Cómo perfeccionar la iglesia
(4.7–16)
La perfección sin pecado no puede ser alcanzada
mientras sigamos en este mundo. Sin embargo, Jesús
quiere que Su iglesia cultive la clase de perfección
que puede definirse como «madurez». Esta puede
lograrse cuando todos los miembros del cuerpo de
Cristo entiendan y lleven a cabo la misión que Dios les
dio. En Efesios 4.7–16, Pablo explicó la forma en que
la infante iglesia del primer siglo podía llegar a ser
todo para lo cual fue diseñada. Hoy en día, tenemos
que usar nuestras habilidades para crecer y ayudarles
a otros a crecer en unidad, madurez y firmeza.
Pablo comenzó con imágenes impactantes,
diciendo:
Pero a cada uno de nosotros fue dada la gracia
conforme a la medida del don de Cristo. Por lo
cual dice: Subiendo a lo alto, llevó cautiva la
cautividad, y dio dones a los hombres (4.7, 8).
La idea detrás de este pasaje es la de un general
triunfante regresando de una gran guerra, tras hab-
erse acabado los combates y habiendo obtenido la
victoria. En honor al general, el César proclamaría
un «triumphus». El general desfilaría por las calles
de Roma. Detrás de él vendrían sus soldados y de
último los cautivos que había capturado en la batalla.
A medida que la procesión desfilaba por las calles
de la Ciudad Eterna, el pueblo daba el grito romano
de la victoria, diciendo: «¡Triumphus! ¡Triumphus!».
Cuando la celebración de la victoria terminaba, el
general dividía el botín de guerra entre su ejército
y cada hombre recibía un presente de vencedor.
De manera similar, Pablo describió a Jesús
descendiendo a la tierra para combatir las fuerzas
del mal. Cuando todo terminó, Jesús había vencido.
Había obtenido la victoria. Regresaba entonces a casa
en la gloria, la verdadera Ciudad Eterna, llevando
con Él el botín de la victoria. Casi podríamos oír el
estruendo de los ángeles diciendo: «¡Triumphus!
¡Triumphus!», en el momento del regreso de Jesús,
tras haber ganado la batalla contra el enemigo más
grande de Dios.
Cuando Jesús ascendió a lo alto, Pablo dijo que
dio dones a los hombres. Dio dones especiales a Su
cuerpo, la iglesia. Estos dones fueron dados para
ayudarle a Su iglesia a madurar.
los dones que cristo da su iglesia
Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros,
profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores
y maestros (4.11).
Cuando la Biblia habla de dones espirituales,
por lo general se refiere a las habilidades especiales
concedidas a las personas por el Espíritu Santo. En
este pasaje, es el Señor al que se describe repartiendo
los dones. Lo que Pablo imaginaba como los dones
de Jesús para Su cuerpo eran los hombres mismos,
no solamente sus habilidades especiales. Hace
mención de varios grupos que ayudaron a edificar
la iglesia (vers.º 11).
El primer don para la iglesia son los apóstoles. Su
función era dar testimonio como testigos oculares
de la resurrección de Cristo (vea Hechos 1.22). Tam-
bién revelaron la voluntad de Dios por inspiración
divina y la confirmaron realizando milagros en el
nombre del Señor resucitado.
Como ayudantes de los apóstoles tenemos a
los profetas. Estos eran cristianos divinamente in-
spirados que le revelaron a la iglesia la voluntad
de Dios en aquellos días antes de que hubiera su-
ficientes registros escritos. No habían visto a Jesús
resucitado precisamente, ni podemos probar con
las Escrituras que hicieran milagros. Sin embargo,
el ministerio de ellos fue vital. Cuando surgían
problemas y era necesario tomar decisiones en la
iglesia primitiva, los profetas guiaron a la iglesia
en lo que debían hacer.
Según el testimonio anterior de Pablo (vea 2.19,
20), somos la familia de Dios, «edificados sobre el
fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la
principal piedra del ángulo Jesucristo mismo». La
labor de los apóstoles y de los profetas era absoluta-
mente esencial para que el cuerpo de Cristo madu-
rara. Si bien no hay más apóstoles ni profetas en el
sentido bíblico, su ministerio de perfeccionar a los
santos continúa por medio de los registros escritos.
Todo lo que deseaban que supiéramos, todos los
testimonios que pudieron darnos, está registrado
para nuestro uso en las páginas de la Palabra de
Dios. El beneficio de estas personas, que eran dones
de Cristo para la iglesia, sigue viviendo conforme
estudiamos sus enseñanzas en la Biblia.
El tercer don de Jesús para Su iglesia lo consti-
tuían los evangelistas. Como «portadores de buenas
nuevas», estos hombres viajaban literalmente de una
comunidad a otra, hablándoles a los perdidos de lo
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que Dios había realizado por ellos en el Calvario.
Si bien todos los miembros del cuerpo tienen la
responsabilidad de compartir la fe con los demás,
Dios le ha dado a Su iglesia ciertos hombres que
son especialmente eficaces en la evangelización. Los
apóstoles y los profetas sentaron las bases revelando
la verdad de Dios; los evangelistas construyeron
sobre esa base a lo largo del tiempo, ganando per-
sonas con esa verdad para Jesús.
Jesús también le ha dado pastores y maestros al
cuerpo. En tanto el evangelista iba de un lugar a
otro convirtiendo a las personas a Jesús, los pastores
y los maestros habían de permanecer en un lugar
para nutrir a los conversos en su nueva fe.
El objetivo conjunto de estos dones —apóstoles,
profetas, evangelistas, pastores y maestros— puede
resumirse en tres palabras, a saber: «¡Proclamar la
verdad!». Era «…a fin de perfeccionar a los santos»
(vers.º 12). Sin estos hombres dotados para predi-
car la Palabra, la iglesia jamás habría alcanzado la
madurez. Hoy en día, los evangelistas, pastores y
maestros siguen siendo fundamentales en la di-
fusión de la verdad.
Estos hombres a quienes Jesús ha dado a Su
iglesia no hacen toda la labor del ministerio. Su
tarea es enseñar a los santos la voluntad de Dios
para que los santos puedan hacer la obra de la
iglesia. Tienen que preparar a los santos «para la
obra del ministerio» (4.12a). ¿Por qué han de hacer
los santos este ministerio?, «… para la edificación
del cuerpo de Cristo» (4.12b).
¿Qué general reúne a todos sus soldados, los
instruye en los principios de la guerra y luego
los envía de vuelta a casa a descansar mientras
él toma un arma y se va a luchar? ¡El tal no es el
trabajo del general! Su tarea es instruir, capacitar y
proporcionar liderazgo para que los soldados estén
debidamente preparados para hacer su labor en el
campo de batalla.
Ni el predicador ni el anciano han de hacer
todo el trabajo del ministerio. No es función de el-
los. La labor de un predicador, de un anciano, o de
un maestro de clases de Biblia es ayudarles a otros
cristianos aprender la Palabra de Dios, ayudarles
a descubrir la forma en que sus talentos pueden
contribuir al cuerpo y ayudarles a poner en práctica
esos talentos en la iglesia. Cada miembro tiene que
descubrir su función en la vida del cuerpo y llevarla
a cabo fielmente a medida que recibe instrucción
y formación.
LOS OBJETIVOS DE SU IGLESIA
… hasta que todos lleguemos a la unidad de
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la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un
varón perfecto, a la medida de la estatura de la
plenitud de Cristo (4.13).
Cristo tenía un propósito para todo lo anterior.
Deseaba que todos los miembros estuvieran activos
en la vida del cuerpo por algunas razones especí-
ficas. Cuando el pueblo de Dios es debidamente
capacitado en Su verdad y luego pone en práctica
esa verdad, se dan tres resultados importantes.
La unidad
El primer objetivo de Cristo para el cuerpo es
la unidad de la fe. Pablo ya había escrito que hay
«una fe» (4.5), sin embargo, no todos comprenden
plenamente todo lo que involucra ese principio.
A medida que la iglesia oye la Palabra de Dios
proclamada por hombres fieles, estará más cerca
de completar la unidad en base a una comprensión
total de la verdad sobre Cristo.
La madurez
El segundo objetivo de Dios es perfeccionar a
los santos de manera que puedan madurar. Pablo
definió esta madurez como la obtención de «la me-
dida de la estatura de la plenitud de Cristo».
Dios no está buscando religiosos de profesión,
ni está interesado en crear un grupo de feligreses.
Más bien, lo que desea es toda una familia de hijos
que viven como Jesús. Romanos 8.29 habla de que
fuimos predestinados por Dios «para que [seamos]
hechos conformes a la imagen de su Hijo». Cuanto
más lleguemos a ser como Jesús en nuestra forma
de vivir, más maduraremos como cuerpo de crey-
entes que somos.
Las personas inmaduras tienen cuidado de sí
mismas. Buscan solventar sus propias necesidades.
Los cristianos que están madurando en la verdad
conforme aprenden, van asemejándose más al Hijo
de Dios. Aman, dan, se sacrifican y se duelen por
otros como lo hizo Cristo.
Un bebé no puede alimentarse a sí mismo.
Sus manos y boca no cooperan. No puede gatear
ni caminar porque sus manos y piernas no saben
trabajar juntos. A medida que pasa el tiempo, las
manos, las piernas, la boca y los ojos, todo comienza
a funcionar unido más y más, hasta que al fin el
cuerpo madura y puede funcionar como Dios lo
tenía diseñado.
Lo mismo sucede con la iglesia. A medida que
cada miembro descubre su función en el cuerpo
y comienza a realizar esa función, sirviendo a los
demás según el patrón de la verdad, estará ayudando
a que el cuerpo madure.
La firmeza
Los niños son ingenuos y no tienen dis-
cernimiento. No saben distinguir entre lo bueno y
lo malo. Si los padres no cuidan a un niño pequeño,
este llevará a su boca todo lo que pueda encontrar
en el suelo. Carece de discernimiento.
Pablo dijo que los efesios no debían ser así: «…
para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados
por doquiera de todo viento de doctrina, por es-
tratagema de hombres que para engañar emplean
con astucia las artimañas del error» (4.14). Los
cristianos maduros no se enredan con toda nueva
moda religiosa que se presente. En su lugar, tendrán
una firmeza ante ellas que les da la convicción para
asirse de lo que creen.
¿Cómo consigue una congregación esta clase de
firmeza? En primer lugar, a los santos se les enseña
la Palabra de Dios para que estén preparados para
obras de servicio. En segundo lugar, los santos
entonces ponen en práctica la instrucción que han
recibido. El resultado será que estarán cimentados
sobre sus convicciones.
EL CRECIMIENTO DE SU IGLESIA
… sino que siguiendo la verdad en amor, crez-
camos en todo en aquel que es la cabeza, esto es,
Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado
y unido entre sí por todas las coyunturas que se
ayudan mutuamente, según la actividad propia
de cada miembro, recibe su crecimiento para ir
edificándose en amor (4.15, 16).
El cuerpo puede crecer. La iglesia puede ser
perfecta. Ocurre cuando cada miembro escucha la
Palabra y descubre su función en el cuerpo, cuando
cada miembro ministra a los demás miembros,
llevando a cabo la obra que Dios le ha asignado.
Cuando todo ello tiene lugar, el resultado final es el
crecimiento. El desarrollo espiritual estará lleván-
dose a cabo en la vida de cada miembro.
Observe que Jesús es la fuente de ese crecimiento
espiritual. El poder que necesitamos no yace en nues-
tros programas nuevos. No está en nuestra excelente
organización. No está en el fomento planificado. Si
bien todo ello puede ser útil en algunas ocasiones,
nuestra fuente de crecimiento y desarrollo real lo
Autor: Chris Bullard
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constituye Cristo.
CONCLUSIÓN
El crecimiento y madurez del cuerpo del que
habló Pablo en este pasaje no está relacionado con
un incremento en los números. Para Pablo, una
iglesia saludable y en crecimiento era aquella en
la que cada converso se involucra en la vida del
cuerpo y utiliza lo que tiene de acuerdo a la verdad
de Dios en la vida de los demás cristianos. Cuando
esto sucede, el clima espiritual atraerá a los no
cristianos y muchos serán salvos al ser añadidos a
la iglesia por el Señor.
Chris Bullard
Actitudes dignas
En Efesios 4.1–16, Pablo resaltó tres formas
en las que los efesios del siglo primero podían
andar de una manera digna de su vocación. Las
mismas pautas aplican a todos nosotros en el siglo
veintiuno cuando trabajamos a fin de «guardar la
unidad del Espíritu en el vínculo de la paz». En
primer lugar, está la actitud que uno tiene consigo
mismo —humildad (vers.º 2). En segundo lugar,
está la actitud que uno tiene para con los demás
—mansedumbre, soportarnos, tener paciencia los
unos con los otros en amor (vers.º 2). En tercer
lugar, está la actitud que uno tiene para con la
Palabra de Dios —respeto. Tenemos que reconocer
la autoridad de las Escrituras en lo que creemos y
practicamos (vers.º 4–16).
Este texto nos dice cómo tener éxito en el andar
digno de nuestra vocación. Tenemos que honrar los
siete «pilares de la unidad» (vers. os 4–6) y utilizar
los dones que Cristo ha dado para ayudarle a la
iglesia lograr «la unidad de la fe» (vers. os 7–13).
Además, hemos de madurar en la Palabra de Dios
a fin de que conozcamos la verdad (vers.º 14) y
hemos de hablar esta verdad en amor (vers.º 15).
Al poner de nuestra parte de forma individual,
cada uno de nosotros podrá ayudar a asegurar
que el cuerpo, la iglesia, crezca a medida que se
edifica «en amor» (vers.º 16).
Jay Lockhart