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Muchas de las víctimas son asesinadas por sus parejas, o ex parejas, quienes
tienen una conducta machista y misógina predominante, que se expresa en su
manera de querer dominar a la mujer, sintiendo que es de su propiedad y si ve
que este poder sobre ella se extingue, el agresor corre peligro de perder esa
“superioridad”, por lo que decide acabar con su vida. Por ejemplo, el agresor,
Alberto Machado, quien atacó a su ex concubina (de 40 años) de manera violenta,
luego de que ella se negara a retomar la relación. Otro ejemplo es el caso de
Valeria Mercado, esta vez en La Paz, que fue encontrada sin vida un mes después
de ser reportada como desaparecida, la Policía determinó que Valeria murió a
manos de su pareja José Luis Almanza, después de que ella le anunciara que se
iría a España junto a su hijo. El feminicidio es la forma más extrema de la violencia
machista. En Bolivia, se castiga con 30 años de prisión sin derecho a indulto.
Algunas cifras más que nos presenta es que de los 31 feminicidios registrados en
Bolivia, el 65% de las víctimas tenían menos de 35 años de edad y el 42% de los
feminicidas tiene menos de 35 años. Además, de estos mismos feminicidios, en el
68% de los casos, los feminicidas eran novios, esposos o concubinos de las
víctimas.
Con todos estos datos presentados, se puede notar todo el daño que se hace a
las mujeres en nuestra sociedad, vulnerando sus derechos e ignorándolos de
manera que ha sido necesaria la manifestación de estas mismas. Normalmente,
nuestro entorno suele querer echar la culpa a la víctima, con frases y comentarios
que llegan a normalizar la violencia, e incluso victimizar al propio agresor,
defiéndelo de la justicia. A partir de este concepto, ampliaremos la conclusión final.