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Los extranjerismos en el diccionario de Terreros

Es bastante revelador cómo, desde los inicios del “Prólogo”, Terreros nos explica la
historia de la lengua castellana, pasando desde los pueblos prerrománicos originales, por
las distintas invasiones romana, germánica y árabe, con cierto resentimiento, pero,
destacando principalmente la riqueza de los extranjerismos:

Se puede decir muy bien que la ruina misma se nos ha convertido en riqueza: las
entradas de las naciones, la variedad y mutaciones que ha padecido con ellas, los
encuentros y la mezcla de palabras nos ha dejado tanto botin [sic], y hemos hecho tantas
represalias de voces, que se han devengado en esta parte con grandes ventajas las
perdidas (“Prólogo”: I).

La idea de que el contacto de lenguas favorece el enriquecimiento entre ellas (o, al


menos, de una de ellas) es recurrente en Terreros, y así lo expresa en más de una
ocasión. Por ejemplo, se lamenta de que, a pesar de que el idioma francés en su tiempo
gozase, al principio, de la protección de una academia, y de que este idioma se hubiese
esparcido por el mundo para su enriquecimiento, al final «se ha quedado absolutamente
pobre de voces» (“Prólogo”: III). E insiste en que las ocupaciones de pueblos foráneos
en el pasado han contribuido a mejorar la lengua castellana con “sus aportaciones”, y,
todavía, en el momento de confección de este diccionario, «el lenguaje castellano gasta
esta misma condición y admite sin desdén alguno no solo las voces que le dejaron, sino
también cuantas necesite y le envíen» (“Prólogo”: V). En esta línea, a diferencia de las
carencias que tienen otros diccionarios del pasado, Terreros apuesta por lo más
novedoso, y no deja de resaltar, por encima de todo, que los diccionarios predecesores
carecen «de la noticia de innumerables objetos nuevamente conocidos ya en todas
partes» (id.), y otorga gran prioridad al sincronismo y, por defecto, a la lexicografía
descriptiva1.

Ciertamente, el tema de la inclusión de los extranjerismos en su diccionario es un


tema muy importante para Terreros, hasta tanto que le dedica un apartado específico con
el que ocupa casi diez páginas de su extensísimo “Prólogo”. En este sentido, el jesuita
empieza distinguiendo dos categorías diferentes de “voces extrañas” frente a una de
voces anticuadas:

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Obviamente, no porque esta sea inherente y consustancial al sincronismo, sino por la relación de
contigüidad que guardan, es decir, por aparecer casi siempre relacionados sincronismo y lexicografía
descriptiva.
a) En primer lugar, están las voces nuevas o extrañas pertenecientes a ámbitos
especiales de las artes, que nunca habían sido documentadas o nunca habían
alcanzado más extensión que las que le da el taller (“Prólogo”: XI). Lo cierto es
que estas voces podrían oscilar entre los tecnicismos y los extranjerismos, e,
incluso, ser ambas cosas a la vez, que es lo más probable. Resulta muy
interesante que nuestro lexicógrafo, además de explicar este conjunto de voces,
recomiende que nos abstengamos de estigmatizarlas: «No hai [sic] que hacer
asco á estas voces, no dañarán, que son patricias» (“Prólogo”: XII). Esto último
es propio del discurso descriptivista y anti normativista que podríamos
encontrarnos en el prólogo del DEA o de cualquier otro diccionario descriptivo
moderno.
b) En segundo lugar, están las voces que «realmente son extrañas, pero se vienen
pacíficamente á avecindar con nosotros, alegando el título de ser ó sacadas de
libros, relaciones de viajes y de historias que se ofrecen cada día á nuestros ojos
[…]» (“Prólogo”: XII). Es decir, extranjerismos más crudos que los primeros. Es
significativo que Terreros señale los géneros de fuentes de donde proceden
dichas voces, porque así pretende demostrar que son voces usadas y no
inventadas por él mismo y porque nos dan una idea de cómo se presentan estas
voces en el cuerpo del diccionario. Por ejemplo, el sintagma relaciones o
relaciones de viajes es uno de los que más aparecen en las entradas de las voces
de origen extranjero, pudiendo llegar a considerarse como una marca
lexicográfica para señalar los extranjerismos de forma explícita. Esto se aprecia
principalmente en la letra K, encumbrada por el mismo autor como la letra para
escribir ciertos extranjerismos (“Prólogo”: XXVI; y s.v. K).
c) En este mismo apartado hay una tercera categoría que nuestro lexicógrafo señala
para explicar que no se trata de voces “nuevas” ni “extrañas”, por lo que más
parecerían voces poco usadas o incluso anticuadas, puesto que Terreros se
escuda en que son voces que recoge la misma Academia (“Prólogo”: XII). Esta
tercera categoría es pertinente en tanto que funciona como contrapunto de las
otras dos de arriba.

Lo más interesante de todo esto es la argumentación del jesuita para defender la


entrada de extranjerismos en la lengua castellana. En primer lugar, se sirve del criterio
de autoridad, señalando primero las fuentes que demuestran la existencia y el uso de
esas voces y, luego, se escuda en la tradición para justificar la adopción de préstamos:
como la castellanización de nombres latinos, griegos y árabes por parte del rey Alfonso
X el Sabio; la alabanza del «Eruditísimo Fernando de Herrera» a los préstamos
introducidos por Garcilaso de la Vega en la lengua española; la mención de cultismos
introducidos a la lengua romance por San Isidoro; y menciona, igualmente, el caso en el
que el emperador romano Tiberio tuvo que utilizar el préstamo griego «monopólio»
[sic] ante el senado, ya que solo así podía expresar el pensamiento subyacente en esa
palabra; la mención de que Virgilio siguió los preceptos de Aristóteles de que la poesía
podía utilizar voces “extranjeras y nuevas”, etc. (Prólogo: XII-XIV). Son varios
argumentos de autoridad a favor de adoptar voces en otras lenguas (aunque esas lenguas
sean el latín y el griego). Lo realmente asistemático y contradictorio es que, en esta
relación, basada en autorizar el uso de voces prestadas, también se contempla la
utilización de arcaísmos y voces “peregrinas”2. No obstante, sobresale la autorización de
préstamos y extranjerismos. El criterio de autoridad se complementa con el criterio de la
razón, que el lexicógrafo atiende para justificar estos extranjerismos:

Pero no es justo valerme solo de la autoridad; pues aunque se supone siempre que las
personas de peso y de instruccion jamas [sic] proceden á defender una sentencia sin que
las acompañe la justicia y la razon [sic], es debido acudir aquí también á esta
expresamente, pues milita á las claras por el parecer que sigo y por la autoridad que
alego (Prólogo: XIV).

Con este criterio, Terreros razona que es cierto e innegable que existen multitud de
objetos para los cuales la lengua española no tiene una palabra con la que designarlos,
voces tales que aparecen principalmente en textos de las ciencias y en historias
(crónicas) y textos de “relaciones particulares”. Teniendo en cuentas estos principios, es
justo que la lexicografía dé noticias de esas voces tal como aparecen en los textos, de
modo que los usuarios de los diccionarios ‒y, por supuesto, de esos otros textos‒ sepan
lo que significan. Como colofón de sus argumentos, Terreros insistirá en que su
diccionario recoge muchas voces extrañas y/o extranjeras y que no se ha de temerlas,
porque «nos vienen á enriquecer y á dar favor: y si al principio se nos hacen duras, con

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Terreros no recoge ninguna acepción gramatical o lingüísticas de la voz peregrino en su diccionario.
Pero en la primera acepción de peregrino, na nos remite a la voz pasajera. Sin embargo, ninguna de
estas dos entradas tiene una acepción que nos ilumine sobre el uso gramatical que él hace de la voz
peregrino en el “Prólogo”, pero, a partir de estas dos entradas, podemos inferir que se refiere a los
neologismos superfluos, muchas veces llamados por los autores “voces inventadas”.
el tiempo, segun [sic] nos advierte Ciceron [sic], se nos harán dulces y suaves»
(Prólogo: XV).

Queda bastante claro que Terreros estaba a favor de incorporar voces extranjeras a
la lengua y en su diccionario. Sin embargo, no nos queda claro el criterio que utilizará
para identificar las voces o acepciones extranjeras en el cuerpo del diccionario, pero,
según nos revela el “Prólogo”, en el apartado que acabamos de comenta, es esperable
que se refiera a estas voces con palabras como extrañas, extranjeras, de relación,
nuevas, etc., e, incluso, llega a referirse a algunas de las voces de «los idiomas
bárbaros3 de América, Persia, el Norte, Turquía y la India» (id.). Se supone que, en este
contexto, “voces bárbaras” serán diferentes a “barbarismos”. Si bien lo segundo se
refiere a vulgarismos, voces patrimoniales corrompidas por el desconocimiento del
vulgo, lo primero hace referencia a los extranjerismos de los que estamos hablando. En
la macroestructura del Diccionario castellano se recoge la entrada de extraño, pero
tipográficamente aparece como sub-entrada4. La información se organiza en una única
acepción, pero, se pueden entender diferentes y varias acepciones, aunque ninguna tiene
carácter lingüístico:

adj. que admite en Cast. varias significaciones: lo primero, se toma por un hombre, ó
jenio, &c. ridiculo, adusto, impertinente. Fr. Etrange. Lat. Mirus extraordinem, ferus,
infrequens, insolens. It. Strano. Lo segundo, por un hombre estranjero, ó de pais de otra
dominacion, V. Estranjero. Lo tercero, por lo mismo que forastero, ó de fuera del lugar,
V. Lo cuarto, por el que, aunque sea del mismo lugar, es de fuera de casa, ó de fuera de
la familia, y trato, V. para mi, ese es un hombre extraño, de una familia extraña.
Quinto, por lo que es raro, exquisito. Fr. Etrange. Lat. Mirus. It. Strano. Este poeta
tiene pensamientos extraños. Sexto, en la Física, y Medicina, por lo que es eterojeneo á
un cuerpo, lo que sobreviene, y le es como impropio. Fr. Etrange. Lat. Aliena, extránea
córpora. (s. v. extraño).

3
La cursiva es nuestra.
4
Esta búsqueda nos ha revelado que, en el NTLLE, no están lematizadas las voces extraño y extranjero
del Diccionario de Terreros. Es decir, este corpus no nos muestra estas entradas cuando las buscamos
desde la cajita de búsqueda de su interfaz. Para localizarlas en el Diccionario castellano, hemos tenido
que hacer una búsqueda con el lema extrañeza, lo cual nos ha llevado a la página del Diccionario
castellano donde, además de extrañeza, también podemos encontrar extraño y extranjero. Por otro
lado, según nos muestra el NTLLE, estas voces aparecen en el segundo tomo del Diccionario castellano,
que comprende de la letra G a la O, lo cual no tiene sentido, ya que tanto extrañeza como extranjero y
extraño empiezan con la E, por lo que deberían estar en el tomo primero, que comprende de la letra A a
la F. Tras hacer unas comprobaciones posteriores, vemos que, aunque el NTLLE presente los tomos de
esta manera, es decir, el primero con las letras A-F, en realidad, solo alcanza hasta la letra D (según
cómo se recoge toda esta información en la interfaz del NTLLE). Lo que queremos dar a entender es que
las diferentes aplicaciones del NTLLE están etiquetadas erróneamente y eso puede complicar la
consulta.
En cuanto a extranjero, se nos ofrecen igualmente diferentes acepciones, pero ninguna
con marca lingüística en el sentido que esperamos:

EXTRANJéRO, V. Advenedizo.
EXTRANJéRO, el que es de un pais extraño, ó sujeto á otro dominio. Fr. Etrangé. Lat.
Alienígena. It. Straniere. A el que es de los mismos dominios, aunque de teirras
lejanas, se le llama en Cast. Forastero.
EXTRANJéRO, lo que no es natural. Fr. Etrangér. Lat. Ascititius. Las galas son una
hermosura estranjera.
ESTRANJéRO, en Fisica, Medicina, &c. V. Estraño.

Esta última acepción escrita con S, “estranjero”. A pesar de esto, se puede comprender
que las voces extrañas y/o extranjeras son extranjerismos en el sentido lingüístico, al
menos en la consideración del lexicógrafo vizcaíno. En la entrada de nuevo, tampoco
encontramos ninguna acepción relacionada con la terminología lexicográfica. Por su
parte, la entrada de bárbaro nos da a entender, en su segunda acepción, los dos sentidos
que hemos comentado más arriba. Quizás la entrada de relación sea más ilustradora.
Para lo que nos comporta, probablemente, la acepción primera y la cuarta sean las más
interesantes, pues tratan de la narrativa y las correspondencias (respectivamente) como
géneros escriturarios. Y, quizás, la cuarta más que la primera, ya que es la que trata
propiamente de asuntos concernientes a aspectos extranjeros. Con esta marca (de
relación) se recoge gran parte de las entradas de la letra K. En nuestro análisis del
cuerpo del diccionario podremos fijarnos en estas marcas para determinar los
extranjerismos; asimismo, nos valdremos de la mención expresa de la lengua de origen
o de otras referencias extranjeras en el artículo lexicográfico para determinar si es voz
extranjera o no.

Paralelamente al discurso descriptivista de Terreros en su “Prólogo”, tenemos un


discurso normativista, como ya señalamos en el apartado que trataba de la bibliografía
escrita sobre el Diccionario castellano y la percepción que tienen los teóricos sobre él.
Este discurso se manifiesta principalmente en los excursos que hace el padre jesuita,
censurando las variedades de la lengua que no han de tenerse en cuenta, siquiera, como
“lengua”, tales como el culti-latino, la picaresca o la lengua bárbara (“Prólogo”: III);

pero, también censurando las licencias que se toman los autores literarios cuando
inventan formas léxicas inexistentes solo para conseguir el efecto poético necesario para
su obra (“Prólogo”: IV). Todo esto, al tiempo que encumbra el lenguaje aristocrático,
propio de los autores y de las personas cultas, como la variedad de la lengua más
adecuada. Por otra parte, puede servirnos de ejemplo, para el argumento normativista, la
aparente simpatía con la que se refiere a los arcaísmos y las voces obsolescentes,
propias de los padres del idioma español y portadoras, por tanto, de una nostálgica
grandeza (“Prólogo”: IV-V). Simpatía, esta, que se puede, incluso, atribuir a la propia
Real Academia Española, ya que la corporación ha sido el gran adalid de los arcaísmos
y gran inspiración de Terreros. No obstante, el jesuita solo muestra visos de respeto por
estas voces, porque para él la parcela de la lengua más importante para su diccionario no
es la de las voces antiguas (que se supone que es el séptimo idioma castellano según su
clasificación de las variedades de la lengua), sino la de los «Autores clásicos, puros y
autorizados», idioma que además contiene las voces de ciencias y de artes, disciplinas
que el autor relaciona directamente con la actualidad de su tiempo, el siglo XVIII, lo que
hace realmente la diferencia entre las voces anticuadas y las voces modernas y en uso:

Este idioma contiene también como parte propia y esencial suya el de las ciencias y
artes mecánicas y liberales, que aun siendo tantas, tan numerosas y cultivadas en
particular en este siglo, que le han merecido el renombre de Ilustrado, pudiera cada cual
formar un idioma, y una obra aparte de mui bien empleado trabajo, y el conjunto una
especie de enciclopedia ó conocimiento de todas las ciencias y artes (“Prólogo”: v).

El normativismo se revela, asimismo, en la insistente consideración de Terreros


para con los autores clásicos. Incluso, en lo que respecta a los extranjerismos, el jesuita
tiene en cuenta a los autores y justifica la entrada de estas voces en el diccionario
gracias a que ellos ya las han autorizado. En este contexto, defiende la incorporación de
préstamos lingüísticos en la lenga antes que las voces “bárbaras” o vulgarismos
(“Prólogo”: xv-xviii). Sin embargo, esto no obsta para que el discurso descriptivista no
se imponga frente al normativista.

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