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Resumen
Resumen
La economía española consiguió recuperar en 2017 el nivel de PIB de 2008, si bien lo hizo con
dos millones menos de empleos y con una distribución de la renta menos favorable para los
trabajadores. Los efectos de la crisis no se limitan al terreno laboral, como lo prueba el hecho
de que el crecimiento demográfico del país en su conjunto ha llegado a detenerse en medio de
la crisis.
Los trabajadores cualificados han pasado de representar un 25% de la fuerza de trabajo, en
1985, a un 15% en 2013; los trabajadores no cualificados han pasado de representar un 15% a
un 23,5%.
El precariado no es más que un subproducto de esta recomposición de la fuerza de trabajo en
virtud de la cual la vieja clase obrera industrial (cualificada, organizada, etc.) va dando paso
poco a poco a un proletariado difuso y cada vez más inestable que rota de manera más o
menos aleatoria, según la coyuntura, entre el empleo descualificado y el paro, con escaso nivel
de protección social y de apoyo formativo.
Los intentos por combatir el paro se han resuelto por lo general a costa de segmentar el
mercado de trabajo y alimentar una dualidad que se nos presenta como consustancial a las
sociedades postcrisis del sur de Europa, donde el balance de la crisis deja un saldo de
trabajadores precarios que se convierten así en la viva representación de los perdedores de la
globalización. Una manera de ilustrar este problema consiste en calcular el peso del gasto en
inversión social, incluyendo en él el gasto destinado a la educación no obligatoria (superior y
preescolar), las políticas activas de empleo y las políticas de I+D, en comparación con el gasto
social consuntivo (pensiones y subsidio de desempleo), lo que permite ver el papel más bien
testimonial que le corresponde al primero en los países mediterráneos.
Podemos identificar dos tipos de factores que explican el declive del viejo orden
socialdemócrata:
- por un lado, factores de orden estructural entre los que destaca la reconfiguración de la
fuerza de trabajo y, en particular, de las clases trabajadoras, así como las mencionadas
tendencias a la dualidad social (precariado vs. clases pasivas).
- por otro, factores de orden institucional como el diseño de la unión monetaria y el
sesgo de las políticas europeas a favor de la consolidación fiscal.
El reto que se plantea a la sociedad post-crisis es el de elaborar un nuevo contrato social capaz
de restablecer los niveles de cohesión perdidos durante la crisis. En este punto, conviene
recordar que cualquier avance en esa dirección pasa por resolver los problemas fiscales que se
pusieron de manifiesto con el estallido de la burbuja y, en particular, el desplome de los
ingresos por importe de seis puntos porcentuales de PIB en los años de la crisis. En segundo
lugar, por establecer un marco de relaciones laborales más equilibrado no solo entre las
empresas y los trabajadores, sino también entre los propios trabajadores, reduciendo las
diferencias que ahora mismo hay entre estables y precarios.
El comportamiento de las elites nacionales está sujeto a una doble lógica: la lógica de la
receptividad, que preside su relación con la opinión pública nacional que pretende representar,
y la lógica de la responsabilidad, que es la que garantiza el encuadramiento del país en
cuestión en el citado sistema de gobernanza europeo. En la medida en que ambas lógicas
entran en conflicto, el papel de la democracia queda en entredicho.
La democracia es una cuestión de elección, de manera que los gobiernos adaptan sus
estrategias a las preferencias de los ciudadanos y, en consecuencia, los cambios en dichas
preferencias se traducen en cambios en las políticas públicas. Una de las innovaciones de esta
crisis es que democracias que parecían consolidadas y efectivas se han enfrentado de manera
súbita a una situación de bloqueo en la que los cambios de gobierno han dejado de tener
consecuencias sobre las políticas públicas.
En principio, las democracias que se han desarrollado al amparo del modelo social europeo se
han caracterizado por su capacidad para conciliar dos principios en conflicto: el principio de
eficacia y competencia que rige el funcionamiento de las economías capitalistas y el principio
de satisfacción de las demandas populares que se expresa en términos de derechos sociales.
En la experiencia europea, la fórmula implicaba una clase obrera organizada que aceptaba el
orden capitalista a cambio de derechos sociales y mejoras salariales controladas pero
sostenidas. En España hubo que esperar a la firma de los Pactos de la Moncloa, tras las
primeras elecciones democráticas de 1977, para conseguir que la negociación colectiva
acordase las subidas salariales de acuerdo a la inflación prevista. Cabe interpretar los citados
pactos como un primer paso en la construcción de un Estado de bienestar propiamente dicho,
si bien sobre una base fiscal todavía endeble.
La batalla contra el déficit público marcó la actuación de los gobiernos socialistas en los años
ochenta y noventa, que hubieron de combinar la extensión de las políticas sociales con
políticas de ajuste. La batalla culminó (ya en tiempos del primer gobierno del PP) con el
“examen de convergencia” previo a la Unión Monetaria, en virtud del cual España hizo un
importante esfuerzo de contención del déficit que le permitió el ingreso en el euro. El problema
es que, así como la inflación de los setenta y los problemas posteriores de déficit público
habían sido síntomas de disfunciones y desequilibrios que exigían de arreglos y soluciones, la
entrada en el euro, al coincidir con una larga fase expansiva de la economía, sirvió, entre otras
cosas, para amortiguar y disimular los síntomas del mal funcionamiento de la economía.
En los primeros años dos mil, el euro parecía capaz de conducir a la economía española a un
imparable proceso de convergencia con el centro de la economía europea.
Tres factores contribuyeron poderosamente a estimular este proceso:
a) las transferencias netas procedentes de la UE, las cuales podemos estimar en esos años
en torno a un punto porcentual de PIB;
b) la llegada masiva de inmigrantes procedentes de América Latina, Norte de África y Europa
del Este; y
c) la burbuja inmobiliaria.
La vejez crece en España desde finales del siglo XIX. El cambio en nuestra pirámide de
edades no es por tanto un proceso coyuntural, ni reciente, ni local, y solo cobra sentido si se
inserta en un proceso demográfico mucho más amplio: El cambio en la eficiencia de la
reproducción humana.
· Las poblaciones no tienen edad, no envejecen, eso la hacen las personas. Las poblaciones
cambian la estructura por edades. Una estructura, en demografía, es simplemente la manera
en que la población se distribuye en sus partes, según una categoría clasificatoria. Puede ser
cualquiera, como estado civil o nivel de estudios, y la única condición es que la clasificación
sea unívoca (cada persona está en una única parte del todo) y exhaustiva (nadie queda fuera).
El otro requisito es que utilice números relativos, no absolutos. La estructura por edades es,
simplemente, la distribución porcentual de una población entre las diferentes clases de edad.
El envejecimiento demográfico tiene, por motivos múltiples, un papel no sólo principal sino
también impulsor del conjunto de cambios experimentados por la demografía en España y en el
mundo. A diferencia de comportamientos como los fecundos o los migratorios, la mortalidad no
es opcional. Donde presenta diferencias no es en su intensidad (el 100%), sino en su
distribución por edades. El constante aumento del número de personas mayores en las
últimas cuatro décadas se explica, al margen del variable tamaño de sus generaciones, por la
creciente proporción de los que están llegando vivos a la vejez.
España y Francia son los dos países que en la actualidad lideran la esperanza de vida de los
que cumplen 65 años en la Unión Europea.
Con la mortalidad de 1976, al final del baby boom, quien cumplía 65 años tenía una esperanza
de vida de 15,4 años, la misma que las personas que han cumplido 74 años en 2016. Resulta
tentador concluir que la vejez de hace 40 años no se alcanza ahora hasta que se cumplen los
74 años. Al empezar los años 70 había en España algo menos de ochocientos centenarios,
pero a 1 de enero de 2017 su número había aumentado veinte veces, hasta 15.381. La
concentración en menos años se observa en que la proporción de fallecidos de >64 años ha
aumentado dieciséis puntos en estas cuatro décadas (hasta el 86% de las muertes de todas las
edades, cuando a principio del siglo XX sólo eran una de cada cuatro).
La eficiencia reproductiva ha superado el umbral por el que todos los que nacen pueden llegar
a adultos y contribuir a la reproducción, ha cambiado para siempre la demografía humana. Sus
efectos diferidos son hoy visibles con cada nueva generación que cumple los 65 años, con
mayor proporción de supervivientes, con mejor estado de salud, con mejor situación
económica, mayor nivel de estudios y mayores potencialidades y capacidades para cumplir un
papel activo y provechoso para las personas que les rodean y para el conjunto del país.
El mercado de trabajo nos proporciona algunos criterios básicos para la definición de las
clases, según si los individuos que acuden a él lo hacen para comprar o vender fuerza de
trabajo (FT): la burguesía (disponiendo de capital, compran FT) y el proletariado (que se ve
abocado a vender su FT). Aunque nunca ha quedado del todo clara la posición de clase de los
empresarios (pudiendo vender su fuerza de trabajo, optan, en cambio, por comprar capital,
acudiendo al mercado de crédito).
Cabría decir que mientras la perspectiva marxista tradicional tendía a privilegiar la estructura de
clase, dejando a la ocupación en una posición subordinada, el funcionalismo ha tendido a
considerar que las clases terminan por convertirse en estratos ocupacionales ordenados
verticalmente en función de su cualificación y/o, las más de las veces, su prestigio.
Por el contrario, según la perspectiva del neomarxista Wright: “es imposible definir las clases
como conglomerados de ocupaciones: clase y ocupación se sitúan en órdenes teóricos
básicamente diferentes”. Así pues, la distinción de Wright entre bienes de capital, de
organización y de cualificación da lugar a una variedad de posiciones que puede resumirse en
tres: “propietarios de medios de producción”, “clase media” y “clase trabajadora”, donde la
segunda incluye a todos los asalariados que poseen bienes de organización.
Conviene no confundir las “clases intermedias” de Goldthorpe con la clase media de Wright,
para quien esta clase se distingue, por decirlo así, por realizar tareas de mediación entre el
trabajo y el capital. Las “clases intermedias” de Goldthorpe (que incluyen trabajadores no
manuales y autónomos) tienen como característica el situarse en esa zona de la estructura
social que registra la mayor permeabilidad y movilidad social.
El caso español se trata de un caso híbrido, que refleja las contradicciones de un país situado
en la periferia del centro y que combina, por tanto, rasgos heterogéneos procedentes de
diferentes modelos. Cualquier reflexión sobre la evolución del mercado de trabajo en España
debe tomar como punto de partida el problema de la escasez de empleo.
La mayoría de los estudios sobre la desigualdad económica en los países ricos toman como
referencia la renta de los hogares. Aunque algunos trabajos enfatizan la importancia del
consumo como variable de referencia, el procedimiento más frecuente en la medición de la
desigualdad es considerar la renta disponible de los hogares corregida por algún tipo de ajuste
que tenga en cuenta el tamaño y las características de cada hogar. Los datos de renta de
origen fiscal desaconsejan su uso como fuente exclusiva para el estudio de la desigualdad.
En España, el crecimiento de la desigualdad en el largo plazo, a partir de datos de rentas del
capital y del trabajo, medido con el índice de Gini, fue muy marcado hasta el final de la Primera
Guerra Mundial, registrándose una notable reducción de la desigualdad hasta la Guerra Civil,
momento en que tal tendencia se truncó para pasar a crecer notablemente hasta el ecuador de
los años cincuenta, cuando se alcanzó el pico máximo de la serie. En los años sesenta se
produjo otro repunte, aunque moderado, para registrar desde mediados de los años setenta
hasta mediados de los años ochenta otro proceso de reducción de la desigualdad, que fue
seguido por una década de estabilidad y un posterior repunte desde mediados de los años
noventa.
El resultado general del proceso descrito en el apartado anterior y en el que coinciden las
distintas fuentes es el truncamiento de la tendencia a la reducción de la desigualdad desde
mediados de los años noventa y el drástico crecimiento de las diferencias de renta entre los
hogares con el inicio y la prolongación de la crisis económica.
En algunos países, como en el Reino Unido y Estados Unidos, la desigualdad creció en los 80
a un ritmo muy rápido. Entre las distintas explicaciones del cambio en los indicadores de
desigualdad destacan, sobre todo, las modificaciones en la estructura salarial en la mayoría de
los países y el aumento de la dispersión en las remuneraciones, muy relacionada con la
creciente desregulación del mercado de trabajo. Por el contrario, la experiencia española, con
el crecimiento más progresivo de las rentas de las cuatro últimas décadas, destaca en el
contexto de los principales países de la Unión Europa y Estados Unidos por tratarse de uno de
los casos en los que la reducción de la desigualdad fue más intensa.
En la década de los noventa, la evolución de las economías europeas (España incluida) estuvo
muy condicionada por el tránsito hacia un modelo de integración mucho más ambicioso, cuya
principal desembocadura iba a ser la formación de un área monetaria común. El resultado fue
que la mayoría de los Estados Miembros desarrollaron políticas de consolidación fiscal, que
dificultaron el mantenimiento de algunos de los avances previos en la reducción de la
desigualdad. En este periodo del análisis de las cifras relativas de la desigualdad en España
destacan principalmente dos resultados. Por un lado, el proceso distributivo siguió arrojando
indicadores de desigualdad claramente superiores a la media europea, sólo superados por
otros países del sur de Europa. Por otro lado, la tendencia muestra un empeoramiento de la
situación relativa española respecto a la media europea, quebrándose la tendencia de
convergencia previa.
Lipset y Rokkan sobre los sistemas de partido y los alineamientos electorales (1967) [1992],
abordan la cuestión de cómo las divisiones sociales tradicionales por razón de clase
social, lengua o religión se traducen en la configuración de determinados
sistemas de partido. Analizan el impacto de las dos grandes revoluciones del mundo
occidental, la revolución nacional y la industrial, sobre dicha configuración.
En el caso español, podemos comprobar que el sistema de partidos de la transición se
configuró con arreglo a estos dos ejes:
- el eje centro-periferia que contrapone partidos de ámbito nacional español a
los nacionalismos periféricos de base étnico-cultural y,
- el eje izquierda-derecha.
En USA, algunos autores han defendido la existencia de una nueva clase media formada por
profesionales y técnicos que estaría caracterizada por la posesión de un capital cultural cada
vez más imprescindible en la llamada sociedad del conocimiento, así como por su disposición a
diferenciarse e incluso oponerse a la vieja burguesía capitalista, mientras que otros autores de
orientación conservadora han negado el carácter de clase de estos grupos profesionales y
limitado su impacto al ámbito de las transformaciones educativas y culturales.
En Europa, la discusión sobre la nueva clase ha estado asociada a su protagonismo en los
nuevos movimientos sociales no solo culturales sino también estructurales, ya sea mediante la
vinculación de ciertos grupos profesionales al sector público, ya mediante su vinculación a las
grandes corporaciones tanto públicas como privadas.
Por otra parte, según el conservador Daniel Bell, las sociedades capitalistas están sujetas a
una doble dinámica: política y cultural, en virtud de la cual cabe contraponer el eje convencional
de oposición entre izquierda y derecha a un nuevo eje definido en términos culturales y de
estilos de vida.
Pero es importantísimo observar que los alineamientos electorales obedecen cada vez menos
al impulso de las políticas que regulan el ámbito de la producción y cada vez más a las
tensiones redistributivas derivadas de la financiación del Estado de bienestar, dando lugar así a
colectivos sociales más o menos organizados (clases pasivas o dependientes) que compiten
por el reconocimiento de sus respectivos derechos sociales, a la conquista de recursos
públicos que reduzcan sus sentimientos de privación relativa.
Así pues, así como en el antiguo escenario socialdemócrata la posición de las nuevas clases
medias se contraponía a los intereses del proletariado, en el nuevo escenario de fin de ciclo
que ahora se dibuja, el liderazgo de las nuevas clases medias se contrapone a la coalición de
clases pasivas que cierran filas en torno a la defensa del establishment.
Podemos entender la esfera pública como el resultado de la interacción entre los tres polos que
la componen, cada uno de los cuales produce su agenda respectiva: partidos (agenda política),
medios (agenda mediática) y audiencia (agenda ciudadana). Podemos clasificarlas así:
i) cuando son los partidos los que dominan la esfera pública nos encontramos ante
una democracia de partidos (DP);
ii) cuando son los medios los que monopolizan la esfera pública nos encontraríamos
ante una mediocracia; y
iii) cabe la posibilidad de que nos encontremos en una situación de equilibrio en la
que medios y partidos sean receptivos a las demandas y los intereses del público,
a la manera de una democracia de audiencia (DA). los medios son autónomos
respecto a los partidos y, en particular, los medios públicos son independientes del
gobierno de turno.
Bernard Manin sostiene que las democracias avanzadas estarían experimentando un tránsito
desde la democracia de partidos a la democracia de audiencia. Los tres niveles o dimensiones
más importantes de este tránsito serían:
- La elección y grado de autonomía de los representantes (el aspecto más relevante
es el paso del partido de masas, característico del antiguo orden socialdemócrata,
al liderazgo mediático típico de las democracias avanzadas).
- El patrón de opinión pública (el aspecto más relevante es el grado de autonomía de
la esfera pública: la autonomía de los medios públicos respecto al gobierno de turno y
la autonomía de los medios privados respecto a los partidos).
- Y las bases sociales de la política (de la estructuración clasista de la política
característica del viejo orden socialdemócrata a la segmentación de la audiencia en
términos de estatus).
Entendemos por sistema mediático el entramado institucional que encuadra a los medios de
comunicación en el campo de una esfera pública determinada.
Tres grandes tipos:
- el modelo liberal (anglosajón), el menos dependiente del Estado.
- el modelo corporativo democrático del centro y norte de Europa, y,
- el modelo mediterráneo de pluralismo polarizado.
· Pese a que la reforma de RTVE de 2006 iba en la buena dirección de lo que se entiende por
una democracia de audiencia, en la medida en que RTVE deja de ser un instrumento del
gobierno de turno y se erige en un verdadero servicio público, la crisis económica y financiera,
por un lado, y el retorno del PP al gobierno, por otro, se confabularon para liquidar uno de los
aspectos más reivindicables de la herencia de Rodríguez Zapatero.