Está en la página 1de 249

1

Este documento fue realizado sin fines de lucro, tampoco tiene la intención
de afectar al escritor. Ningún elemento parte del staff recibe a cambio
alguna retribución monetaria por su participación en cada una de
nuestras obras. Todo proyecto realizado tiene como fin complacer al lector
de habla hispana y dar a conocer al escritor en nuestra comunidad.
2
Si tienes la posibilidad de comprar libros en tu librería más cercana, hazlo
como muestra de tu apoyo.
Molly

ClauV Laura A
Corazon_de_tinta Molly
EstherC Renata.Neph 3
GuadalupeHyuga RRZOE
Ione Tolola
Larissa Yira Patri

RRZOE

Malenajc19
SINOPSIS 15 31 47
PRÓLOGO 16 32 48
1 17 33 49
2 18 34 50
3 19 35 51
4 20 36 52
5 21 37 53
4
6 22 38 54
7 23 39 55
8 24 40 56
9 25 41 57
10 26 42 58
11 27 43 EPÍLOGO
12 28 44 SOBRE LA
13 29 45 AUTORA

14 30 46
Pero la conocía como la voz sensual que me llenaba el teléfono con
charlas nocturnas sobre Proust y Hemingway intercaladas entre los más
sucios... intercambios mutuamente satisfactorios... que había
experimentado en mi vida.

NUNCA NOS HABÍAMOS CONOCIDO.


Hasta el día que ella entró en mi oficina, sus labios de cereza
rodeando una maldita paleta de caramelo y una voz demasiado familiar
que dijo: ¿Quería verme, director Hawthorne?

1 La absenta o ajenjo, apodada el Diablo Verde, es una bebida alcohólica de ligero

sabor anisado, con un fondo amargo de tintes complejos debido a la contribución de las
hierbas que contiene, principalmente Artemisia absinthium.
6

—F. Scott Fitzgerald


Ford
—¿Q
uería verme, director Hawthorne?
Conozco esa voz. La reconocería en cualquier
parte.
Levantando la mirada de mi escritorio,
encuentro a una chica con mallas atléticas ajustadas y una camiseta sin
mangas escotada parada en la puerta de mi oficina, sus labios carnosos
envueltos alrededor de una paleta brillante y una mirada familiar color
jade eléctrico enfocada en mí. 7
Es ella.
La mujer con la que pasé la mayor parte del verano charlando bajo el
velo anónimo de una aplicación de citas, una específicamente diseñada
para adultos que buscan conexiones pero no compromisos. Compré una
foto de muestra por siete dólares, elegí un seudónimo, Kerouac, y le envié
un mensaje a una mujer llamada Absinthe que citaba a Hemingway en su
biografía cuando todas los demás citaban a Nickelback y John Legend.
Jódeme.
—Debes ser Halston. —Mi piel está en llamas. Me pongo de pie, me
aliso la corbata y señalo el asiento frente a mí. Nunca supe su nombre,
pero reconocería esa voz en cualquier lugar. Ni siquiera puedo contar
cuántas veces me corrí ante el sonido de su susurrante voz ronca
describiendo todas las cosas malvadas que me haría si alguna vez nos
conociéramos, leyéndome extractos de Rebecca y Proust—. Siéntate.
Se toma su tiempo para sacarse la paleta de la boca antes de
pavonearse hasta mi silla de invitados, agacharse mostrando su escote y
cruzar sus largas piernas. La más mínima insinuación de una sonrisa se
apodera de su boca, pero si sabe que soy yo, seguro que no actuaría así.
—¿Quiere contarme qué pasó con la señora Rossi? —le pregunto,
volviendo a mi asiento y cruzando las manos sobre el escritorio.
Puedo ser muchas cosas: un imbécil demasiado confiado, alérgico al
compromiso, hombre americano de pura sangre...
Pero primero soy un profesional.
—La señora Rossi y yo tuvimos una discusión —explica—.
Estábamos discutiendo el tema de El Gran Gatsby y ella intentaba decir
que se trataba de perseguir el escurridizo sueño americano. Le dije que no
entendía nada de una de las mejores obras literarias que existen. —
Chupa su caramelo otra vez antes de continuar, luego lo apunta en mi
dirección—. El verdadero tema tiene que ver con la manipulación y la
deshonestidad, director Hawthorne. Todos en ese libro eran unos malditos
mentirosos, sobre todo Jay, y al final, recibió lo que se merecía. Todos lo
obtuvieron.
Mi polla se tensa contra la tela de mis pantalones. Es su voz. Es su
maldita voz de sexo ardiente la que me está haciendo esto. Eso y su
disección puntual de la literatura clásica americana. Sexy, inteligente,
franca. Tres cualidades esquivas que aún no encontré en otro ser humano.
Hasta ella. Y sabiendo eso ahora, no podría tenerla aunque la quisiera, no
me hace ningún favor. Si no me recompongo, voy a estar empalmado.
—Lenguaje —la regaño. La habitación se está caldeando ahora, pero 8
mantengo una presencia severa e imperturbable.
Pone los ojos en blanco.
—Soy adulta, director Hawthorne. Puedo decir maldito.
—En mi oficina, no puede. —Exhalo—.Y tampoco en clase. Por eso la
señora Rossi la envió aquí.
—El imbécil detrás de mí estaba dibujando esvásticas en su
cuaderno, pero me envían aquí por decir “malditos”. —Sacude la cabeza.
—Hablaré de eso con la señora Rossi en privado. —Me escribo una
nota y la dejo a un lado.
—Es muy joven para ser director. —Su mirada cargada examina
todo mi cuerpo—. ¿Se acaba de graduar de la universidad o algo así?
Seis años de escuela y dos años de enseñanza me colocan en las
etapas iniciales de una carrera que forma y educa las mentes de los líderes
del mañana, pero me niego a dignificar su pregunta con una respuesta.
—Mi edad es irrelevante —respondo.
—La edad lo es todo. —Hace girar un mechón de cabello pálido
alrededor de su dedo, sus labios se curvan en las esquinas. El truco lindo
y tímido debe funcionar con todos los demás, pero no funcionará conmigo.
No aquí de todos modos. Y ya no.
—Dije que mi edad es irrelevante.
—¿Soy la primera estudiante a la que ha tenido que castigar? —Se
sienta, cruza y descruza las piernas con el encanto provocativo de una
modelo de los años cuarenta—. Espere, ¿va a castigarme?
Tomo notas mentales para su expediente.

Desafía la autoridad.
Dificultad para comportarse adecuadamente.
Posibles problemas de límites.

—No voy a castigarte, Halston. Considera esto como una advertencia


verbal. —Dejo escapar un fuerte respiro por la nariz mientras la estudio,
negándome a permitir que mis ojos se desvíen hacia la suave hinchazón de
sus pechos que se asoman casualmente por la blusa. Conocerla tan
íntimamente por teléfono, y estar en su presencia sabiendo que está
completamente fuera de los límites, hace que sea difícil mantener mi
comportamiento inquebrantable—. De ahora en adelante, me gustaría que
te abstuvieras de usar palabras vulgares mientras estés en la escuela. Es
perturbador para los otros estudiantes que están aquí para conseguir algo
de su educación secundaria. 9
—No lo sé. —Sus labios se juntan en la esquina y lucha contra una
sonrisa diabólica—. Quiero decir, puedo intentarlo, pero “maldición” es
una de mis palabras favoritas en el idioma español. ¿Y si no puedo dejar
de decirla? ¿Entonces qué?
—Entonces nos preocuparemos por eso cuando llegue el momento —
le respondo.
—Siempre puede inclinarme sobre tu rodilla y azotarme. —Se
levanta, envolviendo sus labios alrededor de la paleta antes de sacársela de
la boca con un sonido húmedo—. O tal vez podrías follarme por un largo
rato y romperme el corazón.
—¿Disculpa? —Mi piel se calienta mientras recita mis palabras, pero
me niego a dejar que vea que está teniendo algún tipo de efecto en mí.
—Eres él —dice, como si fuera un as que ha estado guardando bajo
la manga todo este tiempo—. Eres Kerouac.
Me faltan las palabras, tratando de entender todas las formas en que
esto podría salir muy mal para mí.
Halston
3 meses antes

E
stoy sentada en el asiento de la ventana cubierto de
almohadas de Emily Miller, golpeando mi pulgar contra un
encendedor casi vacío, con un cigarrillo de menta y fresa
entre los labios.
—¿Estás... estás segura de que deberíamos hacer esto? —Sus ojos se
dirigen hacia su puerta, como si sus padres fueran a llegar temprano a 10
casa del trabajo mágicamente y atraparnos.
—Relájate. —Mantengo la llama firme, encendiendo la punta—. Es
de hierbas. No hay nicotina ni nada de esa mierda mala.
Acercándome a la ventana abierta, inhalo y luego exhalo, apuntando
anillos de humo a los agujeros del tamaño de un alfiler en la pantalla.
Honestamente, encuentro que la idea de fumar es completamente idiota...
Toda esta gente esclavizada a estos pequeños palitos blancos de químicos
que ponen sus uñas amarillas y hacen que su ropa apeste. Pero venía
hacia acá esta tarde y un idiota de catorce años se ofreció a darme esto si
le mostraba mis tetas.
Se lo arrebaté de la mano, mirando el shock registrarse en su rostro,
y le dije:
—Que te sirva de lección. —Se quedó allí, con los ojos bien abiertos y
parpadeando mientras me alejaba—. Valgo más que un paquete de
cigarrillos medio vacío que robaste del bolso de tu madre. Tienes suerte de
que no te patee en las bolas, mocoso.
Casi tiro la cajetilla a la basura de alguna familia, pero decidí que
debía fumar uno por despecho.
Que se joda.
Que se jodan los cretinos de catorce años que están destinados a
crecer y convertirse en promiscuos con enfermedades de transmisión
sexual.
—Aquí. —Entrego el cigarro, que ahora lleva mi lápiz labial rojo, y
veo como Emily lo aprieta entre su pulgar e índice. Me burlo—. No es un
porro.
—No sé cómo fumar. —Se muerde el labio inferior, luciendo como
que está entre la risa y el llanto.
Dios mío, Emily. Vive un poco.
Si no fuera mi única amiga en este estúpido pueblo...
Esto es doloroso.
Sigue dudando, sus ojos se lanzan aquí, allá y en todas partes. Estoy
a segundos de agarrarlo y guardarlo todo para mí cuando da una
bocanada.
—Exhala... —le recuerdo cuando han pasado varios segundos de
más.
Tan pronto como abre la boca, comienza a ahogarse con el humo que
le hace cosquillas en los pulmones, se abanica con las manos la cara como
si eso fuera a ayudar. Se dirige al baño de su habitación rosa princesa, da
vueltas alrededor y llena un vaso con agua del grifo. 11
Poniendo los ojos en blanco, tomo otra bocanada. Luego otra.
Esto es una tontería.
Me dirijo al baño de Emily, apago el cigarrillo en su prístino lavabo
de porcelana, y lavo la ceniza antes de tirar la estúpida cosa por el
inodoro.
No me disculpo.
Sacando el paquete restante de mi bolsillo trasero, voy a tirarlo a su
basura, pero me lo quita de las manos.
—¡¿Estás loca?! —Sus ojos marrones son redondos, temblorosos—.
¿Y si mis padres encuentran esto?
Exhalando, me muerdo el labio. Tiene razón. Sus padres se mueren
por una excusa para terminar nuestra amistad. Lo veo en sus ojos, en sus
sonrisas forzadas y en su lenguaje corporal escueto cada vez que estoy
cerca. Pero Emily es tranquila, nerd. No hace amigos con facilidad, y se
mantiene más bien reservada. Doug y Mary Miller estaban encantados
cuando empezamos a salir... al principio.
Pero así es como sucede siempre.
Si nos pones a Emily y a mí juntas, no parece que pertenezcamos al
mismo planeta. Ella es un ratón; tímida, tranquila, con cabello castaño y
ojos pequeños. Yo soy un león; melena rubia loca, obstinada e intrépida.
—Mierda, ¿qué hora es? —pregunto, revisando mi reloj—. Tengo que
irme. La tía Tabitha se va a enfadar si llego tarde a la cena otra vez.
Es raro tener que vivir con las reglas de otra persona.
Emily se huele la blusa no una vez, sino dos veces.
—Estás bien —la animo—. Si estás tan preocupada, ponte otra cosa.
Aficionada.
Emily me acompaña a la puerta, y la veo asomándose por la ventana
para ver si alguno de los autos de sus padres está en la entrada. Tal vez
fumar en su habitación fue arriesgado. Odiaría que la castigaran. Planeaba
un verano de corrupción y libertinaje, lo que sería en su propio interés.
Se irá a la universidad en un año. Le fallaría como amiga si la
enviara al mundo real tal como está.
Saltando por las escaleras de la grandiosa casa colonial de ladrillos
de los Miller y acariciando a los leones de piedra al pasar, me dirijo a la
casa de mis tíos, mi residencia permanente hasta que me gradúe de la
escuela.
Debí haber terminado este año, pero cuando tienes padres haciendo 12
metanfetaminas en tu sótano y se olvidan de enviarte a la escuela durante
unos años críticos, te quedas un poco atrás. Y cuando tu tío es el
superintendente del Distrito Escolar de la Comunidad de Lennox, puedes
hacer un test de aptitud y saltarte algunos grados, pero
desafortunadamente aprobar el duodécimo grado y pasar rápidamente a
un diploma de secundaria no es una opción. Puede que cumpla diecinueve
años este otoño, pero al menos tendré un papel que diga que asistí a la
secundaria más lujosa de América; la única, que yo sepa, con un
Starbucks de servicio completo en las áreas comunes.
Cuando llego a la casa estilo Tudor del tío Vic y la tía Tabitha, me
distrae el lento pitido de un camión amarillo en retroceso hacia la entrada
de la casa de al lado. Hay un hombre de pie en la escalera delantera con
una camiseta que muestra sus bíceps bronceados y tonificados. Una gorra
de los White Sox le hace sombra a su rostro.
Ni siquiera puedo ver si es sexy.
Le hace señas al conductor para que siga retrocediendo, y luego se
dirige al final del camino de entrada hacia Melissa Gunderman, que medio
corre medio camina en su dirección con un recipiente de lo que parece ser
algún tipo de bien cocido.
Ella no perdió el tiempo. La pintura ni siquiera está seca con este.
Estoy segura de que lo invita a la reunión de solteros de su iglesia,
cada jueves a las siete, y de que le da su discurso habitual. Está
divorciada. Tiene una hija, Rachel, de ocho años, a punto de entrar en
segundo grado, y muy inteligente para su edad. Le encanta cocinar y
hornear, pero más que eso, ama a Jesús y al café, en ese orden.
Inserta una risa coqueta y el cabello revuelto.
Lleva pantalones de yoga y una camiseta gris que dice “Ser mamá no
es fácil”, y su cabello está amontonado en un nudo perfectamente
desordenado que probablemente copió de su niñera adolescente.
Nunca he visto a una hipócrita como ella en toda mi vida. En los seis
meses que llevo viviendo aquí, he visto a un grupo de hombres entrando y
saliendo de su casa a cualquier hora de la noche.
Los hombres vienen...
Y luego se van.
Aburrida del espectáculo de Melissa, me dirijo al interior, donde el
olor del asado de mi tía se mezcla con el frío del aire acondicionado. Desde
el vestíbulo, puedo ver el comedor, donde mi prima Bree tiene la nariz
enterrada en un libro de texto y su bolígrafo presionado contra un bloc de
notas.
Estudiando algunos de los mejores años de su vida.
13
A veces me pregunto cuál de nosotras lo tiene peor... ¿la de los
padres que se preocupan demasiado o la de los padres que no se
preocupan en absoluto?
—Halston, ¿eres tú? —pregunta mi tía.
—No. Es el Hombre Culligan —le respondo, quitándome mis sucios
Chucks blancos. No responde, pero eso es probablemente porque el
fabricante del Robot Stepford olvidó instalar su chip de sentido del humor
cuando se la entregaron al Tío Vic.
—La cena está casi lista. —Su voz viene de la cocina.
—Estaré allí en un segundo.
Piso la gran escalera hacia la habitación de invitados, que supongo
es mi habitación, aunque me han dicho “que no haga ningún agujero en la
pared o reorganice ningún mueble”. La habitación luce como si un
catálogo de Pottery Barn2 hubiese vomitado en ella y luego colgado mi ropa
en el armario. No hace falta decir que no se siente como si fuera mía, pero
la cama es blanda y seguro que es mejor que cambiar de casa de acogida
cada tres meses. O dormir en una caja de cartón, que pasó a ser mi única
opción una vez que salí del sistema el año pasado.
2 Pottery Barn: Cadena de tiendas de muebles para el hogar con sede en San

Francisco.
Me quito la ropa y la pongo en un cesto antes de cambiarme a algo
que huele más a detergente de mareas que a fresas y hierbas, y luego
conecto mi teléfono al cargador. El tío Vic tiene una política estricta de
“nada de electrónica en la mesa”, y aunque normalmente no tengo reparos
en desafiar a la autoridad, no me atrevo a desafiar a Victor Abbott.
Para empezar, no se anda con rodeos. Habla en serio. Es alfa e
inteligente como la mierda, y manda en su casa y en las docenas de
escuelas de su distrito con mano de hierro.
En segundo lugar, me acogió cuando no tenía que hacerlo.
Es el hermano de mi madre. La única manzana buena en una
familia de los que están podridos hasta la médula. No tenía que acogerme,
darme un techo y matricularme en una de las mejores escuelas
secundarias de la zona, pero lo hizo...
Para consternación de Bree y Tab.
Soy una mancha en su estilo de vida de club de campo con mi lápiz
labial atrevido, pantalones cortos y ojos verdes salvajes. Soy la razón por la
que guardan sus joyas en cajas fuertes, a pesar de que nunca he robado ni
robaré. Soy la nota de piano que arruina su hermosa sinfonía.
Están contando los días que faltan para que me vaya a la
universidad, estoy segura. Y Vic, que Dios lo bendiga, se ha ofrecido a
pagarme cuatro años en una universidad estatal a tres horas de aquí. 14
Llego a la mesa del comedor y tomo mi lugar frente a Bree. Nacimos
con trece meses de diferencia, ella y yo, pero no tenemos nada en común.
Tiene el pecho plano, labios finos y es una hija única malcriada que nunca
ha sabido lo que se siente al acostarse con el estómago vacío, tener que
raspar el moho del pan o verter la leche caducada en el cereal rancio.
—¿Qué tal su tarde, chicas? —La tía Tab dirige su pregunta a las
dos, pero su atención se centra en su hija. Coloca una sopera de salsa
marrón entre nosotras y luego se mueve al armario de la vajilla para poner
la mesa.
Cada cena es una producción.
Llevo seis meses viviendo aquí y aún no he visto que pidan pizza.
—Casi he terminado de estudiar para la competencia de inglés —
responde Bree, con la mirada fija en mí como si debiera sentirme
fracasada por no haber hecho los cursos de preparación para la
universidad en verano. Perdónenme por no ser una persona que se
esfuerza demasiado—. La primera prueba es esta noche.
—No tengo ninguna duda de que la aprobarás con creces. —Tabitha
sonríe, poniendo su mano en el hombro de su hija mientras pasa y se
dirige a la cocina. Regresa con el asado, lo coloca entre nosotras antes de
tomar asiento y revisar su reloj—. Esperemos que Vic esté en camino. No
es propio de él llegar tarde.
Esa es mi tía. Siempre preocupándose por nada porque literalmente
no tiene nada mejor que hacer. Me he dado cuenta de que a la gente rica le
gusta fabricar problemas, pero no puedo, por mi vida, descubrir por qué.
Tienen toda esta buena mierda a su favor, pero no son felices a menos que
sean miserables.
—Debería llamarlo. —En el momento en que la tía Tabitha se
levanta, la puerta del garaje se abre y el sistema de seguridad pita dos
veces. Ella sonríe, poniendo su mano sobre su corazón, y luego toma
asiento—. Ahí llegó.
El tío Vic coloca su maletín en el mostrador de la cocina antes de
vaciar sus bolsillos, y luego se sienta en su silla habitual en la cabecera de
la mesa. Sin decir una palabra, dobla las manos e inclina la cabeza,
diciendo gracias. Los tres Abbots se hacen la señal de la cruz y Vic sirve
primero su comida.
Verlos es como ver uno de esos viejos programas de televisión en
blanco y negro de los años cincuenta. Desde fuera, son asquerosamente
perfectos. Mi tía lleva vestidos, incluso los días que se queda en casa, y
Bree es una animadora, estudiante sobresaliente y presidenta de la clase.
El tintineo de los cubiertos en la vajilla llena el silencio, y después de 15
unos momentos mi tío se aclara la garganta y me mira.
—Halston, ¿cómo te está tratando el verano hasta ahora? —me
pregunta.
Me encojo de hombros.
—Bien, supongo.
—Estaba pensando —comenta—. Me gustaría enseñarte a conducir.
Tiene toda mi atención.
Mis padres siempre fueron muy exigentes para enseñarme a
conducir, y la mayoría de mis padres adoptivos no confiaban en mí al
volante de sus autos porque no me conocían lo suficiente.
—Eso sería increíble, tío Vic —respondo—. Solo di cuando.
Se frota las comisuras de la boca con una servilleta, su frente está
llena de arrugas como si estuviera pensando.
—Este fin de semana. Te llevaré este fin de semana. Podemos
practicar en el auto de Bree.
Bree me lanza una mala mirada.
—Perfecto —le digo.
—Mientras tanto, me gustaría que empezaras a buscar un trabajo a
tiempo parcial —pide, masticando su carne—. Al final del verano, igualaré
lo que has ahorrado dólar por dólar, y luego saldremos a mirar autos.
Por una vez tengo algo que esperar. No más llegar a la escuela
montada en el Prius de Bree. No más esperar fuera de su casillero después
de clases para que me traiga a casa, pareciendo una perdedora.
Por primera vez en mi vida, tendré libertad.
Libertad para ir a donde quiera, cuando quiera, por la razón que
quiera.
Libertad para hacer cualquier cosa, ver a cualquiera.
Libertad.
Ya era hora.
Termino mi cena y pido que me disculpen, llevando mi plato al
lavaplatos antes de subir. Cuando abro mi portátil, un regalo de Victor que
se supone que es estrictamente para las tareas de la escuela, abro un sitio
web de búsqueda de empleo y veo lo que puedo encontrar.
Un pequeño anuncio rojo parpadeante en la barra lateral anuncia
una aplicación de citas llamada Karma. Intento hacer clic en la x de la
esquina para que desaparezca, pero fallo, y se abre otra página web.
El titular dice: “¿Cansado de deslizar? ¿Cansado de ser un fantasma 16
y de que te engañen con perfiles falsos? Prueba Karma GRATIS hoy!”
Intrigada, hago clic en “aprender más”.
Karma es una innovadora aplicación de citas que obliga a los
usuarios a ganar “puntos de karma” antes de que se revele cierta
información. Por ejemplo, diez puntos karma permiten ver la foto del otro.
Veinte puntos te permiten intercambiar direcciones de correo electrónico.
Treinta puntos te permiten intercambiar números de teléfono.
¿Cómo se ganan los puntos karma? Chateando anónimamente a
través de nuestra aplicación. Cada usuario puede chatear con un solo
usuario a la vez, asegurándose de que la persona con la que está hablando
está realmente interesada en formar una relación profunda y significativa,
¡eso debería ser lo que está buscando! Nuestros usuarios pueden
seleccionar una gran cantidad de opciones para mostrar sus intenciones.
Algunos buscan un compromiso a largo plazo mientras que otros buscan una
experiencia divertida y coqueta, sin ataduras.
¡Te invitamos a probar Karma hoy! Somos una aplicación gratuita, ¡sin
trampas! ¡Descarga la versión de escritorio para empezar, y asegúrate de
agregar la aplicación móvil para llevar Karma contigo dondequiera que
vayas!
Mordiéndome el labio inferior, levanto una ceja. Con la mirada fija
en el barril de un largo y caluroso verano, me vendría bien algo para llenar
mi tiempo, más allá de ver Full House en Netflix con Emily Miller.
Presionando el botón de descarga, el icono se instala en mi escritorio
en cuestión de segundos, y hago doble clic para comenzar.
Una pequeña caja gris parpadea en mi pantalla, pidiéndome que
acepte sus términos y condiciones y que marque una casilla diciendo que
tengo dieciocho años.
Hecho.
A continuación, la aplicación me pide un seudónimo.
Eso es fácil.
Hada Verde, un apodo infantil que me gané por el intenso color de
mis ojos.
Espera, no. Eso es una tontería. Van a pensar que me gustan las
hadas, los elfos, los dragones y la mierda, y las fantasías nunca han sido
lo mío. Soy realista.
Borrando Hada Verde, escribo Absinthe.
Mucho mejor, y todavía me queda bien.
A continuación, pide una pequeña biografía. Pero no voy a ser capaz 17
de derramar la historia de mi vida en mil caracteres o menos, ni tampoco
querría hacerlo. Sentada en mi cama, miro fijamente al techo. A pesar de
lo que se podría suponer de mí y del hecho de que mi historia de
educación es un desastre, nunca he conocido un libro que no pudiera
devorar. Supongo que mi amor por los libros proviene de todos esos años
en que nuestra calefacción no funcionaba a mediados del invierno y me
encontraba en la biblioteca hasta el cierre solo para mantenerme caliente.
En los días en que hacía un frío excepcional, la bibliotecaria me dejaba
quedarme un poco más mientras ella terminaba su trabajo del día.
Sacando de debajo de mi colchón un cuaderno de citas y cosas que
he amado y guardado a lo largo de los años, paso a una página en el medio
y arrastro la punta de mi dedo a lo largo de las palabras con tinta
descolorida, deteniéndome en una cita de El Gran Gatsby. “Verás,
normalmente me encuentro entre extraños porque voy de aquí para allá
tratando de olvidar las cosas tristes que me han pasado”.
Pienso en usar esa antes de determinar que es demasiado
deprimente.
Pasando a la siguiente página, mis ojos se posan en otra de mi
amado F. Scott Fitzgerald, tomada de This Side of Paradise: “Se deslizaron
enérgicamente en una intimidad de la que nunca se recuperaron”.
Bum. Perfecto. Es corto, dulce y la sensualidad está implícita, no es
barata.
A continuación, la aplicación pide mi sexo y luego mi edad.
Con los labios apretados hacia un lado, debato esto. Si digo que
tengo dieciocho años, voy a atraer a los pervertidos y raros con fetiches de
adolescentes. Sin mencionar que puedo tener dieciocho años en el
calendario, pero mi experiencia de vida me ha dado una perspectiva de
alguien que ha vivido más allá de eso.
Escribiendo cien, decido volver a eso más tarde, y hago clic en el
botón “siguiente”.
Karma me pregunta qué tipo de relación estoy buscando,
enumerando un puñado de opciones y diciéndome que elija una.
¿Matrimonio? No.
¿Compromiso a largo plazo? No.
¿Citas casuales? Hm, tal vez.
¿Relación abierta? No.
¿Amistad? No.
¿Diversión sin ataduras? Sí, de acuerdo.
Marco la última casilla antes de continuar. Karma pide una foto mía, 18
recordándome que la persona con la que estoy chateando no la verá hasta
que llegue a un cierto número de puntos karma, y en ese momento, yo
también podría ver su foto.
Deslizándome de mi cama, me pongo una capa de lápiz labial rojo en
la boca y me esponjo las olas rubias antes de volver a mi portátil y hacer
una sonrisa burlona con la cámara. Un segundo después, se sube.
Cuando Karma me dice que he terminado y que puedo empezar a
buscar posibles parejas escribiendo mi código postal, compruebo el reloj.
Necesito buscar un trabajo, no un hombre.
Mamá necesita ruedas.
Al cerrar la aplicación, se me recuerda que debo descargarla en mi
teléfono, pero vuelvo a mi búsqueda. Me preocuparé de eso más tarde.
Sin historial de trabajo o experiencia laboral, no estoy segura de
cómo va a ir esto, pero no estoy por encima de lavar platos o limpiar
trampas de grasa.
Revisando un puesto de camarera a tiempo parcial que ofrece
“formación en el trabajo”, hago clic en “solicitar” y relleno el formulario.
¡Gracias por su interés! ¡Alguien del Café de la Granja se pondrá en
contacto con usted en breve!
Encuentro unos cuantos trabajos más y envío mi información,
negándome a aguantar la respiración. Y cuando termino, agarro mi
teléfono, instalo Karma, y empiezo a comprar un poco de diversión de
verano.

19
Ford
—D
ebería entrar. —Señalo a los de la mudanza en el
momento en que puedo hablar con esta mujer.
Mi nueva vecina, Melissa, frunce el ceño, pero
no me siento mal. Me ha estado hablando al oído durante la última media
hora, invitándome a la noche de solteros en su iglesia y contándome todo
sobre su hija. No ha hecho ni una sola pregunta sobre mí, ni se ha
detenido a tomar un respiro.
—Gracias por los brownies. —Levanto la bandeja caliente que ha 20
estado chamuscando mis palmas todo este tiempo—. Me aseguraré de
devolver la bandeja.
Ella sabía lo que estaba haciendo.
Sonríe, enrollando un mechón de cabello alrededor de sus dedos.
—Tómate tu tiempo. Como dije, estoy en la casa amarilla de enfrente
si me necesitas.
Si la necesito...
Me rio ahogadamente antes de volver a la casa. Los de la mudanza
ya han hecho una buena mella en la carga y entro en un salón lleno de
cajas de cartón. No entiendo cómo un solo hombre puede acumular tanta
mierda a los veinte años, aunque en mi defensa, la mayoría de mis
pertenencias son libros, sobre todo universitarios y clásicos de la
literatura, y me niego a tirarlos.
Las buenas palabras nunca expiran.
Me muevo a la cocina, tomo un cortador de cajas del mostrador y me
pongo a trabajar. Mi nuevo trabajo como director de la secundaria
Rosefield no empieza oficialmente hasta dentro de un par de meses, y
tengo todo el tiempo del mundo, pero el desorden y las cajas me van a
volver loco. Cuanto antes llegue todo a su sitio, mejor.
No puedo vivir con el caos. Son clavos en una pizarra.
Un par de horas después, mi cocina está lista y los de la mudanza
están trayendo los últimos muebles. Le doy cien dólares de propina a cada
uno y los acompaño a la puerta. En el momento en que se van, me
extiendo en el sofá, levanto los pies y descanso los ojos un minuto.
Mi estómago gruñe, un recordatorio de que la compra de esta casa
no incluía una despensa surtida, así que saco el teléfono del bolsillo y veo
si hay algún lugar por aquí que entregue algo más que sándwiches
submarinos rápidos o pizza empapada.
En cinco minutos, me decido por la comida tailandesa, hago mi
pedido y uso mi aplicación Karma para matar el tiempo.
Empezar un trabajo como este en un pueblo donde no conozco a
nadie significa que las conexiones pueden ser arriesgadas. Necesito
establecer mi reputación primero, y los preocupados residentes de
Rosefield, Illinois, se horrorizarían si se enteraran que el director de sus
hijos es un prostituto con fobia al compromiso.
Karma es más seguro.
Puedo llegar a conocer a alguien antes de decidir si vale la pena
engancharse, aunque en este momento he optado por utilizar una foto de
muestra y apegarme al sexo telefónico. Es menos arriesgado, y mi carrera
no vale una hora de sexo eléctrico con una extraña. 21
Al pulsar la aplicación, me pregunta si quiero “buscar solteros en la
zona en busca de experiencias sin ataduras”. Presiono “de acuerdo”, y la
pantalla muestra una lista de opciones en orden alfabético.
La mujer número uno se llama Absinthe, y su biografía es una cita
de F. Scott Fitzgerald, que me dice que es introspectiva y una fanática de
las artes literarias. Poniendo una marca en su perfil, paso a las siguientes
opciones y hago mis valoraciones.
BlaireWS1989. Su biografía es una lista de sus títulos universitarios
y varias certificaciones profesionales.
Paso.
DaringBoldly_SoulfulAries. Adicta a los libros de autoayuda.
Probablemente consulta psíquicos regularmente.
Nop.
FoxyMamaIL. Su biografía dice que es madre de tres y de cuatro
hijos peludos. No me van las madres solteras. Siempre quieren más,
aunque digan que no.
Sigamos adelante.
HeavenlyHannah. ¿Está citando una canción de Nickelback?
En serio, gente.
Reviso otra docena antes de volver a Absinthe, asegurándome de que
quiero enviarle un mensaje. Una vez que lo haga, no podré comunicarme
con nadie más... aunque los últimos cinco minutos de mi vida me han
demostrado que probablemente no me estoy perdiendo mucho de todos
modos.
Tocando el botón de “iniciar contacto”, escribo un mensaje y
presiono enviar.

22
Halston
A
penas oigo el sonido de mi computador por la música que
pasa por mis auriculares, pero seguro que hay una
notificación de parte de Karma.
¡Kerouac quiere presentarse! ¿Aceptas?
¿Kerouac? Ugh. Jack Kerouac es uno de los escritores más
sobrevalorados a los que he tenido que someterme. On the Road era
aburrido y auto-indulgente.
23
A continuación compruebo su mensaje.
Dice: Bastante experta en tecnología para tener cien años.
Riendo a carcajadas, mi cabeza se inclina hacia un lado. Tiene
sentido del humor. Puedo trabajar con eso. Y tal vez pueda perdonarle su
nombre de usuario si me permite ampliar sus horizontes con algunas
recomendaciones de libros seleccionados a mano.
Haciendo clic en el icono de “respuesta”, Karma me dice que al
responder a esta conversación, no podré comunicarme con ningún otro
usuario. Y si decido cesar la conversación con esta persona, necesito hacer
clic en la “x” negra de su perfil, lo que le impedirá poder contactar conmigo
de nuevo y viceversa.
Para siempre.
Absinthe: Mis nietos me regalaron uno de esos iPad para Navidad.
Kerouac: ¿Cuántos nietos tienes?
Absinthe: Demasiados. Era un poco puta en mis días de juventud,
teniendo bebés a diestra y siniestra. No podía evitarlo. Eran tan
malditamente lindos y también lo eran los hombres. Tristemente, creo que
llegué al máximo en los años cuarenta. ¡Nunca pude resistirme a un hombre
con uniforme! Esos marineros con pequeños sombreros redondos me
atraparon siempre. ¡Nunca me perdí una semana de la flota!
Kerouac: ¿Sin arrepentimientos?
Absinthe: Sin arrepentimientos.
Kerouac: Aunque en serio. ¿Cuántos años tienes?
Absinthe: ¿Importa? La edad es literalmente un número.
Kerouac: A mí me importa.
Absinthe: ¿Qué edad tienes?
Kerouac: ¿No has leído mi perfil?
Absinthe: No. Estaba demasiado distraída por tu horrendo nombre de
pantalla. ¿Kerouac? ¿¿¿En serio?????
Kerouac: On the Road es un clásico.
Absinthe: On the Road como mucho es una tontería de mala calidad.
Cualquiera que piense lo contrario no merece el privilegio de llamarse a sí
mismo lector.
Kerouac: Sin embargo, eso es lo bueno de ser un lector, TÚ decides lo
que te gusta y las opiniones de los demás no importan.
Absinthe: No me hace juzgarte menos. 24
Kerouac: ¿Cuántos años tienes?
Absinthe: Así que vas a cambiar de tema, ¿así como así?
Kerouac: Responde a la maldita pregunta.
Absinthe: Oh, hombre. Dijiste “maldita”. ¿Estás enfadado? ¿O
intentas probar que eres un macho alfa grande y malo que necesita tener el
control todo el tiempo?
Kerouac: No estoy enojado. Solo impaciente.
Kerouac: Pero el control es algo bueno. Me gusta tener el control.
Absinthe: Entonces eso va a ser un problema, porque a mí también
me gusta tener el control.
Kerouac: Tu edad, Absinthe.
Absinthe: Edad suficiente para beber.

No es mentira. Quiero decir, puede que no sea lo suficientemente


mayor para beber legalmente, pero aún soy lo suficientemente mayor para
beber en el sentido literal.
Kerouac: ¿Eso es lo mejor que puedes hacer?
Absinthe: Necesito mantener un perfil bajo.
Kerouac: ¿Eres alguien importante?
Absinthe: Estás siendo sarcástico. Cretino. Y no, no soy nadie
importante. Solo soy yo. Y quiero pasar desapercibida porque, por lo que sé,
eres un acosador espeluznante.
Kerouac: Incluso si fuera un acosador espeluznante, estoy bastante
seguro de que no sería capaz de localizarte solo por tu edad. Creo que estás
a salvo.
Absinthe: Como sea, volviendo a tu horrible gusto por la literatura...
Kerouac: Mi extensa colección de la biblioteca no estaría de acuerdo.
Absinthe: Oooh. Tienes una biblioteca. Debes ser elegante.
Kerouac: No soy elegante. Solo bien leído.
Absinthe: ¿Sabes lo que sería realmente excitante?
Kerouac: ¿Qué?
Absinthe: Sexo en una biblioteca. Una biblioteca pública.
Kerouac: Vaya manera de ir al grano. Me contentaba con discutir
sobre los grandes escritores americanos del siglo XX durante otra hora, pero
esto también funciona.
25
Absinthe: Si pudieras verme ahora mismo, pondría los ojos en blanco.
No seas patético. Sigue la corriente. Dime cómo lo haríamos. Dime qué me
harías.
Kerouac: ¿Qué aspecto tienes?
Absinthe: ¿Por qué?
Kerouac: Necesito una imagen. Para mi fantasía.
Absinthe: Cabello rubio. Ojos verdes. Tetas grandes. Piernas largas.
¿Eso funciona?
Kerouac: Dudo mucho que sea así como realmente te ves, pero está
bien.
Absinthe: Es verdad. Tal vez uno de estos días, podrás verlo por ti
mismo.
Kerouac: Dudoso. No tengo intenciones de conocerte nunca.
Absinthe: ¿Por qué no? Oh, mierda. ¡¿Estás casado?!
Kerouac: No. No estoy casado. Simplemente soy un profesional que
empieza un nuevo trabajo en una nueva ciudad.
Absinthe: Así que, solo quieres sexo telefónico...
Kerouac: Sí.
Absinthe: Y no importa cuán cachondo y molesto te ponga, nunca
cambiarás de opinión...
Kerouac: Nunca.

Exhalando, descanso mi barbilla en mi mano y miro hacia otro lado.


Supongo que si nunca vamos a conocernos o saber los nombres reales del
otro, puedo ser tan sucia como quiera con él. Puedo contarle todo sin que
me importe una mierda si me va a juzgar o no, porque no importará una
mierda.

Absinthe: Está bien. Ponlo sobre mí. Dime cómo me follarías en una
biblioteca.
Kerouac: Te haría llevar una falda.
Absinthe: ¿Me HARÍAS usar una falda?
Kerouac: Sí. Te haría.
Kerouac: Por cierto, no llevas bragas.
Absinthe: Obviamente.
Kerouac: Te llevaría al pasillo F-K, te pondría de espaldas a mí, y
26
extendería tus muslos. Mis manos tirarían del dobladillo de tu falda,
revelando tu trasero. Si alguien pasara, vería mis dedos subiendo por el
interior de tus muslos y metiéndose en tu coño mojado. Gemirías y te
cubriría la boca. Tenemos que estar en silencio.
Absinthe: Maldición, K. Esto es, um, bueno. Continua.
Kerouac: Tus caderas se doblarían contra mí. Estarías tan excitada
que ni siquiera podrías soportarlo, y estarías cerca, pero no dejaría que te
vinieras a menos que montaras mi polla. Sacando mis dedos de tu abertura,
te daría una probada antes de masajear tus tetas y tirar de tu cuerpo contra
el mío. Cuando gimotearas y me rogaras que te folle, tendría que burlarme
de ti primero... Tendría que recordarte que yo tengo el control. Arrastrando la
punta de mi polla a lo largo de tu abertura, deslizaría mi longitud dentro de
ti a la altura de tu expectativa.
Absinthe: Sigue...
Kerouac: Con tus manos agarrando la estantería y tu cabello recogido
en mi puño, te follaría como la chica sucia que eres, exigiendo tu silencio y
controlando tu cuerpo de una manera que ningún otro hombre ha hecho
antes.
Absinthe: Espera. ¿Cómo sabes lo que otros hombres me han hecho?
Kerouac: ¿En serio?
Absinthe: Es una broma. Ningún hombre me ha follado en una
biblioteca, eso de ahí te pone probablemente en lo alto de mi lista. Perdona
que te interrumpa. Continúa.
Kerouac: A través de los estantes, veríamos que alguien viene. El
bibliotecario. Presionaría mi pulgar contra tu clítoris, lo rodearía mientras te
follo más y más rápido, mi semen saliendo a chorros dentro de ti mientras tu
cuerpo se derrite contra el mío, tu coño apretándose en un espasmo.
Saliendo de ti, me cerraría la bragueta y te enderezarías la falda. El
bibliotecario viene cruzando de la esquina, dándonos a cada uno una
mirada malvada. Y luego sigue su camino, sin darse cuenta.
Absinthe: No está mal.
Kerouac: ¿No está mal?
Absinthe: Sí. No estuvo mal. Quiero decir, me he estado tocando todo
este tiempo. Y me vine. Por favor, dime que no eres uno de esos tipos que
necesita que lo reafirmen constantemente.
Kerouac: No lo soy.
Absinthe: Bien, porque no lo obtendrás de mí. Si alguna vez follamos
en la vida real, no me voy a acostar en tus brazos y llorar porque la
experiencia movió mi mundo. Probablemente me bajaría de ti, limpiaría tu
semen pegajoso de mi vagina prístina, y me haría un sándwich en tu cocina
27
usando tu camisa.
Kerouac: Nunca vamos a follar en la vida real, así que...
Absinthe: Sí, K. Lo has dejado claro. Sin embargo, gracias por el
recordatorio.
Kerouac: ¿A la misma hora mañana?
Absinthe: Oh, ¿acabaste y ahora has terminado conmigo?
Kerouac: Pedí comida. Acaba de llegar.
Absinthe: Claro.

Una imagen llena nuestra pantalla de chat: contenedores blancos de


espuma de poliestireno llenos de fideos tailandeses y rollos primavera.

Absinthe: No tenías que probarlo. Solo te estaba jodiendo.


Kerouac: ¿Mañana? ¿A las siete de la noche?
Absinthe: Si tienes suerte.
Una llamada a mi puerta me hace cerrar la tapa de mi portátil, y
antes de que tenga la oportunidad de responder, Bree irrumpe.
—¿Dónde está mi collar de cruz dorada? —pregunta, sus ojos azules
salvajes y su tono acusador.
Levanto mis palmas.
—Ni idea.
—Estaba en mi baño junto a mi lavabo esta mañana y ahora no está.
Lo necesito. Tengo un examen en quince minutos, y es mi amuleto de la
buena suerte.
—Sabes que los amuletos de la buena suerte no funcionan, ¿verdad?
Todo está en tu cabeza.
Su cara está roja, sus labios temblorosos, y empieza a rebuscar en
mi armario, a través de los cajones de la cómoda. Tirando almohadas y
ropa sucia al suelo, pone mi habitación patas arriba.
—Lo tomaste. Sé que lo hiciste —señala, con el ceño fruncido de su
madre.
—Puedo asegurarte que no he tocado tu estúpido collar. De todos
modos la cosa es fea. —Pongo los ojos en blanco—. ¿Qué haría con él?
—No lo sé... ¿empeñarlo?
28
Sonrío. Esta chica nunca ha puesto un pie en una casa de empeños.
Nunca ha conocido la carga de tener que empeñar tus zapatos nuevos por
el dinero del almuerzo, lo que me ha pasado en más de una ocasión, debo
añadir.
—Una pieza como esa me daría ocho, tal vez nueve dólares como
máximo. Apenas vale el billete de autobús y el viaje a la parte mala de la
ciudad —le informo.
Se le cae la mandíbula.
—¡Ese collar es de Tiffany! Vale mucho más que ocho dólares.
—No lo empeñé. Solo digo que si lo hubiera hecho, probablemente es
todo lo que me darían por él —me defiendo.
Está parada a los pies de mi cama, mirando fijamente, con la
mandíbula apretada. Quiere, con todas sus fuerzas, echarme la culpa de
esto. Lo más probable es que la señora de la limpieza lo haya movido hoy o
que se haya caído por el desagüe.
—¿No tienes una prueba o algo a lo que llegar? —Agito mi mano,
espantándola.
Bree suelta un gemido juvenil, sus puños apretados, y luego gira
para salir de mi habitación, su cola de caballo de animadora rebotando
con cada pisotón. Daría un portazo si no supiera que se metería en
problemas por ello.
Estúpida idiota.
Levantando la tapa del portátil, vuelvo al chat.
Kerouac se ha desconectado.

29
Ford
E
l garaje está lleno de latas de pintura al azar y herramientas
de jardín dejadas por el propietario anterior. Se suponía que
debían limpiar todo antes de firmar los papeles de cierre, pero
deben haber olvidado algunas cosas convenientemente.
Barriendo el suelo polvoriento con una escoba mientras Aerosmith
suena desde un viejo reproductor de cintas, otra posesión olvidada, me
tomo un descanso y me dirijo al interior para agarrar una cerveza
Heineken, solo que me detiene una voz familiar al entrar. 30
—Ford —saluda el hombre. Me giro para enfrentarlo—. Creí que eras
tú.
El superintendente Abbott camina hacia mí, aunque está casi
irreconocible en pantalones cortos caqui y un polo de golf.
—Victor —saludo, extendiendo mi mano—. No estoy acostumbrado a
verte sin tu traje de tres piezas.
Este hombre me sometió a cinco rondas de entrevistas para este
puesto, asustándome con preguntas imposibles y ocultando su sorpresa
cuando se dio cuenta de que se necesitaría más que eso para ponerme
nervioso.
—Así que eres el nuevo vecino —comenta, mirando mi casa con las
manos en las caderas—. Los Smiths eran buenas personas. Realmente los
voy a extrañar. Ya no hacen vecinos así. —Se detiene, su sonrisa se
desvanece—. Entonces, ¿te estás instalando?
Asiento, sin decirle que no he estado aquí ni siquiera veinticuatro
horas.
—Lo estoy. Yendo un día a la vez.
—Bien, es bueno oírlo, Ford. —Me da una palmadita en la espalda—.
Tendremos que invitarte a cenar una de estas noches. Mi esposa, Tabitha,
hace un pato malo a la naranja. Y estoy seguro de que a mi hija le
encantaría conocerte. Ella va a estar en el último año en Rosefield.
También mi sobrina. Se quedará con nosotros mientras termina su último
año.
—Por supuesto. Me encantaría conocer a tu familia alguna vez —
miento.
Dispárame ahora.
—De todos modos, sé que la junta está muy emocionada de tenerte.
Tus entrevistas nos dejaron boquiabiertos, y la recomendación del
Secretario de Educación de EE.UU. Carl Broadbent selló el trato.
Carl es un viejo amigo de la familia que nunca ha trabajado un día
en su vida conmigo, pero se ofreció. Y no pude decir que no a eso.
—No te retendré más tiempo —continua—. Parece que estás ocupado
aquí. —Abbott comprueba su teléfono—. Me reuniré con los chicos en el
club para una ronda. ¿Juegas mucho al golf, Ford?
—A veces.
—Deberías unirte a nosotros la próxima vez.
—Sí, ¿por qué no? —Sonrío, como si me entusiasmara jugar al golf
con Victor Abbott y sus amigos, pero como mi padre siempre decía, si
quieres ganar en la vida, tienes que jugar el juego. 31
Victor se despide con la mano antes de entrar en el lado del
conductor de su Infiniti y salir del camino de entrada. Mirando hacia su
patio trasero, veo una valla de hierro que rodea una piscina subterránea.
Una chica con el cabello rubio amontonado en la cabeza y gafas de
sol de gran tamaño se sienta en una de las sillas del salón, hojeando un
libro grueso. Debe ser su hija o su sobrina, ambas son de último en
Rosefield, así que no le doy una segunda mirada.
Tal vez sea bonita. Y tal vez no me he acostado con nadie por más
tiempo del que me gustaría admitir. Pero tanto como pensar en andar con
un estudiante, es una línea que me niego a cruzar. Ni siquiera me
entretengo con ese tipo de fantasías en mi “tiempo a solas”.
Demasiadas carreras han sido arruinadas porque un profesor o una
persona con autoridad no pudieron mantener su polla en sus pantalones.
Pero ese no soy yo.
Yo tengo el control total.
Entrando, saco una cerveza de la nevera y me siento en la mesa de
la cocina para refrescarme un poco. Agarrando mi teléfono, abro la
aplicación Karma, que me recuerda inmediatamente que no he hablado
con Absinthe en casi doce horas y que me dará dos puntos de karma si
envío un mensaje ahora mismo.
Kerouac: Nunca pregunté por qué tu nombre es Absinthe.
Absinthe está en línea...
Absinthe: Buenos días a ti también.
Kerouac: Estabas esperando mi mensaje, ¿no?
Absinthe: Se llama notificación. Me avisó en el momento en que me
enviaste eso.
Kerouac: La mayoría de las chicas se harían las difíciles. Me hacían
esperar varias horas o incluso varios días antes de responder.
Absinthe: No tiene sentido hacerse la difícil cuando no tienes
intenciones de atraparme.
Kerouac: Buen punto.
Absinthe: Mis ojos son verdes. Como el color del licor de absenta. Y
me han dicho que tengo cualidades adictivas.
Kerouac: ¿Cualidades adictivas?
Absinthe: Una probada y los hombres se enganchan.
Kerouac: ¿Con cuántos hombres has estado, Absinthe? 32
Absinthe: Suficientes.
Kerouac: Un número, por favor.
Absinthe: Un puñado. ¿Y tú?
Kerouac: Más que un puñado.
Absinthe: Así que, básicamente, lo que estás diciendo es... que tienes
experiencia.
Kerouac: Podrías inferir eso, sí.
Absinthe: Algunas personas se desaniman por eso. Para mí es lo
contrario. Un hombre con experiencia es algo bueno.
Kerouac: ¿Qué edad tenías cuando perdiste tu virginidad?
Absinthe: ¿Importa?
Kerouac: Está bien. Iré primero. Tenía quince años. Era mi vecina de
dieciséis años.
Absinthe: ¿Quién sedujo a quién?
Kerouac: Ella me sedujo. Y tenía tetas grandes. No podría haber
dicho que no si quisiera.
Absinthe: Débil.
Kerouac: Tu turno Absinthe. Cuéntame de tu primera vez
Absinthe se ha desconectado

33
Halston
N
o estoy segura de lo que esperaba de un restaurante llamado
Big Boulders, donde la mujer del cartel está de pie frente a
dos rocas gigantescas que, imagino, ¿se supone que
representan sus pechos? Pero después de llenar una docena de solicitudes
de empleo en la última semana, este es el único lugar que me llamó.
—¿Mesa para cuántos? —La anfitriona, con un top escotado que
apenas cubre sus pezones y deja su barriga expuesta, me da una sonrisa
deslumbrante. 34
—Estoy aquí para ver a Todd Chadwick —le informo—. Tengo una
entrevista.
—Oh, sí, por aquí. —Me lleva a un cuarto trasero antes de llamar a
la puerta con una placa de “gerente” pegada en el exterior. Huele a comida
frita y a bebidas derramadas aquí, y todas las chicas están vestidas de tal
manera que invitan a los clientes masculinos a follar con los ojos—. Todd,
tu cita de la una está aquí.
La puerta se abre un segundo después, y un tipo blanco de aspecto
genérico se para ante mí. Antes de que extienda su mano, sus ojos se
arrastran a lo largo de mi cuerpo, persistiendo en mis pechos, y luego me
invita a entrar, diciéndome que me siente en una silla azul con una
cuestionable mancha blanca en la tela.
—Así que tú eres... Halston —comenta, agarrando mi solicitud de
una pila en su escritorio—. ¿Qué clase de nombre es Halston? Si no te
importa que pregunte.
—Supongo que mis padres me pusieron el nombre de un perfume —
explico, monótona y repitiendo la respuesta que doy a todos los que me
han hecho la misma estúpida pregunta. Supuestamente era el perfume
que llevaba mi madre la noche que conoció a mi padre, cuando eran un
par de inocentes chicos de instituto con toda la vida por delante. Pero no
comparto esa historia. Los romantiza, y son unos cretinos egoístas—. De
todos modos, su anuncio decía que ofrecía entrenamiento en el trabajo.
¿Es cierto?
Asiente, con la mano cubriéndose parcialmente la boca mientras
apoya el codo en el escritorio. Todd no puede apartar la vista de mis
pechos por más de unos segundos, y ahora me doy cuenta de que su
camisa dice: ¡Pásalo genial en Big Boulders!
—¿Entiendes qué clase de restaurante es este? —pregunta.
Asiento.
—Sí. Como Knockers
—Somos mejores que Knockers. —Su voz se eleva. Debe ser un tema
candente para Todd—. Como sea, tenemos más clase. Nuestras mujeres no
parecen ex-strippers y nuestra comida es toda hecha a mano, nada
congelado.
Porque estoy segura de que eso es lo que trae a sus clientes aquí
noche tras noche.
—Serías una camarera —explica—. Pero tenemos un estricto código
de vestimenta. Proveemos los uniformes. Estoy seguro de que viste a
algunas de las chicas. Piensa en ello como un bikini. No es diferente. De
hecho, esconde un poco más de lo que escondería un bikini.
35
Qué manera de justificarlo, Todd.
—Si hay alguna duda en tu mente, cualquier parte de ti que piense
que estarías incómoda en este tipo de escenario, quiero que te levantes
ahora mismo y salgas de mi oficina —pide.
—Puedo manejar esto —le aseguro—. Pueden mirar, pero no pueden
tocar, ¿verdad?
Sus ojos se abren de par en par.
—Absolutamente. Si alguien te pone las manos encima, me lo haces
saber o a uno de los chicos del bar. Se les mostrará la puerta
inmediatamente. No toleramos eso.
—Entonces estaremos bien.
—Sin embargo, te diré algo. Se te van a pegar —asegura—. Hombres
de todas las edades, clases sociales y orígenes frecuentan este pub, y
vienen porque quieren buena comida, chicas guapas a las que mirar, y
alguien con quien fantasear cuando estén acostados junto a su esposa esa
noche. Dicho esto, hazles pasar un buen rato. Está bien coquetear. Está
bien dejar que piensen que tal vez tengan una oportunidad. Pero a
nuestras chicas no se les permite ir a casa con los hombres o dar sus
números. Lo mantenemos profesional. —Se inclina hacia atrás en su silla,
estudiándome—. ¿Cómo suena eso? ¿Crees que podrías estar interesada
en algo así?
—Por supuesto. ¿Cuándo puedo empezar?
No es que tenga elección. Necesito un trabajo para conseguir un
auto y poder irme de aquí en cuanto me gradúe en Rosefield. No hay
mucho que no haga en este momento.
—¿Mañana? —pregunta—. ¿Puedes empezar mañana? Te tendremos
como sombra de alguien por una semana, pero luego estarás por tu
cuenta. Los turnos son de once a cinco y de cinco a once. ¿Tienes alguna
preferencia?
—De once a cinco está bien —respondo. Vic y Tab enloquecerían si
regresara a casa cada noche después de las once.
—Perfecto. Déjame conseguir tu papeleo. Necesitaremos una copia
de tu tarjeta de seguridad social y... bueno... todo está resumido aquí.
Llévalo a casa, llénalo, tráelo mañana, y te pondremos a trabajar. ¿Quizás
puedas estar aquí sobre las diez y media?
Me levanto. Se levanta.
Ya está hecho.
Tengo un trabajo.
—Gracias, Todd. 36
Siento el peso de su mirada en mi trasero mientras me acompaña a
la salida.

Acostada en la cama, hago doble clic en Karma y envío un mensaje a


Kerouac. No he hablado con él desde que terminé la conversación hace
varios días. Claro, podría haber inventado una historia sobre la forma en
que perdí mi virginidad... diciendo que era un novio de secundaria, que
estábamos locamente enamorados y que fue dulce, romántico y perfecto.
Pero mi mente seguía jugando con el escenario real, y mi instinto era
apagarse y alejarse.
¿Estás ahí?
Lo escribo y envío, mordiéndome el pulgar mientras esperaba.
Pasan cinco minutos, luego otros cinco, luego diez.
Veo algunos videos musicales en YouTube para pasar el tiempo.

Kerouac: Estoy aquí. ¿Qué hay?


Absinthe: ¿Qué es lo más desesperado que has hecho por dinero?
Kerouac: Eso es aleatorio.
Absinthe: Solo contesta.
Kerouac: No soy un hombre desesperado y soy bueno con mi dinero,
así que... ¿nada?
Absinthe: Mentira.
Kerouac: Necesitaría pensar en esto un rato. ¿Puedo responderte
luego?
Absinthe: Supongo.
Kerouac: ¿Qué es lo que pasa? Pensé que era raro que no me dijeras
nada durante una semana.

¡Felicidades! ¡Has alcanzado diez puntos Karma! ¡Ahora puedes ver


la fotografía del usuario Karma con el que estás chateando!
No tengo ni idea de cómo se reparten los puntos, si se basa en el 37
tiempo que chateas o en el número de mensajes que se envían, pero un
icono azul en la esquina superior me parpadea, suplicando que le hagan
clic.
Así que hago clic en él.
Y una imagen llena la pantalla.
Es un hombre, de veintitantos años, con cabello castaño, ojos color
avellana y una sonrisa perfecta. Es increíblemente guapo y de corte limpio,
y lleva un suéter azul marino sobre una corbata de guinga. Pertenece a
una cartelera de Ralph Lauren. Tomando una captura de pantalla de la
imagen, busco en Google y hago una búsqueda inversa de la imagen, que
me lleva a un sitio web de fotos de muestra.
La foto de Kerouac es de archivo. No es él.
Sacudiendo la cabeza, me imagino a un pervertido con barriga
cervecera sentado en el sótano de su madre tratando de ligar con gente en
Karma, mintiendo sobre su apariencia y haciéndose parecer más
encantador e inteligente de lo que es en realidad.
Maldito imbécil.
Cerrando Karma, le doy una palmada a la tapa del portátil y la
empujo hasta el final de la cama.
Ford
—G
racias a todos por venir —digo el lunes por la
mañana, aunque no debería agradecer a mis
profesores por llegar a una reunión obligatoria a
mediados de verano.
Una fila de mujeres, todas de cuarenta y tantos años y con
bronceados deportivos, pantalones cortos y camisetas, están hablando
entre ellas, ignorándome. Esperaría este tipo de comportamiento de los
estudiantes. No de profesionales de la enseñanza experimentados. 38
—Avísenme cuando terminen, señoritas —pido en el micrófono.
Levantan la vista, se sobresaltan, y todos los ojos están puestos en
ellas. La mujer del extremo izquierdo murmura una disculpa.
—Sí. Eso está mejor —Me paro frente al podio del Auditorio de Artes
Escénicas de Rosefield, que es de alta tecnología y de última generación, y
que acaba de ser remodelado el año pasado. Las primeras filas están llenas
de profesores, secretarias, consejeros y personal de mantenimiento—.
Quería presentarme. —Un grupo de jóvenes profesoras a mi izquierda
están susurrando, riéndose. Una de ellas asiente, otra prácticamente se
limpia la baba de la barbilla. Entiendo que soy joven para ser director, que
soy educado, inteligente y profesional, y que he ganado la lotería genética
en el departamento de imagen, pero puedo asegurar a todas y cada una de
esas profesoras que no tengo ni la más remota intención de relacionarme
con ellas—. Mi nombre es Ford Hawthorne. Soy originario de Connecticut,
aunque asistí a la universidad en Nueva York y posteriormente enseñé allí
antes de venir a Rosefield.
El auditorio finalmente está en silencio.
—Un poco sobre mí, soy un francotirador. No me gusta endulzar.
Tengo expectativas ridículamente altas para mis estudiantes, profesores y
personal, y si hay algo que he aprendido en mi carrera hasta ahora, es que
en el sistema educativo, la reputación lo es todo —anuncio—. La
reputación de la escuela, de los estudiantes y del personal, del liderazgo...
es todo primordial. Y todo lo que hacemos, día a día, contribuye a esa
reputación. —Miro a una de las mujeres más jóvenes, que se ruboriza al
instante—. En el momento en que su nombre o el de su escuela se han
arruinado, podría tomar décadas repararlo.
»¿Un poco sobre mí vida personal? Soy un ávido corredor. Disfruto
de la literatura clásica, los viajes, y odio la charla trivial. —Sonrío—. En las
próximas semanas antes del uno de agosto, planeo llamarlos para algunas
reuniones individuales, solo para poder poner rostros a sus nombres.
Dicho esto, quería que esto fuera corto y dulce. Estoy seguro de que están
ansiosos por volver a salir y disfrutar de sus vacaciones de verano. Si
necesitan contactarme, dejé una pila de tarjetas de presentación en la
mesa de atrás con mi información de contacto.
El zumbido de la conversación llena el auditorio una vez más, y bajo
del escenario, dirigiéndome a uno de los pasillos. Me quedo un rato en la
mesa del fondo, viendo como una de cada cinco personas que pasan toma
una tarjeta de visita, y suspiro.
Estas personas están registradas, pero no las culpo.
La enseñanza es una de las carreras más duras, agotadoras y
desafiantes.
—¿Señor Hawthorne? —La voz de una mujer me llena el oído. Miro
39
sobre el escritorio y veo una cosita pequeña de cabello rubio pálido con un
corte pixie3, un vestido púrpura y pendientes de color verde azulado—. Soy
Sara Bliss, la profesora de arte de Rosefield.
Extiende su mano.
—Encantado de conocerte, Sara.
—Solo quería presentarme. —Sonríe, sus ojos se iluminan frente a
mí mientras se inquieta, y me pregunto si todos la inquietan o si solo soy
yo. De cualquier manera, no importa. No me involucro con mis
profesores—. Rosefield es una buena escuela. Nuestros estudiantes tal vez
son un poco más privilegiados que el estudiante promedio. Y la mayoría
conducen mejores autos que los profesores. —Se ríe—. Pero son buenos
chicos. Al final del día, hacen lo que se les dice que hagan, y están tan
concentrados en entrar en las mejores universidades que todos son
pequeños superdotados. Incluso en la clase de arte.
—Ya veo.

3 Corte pixie: Hace referencia a un corte de cabello más corto en la espalda y en las

sienes y ligeramente más largo en la parte superior para dar cierto volumen.
—En cualquier caso, no sabía si alguien le habló mucho de nuestra
escuela... ya sabe, fuera del comité de contratación. Pensé que quizá
quisiera oír estas cosas de alguien que lo ve todo de primera mano.
—Por supuesto. Aprecio eso.
—Bueno, supongo que nos veremos por ahí. —Se encoge de
hombros, mostrando una dulce sonrisa.
—Sí, disfrute del resto del verano, señorita...
—Bliss —me recuerda—. Sara Bliss. Si alguna vez necesita algo, por
favor no dude en pedirlo.
Un hombre con cabello gris y una camiseta blanca descolorida con la
mascota de la escuela se dirige hacia mi mesa.
—Bernie —se presenta—. Conserje de la escuela. Llevo aquí más de
treinta años.
—Bernie, encantado de conocerte. —Extiendo mi mano.
—Esta es una buena escuela —comenta, con su barbilla
sobresaliendo hacia adelante mientras responde a una pregunta que no
hice—. Creo que le gustará mucho estar aquí.
—Eso es lo que he oído. Y ciertamente espero que así sea.
—Si alguna vez necesitas algo... —Se señala antes de asentir y 40
alejarse.
Cuando la última persona ha dejado el auditorio, agarro mis tarjetas
y me dirijo a mi nueva oficina. Está vacía, excepto por un par de plantas
que el último director dejó atrás. Y una computadora Mac descansa
polvorosa e intacta en el centro de un escritorio.
Tomando asiento en la silla, que es dolorosamente incómoda y va a
tener que ser reemplazada, miro por la ventana que da a los lugares
comunes, un lugar al aire libre, tipo patio de comidas de lujo que rodea un
patio lleno de mesas de picnic.
Imagino a los estudiantes llenando el área, con sus pequeñas
mochilas Louis Vuitton y sus MacBook Airs a la vista mientras preguntan a
los trabajadores del servicio de alimentos si las manzanas son orgánicas o
frescas. Los estudiantes de una escuela como esta, sin duda, van a ser
malcriados y con derecho.
Mi única esperanza es que pueda marcar la diferencia, inculcarles
un poco de humildad para que crezcan y se conviertan en buenas
personas, no solo en personas inteligentes. Espero que mucho después de
que se hayan ido, e incluso mucho después de que yo me haya ido, todavía
me recuerden.
Si puedo causar una impresión duradera, habré hecho mi trabajo.
Halston
T
engo el estómago retorcido al sentarme en la tapa del váter de
la sala de descanso de personal. Hoy es mi primer día en Big
Boulders y Courtney, mi mentora, me ha dado el uniforme y
me ha dicho que me cambie. Al principio, supuse que no sería un gran
problema. Llevo bikinis todo el tiempo en la piscina del tío Vic. Pero saber
que llevo este pequeño traje solo con el propósito de que los hombres se
queden mirando mis tetas y el culo… casi me da ganas de vomitar.
Courtney toca la puerta. 41
—Halston, ¿estás bien?
—Sí —respondo—. Casi he terminado. Solo… me estoy retocando el
maquillaje.
Necesito una distracción, algo para calmar mis nervios, así que saco
el teléfono y abro una de las páginas web para perder el tiempo que tengo
guardadas. Estoy a mitad del tablón principal de BuzzFeed cuando me
entra una notificación de Karma.

Kerouac: ¿Qué pasó ayer? ¿Todo bien?


Kerouac: Además, ¿puedo solo decirlo? Santa jodida mierda, eres
preciosa.

Sacudiendo la cabeza, no sé si reírme o echarme a llorar. Nadie me


había llamado preciosa antes. ¿Guapa? Sí. ¿Sexy? Todo el tiempo. Pero,
¿preciosa? Nunca.
Quería tanto que Kerouac fuera real.
Absinthe: Ojalá pudiera decir lo mismo de ti, pero decidiste usar una
foto de muestra para tu foto de perfil. Es hacer trampa, Kerouac. No es justo.
Kerouac: En mi defensa, el tipo de la foto de muestra se parece
mucho a mí… si entrecierras los ojos. Compartimos bastantes rasgos
faciales.
Absinthe: ¿Ahora esperas que te crea? ¿Después de usar esa
artimaña? Debería bloquearte.
Kerouac: No me bloquees. Lo siento. Ojalá pudiera enseñarte mi cara,
pero no estoy en posición de arriesgarme ahora mismo. Voy a empezar un
nuevo trabajo pronto. Un trabajo en un sector público. No puedo ser el tipo
que se lía con mujeres al azar en aplicaciones de citas.
Absinthe: Pero eres ese tipo. Es exactamente lo que estás haciendo.
Kerouac: Solo hablamos. No me voy a liar contigo.
Absinthe: Tuvimos sexo por chat. ¿Te has olvidado del sexo de chat?
Kerouac: De nuevo, eso no es liarse.
Absinthe: Tengo que irme.
Kerouac: ¿Hablamos luego?
Absinthe: Quizás. Aún estoy enfadada contigo.
42
Apago el teléfono y me miro por última vez en el espejo. Mis labios
llenos están pintados en un rojo fóllame. Tengo las tetas apretadas hasta
la barbilla gracias al problema de los sujetadores de relleno de talla
estándar que Todd da a sus empleadas, y la pequeña falda que llevo casi
no me cubre las mejillas del culo; pero voy a hacerlo.
Abro la puerta y atrapo a Courtney con la guardia baja.
—Ahí estás —dice con la boca abierta—. Empezaba a creer que
estabas pensándolo dos veces. Pasa todo el tiempo.
Engancha el brazo a mí alrededor y me empuja hacia el bar. Casi
son las once y el sitio empieza a llenarse. Se sube a un taburete y se queda
frente a mí en la barra antes de hacerme un gesto para que me una a ella,
y el camarero le da el megáfono.
Oh, Dios.
¿En qué me he metido?
Tomo mi sitio al lado de Courtney mientras levanta el altavoz a su
boca.
—¡Hooooola, chicos! ¡Tenemos una nueva camarera que empieza
hoy! ¡Démosle a Halston una cálida bienvenida a Big Boulders!
Todos los ojos aterrizan en mí, los hombres aullando, dando palmas
y sonriendo.
Es un buffet libre y soy el postre.
Bajamos un segundo después y me lleva a una pequeña galería
pasando la cocina, me da un bolígrafo y un cuaderno, junto con un
delantal.
—No lo vas a necesitar hoy ya que me vas a seguir, pero son para ti.
Puedes guardarlo en tu casillero o ponértelo. —Se ata el delantal en la
pequeña cintura y su sonrisa decae—. ¿Qué pasa? ¿Pareces asustada?
Sacudo la cabeza.
—Estoy bien.
—Vas a conseguir mucho puto dinero aquí, Halston. Te lo prometo.
Cuando cuentes tus propinas al final de la noche, ni siquiera te acordarás
del tipo de la mesa cinco que te dio una palmada en el culo antes.
—¿Eso pasa? —pregunto—. Todd dijo que a los clientes no se les
permite tocarnos.
Abre los ojos de par en par.
—No pueden. Pero eso no les detiene de intentarlo.
—¿Se les echa? 43
Hace un gesto con la mano, ondeando, y aprieta los labios.
—Si lo hiciéramos con cada cliente que nos pega en el culo o que
pasa el brazo por nuestras tetas o lo que sea, estaríamos sin negocio.
Ninguno de ellos volvería.
Creo que me voy a enfermar.
—Oh, oye. La primera mesa está lista. Andando. —Hace un gesto
para que le siga y vamos hacia una cabina en forma de media luna en el
extremo de un lado donde están cuatro hombres con traje de negocios que
han pedido cerveza, alitas y hamburguesas de queso.
Son amables.
Y esto no está tan mal.
Nos miran, pero no lo hacen obvio. Tres de ellos llevan alianza de
casados.
La anfitriona le dice a Courtney que tenemos dos mesas más y
pregunta si estoy cómoda con llevar las bebidas de una de ellas.
—Cuanto más tengan que esperar, menor será la propina —me
explica.
Asiento y voy hacia la mesa con un hombre mayor con ojos solitarios
y una camiseta de Ron Jon.
—Hola, señor —saludo—. Soy Halston. Estaré a cargo de su mesa
hoy. ¿Podemos empezar con algo para beber?
Esto me recuerda a cuando jugaba a los restaurantes de niña.
Fácil como una tarta.
—Dr. Pepper, sin hielo —pide—. Después, unos aros de cebolla y
una hamburguesa cowboy, sin pepinillos.
Oh.
Con problemas para agarrar el cuaderno y el bolígrafo, escribo todo
antes de que se me olvide, y después se lo repito. Cuando levanto la vista,
tiene los ojos en mis tetas.
—Eres nueva —asegura con la mirada todavía por debajo del nivel
del mar.
—Lo soy. Es mi primer día. —Fuerzo una sonrisa—. Pónmelo fácil.
Estoy de broma, pero no se ríe.
—Deje que lleve su pedido y que vaya por su bebida —agrego y troto
para alejarme de él.
Me encuentro con Courtney en la galería, donde está agarrando 44
helado y poniéndolo en copas con rapidez.
—Me ha dicho su pedido. ¿Qué hago ahora? —consulto.
—Ponlo en la cola —responde y señala hacia atrás, a la cocina—. A
la izquierda lo más nuevo, derecha lo más viejo. Ponlo a la izquierda. Los
cocineros lo agarraran de ahí.
—¿Cómo sé cuándo está lista la comida?
—Bajarán tu papel. La comida estará en los calentadores —explica—
. Simplemente revisa de vez en cuando. No nos gusta tener a los clientes
esperando más de diez minutos. Si ha pasado más tiempo que eso,
comprueba en la cocina para ver cuál es el retraso.
Lleva una bandeja de bebidas a la segunda mesa, antes de agarrar
las cervezas de la primera y rellenar el Dr. Pepper del tipo solitario. Con
hielo.
Mierda.
Lo tiro y sirvo otro sin hielo, y se lo llevo.
—Aquí tiene, señor. —Lo pongo sobre una servilleta frente a él.
—¿Dónde está mi popote? —pregunta.
—Lo olvidé completamente. Lo siento mucho. —Empiezo a irme
cuando me detiene, con la mano en mi muñeca.
—Es bueno que seas guapa.
—¿Disculpe?
—Tienes la apariencia pero no el cerebro. Lo puedo decir. Está bien
que seas guapa.
Estoy sin habla, completamente sin palabras. Y, aunque me
encantaría contestar a este estúpido, probablemente no sea la mejor idea
con eso de que es mi primer día en el trabajo.
Me suelta y deja caer su mano por el lado de mi cadera, rodándome
el exterior del culo.
Completamente intencionado.
Vuelvo a la barra con el cuerpo quemándome y la piel en llamas. Esa
penosa excusa de hombre me ha hecho sentir menos que humana en el
transcurso de unos pocos segundos, pero estoy demasiado enfadada como
para llorar por ello.
Mirando alrededor, me pregunto, ¿cuáles son las probabilidades de
poder escupir en su comida sin que nadie me vea?
Dejo el popote en su mesa al pasar, sin detenerme. Solo lo lanzo
hacia él. Cuando los entrantes están preparados unos minutos más tarde, 45
pido al encargado de la comida que lo maneje. Cuando se va, me da dos
dólares de propina por una cuenta de veinticinco.
Ocho por ciento.
—¿Estás bien? —Courtney me acaricia la espalda al verme examinar
la cuenta firmada del señor—. ¿Te ha molestado?
No quiero hablar de ello.
—Los que dejan buena propina compensan por mucho a los que
dejan mala, lo prometo —asegura—. Aguanta. Va a mejorar.
Le doy una sonrisa de labios cerrados.
—Por el lado bueno, has hecho tu primera mesa sola, y lo has hecho
maravillosamente —me felicita—. ¡Igual no necesitas ni seguirme!
No es que este trabajo sea ciencia espacial…
—¿Quieres probar otra? —pregunta—. Hay una mesa con hombres
jóvenes que puedes tener. Se acaban de sentar. Son tres. Los más jóvenes
son los que mejores propinas dejan.
Mirando a la planta principal, los veo. Unos chicos en edad de ser
colegas universitarios que se han sentado para comer. Uno tiene la nariz
metida en el teléfono y los otros dos se están riendo de algo. No parecen
agarra culos.
—Sí, la tomaré —me ofrezco, me trago mi orgullo y voy hacia los
chicos—. Hola, soy Halston. Los atenderé hoy.
Dos de ellos se dan con el hombro, intercambian miradas. Casi me
pregunto si tengo algo entre los dientes, y bajo la mirada para ver que mi
teta izquierda casi se me sale del top, se me ve la mitad del pezón.
—Lo siento. Justo iba a decir algo —comenta el tipo de la izquierda.
Sí, claro.
—Por cierto, eres preciosa —agrega el del medio—. Te he visto
cuando hemos entrado. Esperaba que nos tocaras. Eres nueva, ¿verdad?
Asiento.
—Primer día. Sean buenos conmigo.
Los chicos sonríen y mantienen la mirada en la mía, aunque estoy
segura de que tienen toda la intención de mirarme el culo cuando me vaya.
—¿Qué vamos a beber? —les pregunto y levanto el cuaderno y
bolígrafo.
Los chicos piden dos cervezas y un té helado, y parecen más
centrados en las televisiones sobre el área del bar que en mirar a las 46
preciosas camareras poco vestidas. ¿Igual es suficiente para ellos estar en
la mera presencia de mujeres medio desnudas? O todos tienen novia,
relaciones exclusivas, y esto es lo más cerca que pueden estar de un club
de striptease hasta sus respectivas despedidas de soltero.
De cualquier manera, estoy contenta con esta mesa y, cuando se
van, cada uno me deja cinco dólares de propina.
—¿Cuánto te han dado? —pregunta Courtney—. Mieerda. Quince
dólares en una cuenta de cincuenta. Eso es genial. Ya te he dicho que los
más jóvenes son los que mejor propinas dan.
Courtney tiene el cabello rubio botella con raíces oscuras, le queda
genial el spray bronceador, y huele como si se duchara con spray corporal
de sol de frambuesas, pero se pasa el resto de la tarde animándome,
distrayéndome de mirar el reloj.
Cuando llega el siguiente turno, vamos a la parte de atrás para
contar nuestras propinas, y me voy con casi cien dólares.
Courtney tiene doscientos cincuenta.
—¿Te veo mañana? —pregunta.
Mirando su pila de efectivo, asiento.
Tengo que apartar mi orgullo de esta ecuación y mirarlo desde su
perspectiva.
La humildad empieza ahora.

47
Ford
A
bsinthe: “Han pasado muchos años desde esa noche. La
pared de las escaleras por la que había visto la luz de su vela
subir poco a poco, hacía mucho que había sido demolida. Y,
también en mí misma, muchas cosas que imagine que durarían para
siempre habían perecido, y nuevas habían nacido, dando a luz a nuevas
preocupaciones y nuevas alegrías que, en esos días, no podrían haberse
concebido, justo como ahora las viejas son difíciles de entender”.
Kerouac: Buenas noches a ti también. 48
Absinthe: Estoy leyendo Proust. Swann. Eso me llegó. Simplemente
quería compartirlo.
Kerouac: ¿Ánimo melancólico esta noche?
Absinthe: Ánimo de estar perdida en mis pensamientos esta noche.
Kerouac: Lo mismo. De cualquier forma, no te quedes mucho ahí. No
es bueno para ti.
Absinthe: Cuéntame sobre tu día. Necesito una distracción del mío.
Kerouac: La vida no es ni la mitad de mala de lo que crees, Absinthe.
Absinthe: Es fácil para ti decirlo.
Kerouac: ¿Qué tal si me cuentas sobre tu día primero?
Absinthe: Comencé en un trabajo. Lo odio.
Kerouac: ¿Qué tipo de trabajo?
Absinthe: Atención al cliente.
Kerouac: Descripción vaga, pero funciona.
Absinthe: Hay clientes. Y los atiendo.
Kerouac: Puedes decir que eres mesera. No tiene que ser vergonzoso.
Absinthe: Camarera, Kerouac. El término políticamente correcto es
camarera.
Kerouac: Mi error. ¿Así que lo odias?
Absinthe: Mucho.
Kerouac: Entonces encuentra otro.
Absinthe: Es el plan. Solo tengo que aguantar un poco. El dinero no
está mal.
Kerouac: Cristo, Absinthe, no trabajes en ningún puesto por el dinero.
Es lo peor que puedes hacer.
Absinthe: No todo el mundo tiene elección. Desafortunadamente, no
nací con una cuchara de plata en la boca.
Kerouac: Las cucharas de plata a veces se oxidan.
Absinthe: ¿Hablas por experiencia propia?
Kerouac: Quizás.
Absinthe: ¿Te has fumado todo el fondo fiduciario de papi?
Kerouac: No.
Absinthe: Entonces, ¿qué ha pasado? No puedes decir algo así y
luego dejarme sin saber. 49
Kerouac: Es una historia para otro momento. Las heridas siguen
abiertas.
Absinthe: Como sea. ¿Me vas a contar sobre tu día o qué?
Kerouac: Fui a trabajar. Tuve una reunión. Eso es todo.
Absinthe: ¿A qué te dedicas?
Kerouac: Eso es información privada.
Absinthe: De acuerdo, bien. ¿Eres el jefe de donde sea que trabajas?
Kerouac: Podrías decir que sí. Estoy a cargo, sí. Dirijo el negocio.
Absinthe: ¿Te gusta tener el control?
Kerouac: Mucho.
Absinthe: ¿Cuál es tu postura sexual favorita? Ya que te gusta tanto
tener el control.
Kerouac: Perrito. Nombre terrible. Postura jodidamente increíble.
Absinthe: Ugh.
Kerouac: ¿Qué?
Absinthe: Es mi menos favorita. No me gusta que me follen como a un
perro.
Kerouac: ¿Hablas por experiencia propia?
Absinthe: Sí.
Kerouac: Entonces es que no lo has experimentado con el hombre
correcto.
Absinthe: Bien, ¿cómo sería contigo? Ya que aparentemente eres la
autoridad en sexo estilo perrito.
Kerouac: Lo soy. Y me encantaría compartirlo contigo. Primero, te
pondría sobre tus manos y rodillas, te abriría los muslos y metería la lengua
en tu coño desde atrás para prepararte. Cuando estés suave y mojada, me
colocaría detrás de ti, agarrándote por la cadera con una mano y tocándote
el clítoris con la punta de la polla antes de hundirme en ti, centímetro a
centímetro. Una vez que tu coño este apretado alrededor de mi polla,
controlaría tu cadera, haciendo que se encontraran con mi polla en cada
empuje y a la vez acariciándote el clítoris. No iré rápido, pero tampoco
despacio. Me tomaré mi tiempo, asegurándome de que cada centímetro te
llena y te golpea en el punto g. Y, cuando estés tan cerca del orgasmo más
increíble que hayas tenido en tu vida, te agarraré el cabello con la mano,
atrayéndote hacia mí, mi cuerpo inclinado sobre el tuyo para que puedas
saborearte en mis labios mientras te vienes sobre mi polla, con la cadera
retorciéndose contra mí.
Absinthe: Joder. Um. Wow. 50
Kerouac: Más profundo, más caliente, más fuerte.
Absinthe: Vendido.
Kerouac: Tu turno. ¿Cuál es tu posición favorita?
Absinthe: Misionero. Y, antes de que te rías de mí, que sepas que no
lo siento. Es lo que me gusta. No me voy a disculpar por ello, joder.
Kerouac: ¿No tienes mucha experiencia, verdad?
Absinthe: Tengo la experiencia suficiente.
Kerouac: Eres virgen.
Absinthe: Nop.
Kerouac: Creo que sí.
Absinthe: Puedes creer lo que quieras. Eso no hace que sea la
verdad.
Kerouac: Entonces, ¿qué es lo que te gusta de la posición del
misionero?
Absinthe: Se siente… segura, ¿supongo? Pueden mirarse a los ojos y
besar y los cuerpos se tocan en todos lados. Es íntimo. Y dulce.
Keruoac: Típico de mujer. Solo necesitas vivir un poco más. El sexo
erótico puede ser tan gratificante como el sexo romántico.
Absinthe: Te diría que me enseñaras en algún momento, pero…
Kerouac: Síp. No va a pasar. No pronto, por lo menos.

¡Felicidades! ¡Has conseguido veinte puntos Karma! ¡Ahora puedes


acceder a los correos electrónicos en Karma! Karma anima a sus usuarios a
conocerse más profundamente, enviando mensajes fuera del chat. Puedes
continuar utilizando el chat, pero usar el correo electrónico puede que te
acerque al siguiente paso, ¡que es acceder a sus números de teléfono de
Karma!

Absinthe: Mira eso. Ahora podemos enviarnos correos.


Kerouac: Me gusta hablar por aquí.
Absinthe: A mí también. Pero como que quiero tu número de teléfono.
¿Qué pasa si lo escribes?
Kerouac: Karma bloquea los números. Mira: -***-****.
Absinthe: Pues vamos a tener que enviarnos correos. Ugh. ¿Quién ha
diseñado esto? ¿Un desarrollador de 1995? Ya nadie se envía jodidos 51
correos.
Kerouac: Para ser una chica a la que le gusta el sexo estilo misionero,
tienes un borde. Me gusta.
Absinthe: ¿Porque digo mucho joder?
Kerouac: Sí. También tengo un punto débil por mujeres con boca
bonita que dicen cosas sucias. Me encanta una buena contradicción. Va
contra todo lo que apoyo en la vida real. Me pone duro como una puta roca.
Absinthe: ¿Te gusta sucio?
Kerouac: Sí.
Absinthe: Y, déjame adivinar, estás siempre impecable, eres educado
y profesional.
Kerouac: Bastante cerca.
Absinthe: Eres un hombre complicado, Kerouac. Y tengo una
debilidad por los hombres complicados.
Kerouac: Algo me dice que tú eres tan complicada como yo.
Absinthe: Si no más. Buenas noches, K.
Halston
L
os números de teléfono de dos hombres estaban escritos en los
recibos cuando me vacié los bolsillos. Que te coquetearan en el
trabajo es halagador, pero la última persona con la que iba a
tener una cita era un tipo que prefería sus alitas barbacoa con tetas y culo
para acompañar.
Definitivamente, no era material de novio.
Saco el dinero de las propinas de mi otro bolsillo y cuento hasta
ciento ochenta dólares, y lo añado a mi montón secreto. 52
Casi hay quinientos dólares en mi pequeña bolsa de maquillaje
escondida al fondo del cajón de los calcetines. Dos fines de semanas
seguidos atendiendo mesas en Big Boulders me ha llevado mucho más
cerca de conseguir un maldito auto. Si puedo ahorrar hasta tres de los
grandes y el tío Vic lo iguala, debería poder conseguir un Honda de
segunda mano o algo que me dure por los siguientes años.
No necesito nada elegante, solo algo que no se caiga a pedazos
cuando vaya por la autopista a cien kilómetros por hora al dejar Rosefiel,
Illinois, en el polvo.
Cambio la hoja del calendario, sumando los fines de semana que
quedan de verano. Mientras mantenga este trabajo durante un mes o algo
así, seré de oro.
Y, uno de estos días, cuando finalmente consiga mi certificado de
nacimiento, iré al banco y me abriré, por fin, una cuenta para guardar el
dinero en un sitio más seguro que debajo de una pila de calcetines Nike de
neón.
Hay una parada de autobús dos cuadras más abajo, justo fuera de
la verja de nuestro vecindario, y Vic y Tab creen que trabajo en el
restaurante Waterfront Sea Food del centro. Que me ayuden los cielos si
mi tapadera se descubre, pero gracias a Dios que no tengo que mantenerla
por siempre.
Cubro mis ahorros con una pila de pantalones de pijama y bajo por
las escaleras para la sopa de la tía Tabitha de los domingos, aunque no
tengo hambre. Picamos todo entre atender mesas y siempre tenemos
hambre porque corremos como animales. Courtney se sabe el contenido
calórico de casi todos los entrantes, y parecía contenta por decirme cuales
evitar.
—Tenemos que mantener nuestras figuras femeninas —comento—.
¡Así es cómo conseguimos los billetes grandes!
Me siento en mi sitio habitual y la nariz de Bree se estremece.
—Huele como comida frita aquí.
Mi uniforme se queda en el trabajo, en mi casillero, pero ¿igual algo
del olor de la comida del bar se me ha metido en el cabello y en los poros?
—Teníamos un plato especial de calamares fritos —miento, me
extiendo la servilleta sobre el regazo y ofrezco una sonrisa inteligente.
Perra.
Me encantaría ver a Bree atendiendo mesas en cualquier lado. No
duraría ni un minuto.
—¿Cómo puedes simplemente sentarte ahí, oliendo así? ¿No quieres 53
darte una ducha? —Bree no lo va a dejar pasar.
—Bree. —El tío Vic dice su nombre y se aclara la garganta—.
Suficiente. Estoy muy orgulloso de ti, Halston. Has mostrado verdadera
iniciativa. Eres una trabajadora dura. Eso te va a llevar lejos en la vida.
—También estaba pensando en conseguir trabajo. —Bree endereza
la postura, mirando en mi dirección a través de la mesa—. ¿Igual algo
como cuidar bebes, niñera o algo así? Algo con niños. Y tiene sentido, ya
que quiero entrar en la educación.
El tío Vic sonríe orgulloso, su sonrisa de padre, y coloca la mano
sobre la de ella.
—Esa es mi chica.
Tabitha pone un plato de pollo sobre una cama de cuscús con ajo
entre nosotros antes de sentarse.
—Vic, ¿te gustaría decir la oración? —pregunta.
Bree junta las manos y asiente y, cuando la veo, la encuentro
mirándome, así que le doy una sucia mirada antes de darle una patada
por debajo de la mesa.
Vic y Tab están en su pequeño mundo y, para cuando hacen la señal
de la cruz, no se han enterado de nada.
Trago la cena de Tabitha antes de excusarme para ir a mi habitación
y meterme a la ducha, porque quiero, no porque la cara de zorra me lo
haya dicho.
Cuando termino, me cambio a unos pantalones cortos de pijama y
una camiseta de tirantes y reviso la aplicación Karma. No he oído de
Kerouac en una semana, pero intento no obsesionarme con ello. Asumo
que está ocupado con cosas del trabajo, siendo un “profesional educado” y
todo eso. Además, él es complicado. Yo también. De todas formas nada
bueno, o real, va a salir de esto. No es más que una pérdida de tiempo.
Algo para pasar el aburrimiento.

De: Absinthe@karma.com
Para: Kerouac@karma.com
Asunto: ¿Dónde estás?
Hora: 6:48pm
Mensaje: Siento como que te has ido de la faz de la tierra esta
semana, y no puedo evitar pensar que tiene algo que ver con mi confesión
sexual del misionero. Te he apagado, ¿verdad? Debería haber dicho 54
vaquera inversa. Mierda. ¿En qué estaba pensando? ¿Te he perdido para
siempre, mi dulce Kerouac? ¿Me darás alguna vez una segunda
oportunidad? Obviamente, estoy bromeando. Un poco. Extraño hablar
contigo. Y tuve un sueño sexual sobre ti la otra noche. Quiero decir, el tipo
tenía tu cara de modelo de plantilla y sonaba como Ryan Gosling, pero
eras tú. Y, antes de que preguntes, sí, era a lo perrito. Ugh. Pero lo
disfruté. Como sea, solo pensaba que deberías saberlo.

Lanzo el ordenador a un lado y agarro mi libro de la mesa de noche.


Estoy a la mitad de Rebecca, de Daphne DuMaurier por cuarta vez porque,
por alguna razón, aún no me he aburrido. Cincuenta páginas más tarde,
Karma suena.
¡Tienes un correo de Kerouac! ¡Haz clic aquí para verlo!

De: Kerouac@karma.com
Para: Absinthe@karma.com
Asunto: Re: ¿Dónde estás?
Hora: 7:27pm
Mensaje: Queridísima, nunca podrías apagarme. Solo la mera idea
de follarte como un animal hasta que colapses de satisfacción es suficiente
para mantener mi interés. De acuerdo, suficiente con lo dulce. No te estoy
ignorando, la familia está en la ciudad. Espero poder seguir con nuestras
sesiones de follada virtual la próxima semana. Siéntete libre de seguir
enviándome correos. Responderé cuando pueda. Mientras tanto, pensé en
ti esta mañana en la ducha. No creo haberme corrido tanto en mi vida.
¿Qué me estás haciendo? Nunca había querido follar a una completa
desconocida con tantas ganas.

De: Absinthe@karma.com
Para: Kerouac@karma.com
Asunto: Re: re:¿Dónde andas?
Hora: 7:33pm
Mensaje: Iba a hacerte esperar a mañana por una respuesta pero,
sinceramente, nunca me ha ido eso de los juegos y se hace tarde, y estoy
cansada porque trabajo en un sitio chupa-almas; por cierto, esa va a ser
mi excusa para todo a partir de ahora. Creo que me lo merezco. De todas
formas, no tengo tiempo para escribir un resumen detallado de mi sueño
porque, francamente, tengo mejores cosas que hacer con mi tiempo y,
basándome en conversaciones previas, tu imaginación parece funcionar 55
bien. Me voy a la cama ya. Disfruta del tiempo en familia. Espero que
hayas sido bendecido con una familia “normal” y que no estés contando
las horas para que se vayan. Hasta luego.

Cierro la ventana, conecto el ordenador al cargador, y vuelvo a


subirme a la cama. Al principio no me doy cuenta, pero tengo los labios
curvados en una sonrisa y hay un pequeño aleteo en mi estómago.
¿Qué coño es esta mierda?
No.
Solo… no.
No me estoy enamorando de un desconocido de internet; en especial
uno con una foto de muestra como foto de perfil.
Me llevo la mano a los ojos, exhalo, en silencio diciéndome que
consiga una maldita vida.
Ford
—¡H ola, Ford! Espero que esté bien que me haya pasado
por aquí. —Melissa Gunderson está de pie bajo la
entrada de mi porche, con otra bandeja de comida
cubierta de papel de aluminio en la mano.
—Oh, hola —No escondo mi molestia—. Dame dos segundos. Tomaré
tu bandeja de brownies.
—No, no. —Agita su mano arreglada frente a mi rostro, sus uñas
rosadas y brillantes un poco más cerca de mí—. ¡Te he traído una olla! 56
Espero que no pienses que estoy siendo entrometida, pero he notado que
pides mucha comida para llevar, y pensé que te vendría bien una comida
casera. Te he hecho un guiso. Espero que te guste el pollo.
—Cariño, ¿quién está en la puerta? —Mi hermana Nicolette llama
desde el salón.
Escondo mi sonrisa con la mano, bajando la mirada, y los ojos de
Melissa se lanzan sobre mi hombro, con su rostro cayendo.
—¡Hola! Soy Nicolette Hawthorne —se presenta, empujándome fuera
del camino—. Usted debe ser una de las nuevas vecinas...
Esa es mi hermana. Afilada como una tachuela y no pierde el ritmo.
Las palabras de Melissa deben quedar atrapadas en su garganta, y
evalúa visualmente a Nicolette como suelen hacerlo las mujeres inseguras
y solitarias.
—Lo siento mucho —Melissa se las arregla para decir un momento
después, extendiendo su mano libre—. No sabía...
Solo puedo esperar que Melissa esté demasiado conmocionada para
notar nuestro asombroso parecido, hasta las marcas en la barbilla.
—Bueno, debería irme. —Entrega el plato caliente y Nicolette le
agradece antes de cerrar la puerta.
—Completamente innecesario —le informo.
—Tonterías, Ford. Esa chica era una situación de apego etapa cinco
esperando a suceder. Deberías agradecerme.
—¿Debería agradecerte también cuando descubra que soy tu
hermano y empiece a esparcir rumores por el vecindario?
—No lo va a saber. Las mujeres como esa no son lo suficientemente
brillantes para hacer ese tipo de cosas. —Nicolette lleva la cazuela a la
cocina, donde mi sobrino de cinco años, Arlo, trabaja duro en una página
de su libro para colorear de Transformers—. En fin.
Nicolette despeina el cabello rubio y rizado de Arlo antes de
inclinarse para besar su frente.
—¿Me vas a extrañar, amigo? —pregunta.
—Síp. —No levanta la vista.
—Te voy a echar de menos —le asegura.
—Ya lo sé. —Busca un lápiz azul, inspeccionando la punta para
asegurarse de que está bien afilado.
Nos reímos. 57
—Estará bien —le aseguro—. Solo es una semana. Tenemos cosas
divertidas planeadas.
—¿Cómo qué? —pregunta mi hermana.
—Cosas de chicos. Cosas súper secretas de hombres que solo los
hombres pueden hacer —comento, sonriendo a mi sobrino, cuyo rostro se
ilumina como Navidad.
—Gracias por hacer esto por mí —dice ella, agitando sus rizos
sedosos otra vez—. Eres la única persona a la que le confío mi bebé.
Nicolette lo abraza por última vez, haciéndole cosquillas en las
costillas hasta que se ríe. Su viaje anual de chicas comienza esta noche
con un vuelo desde O'Hare International a Miami, donde se reunirá con
algunas viejas amigas de la universidad. No quiero ni pensar en lo que van
a hacer a partir de ahí.
Siendo una madre soltera sin ayuda del padre de Arlo, necesita este
tiempo para sí misma, y estoy feliz de ayudar.
—¿Te parece bien que consiga una niñera por unas horas al día? —
le pregunto—. Solo sería por la mañana.
—Déjame adivinar. ¿Gimnasio? —Pone los ojos en blanco.
—Y el trabajo.
—¿Creí que tenías el verano libre?
—Preparar el trabajo. Cosas aburridas. Solo un par de horas al día.
—Lo que sea. Está bien. Confío en ti.
Nicolette agarra su maleta al final de las escaleras cuando su taxi
llega a la entrada, y solo puedo esperar que Melissa no esté fuera viendo
cómo acompaño a mi hermana al auto y la despido con un saludo
amistoso en lugar de un abrazo romántico.
—Vuelvo enseguida, amigo —le aviso a Arlo—. No muevas ni un
músculo.
Se congela, sus labios luchando contra una risa.
—Te quiero así cuando vuelva. —Lo apunto con el dedo antes de
salir por la puerta principal y ayudar a Nic a entrar en su auto. Y justo
cuando estoy girando para regresar adentro, veo a Victor Abbott en su
entrada, encerando su auto.
Me saluda. Le devuelvo el saludo. En este punto sería grosero
alejarse, especialmente considerando el hecho de que es mi nuevo jefe.
—Victor —comento, caminando entre nuestras entradas.
—Ford.
—Tengo una pregunta para ti. 58
—Dispara. —Se pone de pie, con la mano apoyada en la parte baja
de su espalda. No entiendo por qué no le paga a alguien para que le
enceren el auto, pero sospecho que un hombre como Victor Abbott hace
las cosas por sí mismo si quiere que se hagan bien.
—Mi sobrino está en la ciudad durante una semana. Estoy buscando
una niñera. Solo unas pocas horas al día, de lunes a viernes. ¿Conoces a
alguien en el vecindario? Busco a alguien confiable y responsable.
Se le ilumina el rostro, algo que no estaba seguro de que fuera
posible.
—De hecho, mi hija, Bree, estaba diciendo que quería hacer de
niñera. ¿Quieres conocerla?
Eso fue fácil.
—Claro. —Miro hacia la casa, esperando a que Victor entre y regrese
con una animadora de la clase estudiosa, no con una zorra con un lazo
atado en su cola de caballo. La hija de Victor parece salida del set de un
video musical de Taylor Swift, pero es de buena procedencia, y no estoy
exactamente en posición de decir que no.
—Bree, este es Ford —presenta su padre, aclarándose la garganta—.
El director Hawthorne llegará el veintitrés de agosto.
—¡Así que usted es el nuevo director! —Bree extiende su mano, sus
ojos azules abiertos y sonriendo—. Es tan maravilloso conocerle. Le va a
encantar Rosefield. Somos una de las mejores escuelas secundarias del
estado.
—Eso es lo que me han dicho —aseguro. Todavía me toma de la
mano, casi se niega a soltarme. Doy un suave tirón y cortó el lazo—. Es un
gran honor dirigir el cargo este otoño.
—¿Papá dice que necesita una niñera? —Rebota en sus tenis con los
dedos de los pies.
Asiento.
—Mi sobrino de cinco años está en la ciudad durante una semana.
¿Estás disponible por las mañanas? ¿De ocho a once más o menos?
—Sí, lo estoy. —Sonríe—. ¿Cuándo quiere que empiece?
—¿Mañana?
—Hasta entonces, director Hawthorne. —Bree tira del dobladillo de
su camiseta de cuello redondo una vez que sale de la periferia de su padre.
Si está tratando de darme un espectáculo, está perdiendo el tiempo.
No hay nada ahí.
Y no follo con mis estudiantes.
59
Ford
—H
áblame de los abuelos. —Arlo se mete una
cucharada de cereal Lucky Charms en la boca.
Hago lo mismo.
—¿Qué te ha contado tu mamá sobre ellos? —pregunto.
Se encoge de hombros.
—Que eran agradables. Y que me habrían amado.
60
—Te habrían adorado —afirmo—. Se habrían obsesionado contigo.
—¿Qué significa eso? ¿Obsesionados?
—Significa que piensan en ti todo el tiempo. No pueden dejar de
pensar en ti. —Eh, es suficiente—. Es una cosa de adultos.
Arlo da otro mordisco.
—¿Qué les pasó?
Casi me ahogo con mi cereal.
—¿Qué dijo tu mamá que les pasó?
—No me lo dirá.
Respirando profundamente, lo medito.
—Es una larga historia.
—No voy a ir a ninguna parte, tío Ford. —Sus grandes ojos azules
parpadean—. Quiero saber. ¿Me lo contarás?
Revisando mi reloj, calculo que Bree estará aquí en unos cinco
minutos, así que le daré la versión resumida del cuento de hadas Grimm.
—Está bien. —Me levanto, llevo mi plato al fregadero y lo enjuago—.
Había una vez un rey y una reina que gobernaban un reino. El reino era
conocido por ser pionero en la energía eólica, de la cual no espero que
sepas nada, pero sí que sepas que era un reino muy rico y exitoso. El rey y
la reina tenían un príncipe y una princesa, y vivieron felices por siempre
hasta que la reina enfermó. El rey no quería perder a su amada reina, así
que contrató a una de las mejores enfermeras del reino para que la
cuidara día tras día para que no estuviera sola ni sufriera nunca. Meses y
meses pasaron, luego años. La reina seguía enferma, incapaz de levantarse
de la cama la mayoría de los días. El rey se volvió solitario y triste. La
enfermera y el rey comenzaron una amistad porque el rey estaba muy solo,
y cuando la reina finalmente falleció, el rey se casó con la enfermera,
convirtiéndola en su nueva reina y su hijo en un nuevo príncipe.
Arlo bosteza. Creo que lo estoy perdiendo. Debí haber contado la
historia en el contexto de los Transformers usando Autobots y Decepticons.
—En cualquier caso, a la nueva reina no le gustaban el primer
príncipe y la princesa. Los envió a la escuela mientras gobernaba el reino
con su hijo y su rey a su lado. Finalmente, el rey enfermó mucho y falleció,
y la reina malvada y su hijo malvado heredaron todo el reino, desterrando
al príncipe y a la princesa para siempre. El fin.
La nariz de mi sobrino se arruga.
—¿Eso es todo?
—Bastante intenso, ¿verdad? 61
—Supongo que sí.
—¿Estabas prestando atención?.
—Me perdiste en princesa.
El timbre de la puerta suena. Bree. Y voy a dejarla entrar.
—Buenos días, director Hawthorne. —Sus manos se juntan frente a
sus caderas, sus brazos presionando su pecho plano. Lleva otro top
escotado, y unos shorts ajustados que abrazan sus inexistentes curvas.
Un toque de brillo rosa cubre sus finos labios, y no puede dejar de sonreír
en mi presencia.
Está encantada. Demasiado.
Pasaba todo el tiempo en Nueva York. Supongo que tengo ese efecto
en las jóvenes. Menos mal que no me importa.
—Gracias por venir, Bree. —Señalo al final del pasillo, hacia la
cocina—. Arlo está terminando su desayuno.
Me sigue, caminando demasiado cerca para sentirse cómodo, y
cuando me detengo en la cocina, casi tropieza conmigo.
—Lo siento. —Se ríe, se quita el cabello del rostro—. Oh, Dios mío.
Tú debes ser Arlo. Mírate. Eres la cosita más linda.
Su voz es chillona mientras fluye, y puedo decir que Arlo se está
molestando.
—Volveré en unas horas, amigo —aseguro—. Iremos a ver esa nueva
película de los Minions esta tarde, ¿de acuerdo? Mantequilla extra en las
palomitas. No se lo diré a tu madre si tú no lo haces.
Arlo sonríe, se le pegan malvaviscos en los dientes, y agarro mis
llaves del mostrador.
—Los números están en la nevera —informo—. Siéntete libre de
jugar fuera, solo quédate por aquí, ¿está bien?
—Sí, director Hawthorne. —Se sienta al lado de Arlo, me hace un
delicado saludo. Casi le digo que no es necesario el reconocimiento formal
en mi casa, pero no quiero darle una impresión equivocada.
—Sé bueno, amigo. —Golpeo a Arlo en el hombro al pasar, saliendo
por la puerta trasera y dirigiéndome a mi auto.
Un momento después, estoy saliendo de la entrada y veo a Bree
asomándose por la ventana de la sala, viéndome salir.
Temblando, sacudo la cabeza.
Voy a tener que vigilar de cerca eso.

62
Halston
D
e: Absinthe@karma.com
Para: Kerouac@karma.com
Asunto: Re: re: re: ¿Dónde estás?
Hora: 9:05 am
Mensaje: Dime que se pone mejor que esto.

63
De: Absinthe@karma.com
Para: Kerouac@karma.com
Asunto: Re: re: re: re: ¿Dónde estás?
Hora: 9:08 am
Mensaje: Oh. Probablemente necesites contexto. Siento lastima de
mi misma porque odio mi trabajo. Y extraño tenerte a mi disposición
instantánea. Un tipo se me insinuó ayer en el trabajo, y luego trató de
seguirme a la estación de autobuses. Discutí con él. Ahora me preocupa
que me despidan. Sucedió fuera del trabajo, pero aun así podría quejarse
con mi jefe. Va a ser una semana muy larga para mí, Kerouac.

De: Kerouac@karma.com
Para: Absinthe@karma.com
Asunto: Re: re: re: re: re: ¿Dónde estás?
Hora: 9:16 am
Mensaje: Ojalá pudiera decirte que mejorara, pero creo que nunca lo
hace. La mayoría de los hombres son unos imbéciles que te romperán el
corazón cuando no te estén jodiendo los sesos; lamentablemente no se
excluye a la compañía actual. La mayoría de los trabajos te robarán el
alma si no tienes cuidado. Y el amor es temporal, al menos así ha sido en
mi experiencia. Pero no estabas preguntando por el amor, ¿verdad? Hago
un paréntesis. Mantén tu barbilla arriba, Absinthe. Bébete una copa de
vino, toma un baño caliente, y un buen orgasmo a la antigua cuando
llegues a casa esta noche, asegúrate de pensar en mí. Te prometo que te
sentirás mejor.

De: Absinthe@karma.com
Para: Kerouac@karma.com
Asunto: Kerouac apesta. El autor. No tú.
Hora: 9:20 am
Mensaje: Cambié el asunto. Se estaba volviendo molesto. Pero
gracias por iluminarme. Y por no hacerme esperar demasiado tiempo para
otra dosis de Kerouac. ¿Qué vas a hacer hoy? ¿Qué hacen las familias
normales? No lo sé. Historia para otro momento, como tú dirías.

De: Kerouac@karma.com
Para: Absinthe@karma.com
64
Asunto: Re: Kerouac apesta. El autor. No tú.
Hora: 9:24 am
Mensaje: Estoy en el gimnasio ahora mismo, corriendo en la cinta.
Si me caigo y me rompo el labio, te culparé. No estoy seguro de lo que
haremos hoy. Y no sé en qué consiste tu definición de una familia
“normal”, pero dudo que eso implique que tu hermana se haga pasar por
tu esposa para defenderte de un apego etapa cinco. Sí, eso pasó. No estoy
orgulloso. Pero funcionó.

Sonrío, riendo por la nariz.


Me gusta.
Apoyándome en mi cabecera, olvido el hecho de que podría ser algún
habitante del sótano de Quasimodo que usa una foto de muestra y me lo
imagino en el gimnasio, su cuerpo de corredor sin camisa, sus pantalones
cortos colgados en las caderas. Las mujeres pasando por allí, mirándolo.
Él sonriéndoles...
El hecho de que sea una persona real viviendo una vida real fuera de
esta pequeña y extraña burbuja que hemos creado es algo en lo que no he
pensado mucho, hasta ahora.
Kerouac es real. Kerouac existe. Y nunca tendremos más de lo que
tenemos ahora mismo.
Me lo imagino con otra mujer por razones que no puedo explicar.
Alguien más sabrá lo que se siente al tocarlo, al sentirlo. Pero nunca seré
yo.
El calor florece a través de mí. Mi estómago se revuelve.
¿Es así... es así cómo se sienten los celos?

—No te veo jamás. —Emily se acostó en su cama esa noche, con la


cabeza entre las manos mientras yo hojeaba un viejo número de la revista
Seventeen en el suelo.
—Créeme, desearía no tener que trabajar, pero necesito un auto. —
Paso la página a un artículo sobre la eliminación del acné usando todos los
remedios naturales.
Me duelen los pies de trabajar todo el día, y mi cabello huele a 65
palitos de mozzarella y pepinillos fritos, pero no tenía ganas de quedarme
en casa después de la cena de esta noche, así que vine a molestar a Emily.
—¿Vas a decirme dónde estás trabajando? —pregunta.
Me estremezco.
—No es tan emocionante. Solo un sórdido bar y parrilla.
—¿Cómo se llama? —Sus ojos se abren—. Puedes confiar en mí. No
se lo diré a nadie.
Y es verdad. No se lo diría a nadie porque soy su única amiga y no
quiere poner eso en peligro.
—Big Boulders —anuncio, exhalando.
Su mandíbula cae. No dice nada. Ni siquiera parpadea.
—Vamos. —Tiró la revista a un lado. Me aburre—. Actúas como si te
acabara de decir que me convertí en stripper o algo así.
—¿Tienes que usar esos pequeños trajes de poca monta?
—¿Cómo sabes de esos pequeños y escasos trajes? —Levanto una
ceja.
—Puede que esté un poco protegida, pero sé cómo son los lugares
así. —Parece ofendida por mi pregunta—. ¿Saben que estás en el instituto?
—Lo que no saben no les hará daño, ¿verdad? —Me río—. No
preguntaron. Solo me hicieron marcar una casilla diciendo que tenía más
de dieciocho años y luego probarlo con una copia de mi tarjeta de seguro
social.
Probablemente ayudó que no parezca que estoy en el instituto. Al
crecer, siempre he sido madura para mi edad, tanto física como
mentalmente. Tuve mi período en tercer grado y en cuarto grado estaba
llenando una copa C completa. Para el sexto grado era la chica más alta de
mi clase y para la secundaria, al menos cuando asistía, veía a los
profesores mirándome cuando pensaban que no estaba viendo.
Los habría denunciado, pero el almuerzo escolar era mi única
comida caliente del día, y no quería arriesgarme a ser acusada de inventar
mierda para llamar la atención, que es lo que a la administración le
gustaba decir cada vez que un estudiante señalaba un problema.
—¿Te gusta? —interroga—. ¿Trabajar allí?
—Lo odio. —Exhalo, me quito el cabello de los ojos—. Me tratan
como a un pedazo de carne.
Algo a lo que ya debería estar acostumbrada.
—Me manosean al menos una vez en cada turno. He visto a hombres
derramar sus bebidas a propósito sobre otras camareras para tratar de ver
a través de sus blusas. En el último turno, alguien le agarró el culo a mi 66
amiga. —Sacudo la cabeza. Me enferma pensar en volver allí—. Pero el
dinero es bueno.
Ford
C
uando llego a casa, Bree y Arlo están trabajando en un
rompecabezas en la mesa de la cocina.
—Oh, hola, director Hawthorne —saluda Bree—.
Encontré esto en uno de sus armarios. Espero que esté bien.
—Está bien. —Es un rompecabezas de mil piezas de un faro, un
cachivache que me regalaron hace muchas navidades atrás. Olvidé que lo
tenía.
67
—Hoy Arlo fue un ángel —informa, levantándose y metiendo las
manos en los bolsillos traseros de sus pantalones cortos, presionando su
pecho hacia adelante. Mantengo mis ojos en los suyos—. Iba a decirle que
fui presidenta de la clase del año pasado y conozco todos los detalles de
Rosefield. También conozco a casi todos. Si alguna vez necesita a alguien
de adentro, soy su chica.
—Gracias, Bree.
—Hago de animadora en otoño —continúa—. Para el fútbol. Y
también en invierno. Para el baloncesto. También estoy en el coro madrigal
y en el club de arte. Papá dice que es bueno que me mantenga ocupada. Se
ve bien en las solicitudes para la universidad.
—Es verdad.
—Papá quiere que vaya a Northwestern el año que viene —agrega—.
Su alma mater.
—Buena escuela.
—¿Adónde fue usted? —me pregunta, batiendo las pestañas.
—Rutgers —respondo, tragándome la bola en mi garganta.
—Nunca he escuchado hablar de ella. —Encoge sus hombros—. Sin
embargo, estoy segura de que fue una buena escuela. Oh. Iba a decirte
que creo que quiero entrar en la administración de la educación superior,
como usted y mi padre. ¿Estaría bien si me asesorara un poco? Me
mantendría al margen. ¿Solo quiero acompañarlo por un tiempo? ¿Ver si
realmente es el trabajo para mí?
—Por supuesto. —Como si pudiera decirle “no” a la hija de mi jefe.
Las comisuras de su boca se elevan.
—¿En serio? ¡Muchas gracias!
Sacando algo de dinero de mi cartera, le pago por su tiempo y la
acompaño a la puerta antes de que me exprima más favores.

68
Halston
—Y
a era hora. ¡Chicos, Halston está aquí! —Courtney
me abraza y me lleva a su apartamento en el centro
de Rosefield el viernes por la noche. Vic y Tab creen
que voy a dormir en casa de Emily esta noche, y ella me está cubriendo.
Debería estar libre de sospecha—. ¡Mírate!
Señala mi ropa, una camiseta sin mangas y unos pantalones cortos
que llevaba debajo de mi otra ropa, cambiándome en el baño de una
gasolinera cercana cuando venía hacia aquí. Metí la otra ropa en mi bolso, 69
me retoqué el maquillaje, me puse unos tacones y me fui a los
apartamentos Mayflower en Hillside Drive.
La casa de Courtney es linda, lo que supongo que puede pagar ya
que gana mucho dinero en Big Boulders. Es una casa de dos dormitorios
en la planta baja con vistas a la piscina del complejo, y todo es nuevo. La
alfombra. Los armarios. El edificio en sí.
—Chicos, ella es Halston. —Courtney se apoya en mí, arrastrando
las palabras—. Trabaja conmigo.
Una veintena de caras desconocidas llenan el lugar, pero no dejo que
me altere.
Cuando Court se distrae con el nuevo invitado, me dirijo a la cocina,
hurgando en las botellas de la encimera.
—Puedo prepararte un trago. —Levanto la mirada. Un hombre alto
con cabello marrón arenoso y ojos marrón pálido está al otro lado de la isla
de granito.
—Estoy bien. —Me obligo a sonreír. Me mira como lo hacen los
clientes de Big Boulders, como si estuviera en exhibición para su disfrute
personal.
—No me reconoces, ¿verdad? —pregunta.
Estudio su cara.
—¿Debería hacerlo?
—Trabajo en Big Boulders. Soy el camarero del fin de semana. —
Empieza a limpiar las botellas y latas vacías, y las tira a la basura de
Courtney—. Siempre voy cuando tú vas. Probablemente nunca te hayas
fijado en mí.
—Sí, tienes razón. No lo he hecho. Lo siento.
Los dos agarramos una botella al mismo tiempo, una botella de
whisky abierta.
—Puedes quedártela —dice, girándose para agarrar un vaso de
plástico rojo—. Probablemente sabría mejor con Coca-Cola. Es lo más
barato. Va a quemar al bajar. Y quieres hielo. Esto ha estado aquí durante
horas.
—Eres el experto.
—Solo déjame. —En treinta segundos, el alto mezcla mi bebida y la
entrega. Doy un pequeño sorbo, un truco que aprendí hace años. Si bebes
demasiado de una sola vez, podría enfermarte o darte un ataque de tos—.
¿Te gusta?
Asiento.
—No está mal... ¿cómo te llamas? Lo siento. 70
—Gage —responde—. Y tú eres Halston. ¿Es raro que lo sepa?
—Sí. —Tomo otro sorbo, luchando contra mi sonrisa. Es lindo. Pero
no estoy buscando problemas—. Más o menos.
—No. —Sacude la cabeza—. Solo los escuché hablar de ti, eso es
todo. No se olvida un nombre como ese. O esos ojos verdes.
—¿Hablando de mí? —Ignoro su adulación—. Espero que fuera
jugoso, lo que sea que estuvieran diciendo.
Se ríe.
—No fue nada malo. Solo decían que podrías ser muy buena para el
negocio y esperan que no hayas renunciado.
—Buena para el negocio...
—Mira, a veces raspamos el fondo del barril cuando se trata de
camareros —explica—. No hay muchas mujeres hermosas que aspiren a
trabajar en Big Boulders. No es que haya nada de malo en ello pero, eres
una de las más bonitas que hemos tenido en mucho tiempo.
Esta vez tomo un trago más grande, dispuesta a no toser.
—¿Puedes dejar de decir que soy bonita?
Su expresión cae.
—Lo siento. Pensé que a las chicas les gustaba escuchar ese tipo de
cosas.
—Dejémonos de tonterías, ¿de acuerdo? Quieres follarme esta noche
—lo confronto—. Y no va a suceder.
Gage se congela, sin decir nada por un segundo. Le he chupado las
palabras de la boca, pero es lo único que voy a chupar esta noche.
—Mira, eres lindo. Y agradable. Pero aun así no te estás acostando
con nadie —informo—. ¿Qué clase de chica sería si se lo diera al primer
chico que se me acercara?
Sigue en silencio, pero al menos parpadea.
—He acertado, ¿no? —Me río, los ojos escudriñando la habitación, y
me encuentro preguntándome qué está haciendo Kerouac esta noche.
El alcohol calienta mis venas y de repente mis preocupaciones se
desvanecen en una nube de nada.
Gage murmura algo en voz baja antes de sacudir la cabeza y
alejarse. De todas formas, no hago las cosas bien. Tengo normas, maldita
sea.
Sola en la cocina, veo a la gente ir y venir, tomando bebidas y
haciendo desastres. Revisando mi teléfono unos minutos después, 71
presiono la aplicación Karma.
¡Felicidades! ¡Has alcanzado treinta puntos de Karma! ¡Ahora puedes
comunicarte con Kerouac utilizando sus números de teléfono emitidos por
Karma! ¡Presiona aquí para hacer tu primera llamada!
Mi corazón late en mis oídos, silbando y corriendo como cuando
estoy a punto de hacer algo que sé que no debería hacer. Con la piel
caliente y las malas intenciones, me abro paso entre los fiesteros y termino
en el patio. El aire es frío para una noche de julio, pero estoy demasiado
distraída por lo que voy a hacer para preocuparme.
Presionando el botón verde intermitente, me siento cuando la línea
comienza a sonar.
Cruzo las piernas, los tobillos rebotan cuando me muerdo la uña del
pulgar.
—¿Hola?
Mierda, suena sexy.
—Kerouac —murmuro, con la voz baja y respirando.
Está callado.
—Absinthe.
—Hola. —Me río. Esto es raro.
—Hola. ¿Qué estás haciendo?
Compruebo la hora. Son casi las diez.
—Espero que esté bien que llame tan tarde.
—Está bien. Estoy en la cama.
—¿En un viernes por la noche? —pregunto.
—Mi familia sigue en la ciudad.
—Y si no estuvieran, ¿dónde estarías esta noche? —pregunto.
—Siento que estás buscando una respuesta emocionante, pero no
tengo una para ti. —Suspira—. Me acabo de mudar a un nuevo lugar. En
realidad, todavía no conozco a nadie. Probablemente estaría bebiendo un
vaso de Macallan 18, disfrutando de un puto cigarro cubano y leyendo a
James Joyce.
—Suena mágico.
—Te estás burlando de mí.
—No. —Me siento, con la barbilla apoyada en la mano. Podría
escucharlo hablar para siempre, su voz mundana, experimentada, segura.
Es profunda pero no demasiado, relajada pero cadenciosa—. Es
exactamente el tipo de respuesta que esperaba que me dieras. 72
—¿Qué haces esta noche?.
—Estoy en una fiesta.
—¿Te estás divirtiendo?
—En realidad no. Es un montón de gente del trabajo y personas que
conocen. No estoy segura de por qué pensé que sonaba como una buena
idea. Realmente no estoy de humor para ser sociable. —Tomo otro sorbo
de mi bebida. Casi se ha acabado. No hay ni un solo cubito de hielo que
pueda hacer que Gage me consiga otro—. Como que quiero irme.
Tal vez en otra versión de nuestras vidas me pediría que me reuniera
con él en algún lugar. Caminaríamos por la noche, bajo la cubierta de un
cielo sin luna, discutiendo literatura y disfrutando de nuestra química
loca. Me besaría. Luego me llevaría a casa. Me follaría y bien, pero no me
rompería el corazón, y por la mañana le haría panqueques antes de ir al
segundo asalto.
En un mundo perfecto, supongo...
—¿Por qué no quieres estar allí? —Mr pregunta.
Tomando una bocanada de aire nocturno y pesado, contemplo mi
respuesta.
—Ni siquiera tengo una respuesta para ti. No me apetecía estar en
casa esta noche, pero ahora que estoy aquí es un poco tonto.
—¿Necesitas un aventón?.
Mi corazón galopa. Estaba pensando en llamar a Emily hace un
segundo.
—¿Por qué? ¿Te ofreces? —Mi respuesta suena más ansiosa de lo
que pretendía.
—Me ofrezco a pedirte un Lyft. —Se ríe—. Siento la necesidad de
recordarte que nunca nos vamos a encontrar. Tengo esta idea de ti, y es la
perfección. Quiero que siga siendo así. Ahora vuelve a tu fiesta, Absinthe.
Toma algunas malas decisiones por mí. Trata de divertirte. Te llamaré
mañana.
—Qué maldito provocador —digo sonriendo antes de colgar.

73
Ford
L
as noticias del sábado por la mañana llenan el silencio de una
casa vacía, sin Arlo, mientras desempaco las últimas cajas. Es
algo solitario sin ese pequeño, pero me alegro de haber
acabado con Bree invadiendo mi espacio literal y figurativamente. Con el
pasar de los días, su ropa sería cada vez más reveladora, su sonrisa más
seductora y sus patéticos intentos por flirtear conmigo cada vez más
atrevidos.
Sin mencionar que Arlo no la soportaba. Dijo que ella se le pasaba al 74
teléfono todo el tiempo y que cuando no lo estaba, lo interrogaba sobre mí.
Demasiado para que la hija del superintendente sea una elección
segura.
Nunca. Nunca más.
Estoy a medio camino de mi café cuando la aplicación Karma de mi
teléfono empieza a vibrar, diciéndome que tengo una llamada.
—Buenos días, Absinthe —saludo—. Estaba pensando en ti.
—Mentiroso. —Dios, me encanta su voz. Imaginar esa voz saliendo
de esos labios sensuales en su fotografía me pone como una roca.
—¿Cómo estuvo el resto de la fiesta?
—Divertida —responde—. Tomé algunas malas decisiones, tal como
me dijiste.
—¿Y qué hiciste?
—Me folle a un tipo en el baño —me cuenta, con un tono muy
natural—. Era grande y me folló muy fuerte, Kerouac. Pensé que me iba a
partir en dos. Y cuando terminamos, me comió el coño hasta que me corrí
tres veces.
—Mentira.
Se ríe.
—Lo sé. Pero me creíste por un segundo.
—Lo hice. —Tanto es así que empezaba a sentir envidia del
desconocido sin rostro y de enorme polla que llegó a devorar a mi
Absinthe.
—Me gusta tu voz —comenta después de una pausa silenciosa—. Es
sexy. Deberías leerme alguna vez.
—Es una petición extraña.
—Solo hazlo. Agarra el libro más cercano y léeme —suplica—.
Vamos. Mi mano está en mis pantalones ahora mismo, tocando mi coño.
Quiero correrme al sonido de tu voz, Kerouac. ¿Por favor?
Mi garganta está apretada, mi polla se estira contra el tejido de mi
chándal. Agarrando un libro de la mesa de café a mi lado, paso a una
página abierta y empiezo a leer, tomándome mi tiempo, manteniendo mi
voz firme y rítmica.
—Sé que no moriré, que esta órbita mía no puede ser comprendida por
la brújula de ningún carpintero, sé que no seré como la olvidada caligrafía
de un niño, hecha por la noche con una vara quemada. Sé que soy agosto...
Absinthe exhala un dulce y suave gemido, su aliento se acelera con
cada palabra que pronuncio. 75
—Continua —susurra, y así lo hago yo.
Paso a la siguiente página, y leo otra línea, y otra. Su respiración se
vuelve forzada e impaciente y luego se calma por completo.
—Walt Whitman. —Su aliento mezclado con su inteligencia es como
el napal sexual—. Muy bonito.
Por primera vez en semanas, me encuentro queriendo tocarla,
físicamente. Y saber que es imposible me hace desearla aún más.
El dolor en mi polla es una distracción que se niega a desaparecer, y
aunque nada me gustaría más que estar acostado en este sábado
perezoso, depilándome poéticamente con Absinthe y perdiéndome en el
sonido de su dulce y sexy voz, tengo un pequeño problema del que
ocuparme.
—Debería ducharme. Trabajo y todo eso —dice. La imagen de ella en
la ducha no ayuda en nada a mi situación actual—. Gracias por... eso.
Termina la llamada, y cierro los ojos, deslizo mis manos por mis
pantalones cortos y sacudo mi gruesa y palpitante polla mientras una
fantasía se desarrolla en mi cabeza. En mi mente, la estoy castigando por
burlarse de mí, por haberse follado a otro tipo en la fiesta. Y le estoy
mostrando lo bien que puedo hacerla sentir, cómo nunca necesitará otro
hombre que no sea yo mientras viva. Le regalo besos exigentes, empujes
animales, las mejillas de su culo rojas y calientes por las palmas de mis
manos.
Y en mi ensueño, me mira con sus ojos verdes, y declara que soy el
único.
Soy lo único que quiere.
La única cosa que siempre necesitará.

76
Halston
C
uento los fines de semana.
Quedan cinco.
Cinco sábados más, cinco domingos más y habré
terminado con Big Boulders. Habré ahorrado cerca de tres
mil dólares, comprado un auto y quemado mi uniforme.
Mi espalda y pies están terriblemente doloridos, pero por lo menos
mañana es mi día libre. Los lunes y martes son oficialmente mis días 77
libres ahora, aunque no me opongo a tomar algunos turnos de vez en
cuando. Hasta ahora, nadie me pidió que lo hiciera. Creo que saben que
odio trabajar aquí, pero nadie vino a preguntarme abiertamente.
Con eso dicho, creo que hago un trabajo bastante decente al
esconder mis verdaderos sentimientos. Aprendí a sonreír a voluntad,
caminar con el rebote suficiente en los pies para que mis pechos rebotaran
y todavía no he estropeado el pedido de nadie, lo que aparentemente me
pone en la competencia para el bono a la mejor camarera del mes.
Sin mencionar que las propinas son cada vez mejores.
¿Quién sabía que sería tan diligente?
Abriendo el cajón de los pijamas, busco mi neceser de plástico para
agregar el dinero de las propinas de hoy a mis ahorros crecientes. La
semana pasada, le pregunté a Vic sobre mi certificado de nacimiento para
poder abrir una cuenta bancaria, pero dijo que no sabía dónde estaba y
que tendría que pedirle otra copia al estado. Por eso, envié mi solicitud en
línea y recibí un correo electrónico donde afirmaban que lo tendría de tres
a doce semanas, a menos que pagara doscientos dólares por una copia
urgente.
Pero esta noche el bolso rojo cereza parece más liviano de lo
habitual…
Abro el cierre y casi lo dejo caer cuando veo que está vacío.
Bree.
Esa maldita perra.
Me dirijo a la puerta y la abro con tanta fuerza que golpea contra la
pared. A toda velocidad, entro hecha una tromba a la habitación de Bree.
Está recostada boca abajo sobre la cama; tiene puestos los auriculares
mientras hace la tarea, sus pies moviéndose con la música.
Le arranco los auriculares.
—¡Oye! —Gira para enfrentarme, recostándose sobre su costado—.
Oh, eres tú.
—Devuélveme mi dinero. —Intento parecer intimidante, con los
hombros levantados y las manos en las caderas. Pero me arden los ojos,
estoy haciendo un puchero y a punto de vomitar, llorar y gritar—. Ahora.
Bree me mira malintencionadamente.
—No sé de qué estás hablando.
—Sí que lo sabes. Robaste mi dinero de las propinas.
—Oh, ¿te refieres al dinero de las propinas que ganaste en el
restaurante Waterfront Sea Food? —Se sienta, sus pestañas rubias aletean
mientras lucha contra una sonrisa malvada. 78
—¿Qué hiciste con él?
Se encoge de hombros.
Quiero darle una bofetada. Quiero arrancarle el cabello de la cabeza,
un mechón por vez.
—Me pareció raro —comenta, con el ceño fruncido—. Que estuvieras
ganando tanto dinero como camarera, incluso en un buen restaurante. Así
que, quise comprobarlo. Fui a almorzar a Waterfront, cuando se suponía
que estabas trabajando, pero la gerente me dijo que nunca oyó hablar de
ti. Así que me pregunté… ¿está vendiendo drogas?
Ruedo los ojos, le doy la espalda y comienzo a rebuscar en sus
cajones y armarios. Busco bajo la cama, doy vuelta los almohadones.
—Nunca lo encontrarás —informa, admitiendo lo que ya sabía—. Ya
no está.
—¿Qué. Demonios. Hiciste con el dinero? —Aprieto la mandíbula, lo
que me hace doler.
Jamás en mi vida odié a alguien tanto como a ella.
Todos esos fines de semana. El dolor en los pies. El dolor de espalda.
La piel con olor a aceite. Los clientes desagradables. Las miradas
descaradas. La venta de mi alma.
Todo eso por nada.
—Sabes, deberías haberlo guardado en una cuenta bancaria —
dice—. Eso es lo que hace la gente normal. Guarda su dinero en un lugar
seguro, donde nadie más pueda tocarlo. Supongo que tus padres no te
enseñaron eso, ¿verdad? Apuesto a que ni siquiera tenían cuentas
bancarias.
Antes de poder detenerme, me lanzo sobre ella, sujetando su cuerpo
escuálido debajo del mío. Grita, pero la casa es tan grande que dudo que
sus padres puedan escucharla.
Cuando tengo las manos alrededor de su garganta y sus labios
adquieren una tonalidad azul, me doy cuenta que fui demasiado lejos.
La suelto, mi pecho subiendo y bajando mientras lucho por respirar
con toda la adrenalina recorriendo mi sistema.
Se lleva la mano al cuello, tosiendo, ahogándose con su baba
mientras trepa hasta la cabecera de la cama como si fuera alguna clase de
asesino serial a punto de matarla.
La asusté como el demonio pero, para ser justos, también me
asusté. No soy una persona violenta. No tengo esas tendencias. Nunca
quise lastimar a nadie en mi vida. Pero quiero lastimarla. Quiero causarle
dolor. Enseñarle una lección. Hacer que lo lamente.
Esto es la jodida guerra.
79
—Me devolverás el dinero. —La señalo con el dedo temblando—.
Cada jodido centavo. Y si no lo haces, haré que tu último año sea un
infierno. Te lo prometo.
Bree parece a punto de llorar.
—Te lo dije. No… está.
—¿Dónde está?
—Lo doné a la caridad —emite un chillido.
Bajo la mirada al diamante colgando de su cuello, luego a un reloj
Gucci en la muñeca izquierda. Ahora que lo pienso, todo su atuendo es
nuevo. Y esta mañana, la vi llevando una cartera Louis Vuitton.
—Perra mentirosa —gruño—. Espero que guardaras los recibos.
Bree se mofa. No necesita responder. Ya lo sé. Destruyó las pruebas
y, dado que pagó en efectivo, será imposible devolver los artículos sin una
prueba de la compra.
Negándome a mirar su rostro desagradable por un segundo más,
regreso a mi habitación, me pongo el primer calzado que encuentro,
zapatillas de ballet de cuero sintético, y salgo de allí.
Camino hasta que mis tobillos palpitan, a punto de sacarme
ampollas, recorro cuadras de árboles alineadas, paso por hermosas casas
con el césped cortado y autos costosos en las entradas y, finalmente paso
por los portones de hierro que protegen este estúpido barrio del resto del
mundo.
No sé cuánto tiempo he caminado, pero encuentro un pequeño
parque al final de una calle sin salida en la parte más antigua del barrio.
Está oscuro, el final de mi día de mierda en mi vida de mierda.
Dormiría aquí si supiera que puedo salir impune. Pensar en volver a casa
del tío Vic y estar bajo el mismo techo que esa maldita perra me hace
querer sacarme los ojos con un alicate oxidado. Pero si no regreso a casa,
Tab se asustará y le dirá a Vic “Te dije que era una mala idea” y entonces
regresaré a la calle.
Un grupo de adolescentes con camisetas holgadas pasan a mi lado
en patinetas. Son demasiado jóvenes para estar en la calle a estas horas, y
sonríen cuando me ven, rodeándome, revoloteando.
—Oye —saluda uno de ellos, disminuyendo la marcha—. ¿Estás
perdida?
—Vete al demonio.
—Chúpame la verga —escupe.
—Lo haría si tuvieras una. —Lo fulmino con la mirada.
80
Sus amigos ríen. Continúan su camino.
Eso es lo que creí.
Prosiguiendo, llego hasta el parque y me escondo en un túnel de
plástico como hacía cuando era niña y mis padres discutían por la falta de
drogas.
Me siento segura en el túnel. Oculta del mundo exterior. Cuando era
pequeña, era mi armadura.
Permanezco allí lo más que puedo, pero Vic y Tab se pondrán como
locos si no llego a casa antes de las diez, y ya son las nueve y media.
Me trago mi orgullo y me niego a dejar que este sea el final, me digo
que mañana será un nuevo día. Trabajaré más duro, coquetearé más,
tomaré turnos extra. Recuperaré mi dinero y un poco más. Conseguiré mi
maldito auto. Y luego saldré de aquí.
—Todd quiere verte antes de que comience tu turno. —Courtney no
sonríe cuando me ve a la mañana siguiente. Tiene la boca apretada y sus
ojos reflejan lástima.
—¿Qué ocurre? —pregunto.
Se encoge de hombros, fingiendo no saberlo.
Lo sabe.
Mi corazón se acelera y no puedo evitar sentir que estoy marchando
hacia mi muerte cuando me dirijo a la puerta con la placa torcida que dice
“Gerente”.
—¿Querías hablar conmigo? —Me detengo en el umbral, sonriendo
esperanzadoramente.
—Hola, ¿por qué no tomas asiento? —Tiene los labios apretados en
una fina línea. No hace contacto visual—. ¿Cerrarías la puerta?
—¿Estoy despedida? —No puedo respirar. Jodidamente no puedo
hacerlo.
—Me llegó el comentario que irás a Rosefield High este otoño. —Su
voz es plana y hoy usa una camiseta polo azul lisa y pantalones caqui, algo
alejado de su uniforme habitual de vaqueros y camiseta estrafalaria.
—¿Sí? ¿Cuál es el problema? Cumpliré diecinueve a principios de
diciembre. 81
—Tenemos una política estricta de no contratar estudiantes de
secundaria —comenta—. Es lo correcto para la compañía. No es personal.
Siendo franco, me gustaría poder hacer una excepción.
—¿Por qué no me preguntaste cuando me contrataste? —Mis
palabras son bruscas, mi piel se siente caliente.
Todd alza las manos al aire.
—Lo sé, Halston. Es mi culpa. Solo… pareces más adulta. Creí que
tenías al menos veinte, veintiuno. Marcaste la casilla que decía que tenías
más de dieciocho. Para ser honesto, no presto atención al papeleo ni nada
de eso. Todo eso va al departamento de recursos humanos.
—Entonces, ¿no puedes hacer nada? Soy una de tus mejores
camareras, y solo he estado aquí unas semanas.
—Lo sé. Eres una gran adición al equipo y en verdad le agradas a
los clientes. Fuiste la más solicitada el fin de semana —informa—. Pero las
políticas son las políticas. Lo siento.
Me volteo para marcharme, con los ojos apretados. El olor a aceite
de cocina flota por el lugar hasta el pasillo, provocándome náuseas.
—Oh, recursos humanos necesita que firmes esta exención antes de
que te vayas —agrega.
—No firmaré nada.
Quizás debería aceptar la mitad de la culpa. Quizá debería firmar el
maldito formulario y salir de allí con la cabeza en alto, pero no estoy de
humor para eso.
Y ahora, estoy de humor para arrasar con mi vida.
Es la única manera en que podré resurgir de las cenizas.

82
Ford
—Q
uiero verte —ronronea Absinthe suavemente al
auricular de mi teléfono.
Llegué temprano a la oficina hoy, intentando
poner las cosas en orden antes de que venga Bree.
Le contó a su padre sobre el acuerdo de tutoría y él insistió en que
empezáramos de inmediato así tiene tiempo de decidir una especialización
antes de presentar su solicitud en Northwestern.
—Lo sé. 83
—¿Y entonces?
—Eso no ocurrirá. —Exhalo, hurgando entre algunos documentos
sobrantes que el director anterior había guardado en el fondo de un cajón
poco usado—. Pienso en eso cada maldito segundo de cada maldita hora
de cada maldito día.
Suspira.
—No tienes idea de lo que provocas en mí cuando dices cosas como
esa.
—Tienes razón, no lo sé. Ilumíname.
—Ni siquiera sé cómo eres, Kerouac, y estoy cien por ciento segura
de que te follaría hasta la muerte si me lo pidieras. Si me dices una hora y
un lugar, estaré allí con jodidas campanas colgando de mis pezones.
Río ante la imagen.
—Hablo en serio —continúa—. Juegas con mi mente y me vuelves
loca.
—Misión cumplida.
—Me despidieron de mi trabajo ayer. —Cambia de tema.
—Felicitaciones.
—Ja. —Suelta un suspiro al teléfono—. No pienso lo mismo.
—Odiabas tu trabajo.
—Necesitaba mi trabajo.
—Encuentra otro. Hay cientos de restaurantes en esta ciudad.
—Sí, pero este era la gallina de los huevos de oro. Tendré que
trabajar el doble de duro por la mitad del dinero en cualquier otro lugar.
—Entonces quizá estás en la profesión equivocada. ¿Fuiste a la
universidad, Absinthe? —Asumo que la respuesta es “sí”. Ella habla con
gracia e inteligencia, y es la mujer más culta que he tenido el privilegio de
conocer.
—Nop.
—Me sorprendes. —Me encuentro con otra pila de papeles—. ¿Por
qué no?
—Es complicado.
—Nunca es demasiado tarde —insisto—. ¿Cuál es tu trabajo ideal?
—Quiero casarme con un tipo rico, tener hijos y pasar los días
viendo Esposas Desesperadas entre clases de spinning y retoques de
Botox. 84
Ladeo la cabeza, mi boca fruncida mientras pienso una respuesta.
—Estoy bromeando, Kerouac.
—Bien. Estaba a punto perderte el respeto.
—No sé qué quiero hacer con mi vida.
Comienzo a ofrecerle palabras de consuelo cuando la hija de Abbot
aparece en mi puerta, vestida con una falda mucho más corta de lo
apropiado y una blusa blanca que es jodidamente trasparente.
—Debo irme. —Cuelgo, guardando el teléfono en el bolsillo—. Bree,
pasa.
Bree se acomoda un mechón de cabello detrás de la oreja antes de
colocar su bolso en el borde de mi escritorio. Sentándose, cruza las
piernas, dándome un vistazo de sus bragas; no es que esté mirando, pero
son difíciles de ignorar cuando son de un maldito rosa fluorescente.
—Estoy tan emocionada. —Junta las manos e imagino que es la
chica que intenta encajar siempre. A la que no invitan a las fiestas, ni al
baile de promoción, pero se acopla a la gente “cool” porque se niega a creer
que esas personas no quieren ser sus amigos. Las chicas como Bree no se
toman las indicaciones sociales como el resto del mundo. Ven lo que
quieren ver, creen que lo quieren creer.
No es apta para ser administradora en este campo.
Inclinándose hacia adelante, apunta su escote inexistente en mi
dirección.
—¿En qué trabajaremos hoy?
—Solo me estoy poniendo al día con unos documentos que dejó el
director Waters —informo, evitando mirar cualquier parte de su cuerpo.
—¿Algo que pueda hacer?
—Son confidenciales. —Los aparto, trabajando con otra pila—. Pensé
que solo querías ser mi sombra.
—Así es.
—Entonces tendrás que sentarte y mirar. Eso es una sombra.
—¿Oh? —Se endereza, frunciendo el ceño—. Creí que lo ayudaría
con sus cosas.
—Eso sería una pasantía.
—¿Entonces cuándo comienza la tutoría? —pregunta.
—Cuando termines tu maestría. —Y con suerte ya me habré ido de
aquí para ese entonces.
—Oh. —Sus hombros caen, pero siento que me observa—. Me gusta
su reloj.
85
—Gracias, era de mi abuelo.
—Este collar era de mi abuela. —Tira de la pequeña perla colgando
alrededor de su cuello, el broche se rompe y la delicada cadena cae entre
sus pechos—. Oh, ups.
Ríe nerviosamente, rebuscando, casi exponiendo sus tetas en el
proceso.
—Discúlpame por un momento, Bree. —Salgo de allí, necesitando
alejarme de ella para que capte la indirecta.
No me interesa.
Vagando por los pasillos, paso junto a un trabajador de
mantenimiento y una profesora en la sala de computación. Cuando regreso
a la oficina, me detengo fuera de la puerta y bebo un sorbo de agua. Lo
que sea para matar el tiempo.
Bernie, el conserje que conocí en la reunión de personal, pasa junto
a mí, empujando un cesto de basura vacío. Le pido que entre conmigo a la
oficina y espere al otro lado de la puerta mientras lidio con una alumna.
Una de las cosas que me han instaurado desde el comienzo de mi carrera
es que nunca está demás tener un testigo cuando enfrentas una situación
formidable.
Bree Abbott es, sin lugar a dudas, una situación formidable.
Cuando regreso a mi oficina, me paro en seco al encontrarla sentada
sobre el borde de mi escritorio, con las piernas cruzadas y su diminuta
falda subida sobre su muslo.
Lo predije.
—Director Hawthorne. —Se baja del escritorio—. Me preguntaba si
regresaría.
—¿Tu padre sabe que saliste de la casa vestida así? —Exhalo por la
nariz, con los brazos cruzados.
Bree rueda los ojos.
—Negativo. Tenía una reunión a las siete de la mañana.
—Una de las cosas que debemos discutir si quiere seguir siendo mi
sombra, señorita Abbott, es la vestimenta profesional —anuncio—. Al igual
que el código de conducta profesional. La sexualidad está prohibida en la
escuela.
—Entonces, ¿entiendo que le gusta mi atuendo? —Finge estar
sorprendida, llevándose la mano a los pechos antes de reír tontamente—.
Por fin lo nota.
—Por supuesto que no —respondo—. Y no es como si me hubiera
dado una opción. 86
—Todo lo que usaba cuando cuidaba a tu sobrino —me informa—.
Todo eso era para ti. Y ni siquiera actuaste como si te importara.
Hace un mohín como un niño acongojado.
—Esto es muy inapropiado —alego, apretando la mandíbula—.
Tendré que pedirte que te vayas.
Bree exhala, caminando lentamente hasta la puerta.
—Bien. Supongo que le diré a mi padre que no quiere trabajar
conmigo porque tiene problema para mantener los límites profesionales en
mi presencia.
Saliendo de mi oficina, le hago un gesto a Bernie para que se
acerque. La mandíbula de Bree cae cuando lo ve.
—Quería asegurarme de que oíste toda la conversación —digo.
—Cada palabra —responde él, con los brazos cruzados mientras la
mira con dureza.
Ella me observa con una mirada dura, como si yo hubiese cometido
un acto de traición y, sin decir una palabra, me empuja cuando pasa a mi
lado y sale por la puerta.
—Gracias. —Coloco la mano en el hombro de Bernie. Su grueso
cabello grisáceo y postura encorvada sugieren que está cada vez más cerca
de jubilarse.
—No es la primera vez, ni será la última —asegura, marchándose.
Pero antes de hacerlo, se detiene y voltea—. Esa chica es problemática. Yo
que usted, me mantendría alejado.
—Gracias por el aviso, Bernie. —Cierro la puerta. Regresando a mi
escritorio, me llevo las manos a la cabeza y suelto un suspiro—. Mierda,
mierda, mierda.

87
Halston
—¿Q ué estás leyendo? —pregunta Kerouac. Es una
noche lluviosa de martes en agosto, tres semanas
antes de que empiece la escuela.
—Rebecca. —Los relámpagos brillan fuera de mi ventana—. Por
cuarta vez. Comencé de nuevo hace un par de semanas, luego me puse a
trabajar. Es una locura cuánto tiempo tienes cuando no estás trabajando.
Podría leerlo una quinta vez solo porque sí.
—Un clásico. Léeme. 88
—¿Por qué? ¿Para que puedas masturbarte esta vez? —Me río.
—No —responde—. Lo hice media hora antes de que llamaras.
—¿Estabas pensando en mí?
—En ti y solo en ti —afirma de tal manera que le creo de todo
corazón.
Sonrío, abriendo Rebecca.
—Me alegro de que no pueda ocurrir dos veces, la fiebre del primer
amor. Porque es una fiebre, y una carga también, digan lo que digan los
poetas.
—¿Alguna vez has amado a alguien, Absinthe? —pregunta.
—No de una manera extraordinaria. —El trueno en la distancia hace
sonar las ventanas.
—¿Alguien te ha amado?
—No de una manera extraordinaria —repito, riendo una vez—.
Muchos hombres han afirmado que me han amado. Aún no se lo he dicho
a nadie. No quiero hacerlo hasta estar segura de que lo digo en serio. ¿Y
qué hay de ti? ¿Has amado a alguien?
—No tanto como para no poder vivir sin ellos —explicó—. Así que, en
cierto modo, no. Porque si realmente amas a alguien no puedes soportar
estar sin ellos. Nunca he sentido eso por nadie.
—Señor Complicado.
—Siempre. —Suspira—. De todos modos el amor está sobrevalorado.
¿Pero el sexo? El sexo lo es... todo.
—Mis pensamientos exactos. —Me hago la dura, olvidando
informarle que en las noches en que mi cuerpo se niega a descansar me
acuesto en la cama pensando en nosotros. Y, cuando pienso en nosotros,
pienso en la perspectiva del amor, algo en lo que aún no he pensado con
nadie más.
Y tal vez no tenga sentido. Pero significa algo. Simplemente no sé
qué.
—Por mucho que esté en desacuerdo con la idea del amor, no puedo
evitar encontrarme enamorada de la idea de ti —anuncio.
Aparece de la nada. No lo ensayé, no lo pensé dos veces antes de
permitir que saliera de mis labios. Me pareció el momento adecuado para
desnudar mi alma, una decisión de la que podría arrepentirme en un
futuro inmediato porque mis palabras se encuentran con un silencio
mortal.
—Absinthe —susurra un momento interminable después, hablando
89
como un profesor regañaría a un estudiante por hablar fuera de turno—.
Me estás idealizando.
—¿Y qué hay de malo en eso?.
—No deberías idealizar a nadie. Así es como la gente sale herida. Los
corazones se rompen.
Estoy segura de que mi corazón es de titanio, elástico o lo que sea
que Sia cante.
—Te estás dando demasiado crédito, Kerouac —aseguro, tratando de
cubrir los rápidos moretones de mi ego. Las gotas de lluvia se suavizan en
mi ventana. Por fuera la tormenta está pasando, pero por dentro está
empezando—. Solo eres una voz al otro lado del teléfono. Un hombre sin
rostro con una mente sucia y un amor por los libros. Puede que esté
enamorada de la idea de ti pero, confía en mí, nunca podrías quebrarme.
Muchos lo han intentado.
Ninguno ha tenido éxito.
Si supiera por lo que he pasado, sabría que necesitaría mucho más
que un inocente enamoramiento con un extraño de Internet para dañar
este corazón. En toda mi vida, nada ha sido fácil. El tipo de lujos sencillos
que todos los demás pueden permitirse parecen haber saltado sobre mí.
Algunas personas nacen con bandejas de plata. Yo nací con un
cuchillo de cocina oxidado.
Y aun así, no me rompió.
—Tal vez hemos cruzado una línea. —Exhala.
Me siento.
Su única frase lleva toda esta conversación en una dirección
completamente diferente.
—No —alego. La habitación comienza a inclinarse.
—Se suponía que esto era sexo telefónico y conversaciones sin
sentido —continuó—. Creo que lo llevamos demasiado lejos.
—¿Por qué dices esto? —Mi pecho arde, se hincha. Hace un
momento estábamos hablando de Rebecca. Quiero volver. Quiero volver a
eso para poder retractarme de lo que dije.
—Porque siento lo mismo por ti. Me estoy enamorando de la idea de
ti, de la tú que he soñado que eras.
Exhalo, me hundo en mis almohadas, cubierta de alivio. Él se siente
de la misma manera. Podemos trabajar con esto.
—¿Y ahora qué? —pregunto, tomando un aliento para limpiarme. Mi
boca se dobla con una suave sonrisa—. Estoy enamorada de la idea de ti. 90
Tú estás enamorado de la idea de mí. Suena como la premisa para una
asombrosa novela de F. Scott Fitzgerald, ¿no crees? Ahora solo
necesitamos un buen giro y un par de complicaciones.
—Este es el final, Absinthe —dice las últimas palabras que esperaba
oír, yendo en una dirección completamente diferente a la que anticipé.
Mis ojos se desenfocan, gruesas lágrimas goteando por mis mejillas,
dejando huellas frías y con picor. Estoy completamente sin palabras por
primera vez con él. De hecho, no puedo ni siquiera respirar ahora mismo.
—Absinthe —repite después de un periodo de silencio.
—¿En serio? Así de simple... ¿no quieres hablarme porque sientes
algo? —Me las arreglo para devolverle el fuego—. Esto es una mierda.
—Te dije que era complicado.
—No eres complicado —murmuro, dientes apretados—. Eres un
cobarde.
—Solo te haría daño. —Exhala—. Hago daño a todo el mundo. Así es
como es.
—Así que, ¿ni siquiera podemos hablar por teléfono?
¿Simplemente... quieres cortar los lazos? ¿Irte como si esto nunca hubiera
pasado?
—No. —Su voz es más fuerte. Nunca ha usado este tono conmigo.
Este hombre, este Kerouac, no lo conozco—. Eso no es lo que quiero. Pero,
si seguimos hablando, un día de estos sé que voy a ceder. Voy a
encontrarme contigo en algún lugar. Te voy a follar. Incluso podría
convencerme de que estoy enamorado de ti después de un tiempo. Y luego
te voy a romper. Y no quiero hacerte eso. Significas mucho para mí.
—Y una mierda. —Suelto una risa incrédula—. Y no sabes que así es
como sería.
—Sí lo sé —afirma—. No eres el tipo de mujer a la que podría
follarme sin pensármelo dos veces al día siguiente.
—¡¿Y eso es algo malo?!
—Es algo malo si eres yo. —Se calla por un momento—. No tengo
compromisos, Absinthe. Nunca lo he hecho. Y, aunque lo hiciera, no estoy
en un lugar de mi vida donde tenga tiempo para dedicarme a una relación.
Mi corazón se hunde. Lo siento como una ruptura, pero duele
mucho más. El escozor físico que irradia mi cuerpo, los jadeos en mis
pulmones, el peso en mi pecho... es demasiado.
—Bien. —Mi voz tiembla con esa pequeña palabra—. Adiós, Kerouac.
Ha sido un placer hablar contigo. Espero que algún día encuentres
exactamente lo que estabas buscando. Siento no haber podido ser tu
excepción. 91
Kerouac no dice nada, pero le oigo respirar al otro extremo, casi
como si estuviera cuestionando su decisión, sin querer terminar la
llamada.
Así que cuelgo primero.
Porque... que se joda.
Me toma un momento recuperar el aliento, aceptar lo que acaba de
pasar. Cuando por fin vuelvo en mí, lo añado a la larga lista de gente que
me ha dejado, gente que ha decidido por cualquier razón que no quiere
tener nada que ver conmigo.
Mis padres, una larga lista de familias adoptivas, algunos amigos
aquí y allá en el camino, y ahora un extraño sin rostro de Internet que no
tenía por qué imaginarme al hombre de mis sueños.
La más mínima fracción de mi corazón se aprieta mientras se aferra
a lo que podría haber sido, negándose a aceptar que se acabó, que no
signifiqué nada para Kerouac, y que todo lo que me dijo fue probablemente
una mentira.
Pero el resto de mí quiere seguir adelante, fingir que nunca sucedió.
Además, ¿qué opción tengo? No es como si tuviera una cara o un
nombre. No es como si lo fuera a reconocer si alguna vez nos cruzáramos.
El hecho es que Kerouac no existe.
No es real, al menos no en mi vida.
Y ya no está en ella.
Presionando mi dedo contra la pequeña aplicación verde de Karma,
espero hasta que empieza a temblar y luego presiono la pequeña “x” en la
esquina.
Adiós, Kerouac.

92
Ford
3 semanas después

—¿Q
uería verme, director Hawthorne?
Conozco esa voz. La reconocería en
cualquier parte.
Levantando la mirada de mi escritorio,
encuentro a una chica con mallas atléticas ajustadas y una camiseta sin 93
mangas escotada parada en la puerta de mi oficina, sus labios carnosos
envueltos alrededor de una paleta brillante y una mirada familiar color
jade eléctrico enfocada en mí.
Es ella.
La mujer con la que pasé la mayor parte del verano charlando bajo el
velo anónimo de una aplicación de citas, una específicamente diseñada
para adultos que buscan conexiones pero no compromisos. Compré una
foto de muestra por siete dólares, elegí un seudónimo, Kerouac, y le envié
un mensaje a una mujer llamada Absinthe que citaba a Hemingway en su
biografía cuando todos los demás citaban a Nickelback y John Legend.
Jódeme.
—Debes ser Halston. —Mi piel está en llamas. Me pongo de pie, me
aliso la corbata y señalo el asiento frente a mí. Nunca supe su nombre,
pero reconocería esa voz en cualquier lugar. Ni siquiera puedo contar
cuántas veces me corrí ante el sonido de su susurrante voz ronca
describiendo todas las cosas malvadas que me haría si alguna vez nos
conociéramos, leyéndome extractos de Rebecca y Proust—. Siéntate.
Se toma su tiempo para sacarse la paleta de la boca antes de
pavonearse hasta mi silla de invitados, agacharse mostrando su escote y
cruzar sus largas piernas. La más mínima insinuación de una sonrisa se
apodera de su boca, pero si sabe que soy yo, seguro que no actuaria así.
—¿Quiere contarme qué pasó con la señora Rossi? —pregunto,
volviendo a mi asiento y cruzando las manos sobre mi escritorio.
Puedo ser muchas cosas: un imbécil demasiado confiado, alérgico al
compromiso, hombre americano de pura sangre...
Pero primero soy un profesional.
—La señora Rossi y yo tuvimos una discusión —explica—.
Estábamos discutiendo el tema de El Gran Gatsby y ella estaba intentado
decir que se trataba de perseguir el escurridizo sueño americano. Le dije
que no entendía nada de una de las mejores obras literarias que existen.
—Chupa su caramelo otra vez antes de continuar, luego lo apunta en mi
dirección—. El verdadero tema tiene que ver con la manipulación y la
deshonestidad, director Hawthorne. Todos en ese libro eran unos malditos
mentirosos, sobre todo Jay, y al final, recibió lo que se merecía. Todos lo
obtuvieron.
Mi polla se tensa contra la tela de mis pantalones. Es su voz. Es su
maldita voz de sexo en llamas la que me está haciendo esto. Eso y su
disección puntual de la literatura clásica americana. Sexy, inteligente,
franca. Tres cualidades esquivas que aún no encontré en otro ser humano.
Hasta ella. Y sabiendo eso ahora, no podría tenerla aunque la quisiera, no
me hace ningún favor. Si no me recompongo, voy a estar duro como una
94
roca.
—Lenguaje —regaño. La habitación se está caldeando ahora, pero
mantengo una presencia severa e imperturbable.
Pone los ojos en blanco.
—Soy adulta, director Hawthorne. Puedo decir maldito.
—En mi oficina, no puede. —Exhalo—. Y tampoco en clase. Por eso
la señora Rossi la envió aquí.
—El imbécil detrás de mí estaba dibujando esvásticas en su
cuaderno, pero me envían aquí por decir “malditos”. —Sacude la cabeza.
—Hablaré de eso con la señora Rossi en privado. —Me escribo una
nota y la dejo a un lado.
—Es muy joven para ser director. —Su mirada cargada examina
todo mi cuerpo—. ¿Se acaba de graduar de la universidad o algo así?
Seis años de escuela y dos años de enseñanza me colocan en las
etapas iniciales de una carrera que forma y educa las mentes de los líderes
del mañana, pero me niego a dignificar su pregunta con una respuesta.
—Mi edad es irrelevante —respondo.
—La edad lo es todo. —Hace girar un mechón de cabello pálido
alrededor de su dedo, sus labios se curvan en las esquinas. El truco lindo
y tímido debe funcionar con todos los demás, pero no funcionara conmigo.
No aquí de todos modos. Y ya no.
—Dije que mi edad es irrelevante.
—¿Soy la primera estudiante a la que ha tenido que castigar? —Se
sienta, cruza y descruza las piernas con el encanto provocativo de una
modelo de los años cuarenta—. Espere, ¿va a castigarme?
Tomo notas mentales para su expediente.

Desafía la autoridad.
Dificultad para comportarse adecuadamente.
Posibles problemas de límites.

—No voy a castigarte, Halston. Considera esto como una advertencia


verbal. —Dejo escapar un fuerte respiro por la nariz mientras la estudio,
negándome a permitir que mis ojos se desvíen hacia la suave hinchazón de
sus pechos que se asoman casualmente por la blusa. Conocerla tan
íntimamente por teléfono, y estar en su presencia sabiendo que está
completamente fuera de los límites, hace que sea difícil mantener mi 95
comportamiento inquebrantable—. De ahora en adelante, me gustaría que
te abstuvieras de usar palabras vulgares mientras estés en la escuela. Es
perturbador para los otros estudiantes que están aquí para conseguir algo
de su educación secundaria.
—No lo sé. —Sus labios se juntan en la esquina y lucha contra una
sonrisa diabólica—. Quiero decir, puedo intentarlo, pero “maldición” es
una de mis palabras favoritas en el idioma español. ¿Y si no puedo dejar
de decirla? ¿Entonces qué?
—Entonces nos preocuparemos por eso cuando llegue el momento —
respondo.
—Siempre puedes inclinarme sobre tu rodilla y azotarme. —Se
levanta, envolviendo sus labios alrededor de la paleta antes de sacársela de
la boca con un sonido húmedo—. O tal vez podrías follarme por un largo
rato y romperme el corazón.
—¿Disculpa? —Mi piel se calienta mientras recita mis palabras, pero
me niego a dejar que vea que está teniendo algún tipo de efecto en mí.
—Eres él —dice, como si fuera un as que ha estado guardando bajo
la manga todo este tiempo—. Eres Kerouac.
Me faltan las palabras, tratando de entender todas las formas en que
esto podría salir muy mal para mí.

96
Halston
L
a última clase del día se está haciendo eterna, así que pido un
pase para el pasillo y deambulo por la escuela, holgazaneando
en cada filtro y en cada tablón de anuncios. El profesor
probablemente se pregunte dónde diablos estoy, pero no tengo miedo de
decirle que tengo mi período. Eso normalmente los hace callar.
A la vuelta de la esquina, frente a la oficina, me dirijo al filtro
número seis cuando la puerta se abre y sale Kerouac.
O mejor dicho, el director Hawthorne. 97
Ambos nos detenemos para no chocar, aunque él sería muy
afortunado.
Vi la forma en que me miró en su oficina esta mañana, la forma en
que su cuerpo respondió a mi voz. Supe en el instante en que empezó a
hablar que era él, aunque me costó toda la fuerza que tenía ignorar su
mandíbula cincelada, su barbilla con hoyuelos, su cabello grueso y oscuro,
y sus ojos marrón miel.
Se supone que los directores sean viejos con cabello gris, gafas y
cuerpos de padre.
Se supone que no deben verse como los malditos supermodelos.
Nuestros ojos se encuentran y sonrío. Pensar que todas esas veces
estuve hablando con esto.
Esto es lo que estaba del otro lado. Esa foto de archivo ni siquiera le
hace justicia al llamativo Adonis que está de pie frente a mí. No me
extraña que no quiera comprometerse. Para un hombre así, el mundo es
un gigantesco buffet de mujeres hermosas.
—Disculpa —dice, haciéndose a un lado como un caballero.
Dios, esa voz. Esa voz suave y grave. Me mojé cuando hizo los
anuncios matutinos antes. Casi tuve que excusarme de la clase para poder
terminar el trabajo en un baño vacío.
No ayuda que todo lo que se pueda hablar últimamente es de lo
buenísimo que está el nuevo director. Escuché a un grupo de chicas de
último año haciendo una apuesta para ver quién podía acostarse con él
antes de que se fueran a la universidad. La ganadora iba a conseguir mil
dólares.
Ja. Chicas estúpidas.
Si supieran con quién están tratando.
Pero no soy mejor que ellas. Conozco al hombre que yace más allá
del exterior cuidadosamente elaborado, detrás de esos oscuros ojos
entrecerrados y esa zancada confiada. El hombre del interior es un millón
de veces más sexy de lo que cualquiera de ellas podría empezar a
imaginar.
—Está excusado. —Me dirijo al filtro, presiono el botón y bajo mi
boca hasta el chorro de agua fresca. Su mirada es pesada, agobiada y
daría cualquier cosa por saber lo que piensa cuando me mira.
Los pasillos están vacíos y silenciosos. Solo estamos nosotros.
Al otro lado del pasillo un profesor habla de la Primera Guerra
Mundial y del Lusitania y cuando miro dentro del aula, veo a Bree sentada
98
en primera fila, royendo la punta de su bolígrafo mientras sus ojos se
dirigen hacia nosotros.
Me muevo fuera de su línea de visión. Ford la sigue.
—Me gustaría hablar contigo alguna vez —comenta—. Sobre...
Me alzo, girándome hacia él.
—¿Sobre qué? No pasó nada.
Entrecierra los ojos, estudiándome. Debe pensar que planeo
chantajearlo, pero se equivocaría. Aunque su rechazo dolió en su
momento, lo superé y tengo un pez más grande que freír, específicamente
una chismosa llamada Bree.
—Intenté contactar contigo después de la última vez que hablamos
—informa, manteniendo la voz baja—. Quería asegurarme de que estabas
bien. No pude encontrarte en la aplicación.
—La borré.
Sus labios se presionan y asiente. Todas esas largas llamadas y
sesiones de mensajes este verano y el hombre no puede encontrar más que
un puñado de cosas que decirme ahora. Aún debe estar sorprendido. No
puedo decir que lo culpo. Tendría mucho más que perder que yo. Lo que
está en juego es más importante para él. Seré legal y adulta, pero no hay
un alma con sangre roja en todo el distrito escolar que esté de acuerdo con
que el director tenga una relación sexual con una de sus estudiantes.
Sobre el papel, parecería atroz. Escandaloso. Repugnante.
Pero eso no me impide desear que pudiéramos hacer que funcionara,
por muy loco que sea.
—Sabes, nos vamos a ver mucho por aquí, así que hagámonos un
favor y superemos lo que ha pasado —pido, con los brazos cruzados
mientras mantengo mi comportamiento gélido. Mi ego puede estar herido,
mi corazón puede anhelarlo, pero estaré condenada si huyo con la cola
entre las piernas como una colegiala rechazada—. Si vas a mirarme así
cada vez que me veas...
—Lo siento. —No deja de mirar—. Es que... no puedo creer que seas
tú.
—Créelo. —Empiezo a caminar hacia atrás, distanciándome de él.
Puede que él haya cerrado la puerta hace unas semanas, pero soy yo
quien la bloqueó.

99
Ford
A
l llegar a la entrada de mi casa, apago el motor y exhalo.
Hoy he leído su expediente.
Después de que saliera de mi oficina esta mañana, me
puse en contacto con la orientadora del colegio y le pedí que
me enviara todo lo que tuviera sobre Halston Kessler.
Para cuando terminó el almuerzo, tenía un grueso expediente sobre
mi escritorio con “Confidencial” estampado sobre todas y cada una de las 100
páginas.
No sé exactamente qué buscaba, pero fuera lo que fuera, lo encontré.
Y algo más.
El Prius plateado de Bree entra en la casa de los Abbott, estacionado
en el tercer puesto del garaje, y observo desde mi auto cómo una pasajera
sale por el otro lado. La chica tiene el cabello rubio y se echa un bolso al
hombro mientras entra, sin esperar a Bree.
Bree grita algo.
La chica se gira.
Es ella. Halston.
Nunca las habría emparejado como amigas; no podrían ser más
diferentes, pero el instituto es una época difícil y han ocurrido cosas más
extrañas.
Halston regresa al auto, recogiendo algo del asiento trasero. Bree me
ve y me saluda, y Halston mira en mi dirección. No tengo más remedio que
salir y saludar. Quedarme sentado en el auto, mirando, sería inapropiado
en este momento.
Salgo del auto y me dirijo hacia ellas, haciendo todo lo posible por
ser un director amable y no un hombre que se ha pasado todo el día de
clase obsesionado con una mujer en la que no debería pensar.
—Hola —saludo, con las manos apoyadas en las caderas. Halston se
queda atrás, mirando fijamente. Bree sonríe, actuando como si nada
hubiera pasado.
Todos estamos actuando como si nada hubiera pasado.
—¿Cómo fue su primer día, director? —pregunta Bree.
Mirando hacia Halston, porque no puedo evitarlo, asiento.
—Ha ido bien, gracias.
Halston sonríe, tomando un sorbo de su café helado, sus labios rojos
envueltos en un popote verde de Starbucks.
—No sabía que vivía aquí. —Halston se mueve en mi dirección.
Bree nos mira.
—¿Cómo puedes no saberlo? Se mudó hace dos meses.
Vaya mierda. Halston debe ser la sobrina de Abbott.
Halston se encoge de hombros, con sus ojos color jade fijos en mí.
—Supongo que estaba demasiado... preocupada para darme cuenta. 101
—Probablemente deberíamos entrar —comenta Bree, todavía
observando.
—Ve tú. —Halston toma otro sorbo—. Entraré en un segundo.
Merodea un momento antes de desaparecer en el interior, aunque
espero que nos observe desde detrás de una cortina.
—No pudimos hablar antes —digo, cerrando el espacio entre
nosotros—. Solo quiero asegurarme de que estás bien.
Halston pone los ojos en blanco.
—Dios mío. Debes pensar que soy débil o algo así.
—Eso no es cierto. —La miro, pero solo puedo pensar en su
expediente.
Todo por lo que ha pasado.
Todo lo que ha superado.
—La buena noticia es que los tipos como tú son una docena —
informa encogiéndose de hombros.
—¿Tipos como yo? —Sonrío—. ¿Qué se supone que significa eso?
—Ya sabes, los que tienen miedo de comprometerse, de limitar sus
opciones.
—Nunca se trató de limitar mis opciones. —Exhalo, pellizcando el
puente de mi nariz. Todas las personas a las que he amado me han dejado
de una forma u otra. A lo largo de los años, me ha resultado más fácil
separar las emociones del sexo, renunciar al compromiso por completo. La
única vez que me he cuestionado esa decisión fue la última vez que hablé
con “Absinthe” por teléfono.
Pero ella colgó antes de que tuviera la oportunidad de decirlo.
—Como sea —alega, rodeando el pitillo con sus labios y sonriendo—.
No sé tú, pero a mí toda esta situación me parece jodidamente graciosa.
—A mí no.
—Estás preocupado. —Ajusta el bolso que se desliza de su hombro—
. Y no deberías estarlo.
Mi mirada se fija en la suya, y me pregunto cómo debe haber sido
para ella crecer en una casa de metanfetaminas. Perder años y años de
escuela. Saber lo que era irse a la cama con hambre, no tener calefacción
en invierno.
Pero hubo una nota del caso, específicamente, que me partió el
corazón.
102
A los trece años, su padre la prostituyó con uno de sus amigos a
cambio de drogas. Ella perdió su virginidad, su inocencia. Y no fue solo
una vez. Según las notas de la trabajadora social, duró casi un año.
No entiendo cómo puede estar aquí con la cabeza alta y un brillo
resistente en los ojos.
—Bien, si vamos a quedarnos aquí mirándonos el uno al otro... —
Enarca las cejas.
—Lo siento. —Mis cejas se fruncen—. Estaba pensando.
—¿En qué?
En lo guapa que es por dentro y por fuera, en lo genuina y sin
complejos que es, y en lo mucho que voy a extrañar hablar con ella,
conocerla de una forma íntima que va más allá de lo físico.
—Que tengas una buena noche, Halston —digo su nombre, un
recordatorio de que mi agridulce y adictiva Absinthe es real.
Y luego la veo alejarse.
Halston
—¿Q ué clase de nombre es Thane? —le pregunto a mi
compañero de laboratorio de Química II el segundo
día de clases. Si vamos a trabajar codo con codo el
resto del semestre, necesito saber si puede manejarme. Necesito
prepararlo.
—¿Qué clase de nombre es Halston? —me responde.
Sonrío.
103
—Touché.
Nuestro profesor reparte vasos de precipitado y líquido azul y alguna
forma en la que se supone que debemos trabajar juntos, pero no estamos
prestando atención.
—Espero que seas bueno en química —comento—, porque yo no lo
soy.
—Mi padre es farmacéutico —informa—. La Cienciología viene de
familia.
—No acabas de llamarla “Cienciología”. —Me río, poniendo los ojos
en blanco.
—Me estoy metiendo contigo. —Choca su brazo contra el mío, y de
repente me doy cuenta de su gran altura y el débil y agradable olor de su
colonia—. Mi padre es farmacéutico. Y soy increíble en química. Acabas de
ganar la lotería de los compañeros de laboratorio. Felicidades.
Trato de no prestar atención a quién es quién por aquí. Me importa
una mierda la popularidad o si le gusto a alguien o no, pero Thane Bennett
es el chico que camina por los pasillos del instituto de Rosefield con una
sonrisa llena de hoyuelos, dejando a su paso multitudes de chicas
desmayadas. Es un mariscal de campo estrella. El delantero estrella del
equipo de baloncesto. Y, el año pasado, rompió tres récords estatales en el
equipo de atletismo.
Pero más importante que todo eso, Thane Bennett es el amor de la
vida de Bree. Ha estado enamorada de él desde que eran niños. Solía oírlo
todo sobre él cuando podíamos tolerarnos lo suficiente como para soportar
una fiesta de pijamas aquí o allá. Nunca olvidaré que prácticamente se
besaba con su foto de la escuela, con lengua y todo.
—Qué suerte tengo. —Le guiño el ojo.
Nuestras manos se rozan cuando él agarra la hoja de tareas.
Siento que me mira fijamente, pero finjo no darme cuenta.
Cuando termina la primera mitad de la clase y suena la campana,
nuestro profesor nos deja hacer un descanso de cinco minutos. Thane
desaparece, regresando con dos barras de chocolate de una de las
máquinas expendedoras. Coloca una delante de mí.
—¿Qué es esto? —La inspecciono antes de mirarlo como si estuviera
loco.
—Tenía hambre. No quería comer delante de ti, así que te traje una
también.
Popular, atlético, inteligente y educado.
Supongo que veo el atractivo... 104
—No tienes que hacer mierda como esta —le informo—. Siento que
estás tratando de ganarme, impresionarme o algo así.
—¿Y qué si lo estoy haciendo? —Su boca se levanta a los lados,
acentuada con dos hoyuelos centrados, y su desordenado y arenoso
cabello marrón cae sobre sus cristalinos ojos azules—. ¿Y si pienso que
eres bonita y divertida? ¿Y si quiero invitarte a salir?
—Entonces diría que eres ciego, sordo, delirante y que pierdes el
tiempo. —Desgarro el envoltorio de la barra de chocolate, rompiendo un
pequeño cuadrado y dejando que se derrita en mi lengua.
Él no se ha inmutado, aún lleva esa sonrisa derrite bragas que
funciona con todas las demás chicas. Desafortunadamente para él, no
tiene el mismo efecto en mí.
—Saldremos el viernes por la noche.
Me ahogo con mi chocolate, chisporroteando y tosiendo hasta el
codo.
—Lo harás, ¿verdad? —Me las arreglo para preguntar finalmente un
minuto después.
—Sí, lo haré. —Está más cerca de mí que antes, así que su calor
corporal se fusiona con el mío. O tal vez me lo esté imaginando porque de
repente hace veinte grados más de calor aquí.
Se supone que esto no debería pasar. Los chicos populares con
hoyuelos no deben invitar a salir a chicas como yo, y las chicas como yo no
deben tener mariposas en sus estómagos por este tipo de mierda.
—Revisaré mi agenda y te llamaré.
—Te recogeré a las seis. Cena. Y una película. Y después de eso
podemos pasar el rato en algún lugar y hablar.
—¿Por qué?
Se burla, aunque sus ojos están sonriendo.
—¿Por qué, qué?
—¿Por qué quieres pasar el rato conmigo?
—No quiero pasar el rato contigo. Quiero llevarte a una cita —
corrige—. Y quiero llevarte a una cita porque creo que eres hermosa.
Interesante. Y diferente.
—Me conoces desde hace cuarenta y cinco minutos.
—¿Y qué?
—¿Y si salimos en una cita y tratas de besarme y te doy un rodillazo 105
en las bolas y luego estamos atascados siendo compañeros de laboratorio
durante los próximos cuatro meses y es jodidamente incómodo? —
pregunto.
Se ríe.
—¿Y si tenemos una cita , lo pasamos genial y paso los próximos
cuatro meses siendo compañero de laboratorio de mi novia y es
jodidamente increíble?
—Vaya, vaya, vaya. —Levanto mi mano, retrocediendo—. Despacio.
—Mi error. —Me pone la mano en la muñeca y me lleva a la mesa.
Nuestra tarea está intacta y, mirando a nuestro alrededor, casi todos los
que nos rodean han terminado—. Un paso a la vez. Una cita este viernes.
Otra el próximo viernes. Y luego te llevaré al baile de bienvenida el fin de
semana siguiente.
Finjo que me amordazo con el dedo índice.
—Asqueroso. No voy a bailes escolares.
—Entonces haremos otra cosa esa noche.
Mi mirada escrutadora está fija en él. No puede hablar en serio.
—Pero probablemente estarás en la realeza del baile y todo eso. Y
vas a jugar en el juego. No puedes no ir.
Se encoge de hombros.
—No necesito una estúpida corona. Me retiraré de la competencia. Y
el juego es el viernes, el baile es el sábado. Jugaré de todos modos.
—Me cuesta creer que no tengas un motivo oculto ahora mismo —
alego—. ¿Tus compañeros de fútbol y tú hicieron algún tipo de apuesta?
¿Ver quién puede acostarse conmigo primero?
—¿Compañeros de fútbol? —Se ríe—. Y no. No hay apuesta.
—Eso es exactamente lo que diría alguien que hizo una apuesta.
—Halston y Thane. —Nuestro profesor, el señor Caldwell, se aclara
la garganta, de pie frente a nuestra mesa, con los botones de su camisa a
punto de reventar—. Sigamos con la tarea o mañana a primera hora los
reasignaré con diferentes compañeros.
Thane agarra un vaso de precipitado, que mide cincuenta mililitros.
No tengo ni idea de lo que debemos hacer, pero agarro un bolígrafo y trato
de parecer ocupada hasta que Caldwell se aleje. En cuanto se da la vuelta,
intercambiamos miradas y nos mordemos los labios para no reírnos.
Treinta minutos después, suena la última campana.
—¿Quieres que te acompañe a tu auto? —pregunta Thane mientras 106
guardo mi cuaderno en mi bolso.
—No tengo uno, pero si lo tuviera mi respuesta sería no. —Salgo, y él
me sigue.
Estas cosas tan bonitas me están dando miedo. No estoy
acostumbrada. No sé cómo aceptarlo con gracia y una sonrisa vertiginosa
como todas las demás chicas. Nadie ha sido tan dulce conmigo antes.
—¿Cómo regresas a casa? ¿Tomas el autobús? —pregunta,
caminando a mi lado en el pasillo. Todos los que pasan nos miran como si
fuéramos un espectáculo. Mañana a esta hora toda la escuela sabrá que
Thane Bennett tiene algo con la chica nueva, de repente seré genial por
asociación, y aún así me importará una mierda.
—Dios, no —aclaro—. Voy con mi prima.
—¿Y si te llevo a casa hoy?
—Para. —Nos detenemos en medio del pasillo, dos rocas en medio de
una corriente de gente, todos moviéndose a nuestro alrededor—. Lo
entiendo. Crees que te gusto. Pero te estás pasando de la raya.
Thane ofrece una media sonrisa lujuriosa.
—Lo siento, Halston. No suelo ser así. Solo... por alguna razón
quiero estar cerca de ti.
—No, gracias. —Sigo caminando. Él me sigue. Mi rechazo a su oferta
no lo perturba en lo más mínimo—. ¿Qué estás haciendo?
—Es solo un aventón —insiste—. Actúas como si te pidiera que te
casaras conmigo o algo así. Simplemente creo que eres genial. Quiero
conocerte, es todo.
Exhalando, pienso en Bree y en lo mucho que le gusta Thane.
Cuánto le molestaría saber que él está mostrando interés en mí: su
insubordinada, la prima que nunca lo hace bien.
—Bien. Puedes llevarme a casa. —Intento fingir que no estoy
emocionada, pero la idea de restregarle esto en la cara a Bree me gusta
mucho—. Pero solo porque siento lástima por ti.
Se ríe.
—¿Sientes lástima por mí?
—Sí. —Mi mirada se posa en la suya—. Todo este asunto del
cachorro perdido es algo triste. Debes estar muy solo.
Finjo que no sé qué es el chico más popular de la escuela, su sonrisa
es capaz de derretir hasta la más fría de las bragas. Excepto las mías. Por
supuesto. 107
Siguiendo a Thane a su casillero para que pueda buscar su bolso,
escribo un mensaje rápido y se lo envío a Bree, con todo el corazón:

NO ME ESPERES. THANE BENNETT ME DARA UN AVENTON <3 <3


<3

Que se joda esa perra.


Ford
—¿D irector Hawthorne? —Bree está en mi puerta el
miércoles después de clases.
—¿Sí? —Intento ocultar mi desdén por esta
chica, pero estoy seguro de que mi cara ha revelado todas mis cartas.
—¿Tienes un segundo?
El acto tímido y coqueto no me engaña. Esta chica todavía se estaría
lanzando a mí si no la hubiera cortado de raíz hace unas semanas. 108
Le pido que entre, y ella se sienta en la silla frente a mí.
—Como presidenta de la clase, vamos a trabajar juntos este año
escolar. Presido muchos comités, y mi objetivo es implementar al menos
diez nuevas políticas este año, que tendrá que firmar.
—Está bien. —Cruzo mis manos sobre mi escritorio, mi mirada
aburrida sale a la deriva por la ventana a mi derecha donde multitud de
estudiantes se dirigen al estacionamiento como un rebaño de ovejas, solo
que en el momento en que veo a Halston parada junto a otro estudiante,
no puedo prestar atención a una palabra de la que Bree está diciendo.
El otro estudiante, un tipo alto y atlético con cabello rubio y el tipo
de sonrisa engreída que me dice que está acostumbrado a conseguir lo que
quiere, pone su brazo alrededor de ella, acercándola a él.
Ella se ríe, alejándolo antes de fingir golpear su brazo.
Conozco su tipo.
Conozco sus trucos.
Demonios, en el instituto, yo era él.
—Director, ¿está escuchando? —pregunta Bree, frunciendo el ceño.
—Sí —miento.
—Entonces, ¿qué acabo de decir?
Por el amor de Dios.
Bree se pone a la defensiva, mirando por la ventana justo a tiempo
para ver a Halston irse con el chico.
—Oh, sí. —Pone los ojos en blanco—. Thane Bennett le pidió una
cita a mi prima. Solo quiere usarla para el sexo.
—¿Perdón?
Girando para mirarme, Bree se encoge de hombros.
—Utiliza a todas para el sexo. Todo el mundo lo sabe. Ya se ha
acostado con la mitad de la escuela.
Mi mandíbula se tensa.
—Deberías advertirle.
Ella se burla.
—No voy a desperdiciar mi aliento. Halston no escucha a nadie. Y
probablemente solo esté pasando el rato con él para vengarse de mí.
—¿Por qué dices eso?
—¿Por qué está tan interesado en nuestro drama de chicas? —
Frunce la nariz y las cejas, confundida—. ¿Podemos volver a hablar de los
comités? Específicamente, ¿el comité de bienvenida? ¿Ya que el baile es en
109
tres semanas?
—Sí, claro. Continúa.
—Bien, así que voy a colocar una hoja de inscripción en el...
Desconecto de nuevo, viendo como Halston y Thane desaparecen
detrás de una fila de cedas, brillantes e importadas.
Que Dios lo ayude si piensa en usarla.
Ella ha sido usada toda su vida.
Me niego a sentarme y dejar que suceda de nuevo.
Halston
B
esa muy bien.
Demasiado bien, si soy honesta.
Trato de no pensar en cuántas chicas ha probado su
lengua antes, cuántas tetas y culos cubiertos de Victoria’s
Secret ha tocado y agarrado, porque las chicas de nuestra escuela parecen
sacrificarse a él voluntariamente y sin dudarlo.
Trato de no pensar en nada en absoluto. 110
Apiñada en el asiento trasero del BMW de Thane un viernes por la
noche, mis piernas están a horcajadas en su regazo y mi blusa está en
algún lugar del asiento delantero. Estamos en medio de un campo de maíz
estéril en las afueras de la ciudad, y la luna brilla a través del techo solar
sobre nosotros mientras una banda de punk pop californiana toca por sus
altavoces.
La tía Tab y el tío Vic creen que me quedaré a pasar la noche con
Emily, que casualmente no está en la ciudad este fin de semana y no se da
cuenta. Los padres de Thane creen que pasará la noche con uno de sus
amigos. Íbamos a acampar aquí esta noche, bajo las estrellas, hablando y
escuchando música.
Se suponía que era inocente. Simplemente “pasar el rato”, como él
seguía llamándolo. Pero coquetear en la cena se convirtió en tomarse de la
mano en el cine y, cuando empezó a besarme aquí hace veinte minutos,
me encontré disfrutándolo de verdad, disfrutando de la distracción de mi
vida cotidiana y, de alguna manera, hemos emigrado al asiento trasero.
Mis caderas se mueven contra las suyas, su dureza contra sus
vaqueros.
Estoy mojada y me duele, pero no me lo voy a follar.
Al menos todavía.
Si quiere esto, va a tener que trabajar por ello.
Puedo ser muchas cosas, pero fácil no es una de ellas.
Las manos de Thane están en mi cabello, sus labios suaves
trabajando en los míos. Si lo presiono lo suficientemente fuerte, lo
suficientemente rápido, podría ser capaz de hacerme venir.
—Eres tan jodidamente sexy —susurra, con su boca rozando la mía
antes de viajar más abajo. Presiona besos calientes contra mi cuello, sus
manos viajando a mis pechos, descolgándolos de las copas sedosas de mi
sostén de satén. Toma un pezón en su boca, arrastrando suavemente sus
dientes a través del brote hinchado—. No puedo esperar a follarte, Halston.
—Vas a tener que hacerlo —murmuro, sonriendo en la oscuridad,
mis manos se extienden sobre sus anchos hombros. Si es así de grande y
musculoso para un chico de dieciocho años, solo puedo imaginar lo que
lleva debajo.
—No sé si puedo —se queja—. Eres tan sexy que apenas puedo
soportarlo. —Me besa, pasando su pulgar por mi labio inferior, nuestros
ojos se encuentran—. Tu boca. Este increíble cuerpo.
—Hace una semana no sabías que existía —comento, con palabras
jadeantes y juguetonas—. Creo que puedes esperar un poco más.
Sus manos agarran mis caderas, presionándome contra él mientras
mece nuestros cuerpos, burlándose de mí con la promesa de su pene
111
erecto.
—Sigues levantando muros, y sigo derribándolos. Derribaré este
también. Solo mira —anuncia, sonriendo—. Te gusto. Y no quieres esperar
más que yo.
—No te emociones, Thane Bennett. —Entierro mi cara en su hombro
para que no me vea sonreír. Pasamos la mayor parte de la semana
coqueteando más que en las tareas de química y, cuando me lleva a casa
después de la escuela, toma el camino largo para que podamos hablar.
Cada parte de mí no tiene intenciones de que le guste.
Sin embargo, está sucediendo de todos modos.
Y no hay una maldita cosa que pueda hacer para detenerlo.
—Me gusta cuando dices eso —gime, agarrándome el culo.
—¿Decir qué?
—Mi nombre completo —explica—, como acabas de hacer.
Me río.
—¿Thane Bennett?
—Sí. —Me agarra en la barbilla y me besa de nuevo—. Deberías
practicar. Lo dirás mucho.
Riéndose, sacudo la cabeza.
—No digo el nombre de nadie durante el sexo y, si lo hiciera, es
seguro que no sería su nombre completo.
Me pregunto, por un segundo, la posibilidad de que Thane se excite
con las chicas que se vuelven locas por él, ya que su nombre es sinónimo
de popularidad y buena apariencia. Thane Bennett es prácticamente un
nombre familiar en Rosefield. Una marca con un aire de exclusividad.
Ha perdido completamente el contacto con la realidad.
—Creo que has dejado que tu popularidad se te suba a la cabeza —
comento, inclinándome lejos todo lo que puedo. Sus labios aún están
separados, sus ojos están medio abiertos.
—¿De qué estás hablando?
—Me importa una mierda cuántas chicas quieran salir contigo o
cuántos pases hayas tomado en el último partido —anuncio—. Si dejo que
me folles, será porque me gustas. Y me refiero a ti. No a Thane Bennett, a
ti.
Espero que su cara se ilumine. Espero ver algún tipo de señal, un
reconocimiento de que esto es algo bueno, que se dé cuenta de que no soy 112
como la mayoría de las chicas.
En lugar de eso, exhala, deslizando sus palmas encima de su cara y
gimiendo.
—Bueno, mierda. —Suspira, girando la cabeza hacia una de las
ventanas traseras y negándose a mirarme. Sus manos descansan inútiles
a sus costados, como si hubiera terminado de tocarme.
—Soy más trabajo del que pensabas que iba a ser, ¿eh?
Sus manos se deslizan por mi espalda baja mientras tira de mis
caderas con más fuerza contra las suyas, sujetándome a él.
—No seas así. Vamos. Nos estamos divirtiendo.
Mis palmas se aplastan contra su pecho, y trato de alejarme de él,
pero es demasiado fuerte. No me deja ir. En el momento en que su agarre
se afloja, viaja a las tiras de mi sostén, tirando de ellas por mis hombros.
Intento arrancarlas de sus dedos, pero no me suelta y una de ellas se
rompe.
—Oh, mierda. —Los ojos de Thane estudian los míos mientras
espera mi reacción.
Sin decir nada, me subo a su consola y al asiento delantero,
buscando en la oscuridad mi camisa. Me voy.
—¿Qué estás haciendo? —pregunta.
—Llévame a casa. —Soy una maldita imbécil—. De hecho, durante
cuatro días seguidos creí que te gustaba.
—¿De qué estás hablando? Me gustas.
Si le hubiera gustado de verdad, me habría agarrado las manos, me
habría besado y dicho que esperaría hasta que estuviera lista. Supongo
que todo el truco del caballero no era más que una artimaña.
—No. Me trajiste aquí porque pensaste que iba a follar contigo, y en
el momento en que dije que no lo iba a hacer te enfadaste por ello. Así que
llévame a casa.
—¿Qué pensaste que íbamos a hacer, Halston, eh? ¿Tú y yo, solos,
aquí fuera? ¿No pensaste que llegaríamos a esto?
—Desvergonzado. —Mis brazos se aprietan sobre mi pecho—. Eres
verdaderamente de lo mejor.
—Deja de exagerar.
—No estoy exagerando. Estoy fuera de tu liga —exclamo, pasándome
la camisa sobre mi cabeza.
Todavía está en el asiento trasero, acurrucado en el medio, y no se
mueve ni un centímetro.
113
—¿Vas a llevarme a casa o qué? —le pregunto.
—Tus tíos piensan que te estás quedando en casa de Emily —
contesta—. ¿Qué les vas a decir?
Su pregunta se basa en nada más que en la preocupación por sí
mismo. Tiene miedo de meterse en problemas si les digo la verdad.
—No te preocupes —espeto—. No le hablaré a nadie de esto.
—¿Qué se supone que significa eso?
Poniendo los ojos en blanco, me bajo el dobladillo de la blusa.
—Que esto fue un error. Uno que me gustaría olvidar.
Su expresión está bañada con genuina sorpresa. Estoy segura de
que soy la única chica con la que ha “salido” que se ha atrevido a insinuar
que excitarse y ponerse intenso en el asiento trasero del BMW de Thane
Bennett es algo que preferirían olvidar.
Tirando de la manilla de la puerta, salgo del auto, lo que le hace salir
corriendo del asiento trasero. Finalmente.
—¿A dónde vas? —pregunta, con su atlético cuerpo saliendo de
detrás del asiento trasero.
—A casa. —Con mi bolso colgando sobre mi cuerpo y los brazos
cruzados, atravieso un campo de maíz fangoso, hacia el brillo de las luces
de la ciudad en la distancia. Mis pies se hunden en la tierra blanda a cada
paso, y voy a caminar por caminos de grava y a través de matorrales de
maleza, pero mi casa está a pocos kilómetros de aquí.
Prefiero caminar durante la próxima hora que pasar otro minuto al
lado de Thane.

114
Ford
E
stoy medio dormido en el sofá el viernes por la noche cuando
el más leve golpe en mi puerta me convence de que estoy
soñando.
Hasta que lo escucho de nuevo.
Me levanto, me peino con los dedos y me arrastro hasta la puerta. Si
es la maldita Melissa Gunderson, voy a gritar.
Pero no es Melissa. 115
Todo lo contrario.
—Halston. —Es la última persona que esperaba ver en mi puerta a
las once y media un viernes por la noche, pero ahí está, con la ropa y el
cabello revueltos y los zapatos cubiertos de barro.
—Necesito un lugar para quedarme.
—¿Y la casa de tu director parecía la mejor opción? —Levanto una
ceja, fingiendo que es la preocupación más apremiante cuando en realidad
quiero saber por qué coño parece manoseada.
—Sí. —Pasa a mi lado, entrando sin invitación. Se quita los zapatos
sucios y los deja en la alfombra de la puerta—. Lo creas o no.
Mirando afuera, me aseguro de que nadie la haya visto entrar, y
luego cierro la puerta.
—¿Qué pasó? ¿Estás bien?
Pone los ojos en blanco antes de sentarse en mi silla.
—No quiero hablar de ello.
—Si te voy a acoger, necesito saber por qué —insisto, con un millón
de escenarios pasando por mi cabeza. Cada parte de mí sabe que esto está
mal, y si alguien nos atrapara nunca creería que mis intenciones son
nobles. Pero cada parte de mí sabe que no puedo dejarla fuera.
—Mis tíos creen que me estoy quedando con una amiga. En realidad
me iba a quedar con un tipo. —Exhala, pasando su lengua por sus labios
llenos. Están hinchados, como si hubiera pasado las últimas horas
besándose. Sus codos descansan sobre sus rodillas, su cuerpo encorvado
hacia adelante—. En resumen, pensó que iba a follarme y le pedí que me
llevara a casa. Cuando no quiso, salí del auto y caminé... a través de un
campo de maíz fangoso... un camino de grava... y hacia la ciudad.
Exhalando, oculto mi alivio.
—Qué lista —comento.
Su mirada esmeralda se dirige a la mía.
—No necesito tu validación.
Sonriendo, levanto mis palmas.
—Está bien.
Alcanzando un libro en mi mesa de café, examina la portada.
—A wrinkle in time. ¿Por qué leerías esta mierda deprimente?
—Es un clásico.
—Es muy triste. —Lo hace a un lado, buscando otro libro, haciendo 116
caras cuando no encuentra uno que le guste.
—Tengo más arriba —informo—. En mi biblioteca. Pero no puedes
subir allí.
Arquea una ceja.
—¿Por qué no?
—No sería apropiado.
Echando la cabeza atrás, se ríe.
—Nada de que esté aquí contigo ahora mismo es apropiado. Creo
que eso ya pasó hace mucho tiempo, ¿no crees?
—Estoy sentado aquí. —Arrastro mis dientes a lo largo de mi labio
inferior, viendo cómo se pasa el cabello sobre el hombro e inclina la cabeza
mientras revisa mi sala de estar—. Tú estás ahí. Diría que estamos siendo
muy apropiados en este momento.
—¿Entonces puedo ver tu biblioteca?
—No.
Sus cejas se encuentran.
—¿Por qué te preocupas?
Por llevarla arriba, a pocos metros de mi dormitorio. Por querer
besarla. Por no poder detenerme. Por perder todo el maldito control.
Porque todo por lo que he trabajado se incendiará por culpa de una joven
llamada Halston Kessler.
—No estoy preocupado por nada —miento—. Pero aún así no vas a
subir.
—Estás muy nervioso. Eso explica por qué eres tan controlador.
Me encojo de hombros, negándome a disculparme por mi necesidad
inherente de poder sobre cada situación.
—¿Cuándo fue la última vez que te acostaste con alguien? —me
pregunta.
—No voy a discutir mi vida sexual contigo. Ya no.
—No sé cuál es la diferencia entre ahora y hace unas semanas —
anuncia—. Sigo siendo Absinthe. Sigues siendo Kerouac. Solo que esta vez
estamos en la misma habitación, sentados aquí tratando de fingir que no
estamos ridículamente atraídos el uno por el otro y que no te has
preguntado cómo sería tocarme.
Exhalo, negándome a dignificarla con una respuesta.
—Admítelo. Has pensado en mí. —Arrastra la punta de un dedo por
la parte delantera de sus labios retorcidos, luchando contra una risa—. Mi 117
boca en tu polla. Tus dedos en mi coño. Sé que he pensado en ello. Mucho.
Apartando la mirada, tomo una exhalación y deja salir el aire.
—Soy tu director y eres mi estudiante. Nunca te tocaría. Nunca
cruzaría esa línea.
—Pero, ¿y si pudieras? ¿Y si supieras con un cien por ciento de
certeza que nunca nos atraparían? —Cruza las piernas, inclinando su
cuerpo hacia mí—. ¿Lo harías?
—No.
—Yo lo haría. —Sus hinchados labios picados se tuercen—. No
quiero hacerte sentir incómodo, solo estoy siendo honesta.
—No me haces sentir incómodo. —Suspiro, cubriéndome la cara con
las manos. He pensado en follármela. He pensado en cómo sentiría sus
curvas bajo mis palmas, amplias y suaves, cómo sabrían sus labios, a
cerezas o canela, cómo sería su cuerpo presionado contra el mío, cómo la
haría sentir segura y protegida—. Me voy a la cama. Buenas noches,
Halston.
—Fuiste mi mejor amigo este verano —susurra, con voz más suave,
más tranquila—. Te dije más de lo que nunca le había dicho a nadie. Fui
yo misma contigo, sin filtrar, sin editar. Por si sirve de algo, solo quería
que lo supieras.
—Lo mismo digo.
—Es una lástima que no podamos ser amigos. —Se reclina en mi
silla de cuero, con las manos apoyadas en su estómago—. Pero lo
entiendo. No quiero poner en peligro tu carrera ni nada de eso.
Simplemente extraño hablar contigo, eso es todo.
—También extraño hablar contigo.
Sus párpados revolotean, y me muestra una sonrisa soñolienta.
Levantándome, agarro una almohada y una manta del armario del pasillo
y convierto el sofá en una cama. Le dejaría el cuarto de invitados, pero
tener ese piso extra entre nosotros parece más seguro esta noche.
—Aquí. —La ayudo a llegar al sofá, manteniéndola alejada mientras
se pone cómoda.
Extendiendo las mantas sobre su cuerpo, se acerca a mí, con su
mano apoyada en la mía.
—Gracias. Si no abrías la puerta esta noche, probablemente iba a
dormir en el parque.
Lo dice como si no fuera gran cosa, como si lo hubiera hecho cientos
de veces antes. 118
—No tienes miedo —afirmo—. Eso no siempre es algo bueno.
Halston deja que su mano caiga de la mía antes de rodar de su lado.
—Ya lo sé.
En segundos está dormida, y apago la lámpara que está junto a ella.
Cada vez que cerré los ojos esta semana, la vi. Cada momento de
vigilia de cada hora de cada día, pensé en ella. Y ahora que está aquí, en
mi casa, necesito todo lo que tengo para alejarme, cuando todo lo que
quiero hacer es quedarme toda la noche a su lado, devorando libros,
leyéndonos nuestras líneas favoritas hasta que cedamos a lo inevitable.
Pero lo inevitable no puede suceder.
No lo permitiré.

Se ha ido antes de que salga el sol, con su manta cuidadosamente


doblada al final del sofá y una nota garabateada dejada en la mesa de café.
Kerouac,
Eres un buen hombre, tal vez el mejor que he conocido.
Un abrazo,
Absinthe
PD: “¿Sabes? Me encanta dormir. Mi vida tiende a desmoronarse
cuando estoy despierto” - Ernest Hemingway
PPS: Ese abrazo es amigable y “apropiado”

Doblo el papel por la mitad y lo presiono entre las páginas de


“Goodbye, Columbus” de Philip Roth.
Si las cosas fueran diferentes, podría ser mía.
Y podríamos ser felices.

119
Halston
M
i corazón late en mis oídos mientras me dirijo a Química II.
Llevo todo el día temiendo el cuarto periodo, sabiendo que
tendré que pasar noventa minutos al lado de Thane
Bennett, idiota extraordinario.
Intentó llamarme el sábado. Me envió un mensaje el domingo.
Lo ignoré todo el fin de semana.
Al entrar en clase, siento sus ojos sobre mí. Estoy a segundos de 120
pedirle a Caldwell un nuevo compañero de laboratorio cuando un sustituto
toma el escritorio de adelante.
Mierda.
Cuando encuentro mi asiento, saco mi bolígrafo y mi cuaderno de mi
bolso y miro al frente.
—¿Así que vas a seguir ignorándome? —Thane rompe el silencio con
una pregunta estúpida.
—Ajá.
—Lo siento. Lo arruiné —susurra, inclinándose hacia delante. Su
colonia invade mi espacio, pero en secreto me gusta el olor, así que no digo
nada—. Me gustas. Y esperaré. Esperaré tanto tiempo como quieras.
Mete la mano debajo del escritorio, sus dedos se entrelazan con los
míos.
—¿Al menos pensarás en ello? —insiste.
El sustituto escribe su nombre en la pizarra, y me concentro en la
tinta roja y su terrible letra. Thane me deja sola durante los siguientes
cuarenta y cinco minutos, pero cuando suena la campana de la mitad del
periodo y el sustituto nos dice que tomemos cinco minutos de descanso,
me sigue hasta el pasillo.
—¿Qué estás haciendo? —le pregunto, parando brevemente fuera del
salón de clases.
—Pensé que podríamos hablar un minuto.
—No hay nada de lo que hablar. —Cruzo los brazos.
Su mano se arrastra por su mandíbula, y lleva una expresión triste y
patética que por desgracia casi me hace sentir lástima por él.
—Me pasé todo el fin de semana pensando en cómo lo había
arruinado —confiesa—. Me quedé en casa. No salí. Solo me quedé
acostado, pensando en ti.
—Suena como si hubieras desperdiciado un fin de semana
perfectamente bueno.
—Hablo en serio, Halston. Dame otra oportunidad y no lo arruinaré
esta vez.
Mis labios se separan, y estoy a segundos de darle un rotundo “no”
cuando Kerouac llega a la esquina.
—¿La está molestando este estudiante, señorita Kessler? —pregunta,
con la mandíbula tensa.
Poniendo los ojos en blanco, sacudo la cabeza.
—Solo estamos hablando. 121
Él mira a Thane, midiéndolo y menospreciándolo. No le di ningún
detalle el viernes por la noche aparte de decirle que Thane quería follarme,
pero está claro que eso le sentó mal a Kerouac.
—Está bien. Ya puedes irte —le digo, ahuyentándolo.
Su cabeza se encoge, los ojos se estrechan en mi dirección esta vez.
—Señorita Kessler, soy su director, y me hablará con respeto en mi
escuela.
Mis cejas se alzan. No sé si está bromeando, así que me río hasta
que su mandíbula se flexiona y sus fosas nasales se inflaman.
Los pasillos se vacían justo cuando suena la campana del retraso.
—Deberíamos volver —comenta Thane, alcanzando mi mano.
—Necesito hablar con la señorita Kessler. —La voz de Kerouac es
severa pero imposiblemente sexy. Me pregunto si tiene alguna idea de lo
mucho que me está excitando ahora mismo.
Tan pronto como Thane se aleja lo suficiente para no oírme, le
susurro:
—Es muy difícil tomarte en serio cuando me hablas así.
—¿Hablarte de qué manera? ¿De la forma en que le hablaría a
cualquier otro estudiante de esta escuela? —pregunta—. Realmente espero
que no esperes un trato preferencial.
—He aprendido a no esperar nunca nada de nadie —respondo.
Su expresión se suaviza.
—¿Te estaba molestando?
—No. En realidad se estaba disculpando.
La cara de Kerouac se endurece, como si fuera algo malo que Thane
se disculpara.
—Ten cuidado.
—Gracias, papá —contesto con voz lenta y desgarbada.
—Y no me llames así. No soy lo suficientemente mayor para ser tu
padre. —Suelta un aliento pesado como si lo frustrara—. La salud
emocional y el bienestar de mis alumnos es una de mis prioridades como
director.
—¿Así que estás involucrado en todas las relaciones de la
secundaria Rosefield? ¿Asegurándote de que nadie salga herido y que
todos vivan felices para siempre?
Sara Bliss, la notoriamente tonta profesora de arte de Rosefield, nos 122
pasa por el pasillo, sonriendo cuando ve a Kerouac y casi tropieza con sus
descoloridas nalgas.
—Vuelva a la clase, señorita Kessler —ordena, observando con los
brazos cruzados mientras me alejo.
Se preocupa por mí.
Y le gusto.
No lo admitirá, ni siquiera a sí mismo.
Pero yo lo sé.

—Antes de que lo olvide —comenta el tío Vic en la cena de esa


noche—. Me encontré con Ford Hawthorne antes. Lo invité a cenar este
viernes.
Casi me ahogo con mi puré de patatas antes de agarrar mi vaso de
agua.
—¡Maravilloso! Me encantaría conocerlo por fin. Bree habla tanto de
él que siento que ya lo conozco, pero me muero por poner una cara con ese
nombre. —La tía Tab revolotea por ahí. Hará cualquier cosa por tener la
oportunidad de ser anfitriona.
—Tengo una cita esa noche —informo.
La atención de Bree cae sobre mí, aunque no dice nada.
—¿Sigues viendo a ese chico Bennett? —pregunta Tab—. Parece muy
agradable. Nos encantaría conocerlo alguna vez. ¡Deberías traerlo a cenar!
Podrían comer aquí y después, tener su pequeña cita.
Quiero decir, aún no había decidido si lo iba a perdonar, pero no
estoy de humor para explicar las complejidades de la semana pasada a mis
tíos con un plato de quiche Lorraine.
—Es una gran idea —concuerda Vic—. Bree, estás muy callada.
—Me duele la cabeza. ¿Me disculpan, por favor? —pregunta,
monótona.
—Por supuesto, cariño. —Tab coloca su mano sobre la de Bree.
Yo también he terminado, así que me disculpo, pero cuando doblo la
esquina por la puerta principal Bree está de pie al final de las escaleras,
con los brazos cruzados.
—Te vi llegar a casa el sábado por la mañana —informa, con los 123
labios fruncidos como la imbécil que es.
—¿Y qué?
—No venías de casa de Emily. Venías de una dirección diferente.
—¿Y?
Resopla.
—Mentiste sobre dónde estabas esa noche.
—Tú mientes sobre mierda todo el tiempo. —Apunto a su pecho—.
Toda la situación de tu maldito sostén es una mentira.
Se cubre el pecho, con la mandíbula colgando, y paso a su lado,
yendo a mi habitación, pero me sigue.
—Voy a averiguar lo que estás haciendo.
—¿Eso es una amenaza? —pregunto, manteniendo mi voz baja—.
Porque no quieres ir allí conmigo. —Dando un paso atrás, sonrío—.
Espera, esto es sobre Thane. Estás celosa.
Claro.
—No, no lo estoy —responde, con la barbilla levantada.
—Estás muy celosa. —Riéndome, sacudo la cabeza—. No compensa
del todo el dinero que me robaste, pero es algo reivindicativo.
—Thane dejó de gustarme hace años, cuando salió con una de mis
mejores amigas. No nos metemos con los novios de las demás en mi grupo.
—Su nariz se levanta en el aire.
—¿Mejor amiga? ¿Una de esas chicas a las que sigues como un
cachorro perdido porque no tienes amigos de verdad ya que eres una
aburrida farsante con la que nadie quiere salir?
—Tengo amigos —alega, con sus palabras en staccato4 y bruscas,
como si también intentara convencerse a sí misma.
—¿Cómo es que nunca sales con ellos fuera de la cafetería? ¿Por qué
no te llaman los fines de semana?
Sus ojos se humedecen y sus delgados labios tiemblan. Por un
instante, veo a Bree como un ser humano con sentimientos y no como una
hija humanoide de Stepford con un corazón negro como el carbón.
—Eres una perra —exclama, secándose las lágrimas con el dorso de
la mano—. Te odio.
—Por una vez tenemos algo en común.
—¡Desearía que te fueras! —Bree corre a su habitación, dando un
portazo. 124
No tengo la oportunidad de decirle que el dinero que robó me
ayudaría a irme a voluntad, pero eso no es ni aquí ni allá.
Caminando hacia mi habitación, cierro la puerta con llave y saco mi
teléfono del cargador.
Extraño hablar con Kerouac.
Por un capricho, reinstalo la aplicación de Karma y lo desbloqueo
para ver si todavía está por aquí. Su perfil sigue ahí y la aplicación me dice
que no ha estado activo en cuatro semanas... desde la última vez que
hablamos por teléfono.
Me instalo en mi cama y escribo un mensaje:

Para: Kerouac@karma.com
De: Absinthe@karma.com
Asunto: Oh, tú.

4 Staccato: Se emplea en la notación musical, generalmente por medio de un

punto o una v pequeña sobre la nota, para indicar que determinada nota ha de sonar
acortada, de manera que quede claramente separada de la siguiente, y con mayor
intensidad; implica asimismo un ligero acento
Hora: 6:35 pm
Mensaje: El tío Vic dice que te invitó a cenar el viernes. Entonces mi
tía sugirió que lo hiciéramos importante y trajera a Thane porque todos
tienen la impresión de que seguimos saliendo. No sé por qué te estoy
diciendo esto. Supongo que pensé que tal vez te gustaría. Sé que no te
gusta, y ahora te sentarás frente a nosotros en la cena a finales de semana
mientras nos tomamos de la mano y jugamos con los pies. Es una broma.
No hago esa mierda. Pero no creas que no te miraré a los ojos cada vez que
pueda. De acuerdo, también estoy bromeando sobre eso. Algo así. Sabes
que me gusta bromear. En fin. Ni siquiera sé si aún recibes notificaciones
de esta estúpida aplicación. Por lo que sé, estoy hablando con aire muerto.

Para: Absinthe@karma.com
De: Kerouac@karma.com
Asunto: Re: Oh, tú.
Hora: 6:38 pm
Mensaje: Realmente no me gusta ese tipo.

Me río a carcajadas, mi estómago revoloteando cuando leo su correo


electrónico. 125

Para: Kerouac@karma.com
De: Absinthe@karma.com
Asunto: Re: re: Oh, tú.
Hora: 6:41 pm
Mensaje: Sé que no. A mí tampoco. Solo lo estoy usando para hacer
enojar a Bree. No tengo intenciones de acostarme con él, si eso te hace
sentir mejor. Los chicos usan a las chicas para cosas peores que eso todo
el tiempo, así que me imagino que está bien.

Para: Absinthe@karma.com
De: Kerouac@karma.com
Asunto: Re: re: re: Oh, tú.
Hora: 6:43 pm
Mensaje: Eres mejor que eso. No estoy seguro de por qué estás
perdiendo el tiempo.
Para: Kerouac@karma.com
De: Absinthe@karma.com
Asunto: Re: re: re: re: Oh, tú.
Hora: 6:45 pm
Mensaje: ¿Hay alguna razón por la que tus respuestas solamente
son una o dos frases? Sabes que esta aplicación es 100% anónima. No hay
manera de que nuestras conversaciones puedan ser rastreadas hasta
nosotros.

Para: Absinthe@karma.com
De: Kerouac@karma.com
Asunto: Re: re: re: re: re: Oh, tú.
Hora: 6:46 pm
Mensaje: Soy muy consciente de eso. Pero no deberíamos estar
conversando en absoluto.

Para: Kerouac@karma.com 126


De: Absinthe@karma.com
Asunto: Re: re: re: re: re: re: Oh, tú.
Hora: 6:47 pm
Mensaje: ¡Entonces deja de responder!

Me muerdo la uña del pulgar, mis labios se extienden con una


sonrisa de un kilómetro de ancho mientras espero su respuesta.
Pero nunca llega.
No pasa nada. Tuve mi dosis de Kerouac por esta noche.
Ford
—T
ienes algo... justo aquí. —Apunto a mi boca, luego a la
de Sara Bliss mientras almorzamos en la sala de
maestros.
Ella se ríe, frotando sus labios fucsias con una servilleta. No la invité
a sentarse conmigo, pero éramos los únicos almorzando aquí a las dos y
media de la tarde, y hubiera sido raro sentarnos en mesas diferentes.
—¿Qué piensas de la escuela hasta ahora? —interroga, arrastrando
su tenedor alrededor del blando y frio plato principal que está picoteando. 127
Hay una mancha de algo en sus manos, tiza o quizás crayones o pintura—
. ¿Te gusta?
—Sí. —Destapo mi agua, mirando el reloj. En veinticinco minutos,
sonará la última capana. No he visto a Halston en todo el día,
aparentemente nuestros caminos nos llevan en diferentes direcciones.
El silencio entre nosotros es incómodo y sofocante, y todavía me
queda medio sándwich por terminar.
—¿Has leído algún buen libro últimamente? —pregunto un minuto
después.
Sara sonríe, con los ojos arrugados mientras mastica rápidamente
su bocado.
—No soy muy buena lectora. Lo siento.
Si fuera un hombre solitario, buscando compañía y algo de sexo
decente de forma regular, fácilmente podría atrapar a Sara Bliss. Es una
maestra de arte de espíritu libre, de veintitantos años, que probablemente
tiene una casa desordenada y no tiene ni reloj ni calendario. Es atractiva
como Tinkerbell, del tamaño de un duende y con buenas características.
Pero es aburrida. No lee. Se guarda sus opiniones para sí misma. Sonríe
demasiado.
Y no es Halston.
Sara termina su comida, que olía mucho mejor de lo que parecía, y
se lava las manos en el fregadero.
—¡Oh! Iba a preguntarte si querías ser chaperón del baile de
bienvenida el próximo fin de semana. Se suponía que iba a hacerlo con
Connie Seltzer pero ella lo rechazo, así que necesito un reemplazo. Si no
quieres, no te preocupes.
Deslizando mis labios juntos, lo considero por un momento,
sopesando mis opciones. Lo más probable es que Halston vaya con Thane,
al menos si su intención realmente es poner celosa a su prima. Y si ese es
el caso, debería estar allí para asegurarme de que no la toque.
—Simplemente llámame mañana o algo así si quieres pensarlo. —
Sara se pone nerviosa antes de dirigirse a la puerta.
—Lo haré.
—¿En serio? —Su expresión se ilumina—. Genial. Será divertido. Te
gustará.
Dudo que me guste.
Solo voy por la paz mental.

128
Halston
K
erouac se sienta frente a mí, con Bree a su izquierda. Ella
está en el cielo ahora mismo, encontrando imposible quitar
esa sonrisa comemierda de su cara. Estoy segura de que, en
su retorcida mente, está fingiendo que él está aquí con ella. Que están
juntos.
Pero como sea.
Ella no mira a Thane.
129
Es como si no le importara nada que él esté allí, lo cual es realmente
extraño. He estado pensando en este momento todo el día, prácticamente
disfrutando de lo bien que se sentiría si le restregara a Thane en la cara.
¿Tal vez ella ya lo superó?
Kerouac y el tío Vic son los que más hablan, la tía Tab asiente y
murmura de vez en cuando entre el ir y venir de la cocina para sacar el
siguiente plato.
Cuando terminamos el postre, la famosa crème brulee de mi tía, los
botones de mis vaqueros amenaza con reventar, y me pregunto si alguien
notaría si desaparezco por un tiempo y me transformo en otra cosa.
—Esto fue increíble, señora Abbott. Gracias. —Thane acaricia sus
marcados abdominales—. Señor Abbott, gracias por recibirme.
—De nada, cariño —responde Tab, sonriendo con cada rasgo de su
cara—. Ford, ¿estaba todo bien?
—Absolutamente. No puedo recordar la última vez que comí así —
asegura, con la mirada fija en la mía. Mi mente se dirige a una oscura y
sucia alcantarilla durante medio segundo, imaginando su lengua entre mis
muslos mientras me devora.
Thane desliza su mano en la mía, parándose y levantándome.
—Nuestra película comienza en media hora. Probablemente
deberíamos irnos.
Sigo a Thane hasta el vestíbulo, se apoya en la barandilla de la
escalera mientras se pone los zapatos, y cuando termina, se levanta,
pavoneándose hacia mí y colocando sus manos en mis caderas.
—Me alegra que hayas decidido darme otra oportunidad —susurra
antes de que su boca roce la mía. Me sostiene la mejilla, presionando sus
labios con más fuerza sobre los míos antes de deslizar su lengua. Cierro
los ojos, fingiendo que no es a Thane a quien estoy besando en este
momento.
El aclaramiento de la garganta nos saca del momento, y gracias a
Dios por eso. Girando, veo a Kerouac de pie en la puerta, con las llaves en
la mano.
—No se preocupen por mí. —Su tono es de disgusto, y dirige su
atención hacia mí, su mirada dura e implacable con un indicio de algo
totalmente distinto en su mirada. ¿Celos? ¿Resentimiento?
Pasando a nuestro lado, agarra la manilla de la puerta y sale.
—¿Estás lista? —Sin darse cuenta, Thane revisa su teléfono,
enviando un mensaje rápido a Dios sabe quién. Siempre está enviando
mensajes. No me suele importar.
—Sí —respondo. Desde dentro, veo a Kerouac caminando por la
130
entrada, dirigiéndose a casa.
Preferiría estar con él esta noche.
Solo espero que lo sepa.

Absinthe: Hola, ¿estás ahí?


Kerouac: ¿No se supone que deberías estar en el cine?
Absinthe: Sí. Escondida en el baño. Me llevó a un lío caliente de CGI
que no tiene absolutamente ningún argumento y un diálogo terrible. Me
estoy muriendo. SOS.
Kerouac: Hiciste tu cama.
Absinthe: ¿Así que no sientes lástima por mí?
Kerouac: No.
Absinthe: :(
Kerouac: Deberías volver a tu película.
Absinthe: Lo sé. Pero prefiero hablar contigo. Nota al margen: He
decidido que mi tipo son los intelectuales muy atractivos y obsesionados con
la literatura.
Kerouac: ¿Cómo yo?
Absinthe: ¡No! Como yo.
Absinthe: Básicamente estoy buscando una versión masculina de mí.
La que encontré no corresponde a mis sentimientos, así que...
Kerouac: Sé lo que estás haciendo. Detente.
Absinthe: Lo has visto todo, ¿eh?
Kerouac: Solo porque esté charlando contigo no significa que vaya a
hacerte una excepción a mi regla.
Absinthe: Vi la forma en que nos miraste antes... cuando lo viste
besarme en el vestíbulo. Te molestó.
Kerouac: ¿Tu punto?
Absinthe: Todo el tiempo que me besaba, deseaba que fueras tú.
Pensé que deberías saberlo.
Kerouac: Vuelve a tu película.
131
Kerouac se ha desconectado.
Ford
—V
aya. Me sorprende que hayas respondido. Iba a
dejarte un mensaje. ¿Por qué estás despierto tan
tarde? —La voz de Nicolette tiene un tono de risa a
través del receptor justo después de las once de la noche del viernes.
—¿Qué hago despierto hasta tarde? Eres tú la que tiene un niño de
cinco años que se despierta antes que el sol.
—Sabes que tengo insomnio. Como sea, revisa tu correo electrónico.
132
—¿Por qué? —pregunto.
—Te envié un artículo.
Agarrando mi computadora portátil de la mesa de café, abro la tapa
y busco mi correo electrónico. Un momento después se carga, y clasifico
docenas de mensajes basura para encontrar el que tiene su nombre.
—¿Esto me va a molestar? —pregunto antes de hacer clic en el
enlace.
—Sí.
Gruñendo, toco el ratón y analizo un artículo detallando el reciente
éxito de nuestro hermanastro, Mason Foster. Según el artículo, su
compañía tecnológica comenzó cuando su madre le regaló diez millones de
dólares, del dinero de mi padre, y en los últimos cinco años ha creado una
empresa de software, un universo de aplicaciones de juegos muy populares
y una red social prometedora; la última de las cuales vendió a Facebook
por más de dos mil millones de dólares.
—¿Ya terminaste de leer? —pregunta.
Veo rojo. No se trata del dinero, me va bien sin él. Se trata del
bastardo indigno y su conspiradora madre.
Hay una foto de Mason, encaramado en el borde de un escritorio en
vaqueros y una chaqueta, en su oficina con vistas a Silicon Valley
mientras lleva una sonrisa petulante. Pero está sentado en un trono
construido por el tiempo, dinero y dedicación de mis padres. No se ganó
nada de esto.
—Maldición, lo odio —murmura Nicolette.
—No tanto como yo. —Presiono mi teléfono contra mi pecho cuando
escucho un débil golpe en la puerta—. Te llamaré luego.
Al terminar la llamada, miro por la ventana junto a la puerta
principal y veo la silueta de una joven mujer de pie en la oscuridad.
Abriendo la puerta, exhalo.
—¿Por qué?
Sus labios llenos se doblan.
—No es exactamente la reacción que esperaba.
Enganchando su brazo con mi mano, la meto antes de que alguien la
vea.
—¿No se supone que deberías estar en tu cita?
Los ojos de Halston se ponen en blanco y hace un sonido de náusea.
—Estaba a punto de morir de lo jodidamente aburrida que era. Hice 133
que me dejara temprano. Le dije que mi toque de queda era a las once,
pero en realidad es medianoche. Ahora tengo una hora que matar.
—Tienes que dejar de hacer esto. —Descanso mis manos en mis
caderas, sacudiendo la cabeza antes de soltar una respiración profunda.
Todo lo que sigo viendo es esa foto de Mason, sobre su escritorio como un
hombre trabajador que empezó desde abajo. Y, cuando la miro, todo lo que
veo es mi futuro cayendo en llamas porque no quiero nada más que sentir
su cuerpo desnudo sobre el mío, sus caderas restregándose sobre mi polla,
sus pechos llenos rebotando con cada empuje mientras su boca encuentra
la mía en la oscuridad—. No puedes seguir viniendo así.
—Bien, esta es la segunda vez. En total. Y no tienes nada de qué
preocuparte. Tab y Vic están dormidos. Bree está cuidando a la familia de
un médico durante la noche, y cuando me vaya me escabulliré por la
puerta de atrás.
Sonríe, se acerca a mí y claramente no se lo toma en serio.
—Tienes que relajarte —agrega, mirando mi carrito de licores en la
esquina—. Déjame prepararte un trago.
Antes de que tenga la oportunidad de detenerla, está vertiendo dos
dedos de whisky en un vaso de cristal. Me siento en medio del sofá, me
froto los ojos y echo la cabeza hacia atrás.
—Aquí tienes. —Me da un golpecito en la rodilla.
Cuando abro los ojos, la encuentro de rodillas entre mis piernas,
sosteniendo un vaso de licor con una sonrisa en su jodida boca. Mi polla
palpita, hinchándose contra mis vaqueros.
—Tienes que irte —insisto—. Antes de hacer algo de lo que me
arrepentiré el resto de mi vida.
La expresión de Halston se desvanece.
—¿Qué he hecho? Todo lo que hice fue prepararte un trago. ¿Ahora
me estás echando?
—No eres tú.
—Por supuesto que sí. —Se levanta—. Dios, soy una idiota.
—¿De qué estás hablando?
—Pensé que teníamos una conexión real. —Agarra su bolso del suelo
junto a la puerta principal, y lo lanza sobre su hombro—. Y pensé que tal
vez eras diferente, que teníamos algo genuino. Pero ahora que sabes que
no puedes follarme solo quieres alejarte. Así que bien. Lo entiendo. Te
dejaré en paz de ahora en adelante.
La idea de verla salir por la puerta y no volver a hablar con ella, verla
desfilando por los pasillos del colegio con ese novio polla de lápiz, causa un
fuego por mis venas como nunca había sentido. 134
Esta mujer, esta joven, es todo lo que nunca supe que quería en otra
persona, todo lo que nunca supe que era posible tener.
Y la quiero.
La deseo tanto que es irreal.
—Halston. —Me acerco a ella con pasos firmes y confiados—. Te
equivocas en todo.
Pone los ojos en blanco.
—Eres todo palabrería, Kerouac. Es todo lo que has sido y todo lo
que serás. Ahora lo sé.
Al sujetarle la cara, me doy cuenta de que es la primera vez que la
he tocado, realmente tocado. Dejo que mi palma se quede ahí, con mi
pulgar corriendo sobre sus acolchados labios.
—Daría cualquier cosa por besarte ahora mismo —confieso, mi voz
un susurro de remordimiento. Mi corazón late a un ritmo peligroso, la
distancia entre nuestras bocas se cierra.
Pero no la besaré.
No puedo.
Sus ojos verdes están perdidos en los míos, aguantando lo que
parece una eternidad. Su aroma llena el espacio entre nosotros, suave y
salvaje al mismo tiempo. Estoy a segundos de decirle que la esperaré, que
habrá un día en que podamos estar juntos, cuando su boca roza la mía.
Halston me besa, presionando sus labios contra los míos con más
fuerza, deslizando sus brazos sobre mis hombros y poniéndose de
puntillas. Por un breve momento me pierdo, disfrutando de este beso como
si fuera el único que ha importado en mi vida.
Y luego la aparto.
—¿Por qué demonios hiciste eso? —Estoy hirviendo, con la
mandíbula tensa y los hombros subiendo y bajando con cada respiración.
—¿Qué... qué? —Está en algún lugar entre reír y llorar mientras
flota de vuelta a la tierra.
—Esto es malo. Esto es realmente malo. —Camino por el salón antes
de parar en el centro, masajeándome las sienes y negándome a mirarla.
—Kerouac —me llama—. Estás exagerando. Solo fue un beso.
Girándome hacia ella, sacudo la cabeza, con los labios apretados en
una línea dura.
—No lo entiendes. Podría perder mi trabajo por esto.
—Nadie lo sabrá. —Sus ojos se abren de par en par—. Me lo llevaré a 135
la tumba.
—Eso dices ahora. —Sacudo la cabeza antes de arrastrar la mano
por mi mejilla—. Un día podría hacerte enojar y...
—Dios, no. Nunca haría eso. —Se acerca a mí con cautela al
principio, y luego corre a mi lado, poniendo su mano en mi pecho. La quito
con un golpe—. Yo no soy así. No soy así. Nunca lo haría.
—No deberías haber hecho eso.
Se encoge de hombros.
—De acuerdo, bien. Lo siento. Pero tu mano estaba en mi mejilla y
estábamos muy cerca. Pensé... pensé que era lo que querías.
Puedo ver cómo se habría confundido, como la pasión y la lujuria
gratuita la habrían superado en ese momento.
—No tienes ni idea de la suerte que tienes de que me haya detenido
—le digo.
—Qué gracioso. Siento exactamente lo contrario.
—No deberías venir más aquí —le pido, aunque me rompe el
corazón. Si sigue viniendo así, vamos a seguir eludiendo la línea. Y uno de
estos días vamos a cruzarla. Y una vez que se cruce nunca podremos
volver atrás.
Sus ojos esmeralda brillan con lágrimas, e imagino que no está
acostumbrada a llorar por nada. Es dura, intrépida, con una piel gruesa y
un espíritu resistente.
Pero puede que la haya roto.
—Deberías irte ahora.
Lo hace.
Y, en el momento en que se va, es como si alguien me hubiera hecho
un agujero del tamaño de un cañón en el pecho, pesado y abierto. Me
siento en mi silla, mirando a la ventana y viendo su sombra moverse por el
patio en la oscuridad, sus brazos cruzados sobre su pecho y su barbilla
hundida.
El sabor dulce a bayas de su boca llena persiste en la mía, su sabor
se vuelve amargo en el momento en que me niego a permitir disfrutarlo un
segundo más. Nunca debí haberme puesto en esa posición, tan cerca.
Lo sabía.
Y, mientras cada parte de mi cuerpo anhela el suyo con una
intensidad vigorosa, sé que, en el fondo, hice lo correcto.
136
Halston
—¿C hicas? ¿Están listas? ¡Sus citas están aquí! —La tía
Tabitha nos llama desde el final de las escaleras, y
me doy una última mirada en el espejo de cuerpo
entero en la parte de atrás de la puerta de mi baño.
No quería ir al baile, pero Thane me convenció y cuando Bree
consiguió una cita milagrosamente, sus padres insistieron en que
fuéramos en grupo. Además, concentrar mi tiempo y energía en este baile
estudiantil toda la semana me ha ayudado a olvidarme de Kerouac... en 137
cierto modo.
No ayuda que lo vea todos los días, varias veces al día en la escuela,
pero últimamente he estado aprendiendo su horario y tomando rutas
alternas a la clase, variándolo a veces para estar segura de no tener que
verlo.
Bree llama a mi puerta.
—Vamos. Están esperando.
Esta noche tenemos que fingir que nos gustamos, pero espero que
después de la cena y un poco de tiempo en el baile, no tenga que verla el
resto de la noche. Vic y Tab nos dieron un toque de queda a las doce y
media, y el hermano mayor de Thane nos alquiló un piso de hotel en el
Embassy Suites en el centro de Rosefield. Thane fue elegido rey del baile
de bienvenida ayer por la tarde, y anoche los Tigres de Rosefield ganaron
su partido contra los inigualables Cardenales de Cherry Dale, así que
todos esperan que Thane esté allí. Prometió que haríamos una aparición y
luego nos iríamos.
—Sí —grito—. Un segundo.
Rozo mi palma a lo largo de una onda planchada. Tabitha insistió en
que nos peináramos en su salón de belleza hoy. Mientras que mi cabello se
ve suave, rebosante y bien peinado, está duro como una roca y cubierto de
laca.
Un corpiño de lentejuelas doradas abraza mi cintura y levanta mis
pechos, y la falda de tul melocotón termina justo encima de mis rodillas.
Parezco la Barbie Peaches N cream5.
Me veo exactamente como el tipo de chica que va a la fiesta de
bienvenida con Thane Bennett.
El chillido de mis tíos abajo me dice que Bree bajó sin mí, lo cual
está bien. Agarrando mi bolso de lentejuelas a juego, bajo las escaleras.
Nadie le da importancia a mi entrada... excepto Thane. Se le ilumina
la cara mientras está de pie en su traje, sosteniendo un ramillete en una
caja de plástico y llevando la sonrisa más grande que he visto nunca.
—Halston —exclama, con las cejas levantadas—. Te ves hermosa.
Agito mi mano, quitándole importancia.
—Cualquiera se vería hermosa con mucho cabello, maquillaje y un
vestido que brilla como la cima del edificio Chrysler.
—No seas tan modesta, te ves increíble —comenta la tía Tabitha, y
puede que sea el primer cumplido que me hace.
Mirando por la ventana delantera, veo una limusina negra en la 138
entrada, y un hombre con esmoquin negro y guantes blancos de conducir
junto a la puerta del pasajero.
—Las reservas para la cena son a las siete en Maestro's Little Italy,
pero quieren que lleguemos diez minutos antes —informa Bree. Déjala ser
la mamá gallina del grupo esta noche, aunque yo no esperaría nada
menos—. Tengo nuestros boletos en mi bolso. También tengo chicle y un
cargador de teléfono por si alguien lo necesita.
Pongo los ojos en blanco cuando nadie mira, uno mi brazo al de
Thane y lo llevo hacia la puerta.
—No, no, espera —pide la tía Tab—. Quiero tomar algunas fotos. Y
tienen que hacer lo de las flores.
Exhalando, me giro hacia el grupo y sufro a través de no menos de
cien instantáneas, sonriendo, posando y pretendiendo deleitarme sobre la
rosa rosa y el ramillete de aliento de bebé que Thane eligió para mí. Para
cuando terminamos, mis mejillas están estiradas y me duele la mandíbula.
Esta puede ser la noche más larga de mi vida.
Pero la superaré.

5 Muñeca perteneciente a la colección “mi muñeca Barbie favorita” famosa por su

vestido color melocotón, su estola y su diseño opulento.


Siempre lo hago.

139
Ford
—S
iempre me ha encantado el baile de bienvenida. —
Sara Bliss junta sus manos, mirando como los
estudiantes comienzan a llenar el gimnasio. La
música sale de los altavoces, una mezcla de canciones, algunas nuevas y
desconocidas, otras nostálgicas—. Hay algo mágico en el aire. El clima es
fresco, las hojas están cambiando. Todos están emocionados por un nuevo
año escolar.
Su pequeña charla es como una astilla, abriéndose camino debajo de 140
mi piel.
—Fui la reina del baile de bienvenida en mi último año, lo creas o no,
—informa, inclinándose más cerca y golpeándome con su hombro. Si está
tratando de impresionarme, está perdiendo el tiempo.
A continuación, suena una canción de Black Eyed Peas y ella
comienza a bailar un pequeño baile extraño y tonto, y no sé si está
tratando de ser divertida y peculiar o si es así, pero no puedo apartar mis
ojos de la puerta.
En cualquier momento, Halston se acercará del brazo de Thane, y
aunque no tengo intenciones de avivar el fuego que tomó todo mi
autocontrol para apagar el fin de semana pasado, quiero asegurarme de
que ella está bien.
Halston me evitó toda la semana.
Me veía y caminaba hacia el otro lado.
Claramente, la lastimé, y aunque lo siento, hice lo que tenía que
hacer.
Si tan solo pudiera encontrar la oportunidad de decirle eso.
La canción cambia, algo lento y desconocido, y las parejas se filtran
hacia la pista de baile, abrazándose y tratando de fingir que sus momentos
son más encantadores que incómodos.
Odio decírselos, pero uno de estos días, apenas recordarán esta
noche. Todo lo que tendrán son sus publicaciones de Instagram filtradas
hasta la muerte y los Snap Chats guardados
La multitud es más densa que hace un momento y los estudiantes
comienzan a moverse un poco.
—Elvis ha entrado en el edificio —anuncia Sara.
Mirando a través del gimnasio, al mar de partes de estudiantes bien
vestidos y Thane Bennett pavoneándose, orgulloso como un pavo real, con
Halston Kessler a cuestas. Su corona descansa sobre su cabeza, ladeada
hacia un lado, y luce la sonrisa más orgullosa que jamás haya visto.
Todos lo vitorean, incluso Sara. Pero me quedo aquí, con los brazos
cruzados, observando cada uno de sus movimientos.
Juro que hay un halo alrededor de Halston. Ella irradia, su piel es
cálida y bronceada, su vestido brilla bajo las luces intermitentes. Él coloca
su mano en su cadera y la acerca hacia sí justo cuando la canción cambia,
y luego la besa.
Besa los labios más dulces que he conocido.
141
Y en este momento, estoy hundido.
Estar celoso de una chica de dieciocho años significa que
oficialmente he tocado fondo.
Me paro detrás de la mesa de los refrigerios y los vigilo,
asegurándome de que sus manos no viajen más abajo de lo que deberían
mientras observo con indiferencia cualquier señal que sugiera que Halston
preferiría estar en cualquier otro lugar menos aquí, con él.
Pero ella actúa como si yo no existiera, fingiendo no sentir mi
penetrante mirada desde el otro lado de la habitación.
Bailan otra canción antes de que los rodee una multitud de
musculosos jugadores de fútbol. Thane es el centro de atención como la
ropa de diseñados que viste, disfrutando de su momento. Los chicos como
él tienden a alcanzar su punto máximo en la secundaria, pero yo no seré
portador de malas noticias. Algún día se enterará. En el momento en que
deje Rosefield High, a nadie le importará un carajo la cantidad de récords
que haya hecho añicos o la cantidad de chicas que se folló antes de saber
siquiera cómo follar correctamente.
Halston se aleja de la multitud, dirigiéndose hacia el ponche... hacia
mí.
Nos miramos a los ojos y tengo una expresión solemne, aunque mi
corazón late con más fuerza con cada paso que la acerca. Cuando se para
al otro lado de la mesa, tal vez a medio metro de mí, quiero decirle lo
hermosa que se ve. Tan radiante y deslumbrante. Pero no puedo.
—Director Hawthorne —saluda, llenando su vaso—. No tenía idea de
que nos acompañaría esta noche.
No sé cómo responder con Sara a mi lado, pero sé lo que insinúa
Halston.
—Estoy reemplazando a alguien —respondo finalmente.
Ella toma un sorbo, mirándome a través de pestañas espesas y
oscuras.
—Bueno.
O no me cree o no le importa. No estoy seguro de cuál es peor.
—¿Está disfrutando esta noche, señorita Kessler? —le pregunto.
—¿No le gustaría saberlo? —Halston se demora un segundo y luego
se va, desapareciendo entre la multitud.
El DJ les pide al rey y a la reina que salgan a la pista de baile
mientras él toca un popurrí pop espantoso, y en el segundo en que
termina, veo a Thane y Halston saliendo por la puerta lateral.
142
Apenas son las nueve. Ni siquiera estuvieron aquí media hora.
Inspiro profundamente y fuerzo el aire a través de mis fosas nasales.
Cada músculo de mi cuerpo se contrae. No sé a dónde va ni cuáles son sus
intenciones con ella esta noche. No poder disuadirla me está matando.
—Uh, oh. Creo que veo una botella. —Sara me da unos golpecitos,
señalando a una chica con el cabello rojo salvaje y un vestido morado que
llega al suelo—. ¿Quieres encargarte de eso o quieres que lo haga yo?
Me muevo furioso, hago mi maldito trabajo.
Y en el segundo en que termina el baile y el último estudiante
abandona el edificio, me siento en mi auto y le envío un mensaje a
Halston. Me prometí que la dejaría en paz. Juré por mi vida que nunca
volvería a contactarla, pero en este caso, estoy realmente preocupado por
su seguridad. Dejar el baile temprano con el señor Popular solo puede
significar una cosa: el idiota con la punta de lápiz quiere emborracharla y
follarla.
No en mi turno.
Saco mi teléfono, toco el ícono de Karma y le envío un mensaje.
Kerouac: ¿A dónde fuiste?
Absinthe: ¿En serio?
Kerouac: Te fuiste después de veinte minutos. ¿Asumo que fuiste a
una fiesta?
Absinthe: ¡¿Qué rayos te pasa?!
Kerouac: ¿¿¿???
Absinthe: Me dices que te deje en paz. Me echaste de tu casa
después de que nos besamos. Me miraste como un maldito halcón en el
baile, lo que hizo que una velada ya desagradable fuera mucho más
desagradable, así que gracias por eso. ¡¿Y ahora me estás enviando
mensajes como si fuera asunto tuyo lo que estoy haciendo?!
Kerouac: El hecho de que no pueda estar contigo no significa que no
pueda preocuparme por ti.
Absinthe: Sí, lo hace. Eso es exactamente lo que significa. Ya no te
preocupes.
Kerouac: Estoy tratando de hacer lo correcto. Moralmente.
Éticamente. Profesionalmente.
Absinthe: Qué valiente.
Kerouac: Pienso en ti todo el tiempo. Me voy a la cama, estás en mi
mente. Me despierto, eres lo primero en lo que pienso. Verte por los pasillos
me vuelve loco porque lo único que quiero es tenerte para mí, que me
pertenezcas. Estás ahí, tan cerca, y no puedo acercarme a ti. Puede que no 143
pueda controlar mis pensamientos, pero puedo controlar mis acciones. No te
voy a tocar. No voy a cruzar esa línea.
Absinthe: Podrías haberme tomado, pero eres demasiado mierda.
Pensé que eras como yo, pero resulta que no eres más que un puto cobarde.
Kerouac: Soy un profesional, no un cobarde.
Absinthe: Eres un cobarde grande y gordo.
Kerouac: ¿Dónde estás ahora?
Absinthe: LOL
Kerouac: ¿Estás bebiendo?
Absinthe: Duh.
Absinthe: Y no te preocupes. Esta noche no iré a llamar a tu puerta.
Kerouac: Simplemente quiero asegurarme de que estés a salvo y de
que te lleven a casa.
Absinthe: Lo tengo cubierto. Soy un adulto responsable... lástima que
no me veas de esa manera.
Kerouac: Eso no es cierto. Pienso muy bien de ti. Y te veo como un
adulto, pero no como uno con el que pueda estar en este momento.
Absinthe: Estoy tan aburrida de esto. Suenas como un puto disco
rayado. ¿Y sabes cuál es la peor parte? Todavía iría a follarte si me lo
pidieras. Me iría ahora mismo.
Kerouac: No digas eso.
Absinthe: Es la verdad.
Absinthe: Y esa es la diferencia entre tú y yo... No le tengo miedo a la
verdad.
Absinthe: Quieres estar conmigo, Kerouac. Y te aterroriza. Y debido a
eso, perdiste la única oportunidad que tenías. La única oportunidad que
tendrás.
Absinthe: Tengo que irme.
Kerouac: Espera.
Absinthe se ha desconectado.

144
Halston
—O
h Dios mío. —La habitación del hotel está oscura
como la medianoche, las cortinas opacas están bien
cerradas con un toque de luz natural a su alrededor.
La sensación de las sábanas frías contra mi cuerpo desnudo mezclada con
el latido palpitante en mi cabeza no era exactamente como planeaba
despertarme esta mañana—. Thane. Despierta.
Está inconsciente, pero lo empujo hasta que comienza a moverse, y
cuando se acerca, tiene una sonrisa soñadora. 145
—Se suponía que me llevarías a casa anoche. —Envuelvo las
sábanas a mí alrededor, levantándome—. ¿Y dónde diablos está mi
vestido?
—Dijiste que era incómodo. Te lo quitaste. —Se sienta, hace clic en
la lámpara de la mesilla de noche y se pasa los dedos por el cabello
desordenado mientras me ve caminar por la habitación.
—No recuerdo haber dicho eso.
—Te emborrachaste —me informa sonriendo—. Nunca había visto a
una chica emborracharse así. No te enfermaste ni una vez. Nos quedamos
impactados.
Me pongo el vestido, pensando en la noche anterior. Todo lo que
recuerdo es dejar el baile, subir al auto del hermano de Thane y dirigirme
al hotel para festejar un poco.
—Al principio estabas marcando el ritmo, luego estabas afuera en tu
teléfono. Cuando regresaste, tomaste un par de tragos más de tequila y te
desmayaste.
No recuerdo nada de eso.
Se levanta de la cama y lo primero que noto es el hecho de que no
está completamente desnudo.
—No follamos. Solo para que sepas.
Gracias a Dios.
Aunque supongo que no lo sabría con seguridad.
—Tienes que llevarme a casa —le digo. Por algún milagro logro
encontrar mi teléfono enterrado bajo una montaña de latas de cerveza
vacías.
Doce llamadas pérdidas.
Todas del tío Vic, y todas desde la una de la mañana hasta hace tan
solo quince minutos.
Mierda. Mierda. Mierda.
Puede que no me haya acostado con Thane, pero sigo jodida.

El silencio de la casa cuando entro el domingo por la mañana envía


escalofríos por mis venas. No hay televisión tarareando de fondo. Ningún 146
tintineo o clamor procedente de la cocina. Ni una pizca de los rollos de
canela del domingo por la mañana de la tía Tab en el aire.
Deslizándome en el vestíbulo, alcanzo la barandilla de la escalera y
comienzo mi silencioso ascenso a mi habitación para poder cambiarme
este vestido rasposo.
—Halston —la voz del tío Vic retumba, resuena en el techo de dos
pisos y envía un estremecimiento rápido a través de mi cuerpo. Al
voltearme, lo veo de pie en el rellano inferior, con los brazos cruzados y la
boca apretada.
—Tío Vic. Lo siento mucho. Me quedé dormida y...
—Esto es completamente inaceptable. —No me da tiempo para
explicarme—. Confiamos en ti. Extendimos tu toque de queda. Te dimos la
oportunidad de demostrar que puedes ser respetuosa y responsable. Te
hemos abierto nuestra casa, Halston. Queremos verte triunfar y
convertirte en un miembro productivo de la sociedad. Lo último que
queremos es que termines como tus padres.
Aparto la mirada. No necesitaba involucrarlos en esto.
Nunca seré como ellos.
—Sabes, estaba muy orgulloso de ti el verano pasado cuando
empezaste a trabajar —agrega—. Y luego lo dejaste un día. Sin razón. —
Sacude la cabeza, pero si supiera…—. Y entonces empiezan las clases.
Consigues este nuevo novio —pronuncia novio como si fuera una mala
palabra—. Es como si eso fuera todo lo que te importa ahora. Salir los
fines de semana. Jugar con los chicos. Esto es exactamente lo que temía.
No soy ni la mitad de mala de lo que me hace parecer, aunque
supongo que si me está comparando con su prodigio virginal, Bree, saldré
pareciendo el mismísimo diablo.
—Lo siento —repito—. No volverá a pasar. Lo juro.
—Maldita sea, claro que no volverá a pasar. —Su rostro está rojo,
sus fosas nasales dilatadas mientras se acerca a mí. He visto a mi tío
ponerse nervioso por cosas en el pasado, pero nunca lo había visto así—.
Dame tu teléfono.
—¡¿Qué?!
—Y tu computadora. —Extiende su mano, mirando mi agarre fuerte.
—¿Por qué estás haciendo esto? —No es como si estuviera cruzando
una línea. Me dio el teléfono. Me compró la computadora. Tiene todo el
derecho a quitármelos.
—¿Cuál es la contraseña de tu teléfono? —pide.
Me congelo, incapaz de hablar. Si inicia sesión en mi teléfono, si
profundiza lo suficiente en todo lo que hago, encontrará mi actividad en 147
Karma. Todas esas oportunidades que tuve para borrar nuestras
conversaciones... nunca quise hacerlo porque me encantaba volver y
releerlas, especialmente en los días en que lo extrañaba.
—Tu contraseña, Halston. —Su voz es más fuerte esta vez. No tiene
paciencia y no hay ninguna posibilidad en el infierno de que se calme y
cambie de opinión en cualquier momento en el futuro inminente.
—Ocho, dos, nueve, seis, dos, ocho —susurro los números, es todo
lo que puedo hacer para obligarme a hablar.
—¿Y la contraseña de tu portátil?.
—Un adiós a las armas —respondo en voz baja, y agrego—: Una sola
palabra.
—Tráemela.
Girándome, doy los pasos, esperando mi momento. Y cuando llego a
mi habitación, cierro la puerta, abro la computadora portátil y arrastro la
aplicación Karma a la papelera. Si tengo suerte, meterá mi teléfono en un
cajón y no volverá a mirarlo nunca, y nadie sabrá sobre la saga de Kerouac
y Absinthe.
Envolviendo el cargador alrededor de la computadora, la llevo en mis
brazos y se lo entrego.
—¿Cuándo los recuperaré? —pregunto—. Tengo tarea para esta
semana.
—No los vas a recuperar, Halston —informa—. A dónde vas, no
necesitaras estas cosas.
—¿A dónde voy? —Entrecierro los ojos.
—Empaca tus cosas. Nos vamos a primera hora de la mañana.
—Espera. ¿Me estás echando porque llegué tarde a casa después del
baile? —Nunca le he hablado así a mi tío, pero esta vez no puedo mantener
la boca cerrada. Está exagerando.
—Es la culminación de varias cosas —comenta—. Hay un lugar que
está mejor equipado para tratar con chicas como tú.
—¿Chicas como yo? —Escupo sus palabras—. Tío Victor, soy tu
sobrina. No soy un alma descarriada, una niña problemática.
Exhala, e inclina la cabeza.
—Veo que vas por el mismo camino que tu madre a tu edad. Que me
condenen si dejo que te pase lo mismo a ti. Tienes futuro, Halston. Pero si
continúas por este camino, desafiando la autoridad y abandonando tus
responsabilidades y obligaciones... terminarás como ella.
—¿No me darás otra oportunidad?
148
—Te hemos estado dando oportunidades todo el año. —Niega con la
cabeza—. Eres de la familia y te amamos, pero tenerte aquí ha sido un
gran ajuste para todos.
Mi mandíbula cae.
—Me siento en mi habitación el noventa y nueve por ciento del
tiempo. No hago ningún sonido. Limpio mis cosas. Hago mis quehaceres.
Me estás haciendo parecer una especie de pagana, tío Vic, y no es justo.
Las fosas nasales de Vic se agitan y cuadra los hombros.
—No iba a decir nada. Se lo prometí a Bree.
—¿Qué? —Mis cejas se arquean. Oh Dios.
—Bree nos dijo que estabas trabajando en un restaurante para
adultos.
Esa puta traidora.
—No era un restaurante para adultos —digo entre comillas—. No de
la forma en que lo haces sonar.
—Sin mencionar las botellas de alcohol que Bree encontró debajo de
tu cama el mes pasado —agrega.
Mi mandíbula cae y bien podría golpear el suelo.
—¿Botellas de alcohol? Te está mintiendo, tío Vic. Está celosa y se
está inventando esto para...
Su mano se eleva en el aire, cortándome.
—Desde que viniste aquí, Bree ha venido a nosotros en varias
ocasiones para informarnos sobre artículos faltantes. Joyería. Ropa. Esa
clase de cosas. Hemos mantenido la boca cerrada porque sabíamos que
necesitabas nuestro apoyo para cambiar tu vida, pero ya es suficiente,
Halston.
—¡Esto no es justo! ¿Bree puede decir lo que quiera sobre mí y yo no
puedo defenderme? —Mi voz se reseca en mi garganta caliente—. ¿Vas a
creer en su palabra para esto?
—No tenemos ninguna razón para creer que ella se inventaría nada
de esto —anuncia—. Es una buena chica. Obtiene sobresalientes, hace lo
que le dicen. Nunca nos ha mentido.
Mi mano golpea mi boca y respiro por la nariz para no hiperventilar
mientras camino por el pequeño espacio en la parte superior de las
escaleras.
Esto no está sucediendo. Esto no está sucediendo. Esto no está
sucediendo.
—Se ha tomado la decisión. Tabitha y yo ya lo hemos decidido. Hice
la llamada telefónica a un antiguo colega mío esta mañana. —El tío Vic
149
respira con dificultad—. Terminarás tu último año en Welsh Academy en
Brightmore, New Hampshire. Es un reformatorio. Vivirás allí en los
dormitorios con una compañera de cuarto.
—¿Me vas a enviar a un internado? No, absolutamente no.
Simplemente... me retiraré y obtendré mi GED y...
—Si te niegas a terminar tu educación secundaria de la manera
adecuada, me temo que mi oferta de pagar tu matrícula no estará
disponible. —Su barbilla se eleva mientras mira por encima de la nariz.
Conozco esa mirada. Es a su manera o nada, y no tengo exactamente
ochenta de los grandes para pagar la universidad—. Ocho meses y luego
has terminado. Saldrás como una mejor persona, con más disciplina, más
respeto, más aplomo y gracia.
—No puedo creer que estés haciendo esto. —Me arden los ojos, pero
me niego a llorar—. Eres todo lo que tenía. Y me estás enviando lejos,
como si yo no fuera tu problema.
—Para empezar, nunca fuiste mi problema —dice—. Pero te acogí
porque eres familia. Y te amo. Sé que puede parecer duro, Halston, pero lo
hago por ti. Esto va a cambiar toda la trayectoria de tu vida. Y algún día
me lo agradecerás.
Ford
E
l domingo por la tarde el sudor corre en mi frente, los zapatos
golpean en el pavimento al avanzar, corriendo más rápido,
doblando la esquina de mi casa. Paso por la casa de los Abott,
disminuyendo la velocidad una vez que llego al pie del camino de entrada.
Desacelerando para recuperar el aliento, estiro los brazos detrás de la
cabeza antes de entrar.
Anoche no pude dormir.
Demonios, no pude funcionar esta mañana. 150
La carrera fue un último intento de hacer algo productivo con mi día,
pero nada de eso importa. Todo lo que sigo pensando es en cómo la perdí.
Y lo jodido que es pensar en ello de esa manera porque nunca fue mía en
primer lugar.
Cinco minutos más tarde, estoy parado inmóvil bajo el rocío de una
ducha fría, el agua dura e implacable. Pero no estoy seguro de lo que
esperaba. Si una noche de insomnio y una larga carrera no pudieron
sofocar la vorágine que se desató en el interior, una ducha helada no va a
ayudar.
Cuando termino, acepto mi derrota.
Con una toalla envuelta alrededor de mis caderas, me doy una larga
y dura mirada en el espejo.
Y luego encuentro mi teléfono.

Para: Absinthe@karma.com
De: Kerouac@karma.com
Asunto: Por favor, léelo
Hora: 1:21pm
Mensaje: Si las cosas fueran diferentes, te habría hecho mía desde
el momento en que nos conocimos. Espérame, Absinthe. Ocho meses más
y te haré mía para siempre. Te amo.

Dejando el teléfono a un lado, me pongo ropa limpia. Cuando vuelvo,


el mensaje aparece como “leído”, pero no hay respuesta.

151
Halston
—¿Q uién es Kerouac? —Bree irrumpe en mi habitación el
domingo por la tarde, con mi teléfono en la mano y
una sonrisa engreída en los delgados labios.
Estoy bastante segura de que el corazón me dejó de latir por un
segundo, pero me las arreglo para mantener mi mierda junta. Cerrando mi
copia de East of Eden, me siento en el borde de la cama y la miro fingiendo
aburrimiento.
—¿Quién? —Me hago la tonta. 152
—Aparentemente ustedes dos han tenido mucho de qué hablar en
los últimos meses. —Desplaza el pulgar arriba y abajo de la pantalla,
retorciendo la boca en una sonrisa malvada—. ¿Quién es, Halston?
—Nadie de quien haya oído hablar. —Exhalo, recostándome y
abriendo el libro.
Sus ojos azules apagados se levantan.
—Si no es nadie, entonces probablemente no necesito leerte este
correo electrónico que envió hace unos diez minutos.
El corazón se me acelera.
—También fue muy dulce —agrega con tono burlón y cantarín.
—Estás mintiendo —espeto. Kerouac no es dulce. Nunca lo ha sido.
Voltea la pantalla hacia mí, aunque desde aquí no puedo leerla.
—No, no. Lo dice aquí. Enviado hoy a las 1:21 pm. —Bree presiona
el teléfono contra su pecho—. Te lo mostrare si me dices quién es.
—Es una aplicación anónima de citas. Nunca nos hemos conocido.
—Lo sabía. Y eres una mentirosa. —Su cara está contraída, sin
embargo, tiene un brillo satisfecho en los ojos—. Anoche ustedes dos
estaban hablando sobre un beso. Confiesa.
—No te voy a decir ni una maldita cosa. —Los dedos se me contraen,
siento como la piel me hierve justo bajo la superficie. Estoy tentada a
lanzarme sobre ella y arrancarle la maldita cosa de sus pequeñas manos
huesudas.
—¿Qué pasa dentro de ocho meses? —Mira al techo, contando con
sus manos mientras susurra—: Octubre... Noviembre... Diciembre...
Enero...
Mayo.
Dentro de ocho meses es mayo.
El fin del año escolar.
Oh, Dios.
Necesito ver ese correo.
—Mayo —dice finalmente—. ¿Qué tiene de especial Mayo?
—¿Cómo debería saberlo? Los chicos dicen un montón de mierda
que no tiene sentido.
Llevándose el teléfono a la cara, sonríe. 153
—Si las cosas fueran diferentes, te habría hecho mía en el momento
en que nos conocimos. Espérame, Absinthe. Ocho meses más y te haré mía
para siempre. Te amo.
Me ama...
Kerouac me ama.
Mi estómago aletea, pero al mismo tiempo todo lo que veo es rojo.
—Dame mi teléfono —le ordeno con los dientes apretados—. Ahora.
—Nunca. —Se lo mete en el bolsillo trasero—. Ya no es de tu
propiedad.
—¡Dámelo! —No soy de las que gritan. Generalmente me parece
inútil y débil, un último recurso que no hace más que declararle a la otra
persona que has perdido el control, pero lo hago de todos modos. No
reconozco mi voz así, pero soy yo, gritando a todo pulmón como una loca.
Supongo que el amor te hace hacer cosas locas, dementes, como
perder el control de ti mismo.
Él me ama.
Y mierda. Yo también lo amo.
Atacando a Bree, me acerco, intentando recuperarlo, pero en el
proceso, la empujo contra la pared, derribando un retrato abstracto
llamativo que cae al suelo y se rompe en el piso de madera, haciendo que
ambas caigamos de rodillas.
Estamos rodeadas de vidrio. Diminutos fragmentos invisibles se me
clavan en las palmas punzantes.
—Si no me dices quién es, le mostraré esto a mi padre —amenaza,
quitándose cuidadosamente vidrios rotos de los nudillos ensangrentados.
Está sin aliento, pero no parece disuadida—. Si me dices quién es, voy a
eliminar la aplicación. Nadie lo sabrá nunca.
—No negociare contigo. —No me dejare chantajear por esta perra.
—Bien —dice poniéndose de pie. Alejándose el cabello de la cara,
mantiene la cabeza en alto—. Dentro de ocho meses es mayo. En mayo
es... el día de la Madre, el día de la Memoria, y... la graduación. Este tipo
dice que no puede estar contigo hasta mayo, así que... ¡¿es un profesor?!
No digo nada.
—Oh, Dios —exclama con expresión pensativa—. Es el Director
Hawthorne.
Arrugo la nariz.
—No, no lo es. 154
—No podía dejar de mirarte esa noche en la cena. Se puso raro
mirándolos a ti y a Thane, y luego se fue cuando ustedes se fueron. Y esa
vez, después de la escuela, cuando necesitaba hablar contigo a solas... y
los vi hablando en el filtro ese día... —Camina por la habitación, pasando
por encima del arte destrozado—. Guau. Oh Dios mío. Guau. Esto es...
esto es importante.
—No eres una jodida Nancy Drew6. —Pongo los ojos en blanco—.
Qué pena que aún estés equivocada. Nunca lo descubrirás.
—Es absolutamente Hawthorne. Lo veo en tu cara. La nariz se te
mueve y la voz te sale un poco más alta. Estás mintiendo —afirma—.
Como futura administradora de educación y reportera obligatoria, necesito
reportar mis sospechas a las autoridades correspondientes.
—Bree. —El tono guturalmente roto en mi voz es a la vez una súplica
y una amenaza, aunque en este momento no parece importarle de ninguna
manera.
—Le diré a mi padre lo que sospecho y dejaré que se encargue de
ello. —Se dirige a la puerta, solo que se abre, golpeando contra la pared y

6 Nancy Drew, protagonista de la serie del mismo nombre, es una detective de 18

años de edad que vive en un pueblo en River Heights, junto con su padre, el abogado
Carson Drew, y su ama de llaves, Hannah Gruen.
sorprendiéndonos a ambas—. Si es inocente, como dices que es, entonces
no tendrá nada de qué preocuparse.
Mi tío está en la puerta, con los ojos desorbitados.
—¿Qué está pasando aquí?
Su mirada aterriza en el marco destrozado, y sospecho que siente el
espesor del desprecio en el aire.
—Solo estábamos hablando de su pequeño romance con el director
Hawthorne. —Bree desliza mi teléfono desde su bolsillo trasero,
entregándoselo—. Lo siento. Supuesto romance con el director Hawthorne.
—¿Por qué tienes esto? —pregunta, agarrando mi teléfono, mi vida
entera, con un solo toque impaciente.
—La alarma estaba sonando —explica—. Fui a apagarla, pero
apareció un mensaje en la pantalla. Creo que deberías echar un vistazo.
Solo tienes que pulsar esa aplicación verde allí. Puedes ver todos los
correos electrónicos y mensajes que han intercambiado desde el verano.
—No es Hawthorne —aseguro. Soy una mentirosa terrible, pero no
voy a caer sin luchar. Lucharé por él. No se merece esto. No hizo nada
malo. Fui yo. Lo presioné. Lo deseaba, y me pasé imprudentemente de la
raya cada vez que me dijo que no lo hiciera.
La mirada de Victor se mueve entre el teléfono y mi expresión 155
desconcertada. No entiendo cómo una fallida noche de bienvenida podría ir
de mal en peor en el lapso de unas pocas horas, pero no hay vuelta atrás.
Diría que el daño ya está hecho, pero tengo la sensación de que solo
acaba de empezar.
Ford
—V
ictor, hola. Entra. —Abro la puerta de par en par y
me hago a un lado, lamentando al instante mi
decisión de dejar que un hombre con ojos asesinos
ponga un pie en mi casa. Pero cuando mi jefe golpea mi puerta en medio
de una noche de domingo, tiene que haber una buena razón.
—¿Todo bien?
—Necesito hablar contigo. —Su tono es brusco e impaciente, sus
ojos entrecerrados y su tez se torna rojiza. 156
Exhalando, señalo hacia la sala de estar.
Victor está de pie en el centro, no se sienta, no se siente como en
casa. Con los brazos cruzados, me examina de pies a cabeza.
—Cuando te entrevisté por primera vez, me impresionó tu
profesionalidad —comienza—. Varios candidatos hicieron la lista corta,
muchos de ellos con impresionantes historias de trabajo y educación en la
Ivy League, listas de referencia de un kilómetro de largo, cartas de
recomendación extraordinarias. Dieron todas las respuestas correctas.
Sabían exactamente lo que quería oír. Superaron mis expectativas en
todos y cada uno de los sentidos. Y luego estabas tú. Eras elocuente y
eficiente. No dijiste tonterías. Tenías control total de ti mismo, una
presencia dominante. Eras fácil de respetar, Ford. Fue fácil para mí pasar
por alto el hecho de que eres nuevo en esto. Fue fácil para mí hacer una
excepción contigo.
Hace una pausa, se dirige a la ventana y mira hacia afuera a una
familia de ciclistas que pasa. Me gustaría que se pusiera manos a la obra
con esto.
Girándose, levanta las cejas.
—Dime, Ford, ¿en qué diablos estabas pensando cuando decidiste
involucrarte con mi maldita sobrina?
Lo sabía.
Lo sabía, maldición.
Todas esas veces que Halston juró de arriba a abajo que nunca se le
escaparía, que nunca le diría a un alma...
Ella mintió.
Cuando nos escribimos anoche, estaba furiosa conmigo.
Esta es su venganza.
La imagino leyendo mi correo electrónico, riéndose de mi ridícula
declaración de amor, y luego corriendo hacia el tío Vic para que le dé un
último giro al cuchillo.
Si quería vengarse de mí, si quería hacerme daño por haberla
herido...
...misión jodidamente cumplida.
Espero que sea feliz.
—Como esto involucra a mi familia, vamos a mantenerlo en secreto
—continúa Abbott, con la barbilla inclinada hacia abajo y la voz baja—.
Pero espero tu renuncia en mi escritorio a primera hora de mañana. Y si 157
piensas en contactar con mi sobrina de nuevo, me aseguraré de que no
vuelvas a poner un pie en una escuela nunca más. De hecho, voy a
recomendarte que encuentres una nueva carrera. No hay manera de que te
recomiende para cualquier trabajo en el campo de la educación después de
esto. Me equivoqué contigo.
El asco en su voz es innecesario. Ya estoy disgustado conmigo
mismo. Lo sabía.
Asiento, sin decir nada porque no hay nada más que decir.
Renunciaré mañana.
Dejaré Rosefield.
Y en cuanto a Halston, Sera mejor que desee que no nos volvamos a
cruzar.
Halston
N
adie sonríe aquí.
Camino detrás de la directora el martes por la
mañana mientras le cuenta al tío Victor hechos
impresionantes, asegurándole que hizo lo correcto.
—Nuestra tasa de éxito es insuperable —asegura—. Muchas de
nuestras chicas llegan a ser doctoras, abogadas y directoras generales. Por
supuesto, la mayoría de ellas empezaron con nosotros en sus años más
jóvenes, pero sé que Halston estará maravillosamente aquí. Nos 158
aseguraremos de aprovechar al máximo el poco tiempo que tenemos con
ella.
No me mira cuando habla, y parece bastante enamorada de Vic.
Lleva su traje de poder, su cabello gris recogido en la espalda.
Mantiene una presencia severa, raramente hace contacto visual
conmigo. No hablé con nadie el domingo, negándome a salir de mi
habitación. No fue hasta que mi estómago gruñó a las dos de la mañana y
me impedía dormir que finalmente me escabullí por un bol de cereales.
La tía Tabitha intentó abrazarme el lunes por la tarde cuando fuimos
al aeropuerto.
Seguí caminando.
Y en cuanto a Bree, espero no volver a verla nunca más.
La directora sigue charlando mientras pasamos por la cafetería. Las
chicas nos miran con ojos muertos, sus desayunos de papilla descansan
en bandejas beige, la mayoría sin comer. Este lugar es como un mal sueño
y una película de terror, todo mezclado en uno con su piedra caliza, el
exterior de la Edad Dorada, los sauces llorones alineados en el círculo, las
paredes forradas de candelabros, y los techos amplios que hacen eco a
cada paso. Lo único que falta son las rejas de las ventanas y los cuervos
que citan “nunca más”.
—Las habitaciones están por aquí —informa la mujer, señalando un
largo pasillo bordeado de retratos al óleo—. Cada chica tiene una
compañera y cada pasillo tiene un baño común. Veinte chicas en un baño.
Las cortinas se levantan a las cinco de la mañana y las luces se apagan a
las ocho en punto. Tenemos una hora libre antes de acostarse cada noche,
y animamos a nuestras chicas a trabajar en sus tareas entre la cena y su
última clase del día.
Pasamos por una salida con letras rojas brillantes. Parece fuera de
lugar en un hogar que parece haberse congelado en el tiempo hace cien
años, y durante medio segundo pienso en huir.
Pero no tengo dinero. Ni auto. No tengo adónde ir.
Y estaría tirando por la borda una educación universitaria gratuita,
mi única oportunidad de tener un futuro decente.
Las chicas con vestidos grises empiezan a llenar el salón, todas
caminando en línea recta, con los ojos hacia adelante mientras se
dispersan hacia sus habitaciones.
—¿Te gustaría conocer a tu compañera, Halston? —La mujer se gira
hacia mí, con su boca delgada como un lápiz.
Victor se gira hacia mí. Asiento.
159
Deteniéndonos fuera de una habitación llamada “La suite de Katrina
Howell”, la directora le cuenta al tío Vic:
—Nuestra querida y dulce Kat, que se convirtió en embajadora de los
EE.UU. en Noruega antes de conocer y enamorarse del duque de
Pendleton...
Cuando finalmente deja de divagar, golpea la puerta tres veces antes
de entrar.
Una chica con cabello oscuro brillante y ojos color aguamarina mira
desde un grueso libro. No parece ni un poco sorprendida de que alguien
entre en su habitación. Ni siquiera se inmutó.
—Lila Mayfield, quiero presentarte a tu nueva compañera de cuarto,
Halston Kessler —anuncia la mujer.
La habitación es pequeña, las dos camas individuales pueden estar a
un metro y medio de distancia, pero el techo es amplio y las ventanas van
de suelo a techo. Cada una tiene un escritorio y un armario de madera,
pero nada más. Esto no es más que una glorificada celda de prisión en
una mansión dorada.
—Las dejo para que se conozcan. —La directora pone su mano en el
antebrazo de Victor—. Si quiere venir conmigo, tenemos algunos
formularios que necesita firmar. Enviaré a alguien por sus maletas en
breve.
Ella sale de la habitación primero, y los ojos de Victor se encuentran
con los míos.
Nunca he sabido que sea un hombre emocional. Mantiene su
corazón guardado, forjado en tungsteno y carbón. Pero sus ojos brillan,
vidriosos.
—Vamos a visitar —comienza.
—No te molestes —lo interrumpo. No quiero que me visiten. No
quiero que llamen o escriban. No quiero verlos dentro de un mes y tener
que fingir que todo está bien, como si no me hubiera echado a un lado
como si fuera el problema de otro.
Se detiene un momento, y no puedo evitar preguntarme si se
arrepiente de su decisión, aunque si lo hiciera no importaría. Victor Abbott
no se disculpa por nada, y nunca admite que está equivocado.
Dando la espalda, espero el movimiento de sus pasos y el suave clic
del cierre de la puerta.
Lila está callada, observándome, y espero por Dios que no sea otra
Emily Miller.
—Vas a odiar este lugar —me informa después de un momento de 160
silencio.
Me paro, con los pies en el centro de nuestra pequeña habitación y
los brazos cruzados sobre mi pecho.
—¿Cuánto tiempo has...?
—Ocho años —responde, exhalando mientras pone sus rodillas en el
pecho y apoya su espalda en la cabecera—. Ocho putos años de esta
mierda. ¿Saben que realmente tienen una clase aquí llamada Introducción
a Encantos y Habilidad? Tenemos que caminar con libros en la cabeza y
aprender a hacer té como si fuéramos un maldito aristócrata británico.
Miro su mesita de noche, un libro grueso, encuadernado en cuero
que me llama la atención.
—¿Lees?
Se ríe.
—Sí, lo hago. Aquí.
Agarra el libro y me lo tira.
—Grandes expectativas.
—No. Ábrelo.
Abriendo la tapa, veo que el interior ha sido ahuecado y que hay un
libro en rústica Harlequin metido dentro. La mujer de la portada está
semidesnuda, su vestido apenas contiene su amplio pecho, y el hombre de
cabello largo y musculoso que la sostiene parece estar a punto de
devorarla.
—Oh, cariño, tenemos que arreglar esto. —Cierro la tapa,
devolviendo el libro.
Lila sacude la cabeza.
—Me gusta mi obscenidad.
—Lee Fanny Hill o El amante de Lady Chatterley. Te prometo que
nunca volverás a tocar uno de esos.
—Bueno. —Lila se sienta con el libro—. ¿Cuál es tu historia? ¿Por
qué te enviaron tus padres?
Me muevo a mi nueva cama, tomando asiento en el borde. El
colchón es elástico y delgado, y mis palmas de las manos dibujan los
bultos debajo de la funda.
—Mis tíos me enviaron aquí porque me estaba convirtiendo en una
carga demasiado pesada o una mierda así —comento—. Y no tengo una
historia. Simplemente soy la chica a la que nadie quiso nunca.
Lila hace pucheros, poniendo su mano sobre su corazón. 161
—Lo dices como si no fuera la cosa más triste del mundo.
—No es triste. Es un hecho. —Me encojo de hombros—. Lo superé
hace mucho tiempo. ¿Qué hay de ti?
Pone los ojos en blanco.
—Fui un accidente. Mis padres tenían cuarenta años cuando me
tuvieron. Sus tres primeros hijos ya eran grandes y estaban en la
universidad y esperaban retirarse pronto y viajar por el mundo cuando
llegué. Me mantuvieron durante los primeros diez años más o menos,
contratando niñeras y todo eso. Entonces un día decidieron que debía
venir aquí.
—¿Así de simple?
Asiente.
—Más o menos.
—¿Estabas triste? —Imagino lo difícil que sería para niña de diez
años, ser dejada aquí mientras su familia avanzaba sin ella.
—En realidad no. —Baja la mirada, concentrándose en la alfombra
entre nuestras camas—. Honestamente, apenas conozco a mis padres.
Nunca estuvieron cerca cuando crecía... tal vez en vacaciones y cosas así,
pero nada más. En lo que a mí respecta, solo son un par de ricos
malcriados idiotas que me dieron su apellido y su aspecto elegante.
Sonríe, las pestañas revoloteando. Está bromeando, pero no es
necesario. Es verdad. Es hermosa, realmente llamativa, incluso cubierta
con un vestido gris monótono y sentada en esta mazmorra poco iluminada
de un dormitorio.
—Míranos —agrega—. Un par de chicas a las que nadie quería. Dios,
no puedo esperar a salir de aquí.
—¿Qué harás después de la graduación?
—Reinventarme —responde sin dudarlo—. Voy a ser la chica que
todo el mundo quiere. La chica sin la que nadie quiere estar. Me rehúso a
pasar el resto de mi vida como el pensamiento de alguien más.
Cruzo las piernas, apoyándome en las palmas de las manos.
—¿Y cómo vas a hacer eso?
Se ríe.
—No lo sé. Ya me las arreglaré. Pero lo voy a hacer. Voy a ser esa
chica.
—Yo también quiero ser esa chica.
Mi mente regresa a Kerouac por millonésima vez hoy, 162
inesperadamente y de la nada, solo que esta vez no me pregunto qué hace
hoy o cuándo se enterará que me enviaron lejos o si me ha estado
buscando en los pasillos de la escuela.
Estoy pensando en el último correo electrónico, deseando poder
hablar con él y decirle que lo esperaré porque es la única persona que me
ha querido de verdad.
Y ahora no tengo forma de llegar a él.
El tío Victor se llevó mis aparatos electrónicos. La directora dice que
somos una escuela “sin electrónica”, excepto por el laboratorio de
computación, que no tiene acceso a Internet. Nunca supe el verdadero
número de teléfono de Kerouac o su verdadero correo electrónico. Solo nos
comunicábamos a través de Karma.
—Estás pensando en alguien —asegura Lila, entrecerrando los
ojos—. ¿Quién es? ¿Tienes un novio en casa?
—No tengo novio.
Frunce la boca, como si no estuviera segura de creerme.
—¿Algún chico al que amas?
—Algo así.
—No vas a esperarlo, ¿verdad? —pregunta, riéndose.
Busco las palabras adecuadas, algo que no me haga parecer enferma
de amor o patética. Nadie podría entender lo que teníamos, por qué lo
amaba, o por qué lo esperaría cien vidas si tuviera que hacerlo.
—Oh, Dios. Por favor. No. Somos demasiado jóvenes para esperar a
estos imbéciles. Lo hice en mi segundo año. Conocí a un chico en las
vacaciones de verano. Le dije que lo esperaría para que pudiéramos estar
juntos el verano siguiente. Descubrí más tarde que tenía tres novias
diferentes durante el año escolar. —Hace un sonido de náusea—. Mienten.
Siempre mienten. Especialmente los guapos.
—Mi situación es diferente.
—Todo el mundo dice eso. —Lila pone los ojos en blanco—. Te
prometo que no es así. Chico conoce a chica. Chico encanta a chica. El
chico dice que ama a la chica. El chico le pide a la chica que lo espere. El
chico se folla a otras chicas.
—Nunca salimos... solo hablamos.
Su cabeza se inclina, como un caniche de juguete confundido.
—Entonces, ¿estás enamorada de un chico en casa con el que sólo
has hablado?
—Teníamos una conexión. —No sé cómo decir esto sin que suene
trillado. Decir que tuvimos una conexión hace que parezca mucho menos
que lo que era cuando era mucho más que eso—. Queríamos estar juntos,
163
pero no podíamos.
—Oh, Dios. ¿Hombre casado?
—No. Director. —Mi mirada se dirige a la suya. Espero obtener una
reacción de ella, juicio, disgusto o algo así. En lugar de eso, se baja de la
cama, camina hacia mí y me pone la mano en la cara, con la palma hacia
arriba.
—Choca esos cinco, Halston. Eso es jodidamente increíble —
exclama—. Sabía que eras mala, pero esto lo lleva a otro nivel. Me encanta
una chica que no tiene miedo de ir tras lo que quiere en un mundo que no
quiere que tengamos nada.
Me río, levantando lentamente mi mano. Odio chocar los cinco, pero
me gusta Lila.
Halston
Un año después

Q
ue diferencia hace un año.
El otoño cruje debajo de mis botas mientras cargo mi
mochila sobre un hombro, arrastrando el trasero por el
campus de la Universidad de Greatwood, la única
universidad estatal que aceptó mi solicitud, y solo después de que el tío
Vic movió algunos hilos. 164
Ocho meses en la Academia Welsh resultaron no ser tan malos. No
había Bree. No había tío Vic ni tía Tabitha. No había niños ricos que
condujeran autos BMW con los que lidiar. Para todo lo que cuenta, fue un
nuevo comienzo. Una pizarra limpia.
No me tomó mucho tiempo acostumbrarme al horario riguroso o las
clases ridículas que nos vimos obligadas a sufrir, pero Lila hizo las cosas
agradables. Conocía los mejores escondites, todos los pequeños rincones y
recovecos de la casa. Sabía dónde estaban todas las cámaras y cómo no
disparar las alarmas en la biblioteca y la despensa.
El verano antes de la universidad, fui a casa con Lila, pasando esos
cálidos meses en la casa de vacaciones de su familia en Portland, Maine,
solo nosotras en una casita junto a la orilla. Había planeado asistir a
Brown en el otoño, el alma mater de su padre, pero en el último minuto,
decidió ir a GU conmigo.
No podría haber estado más feliz... pero actué genial.
No quería parecer tan desesperada.
—Hola extraña. —Lila camina hacia mí desde Curtis Hall,
empujando el resto de su sándwich de mantequilla de maní entre sus
labios rosados—. ¿Quieres ir al viernes después de clases a The Oxblood
Taproom? ¿Dos por uno?
Un mes después de mudarse a nuestro dormitorio, Lila de alguna
manera logró encontrarnos identificaciones falsas. No he preguntado. Ella
no ha explicado. Probablemente sea más seguro de esa manera.
—Tengo un trabajo de diez páginas para el lunes. —Muerdo mi labio
inferior.
—Oh, Dios mío. —Gime—. Tienes casi veinte años. Ven a tomar una
copa conmigo. Vive un poco. Me estás matando aquí.
Si alguien me hubiera dicho hace años que me convertiría en una
nerd estudiosa y aficionada a la universidad, nunca le habría creído, pero
por primera vez en mi vida, siento que finalmente he encontrado mi ritmo.
Me despierto cuando quiero despertar. Tomo clases que realmente
me interesan. Los hermandades y la política de la secundaria no parecen
ser un problema aquí porque hay literalmente decenas de miles de
estudiantes y, por último, pero no menos importante, no necesito un auto.
El extenso sistema de autobuses me lleva a donde necesito ir, y cualquier
otra cosa está a poca distancia.
También me las he arreglado para conseguir un trabajo e medio
tiempo los fines de semana, que paga la mayor parte de mi ropa y extras.
A fin de cuentas, estoy jodidamente bien.
165
Mirando por encima del hombro de Lila, veo a Emily Miller en la
distancia, riendo y caminando en un grupo de chicas que se ven todas:
tímidas y diminutas. Finalmente encontró a su gente. La vi en el patio de
comidas la primera semana de clases. Ella fingió que no me conocía, lo
que en ese momento me tomó por sorpresa. Pero cuanto más lo pensaba,
más me di cuenta de que Bree probablemente pasó el resto de nuestro
último año destrozando mi reputación ante cualquiera que quisiera
escuchar.
Solo puedo imaginar el tipo de cosas que circulan por los pasillos de
Rosefield High.
—Lila, hola. —Dos tipos con pantalones cortos color caqui, polos de
neón y viseras al revés se acercan a nosotras, sus miradas yendo de una a
la otra mientras lucen sonrisas traviesas—. No te vi en Economía esta
mañana. ¿Qué paso?
—Me quedé dormida. —Lila se muerde el labio inferior—. No puedo
hacer las clases de las ocho de la mañana.
—Ah bueno. Tomé notas. Avísame si las quieres —ofrece el primero.
—¿Qué? De ninguna manera. Es muy amable de tu parte. —La boca
de Lila se abre e inclina la cabeza. El que toma notas se ruboriza. Ella es
tan buena jugando la carta del encanto que es asqueroso.
—Como sea, ¿vamos a tomar unas copas en Oxblood si tú y tu
amiga quieren acompañarnos? —pregunta.
Su rostro se ilumina.
—Estábamos hablando de ir. Por supuesto que nos uniremos a
ustedes.
Le lanzo una mirada, que procede a ignorar, y en el segundo que los
chicos se van, le doy un codazo en la caja torácica.
—No puedo creer que acabas de hacer eso —murmuro.
—¿Qué? —La legítima confusión en su rostro es preocupante—.
Íbamos a ir de todos modos, ¿cuál es el problema?
Todos esos años pasados en una escuela preparatoria exclusiva para
chicas le han hecho un daño grave a esta mujer. Solo hemos estado aquí
un par de meses y ya está haciendo todo lo posible para recuperar el
tiempo perdido.
Estoy bastante segura de que si buscara “chico loco” en el
diccionario de Webster, habría una referencia cruzada a Lila Mayfield.
Cruzando los brazos, entrecierra los ojos. 166
—¿Cuándo vas a seguir adelante?
—¿Disculpa? —pregunto.
—Se trata de ese tipo, ese director —asegura.
—No, no es así. —Intento sonar convincente, pero ni siquiera me
convenzo a mí misma.
Su mandíbula cuelga.
—De eso se trata exactamente. Por eso has estado actuando de
manera tan rara desde que llegamos aquí. Todo lo que haces es estudiar y
esconderte en nuestra habitación, y cuando no estás estudiando, estás
leyendo libros, y cuando no estás estudiando o leyendo libros, tienes un
millón de pestañas de Google abiertas a la vez.
Atrapada.
Tratar de encontrar a Kerouac se ha convertido en una obsesión
compulsiva que ocupa el noventa y nueve por ciento de mis descansos de
estudio.
—¿Cuándo vas a seguir adelante, nena? —pregunta Lila, con una
mano en la cadera—. Ha pasado un año.
—Se siente como si fuera ayer —respondo, mi voz se reduce a un
susurro.
Coloca sus manos sobre mis hombros, casi me sacude cuando se
acerca a mi cara.
—Te lo prometo, Halston. ¿Dónde sea que esté? No está sentado
esperando a que regreses a su vida. Entonces, ¿por qué tú lo haces?
Dejo que sus palabras se repitieran en mi mente, con la esperanza
de poder asimilarlas por una vez. No es como si no hubiera tenido
exactamente el mismo pensamiento un millón de veces antes...
Mi corazón simplemente no está listo para aceptarlo.

167
Ford
—N
o es que no seas bienvenido a vivir el resto de tus
días en el sofá de mi sala. —Nic se para frente mí,
una taza de café entre sus palmas—. Pero ya ha
pasado un año, y siento que deberías empezar a pensar en resolver tu
mierda.
Lo perdí todo.
Mi trabajo. Mi carrera. Mi casa. Mi medio de vida.
168
Todo.
Nicolette toma el lugar a mi lado, empujando mis pies fuera del
camino, y me siento, arrastrando mis palmas por mi cara desaliñada.
—Eres una sombra de tu antiguo yo, Fordie —comenta con una
risita a medias, aunque hay preocupación en sus ojos.
Nunca le dije lo que sucedió el año pasado. Estaba demasiado
avergonzado. Demasiado orgulloso para admitir que la había cagado y
tirado todo por lo que había trabajado por una chica.
—¿Has pensado en hablar con alguien? —me pregunta.
Tirando de mi manta, me levanto. Debería ducharme. No puedo
recordar la última vez que me duché. No es que no me duche todos los
días, es que literalmente no recuerdo nada de eso. No podría decirte qué
cené anoche o qué día de la semana es.
Simplemente existo en esta pequeña y extraña burbuja sin concepto
de espacio o tiempo. No pienso en el mañana. Trato de no pensar en el
ayer. Todo se desdibuja y se mezcla. Es más fácil de esa manera. Es más
fácil evitar los espejos, los calendarios y cualquier otra cosa que pueda
sacarme de este limbo y volver a la realidad.
—No —respondo—. No necesito hablar con nadie.
—Entonces, ¿tal vez podrías tratar de salir del apartamento un poco
más? —Se encoge de hombros—. A veces no sales durante días. Voy a
trabajar y vuelvo a casa y estás exactamente en el mismo lugar en el que
estabas cuando te dejé.
—No tienes que decir nada más. —Agito mi mano para silenciarla—.
Sé que soy patético. Sé que me tienes lastima. Sé que estás preocupada
por mí.
—Claro que sí, estoy preocupada por ti. Este no eres tú. No eres mi
hermano. No eres Ford Hawthorne —afirma, con voz aguda—. Y eso me
asusta muchísimo.
Su comportamiento despreocupado se desvanece, y por primera vez
desde que nuestro padre murió, veo lágrimas en los ojos de mi hermana.
Hundido en una silla frente a ella, sostengo mi cabeza en mis
manos.
—Maldición.
Tiene razón. Este no soy yo.
Y tal vez en el fondo, ya lo sé.
Quizás por eso evito mi reflejo como la peste.
Probablemente por eso paso mis días encerrado en este apartamento
del tamaño de una caja de zapatos, escondiéndome del resto del mundo. 169
—Ve a correr o algo así —ordena—. Solías correr todo el tiempo. Ve a
correr. Ve a la cafetería todas las mañanas para que al menos puedas
tener algo de interacción humana. Haz algo. Ya no puedes quedarte
sentado aquí.
—¿Me estás echando? —Me rio a medias, aunque sé que va en serio.
—No creo que tenga elección, ¿verdad? —Se muerde el labio
inferior—. Te amo, Ford. Eres mi hermano. Mi mejor amigo. Pero quiero
que seas feliz. Y en este punto, estoy permitiendo tu infelicidad. Te quiero
demasiado para hacer eso.
—Así que, está decidido. —Me siento, mis ojos se fijan en los suyos
desde el otro lado de la pequeña habitación—. Estaré fuera de tu vista al
final de la semana.
Frunce su nariz.
—¿A dónde vas a ir?
—Aún no estoy seguro. —Encogiéndome de hombros, añado—: Tan
lejos como sea posible.
Halston
Otro año después

—V
oy a llamarlo, “Judd el Dud”.
El tipo sentado frente a mí en la pizzería
más barata del campus comprueba los
resultados del fútbol en su teléfono, riéndose y
asintiendo antes de enviar un mensaje.
170
Bostezo, maldiciendo el nombre de Lila por organizar esta cita a
ciegas.
Judd Johnston es el epítome de cualquier Joe vestido de Hollister.
Cualquiera que haya vivido en Illinois toda su vida, que tenga una familia
perfectamente aburrida, que se especialice en “negocios” y que no pueda
mantener una conversación interesante para salvar su vida.
¿Y lo peor de él?
Que no lee, maldición.
Odia los libros.
—Nunca me ha gustado la lectura —me dijo hace cinco minutos—.
Los libros son aburridos para mí.
—Me pregunto por qué están demorando con la pizza —pregunto,
girando mi servilletero y descansando mi cabeza en la mano. Ya he
reorganizado los batidores de queso parmesano y pimienta roja, y he hecho
una excursión al baño para alejarme de Judd, pero han pasado veinte
minutos y seguimos sentados aquí, viéndonos con miradas perdidas.
Ajusta su visera, lo que debe ser una cosa aquí en Greatwood. Todos
los chicos llevan las viseras hacia atrás, mocasines y tienen el cabello
desordenado y largo. Para el ojo inexperto, estos tipos serían lindos.
Valdrían la pena la aventura al azar o la conexión.
Pero mis gustos han madurado desde Kerouac.
Y ninguno de estos chicos mantiene la llama de lo que realmente
quiero.
Cuando nuestra camarera finalmente nos trae la pizza, devoro tres
pedazos antes de que él termine su primer trozo, y luego le digo que tengo
que estudiar para un examen al día siguiente.
—Pero es viernes —alega.
—Es una clase online. —Intento parecer arrepentida—. Gracias por
la pizza. ¡Nos vemos!
Antes de que tenga la oportunidad de responder a mi temprana
terminación de esta horrible cita, ya estoy fuera del local, prácticamente
corriendo hacia la parada de autobús para subir al siguiente. Cuando
regreso al apartamento que comparto con Lila, ella está acurrucada en el
sofá con su nuevo sabor del mes viendo un reality show cursi en el DVR.
Al levantarse, es toda sonrisas, descansando sus manos detrás de su
espalda mientras me sigue a mi habitación.
Me quito los tacones, los pendientes y me desnudo, poniéndome una
fina camiseta blanca y un par de pantalones cortos de pijama. 171
La sonrisa de Lila se desvanece cuando comprueba la hora en su
teléfono.
—Son las siete en punto.
—Síp.
—¿Así que no le fue bien a Judd? —Su ceño fruncido bordea un
mohín.
—Por decir lo menos. —Me desplomo en mi cama, empujando una
almohada detrás de mi cuello—. Solo quiero Netflix y relajarme ahora
mismo. Sola.
—Patética. —Exhala, tomando asiento en el borde de mi escritorio—.
¿Qué tiene de malo? ¿Por qué no te gustó?
Apoyando mi antebrazo sobre los ojos, le digo:
—No lo sé. Era aburrido.
Se queda quieta por un rato.
—No es Kerouac. Eso es lo que intentas decir.
Sentada, me pongo de lado, de cara a ella.
—No es verdad.
—Tonterías. —Cruzando los brazos, pone los ojos en blanco—. Mira,
sé que Judd no es Kerouac, pero ese es el punto. Tienes que seguir
adelante. Necesitas ver que hay otros tipos por ahí que no son él.
—En cualquier caso, él no es mi tipo.
—Bien. Lo que sea. No salgas con Judd. ¿A quién diablos le importa?
Deja de comparar cada tipo que conoces con Kerouac porque solo hay uno
de esos, y se fue hace mucho tiempo.
Rodando sobre mi espalda, cierro los ojos. Sé que Lila tiene razón.
Pero eso no cambia mi forma de sentir.
Es el único que quiero.
El único que siempre querré.

172
Ford
—E
res americano, ¿verdad?
Estoy sentado al final de un bar en Milán
cuando una morena de piernas largas se acerca
a mí, con una copa de Martini en su mano
izquierda. Su amplia boca forma una sonrisa y lanza sus gruesas ondas
sobre su delgado hombro.
Mirando hacia ella durante una fracción de segundo, vuelvo a
prestar atención al whisky sour que estoy tomando. 173
—Lo siento. Pensé que eras americano —explica, mordiéndose el
labio.
—Lo soy —respondo finalmente.
—Oh, cielos. —La mujer se lleva una mano al pecho—. Gracias a
Dios. No hablo nada de italiano. Estoy aquí por un trabajo de modelo, y
soy nueva en todo esto.
Tomo un sorbo, mirando fijamente a la estantería iluminada delante
de mí y a las brillantes botellas de amnesia líquida.
Nunca fui un gran bebedor hasta los últimos dos años, siempre
optando por hacerlo socialmente o con un buen libro y un cigarro aún
mejor. Pero últimamente, he descubierto que una bebida fuerte me quita el
estrés, y mientras no me exceda, me las arreglo para cruzar la línea entre
el pasado y el futuro lo suficiente para funcionar.
—¿De dónde eres? —me pregunta, con el codo apoyado en la barra,
con todo su cuerpo frente mí.
No estoy seguro de cómo responderle. En este momento, no soy de
ninguna parte. Desde que mi hermana me echó del sofá el año pasado, he
estado vagando de un país a otro, visitando los lugares de interés sin nada
más que una mochila en la espalda. El trabajo por contrato paga mis
cuentas, sobre todo escribiendo o traduciendo escritos académicos al
inglés. A veces doy algunas clases de inglés. Tomo lo que puedo, y hasta
ahora, me las he arreglado bien.
—¿En serio vas a ignorarme? —insiste—. Solo trato de conversar, no
de coquetear contigo. Ha pasado una semana desde que hablé con alguien
sin acento, y te oí pedir tu bebida, así es como supe que eras americano.
Tengo nostalgia. Y te veías bien. Supongo que me equivoqué.
Sonrío, tomando otro sorbo.
—Sí. Te equivocaste.
Por el rabillo del ojo, veo como levanta su copa de Martini,
contemplando si quiere o no arrojar su bebida sobre mi cara. El líquido
verde esmeralda salpica en su mano, amenazando con derramarse sobre el
borde antes de dar un paso atrás y luego trotar en sus altos tacones de
aguja.
Absinthe.
Estaba bebiendo absinthe.
Incluso a miles de kilómetros de distancia, no puedo alejarme de
ella.

174
Halston
Otro año después

—L
o siento Halston. El rastro se perdió tan pronto como
llegué a Nueva York —me informa por teléfono el
investigador privado que contraté para localizar a
Kerouac—. Parece que dejó Rosefield hace tres años, se mudó a Brooklyn,
y después de eso... nada.
—¿Cómo puede no haber nada? —pregunto. Se me revuelve el 175
estómago cuando pienso en el préstamo estudiantil que pedí para pagar al
investigador, y el hecho de que todo fue para nada.
—Supongo que se fue al extranjero —explica—. Por lo que sabemos,
podría estar de mochilero en Europa. No tendría una dirección allí. Es lo
único que se me ocurre. No hay certificado de defunción, así que sigue
vivo. Simplemente... no está en ningún sitio donde podamos encontrarlo.
Encorvada sobre mi computadora de escritorio, descanso la palma
de mi mano contra mi frente, tratando de pensar.
—¿Así que no hay nada más que podamos hacer?
—No a menos que quieras pagarme para ir al extranjero, pero no te
ofendas, cariño, ni siquiera yo te recomendaría eso. Te costaría una
pequeña fortuna. Ningún ex novio vale eso —afirma. Su voz es sabia y
aguda, y me recuerda a una figura paterna—. Si fueras mi hija, de
ninguna manera te hubiera dejado contratar a un detective privado. ¿Un
hombre que se va así, dejándote con el corazón roto? No vale ni una pizca
de tu tiempo o dinero.
—Eres dulce al decir eso, pero nuestra situación no era tan simple.
—Oh, vaya. —Su tono es de ánimo—. Otra cosa. Tiene un ex
hermanastro que vive en el área de Silicon Valley. Se llama Mason Foster.
Es un billonario de la tecnología. Traté de llamarlo varias veces, pero
nunca contestó.
Levanto una ceja. No tenía ni idea de que tenía un hermanastro. De
hecho, nunca habló de su familia.
—Puedo darte su número si quieres. ¿Quizás tengas mejor suerte?
—Se aclara la garganta, recitando diez dígitos que garabateo tan rápido
como puedo.
—Gracias, Kent —le digo—. Aprecio tu ayuda.
—Buena suerte, Halston.
Al final de la llamada, hago una rápida búsqueda en Google de
Mason Foster, mi último camino a Kerouac.

176
Ford
—N
o puedo superar lo diferente que te ves —comenta
mi hermana. Llevo cuarenta y ocho horas en
Brooklyn y no ha dejado de mirarme ni una sola
vez—. El cabello más largo, la barba. El estilo, atuendos casuales. Me
recuerdas a un modelo de alta costura. Es como si hubieras dejado
Estados Unidos y regresara otra persona completamente diferente.
—¿Estás diciendo que me veo como una mierda?
—No. Estoy diciendo que está tomando un tiempo acostumbrarme — 177
asegura—. Cuando te fuiste de aquí, te veías como una mierda. Ahora
parece que deberías estar caminando por las pasarelas de París.
Cruza los brazos, apoyándose en el banco que compartimos fuera de
un pequeño parque en su vecindario. Arlo se sube al columpio del patio de
recreo, parándose a saludar cuando nos ve mirando.
—¡Hola, amigo! —grita Nic.
Doy un saludo rápido y una corta sonrisa. He extrañado a este chico
algo intenso, pero Nic ha sido buena enviando fotos y vídeos.
—¿Te va bien? —pregunta un segundo después.
—Por supuesto. Estoy pasando por el mejor momento de mi vida.
Protegiendo sus ojos con su mano, ladea su cabeza.
—¿En serio, Ford?
Asiento, concentrándome en mi sobrino.
—Sí, Nic. De verdad.
—Yo lo llamo mentiras.
—Está bien. Puedes decir que es una mentira.
—Estás solo —afirma—. Puedo verlo en tus ojos, por la forma en que
hablas.
—¿Cómo es que la forma en que uno habla sugiere soledad?
—Suenas triste. —Se encoge de hombros—. Y pareces triste.
—Puedo asegurarte que te equivocas —alego—. No estoy triste. Todo
lo contrario. Soy libre como un maldito pájaro, viviendo la vida sin
preocupaciones en el mundo. Eso significa que soy feliz.
—Tal vez no estés triste, pero definitivamente estás solo —insiste.
—¿Por qué estamos hablando de esto otra vez? —Ajusto mi posición,
cruzando las piernas y alejándome de ella.
—Porque soy una buena hermana mayor, y me preocupo por ti.
No digo nada. No puedo discutir con esos hechos.
—¿Alguna vez piensas en encontrar a alguien y sentar cabeza? —me
pregunta—. Quiero decir, ambos estamos en los treinta ahora. Me
encantaría encontrar a alguien especial y compartir mi vida con ellos. No
puedo imaginar que no quieras lo mismo.
—Mi mente ni siquiera va allí, Nic —miento—. Establecerme no
podría estar más lejos de mi mente.
—No me refiero a ahora mismo. Hablo de algún día —responde—. 178
¿Quieres sentar cabeza algún día?
Algún día es un concepto que ya no existe para mí. Cuando pienso
en “algún día”, pienso en oportunidades perdidas, un futuro en ruinas, y
todo lo que he tenido que sacrificar.
—Tío Ford, ¿puedes lanzar para nosotros? —Arlo corre hacia el
banco, con las mejillas rojas y sin aliento, con una pelota y un guante en
la mano. Señala a un grupo de chicos de su edad, montando un
improvisado campo de béisbol en una zona del césped.
—Claro —respondo, levantándome. El comienza a correr.
—¿Qué vas a hacer, Ford? —pregunta Nicolette.
—¿Ahora mismo? Voy a jugar al béisbol con mi sobrino. ¿Mañana?
Me voy a Amsterdam.
Halston
Otro año después

—S
í, ¿puedo ayudarla? —Una recepcionista de ojos
estrechos con cabello negro azabache me lanza una
mirada desde la recepción.
Esta es la asistente administrativa de Mason Foster.
Su portero. 179
La mujer que, supuestamente, no ha estado transmitiendo mis
mensajes durante el último mes.
—Estoy aquí para ver a Mason Foster —anuncio con valentía.
Busca su teléfono.
—¿La está esperando?
—Debería —respondo—. Llevo semanas intentando localizarlo.
Dejando abajo el teléfono, se muerde el labio.
—Lo siento. A menos que tenga una cita programada, no puede
verla. Tenemos una política estricta de nada de abogados sin citas.
—No soy una abogada —aseguro.
—Entonces, ¿de qué se trata esta reunión? —Bate sus gruesas y
oscuras pestañas.
—Voy a cambiar su vida —explico, sabiendo muy bien que parezco
una loca, pero una de las reglas del marketing es enganchar al cliente en
los primeros segundos y ya se me está acabando el tiempo.
La chica se ríe. No la culpo. Yo también me reiría de mí.
—Confía en mí, todo lo que necesito son cinco minutos de su tiempo
—insisto con un guiño—. Entonces dejaré las llamadas telefónicas, los
correos electrónicos y el comportamiento loco de ex-novia.
Su sonrisa se desvanece en el momento en que mira por encima de
mi hombro, y cuando me doy la vuelta, veo a un hombre alto, unos años
mayor que yo, con cabello rubio arenoso y un aire abrumador de
arrogancia a su paso.
—Señor Foster —saluda la recepcionista, enderezándose.
—Ming. —Se acerca a su escritorio, mirando de reojo—. ¿Todo bien?
—Esta es la mujer que no ha dejado de llamar en todo el mes —
explica—. Dice que va a cambiar su vida si tiene cinco minutos de su
tiempo.
Mason da un paso atrás, mirándome de pies a cabeza antes de que
una sonrisa diabólica reclame su boca.
—No estoy seguro de si hacer que seguridad te acompañe a la salida
o insistir en que te unas a mí para el sushi para poder conocerte mejor.
Creo que me está coqueteando.
Extendiendo su mano, dice:
—¿Y tú eres?
180
—Halston Kessler —me presento—. Propietaria de Fusion PR. Nos
especializamos en la promoción de empresas de tecnología.
—Hermoso nombre —comenta—. Para una mujer hermosa.
—La adulación no es necesaria, señor Foster —alego, soltando su
apretón de manos y tratando de imaginar a Mason y Kerouac juntos en la
cena de Acción de Gracias, preguntándome cómo interactúan y si se
mantienen en contacto.
—Así que dime, Halston —comienza—. ¿Te gustaría unirte a mí para
el almuerzo?
Si eso significa conseguir su atención, entonces sí.
—Me encantaría.
—Perfecto. Yo conduciré. —Mason asiente hacia el ascensor y lo
sigo—. Estamos en el mercado en busca de una nueva empresa de
relaciones públicas.
—Lo sé. Vi el anuncio en el Silicon Register. —Hace dos meses, Lila y
yo nos graduamos en Greatwood, cargamos nuestros autos y viajamos a
Silicon Valley para poner en marcha nuestra empresa de relaciones
públicas. Nos imaginamos que una empresa especializada en un lugar con
locales cargados iba a ser una receta para el éxito, y con mi título en
Relaciones Públicas y su título en Tecnología de la Información, nuestro
plan de negocios prácticamente se escribió solo.
Por ahora, trabajamos en un apartamento de dos dormitorios en un
sótano que compartimos en una zona de mierda de la ciudad, pero nuestro
contrato de alquiler es de mes a mes y tan pronto como consigamos
algunos contratos, vamos a mejorar nuestras instalaciones y conseguir
una oficina real.
El ascensor nos deja en un estacionamiento en el sótano y Mason
nos lleva a un Ferrari. Rojo brillante. La cosa más brillante que he visto
nunca, incluso en entornos poco iluminados.
—Sube —pide con un guiño.
Esto fue casi demasiado fácil.
Mi corazón se acelera cuando pienso en Kerouac y en lo loco que es
pasar tiempo con su hermanastro o ex-hermano o cualquiera que sea su
dinámica. Pronto lo descubriré todo. No quiero apresurar esto, no quiero
hacerlo obvio.
Trabajaré para Mason, lo conoceré y tal vez uno de estos días veré a
Kerouac.
Aunque sea de pasada, aunque sea una fotografía o una
conversación... me conformaré con eso porque es mejor que nada.
181
El no saber es lo que me mata.
Y tan pronto como lo sepa, finalmente podré seguir adelante.
Ford
S
i tengo suerte, no recordaré nada de esto mañana.
Mi visión se nubla mientras me desplazo por la página
de Facebook de Halston, un dedo en el panel táctil de mi
portátil y la otra mano envuelta en el cuello largo de una
botella de Guinness mientras me reclino contra el cabecero de una cama
de hotel de Belfast.
Durante cuatro años me he mantenido fuerte.
182
No he buscado en Google a la mujer que me arruinó la vida, a pesar
de que he pensado en ella todos los malditos días. Me ha costado todo el
poder que tenía para no desenterrar nada de ella desde que dejé Rosefield,
para no ir a esa madriguera de conejo.
Siempre fue lo mejor.
Nada bueno podría venir de eso, de rumiar en lo que podría haber
sido.
Pero esta noche, en la víspera de su vigésimo tercer cumpleaños, me
encuentro extrañándola más de lo normal, incapaz de dejar de buscar las
respuestas a las preguntas que me he hecho durante los últimos cuatro
años: ¿Qué está tramando? ¿Cómo está? ¿Es feliz? ¿Ha encontrado a
alguien?
Mi autocontrol es patéticamente inexistente, y seis cervezas después,
he escrito su nombre en el motor de búsqueda y he encontrado algunos
resultados limitados.
Sus redes sociales son bastante escasas, sus páginas son privadas y
están tan cerradas que ni siquiera puedo ver su lista de amigos o dónde
vive. Su foto de perfil de Facebook, una foto de ella con una chica
sonriente de cabello oscuro rodeando sus hombros, no ha sido actualizada
en quince meses, y el resto de sus fotos no son muy reveladoras.
Halston sonriendo delante de una escultura.
De pie en medio de un grupo de amigos en la boda de alguien.
Siendo voluntaria en un comedor de beneficencia.
Parece feliz en todas ellas, y joder, sigue siendo tan guapa como
antes, si no más.
Su cabello es más largo, sus ojos jade más brillantes, su figura
explosiva igual de curvilínea. Casi puedo saborear sus labios dulces como
bayas en mi lengua, casi puedo sentir la suavidad de su cabello en mis
dedos.
Tomo otro trago de Guinness, vaciando la botella. Mis ojos se
nublan, mi visión se oscurece. En unos minutos, me desmayo.
Borrando mi historial de navegación, cierro de golpe la tapa de mi
computadora y coloco la botella vacía en la mesita de noche. Puede que me
haya arruinado, pero aún la amo, y eso es lo que más duele.
Cerrando los ojos, trato de relajarme hasta que me sobreviene un
estupor pesado que me hunde en un negro olvido.
Brindo por el olvido, aunque sea por un tiempo.

183
Ford
Otro año después

—R
elájate, Fordie. —Mi hermana me endereza la
corbata y me quita motas de pelusa invisibles de los
hombros antes de sonreír.
Estamos en Sag Harbor para la extravagante boda de cinco días de
nuestra prima Bristol, que no es exactamente mi idea de un buen
momento, pero me nombro escolta y a Arlo padrino junior, y resulta que es 184
nuestra única prima del lado de nuestro padre, así que aquí jodidamente
estamos.
—No sé cómo puedes estar tan frívola en este momento. —Aprieto la
mandíbula, palpitando, como lo he hecho toda la semana—. Va a ser
necesaria toda la fuerza de voluntad que tengo para no darle un puñetazo
en la cara en el segundo en que lo vea.
Nicolette se ríe.
—No es cierto. Te conozco, y no vas a hacer eso porque esta es la
boda de tu prima favorita en la que tus tíos favoritos están gastando una
pequeña fortuna, así que no vas a causar una escena.
—La tía Cecily dejó de ser mi tía favorita cuando decidió convertirse
en la mejor amiga de Catherine. —No he dicho el nombre de nuestra ex
madrastra en no sé cuánto tiempo.
Nic pone los ojos en blanco.
—Aun así. Eres un acto de clase, Ford. Siempre lo has sido. Solo ve
ahí afuera, ponte al día con nuestros viejos amigos y familiares. Y en unos
días, serás libre de volver a... ¿dónde te vas a quedar ahora?
—Praga —gimo—. Ya te lo había dicho. Y después, me voy a Londres.
—Apenas puedo seguirle la pista a mi hijo de diez años. ¿Esperas
que te siga la pista a ti? —pregunta. Nicolette da un paso atrás,
inspeccionando mi traje y corbata—. Te ves bien, hermano. Todavía es
difícil acostumbrarse a ti con el cabello más largo.
Me paso las yemas de los dedos por los costados de la cabeza,
peinándome el cabello en su lugar. Deje que me creciera el clásico corte en
favor de algo un poco más relajado, algo que puedo acomodar en la
mañana e irme. Además, el cabello más corto era un recordatorio de la
vida que dejé atrás, y lo último que necesito es recordar todo lo que perdí
hace cinco años...
Mi casa. Mi trabajo. Mi reputación. Mi carrera.
Ella.
No estoy seguro de por qué la boda de Bristol me hace pensar en
Halston, pero hoy es particularmente prominente en mis pensamientos. Y
a veces esos pensamientos son tan pesados que puedo sentirlos.
Físicamente.
Hoy son muy pesados.
—Arlo, ¿ya estás listo? Tenemos que irnos —grita Nic hacia el baño
del hotel—. Dios, tarda una eternidad y apenas tiene diez años. ¡¿Cómo
será cuando tenga dieciséis?!
La cerradura de la puerta se abre y Arlo sale en pantalones y un
185
suéter de cachemira, sus rizos rubios peinados y separados a la izquierda.
—Mi bebé. —Nicolette avanza hacia él, ahuecándole el rostro con las
manos. Sus ojos se abren y me busca por ayuda, pero todo lo que puedo
hacer es luchar por contener una sonrisa—. Eres tan mayor. Oh, Dios mío.
Deja de crecer. Quédate pequeño para siempre.
Arlo intenta escabullirse cuando mi hermana lo envuelve en sus
brazos.
Mirando el reloj me aclaro la garganta.
—Deberíamos bajar. La fiesta inició hace media hora.
Solo la tía Cecily podía extender una boda de una hora en un evento
de cinco días. Esta noche es la fiesta, mañana es el asado de almejas, el
viernes es la cena de ensayo, el sábado la boda y la recepción, y el domingo
es el brunch de la boda, que ni siquiera sabía que era una cosa.
Nic comprueba su reflejo en el espejo, pasándose las manos por los
costados antes de girar para revisarse el trasero.
Descarada.
—¿Tratas de conocer a alguien esta noche? —le pregunto mientras
nos dirigimos hacia el pasillo.
—Nunca se sabe a quién conocerás en estas cosas —responde—.
Cinco de mis amigos conocieron a sus futuros cónyuges en las bodas de
otras personas.
Nos detenemos frente a un ascensor, viendo a Arlo pulsar el botón
de bajar repetidamente.
—No sabía que estabas buscando —comento. Mi hermana y yo
somos cercanos, pero rara vez hablamos de su vida amorosa. Supongo que
siempre asumí que estaba contenta con ser solo la madre de Arlo porque
nunca mencionó lo contrario.
—Siempre estoy buscando, Ford —asegura mientras las puertas del
ascensor se abren—. ¿No lo están todos?
Frunzo el ceño por un segundo antes de negar con la cabeza.
—Yo no.
—Así es. Tienes estándares imposibles —afirma, exhalando y
mirando al techo espejado mientras nos dirigimos al piso inferior—. Odio
decírtelo, ¿pero la chica de tus sueños? No existe. Todavía tengo que
conocer a una rubia luchadora y obstinada que lea Proust y maldiga como
un marinero.
El ascensor se ralentiza hasta detenerse suavemente y las puertas se
abren. Nic y Arlo se alejan, haciendo una línea recta hacia una mesa
cubierta de aperitivos.
186
Al frente se encuentra nada menos que Mason Foster con una
hermosa mujer envuelta en su brazo. Su cuerpo curvo lleva un vestido
antideslizante que se hunde bajo en la espalda y brilla como polvo de
diamante, y su cabello, suave como el vidrio y del color del chocolate
derretido, le llega justo debajo de la clavícula. Una copa de champán
descansa ligeramente entre sus delicados dedos, y asiente cuando Mason
se acerca y le susurra al oído.
Pero cuando se gira hacia el ascensor, su expresión desaparece en el
segundo en que su salvaje mirada verde aterriza en la mía.
Es Halston. Tan adulta.
El corazón me late con fuerza en el pecho, pero paso junto a ella. No
me detengo. No puedo.
Sigo moviéndome.
Puede que haya amado a esa mujer una vez, pero eso fue hace una
vida, antes de que me destruyera. Y cómo terminó con Mason no es de mi
maldito problema.
Alejando la mirada de sus curvas femeninas y de su jugosa boca del
color de las fresas maduras, me dirijo hacia el final de la barra, pido un
vodka doble y me pierdo en el salón de baile lleno de gente durante el resto
de la noche.

187
Halston
F
uncionó.
Lo encontré.
Finalmente lo encontré.
Mi piel está enrojecida, la habitación está febril. Mason no deja de
tocarme. Me lleva de tía a tío, de primo a abuela, presentándome como “mi
Halston” a pesar de que no estamos juntos.
Simplemente soy su pareja de bodas, una compañera a la que ha 188
estado persiguiendo durante la mayor parte del año.
—Tío Roger —saluda Mason, tirando de mi mano hacia una esquina
acogedora de un salón de baile gigante—. ¿Conoces a mi Halston?
Roger es un hombre alto, con cabello plateado y una sonrisa
maliciosa. Toma mi mano de la de Mason, se la lleva a la boca y me da un
beso, como si fuera una mujer de la nobleza.
—Un placer conocerte, Halston —dice—. Esperamos que estés
disfrutando hasta ahora... Sé que mi hija, Bristol, estaba deseando
conocerte. Está por aquí en alguna parte.
—Este es un hermoso lugar —afirmo—. Y también espero con interés
conocerla.
Mason apoya sus manos en mis caderas. Me las quito sin hacer una
escena.
Cada pocos segundos no puedo evitar escanear la habitación,
buscando a Kerouac de nuevo. No estoy del todo convencida de no haber
soñado despierta hace un rato.
Estaba allí, bajando del ascensor en un traje azul marino, con el
cabello un poco crecido. Nuestros ojos se encontraron por un segundo
interminable. Y luego se fue.
Mi cuerpo actúa como si acabara de terminar una maratón, con el
corazón acelerado, la adrenalina bombeando, la boca seca, así que tomo
otro sorbo de champán para calmar mis nervios, pero voy a necesitar algo
más fuerte.
—¡Mason! —chilla una chica de cabello largo y castaño, vestida de
pies a cabeza con diseños de Lilly Pulitzer, antes de correr hacia nosotros y
abrazarlo—. ¿Cómo has estado? Oh, Dios mío. ¿Es ella?
Levanto una ceja mientras mantengo una sonrisa elegante.
—Hola, soy Bristol —se presenta, dudando antes de darme un
abrazo—. He oído hablar mucho de ti.
Mirando a Mason, finjo que me divierte.
—¿Y qué ha estado diciendo exactamente?
—¡Oh, tía Constance! —Bristol se pone de puntillas, saludando a
otro huésped al otro lado de la habitación—. Lo siento mucho. Me pondré
al día con ustedes más tarde, ¿de acuerdo?
Con eso se va, y yo alcanzo a Mason, acercándolo para poder
susurrarle al oído.
—¿Por qué demonios todos piensan que soy tu novia? —pregunto—.
Soy tu cita para la boda, Mason.
Sonríe de oreja a oreja, alisando las solapas de su traje y 189
enderezando sus hombros.
—No es gracioso. —Mis cejas se estrechan. Lo último que necesito es
que Ford escuche a través de boca de otros que soy una mujer tomada.
No estoy tomada. En absoluto.
Lo he estado esperando todos estos años.
—Es gracioso —responde Mason, agarrando mi mano y poniéndola
en su pecho—. Y será aún más divertido dentro de cincuenta años cuando
se lo contemos a nuestros nietos.
Respirando hondo, lo dejo ir y termino el resto de mi bebida.
—Prometiste que no harías esto. Acepté venir contigo como tu amiga,
tu cita. Si hubiera sabido que ibas a hacer algunas artimañas...
—Perdóname. —Se acerca, poniendo sus codiciosas manos en mi
cintura y bajando su barbilla contra su pecho. Sus ojos entrecerrados se
relajan—. Estoy total y completamente obsesionado contigo, y no ser capaz
de chasquear los dedos y conseguir exactamente lo que quiero no es algo a
lo que esté acostumbrado. No quiero ser agresivo, pero me resulta difícil
contenerme cuando estoy contigo.
Si lo que busca es mi compasión, no la tendrá.
No tengo una debilidad especial por los multimillonarios de la
tecnología. Y su casa de playa mexicana, su casa en Nueva York, su finca
en Silicon Valley y su flota de autos deportivos italianos pueden ser
suficientes para conquistar a la mayoría de las mujeres, pero no a mí.
Necesito algo más que buena apariencia, un buen vestuario y una cuenta
bancaria sin fondo.
Quítale todo eso y Mason es aburrido, cliché y poco inspirador en el
mejor de los casos.
No ha leído un libro desde la universidad y mi investigación sobre él
me ha llevado a la conclusión de que no llegó a donde está porque es
talentoso o inventivo. Llegó allí porque es ingenioso. Y afortunado.
No hay nada sexy o extraordinario en un hombre cuya madre le
regala diez millones de dólares a los veinte años, que luego utiliza para
pagar a algunos de los desarrolladores de software más demandados del
mundo para crear un montón de aplicaciones y juegos por una tarifa
plana, que luego vende y se lleva todo el crédito.
—Voy a tomar otro trago. —Me alejo antes de decir algo de lo que me
voy a arrepentir. El fin de semana es demasiado joven para ir con él, y
tengo cosas más importantes de las que preocuparme.
Como encontrar a Ford.
Unos minutos después me voy con un gin tonic, dirigiéndome a un 190
mar de caras desconocidas. Los hombres me miran cuando paso, viejos y
jóvenes, solteros y casados. En los últimos cinco años me he transformado
completamente, graduándome como la mejor de mi clase en Welsh
Academy, terminando mi licenciatura en la Universidad de Illinois dos
semestres antes y comenzando un negocio de relaciones públicas con mi
mejor amiga, Lila Mayfield.
Y, en el proceso, cambié mi melena rubia salvaje por algo más
elegante y refinado. Aprendí a maquillarme, a vestirme según mi tipo de
cuerpo y a caminar con tacones de quince centímetros. Sé cómo comer
langosta y ostras, cómo preparar platos franceses desafiantes a la
perfección, cómo hacer la tetera perfecta y entretener a los invitados con
brillantez y aplomo.
Sigo siendo yo. Sigo siendo Halston. Solo soy mayor y más sabia.
Más segura de mí misma.
Imparable.
Me encuentro cómoda conmigo misma. Me reinventé. Me convertí en
la chica que todo el mundo quiere en lugar de aquella con la que nadie
quiere tener nada que ver.
Y por eso nunca me disculparé.
—Ahí estás. —Mason me agarra del brazo, me toma desprevenida y
casi me derrama la bebida—. Pensé que tal vez habías huido de vuelta a tu
habitación.
Agitando mi bebida con un pequeño pitillo, bebo un sorbo.
—Todavía no. Pero lo haré pronto.
—Solo llevamos aquí una hora. —Hace pucheros, porque Mason
Foster hace eso. Es un hombre de treinta y tres años que hace pucheros
cuando no consigue lo que quiere.
—Estoy exhausta y me mata la cabeza —alego, escudriñando la
habitación por millonésima vez.
Él está aquí. Lo sé. Lo he visto.
Lo siento...
Esa carga eléctrica en el aire.
Mason exhala, levantando su mano a mi mejilla antes de sonreír.
—Está bien. Descansa. Mañana es el horneado de almejas en casa
de la tía Cecily. Entonces conocerás a todos los demás.
Antes de que tenga la oportunidad de rechazarlo, presiona sus labios
contra mi frente.
Maldito imbécil. 191
—Mason —digo su nombre con los dientes apretados, tratando de no
hacer una escena y manteniendo mis manos apretadas alrededor de mi
vaso para no retorcerle el cuello accidentalmente.
—Fue un besito inocente —se defiende, pasando mi cabello sobre mi
hombro y examinándome como si fuera una maldita obra de arte.
Y lo soy.
—Cuanto más me alejas, más te deseo —confiesa, con la cabeza
ladeada mientras me estudia—. Eres la única mujer que he conocido que
no se ha lanzado sobre mí. —Exhala—. Me vuelves loco, Halston. Te daría
el mundo si me lo pidieras.
—Ya lo sé.
Podría darme el mundo y aún así no sería suficiente.
Aún así no sería Kerouac.
Ford
—N
o estás comiendo. ¿Por qué no estás comiendo? —
Nicolette empuja mi plato de desayuno más cerca,
como si eso pudiera devolverme el apetito—. Te vas
a morir de hambre más tarde. El horneado de almejas lleva todo el día con
todos esos estúpidos juegos y cosas que nos hacen jugar. No comeremos
hasta más tarde.
—Viviré.
Arlo se entusiasma con su empapado Frosted Flakes. El hotel tiene 192
un restaurante de cinco estrellas con un menú preparado por un chef
famoso, pero este chico quería cereales.
Nicolette se aclara la garganta. Y otra vez. Sus ojos se abalanzaron
sobre mi hombro como si apuntara en esa dirección.
—Mason —susurra.
—¿Y qué? —Encojo mis hombros, tratando de ignorar las
palpitaciones que reverberaban en mi pecho ante la idea de volver a verla.
Cuando la vi por primera vez anoche, estaba molesto. Todas esas
emociones que había enterrado hace tanto tiempo, las que se habían
asentado hasta el fondo con la esperanza de que algún día se olvidaran, se
agitaron, subiendo a la superficie para ser experimentadas de nuevo.
Un par de copas más tarde, mi respiración había vuelto a la
normalidad, pero seguía viendo rojo, asegurando que mantenía mi
distancia, aunque solo fuera porque no confiaba en mí mismo para no
decir o hacer algo que lamentaría después.
Había cosas que quería decirle, cosas que había guardado durante
años. Cosas que había escrito cien veces en cartas que finalmente se
rompieron en cien pedazos, se quemaron en las chimeneas y se dejaron en
los cubos de basura de los hoteles de todo el mundo.
—Ford. Nicolette. —La arrogante frescura de Mason me llena los
oídos. No me giro para enfrentarme a él. Si quiere hablarme, puede
pararse frente a mí. Me niego a inclinar mi cuello en su dirección. Se
mueve alrededor de la mesa, bajando hasta el nivel de mi sobrino—. Y tú
debes ser Arlo.
Arlo mira a su madre, preguntando en silencio quién diablos es este
idiota.
—¿Cómo están las cosas? —Mason lleva una enorme sonrisa, como
si esperara su momento, la oportunidad perfecta para restregarnos su
éxito. Al crecer, siempre estuvo celoso de nosotros, de nuestra inteligencia
y de nuestro empuje y ambición. Esas cosas nos salieron naturalmente,
sin esfuerzo. Nos odiaba por ello, pero solo porque le hacíamos quedar
mal.
Supongo que nos lo demostró.
—¿Necesitas algo? —pregunto, negándome a hacer contacto visual.
Pongo mantequilla en una rebanada de pan tostado de mi plato para hacer
la simple observación de que un pedazo de pan caliente merece más mi
atención que él.
—Solo estoy saludando. —Encoge sus hombros, sin recibir la
indirecta de que no es querido—. Han pasado, qué, ¿diez años o algo así?
—No llevamos la cuenta... —Nicolette esconde su sonrisa detrás de 193
un vaso de zumo de naranja recién exprimido.
—Tendré que presentarte a mi novia —anuncia—. Te va a encantar.
Inteligente como un zorro. Hermosa también. Espero que sea la indicada.
Mi puño se aprieta alrededor del tenedor, mi mandíbula se tensa.
Tal vez he seguido adelante. Tal vez ya no la quiero. Pero estoy
seguro de que no quiero que él la tenga. Se merece una insípida
supermodelo brasileña, no la mujer de mis malditos sueños.
—La mejor de las suertes para ti, Mason. —Nicolette me mira a los
ojos—. Nos vemos por ahí.
Mason se queda e imagino que está decepcionado por no haber
podido quedarse y presumir un poco más, pero me importa una mierda.
—Oyeeeeee. —Nic me patea la pierna debajo de la mesa—. ¿Qué fue
eso? Sé que odiamos a ese bastardo, pero por un minuto pensé que ibas a
clavar un cuchillo para mantequilla en su arteria carótida.
Respirando hondo, sacudo la cabeza.
—Nada. No es nada.
Nic es mi mejor amiga. Siempre le he contado todo.
Pero nunca le conté sobre Halston.
Estaba avergonzado. Humillado. Una maldita vergüenza para todo lo
que siempre hemos defendido.
Todo lo que sabe es que no funcionó.
No sabe por qué.
Tirando mi servilleta sobre mi plato, me excuso. Necesito una
carrera, una ducha fría, y un montón de autocontrol antes de ir a casa de
la tía Cecily.

194
Halston
—¿C asi lista? —Mason llama a la puerta de mi habitación
de hotel. Me levanto del tocador y lo dejo entrar, sin
decir nada mientras se sienta en el borde de mi
cama. Mirando al espejo, me pongo una capa de lápiz labial rojo rubí en
los labios. He descubierto que, si quieres que alguien te escuche, que
preste atención a lo que dices y te encuentre irresistible, llamas la atención
a tu boca.
También te hace parecer atrevida y descarada. 195
La gente te respeta más cuando no tienes miedo de sobresalir.
Los labios de color rojo brillante dicen: “Tengo algo importante que
decir y me aseguro de que me vas a escuchar”.
Cuando termino, me pongo perfume detrás de las orejas y en cada
muñeca; uno con notas de melocotón, lila y geranio, antes de darme una
última mirada en el espejo, colocando en su sitio mi blusa de peplum de
mar y asegurándome de que mis pantalones cortos de lino no sean
demasiado reveladores para una reunión familiar. Nunca he asistido a un
horneado de almejas, pero hace casi noventa grados y vamos a estar en la
orilla, así que quería vestirme ligero.
—Te ves increíble. El auto está esperando. Vámonos. —Mason me
mira con una sonrisa en su boca, aplaudiendo y frotando las manos. Casi
puedo ver las ruedas girando en su cabeza mientras fantasea con llevarme
en su brazo, mostrándome a su familia.
Si Mason fuera un hombre inteligente, se daría cuenta de que solo
me quiere porque no puede tenerme, pero está demasiado obsesionado con
querer la única cosa que no puede tener y no se da cuenta de ello.
Este mundo está lleno de mujeres hermosas que le chuparían la
polla por un paseo en su McLaren, mujeres que darían a su primogénito
por la oportunidad de pasar una lujosa velada con un multimillonario de
Silicon Valley.
No soy una de ellas.
Deslizando mi bolso sobre mi hombro, sigo a Mason hasta el
ascensor. Cuando las puertas se separan, entramos, apretujados con un
puñado de otros huéspedes del hotel. Su mano encuentra la mía, sus
dedos entrelazados con los míos.
Sigo el camino de la luz mientras se mueve del cinco al cuatro al tres
y finalmente a la planta baja. Con un respiro, me preparo para el momento
en que las puertas se abran.
Kerouac se hospeda en este hotel. Podría estar en cualquier parte.
Pero no está en el vestíbulo.
Exhalando, voy Mason hasta la puerta y subo a la parte trasera de
un Mercedes con chofer.
—¿Cuánto falta para que lleguemos? —le pregunto a Mason una vez
que nos unimos a la autopista.
—Unos treinta minutos —responde—. No debería ser mucho tiempo.
Miro hacia otro lado, sonriendo y guardándome la razón para mí
misma.
196
Treinta minutos no es nada, especialmente cuando llevo cinco años
esperando este momento.
Hace unos años, contraté a un investigador privado para tratar de
encontrarlo cuando mis propios débiles intentos en Internet no me
llevaron a ninguna parte. El hombre dijo que había un rastro de papel
desde Rosefield hasta Nueva York, pero entonces fue como si Kerouac
hubiera desaparecido completamente sin dejar rastro. Fuera de la red. No
se encontraba en ninguna parte. Me preocupaba que algo indescriptible
hubiera sucedido, pero el investigador dijo que era probable que estuviera
en el extranjero. Se ofreció a seguir buscando, pero no iba a ser barato y
me estaba quedando sin fondos, así que me dio todo lo que había reunido
sobre Ford Hawthorne hasta ese momento, incluyendo el obituario de su
padre, que mencionaba a su hermanastro, Mason Foster.
Algunas investigaciones básicas en Internet sobre Mason lo situaron
en Silicon Valley, que irónicamente ya estaba en mi radar desde que Lila y
yo empezamos una empresa de relaciones públicas y planeábamos atender
específicamente a la industria de la tecnología. El verano después de
nuestra graduación universitaria, nos mudamos al oeste, establecimos
una tienda y ofrecimos nuestros servicios a cualquier CEO gigante de la
tecnología que nos diera cinco minutos de su tiempo.
Uno de esos directores generales resultó ser Mason, que nos
contrató en el acto.
Él lo vio. Lo quería. Lo tomó.
Ahora sé que ese es el odioso modus operandi de Mason Foster.
—Hoy vas a conocer a mi madre. —Extiende su mano sobre la mía—.
Se muere por conocerte.
—Por favor, dime que no le diste la impresión de que estamos juntos.
No quiero que sea incómodo cuando tenga que aclarar las cosas.
Mason se ríe.
—Lo que no sabe no le hará daño.
Exhalando, mantengo mi mirada enfocada en los autos que pasan
entre momentos miniatura de enloquecer por dentro.
El hecho de que voy a ver a Ford de nuevo se siente surrealista y
monumental, como si hubiera estado esperando este momento toda mi
vida.
Aunque cinco años bien podrían haber sido toda una vida sin él.
—Todo lo que quiere es verme asentado y feliz —me explica,
quitando finalmente su mano de la mía—. Solo quiero verla sonreír.
Es un dulce sentimiento que viene de un hombre que tiende a dejar 197
caer nombres, acaparar focos, robar el crédito por el trabajo duro de otras
personas, y generalmente hacer cosas que le benefician a él mismo.
—Huh. Así que, piensas en los demás de vez en cuando. —Contengo
una sonrisa.
Su cuerpo se mueve hacia el mío.
—¿Qué se supone que significa eso?
—Estoy bromeando —digo. En realidad no.
—Siempre estoy pensando en todos los demás. —El surco de sus
cejas, sus labios finos y apretados. Si fuera Kerouac, me habría respondido
con una rápida frase y una media sonrisa.
—Está bien. —Exhalo, lo dejo ir y me recuesto en el asiento de cuero
mantecoso antes de comprobar la hora en mi teléfono.
Veinticinco minutos.
Ford
—¡F ordie! Nos preguntábamos si vendrías o no. —Mi prima
demasiado emocionada, Bristol, salta hacia mí,
rebotando sobre los dedos de sus pies y rodeando mi
cuello con sus brazos—. Estoy tan contenta de que pudieras venir. No te vi
anoche, ¿estabas en la fiesta?
—Sí. Estabas ocupada yendo de un lado al otro. —Le doy un beso en
la mejilla—. Felicidades.
—Gracias. —Coloca su mano sobre su corazón, arqueando las 198
cejas—. Vi a tu hermana y a Arlo. ¡Está creciendo tanto!
Asiento, fingiendo que no odio las charlas triviales.
—Está bien, vamos —exclama, llevándome de la mano hacia el
comedor—. Todos están aquí. Y aún no conoces a Devin. Lo vas a amar.
La sigo por un pasillo lleno de retratos familiares y bajo un par de
escalones hacia un comedor hundido con techos de tres metros y medio,
vista al mar y una mesa con capacidad para veinticinco personas. Solo que
cuando llegamos, no son los Renoirs y Picassos originales los que captan
mi atención, es la belleza de labios rojos con la mirada jade salvaje sentada
en el otro extremo.
Ella sonríe cuando me ve, una media sonrisa tímida y vacilante.
Aparto la mirada.
Bristol me presenta a su prometido y pretendo prestar atención a las
estúpidas conversacionales genéricas que salen de su boca. Nicolette me
mira desde donde está sentada con Arlo a su derecha. Salí a trotar esta
mañana, tenía la intención de hacer unos cinco kilómetros para poder
despejar mi mente lo suficiente para funcionar hoy, pero una vez que
comencé, no pude detenerme.
Seguí adelante, corriendo más arduo y rápido, esforzándome hasta
que no tuve más remedio que detenerme y respirar. Realmente respirar.
La mesa está llena de familiares, algunos de los cuales apenas
reconozco. Otros no los he visto desde el funeral de mi padre hace diez
años.
—Parece que hay un asiento libre ahí al fondo, Ford. —Bristol señala
el lugar frente a Halston—. ¿Conoces a la novia de Mason? Es súper dulce.
Catherine y Mason se encuentran sentados a ambos lados de ella.
Al flexionar la mandíbula, respiro profundamente y me dirijo al
asiento frente a la mujer que, sin ayuda de nadie, alteró toda la trayectoria
de mi carrera.
—Ford —saluda Catherine, mirándome a través de las pestañas
cubiertas de rímel. Su mano descansa debajo de su barbilla y todavía usa
el anillo de compromiso de diamantes que mi padre le compró poco
después de la muerte de mi madre.
Sospecho que solo lo usa para el espectáculo.
—Catherine. —No puedo ocultar el desprecio en mi tono, pero no me
importa. Ya debería saber que me repugna.
—Hola, Ford, soy Halston —comenta la otra mujer con un brillo en
sus irises esmeralda mientras cuadra los hombros—. Encantada de 199
conocerte.
Con la mandíbula inclinada, entrecierro los ojos en su dirección
antes de relajarme lo suficiente para recomponerme.
De acuerdo. Seguiré el juego.
Con mucho gusto fingiré que somos extraños.
Apenas la reconozco después de todo.
—Halston nos estaba contando que es una ávida lectora —menciona
Catherine, sonriendo y haciendo girar la cruz de diamantes alrededor de
su cuello—. Le dije que tendré que mostrarle la vieja biblioteca de tu
padre. Tantas primeras ediciones.
—Sí —murmuro—. Es una pena que hayan estado allí. Sin tocar.
Todos estos años.
La sonrisa de Catherine se desvanece por un momento.
—Esos libros significaron mucho para George. Todavía no puedo
separarme de ellos.
Se suponía que eran míos. Mi padre siempre me los había
prometido.
Debe haber olvidado poner eso en el testamento antes de morir.
—Estoy seguro de que valdrán una pequeña fortuna para cuando
estés lista para venderlos. —Me recuesto en mi silla con los ojos fijos en
Halston.
—¿Lees, Ford? —pregunta Halston mientras pestañea lentamente.
Mi barbilla se inclina hacia adelante mientras contemplo mi
respuesta.
—Apuesto a que eres el tipo de chico de Kerouac —argumenta
apoyando la cabeza en la parte superior de su mano, sus labios carnosos
dibujados en una sonrisa.
—Tuve una fase de Kerouac una vez —comento—. Hace muchos
años. Me alegra decir que finalmente recuperé el sentido.
La sonrisa de Halston desaparece. Se sienta un poco más erguida.
—On the Road no es necesariamente uno de mis libros favoritos,
pero sigue siendo un clásico icónico en la historia literaria estadounidense.
Digamos que todavía tiene un lugar en mi estantería. Lo vuelvo a leer de
vez en cuando, cuando me siento... nostálgica.
—Suena como una perfecta pérdida de tiempo —reflexiono, mirando
hacia la mesa.
—No es una pérdida de tiempo en absoluto. Lo disfruto. Me gusta
pensar en Kerouac, sus palabras y lo que significaron —explica. 200
Nos sostenemos las miradas.
—Sabes, algunas personas dicen que Kerouac era un tipo normal,
atrapado entre la vida que se esperaba que viviera y la vida que quería
vivir —continua—. Un hombre corriente colocado en una situación
extraordinaria.
Desde mi periferia, veo a Catherine y Mason intercambiando
miradas.
—Está bien, todos, vamos a la playa. —La tía Cecily está a la
cabecera de la mesa—. Roger acaba de regresar con las almejas Quahog.
¡Vamos a cavar nuestro hoyo y seguir adelante! ¡Habrá juegos para los
niños y bebidas para los adultos!
Las sillas se deslizan, chirrían contra los suelos de madera y todos
salen por las puertas corredizas a la terraza que conduce al camino de la
playa de arena. Me quedo atrás, dejando que todos los demás vayan
primero.
—Oye, ¿estás bien? —Nicolette me da unos golpecitos en el hombro.
Había olvidado por completo que ella estaba aquí.
Frunciendo el ceño, digo:
—Por supuesto que lo estoy.
—Siento que te hayas quedado atascado sentado con la reina
malvada. —Hace pucheros.
—Sobreviví.
—Sé que lo hiciste. Estoy orgullosa de ti por no causar una escena.
—Nic me tira del brazo hacia donde las olas se rompen—. Dios, son unos
idiotas. ¿Viste que todavía usa su anillo de compromiso?
Me rio secamente.
—Lo vi.
—¿Y cómo diablos consiguió Mason una novia tan explosiva? —
pregunta—. Él es tan falso, torpe y un idiota social y ella es tan refinada y
elegante. Tiene que ser el dinero. Eso es lo único en lo que puedo pensar.
—¿Importa?
Nic se ríe.
—No. Supongo que no. Solo estoy siendo malvada.
Para cuando llegamos a la costa, dos de mis tíos están cavando un
hoyo en la arena mientras el otro prepara las rocas y las algas. Mi tía nos
entrega botellas de cerveza sudorosas a cada uno antes de perseguir a dos
niños pequeños que corren hacia el agua.
—Ojalá papá estuviera aquí —comento Nic, destapando su cerveza— 201
. Ver a todo el mundo... me hace extrañarlo. Él manejaría todo el horneado
de almejas en este momento. Eso siempre fue lo suyo.
Centrado en el mar, pienso en el hombre que me hizo quien soy hoy,
para bien o para mal.
—Tienes que perdonarlo. —Mi hermana me da un codazo—. Han
pasado más de diez años. ¿De qué te sirve seguir enojado con él?
—No lo estoy.
—Sí, lo estás.
—Él era nuestro padre. Se suponía que debía amarnos y cuidarnos.
—Mi cuerpo se tensa, la brisa sopla suavemente sobre mi piel—.
Simplemente nos abandonó. Nos descartó. Literalmente. Nos sacó de su
testamento. Ni siquiera un maldito libro para recordarlo.
—La reina malvada le lavó el cerebro. Tú lo sabes. Yo lo sé. La gente
de los Estados Unidos de América lo sabe.
Una vez más, la frívola indiferencia de mi hermana por una situación
tan trágica se me mete en la piel, aunque supongo que cada uno de
nosotros tiene su propia manera de lidiar con situaciones incómodas.
Yo construyo muros.
Ella hace bromas.
—En serio, tienes que dejarlo ir. —La mano de Nicolette se desliza
por el aire—. La vida es demasiado corta para pasarla enojado, Ford.
Arlo pasa corriendo, riendo y persiguiendo a algunos de los otros
niños. La última vez que me sentí tan libre, tan vivo, acababa de comenzar
mi nuevo trabajo y pasaba las noches charlando con una mujer que puso
una jodida sonrisa genuina en mi rostro por primera vez en años.
Mirando hacia el resto del grupo, encuentro a Halston. El viento
agita su cabello oscuro, los mechones ondulan mientras se los quita de los
ojos color absenta y mira en mi dirección.
La mitad de mí quiere tragarse mi orgullo, preguntarle cómo ha
estado y si ha pensado en mí tanto como he pensado en ella.
La otra mitad quiere revolcarse en esta ira, mis puños siguen
apretados y aún no están listos para dejarlo ir. Se necesita ser una gran
persona para perdonar a alguien por destruir tu carrera y destrozar tu
corazón. Siempre me enorgullecí de hacer lo correcto, tomar el camino
principal, pero eso fue antes, cuando era Kerouac.
Y no he sido él en mucho tiempo.

202
Halston
E
sto tiene que ser una especie de broma.
Vago por los pasillos de la finca de Sag Harbor de
Cecily y Roger Hawthorne, completamente perdida y
desorientada. Todo lo que hice fue entrar a usar el baño
hace cinco minutos y ahora estoy en el ala oeste del castillo de la bestia.
Estoy bastante segura de que el candelabro va a empezar a cantarme si no
salgo pronto de aquí.
Una pared de retratos familiares parece vagamente familiar... ¿tal 203
vez la pasamos de camino al comedor antes?
Me detengo y me quedo frente a ellos, estudiando las fotos en blanco
y negro que se muestran en arreglos de calidad de museo. Una foto grande
al final me llama la atención después de un minuto. Un hombre que se
parece exactamente a Ford con su cabello oscuro, mandíbula cuadrada y
cincelada y ojos entrecerrados se encuentra frente a un auto viejo, con los
brazos cruzados y el océano al fondo.
—Ese era mi padre.
Su voz me sorprende y doy un paso atrás.
—Ford. —Dejo escapar un suspiro, mi palma descansa sobre mi
corazón frenético—. Hola.
Se acerca a mí, pero mantiene una distancia segura, estudiándome,
analizándome como si fuera la primera vez.
—Es bueno verte otra vez —agrego—. Te ves… increíble.
Y lo hace. La piel bronceada, el cabello más largo, la mirada en sus
ojos como si quisiera devorarme... le está funcionando bastante bien.
Mi atención recae en sus manos, que están enganchadas a los
costados. No puedo evitar preguntarme cómo se sentirían en mi cabello,
debajo de mi ropa, recorriendo mi boca, deslizándose dentro de mí.
Mira más allá de mi hombro antes de apretar su boca en una línea
dura y luego se aleja de mi lado.
—Espera, ¿te vas a ir? —pregunto.
Se detiene y deja escapar un suspiro antes de girarse hacia mí.
—Sí.
Hago una mueca de dolor, negándome a aceptar que he llegado tan
lejos solo para ser ignorada por el único hombre que he amado.
—Estoy muy contenta de que hayas podido seguir adelante con
tanta facilidad —menciono—. Realmente me alegro de que la vida haya
continuado para ti.
Las líneas se extienden por su frente.
—Sí, parece que ambos seguimos adelante muy bien. Buen trabajo
al conseguir a mi hermanastro. Llegaste al ganador real.
—Estás celoso. —Sonrío.
—Más bien decepcionado. Pensé que tenías mejores estándares que
eso. Supongo que la gente cambia. 204
—No estoy con él, Ford. —Doy un paso al frente, tomándome mi
tiempo y acercándome a él como un guía se acercaría a un perro callejero
en un callejón—. Trabajamos juntos. Me encargo de sus relaciones
públicas. Me pidió que viniera como su cita de boda.
Ford no se inmuta.
—Eso no es lo que les está diciendo a todos.
—Lo sé. Y hemos tenido esa charla. Muchas, muchas veces. —Niego
con la cabeza—. Le cuesta aceptar un “no” por respuesta y le cuesta aún
más aceptar el hecho de que las casas bonitas y los autos rápidos
realmente no lo ayudan conmigo. Le agrado, Ford. Pero no me agrada.
Desafortunadamente, todavía estoy obsesionada con alguien que solía
conocer.
—Ese barco ha zarpado, Halston. —Sus palabras duelen, pero me
niego a tomarlas al pie de la letra. Algo más está sucediendo aquí, algo que
aún no he identificado.
—¿Sigues trabajando en educación? —pregunto.
Se burla.
—¿En serio?
—Lo tomaré como un no...
Su mano se arrastra por su cabello, su cabeza se inclina hacia atrás
mientras gime.
—¿Qué haces ahora? —interrogo.
Contempla su respuesta o tal vez contempla si quiere o no darme
una.
—He estado viajando. Internacionalmente. Haciendo trabajo por
contrato.
—Tiene sentido. Traté de encontrarte hace unos años —admito—. El
rastro se enfrió en Nueva York. Supuse que abandonaste el país, pero
nunca lo supe con certeza.
Asiente, su silencio indica el hecho de que no quiere estar aquí,
teniendo una pequeña charla conmigo.
—Pienso en ti todo el tiempo —le confieso antes de que se vaya y no
vuelva a tener la oportunidad.
No dice nada, se queda ahí mirándome.
—¿No vas a decir nada? —Me río, medio nerviosa y herida.
—¿Qué quieres que te diga?
Encogiéndome de hombros, parpadeo para alejar la amenaza de las
lágrimas antes de que se note desde donde está parado. 205
—No lo sé. Di algo.
Su palma frota su mandíbula mientras mira el suelo.
—No entiendo —expreso.
Su mirada se posa en la mía.
—¿Qué es lo que no entiendes?
—Teníamos una conexión —explico—. Algo que nunca he tenido con
nadie más, algo que probablemente nunca tendré con nadie más. No
podíamos estar juntos entonces, ¿pero ahora? Tengo casi veinticuatro. Ya
no soy tu estudiante. Se han eliminado todas las barreras y ni siquiera me
darás la hora del día sin actuar como si te disgustara.
—Sí, bueno, fingir que no pasó nada nunca ha sido mi fuerte.
—No te estoy pidiendo que finjas que no pasó nada. Te pido que me
trates como a un maldito ser humano. Uno que puedo recordarte, que una
vez dijiste amar. —Me acerco, invadiendo su espacio, mi dedo presiona
contra su pecho, que en este punto no es más que una cavidad hueca, sin
corazón—. Oh, Dios mío. Lo entiendo. Ahora lo entiendo. Solo me querías
cuando no podías tenerme. Vaya.
—Eso no es cierto.
—Sí lo es. Eres como todos los demás. —Doy un paso atrás con la
mandíbula floja—. ¿Cómo diablos no vi eso?
—Eso no podría estar más lejos de la verdad. —Se mueve hacia mí
esta vez—. Quererte no tiene nada que ver con si podía o no tenerte.
—Entonces, ¿por qué no me quieres ahora? ¿Ahora que puedes
tenerme? —pregunto.
Hace una pausa, su presencia imponente y desalentadora, pero no
puedo irme. No hasta que obtenga mi respuesta.
—Te esperé —confieso con la voz quebrada—. Me pediste que te
esperara. Dijiste que me amabas. Entonces, esperé. Esperé cinco jodidos
años.
Intento decir más, pero las palabras se atascan. Me arden los ojos,
pero no lloraré. No le daré la satisfacción de saber que me lastimó porque
claramente eso es lo que quiere.
—Halston.
Levantando la mano, respiro entrecortadamente, me recompongo y
me alejo.
Lila tenía razón.
Fui una idiota por esperar.
206
Ford
—¿Q ué estás haciendo aquí fuera? —le pregunto. La
marea baja del Atlántico está pintada a la luz de la
luna y hay un ligero frío en el aire de verano. Todo el
mundo entró hace tiempo. No había visto a Halston en horas, no desde
nuestro pequeño enfrentamiento en el pasillo—. Creí que te habías ido.
Está sentada en una pendiente rocosa junto al cobertizo para botes,
con las rodillas pegadas al pecho y abrazándolas. El viento le despeina el
cabello oscuro, a lo que todavía no estoy acostumbrado. La Absinthe que 207
recuerdo tenía unos rizos rubios y descontrolados que coincidían con su
espíritu salvaje.
Esta es más controlada, más refinada. Es elegante y lista, pulida.
Hay una fuerza tranquila en ella que siempre estuvo ahí antes, pero ahora
se está mostrando de una manera completamente nueva.
—Quería estar sola —responde, sin mirarme.
Me parece justo.
—Sabes, he pensado en ti todos los días durante los últimos cinco
años —admite, metiendo un mechón oscuro y azotado por el viento detrás
de una oreja—. No ha habido un día en el que no me haya preguntado
dónde estás, si estás pensando en mí, si has seguido adelante, si eres feliz
o si me extrañas tanto como yo a ti. No ha habido un día en el que no haya
deseado estar contigo, experimentando todo a tu lado. —Apoya su mejilla
sobre su rodilla, mirándome, sus ojos verdes brillando en la oscuridad—.
Sé que esto suena absolutamente ridículo y que voy a sonar como una
colegiala enamorada, pero siempre pensé que si las cosas hubieran sido de
otra manera tú y yo estaríamos juntos ahora, pasando nuestros días
leyendo libros increíbles, bebiendo buen vino y follando como locos.
—Estás viviendo en la tierra de la fantasía —contesto, aunque no es
como si yo no haya imaginado las mismas cosas.
Ella presiona sus labios.
—Lo sé. Ahora.
—Siento que no haya funcionado entre nosotros —agrego—. Y lo digo
en serio, Halston.
—Sí. Lo mismo. —Se frota los ojos con el dorso de las manos,
arrastrándolos—. ¿Sabes qué es lo que está realmente jodido?
—¿Qué? —Me duele ver a una de las mujeres más fuertes que he
conocido tan vulnerable, tan cruda. No me sorprendería ser la única
persona que ha visto este lado de ella.
—Todavía te dejaría follarme. Si quisieras —confiesa—. No te lo
mereces, pero te dejaría. Y solo porque lo quiero. Sería para mí, no para ti.
—Sacude la cabeza, medio riéndose, medio llorando—. Te has convertido
en un imbécil de corazón frío, y claramente tienes un odio hacia mí que
parece que no puedes dejar ir. Así que tal vez... ¿tal vez deberíamos? —Se
levanta, se seca las mejillas y me mira fijamente, con los hombros hacia
atrás—. ¿Quizás una noche juntos es todo lo que necesitamos? Se cierra el
tema. Te saco de mi cabeza. Ambos somos libres de seguir adelante
después de eso.
Empiezo a hablar, pero me interrumpe.
—Todo lo que siempre quise fue ser tuya —asegura—. He esperado y
esperado, como me pediste. Y creo que... una noche contigo sería mejor
208
que no estar nunca contigo.
—No entiendo cómo crees que esto te haría sentir mejor.
—No necesitas entenderlo —responde, hablando rápido,
cortándome—. Esto simplemente es algo que quiero. Para mí. No tiene
nada que ver contigo.
Antes de que diga otra palabra, sus dedos empiezan a trabajar en los
botones de su blusa hasta que cae por sus hombros, aterrizando en la
arena a sus pies. Bajando sus pantalones cortos por sus largas piernas,
camina hacia mí, llevando su mano hacia mi cara.
Me tenso, deseando no disfrutar de esto.
Me la voy a follar.
Y, así como ella tiene sus razones, yo también tengo las mías.
Ella es lo único que siempre he querido, lo único que nunca he
tenido. Tal vez una vez sea todo lo que necesitamos para que ambos
finalmente podamos seguir adelante.
Las yemas de sus dedos trazan mi mandíbula mientras presiona su
cuerpo semidesnudo contra el mío. Levantándose sobre sus pies, me rodea
los hombros con sus brazos, inclinando su boca justo debajo de la mía,
una especie de ofrenda.
Bajando mis manos por sus caderas, agarro su apretado trasero,
levantándola hasta que sus muslos me envuelven, y luego la llevo al
cobertizo para botes, cerrando la puerta tras nosotros.
—¿Estás segura de que quieres esto? —pregunto, mi polla empieza a
tensarse contra mis pantalones cortos.
Asiente, inhalándome con un pulmón lleno de aire húmedo y salado,
y su cabello azotando su bonita cara.
Su cuerpo se desliza por el mío hasta que sus pies tocan el suelo.
Sosteniendo su mandíbula con mi mano, vuelvo a inclinar sus labios,
tomándolos como rehenes, prolongando este momento aunque solo sea
para burlarme de ella, para castigarla.
Esta mujer me traicionó, me arruinó, cuando todo lo que quería era
amarla.
Las manos de Halston tiran del dobladillo de mi camisa, sacándola
por encima de mis hombros y tirándola a un lado. Girando, quita la lona
de la lancha de mi tío y entra. La sigo, abriendo mi bragueta mientras el
barco se mece suavemente en el agua.
Tomando asiento en la parte delantera del barco, se quita las bragas
negras y se desabrocha el sujetador de encaje, tirándolos detrás de mí.
209
Casi pierdo el aliento al ver su piel cremosa y suave y sus delicadas
curvas femeninas. Pone una mano en su cadera mientras nuestras
miradas se encuentran, la mezcla perfecta de confianza y vulnerabilidad y,
por mucho que una pequeña parte de mí desee que pudiera hacer el amor
con ella esta noche, que pudiera ser dulce con ella y compensar todos esos
años que perdimos...
No es así.
Esta mujer me destruyó.
Irrumpió en mi vida y dejó uno desastre devastador a su paso.
Y ahora quiere actuar como si nunca hubiera sucedido, como si
pudiéramos retomar lo que dejamos y vivir felices para siempre.
Ha perdido la maldita cabeza.
—Date la vuelta —ordeno.
—¿Qué?
—Date la vuelta —repito, mis instrucciones más claras esta vez,
acariciando mi polla en mis manos.
Halston se gira y se coloca en la parte delantera de la lancha, con el
cuerpo ligeramente inclinado. Desde aquí tengo una vista perfecta del culo
más hermoso que he visto nunca. Terso y tonificado, suplicando ser
abofeteado y montado.
Bajando, arrastro mi lengua a lo largo de la hendidura de su
húmedo coño, con mi mano derecha estirada y rodeando su clítoris. Sabe
a azúcar, adictiva y estimulante, y sus suspiros solo sirven para ponerme
duro como una maldita roca.
Levantándome, coloco mis manos sobre la curva de sus caderas,
haciéndola girar para que se enfrente a mí. Con un dedo levanto su
barbilla, colocando su boca cerca de la mía. Deslizando un dedo entre sus
muslos, lo arrastro a lo largo de su apertura antes de sumergirme
lentamente en ella.
Dios mío, nunca he sentido nada tan apretado, tan húmedo.
Sacándolo, lo llevo a su boca.
—Pruébate, Halston. Prueba lo que puedo hacerte.
Su boca acepta mi dedo y su lengua de terciopelo roza mi carne.
Esos labios.
Esos jodidos y jugosos labios.
—La primera vez que vi esa boca, estaba envuelta alrededor de una 210
paleta —le recuerdo, agarrando su mano y poniéndola en mi polla. Ella
acaricia la longitud, bombeándola en su mano mientras nuestros ojos
observan. Me voy a follar esa bonita boquita suya de la forma en que he
fantaseado unas mil veces—. De rodillas.
Se arrodilla, y su palma agarra la base de mi polla mientras acaricia
la punta con su cálida lengua.
—Oh, Dios. —Exhalo, echando la cabeza hacia atrás mientras ella
toma mi longitud en su boca, más y más profundo. Cada movimiento de su
lengua, cada bombeo de su mano, es puro jodido éxtasis... y casi me
olvido...—. Levántate.
Saca mi palpitante polla de entre sus labios hinchados y se levanta.
Trazando sus pezones con mis dedos, pellizco sus capullos rosados antes
de tomar uno en mi boca.
—Tu cuerpo es la puta perfección. —Suelto una bocanada de aire
antes de inhalar su dulce excitación de nuevo, preparándome para
poseerla de la manera que siempre he querido, aunque sea por la más
pequeña astilla de una sola noche—. Y, esta noche, me pertenece.
Hay un parpadeo en sus ojos, una pequeña chispa, como si mis
palabras hicieran que una parte de ella volviera a la vida. Su cuerpo se
rinde al mío, derritiéndose con cada toque, volviéndose flexible y maleable.
Está sin aliento, con sus dedos acariciando mi cara, tocando mi cabello, su
boca esperando la mía. Ha soñado con este momento tanto como yo, solo
que esta noche no puedo prometer que vaya a ser la experiencia mágica
que siempre esperó que fuera.
—Esto es simple sexo, Halston —le recuerdo.
—Lo sé. —Presiona su boca contra la mía, empujando su cuerpo
contra el mío.
Tropezamos hacia atrás hasta que me siento en una de las sillas del
capitán y ella se coloca a horcajadas sobre mí. Restregándose la polla,
aprieta las tetas contra mí y me entierra la cara en el cuello.
—No, no, no. —La detengo después de un minuto—. Así no es como
va a ser esta noche.
Se sienta, con los ojos buscando los míos, y la alejo de mí.
—Te quiero de rodillas —le digo, señalando un banco en la parte de
atrás de la lancha. Una vez me dijo que odiaba el estilo perrito, que su
posición favorita era la de misionero porque la hacía sentir segura y era
romántica. Desafortunadamente nada de esta noche es romántico, y si
quiere que la folle esta noche, va a ser follada esta noche.
No protesta.
Hace lo que le digo. 211
Acercándome a ella por detrás, trazo con la punta de mis dedos el
largo de sus muslos internos antes de extenderlos más. Quiero verlo todo.
Quiero su cuerpo en una maldita bandeja de plata.
Halston suspira, su cuerpo se estremece, sobrecogido por la
anticipación mientras agarro un paquete dorado de mi cartera. Rasgándolo
con mis dientes, cubro mi polla y acaricio el eje antes de burlarme con la
punta a lo largo de su resbaladiza abertura.
Observo sus manos agarrando los cojines del asiento delante de ella
tan fuerte que sus nudillos se vuelven blancos y, cuando menos lo espera,
entro completamente en su interior, tan profundamente que jadea en
busca de aire.
—Oh, Dios —susurra, como si finalmente se le hubiera regalado el
alivio que ha estado buscando tan desesperadamente todos estos años—.
No te detengas, Ford. Por favor, no te detengas. Sigue.
Muevo mi longitud más fuerte, más rápido, con mis manos
agarrando sus caderas, controlándolas con cada presión y empuje. Su
coño está apretado, resbaladizo de deseo, y se contrae alrededor de mi
polla mientras la fricción aumenta a medida que mi pulgar rodea su
clítoris.
La palma de mi mano se desliza por su suave y lisa barriga, viajando
entre sus pechos antes de sostener su mandíbula. Sus gemidos se
aceleran, sus caderas convulsionan como si estuviera en el borde, y la guío
hasta que nuestros cuerpos se funden.
—Vamos, nena —gimo en su oído—. Vente sobre esta polla. Has
esperado mucho tiempo para esto.
Follándola con más fuerza, con todo lo que tengo, su cuerpo
comienza a sacudirse, y suspiros rápidos dejan sus labios llenos mientras
sus caderas se doblan contra mí. Mi liberación es repentina, chorros
calientes mientras su hermoso cuerpo rebota contra el mío, aceptando con
avidez mi polla hasta que no tenga nada más que dar.
Jadeando y agotado en el sentido literal, salgo de ella y me derrumbo
a su lado, tratando de recuperar el aliento por un momento.
Por primera vez en años, saboreo la reivindicación.
Pero, cuando la miro, no lleva la sonrisa de una mujer satisfecha,
una mujer que se contenta con seguir adelante a partir de este momento y
dejar el pasado en el pasado.
—¿Qué? —pregunto, con las cejas fruncidas mientras me siento
derecho.
Ella sacude la cabeza, sin hablar, mientras recoge su sostén y sus
bragas, poniéndoselas como si necesitara salir de aquí.
212
—Halston.
Ahora me da la espalda.
—¿Estás... llorando? —pregunto.
Sin responder, sube por el lado del barco hacia la puerta, jugando
con la cerradura.
—Joder. Déjame ayudarte. —Me pongo la ropa y llego a la puerta,
pero primero la hago girar para que me mire. Gruesas lágrimas gotean por
sus mejillas. Dos, tal vez tres. Su expresión es dura, decidida, pero sus
ojos cuentan una historia diferente—. Querías esto. Tú pediste esto.
—Lo sé —dice finalmente.
—¿Por qué estás llorando? Pensé que lo disfrutabas. —Yo lo hice.
—No es nada —responde, forzando una sonrisa mientras dos
lágrimas más caen por sus mejillas sonrojadas.
—No es nada —me burlo.
—Es complicado. Ahora, ¿podrías por favor abrir la maldita puerta?
Tomo el pestillo y retrocedo mientras ella sale corriendo, buscando
su ropa en la oscuridad de la noche con olor a mar. Esperando en el
cobertizo para botes, le doy tiempo para vestirse y espacio para respirar.
Pero, cuando salgo, se ha ido.

213
Halston
—¿P
uedo decir que te lo dije? —me pregunta Lila
desde el otro extremo.
Me acuesto en la cama del hotel el viernes
por la mañana, con el cuerpo húmedo por la
ducha y el cabello envuelto en una toalla. No tengo la energía... ni la
motivación para moverme. Me costó toda la fuerza que tenía tomar una
maldita ducha esta mañana.
—Tenías razón. —Exhalo, acostándome de lado y presionando mi 214
mejilla contra un punto fresco en la almohada.
—Los hombres son tontos. Literalmente —asegura—. Somos más
inteligentes que ellos en todos los sentidos. Lo único que tienen es la
fuerza física y la capacidad de tener una erección cuando les place.
Me río, lo cual es un buen cambio de ritmo con respecto a anoche.
Llorar después de que Kerouac me follara no era parte del plan, y no
estoy segura de quién estaba más sorprendido: él o yo. No lloro. Nunca.
Él lo sabía.
Sabía que odiaba esa posición, estar de rodillas y ser follada como
un animal, pero lo hizo de todos modos. Lo hizo a propósito. No fue la
forma en que lo describió una vez en una conversación en Karma, la
misma fantasía en mi mente cientos de veces antes. No fue nada de eso.
Kerouac era frío, sin emociones.
Como si yo fuera cualquier otra chica y él cualquier otro chico.
—Pensé que podía sacarlo de mi sistema —confieso.
Lila se ríe.
—Eso no existe.
—Todos estos años, quise eso de él. Quería esa cercanía física. Esa
intimidad a un nivel que nunca tuvimos la oportunidad de tener —
confieso—. Supongo que esperaba que una vez juntos cambiara las cosas.
¿Quizás lo haría sentir diferente, reconsiderar las cosas? Dios, soy una
idiota.
—¿Le dijiste eso?
—Pf. No. Fue sólo sexo para él —respondo—. Lo dejó claro.
Para ser justos, lo dejó claro hace cinco años, cuando dijo que solo
me follaría y me rompería el corazón. Supongo que estaba diciendo la
verdad.
—Bien, entonces que se joda —exclama Lila—. No literalmente, pero,
ya sabes, como... que se joda esa mierda. Es hora de seguir adelante.
Cerrar ese capítulo. Conocer gente nueva y mejor. No puedo prometerte
que no te rompan el corazón otra vez porque es un hecho inevitable de la
vida, pero puedo prometer que hay hombres que valen más que tus
lágrimas.
Mi boca se curva.
—Eres dulce al decir eso.
—No intento ser dulce. Simplemente ser honesta
—¿Y si nunca tengo ese tipo de química con nadie más? —pregunto. 215
—La tendrás.
—¿Y si no la tengo? ¿Y si me tengo que conformar con alguien que
prefiere ESPN a Hemingway y tiene cero sentido del humor?
—¿Y si encuentras a alguien mejor?.
—No sé si eso es posible.
—Todo es posible —asegura Lila—. Entonces, ¿cuál es el plan para
hoy?
—No estoy segura. —Reviso la hora en mi teléfono—. La cena de
ensayo es esta noche, pero no estamos en la fiesta de la boda, así que
Mason dijo algo sobre hacer lo nuestro hoy. De todos modos,
probablemente vaya a llamar a mi puerta en cualquier momento, así que
debería secarme el cabello o lo que sea.
Se ríe.
—Muy bien, cariño. Aguanta.
Colgando, me levanto de la cama, me pongo ropa de verdad y me
arreglo. Cuando termino, suena el teléfono del hotel.
—¿Hola? —contesto.
—Encuéntrate conmigo abajo en diez minutos. —Es Mason—. Tengo
una sorpresa para ti hoy.
Echando la cabeza hacia atrás, estoy confundida, pero todo lo que
puedo hacer es un tartamudeo:
—¿Qué... qué?
—Diez minutos. Sorpresa. Vestíbulo —repite, precipitando sus
palabras.
—Todavía tengo que secarme el cabello. —Me quito la toalla húmeda
de la cabeza—. Necesito más de diez minutos.
—Trata de apurarte.
—¿Intentamos tomar un avión o algo así? —Levanto una ceja, y me
hago ilusiones. No puedo negar el hecho de que quiero irme a casa.
Mason se ríe.
—No. Te voy a llevar a un lugar. Te encantará.
Pasar el día con Mason no me atrae en absoluto, especialmente
después de anoche y sobre todo con mi mente tan consumida por... otras
cosas. Pero vine aquí con él. Por él. No tengo excusas para no ir. No hay
forma de salir de esta.
—Está bien. Dame quince —pido. 216
Agarrando mi bolso, me meto en un par de tacones y bajo las
escaleras, esperando no encontrarme con Kerouac en el camino. Sé que
me voy a encontrar con él mañana, en la boda, eso está claro, pero hoy
necesito algo de distancia.
Me dolería mucho verlo tan pronto.
Flotando hacia el piso principal, el ascensor me deja en el vestíbulo y
veo a Mason parado afuera junto a un Escalade negro. Sonríe cuando me
ve, pidiéndome con la mano que me acerque.
—¿A dónde me llevas? —pregunto cuando subo.
—La finca de mi familia en Mattituck. —Se sienta a mi lado,
poniéndose un par de brillantes gafas de sol sobre su nariz.
—¿Por qué?
—Ya lo verás cuando lleguemos allí. —Saca su teléfono, revisando su
correo electrónico. Me muero por saber qué es esto, qué está tramando,
pero estoy segura de que lo averiguaré pronto.
Una hora más tarde, el conductor se acerca a una puerta de hierro,
pasando una tarjeta de seguridad que Mason le entrega. Al llegar, damos
una vuelta, pasamos por filas de árboles de sombra y una fuente
burbujeante con un águila bronceada en el centro.
La casa es gigantesca, cubierta con tejas de cedro y ventanas con
marcos blancos, y anidada en unos pocos acres de tierra con vistas al mar.
El conductor me abre la puerta y Mason se reúne conmigo en la
parte trasera del todoterreno.
—¿Preparada? —pregunta.
Con la cabeza ladeada y aún insegura, asiento antes de seguirlo al
interior.
Tomando mi mano, me lleva a través de un vestíbulo amplio, por un
pasillo, y hacia un conjunto de puertas dobles.
—Cúbrete los ojos —me pide. Coloco mis manos sobre ellos,
escuchando el chasquido del pestillo de la puerta. Con su mano en la
parte baja de mi espalda, me guía hacia adelante—. Ya puedes mirar.
—Oh, Dios mío.
—¿Te gusta? —pregunta sonriendo.
—¿Esto es real? —Me río, moviéndome hacia una estantería a mi
izquierda. Toda la habitación está llena de estanterías, del suelo al techo,
completamente llenas. Tapa dura. Cubiertas de cuero. Primeras ediciones.
Todos clásicos literarios.
—Sé que te gustan los libros —comenta.
217
—Eso es quedarse corto, pero sí.
—Quería agradecerte el venir conmigo —explica—. Sé que no es fácil
trabajar conmigo, y he sido una molestia estos últimos días.
—Otro eufemismo. —Le muestro una sonrisa, y luego vuelvo a los
hermosos bebés literarios que tengo delante, sacando una copia de Anna
Karenina de su lugar.
—Como muestra de mi aprecio, quería traerte aquí —continúa—. Y
dejarte escoger un par de libros. Para que los conserves.
—¿Qué? —Cierro el clásico tomo de Tolstoy y levanto las cejas—.
¿Hablas en serio?
Los labios de Mason se levantan a un lado.
—Sí. Lo que quieras.
No sé cómo voy a elegir, pero sé que no tenemos todo el día, así que
intentaré apurarme. Escaneando los lomos, me doy cuenta de que todo
está ordenado alfabéticamente, lo que debería al menos hacer las cosas un
poco más fáciles. En minutos, encuentro una copia de la primera edición
de El Gran Gatsby, sacándola de la estantería y abrazándola fuerte contra
mi pecho.
Cuando llego al otro lado de la habitación, me muevo alrededor de
un escritorio enorme centrado en el espacio y me detengo cuando veo un
libro encima de un calendario de hace diez años que parece estar atascado
en el mes de marzo.
Dejando a un lado a Gatsby, inspecciono el otro libro, me falta el
aliento cuando me doy cuenta de que es la primera edición de On the Road
de Jack Kerouac.
—Ese era el libro favorito de mi padrastro —informa Mason, con las
manos en los bolsillos mientras me mira. No ha sacado ni un solo libro
desde que estamos aquí, y me imagino que no tiene ni idea de lo valiosas
que son algunas de estas reliquias—. Lo leía todo el tiempo. Supongo que
el autor solía vivir en su calle o algo así cuando era un niño.
Y ahora tiene sentido, el amor de Ford por Kerouac.
Abriendo la tapa, mis dedos rastrean la desordenada y descolorida
inscripción de tinta.
Para Bobby Hawthorne,
Toda la vida es un país extranjero.
Jack Kerouac.
—¿Puedo quedarme este? —pregunto.
Mason asiente. 218
—Toma lo que quieras.
—Gracias. —Agarro a Gatsby y sostengo ambos libros cerca de mi
corazón. Voy a darle el segundo a Ford. Puede que me haya hecho daño,
pero este libro pertenecía a su padre, y debería tenerlo.
Mason me da un recorrido por el lugar, supongo que por falta de
algo mejor que hacer o tal vez un último intento de tratar de
impresionarme. Cuando terminamos, pide el almuerzo en un café local y
envía al conductor mientras esperamos en el patio trasero, viendo las olas
llegar a la orilla.
Poniéndome cómoda en una tumbona, hojeo mi Gran Gatsby
original, arrastrando las palmas de las manos por el papel cremoso e
inhalando su delicioso olor a moho, y mi mirada aterriza en una línea que
siempre me ha encantado: “La miró como todas las mujeres quieren que las
mire un hombre.”
Exhalando, siento una sonrisa agridulce en mis labios mientras
pienso en Ford. Solía mirarme como si fuera la única persona en la
habitación, lo único que importaba. Durante una breve parte de mi corta
vida, ese hombre me deseó. Y, durante los últimos cinco años, todo lo que
he querido es recuperar eso... tenerlo una vez más.
Cerrando el libro, me resuelvo a aceptar mi destino: Kerouac ya no
me quiere.
Es hora de seguir adelante.

219
Ford
T
odos los ojos están puestos en los novios... excepto los míos.
No puedo apartar los míos de ella. Mi Absinthe. Mi
adicción intoxicante.
Se suponía que solo iba a ser sexo, pero aquí estoy dos
días después, deseándola. Extrañándola. Está en cada rostro que veo, en
cada pensamiento que ocupa mi mente, sus gemidos entrecortados
sonando como en bucle en mi oído.
220
Tenía tantas ganas de avivar el fuego, de mantener la antorcha
encendida tan brillante como lo había hecho todos esos años. Era más
fácil resentirla desde lejos que aceptar lo vacíos que han sido los últimos
cinco años sin ella en ellos.
Después del cobertizo de lanchas el jueves por la noche, dejó la casa
de la tía Cecily y volvió al hotel. Ayer no la vi ni una sola vez, y pensé que
tal vez se había ido de Sag Harbor. Pero entonces Mason entró en la iglesia
quince minutos antes de la boda, mi hermosa Halston colgada de su brazo
usando un vestido rosa pálido que abraza sus curvas, su cabello oscuro
recogido en un sofisticado moño en su coronilla.
Casi inmediatamente me vio.
Y tan rápido como ocurrió, miró hacia otro lado.
No pude llevarla a su asiento; el primo segundo del novio llegó
primero, pero tengo la intención de encontrarla en la recepción, para
llevármela y encontrar un lugar tranquilo para ir y así poder resolver esto,
dar sentido a lo que queda.
Bristol y Devin se besan, el sacerdote los presenta como “señor y
señora Hotchkiss” mientras la música comienza a sonar desde los tubos
del órgano del frente. Los dos se lanzan al pasillo de satén blanco, y me
levanto, dirigiéndome al frente para empezar a descartar las filas.
Cuando llego donde Halston, ella todavía se niega a encontrar mi
penetrante mirada, así que cuando pasa, rozo mis dedos contra su mano.
Nuestros ojos se encuentran por un momento ininterrumpido antes
de que Mason le tome la mano y se la lleve. Ella desaparece entre la
multitud un momento después, y la pierdo de nuevo.
Pero la recuperaré esta noche.

—¿Has visto a la cita de Mason? —le pregunto a Nicolette un par de


horas después. El lugar de la recepción está lleno, la mayoría de la gente
está sentada en sus mesas asignadas o mezclándose en el bar. Todo lo que
he hecho desde que llegamos es buscar a la chica del vestido rosa con los
tristes ojos verdes.
Pero no está aquí.
—Esa es una pregunta extraña. —Nic arruga su nariz.
No tengo tiempo para explicarle.
—Quería hacerle una pregunta —le digo. Es la verdad. Quiero 221
hacerle muchas preguntas.
—¿Sobre qué?
Exhalo.
—Necesito encontrarla. Volveré.
Apoya su mejilla contra su puño, estudiándome.
—Has estado actuando de forma tan extraña desde que llegamos
aquí.
Me despido, agarro mi vaso de whisky, bebo un trago saludable y me
voy de la mesa.
Alrededor de la sala, reviso las cuarenta y dos mesas, el espacio de
la barra libre, el área del backstage donde se prepara la banda para la
boda, así como el salón junto a los baños.
No está en ningún sitio.
El aire en el salón de recepción es denso y rancio, una mezcla de
perfumes, colonias y humos de cocina. Salgo para poder respirar, veo a
Mason caminando hacia el edificio, su Escalade con chofer se va.
—¿De qué va eso? —Mantengo la calma, señalando al todoterreno
mientras se hace más pequeño en la distancia—. ¿Perdiste a tu cita?
Las manos de Mason están en sus bolsillos y se encoge de hombros
como si no le importara.
—Dijo que no se sentía bien. Quería volver al hotel. No podía
quedarse más allá de la hora del cóctel. Malditas mujeres, ¿verdad?
Arrastrando la palma de la mano por mi boca, aspiro profundamente
y lo dejo pasar. Así que no quiere hablar conmigo esta noche. Está bien. Le
daré espacio. Pero mañana en el brunch, todas las apuestas están
cerradas. La acorralaré, la lanzaré sobre mi hombro al estilo cavernícola si
eso es lo que se necesita, pero hablaré con ella.

222
Halston
Q
uerido Kerouac,
Cuando era pequeña, no tenía mucho. A menudo no
cubríamos las necesidades básicas como calor y comida, agua
corriente o zapatos que nos quedaran bien. Las adicciones de
mis padres eran la prioridad número uno. Nunca supe realmente donde caí
en la fila después de eso, pero fue en algún lugar hacia el fondo.
Al crecer, cosas como el amor, la confianza y las relaciones saludables
y funcionales eran conceptos extraños para mí. Mis padres nunca me dijeron 223
que me amaban. No tenía amigos porque, admitámoslo, ningún niño quería
salir con la chica de cabello grasiento y ropa maloliente demasiado
ajustada. No éramos cercanos al clan familiar. Así que me mantuve más que
nada aislada. Estar sola era todo lo que conocía. En realidad, era todo lo
que tenía.
Eso y los libros.
Perderme durante horas en mundos que solo existían en los confines
de un forro de papel era mi único escape de una vida que no le desearía a
mi peor enemigo. Evitando las historias contemporáneas en favor de los
clásicos, siempre sentí que era única, pero no me interesaba leer libros que
se sintieran como una realidad actual cuando no quería tener nada que ver
con la mía.
Como sea, mi punto es que nunca supe cómo se sentía la verdadera
felicidad y satisfacción hasta ti. Teníamos una conexión que sé en mi
corazón que nunca tendré con nadie más. Me hiciste reír. Sonreír. Me hiciste
llorar, por mucho que odie admitirlo. Me mostraste que todavía era capaz de
dar amor a pesar de que nunca había aprendido lo que significaba
aceptarlo.
Nuestro tiempo juntos puede haber sido breve y trágicamente fugaz,
pero dejó una marca duradera en mi corazón. Soy la mujer que soy hoy
gracias a ti, Kerouac. Y solo por esa razón, siempre te querré, y siempre
lamentaré que nunca hayamos funcionado.
Gracias por todo. Te deseo todo lo mejor.
Con cariño,
Absinthe
PD: Creo que deberías saber que nunca dejé de amarte, ni una sola
vez. Por si sirve de algo, solo quería que supieras que eras amado.

Doblo la carta en tres, la introduzco en la portada de On the Road, y


la llevo al vestíbulo del hotel el domingo por la mañana, arrastrando mi
maleta detrás de mí.
—Hola. Me voy del 427 —le informo al empleado. Son las ocho de la
mañana, y mi vuelo sale en tres horas. Originalmente Mason y yo íbamos a
volar esta noche en un vuelo nocturno, pero yo quería llegar a casa,
perderme en mi trabajo, y tratar de olvidar que desperdicié los últimos
cinco años amando a un hombre que, resulta que pasó esos mismos cinco
años odiándome por razones que aun no entiendo.
—¿Qué tal su estancia, señora Kessler? —pregunta, deslizando el
folio hacia mí—. Ponga sus iniciales aquí y la fecha en la parte inferior, por
favor. El ejemplar superior es suyo. 224
Escribo mi nombre en la línea.
—Tienen un hotel precioso. Mi estancia fue encantadora, gracias.
—Me alegra oírlo. —Él sonríe.
—¿Le importaría hacerme un favor? —pregunto.
El joven asiente.
—No, en absoluto.
Deslizo el libro de Ford por el mostrador.
—¿Podría asegurarse de que Ford Hawthorne reciba este libro antes
de irse? No estoy segura de en qué habitación está, pero sé que se queda
aquí.
Estudia la portada. Puede que no sea brillante, nueva, bonita o
moderna, e imagino que piensa que parece basura de una venta de garaje,
pero es lo suficientemente educado como para sonreír y meter el libro
debajo del mostrador, garabateando una nota adhesiva y colocándola
encima.
—Muchas gracias —le digo, metiendo mi folio en mi bolso y sacando
mi maleta fuera. Mi transporte debería llegar en cualquier momento.
Es hora de irse.
Es hora de seguir adelante.

225
Ford
—S
í, señor Hawthorne, ¿en qué podemos ayudarle? —
responde el hombre de la recepción a mi llamada.
—Póngame con Halston Kessler.
—Claro. Un momento. —Hace una pausa—. Bien. Lo siento. Se fue
hace unos minutos.
Tomando asiento en el borde de la cama del hotel, deslizo mi mano
por mi mandíbula y exhalo. No tengo forma de alcanzarla, ni de decirle que 226
dé la vuelta y regrese para que podamos averiguar qué demonios está
pasando.
—Pero dejó algo para usted, señor —me informa—. ¿Quiere que
alguien se lo entregue en su habitación más tarde?
—No. Ya bajo. —Dejando el teléfono con un golpe, meto mis llaves, el
teléfono y la cartera en el bolsillo y bajo las escaleras.
El hombre de la recepción sonríe cuando me ve.
—¿Usted debe ser el señor Hawthorne?
—Sí. —Observo cómo se acerca a la mesa y saca un libro.
Pero no es cualquier libro.
Es On the Road.
Y cuando abro la sobrecubierta y veo la inscripción, sé que no es
cualquier copia de On the Road... es la de mi padre.
Un trozo de papel doblado con el monograma del hotel sale del libro,
y lo agarro antes de que caiga al suelo.
Lo leo. Y el tiempo se detiene. No hay sonidos a mí alrededor, no hay
ruido de huéspedes en el vestíbulo, no hay ruido de ascensores o de
puertas correderas.
Solo sus palabras en el papel.
Mi corazón se hunde al sumergirme en un retrato del alma más
hermosa y resistente que he conocido. Su amor por mí es dulce y discreto,
pero innegable hasta la última palabra de la página.
Y esa puede ser la parte más triste de todo... aún me ama.
Y se dio por vencida conmigo.
Porque la dejé ir.
Con el libro bajo el brazo, escudriño la habitación a tiempo para ver
a Mason yendo hacia el café para desayunar. En segundos, cruzo el
vestíbulo a zancadas, un hombre en una misión, y se congela cuando me
ve.
—Necesito hablar con Halston —informo—. Tienes su número.
Dámelo.
La cara de Mason pasa del shock a la diversión y se empieza a
formar una sonrisa de Cheshire.
—¿Qué tal dame su número, por favor?
Poniendo los ojos en blanco, estoy a segundos de golpearlo contra la
pared. Tiene suerte de no merecer la pena.
—Necesito hablar con ella —repito. 227
—¿Por qué te daría su número? —pregunta, resoplando—. Ni
siquiera la conoces. Era mi cita. Trabaja conmigo. Confía en mí cuando
digo que no eres su tipo, y no te ofendas.
Si él tuviera alguna maldita idea...
—Mason, ¿dónde está esa novia tuya? —La prima de mi padre,
Sherry, se abre paso entre nosotros, con una sonrisa despistada y
poniendo sus manos sobre nuestros hombros—. Buenos días, Ford.
Mason, esperaba hablar con ella antes de que se fuera... Quería
contratarla para hacer un poco de relaciones públicas para mi empresa de
diseño.
—Lo siento, Sherry, tuvo que regresar temprano hoy —responde
Mason.
—Bueno, está bien. Me dio su tarjeta. Tendré que llamarla en los
próximos días. No hay problema. —Sherry se encoge de hombros, dejando
caer sus manos.
—¿Tienes su tarjeta? —pregunto, asegurándome de haberla
escuchado correctamente la primera vez.
—La tengo. —Mira su bolso acolchado de Chanel, desabrochando la
solapa y escarbando hasta que encuentra un pequeño rectángulo blanco.
—¿Te importa si la miro un minuto? —pregunto.
Mason dispara dagas con los ojos en mi dirección.
Hago una foto de la tarjeta con mi teléfono antes de devolvérsela.
—Gracias, Sherry. Te lo agradezco.
Parece confundida pero es amable, y se despide de cada uno antes
de entrar al café.
Desde mi periferia veo a Mason intentando decirme algo, pero ya
estoy al otro lado del vestíbulo, intentando reclamar el taxi estacionado en
el paseo circular antes de que alguien lo haga.
Un minuto después estoy de camino al aeropuerto. No estoy seguro
de cuánto tiempo hace que Halston se fue, pero según su tarjeta de visita
tiene su base en San Francisco, y el próximo vuelo hacia el aeropuerto
Internacional de San Francisco no sale hasta por lo menos dos horas más.
—¿Puedes acelerar esta cosa? —Exhalo desde el asiento trasero,
pescando un billete de veinte de mi cartera y pasándolo por encima. El
conductor me quita el billete de la mano, comprueba su retrovisor y se
pone en el carril de adelantamiento antes de salir disparado.
Cada kilómetro es interminable y atroz, pero en el momento en que
llegamos solo hay una cosa en mi mente. Le entrego un billete de
cincuenta y le digo que se quede con el cambio antes de salir corriendo del 228
asiento trasero y maniobrar entre grupos de viajeros sin rumbo con
demasiado equipaje.
Una vez dentro, paso líneas y líneas de pasajeros esperando para
registrarse, pero Halston no es una de ellos.
Dirigiéndome a la línea de seguridad, me escabullo entre una familia
viajera de diez miembros y esquivo a una mujer que siente la necesidad de
detener el flujo de tráfico peatonal con su pequeño perro blanco y la
incesante necesidad de mirar boquiabierta cada cartel, signo y horario de
salida que pasamos.
Más adelante un pequeño grupo de pasajeros espera su turno en la
escalera mecánica, y un cartel dice:
—Solo pasajeros con boleto más allá de este punto.
—¡Halston! —grito su nombre cuando veo a una mujer con camiseta
y vaqueros y un lío de cabello oscuro apilado sobre su cabeza, comenzar a
pisar las escaleras mecánicas.
Varias personas se giran, embobadas. No podría importarme menos
si estoy haciendo una escena. Necesito llegar a ella.
—¡Halston! —grito de nuevo, solo que esta vez me oye.
Al girar, sus ojos escudriñan el aeropuerto hasta que aterrizan en
mí.
—¿Qué estás haciendo? —grita, girando y empujando a los viajeros
molestos mientras corre en sentido contrario por la escalera mecánica.
Espero. Y ella regresa a mí, con ojos salvajes y su frente cubierta de
líneas—. ¿Cómo hiciste...? ¿Por qué estás...? ¿Qué es esto?
—Gracias por el libro.
Sus brazos se cruzan mientras levanta una sola ceja.
—¿Me perseguiste como una escena cursi de una novela romántica
para darme las gracias por un libro?
Riendo, la alcanzo, soltando sus brazos porque no necesita estar tan
a la defensiva.
—Leí tu carta —explique.
—De acuerdo...
—Aún me amas.
—Actúas como si no lo supieras ya —responde—. Estoy bastante
segura de que lo dejé bien claro los últimos días.
—Nunca paraste —agrego.
—¿Y tú punto es? —Revisa su reloj, pero no tiene sentido porque no 229
la dejaré subir a ese avión. No hasta que tenga mi respuesta.
—Necesito saberlo —digo—. Si me amabas tanto, si me amaste tanto
que me esperaste por cinco años... ¿por qué me traicionaste?
Su expresión se sacude, y da un paso atrás.
—¿Traicionarte? ¿De qué diablos estás hablando?
—La noche del baile —comienzo—. Me llamaste desde el hotel.
Estabas borracha. Nos peleamos porque querías estar conmigo, y me
negué. Estabas molesta y colgaste. Al día siguiente tu tío irrumpió en mi
casa. Lo sabía todo. Sabía todo lo que habíamos hablado.
Su boca llena tiene forma de “o”, y entrecierra los ojos.
—Yo... no le dije nada, Ford.
Poniendo mis manos en sus caderas, bajo la barbilla.
—Esto no tiene sentido.
—¿Por qué crees que yo...? —Sus palabras siguen el rastro—. Todos
estos años, ¿pensaste que fui yo?
Su mano tiembla mientras se extiende a través de su corazón.
—Te dije que nunca... te di mi palabra —alega—. La noche del baile
no volví a casa. A la mañana siguiente el tío Victor enloqueció, me quitó el
teléfono y la computadora, y me dijo que hiciera las maletas. Bree revisó
mi teléfono. Vio tu correo electrónico, el último que enviaste. Luego revisó
la aplicación Karma. En resumen, le mostró a mi tío y le dijo que
sospechaba que eras tú, y al día siguiente estaba sentada en un avión,
volando a un internado en New Hampshire. Nunca supe lo que te pasó.
Nunca supe que se enfrentó a ti.
—Enfrentar es subestimarlo un poco. —Solté un aliento caliente, mi
mandíbula se tensó—. No sabía que su prueba no era más que la
suposición de una adolescente. Hizo que sonara como si lo supiera, como
si tuviera pruebas irrefutables.
—Suena típico de Victor. —Pone los ojos en blanco—. ¿Qué dijo?
—Exigió mi renuncia, me dijo que se aseguraría personalmente de
que no volviera a poner un pie en una escuela.
Su mano se levanta hacia su boca.
—Todo por lo que trabajaste, simplemente... desaparecido. —Mis
labios se presiona—. No es de extrañar que hayas pasado los últimos cinco
años odiándome —asegura—. Yo también me habría odiado.
Halston entra en mi espacio y su mano se acerca a mi mejilla,
rozando con sus dedos mi piel mientras sus ojos eléctricos se suavizan al 230
encontrarse con los míos.
—Lo siento mucho, Ford —se disculpa—. No merecías eso. No fuiste
más que profesional. Yo fui la que siguió presionando, rogando más.
—Lo hecho, hecho está. —Inhalo el ligero aroma de su dulce
perfume, mi mirada centrada en sus labios de capullo de rosa.
—Pero da igual. Sigue siendo mi culpa que hayas perdido tu trabajo,
tu carrera.
—Podría haberte mantenido a distancia, pero no lo hice —
contradigo—. Puede que te pasaras de la raya, pero yo era el que te daba
cuerda. Ninguno es completamente culpable aquí. Ninguno es inocente.
—Odio que pensaras que fui yo quien se lo dijo. Me rompe el corazón
—murmura. Nos quedamos aquí, el zumbido de un aeropuerto ocupado
llenando el silencio—. ¿Y ahora qué? ¿A dónde vamos desde aquí?
—Digo que vayamos día a día. —Con su dulce cara en mi mano,
inclino su boca hacia la mía, rozando sus labios con los míos antes de
reclamarlos—. ¿Qué harás mañana? —La beso de nuevo, con mi pulgar
presionado debajo de su mandíbula y mis dedos enlazados a lo largo de su
nuca—. ¿Y el día después? —Mis labios bailan con los suyos, nuestras
lenguas se rozan, su sabor a menta invade mis sentidos—. ¿Y el día
después de ese?
Su beso se convierte en una sonrisa, y desliza sus brazos por mis
hombros, levantándose sobre sus pies.
—¿Quieres ir a algún sitio? —me pregunta—. ¿Ponernos al día sobre
los últimos cinco años?
—Me encantaría. —Pongo mi mano alrededor de la suya mientras
agarro su equipaje de mano y la llevo a la salida más cercana.
Encontramos un taxi y le pedimos al conductor que nos deje en un
pequeño parque junto al agua, a las afueras de Sag Harbor.
—Cuéntame sobre tus viajes —pide mientras caminamos por un
pequeño sendero bordeado de nada más que hortensias azules. Se detiene
para recoger una, levantándola hasta su nariz—. ¿Adónde fuiste? ¿Qué
hiciste?
—A todas partes —le respondo—. Y todo.
Me da un codazo.
—Especifica. Quiero saber todo lo que me he perdido. Excepto... ya
sabes, novias y cosas así. No necesito saber si te enamoraste de otra
persona.
Aclarando mi garganta, aprieto su mano.
—No hubo nadie.
—Sí, claro. Encuentro eso extremadamente difícil de creer. Eres 231
jodidamente apuesto. Estoy segura de que dejabas a reinas de la belleza
internacionales por donde quiera que fueras.
—Era difícil concentrarme en otras mujeres cuando no podía
sacarme a la última de la cabeza —confieso, mirándola. Ella me mira a
través de sus largas y oscuras pestañas—. Nunca quise admitirlo, pero
seguía colgado por ti. Estar con alguien más no me atraía.
Halston se pone la mano sobre los ojos para tapar el sol, sonriendo.
—Lo mismo digo.
—¿En serio? Fuiste a la universidad, supongo...
—Lo hice —me asegura.
—¿Y nunca te acostaste con nadie? ¿Saliste con alguien? —
pregunto.
Sacude la cabeza.
—Con nadie. Seguía buscando a alguien exactamente como tú,
pensando que si no podía tener el original me conformaría con una
imitación. Resulta que eres el único, Ford.
—Eso es probablemente algo bueno. No creo que el mundo pueda
lidiar con dos como yo. —Me río—. ¿Qué tal el internado? No tenía ni idea
de que te hubieran echado. Honestamente no tenía ni idea de lo que fue de
ti después de que me fuera de Rosefield.
—No fue tan malo como pensé que iba a ser —admite—. Quiero
decir, nos hicieron usar esos horribles uniformes y teníamos esos ridículos
horarios militantes y nos obligaron a tomar clases de etiqueta que
probablemente eran más adecuadas para un ama de casa en los años
cincuenta, pero en secreto me gustaba.
—¿No me digas?
—Sí. No había Internet. La casa tenía al menos cien años. Era como
viajar en el tiempo —agrega—. Y, por primera vez, sentí que tenía un lugar
que era mío. Era una simple habitación que compartía con una
compañera, pero no era una casa de acogida. No era la habitación de
invitados de mis tíos. Tenía calefacción, agua corriente y comidas
calientes. Honestamente, la parte más difícil de esto fue no poder agarrar
mi teléfono y enviarte un mensaje. Tuve un síndrome de abstinencia
importante esas primeras semanas.
Me alegro.
—Lo mismo. Estaba enojado contigo. Pero te soñaba cada noche, y
me encontraba agarrando mi teléfono en la oscuridad, queriendo escuchar
tu voz una vez más.
—Ni siquiera puedo contar cuántos sueños tuve sobre ti. —Presiona 232
su mejilla contra mi hombro un momento, como si no pudiera pasar más
de unos minutos sin tocarme, comprobando si soy real, si este momento es
real.
—¿Cómo está tu familia? ¿Sigues en contacto con alguien?
Sonríe.
—Bueno, Bree suspendió el examen de Northwestern en su segundo
año. Resulta que cuando crías a tu hija como una puritana no la preparas
exactamente para el mundo real. Probó la verdadera libertad ese primer
semestre, y sacó a relucir la niña salvaje que hay en ella.
—¡¿Bree?!
Se ríe.
—Sí, Bree. Por lo que he oído, era muy fiestera. También escuché
que se acostó con la mitad de la fraternidad Delta Omega Psi en su primer
año. También tuvo un bebé. El padre no está en su vida, por lo que sé. El
tío Vic le cortó el grifo. Ahora está sirviendo mesas y tomando clases
nocturnas.
—Jesús. No lo vi venir.
—Pero, sí, escucho de Vic y Tab de vez en cuando. Siempre me
invitan a la cena de Acción de Gracias cada año. Creo que se sienten mal
por enviarme lejos de esa manera pero, honestamente, fue más duro para
ellos que para mí. Y todo funcionó al final. Puedo poner una mesa elegante
como nadie, mi postura es increíble, y sé cómo organizar un evento.
—Me he dado cuenta. —Beso su coronilla, su cabello es suave como
la seda y con olor a miel y almendras.
—Mi madre falleció hace unos años —susurra.
Mi sonrisa se desvanece.
—Siento mucho oír eso.
—Fue una sobredosis. Y era cuestión de tiempo. Sin embargo, papá
se lo tomó muy mal. Ha estado recibiendo tratamiento —explica—. Quiere
reconectar, pero aún no estoy allí. ¿Tal vez con el tiempo? Pero hizo
algunas... cosas bastante terribles.
—Leí el expediente de su caso —confieso—. En Rosefield. Tenía
curiosidad por ti.
Me mira.
—Imaginé que lo habías hecho.
—¿Por qué lo imaginaste?
—Porque un día me mirabas como si quisieras devorarme, y al
siguiente actuabas como si fuera una frágil paloma de porcelana, con 233
miedo a tocarme —me confiesa—. La gente se entera de toda la mierda por
la que he pasado y empiezan a tratarme como si estuviera hecha de papel
de seda.
—Eres la mujer más fuerte que he conocido.
—No sé nada de eso.
—Es verdad —insisto—. Y se necesita una mujer fuerte para
soportarme.
—Bien, eso lo creo. —Me da un codazo en el brazo—. Eres una
especie de dolor en el culo, pero lo vales.
Halston me lleva a un banco del parque más adelante, y vemos una
flota de veleros deslizándose por las aguas abiertas.
—¿Adónde vas después de esto? —pregunta.
—A Praga —le respondo—. Me voy el viernes.
—¿Puedo ir?
Mirándola, agarro su cara con mi mano y presiono mi boca contra la
suya.
—Como si tuvieras elección.
Sonríe, con su boca todavía presionada contra la mía.
—Te amo, Halston —susurro—. Te he amado desde el principio. Y te
amaré hasta el final.

234
Halston
T
razo mis dedos contra su bíceps, mis piernas rodeando sus
caderas mientras su polla se hunde, aplacando el dolor
punzante entre ellas.
Puede que físicamente estemos en Praga, pero también estoy en el
cielo.
Estudiando su cara, trae su boca a la mía cada pocos segundos,
susurrando el ocasional “te amo” aquí y allá, y follándome más fuerte
cuando oye mi suave gemido en su oído y su nombre en mis labios. 235
—El misionero no es tan malo, ¿verdad? —me burlo, llevando mis
dedos a su cincelada y hermosa cara. Alguien debería hacer una estatua
suya, inmortalizarlo para que el resto del mundo pueda disfrutar de un
pedazo de él.
Sus labios llenos se elevan en las esquinas, y me folla más fuerte.
—Puedes intentar todo lo que quieras para hacer del misionero sexo
erótico, pero sigue siendo romántico —me burlo, doblando mis caderas
contra las suyas y disfrutando del peso de su cuerpo sujetándome,
anclada a la cama que no hemos dejado desde que llegamos el viernes.
No me canso de él, buscando excusas para tocarlo, besarlo y hacerle
el amor cada vez que puedo. Por un tiempo, me preocupaba que se
molestara por ello, seguro que tarde o temprano va a querer espacio, y
luego me despertó en medio de la noche porque me echaba de menos.
Extrañaba esto.
Pero para ser justos, tenemos cinco años que compensar.
Solo estamos empezando.
Ford me llena con su polla, empujando más profundamente dentro
de mí, sus caderas se sacuden más rápido a medida que nos acercamos al
límite. Mi cuerpo se relaja, rindiéndome a él mientras me subo a la ola y él
me llena con su semilla caliente.
Cuando terminamos, se desploma en la cama y me rodea en sus
brazos, pasando sus dedos por mi cabello mientras esperamos que nuestra
respiración se estabilice.
—¿Y por qué te deshiciste de tu cabello rubio? —pregunta un
momento después.
—Eso es aleatorio.
—No me malinterpretes. Eres sexy como el infierno de castaña, y
toda esa elegancia de escuela de señoritas que tienes es de primera
categoría. Pero extraño a mi chica salvaje. La del cabello rubio ondulado,
la que estaba un poco menos contenida, un poco más abierta.
—Sigo siendo esa chica —alego, rodando de lado y apoyando mi
barbilla en su hombro mientras lo miro. Trazando visualmente su perfil
perfecto, descanso mi mano sobre su corazón que late. Sonrío—. Dicho
esto, no tengo nada en contra de traer a la rubia de vuelta por los viejos
tiempos. ¿Quizás podamos hacer un poco de juego de roles? Tú puedes ser
el gran y malvado director, y yo puedo ser la colegiala traviesa, y puedes
llamarme a tu oficina y castigarme.
Ford casi se atraganta con su saliva.
—Oh, Dios.
236
—¿Qué? —Me hago la tonta—. Sabes que sería muy sexy.
Se queda sin palabras.
—¿Demasiado pronto? —le pregunto—. ¿Demasiado cerca de casa?
¿Qué?
Ford se sienta contra una almohada, me pone encima de él y apoya
sus manos en mi espalda.
—Nunca se trató de la dinámica estudiante-profesor —me explica—.
Se trataba de ti. Todo lo que siempre quise fue la chica lista que citó el
Gran Gatsby en un mundo donde todas las demás citaron a Nickelback.
Me río.
—¿Al menos puedo llamarte director Hawthorne la próxima vez?
—No.
—¿Y si se me escapa accidentalmente? —Me río—. ¿Vas a
castigarme? ¿Ponerme en detención? ¡Oh! Podrías darme una paliza con
una regla. Eso sería muy sexy.
Ford trata de no reírse.
—Muy bien, sabelotodo. Nos vemos en la ducha en dos minutos. Hoy
te mostraré las vistas. Pensé que primero veríamos el Museo Kafka.
—Un hombre conforme a mi corazón. —Lo beso, mi mano se desliza
por su cuello musculoso y se detiene en su mandíbula cincelada. Dejaría
que me tomara de nuevo si me lo pidiera.
Ford se levanta de nuestra cama, y mantengo mi mirada
desvergonzadamente enfocada en su exquisito trasero que oficialmente me
pertenece, un hecho que me satisface disfrutar el resto de mi existencia.

237
Ford
—¿A sí que este es él? —La compañera de cuarto de
Halston, Lila, se apoya en la isla de la cocina en el
apartamento de San Francisco que comparten, sus
pálidos ojos azules me estudian de pies a cabeza.
—Sí. Este es Ford —presenta Halston, apretando mi mano—. O
como lo conocías... Kerouac.
Lila se dirige hacia nosotros.
238
—Quiero decir, supongo que le va bien en el departamento de
belleza.
Halston se ríe, apoyando su mejilla contra mi brazo.
—No lo arruines. —Su compañera de cuarto me señala—. Halston
puede dar segundas oportunidades, pero yo no.
—Lila. —Halston sonríe—. No creo que lo intimides en lo más
mínimo, pero buen intento.
La expresión endurecida de Lila se transforma en una risa.
—Sabías que me estaba metiendo contigo, ¿verdad?
Asiento.
—Todo el tiempo.
—Maldición. —Lila levanta el puño en el aire—. Por eso nunca pude
ser actriz. Como sea, entra. Me alegro de conocerte por fin. Halston
siempre ha hablado con cariño de ti.
Avanzando hacia una nevera de vino, Lila elige una botella de
Riesling y saca tres piezas de vajilla de un armario.
—Imaginé que querrían beber algo después de un día de viaje
intercontinental. ¿Cómo estuvo Praga?
—Hermosa —responde Halston—. Puentes por todas partes, calles
empedradas... la arquitectura, la comida... todo fue increíble. —Me rodea—
. El. Mejor. Viaje. De. Todos. Los. Tiempos.
Tendría que estar de acuerdo.
—¿Cómo te fue con Mason? —le pregunta Halston.
Mencionó antes de salir de los Estados Unidos que iba a cortar su
relación profesional con él después de Sag Harbor, y aparentemente Lila se
ofreció a hacer los honores porque nunca lo soportó.
—Fue un idiota pomposo, como siempre —informa—. Dijo que
nuestros servicios no tenían sentido y que planeaba cancelar nuestro
contrato el mes que viene de todas formas.
—Mentiroso —se ríe Halston.
—Oh, ya lo sé. —Lila toma un sorbo de vino—. Está totalmente
herido en el trasero.
Me río.
—Y no deja de preguntar por ti —añade—. Es tan jodidamente
patético.
—¿Qué le dijiste? —pregunta Halston.
—La verdad. Que te escapaste a Praga con su hermanastro. —Lila se 239
encoge de hombros, tomando otro trago—. Oh, Dios. Ojalá hubieras podido
ver su cara...
Yo también.
Sonrío, sacudiendo la cabeza. Me gusta esta Lila. Me recuerda
mucho a Halston, y está claro por qué se hicieron amigas rápidamente.
—Pero escucha esto —continúa, rematando su copa de vino—. Me
enteré de que Mason invirtió casi todo su dinero en una empresa que salió
a bolsa el año pasado. Se suponía que iba a ser la próxima cosa caliente.
De todos modos, no sé los detalles, pero las acciones de esa compañía
cayeron en picada. Perdió un montón de dinero. Quiero decir, sigue siendo
rico como el infierno, pero no tan rico.
—Se lo merece —aseguro.
—Mason construyo su imperio con la herencia de Ford —explica
Halston, su boca torcida.
—Sabía que ese tipo no me gustaba —asegura Lila con un suspiro—.
Conoces a algunas personas, y sabes que están trabajando duro,
innovando y esforzándose para llegar a donde están. Luego están los
idiotas como Mason que tienen el camino libre y se llevan todo el crédito.
—Como sea. —Agarro mi copa de vino del mostrador—. Suficiente de
él.
Halston levanto su copa.
—¿Deberíamos brindar?
—¡Sí! —Lila levanta su copa—. Brindemos por el hecho de que la
espera termino. Ustedes se encontraron. Ahora van a casarse, tener una
tonelada de hermosos bebes y vivir felices para siempre. El fin.
Choco mi copa con la suya.
—Brindaré por eso.

240
Halston
Seis meses después

—H
ola, ¡bienvenidos a Absinthe Rare and Used! —El
recepcionista que hemos contratado para la gran
apertura de la nueva librería de Ford da la
bienvenida a un par de tipos hipster que deambulaban por la calle—.
Sírvanse un cóctel de absinthe de cortesía en el bar, y siéntanse libres de
echar un vistazo alrededor. 241
La sensación de unas manos cálidas en mis costados y unos labios
suaves contra mi mejilla me hacen sonreír.
—Hola, cariño. —Me giro para mirar a Ford, acariciándole la mejilla
con mi mano. Esta noche es su gran noche, la culminación de una idea
que soñamos una noche llena de lujuria y alcohol en Belfast hace varios
meses—. ¿Cómo estás? ¿Estás bien?
Exhala una risa.
—Estoy en el puto séptimo cielo.
—Perfecto. —Le paso los dedos por el oscuro y suave cabello,
adorando que lo mantuviera largo. Le queda mejor, creo. Está tan
abotonado y en control en todos los demás aspectos de su vida, por lo que
el cabello casual es un contraste sexy—. Tu hermana se llevó a Arlo de
vuelta al apartamento ya que era muy tarde.
—Los vi al salir —comenta—. ¿Probaste uno de esos cócteles? ¿Con
el azúcar y la llama?
Asiento levantando la copa de Martini.
—Delicioso. ¿Quieres probar?
—¿Ford Hawthorne? —Un hombre de cabello plateado con vaqueros
y chaqueta nos interrumpe.
—Sí —responde.
—Jake Fairweather. —Extiende la mano—. Trabajo para el San
Francisco Register. No sé si lo sabe, pero somos el periódico más grande de
la zona. En cualquier caso, tenemos una sección dedicada a los negocios
locales, y nos encantaría presentarlos.
—Eso sería increíble —asegura Ford, ofreciéndole la mano—. Nos
encantaría.
—Este lugar es muy impresionante —dice, mirando alrededor de la
habitación y empapándose en la escena—. Haré que mi asistente lo llame
la próxima semana.
Cuando empezamos a planear, queríamos que pareciera más un
estudio acogedor o una biblioteca que una librería. Desde los suelos
raspados y recuperados a mano a las estanterías personalizadas de
inspiración vintage y los arreglos de los asientos de cuero al aroma de
cedro y caoba que canalizamos a través del sistema de aire y la música
jazz de la edad de oro sonando a través de un viejo fonógrafo, todo es
intencional y planeado con una atención insoportable al detalle. Nuestro
objetivo era hacer que Absinthe Rare and Used se sintiera de otro mundo,
como dar un paso atrás en el tiempo, a una era antes de Stephen King y 242
Danielle Steele, antes de Jack Reacher y Game of Thrones.
—Oh, uno de mis clientes acaba de llegar. Debería ir a saludar. —Me
pongo de puntillas, besándole la mejilla a Ford antes de que se aleje.
Ford es un anfitrión amable, y durante toda la noche lo observo
desde el otro lado de la habitación. Para un hombre que odia las charlas
triviales, ciertamente sabe cómo hacerlo parecer tranquilo y sin esfuerzo.
Moviéndose alrededor de la habitación, se asegura de que haya una bebida
en cada mano mientras da la bienvenida a sus visitantes personalmente, y
sonrío cuando lo oigo recomendar Rebecca a un par de señoras mayores
que están “buscando un buen thriller-al-filo-de-su-asiento”.
Cuando el último de los visitantes se va, enviamos al anfitrión
contratado a casa y apagamos el letrero verde vintage iluminado en la
parte delantera.
La tienda está a oscuras, excepto por algunas lámparas Tiffany.
—Lo hicimos —exclamo, pavoneándome hacia él y colocando mi
copa vacía de Martini en una mesa cercana. Mañana pondremos este lugar
en orden. Esta noche no tengo la energía.
—Sí, lo hicimos. —Me alcanza, llevándome a sus brazos, su nariz
rozando la mía antes de reclamar mis labios con un beso impaciente—. He
querido hacer eso toda la noche.
—He estado esperando que me hagas eso toda la noche —replico—.
No estoy acostumbrada a tener que mantener mis manos fuera de ti por
un largo período de tiempo.
—¿Cómo crees que fue? —me pregunta.
—¿Comparado con varias de mis otras grandes inauguraciones? —
Pienso en el último puñado de eventos que Lila y yo hemos organizado—.
Exactamente como estaba planeado. Si no es que mejor.
Me duelen los pies por andar con tacones toda la noche y mis ojos se
sienten como pisapapeles. Todo lo que quiero hacer es ir a casa con mi
novio, acurrucarme en la cama, y cerrar los ojos para una siesta de cien
años, pero cuando me da esa mirada... la que tiene esa brillante y
malvadamente hambrienta sonrisa, me encuentro curiosamente despierta
de repente.
Ford me pasa sus manos codiciosas por los costados, curvándose
alrededor de mi culo antes de agarrarme y depositarme en el mostrador de
vidrio cerca de la caja registradora. Separando las rodillas, desliza una
mano entre mi falda, y entierro mi sonrisa en su cuello, esperando su
reacción.
Un momento después, gime.
—¿Dónde están tus bragas, Halston?
—Las abandoné hace un rato.
243
Su otra mano acuna mi barbilla, tirando de mi boca hacia la suya
una vez más.
—Sucia, chica sucia.
—Un paso por delante de ti, Hawthorne —me regodeo mientras sus
dedos separan mis pliegues y se sumergen dentro de mí—. Sé que esto no
es técnicamente una biblioteca, y no hay bibliotecario para atraparnos,
pero creo que todavía podríamos hacer uso de esa sección F-K de allí, ¿no
crees?
La boca de Ford se riza contra la mía antes de tomar mi labio inferior
entre sus dientes.
—Me gusta la forma en que piensas, Absinthe.
Ayudándome a bajar, me lleva a un rincón oscuro de la tienda, lejos
del frente, en algún lugar entre Fitzgerald y Kafka, y coloca mis manos en
un estante, separando mis piernas antes de recoger el dobladillo de mi
falda en sus manos.
Tirando de la tela más arriba, su mano me aprieta el culo antes de
deslizarse más bajo, burlándose de mi clítoris.
—Dios, estás tan jodidamente mojada —gime, exhalando y
presionando el contorno de su polla hinchada contra la parte posterior de
mi muslo mientras sus dedos exploran mis profundidades.
Un momento después, una cremallera metálica es seguida por la
sensación de una carne suave y cálida presionando contra mi unión. Mis
piernas tiemblan, débiles de anticipación, y en el segundo en que desliza
su longitud dentro de mí, tan profundo como puede ir, mi cuerpo es suyo
de nuevo.
—Te amo, cariño —respiro, colocando una mano sobre la suya. Me
besa la nuca antes de pellizcar el punto sensible entre sus dientes.
—Yo te amo más.
Las manos de Ford controlan mis caderas, atrayendo mi cuerpo
contra el suyo con cada empuje mientras bautizamos Absinthe Rare and
Used.
Esta es nuestra tienda.
Es nuestra vida.
Este es nuestro amor.

244
Halston
Cinco años después

M
iro a través de la puerta de la habitación que comparten
nuestros mellizos de tres años y veo cómo Truman y Harper
abrazan a su padre bajo el tenue resplandor de una
lámpara de noche. Ford les lee su libro favorito, una colección de cuentos
de hadas para antes de dormir, y luchan con todas sus fuerzas para
permanecer despiertos hasta la última página, pero al igual que cualquier 245
otra noche, es una batalla perdida.
Poniendo mi mano sobre mi creciente barriga, pienso en lo que será
la transición de una familia de cuatro a una familia de cinco en unos
pocos meses. Nuestra vida ya es maravillosamente caótica, así que
supongo que agregar uno más a la mezcla no hará una gran diferencia.
Además, hacemos bebés realmente adorables.
Truman tiene mi cabello pálido y mi tez cremosa, pero los llamativos
ojos oscuros y las largas pestañas de su padre. La dulce Harper tiene los
mechones color cacao de Ford y una cara que coincide con la mía hasta el
más pequeño hoyuelo en la punta de la nariz.
Es tan asombroso con ellos, mejor de lo que jamás hubiera
imaginado que sería. Al crecer, nunca tuve un ejemplo de cómo era un
padre adecuado. Estaban los de los libros y los de la televisión, y luego
estaban los que tenían todos los demás; aquellos a los que vislumbraba de
vez en cuando, como pequeños fragmentos que nunca mostraban
realmente la imagen completa.
Ver a Ford con ellos es una de mis cosas favoritas en el mundo.
Desde el momento en que esos dos nacieron, comenzó a trabajar, se
despertaba en medio de la noche para cambiar pañales y calentar
biberones, documentando cada uno de sus hitos, archivando y
preservando cada fotografía, cada video.
Puede que sea parcial, pero estoy bastante segura de que cualquier
otro padre palidecería en comparación con Ford Hawthorne.
Hace casi seis años, este hermoso hombre volvió a mi vida.
Hace casi cinco, me llevó rápidamente a Key West, organizando un
recorrido privado por la casa de Ernest Hemingway, donde procedió a
plantear la pregunta afuera junto a la famosa piscina de agua dulce.
Nunca olvidaré lo que dijo cuándo se arrodilló y sostuvo mi mano
entre las suyas:
—Pasé tantos años pensando que éramos los rotos, pero nunca
fuimos nosotros. Siempre fueron todos los demás. Nosotros éramos los
buenos. Tenemos buen corazón y buena alma y merecemos ser felices. Nos
merecemos el uno al otro.
Me obsequió un hermoso diamante de talla brillante en una banda
de oro clásica con las palabras: “Absinthe + Kerouac Siempre” grabadas en
el interior.
Seis meses después, regresamos al mismo sitio, intercambiando
nuestros votos y organizando nuestra recepción bajo una cadena de luces
de fiesta y un cielo iluminado por la luna, riendo y bailando mientras
nuestros invitados se reunían alrededor de una piscina reluciente y bien
246
iluminada y una casa rica en significado.
Ford termina el libro a pesar de que los mellizos ya se han quedado
dormidos. Me río ante la idea de que él estaba demasiado interesado en
Hansel y Gretel, demasiado ocupado haciendo las voces y dando vida a la
historia para siquiera notar la baba que goteaba por la barbilla de Truman
o el leve ronquido que escapaba de los labios en forma de corazón de
Harper.
Escapándome, regreso a nuestra habitación, me meto debajo de las
sábanas y enciendo una lámpara de noche para ponerme al día con una
pequeña lectura antes de terminar el día. Si tengo suerte, este nuevo
pequeño me dejará dormir un poco esta noche. Últimamente ha estado
provocando una tormenta alrededor de las dos de la madrugada como un
reloj. Ford lo llama su “hora de las brujas”, y anoche procedió a gatear
fuera de la cama en la oscuridad absoluta, localizó sus auriculares con
cancelación de ruido y un iPod viejo, y cuando regresó, insistió en que me
pusiera los auriculares en el vientre porque había leído un artículo sobre
cómo la música clásica en el útero crea bebés geniales, pero si el bebé se
parece en algo a él, simplemente hará que se desmaye.
—De cualquier modo, todos ganan —aseguró—. Ella será una bebé
genio o podrás dormir un poco.
La llamaremos Scout. Idea de Ford. Creo que es lindo y no veo la
hora de conocerla pronto.
Ford se mete en la cama, revuelve su cabello oscuro con los dedos
mientras bosteza y se desliza a mi lado. Incluso con los ojos cansados de
papá y constantemente cubierto por el aroma de plastilina y macarrones
con queso secos, todavía lo encuentro tremendamente sexy, adictivo en
todos y cada uno de los sentidos.
—Hola, cariño —saludo cuando me acerca a él. Acaricio el hueco de
su cuello. Huele como los niños con un toque de su colonia, y mi corazón
se siente tan lleno que creo que podría explotar.
—Descansa un poco —susurra—. Ella te estará despertando en unas
cuatro horas.
Sonrío y me dirijo a una página marcada en las Cartas
Seleccionadas de Virginia Woolf.
—Léeme, Halston —me pide Ford, con los párpados pesados y
cerrados mientras toma su último aliento profundo de la noche.
Aclarándome la garganta, paso la página y empiezo a leer las
palabras de Virginia a mi marido.
—En caso de que alguna vez lo olvides tontamente, nunca dejaré de
pensar en ti.
247
Autora número uno en ventas de Amazon y Wall Street Journal,
Winter Renshaw, es una auténtica creyente de los sueños. Vive en
algún lugar del Medio Oeste de los EE.UU y rara vez se la puede ver sin su
confiable block de notas y su computadora portátil. Cuando no está
escribiendo, está viviendo el sueño americano con su esposo, sus tres
hijos, el puggle más perezoso de este lado del Mississippi y su cachorro 248
pug que muerde el tobillo.
249

También podría gustarte