descuartice si quiere, que me mande quemar, que me
dé tormento, que no estoy dispuesto a tomar esposa, ni para mí, ni para vosotros. En otras palabras, que quiero seguir siendo hombre y no ciervo. GIANNICO.-Señor, un ciervo no es exactamente un cabrón. CABALLERIZO.-Tú cállate. GIANNICO.-Perdón. CONDE. Está bien. Le diremos al señor tu testa rudez. Y si nos encarga que te saquemos esas ideas de la cabeza, tendremos que hacerlo. CABALLERO.-Siempre has sido un animal y si de mí dependiese te trataría como te mereces. CONDE. Dejadlo, que ya se arrepentirá, el des graciado. CABALLERIZO.-Yo soy tan hombre de bien en mi clase como podáis serlo vos en la vuestra y hacéis mal en tratarme de ese modo. CABALLERO.-En lo que hacemos mal es en no daros lo que os merecéis. CONDE.-Tómalo como quieras, pero si el señor nos lo manda, te aseguro que o te casas o dejas la piel en ello. Vamos a palacio, Caballero. CABALLERO.-Vamos, Conde. CABALLERIZO.-¿Por qué tiene que pasarme esto a mí? ¡Maldita sea mi suerte! Pues no me caso; por Dios bendito, que no me caso. Vosotros decís que sí y yo que no. ¿Quién viene ahí? Ah, sí; el pedagogo pedante.
ESCENA IV
CABALLERIZO y PEDANTE
CABALLERIZO.-No os había conocido. ¿A dónde
vais? PEDANTE.-Cogitabam, es decir, pensaba en la innata bondad del dominatore, protectore y monarca