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CAPÍTULO ~

Sóc:ecit;es:
¡ezilpd1'1@!

odo coménzó en Grecia, e~ el sigÍo IV antes de


.,, Cristo: y empezó con un hombre muy especial
que hacía demasiadas preguntas. Vivía en Ate-
nas, la ciudad más importante de aquel terri-
. ..

torio, que no estaba gobernada por un rey o un


emperador como tantas otras del mundo antiguo. No, Atenas
tenía un tipo de gobierno distinto a todos los .otros, recién
inventado: se llamaba d ~ i d - Cuando debían tomar
una decisión importante, los atenienses se reunían en una
gran asamblea y todos podíanexponer sus opiniones antes de
votar lo que debía hacers-e. Bueno, no precisamente «todos»,
porque ni las mujeres ni los esclavos estaban invitados a esa
asamblea: no se les consideraba ciudadanos de pleno dere-
cho. Pero, a pesar de esa grave discriminación, la democracia
permítía mucha mayor libertad política y mayor pa1ticipa-
ción del pueblo en el gobierno de lo que se había conocido
nunca antes en ningún otro lugar del mundo.

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-, Hi&Cor.ics de le1 FDosoVi.Cl si11 t;emor 11i t;emblor

., Aquellos antiguos griegos amaban el arte y Atenas es-


taba llena de hermosos edificios y admirables esculturas.
tos de aventuras, protagonizado por el astuto Ulises que pasa
mil peripecias para regresar a su isla natal, luchando contra
tempestades marinas, monstruos y hechiceras. En esas his-
Incluso hoy podemos emocionarnos con los restos de aquel
-, "" torias, que casi todos los griegos conocían prácticamente de
..., esplendor que aún se conservan en la Atenas moderna. Tam-

.,
memoria, se mezclan los personajes humanos con los dioses
bién les gustaban mucho los espectáculos deportivos y hasta
de la mitología: el poderoso Zeus, la bella Afrodita, el sabio
inventaron las Olimpiadas, unos juegos que se llamaron así
Apolo, etcétera. Realmente, los mitos eran un conjunto de
porque se celebraban en la ciudad de Olimpia. Para recor-
leyendas y cuentos que servían para explicar los orígenes del
mundo y de las costumbres humanas, como se ve claramente
:~
en las obras de otros poetas como Hesíodo. Pero sin duda el
género literario preferido por los atenienses era el teatro. Los
grandes festivales teatrales, en los que se representaban tra-
gedias como las de Esquilo o Sófocles y comedias como las de
Aristófanes, duraban días enteros y reunían a todos los habi-
-, tantes de la ciudad sin excepción, que comían, bebían y hasta
dormían a ratos en las gradas que rodeaban el escenario para
no perderse ni un detalle del espectáculo. Quizá ni siquiera
·~
la televisión ha llegado a ser hoy tan importante socialmente
dar y celebrar ese origen en las Olimpiadas actuales, la llama
como lo fue entonces el teatro.
olímpica sale siempre ahora desde la vieja Olimpia y es lle-
Sin embargo, los griegos no se dedicaban sólo al arte y
vada en una carrera de relevos hasta la ciudad que va a ser

'
a la ficción que nace de la fantasía. También sentían pasión
sede de los juegos, sea Tokio, Los Ángeles o Barcelona. El de-
por el conocimiento basado en la observación de la realidad.
porte es también una forma de democracia, porque sólo.pue-
Querían saber de qué materia está hecho el mundo, qué son
1' den competir los que se consideran iguales entre sí: icual-
las estrellas y cómo funciona la naturaleza. No les bastaban

" quiera se atreve a demostrar que es mejor jinete que Calígula


o que toca mejor la lira que Nerón!
Otra gran afición de los griegos era la literatura. Les
los cuentos tradicionales y los mitos, muy entretenidos pero
poco exactos. Querían pruebas, demostraciones, razona-
mientos: les gustaba calcular y les fascinaba la precisión mis-
entusiasmaba escuchar a los poetas épicos, como el anti-
teriosa de la geometría. Tanto o más que la imaginación, que
guo Homero y sus sucesivos imitadores: la Ilíada contaba

'
es algo presente en todos los pueblos por primitivos que sean,
-o, mejor dicho, ccPt~cl en verso- historias de la guerra
ellos apreciaban la 1."'C13ÓJt. algo mucho menos corriente. No
de Troya y las hazañas de héroes de uno y otro bando, como
rechazaban las leyendas (o sea, explicar una cosa real a través

' Aquiles o Héctor; y la Odisea fue el primero de todos los rela-

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SóePCl"f;es: iCa lpdb l @!
llis1:oJ.a.i.c:1 clv le1 FiloSO\ti.CI sil1 f;@moP l\i f;@mbloP t; 1
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nas, con una modestia cercana a la pobreza, era más bien
de un. cuento fantást
. · ) pero pre1enan
ico e , las teonas,
, es decir, C l
explicar una parte d e lo rea. l por me d"10 de causas tomadas del bajo, regordete y bastante feo (eso dicen al menos los que le
conocieron personalmente): se llamaba Sócrates. En su ju-
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resto de la real"1d a d que conocemos. Los primeros
. . grie-
sab10s .
ventud, Sócrates había sido un soldado valeroso y se había (.; 1
gos - Tales, Pitágoras, Ana.ximandro, etcétera- mezclaban
opuesto a quienes pretendieron imponer una dictadura que t, 1
en su enseñanza la imaginación con los razonamientos, las
acabase con la democracia ateniense. Pero después se ded icó c. l
leyendas con las teorías. Muchos les consideran una especie
de filósofos primitivos, pero yo creo que aún les faltaba cd50 a una tarea extraña, algo que nadie había hecho antes de él: e,
para llegar a serlo ... sencillamente, pasaba los días haciendo preguntas a los ciu- C. ¡
Ese «algo» es precisamente la discusión ' el . debate ' el dadanos y discutiendo luego con ellos sus respuestas. A cual-
quier hora se le podía encontrar en el ágora, la plaza pública
t. l
diálogo libre y abierto con otras personas. También discutir
e, l
es una costumbre democrática, porque sólo discutimos con
nuestros iguales: al jefe le damos temblando la razón pero " r
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"
a nuestro colega le planteamos críticas, objeciones y le ofre-
ce1nos argun1entos ... o sea, razonamDs con él. Uno puede
.
descubrir solito que el fuego quema, el agua moja y que no ÍP
~r
e

debemos meterle la mano en la boca a un león; pero para


saber cómo son los seres humanos, qué es lo que consideran ~- ll
bueno y qué les par~ce malo o cuál puede ser la mejor forma
de convivencia social, no hay más remedio que hablar con e¡
nuestros semejantes. Podemos llegar a saber cómo funcio- de Atenas donde solía haber más gente, pero ta mbién en reu- e !
nan _las cosas sin preguntarle nada a nadie (aunque avanza-
remos más preguntando, probablemente), pero sin duda sólo
niones en casa de algún conocido o en una cena con varios
,C .¡
preguntando y discutiendo con los demás nos haremos una
idea de cómo son los humanos ... y por·tanto de cómo somos
amigos. Y abordaba con sus preguntas a todo el mundo ... por
lo menos a todo el mundo que se dejaba, fuesen personas de
alta posición o muy humildes, militares, artistas, sencillos ar-
e;
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nosotros mismos. Pues bien, la filosofía no trata únicamente tesanos: icualquieraque se le ponía a tiro! No le im portaba la
de entender las cosas sino también a las personas, y por eso
e l
nadie -por sabio que sea- puede filosofar en soledad, sin
edad de sus «víctimas», aunque prefería d esde luego h ablar
con los jóvenes.
l
e l
dialogar y discutir con otros.
De modo que vuelvo a lo que te decía al principio: todo
Pero ¿sobre qué hacía preguntas Sócrates? Bueno, a él le e l
gustaba recordar una antigua recomendación d el oráculo de
esto de la filosofía empezó verdaderamente con un hombre e I·
muy especial que hacía demasiadas preguntas. Vivía en Ate-
Delfos, a través del cual se supone que h ablaba el mism ísimo e
Apolo: «Conócete a ti mismo». Y ta mbién solía contar que un e L
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llis'Col!id. ele lc1 FDoao\tid si11 ~@moi.a 11i ~@ttibloI'

conocido suyo le había preguntado al mismo oráculo quién era


el hombre más sabio de Atenas y el oráculo respondió: «Só-
crates». Esta respuesta le dejó a Sócrates asombrado. iPero
si él no sabía realmente nada de nada! ¿se habría equivoca-
do el oráculo? Era dificil creerlo, aunque también era difícil
comprender el sentido de sus palabras. « iEl más sabio de los
atenienses! iCómo puede ser! ¿por qué me llamará el orácu-
lo "sabio"? ¿se estará burlando de mí? Yo sólo sé una cosa
-pensóSócrates-: sóloséquenosénada. iAh, pero eso ya es
saber algo! ¿y si los demás atenienses tampoco saben nada de
verdad, como me pasa a mí, pero ni siquiera se dan cuenta
de que no saben? En tal caso ya soy un poco más sabio que
ellos, porque yo por lo menos sé que no sé, mientras que ellos
creen que saben... En tal caso -siguió diciéndose Sócrates-,
yo me conozco a mí mismo un poco mejor de lo que ellos se
conocen, porque yo sé que soy ignorante y los demás viven
tan contentos, sin darse cuenta de que lo son».
Claro, Sócrates se daba perfectamente cuenta de que
tanto él como cualquier otro ateniense Gelbicot algunas co-
sas: todos sabían hablar, por ejemplo, o que cuando llueve
hay que ponerse bajo techado o ... o rascarse la nariz cuan-
Sócrates
do les picaba. Nadie ignora cómo se mastica o cómo se bebe
agua. Los carpinteros sabían hacer sillas y mesas -c;ompro-
baba Sócrates- y los cocineros preparaban platos muy sa- sus ojos saltones por los rostros embobados o impacientes de
quienes le escuchaban...
brosos y los jinetes sabían dirigir a sus caballos y los esculto-
res eran capaces de hacer hermosas estatuas y... vaya, parece «Yo digo que no sé nada -proseguía luego Sócrates-
porque en realidad todos mis conocimientos son triviales,
que todo el mundo, hasta Sócrates, sabía en Atenas algunas
sólo útiles para salir del paso o entretenerme. Pero me falta
cosas. ¿Cómo podía entonces decir él que sólo sabía que no
saber lo más importante de todo, lo único imprescindible:
sabía nada... y que el resto de sus conciudadanos no sabía ni
CÓ!t!O se clel:,e viviP. ¿oe qué me sirve saber cómo hacer
siquiera eso? En este punto supongo que el astuto Sócrates


esto o aquello si ignoro qué hacer con mi propia vida? Sería
hacía una pausa dramática, se rascaba la barbilla y paseaba

426s-
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Hiaflol."icl ele lea FiloaoV.iCI sht ~ff11?0J.> 11i ~ui,,bloJ.>
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Para ser capaz de vivir bien, pensaba Sócrates, habrá que
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igual que estar muy orgulloso de lo bien que sé andar y has- {t
tener '1haflud. ¿Qué es la virtud? Una mezcla de tflfflPael
ta de lo mucho que puedo correr ... pero sin tener ni idea de
(para vencer las dificultades, los peligros) Y de CICicnaCo p~a
dónde vengo ni hacia dónde me conviene dirigir mis pasos. i': ,
y;-
saber qué es lo mejor que puedo hacer en cada caso. TodaVIa
A mis conciudadanos atenienses creo que les pasa lo mismo
hoy, en el siglo xx:1, seguimos utilizando la palabra «virtud» ·t;
que a mí, que tampoco saben cómo debe vivirse. Hacen lo que
ven hacer a los demás, pero sin saber en el fondo si es bueno
en ese sentido, cuando decimos que Rafa Nadal es un gran e:
o malo. Ni siquiera piensan por sí mismos sobre este asun-
virtuoso del tenis (o sea, que juega estupendamente, con t-
energía para sobreponerse al cansancio y con buen tino para
to, se conforman con repetir lo que hicieron sus padres Ysus
abuelos; otros prefieren imitar a los más ricos -iah, por algo aceitar siempre el mejor golpe de raqueta) o que Fulano es
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un vi1tuoso de la batería (porque la toca como nadie) o que
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~~-- Menganita tiene la virtud de ser la mejor maestra que pueda
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uno desear. Del mismo modo, Sócrates estaba convencido de
que debía haber una virtud o quizá varias que nos hicieran
!:
vivir excelentemente, del mejor modo posible. Porque es es-

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tupendo ser un magnífico tenista, o guitarrista o maestro ...
pero lo más importante de todo es ser un buen ser huma-
no, un ser humano que vive como es debido. Sin embargo, lo

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·· ..,,.....,,,.,:./ ,i,_ ,...· -~;ht t--
11. ' ~. , ... - · .,..,.

:."1!1 - "'- ·- mismo que nadie logra jugar al tenis como Rafa Nadal por

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¡- ' ':'' ! ' ,,r:¡' '
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' .. poco nadie logrará vivir bien sin pensárselo y sin reflexionar
sobre qué es la vida humana
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C.-
c:::::al Sócrates estaba convencido de que la virtud tiene que ver
con el saber, con la l."Cl&ÓJt (y no con la mtina, la imitación,
a-'
.._ _(
serán ricos!- o a los más fanfarrones y brutos, confundiendo el capricho momentáneo o la tradición que repite las opinio- C:- (
su bravuconería con ser de veras enérgico y fuerte. Algunos nes de nuestros mayores). Ser virtuoso es tener el razonable ....
siguen su capricho de cada momento y hacen sólo lo que les
apetece: ahora como y bebo hasta hartarme, luego me echo
· conocimiento de lo que es una buena vida. ¿La prueba? Pues
que nadie hace mal las cosas e1 &c:lbi@JtclelS. Si me ves jugar .,_o
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a dormir y no me preocupo de qué pasará mañana. Y todos ª~ tenis a mí, que lo hago fatal, no pensarás que sé muy bien ~ -
están muy contentos consigo mismos y se las dan de listos ... ~orno se juega pero que lo hago mal aposta, sino que no sé C -ª
i Por eso dijo el oráculo de Delfos que yo, Sócrates, a pesar de Jugar. Lo mismo pasa · • l . ,
con qmen VJve ma : a 1o meJor el cree e IJ
no saber nada, soy el más sabio de todos!». que es muy listo h l ·
Y ace o que qmere, pero en realidad lo que el
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llis"&ol.>id de la J."Iloso\fia s iit "t.P.lttOP 11i -t,~ mblo:r

pasa es que no sabe cómo vivir bien. Llamamos vivir «bien», listo, se le pone cara de tonto y ya sólo balbucea: «Bueno, ve-
supone Sócrates, a vivir como de verdad JtOS coitvieite: por rás, claro, digo yo que ... ». Sócrates espera un poco a que se le
lo cual no nos queda más remedio que ponernos a pensar pase el desconcierto: está ya acostumbrado a esa reacción de
qué es precisamente eso que nos conviene. Vamos a ver: ¿qué sus interlocutores. Después, como si no hubiera pasado nada,
son las cosas que normalmente consideramos convenientes sigue con sus preguntas.
y deseables? Pues la belleza, el valor, el placer, la riqueza, et-
cétera. Estupendo, pero ¿sabemos de verdad qué son cada
una de esas cosas? ¿Quién lo sabe? Por eso Sócrates sale a la
calle, va al ágora, a donde está la gente, y comienza a hacer
".·'~·,J,;i :~;,'it.,:;
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preguntas.
Se encuentra, pongamos, con Ripias, que tiene fama de . . . . .-@_,.,,_,~
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chico listo, y le pregunta: «Oye, Ripias, por favor, lpuedes -¡ - :_! T<~ -
decirme qué es la belleza?». El chico listo se muere de risa:
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chica de allí: eso es la belleza». Sócrates le da muchas gracias ¡¡{,,.~~ , , . . _.,i::.r -~, -•"·.;' :I"" .-
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por la información: «Claro, tienes razón, mira que soy bobo».
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Pero añade: «Aunque la verdad es que a mí también me pa- , , ;}.' e •


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rece muy hermoso ese caballo ... ». Con un suspiro, como si
estuvieran poniendo a prueba su paciencia, Ripias responde:
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«Naturalmente, Sócrates, el caballo es muy hermoso ... tam-


bién eso es belleza». «Vaya, hombre, gracias de verdad, aho-
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-~-'~.f -t)~j!!J'~
ra voy entendiendo ... -comenta alegremente Sócrates-. Y :.~:. . ' ' '(i,.JP . ,

entonces el Partenón, ese edificio tan precioso, también será ~-,;'

belleza, ¿no?». «Pues claro, Sócrates, claro·que sí», confirma


con benevolencia Ripias. «Pero ... -pero Sócrates pone cara Y sigue preguntando porque él, Sócrates, tampoco sabe
de ir a poner un "pero"-: pero, Ripias, la chica guapa no se qué es la belleza. No hace preguntas a Ripias o a quien sea
parece al caballo ni el caballo al Partenón ni el Partenón a la como un maestro toma la lección al niño, para comprobar
chica o al caballo ... iY sin embargo resulta que los tres son si se la ha aprendido. Lo único que Sócrates sabe es que la
formas de belleza! De modo que volvemos al principio, a lo belleza no es una chica guapa, ni un caballo estupendo o un
que yo te preguntaba: ¿qué es la belleza?». A Ripias, el chico monumento hermoso: no es una cosa, sino una idea que sirve

tlij¡T 30 B- B- 31
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~ : iCulp@l@!
ltiaCoi.-icl ele la. Filoao9icl sit, ~tnttoP 11i ~,;:mhloP
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para describir cosas d.iStmtas
• se han dado cuenta de que no sabemos lo que creemos
· pero que no resulta fácil pre-
ª
cisar. Ya es saber l go: Y también sabe que los demás saber y quieren poner remedio a esta ignoran- r r _ ..,
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que cia. ¿Qué es un filósofo? Alguien que trata I ¡,-~


.tan segu1.os van por el mundo, no saben ni '
r~_. .,
• ·r,
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a todos sus semejantes como si también "1'"
¡¡. r·
. , .. .
siqmera eso . p ara empezar, sm . embargo Só-

"' 0-rrr-'- '


crates prefiei.e fi ngtr
• que es un ignorante
. ' fuesen filósofos y les contagia las ga-
nas de dudar y de razonar.
absoluto y que en cambio toma a sus
En algunos de esos diálo-
interlocutores por grandes sabios:
esa actitud se llama ü.ao1tÍCI. y le da gos que mantenía Sócrates " ri - ~
bastante buenos resultados. De con la gente no se llegaba al
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modo que sigue preguntando y final a ninguna conclusión,
salvo una muy importan-
(rn-?
r r-t
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preguntando, para despertar
\ en el otro las dudas respecto te: que hay que seguir
r,,· ~
a lo que cree saber y luego las pensando y discutiendo lJ
\,. ganas- de aprender cuando más. En otros, en cam- f,- ·,r :-~
bio, Sócrates expuso al • · ir _,

ru -1-'
se dé cuenta de que aún no
\ sabe... pero también para final la opinión que le l~
llegar a saber más él mismo. parecía más razonable
¿y qué le importa a Só- y verdadera. A veces, 1r
\ crates que los demás sepan esa toma de postura e fl .
\•
o no? Muy sencillo: Sócrates
está convencido de que nadie
tenía mucha importan-
cia para el objetivo final eª
~I
e,'
puede saber solo, de que lo que que buscaba Sócrates, es
sabemos lo sabemos entre todos, decir: saber cómo se debe

de que quienes vivimos en socie- vivir. Por ejemplo, en cierta
dad tenemos también que saber ... ocasión mantuvo una discu- e
C mr· l'f
M: '
socialmente. Ya lo hemos dicho antes,
la filosofía es una consecuencia de la de-
sión casi dramática con un jo- if -~
ven arrogante y fanfarrón llamado ,ti:.. ')
mocracia. Los llamados «filósofos» no for- Caliclés. El tema fue éste: ¿qué es me-
man una casta superior o una secta misteriosa, (C Jj[ lf:.

sino que se saben iguales a los demás humanos:


jor, cometer una injusticia contra otro o
padecerla uno mismo? Por supuesto, Caliclés C
C .1Bf1
la única diferencia es que se han despe1tado antes, que (e 1111 -,.
decía que es mucho mejor cometer injusticias que
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y hay que aceptarlos sin darles más vueltas. La manía de Só-
sufrirlas. Aún más: sostenía que son los debiluchos y amarga-
crates de hacer preguntas dificiles de contestar y de discutirlo
dos quienes siempre se están quejando de lo «injustos» que
todo les parecía una falta de respeto, algo subversivo. iQué se
son los fuertes, es decir, los audaces que se atreven a hacer lo
había creído ese tipejo extravagante que les comía el coco a
que les apetece, caiga quien caiga. Caliclés estaba decidido a
los jóvenes con sus bobadas incomprensibles! De modo que
-ser to<lo lo injusto que le diera la gana, faltaría más: conside-
finalmente, cuando Sócrates tenía ya setenta años y llevaba
raba humillante que otro le sometiese a su voluntad en nom- ,.
mucho tiempo charlando filosóficamente con los atenienses,
bre de la ley, de la compasión o de lo que fuera. Sócrates, en
tres ciudadanos importantes de la ciudad le denunciaron a
cambio, pensaba todo lo contrario: si alguien nos hace una
las autoridades y se abrió un juicio contra él. Le acusaban
fechoría, no por eso nos volvemos peores ni perdemos la vir-
de impiedad con los dioses de la ciudad (contra los que Só-
tud de vivir bien. Es el otro quien se mancha, no nosotros. Lo
crates, por cierto, .nunca había dicho nada), de corromper a
único que estropea nuestra: vida son las injusticias y abusos
los jóvenes y de querer introducir a un dios nuevo en Ate-
que cometemos voluntariamente nosotros mismos. Son esas
nas. Esto ill.timo tiene gracia, porque ese supuesto «dios» era
las que nos hacen peores, no las que padecemos por culpa
una especie de broma de Sócrates, que tenía un gran sentido
de los demás. La discusión fue larga, bastante agria y ningu-
del humor: él hablaba de que le acompañaba un clclñticrn.
no logró convencer al otro. Caliclés se fue muy enfadado y
es decir, una especie de diablillo que le aconsejaba antes de
mascullando amenazas contra Sócrates ... tomar una decisión. Pero ese diablejo nunca le decía lo que
No era el único que le detestaba. Algunos de los ciudada-
debía hacer sino sólo lo que tt0 debía hacer ... iPor supuesto,
nos más conservadores de Atenas se sentían incómodos con
nunca se le ocurrió intentar «predicar» semejante dios a los
'2 Sócrates porque pensaban que hacía dudar de las cosas que otros ciudadanos! En cualquier caso, ahí tenemos a Sócrates
siempre se habían creído. Hay gente así: están convencidos de ante el tribunal de Atenas y arriesgándose si le condenan a
que los dogmas en que creyeron nuestros padres, y nuestros
sufrir un grave castigo.
, abuelos, y nuestros tatarabuelos no deben nunca discutirse
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-~-l ,
(...~¡-
En s~ defensa, Sócrates pronunció un discurso magnífi- se escapase. Ya tenían sobornados a los guardias y la huída
'-"~ i
co: con sus palabras no quiso librarse de la posible condena era cosa fácil. Pero Sócrates se negó: había vivido toda su vida l
(; -e
bajo las leyes de Atenas y las respetaba tanto para lo bue- r:.
c.,.;s-F
sino explicar a los atenienses en qué había consistido,su acti-

t.-~r
vidad todos esos años. No estaba arrepentido de nada, todo lo no como para lo malo. Prefería morir de acuerdo con la le-
contrario: se sentía orgulloso de su eterna tarea de preguntón galidad que seguir viviendo a su edad de modo clandestino,
y discutidor. ¿Por qué? Sócrates lo resume muy bien en una huyendo y escondiéndose. Finalmente aparecieron, allá lejos ~ ;,. (
sola frase de ese discurso memorable: «Una vida que no re- en el horizonte, las velas de la nave fatal que regresaba. Así
flexiona ni se examina a sí misma no merece la pena vivirse». llegó el momento de la ejecución, que en Atenas se realiza-
t->r
La principal tarea de la vida, según él, es preguntarse cómo ba por medio de un potente veneno, la cicuta. Sócrates pasó
~-e
vivir y qué hacer con nuestra vida. Desde luego, estas explica- sus últimas horas charlando como siempre con sus amigos,
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ciones irritaron aún más a sus acusadores y a muchos miem- acerca de la muerte y de la posible inmortalidad del alma.
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bros del tribu~al que debía juzgarle. iSócrates no sólo no re- Estaba completamente tranquilo y casi parecía contento. Sus • -,~¡
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conocía su culpa, sino que decía tranquilamente que merecía -~
un premio de los atenienses por haber sido para ellos como un
últimas palabras, cuando ya la cicuta le hacía su letal efecto, €.- ,;-
tábano; que pica a la vaca hasta que logra despertarla y la
fueron: «Acordaos de que le debemos un gallo a Esculapio». {: I
Es una frase bastante enigmática. Esculapio era en Grecia el
pone en marcha! iQué arrogancia! iVaya frescura! dios de la medicina y solía ser costumbre ofrecerle sacrificios
Finalmente, el tribunal acabó declarando a Sócrates de animales, por ejemplo gallos, cuando algµien se curaba de t i- r
culpable. Y le condenó a muerte. La sentencia, sin embargo, una grave enfermedad. Quizá Sócrates, con su peculiar senti- t '.1:-.
no debería cumplirse hasta que la nave que había zarpado e-,:~
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do del humor, nos dejó como último mensaje que al morir se
hacia el santuario de Delos no volviese al puerto de Atenas. «curaba» de los sinsabores e injusticias de la vida, esa grave
Durante varios días, los amigos y discípulos de Só_crates le enfe1medad ...

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visita.ron en su mazmorra para intentar convencerle de que

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Alba y Nema se pasean entre l,a.s ruinas del ágora de Atenas.
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L~ Arriba, contra el cielo de un azul mediterráneo, se recorta la , ;1
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NEMO. - Pues yo te digo que sigo sin entenderlo. ~.-=::..


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ALBA.-Venga, ¿qué es lo que no entiendes?
NEMO.-Pues no comprendo por qué hacía Sócrates pre-
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guntas a cualquiera. Vamos a ver, ¿acaso no estaba convenci- _r,j;1.~ti · ti,~e··~l~;'li
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do de que los demás sabían todavía menos que él? ,,.,, '. :>-.
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NEMO.-Y lo que Sócrates pretendía con tanta pregunta
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era despertarles, ¿verdad? Creo que tienes razón. Pero debe
resultar muy incómodo pasarse la vida dudando de lo que ya
creía uno tener seguro. ¿y si algunos considerasen más agra-
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dable y cómodo seguir «dormidos», como tú dices? i~- \ .
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1 ALBA.-Por lo que nos acaban de contar, Sócrates no siem- -i
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pierta mentalmente ni a cañonazos! Y también los hay que se • :'.y • • llid '

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cabrean muchísimo con quien pretende despertarles. Acuér-
date de la cicuta...
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NEMO. - iClaro, fueron los «dormidos» que se niegan a ,~_;.i., '" ":.~~ \ " ~- '':~; '· .
J' :º,"
despertar quienes mataron a Sócrates! iPobre hombre!
ALBA.-¿Por qué «pobre»? Yo creo que se lo pasó estupen-
damente, pensando en voz alta e intentando hacer pensar a NEMo.-¿Te lo imaginas ... ?
los otros. Vivió como quiso vivir, aunque no fuera como vi- ALBA.-Me lo imagino riendo o por lo menos sonriendo.
vían los demás. En cambio no puedo imaginarme a Sócrates llorando.

~ - sse- S. 39
1-liBfloJ.>icl dct la Filos~kl 3 Íl1 f.@mo l" 11i f.@111 blo.J"

NEM0.-La verdad es que debió de ser un tío alucinante.


Me hubiera gustado coriocerle ... iJo, ahora ya no hay gente
así! ·
ALBA.-¿y por qué no ·va a haberla? Mira, si queremos, tú
y yo podemos ser como él.
NEMO.-¿Haciendo preguntas y todo eso? Oye, no estaría
nada mal. Pero no sé ...
ALBA.-Bueno, gente dormida a nuestro alrededor no fal-
ta, ¿eh?
NEMO.-Lo malo es que creo que yo también estoy «dor-
mido» muchas veces ...
ALBA.-iTom:a,, y yo! iY Sócrates! Lo importante es darse
cuen~ y no quedarse roncando tan tranquilos.
NEMO.-Pero eso de las preguntas .... Hacérselas uno mis-
mo, bueno, pero preguntar a los demás, así, por las buenas ...
A muchos no va a gustarles!. ya verás.
ALBA. -Seguro que a otros sí les gustará.
NEMO,-No tengo ganas de probar la cicuta.:.
ALBA._:_¿y qué prefieres? ¿coca-Cola?
NEMO.~iCómo eres! Contigo no puede ni ... ini Sócrates!

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