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El primer viaje fue en 1524 un 13 de setiembre, fecha en la que Pizarro zarpa en el “Santiago”,
este viaje terminaría con un fracaso rotundo pues Pizarro regresaría con las manos vacías, y
con menos hombres con los que comenzó, a causa del hambre y los enfrentamientos en contra
de los lugareños de un lugar amurallado conocido como el fortín del cacique de las piedras;
destino similar compartiría su socio Almagro que zarpó después; en el “San Cristóbal”; que
perdería un ojo en el mismo lugar en donde su compatriota Pizarro fue atacado, obligándolo a
regresar a Panamá.
El segundo viaje, empezó con una avanzada rápida, pero ante las peripecias que suponían el
viaje se decidió quela hueste permaneciera en islas en tanto llegaba ayuda y provisiones de
Panamá, fue en en la isla del gallo en donde sucedería un motín en contra de Pizarro por las
condiciones del viaje y los nulos frutos de la empresa, los descontentos informaron al
gobernador y este atendiéndolos envió a un emisario para que obligase a Pizarro y la hueste a
regresar a Panamá, pero el capitán hizo un llamamiento a sus hombres mas valientes para
secundarlo seguir con la empresa, y se da el acontecimiento de los trece de la fama de la isla
del gallo.
Instalados en la Gorgona en la espera del arribo de Bartolomé Ruiz (navegante de avanzada
que con anterioridad había encontrado las islas que servirían de puntos de descanso y también
recogió a unos mercaderes indígenas en una balsa que después servirían de intérprete) en
cuya nave deberían hacerse a la vela con rumbo al sur, al salir de la isla la jornada descubridora
fue mas feliz. Luego de pasar frente a la isla de puna un lugar de relevancia estratégica y
comercial, al seguir navegando se detuvieron en tumbes. En donde encontraron una ciudad
fortificada -repleta de construcciones militares y cercana al marque se les dio llamarla Nueva
Valencia- el desconcierto de los españoles se dio en el orden de la arquitectura y de las
muestras de amistad de la población. Imbuidos en entusiasmo Pizarro y sus seguidores
llegaron hasta la desembocadura del rio Santa, cerca del actual Chimbote, pero a comienzos de
mayo de 1528, sin animarse a proseguir, resolvieron mejor regresar a Panamá, descubierto ya
por los castellanos el imperio de los incas.
Ahora faltaba preparar una expedición de conquista definitiva, pero el gobernador Pedro de
los Ríos, opositor de Pizarro, no paraba de darles obstáculos por lo que se acordó entre los
socios que uno de ellos vaya ante el monarca directamente a presentar el proyecto para
obtener su aprobación oficial, el representante no fue otro que Pizarro, al que se le
encomendó las siguientes mercedes: el titulo de gobernador para sí mismo, el de adelantado
para Almagro, el de Obispo para Luque, el de alguacil mayor para Bartolomé Ruiz, y otras
prestantes dignidades para los trece del Gallo.
Otras veces la táctica utilizada por las comunidades era aliarse con los enemigos de su
enemigo, tal vez un hacendado poderoso, pero sin mano de obra enfrentado con el
corregidor, o un minero dispuesto a enemistarse con el usurpador de las tierras
indígenas. Las brechas dejadas por los grupos españoles eran lo suficientemente
amplias como para ser detectadas por los habitantes andinos y de hecho fueron
utilizadas a su favor.
Resistencia y aculturación indígena
La resistencia andina empezaría desde los primeros momentos de la llegada de los
españoles. Muchas veces la aculturación de algunos grupos fue una forma de
resistencia, al tiempo que la resistencia de otros adquiría las características de una
marcada aculturación. Los primeros momentos del enfrentamiento con el invasor se
resumen en la tenaz oposición realizada por Manco Inca y sus sucesores desde
Vilcabamba. Sin embargo, los modernos investigadores encuentran datos que
confirman que desde los días primigenios de la conquista se siguieron procesos
sumarios contra los curacas que conspiraban contra el régimen, en episodios
semejantes al de los trece curacas condenados al garrote y la hoguera durante la
prisión de Atahualpa. Se sabe por ejemplo que los dominicos y algunos letrados que
seguían la prédica lascasiana, organizaron una efectiva campaña contra los abusos del
sistema imperante y los vicios de su funcionamiento. No resulta pues extraño
encontrar a los curacas reunidos en Mama, Huarochirí, otorgándoles poderes a juristas
como Santillán, o a los de Juli y Arequipa nombrando con similar cometido a fray
Bartolomé de las Casas y a fray Domingo de Santo Tomás.
En esta línea se desarrolló toda una veta de resistencia jurídica indígena que motivó la
proliferación de causas judiciales. A ello se sumó la abundancia de memoriales y
escritos dirigidos al rey desde sectores particulares, religiosos y administrativos, los
que tuvieron diverso destino. Indios nobles hicieron gala de su vocación y capacidad
legalista, destacando personajes como el cacique norteño Vicente Mora Chimo Capac,
por su «Manifiesto y agravios, bexaciones, y molestias que padecen los reynos del
Perú», y el descendiente del inca Tupac Yupanqui, fray Calixto de San José Tupac Inca,
autor de un documento presentado en 1748, titulado «Representación verdadera y
Exclamación rendida y lamentable que toda la nación indiana hace a la magestad del
Señor Rey de las Españas y Emperador de las Indias don Fernando VI, pidiendo las
atienda y remedie sacándolos del afrentoso vituperio y oprobio en que están más de
doscientos años». La historia de este valiosísimo manuscrito es apasionante por los
avatares que sorteó hasta 1908, año en que finalmente fue encontrado en la biblioteca
de Copenhague. En la actualidad la obra es objeto predilecto de estudio de los
etnohistoriadores, no sólo por sus célebres dibujos y la visión tan genuinamente
andino-española de su discurso, sino porque proponía una lectura diferente de la
conquista y delineaba alternativas novedosísimas para el futuro. Indignado por el caos
generado por los españoles en los Andes, señalaba que ningún derecho asistía a los
peninsulares, ni aun el de la cristianización, pues los indios ya habían tenido el
conocimiento del creador bajo el nombre de Viracocha. Además, los españoles eran
muy malos cristianos y constituían el anti-ejemplo de lo que debía enseñarse, más
preocupados como estaban de adueñarse del oro y la plata del país
El mesianismo
Otra forma de la resistencia ofrecida por los pobladores andinos sería el mesianismo,
concepción extendida entre los indios tras la muerte de Atahualpa y los sucesos
posteriores. Los antropólogos señalan como causas de este fenómeno el profundo
sentimiento de crisis sentido por los naturales de los Andes, la añoranza de un
principio mediador y unificador y la necesidad de una imagen de orden. Esto se tradujo
en el sueño del regreso del inca, de un Inkarrí, es decir un inca con muchos
componentes occidentales, pero cuya función sería la de subvertir el orden, volver al
pasado y poner lo inferior en lo alto y viceversa. De esta manera se pensaba redimir a
los pobladores andinos de su intolerable situación y crear un mundo de paz y orden
donde los invasores europeos ocuparan la posición más baja e incómoda. La revuelta
del Taqui Onkoy también consideraba represalias contra algunos indígenas, tanto
hatun runas como curacas que supuestamente habían colaborado con los dioses
cristianos, independientemente de su fidelidad hacia sus deidades ancestrales. A los
culpables se les exigía la reforma y la colaboración con los taquiongos, que
preconizaban la venida de grandes pestes para los españoles y sus secuaces, así como
el derrumbe del dios invasor. Es curioso encontrar en todo este fenómeno de regreso a
las antiguas divinidades muchos elementos cristianos como las plagas bíblicas, la idea
de posesión diabólica y la figura misma del líder llamado Juan Chocne, quien se hacía
acompañar por dos mujeres llamadas Santa María y Santa María Magdalena. La
revuelta termina apagándose tras muchos años de represalias en la región, pero la
población piensa que el desaparecido líder no ha muerto y vive escondido en el mítico
reino del Gran Paititi esperando el momento para regresar o que se ha elevado a los
cielos. Profecías como aquella atribuida a Santa Rosa de que el Perú en 1750 volvería a
manos de sus legítimos dueños, contribuían a exacerbar este sentimiento. Los curacas
aprovechaban esta situación llevando algunas prendas incaicas en su vestir diario,
probando su genealogía en largos procesos, pintando retratos de sus antepasados y
presentándose en los grandes eventos –como la procesión del Corpus Christi del
Cuzco– totalmente ataviados como incas.
LA REPÚBLICA DE ESPAÑOLES
LOS PENINSULARES
La inmigración
La política de migración al nuevo continente fue claramente establecida desde el
primer momento y la entidad encargada de administrarla fue la Casa de Contratación
de Sevilla, que debía llevar la contabilidad y registro de los viajeros a Indias. Pero ni
pasaron al nuevo continente todos los inscritos en el libro de permisos, ni se
inscribieron en dicha lista todos los que arribaron a América. La cifra de inmigrantes
subió de 1 587 viajeros por año para la primera mitad del siglo XVI, a 3 930 viajeros
anuales para la segunda mitad y 3 865 para los primeros 50 años del XVII. Céspedes del
Castillo estima que la migración no debió superar los 200 000 individuos durante el
siglo XVI. Esta política podía endurecerse o ablandarse según se tuviera necesidad o no
de colonizadores en una región determinada. La Casa de Contratación que otorgaba
los permisos evitaba en principio el paso de protestantes, judíos, moros, por ser
poblaciones que podrían influir de manera sumamente negativa sobre los indios
americanos, absolutamente neófitos en asuntos de religión cristiana. Tampoco los
cristianos nuevos, es decir los árabes y judíos recién convertidos podrían pasar al
Nuevo Mundo, y los españoles sólo luego de superar la prueba de limpieza de sangre,
según la cual sólo se consideraba como cristiano viejo a aquel que en cuatro
generaciones no tuviera sangre «impura», o en su defecto que estuviera alejado en
más de doscientos años de su antepasado no cristiano más próximo. Aun bajo el
gobierno de los borbones, a los franceses no les fue permitido el ingreso en cantidades
relevantes. Un caso interesante resulta el de los piratas y marinos ingleses capturados
por las flotas virreinales, que luego de un período de prisión y tras ser convertidos y
bautizados según el catolicismo, pudieron rondar en los sectores más bajos de la
sociedad. Una antigua y difundida tradición popular asevera que muchos de estos
angloparlantes tomaron el apellido de Pichilingue, deformación de la frase «speak in
English», es decir una de las primeras que solían pronunciar.
LOS ENCOMENDEROS
La encomienda fue una real merced, otorgada a los conquistadores como recompensa
por los valientes servicios prestados a la Corona en el descubrimiento y toma de
posesión de las enormes extensiones del Nuevo Mundo. Por tal motivo los
encomenderos estaban permitidos de disfrutar de los tributos indígenas, según las
tasas establecidas, a cambio de velar por la protección y bienestar espiritual de los
naturales. En el Perú se establecieron unas quinientas encomiendas, las cuales eran
muy grandes en comparación con las otorgadas en Panamá o en Chile. Aunque parezca
contradictorio, cuanto mayor era el número de indios y mayor el grado de civilización
manifestada, la encomienda podía ser más extensa.
La encomienda o «repartimientode indios», que tuvo una inicial aplicación en
Centroamérica, fue conferida porprimera vez en el Perú en 1532. Es el caso de algunos
virreyes y muchos oidores.
La encomienda obligaba a su poseedor a satisfacer una serie de exigencias de la
Corona. Era preciso mantener gente en casa para defender el territorio, así como tener
armas y caballos para servir a los mismos fines. El encomendero debía asimismo residir
en la ciudad más cercana a la localidad de los indios asignados. La encomienda
solventaba no sólo las necesidades y dispendios de su titular, sino también los de un
nutrido grupo de allegados, parientes, amigos y paisanos, huéspedes, dependientes y
servidores, que vivían literalmente a expensas del repartimiento. Por lo tanto resultaba
de vital importancia asegurar el mantenimiento de esa encomienda en manos del
mismo grupo. Generalmente una encomienda con una renta menor de mil pesos
anuales era considerada mala y pobre. Cuando aportaba entre 3 mil y 5 mil podía ser
catalogada como medianamente buena. Por encima de los 5 mil pesos se estaba ante
una preciada prebenda. Encomiendas excepcionales eran por ejemplo las del Alto
Perú, de las que se podía obtener entre 15 mil y 50 mil pesos al año y por ello los
conquistadores eran capaces de iniciar las aventuras más delirantes y atrevidas a fin de
hacerlas suyas. Pero más allá de los ingresos legítimos que las encomiendas proveían,
era común medrar del tributo indígena que le correspondía a la Corona, y en
determinados casos una tercera o cuarta parte del monto obtenido por los
encomenderos procedía del mal uso de la cantidad aportada por los naturales.
Además, estos enriquecidos señores tenían la posibilidad de dedicarse a otras
actividades económicas denominadas granjerías, como cultivar en las inmediaciones
de sus encomiendas, o dentro de sus linderos, productos muy rentables como la coca y
la caña de azúcar, trabajadas claro está con la mano de obra de los indios.
LOS NOBLES
Los miembros del grupo conquistador que participó en los sucesos de Cajamarca y
Cuzco pertenecían principalmente al sector de villanos e hidalgos, es decir a los grupos
bajo y medio de la sociedad española. Recordemos que los hidalgos eran
numerosísimos y conformaban una tercera parte de los habitantes de la España del
renacimiento.
Los primeros nobles vinieron acompañando a la expedición de Alvarado, siendo en
muchos casos prestigiosos personajes salidos de las cortes del duque de Medina-
Sidonia o del conde de Feria, y fueron desplazando a los demás conquistadores en la
obtención de encomiendas y altos cargos, ejerciendo capitanías o la representación del
gobernador y la corte real. La nobleza obraría como criterio central de estratificación
social, aunque la antigüedad en la posesión de la tierra aportaba algunas ventajas. Un
camino más pacífico para obtener el ansiado repartimiento de indios era el del
matrimonio con la hija de algún encomendero, quien deseoso de relacionar su familia
con un vástago de noble familia peninsular no vacilaba en dotar a su hija
espléndidamente.
Pero la nobleza no se detenía bruscamente en aquellos que detentaban el título de
«don», pues también había parientes y allegados que intentaban hacerse acreedores
de semejantes derechos.
LA BUROCRACIA
A partir de las Leyes Nuevas promulgadas en 1542, la burocracia conformó un grupo
creciente, cada vez con más prestancia y poder. Para los sectores medios urbanos, el
funcionariado colonial oficiaba de meta de ascenso social, especialmente en la capital
y en las ciudades más importantes, donde se empezó a reclutar, con el fin de ocupar
puestos, a los inmigrados de Europa e inicialmente a un grupo bastante pequeño de
titulados en las flamantes universidades de las Indias. Conforme decaía el poderde los
encomenderos y la Corona triunfaba en su intento de evitar el fortalecimiento de los
grupos autónomos en Indias, la administración iba adquiriendo una influencia social
cada vez más fuerte. El resultado de esta política determinó que los sectores
principales de la sociedad dirigieran sus esfuerzos y esperanzas hacia la captura de
posiciones resaltantes en la administración. Esta burocracia distribuía a su vez cargos
menores y otorgaba recompensas, premios y castigos, según fuera el caso. La
reglamentación fue especialmente estricta y las normas que debían seguir estos
funcionarios bastante extensa. Sin embargo las penas eran tan severas que, de
cumplirse, los virreyes y oidores hubieran sido vistos como sujetos absolutamente
asociales y desligados del mundo que debían gobernar.
Los antiguos y probos funcionarios de carrera empezaron así a perder sus ideales al ver
que un buen grupo de los administradores recién llegados terminaban boyantes su
período de tres o cinco años en el servicio estatal.
Entre 1620 y 1750 no hubo cambios de relieve en el sistema administrativo indiano,
salvo el aumento constante del número de funcionarios. Pero en la medida en que el
poder criollo se fue afianzando, las altas autoridades empezaron a percibir que sus
decisiones gubernativas se iban convirtiendo en meras funciones de intermediación.
LOS PROFESIONALES
Los profesionales se dividían en tres grupos claramente diferenciados: los hombres de
Iglesia, los graduados en Leyes y Medicina y los escribanos y secretarios. El clero tanto
regular como secular y los «letrados» o abogados y los «físicos» o médicos, además de
pasar fácilmente de una profesión a otra, se diferenciaban de escribanos y secretarios
por sus estudios universitarios, ya que éstos habían aprendido su profesión en medio
del trabajo cotidiano. Sin embargo, los curas, letrados y escribanos que eran
mayoritariamente andaluces o extremeños, se encontraban profundamente unidos
por su formulismo y legalismo.
También fue común que ubicaran a sus familias en sectores pudientes de la sociedad,
trayendo hermanas y otros parientes para casarlos con prominentes personajes locales
o sus respectivos allegados. Obtener un curato representaba para un eclesiástico algo
tan ansiado e inalcanzable como una encomienda para los laicos, por lo que tuvieron
que conformarse con parroquias o con canonjías, luego de desempeñarse como
miembros del séquito de algún obispo. Los frailes estaban sujetos a un mayor control,
aunque en algunas órdenes la disciplina, obediencia y austeridad se irían
descomponiendo en los siglos siguientes, tras las pugnas conventuales entre criollos y
peninsulares. Mientras que el trabajo litigante en los tribunales era propio de los
abogados de menor jerarquía profesional y social, los más poderosos alternaban con
encomenderos y otros prominentes personajes en los corregimientos de españoles y
tenían como meta alcanzar la dignidad de oidores.
La jerarquía social de los médicos era algo menor, pero algunos llegaron a obtener muy
altas posiciones. Sus posibilidades de trabajo se ampliaron notablemente con la
fundación de numerosos hospitales a lo largo del país y la aureola de neutralidad que
cultivaban, incluso durante las guerras civiles.
LOS HACENDADOS
Los hacendados tuvieron un origen variado. Estas tierras surgidas de los baldíos se
convertirían con el correr de los años en chácaras y predios campestres sometidos a un
sistema de propiedad intermedia y trabajados con el concurso de los indios de los
repartimientos cercanos. Al agotarse las tierras perimetrales de las ciudades, los
cabildos pidieron una ampliación de su zona de influencia, pasando a ocupar tierras
vacantes, pertenecientes a la Corona y campos de los indios. De este modo se
asignaron muchas tierras a los nuevos pobladores, especialmente si tenían vínculos
con las autoridades ediles o metropolitanas, y de hecho muchos allegados y miembros
del séquito de los altos funcionarios se apropiaron de grandes extensiones, que les
sirvieron como capital inicial para realizar los matrimonios con miembros del grupo
criollo más encumbrado, lo que los engarzaría en la floreciente sociedad colonial.
El escaso número de antiguos encomenderos y beneméritos en el grupo terrateniente
y la gran cantidad de individuos pertenecientes a grupos «nuevos y advenedizos»
restaron prestigio en los primeros momentos al grupo de los hacendados. Finalmente,
este grupo pudo afianzarse mediante el sistema de patronaje y clientela, según el cual
la bonanza o las carencias de las haciendas afectaban los diversos niveles del cuerpo
social. La alta estimación social que terminó rodeando a los hacendados supo ser
capitalizada por medio de dotes y alianzas matrimoniales con los cuantiosos capitales
producidos por la minería y el comercio.
LOS MERCADERES Y COMERCIANTES
En los primeros años del asentamiento español en el Perú, prácticamente toda la
población se dedicaba a la venta de diversos bienes, los que reportaban grandes
utilidades. Sin embargo, había gente especializada y dedicada a tiempo completo a tal
actividad y las oportunidades abiertas en los nuevos territorios permitieron a los
mercaderes llegar a formar sólidas fortunas. Pero el dinero no siempre les brindaba el
acceso a las altas esferas y a la categoría de encomenderos, y su profesión los situaba
entre los hidalgos y los artesanos. Pero al pasar el tiempo, el lujo y el poder de los
grandes comerciantes incidieron en un cambio de apreciación. En 1613 se fundó el
Tribunal del Consulado, lo que les ayudó a ganar definitivamente el respeto social,
convirtiéndose esta institución en un útil instrumento de presión económica.
Los mercaderes seiscientistas podían ser profesionales con grandes vinculaciones con
las casas de Sevilla. En el siglo XVIII la categoría de comerciante sólo definía a aquel
que vendía la mercadería sin añadirle valor alguno. Dichos comerciantes podían ser de
diversas clases: cajoneros, tenderos, buhoneros, e importadores en gran escala. Eran
considerados como verdaderos mercaderes aquellos que se arriesgaban a la
navegación y poseían tienda. En la misma centuria conformaron un patriciado, que
antes de oponerse a la nobleza terminó interrelacionándose con ella.
LOS MINEROS
La minería estuvo inicialmente en manos de los omnipresentes encomenderos, aun
cuando éstos debieron recurrir a un grupo de ingeniosos personajes más o menos
tecnificados denominados «buscones» o «cateadores», aficionados que tan pronto
hacían de huaqueros como de exploradores de yacimientos mineros. Luego llegaron
mineros más instruidos y preparados, expertos en fundición, ensayo y herrería,
dedicados principalmente a dirigir la extracción, la construcción de los hornos de
fundición y el «marcado» del metal. Pero los altos costos y la necesidad de un mayor
dominio técnico obligaban en muchas ocasiones a asociarse y formar compañías entre
mineros, mercaderes y encomenderos. Los capitales que quedaban inactivos hasta el
siguiente año eran prestados a los mineros en dinero y provisiones.
Pero las medidas beneficiaban más a los mercaderes y socios capitalistas que a los
mineros. Sin embargo, hubo algunos ricos mineros que llegaron a ejercer un poder
muy importante en todos los niveles de la sociedad, pudiendo inclusive entrar en
componendas con los miembros de la Audiencia, como sucedió con los hermanos
Salcedo, dueños de las muy ricas minas de Laicacota, de quienes se decía «que no
había quien no les debiese favor alguno».
LOS ARTESANOS
Si bien el comercio modeló muchos de los aspectos de la nueva forma de vida de la
población peruana, otras muchas necesidades tuvieron que ser satisfechas en el lugar.
Una legión de pequeños productores se estableció en los diversos puntos del
territorio, demandando materias primas que se traían de España y que sólo
encontraban su acabado final tras la intervención de los artesanos. Se considera que
una cuarta parte de la población española se dedicaba al menos parcialmente a esta
actividad durante el siglo XVI y una décima parte lo hacía permanentemente.
Intentaban imitar así el modelo de la época, el de los envidiados encomenderos.
Aunque en el Perú no pudieron alcanzar dignidades ediles ni encomiendas mientras se
identificaran como artesanos y trabajadores manuales –tareas impropias de un
hidalgo–, su nivel de vida contrastaba enormemente con la pobre existencia de
aquellos de la misma profesión en la Península, donde se veían enormemente
constreñidos por las normas sociales y prohibiciones que pesaban incluso sobre la
forma de vestir.
Esta última era traída en barco desde los bosques centroamericanos.
Oficios pobres eran los de panadero y molinero, siendo la industria del pan hereditaria
y de pesada carga para los dedicados al oficio, quienes ante la falta de operarios
debieron recurrir a esclavos castigados, para que trabajaran encadenados a los hornos.
LOS NIVELES BAJOS Y LOS DESARRAIGADOS
LAS ESPAÑOLAS
LOS CRIOLLOS
LAS CASTAS
Bibliografía
Mart[nez, T. H. (1990). HACIA UNA NUEVA PERIODIFICACION DE LA HISTORIA DEL PERU
COLONIAL (Factores económicos, políticos y sociales). Lima.
Patrucco, S. (2007). EL PERÚ VIRREINAL: SOCIEDAD, ECONOMÍA Y ARTE. Lima: LEXUS
EDITORES.