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¿CÓMO PERIODIFICAR LA HISTORIA DEL PERÚ COLONIAL?

Partiendo de aquellas consideraciones generales sobre la utilidad de la periodificación,


en este trabajo me propongo enfocar la época colonial de la historia del Perú, bajo la
dominación española, que se extiende durante tres siglos. Podríamos empezar con un
debate en tomo a la ubicación adecuada del comienzo y el final de dicha época, ya que
sobre este punto se encuentran opiniones divergentes en los manuales al uso, según el
concepto que mantengan los autores sobre el ejercicio de la soberanía "nacional" o la
presencia de agentes "extranjeros" en el territorio peruano. Sin embargo, el problema
de periodificar la época del coloniaje no está vinculado realmente con su extensión
longitudinal, sino más bien con las etapas o cortes latitudinales que deben efectuarse
al interior de esa "larga duración" trisecular, a fin de mostrar y hacer entender el Perú
colonial en toda su complejidad: esto es, con sus mutaciones y transformaciones
progresivas, sus avances y retrocesos, sus caracteres primordiales y efectos duraderos.
Cuando aún no habían transcurrido veinte años desde el asentamiento de la vida
republicana, un curioso periodista y funcionario público, José María de Córdova y
Urrutia, dio a publicidad el libro Las tres épocas del Perú y compendio de su historia.
En esta obra traza por primera vez la división de la historia peruana en tres etapas: la
indígena (con énfasis en la administración de los incas), la colonial y la republicana. De
aquí surgirá una difundida imagen sobre el coloniaje como "edad media", o periodo
nefasto y oscurantista, en la evolución histórica de este país. Algunas décadas más
tarde el profesor Sebastián Lorente, decano de Letras en la Universidad de San
Marcos, se encargaría de afinar la periodificación de la era de la dominación hispánica
en una obra de cuatro volúmenes; los respectivos tomos estaban dedicados a la etapa
de la conquista de los incas, la etapa de "esplendor" de los Habsburgo (1542-1598), la
etapa de "decadencia" de los Habsburgo (1598-1700) y la etapa virreinal bajo los
Borbones (1700-1821)
La vigencia de aquella clasificación postulada el siglo XIX queda reflejada todavía en
algunos textos de historia. El Compendio de historia del Perú de J. A. del Busto
Duthurburu, por ejemplo, distingue tres largos espacios de tiempo: el periodo
indígena, con predominio del hombre cobrizo; el periodo hispánico, con predominio
del hombre blanco; y el periodo independiente, con predominio del hombre mestizo.
La edad intermedia de la dominación española aparece dividida a su vez en otras tres
etapas, que corresponden al Descubrimiento y Conquista, el Virreinato y la
Emancipación.
El P. Rubén Vargas Ugarte, laborioso jesuita que dedicó gran parte de su vida al asedio
sistemático de bibliotecas y archivos, expresa una intuición más certera en su manera
de periodificar la época colonial del Perú. Es verdad que su Historia del Virreinato no
constituye sino una aglomeración de medio centenar de capítulos formados según un
criterio temático-cronológico, en que se relatan sucesivamente los principales eventos
de la administración virreinal. Pero al menos tuvo el acierto de marcar con precisión el
inicio de la etapa de Descubrimiento y Conquista, con el primer viaje de Pizarro, en
1524; el inicio de la etapa del Virreinato, con la instalación del virrey D. Antonio de
Mendoza, en 1551; y el inicio de la etapa de la Emancipación, con el establecimiento
de las juntas de Chuquisaca, La Paz y Quito, en 1809.
Factores económicos que merecen tomarse en cuenta para explicar la historia colonial
son: las curvas de producción y exportación de metales preciosos, especialmente de la
plata; el ritmo de circulación interna de los metales amonedados; los índices de precios
en los mercados urbanos; el movimiento de exportación e importación en el Callao,
puerto principal del virreinato; las estadísticas de tráfico mercantil en los puertos
menores; la evolución monetaria de los tributos indígenas; el proceso de expansión de
las haciendas y estancias en manos españolas; el desarrollo de la manufactura textil en
los obrajes; los compromisos pecuniarios en la venta de oficios públicos; la
constitución y vertebración de mercados regionales dentro del "espacio" peruano, etc.
Esta clase de fenómenos, que suponen variables aptas para una cuantificación y
fijación temporal relativamente precisas, constituyen los índices de periodificación
preferidos en el presente trabajo.
Factores políticos que merecen tomarse en cuenta para explicar la historia colonial
son: el reinado de los soberanos de la monarquía española; la sucesión y trascendencia
del gobierno de los virreyes; el establecimiento de instituciones fundamentales (como
Audiencia, Inquisición, Consulado, Tribunal de Cuentas); la implantación de órdenes
religiosas y resoluciones de la jerarquía eclesiástica; la transformación en las relaciones
de poder con otras colonias de América; la evolución en el aparato militar; ataques
extranjeros, guerras civiles, rebeliones internas, etc. Este tipo de acontecimiento,
susceptibles por lo general de una determinación cronológica exacta, han sido
comúnmente los más usados para establecer periodos dentro de la historia peruana.
Factores sociales que merecen tomarse en cuenta para explicar la historia colonial son:
el impacto de las epidemias sobre la masa indígena; la evolución demográfica de las
comunidades nativas; el ritmo de la inmigración española y africana; la contabilización
en registros parroquiales y de visitas; el proceso de mixtura de las razas; las
transformaciones en los componentes culturales; la difusión y repercusión de ideas
provenientes de Europa; los movimientos colectivos de fundamento religioso; la
evolución en los modos de vestir, gustos alimenticios, hábitos cotidianos, etc. Es
evidente que muchos de éstos son problemas de orden subjetivo, pertenecientes a la
esfera mental o ideológica, y resultan por lo tanto muy difíciles de rastrear. Son
fenómenos complejos, aun insuficientemente observados respecto al virreinato
peruano, pero que no deberían perderse de vista al momento de ensayar una síntesis
de aquella época.

COYUNTURAS, INFLEXIONES Y DESARROLLO DEL PERÚ


COLONIAL
A través del espacio trisecular de la dominación española podemos distinguir cinco
periodos O coyunturas bien marcadas, durante las cuales va evolucionando la
composición de la realidad peruana. Dentro de estos periodos es posible identificar
algunas divisiones más pequeñas, fases breves en las que prima el desarrollo de uno u
otro de los factores que arriba han sido mencionados. Todo ello configura una
evolución compleja, sesgada por inflexiones o momentos de ruptura, que a largo plazo
determinan el crecimiento, la consolidación y el rompimiento de las estructuras del
coloniaje hispánico.

La empresa de la conquista como antecedente a dominación colonial


española
Las primeras informaciones sobre una tierra rica, ubicada al sur de Panamá llegaron a noticia
del capitán Vasco Núñez de Balboa cuando estaba realizando su expedición descubridora del
mar del sur. En esta jornada sirvió como lugarteniente del capitán Francisco Pizarro, pero le
correspondió al regidor panameño Pascual de Andagoya, nombrado visitador general de los
indios de Castilla del Oro (1523), la fortuna de ser el primero en dominar a los nativos del
señorío del Birú y de llegar a la desembocadura del rio San juan, en la actual costa de
Colombia, donde recogió noticias confirmatorias de aquel país abundante en metales
preciosos.

Animado por la inquietud de hacerse rico y poderoso, Pizarro se dedico a preparar la


denominada “empresa de levante”, que debería culminar con la incorporación del Perú al
dominio español. Con dicho propósito, formo una compañía junto a su viejo socio Diego de
Almagro, y al clérigo Hernando de Luque. Según lo acordado entonces, Pizarro debería
encargarse de dirigir las tropas, Almagro sería el proveedor de soldados, víveres y pertrechos, y
el clérigo tendría a su cargo la representación de la empresa ante las autoridades en tierra
firme. De dichos planes se entero el gobernador Pedrarias Dávila, quien se asoció al
emprendimiento pagando una cuota de dinero y suscribió la licencia necesaria para la partida.

El primer viaje fue en 1524 un 13 de setiembre, fecha en la que Pizarro zarpa en el “Santiago”,
este viaje terminaría con un fracaso rotundo pues Pizarro regresaría con las manos vacías, y
con menos hombres con los que comenzó, a causa del hambre y los enfrentamientos en contra
de los lugareños de un lugar amurallado conocido como el fortín del cacique de las piedras;
destino similar compartiría su socio Almagro que zarpó después; en el “San Cristóbal”; que
perdería un ojo en el mismo lugar en donde su compatriota Pizarro fue atacado, obligándolo a
regresar a Panamá.

El gobernador contrariado por la pobreza de la empresa mandó brindar el reconocimiento de


capitán adjunto a Diego de Almagro, quien gozaría de la misma dignidad que Pizarro. Se afirma
además que el 10 de marzo de 1526 ambos jefes, justamente con el maestrescuela Hernando
de Luque, firmaron en Panamá un contrato para desarrollar la ansiada conquista del “reyno del
Pirú”, obligándose a efectuar una distribución tripartita de las ganancias; pero la autenticidad
de este documento no ha sido plenamente certificada.

El segundo viaje, empezó con una avanzada rápida, pero ante las peripecias que suponían el
viaje se decidió quela hueste permaneciera en islas en tanto llegaba ayuda y provisiones de
Panamá, fue en en la isla del gallo en donde sucedería un motín en contra de Pizarro por las
condiciones del viaje y los nulos frutos de la empresa, los descontentos informaron al
gobernador y este atendiéndolos envió a un emisario para que obligase a Pizarro y la hueste a
regresar a Panamá, pero el capitán hizo un llamamiento a sus hombres mas valientes para
secundarlo seguir con la empresa, y se da el acontecimiento de los trece de la fama de la isla
del gallo.
Instalados en la Gorgona en la espera del arribo de Bartolomé Ruiz (navegante de avanzada
que con anterioridad había encontrado las islas que servirían de puntos de descanso y también
recogió a unos mercaderes indígenas en una balsa que después servirían de intérprete) en
cuya nave deberían hacerse a la vela con rumbo al sur, al salir de la isla la jornada descubridora
fue mas feliz. Luego de pasar frente a la isla de puna un lugar de relevancia estratégica y
comercial, al seguir navegando se detuvieron en tumbes. En donde encontraron una ciudad
fortificada -repleta de construcciones militares y cercana al marque se les dio llamarla Nueva
Valencia- el desconcierto de los españoles se dio en el orden de la arquitectura y de las
muestras de amistad de la población. Imbuidos en entusiasmo Pizarro y sus seguidores
llegaron hasta la desembocadura del rio Santa, cerca del actual Chimbote, pero a comienzos de
mayo de 1528, sin animarse a proseguir, resolvieron mejor regresar a Panamá, descubierto ya
por los castellanos el imperio de los incas.

Ahora faltaba preparar una expedición de conquista definitiva, pero el gobernador Pedro de
los Ríos, opositor de Pizarro, no paraba de darles obstáculos por lo que se acordó entre los
socios que uno de ellos vaya ante el monarca directamente a presentar el proyecto para
obtener su aprobación oficial, el representante no fue otro que Pizarro, al que se le
encomendó las siguientes mercedes: el titulo de gobernador para sí mismo, el de adelantado
para Almagro, el de Obispo para Luque, el de alguacil mayor para Bartolomé Ruiz, y otras
prestantes dignidades para los trece del Gallo.

En setiembre de 1528 partió a España, en compañía de domingo de Soraluce y Pedro de


Candia, junto con algunos muchachos indígenas de la costa peruana y media docena de
auquénidos; también llevaba productos de metalurgia, cerámica y textilería incaica. después
de registrarse en Sevilla hubo que enfrentar complicaciones a causa de cierto litigio que tenía
pendiente, pero finalmente logró recuperar la libertad y presentarse en Toledo ante los
magistrados del Consejo de Indias. no le resultó difícil exponer la utilidad de la empresa que
llevaba entre manos, hechos que hayan o el camino para dilatar la famosa capitulación, que
asignó en la mencionada ciudad el 26 de julio de 1529, al lado de la Emperatriz Isabel mujer de
Carlos V. en virtud de este documento, Pizarro salió favorecido con los cargos de Gobernador,
capitán general, adelantado y alguacil mayor de Nueva Castilla, mientras que su socio Almagro
solo recibió la designación de alcaide de la fortaleza de tumbes, Luque fue nombrado obispo
de la misma ciudad y Ruiz merece el título de piloto mayor del mar del sur. el territorio de
Nueva Castilla, donde se llevaría a cabo la conquista y población encargada Pizarro,
comprendía 200 leguas de longitud, desde río de Santiago hasta el valle de chincha.

Formación de las estructuras de dominación colonial (1530 a 1580)


Periodo en que tiene lugar la conquista del Imperio de los Incas y el asentamiento en
su territorio de un nuevo grupo de poder, que se apropia de los tesoros, los recursos
naturales y el trabajo indígena en nombre de la corona de Castilla. En las ciudades
recién fundadas toman forma la sociedad hispánica colonial, organizada en tomo a la
aristocracia de los encomenderos (primeros conquistadores y militares distinguidos),
que son los beneficiarios directos del tributo de los indios. Los comerciantes ponen en
vinculación a las ciudades entre sí y con el mundo exterior, aunque dependen
mayormente de los intereses de casas mercantiles radicadas en Sevilla. También se
asienta la Iglesia católica, cuyos sacerdotes regulares y seculares inician -con
rudimentario conocimiento de las lenguas aborígenes- las tareas de evangelización.
La imposición de ese nuevo orden es sufrida traumáticamente por las comunidades
nativas; se habla de una "desestructuración" patente en la caída demográfica y en la
descomposición económica, social y cultural de los ayllus. La situación de crisis en la
sociedad indígena se manifiesta agudamente en los años de 1560, con el movimiento
ritual y contestario del Taqui Onqoy. Más visible es la protesta en la llamada guerra de
reconquista librada por los descendientes de los últimos incas, refugiados en
Vilcabamba, que dura hasta la derrota y ejecución del primer Túpac Amaru en 1572. A
partir de entonces queda establecido con firmeza el dominio político de España y
comienza la época colonial "madura".
a) 1530-1550
Etapa de la conquista y guerras civiles, según la calificación tradicional. Después de la
ejecución de Atahualpa en Cajamarca, en 1533, las huestes de Pizarro se reparten a
través del territorio peruano para poblar las nuevas ciudades (Lima, Piura, Trujillo,
Chachapoyas, Huánuco, Huamanga, Arequipa, Cuzco) y para buscar tesoros, minerales
o especias en los confines del derruido Tahuantinsuyo. La pugna por la distribución de
las riquezas conquistadas lleva al estallido de las guerras civiles entre los
colonizadores; situación de desorden bélico que se prolonga con el inmediato
levantamiento de los encomenderos, opuestos a la intención de la Corona de recortar
sus exagerados privilegios. Sólo la sagacidad política de D. Pedro de la Gasca impondrá
una relativa paz en el Perú, mediante un pacto por el cual los jefes militares son
recompensados con grandes encomiendas, mientras que el Estado se asegura el
control de los órganos de gobierno, justicia y fiscalización.
Al mismo tiempo las primeras congregaciones religiosas, de dominicos, franciscanos y
mercedarios, se instalan en el virreinato (creado formalmente en 1542). Pero más
extendido que la intención cristianizadora se encuentra el afán de rapiña y
enriquecimiento, basado en una apropiación de los recursos indígenas sin medida ni
clemencia. Es la etapa desordenada de la tributación sin tasa. Durante estos años la
tabla de exportación de metales preciosos marca el predominio del oro, extraído
principalmente del botín perteneciente a los incas y de las huacas de las comunidades:
de aquí surge el mito del Perú ubérrimo, país dorado, colmado de fabulosas riquezas.
b) 1550-1580
En lo político, es la etapa de consolidación del aparato institucional de la colonia. Se
establece definitivamente el cargo de virrey, con D. Antonio de Mendoza; se instala de
modo permanente la audiencia de Lima y se crean las audiencias de Charcas y Quito; la
jerarquía eclesiástica organiza los primeros Concilios provinciales (a partir de 1551); se
fundan los corregimientos como instancias de la administración provincial; se asienta
la Compañía de Jesús, portadora del espíritu de la Contrarreforma; se establece el
tribunal de la Inquisición, responsable del control moral y la represión ideológica; se
consolida el funcionamiento de la Universidad de San Marcos. Todos estos
componentes serán recogidos en el programa ordenancista del virrey Toledo, que dicta
medidas fundamentales para garantizar el mantenimiento del sistema colonial.
En lo económico, es la etapa de asentamiento de la organización productiva. El
primitivo saqueo de las reservas de oro es sustituido por la explotación sistemática de
las vetas de plata, sobre todo a partir del descubrimiento del cerro rico de Potosí. La
posterior incorporación del mercurio de Huancavelica servirá para incrementar el
rendimiento del mineral, gracias al método de la amalgamación, introducido en los
años de 1570. A activar el desarrollo de la economía interna contribuye la instalación
de las primeras casas de moneda, en Lima y luego en Potosí; junto con ello se efectúa
la "domesticación" del régimen de la encomienda, con la aplicación de tasas para
controlar el monto de los tributos, y se difunde la propiedad privada de la tierra en
manos españolas, como base del sistema de haciendas.

Apogeo de plata y consolidación de la economía interna (1580 a 1650)


La concentración de las comunidades indígenas en "reducciones" y el régimen de
trabajo compulsivo de la mita, dos de los legados más importantes de la
administración de Toledo, posibilitan durante este periodo el mayor auge en la
extracción de plata de las minas del Alto Perú. Las cuentas de las cajas fiscales del
virreinato muestran, por ello, un aumento constante en los ingresos. Esa misma
abundancia de plata fomentará la constitución de una especie de proletariado
indígena que, desligado del marco legal del tributo y de la mita, brindará su fuerza de
trabajo para la expansión de los sectores agrícola, ganadero y textil; porque el
florecimiento de ricos núcleos urbanos -como Lima o Potosí- incentiva la vertebración
de mercados regionales, capaces de satisfacer la creciente demanda de bienes.
A esta coyuntura pertenece la incorporación de Portugal a la corona de Castilla y la
campaña beligerante de Holanda, nación empeñada en una lucha multifrontal por la
posesión de territorios ultramarinos (se habla inclusive de una primera guerra
mundial).No obstante los ataques de corsarios holandeses, lo que caracteriza la vida
en las ciudades del litoral peruano es un verdadero esplendor cultural: proliferan las
tertulias literarias, las crónicas y misceláneas históricas, los tratados jurídicos, la
pintura al estilo manierista, la arquitectura barroca. Para combatir el empecinado
aferramiento de los grupos aborígenes a sus cultos tradicionales, la arquidiócesis de
Lima organiza repetidas campañas de "extirpación de idolatrías", que conducirán sólo
a un relativo cambio en el mundo ritual de las etnias.
a) 1580-1620
En el marco de las mayores recaudaciones por concepto de explotación de la plata,
tiene lugar un gran crecimiento en el volumen del tráfico hispanoamericano con la
metrópoli. Que la llegada de enormes cantidades de metal Potosino tuviera como
efecto inmediato la elevación (revolución) de los precios en el mercado español, es un
asunto que hoy se pone en tela de juicio. Lo cierto es que el gremio de mercaderes de
Lima salió favorecido de esta situación, ya que no sólo aumentó sus intercambios por
la ruta oficial de Panamá, sino también recurrió a los bienes que le ofrecían otras dos
plazas alternativas: Acapulco y Buenos Aires, proveedoras de mercancías asiáticas y
europeas de contrabando. De aquí se explica la instalación del Consulado de Lima, en
1613, como tribunal de justicia y órgano de expresión de los comerciantes peruleros.
El Estado español, comprometido en varias guerras con países de Europa, optó por una
cierta flexibilización en su sistema de dominación colonial. Mecanismos como la venta
de cargos municipales y las composiciones de tierras (implantadas en el decenio de
1590) sirvieron para reforzar la hegemonía local de las elites terratenientes,
compuestas ya mayormente por elementos criollos. A este desenvolvimiento se
opusieron desde luego los indígenas; las crónicas de Santa Cruz Pachacuti y Guamán
Poma de Ayala, surgidas en medio de tal proceso, demuestran que la pluma -
instrumento de la cultura occidental- había sido adoptada como arma de resistencia
por los nativos.
b) 1620-1650
Etapa sumamente debatida en la historiografía contemporánea. Donde una
examinación a primera vista de los registros oficiales había ubicado una caída en la
producción minera y una abrupta baja en la exportación de los metales preciosos, hoy
parece imponerse la impresión de que el rendimiento de la plata no cayó, sino se
mantuvo por lo menos estable, y que las riquezas minerales del Perú llegaron al viejo
mundo a través de caminos distintos.46 Aquí cabe señalar entonces una inflexión o
punto de viraje en la historia colonial. El fenómeno se reduce, en principio, a la masiva
entrada en acción de los corsarios y contrabandistas holandeses, ingleses, franceses y
de otras nacionalidades, que lograron sucesivos éxitos en el bloqueo de las flotas que
salían de las colonias hispánicas hacia Europa; estos contrabandistas actuaban sobre
todo en el ámbito del Caribe, pero también incursionaron en las costas del Pacífico.
La "crisis general" del continente europeo no afectó, por lo tanto, al virreinato
peruano. Gran parte de los caudales argénteos tomados de contrabando vinieron a
parar en los ricos mercados de India y la China, gracias a la vitalidad del comercio a
larga distancia que caracteriza aquella época formativa del capitalismo.48 Todo esto
repercutirá en el fortalecimiento de la colectividad de mercaderes limeños, al mismo
tiempo que variados signos reflejan la consolidación de la economía interna colonial;
abundan las operaciones en los bancos, se desarrolla la manufactura textil en los
obrajes y llega a un auge la introducción de esclavos negros, destinados a trabajar
(cuando no en servicio doméstico) en las haciendas azucareras, vinícolas, algodoneras
y arroceras de la costa. La Real Hacienda, incapaz de acomodarse al nuevo orden de
cosas, acusa un descenso en los ingresos fiscales y responde ampliando la venta de
cargos públicos hasta los oficios de cajas reales y del Tribunal de Cuentas, en los años
30 del siglo XVII.

Florecimiento del sistema de hacienda y mercados regionales (1650-


1720)
Periodo de extraordinario aprovechamiento para los grupos de hacendados que
ejercen su hegemonía en las variadas regiones del "espacio" peruano.51 Cuando el
sistema oficial de las flotas atlánticas se halla gravemente perturbado y cuando la
demanda de bienes dentro de los mercados urbanos aumenta, debido al incesante
crecimiento de la población de origen ibérico, no sorprende constatar en los
movimientos de precios una tendencia al alza en los productos agrícolas y ganaderos.
La subida de los precios consolida el poder económico de las elites terratenientes
coligadas por 10 general con los burócratas peninsulares, antiguos colonizadores y
pujantes mercaderes- y refuerza el sistema laboral de los peones enganchados por
medio de deudas, ante el telón de fondo de la decadencia política y financiera de la
España de los Habsburgo.
Rasgo general de estas décadas es el reconocimiento por parte de la Corona de la
necesidad de imponer cambios en la estructura administrativa, a fin de hacer más
rentable su manejo del virreinato; para ello se dictaron algunas medidas que, sin
embargo, chocaron con la inoperancia y los intereses particulares de los funcionarios
radicados en el Perú. Junto con esta relajación del aparato estatal ocurre un relativo
debilitamiento de Lima en su papel de motor económico de la colonia, hecho del cual
se benefician algunas provincias habitadas por una próspera burguesía criolla. Hay un
crecimiento notable de Trujillo y Arequipa, ciudades que se favorecen con la bonanza
del azúcar y del vino, y también se desarrollan núcleos urbanos de la sierra como
Huamanga y Cuzco. donde se instalan durante este periodo nuevos planteles de
enseñanza universitaria.
a) 1650-1680
La baja en la producción de las minas de Potosí, así como la revelación del fraude en
las monedas de plata acuñadas en dicha ciudad (por entonces la más poblada de toda
Hispanoamérica), son problemas que ocupan al gobierno virreinal.54 Se hace patente
la urgencia de rediseñar el sistema de la mita armado en los tiempos del virrey Toledo,
ya que un masivo proceso de relocalización había alterado la composición de la fuerza
laboral de ·los indios. Para esta época la mayor parte de los operarios de las minas
eran mingas o trabajadores asalariados, que vivían de la paga ofrecida por los dueños
de ingenios y del dinero que entregaban las comunidades aborígenes en
compensación de los mitayos que dejaban de acudir a Potosí. A consecuencia de ello
se encuentra una numerosa población de yanaconas y forasteros, migrantes que
habían salido a alquilar su mano de obra en cocales, haciendas, estancias, obrajes o
talleres artesanales.
La corte madrileña responderá con la ordenación de una visita general del virreinato
(1664), que llevaba los objetivos de revigorizar la industria minera, ordenar la
recaudación de impuestos, eliminar la corrupción burocrática y acabar con el tráfico de
contrabando. Pero la debilidad del gobierno de Lima y el propio colapso financiero de
la monarquía impusieron obstáculos a la realización de tales propósitos. Las cuentas de
la Real Hacienda sólo registran un aumento en la tributación por concepto del
comercio (alcabala), como testimonio de la vigorosa actividad de los mercados
regionales; por eso se ha afirmado que durante el siglo XVII se gesta la estructura de
un Perú "cantonal", con múltiples focos de poder económico y político.
b) 1680-1720
Investigaciones centradas en el desarrollo de las actividades de construcción
manifiestan que ésta es la etapa de la historia colonial en que mayor abunda la
edificación de casas, hospitales, iglesias, monasterios, etc. Signo evidente de la riqueza
que disfrutaban las elites criollas urbanas de hacendados y comerciantes, grupos que
conseguirán solventar aún más su poder con la puesta a la venta de los corregimientos,
las alcaldías mayores y los oficios de audiencias; a partir de entonces (1687) los criollos
quedaron en aptitud de ejercer directamente el gobierno de la colonia. Los ensayos de
moralización burocrática y de nueva reducción general de los indios, impulsados en la
misma década de 1680 por el virrey Duque de la Palata, no valieron para remediar la
declinación del poder estatal.
La guerra de sucesión al trono español, que distanció a la metrópoli de las
preocupaciones coloniales hispanoamericanas, trajo consigo la apertura del comercio
directo con Europa: un convenio oficial (1698) permitió a los mercaderes de Lima el
intercambio de bienes con Francia. A la par que las colectividades urbanas gozaban de
tal apogeo, la caída demográfica de la masa aborigen parece llegar durante estos años
a su punto más bajo. Reiteradas epidemias de sarampión, cólera y peste bubónica
diezmaron hasta los niveles más catastróficos a la población nativa, obligando a tomar
medidas como la recomposición de las mitas y la supresión definitiva de las
encomiendas.61 Esta última supresión, dictada precisamente en 1720, marca algo así
como el fin del largo proceso de evolución de la era colonial "madura" y presagia la
iniciación de nuevos rumbos: aquí hallamos, pues, otro importante punto de viraje en
la historia del virreinato.

Presión fiscal y retos en la dominación colonial (1720 a 1780)


Periodo de cambios y movimientos acelerados en el régimen de dominio estatal, como
efecto de la nueva política introducida por los monarcas de la casa de Borbón.
Desastres de la naturaleza (terremotos, inundaciones, plagas) condicionan una
duradera crisis en la agricultura de la costa, que obliga a la importación de granos y a la
reorientación de los sectores terratenientes. Se da en cambio una importante
expansión del comercio, con la participación abierta de Inglaterra, en virtud de una
serie de normas -navío de registro, navío de permiso, libre comercio- promulgadas
luego del entendimiento hispano-británico de la paz de Utrecht. Por otra parte, la
explotación de nuevos yacimientos de plata, en Pasco, Huarochirí, Hualgayoc y
Huantajaya, garantiza una recuperación de la producción minera.
Otra característica notable es el aumento de la presión fiscal, originado en el propósito
de la Corona de incrementar sus rentas en los dominios de ultramar. Para ello se
implementan diversas medidas en el orden tributario, que traerán como consecuencia
una sucesión de levantamientos en la costa y la sierra del Perú, donde unen su voz de
protesta los indígenas junto con los negros, mestizos y criollos; el punto culminante de
estos motines corresponde a la rebelión del segundo Túpac Amaru. En cuanto a lo
administrativo, el territorio virreinal queda reducido con el cercenamiento de las
audiencias de Quito y Charcas, debido a la instauración de los virreinatos de Nueva
Granada (1739) y el Río de la Plata (1776).
a) 1720-1750
Etapa de paulatina recuperación demográfica de los indios, cuyo número empieza a
crecer en los padrones de censos y visitas. Tal fenómeno no está desconectado de la
primera coyuntura de rebeliones comunales, efectuadas en provincias de la cordillera,
como respuesta a la política reivindicatoria del Marqués de Castel fuerte, que no sólo
ordenó la aplicación de revisitas para controlar la cantidad de tributarios disponibles,
sino también dispuso una elevación en las cuotas de mitayos sujetos a trabajar en el
asiento de Potosí.65 Una rebelión de curiosos ingredientes mesiánicos es la de Juan
Santos Atahualpa, personaje que en 1742 se levantó en armas en la región del Gran
Pajonal, con apoyo de tribus guerreras de la ceja de montaña.
Todavía imperceptible la reversión económica en favor del Estado, que vendrá luego al
amparo de las reformas de Carlos III, las cuentas oficiales reflejan en estos años una
gran caída en el rendimiento de la plata y un alza en el caudal de los tributos indígenas.
Notable es la expansión de riqueza en la región de Arequipa, que articula una
voluminosa producción de vino y aguardiente y mantiene una activo comercio con las
poblaciones del altiplano (Collao y Charcas). Por efecto de la ampliada concurrencia en
el mercado, los bienes importados de Europa acusarán una mediana baja en sus
precios.
b) 1750-1780
La legalización del repartimiento de mercancías (1751), mecanismo de distribución
forzosa aplicado por los corregidores de indios, inaugura esta etapa decisiva y ofrece la
piedra de toque a una segunda coyuntura de levantamientos comunales, que se
multiplican a lo largo y ancho del paíS.68 El repartimiento legalizado tenía por objetivo
activar la economía interna, incorporando a los naturales -enganchados por medio de
deudas- en una mecánica productiva y comercial dirigida por los representantes de la
Corona. Bajo el sólido mando del virrey D. Manuel de Amat se produce un
reforzamiento del aparato militar, con la constitución de cuerpos de defensa estables.
El golpe de timón se ve ratificado además con la expulsión de la Compañía de Jesús, en
1767, que significa la eliminación de una corporación demasiado poderosa en el
ámbito eclesiástico, intelectual y de producción agropecuaria.
El crecimiento compulsivo de la demanda conllevará una inflación de los precios,
proceso que corre paralelo con un agravamiento de la presión fiscal. Las cajas reales
registran entonces un aumento en los ingresos para el Estado, pero a costa de medidas
tan impopulares como la elevación del impuesto de la alcabala, que a largo plazo
conducirán a una "asfixia" económica dentro del país. La llegada del visitador Areche
para realizar una inspección general del virreinato, destinada a asegurar el
cumplimiento de las reformas borbónicas, coincide con la tercera y última coyuntura
de rebeliones indígenas en este periodo. Los más importantes tumultos tienen como
escenario el "bolsón" demográfico de los Andes meridionales, en torno a la vieja
capital incaica del Cuzco; aquí destaca el alzamiento de Túpac Amaru (1780),
ramificado en varios lugares de la sierra, que por un momento llegará a tener en jaque
a las autoridades hispánicas de la región.

Rompimiento de las estructuras de dominación española (1780 a 1820)


Espacio de tiempo relativamente breve, no admite una división interna: el desarrollo
vertiginoso de los acontecimientos precipita la desintegración del sistema colonial. A
diversas medidas de represión social e ideológica contra la población indígena,
tomadas a consecuencia de la serie de levantamientos en los Andes, se unen reformas
administrativas como la instauración de las intendencias y subdelegaciones - -en
reemplazo de los corregimientos- y la creación de la audiencia del Cuzco, en 1787. La
industria minera es revitalizada gracias a la explotación de nuevos yacimientos de
plata, a la inyección de mercurio procedente de Almadén, a la formación de un órgano
de justicia y fomento especializado (el Tribunal de Minería de Lima) y al concurso de
técnicos expertos en mineralogía, como el alemán Nordenflicht. Esto coincide con la
actividad de sucesivas expediciones científicas, en que participan estudiosos de la talla
de Ruiz, Pavón, Haenke, Bauzá y Humboldt, dedicados a la investigación naturalista,
botánica, geográfica, etc.
El interés por examinar los recursos naturales revela el influjo de la filosofía
racionalista de la Ilustración, que penetra en el virreinato a través de nuevas
instituciones académicas como el Convictorio de San Carlos, la Sociedad de Amantes
del País, la Escuela Náutica y la Escuela de Medicina de San Fernando. Quienes
participan en aquellas empresas intelectuales, y especialmente el cuerpo de
redactores del Mercurio Peruano (publicado en Lima de 1790 a 1795), poseen la
característica de incorporar en su labor las preocupaciones generales de la sociedad
criolla, descontenta por el nuevo giro de la política colonial, que había reforzado la
fiscalización y desplazado de los oficios públicos a la gente nacida en América.76 Los
intelectuales más notables de este periodo, Viscardo y Guzmán, Baquíjano y Carrillo,
Rodríguez de Mendoza y otros, forman el clásico elenco de los precursores de la
Independencia.
La transición de un afán simplemente reformista (por cambios dentro del sistema
colonial) hacia un programa de separación política parece estimulada por algunos
factores externos. El más importante de todos es el momento de efervescencia liberal
expresado en las Cortes de Cádiz; esta asamblea de representantes peninsulares y
americanos promulga la primera Constitución de la monarquía española, deroga la
mita y el tributo indígena, suprime la Inquisición, autoriza la libertad de imprenta. En
medio del apogeo liberal ocurre la formación de las juntas de gobierno de Chuquisaca,
La Paz y Quito (1809), en los contornos del virreinato peruano, y la floración de
levantamientos y conspiraciones "patriotas" en diversos lugares dentro del país.
Es bien conocido el papel que desempeñó el virrey D. Fernando de Abascal, celoso
guardián de los intereses realistas y acaso intérprete de los recelos políticos de la
burguesía limeña, en la tarea de perseguir a los focos separatistas de América del Sur.
Pero de una u otra manera, a pesar de la restauración de la monarquía absoluta en
1814, los indicadores económicos revelan que el sistema colonial se hallaba en
colapso.79 Por efecto conjunto de la presión fiscal y la inflación de los precios, el
aparato productivo y distributivo había llegado a una situación de "asfixia"; las
estadísticas de las actividades de construcción manifiestan, por otra parte, un
estancamiento en el desarrollo material de las ciudades.
Un simultáneo proceso de militarización se deja apreciar en el crecimiento de los
gastos de defensa, que durante los primeros decenios del siglo XIX alcanzaron casi la
mitad de los egresos de la Real Hacienda. La composición del panorama económico,
social e ideológico había avanzado, pues, al borde del rompimiento de la dominación
colonial. El estallido de la revolución liberal de Riego en España y el desembarco de las
tropas del ejército libertador de San Martín contribuyeron a acelerar la marcha de las
cosas, y la proclamación de la independencia del Perú en las ciudades de la costa, a
finales de 1820, representa el término simbólico de una realidad histórica -conjunto de
estructuras cambiantes- de larga duración.

EL PERÚ VIRREINAL: SOCIEDAD Y ECONOMIA


LA REPÚBLICA DE INDIOS
LA DESESTRUCTURACIÓN DE LA CONQUISTA Y LAS ALIANZAS POST INCAICAS
La conquista del Tahuantinsuyo tuvo visos espectaculares y sumamente azarosos, tras
las rápidas acciones ejecutadas por las escasas huestes españolas adentradas en el
desconocido territorio andino. Numerosas etnias y millones de personas verían con
sorpresa el derrumbe del poderoso estado inca, y el inicio de enormes cambios que
revolucionarían totalmente sus vidas. Durante los primeros y desconcertantes años,
años de guerras de conquistas y de guerras civiles, años de desorganización e
improvisación, de desgobierno y desconocimiento, los pobladores andinos fueron los
personajes de un drama cuyo libreto sólo era conocido por los protagonistas venidos
de España.
Como se ha visto en secciones previas, la conquista significó un desastre cosmogónico
o pachacuti para los indígenas, quienes intentaron comprender la pérdida de su
civilización como parte de una alteración cósmica que míticamente ocurría cada medio
milenio. El pachacuti se traducía en enormes cataclismos, pestes, muertes, trabajos
forzosos, desarraigo; en fin, en todos los males que la conquista originó.
Los españoles aprovecharon la desorientación de los indígenas para imponer su
presencia militar e implantar con premura formas de organización económica como los
repartos de indios o encomiendas. El violento clima de la conquista que amenazaba
con no dejar piedra sobre piedra determinó que algunos nobles incas intentaran oficiar
de mediadores entre las huestes españolas y el hasta entonces infinito y desconocido
mundo andino. Personajes como Paullu Inca, por ejemplo, plantearon una forma de
asociación nueva entre la elite incaica y los conquistadores y llegaron a reclamar
encomiendas, sustentando su pedido en la posición y preeminencia que tenían en
medio de los restos todavía humeantes del Tahuantinsuyo. Otro tanto sucedió con los
curacas, quienes también debieron optar entre la lucha o la alianza.
Algunos de estos lazos de cooperación entre indios e invasores surgieron incluso antes
del episodio de Cajamarca, cuando aquellos esperaban que los viracochas recién
arribados desde el oeste les ayudaran a librarse de la «tiranía» de los incas. Incluso
ciertos grupos incaicos, panacas y familias opuestas a Atahualpa, se plegaron a los
españoles y los secundaron en sus acciones. Durante un cuarto de siglo el mundo
andino siguió funcionando en base a esas alianzas, muchas de las cuales son
expresadas literalmente en las probanzas que numerosos curacas e indios nobles
presentaron a la Corona, años más tarde, buscando el reconocimiento oficial. Los
aborígenes por su parte aceptaron algunas de las nuevas reglas del juego y esperaron a
cambio de su colaboración las respectivas recompensas. Accedieron a los símbolos
hispánicos del vestir, establecieron lazos amicales y colaboraron con los
encomenderos, aceptando incluso al poderoso dios vencedor de los cristianos y a sus
dioses menores o santos, integrándolos a sus creencias politeístas como una forma
más de afirmar los vínculos de estas alianzas. De otro lado los tributos siguieron siendo
pagados con días de trabajo a los españoles, y así los indígenas produjeron objetos
necesarios para los occidentales, incorporando muchas veces técnicas importadas.
Pero como es lógico suponer una alianza exige una contraprestación y pronto los
curacas entendieron que era poco probable que sus aliados cumplieran. Especialmente
gravosas resultaron para el ayllu las exageradas exacciones de mano de obra
impuestas por los españoles y su nuevo dios. Entonces los curacas empezaron a
atentar contra el sistema, y las alianzas se tambalearon. Los favores pedidos a los
curacas se hacían cada vez más difíciles de cumplir, y algunos focos de resistencia
activa pusieron en entredicho hacia 1560 la hegemonía regional de los españoles.
EL NUEVO ORDEN: LAS REFORMAS TOLEDANAS Y EL ESTABLECIMIENTO DE LAS DOS
REPÚBLICAS
La llegada de Francisco de Toledo en 1569 señaló un significativo cambio en la
conducción y organización del virreinato peruano. Acompañado de un grupo de
sagaces asesores, clérigos, juristas y funcionarios, el nuevo virrey emprendió la
fundamental tarea de hacerse una idea del país, mediante una exhaustiva Visita
General a todos los confines del territorio, que le demandaría cinco años completar.
Tras el vasto recorrido, creó un extenso corpus legislativo que reflejaba un
conocimiento cabal de la realidad y un plan de audaces transformaciones que harían
gobernable el virreino. Durante su gestión, que se prolongó hasta 1581, cristalizaría el
esquema escolástico y utópico de las dos Repúblicas, la de Indios y la de Españoles,
para separar a la sociedad indígena y protegerla de las intrusiones de los españoles.
Las reducciones
Una de las primeras decisiones de Toledo fue generalizar la agrupación de los
indígenas en las denominadas reducciones de indios, poblados levantados siguiendo la
tradición española. No era una novedad, pues se trataba de un proyecto largamente
incubado, que se comenzó a aplicar en las cercanías de Lima en 1557, durante el
gobierno del marqués de Cañete y posteriormente en el Cuzco durante el
corregimiento de Polo de Ondegardo. Pero Toledo deseaba implantar esta modalidad
urbana a lo largo y ancho de todo el territorio del virreinato, y de hecho lo consiguió.
Alrededor de ella se situaban los principales locales, la iglesia y la casa del cura, la sede
de la autoridad étnica y curacal, lugares para la justicia, edificios para albergar
viajantes, y en las manzanas adyacentes pequeñas viviendas unifamiliares con puerta a
la calle. Fuera del trazado urbano se situaban las tierras de cultivo individuales y los
pastizales comunales. Por razonable, justo y civilizado que pareciera a los asesores
toledanos el establecimiento de poblados de esta naturaleza, las reducciones
desorganizaron la vida andina y la cultura indígena, consumando el derrumbe del
Tahuantinsuyo.
Las reducciones –origen de las actuales comunidades indígenas– debilitaron las
antiguas pertenencias étnicas andinas heredadas del Intermedio Tardío, a la vez que
incentivaron el surgimiento de una identidad panandina, que no había existido en el
incario. Estas tierras ancestrales con el paso de los años serían subastadas o legalizadas
por medio de las composiciones. Otro gran problema originado por las reducciones fue
la pérdida de la complementariedad ecológica que caracterizó a los antiguos ayllus, ya
que estos últimos ocupaban tierras en distintas altitudes de la cordillera y en diversas
partes de los valles, para obtener alimentos de diferente procedencia y evitar el riesgo
de malas cosechas. También las reducciones socavaron las alianzas comunales y las
formas de trabajo grupal, afectando sobremanera el mando de los curacas sobre sus
dispersas poblaciones y derrumbando el poder de los hatun curacas o señores
macroétnicos, que vieron reducida su influencia a la de un simple curaca subordinado.
Censos y tributos
Recordemos que durante las primeras épocas los indios estaban organizados en unas
quinientas encomiendas y debían pagar unos cuatro pesos ensayados, que al reunirse
con los tributos de toda la comunidad sumaban un monto considerable, del cual
debían descontarse los gastos del clérigo, la Iglesia, los funcionarios, los curacas y la
caja comunitaria. Si el también denominado repartimiento de indios estaba vacante, el
monto obtenido podía servir para subvencionar a dos o más rentistas designados por
el gobierno –por lo general conquistadores distinguidos que aún no tenían asignada
una encomienda– o en su defecto iba a engrosar las arcas reales. La visita general de
Toledo dio como resultado la contabilización de 695 encomiendas con 325 899 indios
tributarios, los cuales debían pagar un tributo ascendente a 1 506 290 pesos. El nexo
entre los indios y el corregidor estuvo constituido por el curaca, quien recogía de mano
en mano el tributo, al que estaban obligados todos los varones comprendidos entre los
18 y los 50 años exceptuando a los propios curacas, sus hijos, los ayudantes del cura y
los alcaldes de indios o varayoc.
La figura del tributo occidental en moneda o en especie constituyó una pesada carga
para los indios del común, ya que ellos estaban acostumbrados a la entrega de fuerza
de trabajo, y porque tributar en productos sujetos al riesgo de las malas cosechas
ponía en peligro la subsistencia de la comunidad. Con la anuencia de los funcionarios
reales, muchos indios no censados pasaron a convertirse en trabajadores al servicio de
pequeños empresarios regionales, cuando no de los grandes y lejanos mineros de
Potosí y Huancavelica. Cabe aclarar por último que el tributo colonial en el Perú se
circunscribió a los indios, a diferencia de España donde afectó a todos los villanos, y
que fue de tal importancia en la recaudación hacendaria que subsistió hasta mediados
del siglo XIX, ya en plena República.
La mita
Otro de los objetivos que se propuso Toledo fue disponer de una reserva de fuerza de
trabajo confiable y permanente. Para ello adaptó la mita prehispánica y la convirtió en
un eficiente pero poco versátil sistema de trabajos forzosos. Toledo aplicaría el mismo
principio para contar con la mano de obra que las diversas empresas coloniales
requerían y dispuso que una séptima parte de la población de una reducción o
comunidad debía trabajar por períodos determinados –generalmente de tres meses–
en minas, obrajes, haciendas y ciudades. Terminado el plazo los mitayos eran
reemplazados sucesivamente por otros grupos de trabajadores, hasta cumplir los siete
relevos, reiniciándose nuevamente el ciclo.
En la práctica los empresarios interpretaron de manera sui generis las disposiciones
toledanas, extendiendo los plazos, encargando a los mitayos tareas imposibles de
cumplir para que se vieran obligados a pedir ayuda a sus parientes, por lo general hijos
y mujeres. De este modo no sólo se obtenía un mitayo sino toda una familia de
mitayos. Muchas enfermedades laborales generadas por el trabajo en las minas de
mercurio o en las heladas punas potosinas acabaron con la vida de estos trabajadores
forzados. También en los hacinados e insalubres obrajes la salud de los mitayos se
quebrantó.
El sistema de explotación del trabajo fue haciéndose más inhumano, ya que la
producción colonial sólo parecía competitiva en la medida en que no se abonaran los
salarios en dinero. Los indios de circunscripciones más lejanas o con menores vínculos
de reciprocidad estaban más expuestos a estos sistemas de endeudamiento, por lo
que su estancia en las minas se prolongaba meses enteros. Para escapar de tales
sufrimientos los posibles mitayos fugaban de sus parcialidades, provocando el
descenso demográfico del ayllu. Los cambios establecidos por Toledo aceleraron la
descomposición del mundo indígena, pareciendo que «todo lo que se ordena en su
bien se tuerce en su ruina». No en vano Matienzo señalaba: "Yo deseo todo el bien a
los indios y a los españoles y querría que todos se aprovechasen con el menor daño
que se pudiese de los indios y aun con ningún daño de ellos. Por su tierra nos da tantas
riquezas, es justo que no se lo paguemos con ingratitud… …comparemos lo que los
españoles reciben y lo que dan los indios, para ver quién debe a quién: dámosles
doctrina, enseñámosles a vivir como hombres, y ellos nos dan plata, oro, o cosas que lo
valen…". El licenciado concluía su razonamiento explicando cómo, según la doctrina
escolástica, los metales no podían valer más que la urbanidad, debido a lo cual los
indios salían beneficiados. Sin embargo, Matienzo pensaba que la mita no le exigía al
indígena más de lo pedido durante el Tahuantinsuyo.
Unos años más tarde Solórzano y Pereyra no se preocuparía tanto del valor de los
bienes intercambiados entre occidentales y andinos, y siguiendo más bien los escritos
aristotélicos, justificaría la mita en razón de las diferencias raciales impuestas desde la
creación. Según Stern, la mita «perdería su credibilidad como importante fuente de
mano de obra», encontrándose con frecuencia otras formas de disponer de fuerza de
trabajo.
Gracias a la sorprendente adaptación y aculturación de la población andina, los
integrantes de las reducciones pudieron sobrevivir y en algunos casos excepcionales
vivir bien, a pesar de la permanente erosión de sus recursos y del enorme maltrato a
sus integrantes. Mal que bien, la mita y el tributo establecieron contactos y oficiaron
de vías de integración para la disímil población de indígenas y españoles.
LA POBLACIÓN ANDINA Y LA EVOLUCIÓN DEMOGRÁFICA DESPUÉS DE LA CONQUISTA
La radical disminución de la población aborigen en América se inició no bien los
conquistadores pisaron el nuevo continente. Tanto en los momentos de paz como
durante las guerras civiles que se sucedieron en los años siguientes, las bajas indígenas
fueron considerables, y de hecho la muerte cotidiana ahondaba en la población andina
la idea del caos o pachacuti. La población del Tahuantinsuyo había disminuido
dramáticamente, y los censos toledanos lo demostraban irrefutablemente.
Los cálculos demográficos
¿Cuántas personas habitaban América a la llegada de los españoles? Esta simple
pregunta ha generado largos y contradictorios debates entre los entendidos en la
materia, que se agruparon en dos bandos extremos. De un lado están los bajistas como
Rosemblat, quien opinaba a mediados del presentesiglo que entre 1492 y 1650
América pasó de estar habitada por 13,3 millones de aborígenes a sólo 10 millones. De
una opinión diferente serían los alcistas quienes hablan de cifras altísimas. Demógrafos
como Dobyns calculaban en unos cien millones la población americana, indicando que
para mediados del siglo XVII sólo habitaban el territorio unos 4,5 millones de
indígenas. Sapper y Spinden calcularon unos niveles más moderados, situados
alrededor de los 40 millones. Al igual que en el resto del continente, en el Perú se
empezó a trabajar en mediciones demográficas y Noble David Cook publicó una
primera estimación que abarcaba los cambios ocurridos desde 1570 hasta 1620. En
este estudio se comprobaba cómo la población habría variado de 1 260 530 a 598 033
indígenas, y los tributarios habrían pasado de 260 000 a 136 000.
Las causas del desastre
Ya en los primeros años de la conquista se evidenciaba una disminución realmente
pavorosa de la población. Sus alegatos en defensa de los indios dieron pie a la
«leyenda negra española», hábilmente difundida por las potencias extranjeras
enemigas de Carlos V, y eran reimpresos cada vez que se desataba una guerra contra
el gigantesco imperio germano-español. De este modo la llamada «tesis homicídica»
del despoblamiento de América tuvo general aceptación y fomentaría movimientos de
conciencia como el período de la «Restitución», durante el cual los viejos y
enriquecidos conquistadores y encomenderos devolvieron a los indios parte de lo
expoliado, o testaron legando enormes cantidades de dinero y bienes a la Iglesia, para
que ésta ayudara a los indios en su nombre, a cambio de la salvación de sus
arrepentidas almas. La «tesis homicídica» proponía que la población americana
disminuyó drásticamente debido a los maltratos que los españoles propinaban a los
indios.
Otras razones esgrimidas por la «tesis homicídica» fueron de orden económico,
relacionadas con la búsqueda incesante de lucro y la abusiva explotación de los indios
mediante las mitas, servicios personales, y toda una larga serie de trabajos forzosos en
favor de los españoles. Hoy la tesis homicídica considerada como único factor del
colapso demográfico se encuentra en franco retroceso, ya que los modernos estudios
acerca del «desastre poblacional» coinciden en señalar que hecatombe de tal
magnitud no pudo haber sido ocasionada por una sola causa, sino más bien por una
«concurrencia de factores». Unidas a la tesis homicídica debemos también reparar en
otras importantes explicaciones que nos hablan del «desgano vital», de las feroces
consecuencias del reacondicionamiento económico y social, y del «impacto de las
epidemias». La tesis del reacondicionamiento económico y social sugiere que la crisis
demográfica fue desatada por dramáticos cambios en las formas de vida andinas.
La mayoría de muertes sería consecuencia de la ruptura de patrones de reciprocidad y
redistribución, de la desaparición de elementos de organización étnica, así como de la
pérdida de tierras, el cambio de cultivos y la aparición de nuevas enfermedades de
animales y plantas. Finalmente debemos mencionar la tesis epidémica considerada
como la más importante entre las cuatro enumeradas. Recuérdense las devastadoras
pestes que redujeron las poblaciones europeas a tercios y mitades en sucesivas
oleadas de muerte, durante los siglos XII y XIII. Análogamente, los europeos en
América trasmitieron una enorme cantidad de enfermedades, que diezmaron a
poblaciones carentes de defensas orgánicas y con un sistema inmunológico no
preparado para enfrentar tales males.
Muchas de estas epidemias se convirtieron en enfermedades endémicas o recurrentes,
que reaparecían cada cierto número de años afectando nuevamente a la población
que se empezaba a recuperar. Luego de esta primera aparición, la viruela rebrotaría en
el país en los años 1558 y 1559, avanzando desde el Cuzco con rumbo a Quito,
ensañándose con los indígenas y matando en Lima a una quinta parte de la población.
Otras enfermedades que también hicieron su aparición prontamente fueron el tifus, la
influenza, la peste bubónica, la rubéola, el sarampión y la escarlatina. Más adelante la
población africana trajo sus propios males como la malaria, el tracoma y la fiebre
amarilla, así como algunos tipos de disentería.
Algo similar sucedía con los indios trasladados hacia las zonas de ceja de selva donde
empezaron a trabajar en las rentables plantaciones de coca, que abastecían zonas
mineras como Potosí y Huancavelica. No se sabe a ciencia cierta si provino de América
o si realmente se escondía bajo antiguas e imprecisas descripciones medievales. El
hecho cierto es que fue una enfermedad infecciosa de notable difusión tanto en
Europa como en América durante este periodo, y considerada como «castigo divino».
La recomposición de la población
El dramático derrumbe demográfico de este reino tiene algunas analogías con el
ocurrido en Egipto con la invasión musulmana tras la hégira, donde la población nativa
pasó de 30 millones a pocomás de 2 millones. Sin embargo la población en el Perú se
estabilizó en los años finales del siglo XVII, y ya en el siglo XVIII y aunque muy
tardíamente, comenzó a recomponerse. En realidad, la fuga de los tributarios y la lenta
conversión de los indios en mestizos para ser eliminados de las imposiciones
toledanas, desnaturalizaron el enfoque censal. Los habitantes andinos dejan de ser
originarios y se vuelven forasteros, abandonan su condición de indios y se convierten
en mestizos.
Esta recomposición de la población durante el siglo XVIII se puede apreciar claramente
en los recuentos de la época. Lo cual nos indica que la población aumentó en dicho
lapso. Resultados semejantes podríamos encontrar en Arequipa, donde se cuentan 13
983 habitantes indios en 1751 y luego hacia 1792 se constata la existencia de 66 609
pobladores andinos, 17 797 de los cuales eran mestizos. También Guamán Poma de
Ayala, indio aculturado, propuso a la Corona «reducir» a los españoles y no a los
indios, es decir aislar dentro de las ciudades a los hispánicos y dejar que los indios
vivieran dispersos en el campo sujetos a sus curacas, quienes dependerían
directamente de la Corona, a la que entregarían pingües tributos y para quien tendrían
bien gobernado el reino.
Otros interesados en el bienestar y la salud de los indios fueron los religiosos, entre los
que destacaron los hermanos de hábito del dominico De las Casas. También algunos
indios nobles plantearon propuestas para solucionar los problemas que afectaban a
sus connaturales. Pero a la larga, pocas fueron las medidas efectivas que se tomaron
para recomponer la población. Aun cuando los estimados de los censos poblacionales
y los tributos bajaran y bajaran, había un sector en constante aumento, grupo
decididamente compuesto por los mestizos.
El mestizaje –como se verá en la sección pertinente– era una realidad incontrastable
incluso en las «aisladas» reducciones indias, donde los funcionarios españoles
rodeados de ayudantes mestizos y esclavos se encargaban de cumplir con la drástica
separación entre las dos repúblicas. Los indios veían el mestizaje con buenos ojos,
puesto que sustraía a sus hijos de la mita y del tributo, además de lograrse un ascenso
en la escala racial. El mimetismo social como arma de integración se desarrolló desde
los estratos más bajos de la población, lo que a su vez promovió este tipo de relaciones
interraciales. El virrey Melchor de Navarra y Rocaful, duque de la Palata, ordenó que
fueran incluidos junto con los indios forasteros en los censos regionales.
LOS INDÍGENAS
Los indios nobles y los curacas
Los indios nobles según la reinterpretación católica de los postulados aristotélicos,
debían ocupar un lugar destacado dentro de la República de Indios, y de hecho los
miembros de la elite incaica y algunos señores macroétnicos fueron distinguidos desde
los primeros días de la conquista. Sin embargo, la insurrección de Vilcabamba los situó
en duro trance y muchos aristócratas indígenas fueron juzgados y vigilados. Por la
fuerza inexorable de los hechos, los descendientes de algunos soberanos siguieron
habitando el Cuzco, luego de demostrar su pertenencia a las panacas reales, aunque su
posición social y económica se fue deteriorando rápidamente. Martinillo de Poechos –
al decir de Lockhart– es un interesante ejemplo de la ambigua situación de los indios
distinguidos, ya que ostentaba las máximas prerrogativas a las que un español
aspiraba, como compartir bienes y relaciones con los poderosos Pizarro, pero cuando
la ocasión lo ameritaba, podía ser considerado como un indio más, y en consecuencia
ser tratado como tal.
Desde la época de Toledo, los visitadores informaron de la explotación que los curacas
ejercían sobre los indios de sus parcialidades, haciéndolos trabajar sin pago. El
desconocimiento que tenían estos informantes de la tradición andina les impedía
descubrir si tras estos trabajos no remunerados se reproducían asimétricamente
vínculos de reciprocidad y redistribución. Así, los curacas de importancia intermedia y
menor pudieron mantener los vínculos de reciprocidad, pero no sucedió lo mismo con
los grandes señores macroétnicos que se vieron absolutamente imposibilitados de
ejercitar una redistribución en gran escala, por lo que a la larga desaparecieron como
tales.
Dentro del ayllu comenzaron a diferenciarse grupos pobres y ricos, convirtiéndose los
segundos en acreedores de los primeros. Y pronto las relaciones se volvieron tensas,
siendo frecuente que los indios prestamistas pidieran penas de cárcel para los indios
deudores, o amenazaran con «venderlos» como yanaconas a un español hasta que
pagaran la deuda redimida por el nuevo patrón. Los movimientos nativistas de
principios del siglo XVII fueron insurgencias de índole mesiánica que permitieron que
los indios no sólo se vengaran de los españoles rurales y de los sacerdotes, sino de los
curacas indígenas que no habían sabido mantener el equilibrio adecuado entre su
prosperidad de raigambre occidental y sus lealtades étnicas.
Los indios enriquecidos
En la imprevisible sociedad colonial no todos los indios adinerados tenían que ser
necesariamente curacas o nobles. A veces los parientes de los curacas, los indios
huidos, los mitayos que se habían apropiado de metales preciosos en las minas, o los
nativos que por algún motivo azaroso se habían aculturado aceleradamente, podían
desempeñarse adecuadamente al interior de la República de Españoles y extraer
enormes beneficios de ello. Debido a su mejor posición económica, podían conseguir
que los indios empobrecidos los reemplazaran en las tareas más duras estipuladas por
la legislación indiana. Conforme avanzaba el siglo XVII, los indios con éxito intentaban
alejarse de las maneras andinas de concebir la propiedad, la reciprocidad y los vínculos
tradicionales.
Los grandes productores artesanales, los comerciantes de mediana y gran escala, los
productores cocaleros o de otros productos de gran demanda, imitaban a los
españoles y buscaban riqueza líquida, bienes contantes y sonantes. De hecho, muchos
de estos empresarios indios afrontaron juicios tan graves como los que se iniciaron
contra los españoles. Los indios ricos se jactaban de hablar buen castellano, vestían a
la manera de Castilla, se paseaban en cabalgaduras de ricas monturas, con pistoletes y
espadas al cinto e inclusive algunos iniciaban ricas colecciones de armas antiguas. La
cúspide de este proceso era entablar amistad con los españoles adinerados y moverse
en dicho círculo social, por lo que nació un extraño grupo de «exitosos peninsulares de
piel india».
Los españoles provincianos, sobre todo los de rango intermedio, no eran tan exigentes
y podían llegar a ignorar las prosapias indígenas de menor valía, si las uniones
representaban beneficios por los abundantes bienes y tierras de los futuros
consuegros. Muchos naturales vieron en el cristianismo uno de los caminos directos a
la hispanización y se volvieron muy creyentes y devotos, pero, aun cuando practicaran
un cristianismo ortodoxo, entendían al dios de los españoles como uno más de su
extenso panteón.
Los indios forasteros y yanaconas
Los indios del común, especialmente los más empobrecidos, observaban con tristeza y
desesperanza lo poco que el destino les deparaba. Tres cuartas partes de los indios
forasteros habían escapado aún solteros, pues la situación se tornaba mucho más
angustiante cuando se tenía mujer e hijos. Las posibilidades de encontrar mejores
horizontes eran muy variables y así mientras algunos se alquilaban como yanaconas en
las zonas cocaleras tropicales, otros se abrían camino en las inhóspitas y desconocidas
ciudades. Pero también existía la alternativa de integrarse a una nueva comunidad
indígena, donde como forastero se evadían determinadas imposiciones, aunque
estaban obligados a repartir sus excedentes con sus «anfitriones», o a hacer contratos
de servicio o yanaconaje con algún hacendado u obrajero cercano.
Los yanaconas que trabajaban en las haciendas y otros lugares fueron una minoría
durante el siglo XVI, pero en la siguiente centuria resultaron cada vez más numerosos.
La disminución de los indios de las reducciones, tras las fugas de sus moradores y el
incremento de la población mestiza, llevó al virrey antes citado a incluir a los hijos de
blancos e indias y a los forasteros en los censos de poblaciones, asegurando así su
condición de mitayos y tributarios. La medida no llegó a dar el resultado esperado
porque se iba abriendo un amplio mercado de trabajo para estos indios «caídos del
cielo», y los empresarios españoles, tanto los beneficiados por las ineficientes mitas
como los privados de ellas, competían por disponer de mayor cantidad de mano de
obra. El intento de endeudarlos para alargar más los plazos de servicio tenía sus
problemas para el empleador, pues los yanaconas se informaban de las mejores
condiciones de trabajo y dejaban de ir donde el contratante más abusivo.
Un remedio final frente a los malos patrones podía ser la huida, dejando impagas las
deudas que los ataban. No en vano un testigo de la época señalaba que «p r o m e t e n
montes de oro para atraer a los indios a convertirse en yanaconas». También en los
centros mineros los indios mingas que eran pagados comenzaron a suplir la aguda
escasez de trabajadores que fomentaba la deficiente mita del siglo XVII.
Los indios urbanos
Desde las primeras épocas los indios debían bajar a las ciudades para entregar los
tributos del repartimiento y luego permanecían unas semanas en la urbe trabajando
para los encomenderos o éstos los alquilaban a otros españoles que necesitaran de esa
fuerza de trabajo adicional. Estos últimos se alojaban en casas de propiedad ancestral
que se ubicaban en los barrios de la ciudad reservados para indios. Muchos de los
indios empezaron a gustar de la forma de vida de las ciudades y, tentados por los
atractivos de los centros de trabajo y de comercio, empezaron a huir hacia ellas. Aun
ciudades tan inhóspitas como Potosí recibían indios forasteros que se integraban a los
sistemas comerciales allí existentes, para escapar del controlismo de las reducciones.
Las calles de la metrópoli minera, que llegaría a albergar más de 160 mil habitantes –
cifra espectacular para la época–, se veían llenas de indios con ropas nuevas y dineros
en los bolsillos. Los establecidos en la urbe del Cerro Rico habían encontrado formas
de vida apetecibles para cualquier indio de comunidad, ya que las posibilidades de
ascenso y movilidad social eran mucho mayores. Los indios afincados en las ciudades
sufrían una repentina amnesia que les impedía reconocer su antigua condición. Como
lo refería Guaman Poma «de indio mitayo se hacía cacique principal y se llamaban don
y sus mugeres doña».
Todo ello, según el cronista, servía de mal ejemplo a los demás indios que dejaban sus
tierras y se dirigían a las urbes a imitar dicho estilo de vida. Las mujeres andinas que se
destinaban al servicio del hogar, muchas veces se convertían en queridas o amantes de
los españoles, hasta que llegara la esperada mujer del patrón desde la lejana
Metrópoli, o mientras el panorama de un provechoso matrimonio no se le presentara
al amo. Cuando el patrón resolvía dejarla por algún motivo, arreglaba muchas veces un
matrimonio con un mulato o un indio de su servicio o le dejaba alguna pequeña
propiedad, una casita, un lote o le regalaba un esclavo o una pequeña renta, para no
dejarla desamparada. La amante indígena abandonada era un espectáculo desgarrador
que pocos españoles querían propiciar y el mismo Guaman Poma criticaba la ligereza
frente a la sexualidad de muchas de estas indias radicadas en las ciudades.
Los indios del común
Muchos de sus habitantes ya no eran indios sino mestizos y en consecuencia no se les
contabilizaba en los padrones. Frente a la presión ejercida por los curacas,
encomenderos y funcionarios, los indios tenían la posibilidad de pedir a la Corona una
«revisita», que podía comprobar la existencia de casas abandonadas y confirmar la
muerte y la fuga de tributarios. Cabía entonces que se aprobara una reducción de los
tributos que esa comunidad debía entregar. Inicialmente se trató de un mecanismo de
las comunidades para enfrentarse a los encomenderos, pero después se desarrolló un
interesante sistema de connivencias entre funcionarios y grupos étnicos.
Muchas veces las «revisitas» provocaban la desconfianza de las autoridades
jerárquicas mayores y se repetían al poco tiempo con funcionarios diferentes o
presuntamente más probos, obteniéndose cifras diametralmente distintas. Por ello
durante esta época abundaron las acusaciones contra muchos corregidores que
escondían mitayos para dedicarlos a otras actividades. Estas ilegales acciones contaban
con la complicidad de los grupos regionales, interesados en usufructuar la fuerza de
trabajo de esos indios, antes que en mandarlos a lejanos lugares de donde
seguramente no regresarían. Aprovechando al máximo los poderes casi autárquicos
que ejercían en las localidades, los corregidores, así como algunos curas de indios,
intentaban hacerse de una pequeña fortuna durante su mandato.
La colaboración del corregidor que oficiaba como intermediario entre la comunidad y
los empresarios españoles era entonces fundamental. El corregidor duplicaba los
tributos que cobraba a los indios, jugaba con los turnos de las mitas y repartía objetos
a los indios, algunos útiles como mulas y artefactos de labranza, otros innecesarios y
no deseados como peinetas y medias de seda, pero que servían para endeudarlos. El
corregidor también atentaba contra la Corona escondiendo parte de la tributación o
cobrando otras veces el tributo en ovinos y camélidos que, en vez de ser rematados en
el lugar, eran llevados a Potosí por sus ayudantes, obteniendo así pingües ganancias
que no iban ciertamente a engrosar las arcas reales. Con todas estas cartas que
ocultar, el corregidor debía actuar astutamente para medrar de todos los grupos de
interés que se vinculaban con él.
Los investigadores han señalado que los corregidores enfrentados con grupos
españoles tenían una mayor dificultad para recoger el tributo entre los indios, que
aquellos que se acogían a relaciones más armónicas. Los indios de las comunidades
empezaron a sopesar las fuerzas a las que se enfrentaban y aprendieron a defenderse
de las excesivas demandas de los funcionarios y grupos españoles. Al cabo de algunos
años el número de litigios de los habitantes andinos era de tal magnitud que sus
causas inundaban los juzgados y audiencias. En otros casos, ante las perspectivas de un
largo juicio, los usurpadores del derecho de la comunidad preferían simplemente llegar
a una transacción.

Otras veces la táctica utilizada por las comunidades era aliarse con los enemigos de su
enemigo, tal vez un hacendado poderoso, pero sin mano de obra enfrentado con el
corregidor, o un minero dispuesto a enemistarse con el usurpador de las tierras
indígenas. Las brechas dejadas por los grupos españoles eran lo suficientemente
amplias como para ser detectadas por los habitantes andinos y de hecho fueron
utilizadas a su favor.
Resistencia y aculturación indígena
La resistencia andina empezaría desde los primeros momentos de la llegada de los
españoles. Muchas veces la aculturación de algunos grupos fue una forma de
resistencia, al tiempo que la resistencia de otros adquiría las características de una
marcada aculturación. Los primeros momentos del enfrentamiento con el invasor se
resumen en la tenaz oposición realizada por Manco Inca y sus sucesores desde
Vilcabamba. Sin embargo, los modernos investigadores encuentran datos que
confirman que desde los días primigenios de la conquista se siguieron procesos
sumarios contra los curacas que conspiraban contra el régimen, en episodios
semejantes al de los trece curacas condenados al garrote y la hoguera durante la
prisión de Atahualpa. Se sabe por ejemplo que los dominicos y algunos letrados que
seguían la prédica lascasiana, organizaron una efectiva campaña contra los abusos del
sistema imperante y los vicios de su funcionamiento. No resulta pues extraño
encontrar a los curacas reunidos en Mama, Huarochirí, otorgándoles poderes a juristas
como Santillán, o a los de Juli y Arequipa nombrando con similar cometido a fray
Bartolomé de las Casas y a fray Domingo de Santo Tomás.
En esta línea se desarrolló toda una veta de resistencia jurídica indígena que motivó la
proliferación de causas judiciales. A ello se sumó la abundancia de memoriales y
escritos dirigidos al rey desde sectores particulares, religiosos y administrativos, los
que tuvieron diverso destino. Indios nobles hicieron gala de su vocación y capacidad
legalista, destacando personajes como el cacique norteño Vicente Mora Chimo Capac,
por su «Manifiesto y agravios, bexaciones, y molestias que padecen los reynos del
Perú», y el descendiente del inca Tupac Yupanqui, fray Calixto de San José Tupac Inca,
autor de un documento presentado en 1748, titulado «Representación verdadera y
Exclamación rendida y lamentable que toda la nación indiana hace a la magestad del
Señor Rey de las Españas y Emperador de las Indias don Fernando VI, pidiendo las
atienda y remedie sacándolos del afrentoso vituperio y oprobio en que están más de
doscientos años». La historia de este valiosísimo manuscrito es apasionante por los
avatares que sorteó hasta 1908, año en que finalmente fue encontrado en la biblioteca
de Copenhague. En la actualidad la obra es objeto predilecto de estudio de los
etnohistoriadores, no sólo por sus célebres dibujos y la visión tan genuinamente
andino-española de su discurso, sino porque proponía una lectura diferente de la
conquista y delineaba alternativas novedosísimas para el futuro. Indignado por el caos
generado por los españoles en los Andes, señalaba que ningún derecho asistía a los
peninsulares, ni aun el de la cristianización, pues los indios ya habían tenido el
conocimiento del creador bajo el nombre de Viracocha. Además, los españoles eran
muy malos cristianos y constituían el anti-ejemplo de lo que debía enseñarse, más
preocupados como estaban de adueñarse del oro y la plata del país
El mesianismo
Otra forma de la resistencia ofrecida por los pobladores andinos sería el mesianismo,
concepción extendida entre los indios tras la muerte de Atahualpa y los sucesos
posteriores. Los antropólogos señalan como causas de este fenómeno el profundo
sentimiento de crisis sentido por los naturales de los Andes, la añoranza de un
principio mediador y unificador y la necesidad de una imagen de orden. Esto se tradujo
en el sueño del regreso del inca, de un Inkarrí, es decir un inca con muchos
componentes occidentales, pero cuya función sería la de subvertir el orden, volver al
pasado y poner lo inferior en lo alto y viceversa. De esta manera se pensaba redimir a
los pobladores andinos de su intolerable situación y crear un mundo de paz y orden
donde los invasores europeos ocuparan la posición más baja e incómoda. La revuelta
del Taqui Onkoy también consideraba represalias contra algunos indígenas, tanto
hatun runas como curacas que supuestamente habían colaborado con los dioses
cristianos, independientemente de su fidelidad hacia sus deidades ancestrales. A los
culpables se les exigía la reforma y la colaboración con los taquiongos, que
preconizaban la venida de grandes pestes para los españoles y sus secuaces, así como
el derrumbe del dios invasor. Es curioso encontrar en todo este fenómeno de regreso a
las antiguas divinidades muchos elementos cristianos como las plagas bíblicas, la idea
de posesión diabólica y la figura misma del líder llamado Juan Chocne, quien se hacía
acompañar por dos mujeres llamadas Santa María y Santa María Magdalena. La
revuelta termina apagándose tras muchos años de represalias en la región, pero la
población piensa que el desaparecido líder no ha muerto y vive escondido en el mítico
reino del Gran Paititi esperando el momento para regresar o que se ha elevado a los
cielos. Profecías como aquella atribuida a Santa Rosa de que el Perú en 1750 volvería a
manos de sus legítimos dueños, contribuían a exacerbar este sentimiento. Los curacas
aprovechaban esta situación llevando algunas prendas incaicas en su vestir diario,
probando su genealogía en largos procesos, pintando retratos de sus antepasados y
presentándose en los grandes eventos –como la procesión del Corpus Christi del
Cuzco– totalmente ataviados como incas.

LA REPÚBLICA DE ESPAÑOLES
LOS PENINSULARES
La inmigración
La política de migración al nuevo continente fue claramente establecida desde el
primer momento y la entidad encargada de administrarla fue la Casa de Contratación
de Sevilla, que debía llevar la contabilidad y registro de los viajeros a Indias. Pero ni
pasaron al nuevo continente todos los inscritos en el libro de permisos, ni se
inscribieron en dicha lista todos los que arribaron a América. La cifra de inmigrantes
subió de 1 587 viajeros por año para la primera mitad del siglo XVI, a 3 930 viajeros
anuales para la segunda mitad y 3 865 para los primeros 50 años del XVII. Céspedes del
Castillo estima que la migración no debió superar los 200 000 individuos durante el
siglo XVI. Esta política podía endurecerse o ablandarse según se tuviera necesidad o no
de colonizadores en una región determinada. La Casa de Contratación que otorgaba
los permisos evitaba en principio el paso de protestantes, judíos, moros, por ser
poblaciones que podrían influir de manera sumamente negativa sobre los indios
americanos, absolutamente neófitos en asuntos de religión cristiana. Tampoco los
cristianos nuevos, es decir los árabes y judíos recién convertidos podrían pasar al
Nuevo Mundo, y los españoles sólo luego de superar la prueba de limpieza de sangre,
según la cual sólo se consideraba como cristiano viejo a aquel que en cuatro
generaciones no tuviera sangre «impura», o en su defecto que estuviera alejado en
más de doscientos años de su antepasado no cristiano más próximo. Aun bajo el
gobierno de los borbones, a los franceses no les fue permitido el ingreso en cantidades
relevantes. Un caso interesante resulta el de los piratas y marinos ingleses capturados
por las flotas virreinales, que luego de un período de prisión y tras ser convertidos y
bautizados según el catolicismo, pudieron rondar en los sectores más bajos de la
sociedad. Una antigua y difundida tradición popular asevera que muchos de estos
angloparlantes tomaron el apellido de Pichilingue, deformación de la frase «speak in
English», es decir una de las primeras que solían pronunciar.
LOS ENCOMENDEROS
La encomienda fue una real merced, otorgada a los conquistadores como recompensa
por los valientes servicios prestados a la Corona en el descubrimiento y toma de
posesión de las enormes extensiones del Nuevo Mundo. Por tal motivo los
encomenderos estaban permitidos de disfrutar de los tributos indígenas, según las
tasas establecidas, a cambio de velar por la protección y bienestar espiritual de los
naturales. En el Perú se establecieron unas quinientas encomiendas, las cuales eran
muy grandes en comparación con las otorgadas en Panamá o en Chile. Aunque parezca
contradictorio, cuanto mayor era el número de indios y mayor el grado de civilización
manifestada, la encomienda podía ser más extensa.
La encomienda o «repartimientode indios», que tuvo una inicial aplicación en
Centroamérica, fue conferida porprimera vez en el Perú en 1532. Es el caso de algunos
virreyes y muchos oidores.
La encomienda obligaba a su poseedor a satisfacer una serie de exigencias de la
Corona. Era preciso mantener gente en casa para defender el territorio, así como tener
armas y caballos para servir a los mismos fines. El encomendero debía asimismo residir
en la ciudad más cercana a la localidad de los indios asignados. La encomienda
solventaba no sólo las necesidades y dispendios de su titular, sino también los de un
nutrido grupo de allegados, parientes, amigos y paisanos, huéspedes, dependientes y
servidores, que vivían literalmente a expensas del repartimiento. Por lo tanto resultaba
de vital importancia asegurar el mantenimiento de esa encomienda en manos del
mismo grupo. Generalmente una encomienda con una renta menor de mil pesos
anuales era considerada mala y pobre. Cuando aportaba entre 3 mil y 5 mil podía ser
catalogada como medianamente buena. Por encima de los 5 mil pesos se estaba ante
una preciada prebenda. Encomiendas excepcionales eran por ejemplo las del Alto
Perú, de las que se podía obtener entre 15 mil y 50 mil pesos al año y por ello los
conquistadores eran capaces de iniciar las aventuras más delirantes y atrevidas a fin de
hacerlas suyas. Pero más allá de los ingresos legítimos que las encomiendas proveían,
era común medrar del tributo indígena que le correspondía a la Corona, y en
determinados casos una tercera o cuarta parte del monto obtenido por los
encomenderos procedía del mal uso de la cantidad aportada por los naturales.
Además, estos enriquecidos señores tenían la posibilidad de dedicarse a otras
actividades económicas denominadas granjerías, como cultivar en las inmediaciones
de sus encomiendas, o dentro de sus linderos, productos muy rentables como la coca y
la caña de azúcar, trabajadas claro está con la mano de obra de los indios.
LOS NOBLES
Los miembros del grupo conquistador que participó en los sucesos de Cajamarca y
Cuzco pertenecían principalmente al sector de villanos e hidalgos, es decir a los grupos
bajo y medio de la sociedad española. Recordemos que los hidalgos eran
numerosísimos y conformaban una tercera parte de los habitantes de la España del
renacimiento.
Los primeros nobles vinieron acompañando a la expedición de Alvarado, siendo en
muchos casos prestigiosos personajes salidos de las cortes del duque de Medina-
Sidonia o del conde de Feria, y fueron desplazando a los demás conquistadores en la
obtención de encomiendas y altos cargos, ejerciendo capitanías o la representación del
gobernador y la corte real. La nobleza obraría como criterio central de estratificación
social, aunque la antigüedad en la posesión de la tierra aportaba algunas ventajas. Un
camino más pacífico para obtener el ansiado repartimiento de indios era el del
matrimonio con la hija de algún encomendero, quien deseoso de relacionar su familia
con un vástago de noble familia peninsular no vacilaba en dotar a su hija
espléndidamente.
Pero la nobleza no se detenía bruscamente en aquellos que detentaban el título de
«don», pues también había parientes y allegados que intentaban hacerse acreedores
de semejantes derechos.
LA BUROCRACIA
A partir de las Leyes Nuevas promulgadas en 1542, la burocracia conformó un grupo
creciente, cada vez con más prestancia y poder. Para los sectores medios urbanos, el
funcionariado colonial oficiaba de meta de ascenso social, especialmente en la capital
y en las ciudades más importantes, donde se empezó a reclutar, con el fin de ocupar
puestos, a los inmigrados de Europa e inicialmente a un grupo bastante pequeño de
titulados en las flamantes universidades de las Indias. Conforme decaía el poderde los
encomenderos y la Corona triunfaba en su intento de evitar el fortalecimiento de los
grupos autónomos en Indias, la administración iba adquiriendo una influencia social
cada vez más fuerte. El resultado de esta política determinó que los sectores
principales de la sociedad dirigieran sus esfuerzos y esperanzas hacia la captura de
posiciones resaltantes en la administración. Esta burocracia distribuía a su vez cargos
menores y otorgaba recompensas, premios y castigos, según fuera el caso. La
reglamentación fue especialmente estricta y las normas que debían seguir estos
funcionarios bastante extensa. Sin embargo las penas eran tan severas que, de
cumplirse, los virreyes y oidores hubieran sido vistos como sujetos absolutamente
asociales y desligados del mundo que debían gobernar.
Los antiguos y probos funcionarios de carrera empezaron así a perder sus ideales al ver
que un buen grupo de los administradores recién llegados terminaban boyantes su
período de tres o cinco años en el servicio estatal.
Entre 1620 y 1750 no hubo cambios de relieve en el sistema administrativo indiano,
salvo el aumento constante del número de funcionarios. Pero en la medida en que el
poder criollo se fue afianzando, las altas autoridades empezaron a percibir que sus
decisiones gubernativas se iban convirtiendo en meras funciones de intermediación.
LOS PROFESIONALES
Los profesionales se dividían en tres grupos claramente diferenciados: los hombres de
Iglesia, los graduados en Leyes y Medicina y los escribanos y secretarios. El clero tanto
regular como secular y los «letrados» o abogados y los «físicos» o médicos, además de
pasar fácilmente de una profesión a otra, se diferenciaban de escribanos y secretarios
por sus estudios universitarios, ya que éstos habían aprendido su profesión en medio
del trabajo cotidiano. Sin embargo, los curas, letrados y escribanos que eran
mayoritariamente andaluces o extremeños, se encontraban profundamente unidos
por su formulismo y legalismo.
También fue común que ubicaran a sus familias en sectores pudientes de la sociedad,
trayendo hermanas y otros parientes para casarlos con prominentes personajes locales
o sus respectivos allegados. Obtener un curato representaba para un eclesiástico algo
tan ansiado e inalcanzable como una encomienda para los laicos, por lo que tuvieron
que conformarse con parroquias o con canonjías, luego de desempeñarse como
miembros del séquito de algún obispo. Los frailes estaban sujetos a un mayor control,
aunque en algunas órdenes la disciplina, obediencia y austeridad se irían
descomponiendo en los siglos siguientes, tras las pugnas conventuales entre criollos y
peninsulares. Mientras que el trabajo litigante en los tribunales era propio de los
abogados de menor jerarquía profesional y social, los más poderosos alternaban con
encomenderos y otros prominentes personajes en los corregimientos de españoles y
tenían como meta alcanzar la dignidad de oidores.
La jerarquía social de los médicos era algo menor, pero algunos llegaron a obtener muy
altas posiciones. Sus posibilidades de trabajo se ampliaron notablemente con la
fundación de numerosos hospitales a lo largo del país y la aureola de neutralidad que
cultivaban, incluso durante las guerras civiles.
LOS HACENDADOS
Los hacendados tuvieron un origen variado. Estas tierras surgidas de los baldíos se
convertirían con el correr de los años en chácaras y predios campestres sometidos a un
sistema de propiedad intermedia y trabajados con el concurso de los indios de los
repartimientos cercanos. Al agotarse las tierras perimetrales de las ciudades, los
cabildos pidieron una ampliación de su zona de influencia, pasando a ocupar tierras
vacantes, pertenecientes a la Corona y campos de los indios. De este modo se
asignaron muchas tierras a los nuevos pobladores, especialmente si tenían vínculos
con las autoridades ediles o metropolitanas, y de hecho muchos allegados y miembros
del séquito de los altos funcionarios se apropiaron de grandes extensiones, que les
sirvieron como capital inicial para realizar los matrimonios con miembros del grupo
criollo más encumbrado, lo que los engarzaría en la floreciente sociedad colonial.
El escaso número de antiguos encomenderos y beneméritos en el grupo terrateniente
y la gran cantidad de individuos pertenecientes a grupos «nuevos y advenedizos»
restaron prestigio en los primeros momentos al grupo de los hacendados. Finalmente,
este grupo pudo afianzarse mediante el sistema de patronaje y clientela, según el cual
la bonanza o las carencias de las haciendas afectaban los diversos niveles del cuerpo
social. La alta estimación social que terminó rodeando a los hacendados supo ser
capitalizada por medio de dotes y alianzas matrimoniales con los cuantiosos capitales
producidos por la minería y el comercio.
LOS MERCADERES Y COMERCIANTES
En los primeros años del asentamiento español en el Perú, prácticamente toda la
población se dedicaba a la venta de diversos bienes, los que reportaban grandes
utilidades. Sin embargo, había gente especializada y dedicada a tiempo completo a tal
actividad y las oportunidades abiertas en los nuevos territorios permitieron a los
mercaderes llegar a formar sólidas fortunas. Pero el dinero no siempre les brindaba el
acceso a las altas esferas y a la categoría de encomenderos, y su profesión los situaba
entre los hidalgos y los artesanos. Pero al pasar el tiempo, el lujo y el poder de los
grandes comerciantes incidieron en un cambio de apreciación. En 1613 se fundó el
Tribunal del Consulado, lo que les ayudó a ganar definitivamente el respeto social,
convirtiéndose esta institución en un útil instrumento de presión económica.
Los mercaderes seiscientistas podían ser profesionales con grandes vinculaciones con
las casas de Sevilla. En el siglo XVIII la categoría de comerciante sólo definía a aquel
que vendía la mercadería sin añadirle valor alguno. Dichos comerciantes podían ser de
diversas clases: cajoneros, tenderos, buhoneros, e importadores en gran escala. Eran
considerados como verdaderos mercaderes aquellos que se arriesgaban a la
navegación y poseían tienda. En la misma centuria conformaron un patriciado, que
antes de oponerse a la nobleza terminó interrelacionándose con ella.
LOS MINEROS
La minería estuvo inicialmente en manos de los omnipresentes encomenderos, aun
cuando éstos debieron recurrir a un grupo de ingeniosos personajes más o menos
tecnificados denominados «buscones» o «cateadores», aficionados que tan pronto
hacían de huaqueros como de exploradores de yacimientos mineros. Luego llegaron
mineros más instruidos y preparados, expertos en fundición, ensayo y herrería,
dedicados principalmente a dirigir la extracción, la construcción de los hornos de
fundición y el «marcado» del metal. Pero los altos costos y la necesidad de un mayor
dominio técnico obligaban en muchas ocasiones a asociarse y formar compañías entre
mineros, mercaderes y encomenderos. Los capitales que quedaban inactivos hasta el
siguiente año eran prestados a los mineros en dinero y provisiones.
Pero las medidas beneficiaban más a los mercaderes y socios capitalistas que a los
mineros. Sin embargo, hubo algunos ricos mineros que llegaron a ejercer un poder
muy importante en todos los niveles de la sociedad, pudiendo inclusive entrar en
componendas con los miembros de la Audiencia, como sucedió con los hermanos
Salcedo, dueños de las muy ricas minas de Laicacota, de quienes se decía «que no
había quien no les debiese favor alguno».
LOS ARTESANOS
Si bien el comercio modeló muchos de los aspectos de la nueva forma de vida de la
población peruana, otras muchas necesidades tuvieron que ser satisfechas en el lugar.
Una legión de pequeños productores se estableció en los diversos puntos del
territorio, demandando materias primas que se traían de España y que sólo
encontraban su acabado final tras la intervención de los artesanos. Se considera que
una cuarta parte de la población española se dedicaba al menos parcialmente a esta
actividad durante el siglo XVI y una décima parte lo hacía permanentemente.
Intentaban imitar así el modelo de la época, el de los envidiados encomenderos.
Aunque en el Perú no pudieron alcanzar dignidades ediles ni encomiendas mientras se
identificaran como artesanos y trabajadores manuales –tareas impropias de un
hidalgo–, su nivel de vida contrastaba enormemente con la pobre existencia de
aquellos de la misma profesión en la Península, donde se veían enormemente
constreñidos por las normas sociales y prohibiciones que pesaban incluso sobre la
forma de vestir.
Esta última era traída en barco desde los bosques centroamericanos.
Oficios pobres eran los de panadero y molinero, siendo la industria del pan hereditaria
y de pesada carga para los dedicados al oficio, quienes ante la falta de operarios
debieron recurrir a esclavos castigados, para que trabajaran encadenados a los hornos.
LOS NIVELES BAJOS Y LOS DESARRAIGADOS
LAS ESPAÑOLAS
LOS CRIOLLOS

LAS CASTAS

Bibliografía
Mart[nez, T. H. (1990). HACIA UNA NUEVA PERIODIFICACION DE LA HISTORIA DEL PERU
COLONIAL (Factores económicos, políticos y sociales). Lima.
Patrucco, S. (2007). EL PERÚ VIRREINAL: SOCIEDAD, ECONOMÍA Y ARTE. Lima: LEXUS
EDITORES.

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