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INTRODUCCIÓN

La Iglesia Católica existe para evangelizar; es fundamental unir la Palabra

de Dios con la oración, el Magisterio con la misión. La oración impulsa a la

evangelización y viceversa, la sensibilidad que genera la misión ha de convertirse

en oración. Este dinamismo interno es lo que motiva ésta investigación en la que

nos detendremos, más bien, en algunos conceptos conciliares y en la oración

ignaciana como “motor” de la Evangelización. En el norte uruguayo, en la primera

mitad del siglo XX, la evangelización tuvo, como punto de partida, la propuesta de

los Ejercicios Espirituales; aquella propuesta de evangelización sigue siendo

válida.

El presente trabajo se basa principalmente en el libro “Los ejercicios de San

Ignacio a la luz del Vaticano II”7. Las cuatro vertientes que se pueden presentar en el

desarrollo del tema que aborda el libro son la fecha, pues fue publicado en 1968, en

segundo lugar, este tema no tiene investigaciones anteriores, en tercer lugar el hecho de

que sólo se refiere a los ejercicios ignacianos y por último el tema de la oración que

tiene muy pocas citas bibliográficas.

Lo que dicen el P. Molinari S.J y el P. Dumeige S.J, se puede aplicar


perfectamente hoy día, es decir siguen vigentes, es también de resaltar que las ideas del
Concilio estaban muy frescas en ese primer congreso internacional sobre ejercicios
espirituales y eso ayuda a hacer viva la teología del Vaticano II, por más que hayan
pasado ya casi 55 años de su clausura. Una reflexión parecida a la que hace Molinari al
inicio del trabajo sobre cómo seguir manteniendo vivos los ejercicios espirituales, se
puede decir también respecto al Concilio en la actualidad. La teología conciliar sigue
vigente en muchos aspectos, a la fecha. La teología postconciliar retoma mucho de lo
expuesto en el Concilio que se considera, adaptada a la época, cultura y realidad. Las

7
EEVII.
1
orientaciones del Concilio tienen mucho para brindar a la teología, si bien en principio
se puede ver como algo fuera de época, lo expresado en el libro es aún vigente, y no
sólo en los dos temas tratados en este trabajo. En segundo lugar, se puede presentar
como dificultad, el hecho de que este tema de los ejercicios a la luz del Vaticano II no
fue presentado en otro estudio al respecto, al menos en lo investigado, no se ha
encontrado otra obra, ni artículo, etc., sobre este tema, con qué comparar, al respecto.
Si hubo alguna evolución, desde el libro hasta nuestros días, hubiese sido bueno tener
otra visión que presente una investigación contemporánea al libro.

Más allá de esa limitación, el P. Molinari S.J, tiene razón en la relación que ha
encontrado entre el Concilio y los ejercicios, sobre todo en la LG y la importancia de la
Escritura, tanto para el Concilio, DV, como para San Ignacio, ante la necesidad de rezar
con la Palabra de Dios al lado. Aunque sea el único trabajo en ese sentido, es muy
interesante tener en cuenta lo expresado. El interés estaría en realizar algún otro estudio,
basado en lo expuesto en el libro, y desde allí contribuir a profundizar el análisis del
tema, de 1968 a nuestros días.

Un tercer posible problema de este libro, es el hecho que se refiere sólo a los
ejercicios ignacianos. Esa no es una limitación. Puede aplicarse a otros métodos de
oración, como por ejemplo la Lectio Divina y eso se hace notar en el trabajo. Lo que
propone Dumeige se puede aplicar sin mayores inconvenientes en la Lectio Divina,
desde la preparación del corazón, memoria, imaginación, sentidos y aplicación a la vida
cristiana posterior.

El último problema es el hecho que en el tema de la oración, no hay muchas


referencias a los textos conciliares, sólo remite, en punto 2.3 oración personal, a SC 10 a
12, por la relación oración y liturgia, y a DV, 21 y 25, oración y Palabra de Dios. Sólo
hace una referencia a LG en numeral 41, 2.4 ejercicio y vida cotidiana posterior. Por
último, al final, en las conclusiones de la discusión del tema, a diferencia de Molinari,
orientaciones del Concilio y ejercicios, remitiéndose permanentemente al Vaticano II.
Dumeige, al hablar de la oración ignaciana, hace clara referencia a los ejercicios, sobre
cómo debe orar un creyente. Los dos temas están muy vinculados, tanto la teología
ignaciana de los ejercicios en las orientaciones del Concilio, como el de la oración.

El tema propuesto es el de la necesidad de la oración, en los creyentes católicos


en particular. A la mayoría de los católicos que buscan vivir su fe, les cuesta

2
introducirse en la oración, estar un tiempo prudencial dialogando con Dios, un mínimo
de media hora. Acostumbrados a la oración de petición o acción de gracias, les cuesta
mucho entrar en ese diálogo orante con Dios, encuentran muchas dificultades, desde no
estar acostumbrados al silencio y la oración, al considerarla a veces como una pérdida
de tiempo, etc. Muchas veces también su problema pasa por no tener la suficiente
disposición para la oración, por lo cual les cuesta dejar de lado todo aquello no
relacionado con la oración y por tanto con Dios, sacar de su mente pensamientos,
preocupaciones, que les distraen del encuentro con Dios. Todo eso se logra con
paciencia, adquiriendo un hábito, siguiendo un esquema y una vez que se adquirió el
hábito de la oración, esta se realiza de manera más fácil y natural.

El primer límite del trabajo, es que este se refiere sólo a la necesidad de la


oración en los católicos prácticos. La continua referencia, quede dicho expresamente o
no, es a los católicos, en caso contrario se expresa explícitamente. En general los
creyentes de otras confesiones cristianas, se les inculca mucho mejor el tema de la
oración y encuentro con Dios y su Palabra, y en sus vidas se nota eso mucho más que en
los católicos, vemos que lo hacen con naturalidad, aunque vayan obligados, no lo viven
así.

El segundo límite del trabajo, está en el hecho de que este no busca ser un
trabajo exhaustivo de investigación en el tema de la relación entre la teología ignaciana
y las orientaciones principales del Concilio Vaticano II y entre los ejercicios y la
oración. En este sentido hay muchísimo por hacer al respecto. Sólo se busca presentar
el problema y procurar una posible solución al respecto. En ese contexto queda bien
delimitado el trabajo a realizar.

El principal objetivo que se busca presentar en este trabajo, es el de la necesidad


de la oración en los creyentes. En referencia al libro base, lo expresado por el P.
Dumeige, en el capítulo segundo, ayuda y mucho a superar todas las dificultades que
puedan surgir en la oración, enseñando a los que quisieran realizar oración, a hacerlo de
la mejor manera posible, para así encontrarse más profundamente con Dios. Respecto al
primer capítulo, es muy interesante también, y brinda mucho material para realizar una
buena oración en su relación con Cristo, la Palabra de Dios y vivir la vocación a la
santidad. En este primer capítulo la base estuvo también en otros autores, sobre todo en
el tema de la Palabra, el capítulo VI de la DV, la Palabra de Dios en la Iglesia. Eso es
justamente lo que se busca con este trabajo, que los creyentes logren una mejor relación
3
con Dios, a través de la oración, y así en su vida cotidiana se exprese esa oración en sus
pensamientos y obras.

Es importante la realización de este trabajo, en el sentido de presentar una


solución válida para suplir la severa necesidad de la oración, en los creyentes, el poder
brindarles una herramienta para poder rezar mejor y así encontrarse con Dios y poderlo
llevar mejor a los demás. Pero lo primero es la absolutamente necesaria e
imprescindible oración privada cotidiana, acompañada con una buena lectura espiritual
y un correspondiente asiduo acompañamiento espiritual. Es significativo, tanto la
presentación del problema de la necesidad de la oración en los católicos prácticos, como
presentar un modo de subsanar esa necesidad. Esto queda demostrado durante todo el
trabajo, desde la introducción hasta la conclusión.

El método utilizado para la realización de este trabajo ha sido el de


complementar lo expuesto por Molinari, sobre la importancia que le ha dado el Concilio
al estudio de la Palabra de Dios. Esto se hizo con el aporte del P. Ángel Rodríguez cmf
y el Cardenal Carlo María Martini S.J, especialmente el primero, en referencia a la
constitución DV en su capítulo VI, sobre la Sagrada Escritura en la vida de la Iglesia.
Es muy importante recalcar la importancia de la Palabra en la Iglesia, algo que no
siempre se tiene en cuenta, sobre todo para la oración. No fue necesario hacer lo mismo
con el capítulo dos, al considerar bastante bien lo desarrollado por Dumeige al respecto.
Lo expuesto por él, fue suficiente para el objetivo del trabajo en ese sentido.

Respecto a los temas tratados en cada capítulo, el trabajo se limitó a la


estructura presentada por los autores. La opinión personal, será dada en la
introducción y conclusión.

En referencia a las fuentes, no ha sido fácil encontrar bibliografía adecuada para


el trabajo, por lo que se ha realizado una exhaustiva búsqueda de información en
Internet. Debiendo leer y examinar todas las páginas de Internet vinculadas de alguna
manera al tema y elegir el artículo más adecuado, además de los artículos de Ángel
Rodríguez y Carlo María Martini, así como también la búsqueda de bibliografía de la
biblioteca de la Facultad de Teología. Por otro lado buscar las fuentes originales que
citaban tanto los autores como el texto conciliar. Todo eso llevó bastante tiempo, por
supuesto considerándolo como tiempo ganado, dedicado a la investigación.

4
CAPÍTULO PRIMERO

ORIENTACIONES TEOLÓGICAS DEL CONCILIO


VATICANO II

1.1. Relación entre la teología del Concilio Vaticano II, los ejercicios y
la evangelización
Aquí como fue dicho en la introducción, nos basaremos en Paolo Molinari S.J8.
En primer lugar el autor presenta la diferencia entre la teología que existía en la Iglesia
anterior al Concilio y el pensamiento, así como la mentalidad del hombre posmoderno,
el cual prefiere y busca lo concreto, existencial, vital, personal, lo que le sirve aquí y
ahora; lo demás lo descarta. El pensamiento posmoderno no quiere consideraciones de
índole abstracta y esencialista, siente necesidad de abrazar todo cuanto tiene
importancia práctica y personal. La realidad desafía a la evangelización, que debe
llevar a las personas a la misión.

Por otro lado, los teólogos de la Iglesia y los fieles orientados por ellos, se
habían centrado en el campo teológico dogmático en cada uno de los temas tratados por
la teología. En los años anteriores al Concilio, estas orientaciones y acentuaciones de la
teología fueron cambiando, en la teología moral, espiritual, eclesial y cristológica, entre
otros. Esto se puso de relieve en las consideraciones que han salido de los distintos
textos de los documentos conciliares. La misma predilección por lo concreto, práctico,
vital y personal, empezó a aparecer en los teólogos, y no sólo en el hombre moderno.
Un ejemplo: la insistencia en la unidad de la teología moral y la espiritual, constituye un
claro indicio de intentar descender la teología a la vida. Se sintió vivamente la necesidad
de descubrir las implicaciones prácticas del dogma en la vida espiritual.

No hay que maravillarse que el Concilio concebido y madurado en tal atmósfera


haya recogido esas orientaciones. Recurrió así a una teología viva, dando expresión a lo
mejor que la teología había ido desarrollando en los últimos decenios.

Para Molinari es evidente que en los ejercicios espirituales ignacianos deben


tenerse en cuenta las líneas directivas de la doctrina conciliar, si se quiere que los
ejercicios sean un medio verdaderamente eficaz para promover la renovación interior,
tanto en los individuos como en las estructuras, integrando así armónicamente, la

8
Ibid. 4-16.
5
doctrina del Concilio en los ejercicios, para que no se los considere superados ni
inoperantes. De esa manera el Concilio ayudará a su renovación, especialmente a los
que los dirigen, para que sean más acordes a la vida de los que los realizan, y la nueva
vida de la Iglesia. Según el autor, en las principales orientaciones conciliares, están
vivamente expresadas la estructura esencial y el lógico desarrollo de los ejercicios. Las
orientaciones contenidas, en germen, necesitan, ser desarrolladas y encuentran en los
ejercicios los puntos naturales de inserción.

1.2 Ideas más destacadas del Vaticano II y su relación con los ejercicios
Aquí Molinari intentará mostrar las ideas más salientes, según su parecer, que
fundamentan y animan los textos conciliares, las cuales a su vez están estrechamente
relacionadas con el desarrollo de los ejercicios. Pone en primer lugar el concepto
conciliar de historia de salvación, teniendo en cuenta el designio salvífico y universal de
Dios, en L.G 2.

El autor muestra una visión de conjunto de la historia de salvación, de donde


brotan y se apoyan las perspectivas sociales, cósmicas y escatológicas. Una insistencia,
a veces excesiva de los valores individuales, que en sí mismos no pueden ni deben ser
ignorados, debe ser complementada por el debido enfoque de los mismos, donde el
individuo se sienta parte de un designio que va más allá de sí mismo, teniendo en cuenta
a Dios y a la humanidad, y con ellos al universo entero que será perfectamente renovado
en Cristo, (cf. Ef 1, 10; Col 1,20; 2 Pe 3, 10-13; L.G 48 §1) 9.

El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y,
mediante esto salvar su ánima; y las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el
hombre, y para que le ayuden en la prosecución obtención del fin para el que es criado cual fue
creado. De donde se sigue que el hombre tanto ha de usar dellas cuanto le ayudan para su fin, y
tanto debe quitarse dellas cuanto para ello le impiden El hombre debe hacer uso de ellas cuanto
le ayuden para su fin y no hacer uso de las cosas que le impiden conseguir su fin10.

La relación del Concilio con los ejercicios de San Ignacio, está en el tema de
principio y fundamento, en el número 23. Para San Ignacio esto es principio, ya que en
este numeral están resumidas las conclusiones, puntos, que luego irá desarrollando y es
fundamento porque en ese principio está todo el edificio de la vida espiritual.

9
Ibid. 7-8.
10
C. de DALMASES, Ignacio de Loyola Ejercicios Espirituales, Santander, España, 19903, p. 57 (en
adelante ILEE).
6
1.2.1 Relación personal con Cristo y Sagrada Escritura
El Concilio, al centrar su atención en la persona de Cristo, Verbo encarnado y Redentor,
que habiendo resucitado después de morir en la cruz por los hombres, apareció constituido para
siempre como Señor, como Cristo y como Sacerdote (cf. Act 2, 36; Heb 5, 6; 7, 17-21), y
derramó en sus discípulos el Espíritu prometido por el Padre (cf. Act 2, 33) [LG 5§2], ha
subrayado con energía la orientación cristocéntrica que la vida humana debe tener, si quiere
encontrar su justificación 11.

Al igual que en LG 2 y 3, el Concilio ha subrayado con fuerza la dimensión


cristocéntrica que la vida humana debe tener y también la vida de la Iglesia. Es una
visión existencial y real, no abstracta de Aquel que vive y obra entre los hombres, Él
que llama e invita a cada uno, para ser acogido y revelarse a él, Cristo acoge y se revela
a cada uno, estableciendo así los vínculos vitales que lo hacen miembro del Cuerpo
místico, la Iglesia, del cual Él es la Cabeza. Como dicen LG 2 y 3, Cristo reúne en su
Iglesia, a sus elegidos. Esta debe experimentar el gozo de sentirse elegida por Dios,
donde Él reúne a sus elegidos en ella. Llama a cada uno de sus miembros para que lo
reciban y darse a conocer a su Iglesia, estableciendo con ella vínculos vitales.

El Concilio ha recalcado con fuerza la relación personal de cada uno con Cristo,
como esencia de toda vida cristiana. Busca intensificar y profundizar la religiosidad de
quienes intentan vivir su fe y muestra así el sentido último de la vida humana, aún a
quienes no conozcan a Cristo, pero, a pesar de ello, sólo en Él pueden hallar la razón de
su existencia. Aquí se muestra evidente la relación esencial entre la enseñanza conciliar
y una de las columnas fundamentales de los ejercicios, los cuales desde la primera
meditación, con el coloquio con el Cristo crucificado, quieren poner al cristiano en
contacto con Él. A través de una asidua contemplación de los misterios de su vida, el
vínculo afectivo conducirá al ejercitante a una convivencia con Cristo y participación
cada vez más intensa de su designio y misión. Esa contemplación sólo la logrará en la
oración, donde la persona orante buscará ese encuentro con Cristo, para intensificar y

profundizar su fe hasta encontrar en Dios la razón de su existencia. La contemplación


lo conducirá a la misión y viceversa.

La primera referencia se encuentra en el primer ejercicio de meditación 12, que


luego de oración preparatoria y dos preámbulos, culmina en coloquio con Cristo
crucificado. La oración preparatoria (46) busca que las intenciones, determinación de
voluntad, acciones externas y operaciones internas, estén ordenadas al servicio y
11
EEVII, 8.
12
ILEE, 69-72; 143.
7
alabanza de su divina majestad. El primer preámbulo (47) es la composición de lugar,
usando la imaginación, en función del coloquio que va a tener el ejercitante, según un
texto evangélico, por ejemplo. Se busca contemplar a Cristo, y qué se quiere contemplar
de Él, dónde, etc. El segundo preámbulo (48) consiste en demandar, pedir a Dios,
consolación o desolación según el coloquio a contemplar. En el primer caso, pedir el
gozo, en el segundo, pedir el arrepentimiento, pena, lágrimas, reconocimiento de
pecados, vergüenza. Esta oración preparatoria y los dos preámbulos, deben hacerse en
todas las meditaciones o coloquios. El primer coloquio que presenta San Ignacio es
Cristo en la cruz, (53-54), todo eso lo pone en la primera semana.

Respecto a los misterios de la vida de Cristo, en la segunda semana empieza con


la contemplación de la encarnación (101-109; 262) 13, anunciación del ángel Gabriel. La
segunda contemplación es el nacimiento en Belén (110-117; 264) 14, y el viaje de
Nazaret a Belén. En el segundo día toma la presentación en el templo, purificación de
María y huida a Egipto (132; 268-9) 15. En el tercer día, el niño obediente a sus padres,
perdido y hallado en Templo de Jerusalén (134; 271-2) 16. El quinto día, luego de las
meditaciones de las dos Banderas y los tres binarios, la contemplación de Jesús que
va al río Jordán, a hacerse bautizar por Juan Bautista (158; 273) 17. El sexto día, del río
Jordán al desierto donde es tentado (161; 274)18. En la tercera semana, en el primer día,
San Ignacio invita a meditar la ida de Jesucristo y sus apóstoles de Betania a Jerusalén
(191-199)19. El segundo coloquio es la agonía de Jesús en Getsemaní y su prendimiento
(201-207)20. En el segundo día, interrogatorio ante ancianos y sacerdotes, en casas de
Anás y Caifás (208§1-2; 291-2)21. Tercer día, interrogatorio por parte de Pilato y
Herodes (208§4; 293-4)22. El cuarto día, traslado de Herodes a Pilato (208§5 y 6;
295)23. En la cuarta semana se dedica a los misterios de la vida de Cristo 24, luego de los
tres modos de orar, donde simplemente hace referencia bíblica y alude a 13 apariciones

13
Ibid. 90-92; 143.
14
Ibid. 92-93; 144.
15
Ibid. 97; 145-6.
16
Ibid. 97; 146-7.
17
Ibid. 104; 147.
18
Ibid. 104; 147-8.
19
Ibid. 119-20.
20
Ibid. 121-123.
21
Ibid. 123; 155-6.
22
Ibid. 123; 156-7.
23
Ibid. 124; 157.
24
Ibid. 142-164.
8
como resucitado, hasta la ascensión. Estas son las referencias a la vida de Cristo que
aparecen en los ejercicios y a las que se refería Molinari.

Volviendo al texto, esta relación personal con Cristo, que según el P. Molinari
ha de buscar el orante, debe tener lugar y desarrollarse en un asiduo contacto con la
Sagrada Escritura, ya que con la lectura y meditación de la Palabra de Dios se puede
llegar a conocer íntimamente la figura de Cristo, para encontrarse y aficionarse a Él.
Aquí hay un profundo vínculo entre la temática de los ejercicios y las orientaciones del
Concilio. Las mismas destacan la insistente recomendación del estudio y amor a la
Sagrada Escritura, el Concilio hasta le dedicó una constitución. El desarrollo de la
ciencia escriturística y los estudios bíblicos, buscan poner al cristiano en un contacto
mayor con las fuentes genuinas de la espiritualidad cristiana, lo cual puede contribuir a
darle a los ejercicios un carácter vivo y vitalizante, que San Ignacio pretendía tuvieran,
para orientar constantemente la atención del ejercitante hacia la persona y obra de
Cristo. Es útil y necesaria la invitación del Concilio a un conocimiento cada vez mayor
de la Sagrada Escritura y un estudio asiduo de la misma, adquiriendo con ella una
verdadera familiaridad. Esta no puede ser sólo el fruto de una asidua lectura y diligente
estudio, sino la necesaria meditación con la que se aprende la supereminente ciencia de
Cristo (Fil 3, 8). Es justamente ese contacto vital con la Palabra de Dios, dónde bajo la
acción del Espíritu Santo, se consigue penetrar en el íntimo significado de lo que Cristo
ha enseñado a los discípulos. En este contacto de espíritu de oración, se siente
interiormente la voz del Maestro, y gradualmente se aprenden y conviven sus caminos y
pensamientos. En los ejercicios, las contemplaciones de los misterios de la vida de
Cristo, tienen esta característica de amoroso estudio del Señor, realizado con los libros
sagrados en la mano y bajo la luz del Espíritu Santo, humildemente conseguida en la
oración contemplativa, dentro de una atmósfera de recogimiento interior y exterior.

La constitución Dei Verbum, en el capítulo I habla de la naturaleza de la


revelación. En el II se refiere a la transmisión de la revelación, en el III la inspiración
bíblica y la interpretación de la Sagrada Escritura. El IV lo dedica al Antiguo o Viejo
Testamento, el V al Nuevo Testamento y el VI se refiere a la Sagrada Escritura en la
vida de la Iglesia.

9
Respecto al capítulo VI se utilizarán dos artículos, el primero del P. Ángel
Aparicio Rodríguez cmf, “Importancia de la Sagrada Escritura” 25, y el otro del
Cardenal Carlo María Martini S.J, “La centralidad de la Palabra de Dios en la vida de
la Iglesia”26.

Para Rodríguez la gran finalidad, el gran reto, es devolver al pueblo católico la


Biblia. No se busca poner en manos de los creyentes un libro de información, neutro,
una novela entretenida, sino que por el contrario un libro de formación, lugar de
encuentro de Dios con el hombre y del hombre con Dios, con la doble búsqueda de
ambos. Es por esa razón que debe buscar las fibras más íntimas del hombre y por tanto
de su historia.

Quien ha recibido la Palabra de Dios tiene que empezar a buscar a Dios; no puede
hacer otra cosa. La Palabra de Dios, cuanto más clara y profunda se nos muestra, tanto más
profundo es nuestro deseo de conocer en modo perfectamente claro la profundidad insondable
de Cristo. Con el don de su Palabra Dios nos anima a buscar un conocimiento cada vez más rico
y un don cada vez más maravilloso. No quiere falsas satisfacciones. Cuanto más recibimos,
tanto más tenemos que buscarlo, y cuanto más lo buscamos, tanto más recibimos de él 27.

Estas eran palabras de Bonhoeffer, citadas por el autor. Sólo así la Sagrada
Escritura ayuda a descubrir el verdadero rostro de Dios Padre, que no cesa de recurrir al
hombre como si no pudiese vivir sin él. Qué importante y decisivo es transmitir ese
mensaje a los demás. Tanto el proemio, como el numeral 2, que se refieren al hecho de
la revelación, donde Dios mismo se comunica a los hombres, se da a conocer,
simplemente porque Él lo dispuso, DV 2. A su vez el proemio nos dice que la
revelación debe suscitar en el receptor una actitud de escucha a la Palabra de Dios que
se le revela y a su vez de obediencia, citando así 1 Jn 1, 2-3. Dios que se revela, se
manifiesta en palabras que deben ser escuchadas y en la historia de cada uno,
transformándola en historia de salvación, donde Él se hace presente y salva al hombre.
La revelación es más que un lenguaje doctrinal, frío y abstracto. Dios se manifiesta para
comunicarse con todas las personas, hablar con total amistad, con un inefable e
indescriptible amor. Les quiere mostrar cuanto los ama y lo que quiere para ellos y este
mensaje debe ser transmitido, no por obligación, sino porque de verdad las personas lo
quieren transmitir con sus vidas, para que todos los demás, lo puedan experimentar
25
A. A RODRIGUEZ, Importancia de la Sagrada Escritura, <http://www.itvr.org/Nuevo-
articulo,118#.WDswVtLhDIU>, [consulta: 2 de diciembre de 2016]. P. 8-16.
26
C.M. MARTINI, La centralidad de la Palabra de Dios en la vida de la Iglesia,
<https://lectioapuntes.wordpress.com/2010/09/17/centralidad-de-la-palabra-de-dios-en-la-vida-de-la-
iglesia/> [consulta: 2 de diciembre de 2016]. P. 3-6.
27
A. A RODRIGUEZ, Importancia de la Sagrada Escritura, 8.
10
como ellos. Como dice el final del proemio, <<para que todo el mundo la escuche y
crea, creyendo espere, y esperando ame>>28. Haciendo referencia a una cita de San
Agustín, en De catechizandis rudibus, aludiendo a 1Cor 13,13, <<donde la caridad debe
ser el fin de cuanto uno diga, que cuando hable a otro, de cómo Dios se le da a conocer,
la persona a la que uno se dirige, al escuchar crea, creyendo espere y esperando
ame>>29. El texto se encuentra en la parte primera, al final de, el amor de Dios y su
venida, correspondencia al amor de Dios.

El numeral 21 habla de la mesa de la Palabra, así como la Iglesia venera el


Cuerpo de Cristo, lo hace también con la Palabra de Dios. Así como se alimenta del
Cuerpo de Cristo, también la Iglesia debe alimentarse de las Sagradas Escrituras. Esto
llevó a críticas dentro del aula conciliar, ya que algunos padres pedían matizaciones al
respecto, para distinguir bien entre Eucaristía y Palabra de Dios, que, por ejemplo,
indujera a defender una influencia simbólica y no real de la Eucaristía, suprimiendo la
comparación.

La razón que se argumentó para mantener la expresión en el texto, es de que


estaba en la Imitación de Cristo. La tradición patrística al respecto, se refería a la
Palabra de Dios de esa manera. Tomás de Kempis dedica el capítulo 11 del cuarto libro
a este tema, el Cuerpo de Cristo y la Sagrada Escritura son muy necesarias, para el alma
del fiel. Este capítulo se basa en la doctrina tradicional de la Iglesia. Lo que hace es
unir, separando.

Como citas patrísticas fueron recordados Jerónimo, Agustín y a otros muchos siguiendo
a H. De Lubac. San Jerónimo decía <<Comemos su carne y bebemos su sangre no sólo en el
sacramento, sino también leyendo las escrituras>>. Según San Máximo de Turín, <<este es el
alimento que da vida eterna, y aparta de nosotros las asechanzas de la tentación diabólica. Que
leer la Escritura es vida lo atestigua el Señor cuando dice: `Las palabras que os he dicho son
espíritu y vida`>>. San Ignacio de Antioquía escribe a los fieles de Filadelfia: <<Refugiándose
en el evangelio como en la carne de Cristo>> (V, 1). San Agustín habla de las dos mesas. Y
finalizó diciendo: <<Es manifiesto que en la Misa las lecturas de la Eucaristía están unidas al
Sacrificio Eucarístico>>. Es decir, la veneración «objetiva» de la Iglesia es una buena razón
que, recogiendo la tradición eclesial, tributa a la Escritura el mismo honor que tributa la Iglesia
al Cuerpo de Cristo. De este modo, el texto conciliar va más allá que el Kempis: no separa sino
que habla de una sola mesa y de un solo pan. La Escritura no sólo es luz, también es alimento 30.

28
CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, 19994, Buenos Aires, 99.
29
Agustín, De catechizandis rudibus, 4 7 (11), Trad. José Oroz Reta,
<http://www.augustinus.it/spagnolo/catechesi_cristiana/index2.htm> [consulta 2 de diciembre de 2016].

30
A. A RODRIGUEZ, Importancia de la Sagrada Escritura, 10.
11
Uno podría preguntarse, es entonces la Palabra de Dios sacramento. Por un lado
están las palabras consecratorias, y por el otro su función kerygmática, que hace
referencia a la persona de Cristo, y el anuncio del mensaje. La veneración de la Palabra
de Dios, que habla el Concilio, no es en semejanza con la veneración que se realiza de
la Eucaristía, son distintas y las dos son válidas. La Palabra de Dios es sacramento,
como signo eficaz de la presencia de Dios en medio de los hombres, está realmente
presente en su Palabra. La Palabra de Dios, al igual que la Eucaristía, se debe partir y
repartir a los fieles que creen en ella, que creen que realmente Dios está presente en ella,
como también lo está en la Eucaristía. La Palabra de Dios es mucho más que la
preparación para la Eucaristía en la misa.

En los últimos siglos la Iglesia Católica, no se ha distinguido precisamente por la


veneración de la Palabra, especialmente en la misa, donde se enseñaba que la misa se
oía con tal de llegar al ofertorio. La lectura de la Palabra se encontraba antes del
ofertorio, al igual que ahora, con lo cual la veneración consciente de la Escritura,
especialmente de los fieles, era muy limitada. El sacerdote, o el ministro que proclamara
la Palabra de Dios, no estaban en mejores condiciones, por falta de formación bíblica,
por la forma de leer, la lengua, etc., sin duda no eran un estímulo, para quien leía, ni
para los fieles. Sin embargo, objetivamente, se veneraba la Escritura, a través de gestos,
ritos, etc, muy unidos a la liturgia. Aunque siempre hubo un grupo selecto de cristianos,
que entendían lo que oían o leían, y por tanto les llegaba muchos textos escriturísticos y
otros que se dedicaban a estudiar las Sagradas Escrituras. Se puede decir que la Iglesia,
objetivamente, sobre todo en la misa, veneraba la Sagrada Escritura, pero
subjetivamente, la gran mayoría de los católicos, no podían venerar lo que desconocían.

La Iglesia que es el cuerpo místico de Cristo, recibe el cuerpo glorificado del


Señor, y va realizándose como cuerpo de Cristo. Al alimentarse de la Eucaristía se va
realizando como cuerpo místico de Cristo, y el cuerpo glorioso de Cristo une a los fieles
en el cuerpo de la Iglesia. Algo similar puede decirse de la Palabra como pan de vida.
La Iglesia lleva consigo la palabra de Cristo, lleva a Cristo que es la Palabra, dirigida a
los hombres en su presencia, actividad y proclamación. La Iglesia recibe, es decir acepta
y escucha la palabra en la Escritura y se va realizando como palabra de Cristo. Esta
palabra convoca y une a los cristianos. La evangelización parte y lleva a la Palabra,
une al Cuerpo de Cristo, convoca a la asamblea litúrgica. En el caso del discurso del
pan de vida en Jn 6, el autor, dice que hoy en día se acepta la unidad de los dos temas,

12
en el capítulo a veces refiriéndose más a la Eucaristía y en otras a la Palabra, donde
ambos temas están en la primer parte del discurso, versículos 35-50, primero como
Palabra que se revela y luego como alimento eucarístico. Los versículos 51-58, se
refieren netamente al tema eucarístico.

El Concilio hace una analogía entre encarnación e inspiración, <<Porque las


palabras de Dios, expresadas con lenguas humanas, se han hecho semejantes al lenguaje
humano, así como en otro tiempo la Palabra del Padre Eterno, asumida la carne de la
debilidad humana, se hizo semejante a los hombres (DV 13) >>31. La Palabra de Dios
asume la naturaleza y palabras humanas, ese Dios que se encarnó en el seno de la virgen
María, asumiendo un cuerpo humano, sigue aconteciendo hoy día a través de su
Palabra, descendiendo y asumiendo el lenguaje humano. En ambos casos ocurre por la
con-descendencia divina, se da el anonadamiento de Dios y su cercanía al hombre. Son
dos modos distintos de presencia divina. Es un Dios que hoy día se sigue manifestando,
dando a conocer a todos. Alonso Schöekel lo comenta del modo siguiente <<...Cristo
resucitado asciende al cielo para enviar el Espíritu Santo, y perpetuamente lo envía a la
Iglesia. Las dos misiones están inseparablemente unidas: Por el Espíritu, la Palabra se
hace carne; por el Espíritu, la vida es transformada en Palabra…>>32.

En primer lugar Rodríguez quiere recalcar lo que dice el numeral 22, <<como la
Palabra de Dios debe estar siempre disponible, la Iglesia procura con solicitud maternal,
que se redacten traducciones aptas y fieles en varias lenguas, sobre todo de los textos
originales de los libros sagrados>>33. También este es un ámbito sumamente adecuado
para que los traductores católicos trabajen con hermanos de otras confesiones cristianas,
como dice el final de este numeral. Los exegetas y teólogos interrogan el texto con la
mirada presente en los cristianos de hoy día. Del numeral 23 destaca, <<la Iglesia,
instruida por el Espíritu Santo, se esfuerza por conseguir cada día una inteligencia cada
31
CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, 110.
32
A. A RODRIGUEZ, Importancia de la Sagrada Escritura, 11.
33
CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, 117.

34
Ibid.
35
Ibid. 118.
35
Ibid. 118.
36
Ibid.

13
vez más profunda de la Sagrada Escritura, para alimentar incesantemente a sus hijos con
las divinas enseñanzas>>34. El numeral 24 rescata que <<el estudio de las páginas
sagradas ha de ser como el alma de la teología>> 35, basándose aquí en el texto de la
encíclica Providentissimus Deus, de León XIII. <<También el ministerio de la Palabra,
esto es, la predicación pastoral, la catequesis y toda instrucción cristiana, en la que es
conveniente que ocupe un lugar importante la homilía litúrgica, se nutre saludablemente
y se vigoriza santamente con la misma palabra de la Escritura>> 36. Por último destaca
en el numeral 25 la recomendación de la DV sobre la lectura espiritual, orante, para
llegar así al sagrado texto a través de la lectura espiritual. Recordemos que la lectura de
la Sagrada Escritura debe ir acompañada por la oración, para que se pueda entablar un
diálogo entre Dios y el hombre, ya que como dice San Ambrosio, “a Él hablamos
cuando oramos, y a Él oímos cuando leemos las palabras divinas”, De officiis
ministrorum, I, 20, 88: PL 16 50.

Respecto a los aportes del Cardenal Martini, este quiere recalcar en primer
lugar un principio fundamental en la DV 21, <<es conveniente, que toda predicación
eclesiástica, así como la misma religión cristiana, se nutra de la Sagrada Escritura y se
rija por ella. >>37. Luego destaca en el numeral 22 la aplicación de este principio a las
traducciones en las lenguas modernas y en el 23, la necesidad del estudio profundo de
los textos por parte de los exegetas Subraya en el numeral 24 la importancia de la
Sagrada Escritura, como el alma de la teología. En el numeral 25 quiere destacar la
recomendación de la lectura de la Biblia a todos los fieles, en base a la expresión de San
Jerónimo <<Ignorar las Escrituras, es ignorar a Cristo>> 38. El tema de la lectura orante
y la lectura de la Sagrada Escritura deben ir acompañadas por la oración, para así
permitir el coloquio entre Dios y el ser humano.

Se trata, pues, de una lectura que podríamos llamar “espiritual”. Hecha bajo el impulso
del Espíritu Santo, gracias al cual “toda la Escritura es inspirada por Dios y es útil para enseñar,
convencer, corregir y formar en la justicia” (2Tim 3, 16). Y una lectura que se deja guiar por
aquel Espíritu de verdad que guía “a la verdad toda entera” (Jn 16, 13) y que “escruta todas las

34

35

36

37
Ibid. 116.
38
Ibid. 118.
14
cosas, incluso las profundidades de Dios” (1Cor 2, 10). Quiere, ser pues, una lectura hecha en la
Iglesia, en el surco de la gran tradición eclesiástica, en el cuadro de todas las verdades de fe y en
comunión con los pastores de la Iglesia39.

En este subtítulo, fue usado el esquema que utilizan los autores, Molinari,
Rodríguez y Martini.

1.2.2 Vocación universal a la santidad


Aquí Molinari40 buscará expresar la unión entre la configuración con Cristo, y la
santidad de vida. Reconoce en primer lugar la dimensión soteriológica de Cristo, en la
vida del cristiano, siendo esa la intención de San Ignacio en los ejercicios. En segundo
lugar la relación entre la dimensión eclesial y la vocación a la santidad, pasando por la
búsqueda de la función de cada cristiano en su vida para terminar con la dimensión
escatológica.

Respecto a la relación entre Cristo y los fieles, el Concilio la subraya con


inequívoca claridad, como una relación ontológica y vital, donde el Verbo se ha hecho
carne por amor a los hombres y para su salvación, para Él como cabeza, regalarles la
posibilidad de unirse a Dios de un modo especialmente nuevo. Cristo ha venido para
que los hombres tengan vida y la tengan en abundancia (Jn 10, 10), comunicando así al
género humano la vida de hijos en el Hijo, dándole así su vida divina. De modo que,
como personas admitidas y elevadas a la intimidad sobrenatural, puedan entregarse a
Dios, con las características típicas de quien participa de la vida divina.

Como la elevación del hombre a su origen sobrenatural, no suprime su propia


personalidad, de la misma manera el proceso de santificación en Cristo tiene lugar
según el modo de ser de la propia persona. Así lo ha expresado explícitamente el
Concilio y con insistencia, proponiendo claramente la doctrina de la vocación universal
a la santidad, en la configuración de vida con Cristo.

Los seguidores de Cristo, llamados por Dios no por sus obras sino por un designio y
gracia divinos, y justificados en el Señor Jesús por el Bautismo de la fe, han sido hechos
verdaderos hijos de Dios y partícipes de la naturaleza divina y, por lo mismo realmente santos.
Por consiguiente les es necesario, con la ayuda de Dios, conservar esa santidad que recibieron y
perfeccionarla en su vida, [LG 40 §1]41.

El Concilio ha querido positiva y explícitamente exhortar a los cristianos a vivir


conscientemente y con verdadero sentido de responsabilidad la vida divina, de la cual
39
C.M. MARTINI, La centralidad de la Palabra de Dios en la vida de la Iglesia, 4.
40
EEVII, 10-11.
41
CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, 59.
15
han sido hechos partícipes. Recordando claramente a todos el deber de apropiarse de los
sentimientos de Cristo y revestirse de Él, reafirmando así, que todos están llamados a la
santidad, a una unión cada vez mayor con Cristo, conformando su vida a Él, según las
exigencias y características de su estado y forma de vida. En virtud de esta enseñanza
conciliar, el cristiano no puede ser mediocre, ni decir basta, sino que debe darse con el
mayor esfuerzo posible a Cristo viviendo constantemente su consagración a Él. Desde
ahí se puede comprender el vínculo entre esta concepción cristiana y las meditaciones
claves de los Ejercicios, siendo en estos la característica dominante, la cada vez mayor
adhesión y conformidad con Cristo, desde la meditación del Reino hasta la de las dos
Banderas, los tres binarios y el tercer grado de humildad, junto con todo el sistema de
las elecciones.

La meditación del Reino42, se encuentra entre los numerales 91 al 98. La primer


parte referida a un rey humano (92-94), y la segunda (95-98), en referencia a Cristo
como Rey eterno. En el (95§5) seguir a Cristo en la pena y en la gloria, trabajando con
Él. En el (96) habla de ofrecer toda la persona a Cristo, trabajando por Él. Cristo hace
partícipe al ejercitante de su Misión. De manera que pueda ser sujeto de la
evangelización, destinatario de la misma y evangelizador. En el (97) habla de
realizar oblaciones en vistas a la oración de consagración de toda la vida. En el (98)
busca, con el favor de Dios, María y los santos, el mayor servicio y alabanza a Dios,
imitándolo en todo.

La meditación de las dos Banderas 43, va del 136 al 147. El autor quiere resaltar
en el (146) donde Cristo envía y buscar servirlo especialmente en pobreza y humildad,
y en el (147) pedirle a María poder estar bajo la bandera de Cristo, pelear por Él y
servirlo, para que Él nos elija y reciba en su ejército, tal como lo hizo ella.

La meditación de los tres binarios, va del 149-156. En el (151) se debe desear y


conocer lo que sea más grato a Dios, en (152) elegir lo que sea para mayor gloria de
Dios y salud del alma. En el primer binario (153) la persona no pone los medios para
estar con Dios, lo quiere pero no pone los medios para lograrlo. En segundo binario
(154) no se determina para dejarlo todo para ir a Dios, es decir que Dios vaya donde la
persona quiere. En el tercer binario (155) la persona deja de lado sus afectos para

42
EEVII, 87-89.
43
Ibid. 99-103.
16
cumplir la voluntad de Dios, busca servir y alabar a su divina majestad, hacer aquello
que lo mueva al mejor servicio de Dios.

Los tres grados de humildad44, están en los numerales 165-7. En el primer grado,
es necesario (165) humillarse para obedecer la ley de Dios. El segundo grado es más
perfecto (166) se refiere a la indiferencia ignaciana, no tener más honor que deshonor,
riqueza que pobreza, tener más vida larga que corta, etc. El tercer grado de humildad es
el más perfecto (167) incluye las dos anteriores, busca la alabanza y gloria de su divina
majestad, imitando a Cristo.

La meditación de las elecciones va del 169-18845. En el (169) San Ignacio, dice


que lo que uno elija debe ser para alabanza de Dios y salvación de su alma, con lo cual
la elección debe ayudarle para ese fin. El (172) dice que las elecciones inmutables, en el
estado de vida, no se pueden cambiar, sacerdocio, matrimonio, etc., en caso contrario
sólo sería elección humana y no divina. En (175) habla del primer tiempo de elección,
cuando Dios mueve a la persona y la atrae hacia sí, y ésta, sin dudar, se deja llevar por
Dios. En el segundo caso (176) es con claridad y conocimiento, teniendo en cuenta las
consolaciones y desolaciones y por discreción de espíritus. El tercer momento (177)
para decidir es cuando uno considera en primer lugar que fue creado para alabar a Dios
y salvar su alma, y hace la elección que mejor lo ayude en ese propósito. Esto lo debe
hacer con tranquilidad. Existen dos modos para hacer buena elección, en el primero,
179-183, uno debe tener en cuenta el fin para el que fue creado, sin afección alguna, con
la mayor indiferencia posible y así buscar aquello que sea para mayor gloria y alabanza
de Dios y su salvación, buscando siempre cumplir la voluntad de Dios, que Él nos
mueva, así discurriendo con el entendimiento y eligiendo lo que más se conforma con
su voluntad. Discerniendo debemos ver por donde la razón más se inclina, ofreciéndole
a Dios en oración la decisión, para ver si Dios está de acuerdo con ella o no, si está de
acuerdo con su voluntad, si es para su mejor servicio y alabanza. El segundo modo
para realizar una buena decisión consta de reflexionar si lo que mueve a la persona
a decidirse viene de Dios o no. Considerar aconsejar a una persona que uno no
conoce a que tome la mejor decisión, para mayor gloria y alabanza de Dios.
Imaginarse cerca de la muerte y en el momento del Juicio Final, mirando para
atrás como tendría que haber actuado, y actuar en consonancia. Todo esto ponerlo
en oración frente a Dios.
44
Ibid. 107.
45
Ibid. 108-114.
17
Para Molinari es evidente que los Ejercicios encuentran su confirmación y apoyo
en las orientaciones del Concilio46 que sirven a su vez para poner a plena luz el vínculo
existente entre las meditaciones anteriormente expuestas. Lleva a los ejercitantes, a
responder a la vocación propia de cada uno, consiguiendo así el ideal propuesto por el
Concilio a todos los cristianos.

El concepto fundamental es el de la incorporación a Cristo y la universal


vocación a la santidad, desde donde se funda y deriva. Lleva al autor, a indicar el
aspecto eclesial, como correlativo de esa realidad. El acento sobre la dimensión eclesial
de la vida humana en Cristo, es ciertamente una de las características que dominan en
los textos conciliares. Se subraya el hecho de que todo cristiano, que en virtud del
bautismo está consagrado y unido a Cristo, lo está también a la Iglesia, como Cuerpo
místico de Cristo. Todos los incorporados a Cristo, al estar unidos a Él, donde Cristo
mismo los vivifica, se encuentran también unidos entre sí. Las relaciones que los
distintos miembros tienen con la Cabeza, las tienen también con el resto de los
miembros, sin que se pueda prescindir de ellos. Cada miembro en virtud de la
comunicación que recibe de la Cabeza, Cristo, influye sobre los demás. Cada uno se
sostiene mutuamente y contribuye al bienestar de todo el Cuerpo y a su completo
desarrollo.

El Concilio al detenerse a describir la Iglesia como Cuerpo de Cristo, LG 7, ha


procurado desarrollar en los miembros de ese Cuerpo, el sentido de pertenencia a un
organismo vivo, para caer en la cuenta de los vínculos que unen unos a otros. A través
de las imágenes de pueblo de Dios y familia de Dios, LG 6, quiere mostrar que esos
vínculos revisten las notas más ricas de la unión fraterna.

Según Molinari, de estas dimensiones eclesiales, los ejercicios pueden y deben


sacar frutos fecundos. Orientados en ese sentido, lograrán conducir a los ejercitantes a
una generosidad mayor, dejando de lado los apegos individualistas, abriéndoles
horizontes más amplios. Así logra hacer entrar a los hombres en el ámbito de la Iglesia,
donde todos los miembros ejerciendo funciones diversas, están vitalmente ligados entre
sí y se integran para el bienestar de todo el organismo.

El Concilio luego de haber subrayado la unidad que existe entre todos los que
son de Cristo, ha indicado claramente los mil aspectos de la única santidad cristiana, que

46
EEVII, 11.
18
al ser cultivada en diversos géneros de vida y oficios, se diversifica tomando formas
diferentes, cf. LG 41.

El Concilio mediante decretos específicos, ha ofrecido a todas las personas de la


Iglesia, las líneas directivas que deben orientar la santidad, vida y actividad de cada
estado. Respecto a esto el autor enumera los distintos decretos del Concilio que hablan
de ello47. En primer lugar el decreto sobre el misterio pastoral de los obispos en la
Iglesia, Christus Dominus, el cual consta de tres capítulos: Los obispos con relación a
toda la Iglesia, los obispos en sus diócesis y cooperación de los obispos al bien común
de las Iglesias. El decreto sobre el ministerio y vida de los sacerdotes, Presbyterorum
Ordinis, consta también de tres capítulos: El presbiterado en la misión de la Iglesia, el
ministerio de los presbíteros y la vida de los presbíteros. La OT, Optatam Totius,
decreto sobre la formación sacerdotal. El cual versa sobre las normas de formación
sacerdotal en cada nación, mayor fomento de las vocaciones sacerdotales,
organización de los seminarios mayores. El cultivo más intenso de la formación
espiritual, revisión de los estudios eclesiásticos, fomento de la formación
estrictamente pastoral, y perfeccionamiento después de los estudios. Un decreto
sobre la apropiada renovación de la vida religiosa, Perfectae Caritatis y otro sobre el
apostolado de los seglares, Apostolicam Actuositatem, que contiene seis capítulos,
vocación de los seglares al apostolado, fines que hay que lograr, los campos del
apostolado, las formas del apostolado, orden que hay que observar y formación para el
apostolado. El decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia, Ad Gentes Divinitus,
está conformado también por seis capítulos, principios doctrinales, la obra misionera en
sí, las Iglesias particulares, los misioneros, ordenación de la actividad misionera y
cooperación; el decreto sobre las Iglesias orientales católicas, Orientalum Ecclesiarum
y otro sobre el ecumenismo, Unitatis Redintegratio, el que está formado por tres
capítulos, principios católicos del ecumenismo, práctica del ecumenismo, iglesias y
comunidades eclesiales separadas de la sede apostólica, orientales y occidentales.
También hay un decreto sobre los medios de comunicación social, Inter Mirifica. El
primer capítulo habla sobre las normas reguladoras del recto uso de los medios de
comunicación social, el segundo se refiere a la acción pastoral de la Iglesia, declaración
sobre la educación cristiana, Gravissimum Educationis. Existe además otra declaración
sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas, Nostra Aetate, otra
47
CONCILIO VATICANO II, 674-80.

19
declaración sobre la libertad religiosa, Dignitatis Humanae, y por último una serie de
mensajes a los gobernantes, hombres del pensamiento y de la ciencia, artistas, mujeres,
trabajadores, a todos los que sufren y a los jóvenes.

El Concilio consta de 21 documentos48. Las cuatro constituciones, son los


documentos fundamentales, ya que allí están las grandes preposiciones doctrinales, los
principios de reforma, renovación y las opciones pastorales.

Los decretos suponen, desarrollan y concretan las constituciones, son más que
simples aplicaciones disciplinares de la doctrina de las constituciones, ya que ellos
mismos contienen elementos doctrinales que prolongan y determinan perspectivas más
amplias de las constituciones.

Las declaraciones son manifestaciones sobre cuestiones de importancia sobre la


misión de la Iglesia en el mundo y relación con las religiones no cristianas, sociedades y
estados y permite dar a conocer la postura de la Iglesia, para que sus interlocutores
sepan a qué atenerse.

A este respecto Molinari49, expresa que estas directivas conciliares, conservan a


las personas unidas entre sí. Aún siguiendo caminos diversos, en virtud de la unidad del
organismo al que pertenecen y por el cual viven, deben penetrar en los ejercicios, en la
búsqueda de dirigir al ejercitante en la elección del estado, así como reforzar e
intensificar las disposiciones de la persona frente al cumplimiento de los deberes
propios del estado al que pertenece.

Cuando un cristiano, por medio de los ejercicios llega a comprender cuál es la


función que Dios le ha confiado en el seno de la Iglesia, debe aceptar esta vocación
particular, que naturalmente, viene a constituir una especificación de la vocación
genérica de todos los cristianos a la santidad. Siendo consciente que esta función,
adquiere importancia para el Cuerpo místico, debe ser cumplida sólo por él, al estar
ligada a características de su personalidad y vocación individual. El cristiano puede y
debe aceptar con gozo esta misión. Ese gozo deriva de saber que puede contribuir con
una aportación positiva a la edificación del Cuerpo místico. Al dedicarse con empeño a
esta misión por amor a Dios, actúa plenamente y con perfección la función que le
corresponde, y con todo su corazón y fuerzas al cumplimiento fiel, atento y constante de

48
Tema 2 Documentos del concilio Vaticano II, < http://es.catholic.net/op/articulos/48282/cat/931/tema-
2-documentos-del-concilio-vaticano-ii.html>, [consulta 10 de diciembre de 2016].
49
EEVII, 13-16.
20
aquellos deberes propios de su estado y misión personal. Así se santificará, viviendo
plenamente en Cristo, como miembro del Cuerpo místico, como persona donde Cristo
mismo vive aquello que él como miembro vive y pone a disposición total de la Cabeza.

Subrayando la multiplicidad de las funciones e invitando a todos los cristianos a


cumplirlas con diligencia para bien de la Iglesia, el Concilio ha puesto de relieve el
aspecto apostólico y misional, que deben permear la vida y actividad de todos los que
participan de la vida de Cristo, de su misión de anunciar la Buena Nueva. Esta
característica ya presente en los ejercicios, deberá ser desarrollada y profundizada, en
base a las orientaciones conciliares, que tratan de los distintos estados de vida, donde se
describen las cualidades especiales que deben tener, así como la vida y actividad de
cada estado.

La escatología, según Molinari, es lo que da razón de la situación misma de la


Iglesia y de su esfuerzo misionero, penetrando toda la constitución Lumen Gentium.
Esta orientación de la Iglesia tiende hacia la transformación final, cuando todo el género
humano y el mundo íntimamente unido a él, sea perfectamente instaurado en Cristo.
Esta tensión escatológica es la que sostiene, impulsa y anima a la Iglesia, en su ansia de
encontrarse con Dios, de descubrir su rostro, de estar a Él indefectiblemente unida.
<<La Iglesia a la cual todos hemos sido llamados en Cristo Jesús y en la cual, por la
gracia de Dios, conseguimos la santidad, no será llevada a su plena convicción sino en
la gloria celestial, (LG 48 §1)>>50. Ella, ahora, lleva necesariamente consigo las notas
opuestas de ser, pero no todavía completamente, de tener, pero no todavía en plenitud.
Esta dialéctica, tensión, más que obstaculizarla, explica su vitalidad, aspiraciones y
constante renovación, para ser siempre como su Esposo la desea.

De la real participación de una vida, que llegará a su plenitud sólo en la


eternidad, se deriva la tensión dialéctica que caracteriza la existencia cristiana. Nace en
el dinamismo característico de los que habiendo comprendido las riquezas del don que
Cristo les ha hecho, no admiten dilaciones, y fijan la mirada ya ahora en lo que les
espera, haciendo de su vida un compromiso serio y laborioso. Es una fuente de
dinamismo llena de amor, es el amor de Cristo que encendiendo consiguientemente en
nosotros el deseo amoroso de gozar de su presencia, nos pide en respuesta un amor
operativo.

50
EEVII, 14.
21
Es una equilibrada visión escatológica de la vida cristiana la que tiene en cuenta
tanto sus esperanzas y aspiraciones, como sus amarguras y dificultades, la que estimula
a un compromiso activo, que pone como contribución todos los talentos que Dios le ha
regalado a las personas, para que se cumplan así la función que el Padre les ha asignado
en el mundo. Según su vocación específica, la cual hace que los bienes terrestres, sean
por los hombres, consagrados e instaurados en Cristo. Esta visión por un lado impide
una visión demasiado optimista de la existencia, destierra el pesimismo deprimente y
acristiano de quien no es capaz de descubrir la presencia vivificante de Dios en cada
persona y en la realidad que la circunda.

Para el autor esta visión es la que debe entrar armónicamente en la temática


ignaciana, puede y debe conferirle un valor teológico más acentuado, más fecundo
respecto a la función de cada uno, tanto en su unión con Cristo, como en participar de su
actividad para bien de los hombres.

La consideración de su condición escatológica permitirá a los hombres apreciar


mejor las riquezas de la vida sacramental, dirigida toda ella a estrechar nuestra unión
vital con Cristo, lo que resulta evidente de modo especial en el Sacramento de la
Eucaristía, en torno al cual gravita nuestra vida, el signum efficax, verdadero signo
eficaz por excelencia de su unión salutífera con el Señor. Cada uno se nutre del Cuerpo
y la Sangre de nuestro Salvador que ahora triunfa en la gloria del Padre, unión de la que
Jesucristo mismo dijo “El que come de este pan, vivirá para siempre,… el que come mi
carne y bebe mi sangre, tiene la vida eterna y yo le resucitaré en el último día” (Jn 6,
51.54).

La tensión con que la Iglesia y cada uno de sus miembros, aspira a la plenitud de
la vida, eleva por consiguiente el pensamiento a lo que será la vida de la Jerusalén
celestial y hace comprender la importancia de la acción litúrgica por excelencia, el
sacrificio eucarístico con el que la Iglesia peregrina, se une a la celeste. Anticipa así la
participación en el sacrificio de alabanza que Cristo ofrecerá eternamente al Padre,
como Cabeza de toda la humanidad en Él recapitulada. Este es el fin último de los
ejercicios, conducir a los hombres: Dar a Dios, aquí en la tierra y luego en el cielo, la
mayor gloria.

22
Hasta aquí las afirmaciones de Molinari sobre las orientaciones y contenido del
Vaticano II en relación con los ejercicios espirituales, realizadas en el primer Congreso
Internacional de Ejercicios Espirituales en Loyola agosto de 1966.

CAPÍTULO SEGUNDO

LA ORACIÓN PERSONAL EN LOS EJERCICIOS

Los aportes sobre este tópico, serán recogidos del TEMA XI del libro51, basado
en el análisis de Gervais Dumeige S.J y la discusión del tema. Para este autor, los
ejercicios son una excelente escuela de oración personal, un factor indispensable para
alcanzar la madurez cristiana. La oración debe impregnar e inspirar la vida diaria del
ejercitante. La oración y el método, buscan la entrega de la persona con todas sus
potencias, toda la persona impregnada e inspirada por Cristo. Al considerar a la
oración, como el método, se busca mayor disponibilidad y entrega de la persona con
todas sus potencias. Se descubrirá en la oración una personalización creciente, que
conduce al orante a vivir de manera peculiar el Misterio de Salvación. El método
ignaciano es la experiencia personal del Misterio de Salvación revelado, esto es algo
que se sabe, pero en la práctica está olvidado. No son los ejercicios una lección de
teología espiritual, ni un ciclo de lecciones bíblicas, ni un acondicionamiento
psicológico. Simplemente el ejercitante realiza ejercicios, <<donde se dispone buscando
la divina voluntad, que el mismo Criador y Señor se comunique con su alma devota,

51
EEVII, 487-527.
23
abrazándola en su amor y alabanza y disponiéndola por la vía que mejor podrá servirle
en adelante>>52 (15§3-4). Cada fase en el desarrollo de los ejercicios, provoca y reclama
la entrega del que los hace, viviendo así esta experiencia interior, ya que lo que importa
es la reflexión personal. El que los dirige no puede interferir en la acción de Dios, que
favorece la reacción personal de quien los realiza ante el Misterio de Salvación,
actualizado en él.

2.1 El método ignaciano y la espontaneidad personal


La oración, tal como la presenta San Ignacio, es enseñada metódicamente.
Frente a esto se puede objetar entre otras cosas que la experiencia de una persona no es
comunicable. No se puede pretender encontrar a Dios y alcanzar el amor a través de una
técnica humana que pierde, o ahoga la espontaneidad, en el conjunto de prescripciones,
reglas y consejos. Se puede reducir la gratuidad de los dones divinos recibidos, ante
tantos esfuerzos humanos. Ante esto Dumeige dice que los métodos ignacianos de
oración personal, durante y después de los ejercicios, son bastante flexibles y variados,
para poder ayudar al ejercitante a encontrar su propia manera de orar con libertad y
espontaneidad. En la Iglesia tanto en la espiritualidad oriental como occidental, existen
desde hace siglos métodos de oración. De acuerdo con las condiciones concretas de la
vida del hombre, que debe aprender a orar, así como aprende a caminar y leer. San
Ignacio no los ha inventado, sino simplificado, y las adiciones demuestran su cuidado
de adaptación y flexibilidad. La actualización de las potencias que él recomienda,
respeta la variedad de la psicología humana.

En el método de oración ignaciana se sigue una línea de simplificación creciente,


de repeticiones y aplicación de sentidos. La multiplicidad de operaciones, desemboca en
una concentración interior. En esta última se reconocen mejor los sentimientos, la
consolación, desolación, (62)53, a medida que la persona va entrando en la dinámica de
los ejercicios, las recomendaciones y observaciones son más breves, y van
desapareciendo, pues se sabe mejor como disponerse para encontrarse con Dios. En la
contemplación para alcanzar amor, se deja libertad al ejercitante, para la elección de
cualquier otro modo que sintiere mejor, (235)54. Esta variedad permite la
personalización del método de oración, y es un instrumento, para poner al orante en la

52
ILEE, 48.
53
Ibid. 75.
54
Ibid. 135.
24
presencia de Dios, para que pueda hablar con él, reconozca, acepte amorosa y
activamente la voluntad divina y experimente así como Dios le ama y él debe
corresponderle. El sentido de la trascendencia divina se sobreentiende suficientemente
en los ejercicios, con lo cual no es necesario insistir en ella. Se busca ayudar al hombre
a ser más disponible, dócil, a la acción libre y liberadora del Creador en su creatura. Se
intenta que la persona, pida a Dios la gracia de la rectitud en sus acciones, de forma de
hablar con Dios ofreciéndose a Él, logrando el descubrimiento cotidiano de la presencia
de Dios en su vida. La quinta anotación dice que a quien ora mucho le aprovecha entrar
en ellos con gran ánimo y liberalidad con su Creador y Señor, ofreciéndole todo su
querer y libertad, para cumplir su santa voluntad 55. No sabe con precisión que espera
Dios de él, pero puede presentir que si se entrega totalmente a Dios, Él le va a conceder
lo mejor para quien ora. Esta entrega es todavía misteriosa y no personalizada, de a
poco se va desterrando el temor y la angustia, admitiendo vitalmente que Dios es más
grande que su corazón. Es bueno y ventajoso para el ejercitante reconocer la
trascendente bondad del Creador y Señor.

Nunca se trata de anticiparse a Dios, es necesario encontrar su voluntad actual en


el hombre, por los caminos queridos por Él, que no son los humanos, aún en los más
grandes deseos espirituales que se puedan tener. No es fácil discernir la voluntad de
Dios en las personas. Los impulsos e inspiraciones del corazón, deben ir acompañados
por una petición de luz divina, para obtener una confirmación divina. Se pasa de
consolación a desolación, pero con confianza en Dios hacia lo desconocido, que se
descubre de a poco, y no cómo ni cuándo uno lo espera.

La contemplación para alcanzar amor, ofrece al ejercitante la posibilidad de una


oblación más precisa y personal. El repaso con amor de todos los bienes recibidos de
Dios, que se da y está presente en esos dones y continuamente trabaja por las personas
en todas las cosas (236)56. Se establece la comunicación mutua del amor entre personas
que se aman, entre la ofrenda inicial y el <<tomad y recibid>> (234 §4) 57, y así se
desarrolla el itinerario interior de los ejercicios. La indiferencia ignaciana está en la
personalización de lo que se ofrece. Es una libertad ya liberada por Cristo, al estar más
decidida a ejercitarse en Dios. Existe una memoria penetrada de felicidad, una
inteligencia iluminada por la contemplación de Hijo de Dios y por su gracia. Una

55
Ibid 45.
56
Ibid 135.
57
Ibid.
25
voluntad reformada, reordenada, purificada, por la Pasión de Cristo, que encuentra en
<<el amor y la gracia>> (234 §5)58, la fuerza de adherirse con su <<Rey eterno y Señor
Universal>> (97)59 y a la voluntad del Padre. Todo esto gracias a la larga y purificante
experiencia que el hombre ha hecho de Dios que le salva y ama. En la entrega de todas
sus posibilidades, haciendo cuanto dependía de él. Quien realiza los ejercicios ha podido
alcanzar una conciencia personal del Misterio de Salvación.

Hay un conflicto entre la letra y el método, entre el Espíritu y la libertad. El


Espíritu no tiene necesidad de métodos para actuar, pero, su gran variedad permite
descubrir el temperamento espiritual de cada uno, y la manera con que Dios quiere
conducirle personalmente. Hay que insistir y ayudar al ejercitante a que encuentre su
manera peculiar de orar, recordando que el progreso humano no es lineal. La línea no va
de la humilde oración vocal a la meditación de las tres potencias, para culminar en la
aplicación de sentidos, los itinerarios espirituales humanos son más complicados, y a
veces es necesario volver a los procedimientos extremadamente simples y humildes.
Cuando uno se fatiga, es bueno volver a usar el segundo o tercer modo de orar, con la
Sagrada Escritura, texto en mano. La Lectio continua o Divina durante los ejercicios se
recomienda fuera de los tiempos de oración propiamente dichos (100)60.

La “lectio divina” se hará con un esfuerzo apacible de recogimiento, interiorización, con


una cierta atención, una motivación sagrada, que al leer “el alma debe estar poseída… de plena
adhesión, pleno abandono y entrega de sí misma a lo que ella oye, y a Aquel a quien escucha…
Lo más importante en toda Palabra de Dios es la abertura que de su propio corazón Dios nos
hace allí; por el cual nuestro corazón debe ser tocado y cambiado totalmente” (L. BOUYER,
Introduction a la vie spirituelle, p, 55-57)61.

En la oración ignaciana se vuelve a encontrar la diversidad de las grandes


actitudes espirituales fundamentales del hombre: La adoración, disponibilidad al
servicio de Dios, la alabanza, la admiración, el sentimiento estático por el que uno sale
de si, del egoísmo. El método ignaciano permite contemplar e introducir a la persona en
el Misterio de Salvación, por tanto, se encuentran en ellos las actitudes religiosas
fundamentales del cristiano.

No se pueden aprender los sentimientos, sí las lecciones, tesis de los exámenes,


etc. La persona no puede normalmente aprender sentimientos que chocan y rompen su

58
Ibid.
59
Ibid. 88-9.
60
Ibid. 89.
61
EEVII, 508.
26
espontaneidad; no puede revestirse de ellos como quien se pone un vestido. Se
considera una intromisión tratar de producir los sentimientos de la oración, si uno no los
experimenta espontáneamente. Lo que sí se puede hacer es conducir al ejercitante, de
modo que se despierten en él los sentimientos religiosos.

2.2 La entrega activa de todo el hombre


La persona debe disponerse, entregarse a la acción divina; esta receptividad
humana se adquiere por una constante actividad donde todas las facultades pueden y
deben ejercitarse plenamente, para lograr ese fin. En general en los ejercicios, se hace
referencia explícitamente o se evoca frecuentemente la memoria, la imaginación, los
sentidos (corporales, imaginarios, espirituales), la razón como opuesta a lo sensible, y la
sensibilidad espiritual. La afectividad no se nombra directamente, pero está siempre
presente en los coloquios. Todos estos elementos llevan a la búsqueda de Dios y
perfeccionamiento de la personalidad espiritual. Es conveniente concebir como un todo
estos factores, cuya interpretación e interacción es constante en quien realiza los
ejercicios. Con los enunciados, necesariamente analíticos, no se trata de hacer una
distinción entre el juego natural de las facultades y su ejercicio sobrenatural, sino que lo
que pertenece a la persona, debe ser utilizado para ordenarla, purificarle y para tender a
una mayor libertad en Dios.

Para San Ignacio, la memoria es la capacidad de representación, que une el


pasado con el presente, asegurando la permanencia del yo. Es preciso limpiarla y
ordenarla, centrándola en la historia verdadera del hombre, tal como Dios la ha querido
y el hombre la ha hecho. La persona se dispersa por recuerdos que le distraen y deseos
reavivados que le descarrían, estrechando sus horizontes, no permitiendo que se sumerja
en la historia de si mismo y lo que lo rodea. Su tarea por tanto es enlazar el tiempo
humano con la eternidad divina, confrontando así, la infidelidad tanto general como
personal, con la fidelidad de Dios. Esta última representará, haciendo viva, la historia de
salvación. Mediante la actividad espiritual de la persona, Dios intentará tocarle el
corazón para transformar al hombre de espectador distraído, en actor atento,
directamente alcanzado por la acción redentora de Dios.

La inteligencia tiene la función de discurrir, considerar, esperar, reflexionar


interior y personalmente, apreciar el desorden de las acciones, y valorar la liberalidad
divina. Ella detalla, analiza, profundiza, contempla, donde cree encontrar algún

27
provecho espiritual, se detiene y mora. Lo que importa es interiorizar, personalizar,
gustar una verdad, porque ahí es dónde Dios habla. No se busca tanto el saber
intelectual sino pasar del saber al sabor; la inteligencia simplifica y se hace más capaz
de Dios. Como facultad contemplativa, ella penetra el designio redentor, al mismo
tiempo que es penetrada por Él.

El movimiento de interiorización y espiritualización se realiza por la sensibilidad


del hombre. Los sentidos y la imaginación, entran en juego en los ejercicios, dándole al
hombre sensaciones y representaciones. La imaginación suministra imágenes, que
alimentarán los sentimientos que el ejercitante debe tener en los diversos momentos de
su experiencia. Para santificar los sentidos, se representa el ejemplo del Señor
haciéndole, al orante, ver, escuchar, sentir, gustar y tocar, cosas sagradas (composición
de lugar, misterios de la vida del Señor). Pasa así activamente de lo visible o
imaginario, a lo invisible y comienza a tener sentidos espirituales. Por ejemplo, <<como
la divinidad se esconde>> (196)62, cómo el Señor resucitado <<trae el oficio de
consolar>> (224)63, gustando <<la infinita suavidad y dulzura de la divinidad>> (124)64.

En los ejercicios los gustos están unidos a los sentimientos. El sentir es la


percepción consciente de los movimientos de los diversos espíritus, mociones divinas y
acción de la gracia. Como conciencia directa o refleja de la consolación o desolación,
crea en el hombre una inclinación hacia lo que más agrada a Dios, transformándose en
un instinto espiritual de lo que es, según la gloria de Dios. Si logra alcanzar un grado de
intensidad bastante elevado, reaparece en los acontecimientos de la vida cotidiana,
como un reflejo para actuar y reaccionar según la voluntad del Señor. San Ignacio llama
“unción del Espíritu Santo” a esta sensibilidad espiritual, el hombre preparándose puede
llegar a ella, pero sobre todo sigue siendo una gracia y don de Dios.

La oración ignaciana, hace intervenir también a la voluntad, la mueve. Las


discretas formulaciones de los coloquios, indican los afectos diversos que la expresan, a
lo largo del itinerario espiritual. La conciencia de Dios lleva al arrepentimiento, el dolor
de los pecados personales, el deseo de imitación en la participación de los sentimientos
del Redentor, etc. Este es el deseo que la persona tiene de amar, seguir, asemejarse,
unirse con Cristo en una estrecha relación personal. La oración se define clásicamente
como elevación del alma a Dios.
62
Ibid. 120.
63
Ibid .132.
64
Ibid. 95.
28
La oración obliga a la persona a volverse hacia lo esencial, Dios, sin abandonar
su vida concreta, situándose en el plano de la fe, allí donde está la verdad de su
existencia personal, donde la persona ve como se debe realizar, para ella, el designio de
la gracia de Dios. El esfuerzo total y continuo de todo su ser, atestigua su búsqueda y
espera de Dios, tomando a su vez consciencia de su limitación y experiencia de que su
amor sólo será puro y libre, cuando Dios habite en su corazón.

Esta oración personal es del hombre como un todo donde importa el cuerpo, las
actitudes y posiciones, que pueden favorecer o no una conversación o espiritualización
de todas sus potencias, facultades del alma. La memoria y la voluntad llevan a la
conciencia del pecado. En primer lugar corrupción del género humano (51 §2)65, en
segundo lugar Dios les dijo que no comieran del fruto del árbol de la ciencia del bien y
el mal y tentados comieron (51 §3-§5)66 y por último por un pecado mortal se va al
infierno (52)67. Mostrando la gravedad del pecado y malicia contra el creador y Señor.
San Ignacio, habla también de otras potencias, como los deseos, donde aparece el
dinamismo de la psicología y la espiritualidad. Marcado en el <<solamente deseando y
eligiendo lo que más>> (23§7)68, el magis característico de San Ignacio, con la tensión
hacia una constante superación. Los deseos orientan al hombre, movilizan su impulso
interior, actividad y afecciones.

La memoria, según San Ignacio es espiritual, es capacidad de representación que


une el pasado pecador del hombre con su porvenir en Dios, la infidelidad humana, con
la fidelidad de Dios.

La inteligencia va siendo conducida, guiada, bajo la acción de la gracia, a la


visión contemplativa con la mirada espiritual de las cosas de Dios. Pasando del saber al
saborear, se hace, más capaz de Dios, especialmente en la aplicación de sentidos.
Aprende a interiorizar y personalizar, preparando al hombre para que le entregue su
corazón a Dios.

La voluntad es la potencia afectiva que acerca al Otro, para realizar la


comunicación de lo que se tiene y de lo que uno es. Es el corazón en el sentido de San
Agustín, <<las afecciones de la voluntad>>, en las discretas fórmulas de los coloquios.
Con la inmensa riqueza de los sentimientos que el hombre puede expresar para llegar a
65
Ibid. 71.
66
Ibid.
67
Ibid. 72.
68
Ibid. 58.
29
la relación personal con su Señor. <<Moviendo más los afectos con la voluntad>> (3§2,
50§6)69.

Una de las acepciones de San Agustín, de cogitatio 70, como sinónimo de cor,
corazón, es la de algo de lo que la persona tiene que desapegarse, purificar cualquier
anhelo desordenado de las cosas temporales, desapego voluntario que Dumeige vincula
a las afecciones de la voluntad, de las que habla San Ignacio en los ejercicios. San
Agustín habla de cor, como de lo interior del hombre, o el hombre interior y del
lenguaje interior, lo que el hombre se dice a si mismo. En ese sentido le habla a su hijo
Adeodato, en el diálogo De Magistro, vinculado a las expresiones hombre interior, Ef 3,
16, y templo interior, 1 Cor 3, 16, de San Pablo. Esta es una de las expresiones que San
Agustín toma de la Escritura.

Debe haber un movimiento de interiorización y espiritualización realizado por lo


sensible del hombre con la correspondiente purificación de los sentidos, ordenando la
actividad caótica. Los sentidos se introducen en la vida de las personas y se imponen.
Los ejercicios santifican los sentidos, haciéndolos pasar de lo visible e imaginario a lo
invisible, trascendente, formando así los sentidos espirituales, permitiéndoles ver, sentir,
gustar y escuchar a Dios mismo. Esa sensibilidad espiritual, permite una mejor
comunicación del Creador con la creatura, y viceversa, en la oración. La afectividad
espiritual debe ejercitarse en los coloquios, a veces, sugeridos en términos concretos o
sometidos a la espontaneidad personal del ejercitante, es decir, al compromiso de todo
el hombre que le conducirá a ser aprehendido por el Misterio Redentor de Dios.

2.3 Oración personal


De aquí en adelante se tratará sobre la discusión del tema, realizada en el
congreso. No se ha hecho anteriormente en la ponencia del P. Paolo Molinari S.J,
porque la misma era una síntesis de lo expresado, no así en este caso, al encontrar varios
aportes a lo expresado por Dumeige en su primera intervención.

Las dos oraciones son importantes, tanto la personal, subjetiva y privada, como
la comunitaria, objetiva y pública. Se destaca como fecunda la tensión entre ambas. El
ser llamado a orar en común no puede hacer descuidar a la persona de entrar en su
69
Ibid. 71.
70
< http://www.patristique.org/sites/patristique.org/IMG/pdf/61_vii_4_02.pdf>, pag. 356, [consulta 17 de
diciembre de 2016].

30
aposento para orar al Padre en secreto, SC 12 71. La plena eficacia del Misterio será
alcanzada cuando los fieles vayan a la Liturgia, con el corazón rectamente dispuesto,
para poder cooperar con la gracia de lo alto, SC 1172. Hay complementariedad entre
Liturgia y oración personal. La oración personal, prepara la tierra, el corazón, para que
reciba la Palabra de Dios, quien la escucha, de manera que esta última no pase por alto
para la persona, sino que la transforme. Es necesario meditar la Palabra, antes de ser
proclamada, para poder asimilarla mejor. La DV 25 nos recuerda que la oración debe ir
a la par con la lectura de la Sagrada Escritura, de manera de poder entablar un diálogo
entre Dios y el hombre, tanto antes como después de la proclamación de la Palabra de
Dios. Se impone la oración personal, como complemento a la escucha o proclamación
de la Palabra de Dios en la Liturgia. El sentido universal de la salvación, manifestado en
algunas contemplaciones ignacianas, es el mundo entero que la Santísima Trinidad
contempla para salvarlo (102, 107§2)73. El sentido apostólico es la idea de misión a
favor de los demás que anima las dos Banderas (137)74, (145-6)75. La Contemplación
para alcanzar amor, orienta hacia una visión del mundo en Dios y en Cristo (234 §1-2,
235 §1-2, 236-7§1)76. El actuar como miembro del Cuerpo de Cristo, exige tener <<el
sentido verdadero que en la Iglesia militante debemos tener>> (352) 77. El sentido de
hacer ahondar esta visión en el alma del orante, es para que viviendo en la Iglesia y por
ella, vaya al mundo y actúe en él, Reglas para sentir con la Iglesia (353-70)78.

Los que prefieren la oración comunitaria a la privada, silenciosa, afirman que en


la personal no pueden hallarse a sí mismos, ni buscarse dentro de sí, sino mediante los
otros. Las condiciones de la técnica moderna y la vida de los sentidos, nos proyectan
continuamente hacia lo exterior, lo que lleva a las personas a tener cierta dificultad
psicológica para entrar dentro de sí mismas.

La psicología moderna también subraya la necesidad del retiro para poder ir a


los otros de un modo verdaderamente humano, con una profunda reflexión personal,
sobre sí mismos y sobre las relaciones con los otros. La experiencia espiritual muestra

71
CONCILIO VATICANO II, 130.
72
Ibid. 129.
73
ILEE., 90-1.
74
Ibid. 99.
75
Ibid. 100-1.
76
Ibid. 134-5.
77
Ibid. 180.
78
Ibid. 180-5.

31
que el hombre tiene que identificarse con Dios en Cristo, para hallarse mejor con los
otros, también en Cristo y en Dios. Esta identificación con los demás, esta en función de
las relaciones con Dios.

Dumeige se pregunta si es necesario para encontrar a Dios en todas las cosas,


prepararse por medio de la oración personal y solitaria. Según él, para San Ignacio, la
acción permite ciertamente encontrar a Dios, pero la acción apostólica, no siempre se
toma puramente por Dios, por eso la necesidad de examinarse ante Dios para
reordenarse. Debemos prepararnos para la acción, purificando antes y después la
rectitud de intención, para discernir con el Señor lo que se debe hacer. Es importante la
necesidad de un cierto aprendizaje, bajo las formas de reflexión tranquila, petición de
gracia, convicción profunda de que cada uno es servidor de Dios, instrumento de su
acción en el mundo, para así encontrar a Dios en todo. ¿Cómo llevar a Dios a los demás,
si no estamos en contacto con Él? ¿Cómo dar testimonio de los valores espirituales, si la
persona no ha hecho el debido respeto y honor de una presencia atenta y contemplación
orante? No hay que entregarse a la oración por miedo de ir al mundo, sino con la
convicción de que es Dios quien ayudará a los hombres a dar con Él. No se trata sólo de
un principio, sino sobre todo de una experiencia, la de San Ignacio y tantos otros que
han hecho los ejercicios.

La evangelización es una experiencia, un proceso, que tiene una dimensión


espiritual. Esta última incluye la oración personal, comunitaria, apertura a Dios y
una propuesta espiritual concreta. Esa propuesta tiene dos partes, los sacramentos
y la vida espiritual. Dentro de esta última ubicamos la necesidad de formación, de
ahí la propuesta de diálogo entre Molinari y Dumeige, para enriquecer la
dimensión espiritual de la evangelización.

La oración privada que necesariamente se realiza en los ejercicios debe ser


personal. La oración ignaciana es personal y privada, mientras que la litúrgica es oficial,
comunitaria y pública. Siendo ambas oraciones personales, en la oración litúrgica se
realiza una acción simbólica, sacramental. La misma no se da en otras oraciones no
litúrgicas, que pueden ser privadas o comunitarias, no oficiales, como rezar las letanías,
el rosario, la coronilla de la misericordia, etc. La oración litúrgica, ritual y sacramental,
es siempre comunitaria, y en principio, requiere de una comunidad, con trascendencia
comunitaria.

32
La liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la
fuente de donde mana toda su fuerza. … 11. Mas, para asegurar esta plena eficacia, es necesario
que los fieles se acerquen a la sagrada liturgia con recta disposición de ánimo, pongan su alma
en consonancia con su voz, y colaboren con la gracia divina, para no recibirla en vano. … 12.
Con todo, la participación en la sagrada Liturgia no abarca toda la vida espiritual. En efecto, el
cristiano, llamado a orar en común, debe, no obstante, entrar también en su cuarto para orar al
Padre en secreto (cf. Mt 6,6). … pedimos al Señor en el sacrificio de la Misa que, “recibida la
ofrenda de la vida espiritual, haga de nosotros mismos una ofrenda eterna para sí” [SC 10-
12]79.
Aquí el Concilio resuelve la aparente contradicción entre la oración personal
privada y la litúrgica.

Se podría también distinguir entre oración personal privada y comunitaria no


necesariamente litúrgica; ambas siguen sus ritmos distintos. En la oración personal el
ritmo lo pone cada uno. En la comunitaria el objeto de la oración es común a todos y se
impone, hay una finalidad común. En la privada cada uno guiado por Espíritu Santo
elige el objeto de su oración. Esta distinción se apoya en el doble aspecto de la persona,
que es a la vez centro y sujeto de relaciones, ambos aspectos se complementan. Si la
persona no se expresa en comunidad, no acaba de perfeccionarse, pero a su vez debe ser
plenamente autónoma. La oración cristiana debe expresarse comunitariamente, al
mismo tiempo requiere una entrega personal del corazón hasta llegar al contacto
inmediato con Dios. Cuando se oye hablar de la soledad que sienten algunas personas,
espontáneamente, debería surgir la pregunta, ¿cómo es posible que en una vida de fe
cristiana se tenga experiencia de soledad? El cristianismo no ha respondido a la
necesidad absolutamente esencial de que Él es amor. El Concilio nos recuerda, que la
ley fundamental del cristianismo, la única ley, es amar a Dios y al prójimo por Él. Amar
a los demás y no sólo como intercambio de dones, sin el cual no habrá un verdadero
amor de amistad, ágape.

No debe oponerse la entrega de toda la persona a la oración, con su respectiva


dimensión eclesial y comunitaria. Aunque la persona ore en soledad, no por eso deja de
ser un miembro vivificado y vivificante en el Cristo Total, que es la Iglesia.

En los libros sagrados el Padre que está en los cielos sale amorosamente al
encuentro de sus hijos y conversa con ellos. Es tan grande la fuerza y el poder que hay
en la Palabra de Dios, que es sustento y vigor de la Iglesia, firmeza de la fe para los
hijos de la Iglesia, alimento del alma, fuente pura y permanente de vida espiritual (DV
21)80.

79
CONCILIO VATICANO II, 129-30.
80
CONCILIO VATICANO II, 116.
33
El silencio es la condición para esta oración personalizada. La palabra no
aparece específicamente en los ejercicios, pero estos se refieren mucho a él. En el
silencio se afirma la agudeza espiritual para descubrir la voluntad de Dios, no sólo para
la determinación de estado, o determinaciones más concretas, cómo obrar de acuerdo a
lo que Dios quiere, desde lo que cada persona es y en las continuas elecciones
cotidianas. ¿Cómo saber discernir el buen o mal espíritu que mueve a cada persona?
Para el autor es necesario centrarse en Dios y darle toda la atención posible. Es muy
posible que la oración en el silencio sea muy dificultosa, en especial para las personas
que tienen pavor a la soledad, pero esta oración silenciosa, más allá que me encuentre
desolado o aburrido, delante de Dios y por Él, es un homenaje a Dios. Este tiempo que
no pasa, aparentemente sin frutos, se lo ofrezco igual, en forma gratuita, encontrando en
esta oración el acatamiento ignaciano, (39 §4)81 y (114 §2)82. En el primer caso de
reverencia y honor a Creador, y en el segundo presentarse a la Sagrada Familia, con
toda la reverencia y acatamiento posibles, con el respeto profundo que experimenta un
hombre cuando está sobrecogido por una presencia, la Presencia que evocan los salmos
al hablar de in conspectu Domini, desprendiéndose uno de sí mismo aceptando ser
modelado por Dios.

Jesucristo nos ha dado ejemplo de oración solitaria antes de elegir a los doce, Lc
6, 12-13. Luego de la multiplicación de los panes, Jn 6, 15. Luego de curar a la suegra
de Pedro, a los enfermos y endemoniados, Lc 4, 42. La agonía en Getsemaní, Mc 14,
35.39. La soledad con Dios, no es encerrarse en una pequeña torre, desde la cual mirar
al pobre mundo, sino que es la adquisición de una fuerza interior, no humana, pero que
sin ella no podría el hombre ir provechosamente a los demás. En un segundo momento
la oración silenciosa y solitaria, tiene un efecto comunitario y apostólico. Pablo VI le
escribió una carta al Cardenal Cushing, diciéndole que en el retiro <<“el alma a solas
con Dios, se dispone generosamente al encuentro con Él y ser maravillosamente
fortalecida e iluminada por Él”, y que este “retiro no es el lugar para introducir
innovaciones comunitarias, que, buenas en sí mismas, podrían reducir su eficacia”83>>.

Para el autor es necesario educar la fe y pueden existir estructuras psicológicas


para que esa educación se realice con éxito. Los ejercicios son una propuesta para hacer
vivir al ejercitante la posibilidad de si quiere ser verdaderamente persona humana,

81
ILLE, 64.
82
Ibid. 93.
83
LESI, 510.
34
completa y responsable, si quiere desarrollar lo que quiere ser, lo que Dios quiere para
ella. La oración ignaciana, no importando las dificultades, le ofrece a cada uno aquello
que lo situará ante Dios y en Él, y le hará ser él mismo con mayor plenitud. Hechos y
personas, se insertarán mejor en el lugar que les corresponde dentro del Misterio
Redentor y con sus propios talentos.

También cree oportuno tener en cuenta la cuestión, de si la oración personal


conduce al hombre al progreso en la profundización del Misterio de Dios. En la tercera
y cuarta semana se pasa desde el compromiso activo a la pasividad, donde uno es
poseído por Dios.

La experiencia de las desolaciones y consolaciones, el fastidio, la fatiga, la sequedad, la


prevalencia de juicios humanos, la inmersión en sentimientos naturales, el oscurecimiento de la
fe, pueden ser ocasión para un progreso real. Si yo reacciono personalmente ante Dios,
soportando y aceptando ser purificado, coincido con el Misterio redentor, que no trae
únicamente el signo de la floración, sino que es muerte que lleva a la vida. “Cristo, aún siendo
Hijo, ha aprendido dolorosamente lo que era obedecer” (Heb 5, 8). Si yo hago mía la desolación
y admito positivamente este despojo espiritual, puedo creer humildemente que el Señor me
configura más con el Hijo de su predilección84.

Es preciso ayudar a la persona a encontrar su ritmo personal en la oración y para


ello es importante la variedad de métodos de oración que existen en los ejercicios, con
lo cual hace falta enseñarlos, mostrarlos en toda su riqueza, poniéndolos de relieve, sin
por eso reducirlos, por estrechez o endurecerlos por rigidez, para poder encontrar la
verdadera oración ignaciana rica en espontaneidad. Para que cada uno encuentre el
ritmo personal de su oración, es necesario subrayar las condiciones de la oración
propuestas por San Ignacio, que pueden ser trasladadas también, con las convenientes
adaptaciones, a la vida ordinaria. En ellas hay dos puntos de enorme actualidad, el
primero es el retiro, del cual se siguen provechos principales, que San Ignacio expresa
en la anotación (20)85. El primer provecho está en el (§6) y dice que el hecho de
apartarse de las personas y trabajo, por servir y alabar a Dios es porque Él lo merece. El
segundo (§7) al estar apartado el ejercitante, teniendo el entendimiento puesto sólo en
servir a su creador y aprovechar su propia alma, haciendo uso de sus potencias naturales
más libremente, para buscar con diligencia lo que tanto desea. El tercer provecho, (§9)
al estar el alma más sola y apartada, se hace más apta para acercarse y llegar a su
Creador y Señor, disponiéndose así para recibir gracias y dones de su divina y suma
bondad, (§6-9). Esta condición del retiro, para poder encontrar a Dios en los ejercicios,
84
Ibid.
85
ILEE, 52.
35
tiene también gran actualidad en la vida cotidiana, donde para hallar a Dios es preciso el
retiro previo de la oración, completándose así el círculo de la oración al trabajo y
viceversa, del que habla Nadal.

El segundo punto de actualidad, es dar un tiempo largo a la oración, anotaciones


(12 y 13)86. La anotación 12 se refiere a estar un mínimo de una hora en cada
contemplación, donde el alma quede plenamente satisfecha, ya que el enemigo suele
procurar acortar la hora de la contemplación, meditación u oración; como lo recomienda
en el número (128 §2)87. En la 13 advierte, que a diferencia de la consolación, en la
desolación es muy difícil cumplir la hora, por eso el ejercitante debe estar un poco más
de la hora, venciendo así las tentaciones y logrando derrocar, no sólo resistir al
adversario. La teología común de los ascetas, es que para hallar a Dios en la oración,
hace falta tiempo sosegado en el que poco a poco, todo el hombre se va impregnando de
Dios. Este es el fundamento psicológico de las repeticiones ignacianas, con ellas se
puede llegar a establecer con profundidad el contacto personal con Dios, durante el cual
orando y examinando las mociones, aprenden las personas orantes a percibir y distinguir
la voz de Dios.

Esa hora entera de oración que pide San Ignacio, es para que el alma se sacie
plenamente, de manera que <<el ánimo quede harto en pensar que ha estado una hora
entera en el ejercicio>>, (12 §2)88. Eso habría que trasladarlo a la vida ordinaria, donde
también hace falta tiempo para buscar a Dios y hallarlo.

San Ignacio resume las demás condiciones de la oración en las <<adiciones para
mejor hacer los ejercicios y para mejor hallar lo que desea>> 73 89, que pueden
trasladarse en cierto modo a la vida ordinaria, con fruto notable para el progreso en la
oración. La experiencia atestigua cuan fecunda es la fidelidad a las adiciones ignacianas
y de gran valor psicológico. Por medio de ellas se facilita la entrega de todo el hombre a
la disponibilidad divina.

San Ignacio ha buscado formar hombres contemplativos en la acción, para ello


nos ha dado los ejercicios como escuela de oración. En ellos ha colocado a los
ejercitantes en la perspectiva de la Historia de la Salvación, cuyo centro es el Misterio
pascual, donde el hombre realiza también su éxodo para adentrarse en el misterio más
86
Ibid. 47.
87
Ibid. 95.
88
Ibid. 47.
89
Ibid. 79.
36
íntimo de Dios. Este movimiento se realiza durante todo el método ignaciano, como
obra de Dios en el hombre, que nada puede hacer por sí mismo. La iniciativa para poder
orar debe venir de la gracia de Dios.

Los ejercicios son una existencialización del Misterio pascual, una metanoia en
el sentido bíblico más amplio. Debe realizarse en cada oración y en cada parte de los
ejercicios, colocando a la persona primero en actitud de humildad, que es apertura a la
gracia y generosidad total. Desde esa actitud, debe trabajar perseverantemente
<<andando siempre a buscar lo que quiero>> (76 §1) 90, sin mudar la disposición del
alma a encontrar lo que quiere, ni la disposición corporal, dejando que el Espíritu le
lleve adelante adentrándole en el misterio de Cristo. El discernimiento de espíritu ayuda
a seguir mejor la acción de Dios en el alma. Esa transformación sublime, integrada en la
persona y por tanto luego en la vida ordinaria le llevará a buscar y hallar bajo la acción
del Espíritu, “lo que quiere”, que es esencialmente lo que Dios quiere.

2.4 Ejercicios y vida cotidiana posterior


No todo lo que uno capta queda asimilado, lo que el hombre actúa con sus
facultades, no siempre queda integrado en su psicología. Para lograr esa perseverancia
en la oración, en la vida de la persona, se necesita integración. La voluntad no es una
facultad aislada, sino que actúa dentro del complejo humano, busca lo que quiere y
tiende hacia ella. En el sistema ignaciano interviene todo el hombre, cuerpo y alma,
sentidos internos y potencias, por tanto las ideas no quedan sólo en un plano intelectual
sino que trascienden a la persona, realizando el conocimiento interno, existencial,
integrado totalmente en la persona. Logra así una personalidad cristiana perfectamente
unificada, actúa como tal en todas las circunstancias de la vida, a través del ritmo
ignaciano sosegado, sin meditaciones rápidas que pasan sin dejar apenas huella en la
persona.

Los que han practicado bien la oración, según San Ignacio, encuentran después
gran facilidad para llevar una vida interior sobrenatural, encontrando fácilmente a Dios
en las actividades cotidianas.

En los ejercicios se reconocen hasta nueve modos distintos de orar, pero todos
tienen en común la comunicación con Dios. Según sea el modo de esta comunicación, la
oración podría ser vocal, mental y también aquella que se aprende con la experiencia,
90
Ibid. 80.
37
dinámica. Esta última es el fruto de una oración personalizante, por la que el misterio
divino queda integrado en cada persona. Para lograr esta divinización en la vida activa,
antes debe existir una personalización cristiana, por medio de la oración formal donde
se asimila a Dios.

Lo que da autenticidad a la oración dinámica es la perfección en las obras y en la


vida ordinaria es la expresión concreta de la voluntad de Dios. Oración, estudio,
actividad profesional, ministerial, deberes familiares, etc., son la expresión de la
voluntad de Dios. En la oración se busca siempre el conocimiento de la voluntad de
Dios y la gracia para cumplirla. La oración y la subsiguiente actuación de la voluntad de
Dios son el primer factor para el perfeccionamiento intelectual, moral y físico de la
persona.

Todos los fieles cristianos se santificarán cada día más, en las condiciones, trabajos o
circunstancias de su vida, y precisamente por medio de todo eso, si reciben todo de la mano del
Padre celestial con fe y cooperan con la voluntad divina, manifestando a todos, incluso en el
mismo servicio temporal, la caridad con que Dios amó al mundo [LG 41 §7]91.

El cumplimiento fiel de la voluntad de Dios supone, naturalmente, haber llegado


en la oración al amor apasionado a Jesucristo. En este enamoramiento está la solución
de todo, es la experiencia religiosa profunda, en la que tanto insiste San Ignacio, la
integración perfecta de Dios en toda la persona, y por tanto en su vida. Esta integración
personalizante puede ser consciente o no, pero si la persona hace verdadera oración, no
tiene que preocuparse de que su oración influya en su vida pues necesariamente influirá.
La oración dinámica no es tal, si la acción que se realiza, no es absolutamente la que
Dios quiere de la persona en ese momento. Este cumplimiento fidelísimo de la voluntad
de Dios no se dará si antes no ha habido verdadera oración formal. Hay religiosos que
piensan que, como ya han hecho un ofrecimiento matutino de las obras del día con
intensidad y pureza de intención, todo necesariamente irá rectamente ofrecido a Dios. El
problema es que ese ofrecimiento puede ser retractado por malas obras. Muchísimas
veces interfieren a lo largo de la jornada otros motivos de vanagloria, amor propio, falta
de respeto por el otro, etc., que son los que verdaderamente influyen en nuestras
acciones, con lo cual esas acciones, interferidas por motivos no rectos, no son oración
dinámica. Mucha gente también justifica que no hace oración, ya que el trabajo es
oración. El trabajo no puede ser oración, si no se pone oración en el trabajo, intención
recta, amor de Dios, etc.
91
CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, 62-3.
38
2.5. Dificultades en la oración
Aquí el autor se refiere a la oración formal, aquella para la cual hay un tiempo
especialmente destinado, y no a la vida de oración, ni al espíritu de la misma. La
dificultad más importante que experimentan muchos religiosos, es que no se resignan a
la pasividad ni a esperar la acción del Espíritu Santo, el que les ayudará a crecer en
percepción espiritual, es decir, no son capaces de aceptar la noche de los sentidos ni del
espíritu y tampoco pueden percibir que en la desolación, incapacidad de encontrar a
Dios dentro de sí mismo, Él se ofrece de otro modo y va preparando el alma para la
iluminación.

La oración personal se debe practicar a toda costa. El Evangelio al respecto,


inspira a las personas con orientaciones que les pueden ser de gran ayuda. San Ignacio,
por otro lado, insiste mucho en que el ejercitante debe buscar siempre “lo que quiere”,
coincidiendo con la doctrina del Evangelio en los capítulos 6 y 7 de San Mateo. El
punto en que insiste Jesús es en la oración de petición, recomendándola sobre cualquier
otro tipo de oración. <<Cuando ores, entra en tu cámara y, cerrada la puerta, ora a tu
Padre, que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará (Mt
6,6)>>92. La palabra Padre, es el pensamiento clave en todo el Sermón de la Montaña, al
referirse a Dios, Jesús, siempre habla del Padre. Esta es la oración personal, privada y
filial, a la que invita Jesús a sus discípulos.

También nos enseña el Señor cómo debemos formular nuestra oración. “No seáis
habladores, como los gentiles, que piensan ser escuchados por su mucho hablar, porque vuestro
Padre conoce las cosas de que tenéis necesidad antes que se las pidáis” (Mt 6, 7-8). Por otra
parte, en el capítulo 7, Jesús nos recomienda la perseverancia en la oración “Pedid y se os dará;
buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá” (Mt 7,7). Seguidamente, San Mateo nos habla de la
ley de la caridad, como si la experiencia de haber encontrado al Padre nos hiciera ver
simultáneamente la verdad de que los hombres son nuestros hermanos. Así es como San Mateo
presenta la trascendencia comunitaria de la oración personal privada; es una solución muy
sencilla y, ciertamente, la que nos recomienda el que es el Hijo por excelencia 93.

El problema de la oración en los ejercicios y fuera de ellos, se resuelve, según


Dumeige, con la personalización profunda de la oración privada. La verdadera
comunicación con Dios es más fácil de explicar que hallarla, pero cuando la persona ha
logrado establecer esta comunicación y conoce experiencialmente la suavidad de Dios,
queda resuelto para él, el problema de la oración personal y del silencio. San Ignacio
llegó a establecer esa comunicación íntima con Dios y desde entonces, su vida fue a la

92
LESI, 522.
93
Ibid. 523.
39
vez acción y contemplación o contemplación en la acción. Este género de vida es el que
enseña a las personas que buscan vivir su fe. Entre la variedad de normas que da en sus
ejercicios, se destaca <<andando siempre a buscar lo que quiero>> (76 §1) 94, y una vez
hallado, allí se reposa. Para el autor, todo está en buscar, hallar y reposar. En esta época
de ruido, los orantes sienten palpablemente que el hombre tiene necesidad de esa
comunicación directa con Dios, anhelando esa oración personal, y saliendo con
verdadero espíritu de oración que continua en sus vidas. Una vez lograda esa
comunicación directa con Dios, no hay peligro que la persona se encierre en el egoísmo.
Es imposible poseer a Cristo y no entregarse a los demás, el camino es de Cristo a la
comunidad, teniendo a Cristo, se ve mejor como Él se refleja en los demás. Tal
experiencia interior ha de ser compartida. La oración interior desafía a la
evangelización y conduce a la misión.

En la conclusión en el libro, al referirse a distintos documentos del Concilio,


respecto al valor de la oración mental. En primer lugar en la SC 12, la primer parte
habla de orar al Padre en lo secreto, y sin tregua. En la OT 8, formación espiritual de los
seminaristas, se refiere la íntima unión, familiar y asidua, con el Padre, por el Hijo en el
Espíritu, acostumbrarse a unirse a Cristo como amigos en el íntimo consorcio de toda la
vida. Esto dice San Pío X en la exhortación al clero Haerent animo, 1908, dirigida a los
sacerdotes, refiriéndose a la santidad de los mismos. Adquirir el espíritu de oración,
remitiéndose a San Juan XXIII en la encíclica Sacerdotii Nostri Primordia, de 1959,
que está dirigida a los obispos, y habla del celo pastoral de San Juan María Vianney al
cumplirse el centenario de su pascua.

A la luz de la fe nutrida con la lectura divina, pueden buscar cuidadosamente las señales
de la voluntad divina y los impulsos de su gracia en los varios aconteceres de la vida, y hacerse,
con ello, más dóciles cada día para su misión recibida en el Espíritu Santo. … Para cumplir con
fidelidad su ministerio, gusten cordialmente el coloquio divino con Cristo, el Señor, en la visita
y el culto personal de la sagrada Eucaristía; practiquen gustosos el retiro espiritual y aprecien en
mucho la dirección espiritual [PO 18§2-3)]95.

En el decreto Perfectae Caritatis numeral 6 en el segundo párrafo, recomienda a


los miembros de los institutos, que cultiven con asiduo interés el espíritu de oración, y
la oración misma, bebiendo de las genuinas fuentes de la espiritualidad cristiana.

El resto de las conclusiones ya fueron desarrolladas anteriormente.

94
ILLE 80.
95
CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, 364-5.
40
CONCLUSIÓN

La Evangelización supone el esfuerzo de “llevar”, de proponer, provocar el


encuentro con Cristo vivo. Para el nuevo cristiano es fundamental que el encuentro
inculque la oración.

La intención de este trabajo, es poner de relieve, por un lado la necesidad de la


oración en el creyente, y, por otro, la necesidad de la profundización en ella de
algunos católicos, que no comprenden, no saben cómo orar, y lo que tienen que hacer
para orar. Cuando conocen las herramientas, al no estar acostumbrados a su uso, tienen
múltiples dificultades en la oración.

Respecto a la síntesis de los dos capítulos, se hará teniendo en cuenta lo


expuesto. En primer lugar, el libro base del trabajo, “Los ejercicios de San Ignacio a la
luz del Vaticano II”, toma como referencia los ejercicios ignacianos, como método de
oración, por supuesto muy válido, pero creo que se puede aplicar con otros métodos de
oración.

En referencia al capítulo primero, sobre la relación entre el Concilio y los


ejercicios, es cierto que este fue un cambio importante respecto a la teología, en sus
distintos campos, en relación a la concepción anterior al Concilio. No hay que descuidar
el hecho de que también había en las aulas conciliares, teólogos preconciliares formados
por esa teología y a su vez formadores de ella, entre los laicos, con lo cual sin duda no
fue nada fácil, proponer una nueva teología. El resultado se vió en la dificultad para que
en los documentos conciliares apareciera esa nueva mirada. Para ello fueron muy
importantes los santos Juan XXIII y Pablo VI.

Respecto a las orientaciones más destacadas del Concilio el P. Molinari ha


resaltado tres. La LG 2, el tema del designio divino, la relación con Cristo y la Sagrada
Escritura, cualquiera de las dos, absolutamente esenciales para la vida cristiana y por
último la vocación universal a la santidad, el llamado de Dios a cada cristiano a vivir
una misión específica dentro de la Iglesia, comprometiendo su vida en ello.

El principio y fundamento ignaciano de alabar, adorar y servir a Dios, aparece en


todo el trabajo. Aunque Molinari lo pone en el tema de LG 2. Alabar a Dios por todo lo
que hace, hizo y seguirá haciendo en la vida de las personas, adorarlo como forma de
reverencia, reconociéndose humildemente como creatura y no buscar ser como Dios.

41
Servirlo, poniendo todas sus fuerzas en cumplir su voluntad. Sin esa triple función y
sobre todo el compromiso del cristiano, de que realmente fue creado para ello y debe
ordenar su vida para ese cometido. Difícilmente pueda vivir cristianamente su vida, un
creyente, si ese no es su principio y fundamento. En esta triple función aparece sin duda
la espiritualidad cristiana, al poner a Dios en el centro. Desde ahí ser evangelizador,
llevarlo a Él a los demás.

El designio divino es un misterio que Dios quiere revelar a sus creaturas,


simplemente porque quiere, sin ninguna necesidad de parte suya. Como tal debe ser
vivido por la persona, como un regalo, algo dado gratuitamente, pero no en su plenitud.
Por sí solo, por sus propias fuerzas, el hombre no puede acceder. El creyente no puede
tratar de razonarlo, encontrarle una explicación lógica, ya que seguramente no la va a
encontrar. Esto en referencia a las demostraciones de amor cotidianas, por parte de
Dios. En otros casos, se ha intentado e intenta develar el misterio divino, a través de la
teología.

LG 2 pone a Cristo como centro y razón del plan salvífico del Padre, Él actúa en
el hombre en razón de Cristo. La Iglesia debe reconocer siempre eso, poniendo a Cristo
como centro de su vida. La triple función de creación, elevación y salvación de la
Iglesia, están en función de Cristo. La Iglesia también está y estuvo desde siempre en el
centro del pensamiento del Padre, ya prefigurada y elegida por medio del Pueblo de
Israel, los reúne a todos en torno a Cristo, y a través suyo con el Padre.

Tanto el Concilio como San Ignacio en los ejercicios, recalcan de una manera
muy fuerte la relación que debe tener cada cristiano con Cristo. Esa relación personal,
debe ser absolutamente primordial en su vida. Él debe ser la razón de su vida, su motor,
así lo debe experimentar cada creyente. A eso se refiere San Ignacio en las distintas
meditaciones, esa experiencia personal de encuentro con Cristo. Eso es lo que debe
cambiar la vida de la persona de oración, que luego intenta elevar a la vida cotidiana, lo
experimentado en la oración, haciendo de su vida una continua oración. De modo que
la oración impulse al creyente a la misión.

Con respecto a la relación con la Palabra de Dios, en mi opinión, es alarmante el


poco contacto que tienen con ella los católicos. Aunque también es cierto decirlo, con el
Concilio Vaticano II, y en este último tiempo ha mejorado bastante, al darle justamente
la importancia que se merece, promoviendo la lectura de la Palabra de Dios entre todos

42
los católicos, el estudio de la misma, y hacerla más accesible a las distintas realidades.
Esa misma relevancia se ve también en los ejercicios ignacianos donde el santo resalta
con insistencia la necesidad de rezar con la Escritura al lado, como lo hacía él. Eso se ve
al insistir en la experiencia con Dios a través de su palabra. Buscando a través de la
lectura de la Palabra, y su meditación, que el ejercitante tenga la experiencia personal de
Dios. Creo que aún queda muchísimo por hacer. Al no tener ese encuentro con Dios a
través de su Palabra, por supuesto les va a resultar, a los católicos, muy difícil la
oración, y lograr desarrollar una espiritualidad. Es necesario también que en las
celebraciones litúrgicas, se promueva a los fieles el acercarse y alimentarse de la mesa
de la Palabra, tan necesaria, como la Eucaristía. Eso sin duda ayudará a los fieles que
deseen acercarse a la Palabra de Dios, a familiarizarse con ella, fomentando así la
escucha atenta de lo que Dios quiere decirle a través de su palabra, y asumir el
compromiso de ponerla por obra. De esa forma la persona se va familiarizando, leyendo
las lecturas que correspondan a la misa, antes de la misma, para que Dios vaya actuando
en su corazón y luego de la misma, con los frutos que le haya dejado en su alma. Por
último la DV 25 advierte sobre algo que desgraciadamente se sigue dando, y con
frecuencia. Los mensajeros de la Palabra de Dios, se vuelven predicadores vacíos,
superfluos, al no escuchar en su interior el mensaje que deben transmitir a los que se les
ha confiado. Hay que buscar mecanismos para familiarizar a los fieles con la Palabra de
Dios. El método de la Lectio Divina, adaptado a las distintas realidades, podría ser de
utilidad, así lo creemos por experiencia. El problema es tratar de adaptar una
herramienta en una determinada circunstancia, para utilizarla en otra realidad distinta,
por eso la necesidad de inculturarla, y adaptarla a la nueva realidad.

La evangelización incluye el anuncio a futuros cristianos y la formación de


los actuales. Aquí pensamos en esta última dimensión, la formativa. Es lo que
continuamos profundizando.

El proceso de santificación en Cristo no cambia la personalidad del creyente, que


sigue siendo el mismo, con la diferencia que va teniendo más los pensamientos y
acciones de Cristo, buscando cumplir su voluntad, realizándose así más como tal. El
Concilio en LG 40 §1 invita a los cristianos a eso, a ir perfeccionando en santidad de
vida, con la ayuda de Dios. Eso es también lo que se busca en los ejercicios en todas las
meditaciones desde los dos reinos, las dos Banderas, los tres grados de humildad, y la
toma de elección. En todas se busca que el ejercitante conforme cada vez más su vida

43
con Cristo. Tanto las orientaciones del Concilio como los ejercicios, se complementen
el uno al otro, al buscar el mismo fin. Esa complementariedad no es algo puesto a la
fuerza por Molinari, sino que de verdad se da, como hemos intentado demostrar.

La vocación a la santidad, se debe vivir en la Iglesia, ya que esta le da al


cristiano todos los medios necesarios para vivir de la mejor manera posible ese
compromiso y su misión como tal. Así como se une a Cristo de manera ontológica y
vital, lo hace de una manera especial en la Iglesia, viviendo la misión que Dios le
encomendó, al servicio de Él y de su Iglesia, como Cuerpo místico unido a su Cabeza y
entre sí. El tema de la vocación universal a la santidad, no se ve sólo en las cuatro
constituciones del Concilio, dedicándole un capítulo, V, de la LG, sino también
específicamente en los distintos decretos y declaraciones, complementando así lo visto
en las constituciones.

Para terminar las reflexiones sobre este capítulo primero, la tensión


escatológica que hace la LG de la Iglesia, es equilibrada, como dice el P. Molinari.
Esa tensión existe, existió siempre, y es natural en la vida del hombre y de la Iglesia, el
tema está en cómo encararla, para solucionarla. La LG le encontró una buena solución,
tanto para el cristiano, como para la Iglesia. Orienta en cómo debe buscar la misión a la
que Dios lo llamó y vivirla en la Iglesia, entregándose totalmente a ella con sus virtudes
y defectos, viviendo en la Iglesia esa tensión de ir perfeccionándose hasta llegar un día a
la plenitud.

Respecto al capítulo segundo, en primer lugar la oración en sí misma, tanto


personal y privada como comunitaria, es un factor indispensable para alcanzar la
madurez cristiana. Dentro de los métodos de oración privada, los ejercicios son una
escuela de oración personal como factor indispensable para alcanzar la madurez
cristiana, tal como dice Dumeige. Los ejercicios y la oración, en general, son la
experiencia personal del misterio de salvación. Estos y cualquier otro método de
oración, son una ayuda para la persona orante, para que se pueda disponer de la mejor
manera posible para encontrarse con Dios, y lo que éste le quiere revelar. La estructura
sirve para ayudar al orante a entrar en el ámbito de la oración, y así en el silencio. Las
repeticiones, recomendaciones, etc., son para que la persona que ora pueda encontrar su
propio modo de orar, y no quedarse sólo con el presentado. No se puede obligar a nadie
a rezar de determinada manera, si no que se busca ayudar a la persona a que encuentre
su propia manera de rezar, así como tampoco se puede obligar a alguien a tener
44
determinados sentimientos, la persona los va teniendo en el transcurso de la oración, y
si no los tiene, no quiere decir que esté orando mal. La experiencia que uno adquiere en
la oración, muy posiblemente, no la pueda comunicar como quisiera, pero la experiencia
lo ha marcado tanto, que de alguna manera la quiere expresar. Más allá de si la otra
persona le entiende o no, de manera, que ella pueda también encontrarse con Dios,
como el orante. Los ejercicios, y todos los métodos de oración son bastantes flexibles,
tanto para que la persona pueda orar, como a nivel de las distintas realidades de cada
uno, y depende mucho de la libertad y disponibilidad de cada orante.

La persona debe entregarse a la oración con toda su memoria, imaginación,


sentimientos y debe llevarla a una profundización personal de la espiritualización. La
memoria ayuda a recordar lo que Dios ha hecho en la vida de la persona que está
orando, y así pasarlo por el corazón. La memoria en los ejercicios es espiritual, al
realizarse en oración, reconociendo la fidelidad de Dios, frente a la infidelidad y pecado
humano. Eso se da también en todos los métodos de oración, algunos como los
ejercicios y la Lectio Divina, se dan más, ya que su estructura lo promueve. La
inteligencia ayuda con el tema de la imaginación, y composición de lugar a que la
reflexión se haga oración. Los sentimientos, sin duda, son una parte muy importante de
la oración, San Ignacio los tenía muy en cuenta. Tanto la memoria, como la imaginación
y los sentimientos deben depurarse, para así tener una mayor profundización
experiencial en el encuentro con Dios, y por tanto una mejor espiritualización. Para
encontrarse con Dios, hay que dejar de lado una cantidad de cosas, para permitir que
Dios actúe más en la persona y esta pueda conocer mejor lo que Dios quiera para ella
para encontrarse mejor con Él y de esa forma encontrar su espiritualidad, ser una
persona más espiritual, estando Dios más en él. Nadie dice que sea algo fácil, pero la
experiencia demuestra que se puede.

Ante la dificultad que presenta el silencio, que de por sí, no siempre es fácil
lograr el silencio interior, pero con un poco de hábito, se logra. Allí se encuentra mejor
a Dios, como ya fue dicho, para llevarlo, manifestarlo, darlo a conocer mejor a los
demás. Lo más importante en la oración, y muy especialmente en los ejercicios, es
centrarse en Dios. La oración comunitaria, con los demás, es muy buena y necesaria,
pero debe ser complementada con la oración privada. Las actividades solidarias son
buenas en sí mismas, pero desde la fe, tienen otro sentido, mucho más pleno.

45
En referencia a la vida cotidiana luego de la oración, para hacerla vida, es algo
que ha quedado bastante recalcado. La oración dinámica es muy importante, para que se
pueda transmitir, lo vivido en la oración con Dios. No debe quedar sólo en un momento
de la vida de la persona, ni siquiera en una hora o dos de las 24 que tiene el día, sino que
se tiene que reconocer en los actos, pensamientos y sentimientos de la persona, dejando
que Dios actúe cada vez más en ella. Con el tiempo, adquiriendo la oración como
hábito, se va logrando espontaneidad, sale de la persona de manera normal, notándose
que es realmente una actividad espiritual. También se da en algunos casos, donde la
persona no es naturalmente espiritual, eso es normal, que va forjando la espiritualidad
en su vida, aunque le cueste.

Por último, la dificultad de la oración puede darse por temor al silencio, a la


soledad, no saber que más decir, sentir que Dios ya no le habla a la persona, etc. y la
mejor manera de vencerla, es manteniéndose constantes en la oración, no abandonarla,
ser pacientes con Dios. Como recomienda San Ignacio, estar más tiempo del estipulado,
justamente ante esas dificultades en la oración.

Como conclusiones de lo expuesto en todo el trabajo y sus resultados, se puede


expresar en primer lugar que se ha cumplido con el objetivo presentado en la
introducción de dar una respuesta al problema planteado de la necesidad de la oración
en la vida de los católicos que buscan vivir su fe. En el sentido, lo expresado por
Molinari, ayuda a los católicos a vivir su fe en la Iglesia. Desde la oración privada, vivir
su relación con Dios, poniéndolo en primer lugar, reconociendo cuánto nos ama.
Buscando el orante responder a ese amor, teniendo como elemento fundamental de la
oración, la Palabra de Dios, desde ella la persona debe relacionarse con Dios. Dumeige
nos muestra un método de oración, el de los ejercicios ignacianos, pero que se puede
aplicar sin dificultad a la Lectio Divina, como queda demostrado en todo el trabajo. Se
muestra cómo superar los distintos escollos que se puedan presentar en la oración.
Queda claro que la oración no es fácil, sobre todo al principio, hasta que se adquiera
como hábito, pero sin duda con la perseverancia se pueden superar todas las dificultades
que se puedan llegar a presentar. Este trabajo ha dado herramientas al respecto a los que
quieran rezar. La oración lleva a un impulso evangelizador.

En segundo lugar la relación existente entre lo que dicen los textos conciliares y
lo que dice San Ignacio en los ejercicios. El poder leer los ejercicios a la luz del
Vaticano II, y por tanto realizarlos siguiendo la teología conciliar, así como leer el
46
Vaticano II desde la perspectiva ignaciana. En ese sentido ambos se complementan en
forma recíproca, y tienen para aportar el uno al otro.

Como queda dicho en la introducción respecto a la segunda conclusión, queda


mucho por investigar. En el tema de la oración, hay bastante más material al respecto,
desde los padres de la Iglesia en adelante, sobre todo por parte de grandes maestros de
espiritualidad. Pero creo que en la actualidad no se habla mucho del tema, y eso es un
problema. Hay si, algunos autores serios de espiritualidad, Amadeo Cencini, Carlo
María Martini, etc.

La originalidad del trabajo pasa sobre todo por el tema de presentar el Concilio y
los ejercicios ignacianos muy relacionados entre sí. También el hecho de proponer un
método de oración, que puede servir para muchas personas que quieran orar,
pudiéndose adaptar a las distintas edades y culturas, así como presentar el problema de
la necesidad de la oración en los católicos prácticos. El acento sobre la dimensión
eclesial de la vida humana en Cristo, es ciertamente una de las características que
dominan en los textos conciliares.

Finalmente afirmamos la relación entre el Concilio Vaticano II y los


Ejercicios ignacianos. La oración contemplativa permite que en el cristiano crezca
el compromiso por Cristo. La meditación del “Rey temporal y eternal” nos hace
partícipes de la misión de Cristo en la Iglesia. Su misión es nuestra misión. La vida
de oración no es intimista; es misión evangelizadora. Desde el bautismo todo
cristiano está consagrado y unido a Cristo y a la Iglesia. Por formar parte del
Cuerpo místico de Cristo continúa su misión. La contemplación lo conduce a
evangelizar; el anuncio lo lleva a la contemplación. La relación de los miembros de
Cristo necesita de unos y de otros para “mayor gloria de Dios”.

47
BIBLIOGRAFÍA

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<http://www.augustinus.it/spagnolo/catechesi_cristiana/index2.htm> [consulta
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dios-en-la-vida-de-la-iglesia/> [consulta 7 de diciembre de 2016].

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Tema 2 Documentos del concilio Vaticano II,


<http://es.catholic.net/op/articulos/48282/cat/931/tema-2-documentos-del-
concilio-vaticano-ii.html>, [consulta 10 de diciembre de 2016].

48
ÍNDICE

INTRODUCCIÓN.............................................................................................1

CAPÍTULO PRIMERO.........................................................................................5

ORIENTACIONES TEOLÓGICAS DEL CONCILIO VATICANO II...........5

1.1. Relación entre la teología del Concilio Vaticano II, los ejercicios y la
evangelización............................................................................................................5

1.2 Ideas más destacadas del Vaticano II y su relación con los ejercicios.....6

1.2.1 Relación personal con Cristo y Sagrada Escritura............................7

1.2.2 Vocación universal a la santidad.....................................................15

CAPÍTULO SEGUNDO.....................................................................................24

LA ORACIÓN PERSONAL EN LOS EJERCICIOS.....................................24

2.1 El método ignaciano y la espontaneidad personal.................................25

2.2 La entrega activa de todo el hombre......................................................28

2.3 Oración personal....................................................................................32

2.4 Ejercicios y vida cotidiana posterior......................................................39

2.5. Dificultades en la oración......................................................................41

CONCLUSIÓN................................................................................................43

BIBLIOGRAFÍA.............................................................................................50

ÍNDICE............................................................................................................51

49

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