económico, por
institucionalizar una democracia dirigida. Los Estados Unidos, el principal arquitecto y uno de
los pilares de la coalición gobernante, habían retirado su asistencia militar y económica. El
sector privado, un aliado político de los militares desde 1954, también dejó a los militares sin
su crucial apoyo político y económico. El general Mejía Víctores tendría que encontrar la forma
para reintegrar a los estadounidenses y a la oligarquía en la coalición gobernante.

Durante los tres años siguientes, los militares reconstruyeron sus alianzas políticas y
llevaron a cabo la transición al mando civil. A pesar de sus divisiones internas, el ejército se
mantuvo como la organización política más influyente del país. La mayoría de los partidos
políticos se habían desacreditado por su colaboración con los regímenes militares y el sistema
político había perdido su legitimidad, lo cual se reflejó en los altos porcentajes de abstención
en las elecciones. La fragmentación del sector privado, que ocurrió durante los gobiernos de
Lucas y Ríos Montt, debilitó ciertamente a la oligarquía, pero con un neoliberalismo rampante
entre los círculos académicos y el CACIF, las élites ejercerían una función protagónica en la
construcción de un nuevo modelo político y económico. Enfrentadas por causa de un excesivo
gasto estatal y la corrupción, las varias facciones del CACIF se unificaron paulatinamente
detrás de una nueva agenda política que postulaba la privatización, el libre mercado, menos
impuestos y eficiencia administrativa. Desde las profundidades de la crisis política-económica
de la década de 1980, la oligarquía industrial resurgiría con mayor influencia política que en
ningún otro momento de su historia.
Capítulo 8

DEMOCRATIZACIÓN
1983-1990

El 25 de abril de 1985, el Jefe de Estado, Óscar Humberto Mejía Víctores,


inauguró el Gran Diálogo Nacional, un foro para la discusión de los problemas políticos
y económicos del país. Para el beneplácito de los representantes del sector privado,
Mejía Víctores efectuó el primer reconocimiento público por parte de los militares de
que sus políticas de gasto público habían contribuido a causar la más grave crisis
económica de la historia del país; además, lanzó la sutil propuesta de que la solución a
la crisis debería incluir un presupuesto balanceado y la privatización de las empresas
estatales. El gesto conciliador suavizó el tono de los debates que siguieron y estableció
las bases de la reconstrucción de la coalición gobernante1.

El demócrata cristiano Vinicio Cerezo Arévalo transformó el llamado a la


negociación en concertación, "la búsqueda de consenso social por medio del diálogo,
basado en la presunción de la buena fe" y se convirtió en el primer presidente civil electo
en quince años². Durante su gobierno (1986-1990), las facciones antagónicas de la
coalición gobernante posterior a 1954-los militares, la oligarquía y el gobierno
estadounidense- continuaron sus esfuerzos por reconstruir una alianza política
operativa. Los militares, a pesar de dos intentos de golpe, mantuvieron su compromiso
de trasladar el poder político a la élite civil, mientras que la oligarquía modernizante,
galvanizada por la tendencia neoliberal que imperaba en el sector privado, se preparaba
para tomar la batuta del alto mando. Con la elección de Jorge Serrano Elías, en 1991,
las élites asumieron el control del Estado, pero la transición del poder de un presidente
civil a otro no consolidó el sistema político democrático, pues los oligarcas carecían de
un compromiso con la democracia plena. Tras desarrollarse bajo políticas que les
permitían monopolizar la producción y reprimir a los sindicatos, las élites económicas
no estaban acostumbradas a tolerar prácticas competitivas, ni en la política ni en los
negocios. Los militares, de cualquier modo, conservaron la función de árbitros de la
política nacional, e incluso su facción "institucional" había sido poco tolerante con las
reformas sociales y económicas.
No obstante, la transición de la estructura oligarca industrial, vinculada a los
aranceles proteccionistas, a un modelo de desarrollo orientado a la exportación basado
en el libre comercio, había establecido las bases económicas para un sistema político
pluralista. Por lo general, los miembros pasivos de la oligarquía industrial se
transformaron en agresivos promotores del cambio político cuando reconocieron que su
futuro económico residía en la adopción de las políticas neoliberales que eliminaban los
aranceles proteccionistas y permitían el ingreso de sus productos a los lucrativos
mercados de Norteamérica y Europa. Con los miembros del sector agroexportador
impulsando el libre comercio, y esperando ingresar al North Atlantic Free Trade
Association (NAFTA), la oligarquía parecía preparada para implementar las reformas
políticas que complementarían su desplazamiento hacia el liberalismo económico.

El nivel y la extensión de las reformas, sin embargo, habían estado supervisados


por elementos reaccionarios de los militares y la oligarquía. Para las fuerzas armadas,
la democratización era un corolario incómodo a su campaña militar, un proyecto
obligado por las sanciones impuestas por Estados Unidos y las instituciones financieras
internacionales. Para obtener la tan necesaria asistencia militar y económica, los
militares reconocieron que se tendrían que democratizar y mejorar su desempeño en
materia de Derechos Humanos. Después de las brutales campañas contrainsurgentes en
los inicios de la década de 1980-aldeas modelo, patrullas civiles y polos de desarrollo
los militares proyectaban un retorno a la constitucionalidad en su Plan de Estabilidad
Nacional, en 1985. Sin embargo, aún después de las elecciones democráticas, un vocero
del ejército advirtió públicamente que cualquier gobierno civil tendría que respetar la
estructura de mando interno del ejército y sus planes contrainsurgentes3.

No obstante, el proyecto democratizador de los militares produjo un cambio


fundamental en la estructura del poder, de una coalición gobernante encabezada por los
militares a una alianza más dinámica, liderada por la oligarquía modernizante. En el
código militar revisado de diciembre de 1983, el alto mando estableció las bases para
el retorno gradual de los militares a sus cuarteles. Todo oficial con dos años de servicio
en el gobierno o en el sector privado o 33 años de servicio militar, tendría que pasar a
retiro. Los generales que no estuvieran activos desempeñando deberes militares y
aquellos que hubieran participado en una Junta de Gobierno tendrían también que
retirarse. El código, elaborado principalmente por los generales Óscar Mejía Víctores y
Héctor Gramajo, buscaba eliminar las tensiones dentro del ejército por la participación
de los oficiales en la política y los negocios. Con la implementación del nuevo código,
el ejército virtualmente expulsaba a los expresidentes Laugerud, Lucas García y Ríos
Montt y a sus cómplices: los generales Horacio Egberto Maldonado Schaad, Otto
Spiegeler, Fausto David Rubio Coronado y Benedicto Lucas García4.
La purga de la vieja guardia promovió la estabilidad militar y satisfizo las
demandas de la élite civil. Los generales forzados al retiro eran en gran parte, los
responsables de la expansión del Estado y del aumento del gasto gubernamental durante
la década de 1970. La flagrante mala administración y corrupción asociada con los
proyectos de desarrollo predilectos de los militares, en particular la presa Chixoy y el
nuevo puerto en el Pacífico, habían convencido al sector privado de que los militares
no podrían sacar al país de su crisis económica. Por lo tanto, el proyecto democratizador
de los militares coincidía con los intereses de la élite económica, quienes habían
demostrado poco interés por administrar el gobierno, antes de que los militares
demostraran su ineptitud.

Una severa crisis económica obligó a las élites a adoptar una postura política más
agresiva. Las exportaciones agrícolas disminuyeron de $880 millones en 1980, a $580
millones en 1985; el número de personas desempleadas y subempleadas alcanzó el 45%
y la tasa de inflación anual sobrepasó el 35%. La inestabilidad política y la violencia
generalizada habían provocado una fuga de capital hacia Estados Unidos por un monto
de $1.1 billones, en tanto la oligarquía se preparaba para dejar el país por ambientes
más habitables, como Miami y Houston. Con el PIB per cápita al mismo nivel de 1971,
la recuperación económica requería el reestablecimiento de la estabilidad política, de
una solución al conflicto armado interno y de la cooperación internacional5.

Si el desarrollo industrial iba a cumplir una función en la recuperación


económica del país, los industriales deberían recibir una atención especial del gobierno.
A partir de 1981, el desarrollo industrial ingresó en un período de retrogresión,
consecuencia de un agudo declive en el comercio regional y la crisis política
generalizada que se había esparcido por la región. Para 1985, el valor agregado por el
sector industrial estaba por debajo del nivel de 1979. La contribución de la industria al
PIB cayó de 17% en 1980, a 15.5% en 1988 6. La estrategia de sustitución de
importaciones, basada en gran parte en un Mercado Común Centroamericano viable,
estaba claramente agotada, pero los gobiernos militares no habían implementado la
política industrial a entera satisfacción para la CIG. Los industriales, molestos por las
burdas fechorías de los gobiernos militares, estaban decididos a reformular la política
de desarrollo de tal forma que no dependiera ni del Mercomún ni del Estado; y el
proyecto de democratización de los militares les brindaba una limitada apertura por
medio de la cual pudieran ellos encabezar la transición hacia un modelo neoliberal de
desarrollo.

Con un solo oligarca en el gabinete, el ministro de Relaciones Exteriores


Fernando Andrade Díaz-Durán, la oligarquía no estaba aún en la posición de dictar los
términos de la transición económica. Sin embargo, Andrade, un abogado vinculado a
casi todos los sectores de la oligarquía, jugó un papel decisivo como mediador entre las
varias facciones de la coalición gobernante, en particular durante las negociaciones con
el Fondo Monetario Internacional (FMI). En un acuerdo suscitado en agosto de 1983
con el FMI, el gobierno había prometido reducir el gasto y aumentar los impuestos a
cambio de asistencia en pagos por un balance de $125 millones.

Con el CACIF opuesto a cualquier tipo de aumento tributario, Andrade tenía


poco campo de maniobra si no alejaba a sus aliados oligarcas de las negociaciones con
el FMI. En respuesta a las preocupaciones del sector privado con respecto a los
aumentos tributarios sugeridos por el FMI, Mejía Victores redujo el IVA del 10 al 7%,
tan solo dos meses después de haber prometido que mantendría el acuerdo con el FMI
7
. En el tema del gasto público, sin embargo, la oligarquía compartía el punto de vista
del FMI sobre que el gobierno debería reducir los gastos por medio de la supresión de
instituciones ineficientes y onerosas. Para el beneplácito del CACIF, Mejía Víctores
cerró GUATEXPRO, en octubre de 1983, pero las élites económicas también exigieron
recortes drásticos en el gasto gubernamental. En 1984, el sector privado criticó en la
prensa a las empresas estatales, señalando el pobre desempeño del INDE, GUATEL,
CORFINA, AVIATECA entre otras, como prueba del fracaso del modelo militar de
desarrollo. Las administraciones ineptas, las prácticas corruptas y una excesiva
intervención estatal habían producido un déficit fiscal que ahogaba la economía del país.
Los sectores comerciales e industriales solicitaban que, para remediar la situación, el
gobierno adoptara un programa de austeridad que incluyera la privatización de las
empresas estatales8.

Con el FMI y la oligarquía opuestas a un incremento en los gastos, Mejía


Víctores no tuvo más opción que reducir el presupuesto de 1984, deteniendo su
crecimiento consecutivo durante diez años. Aunque el presupuesto incluyera un déficit
de Q360 millones, los miembros más racionales del sector privado reconocieron que era
mucho mejor que el récord deficitario de Q638 millones, en el presupuesto de 1981. Sin
embargo, Mejía Victores se mantuvo comprometido con la hidroeléctrica Chixoy y el
puerto Quetzal (un puerto cercano al viejo muelle de San José), a pesar de que los costos
estaban sobregirados en $500 millones y $100 millones respectivamente; incluso inició
la construcción de nuevas obras públicas, como el periférico de la ciudad9. El Jefe de
Estado tenía la esperanza de que el CACIF apoyaría su programa de obras públicas,
pero los neoliberales en el sector privado consideraron que solo por medio de recortes
drásticos en el gasto y en los impuestos se podía reactivar la economía.

Mejía Víctores no podía disminuir los impuestos sin tener que abandonar por
ello sus proyectos de obra pública y el FMI. Una misión técnica del FMI informó, en
abril de 1984, que el déficit del presupuesto podía alcanzar los Q525 millones debido a
que los ingresos habían sido menores a lo proyectado. Para corregir el déficit
presupuestario, el equipo del FMI le aconsejó al gobierno aumentar el IVA y reducir el
crédito al sector privado. El CACIF, que casi se había desintegrado durante la batalla
política contra el IVA en 1983. se reunificó en oposición al aumento tributario. El 13
de mayo de 1984, el CACIF denunció por televisión las recomendaciones del FMI,
exigiendo que el gobierno redujera el gasto y suprimiera empresas estatales, en vez de
aumentar los impuestos y recortar el crédito10.

La oposición del sector privado significó un serio dilema para el gobierno de


Mejía Víctores, pues si violaba los acuerdos con el FMI, no sería objeto de la asistencia
financiera que necesitaba desesperadamente para reactivar la economía. Presionado por
el FMI en el extranjero y por la oligarquía en casa, Mejía Víctores cedió ante la
oligarquía. En junio de 1984, el gobierno violó el acuerdo con el FMI al aprobar la
ampliación de Q146 millones en crédito para el sector privado, mucho de lo cual estaba
destinado al sector industrial. El FMI respondió suspendiendo el desembolso de los
restantes $60 millones del préstamo autorizado el año anterior. Según declaraciones de
Fernando Andrade, Guatemala necesitaba la asistencia financiera, pero no la aceptaría
en términos que dañaran la soberanía del país 11.

Como parte del esfuerzo por recuperar el apoyo del FMI, el gobierno propuso un
modesto aumento tributario en septiembre de 1984. Debido a la extensiva práctica de la
evasión fiscal y a la reducción del IVA del 10 al 7%, el impuesto al valor agregado
recaudó solo Q160 de los Q370 millones anticipados. Para cubrir el déficit, el gobierno
propuso extender el IVA a un mayor rango de productos e incrementar el impuesto en
timbres de 10 a 25 centavos. El CACIF se opuso. A diferencia de 1983, cuando los
sectores agrícolas se rehusaron a unirse a los sectores industriales y comerciales en
oposición al aumento tributario propuesto, los agricultores se mantuvieron sólidamente
en la coalición del CACIF. El sector agrícola había solucionado la división interna que
habían producido dos grupos de interés privados, la AGA y la CAG, que representaban
a grandes rasgos la división entre los intereses tradicionales y los modernizantes. En
noviembre de 1984, las dos organizaciones anunciaron la formación de la Unión
Nacional Agropecuaria (UNAGRO), además de denunciar las políticas fiscales del
gobierno de Mejía Víctores. Con la CIG, la CCG y la UNAGRO unidas, las demandas
del CACIF por un inmediato rechazo del IVA tenían un significativo peso político12.

Los guatemaltecos iniciaron el nuevo año con el sector privado y los militares
sumidos en otro agrio enfrentamiento político. El 2 de enero, el CACIF publicó un
campo pagado criticando las políticas fiscales y económicas del gobierno y
argumentando que el gobierno debía asumir la total responsabilidad del déficit
presupuestario, debido a que sus burócratas corruptos gastaban los ingresos públicos en
empresas estatales improductivas, en contra de los consejos del CACIF. El ataque
enfureció al ministro de Economía, Leonel Hernández Cardona, quien preguntó:
"¿Desde cuándo los empresarios hablan en nombre del pueblo?... ¿Y quiénes son ellos,
que han sacado sus dólares del país?". Los empresarios, que no habían estado en las
trincheras luchando contra el comunismo, no tenían derecho de criticar al ejército,
espetó Hernández. También le advirtió al CACIF que tendría un "amargo despertar"
cuando se enterara del plan del gobierno para controlar los precios. En respuesta el
CACIF argumentó que "conociendo las tendencias ideológicas del ministro, evidentes
en su admiración por el gobierno sandinista, seguramente se refiere a la introducción de
un régimen similar en Guatemala"13. Pocas personas habían sugerido alguna vez que el
gobierno militar tuviera a simpatizantes sandinistas en sus filas.

La llamada de atención del CACIF había revelado su profunda animadversión


hacia el gobierno militar que, desde su punto de vista, había quebrantado la economía.
Negociaciones posteriores entre el CACIF y el gobierno disminuyeron las tensiones,
pero no lograron impedir un enfrentamiento final en torno a los impuestos, en abril de
1985. Un momento decisivo en la transición a la democracia, que sirvió para determinar
la división de poder entre los militares y el sector privado, se suscitó cuando Mejía
Víctores impuso arbitrariamente un impuesto del 50% en la importación de bienes que
no provinieran del Mercado Común Centroamericano y uno del 15% en las
importaciones no esenciales del mismo. El sector privado, unificado bajo la bandera de
Nueva Derecha, amenazó con montar una huelga o incluso un golpe de Estado si el
gobierno no cedía a sus demandas. El 11 de abril, Mejía Víctores respondió con un
mensaje televisivo, pero su decisión cambió en el transcurso de la noche, sin duda como
resultado de negociaciones secretas entre la oligarquía y el alto mando. Al día siguiente,
Mejía Víctores rescindió sus leyes tributarias y despidió a Hernández y al ministro de
Finanzas, Leonardo Figueroa Villate 14.

La derrota de las propuestas tributarias hizo que efectivamente la política


económica y fiscal regresara al dominio del sector privado. Durante la década de 1970,
los militares habían usurpado los privilegios tradicionales del CACIF, pero con el
cuerpo de oficiales comprometido con las elecciones presidenciales programadas para
el otoño, el CACIF recuperó su derecho a vetar la política económica. Al excluir a los
golpistas de sus filas, los militares conservaron el apoyo del sector privado, de los
Estados Unidos y los partidos políticos. Después de este enfrentamiento, el gobierno
aceptó varias de las políticas neoliberales del CACIF. El nuevo ministro de Finanzas,
Armando González Campo, expresidente del Banco de Guatemala, simpatizaba con los
análisis del CACIF sobre la crisis económica y fiscal de entonces. El ministro acusó al
régimen de Lucas de irresponsabilidad fiscal y admitió que el gobierno podía vender
algunas de las empresas estatales, que eran "el centro de los ataques de los neoliberales
de la nueva derecha"15.

La derrota de la propuesta tributaria de Mejía Víctores marcó un retorno a la


división de poderes que emergió después de la contrarrevolución de 1954, en la cual los
militares determinaban la política de seguridad y la oligarquía dominaba los asuntos
económicos. Para reestablecer un modus vivendi con el sector privado, Mejía Víctores
estableció el Gran Diálogo Nacional, en el que anunció algunas medidas de austeridad
apoyadas por el CACIF. El diálogo produjo pocos resultados tangibles, pero le dio al
sector privado una oportunidad para promover la agenda neoliberal.

Las causas de la crisis, explicaba el CACIF en un plan de emergencia presentado


en el diálogo, eran la corrupción generalizada, la falta de confianza pública y la
seguridad, la administración ineficiente y la excesiva emisión de moneda. Para sacar al
país de la crisis, el CACIF reiteró sus demandas de que el gobierno privatizara las
empresas estatales, promoviera las industrias exportadoras, atrajera el capital extranjero
(en especial la industria del petróleo) y terminara con todos los controles de precios16.

Durante los próximos ocho años a ningún gobierno, ni militar ni civil, le fue fácil
llevar a cabo políticas que no estuvieran previamente autorizadas por el CACIF. Desde
1954 los industriales, agricultores y banqueros habían demandado una voz en la
formulación y ejecución de las políticas; los gobiernos militares de la década de 1970
les habían negado ese papel, lo que llevó a todos los sectores económicos a la oposición.
Durante la transición al orden constitucional, el CACIF insistió en la adopción de sus
políticas económicas, pero sin estar organizado como partido político carecía de los
medios para asegurar una comunicación fluida a sus demandas a través de los canales
legislativos y burocráticos. Periódicamente explotaban batallas sórdidas entre el sector
privado y el gobierno, en parte debido a que los partidos que participaban en las
elecciones no representaban a la oligarquía sino a una clase de políticos profesionales
entusiasmados con tomar los puestos desocupados por los militares.

El candidato líder y su partido, Vinicio Cerezo Arévalo y los


democratacristianos, estaban manchados por su asociación a los gobiernos militares. El
partido había nominado a dos oficiales para la presidencia en 1974 y 1978, el general
Ríos Montt y el coronel Ricardo Peralta; ambos perdieron en elecciones fraudulentas.
En 1977, Cerezo publicó un panfleto en el que apoyaba el concepto que tenía Laugerud
del ejército como una institución para el cambio social. Los guatemaltecos no podían
olvidar que los democratacristianos se habían aliado con el gobierno de Lucas, después
de que el PID rompiera sus vínculos con el MLN. La candidatura de Cerezo, por lo
tanto, nunca alarmó a los militares tanto como al CACIF, que sospechaba que él
continuaría las desastrosas políticas económicas de sus predecesores17.

Cerezo neutralizó deliberadamente al CACIF durante su campaña, prometiendo


que jamás llevaría a cabo una reforma agraria o la nacionalización de la propiedad
privada. También gozó del apoyo de empresarios influyentes, incluyendo a Guillermo
Rodríguez, líder de la recién formada Cámara Empresarial (CAEM), y a Rodolfo Paíz
Andrade, propietario de una cadena de supermercados. El democratacristiano Lizardo
Sosa tenía vínculos con Pedro Lamport Rodil, exministro de Finanzas y futuro
presidente del CACIF. La imagen creada por Cerezo y sus vínculos empresariales
ayudaron a eliminar las sospechas que generaba entre el sector privado, pero ni Cerezo
ni Jorge Carpio Nicolle, de la Unión del Centro Nacional (UCN), el candidato que quedó
en el segundo lugar, gozaban de la total confianza del CACIF18.

Con la elección de Cerezo en enero de 1986, Guatemala tuvo su primer


presidente civil desde Julio César Méndez Montenegro, pero no contó con un
representante directo de las élites al mando. La elección de Cerezo en una contienda
electoral relativamente libre y abierta generó optimismo en una nación sin esperanzas,
puesto que la llegada de un gobierno civil le daba a todos los sectores la oportunidad
para cambiar la dirección de la política. Ningún otro sector social, empero, estaba tan
bien organizado y financiado como la oligarquía. Aunque el CACIF no dominaba al
gobierno de Cerezo rechazó varios de sus proyectos económicos y gradualmente
empujó a los democratacristianos hacia las políticas neoliberales que le favorecían.

Los militares impusieron obstáculos políticos más firmes al gobierno que el


sector privado, a pesar de su limitado repliegue de la arena política. Cerezo no firmó
ningún pacto con los militares, similar al que se negoció previo a la toma de posesión
de Méndez Montenegro en 1966, pero tenía un entendimiento tácito con las fuerzas
armadas. Cerezo reconoció que los militares no tolerarían ni reformas estructurales,
como una reforma agraria, ni interferencia civil en sus asuntos internos. Cerezo debía
permitir que los militares designaran a su alto mando y que ejecutaran su propia
estrategia militar. A pesar de la presión popular para que persiguiera legalmente a los
oficiales militares acusados de corrupción y/o violaciones a los derechos humanos
durante los regímenes anteriores, Cerezo no podía revertir el decreto de amnistía
promulgado por el general Mejía Víctores. Cerezo se percató de los límites de su poder,
admitiendo ante un corresponsal de prensa extranjera que en ningún momento tendría
más del 30% del poder constitucional del presidente. Un grupo de oficiales que
representaban a la facción constitucionalista del ejército, el general Héctor Gramajo
(jefe del Estado Mayor de la Defensa), el general Jaime Hernández (ministro de la
Defensa) y el coronel Roberto Mata González (jefe del Estado Mayor Presidencial),
mantuvieron el balance del poder19.

Cerezo intentó negociar el campo minado que tenía frente a sí, forjando alianzas
con la facción constitucionalista del ejército y el ala modernizante de la oligarquía. En
su discurso hablaba de la necesidad de llevar a cabo reformas sociales y económicas,
pero los nombramientos de su gabinete sugerían que su política sería moderada. El
equipo económico de Cerezo fue conformado por Lizardo Sosa, decano de la Facultad
de Economía en la Universidad Rafael Landívar, quien se hizo cargo del Ministerio de
Economía; Rodolfo Paiz Andrade, un economista graduado de Harvard, fue designado
ministro de Finanzas; y Rodolfo Estrada Hurtarte, agrónomo de la Universidad de San
Carlos, ministro de Agricultura. Aunque Cerezo no le permitió al CACIF escoger a su
equipo económico, la designación de Sosa, Paiz Andrade y Estrada, todos ellos
respetados académicos o empresarios, no confrontaron al sector privado. Cerezo asumió
la presidencia con endebles bases de apoyo por parte de los militares y del sector
privado; además consciente que podía ser removido de su puesto si llegaba a ofender a
cualquiera de sus aliados 20.

Para consolidar su posición, Cerezo lanzó una política de concertación, un


desesperado intento por forjar un consenso político de amplia base. Los representantes
de la Confederación de la Unidad Sindical de Guatemala (CUSG, la confederación
sindical oficial) participaron en las primeras pláticas con el gobierno y el CACIF a
mediados de marzo, pero posteriormente se retiraron del diálogo, a cambio de la
promesa de Cerezo de que negociaría un aumento salarial con el CACIF. Cerezo
esperaba contar con el apoyo del sector privado para su paquete económico, concebido
con el propósito de reducir el déficit presupuestario, generar empleo, aumentar la
producción y estabilizar la moneda; pero el CACIF lo consideró una aumentaría el
desempleo y devaluaría el quetzal. La concertación, política socialista que desmotivaría
las exportaciones, por lo tanto, evolucionó hacia una negociación bilateral entre el
CACIF y el gobierno; como resultado, el paquete económico Cerezo presentó al
Congreso en abril, conocido como el Plan de Reordenamiento Económico y Social
(PRES), reflejaba los intereses del sector privado²¹.

A pesar de los problemas tan urgentes del desempleo y la inflación, el primer


paquete económico de Cerezo se enfocó en estabilizar la economía. Para el agrado del
sector privado, Cerezo estableció una tasa de cambio de $1 por Q2.50, lo que resultaba
una ganga para los agroexportadores, pues habían estado cambiado sus dólares por
quetzales a una tasa de $1 por Q1.40. La imposición de un impuesto del 30% en
exportaciones, debido a que no afectaba las ganancias que obtendrían por medio de la
nueva tasa de cambio, no irritó tanto a los agroexportadores. Con el levantamiento de
los controles de precios en más de 300 productos, el PRES le otorgó al sector privado
un paquete económico esencialmente favorable. La concertación había producido un
tentativo consenso entre el sector privado y el gobierno22.

Mientras el Congreso estudiaba el PRES, el CACIF cabildeaba otros puntos de


la agenda económica, incluyendo la reducción del déficit presupuestario y la venta de
las empresas estatales; no cedería a las demandas de Cerezo para un aumento salarial,
argumentando que como no todas las empresas estaban en la capacidad de aumentar los
salarios, el gobierno debía permitir a cada empresa aumentarlos de manera voluntaria,
de acuerdo con sus condiciones financieras. Los sindicalistas lo consideraron una
traición, pero Cerezo prefirió evitar el enfrentamiento con los grandes empresarios
sobre este tema. El CACIF estaba unificado y agresivo; no aceptaría modificaciones al
paquete negociado con Cerezo23.

A mediados de mayo, el Congreso inició una batalla política al aprobar el PRES


con una modificación importante, el aumento en el impuesto de exportaciones sería del
40%. Cerezo, quien se encontraba fuera del país en ese momento, pudo no haber
aprobado la modificación propuesta por los democratacristianos en el Congreso, pero
es más probable que sí hubiera estado de acuerdo con el aumento, con el objeto de medir
la fuerza del CACIF. El presidente de UNAGRO, Teddy Plocharsky, lo llamó "traición
y una puñalada por la espalda". El CACIF argumentó que "su buena fe había sido
burlada" y que responsabilizaría al gobierno de "los efectos dañinos que produciría".
Bajo la intensa presión del CACIF, los democratacristianos eliminaron posteriormente
la modificación24.

La aprobación del PRES, en junio de 1986, representó un compromiso entre el


gobierno y el sector privado; cada cual aceptaba el paquete económico, a pesar de tener
reservas en algunos de sus componentes. Al CACIF le disgustó el aumento de Q700
millones en el gasto público, pero no lo protestó vigorosamente. Al sector privado le
hubiera gustado que el gobierno privatizara las empresas estatales, pero la suspensión
del control de precios y la devaluación del quetzal les ofrecía una bonanza fiscal
inmediata e irresistible. Cerezo hubiera preferido la inclusión de un aumento salarial
obligatorio, pero como carecía de la fuerza política para lograrlo, aceptó Q100 millones
para el programa de obras públicas, lo que crearía 40 mil empleos25.

Con la aprobación del paquete económico, Cerezo aparentemente había


concluido la reconstrucción de la coalición gobernante. El sector privado, los militares,
los políticos civiles y el gobierno estadounidense respaldaron un plan para reconstruir
Guatemala, comenzando por estabilizar la dañada economía del país. La trasferencia
del poder a un gobierno civil hizo posible para la administración Reagan continuar con
la asistencia militar y aumentar la asistencia económica, haciéndole ganar algunos
puntos a Cerezo con el sector privado, siempre en busca de capital. Sin embargo, la
reconstrucción de la economía reabriría heridas políticas que la concertación había
sanado temporalmente 26.

En la primavera de 1987, Cerezo anunció el Plan de Reorganización Económico


Nacional (PREN), un proyecto de desarrollo en nueve etapas, concebido como el pago
de la deuda social acumulada durante los nueve años anteriores, estimada en Q5
billones. El PREN reflejaba el pensamiento político del ministro de la Defensa, Héctor
Gramajo. Para 1987, Gramajo había ganado apoyo dentro del ejército por su doctrina
de la Estabilidad Nacional, un plan que requería de un agresivo programa de acción
cívica para enfrentar los problemas sociales que alimentaban las simpatías comunistas.
La doctrina de Gramajo ampliaba la filosofía política del expresidente Laugerud, que
había confrontado a la derecha civil al lanzar sus reformas sociales y económicas, a
mediados de la década de 1970. Gramajo estaba preparado para enfrentarse al sector
privado si este se oponía al plan de los militares que promovería simultáneamente la
seguridad y el desarrollo. Para Gramajo y los militares, la extrema derecha tenía una
"deuda social" con el país, incurrida durante los largos años de conflicto. Cerezo adoptó
el término "deuda social" de Gramajo para justificar el aumento de los gastos
gubernamentales en el desarrollo de vivienda, agua potable, educación, salud,
carreteras, nutrición y seguridad urbana27.

Cuando Cerezo anunció el PREN, en marzo de 1987, rehusó sabiamente fijar una
cantidad en dólares a la inversión requerida para el primer pago de la deuda social.
Sospechaba que el sector privado objetaría un aumento a los gastos de gobierno, ya que
el CACIF constantemente demandaba recortes profundos al gasto. Aún con riesgo de
alejar al sector privado de la coalición a la que recién ingresaba, Cerezo propuso Q1.5
billones en nuevos gastos para cuarenta y cinco proyectos, algunos de ellos financiados
por organizaciones internacionales. Cerezo esperaba aumentar el balance de capital por
medio de un ajuste tributario que llenaría algunos vacíos y aumentaría los impuestos
sobre la renta, la propiedad y el IVA 28.

El proyecto de Cerezo no era un simple programa de beneficencia social que los


democratacristianos consideraron una necesidad moral. Cerezo esperaba diversificar las
exportaciones, atraer capital extranjero y fortalecer el mercado interno. Los elementos
dinámicos de la élite apoyaban su visión de una economía moderna y diversificada,
aunque objetaran el monto del aumento tributario que proponía. Las objeciones más
fuertes provenían del sector agroindustrial, tradicionalmente intransigente en reformas
tributarias. Mientras Cerezo lo impulsaba en el Congreso, el PREN levantó tal debate
en el CACIF que la poderosa entidad empresarial casi se desintegra.
A pesar de la reestablecida unidad del CACIF, las divisiones entre el sector
privado se mantenían y limitaban su efectividad política. Para otros empresarios
centroamericanos, el CACIF era un modelo de coordinación y eficiencia; para los
políticos conocedores, resultaba vulnerable a un ataque político muy preciso, dirigido
contra su eslabón más débil: los vínculos entre los finqueros reaccionarios de la
UNAGRO y las élites dinámicas representadas en la CIG. En los treinta años de su
historia, los sectores agroexportadores e industriales apenas habían logrado ocultar sus
diferencias en cuanto a los medios que consideraban adecuados para ampliar el mercado
interno29. Un político ágil, con apoyo militar, podía separar a los oligarcas industriales
del sector agrícola, forjar una coalición política populista y reducir la influencia política
de la oligarquía terrateniente.

La visión modernizante del sector industrial coincidía ampliamente con el


programa de reformas de Cerezo. A mediados de la década de 1970, la CIG había
comenzado a articular un modelo de desarrollo orientado a la exportación, para ir más
allá del mercado común y comenzar a explotar las oportunidades que ofrecía el
comercio internacional por medio del GATT (Acuerdo General sobre Aranceles
Aduaneros y Comercio, por sus siglas en inglés). La revolución sandinista y la guerra
de los contras que le siguió, combinadas con la guerra civil en El Salvador, habían hecho
inoperable el mercado común y habían obligado a la CIG a intensificar sus esfuerzos
para elaborar una nueva política. Con industrias operando a menos del 50% de su
capacidad y las exportaciones al MCCA disminuidas al 55%, los industriales estaban
tan desesperados por entrar en mercados más allá del centroamericano, que se
encontraban dispuestos a bajar sus aranceles proteccionistas 30.

En marzo de 1987, la CIG delineó el nuevo modelo para el desarrollo industrial,


que requería de una alianza activa con el gobierno. Abandonando en la práctica el
modelo basado en la sustitución de importaciones/Mercado Común Centroamericano,
los industriales proponían una transición gradual, selectiva y coordinada, de un modelo
de sustitución de importaciones a un modelo para el desarrollo basado en la promoción
de exportaciones. La transición requería planificación a largo plazo con el objetivo de
asegurarse una fluida conversión de las fábricas industriales, para que pudieran
competir con los productos importados. Mientras el gobierno reducía los aranceles, la
CIG recomendó una reducción análoga en otros impuestos, lo cual le otorgaba a la
industria mayores ventajas en la competencia con los productos importados. La CIG no
había perdido del todo las esperanzas en el Mercado Común Centroamericano, pero
quería buscar nuevos mercados en el Caribe, Estados Unidos, México y Europa, y para
hacerlo, Guatemala tendría que reducir sus barreras arancelarias, como requisito previo
para ingresar al GATT31.
El arquitecto de la nueva política industrial era el presidente de su Cámara,
Álvaro Castillo Monge, hijo de Óscar Castillo Valenzuela y María Monge Castillo, y
quien unificó dos de las ramas de la familia Castillo y sus diversos intereses. Con
intereses en el café, la industria, las finanzas, los bienes raíces, también representaba la
facción más progresista de la élite agroindustrial, ansiosa por modernizar el modelo
político económico y desplazar a los oligarcas tradicionales que no se ajustaran a la
nueva realidad. Castillo y la CIG reconocieron que el país tendría que cambiar su
política de desarrollo industrial. El FMI y el Banco Mundial presionaban a Guatemala
y a otros países deudores para que redujeran sus barreras arancelarias y balancearan sus
presupuestos. Costa Rica había ya abandonado el modelo basado en la sustitución de
importaciones y adoptado un programa diseñado para promocionar exportaciones no
tradicionales. Como los prospectos para la reconstrucción del Mercado Común
Centroamericano eran bastante débiles, Castillo Monge sabía que Guatemala tendría
que reformar su política para el desarrollo. Algunos miembros de la CIG apoyarían
medidas diseñadas para ampliar el mercado interno, pero Castillo y los suyos se daban
cuenta que una reforma tributaria o una reforma agraria no eran políticamente viables32.

En el Segundo Congreso Industrial, en julio de 1987, los miembros de la CIG


ratificaron la política delineada por Castillo Monge varios meses antes. Los industriales
acordaron apoyar la reducción de los aranceles proteccionistas, en tanto fueran
explícitos, graduales, selectivos y coordinados con el Mercado Común
Centroamericano. No buscarían la supresión de los aranceles activamente, pero si el
gobierno decidía eliminarlos, tendría que dar a las industrias suficiente tiempo para
prepararse para competir con los productos extranjeros. Aun después de la supresión o
reducción de tarifas, la CIG esperaba que el gobierno defendiera sus industrias, pues
otros países protegían sus mercados internos y subsidiaban algunas de sus industrias
exportadoras; "no pretendemos ser sardinas en un mar de tiburones", enfatizó Castillo
Monge33.

De hecho, la Cámara de Industria abandonó de manera oficial el modelo de


sustitución de importaciones durante el Segundo Congreso Industrial y abrazó el
paquete neoliberal al hacer un llamado a favor del libre comercio y la promoción de
exportaciones. La realización de sus objetivos económicos, sin embargo, requería de
importantes reformas políticas. Inicialmente, para restaurar la estabilidad fiscal,
balancear el presupuesto y calificar para asistencia económica extranjera, tendría que
reducirse el tamaño del Estado, principalmente por medio de la venta de empresas
estatales. Luego, aunque no promovían una negociación con las guerrillas, los
industriales soñaban con un ambiente político sin conflictos. Además, habiendo
padecido a manos de oficiales militares inescrupulosos, los industriales demandaron
"conocer las reglas del juego", un llamado implícito para que el Estado diera fin a sus
injustificadas intervenciones en el sector privado. Los industriales pudieron no haber
tramado la configuración de una nueva coalición gobernante, como algunos han
sugerido, pero ciertamente planificaron asumir un papel más activo en la arena política,
no limitada a la política arancelaria y fiscal34.

Cerezo apoyaba el plan de la CIG para aumentar las exportaciones industriales y


reestablecer una agencia para la promoción de las exportaciones, el Consejo Nacional
de Exportaciones (CONAPEX). Por medio de esta nueva agencia, Cerezo esperaba
estimular el desarrollo de la industria maquiladora. A pesar de la creación de una zona
de libre comercio en la costa del Caribe, en 1979, y de tres leyes para la promoción de
exportaciones (1979, 1982 y 1984), el gobierno no había logrado generar mucho interés
por parte de las maquiladoras, principalmente porque otros países, como México y la
República Dominicana, ofrecían incentivos más atractivos. Bajo la presión de los
grupos de interés de la agricultura, el gobierno prohibió la importación de cualquier
materia prima que pudiera procurarse en el país, un requisito que espantó a muchos
textileros que hubieran preferido importar algodón. Como resultado, pocas industrias
maquiladoras se habían establecido cuando Cerezo asumió la presidencia. Cuando
concluyó el gobierno de Cerezo, las maquilas se habían convertido en la parte más
dinámica del sector industrial35.

Aunque Cerezo se movía hacia una confrontación con el CACIF por la reforma
tributaria, ya había establecido una base de apoyo en el seno de la oligarquía industrial.
Algunos elementos del PREN eran del agrado de la CIG, en particular los planes para
construir la infraestructura necesaria para las exportaciones no tradicionales. Antes de
la introducción de la reforma tributaria, en septiembre de 1987, Álvaro Castillo Monge
elogió a Cerezo: "la política económica ha sido adecuada; la economía se ha liberalizado
en gran parte". Carlos Torrebiarte, expresidente de la CIG, se sumó al apoyo: "En
términos generales, la dirección de la economía de los democratacristianos ha dado en
el blanco"36.

La oposición al paquete económico de Cerezo vino de la élite agrícola. Los


industriales criticaron elementos del plan y la forma como estaba diseñado, pero no se
encontraban absolutamente opuestos a la idea de una reforma fiscal. Juan Luis Bosch,
presidente de la CIG en agosto de 1987, expresó las preocupaciones de los industriales
acerca del paquete económico. Para reactivar la economía, Bosch sugirió que el
gobierno limitara su crecimiento y gasto, vendiera las empresas estatales deficitarias y
consultara con el sector privado, antes de elaborar legislación económica importante37.
Mientras los industriales adoptaban una postura conciliadora y los representantes
del CACIF negociaban con el gobierno, los intereses agrícolas se preparaban para
derrotar las más extensas modificaciones tributarias en casi treinta años. Cerezo había
propuesto incrementar del 5 al 12% el mínimo impuesto sobre la renta que pagaban las
empresas; y adoptar una escala proporcional en el impuesto sobre inmuebles que
reemplazara al impuesto fijo que se encontraba vigente. De haberse llevado a cabo esta
reforma, los impuestos por inmuebles valorados en más de $25 mil se hubieran
triplicado. El CACIF expresó cierta flexibilidad ante la reforma tributaria, sugiriendo
que aceptaría algunos impuestos si el gobierno privatizaba las empresas estatales. La
UNAGRO, temiendo la implementación de una reforma agraria, adoptó una línea dura.
En septiembre de 1987, cuando el Congreso debatía el PREN, la UNAGRO le concedió
a Cerezo 48 horas para que retirara el paquete del Congreso. El 8 de septiembre, Cerezo
rechazó el ultimátum, reafirmó su compromiso con una reforma amplia y acusó a la
UNAGRO de ser responsable parcial de la crisis económica, al haber participado en los
regímenes corruptos de los últimos treinta años38.

Con la jerarquía militar apoyándolo decididamente y el sector privado dividido,


Cerezo y los democratacristianos presintieron el triunfo. El sector privado no tenía un
argumento convincente en contra del paquete tributario. Más del 80% del ingreso
tributario provenía de impuestos indirectos, principalmente aranceles de exportación, y
aunque había un impuesto sobre la renta, el 40% de las empresas reportaban pérdidas,
de tal forma que no tendrían que pagar impuestos. Por varios años, el FMI había
solicitado a Guatemala cubrir su déficit fiscal mediante un aumento tributario, pero años
de corrupción gubernamental hacían que los grupos de interés privados se mostraran
renuentes a pagar más impuestos. La propuesta de reforma fiscal de Cerezo no
aumentaría el coeficiente tributario (ingresos tributarios como un porcentaje del PIB)
más allá del 8.9% (el más bajo en América Latina), ni afectaría de manera fundamental
la estructura impositiva. De ser aprobado el paquete tributario, hubiera sido la primera
vez que una reforma fiscal se aprobaba sin el apoyo del CACIF, pero ello no hubiera
representado una carga dura o fatal para el sector privado39.

El 16 de septiembre, el Congreso hizo historia política al aprobar seis decretos


que aumentaban algunos impuestos y modificaban otros. Luego, el CACIF intensificó
la presión hacia Cerezo para que vetara o modificara el paquete tributario. El 19 de
septiembre, el CACIF organizó un paro nacional de un día en la capital y paros parciales
en Quetzaltenango, Retalhuleu, Santa Rosa, Jalapa y Jutiapa. Después de la
demostración de fuerza, Cerezo invitó al CACIF para que negociara sus diferencias con
él. La UNAGRO se rehusó a dialogar y Gustavo Anzueto Vielman, vicepresidente de
la AGA, renunció del CACIF. El diálogo continuó sin los finqueros. Álvaro Arzú
Irigoyen, alcalde de la ciudad de Guatemala, futuro candidato presidencial y
descendiente directo de un noble vasco, representaba a la oligarquía modernizante y al
CACIF. Con el coronel Roberto Mata y otros oficiales respaldándolo, Cerezo intentó
convencer a los oligarcas de la reforma tributaria. Las pláticas se suspendieron en
octubre en medio de rumores de golpe de Estado. Cerezo adoptó una postura inflexible
en su primer enfrentamiento con el sector privado, sabiendo que contaba con el apoyo
de los militares, la Iglesia y los sindicatos. Durante las negociaciones, Gramajo reafirmó
públicamente el compromiso del ejército con el gobierno y su paquete de reformas,
dejando que el CACIF ejercitara su propio músculo político 40.

Después de que Cerezo aprobó el paquete tributario, el CACIF organizó la


primera huelga patronal desde 1950. Esta se inició el 7 de octubre bajo amenazas de
continuarla indefinidamente; los empleadores cerraron sus negocios y tomaron las
calles por tres días consecutivos, siendo la mayor parte de las protestas en la Ciudad
capital. En el momento más memorable del paro, los jóvenes de la élite rodearon el
Palacio Nacional con sus Toyotas y Broncos, exigiendo la suspensión de los nuevos
impuestos. El paro duró hasta el 9 de octubre y llegó a su fin debido a que la Cámara de
Industria se rehusó a extenderlo, considerando que el costo era muy alto y que tenía
pocas posibilidades de triunfar. Los miembros más beligerantes del CACIF deseaban
provocar un enfrentamiento, posiblemente un golpe de Estado, pero los miembros
moderados y políticamente influyentes de la CIG buscaban regresar a la mesa de
negociación. Las negociaciones con el gobierno se reanudaron el 13 de octubre y
produjeron un acuerdo informal. El CACIF apoyaría el PREN, a cambio de la promesa
de Cerezo de que no se nacionalizarían propiedades, bancos o el comercio internacional.
También aseguró a los empresarios que les consultaría antes de modificar cualquier otro
impuesto. En diciembre el Congreso aprobó el paquete tributario de Cerezo41.

La derrota de los civiles reaccionarios por la coalición de los democratacristianos


y los militares le dio a Cerezo la oportunidad de consolidar una alianza política
reformista con las facciones progresistas de la oligarquía, dado que la alianza entre la
extrema derecha y el ejército se había roto. Más aún, como señaló el ministro de
Economía Lizardo Sosa, el liderazgo de la oligarquía estaba pasando de los
terratenientes viejos y reaccionarios a la nueva generación de empresarios. Los
modernizantes de los sectores industriales y agroexportadores, que pusieron fin a la
huelga del CACIF, tenían la oportunidad de establecerse como los líderes de las élites
económicas. Habían comenzado a aceptar la institucionalización del proceso
democrático, en el cual tendrían que aceptar tanto las derrotas como las victorias y,
algunos de ellos, reconocían la necesidad de saldar la deuda social. De acuerdo con
Fanny de Estrada, representando a la Gremial de Exportadores de Productos no
Tradicionales, el sector privado había desarrollado un mayor sentido de responsabilidad
en cuanto a la corrección de los problemas sociales del país, luego de la crisis del inicio
de la década de 1980. De acuerdo a un industrial no identificado, Cerezo tenía la
legítima oportunidad de lograr establecer una alianza política con estos sectores
progresistas del empresariado42.

Cerezo intentó forjar una coalición populista, unificando a las élites


modernizadoras y a los trabajadores organizados en torno a un gobierno nacionalista
apoyado por los militares. La democratización había dado a los trabajadores la
posibilidad de reorganizarse y movilizarse, después de haber sido aplastados por la
violencia de principios de la década. La afiliación de la Unión Sindical de Trabajadores
de Guatemala (UNSITRAGUA) creció de 15 sindicatos en 1985, a 37 en 1988.
Decididos a unificar los movimientos laborales y a presionar para lograr reformas
sociales, UNSITRAGUA llevó a cabo varias huelgas y marchas impresionantes.
Aunque los trabajadores industriales constituían solo el 15% de la fuerza laboral,
lograron unificar a la clase trabajadora con huelgas arriesgadas y ocupaciones de
fábricas. Los trabajadores de la fábrica textil Lunafil, por ejemplo, cerraron la fábrica
en junio de 1987 en vez de aceptar la jornada laboral de 12 horas y la mantuvieron
cerrada hasta que los patrones aceptaron abandonar dicha jornada y otorgaron un
aumento salarial, 410 días después 43. Habiendo cooptado a los miembros progresistas
del CACIF, Cerezo intentó atraer a los sindicalistas no violentos a su coalición política.

Sin embargo, en la medida en que Cerezo accedía a las demandas de


UNSITRAGUA y de otras organizaciones sindicales, se exponía a la deserción de los
sectores progresistas del empresariado y de los militares, quienes se habían enfrentado
en luchas mortales en contra de los sindicatos desde 1954. A lo sumo, los patronos
favorecían la creación de las asociaciones solidaristas, una variante de los sindicatos
blancos; estas habían surgido en Costa Rica en 1948, y crecieron en Guatemala durante
la década de 1980, cuando la intensa represión hizo menos atractiva la afiliación a los
sindicatos. Para agosto de 1987 existían 110 asociaciones solidaristas, representando a
40 mil trabajadores de los sectores del café, bananos, cemento, zapatos, embotelladoras
y plásticos. Estas asociaciones funcionaban principalmente como sociedades de
beneficio mutuo, en las que los trabajadores aportaban del 3 al 8% de sus ingresos para
un fondo financiaba cooperativas de crédito, distribución de utilidades, tiendas y
servicios sociales. Los empleadores y los democratacristianos favorecían estas
asociaciones más que a los sindicatos, ya que evadían deliberadamente el
enfrentamiento con los patronos, evitando las huelgas y los pactos colectivos44.

El movimiento sindical independiente, en contraste, se valía de acciones


colectivas para presionar por reformas sociales que iban más allá de los sitios de trabajo.
En la primavera de 1988, UNSITRAGUA, CUSG y otras cuatro federaciones sindicales
conformaron la Unidad de Acción Sindical y Popular (UASP), unificando por primera
vez, desde el gobierno de Árbenz, a los trabajadores urbanos y rurales en una
confederación laboral. El CUC (Comité de Unidad Campesina), una organización
campesina que tanto el gobierno como el CACIF consideraban subversiva debido a sus
vínculos con el movimiento guerrillero, era miembro secreto de la UASP. En enero y
febrero de 1988 la UASP organizó dos grandes manifestaciones y amenazó con una
huelga general, obligando a Cerezo a negociar. El 11 de marzo el gobierno prometió
reducir los aumentos proyectados en tarifas eléctricas, incrementar el salario mínimo,
controlar los precios, registrar y redistribuir tierras estatales ociosas, facilitar el
reconocimiento de los sindicatos (incluyendo al CUC) y la creación de una comisión
para investigar las violaciones de los derechos humanos45.

El acuerdo de Cerezo de investigar los abusos de derechos humanos golpeó un


punto sensible de las fuerzas armadas, que se oponían a cualquier interferencia civil en
relación a sus actuaciones pasadas o presentes. Cerezo había alarmado a las facciones
conservadoras del ejército al enviar representantes a Madrid para las conversaciones de
paz con la URNG, en octubre de 1987, la primera negociación en 27 años del conflicto
armado interno. Algunos oficiales rechazaban cualquier negociación con la URNG y
las ofensivas militares lanzadas durante las pláticas en Madrid reflejaron la decisión de
los militares de línea dura de eliminar a las guerrillas, antes de concederles nada en la
mesa de negociaciones. El sector privado interpretó el pacto como una traición y una
violación al acuerdo informal al que habían llegado con Cerezo en octubre del año
anterior. El acuerdo que reestablecía el control de precios, "además de distorsionar el
libre mercado que el gobierno está obligado a respetar, es una medida hacia la
socialización del comercio", según las acusaciones del CACIF, que declaró al sector
privado en estado de alerta, denunció como ilegal el aumento del salario mínimo y acusó
al gobierno de aceptar el reconocimiento del CUC, "una facción violenta al margen de
la ley "46.

Por lo tanto, los acuerdos con la UASP tuvieron como consecuencia la


reunificación de las alas derechistas civil y militar, así como dos intentos de golpes de
estado en mayo de 1988. Las unidades militares leales a Cerezo reprimieron la rebelión,
pero Cerezo pagó un alto precio político por su lealtad. Luego del alzamiento abortado
del 18 de mayo, un segmento influyente de oficiales presentó una lista de demandas a
Cerezo. Para mantenerse en el puesto, Cerezo acordó suspender las negociaciones con
la URNG, neutralizar las organizaciones sindicales y populares y dar fin a todos los
planes para implementar una reforma agraria47.

Los alzamientos militares pusieron fin a los intentos de Cerezo por consolidar
una alianza populista. Posteriormente aceptó un "Encuentro Nacional" con el objeto de
forjar un pacto entre empresarios y trabajadores, pero el CACIF y la UASP no aceptaron
participar. La UASP lo criticó por violar los acuerdos de marzo de 1988, mientras que
el CACIF objetaba los controles de precio, las propuestas fiscales, el gasto
gubernamental y la corrupción generalizada; los oficiales jóvenes lo consideraban
blando con el comunismo; y las organizaciones populares aún demandaban reformas
más radicales, como la persecución penal de los violadores de derechos humanos. En
agosto de 1988, los oficiales del ejército debatían si debían o no derrocar a un presidente
impotente. Cerezo se mantuvo en el poder gracias al apoyo de Gramajo, pero el
presidente tuvo que abandonar sus esfuerzos tendientes a la incorporación de los
sectores sindicales y populares a su coalición48.

Por la falta de dirección ideológica y de aliados políticos, el gobierno de Cerezo


zozobraba. Fueron acusados de corrupción funcionarios de alto rango, incluyendo a
Milton Cerezo, el hermano del presidente, y Alfonso Cabrera, ministro de Relaciones
Exteriores y posible sucesor de Cerezo. Exfuncionarios de CORFINA y del INDE
enfrentaban posibles acusaciones penales por peculado y abuso de confianza pública.
La aprobación de otro presupuesto desbalanceado, que incrementaba el gasto en un
24%, erosionó aún más la base política de Cerezo. En enero de 1989, el CACIF anunció
que no participaría más en los improductivos diálogos de Cerezo, señalando que el
gobierno ya no respetaba los puntos de vista del sector privado en los asuntos
económicos. Cerezo atacó desesperadamente a los conspiradores de la izquierda y de la
derecha que buscaban desestabilizar su gobierno. Los rumores de movimientos y
conspiraciones militares circularon durante marzo y abril, culminando en una rebelión
pobremente planificada el 9 de mayo de 1989 49. Cerezo sobrevivió solo debido a que
el alto mando permaneció comprometido con el orden constitucional.

Del abismo político en el que había caído, Cerezo resurgió como un neoliberal,
adoptando la agenda política de la nueva derecha y preparando la base política para el
arribo al poder de la oligarquía modernizante. En marzo de 1989, el ministro de
Finanzas Rodolfo Paiz Andrade develó un nuevo plan de desarrollo económico llamado
"Desarrollo Nivelador". Apoyado por el FMI, IBRD, BID y AID, el gobierno se
embarcó en lo que se presentaba como otro ciclo histórico en la evolución económica
del país. Esperando promover un crecimiento con equidad, el plan pretendía reorientar
la producción hacia mercados más allá del Mercado Común Centroamericano, reducir
aranceles y otras barreras al comercio internacional, limitar la intervención
gubernamental, reducir el gasto público y preparar a las empresas para competir en el
mercado internacional o irse a la quiebra. El gobierno ya no protegería ni subsidiaría
industrias débiles. De hecho, Cerezo descartó formalmente el modelo basado en la
sustitución de importaciones: "Las ventajas de este modelo se han agotado. Ahora el
modelo se está abandonando a favor de uno basado en el crecimiento orientado hacia el
mercado, en el cual los sectores externos desempeñan una función dominante. Este
programa buscará actividades que amplíen la participación del país en el comercio
internacional, con el objeto de promover una expansión económica sostenida con
aumentos en el empleo y los ingresos de la población” 50.

A modo de recompensa por la conversión hacia el neoliberalismo, Guatemala


recibió un considerable flujo de ayuda extrema, incluyendo un préstamo de $75
millones de Japón y otro de $22 millones de Suiza. En casa, el plan económico fortaleció
el apoyo de los oligarcas industriales a Cerezo, quien estaba preparado para aplicar las
medidas de ajuste económico y deshacerse de las barreras arancelarias desde hacía una
década. El tema no era si Guatemala podía superar el modelo basado en la sustitución
de importaciones, sino el ritmo al que podrían las industrias reconvertir sus instalaciones
productivas para competir en un mercado sin protección arancelaria. Durante el Tercer
Congreso Anual celebrado en abril, la CIG aceptó los lineamientos de la política de
ajuste estructural, incluso el enfoque de "hacer o perecer". Los industriales solo pedían
que el gobierno les diera suficiente tiempo de preparación para la competencia con
multinacionales más eficientes. La reconversión tomaría tiempo y dinero, y un gran
número de industrias arriesgaban la quiebra si el gobierno no les facilitaba la transición,
advirtió el industrial José Zamora51.

La aceptación del plan por parte del sector industrial evidenció que los grandes
fabricantes habían llegado a un nivel de desarrollo en el que podían competir con las
empresas extranjeras. Cementos Progreso y la Cervecería Centroamericana, por
ejemplo, no necesitaban ciertamente de la protección gubernamental para conservar su
porcentaje de participación en el mercado, puesto que el cemento y la cerveza estaban
al mismo nivel de calidad que los productos importados. Habiendo agotado las
posibilidades de crecimiento en el mercado regional, su única esperanza para un
desarrollo mayor se encontraba en ingresar a mercados fuera de la región; y si querían
que otros países bajaran sus aranceles, los guatemaltecos tendrían que garantizarles un
acceso similar en el propio país.

Otra razón de peso para disminuir los aranceles y desregularizar la economía era
que el continuo crecimiento de la industria maquilera así lo requería. En 1989, un
aumento del 29% en la exportación de productos no tradicionales motivó un crecimiento
del 9.7% en el total de exportaciones, en comparación al nivel de 1988. El sector más
dinámico de la línea de exportación de productos no tradicionales provenía de la
industria textil, la maquila, que creció 622% entre 1986 y 1989, debido en gran parte a
los inversionistas coreanos. Como los Estados Unidos ampliaron sus cuotas de
importación en 125% durante los siguientes tres años, las maquilas tuvieron la
oportunidad de crecer aún más 52. Sin embargo, para acelerar la diversificación de sus
productos de exportación Guatemala tenía que ofrecer incentivos fiscales a los
inversionistas extranjeros, fortalecer la democracia y liberalizar sus prácticas
comerciales, todos ellos requisitos para poder acceder a los capitales y mercados
foráneos. Al vincular el crecimiento económico a la democratización y al libre
comercio, el plan fortalecía la tendencia progresista de las élites, puesto que, sin un
compromiso firme con la democracia y el libre comercio, no se tendría acceso a los
mercados extranjeros de los que dependía su futuro económico.

No obstante, se mantuvo la tensión política entre el sector privado y el gobierno.


Como parte del ajuste estructural, el plan del gobierno incluía el establecimiento de un
fondo de inversión social, financiado en gran parte por préstamos y donaciones
internacionales. Concebido para que absorbiera el golpe a las clases trabajadoras
durante la reestructuración y reorientación de la economía, el fondo de inversión social
le recordó al sector privado la deuda social que los militares y los democratacristianos
le habían endilgado en 1987. El CACIF se preocupó por la capacidad del gobierno de
contraer aún más deuda internacional, cuando este todavía no podía balancear el
presupuesto y pagar las deudas ya contraídas. Sin embargo, la idea de eliminar las
políticas proteccionistas molestaba a algunos empresarios que objetaban la confianza
del plan en las limitadas ventajas comparativas de Guatemala: el clima y la mano de
obra barata53.

Cerezo finalmente desplegó las características de un efectivo líder político,


conduciendo al sector privado por una senda que algunos de ellos no querían transitar.
En junio anunció un amplio plan para los últimos quinientos días de su gobierno.
Concebido para restablecer la confianza de la población, activar la economía y asegurar
la transición hacia el anodino sucesor de Cerezo, Alfonso Cabrera, el plan también
confirmaba el compromiso del gobierno con la agenda económica neoliberal. Para
modernizar la producción, el gobierno invertiría Q321 millones en servicios de telefonía
y electricidad, promovería la inversión extranjera y las exportaciones, adoptaría una tasa
de cambio más realista y flexible, reduciría los impuestos, estimularía la reconversión
industrial y eliminaría los gastos superfluos 54.

Aunque el CACIF criticó algunos puntos del plan, particularmente el fondo de


inversión social, también debió de experimentar algún placer al constatar que el
gobierno adoptaba su posición en un buen número de temas. Al mes siguiente, Cerezo
implementó un componente crucial de su estrategia de desarrollo, el Decreto 29-89,
Promoción y Desarrollo de la Actividad de Exportación y la Maquila. La ley eximía a
los industriales de los impuestos de importación de materia prima y bienes de capital,
impuestos de exportación y de la renta. Cualquier empresa que exportara parte de su
producción calificaría para los beneficios, a diferencia de las leyes anteriores, que
reservaban las exenciones arancelarias a las empresas que exportaran su producción
entera. Como señalaron prontamente los críticos, las maquilas contribuían solamente
con salarios a la economía nacional y las fábricas, propiedad de los extranjeros, en
general explotaban la mano de obra de bajo costo y desorganizadas 55.

Con el anuncio de los paquetazos, en noviembre de 1989, Cerezo completó su


conversión hacia la agenda neoliberal. Bajo presión del FMI y de los Estados Unidos,
Cerezo hizo flotar el quetzal y permitió que bajara un 30%. Eliminó los subsidios al
transporte, permitió que se aumentara la tarifa eléctrica, vendió la aerolínea nacional e
inició negociaciones para vender el INDE, la empresa nacional de electricidad. También
liberó las tasas de interés, redujo los aranceles de importación y prometió eliminar todos
los impuestos, regulaciones y controles que desmotivaban a la iniciativa privada. Los
democratacristianos no lograron aprobar el presupuesto para 1990, por lo que el
presupuesto de 1989 quedó aprobado automáticamente; este era Q190 millones menor
que lo presupuestado para 1990. Por causa de este diseño y por necesidad, Cerezo
impuso austeridad en la economía nacional 56.

Para marzo de 1990, el quetzal había caído a $1 por Q4, una declinación del 43%
en cuatro meses. El gobierno se había mantenido firme en su política de devaluación,
argumentando que pretendía "modernizar para los noventa" y crear "una economía sin
privilegios". Un analista político concluyó que "la estrategia corresponde a una
descarada economía neoliberal, incluyendo la supresión de los subsidios y de los
aranceles proteccionistas y la eliminación de los controles o restricciones en las
actividades económicas. El gobierno, mientras tanto, promete controlar el flujo
monetario, reducir el déficit presupuestario y continuar con las privatizaciones de los
bienes públicos"57.

Aunque la "economía sin privilegios" se convirtió en la bandera de los


democratacristianos, el sector privado aún sospechaba de sus intenciones. Como recién
converso que era, Cerezo pasaba problemas para mantenerse firme en su fe; y su
propuesta tributaria de mayo de 1990 confirmó las sospechas neoliberales. Cerezo selló
la suerte de los democratacristianos en las elecciones venideras al proponer eliminar las
exenciones de impuestos en 27 actividades económicas e imponer un 80% en las
eventuales utilidades derivadas de la especulación cambiaria. Cerezo esperaba que los
impuestos generaran Q800 millones, suficiente para cubrir el déficit del banco central
(Banco de Guatemala) de Q700 millones. Aunque la eliminación de las exenciones
tributarias era consistente con el concepto neoliberal de una economía sin privilegios,
el CACIF, la UNAGRO, la CIG y la CCG denunciaron el aumento de impuestos y
recomendaron al gobierno cubrir el déficit por medio de la reducción del gasto. Los
democratacristianos retiraron prontamente las leyes propuestas 58.
Paradójicamente, la conversión tardía de Cerezo hacia el neoliberalismo no lo
hizo ganar el apoyo del sector privado y alejó a los sectores populares. La devaluación
del quetzal y la inflación que le siguió erosionaron sus bases de apoyo entre las clases
trabajadoras urbanas. Mientras la campaña presidencial de 1990 continuaba, la
oposición política capitalizaba los fallos de Cerezo: inflación, déficit presupuestario,
corrupción, represión política y una economía paralizada, en términos generales. Los
fundamentos ideológicos del neoliberalismo habían quedado establecidos, pero para
desarrollarlo se requeriría un efectivo administrador neoliberal del sector privado.

Un buen número de candidatos se presentaron como la nueva derecha,


incluyendo a Jorge Carpio Nicolle (Unión del Centro Nacional, UCN), Álvaro Arzú
Irigoyen (Partido de Avanzada Nacional, PAN) y Jorge Serrano Elías (Movimiento de
Acción Solidaria, MAS). Aunque la política económica ocasionó fuertes debates
políticos, los intereses populares en la resolución de la guerra civil de treinta años de
duración hizo que la paz fuera el tema central de la campaña. Cuando los
democratacristianos y los militares aceptaron reanudar las pláticas con la URNG, en
Oslo en marzo de 1990, Serrano representaba al gobierno. Como empresario e ingeniero
exitoso, Serrano podía, por lo mismo, presentarse como el candidato de la paz y la
prosperidad 59.

Aunque el CACIF inicialmente rechazó negociar con la URNG, una facción


pacifista del sector privado insistió en participar en las pláticas. El presidente del
CACIF, Jorge Briz, aceptó reunirse con los representantes de la URNG, en Ottawa, el
31 de agosto, provocando un extraño enfrentamiento público con la UNAGRO, que
rechazaba reunirse con la URNG debido a sus demandas por una reforma agraria. Las
divisiones reflejaban una larga disputa entre quienes impulsaban la modernización y
quienes adoptaban las posturas tradicionales en la oligarquía. Briz, como representante
de los modernizadores, consideraba la paz como una necesidad económica. Para lograr
esa paz, Briz manifestó su voluntad de aceptar la legalización de la URNG como partido
comunista, con plenos derechos para participar en una sociedad pluralista 60.

Por lo tanto, la posición de Serrano en las negociaciones pudo haber molestado


a los reaccionarios de la UNAGRO y del MLN, pero contaba con una base de apoyo
entre las élites. Habiendo fungido como presidente de un controversial Consejo de
Estado durante el régimen de Ríos Montt, nadie podía poner en duda las credenciales
anticomunistas de Serrano Elías, pero para entonces este se había forjado una imagen
conciliadora. Serrano Elías era un empresario de 48 años, evangélico y neoliberal
convencido, proveniente de una familia de clase media, hijo del abogado y político
Jorge Serrano Vásquez, que había entregado aquel famoso Memorial de los 311 al
dictador Jorge Ubico, en 1944. Jorge Carpio, el principal contendiente hasta las últimas
semanas de la campaña, también presentó una plataforma neoliberal, pero alejó a
muchas personas con un ataque sórdido y repulsivo en contra de todos sus oponentes 61.

Después de cinco tensos años con Cerezo, los guatemaltecos anhelaban, más que
nunca, la reconciliación política. De los candidatos a quienes se les permitió participar,
Serrano representaba la mejor esperanza de cambio. En la primera vuelta de las
elecciones, Jorge Carpio ganó con un estrecho margen, al obtener el 25.7%, seguido de
Serrano con un 24.1%. En la segunda vuelta, Serrano Elías derrotó a Carpio por un
amplio margen, 68% en contra de 32%. Los observadores políticos atribuyeron su
victoria a un desembolso financiero tardío por parte del CACIF. A pesar del amplio
margen de su triunfo, Serrano Elías carecía de consenso nacional; el 55% de los votantes
registrados se abstuvieron de votar62.

Años de gobiernos autoritarios y corruptos habían erosionado la confianza del


público en el sistema político. Las altas tasas de abstención reflejaban un generalizado
pesimismo en relación a la posibilidad de llevar a cabo reformas o las negociaciones
por la paz. Con la elección de Serrano Elías, Guatemala ingresó a desconocidas aguas
políticas, puesto que ningún presidente civil había pasado el poder a otro civil, a raíz de
un evento electoral. Más importante aún es que por medio de Serrano Elías la oligarquía
asumió el poder; aunque este no fuera uno de sus miembros, representaba a la nueva
élite económica y llevó a un buen número de ellos a su gobierno. Quedaba por ver qué
harían los oligarcas con su poder político.
Capítulo 9

EL SERRANAZO Y DESPUÉS

Una facción modernizante de la oligarquía tomó el control del Estado en 1991 y se


fortaleció durante el "serranazo" de mayo de 1993, aumentando la posibilidad de que la
democracia se consolidara en Guatemala. Estas élites tienen la posibilidad de transformar el
ámbito político del país, el más volátil y violento de América Central. Aunque progresistas, en
tanto favorecen el cambio del status quo, no son necesariamente reformistas, puesto que se
oponen a la redistribución de la riqueza por medio de la legislación estatal. Buscan terminar
con la dictadura militar, la corrupción y la guerra civil para poder llevar a cabo el modelo de
desarrollo económico neoliberal basado en la promoción de la exportación de productos no
tradicionales hacia Norteamérica y Europa. Por eso, cuando Serrano Elías asumió poderes
dictatoriales, en mayo de 1993, las élites económicas se vieron obligadas a actuar contra el
golpe de Estado, debido a que ponía en peligro el acceso a los mercados y créditos externos de
los oligarcas. En una alianza sin precedentes con los sectores populares, los oligarcas
articularon un regreso al orden democrático y hacia la desmilitarización por medio de Ramiro
De León Carpio, el procurador de los Derechos Humanos que gozaba del respeto y apoyo del
sector privado.

Los oligarcas neoliberales, aunque agradecidos con las fuerzas armadas por combatir a
las fuerzas guerrilleras en los ochentas, consideraron que los militares no debían administrar el
gobierno. Bajo el control militar, el gobierno se volvió notoriamente corrupto e ineficiente,
malgastando los recursos públicos en empresas estatales y hundiendo al país en la deuda. Los
oligarcas querían que las fuerzas armadas regresaran y se quedaran en los cuarteles, no para
porque creyeran firmemente en los principios democráticos, sino por lo pésimos
administradores que habían sido los oficiales. Desde principios de la década de 1980, el sector
privado está involucrado en una batalla desesperada por recobrar el control del Estado
depurarlo de funcionarios deshonestos y reestablecer la estabilidad fiscal. Es probable que
continúe esta batalla durante la década de 1990, puesto que los modernizadores están dispuestos
a liberalizar la economía, privatizar las empresas estatales, bajar o eliminar las barreras
arancelarias y no arancelarias para el comercio, fortalecer el mercado regional y finalmente
lograr el ingreso a los mercados de Norteamérica y Europa, por medio del NAFTA o el GATT.
Fuerzas poderosas dentro del estamento militar y aun dentro del sector privado se oponen a los
neoliberales, pero la democratización impulsada por los sectores populares y apoyada por la
comunidad internacional, finalmente triunfará.
La democratización es una cosa y la justicia es otra. La consolidación del sistema
democrático no necesariamente traerá mejores salarios para los trabajadores ni condenas a las
violaciones de derechos humanos. Las élites que se opusieron a Serrano y apoyaron la
designación de De León Carpio son parte de una oligarquía privilegiada que no tiene
intenciones de redistribuir la riqueza por medio de una reforma agraria y las fuerzas armadas
aun actúan como el árbitro de la política nacional. La coalición política de amplia base que
llevó a De León Carpio a la presidencia se desintegró cuatro meses después de asumir el cargo,
dejando al CACIF y a los neoliberales en el control de la política económica, mientras políticos
y jueces corruptos continúan desafiando la voluntad popular. Sin embargo, las posibilidades
para la paz y la democracia nunca habían sido mayores desde 1944, puesto que la oligarquía,
que alguna vez se conformó con participar limitadamente en el gobierno, está ahora decidida a
pelearle el poder a los militares y a los partidos políticos.

El liderazgo de la oligarquía ha pasado a la élite industrial, muchos de ellos


descendientes de los pioneros de la industria en Guatemala: Mariano y Rafael Castillo Córdova,
Rufino Ibargüen, Carlos Novella Klee y Federico Köng. Algunos, como Ricardo Castillo
Sinibaldi, pueden rastrear su linaje hasta la conquista española; otros, como Jorge Skinner-
Klee, son los bisnietos de los europeos que se establecieron en Guatemala a finales del siglo
XIX. Ellos invirtieron en la industria cuando pocas personas pensaron que esta podría tener
éxito, incluso cuando muchos oligarcas la consideraban inferior. A pesar de los obstáculos,
establecieron empresas exitosas, se ganaron el respeto de los finqueros y consolidaron su
posición al casarse con las hijas de la oligarquía y fundaron sus propias y amplias redes
familiares. Sin embargo, hasta que la revolución guatemalteca los movilizó, fueron actores
políticos marginales, socios menores de la coalición contrarrevolucionaria y su poder
prácticamente inseparable del poder de los finqueros.

Desde 1954, la coalición contrarrevolucionaria se amplió y se modernizó y el poder de


los finqueros ha declinado mientras que la influencia de los industriales aumenta, fenómeno
señalado por varios analistas'. En la década de 1870, los cafetaleros exportadores representaban
una fuerza progresista, deseosa de tomar el control del Estado con el objeto de fomentar una
revolución agrícola. Para la década de 1950, se habían vuelto conservadores, renuentes a
modernizar las bases políticas o económicas de su poder. Los industriales, por su parte, tenían
una visión del futuro y cambiaron el status quo, estableciendo un mercado regional y otorgando
protección arancelaria e incentivos fiscales a los fabricantes. No han producido una revolución
industrial (el área rural guatemalteca no está colmada de chimeneas industriales, como puede
observarlo cualquier turista), pero han cambiado de manera fundamental las bases y la
estructura del poder.

Los oligarcas que han invertido en textiles, hoteles, ingenios de azúcar, algodón, minas,
finanzas, exploraciones de petróleos y construcción ejercen ahora el liderazgo. Ellos son los
empresarios, ingenieros, abogados, arquitectos y doctores que viven en amplias mansiones
ubicadas en las zonas 14 y 15 de la ciudad de Guatemala, con antenas satelitales como símbolos
de su riqueza y modernidad. Una élite bien educada, multilingüe, que viaja a Miami y a
Houston a comprar vestuario, vehículos y artículos que no están disponibles o son muy costosos
en Guatemala. Acostumbran tener cuentas bancarias y casas en los Estados Unidos, por si acaso
las guerrillas se hicieran con el control de la ciudad². Si no fuera por los militares, los
guerrilleros hubieran tomado el poder, pero ahora desearían que el ejército y los partidos
políticos se hicieran a un lado y los dejaran-a la élite ilustrada- tomar las riendas del gobierno.

Para tener éxito, los oligarcas tal vez deban aliarse con los sectores populares, pero
hasta el "serranazo" de mayo de 1993, las élites económicas estaban decididas a llevar a cabo
la democratización en sus propios términos y bajo su liderazgo. A lo largo del gobierno de
Serrano, los oligarcas modernizadores dominaron el gobierno y dictaron la política económica.
Serrano Elías premió a las élites económicas con tantos nombramientos al gabinete que
Inforpress describió su gobierno como "democracia empresarial". Álvaro Arzú Irigoyen,
exalcalde de la ciudad de Guatemala y excuñado de Raúl García Granados, encabezaba a la
élite modernizante como ministro de Relaciones Exteriores. Manuel Benfeldt Alejos, sobrino
de Roberto Alejos Arzú y empresario de la construcción, ocupó el Ministerio de Desarrollo.
Quizás el regreso de la oligarquía al poder se simboliza mejor con la designación de María
Luisa Beltranena al Ministerio de Educación. La red familiar Beltranena- Aycinena, una
alianza marital oligarca que apareció durante el siglo XIX, ha colaborado con varios regímenes
militares, esperando como los Arzú, Alejos y otras familias acelerar la modernización y la
democratización bajo el control de la élite³.

El gabinete también incluía a personas que representaban a la oligarquía modernizante


en grupos de interés privados, incluyendo a Adolfo Boppel Carrera, expresidente del CACIF y
UNAGRO, como ministro de Agricultura. Richard Aitkenhead Castillo, exdirector de la
Asociación de Gerentes de Guatemala (AGG), se hizo cargo del Ministerio de Economía. Irma
Raquel Zelaya Rosales, miembro de un centro de investigación de pensamiento neoliberal,
puso en práctica los principios de libre mercado en su breve paso por el Ministerio de Finanzas.
Aunque los militares no cedieron los ministerios de la Defensa ni Gobernación, los oligarcas
decidieron la orientación económica del país. Ni siquiera durante la dictadura de Jorge Ubico
tuvieron tantos cargos tan influyentes en el gobierno. Un analista político incluso fue más allá
en su evaluación histórica: "por primera vez la clase dominante claramente asume el control
directo del Estado, principalmente en los asuntos económicos"4.

Aún así, Serrano Elías llevó a cabo un tímido intento de reconciliación social al iniciar
un diálogo entre empresarios, sindicatos y gobierno. Para aplacar a la izquierda, designó a
Mario Solórzano, un social demócrata izquierdista, como su ministro de Trabajo, pero sus
llamados a formar un gobierno de unidad nacional no lograron incorporar a los sectores
populares a su pacto social. Los sindicatos denunciaron el gobierno de Serrano Elías como
"representante de los opresores tradicionales del interés nacional"5. Cuando Serrano Elías llamó
formalmente al diálogo, la UNSITRAGUA y la UASP se rehusaron a participar debido a que
el presidente ya había adoptado la agenda neoliberal del sector privado lo que limitó la
negociación de precios, salarios e impuestos. Byron Morales, líder de la UASP, denunció el
intento de reconciliación de Serrano Elías debido a que no incluía ninguna discusión sobre la
reforma agraria, la paz o los derechos humanos6.
De hecho, Serrano Elías había impulsado un programa de austeridad antes de que el
diálogo nacional comenzara. Una reunión con representantes del sector privado, el 25 de enero,
produjo un acuerdo básico sobre un programa que reduciría la inflación a 15%, estabilizaría el
tipo de cambio, eliminaría los privilegios y la corrupción, liberalizaría la economía y reformaría
el sistema tributario. Aunque el 87% de los guatemaltecos vivía en la pobreza, Serrano Elías y
las élites económicas consideraban que la inflación, que había alcanzado un 60% (la tasa anual
más alta de todos los tiempos), era el problema más urgente. Para controlar la inflación, Serrano
adoptó las políticas neoliberales estándar, prometiendo reducir gastos, privatizar las empresas
estatales y reformar el sistema fiscal. También acabó con el control de los precios de la canasta
básica, considerando que dichas regulaciones desanimaban la producción y causaban la escasez
de bienes7.

El 1 de febrero, Serrano se presentó en la radio y televisión para promover su programa


de austeridad. La deuda externa había alcanzado los $2.3 billones y habiendo suspendido los
pagos en 1989, los intereses sobre la deuda de Guatemala eran de un monto de $145 millones
para cuando Serrano asumió la presidencia. El Banco Mundial había suspendido los
desembolsos de préstamos y otros bancos internacionales habían cerrado todas las líneas de
créditos. Para Serrano, el déficit presupuestario de Q1.4 billones hacía imposible que el
gobierno honrara sus deudas e invirtiera en los programas sociales que la izquierda exigía. Con
un ojo puesto en la renegociación de la deuda externa, Serrano anunció su programa de
austeridad, prometiendo reducir el gasto público al purgar a los burócratas "irresponsables y
corruptos" de la administración; prometiendo también incrementar los ingresos de gobierno al
ampliar el IVA hacia otros bienes y servicios que antes estuvieron exentos. Aunque el vocero
del gobierno negó que Guatemala permitiría que el FMI dictara sus políticas económicas,
Serrano comenzó a implementar un programa de ajuste económico ortodoxo que contaba con
la aprobación del FMI y por lo tanto le permitiría al país obtener créditos a largo plazo 8.

Sin embargo, algunos señalaron que el FMI y el Banco Mundial impusieron un


programa de austeridad a los guatemaltecos. Para ellos, la enorme deuda externa era el
resultado de gastos superfluos y de la corrupción que tantas veces habían denunciado. La
hidroeléctrica Chixoy, el blanco favorito del CACIF desde su concepción, contabilizaba el
mayor porcentaje de la deuda de Guatemala al Banco Mundial. La planta hidroeléctrica ahora
proveía el 70% de la electricidad del país, pero el INDE debía a sus acreedores extranjeros
$303 millones, el 13% de la deuda externa del país9.

Para reabrir los canales financieros, Guatemala tendría que aumentar sus ingresos,
recortar el gasto y renegociar la deuda externa con el FMI. El sector privado reconoció que el
gobierno tenía que aumentar los ingresos, pero objetaba decididamente la propuesta de la
ministra de Finanzas Raquel Zelaya que consistía en la adquisición obligatoria de bonos de
emergencia, aplicable a todas las personas que ganaran más de Q3,000.00 al mes. El CACIF
aplastó esa propuesta y forzó la renuncia de Zelaya. Los modernizantes salieron de este
enfrentamiento con más poder aun, puesto que Serrano Elías movió a Richard Aitkenhead al
Ministerio de Finanzas y designó a Juan Luis Mirón, expresidente de la Cámara de la Libre
Empresa, como ministro de Economía10.
Con el equipo económico neoliberal instalado, Serrano Elías impulsó su programa
legislativo en el Congreso. Este ratificó el ingreso de Guatemala al GATT el 26 de julio,
comprometiendo al país a reducir las barreras arancelarias y no arancelarias a cambio de acceso
a Europa y Norteamérica. Mientras tanto, Aitkenhead trabajó en revisiones a la propuesta de
bonos de emergencia con el CACIF y la UNAGRO, aumentando la tasa de interés del 2 al 8%.
El Congreso autorizó más revisiones a los bonos de emergencia en julio, brindándole a los
contribuyentes la opción de pagar un impuesto del 1% o comprar un bono con valor de 2% de
su ingreso bruto. Los cambios, que esperaban generar Q550 millones (Q150 millones menos
que la propuesta originaria), hicieron de los bonos una menor carga tributaria y una débil
inversión 11. Incluso las élites aceptaron impuestos para sí mismas, un avance altamente
significativo en un país con una larga historia de amargos conflictos tributarios.

Otro largo enfrentamiento provocado por la reforma tributaria siguió a la presentación


del Programa para la Modernización Fiscal que hiciera Aitkenhead en agosto. El gobierno
propuso una ampliación del IVA a bienes y servicios anteriormente exentos, reducir impuestos
a quienes tenían mayores ingresos, imponer un impuesto único de 25% a las empresas y
estandarizar todos los aranceles de importación del 10 al 20%. Los grupos populares,
reconociendo los beneficios que recibiría la clase alta por medio de la reducción del techo de
ingresos para la tributación, se opusieron a la propuesta. El CACIF no condenó el paquete,
como había hecho con todas las reformas anteriores; de hecho, solicitó al gobierno incrementar
el IVA del 7 al 12%. Con solo 18 de los 59 votos requeridos para controlar el Congreso, Serrano
no podía asegurar la aprobación del paquete de modernización fiscal hasta abril de 1992. Para
el beneplácito de las élites económicas, el gobierno bajó la tasa de los ingresos sujetos a
impuestos de más de Q65 mil de 34% a 25% y autorizó una deducción del 100% en pagos por
IVA. La carga tributaria bajo el sistema fiscal de Serrano caería sobre las personas de menos
ingresos por medio del impuesto sobre las ventas, que generaba el 85% del ingreso del
gobierno. Las élites continuarían evadiendo el pago de impuestos; de hecho, solo 60 mil
personas pagan impuesto sobre la renta¹².

Sin embargo, el programa de austeridad de Serrano, combinado con una reducción


mayor de los aranceles de importación, reabrió los canales financieros internacionales. El BID,
que poseía el 22.5% de la deuda externa de Guatemala, autorizó una línea de crédito de $430.8
millones después de que Guatemala canceló $22.5 millones de intereses en octubre de 1991.
El presidente Bush siguió el ejemplo en diciembre, un año después de que suspendió la
asistencia militar debido a las violaciones a los derechos humanos, entre ellos los asesinatos
del ciudadano estadounidense Michael Devine y de la antropóloga guatemalteca Myrna Mack,
y la masacre de Santiago Atitlán. El Congreso estadounidense había condicionado la asistencia
militar y económica a mejorías en las condiciones de los derechos humanos, pero Bush,
impresionado por el compromiso de Serrano con el libre comercio y la democracia, ofreció $50
millones en fondos de estabilización cuando Serrano visitó Washington, D.C., en diciembre de
1991 13.
Para el final de su primer año de gobierno, Serrano podía mostrar que había bajado la
inflación al 10% (la segunda tasa más baja de Latinoamérica) y había alcanzado un crecimiento
del 3.5% del PIB. Una medida de crecimiento y estabilidad monetaria que aun dejaba al 87%
de los guatemaltecos viviendo en la pobreza. Cualesquiera fueran los méritos a largo plazo de
las políticas económicas de Serrano, poco lograban aliviar los problemas sociales inmediatos.
De hecho, las condiciones de derechos humanos fueron peores en 1991 y 1992, con los
sindicatos y los campesinos como blancos de la extrema derecha 14.

El 30 de abril de 1992, Ramiro de León Carpio advirtió que la amplia inestabilidad


social podía llevar al gobierno a declarar un estado de emergencia y suspender las garantías
constitucionales. Varias semanas después, algunos movimientos en el gabinete suscitaron
rumores insistentes acerca de un inminente golpe de Estado. Serrano despidió a los ministros
de Salud, Cultura, Energía y Desarrollo y los sustituyó con el doctor Eusebio del Cid Peralta,
Eunice Lima Shaul, César Fernández y Ricardo Castillo Sinibaldi. El nombramiento de
Castillo, otrora presidente del CACIF y del INDE, miembro de la Junta Directiva de la CIG y
de una de las familias industriales más poderosas del país, reflejaba la decisión de los oligarcas
modernizantes de tomar el control del Estado15. Ningún Castillo había tenido un puesto en el
gabinete desde que Adalberto Saravia Castillo había fungido con el colega oligarca Carlos
Herrera Luna.

Los observadores interpretaron los cambios en el gabinete como un esfuerzo de Serrano


por impedir un golpe militar otorgando más concesiones al sector privado, interesados en la
capacidad de Serrano Elías para mantener la estabilidad política. Como la popularidad del
gobierno declinaba debido al estancamiento de las pláticas de paz y la continua violación a los
derechos humanos, Serrano Elías consideraba seriamente declarar estado de emergencia y
disolver el Congreso que había bloqueado sus esfuerzos para conseguir enjuiciar a Elder
Vargas, un diputado de la UCN que había concebido un plan para liberar a su hermano Arnoldo
Vargas, preso por posesión de cocaína. Los diputados no aceptaron quitarle la inmunidad a
Vargas, un privilegio del que gozan los congresistas. Molesto, Serrano Elías quiso disolver el
Congreso, pero sus asesores lo disuadieron de llevar a cabo un "fujimorazo" en junio 16.

Las acusaciones de corrupción estremecieron al gobierno durante el año siguiente, con


el Congreso como foco del malestar público. Los diputados habían usado demasiadas veces su
inmunidad para encubrir actividades ilegales y obstruir la persecución penal. Durante el
gobierno de Cerezo, el diputado Elián Darío Acuña se libró de afrontar un juicio por el
asesinato de su novia gracias a que sus colegas congresistas no aceptaron removerle la
inmunidad. Obdulio Chinchilla Vega supuestamente usaba las placas de su vehículo del
Congreso para ocultar carros robados. Escándalos de este tipo desencantaron a la población
con la idea de que un gobierno democrático podía resolver sus problemas. Una encuesta
realizada en 1992 reveló que el 68% de los guatemaltecos creían que los diputados solo se
preocupaban de sus propios intereses. Mientras que las bancadas de la DCG, UCN y el MAS
forjaban una alianza capaz de aprobar el presupuesto, las maniobras políticas que se daban
durante las sesiones del Congreso solamente fortalecían la imagen de los diputados como
políticos egoístas que preferían llenarse los bolsillos, a discutir temas importantes. Aunque el
democratacristiano Alfonso Cabrera y el líder de la UCN, Jorge Carpio, consideraban
seriamente las propuestas para mejorar la eficiencia legislativa al transformar el sistema hacia
uno parlamentario, algunos cínicos argumentaron que ellos solo estaban interesados en llegar
a la presidencia17.

La ola de cinismo público alcanzó al palacio presidencial. Serrano Elías, que


inicialmente había prometido combatir la corrupción, evidentemente sucumbió ante las mieles
del poder. El presupuesto de 1993, aprobado por la coalición legislativa del DCG-MAS-UCN
(también conocidos como "la trinca infernal"), incluía un aumento del 75% en el presupuesto
del Congreso y uno del 88% en el presupuesto presidencial, parte de este oculto en los gastos
confidenciales. Supuestamente Serrano utilizó estos fondos para adquirir dos propiedades
valuadas en $15 millones, así como $2 millones para la sede de su iglesia fundamentalista. En
mayo de 1993, un diputado pidió la investigación de las finanzas de Serrano, alegando que
había adquirido una fortuna que incluía varias fincas, un Mercedes- Benz valuado en Q700 mil
y un aeroplano. Por supuesto, en un ambiente político colmado de cinismo, nadie podía estar
seguro si el diputado estaba haciendo acusaciones para desviar la atención de la corrupción del
Congreso18.

Las negociaciones inconclusas con la URNG también contribuyeron al cinismo público.


Serrano inició audazmente las negociaciones con la URNG en abril de 1991 (el primer
presidente que se comprometió a pláticas directas sin demandar el desarme incondicional de
los rebeldes), pero meses de negociación tuvieron pocos resultados. Algunos elementos en el
ejército, incluyendo al ministro de Defensa del gobierno de Serrano Elías, se opusieron a las
negociaciones, pero el presidente tenía suficiente influencia dentro de los militares para
asegurar el nombramiento del general José Domingo García Samayoa -un militar que apoyaba
las negociaciones de paz- al Ministerio de la Defensa, en diciembre de 1991. El sector privado
se encontraba dividido con respecto a las negociaciones con la URNG. La oligarquía
terrateniente se oponía abiertamente a cualquier forma de diálogo, mientras que los presidentes
de la Cámara de Industria y el CACIF apoyaban una solución negociada a la guerra civil más
larga de la región. La delegación gubernamental en las pláticas de México en abril de 1991,
incluía a Manuel Benfeldt Alejos y cuatro representantes más de la llamada derecha
pragmática. Los negociadores civiles representaban "una clase de capitalismo que considera la
estabilidad política como esencial para el éxito en la implementación del modelo neoliberal "19.

En abril de 1991 los negociadores acordaron una agenda dividida en once temas, pero
para diciembre de 1992, aún estaban discutiendo el primer tema, Democratización y Derechos
Humanos. Para romper el impasse, Serrano Elías hizo una propuesta sorprendente en su
informe anual ante el Congreso, presentado el 14 de enero de 1993.

Él firmaría inmediatamente un acuerdo sobre derechos humanos que incluía la


verificación de las Naciones Unidas y, si no se alcanzaba un acuerdo de paz completo en
noventa días, declararía el cese al fuego y permitiría a las fuerzas de la URNG concentrarse en
un área supervisada por la ONU. La URNG aceptó el cronograma de noventa días pero añadió
varias condiciones que los militares rápidamente descalificaron, incluyendo las demandas de
disolver las Patrullas de Auto Defensa Civil (PAC), reducir las fuerzas armadas en un 50% y
establecer una comisión de la verdad para investigar las violaciones a los derechos humanos
del pasado. Aunque un vocero militar dijo que la respuesta de la URNG era "ridícula", la
apuesta de Serrano rompió el estancamiento y las pláticas se reanudaron en febrero20.

Mientras las pláticas continuaban, la inquietud del ejército aumentaba. Le preocupaban


las propuestas que surgían para investigar su conducta pasada y el avance en varios casos
criminales pendientes. En febrero, un juez sentenció a Noel Beteta, un exsargento que trabajaba
en el Estado Mayor Presidencial, a veinticinco años de prisión por el asesinato de Myrna Mack.
En otros casos contra militares, los jueces recibían amenazas de muerte, sin duda una
advertencia de que las fuerzas armadas no tolerarían una condena más. Las amenazas tan solo
fortalecieron la decisión de los jueces de luchar en contra de la impunidad de la que gozaban
los criminales en las fuerzas armadas. El 11 de mayo, otro juez sentenció al capitán Hugo
Contreras a veinte años de prisión por ordenar la muerte de Michael Devine en julio de 1990.
Contreras escapó misteriosamente de su celda el 13 de mayo, un día después de que el vocero
del ejército declarara que la condena había sido un error, y que no existía evidencia de que el
capitán fuera un criminal 21.

Estas condenas alimentaron la especulación de que las negociaciones con la URNG


producirían eventualmente un acuerdo de paz similar al que había dado fin al conflicto
salvadoreño; un pacto que incluía el establecimiento de una comisión de la verdad para
investigar los crímenes cometidos en contra de la población civil. Incluso el CACIF se rehusaba
a comparar el acuerdo salvadoreño con las negociaciones guatemaltecas, haciendo eco a la
posición del ejército respecto a que las guerrillas no podían demandar en la mesa de
negociaciones lo que no habían logrado en el campo de batalla.

El ejército guatemalteco, en cualquier caso, defendía su postura de inocencia y se


oponía férreamente al establecimiento de la comisión de la verdad. Dicha posición contribuyó
al rompimiento de las negociaciones a principios de mayo. Luego, el gobierno amenazó con
romper el impasse en la mesa de negociaciones al propinar una derrota a las guerrillas en el
campo de batalla. Una gran ofensiva contra la URNG en el departamento de Quiché confirmó
la determinación del ejército de forzar a los rebeldes a hacer concesiones 22.

El golpe de Estado, latente por más de un año, parecía inevitable, incluso sin las
protestas de estudiantes que estremecieron a la ciudad a principios de mayo. Quemando buses,
tirando piedras a la policía e instalando barricadas de fuego, los jóvenes se rebelaron ante la
decisión del gobierno de obligar a los estudiantes de nivel medio a llevar una identificación y
usar uniforme. Las protestas llevaron a la crisis del 11 de mayo, cuando los estudiantes
enfrentaron a la policía antimotines frente al Congreso. Seis días después, el diputado Obdulio
Chinchilla Vega aceptó que el hombre que disparó y mató a uno de los estudiantes era su
guardaespaldas. Las protestas continuaron y se intensificaron cuando los estudiantes
universitarios se unieron en apoyo a los estudiantes de nivel medio y se enfrentaron a la policía
el 18 de mayo, con un saldo de cincuenta personas heridas. Para retomar el control de la capital
y reprimir las manifestaciones, el ejército se desplazó en tanquetas y Serrano Elías advirtió que
podía llegar a suspender las garantías constitucionales 23.

Estas protestas, sumadas a una escalada en las acciones de la URNG en doce de los
veintidós departamentos, le indicaban a las fuerzas armadas que Serrano Elías era incapaz de
controlar la situación. El 19 y 20 de mayo, el alto mando se reunió con el presidente para
discutir los medios para estabilizar el país. Algunos oficiales preocupados por el estancamiento
de las negociaciones de condena del capitán Contreras y las manifestaciones estudiantiles- paz,
la habían decidido derrocar a Serrano Elías. El presidente, sin embargo, herido políticamente
por las protestas cívicas, las acusaciones de corrupción y la disolución de la "trinca infernal"
DCG-UCN-MAS evitó su derrocamiento al aliarse con los militares golpistas. El reportero
mexicano Carlos Fazio concluyó que el ejército dejó que Serrano Elías "flotara como el
quetzal" para ver si podía soportar la crítica internacional y local que inevitablemente seguiría
al golpe de Estado. El 25 de mayo, Serrano Elías suspendió la Constitución, disolvió el
Congreso y la Corte Suprema y prácticamente colocó bajo arresto domiciliario a José Lobo
Dubón, presidente del Congreso y a Juan José Rodil Peralta, jefe de la Corte Suprema.
Asegurando que tomó estas medidas lamentables para eliminar la "mafia" en el Congreso y en
el sistema judicial, Serrano Elías intentó gobernar por decreto hasta que concluyera su mandato
en enero de 1996, período durante el cual depuraría el gobierno 24.

A pesar de una amplia hostilidad hacia el Congreso, la mayoría de guatemaltecos


reconocieron que el de Serrano no era más que un golpe de Estado y un serio retroceso en el
proceso de paz y democratización. El día después del golpe, el CACIF publicó un comunicado
llamando al restablecimiento del orden constitucional, advirtiendo que Guatemala enfrentaría
serias consecuencias económicas como resultado de las acciones de Serrano Elías. Los
sindicatos, organizaciones populares y la comunidad universitaria organizaron una coalición
denominada Foro Multisectorial Social (FMS) y denunciaron el golpe de estado en la prensa y
en una serie de manifestaciones encabezadas por Rigoberta Menchú, premio Nobel de la Paz.
Incluso Ríos Montt, el cristiano renacido que había dirigido su propio golpe de Estado en 1982,
condenó la decisión de Serrano Elías, advirtiéndole que "la ruptura del orden constitucional
abre la puerta a las actividades subversivas "25.

Una fuerte oposición local y la presión internacional obligaron a Serrano Elías y al


ejército a actuar rápidamente. El gobierno de Clinton suspendió la asistencia y amenazó con
cancelar los privilegios que gozaba Guatemala como una de las naciones más favorecidas en
su estatus comercial. Francia, Alemania y España suspendieron la asistencia bilateral y
demandaron que se anularan los decretos emitidos por Serrano Elías. Joao Baena Soares,
Secretario General de la OEA, arribó al país el 29 de mayo y rápidamente le advirtió a Serrano
Elías que enfrentaría sanciones drásticas, incluso la suspensión de Guatemala como miembro
de la OEA, si no se restablecía el orden democrático. Los presidentes de Costa Rica, Nicaragua,
El Salvador y Honduras rechazaron unánimemente el golpe 26. Jorge Serrano Elías se había
quedado solo.
Luego de seis días turbulentos, el alto mando se dio cuenta que Serrano Elías no flotaría.
El 1 de junio, los oficiales sostuvieron una reunión sin precedentes en el Palacio Nacional. Para
dicha reunión se convocó a comandantes de zonas militares, políticos, oligarcas, sindicalistas
e incluso a Rigoberta Menchú, a quien se le asignó un lugar en la mesa de negociaciones.
Cuando Menchú ingresó al salón, el ministro de la Defensa José Domingo García Samayoa la
invitó a tomar asiento para "escuchar quién será el próximo presidente "27. Menchú,
acostumbrada a la política de confrontación antes que a la negociación, declinó el poder que le
confirieron y se unió a las organizaciones populares que manifestaban fuera del Palacio.
Adentro, los agentes del poder acordaron derrocar a Serrano Elías, dejar el poder del Ejecutivo
en manos del vicepresidente, depurar el Congreso y que este escogiera al sucesor, todo de
acuerdo a lo que dictaba la Corte de Constitucionalidad, la cual había dictaminado la
inconstitucionalidad del primer golpe28.

Aunque Menchú se abstuvo voluntariamente de las negociaciones, reclamaba que los


sectores sociales hubieran quedado excluidos de las discusiones mientras que los sectores
tradicionalmente poderosos (los militares, los partidos políticos y el CACIF) llegaron a una
solución política que no tomó en cuenta ninguna de las demandas del sector popular. El FMS
demandaba mucho más que la remoción de Serrano Elías; demandaba un rol en el nuevo
gobierno y una depuración completa de todas las ramas del mismo, incluyendo a las fuerzas
armadas. El CACIF, por otro lado, limitó sus demandas al retorno del orden constitucional y a
la depuración de funcionarios corruptos, negociando con los militares más que desafiándolos.
Mientras que las manifestaciones de Menchú llamaban la atención de los medios
internacionales, los empresarios más poderosos del país discretamente y, en gran parte, de
forma anónima, maniobraron para sacar a Serrano Elías de la presidencia y colocar ahí a De
León Carpio. Amenazados con sanciones económicas que bloquearían su ingreso a los
mercados y acceso a los recursos financieros de Norteamérica y Europa, las élites económicas
se movilizaron sigilosamente para restaurar el orden constitucional. Convencieron al ejército
de dejar a Serrano Elías sin respaldo y luego lo persuadieron de aceptar a De León Carpio29.

El 2 de junio, el vicepresidente Gustavo Espina, cuya renuncia había sido anunciada el


día anterior por el general García Samayoa, se autoproclamó presidente y la solución política
aparentemente se derrumbó. La sorprendente declaración de Espina reflejaba la renuencia del
ejército a aceptar a De León Carpio, un severo crítico de los militares, como presidente. Durante
los días siguientes, el CACIF apaciguaba discretamente la preocupación de los militares
mientras que públicamente intensificaba la presión al forjar una alianza con el movimiento
popular, la ironía máxima que producía el "serranazo". Los partidos políticos, los sindicatos
moderados y el CACIF formaron la Instancia Nacional de Consenso (INC) para restablecer el
orden constitucional. Los sectores populares, encabezados por la UASP, habían formado el
FMS con la intención de atraer al CACIF y a otros sectores bajo su liderazgo, pero la INC
superaba al FMS, porque sus miembros gozaban ya de acceso a los centros de poder en donde
sus soluciones, relativamente moderadas, podían ser negociadas. Aunque el movimiento
popular contribuyó sin duda a la remoción de Espina con una huelga general el 4 de junio, la
INC, encabezada por el CACIF, decidió quién sería el sucesor de Serrano Elías. El 4 de junio,
el FMS se unió a la INC, justo a tiempo para añadir su voz a la selección de los tres candidatos
presidenciales que serían presentados ante el Congreso la tarde del 5 de junio, cuando los
diputados designaron a Ramiro De León Carpio como el nuevo presidente30.

Los sectores populares esperaban que el nombramiento de De León Carpio como


presidente resultaría en una depuración del gobierno, una gestión gubernamental de mayor
alcance, una solución rápida a la guerra civil y el fin de las políticas neoliberales de Serrano
Elías. De León Carpio, conocido principalmente como crítico del gobierno y los militares,
ingresó al Palacio con una reputación de honestidad, diplomacia y moderación. Pocos
recordaban que había sido el candidato vicepresidencial de la UCN en 1985 (con su primo
Jorge Carpio como candidato presidencial) y un exgerente de la Asociación de Azucareros.
Había abandonado la UCN y aumentado su estatura política como el procurador de derechos
humanos, atreviéndose a acusar a los militares de abusos en contra de los derechos humanos y
tenía una buena relación de trabajo con las organizaciones populares31.

Durante el primer año del gobierno de De León se demostró que él, como Serrano, era
un representante de la oligarquía neoliberal. Debido a que había llegado al poder en gran parte
por los esfuerzos del CACIF, nombró un gabinete más cercano al sector privado que a las
organizaciones populares que lo apoyaron inicialmente. El FMS demandó un rol en el gobierno,
pero el nuevo presidente nombró solo a un representante del movimiento popular, al doctor
Celestino Tay Coyoy como ministro de Educación, una posición de escaso poder político.
Contrario a lo esperado, De León Carpio nombró un equipo ministerial de tecnócratas que
reflejaba su compromiso con las políticas neoliberales de sus antecesores. Dejó a Richard
Aitkenhead Castillo en el Ministerio de Finanzas y llamó a otro de los designados por Serrano
Elías, Ricardo Castillo Sinibaldi, al Ministerio de Desarrollo. Los demás miembros de su
equipo económico Luis Arturo del Valle García (Agricultura), Fanny de Estrada (Comercio
Exterior) y Willy Zapata (presidente del Banco de Guatemala), también eran neoliberales.
Mientras que los trabajadores se quejaban de que el CACIF se había hecho cargo del gobierno,
el presidente de la Cámara de Industria, Juan José Gutiérrez, apoyaba el nombramiento de
Estrada, exsubgerente de la CIG y presidente de AGEXPRONT 32.

El anuncio del plan de 180 días de De León, el 1 de julio, apartó aun más a los sectores
populares. Habiendo heredado una amplia deuda externa, un déficit presupuestario y un
acuerdo con el FMI que imponía austeridad gubernamental, había poca flexibilidad en cuanto
a la política económica. El presidente podía continuar con las políticas iniciadas por Serrano
Elías o separar a Guatemala de sus acreedores internacionales, una opción no atractiva para las
élites económicas. Por lo tanto, De León Carpio se comprometió a encausar al gobierno en un
rumbo fijo, cortar el déficit, aumentar los ingresos tributarios y estabilizar la moneda. Ofreció
programas sociales para combatir la pobreza -pero los presentó en el contexto de la agenda
neoliberal de un gobierno limitado, libre comercio, promoción de la exportación de productos
no tradicionales y la privatización de las empresas estatales. Nery Barrios, líder de la UASP,
se quejó de que el plan de 180 días demostraba que no había diferencia entre Serrano Elías y
De León Carpio 33.
Al igual que sus políticas económicas, las propuestas de De León Carpio de reactivar
las pláticas de paz reflejaron la influencia del CACIF. De León Carpio aparentemente emitió
su "Propuesta para Reiniciar el Proceso de Paz" el 8 de julio, sin consultar a sus aliados en el
sector privado. Carlos Vielmann, entonces presidente de la CIG, y Jorge Briz, expresidente del
CACIF, caracterizaron la propuesta como inconstitucional porque permitía que "criminales"
(la URNG) participaran en pláticas antes de entregar las armas. La segunda propuesta de De
León Carpio para reavivar las negociaciones, anunciada en octubre, ya incluía la condición de
que la URNG se desarmara y legalizara su situación, antes de participar en el Foro Permanente
para la Paz en Guatemala. La URNG rechazó categóricamente la propuesta, asegurando que
esta representaba las posiciones reaccionarias de las grandes empresas y del ejército, quienes
demandaban la rendición incondicional de los grupos insurgentes 34.

La propuesta de De Léon Carpio demostró que era un poco más flexible en las
negociaciones de paz que Serrano Elías, en parte debido a que las fuerzas armadas, a pesar de
su conducta inconstitucional y deshonrosa en el "serranazo", se mantenían fuera del control
civil. En el lapso de tres semanas después de su llegada a la presidencia, los oficiales de línea
dura que habían apoyado el golpe de Serrano Elías fueron sustituidos por oficiales de la línea
institucional (también conocida como la línea profesional o constitucionalista).
Desafortunadamente, De León Carpio poco tuvo que ver con el cambio de mando. El general
García Samayoa, que apoyó el golpe, fue obligado a retirarse, pero su reemplazo, el general
Roberto Perussina, también de la línea dura, había participado en el golpe. Aunque con la
remoción de Perussina y el nombramiento del general Mario Enríquez Morales, el 28 de junio,
parecía que De León Carpio había logrado que la facción institucional del ejército alcanzara el
alto mando, el presidente tenía poca influencia en el enfrentamiento constante entre las alas
constitucionalista y reaccionaria del ejército. Aun cuando De León Carpio intentó reiniciar las
pláticas de paz, el "moderado" general Enríquez amenazó con eliminar a los insurgentes en una
nueva ofensiva 35.

Varios meses después de la "revolución" democrática de junio de 1993, la política


guatemalteca recobraba su comportamiento normal: polarización, estancamiento en el
Congreso y en las pláticas de paz, oposición popular a las políticas de gobierno y un cinismo
generalizado. El nivel de aprobación para De León Carpio bajó del 77% en junio al 45% en
agosto, resultado de su incapacidad para cumplir las expectativas que causó la amplia alianza
que lo había llevado al poder. De León Carpio apoyó inicialmente la solicitud de la INC de
purgar todas las ramas del gobierno, incluyendo los militares, pero cuando reconoció la
magnitud de las fuerzas contra él, limitó la depuración al Congreso y al sistema judicial. La
decisión debilitó su base de apoyo dentro del FMS y contribuyó al colapso de la INC. El 8 de
octubre, el FMS se retiró de la coalición, argumentado que esta, que supuestamente debía
operar por consenso, estaba dominada por el CACIF 36.

Desde entonces, muchos han perdido la fe en la capacidad del sistema democrático, al


menos de uno dominado por la oligarquía, de llevar a cabo reformas. De León Carpio llegó a
la presidencia con el mandato abrumador de depurar el gobierno, pero desperdició la
oportunidad de limpiar el sistema político. En un momento, la INC había obtenido la renuncia
de 63 de los 116 diputados, pero De León Carpio no logró remover ni siquiera uno de los 16
diputados considerados corruptos por la INC. El Congreso y la Corte Suprema bloquearon sus
esfuerzos de llevar a cabo una consulta popular para que los guatemaltecos decidieran la
depuración del Congreso. En noviembre, De León Carpio se conformó con una consulta en la
que los ciudadanos aceptarían o rechazarían 43 reformas constitucionales diseñadas para
eliminar la corrupción, luego de la cual se llevaría a cabo la elección de un nuevo Congreso.
Las reformas fueron aprobadas el 30 de junio de 1994, pero solo con la participación del 16%
de los ciudadanos empadronados. La UASP y otras organizaciones de base boicotearon la
consulta, argumentado que las reformas, particularmente las que autorizaban la privatización
de bienes públicos, solo beneficiarían a las élites económicas 37.

Antes de llegar a la conclusión de que las posibilidades de llevar a cabo un cambio


democrático con reformas sociales son extremadamente limitadas, mientras el gobierno se
encuentre bajo el control de la oligarquía modernizante, debe reconocerse que la presión
internacional puede, en última instancia, obligar a las élites económicas a acelerar el proceso
de las reformas. El éxito de su programa neoliberal reside en el acceso a la asistencia y a los
mercados de Norteamérica y Europa. Para tener acceso a los mercados extranjeros, los
oligarcas deben estar dispuestos a reducir o eliminar las barreras arancelarias y no arancelarias
para el comercio, los muros proteccionistas que fueron colocados desde la creación del
Mercado Común Centroamericano. Ellos no están dispuestos a llevar a cabo las reformas
sociales que los países desarrollados demandan, pero sí no cumplen con las condiciones
impuestas por los Estados Unidos y la Comunidad Económica Europea (CEE), pueden perder
los privilegios comerciales y la asistencia financiera por la cual han trabajado tan arduamente.

A menos de una semana de la llegada a la presidencia de De León Carpio, los Estados


Unidos, Japón y la Comunidad Económica Europea reabrieron las líneas de crédito que habían
cerrado durante el "serranazo". Sin embargo, la asistencia externa y los privilegios comerciales
dependen de la paz y la democratización. Los Estados Unidos, que contabiliza casi la mitad del
comercio guatemalteco, ha usado efectivamente su influencia para impulsar pequeños cambios
en la política laboral. Como resultado del golpe y de una larga historia de violaciones a los
derechos humanos, los Estados Unidos colocaron bajo revisión los privilegios comerciales de
Guatemala incluidos en el Sistema General de Preferencias (SGP) y la Iniciativa del Caribe
(IC). En octubre, la embajadora estadounidense Marilyn McAffee advirtió públicamente que
Guatemala perdería sus privilegios comerciales. si no se daban avances sustantivos en las
condiciones laborales y de derechos humanos. Ella incluso afirmó que las empresas tendrían
que pagar sus propios impuestos antes de esperar que los estadounidenses, que pagaban los
suyos, les brindaran asistencia financiera. Los empresarios objetaron la intervención de
McAffee en sus asuntos internos, pero no tenían más opción que cumplir las demandas
estadounidenses 38.

Últimamente, los neoliberales que dominaron durante el gobierno de De León


pretendían unirse al NAFTA, convencidos de que el Mercado Común Centroamericano, a pesar
de su restitución en octubre de 1993, había perdido su vitalidad. Los industriales y
agroexportadores demandan su ingreso a los mercados más lucrativos de Norteamérica y
Europa, y están convencidos de que Guatemala, con una mano de obra comparativamente más
barata, puede competir exitosamente. El 1 de diciembre, De León Carpio cabildeó en pro de la
inclusión de Centroamérica en el recientemente firmado NAFTA, y el presidente Clinton le
expresó su interés por ampliar el acuerdo de libre comercio entre México y Canadá al resto del
hemisferio. Pero con el NAFTA apenas aprobado por el Senado, no podía prometer el ingreso
de Centroamérica a la zona de libre comercio 39.

Los oligarcas modernizantes enfrentaban un dilema. El éxito de su modelo económico


requiere el acceso a Norteamérica y este exige reformas internas. El gobierno de Clinton
mantuvo los privilegios comerciales bajo supervisión durante seis meses, mientras que los
empresarios guatemaltecos y el gobierno cabildeaban arduamente para lograr una extensión del
SPG y la IC. Para convencer a los Estados Unidos de que Guatemala estaba avanzando en las
condiciones laborales y de derechos humanos, el gobierno aceleró el reconocimiento de los
sindicatos del sector industrial. Una prueba temprana del compromiso del gobierno con la
reforma se dio con el caso de los trabajadores de la embotelladora de la Pepsi-Cola, propiedad
de la familia Castillo. Después de que 150 trabajadores solicitaron formalmente el
reconocimiento legal, el 19 de agosto de 1993, la administración inició evidentemente una
campaña de hostigamiento, valiéndose de su considerable acceso al gobierno, por medio de
Ricardo Castillo Sinibaldi, para bloquear la sindicalización. Bajo la presión del gobierno
estadounidense, el Ministerio de Trabajo reconoció formalmente al sindicato el 1 de octubre.
Al siguiente mes, el Ministerio reconoció cuatro nuevos sindicatos en la maquila, lo que hacía
25 sindicatos reconocidos en cuatro meses. Aunque la Cámara de Industria negó los cargos de
actividades ilegales y explotación en las maquilas coreanas, los industriales esperaban que sus
limitados avances en las condiciones laborales convencerían a los Estados Unidos de continuar
con los privilegios comerciales para Guatemala 40.

Para desilusión de las élites económicas, los Estados Unidos decidieron mantener los
privilegios comerciales de Guatemala bajo su supervisión, de enero a junio de 1994, dando la
posibilidad al gobierno estadounidense de continuar ejerciendo presión para lograr reformas
internas. Así pues, aun cuando la oligarquía modernizante tenga una visión limitada sobre la
democracia, y crea que ellos, la élite ilustrada, deben gobernar a las masas incultas y
analfabetas, están siendo empujados hacia adelante por poderosas fuerzas externas. Con las
organizaciones populares presionando para llevar a cabo genuinas reformas democráticas, las
élites hallarán difícil resistir la presión para ampliar los privilegios democráticos de los que
ahora gozan.

En junio de 1993, las élites y los sectores populares se unieron para derrotar a un
enemigo en común, los golpistas en el ejército y en el gobierno. A pesar de los asuntos de clase
y etnia que los separan, los oligarcas y los sectores populares comparten el interés por
desmilitarizar el Estado, depurar al gobierno y pacificar el área rural. Desafortunadamente, tres
décadas de un violento enfrentamiento de clase dificultan la colaboración política. El 10 de
febrero de 1994, De León Carpio, debilitado por la escuálida participación en la consulta
popular efectuada dos semanas atrás, llamó a los representantes empresariales, sindicales y de
gobierno a iniciar negociaciones diseñadas para "consolidar la democracia, combatir la
pobreza, transformar equitativamente la economía, preservar el medio ambiente y modernizar
las instituciones". Fue un esfuerzo tardío por reconstruir el consenso político que la coalición
multisectorial había establecido en junio de 1993. De entrada, la UASP rechazó la invitación.
El presidente de la Cámara de Industria Juan José Gutiérrez no rechazó la propuesta pero dijo
que le gustaría incluir los temas bajo otro formato. Sin contar con el apoyo de los empresarios
o de los sindicalistas, este llamado al diálogo fracasó, al igual que los convocados por los tres
predecesores de De León Carpio 41.

Las posibilidades de la democratización mejorarían considerablemente si los sectores


empresariales progresistas, los sindicatos moderados y las organizaciones populares se unen
para derrotar a los elementos antidemocráticos en la oligarquía y el ejército. Los oligarcas
modernizantes consideran la democratización principalmente como un medio para consolidar
su modelo de desarrollo neoliberal, pero tal vez deban unirse con los sectores populares para
lograr algunos de sus objetivos políticos, como la conclusión de las pláticas por la paz y la
depuración del Congreso.

A la fecha, las élites económicas han demostrado poca inclinación en negociar su


agenda neoliberal para incluir, en su coalición política, a los sectores populares. Manifestando
una postura similar a la de los oficiales que desplazaron, prefieren una democracia dirigida, un
debate político limitado a los temas escogidos por el CACIF.

Los neoliberales son industriales, agroexportadores, banqueros y profesionales, una


estirpe de empresarios que se diferencian de la oligarquía terrateniente en su compromiso, hasta
cierto nivel, con la democratización y su voluntad para encontrar una solución política al
enfrentamiento armado interno. Son, sin embargo, oligarcas, con un interés manifiesto en
conservar un sistema en el cual la riqueza y el poder no están distribuidos equitativamente. No
son élites progresistas, ni una burguesía industrial que procuran el avance de su causa a
expensas de la oligarquía terrateniente. En vez de ello, las élites económicas están íntimamente
vinculadas a la oligarquía por medio de negocios y matrimonios en común. Dados sus orígenes
y sus vínculos con la élite agrícola, sería muy extraño que apoyaran una agenda política que
incluyera una reforma agraria radical. Sin embargo, impulsan un aumento en el salario mínimo
en la agricultura, puesto que así aumentaría el tamaño del mercado de consumo interno. Aún
así, como lo ha demostrado Marta Casaus Arzú, son tan racistas, paternalistas y etnocéntricos
como los terratenientes que han desplazado de la estructura del poder42. Los oligarcas
industriales no encabezarán ninguna revolución social.

Sin embargo, están comprometidos con la democratización, lo que, en el contexto de la


autoritaria historia política de Guatemala, significa un avance revolucionario. La oligarquía,
aliada con los militares desde 1954, se ha convertido ahora en el opositor político más poderoso
de las fuerzas armadas. Empujada a la oposición por la conducta arbitraria y corrupta de los
regímenes militares, la oligarquía ahora procura el control del gobierno. Aunque el desarrollo
industrial siempre ha requerido la cooperación entre los sectores público y privado, los
industriales se habían conformado con mantenerse en la periferia de la estructura política.
Ahora, sus intereses económicos los obligan a emprender una depuración del gobierno,
alcanzar un acuerdo de paz y la adopción completa de las políticas neoliberales. El "serranazo"
constituyó un capítulo dramático en la transferencia del poder de la élite militar a la civil y un
cambio en el seno del liderazgo de la oligarquía, transferida de la élite agrícola a la industrial.
En un sentido más amplio, también formó parte de la transición del modelo de industrialización,
basado en la sustitución de importaciones, al modelo neoliberal basado en el libre comercio y
la promoción de exportaciones. Los oligarcas modernizantes se movilizaron para encausar la
transición y puede que se retiren luego de haber logrado sus objetivos, pero la fuerza e
intransigencia del ejército y de los políticos corruptos harán que el más mínimo avance hacia
la democratización sea un proceso largo y doloroso.

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