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el profanador de textos

Jacob & Wilhelm Grimm

Todos los cuentos

Indice
índice en orden numérico [KHM] i
índice en orden alfabético iii
índice en orden alfabético alemán v
cuentos 1
leyendas 354
apéndices
1 los hermanos Grimm 362
2 a la señora Bettine von Arnim 371
3 prólogo 372
4 presentación 377
5 sobre la traducción al castellano 381
elprofanador
el profanador de
de textos textos primera pedeeficación:
marzo 26, 2014
confesiones de invierno con respecto a este libro
(¡siempre charly garcía debe estar presente!) actualizaciones:
Título: ‘Todos los cuentos de los Hermanos Grimm‘
quiero a los libros —esos seres impresos en árboles muertos
(o debería decir ‘asesinados’)— con ‘sagrado’ respeto, ISBN: 978-987-1368-25-9
profanador, ra. pero resulta que muchas veces son inhallables… o hallables
(Del lat. profanãtor, -ōris).
1. adj. Que profana. U. t. c. s. a un precio inalcanzable. Editorial: Editorial Antroposófica
profanar. por eso me convierto en ‘profanador’: ‘deshonro,’ ‘prostitu- Fecha de impresión: 2007
(Del lat. profanãre). yo’ la belleza del papel y transfiero la sabiduría a este nuevo
1. tr. Tratar algo sagrado sin ser electrónico.
el debido respeto, o aplicarlo
a usos profanos.
2. tr. Deslucir, desdorar, des- es verdad: Dejo sin pan a quien lo creó. pero completo su
honrar, prostituir, hacer uso más profundo deseo: Difundir su conocimiento. para colaborar
indigno de cosas respetables. (a mi tampoco me convencen estas ‘razones,’ son puro bla,
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Jacob & Wilhelm Grimm ii Todos los cuentos
el profanador de textos
índice en orden numérico [KHM] el ratoncito, el pajarito y la salchicha [023] 51 el perro y el gorrión [058] 118
madre nieve (Frau Holle) [024] 52 Federico y Catalinita [059] 120
los siete cuervos [025] 54 los dos hermanos [060] 123
caperucita roja [026] 55 el destripaterrones [061] 132
los músicos de Brema [027] 57 la reina de las abejas [062] 135
el hueso cantor [028] 58 las tres plumas [063] 136
los tres pelos de oro del diablo [029] 59 la oca de oro [064] 138
el piojito y la pulguita [030] 62 bestia peluda (milpieles) [065] 140
la doncella sin manos [031] 63 la novia del conejito [066] 142
Juan el Listo [032] 66 los doce cazadores [067] 143
las tres lenguas [033] 68 el ladrón fullero y su maestro [068] 144
el Rey-Rana o Enrique el férreo Elsa la Lista [034] 69 Yorinda y Yoringuel [069] 146
(el Rey-Rana o el fiel Enrique) [001] 1 el sastre en el cielo [035] 71 los tres favoritos de la fortuna [070] 147
el gato y el ratón hacen vida en común [002] 2 la mesa, el asno y el bastón seis que salen adelante en el mundo [071] 148
la hija de la Virgen María [003] 4 maravillosos [036] 72 el lobo y el hombre [072] 151
historia de uno que hizo un viaje pulgarcito [037] 76 el lobo y la zorra [073] 152
para saber lo que era el miedo [004] 6 la boda de dama raposa [038] 79 el zorro y su comadre [074] 153
el lobo y las siete cabritas [005] 11 los duendecillos [039] 80 la zorra y el gato [075] 153
el fiel Juan [006] 12 la novia del bandolero [040] 82 el clavel [076] 154
un buen negocio [007] 16 el señor Korbes [041] 84 la picara cocinera [077] 156
el músico prodigioso [008] 18 el señor padrino [042] 84 el abuelo y el nieto [078] 157
los doce hermanos [009] 19 la dama duende [043] 85 la ondina [079] 158
la chusma (gentuza) [010] 21 la muerte madrina [044] 86 la muerte de la gallinita [080] 159
los dos hermanitos [011] 22 las correrías de pulgarcito [045] 88 hermano alegre [081] 160
Rapunzel (Verdezuela) [012] 25 el pájaro del brujo [046] 90 el jugador [082] 165
los tres enanitos del bosque [013] 27 el enebro [047] 91 Juan con suerte [083] 166
las tres hilanderas [014] 29 el viejo Sultán [048] 96 Juan se casa [084] 169
Hansel y Gretel (Juanito y Margarita) [015] 31 los seis cisnes [049] 97 los niños de oro [085] 170
las tres hojas de la serpiente [016] 34 la bella durmiente [050] 99 la zorra y los gansos [086] 172
la serpiente blanca [017] 36 piñoncito [051] 101 el pobre y el rico [087] 173
la paja, la brasa y la alubia [018] 38 el rey Pico de Tordo [052] 102 la alondra cantarina y saltarina [088] 175
el pescador y su mujer [019] 39 Blancanieves [053] 104 la pastora de ocas (la niña de los gansos) [089] 178
el sastrecillo valiente el morral, el sombrerito y el cuerno [054] 108 el joven gigante [090] 180
(siete de un golpe) [020] 42 la hija del molinero (el enano saltarín) [055] 111 el gnomo [091] 184
la cenicienta [021] 46 el amadísimo Rolando [056] 113 el rey de la montaña de oro [092] 186
el acertijo [022] 50 el pájaro de oro [057] 115 el cuervo [093] 189

Jacob & Wilhelm Grimm i Todos los cuentos


el profanador de textos
la campesina prudente [094] 191 un ojito, dos ojitos y tres ojitos [130] 256 el féretro de cristal [163] 293
el viejo Hildebrando [095] 193 la bella Catalinita y Pif Paf Poltri [131] 259 Enrique el Holgazán [164] 296
los tres pajaritos [096] 195 la zorra y el caballo [132] 260 el grifo [165] 297
el agua de la vida [097] 197 las princesas bailadoras [133] 261 el fornido Juan [166] 300
el doctor sabelotodo [098] 199 los seis criados [134] 263 el pobre campesino, en el cielo [167] 303
el espíritu embotellado [099] 200 la novia blanca y la novia negra [135] 266 Elisa, la flaca [168] 304
el mugriento hermano del diablo [100] 203 Juan de Hierro [136] 268 la casa del bosque [169] 304
piel de oso [101] 204 las tres princesas negras [137] 272 hay que compartir las penas y
el reyezuelo y el oso [102] 207 Knoist y sus tres hijos [138] 273 las alegrías [170] 307
gachas dulces [103] 208 la muchacha de Brakel [139] 273 el reyezuelo [171] 307
gente lista [104] 209 los sirvientes de la casa la platija [172] 309
cuentos del sapo [105] 210 (la compañía) (los fámulos) [140] 273 el alcaraván y la abubilla [173] 309
el pobre mozo molinero y la gatita [106] 211 el corderito y el pececito [141] 274 el búho [174] 310
los dos caminantes [107] 213 monte Simeli [142] 275 la luna [175] 311
Juan mi Erizo (Juan Erizo) [108] 218 inconvenientes de correr mundo [143] 276 la duración de la vida [176] 312
la camisita del muerto [109] 220 el borriquillo [144] 277 los mensajeros de la muerte [177] 313
el judío en el espino [110] 221 el hijo ingrato [145] 278 cascarrabias [178] 314
el hábil cazador [111] 223 la zanahoria [146] 279 la pastora de ocas en la fuente [179] 316
el mayal del cielo [112] 225 el hombrecito rejuvenecido [147] 280 los desiguales hijos de Eva [180] 320
los dos príncipes [113] 226 nuestro Señor y el ganado del diablo [148] 281 la ondina del estanque [181] 321
el sastrecillo listo [114] 229 la viga [149] 282 los regalos de los gnomos [182] 323
el sol revelador [115] 231 la vieja pordiosera [150] 282 el gigante y el sastre [183] 325
la lámpara azul [116] 231 los tres haraganes [151] 283 el clavo [184] 326
el chiquillo testarudo [117] 233 los doce haraganes [151a] 283 el pobre niño en la tumba [185] 326
los tres cirujanos [118] 234 el pastorcito zagalillo [152] 285 la novia verdadera [186] 328
los siete suabos [119] 235 el dinero llovido del cielo [153] 285 la liebre y el erizo [187] 331
los tres operarios [120] 237 los centavos robados el huso, la lanzadera y la aguja [188] 333
el príncipe intrépido [121] 238 (los ochavos robados) [154] 286 el labrador y el diablo [189] 334
la lechuga prodigiosa [122] 241 elección de novia [155] 287 las migas en la mesa [190] 335
la vieja del bosque [123] 244 una muchacha hacendosa [156] 287 el lebrato marino [191] 335
los tres hermanos [124] 245 el gorrión y sus cuatro gorrioncitos [157] 287 el rey de los ladrones [192] 337
el diablo y su abuela [125] 246 el cuento de los despropósitos [158] 289 el tambor [193] 340
Fernando leal y Fernando desleal [126] 248 el cuento de las mentiras [159] 289 la espiga de trigo [194] 344
el horno de hierro [127] 250 un cuento enigmático [160] 290 la tumba [195] 345
la hilandera holgazana [128] 253 Blancanieve y Rojaflor [161] 290 el viejo Rinkrank [196] 346
los cuatro hermanos ingeniosos [129] 254 el Listo Juan [162] 293 la bola de cristal [197] 347

Jacob & Wilhelm Grimm ii Todos los cuentos


el profanador de textos
la doncella Maleen [198] 349 índice en orden alfabético Frau Holle [024] 52
la bota de piel de búfalo [199] 351 el enano saltarín [055] 111
la llave de oro [200] 353 el enebro [047] 91
San José en el bosque [i] 354 el espíritu embotellado [099] 200
los doce apóstoles [ii] 355 el féretro de cristal [163] 293
la rosa [iii] 356 el fiel Juan [006] 12
la pobreza y la humildad llevan al cielo [iv] 356 el fornido Juan [166] 300
el divino manjar [v] 357 el gato y el ratón hacen vida en común [002] 2
las tres ramas verdes [vi] 358 el gigante y el sastre [183] 325
la copita de la virgen [vii] 359 el gnomo [091] 184
la viejecita [viii] 359 el gorrión y sus cuatro gorrioncitos [157] 287
las bodas celestiales [ix] 360 bestia peluda [065] 140 el grifo [165] 297
la vara de avellano [x] 361 Blancanieves [053] 104 el hábil cazador [111] 223
Blancanieve y Rojaflor [161] 290 el hijo ingrato [145] 278
caperucita roja [026] 55 el hombrecito rejuvenecido [147] 280
cascarrabias [178] 314 el horno de hierro [127] 250
cuentos del sapo [105] 210 el hueso cantor [028] 58
el abuelo y el nieto [078] 157 el huso, la lanzadera y la aguja [188] 333
el acertijo [022] 50 el joven gigante [090] 180
el agua de la vida [097] 197 el judío en el espino [110] 221
el alcaraván y la abubilla [173] 309 el jugador [082] 165
el amadísimo Rolando [056] 113 el labrador y el diablo [189] 334
el borriquillo [144] 277 el ladrón fullero y su maestro [068] 144
el búho [174] 310 el lebrato marino [191] 335
el chiquillo testarudo [117] 233 el Listo Juan [162] 293
el clavel [076] 154 el lobo y el hombre [072] 151
el clavo [184] 326 el lobo y la zorra [073] 152
el corderito y el pececito [141] 274 el lobo y las siete cabritas [005] 11
el cuento de las mentiras [159] 289 el mayal del cielo [112] 225
el cuento de los despropósitos [158] 289 el morral, el sombrerito y el cuerno [054] 108
el cuervo [093] 189 el mugriento hermano del diablo [100] 203
el destripaterrones [061] 132 el músico prodigioso [008] 18
el diablo y su abuela [125] 246 el pájaro de oro [057] 115
el dinero llovido del cielo [153] 285 el pájaro del brujo [046] 90
el divino manjar [v] 357 el pastorcito zagalillo [152] 285
el doctor sabelotodo [098] 199 el perro y el gorrión [058] 118

Jacob & Wilhelm Grimm iii Todos los cuentos


el profanador de textos
el pescador y su mujer [019] 39 hermano alegre [081] 160 la mesa, el asno y el bastón maravillosos [036] 72
el piojito y la pulguita [030] 62 historia de uno que hizo un viaje la muchacha de Brakel [139] 273
el pobre campesino, en el cielo [167] 303 para saber lo que era el miedo [004] 6 la muerte de la gallinita [080] 159
el pobre mozo molinero y la gatita [106] 211 inconvenientes de correr mundo [143] 276 la muerte madrina [044] 86
el pobre niño en la tumba [185] 326 Juan con suerte [083] 166 la niña de los gansos [089] 178
el pobre y el rico [087] 173 Juan de Hierro [136] 268 la novia blanca y la novia negra [135] 266
el príncipe intrépido [121] 238 Juan el Listo [032] 66 la novia del bandolero [040] 82
el ratoncito, el pajarito y la salchicha [023] 51 Juan mi Erizo [108] 218 la novia del conejito [066] 142
el rey de la montaña de oro [092] 186 Juan se casa [084] 169 la novia verdadera [186] 328
el rey de los ladrones [192] 337 Knoist y sus tres hijos [138] 273 la oca de oro [064] 138
el rey Pico de Tordo [052] 102 la alondra cantarina y saltarina [088] 175 la ondina [079] 158
el Rey-Rana o Enrique el férreo (el Rey-Rana o el la bella Catalinita y Pif Paf Poltri [131] 259 la ondina del estanque [181] 321
fiel Enrique) [001] 1 la bella durmiente [050] 99 la paja, la brasa y la alubia [018] 38
el reyezuelo [171] 307 la boda de dama raposa [038] 79 la pastora de ocas [089] 178
el reyezuelo y el oso [102] 207 la bola de cristal [197] 347 la pastora de ocas en la fuente [179] 316
el sastre en el cielo [035] 71 la bota de piel de búfalo [199] 351 la picara cocinera [077] 156
el sastrecillo listo [114] 229 la camisita del muerto [109] 220 la platija [172] 309
el sastrecillo valiente (siete de un golpe) [020] 42 la campesina prudente [094] 191 la pobreza y la humildad llevan al cielo [iv] 356
el señor Korbes [041] 84 la casa del bosque [169] 304 la reina de las abejas [062] 135
el señor padrino [042] 84 la cenicienta [021] 46 la rosa [iii] 356
el sol revelador [115] 231 la chusma (gentuza) [010] 21 la serpiente blanca [017] 36
el tambor [193] 340 la compañía [140] 273 la tumba [195] 345
el viejo Hildebrando [095] 193 la copita de la virgen [vii] 359 la vara de avellano [x] 361
el viejo Rinkrank [196] 346 la dama duende [043] 85 la vieja del bosque [123] 244
el viejo Sultán [048] 96 la doncella Maleen [198] 349 la vieja pordiosera [150] 282
el zorro y su comadre [074] 153 la doncella sin manos [031] 63 la viejecita [viii] 359
elección de novia [155] 287 la duración de la vida [176] 312 la viga [149] 282
Elisa, la flaca [168] 304 la espiga de trigo [194] 344 la zanahoria [146] 279
Elsa la Lista [034] 69 la hija de la Virgen María [003] 4 la zorra y el caballo [132] 260
Enrique el Holgazán [164] 296 la hija del molinero [055] 111 la zorra y el gato [075] 153
Federico y Catalinita [059] 120 la hilandera holgazana [128] 253 la zorra y los gansos [086] 172
Fernando leal y Fernando desleal [126] 248 la lámpara azul [116] 231 las bodas celestiales [ix] 360
gachas dulces [103] 208 la lechuga prodigiosa [122] 241 las correrías de pulgarcito [045] 88
gente lista [104] 209 la liebre y el erizo [187] 331 las migas en la mesa [190] 335
Hansel y Gretel (Juanito y Margarita) [015] 31 la llave de oro [200] 353 las princesas bailadoras d [133] 261
hay que compartir las penas y las alegrías [170] 307 la luna [175] 311 las tres hilanderas [014] 29

Jacob & Wilhelm Grimm iv Todos los cuentos


el profanador de textos
las tres hojas de la serpiente [016] 34 madre nieve [024] 52 índice en orden alfabético
las tres lenguas [033] 68 milpieles [065] 140 alemán
las tres plumas [063] 136 monte Simeli [142] 275
las tres princesas negras [137] 272 nuestro Señor y el ganado del diablo [148] 281
las tres ramas verdes [vi] 358 piel de oso [101] 204
los centavos robados [154] 286 piñoncito [051] 101
los cuatro hermanos ingeniosos [129] 254 pulgarcito [037] 76
los desiguales hijos de Eva [180] 320 Rapunzel (Verdezuela) [012] 25
los doce apóstoles [ii] 355 San José en el bosque [i] 354
los doce cazadores [067] 143 seis que salen adelante en el mundo [071] 148
los doce haraganes [151a] 283 un buen negocio [007] 16
los doce hermanos [009] 19 un cuento enigmático [160] 290
los dos caminantes [107] 213 un ojito, dos ojitos y tres ojitos [130] 256 Allerleirauh [065] 140
los dos hermanitos [011] 22 una muchacha hacendosa [156] 287 Armut und Demut führen zum Himmel [iv] 356
los dos hermanos [060] 123 Yorinda y Yoringuel [069] 146 Aschenputtel [021] 46
los dos príncipes [113] 226 Auf Reisen gehen [143] 276
los duendecillos [039] 80 Bruder Lustig [081] 160
los fámulos [140] 273 Brüderchen und Schwesterchen [011] 22
los mensajeros de la muerte [177] 313 Das alte Mütterchen [viii] 359
los músicos de Brema [027] 57 Das blaue Licht [116] 231
los niños de oro [085] 170 Das Bürle im Himmel [167] 303
los ochavos robados [154] 286 Das Dietmarsische Lügenmärchen [159] 289
los regalos de los gnomos [182] 323 Das eigensinnige Kind [117] 233
los seis cisnes [049] 97 Das Erdmännchen [091] 184
los seis criados [134] 263 Das Eselein [144] 277
los siete cuervos [025] 54 Das Hausgesinde [140] 273
los siete suabos [119] 235 Das Hirtenbüblein [152] 285
los sirvientes de la casa [140] 273 Das junggeglühte Männlein [147] 280
los tres cirujanos [118] 234 Das kluge Gretel [077] 156
los tres enanitos del bosque [013] 27 Das Lämmchen und Fischchen [141] 274
los tres favoritos de la fortuna [070] 147 Das Lumpengesindel [010] 21
los tres haraganes [151] 283 Das Mädchen ohne Hände [031] 63
los tres hermanos [124] 245 Das Mädchen von Brakel [139] 273
los tres operarios [120] 237 Das Märchen vom Schlaraffenland [158] 289
los tres pajaritos [096] 195 Das Meerhäschen [191] 335
los tres pelos de oro del diablo [029] 59 Das Rätsel [022] 50

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el profanador de textos
Das singende, springende Der goldene Vogel [057] 115 Der Vogel Greif [165] 297
Löweneckerchen [088] 175 Der Grabhügel [195] 345 Der Wolf und der Fuchs [073] 152
Das tapfere Schneiderlein [020] 42 Der gute Handel [007] 16 Der Wolf und der Mensch [072] 151
Das Totenhemdchen [109] 220 Der Hahnenbalken [149] 282 Der Wolf und die sieben
Das Waldhaus [169] 304 Der Hase und der Igel [187] 331 jungen Geisslein [005] 11
Das Wasser des Lebens [097] 197 Der heilige Joseph im Walde [i] 354 Der wunderliche Spielmann [008] 18
Daumerlings Wanderschaft [045] 88 Der Herr Gevatter [042] 84 Der Zaunkönig [171] 307
Daumesdick [037] 76 Der Hund und der Sperling [058] 118 Der Zaunkönig und der Bär [102] 207
Der alte Grossvater und der Enkel [078] 157 Der Jude im Dorn [110] 221 Des Herrn und des Teufels Getier [148] 281
Der alte Hildebrand [095] 193 Der junge Riese [090] 180 Des Teufels russiger Bruder [100] 203
Der alte Sultan [048] 96 Der kluge Knecht [162] 293 Die alte Bettelfrau [150] 282
Der arme Junge im Grab [185] 326 Der König vom goldenen Berg [092] 186 Die Alte im Wald [123] 244
Der arme Müllerbursch und Der Königssohn, der sich vor Die beiden Königskinder [113] 226
das Kätzchen [106] 211 nichts fürchtet [121] 238 Die beiden Wanderer [107] 213
Der Arme und der Reiche [087] 173 Der Krautesel [122] 241 Die Bienenkönigin [062] 135
Der Bärenhäuter [101] 204 Der liebste Roland [056] 113 Die Boten des Todes [177] 313
Der Bauer und der Teufel [189] 334 Der Meisterdieb [192] 337 Die Brautschau [155] 287
Der Dreschflegel vom Himmel [112] 225 Der Mond [175] 311 Die Bremer Stadtmusikanten [027] 57
Der Eisenhans [136] 268 Der Nagel [184] 326 Die Brosamen auf dem Tisch [190] 335
Der Eisenofen [127] 250 Der Ranzen, das Hütlein und Die drei Brüder [124] 245
Der faule Heinz [164] 296 das Hörnlein [054] 108 Die drei Faulen [151] 283
Der Frieder und das Katherlieschen [059] 120 Der Räuberbräutigam [040] 82 Die drei Federn [063] 136
Der Froschkönig oder der Der Riese und der Schneider [183] 325 Die drei Feldscherer [118] 234
eiserne Heinrich [001] 1 Der Schneider im Himmel [035] 71 Die drei Glückskinder [070] 147
Der Fuchs und das Pferd [132] 260 Der singende Knochen [028] 58 Die drei grünen Zweige [vi] 358
Der Fuchs und die Frau Gevatterin [074] 153 Der Sperling und seine vier Kinder [157] 287 Die drei Handwerksburschen [120] 237
Der Fuchs und die Gänse [086] 172 Der Spielhansl [082] 165 Die drei Männlein im Walde [013] 27
Der Fuchs und die Katze [075] 153 Der starke Hans [166] 300 Die drei Schlangenblätter [016] 34
Der Gaudieb und sein Meister [068] 144 Der Stiefel von Büffelleder [199] 351 Die drei schwarzen Prinzessinnen [137] 272
Der Geist im Glas [099] 200 Der süsse Brei [103] 208 Die drei Spinnerinnen [014] 29
Der gelernte Jäger [111] 223 Der Teufel mit den drei Die drei Sprachen [033] 68
Der gescheite Hans [032] 66 goldenen Haaren [029] 59 Die drei Vögelchen [096] 195
Der gestohlene Heller [154] 286 Der Teufel und seine Grossmutter [125] 246 Die Eule [174] 310
Der Gevatter Tod [044] 86 Der treue Johannes [006] 12 Die faule Spinnerin [128] 253
Der gläserne Sarg [163] 293 Der Trommler [193] 340 Die Gänsehirtin am Brunnen [179] 316
Der goldene Schlüssel [200] 353 Der undankbare Sohn [145] 278 Die Gänsemagd [089] 178

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Die Geschenke des kleinen Volkes [182] 323 Die zwei Brüder [061] 132 Rapunzel [012] 25
Die goldene Gans [064] 138 Die zwölf Apostel [ii] 355 Rätselmärchen [160] 290
Die Goldkinder [085] 170 Die zwölf Brüder [009] 19 Rohrdommel und Wiedehopf [173] 309
Die hagere Liese [168] 304 Die zwölf faulen Knechte [151a] 283 Rotkäppchen [026] 55
Die Haselrute [x] 361 Die zwölf Jäger [067] 143 Rumpelstilzchen [055] 111
Die himmlische Hochzeit [ix] 360 Doktor Allwissend [098] 199 Schneeweisschen und Rosenrot [161] 290
Die Hochzeit der Frau Füchsin [038] 79 Dornröschen [050] 99 Schneewittchen [053] 104
Die klare Sonne bringts an den Tag [115] 231 Einäuglein, Zweiäuglein und Sechse kommen durch die ganze Welt [071] 148
Die kluge Bauerntochter [094] 191 Dreiäuglein [130] 256 Simeliberg [142] 275
Die kluge Else [034] 69 Ferdinand getreu und Ferdinand Spindel, Weberschiffchen und Nadel [188] 333
Die klugen Leute [104] 209 ungetreu [126] 248 Strohhalm, Kohle und Bohne [018] 38
Die Kornähre [194] 344 Fitchers Vogel [046] 90 Tischchen deck dich, Goldesel und
Die Kristallkugel [197] 347 Frau Holle [024] 52 Knüppel aus dem Sack [036] 72
Die Lebenszeit [176] 312 Frau Trude [043] 85 Vom klugen Schneiderlein [114] 229
Die Nelke [076] 154 Fundevogel [051] 101 Von dem Fischer und seiner Frau [019] 39
Die Nixe im Teich [181] 321 Gottes Speise [v] 357 Von dem Machandelboom [047] 91
Die Rabe [093] 189 Hans heiratet [084] 169 Von dem Mäuschen, Vögelchen und
Die Rose [iii] 356 Hans im Glück [083] 166 der Bratwurst [023] 51
Die Rübe [146] 279 Hans mein Igel [108] 218 Von dem Tode des Hühnchens [080] 159
Die Schlickerlinge [156] 287 Hansel und Gretel [015] 31
Die Scholle [172] 309 Häsichenbraut [066] 142
Die schöne Katrinelje und Pif Paf Poltrie [131] 259 Herr Korbes [041] 84
Die sechs Diener [134] 263 Jorinde und Joringel [069] 146
Die sechs Schwäne [049] 97 Jungfrau Maleen [198] 349
Die sieben Raben [025] 54 Katze und Maus in Gesellschaft [002] 2
Die sieben Schwaben [119] 235 Knoist und seine drei Söhne [138] 273
Die Sterntaler [153] 285 König Drosselbart [052] 102
Die ungleichen Kinder Evas [180] 320 Läuschen und Flöhchen [030] 62
Die vier kunstreichen Brüder [129] 254 Lieb und Leid teilen [170] 307
Die wahre Braut [186] 328 Märchen von der Unke [105] 210
Die Wassernixe [079] 158 Märchen von einem, der auszog,
Die weisse Schlange [017] 36 das Fürchten zu lernen [004] 6
Die weisse und die schwarze Braut [135] 266 Marienkind [003] 4
Die Wichtelmänner [039] 80 Meister Pfriem [178] 314
Die zertanzten Schuhe [133] 261 Muttergottesgläschen [vii] 359
Die zwei Brüder [060] 123 Oll Rinkrank [196] 346

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el Rey-Rana o Enrique el férreo —¿Qué te ocurre, princesita? ¡Lloras como para —¡Aguarda, aguarda! —le gritó la rana—.
(el Rey-Rana o el fiel Enrique) ablandar las piedras! Llévame contigo; no puedo alcanzarte; no puedo
[KHM001] Der Froschkönig oder der eiserne La niña miró en torno suyo buscando la pro- correr tanto como tú!
Heinrich cedencia de aquella voz, y descubrió una rana que Pero de nada le sirvió desgañitarse y gritar “cro
asomaba su gruesa y fea cabezota por la superficie cro” con todas sus fuerzas. La niña, sin atender a sus
del agua. gritos, seguía corriendo hacia el palacio, y no tardó
—¡Ah!, ¿eres tú, viejo chapoteador? —dijo—. en olvidarse de la pobre rana, la cual no tuvo más
Pues lloro por mi pelota de oro, que se me cayó en remedio que volver a zambullirse en su charca.
la fuente. Al día siguiente, estando la princesita a la mesa
—Cálmate y no llores más —replicó la rana—. junto con el Rey y todos los cortesanos, comiendo en
Yo puedo arreglarlo. Pero, ¿qué me darás si te de- su platito de oro, he aquí que plis, plas, plis, plas se
vuelvo tu juguete? oyó que algo subía fatigosamente las escaleras de már-
—Lo que quieras, mi buena rana —respondió la mol de palacio y, una vez arriba, llamaba a la puerta:
niña—: mis vestidos, mis perlas y piedras preciosas; —¡Princesita, la menor de las princesitas, ábreme!
hasta la corona de oro que llevo. Ella corrió a la puerta para ver quién llamaba y, al
En aquellos remotos tiempos, en que bastaba desear Mas la rana contestó: abrir, se encontró con la rana allí plantada. Cerró de
una cosa para tenerla, vivía un rey que tenía unas —No me interesan tus vestidos, ni tus perlas y un portazo y se volvió a la mesa, llena de zozobra. Al
hijas lindísimas, especialmente la menor, la cual era piedras preciosas, ni tu corona de oro; pero si estás observar el Rey cómo le latía el corazón, le dijo:
tan hermosa que hasta el Sol, que tantas cosas había dispuesta a quererme, si me aceptas por tu amiga —Hija mía, ¿de qué tienes miedo? ¿Acaso haya la
visto, se maravillaba cada vez que sus rayos se posa- y compañera de juegos; si dejas que me siente a la puerta algún gigante que quiere llevarte?
ban en el rostro de la muchacha. mesa a tu lado y coma de tu platito de oro y beba —No —respondió ella—, no es un gigante, sino
Junto al palacio real extendíase un bosque grande de tu vasito y duerma en tu camita; si me prometes una rana asquerosa.
y oscuro, y en él, bajo un viejo tilo, fluía un manan- todo esto, bajaré al fondo y te traeré la pelota de —Y ¿qué quiere de ti esa rana?
tial. En las horas de más calor, la princesita solía ir oro. —¡Ay, padre querido! Ayer estaba en el bosque
al bosque y sentarse a la orilla de la fuente. Cuando —¡Oh, sí! —exclamó ella—. Te prometo cuanto jugando junto a la fuente, y se me cayó al agua la
se aburría, se ponía a jugar con una pelota de oro, quieras con tal que me devuelvas la pelota—. Mas pelota de oro. Y mientras yo lloraba, la rana me la
arrojándola al aire y recogiéndola, con la mano, al pensaba para sus adentros: “¡Qué tonterías se le trajo. Yo le prometí, pues me lo exigió, que sería mi
caer; era su juguete favorito. Ocurrió una vez que ocurren a este animalejo! Tiene que estarse en el compañera; pero jamás pensé que pudiese alejarse de
la pelota, en lugar de caer en la manita que la niña agua con sus semejantes, croa que te croa. ¿Cómo su charca. Ahora está ahí afuera y quiere entrar.
tenía levantada, lo hizo en el suelo y rodando, fue a puede ser compañera de las personas?” Entretanto, llamaron por segunda vez y se oyó
parar dentro del agua. La princesita la siguió con la Obtenida la promesa, la rana se zambulló en una voz que decía:
mirada, pero la pelota desapareció, pues el manantial el agua, y al poco rato volvió a salir, nadando a
era tan profundo, tan profundo, que no se podía ver grandes zancadas, con la pelota en la boca. La soltó ¡Princesita, la más niña, ábreme!
su fondo. La niña se echó a llorar; y lo hacía cada vez en la hierba, y la princesita, loca de alegría al ver ¿No sabes lo que ayer me dijiste
más fuerte, sin poder consolarse, cuando, en medio nuevamente su hermoso juguete, lo retomó y echó junto a la fresca fuente?
de sus lamentaciones, oyó una voz que decía: a correr con él. ¡Princesita, la más niña, ábreme!

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Dijo entonces el Rey: cipe de bellos ojos y dulce mirada. Y el Rey lo aceptó el gato y el ratón hacen vida en
—Lo que prometiste debes cumplirlo. Ve y ábrele como compañero y esposo de su hija. Le contó en- común
la puerta. tonces que una bruja malvada lo había encantado, y [KHM002] Katze und Maus in Gesellschaft
La niña fue a abrir, y la rana saltó dentro y la que nadie sino ella podía desencantarlo y sacarlo de
siguió hasta su silla. la charca; le dijo que al día siguiente se marcharían a
Al sentarse la princesa, la rana se plantó ante sus su reino. Se durmieron y, a la mañana, al despertar-
pies y le gritó: los el sol, llegó una carroza tirada por ocho caballos
—¡Súbeme a tu silla!—. La princesita vacilaba, blancos, adornados con penachos de blancas plumas
pero el Rey le ordenó que lo hiciese. De la silla, el de avestruz y cadenas de oro. Detrás iba, de pie, el
animalito quiso pasar a la mesa, y, ya acomodado en criado del joven Rey, el fiel Enrique. Este leal ser-
ella, dijo: vidor había sentido tal pena al ver a su señor trans-
—Acércame tu platito de oro para que podamos formado en rana, que se mandó colocar tres aros de
comer juntas. hierro en torno al corazón para evitar que le estallase
La niña la complació, pero se veía a las claras que de dolor y de tristeza.
obedecía a regañadientes. La rana engullía muy a La carroza debía conducir al joven Rey a su reino. Un gato había trabado conocimiento con un ratón,
gusto, mientras a la princesa se le atragantaban todos El fiel Enrique acomodó en ella a la pareja y volvió y tales muestras le hizo de cariño y amistad, que, al
los bocados. Finalmente, dijo la bestezuela: a montar en el pescante posterior; no cabía en sí de fin, el ratoncito se avino a poner casa con él y hacer
—¡Ay! Estoy saciada y me siento cansada; llévame a tu gozo por la liberación de su señor. Cuando ya ha- vida en común.
cuartito y arregla tu camita de seda: dormiremos juntas. bían recorrido una parte del camino, oyó el príncipe —Pero tenemos que pensar en el invierno, pues
La princesita se echó a llorar; le repugnaba aquel un estallido a su espalda, como si algo se rompiese. de otro modo pasaremos hambre —dijo el gato—.
bicho frío, que ni siquiera se atrevía a tocar; y he Volviéndose, dijo: Tú, ratoncito, no puedes aventurarte por todas par-
aquí que ahora se empeñaba en dormir en su cama. tes; al fin caerías en alguna ratonera.
Pero el Rey, enojado, le dijo. ¡Enrique, que el coche estalla! Siguiendo, pues, aquel previsor consejo, compra-
—No debes despreciar a quien te ayudó cuando —No, no es el coche lo que falla, ron un pucherito lleno de manteca. Pero luego se
te encontrabas necesitada. es un aro de mi corazón, presentó el problema de dónde lo guardarían, hasta
La tomó, pues, con dos dedos, la llevó arriba y que ha estado lleno de aflicción que, tras larga reflexión, propuso el gato:
la depositó en un rincón. Mas cuando ya se había mientras viviste en la charca —Mira, el mejor lugar es la iglesia. Allí nadie se
acostado, se acercó la rana a saltitos y exclamó: convertido en rana. atreve a robar nada. Lo esconderemos debajo del
—Estoy cansada y quiero dormir tan bien como altar y no lo tocaremos hasta que sea necesario.
tú; conque súbeme a tu cama, o se lo diré a tu padre. Por segunda y tercera vez se oyó aquel chasquido Así, el pucherito fue puesto a buen recaudo. Pero
La princesita acabó la paciencia; tomó a la rana durante el camino, y siempre creyó el príncipe que no había transcurrido mucho tiempo cuando, cierto
del suelo y, con toda su fuerza, la arrojó contra la la carroza se rompía; pero no eran sino los aros que día, el gato sintió ganas de probar la golosina y dijo
pared: saltaban del corazón del fiel Enrique al ver a su amo al ratón:
—¡Ahora descansarás, asquerosa! redimido y feliz. ♣ —Oye, ratoncito, una prima mía me ha hecho
Pero en cuanto la rana cayó al suelo, dejó de ser padrino de su hijo; acaba de nacerle un pequeñuelo
rana, y se convirtió en un príncipe, un apuesto prín- de piel blanca con manchas pardas, y quiere que yo

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lo lleve a la pila bautismal. Así es que hoy tengo que ciudad hasta llegar a la iglesia, se comió la mitad del —‘¡Terminado!’ —exclamó el ratón—. Éste sí
marcharme; cuida tú de la casa. contenido del puchero. que es el nombre más estrafalario de todos. Jamás
—Muy bien —respondió el ratón— vete en —Nada sabe tan bien —se dijo para sus aden- lo vi escrito en letra impresa. ‘¡Terminado!’ ¿Qué
nombre de Dios, y si te dan algo bueno para comer, tros— como lo que uno mismo se come. Y quedó diablos querrá decir? Y, meneando la cabeza, se hizo
acuérdate de mí. También yo chuparía a gusto un la mar de satisfecho con la faena del día. Al llegar a un ovillo y se echó a dormir.
poco del vinillo de la fiesta. casa preguntó le el ratón: Ya no volvieron a invitar al gato a ser padrino,
Pero todo era mentira; ni el gato tenía prima —¿Cómo le habéis puesto esta vez al pequeño? hasta que, llegado el invierno y escaseando la comi-
alguna ni lo habían hecho padrino de nadie. Fuese —‘Mitad’ —contestó el gato. da, pues nada se encontraba por las calles, el ratón se
directamente a la iglesia, se deslizó hasta el puchero —‘¿Mitad?’ ¡Qué ocurrencia! En mi vida había acordó de sus provisiones de reserva.
de grasa, se puso a lamerlo y se zampó toda la capa oído semejante nombre: apuesto a que no está en el —Anda, gato, vamos a buscar el puchero de
exterior. Aprovechó luego la ocasión para darse un calendario. manteca que guardamos; ahora nos vendrá de perlas.
paseíto por los tejados de la ciudad; después se ten- No transcurrió mucho tiempo antes de que al —Sí —respondió el gato—, te sabrá como cuan-
dió al sol, relamiéndose los bigotes cada vez que se gato se le hiciese de nuevo la boca agua pensando en do sacas la lengua por la ventana.
acordaba de la sabrosa olla. No regresó a casa hasta la manteca. Salieron, pues, y, al llegar al escondrijo, allí estaba
el anochecer. —Las cosas buenas van siempre de tres en tres — el puchero, en efecto, pero vacío.
—Bien, ya estás de vuelta —dijo el ratón—; a dijo al ratón—. Otra vez he de actuar de padrino; en —¡Ay! —clamó el ratón. Ahora lo comprendo
buen seguro que has pasado un buen día. esta ocasión, el pequeño es negro del todo, sólo tiene todo; ahora veo claramente lo buen amigo que eres.
—No estuvo mal respondió el gato. las patitas blancas; aparte ellas, ni un pelo blanco en Te lo comiste todo cuando me decías que ibas de pa-
—¿Y qué nombre le habéis puesto al pequeñuelo? todo el cuerpo. Esto ocurre con muy poca frecuen- drino: primero ‘Empezado,’ luego ‘Mitad,’ luego…
—inquirió el ratón. cia. No te importa que vaya, ¿verdad? —¿Vas a callarte? —gritó el gato—. ¡Si añades
—‘Empezado’ —repuso el gato secamente. —‘¡Empezado,’ ‘Mitad!’ —contestó el ratón . una palabra más, te devoro!
—¿‘Empezado’? —exclamó su compañero— Estos nombres me dan mucho que pensar. —…‘Terminado’ —tenía ya el pobre ratón en
¡Vaya nombre raro y estrambótico! ¿Es corriente en —Como estás todo el día en casa, con tu levitón gris la lengua. No pudo aguantar la palabra, y, apenas la
vuestra familia? y tu larga trenza —dijo el gato—, claro, coges manías. hubo soltado, el gato pegó un brinco y, agarrándolo,
—¿Qué le encuentras de particular? —replicó Estas cavilaciones te vienen del no salir nunca. se lo tragó de un bocado. Así van las cosas de este
el gato—. No es peor que ‘Robamigas,’ como se Durante la ausencia de su compañero, el ratón mundo. ♣
llaman tus padres. se dedicó a ordenar la casita y dejarla reluciente,
Poco después le vino al gato otro antojo, y dijo al mientras el glotón se zampaba el resto de la grasa del
ratón: puchero:
—Tendrás que volver a hacerme el favor de —Es bien verdad que uno no está tranquilo hasta
cuidar de la casa, pues otra vez me piden que que lo ha limpiado todo —se dijo y, satisfecho como
sea padrino, y como el pequeño ha nacido con un tonel, no volvió a casa hasta bien entrada la
una faja blanca en torno al cuello, no puedo noche. Al ratón le faltó tiempo para preguntarle qué
negarme. nombre habían dado al tercer gatito.
El bonachón del ratoncito se mostró conforme, —Seguramente no te gustará tampoco —dijo el
y el gato rodeando sigilosamente la muralla de la gato—. Se llama ‘Terminado.’

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la hija de la Virgen María ¡Guárdate de hacerlo, pues la desgracia caería sobre si ya nunca se le quisiera calmar. Además, el oro se
[KHM003] Marienkind ti! le había pegado al dedo. Y de nada servía lavarlo y
La muchacha prometió ser obediente, y, cuando frotarlo.
la Virgen hubo partido, comenzó a visitar los apo- Al cabo de poco, regresó la Virgen María. Llamó
sentos del reino de los Cielos. Cada día abría una a la muchacha y le pidió las llaves del Cielo. Al alar-
puerta distinta, hasta que hubo dado la vuelta a las garle la niña el manojo de llaves, la Virgen la miró a
doce. En cada estancia había un apóstol rodeado de los ojos y le preguntó:
una brillante aureola. —¿No habrás abierto la puerta número trece?
La niña no había visto en su vida cosa tan mag- —No —respondió la muchacha.
nífica y preciosa. No cabía en sí de contento, y los La Virgen le puso la mano sobre el corazón;
angelitos que siempre la acompañaban, compartían sintió cuán fuerte le palpitaba. Y comprendió que la
su placer. Pero he aquí que ya sólo quedaba la puerta niña había faltado a su mandato. Todavía le volvió a
En las lindes de un gran bosque vivía un leñador prohibida, y la niña, con unas ganas locas de saber lo preguntar:
con su mujer y su única hija, una niña de tres años. que había detrás, dijo a los angelitos: —¿De veras, no lo has hecho? —No —repitió la
Eran tan pobres, que ni siquiera podían disponer —No voy a abrirla de par en par, y tampoco niña.
del pan de cada día, y no sabían qué dar de comer quiero entrar dentro; sólo la entreabriré un poqui- La Virgen vio luego el dedo, que había quedado
a su hijita. Una mañana, el leñador se fue a trabajar tín para que podamos mirar por la rendija. —¡Oh, dorado al tocar el fuego celeste, y ya no dudó de que
al bosque, y, mientras estaba partiendo leña, llena la no! —exclamaron los ángeles—. Sería un pecado. la muchacha le había desobedecido; y le preguntó
cabeza de preocupaciones, se le apareció de pronto La Virgen María lo ha prohibido, y podría ocurrirte por tercera vez:
una dama hermosísima; en su cabeza brillaba una una desgracia. —¿No lo has hecho?
corona de refulgentes estrellas. Le dijo: La chiquilla guardó silencio, pero en su corazón —No —insistió la niña, tozuda.
—Soy la Virgen María, Madre del Niño Jesús. no se acalló la curiosidad, que la roía y atormentaba, Entonces dijo la Virgen María:
Eres pobre y necesitado, tráeme a tu pequeña; me la sin darle punto de reposo. —No obedeciste y, además, has mentido: no eres
llevaré conmigo; seré su madre y la cuidaré. Cuando los angelitos se hubieron retirado, pensó digna de estar en el Cielo.
El leñador obedeció; fue a buscar a su hija y la ella: “Ahora que estoy sola, podría echar una mira- La muchacha quedó sumida en profundo sue-
entregó a la Virgen María, la cual se volvió al cielo dita; nadie lo sabrá.” Fue a buscar la llave; cuando la ño, y cuando despertó, se encontró en la Tierra,
con ella. La niña lo pasaba maravillosamente: para tuvo en la mano, la metió en el ojo de la cerradura en medio de una selva. Quiso gritar, pero no pudo
comer, mazapán; para beber, leche dulce; sus ves- y le dio vuelta. Se abrió la puerta bruscamente y articular ningún sonido. Se puso de pie de un brinco
tidos eran de oro, y los angelitos jugaban con ella. apareció la Santísima Trinidad, sentada entre fue- y trató de huir; mas por dondequiera que se volvía
Cuando tuvo catorce años, la llamó un día la Virgen go y un vivísimo resplandor. La niña se quedó un encontraba espesos setos de espinas que le cerraban
y le dijo: momento embelesada, contemplando con asombro el paso.
—Hija mía, he de salir de viaje, un viaje muy lar- aquella gloria: luego tocó ligeramente el brillo con el En aquella soledad en que estaba aprisionada,
go; ahí tienes las llaves de las trece puertas del Cielo; dedo, y éste le quedó todo dorado. Entonces sintió se levantaba un viejo árbol: su tronco hueco vino
tú me las guardarás. Puedes abrir doce y contemplar que se le encogía el corazón, cerró la puerta de un a ser su morada. En él se metía al caer la noche, y
las maravillas que encierran; pero la puerta número golpe y escapó corriendo. Pero aquella angustia no la en él dormía; y allí se cobijaba también en tiempo
trece, que es la de esta llavecita, no debes abrirla. abandonaba, y el corazón le latía muy fuerte, como de lluvia o tempestad. Pero era una vida miserable,

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y cada vez que pensaba en lo bien que estuvo en el podía hablar, era tan bella y tan graciosa, que el Rey prestar oídos a nadie, y ordenó a sus consejeros, bajo
Cielo, jugando con los ángeles, se echaba a llorar se enamoró y, poco después, se casó con ella. pena de muerte, que no hablasen más del caso.
con amargura. Habría transcurrido cosa de un año cuando la Pasó otro año, y la Reina dio a luz a una hermosa
Su único alimento eran raíces y frutos silvestres; Reina dio a luz a un hijo. Pero he aquí que por la niña. Por tercera vez se le apareció la Virgen María,
los buscaba hasta donde podía llegar. En otoño reto- noche, estando la madre sola, en la cama con el pe- y le dijo:
mó las nueces y las hojas caídas del árbol, y las llevó queño, se le apareció la Virgen María y le dijo: —¡Sígueme!
a su tronco hueco; las nueces fueron su comida du- —¿Quieres confesar la verdad y reconocer que Y, cogiéndola de la mano, la condujo al Cielo,
rante todo el invierno, y cuando llegaron las nieves y abriste la puerta prohibida? Si lo haces, abriré tu donde le mostró a sus dos hijos mayores, que es-
los hielos, se cubrió con las hojas, como un animali- boca y te devolveré la palabra, pero si te obstinas en taban riendo y jugando con la bola del mundo.
to, para no morir de frío. No tardaron en rompérsele el pecado y porfías en negar, me llevaré a tu hijito. Viendo cómo se alegraba la Reina de verlos tan
los vestidos, que le caían en andrajos. En cuanto el La reina recobró la palabra por un momento; dichosos, la Virgen le dijo:
sol volvía a calentar, salía ella de su escondrijo y se pero siendo realmente terca, dijo: —¿No se ablanda aún tu corazón? Si confiesas
sentaba al pie del árbol; y los cabellos, larguísimos, la —No, no abrí la puerta prohibida. que abriste la puerta prohibida, te devolveré a tus
cubrían toda, como un manto. De este modo fueron Entonces la Virgen le tomó de los brazos al recién hijitos.
pasando los años, uno tras otro, y no había amargu- nacido y desapareció con él. Pero la Reina respondió por tercera vez:
ra ni miseria que no sintiese. A la mañana siguiente, como el pequeñuelo no —No, no abrí la puerta prohibida.
Un día de primavera, cuando ya los árboles se apareciera por ninguna parte, cundió entre la gente Entonces la Virgen la envió nuevamente a la
habían vuelto a vestir de verde, el Rey del país salió el rumor de que la Reina comía carne humana y Tierra y le quitó la niña recién nacida.
a cazar al bosque. Un ciervo al que perseguía fue a había devorado a su hijo. Ella lo oía sin poder jus- Por la mañana, todo el pueblo prorrumpió en
refugiarse entre la maleza que rodeaba el claro donde tificarse; pero el Rey la quería tanto, que se negó a gritos:
estaba la muchacha, y el Rey se apeó del caballo y, creerlo. —¡La Reina come carne humana, hay que conde-
con la espada, se abrió camino por entre los espi- Al cabo de otro año, la Reina trajo al mundo narla a muerte!
nos. Cuando, por fin, hubo atravesado los zarzales, a otro hijo. Por la noche se le volvió a aparecer la —El Rey ya no pudo acallar a sus consejeros. La
descubrió, sentada bajo el árbol a una joven hermo- Virgen y le dijo: hicieron comparecer ante un tribunal, y, como no
sísima, cuyo cabello, que parecía de oro, la cubría —Si confiesas que abriste la puerta prohibida, podía contestar ni defenderse, fue condenada a mo-
hasta las puntas de los pies. El Rey se detuvo, mudo te devolveré a tu hijo y te desataré la lengua; pero si rir en la hoguera. Apilaron la leña, y cuando ya esta-
de asombro, y, al cabo de unos momentos, le dijo: sigues obstinándote en el pecado y la mentira, me ba atada al poste y las llamas comenzaban a alzarse a
—¿Quién eres? ¿Cómo estás en un lugar tan soli- llevaré también a tu segundo hijo. su alrededor, se derritió el duro hielo del orgullo, y
tario? —Pero no obtuvo respuesta, pues la joven no Y repitió la Reina: el arrepentimiento entró en su corazón; y pensó:
podía despegar los labios. El rey siguió preguntando: —No, no abrí la puerta prohibida. —¡Si antes de morir pudiera confesar que abrí
—¿Quieres venirte conmigo a palacio? —a lo Y la Virgen le quitó el niño de los brazos y se vol- aquella puerta! En aquel momento le volvió el habla,
que ella contestó con un ligero gesto afirmativo de vió al Cielo. Por la mañana, al ver la gente que tam- y entonces gritó con todas sus fuerzas:
la cabeza. El Rey la tomó en brazos, la puso sobre bién este niño había desaparecido, ya no tuvo recató —¡Sí, María, sí que lo hice!
el caballo y emprendió el regreso. Cuando llegó al de decir en voz alta que la Reina lo había devorado, Y en aquel mismo instante, el cielo envió lluvia a
palacio, mandó que la vistieran con las ropas más y los consejeros del Rey pidieron que fuese sometida la tierra y apagó la hoguera; se hizo una luz radiante
lindas, y le dio de todo en abundancia. Aunque no a juicio. Pero el Rey la amaba tanto, que no quería a su alrededor, y se vio descender a la Virgen María,

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el profanador de textos
llevando a los dos niños, uno a cada lado, y a la niña historia de uno que hizo un viaje —Siempre están diciendo: “¡Tengo miedo!
recién nacida en brazos. Dirigiéndose a la madre con para saber lo que era el miedo ¡Tengo miedo!” Pues yo no lo tengo. Debe ser algu-
acento bondadoso, le dijo: [KHM004] Märchen von einem, der auszog, na habilidad de la que yo no entiendo nada.
—Quien se arrepiente de sus pecados y los con- das Fürchten zu lernen Un buen día le dijo su padre:
fiesa, queda perdonado. —Oye tú, del rincón: Ya eres mayor y robusto. Es
Restituyéndole a sus tres hijos, le desató la lengua hora le que aprendas también alguna cosa con que
y le dio felicidad para todo el resto de su vida. ♣ ganarte el pan. Mira cómo tu hermano se esfuerza;
en cambio, contigo todo es inútil como si machaca-
ras hierro frío.
—Tenéis razón, padre —respondió el muchacho.
Yo también tengo ganas de aprender algo. Si no os
pareciera mal, me gustaría aprender a tener miedo;
de esto no sé nada.
El mayor se echó a reír al escuchar aquellas
palabras, y pensó para sí: “¡Santo Dios, y qué bobo
Erase un padre que tenía dos hijos, el mayor de los es mi hermano! En su vida saldrá de él nada bueno.
cuales era listo y despierto, muy despabilado y capaz Pronto se ve por dónde tira cada uno.”
de salir con bien de todas las cosas. El menor, en El padre se limitó a suspirar y a responderle:
cambio, era un verdadero Zoquete, incapaz de com- —Llegará el día en que sepas lo que es el miedo,
prender ni aprender nada, y cuando la gente lo veía, pero con esto no vas a ganarte el sustento.
no podía por menos de exclamar: A los pocos días tuvieron la visita del sacristán.
—¡Este sí que va a ser la cruz de su padre! El padre le contó su penuria, cómo su hijo menor
Para todas las faenas había que acudir al ma- era un inútil, ni sabía nada, ni era capaz de aprender
yor; no obstante, cuando se trataba de salir, ya nada.
anochecido, a buscar alguna cosa, y había que —Sólo os diré que una vez que le pregunté cómo
pasar por las cercanías del cementerio o de otro pensaba ganarse la vida, me dijo que quería aprender
lugar tenebroso y lúgubre, el muchacho solía a tener miedo.
resistirse: —Si no es más que eso —repuso el sacristán—,
—No, padre, no puedo ir. ¡Me da mucho miedo! puede aprenderlo en mi casa. Dejad que venga con-
Pues, en efecto, era miedoso. migo. Yo os lo desbastaré de tal forma, que no habrá
En las veladas, cuando, reunidos todos en torno a más que ver.
la lumbre, alguien contaba uno de esos cuentos que Aceptó el padre, pensando: “Le servirá para des-
ponen carne de gallina, los oyentes solían exclamar: pabilarse.” Así, pues, se lo llevó consigo y le señaló la
“¡Oh, qué miedo!” El hijo menor, sentado en un tarea de tocar las campanas. A los dos o tres días lo
rincón, escuchaba aquellas exclamaciones sin acertar despertó hacia medianoche y le mandó subir al cam-
a comprender su significado. panario a tocar la campana. “Vas a aprender lo que

Jacob & Wilhelm Grimm 6 Todos los cuentos


el profanador de textos
es el miedo,” pensó el hombre mientras se retiraba arrojado escaleras abajo. Id a ver, no fuera caso que —¡Si por lo menos tuviera miedo! ¡Si por lo me-
sigilosamente. se tratase de él. De veras que lo sentiría. nos tuviera miedo! En esto acertó a pasar un hombre
Estando el muchacho en la torre, al volverse para La mujer se precipitó a la escalera y encontró a su que oyó lo que el muchacho murmuraba, y cuando
tomar la cuerda de la campana vio una forma blanca marido tendido en el rincón, quejándose y con una hubieron andado un buen trecho y llegaron a la vista
que permanecía inmóvil en la escalera, frente al pierna rota. de la horca, le dijo:
hueco del muro. Lo bajó como pudo y corrió luego a la casa del —Mira, en aquel árbol hay siete que se han
—¿Quién está ahí? —gritó el muchacho—. Pero padre del muchacho, hecha un mar de lágrimas: casado con la hija del cordelero, y ahora están
la figura no se movió ni respondió. —Vuestro hijo —se lamentó— ha causado una aprendiendo a volar. Siéntate debajo y aguarda a que
—Contesta —insistió el muchacho— o lárgate; gran desgracia; ha echado a mi marido escaleras llegue la noche. Verás cómo aprendes lo que es el
nada tienes que hacer aquí a medianoche—. Pero el abajo, y le ha roto una pierna. ¡Lleváos enseguida de miedo.
sacristán seguía inmóvil para que el otro lo tomase mi casa a esta calamidad! —Si no es más que eso —respondió el mucha-
por un fantasma. El chico le gritó por segunda vez: Corrió el padre, muy asustado, a casa del sacris- cho—, la cosa no tendrá dificultad; pero si realmen-
—¿Qué buscas ahí? Habla si eres persona cabal, o tán, y puso a su hijo de vuelta y media: te aprendo qué cosa es el miedo, te daré mis cin-
te arrojaré escaleras abajo. —¡Eres una mala persona! ¿Qué maneras son cuenta monedas. Vuelve a buscarme por la mañana.
El sacristán pensó: “No llegará a tanto,” y ésas? Ni que tuvieses el diablo en el cuerpo. Y se encaminó al patíbulo, donde esperó, senta-
continuó impertérrito, como una estatua de —Soy, inocente, padre —contestó el mucha- do, la llegada de la noche. Como arreciara el frío,
piedra. Por tercera vez le advirtió el muchacho, cho—. Os digo la verdad. El estaba allí a mediano- encendió fuego; pero hacia medianoche empezó a
y viendo que sus palabras no surtían efecto, che, como si llevara malas intenciones. Yo no sabía soplar un viento tan helado, que ni la hoguera le ser-
arremetió contra el espectro y de un empujón quién era, y por tres veces le advertí que hablase o se vía de gran cosa. Y como el ímpetu del viento hacía
lo echó escaleras abajo, con tal fuerza que, sor- marchase. chocar entre sí los cuerpos de los ahorcados, pensó
prendido, cayó de una vez diez escalones y fue a —¡Ay! —exclamó el padre—. ¡Sólo disgustos el muchacho: “Si tú, junto al fuego, estás helándote,
desplomarse contra una esquina, donde quedó me causas. Vete de mi presencia, no quiero volver a ¡cómo deben pasarlo esos que patalean ahí arriba!”
maltrecho. verte. Y como era de naturaleza compasiva, arrimó la
El muchacho, terminado el toque de campana, —Bueno, padre, así lo haré; sólo aguardaré a que escalera y fue desatando los cadáveres, un tras otro, y
volvió a su cuarto, se acostó sin decir palabra y se sea de día, y me marcharé a aprender lo que es el bajándolos al suelo. Sopló luego el fuego para avivar-
quedó dormido. miedo; al menos así sabré algo, que me servirá para lo, y dispuso los cuerpos en torno al fuego para que
La mujer del sacristán estuvo durante largo rato ganarme el sustento. se calentasen; pero los muertos permanecían inmóvi-
aguardando la vuelta de su marido; pero viendo que —Aprende lo que quieras —dijo el padre—; lo les, y las llamas prendieron en sus ropas. Al verlo, el
tardaba demasiado, fue a despertar, ya muy inquieta, mismo me da. Ahí tienes cincuenta monedas; márchate muchacho les advirtió:
al ayudante, y le preguntó: a recorrer mundo y no digas a nadie de dónde eres ni —Si no tenéis cuidado, os volveré a colgar.
—¿Dónde está mi marido? Subió al campanario quién es tu padre, pues eres mi mayor vergüenza. Pero los ajusticiados nada respondieron, y sus
antes que tú. —Sí. Padre, como queráis. Si sólo me pedís eso, andrajos siguieron quemándose. Se irritó entonces el
—En el campanario no estaba —respondió el fácil me será obedeceros. muchacho:
muchacho—. Pero había alguien frente al hueco Al despuntar el día el muchacho embolsó sus cin- —Puesto que os empeñáis en no tener cuidado,
del muro, y como se empeñó en no responder ni cuenta monedas y se fue por la carretera. Mientras nada puedo hacer por vosotros; no quiero quemar-
marcharse, he supuesto que era un ladrón y lo he andaba, iba diciéndose: me yo también.

Jacob & Wilhelm Grimm 7 Todos los cuentos


el profanador de textos
Y los colgó nuevamente, uno tras otro; hecho —¡Si al menos supiera lo que es el miedo! aposento un buen fuego, colocó al lado el banco de
lo cual volvió a sentarse al lado de la hoguera y se Oyéndolo el posadero, se echó a reír, y dijo: carpintero con la cuchilla y se sentó sobre el torno.
quedó dormido. —Si de verdad lo quieres tendrás aquí buena —¡Ah! ¡Si por lo menos aquí tuviera miedo! —
A la mañana siguiente se presentó el hombre, ocasión para enterarte. suspiró—. Pero me temo que tampoco aquí me
dispuesto a cobrar las cincuenta monedas. —¡Cállate, por Dios! —exclamó la patrona—. enseñarán lo que es.
—Qué, ¿Ya sabes ahora lo que es el miedo? Más de un temerario lo ha pagado ya con la vida. Hacia medianoche quiso avivar el fuego, y mien-
—No —replicó el muchacho—. ¿Cómo iba a ¡Sería una pena que esos hermosos ojos no volviesen tras lo soplaba oyó de pronto unas voces, proceden-
saberlo? Esos de ahí arriba ni siquiera han abierto la a ver la luz del día! tes de una esquina, que gritaban:
boca y fueron tan tontos que dejaron se quemasen Pero el muchacho replicó: —¡Ay, miau! ¡Qué frío hace!
los harapos que llevan. —Por costoso que sea, quisiera saber lo que es el —¡Tontos! —exclamó él—. ¿Por qué gritáis? Si
Vio el hombre que por aquella vez no embolsaría miedo; para esto me marché de casa. tenéis frío, acercaos al fuego a calentaros.
las monedas, y se alejó murmurando: Y estuvo importunando al posadero hasta que Apenas hubo pronunciado estas palabras, llega-
—En mi vida me he topado con un tipo como éste se decidió a contarle que, a poca distancia de ron de un enorme brinco dos grandes gatos negros
éste. allí, se levantaba un castillo encantado, donde, con que, sentándose uno a cada lado, clavaron en él una
Siguió también el muchacho su camino, siempre toda seguridad, aprendería a conocer el miedo si mirada ardiente y feroz. Al cabo de un rato, cuando
expresando en voz alta su idea fija: “¡Si por lo menos estaba dispuesto a pasar tres noches en él. Le dijo ya se hubieron calentado, dijeron:
supiese lo que es el miedo! ¡Si por lo menos supiese que el Rey había prometido casar a su hija, que era —Compañero, ¿qué te parece si echamos una
lo que es el miedo!” Le oyó un carretero que iba tras la doncella más hermosa que alumbrara el sol, con el partida de naipes?
él, y le preguntó: hombre que a ello se atreviese. —¿Por qué no? —respondió él—. Pero antes
—¿Quién eres? Además, había en el castillo valiosos tesoros, capaces mostradme las patas. —Los animales sacaron las
—No lo sé —respondió el joven. de enriquecer al más pobre, que estaban guardados por garras.
—¿De dónde vienes? —siguió inquiriendo el espíritus malos, y podían recuperarse al desvanecerse el —¡Ah! —exclamó el muchacho—. ¡Vaya uñas
otro. maleficio. Muchos lo habían intentado ya, pero ningu- largas! Primero se las cortaré.
—No lo sé. no había escapado con vida de la empresa. Y, agarrándolos por el cuello, los levantó y los
—¿Quién es tu padre? A la mañana siguiente, el joven se presentó al Rey sujetó por las patas al banco de carpintero.
—No puedo decirlo. y le dijo que, si se le autorizaba, él se comprometía a —Os he adivinado las intenciones —dijo—, y
—¿Y qué demonios estás refunfuñando entre pasarse tres noches en vela en el castillo encantado. se me han pasado las ganas de jugar a cartas. Acto
dientes? El Rey lo miró, y como su aspecto le resultara seguido los mató de un golpe y los arrojó al estanque
—¡Oh! —respondió el muchacho—, quisie- simpático, le dijo: que había al pie del castillo.
ra saber lo que es el miedo, pero nadie puede —Puedes pedir tres cosas para llevarte al castillo, Despachados ya aquellos dos y cuando se dispo-
enseñármelo. pero deben ser cosas inanimadas. —A lo que contes- nía a instalarse de nuevo junto al fuego, de todos los
—Basta de tonterías —replicó el carretero—. Te tó el muchacho: rincones y esquinas empezaron a salir gatos y perros
vienes conmigo y te buscaré alojamiento. —Dadme entonces fuego, un torno y un banco negros, en número cada vez mayor, hasta el punto
El muchacho le acompañó y, al anochecer, llega- de carpintero con su cuchilla. de que ya no sabía él donde meterse. Aullando lúgu-
ron a una hospedería. Al entrar en la sala repitió el El Rey hizo llevar aquellos objetos al castillo. Al bremente, pisotearon el fuego, intentando esparcirlo
muchacho en voz alta: anochecer el muchacho subió a él, encendió en un y apagarlo. El muchacho estuvo un rato contem-

Jacob & Wilhelm Grimm 8 Todos los cuentos


el profanador de textos
plando tranquilamente aquel espectáculo hasta que, Al entrar en la posada, el hostelero se quedó mi- calaveras, las puso en el torno y las modeló debi-
al fin, se enfadó y, empuñando la cuchilla y gritan- rándolo como quien ve visiones. damente. —Ahora rodarán mejor —dijo—. ¡Así
do: “¡Fuera de aquí, chusma asquerosa!,” arremetió —¡Jamás pensé volver a verte vivo! —le dijo—. da gusto!
contra el ejército de alimañas. Parte de los animales Supongo que ahora sabrás lo que es el miedo. Jugó y perdió algunas monedas; pero al dar las
escapó corriendo; al resto los mató, y arrojó sus —No —replicó el muchacho—. Todo es inútil. doce, todo desapareció de su vista. Se tendió y dur-
cuerpos al estanque. ¡Ya no sé qué hacer! mió tranquilamente. A la mañana siguiente se pre-
De vuelta al aposento, reunió las brasas aún en- Al llegar la segunda noche, se encaminó de nuevo sentó de nuevo el Rey, curioso por saber lo ocurrido.
cendidas, las sopló para reanimar el fuego y se sentó al castillo y, sentándose junto al fuego, volvió a la —¿Cómo lo has pasado esta vez? —le preguntó.
nuevamente a calentarse. Y estando así sentado, le vieja canción: “¡Si al menos supiese lo que es el —Estuve jugando a los bolos y perdí unos cuan-
vino el sueño, con una gran pesadez en los ojos. miedo!” Antes de medianoche se oyó un estrépito. tas monedas.
Miró a su alrededor, y descubrió en una esquina una Quedo al principio, luego más fuerte; siguió un mo- —¿Y no sentiste miedo?
espaciosa cama. “A punto vienes,” dijo, y se acostó mento de silencio, y, al fin, emitiendo un agudísimo —¡Qué va! —replicó el chico—. Me he divertido
en ella sin pensarlo más. alarido bajó por la chimenea la mitad de un hombre mucho. ¡Ah, si pudiese saber lo que es el miedo!
Pero apenas había cerrado los ojos cuando el y fue a caer a sus pies. La tercera noche, sentado nuevamente en su
lecho se puso en movimiento, como si quisiera —¡Caramba! —exclamó el joven—. Aquí falta banco, suspiraba triste y malhumorado: “¡Por qué no
recorrer todo el castillo. “¡Tanto mejor!,” se dijo el una mitad ¡Hay que tirar más! puedo sentir miedo!”
muchacho. Y la cama seguía rodando y moviéndo- Volvió a oírse el estruendo y, entre un alboroto de Era ya bastante tarde cuando entraron seis hom-
se, como tirada por seis caballos, cruzando um- gritos y aullidos, cayó la otra mitad del hombre. bres fornidos llevando un ataúd. Dijo él entonces:
brales y subiendo y bajando escaleras. De repente, —Aguarda —exclamó el muchacho—. Voy a —Ahí debe de venir mi primito, el que murió
¡hop!, un vuelco, y queda la cama patas arriba, y su avivarte el fuego. Cuando lo hizo, se volvió a mirar a hace unos días.
ocupante debajo como si se le hubiese venido una su alrededor, las dos mitades se habían soldado, y un Y haciendo una seña con el dedo, lo llamó:
montaña encima. hombre horrible estaba sentado en su sitio. —¡Eh, —¡Ven, primito, ven aquí!
Lanzando al aire las mantas y almohadas, salió amigo, que éste no es el trato! —dijo—. El banco es Los hombres depositaron el féretro en el suelo. El
de aquel revoltijo, y exclamando: “¡Que pasee quien mío. El hombre quería echarlo, pero el muchacho, muchacho se les acercó y levantó la tapa: contenía
tenga ganas!,” volvió a la vera del fuego y se quedó empeñado en no ceder, lo apartó de un empujón y un cuerpo muerto. Le tocó la cara, que estaba fría
dormido hasta la madrugada. se instaló en su asiento. como hielo.
A la mañana siguiente se presentó el Rey y, al Bajaron entonces por la chimenea nuevos —Aguarda —dijo—, voy a calentarte un
verlo tendido en el suelo, creyó que los fantasmas lo hombres, uno tras otro, llevando nueve tibias y dos poquito.
habrían matado. —¡Lástima, tan guapo muchacho! calaveras, y, después de colocarlas en la posición Y, volviéndose al fuego a calentarse la mano, la
—dijo. debida, comenzaron a jugar a bolos. Al muchacho aplicó seguidamente en el rostro del cadáver; pero
Le oyó el muchacho e, incorporándose, exclamó: le entraron ganas de participar en el juego y les éste seguía frío. Lo sacó entonces del ataúd, se sentó
—¡No están aún tan mal las cosas! preguntó: junto al fuego con el muerto sobre su regazo, y se
El Rey, admirado y contento, le preguntó qué tal —¡Hola! ¿puedo jugar yo también? puso a frotarle los brazos para reanimar la circu-
había pasado la noche. —Sí, si tienes dinero. lación. Como tampoco eso sirviera de nada, se le
—¡Muy bien! —respondió el interpelado—. He —Dinero tengo —respondió él—. Pero vues- ocurrió que metiéndolo en la cama podría calentarlo
pasado una, también pasaré las dos que quedan. tros bolos no son bien redondos—. Y tomando las mejor. Lo acostó, entonces, lo arropó bien y se echó

Jacob & Wilhelm Grimm 9 Todos los cuentos


el profanador de textos
a su lado. Al cabo de un rato, el muerto empezó a —Ahora te tengo en mis manos —le dijo—; tú —Yo lo arreglaré. Voy a enseñarle lo que es el
calentarse y a moverse. Dijo entonces el muchacho: eres quien va a morir —y agarrando una barra de miedo.
—¡Ves, primito, cómo te he hecho entrar en hierro, la emprendió con el viejo hasta que éste, Se dirigió al riachuelo que cruzaba el jardín y
calor! gimoteando, le suplicó que no le pegara más; en mandó que le llenaran un cubo de agua con muchos
Pero el muerto se incorporó, gritando: cambio, le daría grandes riquezas. El chico desclavó pececitos. Por la noche, mientras el joven dormía,
—¡Te voy a estrangular! el hacha y lo soltó. Entonces el hombre lo acompañó su esposa, instruida por la camarera, le quitó brusca-
—¿Esas tenemos? —exclamó el muchacho—. nuevamente al palacio, y en una de las bodegas le mente las ropas y le echó encima el cubo de agua fría
¿Así me lo agradeces? Pues te volverás a tu ataúd. mostró tres arcas llenas de oro: con los peces, los cuales se pusieron a coletear sobre
Y levantándolo, lo metió en la caja y cerró la —Una de ellas es para los pobres; la otra, para el el cuerpo del muchacho. Este despertó de súbito y
tapa. En esto entraron de nuevo los seis hombres y Rey, y la tercera para ti. echó a gritar:
se lo llevaron. Dieron en aquel momento las doce, y el duen- —¡Ah, qué miedo, qué miedo, mujercita mía!
—No hay manera de sentir miedo —se dijo—. de desapareció, quedando el muchacho sumido en ¡Ahora sí que sé lo que es el miedo! ♣
Está visto que no me enteraré de lo que es, aunque tinieblas.
pasara aquí toda la vida. —De algún modo saldré de aquí —se dijo—. Y,
Apareció luego otro hombre, más alto que los moviéndose a tientas, al cabo de un rato dio con un
anteriores, y de aspecto terrible; pero era viejo y camino que lo condujo a su aposento, donde se echó
llevaba una luenga barba blanca. —¡Ah, bribonzuelo a dormir junto al fuego.
—exclamó—; pronto sabrás lo que es miedo, pues A la mañana siguiente compareció de nuevo el
vas a morir! Rey y le dijo:
—¡Calma, calma! —replicó el muchacho—. Yo —Bien, supongo que ahora sabrás ya lo que es el
también tengo algo que decir en este asunto. miedo.
—Deja que te agarre —dijo el ogro. —No —replicó el muchacho—. ¿Qué es? Estuvo
—Poquito a poco. Lo ves muy fácil. Soy tan fuer- aquí mi primo muerto, y después vino un hombre
te como tú, o más. barbudo, el cual me mostró los tesoros que hay en
—Eso lo veremos —replicó el viejo—. Si lo eres los sótanos; pero de lo que sea el miedo, nadie me ha
te dejaré marchar. dicho una palabra.
—Ven conmigo, que haremos la prueba. Dijo entonces el Rey:
Lo condujo a través de tenebrosos corredores a —Has desencantado el palacio y te casarás con
una fragua. mi hija.
Allí empuñó un hacha y de un hachazo clavó en —Todo eso está muy bien— repuso él—. Pero yo
el suelo uno de los yunques. sigo sin saber lo que es el miedo.
—Yo puedo hacer más —dijo el muchacho, diri- Sacaron el oro y se celebró la boda. Pero el joven
giéndose al otro yunque. El viejo, de colgante barba príncipe, a pesar de que quería mucho a su esposa y se
blanca, se coloco a su lado para verlo bien. Tomó el sentía muy satisfecho, no cesaba de suspirar: “¡Si al me-
muchacho el hacha y de un hachazo partió el yun- nos supiese lo que es el miedo!” Al fin, aquella cantinela
que, aprisionando de paso la barba del viejo. acabó por irritar a la princesa. Su camarera le dijo:

Jacob & Wilhelm Grimm 10 Todos los cuentos


el profanador de textos
el lobo y las siete cabritas Éste se fue a la tienda y se compró un buen trozo gastar cumplidos, se las engulló a todas menos a la
[KHM005] Der Wolf und die sieben jungen de yeso. Se lo comió para suavizarse la voz y volvió a más pequeñita que, oculta en la caja del reloj, pudo
Geisslein la casita. Llamando nuevamente a la puerta: escapar a su búsqueda. Ya harto y satisfecho, el lobo
—Abrid hijitas —dijo—. Vuestra madre os se alejó a un trote ligero y, llegado a un verde prado,
trae algo a cada una. Pero el lobo había puesto una se tumbó a dormir a la sombra de un árbol.
negra pata en la ventana, y al verla las cabritas, Al cabo de poco regresó a casa la vieja cabra.
exclamaron: ¡Santo Dios, lo que vio! La puerta, abierta de par
—No, no te abriremos; nuestra madre no tiene en par; la mesa, las sillas y bancos, todo volcado y
las patas negras como tú. ¡Eres el lobo! revuelto; la jofaina, rota en mil pedazos; las mantas y
Corrió entonces el muy bribón a un tahonero y le almohadas, por el suelo. Buscó a sus hijitas, pero no
dijo: “Mira, me he lastimado un pie; úntamelo con aparecieron por ninguna parte; llamó las a todas por
un poco de pasta.” sus nombres, pero ninguna contestó. Hasta que le
Untada que tuvo ya la pata, fue al encuentro del llegó la vez a la última, la cual, con vocecita queda,
Érase una vez una vieja cabra que tenía siete cabritas, molinero: dijo:
a las que quería tan tiernamente como una madre —Échame harina blanca en el pie —le dijo. —Madre querida, estoy en la caja del reloj.
puede querer a sus hijos. Un día quiso salir al bosque El molinero, comprendiendo que el lobo tramaba La cabra la sacó y la pequeña le explicó que
a buscar comida y llamó a sus pequeñuelas. alguna tropelía, se negó al principio; pero la fiera lo había venido el lobo y se había comido a las demás.
—Hijas mías —les dijo—, me voy al bosque; amenazó: ¡Imaginad con qué desconsuelo lloraba la madre la
mucho ojo con el lobo, pues si entra en la casa os —Si no lo haces, te devoro. El hombre, asustado, pérdida de sus hijitas!
devorará a todas sin dejar ni un pelo. El muy bribón le blanqueó la pata. Sí, así es la gente. Cuando ya no le quedaban más lágrimas, salió
suele disfrazarse, pero lo conoceréis en seguida por Volvió el rufián por tercera vez a la puerta y, al campo en compañía de su pequeña, y, al llegar al
su bronca voz y sus negras patas. llamando, dijo: prado, vio al lobo dormido debajo del árbol, ron-
Las cabritas respondieron: —Abrid, pequeñas; es vuestra madrecita querida. cando tan fuertemente que hacía temblar las ramas.
—Tendremos mucho cuidado, madrecita. Podéis Que está de regreso y os trae buenas cosas del bos- Al observarlo de cerca, le pareció que algo se movía
marcharos tranquila. que—. Las cabritas replicaron: y agitaba en su abultada barriga. “¡Válgame Dios!
La vieja se despidió con un balido y, confiada, —Enséñanos la pata; queremos asegurarnos de —pensó—. ¿Serán mis pobres hijitas, que se las ha
emprendió su camino. No había transcurrido mu- que eres nuestra madre. merendado y que están vivas aún?”
cho tiempo cuando llamaron a la puerta y una voz La fiera puso la pata en la ventana, y, al ver ellas Y envió a la pequeña a casa, a toda prisa en busca
dijo: que era blanca, creyeron que eran verdad sus pala- de tijeras, aguja e hilo. Abrió la panza al monstruo,
—Abrid, hijitas. Soy vuestra madre, que estoy bras y se apresuraron a abrir. Pero fue el lobo quien y apenas había empezado a cortar cuando una de las
de vuelta y os traigo algo para cada una. —Pero las entró. ¡Qué sobresalto, Dios mío! ¡Y qué prisas por cabritas asomó la cabeza. Al seguir cortando saltaron
cabritas comprendieron, por lo rudo de la voz, que esconderse todas! Se metió una debajo de la mesa; la las seis afuera, una tras otra, todas vivitas y sin daño
era el lobo. otra, en la cama; la tercera, en el horno; la cuarta, en alguno, pues la bestia, en su glotonería, las había
—No te abriremos —exclamaron. No eres nues- la cocina; la quinta, en el armario; la sexta, debajo engullido enteras.
tra madre. Ella tiene una voz suave y cariñosa, y la del fregadero, y la más pequeña, en la caja del reloj. ¡Allí era de ver su regocijo! ¡Con cuánto cariño
tuya es bronca. ¡Eres el lobo! Pero el lobo fue descubriéndolas una tras otra y, sin abrazaron a su mamita, brincando de alegría!

Jacob & Wilhelm Grimm 11 Todos los cuentos


el profanador de textos
Pero la cabra dijo: el fiel Juan de Oro, pues si lo viera, se enamoraría perdida-
—Traedme ahora piedras; llenaremos con ellas la [KHM006] Der treue Johannes mente de ella, perdería el sentido, y por su causa
panza de esta condenada bestia, aprovechando que se expondría a grandes peligros; así que guárdalo
duerme. de ello.
Las siete cabritas corrieron en busca de piedras y Y cuando el fiel Juan hubo renovado la promesa a
las fueron metiendo en la barriga, hasta que ya no su Rey, éste enmudeció y, reclinando la cabeza en la
cupieron más. La madre cosió la piel con tanta pres- almohada, murió.
teza y suavidad, que la fiera no se dio cuenta de nada Llevado ya a la sepultura el cuerpo del anciano
ni hizo el menor movimiento. Rey, el fiel Juan dio cuenta a su joven señor de lo
Terminada ya su siesta, el lobo se levantó, y, que prometiera a su padre en su lecho de muerte, y
como los guijarros que le llenaban el estómago le añadió:
diesen mucha sed, se encaminó a un pozo para be- —Lo cumpliré puntualmente y te guardaré fide-
ber. Mientras andaba, moviéndose de un lado a otro, lidad como se la guardé a él, aunque me hubiera de
los guijarros de su panza chocaban entre sí con gran Érase una vez un anciano Rey, se sintió enfermo costar la vida.
ruido, por lo que exclamó: y pensó: “Sin duda es mi lecho de muerte éste en el Se celebraron las exequias, pasó el período de
que yazgo.” Y ordenó: luto, y entonces el fiel Juan dijo al Rey:
¿Qué será este ruido —Que venga mi fiel Juan. —Es hora de que veas tu herencia; voy a mostrar-
que suena en mi barriga? Era éste su criado favorito, y le llamaban así por- te el palacio de tu padre.
Creí que eran seis cabritas. que durante toda su vida había sido fiel a su señor. Y lo acompañó por todo el palacio, arriba y
Mas ahora me parecen chinitas. Cuando estuvo al pie de la cama, Rey le dijo: abajo, y le hizo ver todos los tesoros y los magní-
—Mi fidelísimo Juan, presiento que se acerca mi ficos aposentos; sólo dejó de abrir el que guardaba
Al llegar al pozo e inclinarse sobre el brocal, el fin, y sólo hay una cosa que me atormenta: mi hijo. el peligroso retrato. Éste se hallaba colocado de tal
peso de las piedras lo arrastró y lo hizo caer al fondo, Es muy joven todavía, y no siempre sabe gobernarse modo que se veía con sólo abrir la puerta, y era de
donde se ahogó miserablemente. Viéndolo las cabri- con tino. Si no me prometes que lo instruirás en una perfección tal que parecía vivir y respirar, y que
tas, acudieron corriendo y gritando jubilosas: todo lo que necesita saber y velarás por él como un en el mundo entero no podía encontrarse nada más
—¡Muerto está el lobo! ¡Muerto está el lobo! padre, no podré cerrar los ojos tranquilo. hermoso ni más delicado.
Y con su madre, se pusieron a bailar en corro en —Os prometo que nunca lo abandonaré —le Pero al joven Rey no se le escapó que el fiel Juan
torno al pozo. ♣ respondió el fiel Juan; lo serviré con toda fidelidad, pasaba muchas veces por delante de esta puerta sin
aunque haya de costarme la vida. abrirla, y, al fin, le preguntó:
Dijo entonces el anciano Rey: —¿Por qué no la abres nunca?
—Así muero tranquilo y en paz—. Y prosiguió: —Es que en esta pieza hay algo que te causaría
—Cuando yo haya muerto enséñale todo el espanto —le respondió el criado. Mas el Rey le
palacio, todos los aposentos, los salones, los sóta- replicó:
nos y los tesoros guardados en ellos. Pero guárdate —He visto todo el palacio y quiero también saber
de mostrarle la última cámara de la galería larga, lo que hay ahí dentro —y, dirigiéndose a la puerta,
donde se halla el retrato de la princesa del Tejado trató de forzarla. El fiel Juan lo retuvo y le dijo:

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el profanador de textos
—Prometí a tu padre, antes de morir, que no la casa. En tu tesoro hay cinco toneladas de oro; Cuando la hija del Rey vio aquellas maravillas, se
verías lo que hay en este cuarto; nos podría traer manda que den una a los orfebres del reino, y con puso muy contenta y exclamó:
grandes desgracias, a ti y a mí. ella fabriquen toda clase de vasos y utensilios, toda —Está tan primorosamente trabajado, que te lo
—Al contrario —replicó el joven Rey—. Si no suerte de aves, alimañas y animales fabulosos; esto compro todo. A lo que respondió el fiel Juan:
entro, mi perdición es segura. No descansaré ni de le gustará; con ello nos pondremos en camino, a —Yo no soy sino el criado de un rico mercader.
día ni de noche hasta que lo haya contemplado con probar fortuna. No es nada lo que traigo aquí en comparación de lo
mis propios ojos. No me muevo de aquí hasta que El Rey hizo venir a todos los orfebres del país, los que mi amo tiene en el barco: lo más bello y precio-
me abras esta puerta. cuales trabajaron sin descanso hasta terminar aque- so que jamás se haya hecho en oro.
Entonces el fiel Juan comprendió que no había llos preciosos objetos. Ella le pidió que se lo llevaran a palacio, pero
otro remedio, y con el corazón en la mano y muchos Luego todo fue cargado en un barco, y el fiel él contestó: —Hay tantísimas cosas, que precisa-
suspiros sacó la llave del gran manojo. Cuando tuvo Juan y el Rey se vistieron de mercaderes para no ser rían muchos días y más salas que vuestro palacio
la puerta abierta, entró él primero con intención de reconocidos por nadie. Luego se hicieron a la mar tiene.
tapar el cuadro, para que el Rey no lo viera. Pero, y navegaron hasta arribar a la ciudad donde vivía la Estas palabras sólo sirvieron para estimular la
¿de qué le sirvió? El Rey, poniéndose de puntillas, princesa del Tejado de Oro. El fiel Juan pidió al Rey curiosidad, de la princesa, la cual dijo al fin:
miró por encima de su hombro, y al ver el retrato de que permaneciese a bordo y aguardase su vuelta: —Te acompañaré al barco, quiero ir yo misma a
la doncella, resplandeciente de oro y piedras precio- —A lo mejor vuelvo con la princesa —dijo—. ver los tesoros de tu amo.
sas, cayó al suelo sin sentido. Procurarás, pues, que todo esté bien dispuesto y El fiel Juan, muy contento, la condujo entonces
El fiel Juan lo levantó y lo llevó a su cama, ordenado, los objetos de oro a la vista y el barco bien al barco, y cuando el Rey la vio, le pareció que su
pensando con gran angustia: “El mal está hecho. empavesado. hermosura era todavía mayor que la del retrato, y el
¡Dios mío! ¿Qué pasará ahora?” Y le dio vino para Se llenó el cinto de toda clase de objetos precio- corazón empezó a latirle con tal violencia que se lo
reanimarlo. sos, desembarcó y se encaminó al palacio real. Al sentía a punto de estallar.
Vuelto en sí el Rey, sus primeras palabras fueron: entrar en el patio vio junto al pozo a una hermosa Subió la princesa a bordo, y el Rey la acompañó
—¡Ay!, ¿de quién es este retrato tan hermoso? muchacha ocupada en llenar de agua dos cubos de al interior de la nave; pero el fiel Juan se quedó junto
—Es la princesa del Tejado de Oro —le respon- oro. Al volverse para llevarse el agua que reflejaba al piloto y le dio orden de zarpar:
dió el fiel criado. Y el Rey dijo: los destellos del oro, vio al extranjero y le preguntó —¡Despliega todas las velas, para que el barco
—Es tan grande mi amor por ella que si todas las quién era. Le respondió éste: vuele más veloz que un pájaro!
hojas de los árboles fuesen lenguas, no bastarían para —Soy un mercader —y, abriendo su cinturón, le Entretanto, el Rey mostraba a la princesa la vajilla
expresarlo. Mi vida pondré en juego para alcanzarla mostró lo que contenía. de oro, pieza por pieza: fuentes, vasos y tazas, así
y tú, mi leal Juan, debes ayudarme a conseguirlo. —¡Oh, qué lindo! —exclamó ella, y dejando los como las aves y los animales silvestres y prodigio-
El fiel criado estuvo cavilando largo tiempo sobre cubos en el suelo se puso a examinar las joyas una sos. Transcurrieron muchas horas así, y la princesa,
la manera de emprender la empresa, pues sólo el por una. Luego dijo: absorta y arrobada, no se dio cuenta de que el barco
llegar a presencia de la princesa era ya muy difícil. —Es necesario que la princesa lo vea; le gustan se había hecho a la mar. Cuando ya lo hubo contem-
Finalmente, se le ocurrió un medio, y dijo a su tanto las cosas de oro que, sin duda, os las com- plado todo, dio las gracias al mercader y se dispuso
señor: prará todas —y tomando al hombre de la mano, lo a regresar a palacio; pero al subir a cubierta vio que
—Todo lo que tiene a su alrededor es de oro: condujo al interior del palacio, pues era la camarera estaba muy lejos de tierra y que el buque navegaba a
mesas, sillas, fuentes, vasos, tazas y todo el ajuar de principal. toda vela:

Jacob & Wilhelm Grimm 13 Todos los cuentos


el profanador de textos
—¡Ay de mí! —exclamó—. ¡Me han traicionado, lo revelara, quedaría convertido en piedra desde las —¡Ea! —exclamó el Rey—. Este caballo me
me han raptado! ¡Estoy en manos de un mercader! puntas de los pies hasta las rodillas. llevará a palacio. Y se disponía a montarlo cuando el
¡Mil veces morir! Habló entonces el segundo: fiel Juan, anticipándose, se subió en él de un salto y,
Pero el Rey, tomándole la mano, le dijo: —Todavía sé más. Aunque maten el caballo, tam- sacando la pistola del arzón, abatió al animal de un
—Yo no soy un comerciante, sino un Rey, y de poco tendrá el Rey a su novia. Cuando entren juntos tiro. Los servidores del Rey, que tenían ojeriza al fiel
nacimiento no menos ilustre que el tuyo. Si te he en palacio, encontrarán en una bandeja una camisa de Juan, prorrumpieron en gritos:
raptado con un ardid, ha sido por el inmenso amor boda, que parecerá tejida de oro y plata, pero que en —¡Qué escándalo! ¡Matar a un animal tan her-
que te tengo. Es tan grande que la primera vez que realidad será de azufre y pez. Si el Rey se la pone, se moso, que debía conducir al Rey a palacio!
vi tu retrato caí al suelo sin sentido. consumirá y quemará hasta la médula de los huesos. Pero el monarca dijo:
Estas palabras apaciguaron a la princesa, y como Preguntó el tercero: —Callaos y dejadle hacer. Es mi fiel Juan. Él
ya sentía afecto por el Rey, aceptó de buen grado ser —¿Y no hay ningún remedio? sabrá por qué lo hace.
su esposa. —Sí, lo hay —contestó el otro—. Si alguien coge Al llegar al palacio y entrar en la sala, puesta en
Ocurrió, empero, mientras se hallaban aún en la camisa con guantes y la arroja al fuego, el Rey se una bandeja, apareció la camisa de boda, resplande-
alta mar, que el fiel Juan, sentado en la proa del bar- salvará. ¡Pero eso de qué sirve! Si alguno lo sabe y lo ciente como si fuese tejida de oro y plata. El joven
co tocando un instrumento musical, vio en el aire dice al Rey, quedará convertido en piedra desde las Rey iba ya a tomarla pero el fiel Juan, apartándolo y
tres cuervos que llegaban volando. Dejó entonces rodillas hasta el corazón. tomando la prenda con manos enguantadas la arrojó
de tocar y se puso a escuchar su conversación, pues Intervino entonces el tercero: rápidamente al fuego y estuvo vigilando hasta que
entendía su lenguaje. Dijo uno: —Pues yo sé más todavía. Aunque se queme la la vio consumida. Los demás servidores volvieron a
—¡Fíjate! se lleva a su casa a la princesa del camisa, tampoco el Rey tendrá a su novia. Cuando, desatarse en murmuraciones:
Tejado de Oro. terminada la boda, empiece la danza y la joven reina —¡Fijáos, ahora ha quemado la camisa de boda
—Sí —respondió el segundo—. Pero aún no es salga a bailar, palidecerá de repente y caerá como del Rey!
suya. muerta. Si no acude nadie a levantarla en seguida y Pero éste dijo:
Y el tercero: no le sorbe del pecho derecho tres gotas de sangre y —¡Quién sabe por qué lo hace! Dejadlo, que es
—¿Cómo que no es suya? Si va con él en el las vuelve a escupir inmediatamente, la reina mori- mi fiel Juan. Se celebró la boda, y empezó el baile.
barco. rá. Pero quien lo sepa y lo diga quedará convertido La novia salió a bailar; el fiel Juan no la perdía de
Volviendo a tomar la palabra el primero, dijo: en estatua de piedra, desde la punta de los pies a la vista, mirándola a la cara. De repente palideció y
—¡Qué importa! En cuanto desembarquen se le coronilla. cayó al suelo como muerta. Juan se lanzó sobre
acercará al trote un caballo pardo, y él querrá mon- Después de haber hablado así, los cuervos re- ella, la tomó en brazos y la llevó a una habitación;
tarlo; pero si lo hace, volarán ambos por los aires, y montaron el vuelo, y el fiel Juan, que lo había oído la depositó sobre una cama y, arrodillándose,
nunca más volverá el Rey a ver a su princesa. y comprendido todo, permaneció desde entonces sorbió de su pecho derecho tres gotas de sangre y
Dijo el segundo: triste y taciturno; pues si callaba, haría desgraciado a las escupió seguidamente. Al instante recobró la
—¿Y no hay ningún remedio? su señor, y si hablaba, lo pagaría con su propia vida. Reina el aliento y se repuso; pero el Rey, que había
—Sí, lo hay: si otro se adelanta a montarlo y, con Finalmente, se dijo para sus adentros: “Salvaré a mi presenciado la escena y desconocía los motivos que
una pistola que va en el arzón del animal, lo mata señor, aunque yo me pierda.” inducían al fiel Juan a obrar de aquel modo, gritó
de un tiro. Sólo de ese modo puede salvarse el Rey; Al desembarcar sucedió lo que predijera el cuer- lleno de cólera:
pero, ¿quién va a saberlo? Y si alguien lo supiera y vo. Un magnífico alazán se acercó al trote: —¡Encerradlo en un calabozo!

Jacob & Wilhelm Grimm 14 Todos los cuentos


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Al día siguiente, el leal criado fue condenado —Sí, puedes devolverme a vida, si para ello —¡Loado sea Dios; está salvado y hemos recupe-
a morir y conducido a la horca. Cuando ya había sacrificas lo que más quieres. —A lo que respondió rado también a nuestros hijitos!
subido la escalera, levantó la voz y dijo: el Rey: Y le contó todo lo sucedido. Y desde entonces
—A todos los que han de morir se les concede la —¡Por ti sacrificaría cuanto tengo en el mundo! vivieron juntos y felices hasta la muerte. ♣
gracia de hablar antes de ser ejecutados. ¿No se me —Siendo así —prosiguió la piedra—, corta con
concederá también a mí este derecho? tu propia mano la cabeza a tus hijos y úntame con
—Sí —dijo el Rey—, te lo concedo. Entonces el su sangre. ¡Sólo de este modo volveré a vivir!
fiel Juan habló de esta manera: Tembló el Rey al oír que tenía que dar muerte a
—He sido condenado injustamente, pues siem- sus queridos hijitos; pero al recordar la gran fideli-
pre te he sido fiel. Y explicó el coloquio de los dad de Juan, que había muerto por él, desenvainó la
cuervos que había oído en alta mar y cómo tuvo que espada y cortó la cabeza a los dos niños. Y en cuanto
hacer aquellas cosas para salvar a su señor. Entonces hubo rociado la estatua con su sangre, se animó la
exclamó el Rey: piedra y el fiel Juan reapareció ante él, vivo y sano, y
—¡Oh, mi fidelísimo Juan! ¡Gracias, gracias! dijo al Rey:
¡Bajadlo! —Tu abnegación no quedará sin recompensa,
Pero al pronunciar la última palabra, el leal —y tomando las cabezas de los niños, las aplicó
criado había caído sin vida, convertido en estatua de debidamente sobre sus cuerpecitos y untó las heridas
piedra. con su sangre. En el acto quedaron los niños lozanos
El Rey y la Reina se afligieron en su corazón. y llenos de vida, saltando y jugando como si nada
—¡Ay de mí! —se lamentaba el Rey—. ¡Qué mal hubiese ocurrido. El Rey estaba lleno de contento.
he pagado su gran fidelidad! —Y, mandando levan- Cuando oyó venir a la Reina, ocultó a Juan y a los
tar la estatua de piedra, la hizo colocar en su alcoba, niños en un gran armario. Al entrar ella, le dijo:
al lado de su lecho. Cada vez que la miraba, no —¿Has rezado en la iglesia?
podía contener las lágrimas, y decía: —Sí —respondió su esposa—, pero constante-
—¡Ay, ojalá pudiese devolverte la vida, mi fidelí- mente estuve pensando en el fiel Juan, que sacrificó
simo Juan! su vida por nosotros.
Transcurrió algún tiempo y la Reina dio a luz dos Dijo entonces el Rey:
hijos gemelos, que crecieron y eran la alegría de sus —Mi querida esposa, podemos devolverle la
padres. vida, pero ello nos costará sacrificar a nuestros
Un día en que la Reina estaba en la iglesia y dos hijitos.
los dos niños se habían quedado jugando con su Palideció la Reina y sintió una terrible angustia
padre, miró éste con tristeza la estatua de piedra en el corazón; sin embargo, dijo:
y suspiró: —Se lo debemos, por su grandísima lealtad.
—¡Ay, mi fiel Juan, si pudiese devolverte la vida! El rey, contento al ver que su esposa pensaba
Y he aquí que la estatua comenzó a hablar, como él, corrió al armario y, abriéndolo, hizo salir a
diciendo: sus dos hijos y a Juan diciendo:

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un buen negocio marcharse. Se puso a echar pestes contra las ranas, llenó de contento. Pero nadie se presentó a pagar. “¡Es
[KHM007] Der gute Handel gritándoles: que no te puedes fiar de nadie!,” se dijo, y, perdiendo
—¡Chapuzones cabezotas, estúpidas! Podéis tener la paciencia, se fue a la ciudad a pedir al camicero
una gran boca para gritar y ensordecemos, pero sois que le satisficiese la deuda. El carnicero se lo tomó a
incapaces de contar siete escudos! ¿Os habéis creído broma, pero el campesino replicó:
que aguardaré aquí hasta que hayáis terminado? —Nada de burlas, yo quiero mi dinero. ¿Acaso el
Y se marchó, mientras lo perseguía el “cuak., perro no os trajo hace tres días toda la vaca muerta?
cuak, cuak” de las ranas, por lo que el hombre llegó Se enojó el carnicero y, echando mano de una
a su casa de un humor de perros. escoba, lo despidió a escobazos.
Al cabo de algún tiempo compró otra vaca y —¡Aguardad —le gritó el hombre—, todavía hay
la sacrificó, calculando que si vendía bien la carne justicia en la Tierra! —y, dirigiéndose al palacio del
sacaría de ella lo bastante para resarcirse de la pérdi- Rey, solicitó audiencia.
Un campesino llevó su vaca al mercado, donde la da de la otra, y aún le quedaría el cuero. Al entrar en Conducido a presencia del Rey, que estaba con su
vendió por siete escudos. Cuando regresaba a su casa la ciudad con la carne, se vió acosado por toda una hija, le preguntó éste qué le ocurría
hubo de pasar junto a una charca, y ya desde lejos jauría de perros, al frente de los cuales iba un gran —¡Ah! —exclamó el campesino—. Las ranas y
oyó croar las ranas: “¡cuak, cuak, cuak!” lebrel. Saltaba éste en torno a la carne, olfateándola los perros se quedaron con lo que era mío, y ahora el
—¡Bah! —dijo para sus adentros—. Esas no y ladrando: “¡Guau, guau, guau!” Y como se empe- carnicero me ha pagado a palos, —y explicó circuns-
saben lo que se dicen. Siete son los que he sacado, y ñaba en no callar, le dijo el labrador: tanciadamente lo ocurrido.
no cuatro. Al llegar al borde del agua, las increpó: —Sí, ya te veo, bribón, gritas “guau, guau” por- La princesa prorrumpió en una sonora carcajada
—¡Bobas que sois! ¡Qué sabéis vosotras! Son siete que quieres que te dé un pedazo de vaca. ¡Pues sí que y el Rey le dijo:
y no cuatro. Pero las ranas siguieron impertérritas: haría yo buen negocio! Pero el perro no replicaba —No puedo hacerte justicia en este caso pero, en
“cuak, cuak, cuak.” Bueno, si no queréis creerlo los sino “Guau, guau, guau.” cambio, te daré a mi hija por esposa. En toda su vida
contaré delante de vuestras narices. Y sacando el —¿Me prometes no comértela y respondes de tus la vi reírse como ahora, y prometí casarla con quien
dinero del bolsillo contó los siete escudos, a razón de compañeros? fuese capaz de hacerla reír. Puedes dar gracias a Dios
veinticuatro reales cada uno. Pero las ranas, sin pres- —Guau, guau —repitió el perro. de tu buena suene!
tar atención a su cálculo, seguían croando: “cuak, —Bueno, puesto que te empeñas, te la dejaré; —¡Oh! —replicó el campesino—. No la quiero;
cuak, cuak.” te conozco bien y sé a quién sirves. Pero una cosa en casa tengo ya una mujer, y con ella me sobra.
—¡Caramba con los bichos! —gritó el campesi- te digo: ¡dentro de tres días quiero el dinero!; de lo Cada vez que llego a casa, me parece como si me
no, amoscado—. Puesto que os empeñáis en saberlo contrario, lo vas a pasar mal. Me lo llevarás a casa . saliese una de cada esquina.
mejor que yo, contadlo vosotras mismas. Y, descargando la carne, se volvió, mientras los El Rey, colérico, chilló:
Y arrojó las monedas al agua, quedándose de pie perros se lanzaban sobre ella, ladrando: “Guau, —¡Eres un imbécil!
en espera de que las hubiesen contado y se las de- guau.” Oyéndolos desde lejos, el campesino se dijo: —¡Ah. Señor Rey! —respondió el campesino—.
volviesen. Pero las ranas seguían en sus trece, y duro —Todos quieren su parte, pero el grande tendrá que ¡Qué podéis esperar de un asno, sino coces!
con su “cuak, cuak, cuak,” sin devolver el dinero. responder. —Aguarda —dijo el Rey— te pagaré de otro
Aguardó el hombre un buen rato, hasta el anoche- Transcurridos los tres días, pensó el labrador: “Esta modo. Márchate y vuelve dentro de tres días; te van
cer; pero entonces ya no tuvo más remedio que noche tendrás el dinero en el bolsillo,” y esta idea lo a dar quinientos bien contados.

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Al pasar el campesino la puerta, le dijo el do los sufrió con paciencia; ya los había probado en —Os prestaré por unas horas una hermosa casa-
centinela: otras ocasiones. Pero el judío todo era exclamarse: ca; y conste que lo hago por pura amistad. ¡Qué no
—Hiciste reír a la princesa; seguramente te ha- —¡Ay! ¿Esto son los escudos? hace un hombre por amor!
brán pagado bien El Rey no pudo por menos de reírse del campesi- Aceptó el labrador y, poniéndose la casaca del
—Sí, eso creo —murmuró el rústico—. Me no y, calmado su enojo, le dijo: judío, fue con él a palacio. El Rey le reprochó los
darán quinientos. —Puesto que te has quedado sin recompensa, te denuestos que, según el judío, le había dirigido.
—Oye —inquirió el soldado—, podrías darme daré una compensación. Ve a la cámara del tesoro y —¡Ay! —exclamó el campesino—. Lo que dice
unos cuantos. llévate todo el dinero que quieras. un judío es mentira segura. ¿Cuándo se les ha oído
¿Qué harás con tanto dinero? El hombre no se lo hizo repetir y se llenó los bol- pronunciar una palabra verdadera? ¡Este individuo
—Por ser tú, te cederé doscientos —dijo el sillos a reventar; luego entró en la posada y se puso a sería capaz de sostener que la casaca que llevo es
campesino—. contar el dinero. suya!
Preséntate al Rey dentro de tres días y te los El judío, que lo había seguido, oyó que —¿Cómo? —replicó el judío—. ¡Claro que lo es!
pagarán. refunfuñaba: ¿No acabo de prestártela por pura amistad, para que
Un judío, que se hallaba cerca y había oído la —Este pícaro de Rey me ha jugado una mala pudierais presentaros dignamente ante el Señor Rey?
conversación, corrió tras el labrador y le dijo, tirán- pasada; podía darme él mismo el dinero, y ahora Al oírlo el Rey, dijo:
dole de la chaqueta: sabría yo cuánto tengo. En cambio, ahora, ¿quién —Fuerza es que el judío engañe a uno de los dos:
—¡Maravilla de Dios, vos sí que nacisteis con me dice que lo que he cogido, a mi talante, es lo que al labrador o a mí. —y mandó darle otra azotaina en
buena estrella! me tocaba? las costillas, mientras el campesino se marchaba con
Os cambiaré el dinero en moneda de vellón. “¡Dios nos ampare!,” dijo para sus adentros el la buena casaca y el dinero en los bolsillos, diciendo:
¿Qué haríais vos con los escudos en pieza? judío. “¡Este hombre murmura de nuestro Rey! Voy —Esta vez he acertado. ♣
—Trujamán —contestó el campesino—, puedes a denunciarlo; de este modo me darán una recom-
quedarte con trescientos. Cámbiamelos ahora mis- pensa y encima lo castigarán.”
mo, y dentro de tres días, el Rey te los pagará. Al enterarse el Rey de los improperios del campe-
El judío, contento del negoción, le dió la canti- sino, montó en cólera y mandó al judío que fuese en
dad en moneda de cobre, ganándose uno por cada su busca y se presentase con él en palacio. Corrió el
tres. Al expirar el plazo, el campesino, obediente a la judío en busca del labrador:
orden recibida, se presentó ante el Rey. —Debéis comparecer inmediatamente ante el
—Quitadle la chaqueta —mandó éste—, va a Rey —le dijo; así, tal como estáis.
recibir los quinientos prometidos. —Yo sé mejor lo que debo hacer —respondió el
—¡Oh! —dijo el hombre—, ya no son míos: campesino—. Antes tengo que encargarme una casa-
doscientos los regalé al centinela, y los trescientos ca nueva. ¿Crees que un hombre con tanto dinero en
restantes me los cambió un judío; así que no me los bolsillos puede ir hecho un desharrapado?
toca ya nada. El judío, al ver que no lograría arrastrar al otro
Se presentaron entonces el soldado y el judío a re- sin una chaqueta nueva y temiendo que al Rey se le
clamar lo que les ofreciera el campesino, y recibieron pasara el enfado y, con él, se esfumara su premio y el
en las espaldas los azotes correspondientes. El solda- castigo del otro, dijo:

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el músico prodigioso Obedeció el lobo, y el hombre, tomando rápida- —Espérame hasta que regrese —le dijo el músi-
[KHM008] Der wunderliche Spielmann mente una piedra y usándola de cuña, aprisionó las co, y reemprendió su ruta,
patas del animal tan fuertemente, que éste quedó Al cabo de un rato, volvió a pensar: “El tiem-
apresado, sin poder soltarse. po se me va a hacer muy largo y aburrido en el
—Ahora aguárdame hasta que vuelva —dijo el bosque; veamos de encontrar otro compañero.”
músico, y prosiguió su camino. Y, tomando el violín, envió sus notas a la selva. A
Al cabo de un rato volvió a pensar: “En el sus sones se acercó saltando un lebrato:1 “¡Bah!,
bosque se me va a hacer largo el tiempo, y me una liebre —pensó el hombre—; no la quiero por
aburriré; tendría que buscarme otro compañero.” compañero.”
Tomó su violín e hizo sonar una nueva melodía. —Eh, buen músico —dijo el animalito—. Tocas
Acudió muy pronto una zorra, deslizándose entre muy bien; me gustaría aprender.
los árboles. —Es cosa fácil —respondió él— siempre que
Había una vez un músico prodigioso que vagaba soli- ­“Ahí viene una zorra,” pensó el hombre. “No me hagas lo que yo te mande.
to por el bosque dándole vueltas a la cabeza. Cuando gusta su compañía.” Se llegó la zorra hasta él y dijo: —Sí, músico —asintió el lebrato—, te obedeceré
ya no supo en qué más pensar, dijo para sus adentros: —Hola, músico, ¡qué bien tocas! Me gustaría como un discípulo a su maestro.
“En la selva se me hará largo el tiempo, y me aburriré; aprender. Caminaron, pues, juntos un rato, hasta llegar a
tendría que buscarme un buen compañero.” —No te será difícil —contestó el músico; sólo un claro del bosque en el que crecía un álamo blan-
Descolgó el violín que llevaba suspendido del debes hacer cuanto yo te mande. co. El violinista ató un largo cordel al cuello de la
hombro y se puso a rascarlo, haciendo resonar sus —Sí, músico —asintió la zorra—, te obedeceré liebre, y sujetó al árbol el otro cabo.
notas entre los árboles. A poco se presentó el lobo, como un discípulo a su maestro. —¡Ala! ¡De prisa! Da veinte carreras alrededor
saliendo de la maleza. —Pues sígueme —ordenó él. Y no tardaron en del álamo mandó el hombre al animalito, el cual
“¡Ay! Es un lobo el que viene. No es de mi gusto llegar a un sendero, bordeado a ambos lados por obedeció.
ese compañero,” pensó el músico. Pero el lobo se le altos arbustos. Se detuvo entonces el músico y, aga- Pero cuando hubo terminado sus veinte vueltas,
acercó y le dijo: rrando un avellano que crecía en una de las márge- el cordel se había enroscado otras tantas en torno
—Hola, músico, ¡qué bien tocas! Me gustaría nes, lo dobló hasta el suelo, sujetando la punta con al tronco, quedando el lebrato prisionero; por más
aprender. un pie; hizo luego lo mismo con un arbolito del lado tirones y sacudidas que dio, sólo lograba lastimarse
—Pues no te será difícil —le respondió el violi- opuesto y dijo la zorra: el cuello con el cordel.
nista— si haces todo lo que yo te diga. —Ahora, amiguita, si quieres aprender, dame la —Aguárdame hasta que vuelva —le dijo el músi-
—Si, músico —asintió el lobo—; te obedeceré pata izquierda delantera—. Obedeció la zorra, y el co, alejándose.
como un discípulo a su maestro. hombre le ató la pata al tronco del lado izquierdo. Mientras tanto, el lobo, a fuerza de tirar, esfor-
El músico le indicó que lo siguiera, y, tras andar —Dame ahora la derecha —prosiguió. Y la suje- zarse y dar mordiscos a la piedra, había logrado, tras
un rato, llegaron junto a un viejo roble, hueco y tó del mismo modo en el tronco derecho. duro trabajo, sacar las patas de la hendidura. Irritado
hendido por la mitad .. Después de asegurarse de que los nudos de las y furioso, siguió las huellas del músico, dispuesto a
—Mira —dijo el músico—, si quieres aprender cuerdas eran firmes, soltó ambos arbustos, los cuales, destrozarlo.
a tocar el violín, mete las patas delanteras en esta al enderezarse, levantaron a la zorra en el aire y la
hendidura. dejaron colgada y pataleando. 1 lebrato. 1. m. Liebre nueva o de poco tiempo.
Diccionario RAEL [N. del Pr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 18 Todos los cuentos
el profanador de textos
Al verlo pasar, la zorra se puso a lamentarse y a los doce hermanos traigo al mundo una niña, todos vosotros habréis de
gritar con todas sus fuerzas: [KHM009] Die zwölf Brüder morir y seréis enterrados en ellos.
—Hermano lobo, ayúdame. ¡El músico me Y como le hiciera aquella revelación entre amar-
engañó! gas lágrimas, quiso el hijo consolarla y le dijo:
El lobo bajó los arbolitos, cortó la cuerda con los —No llores, querida madre; ya encontraremos el
dientes y puso en libertad a la zorra, la cual se fue medio de salir del apuro. Mira, nos marcharemos.
con él, ávida también de venganza. Respondió ella entonces:
Encontraron luego a la liebre aprisionada, la des- —Vete al bosque con tus once hermanos y cuidad
ataron a su vez, y, los tres juntos, partieron en busca de que uno de vosotros esté siempre de guardia, encara-
del enemigo. mado en la cima del árbol más alto y mirando la torre
En esto, el músico había vuelto a probar suer- del palacio. Si nace un niño, izaré una bandera blanca,
te con su violín, y esta vez con mejor fortuna. Sus y entonces podréis volver todos; pero si es una niña,
sones habían llegado al oído de un pobre leñador, pondré una bandera roja. Huid en este caso tan de prisa
el cual, quieras que no, hubo de dejar su trabajo Éranse una vez un rey y una reina que vivían en como podáis, y que Dios os ampare y guarde. Todas las
y, hacha bajo el brazo, se dirigió al lugar de donde buena paz y satisfacción con sus doce hijos, todos noches me levantaré a rezar por vosotros: en invierno,
procedía la música. varones. Un día, el Rey dijo a su esposa: para que no os falte un fuego con que calentaros; y en
—Por fin doy con el compañero que me convie- —Si el hijo que has de tener ahora es una niña, verano, para que no sufráis demasiado calor.
ne —exclamó el violinista—; un hombre era lo que deberán morir los doce mayores, para que la heren- Después de bendecir a sus hijos, partieron éstos al
buscaba, y no alimañas salvajes. cia sea mayor y quede el reino entero para ella. bosque.
Y se puso a tocar con tanto arte y dulzura, que el Y, así, hizo construir doce ataúdes y llenarlos de Montaban guardia por turno, subido uno de
pobre leñador quedó se como arrobado, y el corazón virutas de madera, colocando además, en cada uno, ellos a la copa del roble más alto, fija la mirada en la
le saltaba de puro gozo. Y he aquí que en esto vio una almohadilla. Luego dispuso que se guardasen en torre. Transcurridos once días, le correspondió subir
acercarse al lobo, la zorra y la liebre, y, por sus caras una habitación cerrada, y dio la llave a la Reina, con a Benjamín, el cual vio que izaban una bandera. ¡Ay!
de pocos amigos, comprendió que llevaban intencio- orden de no decir a nadie una palabra de todo ello. no era blanca, sino roja como la sangre, y les adver-
nes aviesas. Pero la madre se pasaba los días triste y llorosa, tía que debían morir. Al oírlo los hermanos, dijeron
Entonces el leñador blandió la reluciente hacha y hasta que su hijo menor, que nunca se separaba encolerizados:
se colocó delante del músico como diciendo: “Tenga de su lado y al que había puesto el nombre de —¡Que tengamos que morir por causa de una
cuidado quien quiera hacerle daño, pues habrá de Benjamín, como en la Biblia, le dijo, al fin: niña! Juremos venganza. Cuando encontremos a una
entendérselas conmigo.” Ante lo cual, los animales —Madrecita, ¿por qué estás tan triste? muchacha, haremos correr su roja sangre.
se atemorizaron y echaron a correr a través del bos- —¡Ay, hijito mío! —le respondió ella—, no pue- Se adentraron en la selva, y en lo más espeso
que, mientras el músico, agradecido, obsequiaba al do decírtelo. de ella, donde apenas entraba la luz del día, en-
leñador con otra bella melodía. ♣ Pero el pequeño no la dejó ya en reposo y, así, un contraron una casita encantada y deshabitada. —
día ella le abrió la puerta del aposento y le mostró Viviremos aquí —dijeron—. Tú, Benjamín, que
los doce féretros llenos de virutas, diciéndole: eres el menor y el más débil, te quedarás en casa y
—Mi precioso Benjamín, tu padre mandó hacer cuidarás de ella, mientras los demás salimos a buscar
estos ataúdes para ti y tus once hermanos; pues si comida.

Jacob & Wilhelm Grimm 19 Todos los cuentos


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Y se fueron al bosque a cazar liebres, corzos, aves, —Soy la hija del Rey —contestó ella— y voy —Nuestra hermana está aquí —y levantando
palomitas y cuanto fuera bueno para comer. Todo lo en busca de mis doce hermanos; y estoy dispuesta a la vasija, salió de debajo de ella la princesita con
llevaban a Benjamín, el cual lo guisaba y preparaba caminar bajo el cielo azul hasta que los encuentre. sus regios vestidos y la estrella dorada en la frente,
para saciar el hambre de los hermanos. Le mostró al mismo tiempo las doce camisas, con más linda y delicada que nunca ¡Cómo se alegraron
Así vivieron juntos diez años, y la verdad es que lo cual Benjamín reconoció que era su hermana. todos y cómo se le echaron al cuello besándola con
el tiempo no se les hacía largo. Entretanto, la niña —Yo soy Benjamín, tu hermano menor —le toda ternura!
que diera a luz la Reina había crecido; era hermosa, dijo. La niña se echó a llorar de alegría, igual que La niña se quedó en casa con Benjamín para
de muy buen corazón, y tenía una estrella de oro en Benjamín, y se abrazaron y besaron con gran cariño. ayudarle en los quehaceres domésticos, mientras
medio de la frente. Un día que en palacio blanquea- Después dijo el muchacho: los otros once salían al bosque a cazar corzos, aves
ban ropa, vio entre ellas doce camisas de hombre y —Hermanita mía, queda aún un obstáculo. Nos y palomitas para llenar la despensa. Benjamín y la
preguntó a su madre: hemos juramentado en que toda niña que encon- hermanita cuidaban de guisar lo que traían.
—¿De quién son estas doce camisas? Pues a mi tremos morirá a nuestras manos, ya que por culpa Ella iba a buscar leña para el fuego, y hierbas
padre le vendrían pequeñas. de una niña hemos tenido que abandonar nuestro comestibles, y cuidaba de poner siempre el puchero
Le respondió la Reina con el corazón oprimido: reino. en el hogar a tiempo para que al regresar los demás
—Hijita mía, son de tus doce hermanos. A lo que respondió ella: encontrasen la comida dispuesta. Se ocupaba tam-
—¿Y dónde están mis doce hermanos —dijo la —Moriré gustosa, si de este modo puedo salvar a bién en la limpieza de la casa y lavaba la ropa de
niña—. Jamás nadie me habló de ellos: mis hermanos. las camas, de modo que estaban en todo momento
La Reina le dijo entonces: —No, no —replicó Benjamín—, no morirás; pulcras y blanquísimas. Los hermanos se hallaban
—Dónde están, sólo Dios lo sabe. Andarán ocúltate debajo de esta vasija hasta que lleguen los contentísimos con ella, y así vivían todos en gran
errantes por el vasto mundo. —Y, llevando a su hija once restantes; yo hablaré con ellos y los convenceré. unión y armonía.
al cuarto cerrado, abrió la puerta y le mostró los Así lo hizo la niña. Ya anochecido, regresaron de He aquí que un día los dos pequeños prepararon
doce ataúdes, llenos de virutas y con sus correspon- la caza los demás y se sentaron a la mesa. Mientras una sabrosa comida y cuando todos estuvieron reu-
dientes almohadillas: comían preguntaron a Benjamín: nidos celebraron un verdadero banquete; comieron y
—Estos ataúdes —le dijo— estaban destinados a —¿Qué novedades hay? bebieron, más alegres que unas pascuas. Pero ocurrió
tus hermanos, pero ellos huyeron al bosque antes de A lo que respondió su hermanito: que la casita encantada tenía un jardincito, en el que
nacer tú —y le contó todo lo ocurrido. Dijo enton- —¿No sabéis nada? crecían doce lirios de esos que también se llaman
ces la niña: —No —dijeron ellos. “estudiantes.” La niña, queriendo obsequiar a sus
—No llores, madrecita mía, yo iré en busca —¿Conque habéis estado en el bosque y no hermanos, cortó las doce flores, para regalar una a
de mis hermanos. Y tomando las doce camisas se sabéis nada, y yo, en cambio, que me he quedado en cada uno durante la comida. Pero en el preciso mo-
puso en camino, adentrándose en el espeso bosque. casa, sé más que vos otros? —replicó el más joven. mento en que acabó de cortarlas, los muchachos se
Anduvo durante todo el día, y al anochecer llegó a —Pues ¡cuéntanos! —le pidieron. transformaron en otros tantos cuervos, que huyeron
la casita encantada. Al entrar en ella se encontró con —¿Me prometéis no matar a la primera niña que volando por encima del bosque, al mismo tiempo
un joven que le preguntó: encontremos? que se esfumaba también la casa y el jardín.
—¿De dónde vienes y qué buscas aquí? —mara- —Sí —exclamaron todos—, la perdonaremos; La pobre niña se quedó sola en plena selva oscura
villado de su hermosura, de sus regios vestidos y de pero ¡cuéntanos ya lo que sepas! y, al volverse a mirar a su alrededor, se encontró con
la estrella que brillaba en su frente. Entonces dijo Benjamín: una vieja que estaba a su lado y que le dijo:

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—Hija mía, ¿qué has hecho? ¿Por qué tocaste las quinando en secreto. Si es muda y no puede hablar, la chusma (gentuza)
doce flores blancas? Eran tus hermanos, y ahora han siquiera podría reír; pero quien nunca ríe no tiene [KHM010] Das Lumpengesindel
sido convertidos para siempre en cuervos. limpia la conciencia.
A lo que respondió la muchachita, llorando: Al principio, el Rey no quiso prestarle oídos; pero
—¿No hay, pues, ningún medio de salvarlos? tanto insistió la vieja y la acusó de tantas maldades,
—No —dijo la vieja—. Hay sólo uno en el mun- que al final el Rey se dejó convencer y la condenó a
do entero, pero es tan difícil que no podrás libertar muerte.
a tus hermanos, pues deberías pasar siete años como Encendieron en el patio del castillo una gran
muda, sin hablar una palabra ni reír. Una palabra pira, donde la reina debía morir quemada.
sola que pronunciases, aunque faltara solamente una Desde una alta ventana, el Rey contemplaba la
hora para cumplirse los siete años, y todo tu sacrifi- ejecución con ojos llorosos, pues seguía queriéndo-
cio habría sido inútil: aquella palabra mataría a tus la a pesar de todo. Y he aquí que cuando ya estaba
hermanos. atada al poste y las llamas comenzaban a lamerle los Dijo el gallo a la gallina:
La princesita se dijo entonces en su corazón: vestidos, sonó el último segundo de los siete años —Ha llegado el tiempo de las nueces; vayámonos
“Estoy segura de que redimiré a mis hermanos.” Y de su penitencia. Se oyó entonces un gran rumor al monte y nos daremos un hartazgo antes de que la
buscó un árbol muy alto, se encaramó en él y allí se de alas en el aire, y aparecieron doce cuervos, que ardilla se las lleve todas.
estuvo hilando sin decir palabra ni reírse nunca. descendieron hasta posarse en el suelo. No bien —¡Qué buena ideal ­—contestó la gallina—.
Sucedió, sin embargo, que entró en el bosque un lo hubieron tocado, se transformaron en los doce Vamos, nos divertiremos enormemente.
Rey, que iba de cacería. Llevaba un gran lebrel, el hermanos, redimidos por el sacrificio de la princesa. Se fueron juntos a la montaña y se quedaron en
cual echó a correr hasta el árbol que servía de mora- Se apresuraron a dispersar la pira y apagar las llamas, ella hasta bien entrada la tarde, aprovechando que el
da a la princesita y se puso a saltar en derredor, sin desataron a su hermana y la abrazaron y besaron día era espléndido. No sé si se hartaron demasiado
cesar en sus ladridos. Al acercarse el Rey y ver a la tiernamente. Y puesto que ya podía abrir la boca y o si se les subieron los humos a la cabeza; el caso es
bellísima muchacha con la estrella en la frente, que- hablar, contó al Rey el motivo de su mutismo y de que no quisieron volver andando y el gallo tuvo que
dó tan prendado de su hermosura que le preguntó si por qué nunca se había reído. fabricar un carrito con cáscaras de nuez. Cuando ya
quería ser su esposa. Ella no le respondió de palabra; Mucho se alegró el Rey al convencerse de que estuvo a punto, se acomodó en él la gallina y dijo al
únicamente hizo con la cabeza un leve signo afirma- era inocente, y los dos vivieron juntos y muy felices gallo:
tivo. Subió entonces el Rey al árbol, bajó a la niña, hasta su muerte. La malvada suegra hubo de com- —Tú puedes engancharte y llevarme.
la montó en su caballo y la llevó a palacio. parecer ante un tribunal, y fue condenada. Metida —¡Esa sí que es buena! —replicó él—. Primero
Se celebró la boda con gran solemnidad y regoci- en una tinaja llena de aceite hirviente y serpientes me vuelvo andando que dejarme enganchar al carro.
jo, pero sin que la novia hablase ni riese una sola vez. venenosas, encontró en ella una muerte espantosa. ♣ No es éste el trato. Hacer de cochero, sentado en el
Al cabo de unos pocos años de vivir felices el uno pescante, bueno; pero tirar yo, ¡ni lo pienso!
con el otro, la madre del Rey, mujer malvada si las Mientras disputaban así se acercó un pato
hay, empezó a calumniar a la joven Reina, diciendo graznando:
a su hijo: —¡Ladrones! ¿Quién os autorizó a entrar en mi
—Es una vulgar pordiosera esa que has traído a nogueral? ¡Aguardad, que se os va a atragantar el
casa; quién sabe qué perversas ruindades estará ma- banquete! —y abriendo su enorme pico, arremetió

Jacob & Wilhelm Grimm 21 Todos los cuentos


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contra el gallo. Pero éste tampoco era manco y em- el huevo, lo abrió de un picotazo y se lo zamparon los dos hermanitos
bistió al pato con todas sus fuerzas, manejando, zis en buena paz y compañía; luego tiraron la cáscara al [KHM011] Brüderchen und Schwesterchen
zas, su espolón con tanta destreza, que el adversario hogar. Fueron después adonde estaba la aguja, que
tuvo que pedir gracia y resignarse, en castigo, a tirar seguía dormida, la tomaron por la cabeza y la cla-
del coche. El gallo se sentó al pescante, haciendo de varon en el asiento del sillón del posadero; al alfiler
cochero. Y comenzó la carrera: lo clavaron en su toalla, y después, con disimulo,
—¡Arre, pato, arre! ¡Al trote, al trote! pusieron pies en polvorosa, campo a través. El pato,
Habían ya recorrido un buen trecho del camino, que prefería dormir a cielo abierto, oyó que se mar-
cuando se encontraron con dos caminantes, un alfi- chaban y, despabilándose, no tardó en dar con un
ler y una aguja de coser, que les gritaron: arroyo, por el que escapó a nado; y podéis creerme
—¡Alto, alto! que corría más que tirando del coche.
Les dijeron que pronto estaría oscuro como boca El posadero no saltó de la cama hasta un par de
de lobo, y ellos no podrían dar un paso, y menos horas más tarde. Se lavó y, al secarse con la toalla, el
habiendo tanto barro en el camino, por lo cual les alfiler le arañó la cara, haciéndole un rasguño que El hermanito tomó de la mano a su hermanita y le
rogaban que los dejasen montar en el coche; se ha- iba de oreja a oreja. Bajó luego a la cocina, a encen- habló así:
bían entretenido tomando cerveza en la taberna del der la pipa, pero al soplar sobre las ascuas del hogar, —Desde que mamá murió no hemos tenido una
sastre, y se les había hecho tarde. Viendo el gallo lo la cáscara del huevo le saltó a los ojos en menudos hora de felicidad; la madrastra nos pega todos los
flacos que estaban y que ocuparían muy poco sitio, pedazos. días, y si nos acercamos a ella nos echa a puntapiés.
los dejó subir, pero haciéndoles prometer que pon- “¡Esta mañana todo me sale al revés!,” pensó, y, Por comida sólo tenemos los mendrugos de pan
drían cuidado en no pisarlos, ni a él ni a la gallina. malhumorado, se dejó caer en el sillón del abuelo. duro que sobran, y hasta el perrito que está debajo
Ya noche cerrada, llegaron a una posada, y como Pero al instante se puso en pie, de un brinco y gritó: de la mesa lo pasa mejor que nosotros, pues algu-
no daba gusto viajar en la oscuridad y, por otra par- “¡Ay!,” pues la aguja le había pinchado de firme, ¡y na que otra vez le echan un buen bocado. ¡Dios se
te, el pato estaba rendido y todo era hacer eses por la no en la cara! apiade de nosotros! ¡Si lo viera nuestra madre! ¿Sabes
carretera, resolvieron quedarse. Al principio, el posa- Dándose ya a todos los diablos, le entró la qué? Ven conmigo a correr mundo.
dero no hacía sino poner inconvenientes: la posada sospecha de si no sería cosa de aquellos huéspedes Y estuvieron caminando todo el día por prados,
estaba llena, decía, mientras pensaba que aquellos que habían llegado la víspera, ya tan tarde. Fue a su campos y pedregales, y cuando empezaba a llover,
huéspedes no eran muy distinguidos. Pero tanto habitación y, ¡no te lo decía yo! Habían tomado las decía la hermanita:
porfiaron los viajeros, prometiéndole que le darían el de Villadiego. Entonces el hombre hizo juramento —¡Es Dios y nuestros corazones que lloran
huevo que la gallina había puesto en el camino y que solemne de que nunca más admitiría en su posada a juntos!
podría quedarse con el pato, el cual ponía uno cada gentuza de esa que come mucho, no paga y, encima, Al atardecer llegaron a un gran bosque, tan
día, que al fin, el hombre se avino a que pasaran la por todo agradecimiento, os gasta bromas pesadas. fatigados a causa del dolor, del hambre y del largo
noche en su posada. ♣ camino recorrido, que sentándose en el hueco de un
La pareja se hizo servir a cuerpo de Rey, y se die- árbol, no tardaron en quedarse dormidos.
ron el gran banquete. De madrugada, cuando el alba A la mañana siguiente, al despertar, el sol estaba
apenas había despuntado y todo el mundo estaba ya muy alto en el cielo y sus rayos daban de pleno en
aún durmiendo, el gallo despertó a la gallina, sacó el árbol. Dijo entonces el hermanito:

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—Hermanita, tengo sed; si supiera de una fuente Pero el hermanito se había arrodillado ya junto Y tanto porfió que, al fin, ella le dejó partir.
iría a beber. Me parece que oigo el murmullo de a la fuente y empezaba a beber. Y he aquí que en —Pero —le recomendó— vuelve en cuanto ano-
una. cuanto las primeras gotas tocaron sus labios, quedó chezca. Yo cerraré la puerta para que no entren esos
Y levantándose y tomando a la niña de la mano, convertido en un pequeño corzo. cazadores tan rudos. Y para que pueda conocerte, tú
salieron en busca de la fuente. Pero la malvada La hermanita se echó a llorar a la vista de su llamarás y dirás: “¡Hermanita, déjame entrar!” Si no
madrastra era bruja, y no le había pasado por alto embrujado hermanito, y por su parte, también el lo dices, no abriré.
la fuga de los niños. Deslizándose solapadamente de- corzo lloraba, echado tristemente junto a la niña. Al Se marchó el corzo brincando. ¡Qué bien se
trás de ellos, como sólo una hechicera sabe hacerlo, fin dijo ésta: encontraba en libertad! El Rey y sus acompañantes
había embrujado todas las fuentes del bosque. —¡Tranquilízate, mi lindo corzo; nunca te descubrieron el hermoso animalito y se lanzaron en
Al llegar ellos al borde de una, cuyas aguas sal- abandonaré! su persecución; pero no lograron darle alcance; por
taban escurridizas entre las piedras, el hermanito se Y, desatándose una de sus ligas doradas, rodeó con un momento creyeron que ya era suyo, pero el corzo
aprestó a beber. Pero la hermanita oyó una voz que- ella el cuello del corzo; luego arrancó juncos y tejió una se metió entre la maleza y desapareció. Al oscurecer
da que rumoreaba: “Quien beba de mí se convertirá cuerda muy blanda y suave. Con ella ató al animalito y regresó a la casita y llamó a la puerta.
en tigre; quien beba de mí se convertirá en tigre.” siguió su camino, cada vez más adentro del bosque. —¡Hermanita, déjame entrar!
Por lo que la hermanita exclamó: Anduvieron horas y horas y, al fin, llegaron a Se abrió la puertecita, entró él de un salto y
—¡No bebas, hermanito, te lo ruego; si lo haces una casita; la niña miró adentro, y al ver que estaba pasó toda la noche durmiendo de un tirón en su
te convertirás en tigre y me despedazarás! desierta, pensó: “Podríamos quedarnos a vivir aquí.” mullido lecho. A la mañana siguiente se reanudó la
El hermanito se aguantó la sed y no bebió, Con hojas y musgo arregló un mullido lecho para cacería, y no bien el corzo oyó el cuerno y el “¡Ho,
diciendo: el corzo, y todas las mañanas salía a recoger raíces, ho!” de los cazadores, le entró un gran desasosiego
—Esperaré a la próxima fuente. frutos y nueces; para el animalito traía hierba tierna, y dijo:
Cuando llegaron a la segunda, la hermanita que él acudía a comer de su mano, jugando conten- —¡Hermanita, ábreme, quiero volver a salir!
también oyó que murmuraba: “Quien beba de mí se to en torno a su hermanita. La hermanita le abrió la puerta, recordándole:
transformará en lobo; quien beba de mí se transfor- Al anochecer, cuando la hermanita, cansada, —Tienes que regresar al oscurecer y repetir las
mará en lobo.” Y exclamó la hermanita: había rezado sus oraciones, reclinaba la cabeza sobre palabras que te enseñé. Cuando el Rey y sus caza-
—¡No bebas, hermanito, te lo ruego; si lo haces el dorso del corzo; era su almohada, y allí se quedaba dores vieron de nuevo el corzo del collar dorado, se
te convertirás en lobo y me devorarás! dormida dulcemente. Lástima que el hermanito no pusieron a acosarlo todos en tropel, pero el animal
El niño renunció a beber, diciendo: hubiese conservado su figura humana, pues habría era demasiado veloz para ellos.
—Aguardaré hasta la próxima fuente; pero de sido aquella una vida muy dichosa. La persecución se prolongó durante toda la jorna-
ella beberé, digas tú lo que digas, pues tengo una sed Algún tiempo hacía ya que moraban solos en da, y, al fin, hacia el atardecer, lograron rodearlo, y
irresistible. la selva, cuando he aquí que un día el rey del país uno de los monteros lo hirió levemente en una pata,
Cuando llegaron a la tercera fuente, la hermanita organizó una gran cacería. Sonaron en el bosque los por lo que él tuvo que escapar cojeando y sin apenas
oyó que, rumoreando, decía: “Quien beba de mí se cuernos de los monteros, los ladridos de las jaurías y poder correr. Un cazador lo siguió hasta la casita y
convertirá en corzo; quien beba de mí se convertirá los alegres gritos de los cazadores, y al oírlos el corzo, oyó que gritaba:
en corzo.” Y exclamó nuevamente la niña: le entraron ganas de ir a verlo. —¡Hermanita, déjame entrar!
—¡Hermanito, te lo ruego, no bebas, pues si lo —¡Hermanita —dijo—, déjame ir a la cacería, Vio entonces cómo se abría la puerta y volvía a
haces te convertirás en corzo y huirás de mi lado! no puedo contenerme más! cerrarse inmediatamente. El cazador tomó buena

Jacob & Wilhelm Grimm 23 Todos los cuentos


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nota y corrió a contar al Rey lo que había oído y de oro en la cabeza. El Rey, empero, la miró cariño- Transcurrido un tiempo, la Reina dio a luz un
visto; a lo que el Rey respondió: samente y, tendiéndole la mano, dijo: hermoso niño.
—¡Mañana volveremos a la caza! —¿Quieres venirte conmigo a palacio y ser mi Encontrándose el Rey de caza, la vieja bruja,
Pero la hermanita tuvo un gran susto al ver que esposa? adoptando la figura de la camarera, entró en la habi-
su cervatillo venía herido. Le restañó la sangre, le —¡Oh, sí! —respondió la muchacha—. Pero el tación donde estaba acostada la Reina y le dijo:
aplicó unas hierbas medicinales y le dijo: corzo debe venir conmigo; no quiero abandonarlo. —Vamos, el baño está preparado: os aliviará y os
—Acuéstate, corzo mío querido, hasta que estés —Permanecerá a tu lado mientras vivas, y nada le dará fuerzas. ¡De prisa, antes de que se enfríe!
curado. faltará —asintió el Rey—. Su hija estaba con ella, y entre las dos llevaron
Pero la herida era tan leve que a la mañana no Entró en esto el corzo, y la hermanita volvió a a la débil Reina al cuarto de baño y la metieron en
quedaba ya rastro de ella; así que en cuanto volvió a atarle la cuerda de juncos y, tomando el cabo con la la bañera; cerraron la puerta y huyeron, después de
resonar el estrépito de la cacería, dijo: mano, se marcharon de la casita del bosque. encender en el cuarto una hoguera infernal, que en
. —No puedo resistirlo; es preciso que vaya. ¡No El Rey montó a la bella muchacha en su caballo y pocos momentos ahogó a la bella y joven Reina.
me tomarán tan fácilmente! la llevó a palacio, donde a poco se celebraron las bo- Realizada su fechoría, la vieja puso una cofia a su
La hermanita, llorando, le reconvino: das con gran magnificencia. La hermanita pasó a ser hija y la acostó en la cama de la Reina. Le prestó
—Te matarán, y yo me quedaré sola en el bos- Reina, y durante algún tiempo todos vivieron muy también la figura y el aspecto de ella; lo único que
que, abandonada del mundo entero. ¡Vaya, que no felices; el corzo, cuidado con todo esmero, retozaba no pudo devolverle fue el ojo perdido; así, para que
te suelto! alegremente por el jardín del palacio. el Rey no notase el defecto, le dijo que permaneciera
—Entonces me moriré aquí de pesar —respondió Entretanto, la malvada madrastra, que había sido echada sobre el costado de que era tuerta.
el corzo. causa de que los niños huyeran de su casa, estaba Al anochecer, al regresar el Soberano y enterarse
Cuando oigo el cuerno de caza me parece como persuadida de que la hermanita había sido devorada de que le había nacido un hijo, se alegró de todo
si las piernas se me fueran solas. por las fieras de la selva, y el hermanito, transforma- corazón y quiso acercarse al lecho de su esposa para
La hermanita, incapaz de resistir a sus ruegos, le do en corzo, muerto por los cazadores. ver cómo seguía. Pero la vieja se apresuró a decirle:
abrió la puerta con el corazón oprimido, y el anima- Al enterarse de que eran felices y lo pasaban tan —¡Ni se le ocurra! ¡No descorráis las cortinas; la
lito se precipitó en el bosque, completamente sano y bien, la envidia y el rencor volvieron a agitarse en Reina no puede ver la luz y necesita descanso!
contento. Al verlo el Rey, dijo a sus cazadores: su corazón sin dejarle un momento de sosiego, y no Y el Rey se retiró, ignorando que en su cama ya-
—Acosadlo hasta la noche, pero que nadie le pensaba sino en el medio de volver a hacer desgra- cía una falsa reina. Pero he aquí que a medianoche,
haga ningún daño. Cuando ya el sol se hubo puesto, ciados a los dos hermanitos. cuando ya todo el mundo dormía, la niñera, que
el Rey llamó al cazador y le dijo: La bruja tenía una hija tuerta y fea como la velaba sola junto a la cuna en la habitación del niño,
—Ahora vas a acompañarme a la casita del noche, que continuamente le hacía reproches y le vio que se abría la puerta y entraba la reina verda-
bosque. Al llegar ante la puerta, llamó con estas decía: dera, que, sacando al recién nacido de la cunita, lo
palabras: —¡Ser reina! A mí debía haberme tocado esta tomó en brazos y le dio de mamar. Le mulló luego
—¡Hermanita querida, déjame entrar! suerte, y no a ella. la almohadita y, después de acostarlo nuevamente,
Abrieron, y el Rey entró, encontrándose frente a —Cálmate —le respondió la bruja, y, para tran- lo arropó con la colcha. No se olvidó tampoco del
frente con una niña tan hermosa como jamás viera quilizarla, agregó: corzo, pues yendo al rincón donde yacía, le acarició
otra igual. Se asustó la niña al ver que el visitante no —Ya sé lo que tengo que hacer, cuando sea la el lomo. Hecho esto, volvió a salir de la habitación
era el corzo, sino un hombre que llevaba una corona hora. con todo sigilo, y a la mañana siguiente, la niñera

Jacob & Wilhelm Grimm 24 Todos los cuentos


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preguntó a los centinelas si alguien había entrado en —Si, soy tu esposa querida—. Y en aquel mismo Rapunzel (Verdezuela)
el palacio durante la noche; pero ellos contestaron: instante, por merced de Dios, recobró la vida, que- [KHM012] Rapunzel
—No, no hemos visto a nadie. dando fresca, sonrosada y sana como antes.
La escena se repitió durante muchas noches, sin Contó luego al Rey el crimen cometido en ella
que la Reina pronunciase jamás una sola palabra. por la malvada bruja y su hija, y el Rey mandó que
Y si bien la niñera la veía cada vez, no se atrevía a ambas compareciesen ante un tribunal. Por senten-
contárselo a nadie. cia de éste, la hija fue conducida al bosque, donde la
Después de un tiempo, la Reina, rompiendo su destrozaron las fieras, mientras la bruja, condenada a
mutismo, empezó a hablar en sus visitas nocturnas, la hoguera, expió sus crímenes con una muerte mise-
diciendo: rable y cruel.
Y al quedar reducida a cenizas, el corzo, transfor-
¿Qué hace mi hijo? ¿Qué hace mi corzo? mándose de nuevo, recuperó su figura humana, con
Vendré otras dos noches, y ya nunca más. lo cual los hermanitos vivieron juntos y felices hasta Había una vez un hombre y una mujer que vivían
el fin de sus días. ♣ solos y desconsolados por no tener hijos; hasta que,
La niñera no le respondió; pero en cuanto hubo por fin, la mujer concibió la esperanza de que Dios
desaparecido corrió a comunicar al Rey todo lo ocu- Nuestro Señor se disponía a satisfacer su anhelo.
rrido. El Rey exclamó: La casa en que vivían tenía en la pared trasera una
—¡Dios mío, qué significa esto? La próxima no- ventanita que daba a un magnífico jardín, en el que
che me quedaré a velar junto al niño. crecían espléndidas flores y plantas; pero estaba ro-
Y, al oscurecer, entró en la habitación del princi- deado de un alto muro y nadie osaba entrar en él, ya
pito. Se presentó la Reina a medianoche y dijo: que pertenecía a una bruja muy poderosa y temida
de todo el mundo.
¿Qué hace mi hijo? ¿Qué hace mi corzo? Un día se asomó la mujer a aquella ventana a
Vendré otra noche, y ya nunca más. contemplar el jardín, y vio un bancal plantado de
hermosísimas verdezuelas, tan frescas y verdes, que
Y después de atender al niño como solía, desapa- despertaron en ella un violento antojo de comerlas.
reció nuevamente. El Rey no se atrevió a dirigirle El antojo fue en aumento cada día que pasaba,
la palabra; pero acudió a velar también a la noche y como la mujer lo creía irrealizable, iba perdiendo
siguiente. Y dijo la Reina: color y consumiéndose a ojos vistas. Viéndola tan
desmejorada, su marido le preguntó asustado:
¿Qué hace mi hijo? ¿Qué hace mi corzo? —¿Qué te ocurre, mujer?
Vengo esta vez, y ya nunca más. —¡Ay! —exclamó ella—, me moriré si no puedo
comer las verdezuelas del jardín que hay detrás de
El Rey, sin poder ya contenerse, exclamó: nuestra casa.
—¡No puede ser más que mi esposa querida! El hombre, que quería mucho a su esposa, pensó:
A lo que respondió ella: “Antes que dejarla morir conseguiré las verdezuelas,

Jacob & Wilhelm Grimm 25 Todos los cuentos


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cueste lo que cueste.” Y al anochecer, saltó el muro Verdezuela tenía un cabello magnífico y larguí- visto ninguno. Pero el príncipe le dirigió la palabra
del jardín de la bruja, arrancó precipitadamente un simo, fino como hebras de oro. Cuando oía la voz con gran afabilidad y le explicó que su canto había
puñado de verdezuelas y las llevó a su mujer. Ésta se de la hechicera se soltaba las trenzas, las envolvía en impresionado de tal manera su corazón, que ya no
preparó en seguida una ensalada y se la comió muy torno a un gancho de la ventana y las dejaba col- había gozado de un momento de paz hasta hallar la
a gusto; y tanto le gustaron que, al día siguiente, su gantes, y como tenían veinte metros de longitud, la manera de subir a verla.
afán era tres veces más intenso. bruja trepaba por ellas. Al escucharlo perdió Verdezuela el miedo, y
Si quería gozar de paz, el marido debía saltar nue- Al cabo de algunos años, sucedió que el hijo del cuando él le preguntó si lo quería por esposo, viendo
vamente al jardín. Y así lo hizo, al anochecer. Pero Rey, encontrándose en el bosque, acertó a pasar junto la muchacha que era joven y apuesto, pensó: “Me
apenas había puesto los pies en el suelo, tuvo un a la torre y oyó un canto tan melodioso, que hubo de querrá más que la vieja,” y le respondió, poniendo la
terrible sobresalto, pues vio surgir ante sí la bruja. detenerse a escucharlo. Era Verdezuela, que entrete- mano en la suya:
—¿Cómo te atreves —le dijo ésta con mirada nía su soledad lanzando al aire su dulcísima voz. El —Si; mucho deseo irme contigo; pero no sé
iracunda— a entrar cual un ladrón en mi jardín y príncipe quiso subir hasta ella y buscó la puerta de la cómo bajar de aquí. Cada vez que vengas, tráete una
robarme las verdezuelas? Lo pagarás muy caro. torre; pero no encontrando ninguna, se volvió a pala- madeja de seda; con ellas trenzaré una escalera y,
—¡Ay! —respondió el hombre—, tened com- cio. No obstante, aquel canto lo había arrobado de tal cuando esté terminada, bajaré y tú me llevarás en tu
pasión de mí. Si lo he hecho, ha sido por una gran modo, que todos los días iba al bosque a escucharlo. caballo.
necesidad: mi esposa vio desde la ventana vuestras Hallándose una vez oculto detrás de un árbol, vio Convinieron en que hasta entonces el príncipe
verdezuelas y sintió un antojo tan grande de comer- que se acercaba la hechicera, y la oyó que gritaba, acudiría todas las noches, ya que de día iba la vieja.
las, que si no las tuviera se moriría. dirigiéndose a lo alto: La hechicera nada sospechaba, hasta que un día
La hechicera se dejó ablandar y le dijo: Verdezuela le preguntó:
—Si es como dices, te dejaré tomar cuantas ver- ¡Verdezuela, Verdezuela, —Dime, tía Gothel, ¿cómo es que me cuesta
dezuelas quieras, con una sola condición: tienes que suéltame tu cabellera! mucho más subiros a vos que al príncipe, que está
darme el hijo que os nazca. Estará bien y lo cuidaré arriba en un santiamén?
como una madre. Verdezuela soltó sus trenzas, y la bruja se encara- —¡Ah, malvada! —exclamó la bruja—, ¿qué es
Tan apurado estaba el hombre, que se avino a mó a lo alto de la torre. lo que oigo? Pensé que te había aislado de todo el
todo y cuando nació el hijo, que era una niña, se El príncipe pensó: “Si ésta es la escalera para subir mundo, y, sin embargo, me has engañado.
presentó la bruja y, después de ponerle el nombre de hasta allí, también yo probaré fortuna.” Y, furiosa, tomó las hermosas trenzas de
Verdezuela, se la llevó. Y al día siguiente, cuando ya comenzaba a oscu- Verdezuela, les dio unas vueltas alrededor de su
Verdezuela era la niña más hermosa que viera el recer, se encaminó al pie de la torre y dijo: mano izquierda y, empuñando unas tijeras con la
sol. Cuando cumplió los doce años, la hechicera la derecha, zis, zas, en un abrir y cerrar de ojos se las
encerró en una torre que se alzaba en medio de un ¡Verdezuela, Verdezuela, cortó, y tiró al suelo la espléndida cabellera. Y fue
bosque y no tenía puertas ni escaleras; únicamente suéltame tu cabellera! tan despiadada, que condujo a la pobre Verdezuela
en lo alto había una diminuta ventana. Cuando la a un lugar desierto, condenándola a una vida de
bruja quería entrar, se colocaba al pie y gritaba: En seguida descendió la trenza, y el príncipe desolación y miseria.
subió. El mismo día en que se había llevado a la mucha-
¡Verdezuela, Verdezuela, En el primer momento, Verdezuela se asustó cha, la bruja ató las trenzas cortadas al gancho de la
suéltame tu cabellera! mucho al ver un hombre, pues jamás sus ojos habían ventana; se presentó el príncipe y dijo:

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¡Verdezuela, Verdezuela, los tres enanitos del bosque desván, y viendo que su hija había dicho la verdad,
suéltame tu cabellera!, [KHM013] Die drei Männlein im Walde se dirigió a casa de la viuda para pedirla en matrimo-
nio. Y se celebró la boda.
Entonces la bruja las soltó, y por ellas subió el A la mañana siguiente, al levantarse las dos
hijo del Rey. Pero en vez de encontrar a su adorada muchachas, la hija del hombre encontró preparada
Verdezuela se halló cara a cara con la hechicera, que leche para lavarse y vino para beber, mientras que la
lo miraba con ojos malignos y perversos: otra no tenía sino agua para lavarse y para beber. Al
—¡Ajá! —exclamó en tono de burla—, querías día siguiente encontraron agua para lavarse y agua
llevarte a la niña bonita; pero el pajarito ya no está para beber, tanto la hija de la mujer como la del
en el nido ni volverá a cantar. El gato lo ha cazado, y hombre. Ya la tercera mañana, la hija del hombre
también a ti te sacará los ojos. Verdezuela está perdi- encontró agua para lavarse y para beber, y la hija de
da para ti; jamás volverás a verla. la mujer, leche para lavarse y vino para beber; y así
El príncipe, fuera de sí de dolor y desesperación, Éranse un hombre que había perdido a su mujer, y continuaron las cosas en adelante. La mujer odiaba a
se arrojó desde lo alto de la torre. Salvó la vida, pero una mujer a quien se le había muerto el marido. El su hijastra mortalmente e ideaba todas las tretas para
los espinos sobre los que fue a caer se le clavaron hombre tenía una hija, y la mujer, otra. Las mucha- tratarla peor cada día. Además, sentía envidia de ella
en los ojos, y el infeliz hubo de vagar errante por el chas se conocían y salían de paseo juntas; de vuelta porque era hermosa y amable, mientras que su hija
bosque, ciego, alimentándose de raíces y bayas, y solían pasar un rato en casa de la mujer. Un día, ésta era fea y repugnante. Un día de invierno, en que
llorando sin cesar la pérdida de su amada mujercita. dijo a la hija del viudo: estaban nevados el monte y el valle, la mujer confec-
Y así anduvo sin rumbo por espacio de varios —Di a tu padre que me gustaría casarme con él. cionó un vestido de papel y, llamando a su hijastra,
años, mísero y triste, hasta que, al fin, llegó al Entonces, tú te lavarías todas las mañanas con leche le dijo:
desierto en que vivía Verdezuela con los dos hijitos y beberías vino; en cambio, mi hija se lavaría con —Toma, ponte este vestido y vete al bosque a
gemelos, un niño y una niña, a los que había dado a agua, y agua solamente bebería. llenarme este cesto de fresas, que hoy me apetece
luz. Oyó el príncipe una voz que le pareció conocida De vuelta a su casa, la niña repitió a su padre lo comerlas.
y, al acercarse lo reconoció Verdezuela y se le echó al que le había dicho la mujer. Dijo el hombre: —¡Santo Dios! —exclamó la muchacha—. Pero
cuello llorando. —¿Qué debo hacer? El matrimonio es un gozo, si en invierno no hay fresas; la tierra está helada y
Dos de sus lágrimas le humedecieron los ojos, pero también un tormento. la nieve lo cubre todo. ¿Y por qué debo ir vestida
y en el mismo momento se le aclararon, volviendo Al fin, no sabiendo qué partido tomar, se quitó de papel? Afuera hace un frío que hiela el aliento;
a ver como antes. La llevó a su reino, donde fue un zapato y dijo: el viento se entrará por el papel y los espinos me lo
recibido con gran alegría, y vivieron muchos años —Coge este zapato, que tiene un agujero en la desgarrarán.
contentos y felices. ♣ suela, llévalo al desván, cuélgalo del clavo grande y —¿Habráse visto descaro? —exclamó la madras-
échale agua dentro. Si retiene el agua, me casaré con tra—. ¡Sal en seguida y no vuelvas si no traes el cesto
la mujer; pero si el agua se sale, no me casaré. lleno de fresas! —y le dio un mendrugo de pan seco,
Cumplió la muchacha lo que le había mandado diciéndole:
su padre; pero el agua hinchó el cuero y cerró el —Es tu comida de todo el día. Pensaba la mala
agujero, y la bota quedó llena hasta el borde. La niña bruja: “Se va a morir de frío y hambre, y jamás vol-
fue a contar a su padre lo ocurrido. Subió éste al veré a verla.”

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La niña, que era obediente, se puso el vestido de y, después de dar las gracias a los enanitos y estre- Viendo que no hacían ademán de regalarle nada,
papel y salió al campo con la cestita. Hasta donde charles la mano, se dirigió a su casa, para llevar a su salió afuera. Y entonces los enanitos celebraron un
alcanzaba la vista todo era nieve; no asomaba ni una madrastra lo que le había encargado. nuevo consejo:
brizna de hierba. Al llegar al bosque descubrió una Al entrar y decir “Buenas noches,” le cayeron —¿Qué le daremos, ya que es tan grosera y tiene
casita, con tres enanitos que miraban por la ventana. de la boca dos monedas de oro. Se puso entonces a un corazón tan codicioso que no quiere desprender-
Les dio los buenos días y llamó discretamente a la contar lo que le había sucedido en el bosque, y he se de nada?
puerta. Ellos la invitaron a entrar, y la muchacha se aquí que a cada palabra le iban cayendo monedas Dijo el primero:
sentó en el banco, al lado del fuego, para calentarse y de la boca, de manera que al poco rato todo el suelo —Yo haré que cada día se vuelva más fea.
comer su desayuno. Los hombrecitos suplicaron: estaba lleno de ellas. Y el segundo:
—¡Danos un poco! —¡Qué petulancia! —exclamó la hermanastra—. —Pues yo, que a cada palabra que pronuncie le
—Con mucho gusto —respondió ella y, par- ¡Tirar así el dinero!—. Mas por dentro sentía una salte un sapo de la boca.
tiendo su mendrugo de pan, les ofreció la mitad. Le gran envidia, y quiso también salir al bosque a bus- Y el tercero:
preguntaron entonces los enanitos: car fresas. Su madre se oponía: —Yo la condeno a morir de mala muerte.
—¿Qué buscas en el bosque, con tanto frío y con —No, hijita, hace muy mal tiempo y podrías La muchacha estuvo buscando fresas afuera, pero
este vestido tan delgado? enfriarte—. Mas como ella insistiera y no la dejara no halló ninguna y regresó malhumorada a su casa.
—¡Ay! —respondió ella—, tengo que llenar este en paz, cedió al fin, le cosió un espléndido abrigo de Al abrir la boca para contar a su madre lo que le ha-
cesto de fresas, y no puedo volver a casa hasta que lo pieles y, después de proveerla de bollos con mante- bía ocurrido en el bosque, he aquí que a cada pala-
haya conseguido. quilla y pasteles, la dejó marchar. bra le saltaba un sapo, por lo que todos se apartaron
Terminado su pedazo de pan, los enanitos le La muchacha se fue al bosque, encaminándo- de ella asqueados. Ello no hizo más que aumentar
dieron una escoba y le dijeron: se directamente a la casita. Vio a los tres enanitos el odio de la madrastra; sólo pensaba en los medios
—Ve a barrer la nieve de la puerta trasera. asomados a la ventana, pero ella no los saludó y, sin para atormentar a la hija de su marido, cuya belleza
Al quedarse solos, los hombrecitos celebraron preocuparse de ellos ni dirigirles la palabra siquie- era mayor cada día.
consejo: ra, penetró en la habitación, se acomodó junto a la Finalmente, tomó un caldero y lo puso al fuego,
—¿Qué podríamos regalarle, puesto que es tan lumbre y empezó a comerse sus bollos y pasteles. para cocer lino. Una vez cocido, lo colgó del hom-
buena y juiciosa y ha repartido su pan con noso- —Danos un poco —le pidieron los enanitos—; bro de su hijastra, dio a ésta un hacha y le mandó
tros?—. Dijo el primer: pero ella respondió: que fuese al río helado, abriera un agujero en el hielo
—Pues yo le concedo que sea más bella cada —No tengo bastante para mí, ¿cómo voy a repar- y aclarase el lino. La muchacha, obediente, se dirigió
día—. El segundo: tirlo con vosotros? al río y se puso a golpear el hielo para agujerearlo.
—Pues yo, que le caiga una moneda de oro de la Terminado que hubo de comer, le dijeron los En eso estaba cuando pasó por allí una espléndida
boca por cada palabra que pronuncie. Y el tercero: enanitos: carroza en la que viajaba el Rey. Éste mandó detener
—Yo haré que venga un rey y la tome por esposa. —Ahí tienes una escoba, ve a barrer afuera, el coche y preguntó:
Mientras tanto, la muchacha, cumpliendo el frente a la puerta de atrás. —Barred vosotros — —Hija mía, ¿quién eres y qué haces?
encargo de los enanitos, barría la nieve acumulada replicó ella—, que yo no soy vuestra criada. Viendo —Soy una pobre muchacha y estoy aclarando
detrás de la casa. Y, ¿qué creéis que encontró? Pues que no hacían ademán de regalarle nada, salió afue- este lino.
unas magníficas fresas maduras, rojas, que asomaban ra. Y entonces los enanitos celebraron un nuevo El Rey, compadecido y viéndola tan hermosa, le
por entre la nieve. Muy contenta, llenó la cestita consejo: dijo:

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—¿Quieres venirte conmigo? —Duerme profundamente. las tres hilanderas
—¡Oh sí, con toda mi alma! —respondió ella, Siguió el otro preguntando: [KHM014] Die drei Spinnerinnen
contenta de poder librarse de su madrastra y su —¿Y qué hace mi hijito?
hermanastra. Contestó el ayudante del cocinero:
Montó, pues, en la carroza, al lado del Rey, y, una —Está en su cuna dormidito.
vez en la Corte, se celebró la boda con gran pompa Tomando entonces la figura de la Reina, subió a
y esplendor, tal como los enanitos del bosque habían su habitación y le dio de mamar; luego le mulló la
dispuesto para la muchacha. camita y, recobrando su anterior forma de pato, se
Al año, la joven reina dio a luz un hijo, y la ma- marchó nuevamente nadando por el sumidero. Las
drastra, a cuyos oídos habían llegado las noticias de dos noches siguientes volvió a presentarse el pato, y
la suerte de la niña, se encaminó al palacio acom- a la tercera dijo al ayudante de cocina:
pañada de su hija, con el pretexto de hacerle una —Ve a decir al Rey que coja la espada, salga al
visita. Como fuera que el Rey había salido y nadie se umbral y la blanda por tres veces encima de mi
hallaba presente, la malvada mujer agarró a la Reina cabeza. Érase una niña muy holgazana que no quería hilar.
por la cabeza mientras su hija la cogía por los pies, y Así lo hizo el criado, y el Rey, saliendo armado Ya podía desgañitarse su madre; no había modo de
sacándola de la cama, la arrojaron por la ventana, a con su espada, la blandió por tres veces sobre aquel obligarla. Hasta que la buena mujer perdió la pa-
un río que pasaba por debajo. Luego, la vieja metió a espíritu, y he aquí que a la tercera se levantó ante él ciencia de tal forma, que la emprendió a bofetadas, y
su horrible hija en la cama y la cubrió hasta la cabeza su esposa, bella, viva y sana como antes. la chica se puso a llorar a voz en grito.
con las sábanas. Al regresar el Rey e intentar hablar El Rey sintió en su corazón una gran alegría; pero Acertaba a pasar en aquel momento la Reina y al
con su esposa, le detuvo la vieja: guardó a la Reina oculta en un aposento hasta el oír los lamentos, hizo parar la carroza, entró en la
—¡Silencio, silencio! Ahora no; está con un gran domingo, día señalado para el bautizo de su hijo. Ya casa y preguntó a la madre por qué pegaba a su hija
sudor, dejadla tranquila por hoy. celebrada la ceremonia preguntó: de aquella manera, pues sus gritos se oían desde la
El Rey, no recelando nada malo, se retiró. Volvió —¿Qué se merece una persona que saca a otra de calle. Avergonzada la mujer de tener que pregonar la
al día siguiente y se puso a hablar a su esposa. Al la cama y la arroja al agua? holgazanería de su hija, respondió a la Reina:
responderle la otra, a cada palabra le saltaba un sapo, —Pues, cuando menos —respondió la vieja—, —No puedo sacarla de la rueca; todo el tiempo se
cuando antes lo que caían siempre eran monedas de que la metan en un tonel erizado de clavos puntia- estaría hilando; pero soy pobre y no puedo comprar
oro. Al preguntar el Rey qué significaba aquello, la gudos y, desde la cima del monte, lo echen a rodar tanto lino.
madrastra dijo que era debido a lo mucho que había hasta el río. Dijo entonces la Reina:
sudado, y que pronto le pasaría. Aquella noche, em- A lo que replicó el Rey: —No hay nada que me guste tanto como oír
pero, el ayudante de cocina vio un pato que entraba —Has pronunciado tu propia sentencia —y hilar; me encanta el zumbar de los tornos. Dejad
nadando por el sumidero y que decía: mandando traer un tonel como ella había dicho, venir a vuestra hija a palacio conmigo. Tengo lino en
—Rey, ¿qué estás haciendo? ¿Velas o estás hizo meter en él a la vieja y a su hija y, después de abundancia y podrá hilar cuanto guste.
durmiendo? clavar el fondo, lo hizo soltar por la ladera, por la La madre asintió a ello muy contenta, y la Reina
Y no recibiendo respuesta alguna, prosiguió: que bajó rodando hasta el río. ♣ se llevó a la muchacha. Llegadas a palacio, la condu-
—¿Y qué hace mi gente? jo a tres aposentos del piso alto, que estaban llenos
A lo que respondió el ayudante de cocina: hasta el techo de magnífico lino.

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—Vas a hilarme este lino —le dijo—, y cuando a la obra. La primera tiraba de la hebra y hacía girar —De tanto lamer la hebra —contestó la mujer—
hayas terminado te daré por esposo a mi hijo mayor. la rueda con el pie; la segunda, humedecía el hilo, de tanto lamer la hebra.
Nada me importa que seas pobre; una joven hacen- la tercera lo retorcía, aplicándolo contra la mesa con Y a la tercera:
dosa lleva consigo su propia dote. el dedo y a cada golpe de pulgar caía al suelo un —¿Y cómo tenéis este pulgar tan achatado?
La muchacha sintió en su interior una gran montón de hilo de lo más fino. Cada vez que venía —De tanto torcer el hilo —replicó ella—, de
congoja, pues aquel lino no había quien lo hilara, la Reina, la muchacha escondía a las hilanderas y le tanto torcer el hilo.
aunque viviera trescientos años y no hiciera otra cosa mostraba el lino hilado; la Reina se admiraba, des- Asustado, exclamó el hijo de la Reina:
desde la mañana a la noche. haciéndose en alabanzas de la moza. Cuando estuvo —Jamás mi linda esposa tocará una rueca.
Al quedarse sola, se echó a llorar y así se estu- terminado el lino de la primera habitación, pasaron Y con esto se terminó la pesadilla del hilado. ♣
vo tres días sin mover una mano. Al tercer día se a la segunda, y después a la tercera, y no tardó en
presentó la Reina, y extrañó se al ver que nada tenía quedar lista toda la labor. Se despidieron entonces
hecho aún; pero la moza se excusó diciendo que no las tres mujeres, diciendo a la muchacha:
había podido empezar todavía por la mucha pena —No olvides tu promesa; es por tu bien.
que le daba el estar separada de su madre. La Reina Cuando la doncella mostró a la Reina los cuartos
se contentó con esta excusa; pero le dijo: vacíos y la grandísima cantidad de lino hilado, se
—Mañana tienes que empezar el trabajo. fijó en seguida el día para la boda. El novio estaba
Nuevamente sola, la muchacha, sin saber qué ha- encantado de tener una esposa tan hábil y laboriosa,
cer ni cómo salir de apuros, en su desazón se asomó y no cesaba de ponderarla.
a la ventana y vio que se acercaban tres mujeres: la —Tengo tres primas —dijo la muchacha—, a
primera tenía uno de los pies muy ancho y plano; la quienes debo grandes favores, y no quiero olvidarme
segunda, un labio inferior enorme, que caía sobre la de ellas en la hora de mi dicha. Permitidme, pues,
barbilla; y la tercera, un dedo pulgar abultadísimo. que las invite a la boda y las siente a nuestra mesa. A
Las tres se detuvieron ante la ventana y, levantan- lo cual respondieron la Reina y su hijo:
do la mirada, preguntaron a la niña qué le ocurría. —¿Y por qué no habríamos de invitarlas?
Ella les contó su cuita, y las mujeres le brindaron su Así, el día de la fiesta se presentaron las tres
ayuda: mujeres magníficamente ataviadas, y la novia salió a
—Si te avienes a invitarnos a la boda, sin aver- recibirlas diciéndoles:
gonzarte de nosotras, nos llamas primas y nos sientas —¡Bienvenidas, queridas primas!
a tu mesa, hilaremos para ti todo este lino en un —¡Uf! —exclamó el novio—. ¡Vaya que son feas
santiamén. tus parientas! —Y, dirigiéndose a la del enorme pie
—Con toda el alma os lo prometo —respondió plano, le preguntó:
la muchacha—. Entrad y podéis empezar ahora —¿Cómo tenéis este pie tan grande?
mismo. —De hacer girar el torno —dijo ella—, de hacer
Hizo entrar, pues, a las tres extrañas mujeres, y en girar el torno.
la primera habitación desalojó un espacio donde pu- Pasó entonces el príncipe a la segunda:
dieran instalarse. Inmediatamente pusieron manos —¿Y por qué os cuelga tanto este labio?

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Hansel y Gretel (Juanito y —¡No seas necio! —exclamó ella—. ¿Quieres, —Hansel, no te quedes rezagado mirando atrás;
Margarita) pues, que nos muramos de hambre los cuatro? ¡Ya ¡atención y piernas vivas!
[KHM015] Hansel und Gretel puedes ponerte a aserrar las tablas de los ataúdes! —Es que miro el gatito blanco, que desde el
Y no cesó de importunarlo hasta que el hombre tejado me está diciendo adiós, respondió el niño. Y
accedió. replicó la mujer:
—Pero me dan mucha lástima —decía. —Tonto, no es el gato, sino el sol de la mañana,
Los dos hermanitos, a quienes el hambre mante- que se refleja en la chimenea.
nía siempre desvelados, oyeron lo que su madrastra Pero lo que estaba haciendo Hansel no era mirar
aconsejaba a su padre. Gretel, entre amargas lágri- el gato, sino ir echando blancas piedrecitas, que
mas, dijo a Hansel: sacaba del bolsillo, a lo largo del camino. Cuando
—¡Ahora sí que estamos perdidos! estuvieron en medio del bosque, dijo el padre:
—No llores, Gretel —la consoló el niño—, y no —Recoged ahora leña, pequeños; os encenderé
te aflijas, que yo me las arreglaré para salir del paso. un fuego para que no tengáis frío.
Y cuando los viejos estuvieron dormidos, se Hansel y Gretel reunieron un buen montón de
Junto a un bosque muy grande vivía un pobre levantó, se puso la chaquetita y salió a la calle por leña menuda. Prepararon una hoguera, y cuando ya
leñador con su mujer y dos hijos; el niño se llamaba la puerta trasera. Brillaba una luna esplendorosa y ardió con viva llama, dijo la mujer:
Hansel y la niña Gretel. los blancos guijarros que estaban en el suelo delan- —Ponte ahora al lado del fuego, chiquillos, y des-
Apenas tenían qué comer, y en una época de ca- te de la casa, relucían como plata pura. Hansel los cansad mientras nosotros nos vamos por el bosque a
restía que sufrió el país, llegó un momento en que el fue retomando hasta que no le cupieron más en los cortar leña. Cuando hayamos terminado, vendremos
hombre ni siquiera podía ganarse el pan de cada día. bolsillos. De vuelta a su cuarto, dijo a Gretel: a recogerlos.
Estaba el leñador una noche en la cama, cavilando y —Nada temas hermanita, y duerme tranquila: Los dos hermanitos se sentaron junto al fuego, y
revolviéndose, sin que las preocupaciones le dejaran Dios no nos abandonará —y se acostó de nuevo. al mediodía, cada uno se comió su pedacito de pan.
pegar el ojo; finalmente dijo, suspirando, a su mujer: A las primeras luces del día, antes aún de que Y como oían el ruido de los hachazos, creían que su
—¿Qué va a ser de nosotros? ¿Cómo alimentar a saliera el sol, la mujer fue a llamar a los niños: padre estaba cerca. Pero en realidad no era el hacha,
los pobres pequeños, puesto que nada nos queda? —¡Vamos, holgazanes, levantaos! Hemos de ir al sino una rama que él había atado a un árbol seco, y
—Se me ocurre una cosa —respondió ella—. bosque por leña. que el viento hacía chocar contra el tronco.
Mañana, de madrugada, nos llevaremos a los niños Y dando a cada uno un pedacito de pan, les Al cabo de mucho rato de estar allí sentados, el
a lo más espeso del bosque. Les encenderemos un advirtió: cansancio les cerró los ojos, y se quedaron profunda-
fuego, les daremos un pedacito de pan y luego los —Ahí tenéis esto para el mediodía; pero no os lo mente dormidos. Despertaron cuando ya era noche
dejaremos solos para ir a nuestro trabajo. Como no comáis antes, pues no os daré más. cerrada. Gretel se echó a llorar, diciendo:
sabrán encontrar el camino de vuelta, nos libraremos Gretel se puso el pan debajo del delantal, porque —¿Cómo saldremos del bosque?
de ellos. Hansel llevaba los bolsillos llenos de piedras, y em- Pero Hansel la consoló:
—¡Por Dios, mujer! —replicó el hombre—. Eso prendieron los cuatro el camino del bosque. —Espera un poquitín a que brille la luna, que ya
no lo hago yo. ¡Cómo voy a cargar sobre mí el aban- Al cabo de un ratito de andar, Hansel se detenía encontraremos el camino.
donar a mis hijos en el bosque! No tardarían en ser de cuando en cuando, para volverse a mirar hacia la Y cuando la luna estuvo alta en el cielo el niño,
destrozados por las fieras. casa. Dijo el padre: tomando de la mano a su hermanita, se guió por las

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piedras que, brillando como plata, le indicaron la Camino del bosque, Hansel iba desmigajando lograr salir del bosque; sufrían además de hambre,
ruta. Anduvieron toda la noche, y llegaron a la casa el pan en el bolsillo y, deteniéndose de trecho en pues no habían comido más que unos pocos frutos
al despuntar el alba. Llamaron a la puerta y les abrió trecho, dejaba caer miguitas en el suelo. silvestres, recogidos del suelo. Y como se sentían tan
la madrastra, que al verlos exclamó: —Hansel, ¿por qué te paras a mirar atrás? —le cansados que las piernas se negaban ya a sostenerlos,
—¡Diablo de niños! ¿Qué es eso de quedarse preguntó el padre—. ¡Vamos, no te entretengas! se echaron al pie de un árbol y se quedaron dormidos.
tantas horas en el bosque? ¡Creíamos que no queríais —Estoy mirando mi palomita, que desde el teja- Y amaneció el tercer día desde que salieron de
volver! do me dice adiós. casa.
El padre, en cambio, se alegró de que hubieran —¡Bobo! —intervino la mujer—, no es tu Reanudaron la marcha, pero cada vez se ex-
vuelto, pues le remordía la conciencia por haberlos palomita, sino el sol de la mañana, que brilla en la traviaban más en el bosque. Si alguien no acudía
abandonado. chimenea. pronto en su ayuda, estaban condenados a morir de
Algún tiempo después hubo otra época de mise- Pero Hansel fue sembrando de migas todo el hambre.
ria en el país y los niños oyeron una noche cómo la camino. Pero he aquí que hacia mediodía vieron un her-
madrastra, estando en la cama, decía a su marido: La madrastra condujo a los niños aún más aden- moso pajarito, blanco como la nieve, posado en la
—Otra vez se ha terminado todo; sólo nos queda tro del bosque, a un lugar en el que nunca había rama de un árbol; y cantaba tan dulcemente, que se
media hogaza de pan, y sanseacabó. Tenemos que estado. Encendieron una gran hoguera, y la mujer detuvieron a escucharlo. Cuando hubo terminado,
deshacernos de los niños. Los llevaremos más aden- les dijo: abrió sus alas y emprendió el vuelo, y ellos lo siguie-
tro del bosque para que no puedan encontrar el ca- —Quedaos aquí, pequeños, y si se sienten cansa- ron, hasta llegar a una casita, en cuyo tejado se posó;
mino; de otro modo, no hay salvación para nosotros. dos pueden tomar una siesta. y al acercarse vieron que la casita estaba hecha de
Al padre le dolía mucho abandonar a los niños, Nosotros vamos por leña; al atardecer, cuando pan y cubierta de bizcocho, y las ventanas eran de
y pensaba: “Mejor harías partiendo con tus hijos el hayamos terminado, volveremos a recogerlos. puro azúcar.
último bocado.” A mediodía Gretel partió su pan con Hansel, ya —¡Mira qué bien! —exclamó Hansel—, aquí po-
Pero la mujer no quiso escuchar sus razones y que él había esparcido el suyo por el camino. Luego dremos saciar el vientre de este mal año. Yo comeré
lo llenó de reproches e improperios. Quien cede la se quedaron dormidos sin que nadie se presentara un pedacito del tejado; tú, Gretel, puedes probar la
primera vez, también ha de ceder la segunda; y así, a buscar a los pobrecitos; se despertaron cuando ventana, verás cuán dulce es.
el hombre no tuvo valor para negarse. era ya de noche oscura. Hansel consoló a Gretel Se encaramó el niño al tejado y rompió un tro-
Pero los niños estaban aún despiertos y oyeron diciéndole: cito para probar a qué sabía, mientras su hermanita
la conversación. Cuando los viejos se hubieron —Espera un poco, hermanita, a que salga la luna; mordisqueaba en los cristales. Entonces oyeron una
dormido, se levantó Hansel con intención de salir a entonces veremos las migas de pan que yo he espar- voz suave que procedía del interior:
proveerse de guijarros, como la vez anterior; pero no cido, y que nos mostrarán el camino de vuelta.
pudo hacerlo, pues la mujer había cerrado la puerta. Cuando salió la luna, se dispusieron a regresar; ¿Será acaso la ratita
Dijo, no obstante, a su hermanita, para consolarla: pero no encontraron ni una sola miga; se las habían la que roe mi casita?
—No llores Gretel, y duerme tranquila, que Dios comido los mil pajaritos que volaban por el bosque.
Nuestro Señor nos ayudará. Dijo Hansel a Gretel: Pero los niños respondieron:
A la madrugada siguiente se presentó la mujer a —Ya daremos con el camino —pero no lo en-
sacarlos de la cama y les dio su pedacito de pan, más contraron. Anduvieron toda la noche y todo el día Es el viento, es el viento
pequeño aún que la vez anterior. siguiente, desde la madrugada hasta el atardecer, sin que sopla violento.

Jacob & Wilhelm Grimm 32 Todos los cuentos


el profanador de textos
Y siguieron comiendo sin desconcertarse. Hansel, El niño gritó y protestó con todas sus fuerzas, pero —Primero coceremos pan —dijo la bruja—. Ya
que encontraba el tejado sabrosísimo, desgajó un todo fue inútil. he calentado el horno y preparado la masa—.
buen pedazo, y Gretel sacó todo un cristal redondo y Se dirigió entonces a la cama de Gretel y despertó Y de un empujón llevó a la pobre niña hasta el
se sentó en el suelo, comiendo vorazmente. a la pequeña, sacudiéndola rudamente y gritándole: horno, de cuya boca salían grandes llamas.
Se abrió entonces bruscamente la puerta, y salió —Levántate holgazana, ve a buscar agua y guisa —Entra a ver si está bastante caliente para meter
una mujer viejísima, que se apoyaba en una muleta. algo bueno para tu hermano; lo tengo en el establo y el pan —mandó la vieja.
Los niños se asustaron de tal modo, que soltaron lo quiero que engorde. Cuando esté bien cebado me lo Su intención era cerrar la puerta del horno
que tenían en las manos; pero la vieja, meneando la comeré. cuando la niña estuviese en su interior, asarla y
cabeza, les dijo: Gretel se echó a llorar amargamente, pero en comérsela también. Pero Gretel le adivinó el pensa-
—Hola, pequeñines, ¿quién os ha traído? Entrad vano; hubo de cumplir los mandatos de la bruja. miento y dijo:
y quedaos conmigo, no os haré ningún daño. Desde entonces a Hansel le sirvieron comidas ex- —No sé cómo hay que hacerlo; ¿cómo haré para
Y cogiéndolos de la mano, los introdujo en la quisitas, mientras Gretel no recibía sino cáscaras de entrar?
casita, donde había servida una apetitosa comida: cangrejo. Todas las mañanas bajaba la vieja al establo —¡Habráse visto criatura más tonta! —replicó la
leche con bollos azucarados, manzanas y nueces. y decía: bruja—.
Después los llevó a dos camitas con ropas blancas, y —Hansel, saca el dedo, que quiero saber si estás Bastante grande es la abertura; yo misma podría
Hansel y Gretel se acostaron en ellas, creyéndose en gordo. pasar por ella —y para demostrárselo, se adelantó y
el cielo. Pero Hansel, en vez del dedo sacaba un hueseci- metió la cabeza en la boca del horno.
La vieja aparentaba ser muy buena y amable; to y la vieja, que tenía la vista muy mala, pensaba Entonces Gretel, de un empujón, la precipitó en
pero, en realidad, era una bruja malvada que ace- que era realmente el dedo del niño, y todo era el interior y cerrando la puerta de hierro, corrió el
chaba a los niños para cazarlos, y había construido extrañarse de que no engordara. Cuando al cabo cerrojo. ¡Allí era de oír la de chillidos que daba la
la casita de pan con el único objeto de atraerlos. de cuatro semanas, vio que Hansel continuaba tan bruja! ¡Qué gritos más pavorosos! Pero la niña echó a
Cuando uno caía en su poder lo mataba, lo guisaba flaco, perdió la paciencia y no quiso aguardar más correr, y la malvada hechicera hubo de morir que-
y se lo comía; esto era para ella un gran banquete. tiempo: mada miserablemente.
Las brujas tienen los ojos rojizos y son muy cortas —Anda, Gretel —dijo a la niña—, a buscar agua, Corrió Gretel al establo donde estaba encerrado
de vista; pero, en cambio, su olfato es muy fino, ¡apura! Hansel y le abrió la puerta exclamando:
como el de los animales, por lo que desde muy lejos Así esté gordo o flaco tu hermano, mañana me lo —¡Hansel, estamos salvados; ya está muerta la
ventean la presencia de las personas. Cuando sin- comeré. bruja!
tió que se acercaban Hansel y Gretel, dijo para sus ¡Qué desconsuelo el de la hermanita cuando Saltó el niño afuera, como un pájaro al que se
adentros, con una risotada maligna: “¡Son míos son; venía con el agua, y cómo le corrían las lágrimas por le abre la jaula. ¡Qué alegría sintieron los dos y
éstos no se me escapan!” las mejillas! “¡Dios mío, ayúdanos!,” rogaba. “¡Ojalá cómo se arrojaron al cuello uno del otro, y qué
Se levantó muy de mañana, antes de que los niños se nos hubiesen devorado las fieras del bosque; por lo de abrazos y besos! Y como ya nada tenían que
despertasen, y al verlos descansar tan plácidamente, con menos habríamos muerto juntos!” temer, recorrieron la casa de la bruja, y en todos
aquellas mejillitas tan sonrosadas y coloreadas, murmu- —¡Basta de lloriqueos! —gritó la vieja—; de nada los rincones encontraron cajas llenas de perlas y
ró entre dientes: “¡Serán un buen bocado!” han de servirte. piedras preciosas.
Y, agarrando a Hansel con su mano seca, lo llevó Por la madrugada, Gretel hubo de salir a llenar de —¡Más valen éstas que los guijarros! —exclamó
a un pequeño establo y lo encerró detrás de una reja. agua el caldero y encender fuego. Hansel, llenándose de ellas los bolsillos.

Jacob & Wilhelm Grimm 33 Todos los cuentos


el profanador de textos
Y dijo Gretel: Hansel vaciaba también a puñados sus bolsillos. las tres hojas de la serpiente
—También yo quiero llevar algo a casa —y, a su Se acabaron las penas, y en adelante vivieron los [KHM016] Die drei Schlangenblätter
vez se llenó el delantal de pedrería. tres felices. Y colorín colorado, este cuento se ha
—Vámonos ahora —dijo el niño—; debemos acabado. ♣
salir de este bosque embrujado—. A unas dos horas
de andar llegaron a un gran río.
—No podremos pasarlo —observó Hansel—, no
veo ni puente ni pasarela.
—Ni tampoco hay barca alguna —añadió
Gretel—, pero allí nada un pato blanco, y si se lo
pido nos ayudará a pasar el río, —y gritó:

Patito, buen patito,


somos Gretel y Hansel. Vivía una vez un hombre tan pobre que pasaba apu-
No hay ningún puente ros para alimentar a su único hijo. Le dijo entonces
por donde pasar; éste:
¿sobre tu blanca espalda —Padre mío, estáis muy necesitado, y soy una
nos quieres llevar? carga para vos. Mejor será que me marche a buscar
el modo de ganarme el pan.
Se acercó el patito, y el niño se subió en él invi- Le dió el padre su bendición y se despidió de él
tando a su hermana a hacer lo mismo. con honda tristeza. Sucedió que por aquellos días el
—No —replicó Gretel—, sería muy pesado Rey sostenía una guerra con un imperio muy pode-
para el patito: vale más que nos lleve uno tras roso. El joven se alistó en su ejército y partió para la
otro. guerra.
Así lo hizo el buen pato, y cuando ya estu- Apenas llegado al campo de batalla se trabó un
vieron en la orilla opuesta y hubieron caminado combate. El peligro era grande, y llovían muchas ba-
otro trecho, el bosque les fue siendo cada vez más las; el muchacho veía caer a sus camaradas de todos
familiar hasta que, al fin, descubrieron a lo lejos lados, y, al sucumbir también el general, los demás
la casa de su padre. se dispusieron a emprender la fuga.
Echaron entonces a correr, entraron como una Entonces, él se adelantó y los animó diciendo:
tromba y se colgaron del cuello de su padre. El po- —¡No vamos a permitir que se hunda nuestra
bre hombre no había tenido una sola hora de reposo patria!
desde el día en que abandonara a sus hijos en el Seguido de los demás, se lanzó a la pelea y derro-
bosque; y en cuanto a la madrastra, había muerto. tó al enemigo. Al saber el Rey que sólo a él le debía
Volcó Gretel su delantal, y todas las perlas y la victoria, lo ascendió por encima de todos, le dió
piedras preciosas saltaron por el suelo, mientras grandes tesoros y lo nombró el primero del reino.

Jacob & Wilhelm Grimm 34 Todos los cuentos


el profanador de textos
Tenía el monarca una hija hermosísima, pero Dolorido y triste, comía cada día sólo un peda- pusieron a golpear y gritar tan fuertemente, que los
muy caprichosa. cito de pan y bebía un sorbo de vino; pero bien veía guardias los oyeron y corrieron a informar al Rey.
Había hecho voto de no aceptar a nadie por ma- que la muerte se iba acercando irremisiblemente. Éste bajó personalmente a la cripta y se encontró
rido y señor, que no prometiese antes solemnemente Una vez que tenía la mirada fija en la pared, vio salir con la pareja sana y llena de vida. Todos se alegraron
que, en caso de morir ella, se haría enterrar vivo en de uno de los rincones de la cripta una serpiente, sobremanera ante la inesperada solución del triste
su misma sepultura. que se deslizaba en dirección al cadáver. Pensando caso.
—Si de verdad me ama —decía la princesa—, que venía para devorarlo, sacó la espada y exclamó: El joven príncipe se guardó las tres hojas de la
¿para qué querrá seguir viviendo? —¡Mientras yo esté vivo, no la tocarás! serpiente y las entregó a su criado diciéndole:
Por su parte, ella se comprometía a hacer lo mis- Y la partió en tres pedazos. —Guárdamelas con el mayor cuidado y llévalas
mo si moría antes el marido. Al cabo de un rato salió del mismo rincón otra siempre contigo. ¡Quién sabe si algún día podemos
Hasta aquel momento, el singularísimo voto serpiente, que en seguida retrocedió, al ver a su necesitarlas!
había ahuyentado a todos los pretendientes; pero su compañera muerta y despedazada. Pero regresó a Sin embargo, se había producido un cambio en la
hermosura impresionó en tal grado al joven que, sin los pocos momentos, llevando en la boca tres hojas resucitada esposa. Parecía como si su corazón no sin-
pensarlo un instante, la pidió a su padre. —¿Sabes la verdes. Tomó entonces los tres segmentos de la ser- tiera ya afecto alguno por su marido. Transcurrido
promesa que has de hacer? —le preguntó el Rey. piente muerta y, encajándolos debidamente, aplicó algún tiempo, quiso él emprender un viaje por
—Que debo bajar con ella a la tumba, si muere a cada herida una de las hojas. Inmediatamente mar para ir a ver a su viejo padre, y los dos esposos
antes que yo —respondió el muchacho—. Tan gran- quedaron soldados los trozos; el animal comenzó a embarcaron. Ya en la nave, olvidó ella el amor y
de es mi amor, que no me arredra este peligro. agitarse, recobrada la vida, y se retiró junto con su fidelidad que su esposo le mostrara cuando le salvó
Consintió entonces el Rey, y se celebró la boda compañera. la vida, y comenzó a sentir una inclinación culpable
con gran solemnidad y esplendor. Los recién casados Las hojas quedaron en el suelo, y al desgraciado hacia el piloto que los conducía. Y un día en que el
vivieron una temporada felices y contentos, hasta príncipe, que había asistido a aquel prodigio, se le joven príncipe se hallaba durmiendo, llamó al piloto
que un día la joven princesa contrajo una grave ocurrió que quizás las milagrosas hojas que habían y, tomando ella a su marido por la cabeza y el otro
enfermedad, a la que ningún médico supo hallar devuelto la vida a la serpiente, tendrían también por los pies, lo arrojaron al mar.
remedio. Cuando hubo muerto, su esposo recordó virtud sobre las personas. Cometido el crimen, dijo la princesa al marino:
la promesa que había hecho. Le horrorizaba la idea Las recogió y aplicó una en la boca de la difunta, —Regresemos ahora a casa; diremos que murió
de ser sepultado en vida; pero no había escapatoria y las dos restantes, en sus ojos. Y he aquí que apenas en ruta. Yo te alabaré y encomiaré ante mi padre
posible. El Rey había mandado colocar centinelas en lo hubo hecho, la sangre empezó a circular por las en términos tales que me casará contigo y te hará
todas las puertas, y era inútil pensar en sustraerse al venas y restituyó al lívido rostro su color sonrosado. heredero del reino.
horrible destino. Respiró la muerta y, abriendo los ojos, dijo: Pero el fiel criado, que había asistido a la escena,
Llegado el día en que el cuerpo de la princesa de- —¡Dios mío!, ¿dónde estoy? bajó al agua un botecito sin ser advertido de nadie,
bía ser bajado a la cripta real, el príncipe fue condu- —Estás conmigo, esposa querida —le respondió y en él se dirigió, a fuerza de remos, al lugar donde
cido a ella y tras él se cerró la puerta a piedra y lodo. el príncipe, y le contó todo lo ocurrido y cómo la cayera su señor, dejando que los traidores siguiesen
Junto al féretro había una mesa, y con ella cuatro había vuelto a la vida. su camino. Sacó del agua el cuerpo del ahogado, y,
velas, cuatro hogazas de pan y cuatro botellas de Le dió luego un poco de pan y vino, y cuando con ayuda de las tres hojas milagrosas que llevaba
vino. Cuando hubiera consumido aquellas vituallas, la princesa hubo recobrado algo de vigor, le ayudó consigo y que aplicó en sus ojos y boca, lo restituyó
habría de morir de hambre y sed. a levantarse y a ir hasta la puerta, donde ambos se felizmente a la vida.

Jacob & Wilhelm Grimm 35 Todos los cuentos


el profanador de textos
Los dos se pusieron entonces a remar con todas la serpiente blanca aquel pedacito de serpiente había recibido el don de
sus fuerzas, de día y de noche, y con tal rapidez [KHM017] Die weisse Schlange entender el lenguaje de los animales.
navegaron en su barquito, que llegaron a la presencia Sucedió que aquel mismo día se extravió la sortija
del Rey antes que la gran nave. Asombrado éste al más hermosa de la Reina, y la sospecha recayó sobre
verlos regresar solos, les preguntó qué les había suce- el fiel servidor que tenía acceso a todas las habitacio-
dido. Al conocer la perversidad de su hija, dijo: nes. El Rey le mandó comparecer a su presencia, y,
—No puedo creer que haya obrado tan crimi- en los términos más duros, le amenazó con que, si
nalmente; mas pronto la verdad saldrá a la luz del para el día siguiente no lograba descubrir al ladrón,
día —y, enviando a los dos a una cámara secreta, los se le tendría por tal y sería ajusticiado. De nada le
retuvo en ella sin que nadie lo supiera. sirvió al leal criado protestar de su inocencia; el Rey
Poco después llegó el barco, y la impía mujer se lo hizo salir sin retirar su amenaza.
presentó ante su padre con semblante de tristeza. Le Lleno de temor y congoja, bajó al patio, siem-
preguntó él: pre cavilando la manera de salir del apuro, cuando
—¿Por qué regresas sola? ¿Dónde está tu marido? Hace ya de esto mucho tiempo. He aquí que vivía observó tres patos que se solazaban tranquilamente
—¡Ay, padre querido! —exclamó la princesa—, un rey, famoso en todo el país por su sabiduría. en el arroyo, alisándose las plumas con el pico y
ha ocurrido una gran desgracia. Durante el viaje mi Nada le era oculto; se habría dicho que por el aire le sosteniendo una animada conversación. El criado
esposo enfermó súbitamente y murió y, de no haber llegaban noticias de las cosas más recónditas y secre- se detuvo a escucharlos. Se relataban dónde habían
sido por la ayuda que me prestó el patrón de la nave, tas. Tenía, empero, una singular costumbre. pasado la mañana y lo que habían encontrado para
yo también lo habría pasado muy mal. Estuvo pre- Cada mediodía, una vez retirada la mesa y cuan- comer. Uno de ellos dijo, malhumorado:
sente en el acto de su muerte, y te lo puede contar do nadie se hallaba presente, un criado de confianza —Siento un peso en el estómago; con las prisas
todo. le servía un plato más. Estaba tapado, y nadie sabía me he tragado una sortija que estaba al pie de la ven-
Dijo el Rey: lo que contenía, ni el mismo servidor, pues el Rey tana de la Reina.
—Voy a resucitar al difunto —y, abriendo el no lo descubría ni comía de él hasta encontrarse Sin pensarlo más, el criado lo agarró por el cuello,
aposento, mandó salir a los dos hombres. completamente solo. lo llevó a la cocina y dijo al cocinero:
Al ver la mujer a su marido, quedó como herida Las cosas siguieron así durante mucho tiempo, —Mata éste, que ya está bastante cebado.
de un rayo y, cayendo de rodillas, imploró perdón. cuando un día al criado le picó una curiosidad irre- —Dices verdad —asintió el cocinero sopesándolo
Pero el Rey dijo: sistible y se llevó la fuente a su habitación. Cerrado con la mano—; se ha dado buena maña en engordar
—No hay perdón. El se mostró dispuesto a morir que hubo la puerta con todo cuidado, levantó la y está pidiendo ya que lo pongan en el asador.
contigo y te restituyó la vida; en cambio, tú le asesi- tapa y vio que en la bandeja había una serpiente Le cortó el cuello y, al vaciarlo, apareció en su
naste mientras dormía. Y ahora recibirás el pago que blanca. No pudo reprimir el antojo de probarla; estómago el anillo de la Reina. Fácil le fue al criado
merece tu acción. cortó un pedacito y se lo llevó a la boca. probar al Rey su inocencia, y, queriendo éste reparar
Fue embarcada junto con su cómplice en un Apenas lo hubo tocado con la lengua, oyó un su injusticia, ofreció a su servidor la gracia que él eli-
navío perforado y llevada a alta mar, donde muy extraño susurro de melódicas voces que venía de giera, prometiendo darle el cargo que más apeteciera
pronto los dos fueron tragados por las olas. ♣ la ventana; al acercarse y prestar oído, observó que en su Corte. El criado declinó este honor y se limitó
eran gorriones que hablaban entre sí, contándose a pedir un caballo y dinero para el viaje, pues desea-
mil cosas que vieran en campos y bosques. Al comer ba ver el mundo y pasarse un tiempo recorriéndolo.

Jacob & Wilhelm Grimm 36 Todos los cuentos


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Otorgada su petición, se puso en camino, y un Se apeó el muchacho, mató al caballo de un Pero la soberbia princesa, al saber que su preten-
buen día llegó junto a un estanque, donde observó sablazo y dejó su cuerpo para pasto de los pequeños diente era de linaje inferior, lo rechazó, exigiéndole
tres peces que habían quedado aprisionados entre cuervos, los cuales se lanzaron a saltos sobre la presa la realización de un nuevo trabajo. Salió al jardín, y
las cañas y pugnaban, jadeantes, por volver al agua. y, una vez hartos, dijeron a su bienhechor: esparció entre la hierba diez sacos llenos de mijo:
Digan lo que digan que los peces son mudos, lo cier- —¡Nos acordaremos y te lo pagaremos! —Mañana, antes de que salga el sol, debes haber-
to es que el hombre entendió muy bien las quejas de El criado hubo de proseguir su ruta a pie, y al lo recogido todo, sin que falte un grano.
aquellos animales, que se lamentaban de verse con- cabo de muchas horas, llegó a una gran ciudad. Las Se sentó el joven en el jardín y se puso a cavilar
denados a una muerte tan miserable. Siendo, como calles rebullían de gente, y se observaba una gran sobre el modo de cumplir aquel mandato. Pero no
era, de corazón compasivo, se apeó y devolvió los excitación; en esto apareció un pregonero montado se le ocurría nada y se puso muy triste al pensar que
tres peces al agua. Coleteando de alegría y asomando a caballo, haciendo saber que la hija del rey buscaba a la mañana siguiente sería conducido al patíbulo.
las cabezas, le dijeron: esposo. Quien se atreviese a pretenderla debía, em- Pero cuando los primeros rayos del sol iluminaron el
—Nos acordaremos de que nos salvaste la vida, y pero, realizar una difícil hazaña: si la cumplía, recibi- jardín… ¡Qué era aquello que veía! ¡Los diez sacos
ocasión tendremos de pagártelo. ría la mano de la princesa; pero si fracasaba, perdería estaban completamente llenos y bien alineados, sin
Siguió el muchacho cabalgando, y al cabo de un la vida. Eran muchos los que lo habían intentado ya, que faltase un grano de mijo! Por la noche había
rato le pareció como si percibiera una voz proce- mas perecieron en la empresa. acudido el rey de las hormigas con sus miles y miles
dente de la arena, a sus pies Aguzando el oído, se El joven vio a la princesa y quedó de tal modo de súbditos, y los agradecidos animalitos habían
dió cuenta de que era un rey de las hormigas que se deslumbrado por su hermosura que, desafiando todo recogido el mijo con gran diligencia y lo habían
quejaba: peligro, se presentó ante el Rey a pedir la mano de depositado en los sacos.
—¡Si al menos esos hombres, con sus torpes ani- su hija. Bajó la princesa en persona al jardín y pudo ver
males, nos dejaran tranquilas! Este caballo estúpido, Lo condujeron mar adentro, y en su presencia con asombro que el joven había salido con bien de la
con sus pesados cascos, está aplastando sin compa- arrojaron al fondo un anillo. El Rey le mandó que prueba. Pero su corazón orgulloso no estaba aplaca-
sión a mi gente. recuperase la joya, y añadió: do aún, y dijo:
El jinete torció hacia un camino que seguía al —Si vuelves sin ella, serás precipitado al mar —Aunque haya realizado los dos trabajos, no
lado, y el rey de las hormigas le gritó: hasta que mueras ahogado. será mi esposo hasta que me traiga una manzana del
—¡Nos acordaremos y te lo pagaremos! Todos los presentes se compadecían del apuesto Árbol de la Vida.
La ruta lo condujo a un bosque, y allí vio una muchacho, a quien dejaron solo en la playa. El joven El pretendiente ignoraba dónde crecía aquel
pareja de cuervos que, al borde de su nido, arrojaban se quedó allí, pensando en la manera de salir de su árbol. Se puso en camino, dispuesto a no dete-
de él a sus hijos: apuro. De pronto vio tres peces que se le acercaban nerse mientras lo sostuviesen las piernas, aunque
—¡Fuera de aquí, truhanes! —les gritaban—. juntos, y que no eran sino aquellos que él había no abrigaba esperanza alguna de encontrar lo que
No podemos seguir hartándoos; ya tenéis edad para salvado. El que venía en medio llevaba en la boca buscaba. Cuando hubo recorrido ya tres reinos,
buscaros el alimento. una concha, que depositó en la playa, a los pies del un atardecer llegó a un bosque y se tendió a dor-
Los pobres pequeñuelos estaban en el suelo, agi- joven. Éste la retomó para abrirla, y en su interior mir debajo de un árbol; de súbito, oyó un rumor
tando sus débiles alitas y lloriqueando: apareció el anillo de oro. entre las ramas, al tiempo que una manzana de
—¡Infelices de nosotros, desvalidos, que hemos Saltando de contento, corrió a llevarlo al rey, con oro le caía en la mano. Un instante después ba-
de buscarnos la comida y todavía no sabemos volar! la esperanza de que se le concediese la prometida jaron volando tres cuervos que, posándose sobre
¿Qué vamos a hacer, sino morirnos de hambre? recompensa. sus rodillas, le dijeron

Jacob & Wilhelm Grimm 37 Todos los cuentos


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—Somos aquellos cuervos pequeños que salvaste la paja, la brasa y la alubia —¿Y qué vamos a hacer ahora? —preguntó el
de morir de hambre. Cuando, ya crecidos, supimos [KHM018] Strohhalm, Kohle und Bohne carbón.
que andabas en busca de la manzana de oro, cruza- —Yo soy de parecer —propuso la alubia—, que
mos el mar volando y llegamos hasta el confín del puesto que tuvimos la buena fortuna de escapar de
mundo, donde crece el Árbol de la Vida, para traerte la muerte, sigamos reunidos los tres en amistosa
la fruta. compañía y, para evitar que nos ocurra aquí algún
Loco de contento, reemprendió el muchacho otro percance, nos marchemos juntos a otras tierras.
el camino de regreso para llevar la manzana de oro La proposición gustó a las otras dos, y todos se
a la princesa, la cual no puso ya más dilaciones. pusieron en camino. Al cabo de poco llegaron a la
Partieron la manzana de la vida y se la comieron orilla de un arroyuelo y, como no había puente ni
juntos. Entonces se encendió en el corazón de la pasarela, no sabían cómo cruzarlo. Pero a la paja se
doncella un gran amor por su prometido, y vivieron le ocurrió una idea:
felices hasta una edad muy avanzada. ♣ Vivía en un pueblo una anciana que, habiendo —Yo me echaré de través, y haré de puente para
recogido un plato de alubias, se disponía a cocerlas. que paséis vosotras.
Preparó fuego en el hogar y, para que ardiera más de Tense dió la paja de orilla a orilla, y el ascua, que
prisa, lo encendió con un puñado de paja. Al echar por naturaleza era fogosa, se apresuró a aventurar-
las alubias en el puchero, se le cayó una sin que ella se por la nueva pasarela. Pero cuando estuvo en la
lo advirtiera, y fue a parar al suelo, junto a una briz- mitad, oyendo el murmullo del agua bajo sus pies,
na de paja. A poco, un ascua saltó del hogar y cayó sintió miedo y se paró, sin atreverse a dar un paso
al lado de las otras dos. Abrió entonces la conversa- más. La paja comenzó a arder y, partiéndose en dos,
ción la paja: cayó al arroyo, arrastrando al ascua, que con un
—Amigos, ¿de dónde venís? —y respondió la chirrido expiró al tocar el agua.
brasa: La alubia que, prudente, se había quedado en la
—¡Suerte que he tenido de poder saltar del fuego! orilla, no pudo contener la risa ante la escena, y tales
A no ser por mi arrojo, aquí se acababan mis días. fueron sus carcajadas, que reventó. También ella
Me habría consumido hasta convertirme en ceniza. habría acabado allí su existencia; pero quiso la suerte
Dijo la alubia: que un sastre que iba de viaje, se detuviese a descan-
—También yo he salvado el pellejo; porque si sar al margen del riachuelo. Como era hombre de
la vieja consigue echarme en la olla, a estas horas corazón compasivo, sacó hilo y aguja y le cosió el
estaría ya cocida y convertida en puré sin remisión, desgarrón. La alubia le dio las gracias del modo más
como mis compañeras. efusivo; pero como el sastre había usado hilo negro,
—No habría salido mejor librada yo —terció la desde aquel día todas las alubias tienen una costura
paja—. Todas mis hermanas han sido arrojadas al negra. ♣
fuego por la vieja, y ahora ya no son más que humo.
Sesenta tomó de una vez para quitarnos la vida. Por
fortuna, yo pude deslizarme entre sus dedos.

Jacob & Wilhelm Grimm 38 Todos los cuentos


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el pescador y su mujer —No —respondió el hombre—; cogí un rodaba- da en un banco. Tomando al marido de la mano,
[KHM019] Von dem Fischer und seiner Frau llo, pero como me dijo que era un príncipe encanta- le dijo:
do, lo he vuelto a soltar. —Entra. ¿Ves? Esto está mucho mejor.
—¿Y no le pediste nada? —replicó ella. Efectivamente, en la casita había un pequeño
—No —dijo el marido—; ¿qué iba a pedirle? patio y una deliciosa sala, y dormitorios, cada uno
—¡Ay! —exclamó la mujer—. Tan pesado como con su cama, y cocina y despensa, todo muy bien
es vivir siempre en este asco de choza; a lo menos provisto y dispuesto, con toda una batería de estaño
podías haberle pedido una casita. Anda, vuelve al y de latón, sin faltar nada. Y detrás había un corral,
mar y llámalo; dile que nos gustaría tener una casita; con gallinas y patos, y un huertecito plantado de
seguro que nos la dará. hortalizas y árboles frutales.
—Bah! —replicó el hombre—. ¿Y ahora he de —Míralo —dijo la mujer—, ¿verdad que es
volver allí? bonito?
Érase una vez un pescador que vivía con su mujer en —No seas así, hombre —insistió ella—. Puesto —Cieno —asintió el marido—, y así lo dejare-
una mísera choza, a poca distancia del mar. El hom- que lo pescaste y lo volviste a soltar, claro que lo mos; ¡ahora sí que viviremos contentos!
bre salía todos los días a pescar, y pesca que pescarás. hará. ¡Anda, no te hagas rogar! —¡Será cosa de pensarlo! —replicó ella, y cena-
Un día estaba sentado, como de costumbre, Al hombre le hacía maldita la gracia, pero tampo- ron y se fueron a acostar.
sosteniendo la caña y contemplando el agua límpida, co quería contrariar a su mujer, y volvió a la playa. Transcurrieron un par de semanas, y un día dijo
aguarda que te aguarda. Al llegar a la orilla, el agua ya no estaba tan lím- la mujer:
He aquí que se hundió el anzuelo, muy al fondo, pida como antes, sino verde y amarillenta. El pesca- —Oye, marido: bien mirado, esta casita nos
muy al fondo, y cuando el hombre lo sacó, extra- dor se acercó al agua y dijo: viene un poco estrecha, y el corral y el jardín son
jo un hermoso rodaballo. Dijo entonces el pez al demasiado pequeños; el rodaballo podía habernos
pescador: Solín solar, solín solar, regalado una casa mayor. Me gustaría vivir en un
—Oye, pescador, déjame vivir, hazme el favor; pececito del mar. gran palacio, todo de piedra. Anda, ve a buscar al
en realidad, yo no soy un rodaballo, sino un prín- Belita, mi esposa, pez y pídele un palacio.
cipe encantado. ¿Qué sacarás con matarme? Mi quiere pedirte una cosa. —¡Pero, mujer! —exclamó el pescador—. Ya es
carne poco vale; devuélveme al agua y deja que siga bastante buena esta casita. ¿Para qué queremos vivir
nadando. Acudió el rodaballo y dijo: en un palacio?
—Bueno —dijo el hombre—, no tienes por qué —Bien, ¿qué quiere? —No seas así —insistió ella—. Ve a ver al roda-
gastar tantas palabras. ¡A un rodaballo que sabe —Pues mira —contestó el hombre—, puesto ballo; a él no le cuesta nada.
hablar, vaya si lo soltaré! ¡No faltaba más! que te cogí un rato, dice mi mujer que debía haberte —¡Que no, mujer! —protestaba el hombre—; el
Y así diciendo, lo restituyó al agua diáfana; el pedido algo. Está cansada de vivir en la choza y le pez nos ha dado ya la casita; no puedo volver ahora,
rodaballo se apresuró a descender al fondo, dejando gustaría tener una casita. que a lo mejor se enfada.
una larga estela de sangre, y el pescador se volvió a la —Vuélvete a casa—dijo el pez—, que ya la tiene. —Te digo que vayas —porfió ella—; puede ha-
cabaña, donde lo esperaba su mujer. Se marchó el pescador y ya no encontró a su cerlo y lo hará gustoso; tú ve, no seas terco.
—Marido —dijo ella al verlo entrar—, ¿no has mujer en la mísera choza; en su lugar se levantaba Al hombre le venía aquello muy cuesta arriba, y
pescado nada? una casita, frente a cuya puerta estaba ella senta- se resistía. “No es de razón,” se ­decía; pero acabó por

Jacob & Wilhelm Grimm 39 Todos los cuentos


el profanador de textos
ir. Al llegar al mar, el agua tenía un color violado y milla de longitud, poblado de corzos, ciervos, lie- Belita, mi esposa,
azul oscuro, sucio y espeso; no era ya verde y ama- bres y cuanto se pudiese desear. quiere pedirte otra cosa.
rillenta como la vez anterior; de todos modos, su —¡Qué! —exclamó la mujer—. ¿No lo encuen-
superficie estaba tranquila. El pescador se acercó al tras hermoso? —Bien, ¿qué quiere, pues? —preguntó el rodaba-
agua y dijo: —Sí —asintió el marido—, y así habrá de que- llo. —¡Ay! —respondió el hombre—, ahora quiere
dar. Viviremos en este bello palacio, contentos y ser rey.
Solín solar, solín solar, satisfechos. —Márchate, ya lo es —dijo el rodaballo.
pececito del mar, —Eso ya lo veremos —replicó la mujer—; lo Se alejó el hombre, y cuando llegó al palacio, éste
Belita, mi esposa, consultaremos con la almohada—. Y se fueron a se había vuelto mucho mayor, con una alta torre,
quiere pedirte otra cosa. dormir. magníficamente ornamentada. Ante la puerta había
A la mañana siguiente, la esposa se despertó la centinelas y muchos soldados con tambores y trompe-
Asomó el rodaballo y preguntó: primera; acababa de nacer el día, y desde la cama se tas. Entró en el edificio y vio que todo era de mármol
—Bien, y ¿qué es lo que quieres? dominaba un panorama hermosísimo. Se estiró el y oro puro, con tapices de terciopelo adornados con
—¡Ay! —suspiró el hombre—, quiere vivir en un hombre y se desperezaba, y ella, dándole con el codo grandes borlas de oro. Se abrieron las puertas de la
gran palacio, todo de piedra. en un costado, le dijo: sala. Toda la Corte estaba allí reunida, y su mujer, sen-
—Vuélvete, te aguarda a la puerta —dijo el pez. —Levántate y asómate a la ventana. ¿Qué te pa- tada en un elevado trono de oro y diamantes, con una
Se marchó el hombre, creyendo regresar a su casa, rece? ¿No crees que podríamos ser reyes de todas esas gran corona de oro en la cabeza y sosteniendo en la
pero al llegar se encontró ante un gran palacio de tierras? ¡Anda, ve a tu rodaballo y dile que queremos mano un cetro de oro puro y piedras preciosas. A am-
piedra. Su mujer, en lo alto de la escalinata, se dispo- ser reyes! bos lados del trono se alineaban seis damas de honor,
nía a entrar en él. Cogiéndole de la mano, le dijo: —¡Bah, mujer! ¿Para qué queremos ser reyes? A cada una de ellas una cabeza más baja que la anterior.
—Entra conmigo. mí no me apetece. El marido se adelantó y se quedó contemplando
El hombre la siguió. El palacio tenía un gran- —Bueno —replicó ella—, pues si tú no quieres, un rato a su esposa. Al cabo dijo:
dioso vestíbulo, con todo el pavimento de mármol yo sí. Ve a buscar al rodaballo y dile que quiero ser —¡Vaya, pues no estás mal de rey! Ahora ya no
y una multitud de criados que se apresuraban a rey. querremos nada más.
abrir las altas puertas; y todas las paredes eran re- —Pero, mujer mía, ¿por qué te ha dado ahora —No, marido —replicó ella toda desazonada—.
lucientes y estaban cubiertas de bellísimos tapices, por ser rey? Yo esto no se lo puedo decir. Ya se me hace largo el tiempo, y me aburro. ¡No lo
y en las salas había sillas y mesas de oro puro, con —¿Y por qué no? — se enfurruñó la antigua pes- puedo resistir! Ve al rodaballo, y puesto que soy rey,
espléndidas arañas de cristal colgando del techo; y cadora—. Vas a ir inmediatamente. ¡Quiero ser rey! dile que quiero ser emperador.
el piso de todos los dormitorios y aposentos esta- Se marchó el hombre cabizbajo, aturdido ante la —¡Pero, mujer! —protestó el hombre—. Y ¿por
ba cubierto de ricas alfombras. Se veían las mesas pretensión de su esposa. “No es de razón,” pensaba. qué quieres ser emperador?
repletas de manjares y de vinos generosos, y en la Se resistió, pero con todo, fue. Al llegar ante el mar, —Anda —ordenó ella—, te vas a llamar al roda-
parte posterior del edificio había también un gran éste era de un color gris negruzco, y el agua borbo- ballo. Me ha dado por ser emperador.
patio con establos, cuadras y coches; todo, de lo teaba y olía a podrido. El hombre se acercó y dijo: —Mira, mujer —insistió el marido—, él no
mejor; tampoco faltaba un espaciosísimo y sober- puede hacer emperadores; eso no se lo pido.
bio jardín, lleno de las más bellas flores y árboles Solín solar, solín, solar, Emperadores sólo hay uno. ¡Te digo que no puede,
frutales, y un grandioso parque, lo menos de media pececito del mar, vamos, que no puede!

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el profanador de textos
—¡Cómo! —exclamó la mujer—. Soy rey y tú no el cetro, y en la otra, el globo imperial, y a ambos las olas del mar se encrespaban, con un estrépito de
eres más que mi marido. ¿Quieres ir o no? ¡Andando lados formaban los alabarderos en dos filas y sus ta- hervidero, estrellándose contra la orilla. En lonta-
y sin protestar! Si puede hacer reyes, lo mismo puede llas disminuían progresivamente, desde un altísimo nanza se veían barcos que disparaban cañonazos
hacer emperadores, y yo quiero serlo. ¡Ve en seguida! gigante que bien alcanzaría media legua, hasta un pidiendo socorro, saltando y brincando a merced de
No hubo más remedio, y el pobre hombre tuvo enano pequeñísimo, apenas más grande que el dedo las olas. No obstante, en el centro del cielo aparecía
que volver a la playa; pero en su corazón sentía una meñique. ¡Y príncipes y duques, a montones! Se aún una mancha azul, rodeada de nubes rojas, como
gran angustia y pensaba: “Esto no puede continuar acercó el marido, y, colocándose entre todos aquellos cuando se acerca una terrible borrasca. Se acercó el
así. ¡Emperador! Es demasiado atrevimiento; al personajes, dijo: hombre, lleno de espanto, y con voz en que se reve-
fin, el rodaballo se cansará.” Y llegó al mar, el cual —Mujer, ya eres emperador. laba su angustia, dijo:
aparecía negro y espeso, y sus aguas empezaban a —Sí —respondió ella—, soy emperador.
escupir espumas en la superficie y a burbujear; sopla- El la examinó detenidamente durante largo rato, Solin solar, solin solar,
ba, además, un viento huracanado que lo agitaba y al cabo exclamó: pececito del mar,
terriblemente. El hombre sintió un escalofrío, pero —¡Ah, mujer mía, qué bien te sienta el ser Belita, mi esposa,
se acercó al agua y dijo: emperador! quiere pedirte otra cosa.
—Marido —replicó ella—. ¿qué haces aquí
Solín solar, solín solar, parado? Soy emperador, pero ahora quiero ser Papa; —Bien, ¿qué quiere, pues? —dijo el rodaballo.
pececito del mar, conque ya estás yendo a ver a tu rodaballo. —¡Ay! —respondió el hombre—. Quiere ser
Belita, mi esposa, —¡Pero mujer! —protestó el hombre—. ¿Es que Papa.
quiere pedirte otra cosa. quieres serlo todo? Papa es imposible. Papa sólo hay —Vete, que ya lo es —replicó el pez.
uno en toda la Cristiandad. No hay que pedir cosas Se marchó el pescador y al llegar se encontró ante
—Bien, ¿qué quiere, pues? —dijo el rodaballo. exageradas; eso no lo puede hacer el pez. una gran iglesia rodeada de palacios. Abriéndose
—¡Ay, amigo pez! —respondió él—, mi mujer —Marido —dijo ella—, quiero ser Papa; ve sin camino entre la multitud vio que el interior estaba
quiere ser emperador. replicar, que quiero serlo hoy mismo. iluminado por millares y millares de cirios, y que
—Puedes marcharte —replicó el pez—, que ya lo —No, esposa mía —insistió el hombre—, esto su mujer estaba toda vestida de oro, sentada en un
es. no se lo puedo pedir, ya es demasiado; el rodaballo trono aún mucho más alto, con tres coronas de oro
Se volvió el hombre y se encontró con un pala- no puede hacerte Papa. en la cabeza y rodeada de muchísimos obispos y car-
cio de mármol bruñido, con estatuas de alabastro y —¡No digas tonterías! —replicó la mujer—. Si denales. A ambos lados tenía dos hileras de cirios: el
adornos de oro. Ante la puerta; los soldados marcha- puede hacer emperadores, bien podrá hacer Papas. mayor grueso y alto como una torre; el menor, como
ban en formación, al son de tambores y trompetas. Anda, que yo soy emperador, y tú eres mi marido. una velita de cocina. Y todos los emperadores y reyes
En el interior del alcázar iban y venían los barones, ¿Te atreves a negarte? hincados de rodillas, le besaban la sandalia.
condes y duques como si fuesen criados, abriéndole El pobre marido, atemorizado, partió. Se sentía —Mujer —dijo el hombre después de contem-
las puertas, que eran de oro reluciente. Al entrar desfallecido; temblaba como un azogado, le vaci- plarla—, ¡ya eres Papa!
vio a su mujer en un trono, todo él un ascua de oro laban las piernas y se le doblaban las rodillas. Un —Sí —dijo ella—, soy Papa.
y como media legua de alto. Llevaba una enorme viento huracanado azotaba el país; volaban las nubes Se adelantó él más y la miró detenidamente, y le
corona, también de oro, de tres codos de altura, toda en el cielo y una oscuridad de noche lo invadía todo. pareció que estaba viendo el sol. Al cabo de un buen
ella incrustada de brillantes. En una mano sostenía Las hojas se escapaban, arrancadas de los árboles, y rato de contemplarla exclamó:

Jacob & Wilhelm Grimm 41 Todos los cuentos


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—¡Ay mujer! ¡Qué bien te está el ser Papa! —Pero mujer —suplicó él, cayendo de ro- el sastrecillo valiente (siete de
Pero ella permanecía envarada, tiesa como un dillas—, esto no puede hacerlo el rodaballo. un golpe)
árbol, sin hacer el menor movimiento. Dijo él Emperador y Papa, pase. Te lo ruego, ¡conténtate [KHM020] Das tapfere Schneiderlein
entonces: con ser Papa!
—Estarás satisfecha, puesto que eres Papa; ya no La ira se apoderó de ella; agitando salvajemente la
te queda más que desear. cabellera, se puso a gritar:
—Esto lo pensaré —replicó ella—. Y se fueron —¡Yo no aguanto esto! No lo aguanto ni un mo-
a la cama; pero la mujer no estaba aún contenta; la mento más. ¿Quieres ir o no?
ambición no la dejaba dormir y no hacía sino cavilar —El hombre se puso los pantalones y se precipitó
qué más podría ser aún. a la calle como loco.
En cambio, el marido durmió como un tron- Afuera arreciaba la tempestad, de tal modo des-
co, cansado de tanto ir y venir. Su esposa se pasó encadenada, que a duras penas el pescador lograba
la noche revolviéndose en la cama sin pegar un tenerse en pie. El viento derribaba las casas y arran-
ojo, siempre cavilando qué podría ser todavía. caba de cuajo los árboles; temblaban las montañas
Y sin encontrar nada, llegó el alba, y al ver las y las rocas se precipitaban al mar; el cielo era negro Una mañana de verano estaba un sastrecillo
primeras luces de la aurora la mujer se incorpo- como la pez; estallaban rayos y truenos, y se ele- sentado sobre su mesa, junto a la ventana; con-
ró en el lecho y clavó la mirada en el horizonte. vaban altas olas como campanarios, coronadas de tento y de buen humor, cosía y cosía con todo
Y al ver cómo el sol despuntaba y ascendía en el blanca espuma. El hombre se puso a gritar, sin que entusiasmo.
firmamento: “¡Ah! —pensó súbitamente—, ¿no el mismo pudiera oír su voz: Acertó a pasar por la calle una aldeana, que vo-
podría yo también hacer que saliesen el sol y la ceaba su mercancía:
luna?” Solín solar, solín solar,
—Marido —dijo, dándole con el codo en las pececito del mar. ¡A la rica mermelada!
costillas, levántate y vete a ver al rodaballo; quiero Belita, mi esposa, ¡A la rica mermelada!
ser como Dios Nuestro Señor. quiere pedirte otra cosa.
El hombre, que dormía como un bendito, tuvo Se alegró el sastrecillo al oír estas palabras y, aso-
un susto tal que se cayó de la cama. Pensando que —Bien, ¿qué quiere, pues? mando su cabecita por la ventana, gritó:
había oído mal, preguntó frotándose los ojos: —¡Ay! —exclamó él—. ¡Quiere ser como Dios —¡Eh, buena mujer, subid acá, que os libraremos
—¿Qué estás diciendo, mujer? Nuestro Señor! de vuestra mercancía!
—Marido —contestó ella—, eso de que no Vete ya, la encontrarás en la choza. Subió la aldeana los tres tramos de escalera
pueda hacer salir el sol y la luna, no voy a resistirlo. Y allí siguen todavía. ♣ cargada con su pesada cesta y tuvo que abrir todos
Ya no tendré una hora de reposo: siempre pensaré sus tarros. El sastrecillo los examinó uno por uno,
que hay una cosa que no puedo hacer —y le dirigió sopesándolos y acercando las narices para olerlos;
una mirada tan colérica, que el hombre sintió que le finalmente, dijo:
recorría un escalofrío. —Me parece buena la mermelada. Pesadme cua-
—Ve en seguida —le ordenó—; quiero ser como tro medias onzas, buena mujer, hasta cinco si quiere;
Dios Nuestro Señor. pero no más.

Jacob & Wilhelm Grimm 42 Todos los cuentos


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La campesina, que había esperado hacer mejor El sastre se ciñó el cinturón y se dispuso a salir —¿Qué me dices? Un poquitín mejor, ¿eh?
venta, le sirvió lo que pedía y se marchó malhumo- al mundo, pensando que su taller era demasiado El gigante no supo qué contestar; la fuerza de
rada y refunfuñando. pequeño para su valentía. Antes de marcharse estuvo aquel hombrecito lo dejó desconcertado. Tomando
—¡Vaya! —dijo el sastrecillo frotándose las ma- rebuscando en toda la casa, por si encontraba algo entonces otra piedra, la disparó al aire, a tanta altura
nos— ¡Que Dios me bendiga esta mermelada, y que que pudiera servirle para el viaje; pero sólo descubrió que con dificultad podía seguirse con la mirada.
me dé fuerza y ánimos! Y sacando el pan del arma- un viejo queso y se lo embolsó. Frente a la puerta —¡Anda, matasiete, a ver si lo haces!
rio, cortó una gran rebanada y la untó bien. vio un pájaro que se había enredado en un matorral, —¡Bien tirado! —dijo el sastre—, pero la piedra ha
—Parece que no sabrá mal —se dijo—; pero y se lo metió también en el talego, para que hiciera vuelto a caer al suelo—. Y, sacando el pájaro del bolso,
antes de regalarme, terminaré el chaleco. compañía al queso. Tomó luego animosamente el lo arrojó al aire. El animal, contento al verse libre,
Dejó el pan a un lado y reanudó la costura, más camino entre piernas y, como era ligero y ágil de emprendió rápido vuelo y pronto se perdió de vista.
alegre que unas castañuelas, de modo que las punta- cuerpo, no sentía ningún cansancio. El camino lo —¿Qué te parece el truco, camarada?
das le salían cada vez más largas. condujo a una montaña y cuando llegó a lo alto de —Tirar sabes —admitió el gigante—; pero ahora
Mientras tanto, el dulce aroma de la mermelada la cima se topó con un enorme gigante, que, sentado veremos si eres capaz de llevar una carga razona-
subía pared arriba, la cual estaba llena de moscas, en el suelo, paseaba a su alrededor una mirada indo- ble—. Y conduciendo al sastrecillo hasta un corpu-
que, atraídas por el olorcito, no tardaron en acudir lente. El sastrecillo se le acercó animoso y le dijo: lento roble que yacía derribado en el suelo, dijo:
en tropel. —¡Buenos días, compañero! ¿Contemplando el —Ya que presumes de forzudo, ayúdame a sacar
—¡Hola!, ¿quién os ha invitado? —dijo el sastre- ancho mundo? Por él voy yo, precisamente, a probar del bosque este árbol.
cillo, intentando ahuyentar a los indeseables huéspe- suerte. ¿Te apetece venir conmigo? —Con mucho gusto —respondió el hombreci-
des . El gigante, después de echar una mirada despecti- to—; tú cárgate el tronco al hombro; yo me encargo
Pero las moscas, que no atendían a razones, va al sastre, le respondió: del ramaje, que es lo más pesado.
volvían a la golosina, cada vez en mayor número. Al —¡Quita allá, pelagatos! ¡Miserable patán! El gigante se acomodó el tronco sobre el hombro;
hombre se le subió la mosca a la nariz, como suele —¡Poco a poco! —exclamó el sastrecillo, desabro- pero el sastre se sentó sobre una rama, con lo que el
decirse, y tomando de entre los retazos un trozo de chándose la chaqueta y exhibiendo el cinturón—. gigante, que no podía volverse, hubo de transportar
paño: Ahí puedes leer qué clase de hombre soy. el árbol entero, amén del sastrecillo, montado en él.
—¡Aguardad, ya os daré yo! —exclamó, y descar- El gigante leyó: “Siete de un golpe,” y pensó que Éste, la mar de animado, iba silbando alegremente
gó un golpe sobre las moscas. Al levantar el paño, se trataría de hombres derribados por el sastre, por aquella canción: “Salieron tres sastres a caballo…”
vio que lo menos había matado siete. lo que le entró un cierto respeto hacia el hombre- como si eso de llevar robles a cuestas fuese un juego
—¡Qué valiente eres! —se dijo, admirado de cito. Queriendo probarlo, sin embargo, tomó una de niños.
su propio arrojo—. ¡Esto tiene que saberlo toda la piedra y la oprimió con la mano hasta hacer gotear Así fueron durante un trecho, y al cabo, el gigan-
ciudad! agua de ella. te, extenuado de transportar la pesada carga, gritó:
Y se apresuró a cortarse un cinturón y a coserlo, —¡A ver si lo haces —dijo el gigante—, puesto —¡Eh, tú! ¡Cuidado, que voy a soltar el árbol!
y luego, con grandes letras, bordó en él el siguiente que tienes tanta fuerza! El sastre saltó al suelo con presteza y, tomando
letrero: “Siete de un golpe.” —¡Bah! ¿Sólo es eso? —replicó el sastrecillo—. el roble con ambos brazos, como si hubiese estado
—¡Qué digo la ciudad! —añadió— ¡El mundo ¡Es un juego de niños para gente como yo! —y me- sosteniéndolo todo el rato, dijo al gigante:
entero ha de saberlo! —Y, de puro gozo, el corazón tiendo la mano en el bolso, sacó el queso y lo apretó, —¿Un grandullón como tú no es capaz ni siquie-
le temblaba como al corderito el rabo. haciéndole salir el jugo. ra de llevar un árbol?

Jacob & Wilhelm Grimm 43 Todos los cuentos


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Siguieron andando y, al pasar junto a un cerezo, mente, creyendo haber reducido a papillas a aquel —¿Qué saldrá de todo esto? —se decían entre
el gigante, asiéndose a la copa, en la que colgaban las saltamontes. sí—. Si le buscamos camorra y la emprende contra
cerezas más maduras, la inclinó hacia abajo y la dejó A la madrugada, los gigantes, sin acordarse ya del nosotros, de cada mandoble derribará siete. No po-
en manos del sastre, invitándolo a comer los ricos sastrecillo, se pusieron en marcha hacia el bosque dremos con él. —Por lo cual resolvieron presentarse
frutos. Pero el hombrecito era demasiado enclen- cuando, de pronto, lo vieron que se acercaba con todos juntos al Rey a pedirle que los licenciase.
que para sujetar el árbol, y así, al soltarlo el gigante, aire de satisfacción y osadía. —No estamos preparados —le dijeron—, para
volvió el árbol a su posición primitiva, arrastrando Se asustaron y, temiendo que los matase a todos, luchar al lado de un hombre capaz de matar a siete
consigo al sastrecillo. Cayó éste de nuevo al suelo sin pusieron pies en polvorosa, cada cual por su lado. de un golpe.
haber sufrido daño y le dijo el gigante: El sastrecillo prosiguió su camino, siempre con la Al Rey le entristecía tener que renunciar a todos
—¿Cómo? ¿No tienes fuerza para sostener este nariz por delante. Tras mucho andar llegó al jardín sus leales servidores por culpa de uno solo; ya se
arbolito? del palacio de un Rey, y como estaba algo cansado se arrepentía de haberlo contratado, y de muy buena
—Fuerza, no me falta —replicó el sastrecillo—. tumbó a dormir sobre la hierba. Mientras dormía, se gana se habría deshecho de él. Pero no se atrevía a
¿Vas a creer que eso significa algo para uno que acercaron unas cuantas personas, lo examinaron de despedirlo por temor a que lo matara a él y a todos
mató a siete de un solo golpe? Salté por encima de todos lados, y leyeron la inscripción: los suyos y se apoderase del trono. Estuvo cavilando
la copa del árbol, porque aquellos cazadores de allá horas y más horas y, al fin, dio con un expediente.
abajo disparan contra los matorrales. ¡Salta tú, si eres “Siete de un golpe.” Mandó decir al sastrecillo que siendo, como era,
capaz! un guerrero tan valeroso, le hacía una oferta. En un
El gigante lo intentó, pero quedó colgado de las —¡Dios nos valga! —exclamaron—. ¿Qué querrá de bosque de su reino moraban dos gigantes que cau-
ramas, con lo que también esta vez el sastrecillo llevó nosotros este poderoso guerrero, ahora que estamos en saban grandísimos daños con sus robos, asesinatos,
la victoria. Dijo entonces el gigante: paz? Por las trazas, debe de ser un famoso caballero. incendios y otras tropelías. Nadie podía acercarse
—Puesto que eres tan valiente, vente a nuestra Y fueron a advertir al Rey, pensando que, en caso a ellos sin correr peligro de muerte. Si él vencía y
cueva a pasar la noche con nosotros. de guerra, sería un hombre de mucha importancia y exterminaba a los dos monstruos, recibiría a la hija
El sastrecillo se declaró dispuesto y lo siguió. Al utilidad; era cosa de no dejarlo escapar. Al Rey le pa- del Rey por esposa y la mitad del reino como dote.
llegar a la cueva, otros varios gigantes se hallaban reció bien el consejo, y envió a uno de sus cortesanos Además, lo acompañarían cien soldados de caballería
sentados alrededor del fuego; cada uno sostenía en para que, cuando despertase el sastrecillo, lo contra- para ayudarle en la empresa.
la mano un carnero asado y se lo estaba comiendo. tara a su servicio. El mensajero permaneció junto al El sastrecillo pensó: “No estaría mal para un
El sastrecillo dirigió una mirada en torno y pensó: durmiente, y cuando vio que éste se estiraba y abría hombre como tú se casarse con una hermosa prince-
“Esto es mucho más espacioso que mi taller.” los ojos, le transmitió el ofrecimiento del Rey. sa y sea señor de la mitad del reino; es una fortuna
El gigante, indicándole una cama, lo invitó a —¡Justamente he venido para eso! —respondió el que no pasa todos los días.” Por lo cual contestó:
acostarse y dormir; pero el hombrecito, encontrando sastrecillo—. Estoy dispuesto a entrar al servicio del —Acepto. Acabaré con los gigantes. Y los cien ca-
el lecho demasiado grande, en vez de meterse en él Rey. balleros no me hacen ninguna la falta. Quien derriba
se acurrucó en una esquina. A medianoche, cre- Así, fue recibido con todos los honores y le asig- siete de un golpe, con dos no tiene ni para empezar.
yendo el gigante que su compañero estaría sumido naron una vivienda particular. Salió, pues, el sastrecillo, seguido de los cien jine-
en profundo sueño, se levantó y empuñando una Pero los hombres de armas del Rey miraban con tes, pero al legar a la orilla del bosque les dijo:
enorme barra de hierro, asestó con ella un formida- malos ojos al sastrecillo; mejor hubieran deseado —Quedaos aquí; yo solo me basto para acabar
ble golpe a la cama y volvió a acostarse tranquila- tenerlo a mil leguas de distancia. con los gigantes. E internándose en la espesura, se

Jacob & Wilhelm Grimm 44 Todos los cuentos


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puso a explorar en todas direcciones. Al cabo de a otro como una ardilla! ¡Menos mal que uno es —¡Un poco de calma! —dijo el sastrecillo—. ¡No
poco rato descubrió a los dos gigantes, que tendidos ligero! corramos tanto!
bajo un árbol, dormían, roncando con tanta fuerza Y desenvainando la espada, la hundió varias veces —Y, plantándose frente a un árbol, aguardó a que
que hacían balancear las ramas. El sastrecillo, sin en el pecho de los adversarios caídos, hecho lo cual la fiera llegase muy cerca; entonces, de un brinco se
perder tiempo, se llenó de piedras los bolsillos y fue a la entrada del bosque, donde esperaban sus situó detrás del árbol. El unicornio, que venía dispa-
trepó a la copa del árbol. Ya en ella, se deslizó por caballeros, y les dijo: rado con toda su furia, clavó el cuerno en el tronco
una rama, para situarse exactamente encima de los —La faena está hecha; los he despachado a los tan fuertemente que no pudo desclavarse y quedó
durmientes, y empezó a soltar piedras, una tras otra, dos. Lo mío me ha costado, de todos modos. Se prisionero:
sobre el pecho de uno de los gigantes. Éste tardó lar- han puesto a arrancar árboles para defenderse con —¡Ya es mío el pajarito! —exclamó el sastre
go rato en notarlo; pero, despertándose al fin, pegó los troncos. Pero no hay nada que hacer con alguien saliendo de detrás del árbol. Y, después de atar la
un empujón a su compañero, diciéndole: como yo, que de un golpe derriba siete. cuerda al cuello de la fiera, de un hachazo soltó el
—¿Por qué me das golpes? —¿Y no estáis herido? —le preguntaron los cuerno del tronco y condujo la fiera al Rey.
—¡Estás soñando! —respondió el otro—; yo no soldados. Éste no se avino todavía a otorgarle la recom-
te toco. —En buenas manos estaba el pandero —replicó pensa ofrecida y le impuso un tercer trabajo. Antes
Se echaron a dormir de nuevo, y el sastrecillo el sastre— ¡No he perdido ni un cabello de la cabeza! de que se celebrase la boda, el sastre debería cazar
volvió a soltar sus piedras, esta vez sobre el segundo. Los caballeros no querían dar crédito a lo que un jabalí que andaba suelto por el bosque y pro-
—¿Qué significa esto? —gritó el gigante—. ¿Por oían y se adentraron con él en el bosque, para ver ducía cuantiosos daños. Los cazadores le prestarían
qué me apedreas? la cosa con sus propios ojos. Encontraron a los dos asistencia.
—Yo no te apedreo —refunfuñó el primero. gigantes bañados en su sangre, ya a su alrededor, los —No faltaba más —asintió el sastre—. ¡Esto es
Disputaron un rato; pero como los dos estaban árboles arrancados de cuajo. una niñería! Los cazadores lo acompañaron hasta el
cansados, cesaron en la porfía y volvieron a quedarse El sastrecillo se presentó al Rey para exigirle el bosque; pero él no les permitió seguir adelante, con
dormidos. cumplimiento de su promesa; pero el monarca se gran satisfacción de los hombres, que conociendo la
Reanudó el sastrecillo el juego. Y, escogiendo hizo el desentendido y volvió a discurrir algún me- fiera por experiencia, no sentían el menor deseo de
la más grande de sus piedras, la arrojó con toda su dio para quitarse de encima al herré. enfrentarse con ella.
fuerza, apuntando al pecho del primer gigante. —Antes de que te dé mi hija y la mitad del reino No bien el jabalí descubrió al sastre, se precipitó
—¡Esto ya pasa de raya! —gritó el gigante, y —le dijo—, tienes que realizar una nueva hazaña. contra él con la espumante boca armada de afila-
saltando como un loco, arremetió contra su compa- Corre por el bosque un unicornio que comete gran- dos colmillos, dispuesto a derribarlo; pero el ágil
ñero con furia tal, que al dar éste contra el árbol, lo des destrozos; es preciso que lo captures. hombrecito corrió a refugiarse en una capilla que se
hizo temblar hasta la cima. —Temo menos a un unicornio que a los gigantes. levantaba en aquellas cercanías y, subiéndose de un
Acudió el otro a pagarle en la misma moneda y, “Siete de un golpe,” ésta es mi divisa. salto a una ventana abierta en la pared posterior, sa-
rabiosos ambos, arrancando sendos troncos de cuajo, Se proveyó de una cuerda y un hacha y se di- lió afuera de nuevo. El jabalí, que lo seguía de cerca,
se embistieron mutuamente, librando una lucha que rigió a la selva, dejando nuevamente a sus acom- penetró asimismo en la capilla, y entonces nuestro
no terminó sino con la muerte de los dos. Entonces pañantes a la entrada del bosque. No tuvo que hombre, dando la vuelta al edificio, cerró la puerta
el sastrecillo descendió del árbol: buscar mucho; pronto se presentó el animal, que desde fuera, quedando aprisionada la furiosa bestia,
—¡Suerte que no se les ocurrió arrancar éste en le embistió ferozmente, dispuesto a ensartarlo pues era demasiado pesada y torpe para poder saltar
que estaba yo —dijo— pues habría tenido que saltar con su cuerno. por la ventana. El sastrecillo se apresuró a llamar a

Jacob & Wilhelm Grimm 45 Todos los cuentos


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los cazadores, quienes pudieron contemplar con sus la cenicienta
propios ojos al prisionero. —¡Muchacho, acábame el chaleco y cose los [KHM021] Aschenputtel
El héroe volvió a presentarse al Rey, el cual, quie- pantalones o te mediré la espalda con esta vara!
ras que no, hubo de cumplir su promesa y darle su He matado siete de un golpe, vencido a dos
hija y la mitad del reino. gigantes, cazado un unicornio y un jabalí, ¡y
Más le habría dolido si supiera que no se trataba ahora iba a asustarme de los que están ante la
de un guerrero famoso, sino de un humilde sas- puerta!
trecillo. La boda se celebró con gran solemnidad y
magnificencia, y ahí tenemos a un sastre convertido Al oír las palabras del sastre, los hombres echa-
en rey. ron a correr, más asustados que si los persiguiese un
Transcurrido algún tiempo, la joven reina oyó ejército de demonios; y ya nadie más se atrevió a ha-
una noche que su marido hablaba en sueños: bérselas con él. Y de esta manera el sastrecillo siguió
siendo Rey hasta el fin de sus días. ♣
—¡Muchacho, acábame el chaleco y cose los Érase una mujer, casada con un hombre muy rico,
pantalones, si no quieres que te mida la espalda que enfermó y, presintiendo su próximo fin, llamó a
con esta vara! su única hijita y le dijo:
—Hija mía, sigue siendo siempre buena y piado-
Comprendiendo la princesa que su esposo era de sa, y el buen Dios no te abandonará. Yo velaré por ti
condición humilde, acudió al día siguiente a quejar- desde el cielo, y me tendrás siempre a tu lado.
se a su padre, pidiéndole la separase de un marido Y cerrando los ojos, murió. La muchachita iba
que no era sino un vulgar sastre. El Rey la consoló todos los días a la tumba de su madre a llorar, y
diciéndole: siguió siendo buena y piadosa. Al llegar el invierno,
—Esta noche deja abierta la puerta del dormi- la nieve cubrió de un blanco manto la sepultura,
torio. Mis criados aguardarán fuera, y cuando él y cuando el sol de primavera la hubo derretido, el
duerma, entrarán, lo atarán y lo conducirán a un padre de la niña contrajo nuevo matrimonio.
barco que se lo llevará muy lejos. La hija quedó con La segunda mujer llevó a casa dos hijas, de rostro
esto apaciguada; pero el escudero del Rey, que había bello y blanca tez, pero negras y malvadas de co-
oído la conversación y era fiel a su joven amo, corrió razón. Vinieron entonces días muy duros para la
a prevenirlo de lo que maquinaban contra él. pobrecita huérfana.
—Pues les pondremos palos en las ruedas —dijo —¿Esta estúpida tiene que estar en la sala con
el sastrecillo. Al llegar la noche se acostó con su nosotras? —decían las recién llegadas—. Si quiere
mujer, como de costumbre. Cuando ella lo creyó comer pan, que se lo gane. ¡Fuera, a la cocina!
dormido, se levantó, fue a abrir la puerta y se volvió Le quitaron sus hermosos vestidos, le pusieron
a la cama. El sastrecillo, que sólo simulaba estar una blusa vieja y le dieron un par de zuecos para
durmiendo, se puso entonces a gritar en voz clara y calzado:
audible: —¡Mirad la orgullosa princesa, qué compuesta!

Jacob & Wilhelm Grimm 46 Todos los cuentos


el profanador de textos
Y burlándose de ella, la llevaron a la cocina. Allí las doncellas bonitas del país, para que el príncipe La muchacha llevó la fuente a su madrastra, con-
tenía que pasar el día entero ocupada en duros traba- heredero eligiese entre ellas una esposa. Al enterarse tenta porque creía que le permitirían ir a la fiesta;
jos. Se levantaba de madrugada, iba por agua, encen- las dos hermanastras que también ellas figuraban pero la vieja le dijo:
día el fuego, preparaba la comida, lavaba la ropa… en la lista, se pusieron muy contentas. Llamaron a —No, Cenicienta, no tienes vestidos y no
Y por añadidura, sus hermanastras la sometían a Cenicienta. Y le dijeron: puedes bailar. Todos se burlarían de ti. —Y
todos las mortificaciones imaginables; se mofaban —Péinanos, cepíllanos bien los zapatos y abró- como la pobre rompiera a llorar—: Si en una
de ella, le esparcían, entre la ceniza, los guisantes chanos las hebillas; vamos a la fiesta de palacio. hora eres capaz de limpiar dos fuentes llenas de
y las lentejas para que tuviera que pasarse horas Cenicienta obedeció, aunque llorando, pues tam- lentejas que echaré en la ceniza, te permitiré que
recogiéndolas. A la noche, rendida como estaba de bién ella hubiera querido ir al baile; y así, rogó a su vayas.
tanto trabajar, en vez de acostarse en una cama tenía madrastra que se lo permitiese. Y pensaba: “Jamás podrá hacerlo.” Pero cuando
que hacerlo en las cenizas del hogar. Y como por este —¿Tú, la Cenicienta, cubierta de polvo y por- las lentejas estuvieron en la ceniza, la doncella salió
motivo iba siempre polvorienta y sucia, la llamaban quería, pretendes ir a la fiesta? No tienes vestido ni al jardín por la puerta trasera y gritó:
‘Cenicienta.’ zapatos, ¿Y quieres bailar? —Palomitas mansas, tortolitas y avecitas todas
Un día en que el padre se disponía a ir a la feria, Pero al insistir la muchacha en sus súplicas, la del cielo, venid a ayudarme a limpiar lentejas:
preguntó a sus dos hijastras qué deseaban que les mujer le dijo, finalmente:
trajese. —Hermosos vestidos —respondió una de —Te he echado un plato de lentejas en la ceniza; Las buenas, en el pucherito;
ellas. si las recoges en dos horas, te dejaré ir. las malas, en el buchecito.
—Perlas y piedras preciosas —dijo la otra. La muchachita, saliendo por la puerta trasera, se
—¿Y tú, Cenicienta —preguntó—, qué quieres? fue al jardín y exclamó: Y en seguida acudieron a la ventana de la cocina
—Padre, cortad la primera ramita que os toque el —Palomitas mansas, tortolitas y avecitas todas dos palomitas blancas y luego las tortolitas, y final-
sombrero cuando regreséis, y traédmela. del cielo, venid a ayudarme a recoger lentejas: mente, comparecieron bulliciosas y presurosas todas
El hombre compró para sus hijastras magnífi- las avecitas del cielo y se posaron en la ceniza. Y las
cos vestidos, perlas y piedras preciosas; de vuelta, Las buenas, en el pucherito; palomitas, bajando las cabecitas, empezaron: “pic,
al atravesar un bosquecillo, un brote de avellano las malas, en el buchecito. pic, pic, pic”; y luego todas las demás las imitaron:
le hizo caer el sombrero, y él lo cortó y se lo llevó “pic, pic, pic, pic,” echando todos los granos buenos
consigo. Llegado a casa, dio a sus hijastras lo que Y acudieron a la ventana de la cocina dos en las fuentes. No había transcurrido aún media
habían pedido y a Cenicienta el brote de avellano. palomitas blancas, luego las tortolitas y, final- hora cuando, terminada ya su tarea, emprendieron
La muchacha le dio las gracias, y se fue con la rama mente, comparecieron, bulliciosas y presurosas, todas el vuelo.
a la tumba de su madre; allí la plantó, regándola con todas las avecitas del cielo y se posaron en la La muchacha llevó las fuentes a su madrastra,
sus lágrimas, y el brote creció, convirtiéndose en un ceniza. Y las palomitas, bajando las cabecitas, pensando que aquella vez le permitiría ir a la fiesta.
hermoso árbol. Cenicienta iba allí tres veces al día, empezaron: “pic, pic, pic, pic”; y luego todas las Pero la mujer le dijo:
a llorar y rezar, y siempre encontraba un pajarito demás las imitaron: “pic, pic, pic, pic,” y en un —Todo es inútil; no vendrás, pues no tie-
blanco posado en una rama; un pajarito que, cuando santiamén todos los granos buenos estuvieron nes vestidos ni sabes bailar. Serias nuestra
la niña le pedía algo, se lo echaba desde arriba. en la fuente. No había transcurrido ni una hora vergüenza.
Sucedió que el Rey organizó unas fiestas, que de- cuando, terminado el trabajo, echaron a volar y Y, volviéndole la espalda, partió apresuradamente
bían durar tres días y a las que fueron invitadas todas desaparecieron. con sus dos orgullosas hijas.

Jacob & Wilhelm Grimm 47 Todos los cuentos


el profanador de textos
No habiendo ya nadie en casa, Cenicienta se el avellano; allí se quitó sus hermosos vestidos, y los árbol. Y, después de devolver los hermosos vestidos al
encaminó a la tumba de su madre, bajo el avellano, depositó sobre la tumba, donde el pajarito se encar- pájaro del avellano, volvió a ponerse su batita gris.
y suplicó: gó de recogerlos. Y en seguida se volvió a la cocina, El tercer día, en cuanto se hubieron marchado los
vestida con su sucia batita. demás, volvió Cenicienta a la tumba de su madre y
¡Arbolito, sacude tus ramas frondosas, Al día siguiente, a la hora de volver a empezar la suplicó al arbolito
y échame oro y plata y más cosas! fiesta, cuando los padres y las hermanastras se hubie-
ron marchado, la muchacha se dirigió al avellano y ¡Arbolito, sacude tus ramas frondosas,
Y he aquí que el pájaro le echó un vestido borda- le dijo: y échame oro y plata y más cosas!
do en plata y oro, y unas zapatillas con adornos de
seda y plata. ¡Arbolito, sacude tus ramas frondosas, Y el pájaro le echó un vestido soberbio y brillante
Se vistió a toda prisa y corrió a palacio, donde y échame oro y plata y más cosas! como jamás se viera otro en el mundo, con unos zapati-
su madrastra y hermanastras no la reconocieron tos de oro puro. Cuando se presentó a la fiesta, todos los
y, al verla tan ricamente ataviada, la tomaron por El pajarito le envió un vestido mucho más concurrentes se quedaron boquiabiertos de admiración.
una princesa extranjera. Ni por un momento se les espléndido aún que el de la víspera; y al presentarse El hijo del Rey bailó exclusivamente con ella, y a
ocurrió pensar en Cenicienta, a quien creían en su ella en palacio tan magníficamente ataviada, todos todas las que iban a solicitarlo les respondía: “Esta es
cocina, sucia y buscando lentejas en la ceniza. los presentes se pasmaron ante su belleza. El hijo del mi pareja.”
El príncipe salió a recibirla, y tomándola de la Rey, que la había estado aguardando, la tomó inme- Al anochecer se despidió Cenicienta. El hijo del
mano, bailó con ella. Y es el caso que no quiso bailar diatamente de la mano y sólo bailó con ella. A las Rey quiso acompañarla; pero ella se escapó con tanta
con ninguna otra ni la soltó de la mano, y cada vez demás que fueron a solicitarlo, les respondía: “Esta rapidez, que su admirador no pudo darle alcance.
que se acercaba otra muchacha a invitarlo, se negaba es mi pareja.” Pero esta vez recurrió a un ardid: mandó embadur-
diciendo: “Esta es mi pareja.” Al anochecer, cuando la muchacha quiso reti- nar con pez las escaleras de palacio, por lo cual, al
Al anochecer, Cenicienta quiso volver a su casa, y rarse, el príncipe la siguió, empeñado en ver a qué saltar la muchacha los peldaños, la zapatilla izquier-
el príncipe le dijo: casa se dirigía; pero ella desapareció de un brinco en da se le quedó adherida a uno de ellos. La recogió
—Te acompañaré —deseoso de saber de dónde el jardín de detrás de la suya. Crecía en él un peral el príncipe, y observó que era diminuta, graciosa, y
era la bella muchacha. Pero ella se le escapó, y se grande y hermoso, del que colgaban peras magní- toda ella de oro. A la mañana siguiente se presentó
encaramó de un salto al palomar. El príncipe aguar- ficas. Ella se subió a la copa con la ligereza de una ar- en casa del hombre y le dijo:
dó a que llegase su padre, y le dijo que la doncella dilla, saltando entre las ramas, y el príncipe la perdió —Mi esposa será aquella cuyo pie se ajuste a este
forastera se había escondido en el palomar. de vista. zapato.
Entonces pensó el viejo: “¿Será la Cenicienta?” El joven aguardó la llegada del padre, y le dijo: Las dos hermanastras se alegraron, pues ambas
y, pidiendo que le trajesen un hacha y un pico, se —La joven forastera se me ha escapado; creo que tenían los pies muy lindos. La mayor fue a su cuarto
puso a derribar el palomar. Pero en su interior no se subió al peral. para probarse la zapatilla, acompañada de su madre.
había nadie. Y cuando todos llegaron a casa, encon- Pensó el padre: “¿Será la Cenicienta?” y, tomando Pero no había modo de introducir el dedo gordo;
traron a Cenicienta entre la ceniza, cubierta con sus un hacha derribó el árbol, pero nadie apareció en y al ver que la zapatilla era demasiado pequeña, la
sucias ropas, mientras un candil de aceite ardía en la copa. Y cuando entraron en la cocina, allí estaba madre, alargándole un cuchillo, le dijo:
la chimenea; pues la muchacha se había dado buena Cenicienta entre las cenizas, como tenía por costum- —¡Córtate el dedo! Cuando seas reina, no ten-
maña en saltar por detrás del palomar y correr hasta bre, pues había saltado al suelo por el lado opuesto del drás necesidad de andar a pie. Así lo hizo la mu-

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chacha; forzó el pie en el zapato y, reprimiendo el blanca media. Volvió grupas y llevó a su casa a la ciarse con Cenicienta y participar de su dicha. Pero
dolor, se presentó al príncipe. Él la hizo montar en falsa novia. al encaminarse el cortejo a la iglesia, yendo la mayor
su caballo y se marchó con ella. Pero hubieron de —Tampoco es ésta la verdadera —dijo—. ¿No a la derecha de la novia y la menor a su izquierda,
pasar por delante de la tumba, y dos palomitas que tenéis otra hija’? las palomas, de sendos picotazos, les sacaron un
estaban posadas en el avellano gritaron: —No —respondió el hombre—, sólo de mi ojo a cada una. Luego, al salir, yendo la mayor a la
esposa difunta queda una Cenicienta pringosa; pero izquierda y la menor a la derecha, las mismas aves les
Ruke di guk, ruke di guk; es imposible que sea la novia. sacaron el otro ojo. Y de este modo quedaron casti-
sangre hay en el zapato. Mandó el príncipe que la llamasen; pero la ma- gadas por su maldad, condenadas a la ceguera para
El zapato no le va, drastra replicó: todos los días de su vida. ♣
La novia verdadera en casa está. —¡Oh, no! ¡Está demasiado sucia! No me atrevo
a presentarla.
El príncipe le miró el pie y vio que de él fluía Pero como el hijo del Rey insistiera, no hubo más
sangre. Hizo dar media vuelta al caballo y devolvió remedio que llamar a Cenicienta. Ella se lavó prime-
la muchacha a su madre, diciendo que no era aque- ro las manos y la cara y, entrando en la habitación,
lla la que buscaba, y que la otra hermana tenía que saludó al príncipe con una reverencia, y él tendió el
probarse el zapato. zapato de oro. La muchacha se sentó en un banqui-
Subió ésta a su habitación y, aunque los dedos le llo, se quitó el pesado zueco y se calzó la zapatilla,
entraron holgadamente, en cambio no había manera que le calzaba perfectamente.
de meter el talón. Le dijo la madre, alargándole un Y cuando, al levantarse, el príncipe le vió el ros-
cuchillo: tro, reconoció en el acto a la hermosa doncella que
—Córtate un pedazo del talón. Cuando seas había bailado con él, y exclamó:
reina no tendrás necesidad de andar a pie. —¡Ésta sí que es mi verdadera novia!
La muchacha cortó un trozo del talón, metió a la La madrastra y sus dos hijas palidecieron de ra-
fuerza el pie en el zapato y, reprimiendo el dolor, y bia; pero el príncipe ayudó a Cenicienta a montar a
se presentó al hijo del Rey. caballo y marchó con ella. Y al pasar por delante del
La montó éste en su caballo y se marchó con ella. avellano, gritaron las dos palomitas blancas:
Pero al pasar por delante del avellano, las dos palo-
mitas posadas en una de sus ramas gritaron: Ruke di guk, ruke di guk;
no tiene sangre el zapato.
Ruke di guk, ruke di guk; Y pequeño no le está;
sangre hay en el zapato. Es la novia verdadera con la que va.
El zapato no le va,
La novia verdadera en casa está. Y dicho esto, bajaron volando las dos palomitas y
se posaron una en cada hombro de Cenicienta.
Miró el príncipe el pie de la muchacha y vio que Al llegar el día de la boda, se presentaron las trai-
la sangre manaba del zapato y había enrojecido la doras hermanas, muy zalameras, deseosas de congra-

Jacob & Wilhelm Grimm 49 Todos los cuentos


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el acertijo La hija advirtió a los dos hombres que no comie- Ya no quedó en la casa sino la hija del posadero,
[KHM022] Das Rätsel sen ni bebiesen nada, pues la vieja estaba confeccio- que era una buena muchacha, inocente por comple-
nando brebajes nocivos. Ellos durmieron apacible- to de los crímenes de aquellos hombres. Abrió a los
mente hasta la madrugada, y cuando se dispusieron forasteros todas las puertas y les mostró los tesoros
a reemprender la ruta, estando ya el príncipe monta- acumulados. Pero el príncipe le dijo que podía
do en su caballo, dijo la vieja: quedarse con todo, pues él nada quería de aquello, y
—Aguarda un momento, que tomarás un trago siguió su camino con su criado.
como despedida. Mientras entraba a buscar la bebi- Después de vagar mucho tiempo sin rumbo fijo,
da, el príncipe se alejó a toda prisa, y cuando volvió llegaron a una ciudad donde residía una orgullosa
a salir la bruja con la bebida, sólo halló al criado, princesa, hija del Rey, que había mandado pregonar
que se había entretenido arreglando la silla. su decisión de casarse con el hombre que fuera capaz
—¡Lleva esto a tu señor! —le dijo. Pero en el de plantearle un acertijo que ella no supiera desci-
Érase una vez el hijo de un rey, a quien entraron mismo momento se rompió la vasija, y el veneno frar, con la condición de que, si lo adivinaba, el pre-
deseos de correr mundo, y partió sin más compañía salpicó al caballo; tan virulento era, que el animal tendiente sería decapitado. Tenía tres días de tiempo
que la de un fiel criado. se desplomó muerto, como herido por un rayo. El para resolverlo; pero era tan inteligente, que siempre
Llegó un día a un extenso bosque, y al anochecer, criado echó a correr para dar cuenta a su amo de lo lo había resuelto antes de aquel plazo. Eran ya nueve
no encontrando ningún albergue, no sabía dónde sucedido; pero no queriendo perder la silla, volvió los pretendientes que habían sucumbido de aquel
pasar la noche. Vio entonces a una muchacha que a buscarla. Al llegar junto al cadáver del caballo modo, cuando llegó el príncipe y, deslumbrado por
se dirigía a una casita, y al acercarse se dio cuenta de encontró que un cuervo lo estaba devorando. su belleza, quiso poner en juego su vida.
que era joven y hermosa. Se dirigió a ella y le dijo: “¿Quién sabe si cazaré hoy algo mejor?,” se dijo Se presentó a la doncella y le planteó su enigma:
—Mi buena niña, ¿no nos acogerías por una el criado; mató, pues, el cuervo y se lo metió en el —¿Qué es —le dijo— una cosa que no mató a
noche en la casita, a mí y al criado? zurrón. ninguno y sin embargo, mató a doce?
—De buen grado lo haría —respondió la mucha- Durante toda la jornada estuvieron errando por En vano la princesa daba mil y mil vueltas a la
cha con voz triste—; pero no os lo aconsejo. Mejor el bosque sin encontrar la salida. Al anochecer die- cabeza; no acertaba a resolver el acertijo. Consultó
es que os busquéis otro alojamiento. ron con una hospedería y entraron en ella. El criado su libro de enigmas pero no encontró nada; se le
—¿Por qué? —preguntó el príncipe. dio el cuervo al posadero, a fin de que se lo guisara habían acabado sus recursos. No sabiendo ya qué
—Mi madrastra tiene malas tretas y odia a los para cenar. Pero resultó que había ido a parar a una hacer, mandó a su doncella que se introdujese
forasteros —contestó la niña suspirando. guarida de ladrones y, ya entrada la noche, se presen- de escondidas en el dormitorio del príncipe y se
Bien se dio cuenta el príncipe de que aquella era taron doce bandidos, que concibieron el propósito pusiera al acecho, pensando que tal vez hablaría
la casa de una bruja; pero como no era posible seguir de asesinar y robar a los forasteros. Sin embargo, en sueños y revelaría la respuesta del enigma. Pero
andando en la noche cerrada y, por otra parte no era antes de llevarlo a la práctica se sentaron a la mesa, el criado, que era muy listo, se metió en la cama
miedoso, entró. La vieja, que estaba sentada en un sillón junto con el posadero y la bruja, y se comieron una en vez de su señor, y cuando se acercó la doncella,
junto al fuego, miró a los viajeros con sus ojos rojizos: sopa hecha con la carne del cuervo. Pero apenas hu- arrebatándole de un tirón el manto en que venía
—¡Buenas noches! —dijo con voz gangosa, que bieron tomado un par de cucharadas cayeron todos envuelta, la echó del aposento a palos. A la segunda
quería ser amable—. Sentaos a descansar—. Y sopló muertos, pues el cuervo estaba contaminado con el noche la princesa envió a su camarera a ver si tenía
los carbones, en los que se cocía algo en un puchero. veneno del caballo. mejor suerte.

Jacob & Wilhelm Grimm 50 Todos los cuentos


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Pero el criado le quitó también el manto y la echó el ratoncito, el pajarito y la No bien llegaba el pajarito con su carga de leña,
a palos. Creyó entonces el príncipe que la tercera salchicha se sentaban los tres a la mesa y, terminada la comi-
noche estaría seguro y se acostó en el lecho. Pero [KHM023] Von dem Mäuschen, Vögelchen und da, dormían como unos benditos hasta la mañana
fue la propia princesa la que acudió, envuelta en der Bratwurst siguiente. Era, en verdad, una vida regalada.
una capa de color gris, y se sentó a su lado. Cuando Al otro día el pajarito, cediendo a las instiga-
creyó que dormía y soñaba, se puso a hablarle en voz ciones de su amigo, declaró que no quería ir más a
queda, con la esperanza de que respondería en sue- buscar leña; estaba cansado de hacer de criado de
ños, como muchos hacen. Pero él estaba despierto y los demás y de portarse como un bobo. Era preciso
lo oía todo perfectamente. Preguntó ella: revisar todo y organizar de otro modo el gobierno de
—Uno mató a ninguno, ¿qué es esto? la casa. De nada sirvieron los ruegos del ratón y de
Respondió él: la salchicha; el pájaro se mantuvo en sus trece. Hubo
—Un cuervo que comió de un caballo envenena- que hacerlo, pues, a suertes; a la salchicha le tocó la
do y murió a su vez. obligación de ir por leña, mientras el ratón cuidaría
Siguió ella preguntando: de la cocina, y el pájaro, del agua.
—Y mató, sin embargo, a doce, ¿qué es esto? Veréis lo que sucedió. La salchichita se marchó
—Son doce bandidos, que se comieron el cuervo Un ratoncito, un pajarito y una salchicha hacían a buscar leña; el pajarito encendió fuego, y el ratón
y murieron envenenados. vida en común. Llevaban ya mucho tiempo juntos, puso el puchero; luego los dos aguardaron a que la
Sabiendo ya lo que quería, la princesa trató de es- en buena paz y compañía y congeniaban muy bien. salchicha volviera con la provisión de leña para el día
cabullirse, pero el príncipe la sujetó por la capa, que La faena del pajarito era volar todos los días al siguiente. Pero tardaba tanto en regresar, que sus dos
ella hubo de abandonar. A la mañana, la hija del Rey bosque a buscar leña. El ratón cuidaba de traer agua compañeros empezaron a inquietarse, y el pajarito
anunció que había descifrado el enigma y, mandan- y poner la mesa, y la salchicha tenía a su cargo la emprendió el vuelo en su busca. No tardó en encon-
do venir a los doce jueces, dio la solución ante ellos. cocina. trar un perro que, considerando a la salchicha buena
Pero el joven solicitó ser escuchado y dijo: Cuando las cosas van demasiado bien, uno se presa, la había capturado y asesinado. El pajarito
—Durante la noche, la princesa se deslizó hasta cansa pronto de ellas. Así, ocurrió que un día el echó en cara al perro su mala acción, que calificó de
mi lecho y me lo preguntó; sin esto, nunca habría pajarito se encontró con otro pájaro, a quien contó robo descarado, pero el perro le replicó que la salchi-
acertado. y encomió lo bien que vivía. Pero el otro lo trató de cha llevaba documentos comprometedores y había
Dijeron los jueces: tonto, pues que cargaba con el trabajo más duro, tenido que pagarlo con la vida.
—Danos una prueba. mientras los demás se quedaban en casita muy des- El pajarito cargó tristemente con la leña y, de
Entonces el criado entró con los tres mantos, y cansados. Pues el ratón, en cuanto había encendido vuelta a su casa, contó lo que acababa de ver y de oír.
cuando los jueces vieron el gris que solía llevar la el fuego y traído el agua, podía irse a descansar en su Los dos compañeros quedaron muy abatidos; pero
princesa, fallaron la sentencia siguiente: cuartito hasta la hora de poner la mesa. Y la salchi- convinieron en sacar el mejor partido posible de la
—Que este manto se borde en oro y plata; será el cha no se movía de al lado del puchero, vigilando situación y seguir haciendo vida en común. Así, el
de vuestra boda. ♣ que la comida se cociese bien, y cuando estaba a pajarito puso la mesa, mientras el ratón guisaba la
punto, no tenía más que zambullirse un momento comida. Queriendo imitar a la salchicha, se metió en
en las patatas o las verduras, y éstas quedaban adoba- el puchero de las verduras para agitarlas y reblande-
das, saladas y sazonadas. cerlas; pero aún no había llegado al fondo de la olla

Jacob & Wilhelm Grimm 51 Todos los cuentos


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que se quedó cogido y sujeto, y hubo de dejar allí la madre nieve (Frau Holle) que me quemo!
piel y la vida. [KHM024] Frau Holle Ya estoy bastante cocido.
Al volver el pajarito pidió la comida, pero se
encontró sin cocinero. Malhumorado, dejó la leña Ella se acercó y, con la pala, fue sacando las
en el suelo de cualquier manera, y se puso a llamar y hogazas.
a buscar, pero el cocinero no aparecía. Prosiguiendo su camino, vio un manzano carga-
Por su descuido, el fuego llegó a la leña y prendió do de manzanas, que le gritó, a su vez:
en ella. El pájaro se precipitó a buscar agua, pero
el cubo se le cayó en el pozo, con él dentro y, no ¡Sacúdeme, sacúdeme!
pudiendo salir, murió ahogado. ♣ Todas las manzanas
estamos ya maduras.

Cierta viuda tenía dos hijas, una de ellas hermosa y Sacudiendo ella el árbol, comenzó a caer una llu-
diligente; la otra fea y perezosa. Sin embargo, quería via de manzanas hasta no quedar ninguna colgada, y
mucho más a esta segunda porque era su verdadera después que las hubo reunido en un montón, siguió
hija, y cargaba a la otra todas las faenas del hogar, adelante.
haciendo de ella la cenicienta de la casa. La pobre Finalmente llegó a una casita, a una de cuyas ven-
muchacha tenía que sentarse todos los días junto a tanas estaba asomada una vieja, pero como tenía los
un pozo al borde de la carretera, y estarse hilando dientes muy grandes, la niña echó a correr, asustada.
hasta que le sangraban los dedos. La vieja la llamó:
Tan manchado de sangre se le puso un día el —¿De qué tienes miedo, hijita? Quédate con-
huso, que la muchacha quiso lavarlo en el pozo, y he migo. Si quieres cuidar de mi casa, lo pasarás muy
aquí que se le escapó de la mano y le cayó al fondo. bien. Sólo tienes que poner cuidado en sacudir bien
Llorando, se fue a contar lo ocurrido a su madrastra mi cama para que vuelen las plumas, pues entonces
y ésta, que era muy dura de corazón, la riñó áspera- nieva en la Tierra. Yo soy la Madre Nieve.1
mente y le dijo: Al oír a la vieja hablarle en tono tan cariñoso, la
—¡Puesto que has dejado caer el huso al pozo, muchacha cobró ánimos, y aceptando el ofrecimien-
irás a sacarlo! to, entró a su servicio. Hacía todas las cosas a plena
Volvió la muchacha al pozo sin saber qué hacer y, satisfacción de su ama, sacudiéndole vigorosamente
en su angustia, se arrojó al agua en busca del huso. la cama, de modo que las plumas volaban cual copos
Perdió el sentido, y al despertarse y volver en sí, se de nieve. En recompensa disfrutaba de buena vida,
encontró en un bellísimo prado bañado de sol y cu- no tenía que escuchar ni una palabra dura y todos
bierto de millares de florecillas. Caminando por él, los días comía cocido y asado.
llegó a un horno lleno de pan, el cual le gritó:
1 En alemán, ‘Frau Holle.’ Por esto, en Alemania, cuando
¡Sácame de aquí! ¡Sácame de aquí, nieva dicen que “Frau Holle está haciendo su cama.” [N.
del Tr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 52 Todos los cuentos
el profanador de textos
Cuando ya llevaba una temporada en casa de cómo había adquirido tanta riqueza, quiso procurar Tampoco hacía la cama según las indicaciones de
Madre Nieve, le entró una extraña tristeza que ni la misma fortuna a su hija, la fea y perezosa. Madre Nieve, ni la sacudía de manera que volasen
ella misma sabía explicarse, hasta que al fin, se dio Le mandó, pues, a hilar junto al pozo, y para que las plumas.
cuenta de que era nostalgia de su tierra. Aunque el huso se manchase de sangre, hizo que se pinchase Al fin, la señora se cansó y la despidió con gran
estuviera allí mil veces mejor que en su casa, añoraba un dedo y poniendo la mano en un espino; luego satisfacción de la holgazana, pues creía llegada la
a los suyos, y así, un día dijo a su ama: arrojó el huso al pozo, y a continuación hizo que hora de la lluvia de oro. Madre Nieve la condujo
—Siento nostalgia de casa, y aunque estoy muy saltara la hija. también al portal; pero en vez de oro vertieron sobre
bien aquí, no me siento con fuerzas para continuar; Llegó, como su hermanastra, al delicioso prado y ella un gran caldero de pez negra.
tengo que volver con los míos. echó a andar por el mismo sendero. Al pasar junto al —Esto es el pago de tus servicios —le dijo su
Respondió Madre Nieve: horno, volvió el pan a exclamar: ama, cerrando el portal.
—Me place que sientas deseos de regresar a tu Y así se presentó la perezosa en su casa, con todo
casa y, puesto que me has servido tan fielmente, yo ¡Sácame de aquí! ¡Sácame de aquí, el cuerpo cubierto de pez, y el gallo del pozo al verla,
misma te acompañaré. que me quemo! se puso a gritar:
Y tomándola de la mano, la condujo hasta un Ya estoy bastante cocido.
gran portal. El portal estaba abierto, y en el momen- Quiquiriquí,
to de traspasarlo la muchacha le cayó encima una Pero le replicó la holgazana: nuestra sucia doncella
copiosísima lluvia de oro; y el oro se le quedó adhe- —¿Crees que tengo ganas de ensuciarme? —y vuelve a estar aquí.
rido a los vestidos, por lo que todo su cuerpo estaba pasó de largo.
cubierto del precioso metal. No tardó en encontrar el manzano, el cual le gritó: La pez negra se le quedó adherida, y en todo el
—Esto es para ti, en premio de la diligencia con resto de su vida no se la pudo quitar del cuerpo. ♣
que me has servido —le dijo Madre Nieve, al tiempo ¡Sacúdeme, sacúdeme!
que le devolvía el huso que le había caído al pozo. Todas las manzanas
Se cerró entonces el portal y la doncella se encon- estamos ya maduras.
tró de nuevo en el mundo, no lejos de la casa de su
madre. Ella le replicó:
Y cuando llegó al patio el gallo, que estaba enca- —¡Me guardaré muy bien! ¿Y si me cayese una en
ramado en el barandal del pozo, gritó: la cabeza?
Y siguió adelante. Al llegar frente a la casa de
¡Quiquiriquí, Madre Nieve, no se asustó de sus dientes porque
nuestra doncella de oro ya tenía noticia de ellos, y se quedó a su servicio.
vuelve a estar aquí! El primer día se dominó y trabajó con aplicación,
obedeciendo puntualmente a su ama, pues pensaba
Entró la muchacha, y tanto su madrastra como la en el oro que iba a regalarle.
hija de ésta la recibieron muy bien al ver que venía Pero al segundo día empezó ya a haraganear; el
cubierta de oro. La muchacha les contó todo lo que tercero se hizo la remolona al levantarse por la ma-
le había ocurrido, y al enterarse la madrastra de ñana, y así, cada día peor.

Jacob & Wilhelm Grimm 53 Todos los cuentos


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los siete cuervos mirada, vio que siete cuervos negros como la noche Escapó ella a toda prisa y se fue a las estrellas, las
[KHM025] Die sieben Raben revoloteaban en el cielo. cuales, muy cariñosas, la acogieron amablemente,
Los padres no pudieron ya reparar los efectos sentada cada una en su sillita. El lucero del alba se
de la maldición y quedaron apenadísimos por la levantó y, dándole una patita de pollo, le dijo:
pérdida de sus siete hijos. Algo los consolaba, sin —Sin esto no podrías abrir la montaña de cristal,
embargo: la compañía de su hijita, la cual, vencido y en la montaña de cristal están tus hermanos.
el peligro, fue adquiriendo fuerzas y haciéndose cada Tomó la niña la patita, envolviéndola en un
día más hermosa. pañuelo y reemprendió su camino, andando, andan-
Durante muchos años no supo que había teni- do, hasta que llegó a la montaña de cristal. Como
do hermanos, pues los padres se guardaron bien de la puerta estaba cerrada, se dispuso a sacar la patita;
mencionarlos. Hasta que un día oyó por azar cómo pero, al desenvolver el pañuelo, lo encontró vacío.
unas personas decían de ella que era muy bonita, ¡Había perdido el regalo de la estrella!
realmente, pero que tenía la culpa de la desgracia de ¿Qué hacer ahora? Quería salvar a sus herma-
Un hombre tenía siete hijos, todos varones, y ningu- sus siete hermanos. nos, pero no tenía la llave que abría la puerta de la
na hija, a pesar de lo mucho que la deseaba. Al fin, Profundamente afligida, la niña fue a preguntar a montaña de cristal. Entonces la buena hermanita,
su mujer volvió a darle buenas esperanzas, y efectiva- sus padres si había tenido hermanos y qué había sido tomando una navaja se cortó el dedo meñique e,
mente, al llegar la hora, dio a luz una niña. de ellos. Los padres no pudieron ya seguir guardan- introduciéndolo en la cerradura, en seguida se le
La alegría de los padres fue grande; pero la cria- do el secreto, pero le aseguraron que todo había sido abrió la puerta. Una vez dentro, se le se presentó un
tura era enclenque y pequeñita por lo que, viéndola un designio del cielo y su nacimiento no había sido enanito, que le preguntó:
tan débil, sus padres decidieron bautizarla en segui- sino la ocasión de que se cumpliera el destino. —Hija mía, ¿qué vienes a buscar aquí?
da, por miedo de que se les muriera. Sin embargo, desde aquel día la muchachita se —Busco a mis hermanitos, los siete cuervos —
El padre envió a uno de los hijos a la fuente, a creyó culpable y consideró que era un deber redi- respondió ella.
buscar agua para el bautismo; los otros seis quisieron mir a sus hermanos. Y ya no tuvo un momento de Dijo el enanito:
acompañarlo y, rivalizando todos en ser el primero reposo ni tranquilidad, hasta que un buen día, sin —Los señores cuervos no están en casa; pero si
en llenar de agua el jarro, éste cayó al fondo del decir nada a nadie, se lanzó al mundo en busca de quieres aguardar a que regresen, entra.
manantial. sus hermanos, dispuesta a libertarlos, costase lo que Sirvió entonces el enanito la comida de los cuer-
Helos allí, sin saber qué hacer y no atreviéndose a costase. Sólo se llevó una sortija de sus padres como vos, en siete platitos y otras tantas copitas, y de cada
volver a casa. Ante la tardanza, el padre se impacien- recuerdo, una hogaza de pan para matar el hambre, platito comió la hermanita un pequeño bocado, y de
tó y dijo: un jarrito de agua para apagar la sed y una sillita cada copita bebió un sorbo, y en la última dejó caer
—De seguro que esos diablos estarán jugando sin para sentarse cuando se cansara. la sortija que se había llevado de su casa.
acordarse del agua. Y anduvo, anduvo lejos, muy lejos, hasta el fin De pronto percibió en el aire un rumor y un
Y, cada vez más angustiado, temiendo que la niña del mundo. Y llegó al Sol; pero era terrible y ardoro- aleteo, y el enanito le dijo:
muriese sin bautismo, en un arrebato de cólera gritó: so, y se comía a los niños pequeños. Echó a correr y —Ahora llegan los señores cuervos.
—¡Ojalá se volviesen cuervos! llegó a la Luna, que era terriblemente fría y, además, Y, efectivamente, entraron, hambrientos y sedien-
Apenas habían salido estas palabras de sus labios cruel y malvada; y cuando descubrió a la niña, dijo: tos, buscando sus respectivos platitos y vasitos. Y
cuando oyó un zumbido en el aire, y al levantar la —¡Huele a carne humana! exclamaron uno tras otro:

Jacob & Wilhelm Grimm 54 Todos los cuentos


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—¿Quién ha comido de mi platito? ¿Quién ha caperucita roja él se encontró con el lobo. Caperucita no se asustó al
bebido de mi copita? ¡Ha sido una boca humana! [KHM026] Rotkäppchen verlo, pues no sabía lo malo que era aquel animal.
Y cuando el séptimo llegó al fondo de su copa, —¡Buenos días, Caperucita Roja!
apareció la sortija. Mirándola, la reconoció como la —¡Buenos días, lobo!
de sus padres y dijo: —¿Adónde vas tan temprano, Caperucita?
—¡Ojalá fuese nuestra hermanita la que ha veni- —A casa de mi abuelita.
do; pues quedaríamos desencantados! —¿Y qué llevas en el delantal?
Cuando la niña, que escuchaba detrás de la —Pastel y vino. Ayer amasamos, y le llevo a mi
puerta, oyó este deseo, entró en la sala y, al momen- abuelita algo para que se reponga, pues está enferma
to, todos recuperaron su figura humana. Y después y delicada.
de abrazarse y besarse unos a otros regresaron muy —¿Dónde vive tu abuelita?
felices a su casa. ♣ —Bosque adentro, a un buen cuarto de hora
todavía; su casa está junto a tres grandes robles, más
Érase una vez una niña tan dulce y cariñosa, que arriba del seto de avellanos; de seguro que la conoces
robaba los corazones de cuantos la veían: pero quien —le explicó Caperucita.
más la quería era su abuelita, a la que todo le parecía Pensó el lobo: “Esta chiquita está gordita, es tier-
poco cuando se trataba de obsequiarla. na y delicada y será un bocado sabroso, mejor que la
Un día le regaló una caperucita de terciopelo co- vieja. Tendré que ingeniármelas para pescarlas a las
lorado, y como le sentaba tan bien y la pequeña no dos.” Y, después de continuar un rato al lado de la
quería llevar otra cosa, todo el mundo dio en llamar- niña, le dijo:
la ‘Caperucita Roja.’ —Caperucita, fijate en las lindas flores que hay
Un día, su madre le dijo: por aquí. ¿No te paras a mirarlas? ¿Y tampoco oyes
—Mira, Caperucita, ahí tienes un pedazo de cómo cantan los pajaritos? Andas distraída, como si
pastel y una botella de vino; se los llevarás a la abue- fueses a la escuela, cuando es tan divertido pasearse
lita, que está enferma y delicada; le sentarán bien. por el bosque.
Ponte en camino antes de que apriete el calor, y ve Levantó Caperucita Roja los ojos, y al ver bailo-
muy cuidadosa, sin apartarte del sendero, no fueras tear los rayos del sol entre los árboles y todo el suelo
a caerte y romper la botella; entonces, la abuelita se cubierto de bellísimas flores, pensó: “Si le llevo a
quedaría sin nada. Y cuando entres en su cuarto no la abuelita un buen ramillete le daré una alegría; es
te olvides de decir “Buenos días,” y no te entretengas muy temprano aún, y tendré tiempo de llegar a la
en curiosear por los rincones. hora.”
—Lo haré todo como dices —contestó Se apartó del camino para adentrarse en el bosque
Caperucita, tomando las cosas de la mano a su y se puso a tomar flores. Y en cuanto cortaba una, ya
madre. le parecía que un poco más lejos asomaba otra más
Pero la abuelita vivía lejos, a media hora del pue- bonita aún, y de esta manera penetraba cada vez más
blo, en medio del bosque, y cuando la niña entró en en la espesura, corriendo de un lado a otro.

Jacob & Wilhelm Grimm 55 Todos los cuentos


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Mientras tanto, el lobo se encaminó directamente Cuando el mal bicho estuvo harto, se metió nue- tó de nuevo desviarla de su camino. Mas la niña se
a casa de la abuelita, y al llegar llamó a la puerta. vamente en la cama y se quedó dormido, roncando guardó muy bien de hacerlo y siguió derechita, y
—¿Quién es? ruidosamente. luego contó a la abuela que se había encontrado con
—Soy Caperucita Roja, que te trae pastel y vino. He aquí que acertó a pasar por allí el cazador, el lobo, el cual le había dado los buenos días, pero
—¡Abre! ¡Descorre el cerrojo! —gritó la abueli- el cual pensó: “¡Caramba, cómo ronca la anciana! mirándola con unos ojos muy aviesos.
ta—; estoy muy débil y no puedo levantarme. Voy a entrar, no fuera que le ocurra algo.” Entró en —A buen seguro que si no llegamos a estar en
Descorrió el lobo el cerrojo, abrió la puerta, y la el cuarto y, al acercarse a la cama, vio al lobo que pleno camino, me devora.
fiera, sin pronunciar una palabra, se encaminó al dormía en ella. —Ven —dijo la abuelita—, cerraremos la puerta
lecho de la abuela y la devoró de un bocado. Se puso —¡Ajá! ¡Por fin te encuentro, viejo bribón! —ex- bien, para que no pueda entrar.
luego sus vestidos, se tocó con su cofia, se metió en clamó—. ¡Hace mucho tiempo que te busco! No tardó mucho tiempo en presentarse el muy
la cama y corrió las cortinas. Y se disponía ya a dispararle un tiro, cuando se le bribonazo, gritando:
Mientras tanto, Caperucita había estado juntan- ocurrió que tal vez la fiera habría devorado a la abue- —Ábreme, abuelita; soy Caperucita Roja que te
do flores, y cuando tuvo un ramillete tan grande que lita y que quizás estuviese aún a tiempo de salvarla. traigo asado.
ya no podía añadirle una flor más, se acordó de su Dejó, pues, la escopeta, y con unas tijeras se puso Pero las dos se estuvieron calladas, sin abrir. El
abuelita y reemprendió presurosa el camino de su a abrir la barriga de la fiera dormida. A los prime- lobo dio varias vueltas a la casa, y al fin se subió de
casa. ros tijeretazos, vio brillar la caperucita roja, y poco un brinco al tejado, dispuesto a aguardar a que la
Se extrañó al ver la puerta abierta; cuando entró después saltó fuera la niña, exclamando: niña saliese al anochecer para volver a casa; enton-
en la habitación experimentó una sensación rara, —¡Ay, qué susto he pasado! ¡Y qué oscuridad en ces la seguiría disimuladamente y la devoraría en la
y pensó: “¡Dios mío, qué angustia siento! Y con lo el vientre del lobo! oscuridad. Pero la abuelita le adivinó las intenciones.
bien que me encuentro siempre en casa de mi abue- A continuación salió también la abuelita, viva He aquí que delante de la casa había una gran
lita.” Gritó: aún, aunque casi ahogada. Caperucita Roja corrió a artesa de piedra, y la anciana dijo a la pequeña:
—¡Buenos días! —pero no obtuvo respuesta. buscar gruesas piedras, y con ellas llenaron la barriga —Toma el cubo, Caperucita; ayer cocí salchichas;
Se acercó a la cama, descorrió las cortinas y vio del lobo. Éste, al despertarse, trató de escapar, pero ve a verter el agua en que las cocí.
a la abuela, hundida la cofia de modo que le las piedras pesaban tanto que cayó al suelo muerto. Así lo hizo Caperucita, y repitió el viaje hasta que
tapaba casi toda la cara y con un aspecto muy Los tres estaban la mar de contentos. El cazador la artesa estuvo llena. El olor de las salchichas subió
extraño. despellejó al lobo y se marchó con la piel; la abuelita hasta el olfato del lobo, que se puso a husmear y a
—¡Ay, abuelita! ¡Qué orejas más grandes tienes! se comió el pastel, se bebió el vino que Caperucita le mirar abajo; al fin, alargó tanto el cuello que perdió
—Así te oigo mejor. había traído y se sintió muy restablecida. Y, entre- el equilibrio, resbaló del tejado, cayó de lleno en la
—¡Ay, abuelita, vaya manos tan grandes que tanto, la niña pensaba: “Nunca más, cuando vaya gran artesa, y se ahogó.
tienes! sola, me apartaré del camino desobedeciendo a mi Caperucita se volvió tranquilamente a casita sin
—Así puedo agarrarte mejor. madre.” que nadie le tocase ni un pelo. ♣
—¡Pero, abuelita! ¡Qué boca más terriblemente
grande tienes! .  .  .
—¡Es para tragarte mejor!
Y diciendo esto, el lobo saltó de la cama y se Y cuentan también que otro día que Caperucita
tragó a la pobre Caperucita Roja. llevó un asado a su anciana abuelita, un lobo inten-

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los músicos de Brema —Y, pues, ¿qué contratiempo has sufrido, bigota- en un bosque que encontraron. El asno y el perro
[KHM027] Die Bremer Stadtmusikanten zos? —preguntó el asno. —No está uno para poner se tendieron bajo un alto árbol; el gato y el gallo se
cara de Pascua cuando le va la piel —respondió el subieron a las ramas, aunque el gallo se encaramó de
gato—. Porque me hago viejo, se me embotan los un vuelo hasta la cima, creyéndose allí más seguro.
dientes y me siento más a gusto al lado del fuego Antes de dormirse, echó una mirada a los cuatro
que corriendo tras los ratones, mi ama ha tratado de vientos, y en la lejanía divisó una chispa de luz, por
ahogarme. Cierto que he logrado escapar, pero mi lo que gritó a sus compañeros que no muy lejos
situación es apurada: ¿adónde iré ahora? debía de haber una casa. Dijo entonces el asno:
—Vente a Brema con nosotros. Eres un perito —Mejor será que levantemos el campamento
en música nocturna y podrás entrar también en la y vayamos a verlo, pues aquí estamos muy mal
banda. alojados.
El gato estimó bueno el consejo y se agregó a los Pensó el perro que unos huesos y un poquitín de
Tenía un hombre un asno que durante largos años otros dos. carne no vendrían mal, y así se pusieron todos en
había transportado incansablemente los sacos al Más tarde llegaron los tres fugitivos a un cortijo camino en dirección de la luz; ésta iba aumentando
molino; pero al cabo vinieron a faltarle las fuerzas, y donde, encaramado en lo alto del portal, un gallo en claridad a medida que se acercaban, hasta que
cada día se iba haciendo más inútil para el trabajo. gritaba con todos sus pulmones. llegaron a una guarida de ladrones, profusamente
El amo pensó en deshacerse de él; pero el burro, —Tu voz se nos mete en los sesos —dijo el iluminada.
dándose cuenta de que soplaban malos vientos, asno—. ¿Qué te pasa? El asno, que era el mayor, se acercó a la ventana,
escapó y tomó el camino de la ciudad de Brema, —He estado profetizando buen tiempo —res- para echar un vistazo al interior.
pensando que tal vez podría encontrar trabajo como pondió el gallo—, porque es el día en que la Virgen —¿Qué ves, rucio? —preguntó el gallo.
músico municipal. María ha lavado la camiseta del Niño Jesús y quiere —¿Qué veo? —replicó el asno—. Pues una mesa
Después de andar un buen trecho, se encontró ponerla a secar. Pero como resulta que mañana es puesta con comida y bebida, y unos bandidos que se
con un perro cazador que, echado en el camino, domingo y vienen invitados, mi ama, que no tiene están dando el gran atracón.
jadeaba, al parecer cansado de una larga carrera. compasión ha mandado a la cocinera que me eche —¡Con lo bien que nos vendría a nosotros! —
—Pareces muy fatigado, amigo —le dijo el asno. al puchero; y así, esta noche va a cortarme el cuello. dijo el gallo.
—¡Ay! —exclamó el perro—, como ya soy viejo y Por eso grito ahora con toda la fuerza de mis pulmo- —¡Y tú que lo digas! —añadió el asno—. ¡Quién
estoy más débil cada día que pasa y ya no sirvo para nes, mientras me quedan aún algunas horas. pudiera estar allí!
cazar, mi amo quiso matarme, y yo he puesto tierra —¡Bah, cresta roja! —dijo el asno—. Mejor Los animales deliberaron entonces acerca de la
por medio. Pero, ¿cómo voy a ganarme el pan? harás viniéndote con nosotros. Mira, nos vamos a manera de expulsar a los bandoleros, y al fin, dieron
—¿Sabes qué? —dijo el asno—. Yo voy a Brema, Brema; algo mejor que la muerte en cualquier parte con una solución. El asno se colocó con las patas
a ver si puedo encontrar trabajo como músico de la lo encontrarás. Tienes buena voz, y si todos juntos delanteras sobre la ventana; el perro montó sobre la
ciudad. Vente conmigo y entra también en la banda. armamos una banda, ya saldremos del apuro. espalda del asno, el gato trepó sobre el perro, y final-
Yo tocaré el laúd, y tú puedes tocar los timbales. Al Al gallo le pareció interesante la oferta, y los cua- mente, el gallo se subió de un vuelo sobre la cabeza
can le pareció bien la proposición, y prosiguieron jun- tro emprendieron el camino de Brema. del gato.
tos la ruta. No había transcurrido mucho rato cuando Pero no pudieron llegar a la ciudad aquel mis- Colocados ya, a una señal convenida prorrumpie-
encontraron un gato con cara de tres días sin pan: mo día, y al anochecer resolvieron pasar la noche ron a la una en su espeluznante música: el asno, re-

Jacob & Wilhelm Grimm 57 Todos los cuentos


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buznando; el perro, ladrando; el gato, maullando, y El ladrón, corriendo como alma que lleva el dia- el hueso cantor
el gallo cantando. Y acto seguido se precipitaron por blo, llegó hasta donde estaba el capitán, y le dijo: [KHM028] Der singende Knochen
la ventana al interior de la sala, con gran estrépito de —¡Uf!, en la casa hay una horrible bruja que me
cristales. Los bandidos se levantaron de un salto ante ha soplado y arañado la cara con sus largas uñas. Y
aquel estruendo, pensando que tal vez se trataría de en la puerta hay un hombre armado de un cuchillo y
algún fantasma, y presa de espanto tomaron las de me lo ha clavado en la pierna. En la era, un mons-
Villadiego en dirección al bosque. truo negro me ha aporreado con un enorme mazo, y
Los cuatro socios se sentaron a la mesa y, con en la cima del tejado, el juez venga gritar: “¡Traedme
las sobras de sus antecesores, se hartaron como si el bribón aquí!” Menos mal que pude escapar.
los esperasen cuatro semanas de ayuno. Cuando los Los bandoleros ya no se atrevieron a volver a la
cuatro músicos hubieron terminado el banquete, casa, y los músicos de Brema se encontraron en ella
apagaron la luz y se buscaron cada uno una yacija tan a gusto, que ya no la abandonaron. Y quien no
apropiada a su naturaleza y gusto. El asno se echó quiera creerlo, que vaya a verlo. ♣ Había una vez gran alarma en un país por causa de
sobre el estiércol; el perro, detrás de la puerta; el un jabalí que asolaba los campos, destruía el ganado
gato, sobre las cenizas calientes del hogar, y el gallo y despanzurraba a las personas a colmillazos.
se posó en una viga; y como todos estaban rendidos El Rey prometió una gran recompensa a quien
de su larga caminata, no tardaron en dormirse. librase al país de aquel azote; pero la fiera era tan
A medianoche, los ladrones observaron desde corpulenta y forzuda, que nadie se atrevía a acercarse
lejos que no había luz en la casa y que todo parecía al bosque donde tenía su morada.
tranquilo, entonces dijo el capitán: Finalmente, el Rey hizo salir a un pregonero
—No debíamos habernos asustado tan fácilmente diciendo que otorgaría por esposa a su única hija a
—y envió a uno de los de la cuadrilla a explorar el aquel que capturase o diese muerte a la alimaña.
terreno. Vivían a la sazón dos hermanos en aquel reino,
El mensajero lo encontró todo quieto y silencio- hijos de un hombre pobre, que se ofrecieron a inten-
so, y entró en la cocina para encender luz. Tomando tar la empresa. El mayor, astuto y listo, lo hizo por
los brillantes ojos del gato por brasas encendidas, soberbia; el menor, que era ingenuo y tonto, movido
aplicó a ellos un fósforo, para que prendiese. Pero el por su buen corazón. Dijo el Rey:
gato no estaba para bromas y, saltándole al rostro, —Para estar seguros de encontrar el animal, en-
se puso a soplarle y arañarle. Asustado el hombre, traréis en el bosque por los extremos opuestos.
echó a correr hacia la puerta trasera; pero el perro, El mayor entró por el lado de Poniente, y el me-
que dormía allí, se levantó de un brinco y le hincó nor, por el de Levante. Al poco rato de avanzar éste,
los dientes en la pierna; y cuando el bandolero, en su se le acercó un hombrecito que llevaba en la mano
huida, atravesó la era por encima del estercolero, el un pequeño venablo, y le dijo:
asno le propinó una recia coz, mientras el gallo, des- —Te doy este venablo porque tu corazón es
pertado por todo aquel alboroto y ya muy animado, inocente y bondadoso. Con él puedes enfrentarte sin
gritaba desde su viga: “¡Kikirikí!” temor con el salvaje jabalí; no te hará daño alguno.

Jacob & Wilhelm Grimm 58 Todos los cuentos


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El muchacho dio las gracias al hombrecito y, años más tarde, un pastor que conducía su rebaño los tres pelos de oro del diablo
echándose el arma al hombro, siguió su camino sin por el puente vio abajo, entre la arena, un huesecillo [KHM029] Der Teufel mit den drei goldenen
miedo. Poco después avistó a la fiera, que corría blanco como la nieve, y pensó que con él podría fa- Haaren
furiosa contra él; pero el joven le presentó la jabalina, bricarse una boquilla para su cuerno. Así lo hizo, y al
y el animal, en su rabia loca, embistió ciegamente y se probar el instrumento con la nueva pieza, el hueseci-
atravesó el corazón con el arma. El muchacho se cargó llo se puso a cantar, con gran asombro del pastor:
la fiera a la espalda y se volvió para presentarla al Rey.
Al salir del bosque por el lado opuesto, se detuvo Ay, amable pastorcillo
en la entrada de una casa, donde había mucha gente que tocas con mi huesecillo.
que se divertía bailando y empinando el codo. Allí Mi hermano me ha matado
estaba también su hermano mayor; había pensado y bajo este puente enterrado.
que el jabalí no iba a escapársele, y que primero El jabalí se ha llevado
podría tomarse unos tragos. Al ver a su hermano y la princesa me ha robado.
menor que salía del bosque con el jabalí a cuestas, Érase una vez una mujer muy pobre que dio a luz
su envidioso y perverso corazón no le dejó ya un El pastor pensó: “¡Vaya un cuerno prodigioso, un niño. Como el pequeño vino al mundo envuelto
instante en reposo. que canta solo! Voy a llevarlo al Señor Rey.” en la tela de la suerte, le predijeron que al cumplir
—Ven, hermano —le dijo, llamándolo—, des- No bien hubo llegado a presencia del Rey, el los catorce años se casaría con la hija del Rey.
cansarás un poco y te reanimarás con un vaso de cuerno volvió a entonar su canción. El Rey, com- Ocurrió que unos días después el Rey pasó por
vino. prendiendo el sentido, mandó excavar la tierra el pueblo, sin darse a conocer, y al preguntar qué
El pequeño, que no pensaba mal, entró y le contó debajo del puente y apareció el esqueleto entero del novedades había, le respondieron:
su encuentro con el hombrecito que le había dado la asesinado. El mal hermano no pudo negar el hecho. —Uno de estos días ha nacido un niño con una
jabalina para matar al jabalí. El mayor lo retuvo has- Lo cosieron en un saco y lo echaron al río para que tela de la suerte. A quien esto sucede, la fortuna
ta el anochecer, y entonces partieron los dos juntos. muriera ahogado. lo protege. También le han pronosticado que a los
Al llegar, ya oscurecido, a un puente que cruzaba Los huesos del muerto fueron depositados en el catorce años se casará con la hija del Rey.
el río, el mayor hizo que el otro pasara delante, y cementerio, en una hermosa sepultura, y allí reposan El Rey, que era hombre de corazón duro, se irritó
cuando estuvo en la mitad, le asestó a traición un en santa paz. ♣ al oír aquella profecía, y yendo a encontrar a los
fuerte golpe y lo mató. Lo enterró bajo el puente y, padres, les dijo con tono muy amable:
cargando con el jabalí, lo llevó al Rey, afirmando que —Vosotros sois muy pobres; dejadme, pues, a
lo había cazado y muerto, hazaña por la cual obtuvo vuestro hijo, que yo lo cuidaré.
la mano de la princesa. Al principio, el matrimonio se negaba, pero al
Al extrañarse la gente de que no regresara el her- ofrecerles el forastero un buen bolso de oro, pen-
mano, dijo: saron: “Ha nacido con buena estrella; será, pues,
—Seguramente que el animal lo habrá despeda- por su bien” —y, al fin, aceptaron y le entregaron el
zado —y todo el mundo lo creyó así. niño.
Pero como a Dios nada le queda oculto, también El Rey lo metió en una cajita y prosiguió con él
aquella negra fechoría hubo de salir a la luz. Unos su camino, hasta que llegó al borde de un profundo

Jacob & Wilhelm Grimm 59 Todos los cuentos


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río. Arrojó al agua la caja, y pensó: “Así he librado a El muchacho se puso en camino con la carta, era guapo y apuesto, su esposa vivía feliz y satisfecha
mi hija de un pretendiente bien inesperado.” pero se extravió, y al anochecer llegó a un gran bos- con él.
Pero la caja, en lugar de irse al fondo, se puso a que. Vio una lucecita en la oscuridad y se dirigió allí, Transcurrido algún tiempo, regresó el Rey a pala-
flotar como un barquito, sin que entrara en ella ni resultando ser una casita muy pequeña. Al entrar cio y vio que se había cumplido el vaticinio: el niño
una gota de agua. Y así continuó, corriente abajo, sólo había una anciana sentada junto al fuego, la de la suerte se había casado con su hija.
hasta cerca de dos millas de la capital del reino, don- cual se asustó al ver al muchacho y le dijo: —¿Cómo pudo ser eso? —preguntó—. En mi
de quedó detenida en la presa de un molino. —¿De dónde vienes y adónde vas? carta daba yo una orden muy distinta.
Uno de los muchachos, que por fortuna se —Vengo del molino —respondió él— y voy a Entonces la Reina le presentó el escrito, para que
encontraba presente y la vio, sacó la caja con un llevar una carta a la Señora Reina. Pero como me leyera él mismo lo que allí decía. Leyó el Rey la carta
gancho, creyendo encontrar en ella algún tesoro. Al extravié, me gustaría pasar aquí la noche. y se dio cuenta de que había sido cambiada por otra.
abrirla se le ofreció a su vista un hermoso chiquillo, —¡Pobre chico! —replicó la mujer—. Has venido Preguntó entonces al joven qué había sucedido con
alegre y vivaracho. Lo llevó el muchacho al molinero a dar en una guarida de bandidos, y si vienen te el mensaje que le confiara, y por qué lo había susti-
y su mujer que, como no tenían hijos, exclamaron: matarán. tuido por otro.
—¡Es Dios que nos lo envía! —y cuidaron con —Venga quien venga, no tengo miedo —contes- —No sé nada —respondió el muchacho—.
todo cariño al niño abandonado, el cual creció en tó el muchacho—. Estoy tan cansado que no puedo Debieron de cambiármela durante la noche, mien-
edad, salud y buenas cualidades. dar un paso más —y, tendiéndose sobre un banco, tras dormía en la casa del bosque.
He aquí que un día el Rey, sorprendido por una se quedó dormido en el acto. —Esto no puede quedar así —dijo el Rey enco-
tempestad, entró a guarecerse en el molino y pre- A poco llegaron los bandidos y preguntaron, en- lerizado—. Quien quiera conseguir a mi hija debe
guntó a los molineros si aquel guapo muchacho era furecidos, quién era el forastero que allí dormía. ir antes al infierno y traerme tres pelos de oro de la
hijo suyo. —¡Ay! —dijo la anciana—, es un chiquillo ino- cabeza del diablo. Si lo haces, conservarás a mi hija.
—No —respondieron ellos—, es un niño aban- cente que se extravió en el bosque; lo he acogido por Esperaba el Rey librarse de él para siempre
donado; hace catorce años que lo encontramos en compasión. Parece que lleva una carta para la Reina. con aquel encargo; pero el afortunado muchacho
una caja, en la presa del molino. Los bandoleros abrieron el sobre y leyeron el respondió:
Comprendió el Rey que no podía ser otro sino contenido de la carta, es decir, la orden de que se —Traeré los tres cabellos de oro. El diablo no me
aquel niño de la suerte que había arrojado al río, y diera muerte al muchacho en cuanto llegara. A pesar da miedo.
dijo: de su endurecido corazón, los ladrones se apiadaron, Se despidió de su esposa y emprendió su peregri-
—Buena gente, ¿dejaríais que el chico llevara una y el capitán rompió la carta y la cambió por otra en nación. Su camino lo condujo a una gran ciudad; el
carta mía a la Señora Reina? Le daré en pago dos la que ordenaba que al llegar el muchacho lo casasen centinela de la puerta le preguntó cuál era su oficio y
monedas de oro. con la hija del Rey. qué cosas sabía.
—¡Como mande el Señor Rey! —respondieron Lo dejaron luego descansar tranquilamente en —Yo lo sé todo —contestó el muchacho. —En
los dos viejos, y mandaron al muchacho que se pre- su banco hasta la mañana y, cuando se despertó, le este caso podrás prestarnos un servicio —dijo el
parase. El Rey escribió entonces una carta a la Reina, dieron la carta y le mostraron el camino. guarda—. Explícanos por qué la fuente de la pla-
en los siguientes términos: “En cuanto se presente La Reina, al recibir y leer la misiva, se apresuró a za, de la que antes manaba vino, se ha secado y ni
el muchacho con esta carta, lo mandarás matar y cumplir lo que en ella se le mandaba: Organizó una siquiera da agua.
enterrar, y esta orden debe cumplirse antes de mi boda magnífica, y la princesa fue unida en matrimo- —Lo sabréis, —afirmó el muchacho—; pero os
regreso.” nio al favorito de la fortuna. Y como el muchacho lo diré cuando vuelva.

Jacob & Wilhelm Grimm 60 Todos los cuentos


el profanador de textos
Siguió adelante y llegó a una segunda ciudad, —Bueno —respondió él—, no está mal para La vieja se puso a despiojar al diablo, hasta que lo
donde el guarda de la muralla le preguntó, a su vez, empezar; pero es que, además, quisiera saber tres vio nuevamente dormido, y roncando de un modo
cuál era su oficio y qué cosas sabía. cosas: por qué una fuente que antes manaba vino se que hacía vibrar los cristales de las ventanas. Le
—Yo lo sé todo —repitió el muchacho. ha secado y no da ni siquiera agua; por qué un árbol arrancó entonces el segundo cabello.
—Entonces puedes hacernos un favor. Dinos que daba manzanas de oro no tiene ahora ni hojas, y —¡Uy!, ¿qué haces? —gritó el diablo, montando
por qué un árbol que tenemos en la ciudad, que por qué un barquero ha de estar bogando sin parar en cólera.
antes daba manzanas de oro, ahora no tiene ni hojas de una a otra orilla, sin que nunca lo releven. —No lo tomes a mal —excusó se la vieja —es
siquiera. —Son preguntas muy difíciles de contestar — que estaba soñando.
—Lo sabréis —respondió él—, pero os lo diré dijo la vieja—, pero tú quédate aquí tranquilo y —¿Y qué has soñado ahora?
cuando vuelva. callado y presta atento oído a lo que diga el diablo —He soñado que en un cierto reino crecía un
Prosiguiendo su ruta, llegó a la orilla de un ancho cuando yo le arranque los tres cabellos de oro. manzano que antes producía manzanas de oro, y, en
y profundo río, que había de cruzar. Le pregun- Al anochecer llegó el diablo a casa, y ya al entrar cambio, ahora ni hojas echa. ¿A qué se deberá esto?
tó el barquero qué oficio tenía y cuáles eran sus notó que el aire no era puro: —¡Ah, si lo supiesen! —respondió el diablo—.
conocimientos. —¡Huelo, huelo a carne humana! —dijo—; aquí En la raíz vive una rata que lo roe; si la matan, el
—Lo sé todo —respondió él. pasa algo extraño. —Y registró todos los rincones, árbol volvería a dar manzanas de oro; pero si no
—Siendo así, puedes hacerme un favor —prosi- buscando y rebuscando, pero no encontró nada. El la matan, el árbol se secará del todo. Mas déjame
guió el barquero—. Dime por qué tengo que estar ama le increpó: tranquilo con tus sueños: si vuelves e molestarme te
bogando eternamente de una a otra orilla, sin que —Yo venga barrer y arreglar; pero apenas llegas daré un sopapo.
nadie venga a relevarme. tú, lo revuelves todo. Siempre tienes la carne huma- La mujer lo tranquilizó y siguió despiojándolo,
—Lo sabrás —replicó el joven—, pero te lo diré na pegada en las narices. ¡Siéntate y cena, vamos! hasta que lo vio otra vez dormido y lo oyó roncar.
cuando vuelva. Comió y bebió, y como estaba cansado, puso Cogiéndole el tercer cabello, se lo arrancó de un
Cuando hubo cruzado el río, encontró la entrada la cabeza en el regazo del ama, pidiéndole que lo tirón. El diablo se levantó de un salto, vociferando y
del infierno. despiojara un poco. dispuesto a arrearle a la vieja; pero ésta logró apaci-
Todo estaba lleno de hollín; el diablo había salido, A los pocos minutos dormía profundamente, re- guarlo por tercera vez, diciéndole:
pero su ama se hallaba sentada en un ancho sillón. soplando y roncando. Entonces, la vieja le agarró un —¿Y qué puedo hacerle, si tengo pesadillas?
—¿Qué quieres? —preguntó al muchacho; y no cabello de oro y, arrancándoselo, lo puso a un lado. —¿Qué has soñado, pues? —volvió a preguntar,
parecía enfadada. —¡Uy! —gritó el diablo—, ¿qué estás haciendo? lleno de curiosidad.
—Quisiera tres cabellos de oro de la cabeza del —He tenido un mal sueño —respondió la mu- —He visto un barquero que se quejaba de tener
diablo —respondió él—, pues sin ellos no podré jer— y te he tirado de los pelos. que estar siempre bogando de una a otra orilla, sin
conservar a mi esposa. —Mucho pides —respondió —¿Y qué has soñado? —preguntó el diablo. que nadie vaya a relevarlo. ¿Quién tiene la culpa?
la mujer—. Si viene el diablo y te encuentra aquí, —He soñado que una fuente de una plaza de la —¡Bah, el muy bobo! —respondió el diablo—.
mal lo vas a pasar. Pero me das lástima; veré de que manaba vino se había secado y ni siquiera salía Si cuando le llegue alguien a pedirle que lo pase le
ayudarte. agua de ella. ¿Quién tiene la culpa? pone el remo en la mano, el otro tendrá que bogar y
Y, transformándolo en hormiga, le dijo: —¡Oh, si lo supiesen! —contestó el diablo—. él quedará libre.
—Disimúlate entre los pliegues de mi falda; aquí Hay un sapo debajo de una piedra de la fuente; si lo Teniendo ya el ama los tres cabellos de oro y
estarás seguro. matan volvería a manar vino. habiéndole sonsacado la respuesta a las tres pregun-

Jacob & Wilhelm Grimm 61 Todos los cuentos


el profanador de textos
tas, dejó descansar en paz al viejo ogro, que no se El guarda le dió las gracias y, con ellas, otros dos el piojito y la pulguita
despertó hasta la madrugada. asnos cargados de oro. [KHM030] Läuschen und Flöhchen
Marchado que se hubo el diablo, la vieja sacó la Al final, el afortunado muchacho estuvo de
hormiga del pliegue de su falda y devolvió al hijo de regreso en palacio, junto a su esposa, que sintió una
la suerte su figura humana. gran alegría al verlo de nuevo, y a la que contó sus
—Ahí tienes los tres cabellos de oro —le dijo—; aventuras. Entregó al Rey los tres cabellos de oro del
y supongo que has oído lo que el diablo respondió a diablo, y al reparar el monarca en los cuatro asnos
tus tres preguntas. con sus cargas de oro, le dijo muy contento:
—Sí —replicó el muchacho—, lo he oído y no lo —Ya que has cumplido todas las condiciones,
olvidaré. puedes quedarte con mi hija. Pero, querido yerno,
—Ya tienes, pues, lo que querías, y puedes dime de dónde has sacado tanto oro. ¡Es un tesoro
volverte. inmenso!
Dando las gracias a la vieja por su ayuda, salió el —He cruzado un río —le respondió el mucha- Un piojito y una pulguita hacían vida en común
muchacho del infierno, muy contento del éxito de cho— y lo he cogido de la orilla opuesta, donde hay y cocían su cerveza en una cáscara de huevo. He
su empresa. Al llegar al lugar donde estaba el bar- oro en vez de arena. aquí que el piojito se cayó dentro y murió abrasado.
quero, éste le pidió la respuesta prometida. —¿Y no podría yo ir a buscar un poco? —pre- Ante aquella desgracia, la pulguita se puso a llorar
—Primero pásame —dijo el muchacho—, y te guntó el Rey, que era muy codicioso. a voz en grito. Al oírla, preguntó la puerta de la
diré de qué manera puedes librarte. —Todo el que queráis —dijo el joven—. En el habitación:
Cuando estuvieron en la orilla opuesta, le trans- río hay un barquero que os pasará, y en la otra mar- —¿Por qué lloras, Pulguita?
mitió el consejo del diablo: gen podréis llenar los sacos. —Porque Piojito se ha quemado.
—Al primero que venga a pedirte que lo pases, El avaro rey se puso en camino sin perder tiempo, Entonces se puso la puerta a rechinar. Y dijo
ponle el remo en la mano. y al llegar al río hizo señas al barquero de que lo pa- Escobita desde el rincón:
Siguió su camino y llegó a la ciudad del árbol sara. El barquero le hizo montar en la barca y, antes —¿Por qué rechinas, Puertecita?
estéril, donde le salió al encuentro el guarda a quien de llegar a la orilla opuesta, poniéndole en la mano —¿Cómo quieres que no rechine?
había prometido una respuesta. Repitió las palabras la pértiga, saltó a tierra. Desde aquel día, el Rey tie-
del diablo: ne que estar bogando; es el castigo por sus pecados. Piojito se ha abrasado,
—Matad la rata que roe la raíz y volverá a dar —¿Y está bogando todavía? Pulguita llora.
manzanas de oro. —¡Claro que sí! Nadie ha ido a quitarle la pértiga
Se lo agradeció el guarda y le ofreció, en recom- de la mano. ♣ Y la escobita se puso a barrer desesperadamente.
pensa, dos asnos cargados de oro. Finalmente, se Llegó en esto un carrito y dijo:
presentó a las puertas de la otra ciudad, aquella en —¿Por qué barres, Escobita?
que se había secado la fuente, y dijo al guarda lo que —¿Cómo quieres que no barra?:
oyera al diablo:
—Hay un sapo bajo una piedra de la fuen- Piojito se ha abrasado.
te. Búscalo y mátalo y volveréis a tener vino en Pulguita llora,
abundancia. Puertecita rechina.

Jacob & Wilhelm Grimm 62 Todos los cuentos


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Entonces exclamó Carrito: Pulguita llora, la doncella sin manos
—Pues voy a correr —y echó a correr Puertecita rechina, [KHM031] Das Mädchen ohne Hände
desesperadamente. Escobita barre,
Al pasar por delante del Estercolito, este le dijo: Carrito corre,
—¿Por qué corres, Carrito? Estercolito arde.
—¿Cómo quieres que no corra?:
Dijo la muchachita:
Piojito se ha abrasado. —Pues yo romperé mi jarrito de agua —y rom-
Pulguita llora, pió su jarrito. Y dijo entonces la fuentecita de la que
Puertecita rechina, manaba el agua:
Escobita barre, —Muchachita, ¿por qué rompes tu jarrito?
Carrito corre. —¿Cómo quieres que no lo rompa?:
A un molinero le iban mal las cosas, y cada día era
Y dijo entonces Estercolito: Piojito se ha abrasado. más pobre; al fin, ya no le quedaban sino el molino
—Pues yo voy a arder desesperadamente —y se Pulguita llora, y un gran manzano que había detrás.
puso a arder en brillante llamarada. Había junto a Puertecita rechina, Un día se marchó al bosque a buscar leña, y he
Estercolito un arbolito, que preguntó: Escobita barre, aquí que le salió al encuentro un hombre ya viejo, a
—¿Por qué ardes, Estercolito? Carrito corre, quien jamás había visto, y le dijo:
—¿Cómo quieres que no arda?: Estercolito arde, —¿Por qué fatigarte partiendo leña? Yo te haré
Arbolito se sacude. rico sólo con que me prometas lo que está detrás del
Piojito se ha abrasado. molino.
Pulguita llora, —¡Ay! —exclamó la fuentecita—, entonces voy a “¿Qué otra cosa puede ser sino el manzano?,”
Puertecita rechina, ponerme a manar —y empezó a manar desesperada- pensó el molinero, y aceptó la condición del desco-
Escobita barre, mente. Y todo se ahogó en su agua: la muchachita, nocido. Este le respondió con una risa burlona:
Carrito corre, el arbolito, el estercolito, el carrito, la escobita, la —Dentro de tres años volveré a buscar lo que es
Estercolito arde. puertecita, la pulguita y el piojito; todos a la vez. ♣ mío —y se marchó.
Al llegar el molinero a su casa, salió a recibirlo su
Entonces dijo el Arbolito: mujer:
—Pues yo me sacudiré —y empezó a sacudirse —Dime, ¿cómo es que tan de pronto nos hemos
tan vigorosamente, que las hojas le cayeron. vuelto ricos? En un abrir y cerrar de ojos se han lle-
Lo vió una muchachita que acertaba a pasar con nado todas las arcas y cajones, no sé cómo y sin que
su jarrito de agua, y dijo: haya entrado nadie. Respondió el molinero:
—Arbolito, ¿por qué te sacudes? —He encontrado a un desconocido en el bosque,
—¿Cómo quieres que no me sacuda? y me ha prometido grandes tesoros. En cambio, yo
le he prometido lo que hay detrás del molino. ¡El
Piojito se ha abrasado. manzano bien vale todo eso!

Jacob & Wilhelm Grimm 63 Todos los cuentos


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—¿Qué has hecho, marido? —exclamó la mujer Vino el diablo por tercera vez, pero la doncella Comido que hubo la pera, la muchacha, sin-
horrorizada—. había estado llorando tantas horas con los muñones tiendo el hambre satisfecha, fue a ocultarse entre la
Era el diablo, y no se refería al manzano, sino a apretados contra los ojos, que los tenía limpísimos. maleza.
nuestra hija, que estaba detrás del molino barriendo Entonces el diablo tuvo que renunciar; había perdi- El Rey, a quien pertenecía el jardín, se presentó
el patio. do todos sus derechos sobre ella. a la mañana siguiente, y al contar las peras y notar
La hija del molinero era una muchacha muy Dijo el molinero a la muchacha: que faltaba una, preguntó al jardinero qué se había
linda y piadosa; durante aquellos tres años siguió —Por tu causa he recibido grandes beneficios; hecho de ella. Y respondió el jardinero:
viviendo en el temor de Dios y libre de pecado. mientras viva, todos mis cuidados serán para ti. —Anoche entró un espíritu que no tenía manos,
Transcurrido que hubo el plazo y llegado el día en Pero ella le respondió: y se comió una directamente con la boca.
que el maligno debía llevársela, se lavó con todo —No puedo seguir aquí; voy a marcharme. —¿Y cómo pudo el espíritu atravesar el agua? —
cuidado, y trazó con tiza un círculo a su alrededor. Personas compasivas habrá que me den lo que dijo el Rey—. ¿Y adónde fue, después de comerse la
El diablo se presentó de madrugada, pero no necesite. pera?
pudo acercársele y dijo muy colérico al molinero: Se hizo atar a la espalda los brazos amputados, —Bajó del cielo una figura con un vestido blanco
—Quita toda el agua, para que no pueda lavarse, y al salir el sol se puso en camino. Anduvo todo el como la nieve que cerró la esclusa y detuvo el agua,
pues de otro modo no tengo poder sobre ella. día, hasta que cerró la noche. Llegó entonces frente para que el espíritu pudiese cruzar el foso. Y como
El molinero, asustado, hizo lo que se le manda- al jardín del Rey, y a la luz de la luna vio que sus no podía ser sino un ángel, no me atreví a llamar
ba. A la mañana siguiente volvió el diablo, pero la árboles estaban llenos de hermosísimos frutos; pero ni a preguntar nada. Después de comerse la pera, el
muchacha había estado llorando con las manos en no podía alcanzarlos, pues el jardín estaba rodeado espíritu se retiró.
los ojos, por lo que estaban limpísimas. Así tampo- de agua. —Si las cosas han ocurrido como dices —declaró
co pudo acercársele el demonio, que dijo furioso al Como no había cesado de caminar en todo el día, el Rey—, esta noche velaré contigo.
molinero: sin comer ni un solo bocado, sufría mucho de ham- Cuando ya oscurecía, el Rey se dirigió al jardín,
—Córtale las manos, pues de otro modo no pue- bre y pensó: “Ojalá pudiera entrar a comer algunos acompañado de un sacerdote, para que hablara al
do llevármela. de esos frutos. Si no, me moriré de hambre.” espíritu. Se sentaron los tres debajo del árbol, aten-
—¡Cómo puedo cortar las manos a mi propia Se arrodilló e invocó a Dios, y he aquí que de tos a lo que ocurriera. A medianoche se presentó la
hija! —contestó el hombre horrorizado. Pero el otro pronto apareció un ángel. Este cerró una esclusa, doncella, viniendo del bosquecillo y, acercándose al
le dijo con tono amenazador: de manera que el foso quedó seco, y ella pudo cru- peral, comió se otra pera, alcanzándola directamente
—Si no lo haces, eres mío, y te llevaré a ti. zarlo a pie enjuto. Entró entonces la muchacha en con la boca; a su lado se hallaba el ángel vestido de
El padre, espantado, prometió obedecer y dijo a el jardín, y el ángel con ella. Vio un peral cargado blanco. Salió entonces el sacerdote y preguntó:
su hija: de hermosas peras, todas las cuales estaban conta- —¿Vienes del mundo o vienes de Dios? ¿Eres
—Hija mía, si no te corto las dos manos, se me das. Se acercó y comió una, cogiéndola del árbol espíritu o un ser humano?
llevará el demonio; así se lo he prometido en mi des- directamente con la boca, para acallar el hambre, A lo que respondió la muchacha:
esperación. Ayúdame en mi desgracia, y perdóname pero no más. El jardinero la estuvo observando; —No soy espíritu, sino una criatura humana,
el mal que te hago. pero como el ángel seguía a su lado, no se atrevió a abandonada de todos menos de Dios.
—Padre mío —respondió ella—, haced conmigo intervenir, pensando que la muchacha era un espí- Dijo entonces el Rey:
lo que os plazca; soy vuestra hija. —Y, tendiendo las ritu; y así se quedó callado, sin llamar ni dirigirle la —Si te ha abandonado el mundo, yo no te
manos, se las dejó cortar. palabra. dejaré.

Jacob & Wilhelm Grimm 64 Todos los cuentos


el profanador de textos
Y se la llevó a su palacio, y como la viera tan her- por la noche trajesen un ciervo, al que sacó los ojos y El Rey prorrumpió a llorar con gran amargura y
mosa y piadosa, se enamoró de ella, mandó hacerle cortó la lengua. Luego dijo a la Reina: desconsuelo, por el triste fin de su infeliz esposa y de
unas manos de plata y la tomó por esposa. —No puedo resignarme a matarte, como ordena su hijo, hasta que la abuela, apiadada, le dijo:
Al cabo de un año, el Rey tuvo que partir para el Rey; pero no puedes seguir aquí. Márchate con tu —Consuélate, que aún viven. De escondidas hice
la guerra, y encomendó a su madre la joven reina, hijo por el mundo y no vuelvas jamás. matar una cierva y guardé estas partes como testimo-
diciéndole: Le ató el niño a la espalda, y la desgraciada nio. En cuanto a tu esposa, le até el niño a la espalda
—Cuando sea la hora de dar a luz, atiéndela y mujer se marchó con los ojos anegados en lágrimas. y la envié a vagar por el mundo, haciéndole pro-
cuidadla bien, y enviadme en seguida una carta. Habiendo llegado a un bosque muy grande y salvaje, meter que jamás volvería aquí, dado lo tan enojado
Sucedió que la Reina tuvo un hijo y la abuela se se hincó de rodillas e invocó a Dios. Se le apareció el estabas con ella.
apresuró a comunicar al Rey la buena noticia. Pero ángel del Señor y la condujo a una casita, en la que Dijo entonces el Rey:
el mensajero se detuvo a descansar en el camino podía leerse en un letrerito: ‘Aquí todo el mundo —No cesaré de caminar mientras vea cielo sobre
junto a un arroyo, y extenuado de su larga marcha se vive de balde.’ Salió de la casa una doncella, blanca mi cabeza, sin comer ni beber, hasta que haya en-
durmió. como la nieve, que le dijo: contrado a mi esposa y a mi hijo, si es que no han
Acudió entonces el diablo, siempre dispuesto a —Bienvenida, Señora Reina, —y la acompañó al muerto de hambre o de frío.
dañar a la virtuosa Reina, y trocó la carta por otra, interior. Estuvo el Rey vagando durante todos aquellos
en la que ponía que la Reina había traído al mundo Desatándole de la espalda a su hijito, se lo puso siete años, buscando en todos los riscos y grutas,
un monstruo. al pecho para que pudiese darle de mamar, y después sin encontrarla en ninguna parte, y ya pensaba que
Cuando el Rey leyó la carta, se espantó y se en- lo tendió en una camita bien mullida. Le preguntó habría muerto de hambre. En todo aquel tiempo no
tristeció sobremanera, pero escribió en contestación entonces la pobre madre: comió ni bebió, pero Dios lo sostuvo.
que cuidasen de la Reina hasta su regreso. —¿Cómo sabes que soy reina? —y la doncella le Por fin llegó a un gran bosque, y en él descubrió
Regresó el mensajero con la respuesta, y se quedó respondió: la casita con el letrerito ‘Aquí todo el mundo vive de
a descansar en el mismo lugar, durmiéndose también —Soy un ángel que Dios ha enviado a la Tierra balde.’ Salió la blanca doncella y, cogiéndolo de la
como a la ida. Vino el diablo nuevamente, y otra vez para que cuide de ti y de tu hijo. mano, lo llevó al interior y le dijo:
le cambió la carta del bolsillo, sustituyéndola por La joven vivió en aquella casa por espacio de siete —Bienvenido, Señor Rey —y le preguntó luego
otra que contenía la orden de matar a la Reina y a su años, bien cuidada y atendida, y su piedad era tanta, de dónde venía.
hijo. que Dios, compadecido, hizo que volviesen a crecer- —Pronto hará siete años —respondió él— que
La abuela horrorizó se al recibir aquella misi- le las manos. ando errante en busca de mi esposa y de mi hijo;
va, y no pudiendo prestar crédito a lo que leía, Finalmente, el Rey, terminada la campaña, regre- pero no los encuentro en parte alguna.
volvió a escribir al Rey; pero recibió una respues- só a palacio, y su primer deseo fue ver a su esposa e El ángel le ofreció comida y bebida, pero él las
ta idéntica, ya que todas las veces el diablo cam- hijo. Entonces la anciana reina prorrumpió a llorar, rehusó, pidiendo sólo que lo dejasen descansar un
bió la carta que llevaba el mensajero. En la última exclamando: poco. Se tendió a dormir y se cubrió la cara con un
le ordenaba incluso que, en testimonio de que —¡Hombre malvado! ¿No me enviaste la orden de pañuelo. Entonces el ángel entró en el aposento en
había cumplido el mandato, guardase la lengua y matar a aquellas dos almas inocentes? —y le mostró las que se hallaba la Reina con su hijito, al que solía
los ojos de la Reina. dos cartas falsificadas por el diablo, añadiendo: llamar Dolorido, y le dijo:
Pero la anciana madre, desolada de que hubiese —Hice lo que me mandaste —y le enseñó la —Sal ahí fuera con el niño, que ha llegado tu
de ser vertida una sangre tan inocente, mandó que lengua y los ojos. esposo.

Jacob & Wilhelm Grimm 65 Todos los cuentos


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Salió ella a la habitación en que el Rey descansa- Juan el Listo —En el carro de heno la metí.
ba, y el pañuelo se le cayó de la cara, por lo que dijo [KHM032] Der gescheite Hans —Hiciste una tontería, Juan; debías clavártela en
la Reina: la manga.
—Dolorido, recoge aquel pañuelo de tu padre y —No importa, madre; otra vez lo haré mejor.
vuelve a cubrirle el rostro. —¿Adónde vas, Juan?
Obedeció el niño y le puso el lienzo sobre la cara, —A casa de Margarita, madre.
pero el Rey, que lo había oído en sueños, volvió —Que te vaya bien, Juan.
a dejarlo caer adrede. El niño, impacientándose, —Bien me irá. Adiós, madre.
exclamó: —Adiós, Juan.
—Madrecita, ¿cómo puedo tapar el rostro de mi Juan llega a casa de Margarita.
padre si no tengo padre ninguno en el mundo? En —Buenos días, Margarita.
la oración he aprendido a decir: ‘Padre nuestro que —Buenos días, Juan. ¿Qué traes de bueno?
estás en los Cielos’; y tú me has dicho que mi padre Pregunta la madre a Juan: —Traer, nada; tú me darás.
estaba en el cielo, y era Dios Nuestro Señor. ¿Cómo —¿Adónde vas, Juan? Margarita regala a Juan un cuchillo.
quieres que conozca a este hombre tan salvaje? ¡No Responde Juan: —Adiós, Margarita.
es mi padre! —A casa de Margarita. —Adiós, Juan.
Al oír el Rey estas palabras, se incorporó y le pre- —Que te vaya bien, Juan. Juan coge el cuchillo, se lo clava en la manga y
guntó quién era. Le respondió ella entonces: —Bien me irá. Adiós, madre. regresa a su casa.
—Soy tu esposa, y éste es Dolorido, tu hijo. Pero —Adiós, Juan. —Buenas noches, madre.
al ver el Rey sus manos de carne, replicó: Juan llega a casa de Margarita. —Buenas noches, Juan. ¿Dónde estuviste?
—Mi esposa tenía las manos de plata. —Buenos días, Margarita. —Estuve con Margarita.
—Dios misericordioso me devolvió las mías —Buenos días, Juan. ¿Qué traes de bueno? —¿Qué le llevaste?
naturales —dijo ella—; y el ángel salió fuera y volvió —Traer, nada; tú me darás. —Llevar, nada; ella me dio.
en seguida con las manos de plata. Margarita regala a Juan una aguja. Juan dice: —¿Y qué te dio Margarita?
Entonces tuvo el Rey la certeza de que se hallaba —Adiós. Margarita. —Un cuchillo me dio.
ante su esposa y su hijo y, besándolos a los dos dijo, —Adiós, Juan. —¿Dónde tienes el cuchillo, Juan?
fuera de sí de alegría. Juan coge la aguja, la pone en un carro de heno y —Lo clavé en la manga.
—¡Qué terrible peso se me ha caído del corazón! se vuelve a casa tras el carro. —Hiciste una tontería, Juan. Debiste meterlo en
El ángel del Señor les dio de comer por última —Buenas noches, madre. el bolsillo
vez a todos juntos, y luego los tres emprendieron el —Buenas noches, Juan. ¿Dónde estuviste? — —No importa, madre; otra vez lo haré mejor.
camino de palacio, para reunirse con la abuela. Estuve con Margarita. —¿Adónde vas, Juan?
Hubo grandes fiestas y regocijos, y el Rey y la —¿Qué le llevaste? —A casa de Margarita, madre.
Reina celebraron una segunda boda y vivieron felices —Llevar, nada; ella me dio. —Que te vaya bien, Juan.
hasta el fin. ♣ —¿Y qué te dio Margarita? —Bien me irá. Adiós, madre.
—Me dió una aguja. —Adiós, Juan.
—¿Y dónde tienes la aguja, Juan? Juan llega a casa de Margarita.

Jacob & Wilhelm Grimm 66 Todos los cuentos


el profanador de textos
—Buenos días, Margarita. —Buenas noches, madre. —Hiciste una tontería, Juan. Debías traerla atada
—Buenos días, Juan. ¿Qué traes de bueno? —Buenas noches, Juan. ¿Dónde estuviste? y ponerla en el pesebre.
—Traer, nada; tú me darás. —Estuve con Margarita. —No importa madre; otra vez lo haré mejor.
Margarita regala a Juan una cabrita. —Adiós, —¿Qué le llevaste? —¿Adónde vas, Juan?
Margarita. —Llevar, nada; ella me dio. —A casa de Margarita, madre.
—Adiós, Juan. —¿Qué te dio Margarita? —Que te vaya bien, Juan.
Juan coge la cabrita, le ata las patas y se la mete —Un trozo de tocino me dio. —Bien me irá. Adiós, madre.
en el bolsillo. Al llegar a casa, está ahogada. —¿Dónde tienes el tocino, Juan? —Adiós, Juan.
—Buenas noches, madre. —Lo até de una cuerda, lo traje a rastras, los Juan llega a casa de Margarita.
—Buenas noches, Juan. ¿Dónde estuviste? perros se lo comieron. —Buenos días, Margarita.
—Estuve con Margarita. —Hiciste una tontería, Juan. Debiste llevar el —Buenos días, Juan. ¿Qué traes de bueno?
—¿Qué le llevaste? tocino sobre la cabeza. —Traer nada; tú me darás.
—Llevar, nada; ella me dio. —No importa, madre; otra vez lo haré mejor. Margarita dice a Juan:
—¿Qué te dio Margarita? —¿Adónde vas, Juan? —Me voy contigo.
—Una cabra me dio. —A casa de Margarita, madre. Juan coge a Margarita, la ata a una cuerda, la
—¿Y dónde tienes la cabra, Juan. —Que te vaya bien, Juan. conduce hasta el pesebre y la amarra en él. Luego va
—En el bolsillo la metí. —Bien me irá. Adiós, madre. a su madre.
—Hiciste una tontería. Juan. Debiste atar la —Adiós, Juan. —Buenas noches, madre.
cabra de una cuerda. Juan llega a casa de Margarita. —Buenas noches, Juan. ¿Dónde estuviste? —
—No importa, madre; otra vez lo haré mejor. —Buenos días, Margarita. Estuve con Margarita.
—¿Adónde vas, Juan? —Buenos días, Juan. ¿Qué traes de bueno? —¿Qué le llevaste?
—A casa de Margarita, madre. —Traer, nada; tú me darás. —Llevar, nada.
—Que te vaya bien, Juan. Margarita regala a Juan una ternera. —Adiós, —¿Qué te ha dado Margarita?
—Bien me irá. Adiós, madre. Margarita. —Nada me dio; se vino conmigo.
—Adiós, Juan. —Adiós, Juan. —¿Y dónde has dejado a Margarita?
Juan llega a casa de Margarita. Juan coge la ternera, se la pone sobre la cabeza, y —La he llevado atada de una cuerda; la amarré al
—Buenos días, Margarita. el animal le pisotea y lastima la cara. pesebre y le eché hierba.
—Buenos días, Juan. ¿Qué traes de bueno? —Buenas noches, madre. —Hiciste una tontería, Juan; debías ponerle ojos
—Traer, nada; tú me darás. —Buenas noches, Juan. ¿Dónde estuviste? tiernos.
Margarita regala a Juan un trozo de tocino. —Estuve con Margarita. —No importa, madre; otra vez lo haré mejor.
—Adiós, Margarita. —¿Qué le llevaste? Juan va al establo, saca los ojos a todas las ter-
—Adiós, Juan. —Llevar, nada; ella me dio. neras y ovejas y los pone en la cara de Margarita.
Juan coge el tocino, lo ata de una cuerda y lo —¿Qué te dio Margarita? Margarita se enfada, se suelta y escapa, y Juan se
arrastra detrás de sí. Vienen los perros y se comen —Una ternera me dio. queda sin novia. ♣
el tocino. Al llegar a casa tira aún de la cuerda, pero —¿Dónde tienes la ternera, Juan?
nada cuelga de ella. —Sobre la cabeza la puse; me lastimó la cara.

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las tres lenguas —¡Desgraciado! Has disipado un tiempo pre- Como no quiso aceptar nada para sí, le dieron un
[KHM033] Die drei Sprachen cioso sin aprender nada. ¿No te avergüenzas de poco de comida para las furiosas bestias y lo acom-
comparecer a mi presencia? Te enviaré a un tercer pañaron hasta la torre. Al entrar en ella, los perros,
maestro; pero si tampoco esta vez aprendes nada, en vez de ladrarle, lo recibieron agitando amistosa-
renegaré de ti. mente la cola y agrupándose a su alrededor; comie-
El hijo residió otro año entero al cuidado del ron lo que les echó y no le tocaron ni un pelo.
tercer maestro y cuando, al regresar a su casa, le A la mañana siguiente, ante el asombro general,
preguntó su padre: se presentó el joven sano e indemne al señor del
—Hijo mío, ¿qué has aprendido? castillo, y le dijo:
El muchacho contestó: —Los perros me han revelado en su lenguaje el
—Padre, este año he aprendido el croar de las porqué residen allí y causan tantos daños al país.
ranas. Están encantados, y han de guardar un gran tesoro
Fuera de sí por la cólera, el padre llamó a toda la oculto debajo de la torre. No tendrán paz hasta que
En Suiza vivía una vez un viejo conde que tenía sólo servidumbre y les dijo: este tesoro haya sido retirado; y también me han
un hijo, que era tonto de remate e incapaz de apren- —Este hombre ha dejado de ser mi hijo; lo echo indicado el modo de hacerlo.
der nada. El padre le dijo: de mi casa. ¡Llevadle al bosque y dadle muerte! Se alegraron todos al oír aquellas palabras, y el
—Mira, hijo: por mucho que me esfuerzo, no Los criados se lo llevaron; pero cuando iban a señor del castillo le ofreció adoptarlo por hijo si
logro meterte nada en la cabeza. Tendrás que mar- cumplir la orden de matarle, sintieron compasión llevaba a feliz término la hazaña.
charte de casa; te confiaré a un famoso maestro, a y lo soltaron. Cazaron un ciervo, le arrancaron la Volvió a bajar el muchacho y una vez enterado
ver si él es más afortunado. lengua y los ojos, y los presentaron al padre como de cómo había de proceder, no le fue difícil sacar del
El muchacho fue enviado a una ciudad ex- prueba de obediencia. sótano un arca llena de oro. Desde aquel instante
tranjera, y permaneció un año junto al maestro. El muchacho anduvo algún tiempo errante, hasta cesaron los ladridos de los perros, los cuales desapa-
Transcurrido dicho tiempo, regresó a casa, y su que llegó a un castillo, en el que pidió asilo por una recieron, quedando así el país libre del azote.
padre le preguntó: noche. Al cabo de algún tiempo le dio al joven por ir a
—¿Qué has aprendido, hijo mío? —Bien —le dijo el señor del castillo—, si te avie- Roma en peregrinación. En el camino acertó a pasar
—Padre, he aprendido el ladrar de los perros. nes a pasar la noche en la vieja torre de allá abajo; junto a una charca pantanosa, donde las ranas croa
—¡Dios se apiade de nosotros! —exclamó el pero te prevengo que hay peligro de vida, pues está que te croa. Prestó oídos y, al comprender lo que
padre— ¿es eso todo lo que aprendiste? Te enviaré a llena de perros salvajes que ladran y aúllan conti- decían, le entró una gran tristeza y se quedó caviloso
otra ciudad y a otro maestro. nuamente, y a los que de cuando en cuando hay que y preocupado. Al llegar a Roma, el Papa acababa de
El muchacho fue despachado allí, y estuvo otro arrojar un hombre para que lo devoren. fallecer y, entre los cardenales, había grandes dudas
año con otro maestro. Al volver le preguntó de nue- Por aquel motivo, toda la comarca vivía sumi- sobre quién habría de ser su sucesor. Al fin convinie-
vo el padre: da en desolación y tristeza, sin que nadie pudiese ron en elegir Papa a aquel en quien se manifestase
—Hijo mío, ¿qué aprendiste? remediarlo. alguna prodigiosa señal divina.
Respondió el chico: Pero el muchacho no conocía el miedo y dijo: Acababan de adoptar este acuerdo, cuando entró
—Padre, he aprendido lo que dicen los pájaros. —Iré adonde están los perros; dadme sólo algo el muchacho en la iglesia y, de repente, dos palo-
El conde se enfadó y le dijo: para echarles. No me harán nada. mas blancas como la nieve emprendieron el vuelo y

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fueron a posarse sobre sus hombros. Los cardenales Elsa la Lista y, para no tener los ojos ociosos mientras salía la
vieron en aquello un signo de Dios y preguntaron al [KHM034] Die kluge Else cerveza, los dirigió a lo alto de la pared y, tras pasear-
muchacho si quería ser Papa. los de un extremo a otro repetidas veces, descubrió,
El permanecía indeciso, no sabiendo si era digno exactamente encima de su cabeza, una piqueta que
de ello; pero las palomas lo persuadieron y, por fin, los albañiles habían dejado allí por descuido.
respondió afirmativamente. Y he aquí que Elsa la Lista se echó a llorar, dicien-
Lo ungieron y consagraron, cumpliéndose de este do para sí: “Si me caso con Juan y tenemos un hijo y,
modo lo que oyera a las ranas en el camino y que cuando ya sea mayor, lo enviamos a la bodega a buscar
tanto le había preocupado: que sería Papa. Hubo de cerveza, puede caérsele la píqueta sobre la cabeza y ma-
celebrar entonces la misa, de la que no sabía ni me- tarlo.” Y llora que te llora, sin moverse de su asiento,
dia palabra, pero las dos palomas, que no se aparta- pensaba, con todo desconsuelo, en aquella desgracia.
ban de sus hombros, se la dijeron toda al oído. ♣ Mientras tanto, los de arriba esperaban la bebida.
Érase un hombre que tenía una hija a la que llama- Viendo que Elsa no comparecía, la madre dijo a la
ban Elsa la lista. Cuando fue mayor, dijo el padre: criada:
—Será cosa de casarla. —Vete a la bodega a ver qué hace Elsa.
—Sí —asintió la madre—. ¡Con tal que encon- Fue la muchacha, y encontró a Elsa sentada de-
tremos quien la quiera por mujer! lante del barril, hecha un mar de lágrimas.
Al fin se presentó un forastero, llamado Juan, que —¿Por qué lloras, Elsa? —le preguntó la criada.
solicitó su mano, poniendo por condición que la —¡Ay! —respondió ella—, ¡cómo no he de llorar!
chica fuese juiciosa. Si me caso con Juan, y tenemos un hijo, y llega a
—¡Ya lo creo! —exclamó el padre—. Tiene una mayor, y lo enviamos a buscar cerveza a la bodega,
cabeza como hay pocas. puede caérsele la piqueta en la cabeza y matarlo.
Y la madre añadió: Y dijo la criada:
—Es tan lista que ve el viento correr y oye toser —¡Vaya, Elsa la Lista que tenemos! —y sentán-
las moscas. dose a su lado se puso a hacer coro con ella, llorando
—Así, bueno —dijo Juan—, porque si no es muy también a grito pelado.
juiciosa, no la quiero. Transcurrió un rato, y como la criada no vol-
Estando todos de sobremesa, dijo la madre: viera y los comensales tuvieran sed, dijo el padre al
—Elsa, baja a la bodega y trae cerveza. muchacho:
Elsa la Lista tomó el jarro del estante y se fue a la —Ve abajo a la bodega, a ver qué hacen Elsa y la
bodega; mientras bajaba, hacía chasquear ruidosa- muchacha.
mente la tapadera para no aburrirse. Al llegar abajo Bajó el muchacho, y Elsa y la muchacha seguían
tomó una sillita y la situó delante del barril para no llorando, por lo que preguntó:
tener que agacharse, no fuera caso que le doliera la —¿Por qué lloráis?
espalda y le cogiese algún mal extraño, ¡vaya usted a —¡Ay! —exclamó Elsa—, ¡cómo no he de llorar!
saber! Colocó luego el jarro en su sitio, abrió el grifo Si me caso con Juan, y tenemos un hijo, y llega a

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mayor, y lo enviamos a buscar cerveza a la bodega, Encontró a los cinco en la bodega, gritando y Entonces, Juan fue de nuevo a su casa y volvió
quizá le caiga la piqueta sobre la cabeza y lo mate. lamentándose a más y mejor. en seguida, con una red para cazar pájaros, de la que
Y exclamó el muchacho: —¿Qué desgracia ha ocurrido? —preguntó. pendían pequeños cascabeles y se la colgó en torno
—¡Vaya, Elsa la lista que tenemos! —¡Ay!, mi querido Juan —dijo Elsa—. Figúrate al cuerpo; pero ella siguió durmiendo.
Y, sentándose junto a las dos, se puso a su vez a que nos casamos y tenemos un hijo y, cuando ya Regresó Juan a su casa, cerró la puerta y, sentán-
llorar a moco tendido. sea mayor, se nos ocurre enviarlo aquí por cerveza. dose en su silla, se puso a trabajar. Por fin, ya oscure-
Arriba aguardaban la vuelta del muchacho; pero Imagínate que cae aquella piqueta que dejaron allí cido, se despertó Elsa la Lista y, al incorporarse, notó
viendo que tampoco él venía, dijo el marido a su colgada y le da en la cabeza, y se la abre y lo deja un cascabeleo a su alrededor, pues las campanillas
esposa: muerto; ¿no es para llorar? sonaban a cada paso que daba. Se espantó y descon-
—Llégate tú a la bodega, a ver qué hace Elsa. —¡Caramba! —exclamó Juan—. ¡Esa es la listeza certó, dudando de si era o no Elsa la lista, y acabó
Fue la madre, y se encontró a los tres llorando que necesito en mi casa! Me casaré contigo, en vista por preguntarse: “¿Soy yo o no soy yo?” Pero no
desconsoladamente; preguntó la causa, y al expli- del talento que tienes. sabía qué responder, y así permaneció un buen rato
carle Elsa que su futuro hijo, si llegaba a tenerlo, a Y, cogiéndola de la mano, la llevó arriba y poco en aquella duda, hasta que, por fin, pensó: “Iré a
lo mejor moriría del golpe que le daría la piqueta, si después se celebró la boda. Cuando ya llevaban una casa a preguntar si soy yo o no soy yo; ellos lo sabrán
acertaba a caerle encima cuando, siendo ya mayor, lo temporada casados, dijo el marido: de seguro.”
enviasen por cerveza, la madre exclamó a su vez: —Mujer, me marcho a trabajar, hay que ganar Y echó a correr hasta la puerta de su casa; pero
—¡Y qué Elsa más lista tenemos! —y, sentándose dinero para los dos. Ve tú al campo a segar el trigo la encontró cerrada. Llamó entonces a la ventana,
también, se puso a hacer coro con los demás. para hacer pan. gritando:
Arriba habían quedado los dos hombres solos y, —Sí, mi querido Juan, así lo haré. —Juan, ¿está Elsa en casa?
transcurrido un tiempo sin que regresara su esposa, Cuando Juan se hubo marchado, Elsa se gui- —Sí —respondió Juan—, sí está.
mientras apretaba la sed, dijo el marido: só unas buenas gachas y se las llevó al campo. Al Ella, asustada, exclamó:
—Tendré que bajar yo mismo a la bodega, a ver llegar a él, dijo para sí: “¿Qué hago primero: segar o —¡Dios mío, entonces no soy yo! —y se fue a lla-
qué se ha hecho de Elsa. comer? ¡Bah!, primero comeré…” Se zampó su buen mar a otra puerta; pero al oír las gentes aquel ruido
Al entrar en la bodega y verlos a todos sentados plato de gachas y, cuando ya estuvo harta, volvió de campanillas y cascabeles, todas se negaban a abrir,
llorando, y al oír el motivo de aquel desconsuelo, del a preguntarse: “¿Qué hago primero: segar o echar por lo que la desventurada no encontró acogida en
que tenía la culpa el hijo de Elsa, el cual, suponien- una siesta? ¡Bah!, primero dormiré.” Y se tendió en ninguna parte. Huyó del pueblo y nadie ha vuelto a
do que su madre lo trajese al mundo, podría morir medio del trigo y quedó dormida. saber de ella. ♣
víctima de la piqueta si un día caía la herramienta en Juan hacía ya buen rato que estaba de vuelta,
el momento preciso de encontrarse él debajo llenan- y viendo que Elsa no regresaba, se dijo: “¡Vaya
do un jarro de cerveza, exclamó: mujer lista que tengo; y tan laboriosa, que ni
—¡Vaya, Elsa la lista que tenemos! —y se sentó a siquiera piensa en volver a casa a comer!” Pero
llorar con los demás. como pasaba el tiempo y ella siguiera sin pre-
El novio siguió largo rato solo arriba, hasta sentarse, Juan se encaminó al campo para ver lo
que, viendo que no volvía nadie, pensó: “Me que había segado. Y he aquí que no había segado
estarán aguardando abajo; tendré que ir a ver qué nada, sino que estaba allí tumbada, durmiendo a
es lo que pasa.” pierna suelta.

Jacob & Wilhelm Grimm 70 Todos los cuentos


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el sastre en el cielo los niños, lavar pañales, limpiar y secar los bancos en Preguntó a San Pedro adónde lo había metido,
[KHM035] Der Schneider im Himmel que juegan, remendaré sus ropitas… mas el santo no le supo responder. Le preguntó en-
San Pedro se compadeció del sastre cojo y en- tonces si había permitido entrar a alguien.
treabrió la puerta del Paraíso, lo justo para que su —No sé de nadie que haya estado aquí —con-
escuálido cuerpo pudiese deslizarse por el resqui- testó San Pedro— excepto un sastre cojo que está
cio. Luego mandó al hombre que se sentase en un sentado detrás de la puerta.
rincón, detrás de la puerta, y se estuviese allí bien Nuestro Señor mandó comparecer al sastre, y le
quieto y callado, para que el Señor, al volver, no lo preguntó si se había llevado el posapiés y qué había
viera y se enojara. El sastre obedeció. hecho con él.
Al cabo de poco, San Pedro salió un momento; el —¡Oh, Señor! —respondió el sastre, alboroza-
sastre se levantó y, aprovechando la oportunidad, se do—. Me he enfadado mucho, porque en la Tierra
dedicó a curiosear por todos los rincones del Cielo. he visto a una vieja lavandera que robaba dos pañue-
Llegó, finalmente, a un lugar donde había unas los, y le arrojé el posapiés a la cabeza.
Un día, en que el tiempo era muy hermoso, Dios sillas preciosísimas, y en el centro, un trono, todo —¡Gran pícaro! —le increpó Nuestro Señor—.
Nuestro Señor quiso dar un paseo por los jardines de oro, adornado de reluciente pedrería, mucho Si yo juzgase como tú haces, ¿qué sería de ti hace
celestiales y se hizo acompañar de todos los apóstoles más alto que las sillas, que tenía delante un posa- mucho tiempo? No tendría ni sillas, ni bancos, ni
y los santos, por lo que en el Cielo sólo quedó San piés, también de oro. Era el sillón donde se sienta trono, ni siquiera atizador del fuego, porque todo lo
Pedro. Nuestro Señor cuando está en casa, y desde el cual habría arrojado contra los pecadores.
El Señor le había encomendado que no permitie- puede ver cuanto ocurre en la Tierra. Desde este momento no seguirás en el Cielo,
se entrar a nadie durante su ausencia y, así, Pedro no El sastre contempló atónito aquel sillón durante sino que te quedarás afuera, en la puerta. ¡Así que,
se movió de la puerta, vigilando. un buen rato, pues le gustaba mucho más que todo mira adónde vas! Aquí nadie debe castigar sino yo, el
Al cabo de poco llamaron, y Pedro preguntó lo que había visto. Al fin, impertinente como era, no Señor.
quién era y qué quería. pudo dominarse más: se subió al trono y se sentó. San Pedro hubo de echar del Cielo al sastre, el
—Soy un pobre y honrado sastre —respondió Entonces vio todo lo que estaba ocurriendo en la cual, como tenía rotos los zapatos y los pies llenos de
una vocecita suave— que os ruega lo dejéis entrar. Tierra, y así pudo observar cómo una vieja muy fea ampollas, empuñando un bastón se dirigió al limbo,
—¡Sí —refunfuñó Pedro—, honrado como el que lavaba en un arroyo apartaba disimuladamente donde residen los soldados piadosos y lo pasan lo
ladrón que cuelga de la horca! ¿No habrás hecho tú dos pañuelos. El sastre, al verlo, se enfureció de tal mejor posible. ♣
correr los dedos, hurtando el paño a tus clientes? No modo que empuñó el posapiés de oro y lo arrojó
entrarás en el Cielo. Nuestro Señor me ha prohibido contra la vieja ladrona. Pero luego se dio cuenta de
que no deje pasar a nadie mientras él esté fuera. que no podría recuperar el posapiés y se bajó con
—¡Un poco de compasión! —suplicó el sastre—. disimulo del trono y volvió a su sitio detrás de la
¡Por un trocito que cae de la mesa! Eso no es robar. puerta, con el aire de quien nunca ha roto un plato.
Ni merece la pena hablar de esto. Mirad, soy cojo, Al regresar Nuestro Señor con su séquito celestial,
y con esta caminata me han salido ampollas en los no reparó en el sastre sentado en la portería; pero
pies. No tengo ánimos para volverme atrás. Dejadme al querer ocupar su asiento habitual, echó a faltar el
sólo entrar; cuidaré de todas las faenas pesadas: llevar posapiés.

Jacob & Wilhelm Grimm 71 Todos los cuentos


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la mesa, el asno y el bastón Pero el padre, queriendo cerciorarse, bajó al esta- ¿Cómo voy a estar satisfecha?
maravillosos blo y acariciando al animalito, le preguntó: Sólo estuve en la zanjita
[KHM036] Tischchen deck dich, Goldesel und —Cabrita, ¿estás satisfecha? sin encontrar ni una hojita. ¡Beee, beee!
Knüppel aus dem Sack A lo que replicó la cabra:
—¡Truhán! ¡Desalmado! —exclamó el sastre—.
¿Cómo voy a estar satisfecha? ¡Mira que hacer pasar hambre a un animal tan
Sólo estuve en la zanjita manso!
sin encontrar ni una hojita ¡Beee, beee! Y, subiendo las escaleras de dos en dos, echó a
palos al segundo hijo.
—¡Qué me dices!—excIamó el sastre, y, volvien- Le tocó luego el turno al tercero, el cual, querien-
do arriba precipitadamente, puso a su hijo de vuelta do hacer bien las cosas, buscó un sitio de maleza es-
y media: pesa y frondosa y dejó a la cabra pacer a sus anchas.
—¡Embustero! Me dijiste que la cabra estaba Al atardecer, a la hora de volverse, preguntó:
harta, cuando le has hecho pasar hambre. —Cabrita, ¿estás satisfecha?
Érase una vez un sastre que tenía tres hijos y una Y, encolerizado, le castigó en la espalda con la A lo que respondió la cabra:
sola cabra. Como la cabra alimentaba con su leche a vara, y a palos lo echó de casa.
toda la familia, necesitaba buen pienso, y todos los Al día siguiente le tocó al hijo segundo, el cual Tan harta me encuentro,
días había que llevarla a pacer. De esto se encargaban buscó un buen lugar, en un rincón del huerto, lleno que otra hoja no me cabe dentro. ¡Beee, beee!
los hijos, por turno. de jugosa hierba, donde la cabra se hinchó de comer,
Un día, el mayor la condujo al cementerio, don- dejándolo todo pelado. Al anochecer, a la hora de —¡Pues andando, a casa! —dijo el mocito, y con-
de la hierba crecía muy lozana, y la dejó hartarse y regresar le preguntó: duciéndola al establo, la ató sólidamente.
saltar a sus anchas. Al anochecer, cuando fue la hora —Cabrita, ¿estás harta? —¿Ha comido bien la cabra? —preguntó el viejo
de volverse, le preguntó: sastre.
—Cabra, ¿estás satisfecha? —a lo que respondió Tan harta me encuentro, —¡Ya lo creo! —respondió el muchacho—. Tan
el animal: que otra hoja no me cabe dentro. ¡Beee, beee! harta está que no le cabe una hoja.
Pero el hombre, desconfiado, bajó a preguntar:
Tan harta me encuentro, —¡Vámonos, pues! —dijo el muchacho, y, llega- —Cabrita, ¿estás satisfecha?
que otra hoja no me cabe dentro. ¡Beee, beee! dos a casa, la ató al establo. Y el bellaco animal respondió:
—¿Ha comido bien la cabra? —preguntó el viejo
—Entonces vámonos a casita — dijo el mucha- sastre. ¿Cómo voy a estar satisfecha?
cho, y cogiéndola por la soga, la llevó al establo, —¡Ya lo creo! —respondió el chico—. Tan harta Sólo estuve en la zanjita
donde la dejó bien amarrada. está, que no le cabe una hoja más. sin encontrar ni una hojita. ¡Beee, beee!
—¿Ha comido bien la cabra? —preguntó el viejo Pero el sastre, no fiándose de las palabras del mu-
sastre. chacho, bajó al establo y preguntó: —¡Pandilla de embusteros! —gritó el sastre—.
—¡Ya lo creo! —respondió el chico—. Tan harta —Cabrita, ¿estás satisfecha? ¡Tan mala pieza y tan desagradecido es el uno como
está, que no le cabe ni una hoja más. Y contestó la cabra: los otros! ¡Lo que es de mí, no volveréis a burlaros!

Jacob & Wilhelm Grimm 72 Todos los cuentos


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—y, fuera de sí por la ira, subió y le dio al pequeño afeitó hasta dejársela lisa como la palma de la mano. bien y lo invitaron a cenar con ellos, diciéndole
una paliza tal, que el pobre chico escapó de casa Y pensando que la vara de medir sería un instru- que de otro modo sería difícil que el posadero le
como alma que lleva el diablo. mento demasiado honroso, acudió al látigo y le pro- sirviese de comer.
Y el viejo sastre se quedó solo con su cabra. A la ma- pinó tal vapuleo que, no bien pudo soltarse, la bestia —No —respondió el ebanista—, no quiero pri-
ñana siguiente bajó al establo y, acariciándola, le dijo: echó a correr como alma que lleva el diablo. varos de vuestra escasa cena; antes, al contrario, soy
—Vamos, animalito mío, yo te llevaré a pacer El sastre, ya completamente solo en su casa, sintió yo quien os invita.
—y, cogiéndola de la cuerda, la condujo a unos setos una gran tristeza. Echaba de menos a sus hijos; pero Los demás se echaron a reír, pensando que quería
verdes donde abundaba el llantén y otras hierbas nadie sabía su paradero. gastarles una broma; pero él instaló su mesita de ma-
muy del gusto de las cabras. El mayor había entrado de aprendiz en casa de un dera en el centro de la sala, y dijo: “¡Mesita, cúbre-
—Aquí podrás llenarte la tripa hasta reventar ebanista, y trabajó con tanta aplicación y diligencia te!,” e inmediatamente quedó llena de manjares tan
—le dijo, y la dejó pacer hasta la puesta del sol. que, al terminar el aprendizaje y sonar la hora de apetitosos, que jamás el cocinero hubiera sido capaz
Entonces le preguntó: irse por el mundo, su maestro le regaló una mesita, de prepararlos, y despidiendo un olorcito capaz de
—Cabrita, ¿estás satisfecha? —y ella respondió: de aspecto ordinario y de madera común, pero que deleitar el olfato más reacio.
poseía una propiedad muy singular y ventajosa. —¡A servirse, amigos! —exclamó el ebanista,
Tan harta me encuentro, Cuando la ponían en el suelo y le decían: “¡Mesita, y los invitados, al ver que la cosa iba en serio, sin
que otra hoja no me cabe dentro. ¡Beee, beee! cúbrete!,” inmediatamente quedaba cubierta con hacérselo repetir se acercaron y, armados de sus
un mantel blanco y limpio, y sobre él, un plato, respectivos cubiertos, arremetieron a las viandas. Lo
—Pues vámonos a casa —dijo el sastre, y, lleván- cuchillo y tenedor; además, con tantas fuentes como que más les admiraba era que, en cuanto se vaciaba
dola al establo, la dejó bien sujeta. Pero, al marchar- en ella cabían, llenas de manjares cocidos y asados, una fuente, inmediatamente era sustituida por otra
se, se volvió aún para preguntarle: y con un gran vaso de vino tinto, que alegraba el igual y repleta.
—¿Has quedado satisfecha esta vez? corazón. El posadero lo contemplaba todo desde un rin-
La cabra, empero, repitió, incorregible: El joven oficial pensó: “Con esto me basta para cón, sin saber qué decir, aunque para sus adentros
comer bien durante toda mi vida,” y emprendió su pensaba: “¡Un cocinero así te haría buen servicio en
¿Cómo voy a estar ahíta? camino, muy animado y contento, sin inquietarse la posada!”
Sólo estuve en la zanjita jamás por si las posadas estaban o no bien provistas. El carpintero y sus invitados prolongaron su
sin encontrar ni una hojita. ¡Beee, beee! Si así se le antojaba, se quedaba en un descampado, jolgorio hasta muy avanzada la noche, hasta que, al
en un bosque o en un prado, donde mejor le pare- fin se fueron a dormir, y el joven artesano se retiró
Al oír esto, el sastre quedó estupefacto, dándose cía, se descolgaba la mesita de la espalda y, colocán- también, dejando la mesa prodigiosa contra la pared.
entonces cuenta de que había echado de casa a sus dola delante de sí, decía: “¡Mesita, cúbrete!,” y en un Pero el posadero seguía en sus cavilaciones, que
tres hijos sin motivo. momento tenía a su alcance cuanto pudiera apetecer. no le dejaban un momento de reposo, hasta que
—¡Aguarda un poco —vociferó—, ingrata Al fin, pensó en volver a la casa de su padre; recordó que tenía en el desván una mesita vieja muy
criatura! Echarte es poco. ¡Voy a señalarte de modo seguramente se le habría aplacado la cólera y parecida a la mágica y así fue calladito a buscarla y la
que jamás puedas volver a presentarte en casa de un lo acogería de buen grado al presentarle él la cambió por la otra.
sastre honrado! prodigiosa mesita. Y he aquí que una noche, de A la mañana siguiente, el carpintero pagó el
Y, subiendo al piso alto, tomó su navaja de afeitar camino hacia su pueblo, entró en una posada importe del hospedaje, cargó a cuestas la mesita sin
y, después de enjabonar la cabeza a la cabra, se la que estaba llena de huéspedes. Lo recibieron muy reparar en que no era la auténtica, y reemprendió su

Jacob & Wilhelm Grimm 73 Todos los cuentos


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camino. A mediodía llegó a casa de su padre, quien —¿Para qué sirve entonces? —preguntó el joven —Aguardad un momento, señor —dijo—, voy a
lo recibió con los brazos abiertos. oficial. buscar oro.
—Y bien, hijo, ¿qué has aprendido? —le —Escupe oro —le respondió el maestro—. No Y salió llevándose el mantel. El otro, intrigado
preguntó. tienes más que extender un lienzo en el suelo y y curioso, se escurrió tras él, y como el forastero se
—Padre, me hice ebanista. decir: “¡Briclebrit!,” y el animal empezará a echar encerrara en el establo y echara el cerrojo, miró por
—Buen oficio —respondió el viejo—. ¿Y qué has piezas de oro por delante y por detrás. un agujero. El forastero extendió el paño debajo del
traído de tus andanzas por el mundo? —¡He aquí un animal maravilloso! —exclamó el asno y exclamó: “¡Briclebrit!,” e inmediatamente el
—Padre, lo mejor que traigo es esta mesita. joven, y dando las gracias al molinero, se marchó a animal se puso a soltar monedas de oro por delante
El sastre la miró por todos lados, y luego dijo: correr mundo. Cuando necesitaba dinero no tenía más y por detrás, que no parecía sino que lloviesen.
—Pues no parece ninguna cosa del otro jueves; es que decir a su asno: “¡Briclebrit!,” y en seguida llovían —¡Caramba!—dijo el posadero—. ¡Pronto se acu-
una vulgar mesita, vieja y mala. las monedas de oro, sin que él tuviese otra molestia ñan así los ducados! ¡No está mal un bolso como éste!
—Pero es una mesita encantada —replicó el que la de recogerlas del suelo. Dondequiera que fuese El huésped pagó la cuenta y se retiró a dormir,
hijo. Cuando la coloco en el suelo y le mando que no se daba por satisfecho sino con lo mejor. ¡Qué im- mientras el posadero bajaba al establo sigilosamente y
se cubra, inmediatamente se llena de unos manjares portaba el precio, si tenía siempre el bolso lleno! se llevaba el asno monedero, para sustituirlo por otro.
tan sabrosos, con el correspondiente vino, que el Cuando ya estuvo cansado de ver mundo, pensó: A la madrugada siguiente partió el muchacho con
corazón salta de gozo. Invitad a todos los parientes y “Debo volver a casa de mi padre; cuando me pre- el jumento, creyendo que era el ‘del oro.’ Al llegar, a
amigos, que vengan a sacar el vientre de penas; veréis sente con el asno de oro, se le pasará el enfado y me mediodía a casa de su padre, lo recibió éste con gran
cuán satisfechos los dejará la mesa. recibirá bien.” alegría.
Reunida que estuvo la concurrencia, el mucha- Sucedió que fue a parar a la misma hospedería —¿Qué ha sido de ti, hijo mío?
cho instaló la mesa en la habitación y dijo: “¡Mesita, donde su hermano había perdido la mesita encan- —Pues que soy molinero, padre —respondió el
cúbrele!” Pero la mesa no hizo caso y quedó tan tada. Conducía él mismo el asno del cabestro; el muchacho.
vacía como una vulgar mesa de las que no atienden posadero quiso tomarlo para ir a atarlo; pero no lo —¿Y qué traes de tus andanzas por el mundo?
a razones. consintió el joven: —Nada más que un asno.
Entonces el pobre muchacho se dio cuenta de —No os molestéis, yo mismo llevaré mi rucio al —Asnos no faltan aquí; mejor hubiera sido una
que le habían cambiado la mesa, y se sintió avergon- establo y lo ataré, pues quiero saber dónde lo tengo. cabra —replicó el padre.
zado de tener que pasar por embustero. Los parien- Al posadero le pareció aquello algo raro, y pensó —Sí —observó el hijo—, pero es que mi asno no
tes se rieron en su cara, regresando tan hambrientos que un individuo que cuidaba personalmente de su es como los demás, sino un ‘asno de oro’; basta con
y sedientos como habían venido. asno no seria un cliente muy dadivoso; pero cuando decirle: “¡Briclebrit!,” y en seguida os suelta todo un
El padre acudió de nuevo a sus retazos y a sus vio que el forastero metía mano en el bolsillo y, sa- talego de monedas de oro. Llamad a los parientes,
agujas, y el hijo se colocó como oficial en casa de un cando dos monedas de oro, le encargaba que le pre- voy a hacerlos ricos a todos.
maestro ebanista. parase lo mejor que hubiera, el hombre abrió unos —Esto ya me gusta más —dijo el sastre—; así no
El segundo hijo había ido a parar a un mo- ojos como naranjas y se apresuró a complacerlo. necesitaré seguir dándole a la aguja —y se apresuró a
lino, donde aprendió la profesión de molinero. Después de comer, al preguntar el joven cuánto ir en busca de los parientes.
Terminado su aprendizaje, su amo le dijo: debía, creyó el hostelero que podía cargar la mano y En cuanto se hallaron todos reunidos, el moline-
—Como te has portado bien, te regalo un asno le pidió dos monedas más de oro. El viajero rebuscó ro los dispuso en círculo y, extendiendo un lienzo en
muy especial, que ni tira de carros ni soporta cargas. en el bolsillo, pero estaba vacío. el suelo, fue a buscar el asno.

Jacob & Wilhelm Grimm 74 Todos los cuentos


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—Ahora, atención —dijo primero, y luego: ofensor o a los ofensores, y no paraba hasta que no —¡En seguida, en seguida! —exclamó el posadero
“¡Briclebrit!”—; pero lo que cayeron no eran preci- les quedaba casaca o jubón en la espalda, y con tal con voz débil—; todo os lo daré, con tal que ence-
samente ducados, con lo que quedó demostrado que ligereza, que pasaba de uno a otro sin darles tiempo rréis este duende.
el animal no sabía ni pizca en acuñar monedas, arte de apercibirse. —Me portaré con clemencia —dijo el joven—;
que no todos los asnos dominan. Un anochecer, el joven tornero entró en la hospe- pero que te sirva de lección.
El pobre molinero puso una cara de tres palmos; dería donde sus hermanos habían sido víctimas del Y gritando: “¡Bastón, al saco!” —lo dejó en paz.
comprendió que le habían engañado y pidió perdón consabido engaño. El tornero se marchó a la mañana siguiente, en
a los parientes, los cuales hubieron de marcharse tan Dejando el saco sobre la mesa, el joven se puso a posesión de la mesita encantada y del asno de oro, y
pobres como habían venido. explicar todas las maravillas que había visto en sus tomó la ruta de la casa paterna.
Al viejo no le quedó otro remedio que seguir correrías. Se alegró el sastre al verlo, y le preguntó qué
manejando la aguja, y el muchacho se colocó de —Sí —dijo—, ya sé que hay mesas encantadas, había aprendido por el mundo.
muchacho en un molino. asnos de oro y otras cosas por el estilo, muy buenas —Padre —le respondió el muchacho—, he
El tercer hermano había entrado de aprendiz todas ellas y que me guardaré muy bien de despre- aprendido el oficio de tornero.
en el taller de un tornero, y como es oficio difícil, ciar, pero nada son en comparación con el tesoro —Un oficio de mucho ingenio —declaró el pa-
el aprendizaje fue mucho más largo. Sus hermanos que yo me gané y que llevo en el saco. dre—. Pero, ¿qué traes de tus andanzas?
le dieron cuenta, en una carta, de lo que les había El hostelero aguzó el oído. “¿Qué diablos podrá —Algo de gran valor, padre —respondió el mu-
sucedido y de cómo el posadero les había robado sus ser?,” pensó. “De seguro que el saco estará lleno de chacho—; una estaca en un saco.
tesoros mágicos la víspera de su llegada a casa. piedras preciosas. Tendré que pensar en la manera de —¿Qué? —exclamó el viejo—. ¡Una estaca! ¡Pues sí
Cuando el muchacho hubo aprendido el oficio, hacerme con él, pues las cosas buenas van siempre que valía la pena! Aquí puedes cortar una en cada árbol.
el maestro, en recompensa por su buen comporta- de tres en tres.” —Pero no como ésta, padre. Si le digo: “¡Bastón,
miento, le regaló un saco, diciéndole: Cuando le vino el sueño, el forastero se tendió fuera del saco!,” salta de él y arma con el malinten-
—Ahí dentro hay una estaca. sobre el banco, poniéndose el saco por almohada. El cionado una danza tal que lo pone como nuevo, y
—El saco puedo colgármelo al hombro y me ser- mesonero, en cuanto lo creyó dormido, se le acercó no cesa hasta que el otro pide misericordia.
virá —dijo el muchacho—, pero, ¿qué voy a hacer con sigilo y se puso a tirar cauta y suavemente del Mirad, con esta estaca he recuperado la mesa en-
con el bastón? No es sino un peso más. saco, con la idea de sacarlo y sustituirlo por otro. cantada y el asno de oro que aquel posadero ladrón
—Voy a explicártelo —le respondió el maes- Pero aquello era lo que estaba esperando el torne- robó a mis hermanos. Llamadlos a los dos e invitad
tro—. Si alguien te maltrata o te busca camorra, no ro, y cuando el fondista tiró un poco más fuerte, gri- a todos los parientes; les daré de comer y beber y les
tienes más que decir: “¡Bastón, fuera del saco!,” y tó: “¡Bastón, fuera del saco!” lnmediatamente salió llenaré los bolsillos de ducados.
en seguida lo verás saltar y brincar sobre las espaldas la estaca y se puso a golpear las costillas al posadero El viejo sastre convocó a los parientes, aunque no
de la gente, con tanto vigor y entusiasmo, que no con tanto vigor que daba gusto verlo. El hombre pe- sentía gran confianza. Entonces, el tornero tendió
podrán moverse en ocho días. Y no cesará el vapuleo día compasión, pero cuanto más gritaba, más recios una tela en el suelo de la habitación y, trayendo el
hasta que le grites: “¡Bastón, al saco!” y frecuentes caían los palos, hasta que, al fin, dieron asno de oro, dijo a su hermano segundo:
El joven le dió las gracias y se marchó con el con él en tierra, extenuado. —Anda, hermano, entiéndete con él.
saco al hombro; y cada vez que alguien le buscaba Dijo entonces el tornero: Dijo el molinero:
el cuerpo, con decir él: “¡Bastón, fuera del saco!,” —Si no me entregas ahora la mesita mágica y el
ya estaba éste danzando y cascando las liendres al asno de oro, empezaremos de nuevo la danza. “¡Briclebrit!”

Jacob & Wilhelm Grimm 75 Todos los cuentos


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E inmediatamente empezó a caer un verdadero —¡Bah!, pronto lo echaremos —dijo el oso, y pulgarcito
chaparrón de ducados, y el asno no cesó de soltarlos acompañó a la zorra hasta su guarida; al llegar, miró [KHM037] Daumesdick
hasta que todos hubieron recogido tantos que ya no al interior; pero al ver aquellos ojos de fuego, le en-
podían con ellos. tró a su vez el miedo y, no queriendo habérselas con
Después, el tornero instaló la mesa y dijo al el fiero animal, puso pies en polvorosa. Se topó con
carpintero: la abeja, la cual, observando que no las tenía todas
—Hermano, ahora es tu turno. Dijo el otro consigo, dijo:
hermano: —Oso, pareces cariacontecido. ¿Dónde has deja-
do tu buen humor?
“¡Mesita, cúbrete!” —Es muy fácil hablar —replicó el oso—. El caso
es que en la cueva de la zorra hay un animal feroz,
E instantáneamente ésta se vió llena de fuentes y de ojos de fuego, y no sabemos cómo echarlo.
platos magníficos. Celebraron entonces un banquete Dijo la abeja:
tal como el buen sastre jamás viera en su casa, y toda —Me das lástima, oso. Yo soy un pobre ser débil Érase un pobre campesino que estaba una noche
la parentela permaneció reunida hasta la noche, en al que ni consideráis digno de vuestras miradas y, sin junto al hogar atizando el fuego, mientras su mujer
plena fiesta y regocijo. embargo, creo que podré ayudaros. hilaba, sentada a su lado.
El sastre guardó en un armario agujas e hilos, Y, volando a la madriguera de la zorra, se posó en Dijo el hombre:
varas y planchas, y vivió en adelante en compañía de la cabeza pelada de la cabra, y le clavó el aguijón con —¡Qué triste es no tener hijos! ¡Qué silencio
sus hijos en paz y felicidad. tanta furia, que ésta salió de un brinco, gritando: en esta casa, mientras en las otras todo es ruido y
“¡beee, beee!,” y echando a correr como loca. alegría!
.  .  . Y hasta ahora nadie ha oído hablar más de ella. ♣ —Sí —respondió la mujer, suspirando—.
Aunque fuese uno solo, y aunque fuese pequeño
Pero, a todo esto, ¿qué se había hecho de la cabra como el pulgar, me daría por satisfecha. Lo querría-
que tuvo la culpa de que el sastre expulsara de casa mos más que nuestra vida.
a sus tres hijos? Pues, voy a contarlo. Avergonzada Sucedió que la mujer se sintió indispuesta, y al
de su afeitada cabeza, fue a ocultarse en la madri- cabo de siete meses trajo al mundo un niño que, si
guera de una zorra. Al regresar ésta a su casa vio bien perfectamente conformado en todos sus miem-
que desde la oscuridad del cubil la miraban dos bros, no era más largo que un dedo pulgar. Y dijeron
grandes ojos centelleantes, y huyó la mar de asusta- los padres:
da. Se topó con ella el oso, que, al verla tan azora- —Es tal como lo habíamos deseado, y lo querre-
da, le preguntó: mos con toda el alma.
—¿Qué te pasa, hermana zorra, que pones esta En consideración a su tamaño, le pusieron por
cara de susto? nombre Pulgarcito. Lo alimentaban tan bien como
—¡Ay! —respondió la zorra—, en mi madriguera podían, pero el niño no crecía, sino que seguía tan
se ha metido un monstruo y me ha asustado con sus pequeño como al principio. De todos modos, su
ojos como ascuas. mirada era avispada y vivaracha, y pronto mostró ser

Jacob & Wilhelm Grimm 76 Todos los cuentos


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listo como el que más, y muy capaz de salirse con la Al ver los dos forasteros a Pulgarcito se quedaron Pegó él unos brincos entre unos terrones y, de
suya en cualquier cosa que emprendiera. mudos de asombro, hasta que, al fin, llevando uno pronto, se escabulló en una madriguera que había
Un día en que el leñador se disponía a ir al aparte al otro, le dijo: estado buscando.
bosque a buscar leña, dijo para sí, hablando a media —Oye, esta menudencia podría hacer nuestra —¡Buenas noches, señores, podéis seguir sin
voz: “¡Si tuviese a alguien para llevarme el carro!” fortuna si lo exhibiésemos de ciudad en ciudad. mí! —les gritó desde su refugio, en tono de burla.
—¡Padre! —exclamó Pulgarcito—, yo te llevaré el Comprémoslo. Acudieron ellos al agujero y estuvieron hurgando en
carro. Puedes estar tranquilo; a la hora debida estará Y, dirigiéndose al leñador, le dijeron: él con palos, pero en vano. Pulgarcito se metía cada
en el bosque. —¡Vendednos este hombrecito, lo pasará bien vez más adentro; y como la noche no tardó en cerrar,
El hombre se echó a reír, diciendo: con nosotros! hubieron de reemprender su camino enfadados y
—¿Cómo te las arreglarás? ¿No ves que eres —No —respondió el padre—, es la luz de mis con las bolsas vacías.
demasiado pequeño para manejar las riendas? —No ojos, y no lo daría por todo el oro del mundo. Cuando Pulgarcito estuvo seguro de que se ha-
importa, padre. Sólo con que madre enganche, yo Pero Pulgarcito, que había oído la proposición, bían marchado, salió de su escondrijo. “Eso de andar
me instalaré en la oreja del caballo y lo conduciré agarrándose a un pliegue de los pantalones de su por el campo a oscuras es peligroso —se dijo—; al
adonde tú quieras. padre, se encaramó hasta su hombro y le murmuró menor descuido te rompes la crisma.”
El hombre pensó: “Bueno no se perderá nada con al oído: Por fortuna dio con una concha de caracol vacía:
intentarlo.” —Padre, dejadme que vaya; ya volveré. —¡Loado sea Dios! —exclamó—. Aquí puedo
Cuando llegó la hora convenida, la madre en- Entonces el leñador lo cedió a los hombres por pasar la noche seguro. —Y se metió en ella.
ganchó el caballo y puso a Pulgarcito en su oreja; y una bonita pieza de oro. Al poco rato, a punto ya de dormirse, oyó que
así iba el pequeño dando órdenes al animal: “¡Arre! —¿Dónde quieres sentarte? —le preguntaron. pasaban dos hombres y que uno de ellos decía:
¡Soo! ¡Tras!.” Todo marchó a pedir de boca, como si —Ponedme en el ala de vuestro sombrero; podré —¿Cómo nos las compondremos para hacernos
el pequeño hubiese sido un carretero consumado, pasearme por ella y contemplar el paisaje; ya tendré con el dinero y la plata del cura?
y el carro tomó el camino del bosque. Pero he aquí cuidado de no caerme. —Yo puedo decírtelo —gritó Pulgarcito.
que cuando, al doblar la esquina, el chico gritó: Hicieron ellos lo que les pedía y, una vez que —¿Qué es esto? —preguntó, asustado, uno de los
“¡Arre, arre!,” acertaban a pasar dos forasteros. Pulgarcito se hubo despedido de su padre, los foras- ladrones—. ¡He oído hablar a alguien!
—¡Toma! —exclamó uno— ¿qué es esto? Ahí va teros partieron con él y anduvieron hasta el anoche- Se pararon los dos a escuchar, y Pulgarcito
un carro, el carretero le grita al caballo y, sin embar- cer. Entonces dijo el pequeño: prosiguió:
go, no se le ve por ninguna parte. —Dejadme bajar, lo necesito. —Llevadme con vosotros, yo os ayudaré.
—¡Aquí hay algún misterio! —asintió el otro—. —¡Bah!, no te muevas —le replicó el hombre —¿Dónde estás?
Sigamos el carro y veamos adónde va. en cuyo sombrero viajaba el enanito—. No voy a —Buscad por el suelo, fijaos de dónde viene la
Pero el carro entró en el bosque, dirigiéndose en enfadarme; también los pajaritos sueltan algo de vez voz —respondió.
línea recta al sitio en que el padre estaba cortando en cuando. Al fin los ladrones lo descubrieron y lo levantaron
leña. Al verlo Pulgarcito, le gritó: —No, no —protestó Pulgarcito—, yo soy un en el aire:
—¡Padre, aquí estoy, con el carro, bájame a tierra! chico bien educado; bajadme, ¡de prisa! —¡Infeliz microbio! ¿Tú pretendes ayudarnos?
El hombre sujetó el caballo con la mano izquierda, El hombre se quitó el sombrero y depositó al —Mirad —respondió él—. Me meteré entre los
mientras con la derecha sacaba de la oreja del rocín a pequeñuelo en un campo que se extendía al borde barrotes de la reja, en el cuarto del cura, y os pasaré
su hijito, el cual se sentó sobre una brizna de hierba. del camino. todo lo que quieras llevaros.

Jacob & Wilhelm Grimm 77 Todos los cuentos


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—Está bien —dijeron los ladrones—. Veremos Deseaba descansar hasta que amaneciese, y encami- Se asombró el cura a su vez, pensando que algún
cómo te portas. narse luego a la casa de sus padres. Pero aún le que- mal espíritu se había introducido en la vaca, y dio
Al llegar a la casa del cura, Pulgarcito se deslizó daban por pasar muchas otras aventuras. ¡Nunca se orden de que la mataran. Así lo hicieron; pero el
en el interior del cuarto, y, ya dentro, gritó con todas acaban las penas y tribulaciones en este bajo mundo! estómago, en el que se hallaba encerrado Pulgarcito,
sus fuerzas Al rayar el alba, la criada saltó de la cama para ir fue arrojado al estercolero. Allí trató el pequeñín
—¿Queréis llevaros todo lo que hay aquí? a dar el pienso al ganado. Entró primero en el pajar de abrirse paso hacia el exterior y, aunque le costó
Los rateros, asustados, dijeron: y tomó un brazado de hierba, precisamente aquella mucho, por fin pudo llegar a la entrada.
—¡Habla bajito, no vayas a despertar a alguien! en que el pobre Pulgarcito estaba durmiendo. Y es Ya iba a asomar la cabeza cuando le sobrevino
Mas Pulgarcito, como si no les hubiese oído, el caso que su sueño era tan profundo, que no se dio una nueva desgracia, en forma de un lobo hambrien-
repitió a grito pelado: cuenta de nada ni se despertó hasta hallarse ya en la to que se tragó el estómago de un bocado. Pulgarcito
—¿Qué queréis? ¿Vais a llevaros todo lo que hay? boca de la vaca, que lo había tragado junto con la no se desanimó. “Tal vez pueda entenderme con el
Le oyó la cocinera, que dormía en una habitación hierba. lobo,” pensó, y, desde su panza, le dijo:
contigua, e incorporándose en la cama, se puso a —¡Válgame Dios! —exclamó—. ¿Cómo habré —Amigo lobo, sé de un lugar donde podrás
escuchar. ido a parar a este molino? comer a gusto.
Los ladrones, asustados, habían echado a correr; Pero pronto comprendió dónde se había metido. —¿Dónde está? —preguntó el lobo.
pero al cabo de un trecho recobraron ánimos, y pen- Era cosa de prestar atención para no meterse entre —Yo te guiaré a la casa. Tendrás que entrar por la
sando que aquel diablillo sólo quería gastarles una los dientes y quedar reducido a papilla. Luego hubo alcantarilla y encontrarás bollos, tocino y embutidos
broma, regresaron y le dijeron: de deslizarse con la hierba hasta el estómago. “En para darte un hartazgo. —Y le dio las señas de la
—Vamos, no juegues y pásanos algo. este cuartito se han olvidado de las ventanas,” pensó. casa de sus padres.
Entonces Pulgarcito se puso a gritar por tercera “Aquí el sol no entra, ni encienden una lucecita El lobo no se lo hizo repetir; se escurrió por la
vez con toda la fuerza de sus pulmones: siquiera.” alcantarilla, y entrando en la despensa, se hinchó
—¡Os lo daré todo en seguida; sólo tenéis que El aposento no le gustaba ni pizca, y lo peor era hasta el cuello. Ya harto, quiso marcharse; pero se
alargar las manos! que, como cada vez entraba más heno por la puerta, había llenado de tal modo, que no podía salir por el
La criada, que seguía al acecho, oyó con toda cla- el espacio se reducía continuamente. Al fin, asustado mismo camino. Pulgarcito había contado con esto.
ridad sus palabras y, saltando de la cama, se precipitó de veras, se puso a gritar con todas sus fuerzas: , Dentro del vientre del lobo, se puso a gritar y albo-
a la puerta, ante lo cual los ladrones tomaron las de —¡Basta de forraje, basta de forraje! rotar con todo el vigor de sus pulmones.
Villadiego como alma que lleva el diablo. La criada, que estaba ordeñando la vaca, al oír —¡Cállate! —le decía el lobo—. Vas a despertar a
La criada, al no ver nada sospechoso, salió a hablar sin ver a nadie y observando que era la misma la gente de la casa.
encender una vela, y Pulgarcito se aprovechó de su voz de la noche anterior, se espantó tanto que cayó —¡Y qué! —replicó el pequeñuelo—. Tú bien te
momentánea ausencia para irse al pajar sin ser visto de su taburete y vertió toda la leche. Corrió hacia el has atiborrado; ahora me toca a mí divertirme —y
por nadie. señor cura y le dijo, alborotada: reanudó el griterío.
La doméstica, después de explorar todos los rin- —¡Santo Dios, Señor párroco, la vaca ha hablado! Se despertaron, por fin, su padre y su madre y
cones, volvió se a la cama convencida de que había —¿Estás loca, mujer? —respondió el cura; pero, corrieron a la despensa, mirando al interior por
estado soñando despierta. con todo, bajó al establo a ver qué ocurría. Apenas una rendija. Al ver que dentro había un lobo, se
Pulgarcito trepó por los tallitos de heno y aca- puesto el pie en él, Pulgarcito volvió a gritar: volvieron a buscar, el hombre un hacha, y la mujer
bó por encontrar un lugar agradable para dormir. —¡Basta de forraje, basta de forraje! una hoz.

Jacob & Wilhelm Grimm 78 Todos los cuentos


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—Quédate tú detrás —dijo el hombre al entrar la boda de dama raposa —Está en su aposento, toda hecha un lamento.
en el cuarto—. Yo le pegaré un hachazo, y si no lo [KHM038] Die Hochzeit der Frau Füchsin Triste tiene el rostro, triste y lloroso porque se ha
mato, entonces le abres tú la barriga con la hoz. muerto su querido esposo.
Oyó Pulgarcito la voz de su padre y gritó: —Decidle, doncella, que hay aquí un zorro joven
—Padre mío, estoy aquí, en la panza del lobo. Y que quisiera hacerle la corte.
exclamó entonces el hombre, gozoso: —Bien, mi joven señor.
—¡Loado sea Dios, ha aparecido nuestro hijo! Y subió la Gata, trip, trap. Y llamó a la puerta,
—y mandó a su mujer que dejase la hoz, para no clip, clap.
herir a Pulgarcito. Levantando el brazo, asestó un —Señora Raposa, ¿estáis ahí?
golpe tal en la cabeza de la fiera, que ésta se desplo- —Sí, Gatita, cierto que sí.
mó, muerta en el acto. —Hay un pretendiente que os solicita.
Subieron entonces a buscar cuchillo y tijeras, y —¿Es guapo o es feo? Dímelo, Gatita.
abriendo la barriga del animal, sacaron de ella a su —¿Tiene también nueve hermosas colas pincela-
hijito. Cuento primero das, como el señor Zorro, que en gloria esté?
—¡Ay! —exclamó el padre—, ¡cuánta angustia —¡Oh, no! —respondió la gata—, tiene sólo una.
nos has hecho pasar! Érase una vez un viejo zorro de nueve colas que, —Entonces no lo quiero.
—Si, padre, he corrido mucho mundo; a Dios creyendo que su esposa le era infiel, quiso probarla. Volvió la gata a la puerta y despidió al
gracias vuelvo a respirar el aire puro. Se tendió debajo del banco y se quedó rígido, pretendiente.
—¿Y dónde estuviste? sin mover ningún miembro, como si hubiese No tardaron en volver a llamar: era otro galán,
—¡Ay, padre! Estuve en una madriguera, en el es- muerto. Dama Zorra se encerró en su aposento, que venía a solicitar a dama Raposa. Tenía éste dos
tómago de una vaca, y en la panza de un lobo. Pero y su criada, ama Gata, se instaló en su cocina a colas, pero no logró más éxito que el primero. Y así
desde hoy me quedaré con vosotros. guisar. fueron acudiendo otros, cada cual con una cola más
—Y no volveremos a venderte, ni por todos los Al correr la voz de que el viejo zorro había estira- que el anterior, y todos fueron despedidos, hasta que
tesoros del mundo —dijeron los padres, acariciando do la pata, empezaron a acudir pretendientes. Oyó llegó, finalmente, uno que poseía nueve rabos, como
y besando a su querido Pulgarcito. la doncella que alguien llamaba a la puerta de la el viejo señor Zorro. Al saberlo la viuda, dijo, alegre,
Le dieron de comer y de beber y le encargaron calle; salió a abrir y se encontró frente a frente con a su doncella:
vestidos nuevos, pues los que llevaba se habían estro- un zorro joven, que le dijo: —¡Ábreme las puertas de par en par, y el viejo
peado durante sus correrías. ♣ —Dama Gata, ¿en qué pensáis? ¿Dormís o acaso zorro me vas a echar!”
veláis? Pero en cuanto se iba a celebrar la boda, saliendo
Y respondió la gata: el zorro viejo de debajo del banco, propinó un buen
—Velando estoy, no durmiendo. ¿Queréis saber vapuleo a toda aquella chusma y los arrojó a la calle
qué estoy haciendo? Pues buena cerveza, con mante- junto con dama Raposa.
ca al lado. ¿No desea el señor ser mi invitado?
—Muchas gracias, doncella —replicó el zorro—.
¿Y qué hace dama Raposa?
Y respondió la gata:

Jacob & Wilhelm Grimm 79 Todos los cuentos


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Cuento segundo —¿Lleva calzoncitos rojos y tiene el hocico los duendecillos
puntiagudo? [KHM039] Die Wichtelmänner
Habiendo muerto el viejo señor Zorro, se presen- ­—Sí —respondió la Gata—, sí que tiene todo
tó el Lobo en calidad de pretendiente. Llamó a la eso.
puerta. Y la Gata, doncella de dama Raposa, acudió —En tal caso, que suba —exclamó dama Raposa,
a abrir. La saludó el Lobo y le dijo: y dio orden a la criada para que preparase la fiesta de
—Buenos días, señora Gatita. ¿Cómo estáis aquí la boda.
tan solita? ¿Qué guisáis que tan bueno parece?” —Gata, barre el aposento y echa por la ventana
Respondió la Gata: al zorro que está dentro. Buenos y gordos ratones se
—Sopita de leche para merendar: si os apetecen, traía, pero él solo se los comía, y para mí nada había.
os podéis quedar.” Se celebró la boda con el joven señor Zorro, y
—Muchas gracias, señora Gata —respondió el hubo baile y jolgorio, y si no han terminado es que
Lobo—. ¿Está en casa dama Raposa? siguen todavía. ♣
Dijo la Gata: Cuento primero
—Está en su aposento, hecha toda un lamento.
Triste tiene el rostro, triste y lloroso, porque se ha Un zapatero se había empobrecido de tal modo, y
muerto su querido esposo. no por culpa suya, que, al fin, no le quedaba ya más
Replicó el Lobo: cuero que para un solo par de zapatos. Los cortó una
—Si quiere volverse a casar, no tiene más que noche, con propósito de coserlos y terminarlos al día
bajar. siguiente; y como tenía tranquila la conciencia, se
La gata sube al piso alto, tres escalones de un salto, acostó plácidamente y, después de encomendarse a
llega a la puerta cerrada y llama con la uña afilada: Dios, quedó dormido.
—¿Estáis ahí, dama Raposa? Si os queréis volver a A la mañana, rezadas ya sus oraciones y cuando
casar, no tenéis más que bajar. iba a ponerse a trabajar, he aquí que encontró sobre
Preguntó dama Raposa: la mesa los dos zapatos ya terminados. El hombre se
—¿Lleva el señor calzoncitos rojos y tiene el hoci- asombró, sin saber qué decir ni qué pensar. Tomó
co puntiagudo? los zapatos y los examinó bien por todos lados.
—No —respondió la Gata. Estaban confeccionados con tal pulcritud, que
—Entonces no me sirve. ni una puntada podía reprocharse; una verdadera
Despedido el Lobo, vino un perro, y luego, suce- obra maestra. A poco entró un comprador, y tanto le
sivamente, un ciervo, una liebre, un oso, un león y gustó el par, que pagó por él más de lo acostumbra-
todos los demás animales de la selva. do, con lo que el zapatero pudo comprar cuero para
Pero siempre carecían de alguna de las cualidades dos pares.
del viejo señor Zorro, y la Gata hubo de ir despa- Los cortó al anochecer, dispuesto a trabajar en
chándolos uno tras otro. Finalmente, se presentó un ellos al día siguiente; pero no le fue preciso, pues,
zorro joven. La dama Raposa volvió a pregunta de: al levantarse, allí estaban terminados, y no faltaron

Jacob & Wilhelm Grimm 80 Todos los cuentos


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tampoco parroquianos que le dieron por ellos el de cuero cortadas, y se ocultaron para ver cómo Se presentaron entonces tres enanitos y la condu-
dinero suficiente con que comprar cuero para cuatro los enanitos recibirían el obsequio. A medianoche jeron a una montaña hueca, que era su residencia.
pares. llegaron ellos saltando y se dispusieron a emprender Todo era allí pequeño, pero tan lindo y primoroso,
A la mañana siguiente otra vez estaban listos los su labor habitual; pero en vez del cuero cortado en- que no hay palabras para describirlo.
cuatro pares, y ya, en adelante, lo que dejaba cortado contraron las primorosas prendas de vestir. Primero La madre yacía en una cama de negro ébano,
al irse a dormir, lo encontraba cosido al levantarse, se asombraron, pero en seguida se pusieron muy incrustada de perlas; las mantas estaban bordadas en
con lo que pronto el hombre tuvo su buena renta y, contentos. Se vistieron con presteza, y, alisando los oro; la cuna del niño era de marfil, y la bañera, de
finalmente, pudo considerarse casi rico. vestidos, se pusieron a cantar: oro. La muchacha ofició de madrina, y terminado el
Pero una noche, poco antes de Navidad, el bautismo quiso volverse a su casa; pero los enanitos
zapatero, que ya había cortado los pares para el día ¿No somos ya dos muchachos le rogaron con gran insistencia que se quedase tres
siguiente, antes de ir a dormir dijo a su mujer: días con ellos. Accedió ella, y pasó aquel tiempo
—¿Qué te parece si esta noche nos quedamos guapos y elegantes? en medio de gran alegría y solaz, desviviéndose los
para averiguar quién es que nos ayuda de este modo? ¿Por qué seguir de zapateros enanos por obsequiarla.
A la mujer le pareció bien la idea; dejó una vela como antes? Al fin se dispuso a partir, y los hombrecitos le
encendida, y luego los dos se ocultaron, al acecho, llenaron los bolsillos de oro y la acompañaron hasta
en un rincón, detrás de unas ropas colgadas. Al so- Y siguieron saltando y bailando, brincando por la salida de la montaña. Cuando llegó a su casa,
nar las doce se presentaron dos minúsculos y gracio- sobre mesas y bancos, hasta que al fin, siempre dan- queriendo reanudar su trabajo, tomó la escoba, que
sos hombrecitos desnudos que, sentándose a la mesa zando, pasaron la puerta. seguía en su rincón, y se puso a barrer. Salieron en-
del zapatero y tomando todo el trabajo preparado, se Desde entonces no volvieron jamás, pero el tonces de la casa unas personas desconocidas que le
pusieron, con sus diminutos dedos, a punzar, coser zapatero lo pasó muy bien todo el resto de su vida, y preguntaron quién era y qué hacía allí. Y es que no
y clavar con tal ligereza y soltura, que el zapatero no tuvo éxito en todo cuanto emprendió. había pasado, en compañía de los enanos, tres días,
podía dar crédito a sus ojos. Los enanitos no cesaron como ella creyera, sino siete años y entretanto, sus
hasta que todo estuvo listo; luego desaparecieron de Cuento segundo antiguos señores habían muerto.
un salto.
Por la mañana dijo la mujer: Érase una vez una pobre criada muy limpia y labo- Cuento tercero
—Esos hombrecitos nos han hecho ricos, y de- riosa; barría todos los días y echaba la basura en un
beríamos mostrarles nuestro agradecimiento. Deben gran montón delante de la puerta. Una mañana, al Los duendecillos habían quitado a una madre su
morirse de frío, yendo así desnudos por el mundo. ponerse a trabajar, encontró una carta en el suelo; hijito de la cuna, reemplazándolo por un monstruo
¿Sabes qué? Le coseré a cada uno una camisita, una pero como no sabía leer, puso la escoba en el rincón de cabeza enorme y ojos inmóviles, que no quería
chaqueta, un jubón y unos calzones, y además les para ir a enseñarla a su señora. Y resultó ser una in- sino comer y beber.
haré un par de medias, y tú les haces un par de zapa- vitación de los enanitos que deseaban que la mucha- En su desesperación, la mujer fue a pedir consejo
titos a cada uno. cha fuera madrina en el bautismo de un niño. a su vecina, la cual le dijo que llevase el monstruo a
A lo que respondió el hombre: La muchacha estaba indecisa; pero, al fin, tras la cocina, lo sentase en el hogar y luego, encendien-
—¡Me parece muy bien! muchas dudas y puesto que le decían que no estaba do fuego, hirviese agua en dos cáscaras de huevo.
Y al anochecer, ya terminadas todas las pren- bien rehusar un ofrecimiento como aquel, resolvió Aquello haría reír al monstruo, y sólo con que riera
das, las pusieron sobre la mesa, en vez de las piezas aceptar. una vez se arreglaría todo.

Jacob & Wilhelm Grimm 81 Todos los cuentos


el profanador de textos
Siguió la mujer las instrucciones de la vecina. Al la novia del bandolero Llegó el domingo, y la muchacha se puso en ca-
poner al fuego las dos cáscaras de huevo llenas de [KHM040] Der Räuberbräutigam mino; sin saber por qué, sentía un extraño temor, y
agua, dijo el monstruo: para asegurarse de que a la vuelta no se extraviaría, se
llenó los bolsillos de guisantes y lentejas. A la entra-
Muy viejo soy, da del bosque vio el rastro de ceniza y lo siguió, pero
pasé por mil situaciones; a cada paso tiraba al suelo, a derecha e izquierda,
pero jamás vi que nadie unos guisantes. Tuvo que andar casi todo el día antes
hirviera agua en cascarones. de llegar al centro del bosque, donde más oscuro era.
Allí había una casa solitaria, de aspecto tenebroso y
Y prorrumpió en una gran carcajada. A su risa lúgubre.
comparecieron repentinamente muchos duendecillos Dominando su aprensión, entró en la casa; den-
que traían al otro niño. Lo depositaron en el hogar y tro reinaba un profundo silencio, y no se veía nadie
se marcharon con el monstruo. ♣ Érase una vez un molinero que tenía una hija muy en parte alguna. De pronto se oyó una voz:
linda, y cuando ya fue crecida, deseaba verla bien
casada y colocada. Pensaba: “Si se presenta un pre- Vuélvete, vuélvete, joven prometida.
tendiente como Dios manda y la pide, se la daré.” Asesinos viven en esta guarida.
Poco tiempo después, llegó uno que parecía muy
rico, y como el molinero no sabía nada malo de él, La muchacha levantó los ojos y vio que la voz era
le prometió a su hija. de un pájaro, encerrado en una jaula que colgaba de
La muchacha, sin embargo no sentía por él la la pared. El cual repitió:
inclinación que es natural que una prometida sienta
por su novio, ni le inspiraba confianza el muchacho. Vuélvete, vuélvete, joven prometida.
Cada vez que lo veía o pensaba en él, una extraña Asesinos viven en esta guarida.
angustia le oprimía el corazón. Un día le dijo él:
—Eres mi prometida y nunca has venido a Siguió la muchacha recorriendo toda la casa, de
visitarme. una habitación a otra; pero estaba completamente
Respondió la doncella: desierta, sin un alma viviente. Llegó al fin a la bode-
—Aún no sé dónde está tu casa. ga, donde había una mujer viejísima, que no cesaba
—Mi casa está en medio del bosque oscuro — de menear la cabeza.
contestó el novio. —¿Podríais decirme —preguntó la muchacha—
En ella, todo era inventar pretextos, diciendo que si vive aquí mi prometido?
no sabría hallar el camino; pero un día el novio le —¡Ay, pobre niña! —exclamó la vieja—. ¡Dónde
dijo muy decidido: te has metido! Estás en una guarida de bandidos.
—El próximo domingo tienes que venir a casa. Creíste ser una novia y celebrar pronto tu boda, pero
He invitado ya a mis amigos, y para que encuentres es con la muerte con quien vas a desposarte. Mira lo
el camino en el bosque, esparciré cenizas. que he tenido que preparar para ti: Este gran caldero

Jacob & Wilhelm Grimm 82 Todos los cuentos


el profanador de textos
con agua. Cuando te tengan en su poder, te despe- —La vieja tiene razón —dijeron los bandidos, y —Entonces yo recorrí todas las habitaciones,
dazarán sin piedad, y después de cocerte te comerán, abandonando la búsqueda, se sentaron a la mesa. y todas estaban desiertas; ¡pero daban un miedo!
pues se alimentan de carne humana. Si yo no me La mujer les echó un somnífero en el vino, y al Finalmente, bajé a la bodega, donde había una
apiado de ti y te salvo, estás perdida. poco rato todos dormían y roncaban, tendidos en la mujer viejísima, que no cesaba de menear la cabeza.
Dichas estas palabras, la vieja la condujo detrás bodega. Al oírlos la novia, salió de detrás del ba- Le pregunté: “¿Vive mi novio en esta casa?” Y ella
de un gran barril, donde no pudiese ser vista. rril y hubo de pasar por encima de los durmientes, me respondió: “¡Ay, hija mía, has caído en una cueva
—Permanece callada como un ratoncito —le pues todos yacían en el suelo; y se moría de miedo, de asesinos! Tu novio vive aquí, pero te matará y
dijo—, sin mover ni un dedo. De lo contrario no temiendo despertarlos. Pero Dios la ayudó y pudo despedazará, y luego de cocerte te comerá.” Tesoro
hay salvación para ti. Por la noche, mientras los ban- salir felizmente de aquel lugar, y con ella la vieja, la mío, sólo es un sueño.
didos duerman, huiremos. Hace tiempo que estoy cual abrió la puerta, y escaparon las dos a toda prisa. —Pero la vieja me ocultó detrás de un gran ba-
esperando la oportunidad. El viento había esparcido la ceniza, pero los gui- rril, y estando allí disimulada, entraron los bandidos;
Casi en el mismo momento se presentó la pan- santes y lentejas, que habían germinado y brotado, con ellos traían a una doncella, a la que forzaron a
dilla de desalmados. Traían raptada a otra doncella, mostraban ahora el camino a la luz de la luna. Las beber de tres clases de vino: blanco, tinto y amarillo,
estaban borrachos y no hacían caso de sus lamen- dos mujeres estuvieron andando toda la noche, y por lo cual le estalló el corazón.
taciones y lágrimas. Le dieron a beber tres vasos de recién llegaron al molino a la mañana siguiente. Tesoro mío, sólo es un sueño. Le quitaron enton-
vino: uno blanco, otro tinto, y el tercero amarillo. Entonces la muchacha contó a su padre todo lo ces sus primorosos vestidos, cortaron sobre una mesa
Después de beberlos, le estalló el corazón. Le arran- que le había ocurrido. Cuando llegó el día designado su hermoso cuerpo a pedazos y le echaron sal. Tesoro
caron entonces los hermosos vestidos y, extendién- para celebrar la boda, se presentó el novio. El padre mío, sólo es un sueño.
dola sobre una mesa, cortaron su cuerpo en pedazos había invitado a todos sus parientes y conocidos y, —Uno de los bandidos observó que conservaba
y lo salaron. sentados todos a la mesa, pidió a cada cual que na- aún un anillo en el dedo meñique, y como le costara
La infeliz novia, escondida detrás del barril, tem- rrase algo para entretener a la concurrencia. La novia sacarlo, tomando un hacha le cortó el dedo el cual,
blaba y se estremecía de horror, pues veía claramente permanecía callada, y entonces le dijo su prometido: saltando por encima del barril, fue a caerme en el
la suerte que habría corrido en manos de aquellos —Anda, corazoncito, ¿no sabes nada? ¡Cuéntanos regazo. Y aquí está el dedo con el anillo.
malvados. algo! Respondió ella: Y, con estas palabras, sacó el dedo y lo mostró a
Uno de ellos observó que la joven asesinada —Pues voy a contaros un sueño que he tenido. los presentes. El bandido, que en el curso del relato
llevaba un anillo de oro en el dedo meñique y, He aquí que soñé que caminaba a través de un bos- se había ido volviendo blanco como la cera, se levan-
como no pudiera quitárselo, le cortó el dedo de que, sola, y llegué a una casa. No había en ella alma tó de un brinco y trató de huir, pero los invitados lo
un hachazo. El dedo saltó en el aire, y por enci- viviente, pero de la pared colgaba una jaula, y un sujetaron, y lo entregaron a la autoridad.
ma del barril, fue a caer en el regazo de la novia. pájaro encerrado en ella me gritó: Y fue ajusticiado con toda su banda, en castigo de
El bandido tomó una luz y se puso a buscarlo sus crímenes. ♣
por todas partes. No encontrándolo, otro de los Vuélvete, vuélvete,
asesinos le dijo: joven prometida.
—¿Has mirado detrás del barril grande? Asesinos viven en esta guarida.
Pero la vieja exclamó, presurosa:
—Venid a comer, ya lo buscaréis mañana. El —Lo gritó dos veces. Tesoro mío, sólo es un
dedo no se va a escapar. sueño.

Jacob & Wilhelm Grimm 83 Todos los cuentos


el profanador de textos
el señor Korbes Subió luego una piedra de molino; luego un el señor padrino
[KHM041] Herr Korbes huevo; luego un pato; luego un alfiler y, finalmente, [KHM042] Der Herr Gevatter
una aguja de coser; todos se instalaron en el coche y
siguieron viaje.
Pero al llegar a la casa del señor Korbes, éste no
estaba. Los ratoncitos metieron el coche en el gra-
nero; el gallito y, la gallinita volaron a una percha; el
gato se sentó en la chimenea; el pato fue a posarse en
la barra del pozo; el huevo se envolvió en la toalla; el
alfiler se clavó en el almohadón de la butaca; la aguja
saltó a la almohada de la cama y la piedra de molino
se situó sobre la puerta.
Éranse una vez una gallina y un gallito que decidieron En eso llegó el señor Korbes y se dirigió a la Un hombre pobre tenía tantos hijos, que ya no sabía
salir juntos de viaje. El gallito construyó un hermo- chimenea para encender fuego; pero el gato le llenó a quién nombrar padrino. Cuando le nació otro; no
so coche de cuatro ruedas encarnadas y le enganchó la cara de ceniza. Corrió a la cocina para lavarse, y le quedaban más conocidos a quienes dirigirse.
cuatro ratoncitos. La gallinita y el gallito montaron en el pato le salpicó de agua todo el rostro. Al querer Con la cabeza llena de preocupaciones, se fue a
el carruaje y emprendieron la marcha. Al poco rato se secarse con la toalla, rodó el huevo y, rompiéndose, acostar. Mientras dormía, soñó lo que debía hacer en
encontraron con un gato, que les dijo: se le pegó en los ojos. Deseando descansar, se sentó su caso: salir a la puerta de su casa y pedir al primero
—¿Adónde vais? en la butaca, pero le pinchó el alfiler. Encolerizado, que pasara aceptase ser padrino de su hijo. Así lo
Y respondió el gallito: se echó en la cama; pero al apoyar la cabeza en la hizo en cuanto despertó; y el primer desconocido
almohada, se le clavó la aguja. Furioso ya, se lanzó que pasó, aceptó su ofrecimiento. El desconocido
Por esos mundos vamos; a la calle; mas al llegar a la puerta, le cayó encima regaló a su ahijado un vasito con agua, diciéndole:
la casa del señor Korbes la piedra de molino y lo mató. ¡Qué mala persona —Ésta es un agua milagrosa, con la cual podrás
es la que buscamos. debía de ser ese señor Korbes! ♣ curar a los enfermos; sólo debes mirar dónde está la
Muerte. Si está en la cabecera, darás agua al enfer-
—Llevadme con vosotros —suplicó el gato. mo, y éste sanará; pero si está en los pies, nada hay
—Con mucho gusto —respondió el gallito—. que hacer: ha sonado su última hora.
Siéntate detrás, no fuera que te caigas por delante. En lo sucesivo, el hombre pudo predecir siempre
si un enfermo tenía o no salvación; cobró grandísi-
Tened mucho cuidado, ma fama por su arte y ganó mucho dinero.
no vayáis a ensuciar mi cochecito colorado. Un día lo llamaron a la vera del hijo del Rey. Al
Ruedecitas, rodad; entrar en la habitación, viendo a la Muerte a la ca-
ratoncillos, silbad. becera, le administró el agua milagrosa, y el enfermo
Por esos mundos vamos; sanó; y lo mismo sucedió la segunda vez. Pero la
la casa del señor Korbes tercera, la Muerte estaba a los pies de la cama, y el
es la que buscamos. niño hubo de morir.

Jacob & Wilhelm Grimm 84 Todos los cuentos


el profanador de textos
Un día le entraron al hombre deseos de visitar —¡Eres un necio! No eran sino escorzoneras.1 la dama duende
a su padrino, para contarle sus experiencias con el —Pues en el tercero había un montón de calave- [KHM043] Frau Trude
agua prodigiosa. Pero al llegar a su casa, se encon- ras. —¡Imbécil! Eran repollos.
tró con un cuadro verdaderamente extraño. En —En el cuarto, unos peces se freían en una
el primer tramo de escalera estaban peleándose sartén.
la pala y la escoba, aporreándose de lo lindo. Les Al terminar de decir esto, comparecieron los
preguntó: peces, y se pusieron ellos mismos sobre la mesa. Y
—¿Dónde vive el señor padrino? cuando hube subido al piso quinto, miré por el ojo
Y la escoba respondió: de la cerradura y os vi a vos, padrino, con unos cuer-
—Un tramo más arriba. nos largos, largos.
Al llegar al segundo rellano vio en el suelo un —¡Cuidado! ¡Esto no es verdad!
gran número de dedos muertos. Les preguntó: El hombre se asustó y echó a correr. ¡Quién sabe
—¿Dónde vive el señor padrino? lo que el padrino habría hecho con él! ♣ Vivía una vez una muchachita muy testaruda e
Y contestó uno de los dedos: indiscreta, que nunca obedecía a sus padres. ¿Cómo
—Un tramo más arriba. queréis que le fuesen bien las cosas? Un día dijo a
En el tercer rellano había un montón de cabezas sus padres:
muertas, las cuales lo enviaron otro tramo más arri- —Tanto he oído hablar de Dama Duende, que
ba. En el cuarto piso vio unos pescados friéndose en me han entrado ganas de ir a verla a su casa. Dice
una sartén puesta sobre un fuego, y que le dijeron: la gente que todo es allí maravilloso, y que ocurren
—Un tramo más arriba. cosas extraordinarias; me muero de curiosidad por
Y cuando estuvo en el quinto piso, se encon- verlo.
tró ante una habitación cerrada y, al mirar por Los padres se lo prohibieron rigurosamente,
el ojo de la cerradura, descubrió al padrino, que añadiendo:
llevaba dos largos cuernos. Al abrir la puerta, el —Dama Duende es una mujer malvada que hace
padrino se metió precipitadamente en la cama, cosas impías; si vas, dejarás de ser nuestra hija.
tapándose cabeza y todo. Le dijo entonces el Pero la muchacha hizo caso omiso de la prohibi-
hombre: ción de sus padres, y se encaminó a la casa de Dama
—Señor padrino, qué cosas más raras hay en Duende. Al llegar, le preguntó ésta:
vuestra casa. —¿Por qué estás tan pálida?
Cuando llegué al primer tramo de la escalera, —¡Ay! —respondió la niña toda temblorosa—.
estaban riñendo la pala y la escoba y se cascaban ¡Lo que he visto me ha asustado tanto!
reciamente. 1 escorzonera. 1. f. Hierba de la familia de las Compuestas, —¿Y qué has visto?
—¡Qué simple eres! —replicó el padrino—. Eran con tallo de seis a ocho decímetros, erguido, ramoso y —En la escalera vi a un hombre negro.
terminado en pedúnculos desnudos, hojas abrazadoras,
el muchacho y la sirvienta que hablaban. onduladas, algo vellosas en la base, flores amarillas, y —Era un carbonero.
—Pero en el segundo rellano vi en el suelo mu- raíz gruesa, carnosa, de corteza negra, que, cocida, se usa —Luego vi a uno verde.
chos dedos muertos. como diurético y como alimento. Diccionario RAEL [N. —Era un cazador.
del Pr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 85 Todos los cuentos
el profanador de textos
—Luego vi a otro, rojo como sangre. la muerte madrina El hombre le preguntó:
—Era un carnicero. [KHM044] Der Gevatter Tod —¿Quién eres?
—¡Ay, Dama Duende! Después tuve un gran sus- —Soy el diablo.
to, pues al mirar por la ventana no os vi a vos sino al —No me interesas para padrino —repuso el
diablo, echando fuego por la cabeza. hombre—. Tú engañas y descarrías a los hombres.
—¡Vaya! —exclamó ella—. ¡Así, viste a la bru- Siguió adelante y le salió al paso la descarnada
ja en su mejor atavío! Tiempo ha que te estaba Muerte, diciéndole:
esperando y deseando que vinieses. Ven, que me —Acéptame como madrina.
alumbrarás. El hombre le preguntó:
Transformando a la muchacha en un tarugo de —¿Quién eres tú?
madera, la arrojó al fuego. Y cuando ya estuvo con- —Soy la Muerte, que os hace a todos iguales.
vertida en una brasa ardiente, se sentó a calentarse a Y dijo el padre:
su lado, diciendo: Un pobre hombre tenía doce hijos, y aunque traba- —Tú eres la que me conviene, pues tratas lo mis-
—¡Esta sí que da luz! ♣ jaba de día y de noche, apenas ganaba para darles mo a los ricos que a los pobres. Tú serás la madrina.
pan. Al venir al mundo el que hacía trece, no supo Y respondió la Muerte:
ya qué hacer, y salió al camino real dispuesto a rogar —Yo concederé a tu hijo fama y riquezas, pues
al primero que pasara, que fuese padrino del último quien me tiene por amiga no puede carecer de nada.
hijo. Se encontró, en primer lugar, con Dios Nuestro Dijo el hombre:
Señor quien, conociendo la desventura del pobre —El bautizo es el próximo domingo: sé puntual.
padre, le dijo: Acudió la Muerte el día y a la hora convenidos, tal
—Buen hombre, me das lástima; yo seré padrino como prometiera, y actuó de madrina con todas las
de tu hijo, cuidaré de él y de su felicidad sobre la de la ley. Cuando el niño se hizo mayor, se le presentó
Tierra. un día su madrina y le dijo que la siguiera. Lo llevó al
El hombre le preguntó: bosque, le mostró una planta que allí crecía, y le dijo:
—¿Quién eres? —Voy a darte ahora mi regalo de madrina. Haré
—Soy Dios Nuestro Señor. de ti un médico famosísimo. Cuando te llamen al
—Pues no me convienes para padrino —replicó lecho de un enfermo, siempre me verás allí. Si estoy
el hombre—. Tú das al rico y dejas que el pobre a la cabecera del enfermo, puedes afirmar confia-
pase hambre. damente que vas a curarlo; le das de esta hierba, y
Esto lo dijo el hombre porque no sabía cuán sanará. Pero si estoy a los pies de la cama, entonces
sabiamente distribuye Dios la riqueza y la pobreza. es mío y debes dictaminar que no tiene remedio y
Y dejando al Señor, siguió su camino. Se topó luego que ningún médico podría curarlo. Guárdate muy
con el diablo, el cual le preguntó: bien de usar la hierba contra mi voluntad, pues lo
—¿Qué buscas? Si me eliges para padrino de pagarás caro.
tu hijo, le daré oro en gran abundancia y haré que Al poco tiempo, el joven era ya el médico más
disfrute de todos los placeres del mundo. renombrado del mundo entero. “No tiene más que

Jacob & Wilhelm Grimm 86 Todos los cuentos


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echar una mirada al enfermo y en seguida sabe cómo manera que le quedase la cabeza donde antes tenía La Muerte hizo como si quisiera satisfacer su de-
está, si se restablecerá o si debe morir,” decían de él los pies. Le dió luego la hierba y, al momento, un seo, y trajo una vela nueva y larga; pero como quería
las gentes; y de todas las tierras acudían a buscarlo rubor tiñó las mejillas de la princesita y la vida volvió vengarse, se descuidó intencionadamente al cam-
para llevarlo al lecho de los enfermos, pagándole a palpitar en ella. La Muerte, al verse defraudada por biarla, y la velita débil cayó al suelo y se apagó. En el
tanto dinero, que muy pronto se hizo rico. segunda vez y privada de lo que era suyo, se dirigió a mismo momento se desplomó el médico, quedando
Un día el Rey enfermó. Llamaron al médico y le grandes zancadas al encuentro del médico y le dijo: en manos de la Muerte. ♣
preguntaron si podría salvarlo. Al entrar en la alcoba —Estás perdido; te ha llegado la hora —y, su-
vio que la Muerte estaba a los pies de la cama; de jetándolo con su gélida mano con fuerza tal que el
nada servirían, pues, las hierbas. “¡Si pudiera jugarle muchacho no pudo oponer resistencia, lo condujo a
una treta a la Muerte! —pensó el médico—. Cierto una caverna bajo tierra.
que se lo tomará a mal, pero soy su ahijado; mucho Vio allí miles y miles de luces en hileras infinitas;
será que no haga la vista gorda. Voy a intentarlo.” unas ardían con poderosa llama; otras, con llama
Y levantando al enfermo, lo colocó al revés, de mediana; y por fin, otras con una pequeña llamita.
modo que la Muerte quedó a su cabecera. Le ad- Continuamente se apagaban algunas y se encen-
ministró entonces la hierba milagrosa, y el Rey se dían otras, como en una danza de luces. —Estas
repuso y volvió a estar sano en poco tiempo. llamas que ves —dijo la Muerte— son las vidas de
Pero la Muerte se presentó al médico con cara de los humanos. Las grandes corresponden a los niños;
pocos amigos, y amenazándolo con el dedo, le dijo: las medianas, a los adultos que están en la plenitud
—Me has hecho una mala pasada. Por una vez te de sus años; las débiles son de los ancianos. Pero
la perdono, porque eres mi ahijado; pero si te atreves también hay niños y jóvenes que sólo tienen una
a reincidir, lo pagarás con la cabeza; tú serás quien lucecita.
me llevaré. —Y la mía, ¿cuál es? —preguntó el médico, pen-
Poco tiempo después cayó gravemente enferma la sando que seria una muy grande.
princesa, hija única del Rey. El Soberano lloraba día Pero la Muerte le mostró una velita a punto de
y noche, hasta el punto de que le cegaron los ojos, y apagarse:
mandó pregonar que quien salvase a su hija se casa- —Ahí la tienes.
ría con ella y heredaría la corona. —¡Querida madrina! —exclamó el médico,
Al penetrar el médico en la habitación de la en- asustado, ¡enciéndeme una nueva, hazlo por mí, para
ferma, vio a la Muerte a los pies de la cama. Debiera que pueda disfrutar de mi vida, para que pueda ser
haberse acordado de la advertencia de su madrina, rey y casarme con la princesita!
pero la belleza de la princesa y la perspectiva de ga- —No está en mi poder el hacerlo —respondió la
narla por esposa lo aturdieron de tal modo, que echó Muerte—; no puede empezar a arder una nueva sin
en olvido todas las recomendaciones. que se haya extinguido otra antigua.
Sin ver siquiera que la Muerte le dirigía miradas —Pues aplica la vieja a otra nueva, que prenda en
furibundas y que, alzando la mano, amenazaba con el momento en que se apague aquélla —suplicó el
el puño cerrado, levantó a la enferma y la puso de médico.

Jacob & Wilhelm Grimm 87 Todos los cuentos


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las correrías de pulgarcito —Señora patrona —dijo Pulgarcito— como no Con lo cual, Pulgarcito pudo entrar sin contra-
[KHM045] Daumerlings Wanderschaft me deis mejor de comer me marcharé, y mañana tiempo en la cámara del tesoro y, abriendo la venta-
escribiré con yeso en la puerta de esta casa: na bajo la cual aguardaban los bandidos, empezó a
“Patatas muchas; carne poca. Adiós, rey de las echarles doblones uno tras otro. Estando así ocupa-
patatas.” do, oyó venir al Rey, que quería inspeccionar su cá-
—¿Y qué quieres tú, saltamontes? —replicó la mara, y se escondió ágilmente. Se dió cuenta el Rey
patrona enfadada, y agarrando un trapo se dispuso a de que faltaban bastantes monedas de oro, pero no
zurrarle; pero nuestro sastrecillo corrió a esconderse acertaba a comprender cómo se las habían robado,
bajo el dedal y, asomando la cabeza, sacó la lengua a ya que las cerraduras y cerrojos estaban intactos y
la mujer. Levantó ésta el dedal para tomarlo, mas el todo parecía hallarse en perfecto orden. Al salir, dijo
hombrecito se escabulló entre los retazos y, al sacu- a los guardias:
dirlos ella tratando de descubrirlo, él se escondió en —¡Cuidado! Hay alguien que va detrás de mi
Un sastre tenía un hijo que había salido muy pe- la juntura de la mesa. dinero!
queño, no mayor que el dedo pulgar, y por eso lo —¡Je, je, patrona! —gritó desde su refugio, sa- Y cuando Pulgarcito reanudó su trabajo, ellos
llamaban Pulgarcito. Era, empero, muy animoso y cando la cabeza; y viendo que ella hacía ademán de oyeron el sonar de las piezas de oro: clip-clap, clip-
dijo un día a su padre: pegarle, saltó al cajón. Al fin, la mujer logró pescarlo clap. Al punto se precipitaron en la cámara, seguros
—Padre, tengo ganas de correr mundo, y voy a y lo echó a la calle. de echar el guante al ladrón. Pero el sastrecillo, que
hacerlo. El sastrecillo se puso en camino y llegó a un gran los oyó entrar, más ligero que ellos saltó a una esqui-
—Bien, hijo mío —respondió el hombre, y bosque. Allí se topó con una pandilla de bandoleros na tapándose con una moneda y quedando perfecta-
tomando una aguja de zurcir bien larga, le hizo en el que se proponían robar el tesoro del Rey. Al ver a aquel mente disimulado; y desde su escondrijo se burlaba
ojo un nudo con lacre derretido, y le dijo: enanito, pensaron: “Una criatura tan pequeña podría de los guardias gritando:
—Ahí tienes una espada para el camino. pasar por el ojo de la cerradura y servimos de ganzúa.” —¡Estoy aquí!
El muchacho quiso comer por última vez en la —¡Hola! —le gritó uno—. Gigante Goliat, Los centinelas corrieron a él; pero antes de que
casa y fue a la cocina, dando saltitos, para ver lo que ¿quieres venirte con nosotros a la cámara del tesoro llegasen, nuestro hombrecito había cambiado ya de
guisaba su madre como despedida. Pero el plato aún real? Te será fácil introducirte en ella y echarnos el sitio, siempre debajo de una moneda, y no cesaba de
se estaba cociendo en el fuego. Preguntó el pequeño: dinero. gritar:
—Madre, ¿qué tenemos hoy para comer? Pulgarcito lo estuvo pensando un rato; al cabo se — ¡Estoy aquí!
—Míralo tú mismo —dijo la mujer. avino a irse con la cuadrilla. Examinó la puerta por Y cuando los hombres se lanzaban para tomarlo,
Pulgarcito saltó sobre el fogón para echar una arriba y por abajo, buscando una grieta, y por fin Pulgarcito los llamaba ya desde otra esquina:
mirada al puchero, pero estiró tanto el cuello que el descubrió una lo bastante grande para filtrarse por —¡Estoy aquí!
vapor que salía del cacharro lo arrastró y se lo llevó ella. Se disponía a hacerlo cuando lo vio uno de los Y de este modo se estuvo burlando de ellos, co-
chimenea arriba. centinelas que montaba guardia ante la puerta, y le rriendo de un extremo a otro de la cámara, hasta que
Después de volar un rato suspendido en el aire, dijo a su compañero: sus perseguidores, rendidos de fatiga, renunciaron a
al fin volvió a caer al suelo. Pulgarcito se halló así —Mira qué araña tan fea. Voy a aplastarla. la caza y se marcharon. Entonces él acabó de echar
solo en el ancho mundo, y encontró empleo con un —¡Deja al pobre animalito! —dijo el otro—. todas las monedas por la ventana tirando las últimas
sastre; pero la comida no le satisfacía. Ningún mal te ha hecho. con todas sus fuerzas; y cuando se hubieron termi-

Jacob & Wilhelm Grimm 88 Todos los cuentos


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nado, saltó él también por el mismo camino. Los El amo oyó la voz, pero no sabía de dónde —¡Eh, señora Zorra! —gritó Pulgarcito—, que
ladrones lo acogieron con grandes elogios: procedía. estoy atascado en vuestro cogote. ¡Soltadme, por
—¡Eres un gran héroe! —le dijeron—. ¿Quieres —¿Dónde estás? —preguntó. favor!
ser nuestro capitán? —A oscuras —respondió el prisionero; pero el otro —Tienes razón —le respondió la zorra—; tú no
Mas Pulgarcito, tras unos momentos de reflexión, no comprendió lo que quería significar y se marchó. eres sino una miga para mí; si me prometes las galli-
les contestó que antes deseaba correr mundo. Al A la mañana siguiente sacrificaron la vaca. Por nas del corral de tu padre, te soltaré.
repartir el botín pidió sólo un cuarto, pues no podía fortuna, al cortarla y descuartizarla, Pulgarcito no re- —¡De mil amores! —replicó Pulgarcito—; te las
cargar con más. Ciñéndose nuevamente su espada, cibió golpe ni corte alguno, aunque fue a parar entre garantizo todas.
se despidió de los bandidos y echó camino adelante. la carne destinada a embutidos Al llegar el carnicero La zorra lo dejó en libertad, y ella misma lo llevó
Trabajó con varios maestros de su oficio, pero con y poner mano a la obra, el enanito le gritó con toda a su casa.
ninguno se sentía a gusto y al fin, entró de criado en la fuerza de sus pulmones: Cuando su padre volvió a ver a su querido pe-
una hospederías. Las sirvientas le tenían ojeriza, pues — ¡Cuidado al trinchar, cuidado al trinchar, que queñuelo, gustoso dio a la zorra todas las gallinas del
sin ellas verlo, él sabía todo lo que hacían a hurta- estoy aquí dentro! corral.
dillas, y descubría al dueño lo que robaban de los Pero con el estrépito de los trinchantes, nadie lo —En compensación te traigo una moneda —le
platos y de la bodega. oyó. ¡Qué apuros hubo de pasar el pobre Pulgarcito! dijo Pulgarcito, ofreciéndole el cuarto que había
Las criadas se decidieron a jugarle una mala pasa- Pero como la necesidad tiene piernas rápidas, el ganado en el curso de sus correrías.
da y se concertaron para hacerle una trastada. Un día desventurado empezó a saltar entre los cuchillos con —¿Por qué dejaron que la zorra se comiera las
en que una de las mozas estaba cortando hierba en el tal ligereza que salió de la prueba sin un rasguño. Lo pobres gallinas?
huerto, viendo a Pulgarcito que saltaba por entre las único que no pudo hacer fue escabullirse, y quieras —¡Va, tontuelo! ¿No crees que tu padre daría to-
plantas lo retomó con la guadaña junto con la hierba o no, hubo de resignarse a pasar, entre los pedazos das las gallinas del corral por recobrar a su hijito? ♣
y, atándolo en un gran pañuelo, con disimulo fue a de carne, al seno de una morcilla.
echarlo a las vacas, una de las cuales, negra y grando- La prisión resultaba algo estrecha, y para postres,
ta, se lo tragó sin hacerle ningún daño. No obstante, lo colgaron en la chimenea para que se ahumara.
a Pulgarcito no le gustaba aquella nueva morada, El tiempo se le hacía larguísimo y se aburría sobe-
pues estaba muy oscura y no encendían ninguna luz. ranamente. Al fin, al llegar el invierno, descolgaron
Cuando estaban ordeñando al animal, gritó: el embutido para obsequiar con él a un forastero.
Cuando la patrona cortó la morcilla en rodajas, él
Bueno, bueno, bueno; tuvo buen cuidado de encogerse y no sacar la cabeza,
¿estará pronto el cubo lleno? atento a que no le cercenasen el cuello. Finalmente
vio una oportunidad y, tomando impulso, saltó al
Pero con el ruido de la leche que caía no lo oye- exterior. No queriendo seguir en aquella casa donde
ron. Luego entró el amo en el establo y dijo: tan malos tragos hubo de pasar, Pulgarcito reanudó
—Mañana mataremos esta vaca. su vida de trotamundos.
Entonces sí que Pulgarcito tuvo miedo, y se puso Sin embargo, la libertad fue de corta duración.
a gritar: Hallándose en despoblado, una zorra con quien se
—¡Sacadme, estoy aquí dentro! topó casualmente lo engulló en un santiamén.

Jacob & Wilhelm Grimm 89 Todos los cuentos


el profanador de textos
el pájaro del brujo en la habitación correspondiente a esta llavecita. Te —Iré ahora por la segunda —se dijo el brujo.
[KHM046] Fitchers Vogel lo prohíbo bajo pena de muerte. Y, adoptando nuevamente la figura de un por-
Le dió también un huevo, diciéndole: diosero, volvió a llamar a la puerta de aquel hombre
—Guárdame este huevo cuidadosamente y lléva- para pedir limosna. La segunda hermana le dió un
lo siempre contigo, pues si se perdiese ocurriría una pedazo de pan, y el hechicero se apoderó de ella con
gran desgracia. sólo tocarla, como hiciera con la primera, y se la
Tomó la muchacha las llaves y el huevo, prome- llevó.
tiendo cumplirlo todo al pie de la letra. Cuando se La muchacha no tuvo mejor suerte que su
hubo marchado el brujo, visitó ella toda la casa de hermana: cediendo a la curiosidad, abrió la cámara
arriba abajo, y vio que todos los aposentos relucían sangrienta y, al regreso de su raptor, hubo de pagar
de oro y plata, como jamás soñara tal magnificencia. también con la cabeza.
Llegó por fin ante la puerta prohibida, y su primera El brujo raptó luego la tercera, que era lista y astu-
Érase una vez un brujo que, adoptando la figura de intención fue pasar de largo; pero la curiosidad no ta. Una vez hubo recibido las llaves y el huevo, lo pri-
anciano, iba a mendigar de puerta en puerta y roba- la dejaba en paz. Miró la llave y vio que . era igual mero que hizo en cuanto el hombre partió, fue poner
ba a las muchachas hermosas. Nadie sabía adónde a las otras; la metió en la cerradura y, casi sin hacer el huevo a buen recaudo; luego registró toda la casa y
las llevaba, pues desaparecían para siempre. ninguna fuerza, la puerta se abrió. Pero, ¿qué es lo en último lugar, abrió el aposento vedado. ¡Dios del
Un día se presentó en la casa de un hombre que vieron sus ojos? cielo, qué espectáculo! Sus dos hermanas queridas,
rico que tenía tres hijas muy bellas; iba, como de En el centro de la pieza había una gran pila en- lastimosamente despedazadas, yacían en la pila.
costumbre, en figura de mendigo achacoso con sangrentada, llena de miembros humanos y, junto a La muchacha no perdió tiempo en lamentacio-
una cesta a la espalda, como para meter en ella las ella, un tajo y un hacha reluciente. Fue tal su espan- nes, sino que se puso en seguida a recoger sus miem-
limosnas que le hicieran. Pidió algo de comer, y al to, que se le cayó en la pila el huevo que sostenía en bros y acoplarlos debidamente: cabeza, tronco, bra-
salir la mayor a darle un pedazo de pan, la tocó con la mano y, aunque se apresuró a recogerlo y secar la zos y piernas. Y cuando ya no faltó nada, todos los
un dedo y la muchacha se encontró en un instante sangre todo fue inútil; no hubo medio de borrar la miembros empezaron a moverse y soldarse, y las dos
dentro de la cesta. mancha, por mucho que la lavó y frotó. doncellas abrieron los ojos y recobraron la vida. Con
El brujo, entonces, se alejó a largos pasos, y se A poco regresaba de su viaje el hombre, y lo gran alegría, se besaron y abrazaron cariñosamente.
llevó a la chica a su casa, que estaba en medio de un primero que hizo fue pedirle las llaves y el huevo. El hombre, a su regreso, pidió en seguida las
tenebroso bosque. Todo era magnífico en la casa; el Ella se lo dió todo, pero las manos le temblaban, y el llaves y el huevo; y al no descubrir en éste ninguna
viejo dio a la joven cuanto ella pudiera apetecer y le brujo comprendió, por la mancha roja que la mu- huella de sangre, dijo:
dijo: chacha había entrado en la cámara sangrienta: —¡Tú has pasado la prueba, tú serás mi novia!
—Tesoro mío, aquí lo pasarás muy bien; tendrás —Puesto que has entrado en el aposento, contra- Pero desde aquel momento había perdido todo
todo lo que tu corazón pueda apetecer. viniendo mi voluntad —le dijo—, volverás a entrar poder sobre ella, y tenía que hacer a la fuerza lo que
Así pasaron unos días, al cabo de los cuales él ahora en contra de la tuya. Tu vida ha terminado. ella le exigía.
dijo: La derribó al suelo, la arrastró por los cabellos, —Pues bien —le dijo la muchacha—, ante todo
—Debo marcharme y dejarte sola por breve le puso la cabeza sobre el tajo y se la cortó de un llevarás a mi padre y a mi madre un cesto lleno de
tiempo. Ahí tienes las llaves de la casa: puedes reco- hachazo, haciendo fluir su sangre por el suelo. Luego oro, transportándolo sobre tu espalda; entretanto, yo
rrerla toda y ver cuanto hay en ella. Sólo no entrarás echó el cuerpo en la pila, con los demás. prepararé la boda.

Jacob & Wilhelm Grimm 90 Todos los cuentos


el profanador de textos
Y, corriendo a ver sus hermanas, que había ocul- Se encaminó entonces a su casa, y durante el el enebro
tado en otro aposento, les dijo: camino se cruzó con algunos de los invitados a la [KHM047] Von dem Machandelboom
—Este es el momento en que puedo salvaros; el boda, los cuales le preguntaron:
malvado os llevará a casa él mismo; pero en cuanto
estéis allí, enviadme socorro. —¿De dónde vienes, pájaro embrujado?
Metió a las dos en una gran cesta, las cubrió de —De la casa del brujo me han soltado.
oro y, llamando al brujo, le dijo: —¿Qué hace, pues, la joven prometida?
—Ahora llevarás este cesto a mi casa, y no se te —La casa tiene ya toda barrida,
ocurra detenerte en el camino a descansar, que yo te y ella, compuesta y aseada,
estaré mirando desde mi ventanita. mirando está por el tragaluz de la entrada.
Cargó el brujo la cesta a la espalda y emprendió su
ruta; mas pesaba tanto que pronto el sudor empezó Finalmente se encontró con el novio, que volvía
a manarle por el rostro. Se sentó para descansar unos caminando pesadamente y que, como los demás, le Hace ya muchísimo tiempo, como unos dos mil
minutos; pero, inmediatamente, salió del cesto una voz: preguntó: años, vivía un hombre acaudalado que tenía una
—Estoy mirando por mi ventanita y veo que te mujer tan bella como piadosa. Se querían tierna-
paras. ¡Andando, en seguida! —¿De dónde vienes, pájaro embrujado? mente pero no tenían hijos, a pesar de lo mucho que
Creyó él que era la voz de su novia y se puso a —De la casa del brujo me han soltado. los deseaban; la esposa los pedía al cielo día y noche;
caminar de nuevo. Quiso repetir la parada al cabo de —¿Qué hace, pues, mi joven prometida? pero no venía ninguno.
un rato; pero en seguida se dejó oír la misma voz: —La casa tiene ya toda barrida, Frente a su casa, en un patio, crecía un enebro, y
—Estoy mirando por mi ventanita y veo que te y ella, compuesta y aseada, un día de invierno en que la mujer se hallaba debajo
has detenido. ¡Andando, en seguida! mirando está por el tragaluz de la entrada. de él mondando una manzana, se cortó en un dedo
Y así cada vez que intentaba detenerse, hasta que, y la sangre cayó en la nieve .
finalmente, llegó a la casa de las muchachas, gimien- Levantó el novio la vista y, viendo la compuesta —¡Ay! —exclamó con un profundo suspiro, y al
do y jadeante, y dejó en ella el cesto que contenía las calavera, creyó que era su prometida y le dirigió un mirar la sangre, le entró una gran melancolía: “¡Si
dos doncellas y el oro. amable saludo con un gesto de la cabeza. Pero en tuviese un hijo rojo como la sangre y blanco como la
Mientras tanto, la novia disponía en casa la fiesta cuanto hubo entrado en la casa junto con sus invi- nieve!,” y al decir estas palabras sintió de pronto en
de la boda, a la que invitó a todos los amigos del tados, se presentaron los hermanos y parientes de su interior una extraña alegría; tuvo el presentimien-
brujo. Tomó luego una calavera que regañaba los la novia, que habían acudido a socorrerla. Cerraron to de que iba a ocurrir algo inesperado.
dientes, le puso un adorno y una corona de flores y, todas las puertas para que nadie pudiese escapar y Entró en su casa; transcurrió un mes y se fun-
llevándola arriba, la colocó en un tragaluz, como si prendieron fuego a la casa, haciendo morir abrasado dió la nieve; a los dos meses, todo estaba verde,
mirase afuera. Cuando ya lo tuvo todo dispuesto, se al brujo y a toda aquella chusma. ♣ y las flores brotaron del suelo; a los cuatro, todos
metió ella en un barril de miel y luego se revolcó en- los árboles eran un revoltijo de nuevas ramas ver-
tre las plumas de un colchón, que partió en dos, con des. Cantaban los pajaritos, y sus trinos resonaban
lo que las plumas se le pegaron en todo el cuerpo en todo el bosque, y las flores habían caído de los
y tomó el aspecto de un ave rarísima; nadie habría árboles al terminar el quinto mes; y la mujer no se
sido capaz de reconocerla. cansaba de pasarse horas y horas bajo el enebro, que

Jacob & Wilhelm Grimm 91 Todos los cuentos


el profanador de textos
tan bien olía. Saltábale de gozo el corazón, cayó de arca tenía una tapa muy grande y pesada, con una —Mamá —dijo la niña—, el hermanito está sen-
rodillas y no cabía en sí de alborozo. Y cuando ya cerradura de hierro ancha y cortante. tado delante de la puerta; está todo blanco y tiene una
hubo transcurrido el sexto mes, y los frutos estaban —Mamá —prosiguió la niña—, ¿no podrías manzana en la mano. Le he pedido que me la dé, pero
ya abultados y jugosos, sintió en su alma una gran darle también una al hermanito? no me responde. ¡Me ha dado mucho miedo!
placidez y quietud. Al llegar el séptimo mes comió La mujer hizo un gesto de mal humor, pero res- —Vuelve —le dijo la madre—, y si tampoco te
muchas bayas de enebro, y enfermó y sintió una pondió: —Sí, cuando vuelva de la escuela. contesta, le pegas un coscorrón.
profunda tristeza. Pasó luego el octavo mes, llamó a Y he aquí que cuando lo vio venir desde la ven- Salió Marlenita y dijo:
su marido y, llorando, le dijo: tana, como si en aquel mismo momento hubiese —¡Hermano, dame la manzana!
—Si muero, entiérrame bajo el enebro. entrado en su alma el demonio, quitando a la niña la Pero al seguir él callado, la niña le pegó un golpe
Y, de repente, se sintió consolada y contenta, y de manzana que le diera, le dijo: en la cabeza, la cual, se desprendió y cayó al suelo.
este modo transcurrió el mes noveno. Dio entonces —¡No vas a tenerla tú antes que tu hermano! La chiquilla se asustó terriblemente y rompió a llorar
a luz un niño blanco como la nieve y colorado como Y volviendo el fruto al arca, la cerró. Al llegar el y gritar. Corrió al lado de su madre y exclamó:
la sangre, y al verlo, fue tal su alegría, que murió. niño a la puerta, el maligno le inspiró que lo acogie- —¡Ay, mamá! ¡He cortado la cabeza a mi herma-
Su esposo la enterró bajo el enebro y no cesaba de se cariñosamente: no! —y lloraba desconsoladamente.
llorar: al cabo de algún tiempo, sus lágrimas empeza- —Hijo mío, ¿te apetecería una manzana? —pre- —¡Marlenita! —exclamó la madre—, ¿qué has
ron a manar menos copiosamente, se secaron al fin, guntó al pequeño, mirándolo con ojos coléricos. hecho? ¡Pero cállate, que nadie lo sepa! Como esto
y el hombre tomó otra mujer. —Mamá —respondió el niño—, ¡pones una cara ya no tiene remedio, lo coceremos en estofado.
Con su segunda esposa tuvo una hija, y del que me asusta! ¡Sí, quiero una manzana! Y, tomando el cuerpo del niño, lo cortó a peda-
primer matrimonio le había quedado un niño rojo Y la voz interior del demonio le hizo decir: zos, lo echó en la olla y lo coció. Mientras, Marlenita
como la sangre y blanco como la nieve. Al ver la —Ven conmigo —y, levantando la tapa de la no hacía sino llorar y llorar, y tantas lágrimas caye-
mujer a su hija quedó prendada de ella; pero cuando caja—, cógela tú mismo. ron al puchero, que no hubo necesidad de echarle
miraba al pequeño, los celos le atravesaban el cora- Y al inclinarse el pequeño, volvió a tentarla el sal. Al llegar el padre a casa, se sentó a la mesa y
zón; le parecía que era un estorbo continuo, y no diablo. De un golpe brusco cerró la tapa del arca preguntó:
pensaba sino en procurar que toda la fortuna queda- con tanta violencia, que cortó de cuajo la cabeza del —¿Dónde está mi hijo?
se para su hija. niño, la cual cayó entre las manzanas. En el mismo Le sirvió su mujer una gran fuente, muy grande,
El demonio le inspiró un odio profundo hacia instante sintió la mujer una gran angustia y pensó: de carne con salsa negra, mientras Marlenita seguía
el niño; empezó a mandarlo de un rincón a otro, “¡Ojalá no lo hubiese hecho!” llorando sin poder contenerse. Repitió el hombre:
tratándolo a empellones y codazos, por lo que el Bajó a su habitación y sacó de la cómoda un —¿Dónde está mi hijo?
pobre pequeñuelo vivía en constante sobresalto. paño blanco; colocó nuevamente la cabeza sobre el —¡Ay! —dijo la mujer—, se ha marchado a casa
Cuando volvía de la escuela, no había un mo- cuello, le ató el paño a modo de bufanda, de manera de los parientes de su madre; quiere pasar una tem-
mento de reposo para él. Un día en que la mujer que no se notara la herida, y sentó al niño muerto porada con ellos.
se hallaba en el piso de arriba, acudió su hijita y en una silla delante de la puerta, con una manzana —¿Y qué va a hacer allí? Por lo menos podría
le dijo: en la mano. haberse despedido de mí.
—¡Mamá, dame una manzana! Más tarde, Marlenita entró en la cocina en busca —¡Estaba tan impaciente! Me pidió que lo dejase
—Sí, hija mía —asintió la madre, y le ofreció de su madre. Ésta se hallaba junto al fuego y agitaba quedarse allí seis semanas; lo cuidarán bien; está en
una muy hermosa que sacó del arca. Pero aquella el agua hirviendo que tenía en un puchero. buenas manos.

Jacob & Wilhelm Grimm 92 Todos los cuentos


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—¡Ay! —exclamó el padre—. Esto me disgusta Mi madre me mató, Voló el ave a la tienda del zapatero y, posándose
mucho. Ha obrado mal; siquiera podía haberme mi padre me comió, en el tejado volvió a cantar:
dicho adiós. y mi buena hermanita,
Y empezó a comer; dirigiéndose a la niña, le dijo: mis huesecillos guardó. Mi madre me mató,
—Marlenita, ¿por qué lloras? Ya volverá tu hermano. Los guardó en un pañito mi padre me comió,
—¡Mujer! —prosiguió—, ¡qué buena está hoy la de seda, ¡muy bonito!, y mi buena hermanita,
comida! y al pie del enebro los enterró. mis huesecillos guardó.
Sírveme más. Y cuanto más comía, más apetitosa Kivit, kivit, ¡qué lindo pajarito soy yo! Los guardó en un pañito
la encontraba. de seda, ¡muy bonito!,
—Ponedme más —insistía—, no quiero que que- El platero estaba en su taller haciendo una cadena y al pie del enebro los enterró.
de nada; me parece como si todo esto fuese mío. de oro, y al oír el canto del pájaro que se había po- Kivit, kivit, ¡qué lindo pajarito soy yo!
Y seguía comiendo, tirando los huesos debajo de sado en su tejado, le pareció que nunca había oído
la mesa, hasta que ya no quedó ni pizca. nada tan hermoso. Se levantó, y al pasar el dintel El zapatero, al oírlo, salió a la puerta en mangas
Pero Marlenita, yendo a su cómoda, sacó del ca- de la puerta, se le salió una zapatilla, y así hubo de de camisa y levantó la mirada al tejado, teniendo
jón inferior su pañuelo de seda más bonito, envolvió avanzar hasta el centro de la calle descalzo de un pie, que llevarse la mano a la frente como si fuese una
en él los huesos que retomó de debajo de la mesa y puesto el mandil, llevando en una mano la cadena visera, pues el sol lo deslumbraba.
se los llevó fuera, llorando lágrimas de sangre. Los de oro y la tenaza en la otra; y el sol inundaba la —Pajarito —le gritó—. ¡Qué bien cantas!
depositó allí entre la hierba, debajo del enebro, y calle con sus brillantes rayos. Levantando la cabeza, Y, entrando de nuevo en la tienda, dijo llamando
cuando lo hubo hecho, sintió de pronto un gran el platero miró al pajarito: a su esposa:
alivio y dejó de llorar. —¡Qué bien cantas! —le dijo—. ¡Repite tu Mujer, ven a ver este pájaro que tan bien sabe
Entonces el enebro empezó a moverse, y sus ra- canción! cantar.
mas a juntarse y separarse como cuando una perso- —No —respondió el pájaro—; si no me pagan, no Y luego llamó también a su hija, a los niños
na, sintiéndose contenta de corazón, junta las manos la vuelvo a cantar. Dame tu cadena y la volveré a cantar. y a sus trabajadores, aprendices y criadas, para
dando palmadas. Se formó una especie de niebla que —Ahí tienes la cadena —asintió el platero—. que saliesen todos a la calle a ver a aquel ave
rodeó el arbolito, y en el seno de la niebla apareció Repite la canción. tan hermosa, que tenía bellísimas plumas rojas
de súbito una llama, de la cual salió volando un her- Bajó volando el pájaro, tomó con la patita derecha la y verdes, y un cuello que brillaba como oro, y
moso pájaro, que se remontó en el aire a gran altura, cadena y, posándose enfrente del platero, cantó: cuyos ojos parecían en su cabeza dos verdaderas
cantando melodiosamente. estrellas.
Y cuando hubo desaparecido, el enebro volvió a Mi madre me mató, —¡Pajarillo! —lo llamó el zapatero—. ¡Cántanos
quedarse como antes; pero el paño con los huesos se mi padre me comió, otra vez tu canción!
había esfumado. Marlenita sintió en su alma una paz y mi buena hermanita, —No —replicó el ave—. Si no me pagan, no la
y alegría grandes, como si su hermanito viviese aún. mis huesecillos guardó. vuelvo a cantar. Tienes que darme algo.
Entró nuevamente en la casa, se sentó a la mesa y Los guardó en un pañito —Mujer —dijo el zapatero—, ve abajo; en el
comió su comida. de seda, ¡muy bonito!, primer estante encontrarás un par de botas colora-
Pero el pájaro siguió volando hasta llegar a la casa y al pie del enebro los enterró. das; tráelas.
de un platero, donde se detuvo y se puso a cantar: Kivit, kivit, ¡qué lindo pajarito soy yo! Y la mujer fue a buscar las botas.

Jacob & Wilhelm Grimm 93 Todos los cuentos


el profanador de textos
—¡Toma, pajarito! —dijo el hombre—. mis huesecillos guardó. mis huesecillos guardó.
Repítenos ahora tu canción. Los guardó en un pañito Los guardó en un pañito
Bajó el ave, tomó las botas con su pequeña garra de seda, ¡muy bonito!,
izquierda y, subiéndose de nuevo al tejado, cantó: (ya eran sólo ocho los que golpeaban) y al pie del enebro los enterró.
Kivit, kivit, ¡qué lindo pajarito soy yo!
Mi madre me mató, de seda, ¡muy bonito!,
mi padre me comió, Terminada la canción, la cadena en la patita de-
y mi buena hermanita, (y sólo quedaban cinco trabajando) recha, las botas en la izquierda y la muela alrededor
mis huesecillos guardó. del cuello, desplegó las alas y emprendió el vuelo en
Los guardó en un pañito y al pie del enebro los enterró. dirección a la casa de su padre.
de seda, ¡muy bonito!, En el comedor se hallaban sentados a la mesa su
y al pie del enebro los enterró. (y ya quedaba uno solo) padre, la madrastra y Marlenita. Dijo el padre:
Kivit, kivit, ¡qué lindo pajarito soy yo! —No sé por qué, siento como un alivio interior,
Kivit, kivit, ¡qué lindo pajarito soy yo! una gran satisfacción.
Terminada su canción reemprendió el vuelo, la —Pues yo, en cambio —replicó la mujer—, sien-
cadena en la pata derecha y las botas en la izquierda, Dejó de golpear el último, justo a tiempo de oír to una angustia terrible, algo así como si se acercase
y no se detuvo hasta el molino, y el molino giraba y el final. una tempestad.
giraba: clip-clap, clip-clap, clip-clap. —¡Pájaro —exclamó—, y qué bien cantas! Marlenita, por su parte, no hacía más que llorar.
Y había veinte muchachos molineros golpeando Quisiera oírte, canta otra vez. Llegó el pájaro volando y se posó en el tejado, y
una piedra, dale que dale: pim-pam, pim-pam, pim- —No —respondió el pájaro—. Si no me pagan, entonces dijo el padre:
pam; y mientras tanto, el molino giraba: clip-clap, no vuelvo a cantar. Dame la muela y repetiré mi —¡Ah, qué alegría me ha entrado! ¡Y este sol tan
clip-clap, clip-clap. canción. brillante! Tengo la impresión de que he de volver a
El ave se posó en un tilo que crecía enfrente, y se —¡Oh! —respondió el muchacho—, si fuese el ver a un antiguo conocido.
puso a cantar: amo, te la daría. —No —respondió la mujer—, yo tengo mie-
—Sí —dijeron los demás—; si vuelve a cantar se do, me castañetean los dientes y me parece como si
Mi madre me mató, la daremos. tuviese fuego en las venas.
Se aproximó el pájaro, y los veinte molineros, Y, para no ahogarse, se rasgó el vestido. Pero la
(y uno dejó de golpear) todos a la una, sirviéndose de troncos, “¡Up!, ¡Up!, niña, sentada en un rincón, llora que llora, tanto
¡arriba!,” levantaron la piedra del molino. que tenía el delantal empapado de lágrimas. Se posó
mi padre me comió, El ave pasó el cuello por el agujero, poniéndose el pajarito en el enebro y rompió a cantar:
la muela como un collar y, volando nuevamente al
(y se interrumpieron otros dos, escuchando) árbol, cantó otra vez: Mi madre me mató,

y mi buena hermanita, Mi madre me mató, La madrastra se tapó los oídos y cerró fuerte-
mi padre me comió, mente los ojos para no ver ni oír; pero en su cabeza
(y otros cuatro cesaron en su trabajo) y mi buena hermanita, resonaba un estrépito de tempestad desenfrenada, y

Jacob & Wilhelm Grimm 94 Todos los cuentos


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los ojos le ardían y, a pesar de tenerlos cerrados, la Mi madre me mató, Al oír el ruido, el padre y Marlenita se precipi-
deslumbraba como un zigzaguear de relámpagos. taron afuera: y vieron elevarse un gran vapor, con
—¡Ay! ¡Por qué no estoy mil brazas bajo tierra, fuego y llamas, y al disiparse apareció el hermanito,
mi padre me comió, que no tuviese que oír esto! que tomó de la mano a su padre’ y a Marlenita, y los
tres, contentísimos, entraron en la casa y se sentaron
—¡Ay, mujer! —exclamó el hombre—. ¡Qué bien mi padre me comió, a comer a la mesa. ♣
canta ese pájaro! ¡Qué maravilla! ¡Y con este sol tan
confortador y este aroma a canela! Y la mujer quedó como muerta.

y mi buena hermanita, y mi buena hermanita

Marlenita, inclinando la cabeza hasta las rodillas, —Voy a salir yo también —dijo la niña—, a ver
lloraba cada vez con mayor desconsuelo. Dijo el si me regala algo el pajarito.
padre:
—Salgo, quiero ver de cerca el pajarito. mis huesecillos guardó.
—¡No vayas! —exclamó la mujer—, siento como Los guardó en un pañito,
si toda la casa temblara y se incendiara.
Pero el hombre salió a ver al ave. Y dejó caer las botas.

mis huesecillos guardó. de seda, ¡muy bonito!,


Los guardó en un pañito y al pie del enebro los enterró.
de seda, ¡muy bonito!, Kivit, kivit, ¡qué lindo pajarito soy yo!
y al pie del enebro los enterró.
Kivit, kivit, ¡qué lindo pajarito soy yo! La tristeza de la niña se desvaneció como por en-
canto. Se calzó los nuevos zapatos colorados y entró
Y al terminar el último verso, el pájaro soltó la en su casa, saltando y bailando.
cadena de oro, que fue a caer justamente en tomo al —¡Tan triste como estaba cuando salí —dijo—,
cuello del hombre; y se le ajustaba maravillosamen- y ahora me he quedado tan consolada! ¡Es un pájaro
te. Entrando él en la casa, dijo: prodigioso, me ha regalado unos zapatos!
—¡Fijaos, qué pájaro más maravilloso! Me —¡No! —replicó la mujer, incorporándose; y
acaba de regalar esta hermosa cadena de oro, ¡y es los cabellos se le erizaron de tal forma que parecían
lindísima! llamas de fuego—. Yo siento como si el mundo se
La mujer, en cambio, experimentaba un miedo hundiera. Voy a salir, para tomar aire.
tan atroz, que se desplomó en el suelo cuan larga Y al llegar a la puerta, ¡cataplúm!, el pájaro le
como era, y se le cayó la cofia de la cabeza. Y repitió soltó la muela sobre la cabeza y la aplastó.
el pajarito:

Jacob & Wilhelm Grimm 95 Todos los cuentos


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el viejo Sultán —Ánimo, compadre —le dijo el lobo—, yo El lobo pensó que no hablaba en serio, y al llegar
[KHM048] Der alte Sultan te sacaré del apuro. Se me ha ocurrido una idea. la noche, se presentó callandito, con ánimo de robar
Mañana de madrugada tu amo y su mujer sal- una oveja; pero el campesino, a quien el leal Sultán
drán a buscar hierba y tendrán que llevarse a su había revelado los propósitos de la fiera, estaba al
hijito, pues no quedará nadie en casa. Mientras acecho, armado del garrote, y le dio una paliza que
trabajan, acostumbran dejar al niño a la sombra no le dejó hueso sano. El lobo escapó con el rabo
del vallado. Tú te pondrás a su lado como para entre las patas; pero le gritó al perro:
vigilarlo. Yo saldré del bosque y robaré la criatu- —¡Espera, mal amigo, me las vas a pagar!
ra, y tú simularás que sales en mi persecución. A la mañana siguiente, el lobo envió al jabalí
Entonces, yo soltaré al pequeño, y los padres, en busca del perro, con el encargo de citarlo en el
pensando que lo has salvado, no querrán causarte bosque, para arreglar sus diferencias. El pobre Sultán
ya ningún daño, pues son gente agradecida: an- no encontró más auxiliar que un gato que sólo tenía
tes, al contrario, en adelante te tratarán a cuerpo tres patas, y mientras se dirigían a la cita, el pobre
Un campesino tenía un perro muy fiel, llamado de rey y no te faltará nada. minino tenía que andar a saltos, enderezando el rabo
Sultán, que se había hecho viejo en su servicio y ya Al perro le pareció bien la combinación, y las cada vez, del dolor que aquel ejercicio le causaba.
no le quedaban dientes para sujetar su presa. cosas discurrieron tal como habían sido planeadas. El lobo y el jabalí estaban ya en el lugar con-
Un día, estando el labrador con su mujer en la El padre prorrumpió en grandes gritos al ver que venido, aguardando al can; pero, al verlo de lejos,
puerta de la casa, dijo: el lobo escapaba con su hijo; pero cuando el viejo creyeron que blandía un sable, pues tal les pareció la
—Mañana mataré al viejo Sultán; ya no sirve Sultán le trajo al pequeñuelo sano y salvo, acarician- cola enhiesta del gato. En cuanto a éste, que avan-
para nada. do contentísimo al animal, le dijo: zaba a saltos sobre sus tres patas, pensaron que cada
La mujer, compadecida del fiel animal, —Nadie tocará un pelo de tu piel, y no te faltará vez cogía una piedra para arrojársela después. A los
respondió: el sustento mientras vivas. dos compinches les entró miedo; el jabalí se escurrió
—Nos ha servido durante tantos años, siempre Luego se dirigió a su esposa: entre la maleza, y el lobo se encaramó a un árbol.
con tanta lealtad, que bien podríamos darle ahora el —Ve a casa en seguida y le cueces a Sultán unas Al llegar el perro y el gato, se extrañaron de no ver a
pan de limosna. sopas de pan, y le pones en su cucha la almohada de nadie. El jabalí, empero, no había podido ocultarse
—¡Qué dices, mujer! —replicó el campesino—. mi cama: se la regalo. del todo entre las matas y le salían las orejas. El gato,
¡Tú no estás en tus cabales! No le queda un colmillo Y desde aquel día Sultán se dio una vida de al dirigir en torno una cautelosa mirada, vio algo
en la boca, ningún ladrón le teme; ya ha terminado príncipe. que se movía y, pensando que era un ratón, pegó un
su misión. Si nos ha servido, tampoco le ha faltado Al poco tiempo acudió el lobo a visitarlo, felici- brinco y mordió con toda su fuerza. El jabalí echó a
su buena comida. tándolo por lo bien que había salido el ardid. correr chillando desaforadamente y gritando:
El pobre perro, que estaba tendido a poca distan- —Pero, compadre —añadió—, ahora será cosa —¡El culpable está en el árbol!
cia tomando el sol, oyó la conversación y le entró de que hagas la vista gorda cuando se me presente Gato y perro levantaron la mirada y descubrieron
una gran tristeza al pensar que el día siguiente seria oportunidad de llevarme una oveja de tu amo. Hoy al lobo, que, avergonzado de haberse comportado
el último de su vida. Tenía en el bosque un buen en día resulta muy difícil ganarse la vida. tan cobardemente, hizo las paces con Sultán. ♣
amigo, el lobo, y al caer la tarde, se fue a verlo para —Con eso no cuentes —le respondió el perro—;
contarle la suerte que le esperaba. yo soy fiel a mi dueño, y en esto no puedo transigir.

Jacob & Wilhelm Grimm 96 Todos los cuentos


el profanador de textos
los seis cisnes Recibió al Rey como si lo hubiese estado espe- lejos que alguien se acercaba, pensando que sería su
[KHM049] Die sechs Schwäne rando, y aunque el soberano pudo comprobar que padre, y corrieron a recibirlo llenos de gozo.
era realmente muy hermosa no le gustó, y no podía Entonces ella les echó a cada uno una de las
mirarla sin un secreto terror. camisetas y, al tocar sus cuerpos, los transformó en
Cuando la doncella hubo montado en la gru- cisnes que huyeron volando por encima del bosque.
pa del caballo la vieja indicó el camino al Rey, y la Ya satisfecha regresó a casa creyéndose libre de sus
pareja llegó sin contratiempo al palacio, donde poco hijastros.
después se celebró la boda. Pero resultó que la niña no había salido con sus
El Rey estuvo ya casado una vez, y de su prime- hermanos, y la Reina ignoraba su existencia. Al día
ra esposa le habían quedado siete hijos: seis varones siguiente el Rey fue a visitar a sus hijos y sólo encon-
y una niña, a los que amaba más que todo en el tró a la niña.
mundo. Temiendo que la madrastra los tratara mal —¿Dónde están tus hermanos? —le preguntó el
o llegara tal vez a causarles algún daño, los llevó Rey.
Hallándose un rey de cacería en un gran bosque, a un castillo solitario que se alzaba en medio de —¡Ay, padre mío! —respondió la pequeña—.
salió en persecución de una pieza con tal ardor, un bosque. Tan oculto estaba y tan difícil era el Se marcharon y me dejaron sola —y le contó lo
que ninguno de sus acompañantes pudo seguirlo. camino que conducía allá, que ni él mismo habría que viera desde la ventana; cómo los hermanitos
Al anochecer detuvo su caballo y, dirigiendo una sido capaz de seguirlo a no ser por un ovillo mara- transformados en cisnes habían salido volando por
mirada a su alrededor, se dió cuenta de que se había villoso1 que un hada le había regalado. Cuando lo encima de los árboles; y le mostró las plumas que
extraviado, y aunque trató de buscar una salida, no arrojaba delante de sí, se desenrollaba él solo y le habían dejado caer y ella había recogido. El Rey se
logró encontrar ninguna. mostraba el camino. entristeció, sin pensar que la Reina fuese la autora de
Vio entonces a una vieja, que se le acercaba cabe- Pero el Rey salía con tanta frecuencia a visitar a aquella maldad.
ceando. Era una bruja. sus hijos que, al cabo, aquellas ausencias molestaron Temiendo que también le fuese robada la niña,
—Buena mujer —le dijo el Rey, ¿no podrías indi- a la Reina, la cual sintió curiosidad por saber qué iba quiso llevársela consigo, mas la pequeña tenía miedo
carme un camino para salir del bosque? a hacer solo al bosque. a su madrastra y rogó al padre le permitiera pasar
—Ah, sí, Señor Rey —respondió la vieja—. Sí Sobornó a sus criados y éstos le revelaron el se- aquella noche en el castillo solitario.
puedo, pero con una condición. Si no la aceptáis, creto, descubriéndole también lo referente al ovillo, Pensaba la pobre muchachita: “No puedo ya que-
jamás saldréis de esta selva, y moriréis de hambre. único capaz de indicar el camino. darme aquí; debo salir en busca de mis hermanos.” Y
—¿Y qué condición es esa? —preguntó el Rey. Desde entonces la mujer no tuvo un momento de al llegar la noche huyó a través del bosque. Anduvo
—Tengo una hija —declaró la vieja—, hermosa reposo hasta que hubo averiguado el lugar donde su toda la noche y todo el día siguiente sin descansar,
como no encontraríais otra igual en el mundo entero marido guardaba la milagrosa madeja. Luego confec- hasta que la rindió la fatiga. Viendo una cabaña soli-
y muy digna de ser vuestra esposa. Si os comprome- cionó unas camisetas de seda blanca y, poniendo en taria entró en ella y halló un aposento con seis dimi-
téis a hacerla Reina, os mostraré el camino para salir práctica las artes de brujería aprendidas de su madre, nutas camas; pero no se atrevió a meterse en ninguna,
del bosque. hechizó las ropas. Un día en que el Rey salió de sino que se deslizó debajo de una de ellas dispuesta a
El Rey, aunque angustiado en su corazón, aceptó caza, tomó ella las camisetas y se dirigió al bosque. pasar la noche sobre el duro suelo.
el trato y la vieja lo condujo a su casita, donde su El ovillo le señalo el camino. Los niños, al ver desde Mas a la puesta del sol oyó un rumor y, al mismo
hija estaba sentada junto al fuego. tiempo, vio seis cisnes que entraban por la ventana.
1 Ver mitología griega: ‘El hilo de Ariadna.’ [N. del Pr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 97 Todos los cuentos
el profanador de textos
Se posaron en el suelo y se soplaron mutuamente las la vida. Salió de la cabaña y se fue al bosque, donde —La quiero por esposa, y no querré a ninguna
plumas, éstas les cayeron y su piel de cisne quedó ali- pasó la noche oculta entre el ramaje de un árbol. otra del mundo. Y al cabo de algunos días se celebró
sada como una camisa. Entonces reconoció la niña A la mañana siguiente empezó a recoger velloritas la boda.
a sus hermanitos y, contentísima, salió arrastrán- para hacer las camisas. No podía hablar con nadie, y Pero la madre del Rey era una mujer malvada,
dose de debajo de la cama. No se alegraron menos en cuanto a reír, bien pocos motivos tenía. Llevaba a quien disgustó aquel casamiento, y no cesaba de
ellos al ver a su hermana, pero el gozo fue de breve ya mucho tiempo aquella situación cuando el Rey decir mal de su nuera.
duración. de aquel país, yendo de cacería por el bosque, pasó —¡Quién sabe de dónde ha salido esta chica que
—No puedes quedarte aquí —le dijeron—, pues cerca del árbol que servía de morada a la muchacha. no habla! —murmuraba—. Es indigna de un Rey.
esto es una guarida de bandidos. Si te encuentran Unos monteros la vieron y la llamaron: Transcurrido algo más de un año, cuando la
cuando lleguen, te matarán. —¿Quién eres? —pero ella no respondió. Reina tuvo su primer hijo, la vieja se lo quitó
—¿Y no podríais protegerme? ­—preguntó la —Baja —insistieron los hombres—. No te hare- mientras dormía, y manchó de sangre la boca de la
niña. mos ningún daño. madre. Luego se dirigió al Rey y la acusó de haber
—No —replicaron ellos—, pues sólo nos está Mas la doncella se limitó a sacudir la cabeza. Los devorado al niño. El Rey se negó a darle crédito, y
permitido despojarnos cada noche de nuestro cazadores siguieron acosándola a preguntas, y ella les mandó que nadie molestara a su esposa. Ella, empe-
plumaje de cisne durante un cuarto de hora, tiem- echó la cadena de oro que llevaba al cuello creyen- ro, seguía ocupada constantemente en la confección
po durante el cual podemos vivir en nuestra figura do que así se darían por satisfechos. Pero como los de las camisas sin atender a otra cosa.
humana, pero luego volvemos a transformarnos en hombres insistieran, les echó el cinturón y luego las Y con el próximo hijo que tuvo, la suegra repitió
cisnes ligas y, poco a poco, todas las prendas de que pudo la maldad sin que tampoco el Rey prestara oídos a
Preguntó la hermanita, llorando: desprenderse, quedando al fin sólo con la camiseta. sus palabras. Dijo:
—¿Y no hay modo de desencantaros? Mas los tercos cazadores treparon a la copa del —Es demasiado piadosa y buena, para ser capaz
—No —dijeron ellos—. Las condiciones son árbol y, bajando a la muchacha, la condujeron ante de actos semejantes. Si no fuese muda y pudiese
demasiado terribles. Deberías permanecer durante el Rey, el cual le preguntó: defenderse, su inocencia quedaría bien patente.
seis años sin hablar ni reír y en este tiempo tendrías —¿Quién eres? ¿Qué haces en el árbol? Pero cuando, por tercera vez, la vieja robó al niño
que confeccionarnos seis camisas de velloritas.2 Una Pero ella no respondió. El Rey insistió, formu- recién nacido y volvió a acusar a la madre sin que
sola palabra que saliera de tu boca lo echaría todo lando de nuevo las mismas preguntas en todas las ésta pronunciase una palabra en su defensa, el Rey
a perder. Y cuando los hermanos hubieron dicho lenguas que conocía. Pero en vano; ella permaneció no tuvo más remedio que entregarla a un tribunal, y
esto, transcurrido ya el cuarto de hora, volvieron a siempre muda. No obstante, viéndola tan hermosa el la infeliz reina fue condenada a morir en la hoguera.
remontar el vuelo saliendo por la ventana. Rey se sintió enternecido y en su alma nació un gran El día señalado para la ejecución de la sentencia
Pero la muchacha había adoptado la firme reso- amor por la muchacha. resultó ser el que marcaba el término de los seis años
lución de redimir a sus hermanos aunque le costase La envolvió en su manto y, subiéndola a su durante los cuales le había estado prohibido hablar y
caballo, la llevó la a palacio. Una vez allí mandó reír. Así había liberado a sus queridos hermanos del
2 vellorita. 1. f. maya (planta compuesta). 2. f. primavera vestirla con ricas prendas, viéndose entonces la hechizo que pesaba sobre ellos. Además había termi-
(planta primulácea). — maya. 1. f. Planta herbácea pe- doncella más hermosa que la luz del día. Mas no nado las seis camisas, y sólo a la última le faltaba la
renne, de la familia de las compuestas, con hojas radica-
les, flor única, terminal, y fruto seco. —primavera. 3. f. hubo modo de arrancarle una sola palabra. La manga izquierda.
Planta herbácea perenne, de la familia de las Primuláceas, sentó a su lado a la mesa, y su modestia y recato le Cuando fue conducida a la hoguera, se puso las
con hojas anchas, largas, arrugadas, ásperas al tacto y gustaron tanto que dijo: camisas sobre el brazo y cuando, ya atada al poste
tendidas sobre la tierra. Diccionario RAEL [N. del Pr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 98 Todos los cuentos
el profanador de textos
del tormento dirigió una mirada a su alrededor, la bella durmiente gracia, de pronto se presentó el hada décimo tercera
vio seis cisnes que se acercaban en raudo vuelo. [KHM050] Dornröschen que, deseando vengarse por no haber sido invitada a
Comprendiendo que se aproximaba el momento de la fiesta, sin saludar ni mirar a nadie, exclamó:
su liberación, sintió una gran alegría. —La princesa se pinchará con un huso en cuanto
Los cisnes llegaron a la pira y se posaron en ella, cumpla los quince años, y caerá muerta.
a fin de que su hermana les echara las camisas; y no Y sin añadir otra palabra volvió la espalda y salió
bien estas hubieron tocado sus cuerpos, se les cayó del salón.
el plumaje de ave y surgieron los seis hermanos en Todos los presentes quedaron aterrados. Quedaba
su figura natural, sanos y hermosos. Sólo al menor aún el hada décimo segunda, que no había expre-
le faltaba el brazo izquierdo, sustituido por un ala de sado todavía su don y que, si bien no tenía poder
cisne. para anular la fatal sentencia, podía sí atenuarla. Se
Se abrazaron y besaron y la Reina, dirigiéndose al adelantó pues, y dijo:
Rey, que asistía consternado a la escena, rompiendo Vivían en tiempos remotos un rey y una reina que —La princesa no quedará muerta, sino durmien-
por fin a hablar, le dijo: todos los días exclamaban: do un sueño profundo que durará cien años.
—Esposo mío amadísimo, ahora ya puedo hablar —¡Ah, si tuviésemos un hijito! —pero nunca les El Rey, ansioso de preservar a su hijita de la
y declarar que he sido calumniada y acusada falsa- venía ninguno. desgracia que la amenazaba, promulgó una ley por
mente —y relató los engaños de que había sido víc- Cierto día en que la Reina se bañaba en el río, la que mandaba quemar todos los husos que hubiera
tima por la maldad de la vieja, que le había robado saltó una rana a la orilla y le dijo: en el reino.
los tres niños, ocultándolos. —Se cumplirá tu deseo; antes de un año darás a Mientras tanto, iban apareciendo en la muchacha
Los niños fueron recuperados con gran alegría del luz una hija. todas las gracias concedidas por las hadas pues era
Rey, y la perversa suegra, en castigo, hubo de subir a Y sucedió tal como la rana pronosticara: la Reina hermosa, modesta, afable y juiciosa; todo el que la
la hoguera y morir abrasada. tuvo una niña tan hermosa, que el Rey no cabía en trataba quedaba prendado de ella.
El Rey y la Reina, con sus seis hermanos, vivieron sí de alegría y organizó una gran fiesta. Invitó a ella El día en que cumplió los quince años, el Rey y
largos años en paz y felicidad. ♣ no sólo a sus parientes, amigos y conocidos, sino la Reina se hallaban ausentes de palacio y la mu-
también a las hadas, con la esperanza de que se mos- chacha había quedado sola. Aprovechó la ocasión
trasen generosas con su pequeña. para recorrerlo todo, entrando en las habitaciones y
Trece hadas había en el reino, y como el Soberano aposentos en que se le antojaba, y al fin llegó a una
sólo tenía doce platos de oro para servirlas en el antigua torre.
banquete, no hubo más remedio que dejar de invitar Trepando por la estrecha escalera de caracol que
a una. conducía a lo alto, se encontró frente a una puerte-
Se celebró el banquete con todo esplendor, y al cita. En la cerradura había una llave enmohecida.
terminar, cada una de las hadas concedió un don Le dió la vuelta, se abrió la puerta y apareció, en
a la niña recién nacida. Una le otorgó la virtud; la una pequeña habitación, una mujer muy vieja que,
segunda, la belleza; la tercera, la riqueza; y así, suce- manejando un huso, hilaba laboriosamente su lino.
sivamente, dotándola de cuanto en el mundo hay de —Buenos días, abuelita dijo la princesa—. ¿Qué
apetecible. Cuando ya once habían pronunciado su estás haciendo?

Jacob & Wilhelm Grimm 99 Todos los cuentos


el profanador de textos
—Estoy hilando —dijo la vieja moviendo la Al cabo de muchos años llegó al país el hijo de un Finalmente llegó a la torre y abrió la puerta del
cabeza. rey y oyó explicar a un anciano la historia del seto pequeño cuarto donde dormía Rosa Silvestre. Yacía
—¿Y qué es esta cosa que rueda tan alegremente? espinoso, dentro del cual había un palacio habitado en la cama, tan hermosa, que el muchacho no podía
—preguntó la muchacha. por una bellísima princesa llamada Rosa Silvestre, apartar de ella los ojos; luego se inclinó y le dio un
Y, tomando el huso, quiso hilar también. Mas que estaba sumida en un profundo sueño junto con beso.
apenas lo hubo tocado se cumplió la profecía: se el Rey, la Reina y toda la Corte. Sabía también, por No bien la tocaron sus labios, la princesa abrió
pinchó el dedo con él. habérselo oído a su abuelo, que muchos príncipes los ojos y, despertándose, le dirigió una mirada llena
En el mismo momento cayó sin sentido sobre venidos de otros países habían intentado penetrar en de amor. Bajaron juntos y, despertando al Rey, a la
la cama que había en el cuarto y quedó profunda- el palacio; pero todos habían muerto trágicamente, Reina y a los cortesanos todos, quedaron contem-
mente dormida. Y su sueño se propagó por todo el aprisionados entre los espinos. plándose mutuamente con ojos de asombro.
palacio. El Rey y la Reina, que acababan de regresar Dijo entonces el recién llegado: Y los caballos del establo se incorporaron y
y se hallaban en el salón, se quedaron dormidos, y —Pues yo no temo a nada; iré a ver a la princesa sacudieron; los perros de caza se pusieron a brincar
con ellos toda la Corte. Y se durmieron los caballos durmiente. y menear el rabo; las palomas del tejado sacaron la
en la cuadra; los perros en el patio; las palomas en el Fue inútil que el buen viejo tratara de disuadirlo; cabecita de debajo del ala y, echando una mirada
tejado; las moscas en la pared… Hasta el fuego que el príncipe no hizo caso de sus palabras. a su alrededor, emprendieron el vuelo; las moscas
llameaba en el hogar quedó inmóvil y dormido, y el En esto, acababan de transcurrir los cien años siguieron andando por la pared; se avivó el fuego del
asado dejó de cocerse, y el cocinero, que se disponía y había llegado el día del despertar de la princesa. hogar, echó llamarada y se puso a cocer la comida;
a tirar de las orejas al ayudante por alguna travesura Cuando el hijo del Rey se aproximó al seto de ro- el asado volvió a chirriar; el cocinero dio al ayudante
suya, lo soltó y se quedó dormido. Amainó el viento sales silvestres, se encontró con grandes y hermosas un coscorrón tan fuerte que lo hizo prorrumpir en
y en los árboles que rodeaban el palacio ya no se flores que, apartándose por sí solas, le abrieron paso chillidos, y la criada terminó de desplumar el pollo.
movió ni una sola hoja. dejándolo avanzar sin daño, para volverse a cerrar Y con el mayor esplendor se celebró la boda del
Y en torno al castillo empezó a crecer un seto detrás de él en forma de vallado. príncipe con la princesa, y todos vivieron felices
de rosales silvestres que cada año adquiría mayor En el patio del palacio vio los caballos y los perros hasta el fin. ♣
altura y acabó, al fin, por rodear todo el edificio y de caza, de piel manchada, tumbados durmiendo, y
cubrirlo incluso, de forma que nada se veía de él, en el tejado las palomas, inmóviles, tenían todas la
ni siquiera el pendón que ondeaba en la punta de cabeza debajo del ala.
la torre. Y cuando entró en el edificio dormían las
Y por todo el país empezó a cundir la leyenda de moscas en la pared; el cocinero tenía aún la mano
la hermosa princesita durmiente, a quien llamaron extendida como para atrapar al ayudante, y la cria-
desde entonces Rosa Silvestre. Y de cuando en cuan- da continuaba sentada delante del pollo a punto de
do se presentaban príncipes dispuestos a penetrar en desplumarlo.
el palacio atravesando el seto espinoso; pero jamás Prosiguiendo, se encontró en el gran salón con
lo conseguían, porque los rosales, como si tuviesen toda la Corte, que yacía en el suelo dormida, y en
manos, los aprisionaban y los infelices quedaban el trono estaban el Rey y la Reina. Siguió andando,
sujetos a ellos, sin poder ya soltarse, y morían de una y en todas partes reinaba un silencio absoluto, de
muerte cruel. forma que podía oír su propia respiración.

Jacob & Wilhelm Grimm 100 Todos los cuentos


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piñoncito tantas veces repitió la operación, que Lenita, intriga- Envió a tres muchachos, con el encargo de
[KHM051] Fundevogel1 da, hubo de preguntarle: alcanzar a los niños y traerlos a casa. Los pequeños
—¿Para qué traes tanta agua, viejecita? se habían sentado a la orilla del bosque, y al ver de
—Si no se lo cuentas a nadie, te lo diré —le res- lejos a los tres criados que se dirigían hacia ellos, dijo
pondió la cocinera. Lenita a Piñoncito:
Lenita le aseguró que no que no se lo diría a na- —Si tú no me abandonas, tampoco yo te
die, y entonces le reveló la vieja su propósito: abandonaré.
—Mañana temprano, en cuanto el guardabos- —¡Jamás de los jamases! —respondió Piñoncito.
que se haya marchado de caza, herviré esta agua, y Y Lenita:
cuando ya esté hirviendo en el caldero echaré en él a —Transfórmate en rosal, y yo seré una rosa.
Piñoncito y lo coceré. Al llegar los tres criados al bosque no vieron más
Por la mañana, de madrugada, se levantó el hom- que un rosal con una sola rosa; pero de los niños, ni
bre y se fue al bosque mientras los niños seguían aún rastro. Entonces se dijeron:
Un guardabosque salió un día de caza y, hallándose en la cama. Entonces dijo Lenita a Piñoncito: —Aquí no hay nada —y, regresando a la casa,
en el espesor de la selva, oyó de pronto unos gritos —Si tú no me abandonas, tampoco yo te dijeron a la cocinera que sólo habían visto un rosal
como de niño pequeño. Dirigiéndose hacia la parte abandonaré. con una rosa. La vieja los reprendió:
de la que venían las voces, llegó al pie de un alto ár- Le respondió Piñoncito: —¡Bobalicones! Debisteis cortar el rosal y traer a
bol, en cuya copa se veía una criatura de poca edad. —¡Jamás de los jamases! casa la rosa. ¡Id a buscarla corriendo!
Su madre se había quedado dormida, sentada en el Y le dijo Lenita: Y tuvieron que encaminarse nuevamente al bosque.
suelo con el pequeño en brazos y un ave de rapiña, —Pues voy a descubrirte una cosa a ti solo. Pero los niños los vieron venir de lejos, y dijo Lenita:
al descubrir el bebé en su regazo, había bajado vo- Anoche, al ver que la vieja traía tantos cubos de agua —Piñoncito, si tú no me abandonas, tampoco yo
lando y, tomándolo con el pico, lo había depositado del pozo, le pregunté por qué lo hacía, y me dijo te abandonaré.
en la copa del árbol. que me lo diría si no se lo contaba a nadie. Yo se lo Respondió Piñoncito:
Trepó el guardabosque a ella, y retomando a la prometí, y entonces me dijo ella que esta mañana, —¡Jamás de los jamases!
criatura, pensó: “Me lo llevaré a casa y lo criaré jun- cuando padre estuviese de caza, herviría el agua en el Y Lenita:
to con Lenita.” caldero, te echaría en él y te cocería. Así que levanté- — Transfórmate en una iglesia, y yo seré una
Y dicho y hecho, los dos niños crecieron jun- monos en seguida, vistámonos y nos escaparemos. corona dentro de ella.
tos. Al que había sido encontrado en el árbol, por Se levantaron los dos niños, se vistieron rápida- Al llegar los muchachos vieron la iglesia, con la
haberlo llevado allí un ave, le pusieron por nombre mente y huyeron. corona en su interior, por lo que se dijeron:
Piñoncito. Él y Lenita se querían tanto, tantísimo, Cuando el agua hirvió en el caldero, la cocinera —¡Qué vamos a hacer aquí! Volvámonos a casa.
que en cuanto el uno no veía al otro se sentía triste. se dirigió a la habitación en busca de Piñoncito, con Ya en ella, la cocinera les preguntó si habían
Tenia el guardabosque una vieja cocinera, la cual, el propósito de echarlo a cocer; pero al acercarse a la encontrado algo.
un atardecer, tomó dos cubos y fue al pozo por agua; cama se encontró con que los dos pequeños se habían Ellos respondieron que no, aparte una iglesia con
marchado. Le entró a la vieja un gran miedo, y pensó: una corona dentro.
1 La traducción del alemán es más cercana a ‘Encontrado “¿Qué diré cuando vuelva el guardabosque y vea que no —¡Zoquetes! —les increpó la vieja—. ¿Por qué
en el (nido del) pájaro.’ ‘Piñoncito’ puede provenir de la están los niños? Hay que correr y traerlos de nuevo.” no derribasteis la iglesia y trajisteis la corona?
imagen del niño como una ‘piña’ del árbol. [N. del Pr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 101 Todos los cuentos
el profanador de textos
Entonces se puso en camino la propia cocinera, el rey Pico de Tordo Pero de quien más se burló fue de un bondadoso
acompañada de los tres criados, en busca de los ni- [KHM052] König Drosselbart rey, que figuraba entre los primeros y cuya barbilla
ños. Pero éstos vieron acercarse a los tres hombres y, era un poco saliente:
detrás de ellos, renqueando, a la vieja. Y dijo Lenita: —¡Ja, ja! —exclamó la princesa, soltando la car-
—Piñoncito, si tú no me abandonas, yo jamás te cajada—, éste tiene una barbilla que parece el pico
abandonaré. Y dijo Piñoncito: de un tordo.
—¡Jamás de los jamases! De ahí en adelante, le dieron el sobrenombre de
—Pues transfórmate en un estanque, y yo seré un Pico de Tordo.
pato que nada en él —dijo Lenita. El viejo rey, empero, viendo que su hija no hacía
Llegó la cocinera, y al ver el estanque, se tendió sino mofarse de todos los pretendientes y humillar-
en la orilla para sorberlo. Pero el pato acudió na- los, se irritó de tal manera que juró casar a su hija
dando a toda prisa y, cogiéndola por la cabeza con con el primer mendigo que llegase a su puerta.
el pico, se la hundió en el agua, y de este modo se Tenía un rey una hija que era hermosa por encima Al cabo de pocos días se presentó un organillero
ahogó la bruja. Los niños regresaron a casa, alegres de toda ponderación; pero tan orgullosa y soberbia que, después de cantar al pie de las ventanas, pidió
y contentos; y si no han muerto, todavía deben de que no encontraba ningún pretendiente de su gusto. limosna. Al enterarse el Rey, dijo:
estar vivos. ♣ Uno tras otro, los rechazaba a todos y, encima, se —¡Traedme a ese hombre!
burlaba de ellos. Compareció ante él el pordiosero, todo sucio y
Un día, el Rey dispuso una gran fiesta e invitó harapiento, cantó ante el Rey y la princesa, y cuando
a todos los muchachos casaderos de varias leguas a hubo terminado, pidió una recompensa. Dijo el Rey:
la redonda. Fueron colocados en fila, por orden de —Me ha gustado tanto tu canción, que voy a
rango: en primer lugar los reyes, después los duques, darte a mi hija por esposa.
los príncipes, los condes y barones, y finalmente, los La princesa se asustó, pero el Rey le dijo:
caballeros. —¡Juré casarte con el primer mendigo que se
La princesa les pasó revista, pero a cada uno tuvo presentara, y voy a cumplir mi juramento!
algo que objetar. Éste era demasiado gordo: —¡Vaya No valieron súplicas; fue llamado el cura, y la donce-
tonel!, —exclamaba. lla hubo de contraer matrimonio, quieras que no, con el
El segundo, demasiado larguirucho: —Flaco y organillero. Terminada la ceremonia, dijo el Rey:
largo no tiene garbo. —No es propio que, siendo la mujer de un men-
El tercero, demasiado bajo: —Gordo y bajo, un digo, sigas viviendo en mi palacio. Vete pues, con tu
estropajo. marido.
El cuarto, demasiado pálido: —¡Parece la muerte! Los recién casados se marcharon, llevándola el
El quinto, demasiado rojo: —¡Vaya gallo! mendigo de la mano y caminando los dos a pie. Al
El sexto no era bastante derecho: —Leña verde, pasar frente a un bosque, preguntó ella:
secada detrás de la estufa.
Y, así sucesivamente, en todos descubría algún —¿De quién es este bosque tan hermoso?
defecto. —Del rey Pico de Tordo, que quiso ser tu esposo.

Jacob & Wilhelm Grimm 102 Todos los cuentos


el profanador de textos
Si lo hubieses querido, ahora tuyo sería. —¿Dónde están los criados? —preguntó ella. ba lo que ella pedía, e incluso algunos le dieron el
—¡Ay, desdichada de mí! —¿Criados? —replicó el mendigo—. Tendrás dinero sin llevarse la mercancía. El matrimonio vivió
¿Por qué a Pico de Tordo no le dije que sí? que hacer tú lo que quisieras que te hiciesen. un tiempo de lo ganado, y al terminarse el dinero, el
Enciende fuego en seguida, pon agua a calentar y hombre se procuró otra partida de ollas y cazuelas.
Pasaron luego por un prado, y ella volvió a prepara la comida. Yo estoy cansado. Se situó la princesa en un ángulo de la plaza, y
preguntar: Pero la hija del Rey no entendía de cocina, ni sa- expuso los objetos a su alrededor. De pronto se acer-
bía cómo encender fuego, y el mendigo no tuvo más có a caballo un húsar borracho; iba al trote y, me-
—¿De quién es este grande y verde prado? remedio que intervenir para que las cosas saliesen tiéndose en medio de los cacharros, en un momento
—Del rey Pico de Tordo, a quien has despreciado. medio bien. los redujo todos a pedazos.
Si lo hubieses querido, ahora tuyo sería. Después de su parca comida se fueron a dormir, y La joven se echó a llorar y, angustiada, no sabía
—¡Ay, desdichada de mí! por la mañana él la obligó a levantarse muy tempra- que hacer.
¿Por qué a Pico de Tordo no le dije que sí? no, pues debía atender a los quehaceres de la casa. — ¡Ay, qué será de mí! —exclamó—. ¡Qué va a
Así vivieron unos días, consumiendo todas sus decir mi marido!
Y al llegar a una gran ciudad, preguntó ella de provisiones. Y, entonces, dijo el hombre: Corrió a su casa y le explicó el percance.
nuevo: —Mujer, gastar y no ganar nada, no puede ser. —¿A quién se le ocurre ponerse en el ángulo de
Tendrás que trenzar cestas. la plaza con vasijas de barro? —la increpó el mari-
—¿De quién es esta ciudad tan bella y populosa? Salió el hombre a cortar mimbres y los trajo a do—. Bueno, déjate de llorar, bien veo que no sirves
—Del rey ‘Pico de tordo,’ casa. La joven empezó a trenzarlos, pero eran duros para ningún trabajo serio. He estado en el palacio de
que te pidió por esposa. y le lastimaban las delicadas manos. nuestro rey a preguntar si necesitaban una ayudan-
Si lo hubieses querido, ahora tuya sería. —Bien veo que no sirves para esto —dijo el ma- te de cocina, y me han prometido ocuparte. Así te
—¡Ay, desdichada de mí! rido—. Mejor será que hiles, tal vez lo hagas mejor. ganarás la comida.
¿Por qué a Pico de Tordo no le dije que sí? Ella se instaló y se esforzó en hilar; pero la recia Y ahí tenemos a la princesa convertida en ayu-
hebra no tardó en herirle los dedos, haciendo brotar dante de cocina, ayudando al cocinero y encargán-
—¡Basta! —dijo en esto el mendigo—. No me la sangre. dose de los trabajos más rudos. Se metió unas cace-
gusta que estés siempre deseando a otro hombre. —Ya lo ves —le dijo—, no sirves para ningún rolitas en los bolsillos, y en ellos guardaba lo que le
¿No soy yo bastante para ti? trabajo. ¡Mal negocio he hecho contigo! Probaremos daban de las sobras; lo llevaba a su casa y de aquello
Al fin, llegaron a una casa pequeñísima. Y ella a montar un comercio de alfarería. Irás al mercado a comían los dos.
preguntó: vender ollas y pucheros. Sucedió que debía celebrarse la boda del hijo
Ella pensó: “¡Dios mío! Si aciertan a pasar por el mayor del Rey y la pobre mujer, deseosa de pre-
¡Santo Dios, vaya casita extraña! mercado gentes del reino de mi padre y me ven allí senciar la fiesta, se colocó en la puerta de la sala.
¿De quién puede ser esta cabaña? sentada vendiendo cacharros, ¡cómo se burlarán de Cuando, ya encendidas las luces, empezaron a en-
mí!” trar los invitados —si uno bellamente ataviado, el
Respondió el músico: Pero no hubo más remedio; o resignarse, o morir- otro más—, ella, al ver tanta pompa y magnificen-
—Es mi casa y la tuya, donde viviremos. se de hambre. cia, se acordó con amargura de su suerte, y maldijo
La princesa hubo de inclinarse para franquear la La primera vez, la cosa fue bastante bien, pues la su orgullo y soberbia, culpables de su humillación
puerta, tan baja era. hermosura de la joven atraía a la gente, que paga- y miseria.

Jacob & Wilhelm Grimm 103 Todos los cuentos


el profanador de textos
De los manjares tan apetitosos que eran traídos y Y las camareras entraron y le pusieron pre- Blancanieves
llevados por los camareros, y cuyos aromas lle- ciosos vestidos; vino su padre y toda la Corte [KHM053] Schneewittchen
gaban hasta ella, los criados le arrojaban de vez acudió a felicitarla por su casamiento con el rey
en cuando unos bocados, que la mujer guardaba Pico de Tordo, y entonces sí que todo fueron
en sus cacerolitas, para llevarlos a casa. fiestas y alegría. ¡Ojalá hubiésemos estado tú y
Entró el príncipe, vestido de terciopelo y yo! ♣
seda, con cadenas de oro alrededor del cuello, y
al ver a aquella hermosa mujer de pie junto a la
puerta, la tomó de la mano para bailar con ella.
Pero la princesa se resistió, asustada, pues reco-
noció en el joven al rey Pico de Tordo, su ex-
pretendiente, al que rechazara y ofendiera con
sus burlas. De nada le sirvió su resistencia, pues
él la obligó a entrar en la sala. Se rompió la Era un crudo día de invierno, y los copos de nieve
cinta con que ataba sus pucheros, y éstos caye- caían del cielo como blancas plumas. La Reina cosía
ron al suelo, desparramándose la sopa y demás junto a una ventana, cuyo marco era de ébano. Y
viandas. Todos los presentes prorrumpieron en como mientras cosía miraba caer los copos, con
carcajadas y burlas, quedando ella avergonzada la aguja se pinchó un dedo y tres gotas de sangre
y deseando que la tierra se abriese bajo sus pies. fueron a caer sobre la nieve. El rojo de la sangre
Corrió a la puerta para huir pero, en la destacaba bellamente sobre el fondo blanco, y ella
escalera, un hombre la alcanzó y la obligó pensó: “¡Ah, si pudiese tener una hija que fuese
a retroceder. Al mirarlo ella, se encontró de blanca como nieve, roja como sangre y negra como
nuevo con el rey Pico de Tordo, el cual le dijo el ébano de esta ventana!”
afectuosamente: No mucho tiempo después le nació una niña que
—Nada temas; yo y el músico con quien has esta- era blanca como la nieve, sonrosada como la sangre
do viviendo en la cabaña, somos el mismo hombre. y de cabello negro como la madera de ébano; y por
Por tu amor me disfracé así, y el húsar que te rom- eso le pusieron por nombre Blancanieves. Pero al
pió la mercancía fui también yo. Todo lo hice para nacer ella, murió la Reina.
humillar tu orgullo y castigarte por tu soberbia, que Un año más tarde el Rey volvió a casarse. La nue-
te incitó a burlarte de mí. va reina era muy bella, pero orgullosa y altanera, y
La princesa, llorando amargamente, dijo: no podía soportar que nadie la aventajase en hermo-
—Fui muy injusta y no merezco ser tu sura. Tenía un espejo prodigioso, y cada vez que se
esposa. miraba en él le preguntaba:
Pero él le replicó:
—Tranquilízate. Todo pasó, y ahora celebra- Espejito en la pared, dime una cosa:
remos nuestra boda. ¿quién es de este país la más hermosa?

Jacob & Wilhelm Grimm 104 Todos los cuentos


el profanador de textos
Y el espejo le contestaba invariablemente: —¡Piedad, buen cazador, déjame vivir! —supli- copita, pues no quería tomarlo todo de uno solo.
caba—. Me quedaré en el bosque y jamás volveré a Luego, sintiéndose muy cansada, quiso echarse en
“Señora Reina, vos sois la más hermosa en todo el palacio. una de las camitas; pero ninguna era de su medida:
país.” Y era tan hermosa que el cazador, apiadándose de resultaba demasiado larga o demasiado corta; hasta
ella, le dijo: que por fin la séptima le vino bien; se acostó en ella,
La Reina quedaba satisfecha, pues sabía que el —¡Márchate pues, pobrecita! —y pensó: “No se encomendó a Dios y quedó dormida.
espejo decía siempre la verdad. tardarán las fieras en devorarte.” Cerrada ya la noche llegaron los dueños de la
Blancanieves fue creciendo y se hacía más bella Y, sin embargo, le pareció como si se le quitase casita, que eran siete enanos que se dedicaban a
cada día. Cuando cumplió los siete años era tan una piedra del corazón al no tener que matarla. Y excavar minerales en el monte. Encendieron sus
hermosa como la luz del día. Y mucho más que la como acertara a pasar por allí un jabatillo,1 lo dego- siete lamparitas y, al iluminar la habitación, vieron
misma Reina. Al preguntar ésta un día al espejo: lló, le sacó los pulmones y el hígado y se los llevó a que alguien había entrado en ella, pues las cosas no
la Reina como prueba de haber cumplido su man- estaban en el orden en que ellos las habían dejado al
Espejito en la pared, dime una cosa: dato. La perversa mujer los entregó al cocinero para marcharse.
¿quién es de este país la más hermosa? que se los guisara y se los comió, convencida de que Dijo el primero:
comía la carne de Blancanieves. —¿Quién se sentó en mi sillita?
Respondió el espejo: La pobre niña se encontró sola y abandonada en El segundo:
el inmenso bosque. Se moría de miedo, y el menor —¿Quién ha comido de mi platito?
Señora Reina, vos sois como una estrella, movimiento de las hojas de los árboles le daba un El tercero:
pero Blancanieves es mil veces más bella. sobresalto. No sabiendo qué hacer, echó a correr por —¿Quién ha cortado un poco de mi pan?
entre espinos y piedras puntiagudas, y los animales El cuarto:
La Reina se espantó, palideciendo de envidia y, de la selva pasaban saltando por su lado sin causarle —¿Quién ha comido de mi verdurita?
desde entonces, cada vez que veía a Blancanieves el menor daño. Siguió corriendo mientras la llevaron El quinto:
sentía revolvérsele el corazón; tal era el odio que los pies y hasta que se ocultó el sol. Entonces vio —¿Quién ha pinchado con mi tenedorcito?
abrigaba contra ella. Y la envidia y la soberbia, como una casita y entró en ella para descansar. El sexto:
las malas hierbas, crecían cada vez más altas en su Todo era diminuto en la casita, pero tan primo- —¿Quién ha cortado con mi cuchillito?
alma, no dejándole un instante de reposo, de día ni roso y limpio que no hay palabras para describirlo. Y el séptimo:
de noche. Había un mesita cubierta con un mantel blanquísi- —¿Quién ha bebido de mi vasito?
Finalmente, llamó un día a un montero y le dijo: mo, con siete minúsculos platitos y siete vasitos; y al Luego el primero, dándose una vuelta por la
—Llévate a la niña al bosque; no quiero tenerla lado de cada platito había su cucharita, su cuchillito habitación y viendo un pequeño hueco en su cama,
más tiempo ante mis ojos. La matarás, y en prueba y su tenedorcito. Alineadas junto a la pared se veían exclamó alarmado:
de haber cumplido mi orden me traerás sus pulmo- siete camitas, con sábanas de inmaculada blancura. —¿Quién se ha subido en mi camita?
nes y su hígado. Blancanieves, como estaba muy hambrienta, co- Acudieron corriendo los demás y exclamaron
Obedeció el cazador y se marchó al bosque con mió un poquitín de legumbres y un bocadito de pan todos:
la muchacha. Pero cuando se disponía a clavar su de cada platito, y bebió una gota de vino de cada —Alguien estuvo echado en la mía!
cuchillo de monte en el inocente corazón de la niña, Pero el séptimo, al examinar la suya, descubrió a
echó se ésta a llorar: 1 jabato, ta. 2. m. Cría de jabalí. Diccionario RAEL [N. del Blancanieves dormida en ella. Llamó entonces a los
Pr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 105 Todos los cuentos
el profanador de textos
demás, los cuales acudieron presurosos y no pudie- vivía segura de volver a ser la primera en belleza. Se Blancanieves, sin sospechar nada, se puso delante
ron reprimir sus exclamaciones de admiración cuan- acercó un día al espejo y le preguntó: de la vendedora para que le atase la cinta alrededor
do, acercando las siete lamparitas vieron a la niña. del cuello, pero la bruja lo hizo tan bruscamente y
—¡Oh, Dios mío! —decían—; ¡qué criatura más Espejito en la pared, dime una cosa: apretando tanto, que a la niña se le cortó la respira-
hermosa! ¿quién es de este país la más hermosa? ción y cayó como muerta.
Y fue tal su alegría que decidieron no despertarla, —¡Ahora ya no eres la más hermosa! —dijo la
sino dejar que siguiera durmiendo en la camita. El Y respondió el espejo: madrastra, y se alejó precipitadamente.
séptimo enano se acostó junto a sus compañeros, Al cabo de poco rato, ya anochecido, regresaron
una hora con cada uno, y así transcurrió la noche. Señora Reina, vos sois aquí como una estrella; los sietes enanos. Imaginad el susto que se lleva-
Al clarear el día se despertó Blancanieves, y al ver pero mora en la montaña, con los enanitos, ron cuando vieron tendida en el suelo a su querida
a los siete enanos tuvo un sobresalto. Pero ellos la Blancanieves, que es mil veces más bella. Blancanieves, sin moverse, como muerta. Corrieron
saludaron afablemente y le preguntaron: a incorporarla y viendo que el lazo le apretaba el
—¿Cómo te llamas? La Reina se sobresaltó, pues sabía que el espejo cuello, se apresuraron a cortarlo. La niña comenzó
—Me llamo Blancanieves —respondió ella. jamás mentía, y se dio cuenta de que el cazador a respirar levemente, y poco a poco fue volviendo
¿Y cómo llegaste a nuestra casa? —siguieron pre- la había engañado, y que Blancanieves no estaba en sí. Al oír los enanos lo que había sucedido, le
guntando los hombrecitos. muerta. Pensó entonces otra manera de deshacerse dijeron:
Entonces ella les contó que su madrastra había de ella, pues mientras hubiese en el país alguien —La vieja vendedora no era otra que la malvada
dado orden de matarla, pero que el cazador le había que la superase en belleza, la envidia no la dejaría Reina. Guárdate muy bien de dejar entrar a nadie,
perdonado la vida y ella había estado corriendo todo reposar. mientras nosotros estemos ausentes.
el día hasta que, al atardecer, encontró la casita. Finalmente ideó un plan. Se tiznó la cara y se La mala mujer, al llegar a palacio corrió ante el
Dijeron los enanos: vistió como una vieja buhonera, quedando comple- espejo y le preguntó:
—¿Quieres cuidar de nuestra casa? ¿Cocinar, tamente irreconocible. Así disfrazada, se dirigió a las
hacer las camas, lavar, remendar la ropa y mantener- siete montañas y, llamando a la puerta de los siete Espejito en la pared, dime una cosa:
lo todo ordenado y limpio? Si es así puedes quedarte enanitos, gritó: ¿quién es de este país la más hermosa?
con nosotros y nada te faltará. —¡Vendo cosas buenas y bonitas!
—¡Sí! —exclamó Blancanieves—. Con mucho Se asomó Blancanieves a la ventana y le dijo: Y respondió el espejo como la vez anterior:
gusto —y se quedó con ellos. —¡Buenos días, buena mujer! ¿Qué traéis para
A partir de entonces cuidaba la casa con todo es- vender? Señora Reina, vos sois aquí como una estrella;
mero. Por la mañana ellos salían a la montaña en bus- —Cosas finas, cosas finas —respondió la pero mora en la montaña, con los enanitos,
ca de mineral y oro, y al regresar por la tarde encon- Reina—. Lazos de todos los colores —y sacó uno Blancanieves, que es mil veces más bella.
traban la comida preparada. Durante el día, la niña se trenzado, de seda multicolor.
quedaba sola y los buenos enanitos le advirtieron: Blancanieves pensó: “Bien puedo dejar entrar a Al oírlo, tal fue su despecho que toda la sangre le
—Guárdate de tu madrastra, que no tardará en esta pobre mujer,” y, abriendo la puerta, compró el afluyó al corazón, pues vio que Blancanieves conti-
saber que estás aquí. ¡No dejes entrar a nadie! primoroso lacito. nuaba con vida.
La Reina, entretanto, desde que creía haberse —¡Qué linda eres, niña! —exclamó la vieja—. Entonces se dijo: “Esta vez idearé una treta de la
comido los pulmones y el hígado de Blancanieves, Ven, que yo misma te pondré el lazo. que no te escaparás.” Y valiéndose de las artes diabó-

Jacob & Wilhelm Grimm 106 Todos los cuentos


el profanador de textos
licas en que era maestra, fabricó un peine envenena- Señora Reina, vos sois aquí como una estrella; La Reina la contempló con una mirada de rencor,
do. Luego volvió a disfrazarse adoptando también la pero mora en la montaña, con los enanitos, y echándose a reír dijo:
figura de una vieja, y se fue a las montañas y llamó Blancanieves, que es mil veces más bella. —¡Blanca como la nieve; roja como la sangre;
a la puerta de los siete enanos. —¡Buena mercancía negra como el ébano! Esta vez no te resucitarán los
para vender! —gritó. Al oír estas palabras del espejo, la malvada bruja enanos.
Blancanieves, asomándose a la ventana, le dijo: se puso temblar de rabia. Y cuando, al llegar a palacio, preguntó al espejo:
—Seguid vuestro camino, que no puedo abrir a —¡Blancanieves morirá —gritó—, aunque me
nadie. haya de costar a mí la vida! Espejito en la pared, dime una cosa:
—Al menos podrás mirar lo que traigo! —dijo la Y bajando a una cámara secreta donde nadie ¿quién es de este país la más hermosa?
vieja y, sacando el peine, lo levantó en el aire. tenía acceso sino ella, preparó una manzana con un
El peine le gustó tanto a la niña, que olvidándose veneno de lo más virulento. Por fuera era preciosa, El espejo le respondió, al fin:
de todas las advertencias, abrió la puerta. blanca y sonrosada, capaz de hacer agua la boca a
Cuando se hubieron puesto de acuerdo sobre el cualquiera que la viese. Pero un solo bocado signifi- “Señora Reina, vos sois la más hermosa en todo el
precio dijo la vieja: caba la muerte segura. país.”
—Ven que te peino como Dios manda. Cuando tuvo preparada la manzana se pintó nue-
La pobrecita, no pensando nada malo, dejó hacer vamente la cara, se vistió de campesina y se encami- Sólo entonces se aquietó su envidioso cora-
a la vieja; mas apenas hubo esta clavado el peine en nó a las siete montañas, a la casa de los siete enanos. zón, suponiendo que un corazón envidioso pueda
el cabello, el veneno produjo su efecto y la niña se Llamó a la puerta, Blancanieves asomó la cabeza a la aquietarse.
desplomó insensible. ventana y dijo: Los enanitos, al volver a su casa aquella noche,
—¡Dechado de belleza —exclamó la malvada —No debo abrir a nadie; los siete enanitos me lo encontraron a Blancanieves tendida en el suelo, sin
bruja—, ahora sí que estás lista! —y se marchó. han prohibido. que de sus labios saliera el hálito más leve. Estaba
Pero afortunadamente faltaba poco para la noche, —Como quieras —respondió la campesina—. muerta. La levantaron, miraron si tenía encima
y los enanitos no tardaron en regresar. Al encontrar a Pero yo quiero deshacerme de mis manzanas. Mira, algún objeto emponzoñado, la desabrocharon, le
Blancanieves inanimada en el suelo, en seguida sos- te regalo una. peinaron el pelo, la lavaron con agua y vino, pero
pecharon de la madrastra y, buscando, descubrieron —No —contestó la niña—, no puedo aceptar todo fue inútil. La pobre niña estaba muerta y bien
el peine envenenado. Se lo quitaron y, al momento, nada. muerta.
volvió la niña en sí y les explicó lo ocurrido. Ellos —¿Temes acaso que te envenene? —dijo la vie- La colocaron en un ataúd y los siete, sentándose
le advirtieron de nuevo que debía estar alerta y no ja—. Fíjate, corto la manzana en dos mitades: tú te alrededor, la estuvieron llorando por espacio de tres
abrir la puerta a nadie. comes la parte roja, y yo la blanca. días. Luego pensaron en darle sepultura; pero viendo
La Reina, de nuevo en palacio fue directamente a La fruta estaba preparada de modo que sólo el que el cuerpo se conservaba lozano como el de una
su espejo: lado encarnado tenía veneno. persona viva, y que sus mejillas seguían sonrosadas,
Blancanieves miraba la fruta con ojos codiciosos, dijeron:
Espejito en la pared, dime una cosa: y cuando vio que la campesina la comía, no pudo ya —No podemos enterrarla en el seno de la negra
¿quién es de este país la más hermosa? resistir. Alargó la mano y tomó la mitad envenenada. tierra —y mandaron fabricar una caja de cristal
Pero no bien se hubo metido en la boca el primer transparente que permitiese verla desde todos lados.
Y como las veces anteriores, respondió el espejo: trocito, cayó en el suelo, muerta. La colocaron en ella y grabaron su nombre ca letras

Jacob & Wilhelm Grimm 107 Todos los cuentos


el profanador de textos
de oro: “Princesa Blancanieves.” Después trans- —Estás conmigo —y después de explicarle todo el morral, el sombrerito y el
portaron el ataúd a la cumbre de la montaña y uno lo ocurrido le dijo: cuerno
de ellos, por turno, estaba siempre allí haciéndole —Te quiero más que a nadie en el mundo. Vente [KHM054] Der Ranzen, das Hütlein und das
compañía. Y hasta los animales acudieron a llorar a al castillo de mi padre y serás mi esposa. Hörnlein
Blancanieves: primero una lechuza, luego un cuervo Accedió Blancanieves y se marchó con él al pala-
y, finalmente, una palomita. cio, donde en seguida se dispuso la boda, que debía
Y así estuvo Blancanieves mucho tiempo, repo- celebrarse con gran magnificencia y esplendor.
sando en su ataúd sin descomponerse, como dor- A la fiesta fue invitada también la malvada
mida, pues seguía siendo blanca como la nieve, roja madrastra de Blancanieves. Una vez se hubo atavia-
como la sangre y con el cabello negro como ébano. do con sus vestidos más lujosos, fue al espejo y le
Sucedió, empero, que un príncipe que se había preguntó:
metido en el bosque se dirigió a la casa de los enani-
tos, para pasar la noche. Vio en la montaña el ataúd Espejito en la pared, dime una cosa:
que contenía a la hermosa Blancanieves y leyó la ¿quién es de este país la más hermosa?
inscripción grabada con letras de oro Dijo entonces Érase que se eran tres hermanos; las cosas les habían
a los enanos: Y respondió el espejo: ido de mal en peor, y al final su miseria era tan gran-
—Dadme el ataúd, os pagaré por él lo que me de, que ya nada les quedaba donde hincar el diente.
pidáis. Señora Reina, vos sois como una estrella, Dijeron entonces:
Pero los enanos contestaron: pero la reina joven es mil veces más bella. —Así no podemos seguir; mejor será que nos
—Ni por todo el oro del mundo lo venderíamos. vayamos por esos mundos a probar fortuna.
—En tal caso, regaládmelo —propuso el prínci- La malvada mujer soltó una palabrota y tuvo tal Se pusieron, pues, en camino y recorrieron
pe—, pues ya no podré vivir sin ver a Blancanieves. sobresalto que quedó como fuera de sí. Su primer muchos lugares y pisaron mucha hierba, sin que por
La honraré y reverenciaré como a lo que más propósito fue no ir a la boda, pero la inquietud la ninguna parte se les presentase la buena suerte. De
quiero. roía, y no pudo resistir al deseo de ver a aquella este modo llegaron un día a un dilatado bosque, en
Al oír estas palabras los hombrecitos sintieron joven reina. medio del cual se alzaba una montaña, y al acercarse
compasión del príncipe y le regalaron el féretro. El Al entrar en el salón reconoció a Blancanieves, y vieron que toda ella era de plata. Dijo entonces el
príncipe mandó que sus criados lo transportasen en fue tal su espanto y pasmo, que se quedó clavada en mayor:
hombros. el suelo sin poder mover se. Pero habían puesto ya —Ya he encontrado la fortuna que deseaba, y no
Pero ocurrió que en el camino tropezaron contra al fuego unas zapatillas de hierro y estaban incan- aspiro a otra mayor.
una mata, y de la sacudida saltó de la garganta de descentes. Tomándolas con tenazas la obligaron a Tomó toda la plata que pudo cargar y se volvió a
Blancanieves el bocado de la manzana envenenada, ponérselas y hubo de bailar con ellas hasta que cayó casa. Pero los otros dos dijeron:
que todavía tenía atragantado. Y al poco rato la prin- muerta. ♣ —A la fortuna le pedimos algo más que plata
cesa abrió los ojos y recobró la vida. —y, sin tocar el metal, siguieron su ruta.
Levantó la tapa del ataúd, se incorporó y dijo: Al cabo de otras dos o tres jornadas de marcha
—¡Dios Santo!, ¿dónde estoy? llegaron a una montaña, que era de oro puro. El
Y el príncipe le respondió, loco de alegría: segundo hermano se detuvo y se puso a reflexionar;

Jacob & Wilhelm Grimm 108 Todos los cuentos


el profanador de textos
estaba indeciso: “¿Qué debo hacer?, se preguntaba. Pensó entonces: “Ahora veo en qué cocina guisan cocerme nada que sea apetitoso. Te propongo un
¿Tomar todo el oro que necesito para el resto de mi para mí. Mejor es esto que el oro y la plata,” pues se cambio. Mira aquella mochila de soldado, colga-
vida, o seguir adelante?” daba perfecta cuenta de que había encontrado una da allí en el rincón; es verdad que es vieja y no
Se decidió al fin; se llenó los bolsillos del metal, mesa prodigiosa. tiene aspecto, pero posee virtudes prodigiosas.
se despidió de su hermano y regresó a su casa. Pero considerando que aquel mantel no era aún Como yo no la necesito, te la cambiaría por tu
El tercero reflexionó así: “El oro y la plata no me un tesoro suficiente para poder retirarse a vivir en mantel.
dicen gran cosa. Seguiré buscando la fortuna; tal vez su casa con tranquilidad y holgura, continuó sus —Primero tengo que saber qué prodigiosas virtu-
me reserve algo mejor.” andanzas, siempre en pos de la fortuna. des son esas que dices —respondió el viajero.
Siguió caminando, y a los tres días llegó a un bos- Un anochecer se encontró, en un bosque solita- —Te lo voy a decir —explicó el carbonero—:
que, más vasto aún que el anterior; no se terminaba rio, con un carbonero, todo tiznado y cubierto de Cada vez que la golpees con la mano, saldrán un
nunca, y como no encontrara nada de comer ni de polvo negro, que estaba haciendo carbón y tenía al cabo y seis soldados, armados de punta en blanco,
beber, el muchacho se vio en trance de morir de fuego unas patatas destinadas a su cena. —¡Buenas que obedecerán cualquier orden que les des.
hambre. Trepó entonces a un alto árbol para ver si noches, mirlo negro! —le dijo, saludándolo—.¿Qué —Bien, si no tienes otra cosa —dijo el otro—,
descubría el límite de aquella foresta; pero las copas tal lo pasas, tan solo? acepto el trato.
de los árboles se extendían hasta el infinito. —Pues todos los días igual, y cada noche patatas Dio el mantel al carbonero, descolgó la mochila
Se dispuso a bajar al suelo, mientras pensaba, para cenar —respondió el carbonero—. Si te apete- del gancho y, colgándosela al hombro, se despidió.
atormentado por el hambre: “¡Si por lo menos cen, te invito. Después de haber andado un trecho, quiso pro-
pudiese llenarme la tripa!” Y he aquí que, al tocar el —¡Muchas gracias! —dijo el viajero—, no quiero bar las virtudes maravillosas de la mochila y le dio
suelo, vio con asombro, debajo del árbol, una mesa privarte de tu comida; tú no esperabas invitados. unos golpes. Inmediatamente aparecieron los siete
magníficamente puesta, cubierta de abundantes Pero si te contentas con lo que yo pueda ofrecerte, guerreros, preguntando el cabo:
viandas que despedían un agradable aroma. “Por esta serás tú mi huésped. —¿Qué ordena, Su Señoría?
vez,” pensó, “mis deseos se cumplen en el momento —¿Y quién te traerá las viandas? Pues, por lo que —Volved al encuentro del carbonero, a marchas
oportuno,” y sin pararse a considerar quién había veo, no llevas nada, y en dos horas a la redonda no forzadas, y exigidle que os entregue el mantelito.
guisado y servido aquel banquete, se acercó a la mesa hay quien pueda venderte comida. Los soldados dieron media vuelta a la izquierda,
y comió hasta saciarse. —Así y todo —respondió el otro—, te voy a y al poco rato estaban de regreso con el mantel que,
Cuando hubo terminado, se le ocurrió una idea: ofrecer una cena como jamás viste igual. sin gastar cumplidos, habían quitado al carbonero.
“Sería lástima que este lindo mantel se perdiera y Y sacando el mantel de la mochila, lo extendió en Les mandó entonces que se retirasen y prosiguió
estropease en el bosque,” y después de doblarlo cui- el suelo y dijo: —¡Mantelito, cúbrete!, —y en el acto la ruta, confiando en que la fortuna se le mostraría
dadosamente, lo guardó en su morral. aparecieron cocidos y guisados, todo caliente como aún más propicia. A la puesta del sol llegó al cam-
Reemprendió luego el camino hasta el anochecer, si saliese de la cocina. pamento de otro carbonero, que estaba también
en que, volviendo a acuciarle el hambre, quiso poner El carbonero abrió unos ojos como naranjas, pero cociendo su cena.
el mantel a prueba. Lo extendió y dijo: no se hizo rogar, sino que alargó la mano y se puso a —Si quieres cenar conmigo patatas con sal,
—Quisiera que volvieses a cubrirte de buenos engullir bocados como el puño. Cenado que hubie- pero sin manteca, siéntate aquí —invitó el tiznado
manjares. ron, el carbonero dijo, con aire satisfecho: desconocido.
Y apenas hubo expresado su deseo, el lienzo que- —Oye, me gusta tu mantelito; me iría de —No —rechazó él—. Por esta vez, tú serás mi
dó cubierto de platos, llenos de sabrosísimas viandas. perlas aquí en el bosque, donde nadie cuida de invitado.

Jacob & Wilhelm Grimm 109 Todos los cuentos


el profanador de textos
Y desplegó el mantel, que al instante quedó lleno Al llegar a su pueblo, comprobó que sus herma- terminar más pronto, dando un par de vueltas a su
de espléndidos manjares. Cenaron y bebieron jun- nos, con la plata y el oro recogidos, se habían cons- sombrerito, comenzó a entrar en juego la artillería,
tos, con excelente humor, y luego dijo el carbonero: truido una hermosa casa y se daban la gran vida. Se que derrotó al ejército del Rey y lo puso en vergon-
—Allí, en aquel banco, hay un sombrerito viejo presentó ante ellos, pero como iba con su mochila a zosa fuga.
y sobado, pero que tiene singulares propiedades. la espalda, el tronado sombrerito en la cabeza y una —Ahora no haré las paces —dijo— hasta que el
Cuando uno se lo pone y le da la vuelta en la cabeza, chaqueta medio desgarrada, se negaron a reconocer- Rey me conceda la mano de su hija y me nombre
salen doce culebrinas puestas en hilera, que se ponen lo por hermano suyo. Decían, burlándose de él: regente del reino.
a disparar y derriban cuanto tienen por delante, sin —Pretendes hacerte pasar por hermano nuestro, Y mandando comunicar su decisión al Rey, dijo
que nadie pueda resistir sus efectos. A mí, el som- el que despreció el oro y la plata porque pedía algo éste a su hija:
brerito de nada me sirve, y te lo cambiaría por el mejor. No cabe duda de que él volverá con gran —¡Dura cosa es la necesidad! ¿Qué remedio me
mantel. magnificencia, en una carroza. Como un verdadero queda, sino ceder a lo que exige? Si quiero tener paz
—Sea en buena hora —respondió el muchacho, rey, y no hecho un pordiosero —y le dieron con la y guardar la corona en mi cabeza, me veo obligado a
y, tomando el sombrerito, se lo encasquetó, entre- puerta en las narices. aceptar sus demandas.
gando al propio tiempo el mantel al carbonero. Él, indignado, se puso a golpear su mochila tan- Se celebró, pues, la boda; pero la princesa sentía
Cuando había avanzado otro trecho, golpeó la tas veces, que salieron de ella ciento cincuenta hom- gran enojo por el hecho de que su marido fuese un
mochila y mandó a los soldados que fuesen a recu- bres perfectamente armados, los cuales formaron y hombre vulgar, que iba siempre con un sombrero
perar el mantel. Pensó: “Todo marcha a pedir de se alinearon militarmente. Les mandó rodear la casa, andrajoso y una vieja mochila a la espalda. ¡Con qué
boca, y me parece que no estoy aún al final de mi mientras dos recibieron orden de proveerse de varas gusto se habría deshecho de él! Así, se pasaba día
fortuna.” de avellano y maltratar a los dos insolentes hasta que y noche dándole vueltas a la cabeza para poner en
Y no se equivocaba, pues al término de la se aviniesen a reconocerlo. práctica su deseo.
jornada siguiente se encontró con un tercer carbo- Todo aquello originó un enorme alboroto; se Pensó: “¿Estarán, tal vez, en la mochila sus pro-
nero quien, como los anteriores, lo invitó a cenar agruparon los habitantes para acudir en socorro de digiosas fuerzas?” Y empezó a tratarlo con fingido
sus patatas sin adobar. El le ofreció también una los atropellados; pero nada pudieron contra la tropa cariño hasta que, viendo que se ablandaba su cora-
opípara cena a costa del mantel mágico, quedando del muchacho. zón le dijo:
el carbonero tan satisfecho, que le propuso trocar Al fin, llegó el hecho a oídos del Rey, el cual, ai- —¿Por qué no tiras esa vieja mochila? Te afea
la tela por un cuerno dotado de virtudes mayores rado, envió al lugar del suceso a un capitán al frente tanto que me da vergüenza de ti.
todavía que el sombrerito. Cuando lo tocaban, de- de su compañía, con orden de arrojar de la ciudad —Querida —le respondió—, esta mochila es mi
rrumbábanse murallas y baluartes y, al final, ciuda- a aquellos aguafiestas. Pero el hombre de la mochila mayor tesoro; mientras la posea, no temo a ningún
des y pueblos quedaban reducidos a montones de reunió en un santiamén una tropa mucho más nu- poder del mundo.
escombros. merosa y rechazó al capitán con todos sus hombres, Y le reveló la virtud mágica de que estaba dota-
El joven aceptó el cambio, pero al poco rato que se retiraron con las narices ensangrentadas. Dijo da. Ella le echó los brazos al cuello como para abra-
envió a su tropa a reclamarlo, con lo que estuvo en el Rey: zarlo y besarlo; pero con un rápido movimiento
posesión de la mochila, el sombrerito y el cuerno. —Hay que detener a ese aventurero, cueste lo le quitó el morral del hombro y escapó con él. En
“Ahora —se dijo— tengo hecha mi fortuna, y es que cueste. Y al día siguiente envió contra él huestes cuanto estuvo sola, se puso a golpearlo y ordenó a
hora de que vuelva a casa a ver qué tal les va a mis más numerosas, pero no obtuvo mejor éxito que los soldados que detuviesen a su antiguo señor y lo
hermanos.” la víspera. El adversario le opuso más gente y, para arrojasen de palacio. Obedecieron ellos, y la pérfida

Jacob & Wilhelm Grimm 110 Todos los cuentos


el profanador de textos
esposa envió aún otros más con orden de echarlo la hija del molinero (el enano paja en oro; su angustia aumentaba por momentos y,
del país. saltarín) al fin rompió a llorar.
El hombre estaba perdido, de no haber contado [KHM055] Rumpelstilzchen De pronto se abrió la puerta y entró un enanito
con el sombrerito. No bien tuvo las manos libres, le que le dijo:
dio un par de vueltas, y en el acto empezó a tronar la —Buenas noches, molinerita. ¿Por qué lloras así?
artillería, destruyéndolo todo, por lo que la prince- —¡Ay! —respondió la muchacha—. Tengo que
sa no tuvo más remedio que presentarse a pedirle convertir esta paja en oro y no sé hacerlo.
perdón. —¿Qué me das si la hilo yo por ti? —preguntó el
De momento se mostró cariñosa con su marido, hombrecito.
simulando amarlo muchísimo, y lo trastornó de tal —Mi collar —dijo la doncella.
modo, que él le confió que, aun en el caso de que al- Tomó el enano el collar y, sentándose a la rueca,
guien se apoderase de su mochila, nada podría con- en tres pasadas llenó la canilla.2 Puso luego otra,
tra él mientras no le quitase también el sombrerito. otras tres pasadas y quedó llena la segunda; y así sin
Conociendo, pues, su secreto, la mujer aguardó a parar hasta la mañana, en que toda la paja quedó
que estuviese dormido; entonces le arrebató el som- Érase una vez un pobre molinero que tenía una her- hilada y todas las canillas llenas de oro.
brero y lo hizo arrojar a la calle. mosa hija. Tuvo un día ocasión de hablar con el Rey Al amanecer se presentó el Rey, y al ver toda
Pero todavía le quedaba al hombre el cuerno y, en y, para darse importancia le dijo: aquella riqueza sintió una gran alegría. Pero su codi-
un acceso de cólera, se puso a tocarlo con todas sus —Tengo una hija que sabe hilar la paja convir- cia le pedía más aún. Mandó conducir a la hija del
fuerzas. Pronto se derrumbó todo: murallas, forti- tiéndola en oro. molinero a otra habitación mucho mayor que la pri-
ficaciones, ciudades y pueblos, matando al Rey. Y a —He aquí una habilidad que me satisface —dijo mera y también llena de paja, y la conminó a hilarla
su hija. Y si no hubiese cesado de soplar el cuerno, el Rey—. Si tu hija es tan lista como dices, tráela toda durante la noche si estimaba en algo su vida.
sólo con que hubiera seguido tocándolo un poquitín mañana a palacio para ver cómo se luce. La muchacha, viéndose otra vez perdida, pro-
más, todo habría quedado convertido en un montón Cuando le presentaron a la muchacha, la condu- rrumpió de nuevo a llorar. Se presentó el enanito y
de ruinas, sin dejar piedra sobre piedra. jo él a una habitación llena de paja y, dándole una le preguntó:
Ya nadie se atrevió a resistirlo, y se convirtió en rueca y una tortera,1 le dijo: —¿Qué me das si te convierto la paja en oro?
rey de todo el país. ♣ —Ponte en seguida a trabajar. Mañana por la ma- —La sortija que llevo en el dedo —respondió la
ñana toda esta paja tiene que estar hilada y converti- doncella.
da en oro. Si no lo has hecho morirás. El enano aceptó la sortija, volvió a ponerse a la
Y él mismo cerró la puerta con llave, dejando a la rueca y, al llegar la madrugada toda la paja estaba
muchacha sola. transformada en reluciente oro.
La desdichada hija del molinero quedó allí ence- Se alegró mucho el Rey al verlo; pero dominado
rrada, sin saber qué hacer para salvar su vida. Jamás por la avaricia, llevó a la muchacha a otra habitación
se le había ocurrido que pudiera transformarse la mucho mayor todavía, y también llena de paja:

1 tortera. 1. f. Rodaja que se pone en la parte inferior del 2 canilla. 4. f. En las máquinas de tejer y coser, carrete me-
huso, y ayuda a torcer la hebra.Diccionario RAEL [N. del tálico en que se devana la seda o el hilo y que va dentro de
Pr.] la lanzadera. Diccionario RAEL [N. del Pr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 111 Todos los cuentos
el profanador de textos
—Esta noche vas a hilarme todo esto, y si lo con- y envió a un mensajero con orden de informarse por —¿O Enrique?
sigues me casaré contigo. Pensaba el Rey: “Aunque doquier de todos los existentes. —¡No!
sea la hija de un molinero, en todo el mundo no Al comparecer el hombrecito al día siguiente, —¿No será, acaso, Rumpelstilzchen?
encontraré una mujer con mejor dote.” empezó ella a recitar todos los nombres que sabía, —¡Es el diablo quien te lo ha dicho! ¡Es el diablo
Al quedar sola la muchacha, se presentó el enani- desde Melchor, Gaspar y Baltasar; pero a cada uno quien te lo ha dicho! —exclamó el enanito y, encole-
to por tercera vez y le dijo: respondía el enano rizado, dio con el pie derecho una patada tan fuerte
—¿Qué me das si también esta noche te hilo la —No me llamo así. en el suelo, que se hundió en él hasta la cintura.
paja? Durante el segundo día mandó investigar los Luego tomó el pie izquierdo con ambas manos y tiró
—Ya no me queda nada que pueda darte —res- nombres de todos los habitantes de la vecindad, y de él hasta que se rajó en dos de arriba abajo. ♣
pondió la muchacha. luego enumeró al enanito los más peregrinos y raros:
—Entonces prométeme que, una vez seas reina —¿No te llamarás, acaso, Costilludo, o Pata de
me darás tu primer hijo. Carnero, o Pantorrillera?
“¡Quién sabe cómo han de ir las cosas!,” pensó la Pero el hombrecito respondía invariablemente:
molinerita y, ante el apuro en que se hallaba prome- —No me llamo así. Al tercer día dijo el emisario
tió lo que se le pedía, a cambio de lo cual el hombre- a su regreso:
cito le transformó la paja en oro por tercera vez. —Me ha sido imposible dar con un solo nombre
Y cuando, por la mañana, entró el Rey y lo nuevo; pero cuando llegué a la orilla de un bosque
encontró todo conforme a sus deseos, se casó con la en una alta montaña, allí donde la zorra y la liebre
hermosa hija del molinero, la cual pasó a ser la reina se dan las buenas noches, vi una casita, y delante de
del país. ella ardía un fuego, y en torno al fuego estaba saltan-
Al cabo de un año dio a luz un hermoso niño. La do un ridículo enanito sobre una piedra, y cantaba:
Reina se había olvidado ya del enano, pero éste se
presentó de improviso en su alcoba y le dijo: Hoy hago pan, mañana cerveza,
—Dame ahora lo que me prometiste. Y pasado me traigo al hijo del amo. ¡Qué bien!
La Reina se horrorizó y ofreció al enanito todas
las riquezas del reino en compensación del niño; ¡Nadie tiene en la cabeza
pero el hombrecito replicó: que Rumpelstilzchen soy
—No, un ser viviente vale para mí más que todos y que así me llamo!
los tesoros del mundo.
La madre se deshizo en tantas lágrimas y lamenta- Podéis imaginar lo contenta que se puso la Reina
ciones que, al fin, el hombrecito se compadeció de ella. al escuchar aquel nombre. Y tan pronto como com-
—Te dejaré tres días de plazo —dijo—. Si para pareció al enano y le preguntó:
entonces has averiguado mi nombre te dejaré a tu —Bien, Señora Reina, ¿cómo me llamo?
hijo. Empezó ella diciendo:
La Reina se pasó la noche entera tratando de re- —¿Por casualidad te llamas Camada?
cordar todos los nombres que había oído en su vida —¡No!

Jacob & Wilhelm Grimm 112 Todos los cuentos


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el amadísimo Rolando primer término y luego, tomando el arma con am- Al entrar en el aposento y acercarse al lecho, ¿qué
[KHM056] Der liebste Roland bas manos, la descargó. Y cortó el cuello a su propia es lo que vio la bruja? A su propia hija bañada en
hija. sangre. ¡Ella misma le había cortado la cabeza!
Cuando se hubo marchado, se levantó la mucha- La hechicera se enfureció y se asomó a la venta-
cha y se fue a la casa de su amado, que se llamaba na; y como por sus artes podía ver hasta muy lejos,
Rolando. descubrió a su hijastra que huía junto con su novio
—Escúchame, amadísimo Rolando —dijo, lla- amadísimo.
mando a la puerta—, debemos huir en seguida. Mi —¡De nada os servirá! —exclamó— ¡No vais a
madrastra quiso matarme, pero se equivocó y ha ma- escaparos, por muy lejos que estéis!
tado a su propia hija. Por la mañana se dará cuenta Y, calzándose sus botas mágicas, que con cada
de lo que ha hecho, y estaremos perdidos. paso andaban el camino de una hora, salió en su
—Huyamos, pues —dijo Rolando—; pero antes persecución y les dio alcance en poco tiempo.
quítale la varita mágica; de otro modo no podremos Pero la muchacha, al ver acercarse a su madrastra,
Había una vez una mujer que era una bruja hecha salvamos, si nos persigue. valiéndose de la varita mágica transformó a su ama-
y derecha, la cual tenía dos hijas: una, fea y mala, La muchacha volvió en busca de la varita mági- dísimo Rolando en un lago, y ella misma se convir-
a la que quería por ser hija suya; y otra, hermosa y ca; luego, tomando la cabeza de la muerta, vertió tió en un pato, que nadaba en el agua.
buena, a la que odiaba porque era su hijastra. tres gotas de sangre en el suelo: una delante de La bruja se detuvo en la orilla y se puso a echar
Tenía ésta un lindo delantal, que la otra le en- la cama; otra en la cocina, y otra en la escalera. migas de pan y hacer todo lo posible por atraer al
vidiaba mucho, por lo que dijo a su madre que de Hecho esto, volvió a toda prisa a la casa de su animal; pero éste se guardó muy bien de acercarse,
cualquier modo quería hacerse con la prenda. amado. por lo que la vieja, al anochecer hubo de volverse sin
—No te preocupes, hija mía —le respondió la Al amanecer, la vieja bruja se levantó y fue a haber conseguido su propósito.
vieja—, ¡lo tendrás! Hace tiempo que tu hermanas- llamar a su hija para darle el delantal; pero ella no Entonces, la muchacha y su amadísimo Rolando
tra se ha hecho merecedora de morir; esta noche, acudió a sus voces. Gritó entonces: recobraron su figura humana y siguieron andando
cuando duerma, entraré y le cortaré la cabeza. Tú —¿Dónde estás? durante toda la noche, hasta la madrugada.
cuida sólo de ponerte al otro lado de la cama, y que —Aquí en la escalera, barriendo —respondió una La doncella se transformó entonces en una her-
ella duerma del lado de acá. de las gotas de sangre. mosa flor, en medio de un seto espinoso, y convirtió
Perdida habría estado la infeliz muchacha, de no Salió la vieja pero, al no ver a nadie en la escalera, a su amadísimo Rolando en violinista. Al poco rato
haberlo oído todo desde un rincón. En todo el día volvió a gritar: llegó la bruja a grandes zancadas y dijo al músico:
no la dejaron asomarse a la puerta, y a la hora de —¿Dónde estás? —Mi buen músico, ¿me permites que arranque
acostarse, la otra subió primero a la cama, colocán- —En la cocina, calentándome —contestó la aquella hermosa flor?
dose arrimada a la pared; pero cuando ya se hubo segunda gota de sangre. —Ya lo creo —respondió él—; yo tocaré mien-
dormido, su hermanastra, calladita, cambió de lugar, Fue la bruja a la cocina, pero no había nadie, por tras tanto. Se metió la vieja en el seto para arrancar
pasando a ocupar el del fondo. lo que preguntó de nuevo en alta voz: la flor, pues sabía muy bien quién era; pero el violi-
Ya avanzada la noche, entró la vieja de puntillas; —¿Dónde estás? nista se puso a tocar, y la mujer, quieras que no, em-
empuñando con la mano derecha un hacha, tentó —¡Ay!, en la cama, durmiendo —dijo la tercera pezó a bailar, pues era aquella una tonada mágica. Y
con la izquierda para comprobar si había alguien en gota. cuanto más vivamente tocaba él, más violentos saltos

Jacob & Wilhelm Grimm 113 Todos los cuentos


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tenía que dar ella, por lo que las espinas le rasgaron al fin, se alarmó y fue a consultar a una adivina. Todo lo que había olvidado, revivió en su memo-
todos los vestidos y le desgarraron la piel, dejándola Ésta le dijo: ria y en su corazón. Y así fue cómo la fiel doncella
ensangrentada y maltrecha. —Eso es cosa de magia. Levántate un día muy se casó con su amadísimo Rolando y, terminada su
Y como el músico no cesaba de tocar, la bruja temprano y fijate si se mueve algo en la habitación; pena, comenzó para ella una vida de dicha. ♣
tuvo que seguir bailando hasta caer muerta. Al verse si ves que algo se mueve, sea lo que fuere, échale
libres, dijo Rolando: en seguida un paño encima, y el hechizo quedará
—Voy ahora a casa de mi padre a preparar nues- aprisionado.
tra boda. Así lo hizo el pastor, y a la mañana siguiente, al
—Yo me quedaré aquí entretanto —respon- apuntar el alba, vio cómo el arca se abría y de ella
dió la muchacha aguardando tu vuelta; y para que salía la flor. Pegando un brinco, le echó una tela
nadie me reconozca, me transformaré en una roca encima e inmediatamente cesó el encanto, presen-
encarnada. tándosele una bellísima doncella, que le confesó ser
Se marchó Rolando, y la doncella, transformada aquella flor, la cual había cuidado hasta entonces del
en roca, se quedo en el campo esperando el retorno orden de su casa.
de su amado. Pero al llegar Rolando a su casa, cayó Le contó su historia, y como al muchacho le
en los lazos de otra mujer, que consiguió hacerle gustara la joven, le preguntó si quería casarse con él.
olvidar a su prometida. Mas la muchacha respondió negativamente, pues
La infeliz muchacha permaneció largo tiempo seguía enamorada de su amadísimo Rolando; le
aguardándolo, y al ver que no volvía, invadida de permanecería fiel, aunque la hubiera abandonado.
tristeza, se transformó en flor, pensando: “¡Alguien Le prometió, sin embargo, que no se marcharía, sino
pasará y me pisoteará!” que seguiría cuidando de su casa.
Ocurrió, empero, que un pastor que apacenta- Entretanto, llegó el día señalado para la boda de
ba su rebaño en el campo, viendo aquella flor tan Rolando. Siguiendo una vieja costumbre del país,
bella, la cortó y guardó en su cofre. Desde aquel se hizo un pregón invitando a todas las muchachas
día, todas las cosas marcharon a las mil maravi- a asistir al acto y a cantar en honor de la pareja de
llas en casa del pastor. Cuando se levantaba por novios. Al saberlo la fiel muchacha, sintió una pro-
la mañana, se encontraba con todo el trabajo funda tristeza, y pensó que el corazón iba a estallarle
hecho: las habitaciones barridas, limpios de polvo en el pecho. No quería ir a la fiesta, pero las otras
las mesas y los bancos, el fuego encendido en el doncellas fueron a buscarla y la obligaron a que las
hogar y las vasijas llenas de agua. A mediodía, al acompañara. Procuró ir demorando el momento de
llegar a casa, la mesa estaba puesta, y servida una cantar; pero al final, cuando ya todas hubieron can-
sabrosa comida. El hombre no acertaba a com- tado, no tuvo más remedio que hacerlo también.
prender aquello, pues jamás veía a nadie en su Mas al iniciar su canto y llegar su voz a oídos de
vivienda, la cual era, además, tan pequeña, que Rolando, se levantó éste de un salto y exclamó:
nadie podía ocultarse en ella. De momento estaba —¡Conozco esta voz; es la de mi verdadera pro-
muy complacido con aquellas novedades, pero metida y no quiero otra!

Jacob & Wilhelm Grimm 114 Todos los cuentos


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el pájaro de oro El ave se posó en el árbol, y tan pronto como posada alegre, y en ella se entregó al jolgorio olvi-
[KHM057] Der goldene Vogel tomó una manzana, el joven príncipe le disparó una dándose del pájaro, de su padre y de todas las buenas
flecha. El pájaro pudo aún escapar, pero la saeta lo enseñanzas que había recibido.
había rozado y cayó al suelo una pluma de oro. El Transcurrido un tiempo sin que el hijo mayor re-
muchacho la retomó, y a la mañana la entregó al gresara, se puso en camino el segundo, en busca del
Rey, contándole lo ocurrido durante la noche. pájaro de oro. Como su hermano, también él topó
Convocó el Rey su consejo, y los cortesanos con la zorra, la cual le dió el mismo consejo, sin que
declararon unánimemente que una pluma como tampoco él lo atendiera.
aquella valía tanto como todo el reino. Llegó a las dos posadas, y su hermano, que estaba
—Si es tan preciosa esta pluma —dijo el Rey—, asomado a la ventana de la alegre, lo llamó e invitó
no me basta con ella; quiero tener el pájaro entero. a entrar. No supo resistir el muchacho y, pasando al
El hijo mayor se puso en camino; se tenía por interior, se entregó a los placeres y diversiones.
En tiempos remotos vivía un rey cuyo palacio estaba listo, y no dudaba que encontraría el pájaro de oro. Al cabo de mucho tiempo, el hijo menor del Rey qui-
rodeado de un hermoso parque, donde crecía un Había andado un cierto trecho, cuando vio en la so salir a su vez, a probar suerte; pero el padre se resistía.
árbol que daba manzanas de oro. A medida que ma- linde de un bosque una zorra y, descolgando la esco- —Es inútil —dijo—. Éste tiene aún menos
duraban, las contaban; pero una mañana faltó una. peta, se dispuso a disparar contra ella. Pero la zorra posibilidad de encontrar al pájaro de oro que sus
Se dió parte del suceso al Rey, y él ordenó que todas lo detuvo, exclamando: hermanos; y si le ocurre una desgracia, no sabrá salir
las noches se montase guardia al pie del árbol. —No me mates y, en cambio, te daré un buen de apuros; es el menos despabilado de los tres. No
Tenía el Rey tres hijos, y al oscurecer envió al ma- consejo. Sé que vas en busca del pájaro de oro y que obstante, como el joven no lo dejaba en paz, dio al
yor de centinela al jardín. A la medianoche, el prín- esta noche llegarás a un pueblo donde hay dos po- fin su consentimiento.
cipe no pudo resistir el sueño, y a la mañana siguien- sadas frente a frente. Una de ellas está profusamente A la orilla del bosque se encontró también con
te faltaba otra manzana. A la otra noche hubo de iluminada, y en su interior hay gran jolgorio; pero la zorra, la cual le pidió que le perdonase la vida, y
velar el hijo segundo; pero el resultado fue el mismo: guárdate de entrar en ella; ve a la otra, aunque sea le dio su buen consejo. El joven, que era de buen
al dar las doce se quedó dormido, y por la mañana poco atrayente su aspecto. corazón, dijo:
faltaba otra manzana más. Llegó el turno de guardia “¡Cómo puede darme un consejo este necio ani- —Nada temas, zorrita; no te haré ningún daño.
al hijo tercero; éste estaba dispuesto a ir, pero el Rey mal!,” pensó el príncipe, oprimiendo el gatillo; pero —No lo lamentarás —respondió le la zorra—. Y
no confiaba mucho en él, y pensaba que no tendría erró la puntería, y la zorra se adentró rápidamente para que puedas avanzar más rápidamente, súbete en
más éxito que sus hermanos; de todos modos, al fin en el bosque con el rabo tieso. mi rabo.
se avino a que se encargara de la guardia. Siguió el joven su camino, y al anochecer llegó al No bien se hubo montado en él, echó la zorra a
Se instaló el joven bajo el árbol, con los ojos bien pueblo de las dos posadas, en una de las cuales todo correr a campo traviesa, con tal rapidez que los cabe-
abiertos, y decidido a que no lo venciese el sueño. Al era canto y baile, mientras la otra ofrecía un aspec- llos silbaban al viento. Al llegar al pueblo desmontó
dar las doce oyó un rumor en el aire y, al resplandor to mísero y triste. “Tonto sería —pensó— si me el muchacho y, siguiendo el buen consejo de la zorra
de la luna, vio acercarse volando un pájaro cuyo hospedase en esa tabernucha destartalada en lugar se hospedó, sin titubeos, en la posada humilde, don-
plumaje brillaba como un ascua de oro.1 de hacerlo en esta hermosa fonda.” Así, entró en la de pasó una noche tranquila.
A la mañana siguiente, en cuanto salió al campo
1 ascua. 1. f. Pedazo de cualquier materia sólida y combus- sin llama. — ~ de oro. 1. f. Cosa que brilla y resplandece ya lo espera la zorra, que le dijo:
tible que por la acción del fuego se pone incandescente y mucho. Diccionario RAEL [N. del Pr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 115 Todos los cuentos
el profanador de textos
—Ahora te diré lo que debes hacer. Sigue siempre —¡Ves! —le dijo—. Esto te ha ocurrido por no que se despida de sus padres, ¡pues de otro modo lo
en línea recta; al fin llegarás a un palacio delante del hacerme caso. pasarás mal!
cual habrá un gran número de soldados tumbados; Pero no te desanimes; yo me preocupo de ti y te Estiró la zorra el rabo, se subió el hijo del Rey, y
pero no te preocupes, pues estarán durmiendo y ron- diré cómo puedes llegar al caballo de oro. Marcha otra vez a todo correr a campo traviesa, mientras los
cando; pasa por en medio de ellos, entra en el palacio siempre de frente y llegarás a un palacio en cuyas cabellos silbaban al viento.
y recorre todos los aposentos, hasta que llegues a uno cuadras está el animal. Delante de las cuadras estarán Al llegar al Castillo de Oro, todo ocurrió como
más pequeño, en el que hay un pájaro de oro ence- tendidos los caballerizos, durmiendo y roncando, predijera la zorra. Esperó el príncipe hasta media-
rrado en una jaula de madera. Al lado verás otra jaula y podrás sacar tranquilamente el caballo. Pero una noche, y cuando todo el mundo dormía y la bella
de oro, bellísima pero vacía, pues sólo está como cosa debo advertirte: ponle la silla mala de madera y princesa se dirigió a los baños, avanzando él de
adorno: guárdate muy mucho de cambiar el pájaro cuero, y no la de oro que verás colgada a su lado; de improviso, le dio un beso.
de la jaula ordinaria a la lujosa, pues lo pasarías mal. otro modo, lo pasarás mal. Ella le dijo que se marcharía muy a gusto con él,
Pronunciadas estas palabras, la zorra volvió a Y estirando la zorra el rabo, montó el príncipe pero le suplicó con lágrimas que le permitiese antes
extender la cola y el príncipe montó en ella. Y otra en él y emprendieron la carrera a campo traviesa, despedirse de sus padres. Al principio, el príncipe
vez empezó la carrera a campo traviesa, mientras los con tanta velocidad, que los cabellos silbaban al resistió a sus ruegos; pero al ver que la muchacha
cabellos silbaban al viento. Al bajar frente al palacio, viento. Todo ocurrió como la zorra había predicho; seguía llorando y se arrodillaba a sus pies, acabó por
lo encontró todo tal y como le predijera la zorra. el muchacho llegó al establo donde se encontraba el ceder.
Entró el príncipe en el aposento donde se hallaba caballo de oro. Pero al ir a ponerle la silla mala, pen- Apenas hubo tocado la princesa el lecho de su
el pájaro de oro en su jaula de madera, al lado de só: “Es una vergüenza para un caballo tan hermoso padre, éste se despertó así como todas las gentes del
la cual había otra dorada; y en el suelo vio las tres el no ponerle la silla que le corresponde.” castillo; prendieron al joven y lo encarcelaron.
manzanas de su jardín. Pensó el joven que era lásti- Mas apenas la de oro hubo tocado al animal, éste A la mañana siguiente le dijo el Rey:
ma que un ave tan bella hubiese de alojarse en una empezó a relinchar ruidosamente. Se despertaron los —Te has jugado la vida y la has perdido; sin
jaula tan fea por lo que, abriendo la puerta, tomó el muchachos de cuadra, prendieron al joven príncipe embargo, te haré gracia de ella, si arrasas la montaña
animal y lo pasó a la otra. y lo metieron en el calabozo. A la mañana siguien- que se levanta delante de mis ventanas y me quita
En aquel mismo momento el pájaro dejó oír un te, un tribunal le condenó a muerte; pero el Rey le la vista; y esto debes realizarlo en el espacio de ocho
agudo grito; se despertaron los soldados y, prendien- prometió la vida y el caballo de oro si era capaz de días. Si lo logras, recibirás en premio la mano de mi
do al muchacho, lo encerraron en un calabozo. traerle la bellísima princesa del Castillo de Oro. hija.
A la mañana siguiente lo llevaron ante un tri- Se puso en ruta el joven muy acongojado, y por El príncipe se puso a manejar el pico y la pala sin
bunal y, como confesó su intento, fue condenado fortuna suya, no tardó en salirle al paso la fiel zorra. descanso; pero cuando, transcurridos siete días, vio
a muerte. El Rey, empero, le ofreció perdonarle la —Debería abandonarte a tu desgracia —le dijo lo poco que había conseguido y que todo su esfuerzo
vida a condición de que le trajese el caballo de oro, el animal—; pero me das lástima y te ayudaré una ni siquiera se notaba, cayó en un gran abatimiento,
que era más veloz que el viento. Si lo hacía, le daría vez más. Este camino lleva directamente al Castillo perdiendo toda esperanza. Pero al anochecer del día
además, en premio, el pájaro de oro. de Oro. Llegarás a él al atardecer, y por la noche, séptimo se presentó la zorra y le dijo:
Se puso el príncipe en camino, suspirando tris- cuando todo esté tranquilo y silencioso, la hermosa —No mereces que me preocupe de ti; pero vete a
temente pues ¿dónde iba a encontrar el caballo de princesa se dirigirá a la casa de los baños. Cuando dormir; yo haré el trabajo en tu lugar.
oro? De pronto vio parada en el camino a su antigua entre, te lanzas sobre ella y le das un beso; ella te se- A la mañana, al despertar el muchacho y aso-
amiga, la zorra. guirá y podrás llevártela; pero guárdate de permitirle marse a la ventana, la montaña había desaparecido.

Jacob & Wilhelm Grimm 116 Todos los cuentos


el profanador de textos
Corrió rebosante de gozo a presencia del Rey, y le —¡Bonita prueba de gratitud seria ésta!—excla- ron al fondo; seguidamente se pusieron en camino,
dio cuenta de que su condición quedaba satisfecha, mó el muchacho—; esto no puedo hacerlo. llevándose a la princesa, el caballo y el pájaro.
por lo que el Monarca, se vio obligado a cumplir su A lo que replicó la zorra: Al llegar a casa, dijeron al Rey, su padre:
palabra y entregarle a su hija. Los dos se marcharon, —Si te niegas, no tengo más remedio que de- —No solamente traemos el pájaro de oro, sino
y al poco rato se les acercó la zorra: jarte; pero antes voy a darte aún otro buen consejo. también el caballo de oro y la princesa del Castillo
—Tienes lo mejor, es cierto; pero a la doncella Guárdate de dos cosas: de comprar carne de horca y de Oro.
del Castillo de Oro le pertenece también el caballo de sentarte al borde de un pozo. Hubo grandes fiestas y regocijos, y todo el mun-
de oro. Y, dichas estas palabras, se adentró en el bosque. do estaba muy contento, excepto el caballo, que se
—¿Y cómo podré ganármelo? —preguntó el Pensó el muchacho: “¡Qué raro es este animal, y negaba a comer, el pájaro que no quería cantar, y la
joven. vaya ocurrencias las suyas! ¡Quién comprará car- princesa que permanecía retraída y llorosa.
—Voy a decírtelo. Ante todo, lleva a la hermosa ne de horca! Y en cuanto al capricho de sentarme El hermano menor no había muerto, sin em-
doncella al Rey que te envió al Castillo de Oro. Se al borde de un pozo, jamás me ha cruzado por la bargo. Afortunadamente el pozo estaba seco, y él
pondrá loco de alegría y te dará gustoso el caballo mente.” fue a caer sobre un lecho de musgo, sin sufrir daño
de oro. Tú lo montas sin dilación y alargas la mano Continuó su camino con la bella princesa y hubo alguno; sólo que no podía salir de su prisión.
a cada uno para estrechársela en despedida, dejando de pasar por el pueblo donde se habían quedado sus Tampoco en aquel apuro lo abandonó su fiel
para último lugar a la princesa. Entonces la subes de hermanos. Notó en él gran revuelo y alboroto, y al zorra, la cual acudiendo a toda prisa, le riñó por no
un tirón a la grupa y te lanzas al galope; nadie podrá preguntar la causa, le contestaron que iban a ahor- haber seguido sus consejos.
alcanzarte, pues el caballo es más veloz que el viento. car a dos individuos. Al acercarse vio que eran sus —A pesar de todo, no puedo abandonarte a tu
Todo sucedió así puntual y felizmente, y el prín- hermanos, los cuales habían cometido toda clase de suerte —dijo—; te sacaré otra vez de este apuro.
cipe se alejó con la bella princesa, montados ambos atropellos y derrochado su hacienda. Preguntó él si Le indicó que se tomara de su rabo, agarrándose
en el caballo de oro. La zorra no se quedó rezagada, no podría rescatarlos. fuertemente, y luego tiró hacia arriba.
y dijo al muchacho: —Si queréis pagar por ellos —le replicaron—. —Todavía no estás fuera de peligro —le dijo—,
—Ahora voy a ayudarte a conquistar el pájaro Mas, ¿por qué emplear vuestro dinero en libertar a pues tus hermanos no están seguros de tu muerte, y
de oro. Cuando te encuentres en las cercanías del dos criminales? han apostado guardianes en el bosque con orden de
palacio donde mora el ave, haz que la princesa se Pero él, sin atender a razones los rescató, y todos matarte si te dejas ver.
apee; yo la guardaré. Tú te presentas en el patio del juntos tomaron el camino de su casa. El joven cambió sus vestidos por los de un pobre
palacio con el caballo de oro; al verlo, habrá gran Al llegar al bosque donde por primera vez se viejo que encontró en el camino, y de esta manera
alegría, y te entregarán el pájaro. Cuando tengas la encontraran con la zorra, como quiera que en él era pudo llegar al palacio del Rey, su padre. Nadie lo re-
jaula en la mano, galoparás hacia donde estamos la temperatura fresca y agradable, y fuera caía un sol conoció; pero el pájaro se puso a cantar, y el caballo
nosotras para recoger a la princesa. achicharrante, dijeron los hermanos a comer, mientras se secaban las lágrimas de los ojos
Conseguido también esto y disponiéndose el prín- —Vamos a descansar un poco junto al pozo; de la princesa. Admirado, preguntó el Rey:
cipe a regresar a casa con sus tesoros, la zorra le dijo: comeremos un bocado y beberemos un trago. —¿Qué significa esto?—. Y respondió la
—Ahora debes recompensar mis servicios. Aceptó el menor, y olvidándose, con la anima- doncella:
—¿Qué recompensa deseas? —preguntó el joven. ción de la charla, de la recomendación de la zorra, se —No lo sé, pero me sentía muy triste y ahora
—Cuando lleguemos al bosque, mátame de un sentó al borde del pozo sin pensar nada malo. Pero estoy alegre. Me parece como si hubiese llegado mi
tiro y córtame la cabeza y las patas. los dos hermanos le dieron un empujón y lo echa- legítimo esposo.

Jacob & Wilhelm Grimm 117 Todos los cuentos


el profanador de textos
Y le contó todo lo que le había sucedido, a pesar el perro y el gorrión —Hermano perro, ¿estás ya harto?
de las amenazas de muerte que le habían hecho los [KHM058] Der Hund und der Sperling —De carne, sí —respondió el perro—, pero me
dos hermanos, si los descubría. El Rey convocó a falta un poco de pan.
todos los que se hallaban en el palacio y, así, com- Dijo el gorrión:
pareció también su hijo menor, vestido de harapos —Ven conmigo, lo tendrás también— y, llevándo-
como un pordiosero; pero la princesa lo reconoció lo a una panadería, a picotazos hizo caer unos paneci-
en seguida y se le arrojó al cuello. Los perversos her- llos; y como el perro quisiera todavía más, lo condujo
manos fueron detenidos y ajusticiados, y él se casó a otra panadería y le proporcionó otra ración.
con la princesa y fue el heredero del Rey. Cuando el perro se la hubo comido, le preguntó
Pero, ¿Y qué fue de la zorra? Lo vais a saber. el gorrión:
Algún tiempo después, el príncipe volvió al bosque y —Hermano perro, ¿estás ahora harto?
se encontró con la zorra, la cual le dijo: —Sí —respondió su compañero—. Vamos ahora
—Tienes ya todo cuanto pudiste ambicionar; en A un perro de pastor le había tocado en suerte un a dar una vuelta por las afueras.
cambio, mi desgracia no tiene fin, a pesar de que mal amo, que le hacía pasar hambre. No queriendo Salieron los dos a la carretera; pero como el tiem-
está en tus manos el salvarme. aguantarlo por más tiempo, el animal se marchó, po era caluroso, al cabo de poco trecho dijo el perro:
Y nuevamente le suplicó que la matase de un tiro triste y pesaroso. Se encontró en la calle con un —Estoy cansado, y de buena gana me echaría
y le cortase la cabeza y las patas. Así lo hizo el prín- gorrión, el cual le preguntó: una siestecita.
cipe, y en el mismo instante se transformó la zorra —Hermano perro, ¿por qué estás tan triste? —Duerme, pues —asintió el gorrión—; mientras
en un hombre, que no era otro sino el hermano de Y el perro le respondió: tanto, yo me posaré en una rama.
la bella princesa el cual, de este modo, quedó libre —Tengo hambre y nada que comer. Y el perro se tendió en la carretera y pronto se
del hechizo que sobre él pesaba. Y ya nada faltó a la El pájaro le aconsejó: quedó dormido. En éstas, se acercó un carro tirado
felicidad de todos, mientras vivieron. ♣ —Hermano, vente conmigo a la ciudad; yo haré por tres caballos y cargado con tres cubas de vino.
que te hartes. Se encaminaron juntos a la ciudad, Viendo el pájaro que el carretero no llevaba
y, al llegar frente a una carnicería, dijo el gorrión al intención de apartarse para no atropellar al perro, le
perro: gritó:
—No te muevas de aquí; a picotazos te haré caer —¡Carretero, no lo hagas o te arruino!
un pedazo de carne —y, situándose sobre el mostra- Pero el hombre refunfuñó entre dientes:
dor y vigilando que nadie lo viera, se puso a picotear —No serás tú quien me arruine —restalló el
y a tirar de un trozo que se hallaba al borde, hasta látigo, y las ruedas del vehículo pasaron por encima
que lo hizo caer al suelo. El perro lo tomó y se lo del perro, matándolo.
llevó a una esquina y se lo zampó. Entonces le dijo Gritó entonces el gorrión:
el gorrión: —Has matado a mi hermano el perro, pero te
—Vamos ahora a otra tienda; te haré caer otro costará el carro y los caballos.
pedazo para que te hartes. —¡Bah!, ¡el carro y los caballos! —se mofó el con-
Una vez el perro hubo comido el segundo trozo, ductor—. ¡Me río del daño que tú puedes causarme!
el pájaro le preguntó: —y prosiguió su camino.

Jacob & Wilhelm Grimm 118 Todos los cuentos


el profanador de textos
El gorrión se deslizó debajo de la lona y se puso —¡Ay, pobre de mí! —exclamó. —¿Quieres que lo mate de un golpe?
a picotear una espita hasta que hizo soltar el tapón, —¡Aún no lo eres bastante! —repitió una vez más —¡No! —gritó él—: Sería una muerte demasiado
por lo que empezó a salirse el vino sin que el carre- el gorrión. Ahora voy a arruinar tu casa— y se alejó dulce. Ha de sufrir mucho más; ¡Me lo voy a tragar!
tero lo notase, y se vació todo el barril. Al cabo de volando. —y se lo tragó de un bocado.
buen rato se volvió el hombre, y al ver que goteaba El carretero no tuvo más remedio que dejar el Pero el animal empezó a agitarse y aletear dentro
vino, bajó a examinar los barriles, encontrando que carro en el camino y marcharse a su casa, furioso y de su cuerpo, y se le subió de nuevo a la boca; y,
uno de ellos estaba vacío. desesperado: asomando la cabeza:
—¡Pobre de mí! —exclamó. —¡Ay! —dijo a su mujer—, ¡qué día más des- —¡Carretero, pagarás con la vida! —le repitió por
—Aún no lo eres bastante —dijo el gorrión, y graciado he tenido! He perdido el vino, y los tres última vez.
volando a la cabeza de uno de los caballos, de un caballos están muertos. Entonces el carretero, tendiendo el azadón a su
picotazo le sacó un ojo. —¡Ay, marido mío! —le respondió su mujer—. mujer, le dijo:
Al darse cuenta el carretero, empuñó un azadón ¡Qué diablo de pájaro es éste que se ha metido en —¡Dale al pájaro en la boca!
y lo descargó contra el pájaro con ánimo de matarlo; casa! Ha traído a todos los pájaros del mundo, y La mujer descargó el golpe, pero, errando la pun-
pero el avecita escapó, y el caballo recibió en la cabe- ahora se están comiendo nuestro trigo. tería, partió la cabeza a su marido, el cual se desplo-
za un golpe tan fuerte, que cayó muerto. Subió el hombre al granero y encontró millares mó, muerto, mientras el gorrión escapaba volando.
—¡Ay, pobre de mí! —repitió el hombre. de pájaros en el suelo acabando de devorar todo el ♣
—¡Aún no lo eres bastante! —le gritó el gorrión; grano, y, en medio de ellos estaba el gorrión. Y vol-
y cuando el carretero reemprendió su ruta con los vió a exclamar el hombre:
dos caballos restantes, volvió el pájaro a meterse por —¡Ay, pobre de mí!
debajo de la lona y no paró hasta haber sacado el se- —Aún no lo eres bastante —repitió el pájaro—:
gundo tapón, vaciándose, a su vez, el segundo barril. Carretero, aún pagarás con la vida —y echó a volar.
El carretero se dió cuenta demasiado tarde y volvió a El carretero, perdidos todos sus bienes, bajó a la
exclamar: sala y se sentó junto a la estufa, disgustado y coléri-
—¡Ay, pobre de mí! —. co. Pero el gorrión le gritó desde la ventana:
A lo que replicó su enemigo: —¡Carretero, pagarás con la vida!
—¡Aún no lo eres bastante! —y, posándose en la Tomando el hombre el azadón, lo arrojó contra
cabeza del segundo caballo, le saltó igualmente los el pájaro, mas sólo consiguió romper los cristales,
ojos. Otra vez acudió el hombre con su azadón, y sin tocar a su perseguidor. Éste saltó al interior de la
otra vez hirió de muerte al caballo, mientras el pája- estancia y, posándose sobre el horno, repitió:
ro escapaba volando. —¡Carretero, pagarás con la vida!
—¡Ay, pobre de mí! Loco y ciego de rabia, el carretero arremetió
—Aún no lo eres bastante —repitió el gorrión, al contra todas las cosas, queriendo matar al pájaro, y
tiempo que sacaba los ojos al tercer caballo. así destruyó el horno y todos los enseres domésticos:
Enfurecido, el carretero asestó un nuevo azado- espejos, bancos, la mesa e incluso las paredes de la
nazo contra el pájaro y, errando otra vez la puntería, casa, sin conseguir su objetivo. Por fin logró tomarlo
mató al tercer animal. con la mano y, entonces, dijo la mujer:

Jacob & Wilhelm Grimm 119 Todos los cuentos


el profanador de textos
Federico y Catalinita Catalinita, ni corta ni perezosa, se lanzó en su de él, la cerveza se vertió, y al querer secar la cerveza
[KHM059] Der Frieder und das Katherlieschen persecución y estuvo corriendo buen rato tras él por con harina, volqué la jarra. Pero no te preocupes,
el campo; pero el perro, más ligero que Catalinita, que la bodega está bien seca.
sin soltar su presa pronto estuvo fuera de su alcance. Replicó Federico:
—¡Lo perdido, perdido está! —exclamó —¡Catalinita, no debiste hacer eso! ¡Dejas que te
Catalinita, renunciando a la morcilla; y como se roben la salchicha, que la cerveza se pierda, y aún
había sofocado y cansado con la carrera, se volvió echas a perder nuestra harina!
despacio para refrescarse. —¡Tienes razón, Federiquito, pero yo no lo sabía!
Mientras tanto seguía manando la cerveza del —Debiste avisármelo.
barril, pues la mujer se había olvidado de cerrar la Pensó el hombre: “Con una mujer así, habrá que
espita, y cuando ya la jarra estuvo llena, el líquido ser más previsor.” Tenía ahorrada una bonita suma
empezó a correr por la bodega hasta que el barril de ducados; los cambió en oro y dijo a Catalinita:
Había una vez un hombre llamado Federico y una quedó vacío. Catalinita vio el desastre desde lo alto —Mira, eso son chapitas amarillas; las meteré en
mujer llamada Catalinita, que acababan de contraer de la escalera: una olla y las enterraré en el establo, bajo el pesebre
matrimonio y empezaban su vida de casados. Un día —¡Diablos! —exclamó—, ¿qué hago yo ahora de las vacas. Guárdate muy bien de tocarlas, pues de
dijo el marido: para que Federico no se dé cuenta? lo contrario lo vas a pasar mal.
—Catalinita, me voy al campo; cuando vuelva, Después de reflexionar un momento, recordó que Respondió ella:
me tendrás en la mesa un poco de asado para calmar de la última feria había quedado en el granero un —No, Federiquito, puedes estar seguro de que no
el hambre, y un trago fresco para apagar la sed. saco de buena harina de trigo; lo mejor sería bajarla las tocaré. Mas he aquí que cuando Federico se hubo
—Márchate tranquilo, que cuidaré de todo. y echarla sobre la cerveza. marchado, se presentaron unos buhoneros que ven-
Al acercarse la hora de comer, descolgó la mujer —Quien ahorra a su tiempo, día viene en que se dían escudillas y cacharros de barro, y preguntaron a
una salchicha de la chimenea, la echó en una sar- alegra —se dijo; subió al granero, cargó con el saco la joven si necesitaba algunas de sus mercancías.
tén, la cubrió de mantequilla y la puso al fuego. La y lo vació en la bodega, con tan mala suerte que fue —¡Oh, buena gente! —dijo Catalinita—, no
salchicha comenzó a dorarse y hacer ¡chup, chup! a dar precisamente sobre la jarra llena de cerveza, la tengo dinero y nada puedo comprar; pero si quisie-
mientras Catalina, sosteniendo el mango de la sar- cual se volcó, perdiéndose incluso la bebida destina- seis cobrar en chapitas amarillas, sí que os compraría
tén, dejaba volar sus pensamientos. da a Federico. algo.
De pronto se le ocurrió: “Mientras se acaba de —¡Eso es! —exclamó Catalinita—; donde va el —Chapitas amarillas, ¿por qué no? Deja que las
dorar la salchicha, bajaré a la bodega a preparar la uno, que vaya el otro, —y esparció la harina por veamos.
bebida.” Dejando, pues, afianzada la sartén, tomó el suelo de la bodega. Cuando hubo terminado, se —Bajad al establo y buscad debajo del pesebre de
una jarra, bajó a la bodega y abrió la espita de la sintió muy satisfecha de su trabajo y dijo: las vacas; las encontraréis allí; yo no puedo tocarlas.
cerveza; y mientras ésta fluía a la jarra, ella la miraba. —¡Qué aseado y limpio quedó ahora! Los bribones fueron al establo y, removiendo la
De repente pensó: “¡Caramba! El perro no está A mediodía llegó Federico. tierra, encontraron el oro puro. Cargaron con él y
atado; si se le ocurre robar la salchicha de la sartén, —Bien, mujercita, ¿qué me has preparado? pusieron pies en polvorosa, dejando en la casa su
me habré lucido.” Y en un santiamén, subió. Pero —¡Ay, Federiquito! —respondió ella—, quise carga de cacharros.
ya el perro tenía la salchicha en la boca y se escapaba freírte una salchicha, pero mientras bajé por cerveza, Catalinita pensó que debía utilizar aquella alfare-
con ella, arrastrándola por el suelo. el perro me la robó de la sartén, y cuando salí detrás ría nueva para algo; pero como en la cocina no hacía

Jacob & Wilhelm Grimm 120 Todos los cuentos


el profanador de textos
ninguna falta, rompió el fondo de cada una de las se le cayó uno de los quesos y echó a rodar monte —Pues vuelve a casa y ciérrala bien antes de
piezas y las colocó todas como adorno en los extre- abajo. Dijo Catalinita: seguir adelante; y, además, trae alguna otra cosa para
mos de las estacas del vallado que rodeaba la casa. —Yo no vuelvo a recorrer este camino; soltaré comer; te aguardaré aquí.
Al llegar Federico, sorprendido por aquella nueva otro que vaya a buscarlo. Catalinita reemprendió el camino de vuelta, pen-
ornamentación, dijo: Y tomando otro queso, lo soltó en pos del prime- sando: “Federiquito quiere comer alguna otra cosa;
—Catalinita, ¿qué has hecho? ro. Pero como ninguno de los dos volviese, echó un por lo visto no le gustan el queso y la mantequilla.
—Lo he comprado, Federiquito, con las chapitas tercero, pensando: “Tal vez quieran compañía, y no Le traeré unos orejones en un pañuelo, y un jarro de
amarillas que guardaste bajo el pesebre de las vacas. les guste subir solos.” Al no reaparecer ninguno de vinagre para beber.”
Yo no fui a buscarlas; tuvieron que bajar los mismos los tres, dijo ella: Al llegar a su casa cerró con cerrojo la puerta
buhoneros. —¿Qué querrá decir esto? A lo mejor, el tercero superior y desmontó la inferior y se la cargó a la
—¡Dios mío! —exclamó Federico—, ¡buena la se ha extraviado; echaré el cuarto, que lo busque. espalda, creyendo que, llevándose la puerta, queda-
has hecho, mujer! Si no eran chapitas, sino piezas Pero el cuarto no se portó mejor que el tercero, y ría la casa asegurada. Con toda calma, recorrió de
de oro puro; ¡toda nuestra fortuna! ¿Cómo hiciste Catalinita, irritada, arrojó el quinto y el sexto, que nuevo el camino, pensando: “Así, Federiquito podrá
semejante disparate? eran los últimos. Se quedó un rato parada, el oído descansar más rato.” Cuando llegó adonde él la
—Yo no lo sabía, Federiquito. ¿Por qué no me atento, en espera de que volviesen; pero al cabo, aguardaba, le dijo:
advertiste? impacientándose, exclamó: —Toma, Federiquito, aquí tienes la puerta; así
Catalinita se quedó un rato pensativa y luego —Para ir a buscar a la muerte serviríais. ¡Tanto podrás guardar la casa mejor.
dijo: tiempo, para nada! ¿Pensáis que voy a seguir aguar- —¡Santo Dios —exclamó él—, y qué mujer más
—Oye, Federiquito, recuperaremos el oro; salga- dándoos? Me marcho y ya me alcanzaréis, pues inteligente me habéis dado! Quitas la puerta de
mos detrás de los ladrones. corréis más que yo. abajo para que todo el mundo pueda entrar, y cierras
—Bueno —respondió Federico—, lo intenta- Y, prosiguiendo su camino, se encontró luego con cerrojo la de arriba. Ahora es demasiado tarde
remos; llévate pan y queso para que tengamos algo con Federico, que se había detenido a esperarla, pues para volver; mas, ya que has traído la puerta, tú la
para comer en el camino. tenía hambre. llevarás.
—Sí, Federiquito, lo llevaré. —Dame ya de lo que traes, mujer—. Ella le —Llevaré la puerta, Federiquito, pero los ore-
Partieron, y como Federico era más ligero de alargó pan solo—. ¿Dónde están la mantequilla y el jones y el jarro de vinagre me pesan mucho. ¿Sabes
piernas, Catalinita iba rezagada. “Mejor —pensó—, queso? qué? Los colgaré de la puerta, ¡que las lleve ella!
así cuando regresemos tendré menos que andar.” —¡Ay, Federiquito! —exclamó Catalinita—. Llegaron al bosque y empezaron a buscar a los
Llegaron a una montaña en la que, a ambos lados Con la mantequilla unté los carriles, y los quesos no ladrones, pero no los encontraron. Al fin, como
del camino, discurrían unas profundas huellas. deberán tardar en volver. Se me escapó uno y solté a había oscurecido, se subieron a un árbol, dispuestos
—¡Hay que ver —dijo Catalinita— cómo han los otros en su busca. a pasar allí la noche.
desgarrado, roto y hundido esta pobre tierra! ¡Jamás Y dijo Federico: Apenas se habían instalado en la copa, llegaron
se repondrá de esto! —No debiste hacerlo, Catalinita. algunos de esos bribones que se dedican a llevarse
Llena de compasión, sacó la mantequilla y se —Federiquito, pero, ¿por qué no me avisaste? por la fuerza lo que no quiere seguir de buen grado,
puso a untar las huellas, a derecha e izquierda, para Comieron juntos el pan seco, y luego Federico dijo: y a encontrar las cosas antes de que se hayan perdi-
que las ruedas no las oprimiesen tanto. Y, al incli- —Catalinita. ¿aseguraste la casa antes de salir? — do. Se sentaron al pie del árbol que servía de refugio
narse para poner en práctica su caritativa intención, No, Federiquito; como no me lo dijiste. a Federico y Catalinita y, encendiendo una hoguera,

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el profanador de textos
se dispusieron a repartirse el botín. Federico bajó al —¡No, Catalinita, sostenla firme! —Yo os ayudaré.
suelo por el lado opuesto, retomó piedras y volvió a —¡Ay, Federiquito, la suelto! Los bribones pensaron que conocía las oportuni-
trepar, para ver de matar a pedradas a los ladrones. —¡Pues suéltala, en nombre del diablo! dades del lugar y se declararon conformes. Catalinita
Pero las piedras no daban en el blanco, y los ladro- Y allá la echó, con un ruido infernal, y los ladro- pasaba por delante de las casas gritando:
nes observaron: nes exclamaron: —¡Eh, gente!, ¿tenéis algo? ¡Queremos robar!
—Pronto será de día, el viento hace caer las —¡El diablo baja por el árbol! —y tomaron las de —¡Buena la hemos hecho! —dijeron los ladro-
piñas. Villadiego, abandonándolo todo. nes, mientras pensaban cómo podrían deshacerse de
Catalinita seguía sosteniendo la puerta en la es- A la mañana siguiente, al descender los dos del Catalinita. Al fin le dijeron:
palda y, como le pesara más de lo debido, pensando árbol, encontraron todo su oro y se lo llevaron a casa. —A la salida del pueblo, el cura tiene un campo
que la culpa era de los orejones, dijo: Cuando volvieron ya a estar aposentados, dijo de remolachas; ve a recogernos un montón.
—Federiquito, tengo que soltar los orejones. Federico: Catalinita se fue al campo a tomar remolachas;
—No, Catalinita, ahora no —respondió él—. —Catalinita, ahora debes ser muy diligente y pero lo hacía con tanto brío que no se levantaba del
Podrían descubrirnos. trabajar de firme. suelo. Acertó a pasar un hombre que, deteniéndose
—¡Ay, Federiquito!, no tengo más remedio; pesan —Si, Federiquito, sí lo haré. Voy al campo a a mirarla, pensó que el diablo estaba revolviendo el
demasiado. cortar hierba. campo. Corrió, pues, a la casa del cura, y le dijo:
—¡Pues suéltalos, en nombre del diablo! Cuando llegó al campo, se dijo: “¿Qué haré —Señor cura, en vuestro campo está el diablo
Abajo rodaron los orejones por entre las ramas, y primero: cortar, comer o dormir? Empecemos por arrancando remolachas.
los bribones exclamaron: comer.” —¡Dios mío —exclamó el párroco—, tengo una
—¡Los pájaros hacen sus necesidades! Y Catalinita comió, y después le entró sueño, pierna coja, no puedo salir a echarlo!
Al cabo de otro rato, como la puerta siguiera por lo que, cortando, medio dormida, se rompió Le respondió el hombre:
pesando, dijo Catalinita: todos los vestidos: el delantal, la falda y la camisa, y —Yo os ayudaré —y lo sostuvo hasta llegar al
—¡Ay, Federiquito!, tengo que verter el vinagre. cuando se despabiló, al cabo de mucho rato, vién- campo, en el preciso momento en que Catalinita se
—No, Catalinita, no lo hagas, podría delatarnos. dose medio desnuda, se preguntó: “¿Soy yo o no enderezaba.
—¡Ay, Federiquito! es preciso, no puedo con el soy yo? ¡Ay, pues no soy yo!” Mientras tanto, había —¡Es el diablo! —exclamó el cura, y los dos echa-
peso. oscurecido; Catalinita se fue al pueblo y, llamando a ron a correr; y el santo varón tenía tanto miedo que,
—¡Pues tíralo, en nombre del diablo! la ventana de su marido, gritó: olvidándose de su pierna coja, dejó atrás al hombre
Y vertió el vinagre, rociando a los ladrones, los —¡Federiquito! que lo había sostenido. ♣
cuales se dijeron: —¿Qué pasa?
— Ya está goteando el rocío. —¿Está Catalinita en casa?
Finalmente, pensó Catalinita: “¿No será la puerta —Sí, sí —respondió Federico—, debe de estar
lo que pesa tanto?,” y dijo: acostada, durmiendo—. Y dijo ella:
—Federiquito, tengo que soltar la puerta. —Entonces es seguro que estoy en casa —y echó
—¡No, Catalinita, ahora no, podrían a correr.
descubrirnos! En despoblado se encontró con unos ladrones
—¡Ay, Federiquito!, no tengo más remedio, me que se preparaban para robar. Acercándose a ellos,
pesa demasiado. les dijo:

Jacob & Wilhelm Grimm 122 Todos los cuentos


el profanador de textos
los dos hermanos —Es oro puro —y le pagó su precio. Pero aña- arrancó el corazón y el hígado y los metió dentro del
[KHM060] Die zwei Brüder dió—: Quisiera el pájaro entero. pájaro.
Volvió el pobre al bosque, y vio de nuevo el ave Cuando ya estuvo preparado el plato, se lo sirvió
posada en el árbol. La derribó de una pedrada y la al orfebre, el cual se lo merendó entero, sin dejar
llevó a su hermano, quien le pagó por ella un buen nada.
montón de oro. Pero a la mañana siguiente, al levantar la almoha-
—Ahora ya tengo para vivir —pensó el hombre, da para buscar la moneda de oro, no apareció nada.
y se fue a su casa muy satisfecho. Los dos niños, por su parte, ignoraban la suerte
El orfebre, que era inteligente y astuto, sabía muy que les había caído. Al levantarse por la mañana,
bien qué clase de pájaro era aquél. Llamó a su esposa oyeron el sonido metálico de algo que caía al suelo,
y le dijo: y, al recogerlo, vieron que eran dos monedas de oro.
—Ásame este pájaro de oro, y pon mucho cuida- Se las llevaron a su padre, quien exclamó, admirado:
do en no tirar nada, pues quiero comérmelo entero —¿Cómo habrá sido eso?
Éranse una vez dos hermanos, rico uno y pobre el yo solo. Pero al ver que al día siguiente y todos los sucesi-
otro. El rico tenía el oficio de orfebre y era hombre El ave no era como las demás, sino de una especie vos se repetía el caso, fue a contárselo a su hermano.
de corazón duro. El pobre se ganaba la vida hacien- muy maravillosa: quien comiera su corazón y su hí- Inmediatamente comprendió éste lo ocurrido, y que
do escobas, y era bueno y honrado. Tenía éste dos gado encontraría todas las mañanas una moneda de los niños se habían comido el corazón y el hígado
hijos, gemelos y parecidos como dos gotas de agua. oro debajo de la almohada. La mujer aderezó el pája- del ave; y como era hombre envidioso y duro de
Los dos niños iban de cuando en cuando a la casa ro convenientemente y lo ensartó en el asador. Pero corazón, queriendo vengarse, dijo al padre:
del tío rico donde, algunas veces, comían de las he aquí que, mientras estaba al fuego, un momento —Tus hijos tienen algún pacto con el diablo. No
sobras de la mesa. en que la mujer salió de la cocina para atender a otra aceptes el oro ni los dejes estar por más tiempo en tu
Sucedió que el hermano pobre, hallándose un día faena, entraron los dos hijos del pobre escobero y, casa, pues el maligno tiene poder sobre ellos y puede
en el bosque, donde había ido a tomar ramas secas, poniéndose junto al asador, le dieron unas cuantas acarrear tu propia pérdida.
vio un pájaro todo de oro, y tan hermoso como vueltas. Y al ver que caían en la sartén dos trocitos El padre temía al demonio, y, aunque se le
nunca viera otro semejante. Tomó una piedra y se la del ave, dijo uno: partía el corazón, llevó a los gemelos al bosque y los
tiró; pero sólo cayó una pluma, y el animal escapó —Nos comeremos estos pedacitos, pues tengo abandonó en él. Los niños vagaban extraviados por
volando. Retomó el hombre la pluma y la llevó a su mucha hambre; nadie lo notará. el bosque buscando el camino de su casa; pero no
hermano, quien dijo: Y se los comieron, uno cada uno. En aquel mo- sólo no lo hallaron, sino que se perdieron cada vez
—Es oro puro —y le pagó su precio. mento entró la tía, y al ver que mascaban algo, les más. Finalmente, toparon con un cazador, el cual les
Al día siguiente se encaramó el hombre a un preguntó: preguntó:
abedul, para cortar unas ramas. Y he aquí que del —¿Qué coméis? —¿Quiénes sois, pequeños?
árbol echó a volar el mismo pájaro, y al examinar el —Dos trocitos que cayeron del pájaro —Somos los hijos del pobre escobero —respon-
hombre el lugar desde donde había levantado vuelo —respondieron. dieron ellos, y le explicaron a continuación que su
encontró un nido, y en él un huevo, que era de oro. —¡Son el corazón y el hígado! —exclamó espan- padre los había echado de su casa porque todas las
Retomó el huevo y se lo llevó a su hermano, quien tada la mujer; y para que su marido no los echara de mañanas había una moneda de oro debajo de las
volvió a decir: menos y se enfadase, mató a toda prisa un pollo, le respectivas almohadas.

Jacob & Wilhelm Grimm 123 Todos los cuentos


el profanador de textos
—¡Vaya! —exclamó el cazador—, nada hay en ción. Al sentarse a la mesa para cenar, dijeron a su Viendo que pasaba corriendo una vieja liebre, le
ello de malo, con tal que sepáis conservaros buenos y protector: apuntó el arma, pero el animal gritó:
no os deis a la pereza. —No tocaremos la comida ni nos llevaremos a
El buen hombre, prendado de los niños y no la boca el menor bocado, hasta que nos otorguéis la Querido cazador, no acortes mis días,
teniendo ninguno propio, se los llevó a su casa, gracia que queremos pediros. y a cambio te daré dos de mis crías.
diciéndoles: —¿De qué se trata, pues? —preguntó él.
—Yo seré vuestro padre y os criaré. Y ellos respondieron: Y saltando entre los matorrales, compareció en
Y los dos aprendieron el arte de la caza, en tanto —Hemos terminado nuestro aprendizaje; aho- seguida con dos lebratos; pero los animalitos pare-
que su padre adoptivo iba guardando las monedas ra tenemos que ver mundo; dadnos permiso para cían tan contentos y eran tan juguetones que los ca-
de oro que cada uno encontraba al levantarse, por si marcharnos. zadores no pudieron resignarse a matarlos. Los guar-
pudieran necesitarlas algún día. Cuando ya fueron Replicó el viejo, gozoso: daron y los dos lebratos los siguieron dócilmente.
mayores, los llevó un día al bosque y les dijo: —Así hablan los bravos cazadores; lo que pedís Pronto se presentó una zorra, y ellos se dispusie-
—Vais a hacer hoy vuestra prueba de tiro, era también mi deseo. Marchaos, tendréis suerte. ron a cazarla; pero el animal les gritó:
para que pueda emanciparos y daros el título de Y cenaron y bebieron alegremente. Cuando
cazadores. llegó el día elegido para la partida, el padre adopti- Querido cazador, no acortes mis días,
Se encaminaron juntos a la paranza,1 donde vo dio a cada uno una buena escopeta y un perro, y a cambio te daré dos de mis crías.
permanecieron largo tiempo al acecho; pero no se y todas las monedas de oro que quisieron llevar-
presentó ninguna pieza. se. Los acompañó luego durante un trecho, y al Y les trajo dos zorrillos que tampoco los cazadores
El cazador levantó la vista al cielo y descubrió despedirlos, les dio todavía un reluciente cuchillo, tuvieron corazón para matar; los dejaron en compañía
una bandada de patos salvajes que volaba en forma diciéndoles: de los lebratos y todos juntos siguieron su camino.
de triángulo; dijo pues, a uno de los muchachos: —Si algún día os separáis, clavad este cuchillo Al poco rato salió un lobo de la maleza, y los caza-
—Haz caer uno de cada extremo. en un árbol en el lugar donde vuestros caminos se dores le encararon la escopeta; pero el lobo les gritó:
Hizo eso el muchacho, y así pasó su prueba de separen. De este modo cada uno, cuando regrese,
tiro. Al poco rato se acercó una segunda bandada, podrá saber cuál ha sido el destino del otro; pues el Querido cazador, no acortes mis días,
que ofrecía la forma de un dos; el cazador mandó al lado hacia el cual se dirigió, si está muerto, apare- y a cambio te daré dos de mis crías.
otro que derribase también uno de cada extremo, lo cerá lleno de herrumbre; pero mientras viva, la hoja
que el chico hizo con igual éxito. Dijo entonces el seguirá brillante. Los cazadores reunieron los lobeznos con los
padre adoptivo: Siguieron andando los dos hermanos hasta que demás animalitos y continuaron andando. Hasta
—¡Os declaro emancipados; ya sois maestros llegaron a un bosque tan grande, que en todo un día que descubrieron un oso que, no sintiendo tampoco
cazadores! ¡Os felicito! no pudieron salir de él. Pasaron, pues, allí la noche, deseos de morir, les gritó a su vez:
Luego internándose los dos hermanos en el comiéndose luego las provisiones que llevaban en el
bosque y, celebraron consejo, tomaron una resolu- morral; anduvieron sin dar tampoco con la salida y, Querido cazador, no acortes mis días,
como no les quedara nada que comer, dijo uno: y a cambio te daré dos de mis crías.
—Hemos de cazar algo si no queremos pasar
1 paranza. 1. f. Tollo, chozo o puesto donde el cazador hambre —y cargando su escopeta, dirigió una mira- Los dos oseznos pasaron a aumentar el séquito,
de montería se oculta para esperar y tirar a las reses. da a su alrededor. formado ya por ocho animales. ¿Quién diríais que
Diccionario RAEL [N. del Pr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 124 Todos los cuentos
el profanador de textos
vino, al fin? Pues nada menos que un león, agitan- árbol el cuchillo que les había dado su padre adopti- —¡Ay! —respondió el hostelero—, muchos
do la melena. Pero los cazadores, sin intimidarse, le vo. Hecho esto, el uno se encaminó hacia Levante y caballeros lo intentaron, y todos perdieron la vida
apuntaron con sus armas, y entonces la fiera les dijo el otro hacia Poniente. en la empresa. El Rey ha prometido dar a su hija por
también: El menor llegó al cabo de poco a una ciudad, esposa y nombrar heredero del reino a quien acabe
toda ella cubierta de crespones negros. Se alojó en con el monstruo.
Querido cazador, no acortes mis días, una hospedería, y preguntó al dueño si podría admi- El cazador no dijo nada más; pero a la mañana
y a cambio te daré dos de mis crías. tir también a sus animales. El hostelero los condujo siguiente llamó a sus animales y emprendió con ellos
a un establo que tenía un agujero en la pared, por el ascenso a la montaña del dragón. En la cima se
Y cuando hubo dado sus cachorritos, resultó que el cual se escurrió la liebre, para volver con una levantaba una pequeña iglesia, en cuyo altar había
los cazadores tenían dos leones, dos osos, dos lobos, col, y luego la zorra, que se zampó una gallina, y a tres cálices llenos y la siguiente inscripción: ‘Quien
dos zorras y dos liebres, todos los cuales los seguían y continuación un gallo. Pero el lobo, el oso y el león, se beba el contenido de los cálices, se convertirá en
servían. Pero entretanto el hambre arreciaba, por lo siendo mucho más corpulentos, no pudieron pasar, el hombre más fuerte de la Tierra y será capaz de
que dijeron a las zorras: por lo que el hostelero los condujo a un prado, don- manejar la espada que se halla enterrada en el um-
—Vamos a ver, vosotras que sois astutas, procu- de una vaca se hallaba echada sobre la hierba, y de la bral de la puerta.’
radnos algo de comer; de esto sabéis bien. que ellos dieron cuenta en un santiamén. Ya hartos El cazador no bebió, pero salió al exterior y buscó
Y respondieron ellas: sus animales, el cazador preguntó al mesonero por la espada; mas no le fue posible moverla de su sitio.
—No lejos de aquí hay un pueblo del que hemos qué estaba la ciudad tan enlutada. A lo que respon- Entró de nuevo en la ermita y apuró el contenido
sacado más de un pollo; os enseñaremos el camino. dió el hombre: de los vasos; al instante adquirió la fuerza necesaria
Llegaron al pueblo, compraron comida para ellos —Porque mañana debe morir la única hija de para levantar el arma e incluso para blandirla con la
y para los animales y prosiguieron su ruta. Las zorras nuestro Rey. mayor ligereza.
conocían al dedillo la región, pues en ella había —¿Está, pues, enferma de muerte? —preguntó el Llegada la hora en que la doncella debía ser
muchos cortijos2 con averío,3 y pudieron guiar a los cazador. entregada al dragón, el Rey, el mariscal y los cor-
cazadores. —No —explicó el hostelero—, está fresca y sana tesanos tomaron el camino de la montaña para
Después de haber errado un tiempo sin poder y, sin embargo, ha de morir. acompañarla.
encontrar ninguna colocación para los dos juntos, —¿Cómo se entiende esto? —inquirió el La princesa vio desde lejos al cazador en la cumbre
dijeron: forastero. y, pensando que era el dragón que la aguardaba, se re-
—Esto no puede continuar; no hay más remedio —En las afueras de la ciudad se levanta una alta sistía a subir; pero, al fin, tuvo que resignarse, ya que
que separarse. montaña, en la que tiene su morada un dragón. de otro modo habría sido destruida la ciudad entera.
Se repartieron los animales, de modo que cada El monstruo amenaza con devastar todo el país si El Rey y su séquito regresaron a palacio sumidos en
uno se quedase un león, un oso, un lobo, una zorra todos los años no se le entrega una doncella virgen. profunda tristeza; únicamente el mariscal hubo de
y una liebre, y luego se despidieron prometiéndose Ya han sido sacrificadas todas las de la nación, y quedarse para presenciar desde lejos lo que ocurriera.
cariño fraternal hasta la muerte, y clavaron en un solamente queda la hija del Rey por lo cual, irremi- Cuando la princesa llegó a la cumbre de la mon-
siblemente, ha de ser entregada, y ello se verificará taña, en vez del dragón se encontró con el joven
2 cortijo. 1. m. Finca rústica con vivienda y dependencias
adecuadas, típica de amplias zonas de la España meridio- mañana. cazador, el cual le infundió ánimos, diciéndole que
nal. Diccionario RAEL [N. del Pr.] Dijo el joven: estaba allí para salvarla, y la introdujo en la capilla,
3 averío. 1. m. Conjunto de aves de corral. Diccionario —¿Y por qué no matan al dragón? encerrándola dentro.
RAEL [N. del Pr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 125 Todos los cuentos
el profanador de textos
Poco después llegaba con gran estrépito el dra- —Ahora serás mi amadísimo esposo —le dijo—, ¡Y ya los tenemos a todos dormidos: la princesa,
gón de siete cabezas. Al ver al cazador, le dijo, pues mi padre me prometió a aquel que matase al el cazador, el león, el oso, el lobo, la zorra y la liebre;
sorprendido: dragón. ¡y dormidos como troncos!
—¿Qué tienes tú que hacer en esta montaña? Y, acto seguido, desatándose su collar de corales, He aquí que el mariscal encargado de observar lo
A lo cual respondió el muchacho: lo repartió entre sus animales para recompensarlos, que ocurriera desde lejos, al no ver al dragón mar-
—He venido a combatir contigo. dando al león el brochecito de oro. El pañuelo en charse con la princesa y notar que en la montaña rei-
—Muchos caballeros han dejado aquí la vida que estaba bordado su nombre lo entregó al caza- naba una calma absoluta, haciendo de tripas corazón
—replicó el monstruo—; no me será difícil acabar dor quien, después de cortar las lenguas de las siete subió a la cumbre. Allí yacía el dragón despedazado
contigo —y se puso a despedir fuego por sus siete cabezas del monstruo, las envolvió en él y las puso y, a poca distancia, la hija del Rey con el cazador y
fauces. a buen recaudo. Luego, sintiéndose rendido por el los animales, todos durmiendo a pierna suelta. Y
Aquel fuego hubiera prendido en la hierba seca fuego y por la lucha, dijo a la doncella: como era un hombre malvado e impío, sacando su
y ahogado al joven, de no haber acudido corriendo —Los dos estamos cansados y agotados; vamos a espada cortó la cabeza al cazador y, sujetando por el
sus animales, que apagaron a pisotones el incendio. dormir un rato. brazo a la princesa, la arrastró al llano. Al despertar
Entonces el dragón se arrojó contra el cazador pero Asintió ella, y los dos se tendieron en el suelo; y ella se asustó al oír que le decía el mariscal:
éste, blandiendo su espada con tal fuerza que hacía el cazador dijo al león: —Estás en mi poder y tienes que decir que fui yo
silbar el aire, de un golpe le cercenó tres cabezas. —Tú velarás para que nadie nos sorprenda du- quien mató al dragón.
¡Con qué furor se irguió la fiera escupiendo llamas rante el sueño y, al instante, se quedaron dormidos. —No puedo hacer eso —respondió la donce-
contra su enemigo y aprestándose a aniquilarlo! Pero El león se echó junto a ellos para vigilar; pero lla—, pues lo mataron el cazador y sus animales.
el otro, de un segundo mandoble,4 le cortó tres ca- como él estaba también fatigado de la pelea, llaman- Desenvainando entonces la espada, el malvado la
bezas más. El monstruo, casi agotado, cayó al suelo; do al oso le dijo: amenazó con matarla si no le obedecía, y le exigió
pero reuniendo sus últimas fuerzas, le embistió aún —Échate a mi lado, que voy a dormir un rato; si que jurase hacerlo. Se presentó luego con ella ante
por tercera vez; entonces el joven le cortó la cola. viniere alguien, despiértame. el Rey, cuya alegría fue indescriptible al ver viva a su
Derribado ya el monstruo, llamó el cazador a Se tendió el oso pero, fatigado a su vez, dijo al lobo: querida hija después de haberla creído destrozada
sus animales, los cuales acabaron de despedazarlo. —Échate a mi lado, que voy a dormir un rato; si por el monstruo. Dijo el mariscal:
Terminada la batalla, el cazador abrió la puerta de viniere alguien, despiértame. —He matado al dragón, he liberado a la princesa
la iglesia y encontró a la princesa tendida en el suelo Se echó el lobo; pero como se sentía también y todo el reino; y así, la reclamo por esposa, tal y
sin sentido, debido a la angustia y el espanto que cansado, llamó a la zorra y le dijo: como prometisteis.
sufriera durante el combate. La sacó fuera y, cuando —Échate a mi lado, que voy a dormir un rato; si Preguntó el Rey a la doncella:
volvió en sí y abrió los ojos, le mostró el dragón des- viniere alguien, despiértame. —¿Es verdad lo que dice?
cuartizado y le explicó que estaba libre y redimida. Y la zorra se echó a su vez; pero, rendida igual- —¡Ay, sí! —respondió la muchacha—, bien debe
Ella se alegró sobremanera: mente, dijo a la liebre: de serlo, pero pido que no se celebre la boda hasta
—Echate a mi lado, que voy a dormir un rato; si dentro de un año y un día.
viniere alguien, despiértame. Confiaba en que durante aquel tiempo recibiría
Se sentó la liebre, que tampoco podía con su alguna noticia de su cazador.
4 mandoble. 1. m. Cuchillada o golpe grande que se da alma y no tenía quien pudiese sustituirla; el caso es Mientras tanto, los animales seguían durmiendo
usando el arma con ambas manos. Diccionario RAEL [N. que se durmió. junto a su amo muerto, hasta que llegó volando un
del Pr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 126 Todos los cuentos
el profanador de textos
gran abejorro que se posó en la nariz de la liebre; Con las prisas, el león había encajado la cabeza —¿Me creeréis si os dijese, señor hostelero, que
pero ésta lo ahuyentó con la pata sin despertarse. de su señor al revés; pero éste ni siquiera se dio hoy comeré aquí con vos pan de la mesa del Rey?
Vino el abejorro por segunda vez, y la liebre volvió cuenta, absorto en sus tristes pensamientos acerca —Pues apostaría cien monedas de oro a que no es
a sacudírselo; pero a la tercera, el abejorro le clavó el de la princesa. Sólo a mediodía, a la hora de comer, verdad.
aguijón en la nariz y la despertó. vio que tenía la cabeza vuelta hacia la espalda y Aceptó el cazador la apuesta, y sacó una bolsa con
No bien se hubo despertado la liebre, corrió a preguntó a los animales qué había ocurrido durante la misma cantidad. Luego, llamando a la liebre, le
llamar a la zorra, ésta al lobo, el lobo al oso y el oso su sueño. dijo:
al león. Y al despertarse el león y ver que la princesa El león le explicó entonces que la fatiga los había —Ve, mi querido saltarín, y tráeme pan del que
había desaparecido y que su señor estaba muerto, rendido a todos, y que al despertar lo habían hallado come el Rey. El lebrato, siendo el de menor cate-
rugiendo pavorosamente gritó: decapitado; la liebre había ido en busca de la raíz goría, no pudo pasar el encargo a ninguno de sus
—¿Quién ha hecho esto? Oso, ¿por qué no me salvadora; pero con las prisas, él le había colocado compañeros y no tuvo más remedio que encaminar-
llamaste? Y el oso al lobo: la cabeza al revés; de todos modos, en un momento se a palacio. “¡Caramba!,” pensó, “si voy saltando así
—¿Por qué no me llamaste? repararía aquel descuido. Y, cortando de nuevo la ca- solito por las calles me darán caza los perros de los
Y el lobo a la zorra: beza al cazador, se la encajó debidamente, y la liebre carniceros.”
—¿Por qué no me llamaste? terminó la operación con su planta prodigiosa. Y así fue, efectivamente; los perros salieron en su
Y la zorra a la liebre: El cazador empezó a errar tristemente por el persecución con propósito de hincarle los dientes en
—¿Por qué no me llamaste? mundo, haciendo bailar a sus animales ante las gen- el pellejo. ¡Tendríais que haberlo visto brincar! Fue
La pobre liebre fue la única que nada pudo respon- tes. Sucedió que, exactamente al cabo de un año, lle- a refugiarse en la garita de un centinela, pasando
der, y hubo de cargar con la culpa. Todos arremetie- gó de nuevo a la misma ciudad donde había salvado tan raudo que ni el soldado se dio cuenta. Llegaron
ron contra ella, pero el animalito, excusándose, dijo: a la princesa de las garras del dragón, encontrándose los perros dispuestos a pescarlo; pero el centinela
—No me matéis; yo resucitaré a nuestro amo. Sé con que toda la población aparecía engalanada con no estaba para bromas y empezó a culatazos, con
de una montaña donde crece una hierba; quien la colgaduras5 de color escarlata. Preguntó al posadero: lo que los canes hubieron de retroceder aullando y
tenga en la boca, queda curado de todas sus enfer- —¿Qué significa esto? Hace un año todo estaba gimiendo.
medades y heridas. Sólo que esta montaña está a cubierto de negro; ¿por qué hoy estos colores tan Cuando el lebrato vio que el campo estaba des-
doscientas horas de aquí. vivos? pejado, entró de un salto en el palacio. Fue directa-
Habló entonces el león: Y respondió el hombre: mente adonde estaba la princesa, y, sentándose junto
—Debes estar de vuelta dentro de veinticuatro —Hoy hace un año, la hija de nuestro Rey debía a su silla, con la pata le rascó el pie. Gritó ella:
horas con la raíz que dices. ser entregada al dragón; pero el mariscal luchó con —¡Fuera de aquí! —pensando que era su perro.
Salió la liebre corriendo, y en el plazo fijado compa- él y lo mató, y mañana debe celebrarse su boda. Por La liebre volvió a rascarle el pie, y ella repitió:
reció de nuevo con su planta milagrosa. El león ajustó eso visteis entonces la ciudad enlutada, y hoy la veis —¿Quieres marcharte? —siempre creída que era
la cabeza al tronco del cazador, la liebre le introdujo la adornada con alegres colores, en señal de fiesta. I el perro.
raíz en la boca, e inmediatamente todo quedó unido, A mediodía del señalado para la boda, dijo el Pero la liebre insistió rascándole el pie por tercera
el corazón empezó a latir y volvió la vida. cazador al posadero: vez. La princesa bajó entonces la vista y reconoció
Se despertó el cazador y se espantó al no ver a la 5 colgadura. 1. f. Tapiz o tela con que se cubre y adorna una al animal por su collar. Subiéndoselo al regazo, le
princesa. “Se habrá escapado mientras yo dormía pared exterior o interior, un balcón, etc., con motivo de preguntó
para librarse de mí,” pensó. alguna celebración o festividad. U. m. en pl. Diccionario —Mi querida liebre, ¿qué quieres?
RAEL [N. del Pr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 127 Todos los cuentos
el profanador de textos
Y respondió la liebre: de ahuyentar con el rabo las moscas que se habían posa- de la princesa; se colocó a su espalda, dando un
—Mi amo, el que mató al dragón, está aquí y me do en el plato, fue a presentarlo a su amo. ligero gruñido. Se volvió ella a mirar y, reconociendo
envía a pedir pan del que come el Rey. —¿Veis, señor hostelero? Ya tenemos pan y carne; al oso, y le dijo:
Fuera de sí por la alegría, la princesa mandó lla- ahora es cuestión de procurarse las legumbres que —Mi querido oso, ¿qué quieres?
mar al panadero y le ordenó traer un pan de los que han de acompañarla, tal como las sirven al Rey. Respondió el oso:
se servían en la mesa real. Y dijo el lebrato: Y llamando al lobo, le dijo: —Mi señor, el que mató al dragón, está aquí y
—Pero el panadero tendrá que venirse conmigo, —Querido lobo, ve a palacio y tráeme legumbres me envía a pedir pasteles de los que come el Rey.
para que no me persigan los perros. de las que come el Rey. Entonces mandó la princesa que se presentase el
El panadero llevó, pues, el pan hasta la puerta de Y el lobo se encaminó en línea recta al palacio, pastelero, y le encargó que preparase dulces de los
la hospedería donde la liebre, enderezándose sobre pues él a nadie temía. Y al llegar a la habitación de que el Rey comía y los llevase, acompañando al oso
las patas traseras, lo tomó con las delanteras y fue a la princesa, le tiró de la falda por detrás, obligán- hasta la puerta de la hospedería. Una vez allí, el ani-
entregarlo a su amo. Dijo entonces el cazador: dola a volverse. Lo reconoció ella por el collar, y le mal, tras haberse comido las grageas confitadas que
—¿Veis señor hostelero? Las cien monedas son preguntó: habían caído, incorporándose sobre sus patas traseras
mías. —¿Qué quieres, mi querido lobo? tomó la bandeja y fue a entregarla a su amo.
El buen hombre se admiró, y el otro continuó: Respondió el lobo: —¿Veis, señor hostelero? —dijo el cazador—. Ya
—Sí, señor hostelero, ya tengo el pan; pero ahora —Mi señor, el que mató al dragón, está aquí y tengo pan, carne, verduras y dulces; pero ahora se
quiero también asado de la mesa del Rey. me manda a pedir de las legumbres que come el Rey. me antoja también beber vino del que bebe el Rey.
A lo que repuso el dueño de la posada: Entonces la princesa mandó venir al cocinero, el Y, llamando al león le dijo:
—Ya me gustaría verlo —sin atreverse, empero, a cual tuvo que preparar un plato de legumbres de las —Querido león, a ti no te viene mal un trago;
renovar la apuesta. que servía a la mesa real, y acompañar al lobo hasta anda, ve a buscarme vino del que bebe el Rey.
El cazador, llamando a la zorra, le dijo: la puerta de la hospedería, donde el animal tomó el Salió el león a la calle; toda la gente echó a correr
—Zorrillo mío, ve a buscarme asado del que plato y lo llevó a su amo. asustada y, si bien la guardia trató de cerrarle el paso,
come el Rey. —¿Veis, señor hostelero? —dijo el cazador—. le bastó con pegar unos rugidos, y el camino le que-
La zorra conocía mejor los rodeos y, deslizándose Ya tengo pan, carne y verduras; pero quiero comer dó despejado, pues todos huyeron a la desbandada.
por esquinas y rincones, logró llegar junto a la silla también dulces de los que el Rey come. El león se encaminó a las habitaciones reales y llamó
de la princesa sin ser vista de los perros, y le rascó el Y llamando al oso, le dijo: a la puerta golpeando con el rabo. Acudió a abrir la
pie. Miró ella al suelo y, reconociendo a la zorra por —Querido osito, tú, que te gusta el dulce, ve a princesa, y casi se cayó del susto; pero al reconocer al
el collar, se la llevó a su aposento y le preguntó: buscarme pasteles de los que come el Rey. león por el broche de oro de su collar, le hizo entrar
—Mi querida zorra, ¿qué quieres? —y respondió El oso emprendió al trote camino de palacio, y en su aposento y le dijo:
la zorra: todo el mundo le dejó vía libre; pero al llegar a la —Querido león, ¿qué quieres?
—Mi señor, que mató al dragón, está aquí y me guardia quiso ésta impedirle el paso, encarándole A lo que él respondió:
envía a pedir asado del que come el Rey. los fusiles. Se irguió el animal y las emprendió a —Mi señor, el que mató al dragón, está aquí y
La princesa mandó presentarse al cocinero, el cual mojicones,6 derribando a todos los soldados, y sin me envía a pedir vino del que bebe el Rey.
hubo de preparar un asado como el que servía a la mesa más preámbulos, no paró hasta llegar a la habitación La princesa mandó recado al bodeguero y le dio
real, y acompañar con él a la zorra hasta la hospedería. orden de que entregase al león vino del que se servía
Una vez allí, la zorra se hizo cargo de la fuente y después 6 mojicón. 3. m. coloq. Golpe que se da en la cara con la en la mesa real. Y dijo el león:
mano. Diccionario RAEL [N. del Pr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 128 Todos los cuentos
el profanador de textos
—Iré contigo; quiero asegurarme de que el vino Y tomando asiento, comió y bebió, dando de —Pide en mi nombre al Señor Rey que me envíe
que me das es el mejor. todo a la liebre, la zorra, el lobo, el oso y el león; y ropas de príncipe, una carroza tirada por seis caba-
Bajó con el hombre a la bodega, y ya en ella, el estaba de muy buen humor, pues bien veía que la llos y servidores de escolta.
bodeguero trató de darle vino corriente, del que princesa lo recordaba y quería. Terminada la comida, Cuando el Rey oyó esta respuesta, dijo a su hija:
bebía la servidumbre; pero la fiera lo detuvo: dijo: —¿Qué debo hacer?
—Aguarda; antes quiero probarlo —y sirviéndose —Señor hostelero, he comido y bebido como el Y ella respondió:
media medida, se la echó al coleto:7 mismo Rey; ahora me iré a palacio y me casaré con —Enviadle lo que os pide; no os arrepentiréis.
—No —dijo—, no es de éste. la princesa. Y el Rey le mandó ropajes reales, una carroza de
El bodeguero le dirigió una mirada de reojo, Le preguntó el posadero: seis caballos y gentes de escolta. Al verlos llegar, el
pero, apartándose, se dispuso a darle de otro barril, —¿Cómo es posible, si ya está prometida y hoy cazador dijo:
destinado al mariscal del reino. Dijo el león: mismo se celebra la boda? —¿Veis, señor hostelero? Ahora vienen a buscar-
—Aguarda; antes quiero probarlo —y, sirviéndo- El cazador, sacando el pañuelo que le diera la hija me tal como pedí —y, vistiéndose los reales ropajes
se otra media medida, se la bebió—. Este es mejor, del Rey en el monte del dragón y en el que había y tomando el pañuelo con las lenguas del dragón,
pero aún no es el que quiero. guardado las siete lenguas del monstruo, le replicó: se dirigió a palacio. Cuando el Rey lo vio acercarse,
Se enfadó el bodeguero, exclamando: —Esto que tengo en la mano me ayudará a rea- preguntó a la princesa:
—¡Qué demonios entiende de vino este lizar mi propósito. Mirando el posadero el pañuelo, —¿Cómo debo recibirlo?
animalejo! dijo: Y contestó ella:
Pero el león le propinó un coscorrón que lo hizo —Todo puedo creerlo, pero esto no, y os apuesto —Salid a su encuentro, no os arrepentiréis.
rodar por el suelo. mi casa y mi hacienda. Salió el Rey a recibirlo y lo acompañó arriba, segui-
Levantándose, sin volver a chistar, llevó al enviado El cazador puso encima de la mesa una bolsa que do de sus animales; luego le ofreció un sitio entre él y
a una pequeña bodega privada, donde se guardaba el contenía mil monedas de oro: su hija mientras el mariscal, en su calidad de novio, se
vino del Rey, del que nadie bebía sino éste. Se sirvió el —Ahí va mi postura —respondió. sentaba al otro lado, sin conocerlo. Trajeron entonces las
león otra media medida y, catándola, exclamó: En la mesa, el Rey había preguntado a su hija: siete cabezas del dragón para exhibirlas, y el Rey dijo:
—Este sí puede que sea del bueno —y mandó al —¿Qué querían todos esos animales que vinieron —Estas siete cabezas las cortó el mariscal al dra-
bodeguero que le llenase seis botellas. a palacio y se pasearon en él como Pancho por su gón; por eso le doy por esposa a mi hija.
Volvieron al piso alto; pero el león, al salir al aire casa? Levantándose el cazador y abriendo las siete
libre, caminaba un tanto vacilante, pues el vino se Le respondió la princesa: fauces, dijo:
le había subido a la cabeza, por lo cual el bodeguero —No puedo decíroslo; pero enviad a buscar al —¿Dónde están las siete lenguas del dragón?
tuvo que llevarle las botellas hasta la puerta de la dueño de todos ellos; no os arrepentiréis. Se asustó el mariscal y palideció como la cera, sin
posada. Allí, el león tomó con la boca la cesta y llevó El Rey mandó a un criado a la posada, con orden saber qué contestar. Al fin dijo, angustiado:
la a su amo. de invitar a palacio al forastero; llegó allí cuando el —Los dragones no tienen lengua.
—¿Veis, señor hostelero? Aquí tengo pan, carne, hostelero acababa de apostar con el cazador, el cual —Los mentirosos no deberían tenerla replicó
verduras, dulces y vino de los que toma el Rey, y le dijo: el cazador pero las del dragón son el trofeo del
ahora vaya darme un banquete con mis animales. —¿Veis, señor hostelero? El Rey envía a un criado vencedor.
para invitarme y, sin embargo, no quiero ir todavía. Y desenvolviendo el pañuelo donde guardaba las
7 echarse algo al coleto. 1. loc. verb. coloq. Comérselo o Y dirigiéndose al mensajero, le dijo: siete lenguas, las puso una por una en la boca a que
bebérselo. Diccionario RAEL [N. del Pr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 129 Todos los cuentos
el profanador de textos
correspondían y todas encajaban perfectamente. Se celebró la boda con gran regocijo, y el joven a tiro, inmediatamente se le aparecía a gran distan-
Levantando entonces el pañuelo que tenía bordado rey envió a buscar a su padre verdadero y a su padre cia, hasta que, al fin, desapareció del todo.
el nombre de la hija del Rey, lo mostró a ésta pre- adoptivo y los colmó de riquezas. No se olvidó tam- Dándose entonces cuenta de lo mucho que se
guntándole a quién se lo había dado. Ella respondió: poco del hostelero; lo llamó a su presencia y le dijo: había internado en la selva, tocó el cuerno sin recibir
—Al que mató al dragón. —Ya veis, señor posadero, cómo me he casado respuesta, pues sus seguidores no podían oírlo. Y
A continuación llamó el cazador a sus animales con la princesa. como cerró la noche, comprendiendo que no podría
y, quitándoles a todos el collar y al león, además, el En consecuencia, dueño soy de vuestra casa y volver a palacio aquel día, desmontó y encendió una
broche de oro, preguntó a la princesa a quién perte- hacienda. hoguera junto a un árbol, dispuesto a pernoctar en
necía. Respondió ella: —Si, es de justicia —respondió el hombre. aquel sitio. Estando sentado junto a la hoguera, con
—El collar y el broche de oro eran míos, y los Pero el joven monarca lo tranquilizó: sus animales echados a su lado, le pareció oír una
distribuí entre los animales que ayudaron a vencer al —Más que justicia quiero haceros merced; voz humana; miró a su alrededor, pero nada vio. Al
dragón. quedaos con vuestra casa y vuestra hacienda, y por poco rato oyó, como viniendo de lo alto del árbol,
Dijo entonces el cazador: añadidura, os regalo las mil monedas de oro una especie de gemido; levantó la vista y descubrió
—Mientras yo dormía, fatigado del combate, El joven príncipe y la joven princesa vivían, pues, en la copa una mujer vieja que repetía continuamen-
vino el mariscal y me cortó la cabeza. Se llevó luego contentos y felices el uno con el otro. El marido salía te la misma queja:
a la princesa y pretendió haber sido él el matador a menudo de caza, pues ésta era su gran afición, y —¡Uh, uh, uh, qué frío tengo!
del monstruo; y que ha mentido, lo pruebo con las siempre lo acompañaban sus fieles animales. Pero he Le dijo él:
lenguas, el pañuelo y el collar. aquí que en aquellos alrededores había un bosque —Baja a calentarte, si tienes frío.
Y explicó cómo sus animales lo habían resucitado que, a lo que decían, estaba embrujado y no era fácil Pero ella replicó:
por medio de una raíz milagrosa, y cómo durante un salir de él una vez se había entrado. Pero el joven —No, porque tus animales me morderían.
año había caminado errante hasta volver, al fin, a la príncipe se moría de ganas de ir a cazar en sus espe- —No te harán ningún daño, viejecita —dijo él,
ciudad en la que, por las palabras del hostelero, se suras, y no dejó en paz a su suegro hasta que éste lo intentando tranquilizarla—: ¡baja!
había informado de la falacia del mariscal. Preguntó autorizó para hacerlo. Pero la mujer, que era una bruja, dijo:
entonces el Rey a su hija: Se dirigió, pues, al bosque, seguido de un nu- —Te echaré una rama del árbol; pégales con ella en
—¿Es cierto que fue éste quien mató al dragón? meroso séquito de caballeros, y al llegar a la linde, la espalda, y entonces no me causarán daño alguno.
—Sí, es cierto —respondió la princesa—, y ahora viendo una cierva blanca como la nieve, dijo a sus Y arrojó una ramita, pero al golpearlos el príncipe
ya puedo revelar el crimen del mariscal, pues ha sa- hombres: con ella todos quedaron inmóviles, convertidos en
lido a la luz sin mi intervención; porque él me había —Aguardad aquí mi vuelta; voy a cazar aquella piedras. Viéndose la bruja a salvo de los animales,
obligado a jurar que guardaría silencio. Pero por eso hermosa pieza. Sus seguidores lo esperaron hasta el saltó al suelo, tocó a su vez al príncipe con una vara
pedí que la boda no se celebrara hasta transcurridos anochecer, pero él no regresó. Volvieron entonces a y lo transformó, asimismo, en piedra. Echándose
un año y un día. palacio y dijeron a la joven reina: entonces a reír, los arrastró a todos hasta un foso
Mandó el Rey convocar a doce consejeros para que —Vuestro esposo se ha adentrado en el bosque en donde había otras muchas piedras semejantes.
juzgasen al mariscal, y lo condenaron a ser descuarti- persecución de una cierva blanca, y no ha regresado Al ver que el joven príncipe no regresaba, la
zado por cuatro bueyes. De este modo se hizo justicia —lo cual dejó a la princesa presa de gran inquietud. inquietud y preocupación de la princesa eran cada
con el malvado, y el Rey otorgó la mano de su hija al El príncipe había estado persiguiendo la hermosa día mayores. Sucedió que, por aquellas mismas
cazador, al cual nombró lugarteniente del reino. cierva, sin poder alcanzarla; cuando pensaba tenerla fechas, el otro hermano, que al separarse emprendie-

Jacob & Wilhelm Grimm 130 Todos los cuentos


el profanador de textos
ra el camino de Levante, llegó a aquel mismo reino. Después de permanecer en palacio dos o tres días —Yo no pego a mis animales. Baja tú, o subiré yo
Había pasado mucho tiempo buscando un empleo habiéndose informado de todo lo relativo al bosque a buscarte.
sin poder encontrarlo, y había ido de acá para allá encantado, dijo: —¿Qué te propones? —exclamó la bruja—.
exhibiendo sus animales. Un día se le ocurrió ir a ver —Tengo que volver a cazar allí. ¡Conmigo no podrás!
el cuchillo que, en el momento de separarse, habían El rey padre y la joven reina trataron de disua- —Si no bajas, te derribo de un balazo —replicó
clavado en el tronco de un árbol, deseoso de conocer dirlo; pero él insistió y, al fin, partió al frente de un él.
el destino de su hermano. numeroso séquito. Al llegar al bosque le sucedió lo —Dispara cuanto quieras; no les temo a tus
Al llegar a él, la parte del cuchillo correspondien- que a su hermano. Vio una hermosa cierva blanca y balas.
te a su hermano se hallaba mitad brillante y mitad dijo a sus hombres: Apuntó el cazador y disparó; pero la bruja era
oxidada. Se asustó y pensó: “A mi hermano debe de —Quedaos aquí hasta que regrese; quiero cap- inmune a las balas de plomo, y no hacía sino reírse y
haberle ocurrido alguna gran desgracia; pero tal vez turar esta hermosa pieza —y se entró en el bosque, chillar:
me sea posible salvarle aún, ya que la mitad de la seguido de sus animales. —¡No me tocarás!
hoja sigue brillante.” Pero tampoco él pudo alcanzar a la cierva, y Pero el cazador sabía cómo habérselas con ella; se
Se encaminó con sus animales hacia Poniente, penetró tan adentro de la selva, que no tuvo más arrancó tres botones de plata de su chaqueta y cargó
y al llegar a la puerta de la ciudad, se le presentó remedio que quedarse allí a pasar la noche. Cuando con ellos su arma. Contra ellos no tenían poder los
el jefe de la guardia y le preguntó si quería que lo hubo encendido la hoguera, oyó que sobre su cabeza encantamientos de la bruja y, así, al primer disparo
anunciase a su esposa; la joven princesa llevaba alguien gemía: cayó al suelo con un gran grito. El muchacho le
varios días angustiadísima por su ausencia, temiendo —¡Uh, uh, uh, qué frío tengo! puso el pie encima y le dijo:
que hubiese muerto en el bosque embrujado. Los Y mirando a lo alto, descubrió en la copa a la —¡Vieja bruja, si no me revelas inmediatamente
soldados lo tomaron por el príncipe, tan grande misma bruja de antes. Le dijo: dónde está mi hermano te tomo con las dos manos
era su parecido; además, venía acompañado de los —Si sientes frío baja, viejecita, a calentarte. y te echo al fuego! Ella se espantó y pidiendo gracia,
mismos animales. El cazador comprendió que lo Respondió ella: dijo:
confundían con su hermano y pensó: “Lo mejor será —No, tus animales me morderían. —Él y sus animales están en un foso convertidos
que los deje en el engaño; de este modo me será más Y él respondió: en piedra.
fácil salvarlo.” Y se hizo acompañar por la guardia a —No te harán ningún daño. Entonces, él la forzó a acompañarlo y, amenazán-
palacio, donde fue recibido con grandísima alegría. —Te echaré un bastón —contestó la bruja—; dola, le dijo:
También la joven princesa lo tomó por su esposo, y pégales con él, así no me harán nada. —¡Viejo mico, o devuelves la vida a mi hermano
al preguntarle el motivo de su tardanza, el cazador le Al oír el cazador estas palabras, le entró descon- y a todos los que aquí yacen, o te arrojo al fuego!
respondió: fianza de la vieja y le dijo: Tomó ella una vara y, al tocar las piedras, resu-
—Me extravié en el bosque, y hasta hoy no he citaron su hermano con sus animales, además de
podido salir de él. A la noche le condujeron al lecho methal theira bert”, que significan: “El tomó su espada, numerosos mercaderes, artesanos y pastores, todos
Gram, y colocó el metal desnudo entre los dos.” Los
real; pero él puso su espada de doble filo entre él y la versos hacen referencia al héroe Sigurd, que debe com- los cuales le dieron gracias por su liberación y se
joven reina;8 y aunque ella no comprendió el porqué partir su lecho con Brynhild quien es pretendida por su fueron a sus casas.
cuñado. Para no tocarla coloca la espada (cuyo nombre es
lo hacía, no se atrevió a preguntárselo. Gram) entre ambos. Años después Brynhild hace matar a Los gemelos, al volverse a ver se abrazaron, con
Sigurd y se suicida para yacer en la misma pira funeraria los corazones que rebosaban alegría. Agarrando
8 En la mitología islandesa, los versos del capítulo 27 de la que Sigurd, entre los dos cuerpos vuelve a estar la espada luego a la bruja, la ataron y la echaron al fuego. Y he
Saga Volsunga, “Hann tekr sverthit Gram okk / legger i desnuda. Ver: Borges, Jorge Luis. ‘Ulrica.’ [N. del Pr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 131 Todos los cuentos
el profanador de textos
aquí que, cuando estuvo consumida, se abrió el bos- Pero he aquí que, procediendo de direcciones el destripaterrones1
que espontáneamente, quedando despejado y lumi- opuestas, entraron en el patio de palacio los dos her- [KHM061] Die zwei Brüder
noso, y apareció el palacio a tres horas de distancia. manos y se apearon de sus monturas. Dijo entonces
Se encaminaron entonces los dos hermanos hacia el anciano Rey a su hija:
la Corte y por el camino se contaron mutuamente —Dime, ¿cuál de los dos es tu esposo? Son
sus aventuras. Al decir el menor que era regente del como dos gotas de agua. Y yo no soy capaz de
reino, le contestó el otro: distinguirlos.
—Ya me di cuenta, pues cuando llegué a la La princesa quedó de momento perpleja y angus-
ciudad y me confundieron contigo, me tributaron tiada, sin saber qué responder, hasta que, acordán-
honores reales. También la joven reina me tomó por dose del collar que diera a los animales, vio el broche
su esposo y me hizo comer a su lado en la mesa y de oro del león, y exclamó con gran alegría:
dormir en su cama. —Aquel a quien sigue este león es mi verdadero
Al oír el joven rey estas palabras, en un súbito esposo. Se echó a reír el joven rey, diciendo: Érase una aldea cuyos habitantes eran todos labra-
arrebato de cólera y celos desenvainó la espada y, de —Sí, éste es el verdadero —y todos se senta- dores ricos, y sólo había uno que era pobre; por eso
un tajo, cercenó la cabeza de su hermano. Pero, al ron a la mesa y comieron y bebieron, contentos y le llamaban el destripaterrones. No tenía ni una
verlo muerto y bañado en sangre, sintió un fuerte satisfechos. vaca siquiera y menos aún, dinero para comprarla; y
arrepentimiento: A la noche, cuando el joven rey se fue a la cama, tanto él como su mujer se morían de ganas de tener
—¡Mi hermano me ha salvado —exclamó—, y le preguntó su esposa: una. Dijo un día el marido:
yo, en pago, le he quitado la vida! —¿Por qué las noches anteriores pusiste en el le- —Oye, se me ha ocurrido una buena idea. Pediré
Y se lamentaba a voz en grito. Se acercó enton- cho, entre los dos, tu espada de doble filo? Creí que a nuestro compadre, el carpintero, que nos fabrique
ces su liebre y se le ofreció ir en busca de la raíz querías matarme. una ternera de madera y la pinte de color pardo, de
milagrosa. En efecto, pudo traerla aún a tiempo. El Entonces comprendió él hasta qué extremo le modo que sea igual que las otras. Así crecerá, y con
muerto volvió a la vida sin que quedasen señales de había sido leal su hermano. ♣ el tiempo nos dará una vaca.
la herida. Le gustó a la mujer la idea, y el compadre carpin-
Siguieron, pues, su camino, y dijo el menor: tero cortó y acepilló convenientemente la ternera,
—Tienes un parecido completo conmigo; vistes, la pintó primorosamente e incluso la hizo de modo
como yo, ropas reales, y te siguen los mismos anima- que agachase la cabeza, como si estuviera paciendo.
les que a mí. Entraremos por dos puertas opuestas y Cuando, a la mañana siguiente, fueron sacadas las
nos presentaremos simultáneamente al Rey, viniendo vacas, el destripaterrones llamó al pastor y le dijo:
de dos direcciones contrarias. —Mira, tengo una ternerita, pero es tan joven
Separándose, pues, y a un mismo momento, la todavía que hay que llevarla a cuestas.
guardia de una y otra puerta comunicó al Rey que el —Bueno —respondió el pastor, y, echándosela a
joven príncipe acababa de llegar de la cacería con sus los hombros, la llevó al prado y la dejó en la hierba.
animales. Observó el monarca:
—Esto no es posible; entre una puerta y la otra 1 destripaterrones. 1. m. despect. coloq. Gañán o jornalero
hay una hora de distancia. que cava o ara la tierra. 2. m. coloq. Hombre tosco, cazu-
rro. Diccionario RAEL [N. del Pr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 132 Todos los cuentos
el profanador de textos
Se quedó la ternera inmóvil, como paciendo, y el alojamiento en el molino. Sólo estaba en casa la mu- —Me contentaré con lo que sea —respondió el
pastor pensaba: “No tardará en correr sola, a juzgar chacha del molino, la cual dijo al destripaterrones: hombre—; venga el pan y el queso —y, mirando al
por lo que come.” Al anochecer, a la hora de entrar —¡Duerme en la paja! destripaterrones, lo llamó:
el ganado, dijo el pastor a la ternera: Y por toda comida le ofreció pan y queso. Se los —Ven, que comeremos juntos.
—Si puedes sostenerte sobre tus patas y hartarte comió el hombre y se echó a dormir con el cuero al El otro no se lo hizo repetir y comieron en buena
como has hecho, también puedes ir andando como lado, y la mujer pensó: “Está cansado y duerme ya.” compañía.
las demás. No esperes que cargue contigo. En esto entró el sacristán, el cual fue muy bien Viendo el molinero en el suelo el cuero que en-
El destripaterrones, de pie en la puerta de su casa, recibido por la moza del molino, que le dijo: volvía al cuervo, preguntó a su invitado:
aguardaba el regreso de su ternerita, y al ver pasar —El amo está fuera; entra y vamos a damos un —¿Qué llevas ahí? —a lo que replicó el labrador:
al boyero conduciendo el ganado y que faltaba su banquete. —Ahí dentro llevo un adivino.
animalejo, le preguntó por él. Respondió el pastor: El destripaterrones no dormía aún, y al escuchar que —¿También a mí podría adivinarme cosas? —
—Allí se ha quedado comiendo; no quiso seguir se disponían a darse buena vida, se enfadó por haber inquirió el molinero.
con los demás. tenido que contentarse él con pan y queso. Puso la chica —¿Por qué no? —repuso el labrador—. Pero
—¡Toma! —exclamó el labrador—, yo quiero mi la mesa y sirvió asado, ensalada, pasteles y vino. solamente dice cuatro cosas; la quinta se la reserva.
ternera. Cuando se disponían a sentarse a comer, llama- —Es curioso —dijo el hombre—. ¡Haz que
Volvieron entonces los dos al prado, pero la ter- ron a la puerta: adivine algo!
nera no estaba; alguien la había robado. —¡Dios santo! —exclamó la chica—. ¡El amo! —El labrador apretó la cabeza del cuervo, y el
—Se habrá extraviado —dijo el pastor. Pero el Y, a toda prisa escondió el asado en el horno, el animal soltó un graznido: “¡Crr, crr!”
destripaterrones le replicó: vino debajo de la almohada, la ensalada entre las Preguntó el molinero:
—¡A mí no me vengas con ésas! —y presentó sábanas y los pasteles debajo de la cama; en cuanto —¿Qué ha dicho?—. Respondió el labriego:
querella ante el alcalde, el cual condenó al hombre, al sacristán, lo ocultó en el armario de la entrada. —En primer lugar, ha dicho que hay vino debajo
por negligencia, a indemnizar al demandante con Acudiendo luego a abrir al molinero, le dijo: de la almohada.
una vaca. —¡Gracias a Dios que volvéis a estar en casa! —¡Ésta sí que sería buena! —exclamó el moline-
Y he aquí cómo el destripaterrones y su mujer ¡Vaya tiempo para ir por el mundo! ro, y, yendo a comprobarlo, volvió con el vino. —
tuvieron, por fin, la tan suspirada vaca. El molinero, al ver al labrador tendido en el Adelante —dijo.
Estaban contentísimos, pero como no tenían heno, preguntó: Nuevamente hizo el destripaterrones graznar al
forraje, no podían darle de comer, y así, hubieron —¿Qué hace ahí ése? cuervo:
de sacrificarla muy pronto. Después de salar la —¡Ah! —dijo la muchacha—, es un pobre infeliz —Dice ahora que hay asado en el horno.
carne, el hombre se marchó a la ciudad a vender a quien tomó la lluvia y la tormenta, y me pidió co- —¡Ésta sí que sería buena! —repuso el otro, y,
el cuero para comprar una ternerita con lo que de bijo. Le he dado pan y queso, y lo he dejado dormir saliendo, se trajo el asado.
él sacara. en el pajar. El forastero siguió haciendo hablar al pajarraco:
Durante la marcha, al pasar junto a un molino, Dijo el hombre: —Esta vez dice que hay ensalada sobre la cama.
encontró un cuervo que tenía las alas rotas; lo tomó —Nada tengo que decir a eso; mas prepárame —¡Esta sí que sería buena! —repitió el molinero,
por compasión, y lo envolvió en el cuero. Como pronto algo de comer. —y en efecto pronto volvió con ella.
el tiempo se había puesto muy malo, con lluvia y A lo cual contestó la muchacha. Por última vez, apretó el destripaterrones la cabe-
viento, el hombre no tuvo más remedio que pedir —Pues no tengo sino pan y queso. za del cuervo e, interpretando su graznido, dijo:

Jacob & Wilhelm Grimm 133 Todos los cuentos


el profanador de textos
—Pues resulta que hay pasteles debajo de la cama. —De seguro que el destripaterrones habrá estado paterrones que tenía muchas ganas de ser alcalde, y
—¡Ésta sí que sería buena! —exclamó el molinero en el país donde nieva oro y la gente recoge el dinero se puso a gritar con todas sus fuerzas:
y, entrando en el dormitorio, encontró, efectivamen- a espuertas.3 Lo citó el alcalde para que diese cuenta —¡No, no lo haré! ¡Aunque el mundo entero se
te, los pasteles. de la procedencia de su riqueza, y el respondió: empeñe, no lo haré! Oyendo el pastor las voces, se
Se sentaron entonces los dos a la mesa, mientras —Vendí la piel de mi vaca en la ciudad por tres- acercó y preguntó:
la muchacha del molino, asustadísima, se fue a me- cientos ducados. —¿Qué te pasa? ¿Qué es lo que no quieres hacer?
ter en cama, guardándose todas las llaves. Al moli- Al oír esto los campesinos, deseosos de aprove- Y respondió el condenado:
nero le hubiera gustado saber la quinta cosa; pero el charse de tan espléndido negocio, se apresuraron a —Se empeñan en hacerme alcalde si consiento en
labrador le dijo: matar todas sus vacas y despellejarlas, con propó- meterme en el barril; pero yo me niego.
—Primero nos comeremos tranquilamente éstas, sito de venderlas en la ciudad e hincharse de ganar A lo cual replicó el pastor:
pues la quinta no es tan buena. dinero. —Si para ser alcalde basta con meterse en el ba-
Comieron, pues, discutiendo entretanto el precio El alcalde exigió que su criada fuese antes que los rril, yo estoy dispuesto a hacerlo en seguida.
que estaba dispuesto a pagar el molinero .por la demás; pero cuando se presentó al peletero de la ciu- —Si entras, serás alcalde —le aseguró el labrador.
quinta predicción, y quedaron de acuerdo en tres- dad, éste no le dio sino tres ducados por un cuero; El hombre se avino y se metió en el tonel, mien-
cientos ducados. Volvió entonces el destripaterrones y a los que llegaron a continuación no les ofreció ni tras el otro aplicaba la cubierta y la clavaba. Luego
a apretar la cabeza del cuervo, haciéndolo graznar tanto siquiera: se alejó con el rebaño del pastor. El cura se volvió a
ruidosamente. Preguntó el molinero: —¿Qué queréis que haga con tantos pellejos? —les la aldea y anunció que había rezado la misa, por lo
—¿Qué ha dicho? dijo. Se indignaron los campesinos al ver que habían que, acudiendo todos al lugar de la ejecución, empu-
Y respondió el labriego: sido chasqueados por el destripaterrones, y deseosos jaron el barril, el cual comenzó a rodar por la ladera.
—Ha dicho que en el armario del vestíbulo está de vengarse, lo acusaron de engaño ante el alcalde. Gritaba el pastor:
escondido el diablo. El destripaterrones fue condenado a muerte por —¡Yo quisiera ser alcalde! —pero los presentes,
—¡Pues el diablo tendrá que salir! —gritó el dueño, unanimidad: sería metido en un barril agujereado pensando que era el destripaterrones el que así grita-
corriendo a abrir de par en par la puerta de la casa. Pidió y arrojado al río. Lo condujeron a las afueras del ba, le respondían:
luego la llave del armario a la muchacha, y ella no tuvo pueblo, y dijeron al sacristán que hiciera venir al —¡También nosotros lo quisiéramos, pero prime-
más remedio que entregársela; al abrir el mueble el des- cura para que le rezara la misa de difuntos. Todos los ro tendrás que dar un vistazo allá abajo! —y el barril
tripaterrones, el sacristán echó a correr como alma que demás hubieron de alejarse, y al ver el destripaterro- se precipitó en el río.
lleva el diablo, a lo cual dijo el molinero: nes al sacristán, reconoció al que había sorprendido Regresaron los aldeanos a sus casas, y al entrar
—¡He Visto al negro con mis propios ojos; te- en casa del molinero y le dijo: en el pueblo se toparon con el destripaterrones,
níais razón! —¡Yo te saqué del armario; sácame ahora tu del que, muy rozagante y satisfecho, llegaba también
A la mañana siguiente, el destripaterrones se barril! conduciendo su rebaño de ovejas. Asombrados, le
marchaba de madrugada con trescientos ducados en Acertó a pasar en aquel momento, guiando un preguntaron:
el bolso. De regreso a su casa, el hombre se hizo el rebaño de ovejas, un pastor de quien sabía el destri- —Destripaterrones, ¿de dónde sales? ¿Vienes del
rumboso,2 y empezó a construirse una linda casita, río?
Pr.]
por lo cual los aldeanos se decían entre sí: 3 espuerta. 1. f. Especie de cesta de esparto, palma u —Claro —respondió el hombre—, me he hundi-
otra materia, con dos asas, que sirve para llevar de una do mucho, mucho, hasta que por fin toqué el fondo.
2 rumboso, sa. 1. adj. coloq. Pomposo y magnífico. 2. adj. parte a otra escombros, tierra u otras cosas semejantes. Quité la tapa del barril y salí de él, y he aquí que me
coloq. Desprendido, dadivoso. Diccionario RAEL [N. del Diccionario RAEL [N. del Pr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 134 Todos los cuentos
el profanador de textos
encontré en unos bellísimos prados donde pacían la reina de las abejas Al fin llegaron a una colmena silvestre, instalada
muchísimos corderos, y me he traído esta manada. [KHM062] Die Bienenkönigin en un árbol, tan repleta de miel que ésta fluía tronco
Le preguntaron los campesinos: abajo. Los dos mayores iban a encender fuego al pie
—¿Y quedan todavía? del árbol para sofocar los insectos y poderse apoderar
—Ya lo creo —respondió él—; más de los que de la miel; pero Simplón los detuvo, repitiendo:
podríais llevaros. —Dejad a estos animales en paz; no soportaré
Entonces los aldeanos convinieron en ir todos a que los quemen.
buscar rebaños; y el alcalde díjo: Al cabo llegaron los tres a un castillo en cuyas
—Yo voy delante. cuadras había unos caballos de piedra, pero ni un
Llegaron al borde del río, y justamente flotaban alma viviente; así, recorrieron todas las salas hasta
en el cielo azul algunas de esas nubecitas que parecen que se encontraron frente a una puerta cerrada con
mechones, las cuales se reflejaban en el agua: tres cerrojos, pero que tenía en el centro una venta-
—¡Mirad las ovejas, allá en el fondo! —exclama- nilla por la que podía mirarse al interior.
ron los campesinos. El alcalde, acercándose, dijo: Dos príncipes, hijos de un rey, partieron un día en Se veía dentro un hombrecito de cabello gris,
—Yo bajaré el primero a ver cómo está la cosa; si busca de aventuras y se entregaron a una vida disi- sentado a una mesa. Lo llamaron una y dos veces,
está bien, os llamaré. pada y licenciosa, por lo que no volvieron a aparecer pero no los oía; a la tercera se levantó, descorrió los
Y de un salto, ¡plum!, se zambulló en el agua. por su casa. cerrojos y salió de la habitación.
Creyeron los demás que les decía: “¡Venid!,” y todos El tercer hijo, al que llamaban Simplón, se puso Sin pronunciar una sola palabra, los condujo a
se precipitaron tras él. Y he aquí que todo el pueblo en camino, en busca de sus hermanos. Cuando, por una mesa ricamente puesta, y después que hubieron
se ahogó, y el destripaterrones, como era el único fin, los encontró, se burlaron de él. ¿Cómo preten- comido y bebido, llevó a cada uno a un dormitorio
heredero, se convirtió, para su mal, en un hombre día, siendo tan simple, abrirse paso en el mundo separado.
rico, pues las riquezas conseguidas con malas artes o cuando ellos, que eran mucho más inteligentes, no A la mañana siguiente se presentó el hombrecito
patrañas, sólo conducen al infierno. ♣ lo habían conseguido? a llamar al mayor y lo llevó a una mesa de piedra, en
Partieron los tres juntos y llegaron a un nido de la cual había escritos los tres trabajos que había que
hormigas. Los dos mayores querían destruirlo para cumplir para desencantar el castillo. El primero de-
divertirse viendo cómo los animalitos corrían azo- cía: ‘En el bosque, entre el musgo, se hallan las mil
rados para poner a salvo los huevos; pero el menor perlas de la hija del Rey. Hay que recogerlas antes
dijo: de la puesta del sol, aceptando que si falta una sola,
—Dejad en paz a estos animalitos; no soportaré el que hubiere emprendido la búsqueda quedará
que los molesten. convertido en piedra.’
Siguieron andando hasta llegar a la orilla de un Salió el mayor, y se pasó el día buscando; pero a
lago, en cuyas aguas nadaban muchísimos patos. la hora del ocaso no había reunido más allá de un
Los dos hermanos querían cazar unos cuantos para centenar de perlas; y le sucedió lo que estaba escrito
asarlos; pero el menor se opuso: en la mesa: quedó convertido en piedra.
—Dejad en paz a estos animales; no sufriré que Al día siguiente intentó el segundo la aventura,
los molesten. pero no tuvo mayor éxito que el mayor: encontró

Jacob & Wilhelm Grimm 135 Todos los cuentos


el profanador de textos
solamente doscientas perlas, y a su vez, fue transfor- las tres plumas puerta. Llamó, y oyó que alguien gritaba en el
mado en piedra. [KHM063] Die drei Federn interior:
Finalmente, le tocó el turno a Simplón, el cual
salió a buscar entre el musgo. Pero, ¡qué difícil se Ama verde y tronada,
hacía la búsqueda, y con qué lentitud se reunían las pata arrugada,
perlas! Se sentó sobre una piedra y se puso a llorar; trasto de mujer
de pronto se presentó la reina de las hormigas, a las que no sirve para nada:
que había salvado la vida, seguida de cinco mil de a quien hay ahí fuera
sus súbditos, y en un santiamén tuvieron los anima- en el acto quiero ver.
litos las perlas reunidas en un montón.
El segundo trabajo era pescar del fondo del Se abrió la puerta, y el príncipe se encontró con
lago la llave del dormitorio de la princesa. Al llegar un grueso sapo gordo, rodeado de otros muchos más
Simplón a la orilla, los patos que había salvado se le pequeños. Preguntó el gordo qué deseaba, a lo que
acercaron nadando, se sumergieron, y al poco rato Érase una vez un rey que tenía tres hijos, de los respondió el joven:
volvieron a aparecer con la llave pedida. cuales dos eran listos y bien dispuestos, mientras el —Voy en busca del tapiz más bello y primoroso
El tercero de los trabajos era el más difícil. De tercero hablaba poco y era algo simple, por lo que lo del mundo.
las tres hijas del Rey, que estaban dormidas, había llamaban El Lelo. Sintiéndose el Rey viejo y débil, El sapo, dirigiéndose a uno de los pequeños, le
que descubrir cuál era la más joven y hermosa; pero pensó que debía arreglar las cosas para después de dijo:
era el caso que las tres se parecían como tres gotas su muerte, pero no sabía a cuál de sus hijos legar la
de agua, sin que se advirtiera la menor diferencia; corona. Entonces les dijo: Ama verde y tronada,
sólo se sabía que, antes de dormirse, habían comido —Marchaos, y aquel de vosotros que me traiga el pata arrugada,
diferentes golosinas. La mayor un terrón de azúcar, tapiz más hermoso, será rey a mi muerte. trasto de mujer
la segunda un poco de jarabe, y la menor una cucha- Y para que no hubiera disputas, los llevó delante que no sirve para nada:
rada de miel. del palacio, echó tres plumas al aire, sopló sobre ellas aquella gran caja me vas a traer.
Compareció entonces le reina de las abejas, que y dijo:
Simplón había salvado del fuego, y exploró la boca —Iréis adonde vayan las plumas. Fue el sapo joven a buscar la caja; el gordo la
de cada una, posándose en último lugar, en la boca Voló una hacia Levante; otra hacia Poniente, y la abrió, y sacó de ella un tapiz, tan hermoso y delicado
de la que se había comido la miel, con lo cual el tercera fue a caer al suelo a poca distancia. Y así, un como no se había tejido otro en toda la superficie de
príncipe pudo reconocer a la verdadera. hermano partió hacia la izquierda; otro hacia la de- la Tierra. Lo entregó al príncipe. El muchacho le dio
Se desvaneció el hechizo; todos despertaron, y recha, riéndose ambos de El Lelo, que siguiendo la las gracias y se volvió arriba.
los petrificados recuperaron su forma humana. Y tercera de las plumas, hubo de quedarse en el lugar Los otros dos hermanos consideraban tan tonto
Simplón se casó con la princesita más joven y bella, en que había caído. al pequeño, que estaban persuadidos de que jamás
y heredó el trono a la muerte de su suegro. El muchacho se sentó tristemente en el sue- lograría encontrar nada de valor.
Sus dos hermanos recibieron por esposas a las lo, pero muy pronto observó que al lado de la —No es necesario que nos molestemos mucho
otras dos princesas. ♣ pluma había una trampa. La levantó y apareció —dijeron, y a la primera pastora que encontraron le
una escalera; descendió por ella y llegó ante una quitaron el tosco pañolón que llevaba a la espalda.

Jacob & Wilhelm Grimm 136 Todos los cuentos


el profanador de textos
Luego volvieron a palacio para presentar sus hallaz- —Suyo es el reino. mujer fuese capaz de saltar a través de un aro colga-
gos a su padre el Rey. Pero los dos no cesaron de importunar a su do en el centro de la sala. Pensaban: “Las campesi-
En el mismo momento llegó también El Lelo padre, hasta que consiguieron que impusiese una nas lo harán fácilmente, pues son robustas; pero la
con su precioso tapiz y, al verlo el Rey exclamó, tercera condición, según la cual heredaría el trono delicada princesita se matará.”
admirado: aquel que trajese la doncella más hermosa. Volvió a Accedió también el viejo rey. Y he aquí que
—Si hay que proceder con justicia, el reino perte- echar al aire las tres plumas, que tomaron las mismas saltaron las dos labradoras; pero eran tan pesadas y
nece al menor. direcciones de antes. toscas, que se cayeron y se rompieron brazos y pier-
Pero los dos mayores importunaron a su padre, Nuevamente bajó El Lelo las escaleras, en busca nas. Saltó a continuación la bella damita que trajera
diciéndole que aquel tonto de capirote1 era incapaz del grueso sapo, y le dijo: El Lelo y lo hizo con la ligereza de un corzo, por lo
de comprender las cosas; no podía ser rey de ningún —Ahora tengo que llevar a palacio a la doncella que ya toda resistencia fue inútil.
modo, y le rogaron que les propusiera otra prueba. más hermosa del mundo. Y El Lelo heredó la corona y reinó por espacio de
Dijo entonces el padre: —¡Caramba! —replicó el sapo—. ¡La doncella muchos años con prudencia y sabiduría. ♣
—Heredará el trono aquel de vosotros que me más hermosa!
traiga el anillo más hermoso —y, saliendo con los No la tengo a mano, pero te la proporcionaré.
tres al exterior, sopló de nuevo tres plumas, destina- Y le dio una zanahoria vaciada de la que tiraban,
das a indicar los caminos. Otra vez partieron los dos como caballos, seis ratoncitos. Le preguntó El Lelo,
mayores: uno hacia Levante; otro hacia Poniente, con tristeza:
y otra vez fue a caer la pluma del tercero junto a la —¿Y qué hago yo con esto?
trampa del suelo. Y le respondió el sapo:
Descendió de nuevo la escalera subterránea y —Haz montar en ella a uno de mis sapos
se presentó al sapo gordo, para decirle que ne- pequeños.
cesitaba el anillo más hermoso del mundo. El Tomando el muchacho al azar uno de los del círculo,
sapo dispuso que le trajesen inmediatamente la lo instaló en la amarilla zanahoria. Mas apenas estuvo en
gran caja y, sacándolo de ella, dio al príncipe un ella, se transformó en una bellísima doncella; la zanaho-
anillo refulgente de pedrería tan hermoso, que ria en carroza, y los seis ratoncitos en caballos.
ningún orfebre del mundo habría sido capaz de Dio un beso a la muchacha, puso en marcha los
fabricarlo. corceles y se dirigió al encuentro del Rey. Sus herma-
Los dos mayores se burlaron de El Lelo, que nos llegaron algo más tarde. No se habían tomado
pretendía encontrar el objeto pedido; sin apurarse, la menor molestia en buscar una mujer hermosa,
quitaron los clavos de un viejo aro de coche y lo sino que se llevaron las primeras campesinas de buen
llevaron al Rey. parecer. Al verlas el Rey, exclamó:
Pero cuando el menor se presentó con su anillo —El reino será, a mi muerte, para el más joven.
de oro, el Rey hubo de repetir: Pero los mayores volvieron a aturdir al anciano,
gritando:
1 de capirote. 1. loc. adv. coloq. U. para intensificar la —¡No podemos permitir que El Lelo sea rey! —y
expresividad de ciertas voces despectivas a las que sigue. exigieron que se diese la preferencia a aquel cuya
Tonto, bobo de capirote. Diccionario RAEL [N. del Pr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 137 Todos los cuentos
el profanador de textos
la oca de oro vino. Pero también el hijo segundo le replicó con curiosidad, y el deseo de poseer una de sus plumas
[KHM064] Die goldene Gans displicencia, dejando plantado al anciano, se alejó. de oro.
No se hizo esperar el castigo. Apenas había asestado La mayor pensó: “Será difícil que no encuentre
un par de hachazos a un tronco cuando se hirió en una oportunidad para arrancarle una pluma,” y un
una pierna, y hubo que conducirlo a su casa. momento en que el muchacho salió de su cuarto,
Dijo entonces El Zoquete: sujetó la oca por un ala; pero los dedos y la mano se
—Padre, déjame ir al bosque a buscar leña. le quedaron pegados a ella.
—Tus hermanos se han lastimado —le contestó Pronto acudió la segunda, con la idea de llevarse
el padre—; no te metas tú en esto, pues no entien- también una pluma de oro; pero no bien tocó a su
des nada. hermana quedó pegada a ella. Finalmente, fue la
Pero el chico insistió tanto, que, al fin, le dijo su tercera con idéntico propósito, y las otras le gritaron:
padre: —¡Apártate, por Dios Santo, apártate!
Un hombre tenía tres hijos, al tercero de los cuales —Vete pues, si te empeñas; a fuerza de golpes Pero ella, no comprendiendo por qué debía apar-
llamaban El Zoquete, que era menospreciado y blan- ganarás experiencia. tarse y pensando que si sus hermanas estaban allí,
co de las burlas de todos. La madre le dió una torta amasada con agua y ella también podía estar, se acercó y, apenas hubo
Un día quiso el mayor ir al bosque a cortar leña; cocida en las cenizas, y una botella de cerveza agria. tocado a la segunda, quedó asimismo aprisionada sin
su madre le dio una torta de huevos muy buena y Cuando llegó al bosque se encontró igualmente con poder soltarse. Y así tuvieron que pasarse la noche
sabrosa, y una botella de vino, para que no pasara el hombrecito gris, el cual lo saludó y dijo: pegadas a la oca.
hambre ni sed. Al llegar al bosque se encontró con —Dame un poco de tu torta y un trago de lo que A la mañana El Zoquete, tomando el animal
un hombrecito de pelo gris y muy viejo, que lo salu- llevas en la botella, pues tengo hambre y sed. bajo el brazo, emprendió el camino de su casa, sin
dó cortésmente y le dijo: No llevo sino una torta cocida en la ceniza y preocuparse de las tres muchachas, que lo seguían
—Dame un pedacito de tu torta y un sorbo de tu cerveza agria —le respondió El Zoquete—; si te quieras o no, haciendo eses, según le llevaban a él las
vino. Tengo hambre y sed. conformas, sentémonos y comeremos juntos. Y se piernas. En medio del campo se encontraron con el
El muchacho listo respondió: sentaron. Y he aquí que cuando el muchacho sacó señor cura, quien, al ver la comitiva, dijo:
—Si te doy de mi torta y de mi vino apenas me la torta, resultó ser un magnífico pastel de huevos, —¿No os da vergüenza, descaradas, correr de
quedará para mí; sigue tu camino y déjame. y la cerveza agria se había convertido en un vino este modo tras este joven en despoblado? ¿Os parece
Y el viejo quedó plantado y siguió adelante. excelente. decente?
El muchacho se puso a cortar un árbol, y al poco —Puesto que tienes buen corazón y eres genero- Y sujetó a la menor por la mano con intención de
rato pegó un hachazo en falso y el hacha se le clavó so, te daré suerte. ¿Ves aquel viejo árbol de allí? Pues separarla; pero no bien la tocó, quedó a su vez engan-
en el brazo, por lo que tuvo que regresar a su casa a córtalo; encontrarás algo en la raíz —y con estas chado y hubo de participar también en la carrera. Al
que lo vendasen. Con esta herida pagó su conducta palabras, el hombrecito se despidió. poco rato acertó a pasar el sacristán y, al ver al señor
con el hombrecito. El Zoquete se encaminó al árbol y lo derribó a cura que seguía a las muchachas, sorprendido dijo:
Partió luego el segundo para el bosque y, como hachazos; y al caer apareció en la raíz una oca de —¿Y pues, señor cura, adónde va tan de prisa?
al mayor, su madre lo proveyó de una torta y una plumas de oro puro. Se la llevó consigo y entró en ¿Se ha olvidado de que hoy tenemos un bautizo? —y
botella de vino. También le salió al paso el viejeci- una posada para pasar la noche. El dueño tenía tres corriendo hacia él, lo tomó de la manga, quedando
to gris, y le pidió un pedazo de torta y un trago de hijas que, al ver la oca, sintieron por ella una gran asimismo sujeto.

Jacob & Wilhelm Grimm 138 Todos los cuentos


el profanador de textos
Trotando así los cinco, se toparon con dos labra- voluminosas cubas, hasta que ya le dolían las cade- Y le dio el barco que iba por tierra y por agua; y
dores que, con sus azadones al hombro, regresaban ras, y antes de que se hubiese terminado el día, había cuando el Rey lo vio, ya no pudo seguir negándose a
del campo. Los llamó el cura, pidiéndoles que lo vaciado toda la bodega. entregarle a su hija.
desenganchasen, a él y al sacristán; pero no bien El Zoquete acudió nuevamente a reclamar su Se celebró la boda y a la muerte del Rey, El
hubieron tocado los hombres a este último, ¡helos novia; pero el Rey, irritado al pensar que un mucha- Zoquete heredó la corona, y durante largos años
también aprisionados! y ya eran siete los que corrían chito que todo el mundo tenía por tonto se hubiese vivió feliz con su esposa. ♣
en pos de El Zoquete y su oca. de llevar a su hija, le puso una nueva condición.
Poco después llegaron a una ciudad, cuyo rey era Antes debía encontrar a un hombre capaz de co-
padre de una hija tan seria y adusta, que nadie había merse una montaña de pan. No se lo pensó mucho
logrado hacerla reír. Por eso el Rey había hecho el muchacho, sino que se dirigió inmediatamente al
pregonar que daría la mano de la princesa al hombre bosque, y en el mismo lugar que antes, encontró a
que fuese capaz de provocar su risa. un hombre ocupado en apretarse el cinturón y que,
Al enterarse de ello, El Zoquete, arrastrando todo con cara compungida, le dijo:
su séquito, se presentó a la hija del Rey, y al ver ella —Me he comido toda una hornada de pan. Pero,
aquella hilera de siete personas corriendo sin parar ¿qué es esto para mi hambre como la que yo ten-
una tras otra, se echó a reír tan fuerte y tan a gusto, go? Mi estómago sigue vacío, y no me queda más
que no podía cesar en sus carcajadas. recurso que apretarme el cinturón para no morirme
Entonces El Zoquete la pidió por esposa. Pero el de hambre.
Rey, al que no gustaba aquel yerno, opuso toda clase Le dijo El Zoquete, muy contento:
de objeciones, y al fin, le dijo que antes debía traerle —Vente conmigo y te vas a hartar.
a un hombre capaz de beberse todo el vino que cabía Y lo llevó a la corte del Rey, el cual había man-
en la bodega de palacio. dado reunir toda la harina del reino y cocer con ella
Pensó el joven en su hombrecito del bosque y fue una enorme montaña de pan. El hombre del bosque
a pedirle ayuda. Y he aquí que en el mismo lugar se situó enfrente de ella, empezó a comer, y al poner-
donde cortara el árbol vio sentado a un individuo en se el sol, aquella enorme mole había desaparecido.
cuyo rostro se pintaba la aflicción. Le preguntó El Por tercera vez reclamó El Zoquete a la princesa;
Zoquete el motivo de su pesar, y el otro le contestó: pero el Rey, buscando todavía dilaciones, le exigió que
—Sufro de una sed terrible, que no puedo calmar le trajera un barco capaz de ir por tierra y por agua.
de ningún modo. No puedo con el agua fría, y —En cuanto llegues navegando en él —le dijo—,
aunque me he bebido todo un tonel de vino, ¿qué es mi hija será tu esposa.
una gota sobre una piedra ardiente? Nuevamente se encaminó el muchacho al bos-
—Yo puedo remediar esto —le dijo el joven—. que, donde lo aguardaba el viejo hombrecito gris
Vente conmigo y te prometo que beberás hasta con quien repartiera su torta, y que le dijo:
reventar. —Para ti he comido y bebido, y ahora te daré el
Y así diciendo, lo condujo a la bodega real, donde barco. Todo eso lo hago porque fuiste compasivo
el hombre la emprendió, bebe que te bebe, con las conmigo.

Jacob & Wilhelm Grimm 139 Todos los cuentos


el profanador de textos
bestia peluda (milpieles) Pero he aquí que el Rey tenía una sobrina que dormía, se levantó y tomó las siguientes cosas: un
[KHM065] Allerleirauh era el vivo retrato de su esposa muerta, tan hermo- anillo de oro, una diminuta rueca del mismo metal y
sa como ella y con la misma cabellera de oro. La una devanadera,1 asimismo de oro; los tres vestidos;
contempló un día el Rey, y viéndola en todo igual a comparables al sol, la luna y las estrellas, los metió
su difunta esposa, de repente se sintió enamorado de en una cáscara de nuez, y se puso el tosco abrigo de
ella. Dijo entonces a sus consejeros: pieles, tiznándose, además, de hollín la cara y las
—Me casaré con mi sobrina, pues es el retrato de manos.
mi esposa muerta; de otro modo, no encontraría una Se encomendó luego a Dios y se fugó, y estuvo
novia que se le pareciese. andando toda la noche, hasta que llegó a un gran
La joven se horrorizó al conocer el propósito de bosque. Como se sintiera muy cansada, se sentó en
su tío, pues estaba locamente enamorada de un no- el hueco de un árbol y se quedó dormida.
ble joven. Así es que pensó en la manera de hacerlo Salió el sol, pero ella continuó dormida, sin
desistir de su desatinada resolución y le dijo: despertarse a pesar de lo muy avanzado del día.
Érase una vez un rey que tenía una esposa cuyos —Antes de satisfacer vuestro deseo, es preciso Aconteció que el Rey a quien pertenecía el bosque,
cabellos parecían de oro, y tan hermosa que en toda que me regaléis tres vestidos: uno dorado como el había salido a cazar en él. Cuando sus perros lle-
la redondez de la Tierra no se habría encontrado otra sol, otro plateado como la luna, y el tercero brillante garon al árbol, se pusieron a husmear, dar vueltas
igual. Cayó enferma y, presintiendo su próximo fin, como las estrellas. Además quiero un abrigo hecho en derredor y ladrar; por lo que el Rey dijo a los
llamó a su marido y le dijo: de mil pieles distintas; y ha de tener un pedacito de cazadores:
—Si cuando yo haya muerto quieres casarte de la piel de cada uno de los animales de vuestro reino. —Id a ver qué clase de animal se ha escondido
nuevo, no escojas a ninguna mujer que sea menos Al decir esto pensaba: “Es absolutamente imposi- allí. Cumplieron los hombres la orden, y a la vuelta
hermosa que yo y que no tenga el cabello de oro. ble procurarse todo esto, y así conseguiré que mi tío dijeron:
¡Prométemelo! renuncie a su idea.” Pero el Rey se mantuvo obstina- —En el árbol hueco hay un animal prodigioso,
El Rey se lo prometió, y ella, cerrando los ojos, do, y las doncellas más habilidosas del país hubieron como jamás viéramos otro igual; su pellejo es de mil
murió. de tejer las tres telas y confeccionar un vestido do- pieles distintas. Está echado, durmiendo.
El Rey estuvo largo tiempo inconsolable, sin pen- rado como el sol, otro plateado como la luna y otro Ordenó el Rey:
sar ni por un momento en volverse a casar hasta que, brillante como las estrellas; y los cazadores tuvieron —Ved si es posible tomarlo vivo; en este caso lo
al fin, dijeron sus consejeros: que capturar los animales de todo el reino y quitarles atáis y lo cargáis en el coche.
—No hay más solución sino que el Rey vuelva a un pedazo de piel, y con los trocitos fue cosido un Cuando los cazadores sujetaron a la doncella,
casarse para que tengamos Reina. abrigo de mil pieles distintas. ésta, despertándose sobresaltada, les gritó:
Fueron entonces enviados mensajeros a todas las Cuando ya todo estuvo dispuesto, el Rey mandó —Soy una pobre muchacha desvalida, abandona-
partes del país, en busca de una novia equiparable en llamar a su sobrina y, presentándole los objetos por da de padre y madre. Apiadaos de mí y llevadme con
belleza a la reina fallecida. Pero en el mundo entero ella exigidos, le dijo: vosotros.
no había otra y, aunque se hubiese encontrado una, —Mañana será nuestra boda.
1 devanadera. 1. f. Armazón de cañas o de listones de
tampoco habría tenido los cabellos de oro. Por eso, Al comprender la doncella que no había ninguna madera cruzados, que gira alrededor de un eje vertical y
los emisarios tuvieron que regresar a la Corte con las esperanza de hacer mudar de propósito a su tío, re- fijo en un pie, para que, colocadas en aquel las madejas
manos vacías. solvió huir. Por la noche, cuando ya todo el mundo del hilado, puedan devanarse con facilidad.Diccionario
RAEL [N. del Pr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 140 Todos los cuentos
el profanador de textos
Ellos le dijeron: Ella había corrido a la cuadra, en la que, después —¿Quién eres?
—Bestia Peluda, —servirás para la cocina—; de quitarse rápidamente el vestido, se ennegreció —Soy una pobre muchacha sin padre ni madre.
vente con nosotros, podrás ocuparte en barrer las cara y manos y se puso el tosco abrigo, convirtién- —¿Qué haces en mi palacio? —siguió preguntan-
cenizas. dose de nuevo en la Bestia Peluda. Cuando volvió do el Soberano.
Y subiéndola al coche, la condujeron al palacio real. a la cocina, a su trabajo, disponiéndose a recoger la —No sirvo sino para que me tiren las botas a la
Allí le asignaron una pequeña cuadra al pie de la escale- ceniza, le dijo el cocinero: cabeza —respondió ella.
ra, donde no penetraba ni un rayo de luz, y le dijeron: —Deja esto para mañana y prepara la sopa del —¿De dónde sacaste el anillo que había en la
—Bestia Peluda, habitarás y dormirás aquí. Rey; también quiero yo subir un momento a echar sopa? —No sé nada del anillo.
Luego la enviaron a la cocina, donde tuvo que una mirada. Pero procura que no te caiga ni un pelo; El Rey tuvo que despedirla, sin sacar nada en claro.
ocuparse en traer leña y agua, avivar el fuego, des- de lo contrario, no te daremos nada de comer en Al cabo de algún tiempo se celebró otra fiesta, y
plumar aves, seleccionar legumbres, barrer la ceniza adelante. como la vez anterior, Bestia Peluda pidió al cocinero
y otras labores rudas como éstas. Se marchó el hombre, y Bestia Peluda condi- que le permitiese subir a verla. Le dijo él:
Allí vivió Bestia Peluda largo tiempo, llevando mentó la sopa del rey, haciendo un caldo lo mejor —Sí, pero vuelve dentro de media hora a prepa-
una existencia miserable. ¡Ah, bella jovencita! ¿Qué que supo, y cuando ya la tuvo lista, bajó a la cua- rar aquella sopa que tanto gusta al Rey.
va a ser de ti? Pero sucedió un día que hubo fiesta en dra, a buscar el anillo de oro y lo echó en la sopera. Corrió la muchacha a la cuadra, se lavó rápida-
palacio, y ella dijo al cocinero: Terminada la fiesta, mandó el Rey que le sirviesen mente, sacó de la nuez el vestido plateado como la
—¿No me dejarías subir un ratito a verlo? Me la cena y encontró la sopa tan sabrosa como jamás luna, y se lo puso. Se dirigió luego a la sala de fiestas,
quedaré a mirarlo junto a la puerta. la hubiera comido. Y en el fondo del plato encontró con el aspecto de verdadera princesa, y el Rey salió
Le respondió el cocinero: el anillo de oro, no acertando a comprender cómo nuevamente a su encuentro, muy contento de verla,
—Puedes ir, si quieres, pero debes estar de vuelta había podido ir a parar allí. y como en aquel preciso momento empezaba el
dentro de media hora para recoger la ceniza. Mandó entonces que se presentase el cocinero, el baile, bailaron juntos.
Tomó ella el candil, bajó a la cuadrita, se quitó cual tuvo un gran susto al recibir el recado. Terminada la danza, volvió ella a desaparecer con
el abrigo de piel y se lavó el hollín de la cara y las Y dijo a Bestia Peluda: tanta rapidez que el Rey no logró descubrir tampoco
manos, con lo que reapareció su belleza en todo su —Seguro que se te ha caído un cabello en la qué dirección había seguido. La muchacha corrió a
esplendor. Abriendo luego la nuez, sacó el vestido re- sopa. Si es así, te costará una paliza. la cuadra, se vistió de nuevo de Bestia Peluda y se
luciente como el sol y se lo puso, y así ataviada subió Al llegar ante el Rey, le preguntó éste quién había fue a la cocina, a guisar la sopa. Mientras el cocinero
a la sala donde se celebraba la fiesta. preparado la sopa, a lo que respondió el hombre: estaba arriba, ella fue a buscar su rueca de oro y la
Todos le dejaron libre paso, pues nadie la conocía —Yo la preparé. echó en la sopera, vertiendo encima la sopa, que fue
y la tomaron por una princesa. El Rey salió a reci- Pero el Rey le replicó: servida al rey. La encontró éste tan sabrosa como
birla y, ofreciéndole la mano, la invitó a bailar con —No es verdad, pues estaba guisada de modo la otra vez, e hizo venir al cocinero, el cual no tuvo
él, mientras pensaba en su corazón: “Jamás mis ojos distinto y era mucho mejor que de costumbre. más remedio que admitir que Bestia Peluda había
vieron una mujer tan bella.” Terminado el baile, se Entonces dijo el cocinero: preparado la sopa.
inclinó la doncella y, al buscarla el Rey, había des- —He de confesar que no la guisé yo, sino aquel Llamada nuevamente la muchacha ante el Rey,
aparecido, sin que nadie supiera su paradero. Los animalito tosco. volvió a contestar a éste que sólo servía para que le
centinelas de las puertas de palacio declararon, al ser —Márchate y dile que suba —ordenó el Rey. arrojasen las botas a la cabeza, y que nada sabía de la
preguntados, que no la habían visto entrar ni salir. Al presentarse Bestia Peluda preguntó le el Rey: rueca de oro.

Jacob & Wilhelm Grimm 141 Todos los cuentos


el profanador de textos
En la tercera fiesta organizada por el Rey, las hermosura. Y, una vez se hubo lavado el hollín que la novia del conejito
cosas discurrieron como las dos veces anteriores. El le ennegrecía el rostro, apareció la criatura más bella [KHM066] Häsichenbraut
cocinero le dijo: que jamás hubiese existido sobre la Tierra.
—Eres una bruja, Bestia Peluda, y siempre le Dijo el Rey:
echas a la sopa algo para hacerla mejor y para que —¡Tú eres mi amadísima prometida, y nunca
guste al Rey más que lo que yo le guiso. más nos separaremos!
Sin embargo, ante su insistencia, le permitió Pronto se celebró la boda, y el matrimonio vivió
ausentarse por breve tiempo. contento y feliz hasta la hora de la muerte. ♣
Esta vez se puso el tercer vestido, el que relucía
como las estrellas, y con él se presentó en la sala. El
Rey volvió a bailar con la bellísima doncella, pensan-
do que jamás había visto otra tan hermosa. Y mien-
tras bailaban, sin que ella lo advirtiese le pasó una Érase una vez una mujer y su hija, las cuales vivían
sortija de oro por el dedo; además, había dado orden en un hermoso huerto plantado de coles. Y he aquí
de que el baile se prolongase mucho rato. que, en invierno, viene un conejito y se pone a co-
Al terminar, trató de sujetarla por las manos, pero mer las coles. Dijo entonces la mujer a su hija:
ella se escurrió, huyendo tan ligera entre los invita- —Ve al huerto y echa al conejito.
dos, que en un instante desapareció de la vista de Y dice la muchacha al conejito:
todos. Se precipitó a toda velocidad a la cuadra del —¡Chú! ¡Chú! ¡Conejito, deja de comerte las
pie de la escalera, porque su ausencia había durado coles!
mucho más de media hora, y no tuvo tiempo para Y dice el conejito:
cambiarse de vestido, por lo cual se echó encima su —¡Ven niña, súbete en mi colita y te llevaré a mi
abrigo de piel. Además, con las prisas no se tiznó del casita!
todo, pues un dedo le quedó blanco. Pero la niña no quiere. Al día siguiente vuelve el
Fue luego a la cocina, preparó la sopa del Rey y, conejito y se come las coles; y dice la mujer a su hija:
al salir el cocinero, echó en la sopera la devanadera —¡Ve al huerto y echa al conejito!
de oro. El Rey, al encontrar el objeto en el fondo de Y dice la muchacha al conejito:
la fuente, mandó llamar a Bestia Peluda, y entonces —¡Chú! ¡Chú! ¡Conejito, deja de comerte las
se dio cuenta del blanquísimo dedo y de la sortija coles!
que le había puesto durante el baile. Dice el conejito:
La tomó firmemente de la mano y, con los —¡Ven niña, súbete en mi colita y te llevaré a mi
esfuerzos de la muchacha por soltarse, se le abrió casita!
un poco el abrigo, asomando por debajo el vestido, Pero la niña no quiere. Al tercer día vuelve otra
brillante como las estrellas. El Rey le quitó de un vez el conejito y se come las coles. Dice la mujer a su
tirón el abrigo, y aparecieron los dorados cabellos, hija:
sin que la muchacha pudiese ya seguir ocultando su —¡Ve al huerto y echa al conejito!

Jacob & Wilhelm Grimm 142 Todos los cuentos


el profanador de textos
—Dice la muchacha: los doce cazadores Al saberlo su antigua prometida, le dolió de tal
—¡Chú! ¡Chú! ¡Conejito, deja de comerte las [KHM067] Die zwölf Jäger modo aquella infidelidad de su novio, que estuvo en
coles! trance de morir. Le dijo entonces su padre:
Dice el conejito: —Hija mía querida, ¿por qué estás tan triste?
—¡Ven niña, súbete en mi colita y te llevaré a mi Dime lo que deseas y lo tendrás.
casita! Permaneció la muchacha un momento pensativa,
La muchacha monta en la colita del conejito y él y luego respondió:
la lleva lejos, lejos, a su casita y le dice: —Padre mío, deseo tener once muchachas que
—Ahora cuece coles y mijo; invitaré a los que sean exactamente iguales que yo de cara, de figura y
han de asistir a la boda. de talla.
Y llegaron todos los invitados. (¿Que quiénes Y dijo el Rey:
eran los invitados? Tal como me lo dijeron, os lo —Si es posible, tu deseo será cumplido —y man-
diré: eran todos los conejos, y el grajo1 hacía de Vivía en otro tiempo un príncipe que tenía una pro- dó que se hiciera la búsqueda en todo el reino, hasta
señor cura para casar a los novios, y la zorra hacía de metida de la que estaba muy enamorado. Hallándose que se encontraron once doncellas idénticas a su hija
sacristán, y el altar estaba debajo del arco iris.) Pero a su lado feliz y contento, le llegó la noticia de que en cara, figura y estatura.
la niña se sentía sola y estaba triste. Viene el conejito el Rey, su padre, se encontraba enfermo de muerte y Al llegar al palacio de la princesa, dispuso ésta
y dice: quería verlo por última vez antes de rendir el alma. que se confeccionasen doce vestidos de cazador,
—¡Vivo, vivo! ¡Los invitados están alegres! Dijo entonces el joven a su amada: todos iguales, y ella y las once muchachas se los
La novia se calla y se echa a llorar. —Debo marcharme y dejarte; aquí te doy un pusieron. Se despidió luego de su padre y, mon-
El conejito se marcha. Conejito vuelve y dice: anillo como recuerdo. Cuando sea rey volveré a bus- tando todas a caballo, se dirigieron a la corte de
—¡Vivo, vivo! ¡Los invitados están hambrientos! carte y te llevaré a palacio. su antiguo novio, a quien tanto amaba. Preguntó
Y la novia calla que calla y llora que llora. Montó a caballo y partió a ver a su padre; al allí si necesitaban monteros, y pidió al Rey que
Conejito se va. Conejito vuelve, y dice: llegar ante su lecho, el Rey estaba a las puertas de la los tomase a los doce a su servicio. La vio el Rey
—¡Vivo, vivo! ¡Los invitados esperan! muerte. Le dijo así: sin reconocerla; pero eran todas tan apuestas y
La novia calla y Conejito sale, pero ella confec- —Hijo mío amadísimo he querido volverte a ver bien parecidas, que aceptó el ofrecimiento y las
ciona una muñeca de paja con sus vestidos, le pone antes de morir. Prométeme que te casarás según mi doce doncellas pasaron a ser los doce monteros
un cucharón y la coloca junto al caldero del mijo; voluntad —y le nombró a cierta princesa, que le del Rey.
luego se marcha a casa de su madre. destinaba por esposa. Pero éste tenía un león, animal prodigioso, que
Vuelve nuevamente Conejito y dice: El joven estaba tan afligido que, sin acordarse de sabía todas las cosas ocultas y secretas; y una noche
—¡Vivo, vivo! —tira algo a la cabeza de la muñe- nada, exclamó: dijo al Rey:
ca y le hace caer la cofia. —¡Si, padre mío, lo haré según vos queréis! —y —¿Crees tener doce monteros, verdad?
Entonces ve Conejito que no es su novia, y se el Rey cerró los ojos y murió. — Sí —respondió el Rey—, son doce monteros.
marcha, y queda muy triste. ♣ Ya proclamado rey el hijo y terminado el período Prosiguió el león:
de luto, hubo de cumplir la promesa que hiciera a su —Te equivocas; son doce doncellas.
1 grajo. 1. m. Ave muy semejante al cuervo, con el cuerpo padre. Envió, pues, a solicitar la mano de la prince- Y replicó el Rey:
de color violáceo negruzco y la base del pico desprovista sa, la cual le fue otorgada. —No es verdad. ¿Cómo me lo pruebas?
de plumas. Diccionario RAEL [N. del Pr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 143 Todos los cuentos
el profanador de textos
—¡Oh! —respondió el animal—, no tienes más —Manteneos firmes y no os volváis a mirar los el ladrón fullero y su maestro
que hacer esparcir guisantes en su antecámara. Los tornos. [KHM068] Der Gaudieb und sein Meister
hombres andan con paso firme, y cuando pisen A la mañana, cuando el Rey mandó llamar a los
los guisantes verás cómo no se mueve ni uno; en doce monteros, cruzaron todos la antesala sin hacer
cambio, las mujeres andan a pasitos, dan saltitos y el menor caso de los tornos de hilar. Y el Rey repitió
arrastran los pies, por lo que harán rodar todos los al león:
guisantes. —Me has mentido; son hombres, pues ni siquie-
Al Rey le pareció bien el consejo, y mandó espar- ra han mirado los tornos—. A lo que replicó el león:
cir guisantes por el suelo. Pero un criado del Rey, al —Supieron que ibas a probarlas y se han mante-
que le agradaban a los monteros, y oyó la prueba a nido firmes.
que se les iba a someter, fue a ellos y les contó lo que Pero el Rey se negó a seguir dando crédito al
ocurría. león.
—El león quiere demostrar al Rey que sois mu- Los doce monteros acompañaban constante- Juan quería que su hijo aprendiera un oficio; fue a la
chachas —les dijo. mente al Rey en sus cacerías, y el Monarca cada día iglesia y rogó a Dios Nuestro Señor que le inspirase
La princesa le dió las gracias y dijo a sus se aficionaba más a ellos. Sucedió que, hallándose lo que fuera más conveniente. El sacristán, que se
compañeras: un día de caza, llegó la noticia de que la prometida encontraba detrás del altar, le dijo: “¡Ladrón fullero,
—Haceos fuertes y pisad firme sobre los del Rey estaba a punto de llegar. Al oírlo la novia ladrón fullero!”1
guisantes. verdadera sintió tal pena que, dándole un vuelco el Volvió Juan junto a su hijo y le comunicó que
Cuando, a la mañana siguiente, el Rey mandó corazón, cayó al suelo sin sentido. había de aprender de ladrón fullero, pues así lo había
llamar a su presencia a los doce monteros, al atra- Pensando el Rey que había ocurrido un accidente dicho Dios Nuestro Señor.
vesar éstos la antesala donde se hallaban esparci- a su montero preferido, corrió en su auxilio y le qui- Se puso en camino con el muchacho en busca de
dos los guisantes, lo hicieron con paso tan firme, tó el guante. Al ver en el dedo la sortija que un día alguien que supiera aquel oficio. Después de mucho
que ni uno solo se movió de su sitio ni rodó por diera a su prometida, miró su rostro y la reconoció. andar, llegaron a un gran bosque, y allí encontraron
el suelo. Una vez se hubieron retirado, dijo el Rey Emocionado, le dio un beso y, al abrir ella los ojos, una casita en la que vivía una vieja. Le preguntó
al león: le dijo: Juan:
—Me has mentido; caminan como hombres. —Tú eres mía y yo soy tuyo, y nadie en el mun- —¿No sabría de algún hombre que entienda el
Y replicó el león: do puede cambiar este hecho oficio de ladrón fullero?
—Supieron que iban a ser sometidas a prueba Y, acto seguido, despachó un emisario con —Aquí mismo, y muy bien lo podrás aprender
y caminaron con fuerza. Manda traer a la antesala encargo de rogar a la otra princesa que se volviera —dijo la mujer—; mi hijo es maestro en el arte.
doce tornos de hilar; verás cómo se alegran al verlos, a su país, puesto que él tenía ya esposa, y quien ha Y Juan habló con el hijo de la vieja:
cosa que no haría un hombre. encontrado la llave antigua no necesita una nueva. —¿No podría enseñar a mi hijo el oficio de
Al Rey le pareció bien el consejo y mandó poner Se celebra la boda, y el león recuperó el favor ladrón fullero?
los tornos de hilar en el vestíbulo. Pero el criado del Rey puesto que, a fin de cuentas, había dicho la A lo que respondió el maestro:
amigo de los monteros se apresuró a revelarles la verdad. ♣
trampa que se les tendía, y la princesa dijo a sus 1 fullería. 1. f. Trampa y engaño que se comete en el juego.
compañeras, al quedarse a sola, con ellas: 2. f. Astucia, cautela y arte con que se pretende engañar.
Diccionario RAEL [N. del Pr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 144 Todos los cuentos
el profanador de textos
—Enseñaré a vuestro hijo como se debe. Volved El padre emprendió, con su hijo, el regreso a Pero el maestro se convirtió también en gorrión y
dentro de un año; si entonces lo reconocéis, re- casa; durante el camino se cruzaron con un coche. salió detrás de él. Al alcanzar al otro empezó la pelea;
nuncio a cobrar nada por mis enseñanzas; pero si Dijo entonces el muchacho: pero el maestro, que llevaba las de perder, se trans-
no lo reconocéis, tendréis que pagarme doscientos —Voy a transformarme en un gran lebrel, y así formó en pez y se sumergió en el agua. Entonces el
ducados. podréis ganar mucho dinero conmigo. joven se volvió también pez y se reanudó la lucha; el
Volvió el padre a su casa, y el hijo aprendió con Y gritó el señor del coche: maestro lo pasaba mal, y hubo de transformarse nue-
gran aplicación el arte de la brujería y el oficio de —Buen hombre, ¿queréis venderme ese perro? vamente. Tomó la figura de un pollo, y el muchacho
ladrón. Transcurrido el año fue el padre a buscarlo, —Sí —respondió el padre. la de una zorra, y lanzándose sobre su maestro, le
pensando tristemente, durante el camino, cómo se —¿Cuánto pedís? cortó la cabeza de una dentellada.
las compondría para reconocer a su hijo. Mientras —Treinta ducados. Y ahí tenéis al maestro muerto; y muerto sigue
avanzaba sumido en sus cavilaciones, fijó la mirada —Mucho dinero es, buen hombre; pero, en fin, hasta el día de hoy. ♣
ante sí y vio que le salía al paso un hombrecito, el el lebrel me gusta y me quedo con él.
cual le preguntó: El señor lo subió al coche; pero apenas hubo co-
—¿Que te pasa, buen hombre? Pareces muy rrido un breve trecho cuando el perro, saltando del
preocupado. carruaje por la ventanilla, a través del cristal, desapa-
—¡Ay! —exclamó Juan—, hace un año coloqué reció y fue a reunirse con su padre.
a mi hijo en casa de un maestro en fullería, el cual Llegaron los dos juntos a casa. Al día siguiente
me dijo que volviese al cabo de este tiempo, y si no había mercado en la aldea vecina, y dijo el mucha-
reconocía a mi hijo, tendría que pagarle doscientos cho a su padre:
ducados; pero si lo reconocía no debería abonarle —Ahora me transformaré en un magnífico
nada. Y ahora siento gran miedo de no reconocerlo, caballo, y vos me venderéis. Pero después de
pues no sé de dónde voy a sacar el dinero. cerrar el trato debéis quitarme la brida, pues de
Le dijo entonces el hombrecito que se llevara una otro modo, no podría volver a mi condición de
corteza de pan y se colocara con ella debajo de la persona.
campana de la chimenea. Se encaminó el hombre al mercado con su
Sobre la percha de que pendían las cremalleras caballo, y se le presentó el maestro de fullerías y le
había un cestito, del que asomaba un pajarito; aquél compró el animal por cien ducados; mas el padre,
era su hijo. Entró Juan y cortó una corteza de pan distraído, se olvidó de quitarle la brida.
moreno delante de la cesta. Inmediatamente salió de El comprador se llevó el caballo a su casa y lo
ella un pajarito y se lo quedó mirando. metió en el establo. Al pasar la criada por el zaguán,
—Hola, hijo mío, ¿estás aquí? —dijo el padre. dijo el caballo:
Se alegró el hijo al ver a su padre, mientras el —¡Quítame la brida, quítame la brida!
maestro refunfuñó: La muchacha se quedó parada, el oído atento:
—El diablo te lo ha dicho. ¿Cómo, si no, habrías —¡Cómo! ¿Sabes hablar?
podido reconocer a tu hijo? Fue y le quitó la brida, y el caballo, transformán-
—Padre, vámonos —dijo el muchacho. dose en gorrión, huyó volando sobre la puerta.

Jacob & Wilhelm Grimm 145 Todos los cuentos


el profanador de textos
Yorinda y Yoringuel —¡Guárdate bien —dijo Yoringuel— de acercar- El sol acabó de desaparecer, la lechuza voló a un
[KHM069] Jorinde und Joringel te demasiado al castillo! arbusto, e inmediatamente salió del follaje una vieja
Era un bello atardecer; el sol brillaba entre las encorvada, flaca y macilenta, de grandes ojos encar-
ramas de los árboles, bañando con su luz el verde de nados y corva nariz que casi tocaba con la puntiagu-
la selva, y una tórtola cantaba su lamento desde lo da barbilla. Refunfuñando, tomó al ruiseñor y se lo
alto de la vieja haya. llevó.
De pronto, a Yorinda se le saltaron las lágrimas; Yoringuel no podía pronunciar una palabra ni
se sentó al sol y se echó a llorar; y también lloraba moverse del lugar; el ruiseñor había desaparecido.
Yoringuel. Ambos se sentían presa de una extraña Finalmente, volvió la bruja y dijo con voz sorda:
angustia, como si presintieran la proximidad de la —¡Hola, Zaquiel! Cuando brille la lunita en su
muerte. Miraban a su alrededor, desconcertados, cestita, desata, Zaquiel, en buena hora.
y no sabían cómo volver a casa. El sol se ocultaba; Y Yoringuel quedó desencantado. Postrándose a
Érase una vez un viejo castillo, que se levantaba en lo sólo la mitad de su disco sobresalía de la cima de la los pies de la vieja, le suplicó que le devolviese a su
más fragoso1 de un vasto y espeso bosque. Lo habita- montaña cuando Yoringuel, al dirigir la mirada a Yorinda. Pero ella le respondió que jamás volvería a
ba una vieja bruja, que vivía completamente sola. través de la maleza, descubrió a muy poca distancia, verla, y desapareció.
De día tomaba la figura de un gato o de una el viejo muro del castillo. Aterrorizado, sintió una El muchacho lloró, clamó, se lamentó, pero todo
lechuza, y al llegar la noche recuperaba de nuevo su angustia de muerte, mientras Yorinda cantaba: en vano. “¿Qué será de mí?,” se decía. Anduvo a la
forma humana. Poseía la virtud de atraer a toda clase ventura, y, al fin, llegó a un pueblo desconocido,
de aves y animales silvestres, de los que se alimenta- Mi pajarito del rojo anillo canta tristeza, en el que residió durante largo tiempo, trabajando
ba. Todo aquel que se acercaba a cien pasos del cas- tristeza, tristeza, como pastor de ovejas. Con frecuencia iba a rodar
tillo quedaba detenido sin poder moverse del lugar canta la muerte a su pichoncito, por los parajes del castillo, pero sin aventurarse nun-
hasta que ella se lo permitía; y siempre que entraba canta tristeza, ¡tirit, tirit, tirit! ca a acercarse demasiado.
en aquel estrecho círculo una doncella, la vieja la Soñó una noche que encontraba una flor roja
transformaba en pájaro y, metiéndola en una cesta, Yoringuel se volvió .a mirar a Yorinda. como la sangre, en cuyo centro había una hermosa
la guardaba en un aposento del castillo. Tendría La doncella se había transformado perla de gran tamaño. Arrancó la flor y se dirigió
quizás unas siete mil cestas de esta clase. en un ruiseñor con ella al castillo; todo lo que tocaba con la flor,
Vivía también por aquel entonces una doncella y cantaba: “¡Tirit, tirit!” quedaba al momento desencantado; al fin recupera-
llamada Yorinda, más hermosa que ninguna. Era la ba también a su Yorinda.
prometida de un joven noble, muy apuesto también, Una lechuza de ojos ardientes Al levantarse por la mañana se puso a buscar por
que tenía por nombre Yoringuel. Se hallaban en lo pasó tres veces volando montes y valles la flor soñada, hasta que, al llegar la
mejor de su noviazgo, y nada les gustaba tanto como sobre sus cabezas, madrugada del día noveno, la encontró.
estar juntos. gritando cada vez: “¡Chu, chu, ju, ju!” Tenía en el centro una gota de rocío, grande y
Para poder hablar a solas, se fueron un día a pa- hermosa como una perla. La cortó y la llevó hasta el
sear por el bosque. Yoringuel no podía moverse; se sentía como pe- castillo; cuando llegó a cien pasos de él no se quedó
trificado, sin poder llorar, ni hablar, ni mover manos petrificado, sino que pudo continuar hasta la puer-
1 fragoso, sa. 1. adj. Áspero, intrincado, lleno de quiebras, ni pies. ta. Contentísimo, tocó con la flor el portal y éste se
malezas y breñas. Diccionario RAEL [N. del Pr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 146 Todos los cuentos
el profanador de textos
abrió bruscamente. Atravesó el patio, agudizando el los tres favoritos de la fortuna pies espolones como un caballero. Por la noche os
oído para localizar el aposento de las aves, y al fin las [KHM070] Die drei Glückskinder cantará tres veces a una hora fija, y cuando lo haga
oyó. por última vez querrá decir que está ya para salir el
Al entrar en él se encontró con la bruja, que es- sol. Y cuando cante durante el día, preparaos, pues
taba dando de comer a los pájaros encerrados en las sin duda habrá un cambio de tiempo.
siete mil cestas. A aquellas personas les gustaron las cualidades del
Al ver la vieja a Yoringuel, se encolerizó terrible- gallo, y se pasaron una noche sin dormir, compro-
mente y se puso a increparle y a escupirle bilis y ve- bando con gran satisfacción que anunciaba la hora a
neno; pero no podía acercársele a más de dos pasos. las dos, las cuatro y las seis. Preguntaron entonces al
Él, sin hacerle caso, se dirigió a las cestas que joven si estaba dispuesto a venderles el ave, y cuánto
contenían los pájaros; pero, entre tantos centenares pedía por ella.
de ruiseñores, ¿cómo iba a reconocer a su Yorinda? —El oro que pueda transportar un asno —le
Mientras seguía buscando, observó que la vieja se Un padre llamó un día a sus tres hijos, y les regaló: respondió.
llevaba disimuladamente una cesta, y con ella se al primero un gallo, al segundo una guadaña y al —Es una bagatela, por un animal tan precioso —
encaminaba hacia la puerta. tercero un gato. declararon unánimemente los isleños, y gustosos le
Se precipitó sobre la bruja, con la flor tocó la —Ya soy viejo —les dijo—, se acerca mi muerte, dieron por el gallo lo que pedía.
cesta y, al mismo tiempo, a la mujer, la cual perdió y antes de dejarlos he querido asegurar vuestro por- Cuando el muchacho regresó a su casa con su
en el acto todo su poder de brujería, mientras reapa- venir. Dineros no tengo, y lo que os doy ahora qui- fortuna, sus dos hermanos se quedaron admirados, y
recía Yorinda, tan hermosa como antes, y se arrojaba zás os parezca de poco valor; todo depende de cómo el segundo dijo:
en sus brazos. sepáis emplearlo. Que cada uno busque un país en el —Pues ahora me marcho yo, a ver si logro sacar
Redimió él entonces a todas las demás doncellas que estas cosas sean desconocidas, y vuestra fortuna tan buen partido de mi guadaña.
transformadas en aves y, con Yorinda, regresaron a estará hecha. No parecía probable, ya que por doquier en-
su casa, donde ya vivieron muchos años con toda Muerto el padre, el hijo mayor se marchó con su contraba campesinos que iban con el instrumento
felicidad. ♣ gallo; pero dondequiera que llegaba, el animal era al hombro, como él. Finalmente, llegó también a
conocido: en las ciudades lo veía ya desde lejos en lo una isla cuyos moradores desconocían la guadaña.
alto de los campanarios, girando a merced del vien- Cuando el grano estaba maduro llevaban a los cam-
to; y en los pueblos lo oía cantar. Su gallo no causa- pos cañones de artillería y los arrasaban a cañonazos.
ba la menor sensación, y no parecía que hubiese de Pero era un procedimiento muy impreciso, pues
traerle mucha suerte. unas bombas pasaban demasiado altas; otras, daban
Llegó, por fin, a una isla cuyos habitantes jamás contra las espigas en vez de hacerlo contra los tallos,
habían visto un gallo, y que, además, no sabían con lo que se perdía buena parte de la cosecha; y
distribuir el tiempo. Distinguían, sí, la mañana de la nada digamos del ensordecedor estruendo que me-
tarde; mas por la noche, en cuanto dormían, nunca tían con todo aquello.
sabían qué hora era. Adelantándose el joven forastero, se puso a segar
—Mirad —les dijo él— este apuesto animal, silenciosamente y con tanta rapidez, que a las gentes
que lleva en la cabeza una corona escarlata y en los les caía la baba de verlo. Se declararon dispuestos a

Jacob & Wilhelm Grimm 147 Todos los cuentos


el profanador de textos
comprarle la herramienta por el precio que pidiese; lo conminara a abandonar el palacio, advirtiéndole seis que salen adelante en el
y así recibió un caballo cargado con todo el oro que que, de no hacerlo, se recurriría a la fuerza. Dijeron mundo
pudo transportar. los consejeros: [KHM071] Sechse kommen durch die ganze
Le llegó el turno al tercer hermano, que partió —Preferimos la plaga de los ratones, que es un Welt
con el propósito de sacar el mejor partido posible de mal conocido, a dejar nuestras vidas a merced de un
su gato. Le sucedió como a los otros dos; mientras monstruo semejante.
estuvo en el continente no pudo conseguir nada, Se envió a un paje a pedir al gato que abando-
pues en todas partes había gatos, tantos que a la ma- nase el palacio de buen grado; pero el animal, cuya
yoría de los cachorros los ahogaban al nacer. Pero al sed iba en aumento, se limitó a contestar: “¡Miau,
fin se embarcó y llegó a una isla en la que, felizmen- miau!,” entendiendo el paje: “¡No y no!”; y corrió a
te para él, nadie había visto jamás ninguno, y los transmitir la respuesta al Rey.
ratones andaban en ella como Pancho por su casa, —En este caso —dijeron los consejeros— tendrá
bailando por encima de mesas y bancos, lo mismo si que ceder ante la fuerza.
el dueño estaba como si no. Trajeron la artillería y dispararon contra el castillo
Los isleños estaban hasta la coronilla de aquella con bombas incendiarias. Cuando el fuego llegó a la
plaga, y ni el propio rey sabía cómo librarse de ella sala donde se hallaba el gato, éste se salvó saltando Había una vez un hombre muy hábil en toda clase
en su palacio. En todas las esquinas se veían ratones por una ventana; pero los sitiadores no dejaron de de artes y oficios. Sirvió en el ejército, mostrándose
silbando y royendo lo que llegaba al alcance de sus disparar hasta que todo el castillo quedó convertido valiente y animoso; pero al terminar la guerra lo
dientes. Pero he aquí que entró el gato en escena, y en un montón de escombros. ♣ licenciaron sin darle más que tres reales como ayuda
en un abrir y cerrar de ojos limpió de ratones varias de gastos.
salas, por lo que los habitantes suplicaron al Rey —Aguardad un poco —dijo—, que de mí no se
comprase tan maravilloso animal para bien del país. burla nadie. En cuanto encuentre los hombres que
El Rey pagó gustoso lo que le pidió el dueño, que necesito, no le van a bastar al Rey para pagarme
fue un mulo cargado de oro; y así, el tercer hermano todos los tesoros del país.
regresó a su pueblo más rico aún que los otros dos. Partió muy irritado, y al cruzar un bosque vio a
En palacio, el gato se daba la gran vida con los un individuo que acababa de arrancar de cuajo seis
ratones, matando tantos que nadie podía contarlos. árboles con la misma facilidad que si fuesen juncos.
Finalmente le entró sed, acalorado como estaba por Le dijo:
su mucho trabajo, y quedándose un momento para- —¿Quieres ser mi criado y venirte conmigo?
do, levantó la cabeza y gritó: “¡Miau, miau!” Al oír —Sí —respondió el hombre—, pero antes déja-
aquel extraño rugido, el Rey y todos sus cortesanos me que lleve a mi madre este hacecillo de leña. Asió
quedaron aterrorizados y, presa de pánico, huyeron uno de los troncos, lo hizo servir de cuerda para atar
del palacio. los cinco restantes, y, cargándose el haz al hombro,
En la plaza el Rey celebró consejo, para estu- se lo llevó.
diar el proceder más adecuado en aquel trance. Se Al poco rato estaba de vuelta, y él y su nuevo
decidió, al fin, enviar un heraldo al gato para que amo se pusieron en camino. Le dijo el amo:

Jacob & Wilhelm Grimm 148 Todos los cuentos


el profanador de textos
—Juntos, nosotros dos, vamos a salir adelante en —¡Pues no te has ingeniado mal para descansar! la princesa y a su competidor, y los dos partieron
el mundo. —Soy corredor —replicó el hombre—, y me simultáneamente. Pero en un momento, cuando la
Habían andado un rato, cuando encontraron un he desmontado una pierna para no ir tan de prisa; princesa no había recorrido sino un breve espacio,
cazador que ponía rodilla en tierra y apuntaba con la cuando corro con las dos piernas, ni los pájaros ya el corredor se había perdido de vista, como si
escopeta. Le preguntó el amo: pueden seguirme. se lo hubiera llevado el viento. Llegó a la fuente
—¿A qué apuntas, cazador. —Ven conmigo; yendo los cinco juntos vamos a y, después de llenar el jarro de agua, emprendió el
A lo cual respondió el cazador: salir adelante en el mundo. regreso.
—A dos millas de aquí hay una mosca posada Se marchó con ellos, y poco rato después les salió A mitad del camino, empero, se sintió fatigado
en la rama de un roble, y quiero acertarla en el ojo al paso otro que llevaba el sombrero puesto sobre la y echándose en el suelo con el jarro a su lado, se
izquierdo. oreja. quedó dormido. Tuvo, empero, la precaución de
— ¡Vente conmigo! —dijo el amo—, que los tres —¡Vaya finura! —exclamó el soldado—. ¡Quítate usar como almohada un duro cráneo de caballo que
juntos vamos a salir adelante en el mundo. el sombrero de la oreja y póntelo en la cabeza! Se encontró por allí, para que lo duro del cojín no le
Se avino el cazador y se unió a ellos. Pronto llega- diría que te falta un tomillo. dejara dormir mucho.
ron a un lugar donde se levantaban siete molinos de —Me guardaré muy bien de hacerlo —replicó el Entretanto la princesa, que era muy buena corre-
viento, cuyas aspas giraban a toda velocidad, a pesar otro—, pues si me lo pongo en la cabeza, empezará dora, tanto como cabe en una persona normal, había
de que no se sentía la más ligera brisa, y de que no se a hacer un frío tan terrible, que las aves del cielo se llegado a su vez a la fuente y, llenando el jarro, había
movía una sola hojita de árbol. Dijo el hombre: helarán y caerán muertas. emprendido la vuelta.
—No sé qué es lo que mueve estos molinos, pues —Vente conmigo —dijo el jefe—, que yendo los Al ver a su rival dormido en el suelo se alegró,
no sopla un hálito de viento —y siguió su camino seis juntos vamos a salir adelante en el mundo. diciendo:
con sus compañeros. Y el grupo llegó a la ciudad cuyo rey había —¡El enemigo está en mis manos! —y, vaciándo-
Habían recorrido otras dos millas, cuando vieron mandado pregonar que la mano de su hija sería para le la vasija, siguió su camino.
a un individuo subido a un árbol que, tapándose el hombre que se aviniese a competir con ella en la Todo se habría perdido de no ser por el cazador
con un dedo una de las ventanillas de la nariz, sopla- carrera y la venciese; entendiéndose que si fracasaba, de los ojos de lince, que había visto la escena desde
ba con la otra. perdería también la cabeza. la azotea del palacio. Se dijo para sus adentros: “Pues
—¡Oye!, ¿qué estás haciendo ahí arriba? —pre- Se presentó el jefe al Rey y le dijo: la hija del Rey no se saldrá con la suya,” y cargando
guntó el hombre. —Haré que uno de mis criados corra por mí. la escopeta, disparó con tal puntería, que acertó el
A lo cual respondió el otro: A lo cual contestó el Rey: cráneo que servía de almohada al durmiente, sin
—A dos millas de aquí hay siete molinos de vien- —Bien, pero a condición de que pongas tú tam- tocar a éste. Despertó sobresaltado el andarín y se
to, y estoy soplando para hacerlos girar. bién tu cabeza en prenda, de manera que si pierde, dio cuenta de que su jarro estaba vacío y la princesa
—Vente conmigo —le dijo el otro—, que yendo moriréis los dos. le llevaba la delantera. No se desanimó el hombre
los cuatro vamos a salir adelante en el mundo. Aceptada la condición, el hombre mandó al co- por tan poca cosa; volvió a la fuente, llenó el jarro de
Bajó del árbol el soplador y se unió a los otros. rredor que se pusiera la otra pierna y le dijo: nuevo, y todavía llegó al palacio diez minutos antes
Al cabo de un buen trecho se toparon con un —Y ahora, listo, y procura que ganemos. que su competidora.
personaje que se sostenía sobre una sola pierna; Se había convenido que el vencedor sería aquel —¡Ahora sí que he hecho servir las piernas! —
se había quitado la otra y la tenía a su lado. Le que volviera primero de una fuente muy alejada, dijo— lo que he hecho a la ida no puede llamarse
dijo el amo: trayendo un jarro de agua. Dieron sendos jarros a correr.

Jacob & Wilhelm Grimm 149 Todos los cuentos


el profanador de textos
Pero al Rey, y más aún a su hija, les dolía aquel Y he aquí que no bien se abrió la puerta salieron Y así, el Rey tuvo que entregar poco a poco todo
casamiento con un vulgar soldado, por lo que de- los seis, frescos y sanos, diciendo que ya estaban de- su tesoro, que el forzudo fue metiendo en el saco, y
liberaron sobre la manera de deshacerse de él y sus seando salir para calentarse un poco, pues en aquella aún éste no se llenó más que hasta la mitad.
hombres. Dijo el Rey: habitación hacía tanto trío que se helaban hasta los —¡Que traigan más! —decía el hombre—. ¡Qué
—He ideado un medio, no te preocupes; verás manjares. hago con estos puñaditos!
cómo nos deshacemos de ellos. El Rey, fuera de sí, fue a reñir al cocinero por no Hubo que enviar carros a todo el reino, y se car-
Y, dirigiéndose a los seis, les habló así: haber cumplido sus órdenes. Y respondió el hombre: garon siete mil carretas, que el forzudo metió en el
—Ahora tenéis que celebrar vuestra victoria con —Pues hay un buen fuego, véalo Vuestra saco junto con los bueyes que las arrastraban:
un buen banquete —y los condujo a una sala que Majestad. Entonces el Rey pudo comprobar que bajo —No seré exigente —dijo—, y meteré lo que
tenía el suelo y las puertas de hierro; en cuanto a las el piso de hierro de la habitación ardía un fuego enor- venga, con tal de llenar el saco.
ventanas, estaban aseguradas por gruesos barrotes, me, y comprendió que nada podría con aquella gente. Cuando ya no quedaba nada por cargar, dijo:
de hierro también. En la habitación habían puesto Tras nuevas cavilaciones, siempre buscando el —Terminemos de una vez; bien puede atarse un
una mesa con suculentas viandas, y el Rey prosiguió: medio de deshacerse de tan molestos huéspedes, saco aunque no esté lleno del todo.
—Entrad ahí y regalaos! mandó llamar al jefe de los seis y le dijo: Y, echándoselo al hombro, fue a reunirse con sus
Y cuando ya estuvieron dentro mandó cerrar las —¿Quieres oro a cambio de la mano de mi hija? compañeros.
puertas y echarles los cerrojos. Llamando luego al Te daré cuanto quieras. Al ver el Rey que aquel hombre solo se mar-
cocinero, le ordenó que encendiese fuego debajo de —De acuerdo, Señor Rey —respondió el jefe—; chaba con las riquezas de todo el país ordenó,
la habitación y lo mantuviese todo el tiempo necesa- con que me deis el que pueda llevar uno de mis fuera de sí, que saliese la caballería en persecu-
rio para que el hierro se pusiera candente. Obedeció criados, renunciaré a vuestra hija. ción de los seis, con orden de quitar el saco al
el cocinero, y al cabo de poco los seis comensales El Rey se puso la mar de contento, y el otro forzudo. Dos regimientos no tardaron en alcan-
encerrados en la habitación empezaron a sentir un prosiguió: zarlos y les gritaron:
intenso calor. Al principio creyeron que era por lo —Dentro de dos semanas volveré a buscarlo. —¡Daos por presos! ¡Dejad el saco del oro, si no
bien que habían comido; pero al ir en aumento la Y acto seguido, reunió a todos los sastres del país, queréis que os hagamos polvo!
temperatura, trataron de salir, encontrándose con los cuales se pasaron catorce días cosiendo un saco. —¿Qué dice? —exclamó el soplador—, ¿que
que puertas y ventanas estaban cerradas. Entonces Cuando estuvo terminado, el forzudo de los seis, nos demos por presos? ¡Antes vais a volar todos por
comprendieron el malvado designio del Rey. aquel que arrancaba los árboles de cuajo, se lo cargó el aire! —y, tapándose una ventanilla de la nariz,
—¡Pues no va a salirse con la suya! —exclamó el a la espalda y se presentó al Rey. Exclamó éste: se puso a soplar con la otra en dirección de los dos
del sombrero—; voy a provocar una helada tal, que —¡Vaya hombre fornido, que lleva sobre sus regimientos, los cuales en un abrir y cerrar de ojos
el fuego se retirará avergonzado. hombros un fardo de tela como una casa! quedaron dispersos, con los hombres y caballos
Y colocándose el sombrero sobre la cabeza, a los Y pensó, asustado: “¡Cuánto oro podrá llevar!” volando por los aires, precipitados más allá de las
pocos momentos comenzó a sentirse un frío riguro- Ordenó que trajeran una tonelada, para lo cual se montañas.
sísimo, hasta el punto de que la comida se helaba en necesitaron dieciséis de sus hombres más robustos; Un sargento mayor pidió clemencia, diciendo
los platos. Transcurridas un par de horas, creyendo pero el forzudo lo levantó con una sola mano y, que tenía nueve heridas, y era hombre valiente que
el Rey que todos estarían ya achicharrados, mandó metiéndolo en el saco, dijo: no se merecía aquella afrenta. El soplador aflojó
abrir la puerta y fue personalmente a ver el resultado —¿Por qué no traéis más? ¡Esto apenas llena el entonces un poco para dejarlo aterrizar sin daño, y
de su estratagema. fondo del saco! luego le dijo:

Jacob & Wilhelm Grimm 150 Todos los cuentos


el profanador de textos
—Ve al Rey y dile que mande más caballería, el lobo y el hombre Se precipitó el lobo contra el hombre. El cazador,
pues tengo grandes deseos de hacérsela volar toda. [KHM072] Der Wolf und der Mensch al verlo, dijo:
Cuando el Rey oyó el mensaje, exclamó: —¡Lástima que no lleve la escopeta cargada con
—Dejadlos marchar; no hay quien pueda con balas! —y, apuntándole, le disparó una perdigonada
ellos. Y los seis se llevaron el tesoro a su país, donde en la cara.
se lo repartieron y vivieron felices el resto de su vida. El lobo arrugó intensamente el hocico pero, sin
♣ asustarse, siguió derecho al adversario, el cual le
disparó la segunda carga. Reprimiendo su dolor, el
animal se arrojó contra el hombre y entonces éste,
desenvainando su reluciente cuchillo de monte, le
asestó tres o cuatro cuchilladas, tales, que el lobo
salió a escape, sangrando y aullando, y fue a encon-
Un día la zorra ponderaba al lobo la fuerza del trar a la zorra.
hombre: no había animal que le resistiera, y todos —Bien, hermano lobo —le dijo ésta—, ¿qué tal
habían de valerse de la astucia para guardarse de él. ha ido con el hombre?
Le respondió el lobo: —¡Ay! —respondió el lobo—, ¡yo no me imagi-
—Como tenga ocasión de encontrarme con un naba así la fuerza del hombre! Primero tomó un palo
hombre, ¡vaya si arremeteré contra él! que llevaba al hombro, sopló en él y me echó algo
—Puedo ayudarte a encontrarlo —dijo la zorra—; en la cara que me produjo un terrible escozor; luego
ven mañana de madrugada, y te mostraré uno. volvió a soplar en el mismo bastón, y me pareció
Se presentó el lobo temprano, y la zorra lo con- recibir en el hocico una descarga de rayos y granizo;
dujo al camino que todos los días seguía el cazador. y cuando ya estaba junto a él, se sacó del cuerpo
Primeramente pasó un soldado licenciado, ya muy una brillante costilla, y me produjo con ella tantas
viejo. heridas, que por poco me quedo muerto sobre el
—¿Es eso un hombre? —preguntó el lobo. terreno.
—No —respondió la zorra—, lo ha sido. —¡Ya estás viendo lo jactancioso que eres! —le
Se acercó después un muchacho, que iba a la dijo la zorra.
escuela. Echas el hacha tan lejos, que luego no puedes ir a
—¿Es eso un hombre? buscarla. ♣
—No, lo será un día.
Finalmente llegó el cazador, la escopeta de dos
cañones al hombro y el cuchillo de monte al cinto.
Dijo la zorra al lobo.
—¿Ves? ¡Eso es un hombre! Tú atácalo si quie-
res, pero, lo que es yo, voy a ocultarme en mi
madriguera.

Jacob & Wilhelm Grimm 151 Todos los cuentos


el profanador de textos
el lobo y la zorra —¿Por qué has de ser tan glotón? —le replicó la —Pero te vendrás conmigo —dijo el lobo—,
[KHM073] Der Wolf und der Fuchs zorra. para ayudarme en el caso de que no pueda huir.
Al día siguiente volvieron a salir a la campiña, y —Por mí, no hay inconveniente —contestó la
el glotón del lobo repitió lo de la víspera: zorra, y le enseñó los rodeos y caminos por donde, al
—Pelirroja, tráeme algo de comer o te devoraré a ti. fin, llegaron a la bodega.
Y respondió la zorra: Había en ella carne en abundancia, y el lobo se
—Conozco una alquería,1 donde hoy la mujer puso en seguida a la tarea: “¡Hay para rato, antes no
fríe buñuelos; vamos a buscar unos cuantos. termine!,” pensó. Tampoco la zorra se quedó corta,
Se dirigieron a la alquería, y la zorra se deslizó pero mientras comía miraba en todas direcciones,
por los alrededores, espiando y olfateando hasta que, y con frecuencia corría al agujero por el que habían
habiendo descubierto la fuente de los buñuelos, entrado, para vigilar que su cuerpo no se hinchase
tomó media docena y se los llevó al lobo: demasiado y le impidiera salir. Le dijo el lobo:
—Ahí tienes merienda —le dijo, y se marchó. —Amiga zorra, ¿a qué vienen estas constantes
El lobo vivía con la zorra, y ésta debía hacer lo que El lobo se tragó los buñuelos de un bocado y dijo: idas y venidas, y este saltar de fuera adentro y de
él le mandaba, porque era la más débil; con mucho —Saben a más. dentro afuera?
gusto se hubiera librado de su amo. Entró en la despensa y se lanzó sobre la fuente, —Vigilo que no venga alguien —le respondió la
Un día en que los dos vagaban por el bosque, dijo con tan mala pata que ésta se cayó al suelo y se hizo astuta—. ¡Tú no comas demasiado!
el lobo: añicos con gran estrépito. Acudió la mujer y, al ver Pero el lobo replicó:
—Pelirroja, tengo hambre; búscame algo de co- al lobo, llamó a la gente. Vinieron todos corriendo —¡Lo que es yo, no me marcho hasta dejar el
mer o te devoraré a ti. y zurraron al animal de tal modo, que hubo de huir barril vacío!
Respondió la zorra: cojo de dos patas. En éstas llegó el campesino a la bodega, pues
—Sé de una granja donde hay unos cuantos cor- En lamentable estado llegó a la madriguera de la había oído el ruido de los saltos de la zorra. Ésta, al
deros; si quieres, iremos por uno. zorra. verlo, de un brinco escapó por el agujero; el lobo
Asintió el lobo, se encaminaron a la granja, robó —¡Maldito lugar a que me llevaste! —le gritó—. quiso seguirla, pero a fuerza de comer se había llena-
la zorra el cordero, lo llevó a su amo y echó a correr. Los hombres me pescaron y me molieron a palos. do de tal modo que no pudo pasar por el agujero y
El lobo se comió el cordero; pero no habiendo Pero la zorra le respondió: se quedó en él aprisionado. Se armó el dueño de un
quedado satisfecho, quiso también los restantes y —¿Por qué has de ser tan glotón? buen garrote, y mató al lobo a garrotazos, mientras
fue en su busca. Pero tan torpemente lo hizo, que la Al tercer día de salir juntos, el lobo, que andaba la zorra saltaba por el bosque, contenta de haberse
oveja madre lo sintió y se puso a balar tan fuerte y con dificultad y cojeando, volvió a las andadas: librado del viejo glotón. ♣
a meter tanto ruido, que los campesinos acudieron —Pelirroja, tráeme algo de comer o te devoraré a ti.
corriendo y pillaron al lobo, propinándole tal paliza, Dijo la zorra:
que la fiera llegó a la guarida de la zorra aullando y —Sé de un hombre que ha hecho la matanza
cojeando: y guarda la carne salada en un barril en la bodega;
—¡A buen sitio me llevaste! —se lamentó—. vamos por ella.
Cuando quise apoderarme de otro cordero, los cam- 1 alquería. 1. f. Casa de labor, con finca agrícola, típica del
pesinos me atraparon y me pusieron como nuevo. Levante peninsular. 2. f. caserío (conjunto reducido de
casas). Diccionario RAEL [N. del Pr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 152 Todos los cuentos
el profanador de textos
el zorro y su comadre La loba entró en el corral con todo sigilo; pero la zorra y el gato
[KHM074] Der Fuchs und die Frau Gevatterin en él había un perro, que se puso a ladrar; acudieron [KHM075] Der Fuchs und die Katze
los campesinos y, sorprendiendo a la señora comadre
con las manos en la masa, le dieron tal vapuleo que
no le dejaron un hueso sano. Al fin logró escapar, y
fue al encuentro del zorro, el cual, adoptando una
actitud lastimera, exclamó:
—¡Ay, mi estimada señora comadre! ¡Y qué mal
lo he pasado! Los labriegos me pillaron, y me han
zurrado de lo lindo. Si no quiere que estire la pata
aquí, tendrá que llevarme a cuestas.
La loba apenas podía con su alma; pero el zorro
La loba dio a luz un lobezno e invitó al zorro a ser le daba tanto cuidado, que lo cargó sobre su espalda Ocurrió una vez que el gato se encontró en un
padrino. Decía para sus adentros: y llevó hasta su casa a su compadre, que estaba sano bosque con la señora zorra, y pensando: “Es lista,
—Es pariente próximo nuestro, tiene buen y bueno. Al despedirse, le dijo el zorro: experimentada y muy considerada en el mundo,” se
entendimiento y habilidad, podrá enseñar muchas —¡Adiós, estimada señora comadre, y que os dirigió amablemente en estos términos:
cosas a mi hijito y ayudarle a medrar en el mundo. haga buen provecho el asado!—, y soltando la gran —Buenos días, mi estimada señora zorra. ¿Qué
El zorro se estimó muy honrado y dijo a su vez: carcajada, echó a correr. ♣ tal está su señoría? ¿Cómo le va en estos tiempos
—Mi respetable señora comadre, le doy las gracias difíciles?
por el honor que me hace. Procuraré corresponder La zorra, henchida de orgullo, miró al gato des-
de modo que esté siempre contenta de mí. pectivamente de pies a cabeza, y estuvo un buen rato
En la fiesta se dio un buen atracón, se puso alegre meditando si valía la pena contestarle; pero, al fin,
y, al terminar, habló de este modo: —Estimada dijo:
señora comadre: es deber nuestro cuidar del peque- —¡Oh, mísero lamebigotes, necio abigarrado,
ño. Debe usted procurarse buena comida para que muerto de hambre, cazarratones, ¿qué te ha pasado
vaya adquiriendo muchas fuerzas. Sé de un corral de por la cabeza? ¿Cómo te atreves a preguntarme si lo
ovejas del que podríamos sacar un sabroso bocado. paso bien o mal? ¿Qué has aprendido tú, vamos a
A la loba le gustó la idea y salió en compañía del ver? ¿Cuántas artes conoces?
zorro en dirección al cortijo. Al llegar cerca, el zorro —No conozco más que una —respondió el gato
le enseñó la casa, diciendo: modestamente.
—Podrá entrar sin ser vista de nadie, mientras yo —¿Y cuál es este arte tuya? —inquirió la zorra.
doy la vuelta por el otro lado; tal vez pueda hacerme —Cuando los perros me persiguen, sé subirme
con una gallinita. de un brinco a un árbol, y de este modo me salvo de
Pero en lugar de ir a la granja, se tumbó a la ellos.
entrada del bosque y, estirando las patas, se puso a —¿Y es eso todo lo que sabes? —dijo la zorra—.
dormir. Pues yo domino más de cien tretas y aún me queda

Jacob & Wilhelm Grimm 153 Todos los cuentos


el profanador de textos
un saco lleno de ellas. Me das lástima; vente conmi- el clavel crédito a la acusación, y le entró una furia tal, que
go y te enseñaré la manera de escapar de los perros. [KHM076] Die Nelke hizo construir una profunda mazmorra donde no
En aquel momento se presentó un cazador con penetrase la luz del sol ni de la luna, y en ella mandó
cuatro lebreles. amurallar a la Reina, condenándola a permanecer
El gato, veloz, saltó a un árbol y se sentó en la allí durante siete años sin comer ni beber, para que
copa, bien oculto por las ramas y el follaje. muriese de hambre y sed.
—¡Abrid el saco, señora zorra, abrid el saco! — Pero Dios Nuestro Señor envió a dos ángeles del
gritó desde arriba; pero los canes habían hecho ya cielo en figura de palomas blancas, los cuales baja-
presa en la zorra y no la soltaban. ban volando todos los días y le llevaban la comida; y
—¡Ay!, señora zorra —prosiguió el gato—, con esto duró hasta que hubieron transcurrido los siete
vuestras cien tretas os han cogido. ¡Si hubieseis sabi- años.
do trepar como yo, habríais salvado la vida! ♣ Mientras tanto, el cocinero había pensado:
Érase una reina a quien Dios Nuestro Señor no “Puesto que el niño está dotado del don de ver satis-
había concedido la gracia de tener hijos. Todas las fechos sus deseos, estando yo aquí podría provocar
mañanas salía al jardín a rogar al cielo le otorgase la mi desgracia.” Salió, pues, del palacio y se fue a la
merced de la maternidad. Un día bajó un ángel del residencia del muchacho, que ya era lo bastante
cielo y le dijo: crecido para saber hablar, y le dijo:
—Alégrate, pues vas a tener un hijo dotado del —Deseo tener un hermoso palacio, con jardín y
don de ver cumplidos sus deseos, pues verá satisfe- todo lo que le corresponda.
chos cuantos sienta en este mundo. Y apenas habían salido las palabras de los labios
La reina fue a transmitir a su esposo la afortunada del niño, apareció todo lo deseado. Al cabo de algún
noticia, y cuando llegó la hora dio a luz un hijo, con tiempo, le dijo el cocinero:
gran alegría del Rey. —No está bien que vivas solo; desea una hermosa
Cada mañana iba la Reina al jardín con el niño, muchacha para compañera.
y se lavaba allí en una límpida fuente. Sucedió un Expresó el niño este deseo, y en el acto se pre-
día, siendo el niño ya crecidito, que teniéndolo en sentó una doncella hermosísima, como ningún
el regazo, la madre se quedó dormida. Se acercó pintor hubiera sido capaz de pintar. En adelante
entonces el viejo cocinero, que conocía aquel don jugaron juntos y se querían tiernamente, mientras
particular del pequeño, y lo raptó; luego mató un el viejo cocinero se dedicaba a la caza, como un
pollo y vertió la sangre sobre el delantal y el vestido gentilhombre.
de la Reina. Pero un día se le ocurrió que el príncipe podía
Después de llevarse al niño a un lugar apartado, sentir deseos de estar al lado de su padre, cosa que
donde una nodriza se encargaría de amamantarlo, tal vez lo colocase a él en situación difícil. Salió pues,
se presentó al Rey para acusar a su esposa de haber y llevándose a la niña aparte, le dijo:
dejado que las fieras le robaran a su hijo. Y cuando —Esta noche, cuando el niño esté dormido, te
el Rey vio la sangre que manchaba el delantal, prestó acercarás a su cama y después de clavarle el cuchillo

Jacob & Wilhelm Grimm 154 Todos los cuentos


el profanador de textos
en el corazón, me traerás su corazón y su lengua. Si Se puso entonces en camino de su tierra, y el Muy satisfecho el Rey, al día siguiente invitó a
no lo haces, lo pagarás con la vida. perro no tuvo más remedio que seguirlo. Se dirigió comer a toda la Corte, para lo cual hizo preparar un
Se marchó, y al volver al día siguiente, la niña no a la torre que servía de prisión a su madre y, como espléndido banquete.
había ejecutado su mandato y le dijo: era muy alta, expresó el deseo de que apareciese una Una vez estuvieron todos reunidos dijo, dirigién-
—¿Por qué tengo que derramar sangre inocente escalera capaz de llegar hasta la mazmorra y, bajando dose al joven cazador:
que no ha hecho mal a nadie? por ella, preguntó en alta voz: —Puesto que has mostrado tanta habilidad, te
—¡Si no lo haces, te costará la vida! —le replicó el —Madrecita de mi alma. Señora Reina, ¿vivís sentarás a mi lado.
cocinero. Cuando se hubo marchado, la muchacha aún o estáis muerta? —Señor Rey, Vuestra Majestad me hace demasia-
se hizo traer una cierva joven y la hizo matar; luego le Y respondió ella: do honor respondió el joven—; no soy más que un
sacó el corazón y la lengua y los puso en un plato. Al —Acabo de comer y no tengo hambre —pensan- sencillo cazador. Pero el Rey insistió, diciendo:
ver que se acercaba el viejo, dijo a su compañero: do que eran los ángeles. —Quiero que te sientes a mi lado —y el joven
—¡Métete en seguida en la cama y tápate con la Pero él dijo: hubo de obedecer.
manta! Entró el malvado y preguntó: —Soy vuestro hijo querido, al que dijeron Durante todo el tiempo estaba pensando en su
—¿Dónde están el corazón y la lengua del niño? falsamente que las fieras os habían arrebatado querida madre y, al fin, formuló el deseo de que uno
Le tendió la niña el plato y en el mismo momen- del regazo; pero estoy vivo y muy pronto os de los cortesanos más altos hablara de ella y pregun-
to el príncipe, destapándose, exclamó: libertaré. tara qué tal lo pasaba en la torre la Señora Reina, si
—Viejo maldito, ¿por qué quisiste matarme? Y volviendo a salir de la torre, se encaminó al vivía aún o había muerto. Apenas había formulado
Ahora, oye tu sentencia. Vas a transformarte en palacio del Rey, su padre, donde se hizo anun- en su mente este deseo, cuando el mariscal se dirigió
perro de aguas; llevarás una cadena dorada al cuello ciar como un cazador forastero que solicitaba ser al Monarca en estos términos:
y comerás carbones ardientes, de modo que el fuego empleado en la corte. El Rey aceptó sus servicios, —Serenísima Majestad, ya que nos hallamos
te abrase la garganta. a condición de que fuera un hábil montero y su- todos aquí contentos y disfrutando, ¿cómo lo pasa la
Y al tiempo que pronunciaba estas palabras, el piera encontrar caza mayor, pues en todo el reino Señora Reina? ¿Vive o ya murió?
viejo quedó transformado en perro de aguas, con no la había habido nunca. Le prometió el caza- —A lo cual respondió el Rey:
una cadena dorada atada al cuello; y los cocineros le dor proporcionársela en cantidad suficiente para —Dejó que las fieras devorasen a mi hijo amadí-
daban para comer carbones ardientes, que le abrasa- proveer la real mesa. Reuniendo luego a todos los simo; no quiero que se hable más de ella.
ban la garganta. cazadores, les ordenó que se dispusiesen a salir Levantándose entonces el cazador, dijo:
El hijo del Rey siguió viviendo aún algún tiempo con él al monte. —Mi venerado Señor y Padre: la Reina vive
allí, siempre pensando en su madre, y en si vivía o Partió con ellos, y una vez llegados al terreno, aún y yo soy su hijo, y no fueron las fieras las que
estaba muerta. Dijo, al fin, a la muchacha: los dispuso en un gran círculo abierto en un punto; me robaron, sino aquel malvado cocinero viejo
—Quiero irme a mi patria; si te apetece acompa- situándose él en el centro empezó a desear, y en un que, mientras mi madre dormía, me arrebató de
ñarme, yo cuidaré de ti. momento entraron en el círculo lo menos un cente- su regazo, manchando su delantal con la sangre
—¡Ay! —exclamó ella—. ¡Está tan lejos! Además, nar de magníficas piezas, y los cazadores no tuvieron de un pollo.
¿qué haré en un país donde nadie me conoce? más trabajo que derribarlas a tiros. Fueron luego car- Y, agarrando al perro por el collar de oro, añadió:
Al verla el príncipe indecisa, y como a los dos gadas en sesenta carretas y llevadas al Rey el cual vio, —¡Este es el criminal! —y mandó traer carbones
les dolía la separación, la transformó en clavel y la al fin, colmada de caza su mesa, después de muchos encendidos, que el animal hubo de comerse en pre-
prendió en su ojal. años de verse privado de ella. sencia de todos, abrasándose la garganta.

Jacob & Wilhelm Grimm 155 Todos los cuentos


el profanador de textos
Preguntó luego al Rey si quería verlo en su figura la picara cocinera —Iré yo a buscar al invitado —respondió el
humana, y ante su respuesta afirmativa, lo volvió a [KHM077] Das kluge Gretel dueño.
su primitiva condición de cocinero, con su blanco No bien hubo vuelto el amo la espalda, Margarita
mandil y el cuchillo al costado. Al verlo el Rey, or- puso de lado el asador con las pollas, diciéndose: “El
denó enfurecido que lo arrojasen en el calabozo más estar junto al fuego hace sudar y da sed. ¡Sabe Dios
profundo. Luego siguió diciendo el cazador: cuándo volverán! Mientras tanto, bajaré a la bodega
—Padre mío, ¿queréis ver también a la doncella a echar un traguito.”
que ha cuidado de mí, y a la que ordenaron me qui- Bajó muy ligera, se llenó un jarro y diciendo:
tase la vida bajo pena de la suya, a pesar de lo cual “Que Dios te lo bendiga, Margarita,” se echó al
no lo hizo? coleto un buen trago. “Eso del vino se pega —aña-
—¡Oh sí, con mucho gusto! —respondió el Rey. dió—, y no es bueno cortarlo,” y volvió a empinar
Padre y Señor mío, os la mostraré en figura de el codo. Volvió luego a la cocina, puso otra vez las
una bella flor, dijo el príncipe y, sacándose del bolsi- Érase una cocinera llamada Margarita, que calzaba pollas al fuego bien untadas con mantequilla, y
llo el clavel, lo puso sobre la mesa real; y era hermo- zapatos de tacón colorado; y cuando salía con ellos empezó a dar vueltas alegremente al asador. El asado
so como jamás el Rey viera otro semejante. Prosiguió se contoneaba, muy satisfecha y presumida, y pensa- desprendía un tufillo de lo más delicioso, y pensó
el hijo: ba: “¡Eres una muchacha guapa!,” y cuando llegaba Margarita: “Tengo que probarlo, no fuera caso que
—Ahora os la voy a presentar en su verdadera a casa, de puro contenta se bebía un trago de vino, y le faltara algo,” y les pasó un dedo y se lo chupó.
figura humana y deseó que se transformase en don- como el vino le abría el apetito, empezaba a probar “¡Caramba,” exclamó, “y qué buenas son las pollas!
cella. Y el cambio se produjo en el acto, apareciendo los guisados que tenía en el fuego hasta quedarse Es un pecado y una vergüenza no comérselas cuando
ante los presentes una joven tan bella como ningún harta, al tiempo que decía: “La cocinera ha de vigilar están a punto.”
pintor habría sabido pintar. cómo sabe el guisado.” Corrió a la ventana para ver si llegaban el dueño
El Rey envió a la torre a dos camareras y dos Un día le dijo su señor: y su invitado; y como no venía nadie se volvió a sus
criados a buscar a la Señora Reina, con orden de —Margarita, esta noche vendrá un invitado; pre- pollas y pensó: “Esta ala se quemará; mejor es que me
acompañarla a la mesa real. Al llegar a ella se negó a páreme un par de pollas,1 que estén bien asadas. la coma.” La cortó, pues, se la zampó ¡y lo bien que
comer y dijo: —¡Descuide el señor! —respondió Margarita. le supo! Una vez terminada, se dijo: “Hay que quitar
—Dios misericordioso y compasivo, que me Degolló las dos pollas, las escaldó, las desplumó, también la otra, para que el señor no note que falta
sostuvo en la torre, me llamará muy pronto. las ensartó en el asador y, al anochecer, las puso al algo.” Zampado que se hubo las dos alas volvió a la
Vivió aún tres días y murió como una santa. Y al fuego para que se asaran. Las pollas comenzaron a ventana; pero el amo no aparecía por ninguna parte.
ser sepultada, la siguieron las dos palomas blancas que dorarse y el huésped no comparecía, por lo que dijo “¡Quién sabe!,” se le ocurrió, “a lo mejor no vie-
la habían alimentado durante su cautiverio y que eran Margarita a su amo: nen; se habrán metido en alguna parte,” y al cabo de
ángeles del cielo, y se posaron sobre su tumba. —Si no viene el invitado tendré que sacar las un ratito: “Vamos Margarita, anímate; una está ya
El anciano rey mandó que el cocinero fuese des- pollas del fuego, y será lástima no poder comerlas empezada; otro traguito y te la comes entera; verás
cuartizado; pero la pesadumbre se había apoderado pronto, pues ahora es cuando están más jugosas y en qué tranquila te quedas. ¿Por qué desperdiciar este
de su corazón, y no tardó tampoco en morir. Su hijo su punto. don que te hace Dios?” Bajó pues, a la bodega, echó
se casó con la hermosa doncella que se había llevado 1 polla. 1. f. Gallina nueva, medianamente crecida, que no un buen trago y se comió la polla en buena paz y
en figura de flor, y Dios sabe si todavía viven. ♣ pone huevos o que hace poco tiempo que ha empezado a alegría.
ponerlos. Diccionario RAEL [N. del Pr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 156 Todos los cuentos
el profanador de textos
Desaparecida ya la primera, y como quiera que Y salió a la calle, gritándole que volviese; pero el el abuelo y el nieto
aún no comparecía el señor, mirándose la otra pensó otro se hizo el sordo. Echó entonces a correr tras él, [KHM078] Der alte Grossvater und der Enkel
Margarita: “Donde está la una debe estar la otra, cuchillo en mano y gritándole:
pues forman pareja; hay que medir a todos con el —¡Sólo una, sólo una! —para que, al menos, no
mismo rasero. Creo que otro traguito no me haría se llevase toda la cena.
ningún daño.” Pero el invitado, entendiendo que quería decir
Y otra vez alzó el codo, e hizo seguir a la segunda que se conformaría con una sola oreja, apresuró la
polla el camino de la primera. Y he aquí que, hallán- carrera con todo el vigor de sus piernas, deseoso de
dose en plenas delicias, llega el señor y le grita: salvar las dos. ♣
—Date prisa. Margarita, que en seguida estará
aquí el invitado.
—Sí señor, voy a servir inmediatamente —res-
pondió Margarita. Érase un hombre muy viejo; sus ojos se habían
Mientras tanto, el dueño fue a comprobar si la enturbiado, estaba sordo y le temblaban las rodillas.
mesa estaba bien puesta, y tomando el gran cuchillo Cuando se sentaba a la mesa, como apenas podía
con el que pensaba cortar las pollas, lo afiló en el sostener la cuchara, derramaba la sopa sobre el man-
borde de un plato. En esto llegó el invitado y lla- tel y se le caía por la barba. A su hijo y a la mujer de
mó modosa y delicadamente a la puerta. Margarita éste les repugnaba verlo, y acabaron haciendo sentar
corrió a abrir y ver quién era, y al encontrarse con el al abuelo en un rincón, detrás de la estufa, donde
invitado, poniéndose el dedo en los labios le dijo: tomaba su mísera comida en una escudilla de barro.
—¡Chiss, chiss! Volveos de prisa, pues si mi señor El pobre viejo miraba tristemente la mesa, y los ojos
os atrapa, lo pasaréis mal. Os ha invitado a cenar, se le humedecían.
pero su verdadera intención es cortaros las dos orejas Un día, sus manos temblorosas, incapaces de sos-
Escuchad, si no, cómo está afilando el cuchillo. tener la escudilla, la dejaron caer al suelo y se rom-
Oyó el forastero el ruido y echó a correr escaleras pió. La nuera le rinó, pero él se limitó a suspirar, sin
abajo. contestar una palabra. Entonces la mujer le compró
Margarita no se durmió sino que, corriendo al por unos céntimos, una escudilla de madera, y desde
comedor, exclamó: entonces le sirvió la comida en ella.
—¡Valiente personaje habéis invitado! Estando una vez sentados a la mesa, observaron
—¿Por qué Margarita? ¿Qué quieres decir? que el nietecito, que era un niño de cuatro años,
—Pues —respondió ella —que estaba yo trayen- se entretenía reuniendo y acoplando trocitos de
do las dos pollas y me las ha quitado de la fuente y madera.
ha escapado con ellas. —¿Qué haces? —le preguntó el padre.
—¡Vaya modales! —dijo el dueño, sintiendo en el —Hago un cuenco de madera —respondió el
alma la pérdida de las pollas—. Si al menos nos hu- pequeño para dar de comer a papá y a mamá cuando
biese dejado una, nos habría quedado algo de cena. yo sea mayor.

Jacob & Wilhelm Grimm 157 Todos los cuentos


el profanador de textos
Marido y mujer se miraron un momento sin de- la ondina Como último recurso, la niña arrojó hacia atrás
cir nada, y echándose a llorar, restituyeron al abuelo [KHM079] Die Wassernixe un espejo, el cual produjo una montaña llana, tan
en su puesto a la mesa y en lo sucesivo lo hicieron lisa y bruñida que su perseguidora no pudo ya pasar
siempre comer con ellos, sin refunfuñar cuando por ella. Pensó entonces: “Volveré a casa corriendo,
vertía algo del plato. ♣ y tomaré un hacha para romper el cristal.”
Pero en el tiempo que iba y volvía y se entrete-
nía partiendo el cristal a hachazos, los niños habían
tomado una enorme delantera, y la ondina no tuvo
más remedio que volverse, pasito a paso, a su ma-
nantial. ♣

Un hermanito jugaba con su hermanita al borde de


un manantial, y he aquí que, jugando, se cayeron los
dos adentro.
En el fondo vivía una ondina, que les dijo:
—¡Ya os he agarrado! Ahora vais a trabajar para
mí, y de firme. A la niña le dió a hilar un lino sucio
y enredado, y luego la obligó a echar agua en un
barril sin fondo; el niño hubo de cortar un árbol con
un hacha mellada. Y para comer no les daba más
que unas albóndigas, duras como piedra.
Finalmente los niños perdieron la paciencia y,
esperando un domingo a que la bruja estuviese en
la iglesia, huyeron. Terminada la función, al darse
cuenta la ondina de que sus pájaros habían volado,
salió en su persecución a grandes saltos.
Los niños la vieron desde lejos, y la hermanita
soltó detrás de sí un cepillo, que se convirtió en una
montaña erizada de miles y miles de púas, sobre las
cuales hubo de trepar la ondina con gran esfuerzo;
pero al final pudo pasarla. Entonces el muchachito
dejó caer un peine, que se convirtió en una enorme
colina con innumerables picachos; pero también se
las compuso la ondina para cruzarla.

Jacob & Wilhelm Grimm 158 Todos los cuentos


el profanador de textos
la muerte de la gallinita —Corre primero a buscarme una guirnaldita que Y se atravesó encima del agua; pero, habiendo
[KHM080] Von dem Tode des Hühnchens se me quedó colgada del sauce. tenido la desgracia de tocarla un poco, dejó oír un
Y corrió Gallito al sauce y, descolgando la guir- siseo y quedó muerta.
nalda de una rama, la llevó a la novia; y la novia le Al verlo una piedra, sintió compasión y deseosa
dio seda colorada, y al entregarle la seda colorada, le de ayudar a Gallito, se puso a su vez sobre el agua.
dió agua la fuente. El propio Gallito se sujetó al coche, y cuando ya
Gallito llevó entonces el agua a Gallinita, pero casi tenía a Gallinita en suelo firme, al disponerse a
ya era tarde; cuando llegó, Gallinita, asfixiada, es- arrastrar a los que iban detrás, como el peso de todos
taba tendida en el suelo, inmóvil. Quedó Gallito era excesivo, se desplomó el coche y todos cayeron al
tan triste, que prorrumpió en amargo llanto, y al agua y se ahogaron.
oírlo, todos los animales acudieron a compartir Gallito se quedó solo con Gallinita; le cavó una
su dolor. sepultura, la enterró en ella y le erigió un túmulo
En cierta ocasión, Gallinita y Gallito fueron al Y seis ratones construyeron un cochecito para encima.
monte de los nogales y convinieron en que el que conducir a Gallinita a su última morada; y cuando el Posándose luego en su cumbre estuvo llorándola
encontrase una nuez la partiría con el otro. He aquí cochecito estuvo listo, se engancharon a él, y Gallito hasta que se murió y helos aquí muertos a todos. ♣
que Gallinita encontró una muy grande, pero no se puso de cochero.
dijo nada, pues quería comérsela ella sola. Pero tanto Pero en el camino se les presentó la zorra:
abultaba la nuez, que no pudo tragársela y se le —¿Adónde vas, Gallito?
quedó atragantada. Estaba ella en gran apuro, pues —A enterrar a Gallinita.
temía ahogarse, y gritó: —¿Me dejas que te acompañe en el coche?
— ¡Gallito, por favor, corre cuanto puedas y tráe- —Sí, pero detrás tendrás que sentarte, o mis
me agua, pues me ahogo! caballitos no podrán llevarte.
Gallito echó a correr, tan rápidamente como Se sentó la zorra detrás y, sucesivamente, subieron
pudo, hacia la fuente, y al llegar a ella, le dijo: el lobo, el oso, el ciervo, el león y todos los animales
—Fuente, dame agua; Gallinita está en la noga- del bosque. Y así continuó la comitiva hasta llegar a
leda, se le ha atragantado una nuez muy gorda y se un arroyo.
está ahogando. —¿Cómo lo cruzaremos? —preguntó Gallito.
La fuente le respondió: He aquí que había allí una paja, la cuál dijo:
—Corre antes en busca de la novia, y dile que te —Me echaré de través y podréis pasar por encima
de seda colorada. de mí.
Corrió Gallito a la novia. Pero no bien los seis ratones hubieron llegado al
—Novia, dame seda colorada, que la llevaré a la centro del puente, se hundió la paja, cayéndose al
fuente, y ella me dará agua para llevar a Gallinita, la río, y con ella los seis ratones, que se ahogaron. Ante
cual está en la nogaleda con una nuez atragantada y el apuro, se acercó una brasa de carbón y dijo:
a punto de asfixiarse. —Yo soy lo bastante larga para llegar de una
La novia le respondió: orilla a la otra; pasaréis sobre mí.

Jacob & Wilhelm Grimm 159 Todos los cuentos


el profanador de textos
hermano alegre San Pedro le dio las gracias, y el hombre continuó dose una pomada del bolsillo, en un santiamén
[KHM081] Bruder Lustig su ruta sin más que la última cuarta parte del pan y hubo curado al hombre, el cual se levantó com-
la última moneda. Entrando, con ello, en un mesón, pletamente sano.
se comió el pan y se gastó el real en cerveza. Luego El hombre y la mujer, fuera de sí de alegría le
reemprendió la marcha. dijeron:
Le salió entonces al encuentro San Pedro, en —¿Cómo podremos pagaros? ¿Qué podríamos
forma de soldado licenciado, y le dijo: daros?
—Buenos días compañero, ¿no podrías darme un Pero San Pedro se negó a aceptar nada, y cuanto
trocito de pan y un cuarto para echar un trago? más insistían los labriegos, tanto más se resistía él.
—¿De dónde quieres que lo saque? —le replicó Hermano Alegre, dando un codazo a San Pedro, le
Hermano Alegre—. Me han licenciado sin darme susurró:
otra cosa que un pan de munición y cuatro reales —¡Acepta algo, hombre, bien lo necesitamos!
Hubo una vez una gran guerra, terminada la cual, en dinero. Me topé en la carretera con tres pobres; Por fin, la campesina trajo un cordero y dijo a
fueron licenciados muchos soldados. Entre ellos a cada uno le di la cuarta parte del pan y una mo- San Pedro que debía aceptarlo; pero él no lo quería.
estaba el Hermano Alegre que, con su licencia, no neda. La última cuarta parte me la he comido en el Hermano Alegre, dándole otro codazo, insistió a su
recibió más ayuda de costas que un panecillo de mu- mesón, y con el último real he comprado cerveza. vez:
nición y cuatro reales. Y con todo esto se marchó. Ahora soy pobre como una rata y, puesto que tú —¡Tómalo, Zoquete, bien sabes que lo
Pero San Pedro se había apostado en el camino, tampoco tienes nada, podríamos ir a mendigar necesitamos!
disfrazado de mendigo, y al pasar Hermano Alegre le juntos. Al fin, respondió San Pedro:
pidió limosna. Éste le respondió: —No respondió San Pedro—, no será necesario. —Bueno, me quedaré con el cordero; pero no
—¿Qué puedo darte, buen mendigo? Fui sol- Yo entiendo algo de Medicina y espero ganarme lo quiero llevarlo; si tú quieres, carga con él.
dado, me licenciaron y no tengo sino un pan de suficiente para vivir. —¡Si sólo es eso! —exclamó el otro—. ¡Claro que
munición y cuatro reales en dinero. Cuando lo haya —Así, me tocará mendigar solo —respondió lo llevaré! —y se lo echó a cuestas. Siguieron cami-
terminado tendré que mendigar como tú. Algo voy a Hermano Alegre—, pues yo no entiendo nada de nando hasta llegar a un bosque; el cordero le pesaba
darte, de todos modos. este arte. a Hermano Alegre y además tenía hambre, por lo
Partió el pan en cuatro pedazos y dio al mendigo —Vente conmigo —le dijo San Pedro—, nos que dijo a San Pedro:
uno y un real. partiremos lo que yo gane. —Mira, éste es un buen lugar; podríamos dego-
Se lo agradeció San Pedro y volvió a situarse más —Por mí, excelente —exclamó Hermano Alegre. llar el cordero, asarlo y comérnoslo.
lejos, tomando la figura de otro mendigo; cuan- Y emprendieron juntos el camino. —No tengo inconveniente —respondió su
do pasó el soldado, le pidió nuevamente limosna. No tardaron en llegar a una casa de campo, de compañero—; pero como yo no entiendo nada de
Hermano Alegre repitió lo que la vez anterior, y le dio cuyo interior salían agudos gritos y lamentaciones. cocina, lo habrás de hacer tú; ahí tienes un caldero;
otra cuarta parte del pan y otra moneda de a real. Al entrar se encontraron con que el marido se halla- yo, mientras tanto, daré unas vueltas por aquí hasta
San Pedro le dio las gracias y adoptando de nuevo ba a punto de morir, por lo que la mujer lloraba a que esté asado. Pero no empieces a comer hasta que
figura de mendigo, lo aguardó más adelante para voz en grito. venga yo. Volveré a tiempo.
solicitar otra vez su limosna. Hermano Alegre le dio —Basta de llorar y gritar —le dijo San —Márchate tranquilo —respondió el soldado—.
la tercera porción del pan y el tercer real. Pedro—, yo curaré a vuestro marido —y sacán- Yo entiendo de cocina y sabré arreglarme.

Jacob & Wilhelm Grimm 160 Todos los cuentos


el profanador de textos
San Pedro se marchó, y Hermano Alegre sacri- —No —respondió Hermano Alegre—, tú prime- —No te preocupes —le replicó San Pedro—;
ficó el cordero, encendió fuego, echó la carne en el ro, —pensando: “Si el río es demasiado profundo, puedo hacer algo más que curar enfermos; puedo
caldero y la puso a cocer. El guiso estaba ya a punto, yo me quedo atrás.” también resucitar muertos.
y San Pedro no volvía; entonces Hermano Alegre Pasó San Pedro, y el agua sólo le llegó hasta la —¡Anda! —exclamó Hermano Alegre—. Si es
lo sacó del caldero, lo cortó en pedazos y encontró rodilla. Entró entonces en él Hermano Alegre; pero así, ¡no te digo nada! Por lo menos has de pedir la
el corazón: “Esto debe ser lo mejor,” se dijo; probó se hundía cada vez más, hasta que el agua le llegó al mitad del reino.
un pedacito y, a continuación, se lo comió entero. cuello. Gritó entonces: Y se presentaron en palacio, donde todo era tris-
Llegó, al fin, San Pedro y le dijo: —¡Hermano, ayúdame! —y dijo San Pedro: teza y aflicción.
—Puedes comerte todo el cordero; déjame sólo el —¿Quieres confesar que te has comido el corazón Pero San Pedro dijo al Rey que resucitaría a su
corazón. Hermano Alegre tomó cuchillo y tenedor del cordero? hija. Conducido a presencia de la difunta, dijo:
y se puso a hurgar entre la carne, como si buscara el —¡No —respondió el otro—, no me lo he —Que me traigan un caldero con agua.
corazón y no lo hallara, hasta que al fin, dijo: comido! Luego hizo salir a todo el mundo y se quedó sólo
—Pues no está. El agua continuaba subiendo, y le llegaba ya su compañero. Seguidamente cortó todos los miem-
—¡Cómo! —replicó su compañero—. ¿Pues dón- hasta la boca. bros de la difunta, los echó en el agua y, después
de quieres que esté? Volvió a preguntarle San Pedro: de encender fuego debajo del caldero, los puso a
—No sé —respondió Hermano Alegre—. Pero, —¿Quieres confesar que te comiste el corazón del cocer. Cuando ya toda la carne se hubo separado
¡seremos tontos los dos! ¡Estamos buscando el cora- cordero? de los huesos, sacó el blanco esqueleto y lo colocó
zón del cordero, y a ninguno se le ha ocurrido que —¡No —repitió el soldado— no me lo he sobre una mesa, disponiendo los huesos en su orden
los corderos no tienen corazón! comido! natural. Cuando lo tuvo hecho, avanzó y dijo por
—¿Con qué me sales ahora? —exclamó San Pero el santo, no queriendo que se ahogase, hizo tres veces:
Pedro—. Todos los animales tienen corazón, ¿por bajar el agua y lo ayudó a llegar a la orilla. —¡En el nombre de la Santísima Trinidad, muer-
qué no habría de tenerlo el cordero? Continuaron adelante y llegaron a un reino, don- ta, levántate! —y, a la tercera vez, la princesa recobró
—No, hermano, puedes creerlo; los corderos no de les dijeron que la hija del Rey se hallaba en trance la vida, quedando sana y hermosa.
tienen corazón. de muerte. El Rey se alegró sobremanera y dijo a San Pedro:
Piénsalo un poco y comprenderás que no lo pue- —Anda, hermano —dijo el soldado a San —Señala tú mismo la recompensa que quieras; te
den tener. Pedro—, esto nos viene al pelo. Si la curamos, se nos la daré, aunque me pidas la mitad del reino.
—En fin, dejémoslo así —dijo San Pedro—. habrán acabado las preocupaciones. Pero San Pedro le contestó:
Puesto que no hay corazón, yo no quiero nada. Pero San Pedro no se daba gran prisa. —¡No pido nada!
Puedes comértelo todo. —¡Vamos, aligera las piernas, hermanito! —le “¡Valiente tonto,” pensó Hermano Alegre y, dan-
—Lo que me sobre lo guardaré en la mochila decía—. ¡Tenemos que llegar a tiempo! do un codazo a su compañero, le dijo:
—dijo Hermano Alegre, y después de comerse la Pero el santo avanzaba cada vez con mayor lenti- —¡No seas bobo! Si tú no quieres nada, yo por lo
mitad, metió el resto en su morral. tud, a pesar de la insistencia y las recriminaciones de menos, necesito algo.
Siguieron andando, y San Pedro hizo que un Hermano Alegre; y así, les llegó la noticia de que la Pero el santo se empeñó en no aceptar nada.
gran río se atravesara en su camino, de modo que no princesa había muerto. Sin embargo, observando el Rey que el otro que-
tenían más remedio que cruzarlo. Dijo San Pedro: —¡Ahí tienes! —refunfuñó el soldado—. ¡Todo daba descontento, mandó a su tesorero que le llenase
—Pasa tú delante. por tu parsimonia! de oro el morral.

Jacob & Wilhelm Grimm 161 Todos los cuentos


el profanador de textos
Se marcharon los dos y, al llegar a un bosque, dijo Y, presentándose al Rey, le ofreció devolver la te costará caro. Además, no pedirás nada al Rey ni
San Pedro a Hermano Alegre: vida a la princesa. aceptarás la más mínima recompensa por lo de hoy
—Ahora nos repartiremos el oro. Es el caso que había llegado a oídos del Rey que —y diciendo esto, San Pedro dispuso los huesos
—Muy bien —asintió el otro—. Manos a la un soldado licenciado andaba errante por el mundo en el orden debido y pronunció por tres veces su
obra. resucitando muertos, y pensó que bien podía tratarse fórmula:
Y San Pedro lo distribuyó en tres partes, mientras de Hermano Alegre; sin embargo, no fiándose del —¡En nombre de la Santísima Trinidad, muerta,
su compañero pensaba: “¡A éste le falta algún tomi- todo, consultó primero a sus consejeros, los cua- levántate! —a lo cual la princesa se incorporó, sana
llo! Hace tres partes, cuando sólo somos dos.” Pero les opinaron que merecía la pena realizar la prue- y hermosa como antes, mientras el santo salía de la
dijo San Pedro: ba, dado que la princesa, de todos modos, estaba habitación por la ventana.
—He hecho tres partes exactamente iguales: muerta. Hermano Alegre, aunque satisfecho de haber
una para mí, otra para ti, y la tercera para el que se Mandó entonces Hermano Alegre que le trajese salido tan bien parado de la aventura estaba, con
comió el corazón del cordero. un caldero con agua y, haciendo salir a todos, cortó todo, colérico por no poder cobrarse el servicio. “Me
—¡Oh, fui yo quien se lo comió! —exclamó los miembros del cadáver, los echó en el agua y gustaría saber,” pensaba, “qué diablos tiene en la
Hermano Alegre, arrasando con el oro—. Puedes encendió fuego, tal como lo viera hacer a San Pedro. cabeza, que lo que me da con una mano me lo quita
creerme. Comenzó el agua a hervir, y la carne se desprendió; con la otra. ¡Esto no tiene sentido!”
—¡Cómo puede ser esto! —replicó San Pedro—. sacando entonces los huesos, los puso sobre la mesa; El Rey ofreció al Hermano Alegre lo que quisiera.
Si los corderos no tienen corazón. pero como no sabía en qué orden debía colocarlos, Este, aunque no podía aceptar nada, se las arregló con
—¡Vamos, hermano! ¡Tonterías! Los corderos los juntó de cualquier modo. Luego se adelantó y indirectas y astucias para que el Monarca le llenase de
tienen corazón como todos los animales. ¿Por qué exclamó por tres veces: oro el morral y, bien cargado con él, se marchó.
no iban a tenerlo? —¡En nombre de la Santísima Trinidad, muerta, Al salir, lo aguardaba en la puerta San Pedro, y le
—Está bien —cedió San Pedro—, guárdate el levántate! dijo:
oro; pero no quiero seguir contigo; seguiré solo mi Pero los huesos no se movieron. Repitió la invo- —¿Qué clase de hombre eres tú? ¿No te prohibí
camino. cación, pero en vano. que aceptases nada? Y ahora te llevas el morral lleno
—Como quieras, hermanito —le respondió el —¡Diablo de mujer! —gritó entonces—. de oro.
soldado—. ¡Adiós! ¡Levántate, o lo pasarás mal! —¡Qué otra cosa podía hacer! —replicó
Tomó el santo por otro sendero, mientras Apenas había pronunciado estas palabras, se Hermano Alegre—. ¡Si me lo han metido a la fuerza!
Hermano Alegre pensaba: “Mejor que se mar- presentó de pronto, entrando por la ventana, San —Pues atiende a lo que te digo: no vuelvas a
che, pues bien mirado, es un hombre bien Pedro, en su anterior figura de soldado licenciado, y hacer estas cosas o lo vas a pasar mal.
extraño.” dijo: —¡No te preocupes, hermano! Ahora que tengo
Tenía ahora mucho dinero; pero como era un —Hombre impío, ¿qué estás haciendo? ¿Cómo dinero, no necesitaré ocuparme en lavar huesos.
manirroto y no sabía administrarlo, lo derrochó en quieres que resucite a la difunta, si le has puesto los —Sí —replicó San Pedro—. ¡Con lo que te va a
poco tiempo, y pronto volvió a estar sin nada. En huesos de cualquier modo? durar este oro!
esto llegó a un país donde le dijeron que la hija del —Hermanito, lo hice lo mejor que supe —res- Mas para que no vuelvas a meterte en lo que no
Rey acababa de morir. pondió le Hermano Alegre. debes, daré a tu morral la virtud de que vaya a parar
“¡Hola!,” pensó. “Ésta es la mía. La resucitaré y —Por esta vez te sacaré de apuros; pero, tenlo a él todo lo que desees. Adiós, pues ya no volverás a
me haré pagar bien. ¡Así da gusto!” bien entendido: si otra vez te metes en estas cosas, verme.

Jacob & Wilhelm Grimm 162 Todos los cuentos


el profanador de textos
—¡Adiós! —le respondió el otro, pensando: “Me Allí pidieron media jarra de vino y un pan y, —No lo intentéis —le aconsejó el hostelero—; os
alegro de perderte de vista, tío extravagante; no hay poniendo sobre la mesa el pato que les acababan de jugáis la cabeza con ello.
peligro de que te siga.” regalar, comenzaron a comer. —¡No será tanto! —dijo el soldado—. Dadme la
Y ni por un momento se acordó del don maravi- Al verlos la posadera dijo a su marido: llave y algo bueno de comer y beber.
lloso adjudicado a su morral. —Esos dos se están comiendo un pato; ve a Le dió el ventero la llave, comida y bebida, y
Hermano Alegre anduvo con su oro de la Ceca a ver que no sea uno de los que están asándose en el con todo ello, se dirigió Hermano Alegre al castillo.
la Meca, derrochándolo y gastándolo en francache- horno. Se dio allí un buen banquete y cuando, al fin, le
las, como la vez anterior. Fue el ventero, y el horno estaba vacío. entró sueño, se tendió en el suelo, puesto que no
Cuando ya no le quedaban sino cuatro cuartos, —¡Cómo, bribonazos! ¡Pues sí que os saldría ba- había cama, y no tardó en dormirse. Avanzada ya la
pasando por delante de una hospedería pensó: rato el asado! ¡Pagadme en el acto, si no queréis que noche, lo despertó un fuerte ruido, y al despabilar-
“Voy a gastar lo que me queda,” y entró y pidió os friegue las espaldas con jarabe de palo! se, vio que en la habitación había nueve demonios
tres cuartos de vino y un cuarto de pan. Mientras —Nosotros no somos ladrones —respondieron los de fea catadura, bailando en círculo a su alrededor.
comía y bebía, llegó a sus narices el agradable tufi- dos muchachos—; este pato nos lo ha dado un solda- Hermano Alegre le dijo:
llo de unos patos que se estaban asando. Mirando a do licenciado que estaba comiendo en aquel prado. —¡Bailad cuanto queráis, pero no os acerquéis a
uno y otro lado, vio que el mesonero tenía un par —¡A mí no me tomáis el pelo! El soldado estu- mí!
de patos en el hornillo de la estufa y, viniéndole vo aquí, y salió por la puerta, como una persona Los diablos, sin embargo, se aproximaban cada
entonces a la memoria lo que le dijera su antiguo honrada; yo no lo perdí de vista. ¡Vosotros sois los vez más, hasta que casi le pisotearon la cara con sus
compañero respecto a la virtud de su morral, se ladrones y vais a pagarme! repugnantes pezuñas.
dijo: “¡Hola! Vamos a probarlo con los patos.” Salió Pero como los muchachos no tenían dinero, —¡Quietos, fantasmas endiablados! —les gritó.
a la puerta y dijo: agarrando el dueño un bastón los echó a la calle a Pero los otros dale que dale, con creciente imper-
—Deseo que los dos patos asados pasen del hor- garrotazos. tinencia. Al fin, enfurecido el soldado, les gritó:
no a mi mochila. Siguió Hermano Alegre su camino y llegó a un —¡Vais a ver cómo pongo paz en un momento!
Pronunciadas estas palabras, abrió la mochila lugar donde se levantaba un magnífico palacio, a —y agarrando una pata de silla, arremetió contra
para mirar su interior y, efectivamente, allí estaban poca distancia de una misérrima hospedería. Entró toda aquella caterva.
los dos patos. “¡Entonces es verdad,” pensó. “¡Se en ella y pidió cama para la noche; pero el hostelero Pero nueve diablos eran muchos diablos para un
acabaron, pues, mis penas!” lo rechazó, diciendo: solo soldado, y a pesar de que el hombre zurraba de lo
Llegado a un prado, sacó los patos para comér- —No hay sitio, tengo la casa llena de viajeros lindo a los que tenía delante, los otros le tiraban de los
selos. En éstas pasaron dos muchachos artesanos y distinguidos. cabellos por detrás y lo dejaban hecho una lástima.
se quedaron mirando con ojos hambrientos una de —¡Me extraña que se hospeden en vuestra casa! —¡Gentuza del diablo! —exclamó al fin—. Esto
las aves, todavía intacta. Hermano Alegre pensó: —respondió Hermano Alegre—. ¿Por qué no se pasa ya de la medida. ¡Ahora vais a ver! ¡Todos a mi
“Yo tengo bastante con una,” y llamando a los dos alojan en aquel magnífico palacio? mochila!
muchachos, les dijo: —¡Cualquiera pasa allí la noche! —replicó el ¡Pataplúm! ¡Ya los tienes todos adentro! Él ató la
—Quedaos con este pato, y os lo coméis a mi hostelero—. Aún no lo ha probado nadie que haya mochila y la echó en un rincón. Instantáneamente
salud. salido con vida. quedó todo en silencio, y Hermano Alegre, echán-
Le dieron ellos las gracias, tomaron el pato y se —Si otros lo han probado, también lo haré yo— dose de nuevo, pudo dormir tranquilo hasta bien
fueron al mesón. dijo Hermano Alegre. entrada la mañana.

Jacob & Wilhelm Grimm 163 Todos los cuentos


el profanador de textos
Acudieron entonces el hostelero y el noble pro- “¡Tonto sería,” pensó Hermano Alegre, “si eligiese El soldado le alargó la mochila a través de la reja,
pietario del palacio, deseosos de ver qué tal le había el duro y estrecho.” y el santo, entrándola en el cielo, la colgó al lado de
ido la prueba, y, al encontrarlo sano y satisfecho, le Y así, tomó el holgado y agradable que lo condu- su asiento. Hermano Alegre dijo entonces:
preguntaron admirados: jo ante un gran portal negro, que era el del infierno. —¡Ahora deseo estar dentro de la mochila!
—¿No os han hecho nada los espíritus? Llamó, y el portero acudió a la mirilla a ver Y, ¡cataplúm!, en un santiamén estuvo en ella y,
—¡Cómo no! —les respondió Hermano quién llegaba; al ver a Hermano Alegre tuvo un gran por tanto, en el cielo.
Alegre—. Ahí los tengo a los nueve en la mochila. sobresalto, pues era nada menos que el noveno de Y San Pedro no tuvo más remedio que admitirlo.
Podéis instalaros sin temor en vuestro palacio; desde aquellos diablos que habían quedado aprisionados ♣
hoy, ninguno volverá a meterse en él. en la mochila, el único que escapó con vida, aunque
El dueño le dió las gracias, recompensándolo con un ojo a la funerala. Corriendo rápidamente el
ricamente y le propuso que se quedase a su servicio, cerrojo, acudió el diablo ante el jefe de los demonios
asegurándole que nada le faltaría durante el resto de y le dijo:
su vida. —Ahí fuera está uno con una mochila que quiere
—No —repuso el soldado—, estoy acostumbra- entrar. Pero no lo permitáis, pues se metería el in-
do a la vida de trotamundos y quiero seguirla. fierno entero en el morral. Una vez estuve yo dentro,
Y se marchó. Al pasar por una herrería entró y, y por poco me mata a martillazos.
poniendo la mochila que contenía los nueve diablos Hermano Alegre fue, pues, despedido del infier-
sobre el yunque, pidió al herrero y sus oficiales que no; le dijeron que se volviese, pues allí no entraría.
empezasen a martillazos con ella. Los hombres se “Puesto que aquí no me quieren,” pensó, “vamos
armaron de grandes martillos y se pusieron a golpear a probar si me admiten en el cielo. ¡En uno u otro
con todas sus fuerzas, mientras los diablos arma- sitio tengo que quedarme!”
ban un estrepitoso griterío. Cuando, al fin, abrió la Y retrocedió para tomar el camino del paraíso.
mochila, ocho estaban muertos, pero uno, que había Cuando llamó a la puerta, San Pedro se encontraba
logrado refugiarse en un pliegue de la tela y seguía justamente en la portería; Hermano Alegre lo reco-
vivo, saltó afuera y corrió a refugiarse al infierno. noció en seguida y pensó: “Este es un viejo amigo;
Hermano Alegre continuó vagando por el mundo aquí tendrás más suerte.” Pero San Pedro le dijo:
durante mucho tiempo todavía, y quien supiera de —Se diría que quieres entrar en el cielo.
sus aventuras podría contar de él y no acabar. —Déjame entrar, hermano; en un lugar tengo
Pero, viejo al fin, comenzó a pensar en la muerte. que refugiarme.
Se dirigió a la gruta de un ermitaño, que tenía fama Si me hubiesen admitido en el infierno no habría
de hombre piadoso, y le dijo: venido hasta aquí.
—Estoy cansado de mi vida errante y ahora qui- —No —le replicó San Pedro—, aquí no entras.
siera tomar el camino que lleva al cielo. —Está bien; pero si no quieres dejarme pasar,
—Hay dos caminos —le respondió el ermita- quédate también con la mochila; no quiero guardar
ño—: uno, ancho y agradable, conduce al infierno; nada que venga de tí —dijo Hermano Alegre.
otro, estrecho y duro, va al cielo. —Dámela —respondió San Pedro.

Jacob & Wilhelm Grimm 164 Todos los cuentos


el profanador de textos
el jugador Mientras tanto, Dios Nuestro Señor y San Pedro Y le enviaron la Muerte. Al presentarse ésta, el
[KHM082] Der Spielhansl esperaban su vuelta, y al ver que tardaba tanto, salie- jugador se hallaba, como ya es de suponer, arrimado
ron a su encuentro. El jugador, al verlos, simuló que a la mesa con sus compinches. Le dijo la descamada:
las tres monedas se le habían caído en un charco y —¡Juan, sal un momento!
se puso a revolver entre el barro; pero Nuestro Señor Pero el hombre le replicó:
sabía perfectamente que se las había jugado. —Espera un poco a que haya terminado la par-
San Pedro le dio otros tres cuartos, y el hombre, tida; entretanto puedes subirte a aquel árbol de allá
no dejándose ya tentar de nuevo, volvió a casa con el fuera y coges una poca fruta; así tendremos algo que
pan. mascar durante el camino.
Le preguntó entonces Nuestro Señor si tenía La Muerte se subió al árbol, y cuando quiso vol-
acaso vino, y él contestó: ver a bajar, no pudo; allí la tuvo Juan por espacio de
: —Señor, los barriles están vacíos. siete años, durante los cuales no murió ningún ser
Érase una vez un hombre que en toda su vida no Le instó Dios Nuestro Señor a que bajase a la bo- humano.
hizo sino jugar; , por eso lo llamaba la gente Juan el dega, donde seguro que encontraría vino del mejor. Dijo entonces San Pedro a Dios Nuestro Señor:
Jugador, y como nunca dejó de hacerlo, perdió en el El otro se resistía a creerlo, pero ante tanta insisten- —Señor, la cosa no marcha bien, pues no mue-
juego su casa y toda su hacienda. cia dijo: re nadie; tendremos que ir a arreglarlo nosotros
He aquí que el último día, cuando ya sus acree- —Bajaré, aunque tengo la certeza de que no hay. mismos.
dores se disponían a embargarle la casa, se le presen- Y he aquí que, al espitar un barril, salió un vino Y bajaron los dos a la Tierra, donde Nuestro
taron Dios Nuestro Señor y San Pedro, y le pidieron exquisito y se lo llevó a los dos forasteros, los cuales Señor mandó al jugador que dejase descender a la
refugio por una noche. pasaron la noche en su casa y, por la mañana, Dios Muerte del árbol. Dirigiéndose él a la Muerte, le
El hombre les respondió: Nuestro Señor dijo al jugador que podía pedirles tres ordenó:
—Por mí, podéis quedaros; pero no puedo ofre- gracias, pensando que solicitaría, en primer lugar, la —¡Baja! —y ella, al llegar al suelo, lo primero que
ceros ni cama ni cena. de ir al cielo. hizo fue agarrarlo y ahogarlo. Los dos se pusieron
Le dijo entonces Nuestro Señor que con el aloja- Pero no fue así, pues el hombre pidió unos naipes en camino y llegaron al otro mundo. El jugador se
miento les bastaba, y que ellos mismos comprarían que ganasen siempre, unos dados que tuviesen igual presentó ante la puerta del cielo y llamó:
algo de comer, y el jugador se declaró conforme. propiedad, y un árbol que diera toda clase de fruta y —¿Quién llama?
San Pedro le dio tres cuartos para que fuera a la que quien se subiera en él no pudiese bajar hasta que —Juan el Jugador.
panadería a comprar un pan. Salió el hombre, pero él se lo mandase. —¡No te necesitamos! ¡Márchate!
al pasar por delante de la casa donde se hallaban Le concedió Nuestro Señor los tres dones y se Se fue entonces al Purgatorio y llamó
todavía los tahúres que lo habían desplumado, éstos marchó en compañía de San Pedro. nuevamente:
llamaron, gritando: Entonces sí que el jugador se puso a jugar de —¿Quién llama?
—¡Juan, entra! veras, y al poco tiempo era dueño de medio mundo. —Juan el Jugador.
—Sí —replicó él—, ¡para que me ganéis también Y dijo San Pedro a Nuestro Señor: —¡Ay!, bastantes penas y tribulaciones sufrimos
estas tres perras gordas! —Señor, la cosa no marcha bien, pues acabará ya aquí; no estamos para juegos. ¡Márchate!
Pero como los otros insistieron, el hombre acabó por ganando el mundo entero. Debemos enviarle la Y hubo de encaminarse a la puerta del infierno,
entrar y, a los pocos momentos, perdió los pocos cuartos. Muerte. donde fue admitido. Pero dentro no había nadie,

Jacob & Wilhelm Grimm 165 Todos los cuentos


el profanador de textos
aparte el viejo Lucifer y unos cuantos demonios Juan con suerte —¿Sabes qué? —le dijo el caballero—. Vamos a
contrahechos —los que estaban bien tenían trabajo [KHM083] Hans im Glück cambiar; yo te doy el caballo, y tú me das tu bloque.
en la Tierra—. —¡De mil amores! —exclamó Juan—. Pero ten-
Sentándose en seguida, se puso a jugar nueva- dréis que llevarlo a cuestas, os lo advierto.
mente. Pero Lucifer no poseía más que sus diablos El jinete se apeó, tomó el oro y, ayudando a Juan
deformes, a los cuales le ganó Juan en un abrir y a montar, le puso las riendas en la mano y le dijo:
cerrar de ojos, gracias a sus cartas milagrosas. Se —Si quieres que corra, no tienes sino chasquear
marchó entonces con sus diablos contrahechos a la lengua y gritar: “¡hop, hop!”
Hohenfuert, y arrancando las perchas del lúpulo, Juan no cabía en sí de contento al verse subido en
treparon al cielo y se pusieron a aporrear el piso has- su caballo, trotando tan libre y holgadamente.
ta hacerlo crujir. Ante lo cual, San Pedro exclamó: Al cabo de un ratito se le ocurrió que podía
—Señor, la cosa no marcha bien; es preciso que acelerar la marcha, y se puso a chasquear la lengua y
lo dejemos entrar pues, de lo contrario, derribará el gritar: “¡hop, hop!”
cielo. Juan había servido siete años a su amo, y le dijo: El caballo empezó a trotar, y antes de que Juan
Y lo dejaron entrar, aunque a regañadientes. Pero —Mi amo, he terminado mi tiempo y quisie- pudiera darse cuenta, había sido despedido de la
el jugador en seguida empezó a jugar de nuevo, y ra volverme a casa, con mi madre. Pagadme mi montura y se encontraba tendido en la zanja que
armó tal griterío y alboroto, que nadie oía sus pro- soldada. separaba los campos de la carretera. El caballo se ha-
pias palabras. Le respondió el amo: bría escapado de no haberlo detenido un campesino
San Pedro volvió a hablar con Nuestro Señor: —Me has servido fiel y honradamente; el premio que acertaba a pasar por allí conduciendo una vaca.
—Señor, la cosa no marcha bien; debemos echar- estará a la altura del servicio —y le dio un pedazo de Juan se incorporó como pudo, se sacudió y, muy
lo; si no lo hacemos, nos va a amotinar todo el cielo. oro tan grande como la cabeza de Juan. mohíno, dijo al labrador:
Arremetieron contra él y lo arrojaron del Paraíso, Sacó éste su pañuelo del bolsillo, envolvió en él el —Esto del montar tiene bromas muy pesadas,
y su alma se rompió en innumerables pedazos, que oro y, cargándoselo al hombro, emprendió el camino sobre todo con un jamelgo1 como éste, que te echa
fueron a alojarse en los tahúres que todavía viven en de su casa. por la borda con peligro de romperte la crisma. Por
nuestro mundo. ♣ Mientras andaba, vio a un hombre montado a nada del mundo volveré a montarlo.
caballo, que avanzaba alegremente a un trote ligero. Vuestra vaca sí que es buen animal; uno puede
—¡Ay! —exclamó Juan en alta voz—, ¡qué cosa caminar tranquilamente detrás de ella y, además,
más hermosa es ir a caballo! Va uno como sentado te da leche, mantequilla y queso cada día. ¡Qué no
en una silla, no tropieza contra las piedras ni se daría yo por tener una vaca así!
estropea las botas, y adelanta sin darse cuenta. —Pues bien —respondió el campesino—; si
El jinete lo oyó y, deteniendo el caballo, le dijo: tanto te gusta, estoy dispuesto a cambiártela por el
—Oye, Juan, ¿por qué vas a pie? caballo.
—¿Qué remedio me queda? —respondió el mu- Juan aceptó encantado el trato, y el labriego,
chacho—. He de llevar este bloque a casa; cierto que subiendo a su montura, se alejó a toda prisa.
es de oro, pero no me deja ir con la cabeza derecha,
y me pesa en el hombro. 1 jamelgo. 1. m. coloq. Caballo flaco y desgarbado, por
hambriento. Diccionario RAEL [N. del Pr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 166 Todos los cuentos
el profanador de textos
Entretanto Juan, guiando su vaca, ponderaba el —Bebe un trago para reponerte. Esta vaca segu- Entretanto, el muchacho, que no cesaba de mirar
buen negocio que acababa de realizar: “Si tengo un ramente no dará leche, pues es vieja; a lo sumo, ser- a todas partes, con aire preocupado, dijo:
pedazo de pan, y mucho será que llegue a faltarme, virá para tirar de una carreta o para ir al matadero. —Óyeme, mucho me temo de que con tu cerdo
podré siempre acompañarlo de mantequilla y queso; —¡Esa sí que es buena! —exclamó Juan, tirán- las cosas no estén como Dios manda. En el último
y cuando tenga sed, ordeñaré la vaca y beberé leche. dose de los pelos—. ¿Quién iba a pensarlo? Para pueblo por el que he pasado acababan de robar un
¿Qué más puedes apetecer, corazón mío?” uno que estuviera en su casa, no vendría mal matar cerdo del establo del alcalde; y no me extrañaría que
Hizo alto en la primera hospedería que encontró, un animal así, con la cantidad de carne que tiene. fuese el que tú llevas. Han despachado gente en su
y se comió alegremente las provisiones que le que- Pero a mí no me dice gran cosa la carne de vaca; la busca, y mal negocio harías si te atrapasen con él;
daban, rociándolas con medio vaso de cerveza, que encuentro insípida. Un buen cerdo como el vuestro por contento podrías darte si te saliese una tempora-
pagó con los pocos cuartos que llevaba en el bolsillo. es otra cosa. ¡Esto sí que sabe bien, y, además, las da a la sombra.
Luego prosiguió su ruta, conduciendo la vaca, salchichas! El buenazo de Juan sintió miedo:
hacia el pueblo de su madre. Se acercaba el medio- —Oye, Juan —dijo el carnicero—; estoy dispues- —¡Dios mío! —exclamó, y dirigiéndose al mu-
día; el calor se hacía sofocante, y Juan se encontró to, para hacerte un favor, a cambiarte el cerdo por la chacho, le dijo:
en un eríal2 que no se podía pasar en menos de una vaca. —Sácame de este apuro; tú sabes más que yo de
hora. Tan intenso era el bochorno,3 que de sed se —Dios os premie vuestra bondad —respondió todo esto. Quédate con el cerdo, y dame, en cambio,
le pegaba la lengua al paladar. “Esto tiene reme- Juan, y, entregándole la vaca, el otro descargó del la oca.
dio,” pensó Juan, “ordeñaré la vaca, y la leche me carretón el cochino y le puso en la mano la cuerda —Mucho es el riesgo que corro —respondió el
refrescará.” que lo ataba. muchacho—, pero no puedo permitir que te ocurra
La ató al tronco seco de un árbol y, como no Siguió Juan andando, contentísimo por lo bien una desgracia por mi culpa.
tenía ningún cubo, puso su gorra de cuero para re- que sé iban colmando sus deseos; apenas le sa- Y, asiendo de la cuerda, se alejó rápidamente
coger la leche; pero por más que se esforzó no pudo lía torcida una cosa, en un santiamén le quedaba con el cerdo por un estrecho camino mientras
hacer salir ni una gota. Y como lo hacía con tanta enderezada. Juan, libre ya de angustia, seguía hacia su pueblo
torpeza, el animal, impacientándose al fin, le pegó Más adelante se le juntó un muchacho que lleva- con la oca debajo del brazo. “Si bien lo pienso,”
en la cabeza una patada tal que lo tiró rodando por ba bajo el brazo una hermosa oca blanca. Después iba diciéndose, “salgo ganando en el cambio. En
el suelo y lo dejó un rato sin sentido. de darse los buenos días, Juan se puso a contar al primer lugar, el rico asado; luego, con la cantidad
Por fortuna acertó a pasar por allí un carnicero, joven la suerte que había tenido y lo afortunado que de grasa que saldrá, tendremos manteca para tres
que transportaba un cerdo joven en un carretón. había estado en sus cambios sucesivos. El chico le meses; y finalmente, con esta hermosa pluma
—¡Vaya bromitas! —exclamó, ayudando a Juan a dio cuenta, a su vez, de que llevaba la oca para una blanca me haré rellenar una almohada, en la que
levantarse. comida de bautizo. dormiré como un príncipe. ¡No se pondrá poco
Le explicó éste su percance, y el otro, alargándole —Sopésala —prosiguió, sosteniéndola por las contenta mi madre!”
su bota, le dijo: alas—; mira lo hermosa que está; la estuvimos ceban- Al pasar por el último pueblo se topó con un
do durante ocho semanas. Al que coma de este asado afilador que iba con su torno y, haciendo rechinar la
2 erial. 1. adj. Dicho de una tierra o de un campo: Sin le chorreará la grasa por ambos lados de la boca. rueda, cantaba:
cultivar ni labrar. U. m. c. s. m. Diccionario RAEL [N.
del Pr.] —Sí —dijo Juan, sopesando el animal con una
3 bochorno. 1. m. Aire caliente y molesto que se levanta en mano—, tiene su peso; pero tampoco mi cerdo es Afilo tijeras con gran ligereza;
el estío. 2. m. Calor sofocante, por lo común en horas de grano de anís. donde sopla el viento, allá voy sin pereza.
calma o por fuego excesivo. Diccionario RAEL [N. del Pr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 167 Todos los cuentos
el profanador de textos
Juan se quedó parado contemplándolo; al cabo, Teniendo dinero cada vez que meta la mano en el —¡En el mundo entero no hay un hombre
se le acercó y le dijo: bolsillo, ¿de qué habré de preocuparme ya? —y, más afortunado que yo! —exclamó en voz alta,
—Os deben de ir muy bien las cosas, pues estáis tendiéndole la oca, se quedó con el mollejón. entusiasmado.
muy contento mientras le dais a la rueda. El afilador, tomando del suelo un guijarro muy Y con el corazón ligero, y libre de toda carga,
—Sí —le respondió el afilador—, este oficio pesado, le dijo: reemprendió la ruta, no parando ya hasta llegar a
tiene un fondo de oro. Un buen afilador, siempre —Además, te doy esta buena piedra; podrás casa de su madre. ♣
que se mete la mano en el bolsillo la saca con dinero. golpear sobre ella para enderezar los clavos viejos y
Pero, ¿dónde has comprado esa hermosa oca? torcidos. Llévatela y guárdala cuidadosamente.
—No la compré, sino que la cambié por un Cargó Juan con la piedra, y reemprendió su ca-
cerdo. mino con el corazón rebosante de alegría: “¡Bien se
—¿Y el cerdo? ve que he nacido con buena estrella!,” pensó, “pues
—Di una vaca por él. veo colmados todos mis deseos, como si tuviese el
—¿Y la vaca? don de la adivinación.”
—Me la dieron a cambio de un caballo. Entretanto, empezó a sentirse fatigado, pues ve-
—¿Y el caballo? nía andando desde la madrugada; además, lo acucia-
—¡Oh!, el caballo lo compré por un trozo de oro ba el hambre, ya que en su momento de optimismo,
tan grande como mi cabeza. cuando el negocio de la vaca, había liquidado todas
—¿Y el oro? sus provisiones. Finalmente, ya no pudo avanzar
—Pues era mi salario de siete años. sino con enorme esfuerzo, deteniéndose a cada mo-
—Pues ya te digo yo que has sabido salir ganan- mento; sin contar que las piedras le pesaban lo suyo.
do con cada cambio —dijo el afilador—. Ya sólo te No podía alejar de sí el pensamiento de lo agradable
falta hallar la manera de que cada día, al levantarte, que habría sido para él no tener que llevarlas.
oigas sonar el dinero en el bolsillo, y tu fortuna será Avanzando como un caracol, se arrastró hasta una
completa. fuente con la idea de descansar junto a ella y beber
—¿Y cómo se logra eso? —preguntó Juan. un buen trago de agua fresca. Para no estropear las
—Pues haciéndote afilador, como yo; para lo piedras al sentarse, las puso cuidadosamente sobre el
cual, en realidad, no se necesita más que tener un borde; luego, al agacharse para beber, hizo un falso
mollejón;4 lo otro viene por sí mismo. movimiento y, ¡plum!, las dos piedras se cayeron al
Yo tengo uno que, a la verdad, está algo averiado fondo.
pero, vaya, me avendría a cedértelo a’ cambio de la Juan, al ver que se hundían en el agua, pegó
oca. ¿Qué dices a esto? un brinco de alegría y, arrodillándose, dio gra-
—¿Y me lo preguntáis? —respondió Juan—. cias a Dios, con lágrimas en los ojos, por haberle
Haríais de mí el hombre más feliz de la Tierra. concedido aquella última gracia, y haberlo libra-
4 mollejón1. 1. m. Piedra de amolar, redonda y colocada do de un modo tan sencillo, sin remordimiento
en un eje horizontal sobre una artesa con agua, donde se para él, de las dos pesadísimas piedras que tanto
moja a medida que da vueltas. Diccionario RAEL [N. del le estorbaban.
Pr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 168 Todos los cuentos
el profanador de textos
Juan se casa Preguntó entonces el padre, que era muy avaro: fundió; mi traje era de telaraña, pero pasé entre unos
[KHM084] Hans heiratet —¿Y cómo anda de dinero? ¿Tiene su pan que espinos que me lo rompieron; mis zapatos eran de
desmigajar? cristal, pero al dar contra una piedra hicieron ¡cling!,
—Amigo —le respondió el otro—, mi joven y se partieron en dos. ♣
primo está bien calentito, tiene en la mano su buen
dinerillo, y pan no le falta.
—Y tampoco cuenta menos piezas (así llama-
ban a los campos y tierras parcelados) que yo —y,
al decir esto, se dió un golpe en los remendados
calzones—. Y si queréis tomaros la molestia de venir
conmigo, en un momento podréis convenceros de
que todo es tal como os digo.
Había una vez un joven campesino llamado Juan, El viejo avaro no quiso perderse tan buena opor-
a quien un primo suyo se empeñó en buscarle una tunidad, y dijo:
mujer rica. —Siendo así, nada tengo en contra del
Hizo poner a Juan detrás del horno bien caliente. matrimonio.
Trajo luego un tarro con leche y una buena cantidad Se celebró la boda el día señalado, y cuando la
de pan blanco y, poniéndole en la mano una relu- desposada quiso salir a ver las propiedades de su ma-
ciente perra gorda1 recién acuñada, le dijo: rido, empezó Juan quitándose el traje dominguero y
—Juan, no sueltes la perra gorda, y en cuanto poniéndose la blusa remendada, pues dijo: —Podría
al pan, desmi­gájalo en la leche. Permanece sentado estropearme el vestido nuevo.
aquí sin moverte hasta que yo vuelva. Y se fueron los dos a la campiña, y cada vez que
—Muy bien —respondió Juan—; todo lo haré en el camino se veía dibujarse una viña o parcelarse
como dices. campos o prados, Juan los señalaba con el dedo,
El casamentero se puso unos pantalones remen- mientras con la otra mano se daba un golpe en una
dados, llenos de piezas, se fue al pueblo vecino a casa de las piezas, grande o pequeña, con que estaba
de un rico labrador que tenía una hija, y dijo a la remendada su blusa, y decía:
muchacha: —Esta pieza es mía, tesoro, mírala —significan-
—¿No te gustaría casarte con mi primo Juan? do que la mujer debía mirar no al campo, sino a su
Tendrías un marido bueno y diligente. Quedarías vestido, que era suyo.
satisfecha.
.  .  .
1 perra. 5. f. coloq. Dinero, riqueza. U. m. en pl. Tener
perras. ­— ~ chica. 1. f. coloq. Moneda española de cobre
o aluminio que valía cinco céntimos de peseta. — ~ —¿Estuviste tú también en la boda?
gorda, o ~ grande. 1. f. coloq. Moneda española de cobre —Sí que estuve, y vestido con todas mis galas.
o aluminio que valía diez céntimos de peseta. Diccionario Mi sombrero era de nieve, pero salió el sol y lo
RAEL [N. del Pr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 169 Todos los cuentos
el profanador de textos
los niños de oro El hombre volvió a echar al agua el pez milagroso moso palacio con su armario, y quedaron de
[KHM085] Die Goldkinder y se fue a su casa. Pero donde antes se levantaba su nuevo en su mísera choza.
choza, había ahora un gran palacio. Abriendo unos El hombre no tuvo más recurso que reanudar su
ojos como naranjas, entró y se encontró a su mujer vida de trabajo y salir a pescar; pero quiso la suerte
en una espléndida sala, ataviada con hermosos vesti- que el mismo pez volviese a caer en sus redes.
dos. Contentísima, le preguntó: —Óyeme —le dijo—; si otra vez me echas al
—Marido mío, ¿cómo ha sido esto? ¡La verdad es agua, te devolveré el palacio con el armario lleno
que me gusta! de guisos y asados; pero mantente firme y no
—Sí —le respondió el hombre—, a mí también; descubras a nadie quién te lo ha dado, o volverás
pero vengo con gran apetito, dame algo de comer. a perderlo.
—No tengo nada —respondió ella, ni encuentro —Me guardaré muy bien —respondió el pesca-
nada en la nueva casa. dor, soltando nuevamente al pez en el agua.
—No hay que apurarse —dijo el hombre—; veo Y al llegar a su casa, la encontró otra vez en gran

É ranse un hombre y una mujer muy pobres; no


tenían más que una pequeña choza, y sólo co-
mían lo que el hombre pescaba el mismo día.
allí un gran armario: ábrelo.
Y al abrir el armario aparecieron pasteles, carne,
fruta y vino, que daba gloria verlos. Exclamó enton-
esplendor, y a su mujer, encantada con su suerte.
Pero la curiosidad no la dejaba vivir, y a los dos días
ya estaba preguntando otra vez cómo había ocurrido
Sucedió que el pescador, al sacar una vez la red ces la mujer, no cabiendo en sí de gozo: —Corazón, aquello y a qué se debía.
del agua, encontró en ella un pez de oro y mien- ¿qué puedes ambicionar aún? El hombre se mantuvo firme una temporada;
tras lo contemplaba admirado, se puso el animal a Y se sentaron, y comieron y bebieron en buena pero, al fin, exasperado por la importunidad de su
hablar, y dijo: paz y compañía. esposa, reventó y descubrió el secreto; y en el mismo
—Óyeme, pescador; si me devuelves al agua, Cuando hubieron terminado, preguntó la mujer: instante desapareció el palacio, y el matrimonio se
convertiré tu pobre choza en un magnífico palacio. —Pero, marido, ¿de dónde nos viene toda esta encontró en su vieja cabaña.
Le respondió el pescador: riqueza? —Estarás satisfecha —le regañó el marido—.
—¿De qué me servirá un palacio, si no tengo qué —No me lo preguntes —respondió él—, no me Otra vez nos tocará pasar hambre.
comer? está permitido decirlo. Si lo revelara, perderíamos —¡Ay! —replicó ella—. Prefiero no tener ri-
Y contestó el pez: toda esta fortuna. quezas, si no puedo saber de dónde me vienen; la
—También remediaré esto, pues habrá en el pa- —Como quieras —dijo la mujer—. Si es que no curiosidad no me deja vivir.
lacio un armario que, cada vez que lo abras, apare- debo saberlo, no pensaré más en ello. Volvió el hombre a la pesca, y al cabo de un tiem-
cerá lleno de platos con los manjares más selectos y Pero su idea era muy distinta, y no dejó en po —el destino lo tenía dispuesto—, capturó por
apetitosos que puedas desear. paz a su marido de día ni de noche, fastidián- vez tercera al pez de oro.
—Si es así —respondió el hombre—, bien puedo dolo y pinchándole con tanta insistencia que, —Escúchame —dijo éste—, bien veo que
hacerte el favor que me pides. perdida ya la paciencia, el hombre acabó por habré de caer siempre en tus manos. Llévame a
—Sí —dijo el pez—, pero hay una condición: revelarle que todo les venía de un prodigioso tu casa y córtame en seis pedazos: dos, los darás
no debes descubrir a nadie en el mundo, sea quien pez de oro que había pescado y vuelto a poner a comer a tu esposa; otros dos, a tu caballo, y los
fuere, de dónde te ha venido la fortuna. Una sola en libertad a cambio de aquellos favores. Apenas dos restantes, los entierras; de todos obtendrás
palabra que digas, y todo desaparecerá. había terminado de hablar, desapareció el her- bendiciones.

Jacob & Wilhelm Grimm 170 Todos los cuentos


el profanador de textos
Hizo el hombre tal como el pez le había indica- —¡Ahí viene un hombre! Mientras tanto el muchacho soñaba que estaba
do, y sucedió que de los dos pedazos que plantara en Y respondía otra: de cacería persiguiendo un hermoso ciervo. Y al
tierra brotaron dos lirios de oro; la yegua tuvo dos —Déjalo pasar, es un cazador de osos, más pobre despertarse dijo a su esposa:
potrillos de oro; y la mujer dio a luz dos niños de y pelado que una rata de sacristía. ¡Qué podríamos —Me voy de caza.
oro también. sacar de él! Sintió ella angustia, y le rogó que se quedase a su
Crecieron los hijos, altos y hermosos, y con ellos Y de este modo el niño de oro atravesó el bosque lado:
crecieron los lirios y los caballos. Cuando ya fueron sin sufrir ningún daño. —Puede ocurrirte una desgracia —le dijo.
mayores, dijeron un día: Al llegar un día a un pueblo, vio a una muchacha Pero él insistió:
—Padre, vamos a montar los caballos de oro y a tan hermosa, que pensó que no podía haber otra —Debo ir, e iré.
correr mundo. Pero él les respondió, con tristeza: igual. Prendado de ella, fue a su encuentro y le dijo: Se fue, pues, al bosque, y al poco rato descubrió a
—Qué será de mí, si os marcháis y no tengo noti- —Te amo con todo mi corazón, ¿quieres ser mi cierta distancia un altivo ciervo, igual al que viera en
cias de vosotros? esposa? sueños. Le apuntó para disparar, pero el animal pegó
Y dijeron los niños: A la muchacha le gustó también tanto el mucha- un brinco y escapó. El muchacho se lanzó en su per-
—Os quedan los dos lirios de oro. Por ellos sa- cho que, aceptando, su ofrecimiento, le respondió: secución, saltando fosos y atravesando matorrales,
bréis cómo nos van las cosas: Mientras se mantengan —Sí, quiero ser tu esposa, y te guardaré fidelidad sin detenerse en toda la jornada; pero al anochecer
frescos y lozanos, gozaremos de buena salud; si se toda la vida. el ciervo desapareció. Al mirar el joven a su alrede-
marchitan, es que estaremos enfermos; si mueren, es Se casaron y estando en plena alegría y regoci- dor vio que se hallaba frente a una casita, en la que
que también nosotros habremos muerto. jo, llegó a casa el padre de la novia, y al ver aquella vivía una bruja. La vieja salió a abrir al llamar él a la
Se pusieron en camino y llegaron a una hospe- boda, admirado, preguntó: puerta, y le preguntó:
dería llena de gente que, al ver a los dos niños de —¿Dónde está el novio? —¿Qué buscas tan tarde, en medio de este in-
oro, empezó a reírse y burlarse de ellos. Al oír uno Le enseñaron el niño de oro, que seguía cubierto menso bosque? Dijo él:
de los dos hermanos aquellas burlas, se avergonzó y, con las pieles de oso; el hombre se enfadó mucho: —¿Habéis visto un ciervo?
renunciando a irse por el mundo, regresó a la casa —¡Jamás un cazador de osos se casará con mi —Sí —respondió la mujer—, bien conozco al
paterna, mientras el otro seguía adelante y llegaba a hija! —exclamó, tratando de matarlo. ciervo —y mientras ella hablaba, un perrito, que
un gran bosque. Al disponerse a entrar en él, le dijo Su hija se deshizo en súplicas y le dijo: había salido también de la casa, ladraba furiosamen-
la gente del lugar: —Es mi marido y lo quiero de corazón —y,al fin, te al forastero.
—No te aventures a atravesarlo, pues está lleno logró apaciguarlo. —¡Vas a callarte, maldito perro! —gritó el caza-
de bandidos y lo pasarás mal; y si ven que eres de Sin embargo, el hombre no lograba quitarse dor—. ¡Si no te callas, te pego un tiro!
oro y tu caballo también, te quitarán la vida. aquella preocupación de la cabeza, y a la mañana A lo cual replicó la vieja, colérica:
Pero el muchacho, sin arredrarse, exclamó: siguiente se levantó de madrugada dispuesto a saber —¡Cómo!, ¿te atreverías a matar a mi perrito?
—¡Pues pasaré! si su yerno era un mendigo andrajoso y vulgar. —y en el acto, lo dejó transformado en una piedra.
Se procuró pieles de oso, con las cuales se cubrió Al entrar en el dormitorio vio en la cama a un Su esposa estuvo aguardándolo inútilmente, y
a sí mismo y al caballo, de modo que no se viese apuesto joven, todo él de oro, las pieles de oso espar- pensando: “De seguro le ha sucedido lo que me
nada del oro, y entró en el bosque, muy confiado. Al cidas por el suelo. Retirándose pensó: “¡Qué suerte temía; ¡me lo decía el corazón!”
poco tiempo oyó un rumor entre las matas y unas tuve al reprimir mi cólera; habría cometido un gran En la casa paterna, el otro hermano no perdía de
voces de hombres que hablaban entre sí. Dijo una: disparate!” vista los lirios de oro, y se dio cuenta de que uno se

Jacob & Wilhelm Grimm 171 Todos los cuentos


el profanador de textos
marchitaba bruscamente. “¡Dios mío!,” pensó, “a mi la zorra y los gansos siguieron luego el tercero y el cuarto, hasta que se
hermano le debe haber ocurrido alguna gran desgra- [KHM086] Der Fuchs und die Gänse pusieron todos a graznar a la vez. (Y cuando hayan
cia. Tengo que ir en su busca, quizá llegue a tiempo terminado su oración, proseguiremos el cuento,
de salvarlo”; porque hasta ahora siguen rezando.) ♣
Su padre le dijo:
—Quédate aquí, pues si también a ti te pierdo,
¿qué podré hacer ya?
Pero el muchacho respondió:
—Es preciso que me marche, es mi deber.
Y, montando en su caballo de oro, se puso en
camino y llegó al gran bosque donde su hermano
estaba transformado en piedra.
La bruja salió de su casa y lo llamó, con intención Llegó un día una zorra a un prado donde había una
de encantarlo también a él. Pero el muchacho le manada de gansos gordos y hermosos y, echándose a
gritó desde lejos: reír, dijo:
—¡Si no devuelves la vida a mi hermano, te mato —Llego a punto, pues os encuentro a todos
de un tiro! reunidos tan lindamente, para merendarme uno tras
La vieja, a regañadientes, tocó la piedra con el otro.
dedo e inmediatamente el hermano recobró su ser Los gansos, asustadísimos, pusieron el grito en el
natural. Los dos muchachos sintieron una gran cielo, se alborotaron y se deshicieron en lamentacio-
alegría al verse y, después de besarse y abrazarse, se nes y súplicas. Pero la zorra, cerrando los oídos a sus
alejaron juntos del bosque, dirigiéndose uno a casa voces y quejas, dijo:
de su esposa y el otro a la de su padre. Dijo éste al —¡No hay piedad, moriréis todos!
verlo llegar: Al fin, una de las aves cobró ánimos y suplicó:
—Ya sabía que habías salvado a tu hermano, pues —Puesto que, infelices de nosotros, hemos de
el lirio de oro se enderezó y vuelve a estar lozano. renunciar a la vida, a pesar de nuestra juventud, con-
Y, desde entonces, vivieron todos contentos y cédenos siquiera la gracia de rezar una oración para
felices hasta el fin de sus días. ♣ que no muramos en pecado. Después nos colocare-
mos en fila para que puedas elegir a los más gordos.
—Bueno —admitió la zorra—, esto es razo-
nable y, además, es una petición piadosa. Orad y
aguardaré.
Entonces comenzó el primero a entonar una
larga plegaria repitiendo “¡guac! ¡guac! ¡guac!,” y
como nunca terminaba, el segundo, sin aguardar
su turno, empezó a su vez: “¡guac! ¡guac! ¡guac!,” y

Jacob & Wilhelm Grimm 172 Todos los cuentos


el profanador de textos
el pobre y el rico Y cerrando la ventana, dejó plantado a Nuestro Señor se dispuso a seguir su camino. Hallándose ya
[KHM087] Der Arme und der Reiche Señor el cual, volviendo la espalda a la casa, se diri- en la puerta, se volvió y dijo:
gió a la mísera de enfrente. Apenas hubo llamado, —Puesto que sois piadosos y compasivos, voy a
abrió la puerta el pobre dueño e invitó al viandante concederles las tres gracias que me pidáis.
a entrar: Respondió el pobre:
—Quedaos aquí esta noche —le dijo—; ha oscu- —¡Qué otra cosa podríamos desear sino la salva-
recido ya y hoy no podríais seguir adelante. ción eterna y que, mientras vivamos, no nos falte a
A Nuestro Señor le complació esta acogida, y los dos salud y un pedazo de pan! ¡Ya no sabría qué
se quedó. La mujer del pobre le estrechó la mano, más pedir!
le dio la bienvenida y le dijo que se considerase Dijo Nuestro Señor:
en su casa; poco tenían, pero de buen grado se lo —¿No te gustaría tener una casa nueva, en lugar
ofrecieron. de esta vieja?
La mujer puso a cocer unas patatas, y entretanto —¡Claro que sí! —contestó el hombre—. Si tam-
Hace ya muchísimo tiempo, cuando Dios Nuestro ordeñó la cabra, para poder acompañarlas con un bién esto fuese posible, de veras me gustaría.
Señor andaba aún por la Tierra entre los morta- poco de leche. Cuando la mesa estuvo puesta, se Nuestro Señor satisfizo aquellos deseos, transfor-
les, un atardecer se sintió cansado y le sorprendió sentó a ella Nuestro Señor y cenaron juntos, y le mó la vieja casa en una nueva y se marchó, después
la oscuridad antes de encontrar albergue. He aquí agradó aquella vianda tan sencilla, pues se reflejaba de darles su bendición.
que encontró en su camino dos casas, una frente a el contento en los rostros que lo acompañaban. Ya muy entrado el día, se levantó el rico y, al salir
la otra, grande y hermosa la primera, pequeña y de Terminada la cena, y siendo hora de acostarse, la a la ventana, vio enfrente, en el lugar que ocupa-
pobre aspecto la segunda. mujer llamó aparte a su marido y le dijo: ra antes la mísera choza, una casa nueva y pulcra,
Pertenecía la primera a un rico y la segunda, a —Escucha, marido; por esta noche dormiremos cubierta de tejas rojas. Abriendo unos ojos como
un pobre. Pensó Nuestro Señor: “Para el rico no en la paja para que el pobre forastero pueda descan- naranjas, llamó a su esposa y le dijo:
resultaré gravoso; pasaré, pues, la noche en su casa.” sar en nuestra cama. Ha caminado durante todo el —¿Sabes tú lo que ha sucedido? Anoche aún
Cuando el hombre oyó que llamaban a su puerta, día y debe de estar rendido. estaba aquella vieja y mísera barraca, y hoy, ¡fijate
abrió la ventana y preguntó al forastero qué deseaba. —Muy bien pensado —respondió el marido—. qué casa tan bonita, completamente nueva! A ver si
Nuestro Señor le respondió: Voy a decírselo —y, acercándose a Nuestro Señor, te enteras de lo que ha pasado.
—Quisiera que me dierais albergue por una le ofreció la cama, en la que podría descansar La mujer salió a preguntar al pobre, el cual le
noche. cómodamente. dijo:
El rico miró al forastero de pies a cabeza y, viendo Nuestro Señor se resistió, pero ellos insistieron —Anoche llegó un caminante que nos pidió
que vestía muy sencillamente y no tenía aspecto de tanto que, al fin, hubo de aceptar y se acostó en ella, albergue, y esta mañana, al despedirse, nos ha
persona acaudalada, sacudiendo la cabeza le dijo: mientras el matrimonio lo hacía sobre un lecho de concedido tres gracias: la salvación eterna, la
—No puedo darle alojamiento; todas mis habita- paja. salud y el pan cotidiano en esta vida y, además,
ciones están llenas de plantas y semillas; y si tuviese Se levantaron de madrugada y prepararon para el ha transformado nuestra choza en esta hermosa
que albergar a cuantos llaman a mi puerta, pronto forastero el mejor desayuno que pudieron. Y cuando casa.
habría de tomar yo mismo un bastón y salir a men- el sol asomó por la ventana y Nuestro Señor se hubo Se apresuró la mujer del rico a contar a su marido
digar. Tendréis que buscar acomodo en otra parte. levantado, desayunaron los tres juntos, y Nuestro lo ocurrido y éste, al oírlo, exclamó:

Jacob & Wilhelm Grimm 173 Todos los cuentos


el profanador de textos
—¡Es para arrancarse los pelos y darse de bofe- Apenas habían salido tales palabras de sus labios segundo deseo. Acalorado y excitado echó a correr,
tadas! ¡Si lo hubiese sabido! El forastero vino antes cuando se encontró en el suelo, con el caballo inmó- suspirando por llegar a su casa e instalarse cómoda-
aquí, pidiéndome que le dejase pasar la noche en vil y muerto a su lado. Quedaba cumplido su primer mente en ella para pensar con calma hasta que diese
casa, y yo lo despedí. deseo. con algo digno de su tercera petición. Pero al llegar
—Pues no pierdas tiempo —le dijo la mujer—; De naturaleza avara, el rico no quiso abandonar y a su morada y abrir la puerta, lo primero que vio fue
monta a caballo y aún lo alcanzarás; debes pedirle perder también la silla y el correaje, y se los cargó a a su mujer sentada en la silla de montar, gritando
también tres gracias. la espalda, para proseguir su camino a pie. “Aún me y llorando porque no podía bajar de ella. Le dijo el
Siguiendo el consejo de su esposa, partió el quedan dos deseos,” pensaba, consolándose con estas hombre entonces:
hombre a caballo y no tardó en alcanzar a Nuestro ideas. Como debía avanzar por un terreno arenoso —Cálmate y tranquilízate; aunque tengas que
Señor. Dirigiéndose a él con toda finura y cortesía, le y el sol caía a plomo, pues era mediodía, el calor seguir sentada ahí, te proporcionaré todas las rique-
rogó que no tuviera en cuenta el no haberlo admi- empezó a hacérsele insoportable y andaba de muy zas del mundo.
tido en casa; mientras entró a buscar la llave, él se mal talante. Le pesaba la silla y, por otra parte, no Pero la mujer trató lo de imbécil y le dijo:
había marchado; pero si quería rehacer el camino, lo acertaba con lo que le sería más conveniente pedir: —¡De qué me servirán todas las riquezas del
acogería en su casa. “Aunque desease todos los tesoros y riquezas de la mundo, si no puedo moverme de la silla! ¡Ya que tú
—Bien —le dijo Nuestro Señor—. Si algún día Tierra,” decía para sus adentros, “sé que después se me pusiste en ella, sácame ahora!
vuelvo por estas tierras, lo haré. me antojarían otras mil cosas. Así pues, debo arre- Y él, quieras que no, hubo de formular por tercer
Le preguntó entonces el rico si no le quería glármelas de manera que, al colmarme mi deseo, no deseo que su esposa pudiese apearse de la silla, y al
conceder también tres gracias, como a su vecino. pueda ya ambicionar nada más.” instante quedó cumplida la petición.
Nuestro Señor le dijo que podía hacerlo; pero Y suspirando, añadió: “¡Si fuese como el campesi- Como resultado de todo ello, no había saca-
valía más que no le pidiera nada, pues sería por no bávaro, que pudiendo también pedir tres gracias do más que malos humores, fatigas, insultos y un
su mal. deseó, primero mucha cerveza, después tanta cerveza caballo perdido. Los pobres, en cambio, vivieron
Replicó el rico que él se veía capaz de pensar algo como fuese capaz de beber, y finalmente, otro barril contentos y tranquilos hasta su fin, que fue santo y
que le conviniese, con tal de saber que le sería conce- de cerveza!” ejemplar. ♣
dido. Y dijo Nuestro Señor: Varias veces creía haber dado en el clavo pero,
—Vuelve a tu casa y verás realizados tus tres inmediatamente, aquello le parecía ya muy poco
primeros deseos. El rico, logrado lo que se propo- hasta que, de pronto, le ocurrió pensar que mientras
nía, emprendió el retorno, cavilando acerca de lo él estaba pasando todas aquellas fatigas, su mujer,
que podría pedir. Ensimismado en sus cavilaciones, bien arrellanada en su casa en una sala fresca, se daba
soltó las riendas y el caballo se puso a saltar, cosa la gran vida. La idea lo enfureció tanto que, sin darse
que le hacía perder a cada momento el hilo de sus cuenta, dijo:
pensamientos. —¡Ojalá estuviese sentada en esta silla y no pu-
—¡Estate quieta, Lisa! —decía, golpeando el cue- diese desmontar de ella, en vez de tener que arras-
llo del animal; pero éste seguía con sus travesuras. trarla yo tanto rato!
Hasta que el hombre, en un arrebato de mal humor, Acabar de pronunciar estas palabras y desapa-
exclamó: recer la silla de su espalda fue todo uno; entonces
—¡Ojalá te rompieses el pescuezo! el hombre comprendió que acababa de realizar su

Jacob & Wilhelm Grimm 174 Todos los cuentos


el profanador de textos
la alondra cantarina y saltarina Pero al acercarse al árbol, saltó de repente un fiero Pero ella lo consoló y le dijo:
[KHM088] Das singende, springende león, sacudiendo la melena y rugiendo de tal modo, —Padre mío, debéis cumplir lo que prometis-
Löweneckerchen que todo el follaje de los árboles circundantes se teis;” iré, y estoy segura de que sabré amansar al león
puso a temblar. y regresaré a vuestro lado sana y salva.
—¡Devoraré a quien pretenda robarme mi alon- ¡A la mañana siguiente pidió que le indicasen
dra saltarina y cantarina! el camino, y después de despedirse de todos, entró
Se excusó entonces el hombre: confiada en el bosque. Pero resultó que el león era
—Ignoraba que el pájaro fuese tuyo; repararé un príncipe encantado, que durante el día estaba
mi falta y te pagaré un buen rescate en dinero; mas convertido en aquel animal, así como todos sus
perdóname la vida. Dijo el león: servidores, y al llegar la noche recobraban su figura
—Nada puede salvarte, excepto la promesa de humana.
entregarme lo primero que salga a tu encuentro Al llegar, la muchachita fue acogida amistosa-
cuando llegues a tu casa. Si te avienes a esta condi- mente Y conducida al palacio, y cuando se hizo de
Érase una vez un hombre que, antes de salir para ción, te perdonaré la vida y encima te daré el pájaro noche, se vió ante un gallardo y hermoso joven, con
un largo viaje, preguntó a sus tres hijas qué querían para tu hija. el cual se casó con gran solemnidad.
que les trajese. La mayor le pidió perlas; la segunda, Pero el hombre se negó, diciendo: Vivieron juntos muy a gusto, velando de noche
diamantes; pero la tercera dijo: —Podría ser mi hija menor, que es la que más me y durmiendo de día. Al volver a palacio en cierta
—Padre querido, yo deseo una alondrita que quiere y sale siempre a recibirme cuando vuelvo a ocasión, dijo el príncipe:
cante y salte. casa. —Mañana se da una gran fiesta en casa de tu
El padre le respondió: El criado, asustado, le dijo: padre, porque casa tu hermana mayor; si te apetece
—Si puedo encontrarla, la tendrás —y, besando a —No ha de ser precisamente vuestra, hija la que ir, mis leones te acompañarán.
las tres, se marchó. salga a vuestro encuentro; a lo mejor será un gato o Ella respondió afirmativamente, diciendo que le
Cuando fue la hora de regresar a su casa, tenía un perro. El hombre se dejó persuadir y, tomando la agradaría mucho volver a ver a su padre, por lo que
ya comprados los diamantes y las perlas para las dos alondra, prometió dar al león lo primero que encon- emprendió el camino acompañada de los leones. Fue
hijas mayores, pero en cuanto a la alondra cantarina trase al llegar a casa. recibida con grandísimo regocijo pues todos creían
y saltarina que le pidiera la menor, no había logra- Y he aquí que al entrar en su morada, ¿quién que el león la había destrozado, y que estaba muerta
do encontrarla en ningún sitio, y le pesaba, porque había de ser la primera en salir a recibirlo, sino su desde hacía mucho tiempo. Pero ella les explicó cuán
aquella hija era su preferida. querida hijita menor? Acudió corriendo a besarlo y apuesto marido tenía y lo bien que lo pasaba, y se
He aquí que su camino pasaba por un bosque, en abrazarlo, y, al ver que le traía su alondra saltarina y quedó con los suyos hasta el fin de la boda; luego se
medio del cual se levantaba un magnífico palacio, cantarina, no cabía en sí de contento. El padre, em- volvió al bosque.
y cerca de él había un árbol. Sucedió que en lo más pero, en vez de alegrarse, rompió a llorar, diciendo: Al casarse la hija segunda y habiendo sido tam-
alto de aquel árbol descubrió nuestro hombre una —Hijita mía, cara he pagado esta avecilla, pues bién invitada la princesa, dijo ésta al león:
alondra que estaba cantando y saltando: por ella he debido prometer entregarte a un león —Esta vez no quiero ir sola; tú debes venir
—¡Vienes como caída del cielo! —exclamó, salvaje que, cuando te tenga en su poder, te destroza- conmigo.
alegre, y llamando a un criado suyo, le mandó que rá y devorará —y le contó lo que le había sucedido, Pero su marido le explicó que el hacerlo era en
subiese a la copa del árbol para tomar al pajarito. pidiéndole que no fuese, pasara lo que pasara. extremo peligroso para él, pues sólo con que le toca-

Jacob & Wilhelm Grimm 175 Todos los cuentos


el profanador de textos
se un rayo de luz procedente de un fuego cualquiera, Y así transcurrieron casi los siete años, con gran en león, pues han transcurrido los siete años; y allí el
se transformaría en paloma y habría de permanecer alegría suya, pensando que ya no faltaba mucho para león está librando combate con un dragón, pero este
siete años volando con estas aves. su desencanto. Un día, al disponerse a proseguir su dragón es una princesa encantada.
—¡No temas! —exclamó ella—. Ven conmigo. Ya camino, de pronto dejaron de caer las gotitas de san- Y luego le dijo la brisa nocturna:
procuraré yo guardarte de todo rayo de luz. gre y las plumas, y cuando levantó la vista, la paloma —Voy a darte un consejo. Vete al Mar Rojo; en
Se marcharon, pues, los dos, llevándose a su hijo había desaparecido. Y pensando: “Los humanos no su orilla derecha hay unas varas grandes; cuéntalas
de poca edad. La princesa, al llegar a la casa, mandó pueden ayudarme en este trance,” subió al encuen- y corta la undécima, y con ella golpeas al dragón;
que amurallasen una sala, de manera que no pudiese tro del Sol y le dijo: entonces el león lo vencerá y ambos recobrarán su
penetrar en ella ni un solo rayo de luz; allí perma- —Tú que envías tus rayos a todas las grietas y forma humana. Mira después a tu alrededor y des-
necería su esposo mientras estuviesen encendidas las todas las cúspides, ¿no has visto una paloma blanca? cubrirás el ave llamada grifo,2 que habita los parajes
luces de la fiesta. —No —le respondió el Sol—, no he visto ningu- del Mar Rojo; tú y tu amado os montáis en ella, y
Pero la puerta, que era de madera verde, se rajó, na, pero aquí te regalo una cajita; ábrela cuando te el animal os conducirá a vuestra casa, volando por
produciéndose una pequeñísima grieta de la que halles en gran necesidad. encima del mar. Aquí te doy también una nuez.
nadie se dio cuenta. Se celebró la ceremonia con Después de dar las gracias al Sol, siguió caminan- Cuando te encuentres en medio del mar, suéltala;
toda pompa y magnificencia, y de regreso a la casa do hasta la noche, y cuando salió la Luna se dirigió a brotará en seguida y saldrá del agua un gran nogal
la comitiva, al pasar por delante de la sala con todos ella y le dijo: donde el ave podrá descansar; pues si no pudiese
sus hachones1 y velas encendidos, un rayo lumino- —Tú que brillas durante toda la noche e ilu- hacerlo, no tendría la fuerza necesaria para transpor-
so, fino como un cabello, fue a dar en el príncipe, minas campos y bosques, ¿no has visto volar una taros hasta la orilla opuesta. Si te olvidas de soltar la
quien, en el acto, quedó transformado. paloma blanca? nuez, el grifo os echará al mar.
Cuando su esposa entró en la estancia a buscar- —No —replicó la Luna—, no la he visto, pero Partió la joven princesa y le sucedió todo tal
lo, no lo vio en ninguna parte, y sí, en cambio, una te hago obsequio de un huevo; rómpelo cuando te como le dijera la brisa nocturna. Contó las varas del
blanca paloma. Le dijo ésta: encuentres en gran necesidad. borde del mar, cortó la undécima y, golpeando con
—Por espacio de siete años tengo que estar volan- Dio las gracias a la Luna, y continuó su camino, ella al dragón, fue éste vencido por el león, y en el
do errante por el mundo; pero cada siete pasos deja- hasta que empezó a soplar la brisa nocturna, a la acto recuperaron uno y otro sus respectivas figuras
ré caer una roja gota de sangre y una pluma blanca; cual se dirigió también, diciéndole: humanas.
ellas te mostrarán el camino, y si sigues las huellas, —Tú que soplas sobre todos los árboles y so- Pero no bien la otra princesa, la que había esta-
podrás redimirme. bre todas las hojas, ¿no has visto volar una paloma do encantada en forma de dragón, quedó libre del
Echó la paloma a volar, saliendo por la puerta, blanca? hechizo, tomó al joven del brazo, montó con él en
y la princesa la siguió, y cada siete pasos caían una —No —le respondió la brisa—, no he visto nin- el grifo y emprendió el vuelo, quedando la desven-
gotita de sangre roja y una blanca plumita, que le in- guna, pero preguntaré a los otros tres vientos, tal vez turada esposa abandonada nuevamente en un país
dicaban el camino. Siguió ella andando por el vasto ellos la hayan visto. remoto.
mundo, sin volverse a mirar atrás ni descansar jamás. Vinieron el de Levante y el de Poniente, pero En el primer momento se sintió muy abatida y se
ninguno había visto nada; y acudió luego el de echó a llorar; pero al fin cobró nuevos ánimos y dijo:
1 hachón. 1. m. hacha (vela de cera) 2. m. hacha (mecha de
esparto y alquitrán). 3. m. Especie de brasero alto, fijo sobre Mediodía y dijo:
un pie derecho, en que se encienden algunas materias que —Yo he visto la paloma blanca, que ha volado 2 grifo, fa. 8. m. Animal fabuloso, de medio cuerpo arriba
levantan llama, y se usa en demostración de alguna festivi- hasta el Mar Rojo, donde se ha vuelto a transformar águila, y de medio abajo león. Diccionario RAEL [N.
dad o regocijo público. Diccionario RAEL [N. del Pr.] del Pr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 176 Todos los cuentos
el profanador de textos
—Seguiré caminando, mientras el viento sople y llena de tristeza y amargura, se tumbó en el suelo y y montaron en el ave grifo, que los llevó a través del
el gallo cante, hasta encontrarlo. prorrumpió en amargo llanto. Pero entonces le vino Mar Rojo; y al llegar a la mitad, la esposa soltó la
Y recorrió largos, largos caminos, y llegó, por fin, a la memoria el huevo que le había dado la Luna. nuez.
al palacio donde los dos moraban y se enteró de que Lo rompió y apareció una gallina clueca con doce En seguida salió del seno de las olas un poderoso
se preparaban las fiestas de su boda. polluelos, todos de oro, que corrían ligeros piando y nogal, en cuya copa se posó el ave a descansar, y lue-
Ella se dijo: “Dios no me abandonará” y, abrien- picoteando, y volvían a refugiarse bajo las alas de la go los llevó a su casa, donde encontraron a su hijo,
do la cajita que le diera el Sol, vio que había dentro madre, y era un espectáculo como no pudiera imagi- crecido y hermoso, y vivieron ya felices hasta el día
un vestido brillante como el propio astro. narse otro más delicioso en el mundo entero. de su muerte. ♣
Se lo puso y entró en el palacio, donde todos los Se levantó y los dejó correr por el prado, hasta
presentes, e incluso la misma novia, se quedaron que la novia los vio desde su ventana y, prendándo-
mirándola con asombro y pasmo. El vestido gustó se de los polluelos, bajó a preguntar si los tenía en
tanto a la prometida, que pensó adquirirlo para su venta:
boda, y preguntó a la forastera si lo tenía en venta: —No por dinero —respondió la joven—, sino
—No por dinero —respondió ella—, sino por por carne y sangre; déjame pasar otra noche en el
carne y sangre. aposento donde duerme el novio.
Preguntó le la novia qué quería significar con —De acuerdo —asintió la prometida, pensando
aquellas palabras, y ella le respondió: que la engañaría como la vez anterior.
—Dejadme dormir una noche en el mismo apo- Pero el príncipe, al ir a acostarse, preguntó a su
sento en que duerme el novio. ayuda de cámara qué rumores y murmullos eran
La princesa se negó al principio, pero deseaba tan aquellos que habían agitado su sueño la otra no-
ávidamente el vestido, que al fin se avino, aunque che, y entonces el criado le contó todo lo ocurrido.
ordenó secretamente al ayuda de cámara que admi- Cómo le habían mandado darle un soporífero por-
nistrase un somnífero al príncipe. que una pobre muchacha iba a pasar la noche en su
Llegada la noche, y cuando ya el joven dormía, aposento, y cómo debía repetir la operación. Le dijo
introdujeron en la habitación a su esposa, quien el príncipe:
sentándose a la vera de la cama, dijo: —Vierte el narcótico al lado de la cama.
—Te estuve siguiendo por espacio de siete años; Fue introducida nuevamente su esposa, y cuando
fui a las mansiones del Sol, de la Luna y de los se puso a darle cuenta de su triste suerte, reconocién-
cuatro vientos a preguntar por ti, y te presté ayuda dola él por la voz, se incorporó y exclamó:
contra el dragón. ¿Y vas a olvidarme ahora? —¡Ahora sí que estoy desencantado! Todo esto ha
Pero el príncipe dormía tan profundamente, que sido como un sueño, pues la princesa forastera me
sólo percibió un ligero rumor, como el del viento, hechizó y me obligó a olvidarte, pero Dios viene a
murmurando entre los abetos del bosque. librarme a tiempo de mi ofuscación.
A la mañana la joven fue despedida, después Y los dos esposos se marcharon en secreto del
de haber entregado el vestido. Y al ver que tampo- palacio al amparo de la oscuridad, pues temían la
co aquello le había servido, se dirigió a un prado, intervención del padre de la princesa, que era brujo,

Jacob & Wilhelm Grimm 177 Todos los cuentos


el profanador de textos
la pastora de ocas (la niña de los Madre e hija se separaron con abundantes lágri- Y al agacharse para beber se le cayó del seno la
gansos) mas. La princesa se guardó en el seno la telita con tela que contenía las tres gotas, y el agua se la llevó
[KHM089] Die Gänsemagd la sangre y montando a caballo, emprendió el viaje sin que ella lo advirtiese, angustiada como estaba.
hacia la Corte de su prometido. Cuando llevaban Pero la camarera sí lo había visto y se alegró, porque
una hora cabalgando sintió una intensa sed y dijo a ello le daba poder sobre la princesa quien, al perder
su camarera: aquellas gotas de sangre, se había quedado débil e
—Apéate y lléname de agua del arroyo la copa impotente. Al disponerse a subir nuevamente sobre
que para esto has traído; quiero beber. su caballo Falada, dijo la camarera:
—Si tenéis sed —le respondió la camarera—, ba- —A Falada lo montaré yo y tú te subirás sobre
lad del caballo vos y bebed. Yo no quiero ser vuestra mi rocían —y la princesa hubo de resignarse. Luego,
criada. con palabras duras, le mandó la camarera que se qui-
La princesa, acuciada por la sed bajó del caballo tase los vestidos reales y se pusiese los suyos malos y,
y, arrodillada en la orilla, bebió directamente del finalmente, la obligó a jurar bajo la luz del cielo que
riachuelo, sin usar la copa. Luego exclamó: en la Corte del Rey no diría nada de todo aquello a
Vivía una vez una anciana reina, viuda desde hacía —¡Dios mío! —y las tres gotas de sangre le nadie; y si se hubiese negado a prestar el juramento,
muchos años, que tenía una hija muy hermosa. Al respondieron: la habría asesinado allí mismo. Pero Falada lo pre-
hacerse mayor la prometieron a un príncipe de un —Si tu madre viese esto, el corazón le estallaría senció todo y lo guardó en la memoria.
país lejano, y cuando llegó el tiempo convenido en el pecho. Montó pues, la camarera sobre Falada, y la novia
para la celebración de la boda y la doncella hubo de Pero, humilde como era la princesita, guardó auténtica sobre el jamelgo, y así prosiguieron hasta
ponerse en camino hacia la corte de su prometido, silencio y volvió a montar a caballo. Siguieron cabal- llegar al palacio real. Grande fue el regocijo a su
la reina madre le preparó un ajuar precioso, con gando, y al cabo de varias leguas volvió a tener sed, entrada y el príncipe salió presuroso a recibirlas, y
brocados de oro y plata, vasos y joyas; era, en una pues el día era caluroso y el sol, ardiente. Llegaron a ayudó a la camarera a apearse del caballo, tomán-
palabra, una dote digna de una princesa real, pues la otro río y la princesa repitió a la camarera: dola por su prometida. Luego la condujeron arriba,
anciana reina quería entrañablemente a su hija. Le —Apéate y sírveme de beber en mi copa de oro mientras la verdadera princesa se quedaba abajo. Al
dió también, para que la acompañase y sirviese, una —pues había olvidado ya las insolentes palabras de asomarse a la ventana el anciano rey y verla en el pa-
camarera que, además, debía entregar a la princesa la sirvienta. tio, tan distinguida, delicada y hermosa, entró en las
en manos del novio. Recibió cada una de las dos un Pero ésta repitió a su vez, más altanera que antes: habitaciones reales para preguntar a la novia quien
caballo; pero el de la princesa tenía el don de hablar —Si queréis beber hazlo por vos misma; yo no era aquella que venía consigo y estaba en el patio.
y se llamaba Falada. quiero ser vuestra criada. —La tomé en el camino para que me acompaña-
Llegada la hora de los despidos entró la madre De nuevo se apeó la princesa, acuciada por la ra; dadle algún trabajo, que no permanezca ociosa.
en su alcoba y, tomando un cuchillito, se hizo un sed, y tendiéndose sobre el agua fluyente exclamó Pero el viejo rey no tenía ocupación para ella y
corte en un dedo para que fluyera la sangre; en un llorando: sólo se le ocurrió decir:
trocito de tela retomó tres gotas y las dio a su hija, —¡Dios mío! —y las tres gotas de sangre volvie- —Tengo un muchacho encargado de guardar las
diciéndole: ron a exclamar: ocas; que vaya a ayudarle.
—Hija mía, guárdalas cuidadosamente; puedes —Si tu madre viese esto, el corazón le estallaría El muchacho se llamaba Conrado, y la princesa
necesitarlas durante el camino. en el pecho. fue enviada a servirle de auxiliar.

Jacob & Wilhelm Grimm 178 Todos los cuentos


el profanador de textos
No tardó la falsa novia en decir al príncipe: En el mismo instante se levantó un fortísimo —¿Y por qué? —le preguntó el Rey.
—Amado mío, quisiera pedirte una gracia. viento que se llevó el sombrero de Conrado, obli- —Porque se pasa el día haciéndome rabiar.
—Te la concederé gustoso —respondió él. gando al joven a salir corriendo detrás de él durante Entonces el Rey le mandó que le contase lo ocu-
­—Pues ordenad al desollador que corte el cuello largo rato; y cuando volvió, ya había terminado la rrido, y Conrado le dijo:
del caballo que yo monté, pues me ha fastidiado doncella de peinarse y arreglarse, por el cual el mu- —Cada mañana, cuando pasamos con la manada
durante el camino. chacho se quedó sin sus cabellos. por la puerta oscura, se dirige a una cabeza de caba-
En realidad lo que temía era que el animal des- Enfadado, dejó de hablarle, y así cuidaron las llo que hay clavada en ella, y le dice:
cubriese lo sucedido a la princesa. Así, el leal Falada ocas hasta el anochecer, en que regresó a palacio. A —¡Oh, Falada, colgado aquí tristemente!
tuvo que morir y, al enterarse de ello, la verdadera la mañana siguiente, cuando pasaron de nuevo por Y la cabeza responde:
princesa prometió al desollador una moneda de oro el portal, dijo la doncella:
a cambio de un pequeño servicio. —¡Oh, Falada, colgado aquí tristemente! ¡Oh, princesa, cómo te trata esta gente!
En la ciudad había una gran puerta oscura por la Y respondió la cabeza: Si tu madre lo supiera, de la pena se muriera.
que ella debía pasar cada mañana y cada anochecer
con sus ocas; pidió pues al hombre que clavase la ¡Oh, princesa, cómo te trata esta gente! Y de este modo siguió Conrado contando lo que
cabeza de Falada en aquella puerta, para que ella Si tu madre lo supiera, de la pena se muriera. sucedía en el prado y cómo había de correr siempre
pudiese verla a menudo. Así lo hizo, y la cabeza del tras su sombrero.
noble caballo quedó clavada en el lúgubre portal. Ya en el prado volvió a sentarse sobre la hierba El anciano Rey le ordenó que al día siguiente
Cuando de madrugada la princesa y Conrado pasa- y a peinarse. Acudió Conrado para arrancarle unos volviese a salir con la manada, y el propio Rey, al
ron bajo el portal, ella dijo: cabellos; pero ella dijo rápidamente: rayar el alba se escondió detrás de la puerta, desde
—¡Oh, Falada, colgado aquí tristemente! donde pudo oír las palabras que se cruzaron entre la
Y respondió la cabeza: Sopla, sopla, vientecito, doncella y la cabeza de Falada.
quítale el sobrero a Conradito Luego siguió a los dos al prado, ocultándose en un
¡Oh, princesa, cómo te trata esta gente! y fuérzale a correr por el prado matorral. Pronto pudo contemplar con sus propios
Si tu madre lo supiera, de la pena se muriera. hasta que yo me haya peinado ojos cómo el muchacho y la muchacha llegaban con
y de nuevo acicalado. las ocas y cómo, al poco rato, ella se sentaba en la
Salió ella de la ciudad y se fue con el muchacho hierba y se soltaba el cabello, y cómo irradiaba éste un
al campo a cuidar las ocas. Al llegar al prado se sentó El viento se puso a soplar llevándose el sombrero resplandor de oro. En seguida repitió la doncella:
sobre la hierba a peinar sus cabellos, que eran de oro de la cabeza del joven, el cual hubo de correr en su
puro; y Conrado gozaba contemplando su brillo. persecución y cuando volvió, la muchacha hacía ya Sopla, sopla, vientecito,
Quizo arrancarle algunos, pero ella dijo: buen rato que estaba lista de su peinado, con lo que quítale el sobrero a Conradito
Conrado no pudo salirse Con la suya. Y así estuvie- y fuérzale a correr por el prado
Sopla, sopla, vientecito, ron cuidando las ocas hasta el anochecer. hasta que yo me haya peinado
quítale el sobrero a Conradito Pero cuando hubieron regresado a palacio, y de nuevo acicalado.
y fuérzale a correr por el prado Conrado se presentó al anciano rey y le dijo:
hasta que yo me haya peinado —No quiero seguir cuidando ocas con esa Inmediatamente llegó una ráfaga de viento y se
y de nuevo acicalado. muchacha: llevó el sombrero, obligando al muchacho a empren-

Jacob & Wilhelm Grimm 179 Todos los cuentos


el profanador de textos
der un larga carrera hasta recuperarlo, mientras la que quedaron invitadas muchísimas personas y los el joven gigante
joven se peinaba los bucles. buenos amigos. [KHM090] Der junge Riese
El anciano Rey lo presenció todo. Se retiró luego A la cabeza de la mesa se sentó el novio, el cual
sin ser observado, y cuando al anochecer regresó tenía a su lado a la princesa, y al otro a la camarera
la pastora de ocas, la llamó aparte y le preguntó la la cual, deslumbrada, no reconoció a su rival bajo
razón de su proceder. sus magníficos atavíos. Una vez hubieron comido y
—No puedo decíroslo —respondió ella —ni bebido, reinando gran animación entre los comensa-
revelar mi desgracia a nadie, pues lo juré bajo el cielo les, el anciano Rey planteó un acertijo a la camarera.
para salvar mi vida. ¿Qué merecía una persona que hubiese engañado a
El Rey insistió y porfió para que hablase; pero su señor de tal y cual manera?; y después de detallar-
viendo que no lograba sacarle una palabra le dijo al le todo el caso, acabó preguntándole:
fin: —¿Qué sentencia dictaríais contra esta persona?
—Pues si no quieres confiármelo a mí, ve a con- ­—y respondió la presunta prometida: Un campesino tenía un hijo que no abultaba más
tar tus penas a la estufa de hierro —y se alejó. —No merece sino que se la desnude comple- que el dedo pulgar; no había manera de hacerlo
Se acercó la princesa a la estufa y, entre lamentos tamente y se la encierre en un barril cuyo interior crecer, y al cabo de varios años, su talla no había
y lágrimas, desahogando su corazón, dijo: esté erizado de agudos clavos y que, tirado por dos aumentado ni el grueso de un cabello.
—Aquí estoy abandonada del mundo entero y, caballos blancos, sea paseado por todas las calles de Un día en que el campesino se disponía a
no obstante, soy hija de un rey; una pérfida camare- la ciudad hasta que la malvada haya muerto. marcharse al campo para la labranza, le dijo el
ra me redujo a esta situación usando de la violencia, —Pues ésa eres tú —respondió le el Rey—, pequeñuelo:
obligándome a quitarme mis vestidos de princesa y y en ti va a cumplirse la sentencia que acabas de —Padre, déjame ir contigo.
suplantándome ella como prometida del príncipe, pronunciar. —¿Tú, ir al campo? —replicó el padre—.
mientras yo debo hacer trabajos humildes y guardar Y cuando se hubo cumplido, se celebró le boda Quédate en casa; allí no me servirías de nada y aún
ocas. ¡Si mi madre lo supiera, de pena le estallaría el de los jóvenes príncipes, y ambos reinaron en paz y correría el riesgo de perderte.
corazón en el pecho! felicidad. ♣ El pequeño se echó a llorar y, al fin, el campesino,
Pero el viejo Rey lo escuchaba todo por el tubo para que lo dejara en paz, se lo metió en el bolsillo
de la chimenea, y así se enteró de sus desgracias. y lo llevó. Al llegar al campo, lo dejó sentado en un
Volvió al aposento y le mandó que saliese de la surco recién abierto. Mientras estaba allí, se acer-
estufa; le pusieron vestidos principescos y entonces có un enorme gigante que venía de más allá de los
quedó de manifiesto su maravillosa hermosura. montes.
El Rey llamó entonces a su hijo y le reveló el en- —¿Ves aquel gigantón de allí? —dijo el padre al
gaño de su presunta prometida, qué no era sino una niño, para asustarlo—. Pues vendrá y se te llevará.
vulgar sirvienta, mientras la novia verdadera, que allí En dos o tres zancadas de sus larguísimas piernas,
estaba, hubo de estar guardando ocas durante todo el gigante llegó ante el surco. Levantó cuidadosa-
aquel tiempo. mente al pequeño con dos dedos, lo contempló
El joven príncipe sintió una gran alegría al verla un momento y se alejó con él, sin pronunciar una
tan bella y virtuosa, y preparó un gran banquete al palabra.

Jacob & Wilhelm Grimm 180 Todos los cuentos


el profanador de textos
El padre, paralizado de espanto, no pudo ni Pero como aquel gigante le daba miedo, le dejó el debido. Cuando estuvo listo entró en la casa y, sen-
emitir un grito y consideró perdido a su hijo, sin arado y fue a sentarse al borde del campo. Empuñó tándose en el banco, dijo:
esperanza de volverlo a ver en su vida. El gigante se el hijo el arado con una sola mano, y lo hincó con —Madre, tengo mucho apetito; ¿estará pronto la
llevó al pequeñuelo a su mansión y le dio de mamar tal fuerza que la reja se hundió profundamente en el comida?
de su pecho, con lo que el chiquitín creció, tanto suelo. El campesino no pudo contenerse y le gritó: —Sí —respondió ella—, y le sirvió dos grandes
en estatura como en fuerzas, cual es propio de los —No hay que apretar tan fuerte para arar; es una fuentes repletas, con las que ella y su marido se ha-
gigantes. Transcurridos dos años, el viejo gigante lo mala labor la que estás haciendo. brían hartado para ocho días.
llevó al bosque y, para probarlo, le dijo: Pero el joven, desunciendo los caballos y ponién- Pero el joven se lo zampó todo y preguntó si
—Arranca una vara. dose a tirar él mismo del arado, dijo: podía darle algo más.
El niño era ya tan robusto, que arrancó de raíz un ar- —Vete a casa, padre, y di a mi madre que prepare —No —respondió le la madre—, te di todo lo
bolito como quien no hace nada. Pero el gigante pensó: una buena comida; yo, mientras tanto, terminaré la que había en casa.
“Ha de hacerse más fuerte,” y volvió a llevarlo a su casa faena. —Esto sólo me sirve para abrirme el apetito;
y continuó amamantándolo durante otros dos años. Se fue el campesino y encargó a su mujer que necesito más.
Al someterlo nuevamente a prueba, la fuerza del preparase la comida, y entretanto, el muchacho aró Ella, sin atreverse a contradecirlo, salió a poner al
muchacho había aumentado tanto, que ya fue capaz todo el campo, que medía dos yugadas,1 sin ayuda fuego una gran artesa llena de comida y, cuando ya
de arrancar de raíz un viejo árbol. Sin embargo, el de nadie, tras lo cual lo rastrilló por entero, mane- estuvo cocida, la entró al muchacho.
gigante todavía no se dio por satisfecho, y lo ama- jando dos rastras a la vez. —Bueno, aquí hay, por lo menos, un par de
mantó aún por espacio de otros dos años, al cabo de Cuando hubo terminado, arrancó dos robles del bocados —dijo éste.
los cuales volvió al bosque, y le ordenó: bosque, se los echó al hombro, y puso aún encima Y se lo comió todo sin dejar miga; pero tampoco
—Arráncame ahora una vara de verdad. una rastra y un caballo delante, y otra rastra y otro bastaba para aplacarle el hambre, y dijo entonces:
Y el joven extrajo del suelo el más fornido de los caballo detrás; —Padre, bien veo que en vuestra casa nunca me
robles, con una ligereza tal que no parecía sino que Y como si todo junto no fuese más que un haz de hartaré. Si me traéis una barra de hierro bastante
bromeaba. paja, lo llevó a la casa paterna. Al entrar en la era, su gruesa para que no pueda romperla con la rodilla,
—Ahora está bien —le dijo el gigante—; has madre, no reconociéndolo, preguntó: me marcharé a correr mundo.
terminado el aprendizaje —y lo devolvió al campo —¿Quién es ese hombrón tan terrible? El campesino se alegró, enganchó los dos caballos
en que lo encontrara. Y Le respondió su marido: al carro y se fue a la casa del herrero en busca de una
En él estaba su padre guiando el arado, y el joven —Es nuestro hijo. barra tan grande y gruesa como pudieran transportar
gigante fue a él y le dijo: —No, no es posible que sea nuestro hijo; jamás los animales. El joven se la aplicó contra la rodilla y
—¡Mira, padre, qué hombrón se ha vuelto vues- tuvimos uno así; el nuestro era muy chiquitín. ¡crac!, la quebró en dos como si fuese una estaca, y
tro hijo! El labrador, volviéndose, exclamó asustado: Y le gritó: tiró los trozos a un lado.
—¡No, tú no eres mi hijo! ¡Nada quiero de ti! —¡Márchate, aquí no te queremos! Enganchó entonces el padre cuatro caballos y
¡Márchate! El muchacho, sin chistar, llevó los caballos al volvió con otra barra tan grande y gruesa como los
—¡Claro que soy vuestro hijo; dejadme trabajar; establo, echó les heno y avena y lo arregló como es animales pudieron acarrear; pero el hijo la dobló
sé arar tan bien como vos o mejor! 1 yugada. 1. f. Espacio de tierra de labor que puede arar una también y, arrojando los fragmentos, dijo:
—¡No, no! Tú no eres mi hijo, ni sabes arar. yunta en un día. 2. f. Medida agraria que equivale a 50 —No sirve, padre; tenéis que poner más caballos
¡Anda, márchate de aquí! fanegas o a algo más de 32 hectáreas. Diccionario RAEL y traer una barra más fuerte.
[N. del Pr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 181 Todos los cuentos
el profanador de textos
Enganchó entonces el campesino ocho caballos, Algo más lejos, llegó a una alquería y preguntó al Cuando llegó al sitio convenido, los demás volvían
y trajo a casa una tercera barra, tan grande y gruesa patrón si necesitaba un muchacho. ya con sus carros cargados; pero él les dijo:
como los animales pudieron transportar. El hijo la —Sí —dijo el granjero—, necesito uno. Pareces —Aunque os marchéis, estaré en casa antes que
tomó en la mano, rompió un pedazo de un extremo, hombre capaz y despabilado; ¿cuánto quieres ganar vosotros.
y dijo: al año? No se entretuvo mucho tiempo con la leña,
—Padre, bien veo que no podéis darme el bastón Él le respondió lo que al otro. Que no quería sa- limitándose a arrancar de raíz dos de los árboles más
que necesito. No quiero continuar aquí. lario alguno; solamente le propinaría tres trompazos corpulentos y cargarlos en la carreta. De regreso, al
Se marchó con intención de colocarse como cada año, que tendría que aguantar. El granjero se llegar ante el parapeto, encontró a todos sus compa-
oficial herrero. declaró conforme, pues era también un avaro. ñeros detenidos sin poder cruzar el barranco.
Llegó a un pueblo, donde habitaba un herrero A la mañana siguiente, los muchachos debían ir —¿Veis? —les dijo—. Si os hubieseis quedado
muy avaro, que todo lo quería para sí y nada para por leña, y todos estaban ya levantados; únicamente conmigo, habríais llegado a casa a la misma hora, y
los demás. Se presentó el muchacho y le preguntó si el nuevo seguía en la cama, por lo que uno fue a habríais dormido un buen rato más.
necesitaba un oficial. llamarlo: Y como sus animales no podían pasar, los desun-
—Sí —respondió el herrero, y considerándolo —¡Levántate, es hora! Tenemos que ir por leña y ció, los cargó en el carro, se tomó él a la lanza del ve-
de pies a cabeza, pensó: “Es un muchacho fornido; has de acompañarnos. hículo y… ¡huf!, de un tirón se lo nevó todo como si
manejará bien el martillo y se ganará su pan.” —¡Bah! —respondió él con rudeza y arrogan- fuera un puñado de plumas. Desde el borde opuesto
—¿Cuánto pides de salario? —le preguntó. cia—. Id delante, estaré de vuelta antes que todos gritó a los demás:
—Nada —respondió el muchacho—; sólo cada vosotros. —¿Veis? He pasado antes que vosotros —y siguió
quince días, cuando pagues a los demás trabajadores, Los demás fueron a dar cuenta al patrón de que su camino, mientras los otros continuaban atasca-
yo te daré dos puñetazos y tú los aguantarás. el nuevo muchacho se estaba en la cama y se negaba dos. Ya en la era, levantando con la mano uno de los
El herrero se declaró conforme, pensando en el a ir por leña. El hombre les indicó que volviesen a árboles, lo mostró al granjero diciéndole:
mucho dinero que se ahorraría. A la mañana si- llamarlo y le mandasen enganchar los caballos; pero —¿No os parece que es un buen palo?
guiente, el nuevo oficial se puso a trabajar; cuando el el muchacho les repitió: Y el dueño dijo a su mujer:
maestro le trajo la barra al rojo, del primer martilla- —Id delante,—estaré de vuelta antes que todos —Éste sí que es un buen muchacho; se ha le-
zo se partió el hierro en dos pedazos, volando por los vosotros. vantado más tarde que los demás y es el primero en
aires, y el yunque se clavó en el suelo, tan profun- Y se estuvo echado un par de horas más, al cabo volver.
damente que no hubo medio de volver a sacarlo. Se de las cuales se decidió, finalmente, a despegarse Sirvió en la alquería por espacio de un año.
enfadó el avaro, y exclamó: de las sábanas. Empezó tomando del granero cosa Transcurrido éste, y cuando los demás muchachos
—Tú no me sirves; golpeas con demasiada rude- de dos fanegas de guisantes, los coció para prepa- cobraron sus sueldos, él dijo que quería recibir tam-
za. ¿Qué te debo por este solo golpe? rarse una sopa y se la comió con toda tranquilidad. bién la suya. Pero el granjero estaba asustado de los
—Sólo quiero darte un golpecito, nada más Terminado que hubo, enganchó los caballos y se fue porrazos que le esperaban y le rogó insistentemente
—respondió el muchacho, y alzando un pie, de al bosque a buscar leña. que se los perdonase; prefería dejarle el puesto de
una patada lo envió volando al otro lado de cuatro Para llegar al bosque había que cruzar un ba- patrón y pasar él a ser muchacho.
carretas de heno. Eligiendo después la más recia de rranco; transportó el carro al otro lado y, haciendo —No —replicó el gigante—, no quiero ser pa-
las barras de hierro que había en la herrería, la tomó detener los caballos, se puso él atrás y levantó un trón; soy muchacho y seguiré siéndolo; pero quiero
como bastón y se marchó. gran parapeto de árboles y leña, que cerraba el paso. que se cumpla lo estipulado.

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el profanador de textos
El granjero le ofreció pagarle lo que quisiera, pero Este consejo agradó al granjero, quien aquella recibiendo bofetones y devolviéndolos con creces,
el otro se mantuvo en sus trece, respondiendo a todo misma tarde llamó al joven y le mandó llevar al pues no era manco, sin ver a quién daba. Pero a las
con un “¡No!” rotundo. El dueño, no sabiendo ya molino ochenta fanegas de trigo y molerlas durante primeras luces del alba cesó todo, y al levantarse el
que pensar, le pidió un plazo de quince días, pensan- la noche, pues las necesitaba con urgencia. El joven molinero y bajar al molino, se admiró de encontrar-
do que tal vez se le ocurriría algo entretanto. gigante subió al granero, se metió dos sacos en el lo vivo. Le dijo él:
El muchacho le concedió las dos semanas, y bolsillo derecho, dos en el izquierdo, y los cuatro —He comido a dos carrillos, y si es cierto que he
entonces el campesino, convocando a todos sus em- restantes los repartió entre el pecho y la espalda, y así recibido algunas bofetadas, también las he repartido.
pleados, exhortó los a idear algún recurso y aconse- cargado, se encaminó al molino embrujado. Se alegró el molinero y le dijo que el moli-
jarlo. Los empleados, tras largas horas de cavilar, se El molinero le advirtió que de día bien podría no quedaba desencantado, por lo que le daría
dijeron que con aquel hombrón nadie tenía la vida moler, pero no de noche, pues el molino estaba en- mucho dinero en recompensa. Pero el otro le
segura, pues un golpe suyo mataría a un hombre cantado, y todos los que habían entrado en él habían respondió:
como si fuese un mosquito. Aconsejaron, pues, al sido encontrados muertos a la mañana siguiente. —¿Dinero? Tengo más del que necesito.
amo que lo mandase bajar al pozo para limpiar- Pero él replicó: Y cargándose la harina a la espalda, volvió a la
lo; cuando estuviese en el fondo, le arrojarían una —Ya saldré de ello; dejadme e id a acostaros. granja.
piedra de molino a la cabeza, con lo cual no había Y así diciendo, entró en el molino y vertió el trigo. Se presentó al patrón y le dijo que, habiendo
peligro que volviese a ver la luz del día. Hacia las once, pasó al cuarto del molinero y se sentó cumplido el encargo, quería cobrar su salario. Al
Le gustó la idea al patrón, y el muchacho se en un banco. Al cabo de un rato se abrió la puerta oírlo el hombre, le entró un miedo atroz: no sabía
dispuso a bajar al pozo. Al llegar al fondo, los otros, y entró por ella una mesa muy grande, puesta con qué hacer y todo era pasearse frenético de arriba
reuniendo sus fuerzas, echaron abajo la mayor de asado y vino y otras apetitosas viandas; y entró sola, abajo de la habitación, mientras gruesas gotas de
las ruedas que había en el patio; daban por supuesto sin nadie que la transportase o empujase. Luego se sudor le bañaban la frente. Abrió la ventana, para
que le habían aplastado la cabeza; pero él gritó desde acercaron las sillas, sin que tampoco se viera nadie; que le diera el aire; pero antes de que tuviera tiempo
el fondo: al fin, advirtió el muchacho unos dedos que maneja- de apercibirse, el muchacho le había propinado una
—Apartad las gallinas del pozo, pues están escar- ban cuchillos y tenedores y se servían manjares en los patada que lo hizo salir volando por los aires, tan
bando en la arena y me tiran los granitos a los ojos y platos; pero aparte de esto, no veía nada más. alto, que se perdió de vista. Entonces, el gigante dijo
no me dejan ver. Hizo entonces el granjero: Como estaba hambriento, se sentó también a la a la mujer del granjero:
—¡Huf, huf! —como si espantase las gallinas. mesa y se puso a comer con excelente apetito. Una —Si no vuelve, vos habréis de recibir la segunda
Cuando ya el muchacho hubo terminado su trabajo, vez harto, y cuando los invisibles comensales hubie- patada.
subió a la superficie y dijo: ron, a su vez, vaciado sus platos, se oyó claramente —¡No, no!; ¡no la resistiría! —protestó ella, y
—¡Mirad qué bonito collar! —refiriéndose a la cómo alguien soplaba las luces; de repente se apaga- abrió la otra ventana, pues se sentía también sofoca-
muela, que se había puesto en torno al cuello. ron todas, y la estancia quedó sumida en tinieblas. da y el sudor le corría por las mejillas.
Quiso entonces cobrarse su salario, pero el Al mismo tiempo, el gigante percibió en su mejilla El gigante le dio entonces una patada, y como la
granjero le pidió otros quince días de plazo, y los algo así coma una bofetada: mujer era más liviana que su marido, voló a mucho
empleados, otra vez reunidos, le aconsejaron que —¡Si lo repetís, empezaré, a mi vez, a repartir! mayor altura que él.
enviase a aquel hombre terrible al molino encantado —gritó. —¡Ven conmigo! —le gritó éste; pero ella le
a moler trigo durante la noche, pues nadie había Y como le dieran una segunda, respondió con respondió:
salido vivo de él. la misma moneda; y así transcurrió toda la noche, —¡Ven tú aquí, que yo no puedo!

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el profanador de textos
Y quedaron los dos flotando en el aire; y como el gnomo Al mediodía, cuando el padre las llamó a la mesa,
ninguno podía ir al encuentro del otro, a lo mejor [KHM091] Das Erdmännchen nadie pudo encontrarlas por parte alguna, aunque
siguen allí todavía. En cuanto al joven gigante em- las buscaron por todos los rincones de palacio y del
puñó su barra de hierro y prosiguió su camino. ♣ jardín. El Rey, acongojadísimo, mandó pregonar
por todo el país que quien le devolviese a sus hijas se
casaría con una de ellas.
Fueron muchos los jóvenes que salieron en su
busca, pues todo el mundo quería bien a las donce-
llas por lo cariñosas que siempre se habían mostrado
y, además, porque las tres eran muy hermosas.
Partieron también tres cazadores, los cuales, al
cabo de ocho días de marcha, llegaron a un gran
Vivía una vez un rey muy opulento que tenía tres palacio con magníficos aposentos. En uno de ellos
hijas, las cuales salían todos los días a pasear al jar- encontraron una mesa puesta con apetitosas vian-
dín. El Rey, gran aficionado a toda clase de árboles das, tan calientes que aún despedían vapor, pese a
hermosos, sentía una especial preferencia por uno, que en todo el palacio no aparecía un alma viviente.
y a quien cogía una de sus manzanas lo encantaba, Estuvieron ellos aguardando por espacio de medio
hundiéndolo a cien brazas bajo tierra. día, y las viandas seguían sin enfriarse, hasta que al
Al llegar el otoño, los frutos colgaban del man- fin, los cazadores hambrientos se sentaron a la mesa
zano, rojos como la sangre. Las princesas iban todos y comieron de lo que había en ella.
los días a verlos, con la esperanza de que el viento Convinieron luego en quedarse a vivir en el casti-
los hiciera caer; pero jamás encontraron ninguno, llo y en echar suertes con objeto de que, quedándose
aunque las ramas se inclinaban hasta el suelo, como uno en él, salieran los otros dos en busca de las prin-
si fueran a quebrarse por la carga. cesas. Lo hicieron así, y le tocó al mayor quedarse;
He aquí que a la menor de las hermanas le entró por tanto, los dos menores se pusieron en camino al
un antojo de probar la fruta, y dijo a las otras: día siguiente.
—Nuestro padre nos quiere demasiado para A mediodía se presentó un hombrecito diminuto,
encantarnos; esto sólo debe de hacerlo con los que pidió un pedacito de pan. El cazador cortó una
extraños. rebanada del que había encontrado y la ofreció al
Tomó una gruesa manzana, le hincó el diente y hombrecito; pero éste la dejó caer al suelo y rogó al
exclamó, dirigiéndose a sus hermanas: otro que la recogiera y se la diese.
—¡Oh! ¡Probadla, queridas mías! En mi vida El muchacho, complaciente, se inclinó, y enton-
comí nada tan sabroso. ces el enano, tomando un palo y agarrándolo por los
Las otras mordieron, a su vez, el fruto, y en el cabellos le propinó unos recios garrotazos.
mismo <momento se hundieron las tres en tierra, y Al día siguiente le tocó el turno de quedarse en
ya nadie supo más de ellas. casa al segundo, y le ocurrió lo mismo. Cuando, al

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el profanador de textos
anochecer, llegaron al palacio los otros dos, dijo el rascar las cabezas de un dragón, que tenía muchas. Pasó entonces el joven al recinto de la segunda
mayor: Él debería cortarle las cabezas. princesa y la desencantó también, después de matar
—¿Qué tal lo has pasado? Cuando el hombrecito le hubo revelado todo a un dragón de siete cabezas.
—Pues muy mal —respondió el otro, y se con- esto, desapareció. Y, finalmente, redimió a la tercera princesa, con-
taron mutuamente su percance; sin embargo, nada Al anochecer regresaron los dos hermanos y le denada a acariciar un dragón de cuatro cabezas.
dijeron al menor, a quien no querían, y lo llamaban preguntaron cómo había pasado el día. Y ahí tenéis a las tres hijas del Rey preguntándose
tonto, porque era un alma bendita. —¡Muy bien! —respondió él—. No he visto un mil cosas, abrazándose y besándose mil y mil veces.
Al tercer día se quedó el menor en el castillo, y, alma, excepto a mediodía, en que se me presentó un Mientras tanto, el muchacho hace sonar la cam-
presentándose también el hombrecito, le pidió un hombrecito y me pidió un pedazo de pan. Al dár- panilla, hasta que, por fin, lo oyeron los de arriba.
pedazo de pan. Al alargárselo el muchacho, lo dejó selo, él lo dejó caer y me pidió que se lo recogiese. Hizo subir entonces a las tres princesas, una tras
caer como de costumbre y le rogó se lo recogiese. Yo me negué; él me amenazó; yo no lo consentí y otra; pero cuando le tocó el turno a él, le vinieron
Pero el muchacho le replicó: le sacudí de lo lindo. Entonces, el enano me reveló a la mente las palabras del gnomo, o sea, que sus
—¡Cómo! ¿No puedes recogerlo tú mismo? Si tan dónde se encontraban las princesas. hermanos querían jugarle una mala treta.
poco trabajo quieres darte para ganarte la comida, Al oír el relato, los hermanos se pusieron furiosos, Tomó una gruesa piedra y la cargó en la cesta; y
no mereces que te la proporcionen. pálidos y verdes de cólera. A la mañana siguiente en efecto, al llegar ésta a la mitad del pozo, cortaron
Enojado, el hombrecito lo conminó a obedecerle; fueron los tres al pozo y echaron suertes sobre quién los hermanos la cuerda, y cesta y piedra cayeron al
pero el otro, ni corto ni perezoso, agarró al enano y se metería el primero en la cesta. Le tocó al mayor, el fondo.
le zurró de lo lindo. El hombrecito se puso a gritar cual, tomando la campanilla, dijo: Creyendo los malvados que ya el menor estaba
—¡Basta, basta, suéltame! Te diré dónde están las —Cuando la haga sonar, subidme rápidamente. muerto, se marcharon con las tres hijas del Rey,
tres princesas. Apenas había descendido unas pocas brazas, oye- obligándolas antes a jurar que dirían a su padre que
Al oír esto, el muchacho interrumpió el vapuleo, ron arriba el son de la campanilla, por lo que los dos los dos hermanos mayores las habían salvado.
y el enano le contó que era un gnomo, un espíritu se apresuraron a remontar al mayor. Con el segundo Y así se presentaron ante el Soberano, y pidió
de la Tierra, y como él había más de mil. Le dijo que ocurrió lo mismo, y al tocarle luego al tercero, se cada uno de ellos la mano de una princesa.
fuese con él, y le indicaría dónde se encontraban las hizo bajar hasta el fondo. Entretanto, el más joven de los hermanos cazado-
hijas del Rey. Saliendo entonces de la cesta y empuñando su res vagaba tristemente por los tres aposentos, te-
Lo llevó ante un profundo pozo sin agua, le cuchillo de monte, se acercó a la primera puerta y miendo que habría de morir allí. Vio una flauta que
dijo que sabía que sus compañeros lo querían mal aplicó el oído a ella, oyendo cómo el dragón roncaba colgaba de una pared y se preguntó:
y que si deseaba redimir a las princesas, debía ruidosamente. —¿Por qué estará aquí? ¿Quién puede sentirse
hacerlo él solo. Sus dos hermanos también lo Abrió con cautela la puerta y vio a una de las alegre en estos lugares?
pretendían, pero sin someterse a fatiga ni peligro princesas ocupada en acariciar las nueve cabezas de Y, mirando las cabezas de los dragones, dijo:
alguno. un dragón, apoyadas en su regazo. Blandiendo el —Tampoco vosotras podéis servirme para nada.
Para desencantarlas era preciso que se proveyese cuchillo, las cortó todas de una sola cuchillada, y la Y, así, siguió paseando de arriba abajo, tantísimas
de una gran cesta, su cuchillo de monte y una cam- princesa, poniéndose de pie de un salto, se arrojó veces que el pavimento quedó completamente liso.
panilla y, así pertrechado, se hiciese bajar al fondo a su cuello y lo besó con todo su corazón; luego, Cambiando, al fin, de idea, descolgó la flauta de
del pozo. Allí encontraría tres habitaciones, en cada quitándose un dije de oro viejo que llevaba sobre el la pared y se puso a tocar una melodía, y he aquí que
una de las cuales vivía una princesa, ocupada en pecho, lo colgó del cuello de su libertador. de repente se le presentaron un número incontable

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de gnomos; y a cada nueva tonada llegaban más. Y el rey de la montaña de oro lo primero que te toque la pierna cuando regreses
así siguió tocando, hasta que la habitación estuvo [KHM092] Der König vom goldenen Berg ahora a tu casa, tendrás todo el dinero que quieras.
atestada de ellos. Pensó el comerciante: “¿Qué otra cosa puede ser,
Le preguntaron qué deseaba, y él respondió que sino mi perro?,” sin acordarse ni por un instante de
su deseo era volver a la superficie, a la luz del día. su hijito, por lo cual aceptó la condición del enano,
Entonces, lo tomaron cada uno por un cabello, suscribiéndola y sellándola.
remontaron el vuelo y lo subieron a la tierra. Al entrar en su casa, su pequeño se sintió tan
Ya en ella, corrió el muchacho al palacio, donde contento de verlo que, apoyándose en los bancos,
se estaban preparando las fiestas de la boda de una consiguió llegar hasta él y se le agarró a la pierna. El
princesa, y entró en la sala en que el Rey se hallaba padre se espantó, pues, recordando su promesa, se
reunido con sus hijas. dió ahora cuenta del compromiso contraído. Pero al
Al verlo las doncellas cayeron sin sentido y el Rey, no encontrar dinero en ningún cajón ni caja, pensó
furioso, mandó que se le encerrase en una prisión, Un comerciante tenía dos hijos, un niño y una niña, que todo habría sido una broma del hombrecito
creyendo que había causado algún daño a sus hijas. tan pequeños que todavía no caminaban. Dos barcos negro.
Pero al volver éstas en sí, rogaron a su padre que suyos, ricamente cargados, se hicieron a la mar; con- Al cabo de un mes, al bajar a la bodega en bus-
lo pusiera en libertad; al preguntarles el Rey el mo- tenían toda su fortuna, y cuando él pensaba realizar ca de metal viejo para venderlo, encontró un gran
tivo de su petición, ellas respondieron que les estaba con aquel cargamento una gran ganancia, le llegó montón de dinero. Se puso el hombre de buen
vedado revelarlo. Les dijo entonces el padre que lo la noticia de que habían naufragado, con lo cual, humor, empezó a comprar, convirtiéndose en un
contasen a la chimenea; él salió de la cámara, aplicó en vez de un hombre opulento, se convirtió en un comerciante más acaudalado que antes y se olvidó de
el oído a la puerta y de este modo se enteró de lo pobre, sin más bienes que un campo en las afueras todas sus preocupaciones.
sucedido. de la ciudad. Mientras tanto, el niño había crecido y se mostra-
Hizo ahorcar a los dos perversos hermanos y con- Con la idea de distraerse en lo posible de sus ba muy inteligente y bien dispuesto. A medida que
cedió al menor la mano de una de las princesas. ♣ penas, salió un día a su terruño y, mientras paseaba transcurrían los años la angustia del padre crecía,
de un extremo a otro, se le acercó un hombrecito hasta el extremo de que se le reflejaba en el rostro.
negro y le preguntó el motivo de su tristeza, que no Un día el niño le preguntó la causa de su de-
parecía sino que le iba el alma en ella. El mercader le sazón, y aunque el padre se resistió a confesarla,
respondió: insistió tanto el hijo que finalmente, le dijo que, sin
—Te lo contaría si pudieses ayudarme a reparar la saber lo que hacía, lo había prometido a un hom-
desgracia. brecito negro a cambio de una cantidad de dinero;
—¡Quién sabe! —exclamó el enano negro—. Tal y cuando cumpliese los doce años vencía el plazo y
vez me sea posible ayudarte. tendría que entregárselo, pues así lo había firmado y
Entonces el mercader le dijo que toda su fortuna sellado. Le respondió el niño:
se había perdido en el mar, y que ya no le quedaba —No os aflijás por esto, padre; todo se arreglará.
sino aquel campo. El negro no tiene ningún poder sobre mí.
—No te apures —le dijo el hombrecito—. Si me El hijo pidió al señor cura le diese su bendición
prometes que dentro de doce años me traerás aquí y, cuando llegó la hora, se encaminaron juntos al

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el profanador de textos
campo, donde el muchacho, describiendo un círculo —¿Has llegado, libertador mío? Durante doce has de prometerme que no la utilizarás para hacer
en el suelo, se situó en su interior con su padre. Se años te he estado esperando; este reino está hechiza- que yo vaya a la casa de tu padre.
presentó a poco el hombrecito y dijo al viejo: do y tú debes redimirlo. Él se lo prometió y, poniéndose el anillo en el
—¿Me has traído lo que prometiste? —¿Y cómo puedo hacerlo? —preguntó él. dedo, pidió encontrarse en las afueras de la ciudad
El hombre no respondió, mientras el hijo —Esta noche comparecerán doce hombres negros, donde su padre residía. En el mismo momento
preguntaba: que llevan cadenas colgando, y te preguntarán el mo- estuvo allí y se dispuso a entrar en la población; pero
—¿Qué buscas tú aquí? tivo de tu presencia aquí; debes mantenerte callado, al llegar a la puerta, los centinelas lo detuvieron por
A lo que replicó el negro: sin responderles, dejando que hagan contigo lo que verle ataviado con vestidos extraños, aunque ricos y
—Es con tu padre con quien hablo, no contigo. quieran. Te atormentarán, golpearán y pincharán; tú, magníficos. Subió entonces a la cima de un monte,
Pero el muchacho replicó: aguanta pero no hables; a las doce se marcharán. en la que un pastor guardaba su rebaño; cambió con
—Engañaste y sedujiste a mi padre; dame el La segunda noche vendrán otros doce, y la tercera él sus ropas y, vistiendo la zamarra del pastor, pudo
contrato. veinticuatro y te cortarán la cabeza; pero a las doce entrar en la ciudad sin ser molestado.
—No —respondió el enano—, yo no renuncio a su poder se habrá terminado, y si para entonces tú Se presentó en la casa de su padre y se dio a
mi derecho. has resistido y no has pronunciado una sola palabra, conocer; pero el hombre se negó a prestarle crédito
Tras una larga discusión convinieron, finalmen- yo quedaré desencantada. Vendré con un frasco de diciéndole que, si bien era verdad que había tenido
te, en que el hijo, puesto que ya no pertenecía a agua de vida, te rociaré con ella y quedarás vivo y un hijo, había muerto muchos años atrás; con todo,
su padre sino al diablo, embarcaría en un barquito sano como antes. como veía que se trataba de un pobre pastor, le ofre-
anclado en un río que corría hacia el mar; el padre —Te rescataré con gusto —respondió él. ció un plato de comida.
empujaría la embarcación hacia el centro de la co- Y todo sucedió tal y como se le había predicho. Entonces, el muchacho dijo a sus padres:
rriente y abandonaría al niño a su merced. Los hombres negros no pudieron arrancarle una sola —Es verdad que soy vuestro hijo. ¿No sabéis
El niño se despidió de su padre y subió al barqui- palabra, y la tercera noche la serpiente se transformó de alguna señal en mi cuerpo por la que pudierais
to, y su propio padre tuvo que impulsarlo con el pie. en una hermosa princesa que, provista del agua de reconocerme?
Volcó el barco, quedando con la quilla para arriba vida, acudió a resucitarlo. Luego, arrojándose a su —Sí —respondió la madre—, nuestro hijo tenía
y la cubierta en el agua. El padre, creyendo que su cuello lo besó. Y el júbilo y la alegría se esparcieron un lunar en forma de frambuesa debajo del brazo
hijo se había ahogado, regresó tristemente a su casa y por todo el palacio. Se casaron y el muchacho se derecho.
lo lloró durante largo tiempo. convirtió en el rey de la montaña de oro. Abrió su camisa, y al ver el lunar en el sitio indi-
Pero el barquito no se había hundido, sino que Al cabo de un tiempo de vida feliz, la reina dio a cado, dejaron ya de dudar de que tenían consigo a
siguió flotando suavemente, con el niño a bordo, luz un hermoso niño. Cuando habían transcurrido su hijo. Les contó entonces que era rey de la mon-
hasta que, al fin, quedó varado en una orilla des- ya ocho años, el joven se acordó de su padre y le taña de oro, que su esposa era una princesa y que
conocida. Desembarcó el muchacho, y, viendo un entró el deseo de ir a verlo a su casa. La Reina no tenían un hermoso hijito de siete años. Dijo enton-
hermoso palacio, se encaminó a él sin vacilar. Pero al quería dejarlo partir, diciendo: ces la madre:
pasar la puerta vio que era un castillo encantado. —Sé que será mi desgracia —pero él no la dejó —¡Esto sí que no lo creo! ¡Vaya un rey que se
Recorrió todas las salas, mas todas estaban desiertas, en paz hasta haber conseguido su asentimiento. Al presenta vestido de pastor!
excepto la última, donde había una serpiente enroscada. despedirlo, ella le dio un anillo mágico y le dijo: Irritado el hijo, sin acordarse de su promesa, dio
La serpiente era, a su vez, una doncella encantada que, —Llévate esta sortija y póntela en el dedo; con la vuelta al anillo, conjurando a su esposa y a su hijo
al verlo, dio señales de gran alegría y le dijo: ella podrás trasladarte adonde quieras; únicamente a que compareciesen, y en el mismo momento se

Jacob & Wilhelm Grimm 187 Todos los cuentos


el profanador de textos
presentaron los dos: la Reina llorando y lamentán- todo bicho viviente; en segundo lugar, de una túnica — ¡Pérfida! ¡Me ha engañado; me abandonó
dose, y acusándolo de haber quebrantado su palabra que hacía invisible a quien la llevaba y, en tercero, de mientras dormía! —y poniéndose la túnica, penetró
y haberla hecho a ella desgraciada. un par de botas que llevaban en un instante, a quien en el palacio sin ser visto de nadie. Al entrar en la
Le respondió él: se las ponía, al lugar que deseaba. Dijo el Rey: gran sala vio una enorme mesa servida con deliciosas
—Lo hice impremeditadamente y sin mala in- —Dadme los tres objetos, pues he de examinar- viandas; los invitados comían y bebían entre risas
tención —y trató de disculparse y persuadirla. Ella los para ver si se hallan en buen estado. y bromas, mientras la Reina, sentada en el lugar de
simuló ceder a sus excusas, pero ya el rencor anidaba Le alargaron la túnica y, no bien se la hubo honor, en un trono real, aparecía magníficamente
en su alma. puesto, desapareció, convertido en una mosca. ataviada, con la corona en la cabeza.
Condujo a su esposa a las afueras de la ciudad y le Recuperando su figura propia, dijo: Él fue a colocarse detrás de su esposa sin que
mostró el río en el que había sido lanzado el barqui- —La túnica está bien; venga ahora la espada. nadie lo viese, y cuando le pusieron en el plato un
to; luego le dijo: Pero’ los otros replicaron: pedazo de carne, se lo quitó y se lo comió, y cuando
—Estoy cansado; siéntate, quiero dormir un —¡Ah, no! No te la damos. Sólo con que dijeses: le llenaron la copa de vino, la tomó también y se
poco sobre tu regazo. “¡Todas las cabezas al suelo, menos la mía!,” queda- la bebió; y a pesar de que la servían una y otra vez,
Apoyó en él la cabeza, y la Reina lo estuvo aca- ríamos decapitados, y sólo tú quedarías con vida. se quedaba siempre sin nada, pues platos y copas
riciando hasta que se durmió. Entonces le quitó el No obstante, al fin se avinieron a entregársela a desaparecían instantáneamente. Apenada y avergon-
anillo del dedo y, retirando el pie de debajo de él, se condición de que la probase en un árbol. Así lo hizo, zada, se levantó, se retiró a su aposento, y se echó a
descalzó y dejó la chinela; luego tomó en brazos a su y la espada cortó el tronco a én1 como si fuese llorar; pero él la siguió. Dijo entonces la mujer:
hijito y pidió volver a su reino. una paja. Quiso entonces examinar las botas, pero —¿Es que me domina el diablo, y jamás vendrá
Al despertar, el Rey se encontró completamente los gigantes se opusieron: mi salvador?
abandonado; su esposa e hijo habían desaparecido, —No, no te las damos. Si, cuando las tengas Él, pegándole entonces en la cara, replicó:
así como el anillo de su dedo, y no le quedó más que puestas, te da por trasladarte a la cima de la monta- —¿Acaso no vino tu salvador? ¡Está aquí, mujer
la chinela como prenda. ña, nosotros nos quedaríamos sin nada. falsa! ¿Merecía yo este trato?
“A la casa de mis padres no puedo volver,” pensó, —No —les dijo—, no lo haré. Y, haciéndose visible, entró en la sala gritando:
“dirían que soy brujo; no tengo más solución que Y le dejaron las botas. Ya en posesión de las —¡No hay boda; el rey legítimo ha regresado!
ponerme en camino y seguir hasta que llegue a mis tres piezas, y no pensando más que en su esposa y Los reyes, príncipes y consejeros allí reunidos
dominios.” su hijo, se dijo para sus adentros: “¡Ah, si pudiese empezaron a escarnecerlo y burlarse de él; pero el
Partió pues, y al fin se encontró en una montaña encontrarme en la montaña de oro!,” e inmediata- muchacho, sin gastar muchas palabras, gritó:
donde había tres gigantes que disputaban acalorada- mente desapareció de la vista de los tres gigantes, —¿Queréis marcharos o no?
mente porque no lograban ponerse de acuerdo sobre con lo cual quedó resuelto el pleito del reparto de la Y viendo que se aprestaban a sujetarlo y acome-
la manera de repartirse la herencia de su padre. herencia. terle, desenvainando la espada, dijo:
Al verlo pasar de largo lo llamaron y, diciendo que Al llegar el Rey al palacio notó que había en él — ¡Todas las cabezas al suelo, menos la mía!
los hombres pequeños eran de inteligencia avispada, gran alborozo; sonaban violines y flautas, y la gente Y todas las cabezas rodaron por tierra, y entonces
lo invitaron a actuar de árbitro en el reparto. La he- le dijo que la Reina se disponía a celebrar su boda él, dueño de la situación, volvió a ser el rey de la
rencia se componía de una espada que, cuando uno la con un segundo marido. Encolerizado, exclamó: montaña de oro. ♣
blandía y gritaba: “¡Todas las cabezas al suelo, menos
la mía!,” en un abrir y cerrar de ojos, decapitaba a 1 cercén. a ~. 1. loc. adv. Enteramente y en redondo. Cortar
un brazo a cercén. Diccionario RAEL [N. del Pr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 188 Todos los cuentos
el profanador de textos
el cuervo comas o bebas quedarás sumido en un profundo Y en efecto, cuando llegó al lugar de la cita lo vió
[KHM093] Die Rabe sueño y ya no te será posible rescatarme. En el jardín tumbado en el suelo, dormido. Se bajó del coche,
de detrás de la casa hay un gran montón de cortezas; fue a él, y lo sacudió y llamó, pero en vano.
aguárdame allí. Durante tres días seguidos iré a las Al mediodía siguiente, la vieja fue de nuevo a
dos de la tarde en un coche tirado, la primera vez, ofrecerle comida y bebida. El hombre se negó a
por cuatro caballos blancos; la segunda, por cuatro aceptar nada; no obstante, ante su insistencia, volvió
rojos; y, la tercera, por cuatro negros; pero si en vez a beber otro sorbo de la copa. Poco antes de las dos
de estar despierto te hallas dormido, no me podrás se dirigió de nuevo al jardín, al lugar convenido,
desencantar. a esperar la llegada del cuervo; pero de repente le
Prometió el hombre cumplirlo todo al pie de la acometió una fatiga tan intensa que las piernas no
letra; mas el cuervo suspiró: lo sostenían; incapaz de dominarse, se tendió en el
—¡Ay!, bien sé que no me redimirás, porque suelo y volvió a quedar dormido como un tronco.
Érase una vez una reina que tenía una hijita de poca aceptarás algo de la vieja. Al pasar el cuervo en su carroza de cuatro caballos
edad a la que había que llevar aún en brazos. Un El hombre repitió su promesa de que no tocaría rojos, dijo tristemente:
día la niña estaba muy impertinente y su madre no nada de comer ni de beber. —¡Seguro que duerme! —y se acercó a él; pero
lograba aquietarla de ningún modo, hasta que, per- Al hallarse delante de la casa, salió la mujer a tampoco hubo modo de despertarle. Al tercer día le
diendo la paciencia, al ver unos cuervos que volaban recibirlo: preguntó la vieja:
en torno al palacio, abrió la ventana y dijo; —¡Pobre, y qué cansado pareces! Entra a reposar; —¿Qué es eso? No comes ni bebes. ¿Acaso quie-
—¡Ojalá te volvieses cuervo y echases a volar; por comerás y beberás algo. res morirte? Pero él replicó:
lo menos tendría paz! —No —le respondió el hombre—, no quiero —No quiero ni debo comer ni beber nada.
Pronunciadas apenas estas palabras, la niña quedó tomar nada. Ella dejó a su lado la fuente con la vianda y un
transformada en cuervo y, desprendiéndose del brazo Pero ella insistió vivamente: vaso de vino, y cuando el olor le subió a la nariz, no
materno, huyó volando por la ventana. —Si no quieres comer, siquiera bebe un trago; pudiendo resistir, bebió un buen trago. A la hora
Fue a parar a un bosque tenebroso, en el que per- una vez no cuenta. fijada salió al jardín y, subiéndose al montón de cor-
maneció largo tiempo, y sus padres perdieron todo Y el forastero, cediendo a la tentación, bebió un teza, quiso aguardar la venida de la princesa encanta-
rastro de ella. Cierto día, un hombre que pasaba poco. Por la tarde, hacia las dos, salió al jardín y, da. Pero sintiéndose más fatigado aún que la víspera,
por el bosque percibió el graznido de un cuervo; al sentándose en el montón de corteza, se dispuso a se tumbó y se quedó tan profundamente dormido
acercarse al lugar de donde procedía, oyó que decía aguardar la llegada del cuervo. Pero no pudiendo como si fuera de piedra. A las dos se presentó de
el ave: resistir su cansancio, echó se un rato con la firme nuevo el cuervo en su coche, arrastrado ahora por
—Soy princesa de nacimiento y quedé encantada; intención de no dormirse. Sin embargo, apenas se cuatro corceles negros; el carruaje era también negro.
pero tú puedes redimirme. hubo tendido se le cerraron los ojos y se quedó tan El ave, que venía de riguroso luto, exclamó:
—¿Qué debo hacer? —preguntó él. profundamente dormido que nada en el mundo —Bien sé que duerme y que no puede
El cuervo le respondió: habría podido despertarlo. A las dos se presentó el desencantarme!
—Sigue bosque adentro, hasta que encuentres cuervo en su carroza, tirada por cuatro caballos blan- Al llegar hasta él, lo encontró profundamente
una casa en la que vive una vieja. Te ofrecerá comida cos; pero el ave venía triste, diciendo: dormido, y por más que lo sacudió y llamó, no hubo
y bebida; pero no aceptes nada, pues por poco que —Estoy segura de que duerme. medio de despertarlo.

Jacob & Wilhelm Grimm 189 Todos los cuentos


el profanador de textos
Entonces puso a su lado un pan, un pedazo de Pensó: “Si intento entrar y me ve el gigante, me se pusieron a buscar y rebuscar en su mapa; pero
carne y una botella de vino; de todas estas viandas costará la vida.” Al final, sobreponiéndose al miedo, tampoco encontraron el dichoso castillo; el gigante
podía comer y beber lo que quisiera sin que jamás se acerco. Cuando lo vio el gigante, le dijo: sacó nuevos mapas, y no pararon hasta que, por fin,
se acabaran. Le puso también en el dedo un anillo —Me place que vengas, pues hace muchas horas dieron con él; se hallaba, empero, a muchos millares
de oro, que se quitó del suyo y que tenía grabado su que no he comido nada. Vas a servirme de cena. de millas de allí.
nombre. —No hagas tal cosa —le respondió el hombre—; —¿Cómo podré jamás llegar hasta allí? —pre-
Por último, le dejó una carta en la que le co- yo no soy fácil de tragar. Pero si lo que quieres es guntó el hombre; y Le respondió el gigante:
municaba lo que le había dado, y, además: “Bien comer, tengo lo bastante para hartarte. —Dispongo de dos horas. Te llevaré hasta las
veo que aquí no puedes desencantarme; pero si —Siendo así —dijo el gigante—, puedes estar cercanías, pero luego tendré que volverme a dar de
quieres hacerlo, ve a buscarme al palacio de oro de tranquilo. Si quería devorarte era a falta de otra mamar a nuestro hijo.
Stromberg; puedes hacerlo, estoy segura de ello.” Y cosa. El gigante lo transportó hasta cosa de un centenar
después de depositar todas las cosas junto a él, subió Se sentaron los dos a la mesa, y el hombre sacó su de horas de distancia del castillo, y le dijo:
nuevamente a su carroza y se marchó al palacio de pan, vino y carne inagotables. —El resto del camino puedes recorrerlo por tus
oro de Stromberg. —Esto me gusta —observó el gigante, comien- propios medios —y regresó.
Cuando el hombre despertó, dándose cuenta de do a dos carrillos.1 Cuando hubieron terminado, le El hombre siguió avanzando día y noche hasta
que se había dormido, sintió una gran tristeza en su preguntó el hombre: que, al fin, llegó al castillo de oro de Stromberg. Este
corazón y pensó: “No cabe duda de que ha pasado —¿Podrías acaso indicarme dónde se levanta el se hallaba edificado en la cima de una montaña de
de largo, sin yo redimirla.” castillo de oro de Stromberg? cristal; la princesa encantada daba vueltas alrede-
Mas reparando en los objetos depositados junto —Consultaré el mapa —dijo el gigante—; en él dor del castillo en su coche, hasta que entró en el
a él, leyó la carta, y supo cómo había sucedido todo. están registrados todas las ciudades, pueblos y casas. edificio.
Se levantó y se puso inmediatamente en camino en Fue a buscar el mapa, que guardaba en su dor- Se alegró el hombre al verla e intentó trepar
busca del castillo de oro de Stromberg; pero no tenía mitorio, y se puso a buscar el castillo, pero éste no hasta la cima; pero cada vez que lo intentaba, como
la menor idea de su paradero. Después de recorrer aparecía por ninguna parte. el cristal era resbaladizo, volvía a caer. Viendo que
buena parte del mundo llegó a una oscura selva, por —No importa —dijo—; arriba, en el armario, no podría subir jamás, se entristeció y se dijo: “Me
la que anduvo durante dos semanas sin encontrar tengo otros mapas mayores; lo buscaremos en ellos. quedaré abajo y la aguardaré.” Y se construyó una
salida. Mas todo fue inútil. Se disponía el hombre a cabaña en la que vivió un año entero; y todos los
Un anochecer se sintió tan fatigado que, tendién- marcharse, pero el gigante le rogó que esperase aún días veía pasar a la princesa en su carroza, sin poder
dose entre unas matas, se quedó dormido. A la maña- dos o tres días a que regresara su hermano, el cual nunca llegar hasta ella.
na siguiente prosiguió su ruta, y al atardecer, cuando había partido en busca de vituallas. Cuando llegó Un día, desde su cabaña, vio a tres bandidos que
se disponía a acomodarse en unos matorrales para el hermano, le preguntaron por el castillo de oro de reñían y les gritó:
pasar la noche, hirieron sus oídos unas lamentaciones Stromberg. Él les respondió: —¡Dios sea con vosotros!
y gemidos que no le dejaron conciliar el sueño; y al —Cuando haya comido y esté satisfecho con- Ellos interrumpieron la pelea; pero como no
llegar la hora en que la gente enciende las luces, vio sultaré el mapa. Subieron luego a su habitación y vieron a nadie, la reanudaron con mayor furia que
brillar una en la lejanía y se dirigió hacia ella. 1 carrillo. 1. m. Parte carnosa de la cara, desde los pómulos antes; la cosa se puso realmente peligrosa. Volvió él a
Llegó ante una casa que le pareció muy pequeña, hasta lo bajo de la quijada. — comer, o masticar, a dos gritarles:
pues ante ella se hallaba un enorme gigante. ~s. 1. locs. verbs. coloqs. Comer con rapidez y voracidad. —¡Dios sea con vosotros!
Diccionario RAEL [N. del Pr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 190 Todos los cuentos
el profanador de textos
Suspendieron ellos de nuevo le batalla; mas como produjo un sonido argentino. Exclamó la princesa la campesina prudente
tampoco vieran a nadie, pronto la reanudaron, y él entonces: [KHM094] Die kluge Bauerntochter
les repitió por tercera vez: —Éste es mi anillo; por tanto, el hombre que ha
—¡Dios sea con vosotros! —y pensó: “He de de redimirme debe de estar aquí.
averiguar lo que les pasa.” Lo buscaron por todo el castillo, mas no dieron
Se dirigió pues, a los combatientes y les pregun- con él. Había vuelto a salir, montado en su caballo,
tó por qué se peleaban. Respondió uno de ellos y se había quitado la capa. Cuando las gentes del pa-
que había encontrado un bastón, un golpe del cual lacio llegaron a la puerta, lo vieron y prorrumpieron
bastaba para abrir cualquier puerta; el otro dijo que en gritos de alegría. El hombre se apeó y tomó del
había encontrado una capa que volvía invisible al brazo a la princesa, la cual lo besó diciéndole:
que se cubría con ella; en cuanto al tercero, había —¡Ahora sí que me has desencantado! ¡Mañana
capturado un caballo capaz de andar por todos los celebraremos nuestra boda! ♣
terrenos, e incluso de trepar a la montaña de cristal. Érase una vez un pobre campesino que sólo tenía
El desacuerdo consistía en que no sabían si guardar una casita, en la que vivía con su única hija. Le dijo
las tres cosas en comunidad o quedarse con una cada ésta:
uno. Dijo entonces el hombre: —Deberíamos pedir al Señor Rey un trocito de
—Yo os cambiaré las tres cosas. Dinero no tengo; tierra baldía.
pero sí otros objetos que valen más. Pero antes Al conocer el Rey su mísera situación les regaló
tengo que probarlas para saber si me habéis dicho la un trozo de prado, que padre e hija labraron con la
verdad. idea de plantar en él un poco de grano. Cuando ya
Los otros le dejaron montar el caballo, le colga- casi lo tenían todo arado, encontraron en la tierra un
ron la capa de los hombros y le pusieron en la mano mortero de oro puro.
el bastón; y una vez lo tuvo todo, desapareció de —Oye —dijo el padre a la muchacha—, puesto
su vista. Empezó entonces a repartir bastonazos, que el Señor Rey ha sido tan bondadoso al rega-
gritando: larnos este campo, nuestro deber es entregarle este
—¡Haraganes, ahí tenéis vuestro merecido! mortero.
¿Estáis satisfechos? Pero la hija se opuso, diciendo:
Subió luego a la cima de la montaña de cristal y, —Padre, tenemos el mortero pero no la mano, y
al llegar a la puerta del castillo, la encontró cerrada. querrán que entreguemos también ésta; por consi-
La golpeó con el bastón, y la puerta se abrió inme- guiente, más vale callar.
diatamente. Entró y subió las escaleras hasta lo alto; Pero el hombre no quiso escuchar su consejo y,
en el salón estaba la princesa, con una copa de oro tomando el mortero, lo llevó al Señor Rey, diciéndo-
llena de vino ante ella. Pero no podía verle porque él le que lo habían encontrado en su terruño y que se
llevaba puesta la capa. Al estar delante de la donce- lo entregaba como muestra de respeto.
lla, se quitó la sortija que ella le pusiera en el dedo Tomó el Rey el mortero y preguntó al campesino
y la dejó caer en la copa; al chocar con el fondo, si no había encontrado nada más.

Jacob & Wilhelm Grimm 191 Todos los cuentos


el profanador de textos
—No —respondió el buen hombre. arrastrarla, con lo cual avanzó ella ni a caballo ni en como si pescaras, sacudiéndola y vertiéndola cual si
Y entonces le replicó el Rey que debía traerle la coche. Además, el asno hubo de caminar por dentro estuviese llena de peces.
mano del mortero. Contestó el labrador que no la de la huella, por lo que ella no tocaba el suelo sino A continuación le dijo lo que debía responder al
habían hallado, pero de nada le sirvió; era como si con el dedo gordo del pie, y no iba ni por el camino Rey cuando éste le preguntase.
el viento se llevase sus palabras. Fue encerrado en ni fuera de él. Y he aquí que al otro día nuestro campesino se
la cárcel, en la que estaría hasta entregar la mano Al llegar a palacio, confesó el Rey que había fue a ‘pescar’ en aquel lugar seco. Al pasar el Rey y
del mortero. Cada vez que los carceleros le llevaban acertado el enigma, y que la condición quedaba verlo, envió a uno de sus seguidores a averiguar qué
el pan y el agua, que constituían el sustento de los cumplida. Dio la libertad a su padre y, tomándola a estaba haciendo allí aquel loco. El cual respondió:
presos, oían gritar al campesino: ella por esposa, la hizo la dueña y señora de todo el —Estoy pescando.
—¡Ay! ¡Por qué no escuché a mi hija! ¡Por qué no patrimonio real. Le preguntó el mensajero cómo podía pescar
escuché a mi hija! Transcurrieron varios años, y un día el Señor Rey en un sitio donde no había agua, y el campesino
Hasta que fueron al Rey y le contaron lo que el salió a pasar revista. Varios campesinos con sus ca- replicó:
hombre decía sin parar, y que se negaba a comer rros se estacionaron frente al palacio, donde habían —Del mismo modo que dos bueyes pueden tener
y beber. Entonces el Rey ordenó que condujesen vendido sus cargas de leña; algunas de las carretas un potrillo. Yo puedo pescar en un lugar seco.
al detenido a su presencia, y preguntó le por qué iban tiradas por bueyes; otras, por caballos. Uno de El criado fue a transmitir la respuesta al Rey. Este
gritaba continuamente: “¡Ay, si hubiese escuchado a los campesinos venía con tres yeguas, y una de ellas hizo venir al labrador y le dijo que aquella respuesta
mi hija!” tuvo un potrillo, que se escapó y fue a meterse entre no era suya; ¿de quién era pues? ¡Y cuidado con lo
—¿Qué es lo que dijo ella? dos bueyes que tiraban de un carro. que respondía!
—Me aconsejó que no os trajese el mortero, ya Los labriegos empezaron entonces a reñir, pelear- Pero el hombre juró y porfió que era suya. Le ten-
que si lo hacía me exigiríais también la mano. se y alborotar, porque el dueño de los bueyes soste- dieron entonces sobre un haz de paja y lo azotaron y
—Puesto que tienes una hija tan inteligente, nía que éstos habían tenido el potrillo, y por tanto atormentaron hasta que se decidió a confesar que la
quiero conocerla. quería quedarse con él, mientras el otro afirmaba respuesta era de la Reina. Al llegar el Rey a palacio,
Y la muchacha hubo de comparecer ante el Rey, que el potrillo era hijo de su yegua y, en consecuen- dijo a su esposa:
el cual le dijo que ya que era tan lista, le plantearía cia, le pertenecía. El alboroto llegó a oídos del Rey, —Ya que has sido falsa, no te quiero más por
un acertijo, y si lo descifraba se casaría con ella. La el cual sentenció que el potrillo se quedase donde lo mujer. Conmigo has terminado; vuélvete al lugar de
muchacha aceptó el acuerdo diciendo que lo acerta- habían encontrado, con lo cual pasó a ser propiedad donde viniste, a tu choza del campo.
ría. El Rey se expresó del siguiente modo: del dueño de los bueyes, contra toda razón. Sin embargo, lo autorizó a llevarse lo mejor y lo
—Preséntate ante mí ni vestida ni desnuda, ni a El otro se marchó llorando y lamentándose por que más quisiera; seria su despedida. Dijo ella:
caballo ni en coche, ni por el camino ni por fue- la pérdida de su potrillo; pero enterado de que la —Sí, querido esposo, haré lo que me mandas
ra del camino. Si eres capaz de hacerlo, me casaré Señora Reina era compasiva y procedía del pueblo, —y, arrojándose sobre él y besándolo, le dijo que
contigo. se presentó a ella y le rogó que le ayudase a recuperar quería despedirse.
Ella se retiró y se desnudó completamente, con su potrillo. Mandó luego qué trajesen un fuerte somnífero,
lo cual no estaba vestida; tomó luego una gran red —Te ayudaré, si me prometéis no descubrirme. para brindar con él por la despedida. El Rey se bebió
de pesca y, metiéndose en ella, se envolvió bien, por Mañana por la mañana, cuando el Rey salga a pasar un copioso trago, pero ella apenas lo probó. Así,
lo que no estaba ya desnuda. Alquiló a continuación revista, te pones en medio de la carretera por la que el marido no tardó en quedar sumido en un sueño
un asno, le ató a la cola la red y obligó al animal a él ha de pasar, provisto de una red de pesca; y haces profundo, y entonces la Reina ordenó a un criado

Jacob & Wilhelm Grimm 192 Todos los cuentos


el profanador de textos
que envolviese al Señor Rey en un precioso lienzo el viejo Hildebrando Así que al miércoles siguiente, la campesina se
blanco y que entre varios lo llevasen al coche que [KHM095] Der alte Hildebrand metió en la cama y comenzó a lamentarse y a que-
aguardaba en la puerta; y de este modo se trasladó a jarse, y su marido le trajo todo lo que se le ocurrió,
su pobre casita. pero nada la remedió.
Allí lo puso en su cama, donde siguió durmiendo Cuando llegó el domingo, dijo la granjera:
muchas horas, hasta que, al fin, despertó y mirando —Me encuentro muy mal, pero antes de morir-
a su alrededor, dijo: me, me gustaría oír el sermón que predique hoy el
—¡Dios santo! ¿Dónde estoy? —y llamó a sus señor cura.
criados; pero no compareció ninguno. Al cabo de un —Ay, hija mía, no hagas eso —dijo el granje-
rato se acercó su esposa y le dijo: ro—; podrías ponerte peor si te levantas. Mira, yo
—Mi querido Señor Rey, me mandasteis que me iré a oír el sermón, pondré mucha atención a lo que
llevase lo mejor y lo que yo más quisiera de palacio; diga el señor cura y te lo contaré todo.
y como para mí lo mejor y lo que más quiero sois —Bueno —dijo la campesina—, pues ve y presta
Vos, os traje conmigo. Había una vez un campesino y una campesina. Al mucha atención y cuéntame todo lo que dice.
Al Rey se le llenaron los ojos de lágrimas y cura del pueblo le gustaba mucho la campesina y El campesino se fue a oír el sermón y el señor
exclamó: siempre estaba deseando pasar, siquiera una vez, un cura empezó a predicar que si alguien tenía en su
—¡Querida esposa, tú debes ser mía y yo tuyo! día entero con ella a solas, divirtiéndose los dos, y a casa un hijo enfermo, o un marido enfermo, o una
—y la condujo nuevamente a palacio, y se volvió a la campesina, bueno, también le hubiese gustado. mujer enferma, o un padre enfermo, o una madre
casar con ella; y seguramente viven todavía. ♣ Así que un día le dijo a ella: enferma, o una hermana enferma, o un hermano
—Bien, mi querida campesina, ya he planeado enfermo, o quien fuera, y hacía una peregrinación
cómo podemos estar juntos todo el día pasándola a la montaña de Glóckerli en Suiza, donde se podía
bien. Mira, el miércoles te metes en la cama y le comprar por un ducado un kilo de hojas de laurel,
dices a tu marido que estás enferma y te pones a sanaría en el acto el hijo enfermo, o el marido en-
lamentarte y a quejarte hasta el domingo, en que yo fermo, o la mujer enferma, o el padre enfermo, o la
predicaré que si alguien tiene en casa un hijo enfer- madre enferma, o la hermana enferma, o el herma-
mo, o un marido enfermo, o una mujer enferma, no o cualquiera que estuviese enfermo; y si alguien
o un padre enfermo, o una madre enferma, o una quería emprender el viaje, que fuera a verle después
hermana enferma, o un hermano enfermo o quien de la misa para que él le proporcionara el ducado y
sea, tiene que hacer una peregrinación a la monta- el saco para el laurel.
ña de Glóckerli en Suiza, donde por un ducado se Nadie se puso más contento que el campesino,
puede comprar un kilo de hojas de laurel y entonces que, nada más terminarla misa, fue a ver al párroco y
se sanará en el acto el hijo enfermo, o el marido en- éste le dio el ducado y el saco para el laurel.
fermo, o la mujer enferma, o el padre enfermo, o la Entonces se fue a su casa y ya desde el portal
madre enferma, o la hermana enferma o cualquiera empezó a dar voces:
que esté enfermo. —¡Eureka! Mujer, estás prácticamente curada.
—Así lo haré —dijo la campesina. El señor cura ha dicho en su sermón que si alguien

Jacob & Wilhelm Grimm 193 Todos los cuentos


el profanador de textos
tenía en su casa un hijo enfermo, o un marido en- na enferma, o el hermano enfermo o cualquiera que —Ay —dijo la campesina—, ya no canto tan
fermo, o una mujer enferma, o un padre enfermo, o estuviese enfermo; así que le he cogido al señor cura bien. En mis años mozos sí que lo hacía, pero ya no.
una madre enferma, o una hermana enferma, o un el ducado y el saco para el laurel y me he puesto en —Venga —dijo el cura—, anda, cántame un
hermano o quien fuera, y se iba a hacer una peregri- camino para hacer la peregrinación. poquito. Entonces la campesina empezó a cantar:
nación a la montaña de Glóckerli en Suiza, donde —Pero, por Dios, compadre —dijo el compa-
se puede comprar por un ducado un kilo de hojas dre al campesino—, ¿cómo puedes ser tan simple y He enviado a mi marido
de laurel, se le curaría en el acto el hijo enfermo, o creerte tal cosa? Lo que el cura quiere es estar un día al monte Glóckerli en Suiza,
el marido enfermo, o la mujer enferma, o el padre con tu mujer y pasarla bien, por eso te ha tomado el y después de que él se ha ido
enfermo, o la madre enferma, o la hermana enferma, pelo, para que le dejes vía libre. sólo me muero de risa.
o el hermano o cualquiera que estuviese enfermo. Yo —Vaya —dijo el campesino—, me gustaría saber
ya he cogido el ducado y el saco para el laurel que si lo que dices es verdad. Luego cantó el párroco:
me ha dado el señor cura y empezaré en seguida la —Bueno —dijo el compadre—, vamos a hacer
peregrinación para que te cures cuanto antes. una cosa: métete en el cesto de los huevos, que yo te Ojalá que un año entero
Y se marchó en seguida. Apenas se había mar- llevaré a tu casa y lo verás por ti mismo. estuviera el hombre en él,
chado, se levantó la mujer y apareció el cura. Y así lo hicieron. El compadre metió al campesi- porque a ver para qué quiero
Pero vamos a dejar a esta pareja y sigamos con el no en su cesto y le llevó a su casa. Cuando llegaron yo un kilo de laurel.
campesino. a la casa estaba ésta en plena fiesta. La campesina ¡Aleluya!
Este iba por el camino, anda que te anda, para había matado casi todo lo que había en la granja,
llegar cuanto antes a la montaña de Glóckerli, y había hecho buñuelos y el cura estaba allí y había Después empezó a cantar el compadre (y aquí
según iba así se encontró con su compadre. traído su violín. tengo que decir que el campesino se llamaba
Su compadre era vendedor de huevos y venía en Entonces el compadre llamó a la puerta y la cam- Hildebrando). El compadre cantó:
ese momento del mercado, donde había vendido los pesina preguntó quién era.
huevos. —Soy yo, comadre —dijo el compadre—. Dame ¡Ay, mi querido Hildebrando!
—Alabado seas —dijo su compadre—. ¿A dónde hospedaje por esta noche, que no he podido vender O el calorcillo te atufa,
vas tan de prisa, compadre? los huevos en el mercado y tengo que volver a llevar- o si los oyes cantando,
—Eternamente, compadre —dijo el granjero—. los a casa, pero pesan tanto, que no puedo con ellos ¿qué haces aún en la estufa? ¡Aleluya!
Mi mujer está enferma y hoy he oído decir al cura y ya es de noche.
en el sermón que si alguien tiene en casa un hijo en- —Vaya, compadre —dijo la granjera—, no llegas Entonces cantó el campesino dentro del cesto:
fermo, o un marido enfermo, o una mujer enferma, en un momento oportuno, pero si no hay más reme-
o un padre enfermo, o una madre enferma, o una dio, pasa y siéntate en el banco de la estufa. ¿Qué he tenido que escuchar?
hermana enferma, o un hermano o quien sea y hace Así que el compadre se sentó en el banco de la ¡Ya no puedo aguantar esto!
una peregrinación a la montaña de Glóckerli, en estufa con su cesto. Para ayudar a cantar,
Suiza, donde por un ducado se puede comprar un El cura y la campesina lo estaban pasando alegre- voy a salir de mi cesto.
kilo de hojas de laurel, se le curaría en el acto el hijo mente. Al cabo de un rato dijo el cura:
enfermo, o el marido enfermo, o la mujer enferma, —Anda, querida campesina, cántame algo, que Y salió del cesto y, dándole una buena paliza al
o el padre enfermo, o la madre enferma, o la herma- cantas muy bien. cura, lo echó de la casa. ♣

Jacob & Wilhelm Grimm 194 Todos los cuentos


el profanador de textos
los tres pajaritos Las doncellas se negaron a repetirlo, y entonces La muerte ha venido
[KHM096] Die drei Vögelchen el Rey preguntó a la mayor si lo quería por marido. porque Dios lo quiere.
Ella respondió afirmativamente, y los ministros pre- Mas florece un lirio;
guntaron lo mismo a las otras dos, pues las tres eran buen niño, ¿tú lo eres?
hermosas y de lindo rostro, sobre todo la Reina, que
tenía cabellos como de lino. Y al regresar el Rey, le dijeronle que la Reina ha-
Las dos hermanas menores no tuvieron hijos, bía traído al mundo otro perro, a lo que él respondió
y un día en que el Rey hubo de ausentarse, les como la primera vez:
mandó que se quedaran a hacer compañía a la —¡Lo que hace Dios, bien hecho está!
Reina para animarla, pues esperaba ser pronto Pero también el pescador salvó al segundo niño y
madre. se lo llevó a su casa. Volvió a marcharse el Rey, y la
Dio a luz un niño, que vino al mundo con una Reina tuvo una niña, que también fue arrojada al río
estrella completamente roja, y entonces las dos her- por las perversas hermanas. Y otra vez voló el pajari-
Hará cosa de mil años, o tal vez más, que en estas manas se concertaron para arrojar al agua a la linda to, cantando:
tierras había muchos reyezuelos. Uno de ellos vivía criatura. Cuando ya hubieron cometido el crimen
en Teuteberg y era aficionado a la caza. —creo que lo echaron al río Weser— un pajarito se La muerte ha venido
Un día en que, como muchos, salió del castillo remontó a las alturas cantando: porque Dios lo quiere.
con sus cazadores, tres muchachas guardaban sus Mas florece un lirio;
vacas al pie del monte, y al ver al Rey con tantos La muerte ha venido buena niña, ¿tú lo eres?
cortesanos, exclamó la mayor, señalándole y diri- porque Dios lo quiere.
giéndose a sus hermanas: Mas florece un lirio; Al Rey le dijeron, a su vuelta a palacio, que la
—¡Hola, hola! ¡Si no es aquél, no quiero buen niño, ¿tú lo eres? Reina había tenido un gato, y el monarca, encole-
ninguno! rizado, mandó encerrar a su esposa en una cárcel,
La segunda, que estaba del otro lado de la mon- Al oírlo las dos hermanas, se asustaron en ex- donde se pasó largos años.
taña, le respondió señalando al que iba a la derecha tremo y se alejaron a toda prisa. Al regresar el Rey, Mientras tanto, los niños habían crecido, y un día
del Rey: le dijeron que la Reina había dado a luz un perro. el mayor salió de pesca con otros muchachos de la
—¡Hola, hola! ¡Si no es aquél, no quiero Respondió el Rey: localidad. Éstos no lo querían, sin embargo, y para
ninguno! —¡Lo que hace Dios, bien hecho está! librarse de él le dijeron:
Y la tercera, señalando al que se hallaba a la Pero a orillas del río vivía un pescador, que saco —¡Anda, cunero,1 sigue tu camino!
izquierda: del agua al niño, vivo todavía, y como su mujer no El niño, afligido, fue a preguntar al viejo pes-
—¡Hola, hola! ¡Si no es aquél, no quiero tenía hijos, lo adoptaron. cador si era verdad aquello, y entonces su padre
ninguno! Al cabo de un año, el Rey se hallaba nuevamente adoptivo le explicó que un día, hallándose de pesca,
Los dos últimos eran los dos ministros. Todo esto de viaje, y la Reina tuvo otro hijo que, como la vez lo había sacado del agua.
lo oyó el Rey y, de vuelta a palacio, mandó llamar a anterior, fue arrojado al río por las malvadas her-
las tres hermanas y le preguntó qué habían dicho la manas. Volvió a remontarse la avecilla, cantando 1 cunero, ra. 1. adj. Dicho de un recién nacido:
víspera en la montaña. nuevamente: Abandonado o expuesto, o confiado a un establecimiento
benéfico. U. m. c. s. Diccionario RAEL [N. del Pr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 195 Todos los cuentos
el profanador de textos
El muchacho le respondió que quería marcharse Hay allí un antiguo manantial, en el que ha Así lo hizo el Rey y fue a interrogar al pescador,
en busca de su padre, y aunque el pescador le rogó crecido un alto árbol; de una de sus ramas cuelga el cual le contó toda la historia; y en cuanto hubo
que se quedase, fue tal la insistencia del muchacho, una jaula con un pájaro; llévatela. Llenas entonces terminado, el pájaro enjaulado prorrumpió a cantar:
que al fin hubo de ceder. Se puso el joven en cami- un vaso de agua de la fuente, y emprendes el camino
no y estuvo andando muchos días seguidos; al fin, de regreso con las dos cosas. Al atravesar el dintel Solita está la madre
llegó a un río muy grande y caudaloso, en cuya orilla recoges la vara que dejaste caer, y, cuando vuelvas a en la negra prisión.
pescaba una mujer muy vieja. pasar junto al perro, golpéale en la cara, asegurán- ¡Oh rey! Ahí están tus hijos,
—Buenos días, abuelita —dijo el muchacho. dote de que lo aciertas; luego te vienes de nuevo, a sangre de tu corazón.
—Gracias —le respondió la vieja. encontrarme. Las hermanas impías
—Tendrás que estar pescando muchas horas, Todo sucedió como predijera la vieja, y ya de causaron tu dolor.
antes de agarrar un pez —le dijo él. vuelta se encontró con sus hermanos, que habían Al agua los echaron,
—Y tú tendrás que buscar mucho tiempo, antes explorado medio mundo. Siguieron los tres juntos los salvó el pescador.
de encontrar a tu padre —le replicó la anciana—. hasta el lugar en que estaba el perro negro, y la niña
¿Cómo pasarás el río? lo golpeó en la cara. Inmediatamente quedó trans- Todos se asustaron; el Rey se llevó a palacio al
—¡Ay, sólo Dios lo sabe! —exclamó el muchacho. formado en un hermoso príncipe que se sumó a pájaro, al pescador y a los tres hijos y mandó abrir la
Entonces la vieja se lo cargó en hombros y lo ellos, y así llegaron al río. prisión y libertar a su esposa, la cual se hallaba enfer-
trasladó a la otra orilla; y él siguió buscando durante La vieja se alegró al verlos a todos y los llevó a la ma y en estado miserable. Pero su hija le dio a beber
largo tiempo sin obtener noticias de su padre. orilla opuesta, desapareciendo después, ya que tam- agua de la fuente y, en el acto, quedó fresca y sana.
Transcurrido un año, su hermano salió en su bién ella había quedado desencantada. Las dos malvadas hermanas fueron condenadas a
búsqueda. Llegó al borde del río, y le sucedió lo que Los demás se encaminaron a la morada del viejo morir en la hoguera, y la hija se casó con el príncipe.
al otro. Y ya sólo quedaba en casa la niña, la cual pescador, todos contentísimos de estar nuevamente ♣
echaba tanto de menos a sus hermanos, que al fin se reunidos. Colgaron la jaula con el pájaro de la pared.
decidió a rogar al pescador le permitiese salir tam- Pero el segundo hijo no permaneció en casa;
bién a buscarlos. Al llegar al río, dijo a la vieja: armándose de un arco, se marchó a la caza. Cuando
—¡Buenos días, madrecita! se sintió cansado, sacó su flauta y se puso a entonar
—Muchas gracias —le respondió la mujer. una melodía. El Rey, que se hallaba también cazan-
—¡Qué Dios os ayude en vuestra pesca! —prosi- do, se le acercó al oírla:
guió la niña. —¿Quién te ha autorizado para cazar aquí? —le
Al oír estas palabras, la anciana, cariñosa, la pasó preguntó.
a la orilla opuesta y, dándole una vara, le dijo: —Nadie —respondió el joven.
—Sigue siempre por este camino, hija mía, y —¿De quién eres? —siguió preguntando el Rey.
cuando veas un gran perro negro, pasa por delante Y replicó el muchacho:
de él sin chistar y sin manifestar temor, pero sin —Soy hijo del pescador.
reírte ni mirarlo. Llegarás luego a un vasto palacio —¡Pero si el pescador no tiene hijos! —respondió
abierto; en el dintel dejas caer la vara, atraviesas el el Rey.
edificio de punta a punta y sales por el lado opuesto. —Si no quieres creerlo, ven conmigo.

Jacob & Wilhelm Grimm 196 Todos los cuentos


el profanador de textos
el agua de la vida —¿Adónde vas tan de prisa? —Voy en busca del agua de la vida, pues mi
[KHM097] Das Wasser des Lebens —¡Renacuajo estúpido —le respondió el príncipe padre se halla gravemente enfermo. —¿Y ya sabes
con altivez— es cosa que no te importa! —y siguió dónde encontrarla? —No —respondió el príncipe.
su ruta. —Ya que te has portado cortésmente y no con
El enano se enojó ante esta respuesta y le lanzó insolencia, como tus desleales hermanos, te informa-
una maldición. ré sobre el modo de obtener el agua de la vida. Fluye
Poco después el muchacho entró en una garganta, de una fuente en el patio de un castillo encantado,
y cuanto más se adentraba en ella más se estrechaban en el cual no podrás penetrar si antes yo no te doy
las montañas a ambos lados hasta que, al cabo, el una varilla de hierro y dos panes.
camino se hizo tan angosto que el príncipe no pudo Con la vara golpearás por tres veces la puerta del
dar un paso más; y tampoco le fue posible hacer dar castillo. La puerta se abrirá en seguida; dentro hay
la vuelta al caballo y desmontar, quedó aprisionado dos leones que te recibirán con las fauces abiertas;
Enfermó una vez un rey tan gravemente, que nadie en aquella estrechura. pero si les arrojas los panes, se apaciguarán. Corre
creía que pudiera curarse. Tenía tres hijos los cuales, El rey enfermo estuvo aguardando largo tiempo entonces a buscar el agua milagrosa antes de que den
apesadumbrados por la dolencia de su padre, salie- su vuelta, sin que el muchacho apareciera. Entonces las doce, pues a aquella hora se cerrará la puerta y
ron un día a llorar al jardín de palacio. Se encon- pidió el hijo segundo: quedarías prisionero.
traron allí con un anciano, que les preguntó por el —Padre, déjame ir a mí en busca del agua de la El príncipe le dió las gracias y, tomando la varilla
motivo de su aflicción. Ellos le explicaron que su vida —mientras pensaba: “Si mi hermano ha muer- y los panes se puso en camino. Todo sucedió tal
padre estaba muy enfermo y no tardaría en morir, to, para mí será, la corona.” como le anunciara el enano. La puerta se abrió al
pues no se encontraba ningún remedio a su mal. Le Al principio el Rey no quena dejarlo partir, pero tercer golpe y, una vez hubo amansado a los leones
dijo el viejo: acabo accediendo. echándoles el pan, se adentró en el castillo y llegó a
—Pues yo conozco uno: el agua de la vida. Quien Siguió el príncipe el mismo camino que su her- una espaciosa y magnífica sala donde yacían prín-
bebe de ella, sana. Sólo que es difícil encontrarla. mano y se encontró también con el enanito, que lo cipes encantados, a los que quitó las sortijas de los
Al oír esto, el mayor exclamó: detuvo y le preguntó adónde iba con tanta prisa. dedos, llevándose asimismo una espada y un pan
—¡Yo la encontraré! —y, presentándose al dolien- —¡Figurilla! —le respondió el príncipe—, ¿qué que estaban en la habitación.
te Rey, le pidió autorización para partir en busca de te importa? —y prosiguió adelante sin preocuparse Pasó luego a otro aposento, ocupado por una
aquella agua de la vida, única capaz de curarlo. más del hombrecito. hermosa doncella que mostró gran alegría al verlo
—No —respondió el Rey—. Es demasiado peli- Pero éste lo maldijo también, enviándolo, como y que, besándolo, le dijo que la había desencanta-
groso. Prefiero morir. al otro, a una estrecha garganta de la cual no pudo do, por lo cual le daría todo su reino; y si volvía a
Pero el hijo insistió con tanta vehemencia, que al salir. Eso les pasa a los soberbios. buscarla dentro un año celebrarían su boda. Le dijo
fin el Rey cedió. Pensaba el príncipe en su corazón: Ante la tardanza del hijo segundo, el tercero se también dónde estaba la fuente del agua de la vida,
“Si vuelvo con el agua, pasaré a ser el favorito de mi ofreció a partir en busca del agua, y el Rey hubo de advirtiéndole de la necesidad de retirarse antes de las
padre y heredaré el trono.” ceder también a sus instancias. Al encontrarse con el doce.
Se puso, pues, en camino y al cabo de algunas enano, y ante su pregunta sobre el objeto de su viaje, Prosiguió el príncipe, y llegó finalmente a una
horas de cabalgar le salió al paso un enano, que lo se detuvo el muchacho y le contestó con buenas habitación que contenía una magnífica cama acaba-
llamó y le dijo: palabras: da de hacer. Se sentía fatigado y pensó en descansar

Jacob & Wilhelm Grimm 197 Todos los cuentos


el profanador de textos
un ratito; pero en cuanto se echó se quedó dormido, le prestó la espada; y gracias a ella fueron derrotados Pero guárdate muy bien de descubrirnos. Nuestro
y cuando despertó estaban dando las doce menos los ejércitos enemigos y el país pudo vivir en paz y padre no te creerá, y si dices una sola palabra te cos-
cuarto. Se levantó de un brinco, asustado, se preci- tranquilidad. tará la vida; pero si callas, te la respetaremos.
pitó a la fuente, llenó de agua un frasco que había al Retomando el príncipe el pan y la espada, prosi- El anciano rey guardaba rencor a su tercer hijo,
lado y se retiró a toda prisa. guió el camino con sus hermanos, encontrando a su creyendo que había tratado de atentar contra su
En el mismo momento en que sonaban las paso otros dos países, azotados también por el ham- vida. Mandó reunir la Corte y fue dictada sentencia
campanadas de las doce cruzaba el dintel y la puerta, bre y la guerra; a cuyas plagas pusieron nuevamente por la que el príncipe debía ser muerto secretamen-
cerrándose bruscamente, le arrancó un pedazo de remedio el pan y la espada. te. Se hallaba éste un día de caza sin sospechar nada
tacón. Contento de tener el agua de la vida, reem- De este modo, el joven príncipe había salvado a malo, y lo acompañaba uno de los monteros del Rey.
prendió el camino de su casa y volvió a pasar por tres reinos. Después se embarcaron y se hicieron a la Al llegar al bosque, solos los dos, notó el príncipe
donde estaba el enano. Al ver éste la espada y el pan, mar. Durante la travesía, los dos mayores se dijeron: que el hombre estaba triste y le preguntó:
le dijo: —El pequeño ha encontrado el agua de la vida, y —¿Qué te ocurre, montero amigo?
—Con estos dos objetos has adquirido grandes nosotros no; en pago, nuestro padre le dará el reino Replicó el cazador:
tesoros: La espada te servirá para vencer a ejércitos que nos pertenece, y él se quedará con nuestra for- —No puedo decirlo, y sin embargo, debería
enteros, y en cuanto al pan, es inagotable. tuna —y sedientos de venganza, se conjuraron para hacerlo.
El príncipe, no queriendo regresar sin sus herma- perderlo. Aguardando a que estuviese dormido, le Insistió el príncipe:
nos, le dijo al enanito: cambiaron el agua de la vida del frasco por agua de —Dime lo que sea; te perdonaré.
—Mi querido enano, ¿no me dirías dónde se ha- mar, y ellos se quedaron la milagrosa. —¡Ay! —exclamó el montero—, el Rey me ha
llan mis hermanos? Partieron antes que yo en busca Al llegar a su casa, el menor llevó al rey enfermo dado orden de mataros de un tiro.
del agua de la vida, y no volvieron. —Están encerra- la copa para que, bebiendo de ella, se curase; pero El muchacho se asustó y dijo al hombre:
dos entre dos montañas —le respondió el hombreci- no bien el viejo hubo probado la amarga agua de —Mi buen montero, no me quites la vida. Te
to—. Les encanté como castigo por su insolencia. mar, se puso más enfermo que antes. Y al oír que se cambiaré mi real vestido por el pobre tuyo.
El príncipe le rogó tan insistentemente que, al lamentaba, entrando los dos hijos mayores, acusaron —Lo haré gustoso —dijo el otro—; de ningún
fin, el enano se avino a libertarlos; pero le advirtió: a su hermano de haber tratado de envenenarlo y le modo hubiera podido disparar contra vos.
—¡Guárdate de ellos, que tienen mal corazón! sirvieron el agua verdaderamente eficaz. Cambiaron de vestidos, y el cazador se marchó
Al llegar sus hermanos, él se alegró mucho y les Apenas la hubo tragado, sintió que su dolencia a su casa mientras el príncipe se internaba en el
contó cuanto le había sucedido: que había encontra- desaparecía y que recuperaba la salud, quedando bosque.
do el agua de la vida, de la cual traía un frasco lleno, fuerte y vigoroso como en su juventud. Saliendo los Transcurrido algún tiempo, llegaron a la Corte
y que había desencantado a una bella princesa, a la dos mayores al encuentro del menor, y se burlaron del anciano rey tres coches cargados de oro y piedras
cual debía ir a buscar dentro de un año para casarse de él, diciéndole: preciosas destinados al príncipe menor. Los enviaban
con ella y recibir un gran reino. —Cierto que fuiste tú quien encontró el agua de los tres soberanos que, con la espada y el pan que él
Partieron luego los tres juntos y llegaron a un país la vida; pero has cargado con el trabajo, y nosotros les prestara, habían derrotado a los enemigos y dado
asolado por el hambre y la guerra, cuyo rey lo daba con el premio. Tenías que ser más listo y mantener de comer a sus respectivos pueblos.
ya todo por perdido; tan apurada era la situación. los ojos abiertos; te la quitamos en el barco mientras Pensó entonces el viejo Monarca: “¿Y si
Se presentó el príncipe y le dio el pan, con el cual dormías y, dentro de un año, uno de nosotros te mi hijo fuera inocente?,” y dijo a los que le
pudo alimentar y aun saciar a todo su pueblo. Luego quitará también la bella princesa. rodeaban:

Jacob & Wilhelm Grimm 198 Todos los cuentos


el profanador de textos
—¡Ojalá viviera! ¡Cómo lamento el haber ordena- ballo siguió por el centro de la calzada. Al llegar a la el doctor sabelotodo
do darle muerte! puerta le abrieron en seguida; la princesa lo recibió [KHM098] Doktor Allwissend
—¡Vive aún! —exclamó el montero—. Yo no con grandes muestras de alegría, diciendo que era su
tuve valor para cumplir vuestra orden —y explicó al libertador y señor del reino, y se celebró la boda con
Rey cómo habían ocurrido las cosas. extraordinario regocijo.
El Rey se sintió muy aliviado y dio orden de Cuando estuvieron casados, le contó la prin-
pregonar por todo el reino que su hijo podía volver a cesa que su padre había enviado mensajeros para
palacio, donde sería recibido con todo afecto comunicarle su perdón. Entonces él se trasladó a
Por su parte, la princesa mandó construir una su palacio y contó al anciano rey el engaño de que
carretera que partía de su palacio, toda de oro, bri- lo habían hecho víctima sus hermanos, y que él no
llantísima, y dijo a sus cortesanos que quien llegase había revelado.
por ella directamente, sería su verdadero prometido; El Soberano quiso castigarlos, pero ellos se habían
debían dejarle el paso libre. Pero el que viniese por fugado en un barco y jamás volvieron a su patria. ♣ Érase una vez un pobre labrador, llamado Cangrejo.
caminos laterales sería un impostor y debían cerrarle Un día fue a la ciudad guiando una carreta de bue-
el acceso al alcázar. yes cargada de leña, y la vendió a un doctor por dos
Al acercarse el tiempo fijado, pensó el mayor ducados. Este le pagó mientras estaba sentado a la
que debía darse prisa en dirigirse a la mansión de la mesa y, viendo el leñador lo bien que comía y bebía,
princesa y presentarse como su libertador; se casaría le entró envidia y pensó que también él quisiera ser
con ella y subiría al trono. Emprendió, pues, el viaje doctor.
y, al acercarse al palacio, viendo la hermosa carretera Permaneció unos momentos indeciso, y al cabo
de oro, pensó: “¡Sería una lástima cabalgar por ella!,” preguntó si no podría ser él doctor.
y desviándose, tomó por un camino lateral. Mas al —¡Ya lo creo! —le respondió el otro—. Nada
llegar frente a la puerta le dijeron los guardas que, más fácil.
no siendo el príncipe elegido, debía volverse. —¿Qué debo hacer, pues? —inquirió el
Poco después partió el segundo, y al llegar a la ca- campesino.
rretera de oro, y cuando ya el caballo había puesto el —Ante todo, te compras una cartilla de esas que
pie en ella, pensó: “¡Sería lástima, podría desgastar- tienen pintado un gallo; en segundo lugar vendes tu
la!,” y tomó por la izquierda. En la puerta lo recha- carreta y los bueyes, y con lo que saques, te com-
zaron los guardas, diciéndole que no era el elegido, y pras vestidos y las demás cosas propias del oficio de
que se volviese. doctor; y finalmente te mandas pintar un rótulo que
Y cuando ya hubo transcurrido el año, el tercer diga: “Soy el doctor Sabelotodo,” y lo clavas en la
hermano se dispuso, a su vez, a abandonar el bosque puerta de tu casa.
y trasladarse al palacio de su amada, donde sus penas El campesino hizo todo al pie de la letra. Y he
encontrarían término. Se puso, pues, en camino, y aquí que cuando ya llevaba ejerciendo una tempo-
tan absorto iba pensando en su prometida, que ni rada no muy larga, a un gran señor le robaron una
siquiera reparó en que la carretera era de oro y su ca- cantidad de dinero. Como alguien le hablara de un

Jacob & Wilhelm Grimm 199 Todos los cuentos


el profanador de textos
cierto doctor Sabelotodo, que vivía en tal y cual pue- ciencia acertando lo que contenía aquella fuente. El el espíritu embotellado
blo y que seguramente sabría dónde estaba el dinero hombre miró el plato y, no sabiendo qué responder, [KHM099] Der Geist im Glas
robado, mandó enganchar el coche, se fue a aquel exclamó:
pueblo, se presentó en su casa y le preguntó si era —¡Pobre Cangrejo!
el doctor Sabelotodo. Así era, en efecto. Entonces Y como resultó que, en efecto, eran cangrejos, al
le rogó que se fuese con él para recuperar el dinero oírlo el dueño dijo, maravillado:
sustraído. —¡Lo sabe! Entonces sabrá también quién tiene
—Muy bien, pero a condición de que me acom- el dinero.
pañe Margarita, mi mujer. Al doméstico le entró un pánico enorme y guiñó
Accedió el señor y, subiendo el matrimonio al el ojo al doctor, haciéndole señal de que saliera.
coche, se pusieron en camino. Al llegar al palacio Cuando estuvo fuera del comedor, los cuatro le con-
señorial, estaba la mesa puesta y el señor les invitó, fesaron que habían robado el dinero, pero que esta-
ante todo, a comer. ban dispuestos a restituirlo y encima, a pagarle una Érase una vez un pobre leñador que trabajaba desde
—Muy bien, pero con Margarita, mi mujer — cuantiosa suma si se comprometía a no descubrirlos, la madrugada hasta bien entrada la noche. Habiendo
dijo él, y se sentaron los tres a la mesa. pues les iba la cabeza en el asunto. Lo condujeron conseguido, al fin, reunir un poco de dinero, mani-
Al entrar el primer criado con una fuente llena de también al lugar donde habían escondido la canti- festó a su hijo:
suculentas viandas, el campesino dio con el codo a dad robada, y el doctor, se declaró conforme, volvió —Tú eres mi hijo único; el dinero que he lo-
su mujer y le dijo: al comedor y, sentándose a la mesa, dijo: grado ahorrar con mis sudores voy a gastarlo en tu
—Margarita, éste es el primero —significando —Señor, ahora consultaré mi libro, para saber instrucción. Aprende un oficio que sea útil y honra-
que era el que servía el primer plato. dónde se halla el dinero. do, y podrás mantenerme cuando yo sea viejo y mis
Pero el criado entendió: “Este es el primer la- Pero el quinto criado se ocultó en la chimenea miembros estén tan débiles que haya de quedarme
drón,” y como en realidad lo era, le entró miedo y, al para oír lo que diría, por si acaso supiera más cosas en casa sentado.
salir, dijo a sus compañeros: aún. El hombre se sentó, abrió su cartilla y la estuvo Se fue el muchacho a la universidad y estudió con
—Este doctor lo sabe todo; mal lo pasaremos. Ha hojeando, en busca del gallo; pero tardaba en encon- aplicación y diligencia durante un tiempo, mereciendo
dicho que yo soy el primero. trarlo, y exclamó: los encomios de sus maestros. Después de estudiar dos
El segundo se resistía a entrar; pero no tuvo otro —Estás ahí dentro y no tendrás más remedio que o tres cursos, se agotó el poco dinero recogido por el
remedio, y al comparecer con su fuente, el campesi- salir. padre, y el muchacho hubo de volver al pueblo.
no, dando otro codazo a su mujer, dijo: El de la chimenea creyó que se refería a él y, sa- —¡Ay —le dijo tristemente el viejo—, nada más
—Margarita, éste es el segundo. liendo. Asustadísimo, gritó: puedo darte! Son tiempos muy duros y apenas llego
El camarero, atemorizado, procuró escurrirse lo —¡Este hombre lo sabe todo! a ganar lo bastante para el pan de cada día.
antes posible. Indicó entonces el doctor al dueño el lugar donde —Padre —respondió el muchacho—, no os
No le fue mejor al tercero, pues al verlo, repitió el se encontraba la suma sustraída sin decirle quién era inquietéis por esto. Cuando Dios lo ha dispuesto así,
campesino: el autor del robo, y así recibió una buena remune- es que será por mi bien. Ya me las arreglaré.
—Margarita, ahí va el tercero. ración por ambas partes, ganando con ello, fama de Como el padre se preparaba a marcharse al
El cuarto criado traía una fuente tapada, y el se- hombre de gran saber. ♣ bosque para ganarse unas monedas con su oficio de
ñor de la casa dijo al doctor que debía demostrar su leñador, le dijo su hijo:

Jacob & Wilhelm Grimm 200 Todos los cuentos


el profanador de textos
—Dejadme ir con vos a ayudaros. —¡Estoy aquí, entre las raíces del roble! ¡Déjame de volver a introducirte en ella te creeré; y entonces
—No, hijo —respondió le el leñador—. Te re- salir, déjame salir! podrás hacer conmigo lo que te venga en gana.
sultaría muy penoso, ya que no estás acostumbrado El estudiante se puso a desbrozar el pie del árbol —Esto es facilísimo —respondió el espíritu, lleno
a esta clase de trabajo; no lo resistirías. Además, sólo y ahondar en la tierra entre las raíces, hasta que al fin de arrogancia; y contrayéndose hasta quedar tan
tengo un hacha y no hay dinero para comprar otra. descubrió una botella de cristal metida en un peque- pequeño y sutil como antes, se deslizó por el cuello
—Pedid una al vecino —dijo el muchacho—. ño hueco. Al levantarla y examinarla a la luz vio una de la botella y se metió dentro.
Os prestará su hacha hasta que yo haya ganado lo forma parecida a una rana, que saltaba en el interior Apenas se hubo metido, el estudiante aplicó
suficiente para comprarme una. del frasco. rápidamente el tapón y volvió a poner la botella en
Fue el hombre a pedir prestada el hacha a su —¡Déjame salir, déjame salir! —volvió a oír y el el lugar de donde la sacara, entre las raíces del roble,
vecino, y al despertar el día se dirigieron juntos al muchacho, sin pensar nada malo, quitó el tapón de dejando así burlado al espíritu.
bosque donde el hijo se puso a ayudar a su padre, la botella. Se disponía el muchacho a volver junto a su pa-
trabajando con todo ardor y alegría. A mediodía, Inmediatamente salió de ella un espíritu que dre, cuando el espíritu exclamó, con voz lastimera:
cuando el sol caía sobre sus cabezas, dijo el viejo: empezó a crecer tan rápidamente, que a los pocos —¡Déjame salir, déjame salir!
—Ahora descansaremos y comeremos; luego instantes se había convertido en un tipo horrible, —¡No —le replicó el muchacho—, no me en-
reanudaremos el trabajo. grande y corpulento como la mitad del roble. gañarás por segunda vez! No vuelvo a soltar a quien
Tomando el muchacho su pan, dijo: —¿Sabes —dijo el monstruo con voz espanto- quiso quitarme la vida, ahora que lo tengo reducido
—Descansad vos, padre. Yo no estoy fatigado; sa— cuál será tu recompensa por haberme libertado? a la impotencia.
voy a pasear un poco en busca de nidos. —No —le respondió el muchacho, sin sentir —Si me dejas en libertad —exclamó el espíri-
—No seas tonto —exclamó el viejo—. Si te vas miedo—. ¿Cómo voy a saberlo? tu—. te daré riquezas bastantes para toda la vida.
a correr por ahí luego estarás rendido y no podrás ni —¡Pues te lo diré —gritó el espíritu—; en pre- —No. Me engañarías como antes.
levantar el brazo; mejor es que te quedes conmigo. mio, voy a retorcerte el pescuezo! —Estás jugándote tu felicidad —insistió el
Pero el hijo se metió en el bosque comiendo pan —¡Pudiste decírmelo antes —replicó el mu- espíritu—. No te causaré ningún daño, sino que te
y mirando alegremente las ramas en busca de nidos. chacho— y te habría dejado donde estabas! Por el recompensaré con largueza
Así, andando sin rumbo fijo, llegó al pie de un alto y momento deja mi cabeza en su sitio, pues hay que Pensó el estudiante: “Voy a aventurarme; tal vez
corpulento roble que parecía varias veces centenario consultar a otras personas. cumpla su palabra. De todos modos, no me pesca-
y cuyo tronco apenas abrazarían cinco hombres con —¡Otras personas, otras personas! Digan lo rán.” Quitó el tapón, salió el espíritu y, dilatándose
los brazos extendidos. Se detuvo y pensó: “Muchos que quieran, recibirás el premio que te mereces. como la vez primera, pronto quedó transformado en
serán los pájaros que habrán hecho aquí su nido.” ¿Crees que me han tenido encerrado tanto tiem- un gigante.
De pronto le pareció oír una voz; aguzando el oído, po en este frasco para hacerme un favor? No, —Ahora te daré la recompensa prometida —dijo,
percibió unas palabras en tono apagado: fue para castigo. Soy el poderoso Mercurio. A y alargando al muchacho un trapito parecido a un
—¡Déjame salir, déjame salir! cualquiera que me ponga en libertad tengo que parche, prosiguió—: Frotando una herida con un
Miró en torno suyo pero no descubrió nada. romperle el cuello. extremo de este paño, quedará curada en el acto; y
La voz parecía salir del interior de la tierra. Gritó —¡Poco a poco! —replicó el estudiante—. No si con el otro extremo frotas un objeto de hierro o
entonces: nos precipitemos. Antes he de saber si realmente eres acero, al momento se convertirá en plata.
—¿Dónde estás? tú quien estaba aprisionado en la botella y si se trata, —Antes he de probarlo —respondió el estudian-
Respondió la voz: en realidad, de un auténtico espíritu. Si eres capaz te. Se acercó a un árbol y arrancó con su hacha un

Jacob & Wilhelm Grimm 201 Todos los cuentos


el profanador de textos
poco de corteza; frotó luego el tronco con el extremo —¡Cómo! —replicó el viejo—. Piensas que voy a Con el resto del dinero se marchó a seguir sus es-
del parche y en seguida se cubrió de corteza. estar mano sobre mano como tú? Márchate si quie- tudios en la universidad; y como gracias a su parche
—Muy bien, no me has engañado —dijo al espí- res, que yo tengo todavía que hacer. curaba todas las heridas, pronto se convirtió en el
ritu—; ahora podemos separamos. —Padre, es la primera vez que he ido al bosque y doctor más famoso del mundo entero. ♣
El espíritu le dio las gracias por haberlo libertado, no sé el camino. Ven conmigo.
y el estudiante se las dio, a su vez, por el regalo y Al viejo se le aplacó el enojo y se dejó convencer.
regresó junto a su padre. Emprendieron, pues, el regreso, y durante el
—¿Dónde estuviste? —le preguntó el viejo—. camino dijo el anciano al muchacho:
Por lo visto te has olvidado del trabajo. Siempre —Ve a vender el hacha estropeada. Saca cuanto
pensé que no harías nada bueno. puedas por ella; el resto tendré que ganarlo yo para
—No os apuréis, padre. Recuperaré el tiempo pagar al vecino.
perdido. El muchacho se fue con la herramienta a la
—¡Ya lo veo! —refunfuñó el viejo—. No es esa la ciudad y entrando en la tienda de un orfebre, se la
manera de comportarse. ofreció en venta. El platero la examinó y, después de
—Fijaos, padre, cómo corto aquel árbol. Oíd pesarla, dijo:
cómo cruje. Frotó el hacha con su parche y pegó un —Vale cuatrocientos escudos; pero ahora no
fuerte golpe; pero como el hierro se había transfor- tengo tanto dinero aquí.
mado en plata, el filo se le torció. —Dadme lo que tengáis; el resto me lo pagaréis
—Padre, ¡qué hacha más mala me habéis dado! más adelante —propuso el muchacho.
¡Ved cómo se ha torcido! El orfebre le pagó trescientos escudos, y le quedó
Se asustó el viejo y exclamó: deudor de otros cien. El muchacho regresó a su casa:
—¡Dios Santo, qué has hecho! Ahora habré de —Padre —dijo—, ya tengo dinero. Ve a pregun-
pagar el hacha y no tengo con qué. Este es el benefi- tarle al vecino lo que le debemos por el hacha.
cio que he sacado de tu ayuda. —No tengo que preguntárselo —respondió el
—No os apuréis —respondió el hijo—; yo pagaré leñador—. Vale un escudo y seis cuartos.
la herramienta. —Pues dadle tres escudos; es el doble y quedará
—¡Mentecato!1 —exclamó el leñador—. ¿Con contento.
qué piensas pagarla? No tienes más que lo que yo te Mira, me sobra dinero —y entregando a su padre
doy. Tretas de estudiante no te faltan, pero del oficio cien escudos, le dijo:
de leñador no entiendes una palabra. — Ya nada os faltará. Podéis vivir
Al cabo de un rato dijo el estudiante: tranquilamente.
—Padre, ya que no puedo seguir trabajando, —¡Dios mío! —exclamó el hombre—; ¿Y cómo
mejor será que lo dejemos. has adquirido toda esta riqueza?
Entonces le explicó el hijo lo que le había ocu-
1 mentecato, ta. 1. adj. Tonto, fatuo, falto de juicio, priva- rrido y cómo, fiando en la suerte, había realizado
do de razón. U. t. c. s. 2. adj. De escaso juicio o entendi- aquella rica adquisición.
miento. U. t. c. s. Diccionario RAEL [N. del Pr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 202 Todos los cuentos
el profanador de textos
el mugriento hermano del diablo se atrevía a mirar una sola vez lo que había en los De este modo cumplió sus siete años de servicio
[KHM100] Des Teufels russiger Bruder calderos, lo pasaría mal. en el infierno, sin lavarse ni peinarse, sin cortarse
—Pierde cuidado —le respondió el militar. cabellos ni uñas y sin secarse el agua de los ojos; y
El viejo diablo se marchó de nuevo a sus corre- aquellos siete años le parecieron tan cortos como si
rías, y el soldado dio principio a su faena: avivó hubiese transcurrido sólo medio.
el fuego, barrió, amontonó la basura detrás de la Cumplido el plazo fue el diablo a su encuentro y
puerta… en una palabra, hizo cuanto le habían le dijo:
mandado. —Bueno, Juan, ¿qué has hecho?
Al regresar, el diablo comprobó que las cosas ha- —He avivado el fuego debajo de los calderos, he
bían sido hechas debidamente; se manifestó satisfe- barrido y recogido la basura detrás de la puerta.
cho y se marchó de nuevo. —Pero también miraste lo que había en los calde-
El soldado echó una mirada a su alrededor: allí ros. Lo único que te salva es que añadiste más leña,
estaban los calderos en círculo, con un enorme fuego pues de otro modo estabas perdido. Ha terminado
Un militar licenciado no tenía con que vivir ni en- debajo cociendo y borboteando. Sentía unos deseos tu tiempo. ¿Quieres volver a tu pueblo?
contraba medio de resolver su apurada situación. Se locos de ver lo que había dentro a pesar de la prohi- —Sí. Me gustaría ver qué hace mi padre en casa.
fue al bosque y, al cabo de un rato de andar por él, bición del diablo; y al fin, no pudiendo ya resistir, —Como pago de tus servicios, llénate la mochila
se le presentó un enano que era el diablo. Le dijo el levantó un poquitín la tapa del primer caldero y de basura y llévatela a tu casa. Debes, asimismo, ir
hombrecito: echó una mirada: dentro estaba hirviendo su antiguo sin lavarte ni peinarte, con el cabello y la barba lar-
—¿Qué te ocurre? Pareces muy melancólico. sargento. gos, sin cortarte las uñas y con los ojos húmedos; y
Y el soldado le respondió: —¡Ajá, pajarraco! Conque estás ahí, ¿eh? Antes cuando te pregunten de dónde vienes, responderás:
—Tengo hambre y estoy sin dinero. estuve yo en tus manos; mas ahora estás tú en las “Del infierno,” y si te dicen quién eres, contesta-
—Si te avienes a servirme y ser mi criado —le mías —y volviendo a soltar rápidamente la tapa, rás: “El mugriento hermano del diablo, mi rey.”
dijo el diablo— jamás te faltará nada. Siete años atizó el fuego y le añadió leña. Pasando luego al El soldado lo escuchó en silencio, aunque no
durará tu servicio, al cabo de los cuales quedarás caldero siguiente, levantó la tapa y vio que contenía estaba satisfecho con aquella paga.
libre. Pero una cosa te prevengo: no deberás lavarte a su alférez. No bien se encontró al aire libre, en el bosque, se
ni peinarte, ni usar las tijeras; quiero decir que no te —¡Ajá, pajarraco! Conque estás ahí, ¿eh? Me quitó la mochila de la espalda para vaciar su conteni-
cortarás las uñas ni el cabello. Además, no te secarás tuviste en tus manos, pero ahora yo te tengo en las do. Pero al abrirla, ¡anda! ¡La basura se había conver-
el agua de los ojos. mías —y tapando nuevamente, echó al fuego otro tido en oro puro!
—¡Vamos a ello, si no hay otro remedio! —res- tarugo para avivarlo. —Nunca lo hubiera pensado —dijo, y se enca-
pondió el soldado—; y se marchó con el enano, el Quiso ver también quién ocupaba el tercer calde- minó a la ciudad alegre como unas pascuas. En la
cual lo condujo directamente al infierno. ro, y resultó que estaba en él su general. puerta de la posada estaba el ventero el cual, al verlo
Una vez en él, le dio instrucciones sobre su tra- —¡Ajá, pajarraco! Conque estás ahí, ¿eh? Me acercarse tuvo un gran susto, pues el aspecto de Juan
bajo: avivar el fuego debajo de los calderos en que tuviste en tus manos, pero ahora te tengo yo en las era horrible, peor que el de un espantapájaros.
se asaban los condenados, mantener la casa limpia, mías —y echando mano del fuelle, se puso a atizar el —¿De dónde vienes? —le preguntó.
amontonar la basura detrás de la puerta, cuidar de fuego con el mayor entusiasmo, hasta que se eleva- —¡Del infierno!
que todo estuviese en orden. Pero le advirtió que si ron grandes llamaradas. —¿Quién eres?

Jacob & Wilhelm Grimm 203 Todos los cuentos


el profanador de textos
—El mugriento hermano del diablo, mi rey. El rey del país, que era viejo, se empeñó en que piel de oso
El posadero no quería admitirlo, y sólo al ver el tocase delante de él, y le gustó tanto el concierto que [KHM101] Der Bärenhäuter
oro que traía corrió en persona a abrirle la puerta. le ofreció la mano de su hija mayor. Pero al enterarse
Pidió Juan la mejor habitación y se hizo servir a cuer- la princesa de que iban a casarla con aquel patán de
po de rey; comió y bebió hasta que se vio harto. Pero casaca blanca, exclamó:
todo ello sin lavarse ni peinarse, como le mandara el —¡Antes me arrojaría al agua!
diablo, y por se fue a dormir. Mas al posadero le baila- Entonces el Monarca le dio a la hija menor, la
ba ante los ojos su bolso de oro y no estuvo tranquilo cual lo aceptó por amor a su padre.
hasta que, en lo más oscuro de la noche, entró furtiva- Y de este modo el mugriento hermano del diablo
mente en su aposento y se lo robó. se casó con la princesita, y al morir el anciano rey,
Al levantarse Juan a la mañana siguiente, se dis- heredó el trono. ♣
puso a pagar al posadero y reemprender su camino;
pero su bolsa había desaparecido. El hombre no Érase una vez un muchacho que se alistó como sol-
se paró mucho tiempo a considerar las cosas. “No dado; se comportó valientemente y siempre fue en
tengo la culpa de mi desgracia,” pensó, y fue otra vez primera línea cuando llovían las balas. Todo marchó
derechito al infierno. bien mientras duró la guerra. Pero al llegar la paz lo
Allí explicó su infortunio al viejo diablo y le pidió licenciaron, y su capitán le dijo que podía marcharse
que le ayudase. Le dijo el demonio: adonde le apeteciera.
—Siéntate: te lavaré, peinaré y acicalaré; te corta- Sus padres habían muerto, y él no tenía ya hogar.
ré el pelo y las uñas y te secaré los ojos. Se dirigió, pues, a casa de sus hermanos, rogándoles
Y cuando ya hubo terminado, volvió a llenarle la lo acogiesen hasta que hubiera una nueva guerra.
mochila de basura, y declaró: Pero sus hermanos eran gente dura de corazón y le
—Ve y di al posadero que te devuelva el oro. De dijeron:
lo contrario iré yo a buscarlo y tendrá que sustituirte —¿Y qué haremos contigo? No te necesitamos
en el trabajo de avivar el fuego. para nada. Arréglate como puedas.
Volvió Juan a la posada y dijo al dueño: No le quedaba al soldado más que su fusil; se lo
—Me robaste mi dinero. Por tanto, me lo devuel- echó al hombro y se marchó a correr mundo. En
ves o irás al infierno a ocupar mi puesto y lo pasaras esto llegó a un gran erial, en el que no se veía sino
tan mal como yo lo pasé. un círculo de árboles. Se sentó a su sombra y se puso
El posadero le devolvió el oro y aún le añadió del a meditar tristemente sobre su situación: “No tengo
propio, rogándole que no lo descubriese, con lo que dinero,” pensó; “no he aprendido más oficio que el
Juan se marchó convertido en un hombre rico. de las armas, y en tiempo de paz no sirvo para nada.
Camino de la casa de su padre se compró una Por lo visto he de morirme de hambre.”
mala casaca de hilo, y mientras caminaba se entrete- Oyó en esto un fuerte rumor y, al volverse, vio
nía tocando música, arte que había aprendido en el ante él un hombre vestido completamente de verde.
infierno, al lado del diablo.

Jacob & Wilhelm Grimm 204 Todos los cuentos


el profanador de textos
Su aspecto era gallardo, aunque con un repugnante El diablo se quitó su vestido verde y se lo dio, años de prueba, cuando oyó que alguien se lamenta-
pie de caballo. diciéndole: ba en la habitación contigua. Como era de corazón
—Ya sé lo que te pasa —le dijo el hombre—. —Cada vez que, llevando esta prenda, metas la compasivo, abrió la puerta y vio a un anciano que
Tendrás tanto dinero y riquezas como seas capaz mano en el bolsillo, la sacarás llena de dinero. lloraba desconsoladamente cogiéndose la cabeza con
de transportar. Pero antes debo saber si conoces el Despellejó luego al oso y entregó la piel al solda- las manos. Se le acercó el soldado, pero el hombre,
miedo, pues yo no doy nada a los cobardes. do, añadiendo: levantándose de un brinco, trató de huir. Sin embar-
—¿Cómo puede ser cobarde un soldado? — —Esta será tu capa y tu lecho; sólo deberás dor- go, se calmó al oír una voz humana y entonces, con
respondió el muchacho—. Puedes someterme a mir en él. Por este vestido, te llamarán Piel de Oso. palabra amistosa, contó a Piel de Oso los motivos de
prueba. Y dicho esto, el diablo desapareció. su tristeza. Poco a poco se había consumido toda su
—Pues bien —asintió el hombre—: Mira detrás Se vistió el soldado las ropas, e introduciendo fortuna, y él y sus hijas habían caído en tal miseria
de ti. en seguida la mano en el bolsillo, pudo comprobar que no podían pagar al posadero e iban a meterlos
El soldado se volvió y vio un enorme oso que se que la cosa iba de veras. Se colgó luego la piel de oso en la cárcel.
dirigía hacia él, lanzando gruñidos. sobre los hombros y se marchó a correr mundo, dán- —Si no tenéis más preocupación que esa —le
—¡Ésta es la mía! —exclamó el soldado—. Voy dose buena vida y no dejando por hacer nada de lo dijo Piel de Oso—, lo que es dinero, a mí me sobra.
a hacerte cosquillas en las narices para que se te que hace engordar a la gente y enflaquecer la bolsa. Y, llamando al fondista le pagó la deuda y luego
pasen las ganas de gruñir —y apuntándole con el El primer año, la cosa era aún llevadera; pero al metió en el bolsillo del desgraciado una bolsa llena
fusil, disparó una bala al hocico de la fiera, la cual se llegar el segundo su aspecto era el de un monstruo. de oro.
desplomó muerta. El cabello le cubría casi toda la cara; la barba parecía Libre ya el hombre de sus cuitas y no sabiendo
—Valor no te falta —dijo el desconocido—; pero un rudo estropajo; sus dedos terminaban en verda- cómo expresar su agradecimiento a aquel bienhe-
hay otra condición que debes cumplir. deras garras y tenía el rostro tan cubierto de sucie- chor, le dijo:
—Siempre que no vaya en perjuicio de mi dad, que si hubiesen sembrado berros en él a buen —Vente conmigo; mis hijas son un dechado de
alma —respondió el soldado, pues se daba cuenta seguro habrían germinado. Cuantos lo veían echa- hermosura; elige una de ellas por esposa. Cuando
de quién era aquel hombre—, estoy dispuesto a ban a correr; pero como repartía el dinero en abun- sepa lo que has hecho por mí no te rechazará. Cierto
todo. dancia entre los pobres para que rogasen porque no que tu aspecto deja algo que desear; pero ella cuidará
—Pues bien —le propuso el del vestido verde—. muriese antes de los siete años, y como pagaba gene- de arreglarlo.
En el curso de los próximos siete años no debes la- rosamente en todas partes, nunca le faltaba albergue. A Piel de Oso le gustó el ofrecimiento y se mar-
varte ni peinarte el cabello ni la barba, ni cortarte las Al cuarto año llegó a una posada cuyo dueño se chó con él. Al verlo la hija mayor, sintió tal miedo
uñas, ni rezar un padrenuestro. Te daré un vestido negó a alojarlo; ni siquiera quería dejarle dormir en que escapó gritando. La segunda se quedó parada, lo
y una capa que habrás de llevar durante todo este el establo por temor a que sus caballos se asustaran. contempló de pies a cabeza, y luego dijo:
tiempo. Si mueres dentro de estos años, serás mío; Sin embargo, cuando se echó mano al bolso y sacó —¿Cómo puedo aceptar por marido a un hom-
pero si sigues viviendo, quedarás libre y rico para el un puñado de ducados, el posadero se ablandó y le bre que ha perdido todo aspecto humano? Preferiría
resto de tus días. asignó una habitación en el patio posterior, con la a aquel oso afeitado que estuvo aquí un día preten-
Pensó el soldado en la gran necesidad en que condición de que no se dejaría ver para no desacre- diendo que era un hombre; al menos llevaba una
se encontraba y, como había ido tantas veces a la ditar el establecimiento. piel de húsar y guantes blancos. Si no fuese más que
muerte y siempre logró salvar el pellejo, se decidió a Aquella tarde, Piel de Oso estaba sentado en ple- feo, aún llegaría a acostumbrarme.
arriesgarse de nuevo, y se declaró conforme. na soledad deseando que terminasen aquellos siete En cambio, la más joven dijo:

Jacob & Wilhelm Grimm 205 Todos los cuentos


el profanador de textos
—Querido padre: forzosamente ha de ser una Al fin, cuando llegó el último día de los siete mitad, que llevaba alrededor del cuello atada con
buena persona el que os ha sacado de vuestra angus- años, volvió al erial y se sentó bajo el círculo de una cinta, la puso al lado de la primera, y entonces
tiosa situación y, puesto que le habéis prometido una árboles. Al cabo de poco rato se levantó una ráfa- se vio que las dos coincidían exactamente. Dijo él:
novia, hay que cumplir vuestra palabra. ga de viento y el diablo se plantó ante él, con cara —Soy tu prometido, a quien viste en la figura de
Fue una lástima que la suciedad y el pelo tapasen enfurruñada. Devolviendo al soldado su vieja casaca, Piel de Oso y que, por la gracia de Dios, ha recobra-
la cara de Piel de Oso, pues de otro modo se habría le reclamó la verde. do la forma humana y se ha purificado.
visto reflejada la alegría de su corazón al escuchar —Poco a poco —replicó el soldado—; antes Y acercándose a ella, la abrazó y le dio un beso.
aquellas palabras. Sacándose un anillo del dedo, lo debes limpiarme. En aquel momento entraron las dos hermanas
rompió en dos mitades y, dando una a la mucha- Quieras que no, el diablo hubo de ir por agua, mayores, bellamente ataviadas. Pero al ver que el
cha, se guardó la otra. En la parte que entregó a su lavar a Piel de Oso, peinarle el cabello y cortarle gallardo muchacho se declaraba a la menor y al oír
prometida escribió su nombre Piel de Oso; y en la las uñas, después de lo cual el desarrapado quedó que era Piel de Oso, volvieron a salir corriendo locas
que se reservó para sí grabó el de ella, rogándole que convertido en un gallardo guerrero, muchacho más de despecho.
la guardase cuidadosamente. Luego, despidiéndose, apuesto y guapo que antes. La primera fue a arrojarse al pozo, y la segunda
dijo: Al retirarse el diablo definitivamente, Piel de Oso se colgó de un árbol. Al anochecer llamaron a la
—Debo aún vagar errante por espacio de tres sintió un gran alivio. Se fue a la ciudad, compró un puerta, y cuando el novio acudió a abrir, se presentó
años; si no vuelvo quedas libre, pues será que habré magnífico traje de terciopelo, se instaló en un coche el diablo con su vestido verde y le dijo:
muerto. Pero ruega a Dios que me conserve la vida. tirado por cuatro caballos blancos, y se encaminó —¿Ves? Ahora tengo dos almas a cambio de la
La pobre prometida se vistió de luto, y cada vez al pueblo de su novia. Nadie lo reconoció; el padre tuya. ♣
que pensaba en su novio le venían las lágrimas a los lo tomó por un distinguido coronel y lo condujo a
ojos. Sus hermanas la hacían objeto de mil burlas y la habitación donde se hallaban sus hijas. Las dos
sarcasmos. mayores lo hicieron sentarse entre ellas, le sirvieron
—Cuidado —le decía la mayor—; cuando le vino y los mejores bocados, pensando para sus aden-
estreches la mano que no te dé un zarpazo. tros que jamás habían visto un hombre tan guapo.
—Desconfía —agregaba la segunda—. A los osos La novia, empero, permanecía sentada enfrente,
les gusta lo dulce; si le gustas te devorará. vestida de negro, los ojos bajos y sin decir palabra.
—Tendrás que hacer siempre su voluntad; de lo Cuando, finalmente, el muchacho preguntó al padre
contrario empezará a gruñir —volvía a la carga la si le otorgaría la mano de una de sus hijas, corrieron
mayor. las dos mayores a sus aposentos para ataviarse lo
Y la segunda: mejor posible, cada una con la esperanza de ser la
—Mas la boda será muy alegre, pues a los osos les elegida.
gusta bailar. El forastero, no bien quedó a solas con su novia,
Pero la novia se mantenía silenciosa y firme en su sacando su media sortija la echó en una copa llena
propósito. Mientras tanto Piel de Oso seguía erran- de vino y se la ofreció por encima de la mesa. La
do de la Ceca a la Meca, haciendo todo el bien que tomó ella y, cuando hubo apurado el vino y encon-
le era posible y dando copiosas limosnas a los pobres trado en el fondo el medio anillo, sintió que su cora-
para que rogasen por él. zón empezaba a latir violentamente. Sacando la otra

Jacob & Wilhelm Grimm 206 Todos los cuentos


el profanador de textos
el reyezuelo1 y el oso poco rato volvió al lugar. El Rey y la Reina se habían Cuando sonó la hora de comenzar las hosti-
[KHM102] Der Zaunkönig und der Bär ausentado, y el oso, echando una mirada al nido, vio lidades, el reyezuelo envió espías al lugar donde
en él cinco o seis polluelos. había instalado su cuartel general el jefe del ejército
—¿Esto es un palacio real? —exclamó—. ¡Vaya enemigo. El mosquito, que era el más astuto, reco-
un palacio miserable! Ni vosotros sois hijos de reyes, rrió el bosque en el que se concentraban las fuerzas
sino unos pícaros. adversarias y se posó, finalmente, bajo una hoja del
Al oír esto los jóvenes reyezuelos, montando en árbol a cuyo pie se daban las consignas. El oso llamó
cólera se pusieron a gritar: a la zorra y le dijo:
—¡No es verdad! Nuestros padres son gente no- —Zorra, tú eres el más sagaz de todos los anima-
ble. Nos pagarás caro este insulto, oso. les: serás el general, y nos acaudillarás.
El oso y el lobo, inquietos, se volvieron a sus —De buen grado —respondió la zorra—; pero,
respectivas madrigueras, mientras los pajaritos conti- ¿qué señal adoptaremos?
Un día de verano salieron de paseo el lobo y el oso. nuaban gritando y alborotando. Nadie dijo una palabra.
Éste, oyendo el canto melodioso de un pajarito, dijo: Cuando sus padres regresaron con más comida, —Pues bien —prosiguió la zorra—. Yo tengo un
—Hermano lobo, ¿qué pájaro es este que canta los hijos les dijeron: hermoso rabo largo y poblado, como un penacho
tan bien? —No tocaremos una pata de mosca, aunque ten- rojo; mientras lo mantenga enhiesto, es señal de que
—Es el rey de los pájaros —respondió el lobo—. gamos que morirnos de hambre, antes de que dejéis la cosa marcha bien y vosotros debéis avanzar; pero
Hemos de inclinarnos ante él. bien sentado si somos o no hijos legítimos. El oso si lo bajo echad a correr con todas vuestras fuerzas.
Era, en efecto, el reyezuelo. estuvo aquí y nos insultó. —Al oír esta consigna, el mosquito emprendió
—En este caso —respondió el oso— me gustaría Dijo entonces el padre Rey: el vuelo a su campo y lo comunicó al reyezuelo con
ver su palacio real. Enséñamelo. —Estad tranquilos, que nosotros arreglaremos todo detalle.
—No es tan fácil como crees —dijo el lobo—; este asunto. Al amanecer el día en que debía librarse la batalla
debes aguardar a que venga la Señora Reina. Y emprendiendo el vuelo junto con la Señora se vió, desde lejos, venir todo el ejército de cuadrú-
Al poco rato se presentó la Reina llevando co- Reina, llegaron a la entrada de la cueva del oso, y pedos a un trote furioso y armando un estruendo
mida en el pico, y llegó también el Rey para dar de gritó el Rey: que hacía retemblar la tierra. El reyezuelo avanzó,
comer a sus crías. El oso quería seguirlos sin más —Oso gruñón, ¿por qué has insultado a nuestros por su parte, al frente de sus aladas huestes, hendien-
ceremonias; pero el lobo lo sujetó por la manga, hijos? Lo pagarás caro, pues vamos a hacerte una do el aire con una pavorosa algarabía de chillidos,
diciéndole: guerra sin cuartel. zumbidos y aleteos. Y los dos ejércitos se embistie-
—No, debes aguardar a que los reyes padres se Con esto declararon la guerra al oso, el cual lla- ron con furor. El reyezuelo envió al avispón con or-
hayan vuelto a marchar. mó en su auxilio a todos los cuadrúpedos: el buey, den de situarse bajo el rabo de la zorra y picarle con
Tomaron nota del agujero donde estaba el nido, y el asno, el ciervo, el corzo y todos los demás que todas sus fuerzas. A la primera punzada, la raposa
se retiraron. Pero el oso no podía dominar su impa- habitan la superficie de la tierra. Por su parte, el dio un respingo y levantó la pata; resistió, sin embar-
ciencia; a toda costa quería ver el palacio real, y al reyezuelo convocó a todos los que viven en el aire, go, manteniendo la cola enhiesta; la segunda picadu-
1 reyezuelo. 1. m. Pájaro común en Europa, de nueve a diez no sólo a las aves, grandes y chicas, sino también ra la obligó a bajarla un momento; y a la tercera, no
centímetros de longitud, con las alas cortas y redon- a los mosquitos, avispones, abejas y moscas; todos pudiendo ya aguantar, lanzó un grito y puso el rabo
deadas y plumaje vistoso por la variedad de sus colores. acudieron. entre las patas.
Diccionario RAEL [N. del Pr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 207 Todos los cuentos
el profanador de textos
Al verla hacer esto los animales creyeron que todo gachas1 dulces calle, como si quisieran saciar el hambre del mundo
estaba perdido y emprendieron la fuga, buscando [KHM103] Der süsse Brei entero.
cada uno refugio en su madriguera; así, las aves El apuro era angustioso, pero nadie sabía encon-
ganaron la batalla. Volaron entonces los reyes padres trar remedio. Al fin, cuando ya no quedaba más que
hasta el nido y dijeron a sus crías: una casa sin inundar, volvió la hija y dijo:
—¡Alegraos, pequeños, comed y bebed cuanto os —¡Pucherito, párate! —y el puchero paró de
apetezca; hemos ganado la guerra! cocer.
Pero los polluelos replicaron: Mas todo aquel que quiso entrar en la ciudad,
—No comeremos hasta que el oso venga ante hubo de abrirse camino a fuerza de tragar gachas. ♣
nuestro nido a presentar excusas y reconozca nuestra
alcurnia.
Voló el reyezuelo a la cueva del oso, y gritó:
—Gruñón, tienes que presentarte ante el nido de Érase una vez una muchacha tan pobre como pia-
mis hijos a pedirles perdón y decirles que son per- dosa, que vivía con su madre, y he aquí que llegaron
sonas de alcurnia; de otro modo, te vamos a romper a tal extremo en su miseria, que no tenían nada
las costillas. para comer. Un día en que la niña fue al bosque, se
El oso, asustado, apresuró se a ir para presentar encontró con una vieja que, conociendo su apuro, le
sus excusas, y sólo entonces se declararon satisfechos regaló un pucherito, al cual no tenía más que decir:
los jóvenes reyezuelos, que comieron, bebieron y “¡Pucherito, cuece!,” para que se pusiera a cocer unas
armaron gran jolgorio hasta muy avanzada la noche. gachas dulces y sabrosísimas; y cuando se le decía:
♣ “¡Pucherito, párate!,” dejaba de cocer.
La muchachita llevó el puchero a su madre, y así
quedaron remediadas su pobreza y su hambre, pues
tenían siempre gachas para hartarse.
Un día en que la hija había salido, dijo la madre:
—¡Pucherito, cuece!, —y él se puso a cocer y la
mujer se hartó.
Luego quiso hacer que cesara de cocer, pero he
aquí que se le olvidó la fórmula mágica. Y así, cuece
que cuece, hasta que las gachas llegaron al borde y
cayeron fuera; y siguieron cuece que cuece, llenando
toda la cocina y la casa, y luego la casa de al lado y la

1 gacha. 3. f. pl. Comida compuesta de harina cocida con


agua y sal, que se puede aderezar con leche, miel u otro
aliño. Diccionario RAEL [N. del Pr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 208 Todos los cuentos
el profanador de textos
gente lista —Antes tenéis que entregarme los doscientos rreta guiada por una mujer que iba de pie en el centro,
[KHM104] Die klugen Leute ducados; de lo contrario no se los lleva. en vez de ir sentada en el montón de paja puesto al lado,
—Tenéis razón —respondió el ganadero—. Me o de andar a pie conduciendo los bueyes.
olvidé de tomar el bolso. Pero no se preocupe, que le Pensó el hombre: “De seguro que esa mujer es
daré una buena garantía de pago. Me llevaré dos vacas una de las personas que ando buscando.” Se levantó
y os dejaré la tercera en prenda; no está mal la fianza. pues, y se puso a correr de un lado a otro, delante de
Así lo creyó la mujer, y dejó que el tratante se la carreta, como si no estuviera en sus cabales.
marchase con las dos reses, pensando: “¡Qué con- —¿Qué os pasa, compadre? —preguntó la mu-
tento va a ponerse Juan cuando sepa lo lista que he jer—. ¿De dónde venís, que no os conozco?
sido!” —He caído del cielo —respondió el hombre— y
A los tres días regresó el campesino, tal como ha- no sé cómo volver allí. ¿No podríais llevarme?
bía anunciado, y su primera pregunta fue si estaban —No —contestó la mujer—, no sé el camino.
Un buen día sacó un campesino del rincón su vara vendidas las vacas. Pero si venís del cielo, seguramente podréis decirme
de ojaranzo y dijo a su mujer: —Sí, marido mío —respondió la mujer—, y por qué tal lo pasa mi marido, que murió hace tres años.
—Lina, me marcho de viaje y no regresaré antes doscientos ducados, como me dijiste. Apenas los Sin duda lo habréis visto.
de tres días. Si, entretanto, viene el ganadero y quie- valían, pero el hombre se las quedó sin regatear. —Cierto que lo he visto; pero no todo el mundo
re comprar nuestras tres vacas, se las puedes vender —¿Dónde está el dinero? lo pasa bien allí. Vuestro marido guarda ovejas, y los
por doscientos ducados. Ni uno menos, ¿entiendes? —No lo tengo todavía, pues el tratante se había benditos animales le dan mucha fatiga, pues trepan
—Márchate en el nombre de Dios —le respon- olvidado el bolso; pero no tardará en traerlo; me ha a las montañas y se extravían por el bosque, y él
dió su esposa—; lo haré como dices. dejado una buena fianza. no para de correr tras ellas para reunirlas. Además,
—Mira —le advirtió el hombre— que desde niña —¿Qué fianza? va muy roto; las ropas se le caen a pedazos. Allí no
eres dura de entendederas y siempre lo serás. Pero —Una de las tres vacas; no se la llevará hasta que hay sastres; San Pedro no deja entrar a ninguno; ya
atiende bien a lo que te digo. No hagas tonterías, o haya pagado las otras. No dirás que no he sido lista; debéis saberlo por los cuentos.
te pondré la espalda morada y no con pintura, sino fijate: me he quedado con la más pequeña, que es la —¡Quién lo hubiera pensado! —exclamó la
con este palo que tengo en la mano, y que te costará que menos come. mujer—. ¿Sabéis qué? Iré a buscar su traje de los
un año volver a tu color natural, te lo garantizo. El hombre montó en cólera y, levantando el palo, domingos, que aún está colgado en el armario, y que
Y con ello, el hombre se puso en camino. se dispuso a propinarle la paliza prometida. Pero de él podrá llevar allí con mucha honra. Me vais a hacer
A la mañana siguiente se presentó el tratante, y la pronto, bajándolo, dijo: el favor de llevárselo.
mujer no tuvo necesidad de gastar muchas palabras. —Eres la criatura más necia que Dios echó jamás —¡Ni pensarlo! —replicó el campesino—; en el
Cuando el mercader hubo examinado el ganado y sobre la Tierra; pero me das lástima. Saldré al camino cielo nadie lleva traje; se lo quitan a uno al pasar la
supo el precio, dijo: y esperaré tres días a ver si encuentro a alguien que sea puerta.
—Estoy dispuesto a pagarlo; estos animales lo aún más tonto que tú. Si lo encuentro, te ahorrarás —¡Oídme! —dijo la mujer—. Ayer vendí el tri-
valen. Me los llevo—. Y soltándolos de la cadena, los palos; pero si no, prepárate a recibir la paga que te go, y por una bonita suma; se la enviaré. Si os metéis
los sacó del establo. Pero cuando se dirigía con ellos prometí, pues no pienso dejar nada por saldar. dinero en el bolsillo, nadie lo notará.
a la puerta de la granja, la mujer, tomándolo de la Salió al camino y se puso a esperar los acontecimien- —Si no hay otro remedio —respondió el labra-
manga, le dijo: tos, sentado en una piedra. En esto vio acercarse una ca- dor—, estoy dispuesto a haceros este favor.

Jacob & Wilhelm Grimm 209 Todos los cuentos


el profanador de textos
—Pues aguardadme aquí —dijo ella—; vuelvo a “¡Ajá!,” pensó el campesino, “¡he aquí otro que cuentos del sapo
casa por la bolsa y no tardaré en volver. Voy de pie tiene flojos los tornillos!” Y dirigiéndose al mucha- [KHM105] Märchen von der Unke
en la carreta, en lugar de sentarme sobre la paja para cho, le dijo:
que los bueyes no tengan que llevar tanto peso. —¡Pues no faltaba más!
Y puso en marcha a los animales, mientras el Montó en el animal y emprendió un trote ligero.
campesino pensaba: “Esta mujer es tonta de remate; El muchacho se quedó aguardándolo hasta la noche,
si de verdad me trae el dinero, la mía podrá conside- pero el campesino no volvió. “Seguramente,” pensó
rarse afortunada, pues se habrá ahorrado los palos.” el joven, “el hombre del cielo llevaría mucha prisa
Al cabo de poco rato volvió la campesina corrien- y no quiso volver, y el campesino le habrá dado el
do con el dinero, y lo metió ella misma en el bolso caballo para que lo entregue a mi padre.”
del hombre. Al despedirse, le dió las gracias mil y Y regresó a su casa y contó a su madre lo ocurri-
mil veces por su complacencia. Cuando la mujer lle- do: que había enviado el caballo a su padre para que
gó nuevamente a su casa, su hijo acababa de regresar no tuviese que correr a pie de un lado para otro.
del campo. Le contó las extrañas cosas que había —Has hecho muy bien —le respondió la ma- Cuento primero
oído, y añadió: dre—. Tú aún tienes buenas piernas y puedes andar
—Me alegro mucho de haber encontrado esta a pie. Érase una vez un chiquillo a quien su madre le daba,
oportunidad de poder enviar algo a mi pobre ma- Cuando el campesino estuvo en su casa, puso el cada tarde, una taza de leche y un bollo de pan, y
rido. ¿Quién habría pensado jamás que en el cielo caballo en la cuadra junto a la tercera vaca, subió con ellos se iba el niño a la era. En cuanto empezaba
pudiese faltarle algo? adonde estaba su mujer y le dijo: a merendar acudía un sapo que salía de una rendija
El hijo se quedó profundamente admirado. —Lina, has tenido suerte, pues he dado con de la pared, y metiendo la cabecita en la taza, meren-
—Madre —dijo—, eso de que uno baje del cielo dos que son aún más bobos que tú. Por esta vez te daba con él. El pequeño se gozaba mucho con su
no ocurre todos los días. Salgo a buscar a ese hombre; ahorrarás la paliza; pero te la guardo para la próxima compañía, y una vez sentado con su tacita, si el sapo
me gustaría saber cómo andan de trabajo por allí. ocasión. no acudía en seguida, le llamaba:
Y ensilló el caballo y partió a buen trote. Y encendiendo la pipa y arrellanándose en el
Encontró al campesino bajo un árbol cuando se sillón, prosiguió: Sapo, sapo, ven ligero;
disponía a contar el dinero de la bolsa. —Ha sido un buen negocio; por dos vacas flacas ven y serás el primero.
—¿No habéis visto a un hombre que venía del he obtenido un buen caballo y un buen bolso de Te daré migajitas
cielo? —le preguntó el muchacho. dinero. Si la tontería fuese siempre tan productiva, en leche empapaditas.
—Sí —respondió el labrador—; pero se ha vuelto habría que tenerla en alta estima.
ya, tomando un atajo que pasa por aquella montaña. Tal fue el pensamiento del campesino. Pero estoy Entonces acudía saltando el sapo, merendaba de
Al galope, todavía podréis alcanzarlo. seguro de que tú prefieres a los listos. ♣ buena gana y mostraba su agradecimiento trayendo
—¡Ay! —exclamó el muchacho—. Estoy rendido al niño, de su secreto tesoro, toda clase de bellas co-
de trabajar todo el día, y el venir hasta aquí ha aca- sas, como piedras brillantes, perlas y juguetes de oro.
bado con mis fuerzas. Vos, que conocéis al hombre, Se limitaba a beberse la leche y dejaba el pan, por lo
¿queréis montar en mi caballo, ir en su busca y que un día el pequeño, dándole un ligero golpecito
persuadirlo de que vuelva aquí? en la cabeza con la cucharilla, le dijo:

Jacob & Wilhelm Grimm 210 Todos los cuentos


el profanador de textos
—¡Cómete también el pan! Cuento tercero el pobre mozo molinero y la
La madre, que estaba en la cocina, al oír que su gatita
hijo hablaba con alguien y viendo que golpeaba al Grita el sapo: [KHM106] Der arme Müllerbursch und das
sapo con la cucharilla, corrió al patio con un tarugo —¡Hu-hu, hu-hu! Kätzchen
de leña y mató al pobre animalito. Dice el niño:
A partir de entonces empezó a producirse en el —¡Ven acá!
niño un gran cambio. Mientras el sapo había comi- Sale el sapo, y el niño se pregunta por su
do con él, el muchacho creció sano y robusto; pero hermanita:
desde la muerte del sapo, sus mejillas perdieron su —¿No has visto a Medias Coloraditas?
color rosado y empezó a adelgazar a ojos vistas. Poco Dice el sapo:
después el ave que anuncia la muerte comenzó a —No, yo no, ¿Y tú? ¡Hu-hu, hu-hu, hu-hu! ♣
dejar oír su grito, por la noche; el petirrojo se puso a
recoger ramitas y hojas para una corona fúnebre, y al
cabo de unos días, el niño yacía en un ataúd.

Cuento segundo Vivía en un molino un viejo molinero que no tenía


mujer ni hijos, sino sólo tres muchachos a su servi-
Una niña huérfana se hallaba un día sentada junto a cio. Cuando ya llevaban muchos años trabajando
la muralla de la ciudad, cuando vio que un sapo salía con él, un día les dijo:
de una rendija que había al pie del muro. Se apresu- —Soy viejo y quiero retirarme a descansar. Salid
ró a extender a su lado un pañuelo de seda azul que a recorrer el mundo, y a aquel de vosotros que me
llevaba alrededor del cuello, sabiendo que a los sapos traiga el mejor caballo le cederé el molino; pero con
les gustan mucho esta clase de pañuelos y que sólo a la condición de que me cuide hasta mi muerte.
ellos acuden. El más joven de los muchachos, que era el apren-
No bien lo descubrió el animal, se volvió, y al diz, se llamaba Juan, y los otros lo tenían por necio
poco rato apareció de nuevo con una coronita de oro y no querían que llegase a ser dueño del molino. Se
y, depositándola sobre la tela, se retiró otra vez. La marcharon los tres juntos y, al llegar a las afueras del
niña levantó la centelleante corona, que estaba hecha pueblo, los dos le dijeron a Juan el tonto:
de una delicada trama de oro. —Mejor será que te quedes aquí; en toda tu vida
Poco después asomó nuevamente el sapo, y al no no podrás procurarte un jamelgo.1
ver la corona fue tal su pesadumbre que, arrastrán- Sin embargo, Juan insistió en ir con ellos, y al
dose hasta la pared, empezó a darse cabezazos contra anochecer llegaron a una cueva, en la que se refu-
ella hasta que cayó muerto. giaron para dormir. Los dos mayores, que se creían
Si la niña no hubiese tocado la corona, segura- muy listos, aguardaron a que Juan estuviese dor-
mente el sapo le habría traído muchos más tesoros
de los que guardaba en su agujero. 1 jamelgo. 1. m. coloq. Caballo flaco y desgarbado, por
hambriento. Diccionario RAEL [N. del Pr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 211 Todos los cuentos
el profanador de textos
mido, y luego se marcharon, abandonando a su —Entonces, llévenlo a la cama —mandó la gata a Le preguntó entonces la gata si quería ver los
compañero. los gatitos. caballos que tenía, a lo que Juan respondió afir-
¡Ya veréis cómo saldrá la criada respondona! Lo acompañaron con una vela a su dormitorio; mativamente. Abrió ella la puerta de la casita, y lo
Cuando al salir el sol, Juan se despertó y se en- uno le quitó los zapatos, otro las medias y finalmen- primero que se ofreció a su vista fueron doce caba-
contró en una profunda caverna y, mirando en torno te, apagaron la luz. llos soberbios, pulidos y relucientes, que le hicieron
suyo, exclamó: Por la mañana se presentaron de nuevo y le ayu- saltar el corazón de gozo. La gata les dió de comer y
—¡Dios mío!, ¿dónde estoy? daron a vestirse. Uno le puso las medias, otro le ató de beber, y luego dijo a Juan:
Subió al borde de la cueva y salió al bosque, las ligas, un tercero le trajo los zapatos, el cuarto le —Vuélvete a tu casa; ahora no te daré el caballo.
pensando: “Solo y abandonado, ¿cómo me procu- lavó la cara y, finalmente, otro se la secó con el rabo. Pero dentro de tres días iré yo a llevártelo.
raré el caballo?” Mientras andaba sumido en sus —¡Qué suavidad! —dijo Juan. Y le indicó el camino del molino.
pensamientos, le salió al encuentro una gatita de piel Pero él tenía que servir a la gata y ocuparse en Durante todo aquel tiempo no le había dado nin-
abigarrada,2 que le dijo en tono amistoso: partir leña todos los días, para lo cual le habían dado gún traje nuevo; seguía llevando su vieja blusa an-
—¿Adónde vas, Juan? un hacha de plata, cuñas y sierras de plata también y drajosa que, en el curso de los siete años, se le había
—¡Bah! ¿Qué puedes hacer tú por mí? el tajo,3 que era de cobre. Y he aquí que, por cortar quedado pequeña por todas partes. Al llegar a casa
—Sé muy bien qué es lo que buscas —le respon- la leña, estaba en aquella casa donde no le faltaba encontró que los otros dos muchachos estaban ya en
dió la gata—: un buen caballo. Vente conmigo; si buena comida ni bebida y no veía a nadie, aparte la ella, y cada uno había traído un caballo, aunque el
me sirves durante siete años, te daré uno tan hermo- gata y su servidumbre. Un día le dijo la dueña: uno era ciego, y el otro cojo.
so como jamás lo viste en tu vida. —Ve a segar el prado y haz secar la hierba —y le —¿Dónde está tu caballo, Juan? —le pregunta-
Juan pensó: “¡Vaya una gata maravillosa!; voy a dio una guadaña de plata y un mollejón de oro, reco- ron. —Llegará dentro de tres días.
probar si es cierto lo que me dice.” mendándole que lo devolviese todo en buen estado. Los otros se echaron a reír, diciendo:
La gata lo condujo a un pequeño palacio en- Salió Juan a cumplir lo mandado y, una vez listo —¡Mira el bobo! ¡De dónde vas a sacar tú un
cantado en el que todos los servidores eran gatitos; el trabajo, volvió a casa con la guadaña, la piedra caballo que no sea un saldo!
saltaban con gran agilidad por las escaleras, arriba y afiladora y el heno, y preguntó al ama si quería darle Al entrar Juan en la sala, el molinero no lo
abajo, y parecían de muy buen humor. Al anochecer, ya su recompensa prometida. dejó sentarse a la mesa porque iba demasiado
cuando se sentaron a la mesa, tres de ellos se encar- —No —le respondió la gata—; antes has de roto y harapiento. ¡Sería una vergüenza que al-
garon de amenizar la comida con música: tocaba hacerme otra cosa. guien lo viese!
uno el contrabajo, otro el violín, y el tercero la trom- Ahí tienes tablas de plata, un hacha, una escuadra Le sacaron a la era una pizca de comida, y cuando
peta, soplando con toda la fuerza de sus pulmones. y demás instrumentos necesarios, todos de plata; fue la hora de acostarse los otros se negaron a darle
Después de cenar, y levantados los manteles, dijo con ello vas a construirme una casita. una cama, por lo que tuvo que acomodarse en el
la gatita: Juan levantó una casita y luego le recordó que corral, sobre un lecho de dura paja.
—¡Anda, Juan, vamos a bailar! seguía aún sin el caballo, a pesar de haber cumplido A la mañana siguiente habían transcurrido ya
—No —respondió él—, yo no sé bailar con una cuanto le ordenara: pues sin darse cuenta apenas los tres días, y he aquí que se presentó una carroza,
gata; jamás lo hice. habían transcurrido ya los siete años. tirada por seis caballos relucientes que daba gloria
verlos; venía, además, otro que un criado llevaba de
2 abigarrado, da. 1. adj. De varios colores, mal combinados. 3 tajo. 7. m. Pedazo de madera grueso, por lo regular afir- la brida, destinado al pobre muchacho molinero.
2. adj. Heterogéneo, reunido sin concierto. Diccionario mado sobre tres pies, que sirve para partir y picar la carne Del coche se apeó una bellísima princesa, que entró
RAEL [N. del Pr.] sobre él. Diccionario RAEL [N. del Pr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 212 Todos los cuentos
el profanador de textos
en el molino; no era otra sino la gatita a la que el los dos caminantes El zapatero empinó el codo y la tormenta de su
pobre Juan sirviera durante siete años. [KHM107] Die beiden Wanderer rostro empezó a amainar. Devolviendo la bota al
Preguntó al molinero por el más pequeño de los sastre, le dijo:
muchachos, y el hombre respondió: —Le he echado un buen discurso a tu bota. Se
—No lo queremos en el molino, porque va de- habla del mucho beber, pero poco de la mucha sed.
masiado roto; está en el corral de los gansos. ¿Qué te parece si seguimos juntos?
Dijo entonces la princesa que fuesen a buscarlo. —Por mí no hay inconveniente —le respondió el
El muchacho se presentó sujetándose la blusa, que a sastre—, con tal que vayamos a alguna gran ciudad
duras penas alcanzaba a cubrirle el cuerpo. El criado donde no nos falte trabajo.
sacó magníficos vestidos y después que lo hubo la- —Precisamente era esa mi intención —replicó el
vado y vestido, quedó tan bello y elegante que ni un zapatero—. En un nido no hay nada que ganar y en
rey podía comparársele. el campo, la gente prefiere . ir descalza.
Quiso la princesa ver los caballos que habían Los valles y montañas no se encuentran nunca, pero Y así, prosiguieron juntos su camino poniendo
traído los otros dos y resultó que, como ya hemos sí los hombres, sobre todo los buenos con los malos. siempre un pie delante del otro, como la comadreja
dicho, eran uno ciego y el otro cojo. Mandó enton- Así sucedió una vez con un sastre y un zapatero que por la nieve.
ces al criado que trajese el séptimo, que no venía habían salido a correr mundo. Tiempo les sobraba, pero lo que es cosa para mas-
enganchado a la carroza y al verlo, el molinero hubo El sastre era un muchacho pequeñito y simpático, car, eso sí que andaba mal. Cada vez que llegaban a
de confesar que jamás había entrado en el molino un siempre alegre y de buen humor. Vio que se acercaba una ciudad, se iban cada uno por su lado a saludar a
animal como aquél. el zapatero, el cual venía de una dirección contraria, los maestros de sus respectivos gremios. Al sastreci-
—Este es el caballo de Juan —dijo la princesa. y coligiendo su oficio por el paquete que llevaba, lo llo, por su temple alegre y por sus mejillas sonrosa-
—Suyo será, pues, el molino —contestó el recibió con una copla burlona: das, todos lo acogían favorablemente y lo obsequia-
molinero. ban, y aun a veces tenía la suerte de pescar un beso
Pero la princesa le dijo que podía quedarse con Cose la costura, de la hija del patrón, por detrás de la puerta.
el caballo y el molino, y llevándose a su fiel Juan, lo tira del bramante;1 Al volver a reunirse con el zapatero, su morral era
hizo subir al coche y se marchó con él. dale recio a la suela dura, siempre el más repleto. El otro lo recibía con su cara
Fueron primero a la casita que él había construi- ponle pez por detrás y por delante. de Jeremías, y le decía, torciendo el gesto:
do con las herramientas de plata y que, a la sazón, —¡Sólo los pícaros tienen suerte!
se había transformado en un gran palacio, todo de Pero el zapatero era hombre que no aguantaba Pero el sastre se echaba a reír y cantar, y partía
plata y oro. Allí se casó con él y Juan fue rico, tan bromas y, arrugando la cara como si se hubiese con su compañero cuanto había recogido. En cuanto
rico que ya no le faltó nada en toda su vida. tragado vinagre, hizo ademán de tomar al otro por el oía sonar dos perras gordas en su bolsillo, faltábale
Nadie diga, pues, que un tonto no puede llegar a cuello. El sastre se echó a reír y alargándole su bota tiempo para gastarlas en la taberna; de puro conten-
ser alguien aceptable en la vida. ♣ de vino, le dijo: to, los dedos le tamborileaban en la mesa, haciendo
—No ha sido para molestarte. Anda, bebe, que el tintinear las copas. De él podía decirse aquello de
vino disuelve la bilis. ‘fácil de ganar, fácil de gastar.’
Llevaban ya bastante tiempo viajando juntos,
1 bramante. 1. m. Hilo gordo o cordel muy delgado hecho cuando llegaron un buen día a un enorme bosque
de cáñamo. U. t. c. adj. Diccionario RAEL [N. del Pr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 213 Todos los cuentos
el profanador de textos
por el que pasaba el camino de la capital del reino. perdió el ánimo, sin embargo, confiando en Dios y Al anochecer se desplomó al pie de un árbol, y a
Había que elegir entre dos rutas: una que se recorría en su buena suerte. la madrugada del séptimo día no pudo ya incorpo-
en siete días, y la otra en sólo dos; pero ellos ignora- Aquella noche se acostó hambriento al pie de un rarse y sintió que la muerte le oprimía la garganta.
ban cuál era el más corto. Se sentaron bajo un roble árbol, y a la mañana siguiente se despertó con más Le dijo entonces el zapatero:
para discutir la situación y considerar para cuántos hambre todavía. Así transcurrió la cuarta jornada; y —Voy a mostrarme compasivo y darte otro peda-
días debían llevarse pan. Dijo el zapatero: cuando el zapatero, sentándose sobre un tronco caído, zo de pan, pero no gratis; a cambio del pan te sacaré
—Siempre es mejor pecar por más que por me- se puso a comer de sus reservas, el otro hubo de con- el ojo que te queda.
nos; yo me llevaré pan para siete días. tentarse con mirarlo. Al pedirle un pedacito de pan, Reconoció entonces el sastre la ligereza de su
—¿Cómo? —replicó el sastre—. ¿Ir cargado su compañero se echó a reír burlonamente y le dijo: conducta y, pidiendo perdón a Dios, dijo a su
como un burro con pan para siete días, y que —Siempre has estado alegre; también es conve- compañero:
ni siquiera puedas volverte a echar una ojeada? niente que sepas lo que es estar triste. A los pájaros —Haz lo que quieras. Yo sufriré lo que sea
Yo confío en Dios y no me preocupo. El dinero que cantan de madrugada se los come el milano por menester. Pero considera que Dios Nuestro Señor
que llevo en el bolsillo, tan bueno es en invierno la noche. juzga cuando uno menos lo piensa, y que llegará
como en verano; pero el pan se secará con este En una palabra, se mostró más duro que una la hora en que habrás de responder de la mala
calor, y se enmohecerá, además. ¿Por qué hacer la roca. acción que cometes conmigo sin haberla yo mere-
manga más larga que el brazo? ¿Por qué no hemos A la mañana del quinto día, el pobre sastre ya no cido. En los días prósperos repartí contigo cuan-
de dar con el camino corto? Pan para dos días, y tuvo fuerzas para levantarse, y era tal su desfalleci- to tuve. Para ejercer mi oficio es necesario que
ya está bien. miento que apenas podía pronunciar una palabra; una puntada siga a la otra; una vez haya perdido
Y así, cada cual compró el pan que le pareció, y se tenía pálidas las mejillas, y los ojos enrojecidos. Le la vista y no pueda coser, no me quedará otro
metieron en el bosque a la buena de Dios. dijo entonces el zapatero: recurso que mendigar mi pan. Sólo te pido que,
La selva estaba silenciosa como una iglesia; no —Te daré hoy un pedazo de pan; pero en cam- cuando esté ciego no me abandones en este lugar,
corría ni un soplo de viento; no se oía ni el rumor bio, te sacaré el ojo derecho. donde moriría de hambre.
de un arroyuelo ni el gorjeo de un pájaro; y entre la El desdichado sastre, deseoso de salvar la vida, El zapatero, que había desterrado a Dios de su
maraña del espeso follaje no entraba ni un rayo de no tuvo más remedio que avenirse; lloró por última corazón, sacó el cuchillo y le vació el ojo izquier-
sol. El zapatero caminaba sin decir palabra, agobiado vez con los dos ojos, y se ofreció luego al zapatero de do. Luego le dio un pedazo de pan y, ponién-
bajo el peso del pan que llevaba a la espalda; el sudor corazón de piedra, quien con un afilado cuchillo le dole un bastón en la mano, dejó que el sastre le
le caía a raudales por el rostro malhumorado y som- sacó el ojo derecho. siguiera.
brío. En cambio el sastre avanzaba alegre, saltando y Al sastre le vino entonces a la memoria lo que Al ponerse el sol, salieron del bosque. En un
brincando, silbando a través de una hoja arrollada a solía decirle su madre cuando lo encontraba comien- campo de enfrente se levantaba la horca. El zapate-
modo de flauta, o cantando tonadillas: y entretanto do golosinas en la despensa: “Hay que comer lo que ro guió hasta ella al sastre ciego y lo abandonó allí,
pensaba: “Dios Nuestro Señor debe estar contento se pueda, y hay que sufrir lo que se deba.” Una vez siguiendo él su camino. Agotado por la fatiga, el
de verme tan alegre.” terminado aquel pan que tan caro acababa de pagar, dolor y el hambre, el infeliz se quedó dormido y no
Así siguieron las cosas durante dos días; pero se levantó de nuevo y, olvidándose de su desgracia, se despertó en toda la noche. Al despuntar el día, se
cuando, al tercero, vio el sastre que no llegaban al procuró consolarse con la idea de que con un solo despertó sin saber dónde se encontraba. Del patí-
término del bosque y que se había comido toda su ojo también se arreglaría. Pero al sexto día volvió a bulo colgaban los cuerpos de dos pobres pecadores,
provisión de pan, se le cayó el alma a los pies. No atormentarle el hambre y se sintió desfallecer. y sobre la cabeza de cada uno se había posado un

Jacob & Wilhelm Grimm 214 Todos los cuentos


el profanador de textos
grajo.2 Y he aquí que los dos ajusticiados entablaron Lo primero con que se topó fue con un po- momento, vio una pareja de patitos que estaban
el siguiente diálogo: tro pardo que saltaba libremente por el campo. nadando en una charca.
—¿Velas, hermano? —preguntó uno. Agarrándolo por la melena, quiso montarlo para —Venís como caídos del cielo —dijo, y agarran-
—Sí —respondió el otro. entrar a caballo en la ciudad. Pero el animal le rogó do uno de ellos se dispuso a retorcerle el pescuezo; y
—Pues en este caso voy a decirte una cosa —pro- que no lo privase de su libertad: he aquí que un pato viejo, que estaba metido entre
siguió el primero—; y es que el rocío que esta noche —Soy todavía demasiado joven —le dijo—. los juncos, se puso a graznar ruidosamente y, acer-
nos ha caído encima desde las horcas, devuelve la Hasta un sastre tan ligero como tú me quebraría el cándose a nado con el pico abierto de par en par, le
vista a quienes se lavan con él. Si lo supiesen los cie- espinazo. Déjame que corra hasta que esté más creci- rogó y suplicó que se apiadase de sus hijos.
gos, recobrarían la vista muchos que ahora lo creen do. Tal vez llegue un día en que pueda pagártelo. —¿No piensas —le dijo— en la pena que ten-
imposible. —Pues corre cuanto quieras —le dijo el sastre—. dría tu madre si viese que alguien se te llevaba para
Al oír esto el sastre, sacó el pañuelo y lo apretó Bien veo que tú eres también un cabeza loca. comerte?
sobre la hierba, que estaba empapada de rocío; y se Y le dio con la vara un golpecito en el lomo, por —Tranquilízate —respondió el bondadoso
lavó con él las cuencas vacías. Al instante se cumplió lo que el animalito pegó un par de brincos de alegría sastre—; quédate con tus hijos —y volvió a echar al
lo que acababa de decir el ahorcado: un nuevo par con las patas traseras y se alejó a un trote vivo, sal- agua al que había cogido.
de ojos sanos y frescos brotó en las cuencas vacías tando vallas y fosos. Al volverse se encontró frente a un viejo árbol
del vagabundo. Al poco rato veía éste el sol saliendo Pero el sastre no había comido nada desde la medio hueco y vio muchas abejas silvestres que en-
de detrás de las montañas, y en la llanura, la gran víspera. “Cierto que el sol me llena los ojos,” se dijo, traban en el tronco y salían de él.
ciudad se levantaba con sus magníficas puertas y sus “mas ahora necesito que el pan me llene la boca. Lo —Al fin recibo el premio de mi buena acción
cien torres rematadas por cruces de oro, que brilla- primero que encuentre y sea sólo medianamente —dijo—; esta miel me reconfortará—. Pero salió la
ban a gran distancia. comestible, se la cargará.” A poco vio una cigüeña, reina, amenazadora, y le dijo:
Podía distinguir cada una de las hojas de los ár- que andaba muy seriamente por un prado. —Si tocas a mi gente y nos destruyes el nido,
boles, y los pájaros que pasaban en raudo vuelo y los —¡Alto! —gritó el sastre agarrándola por una nuestros aguijones se clavarán en tu cuerpo como
mosquitos danzando en el aire. Sacó del bolsillo una pata—. No sé si eres buena para comer, pero mi diez mil agujas al rojo. En cambio, si nos dejas en
aguja de coser, y al comprobar que podía enhebrarla hambre no me permite escoger. No tengo más reme- paz y sigues tu camino, el día menos pensado te
con la misma seguridad de antes, su corazón saltó de dio que cortarte la cabeza y asarte. prestaremos un buen servicio.
gozo en el pecho. Hincándose de rodillas, dio gracias —No lo hagas —respondió la cigüeña—, pues Vio el sastrecillo que tampoco por aquel lado
a Dios por tan gran merced y rezó su oración matu- soy un ave sagrada, a quien nadie daña y que pro- podría solucionar su hambre. “Tres platos vacíos,” se
tina, sin olvidarse de encomendar a Nuestro Señor porciona grandes beneficios a los humanos. Si respe- dijo, ”“y el cuarto sin nada; mala comida es ésta.”
las almas de los pobres pecadores allí colgados, que el tas mi vida, tal vez algún día pueda recompensártelo. Se arrastró hasta la ciudad con el estómago vacío,
viento hacía chocar entre sí cual badajos de campana. —¡Pues anda, márchate, pasilarga! —exclamó el y como llegó justamente a la hora de mediodía,
Se cargó luego el hato a la espalda y olvidándose sastre; y la cigüeña, elevándose con las patas colgan- pronto le prepararon un cubierto en la posada y
de las penurias sufridas, reemprendió la ruta cantan- tes, emprendió apaciblemente el vuelo. pudo sentarse a la mesa en seguida. Ya satisfecha su
do y silbando. “¿Qué voy a hacer ahora?,” se preguntó el sastre, hambre, dijo: “Ahora, a trabajar.”
“mi hambre aumenta por momentos y tengo el es- Se fue a recorrer la ciudad en busca de un patrón
2 grajo. 1. m. Ave muy semejante al cuervo, con el cuerpo tómago cada vez más vacío. Lo primero que se cruce y no tardó en encontrar un buen empleo. Como era
de color violáceo negruzco y la base del pico desprovista en mi camino está perdido.” Y, casi en el mismo muy hábil en su oficio, en poco tiempo adquirió
de plumas. Diccionario RAEL [N. del Pr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 215 Todos los cuentos
el profanador de textos
gran reputación; todo el mundo quería llevar trajes —No te extrañarás cuando sepas el motivo —le —¡Oh no! —le respondió el sastre—, es otra cosa
confeccionados por el sastre forastero. Su prestigio respondió el sastre; y le contó lo sucedido. lo que me duele —y le contó lo que el Rey le había
crecía por momentos. “Ya no puedo llegar más allá —Si no es más que eso —le dijo—, podemos exigido.
en mi arte,” decía, “y sin embargo cada día me van arreglarlo. La corona cayó al agua y yace en el fondo; Las abejas se pusieron a zumbar entre sí y luego
mejor las cosas.” Al fin, el Rey lo nombró sastre de en un santiamén la sacaremos; tú, entretanto, extien- dijo la reina:
la Corte. de tu pañuelo en la orilla. —Vuélvete a casa, y mañana a esta misma hora
Pero ved cómo van las cosas del mundo. El mis- Y junto con sus doce patitos se sumergió, para vuelve con un pañuelo grande; todo saldrá bien.
mo día era nombrado zapatero de palacio su antiguo reaparecer a los cinco minutos en la superficie con la Mientras regresaba a la ciudad, las abejas volaron
compañero de viaje. Al ver éste al sastre y comprobar corona sobre las alas, rodeado de los doce pequeños al palacio real y, entrando por las ventanas, estuvie-
que había recuperado los ojos y con ellos la vista, que, nadando a su alrededor, le ayudaban a sostener- ron huroneando3 por todos los rincones y tomando
su rostro se ensombreció. “Tengo que prepararle la con los picos. Así se acercaron a tierra y deposita- nota de todos los pormenores. Luego, de vuelta a la
una trampa antes de que pueda vengarse,” pensó. ron la corona en el pañuelo. colmena, construyeron una reproducción en cera del
Pero quien cava un foso a otro, suele caer en él. Un No puedes imaginar lo espléndido de aquella edificio, con una rapidez que no puede uno imagi-
anochecer, terminado el trabajo del día, se presentó joya, que bajo los rayos del sol, centelleaba como narse. A la noche estaba listo, y cuando el sastre se
al Rey y le dijo: cien mil rubíes. Ató el sastre el pañuelo por los cua- presentó a la mañana siguiente, vio como se levanta-
—Señor Rey, el sastre es un insolente; se ha jacta- tro cabos y la llevó al Rey quien, contentísimo, en ba allí el soberbio alcázar sin que le faltase un clavo
do de que sería capaz de recuperar la corona de oro premio colgó una cadena de oro al cuello del sastre. de la pared ni una teja del tejado; era, además, muy
que se perdió hace tantísimo tiempo. Al ver el zapatero que su estratagema había fraca- primoroso, blanco como la nieve y oliendo a miel.
—Mucho me gustaría —respondió el Rey, y sado, ideó otra y dijo al Rey: El sastre lo envolvió cuidadosamente en el pañuelo y
mandando que el sastre compareciese ante él a la —Señor, el sastre ha vuelto a insolentarse. Se lo llevó al Rey, el cual no supo cómo expresar su admi-
mañana siguiente, le dijo que había de traerle la vanagloria de que podría reproducir en cera todo el ración. Colocó aquella maravilla en la sala más espaciosa
corona o abandonar la ciudad para siempre. palacio real, el exterior y el interior, junto con todas del palacio, y regaló al sastre una gran casa de piedra.
“¡Válgame Dios!,” pensó el sastre; “sólo un bri- las cosas que encierra. Pero el zapatero, terco que terco, fue al Rey por
bón promete más de lo que tiene. Ya que el Rey se Llamó el Rey al sastre y le ordenó que reproduje- tercera vez y le dijo:
ha empeñado en exigirme lo que nadie es capaz de se en cera el palacio real con todo cuanto encerraba, —Señor, ha llegado a oídos del sastre que en el
hacer, mejor será no aguardar hasta mañana, sino exactamente, tanto en lo interior como en lo exte- patio de palacio no hay modo de hacer brotar agua;
marcharme de la ciudad esta misma noche.” rior; advirtiéndole que de no hacerlo, o si faltaba él dice que es capaz de hacer salir un surtidor en el
Hizo, pues, su hato y se puso en camino. Pero sólo un clavo de la pared, sería encerrado para el mismo centro del patio, tan alto como un hombre y
cuando llegó a la puerta sintió pesadumbre ante el resto de su vida en un calabozo subterráneo. de agua límpida como el cristal.
pensamiento de que había de renunciar a su fortuna Pensó el sastre: “La cosa se pone cada vez más di- Mandó el Rey que se presentara el sastre, y le
y abandonar aquella ciudad en la que tan bien lo ha- fícil; esto no lo aguanta nadie,” y echándose el hato dijo:
bía pasado. Al llegar junto al estanque donde había a la espalda, se marchó por segunda vez. Llegado que —Si, como has prometido, mañana no brota en
trabado amistad con los patos, se encontró con el hubo al árbol hueco, se sentó a descansar, triste y mi patio un gran chorro de agua, mandaré al verdu-
viejo a cuyos hijos perdonara la vida, que estaba en melancólico. Salieron volando las abejas, y la reina le go que allí mismo te corten la cabeza.
la orilla acicalándose con el pico. Le reconoció el ave preguntó si se le había entumecido el cuello, pues lo 3 huronear. 1. intr. Cazar con hurón. 2. intr. coloq.
y le preguntó por qué andaba tan cabizbajo. veía con la cabeza tan torcida. Procurar saber y escudriñar cuanto pasa. Diccionario
RAEL [N. del Pr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 216 Todos los cuentos
el profanador de textos
El pobre sastre no lo pensó mucho rato, y se apre- “Realmente, la recompensa es grande —pensó el rició, fuera de sí de gozo. Antes de reemprender el
suró a salir de la ciudad; y como esta vez se trataba de sastre—, y vale la pena intentar obtenerla; pero las vuelo, la cigüeña, descolgó el bolso de viaje y lo en-
salvar la vida, las lágrimas le rodaban por las mejillas. cerezas cuelgan muy altas, y si me subo a cogerlas tregó también a la Soberana. Contenía cucuruchos
Caminando así, vencido por la tristeza, se le acercó corro el riesgo de que se rompa una rama y me caiga de grageas y peladillas, que fueron repartidas entre
saltando el potro al que antaño dejara en libertad y que, de cabeza.” las princesitas. A la mayor no le dieron nada; pero
ya crecido, era a la sazón un hermoso corcel bayo. Se fue a su casa, se instaló con las piernas cru- en cambio, recibió por marido al alegre sastrecillo.
—Ha llegado la hora —le dijo— en que puedo zadas en su mesa de trabajo y se puso a reflexionar —Me hace el mismo efecto —dijo éste— que
pagarte tu buena acción. Ya sé lo que te ocurre, y sobre el caso. si me hubiese ganado el premio gordo de la lotería.
pronto le pondremos remedio. Móntame; ahora “¡Para esto sí que no hay solución!,” exclamó al Razón tenía mi madre al decir, como de costumbre:
puedo llevar dos como tú. fin. “Me marcharé, pues aquí no se puede vivir en “Con la confianza en Dios y la suerte, todo puede
Recobró el sastre los ánimos y, subiendo de un paz.” conseguirse.”
salto sobre el lomo del animal, emprendió éste el Lió nuevamente su hatillo y salió de la ciudad. El zapatero confeccionó los zapatos con los cuales
galope en dirección de la ciudad y, entrando en ella, Pero al llegar a un prado, he aquí que vio a su vieja el sastre bailó el día de la boda, y luego recibió orden
no paró hasta el patio del palacio. Una vez en él, dio amiga la cigüeña que paseaba filosóficamente; de vez de salir de la ciudad.
tres vueltas completas a su alrededor con la velo- en cuando se detenía a mirar una rana, que acababa El camino del bosque lo condujo al patíbulo,
cidad del rayo, y a la tercera cayó desplomado. Al tragándose. donde se tumbó a descansar, agotado por la rabia,
mismo tiempo oyó se un terrible crujido, y volando Se le acercó la zancuda a saludarlo. el enojo v el calor del día. Al disponerse a dormir,
por el aire un trozo de tierra del centro del patio, se —Ya veo —le dijo— que llevas el morral a la bajaron los dos grajos posados en las cabezas de los
elevó un chorro de agua hasta la altura de un hom- espalda. ¿Por qué abandonas la ciudad? ajusticiados y le sacaron los ojos. Entró en el bosque
bre montado a caballo; y el agua era límpida como el El sastre le contó lo que el Rey le había exigido, corriendo como un loco, y seguramente murió de
cristal, y los rayos del sol danzaban en sus gotas. cosa que él no podía cumplir, y se lamentó de su hambre y sed, puesto que nadie volvió a saber jamás
Al verlo el Rey no pudo reprimir un grito de mala suerte. de su paradero. ♣
admiración y, saliendo al patio, abrazó al sastrecillo —¡Bah!, no te apures por eso —dijo la cigüe-
en presencia de toda la Corte. ña—. Yo te sacaré del apuro. Hace ya muchos siglos
Pero la felicidad no duró mucho. El Rey te- que llevo a la ciudad a los niños recién nacidos; no
nía varias hijas; a cual más hermosa, pero ningún me costará gran cosa sacar de la fuente a un princi-
varón. Acudiendo el ruin zapatero por cuarta vez al pito. Vuélvete a casa y duerme tranquilo. Dentro de
Soberano, le dijo: ocho días te presentas en el palacio real. Yo acudiré.
—Señor, el sastre no se apea de su arrogancia. El sastrecillo se volvió a casa y el día convenido
Hoy se ha jactado de que, si se le antojase, haría que se presentó en palacio. Al poco rato llegó volando
le trajeran al Rey un hijo volando por los aires. la cigüeña y llamó a la ventana; la abrió el sastre, y
Otra vez mandó llamar el Monarca al sastre, y le la amiga patilarga entró cautelosamente, avanzando
habló así: con paso majestuoso por el pulimentado pavimento
—Si en el término de nueve días eres capaz de de mármol. Llevaba en el pico un niño hermoso
proporcionarme un hijo, te casarás con mi hija como un ángel, que alargaba las manitas a la Reina.
mayor. Lo depositó en su regazo y la Reina lo besó y aca-

Jacob & Wilhelm Grimm 217 Todos los cuentos


el profanador de textos
Juan mi Erizo (Juan Erizo) allí tendido, y su padre estaba cansado de él y todo músico. Mandó el Rey al criado que le preguntase
[KHM108] Hans mein Igel era pensar: “¡Ojalá se muriese!” Pero no se murió por qué estaba allí y si conocía el camino que llevaba
sino que siguió viviendo. a su reino.
Sucedió que un día de mercado en la ciudad, el Juan Mi Erizo bajó entonces de su árbol y dijo
labrador quiso ir y preguntó a su mujer qué deseaba que estaba dispuesto a indicar el camino al Rey,
que le trajese. a condición de que éste le prometiese por escrito,
—Algo de carne y unos panecillos —respondió darle lo primero que encontrase al llegar a la Corte.
ella. Luego preguntó a la criada, la cual le pidió unas Pensó el Rey: “Puedo muy bien suscribir la promesa;
zapatillas y medias. Finalmente, le dijo a Juan Mi Juan Mi Erizo no lo entenderá, y yo escribiré lo que
Erizo: me parezca.” Y tomando pluma y tinta, el Rey anotó
—¿Y tú qué quieres? unas palabras, con lo cual Juan Mi Erizo le indicó
—Padrecito —respondió él—, tráeme una gaita. el camino, y el Monarca pudo llegar felizmente a su
Érase una vez un labrador que poseía buena canti- De regreso, el campesino dio a su mujer lo que palacio.
dad de tierras y de dinero; mas, por rico que fuese, había comprado para ella: carne y pan; a la criada, Al verlo venir su hija desde lejos, corrió a recibir-
le faltaba algo para ser feliz: no tenía hijos. Con las medias y las zapatillas y a Juan Mi Erizo la gaita. lo y abrazarlo, llena de alegría; entonces se acordó el
frecuencia, cuando iba a la ciudad con los demás Cuando éste tuvo el instrumento dijo a su padre: Rey de Juan Mi Erizo y contó a la muchacha lo que
campesinos, éstos se burlaban de él y le preguntaban —Padrecito, ve a la herrería y haz herrar mi gallo, le había ocurrido: que había prometido a un animal
por qué no tenía hijos. Se enfadó el hombre al cabo, montaré en él y me marcharé, y nunca más volveré. muy raro, mediante firma, entregarle lo primero que
y al llegar a su casa, exclamó: El padre se alegró al pensar que se libraría de encontrase al llegar a su casa; y cómo aquel animal
—¡Quiero un hijo, aunque haya de ser un erizo! aquel hijo; mandó poner herraduras al gallo y, montaba en un gallo a guisa de corcel, y que toca-
Y he aquí que su mujer tuvo uno, el cual era, por cuando ya estuvo listo, montó en él Juan Mi Erizo y ba muy bien la gaita. Él, empero, había escrito que
la parte superior un erizo, y por la inferior un ser partió llevándose también cerdos y asnos, con el pro- no lo tendría, pues Juan Mi Erizo no sabía leer. La
humano; y al verlo, la madre exclamó asustada: pósito de criarlos en el bosque. princesita se puso muy contenta y dijo que había
—¡Ay, nos han embrujado! Ya en él, subió con el gallo a un alto árbol, y obrado muy bien, pues de ninguna manera se habría
Dijo el hombre: desde allí estuvo muchos años guardando sus cerdos avenido a ser entregada al animal.
—Esto ya no tiene remedio. De todos modos hay y sus borricos, hasta que los rebaños aumentaron Juan Mi Erizo seguía guardando sus cerdos y as-
que bautizar al niño; pero, ¿quién será el padrino? extraordinariamente; y durante todo aquel tiempo nos y, siempre alegre, se pasaba las horas encaramado
—No podemos ponerle más nombre que Juan su padre no supo nada de él. Mientras estaba en el en su árbol y tocaba la gaita.
Mi Erizo —observó la mujer. árbol, sacaba su gaita y tocaba bonitas tonadas. Y he aquí que acertó a pasar otro rey, con sus
Una vez estuvo bautizado, dijo el cura: Pero he aquí que un buen día acertó a pasar por criados y peones; también él se había extraviado
—Con las púas que tiene no puede dormir en aquellos lugares un rey que se había extraviado. y no sabía cómo salir de aquel bosque inmenso.
una cama corriente —por lo cual le pusieron un Sorprendido al oír aquella música, envió a uno de Oyendo, a su vez, la melodiosa música, envió a uno
montón de paja detrás del horno, y éste fue el lecho sus criados a averiguar de dónde procedía. Miró el de sus servidores a informarse, y el criado, al llegar
de Juan Mi Erizo. hombre a todas partes, mas sólo pudo descubrir un al pie del árbol, vio en la copa al gallo con Juan Mi
Pero su madre tampoco podía amamantarlo, pues extraño animalito en la copa de un árbol; era una Erizo montado en él. Le preguntó el hombre qué
con sus púas la habría pinchado. Se pasó ocho años especie de gallo con un erizo encima, y éste era el hacía allí.

Jacob & Wilhelm Grimm 218 Todos los cuentos


el profanador de textos
—Guardo mis cerdos y asnos —le respondió Erizo montó en su gallo, condujo los cerdos al pue- —Ésta es tu recompensa por tu engaño. Ahora
Juan—. Y vos, ¿qué queréis? blo y empezó la matanza. Tal fue la carnicería, que vete, no te quiero —y enviándola a su casa, quedó
Le dijo el criado que se habían extraviado, y el Rey los berridos podían oírse a dos leguas a la redonda. ella afrentada para toda su vida.
no sabía cómo volver a su reino, por lo que le pedía que Dijo luego Juan Mi Erizo: Entonces Juan Mi Erizo montó nuevamente en
le mostrase el camino. Bajó Juan Mi Erizo del árbol —Padrecito, llevad otra vez el gallo a la herrería su gallo y armado de la gaita, fue a ver al otro rey.
con el gallo y manifestó al anciano rey que le indicaría a que le cambien las herraduras, y me marcharé para Este monarca había dado orden de que si llegaba un
el camino a condición de que le diese lo primero que no volver más. individuo del aspecto de Juan Mi Erizo se le presen-
encontrase al llegar a su real mansión. El Rey estuvo de El padre cumplió gustoso el encargo, satisfe- tasen armas, se le acogiese con aclamaciones y se le
acuerdo y suscribió el compromiso. Y cuando Juan Mi cho de que su hijo no compareciese más por el introdujese en el palacio.
Erizo tuvo en su poder el documento, montado en su pueblo. Al verlo la hija del Rey quedó asustada, porque
gallo guió hasta el camino a los extraviados, y el Rey Entonces marchó Juan a ver al primero de el aspecto del forastero era realmente extraño; sin
pudo llegar sano y salvo a su Corte. los reyes a los que enseñó el camino cuando se embargo, pensó que el único remedio era cumplir
Al entrar en palacio hubo regocijo general, y hallaban extraviados en el bosque. El Soberano lo prometido a su padre. Recibió, pues, a Juan Mi
su única hija, una princesa hermosísima, corrió a había dado orden de que si se presentaba un Erizo con toda cortesía; los casaron y el novio se
abrazarlo y besarlo, contentísima de su regreso. Al sujeto montado en un gallo y llevando una gaita sentó a la mesa real y ella a su lado, comiendo y
inquirir la causa de su larga ausencia, le contó el se le recibiese a tiros, estocadas y palos, y no se le bebiendo juntos.
Rey que se había extraviado en el bosque, en el que dejara llegar a palacio. Al llegar la hora de acostarse, la princesa sentía
habría muerto de no haber sido por un extraño ser, Al acercarse, pues, Juan Mi Erizo, salieron todos mucho miedo de sus púas; pero él la tranquilizó
mitad erizo mitad hombre que, montado en un los soldados con bayoneta calada para cortarle el asegurándole que nada había de temer; ningún
gallo tocaba la gaita en la copa de un árbol, el cual paso; pero él espoleó al gallo el cual, levantando el daño le ocurriría. Dijo luego al anciano rey que
lo había sacado de apuros mostrándole el camino, si vuelo y pasando por encima de la puerta, se plantó enviase cuatro hombres a guardar la puerta de la
bien a condición de que él le entregaría lo primero en la ventana del Rey y a voz en grito le reclamó lo habitación, con orden de encender un gran fue-
que encontrase al llegar a casa; y ahora resultaba que prometido; en caso de negarse, les costaría la vida a go; cuando él entrase en la alcoba para acostarse,
era ella lo primero que había encontrado, y le dolía él y a su hija. El Rey, con buenas palabras, persuadió se quitaría la piel de erizo y la dejaría al lado de
mucho que así fuese. La princesa, empero, se mostró a su hija de que marchase con él, para salvar la vida la cama. Entonces los hombres debían acudir
presta a entregarse cuando viniese a buscarla, por de los dos. Se vistió la princesa de blanco, y su padre rápidamente, tomarla y arrojarla al fuego, no per-
amor a su anciano padre. le dio una carroza tirada por seis caballos, amén de diéndola de vista hasta que se hubiese consumido
Juan Mi Erizo continuó guardando sus cerdos, apuestos servidores, tierras y dineros. La joven se por completo.
los cuales criaron y se multiplicaron de tal modo que instaló en el coche, y a su lado Juan Mi Erizo con el Al sonar las campanadas de las once, el nuevo
llenaban todo el bosque, por lo cual el muchacho gallo y la gaita. Se despidieron y se alejaron, pen- príncipe entró en su aposento y, despojándose de la
creyó conveniente no seguir viviendo allí, y envió re- sando el Rey que no volvería a verlos jamás. Pero los piel de erizo, la dejó al lado del lecho. Acudieron los
cado a su padre de que vaciase todas las pocilgas del cosas no sucedieron según sus cálculos, pues apenas hombres, se la llevaron rápidamente y la arrojaron al
pueblo, ya que él llegaba con una piara tan numero- habían salido de la ciudad Juan Mi Erizo, despojan- fuego; y una vez se hubo consumido del todo, Juan
sa que todo el mundo podría matar un cerdo. do a la princesa de sus hermosos vestidos, le pinchó quedó desencantado y en su natural figura humana.
La noticia afligió al padre, el cual creía a su hijo con su erizada piel hasta hacerle brotar la sangre y Sólo que el cuerpo le quedó negro como el carbón,
muerto desde hacía muchos años. Pero Juan Mi luego le dijo: como si estuviera chamuscado.

Jacob & Wilhelm Grimm 219 Todos los cuentos


el profanador de textos
El Rey mandó llamar a su médico, el cual le la camisita del muerto La madre encomendó su aflicción a Dios Nuestro
aplicó pomadas y bálsamos, y Juan quedó trans- [KHM109] Das Totenhemdchen Señor, y la soportó con resignación y paciencia, y el
formado en un gallardo y hermoso joven de blanca niño ya no volvió más, sino que quedó reposando en
piel. Mucho se alegró la princesa al verlo, y por la su camita bajo tierra. ♣
mañana hubo un gran banquete. La boda se celebró
con toda esplendidez, y Juan Mi Erizo recibió del
anciano monarca la corona del reino.
Transcurridos algunos años, él y su esposa hicie-
ron un viaje a la casa de su padre, a quien se presen-
tó el Rey como su hijo. Pero el viejo replicó que no
tenía ninguno; cierto que había tenido uno, pero
su cuerpo estaba cubierto de púas como un erizo, y
se había marchado a correr mundo. No obstante, el Una madre tenía un hijito de siete años, tan lindo y
príncipe insistió hasta convencerlo, y el viejo, con- cariñoso, que cuantos lo veían quedaban prendados
tento, se marchó con él a su reino. de él; y ella lo quería más que nada en el mundo.
Mas he aquí que enfermó de pronto y Dios
Y, colorín colorado, Nuestro Señor se lo llevó a la gloria, quedando la
este cuento se ha acabado. ♣ madre desconsolada y sin cesar de llorar día y noche.
Al poco tiempo de haberlo enterrado, el niño
empezó a aparecerse por las noches en los lugares
donde en vida solía comer y jugar; y si la madre
lloraba, lloraba él también; pero al despuntar el alba,
desaparecía.
Como la pobre mujer siguiera inconsolable, una
noche el pequeño se le apareció vestido con la cami-
sita blanca con que lo habían enterrado y la corona
fúnebre que le habían puesto en la cabeza y sentán-
dose en la cama sobre los pies de su madre le dijo:
—Mamita, no llores más; no me dejas dormir
en mi caja, pues todas tus lágrimas caen sobre mi
camisita, y ya la tengo empapada.
La madre se asustó al oír aquellas palabras y ya
no lloró más. Y a la noche siguiente volvió el niño,
llevando una lucecita en la mano, y dijo:
—Ves, mi camisita está seca, y ahora tengo paz en
mi tumba.

Jacob & Wilhelm Grimm 220 Todos los cuentos


el profanador de textos
el judío en el espino equidad —y metiendo de nuevo mano en el bolsillo, la puntería; luego un violín que mientras lo toque,
[KHM110] Der Jude im Dorn dio tres cuartos al criado. haga bailar a cuantos lo oigan; y en tercer lugar, de-
—Ahí tienes, a razón de cuarto por año; es una seo que cuando dirija un ruego a alguien, no pueda
buena paga, y generosa; pocos amos te lo darían. éste dejar de satisfacerlo.
El buen muchacho, que entendía poco de dinero, —Todo eso tendrás —dijo el hombrecito, y
embolsó su capital, pensando: “Tengo buenas mone- metiendo mano en la maleza, ¡quién lo hubiera
das en el bolsillo: no habré de preocuparme ni hacer pensado!, sacó el violín y la cerbatana, como si los
trabajos pesados.” tuviese preparados de antemano. Dando los objetos
Y se marchó monte arriba y monte abajo, can- al muchacho, le dijo:
tando y brincando alegremente. Al pasar por unas —Cualquier cosa que pidas, ningún ser humano
malezas, salió de entre ellas un enano y le dijo: podrá negártela. “¿Qué más ambicionas corazón?,”
—¿Adónde vas, hermano Alegre? Por lo que veo, pensó el muchacho mientras re emprendía su
Érase una vez un hombre muy rico que tenía un no te pesan mucho las preocupaciones. camino.
criado, el cual lo servía con diligencia y honradez; —¿Y por qué he de estar triste? —respondió el Al poco rato se encontró con un judío de larga
todas las mañanas era el primero en levantarse, y por muchacho—. Llevo el bolso bien provisto, con el barba de chivo; se había parado a escuchar el canto
la noche el último en acostarse; cuando se presen- salario de tres años. de un pájaro posado en la rama más alta de un árbol.
taba algún trabajo pesado del que todos huían, allí —¿Ya cuánto asciende tu riqueza? —inquirió el —¡Es un milagro de Dios —exclamó— que un
acudía él de buena gana. Jamás se quejaba, sino que hombrecito. animalito tan pequeño tenga una voz tan poderosa!
siempre se le veía alegre y contento. —¿A cuánto? A tres cuartos, contantes y ¡Ah, si fuese mío! ¡Quién pudiera echarle sal en el
Terminado su año de servicio, su amo no le pagó sonantes. rabo!
soldada alguna, pensando: “Es lo mejor que puedo —Oye —dijo el enano—, yo soy pobre y estoy —Si no es más que esto —dijo el muchacho—,
hacer; de este modo ahorraré algo y él no se marcha- necesitado; regálame tus tres cuartos. No puedo pronto habré hecho bajar al pájaro —y apuntándole
rá, sino que continuará sirviéndome.” trabajar, mientras que tú eres joven y te será fácil con la cerbatana, al instante cayó el animalito en
El muchacho no reclamó nada, trabajó un segun- ganarte el pan. medio de los espinos.
do año con la misma asiduidad que el primero, y El muchacho tenía buen corazón; se compa- —¡Anda bribón! —dijo al judío—; ¡saca el pájaro
cuando al término del plazo, vio que tampoco le pa- deció del hombrecito y le alargó las tres monedas, de ahí!
gaban, se resignó y siguió trabajando. Transcurrido diciéndole: —A fe mía que lo haré —replicó éste—. ¡Quien
el tercer año, el amo reflexionó unos momentos y —Sea en nombre de Dios. De un modo u otro no cuida de su hacienda, se la lleva el diablo!
se metió la mano en el bolsillo; pero volvió a sacarla saldré de apuros. Recogeré el pájaro, puesto que lo has acertado —y,
vacía. Entonces el criado, decidiéndose al fin, le dijo: Y entonces le dijo el enanito: tendiéndose en el suelo, se introdujo a rastras por
—Señor, os he estado sirviendo lealmente du- —Puesto que tienes buen corazón, te concedo entre los zarzales. Cuando estaba ya en medio de los
rante tres años; espero, pues, que sepáis pagarme lo tres gracias, una por cada cuarto; pide y te serán espinos, al buen muchacho se le ocurrió la idea de
que en derecho me corresponde. Deseo ir a correr otorgadas. jugarle una mala pasada y, descolgándose el violín, se
mundo. —¡Vaya! —exclamó el muchacho—; ¡conque tú puso a tocar. Inmediatamente, el judío, levantando
—Sí, mi buen criado —le respondió el avaro—, eres de esos que entienden en hechizos! Pues bien, lo las piernas, se puso a bailar, y cuanto más rascaba el
me has servido asiduamente y te recompensaré con primero que deseo es una cerbatana que nunca falle músico, más se animaba la danza.

Jacob & Wilhelm Grimm 221 Todos los cuentos


el profanador de textos
Pero los espinos le rompían sus deshilachadas oro eran, si uno hermoso, el otro más. Por amor de — ¡Por amor de Dios, no se lo permitáis, no se lo
ropas, le peinaban la barba de chivo y le desgarraban Dios, mandad que prendan al ladrón. permitáis! Pero el juez dijo:
la piel de todo el cuerpo. —¿Fue acaso un soldado que la emprendió conti- —¿Y por qué no he concederle este breve placer?
—¡Eh! —exclamó el judío—, ¡a qué sales ahora go a sablazos? —le preguntó el juez. Tiene derecho a ello, y no hay porque privárselo.
con tu música! Deja ya el violín, que no tengo ganas —¡Dios nos guarde! —respondió el judío—; ni Por otra parte no se podía negar, si recordamos
de bailar. siquiera llevaba una mala espada; sólo una cerbatana el don que había sido otorgado al muchacho. Gritó
Pero el muchacho siguió rasca que te rasca, pen- y un violín colgado del cuello; el muy bribón es fácil entonces el judío:
sando: “¡Bastante has desollado tú a la gente; verás de reconocer. —¡Ay de mí! ¡Atadme, atadme fuerte!
cómo el espino te desuella ahora a ti!,” y continúo El juez envió a sus hombres en persecución del Entretanto, el buen muchacho se descolgó el
tocando con mayores bríos. Redoblaron los saltos culpable. No tardaron en alcanzar al muchacho, que violín y se puso a tocar.
y brincos del judío, cuyos vestidos, desgarrados por caminaba sin prisa, y le encontraron la bolsa con el A la primera nota, todo el mundo empezó a me-
las espinas, se quedaban colgando, en pingajos, de la dinero. Llevado ante el tribunal, dijo: nearse y oscilar: el juez, el escribano y los alguaciles;
zarza. —Yo no he tocado al judío ni le he quitado el y la cuerda se cayó de la mano del que se disponía a
—¡Basta, basta! —gritaba el hombre—. Te daré dinero; fue él quien me lo ofreció voluntariamente, armar la horca. A la segunda nota, levantaron todos las
lo que quieras con tal que dejes de tocar. ¡Una bolsa para que dejase de tocar el violín, pues parece que piernas y el verdugo, soltando al reo, inició también la
llena de oro! mi música no le gustaba. danza; a la tercera, todo el mundo estaba ya saltando:
—Si tan generoso eres —replicó el muchacho—, —¡Dios nos guarde! —exclamó el judío—. Este el juez y el judío en primer término, y con el mayor
dejaré de tocar; una cosa he de reconocer, sin embar- caza las mentiras como moscas en la pared. entusiasmo. A los pocos momentos bailaba toda la
go, y es que bailas que es un primor —y, tomando la Tampoco el juez quiso creerlo, y dijo: gente que la curiosidad había congregado en la plaza:
bolsa, prosiguió su camino. —Muy mala es esta excusa; ningún judío ha- viejos y jóvenes, gordos y flacos, en enorme confusión.
El judío se quedó parado, siguiéndolo con la vista ría tal cosa —y considerando que se trataba de un Hasta los perros que habían acudido saltaban sobre
y sin chistar hasta que el muchacho hubo desapa- delito de asalto y robo en la vía pública, condenó al las patas traseras. Y cuanto más tocaba, tanto mayores
recido en la lejanía. Entonces se puso a gritar con muchacho a la horca. eran los brincos de los bailadores que, dándose unos
todas sus fuerzas: Cuando ya lo conducían al suplicio, el judío no a otros de cabezadas, empezaron a gritar lamentable-
—¡Músico miserable, violinista de taberna, espera cesaba de gritarle: mente. Al fin el juez, jadeante, levantó la voz:
a que te atrape! ¡Te juro que correrás hasta que te —¡Haragán, músico de pega! ¡Ahora recibirás tu —¡Te perdono la vida si dejas de tocar!
quedes sin suelas! ¡Pelagatos, muerto de hambre, que merecido! El buen muchacho, compadecido, interrumpió la
no vales dos ochavos! —y siguió escupiendo todos El condenado subió tranquilamente las escaleras música y colgándose el violín del cuello, descendió las
los improperios que le vinieron a la boca. Una vez del cadalso junto con el verdugo; pero al llegar arri- escaleras del patíbulo. Acercándose al judío que, ten-
se hubo desahogado un poco, corrió a la ciudad y se ba, se volvió para decir al juez: dido en tierra, trataba de recobrar el aliento, le dijo:
presentó al juez: —Concededme una gracia antes de morir. —¡Bribón, confiesa ahora de dónde sacaste este
—¡Señor juez, justicia pido! Un desalmado me ha —De acuerdo —respondió el juez—, con tal de dinero o vuelvo a tomar el violín!
robado en mitad del camino y me ha dejado como que no sea la vida. —¡Lo he robado, lo he robado —exclamó el
veis. ¡Hasta las piedras se compadecerían! Los vesti- —No pediré la vida —replicó el muchacho, sino judío—, mientras que tú lo ganaste honradamente!
dos rotos, todo el cuerpo arañado y maltrecho. ¡Mi sólo que me permitáis tocar el violín por última vez. Y el juez mandó que ahorcasen al judío por
pobre dinero robado, con bolsa y todo! Ducados de El judío puso el grito en el cielo: ladrón. ♣

Jacob & Wilhelm Grimm 222 Todos los cuentos


el profanador de textos
el hábil cazador que no podía recorrerse en un día. Al anochecer se Se acercó el cazador y les explicó que era del ofi-
[KHM111] Der gelernte Jäger encaramó a un alto árbol para ponerse a resguardo cio, y que dondequiera que disparase con su escope-
de las fieras; hacia medianoche le pareció ver brillar ta estaba seguro de acertar el blanco. Le propusieron
a lo lejos una lucecita a través de las ramas, y se fijó que se uniese a ellos, diciéndole que saldría ganando,
bien en ella para no desorientarse. Para asegurarse, se y luego le explicaron que a la salida del bosque había
quitó el sombrero y lo lanzó en dirección del lugar un gran río, y en su orilla opuesta se levantaba una
donde aparecía la luz, con objeto de que le sirviese torre donde moraba una bella princesa que ellos
de señal cuando hubiese bajado del árbol. proyectaban raptar.
Ya en tierra, se encaminó hacia el sombrero y —De acuerdo —respondió él—. No será empre-
siguió avanzando en línea recta. A medida que ca- sa difícil.
minaba la luz era más fuerte, y al estar cerca de ella Pero los gigantes agregaron:
vio que se trataba de una gran hoguera, y que tres —Hay una circunstancia que debe ser tenida en
Érase una vez un muchacho que había aprendido el gigantes sentados junto a ella se ocupaban en asar un cuenta: vigila allí un perrito que, en cuanto alguien
oficio de cerrajero. Un día dijo a su padre que desea- buey que tenían sobre un asador. Decía uno: se acerca, se pone a ladrar y despierta a toda la
ba correr mundo y buscar fortuna. —Voy a probar cómo está. Corte; por culpa de él no podemos aproximarnos.
—Muy bien —le respondió el padre—; no tengo Arrancó un trozo, y ya se disponía a llevárselo a ¿Te las arreglarías para matar el perro?
inconveniente—. la boca cuando, de un disparo, el cazador se lo hizo —Sí —replicó el cazador—; para mí, esto es un
Y le dio un poco de dinero para el viaje. Y el chi- volar de la mano. juego de niños.
co se marchó a buscar trabajo. Al cabo de un tiempo —¡Caramba! —exclamó el gigante—, el viento se Se subió a un barco y, navegando por el río pron-
se cansó de su profesión, y la abandonó para hacerse me lo ha llevado, —y tomó otro pedazo, pero al ir a to llegó a la margen opuesta. En cuanto desembarcó
cazador. En el curso de sus andanzas se encontró morderlo, otra vez se lo quitó el cazador de la boca. le salió el perrito al encuentro; pero antes de que
con un cazador vestido de verde, que le preguntó Entonces el gigante, propinando un bofetón al pudiera ladrar, lo derribó de un tiro. Al ver esto los
de dónde venía y adónde se dirigía. El muchacho que estaba junto a él, le dijo airado: gigantes se alegraron, dando ya por suya la princesa.
le contó que era cerrajero pero que no le gustaba el —¿Por qué me quitas la carne? Pero el cazador quería antes ver cómo estaban las
oficio y sí, en cambio, el de cazador, por lo cual le —Yo no te la he quitado —replicó el otro—; cosas, y les dijo que se quedaran fuera hasta que él los
rogaba que lo tomase de aprendiz. habrá sido algún buen tirador. llamase. Entró en el palacio, donde reinaba un silencio
—De mil amores, con tal que te vengas conmigo El gigante tomó un tercer pedazo; pero tan pron- absoluto, pues todo el mundo dormía. Al abrir la puerta
—dijo el hombre. Y el muchacho se pasó varios años to como lo tuvo en la mano, el cazador lo hizo volar de la primera sala vio, colgando en la pared, un sable de
a su lado aprendiendo el arte de la montería.1 también. Dijeron entonces los gigantes: plata maciza que tenía grabados una estrella de oro y el
Luego quiso seguir por su cuenta y su maestro, —Muy buen tirador ha dé ser el que es capaz de nombre del Rey; a su lado, sobre una mesa, había una
por todo salario, le dio una escopeta la cual, empero, quitar el bocado de la boca. ¡Cuánto favor nos haría carta lacrada. La abrió y leyó en ella que quien dispusie-
tenía la virtud de no errar nunca la puntería. Se mar- un tipo así! ra de aquel sable podría quitar la vida a todo el que se
chó pues, el muchacho, y llegó a un bosque inmenso Y gritaron: pusiese a su alcance. Descolgando el arma, se la ciñó y
1 montería. 1. f. Caza de jabalíes, venados y otros animales —Acércate tirador; ven a sentarte junto al fuego prosiguió avanzando.
de caza mayor. 2. f. Arte de cazar, o conjunto de reglas y con nosotros y hártate, que no te haremos daño. Llegó luego a la habitación donde dormía la
avisos que se dan para la caza. Diccionario RAEL [N. del Pero si no vienes y te pescamos, estás perdido. princesa, la cual era tan hermosa que él se quedó
Pr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 223 Todos los cuentos
el profanador de textos
contemplándola, como petrificado. Pensó entonces: en la habitación de su hija, la despertó y le pre- El Rey había hecho aquello para obligar a su hija
“¡Cómo voy a permitir que esta inocente doncella guntó quién podía haber dado muerte a aquellos a aceptar al capitán. Mas ella se fue a ver al pro-
caiga en manos de unos desalmados gigantes, que monstruos. pietario de la mercancía y le pidió que le fiase otra
tan malas intenciones llevan!” Mirando a su alrede- —No lo sé, padre mío —respondió ella—. He partida. El hombre se negó: antes tenía que pagarle
dor descubrió, al pie de la cama, un par de zapatillas; dormido toda la noche—. Saltó de la cama y, al ir a la primera. Acudió la princesa a su padre y, entre
la derecha tenía bordado el nombre del Rey y una calzarse las zapatillas, notó que había desaparecido lágrimas y gemidos, le dijo que quería irse por el
estrella y la izquierda el de la princesa, asimismo con la del pie derecho; y entonces se dio cuenta también mundo. Contestó el Rey:
una estrella. También llevaba la doncella una gran de que le habían cortado el extremo derecho de la —Mandaré construirte una casita en el bosque,
bufanda de seda y, bordados en oro, los nombres del bufanda y un trocito de la camisa. Mandó el Rey y en ella te pasarás la vida cocinando para todos los
Rey y el suyo, a derecha e izquierda respectivamente. que se reuniese toda la Corte, con todos los soldados viajeros pero sin aceptar dinero de nadie.
Tomó el cazador unas tijeras, cortó el borde derecho de palacio, y preguntó quién había salvado a su hija Cuando ya la casita estuvo terminada, colgaron
y se lo metió en el morral, y luego guardó en él la y dado muerte a los gigantes. en la puerta un rótulo que decía: ‘Hoy gratis; maña-
zapatilla derecha, la que llevaba el nombre del Rey. Se adelantó un capitán, hombre muy feo y ade- na pagando.’
La princesa seguía durmiendo envuelta en su camisa; más tuerto, afirmó que él era el autor de la hazaña. Y allí se pasó la princesa largo tiempo, y pronto corrió
el hombre cortó también un trocito de ella y lo puso Le dijo entonces el anciano rey que, en pago de su la voz de que habitaba allí una doncella que cocinaba
con los otros objetos; y todo lo hizo sin tocar a la heroicidad, se casaría con la princesa; pero ésta dijo: gratis, según anunciaba un rótulo colgado de la puerta.
muchacha. —Padre mío, antes que casarme con este hom- Llegó la noticia a oídos de nuestro cazador, el
Salió luego, cuidando de no despertarla, y al bre prefiero marcharme a vagar por el mundo hasta cual pensó: “Esto me convendría, pues soy pobre y
llegar a la puerta encontró a los gigantes que lo donde puedan llevarme las piernas. no tengo dinero,” y cargando con su escopeta y su
aguardaban, seguros de que traería a la princesa. Él A lo cual respondió el Rey que si se negaba a mochila, donde seguía guardando lo que se había
les gritó que entrasen, que la princesa se hallaba ya aceptar al capitán por marido, se despojase de los llevado del palacio, se fue al bosque. No tardó en
en su poder. vestidos de princesa, se vistiera de campesina y descubrir la casita con el letrero: ‘Hoy gratis; ma-
Pero como no podía abrir la puerta, debían in- abandonase el palacio. Iría a un alfarero y abriría un ñana pagando.’ Llevaba al cinto el sable con que
troducirse por un agujero. Al asomar el primero, lo comercio de cacharrería. cortara la cabeza a los gigantes, y así entró en la casa
agarró el cazador por el cabello, le cortó la cabeza de La doncella se quitó sus lujosos vestidos, se fue a y pidió de comer. Le encantó el aspecto de la mu-
un sablazo y luego tiró el cuerpo hasta que lo tuvo casa de un alfarero y le pidió a crédito un surtido de chacha, pues era bellísima, y al preguntarle ella de
en el interior. Llamó luego al segundo y repitió la objetos de barro, prometiéndole pagárselos aquella dónde venía y adónde se dirigía, le dijo el cazador:
operación. Hizo lo mismo con el tercero, y quedó misma noche si había logrado venderlos. —Voy errante por el mundo.
contentísimo de haber podido salvar a la princesa de Dispuso el Rey que instalase su puesto en una Le preguntó ella a continuación de dónde había
sus enemigos. Finalmente, cortó las lenguas de las esquina, y luego mandó a unos campesinos que sacado aquel sable que llevaba grabado el nombre de
tres cabezas y se las guardó en el morral. “Volveré a pasasen con sus carros por encima de su mercancía su padre y el cazador, a su vez quiso saber si era la
casa y enseñaré a mi padre lo que he hecho,” pen- y la redujesen a pedazos. Y así, cuando la princesa hija del Rey.
só. Luego reanudaré mis correrías. No me faltará la tuvo expuesto su género en la calle, llegaron los —Sí —contesto la princesa.
protección de Dios.” carros e hicieron trizas de todo. Prorrumpió a llorar —Pues con este sable —dijo entonces el caza-
Al despertarse el Rey en el palacio, vio los cuer- la muchacha, exclamando: dor— corté la cabeza de los tres gigantes —y, en
pos de los tres gigantes decapitados. Entró luego —¡Dios mío, cómo pagaré ahora al alfarero! prueba de su afirmación, sacó de la mochila las tres

Jacob & Wilhelm Grimm 224 Todos los cuentos


el profanador de textos
lenguas mostrándole a continuación la zapatilla, el el mayal1 del cielo Pero al volverse para entrar en casa, resultó que
borde del pañuelo y el trocito de la camisa. [KHM112] Der Dreschflegel vom Himmel de aquella semilla había brotado un árbol que llega-
Ella, loca de alegría, comprendió que se hallaba ba hasta el cielo. Pensó el campesino: “Puesto que
en presencia de su salvador. Juntos se dirigieron a se me ofrece esta ocasión, me gustaría saber qué es
palacio y llamando la princesa al anciano rey, lo llevó lo que hacen los ángeles allá arriba. Voy a echar una
a su aposento donde le dijo que el cazador era el ojeada.”
hombre que la había salvado de los gigantes. Al ver Y trepó a la cima del árbol. Es el caso que los án-
el Rey las pruebas, no pudiendo ya dudar por más geles estaban trillando avena, y él se quedó mirándo-
tiempo, quiso saber cómo había ocurrido el hecho los. Y estando absorto con el espectáculo, de pronto
y le dijo que le otorgaba la mano de su hija, por lo se dio cuenta de que el árbol empezaba a tambalear-
cual la muchacha se puso muy contenta. se y oscilar. Miró abajo y vio que un individuo se
Lo vistieron como si fuese un noble extranjero, y aprestaba a cortarlo a hachazos.
el Rey organizó un banquete. En la mesa se colocó Cierto día salió un campesino a arar, conduciendo “¡Si me caigo de esta altura la haremos buena!,”
el capitán a la izquierda de la princesa y el cazador a una yunta de bueyes. Cuando Llegó al campo, los pensó, y en su apuro, no encontró mejor expedien-
la derecha, suponiendo aquél que se trataba de algún cuernos de los animales empezaron a crecerles, tanto te que tomar las granzas4 de la avena, que estaban
príncipe forastero. que al volver a casa no podían pasar por la puerta. allí amontonadas, y trenzarse una cuerda con ellas.
Cuando hubieron comido y bebido, dijo el ancia- Por fortuna acertó a encontrarse allí con un Luego echó también mano de una azada y un mayal
no rey al capitán que quería plantearle un enigma: carnicero, el, cual se los compró, concertando el que había por allí y se escurrió por la cuerda.
“Si un individuo que afirmaba haber dado muerte a trato de la siguiente manera: El daría al carnicero un Al llegar al suelo, fue a parar al fondo de un agu-
tres gigantes hubiese de declarar dónde estaban las celemín2 de semillas de nabos, y el otro le pagaría a jero profundo, y suerte aún que tomó la azada, con
lenguas de sus víctimas, ¿qué diría, al comprobar razón de un escudo de Brabante3 por grano de semi- la cual se cortó unos peldaños que le permitieron
que no estaban en las respectivas bocas?” Respondió lla. ¡A esto llamo yo una buena venta! volver a la superficie. Y como traía el mayal del cielo
el capitán: El campesino entró en su casa y regresó al poco como prueba, nadie pudo dudar de la veracidad de
—Pues que no tenían lengua. rato llevando a la espalda el celemín de semillas de su relato. ♣
—No es posible esto —replicó el Rey—, ya que nabos; por cierto que en el camino se le cayó un gra-
todos los animales tienen lengua. no del saco. Le pagó el carnicero según lo pactado,
A continuación le preguntó qué merecía el que con toda escrupulosidad; y si el labrador no hubiese
tratase de engañarlo. A lo que respondió el capitán: perdido una semilla, habría cobrado un escudo más.
—Merece ser descuartizado.
Entonces el Rey le replicó que acababa de pro- 1 mayal. 1. m. Palo del cual tira la caballería que mueve los
nunciar él mismo su sentencia, y así, el hombre fue molinos de aceite, tahonas y malacates. 2. m. Instrumento
compuesto de dos palos, uno más largo que otro, unidos
detenido y luego descuartizado, mientras la princesa por medio de una cuerda, con el cual se desgrana el cente-
se casaba con el cazador. no dando golpes sobre él. Diccionario RAEL [N. del Pr.]
2 celemín. 1. m. Medida de capacidad para áridos, que
Éste mandó a buscar a sus padres, los cuales vivie- tiene 4 cuartillos y equivale en Castilla a 4,625 l aproxi- 4 granza. 3. f. pl. Residuos de paja larga y gruesa, espiga,
ron felices al lado de su hijo, y a la muerte del Rey, madamente. Diccionario RAEL [N. del Pr.] grano sin descascarillar, etc., que quedan del trigo y la
el joven heredó la corona. ♣ 3 El Ducado de Brabante fue un antiguo ducado situado cebada cuando se avientan y criban. Diccionario RAEL
entre los Países Bajos y Bélgica. Wikipedia [N. del Pr.] [N. del Pr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 225 Todos los cuentos
el profanador de textos
los dos príncipes Los dos jóvenes entraron, pues, en el dormitorio, El gran Santo de piedra estuvo lo menos media
[KHM113] Die beiden Königskinder y en él había un San Cristóbal de piedra. La mucha- hora diciendo que sí con la cabeza, antes de volverse
cha dijo a San Cristóbal: a quedar inmóvil. El hijo del Rey se tendió en el
—A partir de las nueve vendrá mi padre cada umbral y durmió tranquilamente
hora, hasta que den las tres. Cuando pregunte, con- A la mañana siguiente le dijo el Rey:
testadle vos en lugar del príncipe. —Aunque has cumplido puntualmente mis ór-
El Santo bajó la cabeza asintiendo, con un movi- denes, todavía no puedo otorgarte a mi hija. Tengo
miento que empezó muy rápido y luego fue hacién- ahí fuera un extenso bosque; si eres capaz de talarlo
dose más lento, hasta quedarse de nuevo inmóvil. todo desde las seis de esta mañana hasta las seis de la
A la mañana siguiente le dijo el Rey: tarde, veré lo que puedo hacer por ti.
—Has hecho bien las cosas; pero antes de darte Y le dio un hacha, una cuña y un pico, todo de
a mi hija mayor, deberás pasar otra noche con la cristal. Al llegar el muchacho al bosque se puso a
Érase una vez un rey que tenía un hijo, todavía niño. segunda, y entonces decidiré si te caso con aquélla. trabajar; pero al primer hachazo se le partió la herra-
Una profecía había anunciado que al niño lo mata- Pero voy a presentarme cada hora, y cuando te lla- mienta; probó entonces con la cuña y el pico; mas
ría un ciervo cuando cumpliese los dieciséis años. me, contéstame. Si no lo haces, tu sangre correrá. también al primer golpe se le deshicieron como si
Habiendo ya llegado a esta edad, salió un día de caza Entraron los dos en el dormitorio, donde se le- fuesen de arena. Se afligió mucho y pensó que había
con los monteros y, una vez en el bosque, quedó un vantaba un San Cristóbal todavía mayor, al que dijo, sonado su última hora; se sentó en el suelo y se echó
momento separado de los demás. asimismo, la princesa: a llorar. A mediodía dijo el Rey:
De pronto se le presentó un enorme ciervo; él —Cuando mi padre pregunte, respóndele tú. —Que vaya una de las muchachas a llevarle algo
quiso derribarlo, pero erró la puntería. El animal Y el gran Santo de piedra bajó también la cabeza de comer.
echó a correr perseguido por el muchacho hasta que varias veces, rápidamente las primeras, y con más —No —contestaron las dos mayores—, no le
salieron del bosque. De repente, el príncipe vio ante lentitud las sucesivas, hasta volver a quedar inmóvil. llevaremos nada. Que lo haga la que pasó con él la
sí, en vez del ciervo, un hombre de talla descomunal El príncipe se echó en el umbral de la puerta y, po- última noche.
que le dice: niéndose la mano debajo de la cabeza, se durmió. Y la menor hubo de ir a llevarle la comida. Al lle-
—Ya era hora de que fueses mío. He roto seis Dijo el Rey a la mañana siguiente: gar al bosque le preguntó qué tal le iba, y él contestó
pares de patines de cristal persiguiéndote, sin lograr —Lo has hecho bien, pero no puedo darte a mi que muy mal. Le dijo la doncella que comiese algo;
alcanzarte. hija. Antes debes pasar una tercera noche en vela, pero el príncipe se negó. ¿Para qué comer, si tenía
Y así diciendo, se lo llevó. Después de cruzar un esta vez con la más pequeña. Luego decidiré si te que morir? Ella lo animó con buenas palabras y, al
caudaloso río lo condujo a un gran castillo real, don- concedo la mano de la segunda. Pero volveré todas fin pudo persuadirlo de que comiera. Cuando hubo
de lo obligó a sentarse a una mesa y comer. Comido las horas, y cuando llame responde; de lo contrario, tomado algún alimento, le dijo:
que hubieron, le dijo el Rey: correrá tu sangre. —Te acariciaré un poquitín, y así te vendrán
—Tengo tres hijas. Velarás una noche junto a la Entraron los dos jóvenes en el dormitorio de la pensamientos más agradables.
mayor, desde las nueve hasta las seis de la madruga- doncella, y en él había una estatua de San Cristóbal, Y bajo sus caricias, sintiendo el muchacho un
da. Yo vendré cada vez que el reloj dé las horas y te mucho más alta que los dos anteriores. Le dijo la gran cansancio, se quedó dormido. Entonces la
llamaré. Si no me respondes mañana morirás; pero si princesa: princesa, sacando el pañuelo y haciéndole un nudo,
me respondes te daré a la princesa por esposa. —Cuando llame mi padre, contesta. golpeó con él por tres veces la tierra, exclamando:

Jacob & Wilhelm Grimm 226 Todos los cuentos


el profanador de textos
—¡Trabajadores, aquí! —Se me ha roto de nuevo la herramienta —aña- Cuando se levantó a la mañana siguiente, el Rey
E inmediatamente aparecieron muchísimos ena- dió. —Lo mejor es que comas algo. Así te vendrán le dió un hacha y una barrena, las dos de cristal, y
nos y le preguntaron qué les mandaba. otras ideas. lo despachó advirtiéndole que a las seis debería estar
—En tres horas debe quedar talado todo el bos- Él se resistió a comer, diciendo que estaba de- todo terminado.
que y estibados todos los troncos. masiado triste, pero ella insistió hasta persuadirlo. Al primer golpe que asestó a un espino el hacha
Los hombrecitos llamaron en su ayuda a toda su Luego volvió a acariciarlo, y él se quedó dormido. le voló en mil pedazos, y tampoco hubo modo de
parentela; se pusieron a la tarea y, a las tres horas, Sacó la doncella el pañuelo, le hizo un nudo y, gol- utilizar la barrena. Afligido, aguardó el muchacho
todo estaba listo. Se presentaron a la princesa a peando el suelo con él, por tres veces gritó: la llegada de su princesa, esperando que volviera a
comunicárselo y ella, sacando de nuevo el pañuelo —¡Trabajadores, aquí! sacarlo de su difícil situación. Y, en efecto, se presen-
blanco, gritó: Y volvieron a comparecer muchísimos enani- tó a mediodía con la comida. Le salió al encuentro
—¡Trabajadores, a casa! tos, los cuales le preguntaron qué deseaba. En el y, después de comer un poquito, se durmió otra vez
Y en un abrir y cerrar de ojos, todos se esfuma- espacio de tres horas deberían limpiar completa- bajo sus caricias.
ron. Al despertarse el hijo del Rey tuvo gran alegría, mente el estanque, dejándolo tan terso que uno La princesa sacó de nuevo el pañuelo y repitió la
y la princesa le dijo: pueda mirarse en él, y además debían poblarlo llamada:
—En cuanto den las seis, te vienes a casa. de todo género de peces. Pidieron los enanos la —¡Trabajadores, aquí!
Así lo hizo, y le preguntó el Rey: ayuda de sus congéneres, y a las dos horas queda- Y nuevamente aparecieron los enanitos y pidieron
—¿Has talado el bosque? ba todo terminado. Después se presentaron a la órdenes. Le dijo ella:
—Sí —respondió él. Estando en la mesa, le dijo princesa, diciéndole: —En el término de tres horas debéis tener
el Monarca: —Hemos hecho lo que nos ordenaste. cortado toda la maleza y los espinos, y construido
—Todavía no puedo darte a mi hija por esposa. Y la princesa, sacando el pañuelo y dando con él en lo alto de la montaña el palacio más bonito que
Quiero que hagas aún otra cosa. otros tres golpes en la tierra, dijo: un hombre pueda imaginar, y provisto de todos los
—¿Qué cosa? —preguntó el muchacho. —¡Trabajadores, a casa! muebles y enseres necesarios.
—Tengo un gran estanque. Mañana irás allí y le Al despertar el hijo del Rey, el estanque estaba Salieron los hombrecitos en busca de sus parien-
quitarás todo el barro, de manera que quede límpido limpio y la princesa le dijo que a las seis regresara a tes, y a la hora señalada la labor había quedado lista.
y terso como un espejo, y además, habrá de contener palacio. Le preguntó el Rey al llegar: Acudieron a comunicarlo a la princesa, y ella, golpeando
toda clase de peces. —¿Has limpiado bien el estanque? la tierra por tres veces con su pañuelo, exclamó:
Por la mañana le dio una pala de cristal y le dijo: —Sí —respondió el príncipe. —¡Trabajadores, a casa!
—A las seis debe quedar listo el trabajo. —A pesar de ello, todavía no puedo otorgarte la Desaparecieron todos en el acto. Al despertarse el
El muchacho se marchó y, llegado al estanque, al mano de mi hija. Debes hacer otra cosa. hijo del Rey y ver todo aquello, se sintió feliz como
clavar la pala en el cieno se le rompió. Probó luego —¿Qué cosa? —preguntó el muchacho. el pájaro en el aire, y a las seis se encaminaron los
con el azadón, pero se le partió igualmente; y otra —Tengo una gran montaña —dijo el Rey—, dos a palacio.
vez se sintió invadido por la tristeza. toda ella invadida de matorrales y espinos. Tendrás —¿Está terminado el trabajo? —preguntó el Rey.
A mediodía, la princesita volvió a llevarle comida, que cortarlos y edificar en la cumbre un gran pala- —Sí —respondió el príncipe.
y le preguntó qué tal le iba el trabajo. El muchacho cio, magnífico, como nadie haya visto jamás otro Ya en la mesa, dijo el Monarca:
hubo de responderle que muy mal, y que le costaría semejante. Y dentro le pondrás todos los muebles y —No puedo darte a mi hija menor antes de que
la cabeza: enseres domésticos. haya casado a las dos mayores.

Jacob & Wilhelm Grimm 227 Todos los cuentos


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Estas palabras entristecieron profundamente a los —Debiste traerte al cura —le riñó la mujer—. La La engancharon pues, y subieron en ella numero-
dos jóvenes; pero no se veía la manera de solucionar iglesia habría seguido por sí sola. Ya veo que de nada sos criados; y cuando se disponía a subir el príncipe,
el caso. Llegada la noche, los dos príncipes huye- sirve mandarte a ti. No hay más remedio; tengo que su madre le dio un beso, y al instante se borró de su
ron. Cuando ya se habían alejado un buen trecho, ir yo misma. memoria todo lo que le había sucedido y cuanto ha-
al volverse ella a mirar atrás vio a su padre que los Cuando la Reina vio desde lejos a los que bía de hacer. Ordenó la madre que desenganchasen
perseguía. huían su hija, que también había visto a su madre, la carroza y regresó la comitiva a casa.
—¡Ay! —exclamó—. ¿Qué hacemos ahora? Mi exclamó: Mientras tanto la doncella estaba en el pueblo,
padre viene en nuestra busca y nos alcanzará. Mira; —¡Ay de nosotros! ¡Qué desgracia! Ahora viene consumiéndose de impaciencia. Mas nadie acudía.
te transformaré en espino, y yo me convertiré en mi madre en persona. Te transformaré en estanque y Al fin, la princesa hubo de colocarse como sirvien-
rosa. En el centro de la zarza seguramente estaré a yo seré un pez. ta en un molino, propiedad del Rey. Allí había de
salvo. Al llegar la Reina al lugar, se extendió ante ella un pasarse las tardes al borde del río, fregando platos.
Y al llegar el Rey al lugar, sólo vio una zarza gran estanque en cuyo centro saltaba un pececito, el Hasta que un día la Reina que había salido a pasear
espinosa y una rosa en medio. Intentó cortar la flor, cual asomó alegremente la cabecita por encima de la por aquellos lugares, viendo a la diligente muchacha,
pero se le clavó una espina en el dedo, obligándolo a superficie. exclamó:
desistir y a regresar a palacio. Su esposa le preguntó La mujer intentó tomarlo pero en vano. Airada y —¡Qué jovencita tan hacendosa! De veras que me
por qué no había capturado a los fugitivos, y el Rey colérica, se bebió todo el estanque con la esperanza gusta. Todas la miraron, pero nadie la reconoció.
le explicó que, cuando ya casi los había alcanzado, de capturar al pez. Mas le vino un mareo tan terri- Transcurrió largo tiempo, y la muchacha con-
de repente desaparecieron de su vista, y sólo vio un ble, que tuvo que vomitar toda el agua que se había tinuaba sirviendo en casa del molinero con toda
rosal con una rosa en medio. Dijo la Reina: tragado. Dijo entonces: lealtad y honradez.
—Pues debiste cortar la rosa. El rosal habría —Bien veo que esto no tiene remedio —y, diri- Entretanto la Reina había buscado una nueva no-
seguido por sí mismo. giéndose a los príncipes, los invitó a acercarse a ella via para su hijo, una joven de lejanas tierras, y la boda
Se marchó de nuevo el Rey en busca de la rosa; y hacer las paces. Al despedirse dio tres nueces a su debía celebrarse en cuanto llegase. Se congregó un
pero, entretanto los fugitivos habían avanzado hija, diciéndole: gran gentío deseoso de presenciar la fiesta, y la prince-
mucho, y su perseguidor fue tras ellos sin descanso. —Te serán de gran utilidad cuando te encuentres sa pidió permiso al molinero para ir a verla también.
Volvió la princesa nuevamente la cabeza y vio a su en un apuro. Le dijo el amo:
padre. Y dijo: Y los jóvenes prosiguieron su camino. —Vete, pues, si quieres.
—¡Ay! ¿Qué hacemos? Te transformaré en una Habrían andado cosa de diez horas, cuando llega- Ella, antes de marcharse, abrió una de las tres
iglesia, y yo seré el cura y predicaré desde el púlpito. ron al palacio del que había salido el príncipe. Junto nueces, que contenía un vestido maravilloso. Se lo
Al llegar el Rey se encontró frente a un templo, al palacio había una aldea. Y dijo el príncipe: puso, se fue a la iglesia y se colocó junto al altar.
en cuyo púlpito un cura estaba predicando. Escuchó —Aguárdame aquí, querida; yo iré a casa de mi Entraron los novios y se sentaron en primer término.
el hombre el sermón y regresó a palacio; entonces padre y volveré a buscarte con un coche y criados. El cura se disponía a echarles la bendición, cuando
su mujer volvió a preguntarle por qué no traía a la Cuando se presentó en el castillo, todo el mundo he aquí que los ojos de la novia acertaron a posar
pareja. Respondió el Rey: sintió una gran alegría por tener entre ellos al hijo sobre la hermosa muchacha que estaba de pie cerca
—Corrí largo trecho tras ellos, y cuando ya creía del Rey. Les contó que su novia lo esperaba en el de ella. Se levantó en seguida y declaró que no se
darles alcance, me encontré con una iglesia, y en el pueblo y dispuso que saliesen a buscarla con una casaría mientras no tuviera un vestido tan primoroso
púlpito, un cura predicando. carroza. como el de aquella dama.

Jacob & Wilhelm Grimm 228 Todos los cuentos


el profanador de textos
Regresaron todos a palacio y, mandando llamar a Entonces fue al encuentro de su amada, le contó el sastrecillo listo
la joven, le preguntaron si quería vender su vestido. lo ocurrido y le pidió que no le guardase rencor por [KHM114] Vom klugen Schneiderlein
—No, venderlo no —respondió ella—; pero la haberla tenido tanto tiempo olvidada. La princesa
novia podría ganárselo. abrió entonces la tercera nuez y vio que contenía un
¿Cómo? ¿Qué quería decir con estas palabras? vestido más bello aún que los anteriores. Se lo puso
Entonces ella les ofreció la prenda a cambio de que le y se encaminó a la iglesia con su novio. Y acudieron
permitiesen dormir aquella noche ante la puerta del muchísimos niños, que les ofrecieron flores y les
príncipe. La novia no vio en ello inconveniente algu- cubrieron el camino de cintas multicolores. Luego
no y asintió. Y sentándose en el umbral, la muchacha bendijo el cura su unión y se celebró una fiesta bri-
prorrumpió a llorar y recordó a su amado cuanto por llantísima y llena de alegría.
él había hecho. Cómo gracias a su ayuda había sido La falsa madre y su hija hubieron de marcharse. Y
talado el bosque, limpiado el estanque y construido el quien lo ha contado últimamente tiene aún la boca
castillo; cómo lo había transformado en rosal, luego caliente. ♣ Érase una vez una princesa muy orgullosa; a cada
en templo y finalmente en lago. ¡Y ahora lo había ol- pretendiente que se le presentaba le planteaba un
vidado todo! Pero el hijo del Rey no pudo oírla, pues acertijo, y si no lo acertaba lo despedía con mofas
los criados habían recibido orden de administrarle un y burlas. Mandó pregonar que se casaría con quien
somnífero; sin embargo, como estaban despiertos lo descifrase el enigma, fuese quien fuese.
habían oído todo y quedaron perplejos. Un día llegaron tres sastres, que iban juntos; los
Al levantarse a la mañana siguiente, la novia se dos mayores pensaron que, después de haber acertado
puso el vestido y se dirigió a la iglesia con su prome- tantas puntadas, mucho seria que fallaran en aquella
tido, mientras la muchacha abría la segunda nuez y ocasión. El tercero, en cambio, era un cabeza de chor-
sacaba de ella otro vestido más precioso aún que el lito que no servía para nada, ni siquiera para su oficio;
de la víspera. confiaba, empero, en la suerte; pues, ¿en qué cosa
Y ocurrió como la víspera. Otra vez fue autoriza- podía confiar? Los otros dos le habían dicho:
da a pasar la noche junto a la puerta que daba acceso —Mejor será que te quedes en casa. No llegarás
al dormitorio del príncipe, y otra vez recibieron muy lejos con tu poco talento.
los criados la orden de administrar un somnífero al Pero el sastrecillo no atendía a razones, y diciendo
príncipe. Pero le dieron uno que lo mantuvo des- que se le había metido en la cabeza intentar la aventu-
pierto. Y la molinera volvió a su llanto y a la enu- ra y que de un modo u otro se las arreglaría, marchó
meración de todas las cosas que por él había hecho. con ellos, como si tuviera el mundo en la mano.
La oyó el príncipe y sintió en su corazón una gran Se presentaron los tres a la princesa y le rogaron
tristeza. Mas, de repente, se iluminó su memoria y que les plantease su acertijo; ellos eran los hombres
recordó con claridad todo lo pasado. Quiso salir en indicados, de agudo ingenio, que sabían cómo se
busca de la doncella, pero su madre había cerrado la enhebra una aguja. Le dijo entonces la princesa:
puerta con llave, por lo cual hubo de esperar a que —Tengo en la cabeza un cabello de dos colores:
apuntase el día. ¿qué colores son éstos?

Jacob & Wilhelm Grimm 229 Todos los cuentos


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—Si no es más que eso —respondió el prime- el oso, le entraron ganas de comer nueces y el sastre, Trajeron un torno de carpintero, y el oso puso en
ro—: es negro y blanco, como el de ese paño que volviendo a meter mano en el bolsillo, le ofreció un él las zarpas; el sastrecillo las atornilló sólidamente y
llaman sal y pimienta. puñado; sólo que no eran nueces, sino guijarros. luego dijo:
—No acertaste —respondió la princesa—. Que El oso se las introdujo en la boca; pero por mu- —Espera ahora a que vuelva con las tijeras —y,
lo diga el segundo cho que mascó, no pudo romperlas. “¡Caramba!” dejando al oso que gruñese cuanto le viniera en
—Si no es negro y blanco —dijo el otro—, será —pensaba—; “¡qué inútil soy, que ni siquiera puedo gana, se tumbó en un rincón sobre un haz de paja y
castaño y rojo, como el traje de fiesta de mi padre. romper las nueces!” y, dirigiéndose al sastrecillo, le se quedó dormido.
—Tampoco es eso —exclamó la princesa—. dijo: Cuando al anochecer, la princesa oyó los fuertes
Que conteste el tercero; éste sí que me parece que lo —Rómpeme las nueces. bramidos del oso, no se le ocurrió pensar otra cosa
sabrá. —¡Ya ves si eres infelizote! —le respondió el sino que había hecho picadillo del sastre, y que
Adelantándose audazmente el sastrecillo, dijo: sastre—; ¡con una boca tan enorme y ni siquiera eres gritaba de alegría.
—La princesa tiene en la cabeza un cabello pla- capaz de partir una nuez! A la mañana siguiente se levantó tranquila y
teado y dorado, y estos son los dos colores. Tomó las piedras y, escamoteándolas con agili- contenta; pero al ir a echar una mirada al establo,
Al oír la joven sus palabras, palideció y casi se dad, se metió una nuez en la boca y ¡crac!, de un se encontró con que el hombre estaba tan fresco
cayó del susto, pues el sastrecillo había adivinado mordisco la tuvo en dos mitades. —Volveré a pro- y sano como el pez en el agua. Ya no pudo seguir
el acertijo, y ella estaba casi segura de que ningún barlo —dijo el oso—. Viéndote hacerlo me parece negándose, porque había hecho su promesa públi-
ser humano seria capaz de hacerlo. Cuando se hubo que también yo he de poder. camente, y el Rey mandó preparar una carroza en
recobrado, dijo: Pero el sastrecillo volvió a darle guijarros, y el oso la que el sastrecillo fue conducido a la iglesia para la
—No me has ganado con esto, pues aún tienes muerde que muerde con todas sus fuerzas. Pero no celebración de la boda. Mientras tanto, los otros dos
que hacer otra cosa. Abajo, en el establo, tengo un creas que se salió con la suya. Dejaron aquello, y el sastres, hombres de corazón ruin, envidiosos al ver la
oso; pasarás la noche con él, y si mañana cuando me sastrecillo sacó un violín de debajo de su chaqueta y suerte de su compañero bajaron al establo y pusieron
levante vives todavía, me casaré contigo. se puso a tocar una melodía. Al oír el oso la músi- en libertad al oso, el cual, enfurecido, se lanzó en
De este modo pensaba librarse del sastrecillo, ca, le entraron unas ganas irresistibles de bailar, y persecución del coche.
pues hasta entonces nadie de cuantos habían caído al cabo de un rato la cosa le resultaba tan divertida, La princesa, oyéndolo gruñir y bramar, tuvo
en sus garras había salido de ellas con vida. Pero el que preguntó al sastrecillo: miedo y exclamó:
sastrecillo no se inmutó, y simulando gran alegría, —Oye, ¿es difícil tocar el violín? —¡Ay, el oso nos persigue y quiere tomarte!
dijo: —¡Bah! Un niño puede hacerlo. Mira, pongo Pero el sastrecillo, con gran agilidad, sacó las
—Cosa empezada, medio acabada. aquí los dedos de la mano izquierda, y con la dere- piernas por la ventanilla, y gritó:
Al anochecer, el hombre fue conducido a la cua- cha paso el arco por las cuerdas, y fijate qué alegre: —¿Ves este torno? ¡Si no te marchas, te amarraré
dra del oso, el cual trató en seguida de saltar encima ¡Tralalá! ¡Liraliralerá! a él!
de él para darle la bienvenida a zarpazos. —Pues no me gustaría poco saber tocar así el El oso, al ver aquello dio media vuelta y echó
—¡Poco a poco! —dijo el sastrecillo—. ¡Ya te violín para poder bailar cuando tuviese ganas. ¿Qué a correr. El sastrecillo entró tranquilamente en la
enseñaré yo a recibir a la gente! dices a eso? ¿Quieres enseñarme? iglesia, fue unido en matrimonio a la princesa, y
Y con mucha tranquilidad, como si nada ocurrie- —De mil amores —dijo el sastrecillo—; supo- en adelante vivió en su compañía alegre como una
se, sacó del bolsillo unas cuantas nueces y, cascán- niendo que tengas aptitud. Pero trae esas zarpas. Son alondra.
dolas con los dientes, empezó a comérselas. Al verlo demasiado largas; tendré que recortarte las uñas. Y quien no lo crea pagará un ducado. ♣

Jacob & Wilhelm Grimm 230 Todos los cuentos


el profanador de textos
el sol revelador Al cabo de algunos años, cuando ya tenían dos la lámpara azul
[KHM115] Die klare Sonne bringts an den Tag hijos, murieron los suegros y los jóvenes quedaron [KHM116] Das blaue Licht
dueños de la casa. Una mañana, hallándose el hom-
bre sentado a la mesa junto a la ventana su esposa le
sirvió un café y, al verterlo él en el platillo y dispo-
nerse a beberlo, los rayos del sol fueron a dar en el
líquido y se reflejaron en la pared, haciendo bailar
sus manchas en ella. Mirándolos el sastre, dijo:
—¡Sí, bien quisieras sacarlo a luz, pero no puedes!
Llena de curiosidad le preguntó su esposa:
—¿Qué es eso, marido mío? ¿Qué quieres decir?
Pero él respondió:
Un sastre vagaba por el mundo trabajando en su —Es una cosa que tú no puedes saber. Érase un soldado que durante muchos años había
oficio. Estuvo una temporada sin encontrar trabajo, —Me lo dirías si me quisieras —insistió ella; y le servido lealmente a su rey. Al terminar la guerra el
y llegó a tal extremo en su miseria que no le quedaba aseguró, con gran encarecimiento, que no lo revela- muchacho que, debido a las muchas heridas que re-
ni un ochavo.1 Se encontró en el camino a un judío ría a nadie; y ya no lo dejó en paz. cibiera no podía continuar en el servicio, fue llama-
y, creyendo que tendría mucho dinero, acalló la voz Entonces él le contó que hacía muchos años, do a presencia del Rey, el cual le dijo:
de su conciencia y, encarándose con él, le dijo: cuando todavía llevaba una vida errante, encontrán- —Puedes marcharte a tu casa, ya no te necesito.
—Dame tu bolsa o te mato. dose una vez sin dinero asesinó a un judío el cual, en No cobrarás más dinero, pues sólo pago a quien me
—Perdóname la vida —imploró el judío—. los estertores de la agonía, exclamó: “¡El sol lo sacará sirve.
Dinero no tengo; sólo llevo ocho cuartos. a la luz!” Y he aquí que ahora el sol trataba de reve- Y el soldado, no sabiendo cómo ganarse la
—¡Tú tienes dinero —replicó el sastre—, y vas a larlo al dibujar sus brillantes manchas en la pared, vida, quedó muy preocupado y se marchó a la
soltarlo! —y le pegó tan brutalmente que lo mató. pero no lo conseguía. ventura.
Las últimas palabras del judío fueron: Luego recomendó con gran empeño a la mujer Anduvo todo el día y al anochecer llegó a un
—¡El sol lo sacará a la luz! —y murió. que no lo dijese a nadie, pues le iba la cabeza; y ella bosque. Divisó una luz en la oscuridad y se dirigió
El sastre le revolvió los bolsillos en busca del dine- se lo prometió. Pero no bien hubo vuelto el sastre a a ella. Así llegó a una casa, en la que habitaba una
ro; pero sólo encontró los ocho cuartos, tal como le su trabajo, ella se fue a ver a su comadre y le confió bruja.
había dicho su víctima. Cargó el cuerpo a cuestas, lo el secreto, encareciéndole la discreción y el silencio; —Dame albergue, y algo de comer y beber —le
dejó entre unos matorrales y luego prosiguió su ruta. no obstante, al cabo de tres días lo supo la ciudad pidió— para que no me muera de hambre.
Tras largas correrías llegó a una ciudad en la que entera y el sastre hubo de comparecer ante el tribu- —¡Vaya! —exclamó ella—. ¿Quién da nada a un
encontró trabajo de su oficio. El patrón tenía una nal y fue condenado a muerte. soldado perdido? No obstante, quiero ser compasiva
hermosa hija, de la cual se enamoró el muchacho. Se Y he aquí cómo el sol sacó a la luz aquel crimen. y te ayudaré, a condición de que hagas lo que voy a
casaron y vivieron un tiempo muy felices. ♣ pedirte.
—¿Y qué deseas que haga? —preguntó el
1 ochavo, va. 2. m. Moneda española de cobre con peso de soldado.
un octavo de onza y valor de dos maravedís. Diccionario —Que mañana caves mi huerto.
RAEL [N. del Pr.]
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Aceptó el soldado, y el día siguiente estuvo —Debo hacer todo lo que me mandes —dijo el —Cuando ya sea de noche y la hija del Rey esté
trabajando con todo ahínco desde la mañana, y al enanito. en la cama, la traerás aquí dormida. La haré trabajar
anochecer aún no había terminado. —Bien —contestó el soldado—. En ese caso como sirvienta.
—Ya veo que hoy no puedes más; te daré cobi- ayúdame, ante todo, a salir del pozo. —Para mí eso es facilísimo —observó el hombre-
jo otra noche; pero mañana deberás partirme una El hombrecito lo tomó de la mano y lo condujo cito—. Mas para ti es peligroso. Mal lo pasarás si te
carretada de leña y astillarla en trozos pequeños. por un pasadizo subterráneo, sin olvidar llevarse descubren.
Necesitó el muchacho toda la jornada siguiente también la lámpara de luz azul. En el camino le fue Al dar las doce abrió se la puerta bruscamente, y
para aquel trabajo, y al atardecer la vieja le propuso enseñando los tesoros que la bruja tenía allí reuni- se presentó el enanito cargando a la princesa.
que se quedara una tercera noche. dos y ocultos y el soldado cargó con todo el oro que —¿Conque eres tú, eh? —exclamó el soldado—.
—El trabajo de mañana será fácil —le dijo—. pudo llevar. ¡Pues a trabajar, viva! Ve a buscar la escoba y barre el
Detrás de mi casa hay un viejo pozo seco en el que Al llegar a la superficie dijo al enano: cuarto.
se me cayó la lámpara. Da una llama azul y nunca se —Ahora amarra a la vieja hechicera y llévala ante Cuando hubo terminado, le mandó acercarse a su
apaga; tienes que subírmela. el tribunal. Poco después veía pasar a la bruja mon- sillón y alargando las piernas, dijo:
Al otro día la bruja lo llevó al pozo y lo bajó al tada en un gato salvaje, corriendo como el viento y —¡Quítame las botas! —y se las tiró a la cara te-
fondo en un cesto. El muchacho encontró la luz e dando horribles chillidos. No tardó el hombrecito niendo ella que recogerlas, limpiarlas y lustrarlas. La
hizo señal de que volviese a subirlo. Tiró ella de la en estar de vuelta: muchacha hizo sin resistencia todo cuanto le orde-
cuerda, y cuando ya lo tuvo casi en la superficie, —Todo está listo —dijo—, y la bruja cuelga ya nó, muda y con los ojos entornados. Al primer canto
alargó la mano para tomar la lámpara. de la horca. del gallo el enanito volvió a transportarla a palacio,
—No —dijo él, adivinando sus perversas intencio- —¿Qué ordenas ahora, mi amo? dejándola en su cama.
nes—. No te la daré hasta que mis pies toquen el suelo. —De momento nada más —le respondió el Al levantarse a la mañana siguiente, la princesa
La bruja, airada, lo soltó precipitándolo de nuevo soldado—. Puedes volver a casa. Estate atento para fue a su padre y le contó que había tenido un sueño
en el fondo del pozo, y allí lo dejó. comparecer cuando te llame. extraordinario:
Cayó el pobre soldado al húmedo fondo sin reci- —Pierde cuidado —respondió el enano—. —Me llevaron por las calles con la velocidad del
bir daño alguno y sin que la luz azul se extinguiese. En cuanto enciendas la pipa en la llama azul, me rayo hasta la habitación de un soldado, donde hube
¿De qué iba a servirle, empero? tendrás en tu presencia—. Y desapareció de su de servir como criada y efectuar las faenas más bajas,
Comprendió en seguida que no podría escapar a vista. tales como barrer el cuarto y limpiar botas. No fue
la muerte. Permaneció tristemente sentado durante Regresó el soldado a la ciudad de la que había sa- más que un sueño, y sin embargo estoy cansada
un rato. Luego, metiéndose al azar la mano en el lido. Se alojó en la mejor fonda y se encargó magní- como si de verdad hubiese hecho todo aquello.
bolsillo, encontró la pipa, todavía medio cargada. ficos vestidos, luego pidió al fondista que le prepa- —El sueño podría ser realidad —dijo el Rey—.
“Será mi último gusto,” pensó; la encendió en la rase la habitación más lujosa que pudiera disponer. Te daré un consejo: llénate de guisantes el bolsillo
llama azul y se puso a fumar. Al esparcirse el humo Cuando ya estuvo lista y el soldado establecido en y haz en él un pequeño agujero. Si se te llevan, los
por la cavidad del pozo, se apareció de pronto un ella, llamando al hombrecito negro le dijo: guisantes caerán y dejarán huella de tu paso por las
diminuto hombrecito, que le preguntó —Serví lealmente al Rey, y en cambio, él me calles.
—¿Qué mandas, mi amo? despidió condenándome a morir de hambre. Ahora Mientras el Rey decía esto, el enanito estaba
—¿Qué puedo mandarte? —replicó el soldado, quiero vengarme. presente, invisible, y lo oía. Por la noche, cuando
atónito. —¿Qué debo hacer? —preguntó el enanito. la dormida princesa fue de nuevo transportada por

Jacob & Wilhelm Grimm 232 Todos los cuentos


el profanador de textos
él calles a través, cierto que cayeron los guisantes, —Hazme el favor de ir a buscarme el pequeño el chiquillo testarudo
pero no dejaron rastro porque el astuto hombrecito envoltorio que me dejé en la fonda; te daré un duca- [KHM117] Das eigensinnige Kind
procuró sembrar otros por toda la ciudad. Y la hija do a cambio.
del Rey tuvo que servir de criada nuevamente hasta Corrió el otro en busca de lo pedido y el soldado,
el canto del gallo. en cuanto volvió a quedar solo, se apresuró a encen-
Por la mañana el Rey despachó a sus gentes en der la pipa y llamar al hombrecito:
busca de las huellas; pero todo resultó inútil, ya que —Nada temas —dijo éste a su amo—. Ve adonde
en todas las calles se veían chiquillos pobres ocupa- te lleven y no te preocupes. Procura sólo no olvidar-
dos en juntar guisantes, y que decían: te de la luz azul.
—Esta noche han llovido guisantes. Al día siguiente se celebró consejo de guerra con-
—Tendremos que pensar otra cosa —dijo el pa- tra el soldado, y a pesar de que sus delitos no eran
dre—. Cuando te acuestes, déjate los zapatos pues- graves, los jueces lo condenaron a muerte. Al ser
tos; antes de que vuelvas de allí escondes uno; ya me conducido al lugar de ejecución, pidió al Rey que le Era un chiquillo en extremo obstinado, que jamás
arreglaré yo para encontrarlo. concediese una última gracia. hacía lo que le mandaba su madre. Por eso Dios
El enanito negro oyó también aquellas instruccio- —¿Cuál? —preguntó el monarca. Nuestro Señor no estaba contento de él y permitió
nes y cuando, al llegar la noche, volvió a ordenarle el —Que se me permita fumar una última pipa que cayese enfermo. Y como ningún médico supo
soldado que fuese por la princesa, trató de disuadirlo durante el camino. acertar el remedio a su dolencia, al poco tiempo
manifestándole que, contra aquella treta, no cono- —Puedes fumarte tres —respondió el Rey—; estaba tendido sobre el lecho de muerte.
cía ningún recurso, y si encontraba el zapato en su pero no cuentes con que te perdone la vida. Cuando lo bajaron a la sepultura y lo cubrieron
cuarto lo pasaría mal. Sacó el hombre la pipa, la encendió en la llama de tierra, volvió a salir su bracito, y aunque lo dobla-
—Haz lo que te mando —replicó el soldado; y la azul y, apenas habían subido en el aire unos anillos ron poniendo más y más tierra encima, de nada sir-
hija del Rey hubo de servir de criada una tercera noche. de humo, apareció el enanito con un pequeño palo vió: siempre volvía a asomar el bracito. Fue preciso
Pero antes de que se la volviesen a llevar, escondió grueso y fuerte en la mano y dijo: que la propia madre fuese a la tumba y le diese unos
un zapato debajo de la cama. —¿Qué manda mi amo? golpes con su vara; sólo entonces se dobló, y el niño
A la mañana siguiente mandó el Rey que se —Arremete contra esos falsos jueces y sus esbi- pudo descansar bajo la tierra. ♣
buscase por toda la ciudad el zapato de su hija. Fue rros y no dejes uno en pie, sin perdonar tampoco al
hallado en la habitación del soldado el cual, aunque Rey, que con tanta injusticia me ha tratado.
aconsejado por el enano se hallaba en un extremo Y ahí tenéis al enanito como un rayo, ¡zis, zas!,
de la ciudad, de la que pensaba salir, no tardó en ser repartiendo estacazos a diestra y siniestra. Y a quien
detenido y encerrado en la cárcel. tocaba su garrote; quedaba tendido en el suelo sin
Con la prisa de la huida se había olvidado de su osar mover ni un dedo.
mayor tesoro, la lámpara azul y el dinero; sólo le Al Rey le tomó un miedo tal que se puso a rogar
quedaba un ducado en el bolsillo. Cuando cargado y suplicar y, para no perder la vida, dio al soldado el
de cadenas miraba por la ventana de su prisión, vio reino y la mano de su hija. ♣
pasar a uno de sus compañeros, lo llamó golpeando
los cristales, y al acercarse el otro le dijo:

Jacob & Wilhelm Grimm 233 Todos los cuentos


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los tres cirujanos dase cuidadosamente en el armario. Pero la criada el armario, y cuando el novio se hubo despedido se
[KHM118] Die drei Feldscherer tenía, de escondidas, un novio que era soldado. acostó tranquilamente.
Cuando el dueño, los tres cirujanos y todos los Por la mañana, al levantarse, los cirujanos pidie-
huéspedes se hubieron acostado, llegó el muchacho ron a la criada que les trajese el plato con la mano,
y pidió algo de comer, y la criada, abriendo el arma- el corazón y los ojos. Hizo ella lo que le pedían y el
rio de la despensa le sirvió una cena; y con la alegría primero se aplicó la mano del ladrón, y por efecto de
de verse al lado de su novio y poder charlar con él, se la milagrosa pomada quedó, en el acto, adherida al
olvidó de cerrar el armario. brazo. Los otros dos se quedaron, respectivamente,
Mientras estaba tan contenta con su soldadito sin con el corazón del cerdo y los ojos del gato.
pensar en que podría ocurrirle nada malo, el gato se El posadero, que había asistido a la operación, se
deslizó furtivamente en la cocina y, encontrando abier- maravilló de su arte y declaró que jamás había visto
ta la puerta del armario, se hizo con la mano, el cora- prodigio semejante, y que los encomiaría y recomen-
zón y los ojos de los cirujanos y se escapó con ellos. daría en todas partes. Ellos pagaron el hospedaje y se
Viajaban por esos mundos tres cirujanos castrenses Una vez cenado el soldadito, la sirvienta quitó marcharon.
que creían conocer muy bien su profesión, y entra- la mesa y, al disponerse a cerrar el armario se dio Durante el camino, el del corazón de cerdo, tan
ron a pasar la noche en una posada. Le preguntó el cuenta de que estaba vacío el plato que le entregara pronto como encontraba un rincón se iba directa-
posadero de dónde venían y adónde se dirigían. el dueño para guardarlo. mente a hozar1 en él, como es costumbre de los cer-
—Vamos por el mundo ejerciendo nuestro arte —¡Desdichada de mí! ¿Y cómo me las arreglo dos. Sus compañeros hacían lo posible por retenerlo,
—respondieron. ahora? —exclamó muy asustada—. Han desapareci- cogiéndolo por los faldones de la guerrera; pero todo
—Mostradme, pues, de lo que sois capaces — do la mano, el corazón y los ojos. ¡La que me espera era inútil; él se soltaba, para precipitarse a los lugares
dijo el patrón. mañana! más sucios.
El primero dijo que se cortaría la mano y a la —No te preocupes —le dijo el soldado—; yo voy También el segundo se sentía algo extraño, y
mañana siguiente volvería a unirla al brazo y que- a arreglarlo. frotándose los ojos, decía al primero:
daría curado. El segundo se comprometió a sacarse Ahí afuera, en la horca, hay colgado un ladrón. —¿Qué pasa, compañeros? Estos ojos no son los
el corazón y volvérselo a poner por la mañana; y el Le cortaré una mano. ¿Cuál era? míos. No veo nada; guíame para que no me caiga.
tercero dijo que se sacaría los ojos, y a la siguiente —La derecha. Y así continuaron, con penas y trabajos hasta
mañana los devolvería a su lugar. La muchacha le dió un afilado cuchillo y el hom- la noche, en que llegaron a otra posada. Entraron
—Si en realidad hacéis lo que decís es que, en bre se fue a cortar la mano del condenado. A con- juntos en la sala general y vieron a un hombre muy
efecto, conocéis vuestra profesión —observó el posa- tinuación tomó al gato y le sacó los ojos. Y ya sólo rico que estaba contando dinero en la mesa de una
dero. Y es que los tres cirujanos tenían una pomada faltaba el corazón. esquina. El de la mano del ladrón dio unas vueltas
capaz de curar cualquier herida; y llevaban siempre —¿No habéis matado un cerdo y guardáis la frente a él, estiró dos o tres veces el brazo y, en un
consigo un frasco de ella. carne en la bodega? momento en que el hombre se volvió, metió mano
Se cortaron, pues, la mano, el corazón y los ojos, —Sí —respondió la sirvienta. en el dinero y se llevó un buen puñado.
respectivamente, tal y como habían dicho y, depo- —Pues no hace falta más —dijo el soldado. El segundo lo vió y le dijo:
sitándolos en un plato, lo entregaron al fondista, el Bajó a la bodega y trajo el corazón del cochino,
cual a su vez lo pasó a una criada para que lo guar- la muchacha lo puso todo en el plato y lo colocó en 1 hozar. 1. tr. Mover y levantar la tierra con el hocico. U. t.
c. intr. Diccionario RAEL [N. del Pr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 234 Todos los cuentos
el profanador de textos
—¿Qué haces, compañero? No debes robar. ¡Qué los siete suabos1 Yackli, que seguía detrás de él sosteniendo tam-
vergüenza! [KHM119] Die sieben Schwaben bién el arma, sintió en las narices no sé qué olor y
—No he podido evitarlo —respondió el otro—. dijo:
Me tira la mano y me fuerza a tomarlo, quiera o no. —Sin duda ocurre algo, pues huelo a pólvora y a
Se fueron luego a dormir, y la habitación esta- mecha quemada.
ba tan oscura que no se veía nada a dos dedos de A estas palabras maese Schulz puso pies en
distancia, cuando de repente, el de los ojos de gato polvorosa y saltó sobre un vallado. Pero como cayó
despertó a sus compañeros exclamando: sobre las púas de un rastrillo que había quedado en
—Hermanos, ¿no veis esos ratoncitos blancos el campo cuando la siega, dio impulso al mango el
que corren por ahí. Los otros dos se incorporaron cual, a su vez, le propinó en la cara un palo de padre
pero no vieron nada; y entonces, dijo él: y muy señor mío.
—Algo nos ocurre a los tres. Seguro que no nos —¡Ay, ay! —se puso a gritar maese Schulz—.
devolvieron lo nuestro. Tenemos que volver a la otra Éranse una vez siete suabos que salieron juntos. El ¡Soy vuestro prisionero! ¡Me rindo, me rindo!
posada, en la que nos engañaron. primero se llamaba maese Schulz; el segundo Yackli, Los otros seis, saltando también en desorden y
A la mañana siguiente desandaron el camino de el tercero Marli, el cuarto Yergli, el quinto Micael, el cayendo unos sobre otros, gritaron a su vez:
la víspera y dijeron al hostelero que no les habían sexto Juan y el séptimo Veitli. —¡Si tú te rindes, también nos rendimos noso-
devuelto las partes de su cuerpo que les pertenecían. Se habían concertado para correr mundo en bus- tros! Al fin, como no apareciese ningún enemigo
El uno había recibido la mano de un ladrón; el ca de aventuras y realizar grandes hazañas. Como de- dispuesto a atarlos y llevárselos, comprendieron que
segundo los ojos de un gato, y el tercero un corazón seaban ir armados y seguros, encargaron una lanza, todo había sido una falsa alarma; y para que la histo-
de cerdo. una sola pero muy larga y recia. La empuñaban los ria no se divulgase y no se convirtiesen en la chacota
El posadero disculpó diciendo que debía ser siete a la vez, yendo delante el más gallardo y osado, de la gente, decidieron callar hasta que alguno de
cosa de la criada. Pero ésta, al ver regresar a los tres, que debía ser maese Schulz, y los demás seguirían ellos la revelase impensadamente.
huyó por la puerta trasera y no volvió a aparecer por por orden, con Veitli en el último lugar. Tras la deliberación, prosiguieron su ruta. Pero el
aquellos lugares. Entonces los tres amigos le exigie- Un buen día del mes de Julio en que habían recorri- segundo peligro que corrieron no puede comparase
ron que los compensase con una fuerte cantidad de do un largo trecho y les faltaba todavía bastante para lle- con el primero. Al cabo de varios días el camino
dinero, amenazándolo con incendiar su casa. gar al pueblo donde querían pasar la noche ocurrió que, los llevó a un barbecho en el que una liebre dormía
El hombre les dio cuanto poseía y algo más que al cruzar un prado, pasó volando a poca distancia un al sol, con las orejas levantadas y los grandes ojos
logró reunir, y los tres marcharon con lo necesario gran abejorro o, tal vez un avispón, que fue a ocultarse vidriados mirando fijamente.
para el resto de su vida. Pero la verdad es que hubie- detrás de una mata zumbando fieramente. Se asustó Todos se asustaron a la vista de aquel animal
ran preferido recobrar lo que les pertenecía. ♣ maese Schulz, y por poco suelta la lanza, al tiempo que salvaje y fiero, y celebraron consejo para acordar lo
un sudor frío le bañaba todo el cuerpo. más conveniente ya que, si huían, el monstruo podía
—¡Escuchad, escuchad! —gritó a sus compañe- lanzarse en su persecución y engullirlos a todos, con
ros— ¡Dios Santo, oigo un tambor! piel y pelo. Así, dijeron:
—Es preciso librar una fiera y descomunal
1 suabo, ba. 1. adj. Natural de Suabia. U. t. c. s. 2. adj. batalla; acometer con valor es ya media victoria
Perteneciente o relativo a esta región de Alemania. —y empuñaron los siete la lanza, yendo maese
Diccionario RAEL [N. del Pr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 235 Todos los cuentos
el profanador de textos
Schulz en primer término y Veitli en último. ¡Pues adelante todos valerosos, —Nuestro compañero Schulz nos llama. Si él
Maese Schulz vacilaba en avanzar; pero Veitli que a dar ejemplo de pechos animosos! puede pasar a pie, ¿por qué no hemos de poder
desde la cola, se sentía muy valiente, deseoso de nosotros?
atacar gritó: Y arremetieron en tropel contra la fiera. Maese Y saltaron todos juntos al agua y se ahogaron,
Schulz, persignándose, invocó la ayuda de Dios; con lo que bien puede decirse que murieron vícti-
¡Adelante en nombre de los suabos, pero viendo que de nada le valía y que el enemigo mas de una rana. ♣
o es que no tenéis nada de bravos! se hallaba cada vez más cerca, en un acceso de terror
prorrumpió a gritar:
Pero Juan le salió al paso diciendo: —¡Hau, hurlehau, hau, hau, hau!
A sus gritos despertó asustada la liebre, y echó
Por mi vida que le es fácil jactarse a correr a grandes saltos. Al ver maese Schulz que
a quien el último procura siempre hallarse. emprendía la fuga, exclamó lleno de alborozo:

Y gritó Micael: Caramba, Veitli, ¿qué es lo que ha pasado?


¡El monstruo fiero en liebre se ha quedado!
Ese bribón no perderá un cabello
que buen cuidado lleva el diablo de ello. La hueste suaba continuó en busca de nue-
vas aventuras. Así llegó a orillas del Mosela, río
Le tocó el turno a Yergli, que dijo: musgoso, apacible y profundo. Como hay escasos
puentes que lo crucen, en muchos lugares la tra-
Si no es el diablo, entonces es su madre, vesía debe hacerse en barcas. Mas esto lo ignora-
o su primo, o tal vez algún compadre. ban los siete suabos y llamaron a un hombre que
estaba trabajando en la orilla opuesta para pre-
A Marli se le ocurrió una buena idea y dijo a guntarle cómo había que pasar el río. Siendo la
Veitli: distancia considerable y extraño el lenguaje de los
aventureros, el hombre no los entendió y pregun-
Anda, Veitli, pasa tú delante, tó, a su vez, en su dialecto:
que yo te seguiré de buen talante. —¿Qué, qué?
Creyó maese Schulz que decía: “¡A pie, a pie!”
Pero Veitli se hizo el sordo, y Yackli dijo entonces: y, como iba el primero según costumbre, se metió
en el río para abrirse camino. Al poco rato se
Debe ser Schulz quien marche a la cabeza hundía en el lodo y las profundas aguas; pero el
y se lleve el honor de la proeza. viento arrastró su sombrero hacia la otra orllla,
y una rana, situándose encima, se puso a croar:
Y maese Schulz, haciendo de tripas corazón dijo “¡Cuec! ¡Cuec!”
con voz grave: Los seis restantes, al oírla, se dijeron:

Jacob & Wilhelm Grimm 236 Todos los cuentos


el profanador de textos
los tres operarios faltará trabajo ni dinero. Hasta llegaréis a ser grandes —¡Naturalmente! —exclamó el dueño.
[KHM120] Die drei Handwerksburschen personajes e iréis en coche. Y el tercero:
Respondió uno: —Y era justo.
—Estamos dispuestos a hacerlo, siempre que no —¡Claro que es justo! —dijo el posadero.
sea en perjuicio de nuestra alma y de nuestra salva- Después que hubieron comido y bebido bien,
ción eterna. llegó el momento de pagar la cuenta, que el dueño
—No —replicó el desconocido—, no tengo inte- entregó a uno de ellos.
rés alguno en ello. —Los tres —dijo éste.
Pero uno de los muchachos le había mirado los —Por dinero —añadió el segundo.
pies y observó que tenía uno de caballo y otro de —Y era justo —acabó el tercero.
hombre, por lo cual no quiso saber nada de él. Mas —Desde luego que es justo —dijo el dueño—;
el diablo declaró: pagan los tres, y sin dinero no puedo dar nada.
—Estad tranquilos. No voy a la caza de vuestras Ellos le abonaron más de lo que les pedía, y al
Éranse tres compañeros de oficio que habían con- almas sino de otra que es ya mía en una buena parte, verlo, los demás huéspedes exclamaron:
venido recorrer el mundo juntos y trabajar siempre y sólo falta que colme la medida. —Esos individuos deben de estar locos.
en una misma ciudad. Llegó un momento, empero, Ante esta seguridad aceptaron la oferta y el diablo —Sí, lo están —dijo el posadero—; les falta un
en que sus patronos apenas les pagaban nada, por lo les explicó lo que quería de ellos. El primero con- tomillo.
que se encontraron con sus recursos casi agotados y testaría siempre de esta forma a todas las preguntas: De este modo permanecieron varios días en la
no sabían de qué vivir. Dijo uno: “Los tres”; el segundo: “Por dinero,” y el último: posada sin pronunciar más palabras que:
—¿Cómo nos arreglaremos? No es posible seguir “Era justo.” Debían repetirlas siempre por el mismo “Los tres,” “Por dinero” y “Era justo.” Pero veían
aquí por más tiempo. Tenemos que marcharnos, y si orden, absteniéndose de pronunciar ninguna palabra y sabían lo que allí pasaba.
no encontramos trabajo en la próxima ciudad, nos más. Y si infringían el mandato se quedarían inme- He aquí que un día llegó un gran comerciante
pondremos de acuerdo con el maestro del gremio diatamente sin dinero, mientras que si lo cumplían con mucho dinero, y dijo al dueño:
para que cada cual le escriba comunicándole el lugar tendrían siempre los bolsillos llenos. De momento —Señor posadero, guardadme esta cantidad,
en que se ha quedado; así podremos separamos con les dio todo el que podían llevar, ordenándoles que pues hay ahí tres obreros que me parecen muy raros
la seguridad de que tendremos noticias los unos de al llegar a la ciudad se dirigiesen a una determinada y temo que me roben.
los otros. hospedería, cuyas señas les dio. Llevó el posadero la maleta del viajero a su cuarto
Los demás convinieron en que esta solución era Ellos lo hicieron así y salió a recibirlos el posade- y se dio cuenta de que estaba llena de oro. Entonces
la más acertada y se pusieron en camino. ro, preguntándoles: asignó a los tres compañeros una habitación en la
A poco se encontraron con un hombre, ricamen- —¿Queréis comer? planta baja y acomodó al mercader en una del piso
te vestido, que les preguntó quiénes eran. A lo cual respondió el primero: alto.
—Somos operarios que buscamos trabajo. Hasta —Los tres. A medianoche, cuando vio que todo el mun-
ahora hemos vivido juntos, pero si no hallamos aco- —Desde luego —respondió el hombre—; ya me do dormía, entró con su mujer en el aposento del
modo para los tres nos separaremos. lo suponía. comerciante y lo asesinó de un hachazo. Cometido
—No hay que apurarse por eso —dijo el hom- Y el segundo añadió: el crimen, fueron ambos a acostarse. A la mañana
bre—. Si os avenís a hacer lo que yo os diga, no os —Por dinero. siguiente se produjo una gran conmoción en la posa-

Jacob & Wilhelm Grimm 237 Todos los cuentos


el profanador de textos
da, al ser encontrado el cuerpo del mercader muerto ayudantes del verdugo los habían subido al patíbulo el príncipe intrépido
en su cama, bañado en sangre. donde el ejecutor aguardaba con la espada desnuda, [KHM121] Der Königssohn, der sich vor nichts
El dueño dijo a todos los huéspedes que se ha- de pronto se presentó un coche tirado por cuatro fürchtet
bían congregado en el lugar del crimen: caballos alazanes, lanzados a todo galope. Y desde la
—Esto es obra de esos tres estrambóticos obre- ventanilla un personaje, envuelto en una capa blan-
ros—, lo cual fue confirmado por los presentes, que ca, venía haciendo signos.
exclamaron: Dijo el verdugo:
—Nadie pudo haberlo hecho sino ellos. —Llega el indulto —y, en efecto, desde el co-
El dueño los mandó llamar y les preguntó: che gritaban: “¡Gracia!, ¡gracia!” Saltó del coche el
—¿Habéis matado al comerciante? diablo, en figura de noble caballero magníficamente
—Los tres —respondió el primero. ataviado, y dijo:
—Por dinero —añadió el segundo. —Los tres sois inocentes. Ya podéis hablar. Decid
—Y era justo —dijo el último lo que habéis visto y oído.
—Ya lo habéis oído —dijo el posadero—. Ellos Y dijo entonces el mayor:
mismos lo confiesan. —Nosotros no asesinamos al comerciante. El Érase una vez el hijo de un rey que estaba cansado
En consecuencia, fueron conducidos a la cárcel culpable está entre los espectadores —y señaló al po- de vivir en el palacio paterno, y como no conocía
en espera de ser juzgados. Al ver que la cosa iba en sadero—. Y en prueba de ello, que vayan a la bodega el miedo, pensó: “Quiero salir a recorrer mundo.
serio les entró un gran miedo; mas por la noche se de su casa donde encontrarán otras muchas víctimas. Así no me aburriré ni se me hará largo el tiempo, y
les presentó el diablo y les dijo: Fueron enviados los alguaciles a comprobar la veré cosas maravillosas.” Se despidió de su padre y
—Aguantad aún otro día y no echéis a perder vues- verdad de la acusación, y cuando lo hubieron comu- se puso en camino, andando incansablemente de la
tra suerte. No os tocarán un cabello de la cabeza. nicado al juez, éste ordenó que fuese decapitado el mañana a la noche sin preocuparse del sitio a que lo
A la mañana siguiente comparecieron ante el criminal. llevara la ruta.
tribunal. Y el juez procedió al interrogatorio: Dijo entonces el diablo a los tres compañeros: Es el caso que fue a parar frente a la casa de un
—¿Sois vosotros los asesinos? —Ahora ya tengo el alma que quería. Quedáis gigante, y sintiéndose muy cansado, se sentó a repo-
—Los tres. libres y con dinero para toda vuestra vida. ♣ sar junto a la puerta. Y al pasear la mirada en de-
—¿Por qué matasteis al comerciante? rredor, vio unos juguetes en el patio de la casa; eran
—Por dinero. unos enormes bolos del tamaño de un hombre.
—¡Bribones! —exclamó el juez—. ¿Y no habéis Le entraron deseos de probarlos y, colocando los
retrocedido ante el crimen? palos en posición, se puso a lanzar los bolos, pro-
—Era justo. rrumpiendo en gritos y exclamaciones cada vez que
—Han confesado y siguen contumaces1 —dijo el acertaba; y se divertía de lo lindo. Oyendo el gigante
juez—. Que sean ejecutados en seguida. el ruido, asomó la cabeza por la ventana y vio aquel
Fueron conducidos al lugar del suplicio, y el hombrecito, no mayor que los demás de su especie,
posadero figuraba entre los espectadores. Cuando los que jugaba con sus bolos.
—¡Renacuajo! —le gritó—. ¿Cómo puedes jugar
1 contumaz. 1. adj. Rebelde, porfiado y tenaz en mantener con mis bolos? ¿De dónde has sacado la fuerza?
un error. Diccionario RAEL [N. del Pr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 238 Todos los cuentos
el profanador de textos
El príncipe levantó la mirada y, al ver al gigante, En el centro del jardín se alzaba el Árbol de la —Me he acalorado con la lucha, y tú también.
le dijo: Vida, y de sus ramas pendían las coloradas manza- Vamos a bañarnos al río para refrescamos antes de
—¡Zoquete! ¿Piensas que sólo tú tienes brazos nas. Se encaramó al tronco, y al intentar tomar uno reanudar el combate.
fuertes? Yo hago todo lo que se me antoja. de los frutos vio que colgaba delante de cada uno El príncipe, que no entendía de perfidias, se fue
Bajó el gigante y estuvo un rato contemplando, un anillo; pasó por él la mano sin dificultad y cortó con él al río y después de quitarse las ropas, y con
admirado cómo manejaba el príncipe los bolos, y la manzana. El anillo se contrajo y se apretó en su ellas el anillo, se echó al agua. Inmediatamente el
luego dijo: brazo y el príncipe sintió, al mismo tiempo, que en gigante se apoderó del anillo y emprendió la fuga.
—Hombrecito, si eres capaz de lo que dices, ve a sus venas se infundía una fuerza prodigiosa. Pero el león, que había presenciado el robo, lo
buscarme una manzana del Árbol de la Vida. Cuando hubo bajado del árbol ya no quiso saltar persiguió, se lo arrancó de la mano y lo devolvió a
—¿Y para qué la quieres? —preguntó el príncipe. la verja como a la ida, sino que se dirigió hacia la su dueño. Entonces el gigante fue a ocultarse detrás
—No es para mí —le respondió el gigante—; enorme puerta, y a la primera sacudida se le abrió con de un roble, y cuando vio a su adversario ocupado
pero tengo una novia que me la reclama. He reco- un fuerte crujido. Salió, y el león que vigilaba, des- vistiéndose, lo atacó a traición y le sacó los ojos.
rrido buena parte del mundo sin poder dar con el pierto ya, se le acercó de un salto pero sin fiereza, sino Y así, el príncipe quedó ciego, indefenso y des-
árbol. manso y rendido, reconociéndolo como su señor. valido. Volviendo luego el gigante y cogiéndolo de
—Pues yo lo encontraré —afirmó el príncipe—. El príncipe llevó al gigante la prometida manzana la mano como si quisiera guiarlo, lo condujo a la
Y nada me impedirá tomar la manzana. y le dijo: cima de una altísima roca, donde lo dejó, pensando:
Dijo el gigante: —¿Ves? La he obtenido sin dificultad. “Unos pasos más y se despeñará. Cuando esté muer-
—¿Crees que es tan fácil? El jardín donde crece el El gigante, contento al ver su deseo tan pronto to podré quitarle el anillo.”
árbol está rodeado de una verja de hierro, delante de satisfecho, corrió a entregar la manzana a su novia. Pero el fiel león no había abandonado a su amo,
la cual hay muchas fieras colocadas una al lado de la Era esta una doncella tan hermosa como inteligente, y al llegar al precipicio lo sujetó por el vestido y lo
otra, que la guardan y no permiten que nadie pase. y al no ver el anillo en su brazo le dijo: hizo retroceder poco a poco.
—A mí me dejarán pasar —dijo el joven. —No creeré que tú hayas conseguido la manzana Al presentarse el gigante con propósito de despo-
—Pero aun suponiendo que logres entrar en el hasta que vea el anillo ciñéndote el brazo. jar al muerto, se dio cuenta de que su ardid había re-
jardín y veas la manzana colgando del árbol, toda- A lo cual replicó el gigante: sultado inútil. “¿No hay, pues, modo de acabar con
vía no podrás decir que sea tuya. Delante de ella —No tengo más que ir a buscarlo a casa —pen- esta criatura tan débil?,” se dijo irritado, y condujo
hay una argolla por la que has de pasar la mano si sando que le sería fácil arrebatárselo a aquel frágil nuevamente al príncipe al abismo por otro camino.
quieres alcanzar y tomar la manzana; y esto no lo ha hombrecito, en el caso de que se negase a entregár- Mas el león, observando sus pérfidos propósi-
conseguido nadie hasta ahora. selo voluntariamente. Fue, pues, a pedírselo; mas el tos, salvó también esta vez a su señor del peligro.
—Pues yo lo conseguiré —dijo el príncipe. príncipe no se lo quiso dar. Cuando ya se hallaban muy cerca del despeñadero
Se despidió del gigante y, atravesando mon- —Donde está la manzana debe estar también el y el gigante soltó al ciego para que siguiese solo, el
tes y valles, campos y bosques, no se detuvo hasta anillo —dijo el gigante—. O me lo das por las bue- animal dio un empellón al monstruo y lo precipitó
haber encontrado el jardín maravilloso. Las fieras nas o tendrás que luchar conmigo. en el fondo de la sima, donde quedó destrozado.
lo rodeaban, efectivamente, pero tenían la cabeza Y entablaron una larga pelea sin que el gigante El fiel animal volvió a apartar a su amo de aquel
gacha y dormían. No se despertaron a su llegada y pudiese vencer al hijo del Rey, fortalecido por la peligroso lugar, guiándolo hasta un árbol junto al
él, pasando por encima trepó a la verja y saltó, sin fuerza mágica del anillo. Acudió entonces el gigante cual fluía un límpido riachuelo. Se sentó allí el prín-
contratiempo, del lado opuesto. a la astucia, diciendo: cipe y el león, echándose y metiendo la garra en el

Jacob & Wilhelm Grimm 239 Todos los cuentos


el profanador de textos
agua, le roció con ella el rostro. Apenas unas gotas le Haciendo como que no lo veían, se sentaron en milagrosa, con la que lo curó completamente. Y al
tocaron las órbitas divisó una tenue luz y vislumbró el centro de la habitación, encendieron fuego y se retirarse vio el príncipe con gran placer que la piel
un pajarito que volaba muy cerca y chocaba contra pusieron a jugar. Cuando uno perdía, exclamaba: de la muchacha se había vuelto blanca hasta las pun-
el tronco de un árbol; luego se sumergió en el ria- —Esto no marcha como debe; hay alguien aquí tas de los dedos.
chuelo, y volviendo a salir, emprendió raudo vuelo, que no es de los nuestros y que tiene la culpa de que Le quedaba una noche de tormento, y fue la peor.
pasando entre los árboles pero sin tocarlos, como si yo pierda. Llegó el tropel de diablos:
hubiese recobrado la vista. —Aguarda, tú que estás detrás de la estufa. —¿Todavía estás aquí? —le gritaron—. Pues vas a
Comprendiendo el príncipe el aviso de Dios, bajó —Voy a buscarte —dijo otro. pasarla tan negra que perderás el resuello.
hasta el agua, se lavó y bañó la cara en ella. Y al in- El alboroto se intensificaba por momentos, y Y lo punzaron, golpearon y arrojaron de un lado
corporarse, tenía otra vez sus ojos, límpidos y claros llegó a ser tal que nadie hubiera podido oírlo sin a otro, tirándole de brazos y piernas como para
como nunca los había tenido. asustarse. Sin embargo, el príncipe seguía tranquila- arrancárselos. Mas él lo sufrió todo sin exhalar un
Dio el príncipe gracias a Dios por la gran merced mente sentado sin sentir miedo alguno. suspiro. Por fin desaparecieron los demonios deján-
que acababa de otorgarle y, seguido de su fiel león, Pero al fin los diablos, levantándose de un salto, dolo sin sentido, como muerto. Ni siquiera pudo
reanudó su viaje. arremetieron contra él en tan gran número, que el levantar la mirada cuando, presentándose la doncella
Un día llegó ante un palacio encantado, a cuya príncipe no pudo defenderse. Echándolo brutalmen- con el agua de vida, lo humedeció y roció con ella.
puerta hallábase de pie una doncella de esbelta figura te al suelo, se pusieron a atormentarlo, pinchándolo, Al momento se sintió libre de todo dolor y fresco y
y lindo rostro, pero de tez negra como azabache. golpeándolo y martirizándolo de mil maneras; pero sano como si despertase de un sueño.
Dirigiéndose al joven le dijo: él aguantó impávido, sin dejar oír una queja. Al Y al abrir los ojos vio junto a sí a la doncella,
—¡Ah, si pudieses redimirme del triste hechizo de amanecer desaparecieron, dejándolo tan exhausto blanca como la nieve y hermosa como la luz del día.
que soy víctima! que apenas podía mover los miembros. —Levántate —le dijo la muchacha—. Blande
—¿Qué debo hacer? —preguntó el muchacho. Al despuntar el día entró en la sala la doncella por tres veces tu espada encima de la escalera y todo
Y ella le respondió: negra, llevando un frasquito en la mano. Contenía quedará desencantado.
—Debes pasar tres noches en la gran sala de este agua de vida, y lo lavó con ella desapareciendo al Y en cuanto lo hubo realizado, quedó todo el
palacio encantado, pero sin permitir que el miedo se momento todo dolor y sintiendo el príncipe que palacio libre del hechizo y la doncella convertida en
apodere de tu corazón. Te harán víctima de los peo- una nueva fuerza circulaba por sus venas. Le dijo la una rica princesa. Entraron los criados a anunciar
res tormentos; pero si resistes sin proferir un grito muchacha: que en el gran salón estaba puesta la mesa y servida
quedaré desencantada. La vida no te la quitarán. —Has resistido bien una noche, pero aún te que- la comida. Comieron y bebieron, y aquella misma
Dijo entonces el príncipe: dan dos por delante. noche se celebró la boda en medio del regocijo
—No tengo miedo. Intentaré la empresa con la Y se alejó, observando entonces el muchacho general. ♣
ayuda de Dios. Entró alegremente en el palacio y, al que los pies se le habían vuelto blancos. A la noche
llegar la noche se instaló en el gran salón, en espera siguiente volvieron los demonios y reanudaron el
de lo que viniere. Hasta medianoche reinó un silen- juego. Después se lanzaron sobre él, maltratándolo
cio absoluto; pero a aquella hora se oyó de repente mucho más cruelmente aún que la víspera, de tal
un gran estruendo, y de todas las esquinas y rinco- modo que le dejaron con el cuerpo lleno de heridas.
nes entraron en la estancia una legión de diminutos Él, empero, lo resistió valientemente y al clarear el
diablillos. alba apareció de nuevo la doncella provista del agua

Jacob & Wilhelm Grimm 240 Todos los cuentos


el profanador de textos
la lechuga prodigiosa pájaro muerto le sacas el corazón y te lo tragas, y des- —Ahí sale del bosque un individuo que lleva en
[KHM122] Der Krautesel de entonces cada mañana, al levantarte, encontrarás el cuerpo un maravilloso tesoro. Tenemos que qui-
una moneda de oro debajo de la almohada. társelo, hijita. Mejor estará en nuestro poder que en
El cazador dio las gracias a la vieja, pensando: el suyo. Se ha tragado el corazón de un pájaro, gra-
“Bonitas cosas me ha prometido. ¡Con tal que sean cias al cual todas las mañanas encuentra una moneda
verdad!” Pero he aquí que apenas había avanzado un de oro bajo la almohada.
centenar de pasos, oyó sobre su cabeza un griterío y Seguidamente la instruyó acerca de cómo debía
un piar de pájaros entre las ramas, tan fuerte que le proceder y, en tono de amenaza y con mirada de
hizo levantar la cabeza. Y entonces vio una banda- enojo le dijo:
da de aves que la emprendían a picotazos y con las —¡Si no me obedeces, te va a pesar!
garras contra una tela, peleándose como si se dispu- Al acercarse el cazador y ver a la doncella, dijo
tasen su posesión. para sí: “He caminado mucho; lo mejor será descan-
Érase una vez un cazador que se fue al bosque para —¡Es extraño! —exclamó el cazador—. sar en este magnífico palacio. Dinero no me falta.”
dirigirse a su paranza.1 Marchaba con el corazón ale- Exactamente como me dijo la viejecita. Pero el verdadero motivo de su resolución era que se
gre y lozano y avanzaba silbando canciones, cuando Se descolgó la escopeta y disparó en medio del sentía atraído por aquella bellísima muchacha.
se le apareció una fea viejecita que le dijo: grupo, produciéndose un gran revuelo de plumas. Llamó a la puerta, y fue recibido amablemente y
—Buenos días, querido cazador. Tú pareces ale- Los animales emprendieron el vuelo con gran atendido con toda cortesía. Al cabo de poco estaba
gre y satisfecho y yo, en cambio, sufro hambre y sed. griterío menos uno que cayó muerto, y con él se des- tan perdidamente enamorado de la muchacha que
Dame una limosnita. prendió el manto. El cazador hizo entonces lo que le no podía pensar sino en ella ni ver sino por sus ojos;
El cazador se compadeció de la pobre abuela, indicara la vieja. Abrió el ave, le sacó el corazón y se y así, hacía cuanto ella le exigía. Dijo entonces la
metió mano en el bolsillo y le dio lo que le permi- lo tragó. Y se llevó también el manto. vieja:
tían sus medios. Al disponerse a seguir su camino, la A la mañana siguiente, al despertarse, acordán- —Es el momento de apoderarse del corazón del
vieja lo detuvo, diciéndole: dose de la promesa quiso comprobar su veracidad. pájaro. Él no se dará cuenta de que ya no lo tiene.
—Atiende, cazador, a lo que voy a decirte. En Y he aquí que, al levantar la almohada, allí estaba, Preparó un brebaje y, una vez estuvo listo, lo ver-
vista de tu buen corazón quiero hacerte un regalo. reluciente, la moneda de oro. Y así, cada mañana tió en una copa y lo entregó a la muchacha para que
Sigue adelante, y dentro de un rato llegarás a un encontró una al levantarse. Retomó pues, un buen lo hiciese beber al cazador. Le dijo la doncella:
árbol en cuya copa hay nueve pájaros, que sostienen montón de dinero, y al fin, se preguntó: “¿De qué —¡Anda querido, brinda por mí!
y zarandean un manto con las garras. Apúntales con me servirá todo este oro, si me quedo en casa? Me Levantó él la copa y, tan pronto como hubo be-
la escopeta y dispara. Soltarán el manto, y además marcharé a correr mundo.” bido, el corazón del ave saltó fuera de su cuerpo, la
caerá muerto uno de ellos. Llévate el manto, que está Se despidió de sus padres, se colgó del hombro muchacha hubo de llevárselo en secreto y tragárselo
encantado. En cuanto te lo cuelgues de los hombros, el morral y la escopeta y se puso en camino. Un a su vez, pues la vieja así lo quiso. A partir de enton-
no tienes más que pedir que te transporte al lugar que día, atravesando un espeso bosque, vio alzarse, en la ces él ya no encontró más dinero bajo la almohada.
desees y estarás en él en un abrir y cerrar de ojos. Al llanura que seguía al bosque un majestuoso palacio. En cambio aparecía debajo de la de ella, y la vieja lo
En una de las ventanas había una vieja y una hermo- recogía cada mañana. Pero el muchacho seguía tan
1 paranza. 1. f. Tollo, chozo o puesto donde el cazador sísima doncella, que miraba abajo. La vieja era una enamorado y ciego, que sólo pensaba en estar al lado
de montería se oculta para esperar y tirar a las reses. hechicera y dijo a la muchacha: de la muchacha.
Diccionario RAEL [N. del Pr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 241 Todos los cuentos
el profanador de textos
Dijo luego la bruja: quitó entonces el manto de los hombros, se lo puso Al fin, pensó: “En último extremo, puedo co-
—Ahora ya tenemos el corazón del pájaro; pero sobre los propios, y recogiendo todas las piedras mer lechuga. No es muy apetitosa pero siempre me
hemos de quitarle el manto prodigioso. preciosas, pidió ser transportada a su casa. refrescará algo.” Buscó una buena lechuga y empezó
Contestó la doncella: Al despertarse el cazador, vio que su amada lo a comerse las hojas blancas. Apenas había engulli-
—No está bien. Basta con que haya perdido su había engañado abandonándolo en aquella salvaje do un par de bocados experimentó una sensación
riqueza. Pero la vieja dijo, muy enojada: montaña. rarísima, como si cambiara de cuerpo. Le crecieron
—Un manto así es algo milagroso que raramente —¡Ay! —exclamó—, ¡cuánta falsía hay en el cuatro patas, una gran cabeza, y dos largas orejas, y
se encuentra en el mundo, lo quiero para mí, y no mundo! —y sumido en inquietud y tristeza empezó vio con espanto que se había transformado en asno.
hay más que hablar. a considerar su difícil situación. Pero como, a pesar de ello, el hambre arreciaba y la
Y dio sus instrucciones a la muchacha, amena- La montaña pertenecía a unos gigantes salva- jugosa ensalada se avenía con su nueva naturaleza,
zándola con que, si no le obedecía, lo pasaría mal. jes y monstruosos que vivían en ella haciendo de siguió comiendo con avidez.
La doncella no tuvo más remedio que someterse a las suyas, y no había transcurrido mucho tiempo Llegó finalmente a otra variedad de lechuga, y no
los mandatos de la bruja, y asomándose a la ventana, cuando vio que se le acercaban tres hombrotes de bien la hubo probado se produjo en él una nueva trans-
se puso a contemplar el vasto panorama con sem- aquéllos. Se tumbó en el suelo, fingiendo dormir formación y recobró su primitiva forma humana.
blante triste. profundamente. Se tumbó entonces en el suelo y se durmió, pues
Le preguntó el cazador: Al llegar los gigantes, el primero le tocó con el pie estaba cansado. Al despertarse a la mañana siguiente,
—¿Por qué estás tan afligida? diciendo: arrancó una cabeza de la lechuga perniciosa y otra
—¡Ay, tesoro mío! —respondió ella—. Allá —¿Qué bicho es éste que yace aquí? de la buena, pensando: “Me ayudará a llegar junto
enfrente está la montaña de los granates, llena de las Dijo el segundo: a los míos y a castigar la deslealtad.” Se guardó las
más ricas piedras preciosas pero, ¡nadie las alcanza! —Aplástalo con el pie. hortalizas, saltó el muro del huerto y se encaminó
Sólo las aves voladoras pueden llegar allí, pero no los Intervino el tercero, despectivo: hacia el palacio de su amada. A los dos o tres días de
hombres. —¡No vale la pena! Dejadlo que viva. Aquí no marcha llegó a él. Después de ennegrecerse el rostro
—Si no tienes más pena que esa —dijo el caza- puede seguir, y si sube hasta la cumbre se lo llevarán de modo que ni su propia madre lo hubiera recono-
dor—, pronto te la quitaré del corazón. las nubes. cido, entró en el edificio y pidió albergué:
Y cogiéndola bajo su manto, pidió ser trasladado Y dicho esto prosiguieron su camino. Pero el —Estoy cansadísimo —dijo—. Hoy no puedo
a la montaña de los granates. En un instante se en- cazador había oído sus palabras y, no bien se hubie- dar ni un paso más.
contraron en ella. Brillaban las preciosas piedras, por ron alejado, se levantó y trepó hasta la cima. Poco Le preguntó la bruja:
doquier, y era una gloria contemplarlas. Tomaron después de estar sentado en ella pasó flotando una —¿Quién sois y en qué os ocupáis?
las más hermosas y refulgentes. Pero la vieja, con sus nube y, cogiéndolo en su seno, después de transpor- —Soy mensajero del Rey —respondió él—, el
artes diabólicas, había hecho que el cazador sintiera tarlo por los aires lo dejó caer sobre un gran huerto cual me envió en busca de la lechuga más sabrosa
una gran pesadez en los ojos, por lo cual dijo a la rodeado de murallas, y el muchacho se encontró en que crece bajo el sol. Tuve la fortuna de encontrarla
muchacha: el suelo sin sufrir daño, entre coles y otras hortalizas. y la llevo conmigo; pero el sol es tan ardoroso que la
—Sentémonos un poco a descansar. Estoy tan —Si al menos tuviese algo de comer. Estoy ham- planta está a punto de marchitarse y no sé si podré
rendido que apenas si las piernas me sostienen. briento, y esto se pondrá cada vez peor. Pero aquí llegar con ella hasta palacio.
Se sentaron, apoyó él la cabeza en el regazo de la no hay ni una triste pera, ni manzana, ni fruta de Al oír la vieja lo de la preciosa ensalada, le entra-
doncella y muy pronto se quedó dormido. Ella le ninguna clase. Todo son coles. ron ganas de comerla y dijo:

Jacob & Wilhelm Grimm 242 Todos los cuentos


el profanador de textos
—Buen campesino, dejadme probar esa lechuga Comió ella entonces y al momento, igual que las —¡Ay amadísimo mío, perdóname el mal que te
maravillosa. otras, perdiendo la figura humana corrió al patio hice obligada por mi madre! Fue contra mi vo-
—¿Por qué no? —respondió él. Traigo dos. Os transformada en burra. luntad, pues te quiero de todo corazón. Tu manto
daré una —y abriendo su morral sacó la mala y se la El cazador, después de lavarse el rostro para que prodigioso está colgado en un armario, y en cuanto
entregó. las transformadas mujeres pudieran reconocerlo, al corazón de pájaro, voy a tomarme en seguida un
La bruja no sospechó nada, y como la boca se bajó al patio y les dijo: vomitivo.
le hiciera agua con el afán de comerse aquel nuevo —Ahora recibiréis el premio que se merece vues- Pero él le contestó:
manjar, fue directamente a la cocina a prepararlo. tra perfidia —y las ató a las tres de una soga y se las —Guárdalo, pues lo mismo da que lo posea uno
Cuando ya lo tuvo a punto, no pudiendo esperar la llevó a un molino, llamó a una ventana, y el moline- que otro, ya que pienso tomarte por esposa.
hora de la comida, tomó unas hojas y se las metió ro se asomó para preguntarle qué deseaba. Y se celebró la boda, y vivieron felices hasta la
en la boca. Apenas las hubo tragado perdió su figura —Llevo aquí tres bestias muy reacias —dijo él—. hora de su muerte. ♣
humana y, transformada en burra, echó a correr al No puedo seguir guardándolas. Si queréis cuidar de
patio. ellas y tratarlas como yo os diga, os pagaré lo que me
En éstas entró la criada en la cocina, y al ver la pidáis.
ensalada aliñada y a punto de servir, cediendo a su —¿Por qué no? —le respondió el molinero—.
antigua costumbre de probar todos los platos, se Pero, ¿cómo debo tratarlas?
comió también unas hojas mientras la llevaba a la Le dijo entonces el cazador que a la burra vieja
mesa. —que era la bruja— le diese una vez de comer y tres
Inmediatamente actuó la virtud milagrosa de la palos cada día; a la mediana, la criada, tres veces de
verdura. La moza se transformó, a su vez, en borrica comer y una de palos y a la menor, la doncella, tres
y corrió a reunirse con la vieja, tirando al suelo la veces de comer y ninguna de palos, pues no tuvo
fuente que contenía la lechuga. Mientras tanto, el valor para hacer que maltratasen a la muchacha.
supuesto mensajero permanecía junto a la bella mu- Luego regresó al palacio, donde encontró cuanto
chacha la cual, viendo que no llegaba la ensalada y necesitaba.
sintiendo unos deseos irresistibles de probarla, dijo: A los pocos días se presentó el molinero para co-
—¡No sé qué pasa con esta lechuga! municarle que la burra vieja, que no había recibido
Y el cazador, pensando: “Seguramente ha hecho más que palos y sólo un pienso al día, había muerto.
ya su efecto,” le dijo: —Las otras dos —prosiguió el hombre —viven y
—Voy a la cocina a informarme. reciben tres piensos diarios; mas parecen tan tristes
Al llegar abajo vio las dos borricas que corrían que no creo duren mucho tiempo.
por el patio, y la ensalada en el suelo. “Muy bien,” El cazador se compadeció y, sintiendo que se
se dijo, “esas dos ya tienen lo suyo.” Retomó el resto le había pasado el enojo, dijo al molinero que las
de la lechuga, la puso en la fuente y fue a servirla a la devolviese. Cuando llegaron les dio de comer lechu-
muchacha. ga de la buena, y en el acto recuperaron su forma
— Yo mismo te traigo este delicioso manjar —le humana. La hermosa muchacha se hincó de rodillas
dijo, para que no tengas que esperar. ante él y le dijo:

Jacob & Wilhelm Grimm 243 Todos los cuentos


el profanador de textos
la vieja del bosque en tal abundancia que no pudo comérselo todo. Una Se encaminó la muchacha a la casita y entró. Allí
[KHM123] Die Alte im Wald vez estuvo satisfecha, dijo: “Es la hora en que las estaba la vieja que, al verla, abriendo unos ojos como
gallinas suben a su palo. Me siento tan cansada que naranjas le dijo:
también yo me acostaría Con gusto en mi cama.” —Buenos días, hija mía.
He aquí que volvió la palomita con otra llave de Pero ella no respondió y se dirigió a la puerta.
oro en el pico: —¿Adónde vas? —exclamó la vieja, reteniéndola por
—Abre aquel otro árbol —le dijo—. Encontrarás la falda—. Esta es mi casa, y nadie puede entrar sin
en él una cama. mi permiso.
Y en efecto, al abrirlo apareció una hermosa y Pero la muchacha no abrió la boca, y soltándo-
blanda cama. La joven rezó sus oraciones pidiendo a se de una sacudida, entró en la habitación. Sobre
Dios Nuestro Señor que la guardase durante la no- la mesa había una gran cantidad I de sortijas que
che; seguidamente se metió en el lecho y se durmió. brillaban y refulgían como estrellas. Las esparció
Una pobre criada cruzaba cierto día un bosque A la mañana siguiente apareció por tercera vez la todas buscando la sencilla; mas no aparecía por
acompañando a sus amos, y hallándose en lo más palomita y le dijo: ninguna parte. Mientras estaba así ocupada vio que
espeso salieron de entre la maleza unos bandidos, —Abre aquel árbol de allí y encontrarás vestidos. la vieja se escabullía con una jaula que encerraba un
que los asesinaron a todos menos a la muchacha, la Y al hacerlo, salieron vestidos magníficos, adorna- pájaro. Corriendo a ella, le quitó de la mano la jaula.
cual, asustada, había saltado del coche para ocultarse dos con oro y pedrería, dignos de la más encumbra- El pájaro tenía en el pico el anillo que buscaba. Se
detrás de un árbol. da princesa. Y la muchacha vivió allí una temporada, apoderó de él y se apresuró a salir de la casa, pensan-
Cuando los bandoleros se hubieron alejado con el presentándose la palomita todos los días para aten- do que acudiría la palomita a buscar la sortija; pero
botín, salió ella de su escondrijo y contempló aquella der las necesidades de la muchacha. Y era de verdad no fue así.
enorme desgracia. Echándose a llorar amargamente, una vida buena y tranquila. Se apoyó entonces en un árbol, dispuesta
dijo: “¡Qué voy a hacer ahora, desdichada de mí! No Pero un día le preguntó la paloma: a aguardar la llegada de la paloma, y mientras
sabré salir del bosque, en el que no vive un alma. —¿Quieres hacer algo por mí? estaba allí, le pareció como si el árbol se volviera
Habré de morir de hambre.” —Con toda mi alma —respondió la muchacha. blando y flexible y bajara las ramas. Y de pronto
Y por más que corrió de un lado a otro buscando Le dijo entonces la palomita: las ramas le rodearon el cuerpo y se transforma-
un camino, no pudo hallar ninguno. Al anochecer —Te llevaré a una casa muy pequeña. Entrarás y, ron en dos brazos, y al volverse ella, vio que el
se sentó al pie de un árbol y se encomendó a Dios, junto al hogar, estará sentada una vieja que te dirá: árbol era un apuesto joven que, abrazándola y
firmemente decidida a quedarse allí, pasara lo que “Buenos días.” Pero tú no respondas, haga lo que besándola, le dijo:
pasara. Al cabo de un rato llegó volando una pa- haga, sino que te diriges hacia la derecha, donde hay —Me has redimido y librado del poder de la
lomita blanca con una llavecita de oro en el pico. una puerta, la abres y te encontrarás en un apo- vieja, que es una malvada bruja. Me había trans-
Depositándola en su mano, le dijo: sento con una mesa sobre la cual verás un montón formado en árbol y todos los días me convertía por
—¿Ves aquel gran árbol de allá? Tiene una cerra- de anillos de todas clases. Los hay magníficos, con dos horas en una paloma blanca, sin que pudiese yo
dura; ábrela con esta llave. Dentro encontrarás co- centelleantes piedras preciosas; pero déjalos. Busca, recobrar la figura humana mientras ella estuviese en
mida en abundancia y no tendrás que sufrir hambre. en cambio, uno muy sencillo que ha de estar entre posesión del anillo.
Se dirigió la muchacha al árbol, lo abrió y encon- ellos. Cógelo y tráemelo lo más rápidamente que Quedaron desencantados al mismo tiempo sus
tró dentro una escudilla llena de leche y pan blanco puedas. criados y caballos, todos ellos transformados tam-

Jacob & Wilhelm Grimm 244 Todos los cuentos


el profanador de textos
bién en árboles, y todos juntos se marcharon a su los tres hermanos estaba también seguro de ser el heredero. En cuanto
reino, pues se trataba del hijo de un rey. Allí se casa- [KHM124] Die drei Brüder al profesor de esgrima, hubo de recibir más de una
ron la muchacha y el príncipe, y vivieron felices. ♣ estocada, pero apretó los dientes y no se desanimó,
pensando: “Si temo a las cuchilladas me quedaré sin
casa.”
Transcurrido el tiempo concertado, volvieron a
reunirse los tres con su padre. Pero no sabían cómo
encontrar la ocasión de mostrar sus habilidades.
Mientras estaban deliberando sobre el caso, vieron
una liebre que corría a campo traviesa.
—¡Mirad! —dijo el barbero—. Esta liebre nos
viene al dedillo —y tomando la bacía1 y el jabón,
Érase un hombre que tenía tres hijos y por toda for- preparó bien la espuma: cuando llegó a su altura el
tuna, la casa en que habitaba. A cada uno de los tres animal, lo enjabonó y afeitó en plena carrera de-
le hubiera gustado heredarla, mas el padre los quería jándole un bigotito, y todo ello sin hacerle un solo
a todos por igual y no sabía cómo arreglárselas para corte ni el menor daño.
dejar contentos a los tres. Tampoco estaba dispuesto —Me ha gustado —dijo el padre—; y si tus her-
a vender la casa, pues había pertenecido ya a sus bis- manos no se esmeran mucho, tuya será la casa.
abuelos; de no ser así, la habría convertido en dinero Al poco rato llegó un señor en coche, a toda
y lo habría repartido entre los muchachos. velocidad.
Se le ocurrió, al fin, una solución y dijo a los —Padre, ahora veréis de lo que yo soy capaz
muchachos: —dijo el herrero, y sin detener al caballo, que iba
—Salid a recorrer mundo y que cada cual apren- lanzado al galope, le arrancó las cuatro herraduras y
da un oficio. le puso otras nuevas.
Cuando regreséis, la casa será para el que demues- —¡Muy bien! —exclamó el padre—. Estás a la
tre mayor habilidad en su arte. altura de tu hermano. No sé a quién de vosotros voy
Los hijos se avinieron. El mayor resolvió aprender a dejar la casa.
la profesión de herrero; el segundo quiso hacerse Dijo entonces el tercero:
barbero, y el último profesor de esgrima. Luego cal- —Padre, esperad a que yo os muestre mis
cularon el tiempo que tardarían en volver a su casa, habilidades.
y partieron cada uno por su lado. En esto empezó a llover y el muchacho, desenvai-
Tuvieron la suerte de encontrar buenos maestros, nando la espada se puso a esgrimirla sobre su cabeza
y los tres salieron excelentes oficiales. El herrero llegó con tal agilidad que no le cayó encima ni una sola
a herrar los caballos del Rey y pensó: “Ya no cabe 1 bacía. 1. f. vasija. 2. f. Vasija cóncava que usaban los bar-
duda de que la casa será para mí.” El barbero tenía beros para remojar la barba, y que tenía, por lo común,
entre su clientela a los más distinguidos personajes y una escotadura semicircular en el borde. Diccionario
RAEL [N. del Pr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 245 Todos los cuentos
el profanador de textos
gota de agua. La lluvia fue arreciando hasta caer a el diablo y su abuela —Somos soldados y hemos desertado por lo es-
cántaros; pero él menudeaba las paradas con veloci- [KHM125] Der Teufel und seine Grossmutter caso de la paga. Si continuamos aquí moriremos de
dad siempre creciente, quedando tan seco como si se hambre; y si salimos nos ahorcarán.
encontrase bajo techado. —Si estáis dispuestos a servirme por espacio
Al verlo el padre, no pudo por menos de de siete años —dijo el dragón—, os conduciré a
exclamar: través del ejército de manera que no seáis vistos
—Te llevas la palma; tuya es la casa. por nadie.
Los otros dos hermanos se conformaron con la —No tenemos otra alternativa. No nos queda
sentencia como se habían obligado de antemano. más que aceptar —respondieron.
Pero los tres se querían tanto que siguieron Y entonces el dragón los tomó con sus garras y,
viviendo juntos en la casa, practicando cada cual su elevándolos en el aire, por encima del ejército, fue a
oficio; y como eran tan buenos maestros, ganaron depositarlos en el suelo a gran distancia. Pero aquel
mucho dinero. dragón era el diablo en persona. Les dió un latiguillo
Y así vivieron unidos hasta la vejez; y cuando el Hubo una gran guerra para la cual el Rey había y les dijo:
primero enfermó y murió, tuvieron tanta pena los reclutado muchas tropas. Pero como les pagaba muy —Hacedlo restallar y caerá tanto dinero como
otros, que enfermaron a su vez y no tardaron en poco no podían vivir de ella, y tres hombres se con- pidáis. Podréis vivir como grandes señores, sostener
seguir al mayor a la tumba. centraron para desertar. Dijo el uno a los otros: caballos e ir en coche. Pero cuando hayan pasado los
Y como habían sido tan hábiles artífices y se —Si nos cogen, nos ahorcarán. ¿Cómo lo siete años seréis míos.
habían querido tan entrañablemente, fueron enterra- haremos? Y sacando un libro y abriéndolo, los obligó a
dos juntos en una misma sepultura. ♣ Respondió el segundo: firmar en él.
—¿Veis aquel gran campo de trigo? Si nos oculta- —De todos modos —les dijo—, antes os plan-
mos en él nadie nos encontrará. El ejército no puede tearé un acertijo, y si sois capaces de descifrarlo
entrar allí, y mañana se marcha. quedaréis libres y ya ningún poder tendré sobre
Se metieron, pues, en el trigo; pero la tropa no vosotros.
se marchó, contra lo previsto, sino que continuó El dragón se alejó volando y ellos, haciendo
acampada por aquellos alrededores. restallar el látigo, en seguida tuvieron dinero en
Los desertores permanecieron ocultos durante abundancia. Encargaron lujosos vestidos y se fueron
dos días con sus noches; pero al cabo, se sintieron a a correr mundo. En todas partes vivían en buena paz
punto de morir de hambre. Y si salían, su muerte era y alegría, tenían caballos y coches, comían y bebían,
segura. Se dijeron entonces. pero sin hacer nunca nada malo. Pasó el tiempo
—¡De qué nos ha servido desertar, si también rápidamente, y cuando ya los siete años llegaban a
habremos de morir aquí miserablemente! su fin, dos de ellos empezaron a sentirse angustiados
En esto llegó, volando por los aires y escupien- y temerosos. El tercero, en cambio, se lo tomaba a
do fuego, un dragón que se posó junto a ellos y les broma, diciendo:
preguntó por qué se habían ocultado allí. Ellos le —No temáis hermanos; yo no soy tonto y adivi-
respondieron: naré el acertijo.

Jacob & Wilhelm Grimm 246 Todos los cuentos


el profanador de textos
Salieron al campo y se sentaron, aquellos dos La abuela puso la mesa y sirvió las viandas y be- Respondió el primer soldado:
siempre tan tristes y cariacontecidos. Llegó entonces bidas, procurando satisfacerlo. Ella se sentó también —En el Mar del Norte hay un caballo marino
una vieja y les preguntó el motivo de su tristeza. y comieron y bebieron juntos. Durante la conversa- muerto. Este será el asado.
—¡Bah! ¿Para qué vamos a contarlo? Tampoco ción, la abuela le preguntó cómo había pasado el día Se irritó el diablo y, refunfuñando, “¡hum, hum!”
podréis arreglar nada. y cuántas almas había conquistado. Preguntó al segundo:
—¿Quién sabe? —respondió la vieja—. ¡Ea, con- —Hoy he tenido mala suerte —respondió el dia- —¿Y cuál será vuestra cuchara?
tadme vuestro apuro! blo—; pero hay tres soldados que no se me escaparán. —El costillaje de una ballena, ésa será nuestra
Le dijeron entonces que habían sido criados del —¡Ah, tres soldados! —replicó la vieja—. Esos cuchara de plata.
diablo por espacio de casi siete años, recibiendo no son tontos, aún se te pueden escapar. Torció el diablo el gesto y, volviendo a refunfuñar
de él dinero a raudales; mas para ello habían debi- Pero el diablo dijo, irónico: “¡hum, hum, hum!,” se dirigió al tercero:
do firmar que le pertenecían y se le entregarían si, —Son míos. Les plantearé un acertijo que jamás —¿Sabéis también cuál ha de ser vuestra copa de
transcurridos los siete años, no lograban descifrar un serán capaces de descifrar. vino?
enigma que él les propondría. Dijo entonces la vieja: —¿Y qué acertijo es? —preguntó ella. —Un viejo casco de caballo, ésa será nuestra copa
—Si queréis que os ayude, uno de vosotros debe —Te lo diré. En el Mar del Norte hay un caballo de vino.
irse al bosque. marino muerto que será su asado; y el costillaje de Al oír esto, el diablo soltó una palabrota y salió a
Llegará a un muro de rocas derruido, que tiene una ballena será su cuchara de plata; y un viejo casco escape, perdido todo poder sobre ellos.
el aspecto de una casita. Que entre allí y hallará el de caballo hueco será su copa de vino. Los soldados se quedaron con el látigo, con el
remedio. Cuando el diablo se acostó, quitó la abuela la cual tuvieron el dinero a manos llenas y vivieron
Los dos pesimistas pensaron: “Esto no nos ha de piedra, dejando salir al soldado. felices el resto de sus días. ♣
salvar,” y siguieron sentados. Pero el tercero, siempre —¿Tomaste buena nota de todo?
animoso, se puso en camino bosque adentro, hasta —Sí —respondió él—. Sé lo bastante y ya saldré
que llegó a la choza de piedras. En su interior había de apuros.
una mujer más vieja que Matusalén, que era la abuela Y marchó por la ventana y fue a reunirse con sus
del diablo, y le preguntó de dónde venía y qué quería. amigos por un camino distinto, a toda prisa.
Le explicó el joven todo lo que le había ocurrido, Les contó les cómo el diablo había sido engaña-
y como le fue simpático a la vieja, ésta se compade- do por su abuela y cómo había oído, de sus propios
ció de él y le dijo que estaba dispuesta a ayudarle. labios, la solución del acertijo. Los tres pusieron más
Apartando una gran piedra que cerraba la entrada de contentos que unas Pascuas y haciendo restallar el
una bodega: látigo acumularon tanto dinero que se les saltaba por
—Escóndete aquí —le ordenó—; podrás oír todo el suelo. En el momento en que terminaban los siete
lo que hablemos; tú permaneces quieto, sin moverte años, se presentó el diablo con su libro y, mostrán-
ni chistar. Cuando llegue el dragón le preguntaré doles sus firmas les dijo:
por el enigma y me lo dirá todo. Fíjate tú en sus —Voy a llevaros al infierno conmigo donde se
respuestas. celebrará un banquete. Si sois capaces de adivinar
A las doce de la noche llegó el dragón volando y el asado que se os serviré quedaréis libres, y además
pidió la cena. podréis guardaros el látigo.

Jacob & Wilhelm Grimm 247 Todos los cuentos


el profanador de textos
Fernando leal y Fernando desleal debía ir a un erial, donde encontraría un palacio Cuando te halles en situación difícil no tienes
[KHM126] Ferdinand getreu und Ferdinand cuya puerta se abría con aquella llave; y lo que con- más que hacerla sonar. Yo acudiré a ayudarte.
ungetreu tuviese sería suyo. —Siguió nuestro muchacho cabalgando, y al
Cuando el pequeño llegó a los siete años, salió un cabo de un rato se cruzó con un individuo que le
día a jugar con otros chiquillos y resultó que todos preguntó adónde se dirigía.
habían recibido a cuál más regalos de sus respectivos —Al primer pueblo —le respondió Fernando.
padrinos; sólo él se había quedado sin nada. —¿Y cómo te llamas?
Regresó llorando a su casa y preguntó a su padre: —Fernando Leal.
—¿Así a mí no me ha traído nada mi padrino? —¡Mira! —observó el otro—. Casi tenemos el
—Sí —dijo el padre—, te ha regalado una llave. mismo nombre: Yo me llamo Fernando Desleal.
Cuando veas un palacio en el erial, te diriges a él y lo Siguieron juntos y se apearon en la posada de la
abres. primera ciudad.
Fue el niño, pero no encontró ni rastro del pala- Mala cosa era que Fernando Desleal supiese todo
Éranse una vez un hombre y una mujer casados y cio. Pero al volver al cabo de otros siete años, o sea al lo que el otro pensaba y se proponía hacer; y lo sabía
muy ricos, pero sin hijos. Perdieron su fortuna y cumplir los catorce, vio un palacio que se alzaba en por sus malas artes.
entonces les nació un niñito. Pero no pudiendo en- medio de aquel desierto. Sucedió que en la posada vivía una muchacha,
contrar padrino para su bautizo dijo el hombre que Abrió la puerta y dentro sólo encontró un caballo honesta y de lindo rostro. Se enamoró de Fernando
se iría a otro pueblo para tratar de conseguir uno. blanco. El muchacho, contentísimo con el animal, Leal, que era un joven de muy buena presencia, y le
En el camino se encontró con un mendigo que le lo montó en seguida y dijo a su padre: preguntó adónde iba.
preguntó adónde iba, y él le contestó que se dirigía a —Ahora que tengo caballo quiero irme de viaje. —¡Voy sin rumbo fijo! —le dijo Fernando, a lo
tal lugar en busca de un padrino de bautismo, pues Y se marchó. Y he aquí que durante el camino cual contestó ella que haría mejor quedándose allí,
era tan pobre que nadie se prestaba a serlo. vio en el suelo una pluma de escribir. Su primera pues había en el país un rey que necesitaba un criado
—Mirad —dijo el hombre—. Vos sois pobre y idea fue tomarla, mas luego pensó: “Vale más dejarla o un postillón1 y lo tomaría a su servicio. Objetó él
yo también. Me avengo a ser el padrino; pero es tan donde está. En todas partes encontraré plumas cuan- que no podía presentarse así como así, y ofrecerse
poco lo que tengo que no podré obsequiar con nada do las necesite. Y pasó de largo. Mas de pronto oyó para ello.
a vuestro hijo. Id a decir a la comadrona que lleve al una voz detrás de él: —De esto me encargo yo —replicó la muchacha.
niño a la iglesia. —¡Fernando Leal, recógeme! Se fue a palacio y dijo al Rey que conocía a
Cuando llegaron todos al templo ya los aguar- El muchacho volvió, pero no vio a nadie. un muchacho muy a propósito para criado suyo.
daba el mendigo en él y puso al niño el nombre de Desmontó y tomó la pluma. Al cabo de un trecho Dispuso el Rey que se presentara y le ofreció el cargo
Fernando Leal. Al salir, dijo el pordiosero: pasó junto a un río en cuya orilla vio un pez jadean- de ayuda de cámara. El muchacho dijo que prefería
—Idos ahora a casa; nada puedo daros ni voso- do fuera del agua. ser postillón, pues donde estuviese su caballo allí
tros debéis darme nada a mí. —Espera, amiguito —le dijo—. Voy a echarte al debía de estar él; y el Rey lo nombró postillón.
Sin embargo, entregó una llave a la comadrona agua —y cogiéndolo por la cola lo devolvió al río. El Al saberlo Fernando Desleal, dijo a la doncella:
con encargo de darla al padre una vez estuviesen en pez sacó entonces la cabeza: 1 postillón. 1. m. Mozo que iba a caballo, bien delante de
casa. El padre debería guardarla hasta que su hijo —Ya que me has sacado del fango te voy a dar las postas para guiar a los caminantes, bien delante de un
cumpliese los catorce años. Entonces el muchacho una flauta. tiro para conducir al ganado. Diccionario RAEL [N. del
Pr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 248 Todos los cuentos
el profanador de textos
—Conque a él le ayudas y a mí no, ¿eh? pan. Pues hay los gigantes del mar, que te destroza- libros, advirtiéndole que, de no traerlos, perdería la
—Bueno —respondió la moza—, también me rían si no les llevas carne; y las grandes aves del cielo, cabeza. Bajó el muchacho otra vez al establo lloran-
interesaré por ti —pensando: “Me conviene tenerlo que te sacarían los ojos si no les das pan. do y dijo a su querido caballito blanco:
por amigo, pues de éste no hay que fiar.” Ordenó el Rey que todos los matarifes del país —Tengo que emprender de nuevo el viaje. ¿Qué
Y volviendo a ver al Rey, lo propuso para criado y sacrificasen reses y todos los panaderos cociesen pan, debo hacer? El caballo le aconsejó que cargase los
el monarca aceptó. Cada mañana, al vestir Fernando hasta llenar los dos barcos. Cuando estuvieron carga- barcos como la vez anterior, y todo ocurrió como
Desleal a su señor se lamentaba éste: dos, dijo el caballito a Fernando Leal: entonces: los gigantes y las aves se amansaron al
—¡Ah, si estuviese aquí mi amadísima! —Ahora móntame y condúceme al barco. quedar ahítos de carne y pan.
El criado tenía ojeriza a Fernando Leal y en cierta Después, cuando se presenten los gigantes, les dices: Al llegar al palacio, le dijo el caballo que entrase
ocasión en que el Rey volvió a exclamarse, le dijo: a buscar los libros; se hallaban sobre la mesa del
—Tenéis al postillón; enviadle en su busca. Y si Quietos, quietos, mis gigantitos: dormitorio de la princesa. A poco regresó Fernando
no os la trae, mandáis cortarle la cabeza. de vosotros me acordé Leal con los libros; pero al estar ya en alta mar se le
Llamó el Rey a Fernando Leal y le dijo que en Y un bocadito os echaré. cayó al agua la pluma. Le dijo entonces el caballo:
tal y cual parte vivía la mujer que amaba; iría él a —Ahora ya no puedo hacer nada más por ti.
buscarla y si no volvía con ella sería castigado con la Y cuando lleguen las aves, repites: El muchacho se acordó entonces de la flauta y
muerte. se puso a tocarla; y he aquí que unos momentos
Se dirigió Fernando Leal al establo, a su caballo Quietas, quietas, mis avecillas; después asomó el pez en la superficie con la pluma
blanco, llorando y lamentándose: de vosotras me acordé en la boca y se la entregó. Y Fernando llevó los libros
—¡Ah, desventurado de mí! —cuando de pronto Y un bocadito os echaré. a palacio y muy pronto se celebró la boda.
alguien exclamó detrás de él: Pero la Reina sentía una gran repugnancia hacia
—Fernando Leal, ¿por qué lloras? Y no te harán ningún daño; y cuando llegues al el Rey, que no tenía nariz, y un día en que se halla-
El muchacho se volvió, pero no viendo a nadie, palacio los gigantes te ayudarán. Cuando subas a ban reunidos todos los nobles de la Corte declaró
prosiguió con sus quejas: él, llévate a dos o tres. Allí está la princesa dormida; que entendía el arte de juegos de manos. Sabía, por
—¡Mi caballito querido, tendré que abandonarte, pero no debes despertarla sino que los gigantes la ejemplo, cortar la cabeza a una persona y volvérse-
pues debo morir! transportarán al barco junto con la cama. la a colocar, embelleciéndola. Se ofreció a hacer la
Y otra vez oyó: Todo sucedió tal y como predijera el caballito experiencia, mas ninguno quiso ser el primero.
—Fernando Leal, ¿por qué lloras? blanco: Fernando Leal dio a los gigantes y a las aves Al fin hubo de someterse a la prueba Fernando
Entonces se dio cuenta de que era el caballo el lo que para ellos había traído, y los gigantes, ser- Leal, siempre víctima de la perfidia del otro
que hablaba. viciales, le transportaron a la princesa al barco sin Fernando. La Reina le cortó la cabeza y, acto segui-
—¿Eres tú, caballito mío? ¿Puedes hablar? Debo moverla del lecho. do, se la colocó de nuevo, quedando el muchacho
ir en busca de la novia del Rey. ¿Sabes tú acaso la Cuando la princesa estuvo junto al Rey le dijo completamente curado. Sólo le quedó como un
manera de hacerlo? que no podía vivir sin sus libros, que se habían que- hilito rojo en torno al cuello.
Le respondió el caballo: dado en el palacio. Dijo entonces el Rey a su esposa:
—Ve al Rey y le dices que si te proporciona lo Fue llamado nuevamente Fernando Leal, siempre —¡Hijita! ¿Dónde aprendiste eso?
que necesitas, le traerás a su novia. Y lo que necesitas a instigación del Desleal, a presencia del Rey, quien —¡Oh! —exclamó la Reina—. Entiendo mucho
para ello es un barco lleno de carne, y otro lleno de le dio orden de volver al palacio en busca de los de este arte. ¿Quieres que lo pruebe contigo? —dijo,

Jacob & Wilhelm Grimm 249 Todos los cuentos


el profanador de textos
pensando en ponerle de nuevo la cabeza, con una el horno de hierro —Debes volver con un cuchillo y abrir con él un
hermosa nariz. [KHM127] Der Eisenofen agujero en el hierro.
—Sí —dijo el Rey. Y ella le cortó la cabeza a Le dió luego un guía que la acompañó sin pro-
su vez, pero luego no encontró el modo de enca- nunciar una sola palabra, y a las dos horas se hallaba
jarla debidamente, con lo que el Rey murió y lo en su casa.
enterraron. La vuelta de la princesa causó gran regocijo en
Algún tiempo después, la Reina, que en secreto palacio. El viejo rey la abrazó y besó cariñosamente.
estaba prendada de Fernando Leal, se casó con él. Ella, empero, con semblante triste y desolado le dijo:
El joven seguía montando a todas horas el caballo —Padre mío, ¡lo que me ha ocurrido! No ha-
blanco del difunto Rey y en cierta ocasión en que bría logrado salir del inmenso bosque salvaje de no
había salido con él, le dijo el animal que lo llevase haberme topado con un horno de hierro al cual he
a otro erial que le indicaría y le diese tres veces la debido prometer por escrito que volvería para redi-
vuelta. En aquellos tiempos en que aún solían realizarse los mirlo y casarme con él.
Y he aquí que a la tercera el caballo blanco, incor- deseos, una vieja hechicera encantó a un príncipe, El Rey se asustó hasta tal punto que por poco
porándose sobre las patas traseras, de repente quedó condenándolo a vivir en un bosque metido en un cae desmayado pues era su única hija. Tras deliberar,
transformado en un príncipe. ♣ gran horno de hierro. Pasó en él muchos años sin convinieron en que en su lugar enviarían a la hija
que nadie pudiese redimirlo, cuando he aquí que del molinero, que era una muchacha lindísima. La
un día se extravió una princesa en aquel bosque, de condujeron hasta el horno y, dándole un cuchillo,
tal modo que no lograba salir de él y encontrar el le ordenaron que raspase el hierro hasta agujerearlo.
camino de vuelta al reino de su padre. Estuvo la joven trabajando por espacio de veinticua-
Al cabo de nueve días de andar vagando por la tro horas sin conseguir hacer la menor mella en el
selva, llegó ante la gran caja de hierro y oyó que salía hierro. Al clarear el alba una voz surgida del interior
de ella una voz que le preguntaba: del horno dijo:
—¿De dónde vienes y adónde vas? —Me parece que empieza a ser de día.
Respondió la princesa: —También a mí me lo parece —respondió la
—He perdido el camino que conduce al reino de muchacha. Creo que oigo el ruido del molino de mi
mi padre y no puedo volver a casa. padre.
Dijo entonces el horno de hierro: —Entonces tú eres le hija del molinero. Márchate
—Te ayudaré a regresar a tu casa en muy breve y di a la princesa que venga.
tiempo, si te comprometes por escrito a hacer lo Fue la muchacha a comunicar al anciano rey que
que te pida. Soy hijo de un rey más poderoso que tu el del bosque no la quería a ella sino a la princesa. Al
padre y me casaré contigo. oírlo se asustó el Rey y su hija se echó a llorar. Pero
Se espantó ella, pensando: “¡Dios del cielo! ¿Qué les quedaba todavía la hija de un porquerizo, que
haría yo con un horno?” Pero como tenía grandes era aún más hermosa que la molinera, y resolvieron
deseos de regresar al lado de los suyos, suscribió la ofrecerle una cantidad de dinero para que sustituyese
promesa. Le dijo él: a la princesa y fuese en su lugar al horno del bosque.

Jacob & Wilhelm Grimm 250 Todos los cuentos


el profanador de textos
La acompañaron hasta allí, y la muchacha se pasó de cristal y cortantes espadas. Sin embargo, el hijo con el príncipe. Les dijo también que su propósito
también veinticuatro horas raspando sin obtener del Rey estaba desencantado. era buscarlo por montes y valles, hasta encontrarlo.
resultado alguno. La princesa se despidió de su padre y, llevándo- Habló entonces el sapo gordo:
Al amanecer volvió a sonar la voz que salía del se algo de dinero, volvió al inmenso bosque. Mas
horno: por mucho que buscó el horno, no lo encontró en Ama verde y tronada, pata arrugada,
—Me parece que empieza a ser de día. ninguna parte. trasto de mujer
—También a mí me lo parece —respondió Al cabo de nueve días de vagar por aquellos lu- que no sirve para nada:
ella—. Creo que oigo sonar el cuerno de mi padre. gares su hambre era tan grande que la muchacha se aquella caja grande me vas a traer.
—Entonces tú eres la hija del porquerizo. Vete sentía desfallecer por momentos. Al llegar el crepús-
inmediatamente a decir a la princesa que venga, y culo se encaramó a un pequeño árbol, con intención Fue el pequeño a saltitos y volvió en seguida con
recuérdale que le ocurrirá lo que le prometí, y que si de pasar en él la noche, pues temía a las fieras de la la caja.
no viene todo el reino caerá en ruinas y no quedará selva. A medianoche descubrió a lo lejos una luceci- Le sirvieron luego la cena y cuando ya hubo
piedra sobre piedra. ta, y pensó: “Seguramente allí estaría a salvo.” Bajó comido y bebido la acompañaron a una cama pri-
Al oír estas palabras, la princesa prorrumpió a llo- del árbol y se dirigió al lugar donde viera la luz, y morosamente hecha, toda de seda y terciopelo, en la
rar. Pero no había otro remedio: había que cumplir durante el camino iba rezando. que se acostó y durmió toda la noche en santa paz.
lo prometido. Se despidió de su padre y se encaminó Llegó a una casita rodeada de abundante hierba Al llegar el nuevo día se levantó, y el viejo sapo le
al bosque provista de un cuchillo. Llegado que hubo y que tenía delante un montoncito de leña. “¡Ay!,” dio tres agujas que sacó de la gran caja, diciéndole
al lugar se puso a rascar y el hierro cedió fácilmente, pensó, “¿dónde habré venido aparar?” Miró por la que se las llevase, que las necesitaría, pues debería
de modo que al cabo de dos horas había abierto ya ventana y vio en el interior sapos grandes y chicos atravesar una alta montaña de cristal, tres cortan-
un pequeño orificio en la plancha. Mirando por él y una mesa magníficamente preparada, con vino y tes espadas y un gran río; si lograba salvar aquellos
vio en el interior a un joven tan hermoso y tan bri- asado; y las copas eran de plata. Cobrando ánimos, obstáculos, recuperaría a su amado. Le dió, además,
llante de oro y piedras preciosas, que su alma quedó dio unos golpecitos en los cristales. Inmediatamente otros objetos, recomendándole los guardase con gran
prendada en el acto. Siguió raspando sin parar, hasta gritó el sapo gordote: cuidado: una rueda de arado y tres nueces.
que el agujero fue ya lo bastante grande para que el Con todo ello se marchó la doncella y al llegar a
príncipe pudiese salir por él. Ama verde y tronada, pata arrugada, la montaña de cristal, tan lisa y resbaladiza, metió
Le dijo entonces el joven: trasto de mujer las tres agujas, primero detrás de los pies y luego
—Eres mía y yo soy tuyo; eres mi prometida y que no sirve para nada: delante, y así pudo pasar. Y una vez hubo pasado,
me has redimido. quien hay ahí fuera, presto ve a ver. las guardó en un lugar que procuró grabarse en la
Y quiso llevársela directamente a su reino; pero memoria.
ella le rogó que le permitiese ir a despedirse de su Salió a abrir un sapo pequeñito. Al entrar la Al encontrarse después frente a las cortantes
padre. princesa, le dieron todos la bienvenida y la invitaron espadas, se puso sobre la rueda del arado y pasó
Él aceptó con la condición de que no hablase con a sentarse preguntándole: rodando por encima de ellas. Finalmente, llegó a un
su padre más de tres palabras, regresando acto segui- —¿De dónde venís y adónde vais? caudaloso río y, cuando lo hubo cruzado, a un vasto
do. Se fue la princesa y habló más de lo convenido. Ella les contó todo lo que le había sucedido, y y hermoso palacio. Entró en él y pidió empleo, pre-
Y en el mismo instante desapareció el horno, siendo cómo por haber faltado a la prohibición de hablar sentándose como una pobre muchacha que deseaba
transportado a un lugar remotísimo, sobre montañas más de tres palabras no encontraba ahora el horno servir; pero bien sabía que allí habitaba el príncipe a

Jacob & Wilhelm Grimm 251 Todos los cuentos


el profanador de textos
quien redimiera del horno en el bosque. Fue ad- segunda nuez, encontrando en ella un vestido más Finalmente fueron a parar a la vieja casita, y al
mitida como ayudante de cocina, por un reducido bello aún; y la novia también quiso comprarlo. Pero entrar en ella se transformó en un gran palacio.
salario. la muchacha no admitió dinero; en cambio cedió Los sapos quedaron desencantados, recuperando su
Era el caso que el príncipe tenía ya a otra prome- la prenda a condición de poder pasar una segunda primitiva condición de príncipes, y hubo inmenso
tida con quien iba a casarse, pues creía que la pri- noche en la alcoba de su amado. La novia volvió a regocijo.
mera había muerto ya. Al ir a lavarse y arreglarse la suministrarle un somnífero, quedándose él dormido Se celebró la boda y la pareja se quedó en el pa-
doncella, al anochecer, encontró en el bolsillo las tres como un tronco, incapaz de enterarse de nada. La lacio, que era mucho más espacioso que el del padre
nueces que le diera el viejo sapo y, cascando una con muchacha se pasó también aquella noche llorando y de ella.
los dientes para extraer su contenido, he aquí que repitiendo sus lamentaciones: Pero como el viejo se quejaba de su soledad,
salió un primoroso vestido, digno de una princesa. —Te libré del bosque salvaje y del horno de fueron en su busca y se lo trajeron con ellos, y así
Al enterarse de ello la novia, acudió a examinar la hierro. Para llegar hasta ti hube de salvar una mon- tuvieron dos reinos y vivieron en la mayor felicidad.
prenda y, deseosa de comprarla, dijo: taña de cristal, pasar por encima de cortantes es-
—Este no es un vestido propio para una criada. padas y atravesar un gran río. ¡Y sigues sin querer Y un ratoncito llegó,
Le contestó la muchacha que no quería venderlo, escucharme! Y el cuento se acabó. ♣
pero que se lo regalaría a cambio de una cosa: que Los criados, desde el otro lado de la puerta
le permitiese dormir una noche en la habitación de oyeron sus lamentos, y por la mañana volvieron a
su novio. Aceptó la prometida, pues el vestido era decirlo a su señor.
precioso y ella no tenía ninguno igual. Al llegar la Y a la tercera tarde, después de lavarse y asearse,
noche, dijo a su novio: abrió la nuez que le quedaba y apareció un vestido
—Esa estúpida quiere dormir en tu aposento. aún más hermoso, centelleante de oro puro. Quiso
—Si estás conforme, yo también lo estoy —repli- la novia quedarse con él, y de nuevo la muchacha
có el príncipe. se lo cedió a cambio de la autorización de dormir
Pero ella le dio a beber un vaso de vino que en el aposento del príncipe. Este, empero, vertió el
contenía un narcótico. Quedaron, pues, los dos narcótico en vez de bebérselo, y cuando la doncella
en la misma habitación, pero él sumido en un empezó a llorar y exclamar:
sueño tan profundo que no hubo modo de desper- —Tesoro mío, yo te salvé del bosque salvaje y
tarlo. La doncella se pasó la noche entre llanto y terrible y del horno de hierro —incorporándose el
exclamaciones: príncipe bruscamente, le dijo:
—Te libré del bosque salvaje y del horno de —¡Tú eres mi verdadera prometida. Tú eres mía
hierro. Para llegar hasta ti hube de salvar una mon- y yo soy tuyo! Y aquella misma noche subió con ella
taña de cristal, pasar por encima de afiladas espadas a una carroza, después de haber quitado las ropas a
y a través de un caudaloso río. ¡Y ahora te niegas a la otra, por lo cual no pudo levantarse.
escucharme! Al llegar al anchuroso río lo cruzaron en una bar-
Los criados, de guardia ante la puerta la oyeron ca; luego atravesaron las tres cortantes espadas sobre
llorar y lamentarse, y a la mañana siguiente se lo la rueda del arado y se sirvieron de las agujas para
dijeron a su señor. A la tarde siguiente rompió la salvar la montaña de cristal.

Jacob & Wilhelm Grimm 252 Todos los cuentos


el profanador de textos
la hilandera holgazana Al oírlo el marido, dejó el hacha unos momentos, hacia arriba y tú me lo vuelves a echar abajo, y de
[KHM128] Die faule Spinnerin pensando en lo que podría significar aquello. este modo saldrá una madeja.
—¡Bah! —exclamó al fin—. ¡Qué puede ser! Un —Bueno —dijo el marido, y lo hicieron así.
ruido cualquiera. Sería un tonto si me preocupase. Y cuando hubieron terminado, prosiguió él:
Y empuñando de nuevo el hacha, volvió a su —Bien, ya tenemos el hilo enmadejado; ahora
trabajo. Pero oyó la misma voz: hace falta cocerlo.
A la mujer aquello le venía también cuesta arriba,
El que corte madera, morirá; pero respondió:
quien devane con ella, se perderá. —Sí, mañana de madrugada lo coceremos —e
imaginó un nuevo truco.
Se detuvo, sintió miedo y quedó reflexionando. Se levantó a primera hora, encendió fuego y puso
Pero, al cabo de un rato tomó nuevos ánimos, volvió el caldero; pero en vez del hilo echó dentro un mon-
a tomar el hacha. Y ¡dale! y he aquí que por tercera tón de estopa, dejando que cociese. Luego fue a ver
Vivían en un pueblo un hombre y su mujer, la vez repitieron en alta voz, desde el bosque: a su marido, que se estaba aún en la cama y le dijo:
cual era holgazana en extremo; y no había modo —Tengo que salir; levántate y vigila el hilo que se
de hacerla trabajar. Lo que su marido le daba El que corte madera, morirá; está cociendo en el caldero. Mas procura no dormir-
para hilar lo dejaba a medio hacer, y lo que hilaba quien devane con ella, se perderá. te y estar al tanto, pues si cuando cante el gallo no
lo liaba de cualquier modo, en vez de devanarlo. vigilas, en vez de hilo tendremos estopa.
Si su esposo la reñía, ella tenía siempre la res- Aquello era ya demasiado; se le pasaron al hom- El hombre, deseoso de hacer bien las cosas y no
puesta a punto. bre todas las ganas; bajó del árbol más que de prisa y descuidar ningún detalle, se levantó y se vistió con
—¡Cómo voy a devanar —le replicó en una emprendió el camino de su casa. toda diligencia bajando, acto seguido, a la cocina.
ocasión— si no tengo devanadera! Ve tú al bosque y La mujer regresó también, corriendo por atajos Pero al llegar al caldero y echar una mirada a su inte-
hazme una. para llegar antes. Cuando el hombre entró en la rior, vio con espanto una masa de estopa.
—Si sólo es eso —dijo el marido—. iré al bosque casa, allí estaba ella con aire inocente, como si nada El infeliz no dijo nada, pensando que la desgracia
a buscar madera y te haré una. hubiese ocurrido y le preguntó: era culpa de descuido, y jamás volvió a mentar el
Temió la mujer que, una vez su esposo tuviese —¿Qué? ¿Traes una buena devanadera? hilo ni la hilatura.
el material, le hiciese en efecto una devanadera y la —No —respondió él—. Tendrás que dejar el Pero ¡hay que ver la mala pieza que era aquella
obligase a hilar de nuevo. Estuvo pensando un poco, devanado —y contándole lo que había sucedido en mujer! ♣
hasta que se le ocurrió una buena idea. el bosque, la dejó en paz en adelante.
Siguió secretamente al hombre y, al subirse éste a Sin embargo, pronto volvió el marido a quejarse
un árbol para escoger una rama y cortarla, disimu- del desorden que reinaba en la casa.
lándose ella entre las matas de modo que no pudiese Mujer —le dijo—, es una vergüenza que el lino
ser vista, gritó: hilado siga ahí en madejas, de cualquier manera.
—¿Sabes qué? —respondió la mujer—; ya que no
El que corte madera, morirá; has podido hacerte con una devanadera, tú te subes
quien devane con ella, se perderá. al desván y yo me colocaré abajo; te echaré el hilo

Jacob & Wilhelm Grimm 253 Todos los cuentos


el profanador de textos
los cuatro hermanos ingeniosos —¡Oh, no temas por eso! Sólo te enseñaré a apro- rás un arte muy distinto, decente, productivo y muy
[KHM129] Die vier kunstreichen Brüder piarte lo que nadie más podría obtener, y de modo honroso incluso.
que no quede rastro. El muchacho se dejó persuadir, se fue con el
El muchacho se dejó convencer y al lado de aquel sastre y aprendió a fondo su profesión. Cuando
hombre aprendió a ser un ladrón perfecto, tan hábil, se despidió, ya terminado el aprendizaje, le dió su
que cuando se había prendado de un objeto, caía patrón una aguja, diciéndole:
irremediablemente en sus manos. —Con ella puedes coser cuanto te venga a la
El segundo hermano halló a otro sujeto que le mano, aunque sea tan duro como el acero; y quedará
hizo la misma pregunta: ¿qué quería aprender? tan bien unido que no se verá la costura.
—Todavía no lo sé —respondió. Cuando ya hubieron transcurrido los cuatro años
—En este caso vente conmigo y serás astrólo- convenidos, los hermanos volvieron a encontrarse en
go. No hay oficio mejor, pues nada habrá que se te el mismo lugar en que se habían separado, y después
Érase un pobre hombre que tenía cuatro hijos. oculte. de abrazarse y besarse, regresaron a la casa paterna.
Cuando fueron mayores los llamó y les dijo: Al joven le gustó la idea y llegó a ser un astrólogo —¡Muy bien! —exclamó el padre, satisfecho—.
—Hijos míos, es cuestión de que os marchéis por consumado. ¡Otra vez os trae el viento a mi lado!
esos mundos, pues yo no tengo nada para daros. Id Al terminar su aprendizaje, se despidió de su Ellos le contaron sus andanzas y lo que cada uno
a otros países, aprended un oficio y procurad abriros maestro y éste le dio un telescopio, diciéndole: había aprendido. Sentados todos juntos bajo un ár-
camino. —Con esto podrás ver cuanto ocurre en la Tierra bol que se levantaba delante de la casa, dijo el padre:
Los cuatro se dispusieron a marcharse y, tras y en el Cielo. Nada se ocultará a tu mirada. —Voy a poneros a prueba. Quiero ver de lo que
despedirse de su padre, partieron juntos. Al cabo Al tercer hermano lo adiestró un cazador, ense- sois capaces. Y mirando hacia arriba, manifestó al
de algún tiempo de caminar a la ventura llegaron a ñándole todas las mañas y recursos de su arte, con hijo segundo:
una encrucijada de la que partían caminos en cuatro tanto aprovechamiento por parte del discípulo que —En la cumbre de este árbol, entre dos ramas,
direcciones. Y dijo el mayor: salió hecho un consumado montero. Al despedirse, hay un nido de pinzones. Dime cuántos huevos
—Aquí hemos de separamos. Dentro de cuatro el maestro le obsequió con una escopeta y le dijo: contiene.
años, en este mismo día y lugar volveremos a reuni- —Donde pongas el ojo, allá irá la bala; jamás Tomó el astrólogo su telescopio y dirigiéndolo al
mos. Entretanto, que cada cual busque fortuna por errarás la puntería. nido, respondió:
su lado. Finalmente, el menor de los hermanos se encon- —Cinco.
Marchó cada uno en una dirección. tró también con un caminante que le preguntó por Entonces se volvió el padre al mayor:
El primero se encontró con un hombre que le sus propósitos. —Ve a buscar los huevos sin que lo note el pájaro
preguntó dónde iba y cuál era su propósito. —¿No te gustaría ser sastre? —le dijo. que los está incubando.
—Quiero aprender un oficio —le respondió el —No sé —contestó el muchacho—. Eso de pasar- El hábil ladrón subió al árbol y, sin que el ave-
muchacho. se las horas con las piernas cruzadas, desde la mañana cilla notase nada ni se moviese del nido, le quitó
—Vente conmigo. Aprenderás a ser ladrón —le a la noche, y estar manejando continuamente la aguja de debajo del cuerpo los cinco huevos y los bajó a
contestó el desconocido. y la plancha, no me seduce ni mucho menos. su padre.
—No —respondió el muchacho—, éste no es un —¡No lo digas! —exclamó el hombre—. Tú Tomándolos el viejo, colocó uno en cada canto
oficio honorable. Se acaba siempre en badajo de horca. hablas por lo que has visto; pero conmigo aprende- de la mesa y el quinto en el centro, y dijo al cazador:

Jacob & Wilhelm Grimm 254 Todos los cuentos


el profanador de textos
—De un solo disparo has de partir en dos los cin- Se presentó al Rey, le pidió un barco para él y sus —Si yo no hubiese descubierto a la princesa, de
co huevos. hermanos, y los cuatro se hicieron a la mar, con rum- nada habrían servido vuestras artes. Por tanto, me
El muchacho se echó la escopeta a la cara, disparó bo a la roca. Al llegar a ella vieron a la hija del Rey, pertenece a mí.
y partió por la mitad los cinco huevos de un solo con el dragón dormido en el regazo. Dijo el cazador: El ladrón observaba:
tiro. Por lo visto usaba una pólvora capaz de dar la —No puedo disparar, pues mataría también a la —¿De qué habría servido descubrirla, si yo no la
vuelta a la esquina. princesa. hubiese sacado de entre las garras del dragón? Mía
—Ahora te toca a ti —dijo el padre al hijo —Voy a intervenir yo —anunció el ladrón, y es, pues.
menor—. Vas a coser los huevos y hasta los pollue- deslizándose hasta el lugar, se llevó a la doncella con Y el cazador:
los que hay dentro, de tal forma que no se vean los tanta ligereza y agilidad que el monstruo no se dio —La princesa y todos vosotros hubierais sido
efectos del disparo. cuenta de nada y siguió roncando. Contentísimos, destrozados por el monstruo. Mi bala os libró de sus
Sacó el sastre su aguja y procedió a coser tal como corrieron a embarcar de nuevo y zarparon sin garras. En consecuencia es a mí a quien corresponde.
su padre le pedía. Cuando hubo terminado, el la- pérdida de tiempo. Pero el dragón, que al despertar Y el sastre, a su vez:
drón volvió los huevos al nido, colocándolos debajo no había encontrado a la princesa, salió furioso en —Y si yo, con mi arte, no hubiese recompuesto
del ave que los empollaba, sin que ésta lo notase. su persecución, surcando los aires con terrorífico el barco, todos habríamos muerto ahogados. Por
Y a los pocos días nacieron los pequeños con una resoplido. Cuando se cernía ya sobre el barco y tanto es mía.
tirita roja alrededor del cuello, por donde los cosiera se disponía a precipitarse sobre él, apuntándole el lntervino entonces el Rey:
el sastre. cazador con la escopeta, disparó una bala que le —Todos tenéis igual derecho; pero como la
—Está bien —dijo el viejo a sus hijos—. Tengo atravesó el corazón. Cayó muerto el monstruo; pero princesa no puede ser de todos, no será de ninguno.
que felicitaros por vuestro éxito. Habéis empleado era tan enorme que, al desplomarse sobre el navío, lo En cambio, daré a cada cual una parte del reino en
bien el tiempo aprendiendo cosas provechosas, y no destrozó completamente. compensación.
sabría a cuál de los cuatro dar la preferencia. Esto Los náufragos pudieron aferrarse a unas tablas Satisfizo el ofrecimiento a los hermanos, los cua-
se verá en cuanto se presente una ocasión de aplicar y quedaron flotando en la superficie de las olas, en les dijeron:
vuestras artes. situación apuradísima. Mas el sastre, ni corto ni —Es mejor esto que el que nazcan disputas entre
Poco tiempo después se produjo gran revuelo en perezoso, sacando su aguja maravillosa hilvanó las nosotros.
el país, pues un dragón había raptado a la hija del tablas a toda prisa con unas puntadas y, desde ellas, Y cada cual recibió una cuarta parte del reino, y
Rey. Este se pasaba cavilando día y noche y, al fin, pescó todas las piezas del barco cosiéndolas con todos vivieron felices en compañía de su viejo padre
mandó pregonar que quien la rescatase se casaría con tanta perfección que, al poco rato, la nave volvía a durante todo el tiempo que le agradó a Dios. ♣
ella. hallarse en condiciones de navegar, y los hermanos
Dijeron entonces los hermanos: pudieron arribar felizmente a su patria.
—He aquí una oportunidad de distinguirnos —y El Rey sintió una inmensa alegría al volver a ver a
se propusieron partir juntos a liberar a la princesa. su hija, y dijo a los cuatro hermanos:
—Pronto sabré dónde se halla —dijo el astrólo- —Uno de vosotros ha de recibirla por esposa.
go, y mirando por su telescopio declaró: Decidid quién ha de ser.
—Ya la vea; está muy lejos de aquí en una roca Se suscitó entonces una viva disputa entre
en medio del mar. A su lado hay un dragón que la ellos, pues cada uno alegaba sus derechos. Decía el
guarda. astrólogo:

Jacob & Wilhelm Grimm 255 Todos los cuentos


el profanador de textos
un ojito, dos ojitos y tres ojitos —¿Cómo no he de llorar? Porque tengo dos ojos todavía humeantes, como si acabasen de salir de
[KHM130] Einäuglein, Zweiäuglein und como todas las demás personas mi madre y mis la cocina. Dos Ojitos rezó la oración más breve de
Dreiäuglein hermanas me aborrecen, me empujan de un rincón a cuantas sabía: “¡Dios mío, sé nuestro huésped por
otro, me echan prendas viejas y sólo me dan para co- los siglos de los siglos, amén!” Se sirvió y comió con
mer lo que ellas dejan. Hoy me han dado tan poco verdadera fruición.
que el hambre me atormenta. Cuando ya estuvo satisfecha, dijo como le ense-
Le dijo entonces el hada: ñara el hada:
—Seca tus lágrimas, Dos Ojitos, voy a enseñarte
unas palabras con las que ya no padecerás más ham- Bala, cabrita;
bre. Sólo tienes que decir lo siguiente, dirigiéndote a retírate mesita.
tu cabra:
Y en un santiamén desapareció la mesa con todo
Bala, cabrita; lo que había. “¡He aquí una manera cómoda de coci-
cúbrete mesita. nar!,” pensó Dos Ojitos, ya de muy buen humor.
Érase una mujer que tenía tres hijas; la mayor se lla- Al regresar a su casa al anochecer con la cabra,
maba Un Ojito porque tenía un solo ojo en medio Y en seguida tendrás ante ti una mesa primoro- encontró una escudilla de barro con algo de comida
de la frente; la segunda, Dos Ojitos porque tenía samente dispuesta con los más sabrosos manjares, que le habían dejado las hermanas, pero no la tocó.
dos, como todo el mundo; y la tercera, Tres Ojitos, y podrás comer hasta saciarte. Y cuando ya estés Al día siguiente se marchó de nuevo con la cabrita
pues tenía tres, uno de ellos en medio de la frente; satisfecha y ya no necesites de la mesa, dirás: sin hacer caso de los mendrugos que le habían puesto
y como la segunda no se diferenciaba en nada de las para el desayuno. Al principio las hermanas no presta-
demás personas, sus dos hermanas y su madre no Bala, cabrita; ron atención al hecho; pero al repetirse dijeron:
podían soportarla. Le decían: retírate mesita. —Algo ocurre con Dos Ojitos. Siempre se deja
—Con tus dos ojos no sobresales en nada de la la comida, cuando antes se zampaba todo lo que le
gente ordinaria; no perteneces a nuestra clase. Y desaparecerá en el acto de tu vista. dejábamos. De seguro que ha encontrado algún otro
Y así la rechazaban, obligándola a usar vestidos Y dicho esto, el hada se marchó. Dos Ojitos recurso.
harapientos, y para comer no le daban más que las pensó: “Es cosa de probar en seguida si es cierto esto Para averiguar lo que sucedía, convinieron en que
sobras; y encima la mortificaban cuanto podían. que me ha dicho, pues realmente me atormenta el Un Ojito la acompañaría a apacentar la cabra para
Un día en que Dos Ojitos había salido al campo a hambre”; y exclamó: espiar sus acciones y ver si alguien le traía comida y
apacentar la cabra, estaba sentada en el borde del ca- bebida.
mino llorando desconsoladamente, de tal forma que Bala, cabrita; Al marcharse Dos Ojitos, se le acercó la hermana
no parecía sino que de sus ojos manaran dos arroyos, cúbrete mesita. mayor y le dijo:
pues sus hermanas no le habían dado de comer y se —Iré al campo contigo; quiero saber si guardas
sentía muy hambrienta. Al levantar un momento la Apenas hubo pronunciado estas palabras vio ante bien la cabra y la llevas a buenos pastos.
mirada vio a su lado a una mujer, que le preguntó: sí una mesita cubierta con un mantel blanquísimo, y Pero Dos Ojitos comprendió perfectamente el
—Dos Ojitos, ¿por qué lloras? encima un plato con su cuchillo, tenedor y cuchara, pensamiento de la otra y, conduciendo la cabra a un
Y respondió la muchachita: todo de plata. Había también viandas magníficas, prado donde crecía alta hierba, dijo:

Jacob & Wilhelm Grimm 256 Todos los cuentos


el profanador de textos
—Ven Un Ojito, sentémonos aquí; te cantaré una —Iré contigo a ver si guardas bien la cabra Y después de saciar el hambre y la sed, hizo que la
canción. Un Ojito estaba cansada de la caminata y del y le das bastante hierba. Pero Dos Ojitos se dio mesa se retirase:
ardor del sol; se sentó y su hermana se puso a cantarle: clara cuenta del propósito de su hermana menor.
Condujo la cabra al prado y dijo: Bala, cabrita;
Un Ojito, ¿velas? —Sentémonos, Tres Ojitos, que te cantaré una retírate mesita.
Un Ojito, ¿duermes? canción.
Tres Ojitos se sentó, cansada como se sentía del Pero resultó que Tres Ojitos lo había presenciado
Repitiendo siempre las mismas palabras, hasta camino y de los ardores del sol, y Dos Ojitos volvió todo.
que la otra, cerrando su único ojo se quedó dor- a entonar su cantinela: Se acercó Dos Ojitos y le dijo:
mida. Al ver Dos Ojitos que su hermana dormía —¿Conque te dormiste, Tres Ojitos? ¡Vaya mane-
profundamente y no podría descubrirla, dijo: “Tres Ojitos, ¿velas?…” ra de guardar la cabra! Anda, volvámonos a casa.
Al llegar, Dos Ojitos renunció de nuevo a la cena
Bala, cabrita; Sólo que, sin darse cuenta, en vez de decir: y Tres Ojitos dijo a la madre:
cúbrete mesita. —Ya sé por qué esta orgullosa no come. Cuando,
“Tres Ojitos, ¿duermes?” allá en el prado, dice a la cabra:
Y sentándose a la mesa, comió y bebió hasta que-
dar satisfecha; luego volvió a decir: cantó: Bala, cabrita;
cúbrete mesita.
Bala, cabrita; “Dos Ojitos, ¿duermes?”
retírate mesita. en seguida tiene ante sí una mesa con las viandas
repitiendo cada vez: más sabrosas, mucho mejores de las que comemos
Y todo desapareció en un momento. Dos Ojitos nosotras; y cuando ya está harta, dice:
despertó entonces a su hermana y le dijo: Tres Ojitos, ¿velas?
—Un Ojito, vienes para guardar la cabra y te Dos Ojitos, ¿duermes? Bala, cabrita;
duermes. El animalito podría haber dado la vuelta al retírate mesita.
mundo. Anda, volvamos a casa. Y a Tres Ojitos se le cerraron dos ojos y se le
Y se marcharon; y Dos Ojitos dejó nuevamente quedaron dormidos; pero el tercero, a causa de la y todo desaparece de nuevo; lo he visto todo
intacta su cena. equivocación en el estribillo, permaneció despierto. perfectamente.
Pero Un Ojito no pudo decir a su madre el moti- Cierto que lo cerró la muchacha, mas por ardid, Con su canción hizo que se me durmiesen los dos ojos;
vo de que su hermana se negase a comer. Se disculpó simulando que dormía con él también y así, abrién- más por fortuna, se me quedó despierto el de la frente.
alegando que se había quedado dormida en el prado. dolo disimuladamente, pudo verlo todo. Llamando entonces la envidiosa madre a Dos
Al día siguiente dijo la madre a Tres Ojitos: Cuando Dos Ojitos creyó que la otra dormía pro- Ojitos, la increpó, diciéndole:
—Esta vez irás tú; fijate bien si Dos Ojitos come fundamente, pronunció su fórmula mágica, cantó: —¿Conque quieres pasarlo mejor que nosotras?
allí, y si alguien le trae comida y bebida, pues es ¡Pues voy a quitarte las ganas!
forzoso que coma y beba secretamente. Bala, cabrita; Y tomando un cuchillo lo clavó en el corazón de
Se acercó Tres Ojitos a Dos Ojitos y le dijo: cúbrete mesita. la cabra, matándola.

Jacob & Wilhelm Grimm 257 Todos los cuentos


el profanador de textos
Dos Ojitos salió de su casa triste y desolada y, Trepó la muchacha a la copa; pero en cuanto —¿De quién es este hermoso árbol? Por una de
sentándose en la linde del campo, se puso a llorar trataba de alcanzar una de las doradas manzanas sus ramas daría cuanto me pidiesen.
amargas lágrimas. Se le presentó por segunda vez el la rama se le escapaba de las manos, repitiéndose Tres Ojitos y Un Ojito contestaron que el ár-
hada, y le dijo: la cosa todas las veces que intentó hacerse con un bol les pertenecía, y que romperían una rama para
—¿Por qué lloras, Dos Ojitos? fruto. Dijo entonces la madre: dársela. Una y otra se esforzaron cuanto pudieron;
—¡Cómo no he de llorar! —respondió la mucha- —Tres Ojitos, sube tú; con tus tres ojos verás pero todos sus intentos resultaron vanos, pues ramas
cha—. Mi madre mató la cabra que todos los días, mejor que tu hermana. y frutos las rehuían continuamente. Dijo entonces el
cuando le recitaba el verso que me enseñasteis, me Bajó Un Ojito y se encaramó Tres Ojitos; pero caballero:
ponía tan bien la mesa, y ahora tengo que padecer no fue más afortunada; por mucho que mirara a su —Es muy extraño que, perteneciéndoos el árbol,
nuevamente hambre y privaciones. alrededor, las manzanas de oro continuaron inase- no podáis cortar una rama de él.
Le dijo el hada: quibles. Finalmente, la madre, impacientándose, se Pero ellas persistieron en afirmar que el árbol era
—Dos Ojitos, te daré un buen consejo: Pide a subió ella misma al árbol. Pero no le fue mejor que suyo.
tus hermanas que te den la tripa de la cabra muerta, a sus hijas. Cada vez que creía agarrar uno de los Mientras porfiaban, Dos Ojitos, desde el interior
y entiérrala delante la puerta de tu casa. Te traerá frutos se encontraba con la mano llena de aire. del barril, hizo rodar por debajo dos o tres manzanas
suerte. Dijo entonces Dos Ojitos: de oro que fueron a parar a los pies del caballero,
Desapareció el hada, y Dos Ojitos, regresando a —Probaré yo; quizá tenga mejor suerte. Y aun- pues la muchacha estaba enojada de que las otras no
su casa, dijo a las hermanas: que las hermanas la increparon: dijesen la verdad. Al ver el forastero las manzanas,
—Dadme un poco de la cabra, hermanas. No —¡Qué quieres hacer tú con tus dos ojos! —ella preguntó asombrado de dónde venían, y Tres Ojitos
pido nada bueno; solamente la tripa. trepó a la copa, y las manzanas de oro ya no huye- y Un Ojito le respondieron que tenían una hermana,
Se echaron ellas a reír y le respondieron: ron, sino que espontáneamente se dejaban caer en su pero que no la enseñaban porque sólo tenía dos ojos,
—Si no pides otra cosa, puedes quedarte con ella. mano. La muchacha pudo tomarlas una a una y, des- como las personas vulgares.
Y Dos Ojitos tomó la tripa, y aquella noche fue a pués de llenarse el delantal, bajó del árbol; la madre El caballero quiso verla y gritó:
enterrarla con el mayor sigilo, delante de la puerta, se las quitó todas, y Un Ojito y Tres Ojitos, en vez —¡Sal, Dos Ojitos!
según le recomendara el hada. de dar mejor trato a su hermana, envidiosas al ver La doncella, cobrando confianza, salió de debajo
A la mañana siguiente, al despertarse todas y que sólo ella podía conseguir los frutos se ensañaron del barril y el caballero, admirado de su gran hermo-
salir a la calle, quedaron maravilladas al ver un con ella más aún que antes. sura, le dijo:
magnífico árbol que se alzaba ante la casa. Era He aquí que hallándose un día todas al pie del —Seguramente tú podrás cortarme una rama del
un árbol prodigioso, con hojas de plata y frutos árbol, vieron acercarse un joven caballero. árbol.
de oro. En el mundo entero no se habría en- —¡Aprisa, Dos Ojitos! —exclamaron las hermanas—, —Sí —replicó Dos Ojitos—, sin duda podré,
contrado nada tan bello y precioso. Nadie sabía métete ahí debajo y así no tendremos que avergonzarnos pues el árbol es mío —y subiéndose a la copa con
cómo había salido allí aquel árbol, de la noche a de ti —y precipitadamente le echaron encima un barril gran facilidad quebró una rama, con sus hojas de
la mañana. Sólo Dos Ojitos sabía que brotó de la vacío que tenían a mano, metiendo también las manza- plata y sus frutos de oro, y la entregó al forastero.
tripa de la cabra, pues se levantaba precisamente nas que Dos Ojitos acababa de tomar. Dijo éste entonces:
en el lugar donde ella la había enterrado. Dijo la Al llegar el caballero resultó ser un gallardo gen- —Dos Ojitos, ¿qué quieres a cambio?
madre a Un Ojito: tilhombre que, deteniéndose a admirar el magnífico —¡Ay! —respondió la muchacha—, aquí sufro
—Sube, hija mía, a tomar algunos de los frutos. árbol de oro y plata, dijo a las dos hermanas: hambre y sed, pesares y privaciones desde la mañana

Jacob & Wilhelm Grimm 258 Todos los cuentos


el profanador de textos
a la noche. Si quisieseis llevarme con vos y liberar- la bella Catalinita y Pif Paf Poltri —Buenos días, hermano Presumido.
me, sería feliz. [KHM131] Die schöne Katrinelje und Pif Paf Poltrie —Muchas gracias, Pif Paf Poltri.
Subió el caballero a Dos Ojitos a la grupa de su —¿Podría obtener la mano de vuestra hermana?
caballo y la condujo al castillo de su padre, donde le —¿Cómo no? Con tal que les parezca bien al
proporcionó hermosos vestidos y comida en abun- padre Patosabio, a la madre Vaca Lechera, a la her-
dancia; y como la doncella era en verdad encanta- mana Comequeso y a la bella Catalinita, no habrá
dora, se enamoró de ella y a poco se celebró la boda inconveniente.
entre el mayor regocijo. “¿Y dónde está la hermana Comequeso? Cortando
Al ver que el caballero se llevaba a Dos Ojitos, las hierba para los conejos.
dos hermanas sintieron gran envidia por su suerte,
pero se consolaron pensando: “De todos modos nos —Buenos días, hermana Comequeso.
queda el árbol maravilloso, y aunque no podamos —Muchas gracias, Pif Paf Poltri.
tomar sus frutos, todos los que pasen por aquí se —Buenos días, padre Patosabio. —¿Podría obtener la mano de vuestra hermana?
pararán a contemplarlo y llamarán a nuestra casa —Muchas gracias, Pif Paf Poltri. —¿Cómo no? Con tal que les parezca bien al
para expresarnos su admiración. ¡Quién sabe dónde —¿Podría obtener la mano de vuestra hija? padre Patosabio, a la madre Vaca Lechera, al her-
está nuestra fortuna!” —¿Cómo no? Con tal que les parezca bien a mano Presumido y a la bella Catalinita, no habrá
Pero, a la mañana siguiente el árbol había desapa- madre Vaca Lechera, al hermano Presumido, a la inconveniente.
recido y, con él, sus esperanzas. Y cuando Dos Ojitos hermana Comequeso y a la bella Catalinita, no
se asomó a la ventana de su nuevo aposento, con habrá inconveniente. ¿Dónde está la bella Catalinita?
gran alegría vio que el árbol se levantaba delante de En su cuarto, contando sus moneditas.
ella, pues la había seguido. ¿Y dónde está la madre Vaca lechera?
La muchacha vivió feliz por mucho tiempo. Ordeña las vacas, allá en la boyera.1 —Buenos días, bella Catalinita.
Un día se presentaron en el castillo dos pobres —Muchas gracias, Pif Paf Poltri.
mujeres que pedían limosna y Dos Ojitos, al verlas, —Buenos días, madre Vaca lechera. —¿Te gustaría ser mi novia?
reconoció a sus hermanas, las cuales habían llegado a —Muchas gracias, Pif Paf Poltri. —Ya lo creo. Si les parece bien a mi padre
tal extremo de miseria que debían ir mendigando su —¿Podría obtener la mano de vuestra hija? Patosabio, a mi madre Vaca Lechera, a mi hermano
pan de puerta en puerta. Dos Ojitos las acogió cari- —¿Cómo no? Con tal que les parezca bien al Presumido y a mi hermana Comequeso, no hay
ñosamente, las trató con gran bondad y las colmó de padre Patosabio, al hermano Presumido, a la her- inconveniente.
favores, por lo que las otras se arrepintieron de todo mana Comequeso y a la bella Catalinita, no habrá —Bella Catalinita, ¿cuánto tienes de dote?
corazón de su mal proceder con su hermana. ♣ inconveniente. —Catorce reales en buena moneda, un cuarto y
medio de deudas, media libra de ciruelas, un puña-
¿Y dónde está el hermano Presumido? do de hojuelas, cuatro cazuelas, así como suena, ¿no
Partiendo leña, detrás del ejido.2 es una dote buena?
1 boyera. 1. f. Corral o establo donde se recogen los bueyes. —Pif Paf Poltri, ¿qué oficio tienes? ¿Eres sastre?
Diccionario RAEL [N. del Pr.] —Mucho mejor.
2 ejido. 1. m. Campo común de un pueblo, lindante con
él, que no se labra, y donde suelen reunirse los ganados o establecerse las eras. Diccionario RAEL [N. del Pr.]
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—¿Zapatero? la zorra y el caballo —Yo te ayudaré. Túmbate bien y no te muevas,
—Mucho mejor. [KHM132] Der Fuchs und das Pferd como si estuvieses muerto.
—¿Labrador? Hizo el caballo lo que le indicara la zorra, y ésta
—Mucho mejor. fue al encuentro del león, cuya guarida se hallaba a
—¿Carpintero? escasa distancia y le dijo:
—Mucho mejor. —Ahí fuera hay un caballo muerto; si sales po-
—¿Herrero? drás darte un buen banquete.
—Mucho mejor. Salió el león con ella y cuando ya estuvieron jun-
—¿Molinero? to al caballo, dijo la zorra:
—Mucho mejor. —Aquí no podrás zampártelo cómodamen-
—¿Eres quizás escobero? te. ¿Sabes qué? Te ataré a su cola. Así te será fá-
—Eso es lo que soy. ¿Verdad que es buen oficio? cil arrastrarlo hasta tu guarida y allí te lo comes
♣ tranquilamente.
Tenía un campesino un fiel caballo, ya viejo, que no Le gustó el consejo al león, y se colocó de manera
podía prestarle ningún servicio. Su amo se decidió a que la zorra, con la cola del caballo, ató fuertemente
no darle más de comer y le dijo: las patas del león y le dio tantas vueltas y nudos que
—Ya no me sirves de nada; mas para que veas no había modo de soltarse. Cuando hubo termina-
que te tengo cariño te guardaré si me demuestras do, golpeó el anca del caballo y dijo:
que tienes aún la fuerza suficiente para traerme un —¡Vamos, jamelgo, andando!
león. Y ahora, fuera de la cuadra. Se incorporó el animal de un salto y salió al trote,
Y lo echó de su casa. arrastrando al león. Se puso éste a rugir con tanta
El animal se encaminó tristemente al bosque, en fiereza que todas las aves del bosque echaron a volar
busca de un cobijo. Se encontró allí con la zorra, la asustadas; pero el caballo lo dejó rugir y, a campo
cual le preguntó: traviesa, lo llevó arrastrando hasta la puerta de su
—¿Qué haces por aquí, tan cabizbajo y solitario? amo.
—¡Ay! —respondió el caballo—, la avaricia y Al verlo éste, cambió de propósito y dijo al
la lealtad raramente moran en una misma casa. animal:
Mi amo ya no se acuerda de los servicios que le he —Te quedarás a mi lado y lo pasarás bien —y, en
venido prestando durante tantos años, y porque ya adelante, no le faltaron al caballo sus buenos piensos
no puedo arar como antes, se niega a darme pienso y hasta que murió. ♣
me ha echado a la calle.
—¿Así, a secas? ¿No puedes hacer nada para evi-
tarlo? —preguntó la zorra.
—El remedio es difícil. Me dijo que si era lo bas-
tante fuerte para llevarle un león, me guardaría. Pero
sabe muy bien que no puedo hacerlo.

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las princesas bailadoras d que tenía plomo en los ojos y se quedó dormido; y Luego se acostó y, al cabo de un ratito, se puso a
KHM133] Die zertanzten Schuhe (Los zapatos cuando se despertó por la mañana, se encontró con roncar como si durmiese profundamente. Al oír-
gastados) que las doce habían ido al baile, pues todas tenían lo, las princesas soltaron las carcajadas y la mayor
agujereadas las suelas de los zapatos. exclamó:
Lo mismo se repitió la segunda noche y la ter- —He aquí otro que podría haberse ahorrado la
cera, por lo cual el príncipe fue decapitado sin muerte.
compasión. Después de él vinieron otros muchos Se levantaron. Abrieron armarios, arcas y cajones
dispuestos a correr la suerte, y todos dejaron la vida y sacaron de ellos magníficos vestidos; y mientras
en la empresa. se ataviaban y acicalaban ante el espejo, saltaban de
En esto, un pobre soldado que, habiendo recibi- alegría pensando en el baile.
do una herida, no podía seguir en el servicio, acertó Sólo la más joven dijo:
a pasar por las inmediaciones de la ciudad donde —No sé. Vosotras estáis muy contentas y yo, en
aquel rey vivía. Se topó con una vieja, que le pregun- cambio, siento una impresión rara. Presiento que
Érase una vez un rey que tenía doce hijas, a cual más tó adónde iba. nos ocurrirá una desgracia.
hermosa. —Ni yo mismo lo sé —le respondió y, en bro- —Eres una boba —replicó la mayor—. Siempre
Dormían todas juntas en una misma sala con ma, añadió: —Me entran ganas de averiguar dónde tienes miedo. ¿Olvidaste ya cuántos príncipes han
las camas alineadas, y por la noche, a la hora de desgastan los zapatos, bailando, las hijas del Rey. Así, tratado, en vano, de descubrirnos? A este soldado
acostarse, el Rey cerraba la puerta con llave y corría un día podría subir al trono. ni siquiera hacía falta darle narcótico. No se habría
el cerrojo. Mas por la mañana, al abrir de nuevo el —Pues no es tan difícil—replicó la vieja—. despertado el muy zopenco.
aposento, advertía que todos los zapatos estaban Para ello basta con que no bebas el vino que Cuando todas estuvieron listas salieron a echar
estropeados de tanto bailar, sin que nadie pudiese te servirán por la noche y simules que estás una mirada al muchacho; pero éste mantenía los
poner en claro el misterio. dormido. ojos cerrados y permaneció inmóvil, por lo que ellas
Al fin el Rey mandó pregonar que quien descu- Luego, dándole una pequeña capa, añadió: se creyeron seguras. Entonces la mayor se acercó
briese dónde iban a bailar sus hijas por la noche, —Cuando te la pongas quedarás invisible y po- a su cama y le dio unos golpes. Inmediatamente,
podría elegir a una por esposa y, a la muerte del drás seguir a las doce muchachas. el mueble empezó a hundirse en el suelo y todas
monarca, heredaría el trono, pero si al cabo de tres Con aquellas instrucciones el soldado se pasaron por aquella abertura, una tras otra, guiadas
días con sus noches no hubiese esclarecido el caso, tomó en serio la cosa y, cobrando ánimos, se por la mayor. El soldado, que lo había visto todo, sin
perdería la vida. presentó al Rey como pretendiente. Le recibie- titubear se puso su capita y bajó también detrás de la
Al cabo de poco tiempo se presentó un príncipe ron con las mismas atenciones que a los demás menor. A mitad de la escalera le pisó ligeramente el
que se declaró dispuesto a intentar la empresa. Fue y le dieron vestidos principescos. A la hora de vestido, por lo cual la princesa, asustada, exclamó:
bien recibido, y al llegar la noche se le condujo a acostarse lo condujeron a la antesala de cos- —¿Qué es eso? ¿Quién me tira de la falda?
una habitación contigua al dormitorio de las prin- tumbre, y cuando ya se dispuso a meterse en —¡No seas tonta! —exclamó la mayor—. Te
cesas. Le pusieron allí una cama. El debía averiguar la cama, entró la princesa mayor a ofrecerle un habrás cogido en un gancho.
adónde se iban ellas a bailar; y para que no pudiesen vaso de vino. Pero él se había atado una esponja Llegaron todos abajo, encontrándose en una
hacerlo en secreto o escaparse a otro lugar, dejaron bajo la barbilla y, echando en ella el líquido, no maravillosa avenida de árboles, cuyas hojas de plata
abierta la puerta de la sala. Mas al príncipe le pareció se tragó ni una gota. brillaban y refulgían esplendorosamente.

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Pensó el soldado: “Es cuestión de proporcionar- hubieron de darla por terminada. Los príncipes las —Como ya no soy joven, dadme a la mayor
me una prueba,” y rompió una rama produciendo devolvieron a la orilla opuesta, y esta vez el soldado —contestó.
un fuerte crujido al quebrarla. se embarcó con la mayor. En la ribera se despidieron El mismo día se celebró la boda, y el Rey lo nom-
La más joven volvió a exclamar: de sus acompañantes, prometiéndoles volver a la bró heredero del trono.
—Pasa algo extraño. ¿No oísteis un crujido? noche siguiente. En cuanto a los príncipes, quedaron encantados
Pero la mayor replicó: Al llegar a la escalera, el soldado pasó delante y durante tantos días como noches habían bailado con
—Son disparos de regocijo, por la pronta libera- se metió en su cama. Cuando las doce muchachas las princesas. ♣
ción de nuestros príncipes. entraron fatigadas y arrastrando los pies, reanudó él
Llegaron luego a otra avenida cuyos árboles eran sus ronquidos y ellas, al oírlos, se dijeron entre sí:
de oro, y finalmente a una tercera, en que eran de —¡De este nos hallamos seguras!
diamantes; y de cada una desgajó el soldado una Se desvistieron, guardaron sus ricas prendas y,
rama con gran susto de la pequeña; pero la mayor dejaron los estropeados zapatos debajo de las respec-
insistió en que eran disparos de regocijo. tivas camas, y se acostaron.
Prosiguiendo, no tardaron en hallarse a la orilla A la mañana siguiente el soldado no quiso decir
de un gran río en el que había doce barquitas, y en nada, deseoso de participar de nuevo en la magní-
cada una un gallardo príncipe. Aguardaban a las fica fiesta, a la que concurrió la segunda noche y la
princesas y cada cual subió a una en su barca, sen- tercera.
tándose el soldado en la de la menor. Todo discurrió como la primera vez, durando el
Dijo el príncipe: baile hasta el desgaste total de los zapatos. La tercera
—No sé por qué, pero esta barca es hoy mucho noche, empero, el soldado se llevó una copa como
más pesada que de costumbre. Tengo que remar con prueba. Cuando sonó la hora de rendir cuentas,
todas mis fuerzas para hacerla avanzar. tomó el muchacho las tres ramas y la copa y se pre-
—Debe de ser el tiempo —respondió la prince- sentó al Rey, mientras las doce hermanas escuchaban
sa—. Hoy está muy caluroso y también yo me siento detrás de la puerta lo que decía. Al preguntar el Rey:
deprimida. —¿Dónde han estropeado mis hijas sus zapatos?
En la orilla opuesta se levantaba un magnífico y —respondió él:
bien iluminado castillo, de cuyo interior llegaba una —Bailando con doce príncipes en un palacio
alegre música de timbales y trompetas. Entraron en subterráneo.
él y cada príncipe bailó con su preferida. Y también Y relató cómo habían ocurrido las cosas, aportan-
el soldado bailó, invisible, y cuando la princesa me- do en prueba las ramas y la copa.
nor levantaba un vaso de vino él se lo bebía, vacián- Mandó entonces el Rey que compareciesen sus
dolo antes de que llegase a los labios de la mucha- hijas y les preguntó si el soldado decía la verdad. Al
cha, con el consiguiente azoramiento de ella; pero la verse ellas descubiertas, y que de nada les serviría
mayor siempre le imponía silencio. el seguir negando, hubieron de confesar. Entonces
Duró la danza hasta las tres de la madrugada, preguntó el Rey al soldado a cuál de ellas quería
hora en que todos los zapatos estaban agujereados y por mujer.

Jacob & Wilhelm Grimm 262 Todos los cuentos


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los seis criados Al oír el hijo estas palabras se levantó del le- Siguieron adelante, y de pronto divisaron dos
[KHM134] Die sechs Diener cho completamente sano y se puso en seguida en pies y parte de unas piernas, pero no el resto. Al
camino. cabo de un buen trecho encontraron el tronco, y
Sucedió que, cabalgando por un erial, vio desde luego la cabeza.
lejos que sobresalía del suelo un bulto semejante a —Caramba! —exclamó el príncipe—. ¡Vaya
un montón de heno, y al acercarse pudo comprobar hombre largo!
que se trataba de la barriga de un individuo que se —¡Oh! —respondió el largo—. Esto no es
hallaba echado en aquel lugar; una barriga que era nada. Cuando estiro del todo las piernas, soy tres
como una montañita. Al ver al caballero, el gordo se mil veces más alto que la montaña más elevada
incorporó y le dijo: de la Tierra. Os serviría gustoso si me quisierais
—Si necesitáis un criado, tomadme a vuestro emplear.
servicio. —Sígueme —dijo el príncipe—. Tal vez puedas
El príncipe le respondió: servirme.
En tiempos remotos vivía una anciana reina que —¿Qué haría yo con un hombre tan voluminoso? Avanzaron otro trecho y observaron que al borde
era, además, hechicera. Tenía una hija tan hermosa —¡Oh! —exclamó el gordo—. Esto no es nada; si del camino había sentado un hombre con los ojos
como no se habría encontrado otra bajo el sol. La me despliego del todo puedo ser tres mil veces más vendados. El príncipe le dijo:
vieja sólo pensaba en hallar medios para perder a los gordo. —¿Tienes, acaso, los ojos enfermos, y te los daña
hombres, y cada vez que llegaba un pretendiente, le —En este caso —dijo el príncipe—, tal vez pue- la luz?
decía que quien aspirase a casarse con su hija debía das servirme. Vente conmigo. —No —respondió el hombre—. No puedo qui-
antes realizar un trabajo, y si no lo lograba tenía que Y el gordo se marchó con el hijo del Rey. tarme la venda, pues todo aquello que ven mis ojos
morir. Al cabo de un rato se encontraron con otro sujeto vuela en pedazos. Tal es la fuerza de mi mirada. Si en
Muchos lo habían intentado, deslumbrados por que, tendido en el suelo, mantenía una oreja aplica- algo puedo serviros, lo haré con gusto.
la belleza de la muchacha, pero ninguno consiguió da contra la hierba. Le preguntó el príncipe: —Ven conmigo —le respondió el príncipe—. Tal
jamás realizar lo que la vieja exigiera de él; y así fue- —¿Qué estás haciendo ahí? vez puedas servirme.
ron decapitados sin piedad. —Escucho —contestó el otro. Y siguiendo adelante, dieron con otro individuo
Mas cierto príncipe, enterado de la gran hermo- —¿Y qué escuchas con tanta atención? que, a pesar de estar tumbado bajo un sol tórrido,
sura de la doncella, dijo a su padre: —Escucho lo que está ocurriendo en estos mo- tiritaba y tenía el cuerpo helado y todos los miem-
—Permitidme que vaya a pretenderla. mentos en el mundo, pues nada escapa a mi oído; bros ateridos.
—De ninguna manera —le respondió el Rey—. incluso oigo crecer la hierba. —¿Cómo es posible que tengas frío —le dijo el
Si lo hicieses, correrías a tu muerte. Le dijo el príncipe: príncipe— con este sol que está cayendo?
Enfermó el hijo gravemente y estuvo siete años —Dime, ¿qué oyes en la Corte de la vieja reina, —¡Oh! —respondió el desconocido—. Mi
entre la vida y la muerte sin que los médicos en- madre de aquella hermosa doncella? naturaleza es especial. Cuanto más calor hace más
contraran remedio a su mal. Al ver su padre que no —Oigo el zumbido de una espada que está cortan- frío tengo, y el hielo penetra por todos mis huesos;
había esperanza, lleno el corazón de tristeza, le dijo: do la cabeza de un pretendiente —le respondió él. y cuanto más frío hace más calor tengo. Y así, en
—Vete, pues, a probar suerte. Ya no sé qué más —Tal vez puedas servirme —exclamó el prínci- medio del hielo me derrito de calor, y dentro del
hacer. pe—. Vente conmigo. fuego, me hielo.

Jacob & Wilhelm Grimm 263 Todos los cuentos


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—Como raro, lo eres —dijo el príncipe—; pero como si se precipitasen en un abismo, y se bebió —Esta noche —prosiguió— llevaré a mi hija a tu
si quieres servirme, sígueme. todo el mar dejándolo seco como un prado. El largo, habitación.
Y un poco más lejos vieron a otro hombre que agachándose un poco, tomó el anillo con la mano. Deberás rodearla y sujetarla con tu brazo; y guár-
estaba de pie y, estirando el cuello, miraba a su alre- Contento el príncipe al verse en posesión de la date muy bien de dormirte mientras estéis así juntos.
dedor en dirección de las montañas. joya fue a entregársela a la Reina, la cual la recibió Yo iré a las doce en punto, y si no la encuentro en
—¿Qué miras con tanta atención? —le preguntó con asombro, diciendo: tus brazos, estás perdido.
el hijo del Rey. —Sí, éste es el anillo. Has resuelto el primer Pensó el príncipe: “Esto es fácil. Ya cuidaré yo de
—Es tan penetrante mi mirada —dijo el hombre—, trabajo; pero ahora viene el segundo. En aquel prado mantener los ojos abiertos.” Con todo, llamó a sus
que puedo ver a través de bosques y campos y más allá que allí ves, delante del palacio, pacen trescientos criados y, después de darles cuenta de lo que le dijera
de montes y valles, hasta los confines del mundo. bueyes gordos: debes comértelos con piel y pelo, la vieja, añadió:
Le dijo el príncipe: huesos y cuernos. Y abajo, en la bodega, tengo tres- —¡Quién sabe qué treta prepara! Conviene preca-
—Si te apetece, ven conmigo. Necesito un hom- cientos barriles de vino; tendrás que bebértelos. Y verse. Vigilad, pues, y cuidad de que la muchacha no
bre como tú. ten presente que si dejas un solo pelo de los bueyes o salga de mi habitación.
Y he aquí que el príncipe, acompañado de sus una sola gota del vino, pagarás con la vida. Al cerrar la noche se presentó la hechicera con su
seis servidores, llegó a la ciudad donde vivía la vieja Preguntó el príncipe: hija, a la que dejó en brazos del príncipe.
reina. Sin darse a conocer de ella, le dijo: —¿No podría tener invitados? Sin compañía, no Entonces el largo se estiró en círculo en torno a
—Si queréis otorgarme la mano de vuestra apetece comer. los dos, y el gordo se puso en la puerta, tapándola
hermosa hija, estoy dispuesto a realizar lo que me La vieja respondió, con una risa maligna: de manera que no pudiese pasar por ella un alma
mandéis. —Te permito que lleves un invitado para que te viviente. La pareja permaneció sentada, sin que la
La hechicera se alegró al ver que un joven tan acompañe, pero sólo uno. muchacha pronunciase ni una sola palabra.
apuesto caía en sus redes y le respondió: Regresó el príncipe junto a sus servidores y dijo al Pero la luna, entrando por la ventana, iluminaba
—Te señalaré tres trabajos. Si los llevas a buen gordo: su maravillosa hermosura. El joven no hacía sino
término serás señor y esposo de mi hija. —Hoy serás mi compañero de mesa y comerás contemplarla, extasiado de gozo y de amor sin sentir
—¿Cuál es el primero? —preguntó el príncipe. hasta saciarte. Y el gordo se desplegó y se comió el menor cansancio en los ojos. Duró la cosa hasta
—Debes traerme el anillo que se me cayó en el los trescientos bueyes, sin dejar un pelo de ellos; y las once; pero entonces la bruja los hechizó a todos,
Mar Rojo. aún preguntó si aquello era todo lo que había como de modo que se quedaron dormidos y, en el acto,
Fue el joven a sus criados y les dijo: desayuno. En cuanto al vino, se lo bebió desde los fue arrebatada la princesa.
—El primer trabajo no es fácil. Se trata de pescar mismos barriles, sin necesidad de vaso y sin dejar Siguieron dormidos profundamente hasta las
un anillo en el Mar Rojo. ¡A ver cómo os ingeniáis! una sola gota desde la espita para abajo. doce menos cuarto, en que, perdiendo el hechizo su
Respondió, entonces, el de mirada penetrante. Terminado el banquete, fue el hijo del Rey a co- fuerza, despertaron todos.
—Voy a ver si lo localizo —y mirando al fondo municar a la vieja que quedaba efectuado el segundo —¡Qué terrible desgracia! —exclamó el hijo del
del mar dijo: Está sobre una roca puntiaguda. trabajo. Rey ¡Ahora sí que estoy perdido! Sus fieles criados
Intervino el largo, y declaró: Ella se admiró y le dijo: prorrumpieron también en lamentaciones; pero el
—Yo lo sacaría si pudiese verlo. —Hasta ahora, nadie había llegado tan lejos; del fino oído dijo:
—¡Si no es más que eso! —exclamó el gordo; y pero te queda aún otro cometido —y pensaba: “No —¡Callaos, que voy a escuchar! —y al cabo de un
tendiéndose en el suelo empezó a sorber las olas, te escaparás. Tu cabeza caerá.” momento de silencio:

Jacob & Wilhelm Grimm 264 Todos los cuentos


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—Está en una roca a trescientas horas de aquí, bio, que él mismo, por su amor, subiría a la hoguera. —Vuestros deseos han quedado cumplidos y,
llorando su muerte. ¡Sólo tú puedes remediarlo, De esta forma moriría y la dejaría libre. Pero los puesto que ya no nos necesitáis, seguiremos nuestro
largo! Si te das prisa, en dos pasos estás allí. criados dijeron: camino en busca de fortuna.
—Sí —respondió el largo—; pero el de la mirada —Todos hemos contribuido en algo. Sólo el A cosa de media hora del palacio había una aldea,
intensa debe acompañarme para hacer saltar la roca. friolento no ha hecho nada. Ahora le toca a él —y, y en sus afueras, un porquerizo guardaba su manada.
Subió el de los ojos vendados a hombros del largo, y subiéndolo a la pira, prendieron fuego a la leña. Al llegar cerca de allí, dijo el joven a su esposa:
en un santiamén estuvieron junto a la roca encantada. Empezó ésta a arder, y siguió ardiendo por —¿Sabes quién soy? No soy un príncipe sino
El largo quitó la venda de los ojos del otro, y bastó espacio de tres días hasta que toda la madera quedó un porquero, y aquel que guarda la manada es mi
una mirada de éste para que la roca volara en mil consumida. Y al extinguirse las llamas apareció el padre. Debemos ir a ayudarle en su trabajo.
pedazos. Tomó entonces el largo en brazos a la prin- hombre entre las cenizas, tiritando como una hoja Luego se apeó con ella en la posada y, en secreto,
cesa y en un instante la llevó al palacio. Luego volvió de árbol y diciendo: dijo a los dueños que durante la noche quitasen a la
a recoger a su compañero, y antes de dar las doce se —En mi vida había pasado tanto frío. ¡Si dura un princesa sus vestidos reales.
hallaban todos reunidos y de excelente humor. poco más, me quedo helado! Al levantarse a la mañana siguiente, la muchacha
Al sonar las campanadas se presentó la vieja he- Ya no había escapatoria y la hermosa doncella no se encontró con que no tenía nada que ponerse, y
chicera con semblante irónico, como diciendo: “¡Ya tuvo más remedio que aceptar por marido al des- la posadera le proporcionó una vieja falda y unas
es mío!,” convencida de que su hija se encontraba a conocido joven. Cuando ya se dirigían a la iglesia, medias de lana, como si le hiciese un gran obsequio,
trescientas horas de allí. exclamó la vieja: diciéndole:
Pero, al verla en brazos del príncipe, exclamó con —¡No puedo tolerar esta vergüenza! —y envió a —Si no es por vuestro marido, no os habría dado nada.
acento de terror: su ejército con orden de aniquilar cuanto se opusiera Persuadida la princesa de que su esposo era real-
—¡Este es más poderoso que yo! a su paso y rescatar a la princesa. mente un porquerizo, lo ayudó a guardar el ganado
Pero ya no pudo objetar nada, y no tuvo más Pero el del oído fino se había enterado de los pensando: “Me lo tengo bien merecido, por insolen-
remedio que otorgarle a la muchacha. Sin embargo, secretos discursos de la vieja. te y orgullosa.”
dijo a ésta al oído: —¿Qué hacemos? —preguntó el gordo. Duró aquella situación ocho días, al cabo de los
—¡Qué vergüenza para ti tener que obedecer a Y éste encontró pronto un remedio: Escupiendo cuales la joven no podía ya resistir, pues tenía los
gente ordinaria, sin poder elegir un marido de tu detrás del coche parte del agua del mar que se pies completamente llagados. Llegaron entonces
gusto! había tragado, inmediatamente se formó un gran unas personas que le preguntaron si sabía quién era
Aquellas palabras excitaron la ira en el orgulloso lago en el que quedó detenido el ejército perse- su marido.
corazón de la doncella, la cual no pensó ya sino en guidor, ahogándose en su totalidad. Al saberlo la —Sí —respondió ella—, es el hijo del porquero,
vengarse. hechicera despachó a la caballería, pero el oidor, y acaba de salir para vender una pequeña partida de
Así, a la mañana siguiente mandó reunir tres- percibiendo el ruido de las armaduras, quitó la cintas y galones.
cientas cargas de leña y dijo al príncipe que, si bien venda de los ojos de su compañero el cual, con Los forasteros le dijeron:
había efectuado los tres trabajos, no se casaría con él una sola mirada penetrante hizo añicos toda la — Venid con nosotros; os acompañaremos junto
mientras alguien no se ofreciese a subirse a la pira y tropa, como si fuese de cristal. a él —y la condujeron al palacio.
mantenerse en ella mientras ardiera. Ya pudieron seguir sin más estorbos y, una vez el Al entrar la princesa en el salón, vio a su esposo
Ni por un momento imaginó que ninguno de sus cura hubo pronunciado su bendición sobre la pareja, en sus vestiduras reales, pero no lo reconoció hasta
criados quisiera morir abrasado por él y sí, en cam- los seis criados se despidieron, diciendo a su amo: que él, abrazándola y besándola, le dijo:

Jacob & Wilhelm Grimm 265 Todos los cuentos


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—Yo he sufrido mucho por ti; por eso, también la novia blanca y la novia negra —No te olvides de lo mejor—. Y respondió ella:
tú habías de sufrir algo por mí. [KHM135] Die weisse und die schwarze Braut —Como tercera gracia pido la gloria del cielo
Se celebró entonces la boda, y ¡no me hubiera para después de mi muerte.
encantado estar allí! ♣ También se la otorgó Nuestro Señor y se despidió
de ella. Cuando al llegar a casa la madre vio que ella
y su hija eran negras como el carbón y horriblemen-
te feas, mientras que la hijastra era blanca y hermosa,
la perversidad de su corazón creció todavía, y ya no
tuvo más afán que el de atormentar a la muchacha.
Pero ésta tenía un hermano llamado Reginer, a
quien quería en extremo, y le contó lo sucedido.
Entonces le dijo Reginer:
Una mujer estaba en el prado cortando hierba con —Hermana mía, quiero hacerte un retrato para
su hija y su hijastra. Se les presentó Dios Nuestro tenerte constantemente ante mi vista, pues te quiero
Señor en figura de mendigo y les preguntó: tanto que quisiera estar viéndote en todo momento.
—¿Cuál es el camino que lleva al pueblo? —Bien —le contestó ella—, pero te ruego que
—Si queréis saberlo —le respondió la madre—, no muestres el retrato a nadie.
buscadlo vos mismo. Pintó él a su hermana y colgó el cuadro en su ha-
Y la hija añadió: bitación del palacio real, pues servía en él de coche-
—Si tenéis miedo a perderos, llevad un guía. Pero ro. Todos los días se paraba a contemplarlo, y daba
la hijastra dijo: gracias a Dios por haberle concedido tal hermana.
—Pobre hombre, yo os acompañaré. Venid Sucedió que el Rey a cuyo servicio estaba el
conmigo. muchacho había perdido a su esposa, la cual había
Se enojó Nuestro Señor con la madre y la hija y sido tan hermosa que no se encontraba otra igual, y
al volverles la espalda las maldijo, condenándolas aquella pérdida tenía sumido al monarca en honda
a ser negras como la noche y feas como el pecado. tristeza.
En cambio se mostró piadoso con la pobre hijas- Los criados de palacio, al observar que el cochero
tra y, al llegar con ella cerca del pueblo, la bendijo, se pasaba largos ratos absorto en la contemplación
diciéndole: de su hermoso cuadro, llenos de envidia lo delataron
—Elige tres gracias y te las concederé. al Rey. Este mandó que le trajesen el retrato, y al ver
Respondió la muchacha: el parecido con su difunta esposa y que la superaba
—Quisiera ser hermosa y pura como el sol —e aún en belleza, se enamoró perdidamente de la mu-
inmediatamente quedó blanca y bella como la luz chacha representada en el cuadro. Llamó al cochero
del día—. En segundo lugar quisiera tener un bolso y le preguntó de quién era el retrato; el muchacho
de dinero que nunca se vacíe—. Y Nuestro Señor se le dijo que era su hermana. Entonces decidió el Rey
lo dio, advirtiéndole: que se casaría con ella y con ninguna otra, y dando

Jacob & Wilhelm Grimm 266 Todos los cuentos


el profanador de textos
al cochero una carroza y caballos, así como magnífi- Preguntó la novia: Un atardecer en que la negra esposa estaba senta-
cos vestidos de oro, lo envió en busca de su elegida. —¿Qué dice mi querido hermano? da sobre las rodillas del Rey, llegó nadando al frega-
Al llegar Reginer con la embajada su hermana —¡Ay! —respondió la vieja—, ha dicho que te dero de la cocina un pato blanco y dijo al ayudante:
sintió una gran alegría, pero la negra hermanastra, quites la dorada cofia y la des a tu hermana.
celosa de su fortuna, se irritó en extremo y dijo a su Ella se quitó la cofia y la pasó a la negra, quedán- Jovencito, enciende fuego,
madre: dose ella sin tocado. Y siguieron adelante, hasta que para que pueda calentarme luego.
—¿De qué me sirven todas vuestras artes si no transcurrido otro rato repitió el hermano:
sois capaz de proporcionarme una suerte así? El muchacho encendió fuego en el hogar. El pato
—Tranquilízate —respondió la vieja—, ya cuida- Tápate, hermanita; se acercó, se sacudió y se alisó las plumas con el pico
ré de tu felicidad. no te moje la lluvia y, mientras así se acicalaba, preguntó:
Y con sus brujerías enturbió los ojos del cochero ni te cubra de polvo el viento,
hasta dejarlo medio ciego, mientras volvía medio para presentarte hermosa ante el Rey. “¿Qué hace mi hermano Reginer?”
sorda a su hijastra. Subieron luego al coche, primero
la novia con sus espléndidos vestidos reales, después Preguntó la novia: Contestó el pinche:
la madrastra y su hija, mientras Reginer ocupaba —¿Qué dice mi querido hermano?
el pescante. Al cabo de un rato de marcha, dijo el —¡Ay! —respondió la vieja—, ha dicho que te Yace en una cárcel tenebrosa,
cochero: asomes a la ventanilla del coche. En aquel momen- entre víboras de lengua ponzoñosa.
to estaban cruzando un puente tendido sobre un
Tápate, hermanita; profundo río. Al levantarse la muchacha y asomarse Siguió el ave preguntando:
no te moje la lluvia por la ventana, las otras dos le dieron un empu-
ni te cubra de polvo el viento, jón y la arrojaron al agua. Al hundirse en el lecho “¿Qué hace la bruja negra en la casa?”
para presentarte hermosa ante el Rey. del río se levantó de su superficie un pato, blanco
como la nieve, que se puso a nadar siguiendo la Y respondió el muchacho:
Preguntó la novia: corriente.
—¿Qué dice mi querido hermano? El hermano no había visto nada de lo sucedido y En brazos del Rey reposa;
—¡Ay! —replicó la vieja—, ha dicho que te qui- siguió conduciendo el coche hasta llegar a palacio. del Rey, de quien es la esposa.
tes el vestido dorado y lo des a tu hermana. Presentó al Rey la muchacha negra confundién-
Ella se lo quitó y lo pasó a la negra, la cual le dola con su hermana, pues estaba medio ciego y Exclamó el pato:
entregó su ordinaria blusa gris. Y prosiguieron sólo veía el brillo del vestido. Al contemplar el Rey
hasta que, poco tiempo después, volvió a decir el la extrema fealdad de su presunta novia, se enojó “¡Dios tenga piedad!”
hermano: sobremanera y ordenó que echasen al cochero a un
foso lleno de víboras y otras alimañas ponzoñosas. Y nadando, se alejó del fregadero.
Tápate, hermanita; La vieja bruja, empero, supo con sus malas artes Volvió al anochecer del día siguiente, repitiendo
no te moje la lluvia deslumbrar al Rey hasta el punto de que, no sola- las mismas preguntas, y lo mismo el tercer día.
ni te cubra de polvo el viento, mente las toleró a su lado a ella y a su hija, sino que El ayudante de cocina, incapaz de callarse por
para presentarte hermosa ante el Rey. incluso acabó casándose con ésta. más tiempo, fue a dar cuenta al Rey de lo que su-

Jacob & Wilhelm Grimm 267 Todos los cuentos


el profanador de textos
cedía. Éste quiso cerciorarse por sí mismo y aquella Juan de Hierro Pero el cazador insistió:
noche bajó a la cocina. Cuando el pato asomó la [KHM136] Der Eisenhans —Dejádmelo intentar por mi cuenta y riesgo
cabeza por el fregadero, se la cortó en redondo de un señor; yo no conozco el miedo.
sablazo, y en el mismo instante quedó transformado Y el cazador se internó en el bosque seguido de su
en la bellísima doncella del retrato que su hermano perro. Al poco rato, el animal venteó una pieza y se
había pintado. puso a perseguirla; mas apenas hubo avanzado unos
Tuvo el Rey una inmensa alegría, y como la mu- pasos se encontró ante un profundo charco que lo
chacha estaba completamente mojada mandó traer obligó a detenerse.
ropas preciosas y vestirla con ellas. Entonces la joven Un brazo desnudo salió del agua y, apresando
le contó cómo había sido víctima de la falacia y la al perro, se sumergió de nuevo con él. Al verlo, el
traición de los suyos, que habían acabado arrojándo- cazador retrocedió en busca de tres hombres provis-
la al río; y lo primero que pidió fue la libertad de su tos de cubos, con los cuales vaciaron el agua de la
hermano. Fue sacado éste del foso de las serpientes y Érase una vez un rey que tenía un gran bosque junto charca.
luego el Rey, dirigiéndose al aposento ocupado por a su palacio, poblado de caza de toda especie. Un día Cuando quedó el fondo al descubierto apareció
la bruja, preguntó a ésta: envió a un montero con encargo de matar un ciervo, un individuo de aspecto salvaje, con el cuerpo bron-
—¿Qué merece quien haya hecho tal y tal cosa?,­ pero el hombre no regresó. ceado como de hierro oxidado y una cabellera que le
­—diciéndole de lo que se trataba. “Tal vez le haya ocurrido algo,” pensó el Rey, y al cubría el rostro y le llegaba hasta las rodillas.
Estaba la vieja tan ofuscada que, sin caer en la día siguiente mandó a otros dos monteros en su bus- Lo ataron con cuerdas y lo condujeron al pala-
cuenta, respondió: ca; pero tampoco volvieron. Al tercer día hizo llamar cio, donde su aspecto produjo enorme extrañeza.
—Merece que se le encierre desnuda en un barril a todos los monteros de la Corte y les dijo: El Rey mandó encerrarlo en una jaula de hierro y
erizado de clavos, se enganche un caballo al barril y —Recorred todo el bosque y no cejéis hasta ha- prohibió, bajo pena de muerte, que nadie abriese la
se lance el animal al trote. ber encontrado a los tres desaparecidos. puerta, confiando la custodia de la llave a la Reina
La sentencia se cumplió en ella y en su negra hija, Pero tampoco regresó ninguno del grupo, ni se en persona.
mientras el rey se desposaba con la blanca y bellísi- supo nada más de los perros de la jauría que llevaban A partir de aquel momento todo el mundo pudo
ma muchacha, y recompensaba a su fiel hermano, con ellos. transitar por el bosque sin peligro.
colmándolo de riquezas y de honores. ♣ A partir de entonces, nadie se atrevió ya a aven- Tenía el Rey un hijo de ocho años que, jugando
turarse en aquel bosque, que quedó silencioso y un día en el patio del palacio, al tirar su pelota de
solitario; sólo de tarde en tarde veíase volar sobre él oro se le fue a caer dentro de la jaula. Corrió allí el
un águila o un azor. pequeñuelo y dijo:
Así pasaron muchos años, hasta que un día se —¡Dame la pelota!
presentó al Rey un cazador forastero y, pidiéndole —Antes tienes que abrirme la puerta —le res-
provisiones y vituallas, se ofreció a penetrar en el pondió el prisionero.
peligroso bosque. El Rey, empero, se negó a ello —No —replicó el niño—, no haré tal cosa; el
diciéndole: Rey lo ha prohibido —y escapó corriendo.
—Es un lugar siniestro. Me temo que no tendrás Al día siguiente volvió a reclamar su pelota, y el
mejor suerte que los otros y que no saldrás de él. hombre insistió:

Jacob & Wilhelm Grimm 268 Todos los cuentos


el profanador de textos
—¡Ábreme la puerta!; —mas el pequeño no Preparó para el muchachito un lecho de musgo y Al tercer día, el muchachito estaba junto a la
quiso. la criatura no tardó en dormirse. Al día siguiente, el fuente sin mover el dedo, aunque le dolía mucho.
Al tercer día, habiendo salido el Rey de caza, hombre lo condujo al borde de un manantial y le dijo: Como el tiempo se le hacía largo, quiso mirarse
volvió a la carga el rapaz y le dijo: —¿Ves? Esta fuente de oro es límpida y clara en el espejo de la fuente y, al inclinar la cabeza
—Aunque lo quisiera no podría abrir la puerta; como cristal; siéntate en la orilla y ten cuidado de para verse bien la cara, sus largos cabellos, que le
no tengo la llave. que no caiga nada en ella, pues quedaría impura. llegaban a los hombros, se le mojaron en el agua, y
Entonces el salvaje le replicó: Todos los días, al atardecer, vendré a comprobar si aunque los retiró inmediatamente salieron dora-
—Está debajo de la almohada de tu madre; allí la has cumplido mi orden. dos y brillantes como el sol. Ya podéis imaginar el
encontrarás. Se sentó el niño al borde del manantial y pudo espanto del pobre niño. Tomó el pañuelo y se lo
El niño, deseoso de recuperar su juguete, acalló ver que de vez en cuando aparecía en sus aguas un arrolló en la cabeza para que el hombre de hierro
todos los reparos y fue a buscar la llave. La puerta se pez o una serpiente de oro, mientras él vigilaba que no lo viese.
abrió pesadamente y el pequeño se apretó los dedos no cayese nada en ellas. Pero cuando éste vino ya lo sabía todo y dijo:
en ella. Hallándose así sentado, de pronto sintió en el —¡Quítate el pañuelo! —y aparecieron los dora-
Salió el salvaje, y después de devolver la pelota dedo un dolor tan intenso que, maquinalmente, lo dos cabellos.
al principito, se apresuró a huir. Pero al chiquillo le sumergió en el agua. Aunque lo retiró en seguida, le Intentó disculparse el pequeño, pero de nada le
entró miedo y, rompiendo a llorar, lo llamó: quedó dorado, y por más que quiso no pudo borrar sirvió.
—¡Salvaje, no te marches! Si te escapas, me el oro. —No has superado la prueba, y no puedes seguir
pegarán. Al anochecer se presentó el hombre de hierro y, aquí.
Retrocedió el fugitivo y, cargándose al pequeño mirando al niño, le preguntó: Márchate a correr mundo. Así sabrás lo dura
en hombros, corrió a esconderse en el bosque. —¿Qué le ha pasado a la fuente? que es la pobreza. Pero como tienes buen corazón
Al regresar el Rey y ver vacía la jaula, preguntó a —Nada, no le ha pasado nada —respondió el y yo quiero tu bien, te concederé un favor. Cuando
la Reina qué había ocurrido. Pero ella no sabía nada. pequeño, escondiendo la mano en la espalda para te encuentres en un apuro, corre al bosque y grita:
Subió a buscar la llave y no la encontró. Llamó al que no le viese el dedo. Pero el hombre le dijo: “¡Juan de Hierro!” Acudiré en tu auxilio. Mi poder
niño, pero no le respondió nadie. Entonces el Rey —Has metido el dedo en el agua. Por esta vez te es grande, mayor de lo que tú crees, y tengo oro y
envió gente a los alrededores en busca de su hijo, perdono, mas guárdate de volver a meter nada en plata en abundancia.
mas todos regresaron sin noticias de él. No era difícil ella. El principito salió del bosque y se puso en mar-
adivinar lo ocurrido, y la Corte fue presa de una A la mañana siguiente el chiquillo reanudó su cha por caminos trillados y no trillados, hasta que
gran aflicción. guardia al borde del manantial. El dedo le dolía de al fin llegó a una gran ciudad. Buscó en ella trabajo
Mientras tanto, el salvaje había vuelto a su tene- nuevo y él se lo restregó en la cabeza; pero tuvo la pero no pudo encontrarlo, pues nada le habían
broso bosque. desgracia de que le cayese cabello al agua, y aunque enseñado para ganarse el sustento. Finalmente
Bajó al pequeñuelo de su hombro y le dijo: se dio prisa en sacarlo estaba completamente dorado. se presentó en el palacio del Rey y preguntó si lo
—No volverás a ver a tu padre ni a tu madre; Al llegar el hombre de hierro, ya sabía lo ocurrido. querían como criado. La gente de la Corte no sabía
pero te guardaré a mi lado, pues me has devuelto la —Has dejado caer un pelo en el agua —le qué hacer de él, pero como les resultó simpático le
libertad y te tengo lástima. Si haces cuanto te diga dijo—. Otra vez te lo perdono. Pero si vuelve a suce- permitieron quedarse. Al fin, el cocinero lo tomó
lo pasarás muy bien. Poseo más oro y riquezas que der, la fuente quedará mancillada y no podrás seguir a su servicio diciendo que podría ir por leña y por
nadie en el mundo. viviendo conmigo. agua y recoger las cenizas.

Jacob & Wilhelm Grimm 269 Todos los cuentos


el profanador de textos
Un día en que estaban ausentes los camareros, el —No —respondió el pequeño—. Las silvestres Y efectivamente, cuando ya hubo marchado la
cocinero le mandó que sirviese la comida a la mesa huelen mejor y le gustarán más. tropa, bajó él a la cuadra y sacó de ella al animal,
real pero el chiquillo, no queriendo que se viese su Al entrar en la habitación, le dijo la hija del Rey: que era cojo de una pata y avanzaba renqueando.
cabellera de oro, se dejó puesto el casquete. Al Rey —Quítate el sombrero. No puedes presentarte Montó en él, a pesar de todo, dirigiéndose al tene-
nunca le había ocurrido una cosa semejante y le dijo: ante mí con la cabeza cubierta. broso bosque y, al llegar a la orilla, gritó por tres
—Cuando te presentes a servir la mesa real debes Pero él volvió a justificarse como la vez anterior veces: “¡Juan de Hierro!,” tan fuertemente que su
descubrirte. —No puedo, tengo tiña. voz resonó a través de los árboles.
—¡Oh, Señor! —se justificó el niño—, no me La doncella le quitó el casquete con un gesto En seguida se presentó el salvaje y le preguntó:
atrevo, pues tengo tiña.1 brusco, y la dorada cabellera se le soltó sobre los —¿Qué quieres?
El Rey mandó llamar al cocinero y le riñó por hombros, y era tan bonita que daba gloria verla. —Quiero un buen corcel, pues voy a la guerra.
haber tomado a su servicio a aquel chiquillo, orde- Quiso escapar el niño; pero ella lo retuvo cogiéndolo —Lo tendrás, y más aún de lo que pides.
nándole que lo despidiese en el acto. El cocinero, sin del brazo, y le dio un puñado de ducados. El salvaje volvió a internarse en el bosque, y al
embargo, apiadándose del pequeño, lo cambió por El niño, que no hacía ningún caso del dinero, fue poco rato salía de él un muchacho de cuadra con-
el muchacho del jardinero. a entregar las monedas al jardinero: duciendo un hermoso caballo que resoplaba por las
Desde entonces, el muchacho hubo de pasarse las —Las regalo a tus hijos para que jueguen con narices y parecía indómito. Detrás venía una hueste
horas en el jardín, plantando y regando, cavando y ellas —le dijo. de tropas con armaduras de hierro y espadas que
azadonando, expuesto al viento y a la intemperie. A la mañana siguiente volvió a mandarle la prin- centelleaban al sol. El muchacho entregó al mucha-
Un día de verano en que estaba trabajando solo, cesa que le trajese un ramillete de flores del campo, cho de cuadra su cojo jamelgo y, montando el brioso
el calor era tan tórrido que se quitó el casquete para y cuando se presentó con él, quiso quitarle también corcel, se puso al frente de la tropa.
que le diese el aire. Al reflejarse los rayos del sol en el sombrerito; pero el muchacho lo mantuvo sujeto Al aproximarse al campo de batalla, buena parte
su cabello, el brillo y centelleo de éste fue a pro- con ambas manos. Le dió ella otro puñado de du- del ejército del Rey había caído ya y el resto estaba
yectarse en la habitación de la princesa. Ésta saltó cados, que el niño regaló al jardinero para sus hijos a punto de darse a la fuga. Atacó entonces el joven
de la cama para averiguar de dónde venía el reflejo. como la víspera. con sus guerreros y, cargando sobre el enemigo como
Viendo al chiquillo, le gritó: La misma escena se repitió el tercer día. La prin- un huracán, derribó cuanto se oponía a su paso. Las
—¡Muchacho, tráeme un ramo de flores! cesa no pudo quitarle el casquete y el chiquillo no tropas adversarias trataron de huir, pero el joven se
Se apresuró a ponerse de nuevo el casquete y, quiso guardarse el dinero. lanzó en su persecución y las aniquiló.
tomando unas flores silvestres, hizo de ellas un ra- Al poco tiempo el país entró en guerra. El rey Luego, en vez de dirigirse al Rey condujo a su
millete. Cuando subía la escalera para llevárselo a la convocó a sus tropas, dudando de si podría re- hueste al bosque, por caminos desviados, y llamó de
princesa, se encontró con el jardinero. sistir al enemigo, que era muy poderoso y tenía nuevo a Juan de hierro.
—¿Cómo se te ocurre llevar a la princesa un un ejército inmenso. Dijo entonces el muchacho —¿Qué quieres? —preguntó el salvaje.
ramo de flores tan vulgares? —le riñó el hombre. jardinero: —Quédate con tu corcel y tu hueste y devuélve-
Vuelve al jardín de prisa, y elige las más raras y —Ya soy mayor y quiero ir a la guerra. Dadme me mi caballo cojo.
bellas. un caballo. Todo se hizo como pedía, y el muchacho em-
1 tiña. 3. f. Med. Cada una de las enfermedades producidas Los otros, echándose a reír, le replicaron: prendió el regreso al palacio montado en su rocín.
por diversos parásitos en la piel del cráneo, y de las cuales —Cuando hayamos partido te lo buscas. Te deja- Cuando el Rey llegó a la Corte, salió su hija a
unas consisten en costras y ulceraciones, y otras ocasionan remos uno en el establo. recibirlo y lo felicitó por su victoria.
solo la caída del cabello. Diccionario RAEL [N. del Pr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 270 Todos los cuentos
el profanador de textos
—No he sido yo el vencedor —le respondió el Nuevamente se apoderó de la manzana, y otra vez se la herida que me causaron vuestros hombres al per-
Rey—. Sino un caballero desconocido que acudió alejó con ella sin perder tiempo. seguirme. Y también soy yo el caballero que os dio la
en mi ayuda al frente de sus tropas. El Rey se irritó y dijo: victoria sobre vuestros enemigos.
Quiso la princesa saber quién era el tal caballero, —Esto no está permitido; debe presentarse y —Si realmente puedes realizar semejantes haza-
pero su padre lo ignoraba. decir su nombre. Y dio orden de que, si volvía a ñas, no has nacido para muchacho de jardín. Dime,
—Lo único que puedo decirte —añadió— es que comparecer el caballero de la manzana, se le persi- ¿quién es tu padre?
se lanzó en persecución del enemigo y ya no lo he guiese si intentaba escapar y se le diese muerte si se —Mi padre es un Rey poderoso y, en cuanto a
vuelto a ver. negaba a obedecer. oro, lo tengo en abundancia, todo el que quiero.
Ella fue al jardinero a preguntarle por su ayudan- El tercer día Juan de Hierro le proporcionó una —Bien veo —dijo el Rey —que estoy en deuda
te, y el hombre, echándose a reír, dijo: armadura y un caballo negros y él volvió a quedarse contigo. ¿Puedo pagártelo de algún modo?
—Acaba de llegar en su jamelgo cojo, y todo el con la manzana. Al huir con ella, le persiguieron los —Sí —contestó el muchacho—, sí podéis, dad-
mundo lo ha recibido con burlas exclamando: “¡Ahí hombres del Rey, llegando uno tan cerca que lo hirió me por esposa a vuestra hija.
viene nuestro héroe!” Y al preguntarle: “¿Dónde en una pierna con la punta de la espada. No obstan- La princesa echó a reír y dijo:
estuviste durmiendo durante la pelea?,” él ha repli- te, el caballero logró fugarse; pero eran tan formida- —¡Este no se anda con cumplidos! Ya había nota-
cado: “He hecho una buena labor; sin mí lo habríais bles los saltos que pegaba su caballo que cayéndosele do yo en su cabellera dorada que no era un ayudante
pasado mal.” Y todos han soltado la carcajada. el yelmo, sus perseguidores pudieron ver que tenía el de jardinero —y, acercándosele, le dio un beso.
Dijo el Rey a su hija: cabello dorado. Al regresar a palacio se lo explicaron A la boda estuvieron presentes sus padres, locos
—Quiero organizar una gran fiesta que dure tres al Rey. de alegría pues habían ya perdido toda esperanza de
días, y tú arrojarás una manzana de oro. Tal vez se Al día siguiente, la princesa preguntó al jardinero volver a ver a su hijo querido. Y cuando ya se habían
presente el desconocido. por su ayudante. sentado a la espléndida mesa, cesó de repente la mú-
Cuando anunciaron la fiesta, el muchacho se fue —Está en el jardín, trabajando. Es un muchacho sica, se abrieron las puertas y entró un rey de porte
al bosque y llamó a Juan de hierro. muy raro. Estuvo en la fiesta y no regresó hasta ayer. majestuoso seguido de un gran séquito. Se dirigió al
—¿Qué quieres? —le preguntó éste. Además, enseñó a mis niños tres manzanas de oro príncipe, lo abrazó y le dijo:
—Ser yo quien coja la manzana de oro de la que había ganado. —Yo soy Juan de Hierro. Me habían hechizado,
princesa. El Rey lo hizo llamar a su presencia y el mucha- transformándome en aquel hombre salvaje; pero tú
—Puedes darla por tuya —respondió Juan de cho se presentó, pero también sin descubrirse. Mas me has redimido. Tuyos son todos los tesoros que
hierro—. Te daré una armadura roja y montarás un la princesa se le acercó y le quitó el sombrero, con poseo. ♣
brioso alazán. lo cual la cabellera le cayó en dorados bucles por en-
Al llegar la fecha señalada apareció el muchacho cima de los hombros, apareciendo el muchacho tan
al galope, y situándose entre los restantes caballeros hermoso que todos los presentes se pasmaron.
no fue reconocido por nadie. Se adelantó la princesa —¿Fuiste tú el caballero que estuvo los tres días
y arrojó una manzana de oro. Nadie la tomó sino en la fiesta, cada uno con diferente armadura, y ga-
él; pero no bien la tuvo en su poder escapó a toda naste las tres manzanas de oro? —preguntó el Rey.
velocidad. —Sí —respondió el muchacho—, y ahí están las
Al segundo día Juan de Hierro le dio una ar- manzanas —y, sacándolas del bolsillo, las alargó al
madura blanca y un caballo del mismo color. Rey—. Y si todavía queréis más pruebas, podéis ver

Jacob & Wilhelm Grimm 271 Todos los cuentos


el profanador de textos
las tres princesas negras pedirles lo que deseara, y ellas lo harían si les estaba Respondió entonces su madre que todo aquello
[KHM137] Die drei schwarzen Prinzessinnen permitido. debía de ser cosa del diablo; tenía que llevarse una
Al cabo de un tiempo de permanecer el mucha- vela bendita y echarles en la cara cera derretida.
cho en el castillo, dijo que deseaba volver a la casa Regresó el muchacho, y muy asustado por cierto.
de su padre y las princesas le respondieron que podía Les vertió sobre el rostro unas gotas de cera mientras
hacerlo. Le dieron un bolso de dinero y los vestidos dormían y vio que quedaban medio blancas.
que debía ponerse, y le comunicaron que tendría Incorporándose entonces bruscamente las prince-
que estar de regreso dentro de ocho días. sas, le gritaron:
El muchacho sintió arrebatado, y en un momen- —¡Perro maldito, nuestra sangre clama venganza
to se encontró en la India. Pero no había modo de contra ti! ¡Ahora no existe ya en todo el mundo, ni
dar con su padre en su vieja choza; y así anduvo existirá jamás, un ser humano que pueda redimimos!
preguntando a la gente dónde había ido a parar Tenemos tres hermanos que están amarrados a siete
La India fue sitiada por el diablo, el cual se negó a el pobre pescador. Le respondieron que no debía cadenas: ellos te destrozarán.
levantar el cerco mientras no se le pagasen seiscien- hablar en aquellos términos, pues de lo contrario lo Se levantó un espantoso griterío en todo el cas-
tos ducados. Se dió orden de pregonar que quien ahorcarían. Encontró, al fin, a su padre y le dijo: tillo; el muchacho saltó por la ventana y se rompió
aportara aquella cantidad sería elegido alcalde. He —Pescador, ¿cómo habéis llegado a esto? una pierna. El palacio se hundió en el suelo, se cerró
aquí que un pobre pescador se hallaba a la orilla —No debéis llamarme así —lo reprendió él—. Si de nuevo la montaña y nadie supo dónde había
del mar en compañía de su hijo. Llegó el diablo, se enteran los señores de la ciudad, te ahorcarán. estado. ♣
se apoderó del hijo y, como compensación, dio los Pero el chico no le hizo caso y fue conducido a la
seiscientos ducados al padre. Éste fue a entregarlos horca. Al llegar allí, suplicó:
a los señores de la ciudad. Se retiró el enemigo y el —¡Oh, señores! Permitidme que vaya por última
pescador fue nombrado alcalde. vez a la vieja choza del pescador.
Se pregonó entonces que quien no le llamase Cuando estuvo en ella, vistió su antigua blusa y,
‘Señor Alcalde’ sería condenado a la horca. compareciendo de nuevo ante los personajes dijo:
El hijo logró escapar de manos del diablo y llegó —¿No lo veis? ¿No soy el hijo del pobre pesca-
a un gran bosque, situado en una alta montaña. Ésta dor? En este traje he ganado el pan de mi padre y de
se abrió y apareció un espacioso castillo encantado, mi madre.
donde todo —sillas, mesas y bancos— estaba tapiza- Entonces lo reconocieron y, pidiéndole perdón,
do de negro. lo llevaron con ellos a su casa, donde contó a todos
Entraron luego tres princesas, vestidas de negro sus aventuras. Cómo había llegado al bosque de una
y que sólo en la cara eran un poquitín blancas, y alta montaña; cómo se había abierto la montaña y
le dijeron que no se asustase, pues ningún daño le entrado en un castillo encantado en el que todo era
causarían. En cambio, él podía desencantarlas. negro, y cómo se le habían presentado tres princesas,
Contestó les que lo haría gustoso si supiera cómo. negras de pies a cabeza y sólo un poquito blancas
Ellas le explicaron que por espacio de un año no en la cara. Y las princesas lo habían tranquilizado y
debía dirigirles la palabra ni mirarlas; sólo podría dicho que él podía desencantarlas.

Jacob & Wilhelm Grimm 272 Todos los cuentos


el profanador de textos
Knoist y sus tres hijos la muchacha de Brakel los sirvientes de la casa1 (la
[KHM138] Knoist und seine drei Söhne [KHM139] Das Mädchen von Brakel compañía) (los fámulos2)
[KHM140] Das Hausgesinde

Entre Werrel y Soest vivía un hombre que se llamaba Una muchacha de Brakel se fue un día a la capilla
Knoist. Tenía tres hijos, de los cuales uno era ciego, de Santa Ana, más abajo de Hirmenburgo; y como —¿Adónde vas?
el segundo manco, y el tercero andaba totalmente suspiraba por un novio y creía que estaba sola en la —A Walpe.
desnudo. capilla, se puso a entonar la siguiente canción: —Yo a Walpe, tú a Walpe; ya ves, ya ves, vámo-
Salieron una vez al campo y vieron una liebre. El nos pues.
ciego la mató de un tiro, el manco la recogió, y el Santa Ana querida, —¿Tienes marido? ¿Cómo se llama tu marido?
desnudo se la metió en el bolsillo. dame el hombre de mi vida. —Florido.
Llegaron luego a un río gigantesco en el que Ya sabes quién es: —Mi marido Florido; tu marido Florido; yo a
había tres barcos: uno corría, otro se hundía, y el vive detrás del molino, Walpe; tú a Walpe; ya ves, ya ves, vámonos pues.
tercero no tenía fondo; ellos subieron al que no tenía tiene el pelo de oro fino, —¿Tienes un hijo? ¿Cómo se llama tu hijo?
fondo y navegaron hasta un gigantesco bosque en el haz que venga por sus pies. —Botijo.
que se levantaba un enorme árbol. —Mi hijo Botijo; tu hijo Botijo; mi marido
En el árbol había una inmensa capilla, y en la Pero el sacristán, que estaba detrás del altar, oyó Florido; tu marido Florido; yo a Walpe; tú a Walpe;
capilla un sacristán jorobado y un cura patizambo, su plegaria y con voz chillona se puso a gritar: ya ves, ya ves, vámonos pues.
los cuales distribuían el agua bendita a palos. —¡No lo tendrás, no lo tendrás! —¿Tienes una cuna? ¿Cómo se llama tu cuna?
La muchacha creyó que era la Virgen María, que —Aceituna.
Dichoso el que medita estaba con su madre Ana, la que así gritaba. Y muy —Mi cuna Aceituna; tu cuna Aceituna; mi hijo
el modo de huir de tal agua bendita. ♣ enfadada le dijo: Botijo; tu hijo Botijo; mi marido Florido; tu mari-
—No te entrometas, tontuela. Cierra el pico y
1 En la versión alemana este cuento consiste en un juego de
deja hablar a tu madre. ♣ palabras en las que unas riman con otras, repitiéndose. La
traducción literal no tendría ningún sentido por lo que se
ha pretendido imitar los juegos de palabras con una rima
apropiada. [N. del Pr.]
2 fámulo, la. 1. m. y f. coloq. Criado, doméstico. 2. m.
Sirviente de la comunidad de un colegio. Diccionario
RAEL [N. del Pr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 273 Todos los cuentos
el profanador de textos
do Florido; yo a Walpe; tú a Walpe; ya ves, ya ves, el corderito y el pececito Y se ponían en ronda, y al que le toca-
vámonos pues. [KHM141] Das Lämmchen und Fischchen ba la palabra ‘morderán’ debía echar a co-
—¿Tienes un criado? ¿Cómo se llama tu criado? rrer, los demás lo perseguían hasta que lo
—Amansado. alcanzaban.
—Mi criado Amansado; tu criado Amansado; tu La madrastra, al verlos desde la ventana saltar tan
cuna Aceituna; mi cuna Aceituna; mi hijo Botijo; tu alegremente, se enojó y, como era bruja, encantó a
hijo Botijo; mi marido Florido; tu marido Florido; los dos hermanitos, convirtiendo al niño en pez y a
yo a Walpe; tú a Walpe; ya ves, ya ves, vámonos la niña en cordero.
pues. ♣ He aquí que el pez nadaba tristemente en
el estanque, y el corderito corría por el pra-
do, triste también, sin comer ni tocar ninguna
hierba.
Así transcurrió algún tiempo, hasta que un día
llegaron forasteros al palacio y la malvada madras-
Éranse dos hermanitos, un niño y una niña, que se tra pensó: “Esta es una buena ocasión,” y llamó al
querían tiernamente. Su madre había muerto, su cocinero y le dijo:
madrastra los odiaba y procuraba siempre causarles —Ve al prado a buscar el cordero y mátalo, pues
todo el mal posible. no tenemos nada para ofrecer a los huéspedes.
Sucedió que un día estaban los dos hermanos Bajó el cocinero, tomó al animalito y se lo llevó
jugando en un prado delante de su casa, en compa- a la cocina atadas las patas, y todo lo sufrió con
ñía de otros niños. Y junto al prado se extendía un paciencia la bestezuela.
estanque, el cual llegaba hasta uno de los lados de la Pero cuando el hombre, sacando el cuchi-
casa. Corrían los chiquillos y jugaban a alcanzarse, y llo salió al umbral para afilarlo, reparó en un
cantaban: pececito que, con muestras de gran agitación,
nadaba frente al vertedero y lo miraba. Era el
Patito, quiéreme un poquito hermanito que, al ver que el cocinero se lleva-
y te daré mi pajarito. ba al corderito, había acudido desde el centro
El pajarito me buscará pajita; del estanque. Baló entonces el corderito desde
la paja la daré a mi vaquita; arriba:
la vaca me dará leche rica;
la leche la daré al pastelero; Hermanito que moras en el estanque,
el pastelero me cocerá pasteles; mi pobre alma, dolida está y sangrante.
los pasteles los daré al gatito; Muy pronto el cocinero sin compasión,
el gato me cazará ratoncitos; me clavará el cuchillo en el corazón.
los ratoncitos los colgaré a la espalda…
¡y te morderán! Respondió el pececito:

Jacob & Wilhelm Grimm 274 Todos los cuentos


el profanador de textos
¡Ay, hermanita, que me llamas desde lo alto! monte Simeli Cuando hubieron desaparecido de su vista, el
Mi pobre alma, dolida está y sangrante [KHM142] Simeliberg hombre quiso saber qué se ocultaba en el seno de la
en las aguas profundas del estanque. montaña. Bajó del árbol y gritó:
—¡Monte Semsi, monte Semsi, ábrete!
Al oír el cocinero hablar al corderito y dirigir Y la montaña se abrió como antes. Entró y vio
al pececito aquellas palabras tan tristes, se asustó y que el interior era una enorme cueva llena de plata
comprendió que no debía ser un cordero natural, y oro, con grandes montones de perlas y diamantes,
sino la víctima de algún hechizo de la mala bruja de como si fuese grano. El pobre no sabía qué hacer,
la casa. Dijo: ni si podía llevarse algo de aquellas riquezas; al fin
—Tranquilízate, que no te mataré —y tomando optó por llenarse los bolsillos de oro sin tocar las
otro animal, lo sacrificó y guisó para los invitados. perlas ni las piedras preciosas. Al volver a salir, gritó
Luego condujo el corderito a una buena campe- nuevamente:
sina y le explicó cuanto había oído y presenciado. Éranse dos hermanos, rico el uno y pobre el otro. —¡Monte Semsi, monte Semsi, ciérrate!
Resultó que precisamente aquella campesina había El rico no socorría al pobre, el cual se ganaba pe- La montaña se cerró y él se marchó a casa en su carreta.
sido la nodriza de la hermanita, y sospechando la nosamente la vida comerciando con trigo. Pero los Desde entonces se le terminaron las preocupa-
verdad, fue con el animalito a un hada buena. negocios le iban tan mal, que a menudo no tenía ciones. Con el oro recogido pudo comprar, no sólo
Pronunció ésta una bendición sobre el corderito y pan para su esposa y sus hijos. pan para su esposa e hijos, sino incluso vino. Llevaba
el pececito, y ambos recobraron en el acto su figura Una vez que pasaba por el bosque con su carreta, una vida honrada y feliz, daba limosnas a los pobres
humana propia. Luego los llevó a una casita situada vio, a un lado, una gran montaña pelada que nunca y hacía todo el bien posible. Y cuando se le termina-
en un gran bosque, donde vivieron solos pero felices había visto y se detuvo a contemplarla asombrado. ba el dinero, iba a pedir prestada a su hermano una
y contentos. ♣ De pronto vio acercarse a doce hombres fornidos, medida para granos y volvía a la montaña, dejando
de mala catadura, y pensando que se trataría de ban- siempre intactos los tesoros más valiosos.
doleros, disimuló el carro entre la maleza y se subió El rico llevaba ya mucho tiempo roído por la
a un árbol por lo que pudiera ocurrir. envidia ante la buena fortuna del otro y la vida que
He aquí que los doce hombres se acercaron a la llevaba; pero no lograba comprender de dónde le
montaña y gritaron venía a su hermano aquella abundancia, ni para qué
—¡Monte Semsi, monte Semsi, ábrete! le pedía la medida.
E inmediatamente la pelada montaña se abrió Ideó una estratagema y, al efecto, untó con pez
por el centro. Penetraron los doce en su interior y el fondo de la medida, y cuando el otro se la devol-
volvió a cerrarse la montaña. vió encontró una pepita de oro que había quedado
Al cabo de un tiempo volvió a abrirse, salien- pegada en el fondo. Yendo inmediatamente a encon-
do los bandidos con pesados sacos en las espaldas. trar a su hermano le preguntó:
Cuando todos estuvieron fuera, gritaron: —¿Qué has medido con la fanega? —Trigo y
—¡Monte Semsi, monte Semsi, ciérrate! cebada —respondió el hermano.
Y en el acto se cerró la montaña sin que en ella se Le enseñó entonces el dueño la pepita de oro y lo
viere la menor hendidura; y los doce se alejaron. amenazó con denunciarlo a la justicia si no le decía

Jacob & Wilhelm Grimm 275 Todos los cuentos


el profanador de textos
la verdad; conque se vio obligado, ante aquel apuro, inconvenientes de correr mundo Al poco tiempo llegó ante una horca, en la que
a explicar lo sucedido. [KHM143] Auf Reisen gehen (Irse de viaje) había un pobre ladrón al que se disponían a ahorcar.
El rico hizo enganchar un carro y se encaminó Y exclamó el muchacho:
sin pérdida de tiempo a la montaña, con la idea de —Buenos días. ¡Que pesquéis muchos, que pes-
aprovechar mejor la oportunidad y cargar con gran- quéis muchos!
des riquezas. Al llegar al lugar indicado, gritó: —¿Qué dices, imbécil? ¿Aún ha de haber más
—¡Monte Semsi, monte Semsi, ábrete! mala gente en el mundo? ¿No basta con éste?
Se abrió la montaña y el hombre entró en ella. Y recibió unos palos más.
Se extendían ante sus ojos toda suerte de tesoros —¿Qué debo decir, entonces?
y el codicioso estuvo largo rato vacilando sobre lo —Debes decir: “Dios se apiade de esta pobre
que le convendría tomar en primer término, deci- alma.”
diéndose al fin a cargar todas las piedras preciosas Se alejó el muchacho, siempre repitiendo: “¡Dios
que cupieron en el carro. Luego se dispuso a regresar Una pobre mujer tenía un hijo que deseaba viajar y se apiade de esta pobre alma!”
con la preciosa carga; pero su corazón y su mente se recorrer mundo. Le dijo la madre: Y poco después se encontró junto a un foso, en el
hallaban tan excitados por los tesoros que se llevaba, —¿Cómo quieres marcharte? No tengo dinero; que un desollador estaba despellejando un caballo.
que olvidándose del nombre de la montaña, gritó: ¿qué te llevarás? Dice el joven:
—¡Monte Simeli, monte Simeli, ábrete! Respondió el muchacho: —Buenos días. ¡Dios se apiade de esta pobre
Pero como pronunciaba un nombre erróneo, —Ya me las arreglaré. En todas partes iré dicien- alma!
la montaña permaneció inmóvil, sin abrirse. do: no mucho, no mucho. —¿Qué dices, estúpido? —replicó el desollador,
Sobrecogió al hombre un gran terror, y cuanto más Se marchó y estuvo bastante tiempo repitiendo largándole con su herramienta un trastazo en el pes-
se esforzaba por recordar menos le venía a la memo- siempre: “No mucho, no mucho, no mucho,” hasta cuezo que le hizo perder el mundo de vista.
ria, sin que de nada le sirvieran todas las riquezas que encontró a unos pescadores y les dijo: —¿Qué debo decir, pues? —preguntó el infeliz.
de que se había apoderado. Al anochecer se abrió la —¡Dios os ayude! No mucho, no mucho, no —Debes decir: “¡Al foso con la carroña!”
montaña y entraron los doce bandidos. Al verlo, se mucho. Y el muchacho siguió adelante, sin cesar de repe-
echaron a reír, diciendo: —¿Qué dices, animal, no mucho? tir: “¡Al foso con la carroña!”
—¡Ah, pajarraco, al fin te pescamos! ¿Piensas Y al sacar la red, efectivamente había pocos peces. He aquí que se cruzó con un coche lleno de viaje-
que no habíamos notado que estuviste aquí por dos Arremetió uno de los pescadores contra él, armado ros y dijo:
veces? No logramos tomarte entonces; pero la tercera de un palo, diciendo: —Buenos días. ¡Al foso con la carroña!
no escaparás. —¡Voy a medirte las costillas! —y la emprendió a Y dio la casualidad de que el carruaje volcó en un
—¡No fui yo, sino mi hermano! —exclamó él! estacazos con él. foso. El cochero agarró el látigo y, la emprendiendo
Pero por más que suplicó y rogó que le perdona- —¿Qué tengo que decir, pues? —exclamó el a latigazos, dejó al muchacho tan mal parado que no
sen la vida, los bandidos le cortaron la cabeza. ♣ muchacho. tuvo más remedio que regresar, casi a rastras, a casa
—¡Que pesquéis muchos, que pesquéis muchos!, de su madre.
eso es lo que debes decir. Y desde entonces se le quitaron para siempre las
Siguió el muchacho andando, y repitiendo una y ganas de viajar. ♣
otra vez: “Que pesquéis muchos, que pesquéis muchos.”

Jacob & Wilhelm Grimm 276 Todos los cuentos


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el borriquillo —¡Ay, mi señor! —le respondió el músico—. —En este caso, vete con los soldados —le dijeron
[KHM144] Das Eselein Difícil va a resultaros, pues tenéis los dedos muy entonces.
grandes y no están conformados para ello. Mucho —No —replicó él—, quiero estar junto al Rey.
me temo que las cuerdas no resistan. Éste se echó a reír y dijo, de buen humor:
Pero de nada sirvieron sus amonestaciones. El —Bien. Hágase como pides, borriquillo. Ponte a
borriquillo se mantuvo firme en su deseo; estudió mi lado.
con perseverancia y aplicación, y al fin supo manejar Luego le preguntó:
el instrumento tan bien como su maestro. —Borriquillo, ¿qué tal te parece mi hija?
Un día salió de paseo. Iba pensativo y llegó a El asno volvió la cabeza para mirarla y, haciendo
una fuente. Al mirarse en las aguas vio su figura de un gesto de aprobación, dijo:
asno, y le dio tanto pesar que se marchó errante por —La verdad es que jamás he visto otra tan
los caminos de Dios, sin llevarse más que un fiel hermosa.
Había una vez un rey y una reina que eran muy ricos compañero. —Puedes sentarte a su lado, si quieres.
y tenían cuanto se puede desear, excepto hijos. La Después de andar mucho tiempo sin rumbo fijo —¡Con mucho gusto! —exclamó el borrico y, co-
Reina se lamentaba de día y de noche, diciendo: llegaron a un país gobernado por un anciano rey, locándose a su lado, comió y bebió, comportándose
—¡Soy como un campo baldío! padre de una hermosísima muchacha. con la mayor corrección y pulcritud.
Al fin Dios quiso colmar sus deseos, pero cuan- Dijo el borriquillo: Cuando llevaba una buena temporada en
do la criatura vino al mundo no tenía figura de ser —Nos quedaremos aquí —y, llamando a la puer- la Corte de aquel rey, pensó: “Todo esto no
humano, sino de borriquillo. ta, gritó: remedia nada. Hay que volver a mi casa,” y
Al verlo la madre prorrumpió en llantos y gemi- —Aquí fuera hay un forastero. Abrid y dejadnos triste y cabizbajo se presentó al soberano para
dos, diciendo que mejor habría sido continuar sin entrar. despedirse.
hijos antes que dar a luz un asno, y que deberían Y como nadie les abriera, se sentó y se puso a Pero el Rey le había cobrado afecto y le dijo:
arrojarlo al río para pasto de los peces. Pero el Rey tañer el laúd con las dos patas delanteras. —¿Qué te pasa, borriquillo? Pareces agriado
intervino: El portero abrió unos ojos como naranjas y, co- como una jarra de vinagre. Quédate conmigo, te
—No, puesto que Dios lo ha dispuesto así será rriendo hacia el Rey, le dijo: daré todo lo que pidas. ¿Quieres oro?
mi hijo y heredero; y cuando yo muera subirá al —Ahí fuera en la puerta hay un borriquillo que —No —respondió el borrico, meneando la
trono y ceñirá la corona. está tocando el laúd con tanto arte como el mejor de cabeza.
Criaron, pues, al borriquillo, el cual creció, y los maestros. —¿Quieres adornos y pedrería?
crecieron también sus orejas, tan altas y enderezadas —Invita, pues, al músico a que entre —le ordenó —No.
que era un primor. el Rey. —¿Quieres la mitad de mi reino?
Por lo demás, era de natural alegre y retozón, y Pero al ver que se presentaba un burro, los pre- —¡Oh, no!
mostraba una especial afición a la música, hasta el sentes soltaron la gran carcajada. Dijo el Rey entonces:
punto de que se dirigió a un famoso instrumentista Los muchachos recibieron orden de darle pienso —¡Si pudiera adivinarte los gustos…! ¿Quieres
y le dijo: y llevárselo abajo; pero él protestó: casarte con mi hija?
—Enséñame tu arte, pues quiero llegar a tocar el —Yo no soy un vulgar asno de establo, sino —¡Oh, sí! —respondió el borriquillo—. ¡Esto sí
laúd tan bien como tú. noble. que me gustaría! —e inmediatamente se puso alegre,

Jacob & Wilhelm Grimm 277 Todos los cuentos


el profanador de textos
recobrando su antiguo buen humor, pues era aquél Y por la noche, cuando todos dormían, entró el hijo ingrato
el mayor de sus deseos. furtivamente en la habitación y, al llegar junto a [KHM145] Der undankbare Sohn
Se celebró, en consecuencia, una espléndida boda la cama pudo ver, a la luz de la luna, a un apuesto
y al anochecer, cuando los novios fueron conducidos joven dormido; y la piel yacía extendida en el suelo.
a su habitación, queriendo saber el Rey si el borri- La tomó y volvió a salir. En seguida mandó en-
quillo se comportaba con gentileza y corrección, cender un gran fuego y arrojar a él la piel de asno; y
mandó a un criado que se escondiese en la alcoba. no se movió de allí hasta que estuvo completamente
Cuando los recién casados estuvieron en la habi- quemada y reducida a cenizas.
tación, corrió el novio el cerrojo de la puerta, echó Deseoso de ver qué haría el príncipe al despertar-
una mirada a su alrededor y, seguro de que estaban se, se pasó toda la noche en vela, con el oído atento.
solos, quitándose de pronto la piel de asno, quedó El muchacho se despertó al clarear el día, saltó de
transformado en un esbelto y apuesto joven. la cama para ponerse su piel de asno, y al no encon-
—Ya ves ahora quién soy —dijo a la princesa—, trarla exclamó, sobresaltado y lleno de angustia: Un hombre y su mujer se hallaban una vez sentados
y ves también que no soy indigno de ti. —¡Ahora no tengo más remedio que huir! a la puerta de su casa y se disponían a comer un
La novia se alegró y lo besó muy entusiasma- Pero a la salida se encontró con el Rey, el cual le pollo asado que tenían sobre la mesa.
da. Pero al llegar la mañana, se levantó el mucha- dijo: Vio el hombre que se acercaba su padre y se apre-
cho y volvió a ponerse la piel de asno, de manera —Hijo mío, ¿adónde vas con tanta prisa? suró a tomar el pollo y esconderlo en la casa, para no
que nadie habría podido sospechar quién se Quédate, eres un hombre tan apuesto que no quiero tener que invitar al viejo. Llegó éste, bebió un trago
ocultaba bajo aquella figura. No tardó en presen- que te separes de mi lado. Te daré en seguida la mi- y volvió a marcharse.
tarse el Rey: tad de mi reino, y cuando muera lo heredarás todo. Entonces el hijo fue a buscar otra vez el pollo;
—¡Caramba! —exclamó—. ¡Pues no está poco —Pues que el buen principio tenga también un pero al sacarlo del escondrijo vio que se había trans-
contento el borriquillo! Pero tú debes de estar triste buen fin —respondió el joven—. Me quedo con vos. formado en un sapo, el cual le saltó a la cara y se le
—prosiguió, dirigiéndose a su hija— al no tener El Rey le dió la mitad del reino, y cuando al cabo quedó pegado, sin que hubiera medio de arrancarlo.
por esposo a un hombre como los demás. —¡Oh, de un año murió, le legó el resto. Además, al fallecer Cada vez que alguien trataba de tomarlo, la bestia
no, padre mío! —respondió ella—. Lo quiero tanto su padre heredó también el suyo, y de este modo le dirigía una mirada ponzoñosa, como dispuesta
como si fuese el más hermoso de los hombres, y le discurrió su vida en medio de la mayor abundancia. a lanzarse sobre él, por lo cual nadie se atrevía a
seré fiel hasta la muerte. ♣ tocarla.
El Rey se admiró; pero el criado que había per- Y el ingrato hijo tenía que dar de comer todos los
manecido oculto le descifró el misterio. Dijo el Rey: días al sapo, pues de lo contrario éste le devoraba un
—¡Esto no puede ser verdad! trozo de la cara.
—Velad vos mismo la próxima noche y lo veréis Y de esta manera quedó condenado a vagar por el
con vuestros propios ojos. Y si queréis seguir mi mundo sin paz ni reposo. ♣
consejo, Señor Rey, quitadle la piel y arrojadla al
fuego, así no tendrá más recurso que el de presentar-
se en su verdadera figura.
—Es un buen consejo —dijo el Rey.

Jacob & Wilhelm Grimm 278 Todos los cuentos


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la zanahoria ¿O tal vez es que tú eres un favorito de la suerte y Le pareció bien al otro, y se fue con él sin recelar
[KHM146] Die Rübe (El nabo) por ello te suceden estas cosas? nada malo.
—Nada de eso —respondió el campesino—. No Cuando llegaron a un lugar despoblado, los
soy un favorito de la fortuna sino un pobre soldado bandidos lo asaltaron y, atándolo, se dispusieron a
que, para poder subvenir a mis necesidades, pedí la colgarlo de un árbol.
licencia y me dedico a cultivar el suelo. Tengo un Pero en aquel momento se oyó a lo lejos un
hermano rico, a quien Vuestra Majestad bien conoce; sonido de cascos de caballos y la voz de alguien que
pero yo, como nada poseo, soy desconocido de todos. cantaba a grito pelado. Los bandidos asustaron y pu-
Se compadeció de él el Rey y le dijo: sieron escaparon corriendo, dejando a su prisionero
—Pues se ha terminado tu pobreza; te daré metido en un saco, que ataron a una rama.
lo que haga falta para que no seas menos que tu El hombre, desde aquella altura, a costa de mu-
hermano. chos esfuerzos consiguió abrir un agujero en el saco
Éranse una vez dos hermanos que habían sentado Y le regaló una cantidad de oro y campos, prados y asomó por él la cabeza.
plaza de soldados. El uno era rico y el otro pobre. y rebaños, haciéndolo tan rico que la fortuna de su Resultó que quien venía por el camino era un es-
El pobre, queriendo salir de su miseria, se licenció y hermano no podía compararse con la suya. tudiante vagabundo que cabalgaba cantando alegre-
se hizo campesino, dedicándose a cavar y labrar su Al enterarse éste de lo que había valido a su her- mente a través del bosque. Al observar el de arriba
pedacito de tierra, en el que sembró zanahorias. mano una simple zanahoria, se sintió dominado por que era un solo individuo el que pasaba, le gritó:
Germinó la semilla y brotó una zanahoria que la envidia y se puso a cavilar en busca de algún me- —¡Buenos días os dé Dios!
no cesaba de crecer. Crecía a ojos vistas; cada día era dio para conseguir una dádiva parecida. Queriendo El estudiante miró a todas partes, y no viendo de
más alta y más recia, y bien podía llamársele la reina proceder de modo más inteligente llevó al Rey oro dónde procedía la voz, preguntó:
de las zanahorias, pues jamás se había visto ni se verá y caballos, pensando que se le correspondería con —¿Quién me llama?
otra igual. regalos mucho más valiosos. Pues si a su hermano Respondió el otro, desde el árbol:
Al fin llegó a alcanzar un tamaño tan extraordina- le habían dado tanto por una zanahoria, ¡qué no le —Levanta la vista. Estoy aquí, en el saco de la
rio que llenaba un carro, y se necesitaban dos bueyes darían a él a cambio de sus presentes! sabiduría. En muy poco rato he aprendido gran-
para transportarla; y el campesino no sabía qué hacer Aceptó el Rey el obsequio, y le dijo que lo me- des cosas. Todas las escuelas juntas nada valen en
con ella, ni si habría de ser su suerte o su desgracia. jor con que podía corresponderle era con aquella comparación. Un poquitín más y lo sabré todo, Y
Al fin pensó: “Si la vendo, no sacaré gran cosa. Si rarísima zanahoria; y así, el rico hubo de cargar en bajaré del árbol más sabio que ningún otro hombre.
me la como, lo mismo puedo comerme las peque- su carro la hortaliza de su hermano y llevársela a Entiendo las estrellas y constelaciones, el soplar de
ñas. Lo mejor será llevarla al Rey y regalársela como casa. Una vez en ella no sabía sobre quién descargar todos los vientos, la arena del mar, la curación de
una cosa rara, en prueba de acatamiento.” su cólera y mal humor, hasta que le vinieron malos las enfermedades, la virtud de las hierbas, las aves y
En consecuencia, la cargó en el carro, enganchó a pensamientos y decidió matar a su hermano. las piedras. Si estuvieses tú aquí, verías las maravillas
él dos bueyes y se encaminó a la Corte, para ofre cer- Contrató a unos asesinos para que le tendiesen que fluyen del saco de la verdad.
la al Rey. una emboscada, y mientras tanto él fue en su bús- Al oír el estudiante todo aquello dijo, lleno de
—¡Vaya una hortaliza extraña! —exclamó éste—. queda y le dijo: admiración:
He visto en mi vida muchas maravillas, pero jamás —Hermano, yo sé donde hay un tesoro oculto. —¡Bendita sea la hora en que te encontré! ¿No
un monstruo así, ¿De qué clase de semilla ha salido? Iremos juntos a buscarlo y nos lo repartiremos. me dejarías subir un ratito al saco?

Jacob & Wilhelm Grimm 279 Todos los cuentos


el profanador de textos
Contestó el de arriba, como si lo concediese a el hombrecito rejuvenecido El herrero, que había presenciado la operación,
regañadientes: [KHM147] Das junggeglühte Männlein invitó a todos a cenar. Pero tenía una suegra vieja,
—Te dejaré subir un rato en recompensa de tus medio ciega y jorobada que, dirigiéndose al nuevo
buenas palabras; —pero tendrás que aguardar aún jovenzuelo, le preguntó muy seriamente si le había
una hora, pues me falta aprender todavía una cosa. quemado mucho el fuego. El contestó que en su
Cuando el estudiante llevaba ya un rato aguar- vida se había sentido tan a gusto; en medio de las
dando, empezó a hacérsele larga la espera y rogó al llamas le parecía que se estaba bañando en un refres-
otro que le permitiese entrar en seguida, pues su sed cante rocío.
de sabiduría era irresistible. Entonces el de arriba, Aquellas palabras del joven resonaron durante
como si cediese de mala gana, dijo: toda la noche en los oídos de la vieja. A la mañana
—Para que pueda salir del saco de la sabiduría siguiente, cuando Nuestro Señor se hubo marchado
tienes que soltar la cuerda que lo sostiene. Entonces después de dar las gracias al herrero, éste pensó que
te meterás tú. En los tiempos en que Nuestro Señor andaba aún sabría también rejuvenecer a su suegra, pues había
Lo bajó entonces el estudiante y, desatando el por la Tierra entró un anochecer, acompañado de observado muy atentamente todo el proceso de la
saco, lo puso en libertad. San Pedro, en una herrería en la que recibió hospita- operación de la víspera, aparte que la cosa entraba en
—Ahora súbeme en seguida —dijo, y quería laria acogida. Un pobre mendigo, agobiado por los su oficio.
meterse de pie. años y los achaques, se presentó a la puerta a pedir Le preguntó, pues, si no le gustaría convertirse en
—¡Espera! —exclamó el otro—. Así no —y limosna. una muchachita de dieciocho abriles y poder saltar y
agarrándolo de la cabeza lo metió de patas arriba. San Pedro se apiadó de él y dijo: corretear.
Ató luego el saco sólidamente, lo subió tirando de la —Señor y Maestro, cura, por favor, a este hom- —¡Con toda el alma! —respondió la vieja, recor-
cuerda hasta lo alto de la rama y, dejándolo que se bre de sus achaques para que pueda ganarse su pan. dando lo bien que lo pasara el nuevo jovenzuelo.
columpiase a merced del viento le dijo: Dijo entonces Nuestro Señor con dulzura: Así pues, el herrero encendió la fragua y metió en
—¿Qué tal, amigo? Ya debes de estar sintiendo —Herrero, préstame tu fragua y ponle carbón. ella a la mujer; pero ésta todo era retorcerse y lanzar
que te entra la sabiduría y que aprendes muchas Voy a remozar a este hombre viejo y enfermo. gritos desesperados.
cosas. Ahí te quedas, hasta que hayas aprendido a ser El herrero obedeció con gusto y San Pedro se —¡Cállate! ¿Por qué gritas y te agitas de este
listo. aprestó a manejar el fuelle. Y cuando ya el fuego modo? Espera, que voy a avivar el fuego.
Y montando en el caballo del estudiante se alejó, estuvo encendido y llameante Nuestro Señor levantó Y volvió a poner en acción el fuelle, hasta que la
aunque al cabo de una hora envió a que lo liberta- al hombrecito y lo depositó en la fragua, en medio vieja quedó convertida en un harapo ardiendo.
sen. ♣ de la ardiente hoguera. Y el hombre rojo como un Y gritaba y vociferaba tanto, que el herrero
rosal en flor, no cesaba de cantar sus alabanzas a pensó: “¡La cosa no marcha!”; la sacó y la metió
Dios. Después pasó el Señor al depósito del agua, en el agua. Allí los gritos subieron de punto y lle-
introdujo en él al hombrecito incandescente y, una garon a oídos de la herrera y de su nuera, las cua-
vez lo hubo enfriado convenientemente, le impartió les, precipitándose escaleras abajo, encontraron
su bendición. a la vieja aullando y vociferando sumergida en el
Y he aquí que el viejo salió ágil, tieso y sano tanque, toda ella encogida y hecha un ovillo, con
como si no contase más de veinte años. la cara arrugada y desfigurada.

Jacob & Wilhelm Grimm 280 Todos los cuentos


el profanador de textos
Las dos mujeres, que se hallaban encintas, se nuestro Señor y el ganado del —Tus criaturas han devorado a las mías.
horrorizaron de tal modo ante aquel espectáculo que diablo Y Le respondió el Señor:
la noche siguiente dieron a luz dos criaturas que no [KHM148] Des Herrn und des Teufels Getier —¿Y por qué las creaste para hacer el mal?
tenían figura de hombre, sino de mono, y echaron a —¡Qué otra cosa podían hacer! —replicó el
correr huyendo al bosque. diablo—. Del mismo modo que mi mente se diri-
Y se asegura que de ellas desciende la familia de ge siempre hacia el mal, también lo que creo ha de
los monos. ♣ ser de naturaleza perversa. Tienes que pagármelo, y
caro.
—Te pagaré tan pronto como caiga la hoja del
roble. Ven entonces y tendré tu dinero preparado.
Cuando hubo caído la hoja del roble, acudió el
diablo a reclamar la deuda; pero Nuestro Señor le
dijo:
Dios Nuestro Señor había creado todos los animales —En la catedral de Constantinopla hay un roble
y elegido a los lobos para que le sirvieran de perros; muy alto que aún tiene todo el follaje.
sólo que se había olvidado de crear la cabra. El diablo se marchó soltando maldiciones y
Vino entonces el diablo y, no queriendo ser reniegos en busca de aquel roble. Pero antes de dar
menos y crear algo también, hizo las cabras, a las que con él se extravió y anduvo seis meses perdido en el
dotó de una bonita y larga cola. Pero ocurrió que, desierto.
cuando salían a pacer, a cada momento se les que- A su vuelta, todos los demás robles se hallaban
daba el rabo cogido en las zarzas y espinos, teniendo nuevamente revestidos de follaje. Hubo de renunciar
entonces que acudir el diablo a soltarlas, lo cual le a su crédito y, lleno de rabia, sacó los ojos a todas las
daba mucho trabajo y fatiga. cabras que quedaban y les puso los suyos propios.
Al fin, la cosa le fastidió tanto que les cortó el Por eso hoy día todas las cabras tienen ojos de
rabo a todas a mordiscos, como puede verse aún por demonio y un muñón por cola, y al diablo le gusta
el muñón que les ha quedado. adoptar su figura. ♣
Entonces las mandó de nuevo a pacer. Pero
Nuestro Señor observó que tan pronto roían un
árbol frutal como estropeaban unos sarmientos o
devoraban delicadas plantas.
Le dolió tanto aquello que, al fin, por pura bon-
dad y misericordia mandó a sus lobos, los cuales no
se anduvieron con remilgos y al poco tiempo habían
acabado con las cabras.
Al enterarse el diablo, se presentó a Nuestro
Señor y le dijo:

Jacob & Wilhelm Grimm 281 Todos los cuentos


el profanador de textos
la viga La novia, ni corta ni perezosa, se subió las faldas la vieja pordiosera
[KHM149] Der Hahnenbalken dispuesta a vadear el riachuelo; y he aquí que cuan- [KHM150] Die alte Bettelfrau
do ya estaba en el centro, el hechicero de marras,
que se hallaba cerca, se puso a gritar en tono burlón:
—¡Eh! ¿dónde tienes los ojos que tomas esto por
agua?
La muchacha levantó la mirada y se vió con las
ropas levantadas en medio de un campo de lino,
cubierto de sus flores azules.
Al verlo también todos los presentes, empezaron
a reírse de ella. ♣

Un día se encontraba un hechicero rodeado de es- Érase una vez una mujer muy vieja. En más de una
pectadores ante los cuales efectuaba sus maravillosos ocasión habrás visto a una vieja pidiendo limosna,
trucos. Entre ellos presentaba un gallo que levantaba ¿verdad? Pues también ésta lo hacía, y cada vez que
una viga y la llevaba de un lado para otro como si le daban algo, exclamaba:
fuese una ligera pluma. —¡Dios se lo pague!
Pero entre los asistentes estaba una muchacha Llamó cierto día a una puerta y se encontró con
que había encontrado un trébol de cuatro hojas y, un muchacho bribón que se estaba calentando al
por tanto, era más lista e inteligente que los demás. fuego. El muchacho miró con simpatía a la pobre
Como nada podían con ella las artes de prestidigi- vieja, que continuaba en la puerta, tiritando: —
tación vio que la viga no era sino una paja. Gritó Acercaos a calentaros, abuela —le dijo.
entonces: Entró la mujer y se aproximó tanto al fuego que,
—¡Eh, buena gente! ¿No veis que lo que lleva el sin darse ella cuenta, las llamas prendieron en sus
gallo no es una viga, sino una simple paja? harapos, mientras el muchacho se quedó mirándola.
Desapareció el hechizo y los espectadores, dán- Debía haber apagado el fuego, ¿no? ¿Verdad que
dose cuenta del truco, echaron al brujo con burlas e su deber era apagarlo? Y si no tenía agua a mano,
improperios. debía acumular en los ojos toda la que tenía en el
El hombre, con rabia en el corazón, dijo para sí: cuerpo y, a fuerza de lágrimas, hacer manar dos arro-
“¡Me vengaré!” Al cabo de algún tiempo la mucha- yos con que extinguirlo. ♣
cha celebraba su boda. Muy acicalada y ataviada se
dirigía a la iglesia seguida de una numerosa comi-
tiva; para llegar al templo había que pasar por un
despoblado. De pronto llegaron a un torrente que
bajaba muy crecido, y no había puente ni pasarela
para cruzarlo.

Jacob & Wilhelm Grimm 282 Todos los cuentos


el profanador de textos
los tres haraganes Al oír esto, el padre dijo: los doce haraganes
[KHM151] Die drei Faulen —Tú eres el que ha llevado la cosa más lejos. Por [KHM151a] Die zwölf faulen Knechte
consiguiente, tú serás el Rey. ♣

Un rey tenía tres hijos a los que quería por igual, por Doce muchachos que en todo el día no hicieron
lo que no sabía a quién de ellos legar el trono a su nada útil, al atardecer, para no cansarse, se tendieron
muerte. Al darse cuenta de que se acercaba su última sobre la hierba y se dedicaron a jactarse de su gandu-
hora, los llamó junto a su lecho y les dijo: lería.1 Dijo el primero:
—Hijos míos muy queridos: he pensado una cosa —¿Qué me importa vuestra pereza? Bastante ten-
y os la voy a decir. Heredará el trono aquel de los go que hacer con la mía. Mi ocupación principal es
tres que sea más perezoso. cuidar de mi cuerpo; como bastante y bebo otro tan-
Dijo entonces el mayor: to. Cuando llevo cuatro comidas en la tripa, ayuno
—Padre, en ese caso el reino me pertenece, pues un ratito hasta que se me vuelve a abrir el hambre;
soy tan perezoso que, cuando me acuesto, no me es el régimen que mejor me va. Madrugar no es para
decido a cerrar los ojos para dormir aunque me caiga mí, y hacia el mediodía ya me busco un lugar donde
una gota en ellos. descansar. Si llama el amo me hago el sordo; y si
Habló, a su vez, el segundo: vuelve a llamar espero un rato antes de levantarme, y
—Padre, mío es el reino, pues es tal mi pereza luego me dirijo a él andando muy despacio. De este
que cuando me siento junto al fuego para calen- modo la vida se puede soportar.
tarme, antes me quemo los talones que retirar las Dijo el segundo:
piernas. —Mi trabajo es cuidar de un caballo; pero le dejo
Y el tercero: el bocado en la boca, y cuando no tengo ganas no le
—Padre, yo digo que el trono es para mí, pues mi doy pienso y digo que ya ha comido. En cambio, me
pereza es tal que si fuesen a ahorcarme y, teniendo ya tumbo en el depósito de la avena y estoy cuatro ho-
el nudo en torno al cuello, alguien me pusiera en la ras durmiendo. Luego estiro un pie y lo paso un par
mano un cuchillo afilado para cortar la cuerda, antes de veces por el cuerpo del caballo, y así lo restregó y
dejaría que me colgasen que levantar la mano hasta
la cuerda. 1 gandulería. 1. f. Cualidad de gandul (|| tunante, holga-
zán). Diccionario RAEL [N. del Pr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 283 Todos los cuentos
el profanador de textos
limpio. ¿Quién va a reparar en ello? Pues aun así, el Dijo el séptimo: por la boca. ¡Pero cualquiera se toma la molestia de
servicio se me hace pesado. —Conmigo esto no reza, pues mi amo vigi- espantarlos!
Habló entonces el tercero: la mi trabajo. Suerte que se pasa el día fuera de Dijo, a su vez, el undécimo:
—¿Para qué cargarse de trabajo? No se saca nada. casa. Pero yo no pierdo el tiempo y corro todo lo —Ayer despedí a mi amo; estaba cansado de
Yo me tendí al sol y estuve durmiendo. Empezó a que se puede correr cuando se anda arrastrando llevar y traer sus pesados librotes; no acababa en
gotear mas, ¿por qué levantarse? Dejé que lloviese, los pies. Y no hay manera de hacerme ir más de todo el día. Aunque, a decir verdad, fue él quien me
en nombre de Dios. Al fin cayó un chubasco tan prisa, a menos que me empujen cuatro hombres despidió. No quiso que siguiera a su servicio porque
fuerte que me arrancó los cabellos y se los llevó, y fornidos. Un día vi un catre en el que dormían sus ropas, que yo tenía abandonadas entre el polvo,
me abrió un agujero en la cabeza. Le puse un parche seis hombres, uno al lado del otro. Yo me eché a estaban apolilladas. Y tuvo razón.
y santas pascuas. Accidentes así he sufrido ya varios. dormir también y no hubo quien me despertara. Y por fin habló el duodécimo:
Intervino el cuarto: Cuando quisieron que me fuera a casa tuvieron —Hoy tuve que salir al campo en el carro. Con
—Cuando tengo que empezar algún trabajo, que llevarme. paja me arreglé una cama y me eché a dormir. Se me
primero lo pienso una horita para ahorrar fuerzas. Habló el octavo: cayeron las riendas de la mano, y al despertar vi que
Luego me pongo a la faena con gran parsimonia; —Bien veo que yo soy el único que lo entiende. el caballo casi se había soltado. Habían desaparecido
pregunto si no hay alguien que pueda ayudarme y, Si encuentro una piedra en mi camino no me tomo los arreos: la lomera, la collera, la brida y el bocado.
en caso de que se ofrezca alguno, le dejo la labor y la molestia de levantar la pierna para pasarla, sino Había pasado alguien y se lo había llevado. Además,
yo me pongo a mirarlo. Pero aun esto me resulta que me tiendo en el suelo; y si estoy mojado y lleno el carro estaba atascado en un charco. Yo no me
demasiado. de barro y suciedad sigo tumbado hasta que el sol apuré y volví a echarme a dormir sobre la paja. Al
Dijo el quinto: me seca. A lo sumo, me vuelvo de vez en cuando fin tuvo que venir el amo en persona y desatascar el
—¡Eso no es nada! Si debo sacar el estiércol del para que me dé encima. carro; y si no lo hubiese hecho, no estaría yo aquí
establo y cargarlo en el carro, me pongo a hacerlo Metió baza el noveno: ahora. Seguiría en el carro, durmiendo tranquila-
muy despacito y cuando he recogido un poco en la —Eso no es nada. Esta mañana estaba sentado mente. ♣
horquilla, la levanto a mitad de la altura y me estoy delante de un pan, pero sentía pereza de alargar la
descansando un cuarto de hora antes de echarlo mano para tomarlo. Por poco me muero de ham-
en el carro. Por lo demás, una carretada al día me bre. Y había también una jarra, pero era tan grande
basta. Malditas las ganas que siento de matarme y pesada que, por no levantarla, he preferido sufrir
trabajando. sed. Hasta el volverme resultaba demasiado esfuerzo;
Tomó la palabra el sexto: y me pasé el día tendido como un tronco.
—¡Les tendría que caer la cara de vergüenza! A Intervino el décimo:
mí no me asusta ningún trabajo, pero me estoy tum- —A mí la haraganería me ha producido bastantes
bado tres semanas sin quitarme la ropa ni una sola perjuicios: una pierna rota y una pantorrilla hincha-
vez. ¿Para qué hebillas en los zapatos? ¿Que se me da. Éramos tres, tumbados en un camino. Llegó otro
caen de los pies? Bueno, no importa. Si he de subir con un carro y las ruedas me pasaron por encima.
una escalera, pongo un pie delante de otro con toda Claro que habría podido retirarlas, pero es que no oí
calma y subo el primer peldaño. Luego cuento los venir el carro. Los mosquitos me estaban zumbando
que quedan para ver dónde hay que descansar. en los oídos y se me entraban y salían por la nariz y

Jacob & Wilhelm Grimm 284 Todos los cuentos


el profanador de textos
el pastorcito zagalillo1 unos de otros; era imposible contarlos, y se le nubla- el dinero llovido del cielo
[KHM152] Das Hirtenbüblein ba la vista a quien los miraba fijamente. [KHM153] Die Sterntaler
Luego dijo:
—Hay en el cielo tantas estrellas como puntitos
en este papel. ¡Contadlos, y lo sabréis!
Pero nadie fue capaz de hacerlo. Y el Rey
continuó:
—Va la tercera pregunta: ¿Cuántos segundos
tiene la eternidad?
—En Pomerania —contestó el muchacho— hay
una montaña de diamantes: tiene una legua de alto,
otra de ancho y otra de fondo. Desde hace cien años
Érase un zagalillo, famoso en muchas leguas a la se posa en ella un avecita y afila en ella su pico. Pues Érase una vez una niña que había perdido a su padre
redonda por sus respuestas atinadas y discretas. Su cuando haya desgastado toda la montaña, habrá y a su madre, y se quedó tan pobre que no tenía ni
fama llegó a oídos del Rey el cual, no dando crédito transcurrido el primer segundo de la eternidad. una cabaña en la que vivir, ni una camita donde
a lo que le contaban del chiquillo, mandó llamarlo a Entonces dijo el Rey: dormir. Sólo le quedaban los vestidos que llevaba
su presencia. Le dijo: —Has contestado a las tres preguntas como un puestos y un pedazo de pan que le diera un alma
—Si eres capaz de responder acertadamente a verdadero sabio. En adelante vivirás en mi palacio y caritativa.
tres preguntas que voy a hacerte, vivirás conmigo en te consideraré como a mi propio hijo. ♣ Pero la niña era buena y piadosa. Viéndose
palacio como si fueras mi propio hijo. abandonada del mundo entero, se marchó a cam-
—¿Cuáles son las preguntas? —dijo el muchacho. po traviesa, puesta la confianza en Dios Nuestro
—En primer lugar —dijo el Rey—, dime cuántas Señor.
gotas de agua hay en el océano. Se encontró con un mendigo, que le dijo
A lo que respondió el zagal: —¡Ay! Dame algo de comer. ¡Tengo tanta ham-
—Señor Rey, ordenad que detengan todos los bre! Ella le alargó el pan que tenía en la mano
ríos de la Tierra para que no entre en el mar ni una diciendo:
gota de agua más hasta que yo las haya contado, y —¡Dios os bendiga! —y siguió adelante.
entonces os diré las que contiene el océano. Más lejos encontró a un niño que le dijo,
—He aquí la segunda pregunta —prosiguió el llorando:
Rey—. ¿Cuántas estrellas hay en el cielo? —Tengo frío en la cabeza. Dame algo con que
—Dadme un pliego grande de papel —respondió cubrirme.
el pastorcillo. Y trazó en él con una pluma tantos Se quitó la muchachita su gorro y se lo dio.
puntitos y tan apretados, que apenas se distinguían Y más adelante le salió al paso una niña que
1 zagal, la. 1. m. y f. Pastor joven. 2. m. Muchacho que no llevaba corpiño y tiritaba de frío. Le dió ella el
ha llegado a la adolescencia. 3. m. Mozo que ayudaba al suyo. Después otra le pidió la faldita, y ella se la dio
mayoral en los carruajes de caballerías. Diccionario RAEL también.
[N. del Pr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 285 Todos los cuentos
el profanador de textos
Finalmente llegó a un bosque, cuando ya había los centavos robados (los Explicó entonces éste a la familia lo que acababa
oscurecido, y se le presentó otra niña desvalida que ochavos robados) de presenciar, describiendo al niño con toda preci-
le pidió una camisita. [KHM154] Der gestohlene Heller sión. La madre lo reconoció por las señas y exclamó:
La piadosa muchacha pensó: “Es ya noche —¡Ay, es mi pobre hijito, que murió hace cua-
oscura y nadie me verá. Bien puedo desprenderme tro semanas! Levantaron los ladrillos y encontraron
de la camisa,” y se quitó la camisa y la ofreció a la entre ellos dos ochavos, que un día entregó la madre
desgraciada. al pequeño para que los diese a un mendigo. Mas él
Y al quedarse desnuda, empezaron a caer estrellas pensó: “Me compraré un bizcocho,” y se los guardó,
del cielo, y he aquí que eran relucientes ducados de escondiéndolos en una rendija entre dos ladrillos.
oro. Y, a cambio de la camisita que acababa de dar, Y he aquí que ahora no tenía paz en su tumba, y
le cayó otra de finísimo hilo. Recogió ella entonces por eso cada mediodía iba a su casa en busca de los
los ducados y fue rica para toda la vida. ♣ ochavos.
Los padres dieron las monedas a un pobre, y el
niño ya no se presentó más. ♣
Hallábase un hombre comiendo con su esposa e
hijos cuando se presentó un buen amigo y lo invita-
ron a su mesa. Al dar las doce vio el forastero que se
abría la puerta y entraba un niño de poca edad, muy
pálido y vestido de blanco. La criatura, sin mirarlos
ni dirigirles la palabra, se encaminó a un aposento
contiguo del cual volvió a salir al poco rato, tan
silenciosamente como había entrado.
El segundo y tercer días se repitió la misma
escena, hasta que el forastero se decidió a preguntar
al padre de quién era aquel niño que cada mediodía
entraba en la habitación.
—No he visto nada —respondió el hombre—, y
tampoco sabría decir quién es.
Cuando volvió a entrar al día siguiente, el foraste-
ro señaló con el dedo, pero nadie vio nada.
Entonces el hombre se acercó a la puerta del
cuarto, la entreabrió y echó una mirada al interior.
Vio al niño sentado en el suelo y escarbando fe-
brilmente con los dedos entre las junturas de los
ladrillos; pero al ver que el forastero lo miraba,
desapareció.

Jacob & Wilhelm Grimm 286 Todos los cuentos


el profanador de textos
elección de novia una muchacha hacendosa el gorrión y sus cuatro
[KHM155] Die Brautschau [KHM156] Die Schlickerlinge gorrioncitos
[KHM157] Der Sperling und seine vier Kinder

Érase un joven pastor que quería casarse. Conocía a Érase una muchacha hermosa pero holgazana y
tres hermanas, tan guapa la una como las otras, por descuidada. Le repugnaba tanto hilar que cuando Un gorrión tenía cuatro gorrioncitos en un nido de
lo que era difícil la elección y estaba indeciso sobre aparecía un grumo en el lino, por pequeño que golondrinas. Cuando empezaban a volar, unos chi-
cuál de las tres debía preferir. Pidió consejo a su fuese, antes que deshacerlo arrancaba un puñado de quillos traviesos tomaron el nido, pero los pajaritos
madre y ésta le dijo: lino, que tiraba al suelo. lograron escapar felizmente.
—Invita a las tres y sírveles queso; y fíjate cómo Tenía una criada que era, en cambio, muy traba- Al padre le dolió que sus hijos tuviesen que lan-
lo cortan. Así hizo el muchacho, y vio que la pri- jadora. Recogía el lino que su ama desperdiciaba y zarse al amplio mundo antes de haber podido preve-
mera se comía el queso con la corteza; la segunda después de limpiarlo lo hilaba; y con aquellos restos nirlos de sus peligros y aleccionarlos debidamente.
separaba la corteza pero era tan chapucera que con llegó a hacerse un lindo vestido. Un día de verano numerosos gorriones se reu-
ella tiraba un buen trozo de queso bueno; la tercera, Un joven había pedido la mano de la señorita pe- nieron en un campo de trigo. Y he aquí que el viejo
en cambio, lo mondaba con gran cuidado sin quitar rezosa, y se acercaba el día de la boda. La víspera de encontró a sus cuatro hijos y, muy contento, se los
mucho ni demasiado poco. El pastor lo explicó todo la fiesta, la criada hacendosa salió a bailar engalanada llevó a su casa.
a su madre. con su bonito vestido, y la novia hizo el siguiente —¡Ay hijitos, cuánta angustia he pasado este
—Pues toma por mujer a la tercera —le dijo ésta. comentario: “¡Cómo salta la doncella en un traje que verano sabiendo que andabais por esos mundos de
El muchacho siguió su consejo y vivió contento y no es de ella!” Dios sin haberlos podido aleccionar! Escuchad mis
feliz con su esposa. ♣ La oyó el prometido y le preguntó qué quería palabras: seguid los consejos de vuestro padre, pues
significar con eso. debéis tener siempre presente una cosa: los tiernos
La novia le contó que la criada llevaba un vestido pajaritos están expuestos a muchísimos peligros.
confeccionado con el lino que ella había tirado. Al Y a continuación preguntó al mayor dónde había
saberlo el muchacho comprobó la holgazanería de la pasado el verano y de qué se había alimentado. —
señorita y la laboriosidad de la pobre sirvienta, por Estuve rondando por los jardines, buscando gusani-
lo cual plantó a la primera y eligió por esposa a la tos y oruguitas hasta que maduraron las cerezas.
segunda. ♣ —¡Ay, hijo mío! —exclamó el padre—. No están
mal las golosinas, pero ocultan muchos peligros. En

Jacob & Wilhelm Grimm 287 Todos los cuentos


el profanador de textos
adelante debes ir con mucho cuidado, sobre todo esos personajes sin dejar ninguna de tus plumas, honrado alimento a Dios Nuestro Señor, creador
cuando veas a hombres que andan por los jardines puedes decir que has aprendido bastante y que y sostenedor de todos los pajaritos del bosque y
llevando largos palos verdes con un agujerito en el sabrás desplazarte por el mundo. De todos modos, del pueblo, y que escucha incluso el graznido y la
extremo. anda con cuidado. A menudo los lobos se comen oración de los cuervecitos; pues sin su voluntad no
—Si, padre; pero, ¿y si tapan el agujerito median- también a los perritos avisados. caerá al suelo ni un gorrión ni un reyezuelo.
te una hojita verde pegada con cera? —¿Dónde has Llamó el padre al tercero: —¿Dónde aprendiste eso? —preguntó el padre. Y
visto eso? —¿Cómo te las arreglaste tú? el hijo respondió:
—En el jardín de un comerciante —respondió el —Por carreteras y caminos, entre carros y caballe- —Cuando escapé del nido me metí en una
pequeño. rías, y picando los granos de cebada que encontraba. iglesia, donde me pasé el verano cazando moscas y
—¡Oh, hijo mío! —exclamó el padre—. ¡Gente —Buena comida —observó el padre—; pero cui- arañas en las ventanas, y oí predicar este sermón. Y
taimada son los comerciantes! Si estuviste entre ellos dado con el pellejo y ojo alerta, sobre todo cuando el padre de todos los gorriones me alimentó durante
habrás adquirido bastante experiencia. Utilízala bien veas a uno agacharse y tomar una piedra. Entonces todo el tiempo y me protegió contra toda desgracia
y no te fíes demasiado. es cosa de no entretenerse. y de los malos pajarracos.
Se dirigió luego al segundo: —Verdad dices —replicó el hijo—. Pero, ¿y si —Mucha razón tienes, hijo mío. Vuela a las igle-
—¿Dónde te ganaste tú la vida? traen ya el guijarro en el bolsillo? sias y ayuda a limpiarlas de arañas y moscas, y píale a
—En la Corte —respondió el gorrioncito. —¿Dónde viste eso? Dios como los cuervecitos, y encomiéndate al eterno
—No es lugar éste para los gorriones y pajaritos —Entre los mineros, padre. Cuando se marchan Creador, y vivirás seguro y tranquilo aunque el mun-
tontos; hay demasiado oro, terciopelo, seda, armas, siempre llevan piedras escondidas. do esté lleno de pérfidas y salvajes aves rapaces:
arneses, gavilanes, mochuelos1 y halcones. Quédate —Mineros, obreros, ¡vaya gente astuta! Si has Pues quien al Señor sus cosas encomienda, calla,
en la cuadra de los caballos, donde aventan avena o estado con ellos habrás visto muchas cosas y no te sufre, espera, reza y se enmienda, y guarda la fe y
trillan. Allí, con un poco de suerte, no te faltarán tus faltará experiencia. De todos modos, ve con precau- la conciencia puras, ello sostendrá y ayudará en las
granitos cotidianos y podrás comértelos en paz y sin ción; que los chiquillos de los montañeros mataron a horas duras. ♣
sobresalto. pedradas a más de un gorrión.
—Sí padre —respondió el pequeño. Pero los Finalmente el padre se volvió al menor de sus
muchachos de establo preparan trampas con bayas hijitos:
de serbal y atan con paja sus mallas y lazos; y esto no —En cuanto a ti, pequeño, que siempre fuiste el
deja de tener sus riesgos. más tontuelo y enclenque, quédate a mi lado. Hay
—¿Dónde viste eso? en el mundo demasiados pajarracos brutales y per-
—En la Corte, entre los chicos de los caballerizos. versos, con picos corvos y largas garras, que acechan
—¡Oh, hijo mío! Los chiquillos de caballerizos a las avecitas para zampárselas. Quédate con los
son mala gentezuela. Si has estado en la Corte entre tuyos y busca las arañitas y oruguitas de los árboles y
las casas, y vivirás siempre contento.
1 mochuelo. 1. m. Ave rapaz nocturna, de unos dos decí- —¡Oh, padre mío! Quien vive sin causar daño
metros desde lo alto de la cabeza hasta la extremidad de
la cola, y medio metro aproximadamente de envergadura, a nadie llega lejos, y ningún gavilán, azor, águila ni
con plumaje muy suave. Es común en España y se ali- milano le causará ningún mal si él, todas las maña-
menta ordinariamente de roedores y reptiles. Diccionario nas y todas las noches, se encomienda y ofrece su
RAEL [N. del Pr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 288 Todos los cuentos
el profanador de textos
el cuento de los despropósitos mas desgarrando un lobo, dos niños que parían dos el cuento de las mentiras
[KHM158] Das Märchen vom Schlaraffenland cabritas y dos ranas que trillaban el grano. [KHM159] Das Dietmarsische Lügenmärchen
Vi a dos ratones consagrar a un obispo y a dos
gatos arañar la lengua de un oso. Llegó corriendo
una serpiente y degolló a dos fieros leones. Había un
barbero afeitando la barba a una mujer y dos perros
lebreles que arrastraban un molino fuera del agua, y
una vieja borrica lo miraba diciendo que estaba bien.
Y en un patio, cuatro corceles trillaban grano con
todas sus fuerzas; dos cabras encendían el horno y
una vaca roja metía el pan en él. Entonces cantó un
gallo: “¡Quiquiriquí! ¡El cuento llega hasta aquí!” ♣
Eran los tiempos del mundo al revés. Una vez vi que Voy a contaros una cosa. He visto volar a dos po-
de un hilo de seda pendían Roma y el Palacio de llos asados; volaban rápidos, con el vientre hacia el
Letrán; que un hombre sin pies ganaba en la carre- cielo y la espalda hacia el infierno; y un yunque y
ra a un rápido caballo y que una agudísima espada una piedra de molino nadaban en el Rin, despacio y
cortaba un puente. Vi un borriquillo de nariz de suavemente, mientras una rana devoraba una reja de
plata que perseguía a dos veloces liebres, y un ancho arado, sentada sobre el hielo, el día de Pentecostés.
tilo en el que crecían tortas calientes. Vi una vieja y Tres individuos, con muletas y patas de palo, per-
seca madreselva que daba sus buenas cien cubas de seguían a una liebre; uno era sordo; el otro ciego; el
manteca y sesenta de sal. ¿Basta con estas mentiras, tercero mudo y el cuarto no podía mover una pier-
o aún no? na. ¿Queréis saber qué ocurrió? Pues el ciego fue el
Pues vi arar un arado sin caballo ni buey y un primero en ver correr a liebre por el campo; el mudo
chiquillo de un año lanzar cuatro piedras de mo- llamó al tullido y el tullido la agarró por el cuello.
lino desde Ratisbona a Tréveris y de Tréveris a Unos, que querían navegar por tierra izaron la
Estrasburgo; y un azor nadando por el Rin; y lo vela y avanzaron a través de grandes campos, y al
hacía como si estuviera en su elemento. Oí unos cruzar una alta montaña naufragaron y se ahogaron.
peces que metían un ruido tal que resonaba en el Un cangrejo perseguía una liebre, y una vaca se
cielo; vi fluir miel dulce, como si fuera agua, desde había encaramado en lo alto de un tejado.
un profundo valle a una alta montaña. Es raro todo En aquel país, las moscas son tan grandes como
esto, ¿verdad? aquí las cabras. Abre la ventana para que puedan
Había dos grajos1 que segaban un prado, y vi salir volando las mentiras. ♣
dos mosquitos construyendo un puente, dos palo-

1 grajo. 1. m. Ave muy semejante al cuervo, con el cuerpo


de color violáceo negruzco y la base del pico desprovista
de plumas. Diccionario RAEL [N. del Pr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 289 Todos los cuentos
el profanador de textos
un cuento enigmático Blancanieve y Rojaflor col de sus manos; el corzo pacía a su lado; el ciervo
[KHM160] Rätselmärchen [KHM161] Schneeweisschen und Rosenrot saltaba alegremente en torno y las aves, posadas en
las ramas, gorjeaban para ellas.
Jamás les ocurrió el menor percance. Cuando
les sorprendía la noche en el bosque, se tumbaban
juntas a dormir sobre el musgo hasta la mañana; su
madre lo sabía y no se inquietaba por ello.
Una vez que habían dormido en el bosque, al
despertarlas la aurora vieron a un hermoso niño, con
un brillante vestidito blanco, sentado junto a ellas.
Se levantó y les dirigió una cariñosa mirada; luego,
sin decir palabra, se adentró en la selva.
Las niñas miraron a su alrededor y vieron que
Tres mujeres habían sido transformadas en flores Una pobre viuda vivía en una pequeña choza soli- habían dormido junto a un precipicio, en el que
y trasladadas al campo; una de ellas, sin embargo, taria ante la cual había un jardín con dos rosales: sin duda se habrían despeñado si, en la oscuridad,
podía pasar las noches en su casa. Dijo una vez a uno de rosas blancas, y el otro de rosas encarnadas. hubiesen dado un paso más. Su madre les dijo que
su marido, cuando ya se acercaba el día y, con él, La mujer tenía dos hijitas que se parecían a los dos seguramente se trataría del ángel que guarda a los
la hora de regresar al campo con sus compañeras, y rosales y se llamaban Blancanieve y Rojaflor. Eran niños buenos.
recobrar su figura de flor. tan buenas y piadosas, tan hacendosas y diligentes, Blancanieve y Rojaflor tenían la choza de su ma-
—Si esta mañana vienes a tomarme, quedaré que no se hallarían otras iguales en todo el mundo; dre tan limpia y aseada, que era una gloria verla. En
desencantada y ya no tendré que separarme de ti. sólo que Blancanieve era más apacible y dulce que verano, Rojaflor cuidaba de la casa y todas las maña-
Y así sucedió. Ahora bien; se trata de saber cómo su hermana. A Rojaflor le gustaba correr y saltar nas, antes de que se despertase su madre, le ponía un
la reconoció el marido, puesto que las tres flores eran por campos y prados, buscar flores y cazar pajaritos, ramo de flores frente a la cama; y siempre había una
exactamente iguales, sin la menor diferencia entre mientras Blancanieve prefería estar en casa al lado de rosa de cada rosal. En invierno, Blancanieve encen-
ellas. su madre, ayudándola en sus quehaceres o leyéndole día el fuego y suspendía el caldero del fogón; y el
La respuesta es: la que había pasado la noche en en voz alta cuando no había otra ocupación a que caldero, que era de latón, relucía como oro puro de
su casa en vez de hacerlo en el campo, no había reci- atender. Las dos niñas se querían tanto que salían limpio y bruñido que estaba. Al anochecer, cuando
bido el rocío, y sí las otras dos. Por eso la reconoció cogidas de la mano, y cuando Blancanieve decía: nevaba, decía la madre:
el marido. ♣ —¡Jamás nos separaremos”! —Rojaflor —Blancanieve, echa el cerrojo —y se sentaban las
contestaba. tres junto al hogar, y la madre se ponía los lentes y
—No mientras vivamos —y la madre añadía: leía de un gran libro. Las niñas escuchaban, hilando
—Lo que es de una, ha de ser de la otra. laboriosamente; a su lado, en el suelo yacía un cor-
Con frecuencia salían las dos al bosque a recoger derito, y detrás posada en una percha, una palomita
fresas u otros frutos silvestres. Nunca les hizo daño blanca dormía con la cabeza bajo el ala.
ningún animal; antes al contrario, se les acercaban Durante una velada en que se hallaban las tres así
confiados. La liebre acudía a comer una hoja de reunidas, llamaron a la puerta.

Jacob & Wilhelm Grimm 290 Todos los cuentos


el profanador de textos
—Abre, Rojaflor; será algún caminante que busca —Puedes quedarte en el hogar; así estarás res- marchito, con una larguísima barba, blanca como
refugio —dijo la madre. Corrió Rojaflor a descorrer guardado del frío y del mal tiempo. la nieve, cuyo extremo se le había cogido en una
el cerrojo, pensando que sería un pobre; pero era un Al asomar el nuevo día las niñas le abrieron la hendidura del árbol; por esto el hombrecito saltaba
oso, el cual asomó por la puerta su gorda cabezota puerta y el animal se alejó trotando por la nieve y como un perrito sujeto a una cuerda, sin poder sol-
negra. La niña dejó escapar un grito y retrocedió de desapareció en el bosque. tarse. Clavando en las niñas sus ojitos rojos y encen-
un salto; el corderito se puso a balar y la paloma a A partir de entonces volvió todas las noches a la didos, les gritó:
batir de alas, mientras Blancanieve se escondía detrás misma hora, echábase junto al fuego y dejaba a las —¿Qué hacéis ahí paradas? ¿No podéis venir a
de la cama de su madre. niñas divertirse con él cuanto querían; y llegaron a ayudarme?
Pero el oso rompió a hablar: acostumbrarse a él de tal manera que ya no cerraban —¿Qué te ha pasado, enanito? —preguntó
—No temáis, no os haré ningún daño. la puerta hasta que había entrado su negro amigo. Rojaflor.
Estoy medio helado y sólo deseo calentarme un Cuando vino la primavera y todo reverdecía, dijo —¡Tonta curiosa! —replicó el enano—. Quise
poquitín. el oso a Blancanieve: partir el tronco en leña menuda para mi cocina. Los
—¡Pobre oso! —exclamó la madre—; échate jun- —Ahora tengo que marcharme y no volveré en tizones grandes nos queman la comida, pues nues-
to al fuego y ten cuidado de no quemarte la piel. todo el verano. tros platos son pequeños y comemos mucho menos
Y luego, elevando la voz: —¿Adónde vas, querido oso? —le preguntó que vosotros, que sois gente grandota y glotona. Ya
—Blancanieve, Rojaflor, salid, que el oso no os Blancanieve. tenía la cuña hincada y todo hubiera ido a las mil
hará ningún mal; tiene buenas intenciones. —Al bosque a guardar mis tesoros y protegerlos maravillas, pero esta maldita madera es demasiado
Las niñas se acercaron y luego lo hicieron tam- de los malvados enanos. En invierno, cuando la lisa; la cuña saltó cuando menos lo pensaba, y el
bién, paso a paso, el corderito y la paloma; pasado ya tierra está helada, no pueden salir de sus cuevas ni tronco se cerró y me quedó la hermosa barba cogida
el susto, dijo el oso: abrirse camino hasta arriba; pero ahora que el sol ha sin poder sacarla; y ahora estoy aprisionado. ¡Sí, ya
—Niñas, sacudidme la nieve que llevo en la deshelado el suelo y lo ha calentado subirán a buscar podéis reíros, tontas, caras de cera! ¡Uf, y qué feas
piel—y ellas trajeron la escoba y lo barrieron deján- y a robar. Y lo que una vez cae en sus manos y va a sois!
dolo limpio mientras él, tendido al lado del fuego, parar a sus madrigueras no es fácil que vuelva a salir Por más que las niñas se esforzaron no hubo
gruñía de satisfacción. a la luz. medio de desasir la barba; tan sólidamente cogida
Al poco rato las niñas se habían familiarizado Blancanieve sintió una gran tristeza por la despe- estaba.
con el animal y le hacían mil diabluras: le tiraban dida de su amigo. Cuando le abrió la puerta, el oso —Iré a buscar más gente —dijo Rojaflor.
del pelo, apoyaban los piececitos en su espalda, lo se enganchó en el pestillo y se desgarró un poco la —¡Bobaliconas! —gruñó el enano con voz gan-
zarandeaban de un lado para otro, le pegaban con piel; y a Blancanieve le pareció distinguir un brillo gosa—. ¿Para qué queréis más gente? A mí me sobra
una vara de avellano… y si él gruñía se echaban a de oro, aunque no estaba segura. El oso se alejó rápi- con vosotras dos. ¿No se os ocurre nada mejor?
reír. El oso se sometía complaciente a sus juegos, y damente y desapareció entre los árboles. —No te impacientes —dijo Blancanieve—, ya
si alguna vez sus amiguitas pasaban un poco de la Algún tiempo después la madre envió a las niñas encontraré un remedio.
medida, exclamaba: al bosque a buscar leña. Encontraron un gran árbol Y sacando unas tijeritas del bolsillo cortó el ex-
—Dejadme vivir, Rositas; si me martirizáis, es a derribado, y cerca del tronco, en medio de la hierba, tremo de la barba. Tan pronto como el enano se vio
vuestro novio a quien matáis. vieron algo que saltaba de un lado a otro, sin que libre agarró un saco lleno de oro que había dejado
Al ser la hora de acostarse, y cuando todos se pudiesen distinguir de qué se trataba. Al acercar- entre las raíces del árbol y, cargándoselo a la espalda,
fueron a la cama, la madre dijo al oso: se descubrieron un enanito de rostro arrugado y gruñó:

Jacob & Wilhelm Grimm 291 Todos los cuentos


el profanador de textos
—¡Qué gentezuela más torpe! ¡Cortar un trozo de Otro día, la madre envió a las dos hermanitas a hombrecito trató de emprender la fuga; pero el oso
mi hermosa barba! ¡Qué os lo pague el diablo! Y se la ciudad a comprar hilo, agujas, cordones y cintas. lo alcanzó antes de que pudiese meterse en su escon-
alejó sin volverse a mirar a las niñas. El camino cruzaba por un erial en el que, de trecho drijo. Entonces se puso a suplicar, angustiado:
Poco tiempo después las dos hermanas quisieron en trecho, había grandes rocas dispersas. De pronto —Querido señor oso, perdonadme la vida y os
preparar un plato de pescado. Salieron, pues, de vieron una gran ave que describía amplios círculos daré todo mi tesoro; fijáos, todas esas piedras pre-
pesca y, al llegar cerca del río vieron un bicho seme- encima de sus cabezas, descendiendo cada vez más ciosas que están en el suelo. No me matéis. ¿De qué
jante a un saltamontes que avanzaba a saltitos hacia hasta que se posó en lo alto de una de las piedras, os servirá una criatura tan pequeña y flacucha como
el agua, como queriendo meterse en ella. Al aproxi- e inmediatamente oyeron un penetrante grito de yo? Ni os lo sentiréis entre los dientes. Mejor es que
marse reconocieron al enano de marras. angustia. os comáis a esas dos malditas muchachas; ellas sí
—¿Adónde vas —le preguntó Rojaflor—. Corrieron allí y vieron con espanto que el águila serán un buen bocado, gorditas como tiernas codor-
Supongo que no querrás echarte al agua, ¿verdad? había hecho presa en su viejo conocido, el enano, nices. Coméoslas y buen provecho os hagan.
—No soy tan imbécil—gritó el enano—. ¿No y se aprestaba a llevárselo. Las compasivas criatu- El oso, sin hacer caso de sus palabras, propinó al
veis que ese maldito pez me arrastra al río? Era el ras sujetaron con todas sus fuerzas al hombrecillo malvado hombrecito un zarpazo de su poderosa pata
caso de que el hombrecito había estado pescando, y no cejaron hasta que el águila soltó a su víctima. y lo dejó muerto en el acto.
pero con tan mala suerte que el viento le había en- Cuando el enano se hubo repuesto del susto gritó Las muchachas habían echado a correr; pero el
redado el sedal en la barba, y al picar un pez gordo con su voz gangosa: oso las llamó:
la débil criatura no tuvo fuerzas suficientes para —¿No podíais tratarme con más cuidado? Me —¡Blancanieve, Rojaflor, no temáis; esperadme,
sacarlo; por el contrario, era el pez el que se llevaba habéis desgarrado la chaquetita y ahora está toda que voy con vosotras!
al enanito al agua. El hombrecito se agarraba a las rota y agujereada, ¡torpes, más que torpes! Ellas reconocieron entonces su voz y se detuvie-
hierbas y juncos, pero sus esfuerzos no servían de Y cargando con un saquito de piedras preciosas se ron, y, cuando el oso las hubo alcanzado, de pronto
gran cosa; tenía que seguir los movimientos del pez, metió en su cueva entre las rocas. Las niñas, acos- se desprendió su espesa piel y quedó transformado
con peligro inminente de verse precipitado en el tumbradas a su ingratitud, prosiguieron su camino e en un hermoso joven vestido de brocado de oro:
río. Las muchachas llegaron muy oportunamente; hicieron sus recados en la ciudad. —Soy un príncipe —manifestó—, y ese malvado
lo sujetaron e intentaron soltarle la barba, pero en De regreso, al pasar de nuevo por el erial, sor- enano me había encantado robándome mis tesoros
vano: barba e hilo estaban sólidamente enredados. prendieron al enano, que había esparcido en un y condenándome a errar por el bosque en figura de
No hubo más remedio que acudir nuevamente a lugar desbrozado las piedras preciosas de su saco, oso salvaje, hasta que me redimiera con su muerte.
las tijeras y cortar otro trocito de barba. Al verlo el seguro de que a una hora tan avanzada nadie pasaría Ahora ha recibido el castigo que merecía.
enanito les gritó: por allí. El sol poniente proyectaba sus rayos sobre Blancanieve se casó con él, y Rojaflor con su
—¡Estúpidas! ¿Qué manera es esa de desfigurar- las brillantes piedras, que refulgían y centelleaban hermano, y se repartieron las inmensas riquezas que el
le a uno? ¿No bastaba con haberme despuntado la como soles; y sus colores eran tan vivos que las pe- enano había acumulado en su cueva. La anciana ma-
barba, sino que ahora me cortáis otro gran trozo? queñas se quedaron boquiabiertas, contemplándolas. dre vivió aún muchos años tranquila y feliz, al lado de
¿Cómo me presento a los míos? ¡Ojalá tuvieseis que —¡A qué os paráis, con vuestras caras de babie- sus hijas. Se llevó consigo los dos rosales que, planta-
echar a correr sin suelas en los zapatos! cas! —gritó el enano; y su rostro ceniciento se volvió dos delante de su ventana, siguieron dando todos los
Y tomando un saco de perlas que yacía entre rojo de ira. Y ya se disponía a seguir con sus impro- años sus hermosísimas rosas, blancas y rojas. ♣
los juncos se marchó sin decir más, desapareciendo perios cuando se oyó un fuerte gruñido y apareció
detrás de una piedra. un oso negro, que venía del bosque. Aterrorizado, el

Jacob & Wilhelm Grimm 292 Todos los cuentos


el profanador de textos
el Listo Juan —A uno lo veo; al otro lo oigo, y corro tras el el féretro de cristal
[KHM162] Der kluge Knecht tercero —respondió Juan el Listo. [KHM163] Der gläserne Sarg
Que esta historia os sirva de ejemplo. No hagáis
caso del amo ni de sus órdenes, sino obrad siempre a
vuestro gusto y capricho, y así os portaréis con tanta
cordura como Juan el Listo. ♣

¡Dichoso el amo y feliz la casa en la que hay un


criado inteligente que, si bien escucha las palabras Nadie diga que un pobre sastre no puede llegar lejos
de su señor, hace sin embargo las cosas a su talante, ni alcanzar altos honores. Basta para ello que acierte
siguiendo los dictados de su propia sabiduría! Un con la oportunidad, y esto es lo principal, que tenga
servidor de esta clase, llamado Juan, fue enviado un suerte.
día por su dueño en busca de una vaca extraviada. Un oficialito gentil e ingenioso de esta clase, se
Como tardara mucho tiempo en regresar, pensó el marchó un día a recorrer mundo. Llegó a un gran
amo: “¡Qué bueno es este Juan! Cuando está traba- bosque, para él desconocido y se extravió en su
jando, no hay dificultad ni fatiga que lo arredre.” espesura. Cerró la noche y no tuvo más remedio que
Pero al ver que iban pasando las horas y el hom- buscarse un cobijo en aquella espantosa soledad.
bre no aparecía, temiendo que le hubiese ocurrido Cierto que habría podido encontrar un mullido
algún percance salió personalmente en su busca. Al lecho en el blando musgo; pero el miedo a las fieras
cabo de mucho rato de andar, vió que corría de un no lo dejaba tranquilo y al fin se decidió a trepar a
extremo al otro de un gran campo. un árbol para pasar en él la noche. Escogió un alto
—Bien, amigo Juan —dijo el amo al llegar cerca roble y subió hasta la copa, dando gracias a Dios por
de él—. ¿Encontraste la vaca que te mandé a buscar? llevar encima su plancha ya que, de otro modo, el
—No, mi amo —respondió el muchacho—, no viento que soplaba entre las copas de los árboles se lo
la he encontrado y tampoco la he buscado. habría llevado volando.
—¿Qué buscaste entonces, Juan? Pasó varias horas en completa oscuridad, entre
—Algo mejor, y he tenido la suerte de temblores y zozobras, hasta que al fin vio a poca
encontrarlo. distancia el brillo de una luz. Suponiendo que se
—¿Y qué es ello, Juan? trataba de una casa que le ofrecería un refugio mejor
—Tres mirlos —respondió el criado. que el de las ramas de un árbol, bajó cautelosamente
—¿Dónde están? —preguntó el amo. y se encaminó hacia el lugar de donde venía la luz.

Jacob & Wilhelm Grimm 293 Todos los cuentos


el profanador de textos
Se encontró con una cabaña construida de cañas un horrible rugido, y fue rematado por el ciervo a muda admiración, y ya se disponía a salir cuando se
y juncos trenzados. Llamó animosamente, se abrió la cornadas. dejó oír nuevamente la voz misteriosa:
puerta y al resplandor de la lámpara vio a un vieje- El sastre, que había asistido asombrado a la —Ponte sobre la piedra que hay en el centro de la
cito de cabellos canos, que llevaba un vestido hecho batalla, permanecía aún inmóvil cuando el ciervo sala; te espera una gran dicha.
de retazos de diversos colores. corriendo a grandes saltos hacia él, sin darle tiempo Tanto se había envalentonado nuestro hombre,
—¿Quién sois y qué queréis? —le preguntó el de huir, lo ahorquilló con su poderosa cornamenta. que ya no vaciló en seguir las instrucciones de la
viejo con voz estridente. No pudo el hombre entregarse a largas reflexio- voz. La piedra empezó a ceder bajo sus pies y fue
—Soy un pobre sastre —respondió él— a quien nes, pues el animal, en desenfrenada carrera, lo hundiéndose lentamente tierra adentro. Cuando
ha sorprendido la noche en el bosque. Os ruego llevaba a campo traviesa por montes y valles, prados se detuvo, el sastre miró a su alrededor y vio que se
encarecidamente que me deis alojamiento en vuestra y bosques. Agarrándose firmemente a los extremos encontraba en otra sala de dimensiones iguales a la
choza hasta mañana. de la cornamenta se abandonó al destino. Tenía la primera; pero en ella había más cosas dignas de ser
—¡Sigue tu camino!—replicó el viejo de mal ta- impresión de estar volando. consideradas y admiradas.
lante—. No quiero tratos con vagabundos. Búscate Al fin el ciervo se detuvo ante un muro de roca, y En las paredes había huecos a modo de nichos
acomodo en otra parte. depositó suavemente al sastre en el suelo. Éste, más que contenían vasijas de cristal transparente, llenas
Y se disponía a cerrar la puerta; pero el sastre lo muerto que vivo, recobró sus sentidos al cabo de de esencias de color o de un humo azulado. En el
agarró por el borde del vestido y le suplicó con tanta mucho rato. Cuando estaba ya, hasta cierto punto, suelo, colocadas frente a frente, se veían dos grandes
vehemencia, que al fin el hombrecito, que en el en sus cabales, vio que el ciervo embestía con gran urnas de cristal que en seguida atrajeron su aten-
fondo no era tan malo como parecía, se ablandó y lo furia contra una puerta que había en la roca y que ción. Al acercarse a una de ellas pudo contemplar
acogió en la choza; le dio de comer y le preparó un se abrió bruscamente. Por el hueco salieron grandes en su interior un hermoso edificio, semejante a un
buen lecho en un rincón. llamaradas, seguidas de un denso vapor, que ocultó palacio, rodeado de cuadras, graneros y otras depen-
El cansado sastre no necesitó que lo mecieran y el ciervo a sus ojos. No sabía el hombre qué hacer ni dencias. Todo era en miniatura, pero sutil y delica-
durmió con un dulce sueño hasta muy entrada la adónde dirigirse para escapar de aquellas soledades y damente labrado, como obra de un hábil artífice.
mañana; y sabe Dios a qué hora se habría despertado hallarse de nuevo entre los hombres. Estaba indeciso Seguramente habría continuado sumido en la con-
de no haber sido por un gran alboroto de gritos y y atemorizado cuando oyó una voz, que salía de la templación de aquella magnificencia, de no haberse
mugidos que resonó de repente a través de las ende- roca y que le decía: dejado oír de nuevo la voz invitándole a volverse y
bles paredes de la choza. Sintiendo nacer en su alma —Entra sin temor, no sufrirás daño alguno. mirar la otra urna de cristal.
un inesperado valor, se levantó de un salto, se vistió El sastre vaciló unos momentos, hasta que, ¡Cuál sería su asombro al ver en ella a una mu-
a toda prisa y salió fuera. Allí vio, muy cerca de la impulsado por una fuerza misteriosa avanzó, obede- chacha de divina belleza! Parecía dormida, y su
cabaña, que un enorme toro negro y un magnífico ciendo el dictado de la voz. A través de una puerta larguísima cabellera rubia la envolvía como un pre-
ciervo se hallaban enzarzados en furiosa pelea. Se de hierro llegó a una espaciosa sala, cuyo techo, cioso manto. Tenía cerrados los ojos, pero el color
acometían mutuamente con tal fiereza, que el suelo paredes y suelo eran de sillares1 brillantemente puli- sonrosado de su rostro y una cinta que se movía al
retemblaba con su pataleo, y vibraba el aire con sus mentados, en cada uno de los cuales estaba grabado compás de su respiración, no permitía dudar de que
gritos. un signo indescifrable. Lo contempló todo con vivía. Contemplaba el sastre a la hermosa doncella
Durante largo rato estuvo indecisa la victoria, de palpitante corazón, cuando de pronto abrió ella
hasta que al fin el ciervo hundió la cornamenta en 1 sillar. 2. f. Conjunto de asientos unidos unos a otros, los ojos y, al distinguir al muchacho, prorrumpió en
el cuerpo de su adversario, éste se desplomó con como los del coro de las iglesias, los de las salas capitula- un grito de alegría:
res, etc. Diccionario RAEL [N. del Pr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 294 Todos los cuentos
el profanador de textos
—¡Santo cielo! ¡Ha llegado la hora de mi libera- cortesía del caso y durante la cena nos entretuvo sucedido; pero no lo encontré en su habitación.
ción! ¡De prisa, de prisa, ayúdame a salir de esta cár- con su charla y sus relatos. Mi hermano se Su criado me dijo que al despuntar el día había
cel! Si descorres el cerrojo de este féretro de cristal, sintió tan a gusto en su compañía que le rogó se salido de caza con el forastero.
quedaré desencantada. quedase con nosotros un par de días, a lo cual Agitada por sombríos presentimientos me
Obedeció el sastre sin titubear; levantó ella la accedió él después de oponer algunos reparos. vestí a toda prisa, mandé ensillar mi yegua y,
tapa de cristal, salió del féretro y corrió a un ángulo Nos levantamos de la mesa ya muy avanzada la seguida de un criado, me dirigí al galope hacia
de la sala, donde se cubrió con un amplio manto. noche, asignamos una habitación al forastero y el bosque. El caballo de mi criado tropezó y se
Sentándose luego sobre una piedra, llamó a su lado yo, sintiéndome cansada, me fui a pedir descanso rompió una pata, por lo que el hombre no pudo
al joven y, después de besarlo en señal de amistad, le a las blandas plumas. Empezaba a adormecerme acompañarme, mientras yo proseguía mi ruta sin
dijo: cuando me desvelaron los acordes de una música detenerme. A los pocos minutos vi al forastero,
—¡Libertador mío, por quien tanto tiempo delicada y melodiosa. que se dirigía hacia mí conduciendo un hermoso
estuve suspirando! El bondadoso cielo te ha enviado No sabiendo de dónde venía quise llamar ciervo atado de una cuerda. Sintiendo en mi
para poner término a mis sufrimientos. El mismo a mi doncella, que dormía en una habitación pecho una ira irrefrenable, saqué una pistola y la
día en que ellos terminan, empieza tu dicha. Tú contigua. Pero con gran asombro me di cuenta disparé contra el monstruo; pero la bala rebotó
eres el esposo que me ha destinado el cielo. Querido de que, como si oprimiera mi pecho una horrible en su pecho y fue a herir la cabeza de mi yegua.
de mí y rebosante de todos los terrenales bienes, pesadilla, estaba privada de la voz y no conseguía Caí al suelo, y el extranjero murmuró unas
vivirás colmado de alegrías hasta que suene la hora emitir el menor sonido. Al mismo tiempo, a la palabras que me dejaron sin sentido.
de tu muerte. Siéntate, y escucha el relato de mis luz de la lámpara, vi entrar al extranjero en Al volver en mí me encontré en esta fosa
desventuras. mi aposento, pese a estar cerrado sólidamente subterránea, encerrada en este ataúd de cristal.
con doble puerta. Acercándoseme, me dijo que Volvió a presentarse el brujo y me comunicó
Soy hija de un opulento conde. Mis padres valiéndose de la virtud mágica de que estaba que mi hermano estaba transformado en ciervo;
murieron siendo yo aún muy niña y en su dotado, había producido aquella hermosa música mi palacio reducido a miniatura con todas sus
testamento me confiaron a la tutela de mi para mantenerme despierta y ahora venía, sin dependencias, recluido en esta arca de cristal, y
hermano mayor, quien cuidó de mi educación. que fuesen obstáculo las cerraduras, a ofrecerme mis gentes convertidas en humo, aprisionadas en
Nos queríamos tiernamente, y marchábamos su corazón y su mano. frascos de vidrio.
tan acordes en todos nuestros pensamientos e Pero mi repugnancia por sus artes diabólicas Si yo accedía a sus pretensiones, le sería facilísimo
inclinaciones, que tomamos la resolución de no era tan grande, que ni me digné contestarle. volver todo a su estado primitivo. No tenía más que
casamos jamás y vivir juntos hasta el término Permaneció él un rato inmóvil, de pie, sin abrir los frascos y las urnas, y todo recobraría su con-
de nuestros días. Nunca faltaban visitantes duda esperando una respuesta favorable; pero al dición y forma naturales. Yo no le respondí, como la
en nuestra casa: vecinos y forasteros acudían ver que yo persistía en mi silencio me declaró, vez anterior, y entonces él desapareció dejándome en
a menudo y a todos les dábamos espléndida airado, que hallaría el medio de vengarse y mi prisión, donde quedé sumida en profundo sueño.
hospitalidad. castigar mi soberbia, después de lo cual volvió a Entre las visiones que pasaron por mi alma hubo
Un anochecer llegó a caballo a nuestro salir de la estancia. una consoladora: la de un joven que venía a resca-
castillo, un extranjero que nos pidió alojamiento Pasé la noche agitadísima, sin poder conciliar tarme. Y hoy al abrir los ojos te he visto, y así se ha
para la noche, pues no podía ya seguir hasta el sueño hasta la madrugada. Al despertarme, trocado el sueño en realidad. Ayúdame ahora a efec-
el próximo pueblo. Atendimos su ruego con la corrí en busca de mi hermano para contarle lo tuar las demás cosas que sucedieron en mi sueño: lo

Jacob & Wilhelm Grimm 295 Todos los cuentos


el profanador de textos
primero es colocar sobre aquella gran losa el arca de Enrique el Holgazán pensaron, y dieron su conformidad. Y la gorda Trini
cristal que contiene mi palacio. [KHM164] Der faule Heinz se convirtió en la mujer de Enrique y sacó a pacer las
No bien gravitó sobre la piedra el peso del arca, dos cabras.
empezó a elevarse arrastrando a la doncella y al El vivía feliz, sin otra preocupación que la de su
muchacho, y por la abertura del techo llegó a la propia holgazanería. Sólo de vez en cuando acompa-
superior, desde la cual les fue fácil salir al aire libre. ñaba hasta el campo a su esposa: “Lo hago sólo para
Allí, la muchacha abrió la tapa y fue maravilloso que a la vuelta me sea más agradable el descanso.
presenciar cómo se agrandaban rápidamente el pa- De lo contrario, llega uno a perder el gusto en el
lacio, las casas y las dependencias, hasta alcanzar sus reposo.”
dimensiones naturales. Volviendo luego a la bóveda Pero resultó que la gorda Trini no era menos
subterránea, cargaron sobre la piedra los frascos perezosa que su marido.
llenos de esencias y vapores y, en cuanto la doncella —Enrique mío —le dijo un día—, ¿por qué
los hubo destapado, salieron de ellos el humo azul, Enrique era muy holgazán, y aunque su trabajo se agriarnos la vida sin necesidad y desperdiciar los me-
transformándose en personas vivientes, en quienes la limitaba a sacar todos los días a pacer su cabra, cada jores tiempos de nuestra juventud? ¿No sería mejor
condesita reconoció a sus criados y servidores. noche, al volver de la faena, decía suspirando: vender a nuestro vecino las dos cabras, que todas las
Y su alegría llegó al colmo cuando el hermano —De veras que es pesado y fastidioso tener que mañanas nos despiertan con sus balidos, a cambio
que siendo ciervo había dado muerte al brujo en llevar la cabra, un año sí y otro también, hasta muy de una colmena? La pondríamos detrás de la casa en
figura de toro, se les presentó viniendo del bosque. adelantado el otoño, a pacer al prado. ¡Si al menos un lugar soleado, y ya no habríamos de preocupar-
Aquel mismo día la doncella, cumpliendo su pudiera uno tumbarse y dormir! Pero no; hay que nos más de ella. A las abejas no hay que guardarlas
promesa, dio al venturoso sastre su mano ante el estar con los ojos bien abiertos y vigilar que el ani- ni llevarlas al prado; ellas mismas cuidan de volar
altar. ♣ mal no se escape, no dañe los renuevos ni salte los por ahí, saben el camino de vuelta y almacenan su
setos, ni se meta en los huertos. ¡Cómo puede tener miel sin molestia alguna para el dueño.
uno tranquilidad y disfrutar de la vida! —Has hablado como una mujer prudente y
Se sentó y, concentrándose en sus pensamientos, que sabe lo que se dice —respondió Enrique—.
estuvo cavilando la manera de quitarse aquella carga Lo haremos así en seguida. Además, la miel es más
de sus hombros. Se pasó largo tiempo sin encontrar sabrosa y nutritiva que la leche de cabra y se guarda
solución hasta que, de pronto, le pareció como si le más tiempo.
cayeran escamas de los ojos: “¡Ya sé lo que haré! — El vecino cambió gustoso las dos cabras por una
exclamó— me casaré con la gorda Trini. También colmena. Las abejas volaron incansablemente desde
ella tiene una cabra; podrá sacarla a pacer con la mía la madrugada hasta entrada la noche llenando la
y yo no tendré que seguir atormentándome.” colmena de riquísima miel; y así, al llegar el otoño,
Se levantó pues, y poniendo en movimiento sus Enrique pudo llenar con ella una buena jarra.
cansadas piernas cruzó la calle, ya que los padres de Guardaron la jarra sobre un estante clavado en
la gorda Trini vivían enfrente, para pedirle la mano lo alto de la pared de su dormitorio, y temiendo
de su laboriosa y virtuosa hija. Los padres no lo que alguien pudiese robársela o que los ratones se
pensaron mucho. “Dios los cría. Y ellos se juntan,” subiesen hasta ella, Trini se procuró una recia vara

Jacob & Wilhelm Grimm 296 Todos los cuentos


el profanador de textos
de avellano y la puso junto a la cama para tenerla cayera en la cabeza; podemos considerarnos muy el grifo1
al alcance de la mano sin necesidad de levantarse y, afortunados. [KHM165] Der Vogel Greif
desde el lecho, poder arrear o ahuyentar a los hués- Y como viera que en uno de los pedazos había
pedes inoportunos. quedado un poco de miel, alargó el brazo para to-
El perezoso Enrique no dejaba las sábanas antes marlo diciendo:
de mediodía: “Quien madruga,” solía decir, “disipa —Mira, mujer, saborearemos este poquito y
su hacienda.” luego descansaremos, después del susto. No importa
Una mañana, hallándose todavía acostado des- que nos levantemos algo más tarde que de costum-
cansando de su prolongado sueño, dijo a su mujer: bre. ¡El día es muy largo!
—A las mujeres les gusta el dulce, y tú te estás —Sí —dijo Trini—, siempre se llega a tiempo.
zampando la miel. Mejor sería, antes de que te la ¿Sabes? Una vez invitaron al caracol a una boda; él
comas toda, que compremos con ella una oca y un se puso en camino, y en vez de llegar a la boda llegó
patito. al bautizo. Delante de la casa tropezó, se cayó de lo
—Pero no antes de que tengamos un hijo para alto del vallado y exclamó: “¡Bien dicen que la prisa Érase una vez un Rey —jamás he
que los cuide —respondió Trini—. ¿Crees tú que yo es siempre mala!” ♣ sabido dónde reinó ni cómo se
cargaré con todo el trabajo de criarlos, consumiendo llamaba— que no tenía hijos varones
mis fuerzas para nada? y su única hija estaba siempre
—¿Y tú te imaginas que el hijo te guardará los enferma, sin que ningún doctor
gansos? Hoy en día los niños ya no obedecen, hacen acertara a curarla.
su santa voluntad porque se creen más listos que sus
padres. Acuérdate, si no, de aquel muchacho a quien Profetizaron al Rey que la princesa sanaría co-
mandaron a buscar la vaca perdida y él se dedicó a miendo manzanas, por lo que el Monarca mandó
correr detrás de unos mirlos. pregonar por todo el reino que quien le proporcio-
—¡Oh! —replicó Trini—, lo que es el mío lo va nase manzanas que la curasen la recibiría por esposa
a pasar mal si no hace lo que le mande. Tomaré un y sería rey a su vez. Oyó el pregón un campesino que
palo y le curtiré la piel a bastonazos. tenía tres hijos, y dijo al mayor:
Agarró la vara de avellano que tenía a su lado —Sube al granero, llena un cesto de las manzanas
para espantar los ratones y, blandiéndola en su exci- más hermosas, de piel bien colorada, y llévalas a la
tación, gritó: Corte; tal vez la princesa se cure comiéndolas y así te
—¿Ves, Enrique? ¡Así le voy a zurrar! casarás con ella y serás rey. Obedeció el muchacho y
Y tuvo la mala suerte de pegar un estacazo a la se puso en camino. Había andado un trecho cuan-
jarra del estante. Dio ésta contra la pared, cayó al do se encontró con un hombrecito canoso, el cual
suelo hecha trizas y toda la miel se vertió y esparció. le preguntó qué llevaba en el cesto. Le respondió
—Ahí tienes nuestra oca y el patito —dijo Ulrico (tal era el nombre del muchacho):
Enrique—; ya nadie tendrá que guardarlos. De
todos modos, ha sido una suerte que la jarra no me 1 grifo, fa. 8. m. Animal fabuloso, de medio cuerpo arriba
águila, y de medio abajo león. Diccionario RAEL [N. del Pr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 297 Todos los cuentos
el profanador de textos
—Patas de rana —De todos modos dejadme ir, padre. cuerdo, pues cuando Juancito abrió su cesto ante
A lo cual le replicó el enano: —¡Márchate de aquí, estúpido! Tendrás que el Rey, salieron a relucir unas magníficas manzanas
—Pues patas de rana son y serán —y se alejó. aguardar a ser más listo —replicó el padre volvién- doradas.
Al llegar Ulrico al palacio anunció que llevaba dole la espalda. Se alegró el Soberano y dispuso que se sirvieran
manzanas para curar a la princesa. Se alegró el Rey Pero Juancito, tirándole de la chaqueta, porfió: inmediatamente algunas a su hija, quedando él en
y mandó que llevasen a Ulrico a su presencia. Pero, —¡Dejadme que vaya, padre! impaciente espera hasta que se le diese cuenta del re-
¡oh, sorpresa!, al abrir el cesto se vio que en vez de —¡Por mí, puedes ir! ¡Ya veremos cómo vuelves! sultado obtenido. Y en efecto, al cabo de muy poco
manzanas contenía patas de rana que aún se mo- —gritó al fin el hombre. rato vinieron a informarlo. Pero, ¿quién pensáis que
vían. El Rey se indignó y mandó que lo arrojasen de Pero el chico pegó un salto de alegría. vino? Pues la princesa en persona la cual, no bien
palacio. —Sí, tú siempre haciendo tonterías. Cada día te hubo probado la fruta, saltó de la cama, milagrosa-
Ya en casa contó a su padre lo que le había suce- vuelves bobo —repitió el padre. mente curada y repuesta.
dido, y entonces el hombre envió al hijo segundo, el Pero Juancito no se inmutó ni perdió por ello su Es imposible pintar con palabras la alegría del
cual se llamaba Samuel. Pero a éste le ocurrió lo que alegría. Rey. Sin embargo se resistía a dar a su hija por
a su hermano mayor. Se topó también con el mis- Como ya anochecía, pensó que sería mejor esposa a Juancito, y así, puso por condición al
mo hombrecito y, a su pregunta de qué contenía el aguardar a la mañana siguiente. “Hoy no llegaría muchacho la de que antes le construyese una barca
cesto, respondió: a la Corte,” se dijo. Pasó la noche desvelado, y los capaz de navegar mejor por tierra que por agua.
—Cerdas. pocos momentos en que estuvo amodorrado soñó Juancito aceptó, regresó a su casa y contó a los
—Pues cerdas son y cerdas serán —replicó el con hermosas doncellas, palacios, oro y plata y otras suyos su aventura.
enano. cosas por el estilo. Entonces el padre envió a Ulrico a cortar madera
Cuando se presentó en palacio afirmando que lle- De madrugada se puso en camino, y al poco rato para fabricar la embarcación, y el muchacho se puso
vaba manzanas para curar a la princesa, no querían se encontró con un enano gruñón vestido de gris, a trabajar con brío y silbando. A mediodía, cuando
admitirlo, diciendo que ya se había hecho anunciar que le preguntó qué llevaba en el cesto. Juancito le el sol se hallaba en lo más alto, se presentó un enani-
otro necio con el mismo cuento. respondió que llevaba manzanas para la hija del Rey. to canoso y le preguntó qué hacía:
Pero Samuel insistió en que traía manzanas y en Esperaba que comiéndolas se curara. —Cucharones —respondió Ulrico.
que le permitiesen entrar. Lo creyeron al fin, y lo —Bien —respondió el hombrecito—, manzanas —Pues bien —replicó el otro—, cucharones
condujeron ante el Rey. Pero cuando abrió el cesto, son y manzanas serán. serán.
aparecieron cerdas. Fue tanto el enojo del soberano, En la Corte le negaron rotundamente la entrada, Al anochecer, creyendo el muchacho terminada
que ordenó arrojar a Samuel a latigazos. Al llegar el alegando que ya habían venido otros dos pretendien- la barca, quiso subirse a ella, pero resultó que eran
muchacho a casa relató su percance y mala ventura. do llevar manzanas y luego había resultado que uno cucharones y no otra cosa.
Se adelantó el hijo menor, a quien llamaban traía patas de rana, y el otro cerdas. Al día siguiente salió al bosque Samuel y le ocu-
siempre el tonto, y preguntó a su padre si le permiti- Pero Juancito rogó y porfió, asegurando que no rrió lo que a Ulrico. El tercero día fue Juancito, el
ría ir, a su vez, con las manzanas. llevaba patas de rana ni mucho menos cerdas, sino cual se puso a trabajar con tanto ardor, que en todo
—¡Esa es buena! —replicó el hombre—. ¡Fijáos las manzanas más hermosas que se producían en el bosque resonaban sus vigorosos hachazos; y ade-
en quién pide hacer el recado! Los listos salen mal todo el reino. Y como se expresaba con tanta inge- más, silbaba y cantaba alegremente. Volvió a medio-
parados y tú pretendes salir airoso. nuidad, pensó el portero que no debía mentir, y le día el hombrecito, cuando el calor era achicharrante,
Pero el pequeño no cejó: dejaron paso libre. Con lo cual demostró ser muy y le preguntó qué hacía:

Jacob & Wilhelm Grimm 298 Todos los cuentos


el profanador de textos
—Una barca que navegue mejor por tierra que Vino la princesa y Juancito le puso una liebre en Llegó entonces a un río en el que, en vez de una
por agua y añadió que, cuando la tuviese terminada, el delantal; pero cuando se había alejado cosa de cien barca, había un hombre altísimo y fornido que
le concederían la mano de la hija del Rey. pasos, el muchacho hizo sonar el silbato y la liebre, conducía a los viajeros de una a otra orilla. Preguntó
—Pues bien —dijo el enano— una barca será. saltando del delantal de la princesa, en un abrir y también a Juancito por el objetivo de su viaje.
Al declinar el día, cuando el sol se puso entre cerrar de ojos estuvo otra vez con el rebaño. —A la casa del Grifo —le dijo el muchacho.
resplandores de oro, Juancito había terminado la Al anochecer volvió a silbar el pastor, y después —En ese caso —añadió el gigante—, si consigues
construcción de la barca y de todos sus accesorios e, de comprobar que no faltaba ninguna liebre, condu- encontrarlo, pregúntale por qué se me obliga a llevar
instalándose en ella, se dirigió a remo hacia la ciudad jo la manada a palacio. a los viajantes a través del río.
residencia del Rey; y la barca corría como el viento. El Rey se admiró al ver que Juancito había lo- —Así lo haré —prometió Juancito.
El Rey lo vio desde lejos, pero siguió negándose grado guardar cien liebres sin que se le escapase una El hombre se lo echó a cuestas y lo condujo a la
a otorgarle la mano de su hija, diciéndole que antes sola. A pesar de ello siguió negándose a entregarle a orilla opuesta.
debía guardar cien liebres desde la madrugada hasta su hija: antes debía traerle una pluma de la cola del Poco después llegaba Juancito a la mansión del
el anochecer; y si se escapaba una sola no se casaría ave Grifo. Grifo. Sólo encontró a la mujer; el monstruo esta-
con la princesa. Juancito se puso inmediatamente en camino, an- ba ausente. La mujer le preguntó qué buscaba allí,
Aceptó Juancito, y al siguiente día salió al dando briosamente en la dirección que marcaba su y el muchacho se lo contó todo: que necesitaba
prado con su rebaño, vigilando que ninguna liebre nariz. Ya oscurecido llegó a un palacio, donde pidió una pluma de la cola del Grifo; que en un palacio
huyese. Al poco rato compareció una de las criadas albergue, pues en aquellos tiempos no se estilaban habían perdido la llave de una caja de caudales
de palacio a pedirle una de las piezas, pues había aún las hospederías. Lo acogió alegremente el señor y debía preguntar al Grifo por su paradero; que
llegado un forastero. Pero el muchacho, dándose del castillo y le preguntó adónde se dirigía. A lo que en otro palacio había una muchacha enferma y
perfecta cuenta de su perfidia, se negó a entregárse- respondió Juancito: deseaban que el Grifo les indicase un remedio, y
la, diciendo que el Rey tendría que aguardar al día —A la casa del Grifo. finalmente, que a poca distancia de allí, al borde
siguiente para su asado de liebre. La muchacha, sin —Conque a la casa del Grifo, ¿eh? Pues me del río, había un hombre encargado de pasar a
embargo, no cejó, enfadándose al final, y dirigien- harás un favor, si es cierto que el Grifo lo sabe los viajantes y quería saber por qué se le forzaba a
do improperios al pastor. Entonces le dijo Juancito todo, como dicen. He perdido la llave de un arca ello.
que entregaría una liebre, con la condición de que de hierro y quisiera que le preguntases dónde —Tened presente, amigo —dijo la mujer—, que
fuese a buscarla la princesa en persona. Volvió la está. —Con mucho gusto —respondió Juancito. ningún cristiano puede hablar con el Grifo, pues
criada con el recado a palacio, y la hija del Rey bajó Así lo haré. los devora a todos. Pero si os escondéis debajo de su
al prado. Entretanto se había presentado a Juancito A la mañana siguiente, de madrugada, partió de cama, cuando duerma por la noche os acercáis a él
el enano de la víspera, preguntándole qué estaba nuevo y llegó a otro palacio en el que pasó también y le arrancáis una pluma de la cola. En cuanto a las
haciendo. la noche. Cuando sus moradores se enteraron de que cosas que deseáis saber, yo se las preguntaré.
—¡Casi nada! Tengo que guardar cien liebres, se dirigía en busca del Grifo, le dijeron que una hija Juancito se avino a ello y se ocultó bajo la cama.
procurando que no escapase ni una sola; si lo conse- de la casa estaba enferma y, a pesar de haber acudido Al cerrar la noche llegó el ave. En cuanto entró en la
guía, se casaría con la princesa y sería rey. a todos los remedios imaginables, no había manera habitación dijo husmeando:
—Bien —le respondió el enano—; aquí tienes de curarla. ¿Podría él preguntar al Grifo la manera —Mujer, aquí huele a cristiano.
este silbato; si escapa una no tienes más que silbar y de sanar a la muchacha? Juancito se comprometió a —Sí —respondió ella—, vino hoy uno, pero ya
volverá en seguida. hacerlo y reemprendió la ruta. se marchó— y el Grifo no insistió.

Jacob & Wilhelm Grimm 299 Todos los cuentos


el profanador de textos
A medianoche mientras dormía, roncando entonces el muchacho le dijo que en cuanto dejase el fornido Juan
ruidosamente, se le acercó Juancito y de un tirón le en medio de la corriente a uno de los que transpor- [KHM166] Der starke Hans
arrancó una pluma del rabo. El monstruo se desper- taba, quedaría libre de su forzada ocupación. Alegre
tó sobresaltado y exclamó: el gigante en extremo se brindó, en prueba de agra-
—Mujer, huele a cristiano y además, diría que decimiento, a pasar de nuevo a Juancito, pero éste
alguien me ha tirado de la cola. le dijo que ya tenía bastante y no quería molestarlo
—Estarías soñando —lo tranquilizó su mujer—, más. Y prosiguió su ruta.
y ya te dije que había venido un cristiano, pero que Llegó luego al palacio en que residía la doncella
se marchó. Me contó un sinfín de cosas. En un cas- enferma. Cargándosela en hombros, puesto que ella
tillo han perdido la llave de un arca y no la encuen- no podía valerse, la llevó al pie de la escalera de la
tran en ninguna parte. bodega y, tomando el nido del sapo que había en
—¡Los imbéciles! —dijo el Grifo—. La llave está el peldaño inferior, lo puso en la mano de la mu-
en la casa de madera, detrás de la puerta, bajo un chacha. En el acto saltó ésta al suelo, subiendo la Éranse un hombre y una mujer que tenían un hijo y
montón de leña. escalera por su propio pie, completamente curada. vivían completamente solos en un valle muy aparta-
—Luego me dijo también que en otro palacio Sus padres sintieron una gran alegría y obsequiaron do. Ocurrió que un día la madre se fue por leña y a
había una muchacha enferma y no encontraban el a Juancito con oro, plata y cuanto quiso llevarse. recoger ramitas de pino y se llevó consigo al peque-
medio de curarla. En el segundo palacio, el muchacho fue directa- ño Juan, que no tendría entonces más de dos años.
—¡Los imbéciles! —repitió el ave—. Al pie de la es- mente a la casa de madera y, en efecto, detrás de la Como estaban en primavera y el niño se entretenía
calera de la bodega, un sapo ha hecho un nido con sus puerta, y bajo un montón de leña, apareció la llave mucho buscando florcitas, la madre se adentró cada
cabellos; si la muchacha recupera los cabellos, sanará. perdida. La llevó al dueño, el cual, contentísimo, vez más en el bosque. De pronto salieron dos bandi-
Finalmente, me contó que en un río hay un recompensó a Juancito dándole buena parte del oro dos de la maleza, apresaron a la madre y al hijo y se
hombre condenado a pasar a los viandantes. que encerraba el arca, además de otras muchas cosas los llevaron a lo más tenebroso y profundo de la sel-
—¡El muy estúpido! —exclamó el Grifo—. Si como vacas, ovejas y cabras. va, a un lugar donde raramente se aventuraba nadie.
dejase a uno de ellos en el centro del cauce, no nece- Al presentarse Juancito al Rey con todas aquellas La pobre mujer rogó y suplicó a los bandoleros que
sitaría seguir transportando gente. riquezas: dinero, oro, plata, vacas, ovejas y cabras, la dejasen en libertad con su hijito; pero aquellos
De madrugada se levantó el Grifo y se marchó. le preguntó el monarca de dónde había sacado todo hombres tenían el corazón de roca y, desoyendo las
Entonces Juancito salió de debajo de la cama pro- aquello, y el muchacho le respondió que el Grifo lo súplicas y lamentaciones de la pobre campesina, se la
visto de su hermosa pluma; además, había oído lo daba a manos llenas a todo aquel que se lo pedía. llevaron por la fuerza.
que la prodigiosa ave dijera acerca de la llave, la Pensó el Rey que podía aprovecharse de la oca- Después de dos horas de penosa marcha entre
muchacha y el hombre. La mujer se lo repitió todo sión y, ni corto ni perezoso, emprendió el camino matas y espinos llegaron a una roca en la que había
de nuevo para que no se le olvidase, y el muchacho de la mansión del ave. Pero al llegar al río resultó ser una puerta, la cual se abrió al llamar los bandidos.
emprendió el regreso. el primero en presentarse allí después de Juancito, Después de seguir un largo y tenebroso corredor
Llegó, en primer lugar, hasta el hombre del río, y el hombre, al pasarlo, le dejó en medio del cauce, entraron, finalmente, en una espaciosa cueva, ilu-
el cual le preguntó en seguida qué le había dicho el donde se ahogó. Juancito se casó con la princesa y minada por un fuego que ardía en el hogar. De sus
Grifo. Juancito le prometió que se lo diría una vez lo fue proclamado Rey. ♣ paredes colgaban espadas, sables y otras armas que
hubiese llevado a la otra orilla. El hombre lo pasó, y brillaban a la luz de la hoguera. En el centro, alre-

Jacob & Wilhelm Grimm 300 Todos los cuentos


el profanador de textos
dedor de una mesa negra, otros bandoleros estaban Al anochecer regresaron los bandidos y se pu- crujir; el banco se partió y se hundió en el suelo, y el
jugando; en el lugar más elevado de la cueva se halla- sieron a beber, vaciando jarro tras jarro, hasta que pesado saco cayó a la bodega.
ba el capitán. Este, al ver a la mujer, se dirigió a ella empezaron a dar cabezadas. Sacó entonces Juanito —¡Dios nos ampare! —exclamó el padre—. ¿Qué
y le dijo que no se preocupase ni temiese nada; no se su garrote y, volviendo a encararse con el capitán, le es esto? Has derruido nuestra casa.
le causaría ningún daño, y únicamente tendría que preguntó quién era su padre. El hombre le respondió —No te preocupes por eso, padre— le respondió
cuidar de los quehaceres domésticos; y si mantenía con otra bofetada tan fuerte, que el chico fue a parar Juan. Este saco contiene más dinero del que se nece-
las cosas en orden no lo pasaría mal. Luego le dieron nuevamente bajo la mesa. Pero se levantó en segui- sita para construir una casa nueva.
de comer y le indicaron una cama, en la que se acos- da y se puso a arrear estacazos sobre el capitán y los Padre e hijo se pusieron en seguida a levantar una
tó con su hijo. bandoleros, dejándolos a todos incapaces de mover nueva vivienda, y luego compraron ganado y tierras
La mujer vivió muchos años con los ladrones. brazos y piernas. y las explotaron. Juan araba los campos y cuando
Juan creció y se hizo fuerte y robusto. Su madre La madre, desde un rincón, contemplaba admi- guiaba el arado e introducía la reja en el suelo, los
le contaba historias, y le enseñó a leer sirviéndose rada la valentía y el vigor de su hijo el cual, cuando bueyes casi no habían de tirar ni hacer fuerza alguna.
de un libro de caballería que encontró en la cueva. hubo terminado su tarea, se fue a ella y le dijo: Al llegar la primavera, dijo el muchacho:
Cuando Juan cumplió los nueve años se armó de un —Esta vez ha sido en serio; pero ahora debo —Padre, guardaos todo el dinero y procuradme
recio garrote que hizo con una rama de abeto, y lo saber quién es mi padre. un bastón que pese un quintal,1 pues quiero salir a
escondió detrás de su cama. Luego fue a su madre y —Mi querido Juan —respondió la madre— ven, recorrer mundo.
le dijo: marchémonos a buscarlo, hasta que lo encontremos. Cuando tuvo el bastón, abandonó la casa de su
—Madre, dime de una vez quién es mi padre, Quitó al capitán la llave de la puerta y el niño padre y se puso en camino. Al llegar a un espeso y
pues quiero y debo saberlo. tomó un saco harinero y lo llenó de oro, plata y tenebroso bosque, oyó de pronto unos crujidos y
Pero la mujer guardó silencio; no quería decírselo otros objetos de valor; luego se lo cargó a la espalda chasquidos; paseó la mirada en torno suyo y vio un
para que el pequeño no lo echara de menos, pues y los dos abandonaron la caverna. abeto que, desde el pie a la copa aparecía retorcido
sabía muy bien que los bandidos no lo dejarían ¡Qué ojos abrió el niño al pasar de las tinieblas como una cuerda; y al levantar los ojos vio a un tipo
marcharse. Pero se le partía el corazón al pensar que a la luz del día y contemplar el verde bosque con altísimo que, abrazado al árbol, lo estaba torciendo
Juan no podía volver al lado de su padre. sus flores y pájaros, y el sol matutino en el cielo! Se como si fuese un mimbre.
Cuando los ladrones llegaron aquella noche de quedo inmóvil de asombro, como si no estuviese en —¡Eh! —gritó Juan—. ¿Qué estás haciendo ahí
sus rapiñas, Juan sacó su garrote y, encarándose con sus cabales. La madre buscó el camino de su casa y, arriba?
el capitán, le dijo: al cabo de un par de horas de andar, llegaron feliz- —Ayer recogí un haz de leña —contestó el
—Ahora quiero saber quién es mi padre, y si no mente a su solitario valle y a su casita. otro—, y hago una cuerda para atarlo.
me lo dices en seguida te derribo de un garrotazo. El padre, que estaba sentado a la puerta, lloró de “Me gusta ese individuo,” pensó Juanito, “es
El capitán se echó a reír y largó a Juan tal bofe- alegría al reconocer a su esposa y saber que Juan era forzudo,” y le dijo:
tón que lo tiró debajo de la mesa. Se levantó el niño su hijo, pues los había dado por muertos a ambos —Deja eso y vente conmigo.
sin chistar y pensó: “Esperaré otro año, y entonces desde hacía muchos años. El niño, a pesar de que Cuando hubo bajado aquel hombre, resultó que
volveré a probar; tal vez me resulte mejor.” no tenía más que doce, le llevaba a su padre toda la le llevaba a Juan toda la cabeza, y eso que nuestro
Transcurrido el año volvió el chico a sacar su cabeza. amigo no tenía nada de bajo.
garrote, le quitó el polvo y, contemplándolo, se dijo: Entraron los tres juntos en la casita y al dejar
“Es un buen garrote, y muy recio.” Juan el saco en el suelo, todo el edificio empezó a 1 quintal. 1. m. Peso de 100 libras equivalente en Castilla a
46 kg aproximadamente. Diccionario RAEL [N. del Pr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 301 Todos los cuentos
el profanador de textos
—Desde ahora te llamarás Tuercepinos —le dijo —¡Fuera de aquí, bribón! —respondió el cocine- unos golpes que le hicieron saltar de dos en dos los
el muchacho. Prosiguieron ambos, y al cabo de un ro— tú no necesitas carne. peldaños de la escalera. Juan quiso perseguirlo, pero
trecho oyeron como unos golpes y martillazos tan Pero cuál no seria la sorpresa de Tuercepinos al cayó tan largo como era y, al levantarse, vio que
fuertes, que a cada uno retemblaba el suelo. No ver que aquel enano minúsculo e insignificante se le el enano se hallaba ya muy lejos. El muchacho lo
tardaron en llegar ante una poderosa roca que un echó encima y la emprendió a puñetazos con tanta persiguió por el bosque y pudo ver que se metía en
gigante desmoronaba a puñetazos, arrancando gran- fuerza que lo tumbó en el suelo sin darle tiempo un hueco de una roca; tomó nota del lugar y regresó
des pedazos a cada golpe. Al preguntarle Juan qué se a defenderse. El enanito no lo soltó hasta haber a casa.
proponía, respondió él: descargado todo su enojo sobre las costillas de su Cuando los otros dos llegaron al anochecer, se
—Cuando me echo a dormir por la noche, vie- víctima. extrañaron al ver a Juan tan campante. Les contó lo
nen osos, lobos y otras alimañas que merodean a mi Cuando regresaron sus dos compañeros, que le había sucedido, y entonces los otros, a su vez,
alrededor y no me dejan descansar; por eso quiero Tuercepinos no les dijo nada del hombrecito ni de le dieron cuenta de su percance. Se echó Juan a reír
construirme una casa en la que pueda refugiarme y la paliza que le propinó, pensando: “El día que les y dijo:
estar tranquilo. toque quedarse en casa, ya verán lo que es bueno,” y —Es estuvo bien empleado, por haberos mostra-
“Este también puede servirme,” pensó Juan, y le sólo de imaginarlo sentía un gran regocijo. do tan avariciosos con la carne; pero es una vergüen-
dijo: Al día siguiente le tocó quedarse en casa a za que dos grandulones como vosotros os hayáis
—Deja la casa y vente conmigo; te llamarás Desmoronarrocas, y le sucedió lo mismo que a dejado zurrar por un enano.
Desmoronarrocas. Aceptó el gigante y los tres Tuercepinos: el hombrecito lo dejó mal parado por Provistos de una cesta y una cuerda, se dirigieron
continuaron a través del bosque, y por dondequiera haberse negado a darle carne. Al llegar los otros dos los tres a la cueva donde se había metido el enano y
que pasaban los animales salvajes huían asustados. al atardecer, Tuercepinos se dio cuenta de que el otro Juan, con su bastón, bajó al fondo en el cesto. Al lle-
Al anochecer llegaron a un viejo castillo abandona- había llevado lo suyo; pero ambos se lo callaron, gar abajo encontró una puerta; al abrirla se le apare-
do; entraron en él y durmieron en un salón. Por la pensando: “Que pruebe también Juan de esta sopa.” ció una hermosísima doncella, de una belleza que no
mañana salió Juan al jardín, el cual aparecía también El muchacho, que al día siguiente se quedó de cabe pintar con palabras; junto a ella estaba sentado
abandonado, invadido de espinos y matorrales. guardia, estaba trabajando en la cocina como le el enano, mirando a Juan con cara avinagrada. Pero
De repente le acometió un jabalí, pero él lo derri- correspondía, y cuando se preparaba a espumar el la doncella estaba atada con cadenas, y en su rostro
bó de un estacazo, se lo cargó a la espalda y lo llevó caldero se presentó el enano y pidió un pedazo de se reflejaba tanta tristeza, que Juan sintió una gran
al palacio. Allí lo trincaron en un asador y prepara- carne. Pensó Juan: “Es un infeliz; le daré algo de mi compasión y pensó: “Hay que librarla de las garras
ron una sabrosa comida, que puso a los tres de muy ración para no tener que reducir la de los otros,” de este bicho,” y asestó al enano un garrotazo tan
buen humor. y le alargó un trozo. Cuando el enano se la hubo recio, que lo mató en el acto. En seguida desató a la
Concertaron entonces que cada día, por turno, comido pidió más, y el bonachón de Juan le sirvió doncella, cuya hermosura tenía arrobado a Juan.
dos saldrían de caza y el tercero se quedaría en casa a otro pedazo, diciéndole que iba bien servido y debía Le contó la muchacha que era una princesa, hija
guisar, a razón de cinco kilos de carne por cabeza. El darse por satisfecho. Pero el hombrecito le pidió por de un rey, y que un malvado conde la había rap-
primer día le tocó quedarse a Tuercepinos, mientras tercera vez. tado de su patria y encerrado en aquella cueva, en
Juan y Desmoronarrocas salían a cazar. —Eres un sinvergüenza —le respondió Juan, venganza por no haber querido ella acceder a sus
Hallándose Tuercepinos ocupado en la prepara- negándose a darle más. Entonces el iracundo enano peticiones. El conde la había puesto bajo la vigi-
ción de la comida, se presentó un enanito viejo y quiso tratarlo como a sus dos compañeros; pero salió lancia de aquel enano, el cual la había sometido a
arrugado y le pidió carne. trasquilado. Sin el menor esfuerzo Juan le propinó toda suerte de vejaciones y tormentos, Luego Juan

Jacob & Wilhelm Grimm 302 Todos los cuentos


el profanador de textos
la puso en el cesto y llamó a los de arriba para que la y lo transportaron al barco con la rapidez del rayo. el pobre campesino, en el cielo
subiesen. Volvió a bajar el cesto; pero el muchacho Blandiendo allí su garrote, dio su merecido a los dos [KHM167] Das Bürle im Himmel
desconfiaba de sus dos compañeros, pensando: “Ya malvados y los arrojó al mar. Luego, empuñando los
una vez se han mostrado falsos conmigo al callarse remos, volvió a la costa con la hermosa princesa, que
lo del enano. ¿Quién sabe lo que se traen entre ceja acababa de pasar otro gran peligro, y a quien había
y ceja?” Con el fin de probarlos colocó su bastón liberado por segunda vez. La condujo hasta donde se
en el cesto, y suerte que lo hizo así, pues a mitad de hallaban sus padres y luego se casó con ella, entre el
camino soltaron los otros la carga; y de haber estado regocijo general. ♣
Juan en el cesto sin duda se habría matado al caer.
Pero entonces se le presentó el problema de salir de
allí y, por muchas vueltas que le dio, no encontró
solución. “Es bien triste,” decía, “tener que morir
aquí de hambre y sed.” Murió un campesino pobre y piadoso y llegó a la
Andando de un lado a otro, volvió a entrar en la puerta del cielo. Pero se encontró allí con un señor
cámara que había servido de prisión a la doncella y muy rico y opulento, que también pedía entrada.
se fijó en que el enano llevaba en el dedo un anillo Acudió San Pedro con la llave, abrió la puerta y dejó
brillantísimo. Se lo quitó y se lo puso; al darle la pasar al señor. Sin duda no vio al humilde campesi-
vuelta en el dedo, de repente oyó un rumor sobre no y lo dejó fuera. Desde el exterior, el hombre oyó
su cabeza, Miró hacia arriba y vio flotar unos es- cómo el rico era recibido con gran regocijo al son de
píritus aéreos que le saludaron como a su amo y le músicas y cantos.
preguntaron qué les mandaba. De momento Juan Cuando se restableció la calma volvió San Pedro,
se quedó mudo de asombro, pero luego les ordenó abrió la puerta e invitó al campesino a entrar. Éste
que lo transportasen a la superficie. Le obedecieron pensaba que también se le acogería con música; pero
al instante, y él experimentó la sensación de estar vo- vio que todo permanecía tranquilo. Cierto que lo
lando. Pero una vez arriba no vio a nadie, y al volver recibieron muy amablemente y que los ángeles salie-
al castillo también lo encontró desierto. ron a su encuentro; pero nada de cantos ni músicas.
Tuercepinos y Desmoronarrocas habían huido, Entonces preguntó el buen hombre a San Pedro por
llevándose a la hermosa doncella. Dio la vuelta al qué no cantaban en su obsequio como habían hecho
anillo y se presentaron los etéreos espíritus, comu- con el rico. Por lo visto, en el cielo había las mismas
nicándole que sus compañeros se hallaban en el desigualdades que en la tierra. Le respondió San Pedro:
mar. Corrió Juan a la orilla y descubrió a lo lejos —¡No digas tal cosa! Para nosotros tú eres tan
un barquito, ocupado por sus desleales amigos. bienvenido como otro cualquiera, y puedes gozar
En un arranque de cólera se arrojó al agua con su de la misma dicha que el rico. Lo que pasa es que
bastón y se puso a nadar; mas la pesadísima ma- campesinos pobres y humildes como tú llegan todos
dera lo hundía, y por poco se ahoga. Volvió a dar los días; pero lo que es señores ricos, apenas entra
vuelta al anillo, y al instante acudieron los espíritus uno cada cien años. ♣

Jacob & Wilhelm Grimm 303 Todos los cuentos


el profanador de textos
Elisa, la flaca añadió—que la vaca pudiera tener una ternerita; al la casa del bosque
[KHM168] Die hagere Liese menos podría, de cuando en cuando, tomarme un [KHM169] Das Waldhaus
vasito de leche.
—La leche no sería para ti —replicó la mujer—,
pues la ternera habría de mamar para que engordara
y pudiésemos venderla bien.
—Cierto —asintió el marido—; mas un poquitín
de leche bien podría tomármela; ningún mal habría
en ello.
—¿Y qué sabes tú de vacas? —replicó la mujer—.
Haya o no mal en ello, no lo quiero, y por mucho
que te emperres no probarás una gota de leche.
Elisa, la Flaca pensaba de modo muy distinto que ¡Grandullón, nunca estás harto! ¿Crees que voy a Un pobre leñador vivía, con su mujer y tres hijas, en
Enrique el Holgazán y Trini la Gorda, a quienes no dejar que te tragues lo que tanto sacrificio me ha una cabaña situada al borde de un solitario bos-
había modo de sacar de la cama. Se desvivía traba- costado? que. Una mañana, al salir para su trabajo, dijo a su
jando de la mañana a la noche y obligaba también —Mujer —contestó Lorenzo—, cállate o te doy esposa:
a trabajar a su marido, Lorenzo el Larguirucho de una bofetada. —Haz que la chica mayor me lleve la comida al
tal manera, que el pobre lo pasaba peor que un —¡Cómo! —exclamó ella—; ¡te atreves a amena- bosque, pues no tendría tiempo de acabar. Y para
asno bajo la carga de tres sacos. Pero todo resultaba zarme, glotón, pícaro, gandul! —y trató de agarrarlo que no se pierda —añadió—, me llevaré una bolsa
inútil; ni tenían nada ni conseguían prosperar lo más de los pelos; pero el larguirucho esposo se incorporó de mijo y lo esparciré en el camino.
mínimo. y, sujetando con una mano los desmirriados brazos Cuando el sol estuvo muy alto, la muchacha se
Una noche, estando acostada y tan rendida que de Elisa, con la otra le apretó la cabeza contra la al- fue en busca de su padre con un puchero de sopas.
apenas podía moverse, los pensamientos no la deja- mohada y la mantuvo así hasta que la mujer se cansó Pero los gorriones, alondras, pinzones, mirlos y ver-
ban conciliar el sueño. Despertó a su marido de un de echar pestes y se quedó dormida. derones se habían comido el grano hacía ya muchas
codazo en las costillas, y le dijo: Lo que ignoro es si, al despertarse al día siguien- horas, y la joven no encontró el camino. Estuvo
—Escucha, Lorenzo. ¿Sabes qué he pensado? te, continuó buscándole camorra o si se marchó en andando a la ventura, hasta que se puso el sol y llegó
Pues que si me encontrase un escudo y alguien me busca de los escudos que necesitaba. ♣ la noche.
regalase otro, pediría prestado un tercero y tú me En la oscuridad, los árboles rumoreaban y sil-
darías uno; y así, con los cuatro, compraría una vaca baban los mochuelos, por lo cual la chica empezó
joven. a sentir miedo. Al fin descubrió a lo lejos una luz
No le pareció malla idea al hombre: que brillaba entre los árboles: “Seguramente vivirá
—Claro que —observó— no sé de dónde voy alguien allí,” pensó, “me dejarán pasar la noche con
a sacar yo el escudo que tú quieres que te dé. De ellos,” y se encaminó hacia la luz.
todos modos, si tuvieras el dinero y te bastase para No tardó en llegar a una casa cuyas ventanas
comprar una vaca, obrarías santamente poniendo aparecían iluminadas. Llamó, y una voz ruda dijo
en práctica tu ocurrencia. Me encanta pensar — desde dentro:

Jacob & Wilhelm Grimm 304 Todos los cuentos


el profanador de textos
—¡Adelante! Y dijo el viejo: ca preparó una buena cena, comió y bebió con el
Entró la muchacha en el oscuro vestíbulo y dio —Sube por esta escalera y encontrarás una abuelo; mas ni por un momento se le ocurrió pensar
unos golpecitos a la puerta. habitación con dos camas; sacúdelas y ponles ropa en los animales. Y cuando preguntó por la cama,
—¡Adelante! —repitió la voz; y al abrir ella se en- limpia; yo iré pronto a dormir. contestaron éstos:
contró ante un hombre viejo y canoso sentado a una Subió la muchacha, y cuando hubo hechas las
mesa; tenía el rostro apoyado en ambas manos, y la camas se acostó en una de ellas, sin aguardar al viejo. Con él has comido,
blanca barba le llegaba casi al suelo. Junto al hogar Al cabo de un rato entró éste y, contemplando a con él has bebido;
había tres animales: un pollito, un gallito y una vaca la muchacha a la luz de la lámpara, meneó la cabeza. de nosotros nada quisiste saber.
manchada. Al ver que estaba profundamente dormida, abrió Dónde pasas la noche, presto vas a ver.
La muchacha explicó al viejo su percance y le pi- una escotilla y la dejó caer a la bodega.
dió que la permitiese pasar la noche en la casa. Dijo El leñador regresó a su casa al anochecer y riñó a Una vez estuvo dormida entró el viejo, la miró
entonces el hombre: su esposa por haberle hecho pasar hambre todo el día. moviendo la cabeza, y la precipitó a la bodega.
—No tengo yo la culpa —se justificó la mujer—, Al tercer día dijo el leñador a su esposa:
Polluelo bonito, pues mandé a la chica con la comida; debe de haber- —Envíame hoy a la pequeña con la comida;
mi caro gallito, se extraviado y no volverá hasta mañana. siempre se ha mostrado buena y obediente y no se
Y tú, buena vaca manchada. El leñador l alba se levantó para marcharse de apartará del camino como sus hermanas, esos abejo-
¿qué decís a la niña extraviada? nuevo, y encargó que su segunda hija le llevase la rros que sólo van a lo suyo.
comida. La madre se resistía:
—¡Duks! —respondieron los animales lo cual, —Tomaré una bolsa con lentejas —dijo—; los —¿He de perder también a mi hija predilecta? —dijo.
sin duda, querría decir: “¡Nos place!,” pues el viejo granos son mayores que los de mijo; la chica los verá —No temas nada —le replicó él—. La niña no se
prosiguió: mejor y no errará el camino. extraviará, pues es lista y juiciosa; además yo espar-
—Aquí hay de todo en abundancia; ve al A mediodía salió la segunda hija con el puchero. ciré guisantes que son mayores que las lentejas y le
hogar y prepara la cena. La muchacha encontró Pero las lentejas ya no estaban; como la víspera, los mostrarán el camino.
de todo en la cocina y guisó una cena apetitosa, pájaros del bosque se las habían comido sin dejar Pero cuando la muchachita llegó al bosque con
pero sin pensar en los animales. Trajo la fuente ni una. La muchacha anduvo vagando por la selva su cesta, las palomas torcaces tenían los guisantes en
a la mesa y, sentándose con el anciano, comió hasta la noche, llegó a su vez a la casa del viejo e, el buche, por lo que ella no supo adónde dirigirse.
hasta quedar satisfecha. Cuando hubo termina- invitada a entrar, pidió cena y refugio. El hombre de Preocupada en extremo, pensaba constantemente en
do dijo: la barba blanca volvió a preguntar a los animales: que su pobre padre sufría hambre y que su madre
—Ahora estoy cansada. ¿Dónde hay una cama en estaría inquieta si ella no regresaba pronto.
que pueda acostarme y dormir? Polluelo bonito, Al fin, cuando ya oscureció, viendo la lucecita se
Los animales respondieron: mi caro gallito, encaminó a la casa del bosque. Muy modosita, pidió
Y tú, buena vaca manchada. que la albergasen por aquella noche, y el hombre de
Con él has comido, ¿qué decís a la niña extraviada? la blanca barba volvió a preguntar a los animales:
con él has bebido;
de nosotros nada quisiste saber. Los animales respondieron también: “¡Duks!,” Polluelo bonito,
Dónde pasas la noche, presto vas a ver. y se repitió la escena de la noche anterior. La chi- mi caro gallito,

Jacob & Wilhelm Grimm 305 Todos los cuentos


el profanador de textos
Y tú, buena vaca manchada. Con nosotros comiste, desconocido. Se fijó mejor y se dio cuenta de que
¿qué decís a la niña extraviada? con nosotros bebiste, era un hombre joven y hermoso, el cual se despertó
de nosotros te acordaste, cariñosa. y dijo:
—¡Duks! —contestaron. Ve a dormir, y en buena paz reposa. —Soy un príncipe a quien una malvada bruja
Se acercó entonces la muchachita al hogar donde encantó, condenándome a vivir en el bosque bajo
yacían los animales, y acarició al pollito y al gallito, Subió la niña las escaleras, sacudió las almohadas la figura de un viejo de barba blanca, sin que nadie
alisándoles las plumas, y a la vaca, rascándole entre de pluma y puso ropa limpia en las camas. Luego pudiese estar a mi lado, aparte de mis tres criados
los cuernos. Y cuando, siguiendo las indicaciones del fue el viejo a acostarse, y la blanca barba le llegaba convertidos, a su vez, en un polluelo, un gallito y
abuelo, hubo preparado una buena sopa y traído la a los pies. La muchachita se metió en la otra cama, una vaca de piel manchada.
fuente a la mesa, dijo: rezó sus oraciones y se quedó dormida. Y el encantamiento no había de cesar hasta que
—¿Voy a comer yo, dejando que no tengan nada Durmió tranquilamente hasta medianoche, hora llegase a nuestra casa una muchacha de corazón tan
estos pobres animales? Ahí fuera hay de todo en gran en que se produjo en la casa un extraño rumor que bondadoso, que se mostrase caritativa no sólo con
abundancia; empezaré por ellos. la despertó. Se oían en las esquinas raros crujidos y los hombres sino también con los animales. Y esa
Salió a buscar cebada y la echó a los pollos, y para chirridos y la puerta se abrió bruscamente, dando fuiste tú, por lo que a medianoche quedamos todos
la vaca trajo un buen montón de heno oloroso. contra la pared; crepitaban las vigas, como si las redimidos y la casa del bosque se transformó de
—Vaya, comed y hartaos, buenos animales —le arrancasen de quicio; pareció como si se derrumbase nuevo en mi antiguo palacio real.
dijo—; y si tenéis sed, os daré también un buen la escalera y, finalmente, se oyó un estruendo, como Cuando se hubieron levantado, mandó el prín-
trago. si el tejado se viniese abajo. Como luego volvió a cipe a sus tres criados que fuesen en busca de los
Y les trajo un cubo de agua. El polluelo y el gallito aquietarse todo sin que la chiquilla sufriese daño padres de la muchacha y los acompañasen al castillo
se subieron al borde y, metiendo el pico en el líquido, alguno, se tranquilizó y volvió a dormirse. como invitados de boda.
levantaron luego la cabeza, bebiendo como lo hacen Pero cuando se despertó a la mañana siguiente, —Pero, ¿dónde están mis dos hermanas? —pre-
las aves; la vaca, por su parte, vació medio cubo. ya bajo un sol espléndido, ¿qué diréis que vieron sus guntó la muchacha.
Una vez los animales estuvieron servidos, la niña ojos? Hallábase en un espacioso salón y en derredor —Las encerré en la bodega, y mañana serán
se sentó a la mesa en compañía del viejo y cenó con todo brillaba con extraordinaria magnificencia; de las conducidas al bosque donde servirán en casa de
lo que él había dejado. Al cabo de un rato, el po- paredes salían, hacia lo alto, doradas flores sobre un un carbonero hasta que se hayan enmendado y no
lluelo y el gallito empezaron a meter la cabeza bajo fondo de seda verde; la cama era de marfil y el dosel hagan pasar hambre a los pobres animales. ♣
las plumas, y la vaca a parpadear. Dijo entonces la de terciopelo rojo; y en una silla colocada al lado ha-
muchachita: bía unas chinelas bordadas con perlas. La muchachita
—¿No sería hora de irnos a dormir? creía estar soñando, pero en esto entraron tres criados,
en ricas libreas, y le pidieron sus órdenes.
Polluelo bonito, —Podéis iros —le respondió ella—; yo me levan-
mi caro gallito, taré en seguida a preparar una sopa para el viejo y
Y tú, buena vaca manchada. dar de comer al polluelo, al gallito y a la buena vaca
¿qué decís a la niña extraviada? manchada.
Pensaba que el viejo se había levantado ya; mas
Y los animales contestaron: “¡Duks!” al dirigir los ojos a su cama la vio ocupada por un

Jacob & Wilhelm Grimm 306 Todos los cuentos


el profanador de textos
hay que compartir las penas y las Esta situación duró hasta que los vecinos inter- el reyezuelo
alegrías vinieron en favor de la infeliz. El sastre hubo de [KHM171] Der Zaunkönig
[KHM170] Lieb und Leid teilen comparecer de nuevo ante el tribunal y se le recordó
su promesa.
—Señores jueces —respondió—, he cumplido lo
que prometí; no le he pegado, sino que he comparti-
do con ella las alegrías.
—¿Cómo es eso —replicó el juez—, cuando hay
otra vez tantas quejas contra ti?
—No le he pegado. Lo que ocurre es que, al verla
tan guapa quise peinarle el pelo con las manos, pero
ella huía de mí, pues es muy maliciosa. Entonces yo
corrí detrás para obligarla a cumplir con su obli-
Érase una vez un sastre gruñón y pendenciero. Por gación y recordarle sus deberes; y le tiraba cuanto En tiempos remotísimos todos los sonidos y ruidos
buena, trabajadora y piadosa que fuese su mujer, tenía a mano. He compartido con ella las penas y las tenían su sentido y significado. Lo tenía el martillo
nunca acertaba a hacer las cosas a gusto de su ma- alegrías; pues cuando le acertaba, yo recibía gusto y del herrero al dar contra el yunque, y el cepillo del
rido. Siempre estaba él descontento, refunfuñando, ella pesadumbre; y si le fallaba, la pesadumbre era carpintero al labrar la madera, y la rueda del molino
riñéndole, zarandeándola y pegándole. para mí y el gusto para ella. al ponerse en acción. Decía ésta, con su tableteo:
Al fin, su conducta llegó a conocimiento de la Los jueces no se dieron por satisfechos con su res- “jAyúdanos, Señor Dios! ¡Ayúdanos, Señor Dios!” Y
autoridad, la cual lo hizo detener y encerrar en la puesta y mandaron darle la reprimenda merecida. ♣ si el molinero era un ladrón, al poner en marcha el
cárcel para que se enmendase. Después de pasar u na molino, hablaba éste en buen castellano y empezaba
temporada a pan y agua fue puesto en libertad, bajo preguntando, lentamente:
promesa de que no volvería a maltratar a su mujer —¿Quién hay? ¿Quién hay? —y luego contestaba
sino que viviría en buena paz y armonía, compar- con rapidez—: ¡El molinero! ¡El molinero! —y, fi-
tiendo con ella las penas y las alegrías como es de ley nalmente, a toda velocidad—: ¡Roba sin temor, roba
entre los casados. sin temor! ¡Del tonel, tres sextos!
Durante un tiempo marcharon bien las cosas; Por aquellos tiempos, incluso las aves tenían su
pero luego volvió a sus maneras antiguas, mostrán- propio lenguaje, inteligible para todo el mundo;
dose otra vez pendenciero y gruñón; y como no hoy en día suena a gorjeos, chillidos o silbidos y, en
podía pegarle, trataba de agarrarla por los cabellos y algunos pájaros, a música sin palabras.
zarandearla. Pero he aquí que se les metió a las aves en el meo-
Escapaba entonces la mujer y salía corriendo al llo la idea de que necesitaban un jefe que las manda-
patio, mas él la perseguía armado de la vara de medir se, y decidieron elegir un rey. Sólo una, el avefría, se
y de las tijeras y arrojándole cuanto hallaba a mano. manifestó disconforme: siempre había vivido libre
Si le acertaba, se echaba a reír; pero si le fallaba, todo y libre quería morir; y así, todo era volar de un lado
eran improperios e insultos. para otro, angustiada y gritando:

Jacob & Wilhelm Grimm 307 Todos los cuentos


el profanador de textos
—¿Adónde voy, adónde voy? —hasta que se pudo rivalizar con el águila, la cual subió tan alto Al llegar la noche, todas las aves, cansadas del
retiró a los pantanos solitarios y desiertos, sin dejarse que habría podido sacar los ojos al sol a picotazos. ejercicio de vuelo a que habían debido someter-
ver de sus semejantes. Al ver que ninguna otra le seguía, pensó: “¿Para se, se retiraron a sus respectivas moradas con sus
Las demás aves decidieron deliberar sobre el asunto qué subir más? Indudablemente, soy la reina,” y esposas e hijos; sólo la lechuza se quedó junto al
y una hermosa mañana de mayo, saliendo de bosques y empezó a descender. Las demás aves, desde el suelo, agujero del ratón, con los grandes ojos clavados
campos, se congregaron: el águila, el pinzón, la lechuza, la recibieron al grito de: en la entrada. Sin embargo, como también ella
el grajo, la alondra, el gorrión… ¿Para qué mencionarlas —¡Tú serás nuestra reina; nadie ha volado a ma- se sintiera cansada, pensó: “Bien puedo cerrar un
todas? Incluso acudieron el cuclillo y la abubilla y su sa- yor altura que tú! ojo; velaré con el otro y este diablillo no escapará
cristán, así llamado porque siempre se deja oír unos días —¡Excepto yo! —exclamó el pequeñuelo sin de la ratonera.” Y así, cerró un ojo, manteniendo
antes que la abubilla. Y también compareció un pajarito nombre que se había escondido entre las plumas del el otro clavado en la madriguera.
muy pequeñín que todavía no tenía nombre. La gallina águila. Y como no se había fatigado, pudo seguir su- El pajarito sacaba de vez en cuando la cabeza con
que, casualmente, no se había enterado del asunto, se biendo, tanto que llegó a ver a Dios Nuestro Señor el propósito de escapar; mas la lechuza seguía vigilante
admiró al ver aquella enorme concentración: sentado en su trono. Y una vez arriba, recogió las y él no tenía más remedio que meterse de nuevo en el
—¿Qué pasa ahí? —se puso a cacarear. alas y se dejó caer como un plomo gritando, con su escondite. Al cabo de un rato, la lechuza cambió de ojo
Pero el gallo la tranquilizó explicándole el objeto voz fina y penetrante: para descansar el primero, con la idea de relevarlos hasta
de la asamblea. —¡Rey soy yo! ¡Rey soy yo! que llegase la mañana. Pero una vez que cerró uno se ol-
Se decidió que sería rey el que fuese capaz de —¿Tú nuestro rey? —protestaron las aves, aira- vidó de abrir el otro y se quedó dormida. El pequeñuelo
volar a mayor altura. Una rana de zarzal, que con- das. Has ganado con engaño y astucia. no tardó en darse cuenta de eso y se escapó.
templaba todo desde una mata, exclamó, en tono de Y entonces pusieron otra condición. Sería rey aquel Desde entonces la lechuza no puede dejarse
advertencia, al oír aquello: que fuese capaz de meterse más profundamente en la ver durante el día; de lo contrario todas las demás
—¡Nattnattnatt! ¡Nattnattnatt! —convencida de tierra. ¡Era de ver cómo el ganso restregaba el ancho aves la persiguen y la castigan a picotazos. De
que la decisión haría verter muchas lágrimas. pecho contra el suelo! ¡Con cuánto vigor abrió el gallo aquí que únicamente salga a volar por la noche
Pero el grajo replicó: un agujero! El pato fue el menos afortunado, pues si y que odie y persiga a los ratones, a causa de los
—¡Cuark ok! —significando que todo se resolve- bien saltó a un foso, se torció las patas y echó a correr, agujeros que abren.
ría pacíficamente. anadeando, hasta la charca próxima mientras gritaba: Tampoco el pajarito se presenta mucho en
Acordaron que se efectuaría la prueba aquella —¡Güek, güek! —que quiere decir: “¡Mal nego- público, temeroso de perder la cabeza si lo cogen.
misma mañana, para que nadie pudiese luego decir: cio!,” En cambio, el pequeño sin nombre se buscó Se oculta entre los setos y, cuando cree estar muy
—Yo habría volado más alto; pero llegó la noche un agujero de ratón, se metió en él, y desde el fondo seguro, suele gritar todavía:
y tuve que bajar. gritó con su voz fina: —¡Rey soy yo! —por lo cual las demás aves lo
Ya de acuerdo, a una señal convenida se elevó en —¡Rey soy yo! ¡Rey soy yo! llaman, en son de burla, el reyezuelo.
los aires aquel tropel de aves. Se levantó una gran —¿Tú nuestro rey? —repitieron las aves, más indig- Pero ninguna se sintió tan contenta como la alondra,
polvareda en el campo, se produjo un estruendoso nadas todavía—. ¿Piensas que van a valerte tus ardides? pues no tenía que obedecer al reyezuelo. En cuanto el
rumoreo y aleteo y pareció como si una nube negra Y decidieron retenerlo prisionero en la madriguera, sol aparece en el horizonte se eleva en los aires y canta:
cubriese el cielo. Las aves pequeñas no tardaron en condenándolo a morir de hambre. Para ello encargaron —¡Ah, qué bello es! ¡Bello, bello! ¡Ah, qué bello
quedar rezagadas; agotadas su fuerzas, volvieron a la de su custodia a la lechuza, con la consigna de no dejar es! ♣
tierra. Las mayores resistieron más, aunque ninguna escapar al bribonzuelo, bajo pena de muerte.

Jacob & Wilhelm Grimm 308 Todos los cuentos


el profanador de textos
la platija1 —¡El arenque es el primero! ¡El arenque es el el alcaraván y la abubilla1
[KHM172] Die Scholle primero! [KHM173] Rohrdommel und Wiedehopf
—¿Quién es el primero? —preguntó, mohína, la
achatada y envidiosa platija.
—El arenque, el arenque —le respondieron.
—¿Ese pelado de arenque? —protestó la envi-
diosa. Y desde aquel momento, en castigo, la platija
tiene la boca torcida. ♣

Hacía ya mucho tiempo que los peces andaban —¿Dónde preferís llevar a pacer vuestro rebaño? —
descontentos a causa del desorden que entre ellos preguntó alguien a un viejo pastor de vacas.
reinaba. Ninguno respetaba los derechos de los —Aquí, señor, donde la hierba no es ni demasia-
demás; cada cual nadaba a derecha o izquierda a do grasa ni demasiado magra; de otro modo no va
su capricho; pasaba entre los que iban juntos o les bien.
obstruía el paso, y el más fuerte pegaba un coletazo —
­ ¿Por qué no? —preguntó el otro.
al más débil mandándolo a gran distancia; y esto —¿No oís desde el prado aquel grito sordo? —
cuando no se lo zampaba sin más. respondió el pastor—. Es el alcaraván,2 que en otros
—¡Que maravilloso sería tener un rey que impu- tiempos fue pastor; y también lo era la abubilla.3 Os
siera el derecho y la justicia! —se decían. Y convinie- contaré la historia.
ron en elegir por rey al que surcase las aguas con más
rapidez y supiese prestar auxilio al débil. El alcaraván guardaba su ganado en prados verdes
En consecuencia, se colocaron en fila en la orilla y grasos en los que crecían las flores en profusión;
y, a una señal que hizo el lucio con la cola, todos por ello sus vacas se volvieron bravas y salvajes. En
emprendieron la carrera. El lucio salió disparado
como una flecha, y con él el arenque, el gobio, la 1 Este cuento juega con la onomatopeya del canto de los
pájaros, sonidos que se desconocen. [N. del Pr.]
perla, la carpa y tantísimos otros. Hasta la platija se 2 alcaraván. 1. m. Ave caradriforme de cabeza redondea-
lanzó con los demás, con la esperanza de alcanzar la da, patas largas y amarillas, pico relativamente corto y
meta. grandes ojos amarillos. De costumbres crepusculares o
nocturnas, habita en terrenos descubiertos, pedregosos o
De pronto resonó la voz: arenosos. Diccionario RAEL [N. del Pr.]
3 abubilla. 1. f. Pájaro insectívoro, del tamaño de la tórtola,
1 platija. 1. f. Pez teleósteo marino, anacanto, semejante al con el pico largo y algo arqueado, un penacho de plumas
lenguado, pero de escamas más fuertes y unidas, y color eréctiles en la cabeza, el cuerpo rojizo y las alas y la cola
pardo con manchas amarillas en la cara superior. Vive en el negras con listas blancas, como el penacho. Es muy agra-
fondo de las desembocaduras de los ríos al norte de España dable a la vista, pero de olor fétido y canto monótono.
y su carne es poco apreciada. Diccionario RAEL [N. del Pr.] Diccionario RAEL [N. del Pr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 309 Todos los cuentos
el profanador de textos
cambio, la abubilla las conducía a pacer a las altas el búho Y dirigiéndose, animoso, al granero, echó una
montañas secas, donde el viento juega con la arena; [KHM174] Die Eule mirada al lugar indicado, y al descubrir al extraño
por lo cual sus vacas enflaquecieron y no llegaron a y horrible animal, le entró un espanto parecido al
desarrollarse. de su criado. Bajó en dos saltos y corrió a alarmar a
los vecinos, pidiéndoles asistencia contra un animal
Cuando, al anochecer, los pastores entraban peligroso y desconocido, que podía poner en peligro
el ganado, el alcaraván no conseguía reunir sus a toda la ciudad si le daba por salir de su granero.
vacas, pues eran petulantes y se le escapaban. Hubo gran alboroto y griterío en las calles. Los
Ya gritaba él: “¡Vaca de color, aquí alrededor!”; burgueses acudieron armados de chuzos,1 horquillas,
pero era inútil; no atendían a su llamada. Por su hoces y hachas, como si se tratase de presentar bata-
parte, la abubilla tampoco podía juntarlas, por lla a algún formidable enemigo.
lo débiles y extenuadas que se hallaban. “¡Arriba, Luego se presentaron también los miembros del
arriba!,” les gritaba; pero todo era en vano; Consejo con el burgomaestre a la cabeza, y, una vez
seguían tumbadas en la arena. Un par de siglos atrás la gente no era tan lista y formados todos en la plaza del mercado, iniciaron
Esto sucede cuando no se procede con medida. avisada como es ahora, ni mucho menos. Pues por la marcha hacia el granero y lo rodearon por todas
Todavía hoy, aunque ya no guardan rebaños, aquellos días sucedió en una pequeña ciudad el ex- partes. Se adelantó entonces uno de los más bravos
gritan: el alcaraván, “¡Vaca de color, aquí traño acontecimiento que voy a contaros. y entró pica en ristre; pero inmediatamente volvió a
alrededor!,” y la abubilla. “¡Arriba, arriba!” ♣ Un anochecer llegó de un bosque próximo una salir, pálido como un muerto e incapaz de proferir
de esas grandes lechuzas que solemos llamar búhos o palabra tras el grito de espanto que le había arranca-
granduques, y fue a meterse en el granero de un la- do la vista del monstruo. Otros dos se aventuraron
brador, donde pasó la noche. A la mañana siguiente a probar suerte, pero retrocedieron tan aterrorizados
no se atrevió a abandonar su refugio por miedo a las como el primero.
demás aves que, en cuanto la descubren, prorrum- Finalmente avanzó un individuo alto y forzudo,
pen en un espantoso griterío. famoso por sus hazañas guerreras, y dijo:
Cuando el muchacho de la granja subió al gra- —Con sólo mirarla no ahuyentaréis esa bestia
nero por paja, se asustó de tal modo al ver al búho monstruosa. Hay que actuar en serio; mas veo que
posado en un rincón, que escapó corriendo y dijo a todos sois unas mujerzuelas y que nadie se atreve a
su amo que en el pajar había un monstruo como no ponerle el cascabel al gato.
viera otro semejante en toda su vida; movía los ojos Pidió que le prestasen una armadura, espada y
en torno a la cabeza, y era capaz de tragarse a cual- pica, y se aprestó al combate, Todos ensalzaron su
quiera sin cumplidos. valor y eran muchos los que temían por su vida.
—Ya te conozco —respondió el amo—. Eres lo Abrieron la doble puerta del granero y apareció el
bastante valiente para correr tras un mirlo en el cam- búho que, entretanto, se había posado en uno de
po; pero en cuanto ves un pollo muerto te armas de los grandes travesaños. Mandó él que trajesen una
un palo antes de acercarte a él. Tendré que subir yo
mismo a averiguar qué monstruo es ése que dices. 1 chuzo. 1. m. Palo armado con un pincho de hierro, que se usa
para defenderse y ofender. Diccionario RAEL [N. del Pr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 310 Todos los cuentos
el profanador de textos
escalera de mano, y cuando la colocó y se dispuso a la luna podríamos colgarla de él. ¡Qué ventaja, no tener que
encaramarse en ella, todos lo animaron a gritos y lo [KHM175] Der Mond andar a tientas por la noche!
encomendaron a San Jorge, el matador del dragón. —¿Sabéis qué? —dijo el segundo—. Iremos a
Llegado arriba, cuando el búho comprendió sus buscar un carro y un caballo y nos llevaremos la
propósitos agresivos, turbado además por el griterío luna. Aquí podrán comprar otra.
de la multitud y no viendo el medio de escapar, em- —Yo sé subirme a los árboles —intervino el ter-
pezó a girar los ojos, erizó las plumas, desplegó las cero—. Subiré a descolgarla.
alas y castañetando con el pico, con voz ronca lanzó El cuarto fue a buscar el carro y el caballo, y el
su grito: “¡Chuhú, chuhú!” tercero trepó a la copa del roble, abrió un agujero en
—¡Pégale, pégale! —gritaba la gente desde abajo la luna, pasó una cuerda a su través y la bajó.
al esforzado héroe. Cuando ya tuvieron en el carro la brillante bola,
—Si estuvierais aquí conmigo —respondió él—, la cubrieron con una manta para que nadie se diese
a buen seguro que no gritaríais así. Subió otro pelda- cuenta del robo, y de este modo la transportaron sin
ño; pero le entró un fuerte temblor y emprendió la En tiempos muy lejanos hubo un país en que por la contratiempo a su tierra, donde la colgaron de un
retirada, casi desmayado. noche estaba siempre oscuro, y el cielo se extendía alto roble. Viejos y jóvenes sintieron gran contento
Ya no quedaba nadie dispuesto a arrostrar el como una sábana negra, pues jamás salía la luna ni cuando vieron la nueva luminaria esparcir su luz por
peligro. brillaban estrellas en el firmamento. los campos y llenar sus habitaciones y aposentos. Los
—Este monstruo —decían—, con sólo su grito y De aquel país salieron un día cuatro muchachos enanos salieron de sus cuevas y los duendecillos, en
su aliento ha envenenado y malherido al más fuerte a recorrer mundo, y llegaron a unas tierras en las su rojas chaquetas, bailaron en rueda por los prados.
y valiente de nuestros hombres. ¿Vamos también a que, al anochecer, en cuanto el sol se ocultaba detrás Los cuatro se encargaron de poner aceite en la
exponer la vida de los demás? de las montañas, aparecía sobre un roble una esfera luna y de mantener limpio el pabilo, y por ello les
Deliberaron acerca de lo que convenía hacer para luminosa que esparcía a gran distancia una luz clara pagaban un escudo semanal.
evitar la ruina de la ciudad. Durante buen rato nadie y suave; aun cuando no era brillante como la del sol, Pero envejecieron, y cuando uno de ellos enfermó
encontró remedio hasta que, por fin, el alcalde dijo. permitía ver y distinguir muy bien los objetos. y previó la proximidad de la muerte, dispuso que de-
—Mi opinión es la de que todos contribuyamos Los forasteros se detuvieron a contemplarla y pre- positasen en su tumba, al enterrarlo, la cuarta parte
a indemnizar al propietario el valor de este granero guntaron a un campesino que acertaba a pasar por de la luna, de la que era propietario. Cuando hubo
con todo lo que contiene, grano, paja y heno, y le allí en su carro, qué clase de luz era aquella. muerto, subió el alcalde al roble y, con las tijeras de
peguemos fuego para que se incendie todo con la te- —Es la luna —respondió el hombre—. Nuestro jardinero, cortó un cuadrante, que fue colocado en
rrible bestia; de esta manera nadie habrá de exponer alcalde la compró por tres escudos y la sujetó en la el féretro.
su vida. Es un caso en que no hay que andarse con copa del roble. Hay que ponerle aceite todos los días La luz del astro quedó debilitada, aunque poco.
reparos; la tacañería seria contraproducente. y mantenerla limpia para que arda claramente. Para Pero a la muerte del segundo hubo de cortar otro
Todo el mundo se declaró conforme con la propo- ello le pagamos un escudo a la semana. cuarto, con la consiguiente mengua de la luz. Más
sición e incendiaron el pajar por los cuatro costados, y Cuando el campesino se hubo marchado, dijo tenue quedó aún después del fallecimiento del ter-
junto con él quedó el pobre búho reducido a cenizas. uno de los muchachos: cero, que se llevó también su parte; y cuando llegó
Y el que no quiera creerlo que vaya y pregunte. ♣ —Esta lámpara nos prestaría un gran servicio; en la última hora del cuarto, las tinieblas volvieron a
nuestra tierra tenemos un roble tan alto como éste; reinar en el país. La gente que salía por la noche sin

Jacob & Wilhelm Grimm 311 Todos los cuentos


el profanador de textos
linterna se daba de cabezadas, y todo eran choques y la duración de la vida me quedará sino el ir de un rincón a otro y pasarme
trompazos. [KHM176] Die Lebenszeit el tiempo gruñendo?
Pero al unirse, en el mundo subterráneo, los Nuestro Señor comprendió que tenía razón y le
cuatro cuadrantes de la luna e iluminar el reino restó doce años. A continuación llegó el mono.
de las eternas tinieblas, los muertos comenzaron a —A ti seguramente te satisfarán treinta años,
agitarse y a despertar del último sueño. Se extraña- ¿verdad? —le dijo el Señor—. Tú no necesitas trabajar
ron al sentir que veían de nuevo; la luz de la luna les como el asno y el perro, y siempre estás de buen humor.
bastaba, pues sus ojos se habían debilitado tanto que —¡Ay, Señor! —exclamó el mono—. Lo parece,
no habrían podido resistir el resplandor del sol. pero la realidad es muy distinta. Cuando llueven pa-
Se levantaron de sus tumbas y, alegres, reanuda- pas de mijo, yo no tengo cuchara. Estoy condenado
ron su antiguo modo de vida: los unos se fueron al a gastar bromas y a hacer muecas para que la gente
juego o al baile; los otros corrieron a las tabernas ría, y cuando me dan una manzana y la muerdo
donde se emborracharon, alborotaron y riñeron, Cuando Dios Nuestro Señor, después de crear el resulta que está verde. ¡Cuán a menudo se oculta la
acabando por sacar las estacas y zurrarse de lo lindo mundo, se disponía a asignar a cada una de sus cria- tristeza tras el regocijo! No resistiré treinta años.
mutuamente. El ruido era cada vez más estruendoso turas el tiempo de duración de su vida, se le acercó Dios, piadoso, le asignó sólo diez.
y acabó dejándose oír en el cielo. el asno y le dijo: Finalmente se presentó el hombre contento, sano,
San Pedro, celador de la puerta del Paraíso, creyó —Señor, ¿cuántos años viviré? fresco, y pidió a Dios que fijase su tiempo de vida.
que el mundo de abajo se había sublevado y corrió —Treinta —le respondió el Creador—. ¿Te pare- —Vivirás treinta años —le dijo el Señor—.
a concentrar a las huestes celestiales para rechazar ce bien? ¿Tienes bastante?
al enemigo, caso de que el demonio, al frente de los —¡Ah, Señor! —respondió el asno—; ¡son mu- —Muy poco es —observó el hombre—. Cuando
suyos, intentara invadir la mansión de los justos. chos años! haya construido mi casa y el fuego arda en mi hogar
Pero viendo que no llegaban, montó en su caba- Considera mi penoso destino: desde la mañana propio; cuando haya plantado árboles y empiecen
llo y se dirigió al mundo subterráneo. Allí aquietó a hasta la noche transportando pesadas cargas, llevan- a florecer y dar fruto; cuando empiece a gozar de la
los muertos y los hizo volver a sus sepulturas; luego do sacos de grano al molino para que otros coman vida, entonces habré de morir. ¡Oh. Señor, concéde-
se llevó la luna y la colgó en lo alto del firmamento. pan mientras a mí se me azuza y reanima a latigazos me más tiempo!
♣ y puntapiés. ¡Acortadme un poco la vida! —Te añadiré los dieciocho años del asno —dijo
Nuestro Señor se compadeció y le redujo la cifra Dios.
a doce años. —No basta —contestó el hombre.
El asno se retiró consolado, y se presentó el perro. —Pues tendrás también los doce del perro.
—¿Cuánto tiempo quieres vivir? —le preguntó el —Todavía es poco —insistió el hombre.
Creador—. Al asno treinta años le parecieron dema- —Mira, te concedo aún los doce del mono,
siados, pero a ti te parecerán bastantes. pero no más. Y el hombre se marchó, aunque no
—Señor —contestó el perro—. ¿Lo queréis así? satisfecho.
Pensad en lo que deberé correr; mis pies no resistirán
tanto tiempo; y una vez haya perdido la voz para He aquí por qué la vida del hombre dura
ladrar y los dientes para morder, ¿qué otro recurso setenta años. Los treinta primeros son los suyos

Jacob & Wilhelm Grimm 312 Todos los cuentos


el profanador de textos
propios y pasan rápidamente; está sano, alegre, los mensajeros de la muerte derredor. Al ver a aquel hombre tumbado, casi sin
trabaja con ardor y disfruta de la vida. Siguen [KHM177] Die Boten des Todes sentido, se le acercó compasivo, lo incorporó, le dio
luego los dieciocho del asno, en que debe llevar a beber de su cantimplora un trago reconfortante y
una carga sobre otra: tiene que transportar lo aguardó a que se repusiera
que se comerá otro y recibir golpes y puntapiés —¿Sabes quién soy y a quién has ayudado? —
en premio de sus leales servicios. Llegan después preguntó el desconocido, levantándose.
los doce años del perro: ahí lo tenéis por los —No —respondió el joven—, no te conozco.
rincones, gruñendo y sin dientes para mascar. Y —Pues soy la Muerte —dijo el otro—. No
cuando este período termina, cierran su vida los perdono a nadie y tampoco contigo podré hacer
diez años del mono: se le ablandan los cascos, se excepción. Mas para que veas que soy agradecida,
vuelve extravagante, hace toda clase de tonterías te prometo que no te llevaré de manera imprevista,
y es el hazmerreír de los chiquillos. ♣ sino que te enviaré antes a mis emisarios para que te
Una vez —hace de ello muchísimo tiempo —pasaba avisen.
un gigante por la carretera real cuando, de repente, —Bien —respondió el joven—. Siempre es una
se le presentó un hombre desconocido y le gritó: ventaja saber cuándo has de venir; al menos viviré
—¡Alto! ¡Ni un paso más! seguro hasta entonces.
—¡Cómo! —exclamó el gigante —. ¿Un rena- Y se marchó contento y satisfecho, viviendo en
cuajo como tú, al que puedo aplastar con dos dedos, adelante con despreocupación. Sin embargo la ju-
pretende cerrarme el paso? ¿Quién eres, pues, que ventud y la salud no duraron mucho tiempo; pronto
osas hablarme con tanto atrevimiento? acudieron las enfermedades y los dolores, amargán-
—Soy la Muerte —replicó el otro. A mí nadie dole los días y robándole el sueño por las noches.
se me resiste, y también tú has de obedecer mis “No voy a morir,” se decía, “pues la Muerte me debe
órdenes. enviar a sus emisarios; sólo quisiera que pasasen
Sin embargo el gigante se resistió y se entabló una estos malos días de enfermedad.”
lucha a brazo partido entre él y la Muerte. Fue una En cuanto se sintió restablecido volvió a su
pelea larga y enconada; pero al fin venció el gigante existencia ligera hasta que, cierto día, alguien le dio
que, de un puñetazo, derribó a su adversario, el cual un golpecito en el hombro y, al volverse él, vio a la
fue a desplomarse junto a una roca. Muerte a su espalda, que le decía
Prosiguió el gigante su camino, dejando a la —Sígueme, ha sonado la hora en que tienes que
Muerte vencida y tan extenuada que no pudo levan- despedirte del mundo.
tarse. “¿Qué va a ocurrir,” se dijo, “si he de quedar- —¿Cómo? —protestó el hombre—. ¿Vas a faltar
me tendida en este rincón? Ya nadie morirá en el a tu palabra? ¿No me prometiste que me enviarías a
mundo, y va a llenarse tanto de gente que no habrá tus emisarios antes de venir tú a buscarme? No he
lugar para todos.” visto a ninguno.
En esto acertó a pasar un joven fresco y sano can- —¿Qué dices? —replicó la Muerte—. ¿No te
tando una alegre canción y paseando la mirada en los he estado enviando, uno tras otro? ¿No vino

Jacob & Wilhelm Grimm 313 Todos los cuentos


el profanador de textos
la fiebre, que te atacó, te molió y te postró en una cascarrabias —Espera —solía decir a los aprendices—, ¡ya
cama? ¿No te turbaron la cabeza los vahídos? ¿No [KHM178] Meister Pfriem te enseñaré yo cómo se ablanda la piel! —y toman-
te atormentó la gota en todos tus miembros? ¿No te do unas correas, les descargaba unos azotes en la
zumbaron los oídos? ¿No sentiste en las mandíbulas espalda.
las punzadas del dolor de muelas? ¿No se te oscure- A todos llamaba gandules,2 a pesar de que él bien
ció la vista? y, además, y por encima de todo esto, poco trabajaba, pues no era capaz de permanecer
¿acaso mi hermano el Sueño no te ha hecho pensar sentado y quieto ni un cuarto de hora.
en mí noche tras noche? Cuando dormías, ¿no era Si su mujer se había levantado de madrugada y
como si estuvieses muerto? encendido fuego, saltaba de la cama y corría descalzo
El hombre no supo qué replicar. Y, resignándose a la cocina.
a su destino, se fue con la Muerte. ♣ —¿Quieres pegar fuego a la casa? —gritaba—.
¿Es que vas a asar un toro entero? ¿O crees que me
Maese1 Lezna era un hombre bajito, delgaducho y regalan la leña?
movido, que no podía estar un momento quieto. Su Si en el lavadero las muchachas se ponían a reír
cara, de nariz arremangada, era pecosa y lívida; su y a contarse chismes, allá se presentaba él riñendo y
cabello, gris e hirsuto y sus ojos pequeños, pero en chillando:
continuo movimiento. Nada le pasaba por alto, a —Ahí están esas gansas graznando en vez de tra-
todo le encontraba peros, sabía hacer las cosas mejor bajar. ¿Y qué hace ese jabón en el agua? Un despilfa-
que nadie y siempre tenía razón. Cuando iba por rro escandaloso, y encima haraganería. No quieren
la calle accionaba con ambos brazos cual si fuesen estropearse las manos, y no frotan la ropa.
remos, y una vez dio una manotada al cubo de agua Y en su indignación, tropezaba contra un balde
que llevaba una muchacha con tanta fuerza que él lleno de lejía e inundaba toda la cocina.
mismo recibió una ducha. Si construían una nueva casa, corría a la ventana
—¡Pedazo de borrica! —le gritó, mientras se a mirar:
sacudía el agua—. ¿No viste que venía detrás de ti? —Otra vez haciendo los muros de arenisca roja
Era zapatero de oficio, y cuando trabajaba estira- —exclamaba,— una piedra que nunca acaba de
ba el hilo con tal violencia que daba con el puño en secarse. Nadie que habite en esta casa estará sano ja-
las costillas de los transeúntes que no se mantenían más. Y luego fijaos en lo mal que colocan las piedras
a prudente distancia. Ningún oficial duraba más de los albañiles. El mortero no vale nada; debéis poner
un mes en su casa, pues siempre tenía algo que ob- gravilla y no arena. Aún viviré para ver cómo la casa
jetar, por perfecto y pulido que fuera el trabajo. Ora se derrumba sobre la cabeza de sus habitantes.
las puntadas no eran iguales, ora un zapato era más Se sentaba y daba unas puntadas. Pero un mo-
largo o un tacón más alto que el otro, ora el cuero mento después volvía a levantarse de un brinco y
estaba mal cortado. exclamaba, desabrochándose el mandil de cuero:

1 maese. 1. m. desus. maestro. Diccionario RAEL [N. del 2 gandul, la. 1. adj. coloq. Tunante, holgazán. U. t. c. s.
Pr.] Diccionario RAEL [N. del Pr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 314 Todos los cuentos
el profanador de textos
—¡Tengo que ir a hablar en serio a esa gente! —y raréis lo que veáis en el cielo pues, de lo contrario, Sin embargo he logrado arrastrar el carro hasta aquí,
la emprendía con los carpinteros—: ¿Qué es eso? — podrías tener un disgusto. y no me dejarán en la estacada.
les gritaba—. Y la plomada, ¿para qué sirve? ¿Pensáis —Podíais ahorraros la advertencia —replicó Y en efecto, al poco rato llegó un ángel y le
que las vigas aguantarán? ¡Todo s saldrá de quicio! Lezna—. Sé conducirme correctamente y aquí, a Dios enganchó dos caballos. “Muy bien,” pensó Lezna,
Y quitándole a un operario el hacha de la mano, gracias, todo es perfecto y nada hay que merezca críti- “pero dos caballos no sacarán el carro del atolladero;
quiso enseñarle a manejarla; pero al mismo tiempo ca, muy al contrario de lo que pasa en la Tierra. por lo menos harían falta cuatro.”
vio acercarse un carro cargado de tierra. Soltó el Entró pues, y empezó a pasearse arriba y abajo Y he aquí que se presentó un segundo ángel con
hacha y corrió al campesino que lo guiaba. por los vastos espacios celestes. Miraba a diestra y otros dos caballos; pero no los enganchó delante,
—¿Estás loco? —le dijo—. ¿A quién se le ocurre siniestra, meneando de vez en cuando la cabeza o re- sino detrás. Aquello ya era demasiado para maese
enganchar caballos jóvenes a un carro tan carga- funfuñando entre dientes, Vio dos ángeles que trans- Lezna:
do? Las pobres bestias caerán muertas el momento portaban una viga; era la que un individuo había —¡Zopenco! —exclamó, sin poderse conte-
menos pensado—. El campesino no le respondió y tenido en el ojo mientras buscaba la paja en el ojo ner— ¿Qué haces? ¿Cuándo se ha visto, desde que el
maese Lezna, colérico, se volvió a su taller. ajeno. Pero llevaban la viga no en el sentido de su mundo es mundo, desatascar un carro de este modo?
Cuando se disponía a ponerse de nuevo al traba- longitud, sino en el de la anchura: “¿Habrase visto Estos sabihondos presumidos creen entender todas
jo, el aprendiz le entregó un zapato. mayor desatino?,” pensó maese Lezna. Pero calló y las cosas mejor que nadie.
—¿Qué es esto? —le gritó—. ¿No os dije que no se tranquilizó, pensando: “En el fondo, ¿qué más da Y hubiera seguido despotricando, de no haberse
cortaseis los zapatos tan anchos? ¿Quién va a com- que lleven la viga en uno u otro sentido, con tal que presentado un morador del paraíso que lo tomó por
prar un zapato que no tiene más que la suela? ¡Exijo pueda pasar? Realmente, no veo que choquen con el cuello de la chaqueta y, con fuerza irresistible, lo
que mis órdenes se cumplan al pie de la letra! nada.” Al poco rato observó a otros dos ángeles que arrojó de la mansión celestial. Desde fuera volvió
—Maestro —respondió el aprendiz—. Sin echaban agua de una fuente en un tonel; al mismo nuestro hombre a mirar al interior y vio que cuatro
duda tenéis razón al decir que el zapato no está tiempo se dio cuenta de que el tonel estaba aguje- caballos alados estaban levantando el carro.
bien, pero es el mismo que vos cortasteis y empe- reado y el agua se salía por todos los lados. Estaban En este momento se despertó maese Lezna.
zasteis a coser. Os marchasteis tan aprisa que se mandando lluvia a la tierra. “Verdaderamente, en el cielo las cosas no discurren
os cayó de la mesa, y yo no hice sino recogerlo. —¡Mil diablos! —estalló nuestro hombre; pero como en la Tierra,” se dijo para sus adentros,” y
¡Pero a vos no os contentaría ni un ángel que reprimiéndose, afortunadamente a tiempo, pensó: pueden disculparse muchas de ellas: pero, ¿quién es
bajase del cielo! “Tal vez es puro pasatiempo; si a uno le divierte, capaz de ver con paciencia cómo enganchan caballos
Una noche, maese Lezna soñó que se había bien puede dedicarse a estas cosas inútiles, parti- delante y detrás de un carro a la vez? Tenían alas, es
muerto y se hallaba camino del cielo. Al llegar, llamó cularmente aquí en el cielo, donde, por lo que he cierto, pero ¿cómo iba yo a saberlo? Además, vaya
ruidosamente a la puerta. podido notar, todo el mundo está ocioso.” tontería pegar un par de alas a unos animales que
—Me extraña —dijo— que no tengan una cam- Prosiguiendo, vio un carro atascado en un pro- ya tienen cuatro patas para correr. Pero tengo que
panilla; se lastima uno los nudillos golpeando. fundo agujero. levantarme, pues de lo contrario todo irá de cabeza
Acudió a abrir el apóstol San Pedro, curioso de —No es de extrañar —dijo al hombre que estaba en casa; ¡suerte que no me he muerto de verdad!” ♣
saber quién pedía la entrada con tanta insistencia. a su lado—. ¿A quién se le ocurre cargarlo así? ¿Qué
—¡Ah, sois vos, maese Lezna! —dijo—. Os deja- lleváis en él?
ré entrar, pero debo advertiros que habréis de perder —Buenos deseos —respondió el hombre—. Con
vuestra costumbre de criticarlo todo, y no censu- ellos jamás conseguí andar por el camino derecho.

Jacob & Wilhelm Grimm 315 Todos los cuentos


el profanador de textos
la pastora de ocas en la fuente fresca brisa soplaba entre el follaje, todo lo cual —¿Veis? Es muy ligero —le dijo.
[KHM179] Die Gänsehirtin am Brunnen contribuía a que el muchacho avanzase alegre y —Pues no, no lo es nada —replicó el conde,
contento. No se había topado aún con nadie cuando poniendo cara de disgusto—. Esto pesa como si
de pronto descubrió a la vieja que, arrodillada en el estuviese lleno de guijarros, y en cuanto a las peras y
suelo, estaba cortando hierba con una hoz. Tenía ya manzanas, parecen de plomo; apenas puedo respirar.
un gran montón recogido sobre un lienzo, y además Le venían deseos de soltarlo todo, pero la vieja no
veíanse a su lado dos cestos llenos de peras y manza- le dejó:
nas silvestres. —Mirad —exclamó burlona—. El señorito no
—Pero abuelita —dijo el muchacho—, ¿cómo puede llevar lo que yo, con mis años a cuestas he
vas a llevar todo eso? llevado tantas y tantas veces. Nunca les faltan buenas
—No tengo más remedio, buen señor —res- palabras, pero cuando la cosa va en serio no quieren
pondió ella—. Los hijos de casa rica no necesitan ya saber nada. ¡Qué hacéis ahí parado! —prosi-
Había en otros tiempos una abuela más vieja que hacerlo, pero los labradores decimos: guió—. ¡Venga, moved las piernas! Nadie os quitará
Matusalén que, con su manada de ocas, vivía en un el bulto de la espalda.
lugar solitario entre las montañas donde tenía su No mires atrás. Mientras anduvieron por terreno llano el
casita. Aquel desierto estaba rodeado por un espa- Y tu joroba no verás. joven resistió; pero en cuanto hubo de subir la
cioso bosque, al que iba la vieja todas las mañanas, cuesta de la montaña y las piedras empezaron a
apoyada en su bastón. Allí la trabajaba mujer mucho —¿Queréis ayudarme? —le preguntó, al ver que fallarle bajo los pies y a rodar monte abajo como
más de lo que se hubiera creído por sus años. se detenía a mirarla. Tenéis aún la espalda derecha si fuesen vivas, la empresa resultó superior a sus
Buscaba hierba para sus ocas, recogía la fruta y buenas piernas. Para vos será un peso liviano. fuerzas. Las gotas de sudor brotaban de su frente
silvestre hasta donde podía llegar con las manos y Además, mi casa no está lejos. Detrás de esta monta- corriendo por la espalda, tan pronto ardiendo
luego regresaba, cargada con todo ello a la espalda. ña, la encontrás en un claro del bosque. Llegarás en como frías.
Cualquiera habría pensado que sucumbiría bajo su dos saltos. —Abuelita —dijo—, no puedo más; dejadme
pesada carga; sin embargo siempre llegaba a su casa El joven sintió piedad de la vieja. que descanse un poco.
sin novedad. Si encontraba a alguien en el camino, —Cierto que mi padre no es campesino —res- —¡Ni lo pienses! —le replicó la vieja—.
lo saludaba afablemente: pondió—, sino un rico conde. Mas para que veáis Descansaréis cuando lleguemos; pero ahora hay
—Buenos días, vecino. ¡Qué buen tiempo tene- que no sólo los campesinos saben llevar cargas, yo que seguir adelante. ¡Quién sabe el bien que puede
mos hoy! ¿Qué? ¿Os extraña verme tan cargada de tomaré vuestro bulto. haceros esto!
hierba; pero cada cual ha de llevar su carga a cuestas? —Si queréis probarlo —dijo ella— me haréis —¡Vieja insolente! —exclamó el conde, tratando
No obstante, la gente la rehuía y daba rodeos un favor. Os prevengo que hay una hora de cami- de soltar la carga.
para no cruzarse con ella; y si un padre acertaba a no; pero, ¡qué es una hora para vos! Y tendréis que Pero todos sus esfuerzos resultaron inútiles. La
pasar por su lado yendo con su hijito, le decía en voz cargar también con las peras y manzanas. llevaba tan sólidamente sujeta a la espalda como si
baja: El joven vaciló unos momentos cuando oyó lo de formase parte de su cuerpo, y por más que se volvió
—Guárdate de esa vieja: es una bruja muy astuta. la hora, pero la vieja insistió y no cejó hasta que le y revolvió no hubo medio de librarse de ella.
Una mañana un apuesto joven atravesaba el hubo cargado el haz a la espalda y un cesto de cada La vieja se echó a reír y, de puro contento, todo
bosque. Brillaba el sol, cantaban los pájaros y una brazo. era dar saltitos a su alrededor, apoyada en su bastón.

Jacob & Wilhelm Grimm 316 Todos los cuentos


el profanador de textos
—No os enfadéis mi buen señor —le decía—. Os —Entra en casa hijita, no es decoroso que te una gran ciudad y, como nadie lo conocía, lo condu-
ponéis colorado como la cresta de un gallo. Llevad quedes sola con un joven; no hay que echar aceite al jeron al palacio real a presencia del Rey y la Reina,
la carga con paciencia y cuando lleguemos a casa os fuego. Podría enamorarse de ti. sentados en sus tronos. Hincó el conde una rodilla
daré una buena propina. El conde no sabía si echarse a llorar o a reír. en tierra y, sacándose del bolsillo el estuche de esme-
¿Qué podía hacer el pobre muchacho? Hubo de “¡Vaya tesoro!,” pensó, “aunque tuviese treinta años ralda, lo dejó a los pies de la Reina. Ésta le mandó
resignarse a su suerte y seguir penosamente detrás de menos no sería capaz de turbar mi corazón.” que se levantara y le entregara la cajita; pero no bien
la vieja, la cual parecía que iba ganando en ligereza a Entretanto, la vieja se entretenía en acariciar a la hubo abierto y mirado lo que contenía, cayó al
medida que su peso se volvía más y más agobiante. las ocas como si fuesen sus pequeñuelos, y luego se suelo como muerta.
De pronto la bruja pegó un salto y se montó sobre metió en la casa con su hija. El joven se tendió sobre Los criados del Rey detuvieron al conde, y ya se
el bulto, instalándose cómodamente en él; y aun- el banco a la sombra de un manzano silvestre. El aire disponían a llevarlo a la cárcel, cuando la soberana
que era muy delgada pesaba más que la más gorda era tibio y suave; en torno se extendía un verde pra- abrió los ojos y dio orden de que lo soltasen y se reti-
campesina. do cuajado de primaveras, tomillos y otras mil flores rasen todos, pues deseaba hablar con él en secreto.
Al muchacho le temblaban las rodillas; mas si se silvestres. Por en medio corría un límpido arroyuelo Cuando quedaron solos, la Reina prorrumpió a
paraba, la maldita vieja le azotaba las piernas con una que brillaba a la luz del sol, y las blancas ocas anda- llorar y dijo:
vara o con ortigas. Llegó a la cumbre jadeando, y ban de un lado a otro o nadaban en el arroyo. “Es —¡De qué me sirven el esplendor y los honores de
finalmente, cuando ya no podía más y estaba a punto hermoso este lugar,” pensó el muchacho, “pero estoy la Corte si cada mañana me despierto abrumada de
de desplomarse, se encontró ante la casa de la bruja. tan cansado que apenas puedo mantener los ojos penas y angustias! He tenido tres hijas, la menor de las
Las ocas, al ver a la vieja, corrieron a su encuen- abiertos. Con tal que no se levante viento y se me cuales era tan hermosa que todo el mundo la miraba
tro con las alas desplegadas y el cuello estirado, lleve las piernas… las siento flojas, como si fueran de como una maravilla. Era blanca como la nieve, rosada
gritando: “¡Vule, vule!,” seguidas de un esperpento algodón.” como la flor del manzano, y su cabello brillaba como
de mujer alta y robusta, ya nada joven y fea como la Cuando hubo dormido un ratito salió la vieja y, los rayos del sol. Cuando lloraba no eran lágrimas lo
noche, que llevaba una vara en la mano. sacudiéndolo, lo despertó. que fluía de sus ojos, sino perlas y piedras preciosas.
—Madre —dijo a la vieja—, ¿os ha sucedido —Levántate —le dijo—, aquí no puedes que- Cuando cumplió los quince años el Rey mandó com-
algo? ¡Os habéis retrasado mucho! darte. Te he atormentado un poco, lo reconozco, parecer a las tres hermanas ante su trono. Era de ver
—Tranquilízate, hijita —respondió la otra— pero no te ha costado la vida. Ahora voy a pagarte qué ojos abrían los presentes cuando entró la peque-
nada malo me ha ocurrido; al contrario, este amable tu salario. Dinero y otros bienes no los necesitas. ña: pareció como si saliera el sol.
señor me ha llevado la carga y mira, cuando me he Te daré, pues, otra cosa —y le puso en la mano una Dijo el Rey:
sentido cansada, me ha cargado en hombros. El ca- cajita tallada en una sola esmeralda—. Guárdala —Hijas mías, no sé cuándo vendrá mi último
mino no se nos ha hecho largo; hemos estado alegres bien —añadió—; te traerá suerte. día; por eso quiero decidir hoy la herencia que co-
y bromeando todo el tiempo. El conde se levantó de un brinco sintiéndose des- rresponde a cada una de vosotras. Todas me queréis,
Al fin se apeó la vieja, lo descargó de todos los cansado y con las fuerzas restauradas. Dio las gracias a pero la que más me quiera se llevará la mejor parte.
bultos y le dijo, dirigiéndole una mirada cariñosa: la vieja por su obsequio y se puso en camino, sin vol- Cada una afirmó ser la que más lo quería. Dijo el
—Ahora sentaos a descansar en este banco delan- verse a mirar a su ‘preciosa’ hija. Y al cabo de un buen Rey:
te de la puerta. Os merecéis una buena recompensa, trecho seguía oyendo los alegres gritos de las ocas. —¿No podríais expresarme vuestro amor
y os será pagada puntualmente—. Y dirigiéndose a El conde anduvo errante por la selva tres días con alguna comparación? Así conoceré vuestros
la pastora de las ocas: enteros antes de encontrar su camino. Al fin llegó a sentimientos.

Jacob & Wilhelm Grimm 317 Todos los cuentos


el profanador de textos
Respondió entonces la mayor: el pecho. Decidme pues, cómo llegó esta perla a Pero, ¡qué transformación en la muchacha! Jamás
—Quiero a mi padre tanto como al azúcar más vuestras manos. habéis visto nada comparable. Cuando se hubo quita-
dulce. Entonces el conde le contó que la había recibido do su peluca gris, surgió de su cabeza una espesísima
La segunda: en el bosque, de una vieja que le parecía bastante cabellera, radiante como el sol y que, esparciéndose,
—Yo lo quiero tanto como a mi vestido más sospechosa y que debía tener algo de bruja; pero de cubrió todo su cuerpo como un áureo manto. Sus
precioso. la princesa no había oído ni visto nada. El Rey y la ojos centelleaban como estrellas del cielo y las mejillas
Pero la tercera seguía callada, por lo cual le pre- Reina decidieron salir en busca de la vieja, pensando tenían el suave rosado de la flor del manzano.
guntó el Rey: que donde había estado la perla encontrarían noti- La hermosa doncella estaba triste. Se sentó y pro-
—Y tú, hija mía, ¿cómo me quieres? cias de su hija. rrumpió a llorar amargamente. Las lágrimas, fluyendo
—No lo sé —respondió ella—. No encuentro La vieja se hallaba sentada ante su rueca, hilando de sus ojos, rodaban por su largo cabello e iban a caer
nada con que pueda comparar mi cariño por vos. en su solitario erial. Había oscurecido ya, y un tizón en el suelo. Y así hubiera estado largas horas de no
Pero el padre insistió en que lo expresase de algún que ardía en el hogar esparcía una tenue luz. De haberse oído un crujido entre las ramas del árbol más
modo, y ella dijo, al fin: pronto llegaron del exterior los agudos gritos de las próximo. La muchacha se levantó de un brinco como
—La mejor comida me parece insípida sin sal; ocas que volvían del prado conducidas por la hija. un corzo que oye el disparo del cazador. La luna aca-
por eso quiero a mi padre como a la sal. Entró ésta en la casita, mas la vieja apenas le hizo baba de ocultarse detrás de una negra nube, y en un
Al oír el Rey estas palabras, se encolerizó y dijo: caso, limitándose a menear ligeramente la cabeza. Se instante la muchacha, recubriéndose con su vieja piel,
—Si me quieres como a la sal, con sal recompen- sentó la hija a su lado y, tomando su rueca, se puso a desapareció como una llama apagada por el viento.
saré tu cariño. hilar con la ligereza de una jovencita; y de este modo Temblando como hoja de álamo, regresó corrien-
Y repartió él reino entre las dos mayores, mien- trascurrieron dos horas sin que las dos mujeres inter- do a su casa. La vieja se hallaba ante la puerta, y ella
tras ordenó que atasen un saco de sal a la espalda cambiasen una sola palabra. Al fin se oyó un rumor quiso explicarle lo que acababa de sucederle; pero la
de la menor, y dio orden a dos criados de que la en la ventana y aparecieron en ella dos ojos de fuego; otra le dijo con una afable sonrisa:
condujesen a la selva. Todos pedimos y suplicamos era el viejo búho, que gritó su ‘uhú’ por tres veces. —Lo sé todo.
que se apiadase de ella, pero no hubo medio de La vieja levantó un poco la mirada y luego dijo: La condujo dentro y puso otro leño en el hogar;
calmar la ira del Rey. ¡Cómo lloró ella al separarse —Ha llegado la hora, hijita. Haz tu trabajo. pero ya no volvió a sentarse a la rueca sino que,
de nosotros! Todo el camino quedó sembrado de Se levantó la hija y salió. ¿Adónde iba? Cruzó tomando una escoba, se puso a barrer y fregar.
las perlas que fluían de sus ojos. A los pocos días, la pradera y bajó al valle, hasta llegar al borde de —Todo debe estar muy limpio y pulido —dijo a
el Rey se arrepintió de su dureza y mandó gentes a una fuente que surgía al pie de tres viejos robles. la chica.
explorar el bosque en busca de la pobre niña; pero Entretanto la luna, grande y redonda, había asoma- —Pero, madre —respondió ésta—. ¿por qué os
ya no la encontraron. Cuando pienso que debieron do por detrás de la montaña arrojando una luz tan ponéis a trabajar, a una hora tan avanzada? ¿Qué os
devorarla las fieras me invade la desesperación. Pero clara que habría podido distinguirse un alfiler en proponéis?
a veces me consuela la esperanza de que tal vez viva el suelo. La mujer se quitó una piel que le cubría el —¿Sabes qué hora es? —preguntó la vieja.
oculta en alguna cueva o refugiada en la morada rostro e, inclinándose sobre la fuente, comenzó a —Todavía no es medianoche, pero han pasado ya
de gentes compasivas. Y cuando os diga que al lavarse en ella. Cuando hubo terminado, sumergió las once respondió la muchacha.
abrir vuestro estuche de esmeraldas vi que contenía también la piel en el agua y luego la tendió en el —¿No piensas que hoy se cumplen tres años que
una de aquellas perlas que fluían de los ojos de mi prado para que el resplandor de la luna la blanquea- llegaste aquí? —prosiguió la bruja—. Tu plazo ha
hija, comprenderéis qué salto dio mi corazón en ra y secara. terminado. No podemos seguir juntas.

Jacob & Wilhelm Grimm 318 Todos los cuentos


el profanador de textos
La muchacha respondió, asustada: y dejando al descubierto una belleza como jamás llevado un duro castigo con la angustia que por ella
—¡Ay, madre mía, ¿vais a echarme? ¿Adónde iré? contemplara él otra igual. Casi no se atrevía a habéis pasado.
No tengo amigos ni patria adonde dirigirme. Hice respirar, y estiraba el cuello todo lo posible entre el Dicho esto, se acercó a la habitación de la donce-
todo lo que me mandasteis y siempre estuvisteis follaje, mirándola arrobado. Sea porque se inclinara lla y gritó:
contenta de mí. ¡No me echéis! demasiado, sea por cualquier otro motivo, de pronto —¡Ven hijita mía!
La vieja no quiso decir a la muchacha lo que le crujió la rama y en el mismo momento se puso la Se abrió la puerta y apareció la princesa con su
esperaba. muchacha la piel y huyó como un corzo; y como la vestido de seda.
—Yo no puedo seguir aquí —respondió—; pero luna se ocultó en aquel preciso instante, el conde la Parecía un ángel bajado del cielo, con su cabellera
cuando me marche debe quedar toda la casa limpia perdió de vista. de oro y sus ojos que brillaban como estrellas.
y aseada. Por tanto no me distraigas en mi faena. En En cuanto hubo desaparecido, se apresuró el jo- Corrió hacia sus padres y se les arrojó al cue-
cuanto a ti, tranquilízate, encontrarás un techo para ven a bajar del árbol para lanzarse en su persecución. llo, llenándolos de besos; nadie podía contener las
cobijarte y quedarás satisfecha con la recompensa Al poco rato descubrió en la penumbra dos figuras lágrimas.
que te daré. que avanzaban por el bosque. Eran el Rey y la Reina El joven conde permanecía a su lado, y cuando
—Pero, decidme, ¿qué va a suceder? —insistió la que, habiendo visto desde lejos la luz de la casita ella lo vio, ruborizó se como una rosa; ella misma no
muchacha. de la vieja, se dirigían a ella. Les contó el conde su sabía por qué. Dijo el Rey:
—Te repito que no me estorbes en mi trabajo. maravillosa visión al borde de la fuente, y los padres —Hija mía querida, he dado ya mi reino; ¿qué
No digas ni una palabra más. Vete a tu cuarto, quí- no dudaron ya de que se trataba de su hija perdida. me queda para ti?
tate la piel de la cara, ponte el vestido de seda que Radiantes de alegría prosiguieron su camino y no —No necesita nada —intervino la vieja—; yo le
llevabas cuando llegaste y aguarda a que te llame. tardaron en llegar a la casa. En torno dormían las regalo las lágrimas que ha llorado por vuestra causa
Pero volvamos al Rey y a la Reina que habían ocas, inmóviles y con la cabeza bajo el ala. Al mirar y que son perlas purísimas, más bellas que las que
partido en compañía del conde en busca de la vieja. los reyes y el conde por la ventana, vieron a la vieja puedan encontrarse en el mar y más valiosas que
Ya en el bosque, el conde se había separado de ellos sentada, hilando en silencio, balanceando la cabeza todos vuestros dominios. Y en pago de sus servicios,
y durante la noche tuvo que continuar solo. A la sin volverse. La habitación aparecía limpísima, ha- le hago donación de mi casita.
mañana siguiente le pareció que había encontrado el bríase dicho que vivían allí aquellos etéreos gnomos Y, pronunciadas estas palabras, la vieja desapare-
camino. Siguió por él hasta que oscureció. Entonces que no llevan polvo en los pies. A su hija, sin embar- ció. Crujieron levemente las paredes y en un abrir y
se subió a un árbol para pasar en él la noche, pues go, no la vieron. Llamaron suavemente a la ventana. cerrar de ojos, la casa se convirtió en un magnifico
temía extraviarse. Cuando la luna iluminó aquellos La vieja, como si los estuviese aguardando, se palacio, con una mesa ricamente puesta y muchos
parajes el muchacho pudo ver una figura que des- levantó y exclamó, muy afable: sirvientes atareados corriendo en todas direcciones.
cendía de la montaña, y aunque no llevaba ninguna —Pasad, pasad. Ya sé quiénes sois —y cuando La historia no termina aquí. Pero mi abuela, que
vara en la mano, se dio cuenta de que era la pastora estuvieron dentro, prosiguió—: Pudisteis haberos fue quien me la contó, tenía ya la memoria muy
de ocas que había conocido en casa de la vieja. ahorrado este largo camino si, hace hoy tres años, confusa, y no se acordaba del final. Yo creo que la
—¡Ajá, ahí viene! —exclamó—. Si pesco a una no hubieseis expulsado de vuestro lado, tan injusta- hermosa princesa debió de casarse con el conde; que
bruja, la otra no se me escapará. mente, a vuestra hija tan buena y amable. Ella nada ambos se quedaron a vivir en el palacio y que fueron
Cuál no sería su asombro al ver que aquella ha perdido al tener que guardar las ocas durante este felices hasta que Dios quiso. Que las ocas blancas
muchacha, al llegar a la fuente, se quitaba la piel y tiempo; nada malo ha aprendido sino que ha conser- eran doncellas —no se ofenda nadie— que la vieja
se lavaba, soltándosele unos cabellos de oro puro vado puro el corazón. Vosotros, en cambio, habéis había transformado y destinado a vivir con ella y

Jacob & Wilhelm Grimm 319 Todos los cuentos


el profanador de textos
que, recuperando su figura humana, quedaron como los desiguales hijos de Eva con que les confeccionaba los vestidos, y a los dos
criadas de la joven reina, son cosas que no puedo [KHM180] Die ungleichen Kinder Evas últimos bajo el cuero del que les cortaba los zapatos.
afirmar de modo rotundo, pero sospecho que así Apenas había terminado los preparativos, cuando
fue. llamaron a la puerta y Adán, mirando por una ren-
Lo que sí es cierto es que la vieja no era una bru- dija, vio que era el Señor. Abrió respetuosamente, y
ja, como suponía la gente, sino un hada que sólo ha- entró el Padre Celestial. Allí estaban en fila los hijos
cía el bien. Probablemente fue ella quien, al nacer la hermosos, los cuales se inclinaron, le alargaron las
hija del Rey, le confirió el don de llorar perlas en vez manos y se arrodillaron.
de lágrimas. Hoy esto ya no se estila; de lo contrario, El Señor empezó a bendecirlos; imponiendo las
pronto los pobres dejarían de serlo. ♣ manos sobre el primero le dijo: —Tú serás un rey
poderoso.
Al segundo:
Cuando Adán y Eva fueron expulsados del Paraíso, —Tú, un príncipe.
hubieron de construirse una casa en una tierra estéril Al tercero: —Tú serás conde.
y ganarse el pan con el sudor de su frente. Adán cul- Al cuarto: —Tú, caballero.
tivaba el campo y Eva hilaba la lana. Cada año daba Al quinto: —Tú, noble.
a luz un hijo; pero eran unas criaturas muy desigua- Al sexto: —Tú, ciudadano.
les: hermosas unas; las otras feas. Al séptimo: —Tú, comerciante.
Transcurrido algún tiempo, Dios envió un ángel Al octavo: —Tú serás un sabio.
a la pareja para anunciarles que iría a visitarlos, pues Y de este modo fue distribuyendo sus ricos dones.
deseaba ver cómo gobernaban su casa. Eva, contenta Al ver Eva que Dios se mostraba tan indulgente y
de que el Señor les hiciese semejante distinción, lim- misericordioso, pensó: “Le presentaré los hijos feos;
pió bien la vivienda, la adornó con flores y la alfom- tal vez les dé también su bendición.”
bró de juncos. Luego reunió a sus hijos, pero sólo Y corriendo al heno, la paja, la estufa y demás
a los hermosos; los lavó y bañó, los peinó y puso lugares donde los había escondido, los hizo salir a
camisas limpias y luego les advirtió cómo debían todos. Y se presentó la cuadrilla de desharrapados,
portarse en presencia de Nuestro Señor. Se inclina- toscos, sucios, tiñosos y tiznados.
rían modestamente a su llegada, le darían la mano El Señor se echó a reír, y después de mirarlos
y contestarían a sus preguntas con todo respeto y dijo:
sensatez. —También a ellos los bendeciré.
En cuanto a los hijos feos, no quería que los vie- E imponiendo las manos sobre el mayor le dijo:
se; así, al primero lo escondió bajo el heno, al segun- —Tú serás campesino.
do bajo el tejado, al tercero en la paja; al cuarto en Al segundo: —Tú, pescador.
el horno, al quinto en la bodega, al sexto debajo de Al tercero: —Tú, herrero.
una tina, al séptimo bajo el barril de vino, al octavo Al cuarto: —Tú, curtidor.
bajo una vieja piel, al noveno y décimo bajo la tela Al quinto: —Tú, tejedor.

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el profanador de textos
Al sexto: —Tú, zapatero. la ondina del estanque Pero la ondina dejó oír su armoniosa voz y,
Al séptimo: —Tú, sastre. [KHM181] Die Nixe im Teich llamándolo por su nombre, le preguntó el motivo
Al octavo: —Tú, alfarero. de su tristeza. De momento el molinero permaneció
Al noveno: —Tú, carretero. mudo, pero al oír que le hablaba tan amistosamente
Al décimo: —Tú, marinero. cobró ánimos y le contó cómo, después de haber
Al undécimo: —Tú, mensajero. sido tan rico y feliz, se veía reducido a tal extremo de
Y al duodécimo: —Tú serás criado toda tu vida. pobreza que no sabía cómo salir del paso.
Al oírlo Eva, dijo: —Tranquilízate —le dijo la ondina—. Te haré
—¡Señor! ¿Cómo repartes tus gracias de un modo más rico y más feliz de lo que jamás fuiste. Sólo de-
tan desigual? Al fin y al cabo, todos son hijos míos. bes prometerme que me darás lo que acaba de nacer
Deberías repartir tus favores por igual entre ellos. en tu casa.
Pero Dios le respondió: —¿Qué otra cosa puede ser —pensó el moline-
—Eva, tú no entiendes de esto. Es a mí a quien Érase una vez un molinero que vivía felizmente ro— sino un perrito o un gatito? —y accedió a lo
concierne poblar el mundo entero con tus hijos. con su esposa. Tenían dinero y tierras y su riqueza que se le pedía.
Y si los hago a todos príncipes y señores, ¿quién aumentaba de año en año. Desapareció la ondina en el agua y el hombre
cultivará, trillará, molerá y amasará el grano? ¿Quién Pero la desgracia viene cuando menos se piensa. regresó, consolado y contento, a su molino. Antes
herrará, tejerá, trabajará la madera, edificará, cava- Y si hasta entonces su fortuna había ido creciendo, a de llegar acudió a su encuentro la sirvienta, feli-
rá, cortará y coserá? Que cada uno desempeñe su partir de un momento dado comenzó a menguar sin citándole porque su esposa acababa de dar a luz
cometido propio; que cada uno sostenga al otro y saber cómo, y al fin el molinero apenas pudo llamar un niño. Se detuvo el molinero como herido por
todos se ayuden mutuamente, como los miembros suyo el molino en que vivía. un rayo, pues comprendió que la pérfida ninfa lo
del cuerpo. Andaba el hombre triste y preocupado, y cuan- había engañado. Se acercó, cabizbajo, al lecho de su
Respondió Eva: —¡Ah, Señor, perdóname por ha- do, después del trabajo de la jornada se retiraba a esposa.
berte replicado impertinentemente! Hágase también descansar, no lograba conciliar el sueño y se pasaba —¿Cómo no te alegras a la vista de este hermoso
tu divina voluntad en mis hijos. ♣ las horas revolviéndose en la cama. niño? —le preguntó ella.
Una mañana se levantó antes del amanecer y salió El molinero le contó entonces lo que acababa de
al campo pensando que aquello le aligeraría el cora- sucederle y la promesa que había hecho a la ondina.
zón. Al pasar por la presa del molino el sol mandaba —¿De qué nos servirá la riqueza y la prosperidad
sus primeros rayos, y el hombre oyó un rumor que —agregó— si debemos perder a nuestro hijo? Pero,
subía del agua. Se volvió y vio una mujer bellísima ¿qué puedo hacer?
que salía lentamente del estanque. Su larga cabellera, Tampoco hallaron remedio los parientes que
que con las delicadas manos mantenía sujeta sobre acudieron a felicitarlo. Y en efecto, la prosperidad
sus hombros, le caía por ambos lados, cubriéndole el volvió a la casa del molinero. Todos los negocios que
blanquísimo cuerpo. emprendía le salían bien. Parecía como si las arcas
El molinero se dio cuenta de que aquella mujer se llenaran por sí solas y como si el dinero se multi-
era la ondina del estanque, y sobrecogido de temor, plicara por la noche en el armario. Al cabo de poco
no sabía si quedarse o huir. tiempo era ya más rico que nunca lo fue.

Jacob & Wilhelm Grimm 321 Todos los cuentos


el profanador de textos
Pero no podía gozar tranquilo de su fortuna, morral en la orilla, ya no pudo seguir dudando de su —Sin duda has sufrido una desgracia —le
pues la promesa hecha a la ondina le roía el corazón. desgracia. dijo—, puesto que acudes a mi solitaria choza.
Cada vez que pasaba junto al estanque temía verla Llorando y retorciéndose las manos gritó mil La mujer, llorando, le contó su infortunio.
salir del agua a recordarle su deuda. Al niño le tenía veces el nombre de su amado, pero en vano. Pasó —Consuélate —le dijo la anciana—. Yo te
prohibido acercarse al agua. al lado opuesto de la presa, repitió sus llamadas y ayudaré. Ahí tienes un peine de oro. Espera a que
—¡Guárdate de acercarte a la orilla —le decía dirigió duros reproches a la ondina, pero no obtuvo la luna sea llena. Vete entonces al estanque, siéntate
constantemente—, pues si tocas el agua saldrá una la menor respuesta. La superficie del agua continuó a la orilla y peina tu largo cabello negro con este
mano que te agarrará y te llevará al fondo! tranquila, reflejando el rostro inmóvil de la media peine. Cuando hayas terminado déjalo en la orilla y
Sin embargo, viendo que transcurrían los años luna. verás lo que ocurre.
y la ondina no se presentaba, el hombre empezó a La pobre mujer no podía apartarse del estanque. Se volvió la mujer a su casa y el tiempo se le hizo
tranquilizarse. A grandes pasos, sin un momento de descanso, le muy largo esperando el plenilunio. Al fin brilló en el
El niño se hizo mayor y fue enviado a un monte- dio la vuelta una y otra vez, ya en silencio, ya pro- cielo el disco de plata y ella se encaminó al estanque.
ro para que le enseñara el oficio. rrumpiendo en agudos gritos o murmurando sus Se sentó a la orilla, se peinó el largo y negro cabello
Terminado el aprendizaje, y siendo ya un hábil lamentaciones. Al fin se agotaron sus fuerzas. Se des- con el peine de oro y, cuando hubo terminado, lo
cazador, entró al servicio del señor del lugar. plomó en el suelo y quedó profundamente dormida. depositó al borde del agua.
Había en el pueblo una muchacha hermosa y Y entonces empezó a soñar… A los pocos momentos subió del fondo un inten-
honesta, de la que el joven se enamoró. Al obser- so borboteo y se levantó una ola que barrió la orilla
varlo su amo, le regaló una casita. Celebraron la Trepaba angustiosamente entre grandes y arrastró el peine en su retroceso. Apenas había
boda y vivieron tranquilos y felices, pues se querían bloques de rocas; espinas y zarcillos se le pegaban tenido tiempo el peine de llegar al fondo, cuando se
tiernamente. a los pies; la lluvia le azotaba el rostro y el viento abrió la superficie del estanque y apareció la cabeza
Un día, el cazador iba persiguiendo un corzo. le hacía flotar la larga cabellera. Al llegar a del cazador. No dijo nada, limitándose a mirar a su
El animal salió del bosque y echó a correr a campo la cumbre el cuadro cambió por completo: el esposa con ojos tristes. Inmediatamente vino una
traviesa; el muchacho lo siguió y lo derribó de un cielo era azul y el aire tibio; el suelo descendía segunda ola y cubrió la cabeza del hombre. Todo
tiro. Sin darse cuenta de que se hallaba muy cerca suavemente, y en medio de un prado verde y desapareció; el espejo de las aguas quedó tranquilo
del estanque, una vez destripada la pieza, se acercó al florido se levantaba una primorosa cabaña. Se como antes con sólo el rostro de la luna reflejándose
agua para lavarse las manos manchadas de sangre. dirigió a ella y abrió la puerta. Dentro estaba en él.
Mas apenas las había metido en el agua apareció una anciana de blancos cabellos que le hizo un Se volvió la mujer desconsolada y se durmió…
la ondina con rostro sonriente, le rodeó el cuerpo signo amistoso. En aquel momento se despertó la y el sueño la transportó nuevamente a la cabaña de
con sus húmedos brazos y se lo llevó al fondo, tan pobre mujer. la vieja. Por la mañana repitió el camino y presen-
rápidamente, que las ondas saltaron sobre su cabeza. tándose a la anciana le contó lo ocurrido. La vieja le
Al anochecer, viendo que no regresaba el caza- Amanecía… La muchacha tomó la resolución entregó entonces una flauta de oro, diciéndole:
dor, una gran angustia invadió a su esposa. Salió de seguir las indicaciones del sueño. Subió fatigosa- —Aguarda otra vez que sea luna llena. Entonces
en su busca, y, como había oído muchas veces que mente a la cima de la montaña, encontrando todo tomas la flauta y, sentada en la orilla, entonas con
debía guardarse de las acechanzas de la ondina y tal como lo viera por la noche. La vieja la recibió ella una bonita melodía. Una vez que hayas termi-
no acercarse a la presa, en seguida sospechó lo que afablemente y le indicó una silla, invitándola a nado, dejas el instrumento en la arena. Verás lo que
había ocurrido. Corrió al estanque y, al encontrar el sentarse. sucede.

Jacob & Wilhelm Grimm 322 Todos los cuentos


el profanador de textos
Siguió la mujer las instrucciones de la vieja y, canzarlos, no pudo hacerles daño, aunque los separó, los regalos de los gnomos
no bien hubo depositado la flauta sobre la arena, se arrastrándolos muy lejos el uno del otro . [KHM182] Die Geschenke des kleinen Volkes
produjo un nuevo borboteo y se elevó una ola que se Al retirarse las aguas y tocar los dos de nuevo la
llevó el instrumento. tierra seca recobraron la forma humana; pero ningu-
Pocos instantes después volvía a partirse la super- no sabía dónde estaba el otro. Se encontraban entre
ficie y salía del fondo, no sólo la cabeza sino la mitad extranjeros que no conocían su país. Los separaban
del cuerpo del hombre el cual tendió, anhelante, los altas montañas y profundos valles y, para ganarse la
brazos a su esposa. Pero una segunda ola lo cubrió y comida, los dos hubieron de hacerse pastores. Y así
lo arrastró al fondo. transcurrieron largos años, guardando los rebaños y
—¡Ay de mí! —exclamó la desdichada—. ¿De conduciéndolos por campos y bosques, llena el alma
qué me sirve ver a mi amado, si he volver a perderlo? de tristeza y nostalgia.
—y su alma cayó nuevamente en la desesperación. Una vez que la primavera hizo florecer de nuevo
Pero el sueño la llevó por tercera vez a la choza de los prados salieron ambos el mismo día con sus reba- Un sastre y un orfebre que vagaban juntos por esos
la anciana. Acudió a ella al día siguiente; la vieja le ños, y quiso el azar que tomara cada uno la dirección mundos oyeron, un atardecer, cuando ya el sol se
dio una rueca de oro, y consolándola, le dijo: del otro. Él avistó en una lejana ladera montañosa había ocultado tras los montes, los sones de una
—Aún no ha terminado todo. Aguarda a la luna una manada de ovejas y condujo la suya hacia allí. música lejana cada vez más definida. Era una me-
llena. Te vas con la rueca a la orilla, hilas toda un Se encontraron en un valle y, aunque no se recono- lodía extraña, pero tan alegre que les hizo olvidar
carrete y cuando hayas terminado dejas la rueca al cieron, sintieron cierto alivio al no hallarse tan solos. su cansancio y apretar el paso. La luna había salido
lado del agua y verás qué ocurre. Desde aquel día llevaron sus rebaños a un mismo ya cuando llegaron a una colina, en la que vieron
La mujer siguió fielmente sus indicaciones. En sitio. Hablaban poco, pero se sentían consolados. una multitud de hombres y mujeres diminutos que,
cuanto brilló la luna llena fue con la rueca a la orilla Una noche en que la luna brillaba en el cielo, cuan- tomados de las manos, bailaban en corro y salta-
y estuvo hilando hasta tener el carrete lleno de hilo. do ya dormían las ovejas, sacó el pastor la flauta de ban animadamente con muestras de gran alegría
Apenas había dejado la rueca en el borde se pro- su bolsillo y se puso a tocar una canción tan hermo- y alborozo; y, mientras bailaban, cantaban dulce-
dujo en el agua una agitación más intensa aún que sa como triste. Al terminar, observó que la pastora mente; ésta era la música que habían oído nuestros
las veces anteriores; una poderosa ola se precipitó estaba llorando amargamente. caminantes.
contra la orilla y se llevó la rueca. —¿Por qué lloras? —le preguntó. En el centro del círculo había un viejo algo más
En el mismo instante, la cabeza y el cuerpo —¡Ay! —respondió ella—. También brillaba alto que los demás, vestido con una casaca multico-
entero del hombre emergió del fondo del estanque. la luna llena la última vez en que, tocando yo esta lor y de cuyo rostro colgaba una barba blanca que le
Saltó rápido a la orilla, tomó de la mano a su esposa misma canción, la cabeza de mi amado surgió de las cubría el pecho.
y echó a correr con ella. Mas apenas habían corrido aguas del estanque. Los dos amigos se detuvieron, asombrados, a
unos pasos cuando la masa de agua se levantó con Él la miró y fue como si le cayese un velo de los contemplar la escena. El viejo, con una seña los
gran furia y estrépito e invadió toda la pradera. ojos. Reconoció a su amadísima esposa. Y cuando invitó a entrar en el círculo, y los enanitos abrieron
Ya veían los fugitivos la muerte ante sus ojos. ella, a su vez, levantó los suyos a su rostro iluminado el círculo para dejarles paso. El orfebre, que era
Entonces la mujer, angustiada, invocó el auxilio de por la luz de la luna, lo reconoció también. Se abra- jorobado y, como todos los jorobados, naturalmente
la anciana y, al instante quedaron ambos transforma- zaron, besaron y… ¿es necesario preguntar si fueron decidido, entró sin titubeos, mientras el sastre, un
dos: ella en sapo y él en rana. La inundación, al al- felices? ♣ tanto tímido, permaneció indeciso unos momentos;

Jacob & Wilhelm Grimm 323 Todos los cuentos


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al fin, contagiado de la alegría general, cobró valor y Y aquí están, convertidos en personajes ricos, en el pecho. Entonces reconoció que todo aquello
entró también. sobre todo el orfebre que, codicioso por naturaleza, era el castigo a su codicia, y prorrumpió en amargo
Volvió a cerrarse el círculo y los enanos reanu- se había llenado los bolsillos el doble que el sastre. llanto.
daron el canto y el baile, brincando alocada- Pero un avaro, cuanto más tiene más ambiciona Se despertó el buen sastre al ruido de sus lamen-
mente. De pronto, el viejo desenvainó un gran y así, el orfebre propuso a su compañero pasar el día taciones y, prodigando al infeliz palabras de consue-
cuchillo que llevaba pendiente del cinto se puso a allí y al anochecer volver a la colina a pedir nuevas lo, acabó diciéndole:
afilarlo y cuando le pareció bastante afilado, miró riquezas al viejo. El sastre se negó diciendo: —Fuiste mi compañero en mis tiempos de vida
a los forasteros. Quedaron éstos helados de es- —Yo tengo bastante y me doy por satisfecho. errante; te quedarás pues, conmigo y compartirás mi
panto y, sin darles tiempo a pensar nada, el viejo Ahora me convertiré en maestro del oficio, me casa- riqueza.
agarró al orfebre y con prodigiosa ligereza le rapó ré con mi novia y seré un hombre feliz. Y cumplió su palabra. Pero el desdichado orfebre
el cabello y la barba; y lo mismo hizo luego con Con todo, para no disgustar al orfebre, decidió tuvo que arrastrar sus dos jorobas durante el resto de
el sastre. Su miedo se disipó sin embargo, cuan- quedarse allí aquel día. su vida y cubrirse la cabeza con una gorra. ♣
do vieron que el viejo, terminada la operación, Al atardecer, el orfebre se colgó del hombro un
les daba unos golpecitos amistosos en el hombro par de bolsas para poder llevarse una buena carga, y
como felicitándolos por lo bien que se habían reemprendió la subida a la colina. Como la víspera,
portado al dejarse afeitar sin protestas. encontró en la cumbre a los gnomos entregados a
Les mostró un montón de carbón que había a un sus cantos y danzas. Volvió a pelarlo el viejo y le hizo
lado y les indicó, con gestos, que se llenasen los bol- seña de tomar carbón.
sillos. Ambos obedecieron aunque no veían de qué Sin el menor titubeo llenó las bolsas y los bolsi-
iba a servirles el carbón; luego siguieron su camino llos hasta reventar, regresó al lado de su amigo y se
en busca de un cobijo para la noche. echó a dormir sin desnudarse.
Cuando llegaron al valle, la campana de un “Aunque el oro pese,” se dijo, “aguantaré bien.”
convento cercano daba las doce. Inmediatamente Y se durmió con la dulce esperanza de despertarse
cesaron los cantos, todo desapareció, y la colina al día siguiente millonario. Al abrir los ojos se incor-
quedó silenciosa y solitaria, iluminada por la poró rápidamente para examinar sus bolsillos, pero
luna. con enorme asombro no extrajo de ellos más que
Los dos vagabundos encontraron un albergue y, negro carbón, por mucho que miró y remiró.
sin desvestirse, se tumbaron a dormir en un lecho de “Aún me queda el oro de la noche anterior,” dijo;
paja. Estaban tan cansados que ni siquiera atinaron a y al sacarlo, vio con terror que también se había
sacarse el carbón de los bolsillos. vuelto a transformar en carbón.
Un gran peso que les oprimía los miembros los Se golpeó la frente con las ennegrecidas manos,
despertó más temprano que de costumbre. Metieron dándose cuenta de que tenía completamente rasura-
mano en los bolsillos, y no podían dar crédito a sus das la cabeza y la barba.
ojos al verlos llenos, no de carbón sino de oro puro; Pero aún no terminaron aquí sus tribulaciones,
además, sus cabellos y barbas habían vuelto a crecer pues bien pronto notó que a la joroba de la espalda
más espesos que antes. se había sumado otra segunda, más voluminosa aún,

Jacob & Wilhelm Grimm 324 Todos los cuentos


el profanador de textos
el gigante y el sastre Respondió, quedito, el sastre: ¿El bosque entero,
[KHM183] Der Riese und der Schneider —Vine a dar una vuelta por el bosque, esperando sin dejar un madero
poderme ganar en él un pedazo de pan. ni liso, ni esquinado,
—Si tienes tiempo —replicó el gigante—, puedes ni recto, ni curvado?
entrar a mi servicio.
—Si no hay otro remedio, ¿por qué no? ¿Qué —¿Y luego el pozo con la fuente? —murmuró
salario me pagarás? en sus barbas el crédulo gigante, sintiendo crecer su
—¿Qué salario? Voy a decírtelo. Trescientos se- miedo. “Este tío sabe algo más que asar manzanas:
senta y cinco días al año, y cuando el año sea bisies- lleva un diablo en el cuerpo. Cuidado, viejo, no es
to, un día más. ¿Te parece bien? un criado para ti.”
—Por mí, está bien —respondió el sastre mien- Cuando hubo terminado con la madera, le man-
tras pensaba: “Hay que abrigarse según la manta. Ya dó su amo que cazase dos o tres jabalíes para la cena.
A un sastre que era tan fanfarrón como mal pagador, buscaré el medio de escabullirme.” —¿Y por qué no mil de un solo tiro y todos los
se le metió en la cabeza el ir a dar una vuelta por el Le mandó luego el gigante: que corren por ahí? —preguntó, envalentonado, el
bosque. En cuanto le fue posible, abandonó su taller —Anda, bribón, tráeme un jarro de agua. sastre.
y se marchó. —¿Y por qué no el pozo con la fuente? —pre- —¿Qué dices? —exclamó el miedoso gigante,
guntó el fanfarrón, alejándose,con el jarro a buscar aterrorizado—. Deja ya el trabajo por hoy y vete a
Por pueblo y aldehuela, el agua. dormir.
por puente y pasarela, —¿Qué dices? ¿El pozo con la fuente? —gruñó Era tal el miedo del gigantón, que en toda la
sin rumbo constante. el gigante, que era mentecato y torpe y comenzó a noche no pudo pegar un ojo y se la pasó cavilando
Y siempre adelante. sentir miedo. “Este tío sabe más que asar manzanas: cómo se las arreglaría para sacarse de encima a aquel
lleva un diablo en el cuerpo. ¡Cuidado, viejo, no es brujo de criado.
Desde lejos descubrió en la azul lejanía una éste un criado para ti!” El tiempo es buen consejero. A la mañana siguien-
escarpada montaña y detrás una torre altísima, que Cuando el sastre volvió con el agua, le ordenó el te se fueron al borde de un pantano a cuyo alrededor
sobresalía de una espesa y tenebrosa selva. gigante que cortase un par de troncos y los llevase a crecían numerosos sauces, y el gigante le dijo:
­—¡Diablos! —exclamó el sastre—. ¿Qué será su casa. —Oye, sastre, siéntate sobre una de las varas de
aquello? —¿Por qué no el bosque entero de un un sauce; me gustaría ver si eres capaz de doblarla.
E, impelido por una irrefrenable curiosidad, se hachazo? ¡Up!, de un salto consiguió el sastre llegar arriba
dirigió al lugar con renovados bríos. Pero ¡qué boca ¿El bosque entero, y, aguantando la respiración, se volvió lo bastan-
y qué ojos abrió cuando, al acercarse, vio que la sin dejar un madero te pesado para inclinar la rama. Pero cuando, no
torre tenía piernas y que, franqueando de un salto la ni liso, ni esquinado, pudiendo resistir más hubo de respirar de nuevo, y
abrupta montaña, se plantó ante él en figura de un ni recto, ni curvado? como fuera que no se le había ocurrido traerse una
terrible gigante! plancha en el bolsillo, salió disparado a tal altura que
—¿Qué buscas aquí, mosquito deleznable? —le —preguntó el sastrecillo, encaminándose a cortar la se perdió de vista, con gran contento del gigante.
gritó el monstruo con voz semejante a un fragoroso madera. Y si no ha caído aún es que todavía está flotando
trueno. —¿Qué dices? por los aires. ♣

Jacob & Wilhelm Grimm 325 Todos los cuentos


el profanador de textos
el clavo Y continuó. Mas al poco rato, el caballo empezó el pobre niño en la tumba
[KHM184] Der Nagel a cojear, luego a tropezar y, por fin, se cayó y se rom- [KHM185] Der arme Junge im Grab
pió una pata. El comerciante tuvo que abandonarlo
en el camino, cargar con la valija y recorrer a pie el
resto del trayecto, llegando a su casa muy avanzada
ya la noche.
—¡De todo ha tenido la culpa un maldito clavo!
—se dijo. Apresúrate con calma. ♣

Un mercader había realizado buenos negocios en la Érase un pobre pastor joven cuyos padres habían
feria. muerto, por lo que la autoridad confió su cus-
Vendidas todas sus mercancías, regresaba con el todia a un hombre muy rico, encargándole que
bolso bien repleto de oro y plata. Como quería estar lo alimentase y educase. Pero tanto el hombre
en casa antes de que anocheciera, metió el dinero en como su mujer tenían corazones empedernidos,
su valija, la ató detrás de la silla y se puso en cami- avaros y envidiosos a pesar de su riqueza, y no
no montado en su caballo. A mediodía se detuvo a podían sufrir que alguien se llevase a la boca un
descansar en una ciudad; se disponía a continuar su pedazo de su pan. El pobre muchacho, con toda
ruta cuando el muchacho de la posada, al presentarle su buena voluntad, recibía muy poco de comer y
el caballo le dijo: muchos azotes.
—Señor, en el casco izquierdo de detrás falta un Un día le encargaron que guardase la gallina
clavo a la herradura. clueca con los pollitos, y el animal se extravió con
—No importa —respondió el comerciante—. El los pequeños entre un seto; inmediatamente bajó
hierro aguantará las seis horas que quedan de viaje. disparado un halcón, la apresó y volvió a remontarse
Tengo prisa. con el animal en las garras. El chiquillo prorrumpió
Por la tarde, tras otro descanso y dar pienso al a gritar con todas sus fuerzas:
animal, entró el muchacho en la sala y le dijo: —¡Ladrón, ladrón, bandido!
—Señor, vuestro caballo ha perdido la herradura Pero ¿de qué sirvieron sus gritos? El halcón no le
del casco izquierdo de detrás. ¿Queréis que lo lleve al devolvió la gallina.
herrero? Oyendo el hombre el ruido acudió a toda prisa,
—Déjalo —respondió el mercader—; el animal y al ver que su gallina había desaparecido, se encole-
aguantará el par de horas que quedan hasta casa. rizó y propinó al pequeño una paliza tal, que estuvo
Llevo prisa. dos días sin poder moverse.

Jacob & Wilhelm Grimm 326 Todos los cuentos


el profanador de textos
Entonces hubo de guardar los polluelos sin la —¡Oh! —exclamó el niño—, ¿cómo lo habéis chacho se metió bajo la cama y, sacando la olla, se
madre, cosa más difícil todavía, pues continuamente sabido? La carta no puede saberlo, ya que la puse comió todo su contenido. “No entiendo cómo la
se le escapaban y dispersaban. debajo de una piedra mientras me comía las uvas. gente puede decir que la muerte es amarga,”pensó,
Se le ocurrió que si los ataba todos con un cordel El juez no pudo por menos de echarse a reír de ”¡“yo la encuentro muy dulce. No es extraño que la
el halcón no podría robarle ninguno; pero el reme- tanta simpleza, y escribió al campesino advirtiéndole dueña desee morirse tan a menudo.”
dio resultó peor que la enfermedad. A los dos o tres de su obligación de tratar mejor al pequeño y darle Y sentándose en una silla se dispuso a esperar la
días, se quedó dormido a causa del mucho correr y comida y bebida suficientes. Además, debía enseñar- muerte; sin embargo, en vez de debilitarse sentíase
del poco comer, bajó el ave de rapiña y agarró uno le a distinguir entre el bien y el mal. fortalecido gracias a aquella nutritiva comida. “No
de los pollitos; pero como estaban todos atados entre —Ya te enseñaré yo la diferencia —dijo el despia- debía de ser veneno,” pensó. “Ahora me acuerdo que
sí se llevó la pollada entera; se posó en un árbol y la dado campesino; pero si quieres comer tendrás que el amo dijo una vez que guardaba en su armario una
devoró toda. trabajar; y si cometes alguna fechoría, a palos apren- botella de veneno para las moscas; seguramente será
En aquel momento llegaba a casa el amo y, enfu- derás a no repetirla. veneno de verdad y me producirá la muerte.”
recido al darse cuenta de la desgracia, dio tantos azo- Al día siguiente le señaló una dura labor: debería Pero no era matamoscas sino vino de Hungría.
tes al chiquillo que hubo de guardar cama durante cortar unos haces de paja para pienso de los caballos. Sacó el muchacho la botella y se la bebió. “También
varios días. Y le dirigió la siguiente amenaza: esta muerte es dulce,” dijo; pero el alcohol no tardó
Cuando se hubo repuesto le dijo el campesino: —Estaré de vuelta dentro de cinco horas; si para en producir su efecto, se le subió a la cabeza y lo
—Eres demasiado estúpido y no me sirves para entonces no está la paja desmenuzada te azotaré aturdió, y creyó que realmente se acercaba su fin.
guardián; tendrás que ser recadero. hasta que no puedas mover un solo miembro. “Siento que voy a morir,” dijo; “iré a buscarme
Y lo mandó a llevar al juez un cesto de uvas y una Y se marchó a la feria con su mujer, el muchacho una sepultura en el cementerio.”
carta. y la criada dejando al pequeño, por toda comida, un Y tambaleándose, se encaminó al camposanto y
Durante el camino, el hambre y la sed atormenta- mendrugo de pan. se tendió dentro de una sepultura que acababan de
ron de tal modo al chico, que se comió un par de raci- Se puso el chiquillo a trabajar con todas sus fuer- excavar. Los sentidos se le turbaban cada vez más.
mos. Luego siguió con el cesto hasta la casa del juez el zas, y como el calor arreciara, se quitó la chaqueta Resultó que en una posada de las cercanías esta-
cual, después de leer la carta y contar las uvas dijo: y la echó sobre la paja. Temeroso de no terminar su ban celebrando una boda, y cuando el chiquillo oyó
—Faltan dos racimos. tarea a tiempo, seguía cortando sin descanso y, en la música, imaginó que se hallaba ya en el paraíso;
El muchacho le confesó honradamente que se su celo, cortó también inadvertidamente la chaque- hasta que finalmente perdió toda conciencia de las
los había comido, acuciado por el hambre y la sed. ta, sin darse cuenta de la desgracia hasta que ya era cosas. La pobre criatura no volvió ya a despertarse; el
El juez escribió, a su vez, una carta al campesino demasiado tarde para repararla. ardor del vino y el frío húmedo de la noche le quita-
pidiéndole que le enviase otro cesto, y el mocito —¡Ay —exclamó—, ahora sí que estoy perdido! ron la vida y allí se quedó, para siempre, en la tumba
hubo de llevárselo, también acompañado de una Este mal hombre no me ha amenazado en vano. que él mismo se había elegido.
misiva. Acuciado nuevamente por el hambre y la Cuando vuelva y vea lo que he hecho me matará de Al enterarse el campesino de la muerte del mu-
sed, no pudo resistir y se comió otros dos racimos; una paliza. Mejor es que yo mismo me quite la vida. chachito tuvo un gran susto, temiendo que debería
sin embargo, antes sacó la carta del cesto y, ponién- Un día el chico había oído decir a la dueña: comparecer ante la justicia; tan grande fue su espan-
dola debajo de una piedra, se sentó encima para que “Debajo de la cama tengo una olla de veneno.” Sin to que se desplomó sin sentido. Su mujer, que estaba
no lo viese ni pudiese descubrirlo. Pero el juez lo embargo, lo dijo sólo para ahuyentar a los glotones, en la cocina con una sartén llena de manteca, corrió
interrogó acerca de los racimos que faltaban. pues lo que había en el cacharro era miel. El mu- a prestarle auxilio; pero al inflamarse la grasa, pren-

Jacob & Wilhelm Grimm 327 Todos los cuentos


el profanador de textos
dió fuego a la morada y al cabo de pocas horas todo la novia verdadera —¡Dios mío! ¿No habrá nadie en el mundo que
quedaba reducido a un montón de cenizas. [KHM186] Die wahre Braut se apiade de mí? —y he aquí que oyó una dulce voz
Los años que les quedaron de vida fueron de po- que le decía:
breza y miseria, acosados por los remordimientos. ♣ —Consuélate, hijita, que yo vengo a ayudarte.
La niña alzó los ojos y vio a una anciana que esta-
ba de pie a su lado. La mujer le tomó cariñosamente
la mano y le dijo:
—Confíame tu pena.
Como le hablaba tan cordialmente, la mucha-
chita le contó su triste vida; cómo debía soportar
carga tras carga y no podía con los trabajos que le
mandaban.
—Si esta noche no he terminado estas plumas
Érase una vez una muchacha joven y hermosa. Era mi madrastra me pegará; me lo ha dicho y sé que
muy pequeña cuando quedó huérfana de madre y su cumplirá la promesa.
madrastra la trataba con suma dureza. La niña ponía Y sus lágrimas volvieron a manar a raudales; pero
toda su buena voluntad y todas sus fuerzas en cual- la vieja le dijo:
quier trabajo que le mandase la mujer, por duro que —Tranquilízate hija mía; échate a descansar y yo
fuese; pero ni aun así lograba satisfacer a la malvada; me encargaré del trabajo.
ésta siempre se mostraba descontenta, nunca tenía La niña se tendió en la cama. Y al poco rato se
bastante, y cuanto mayor era la buena voluntad de quedó dormida. La mujer se sentó a la mesa y se puso
la pequeña más carga le imponía. Sólo pensaba en a desbarbar las plumas. ¡Era maravilloso ver cómo
cómo podría amargar la vida de la infeliz muchacha. saltaban las barbas de los cañones no bien las tocaban
Un día le dijo: sus resecas manos! Pronto estuvieron listas los doce
—Ahí tienes doce kilos de plumas; desbárbalas kilos; y cuando la niña se despertó, se encontró con
antes del anochecer; de lo contrario recibirás una grandes montones blancos como nieve. Toda la ha-
tanda de azotes. ¿Piensas que has de pasarte el día bitación estaba limpia y despejada pero la vieja había
holgazaneando? desaparecido. La chiquilla dio gracias a Dios y aguar-
La pobre niña se puso a trabajar; pero las lágrimas dó sentada y en silencio la llegada de la noche.
le corrían por las mejillas pues se daba cuenta de que Al entrar, la madrastra se asombró al ver la tarea
no podía terminar la tarea en un día. Colocaba ante terminada.
sí un montoncito de plumas, y al menor movimien- —¿Ves, lo que se puede hacer cuando se trabaja
to que hacía o al más leve suspiro que daba todas con aplicación? —le dijo—. Podías haber hecho más
echaban a volar y tenía que comenzar de nuevo. aún, en lugar de permanecer aquí mano sobre mano.
Desesperada, apoyó los codos sobre la mesa y, Al salir, pensó: “Esta moza sirve para algo más que
ocultando la cara en las manos, exclamó: para comer pan. Tendré que ponerle tareas más duras.”

Jacob & Wilhelm Grimm 328 Todos los cuentos


el profanador de textos
A la mañana siguiente llamó a la niña y le dijo: menor detalle en la cocina o la bodega, ya sabes lo Se ocultaba el sol cuando se despertó la mucha-
—Ahí tienes una cuchara; con ella me vaciarás el que te aguarda. cha y vio relucir el brillo de mil lámparas. Corrió
estanque grande del lado del jardín, y si al anochecer Y despachó a la chiquilla. al palacio y entró por la puerta abierta; la escalera
no has terminado, ya sabes lo que te espera Al llegar ésta al valle se encontró con un caos de estaba alfombrada en rojo y en la dorada balaustrada
La muchachita tomó la cuchara y vio que estaba rocas amontonadas; por más que se esforzó no logró aparecían floridos árboles. Al contemplar la belle-
agujereada; pero aunque no lo hubiese estado, jamás mover ni la más pequeña, por lo que se sentó a llo- za de los salones, quedó extasiada. ¡Quién sabe el
habría podido vaciar el estanque con ella. rar, aunque le quedaba la esperanza de que acudiera tiempo que habría permanecido allí de no haberse
Se puso inmediatamente a la faena, arrodillada al en su auxilio la anciana. En efecto, la buena mujer acordado de la madrastra!
borde del agua, a la cual caían sus lágrimas y sacaba no se hizo aguardar mucho rato; la tranquilizó de “Ay,”se dijo, “si al menos se diese por satisfecha y
que sacaba. nuevo y le dijo: no me atormentara más!”
Volvió a presentarse la buena vieja, y al conocer el —Tiéndete en la sombra y duerme; lo haré yo. Y Y fue a anunciarle que el palacio estaba
motivo de su pesar, le dijo: si te gusta, podrás vivir en él. terminado.
—Cálmate, hijita mía, échate a dormir que yo Cuando la niña se hubo marchado la mujer tocó —En seguida voy —respondió la mujer,
haré el trabajo—. Cuando la mujer se quedó sola, las grises rocas, las cuales se pusieron en movimien- levantándose.
tocó el agua con el dedo, y el líquido se elevó como to, alineándose, y se acoplaron como si unos gigan- Y cuando llegó al edificio tuvo que ponerse
vapor, confundiéndose con las nubes, y poco a poco tes hubiesen construido una muralla. la mano ante los ojos, pues tanto resplandor la
fue secándose el estanque. Encima surgió el edificio, y se habría dicho que deslumbraba.
Cuando, por la tarde se despertó la niña y se acer- innumerables manos invisibles trabajaban colocando —¿Ves —dijo a la muchacha— qué fácil ha sido?
có a la orilla, sólo vio los peces que coleteaban en el piedra sobre piedra. Retumbaba el suelo, y grandes Debía mandarte una cosa más difícil.
légamo.1 Fue donde estaba la madrastra y le anunció columnas se levantaban por sí mismas y se colo- Y recorrió todos los aposentos, escudriñando
que la tarea estaba lista. caban en el debido orden. En el techo, las tejas se todos los rincones por si faltaba algo o encontraba
—Rato ha que debiste terminar —le respondió, disponían también de la manera debida y al medio- algún defecto; pero todo era perfecto.
pálida de rabia—; y se puso a cavilar nuevos medios día, en el punto más alto de la torre giraba una gran —Ahora iremos al subsuelo —dijo a la mucha-
para fastidiarla. veleta, en forma de una doncella de oro, cuyas ropas cha, echándole una mirada maligna—. Quedan por
A la tercera mañana dijo a la muchacha: ondeaban al viento. revisar la cocina y la bodega; y como te hayas olvida-
—Vas a construirme en la llanura un hermoso El interior del palacio quedó listo al anochecer. do de un solo detalle no escaparás al castigo.
palacio, y habrá de estar terminado al anochecer. Cómo se las compuso la vieja yo no sabría decir- Pero el fuego ardía en el hogar; en las ollas se
Asustada, exclamó la niña: lo; lo cierto es que las paredes de las salas estaban cocían los alimentos; las tenazas y la pala se hallaban
—¿Cómo queréis que haga tal cosa? tapizadas de seda y terciopelo; sillas multicolores se en su sitio, y de las paredes colgaba la reluciente
—¡No me repliques! —gritó la madrastra—. Si alineaban en torno a las habitaciones; primorosos batería de cobre. Nada faltaba: ni la carbonera, ni el
con una cuchara agujereada eres capaz de vaciar un sillones rodeaban mesas de mármol, y arañas de cubo del agua.
estanque también lo serás de edificar un palacio. límpido cristal colgaban de los techos, reflejándose —¿Dónde está la bodega? —preguntó—. ¡Como
Esta misma noche quiero alojarme en él, y si falta el en los bruñidos pisos; verdes papagayos ocupaban no esté bien provista de barriles de vino vas a pasarla
jaulas doradas, y otras aves exóticas cantaban deli- negra!
1 légamo. 1. m. Cieno, lodo o barro pegajoso. 2. m. Parte ciosamente; por doquier desplegábase una magnifi- Levantó el escotillón y empezó a bajar la escalera;
arcillosa de las tierras de labor. Diccionario RAEL [N. cencia digna de un rey. pero al segundo peldaño se le cayó encima la pesada
del Pr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 329 Todos los cuentos
el profanador de textos
trampa, que sólo estaba entornada. La niña oyó un Preguntaba en todos los lugares por su prometi- como el príncipe olvidó
grito y se apresuró a levantar la madera para correr do, pero nadie lo había visto ni sabía de él. Recorrió a la doncella que
en su auxilio; pero la mujer se había caído al fondo y gran parte del mundo sin hallarlo. Al fin, se colocó bajo el tilo lo esperó.
estaba muerta. como pastora en casa de un labrador y enterró sus
Así, la muchacha se encontró única dueña del ropas y piedras preciosas bajo una piedra. Al oír él su voz bajó la mirada y detuvo el caba-
magnífico palacio. Al principio no podía creer en Y se puso a hacer vida de pastora, guardando los llo. Miró el rostro de la pastora y luego se llevó la
tanta dicha, pues los armarios estaban llenos de rebaños, siempre triste y pensando en su amado. mano a la frente, como esforzándose por recordar
hermosos vestidos, y las arcas de oro y plata, piedras Una ternerita mansa acudía a comer en su mano, y algo; pero en seguida reemprendió la marcha y
preciosas y perlas, y no había deseo que no pudiera cuando ella decía: desapareció.
satisfacer. —¡Ay! —suspiró ella—. Ni siquiera me conoce
Pronto se extendió por el mundo la fama de su Ternerilla, dobla la rodilla ya —y se sintió mas triste que nunca.
hermosura y riqueza, y empezaron a presentarse Y no olvides a tu pastorcilla, Se anunció para muy pronto una gran fiesta en
pretendientes. Ninguno era de su agrado, hasta que como el príncipe olvidó palacio; debía durar tres días, y a ella fueron invita-
llegó un príncipe que supo conmover su corazón a la doncella que dos todos los súbditos del Rey.
y se prometió a él. En el jardín del palacio había bajo el tilo lo esperó. “Haré el último intento,” pensó la muchacha;
un verde tilo, a cuya sombra solían sentarse los dos y cuando llegó la primera noche, levantó la piedra
enamorados, y un día le dijo él: El animal se echaba a sus pies y se dejaba bajo la cual guardaba sus tesoros, sacó el vestido de
—Me marcho a casa a pedir el consentimiento de acariciar. los soles de oro, se lo puso y se atavió con las piedras
mi padre. Aguárdame bajo este tilo. Volveré dentro Llevaba ya dos años en esta existencia solitaria y preciosas. Soltándose la cabellera que ocultaba bajo
de pocas horas. melancólica, cuando corrió por el país el rumor de un pañuelo, se le desprendieron largos y magníficos
La muchacha, dándole un beso en la mejilla que la hija del Rey se disponía a celebrar su boda. bucles.
izquierda le recomendó: El camino de la ciudad pasaba por el pueblo donde Entonces se encaminó a la ciudad y, como era
—Seme fiel y no dejes que nadie más te bese en residía la muchacha, y sucedió que un día en que noche cerrada, nadie la observó. Al penetrar en la
esta mejilla. Te aguardaré bajo este tilo hasta que estaba apacentando su manada, acertó a pasar por sala espléndidamente iluminada, todos los presentes
regreses. allí su prometido. Iba montado a caballo, con porte le dejaron paso asombrados sin que nadie la recono-
Y la muchacha siguió sentada al pie del árbol has- arrogante, y no la vio; pero ella reconoció al mo- ciera. El hijo del Rey salió a recibirla, bailó con ella y
ta la puesta del sol; mas el príncipe no regresó. Tres mento a su amado. Le pareció que un agudo cuchi- quedó tan prendado de su hermosura, que ni por un
días estuvo aguardándolo en vano, de la mañana a la llo le partía el corazón. momento se acordó de su novia.
noche. Y el cuarto día, al ver que no regresaba, pen- —¡Ay! —exclamó—. Creía que me era fiel, pero Al terminar la fiesta la muchacha desapareció
só: “Seguramente le ha ocurrido alguna desgracia. me ha olvidado. entre la multitud y regresó al pueblo, donde se vistió
Iré en su búsqueda. Y no volveré hasta encontrarlo.” Al día siguiente el príncipe recorrió el mismo nuevamente de pastora.
Envolvió tres de sus más bellos vestidos: uno bor- camino. Cuando lo tuvo cerca, dijo la moza a la A la noche siguiente se puso el vestido de las
dado con brillantes estrellas, el segundo con platea- ternera: lunas de plata y se adornó el cabello con una dia-
das lunas, y el tercero con dorados soles, y atando un dema de brillantes. Al presentarse en palacio todas
puñado de piedras preciosas en un pañuelo, se puso Ternerilla, dobla la rodilla las miradas se concentraron en ella. El príncipe,
en camino. y no olvides a tu pastorcilla, embargado de amor, corrió a saludarla, bailó toda la

Jacob & Wilhelm Grimm 330 Todos los cuentos


el profanador de textos
noche con ella y no hizo caso de ninguna otra. Antes la liebre y el erizo muy cerca de su casa y él y su familia solían comer-
de marcharse la obligó a prometerle que la tercera [KHM187] Der Hase und der Igel los; por eso los consideraba como suyos.
noche no faltaría a la fiesta. Dicho y hecho; el erizo cerró la puerta y empren-
Cuando se presentó por tercera vez llevaba el ves- dió el camino del campo. No estaba nada lejos de su
tido de estrellas, que centelleaban a cada paso, y la morada y nuestro amigo se proponía tan sólo llegar
diadema y el ceñidor eran estrellas de piedras precio- hasta el seto de endrinos que cerraba la plantación
sas. El príncipe llevaba largo rato aguardándola y se de nabos cuando se encontró con la liebre, que había
apresuró a salir a su encuentro. salido con un propósito semejante, o sea, echar una
—Dime quién eres —le preguntó—. Tengo la mirada a su campo de coles. Al cruzarse el erizo con la
impresión de que te conozco desde hace mucho liebre, le dió amablemente los buenos días; pero la lie-
tiempo. bre que, a su modo, era un noble personaje y además
—¿No sabes qué hice cuando te despediste de algo altanera, sin dignarse corresponder al saludo del
mí? —le respondió ella. erizo y haciendo un gesto de mofa, le dijo:
Y acercándosele, lo besó en la mejilla izquierda. Y Esta historia, niños, no la vais a creer, y sin embargo —¿Cómo se te ocurre venir al campo tan
en el mismo momento le pareció al príncipe que se es verdadera. Pues mi abuelo, que me la contó, solía temprano?
le caía una venda de los ojos y reconoció a su verda- decirme cada vez que me la explicaba (¡y lo hacía tan —Voy de paseo —respondió el erizo
dera prometida. a gusto!): —¿De paseo? —replicó, riendo, la liebre—. Creo
— Ven, —le dijo­—, no tengo por qué seguir —Tiene que ser verdad, hijo mío, pues de lo que podrías hacer un mejor uso de tus piernas.
aquí —y tendiéndole la mano la condujo al coche. contrario no la contarían. Tal respuesta hirió al erizo en lo más hondo de
Los caballos corrieron como impulsados por el En resumidas cuentas, aquí está: su amor propio. Todo podía tolerarlo, menos que se
viento hasta llegar al palacio encantado, cuyas venta- Era una soleada mañana de domingo de otoño; metiesen con sus piernas, precisamente porque las
nas brillaban ya desde muy lejos. precisamente cuando florece el trigo sarraceno. tenía torcidas de nacimiento.
Al pasar por delante del tilo, lo vieron invadido Brillaba el sol en lo alto del cielo; la brisa matinal so- —¿Te imaginas, quizá —dijo a la liebre—, que
de innumerables luciérnagas que, sacudiendo las plaba tibia sobre los rastrojos; cantaban las alondras tus piernas valen como las mías?
ramas, esparcían sus aromas. en el aire; las abejas zumbaban entre los árboles y la —Desde luego —replicó la liebre.
En la escalera aparecían abiertas las flores, y de gente, endomingada, se dirigía a la iglesia. Todas las —Eso habría que verlo —contestó el erizo—.
las habitaciones llegaba el griterío de las aves exóti- criaturas se sentían contentas, y el erizo también. Apuesto a que te gano en una carrera.
cas; pero en la sala principal se hallaba reunida toda Éste se hallaba a la puerta de su casa, cruzado —¿Con tus patas torcidas? ¡Estás de broma! —
la Corte y el sacerdote aguardaba para bendecir la de brazos, tomando el fresco matinal, tarareando dijo la liebre—. Pero, si tanto te empeñas, por mí no
unión de los dos enamorados. ♣ una de sus canciones preferidas, ni mejor ni peor hay inconveniente. ¿Qué apostamos?
de como pueda hacerlo un erizo en una espléndida —Una moneda de oro y una botella de aguar-
mañana de domingo. diente —propuso el erizo.
Y mientras estaba cantando a media voz, se le —Aceptado —respondió la liebre—. Chócala, y
ocurrió que, en tanto su mujer limpiaba y vestía a ya podemos empezar.
los pequeños, podía darse él una vuelta por el campo —No, no tan de prisa —objetó el erizo—. Estoy
para ver qué tal crecían sus nabos. Los nabos estaban aún en ayunas; antes quiero irme a casa a tomar un

Jacob & Wilhelm Grimm 331 Todos los cuentos


el profanador de textos
bocado. Dentro de media hora nos encontraremos Y cada cual se situó en su surco. Contó la liebre: te los dos a su casa. Y si no han muerto es que viven
aquí. —¡Uno, dos, tres! —y se lanzó campo abajo todavía.
Y se fue, pues la liebre se había declarado con- como un huracán.
forme. Durante el camino el erizo iba pensando: El erizo no dio más que dos o tres pasos y, aga- Así fue cómo en el erial de Buxtehude el erizo
“La liebre se fía de sus largas patas, pero le ganaré. chándose en el surco, se quedó tranquilamente en él. mató a la liebre en una competencia de carrera, y
Se hace la importante pero es tonta, y tendrá que Al llegar la liebre como un bólido al extremo desde entonces ninguna liebre ha querido apostar
pagar.” Al llegar a su casa, dijo a su mujer: opuesto del campo la mujer del erizo le gritó desde a correr con un erizo de Buxtehude.
—Ala, vístete rápidamente que has de salir al su puesto: Pero la moraleja de la historia es, en primer
campo conmigo. —¡Aquí estoy! ¡Aquí estoy! lugar, que nadie, por muy encumbrado que se
—¿Qué pasa? —preguntó ella. No fue pequeña la sorpresa y el pasmo de la crea, debe burlarse jamás de una persona de
—He apostado una moneda de oro y una botella liebre, pues creyó que era el propio erizo quien la menor categoría, aunque se trate de un erizo.
de aguardiente con la liebre. Vamos a competir en llamaba, lo cual no es de extrañar, dado lo mucho Y en segundo lugar, que es aconsejable,
una carrera y tú debes intervenir. que se parecían marido y mujer. cuando uno piensa casarse, tomar una mujer
—¡Santo Dios, marido! —gritó la mujer—. ¡Tú “¡Esto es cosa del diablo!,” pensó, pero dijo: de su estado y condición, y tan semejante a uno
no estás bien de la cabeza! ¿Has perdido el seso? —Repitamos la carrera —y otra vez se lanzó como sea posible. O sea, el erizo con una eriza, y
¿Cómo se te ocurre apostar con la liebre a ver quién como el viento, de tal forma que sus orejas parecían así sucesivamente. ♣
corre más? alas, mientras la mujer del erizo no se movía de su
—Calla esa boca, mujer —replicó el erizo—. puesto. Llegó la liebre arriba y el erizo la acogió
Esto es asunto mío. No te metas en cosas de hom- exclamando:
bres. ¡Andando; vístete y vamos! — ¡Aquí estoy! ¡Aquí estoy!
¿Qué iba a hacer la pobre? No tuvo más remedio Y ella, fuera de sí por la irritación:
que seguirlo, de grado o por fuerza. —¡A correr otra vez!
Ya en camino, le dijo el erizo: —Por mi —dijo el erizo— podemos seguir,
—Atiende bien a lo que voy a decirte. Haremos mientras no te canses.
la carrera en aquel largo campo de allí. La liebre co- Y así, repitió la liebre la carrera setenta y tres
rrerá por un surco y yo por otro; empezaremos desde veces, mientras el erizo no se movió de su sitio. Cada
arriba. Lo único que has de hacer tú es agacharte en vez que la corredora llegaba arriba o abajo, le salía al
el otro extremo del surco, y cuando llegue la liebre, encuentro el grito:
la recibes gritando: —¡Aquí estoy!
—¡Aquí estoy! Pero en la carrera setenta y cuatro, el animal ya
Llegaron al campo y el erizo señaló a su mujer no llegó a la meta. Se desplomó en mitad del campo
el puesto que debía ocupar, y él se fue a la parte de mientras un chorro de sangre le salía del cuello, y
arriba donde ya lo aguardaba la liebre. quedó muerta sobre el terreno.
—¿Podemos comenzar? —dijo ésta. El erizo se quedó con la moneda de oro y la bo-
—Sí —respondió el erizo. tella de aguardiente y, retomando a su mujer que lo
—Pues ¡andando! aguardaba al pie del surco, se marcharon alegremen-

Jacob & Wilhelm Grimm 332 Todos los cuentos


el profanador de textos
el huso, la lanzadera y la aguja alfombra, o cosía una camisa, en seguida aparecía Pero le vino a la memoria un estribillo que la
[KHM188] Spindel, Weberschiffchen und Nadel un comprador que se las pagaba espléndidamente, anciana solía repetir mientras hilaba, y se puso a
gracias a lo cual la muchacha no sólo vivía sin pri- cantarlo:
vaciones, sino que incluso podía ayudar a otros más
necesitados. Huso, huso, sal de casa diligente
Por aquel tiempo, el hijo del Rey emprendió un Y ve a buscar al pretendiente.
viaje por el país en busca de novia. No podía elegir a
una doncella pobre, y a una rica no la quería. Decía: ¿Qué sucedió? Pues que el huso le saltó en el acto
—Deseo por esposa a la que sea a la vez la más de la mano y se escapó por la puerta; y cuando la
pobre y la más rica. doncella, asombrada, se asomó para averiguar qué se
Cuando llegó al pueblo de nuestra muchacha, había hecho de él, lo vio danzando alegremente por
preguntó, como solía hacer en todas partes, quién el campo, dejando tras de sí una brillante hebra do-
Érase una vez una muchacha que de muy niña había era la persona más rica y más pobre del lugar. rada. A los pocos momentos había desaparecido de
perdido a sus padres. En el extremo del pueblo vivía Primero le citaron a la más rica y luego le dijeron su vista. La muchacha, como no tenía ningún otro
su madrina completamente sola, y se ganaba la vida que la más pobre era la muchacha de la casita situa- huso, tomó la lanzadera y se puso a tejer.
hilando, tejiendo y cosiendo. La buena mujer se hizo da en el extremo del pueblo. Mientras tanto el huso seguía saltando, hasta que
cargo de la criatura abandonada, le enseñó a trabajar La rica estaba sentada a la puerta luciendo todos alcanzó al príncipe justamente cuando se terminaba
y la educó piadosamente. Cuando la muchacha con- sus atavíos, y al acercarse el príncipe se levantó, salió el hilo.
taba quince años enfermó la madrina y, llamando a a su encuentro y le hizo una reverencia. Él la miró y, —¿Qué es lo que veo? —exclamó el joven—. Sin
su ahijada al lado de su lecho, le dijo así: sin decir palabra, prosiguió su camino. Llegado que duda este huso quiere llevarme a algún sitio —y,
—Hija mía, siento que se acerca mi fin; te dejo la hubo a la casa de la muchacha pobre, no estaba ésta volviendo grupas, siguió el hilo de oro.
casita, en la que encontrarás cobijo contra el viento y en la puerta, sino en su cuarto. La muchacha continuaba en su trabajo y se le
la intemperie, y el huso, la lanzadera y la aguja; con El príncipe detuvo su caballo y, mirando por la ocurrió cantar:
ellos podrás ganarte el pan. ventana iluminada por los claros rayos del sol, vio
Poniendo las manos sobre la cabeza de la mucha- a la muchacha sentada a la rueca hilando laboriosa- Lanzaderita, teje sin ceder
cha, la bendijo y le dirigió estas últimas palabras: mente. Levantó la mirada y, al darse cuenta de que el Y al pretendiente me vas a traer.
—Guarda a Dios en tu corazón, y serás feliz. hijo del Rey la estaba observando, se sonrojó inten-
Luego cerró los ojos, y cuando la condujeron a la samente; volviendo a bajar la vista, siguió hilando. Y en seguida, la lanzadera saltó de su mano,
sepultura la niña siguió el féretro llorando y le rindió No sabría decir si el hilo le salió como debía; pero traspasó la puerta y se puso, en el umbral, a tejer una
los postreros honores. lo cierto es que siguió sin interrumpirse hasta que el alfombra, hermosa como no se ha visto otra igual.
Desde entonces, la muchacha vivió sola en su príncipe se hubo retirado. Fue entonces a la ventana En los bordes florecían rosas y lirios y en el centro,
casita, hilando, tejiendo y cosiendo laboriosamente; y, abriéndola, dijo: bajo un fondo de oro, se enredaban verdes hojas de
y en todo lo que hacía la protegía la bendición de la —¡Qué calor hace aquí dentro! —y lo siguió vid entre las cuales asomaban la cabecita liebres y
anciana. con la mirada hasta que desaparecieron las blancas conejos, ciervos y corzos, mientras en las ramas se
Habríase dicho que el lino de la habitación plumas de su sombrero. Luego volvió a sentarse a la posaban innumerables avecitas multicolores, tan a lo
aumentaba por sí solo, y cuando tejía una tela o una rueca y reemprendió su labor. vivo que sólo les faltaba cantar. La lanzadera saltaba

Jacob & Wilhelm Grimm 333 Todos los cuentos


el profanador de textos
rápidamente de un lado a otro y la alfombra crecía a el labrador y el diablo Le pareció bien al diablo, sin saber que el astu-
ojos vistas. [KHM189] Der Bauer und der Teufel to labrador había sembrado nabos. Cuando llegó
Ya que se le había escapado la lanzadera, la mu- el tiempo de la cosecha se presentó el diablo para
chacha se puso a coser y, manejando la aguja, cantó: llevarse su parte, pero sólo encontró hojas amarillas
marchitas mientras el labrador, alegre y satisfecho, se
Agujita, tan fina y afilada, quedaba con los nabos
haz que halle el novio la casa adornada. —Esta vez has llevado ventaja —protestó el
diablo… pero a la próxima no te valdrá. Será tuyo
Y he aquí que la aguja, se desprendió de sus de- lo que crezca encima del suelo y mío lo que haya
dos, empezó a volar por la habitación rápida como debajo.
una centella. Parecía que la manejasen espíritus —De acuerdo —dijo el campesino.
invisibles; en pocos momentos, la mesa y los bancos Pero a la hora de la siembra no plantó nabos,
quedaron tapizados de tela verde; las sillas, de tercio- Érase una vez un labradorzuelo tan listo como como la vez anterior, sino trigo. Ya maduro el cereal,
pelo; y cortinas de seda colgaron de las ventanas. astuto, de cuyas tretas podrían contarse no pocas el hombre se fue al campo y segó los tallos a ras del
Apenas la aguja había dado la última puntada historias, aunque la más graciosa de todas es la burla suelo, y cuando se presentó el diablo, al no encon-
la muchacha vio, a través de la ventana, las blancas y mala pasada que le hizo al diablo. trar más que rastrojos, enfurecido se precipitó por
plumas del sombrero del príncipe, que volvía guiado Un día en que el campesino había terminado su un despeñadero.
por la dorada hebra del huso. Se apeó y franqueó la labor y se disponía a regresar a su casa a la hora del —Así se caza a los zorros —dijo el campesino
puerta, pisando la alfombra; y al entrar en el aposen- crepúsculo, vio en medio del campo un montón de mientras se llevaba el tesoro. ♣
to se encontró con la doncella en su humilde vesti- carbones encendidos. Se acercó muy extrañado y vio
do, pero encendida como rosa en el rosal. a un negro diablillo que estaba sentado encima.
—Tú eres la más pobre y, a la vez, la más rica — —¿Estás sentado sobre un tesoro? —le preguntó
le dijo—. Vente conmigo; serás mi prometida. el labrador.
Ella le alargó la mano sin decir palabra. El prín- —Sí —respondió el diablo—. Sobre un tesoro
cipe la besó, la montó a grupas de su caballo y se en el que hay más oro y plata que jamás viste en tu
encaminó al palacio real, donde se celebró la boda vida.
con inusitado regocijo. —El tesoro está en mi campo, y por tanto me
El huso, la lanzadera y la aguja fueron guardados pertenece —dijo el labrador.
con todos los honores en la cámara del tesoro. ♣ —Tuyo será —replicó el diablo— si durante
dos años te comprometes a darme la mitad de lo
que produzca tu campo. Dinero me sobra, pero me
gustan los frutos de la tierra.
El campesino aceptó el trato, con una objeción:
—Para que no haya peleas a la hora de repartir,
tú te quedarás con lo que haya sobre el suelo, y yo
con lo que haya debajo.

Jacob & Wilhelm Grimm 334 Todos los cuentos


el profanador de textos
las migas en la mesa el lebrato1 marino Pero he aquí que comparecieron tres hermanos
[KHM190] Die Brosamen auf dem Tisch [KHM191] Das Meerhäschen dispuestos a probar suerte. El mayor creyó estar se-
guro metiéndose en un pozo de cal, pero la princesa
lo descubrió ya desde la primera ventana y ordenó
que lo sacaran del escondite y lo decapitaran.
El segundo se deslizó a las bodegas del palacio,
pero también fue descubierto desde la misma ven-
tana, y su cabeza ocupó el poste número noventa y
nueve.
Se presentó entonces el menor ante su alteza y le
rogó le concediese un día de tiempo para reflexio-
nar y, además, la gracia de repetir la prueba por tres
Dijo un día el gallo a sus polluelos: Vivía cierta vez una princesa que tenía en el piso veces; si a la tercera fracasaba renunciaría a la vida.
—Vamos corriendo al cuarto de arriba a pico- más alto de su palacio un salón con doce ven- Como era muy guapo y lo solicitó con tanto
tear las migas de la mesa; el ama se ha marchado de tanas, abiertas a todos los puntos del horizonte, ahínco, le dijo la princesa:
visita. desde las cuales podía ver todos los rincones de —Bien, te lo concedo; pero no te saldrás con la
Pero los pollitos replicaron: su reino. tuya.
—¡No, no, no vamos! Ya sabes que siempre anda- Desde la primera veía más claramente que las Se pasó el muchacho la mayor parte del día
mos a las peleas con el ama. demás personas; desde la segunda mejor todavía, y siguiente pensando el modo de esconderse, pero en
—No sabrá nada —insistió el gallo—. ¡Vamos, así sucesivamente, hasta la décimo segunda, desde la vano. Tomando entonces una escopeta salió de caza,
venid conmigo! cual no se le escapaba nada de cuanto había y suce- vio un cuervo y le apuntó; y cuando se disponía a
Nunca nos da nada bueno. Los polluelos se man- día en sus dominios, en la superficie o bajo tierra. disparar, le gritó el animal:
tuvieron en sus trece: Como era en extremo soberbia y no quería —¡No dispares, te lo recompensaré!
—¡Que no y que no! No subiremos. someterse a nadie sino conservar el poder para sí Bajó el muchacho el arma y se encaminó al borde
Sin embargo el crestarroja no los dejó en paz has- sola, mandó pregonar que se casaría con el hombre de un lago, donde le sorprendió un gran pez que
ta conseguir sus propósitos y, subiéndose a la mesa, que fuese capaz de ocultarse de tal manera que ella había subido del fondo a la superficie. Al apuntarle,
se pusieron a comer las migas a toda velocidad. no pudiese descubrirlo. Pero aquel que se arriesgase exclamó el pez:
Pero he aquí que se presentó de pronto la dueña a la prueba y perdiese sería decapitado, y su cabeza — ¡No dispares, te lo recompensaré!
y, agarrando una estaca, se enredó a palos con toda clavada en un poste. Le perdonó la vida y continuó su camino, hasta
la pollada. Una vez reunidos de nuevo frente a la Ante el palacio se levantaban ya noventa y siete que se topó con una zorra que iba cojeando. Disparó
casa, los polluelos dijeron al gallo: postes rematados por otras tantas cabezas, y pasó contra ella, pero erró el tiro y entonces le dijo el
—¡Ta… ta… ta… tal como habíamos dicho! mucho tiempo sin que aparecieran más pretendien- animal:
El gallo se echó a reír y respondió: tes. La princesa, satisfecha, pensaba: “Permaneceré —Mejor será que me saques la espina de la pata.
—¡Qui… qui… qui… quitaros de aquí! libre toda la vida.” Él así lo hizo, aunque con intención de matar a la
Y se fueron. ♣ raposa y despellejarla; pero el animal dijo:
1 lebrato. 1. m. Liebre nueva o de poco tiempo. —Suéltame y te lo recompensaré.
Diccionario RAEL [N. del Pr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 335 Todos los cuentos
el profanador de textos
El joven la puso en libertad y, como ya anochecía, —Por segunda vez te perdono la vida, pero tu —El cuervo y el pez son unos aprendices, compa-
regresó a casa. cabeza adornará, irremisiblemente, el poste número rados contigo.
El día siguiente había de ocultarse; pero por cien. No cabe duda de que tú eres el más astuto.
mucho que se quebró la cabeza no halló ningún sitio El último día el muchacho se fue al campo, des- Luego se presentó en palacio, donde la princesa
apropiado. Fue al bosque al encuentro del cuervo, y corazonado, y se encontró con la zorra. lo aguardaba ya, resignada a su suerte.
le dijo: —Tú que sabes todos los escondrijos —le dijo—, Se celebró la boda, y el joven se convirtió en rey
—Ayer te perdoné la vida; dime ahora dón- aconséjame, ya que te perdoné la vida, dónde debo y señor de todo el país. Nunca quiso revelarle dónde
de debo esconderme para que la princesa no me ocultarme para que la princesa no me descubra. se había ocultado la tercera vez ni quién le había
descubra. —Difícil es —respondió la zorra, poniendo cara ayudado, por lo que ella vivió en la creencia de que
Bajó el ave la cabeza y estuvo pensando largo de preocupación; pero al fin exclamó: todo había sido fruto de su habilidad, y por ello le
rato, hasta que, al fin, graznó: —¡Ya lo tengo! tuvo siempre en gran respeto, ya que pensaba: “Este
—¡Ya lo tengo! Fue con él a una fuente y, sumergiéndose en ella, es más listo que yo.” ♣
Trajo un huevo de su nido, lo partió en dos y volvió a salir en figura de tratante en ganado. Luego
metió al muchacho dentro; luego volvió a unir las hubo de sumergirse, a su vez, el muchacho, reapare-
dos mitades y se sentó encima. ciendo transformado en lebrato de mar. El mercader
Cuando la princesa se asomó a la primera venta- fue a la ciudad, donde exhibió el gracioso anima-
na no pudo descubrirlo, y tampoco desde la segun- lito, reuniéndose mucha gente a verlo. Al fin bajó
da; empezaba ya a preocuparse cuando, al fin lo vio también la princesa y, prendada de él, lo compró al
desde la décima primera. Mandó matar al cuervo de comerciante por una buena cantidad de dinero.
un tiro y traer el huevo y, al romperlo, apareció el Antes de entregárselo, dijo el tratante al lebrato:
muchacho: —Cuando la princesa vaya a la ventana, escónde-
—Te perdono por esta vez; pero como no lo te bajo la cola de su vestido.
hagas mejor, estás perdido. Al llegar la hora de buscarlo, se asomó la joven
Al día siguiente se fue el muchacho al borde del a todas las ventanas, una tras otra, sin poder
lago y, llamando al pez, le dijo: descubrirlo; y al ver que tampoco desde la déci-
—Te perdoné la vida; ahora indícame dónde mo segunda lograba dar con él le entró tal miedo
debo ocultarme para que la princesa no me vea. y furor, que a golpes rompió en mil pedazos los
Reflexionó el pez un rato y, al fin, exclamó: cristales de todas las ventanas, haciendo retem-
—¡Ya lo tengo! Te encerraré en mi vientre. blar todo el palacio.
Y se lo tragó y bajó a lo más hondo del lago. La Al retirase y encontrar el lebrato debajo de su
hija del Rey miró por las ventanas sin lograr des- cola, lo tomó y, arrojándolo al suelo, exclamó:
cubrirlo desde las once primeras, con la angustia —¡Quítate de mi vista!
consiguiente; pero desde la décima segunda lo vio. El animal se fue al encuentro del mercader y, jun-
Mandó pescar al pez y matarlo, y al abrirlo salió tos, volvieron a la fuente. Se sumergieron de nuevo
el joven de su vientre. Fácil es imaginar el disgusto en las aguas y recuperaron sus figuras propias. El
que se llevó. Ella le dijo: muchacho dio gracias a la zorra, diciéndole:

Jacob & Wilhelm Grimm 336 Todos los cuentos


el profanador de textos
el rey de los ladrones —¿No tenéis hijos que os ayuden en vuestra —¡Santo Dios! —exclamó éste—. ¡Pues es cierto
[KHM192] Der Meisterdieb labor? —preguntó el forastero. que eres mi hijo! —y sintió revivir en su corazón el
—No —respondió el campesino—. Uno tuve, amor paterno—. Mas —prosiguió— ¿cómo puedes
pero se marchó a recorrer mundo hace ya mucho ser mi hijo, si te veo convertido en un gran señor
tiempo. Era un chico descastado; listo y astuto, eso que nada en la riqueza? ¿Cómo has llegado a esta
sí, pero se empeñaba en no aprender nada y no hacía prosperidad?
sino diabluras. Al fin huyó de casa y nunca más he —¡Ay, padre! —respondió el hijo, no atasteis
sabido de él. el arbolito a un poste recto y creció torcido; aho-
El viejo tomó un arbolito, lo introdujo en uno de ra es ya demasiado tarde para enderezarse. ¿Cómo
los agujeros y a su lado colocó un palo recto. Luego he adquirido todo esto? Pues robando. Soy un
llenó el foso con tierra y, cuando la hubo apisonado ladrón. Pero no os asustéis. Me he convertido en
muy bien, ató el árbol al palo por arriba, por abajo y maestro del arte. Para mí no hay cerraduras ni
por el medio con cuerdas de paja. cerrojos que valgan; cuando me apetece una cosa
Un anciano estaba sentado a la puerta de su pobre —Decidme —prosiguió el caballero— ¿por qué es como si ya la tuviese. No vayáis a creer que
casa en compañía de su mujer, descansando tras su no atáis aquel árbol torcido y nudoso del rincón, robo como un ladrón vulgar; quito a los ricos
jornada de trabajo. De pronto llegó, como de paso, aquel que se curva casi hasta el suelo, a un palo recto lo que les sobra y nada han de temer los pobres;
un magnífico coche tirado por cuatro caballos ne- como hacéis con éste, para que suba derecho? antes les doy lo que quito a los ricos. Además no
gros, del cual se apeó un caballero ricamente vestido. Sonrió el campesino y dijo: toco nada que pueda alcanzar sin fatiga, astucia y
Se levantó el campesino y, dirigiéndose al señor, —Señor, habláis según entendéis las cosas. Bien habilidad.
le preguntó en qué podía servirlo. El forastero estre- se ve que nunca os habéis ocupado en jardinería. —¡Ay, hijo mío! —exclamó el padre—. De todos
chó la mano del viejo y dijo: Aquel árbol es viejo y deforme; ya es imposible modos no me gusta lo que dices: un ladrón es un
—Sólo quiero un plato de los vuestros, sencillo. enderezarlo. Esto sólo puede hacerse cuando los ladrón. Acabarás mal, acuérdate de quién te lo dice.
Preparadme unas patatas como las coméis vosotros; árboles son jóvenes. Lo presentó a su madre la cual, al saber que aquel
me sentaré a vuestra mesa y cenaré con buen apetito. —Lo mismo que con vuestro hijo —replicó el via- era su hijo, prorrumpió a llorar de alegría; pero
El campesino respondió, sonriendo: jero—. Si le hubieseis disciplinado de niño no se habría cuando le dijo que se había convertido en ladrón sus
—Seguramente sois algún conde o príncipe, o escapado; ahora debe haberse vuelto duro y viciado. lágrimas se trocaron en dos torrentes que le inunda-
tal vez un duque. Las personas de alcurnia tienen —Sin duda —convino el labriego—. Han pasado ban el rostro. Dijo al fin:
a veces caprichos extraños, pero el vuestro será muchos años desde que se marchó; habrá cambiado —Aunque sea ladrón es mi hijo, después de todo,
satisfecho. mucho. y mis ojos lo han visto otra vez.
Fue la mujer a la cocina y se puso a lavar y mon- —¿No lo reconoceríais si lo tuvieseis delante? — Se sentaron todos a la mesa, y él volvió a cenar
dar patatas con la idea de guisar unas albóndigas al preguntó el señor. en compañía de sus padres aquellas cosas tan poco
estilo del campo. Mientras ella preparaba la cena, —Por la cara, difícilmente —replicó el campesi- apetitosas que no probara en tanto tiempo. Dijo
dijo el campesino al viajero: no—; pero tiene una señal, un lunar en el hombro entonces el padre:
—Entretanto venid conmigo al huerto, pues aún en forma de alubia. —Si nuestro señor, el conde que vive en el cas-
tengo algo que hacer en él. Había excavado agujeros Al oír esto, el forastero se quitó la casaca y, descu- tillo, se entera de quién eres y lo que haces, no te
para plantar árboles. briéndose el hombro, mostró el lunar al viejo. tomará en brazos para mecerte como hizo cuando te

Jacob & Wilhelm Grimm 337 Todos los cuentos


el profanador de textos
sostuvo en las fuentes bautismales, sino que mandará nasta que se cargó a la espalda y, con paso vacilante inclinó la cabeza hasta casi tocar el cuello del animal,
colgarte en la horca. y mesurado, regresó al castillo del conde. Había ya durmiendo y resoplando como un fuelle; y el tercero
—No os inquietéis, padre, no me hará nada pues cerrado la noche cuando llegó. soltó, a su vez, la cola que sostenía.
entiendo mi oficio. Esta misma tarde iré a visitarlo. Se sentó sobre una piedra, se puso a toser como Los soldados del exterior hacia rato que dor-
Y al anochecer, el maestro ladrón subió a su co- una vieja bronquítica y a frotarse las manos como si mían, tumbados por el suelo, como si fuesen de
che y se dirigió al castillo. El conde lo recibió cortés- tuviese mucho frío. Ante la puerta de la cuadra unos piedra. Al ver el maestro ladrón que le salía bien
mente, pues lo tomó por un personaje distinguido. soldados estaban sentados en torno al fuego, y uno la estratagema, puso en la mano del primero una
Pero cuando el forastero se dio a conocer, palideció y de ellos, dándose cuenta de la vieja, la llamó: cuerda en sustitución de la brida y en la del que
estuvo unos momentos silencioso. Al fin dijo: —Acércate, abuela, ven a calentarte. Por lo visto sostenía la cola, un manojo de paja, Pero, ¿cómo
—Eres mi ahijado; por eso usaré contigo de mise- no tienes cobijo para la noche y duermes donde se las arreglaría con el que estaba sentado sobre el
ricordia y no de justicia y te trataré con indulgencia. puedes. Se aproximó la vieja a pasitos y, después de caballo? No quería bajarlo por miedo a que desper-
Ya que te jactas de ser un maestro en el robo somete- rogar que le descargasen la canasta de la espalda, se tase y se pusiera a gritar.
ré tu habilidad a prueba; pero si fracasas, celebrarás sentó con ellos a la lumbre. Mas no tardo en hallar una solución, Desató la
tus bodas con la hija del cordelero y tendrás por —¿Qué traes en ese barrilito, vejestorio? —pre- cincha y ató la silla a unas cuerdas enrolladas que
música el graznido de los cuervos. guntó uno. pendían de la pared, dejando al caballero en el aire y,
—Señor conde —respondió el maestro—, pen- —Un buen trago de vino —respondió ella—. Me sacando al animal de debajo de la silla, sujetó firme-
sad tres empresas tan difíciles como queráis, y si no gano la vida con este comercio. Por dinero y buenas mente las cuerdas a los postes.
las resuelvo satisfactoriamente haced de mí lo que os palabras os daría un vasito. En un santiamén soltó la cadena que sujetaba al
plazca. —¡Venga! —asintió el soldado —y probó un caballo y salió con él de la cuadra. Mas las pisadas
El conde estuvo reflexionando unos momentos y vaso—. ¡Buen vinillo! —exclamó —. Échame otro. del animal sobre el patio empedrado podían ser
luego dijo: Se tomó otro trago, y los demás siguieron su oídas desde el castillo, y para evitarlo envolvió las
—Pues bien: en primer lugar me robarás de la ejemplo. patas del animal con trapos viejos, lo sacó con toda
cuadra mi caballo preferido; en segundo lugar habrás —¡Hola, compañeros! —gritó uno a los que precaución, montó sobre él y emprendió el galope.
de quitarnos, a mí y a mi esposa, cuando estemos estaban de guardia en la cuadra—. Aquí tenemos Al clarear el día el maestro ladrón volvió a pala-
durmiendo, la sábana de debajo del cuerpo sin que a una abuela que trae un vino tan viejo como ella. cio, caballero en el corcel robado. El conde acababa
lo notemos, y además le quitarás a mi esposa el ani- Tomaos un trago, os calentará el estómago mejor de levantarse y se hallaba asomado a la ventana.
llo de boda del dedo. Finalmente, habrás de llevarte que el fuego. —¡Buenos días, señor conde! —le gritó el la-
de la iglesia al cura y al sacristán. Y advierte que te La vieja se fue a la cuadra con su barrilito, encon- drón—. Aquí os traigo el caballo que saqué sin
va en ello el pellejo. trando con que uno de los guardias estaba montado contratiempo de la cuadra. Ved qué bien duermen
Se dirigió el maestro a la próxima ciudad; com- sobre el caballo ensillado del conde; otro sujetaba la vuestros soldados, y si queréis tomaros la molestia de
pró los vestidos de una vieja campesina y se los puso. rienda con la mano, y un tercero lo tenía agarrado bajar a la caballeriza veréis también cuán apacible-
Se tiñó luego la cara de un color terroso y se pintó por la cola. La abuela sirvió vaso tras vaso, hasta que mente descansan vuestros guardas.
las correspondientes arrugas, con tanta destreza se hubo vaciado el barrilito, y al cabo de poco rato El conde no pudo menos de echarse a reír, y
que nadie lo habría reconocido. Finalmente llenó se le soltaba a uno la rienda de la mano y, cayendo luego dijo:
un barrilito de añejo vino húngaro, en el que había al suelo, empezó a roncar estrepitosamente. El que —La primera vez te has salido con la tuya; pero
mezclado un soporífero. Puso el barrilito en una ca- estaba montado, si bien continuó sobre el caballo, de la segunda no escaparás tan fácilmente. Y te ad-

Jacob & Wilhelm Grimm 338 Todos los cuentos


el profanador de textos
vierto que si te pesco actuando de ladrón, te trataré la ha pagado con la vida; dejemos que se la lleve a la y a la última campanada gritó él con voz recia y
como tal. tumba. estridente:
Aquella noche al acostarse, la condesa cerró La condesa no quiso contradecir a su esposo y, —¡Oíd pecadores, ha llegado el fin de todas las
firmemente la mano en la que llevaba el anillo de aunque a regañadientes, se sacó el anillo del dedo y cosas, se acerca el día del Juicio Universal! ¡Oíd! ¡Oíd!
boda, y el conde dijo: se lo entregó. Se marchó el ladrón con los dos obje- El que quiera subir al cielo conmigo que se introduzca
—Todas las puertas están cerradas con llave y tos y llegó felizmente a su casa antes de que el conde en el saco. Yo soy San Pedro, el que abre y cierra la
cerrojo. Yo velaré esperando al ladrón, y si sube por hubiese terminado su labor de sepulturero. puerta del Paraíso. Mirad allá fuera, en el cementerio,
la ventana lo derribaré de un tiro. Había que ver la cara del buen conde cuando, a cómo andan los muertos juntando sus osamentas.
Por su parte, el maestro en el arte del robo se fue a la mañana siguiente, se presentó el maestro con la ¡Venid, venid al saco pues el mundo se hunde!
la horca, una vez oscurecido, cortó la cuerda de uno sábana y la sortija. Sus gritos resonaban en el pueblo entero y los
de los ajusticiados que colgaban de ella y, cargándose —¿Eres, acaso, brujo? —le preguntó—. ¿Quién primeros en oírlos fueron el cura y el sacristán, que
el cuerpo a la espalda, lo llevó hasta el castillo. te ha sacado de la sepultura en que yo mismo te vivían junto a la iglesia; y cuando vieron las lucecitas
Una vez allí, puso una escalera que llegaba hasta deposité, y quién te ha resucitado? que corrían en todas direcciones por el camposanto,
la ventana del dormitorio y subió por ella con el —No fue a mí a quien enterrasteis —respondió comprendiendo que ocurría algo insólito, entraron
muerto sobre sus hombros. Cuando la cabeza del ca- el ladrón— sino a un pobre ajusticiado de la horca en el templo.
dáver apareció en la ventana el conde, que acechaba —y le contó detalladamente cómo había sucedido Después de escuchar unos momentos el sermón,
desde la cama, le disparó la pistola. El ladrón soltó todo, y el conde hubo de admitir que era un ladrón se dirigió el sacristán al cura y le dijo:
el cuerpo y bajando él rápidamente, fue a ocultarse hábil y astuto. —Creo que no haríamos mal en aprovechar esta
en una esquina. La luna era muy clara, y el maestro —Pero todavía no has terminado —añadió—. oportunidad; así nos sería fácil llegar juntos al cielo
pudo ver cómo el conde bajaba desde la ventana por Te queda el tercer trabajo y, si fracasas, de nada te antes de que amanezca.
la escalera y transportaba el cadáver al jardín, donde servirá lo que has hecho hasta ahora. —Cierto —respondió el cura—. También yo lo
se puso a cavar un hoyo para enterrarlo. El maestro se limitó a sonreír. pienso; si os parece, vamos allá.
—Este es el momento —pensó el ladrón— y Cerrada la noche se dirigió a la iglesia del pue- —Sí —asintió el sacristán—. Pero vos, señor
deslizándose sigilosamente desde su escondite subió blo con un largo saco a la espalda, un lío debajo párroco, debéis pasar primero; yo os sigo.
por la escalera a la alcoba de la condesa. del brazo y una linterna en la mano. En el saco Se adelantó, pues, el párroco y subió al púlpito,
—Esposa —dijo imitando la voz del conde—, llevaba cangrejos, y en el lío velas de cera. Entró donde el ladrón le presentó el saco abierto, en el que
he matado al ladrón. De todos modos, mi ahijado en el camposanto, sacó un cangrejo del saco, se metió seguido del sacristán. En seguida, el maes-
era más bien un bribón que un malvado; no quiero le pegó una candelilla en el dorso y la encen- tro lo ató firmemente y, cogiéndolo por el cabo, se
entregarlo a la vergüenza pública; además me dan dió; sacó luego un segundo cangrejo y repitió la puso a arrastrarlo escaleras abajo. Y cada vez que las
lástima sus padres. Antes de que amanezca lo en- operación, y así con todos y, depositándolos en cabezas de los dos necios daban contra un peldaño,
terraré en el jardín para que no se divulgue la cosa. el suelo, los dejó que se esparciesen a voluntad. exclamaba:
Dame la sábana para envolver el cuerpo; lo enterraré Se cubrió con una larga túnica negra parecida a —Ya pasamos por las montañas—. Luego fue
como a un perro. un hábito de monje y se pegó una barba blanca. arrastrándolos del mismo modo a través del pueblo;
La condesa le dio la sábana. Así transformado, tomó el saco en el que había y cuando pasaba por los charcos, les decía:
—¿Sabes qué? —prosiguió el ladrón—. Tengo llevado los cangrejos, entró en la iglesia y subió al —Ahora atravesamos las húmedas nubes —y,
una corazonada. Dame también tu sortija. El infeliz púlpito. El reloj de la torre estaba dando las doce, finalmente, al subir la escalera de palacio—: Ya

Jacob & Wilhelm Grimm 339 Todos los cuentos


el profanador de textos
estamos en la escalera del cielo, y pronto llegaremos el tambor vuelo. Mis hermanas se marcharon ya; pero yo tuve
al vestíbulo. [KHM193] Der Trommler que quedarme. Devuélveme la camisita, te lo ruego.
Una vez arriba, descargó el saco dentro del palo- —Tranquilízate, pobre niña —dijo el tambor—.
mar y al salir las palomas aleteando dijo: Te la daré con mucho gusto—. Y sacándola del
—¿No oís cómo se alegran los ángeles y aletean? bolsillo, se la alargó en la oscuridad. Ella la tomó y
Y corriendo el cerrojo, se marchó. se dispuso a retirarse.
A la mañana siguiente se presentó al conde y le —Aguarda un momento —dijo el muchacho—.
comunicó que quedaba cumplida la tercera em- Tal vez pueda yo ayudarte.
presa, pues se había llevado de la iglesia al cura y al —Sólo podrías hacerlo subiendo a la cumbre de
sacristán. la montaña de cristal y arrancándome del poder de
—¿Y dónde los dejaste? —preguntó el señor. la bruja. Pero a la montaña no podrás llegar; aún su-
—Arriba, en el palomar, dentro de un saco. Y se poniendo que llegaras al pie, jamás lograrías escalar
figuran que se hallan en el cielo. Un anochecer caminaba un joven tambor por el la cumbre.
Subió personalmente el conde y pudo cerciorarse campo, completamente solo, y al llegar a la orilla de —Para mí, querer es poder —dijo el tambor—.
de que el ladrón le decía la verdad. Cuando hubo li- un lago vio tendidas en ellas tres diminutas prendas Me inspiras lástima y yo no le temo a nada. Pero no
berado de su prisión al párroco y a su ayudante, dijo: de ropa blanca. “¡Vaya unas prendas bonitas!,” se sé el camino que conduce a la montaña.
—Eres el rey de los ladrones y has ganado tu cau- dijo, y se guardó una en el bolsillo. —El camino atraviesa el gran bosque poblado de
sa. Por esta vez salvas el pellejo; mas procura mar- Al llegar a su casa se metió en la cama, sin acor- ogros —respondió la muchacha—. Es cuanto puedo
charte de mis dominios, pues si vuelves a presentarte darse ni por un momento de su hallazgo. Pero decirte.
en ellos, ten la seguridad de que serás ahorcado. cuando estaba a punto de dormirse, le pareció que Y la oyó alejarse.
El ladrón se despidió de sus padres, se marchó de alguien pronunciaba su nombre. Aguzó el oído y Al clarear el día se puso el soldado en camino.
nuevo a recorrer mundo, y nunca más nadie supo de pudo percibir una voz dulce y suave que le decía: Con el tambor colgado del hombro se adentró,
él. ♣ —¡Tambor, tambor, despierta! sin miedo, en el bosque y viendo, al cabo de buen
Como era noche oscura no pudo ver a nadie; rato de caminar por él, en que no aparecía nin-
pero tuvo la impresión de que una figura se movía gún gigante, pensó: “Será cosa de despertar a esos
delante de su cama. dormilones.”
—¿Qué quieres? —preguntó. Puso el tambor en posición y empezó a redo-
—Devuélveme mi camisita —respondió la blarlo tan vigorosamente que las aves remontaron el
voz—; la que me quitaste anoche junto al lago. vuelo con gran algarabía. Poco después se levantaba
—Te la daré si me dices quién eres —respondió un gigante, tan alto como un pino, que había estado
el tambor. durmiendo sobre la hierba.
—¡Ah! —clamó la voz—. Soy la hija de un —¡Renacuajo! —le gritó—, ¿cómo se te ocurre
poderoso rey; pero caí en poder de una bruja y vivo meter tanto ruido y despertarme del mejor de los
desterrada en la montaña de cristal. Todos los días sueños?
mis dos hermanas y yo hemos de ir a bañamos al —Toco —respondió el tambor— para indicar el
lago; pero sin mi camisita no puedo reemprender el camino a los muchos millares que me siguen.

Jacob & Wilhelm Grimm 340 Todos los cuentos


el profanador de textos
—¿Y qué vienen a buscar al bosque? —preguntó tercero, el cual sacó al hombrecito del ojal y se lo co- cho se subió en la silla y, expresando el deseo de
el gigante. locó en el ala del sombrero; y ahí tenemos a nuestro ser transportado a la cumbre de la montaña de
—Quieren exterminar y limpiar el bosque de las soldado, paseando por encima de los pinos. cristal, se encontró en ella en un abrir y cerrar
alimañas de tu especie. Divisó a lo lejos una montaña azul y pensó: “Esa de ojos.
—¡Vaya! —exclamó el monstruo—. Os mataré a debe ser la montaña de cristal,” y en efecto, lo era. El La cima era una meseta en la cual se levantaba
pisotones como si fueseis hormigas. gigante dio unos cuantos pasos y llegaron al pie de una vieja casa de piedra; delante de la casa se exten-
—¿Crees que podrás con nosotros? —replicó el la montaña, donde se apeó el tambor. Ya en tierra, día un gran estanque y detrás quedaba un bosque
tambor. Cuando te agaches para tomar a uno, se te pidió al grandullón que lo llevase a la cumbre; pero grande y tenebroso. No vio seres humanos ni anima-
escapará y se ocultará; y en cuanto te eches a dor- el grandullón sacudió la cabeza y, refunfuñando algo les; reinaba allí un silencio absoluto, interrumpido
mir saldrán todos de los matorrales y se te subirán entre dientes, regresó al bosque. solamente por el rumor del viento entre los árboles;
encima. Llevan en el cinto un martillo de hierro y te Y ahí tenemos al pobre tambor ante la montaña, tan y las nubes se deslizaban raudas, a muy poca altura,
partirán el cráneo. alta como si hubiesen puesto tres, una encima de otra sobre su cabeza.
Se preocupó el gigante y pensó: “Si no procuro y, además, lisa como un espejo. ¿Cómo arreglárselas? Se acercó a la puerta y llamó. A la tercera llamada
entenderme con esta gentecilla astuta, a lo mejor Intentó la escalada, pero en vano; se resbalaba cada vez. se presentó a abrir una vieja de cara muy morena y
salgo perdiendo. A los osos y los lobos les aprieto el “¡Quién tuviese alas!,” suspiró; pero de nada sir- ojos encarnados; llevaba anteojos cabalgando sobre
gaznate; pero ante los gusanillos de la tierra estoy vió desearlo; las alas no le crecieron. Mientras estaba su larga nariz y mirándolo con expresión escrutado-
indefenso.” perplejo sin saber qué hacer, vio a poca distancia a ra, le preguntó qué deseaba.
—Oye pequeño —prosiguió en alta voz—, retí- dos hombres que disputaban acaloradamente. Se —Entrada, comida y cama —respondió el
rate y te prometo que en adelante os dejaré en paz acercó a ellos, y se enteró de que el motivo de la riña tambor.
a ti y a los tuyos; además, si tienes algún deseo que era una silla de montar colocada en el suelo y que —Lo tendrás —replicó la vieja— si te avienes
satisfacer, dímelo y te ayudaré. cada uno quería para sí. antes a hacer tres trabajos.
—Tienes largas piernas —dijo el tambor y pue- —¡Qué necios sois! —le dijo—. Os peleáis por —¿Por qué no? —dijo él—. No me asusta nin-
des correr más que yo. Si te comprometes a llevarme una silla y ni siquiera tenéis caballo. gún trabajo por duro que sea.
a la montaña de cristal, tocaré señal de retirada, y —Es que la silla merece la pena —respondió uno La mujer le franqueó el paso, le dio de comer y,
por esta vez los míos te dejarán en paz. de los hombres—. Quien se suba en ella y manifieste al llegar la noche, una cama. Por la mañana, cuando
—Ven, gusano —respondió el gigante—, súbete el deseo de trasladarse adonde sea, aunque se trate ya estaba descansado, la vieja se sacó un dedal del
en mi hombro y te llevaré adonde quieras. del fin del mundo, en un instante se encuentra en el esmirriado dedo, se lo dio y le dijo:
Lo levantó y, desde la altura, nuestro soldado lugar pedido. La silla es de los dos y ahora me toca a —Ahora, a trabajar. Con este dedal tendrás que
se puso a redoblar con todas sus fuerzas. Pensó el mí montarla, pero éste se opone. vaciarme todo el estanque; debes terminar antes del
gigante: “Debe de ser la señal de que se retiren los —Yo arreglaré la cuestión —dijo el tambor; se anochecer, clasificando y disponiendo por grupos
otros.” alejó a cierta distancia y clavó un palo blanco en el todos los peces que contiene.
Al cabo de un rato les salió al encuentro un suelo. Luego volvió a los hombres y dijo: —¡Vaya un trabajo raro! —dijo el tambor, y se
segundo gigante que, tomando al tamborcillo, se lo —El palo es la meta; el que primero llegue a ella, fue al estanque para vaciarlo. Estuvo trabajando toda
puso en el ojal. El soldado se agarró al botón, que ése montará antes que el otro. la mañana; pero, ¿qué puede hacerse con un dedal
era tan grande coma un plato, y se puso a mirar Emprendieron los dos la carrera, y en cuanto ante tanta agua, aunque estuviera uno vaciando
alegremente en derredor. Luego se toparon con un se hubieron alejado un trecho nuestro mucha- durante mil años?

Jacob & Wilhelm Grimm 341 Todos los cuentos


el profanador de textos
A mediodía pensó: “Es inútil; lo mismo da que pez a la cara. Simuló ella no haberlo notado y Se levantó el tambor con las primeras luces del
trabaje como que lo deje,” y se sentó a la orilla. Vino nada dijo; pero de sus ojos se escapó una mirada alba para acarrear la leña; pero, ¿cómo podía un
entonces de la casa una muchacha y dejando a su maligna. hombre solo transportar todo un bosque? El trabajo
lado un cestito con la comida, le dijo: A la mañana siguiente lo llamó de nuevo: no adelantaba. Pero la muchacha no lo abandonó en
—¿Qué ocurre, pues te veo muy triste? —Ayer te saliste fácilmente con la tuya; pero su pena; le trajo a mediodía la comida y, después que
Alzando él la mirada, vio que la doncella era hoy será más difícil. Has de talarme todo el bosque, la hubo comido, se sentó con la cabeza en su regazo
hermosísima. partir los troncos y disponerlos en montones; y debe y se quedó dormido.
—¡Ay! —le respondió—. Si no puedo hacer el quedar terminado al anochecer. Cuando se despertó ardía toda la pira en llamas
primer trabajo, ¿cómo serán los otros? Vine para re- Y le dio un hacha, una maza y dos cuñas; pero altísimas, cuyas lenguas llegaban al cielo.
dimir a una princesa que debe habitar aquí; pero no la primera era de plomo y las otras de hojalata. A —Escúchame —le dijo la doncella—: cuan-
la he encontrado. Continuaré mi ruta. —Quédate los primeros golpes las herramientas se torcieron y do venga la bruja te mandará mil cosas; haz sin
—le dijo la muchacha— yo te sacaré del apuro. aplastaron, dejándolo desarmado. temor cuanto te ordene; sólo así no podrá nada
Estás cansado; reclina la cabeza sobre mi rega- Hacia mediodía volvió la muchacha con la comi- contigo; pero si tienes miedo serás víctima del
zo y duerme. Cuando despiertes, la labor estará da y lo consoló: fuego. Finalmente, cuando ya lo hayas realizado
terminada. —Descansa la cabeza en mi regazo y duerme; todo, la agarras con ambas manos y la arrojas a la
El tambor no se lo hizo repetir, y en cuanto se le cuando te despiertes, el trabajo estará hecho. hoguera.
cerraron los ojos la doncella dio la vuelta a una sorti- Dio vuelta al anillo milagroso y, en un instante, Se marchó la muchacha y, a poco, se presentó la
ja mágica y pronunció las siguientes palabras: se desplomó el bosque entero con gran estruendo, vieja.
partiéndose la madera por sí sola y estibándose en —¡Uy, qué frío tengo! —exclamó—. Pero ahí
Agua, sube. Peces, afuera. montones; parecía como si gigantes invisibles efec- arde un fuego que me calentará mis viejos huesos.
tuasen la labor. ¡Qué bien! Allí veo un tarugo que no quema; sácalo.
Inmediatamente subió el agua, semejante a una Cuando se despertó, le dijo la doncella: Si lo haces, quedarás libre y podrás marcharte adon-
blanca niebla, y se mezcló con las nubes mientras los —¿Ves? La madera está partida y amontonada; de quieras. ¡Ala, adentro sin miedo!
peces coleteaban y saltaban a la orilla, colocándose sólo queda suelta una rama; cuando esta noche te El tambor no lo pensó mucho y saltó en medio
unos al lado de otros, distribuidos por especies y pregunte la vieja por qué, le das un golpe con la de las llamas; pero éstas no lo quemaron, ni siquiera
tamaños. rama y le respondes: “¡Esto es para ti, vieja bruja!” le chamuscaron el cabello. Tomó el tarugo y lo sacó
Al despertar, el tambor comprobó, asombrado, Vino la vieja: de la pira.
que ya estaba hecho todo el trabajo. Pero la mucha- —¿Ves —le dijo la bruja— qué fácil resulto el Mas apenas la madera hubo tocado el suelo se
cha le dijo: trabajo? Pero, ¿qué hace ahí esa rama? transformó, y nuestro muchacho vio de pie ante él
—Uno de los peces no está con los suyos sino —¡Es para ti, vieja bruja! —respondió el mucha- a la hermosa doncella que le había ayudado en los
solo. Cuando la vieja venga esta noche a comprobar cho, dándole un golpe con ella. momentos difíciles.
si está listo el trabajo que te encargó, te preguntará: La mujer hizo como si no lo sintiera, y con una Y por los vestidos de seda y oro que llevaba, com-
“¿Qué hace este pez aquí solo?” Tíraselo entonces a risa burlona le dijo: prendió que se trataba de la princesa.
la cara, diciéndole: “¡Es para ti, vieja bruja!” —Mañana harás un montón de toda esta La vieja prorrumpió en una carcajada diabólica y
Se presentó la mujer a la hora del crepúsculo leña, le prenderás fuego y habrá de consumirse dijo:
y, al hacerle la pregunta, el tambor le arrojó el completamente. —Piensas que ya es tuya; pero no lo es todavía.

Jacob & Wilhelm Grimm 342 Todos los cuentos


el profanador de textos
Y se disponía a lanzarse sobre la doncella para Cuando llegó a la casa paterna nadie lo conoció. En seguida tuvo el vestido en sus manos; y su
llevársela; pero él agarró a la bruja con ambas ma- ¡Tanto había cambiado! Pues resulta que los tres días brillo era tal que parecía tejido de puros rayos.
nos, la levantó en el aire y la arrojó entre las llamas, que pasara en la montaña habían sido, en realidad, Cuando todos los invitados se hallaban reunidos,
que en seguida se cerraron sobre ella como ávidas de tres largos años. entró ella en la sala. Todos los presentes se admira-
devorar a la hechicera. Se dió a conocer y sus padres se le arrojaron al ron al contemplar un vestido tan magnífico; pero la
La princesa se quedó mirando al tambor, y al ver cuello locos de alegría; y estaba el muchacho tan más admirada fue la novia, cuyo mayor deseo fue el
que era un muchacho gallardo y apuesto, y pen- emocionado que, sin acordarse de la recomendación conseguir aquel vestido.
sando que se había jugado la vida para redimirla, de su prometida, los besó en las dos mejillas. Y en el Se dirigió, pues, a la desconocida y le preguntó si
alargándole la mano le dijo: momento en que estampó el beso en la mejilla dere- quería venderlo.
—Te has expuesto por mí; ahora, yo lo haré por cha se le borró por completo de la memoria todo lo —No por dinero —respondió ella—; pero os lo
ti. Si me prometes fidelidad, serás mi esposo. No nos referente a la princesa. daré si me permitís pasar la noche ante la puerta de
faltarán riquezas; tendremos bastantes con las que la Vaciando los bolsillos, puso sobre la mesa puña- la habitación del novio.
bruja ha reunido aquí. dos de piedras preciosas, tantas que los padres no La novia, con el afán de poseer la prenda accedió;
Lo condujo a la casa, donde encontraron cajas y sabían qué hacer con tanta riqueza. pero mezcló un somnífero en el vino que se sirvió al
cajones repletos de sus tesoros. Dejaron el oro y la El padre edificó un magnífico castillo rodeado de novio, por lo que éste quedó sumido en profundo
plata y se llevaron únicamente las piedras preciosas. jardines, bosques y prados, como si se destinara a la sueño. Cuando ya reinó el silencio en todo el palacio
No queriendo permanecer por más tiempo en la residencia de un príncipe. Cuando estuvo termina- la princesa, pegándose a la puerta del aposento y
montaña de cristal, dijo el tambor a la princesa: do, dijo la madre: entreabriéndola, dijo en voz alta:
—Siéntate en mi silla y bajaremos volando como —He elegido una novia para ti; dentro de tres
aves. días celebraremos la boda. Tambor mío, escucha mis palabras.
—No me gusta esta vieja silla —respondió ella—. El hijo se mostró conforme con todo lo que qui- ¿Te olvidaste de tu amada,
Sólo con dar vuelta a mi anillo mágico estamos en sieron sus padres. la de la montaña encantada?
casa. La pobre princesa estuvo aguardando largo ¿De la bruja no te salvé, mi vida?
—Bien —asintió él—; entonces, pide que nos tiempo a la entrada de la ciudad la vuelta de su ¿No me juraste fidelidad rendida?
sitúe en la puerta de la ciudad. prometido. Al anochecer pensó: “Seguramente ha Tambor mío, escucha mis palabras.
Estuvieron en ella en un santiamén, y el tambor besado a sus padres en la mejilla derecha y me ha
dijo: olvidado.” Se llenó su corazón de tristeza y pidió Pero todo fue en vano; el tambor no se des-
—Antes quiero ir a ver a mis padres y darles la volver a la solitaria casita del bosque, lejos de la pertó, y al llegar la mañana la princesa hubo de
noticia. Aguárdame tú aquí en el campo; no tardaré corte de su padre. retirarse sin haber conseguido su propósito. Al
en regresar. Todas las noches volvía a la ciudad y pasaba por atardecer del segundo día volvió a hacer girar el
—¡Ay! —exclamó la doncella—. Ve con mucho delante de la casa del joven; él la vio muchas veces anillo y dijo:
cuidado; cuando llegues a casa no beses a tus padres en pero no la reconoció. Al fin, oyó que la gente decía: —Quiero un vestido plateado como la luna.
la mejilla derecha; si lo hicieses te olvidarías de todo y yo —Mañana se celebra su boda. “Intentaré reco- Y cuando se presentó en la fiesta en su nuevo
me quedaría sola y abandonada en el campo. brar su corazón,” pensó. Y el primer día de la fiesta, vestido, que competía con la luna en suavidad y
—¿Cómo es posible que te olvide? —contestó él; dando vuelta al anillo mágico dijo: delicadeza, despertó de nuevo la codicia de la novia,
y le prometió estar muy pronto de vuelta. —Quiero un vestido reluciente como el sol. logrando también su conformidad de que pasase la

Jacob & Wilhelm Grimm 343 Todos los cuentos


el profanador de textos
segunda noche ante la puerta del dormitorio. Y en la de la montaña encantada? la espiga de trigo
medio del silencio nocturno volvió a exclamar: ¿De la bruja no te salvé, mi vida? [KHM194] Die Kornähre
¿No me juraste fidelidad rendida?
Tambor mío, escucha mis palabras. Tambor mío, escucha mis palabras.
¿Te olvidaste de tu amada,
la de la montaña encantada? Y de repente, recuperó la memoria.
¿De la bruja no te salvé, mi vida? —¡Ay —exclamó—, cómo es posible que haya
¿No me juraste fidelidad rendida? obrado de un modo tan desleal! Tuvo la culpa el
Tambor mío, escucha mis palabras. beso que di a mis padres en la mejilla derecha; él me
aturdió.
Pero el tambor, bajo los efectos del narcótico, Y precipitándose a la puerta y tomando de la
no se despertó tampoco y la muchacha, al llegar la mano a la princesa, la llevó al dormitorio de sus
mañana, hubo de regresar tristemente a su casa del padres. En aquellos tiempos en que Dios Nuestro Señor andaba
bosque. —Ésta es mi verdadera prometida —les dijo—, aún por el mundo, la fertilidad del suelo era mucho ma-
Pero las gentes del palacio habían oído las lamen- y si no me caso con ella cometeré una grandísima yor que hoy; entonces llevaban las espigas, no cincuenta
taciones de la princesa y dieron cuenta de ello al injusticia. o sesenta semillas, sino cuatrocientas o quinientas. Los
novio, diciéndole también que a él le era imposible Los padres, al enterarse de todo lo sucedido, die- granos salían en el tallo desde arriba hasta el suelo: todo
oírla, porque en el vino que se tomaba al acostarse ron su consentimiento. Fueron encendidas de nuevo el tallo era espiga. Pero así son los hombres: en la abun-
mezclaban un narcótico. las luces de la sala, sonaron tambores y trompetas, dancia se olvidan de que aquella bendición les viene de
Al tercer día, la princesa dio vuelta al prodigioso se enviaron invitaciones a amigos y parientes y se Dios y se vuelven indiferentes y frívolos.
anillo y dijo: celebró la boda con la mayor alegría. Un día pasaba una mujer por un campo de trigo
—Quiero un vestido centelleante como las La otra prometida se quedó con los hermosos y su hijito, que iba con ella, se cayó en una charca y
estrellas. vestidos y con ellos se dio por satisfecha. ♣ se ensució el vestidito. La madre arrancó un puñado
Al aparecer en la fiesta, la novia quedó anonadada de hermosas espigas y las usó para limpiar la ropita
ante la magnificencia del nuevo traje, mucho más del niño. Al verlo Nuestro Señor, que acertaba a
hermoso que los anteriores y dijo: pasar también por allí dijo, indignado:
—Ha de ser mío y lo será. —En adelante, el tallo del trigo no llevará espiga;
La princesa se lo cedió como las veces anteriores, a los hombres no merecen los dones del cielo.
cambio del permiso de pasar la noche ante la puerta del Los presentes, al oír aquellas palabras se asustaron
aposento del novio. Éste, empero, no se tomó el vino y, cayendo de rodillas, suplicaron al Señor que dejase
que le sirvieron al ir a acostarse sino que lo vertió detrás algo de grano en el tallo; si ellos no lo merecían, que lo
de la cama. Y cuando ya en toda la casa reinó el silencio, hiciera al menos en consideración a los inocentes pollos
pudo oír la voz de la doncella que le decía: que, de otro modo, habrían de morir de hambre.
El Señor, previendo la miseria a que los condenaba,
Tambor mío, escucha mis palabras. se apiadó y accedió a su ruego. Y de este modo quedó la
¿Te olvidaste de tu amada, espiga en la parte superior, tal como la vemos hoy. ♣

Jacob & Wilhelm Grimm 344 Todos los cuentos


el profanador de textos
la tumba poseído todo lo que existe bajo el cielo, no habría pensó: “Conmigo se mostró compasivo; con su gra-
[KHM195] Der Grabhügel tenido aún bastante. no pude saciar a mis hambrientos hijos; y aunque así
Al escuchar el hombre esta respuesta se asustó en no fuese, ya que lo prometí debo cumplirlo.”
gran manera; las rodillas empezaron a temblarle y Al llegar la noche se encaminó al cementerio y
tuvo que sentarse. se sentó sobre la tumba. El silencio era absoluto. La
En aquel momento volvieron a llamar; esta vez, luna iluminaba la sepultura; de vez en cuando pasa-
en la puerta de la habitación. Era su vecino, un po- ba volando una lechuza y lanzaba su grito lastimero.
bre infeliz padre de un montón de hijos a los que no Cuando salió el sol, nuestro hombre regresó a su
podía dar de comer. casa sin novedad.
“Bien sé —pensó el desgraciado— que mi vecino La segunda noche discurrió tan tranquila como
es tan duro de corazón como rico. No creo que me la primera. Pero al atardecer del tercer día, el buen
ayude; pero mis hijos necesitan pan; no perderé hombre experimentó una angustia inexplicable;
Un rico campesino se estaba un día en la era con- nada con probar.” Y dijo al rico: presentía que iba a ocurrirle algo.
templando sus campos y huertos; el grano crecía —No os gusta desprenderos de lo vuestro, ya lo Al llegar al cementerio vio a un desconocido apo-
muy abundante y los árboles frutales estaban carga- sé; pero me presento ante vos como un hombre que yado en la pared. No era joven; tenía el rostro lleno
dos de fruta. La cosecha del año anterior se hallaba está con el agua al cuello. Mis hijos se mueren de de cicatrices y su mirada era aguda y fogosa. Iba
todavía en el granero, tan abundante que a duras hambre: prestadme cuatro medidas de trigo. envuelto en una vieja capa, bajo la cual aparecían
penas resistían las vigas su peso. Pasó luego al establo El rico lo miró un buen rato, y el primer rayo de unas grandes botas de montar.
lleno de bueyes cebados, magníficas vacas y caballos sol de la misericordia derritió una gota del hielo de —¿Qué buscas aquí? —le preguntó el labra-
de piel lisa y reluciente. Por último, subiendo a su su codicia. dor—. ¿No te da miedo la soledad del cementerio?
aposento contempló las arcas de hierro que encerra- —No te prestaré cuatro medidas —le respon- —No busco nada —respondió el forastero—,
ban sus caudales. dió—, sino que te regalaré ocho; pero con una pero tampoco temo a nada. Soy como aquel mucha-
Mientras se hallaba absorto considerando sus condición. cho que salió a recorrer mundo para aprender lo que
riquezas oyó una fuerte llamada, muy cerca de don- —¿Qué debo hacer? —preguntó el pobre. es el miedo y no lo consiguió. Pero a aquél le tocó en
de él estaba; mas no era en la puerta del aposento —Cuando me muera habrás de velar tres noches suerte casarse con una princesa que le aportó gran-
sino en la de su corazón. Abrió y oyó una voz que le junto a mi tumba. des riquezas, mientras que yo he sido siempre pobre.
decía: No le hizo mucha gracia al labrador aquella exi- Soy soldado licenciado y pienso pasar la noche aquí,
—¿Has ayudado a los tuyos? ¿Has pensado en los gencia, pero en la necesidad en que se encontraba se a falta de otro refugio.
pobres? ¿Has compartido tu pan con los hambrien- habría avenido a todo, por lo que dio su promesa y —Si no tienes miedo —dijo el labriego, quédate
tos? ¿Te has contentado con lo que poseías, o has se retiró con el trigo. conmigo y ayúdame a velar sobre esta tumba.
codiciado más y más? Parecía como si el rico hubiese previsto lo que —Esto de velar es misión de un soldado —res-
El corazón respondió sin vacilar: iba a ocurrir: a los tres días cayó muerto de repente. pondió el otro—. Compartiremos lo que suceda, sea
—He sido duro e inexorable y jamás hice el No se supo con certeza cómo había ocurrido la cosa; bueno o malo.
menor bien a los míos. Cuando se me presentó un pero nadie se condolió de su muerte. El campesino estuvo de acuerdo, y los dos se sen-
pobre aparté de él la mirada. No pensé en Dios sino Cuando lo enterraron el pobre se acordó de su taron sobre la sepultura. Todo permaneció tranquilo
únicamente en aumentar mis riquezas. Si hubiese promesa y, aunque deseaba verse libre de cumplirla hasta medianoche. A esta hora, un agudo silbido

Jacob & Wilhelm Grimm 345 Todos los cuentos


el profanador de textos
rasgó de repente el aire y los dos guardianes vieron al El negro vació el saco, el oro pasó a través de la el viejo Rinkrank
diablo en carne y hueso, de pie ante ellos. bota y ésta quedó vacía. [KHM196] Oll Rinkrank
—¡Fuera de aquí, bribones! —les gritó—. El que —¡Estúpido! —exclamó el soldado—. Esto no
está aquí enterrado es mío y vengo a llevármelo; y si basta. ¿No os lo he dicho? Id por más.
no os apartáis os retorceré el pescuezo. El diablo meneó la cabeza, se marchó y, al cabo
—Mi señor de la pluma roja —replicó el solda- de una hora comparecía de nuevo con otro saco,
do—, vos no sois mi capitán y no tengo por qué mucho mayor, debajo del brazo.
obedeceros; y en cuanto a tener miedo, es cosa que —Echadlo —dijo el soldado—, pero dudo que
aún no he aprendido. Continuad vuestro camino, baste para llenar la bota.
que nosotros no nos movemos. Sonó el oro al caer, pero la bota siguió vacía.
Pensó el diablo: “Lo mejor será deshacerse de El diablo miró el interior con sus ojos de fuego,
ellos con un poco de dinero,” y adoptando un tono pero hubo de persuadirse de que era verdad.
más apacible les propuso que abandonasen el lugar a — ¡Vaya piernas largas que tenéis!—exclamó, Érase una vez un rey que tenía una hija. Se hizo
cambio de un bolso de oro. torciendo el gesto. construir una montaña de cristal y dijo:
—Eso es hablar —respondió el soldado—; pero —¿Pensabais, acaso, que tenía pie de caballo, —El que sea capaz de correr por ella sin caerse se
con un bolso no nos basta. Si os avenís a darnos como vos? ¿Desde cuando sois tan roñoso? Ya podéis casará con mi hija.
todo el oro que quepa en una de mis botas, os deja- arreglaros para traer más oro; de lo contrario, no hay He aquí que se presentó un pretendiente y
remos libre el campo y nos marcharemos. nada de lo dicho. preguntó al Rey si podría obtener la mano de la
—No llevo encima el suficiente —dijo el Y el diablo no tuvo más remedio que largarse princesa.
diablo—, pero iré a buscarlo. En la ciudad con- otra vez. Tardó en volver mucho más que antes; pero —Sí —le respondió el Rey—; si eres capaz de
tigua vive un cambista que es amigo mío y me lo al fin compareció, agobiado por el saco que traía a subir corriendo a la montaña sin caerte, la princesa
prestará. la espalda. Soltó el contenido en la bota, pero ésta será tuya.
Cuando el diablo se hubo alejado, el soldado, quedaba tan vacía como antes. Furioso, hizo un Dijo entonces la hija del Rey que subiría con él
quitándose la bota izquierda, dijo: movimiento para arrancar la prenda de manos del y lo sostendría si se caía. Emprendieron el ascenso
—Vamos a jugarle una mala pasada a este carbo- soldado; pero en el mismo momento brilló en el y, al llegar a media cuesta la princesa resbaló y cayó
nero. Dejadme vuestro cuchillo, compadre. cielo el primer rayo del sol del amanecer y el malig- y, abriéndose la montaña, se hundió en sus entrañas
Y cortó la suela de la bota, que colocó luego al no espíritu escapó con un grito estridente. La pobre sin que el pretendiente pudiese ver dónde había ido
lado de la sepultura, al borde de un foso profundo alma estaba salvada. a parar, pues la montaña se había vuelto a cerrar en
disimulado por la alta hierba. El campesino quiso repartir el oro, pero el solda- seguida.
—Así está bien —dijo—. Que venga el do le dijo: Se lamentó y lloró el muchacho lo indecible, y
deshollinador. —Da mi parte a los pobres. Yo me alojaré en tu también el Rey se puso muy triste y dio orden de
Se sentaron los dos aguardando su vuelta, que cabaña, y con lo que queda viviremos en paz y tran- romper y excavar la montaña con la esperanza de
no se hizo esperar mucho. Venia el diablo con un quilidad el tiempo que Dios nos conceda de vida. ♣ rescatar a su hija; pero no hubo modo de encontrar
saquito de oro en la mano. el lugar por el que había caído.
—Echadlo dentro —dijo el soldado levantando Entretanto la princesa, rodando por el abismo ha-
un poco la bota—; pero no habrá bastante. bía ido a dar en una cueva profundísima y enorme,

Jacob & Wilhelm Grimm 346 Todos los cuentos


el profanador de textos
donde salió a su encuentro un personaje muy viejo, sobre su pie dorado. la bola de cristal
de larga barba blanca, y le dijo que le salvaría la vida Dama Mansrot, hazme la cama. [KHM197] Die Kristallkugel
si se avenía a servirle de criada y a hacer cuanto le
mandase; de lo contrario la mataría. —Ya hice tu cama —respondió ella.
Ella cumplió todas sus órdenes. Al llegar la mañana Y él, de nuevo:
el individuo se sacó una escalera del bolsillo y, apoyán-
dola contra la montaña, subió por ella y salió al exterior, Aquí está el pobre Rinkrank
cuidando luego de volver a recoger la escalera. Ella hubo sobre sus diecisiete patas.
de cocinar su comida, hacer su cama y mil trabajos más; sobre su pie dorado.
y así cada día; y cada vez que regresaba el hombre, traía Dama Mansrot, ábreme la puerta.
consigo un montón de oro y plata.
Al cabo de muchos años de seguir así las cosas Dando la vuelta a la casa vio que el pequeño
y haber envejecido él en extremo, dio en llamarla tragaluz estaba abierto y pensó: “Echaré una mira-
Dama Mansrot, y le mandó que ella lo llamase a él dita para ver qué está haciendo, y por qué se niega a Vivía en otros tiempos una hechicera que tenía tres
Viejo Rinkrank. abrirme la puerta.” Y al tratar de meter la cabeza por hijos, los cuales se amaban como buenos hermanos;
Un día en que el viejo había salido como de cos- el tragaluz, se lo impidió la barba. Entonces empezó pero la vieja no se fiaba de ellos, temiendo que qui-
tumbre, hizo ella la cama y fregó los platos. Luego introduciendo la barba en la ventanilla, y cuando sieran arrebatarle su poder.
cerró bien todas las puertas y ventanas dejando ya la tuvo dentro, acudió Dama Mansrot, cerró el Por eso transformó al mayor en águila, que anidó
abierta sólo una ventana de corredera por la que en- postigo y lo ató con una cinta dejándolo bien sujeto, en la cima de una rocosa montaña y sólo alguna que
traba la luz. Cuando volvió el viejo Rinkrank, llamó con la barba aprisionada en él. otra vez se le veía describiendo amplios círculos en
a la puerta diciendo: ¡Qué alaridos daba el viejo, lamentándose y la inmensidad del cielo. Al segundo lo convirtió en
—¡Dama Mansrot, ábreme! quejándose de dolor, y rogando a la mujer que lo ballena, condenándolo a vivir en el seno del mar, y
—No —respondió ella—, no viejo Rinkrank, no soltase! Pero ella le replicó que no lo haría sino a sólo de vez en cuando asomaba a la superficie pro-
te abriré. cambio de la escalera con que él salía de la monta- yectando a gran altura un poderoso chorro de agua.
Dijo él entonces: ña. Atando una larga cuerda a la ventana, colocó la Uno y otro recobraban su figura humana por espa-
escalera debidamente y trepó por ella hasta llegar a cio de dos horas cada día. El tercer hijo, temiendo
Aquí está el pobre Rinkrank cielo abierto; entonces, tirando desde arriba, levantó verse también convertido en alimaña, oso o lobo por
sobre sus diecisiete patas, la tapa del tragaluz. ejemplo, huyó secretamente.
sobre su pie dorado. Se marchó luego en busca de su padre y le refirió Habíase enterado de que en el castillo del Sol de
Dama Mansrot, friega los platos. sus aventuras. Se alegró el Rey y le dijo que su novio Oro residía una princesa encantada que aguardaba la
aún vivía. Y saliendo todos a excavar la montaña, hora de su liberación; pero quien intentase la empre-
—Ya he fregado los platos —respondió ella. encontraron en el fondo al viejo Rinkrank con todo sa exponía su vida, y ya veintitrés jóvenes habían su-
Y prosiguió él: su oro y plata. Mandó el Rey ejecutar al viejo y se cumbido tristemente. Sólo otro podía probar suerte,
llevó todos sus tesoros. y nadie más después de él. Y como era un joven de
Aquí está el pobre Rinkrank La princesa se casó con su novio, y vivieron feli- corazón intrépido, decidió ir en busca del castillo del
sobre sus diecisiete patas, ces y satisfechos. ♣ Sol de Oro.

Jacob & Wilhelm Grimm 347 Todos los cuentos


el profanador de textos
Llevaba ya mucho tiempo en camino sin lograr sepas cómo soy en realidad, mira en este espejo, que a picotazos hasta que el ave de fuego, incapaz de
dar con el castillo, cuando se encontró extraviado no yerra y refleja mi imagen verdadera. seguir resistiendo, soltó el huevo.
en un inmenso bosque. De pronto descubrió a lo Y puso en su mano un espejo en el cual vio el jo- Pero éste no fue a caer al mar, sino en la cabaña
lejos dos gigantes que le hacían señas con la mano, y ven la figura de la doncella más hermosa del mundo de un pescador situada en la orilla, donde en segui-
cuando se hubo acercado le dijeron: entero; y de sus ojos fluían amargas lágrimas que da empezó a humear y despedir llamas. Se elevaron
—Estamos disputando acerca de quién de los dos rodaban por sus mejillas. entonces gigantescas olas que, inundando la choza,
ha de quedarse con este sombrero y, puesto que so- Le dijo entonces: extinguieron el fuego. Habían sido provocadas por
mos igual de fuertes, ninguno puede vencer al otro. —¿Cómo puedes ser redimida? Yo no retrocedo el hermano transformado en ballena, y una vez el
Como vosotros, los hombrecillos, sois más listos que ante ningún peligro. incendio estuvo apagado, nuestro joven corrió a
nosotros, hemos pensado que tú decidas. —Quien se apodere de la bola de cristal y la buscar el huevo y tuvo la suerte de encontrarlo. No
—¿Cómo es posible que os peleéis por un viejo presente al brujo, quebrará su poder y me restituirá se había derretido aún, mas por la acción del agua
sombrero? —exclamó el joven. mi figura original. ¡Ay! —añadió—, muchos han fría la cáscara se había roto y así el muchacho pudo
—Es que tú ignoras sus virtudes. Es un sombre- pagado con la vida el intento y, viéndote tan joven, extraer, indemne, la bola de cristal.
ro milagroso, pues todo aquel que se lo pone, en me duele ver el que te expongas a tan gran peligro Al presentarse con ella al brujo y mostrársela, dijo
un instante será transportado a cualquier lugar que por mí. éste:
desee. —Nada me detendrá —replicó él—, pero dime —Mi poder ha quedado destruido, y desde este
—Venga el sombrero —dijo el muchacho—. Me qué debo hacer. momento tú eres rey del castillo del Sol de Oro.
adelantaré un trecho con él, y cuando llame echad a —Vas a saberlo todo —dijo la princesa—: Si Puedes también desencantar a tus hermanos, devol-
correr; lo daré al primero que me alcance. desciendes la montaña en cuya cima estamos, encon- viéndoles su figura humana.
Y poniéndose el sombrero, se alejó. Pero, llena trarás al pie, junto a una fuente, un bisonte salvaje Corrió el joven al encuentro de la princesa y, al
su mente de la princesa, se olvidó en seguida de con el cual habrás de luchar. Si logras darle muerte entrar en su aposento, la vio en todo el esplendor de
los gigantes. Suspirando desde el fondo del pecho se levantará de él un pájaro de fuego que lleva en el su belleza y, rebosantes de alegría, los dos intercam-
exclamó: cuerpo un huevo ardiente, y este huevo tiene por biaron sus anillos. ♣
—¡Ah, si pudiese encontrarme en el castillo del yema una bola de cristal. Pero el pájaro no soltará el
Sol de Oro! —y, no bien habían salido estas palabras huevo a menos de ser forzado a ello, y si cae al suelo
de sus labios, se halló en la cima de una alta monta- se encenderá quemando cuanto haya a su alrededor,
ña, ante la puerta del alcázar. disolviéndose él junto con la bola de cristal, y enton-
Entró y recorrió todos los salones, encontrando ces todas tus fatigas habrán sido inútiles.
a la princesa en el último. Pero ¡qué susto se llevó Bajó el muchacho a la fuente y en seguida oyó los
al verla! Tenía la cara de color ceniciento, llena de resoplidos y feroces bramidos del bisonte. Tras larga
arrugas; los ojos turbios y el cabello rojo. lucha consiguió traspasarlo con su espada y el mons-
—¿Vos sois la princesa cuya belleza ensalza el truo cayó sin vida. En el mismo instante se despren-
mundo entero? dió de su cuerpo el ave de fuego y emprendió el
—¡Ay! —respondió ella—, esta que contemplas vuelo; pero el águila, o sea el hermano del joven, que
no es mi figura propia. Los ojos humanos sólo pue- acudió volando de entre las nubes, se lanzó en su
den verme en esta horrible apariencia; mas para que persecución empujándola hacia el mar y acosándola

Jacob & Wilhelm Grimm 348 Todos los cuentos


el profanador de textos
la doncella Maleen nes, pudieron darse cuenta de que se acercaba el fin Cuando al cabo de larga peregrinación llegaron
[KHM198] Jungfrau Maleen de los siete años. a otro país, ofrecieron en todas partes sus servicios,
Pensaban que había llegado el momento de su pero siempre se vieron rechazadas, sin que nadie se
liberación; pero no se oía ni un martillazo, ni caía compadeciera de ellas. Al fin llegaron a una gran
una piedra de los muros; parecía como si su padre la ciudad y se dirigieron al palacio real. Tampoco allí
hubiese olvidado. las querían, hasta que el cocinero las admitió en la
Cuando ya les quedaban poquísimas provisiones cocina como fregonas.
y preveían una muerte angustiosa, dijo la doncella Y resultó que el hijo del Rey del país donde ha-
Maleen: bían ido a parar, era precisamente el enamorado de
—Hemos de hacer un último intento y ver si la doncella Maleen. Su padre le había destinado otra
conseguimos perforar la muralla. novia, tan fea de cara como perversa de corazón.
Tomando el cuchillo del pan, se puso a hurgar y Estaba fijado el día de la boda y la prometida había
Érase una vez un rey cuyo hijo aspiraba a casarse agujerear el mortero de una piedra, y cuando se sin- llegado ya. Sabedora, empero, de su extrema fealdad,
con la hija de otro poderoso monarca. La doncella tió fatigada, la relevó la camarera. Tras prolongado se mantenía alejada de todo el mundo, encerrada
se llamaba Maleen y era de maravillosa hermosura. trabajo lograron sacar una piedra, luego una segunda en su aposento, y la doncella Maleen le servía la
Sin embargo le fue negada su mano, pues su padre la y una tercera, y al cabo de tres días el primer rayo de comida.
destinaba a otro pretendiente. luz vino a rasgar las tinieblas. Finalmente la abertura Al llegar el día en que hubo de presentarse en
Como los dos se amaban de todo corazón y no fue lo bastante grande para permitirles asomarse y la iglesia con su novio, se avergonzó de su fealdad
querían separarse, dijo Maleen a su padre: mirar al exterior. y temiendo que, si se exhibía en la calle la gente se
—No aceptaré por esposo a nadie sino a él. El cielo estaba sereno y soplaba una fresca y burlaría de ella, dijo a Maleen:
Enfurecido el padre, mandó construir una tene- reconfortante brisa; pero ¡qué triste aparecía todo —Te depara una gran suerte. Me he dislocado
brosa torre en la que no penetrase un solo rayo de en derredor! El palacio paterno era un montón de un pie y no puedo andar bien por la calle; así que tú
sol ni de luna, y cuando estuvo terminada le dijo: ruinas; la ciudad y los pueblos circundantes, hasta te pondrás mis vestidos y ocuparás mi lugar. Jamás
—Te pasarás encerrada aquí siete años; al término donde alcanzaba la mirada, aparecían incendiados; pudiste esperar tal honor. Pero la doncella se negó,
de ellos vendré a ver si se ha quebrado tu terquedad. los campos, asolados, y no se veía un alma viviente. diciendo:
Llevaron a la torre comida y bebida para los siete Cuando el boquete fue lo suficientemente ancho —No quiero honores que no me correspondan.
años, y luego fueron conducidas a ella la princesa para que pudiesen deslizarse por él, saltó, en primer Fue también inútil que le ofreciese dinero; hasta
y su camarera, y amurallaron la entrada dejándolas lugar la camarera, y luego la princesa Maleen. que al fin le dijo, iracunda:
aisladas del cielo y la tierra. En plenas tinieblas, no Pero, ¿adónde ir? El enemigo había destruido —Si no me obedeces te costará la vida. Sólo he
sabían ya cuándo era de día o de noche. todo el reino, expulsado al Rey y pasado a cuchillo de pronunciar una palabra y caerá tu cabeza.
El príncipe merodeaba con gran frecuencia la pri- a los habitantes. Se pusieron en camino en busca de Y así, la princesa no tuvo más remedio que ceder y
sión llamando en alta voz a su amada, pero sus gritos otro país, a lo que depare la suerte; pero en ninguna ponerse los magníficos vestidos y atavíos de la novia.
no podían atravesar los espesos muros. parte encontraban refugio ni persona alguna que Al presentarse en el salón real, todos los presentes se
¿Qué otra cosa podían hacer las encerradas sino les diese un pedazo de pan; y así, su necesidad llegó asombraron de su hermosura y el Rey dijo a su hijo:
quejarse y lamentarse? De este modo fue discurrien- a tal extremo que hubieron de calmar el hambre —Ésta es la prometida que he elegido para ti y
do el tiempo, y por la disminución de sus provisio- comiendo ortigas. que has de llevar a la iglesia.

Jacob & Wilhelm Grimm 349 Todos los cuentos


el profanador de textos
El novio se sorprendió, pensando: “Se parece a —¡Ay! —replicó la princesa—. Sólo pensaba en sin cocerte ni salarte,
mi princesa Maleen. Diría que es ella misma. Mas la doncella Maleen. ¡desdichada de mí!
no puede ser. Habrá muerto o continuará encerrada Entonces el príncipe sacó una joya preciosa, se la
en la torre.” puso en el cuello y cerró el broche. Entraron en el La prometida entró nuevamente en el aposento y
Tomándola de la mano, la condujo a la iglesia y en- templo y, ante el altar, el sacerdote unió sus manos y dijo:
contrando en el camino una mata de ortigas, dijo ella: los casó. Luego él la acompañó de nuevo a palacio, —Ya sé lo que le dije a la mata de ortigas —y
sin que la novia pronunciase una palabra en todo el repitió las palabras que acababa de oír.
Mata de ortigas, camino. —Pero, ¿qué dijiste al peldaño de la iglesia, al
mata de ortigas pequeñita, Ya de regreso, corrió ella al aposento de la pro- subir la escalinata? —preguntó el príncipe.
¿qué haces tan solita? metida y se quitó los vestidos y preciosos adornos, —¿Al peldaño? —replicó ella—. Yo no hablo a
Cuántas veces te comí poniéndose su pobre blusa gris y conservando los peldaños.
sin cocerte ni salarte. sólo, alrededor del cuello, la joya que recibiera del —Entonces, tú no eres la novia verdadera.
¡desdichada de mí! príncipe. Repitió ella:
Al llegar la noche y, con ella, la hora de ser —Preguntaré a mi criada, que de todo está
—¿Qué dices? —preguntó el príncipe. conducida la novia a la habitación del príncipe, se enterada.
—Nada —respondió ella—; sólo pensaba en la cubrió el rostro con el velo para que él no se diera Y, saliendo rápidamente, increpó de nuevo a la
doncella Maleen. cuenta del engaño. En cuanto se quedaron solos, doncella:
Se admiró él al ver que la conocía, pero no repli- preguntó el esposo: —Desvergonzada, ¿qué le dijiste al peldaño de la
có. Al subir los peldaños de la iglesia, dijo ella: —¿Qué le dijiste a la mata de ortigas que encon- iglesia?
tramos en el camino? —Sólo esto:
Escalón del templo, no te rompas, —¿Qué mata de ortigas? —replicó ella—. Yo no
Yo no soy la novia verdadera. hablo con ortigas. Escalón del templo,
—Pues si no lo hiciste, es que no eres la novia no te rompas,
—¿Qué estás diciendo? —preguntó otra vez el verdadera —repuso él. Yo no soy la novia verdadera.
príncipe. La prometida procuró salir de apuros diciendo:
—Nada —respondió la muchacha—; sólo pensa- —Preguntaré a mi criada, que de todo está —¡Esto va a costarte la vida! —gritó la novia, y
ba en la doncella Maleen. enterada. corriendo a la habitación manifestó:
—¿Acaso conoces a la doncella Maleen? Salió y, encarando ásperamente a la doncella — Ya sé lo que le dije al escalón —y repitió las
—No, repuso ella—. ¿Cómo iba a conocerla? Maleen, le preguntó: palabras.
Pero he oído hablar de ella. —Desvergonzada, ¿qué le dijiste a la mata de —Pero, ¿qué le dijiste a la puerta de la iglesia?
Y al entrar en la iglesia, volvió a decir: ortigas? —Sólo le dije: —¿A la puerta de la iglesia? —replicó ella—. Yo
no hablo con las puertas de las iglesias.
Puerta del templo, no te quiebres, ¡Mata de ortigas, —Entonces tú no eres la novia verdadera.
Yo no soy la novia verdadera. mata de ortigas pequeñita, Salió ella y preguntó furiosa a la doncella Maleen:
¿qué haces tan solita? —Desvergonzada, ¿qué dijiste a la puerta de la
—¿Qué es lo que dices? —inquirió él. Cuántas veces te comí, iglesia?

Jacob & Wilhelm Grimm 350 Todos los cuentos


el profanador de textos
—Sólo esto: Y cuando estuvieron solos, le dijo: la bota de piel de búfalo
—En la entrada de la iglesia pronunciaste el [KHM199] Der Stiefel von Büffelleder
Puerta del templo, nombre de la doncella Maleen, que fue mi amada y
no te quiebres, prometida. Si lo creyera posible, diría que la tengo
Yo no soy la novia verdadera.” ante mí pues tú te pareces a ella en todo.
Respondió ella:
—¡Lo pagarás con la cabeza! —exclamó la novia —Yo soy la doncella Maleen, que por ti vivió sie-
fuera de sí por la rabia; y corriendo al aposento, dijo: te años encerrada en una mazmorra tenebrosa; por
—Ya sé lo que dije a la puerta de la iglesia —y ti he sufrido hambre y sed, y he vivido hasta ahora
repitió las palabras de la princesa. pobre y miserable; pero hoy vuelve a brillar el sol
—Pero, ¿dónde tienes la alhaja que te di en la para mí. Contigo me han unido en la iglesia y soy tu
puerta de la iglesia? legítima esposa.
—¿Qué alhaja? —preguntó ella—. No me diste Y se besaron y fueron ya felices todo el resto de su
ninguna. vida. Un soldado que nada teme tampoco se apura por
—Yo mismo te la puse en el cuello; si no lo sabes, La falsa novia fue decapitada en castigo de su nada. El de nuestro cuento había recibido su licen-
es que no eres la novia verdadera. maldad. La torre que había servido de prisión a la cia y, como no sabía ningún oficio y era incapaz de
Le apartó el velo del rostro y al ver su extrema doncella Maleen permaneció en pie mucho tiempo ganarse el sustento, iba por el mundo a la ventura
fealdad, retrocediendo asustado, exclamó: todavía y, cuando los niños pasaban por delante de viviendo de las limosnas de las gentes compasivas.

­ ¿Cómo has venido aquí? ¿Quién eres? ella, cantaban: Colgaba de sus hombros una vieja capa y calza-
—Soy tu prometida, y he tenido miedo de que la ba botas de montar de piel de búfalo; era cuanto le
gente se burlase de mí si me presentaba en público, Cling, clang, corre. había quedado.
y mandé a la fregona que se pusiera mis vestidos y ¿Quién hay en esa torre? Un día que caminaba a la buena de Dios, llegó a
fuese a la iglesia en mi lugar. Pues hay una princesa un bosque. Ignoraba cuál era aquel sitio, y he aquí
—¿Y dónde está esa muchacha? —dijo él—. encerrada y presa. que vio sentado sobre un árbol caído, a un hombre
Quiero verla. ¡Ve a buscarla! No ceden sus muros, bien vestido que llevaba una cazadora verde. El sol-
Salió ella y dijo a los criados que la fregona era recios son y duros. dado le tendió la mano y, sentándose en la hierba a
una embustera, y les dio orden de que la bajasen al Juancito colorado, su lado, estiró las piernas para mayor comodidad.
patio y le cortasen la cabeza. La sujetaron los cria- no me has alcanzado. ♣ —Veo que llevas botas muy brillantes —dijo al
dos, y ya se disponían a llevársela cuando ella pro- cazador,— pero si tuvieses que vagar por el mundo
rrumpió en gritos de auxilio y el príncipe, oyéndo- como yo no te durarían mucho tiempo. Fíjate en las
los, salió de su habitación y ordenó que la dejasen en mías; son de piel de búfalo y ya he andado mucho
libertad. Trajeron luces y el príncipe vio que llevaba con ellas por toda clase de terrenos.
en el cuello el collar que le había dado en la puerta Al cabo de un rato, se levantó:
de la iglesia. —No puedo continuar aquí —dijo—; el ham-
—Tú eres la auténtica novia —exclamó— la que bre me empuja. ¿Adónde lleva este camino, amigo
estuviste conmigo en la iglesia. Ven a mi cuarto. Botaslimpias?

Jacob & Wilhelm Grimm 351 Todos los cuentos


el profanador de textos
—No lo sé —respondió el cazador—, me he —Yo no aguanto más; voy a sentarme a la mesa a Y levantando la botella por encima de las cabezas
extraviado en el bosque. comer con ellos. de los bandoleros, exclamó:
—Entonces estamos igual. Cada oveja con su —Nos costará la vida —replicó el cazador, suje- —¡A vuestra salud, pero con la boca abierta y el
pareja; buscaremos juntos el camino. tándolo del brazo. brazo en alto! —y bebió un buen trago.
El cazador esbozó una leve sonrisa y, juntos, se Pero el soldado se puso a toser con gran estrépito. Apenas había pronunciado aquellas palabras,
marcharon, andando sin parar hasta que cerró la Al oírlo los bandidos, soltando cuchillos y tenedores, todos se quedaron inmóviles, como petrificados,
noche. se levantaron bruscamente de la mesa y descubrieron abierta la boca y levantando el brazo derecho.
—No saldremos del bosque —observó el solda- a los dos forasteros ocultos detrás del horno. Dijo entonces el cazador:
do—; mas veo una luz que brilla en la lejanía; allí —¡Ajá, señores! —exclamaron—. ¿Conque estáis —Veo que sabes muchas tretas, pero ahora vámo-
habrá algo de comer. aquí? ¿Eh? ¿Qué habéis venido a buscar? ¿Sois acaso nos a casa.
Llegaron a una casa de piedra y, a su llamada, espías? Pues aguardad un momento y aprenderéis a —No corras tanto, amigo. Hemos derrotado
acudió a abrir una vieja. volar del extremo de una rama seca. al enemigo y es cosa de recoger el botín. Míralos
—Buscamos albergue para esta noche —dijo —¡Mejores modales! —respondió el soldado—. ahí, sentados y boquiabiertos de estupefacción; no
el soldado— y algo que echar al estómago, pues al Yo tengo hambre; dadme de comer y luego haced podrán moverse hasta que yo se lo permita. Vamos,
menos yo, lo tengo vacío como una mochila vieja. conmigo lo que queráis. come y bebe.
—Aquí no podéis quedaros —respondió la mu- Se admiraron los bandidos, y el cabecilla dijo: La vieja hubo de traer otra botella de vino añejo
jer—. Esto es una guarida de ladrones, y lo mejor —Veo que no tienes miedo. Está bien. Te dare- y el soldado no se levantó de la mesa hasta que se
que podéis hacer es largaros antes de que vuelvan mos de comer, pero luego morirás. hubo hartado para tres días. Al fin, cuando ya clareó
pues si os encuentran estáis perdidos. —Luego hablaremos de eso —replicó el soldado—; el alba, dijo:
—No llegarán las cosas tan lejos —replicó el y, sentándose a la mesa atacó vigorosamente el asado. —Levantemos ahora el campo; y para ahorrar-
soldado—. Llevo dos días sin probar bocado, y lo —Hermano Botaslimpias, ven a comer —dijo al nos camino, la vieja nos indicará el más corto que
mismo me da que me maten aquí, que morir de cazador—. Tendrás hambre como yo, y en casa no conduce a la ciudad.
hambre en el bosque. Yo me quedo. encontrarás un asado tan sabroso como éste. Llegados a ella, el soldado visitó a sus antiguos
El cazador se resistía a quedarse; pero el soldado Pero el cazador no quiso tomar nada. Los ban- camaradas y les dijo:
lo tomó del brazo: didos miraban con asombro al soldado, pensando: —Allí en el bosque he encontrado un nido de
—Vamos, amigo, no te preocupes. “Este no se anda con cumplidos.” Cuando hubo pájaros de horca; venid que los cazaremos.
La vieja se compadeció de ellos y les dijo: terminado, dijo: Se puso a su cabeza y dijo al cazador:
—Ocultaos detrás del horno. Si dejan algo os lo —La comida está muy buena; pero ahora hace —Ven conmigo y verás cómo aletean cuando los
daré cuando estén durmiendo. falta un buen trago. cojamos por los pies.
Se instalaron en un rincón y al poco rato en- El jefe de la pandilla, siguiéndole el humor, llamó Dispuso que sus hombres rodearan a los bandi-
traron doce bandidos, armando gran alboroto. Se a la vieja: dos y luego, levantando la botella bebió un sorbo y,
sentaron a la mesa, que estaba ya puesta, y pidieron —Trae una botella de la bodega, y del mejor. agitándola encima de ellos, exclamó:
la cena a gritos. Sirvió la vieja un enorme trozo de El soldado la descorchó haciendo saltar el tapón y —¡A despertarse todos!
carne asada, y los ladrones se dieron el gran ban- dirigiéndose al cazador le dijo: Inmediatamente recobraron la movilidad; pero
quete. Al llegar el tufo de la comida a la nariz del —Ahora, atención, hermano, que vas a ver mara- fueron arrojados al suelo y sólidamente amarrados
soldado, dijo éste al cazador: villas. Voy a brindar por toda la compañía. de pies y manos con cuerdas. A continuación el

Jacob & Wilhelm Grimm 352 Todos los cuentos


el profanador de textos
soldado mandó que los cargasen en un carro, como la llave de oro
si fuesen sacos, y dijo: [KHM200] Der goldene Schlüssel
—Llevadlos a la cárcel.
El cazador, llamando aparte a uno de la tropa, le
dijo unas palabras en secreto.
—Hermano Botaslimpias —exclamó el solda-
do—, hemos derrotado felizmente al enemigo y
vamos con la tripa llena; ahora seguiremos tranquila-
mente, cerrando la retaguardia.
Cuando se acercaban ya a la ciudad, el soldado
vio que una multitud salía a su encuentro lanzando
ruidosos gritos de júbilo y agitando ramas verdes;
luego avanzó toda la guardia real formada. Un día de invierno en que una espesa capa de nieve
—¿Qué significa esto? —preguntó admirado al cubría la tierra, un pobre muchacho hubo de salir a
cazador. buscar leña con un trineo.
—¿Ignoras —le respondió éste— que el Rey Una vez la hubo recogido y cargado sintió tanto
llevaba mucho tiempo ausente de su país? Pues hoy frío, que antes de regresar a casa quiso encender
regresa y todo el mundo sale a recibirlo. fuego y calentarse un poco.
—Pero, ¿dónde está el Rey? —preguntó el solda- Al efecto apartó la nieve y debajo, en el suelo,
do—. No lo veo. encontró una llavecita de oro. Creyendo que donde
—Aquí está —dijo el cazador—. Yo soy el Rey y había una llave debía estar también su cerradura,
he anunciado mi llegada. siguió excavando en la tierra y, al fin, dio con una
Y abriendo su cazadora, el otro pudo ver debajo cajita de hierro.
las reales vestiduras. “¡Con tal que corresponda la llave!,” pensó.
Se espantó el soldado y, cayendo de rodillas, le “Seguramente hay guardadas aquí cosas de gran
pidió perdón por haberlo tratado como a un igual valor.”
sin conocerlo, llamándole con un apodo. Pero el Rey Buscó y, al principio, no encontró el agujero de
le estrechó la mano diciéndole: la cerradura; al fin descubrió uno, pero tan pequeño
—Eres un bravo soldado y me has salvado la que apenas se veía. Probó la llave y, en efecto, era la
vida. No pasarás más necesidad, yo cuidaré de ti. Y apropiada. Le dió vuelta y…
el día en que te apetezca un buen asado, tan sabro- Ahora hemos de esperar a que haya abierto del
so como el de la cueva de los bandidos, sólo tienes todo y levantado la tapa. Entonces sabremos qué
que ir a la cocina de palacio. Pero si te entran ganas maravillas contenía la cajita. ♣
de pronunciar un brindis, antes habrás de pedirme
autorización. ♣

Jacob & Wilhelm Grimm 353 Todos los cuentos


el profanador de textos
leyendas San José en el bosque
[KHMi] Der heilige Joseph im Walde
sed; pero en cuanto a comida, aquí en el bosque no
tengo nada para ofrecerte, como no sean unas raici-

de los niños
llas que habrás de pelar y cocer.
San José le dió las raíces; la muchachita las raspó
cuidadosamente y sacando luego el trocito de tortilla
y el pan que le había dado su madre, lo puso todo al
fuego en una ollita y lo coció en un puré.
Cuando estuvo preparado, le dijo San José:
—¡Tengo tanta hambre! ¿No me darías un poco
de tu comida?
La niña le sirvió de buen grado una porción
mayor de la que se quedó para sí misma; pero Dios
Érase una vez una madre que tenía tres hijas; la bendijo su cena y la muchachita quedó saciada.
mayor era mala y displicente; la segunda, pese a sus Luego dijo el santo:
defectos, era ya mucho mejor, y la tercera un decha- —Ahora a dormir; pero sólo tengo una cama. Tú
do de piedad y de bondad. te acuestas en ella y yo me echaré en el suelo, sobre
La madre, cosa extraña, prefería a la mayor y, en la paja.
cambio, no podía soportar a la pequeña, por lo cual —No —respondió la niña—, tú te quedas con la
solía mandarla a un bosque con objeto de quitársela cama; a mí me basta con la paja.
de encima, convencida de que un día u otro se extra- Pero San José la tomó en brazos y la llevó a la
viaría y nunca más volvería a casa. cama, donde la chiquilla se durmió después de haber
Pero el ángel de la guarda, que vela por los niños rezado sus oraciones.
buenos, no la abandonaba y siempre la conducía por Al despertarse a la mañana siguiente quiso dar
el buen camino. Sin embargo, una vez el angelito los buenos días al viejo, mas no lo vio. Lo buscó
hizo como que se distraía, y la niña no logró en- por todas partes sin lograr encontrarlo hasta que
contrar el sendero para regresar. Siguió caminando finalmente, detrás de la puerta descubrió un saco
hasta el anochecer y, viendo a lo lejos una lucecita, con dinero, tan pesado que apenas podía llevarlo; y
se dirigió a ella a toda prisa y llegó ante una pequeña encima estaba escrito que era para la niña que había
choza. dormido allí aquella noche.
Llamó, abrió se la puerta y, al franquearla, se Cargando con el saco emprendió el camino de
encontró ante una segunda puerta, a la cual llamó vuelta a su casa, a la que llegó sin contratiempo. Y
también. Acudió a abrirla un hombre anciano, de como entregó todo el dinero a su madre, la mujer no
aspecto venerable y blanquísima barba. Era el propio pudo por menos que darse por satisfecha.
San José, que le dijo, cariñoso: Al otro día le entraron ganas a la segunda herma-
—Entra pequeña, siéntate junto al fuego en mi na de ir al bosque, y la madre le dio bastante más
silla y caliéntate; iré a buscarte agua límpida si tienes tortilla y pan que a su hermana menor la víspera.

Jacob & Wilhelm Grimm 354 Todos los cuentos


el profanador de textos
Discurrieron las cosas como con la pequeña. aceptó sin remilgos acostándose en el lecho y dejan- los doce apóstoles
Llegó al anochecer a la cabaña de San José, quien do que el viejo durmiese en la dura paja. [KHMii] Die zwölf Apostel
le dio raíces para cocerlas, y cuando ya estuvieron Al despertarse por la mañana, no vio a San José
preparadas le dijo igualmente: en ninguna parte; mas no se preocupó por ello sino
—¡Tengo hambre! Dame un poco de tu cena. Le que fue directamente a buscar el saco de dinero
respondió la muchacha: detrás de la puerta. Pareciéndole que había algo en el
—Haremos partes iguales. suelo y no pudiendo distinguir lo que era, se agachó
Y cuando el santo le ofreció la cama, diciéndole y dio de narices contra el objeto, el cual se le quedó
que dormiría él sobre la paja, respondió la niña: adherido a la nariz. Al levantarse se dio cuenta, con
—No, duerme en la cama conmigo; hay sitio horror, de que era una segunda nariz, pegada a la
para los dos. Pero San José la tomó en brazos, la primera.
acostó en la camita y él se echó sobre la paja. Se puso a llorar y gritar, pero de nada le sirvió;
Por la mañana, al despertarse la niña, San siempre veía aquellas narices de palmo que tanto
José había desaparecido y la muchacha encontró, la afeaban. Salió corriendo y gritando hasta que Trescientos años antes del nacimiento de Nuestro
detrás de la puerta, un saquito de un palmo de alcanzó a San José y, cayendo de rodillas a sus pies, Señor Jesucristo vivía una madre que tenía doce
largo con dinero, y encima llevaba también escri- se puso a rogarle y suplicarle con tanto ahínco, que hijos. Y era tan pobre y estaba tan necesitada, que no
to que era para la niña que había pasado la noche el buen santo, compadecido, le quitó la nueva nariz sabía cómo seguir manteniéndolos.
en la casita. y le dio dos reales. Rezaba todos los días a Dios pidiéndole la gracia
La niña se marchó con el saquito y, al llegar a Al llegar a la casa la recibió en la puerta la madre de que sus hijos se encontrasen en la Tierra cuando
su casa, lo entregó a su madre; pero antes se había y le preguntó: viniera a ella el Mesías prometido.
guardado en secreto dos o tres monedas. —¿Qué regalo traes! A medida que aumentaba su miseria, la madre
Con todo esto se interesó la mayor, y se propuso Y ella, mintiendo, dijo: los iba mandando, uno tras otro, por el mundo a
también ir al bosque al día siguiente. La madre le —Un gran saco de dinero; pero lo he perdido en ganarse el pan.
puso toda la tortilla y todo el pan que quiso la mu- el camino El mayor se llamaba Pedro. Partió y, al cabo
chacha, y además queso. —¡Perdido! —exclamó la mujer—. Entonces te- de una larga jornada, llegó a un gran bosque.
Al atardecer se encontró con San José en la choza, nemos que ir a buscarlo —y tomándola de la mano, Estuvo buscando la salida, pero sólo consiguió
igual que sus hermanas. Cocidas las raíces, al decirle quiso llevársela al bosque. extraviarse cada vez más. Y tenía tanta hambre
San José: Al principio la muchacha lloró y se resistió a que casi no podía aguantarse de pie. Al fin la
—¡Tengo hambre! Dame un poco de tu comida acompañarla; pero al fin se fue con ella; mas por el debilidad lo obligó a tumbarse, persuadido de
—replicó la muchacha: camino las acometieron un sinfín de lagartos y ser- que iba a morir, cuando de pronto se le presen-
—Espera a que yo esté satisfecha: te daré lo que pientes, de las que no pudieron escapar. A mordiscos tó un niño, reluciente, hermoso y afable como
me haya sobrado. mataron a la niña mala; y en cuanto a la madre, le un ángel.
Y se lo comió casi todo y San José hubo de limi- picaron en un pie en castigo por no haber educado El pequeño dio unas palmadas para llamar la
tarse a limpiar el plato. mejor a su hija. ♣ atención de Pedro, el cual, levantando la mirada, lo
El buen anciano le ofreció entonces su cama, vió a su lado. Le dijo entonces el niño:
brindándose él a dormir en el suelo, y la muchacha —¿Qué haces ahí tan triste?

Jacob & Wilhelm Grimm 355 Todos los cuentos


el profanador de textos
—¡Ay! —respondió Pedro—. Voy corriendo la rosa la pobreza y la humildad llevan
mundo para ganarme el pan y alcanzar a ver al [KHMiii] Die Rose al cielo
Mesías prometido, pues éste es mi mayor deseo. [KHMiv] Armut und Demut führen zum Himmel
—Ven, tu deseo será realizado —le dijo el niño—
. Y tomando a Pedro de la mano lo condujo a una
gran cueva que había entre unas rocas.
Al entrar en ella todo era de oro, plata y cristal
resplandecientes, y en el centro había doce cunas
alineadas. Dijo entonces el ángel:
—Échate en la primera y duerme un poco; te voy
a mecer.
Así lo hizo Pedro, y el ángel le cantó y meció
hasta que se hubo dormido. Y mientras dormía Érase una mujer pobre que tenía dos hijos, el menor
llegó el segundo hermano acompañado también de los cuales había de salir todos los días al bosque Érase un príncipe que salió a pasear por el campo.
por su ángel protector, que lo meció y durmió a su a buscar leña. Ya adentrado mucho en él, le salió al Andaba triste y pensativo, y al levantar la mirada
vez, cantándole la nana; y así sucesivamente todos encuentro un niño muy pequeño que, acercándose- al cielo y verlo tan azul y sereno exclamó con un
los demás, por turno, hasta que los doce estuvieron le sin miedo, lo ayudó diligentemente a recoger la suspiro:
dormidos en las doce cunas de oro. leña y a transportarla a casa; y al llegar a la puerta, —¡Qué bien debe uno sentirse allá arriba!
Y así durmieron por espacio de trescientos años, desapareció. Viendo luego a un pobre anciano que venía por
hasta la noche en que vino al mundo el Redentor. El muchachito lo contó a su madre, pero ella se el camino, le dijo:
Entonces se despertaron y vivieron con él en la negó a creerlo. Al fin, el muchachito sacó una rosa —¿Cómo podría yo llegar al cielo?
Tierra. Fueron los doce apóstoles. ♣ y le explicó que el niño se la había dado, diciéndole: —Con pobreza y humildad —le respondió el
“Volveré cuando se abra esta rosa.” viejo—. Ponte mis vestidos rotos, recorre el mundo
La madre puso la flor en agua. Y una mañana el durante siete años para conocer la miseria; no acep-
muchacho no se levantó de la cama, y al ir su madre tes dinero sino que, cuando estés hambriento, pide
a llamarlo lo encontró muerto, pero con semblante un pedazo de pan a las gentes caritativas; de este
apacible y dichoso. modo te irás acercando al cielo.
Y aquella misma mañana se abrió la rosa. ♣ Se quitó el príncipe sus ricas vestiduras y, después
de cambiarlas por las del mendigo, salió a vagar por
el mundo y sufrió grandes privaciones. No tomaba
sino un poco de comida y no hablaba; sólo rogaba a
Dios que lo acogiese un día en el cielo.
Transcurridos los siete años regresó al palacio del
Rey, su padre, pero nadie lo reconoció. Dijo a los
criados:
—Id a comunicar a mis padres que he vuelto

Jacob & Wilhelm Grimm 356 Todos los cuentos


el profanador de textos
Pero los criados no le dieron crédito a sus pala- el divino manjar Apenas hubo pronunciado estas palabras los
bras y, se echaron a reír y lo dejaron plantado. [KHMv] Gottes Speise dos pequeños exhalaron el último suspiro y la
Entonces dijo el príncipe: madre, estallándole el corazón, cayó también
—Subid a decir a mis hermanos que salgan; me muerta junto a ellos. ♣
gustaría volverlos a ver.
Tampoco esto querían hacer, hasta que al fin, uno
se decidió y fue a transmitir el recado a los hijos del
Rey. Estos no le creyeron Y olvidaron el asunto.
Entonces el príncipe escribió una carta a su ma-
dre describiéndole su miseria, pero sin revelarle que
era su hijo. La Reina, compadecida, mandó que le
asignasen un lugar al pie de la escalera y que todos
los días dos criados le llevasen comida.
Pero uno de los servidores era perverso: Hubo un tiempo en que vivían dos hermanas: una
—Para qué dar a ese pordiosero tan buena comi- rica y sin hijos; la otra viuda con cinco hijos y tan
da —decía. pobre que no tenía pan para dar de comer a sus
Y se la guardaba para él o la echaba a los perros. pequeños. Agobiada por la necesidad, fue a casa de
Al pobre, débil y extenuado, no le daba más que su hermana y le dijo:
agua. —Mis hijos padecen hambre; tú, que eres rica,
Otro criado, en cambio, era honrado y le llevaba puedes darme un poco de pan.
lo que le entregaban para él. Poca cosa, mas lo bas- —No tengo pan en casa —y la despidió con
tante para permitir al mísero subsistir una tempora- malos modos.
da. Iba debilitándose progresivamente, pero todo lo Unas horas después llegó a casa el marido de
sufría con paciencia. la mujer rica y se dispuso a cortarse una rebanada
Observando que su estado se agravaba por mo- de pan; y al clavar el cuchillo en la hogaza empe-
mentos, pidió que le trajesen la sagrada comunión. zó a manar de ella sangre roja.
A mitad de la misa, todas las campanas de la ciudad Al verlo su esposa, se asustó y le explicó lo
y sus contornos empezaron a tañer por sí solas. ocurrido.¡Corrió el hombre a casa de la pobre,
Terminado el divino oficio el sacerdote se dirigió al dispuesto a auxiliarla, y al entrar en la habitación
pie de la escalera y encontró muerto al pobre, soste- la encontró orando con los dos hijos menores
niendo en una mano una rosa y en la otra un lirio; en brazos; los tres mayores yacían muertos en
junto a su cuerpo había un papel, donde se hallaba la cama. El hombre le ofreció comida, pero ella
escrita su historia. Y a ambos lados de la tumba bro- contestó:
taron también una rosa y un lirio. ♣ —Ya no pedimos alimentos terrenales. A tres
de nosotros Dios los ha saciado ya, y escuchará
también las súplicas de los que quedamos.

Jacob & Wilhelm Grimm 357 Todos los cuentos


el profanador de textos
las tres ramas verdes le traía el alimento. Asustado, hizo examen de concien- le diese ni comida ni albergue, entró en un bosque
[KHMvi] Die drei grünen Zweige cia procurando recordar en qué podía haber pecado, y llegó ante una miserable choza donde había una
ya que Dios le manifestaba su enojo; pero no encontró vieja. Pidió él:
ninguna falta. Dejó de comer y beber y, arrojándose al —Buena mujer, permitid que me refugie por esta
suelo, se pasó mucho tiempo en oración. noche en vuestra casa.
Y un día en que estaba en el bosque llorando Y la vieja le dijo:
amargamente, oyó un pajarito que cantaba con de- —No, no podría aunque quisiese. Tengo tres
liciosos trinos, de lo cual recibió aún más pesadum- hijos salvajes y malvados. Si os encontrasen aquí al
bre; y le dijo: volver de sus rapiñas, nos matarían a los dos. Insistió
—¡Qué alegremente cantas! Contigo no está Dios el ermitaño:
irritado. ¡Ah, si pudieses decirme en qué falté, para —Dejad que me quede; no nos harán nada —y
que mi corazón se arrepintiese y recobrase aquel la mujer, se apiadó y consintió en recibirlo.
Érase una vez un ermitaño que vivía en un bosque contento de antes! El hombre se tendió al pie de la escalera con la
al pie de una montaña, ocupado sólo en la oración He aquí que el pajarito rompió a hablar, rama por almohada. Al verlo la vieja, le preguntó
y las buenas obras; y cada anochecer, por amor de diciendo: por qué se ponía así, y él le contó que lo hacía en
Dios, llevaba unos cubos de agua a la cumbre del —Hiciste mal al condenar al pobre pecador que cumplimiento de una penitencia. Había ofendido al
monte. conducían al cadalso; por eso Dios está enojado Señor un día en que, viendo conducir a la horca a
Muchos animales calmaban en ella la sed y contigo, pues sólo Él tiene derecho a juzgar. Pero si un condenado, había dicho que llevaba su merecido.
muchas plantas se refrescaban, pues en las alturas so- te arrepientes y haces penitencia serás perdonado. La mujer se puso a llorar, exclamando:
plaba constantemente un fuerte viento que resecaba Y se le apareció el ángel con una rama seca en la —¡Ay! Si Dios castiga de este modo una sola
el aire y el suelo. Y las aves salvajes que temían a los mano y le dijo: palabra, ¡qué es lo que les espera a mis hijos cuando
hombres describían círculos en el espacio, exploran- —Llevarás esta rama contigo hasta que broten de se presenten ante Él para ser juzgados!
do el terreno con sus penetrantes ojos, en busca de ella tres ramitas verdes, y por la noche, al acostarte, Hacia medianoche regresaron los bandidos, con
agua. descansarás la cabeza sobre ella. Mendigarás el pan gran ruido y vocerío. Encendieron fuego y, al quedar
Por ser el ermitaño tan piadoso un ángel del de puerta en puerta y nunca pasarás más de una la covacha iluminada, vieron al hombre tumbado
Señor, en figura visible, lo acompañaba y, contando noche en una misma casa. Tal es la penitencia que el al pie de la escalera e increparon, iracundos, a su
sus pasos, llevaba la comida al santo varón una vez Señor te impone. madre:
éste había terminado su trabajo, como aquel profe- Tomó el ermitaño la vara y volvió al mundo que —¿Quién es ese hombre? ¿No te hemos prohibi-
ta que, por orden de Dios, era alimentado por un no viera desde hacía tantos años. Comía y bebía do que recibas a nadie?
cuervo. sólo lo que le daban en las puertas donde llamaba; —Dejadlo en paz —suplicó la vieja—. Es un
Siendo ya el virtuoso anacoreta de una edad muy muchas veces no fueron oídas sus súplicas y muchas pobre pecador que expía sus pecados.
avanzada, vio un día, desde lejos, que llevaban a la puertas permanecieron cerradas, por lo que fueron —¿Qué ha hecho, pues? —preguntaron los ladro-
horca a un pobre pecador y se dijo para sus adentros: numerosos los días en que no tuvo ni un mísero nes; y despertaron al anciano—: ¡Eh, viejo, cuénta-
“Ahora recibe éste su merecido.” mendrugo de pan para comer. nos cuáles son tus pecados!
Aquella velada, cuando subió el agua a la montaña, Una vez que había estado mendigando infructuo- Se incorporó el penitente y les explicó cómo con
no se presentó el ángel que siempre lo acompañaba y samente desde la mañana a la noche sin que nadie una sola palabra había ofendido a Dios, y la peniten-

Jacob & Wilhelm Grimm 358 Todos los cuentos


el profanador de textos
cia que le había sido impuesta. Su narración conmo- la copita de la virgen la viejecita
vió de tal manera a los bandidos que, espantados de [KHMvii] Muttergottesgläschen [KHMviii] Das alte Mütterchen
su vida anterior, se arrepintieron y decidieron hacer
penitencia. El ermitaño, una vez convertidos los tres
pecadores, volvió a tenderse al pie de la escalera.
Por la mañana lo encontraron muerto, y de la
vara seca que le servía de almohada habían brotado
tres ramas verdes. El Señor le había restituido su
gracia y acogido en su seno. ♣

A un carretero se le había atascado el carro que En una gran ciudad, una pobre anciana estaba, por
llevaba cargado de vino, y de ninguna manera podía la noche, sola en su habitación; pensaba en cómo
sacarlo adelante. En esto acertó a pasar la Santísima había perdido, primero a su marido, luego a sus dos
Virgen y, al observar el apuro del carretero, le dijo: hijos y, poco a poco, a todos sus parientes y amigos;
—Estoy cansada y sedienta; dame un vaso de aquel mismo día había perdido al último, quedán-
vino y te sacaré el carro del atolladero. dose sola y abandonada del mundo entero.
—Bien a gusto lo haría —respondió el hom- Tan triste estaba la pobre anciana, sobre todo por la
bre—, pero no tengo ningún vaso en que echar el pérdida de sus hijos, que incluso llegó a reprochar a Dios.
vino. Permanecía triste y abatida cuando oyó el tañido
Entonces la Virgen tomó una florcita blanca con de la campana que tocaba a maitines. Sorprendida
rayas coloradas, llamada farolillo, que tiene forma de haber pasado toda la noche en vela entregada a
muy parecida a una copa, y la ofreció al carretero. sus tristes pensamientos, encendió la luz y se enca-
Éste ka llenó de vino y la Virgen bebió, y en el minó a la iglesia.
mismo instante quedó desatascado el carro y el hom- Al llegar el templo estaba completamente ilumi-
bre pudo continuar su camino. nado, aunque no por velas y cirios como de cos-
Desde entonces se conoce la florcita con el nom- tumbre, sino por un resplandor raro y crepuscular.
bre de “copita de la Virgen.” ♣ Estaba también lleno de gente, y todos los sitios apa-
recían ocupados, y cuando la viejecita quiso ocupar
el suyo habitual, resultó que el banco estaba lleno. Y
al mirar a aquellas gentes se dio cuenta de que todos
eran parientes difuntos, que estaban sentados allí
con sus vestidos de otros tiempos y con los rostros
lívidos. No hablaban ni cantaban, mas en la iglesia
se percibía un extraño zumbido y rumoreo.

Jacob & Wilhelm Grimm 359 Todos los cuentos


el profanador de textos
Se levantó una tía suya y, acercándosele, le dijo: las bodas celestiales Al ver a la gente que se acercaba a la imagen de la
—Mira al altar, verás a tus hijos. [KHMix] Die himmlische Hochzeit Virgen con el Niño Jesús en brazos, tallada en made-
La vieja dirigió la mirada al punto indicado y vio ra, y que se arrodillaban y rezaban, pensó: “Éste será
a sus hijos: el uno colgando de una horca; el otro Nuestro Señor,” y exclamó:
azotado sobre la rueda. —¡Señor, y qué flaco estás! Seguramente te hacen
Y explicó la tía vieja: pasar hambre. Te traeré cada día la mitad de mi
—¿Ves? Ese era el destino que les estaba reservado ración.
si hubiesen vivido y Dios no los hubiese llamado a Desde entonces llevaba todos los días a la ima-
su seno cuando aún eran niños inocentes. gen la mitad de su comida; y he aquí que la estatua
La vieja regresó temblando a su casa y, cayendo empezó a comer aquellas viandas.
de rodillas, dio gracias a Nuestro Señor por haber Transcurridas un par de semanas, la gente notó
hecho las cosas mejor de lo que ella podía compren- que la imagen crecía y engordaba, de lo cual se
der. Y a los tres días murió ella también. ♣ asombraron todos. El párroco no podía dar crédito
Un pobre muchacho campesino oyó un día en la a sus ojos, y un día se quedó en el templo espiando
iglesia predicar al señor cura: al muchacho. Entonces pudo ver cómo partía el pan
—Quien quiera ir al cielo, debe seguir siempre el con la Virgen y cómo ésta lo tomaba.
camino recto. Al cabo de un tiempo el chico cayó enfermo y
El muchacho se puso, pues, en camino, siempre hubo de estar ocho días en cama. Al levantarse, su
adelante, sin jamás torcer, a través de montes y va- primer cuidado fue llevar la comida a la Madre de
lles. Al fin, llegó a una gran ciudad y fue a parar a la Dios. El cura lo siguió y oyó que decía:
iglesia, donde se celebraba el oficio divino. —Señor, no te enfades si durante estos días no te
Viendo aquella magnificencia, creyó nuestro mu- he traído nada; he estado enfermo y no he podido
chacho que había llegado al cielo y se sentó radiante levantarme.
de alegría. Terminado el oficio, cuando el sacristán le Y es el caso que la imagen le respondió:
dijo que se retirase, él se negó: —He visto tu buena voluntad y ella me ha basta-
—No, yo no me marcho. Estoy muy contento de do; el próximo domingo te invito a bodas.
haber llegado, por fin, al cielo. El muchacho sintió una gran alegría y se lo co-
Fue el sacristán a decirle al cura que en la iglesia municó al señor cura, el cual le pidió que preguntase
había un muchacho que no quería salir porque creía a la imagen si le permitiría asistir a él también.
estar en el cielo. Respondió el cura: —No —respondió la imagen—, tú solo.
—Si lo cree así, dejémoslo. Entonces el cura se brindó a prepararlo y a darle
Luego se dirigió al muchacho y le preguntó si le la sagrada comunión, a lo cual asintió el niño. Y el
apetecía trabajar. domingo, en cuanto hubo comulgado, cayó muerto
Contestó el muchacho que sí, y que estaba acos- y celebró sus bodas eternas. ♣
tumbrado al trabajo; lo que no quería era marcharse
del cielo. De esta forma, se quedó en la iglesia.

Jacob & Wilhelm Grimm 360 Todos los cuentos


el profanador de textos
la vara de avellano
[KHMx] Die Haselrute

Una tarde en que el Niño Jesús se había dormido en


su cunita entró su Madre y, contemplándolo llena de
ternura, le dijo:
—¿Te has dormido, Hijo mío? Duerme tranqui-
lo, mientras yo voy al bosque a buscarte un puñado
de fresas. Sé que te gustarán cuando despiertes.
En el bosque encontró un lugar donde crecían
fresas hermosísimas y al agacharse para tomarlas, en
medio de la hierba se irguió, de repente, una víbora.
Asustada la Virgen, dejó la planta y echó a correr.
La serpiente la persiguió, mas, como ya podéis supo-
ner, la Madre de Dios era lista y, ocultándose detrás
de un avellano permaneció quietecita hasta que la
alimaña se hubo marchado.
Recogió entonces las fresas y, camino de su casa,
pensó: “Del mismo modo que esta vez el avellano
me ha protegido, en adelante protegerá también a
los hombres.”
Por eso, desde hace muchísimo tiempo, una rama
verde de avellano es la mejor arma de protección
contra las víboras, culebras y todos los bichos que se
arrastran por el suelo. ♣

Jacob & Wilhelm Grimm 361 Todos los cuentos


el profanador de textos
apéndice 1 La primera parte de su vida, la más alegre, sólo al llegar la desgracia en 1806,1 se sintieron domina-
los hermanos Grimm la conozco por cartas y relatos. Durante esa época dos por la idea de trabajar por el honor y la libera-
recuerdos de Herman Grimm bella y fecunda, los hermanos vivieron en Kassel, ción de la patria. Creían en la vuelta de la antigua
donde fueron juntos al colegio. Los estudios uni- unidad y grandeza de Alemania. Al mismo tiempo,
versitarios los realizaron en Marburg. En Kassel sin embargo, alimentaban un único y gran deseo,
se colocaron de bibliotecarios en la biblioteca que también les sería concedido: el ser independien-
de Hesse, en cuyas amplias y silenciosas salas se tes y no ser molestados en su trabajo científico. Eso
encontraron como en su propia casa. Siguieron es lo primero que me viene a la memoria cuando
siete años en Gotinga, a partir de 1829. Los úl- pienso en mi padre o en mi tío; que el silencio era
timos decenios los pasaron en Berlín. Allí murió su verdadero elemento. Jacob se queja poco en las
primero Wilhelm, el 16 de diciembre de 1859. cartas que escribe a su hermano; lo único que le
Aún puedo ver a Jacob aquel día frío de invierno resulta a veces insoportable es que en las horas libres
cogiendo un duro terrón con sus finas manos y no encontraba un sitio en el que pudiera trabajar sin
Jacob y Wilhelm Grimm eran casi de la misma edad, arrojándolo a la tumba de Wilhelm. El 20 de sep- ser molestado.
pero Jacob parecía bastante mayor que Wilhelm; tiembre de 1863 le siguió él. Ambos trabajaron Yo he nacido en Kassel, pero los primeros recuer-
además era más fuerte, ya que en su juventud no hasta el último día de su vida desde la mañana dos los tengo de Gotinga. Aún me veo andando en
había padecido enfermedades como Wilhelm, mi hasta la noche. Wilhelm, en los últimos años, un silencio por los cuartos de estudio de mi padre y del
padre. Jacob era soltero, y los dos hermanos vivieron poco cansado ya. Jacob, en cambio, seguía ha- ‘apapa,’ como llamábamos de niños a Jacob Grimm
siempre en la misma casa, trabajaron juntos y están ciendo planes para el futuro. (y todos los amigos de la casa). Sólo se oía el raspar
enterrados juntos en el cementerio de San Matías de En Alemania todos conocen a los hermanos de las plumas o, de vez en cuando, una ligera toseci-
Berlín. Nacieron en Hanau: Jacob el 4 de enero de Grimm. Los niños crecen amándolos. ¡La de veces lla de Jacob. Este se inclinaba mucho sobre el papel
1785 y Wilhelm el 24 de febrero de 1786. Sus cum- que me han preguntado si estaba emparentado con para escribir; las barbas de su pluma estaban total-
pleaños eran días de fiesta para nosotros los niños. ellos! y al decirles que era su hijo y sobrino, me mente desgalichadas y caídas, y escribía a toda prisa.
Por lo que puedo recordar, a Jacob le ponían siempre convertía en una especie de pariente de los que me Mi padre mantenía la larga pluma de ganso tiesa
en una bandeja de plata, que sólo se utilizaba en esas preguntaban. Nunca se me pudo brindar mayor hasta la punta y escribía más despacio. Los rasgos
ocasiones, una verdadera montaña de uvas pasas, honor. Todos honran su nombre, y este aprecio del de la cara de ambos se movían ligeramente al escri-
que se llevaba a su habitación. También le regalaban pueblo se hereda de generación en generación. Para bir; alzaban o bajaban las cejas y, de vez en cuando,
un par de zapatillas bordadas. Cuando las cogía, olía el monumento que se les va a hacer en Hesse han miraban al vacío. A veces se levantaban, cogían un
las suelas nuevas, porque le gustaba el olor a cue- contribuido todos los alemanes, e incluso gentes de libro, lo abrían y lo hojeaban. Me hubiera parecido
ro, que le recordaba al de la encuadernación de los otras partes del mundo. Hasta los niños y los pobres imposible que alguien se atreviera a interrumpir
libros, y se las llevaba también, para aparecer al cabo han aportado con frecuencia unos pocos pfenning. aquel sagrado silencio.
de un rato con ellas puestas. Jacob y Wilhelm Grimm perdieron muy pronto Las habitaciones de trabajo de los hermanos en
A mi padre, el 24 de febrero, le regalaban una a su padre; por tanto, no tuvieron que agradecer su Gotinga daban a un gran jardín. A lo lejos destacaba
maceta de primaveras de color rojo pálido, su flor educación más que a ellos mismos. Desde muy jóve- 1 Alusión las derrotas sufridas por Prusia el 14 de octubre
favorita. Para mí la idea de cumpleaños va asociada a nes poseyeron un gran sentido de la responsabilidad de ese año en Averstadt y Jena frente a los ejércitos de
esa flor. para con su madre y sus hermanos pequeños. Luego, Napoleón.

Jacob & Wilhelm Grimm 362 Todos los cuentos


el profanador de textos
un tilo y una valla de madera. Yo había oído decir un tiesto de primaveras. Los dos hermanos tenían cuajada de estas flores, que nadie ha sembrado; en
a las criadas que el mundo estaba sujeto en alguna la misma relación de camaradería con la naturaleza otoño plantaremos lilas, que eran sus flores favoritas,
parte a unas tablas, y en mis pensamientos infantiles que Goethe. Todo aquello que floreciera y creciese así como de su madre y de Lotte.”
creía, pues, que en cada valla se encontraba el fin les alegraba. Sobre sus mesas había piedras minerales Pero el contacto de Wilhelm con la naturaleza
del mundo. De todas formas para mí lo más lejos de todas clases como pisa-papeles. Sobre la de Jacob, nunca fue más allá de los paseos, pues la dolencia
era Kassel. Allá iba todos los años la familia entera una pieza a base de conchas petrificadas; sobre la de cardíaca que padecía desde el comienzo de sus años
en un carruaje cargado de maletas, desde Gotinga a Wilhelm, todo un yacimiento de cristal de roca. Sus de universidad le impedía realizar grandes esfuerzos.
través de las montañas de Münden. Cuando pasába- escritorios, con todo lo que había sobre ellos, han El andaba despacio; Jacob deprisa. De manera que
mos el león de arenisca que señalaba la frontera de sido donados al Museo Germánico de Nuremberg, nunca paseaban juntos. Esa salud delicada obligó a
Hesse, me encontraba en mi verdadera patria chica. donde esperemos que se guarden con respeto. El Wilhelm a limitarse a recorridos cortos en sus viajes.
En lugar de los álamos de Hanover había serbales a poema de Platen a la flor de una madreselva hallada Jacob, por el contrario, estuvo en París, en Viena,
los lados de la carretera. También mi padre y mi tío por el poeta en un paseo otoñal, se lo he oído recitar en Italia, en Holanda y en Suecia. Cuando menos se
se sentían en Gotinga muy lejos de su tierra. Jacob a mi padre muchas veces con emoción, y el dedicado lo esperaban, anunciaba que se iba de viaje, y sólo
se consolaba pensando que en ambos lugares las a la violeta de Goethe, que tan bellamente compuso cuando ya se hallaba de camino, decía a dónde se
estrellas del cielo eran las mismas. El primer discurso Mozart, le era muy querido. Los dos hermanos te- había dirigido. De ello darán noticia muchas de sus
académico que pronunció en Gotinga versó sobre nían la costumbre de volver de sus paseos con flores cartas, cuando más adelante se publiquen algún día.
la nostalgia. Yo sólo viví en Hesse unos pocos años: y hojas, que luego colocaban en los libros que más Jacob tenía en su habitación una estatuilla de
desde que tuvimos que abandonar Gotinga y volvi- utilizaban. Con frecuencia vemos anotados en esas Goethe hecha por Rauch, y Wilhelm un busto
mos a Kassel hasta que los destinaron a Berlín. Pero hojas secas la fecha y el lugar donde fueron halladas. de Goethe realizado por Weiser. Goethe era para
para mí Hesse siempre ha seguido siendo mi verda- Toda su vida la acompañan estos recuerdos. A veces, ellos la máxima autoridad. Pero tampoco eran
dera casa, y en ninguna parte me resultan tan her- pegaban las hojas sobre papel y apuntaban más coleccionistas de Goethe; hasta que comenzaron el
mosos el valle, la montaña ni los grandes panoramas. detalles. Una vez encontré una hoja de trébol que mi diccionario no recibieron de Hirzel la ‘edición de
Allí me parece respirar otro aire. Mi madre hablaba padre había cogido el día en que mi hermano mayor, última mano.’ Toda su ‘querida’ biblioteca, para la
siempre en dialecto de Hesse. Ese acento tiene para que murió muy pronto y que se llamaba Jacobchen que habían ido reuniendo libros ya desde la épo-
mí algo encantador. Su sonido me parece cosa de (Jacobito), fue enterrado junto a su abuela. Tanto en ca de estudiantes universitarios, se hallaba en las
cuentos; lo percibo en todo lo que escribieron Jacob los libros de Jacob como en los de Wilhelm hay mu- habitaciones de Jacob. Como bibliotecarios que
y Wilhelm. El Fulda fue para nosotros siempre un chas hojas y flores de la tumba de su madre. Entre eran, tenían los libros cuidadosamente colocados y
río importante, y el bello poema que le dedicó Karl los viejos escritos he encontrado un capullo de rosa los trataban como a subordinados que merecen un
Altmüller arrancaba las lágrimas de mi madre. seco pegado sobre un papel, en el que pone: “De la respeto. Los estantes estaban bajos, de manera que
Pero mis recuerdos de la infancia son sobre todo tumba de nuestra querida madre. Arrancado por mí se podía llegar cómodamente con la mano a las filas
de Gotinga. En las ventanas de las habitaciones de el 18 de junio, a las ocho, para mi querido herma- de más arriba.
estudio de mi padre y de mi tío estaban sus flores no en recuerdo mío.” No pone ni el año ni de qué Sobre esos estantes colgaban unos amarillentos
preferidas. En la de Jacob alhelíes amarillos y he- hermano se trataba. Mi padre tenía, además, otra retratos al óleo de tamaño natural de antepasados y
liotropos, en la de Wilhelm, como ya he dicho, flor favorita. En una carta que escribió mi madre tras parientes. Pequeñas pinturas o dibujos enmarcados
primaveras de suave aroma. En un dibujo, que la muerte de mi padre, leo: “Estas margaritas son de otros rostros colgaban de las partes de la pared en
representa a éste en su escritorio, aparece junto a él de la tumba de mi querido Wilhelm. Toda ella está las que no había libros. Los niños, muy familiariza-

Jacob & Wilhelm Grimm 363 Todos los cuentos


el profanador de textos
dos con esa gente tan seria, nunca preguntábamos Junto al retrato de Friedrich Grimm estaba el El pequeño óleo de Urlaub representa a Jacob
por sus nombres o sus destinos. de su hijo, también llamado Friedrich, que murió Grimm con dos años. A sus padres les debió de ha-
El bisabuelo de Jacob y Wilhelm destaca como el como sacerdote en Steinau. De él ha hablado Jacob cer mucha ilusión verle en el cuadrito con su traje de
más importante de ellos: Friedrich Grimm, nacido en las noticias familiares que da en su autobiogra- color violeta, una banda ancha de color verde claro
el 16 de octubre de 1672 en Hanau y muerto en el fía. Al llegar a Steinau, a donde fue en 1730 como atada a un lado en un gran lazo, un amplio cuello
mismo lugar el 4 de abril de 1748. A los veinte años “sacerdote de Hanau elegido para el bien y el orden de camisa fruncido que le llega hasta los hombros,
era ya predicador de la corte real de Isenburgo, al de la Reforma evangélica,” su “único y más devoto hebillas de plata en los zapatitos, los pies ligeramente
año siguiente fue llamado como segundo predicador hermano Jonás” le dedicó una “felicitación cristia- cruzados, flores en las dos manos y apoyado en una
a Hanau, y en 1706 se convirtió en primer predi- na y fraternal”; ésta es la primera vez que aparecen pequeña roca. En primer plano se ven flores azules
cador e inspector eclesiástico de esta misma ciudad, juntos dos hermanos Grimm, ambos teólogos. En y rojas sobre largos pedúnculos entremezcladas con
cargos en los que permaneció durante cuarenta y los comentarios a ese poema de formato in folio se livianas mariposas; arriba aparecen unos arbustos,
dos años. El rastro de sus antepasados puede seguirse atestigua que los abuelos de los hermanos, en 1730, y al fondo unos árboles de tronco delgado, todo lo
hasta comienzos del siglo XVII. ya “habían servido y estado al frente de la Iglesia cual forma un conjunto de cuento. Y ya en su rostro
Quien mire este retrato contemplará respetuosa- de Hanau durante setenta años.” Jonás Grimm era, infantil se adivinan los futuros rasgos serios de su
mente a un hombre que, con la mano levantada y por aquel entonces, un estudiante de teología de cara.
el dedo índice estirado, parece explicar el pasaje de diecisiete años, y no sobrepasó los veintidós años. Su Jacob tenía nueve años cuando murió su padre.
la Biblia, sobre cuyas páginas abiertas descansa su retrato también está allí. Lleva una chaqueta de color Él mismo cuenta cómo a la mañana siguiente de
mano izquierda: San Juan 15, 5: “Yo soy la vid.” El rojo lacre y apoya el brazo a un lado. Mientras en los que muriera fue despertado muy temprano por
cuadro fue pintado en 1741, cuando Grimm tenía otros rostros encuentro parecido con los descendien- unas voces que oyó en el cuarto de al lado y saltó en
sesenta y nueve años. En 1748 murió. En una carta tes, éste me resulta extraño. camisa para ver lo que pasaba. A través de la puerta
que escribió tres semanas antes de su muerte, “con A Steinau fue también el hijo del pastor entreabierta vio cómo el carpintero, junto con otro
mano moribunda desde el lecho de la muerte,” se Friedrich, mi abuelo Philipp Wilhelm Grimm hombre, tomaba medidas para el féretro y decía:
despide de sus queridos hermanos, los sacerdotes, a (que había estado trabajando antes en Hanau “Ese hombre que yace ahí se merece un féretro de
los que tuvo que visitar como inspector de la Iglesia como jurista), y allí murió en la flor de la vida. plata.” El oír aquello le consoló y le satisfizo de for-
durante cuarenta y dos años. Con palabras cargadas Su retrato, el de su mujer, mi abuela, y el del ma indescriptible. Con letra firme y casi de adulto
de emoción les recuerda que “empleen toda su fideli- padre y la madre de ésta fueron pintados tan bien escribió la gran desgracia ocurrida a la familia en la
dad, diligencia y fuerzas del cuerpo y del alma y que por el aún hoy famoso pintor Urlaub que, a pesar Biblia bendecida por su abuelo para el registro de
no cejen en su empeño ni en su afán de trabajar.” de su pequeño tamaño, tienen un gran valor tales acontecimientos. Recomiendo a los que vean
El cura de Steinau, Georg Junghans, que siguió la artístico; además están perfectamente conserva- ese libro en el armario de los Grimm que lo respe-
actividad de Friedrich Grimm, dice de él: “Si obser- dos. En 1788 toda la familia se hizo pintar por el ten también profundamente (a menudo se cogen
vamos el trabajo de Grimm y de su clero diocesano maestro. Jacob, el hijo mayor de Philipp Wilhelm los libros de manera descuidada). Jacob Grimm fue
en las asambleas trimestrales, no podemos menos de Grimm, figura como el más joven de esa serie de durante mucho tiempo bibliotecario. Más tarde, lo
admirar a un hombre que supo despertar a la cien- cabezas. Espero que tras mi muerte, con quien se repito, sintió también respeto por los libros de su
cia a sus sacerdotes de una manera apasionada, fiel, cierra esta familia, estos cuadros sean guardados propia biblioteca, receptáculos de lo más noble que
incansable y grandiosa.” En esta frase el acento va cuidadosamente en Hanau, donde se levantará el producen las naciones, y destacaba las obras más
sobre la palabra ‘ciencia.’ monumento a los hermanos. valiosas con una lujosa encuadernación. A la muerte

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de su padre ese cuidado se manifestó ya en el intento forados y luego les hacían nudos debajo, y cómo en Aún recuerdo con claridad cuando me
de honrar a su querido padre a través de una letra la música de desfile había incluso violines. También perdí en el bosquecillo de Philippsruhe (junto a
esmerada. Mis hermanos y yo hemos donado el ar- se acordaba de haber pegado el oído al suelo para oír Hanau) con mi traje blanco con una banda roja;
mario de los Grimm a la Real Biblioteca Nacional de el estruendo de los cañones con los que disparaban miraba asustado, pero atentamente, los troncos
Berlín. Contiene el legado escrito de los hermanos, contra Maguncia. De esta época infantil en Steinau lisos de los árboles con su espeso follaje y la grava
sobre todo su correspondencia. Tras mi muerte y la han hablado Jacob y Wilhelm en sus biografías, así limpia del camino; aquel silencio y la verde
de mi hermana se añadirá mucho más. como Ludwig y Ferdinand Grimm, los hermanos penumbra me iban dando cada vez más miedo,
Después de la muerte de su padre, Jacob, a pesar pequeños, en unas notas biográficas. Rodeada de pa- y una angustia se superponía a otra, como una
de su juventud, se veía como el cabeza de familia. rientes y amigos, esta familia, la más distinguida de piedra a otra piedra.
Sus hermanos le reconocieron siempre esa posición. la pequeña ciudad, llevaba una vida apacible, cuyo Recuerdo con exactitud una mañana de
Sin duda, era el sucesor del poder del padre. Sólo centro lo formaba Lotte, la hermanita pequeña, muy verano en que vi cómo los soldados de Hanau
su madre estaba por encima de él; mientras vivió, querida por todos. La cosa cambió a medida que los desfilaban para la revista. Yo miraba por la
Jacob le pidió siempre de forma un tanto pedante niños crecieron. ventana y sólo los veía cruzando por el final de
que, como instancia superior, dijera la última pala- Los primeros en abandonar Steinau fueron Jacob la larga callejuela. Los fusiles brillaban al sol,
bra hasta en cosas en las que la pobre y encorvada y Wilhelm. Aunque nacidos en Hanau, habían sali- y pensaba en lo que me gustaría ir yo también
mujer se sometía con gusto a la voluntad de su hijo. do tan pronto de allí, que consideraban a Steinau su algún día con ellos, tan de mañana y con esa
Mi padre Wilhelm, sólo trece meses más joven que ciudad natal. Ludwig, que se hizo pintor, volvía con música tan bonita.
Jacob, reconoció hasta el final esa posición superior frecuencia a Steinau, y tanto aparece aquella comar- Mi madre solía sentarse con frecuencia en una
de su hermano. Ahora descubro emocionado cuán ca en los dibujos, acuarelas y apuntes que conservo, banqueta junto a la ventana y miraba por un
sagrada le resultaba a mi padre esa relación; pues que me parece haber pasado allí mi propia juventud. espejo fijo y alto por el que podía verse a toda la
había algo dominante en la naturaleza de Jacob y no En los recuerdos que escribió es él quien da una idea gente de la calle. Una de las hojas de la ventana
siempre era fácil someterse a ella. De niño, Jacob se más clara de la vida que se llevaba en la casa paterna permanecía abierta, el sol daba en los tejados y
ocupó de que se hiciera justicia a la memoria de su de Steinau. Wilhelm cuenta en una hoja suelta cómo las máquinas del calcetero roncaban sin cesar.
padre. Conservamos cartas escritas por él a su abuelo se despidió de Steinau: “Cuando salimos por prime- Esa hora era siempre muy aburrida.
en esa época; en una de ellas protesta enérgicamente ra vez hacia Kassel, se me quedó vivamente graba- Una vez fuimos a una fiesta a casa del
contra un sastre que, según le habían contado, había do el momento en que abandonamos la ciudad. abuelo. Nos habían puesto rizos en el pelo con
hablado desfavorablemente de su difunto padre en Íbamos sentados en el carruaje de la corona. Yo iba unas tenazas calientes. Estando allí, salimos un
una taberna. En la carta Jacob exigía que el calum- delante mirando a lo lejos nuestro jardín familiar, momento de la habitación con la cara ardiendo
niador fuera llevado ante el tribunal. También está con sus postes de piedra blancos y su cancela roja, y anduve sobre las piedras rojas de la casa, que
al corriente de la situación política de Alemania, todo envuelto en una densa niebla. Pensaba en el iban perdiendo el color.
aunque sólo sea para saber en qué medida es afec- tiempo que había pasado allí y me parecía algo ya Cuando vivíamos en el largo callejón de
tada la ciudad de Steinau, donde sigue viviendo la muy lejano, como si hubiera un abismo en medio y Hanau, en el piso de abajo, a mano derecha,
madre, por los movimientos de las tropas. El ejérci- me encontrara completamente alejado de aquello, había una sala empapelada con un papel
to de Prusia avanzaba entonces sobre la República comenzando algo nuevo.” de fondo blanco y, entre flores, surgían unos
Francesa. Mi padre contaba cómo la caballería Este es el final de una serie de recuerdos que apa- cazadores marrones y verdes, que siempre me
recogía las largas colas de los caballos con panes per- recen en la misma hoja: gustaba mirar.

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Estos recuerdos son de la primera época de pensaba que al fin creía que podía suceder de con respecto a ellos mismos, la necesidad de satisfa-
Hanau. En 1790, antes de que Wilhelm cumpliera verdad; pero nunca me asustaba el pensarlo. cer su afán de instrucción. A ello hay que atribuir el
cinco años, el padre fue trasladado a Steinau. impulso natural de salir de Hesse, a donde volverían
Como recuerdo propio añadiré que a comienzos El retrato del cuarto de mi bisabuelo es el mejor más adelante. Rara vez la vida oficial alemana ha
de los años cincuenta pasé un día en Hanau con mi conservado de los que pintó Urlaub. Lleva una cha- sido tan favorable a las inquietudes juveniles como
difunto padre. Vimos el castillo Philippsruhe con su queta de terciopelo marrón oscuro con grandes bo- durante los acontecimientos que tuvieron lugar a
parque a lo lejos, y me contó que su padre y su ma- tones dorados y con dibujos, de la que le cuelga por comienzos de ese siglo. Ellos demuestran que los
dre se habían enamorado allí. Por lo visto su padre, delante una chorrera blanca. Tiene una corta peluca tiempos más felices para un pueblo no son aquellos
al oír que otra persona quería casarse con ella, corrió blanca y un semblante fresco y expresivo, a pesar de en los que se disfruta de tranquilidad, sino aquellos
hacia el jardín del castillo, donde estaba ella con sus ser un hombre muy mayor. Por el contrario, la cara en que la vida nos estimula a emplear todas nuestras
padres, y se pusieron a pasear por él. Mi padre y yo de Philipp Wilhelm Grimm, mi abuelo, es más bien fuerzas.
recorrimos luego la ciudad y me enseñó todos los flaca. Jacob se le parecía mucho. Philipp Wilhelm Jacob y Wilhelm, pues, terminaron el bachillerato
sitios que conocía y la casa en la que habían vivido. tenía sólo cuarenta y cuatro años cuando murió. en Kassel y se fueron a Marburg. El certificado de
Wilhelm continúa el relato de la marcha de Es curioso que mi padre, cuando escribe acerca bachiller de Jacob, del 13 de marzo de 1802, aún
Hanau a Steinau: de sus experiencias o cuando nos hablaba de ellas, se conserva: al final de éste el rector Richter dice
sentía la necesidad de matizar los momentos de su en palabras cariñosas que confía en que Jacob se dé
El primer viaje de Hanau a Steinau también vida; el color, la luz y las sombras desempeñaban cuenta, por los resultados obtenidos, de por qué ha-
lo guardo en la memoria. Yo iba sentado en el para él un papel importante. Escribe con una visión bía depositado su confianza en él. Los dos hermanos
coche sobre una arqueta guarnecida de chapa de poeta y pretende que las escenas sean como imá- estudiaron Derecho. Savigny fue el primer profesor
dorada, dormido casi todo el rato sobre el regazo genes. Jacob sólo da lo real; la eficacia de sus apuntes que les dio a conocer todo el contenido de la pa-
de mi tía. Las figuras octogonales que había se basa en una aguda reproducción de lo sucedido labra ‘ciencia.’ A través de él entraron en contacto
en las posadas de los pueblos se me hacían muy en la realidad. Wilhelm tiene el afán de contar a los con Brentano y con Arnim. La transformación de
raras. Las flores blancas con espinas negras sin demás; Jacob escribe, por decirlo así, para sí mismo. Hesse en una parte del nuevo reino napoleónico de
hojas me parecían copos de nieve, y recuerdo Curiosamente Ludwig Grimm, el pintor, tenía una Westfalia, con Kassel como capital, trajo para los
que el molinero tuvo que partir una rama para naturaleza mucho más parecida a la de Jacob que habitantes de Kassel una visión política más amplia,
poderse subir al coche. Eso fue poco antes de a la de Wilhelm, y los dibujos y aguafuertes de la pues algo de la vida de París, dueña del mundo, se
llegar a Gelnhausen. naturaleza que hacía para él mismo a modo de diario reflejaba en la residencia de Jéróme Napoleon. Los
Luego, ya en Steinau, estando sentado sobre superan en mucho a las pinturas que hacía pensando hermanos, sin poner nada de su parte, se colocaron a
el órgano de la iglesia escuchando el sermón, en el público. una altura que les permitía contemplar todo cuanto
apoyaba la cabeza en la mano y pensaba en Cuando mi padre y mi tío hablaban de sus pri- ocurría a su alrededor. Por aquel entonces aprendie-
qué pasaría si saliera por la puerta y, en lugar meras experiencias en Kassel, los tiempos de Steinau ron a ver los distintos casos de la política europea,
de en Steinau, estuviera en Hanau y fuera a formaban un fondo lejano. Contando en Kassel sólo como si tuvieran una experiencia de hombres de
ver al abuelo. Tras la muerte de mi padre me lo con sus propios recursos, adquirieron enseguida la estado tras de sí, don que se confirmó en 1848 so-
imaginaba siempre entre la gente que salía de la independencia interior que les caracterizó a lo largo metiendo los repentinos y confusos acontecimientos
iglesia cogiéndome de la mano, o hablándome de toda su vida. Al ser los dos mayores de la familia, a una crítica objetiva. Jacob y Wilhelm han perse-
detrás de la puerta. Durante tanto tiempo lo sentían la obligación de ocuparse de sus hermanos, y guido siempre el bien y la honra de su patria, pero

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nunca trabajaron con vistas a un partido, ni siquiera de jóvenes amigos y amigas, al que ellos daban vida, además las siguientes observaciones hechas por la
a un partido ilustrado. Para ellos había una ‘patria en tanto que les despertaban su deseo por conocer mano de mi padre: “El prólogo de Wilhelm, unas
alemana,’ por cuya victoriosa grandeza valía la pena la obra de los hermanos. Tanto sus obras como sus cuantas añadiduras de Jacob.” “Cuentos 6-8 (‘El
sacrificar cualquier cosa. Pero no tenían un progra- cartas muestran lo a gusto que se sentían en medio ruiseñor,’ ‘La culebra ciega’ y ‘La mano del cuchillo’)
ma sobre los medios con los que había que trabajar. de aquel público autodidacta. Hay algo de salvaje y traducidos del francés y del inglés por Jacob; en la
Y sobre todo: cualquier protagonismo personal primitivo en la época de Kassel de Jacob y Wilhelm. siguiente edición los he sustituido por alemanes.”
les era ajeno. Por todas partes procuraban tan sólo En lo mejor de esos días se recopilaron e imprimie- “Contados por Jacob números 12 y 40, probable-
hallar el mismo silencio que rodeaba sus habitacio- ron los ‘Cuentos de niños y del hogar.’ mente 51 y 57. (‘Rapónchigo,’ ‘El novio bandido,’
nes de trabajo: nunca necesitaron ni pidieron más. Estos no son el producto de un trabajo realizado ‘El pájaro emplumado,’ ‘El pájaro de oro’). Las
Tan sólo aspiraban a reunir todo aquello que fuera en una dirección determinada, sino uno de los resul- observaciones están hechas entre los dos.”
símbolo del espíritu alemán. tados de su actividad general. De ahí se deduce que en aquella época casi todo
La época de Kassel empieza a cobrar vida para mí Los hermanos pensaban en los niños como lecto- lo hacía Wilhelm. También la tercera parte (la cientí-
cuando la abuela abandonó Steinau y se marchó con res. Ya la dedicatoria de la primera edición de 1812 fica) la terminó casi él solo en 1821.
los otros niños a Kassel. Jacob cuenta que su madre, lo demuestra: “A doña Elisabeth de Arnim para el En uno de los ejemplares del primer volumen
antes de irse para siempre a Kassel, fue una vez a pequeño Johannes Freimund.” manejados por Wilhelm anotó debajo de casi todos
visitar a los dos. Entonces él la llevó a ver la ciudad. Freimund era el primer hijo, entonces casi los cuentos, además de muchos cambios estilísticos,
Cuenta que recuerda como el momento más feliz de recién nacido, de Achim y Bettina van Arnim. En los nombres de los que se los habían contado a él.
su vida cuando la cogió de la mano y notó que de el prólogo se habla de lo poco que pensaban los Allí encuentro a Dorothea, mi querida y difunta
nuevo estaba con él. recopiladores de la época en el uso exclusivo de los madre, mucho antes de que se casara con mi padre.
Jacob y Wilhelm terminaron sus estudios uni- cuentos por parte de los niños. A los hermanos les Nacida en 1795, tenía dieciséis años en 1811, año
versitarios. Pero aún quedaba la educación de los interesaba primordialmente sacar a la luz esas joyas en el que aparece mencionado su nombre por pri-
hermanos, como por ejemplo, la de Ludwig Grimm. que, habiendo surgido de la imaginación poética del mera vez en el libro. De sus labios escuchó Wilhelm
De él proceden muchos retratos de aquellos años pueblo, formaban parte de la riqueza nacional y, sin una docena de los más hermosos cuentos. El mismo
y de los siguientes. Dibujó, sobre todo, a su madre embargo, habían permanecido hasta entonces en el me habló de otros cuentos del segundo volumen que
en muchas posturas. Sobre el escritorio de mi padre, olvido. también procedían de ella. Así, por ejemplo, el final
creo recordar, había una caja dorada con un retra- Ante mí tengo esa primera edición, un volumen de ‘El rey Pico de Tordo’ y el cuento de las estrellas
to de ella en miniatura. Hoy en día se halla en mi hecho con un bonito papel. El título aún no lleva la que le llovían del cielo a un niño pobre.
posesión. Muestra a la madre en sus últimos años. indicación de ‘primer volumen.’ En un señalador del El padre de Dorothea Wild era un ciudadano
Como mi madre, también ella se llamaba Dorothea. libro está bordado con hilo verde: bernés establecido en Kassel, farmacéutico y per-
No alcanzó una edad avanzada. teneciente a las familias nobles de su ciudad natal,
Tras la muerte de la madre, la vida en común A tu niña sin manos cuyos antepasados habían combatido en la batalla
de los hermanos en Kassel adquirió otra vez nuevas saludaron con gusto dos manos de una niña. de Murten y habían hecho allí botín. En Berna he
formas. Pero ninguna preocupación impidió que la tenido en la mano el pesado collar de plata que un
existencia de Jacob y Wilhelm estuviera cada vez más El prólogo lleva la fecha de ‘Kassel, a 18 de Wild arrebató a un jinete borgoñés junto con la
dedicada al trabajo ni que, queriéndolo o sin querer- octubre de 1812.’ Debajo escribió Jacob más tarde: enorme espada de dos filos que llevaba. El padre
lo, ambos se convirtieran en el centro de un círculo “Justo un año antes de la batalla de Leipzig.” Hay de mi madre (ella también era ciudadana bernesa)

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tenía en el callejón de Mar, en Kassel, la farmacia plantas; colocaba junto a ella su silla y su costurero y fue mi madre la que recordó cómo seguía la escena y
llamada ‘Sonne,’ que era un edificio de varios pisos de este modo se sentía feliz. la que más tarde le contó la respuesta de los niños:
superpuestos en saledizo, cerca del cual mi abuela La mayoría de los que hoy no leen los cuentos
Grimm alquiló una casa cuando se trasladó a Kassel. de los Grimm disfrutando como los niños, sino Es el viento, sólo el viento,
(Hoy hay una placa que da testimonio de su casa, reflexionando acerca de su origen, piensa que fueron el niño del cielo.
ocupada tras su muerte por sus hijos.) En el estrecho escritos siguiendo al pie de la letra lo que contaba la
callejón de Mar no existía una sola casa cuya historia gente, de tal manera que si Jacob o Wilhelm Grimm y todo lo que sigue, tal y como puede leerse en las
no conociera mi abuela. Siempre se las apañaba para no se hubieran anticipado a otros recopiladores pos- siguientes ediciones. En el tercer volumen mi padre,
contarnos a los niños algo nuevo de aquel vecinda- teriores, éstos podían haberse adueñado igualmente además de los ‘diferentes relatos acreditados,’ cita
rio. La señora Grimm tenía cinco hijos y una hija; de esa ‘propiedad del pueblo.’ Pero lo cierto es que también una forma de este cuento y otras parecidas.
en la casa de la farmacia de los Wild vivían seis hijas si los cuentos se han convertido de nuevo en propie- De ahí se deduce la cantidad de trabajo selectivo,
y un hijo; algunos aún no habían salido casi de dad del pueblo es a través de la forma con que los sintetizador y de redacción que fue necesario para
pañales. El señor Wild era un hombre adinerado. presentaron los hermanos Grimm. hallar la forma con la que hoy aparecen recopilados
Tenía huertas y tierras en las afueras de Kassel. ‘En el De joven mi madre contó a mi padre ‘Hansel y los ‘Cuentos,’ parecen haber surgido tal cual del
jardín,’ Dorothea Wild le contó a mi padre una serie Gretel,’ pero no puede decirse simplemente que mi espíritu del pueblo alemán.
de cuentos. padre lo escribiera siguiendo el dictado de mi madre. Pero no fue Dorothea la única de la familia Wild
Debajo de ‘Catalina, la mujer de Juan,’ pone: Wilhelm añadió a las ediciones posteriores de los que proporcionó material para la recopilación.
“Dortchen (Doroteíta), 29 de septiembre de 1811, cuentos la ya mencionada y menos conocida terce- Había seis hermanas Wild; una de las tres mayo-
en el jardín”; debajo de ‘La mesita, el asno y la ra parte, en la que se manifiesta acerca del origen res era Gretchen, que destacaba por su belleza y su
estaca’: “Dortchen, 1º de octubre de 1811”; debajo de cada cuento, aunque sin mencionar a ninguna talento. Existe un retrato suyo en el que se reco-
de ‘La señora Holle’: “Dortchen, 13 de octubre de persona. En ‘Hansel y Gretel’ pone únicamente: noce su cabello rubio y ligeramente ondulado y su
1811, en el jardín.” En 1811 debió de hacer un oto- “Según diferentes relatos de Hesse.” De ahí se expli- suave piel. De ella proceden los primeros cuentos:
ño cálido en Kassel, al igual que en el Rin. El 9 de ca por qué en el primer volumen, cuando menciona ‘Príncipe Cisne’ (Gretchen, 1807); ‘La niña de
octubre del año siguiente, Dorothea le cuenta ‘Los escrito a mano a mi madre como fuente del cuento, María’ (del mismo año); ‘El fiel compadre gorrión’
tres hombrecillos’ y ‘Allerleirauh,’ después de haberle no lo haga al final sino en mitad del cuento, donde (Gretchen, 1808); ‘Pulgarcito’; ‘El gato y el ratón,
contado el 9 de enero de 1812, junto a la estufa del escribe a mano un añadido que más tarde aparecerá socios’ y ‘El centavo robado,’ 1808. Gretchen se casó
cenador, ‘Los seis cisnes,’ ‘El hueso cantarín’ y ‘El en la segunda edición y que es una de las partes más joven y murió pronto; sus hijos fueron educados por
bienamado Rolando.’ ‘Hansel y Gretel’ es del 15 de bonitas del cuento. Concretamente, cuando la vieja mi madre. De niños estuvimos, pues, muy vincula-
enero de 1813. bruja pregunta: dos a ellos, y hoy lo estamos a sus hijos y nietos.
Eso de ‘en el jardín’ me recuerda el amor que ¿De dónde se sabían Gretchen y mi madre los
sentía mi querida madre por todo lo que tuviera algo Crunch, crunch, crunch, ¿quién roe, roe? cuentos? Ante todo de su madre, que fue la que se
que ver con la jardinería. Tanto en ella como en sus ¿Quién mi casita me come?, los contó. De la señora Wild hay retratos; y tam-
hermanos o sus hijos era algo innato. A menudo bién de su madre, o sea de la abuela de mi madre,
decía que no se había cumplido un deseo suyo: el en la primera edición los niños tan sólo se asustan y existe una miniatura que conozco desde niño: una
tener un jardincito, aunque fuera minúsculo. A cam- la bruja sale inmediatamente de la casa. En la obser- mujer mayor de rasgos dulces y delicados; tiene algo
bio llenaba la ventana de tiestos con toda clase de vación que hace aquí mi padre al margen pone que de distinguido. Lleva un pañuelo de encaje sobre

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el pelo recogido y empolvado, y una piel de mar- Gretchen se limitaron a transmitir lo que les había los que contribuyeron a la primera parte, algunos
ta con la que se hacía llevar los domingos en una contado la vieja Marie. de ellos desconocidos para mí, mencionaré sólo a
silla de manos a casa de su hija Wild. Se apellidaba Pero a los Wild y a los Grimm se incorpo- August van Haxthausen, a la señora Jordis y a Achim
Huber y era hija del famoso Gesner, el que escribió ró una tercera familia, los Hassenpflug. Ludwig van Arnim.
el ‘Thesaurus,’ cosa que mi madre nunca se olvidaba Hassenpflug, ministro del último elector de Hesse, Gracias a la familia Haxthausen se añadieron a
de decir. El ‘Thesaurus linguae romanae’ es el padre tenía dos hermanas, Amalie y Jeanette, que eran la recopilación todos los cuentos cuyo origen está
de los modernos diccionarios de latín. La abuela de amigas de Dortchen Wild y de Lotte Grimm. indicado en la tercera parte como “de la gente de
mi madre, es decir la hija de Gesner, sentía ya de Amalie Hassenptlug (autora del libro ‘Gretchen Paderborn.” Unos cuantos hermanos y hermanas
niña tal entusiasmo por la filosofía, que se sentaba Verflassen’ y amiga de Anette van Droste-Hülshoff ) vivían en Bokendorf, entre ellos la madre de la
tras una cortina del auditorio y escuchaba las clases era entonces de una gran belleza y vivacidad. Ludwig poetisa Anette van Droste. Los hermanos Grimm
de su padre. Y ocurría que a veces se dormía y que Grimm la pintó con frecuencia. Hay algo en sus iban allí con frecuencia, y los cuadernos de apuntes
se caía desde su silla al auditorio. Los alumnos, sin rasgos y en su espíritu independiente y perspicaz de Ludwig están llenos de paisajes de la comarca y
embargo, sentían tal veneración por su profesor que que parecen haberla destinado a no casarse. Murió de retratos, entre los que destacan los de la gente del
no se reían. La señora Wild era una mujer pequeña en Meersburg, junto al lago de Constanza; de todos pueblo y de la casa y los de los perros. August van
y graciosa. A Wilhelm Grimm le contó dos cuentos, los jóvenes de aquella época, quizá fuera ‘Malchen’ Haxthausen contó el cuento de ‘La chusma’ el 9 de
debajo de los cuales aparece su nombre: ‘La brizna Hassenpflug la que estuviera más próxima a Jacob y mayo de 1812.
de paja, el carbón y el haba’ y ‘Piojito y pulgui- a Wilhelm por su superioridad intelectual. La señora Jordis contó el cuento de ‘La zorra’
ta,’ ambos emparentados por su lindeza y gracia Muchos de los cuentos del primer volumen llevan en otoño de 1812. Era la hermana de Bettina y
especial. la anotación: “de los Hassenpflug,” pero en la mayo- Clemens Brentano. De los Brentano, nacidos en
Pero no tienen nada en común con los que le ría de ellos pone “de Jeanette.” Jeanette Hassenpflug, Steinau, proceden posiblemente los cuentos que en
contaba Dorothea. Esta, por tanto, tenía otras la hermana pequeña, era muy distinta a Amalie, e el tercer volumen aparecen con la indicación “de la
fuentes. En la habitación de los niños de la casa de intelectualmente no se la podía comparar con ella, comarca del Main.” El pintor Runge de Hamburgo
la farmacia ‘Sonne,’ con sus muchos pasillos, esca- pero era una magnífica narradora. Los cuentos de añadió a la recopilación ‘El enebro’ a través de
leras, pisos y dependencias interiores tantas veces los Hassenpflug comienzan en 1811; casi todos son Achim van Arnim. ‘Yorinde y Yoringel’ proceden de
registrados por mí de niño, mandaba la ‘vieja Marie,’ del otoño de 1812. De ellos proviene, salvo el final, la vida de Jung-Stilling. No obstante, también aquí
cuyo marido había caído en la guerra, y que todas que lo añadió Dortchen, ‘El rey Pico de Tordo’; se añadió un relato oral “de la comarca del Schwalm”
las noches leía una oración de su Hawermannchen. ‘Blancanieves’ (éste tampoco de ellos solos); una con pequeñas diferencias.
De ella salieron los cuentos más bonitos del primer parte de ‘El Enano Saltarin,’ al que también contri- En el año 1815 se publicó el segundo volumen
volumen. De ella proceden ‘Hermanito y hermani- buyó la hermana mayor de Dortchen, Lisette; ‘Los de los cuentos. El prólogo es de septiembre de 1814.
ta’ (de Marie, 10 de marzo de 1811); ‘Caperucita tres pelos de oro del diablo’; ‘El gato con botas’; ‘El En él se menciona un nombre nuevo: la señora
roja’ (otoño de 1812); ‘La niña sin manos’ (10 de señor Korbes’ (‘El pollito y el gallito,’ este último ya Viehmann de Zweheren, un pueblo pegado a Kassel.
marzo de 1811); ‘El novio bandido’; ‘El ahijado contado por Jeanette en 1810); ‘El sastre que se en- Su aportación a la segunda parte es como la de la
de la muerte’ (20 de octubre de 1811); ‘El viaje de riqueció deprisa,’ ‘Barba Azul’; ‘Hurleburlebutz’; ‘El vieja Marie a la primera. Refiriéndose a ella, pone en
Pulgarcito’; ‘La Bella Durmiente’ y otros sin fecha. rey y los leones’; ‘La suegra.’ La madre Hassenpflug el prólogo:
Cito las obras en el orden en que fueron impre- era de origen francés: tanto ‘Barba Azul’ como ‘El Fue una feliz coincidencia trabar
sas. Se nota enseguida que tanto Dortchen como gato con botas’ recuerdan a Francia. Del resto de conocimiento con una campesina de Zwehren,

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gracias a la cual conseguimos una parte retrato de la señora Viehmannin, la ‘mujer de los En 1896 se colocará la doble estatua a los herma-
considerable de estos cuentos, auténticos, pues, de cuentos,’ grabado al aguafuerte por Ludwig Grimm. nos en Hanau. Hace poco he visto, con unos señores
Hesse, así como algunas añadiduras del primer Ludwig dibujó también al principio del primer vo- venidos de Hanau, la maqueta que está en el taller
volumen. Esta mujer, aún llena de vigor, se lumen al hermanito y a la hermanita durmiendo en de Eberle en Munich, y me ha impresionado por su
apellida Viehmannin, tiene una mirada clara y el bosque, con un ángel con lilas en las manos tras sencillez. Wilhelm está sentado en un sillón con un
penetrante y probablemente haya sido hermosa ellos. A partir de entonces hay muchísimos dibujos libro abierto sobre las rodillas. No mira al libro, sino
en su juventud. Conserva en la memoria las para los cuentos en casa de Ludwig hechos por él, a lo lejos, pensativo, como tantas veces le he visto de
viejas leyendas, don que, según ella, no lo tiene pero son pocos los que se han publicado. El hacer niño; parece que una idea estuviera tomando forma
cualquiera. Narra con calma y seguridad, dibujos para los cuentos formaba parte de su activi- en su noble frente. Jacob, de pie junto a él, apoya
complaciéndose a sí misma; a veces lo hace a dad artística. En la época en que apareció la segunda una mano en el respaldo del sillón e inclina la cabeza
su aire, pero si se le pide, lo hace tan despacio edición, Lotte Grimm se casó con Hassenpflug; para mirar el libro, como si tratara de leer su conte-
que se puede ir escribiendo lo que dice. Muchas de esta forma, los niños que iban teniendo y, más nido. No se ha podido representar el trabajo inte-
cosas se han guardado de esta forma palabra por tarde, mis hermanos y yo nos fuimos convirtiendo lectual en común de una manera más sencilla, bella
palabra. Quien piense que por norma se falsea en un público entusiasta de los cuentos. Crecimos y elocuente. En el pedestal, dentro de un medallón,
la tradición o se narra con inexactitud y que, con el libro y considerábamos su contenido como irá el retrato de nuestra madre, que estuvo al lado de
por tanto, ésta no puede durar mucho de esta el de la gran historia universal en sus más remotos los dos hermanos hasta el último momento.
forma, debería escuchar con qué precisión cuenta tiempos. Los cuentos tienen la particularidad de ser La tumba de Dorothea Grimm está en Eisenach.
siempre esta mujer y cómo se esmera en narrar considerados una y otra vez como una novedad por Yace en el cementerio situado junto al camino que
con rigor; por más veces que lo repita, nunca los niños. Para nosotros todos tenían en común el sube a Wartburg. Sobre su lápida hay un ángel
cambia nada, y si se confunde, lo corrige sobre la ser un gran reino en el que todas esas cosas habían arrodillado, copia del que hizo para la tumba de
marcha.’ sucedido realmente. Lotte Grimm en Kassel el escultor de Hesse Werner
En este prólogo al segundo volumen los herma- Existe en los niños de todos los tiempos y de Henschel, fiel amigo de los hermanos Grimm.
nos se manifiestan acerca del valor de los Cuentos todos los pueblos un comportamiento común con Ludwig Grimm murió el 4 de abril de 1863 en
como libro destinado a los niños. En los dos años respecto a la naturaleza: lo ven todo como igual- Kassel.
que van de 1812 a 1814 se había hablado mucho de mente dotado de vida. Los bosques y las montañas, Junto a su padre descansa en Berlín mi hermano
ese tema. Al fin el libro encontraba su sentido como el fuego y las estrellas, los ríos y las fuentes, la lluvia Rudolf, tan querido para mí y para mi hermana
libro para niños, cosa en la que no se pensó en el y el viento hablan y poseen buena o mala voluntad Auguste, que nació el 31 de marzo de 1830 en
primer volumen. Por aquel entonces se pensaba más y la mezclan en los destinos humanos. Hubo una Gotinga, combatió en las guerras y, a pesar de ser
en lo que se les podía leer a los niños; entretanto los época, sin embargo, en la que no sólo pensaban así más joven y más fuerte que yo, murió el 13 de no-
niños se habían adueñado de los libros y los leían los niños europeos, sino también naciones enteras. viembre de 1889. ♣
con sus propios ojos. Los hermanos insisten en que Jacob se dedicó a estudiar cómo se comportan los
se les debe dejar plena libertad para hacerlo. Lo que pueblos durante la infancia en lo relativo a creencias, Herman Grimm
dice Wilhelm es cierto; estos cuentos son algo ‘sano’ idioma y tradición; Wilhelm, por el contrario, no
y el pueblo alemán los necesita. sólo quería investigar el presente, sino también darlo
La segunda edición del libro es de 1819. Aquí a conocer. Fue sobre todo Wilhelm el que dio forma
el segundo volumen tiene a modo de epígrafe un y, por tanto, creó los cuentos.

Jacob & Wilhelm Grimm 370 Todos los cuentos


el profanador de textos
apéndice 2 lograr la perfección, al final, queda la obra a ver nunca más con su follaje primaveral. Tuve
a la señora Bettine von Arnim1 sin llevarse a cabo. “Está todo escrito tan que pasar allí todavía unas semanas más y las
limpia y pulcramente,” añadía con una ironía pasé en la casa de un amigo en contacto con
bondadosa, pues, por los rasgos generosos pero aquellos a los que había tomado cariño y se lo
no muy legibles de su mano, parecía no darle seguía teniendo. Cuando partía se vio detenido
demasiada importancia a la escritura clara. mi coche por una comitiva: era la universidad,
Yendo de un lado· a otro de la habitación leyó que acompañaba a un féretro. Llegué aquí en la
las hojas sueltas, mientras que un manso canario oscuridad y entré en la misma casa que había
se mantenía en equilibrio con un movimiento tenido que abandonar, con un frío intenso, ocho
gracioso de las alas, posado en su cabeza, entre años antes: cuál no sería mi asombro cuando la
cuyos rizos parecía encontrarse muy a gusto. Su encontré a usted, querida Bettine, sentada junto
noble cabeza descansa ya hace años en la tumba, a los míos, prestando ayuda y apoyo a mi pobre
Q
uerida Bettine: pero todavía hoy me conmueve el recuerdo de mujer enferma. Desde aquel funesto tiempo, que
Este libro vuelve otra vez a sus manos, de aquello, como si lo hubiera visto ayer por última destrozó nuestra tranquila vida, ha participado
la misma manera que una paloma perdida vez, como si estuviera en la tierra verde como un usted de nuestra suerte con una cálida fidelidad,
busca de nuevo el hogar y toma allí el sol árbol que agita su copa al sol. y yo considero esta participación tan beneficiosa
tranquilamente. Hace veinticinco años Sus hijos ya han crecido y no tienen necesidad como el calor del cielo azul que ahora entra por
que Arnim se lo colocó, por vez primera, de estos cuentos. Usted misma difícilmente tendrá mi ventana, desde la que, por la mañana, veo
encuadernado en verde con lomo dorado, entre ocasión de volverlos a leer, pero la juventud ascender el sol y concluir su camino sobre los
los regalos de Navidad. A nosotros nos alegró invencible de su corazón aceptará gustosamente montes, bajo los que fluye radiante el río; el aroma
que él lo tuviera en tanto aprecio y no nos pudo el regalo de esta fiel amistad con su cariño. de los naranjos y tilos penetra desde el parque y
expresar de mejor manera su agradecimiento. Con estas palabras le envié a usted el libro yo me siento rejuvenecido en el amor y el odio.
Por entonces pasó unas semanas con nosotros en hace tres años desde Gotinga: hoy se lo envío de ¿Puedo desear un momento mejor para ocuparme
Kassel y fue él quien nos animó a la publicación. nuevo desde mi tierra de origen, como la primera de nuevo de estos cuentos? En el año 18134 yo ya
¡Con cuánta intensidad participaba en todo vez. En Gotinga podía ver desde mi ventana había escrito el segundo tomo, cuando nos vimos
aquello que daba muestras de vida propia! solamente unos tilos que sobresalían de los tejados, obligados los hermanos a conformarnos con un
Incluso tenía en cuenta lo más minúsculo: con que Heyne2 había plantado detrás de su casa y alojamiento más pequeño, mientras soldados rusos
una habilidad especial cogía una hoja verde, que habían crecido a la par que la fama de la alborotaban en las habitaciones de al lado; pero
una flor del campo y sabía contemplarlos de universidad; sus hojas eran amarillas y estaban a entonces el sentimiento de la libertad era el aliento
una forma plena de sentido. De todas nuestras punto de caerse cuando yo abandoné mi vivienda de la primavera, que ensanchaba los pulmones y
colecciones fueron estos cuentos los que más le el tres de octubre de 1833.3 No creo que los vuelva consumía toda preocupación.
gustaron. Opinaba que no debíamos detenernos
demasiado en ellos, pues en la aspiración a 2 Christoph Gottlieb Heyne (1729-1812). Filósofo por el rey Ernst August II de Hannover de suprimir la
clásico, profesor de la universidad de Gotinga; fue uno ‘Ley Fundamental del Estado’ que llevó a un incumpli-
1 Escritora alemana (1785-1859), hermana del poeta de los representantes más notables del llamado Nuevo miento de la Constitución. [N. del Tr.]
Clemens Brentano y mujer del escritor Achim von Humanismo. [N. del Tr.] 4 En este año tuvieron lugar la alianza ruso‑prusiana, así como
Arnim. Fue amiga de Goethe y mantuvo una estrecha 3 Los hermanos Grimm tuvieron que abandonar sus cargos las guerras de liberación contra Napoleón; de ahí que hubiera
relación con los escritores románticos. [N. del Tr.] académicos cuando protestaron por la medida tomada tropas rusas estacionadas en Alemania. [N. del Tr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 371 Todos los cuentos
el profanador de textos
Esta vez, querida Bettine, puedo darle el apéndice 3 han sido los setos que los han puesto a salvo y los
libro, que generalmente llegaba de tan lejos, prólogo han transmitido de una época a otra.
en mano. Usted nos ha buscado una casa fuera Quizá era éste justamente el momento de colec-
de las murallas de la ciudad, donde al margen cionar estos cuentos, ya que los que debían custo-
del bosque crece una nueva ciudad, protegida diarlos son cada vez más raros. Sin lugar a dudas,
por árboles, rodeada de verde césped, rosales y quienes todavía los conocen saben por lo general
guirnaldas de flores y que no ha sido alcanzada muchos, porque los hombres se les mueren a los
todavía por el ruido insoportable. Cuando el año cuentos, pero no así los cuentos a los hombres; pero
pasado, en pleno verano, durante las tempranas la costumbre va desapareciendo poco a poco como
horas de la mañana, me paseaba de un lado a todos los asientos recónditos en las casas y jardines,
otro a la sombra de la encina, y el aire fresco que se perpetuaban desde el abuelo hasta el nieto,
iba haciendo desaparecer la presión que pesaba evitando el constante cambio de una pomposidad
sobre mí después de una larga enfermedad, me di Cuando por una tormenta o por cualquier otra hueca que se parece a la risa con la que se habla de
cuenta entonces, agradecido, de lo bien que usted desgracia que el cielo envía se pierde una cosecha estos cuentos hogareños, que parece elegante y, sin
había cuidado de nosotros. No le traigo ninguno entera, nos parece bien que, incluso en pequeños embargo, cuesta bien poco. Allí donde todavía los
de los arbustos magníficos que se cultivan en el setos o arbustos que están en el camino, se haya hay perviven de esa manera, sin pensar si son buenos
zoológico, tampoco peces de colores de las aguas salvado un pequeño lugar y hayan permanecido de o malos, poéticos o de mal gusto para gente juiciosa;
oscuras, sobre las que flota la imagen de los pie algunas espigas. Si el sol luce otra vez de for- se los conoce y se los ama porque precisamente así
dioses griegos; en cambio, ¿por qué no entregarle ma favorable, crecen solitarias y sin necesidad de han sido recibidos y producen alegría sin tener un
otra vez estas floraciones inocentes que salen cuidados; ninguna hoz prematura las siega para los motivo expreso para ella. Así de maravillosa es la
continuamente frescas de la tierra, cuando yo grandes graneros, pero al final del verano, cuando las costumbre viva y, si algo tiene de común la poesía
mismo he visto cómo usted se detenía ante una espigas han madurado totalmente, llegan pobres ma- con todo lo eterno, es sin duda este hecho de sen-
humilde flor y observaba su cáliz con la alegría nos que las buscan y, colocando espiga sobre espiga, tirnos atraídos por ella frente a cualquier otro tipo
de la primera juventud?5 ♣ atadas cuidadosamente y mucho más apreciadas que de voluntad. Fácilmente se podrá apreciar que estos
gavillas enteras, las llevan a casa y durante todo el cuentos sólo han prendido allí donde hay una viva
Berlín, en la primavera de 1843 invierno sirven de alimento y quizá de única semilla sensibilidad para la poesía o para la fantasía, no
Wilhelm Grimm para el futuro. apagada por las equivocaciones de la vida. En este
Lo mismo nos ha pasado a nosotros cuando he- sentido no queremos alabar aquí estos cuentos o
mos visto cómo de todo aquello que ha florecido en defenderlos de una opinión totalmente contraria: su
5 Después de la protesta de ‘los siete de Gotinga’ entre épocas tempranas no ha quedado nada, incluso casi simple existencia es suficiente para protegerlos. Todo
la que se encontraban los hermanos Wilhelm y Jacob se ha perdido hasta su recuerdo, como entre el pue- lo que posee variedad y ha sido repetidamente causa
Grimm contra las medidas impopulares del rey de
Hannover, ambos pensaban dedicarse exclusivamente, por blo las canciones, leyendas y estos inocentes cuentos de placer, ha emocionado o enseñado, lleva en sí su
encargo de una editorial, a confeccionar y redactar la que hogareños. Los asientos al lado de la chimenea, el lar necesidad y ha venido precisamente de las fuentes
iba a ser su obra monumental: el ‘Diccionario Alemán.’
Sin embargo, fueron llamados a Berlín para ser nombra- de la cocina, las escaleras del desván, cuando toda- eternas que actúan como el rocío sobre la vida, y
dos miembros de la Academia de las Ciencias. Bettine von vía se celebraban los días de fiesta, los pastos y los aunque sólo quede una gota conservada en una hoja,
Arnim influyó decisivamente para que se produjera tal bosques en calma y sobre todo la fantasía no turbada relucirá en las primeras horas de la aurora.
nombramiento. [N. del Tr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 372 Todos los cuentos
el profanador de textos
Por ello, precisamente aquella pureza inva- Nada mejor puede defendernos que la mis- segundo tomo se terminó en 1814 y se reali-
de interiormente estas poesías, y por ella nos ma naturaleza, la cual ha dejado crecer estas zó con más rapidez, en parte porque el libro
parecen los niños tan maravillosos y dichosos; flores y hojas con tal variedad de colores y de había conseguido por sí mismo amigos que lo
todos tienen los mismos ojos blanco-azulados formas. Si a alguno no le son de utilidad por apoyaron cuando vieron lo que era y cómo ha-
y sin mácula, 1 que ya no pueden hacerse más sus determinadas necesidades, no por ello pue- bía sido pensado, y en parte porque nos acom-
grandes, mientras que sus otros miembros de exigir que deban ser coloreadas y cortadas pañó la suerte, que parece una casualidad,
son tiernos y débiles y todavía torpes para el de otra manera. pero que generalmente apoya a coleccionistas
trabajo en la tierra. Este es el motivo por el O también, la lluvia y el rocío caen como trabajadores y perseverantes.
que con esta colección no sólo hemos querido un bien providencial para todo lo que hay Cuando se acostumbra uno a observarlos,
prestarle un servicio a la historia de la poesía sobre la tierra; el que no confía en colocar sus se tropieza con ellos con más frecuencia de
y de la mitología, sino que, al mismo tiempo, plantas para que sean regadas por ellos, porque lo que se cree, y esto ocurre sobre todo con
era nuestra intención que la poesía misma que sean muy sensibles y puedan sufrir algún daño, las costumbres, características, sentencias y
hay en ella surtiera efecto y divirtiera a quien sino que prefiere regarlas con agua templada bromas del pueblo. Los hermosos cuentos en
pudiera divertir, es decir, que también sirviera en la habitación, no puede exigir que el rocío bajo alemán 3 de los principados de Münster
como libro didáctico. No buscamos para éste y la lluvia tengan que desaparecer. y Paderborn los tenemos que agradecer a una
la pureza que se logra a través de una elimi- Provechoso puede llegar a ser todo lo que es especial bondad y amistad; lo familiar del dia-
nación temerosa de lo que tiene relación con natural y eso es lo que debemos procurar. Por lecto en su perfección interior se hace patente
ciertos estados y situaciones que suceden todos lo demás, nosotros no conocemos ningún libro aquí de forma especialmente favorable. Allí,
los días y que no pueden permanecer ocultos sano y recio que haya enseñado al pueblo, en las regiones tradicionalmente famosas de la
en forma alguna y por lo que se cae en el error empezando por la Biblia, donde no aparezcan libertad alemana, se han conservado en mu-
rápidamente de que lo que aparece en un libro tales inconveniencias en mayor o menor me- chos lugares las leyendas y los cuentos como
también es real en la vida. Buscamos la pure- dida; el uso recto no encuentra nada malo en un entretenimiento casi habitual en los días de
za de una narración sincera que no esconda ello, sino que, como dice un bello dicho, es fiestas, y la zona es rica todavía en costumbres
reservadamente nada injusto. Por eso en esta un testimonio de nuestro corazón. Los niños y canciones heredadas. Allí donde la escritura
nueva edición hemos borrado cuidadosamente interpretan sin miedo a las estrellas, mientras no molesta con intromisiones de lo extraño ni
toda expresión no adecuada para la infancia. que otros, siguiendo la creencia popular, hie- embota por empacho, en parte porque sirve
Si a pesar de todo ‘alguien’ objetara que esto ren con ello a los ángeles. de apoyo y porque no permite a la memoria
o aquello pone en apuro a los padres y que les Hemos coleccionado estos cuentos desde ser negligente y, sobre todo, en pueblos cuya
parece malsonante, de forma que no quisiera hace aproximadamente trece años. El primer literatura es insignificante, la tradición suele
dar el libro a los niños —y quizá en algunos tomo, que apareció en 1812, contiene en ge- mostrarse de forma más fuerte y pura como
casos sea cierta esta preocupación— pueden neral lo que habíamos recogido poco a poco, sustituta: así parece haberla conservado la Baja
hacer entonces, y de forma rápida, una se- por transmisión oral, en Hesse 2 y en las zonas Sajonia, más que otras regiones. ¡Qué colec-
lección; sin embargo en conjunto, y para un del Meno y Kinzing que pertenecen al conda- ción más completa e internamente más rica
carácter sano, es verdaderamente innecesaria. do de Hanau, del que nosotros procedemos. El
3 Bajo alemán, también llamado sajón antiguo, lengua do-
1 Que los niños se frotan tan a gusto (Fischart, ‘Gargantúa’ 2 País federal alemán, situado entre el Macizo Central y el cumentada desde el siglo IX, del que proceden el holan-
129-131) y que a veces quisieran sacarse. [N. de los Au.] Alto Rinn. [N. del Tr.] dés y el frisón. [N. del Tr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 373 Todos los cuentos
el profanador de textos
hubiera sido posible en el siglo XV, e incluso decía incluso que no todos tenían este don, y que De esta manera, en esa región que fue la ver-
en el XVI, en la época de Hans Sachs4 o Fischart5 en algunos no podían retener nada de nada coheren- dadera residencia de los Catos,8 se ha conservado
Alemania!6 te. Al mismo tiempo narraba de forma mesurada, una cierta seriedad, un carácter sano, trabajador y
Una de esas felices casualidades tuvo lugar en segura e indeciblemente vital, gozándose en ello, valiente, que no dejará de ser tenido en cuenta por la
el pueblo de Niederzwehrn, que está cerca de primero de forma libre, y luego, cuando se que- historia. Todo esto hace que la escasez de comodida-
Kassel, donde conocimos a una campesina que ría, otra vez despacio, de manera que con alguna des y de delicadeza que se observa en otras regiones,
nos narró la mayor parte y los más hermosos práctica se podía tomar al dictado. Algo se ha como cuando se viene de Sajonia, se considere más
cuentos del tomo segundo. La señora Viehmann conservado literalmente de esta forma y no puede bien como un ventaja. Además se siente también
estaba todavía fuerte y tenía cincuenta y tantos dejar de ser apreciado en su verdad. que las zonas más rudas, pero a menudo enorme-
años. Los rasgos de su cara tenían algo de firme, Los que creen por sistema que es fácil falsifi- mente bellas, así como una cierta severidad y pobre-
comprensivo y agradable y tenía una mirada car la tradición, que su conservación es descui- za en la forma de vida, se integran en todo el con-
lúcida y penetrante.7 Ella había retenido concien- dada y por consiguiente que es imposible una junto. De entre todos los pueblos de nuestra patria
zudamente en la memoria las antiguas leyendas y larga duración, deberían haber oído con qué se puede considerar a los habitantes de Hesse como
4 Hans Sachs: Poeta alemán nacido en Nuremberg en 1494. exactitud se ajustaba a la narración; no cambia- los que mejor han conservado, igual que las man-
Es el más importante de los maestros cantores. Se unió a la ba nunca nada al repetir y corregía su descuido siones antiguas, las particularidades de su carácter a
reforma luterana, compuso gran número de canciones, farsas en cuanto era consciente de él, incluso en la través de los cambios del tiempo.
y piezas dramáticas. Persigue en todas sus obras un objetivo
didáctico, ya que se orienta a criticar y ridiculizar los males de mitad de la narración. La fidelidad de lo trans- Lo que hemos ganado hasta ahora para nuestra
la sociedad de su época. Su figura fue exaltada por R. Wagner. mitido, en las personas que permanecen fieles colección, hemos querido incorporarlo a esta segunda
[N. del Tr.]
5 Johann Fischart (1546-1590), humanista alemán, es el a un mismo tipo de vida, es mucho más fuerte edición del libro. Por ello el libro primero ha sido casi
poeta satírico más importante de la Reforma. Su lengua es de lo que nosotros creemos, dados como somos reelaborado, se ha completado lo que estaba incomple-
extraordinariamente rica en imágenes, expresiones popu- al cambio. Por eso precisamente lo conservado to, algunas partes se han contado de forma más sencilla
lares y neologismos. Tradujo el ‘Gargantúa’ de Rabelais.
[N. del Tr.] con tanta sencillez tiene una cierta proximi- y pura y no podrán encontrarse trozos que no hayan
6 Es asombroso que entre los galos no estaba permitido dad persuasiva y una habilidad interna, que a sido mejorados. En contraposición se han introducido
escribir los cantos transmitidos, mientras que para los
otros asuntos se hacía uso de la escritura. César, que se dio otras cosas, externamente más brillantes, no les textos nuevos, entre ellos los de Austria y la Bohemia
cuenta de esto (B. G. VI, 4), cree que así se quería evitar es fácil conseguir. El fondo épico de la poesía Alemana, de tal manera que se encontrarán partes hasta
que, confiados en la escritura, el aprendizaje y conser- popular se parece al verde que se extiende en ahora totalmente desconocidas; las aclaraciones ocupa-
vación de las canciones fuera luego irreflexivo. También
Thamus le reprochaba a Theut (en el ‘Fedra’ de Platón), diversos matices por la naturaleza y que llena y ban anteriormente escaso espacio; dada la gran ampli-
a propósito del descubrimiento de las letras, la desventaja dulcifica la vista sin cansar nunca. tud del libro, hemos tenido que destinar para ellas un
que la escritura tendría en el desarrollo de la memoria.
[N. de los Au.] Conseguimos, además de los cuentos del tercer tomo. Por esto ha sido posible, no sólo comunicar
7 Nuestro hermano Luis ha hecho un dibujo de ella —muy segundo tomo, suficientes adiciones al primero lo que antes habíamos tenido que dejar de lado, aun a
parecido y natural— que se encuentra en la colección de y mejores narraciones, muchas transmitidas allí, nuestro pesar, sino también incluir textos cuyo sitio está
sus dibujos (en Wiegel en Leipzig). A causa de la guerra,
la buena mujer acabó sufriendo necesidades materiales procedentes de fuentes parecidas. Hesse tiene la aquí y que, como esperamos, harán ver con más clari-
y tristezas, que personas de buen natural pueden aliviar, ventaja de ser un país montañoso, situado lejos dad el valor científico de estas transmisiones.
pero no hacerlas desaparecer. El padre de sus múlti-
ples nietos murió de una fiebre nerviosa; los huérfanos de las rutas principales y que ante todo se ocupa
trajeron la enfermedad y la más grande penuria a su ya de la agricultura, lo que hace que pueda conser- 8 Antiguo pueblo germánico que habitó las tierras que hoy
de por sí pobre choza. Se puso achacosa y murió el 17 de var mejor sus viejas tradiciones y costumbres. constituyen los dos ducados de Nassau y Hesse y el terri-
noviembre de 1816. [N. de los Au.] torio de Westfalia. [N. del Tr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 374 Todos los cuentos
el profanador de textos
En lo que se refiere a la forma de hacer esta colec- que una lengua literaria refinada, por más hábil que tos, es obvio que tales valores se destruyen en ese
ción, lo que más nos ha importado en primer lugar sea en lo demás, aun siendo más diáfana y clara, es tipo de reelaboraciones. Tampoco la poesía gana
ha sido la fidelidad y verdad. No hemos añadido menos expresiva, ya que no se ajusta con la misma nada con ellas, pues ¿dónde habita la poesía sino
nada de nuestra cosecha, no hemos embellecido fuerza al meollo de lo que quiere decir. Lástima que en el alma, donde de hecho refresca y reanima,
ninguna circunstancia o rasgo de la leyenda, sino el dialecto del Bajo Hesse, en las cercanías de Kassel, calienta y fortalece? Pues bien, cada reelaboración
que hemos reproducido su contenido tal y como lo en las zonas fronterizas del cantón franconio de de estas leyendas les roba su inocencia y pureza
hemos recibido. Naturalmente es obvio que la expre- Hesse, sea una mezcla indefinida y mal comprendida sin ostentación, arrancándolas del círculo al que
sión y realización de los detalles procede de nosotros, del bajo sajón y el alto alemán.9 pertenecen y donde siempre se las desea de forma
pero hemos intentado mantener las particularidades En este sentido no hay, que sepamos, ningu- no excesiva. Puede ocurrir que, en el mejor de
observadas, para dejar a la colección también en este na colección de cuentos en Alemania. Entre los los casos, se dé a cambio finura, ingenio y espe-
aspecto la variedad de la naturaleza. Todo el que se transmitidos, o bien se conservaran algunos de cialmente humor, que la comicidad de la época
haya ocupado de un trabajo semejante comprenderá, forma casual, o se los consideraba como material aporta consigo, además de un cierto colorido del
por lo demás, que aquí no puede tenerse en cuen- bruto para crear, a partir de ellos, narraciones sentimiento, que no le resulta difícil ofrecer a
ta una interpretación descuidada y desatenta; por más largas. Nos rebelamos con toda franqueza una cultura alimentada por la poesía de todos los
el contrario, se necesitan una atención y tacto que contra tales reelaboraciones. Es indudable que pueblos; pero este don tiene más de sombra que
solamente se alcanza con el tiempo, para distinguir en todo sentimiento vital para la poesía subyace de utilidad, piensa más en el oír y leer individual,
lo sencillo, lo puro, pero perfecto en sí, de lo fal- una formación y perfeccionamiento poético, sin a los que se ha acostumbrado nuestra época, y
seado. Diversas narraciones las hemos transmitido el cual la transmisión sería algo estéril y muerto, concentra y agudiza, a cambio, la irritación, ya
como una, cuando se completaban entre sí y cuando pero precisamente por eso cada región narra se- que en el chiste nos cansa la repetición, mientras
para su fusión no había que prescindir de contradic- gún su propia idiosincrasia y cada boca de forma que lo perdurable es algo tranquilo, sosegado y
ciones. Cuando diferían la una de la otra, teniendo distinta. Hay una gran diferencia entre esa se- puro. La mano experta de tales reelaboraciones se
cada una, por lo general, sus propios rasgos, hemos miinconsciente sencillez, parecida al crecer tran- parece a aquella que tenía la desgraciada virtud
dado preferencia a la mejor y las otras las hemos quilo de las plantas y alimentada por el manantial de convertir en oro todo lo que tocaba, incluso
reservado para las anotaciones. Estas diferencias nos inmediato de la vida, y los cambios conscientes, las comidas, de tal modo que no puede darnos
parecen más notables que las simples alteraciones o arbitrariamente realizados, que aun estando bien de comer ni de beber en medio de su riqueza.
deformaciones de un original existente anteriormen- hechos no podemos permitir. En este caso, lo Incluso allí donde la mitología, con sus imáge-
te, ya que sólo son intentos de acercarse, de forma que predomina es la opinión del poeta, la cual nes, tiene que adquirirse a fuerza de imagina-
distinta, a algo existente sólo en la inteligencia, y depende de su formación, mientras que en la otra ción, cuán frío, interiormente vacío y sin forma
que es inagotable. Repeticiones de frases aisladas, perfección natural impera individualmente el parece todo, a pesar de las mejores y más rotun-
rasgos e introducciones deben considerarse como espíritu de los pueblos, que no permite caprichos. das expresiones. Por lo demás, todo esto se dice
líneas épicas y no de otro modo. Si se priva a estas transmisiones del carácter cien- contra las reelaboraciones que tienen la intención
Gustosamente hemos conservado un determina- tífico, es decir, si aceptamos que debe conservarse de mejorar y hacer más poéticos los cuentos,
do dialecto. Si esto hubiera podido hacerse siempre, en ellas las ideas y estructuras de tiempos remo- no contra la apropiación de una libre interpre-
sin duda la narración hubiera ganado. Este es un tación de los mismos, de poesía que pertenece
caso en el que la estructura conseguida, la finura y 9 Una de las divisiones del alemán, documentada desde el plenamente a la época. ¿Pues quién puede poner
el arte de la lengua carece de importancia, y se palpa siglo VII y que englobaba en la Edad Media gran cantidad fronteras a la poesía? Hemos dejado el libro en
de dialectos. [N. del Tr.]
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el profanador de textos
manos generosas. Al mismo tiempo pensamos hicimos una edición, en un solo volumen, que contenía Nos alegra que entre los nuevos textos añadidos a
en la fuerza colmada de bienes que hay en ellas, sólo una selección de cuentos pensando en aquellos que nuestra colección aparezca uno de nuestra región de
y deseamos que este libro quede absolutamente no consideraban ciertos cuentos adecuados para niños. origen. El hermoso cuento ‘El tiempo de la Vida,’ se
fuera del alcance de aquellos que no permiten a Esta selección ha sido reeditada en 1836 y 1837. El lo contó un campesino de Zwehrn a un amigo mío
los pobres y humildes las migajas de la poesía. valor científico de estas transmisiones se ha comprobado con el que, al aire libre, había iniciado una conversa-
de forma, a veces asombrosa, en antiguas leyendas de ción. Como se ve, aún no ha desaparecido del todo
Kassel, a 3 de julio de 1819 dioses, y la mitología alemana ha tenido no raras veces la sabiduría en la calle.
la ocasión de volver sobre el particular, e incluso ha en-
contrado en su coincidencia con los mitos nórdicos una Kassel, 17 de septiembre de 1840
muestra de las primitivas relaciones.
En esta tercera edición hemos incorporado un número Si la benevolencia hacia nuestro libro continúa,
de cuentos a la segunda parte, entre los que hay algunos no faltará, por nuestra parte, un cultivo sucesivo.
que se distinguen por estar en dialecto suizo. De este Esta quinta edición contiene otra vez un número
modo se aproxima un poco más, en la medida de lo Gotinga, 15 de mayo de 1837 significativo de cuentos nuevos; los otros han sido
posible, a una colección completa. Además muchos de reelaborados siguiendo una transmisión más íntegra
los cuentos anteriores han sido reelaborados otra vez, y o han sido completados. Desde la aparición de la
completados y enriquecidos mediante adiciones y rasgos colección se han ido añadiendo, sucesivamente, más
sueltos sacados de narraciones orales. La tercera parte, de cincuenta textos. El gran dibujo, lleno de senti-
stories,’ Londres 1823 y 1826), la cual ha sido editada de nuevo
cuyo contenido se remite al uso científico de la colec- (1839). Otra selección con dibujos de Richard Doyle la ha do, de ‘La Bella Durmiente,’ hecho por Neureuther
ción y por ello podría encontrar acceso en círculos más hecho John Edward Taylor (‘The fairy ring. A new collection of (Munich, 1836) y grabado al aguafuerte por él mis-
estrechos, no se ha reeditado, porque todavía hay ejem- popular tales translated from the german of Jacob and Wilhelm mo, muestra la influencia de estas poesías en las artes
Grimm,’ Londres, 1846). Luego ‘Grims’s Household stories
plares disponibles en la librería Raimer de Berlín. En newly translated with illustrations’ by Wehnert, 2 vols., completa, plásticas. También hemos visto graciosos dibujos
consecuencia, la tercera parte aparecerá como obra inde- Londres 1856. Un cuento aislado: ‘The charmed Roe or the little de ‘Caperucita Roja.’ No menor mención merecen
brother and little sister’ illustrated by Qtto Spekter, Londres 1847:
pendiente, en la cual tendrán cabida las introducciones los dibujos son muy bonitos. Una holandesa (‘Sprookjesboek los bonitos dibujos de diversos cuentos hechos por
preliminares de la edición anterior sobre la esencia de los vor Kindereen.’ Amsterdam, 1820) contiene un extracto, como Franz Pocci. Aparecieron en Munich ‘Blancanieves,’
cuentos y de las costumbres de los niños. una danesa de Hegermann-Lindencrone (‘Borne Eventry,’ 1837; ‘Hänsel y Gretel,’ 1838; ‘El judío en el espi-
Copenhague 1820 ó 1821). También en ‘Dansk Laesebog for
La fiel interpretación de la tradición, la expresión no Tydske af Frederik Bresemann,’ 2ª edición 1843, págs. 123-133, no,’ con el título de ‘El alegre cuentecillo del peque-
afectada y, aunque esto suene a inmodesto, la riqueza y hay tres textos traducidos por Oh lenschlager, una cantidad mayor ño Frieder,’ 1839; por último, el ‘Cuento del que
por C. Molbech (‘Julegave for Born,’ 1835·1839, y ‘Udvalgte
variedad de la colección, le han conseguido una acep- Eventry og Farallingar,’ Copenhague, 1843). Varias piezas se en- fue a aprender lo que era el miedo,’ sin cita de año.
tación permanente en el extranjero. Entre las diversas cuentran traducidas en sueco en ‘Reuterdahls Jullasning for barn.’ Nuestra pequeña edición ha vuelto a ser publicada
traducciones merece destacarse la inglesa, por ser la más El ‘Journal des Débats’ de 4 de agosto de 1832 contiene una serie en 1839 y 1841.
de manifestaciones juiciosas sobre el libro y como muestra una
completa, y también porque la lengua, emparentada traducción del cuento ‘Enrique el Férreo’; luego la hoja del 1º de
con el alemán, se expresa con más exactitud.10 En 1825 enero de 1834, un fragmento del cuento ‘El enebro’; ulteriormen- Berlín, 4 de abril de 1843
te (París, 1836) aparecieron ‘Cantes chaisis de Grimm,’ traducidos
10 Después de que Francis Cohen en la ‘Quartely Rewiew’ (mayo de por F. C. Gérard con grabados de cobre. Finalmente, en el año
1810) señaló la edición más antigua de forma detallada, apareció, 1846, ‘Contes de la famille par les freres Grimm,’ traducidos del
después de la segunda, una traducción de Edgard Taylor en dos alemán por N. Martin y Pitre-Chevalier (París, sin referencia al
partes con cobres ingeniosos de Cruiskhank (‘German popular año) con una biografía fabulosa. [N. de los Au.]
Jacob & Wilhelm Grimm 376 Todos los cuentos
el profanador de textos
También la sexta edición se ha visto aumentada con apéndice 4 siglos en la literatura infantil, puede parecer sor-
nuevos cuentos y, en ciertos detalles, ha sido com- presentación prendente tal planteamiento de su génesis. Así debe
pletada y mejorada. Todo el tiempo me he esforzado hacerse, sin embargo, pues los ‘Cuentos’ nos ofrecen
por incluir dichos y refranes típicos del pueblo, a un ejemplo típico de cómo un producto artístico
los que yo siempre presto atención, y quiero poner puede, en su resultado efectivo, trascender la inten-
un ejemplo: el campesino, cuando quiere expresar ción que presidió su desarrollo.
que está contento con algo, dice: “Esto tengo yo que El punto de vista de que partió Jacob Grimm al
alabarlo por encima del verde trébol,”11 y toma para concebir su colección de ‘Cuentos’ era estrictamente
ello la imagen del trébol bien crecido y que reverde- científico: su idea había sido la de recoger materiales
ce de nuevo, cuya vista le alegra el corazón; ya poetas referentes al remoto pasado de los pueblos germáni-
en alto alemán lo ensalzan con este sentido (MS. cos, materiales que permitieran calar en los orígenes
HAg, 2, 66b, 94b). de su mitología y de sus instituciones, y recobrar
La aparición de los cuentos de Grimm debe expli- algunas formas de lo que debió de ser su poesía
Ermansdorf en Silesia, 30 de septiembre de 1850 carse partiendo de dos hechos capitales de la vida primitiva. Estaba convencido de que los cuentos, a
intelectual alemana en los primeros años del siglo despecho de los cambios inevitablemente sufridos en
XIX, ambos de alcance universal: el Romanticismo, el curso de su prolongada transmisión oral, represen-
por una parte, y, dentro de él, el movimiento cono- tan una forma primitiva, y de que las variaciones en
A la séptima edición se ha añadido un cuento del cido con el nombre de ‘Grupo de Heidelberg,’ y, por ellos introducidas no se refieren, por lo común, más
siglo XV, y otros tres, tomados de tradición directa, otra, el nacimiento de la llamada ‘Escuela Histórica,’ que a incidentes, detalles y adornos, pero raras veces
suplen a unos cuantos que han sido eliminados, fundada por Savigny. En realidad, los dos hechos a su estructura fundamental. Nada estaba, pues,
como ya se había hecho constar en la nueva edición se fundan en uno solo: el principio fundamental de más lejos de la mente de los hermanos (o al menos
del tercer tomo, por ser de procedencia extranjera. que partía la escuela de Savigny, afirmaba que un de la de Jacob) que el propósito de escribir para un
Allí encontraron las citas bibliográficas, que general- proceso histórico no debe creerse producto de la público infantil. El título, ‘Cuentos de la infancia y
mente seguían a esto, su lugar adecuado. ♣ actividad consciente e intencional de un individuo, del hogar,’ indica la procedencia y el carácter de la
sino que hay que considerarlo como un organismo materia, no su destino. Sobre este punto, Jacob fue
Berlín, 23 de mayo de 1857 dotado de vida propia y que se desarrolla en virtud explícito: “El libro no está escrito para los niños,
de fuerzas que trascienden la razón; ahora bien, este aunque si les gusta, tanto mejor; no hubiera puesto
principio no es, en el fondo, sino una formulación tanto ánimo en componerlo, de no haber creído que
especial del culto que los románticos rendían a cuan- las personas más graves y cargadas de años podían
to la Historia tiene de irracional, de misterioso, de considerarlo importante desde el punto de vista de
originario y de primitivo. la poesía, de la mitología y de la historia.” Los niños
Ante la rara fortuna que los ‘Kinder-und no han sido más que un instrumento, un pretexto,
Hausmärchen’ [‘Cuentos de la infancia y del hogar’] para su conservación y propagación: “Los niños sólo
han tenido en todos los países del mundo, y, más tienen receptividad para la épica; a esta particulari-
particularmente, ante el gran papel que desempeñan dad de su carácter debemos la conservación de estos
11 En español sería “ponerlo a uno por las nubes, por las y es verosímil que sigan desempeñando aún durante documentos.”
estrellas.” [N. del Tr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 377 Todos los cuentos
el profanador de textos
¿Cómo ocurrió, pues, que una obra empezada De la eficacia de los cuentos es testimonio elo- la comprensión para aquello que cada pueblo tiene
con semejante gravedad de designios, se convirtie- cuente la influencia que han ejercido sobre la poesía en sí de valioso y distintivo, y había formulado su
ra, no sólo en el modelo clásico de la literatura de y el arte narrativo de todos los países. De ahí que sea célebre principio de que la poesía era la lengua ma-
entretenimiento infantil, sino en una de las obras interesante dar algunos pormenores sobre la génesis dre del género humano. Herder había refutado, con
maestras del arte narrativo universal? En realidad, de la colección. una brillante crítica, el método de explicar la Poesía
los hermanos Grimm trabajaban, tal vez sin darse La gestación de los ‘Kinder- und Hausmärchen’ partiendo de las escasas y tardías noticias que acerca
clara cuenta de ello, bajo la tensión de una antino- nos transporta a una época que podemos calificar de ella nos da la tradición escrita. Los monumentos
mia, cuyos polos eran ‘ciencia’ y ‘poesía.’ La tensión de heroica, tanto en el campo de la acción como literarios conservados en los libros son sólo el resto
se hallaba en el ambiente, pues estos dos conceptos, en el del pensamiento. Eran los años de reacción fosilizado de algo que, un tiempo, estuvo lleno de
que a nosotros nos parecen tan distintos, por no contra la invasión napoleónica. Ante la desdicha vida; por eso, las historias de la literatura no son sino
decir antagónicos, pugnaban precisamente enton- del presente, los alemanes volvían sus miradas al vastos camposantos, cubiertos de osamentas, que
ces, en el ánimo de los románticos —como en el pasado, para sacar de él fe en el porvenir; así sur- son clasificadas y estudiadas de un modo mecánico,
espíritu de Goethe— para disociarse y definir el gieron el ‘Wilhelm Tell’ [‘Guillermo Tell’]1 de sin que nadie se pregunte nunca por la necesidad
uno frente al otro sus respectivas fronteras; pero Schiller2 (1804). la ‘Hermannschlacht’3 [‘La batalla vital a que debieron su nacimiento. Por no atender
la tensión se hallaba también en la personalidad del bosque de Teutoburgo’] de Heinrich van Kleist4 a esta necesidad que presidió su origen, se ha podi-
de los autores, cuyos caracteres eran mucho más (1808). Por otra parte, Herder5 había encendido ya do escribir la historia de la literatura en forma de
distintos de lo que podría hacer creer la armonía un estudio de los movimientos migratorios de las
que entre ellos reinó durante toda su vida: Jacob, 1 La figura de Guillermo Tell encarnó los ideales de lucha formas poéticas, las cuales se hacen derivar de una
por la libertad e independencia de Suiza primero, y
en efecto, era el científico; Wilhelm, el poeta. De más tarde los de amor paterno y la lucha por la justicia. fuente única, siendo así que en todos los pueblos
Jacob fue la idea, la fijación del método y la par- Friedrich Schiller escribió un drama en cinco actos y en se hallan simientes capaces de hacer brotar la crea-
te más importante del trabajo de recopilación; verso. [N. del Pr.] ción artística. Así es como Herder llegó a fundar su
2 Johann Christoph Friedrich Schiller (1759–1805) poeta,
Wilhelm se encargó en especial de la elaboración dramaturgo, filósofo e historiador alemán. Junto a Goethe principio, trascendental para el pensamiento de la
de los cuentos, cuya redacción definitiva fijó en el dramaturgo más importante de Alemania, figura primera mitad del siglo XIX, del ‘espíritu creador del
centrales del clasicismo de Weimar. Muchas de sus obras
las ediciones posteriores. Jacob se había lanzado, de teatro pertenecen al repertorio habitual del teatro en pueblo.’ ¿Por qué hemos de convertirnos en copistas,
entretanto, a nuevas y más ambiciosas empresas, e alemán. Sus baladas se cuentan entre los poemas más cuando podemos ser originales? Esta fue la pregunta
intervino ya muy poco en la elaboración del segun- famosos. [N. del Pr.] que conmovió hasta lo más íntimo la conciencia de
3 ‘Die Hermannsschlacht’ ‘La batalla del bosque de
do volumen. Y si antes hemos visto a Jacob preocu- Teutoburgo’] es un drama en cinco actos escrito en 1808 los escritores alemanes.
parse, ante todo, de la historia y de la mitología, por Heinrich von Kleist. Está basado en la Batalla del bos- La respuesta, en el campo mismo en que se
que de Teutoburgo entre los romanos y las tribus germa-
es, en cambio, significativo leer, en el prólogo del nas, que tuvo lugar en el otoño de 9 d.C. A través de un había situado Herder, no se hizo esperar: fue el ‘Des
segundo volumen, escrito por Wilhelm, las siguien- engaño, los germanos derrotaron a los romanos. [N. del Knaben Wunderhorn’ [‘El cuerno mágico de la
tes palabras: Pr.] juventud’]6 la famosa colección de canciones popu-
4 Heinrich Wilhelm von Kleist (1777-1811) fue un poeta,
dramaturgo y novelista alemán, considerado uno de los
No sólo nos proponemos prestar un servicio principales escritores dramáticos del llamado romanticis- und Drang (‘Tormenta e impulso’), la vertiente alemana
mo alemán y de toda la literatura alemana. [N. del Pr.] del Prerromanticismo europeo, inspiró a muchos escri-
a la historia de la Poesía, sino dar ocasión a 5 Johann Gottfried von Herder (1744-1803) fue un tores, entre ellos, y muy especialmente, al joven Johann
que la poesía que anima estos cuentos se haga filósofo, teólogo y crítico literario alemán, cuyos escritos Wolfgang von Goethe. [N. del Pr.]
plenamente eficaz. contribuyeron a la aparición del romanticismo alemán. 6 ‘Des Knaben Wunderhorn: Alte deutsche Lieder’ [‘El
Como instigador del movimiento conocido como Sturm cuerno mágico de la juventud: Viejas canciones alemana’]
Jacob & Wilhelm Grimm 378 Todos los cuentos
el profanador de textos
lares publicada por Arnim7 y Brentano8 (1806), que con la misma libertad con que había procedido en peor impresos, que, por otra parte, raras veces sabían
renovó todos los modos de la lírica germana. su colección de canciones. Los Grimm veían la cosa captar el espíritu de la narración oral, y a menudo
La otra respuesta fueron los ‘Kinder- und desde un ángulo distinto: se trataba, ante todo, de ni acertaban siquiera a descubrir cuál era el punto
Hausmärchen’ de Jacob y Wilhelm Grimm, cuyo reproducir exactamente y con todo rigor científico la esencial de cada relato. Y cuando su autor estaba
primer volumen fue publicado en 1812, seguido por materia narrativa tal como se hallaba en la tradición dotado de una sensibilidad resistiera a la tentación
el segundo en 1815. oral, respetando fórmulas estilísticas y expresiones de intercalar sus propias invenciones y de adaptar
La vinculación de la obra de los hermanos dialectales. La poesía de los cuentos había de actuar materiales de publicaciones extranjeras similares,
Grimm a las sugerencias herderianas y al ejemplo de por sí misma, sin aditamentos literarios, y su preser- mezclando así lo genuino con lo espúreo, lo nacional
Arnim y Brentano no puede ser más clara y explíci- vación en ningún caso debía hacerse a costa de su con lo exótico.
ta. Herder había sido el primero —ya en 1777— en valor documental. Algunos de los cuentos que figuraban en estas os-
llamar la atención sobre la importancia histórica del Esta actitud representaba una novedad en la curas publicaciones fueron admitidos en la suya por
cuento alemán, que para él era un resultado de las cuentística literaria (tal vez con la única, aunque los Grimm. Pero la gran masa de su material la reco-
“creencias populares y de la potencia imaginativa importante excepción de Perrault, quien ya en 1697 gieron directamente y de viva voz. Las fuentes de los
del pueblo.” Por otra parte, al margen de su cola- había publicado los ‘Contes de ma mere’ l‘Oye’9 en ‘Cuentos’ fueron, sobre todo, dos distritos de Hesse:
boración con Brentano en el ‘Wunderhorn,’ Arnim tono infantil y sin adiciones sustanciales). Para los el condado de Hanau, la lengua de tierra que se
había acariciado la idea de escribir una gran obra cuentistas anteriores, embebidos de las concepciones extiende junto a las márgenes del Mein y su afluente
sobre las antigüedades germánicas, y, a tal efecto, en racionalistas de la Ilustración, el cuento, como tal, el Kinzig, patria de los dos hermanos, y la región de
1805 habla de las leyendas y cuentos [‘Sagen und no era más que un pretexto para la exposición de sus Kassel. Muchos cuentos fueron transcritos de labios
Marchen’] que sería conveniente incluir en la pro- propias ideas e invenciones; era la materia bruta, que de personas conocidas, especialmente miembros de
yectada colección. había que vestir con nobles palabras y pensamien- la familia de Werner von Haxthausen; una parte de
Que estas palabras de Arnim sirvieron de acicate tos significativos. Todavía Wieland10 decía: “Los los más bellos del segundo volumen se deben a una
inmediato a los Grimm, lo da a suponer el hecho de cuentos de viejas, contados en el estilo de las viejas, campesina de la aldea de Niederzwehren (cerca de
que los dos hermanos pusieran manos a la obra ya al muy bien que se transmitan de boca en boca; pero Kassel), la Viemannin; con más de cincuenta años
año siguiente de haber sido escritas (1806). Su pri- imprimirlos, de ningún modo.” de edad, estaba dotada de una memoria excepcional;
mera intención fue publicar la obra en colaboración Los precedentes de la obra de Grimm (aparte el recitaba los cuentos dos veces: una, libremente y en
con Brentano; pero tuvieron que abandonarla pron- ya mencionado de Perrault) deben buscarse fuera tono normal, la segunda, despacio, para dar tiempo
to. El pensamiento de Brentano era recoger de labios de la literatura en su sentido estricto; se hallan más a que su oyente pudiera transcribirlos con toda fide-
del pueblo la materia bruta, para reelaborarla luego bien en los libros populares, groseramente escritos y lidad; repetía siempre las mismas palabras, procuran-
es una colección de poemas y canciones folklóricas alema- do corregirse a sí misma cuando cometía algún error,
nas editadas por Achim von Arnim y Clemens Brentano. 9 ‘Les Contes de ma mère l’Oye’ [‘Los cuentos de mamá por nimio que fuera.
Fue una fuente importante de folklore idealizado naciona- ganso’ o ‘Los cuentos de mamá oca’] es una recopilación En 1807, a un año de haber empezado la recogi-
lismo Romántico del siglo XIX. [N. del Pr.] de ocho cuentos de hadas escritos por Charles Perrault en
7 Ludwig Joachim von Arnim, más conocido como Achim 1697, bajo el título ‘Histoires ou contes du temps passé, da de material, Brentano se admira ya del número
von Arnim (1781-1831), fue un novelista y poeta román- avec des moralités’ [‘‘Historias y cuentos del pasado, con y calidad de los tesoros reunidos, y concibe la idea
tico alemán. Se le considera uno de los escritores románti- moraleja’’], apareciendo en la contratapa del libro el subtí-
cos alemanes más importantes. [N. del Pr.] tulo: ‘Contes de ma mère l’Oye.’ Son versiones aligeradas de aprovechar algunos para la segunda parte del
8 Clemens Maria Brentano (1778-1842) fue un escritor y modificadas de cuentos populares. [N. del Pr.] ‘Wunderhorn.’ Arnim insta para que se proceda a la
en prosa y verso, perteneciente al Romanticismo alemán. 10 Christoph Martin Wieland (1733-1813), fue un poeta, publicación inmediata, exhortando a los Grimm a
[N. del Pr.] escritor, traductor y editor alemán. [N. del Pr.]
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que no se dejen demorar por un intempestivo afán de la infancia y del hogar, y su procesamiento por las digresiones tendenciosas, los rasgos satíricos, las
de perfección. Wilhelm nos ha dejado una vivaz los hermanos Grimm’] Berlín, 1909; Kurt Schmidt, alusiones concretas. Hasta los nombres propios que-
descripción de la pintoresca escena en el cuarto de ‘Die Entwicklung der Grimmschen Kinder- und dan reducidos a los más corrientes: ‘Heinz,’ ‘Hans,’
Arnim, el día en que le presentaron los primeros ori- Hausmärchen,’ [‘El desarrollo de Cuentos de la ‘Grete,’ ‘Trude,’ a veces con un epíteto constante:
ginales: “Yendo de un lado a otro de la habitación, infancia y del hogar de los hermanos Grimm’] Halle, ‘der Jaule Heinz’ [‘Heinz el gritón ’], ‘der lange Lenz’
Arním leía las páginas, una tras otra, mientras un 1932.) Daremos aquí un breve resumen de sus [‘el largo Lenz’], ‘die dicke Trine’ [‘la gorda Trine’],
canario amaestrado, manteniéndose precariamente resultados. ‘das kluge Gretel’ [‘Gretel la lista’].
el equilibrio con graciosos movimientos de las alas, La tradición oral proporciona no sólo el volumen Cada cuento representa una unidad completa
estaba posando sobre su cabeza, entre cuyos rizos mayor del material sino, en particular, el tono y el y cerrada en sí misma; con rarísimas excepciones,
parecía sentirse muy a gusto.” estilo. Los Grimm pusieron especial empeño en no se encuentran referencias de un cuento al otro.
A propósito de la aparición del primer volumen, mantenerse fieles a la originalidad y belleza de la len- El relato es siempre impersonal, y el narrador sólo
en 1812, los autores definieron su proceder del gua popular; no se propusieron crear, sino reprodu- ocasionalmente se permite intervenir al final con
modo siguiente: “No hemos añadido nada de nues- cir las creaciones del pueblo y restablecer sus modos alusiones humorísticas o bonachonas a su auditorio
tra cosecha, ni hemos intentado embellecer ninguna expresivos allí donde éstos habían sido desfigurados infantil.
situación o rasgo de la tradición, sino que nos hemos por la tradición literaria. Así, incluso cuando los Señalar los elementos mágicos, restos de creencias
esforzado en reproducir su contenido tal como nos cuentos proceden de fuentes escritas (colecciones o supersticiones antiquísimas, que se hallan disemi-
ha sido transmitido; la expresión es nuestra, huelga medievales, francesas, latinas, etc., en prosa o en nados en todos los cuentos, significaría emprender
decirlo, así como la exposición de cada detalle; pero verso), quedan fundidas en el conjunto, recobrando un estudio especial sobre este tema. Limitémonos
procurando siempre conservar todas las particulari- su primitiva frescura. aquí a señalar el simbolismo de los números. En las
dades observadas […] Las repeticiones de frases, ras- Las modificaciones introducidas son, por regla enumeraciones, éstos son poco menos que cons-
gos y transiciones deben considerarse como fórmulas general, exteriores y accidentales; raras veces re- tantes: 3, 7, 12. Cuando los hermanos son tres, el
épicas que se repiten de suyo cada vez que se pulsa la funden los cuentos, aunque en algunas ocasiones menor es siempre el mejor; asimismo, las empresas
tecla correspondiente.” modifican su extensión, abreviándolos o completán- salen bien a la tercera tentativa.
La combinación de fidelidad a la materia y de ela- dolos; eliminan detalles chocantes, como también El primitivismo de las ideas y sentimientos
boración —y hasta cierto punto, creación— poética suprimen las moralejas, apropiadas sólo cuando resalta, entre otras cosas, en el humorismo, que se
queda así perfectamente definida desde un principio. el cuento es considerado como un apólogo desti- complace en las bufonadas más elementales; en la
La unidad de tono y estilo, que resalta en todos los nado al aleccionamiento o a la edificación moral. psicología, totalmente falta de análisis y matizacio-
cuentos, con ser éstos de tan diversas procedencias, Asimismo, eliminan los elementos extraños que se nes, basada sólo en fuertes contrastes de bien y mal.
es un claro indicio de que la actitud de los autores, han introducido en la tradición popular en forma de Por lo demás, la excelencia moral o espiritual coin-
ante la materia que les venía a las manos, estaba muy referencias concretas a personas o lugares: los cuen- cide siempre con la belleza física, la cual es descrita
lejos de ser pasiva. Los críticos posteriores se han tos deben considerarse como “sueños de un secreto de un modo hiperbólico, típico y conciso: ‘wun-
dedicado a poner en claro la importancia respecti- mundo familiar, que se encuentra en todas partes derschön’ [‘hermoso’], ‘so schön’ [‘tan bello’], ‘wie
va de aquellos dos elementos. (Véase, sobre todo, y en ninguna” (Novalis11). Desaparecen, por tanto, ihr auf der Welt eine finden könnt’ [‘como se puede
Hermann Hamann, ‘Die literarischen Vorlagen der 11 Novalis es el pseudónimo de Georg Friedrich Philipp encontrar en el mundo un’], ‘als noch jemand auf
Kinder- und Hausmärchen und ihre Bearbeitung Freiherr von Hardenberg (1772-1801), poeta, autor y Erde gewesen war’ [‘como alguien había estado en la
durch die Brüder Grimm’ [‘La obra literaria Cuentos filósofo alemán que se suele encuadrar dentro del primer tierra’], etc.
Romanticismo. [N. del Pr.]
Jacob & Wilhelm Grimm 380 Todos los cuentos
el profanador de textos
La sintaxis es de lo más sencillo, con absoluta apéndice 5
predominancia de la coordinación sobre la subordi- sobre la traducción al castellano
nacíón. La lengua es clara, viva, plástica y concreta,
desprovista de imágenes o vagas comparaciones.
Al revés de lo que ocurre con la prosa artística, de
tendencias alegorizantes, en que lo general sirve para
expresar lo particular, aquí las cosas concretas son
estilizadas para expresar abstracciones, pues la lengua
del pueblo, como la del niño, es pobre en generali-
dades derivadas.
Tal fue el origen y tales las características de uno
de los libros que más vitalidad han demostrado entre
todas las producciones del Romanticismo alemán. La presente traducción castellana ofrece, entre las
Aunque parezca paradójico, a este resultado han que existen en nuestra lengua, la novedad de ser
contribuido no poco la actitud y el método con que completa. Las ventajas de poseer una traducción de
los hermanos Grimm se acercaron a su pueblo. Sus esta índole son demasiado obvias para que requie-
pretensiones de rigor científico pueden parecernos ran ser enumeradas. Baste recordar el doble carácter
hoy pueriles y son, desde luego, insuficientes des- de la obra de los Grimm, su intención científica y
de el punto de vista de la moderna etnología y del su realización artística, para comprender las venta-
moderno folklore; pero de hecho los salvaron de jas que para muchos estudiosos o aficionados del
adoptar formas y modos que no han resistido los folklore o la etnología puede reportar una versión de
cambios de gusto y de concepciones. A despecho todo el material sacado a luz por los dos hermanos.
de su adhesión a las ideas de su tiempo, supieron Tal duplicidad de carácter ha sido también tenida en
poner siempre los hechos por delante de las teo- cuenta en la adopción de criterio para la traducción.
rías. Gracias a ello, su obra ha quedado, no sólo en La versión literal de algunos cuentos ofrece dificulta-
Alemania, sino en todos los pueblos del mundo, des espinosas, y sólo sería factible sacrificando, poco
como el modelo perfecto de los ‘cuentos populares,’ menos que del todo, su eficacia como obra literaria
los ‘Volksmärchen,’ en contraposición al género o de entretenimiento. En estos casos (que por lo
literario de los ‘cuentos de hadas,’ producto de la demás no son muchos) se ha impuesto una cierta
fantasía artística. Piénsese lo que se quiera de la adaptación, que respetando en lo posible el conte-
romántica fe de los Grimm en la superioridad de la nido, resultará legible en castellano. Entiéndase, sin
poesía popular sobre la poesía de arte; lo cierto es embargo, que tal adaptación sólo alcanza a detalles
que el monumento que erigieron a la poesía espon- de forma; en todo lo esencial, los cuentos ruedan tal
tánea de su pueblo ha sido una fuente de inspiración como lo publicaron sus autores. ♣
en la que no han desdeñado beber los escritores más
refinados. ♣

Jacob & Wilhelm Grimm 381 Todos los cuentos

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