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NUEVAS HISTORIAS: GÉNEROS, CONVENCIONES E INSTITUCIONES – TARDUCCI Y ZELARALLÁN

El concepto de género considera que se aprende a ser hombre y mujer según lo que las sociedades vayan definiendo
como lo propio de lo femenino y lo masculino, lo cual constituye una relación social, cultural e histórica especifica ya
que cada sociedad tiene distintas maneras de vivir la diferencia sexual a partir de una información biológica. Allí se
juegan expectativas, aprobaciones, prescripciones y prohibiciones que van señalando el comportamiento esperado
para cada género, siguiendo pautas de las familias, o de instituciones como la Iglesia, los clubes, las escuelas o los
medios de comunicación. La perspectiva de género implica reconocer la diferencia sexual, comprender que allí
interviene el poder y entender que son construcciones sociales e históricas que impactan en la subjetividad de las
personas, actuando en todas las instituciones y organizaciones de la sociedad.

El movimiento feminista generó un impulso decisivo para que las formulaciones de género comenzaran a hacerse
visibles:

• La Revolución Francesa dio un impulso emancipatorio a las mujeres. En el siglo XIX las “sufragistas”
demandaban a la sociedad el derecho al voto, a la educación, al reconocimiento de la titularidad de bienes y a igual
salario para mismo trabajo. Se cuestionaba la subordinación femenina y afirmaban la necesidad de indagar en los
atributos social y diferencialmente distribuidos.
• En los años ’30 empezó a considerarse que los papeles asignados a mujeres y varones cambiaban según los
contextos, ubicando a cada persona en la masculinidad o femineidad desde su nacimiento en función de la presencia
o ausencia de determinados rasgos anatómicos.
• A fines de los años ’40, Simone de Beauvoir planteó que para concretar la igualdad había que enfrentar los
aspectos sociales y culturales que ubicaban a las mujeres en un lugar de inferioridad, analizando el impacto del
matrimonio, la doble moral sexual y la prostitución, que determinaban el lugar de subordinación de las mujeres con
respecto a los hombres.
• En la segunda mitad del siglo XX, nuevas generaciones de científicas comenzaron a cuestionar la hegemonía
masculina en la producción de conocimiento, repensando las propias disciplinas e intentando dejar de ser un “objeto”
de conocimiento, para pasar a transformarse en “sujetas” que investigaran cualquier fenómeno.
• Desde los años ’80, lo femenino y lo masculino dejó de hacer referencia al sexo de las personas, para pasar a
referirse a las conductas que elabora una sociedad a partir de distintas valoraciones de la diferencia sexual. Esta
distinción entre sexo y género sirvió para deshacer las explicaciones sobre supuestas razones naturales de que unos
tuvieran poder de dominación sobre otras.
• En los ’90 las reflexiones sobre género y derechos sexuales pusieron en cuestión las consideraciones de una
biología invariable. Judith Butler planteó que las relaciones entre el sexo (caracteres sexuales biológicos), el género
(construcción de la masculinidad y la femineidad) y el deseo (heterosexualidad obligatoria) se articulaban de distintas
maneras. Allí el concepto de discriminación de género se amplió, utilizándose para dar cuenta de la subordinación de
las mujeres y el colectivo LGBTI.

El patriarcado hace referencia a cuando la diferencia sexual es transformada en una desigualdad social. En las
sociedades patriarcales aparecen modelos para hombres y mujeres donde estos son opuestos, desiguales y
jerárquicos: las mujeres, al ser quienes tienen la capacidad biológica de parir, son definidas como madres y destinadas
a realizar ciertas tareas sin relación a lo anatómico (tareas hogareñas). En cambio, al hombre se lo define a partir de la
razón, la fuerza, la energía, la no manifestación de emociones, el autocontrol o la independencia.

La masculinidad es una construcción social y cultural que varía según las sociedades y los diferentes momentos
históricos y que puede tener varias maneras de vivirla con ciertas jerarquías entre masculinidades ya que se establecen
relaciones de dominación con otros grupos de hombres: los heterosexuales son dominantes en relación con los gay o
trans. Para dar cuenta de la masculinidad se deben ver las articulaciones de la categoría de género con otras como la
clase y la etnia, ya que por más que existan hombres que no adhieren a estos rasgos hegemónicos, igual se benefician
en lo público y en lo privado de mayores bienes materiales, simbólicos, de libertades y de tener mayores opciones de
elección por simplemente pertenecer al colectivo masculino. También existen masculinidades y femineidades
alternativas que cuestionan el orden social y plantean condiciones nuevas para generar instituciones y relaciones de
género más igualitarias.

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