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Había una vez un joven pescador llamado Urashima que se paseaba junto al
mar. Se disponía a regresar a su casa, para comer junto a su anciana madre
cuando oyó los gritos de unos chiquillos.
Se acercó pensativo a la playa con la cajita en la mano sin saber qué hacer,
porque también recordaba que la reina de los mares le había dicho que no
abriera nunca la caja. Sentado en una roca, mientras anochecía y el sol se
ocultaba en el mar, decidió abrir aquel regalo.
En cuanto levantó la tapa de nácar, un humo espeso salió de la cajita y
envolvió a Urashima, que al instante quedó convertido en un viejo de cien
años. Sus manos se arrugaron, el pelo se le puso blanco y se sintió más débil
que nunca. Entonces comprendió que para los seres del mar el tiempo pasa
más lento que para los que viven en la tierra y que tres años en el palacio de la
reina de los mares eran como cien años en el mundo de los seres humanos.
Urashima se dio cuenta de lo que había sucedido y quiso cerrar la caja antes
de que todo el humo se evaporase, pero no pudo impedirlo, y lo único que oyó
fue una voz que salía del interior: “Urashima, Urashima, no tenías que haber
abierto la cajita de nácar, porque en ella estaban guardados tus años”.