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Título: Los abogados y la administración de justicia según los jueces civiles y comerciales
Autor: Fucito, Felipe
Publicado en: LA LEY2000-E, 1198
Cita Online: AR/DOC/10091/2001
Sumario: SUMARIO: I: Objetivos. - II. Metodología. - III. Universo. - IV. Opiniones sobre capacitación de los
abogados litigantes. - V. La habilitación profesional. - VI. El conocimiento del abogado en comparación con el
del juez. - VII. ¿Preferiría que en algunas causas no fuera obligatoria la asistencia letrada? - VIII. La ética
profesional. - IX. Opinión sobre el falseamiento de los hechos para posicionar al cliente: falta ética o defensa
profesional. - X. Opinión sobre la acción sancionadora de los Colegios de Abogados. - XI. Relaciones entre
jueces, abogados, funcionarios, empleados y partes litigantes. - XII. El perfil de abogado preferido por los
jueces y los funcionarios judiciales. - XIII. Prestigio de abogados y jueces.
Expondremos en el presente trabajo los resultados de parte de la segunda investigación llevada a cabo por
encargo del Colegio de Abogados de la Provincia de Buenos Aires, a través de la Fundación Ciencias Jurídicas
y Sociales, respecto de la abogacía y la magistratura de la Provincia de Buenos Aires, entre 1997 y 1999. La
primera investigación, denominada El Perfil del abogado de la Provincia de Buenos Aires, se presentó
previamente en esta Revista (1). Mientras aquélla muestra la visión que los abogados tienen de su ejercicio
profesional, de la ética y de los jueces, la presente toma como base las opiniones de los mismos jueces, a través
de tres muestras, de los fueros Civil y Comercial y de Familia.
El objetivo general, era confrontar las conclusiones de la investigación precedente con las opiniones y las
actitudes que jueces de ambas instancias y funcionarios judiciales tienen sobre la profesión jurídica y los temas
vinculados a la administración judicial. Es una incursión en la "otra cultura", inescindible de la primera para la
interpretación del universo que compromete a jueces y abogados por igual
El relevamiento se llevó a cabo entre marzo de 1998 y marzo de 1999, publicándose un resumen de
investigación en abril de ese último año (2). En nuestro país puede suponerse, a partir de la experiencia
cotidiana, que no existe una amplia comunidad informativa entre abogados y jueces; pero la dimensión de la
presunta separación, aunque perceptible, no es conocida claramente. Este trabajo parte de la hipótesis general de
que los compartimentos no son totalmente estancos, y trata de investigar cómo perciben los jueces el trabajo de
los abogados.
Se omiten, en esta presentación, el desarrollo de los temas atinentes al marco teórico. Se consigna
exclusivamente que el modelo ha tomado elementos del análisis sistémico, sin que ello implique descartar
elementos de cambio social. Sin embargo, dentro del marco general, el enfoque se centra en los actores, más que
en el sistema social, es decir, tiene como límite el mundo cultural específico de la profesión jurídica.
Consideramos el sistema de acción entre abogados y jueces, desde la óptica del discurso de estos últimos. A
tales referentes se suma el específico de la sociología jurídica, y en éste se parte de la dependencia que el orden
jurídico tiene respecto del sistema social, y en especial, que las normas jurídicas son variables dependientes de
las restantes normas sociales, en su establecimiento, modo de aplicación y efectividad. Se acepta la influencia
general de las costumbres en el modo de operar el derecho, la ideología derivada del proceso socializador de los
jueces y la concepción del mundo jurídico que surge de su función social, como variables independientes. Las
variables dependientes son la aplicación concreta que hacen de las normas jurídicas, la opinión que tienen sobre
los abogados, de su trabajo y de sus necesidades, así como sobre la Justicia y los justiciables. El marco teórico
se completa con los aportes generales sobre teoría de las profesiones, y en particular, se han utilizado las
conclusiones de la investigación previa sobre el abogado como hipótesis generales para la presente.
La anterior investigación se consideró exploratoria, adecuada para buscar información y ubicación en el
mundo cultural de los abogados, y no se formularon hipótesis específicas. En el presente caso, con las
conclusiones de la anterior, fue posible formular algunas, para guiar el trabajo de búsqueda de información.
I. Objetivos
Los objetivos particulares se refieren a los temas sobre los cuales se han elaborado hipótesis, y corroborado
o falsificado a través de las opiniones recolectadas. Brevemente enunciados aquí, fueron: 1) La capacitación de
los abogados litigantes, según generaciones. 2) La evaluación de la ética de los abogados, según generaciones.
3) El perfil de abogado que más satisface a los jueces. 4) Las limitaciones que los magistrados y funcionarios
encuentran en el ejercicio de su función, a partir de acciones concretas de los abogados litigantes. 5) La
conciencia de las posibilidades, limitaciones y condiciones que los abogados tienen en su ejercicio diario
profesional. 6) Los requerimientos informales de los abogados a los jueces. 7) Las actitudes y el trato de los
abogados entre sí, visto por los jueces y los funcionarios. 8) Las actitudes y el tipo de trato de los abogados
hacia los jueces y los funcionarios, visto por éstos.
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II. metodología
Se consideró como método más adecuado la investigación cualitativa por medio de entrevistas abiertas, con
una guía temática (3) para el entrevistador, que debía ser un profesional con conocimiento jurídico que
permitiera el lenguaje común y la comprensión de los temas implicados. No resulta, por supuesto, posible,
definir la representatividad numérica de cada opinión vertida, aunque resulte posible registrar cuantas opiniones
en la muestra, se inclinan por una u otra alternativa. Sabemos lo que representan en la muestra, pero no en el
universo. De todos modos, por la amplitud de la muestra cualitativa y por el modo como ha sido integrada,
estimamos que las conclusiones deben estar cercanas a los modos típicos de pensar en el universo considerado.
III. Universo
El universo considerado se constituyó con la totalidad de magistrados y funcionarios de ambas instancias en
los dieciocho Departamentos Judiciales de la Provincia de Buenos Aires, en las materias Civil y Comercial,
Criminal y Correccional, del Trabajo, Tribunales Colegiados de Familia y juzgados de Menores. Esto significa
considerar, en cada fuero: 1) Los jueces de las Cámaras de Apelación y los de primera instancia. En su caso, los
jueces de Tribunales Colegiados de instancia única. 2) Los secretarios de Cámara, los fiscales, asesores de
incapaces y defensores de pobres y ausentes de ambas instancias. 3) Los secretarios de primera instancia y de
las Defensorías y Asesorías. El universo resultante se estratificó, ya que puede suponerse que la visión de los
jueces varía según su propia especialidad, y según sean genera listas o especialistas los abogados que litigan o
defienden ante sus tribunales.
Sobre la base de los cargos efectivamente ocupados, que a la fecha del diseño se calculó en 2068, se estimó
en principio una muestra del 7 % del total (145 casos) distribuida equilibradamente. Se prefirió no descartar
ningún Departamento Judicial, a diferencia de la investigación anterior. Para configurar la muestra, y en
atención a las particularidades del medio judicial, se usaron varios criterios: se pidió la confección de listas a
cada Colegio de Abogados, se acudió a informantes clave; se pidió a varios jueces y secretarios que realizaran
en el acto la presentación de otros, se aceptaron postulaciones voluntarias. No se obtuvieron diferencias
apreciables de acuerdo con el distinto modo de inclusión en los listados finales.
En cuanto a la actitud de los magistrados y funcionarios, fue en casi la totalidad de los casos, correcta, sin
distinción de fueros, instancias o cargos. La amplia mayoría actuó formalmente, con actitud respetuosa y atenta
a lo que se le requería, y la formalidad no tuvo relación con la edad o sexo del entrevistado. Un porcentaje
significativo se mostró muy interesado por el trabajo y los resultados, y ofreció amplia colaboración. En muchos
casos, existieron recepciones cálidas y reconocidas. Pocos mostraron una actitud descortés; uno solo, por
motivos que se pudieron inferir con posterioridad, actuó agresiva y burlonamente, descalificando y tratando de
molestar al entrevistador.
La muestra de los fueros Civil y Comercial y Tribunales Colegiados de Familia está compuesta por 55
entrevistados: 13 jueces de Cámara de Apelación, 26 jueces de primera instancia en lo Civil y Comercial y del
fuero de Familia, y 16 funcionarios, entre secretarios de Cámara de Apelación, de primera instancia, Asesores
de Incapaces y sus secretarios (4). La cantidad de mujeres en la muestra fue: 2 de los 13 jueces de Cámara, 7 de
los 26 jueces de primera instancia, y 8 de los 16 secretarios y funcionarios. Si bien no se trataba de respetar una
proporcionalidad exacta, tales cantidades reflejan aproximadamente a cada grupo en la muestra. Ello no obsta a
señalar que, a diferencia de la muestra de abogados, no se obtuvieron respuestas significativamente diferentes
tomando esta variable en cuenta. Sin embargo, algunas mujeres aludieron a la carrera judicial como una ventaja
alternativa para quienes tienen hijos pequeños.
Respecto de los grupos de edad, si los dividimos con un corte en los 39 años, no existe ningún representante
de la generación joven entre los camaristas, ya que el menor tiene 45 años y el mayor 67, con un promedio de
56,7 años. Es el grupo de mayor edad, en el que predominan los que tienen entre 52 y 60 años. El que menos
antigüedad tiene en la Justicia, reconoce 14 años, y el mayor tiene 42 años de carrera judicial. El promedio de
antigüedad es de 27,3 años, lo que muestra un grupo de alta profesionalización y socialización en ese sistema.
La antigüedad en el cargo varía entre 3 y 23 años, siendo el promedio de 10,7 años. Además, sólo uno de ellos
accedió directamente a esa posición; los restantes lo obtuvieron como una promoción de otra anterior. La
profesionalización se confirma al señalar que de los trece entrevistados, sólo cuatro ejercieron la profesión
libremente, por lapsos de 4 a 20 años, es decir, que sólo 31% ha tenido experiencia de ejercicio
Del mismo modo, pocos han ejercido o ejercen la docencia (sólo tres la mantienen en la actualidad). En este
aspecto, se han separado los niveles (secundaria, universitaria y otras) porque profesionales con vocación
docente que hasta ahora no han tenido posibilidad de ejercerla en el nivel universitario por falta de sedes
locales, han volcado su actividad al secundario, a institutos especializados no universitarios o al Instituto de
Estudios Judiciales dependiente de la Suprema Corte provincial, con sedes locales.

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Los 13 camaristas han egresado de universidades estatales: 8 de la Universidad de Buenos Aires, 3 de la


Nacional de La Plata, y los restantes de otras del país. Esto se explica por la edad de la muestra, y la
inexistencia, para el tiempo de su graduación, de universidades privadas en la medida que luego se difundieron.
Cinco de los entrevistados son anteriores a las primeras graduaciones en universidades privadas del país, y otros
más coinciden con las primeras. Probablemente, por la época, sólo tres de ellos pudieron optar por otros
estudios universitarios de derecho que no fueran estatales.
El grupo formado por los 26 jueces de primera instancia en lo civil y comercial y jueces de Tribunales
Colegiados del fuero de Familia no posee tampoco representantes de la generación joven. El menor tiene 40
años y el mayor 68, siendo el promedio de edad de 49,6 años, por lo que configura un grupo más joven que el
anterior. Este grupo es homogéneo y predominan los que tienen entre 47 y 55 años de edad. Entre los jueces, la
antigüedad en la Justicia oscila entre 2 y 35 años, siendo el promedio de 18,6 años, lo que también indica alto
grado de profesionalización, pero menor que en el grupo anterior. La antigüedad en el cargo es muy variada; de
1 a19 años, con un promedio de 8,2 años.
De los jueces, sólo 8 no ejercieron la profesión, y un grupo de cinco lo hizo por lapsos inferiores a los tres
años. Dos no indican el lapso de ejercicio, pero se supone reducido. En general los que han ejercido la profesión
libre una cantidad considerable de años, lo han manifestado claramente. Si tomamos un límite a partir del cual
puede considerarse tal ejercicio como habilitador de una personalidad de abogado profesionalizado (5 años),
encontramos que solo el 34, 6 % del total que declara haber ejercido, lo iguala o supera. Esto llevaría la falta de
experiencia profesional cuantificable a más del 65% del conjunto. A partir de los que han tenido pocos años de
ejercicio se presenta un salto, ya que un grupo importante de los restantes (7) ha ejercido entre 10 y 29 años la
profesión. En suma, sólo un 27 % ha tenido larga experiencia en el ejercicio profesional y el total muestra, al
igual que el anterior, un cuadro profesionalizado y orientado hacia la justicia.
En cuanto a la universidad de titulación, de los 26 jueces, 23 han egresado de universidades estatales y 3 de
privadas. Del grupo mayoritario, 13 son de la Universidad Nacional de La Plata, 8 de la Universidad de Buenos
Aires, y 2 de otras. Respecto de la actividad docente, tampoco hay excesivos representantes. Actualmente, sólo
6 la mantienen en el nivel universitario: 23% del total.
El grupo integrado por 16 funcionarios incluye Secretarios de primera instancia, Secretarios de Cámara,
Asesores de Incapaces y Secretarios de Funcionarios de primera instancia, divididos por partes iguales entre
hombres y mujeres. De ellos, 10 han superado los 39 años de edad y 6 no. Las edades oscilan entre 27 y 53
años. La mayor edad corresponde a un secretario de primera instancia. El promedio es de 40,3 años, diez años
menos que el anterior. El mayor del grupo es un hombre, seguido por una mujer de 50 años.
La antigüedad en la justicia oscila entre 2 y 35 años. El promedio es de 13 años. En el cargo, oscilan entre
menos de un año y 15 años. Teniendo en cuenta que se trata en general del primero o segundo cargo que ocupan
los graduados - la mayoría de la muestra está compuesta por secretarios de primera instancia - la antigüedad en
el Poder Judicial es elevada. La mitad de los secretarios de primera instancia han permanecido de 10 a15 años
en su cargo, lo que indica la lentitud de las promociones. Esto explica que de este grupo, 9 no ejercieron la
profesión libre, y 3 más les son asimilables por el corto lapso en que lo hicieron. Sólo 4 pueden acreditar
experiencia en el ejercicio libre de alrededor de 10 años, es decir, un 25% de la muestra.
A diferencia de los otros grupos, existen más representantes de la actividad docente: 43 % en el nivel
universitario, y algunos menos en el secundario y en otros. Esta presencia puede relacionarse con una actividad
"juvenil" que parece dejarse de lado por muchos, cuando avanzan en su carrera, a medida que se hace más
compleja y exigida en los cargos superiores. Varios jueces y camaristas han justificado de este modo su
abandono, y manifiestan lamentarlo.
Del grupo de los 16 secretarios y funcionarios, 11 son egresados de universidades públicas y 5 de privadas.
Entre las primeras, 6 se graduaron en UBA, y 5 en otras. Entre las privadas también existe dispersión, con
mayor representación de la Universidad de Morón, lo que indica que este grupo de edad - más joven que los
anteriores - ha accedido a mayor variedad de oferta educativa. De este grupo, el titulado más antiguo lo ha sido
en 1973 y el más reciente en 1996.
En síntesis, los tres grupos de los fueros Civil y Comercial y de tribunales de Familia pueden considerarse
altamente profesionalizados y socializados en la administración judicial, en cuanto un 70% de los camaristas,
60% de los jueces, y 75% de los funcionarios y secretarios no han ejercido nunca la profesión libre, o lo han
hecho en lapsos muy reducidos antes de ingresar a la Justicia.
El análisis por años de graduación nos permitirá distinguir entre generaciones, con el fin de evaluar sus
opiniones sobre la formación y capacitación jurídica y los límites de la ética en el ejercicio profesional. Entre
los camaristas civiles, el mayor de la muestra obtuvo su título en 1958 y el más reciente en 1975, es decir tienen,
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a la fecha del estudio, de 40 a 23 años de matriculados. Algo parecido ocurre con los jueces, de los cuales, el
más antiguo se separa de la media (1955), encontrándose la mayoría titulados entre 1965 y 1986 (de 33 a 12
años de titulados). Por el contrario, los secretarios y funcionarios tienen un perfil mucho más reciente. El más
antiguo se recibió en 1973 y el más novel obtuvo su título en 1996. La mayor concentración se encuentra entre
1982 y 1988. Quiere decir que si hacemos un corte en los 15 años de graduado, la totalidad de los camaristas y
casi todos los jueces civiles quedan en la generación mayor, y lo contrario ocurre con los funcionarios y
secretarios.
IV. Opiniones sobre capacitación de los abogados litigantes
El primer tema por el que preguntamos a todos los entrevistados es su opinión sobre el nivel de capacitación
de los abogados que litigan o defienden causas en sus tribunales. Se trata de la primera cuestión que puede
marcar una valla entre las culturas de jueces y abogados; si los primeros menosprecian el conocimiento de los
segundos, todavía es necesario saber por qué piensan de ese modo: si por un criterio de superioridad, por una
diferencia de experiencias o funciones, o por otro motivo. En nuestro trabajo, la pregunta referida al tema tenía
varias partes, que funcionaban como aclaraciones o pedidos de más información, según la mayor o menor
extensión y supuestos abarcados por la respuesta. Las diferencias apuntaban, según los fueros, a opinar sobre la
versación jurídica, la experiencia, y las expresiones escritas u orales. En el fuero civil y comercial, por el tipo de
proceso, se refieren predominantemente a la escritura.
En las respuestas, las características diferenciales señaladas por los jueces son varias, de modo que "la
capacitación" resultó un disparador adecuado para lo que dicen advertir sobre la manera en que los abogados
presentan sus demandas y las fundan. En concordancia con la hipótesis formulada, no existen opiniones
divergentes por ninguna de las posibles categorizaciones de las respuestas. Pero, a diferencia de lo supuesto,
tampoco aparecen diferencias con el nuevo dato de esta investigación: el ejercicio anterior o el no ejercicio de la
profesión libre de abogado, por el juez o funcionario. Fue una hipótesis no confirman suponer que podían surgir
diferencias a partir de una profesionalización exclusiva en la justicia de la doble experiencia en el ejercicio libre
y en la magistratura. En el tema particular de la capacitación, tampoco surgen diferencias por antigüedad de
matrícula. La coincidencia es amplia, y sólo discrepa en cuanto a los fundamentos y la existencia de cambios
generacionales.
En este fuero se ha pronunciado por la existencia de diferencias de capacitación entre abogado: por
generaciones 65,5, por diferencias no debidas a las generaciones, 29% (muchas de ellas mixtas, ya que incluyen
las generaciones entre las diferencias notadas), y por la ausencia de diferencias solamente 5,5 %. En principio,
la hipótesis general (los jueces no consideran mayormente capacitados a los abogados) se encuentra sustentada
por estos datos.
Aquí surge una marcada coincidencia, ya que un alto porcentaje nota diferencias de capacitación por
generaciones. Pero el análisis pormenorizado no nos permite orientarnos claramente hacia un desprecio cultural
de los jueces hacia los abogados, signo de culturas separadas y distintas. Aunque existen exageraciones y, sobre
todo generalizaciones indebidas, hay muchas reflexiones sustentables, aptas para el análisis y la crítica. La
información de los jueces sobre los abogados, existe; ambas categorías profesionales no están tan separadas
como universos culturales, aunque puedan estarlo como grupos. Pero parecen propensos a ver exclusivamente lo
más deprimente de cada situación, en consonancia con las opiniones de muchos profesores sobre los alumnos de
derecho.
Un listado de diferencias y deficiencias probables anotadas por jueces y funcionarios resulta, en este sentido,
mucho más grave que las opiniones recolectadas en su oportunidad entre los abogados. Además, aun
compartiendo muchas ideas expuestas, no coincidimos con tal grado de generalización (5).
Las causas de tales deficiencias, apuntadas por los entrevistados, se pueden sistematizar de la siguiente
manera: pérdida de nivel en el secundario y universidad, formación paupérrima, enseñanza en función de
teorías, nula formación práctica en la Facultad, deficiencias en los elementos de estudio (apuntes) y en la forma
de estudio, disminución grave de la exigencia universitaria actual, presencia del ingreso irrestricto que impide
seleccionar, profesores de derecho sin nivel; proliferación de Facultades de derecho improvisadas,
institucionalización de la idea "la formación no debe ser traumática", imposibilidad para la mayoría de hacer
práctica en algún estudio, falta de relación entre abogados recibidos y abogados necesarios, falta de cultura de
lectura; falta de vocación de estudio y asesoramiento.
Las causas de las diferencias no debidas a cuestiones generacionales que mencionaron son, entre otras,
mayores exigencias y presión económicas, mucha competencia, poca tranquilidad, necesidad de "tomar lo que
llega", no especializarse, abogados que son mas corredores que letrados, necesidad de hacer cualquier cosa con
tal que se pague una cuenta, no tener ni tomarse tiempo para reflexionar y abogados impacientes, en busca de

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atajos, que pretenden cortar camino procesal. No puede acallarse una reflexión en este punto, sin perjuicio de
otras: los "atajos", muchas veces, no están motivados por una vana impaciencia o la necesidad de pagar una
cuenta, sino de salvaguardar los intereses encomendados, frente a los cuales el sistema judicial, muy atento a los
tiempos procesales, ha perdido de vista los tiempos humanos.
Pero también se imputan los mismos problemas al sistema judicial: se ha dicho que en el Poder Judicial pasa
lo mismo: falta de jueces doctrinarios, presencia de un circulo vicioso constituido por peticiones que muestran
ignorancia, y nuevos traslados para no resolver; también se ha sostenido que la legislación que se sanciona
carece de estudio: ni abogados ni jueces pueden compartir reformas en las que no son consultados.
V. La habilitación profesional
Una de las preguntas se refería a la necesidad de una habilitación profesional para los abogados, que fijara el
nivel mínimo para litigar, o niveles diversos de experiencia y capacidad según las instancias y fueros, con
independencia del titulo profesional. Este tema también puede marcar distancias culturales: asegurado en su
función el juez, puede pedir nuevos requisitos al abogado (extraño, ajeno a su mundo), antes de permitirle
ejercer, para que, perfeccionándose, no lo importune con planteos extemporáneos o fundados en el
desconocimiento.
Pero tampoco aquí surge el rechazo del grupo de abogados por el de jueces, y el resultado es mas claro en el
sentido de defender al abogado, aun con las limitaciones de conocimiento que le atribuyen a muchos de ellos.
Un requerimiento posible es el perfeccionamiento, otra cosa distinta es rechazarlo y ponerle vallas a su trabajo.
Por otra parte, frente a la virtual unanimidad que se registró sobre el nivel de capacitación, podría suponerse que
aquí se obtendría una similar, ya que si los abogados no están capacitados, se les podría requerir que rindieran
exámenes para probarlo. Tal fue la hipótesis. Sin embargo, la mayoría se pronunció en contra de cualquier
exigencia que pasara por exámenes adicionales a los requeridos para obtener él titulo de abogado, y en general,
a favor de pasantías o practicas serias, pero sin obligatoriedad posterior al titulo.
Los resultados del fuero son 20 % a favor de la habilitación, 34, 5 % en contra, 40 % de respuestas
intermedias que se analizan mas adelante, y 5, 5 % de omisiones. No se pronunciaron solamente tres
entrevistados. Entre los fundamentos de las opiniones a favor, se cuenta el hecho de que sin experiencia,
algunos abogados se ponen a defender derechos que desconocen, y el derecho de los ciudadanos es tener una
atención jurídica idónea. Sería el caso de atender un concurso preventivo sin saber específicamente su manejo
(especialidad que aparece en otros conjuntos), o asuntos comerciales en general, de familia (no saben lo que es
la sociedad conyugal) o penales. No se niega que existan clínicos generales pero se estima que no puede
atenderse una afección cardíaca con un oculista.
Sin embargo, hay que dejar constancia que 4 de los 9 miembros de este agrupamiento se han referido a los
jueces y funcionarios como sujetos de similares requisitos. Se alude a la especialización del penal económico,
respecto del penal general, o la concepción interdisciplinaria actual del fuero de familia. En varios casos, se ha
mencionado la habilitación para recursos ante los tribunales superiores de cada provincia. Sin embargo, en
cuanto a la opinión de que cualquiera que sale con un titulo puede llegar a la Corte, aunque posible, tiene su
contrapartida en la mención autónoma de otros jueces; es improbable que tal tipo de recurso le llegue a un
principiante, salvo que trabaje con un abogado de experiencia, en cuyo caso sólo podría ser una forma de
aprendizaje controlado. Esto no impide que alguien, que no conozca la jurisprudencia de la Corte o su "idioma",
se aventure con un recurso de ese tipo en una causa menor, suerte de intento de tercera instancia, casi
seguramente condenado al fracaso. Sin embargo, en cuanto a la habilitación para ejercer ante la Corte hay
opiniones reiteradas, fuertes en algunos casos, aun de los que no aceptan la habilitación en otras instancias o
fueros. Es manifiesto el carácter espinoso de este tema; pero solo un entrevistado, ha manifestado que, en
público, autocensura su verdadera opinión.
En cuanto a los que opinaron en contra, sin limitaciones, las 19 respuestas corresponden a 4 camaristas, 10
jueces y 5 secretarios. En esta categoría también existe una amplia variación en cuanto al número de años de
ejercicio profesional (de 15 a ninguno) y de edad. Hay predominio de los entrevistados en ciudades intermedias
(10) frente a las grandes ciudades y G.B.A (9 en conjunto). Estos jueces y funcionarios se pronuncian por una
capacitación permanente, sin exámenes, con los siguientes fundamentos: la arbitrariedad del examen, que juega
a todo o nada sin evaluar trayectorias ni momentos, o la constitución de una nueva valla - arbitraria - a la
libertad de trabajo. Algunos han manifestado que la segunda instancia no tiene ningún misterio y no es tan
dificultoso trabajar en ella: hay que demostrar que el juez no tenía razón o se equivocó, o que no vio la prueba, o
que aplicó mal el derecho, y varios señalan que la falta de experiencia al salir es común a todos, salvo los que
han practicado en tribunales. Entre los opositores existe un criterio democrático en su negativa, un rechazo a las
exclusiones, aunque no a las especializaciones o a la capacitación, que todos dejan a salvo. Algunos del

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conjunto de respuestas condicionales admiten que la habilitación comporta una discriminación para el abogado,
y viola derechos constitucionales.
Varios de esta categoría fincan la falta de capacitación en la ausencia de práctica en el nivel de grado. Esto
se solucionaría con pasantías obligatorias o por residencias al estilo de los médicos, conceptos asimilables. Al
igual que entre los abogados en ejercicio, existen fuertes críticas a las seudo prácticas procesales instrumentadas
en las Facultades de derecho, y la idea que la habilitación es alegar la propia torpeza del sistema universitario,
incapaz de capacitar a sus egresados. Por último, existe temor al modo de instrumentación, que vuelve al tema
de la arbitrariedad.
Las ideas más interesantes que quedan de las respuestas de este conjunto son la oposición al limitacionisino
para quien ha cursado una carrera universitaria, como compensación por no haber podido ejercer control sobre
las universidades, la necesidad de instrumentar pasanúas como prácticas obligatorias, y la capacitación
permanente a través de la exigencia, para los profesionales en ejercicio, de cursos de actualización y
capacitación que debieran acreditar cada período fijado, respecto de las especialidades que ejercieran. Sin
embargo, en este punto debe tenerse en cuenta el resultado de la anterior investigación, en cuanto muestra un
perfil generalista y no especializado en los abogados de la provincia (86 % de la muestra cuantitativa (6), de
modo que tales cursos deberían probablemente versar sobre temas de las ramas civil y comercial.
Señalamos que la categoría mayor de respuestas (22) se inserta en el grupo de intermedidas, dubitativas y
condicionales. Estas reconocen en general los mismos problemas que los miembros de las restantes categorías:
falta de prácticas y desconocimiento al egresar sobre el modo de ejercicio. En este grupo también se alude a la
necesidad de la misma capacitación y exigencia para los jueces. Hemos dicho que el abogado no tiene de donde
tomarse para apelar, porque la sentencia no tiene argumentos, sostiene un camarista, y que la situación es pareja
en cuanto hay recursos desiertos por falta de fundamentación, y sentencias nulas por falta de fundamentos.
En esta categoría encontramos los mismos ejemplos que en las anteriores, respecto de los límites en los
cuales se debería requerir conocimiento adicional, y que es lo que supera el "derecho comúnmente manejado":
concursos y quiebras, recursos ante tribunales superiores, penal, y sus especialidades, derecho de familia (en su
concepción actual), contencioso administrativo. La diferencia está en que los que opinan exigirían cursos
adicionales, pero no impedirían el ejercicio por medio del resultado de exámenes. Existe una idea de
considerarlos arbitrarios, al igual que en el grupo opositor.
VI. El conocimiento del abogado en comparación con el del juez
La pregunta formulada fue: ¿Cree que el juez promedio conoce más el derecho que el abogado promedio?,
Deliberadamente vaga, en principio, para que Ias precisiones fueran puestas por el requerido (al aceptar como
una convención sobreentendida o definir personalmente al "abogado promedio" y al "juez promedio"). Se
pronunciaron sobre este tema, 49 entrevistados del fuero. En primer lugar, la mayoría entendió el sentido de la
pregunta, en cuanto juez promedio es cualquiera de los jueces posibles, pero abogado promedio no es el
abogado de nota, el especialista conocido o el jurista. Se trata del abogado que comúnmente litiga en asuntos
civiles y comerciales. Del total de la muestra, 53 % estima que el juez sabe más, por diversas causas, 7 % se
pronuncia por un conocimiento similar, 4% en favor de un conocimiento superior de los abogados y 25 % son
intermedias. No contesta un 11 %. No hay distinciones claras por tipo de Departamento Judicial.
El primer conjunto, 53% de las respuestas computadas, da sustento a la hipótesis formulada. La opinión
mayoritaria es la que le otorga ventaja a cualquier juez sobre el abogado promedio por la posibilidad de
capacitarse en diversas áreas (9). Luego sigue la posesión de una mayor lógica y criterios de decisión motivados
por la necesidad de resolver (6), mayor tiempo de estudio de las causas, frente a las múltiples tareas del abogado
(5), mayor experiencia (4), y mayor técnica procesal (3).
Según los entrevistados, el primer punto de separación entre las experiencias profesionales de los jueces y
funcionarios, por un lado, y abogados, por el otro, es la diversidad y variedad de temas jurídicos que los
primeros atienden, la cantidad de asuntos, y la obligación permanente de resolver y estudiar para hacerlo, frente
a las limitadas posibilidades de un abogado promedio, ocupado en menor número de causas. En este caso no se
trata de saber más, sino de una mayor posibilidad de ubicación dada por un entrenamiento permanente en temas
jurídicos que le permiten conocimientos generales y específicos. Es posible que, más allá de los temas de
conocimiento común, en casos concretos, los abogados al igual que los jueces estudien cuando lo tienen que
abordar, pero esto ocurre en menor cantidad de casos para los abogados que para los jueces.
En cuanto al número, es cierto que ningún abogado entrevistado o conocido tenía siete u ocho mil
expedientes en trámite, ni tampoco dos mil, según las estimaciones propias de los entrevistados. Pero los
números pueden ser engañosos, a la luz de los contenidos generales de los juicios: los casos raros, que
obligarían a estudios especiales, son una cantidad reducida; el resto es trámite y rutina, aunque lleve el mayor
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tiempo. Salvo que se acepte la opinión de un juez: una cuestión cuantitativa termina transformándose en una
cuestión cualitativa. Se puede dudar de esta afirmación: no resulta necesariamente cierto que mil juicios
ejecutivos o de daños y perjuicios den más entrenamiento que trescientos. Por otro lado parece relevante lo que
sostiene una jueza: tal experiencia, muy valiosa, puede dar gran rapidez en el manejo, pero no gran preparación
intelectual.
Esta misma experiencia daría, según otra entrevistada, mayor idea de lo que es importante y no es
importante. En este punto nos permitimos discrepar, como lo hemos hecho en el anterior apartado: aunque el
abogado considere qué es lo importante y qué no lo es, su punto de vista debe subordinarse a variables de tipo
general: lo que puede serlo para los distintos jueces o salas de la Cámara que eventualmente atenderán el asunto.
Su opinión muchas veces se deja de lado para ejercer una necesaria estrategia de máxima defensa, en cuanto lo
que resulta importante para un juez puede no serlo para otro. En este tema, como en otros, se nota que algunos
jueces se centran en sus propias opiniones como universales jurídicos, sin notar que en el juzgado vecino sus "
verdades" , o lo que resulta importante o no importante puede ser exactamente invertido.
Coincidimos con la idea expuesta por un camarista, en cuanto a la dispersión actual de criterios judiciales, y
que lejos de ser el bucólico panorama de "dos o tres líneas posibles" que a veces se transmite a los alumnos de
derecho, con fines presuntamente didácticos, es un mosaico de posibilidades en el cual ubicarse dista de ser algo
simple, como algunos jueces estiman, en virtud de la pluralidad de emisores y receptores jurídicos, excepto
visto desde su propio juzgado o desde una o dos salas de una Cámara de Apelación. Frente a ello, el abogado
conocedor desarrolla una estrategia de máxima, aunque luego deba desistir de parte de sus argumentos o de lo
ofrecido para probar. El tema de la presión del cliente fue reconocido por algunos abogados que opinaron en la
investigación anterior, sobre todo cuando el cliente es importante, (por cartera, o por nivel educativo) y su punto
de vista no puede dejarse sin más de lado.
Sobre la posición "el juez conoce más técnica procesal", por oficio, opinión de dos camaristas y un juez,
también nos permitimos discrepar a la luz de los restantes elementos de esta investigación y de la anterior. Un
abogado en ejercicio permanente, aun careciendo de la cantidad de causas que pueda tener un juzgado, puede
conocer muy acabadamente las técnicas procesales, y en este sentido no ser inferior a un juez. Un tema es que
algún caso poco común en un estudio promedio sea más conocido por el juez que ha atendido muchos (como el
amparo), y otro distinto es conocer el procedimiento y las estrategias procesales. El problema es, muchas veces,
otro: muchos jueces y secretarios tienen "su" código procesal y pretenden medir el conocimiento del abogado
por la destreza en las reglas que ellos mismos han creado.
Respecto al tiempo mayor del juez para el análisis de las causas, sobre el abogado, es necesario darles la
razón a los que así opinan, por lo menos frente al abogado que hace su procuración (figura generalizada).
Muchos abogados lo han reconocido, con pesar, y no es sólo por estar conversando con el cliente, sino por andar
por los pasillos, perder toda la mañana, con gran desgaste físico. De este modo, y por suerte para el juez, su
tiempo no está tan desperdiciado como el del abogado. Es una triste realidad, sobre todo en las grandes
ciudades, por lo menos hasta que se difunda suficientemente el acceso a las resoluciones por red informática o
por Internet.
No se puede dejar de señalar la opinión de un camarista, para el cual una desventaja adicional es que el
abogado está exigido por los plazos, mientras el juez no lo está tanto. Es cierto: es la distancia que existe entre
perder un derecho por no responder un traslado en término, y pedir respetuosamente un "pronto despacho"
cuando ha agotado todos los recursos verbales para que le resuelvan el incidente o le dictensentencia. Un punto
adicional paralatan mentada falta de equiparación entre jueces y abogados.
La otra diferencia mencionada es funcional y no de conocimientos diferenciales: el abogado presenta la
causa, el juez resuelve. Esto genera diferencias de enfoque. En este grupo están las opiniones más duras en
sentido de la existencia de diferencias, pero apuntan al olfato, equilibrio del juez, a que decide, fundamenta,
dispone, llega a la verdad, a sus criterios de decisión o a que debe tener mucho cuidado antes de decir algo. A
esto se contrapone la función del abogado como presentador del problema, centrado en los intereses de su
patrocinado, con mayor libertad para manejarse, menor compromiso con lo que se escribe.
En el grupo de los que no reconocen diferencias encontramos sólo dos respuestas. Un camarista alude al
modo de nombramiento de los jueces anterior al funcionamiento del Consejo de la Magistratura, cuya técnica no
permitía que el cuadro estuviera formado por los mejores.
VII. ¿Preferiría que en algunas causas no fuera obligatoria la asistencia letrada?
Hemos partido de la base hipotética que a esta pregunta no se respondería tajantemente, por lo que se
relativizó en "algunas causas" dejando que el entrevistado pusiera el límite si lo consideraba adecuado. Pero es
la única forma de ver a fondo, y más allá de la ley, en qué medida el juez considera importante al abogado, o
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cree que su figura es suficiente garantía de imparcialidad. En la búsqueda de la ideología de la magistratura


sobre los abogados, parecía cuestión adecuada. Nuestra hipótesis, reiteramos, es que las respuestas
predominantes serían por la negativa a marginar al abogado de todo tipo de causas.
De las 35 respuestas obtenidas en el fuero, 18 (33 % de la muestra) son claramente favorables a la asistencia
letrada en todo tipo de presentación, y aun el 31% que preconiza la falta de asistencia en pequeñas causas, suele
ser muy restrictivos ante la posibilidad de prescindir de letrado. Creemos que puede considerarse validada la
hipótesis formulada.
Algunos de los fundamentos escuchados por los cuales la asistencia resultaría imprescindible serían: 1) la
ausencia de cultura jurídica en la población para entender sus derechos, 2) la posibilidad de que el abogado
explique a la parte cosas que el juez no le puede explicar, 3) la eventualidad de que cualquier causa se
complique, 4) la evidente desprotección del que concurre sin asistencia letrada, 5) la colaboración de la palabra
del abogado respecto del juez, cuya actuación "en algún momento, ayuda", 5) la importancia de cualquier tema
que se reclame por un damnificado, por menor que sea. Un grupo importante, con algunas limitaciones,
aceptaría la ausencia letrada en causas de menor cuantía, pero no ante sus propios tribunales, sino en algún tipo
de justicia municipal o barrial, administrativa, "en otros fueros"; se trata de pequeños reclamos, con la
prevención de exigir la asistencia letrada si no se llega a una rápida solución.
Las cuestiones de familia merecen algunas opiniones encontradas, que señalan problemas reales, no
resueltos y dignos de ser analizados. No habíamos pensado en el tema, como caso particular, antes de iniciar la
investigación. Por ello no había hipótesis al respecto. En primer lugar, existen opiniones fuertes que, de modo
autónomo y en concordancia con el criterio general, sostienen la necesidad de asistencia letrada. Pero aquí
aparecen varios problemas distintos, uno de los cuales es la ausencia de patrocinio letrado en causas de familia
en casos de población con necesidades básicas insatisfechas, por indefensión, urgencia y ausencia de abogado
disponible.
Nos queda en claro que los entrevistado que prescinden de los abogados en tales casos saben que violan los
principios de defensa en juicio y de asistencia letrada, y optan por salvaguardar el acceso a la justicia de
personas que no tienen nada, salvo graves problemas, y tampoco pueden aspirar a un abogado, si no lo tienen "a
mano y gratis". Es necesario compatibilizar ambos principios, y suministrar el apoyo necesario para que estos
asuntos, todos ellos extrapatrimoniales, sean resueltos del modo más adecuado, sin agravar la situación social
por la que atraviesa la población involucrada.
El segundo tema es el de abogados con concepciones beligerantes que frustran acuerdos de familia. En un
marco totalmente distinto, aunque con el mismo resultado en cuanto a la exclusión del abogado, hay opiniones
que lo consideran un obstáculo en estas causas. Esta tendencia parece resultar un subproducto de la actitud
intransigente de algunos abogados actualmente mal ubicados en la problemática familiar. Pero en este caso,
habiendo posibilidad económica de acudir al patrocinio, la búsqueda del consenso por parte de los jueces no
puede hacer perder de vista la latencia del conflicto, ni producir la marginación del abogado. Aquí se trata de un
abuso, o de un manejo equivocado.
Otra cuestión es la actitud diversa que los abogados del fuero deberían asumir, sin utilizar en cada conflicto
de familia criterios adversariales, agravando la situación familiar por medio de planteos litigiosos o
constituyéndose ellos mismos en instrumentos de las venganzas entre los involucrados. Pero el
desconocimiento, desactualización o personalidad del abogado no hace prescindible su figura: muestra
solamente lo necesario y urgente que resulta aumentar su capacitación para especializarlo en la materia.
VIII. La ética profesional
En nuestra primera investigación, encontramos en la etapa cualitativa un alto grado de desconocimiento de
la normativa ética específica de los abogados, sumado a la cantidad de colegas que sostenían guiarse por la
propia ética, sus normas o la defensa de lo justo (7). En la etapa cuantitativa, la rectitud moral fue la segunda
cualidad rescatada por la mayoiía de los encuestados, comc necesaria para el ejercicio profesional, luego de.
Conocimiento jurídico. En esa investigación, el 60% reconoció la debilidad del control de faltas éticas por los
Colegios de Abogados.
¿Cómo ven magistrados y funcionarios este tema? La hipótesis posible tenía en un punto similitud con
algunas de las concemientes a los abogados: la ética profesional ha disminuido, las generaciones más jóvenes
son menos éticas, los Colegios no aplican sanciones. La novedad es que también para los jueces, a diferencia de
lo que podía suponerse, no hay un acuerdo claro entre qué conductas son éticas y cuáles no son éticas, y
tampoco existe consenso sobre qué castigar y qué permitir.
Hay 53 entrevistados que opinan del tema en el fuero Civil, Comercial y de Familia, es decir, casi toda la

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muestra. En conjunto, se percibe un agravamiento de la cuestión ética, por lo que la hipótesis central aparece
confirmada. Los resultados para el fuero son: 58% por el agravamiento y 38% por la persistencia de la situación
histórica. Los camaristas se presentan como el grupo más conservador, o nostálgico de viejos tiempos: casi
todos dicen que es peor en la actualidad. Debe recordarse que en promedio de edad, es el grupo más antiguo. De
12 respuestas, 10 están en esa posición. Las opiniones más duras son de G.B.A. y de ciudades principales.
En lo que hace a los jueces, se atenúa notablemente la separación de opiniones: mientras 9 estiman que la
cuestión no representa un problema, o que la situación no ha variado, 16 opinan que existe un agravamiento. Se
supone que este grupo se encuentra en mayor contacto con las violaciones éticas del proceso, desde la trinchera,
como la llaman algunos jueces y funcionarios de Cámara, a la primera instancia.
En el conjunto de los 9 que no ven problemas, 6 son de localidades del interior provincial, 2 de ciudades
principales y uno solo del G.B.A. Por el contrario, en 16 opiniones de agravamiento, 10 son del G.B.A. y 2 de
ciudades principales. Esto confirma lo establecido en la primera investigación, según afirmaron los abogados
entrevistados: los problemas éticos son más graves en las jurisdicciones con muchos abogados de matrícula e
imposibilidad de ejercicio de control informal, por el conocimiento, y en especial en el G.B.A., en situación
similar a la Capital Federal. Los jueces de los Departamentos Judiciales de baja matrícula han repetido casi
textualmente las opiniones de los letrados: todos se conocen, los infractores y violadores de normas están
claramente identificados, o "no pertenecen a la ciudad".
En cuanto a las opiniones que evalúan la situación de modo estable, o tolerable, se señala su escasa
relevancia en número, y el conocimiento existente entre todos. Los secretarios manejan los mismos argumentos,
atribuyendo la buena o mala actitud, o la presencia o ausencia de ética, a todos los tiempos y generaciones. Uno
de ellos estima que los casos se ven más porque hay más abogados. Un veterano secretario y un asesor sostienen
que expedientes desaparecieron en todas las épocas.
Si analizamos ahora los fundamentos por los cuales ven mayor agravamiento, algunos pueden ser poco
relevantes, algunos atendibles, y otros realmente graves. Los casos mencionados de infracciones éticas son la
pérdida de la estima profesional, o más claramente, la falta de respeto entre colegas, demostrado por el uso del
derecho de acusar negligencia o caducidad, que no se utilizaba y ahora sí, la menor tolerancia, que parece grave
en el G.B.A. o grandes ciudades, la beligerancia a ultranza, criterios comerciales o antiéticos de cobro de
honorarios, el "chicaneo" sin límites, el doble patrocinio, la falta de aviso al hacerse cargo de un juicio. Esto
coincide con lo registrado entre los abogados.
La afirmación el que tiene buena técnica tiene ética, de un juez, es por lo menos discutible. No todo
conocimiento idóneo se usa para él "bien común". Se puede ser poco conocedor y honesto, y también muy
versado y deshonesto. Los abogados han distinguido bien entre conocimiento jurídico y rectitud moral.
Muchos jueces de la generación mayor, al igual que un buen número de abogados en la generación anterior,
imputa a los jóvenes una ética menor que a su propia generación, y en este punto confirman la hipótesis
sostenida. Otros fincan en la gran cantidad de abogados la causa de la crisis ética, o la relacionan con el fin del
milenio, la apetencia de dinero, o la necesidad de supervivencia.
Algunos jueces denuncian delitos, no cuestiones éticas. Falsificar boletas de depósito judicial, o de ius
previsional, arrancar bonos de un expediente para agregarlos a otro, o quedarse con una suma erróneamente
pagada y luego detectada por un banco, no hace a tareas de abogados, ni a faltas en el ejercicio de su función.
Hace sencillamente a personas que deberían ser cuestionadas, si hubiera una enérgica conciencia profesional,
más allá de generalizar qué porcentaje del total representan. "Si lo hacen otros... tengo que vivir", son técnicas
de neutralización de culpas utilizadas por subculturas delictivas, no explicaciones de un modo de trabajo en la
defensa de los derechos. Lo que ninguno de los jueces afirma es que tal conducta sea la habitual de los letrados
de la matrícula, pero en un contexto de generalización, parece que así lo fuera. Debería quedar en claro que la
mayoría de los letrados repudia esas prácticas y no desea encontrarse con tales "colegas".
En todas las generaciones los hay buenos y malos, opina con mayor mesura un secretario. Si nos
mantenemos en una posición extrema, debemos coincidir con otro juez: se está llegando a límites intolerables, a
partir del umbral puesto por la sociedad. No nos escandaliza, dice. Sin embargo, no estaría mal lograr ese
efecto, para la salud de la profesión.
Al igual que entre los abogados jóvenes, los secretarios, en general ubicados en generaciones similares,
tienden en menor medida a vincular la ética con generaciones de abogados, (solo dos casos lo aluden). Aquí se
entiende él "chicaneo" como parte de una estrategia para sortear una situación difícil, o se hace presente la
reflexión hay que tener la posibilidad de ser éticos que dos secretarios exponen para justificar la estrategia de
supervivencia. El juego limpio pertenece a épocas de menor competencia, y esto explicaría la actitud ética del
otro, que en sus tiempos de abogado hace cuarenta años... el problema económico mío era conseguir dos
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sucesiones y con eso tiraba todo el año, lo que decía hacer tranquilamente. Es, desde el estricto universo
profesional de la mayoría de los abogados jóvenes, realmente cosa del pasado.
En suma, se ha notado una reiteración de los argumentos de los abogados, respecto de los hechos
observados, y un criterio excesivamente generalizador en algunos camaristas y jueces de la generación mayor,
hayan ejercido o no libremente la profesión. Cierto aire de agravar las descripciones es notorio, y también un
criterio de enjuiciamiento que en algunos casos - los menos, hay que reconocer - pasan por encima del necesario
desempeño del abogado. Entre los secretarios y funcionarios, se nota una mayor tendencia a justificar algunos
hechos, para otros, inadmisibles. En todos los casos, las opiniones del G.B.A. son considerablemente más duras
y pesimistas que en el resto de la provincia, y esto es particular en Departamentos específicos, no en todos ellos.
IX. Opinión sobre el falseamiento de los hechos para posicionar al cliente: falta ética o defensa profesional
Entre los varios temas que les fueron preguntados a los jueces y funcionarios, respecto de la ética, extraemos
para esta presentación uno en particular, importante por marcar el límite de la ética con mayor claridad que los
restantes. Es la percepción de la línea que divide la exageración del falseamiento de hechos, al requerir opinión
sobre si el segundo, llevado a cabo con el fin de mejorar la posición del cliente, constituye una estrategia o una
falta ética. Nuestra hipótesis previa es que la mayoría lo considera, en general, una falta ética. Conectada con
esta pregunta, preguntamos cuál es entonces la función del juez frente al abogado: desentrañar en soledad la
verdad de los hechos, pese al abogado, o exigir de éste colaboración hacia la verdad material, y no hacia la
parcialidad de la defensa de una posición. O, desde el otro ángulo, si la función del abogado es colaborar con la
verdad, planteándola, o definir estrategias renidas con ella para defender una posición.
Un 44 % contesta que se trata de estrategias indebidas, 5% da escasa importancia a los hechos, o estiman
que se trata de estrategias aceptables. Hay un 7 % de respuestas intermedias y otro 44% no contesta. La mayoría
de los que contestaron considera que se trata de conductas inaceptables, y en ese sentido validan la hipótesis,
sólo para estos fueros, ya que la respuesta del fuero Criminal y Correccional difiere.
La mayoría distingue claramente entre estrategias posibles y falsedades indebidas. Las estrategias incluyen
exageraciones y parcialidades; la obligación de imparcialidad no es del abogado sino la obligación de defensa.
O, como sostiene un juez de familia: Si tuviera que asesorar a un cliente al que un sinvergüenza le hizo una
trapisonda, a lo mejor yo también tendría que ser pícaro sin delinquir, para contrarrestar eso. Además, el
abogado no puede ser un puritano, dice otro camarista. Hacen mérito que tales actividades pretenden posicionar
y no agraviar. El abogado utiliza artilugios procesales para hacer ver las cosas como quieren que se vean
(secretario). Por lo tanto, no deben ser sancionadas (camarista).
Las falsedades pretenden generar apariencias de hechos inexistentes, con mayor o menor éxito, Las más
usadas parecen ser los falsos testigos, pero según surge de las opiniones, la menos perjudicial: los jueces
expertos afirman darse cuenta al escucharlos (8) o al leer sus testimonios. Es raro que un testigo falso pueda ser
definitorio en el juicio; los testigos se pesan y no se cuentan; el verdadero testigo no es preciso, sostienen varios
entrevistados. Pero para algunos, es fácil detectarlo en la oralidad, pero no en el proceso escrito: uno acepta lo
que lee. También se cita documentación falsa y otros hechos que constituyen delitos.
Hay falsedades procesales por las que se busca engañar al que conduce el proceso y molestan: una es
pretender producir una prueba no ofrecida; otra es citar indebidamente fallos, o citar fallos inexistentes. Pero no
es tal apelar una resolución que resulta inapelable: se trata de un exceso de celo profesional (opinión de un juez
de Cámara). Según otra opinión tales falsedades son limitadas, porque lo común es encubrirlas con argucias
legales. En definitiva, el grueso de los abogados utiliza recursos más sutiles y no comete hechos como los
mencionados en este párrafo, que llaman la atención por lo burdo, y que deben a la voluntad de explotar el
exceso de trabajo y la obligada lectura rápida o poca atención dispensada al expediente. La estrategia pasa aquí
a ser una torpeza.
Otro tema tratado es la negativa obcecada y permanente del abogado, a pesar de todos los datos en contra,
como estrategia de falsedad obstruccionista. Hay quejas sobre abogados que no conocen límites, ni tienen en
cuenta jurisprudencia firme, muchas veces como apoderados de entes públicos. En estos casos, por la cantidad
de casos que involucran, el agravamiento es mayor.
Pero esta cuestión tiene otra arista distinta. Un entrevistado centra el tema en el incumplimiento de los
antecedentes que la Cámara registra sobre cómo se indemniza tal porcentaje de incapacidad, frente a los cuales,
los abogados piden diez veces más. Y se refiere también a peticionarios de beneficios de litigar sin gastos de "
clase media alta". No es el momento de entrar en el problema de la limitación del acceso a la justicia que
significan la tasa y los costos judiciales (9), y en la opinión sustentable que sería preferible una justicia gratuita a
una de onerosidad tal que impidiera su acceso (sin perjuicio del pago final de las costas), pero es necesario
señalar una cuestión: si bien las pluspeticiones son inconvenientes y en muchos caso: abusivas, no parece única
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conducta correcta y ajustada éticamente, que los abogados deban limitarse inexorablemente a los antecedentes
jurisprudenciales para fijar los montos de sus pro pias demandas.
Este modo conservador de ejercer la tarea de letrado no parece el único correcto. Cabe preguntarse qué tiene
de malo que un abogado pretenda que la jurisprudencia se modifique, y que de ello resulte que se indemnizaba
por cien, se indemnice por mil, entendiendo - como es lícito hacerlo - que muchos montos fijados por los
tribunales son exiguos, y verdaderos premios para el que comete el ilícito, aunque se reiteren en los fallos. Esto
es simplemente un argumento para pensar, en cuanto no todo pedido en exceso es un abuso para molestar a los
jueces, y que cuadrar. Fundamentos más serios (como obtener soluciones más justas) al proponer su alteración.
Y la valla no es decir, como ha sostenido un juez, que la Argentina no es Estados Unidos, país donde "se fijan
indemnizaciones fabulosas", ya que aquí el criterio judicial es otro. Si es así, no significa que tal deba ser el
universal indemnizatorio, pasivamente obedecido por todos y por cada uno de los abogados. En algunos casos
cabe lamentar que los tribunales, luego de haber agotado las instancias conciliadoras, no impongan
indemnizaciones aleccionadoras, que tendrían efecto de demostración sobre terceros.
X. Opinión sobre la acción sancionadora de los Colegios de Abogados
En la investigación sobre El perfil del abogado había quedado en claro, tanto en la etapa cualitativa como en
la cuantitativa, que una mayoría de profesionales opinaba que las sanciones aplicadas por los Colegios de
Abogados eran débiles o inexistentes. En ésta, los jueces de los fueros analizados, descree en un 40 % de la
función real de los Tribunales de Disciplina de los Colegios, y esto ocurre en casi todas las jurisdicciones. El
consenso en cuanto a la debilidad es similar a la de los abogados, y la hipótesis puede considerarse confirmada.
No hay quienes estimen que la acción existe, y sólo un 7 % de respuestas condicionales. Debe señalarse, sin
embargo, que el 53% dice no saber del tema o no contesta. La lectura de los testimonios es elocuente sobre los
fundamentos de los que piensan en el primer sentido; sin embargo, puntualizaremos algunos aspectos.
El primero es que algunos equiparan el descontrol de la matrícula con el de los magistrados. Una queja
común es que cuando se remiten actuaciones, no hay sanción ni respuesta. Hay discrepancias en cuanto a la
posibilidad real de sancionar que tienen los Colegios. Para algunos, su funcionamiento efectivo es la solución.
Para otros, el sistema mismo es inviable: veo como un poco fuera de época que las corporaciones juzguen a sus
miembros o pares, sostiene un juez de Cámara; opina en el mismo sentido respecto del juzgamiento de los
jueces, y propone que ambos cuerpos estén formados por profesionales de la otra actividad. Otro, que formó
parte de un Tribunal de Disciplina cuando ejercía la profesión, dice: todavía no está demostrado que el tribunal
de los pares sea el mejor tribunal. Existen dificultades en el juzgamiento, por falta de posibilidad de investigar,
falta de tiempo, dificultad de encontrar pruebas y falta de denuncias por parte de abogados contra otros.
Varios plantean la dificultad de sancionar por los pares. Observación de posiciones blandas, benignas,
espíritu de cuerpo, tejido en el que nadie queda atrapado, son conceptos que ya habíamos escuchado de los
mismos abogados. Y esto es también porque, a juicio de algún entrevistado, los letrados que no quieren que se
sancione al colega para no sentar un precedente.
Algunos jueces se quejan del escaso eco de las denuncias al Colegio. Lo cierto es que muchos aparecen
desalentados por lo que consideran una defensa corporativa de los abogados, frente a hechos que debieran
sancionarse para mantener un nivel de trato adecuado, y de estrategias lícitas o éticas. Alguno sostiene que
frente a la imposibilidad de lograr la acción del Colegio, utiliza medios informales. Pero esto no puede hacerse
en todos los casos.
Las dificultades de este tema suelen estar, como en todo juzgamiento, en definir los límites de la conducta
reprochable. Se han testimoniado graves casos que debían ser sancionados y no lo han sido (10) y otros - en
menor cantidad - no parecen implicar infracción alguna, aunque los jueces así lo estimen. Sin embargo, algunos
casos claros no deberían quedar impunes, o sancionados levemente, por una cuestión elemental de defensa
profesional: dejándolos pasar, toda la abogacía como actividad queda comprometida. En esto coincide la
mayoría de los abogados y de los jueces entrevistados, pero parece prevalecer, en la práctica, un criterio de
impunidad inevitable.
En las opiniones que hemos separado del contexto general, anotamos las que dicen haber tenido respuesta a
los envíos de expedientes, en caso, graves o escandalosos, en concordancia con algunas otras anteriores y una,
aislada, que sostiene que la posición de cada Colegio en la materia depende de los abogados que presionan en
él, y de las personalidades de las Comisiones Directivas. Es una posición más que se suma a la idea que falta un
criterio jurisprudencial unificado que permita un tratamiento similar de las causas, y que si existe energía en la
sanción, es esporádica.
XI. Relaciones entre jueces, abogados, funcionarios, empleados y partes litigantes
Bajo el título genérico de "relaciones" nos ocupamos de: 1) El tratamiento dispensado por lo jueces,
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funcionarios y empleados hacia los abogados, con motivo de la gestión judicial. 2) La permeabilidad o
resistencia a la recepción de los abogados, por parte de los jueces y funcionarios, con motivo de las causas. 3)
La percepción que el magistrado o funcionario tiene de la corrección o incorrección de ser visitado por los
abogados por tal motivo. 4) El tratamiento de los abogados hacia los jueces, funcionarios y empleados, con
motivo de la misma gestión.
De todos ellos, por razones de espacio, no ocuparemos aquí de dos. Estos son el tratamiento de los jueces,
funcionarios y empleados hacia los abogados con motivo de la gestión judicial, el correlativo del tratamiento de
los abogados hacia jueces, funcionarios y empleados.
Se les preguntó a los entrevistados si creían que los abogados eran tratados como iguales de los jueces en su
ejercicio profesional, tanto por ello como por los restantes magistrados, funcionarios y empleados del tribunal, y
si estimaban que se les deparaba un tratamiento similar a un magistrado, de conformidad con el art. 58 del Cód
Procesal. Nuestra hipótesis era que, a diferencia del pensamiento de los abogados, los jueces en su mayoría
consideraban que se los trataba igualitariamente. Se computan 35 respuestas en los fueros Civil, Comercial y de
Familia; de ellas, un 27 % se pronuncia por la vigencia real del trato igualitario, un 11 % por la situación
contraria, y un 25% por el reconocimiento de realidades de distinto tipo. Es decir, se obtiene un panorama
diverso a la investigación cualitativa sobre los abogados, que opinaban divididos en cantidades iguales. La
tendencia confirmada es que, sin perjuicio de excepciones de ambos lados, a mayor concentración de juzgados,
de litigiosidad y de abogados, peor trato.
En cuanto al reconocimiento del trato igualitario, los argumentos considerados, como en otras
oportunidades, son los que remiten a la realidad y no a la norma. No se han computado a los entrevistados que
han organizado su respuesta alrededor de así lo establecen las normas procesales, o es el trato que corresponde
(7 respuestas) porque no se trata de saber qué dice la ley, sino de conocer cómo se aplica. En las respuestas
positivas, muchas se refieren a la propia realidad del juez que opina, o de su juzgado, dejando aparte a los otros.
Aquí hay tratamiento igualitario dice un juez de Cámara. En mi juzgado, sí, dicen siete jueces de primera
instancia. En algunos casos se considera que sólo en la Cámara el trato es igual. Estos jueces o funcionarios
dicen controlar el respeto que el empleado le debe al profesional, o designar en mesa de entradas a los
empleados más adecuados, por su personalidad. Algunos dicen no haber tenido nunca problemas, ni como
abogados ni como jueces, y otros, que el trato igualitario hay que reclamarlo por un lado y tenerlo presente por
el otro.
En el trato no igualitario, hay varias limitaciones propuestas por los entrevistados, y en general, muchos se
autoexcluyen del mal trato que atribuyen a otros jueces o funcionarios. Algunos jueces de esta jurisdicción no
reciben a los abogados (camarista ciudad principal), Hay prejuicios... el juez hace esperar (camarista). Un
secretario de Cámara sostiene: No hay. El art. 58 no se aplica... el expediente no está, quiere hablar con el juez,
no lo puede atender, el secretario tampoco, está en audiencia, y así se hace mella en su honor.
Algunos comentarios son duros o irónicos: Hay jueces que están vestidos de jueces todo el tiempo y en
todas partes. En estos casos es difícil el trato iguaitario (jueza de familia). Para algunos jueces, entre Dios y la
tierra están ellos (juez de familia).
La observación de lo que hacen los jueces vecinos es el centro de algunas reflexiones: Cada juzgado es un
mundo... Hay temas triviales que con una palabra del juez se solucionan y el abogado está dando vueltas desde
las 8 hasta las 12, nos dice un juez. Este y algún otro magistrado, sostienen que el trato que da el empleado al
profesional depende de la autoridad de éste, en cuanto al conocimiento que ostenta: Si empieza a preguntar
temas rudimentarios, logra un trato fluido con e empleado, pero disminuye su jerarquía y su imagen. Cierto es,
pero hay empleados que tratar mal a profesionales que conocen correctamente su función, y que resultan
descalificados por quier no sabe ni rudimentos de derecho. Un irrespetuoso puede estar en cualquier función, y
ser de cualquier edad.
También se contabilizan las diferencias clasificadas por otro camarista, en jerarquía, prestigio, localismo o
extranjerismo, ratificada una y otra vez en la investigación anterior y en ésta. Tanto cuando se reconoce
concretamente que se trata mejor al abogado local que al que viene "de otro Departamento", y peor aun si viene
de Buenos Aires o del G.B.A., como cuando se imputan las faltas éticas exclusivamente a "los abogados que no
son de aquí", que en el mejor de los casos parecen incapaces de entender la forma local de trabajar, o las reglas
particulares del juego judicial en ese Departamento puntual. Esta forma de prejuicio la hemos notado entre
abogados y jueces por igual.
Estas respuestas han distinguido entre el trato del juez (que pueden considerar correcto) y el trato " del
sistema" que es desconsiderado por la forma en que se ejerce la procuración. Uno de ellos vincula el mal trato al
profesional con el trato que el abogado puede tener, en tanto reacción frente a las adversidades y molestias

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cotidianas, como un círculo vicioso.


El grupo siguiente de preguntas se refiere al trato que los abogados dispensan a los jueces, funcionarios y
empleados. En primer lugar, requerimos sobre el trato genérico entre jueces, funcionarios y abogados, y entre
estos y los empleados judiciales. Luego, la pregunta se torna más personal. ¿Qué consecuencias derivan, en
cuanta a los sentimientos del entrevistado, en su trata profesional con abogados? Nos adentramos en la variable
de necesidad de "estima". La estima relevante para un juez se integran principalmente por otros jueces de igual
o superior instancia, empleados y miembros del contorno profesional. Pero los abogados también lo constituyen,
de un modo variable, como para que se pueda preguntar sobre la materia. Y también el maltrato - su
contrapartida - implica una falta de estima sobre la que se puede inquirir. Nuestra hipótesis es que los abogados,
generalmente, tratan bien a los jueces y funcionarios, sin precisar si el fundamento es un sentido del respeto
hacia el magistrado o mera conveniencia, pero en todo caso, no optan en general por el enfrentamiento, que
constituye un supuesto menos común.
Casi todos han opinado sobre este tema (52 respuestas); el análisis permite sostener que, numéricamente,
44% sostiene que el trato es bueno,14,5% que es malo y un 36% que es condicional. Si analizamos en primer
lugar a los camaristas, vemos que de 11 respuestas sólo uno de ellos dice haber quedado resentido por un mal
trato, se supone que en el cargo de juez. Los restantes no acusan hechos graves, salvo situaciones que pasan por
la función cuando hay que decidir. Al analizar el material, estimamos que la hipótesis está confirmada.
Entre los jueces, se notan algunos casos que, por extremos, han dolido humanamente, más allá de las
discrepancias que pueda tener el abogado con el fallo. Se trata de los consabidos letrados que prefieren los
argumentos duros y descalificadores contra el juez antes que atacar la sentencia. Permite el desahogo, aunque no
sirva para objetivo procesal alguno. Alguno se queja de los términos de algunas expresiones de "agravios" que
constituyen tales respecto del juez y no de la sentencia, y entiende que esos excesos también se intentan del otro
lado del mostrador, pero deben ser reprimidos.
Se trata de excesos en los cuales el letrado, que en definitiva es un intermediario de derechos ajenos, da
rienda suelta a su frustración, olvidando que su tarea es defender lo mejor posible los intereses encomendados.
Bien pudo pensar que de esa manera nada aportaba, y además, que humanamente podría predisponer a la
Cámara en su contra, con afectación de la objetividad que él mismo había liquidado primero. Un miembro de
estos tribunales dice claramente que la agresividad del abogado contra el juez predispone a la Cámara en su
contra; no debería ser así, pero reconoce la irritación al leer escritos de abogados que no tienen razón e insultan
al juez. El que hiere susceptibilidades, genera defensas corporativas. Es cierto que, como dice, deberían hacerse
cursos en los Colegios de Abogados donde se trataran estas cuestiones. Y más que injuriar a los jueces de
primera instancia e indignarse contra los de Cámara, por ser humanos y susceptibles, la crítica debería empezar
con los que desencadenan con su actitud la emoción negativa en el juzgador. Todo ello sin perjuicio de señalar
que, si nos ocupamos de los jueces, el respeto hacia el colega en la otra función, también podría ser tratado
desde las escuelas judiciales.
En general, los jueces de primera instancia que relatan tales casos se preocupan en señalar que las
providencias que originaron los excesos, fueron confirmadas. Los abogados deberían preguntarse si fue porque
eran ajustadas a derecho, o como una sanción informal a la parte representada o patrocinada, debida a la
incontinencia verbal de su abogado. Cualquiera sea el fundamento o el resultado, no hay justificación alguna
para los abogados que, sin balas, le pegan a los jueces con el revólver, o con el expediente, como dice uno de los
jueces que se considera maltratado.
De todos modos, entre tantas entrevistas, los casos muestran que se trata de situaciones personales, excesos
emotivos, y por ello mismo, difíciles de controlar; en este sentido nuestra hipótesis queda confirmada. Un tercio
de los 28 jueces civiles que opinaron, han sostenido que nunca tuvieron episodios de mal trato, y la mayoría de
los restantes lo ha limitado a algún hecho aislado en largos años de ejercicio. La conclusión es que el trato es en
general correcto.
Temas distintos, y que no se refieren al maltrato, son los casos en que la protesta o el enojo proviene de
medidas que toma el juez en su actividad de gestión judicial y que ocasionan quejas. En todo caso, se trata de
cuestiones institucionalizadas, que indican por una parte, un error de apreciación del juez, y por la otra, una
reacción por parte del abogado. En algunos de los casos vistos, creemos que si el abogado se queja, tiene mucha
razón.
Algunos jueces evitan el disgusto y no leen las expresiones de agravios contra sus sentencias. Es
seguramente más saludable la práctica de un entrevistado, que lee los fallos de Cámara cuando vuelven
revocados, para ver cómo mis superiores ven algo que yo no pude ver, por el trabajo que tengo. Menos sana es
la práctica de otro: no recibir abogados que levantan la voz o faltan el respeto, porque olvidan que "soy el

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magistrado". Si como dice, tal es su conducta, es probable que su aislamiento defensivo en tales casos sea parte
de esos problemas que no logra enfrentar, y que es difícil diferir a sus subordinados. Parece propio de la función
del juez enfrentar el problema y el conflicto humano y no abroquelarse en las jerarquías, el procedimiento
escrito y los expedientes. Los problemas de comunicación no se resuelven cerrando canales, sino abriendo otros
alternativos. Pero estas ideas, como muchos otros temas que aparecen en estas investigaciones, deberían ser
objeto de análisis en cursos especiales para formación de jueces.
Un comentario especial cabe a la afirmación del juez que cree que la toga mejoraría estas cuestiones del
respeto, ya que su interlocutor sabría que está hablando con alguien que representa la Justicia. No se requerirá
seguramente, de tales formas, para que el abogado sepa quién es el juez, y el juez sepa quién es el abogado.
Dudoso es que agregara el respeto que no se obtuviera por medios más sutiles: un uniforme, al que el citado
juez equipara la toga, nada agrega al mundo material, aunque pueda crear alguna fantasía en lo formal. Ni togas
ni uniformes: sólo mejor calidad de desempeño. Se trata de casos aislados. Recordamos que en nuestra
investigación de 1993 en la justicia nacional, otro magistrado abogó por las togas como modo de mejorar la
imagen de los jueces. El tema es que, si no está incorporado a las tradiciones - y en nuestra cultura forense no lo
está - poco podrá hacer para mejorar un deterioro visible en el desempeño. Pensamos que es mejor el juez que lo
sea más allá de sus vestimentas, por sus acciones, por su liderazgo en la causa, por el respeto que tenga y que
inspire al abogado, y por su personalidad total. Tenemos también presente que un Asesor de Incapaces ha
notado que al tratar a jóvenes de sectores populares, el traje y la corbata son vistos con recelo, y obtiene mejor
acercamiento si opta por una vestimenta informal. Se trata de acercar, no de colocar vallas jerárquicas y
sociales. Pero algunos jueces no ven esto: prefieren aumentar la distancia, creyendo que de ese modo, tendrán
más acatamiento sus mandatos.
La conclusión es que el trato razonable parece ser la regla, y en todas las jurisdicciones, salvo algunas que
tienen particular suerte de no haber contado, hasta ahora, con inmoderados que dificulten el trato, pueden
aparecer anomalías y desvíos. La mayoría actúa correctamente, pero alguno puede actuar de modo prepotente,
hosco, peleador, o maleducado.
La solución para tales cuestiones cotidianas fue sugerida por un camarista: acuerdos y reuniones entre
colegios de abogados, colegios de magistrados y asociaciones de personal judicial, para evitar la repetición de
situaciones conflictivas (maltrato en mesa de entradas, mala atención del personal, excesos de los abogados).
Aunque reconoce la dificultad frente a los intereses contrapuestos, teniendo en cuenta que suma a los empleados
judiciales, se lograría, según dice, resolver problemas del diario acontecer. Pero para que todo funcione, se debe
partir del diálogo. Si hay una solución, ese puede ser el comienzo.
XII. El perfil de abogado preferido por los jueces y los funcionarios judiciales
En la primera investigación, las características preferidas para el abogado, según la muestra de 473
matriculados, fueron el conocimiento jurídico (87 %) y luego la rectitud moral (76%), más lejanamente la
inteligencia (56 %), el equilibrio (41%), el espíritu conciliador (37 %), la prudencia (32 %), la decisión (24 %) y
otras en porcentuales decrecientes, siendo la última el carácter combativo (11 %). En las primeras tres,
coincidían hombres y mujeres, grupos de edad y de antigüedad en la matrícula profesional(11).
Ahora toca el turno de opinar a los jueces sobre el perfil del abogado preferido, de los que litigan frente a su
juzgado. Se les pidió un perfil real, y no utópico, y la pregunta fue: Si tuviera que elegir el abogado que litiga
ante su Tribunal, ¿cuál es el perfil que preferiría? Se supuso que ese perfil iba a estar predominantemente
compuesto por los rasgos de conocimiento y ética, al igual que entre los abogados.
A la luz de las transcripciones de los perfiles generados por 48 integrantes de los fueros Civil, Comercial y
de Familia que se expresaron sobre el tema, surge primero que los abogados fueron más concisos y concretos la
hora de definir perfiles de juez. La mayoría de los entrevistados había integrado varias cualidades coherentes; en
el caso de los jueces, las características que colocan en el abogado perfilado, no sólo sorprenden por la cantidad
de calificativos, sino porque en conjunto marcan, muchas veces, rasgos contradictorios.
La división de las respuestas en grupos por jurisdicciones, sólo permite decir que en las grandes ciudades se
ha insistido algo más en que fuera trabajador, estudioso y ético (en ese orden); en las ciudades intermedias se
hizo hincapié en la capacitación, la lealtad, y también la ética; y en el G.B.A. se pidió capacitación,
conciliación, actividad y responsabilidad, (pero sin excesiva mención de la ética) entre las mayores menciones.
De las 32 categorías resultantes, 8 cualidades tienen más de 7 menciones, 5 tienen entre 5 y 3 menciones y el
resto entre 2 y 1. El requisito más mencionado es la capacitación; en este sentido los jueces y funcionarios, sin
distinción de territorios o grados, coinciden con los abogados en que es el punto más importante (18). Pero si
bien el segundo más mencionado es la ética (11), si se agrega a la honestidad (8) llega a superar al primero en
cantidad, y entonces se altera la prioridad de los abogados. Del tercero al sexto lugar, con igualdad de
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menciones, la colaboración, la lealtad y confiabilidad, el carácter conciliador, negociador y flexible, la


actividad, responsabilidad, diligencia y seriedad.
Si unificamos las calificaciones de acuerdo con cinco dimensiones generales, resultan los siguientes
agrupamientos, en orden decreciente:
1) D1: Conocimiento y trabajo. Capacitado, activo, responsable, diligente, serio, trabajador, estudioso,
investigador, conciso, concreto y claro, creativo, inteligente y experimentado. En conjunto, 45 menciones.
2) D2: Etica y honestidad. Etico, leal, confiable, honesto, respetuoso, justo, objetivo, litigante caballeresco,
digno, escrupuloso, consentido comunitario. En conjunto, 43 menciones.
3) D3: Conciliación y practicidad. Conciliador, colaborador, dotado de sentido común, práctico, moderado
en sus cuestionamientos, razonable en el estilo procesal. En conjunto, 25 menciones.
4) D4: Beligerancia y vehemencia. Defensor, que sepa litigar, peleador, vehemente, apasionado. En
conjunto, 6 menciones.
5) D5: Indiferencia. Cualquier perfil: 2 menciones.
La concentración surge en las primeras dos dimensiones, al igual que los resultados obtenidos en el anterior
estudio, tanto cualitativo como cuantitativo. Conocimiento y ética, serían las consignas profesionales del
abogado, según ambos grupos. En este sentido, la hipótesis que sostiene que los jueces y funcionarios
privilegian ambas, puede considerarse confirmada.
Es importante y valioso que las menciones a favor de la conciliación y negociación (25) sean
considerablemente mayores a las de beligerancia (6). Si bien es obvio que tal actitud facilita la tarea judicial -
más de uno lo ha reconocido - es también significativo que mejora la paz social, y no es poco que se incorpore
la idea desde uno y otro lado. Otro grupo puede creer, sin mucha reflexión sociológica, que de las peleas
exacerbadas entre abogados sale la luz, y la paz sobreviene al dictar sentencia.
Muchas de las características principales citadas surgen de otras partes de los discursos, tanto como de los
producidos por los abogados. Pedir conocimiento, ética, lealtad, diligencia, o claridad y responsabilidad, son
reclamos obvios.
Un funcionario sostiene que un doctrinario no es un buen abogado litigante...no le sirve al cliente. Debería
analizarse qué sentido estipula para " doctrinario". Si es el que genera doctrina y pensamiento jurídico, es poco
probable que tenga razón, ya que puede inducir a cambiar la doctrina judicial, y no surge de modo alguno que
serlo, implique " no saber litigar". Algunos han pedido novedades doctrinarias y creatividad. Si, en cambio, se
refiere a un tipo particular de doctrinario especializado en escritos farragosos que repiten exhaustivamente la
doctrina que todos conocen, podrá generarse otro perfil, éste sí poco apto para el litigio y sí para el
aburrimiento. Pero no lo llamaríamos de tal modo.
Otras citas son importantes, aunque aisladas o mencionadas sólo por uno o dos entrevistados; el considerar
al letrado como un humanista, la necesidad de que conozca al hombre, o entender que debe ser no sólo un
experto técnico, sino un lector general, informado del contexto en el que existe, son datos de reflexión muy
valiosos, que contradicen la pretensión de hacer del abogado, en su formación y ejercicio, un mero memorista
de leyes con alguna información jurisprudencial. No por haber sido menciones excepcionales en el contexto
general de los entrevistados, son menos importantes. Pero se trata, sin duda, de una forma minoritaria de pensar.
Creemos, por nuestra parte, que para ser buen abogado (y para ser buen juez), además de todo, o por sobre todo,
hay que ser una persona capaz de reflexionar sobre la condición humana y la realidad del conflicto sometido. En
vista de este fin, el consejo de estos jueces no es desacertado, y no sería inadecuado generar tal perfil en las
escuelas judiciales, además de las de abogacía.
Otra cita debe anotarse. Un juez de la generación mayor pide que el abogado litigue como un caballero.
Piensa en un estilo valioso que muchos indican que se ha dejado de lado. La energía en la defensa, aún para los
que gustan litigar a ultranza, no requiere de algunas bajezas que al parecer hoy se cometen, hacia el letrado
contrario o hacia el juez, según coincidencias de unos y otros. Produce tranquilidad saber que el contrario es "
un caballero" en el litigio, aun en el enfrentamiento. Alude, seguramente, con otras palabras, a la lealtad, tan
mencionada como requisito por entrevistados de todos los cargos y jurisdicciones. Todos los que han litigado
éticamente saben lo que significa reconocer, en el letrado contrario, a un leal contradictor: sólo habrá que
preocuparse por los intereses, el derecho y el proceso, y con suerte, se tendrá alguna enseñanza valiosa.
Llama la atención que algunos jueces, minoritariamente, coloquen un carácter beligerante o " peleador" en el
abogado preferido, porque esa es la función que tienen que ejercer (camarista). Son muchos más los que apuntan
a la conciliación, la negociación, la colaboración con el juzgado. Se trata en general de jueces que prefieren a un

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abogado bien posicionado a favor de su cliente para que, frente a otro en iguales condiciones, puedan ejercer su
poder tradicional de reparto. Si pensaran en colocarse al lado de las partes y de los abogados, y no por encima
de ellos, es posible que no se vieran enfrente de los abogados, sino de su mismo lado, colaborando hacia la
resolución de un conflicto, y no hacia su agravamiento judicial para poder componerlo luego. Reflexión de una
cultura judicial distinta a la tradicional, que es efectivamente vivida por una cantidad mayor de los
entrevistados, y también de los abogados actuales. Son varios los que piden mesura y respeto en el trato. Serán
los que no se han sentido respetados en su función, o han percibido desmesura en los planteos defensistas.
A partir de todo lo expuesto, es seguro que para los jueces, el abogado tiene que ser un compendio, como
sostiene una jueza. Ojalá un abogado tan valioso pudiera encontrase con el juez perfilado en la anterior
investigación. Resultaría, si no una justicia divina, un bálsamo de confiabilidad; desde el punto de vista humano,
y para ambos lados, con sólo una parte de los rasgos citados mayoritariamente, la vida profesional sería
seguramente mejor.
XIII. Prestigio de abogados y jueces
Un 5 % de los fueros Civil y Comercial y de Familia, sostiene que el prestigio se mantiene, un 51 % que se
ha perdido o no se tiene. De 31 respuestas, sólo 3 sostienen que no ha habido modificaciones y que la profesión
tiene prestigio, confirmando los restantes, la hipótesis sustentada a partir de las investigaciones anteriores. Uno
de ellos hace mérito de algunas cuestiones que pueden llevar a la opinión contraria, y las limita a la cultura y los
honorarios elevados. Los restantes 28 consideran distintas causas por las cuales el prestigio profesional ha
bajado en la consideración social. Las respuestas reproducen algunos de los argumentos de los abogados, pero
con menor riqueza y extensión. En este caso, muchas opiniones han comparado el prestigio de ambas
profesiones.
La desconsideración, la burla o la sospecha de la profesión del juez es uno de los más graves. Pequeños
hechos, pero de gravedad, que se suman a otros conocidos y relatados a los investigadores, marcan un serio
llamado de atención a la responsabilidad social frente al prejuicio. Este no tiene justificación alguna, aunque
tenga explicación. La conducta reprochable, extendida como sospecha o como burla hacia todos los miembros
de un sistema, es tan deleznable como la tolerancia de la corrupción y la desviación institucionalizada. Si la
democracia implica que nadie calle, debería significar también que nadie injurie. La sociedad ha "descuidado" la
imagen de grupos importantes en cuanto a las funciones sociales; una visión conspirativa sostendría que el
descrédito tiene orquestación, y que los beneficiarios concretos todavía no están a la vista. Lo cierto es que, por
lo que se ve, el prejuicio está casi invertido: ahora deberá probarse la honestidad y la corrección, pues
cualquiera presume lo contrario.
La influencia de los medios de comunicación masivos en este tema no había sido prevista en el trabajo. En
la investigación de 1993, 42 % de los jueces entrevistados había señalado que los medios de comunicación
daban una mala imagen que repercutía en su prestigio. En el trabajo actual, al ser tratado espontáneamente por
diez entrevistados cuando fueron requeridos por el prestigio profesional, se justificó la consideración separada,
como parte del problema, según creen los afectados.
La primera opinión relaciona la mala prensa con la realidad de la gestión judicial, no comprendida por los
usuarios. Estima que el juicio oral ayudaría a simplificar cuestiones que se alargan sin sentido en el escrito. La
generalización que hacen los medios de casos puntuales es otro argumento conocido (sustentado por otro
entrevistado), al igual que el juzgamiento que los medios hacen de los jueces, perdonándolo y salvándolo, u
opinando libremente sobre causas en trámite o falladas.
Algunos no entienden por qué se los ataca, si su trabajo es honesto. Otros sostienen que es por que hay que
vender, y las noticias malas, escandalosas, morbosas, lo logran. La generalización correrá por cuenta de los
usuarios, sin capacidad para discriminar y sin elementos para distinguir lo real de lo posible, y lo posible de lo
fabulado e improbable. No hay escepticismo, y se otorga crédita en blanco a lo que se ve o se oye.
Por otro lado, los medios condenan o exoneran de culpa a detenidos y procesados, consideran libres a los
excarcelados bajo proceso, pero la ignorancia del derecho no es obstáculo para mantener el liderazgo de la
opinión en la materia. En este sentido, aunque otro magistrado del grupo no quiera hacerse eco de los programas
de T.V., no hay duda que lo afectan directamente. Y además, es evidente que muchos están pendientes de los
periodistas, los escuchan y conocen, desde los de mala calidad y sensacionalistas (a los que sufren) hasta los de
buena calidad (de los que les afectan algunas generalizaciones).
Los entrevistados se notan molestos y presionados. Entre estos 13 jueces y funcionarios civiles, hay
indignación frente a la pregunta callejera sobre asuntos fallados. La idea que les gustaría hacer prevalecer, los
jueces dictaron sentencia y punto, es algo muy discutible en la Argentina actual. En parte algunos jueces han
sido responsables, pero en otro aspecto, es signo de los tiempos y de un procedimiento desactualizado respecto
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de los requerimientos modernos. La palabra incisiva y poco prudente de un periodista no especializado ni


medianamente conocedor, cubre más la expectativa instantánea del ciudadano común, que los incomprensibles
tecnicismos del derecho y sus demoras de otro mundo. A nadie le interesará saber las tediosas peripecias
procesales de ninguna causa; sólo vende el escándalo, lo que resulta más ameno, tanto como inexacto e
impreciso. Y en el escándalo colaboran tanto abogados necesitados de promoción que, al quedar construidos
como "importantes", acrecientan su poder competitivo en un mercado difícil, como jueces que también buscan
prensa, y algunas veces, promoción para su futura carrera política.
Lo que antecede es un resumen acotado de parte del trabajo, realizado en un medio que sólo recientemente
comienza a valorizar los estudios de campo en materia sociológico jurídica, y que todavía privilegia los
discursos teóricos y las opiniones aisladas por sobre las conductas reales. Es posible que esté muy cerca el
tiempo en que, cuando se trate de averiguar qué ocurre en la realidad judicial cotidiana, se acuda en primer lugar
a este tipo de investigaciones, y que tales experiencias enriquezcan los criterios que jueces y abogados utilizan
para su diaria interacción forense.
Nuestra conclusión más general es que los jueces y funcionarios han mostrado haber reflexionado bastante
más de lo que supusimos sobre el universo de los abogados y de la profesión, más allá de que puedan
compartirse o discutirse sus opiniones. En este sentido, la hipótesis inicial, según la cual los abogados saben
más de los jueces que los jueces de los abogados, ha quedado plenamente descartada. Los magistrados observan
con minuciosidad y opinan con extensión. La mayoría de ellos está más interesada en los abogados de lo que
estos suponen, y así ha quedado reflejado en los testimonios en los que basamos nuestro trabajo. Pero el diálogo
difícilmente existe. El procedimiento escrito nos podrá haber garantizado la seguridad; pero nos ha dificultado
una comunicación fluida entre ambos grupos profesionales. De todos modos, quedan muchos temas y problemas
que deberán formar parte de la reflexión sistemática y del proceso educativo futuro de jueces y abogados.
Especial para La Ley. Derechos reservados (ley 11.723).
(1)"El perfil del abogado en ejercicio profesional", LA LEY, 1997-E, 1568, "Abogados: un estudio
cuantitativo", LA LEY, 1999-E, 1031 y "Abogados: la opinión pública vinculada a la profesión jurídica", LA
LEY, 1999-F, 868.
(2)Fundación Ciencias Jurídicas y Sociales, Colegio de Abogados de la Provincia de Buenos Aires, "El
abogado desde la perspectiva judicial. Resumen de Investigación". Director de Investigación, Felipe Fucito, La
Plata, 1999.
(3)Consistente en unas 50 cuestiones o preguntas, entre generales y aclaraciones posibles.
(4)Los fiscales fueron integrados a la muestra de fuero criminal y correccional.
(5)Entre las deficiencias generacionales que observan los jueces, anotamos: ignorancias básicas de derecho,
falta de técnica de redacción y precisión en la demanda, falta de enfoque en los hechos litigiosos, defectuosa
elección de medios probatorios (se prueba lo innecesario y se deja de probar lo necesario), falta de predicción de
la decisión judicial; falta de intuición para manejar el conflicto, incapacidad para criticar la sentencia,
desconocimiento de cómo comportarse en las audiencias, falta de especialidad en las materias, ignorancia de
nuevas técnicas, etc.
(6)PAPBA II, p. 63 y sigtes. La primera especialidad mencionada era concursos y quiebras, 17 %, luego
penal 12 %, contencioso administrativo 11 %, y previsional 6 %, concordando con lo recabado en las entrevistas
a abogados de la primera parte de la investigación.
(7)"El perfil del abogado...", LA LEY 1997-E, 1568, Cap. XVIII.
(8)Esto no ocurre, según dicen, casi nunca en el fuero civil. Dice un camarista: El juez no va a una
audiencia ni que se lo pidan de rodillas, salvo en temas muy complicados como reivindicaciones.
(9)Informe dado por algunos abogados en la investigación cualitativa que antecede a la presente.
(10)Un juez manifiesta no poder lograr que se sancione a una abogada que ha falsificado 28 firmas, y que
además se ofende cuando se le hacen notar tales irregularidades. Aunque no se aclara de que escrito se trata,
parece ser un tema digno de atención.
(11)PAPBA, II, p. 93/95.

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