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Emil Bock - La Semana Santa
Emil Bock - La Semana Santa
Emil Bock
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La Semana que precede a la Pascua es un singular tiempo de tensión no sólo
en el sentido cristiano sino también en el transcurso natural de las estaciones del
año. En el año cristiano abarca toda la plenitud del drama de la pasión tal y como
se describe en la última parte del evangelio. En diversos ámbitos del cristianismo,
la Semana Santa se conoce también como "semana grande" reconociendo así
que aquellos que quieran vivenciar su grandiosidad pueden contar también con
una Fiesta de Pascua plena.
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invernal se dan la correcta preparación para los doce meses del nuevo año que
comienza. Los siete días de la Semana Santa en los que se vive con una
actividad interior el Drama Misterio de la Pasión, dan fuerzas nuevas para
cualquier tipo de destino de futuro.
Los acontecimientos que tuvieron lugar hace 2000 años entre el domingo de
Ramos y el domingo de Pascua fueron manifestaciones prototípicas del destino
a través de las cuales los siete días de cada semana han concebido un nuevo
sentido elevado y un luminoso cuño que configura el alma. Los días de la semana
han llevado en sí, desde siempre, los distintos coloridos y sonidos de las siete
esferas planetarias. Esto puede reconocerse en los nombres que estos días de
la semana reciben en los idiomas europeos.
Cuando el martes Cristo tuvo que mantener una disputa dialéctica con los
adversarios que le iban entrando uno tras otro para tenderle una trampa; cuando
tuvo que luchar con las armas de la palabra espiritual, y cuando por fin al
atardecer, y como resonancia de aquella lucha, se retiró con sus discípulos al
monte de los olivos para abrirles la visión profético-apocalíptica del futuro;
entonces se impuso el cuño de Cristo al espíritu marciano.
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Y cuando el jueves de Pasión Cristo lavó los pies a sus discípulos y repartió entre
ellos la Santa Cena, entonces lució una prometedora luz futura de Júpiter en las
afligidas y tristes almas.
El no las puede necesitar, las aparta de sí, las echa a un lado y supera la
tentación de servirse de ellas. No se trata de resultados externos, se trata de la
culminación de su misión. Y cuando el martes la contienda dialéctica con los
adversarios le golpea como con una conversación con los discípulos, se repite
en un plano más elevado lo que sucedió cuando Jesús tuvo que desligarse de
su patria y familia de sangre en Nazareth para dirigirse a su familia espiritual, el
círculo de los discípulos. Su correspondencia la tiene en el sermón de la
montaña, el Apocalipsis del monte de los olivos, donde sella la decisión de unirse
a la familia espiritual. Los sucesos del miércoles, la unción en Betania y la traición
de Judas corresponde con la tragedia de Juan el Bautista. Es la misma crisis, el
mismo nudo. El lavatorio y la última Cena son la octava, la última repetición
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decisiva del misterio que ya una vez asomó en el milagro de la alimentación de
los 5000 y en el caminar sobre las aguas. Lo que acontece el viernes santo no
es otra cosa que la última elevación y culminación de la transfiguración en el
monte. El entierro el sábado santo nos conduce a la zona de la decisión cósmica,
lo que ha significado la decisión de salir hacia Judea, el dirigirse hacia el campo
de batalla de la decisión. En el domingo de Pascua confluyen ambos círculos, el
gran círculo de los tres años y el pequeño de los siete días.
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DOMINGO DE RAMOS
El primer día de la Semana Santa, Cristo entró en la ciudad santa. Se nos ofrece
una imagen muy poco vistosa (insignificante). Le vemos subido a un asno
atravesando las puertas de la ciudad seguido de sus fieles. Pero, como si él
mismo fuera el dios de la primavera, con su entrada se produce de repente una
embriaguez, un bramido en las almas de la multitud. Como si sobre los hombres
apareciera algo del antiguo éxtasis solar de la fiesta pagana de la primavera: se
enciende una chispa. Al arrancar de los árboles las ramas de palmera, la gente
está recurriendo a costumbres antiguas, a la fiesta solar del comienzo de la
primavera, tal y como se daba en los pueblos precristianos. La palmera siempre
ha sido el símbolo del Sol, del Sol natural, ese sol que ahora, en el cielo
primaveral, despliega una nueva fuerza.
No, nos encontramos ante el comienzo de la semana más seria (más grave) de
toda la historia de la humanidad. Los mismos hombres que ahora arrojan ramas
de palmera y gritan "¡Hosanna!", dentro de unos días gritarán llenos de odio y
fanatismo: "¡Crucifícalo, crucifícalo!" Junto al símbolo de la vida, la palmera, se
reunirá el símbolo más grave de la muerte, la cruz del Gólgota. Cristo mismo ha
conducido a ese cambio repentino. Camina en medio de la multitud que está
en éxtasis, en silencio, porque ve que lo que allí está ocurriendo es solo
superficial, y se dirige a otras capas más profundas, quiere algo muy diferente.
Al comienzo de la Semana Santa acontece, en otro plano, lo que hace tres años
significó el comienzo de su camino en la tierra. Así como entonces dejó el cielo,
deja ahora la naturaleza paradisíaca de Galilea. En aquel entonces (n. del T.: se
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refiere todo el tiempo al bautizo en el Jordán) al dejar el cielo y descender a la
tierra, los hombres no se percataron de lo que ocurría. Sólo Juan el Bautista, que
aportó la ayuda sacerdotal para que fuera posible ese acontecimiento, apenas
intuyó algo de lo que estaba pasando cuando Jesús de Nazaret se convirtió en
el portador y recipiente del Cristo.
Cristo sabe que introduce algo en la ciudad Santa (la ciudad Santa era la
quintaesencia de toda la evolución de la humanidad precristiana): algo
completamente diferente a todo lo demás, incluso diferente a lo más maravilloso
que pudiera traer la madre naturaleza. Se trata de una semilla de fuego que
transformará el mundo completamente. La naturaleza de la tierra en la que Cristo
se sumergió con el acontecimiento del Jordán sólo puede llevarle a la muerte. La
ciudad que clama "Hosanna" sólo puede conducirle en última instancia a la Cruz.
Cristo quiere entrar en otras capas más profundas. EI Sol natural "externo" en el
cielo nos regala muchas maravillas cuando sale por la mañana y hace nacer el
día, pero el Sol externo, este antiguo Sol, que solo tiene una relación con el
hombre como un Sol natural, desaparece cada noche. Se retrae cuando pasa el
verano y empieza a llegar el otoño e invierno. El Sol natural viene, pero se vuelve
a ir cada vez, lo mismo que la vida natural que viene y luego se va. A la alegría
de la infancia le sigue el dolor de la muerte. Todos hemos de morir en algún
momento.
Domingo de Ramos es el día del antiguo Sol. Domingo de Pascua será el día del
nuevo Sol, del Sol espiritual. El que no desaparece, el que permanece. Es más
fácil encontrarlo en la oscuridad de un destino difícil, en la necesidad, en la
enfermedad y en la muerte que en la sugestión de la alegría y despreocupación
infantil que arrastran al hombre. Cristo entra en la antigua Jerusalén. Esto es
Domingo de Ramos. Pero lleva la nueva Jerusalén al mundo moribundo (al
mundo de los muertos). El no sigue a las flores primaverales del Sol externo.
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¿Por qué? Porque quiere plantar el nuevo Sol en lo más íntimo de la Tierra y de
la humanidad. El nuevo Sol que es constante, omnipresente y fiel. Este es el
campo que conduce desde Domingo de Ramos, hasta Domingo de Pascua; del
antiguo al nuevo Sol.
En la historia de la entrada a Jerusalén, vemos un entusiasmo lleno de éxtasis
pero desnudo como consecuencia de que el hombre sólo sigue en la naturaleza.
Está bien sentir alegría y entusiasmo cuando la primavera nos penetra, cuando
estamos con niños, cuando encontramos el milagro de la juventud y del amor.
Cierto, no queremos prescindir de ese entusiasmo ante la naturaleza. Sólo
tenemos que saber y reconocer que nos va a suponer un peligro si lo único que
guardamos y conservamos para nuestra propia vida es esto. El mero entusiasmo
natural surge, en realidad, de la mera corporeidad humana. Arde y llamea hacia
el espíritu sólo de forma momentánea. El verdadero entusiasmo (que no es el
que se vuelca en el grito de "crucifícalo" después de haber gritado "hosanna"),
ése verdadero entusiasmo no se forma de abajo hacia arriba sino de arriba hacia
abajo, cuando lo espiritual echa raíces en lo humano, cuando la chispa de lo
espiritual se hace terrenal y se encarna.
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LUNES SANTO
Cierto lugar tranquilo de las andanzas de Cristo aún hoy está cubierto de
Misterio. Está en el camino que hacían cada mañana y cada tarde de la semana
santa Jesús y sus discípulos, bien al dejar en la tarde la ciudad de Betania, o al
retornar a Jerusalem por la mañana. Cruzando la cima del Monte de los Olivos
viniendo desde Jerusalem, y lentamente descendiendo a la parte del valle, desde
las profundidades del desierto de Judea, centellea el espejo subterrenal del Mar
Muerto. Cruzando este paraje, uno llega a un lugar rodeado por grandes muros.
Este lugar se encuentra a medio camino entre el Monte de los Olivos y Betania.
Negros cipreses se elevan por encima de estos muros señalando al cielo como
solemnes guías. En el tiempo de Jesús se encontraba aquí un pequeño
establecimiento, Bethphage, "La Casa de las Higueras". Esta villa no era como
cualquier otra. Un grupo de personas llevaban allí una vida en comunidad, unidos
por un especial lazo espiritual. Las simples cabañas en las que probablemente
moraban, estaban rodeadas por grupos de higueras que daban, por esta razón,
el nombre al lugar. Sin embargo, esas higueras, no eran meros árboles frutales,
sino que, para la gente que vivía allí, eran sagradas, símbolos visibles de su
especial entrenamiento espiritual.
En las tempranas horas del Domingo de Ramos Jesús mandó a Pedro y a Juan
que trajeran de cierto lugar un asno y su cría. Este lugar era Bethphage. Así
como allí había árboles que eran considerados sagrados, así también estos
animales lo eran. A los asnos no se les tenía como bestias de carga; ellos
también simbolizaban un Misterio. Aún permanecía la memoria del mago Baalam
que fue llamado desde Babilonia para maldecir a los israelitas e impedirles entrar
en la Tierra Prometida. (A Baalam se le describe en el Antiguo Testamento
montado sobre un asno). Era sabido que esta frase tenía un significado oculto:
se refería a un concreto estado del alma. Fue realmente en una somnolencia,
alejado de la consciencia, que el mago de Babilonia comenzó a hablar. Baalam
habló bajo una especie de posesión espiritual, no desde su consciencia humana,
personalmente alerta. Los animales sagrados de Bethphage significaban que la
visión suprasensible allí cultivada era sonámbula y ligada al cuerpo físico. En los
tiempos modernos el asno aparece en los cuentos como la representaci6n
imaginativa del cuerpo físico humano.
La cría del asno, sobre la cual Cristo entró montado en la Ciudad Santa el
Domingo de Ramos, pertenece a la esfera de la memoria asociada con
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Bethphage. Pero mientras El entraba intrépidamente en la ciudad, montado en
el animal sagrado, no ocurrió una repetición de la condición de Baalam de
"montar sobre el asno", porque era el gentío quien contemplándole cayó en
éxtasis, fuera de la consciencia ordinaria. Era como si el lenguaje de Baalam
asiera a la gente cuando gritaba: "Hosanna" al que iba montado sobre el pollino.
Cuando el día daba paso a la tarde, Jesús fue a descansar a Betania con sus
discípulos, como también lo hizo en los días siguientes. Por la noche el eco del
éxtasis popular con sus "Hosannas" resonó en sus almas. Y cuando a la mañana
siguiente pasaron por Bethphage de camino a Jerusalem, ni Él ni sus discípulos
permanecieron inmutables por lo que había tenido lugar. Había algo
profundamente serio en el semblante de Jesús, algo inexorable. Luego vino el
enigmático acercamiento a la higuera. Los discípulos se sorprendieron porque
Jesús parecía esperar recoger unos higos, cuando aún no era el tiempo, y ellos
le escucharon decir las extrañas y ásperas palabras "De aquí en adelante y para
siempre ningún hombre comerá de la higuera". Tal vez ellos barruntaban que
algo más significativo que una declaración sobre la higuera y sus frutos yacía en
estas palabras. Pero las escamas no cayeron de sus ojos en aquel momento.
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"Hosanna". Cuando Sus enemigos le preguntan maliciosamente; "¿Escuchas lo
que esos dicen?" Él les contestó: "Si, ¿Nunca leísteis en la Escritura: "de la boca
de los niños y lactantes te llega una oración perfecta ?"
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lanzó a las higueras de aquellos que le prestaron el asno y su pollino. Actuó
enteramente desde la naturaleza de su propio ser. Él es el Sol; y cuando el Sol
se levanta, la Luna necesariamente empalidece. Así las fuerzas lunares de la
antigua visión se marchitaron.
El Sol de Cristo brilló, y el brillo de la luna cayó en la colina lunar del monte
Moriah. Los espectros de la noche huyeron del Sol. En lugar de la magnificencia
del Templo apareció una simple habitación en el monte Sión. Allí será sembrada
en la última Cena, la semilla de un nuevo ritual y una nueva adoración, un
sacramento solar. La religión lunar de la antigüedad será reemplazada en la
noche del lunes al martes, cuando en la colina solar del monte Sión, Cristo dará
pan y vino a sus discípulos.
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MARTES SANTO
Temprano, por la mañana, Jesús entró en la ciudad con sus discípulos una vez
más. Las olas de la aclamación y el entusiasmo habían desaparecido hacía
tiempo. Jesús estaba envuelto en la tensión de su futura decisión, pero será
obediente con la Ley hasta el último momento y cumplirá la sagrada costumbre
de la preparación de la Pascua. Tenía el sentimiento de que Él mismo es el
Sacrificio que será ofrecido. El odio de la gente surgía hacia El como llamas que
consumarán el Sacrificio. Día a día la poderosa sensación de su presencia
espiritual en la ciudad iba aumentando. Y día a día apareció más
majestuosamente dispuesto en su semblante y ademanes.
Estos ataques que marcaron la irrupción de las hostilidades son las más claras
pruebas de cuán claramente es sentida la augusta majestad de Cristo. Como los
perros que ladran y muerden cuando están asustados, así estas ostensibles
preguntas, que son realmente flechas de odio, son manifestaciones del miedo.
Al surgir el Sol tiemblan los Poderes de la Oscuridad.
Jesús contestó a cada una de las cuatro preguntas. Sin embargo, no estuvo
satisfecho con parar los golpes que se le dirigían. Acepta la batalla, pero lucha
con las armas del Espíritu. Utiliza poderosas imágenes. Durante los tres años
anteriores habló a la gente con palabras poéticas, y a los Discípulos en parábolas
de profundos Misterios. Ahora el respondía a sus oponentes con parábolas de
lucha. Les contó la parábola de los agricultores, a los que había sido confiada
una viña, y cómo después rehusaron rendir la cosecha, mandando el propietario
mensajeros, y finalmente a su propio hijo. Esta parábola fue el último esfuerzo
por alcanzar el alma de sus enemigos, quienes quizá todavía podrían ser
estremecidos y llevados al conocimiento de sí mismos.
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La siguiente fue la parábola de la fiesta de las Bodas Reales. Los invitados son
llamados a la boda, y todos ellos se excusan. Entonces la invitación pasa a
extraños, a gente que aparentemente no tendría ocasión de acudir. Porque los
"legítimos" buscadores han llegado a ser hipócritas, finalmente Dios convoca a
la gente que uno no daría crédito como buscadores de lo divino. Esta fue una
directa acometida contra sus oponentes, que son los privilegiados del Templo
según la tradición antigua. Pero cuando se describe la condena de aquellos que
no llevan ningún vestido de bodas, se pone ante toda la humanidad un severo
espejo. La parábola de la fiesta de las Bodas del Rey, pronunciada el Martes, es
la más fuerte acometida de la Semana de la Pasión, dirigida en última instancia
a todos los hombres. Entonces Cristo va aún más allá y pregunta a sus
oponentes: ¿De quién es hijo el Mesías? Ellos contestaron: El es hijo de David.
Cristo citó las palabras del salmo 110, bien conocidas por ellos, para mostrar que
David señala al Mesías como su Señor. Y preguntó: ¿Cómo puede llamar David
a Cristo su Señor, cuando parece que es su hijo? Cristo expone la piedad
superficial de sus interrogadores pues solo se fijan en lo terreno. El primer paso
hacia la relación con lo Divino, es ver que el Mesías es Hijo de Dios y no hijo de
hombre. Cristo se les mostró en un momento en que deberían reconocerle, pero
no Le reconocieron. Así llega a la cuarta oposición.
Estas son las nueve lamentaciones, la denuncia hacia los fariseos es seguida
por el lamento sobre Jerusalem, así como la condena de que el mundo será
destruido. Al principio de su obra, en el círculo de confianza de sus discípulos,
Jesús pronunció una vez las nueve Bienaventuranzas del Sermón de la Montaña,
los nueve ideales del espíritu humano. Ahora cerrando su camino terrenal
declaró las nueve sombras que se oponen a las nueve luces anteriores. Las
denuncias son un combativo desenmascaramiento de aquellos que son
enemigos de Dios, así como las Bienaventuranzas eran una revelación de las
nueve formas en que el hombre se relaciona con Dios. En las lamentaciones
sobre Jerusalem está el reverso de la promesa de la "Ciudad situada en la
Colina", que en el Sermón de la Montaña hace referencia por vez primera a la
descripción de la Jerusalem celestial. Mientras el día comenzaba a declinar,
Jesús con sus discípulos dejó la ciudad, como era su costumbre. Subió al monte
de Gethsemaní dejando atrás el valle de Cedrón, y entró en el jardín que fue el
escenario de las más íntimas enseñanzas.
Pero no continuó hacia Bethphage y Betania. En la cima del Monte de los Olivos,
donde una maravillosa paz les rodeaba, El descansó con sus discípulos, aún
invadido por el conflicto que había sostenido todo el día. Comenzó a hablar a
sus discípulos por última vez al aire libre, y las palabras con que les instruyó no
eran menos poderosas que aquellas con las que había hablado a sus oponentes.
Los valerosos hechos que su alma llevó a cabo durante el día presentaban un
eco ante los dioses. Cristo pudo hacer revelaciones a sus discípulos como nunca
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antes lo había hecho. Lo que Él manifiestó en esa noche, algunas veces
conocido como el "Pequeño Apocalipsis", abre vastos horizontes hacia el futuro.
Así ocurre siempre en la vida. Si los hechos reales han madurado durante el día,
la tarde y la noche convocan un eco celestial. Los resultados del día no yacen
únicamente en lo que ha sido llevado a cabo directamente. Cuando las
actividades del día han llamado a las puertas del mundo espiritual, entonces, al
caer la noche, las puertas del mundo espiritual se abren. La genuina fuerza
interior empleada durante el día se encuentra con la respuesta espiritual.
A lo largo de todo el día los discípulos han estado con Cristo cerca del Templo.
Él les ha mostrado que todo ello está conducido a la destrucción. La destrucción
de Jerusalem y del Templo era una necesidad espiritual, y si el ejército romano
no hubiera llevado a cabo esto cuatro décadas después, habría sido otra la vía
en que se hubiera hecho. Mientras la visión de la caída del Templo surge ante
los Discípulos, una gran catástrofe cósmica parece brillar a través de ella. Es la
caída de todo el mundo la que Cristo pone ante sus almas. La división, manifiesta
todos los días, entre los oponentes hostiles y el pequeño grupo de servidores,
llega a ser bastante translúcida. La historia no traerá menos que una gran
división de la humanidad entre algunos que tenderán hacia lo divino, y otros en
contra de ello. Lo que germina silenciosamente en el pequeño grupo, busca la
unión con lo divino, llevando en si mismos el futuro del Mundo.
Las palabras del Martes de la semana santa, tomadas en conjunto, son una
maravillosa revelación de cada batalla de la Luz contra las Tinieblas, cada batalla
de los discípulos cristianos en contra con los enemigos de Cristo. La declaración
de Goethe de que la historia del mundo no es más que una continuación de la
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lucha entre los que creen contra las que no creen, toca la verdad que es
presentada con todo detalle durante el Martes de la semana santa. Toda la
oposición hacia Cristo y la hostilidad hacia el Espíritu tiene sus raíces en la
incredulidad, en debilidades y temores profundamente ocultos. Ser discípulo de
Cristo exige coraje y fuerza. La batalla no es necesariamente la lucha de un
grupo de hombres contra otro. Esta batalla la debemos llevar a nuestro interior.
En cada alma humana el temor y el coraje, la oposición a Cristo y el
discipulado por Cristo, están mezclados. Las combativas palabras dirigidas en
contra de los oponentes de Cristo hacen manifiesto el temor que siempre ha
estado enraizado en los enemigos del Espíritu.
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MIÉRCOLES SANTO
A María Magdalena se la recuerda como habiendo ungido los pies de Cristo con
un costoso perfume de nardo y habiéndolos secado con sus cabellos. El
Evangelio de San Juan dice que toda la casa se llenó con el aroma de este
perfume. María Magdalena había llevado a cabo previamente, un año y medio
antes, un acto similar. Había experimentado la liberación y la redención a través
de su encuentro con El Cristo, y para mostrar su rebosante gratitud, ella tal y
como describe el Evangelio de Lucas, ungió los pies de Cristo y los secó con sus
cabellos. El Evangelio de San Juan, en las palabras introductorias del despertar
de Lázaro, se refiere a una escena anterior (11,2). A María Magdalena se la
describe en este Evangelio, el de San Lucas, como una "gran pecadora" , y es
posible, de acuerdo con la tradición antigua que ella fuese una prostituta, poseída
por los demonios, en el mundano balneario de Tiberias, cerca de su casa de
Magdala. ¿Pero qué significado tiene la unción de los pies de Cristo, que ella
lleva a cabo?... Este es el modelo y el símbolo de un Acto Sacramental. Así,
cuando otros declaran sus extravagantes hechos, y llegan a indignarse, Cristo
puede aceptar lo que esta mujer realiza como un Sacramento de Muerte, como
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el cumplimiento, la ejecución de la última unción. Con ocasión de la anterior
unción, Él había dicho: "Guardad la calma, porque ella ha amado mucho, mucho
le será perdonado". Y uno puede sentir como María desde entonces ha sido
capaz de transmutar en devoción religiosa y capacidad de sacrificio las fuerzas
naturales del amor terreno que le llevaron a errar recorriendo falsos senderos.
Después, la solemne quietud es rota repentínamente por una figura que forma
un completo contraste con María Magdalena. Es uno de los Apóstoles quien, al
ver el acto de María, pierde los estribos. Este es Judas. Él dice que la gran
cantidad de dinero empleado en la compra del perfume podía haber sido dada a
los pobres, y así muchas necesidades podían haber sido cubiertas. Sin embargo,
el Evangelio de San Juan señala francamente que sus motivos verdaderos no
son lo que él aparenta. Abiertamente el Evangelio le describe como un ladrón.
Muy bien puede ser que la ira que Judas sintió ante el acto de María Magdalena
le diese el ímpetu final para el hecho de su traición. Había esperado en tensa
expectación que Jesús se desvelase públicamente y que entonces sucedería
inevitablemente un milagro político. En su febril impaciencia, tiene la impresión
de que Jesús está malgastando su tiempo; y finalmente, en Betania, su
impaciencia se desborda. En esos momentos de incontrolada irritación va en
busca de aquellos que están al acecho de Cristo. El segundo evento crucial del
Miércoles es la traición de Judas. Judas y María Magdalena son típicas personas
mercuriales; son activas y temperamentales. Una de las virtudes de su
naturaleza es que nunca caen en el tedio, nunca están ociosos, algo siempre
está ocurriendo alrededor de ellos. María Magdalena, sin embargo, subyuga su
inquietud y la transforma en devoción paz y capacidad de amor. Uno puede ver
desde la narración del Evangelio que la verdadera devoción es al final
conseguida desde un alma activa, un alma en la cual la paz no es mera
inmovilidad , sino movilidad redimida, interiorizada. María Magdalena se ha visto
lanzada en grandes tempestades, y ha soportado siniestras experiencias; pero
ahora un intenso poder de devoción surge desde todo lo que anteriormente fue
oscuridad y caos. Esta intensidad la elevará después sobre los otros seres
humanos: a ella le es concedido ser la primera en encontrar y contemplar a Cristo
Resucitado.
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puede amar. Una persona inquieta no es capaz de amor real, porque el amor
sólo es posible cuando el alma ya ha encontrado la fuerza de la paz. Así en estos
dos personajes, María Magdalena y Judas, quedan separados dos caminos,
como en una encrucijada. Uno conduce a la cercanía a Cristo; el otro a la noche
oscura, a la tragedia del suicidio.
Marta, la otra hermana de Lázaro, representa como una transición entre Judas y
María Magdalena. El Evangelio de San Lucas cuenta en su principio la historia
de Marta y María, y esto tiene un propósito. Marta es la que constantemente está
activa, y no puede vivir sin emprender algún servicio. Uno no puede negar la
naturaleza genuina de su devoción, pero tampoco puede quedar ciego ante el
hecho de que la intranquilidad corporal de la que fue sanada, ha permanecido
ahora en su alma. María, quien escucha con devoción, es descrita como
aquella que ha elegido la parte mejor.
Las figuras que toman parte en esas escenas del Miércoles muestran la
encrucijada que debemos encarar antes de que podamos esperar ser admitidos
en la esfera del Jueves Santo. Son caminos separados ante el Misterio del
Sacramento. Judas es el hombre sin ritual que llega a desbordarse y perder su
propio control cuando entra en la esfera del verdadero ceremonial del culto.
Mercurio, quien para el mundo greco-romano fue Dios Sanador y también Dios
de los comerciantes y ladrones, entra ahora en la órbita del Cristo Solar. La
escena en Betania, en la casa de Lázaro y de sus hermanas, muestra como
Mercurio, el Dios Sanador, puede sanado por el Sol de Cristo.
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JUEVES SANTO
Por un tiempo la batalla debía cesar; el transcurso de la hora sagrada tenía que
ser respetado. Y así los propios enemigos de Jesús dan la orden: "Buscarle y
arrestarle, pero no en la Fiesta". En la habitación donde Jesús está reunido con
sus discípulos se cumplen las palabras del Salmo 23: "Tu preparaste una mesa
para mí en presencia de mis enemigos".
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La antigua tradición del Sacrificio de Sangre tiene su símbolo en el Cordero
Pascual sobre la mesa. La magia de la sangre, manifiesta en todos los sacrificios
de sangre pre-cristianos, tiene un activo poder. Se creía que la sangre de
animales puros, vertida en el Sacrificio, era capaz de transportar el alma de las
gentes, menos unidas con el cuerpo, a estados de éxtasis. Las Fuerzas Divinas
del otro mundo podían ser reflejadas en la condición humana. Pero ahora en el
Cenáculo del Monte Sión, el antiguo Sacrificio pierde para siempre su significado.
El Ser Divino Mismo ha entrado en este Mundo; así el antiguo Sacrificio de
Sangre ha llegado a ser superfluo. El Poder que anteriormente fue buscado y
traído desde otros mundos, se encuentra ahora presente y llega a unirse
inseparablemente con este Mundo. El Cordero Pascual deja de tener aquellas
fuerzas mágicas, porque en la existencia terrestre está siendo formada una
semilla de las Fuerzas Celestiales. El Cordero llega a ser la imagen pura del
Sacrificio del Amor Divino.
Pero ahora el pan y el vino llegan a ser más que símbolos. El Espíritu Divino del
Sol está presente en Cristo, y mientras El reparte el pan, puede decir: " Este es
MI cuerpo", y acercando a los discípulos el cáliz: "Esta es MI sangre". Su alma
se entrega a sí misma derramándose hacia el pan y el vino. En el crepúsculo de
la habitación, el pan y el vino son envueltos con una brillante Aura Solar Ya pues
llegaron a ser Cuerpo y Sangre del Alma de Cristo, Cuerpo y Sangre del Espíritu
Solar. Todos los Misterios Solares de la antigüedad, no fueron sino profecías que
en estos momentos llegan a su cumplimiento. En la transición de la ofrenda de
sangre en el pasado y la ofrenda del pan y del vino, toda la idea del sacrificio
cambia. Los antiguos sacrificios fueron siempre ofrendas materiales.
Ahora se funda el sacrificio del alma, y allí comienza la verdadera tradición del
Sacrificio Interior. Comienza el Sacrificio Solar del Cristianismo mientras que los
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sacrificios lunares de la antigüedad llegan a su fin. El Cristianismo , la verdadera
Religión Solar, tiene su aurora en esta hora nocturna. Por la representación de
los significativos actos antes y después de la Cena, Cristo lleva a la
manifestación cuatro escalones del Magno Suceso, anticipando las cuatro partes
del Sacramento Central cristiano que de ahí en adelante será continuamente
celebrado. Antes de la cena , siguiendo la costumbre observada en la Orden de
los Esenios, lava los píes de cada uno de los Discípulos, incluso los de Judas.
Una profunda y conmovedora imagen, insondable en todo su significado. Cristo
se entrega completamente en fervoroso amor, sobre el cual Su muerte pronto
pondrá el sello. Después de la Cena, otro acto ceremonial es observado por
Cristo, esta vez de acuerdo con la costumbre seguida en todos los hogares
judíos en esta hora. Cuando la cena de Pascua termina, el cabeza de familia
comienza a recitar del Haggada, la historia del pueblo desde los tiempos
antiguos, expuesta en forma legendaria. También Cristo termina la Cena con un
Discurso. Este es recordado y reunido por San Juan en el maravilloso "Discurso
de Despedida ", culminando en la gran Oración Sacerdotal.
Cuatro etapas han pasado: el Lavatorio de pies, la ingestión del Cordero Pascual,
la Ofrenda del Pan y del Vino, y el Discurso de Despedida. El Lavatorio de pies
reúne en una imagen las enseñanzas de Jesús a sus discípulos: "Un nuevo
mandamiento os doy, que os améis los unos a los otros". El Lavatorio de pies es
como si fuera la última de las parábolas llevada a cabo, no solamente hablada.
Enseña que el Amor es el propósito fundamental del Evangelio de Cristo.
La comida del Cordero Pascual corresponde en la Lectura del Servicio de la
Comunión al estadio del Ofertorio, que sigue a la Lectura del Evangelio. La
imagen del ofertorio emerge: Cristo, el Cordero Pascual que al día siguiente
morirá por la humanidad en la Cruz. Luego viene la tercera Etapa: Cristo da a los
discípulos el Pan y el Vino. Porque la primera parte de la transubstanciación es
consumada, formando la tercera parte del Sacramento, después de la lectura del
Evangelio y del Ofertorio. Ahora la Luz Espiritual ilumina la substancia terrenal.
En el Discurso de Despedida, la cuarta Etapa, Cristo da a sus discípulos las más
íntimas revelaciones sobre Su Propio Ser. Estas Palabras son Cuerpo y Sangre
de Cristo en un nivel aún más excelso que el del pan y vino. El Alma de Cristo
se da a sí misma al alma de los discípulos, que están únicamente capacitados
para recibirla como en un sueño. Sólo Juan, que yace en el pecho de Jesús y
escucha el hablar del corazón de Cristo, es capaz de preservar en su Evangelio
un reflejo de este momento para la humanidad.
Cristo, de quien procede la corriente del Amor Cósmico, habla al mismo tiempo
como el Espíritu de la Sabiduría. Es como si Júpiter, el Dios de la Sabiduría,
hubiese aparecido en una nueva forma entre los hombres. La reunión de la
sagrada mesa redonda se llega a romper dramáticamente. Es una estricta regla
de la Pascua, que en esta noche nadie puede dejar el albergue de la casa. Si lo
hace, se encuentra con el Ángel Exterminador. Las calles permanecían vacías.
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A pesar de ello, en cierto momento, alguien sale sin entretenerse, después de
haber recibido el trozo de pan de la mano de Jesús. El Evangelio de San Juan
añade: "Era de noche". También era de noche en el interior de Judas. En ese
momento Satanás entró en él. Judas va a la casa de enfrente, donde Caifás y su
grupo están guardando la Pascua, están dispuestos y ansiosos por el negocio
que Judas les viene a proponer.
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VIERNES SANTO
Cristo no lucha ahora contra la carne y contra la sangre, sino contra los invisibles
poderes demoníacos de cuya tiranía librará a los hombres. Lucha contra los
poderes luciféricos, los brillantes seres de engañosa luz, que quieren sustraer al
hombre de la Tierra, y también contra los poderes ahrimánicos, que quieren
endurecer y encadenar al hombre a la materia muerta. Mientras Cristo parece
dejar caer las armas, lo que realmente hace es seguir los poderes satánicos a
sus lugares ocultos con el fin de subyugarles. El poder que Ahrimán tiene sobre
el hombre se muestra más triunfalmente cuando se le aproxima como la figura
de la Muerte. En la evolución humana, hasta "la vuelta de los tiempos", la Muerte
que anteriormente ha sido una amiga del hombre, ha tomado más y más los
rasgos de Ahrimán. El Poder de la oscuridad sabía como aprovechar el destino
humano de la mortandad para utilizarlo como su arma más aguda. El poder de
la Muerte no implica sólo el que nosotros debamos morir; sino que llega a ser
realmente manifiesto sólo después de morir.
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de la muerte tendremos sólo el poder espiritual que hayamos conquistado en la
Tierra.
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gran poder de la fuerza de la Oración, desde siempre conocido en la Tierra, Él
se resiste y se reafirma para permanecer en el cuerpo. Son un último eco de esta
lucha las palabras que luego, desde la Cruz, parecen también revelar una
debilidad: "Tengo sed". Incluso inmediatamente antes de expirar su alma,
permanece fiel a la Tierra. No es su voluntad pasar simplemente al mundo
Espiritual a través de la muerte, sino permanecer unido a la Tierra al pasar su
Umbral y esta será su Victoria sobre la Muerte. Lucha para entrar aún más
profundamente en el mundo material de la Tierra por medio de su cuerpo físico.
Pero queda aún un resto en el que Él tiene que realizar su enalmación; tampoco
a éste lo quiere abandonar al Príncipe de este Mundo, quien había empezado a
considerarlo como su reino material, como posesión suya para siempre.
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la Muerte le arrojaba al destierro en el otro mundo después de ser burlado
durante su vida con su poder terrenal en la materia; pero Cristo al morir, se
relaciona directa y enteramente con la Tierra. La sangre mana de sus heridas,
su alma va con ella hacia el cuerpo de la Tierra. Cuando la sangre mana de un
hombre muerto, el cuerpo y el alma toman diferentes caminos; aquí, en Cristo,
el alma acompaña a la sangre (...). Cuando un cuerpo humano abandonado por
el alma es puesto en el sepulcro, el cuerpo y el alma toman caminos diferentes.
El alma de Cristo sigue el mismo camino, va hacia la Tierra. Este es el gran
Sacrificio Cósmico de Amor que Cristo lleva a cabo para toda la Existencia
Terrenal porque la muerte ya no puede obstruirla. La Tierra recibe el cuerpo y la
sangre de Cristo, la gran Comunión, y con ello la medicina para espiritualizar la
existencia material.
NOTA
“Al mismo tiempo, al lenguaje tácito del cuadro del crucifijo se suman las palabras
humanas pronunciadas en forma tan sencilla. Entretejidas en el Evangelio de
San Juan hay siete frases que comienzan con las palabras "Yo soy", por las
cuales se manifiesta Cristo como Hijo solar. Distribuidas en los cuatro Evangelios
hay siete frases por las cuales se manifiesta en la cruz el alma de Jesús —
metamorfosis de las palabras divinas de Cristo en palabras humanas de Jesús,
formando una composición misteriosa. Es como si una coreografía del Yo se
hubiera trasmutado en una coreografía del alma. Esto se reconoce al contemplar
a quién se refieren las palabras. Los siete "Yo soy" del Evangelio de San Juan
se dirigen cual siete manifestaciones solares auténticas al mundo entero,
mientras que las siete frases en la cruz se refieren respectivamente y en forma
concreta a seres humanos, a la muerte propia, al Padre celestial, al propio cuerpo
y a la propia misión terrenal.
La tercera se dirige a los seres humanos más próximos: "Mujer, he aquí tu hijo."
"He aquí tu madre." Palabras de amor y de unión humana fluyen del hombre a
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través del Hijo hacia el hombre. Frase dirigida a María y a San Juan, en el
Evangelio de San Juan 19:26 a 27.
Y por último, la mirada panorámica final. Todo lo que se había proyectado desde
el principio, y que en su perfección divina-humana se había vivido, enseñado,
sanado y sufrido: "Cumplido está", palabras de amor que implican y
comprehenden el consumar de todo el hecho de vida y muerte: del Yo a la misión,
de la misión al Yo. Las palabras "Está cumplido", sólo en San Juan 19:30. San
Mateo 27:50 y San Marcos 15:37 se contentan mencionándolo indirectamente:
"Jesús, dando un gran grito, expiró".
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del cuerpo. Es lícito suponer que este último grado de conciencia desprendida y
depurada, Jesús lo tuvo en toda su plenitud, tanto antes como durante y después
del momento de morir en el Gólgota, y que su alma estaba completamente
consciente de todos los procesos físicos, anímicos y espirituales del acto de
morir. La palabra "Eli", que se repite, no se refiere en absoluto a Elias, y ciertos
manuscritos la escriben también "Eloi".
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SÁBADO DE GLORIA
En la oscuridad del mediodia del día anterior, cuando Cristo en la cruz inclinaba
su cabeza y expiraba, el velo del Templo se rasgó en dos. Se abrieron
perspectivas en el interior del Mundo y se formaron imágenes arquetípicas en el
crepúsculo saturnino. La Mesa y la Cruz resumen los eventos de los dos últimos
días. Ahora la Tumba se suma a ellos como un tercer símbolo arquetípico.
Desde tiempos inmemoriales las tumbas también servían como altares; toda la
adoración de Dioses procedía originalmente de la adoración a los muertos. La
gente iba a las tumbas, cuando querían comunicar con los Dioses. Las almas de
los que habían partido eran intermediarios entre los hombres y los Dioses,
porque debido a que las almas de los muertos podían aparecer de las tumbas,
otros moradores del Mundo Espíritual podían aparecer allí también. Fue así en
tiempos lejanos, cuando la Muerte era aún la hermana del Sueño y no tenía aún
ese terrorífico poder sobre la humanidad. Los hombres no estaban tan
desesperadamente ligados a la substancia del cuerpo terrenal durante la vida
física en la Tierra. La comunión del Mundo Terrenal y el Mundo Espiritual aún
sucedía como proceso de inspiración y espiración.
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lo que ocupa su lugar es la creencia de la continuación de la vida a través de los
descendientes.
Aun en los siglos pre-cristianos las almas no vivían tan cerca y pesadamente en
el cuerpo como hoy. De ahí que aquellos que vivían en la Tierra, sentían como
una opresiva carga el trágico destino que traía la muerte. Aunque la gente iba a
las tumbas, las almas ya no acudían y los Dioses se ausentaban de los altares.
El sentimiento de ansiedad en los tiempos pre-cristianos derivaba mucho menos
de condiciones externas que de disturbios del alma. La Tierra parecía un lugar
desierto en el que no había llovido desde hacía mucho tiempo. La muerte llegó
a ser un terrible espectro. Este sentimiento subyacía enraizado en la Expectativa
Mesiánica, que inspiró a todos los pueblos pre-cristianos.
La humanidad antigua vio en ella la tumba, de Adam: aquí por primera vez la
humanidad se enfrentó con la muerte. Así desde tiempos muy antiguos este
desfiladero primario, que divide Jerusalem en dos partes , se creyó que era la
puerta del mundo subterráneo. En este lugar la Cruz fue erigida ayer; y allí hoy
se encuentra el Sepulcro.
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Mientras sobre la tierra es Sábado Santo, en el reino de los muertos ya es
Pascua. Los difuntos han percibido la realidad de Pascua antes que la
humanidad terrestre. La tierra que muere, en peligro de perder todo contacto con
el cielo, ha recibido una medicina: el cuerpo y la sangre de Cristo. Estos eran los
primeros elementos de materia terrestre penetrados totalmente por el Espíritu.
Son el germen de una realidad material nueva, transfigurada por la realidad
espiritual. El alma y el espíritu de Cristo han quedado ligados a las gotas de
sangre que han impregnado la colina del Gólgota, y a su cuerpo, depositado en
la tumba de José de Arimatea. Por primera vez el ostracismo de la muerte queda
sin efecto. La acción de la Providencia ha llegado a un punto crucial. Todo el
universo participa de manera inmediata en lo que ocurre en la cruz y en la tumba.
La comunión por la cual la tierra ha recibido el remedio cósmico se extiende al
infinito. Desde el viernes santo en el momento de la muerte de Cristo, la tierra ha
sido sacudida por temblores hasta la última sacudida al alba del día de Pascua.
El sábado santo fue sin duda turbulento en la medida en que los poderes de la
naturaleza fueron puestos a disposición del silencio solemne que rodeaba la
tumba. Es un hecho que Rudolf Steiner ha señalado como fruto de su
investigación espiritual, pero que puede afianzar el conocimiento de los misterios
que encubren el suelo de Jerusalem: la sacudida telúrica ha abierto la falla
original del Gólgota que antiguamente había hecho cegar Salomón. Toda la tierra
se vuelve tumba, este es uno de los puntos culminantes del Misterio del Gólgota.
En sentido literal, la tierra acoge en las profundidades la Hostia que ha sido
ofrecida. Cuando en el Credo de la Comunidad de Cristianos decimos: "El ha
sido sepultado en el sepulcro de la tierra", tocamos el aspecto cósmico del
Misterio del Gólgota. Novalis sabía —y lo expresó en su cántico XI- que es el
mismo Cristo y no otro quien ha dado a la tierra el remedio cósmico. Es solo en
apariencia que manos humanas han depositado el cuerpo del crucificado en la
tumba. De hecho, es él mismo quien se dio, más allá de la muerte, para la
sanacíón de toda la realidad terrestre.
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debe contener una reliquia perteneciente a la vida terrestre de Jesús o de algún
santo. De hecho esta regla se refiere a los tiempos precristianos en que la
relación con el mundo espiritual no era posible mas que a través de las tumbas
con restos de reliquias de difuntos. La tumba vacía refuta cualquier culto a las
reliquias.
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DOMINGO DE RESURRECCIÓN
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La Resurrección del Cristo, la victoria sobre la muerte, consistió en que Alguien
pudo atravesar el umbral sin que el poder oscuro de la muerte le quitara nada
del poder absoluto de la elevada substancia del espíritu. Durante tres años, el
Yo Divino del Cristo fue penetrando más y más profundamente su cuerpo
terrenal, mostrándose como señor sobre la materia. El fruto de estos tres años
fue la transformación de la materia muerta mediante la impregnación plena del
espíritu. Esto explica, a pesar de las apariencias trágicas del drama de la Pasión,
la gloria luminosa de la humanidad elevada a lo Divino. En la hora del Gólgota
encontramos en Jesús la misma grandeza soberana y victoriosa que se había
sentido delante de la tumba de Lázaro, o en el momento de la entrada en
Jerusalém y la purificación del Templo. Sobre la cruz, compartiendo el destino
de la muerte de la humanidad, ofreció Su Cuerpo en sacrificio. Su poder sobre
el cuerpo, la supremacía del espíritu sobre la materia, hizo posible que los
discípulos lo percibieran con sus órganos físicos. A pesar de que su cuerpo no
se pudiera palpar materialmente, ellos estaban bajo el extraordinario efecto que
emanaba de la presencia del Resucitado. La intensidad de la victoria sobre la
muerte era tan grande que les abrió la zona fronteriza en la cual lo espiritual
puede crear y engendrar, a partir de sí mismo, materia.
La corporeidad del Resucitado que se manifestó a los discípulos era más que
una potencialidad. Este Cuerpo de Resurrección del Cristo era una realidad
plena, un acontecer creador universal. Nuestras tentativas de aproximarnos al
Misterio del Cuerpo real de Resurrección, encuentran sustento en las
indicaciones precisas de la Ciencia espiritual actual en lo concerniente a los
procesos de devenir y perecer, a los cuales el ser humano está sometido apenas
atraviesa el umbral de la muerte.
Después de despojarse del cuerpo físico que vuelve a la tierra, una parte
suprasensible del hombre permanece por un tiempo ligado a él. Ella, gracias a
su posición de intermediaria entre el cuerpo y el alma, le sirve de puente entre la
encarnación terrenal y la morada en el mundo anímico-espiritual. Este es el
cuerpo etérico, vital o cuerpo de fuerzas formativas, que es el elemento invisible
del organismo humano que modela la forma y vivifica el cuerpo físico. Es el
miembro suprasensible inferior del ser humano y el portador de la memoria. En
tanto que el cuerpo físico está unido al cuerpo etérico, las imágenes de las
experiencias vividas emergen solo en fragmentos a la consciencia. En el
momento de la muerte, cuando la envoltura terrenal más densa es abandonada,
la memoria se despliega como un imponente cuadro, y el alma humana ve la
trama de las imágenes del pasado hacia atrás con una claridad y nitidez
impresionante. Esta retrospectiva con la presencia de todas las imágenes de la
vida transcurrida dura tres días. Entonces el cuerpo vital, segunda envoltura, se
expande hacia el cosmos para integrarse al éter del universo.
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Ahora el hombre entra en la esfera donde viven las realidades anímico-
espirituales. Aquí comienza para su ser una severa prueba. Es entonces cuando
atraviesa plenamente el umbral de la muerte. Sin envoltura ni protección alguna,
el alma se ve expuesta a la justicia del Universo; lanzada al abismo
inconmensurable de la existencia, experimenta una sensación de ahogo. Sólo
pueden allí sostenerla las fuerzas adquiridas durante la vida terrestre, según
haya estado ligado al mundo del espíritu. La única luz que le ilumina en la
oscuridad será aquella que provenga de su vida interior, de la inclinación que
haya tenido hacia el espíritu y lo bueno. Podrá apoyarse sobre lo adquirido
personalmente. Tendrá para alumbrarse la luz que ella misma haya conquistado.
El que se dejó sojuzgar por las realidades terrenales, se hunde en la
inconsciencia e impotencia. Amenaza la muerte del alma, la “segunda muerte”.
El terrible poder que la muerte ejerce sobre el ser humano se manifiesta
plenamente en el momento en que le arrebata al hombre su segunda envoltura.
El pleno poder del espíritu sobre la materia, que como ya dijimos se manifiesta
más allá de la muerte, se muestra por el hecho de que el alma, después de haber
abandonado el cuerpo físico y el cuerpo etérico, conserva de ellos una
“quintaesencia”. En esto se diferencian los seres humanos, cuando hayan
cruzado el umbral. Puede ser que, cuando el hombre llega a la otra orilla, una
vez atravesada la corriente vital del cuerpo etérico, haya podido beber solo una
mísera gota de las aguas del Leteo, “el río del olvido”, cambiando el recuerdo
pleno por el gran olvido: entonces las brasas de la región de las pruebas la
devoran; o puede ser que su “quintaesencia” es como un cristal luminoso,
testimonio de la participación espiritual imperdible adquirida tanto de las fuerzas
de vida del cosmos, como también de las fuerzas creadores que entre el cuerpo
físico y el cuerpo etérico tienen el poder de dar nacimiento a una corporeidad
nueva.
El poder victorioso que moraba en Cristo sobre la materia y la muerte era tan
grande cuando atravesó el sacrificio del Gólgota, que pudo arrebatar a la muerte
la totalidad del cuerpo etérico con el que por tres años vivió sobre la Tierra.
Después de tres días de lucha espiritual, Cristo surgió victorioso del sepulcro en
la mañana de Pascua. La muerte no pudo confinarlo a la impotencia, sino que Él
permaneció presente en la tierra con su cuerpo etérico transmutado en cristal de
luz. Esta corporeidad resucitada que apareció a los discípulos era mucho más
que un cuerpo etérico. Por estar impregnado de la “quintaesencia” de su cuerpo
físico, conservó su forma, evitando la tendencia cósmica centrífuga y la
unificación con el éter del Universo.
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del Cristo arrebatado a la muerte, gracias a su cualidad bien particular, como
desbordante de fuerzas creadoras. No era propiamente un cuerpo físico. Por su
fuerza y forma era lo más cercano que podía estar del plano físico en el que se
encontraban los discípulos. La corporeidad espiritual del Resucitado podría ser
caracterizada como un cuerpo etérico que al igual que un cuerpo físico, vive y
actúa sobre la tierra; o como un cuerpo físico elevado al nivel de cuerpo etérico,
liberado del poder de la muerte y del perecer. Es evidente que frente al mayor
enigma que ha habido sobre la tierra, las palabras y conceptos humanos son
apenas torpes tanteos. Pero en la medida que paulatinamente comencemos a
entrever la realidad viviente de ese Misterio (la obra de Rudolf Steiner nos da
esta posibilidad) encontraremos un punto de apoyo donde nuestro pensar y
conocimientos pueden ser elevados.
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