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Alejandro y su pez Milagroso

Cierto día Alejandro, un pescador “lobo de mar” con el corazón de un niño, de


tez trigueña como el color de la arena, salía en horas cuando el sol solo pestañea
para dar un vistazo a los hombres del mar, como cada día encomendándose al
Señor del Mar rumbo a embarcarse en el Muelle de San Andrés ese muelle que
lo vio crecer y llevarlo a lugares en un bote pinto con el Nombre de “Mi negrita”.
Él escuchaba a los antiguos pescadores, que decían que cerca de la playa
Lagunilla, tan grande como La Mina y bonita como la risa de un bebé, había
una especie de encanto que llamaba mucho la atención a los pescadores que se
acercaban, ya que siempre se llenaba de peces de distintos colores y tamaños
muy gordos y encantadores, se decía que aquel pescador que llegara a pescar
tan solo un pez de allí, ya no se detenía hasta adentrarse hasta el centro de ese
punto, que en realidad era como un tornado dentro del agua, una especie de ojo
a decir verdad, que cuando se llegara al centro, aquel pescador era absorbido y
ya nunca regresaba, algo así como un gran imán capta al metal.
- Julio pues, el hijo de doña Marta, nunca regreso de Lagunilla, ¿no te acuerdas
Martin? -dijo Rubén, un antiguo pescador de la zona.
- Oye si es cierto, se desapareció hace ocho años, nunca regreso y doña Marta
aún lo espera y le pone velitas en la cruz. – Le respondió Martin otro pescador
de Lagunilla.
- ¿No serán comentarios para asustar a los más jóvenes? – Pensaba Alejandro
Para pescar usaremos dinamita y bombas, no trabajamos tanto y ganamos plata
más rápido – decían los pescadores.
Pero Alejandro se preguntaba horrorizado - ¿Qué será del futuro si seguimos
así? ¿cómo estarán los peces y el mar por la avaricia de las personas? – así que
cada vez que se enteraba de que usarían estos explosivos, él siempre los
escondía o los echaba a la basura, antes de que los demás pescadores los
usaran y con su audacia, aunque no con muchos peces siempre regresaba a su
hogar con una sonrisa en su rostro.
Alejandro siempre le llamo mucho la atención lo que pasaba en la playa
Lagunilla, tenía un lugar favorito, un lugar especial, era Marcona, un puerto, un
lugar en la costa que es resguardada de gran oleaje le encantaba mucho la idea
de visitarlo, ya que siempre había muchísimos peces y además se encontraba
con una linda jovencita llamada Estela, aquella jovencita trabajaba como niñera
de una familia adinerada en la zona. Con el tiempo se hicieron muy amigos y él
nunca dudaba en hablarle cuando se encontraban, pasaban mucho tiempo
juntos, conocían muy bien el uno al otro, conocían sus defectos y virtudes,
aquellas cosas en las que eran casi especialistas por así decirlo, a decir verdad,
eran casi inseparables, pero llego un punto en el que Alejandro empezó a sentir
un amor mucho más fuerte que el de amigos, un amor muy bonito y sincero por
Estela. Una tarde ambos se encontraban contemplando la playa.
-Es muy lindo este atardecer. – dijo Alejandro-mirándola.
- Es verdad, me gusta mucho. – dijo Estela
Desearía po… po… poder … decirte eso mis...mo.. – Titubeo Alejandro –
¿No entendí, podrías decirlo otra vez? – dijo Estela un tanto confundida
Tomando valor Alejandro se declaró prometiendo un amor verdadero y eterno.
Estela con una mirada dulce y llena de luz, aceptó. Se abrazaron y sellaron su
amor con un beso.
Comenzaron una vida juntos al pasar el tiempo se animaron a viajar y vivir en
San Andrés. Una casita humilde llena de alegría y amor frente al mar.
Un día Alejandro decidió ir de pesca a la Lagunilla ya que se decía los peces
estaban en abundancia como si hubieran llovido peces en todo la semana, al
echar sus redes al mar encontró entre tantos peces a uno muy brillante con
colores como el de un arcoíris, y su resplandor con el sol era tal como el de una
estrella, este le llamo tanto la atención que decidió protegerlo, así que lo llevo a
una tina con agua que tenia en su bote – Que hermoso pez me encontré,
seguramente mi Estelita estará feliz de tenerlo en casa – dijo Alejandro, para
cuando se dio cuenta estaba a ese encanto tan narrado por los antiguos
pescadores, y tuvo un miedo tan igual al de un niño en la oscuridad, así que
pensó - Si sigo pescando así llegaré y me quedaré allí para siempre - , así que
dejo de pescar, guardo sus implementos de pesca y se fue directamente a su
casa.
Al llegar a casa le mostro el pez a Estela y ella dijo: – Alejandro es muy bonito
este pececito, parece un pedacito de arcoíris caído del cielo ¿Dónde lo
encontraste?
En realidad, estaba cerca al encanto y cuando me di cuenta estaba este hermoso
pez que apareció en mis redes, pero tuve pena de matarlo, y antes de querer
pescar más de ellos, me regresé lo más rápido – dijo Alejandro.
Con el tiempo aquel pececito caído de un arcoíris empezó a ser la atracción de
todo San Andrés, tocaban la puerta de Alejandro para ver al pez desde niños
hasta ancianos llegaban a ver a este hermoso ser, que de alguna manera les
brindaba suerte , era como un amuleto a los pescadores que lo visitaban, y así
cuando trabajaban llegaban cargado de pescados grandes como jirafas y
robustos como un elefante y esta suerte solo funcionaba si no usaban explosivos,
los pobladores le pusieron un nombre “Milagroso” que en sí, le sentaba muy bien
y con el pasar de los meses este pez crecía y crecía, tanto que en su pecera ya
no cabía, así que la pareja decidió hacer un pequeño estanque en su jardín, y
todos iban a verlo y darle de comer.
“Milagroso” era tan amado por los moradores de San Andrés que se convirtió en
un símbolo de la suerte y un atractivo turístico.
Un día en la playa Lagunilla, desde las profundidades surgió un reptil de piel
dorada como el oro, tan grande, con las alas y piel tan gruesas tal la de un
dragón, ojos color jade y patas cual cocodrilo, este reptil salió con el único
propósito de llevarse a Milagroso al lugar que lo vio nacer, en cuanto llego al
patio de Alejandro y Estela, dijo:- Os habéis gozado de buena vida, tanta que en
algún momento debe terminar, tenéis que regresar a Lagunilla – dijo el Reptil de
piel dorada con voz de mando.
De inmediato Milagroso se despertó y temeroso respondió: – Oh gran señor,
¿Quién has de ser?
-Soy el padre de todos los peces, él que los cuida de los pescadores y su
guardián eterno, tu pequeño pecezuelo habéis osado y pecado en irte, así que
en estos momentos deberíais de irte conmigo de lo contraria tendremos un duelo
a muerte en el que si vos ganáis podréis quedarte de lo contrario tendréis que
morir – dijo el reptil de la piel dorada.
Milagroso tan asustado y perdido en sus pensamientos dijo: – No he de poder
irme ahora, si en algo he fallado pido perdón… debatirme a duelo con usted, me
llevara a la muerte segura ya que usted es 60 veces más grande que yo, pero
irme con usted significara que seré su eterno esclavo, o ¿me equivoco?
No estáis equivocado, al contrario, estáis en lo cierto – dijo el reptil de la piel
dorada.
En ese caso prefiero debatirme a duelo con usted gran señor para no perder mi
dignidad y orgullo, aunque usted sea cual vikingo guerrero y yo solo sea una
simple rama de árbol, prefiero eso a tener que vivir en total mandato por usted,
aunque solo quisiese poder tener un último deseo. -dijo Milagroso.
- Tu deseo debe ser simple y sencillo y no como el encontrar una aguja en un
pajar – dijo el reptil asintiendo la cabeza
-Solo deseo poder despedirme de mis padres, quienes me cuidaron y dieron
cobijo desde que a sus vidas llegué – dijo Milagroso casi entre lágrimas
¿Padres? ¿Qué padres? – dijo el reptil
-Mis dueños, que en realidad para mi son mi familia y son mis padres como tal –
dijo Milagroso ya entre llanto.
-Está bien, vendré dentro de 4 días por ti – dijo el reptil soberbiamente. Luego
desapareció entre las aguas y no se le vio.
Al salir el sol Milagroso no paraba de revolotear el agua como un propio pez
desesperado, entonces sus dueños salieron de su casa y entre lágrimas, les
conto lo que paso, al escucharlo no evitaron su dolor y lloraron con él - ¿Pero
acaso no hay otra salida? Y aunque no la haya no permitiremos que te vayas-
dijeron los dueños, entonces Milagroso entre lágrimas dijo – No hay más que
hacer o decir, ya está hecho.
Así fue, después de 4 días, las aguas de Lagunilla, se empezaron a moverse
muy rápido y desbordarse, era cual maraca en movimiento y desde las
profundidades aquel reptil salió muy glorioso, era ya la media noche cuando el
duelo empezó, al llegar las 2 de la mañana Milagroso a pesar de haber dado y
luchado todo lo que pudo, murió y entonces él y aquel reptil desaparecieron como
por obra de magia, la pelea fue tan escandalosa como un partido de futbol en el
cual gana la casa, solo que en esta ocasión Milagroso no gano.
Los pescadores estaban tan desconsolados y quebrantados que ya no tenían
ganas de pescar ni mucho menos trabajar, solo pensaban en el daño que le
harían a los demás peces si usaban dinamitas o bombas, pensaban en como
sufrió su preciado amigo Milagroso y se sentían muy mal.
Pasaban los meses y los pescadores se sentían tan desanimados que preferían
trabajar en construcción en vez de irse de pesca, esto causo una gran perdida al
pueblo de San Andrés, a su vez no había ingreso a los hogares y Alejandro solo
pensaba en una cosa - ¿Cómo logro hacer que vuelvan a pescar?
Buscando soluciones y rompiéndose la cabeza pensando en ideas que iban y
venían pues llego la solución al cabo de un mes dijo: -El Señor del Mar me hablo
anoche, y me dijo que en este día tan hermoso les pida que por favor no
abandonen sus trabajos y pasión, para recordar a nuestros ancestros
pescadores, de lo contrario habrá lluvias y los pescados se irán de las playas
cercanas – Dijo Alejandro muy seguro – Al mismo tiempo debemos cuidar las
playas, sino los peces morirán.
Todos los demás pescadores sintieron miedo al saber que su playa se quedaría
sin peces si utilizaban explosivos, entonces respondieron:
- Esta bien, pero debemos limpiar las playas antes de embarcarnos en ellas y
darle la ofrenda más bella, entonces dijeron:-¡Manos a la obra! - Hoy
embelleceremos a nuestro muelle y playas que tanto nos han dado. A un lado de
ellos, las esposas muy hacendosas prepararon una corona llena de flores las
más hermosas de nuestro pueblo eran de todos los colores y así la echaron al
mar.
Cuando Alejandro tuvo hijos, les enseño a pescar de una manera sostenible, por
su lado los demás pescadores de San Andrés hicieron lo mismo.
- ¡Que hermosa playa! Tan limpia como un anís y tan bonita como mi Estelita –
dijo Alejandro muy feliz.
Desde entonces el muelle de San Andrés y las playas son las más limpias y en
aquel estanque de Alejandro y Estela, hay peces de muchos colores y muy
bonitos que los pescadores quisieron conservar, aquel estanque esta tan
cuidado que parece un gran acuario en medio de una casa, y aunque no se haya
vuelto a ver un pez tan hermoso como Milagroso, los pescadores aún lo
recuerdan con amor y fervor.

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