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ivimos actualmente en tiempos difíciles: en un entorno caracterizado

por crisis económicas continuas, violencia, convulsiones sociales,


corrupción, pobreza, discriminación, devastación ambiental y por
supuesto, igualmente, padecemos una crisis educacional y de valores
que ha venido a deteriorar notablemente nuestro espíritu y nuestra
ética. La Universidad a lo largo de su existencia siempre se ha
ocupado de asuntos importantes y ahora en los tiempos que vivimos,
más que nunca debe prestar atención y ocuparse del tema de los
Derechos Humanos, ya que resulta no sólo fundamental y relevante
sino en verdad indispensable, atender la cuestión inherente a ellos,
en una época en donde su vulneración es la constante. Por ende en
este tema el pensamiento, la reflexión, las ideas, la voz y la acción
de la Universidad resulta ser algo urgente y necesario.
La Universidad siempre ha sido una institución caracterizada por ser
un factor de cambio en la sociedad, un elemento transformador y no
sólo reproductor de ideas, de modelos y de sistemas, por lo que en el
tema de los Derechos Humanos, tiene mucho que decir y que
aportar. Ya el propio José Saramago en una charla que diera en la
Universidad Complutense de Madrid, en el año 2005, con motivo de
la inauguración del Foro Complutense 2005-2006, señaló que la
Misión de las Universidades no sólo es la instrucción profesional,
sino la educación cívica, es decir la formación de ciudadanos libres
y responsables, comprometidos con la democracia, la justicia y la
paz. Señaló que la universidad debe asumir la responsabilidad de
formar al individuo pero debe hacer una labor que trascienda a la
persona pues además de buenos profesionales debe formar buenos
ciudadanos[1]. Formar buenos ciudadanos implica formar seres
humanos comprometidos con su entorno, con su sociedad, con los
valores democráticos, cívicos y éticos; con el bien común y sobre
todo comprometidos con la justicia y los Derechos Humanos.
No debemos olvidar que la educación en Derechos Humanos, en
este sentido es vital y necesaria para la Democracia misma. No
puede haber democracia sin ciudadanos demócratas, pues como dice
Edgar Morin: “la democracia es, más que un régimen político, es la
regeneración de un bucle complejo y retroactivo: los ciudadanos
producen la democracia que produce los ciudadanos” y precisamente
las sociedades democráticas como dice el mismo Morin, funcionan
gracias a las libertades individuales y a la responsabilidad de los
individuos, pues en ellas el individuo más que súbdito es ciudadano,
persona jurídica y responsable, expresando por una parte sus deseos
e intereses y por otra, es responsable y solidario con su ciudad. Por
lo tanto y aunque la democracia no es de fácil definición, ella
comprende a la vez la autolimitación del poder estatal por la
separación de poderes, la garantía de los derechos de las personas y
la protección de la vida privada.[2]
Ya es hora como dice Stéphane Hessel, de que prevalezcan la
preocupación por la ética, por la justicia y por el equilibrio duradero,
ya que hoy más que nunca los más graves riesgos nos amenazan, y
pueden llevar a su término la aventura humana en un planeta que
podría volverse realmente inhabitable[3].
En este sentido se hace necesario e indispensable el establecer
códigos éticos y de conducta que guíen el actuar de las
universidades e instituciones de educación superior y de todos los
niveles. Son justamente los Derechos Humanos un buen punto de
partida como código de ética laico que puede ser adoptado por ellas
como norma de conducta tanto al interior como al exterior. Las
universidades no sólo deben enseñar los fundamentos teóricos de los
Derechos Humanos y su historia sino que tienen que enseñar a todas
las personas de su comunidad a vivirlos, a respetarlos y a exigirlos
no sólo para sí mismas, sino para los demás también.
Por todo lo anterior es que la misión de la Universidad hoy en día es
poner a los Derechos Humanos en acción, no como un simple objeto
de estudio, sino como un conocimiento aplicado, como un modo de
vida habitual y cotidiano, como una norma de convivencia humana
básica, como el código ético indispensable para vivir y convivir en
armonía y crecer personalmente y relacionarnos adecuadamente con
los demás. No solamente por ser algo bueno o las “mejores
prácticas” en la materia, sino igualmente por ser necesario para una
vida buena sin sufrimientos que nos haga desarrollarnos individual y
socialmente, y nos permita sobrevivir como especie sin hacerlo en
detrimento de las demás especies y de nuestro entorno.
Debemos rescatar el vínculo ético del individuo con la especie
humana y como dice Morin, enseñar una “ciudadanía terrestre” que
afirme esta “antropoética” universalista, humanista y fundada en los
Derechos Humanos y en el imperativo Kantiano, puesto que a partir
del siglo XX y más aún en nuestros días, la comunidad de destino
terrestre nos impone de manera vital la solidaridad planetaria.
Por supuesto el tema de los Derechos Humanos es polémico y sujeto
a discusiones y debates constantes, pero sin lugar a dudas abordarlo
y asumirlo dentro y desde la Universidad, es un buen punto de
partida no sólo para la consecución de una universidad y una
educación mejor, sino también finalmente para lograr una sociedad y
un mundo mejor.
[1] SARAMAGO, José. “Democracia y Universidad”, Editorial
Complutense, Madrid, España, 2010, p.55.
[2] MORIN, Edgar, “Los Siete Saberes Necesarios para la educación
del Futuro”, UNESCO/Dower, México 2001, pp. 102 y 103.
[3]HESSEL, Stéphane, “¡Indignaos!”, Quinta impresión, Ediciones
Destino, España, 2011, pp. 45 y 46.
* Maestro en Derecho Constitucional

prevalezcan la preocupación por la ética por la justicia y por el


equilibrio duradero, ya que hoy más que nunca los más graves
riesgos nos amenazan, y pueden llevar a su término la aventura
humana en un planeta que podría volverse realmente inhabitable

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