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Título: El perfil del abogado en ejercicio profesional


Autor: Fucito, Felipe
Publicado en: LA LEY1997-E, 1568
Cita Online: AR/DOC/5836/2001
Sumario: SUMARIO: I. Introducción. -- II. Representatividad. -- III. Etapa cualitativa. -- IV. El aprendizaje de
la profesión. -- V. De qué viven. -- VI. Cómo se actualizan profesionalmente. -- VII. Cómo consiguen sus
clientes los entrevistados y sus abogados. Opiniones sobre la industria del juicio. -- VIII. ¿Está en crisis
económica la profesión jurídica? -- IX. Comparación de la situación económica actual del entrevistado con la de
hace diez años. -- X. Satisfacción con el modo de ejercicio profesional. -- XI. ¿Colaboran los abogados con la
ley? -- XII. El éxito y su medida. -- XIII. Conciliación y beligerancia. La actitud de los abogados. -- XIV. La
defensa de los derechos. -- XV. ¿Todo interés merece defensa profesional? -- XVI. Estrategia profesional con el
contrario. La negociación. -- XVII. El trato entre abogados. -- XVIII. La ética profesional, su código y sus
sanciones. -- XIX. Cómo perciben los abogados globalmente a la sociedad. -- XX. La formación por
generaciones. -- XXI. La mediación como alternativa profesional y la situación económica de los abogados. --
XXII. La percepción de la labor judicial. -- XXIII. Opiniones sobre capacitación de los jueces para la función
que ocupan. -- XXIV. ¿Jueces equitativos o jueces ajustados a derecho? -- XXV. Trato entre abogados y jueces.
-- XXVI. Las abogadas y la profesión: discriminación y dificultades.

I. Introducción
El objetivo de la investigación patrocinada por el Colegio de Abogados de la Provincia de Buenos Aires,
que se llevó a cabo entre julio de 1995 y diciembre de 1996, fue el de obtener un Perfil del abogado de la
Provincia de Buenos Aires, en su formación, modo y especialidades de ejercicio, opiniones sobre la ética
profesional, la magistratura y el servicio de justicia, por medio de un estudio exploratorio cualitativo y otro
subsiguiente cuantitativo. De todos los temas extensamente propuestos por la Institución, y por los juristas,
estudiosos e interesados en temas de la abogacía, cuyas opiniones se recabaron (1), se eligió una cantidad de los
considerados más relevantes. Con el material obtenido, se intentó luego obtener una Tipología de los abogados
en ejercicio profesional, a través de la elaboración de siete conjuntos de atributos, con los cuales se procesaron
las encuestas para obtener perfiles definidos. Por último, con la información se elaboró un cuestionario para
realizar un relevamiento cuantitativo sobre una muestra representativa de 600 casos, que formó la segunda parte
de la investigación (2).

II. Representatividad

Si bien el trabajo se llevó a cabo en la Provincia indicada, los resultados de la primera etapa de
investigación, que se basó en entrevistas realizadas a 53 abogados en ejercicio profesional, son relevantes para
toda la abogacía nacional. Esta afirmación, desde el punto de vista estrictamente metodológico, sólo puede
formularse como hipótesis, pero existen elementos objetivos que la avalan. En primer lugar, una elevada
cantidad de los abogados matriculados en Colegios departamentales del Gran Buenos Aires ejercen la profesión
en las jurisdicciones del conurbano bonaerense, y en la Capital Federal. Sus opiniones se refieren en varias
oportunidades a la situación de la justicia nacional y federal. En segundo lugar, muchas de las cuestiones
requeridas son de alcance nacional, y no sólo local: la consideración de la abogacía, la situación arancelaria
frente al mercado libre, la formación de los estudiantes de derecho y los comienzos profesionales de los jóvenes
abogados, el éxito y la satisfacción profesional, las estrategias beligerantes o negociadoras. En nuestra
experiencia y labor previa en algunas provincias argentinas, y trabajos en la Capital Federal, surgen temas
similares y respuestas concordantes.

Esta situación nos permite presentar en este lugar algunas sistematizaciones de las opiniones de los
abogados, como un elemento de análisis relevante fuera del marco territorial en que fue obtenido. No sería una
cuestión menor realizar estudios comparativos en otras jurisdicciones, sobre todo en varios perfiles provinciales
divergentes, para confirmar lo que aquí se expone.

III. Etapa cualitativa

Los abogados que formaron la muestra fueron elegidos en parte sobre listas suministradas por los Colegios y
otros tomados al azar de los listados generales de matrícula. Se trata de abogados y abogadas desde los 25 hasta
los 62 años de edad, que exponen cómo trabajan y cómo viven, que opinan libremente sobre los temas que los
preocupan, y formulan reflexiones dignas de ser tenidas en cuenta. En esto se ha querido valorizar un método
alternativo de análisis sociológico que incentiva la reflexión, y sea para descartar o para aceptar, muestra por
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cuáles carriles discurre el pensamiento de los abogados en ejercicio, más allá de lo que debe o puede ser dicho
en el limitado marco procesal, regido por la normatividad jurídica. Aquí se rescatan los elementos normativos
extrajurídicos que están presentes en los operadores (costumbres, usos, normas éticas, morales, religiosas, y las
desviaciones de cada sistema).

Al cabo del conjunto de entrevistas, se pudo pensar con verosimilitud que lo escuchado correspondía a los
modos prevalecientes de pensamiento y de ejercicio profesional en la provincia, en buena medida en la Capital
Federal y en muchas provincias argentinas. El "abogado de pasillo" que en general contestó, el litigante, asesor
de pequeña y mediana empresa, es el abogado que surge, no sólo de listas preparadas por los Colegios
Profesionales, sino de acuerdo con distintos criterios, y también cuando se toman nombres al azar de las listas
de matriculados. En general, las tendencias registradas en las entrevistas, cuantificadas, se confirmaron en la
segunda parte de la investigación.

No por esto consideramos que se han despejado todos los interrogantes planteados por los juristas
consultados. Antes bien, lo que se aclara es lo que resulta de los entrevistados, que son abogados generalistas o
practican las especialidades laboral y penal. No sabemos mucho del abogado asesor de la gran empresa, ya que
no hay muchas grandes empresas que se asesoren centralmente desde la provincia, aunque sí abogados
delegados para atención de aspectos locales. Tampoco nos hemos ocupado especialmente de los abogados de la
administración pública; ni hemos encontrado representantes de grandes estudios, si por esto se entiende
conjuntos burocráticos de abogados, organizados como empresa, no ya de 400, sino siquiera de 10, porque
probablemente no existen en cantidad suficiente para hacerse notar en la provincia. Los estudios grandes, en la
práctica profesional de la provincia, y probablemente de las restantes, con excepción de la Capital Federal, lo
son por la importancia de las firmas que incluyen, no por el tamaño y cantidad de abogados comprometidos.

Los 53 abogados entrevistados tienen su sede en 27 ciudades, elegidas por áreas geográficas, y dentro de
ellas por el número aproximado de habitantes, de modo que quedaran representadas los grandes centros
provinciales de las ciudades más importantes, otras intermedias, algunas menores, y los perfiles predominantes
del Gran Buenos Aires (3).

Del total de profesionales entrevistados, 34 fueron hombres y 19 mujeres. Aun sin buscar una
representatividad minuciosa, se procuró el registro de todas las categorías de edad.

IV. El aprendizaje de la profesión

Se nota una diferencia clara entre los casos de adscripción de posiciones por facilidades familiares y los
autoaprendizajes, que varían fundamentalmente de acuerdo con patrones de azar, más que de otro tipo. Respecto
de los primeros, en algunos casos el esfuerzo de inserción profesional lo habían hecho familiares, no
necesariamente padres (también, en casos concretos, hermanos y hermanas mayores, maridos, primos, tíos,
suegros y novios).

La primera conclusión sobre este aspecto es la unánime experiencia de todos los abogados entrevistados. En
la Facultad (los abogados habían egresado de once universidades del país) (4) no se aprende la profesión. Si bien
la gran mayoría egresó de las universidades de Buenos Aires y Nacional de La Plata, y en las restantes no
existía suficiente cantidad de abogados como para determinar tendencias, es manifiesto que se imputa una
sostenida reticencia de las Facultades de Derecho a enseñar a sus alumnos el "como" ejercer la profesión y la
insistencia en la formación teórica --que no puede discutirse, y que, según se verá, la mayoría de los abogados
mayores considera superior en su generación a la actual--, nos enfrenta a la orfandad de los egresados en materia
de llevar a la práctica sus conocimientos legales.

Las entrevistas dejan en claro que se aprende, o bien con el apoyo familiar firme de abogados mayores (el
menor número de casos) o con algún abogado que asuma el papel de tutor o "explotador". Pero en una gran
mayoría de los casos, el aprendizaje es a los tumbos, "en la calle", "preguntando a los empleados",
"absolutamente solo", "estrellándome" "como un empleado más", esto es, muchas veces, con conciencia de
ignorancia y escaso valor del título, y resentimiento en la calidad del servicio prestado, en cuanto no cabe
olvidar que los abogados jóvenes que así improvisan, cumplen una labor teóricamente igual a la de cualquier
otro abogado, en la medida en que están habilitados por su título para hacerlo.

La conclusión general es que el aprendizaje es asistemático, y depende de la suerte y de las vinculaciones


familiares o personales del reciente egresado. Tales las alusiones de todos los entrevistados, que sólo pueden
clasificarse en cuanto a variables de azar en sus comienzos profesionales, sea por adscripción o adquisición de
las posiciones. El aprendizaje es en muchos casos autoaprendizaje ("en el camino", "las abogados del bar",
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"mirando lo que hacían los demás", "a medida que van surgiendo los distintos casos"), sin guía y en relativa o
total soledad.

La inexistencia, en general, de cursos de iniciación profesional organizados por los Colegios de Abogados,
es vivida, por parte de los jóvenes, como limitacionista y poco democrática. Mientras el inexperto se va
formando a los tumbos, presiona poco en el mercado.

V. De qué viven

Averiguamos en qué medida los entrevistados subsistían exclusivamente de la profesión, y en caso


contrario, de qué otros recursos se valían. El perfil predominante que hemos encontrado ha sido de abogados
que viven de los ingresos profesionales, y más de la mitad exclusivamente de ellos. Entre éstos se deberían
contar los que hacen docencia, ya que se trata en todos los casos de algunas horas en el secundario local, o un
sueldo de profesor adjunto con dedicación simple en la universidad.

Una cantidad relevante de las abogadas de todas las edades completan sus ingresos con los aportes de
familiares, en especial padres y maridos. Hemos encontrado pocos abogados, profesionales libres que atienden
estudio y que también tienen cargos en la administración pública o empresa privada. Tal resultado se supuso
poco representativo del universo, y esto se comprobó en la etapa ulterior, de donde surge un 25 % en relación de
dependencia pública o privada.

VI. Cómo se actualizan profesionalmente


Entre los temas objeto de esta etapa de investigación, averiguamos las fuentes de información legal,
doctrinaria y jurisprudencial que utilizan. Encontramos que las formas usuales de actualización son las revistas
locales, de un modo continuo o discontinuo, excepcionalmente concurren a las bibliotecas, cuando hay material
disponible, o consultan la base de datos del Colegio, cuando existe.

Lo que se nota es una merma en la compra de colecciones jurisprudenciales nacionales y provinciales, y


bibliografía (tratados, obras mayores o especializadas) por el costo general de los libros. Esto se agrava frente al
hecho que en algunas localidades, no necesariamente menores, hay escasos elementos disponibles, y pocas
bibliotecas actualizadas. No vimos grandes bibliotecas jurídicas en los estudios visitados, como regla general.
En muchos casos la biblioteca personal del letrado era más que limitada. En otros simplemente no existía, y no
precisamente porque se nos dijera que toda la información estaba sistematizada en una base informática. En no
más de diez casos podía verse una biblioteca respetable en volumen.

En cuanto a la jurisprudencia y legislación en base informática, sólo algunos profesionales la tenían


disponible en su estudio. Otros (no muchos) la consultaban en el Colegio profesional o en los Tribunales, si la
habían incorporado. Sin perjuicio de ello, la mayoría tenía computadora disponible en su estudio o casa,
utilizada como procesador de textos.

La participación en jornadas y congresos es reducida, por la lejanía, y los costos, en el interior de la


provincia y las ocupaciones profesionales, en todas las jurisdicciones. Esta es la última justificación utilizada
para la no asistencia a cursos de actualización en el Colegio local, cuando se realiza a pocas cuadras del estudio
del abogado.

VII. Cómo consiguen sus clientes los entrevistados y sus abogados. Opiniones sobre la industria del juicio

La primera pregunta referida al modo como consiguen los clientes los abogados, y en particular el
entrevistado, llevaba necesariamente a una cuestión ética, que muchos no soslayaron.

Las conclusiones son mayoritarias en favor de una duda sobre el modo que algunos abogados obtienen sus
asuntos, pero como es obvio, sin sombra de ella respecto de cómo el mismo entrevistado los obtiene. Salvo en
algunos casos, en los cuales la defensa de cualquier forma de competencia y la negación de todo tipo de
industria podría encubrir precisamente esas prácticas por los entrevistados. La compra del caso está presente en
muchos, así como derivaciones cautivas; no obstante, salvo una abogada, para la cual la obtención de trabajo
por "punteros" en fábricas con conflictos no es ilegal, aunque dice que no le interesa, los restantes no lo aceptan.

Es notable la cantidad de abogados que afirman la existencia de industrias de juicio, en materia de daños y
perjuicios y laboral: compra de sumarios, industrias de hospital, de los sepelios, generación de demandas
laborales. Pero debe tenerse en cuenta la reflexión de otro abogado sobre la sentencia favorable: no hay
industria si en definitiva el actor gana el juicio. Se ha defendido un derecho amparado por la ley. En el mismo

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sentido, la afirmación de otra abogada sobre la irregularidad del empleo que genera juicios.

La recomendación aparece como un modo prevaleciente de obtención de clientes. Todos lo consideran el


adecuado, porque se funda en la calidad del recomendado, y permite establecer una relación de confianza. Al
abogado no se va por el diario ni por la chapa; parece que esto queda claro, y cuanto menor la ciudad, mayor
conocimiento de la actividad de cada uno, su perfil intelectual y también su honestidad.

VIII. ¿Está en crisis económica la profesión jurídica?

Este tema permitió explayarse a la mayoría de los abogados entrevistados. La propuesta era hablar sobre la
posible crisis profesional, y en caso de que existiera, su carácter autónomo o dependiente de la situación
general. La palabra crisis no necesitó ser sugerida, ya que la mayoría de los entrevistados la usaron
espontáneamente para confirmarla. La discrepancia surge sobre la independencia de la crisis profesional de los
abogados, o su inserción en el marco general del país. Hemos querido distinguir este aspecto de la ética
profesional (que también puede presentar una crisis), por su importancia.

Es casi unánime la consideración que hay una crisis, sea autónoma de la profesión o dependiente de la
general de la sociedad, que se da por aceptada. En esto todos los estratos profesionales coinciden, porque
aunque tengan asegurada la fuente de clientes (compañías de seguros, bancos, municipalidades), sienten la
imposibilidad de cobrar cuando se trata de particulares o terceros. El caso de los laboralistas es especial, porque
coinciden en la inutilidad del trabajo cuando la demora permite la insolventación voluntaria o inevitable de las
empresas. Y esto, al parecer, es regla.
Para la casi totalidad de los letrados la crisis es real, propia de la profesión en virtud de la abundancia de
abogados, pero principalmente conectada con la crisis económica por la baja capacidad dineraria de la
población, sean acreedores (que no pueden sustentar el costo de un juicio, y que arriesgan dinero sin saber el
resultado), como de los deudores (que no pagan, y a los que muchas veces ni siquiera les importan las presiones
judiciales). En algún caso aislado la crisis es negada, considerada de "abogados ociosos", o generada por
intereses opuestos a la justicia o a la efectividad de los reclamos que se instrumentan a través de los abogados.
Pero nos queda la idea general que los abogados están fundadamente preocupados por la inutilidad de la presión
judicial y la imposibilidad de la defensa de los derechos, en nuestro sistema, si falta dinero: sea para pagar el
impuesto de justicia o los gastos de iniciación, sea para cumplir con la sentencia, o incluso, en casos extremos
(que no son por ello pocos), la indiferencia del que ya no tiene nada que perder en términos patrimoniales, y al
que sencillamente no le interesa el cumplimiento de las obligaciones contraídas, porque sabe que no podrá estar
peor de lo que ya está.

En cuanto a la asistencia a los carentes de recursos, en más de una oportunidad se han referido a las
limitaciones de todo tipo (incluso presiones corporativas) que existe para que no sea muy efectiva. Esto, además
de la idea que su generalización empeoraría aun más la profesión, es discutido por varios abogados en otras
partes de sus testimonios.

IX. Comparación de la situación económica actual del entrevistado con la de hace diez años

Esta pregunta tendía a averiguar la sensación de progreso económico y social de los abogados en ejercicio
que tuvieran un cierto tiempo en la profesión, como para haber superado los inicios --que se saben azarosos--.
Aquel que tiene diez años de profesión y subsiste en ella, tiene afincamiento y su trabajo se ha convertido, más
que en un medio de vida, en un modo de vida. Pero es evidente que las respuestas no son comparables, ya que
dependen de la situación de origen y de las expectativas de cada uno.

De los testimonios surge un reparto, en general, entre los que aceptan que ha mejorado su nivel de vida y los
que consideran ha empeorado frente a dos casos que no acusan modificación de su status económico.
Discriminado por la importancia de las ciudades, las mejoras son superiores en el conurbano bonaerense, en las
localidades intermedias y principales de la provincia se equiparan, y en las menores es a la inversa.

Pero esto debe ser tomado con prudencia. En primer lugar, las expectativas de los que así hablan no son muy
altas: pertenecen al standard de vida usual de la clase media profesional: tener casa, auto, estudio propio. La
mayoría de los abogados y abogadas de la generación intermedia y mayor se considera satisfecha con haber
logrado esas metas, y vivir manteniéndolas. Surge también con claridad que mantener ese nivel de vida de clase
media es más difícil que antes: por la incobrabilidad de los juicios, su demora, la necesidad de trabajar más y
todo lo que expresaron los letrados al tratar de la crisis profesional. De este modo no vemos contradicción entre
la enunciada mejora de la situación personal y la crisis económica, lo que queda ratificado por el hábitat

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promedio de los estudios y viviendas observadas, que no exceden en la gran mayoría, sino en la casi totalidad,
los límites inferior y superior de la clase media.

X. Satisfacción con el modo de ejercicio profesional

La satisfacción es una dimensión personal, que se vivencia de acuerdo con las propias metas. En un trabajo
de este tipo, resultaba una pregunta adecuada, aun sabiendo que no eran comparables las respuestas: para
algunos se mide exclusivamente en el fuero interno, respecto de expectativas propias. Para otros, la satisfacción
depende del medio en el cual se ejerce, y de la acción de los otros. Sin embargo, podían extraerse interesantes
reflexiones, como en realidad ocurrió.

Pensamos, por otra parte, que una cosa es ganar o no ganar dinero, y otra no necesariamente relacionada,
estar satisfecho con lo que se hace. Esto se comprobó, ya que no existe correlación fija entre los que dicen estar
estancados o en peor situación económica que hace diez años y la satisfacción que acto seguido expresan con su
trabajo. Si bien hemos encontrado muchos casos de satisfacción correlativa con la mejoría económica, no hay
insatisfacción fatalmente unida al estancamiento o empeoramiento. En algunos casos, hay cierta resignación
frente a no poder mejorar la posición económica. En otros, no obstante la buena situación económica, se
manifiesta profunda insatisfacción con el modo de trabajo (tribunales, jueces, leyes, crisis social, proceso
escrito). De esta forma, los testimonios se han sistematizado independientemente de la cuestión dinero.

Las opiniones de insatisfacción recabadas apuntan a muchos temas, desde el medio externo hasta la
profesión misma. Pero hay que tener en cuenta que treinta y nueve entrevistados se pronunciaron por la
satisfacción, lo que resulta un elevado número en la muestra. Es necesario resaltarlo, sin por ello perder de vista
las medulosas reflexiones de los abogados que han formulado críticas a su tarea propia como abogados.

XI. ¿Colaboran los abogados con la ley?

Quisimos que nuestros entrevistados nos dieran su opinión sobre este tema. Era muy duro preguntarles a
boca de jarro si ellos colaboraban con la ley o con la evasión legal, y no creímos obtener respuesta alguna veraz
de tal planteo. Propuesto como tema general, proyectivamente, y con cierta vaguedad, se podían obtener
reflexiones valiosas, como realmente ocurrió (5).

De las respuestas quedan algunas ideas globales. La primera es que la mayoría de los abogados
entrevistados relacionaron el cumplimiento de la ley con la ética profesional. Los ubicados en las generaciones
intermedia y mayor han expresado en buena medida sus reparos respecto de los abogados jóvenes, total o
parcialmente; esta idea también la tienen algunos jóvenes sobre sus coetáneos. En esto no hay distinción entre
hombres y mujeres opinantes. Otros plantearon la explicación de estas conductas antinormativas sobre la base
de la urgencia en prosperar (siempre atribuida a los jóvenes), menor rigor ético, mayor voracidad económica, y
especialmente, la conveniencia respecto de los intereses del cliente. En este caso, también como violación ética
menor ("chicaneo" permitido, "trampitas a la ley") o mayor (consejo de insolventación, necesidad económica
del abogado). Lo curioso es que analizando las respuestas de los jóvenes, les da a los mayores alguna razón.
Esto es porque efectivamente, varios parecen prestar más atención a los intereses --a todos-- que a la ley, y
algunos no se detienen en nimiedades éticas o en problemas que excedan el marco del conflicto que tienen entre
manos, cuando no anteponen sus propios intereses. Pero a la vez no aceptan la culpabilidad. La "chicana" es
vieja, los inescrupulosos de hoy, han aprendido de los de antes. Hay una idea que sobrevuela los testimonios:
para la mayoría, en muchos aspectos, todo tiempo pasado fue mejor para los abogados, aunque sólo sea por el
mayor valor de la ley --que fija un marco de trabajo-- y las normas de respeto entre abogados. Queda por ver si
esta idealización del pasado coincide con la realidad, o con tiempos dorados que fueron tales, y no producto de
la idealización contemporánea (6).

XII. El éxito y su medida

Luego de indagar sobre la colaboración con la ley, que podía servir de introducción, parecía adecuado
preguntarles a nuestros abogados cuál consideraban era la calidad más útil actualmente para que un abogado
tuviera éxito en la profesión. También queríamos saber, una vez más, la idea que el abogado tenía en este
aspecto del paso del tiempo, como una forma de ratificar lo que habíamos escuchado sobre la colaboración con
la ley y la crisis económica y social.

Tanto entre los jóvenes como entre los mayores, sin distinción de sexo, encontramos dos grupos opuestos:
los que miden el éxito por la excelencia profesional, y los que lo miden como "éxito mundano", aunque se
excluyan de él.

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Los primeros constituyen un catálogo de valores de excelencia que, para el que tuviera sólo una parte de
ellos, estaría seguramente asegurado si no el éxito, por lo menos el paraíso (7). Para el otro grupo, dotado de
escepticismo y críticos de la realidad, estas cualidades son menos importantes que otras (8). Puede decirse que
en estos casos el título es un mero pretexto de origen para la promoción personal de bajos escrúpulos. Es claro,
en el contexto, que salvo el caso de las relaciones públicas y vinculaciones, que no son rechazadas por la
mayoría como instrumento idóneo para el éxito, en todos los demás casos el éxito es criticado como una
anteposición de intereses personales (dinero, lujo, tener todo ya), a los intereses encomendados y a la conducta
recta. Abogados "caraduras", expertos en vender imagen y cotizarse, amigos del gobierno de turno, son
duramente tratados por los que toman la idea del éxito en sentido de figuración y fama.

Sin embargo, es notable que esta crítica también reconoce tiempos pasados mejores. El mensaje es que la
presión hacia el consumo y el éxito social ha cambiado las reglas para algunos, que anteponen el tener más, al
actuar mejor. Pero los que hablan dicen preferir, en su mayoría, el trabajo serio y la fama acreditada por el
estudio y la honestidad. Se notó algún resentimiento frente a cualidades que el entrevistado criticaba como
ajenas. En otros casos, una clara demarcatoria entre campos que parecen definir dos formas de trabajar: a)
primero para sí, a expensas de cualquier regla que atienda a los otros, y b) para sí sólo mediando y cumpliendo
con reglas éticas e intereses encomendados.

XIII. Conciliación y beligerancia. La actitud de los abogados

Tratamos de conectar el tema del éxito con el de la percepción que los abogados tienen de la conducta
conciliadora o pleitista del medio forense. ¿Son más beligerantes o más conciliadores? ¿Es garantía de éxito
llevar todas las cuestiones a fondo, o es mejor conciliar, arreglar asuntos y tratar de limitar la intervención
judicial?

El ordenamiento de las opiniones no tuvo más efecto que mostrar que no depende ni de la importancia de la
ciudad, ni de la edad, ni del sexo. Sin embargo, permitió obtener un catálogo de posibles causas del carácter
beligerante o conciliador de nuestros letrados.

Jóvenes o mayores, hombres o mujeres, en ciudades mayores o menores, del conurbano bonaerense o del
interior, han discrepado ampliamente sobre el carácter genérico de los abogados, en tanto litigantes o
conciliadores. Esto puede significar que, en conjunto, los abogados no son ni lo uno ni lo otro, y tampoco es
posible sacar conclusiones sencillas al estilo "los jóvenes son más litigantes", aunque esto sea lo que dicen los
mayores; téngase en cuenta que los jóvenes, por su parte, imputan belicismo a los más viejos. Menos aún puede
concluirse que los hombres sean más litigantes o beligerantes que las mujeres. Pero nos queda en claro que
según el conjunto, se puede ser litigante o conciliador por causas muy variadas. Según el catálogo que podemos
realizar, la beligerancia puede provenir:

1) De la formación universitaria. "Nos preparan para pelear"; "el abogado es un combatiente".

2) Por personalidad conflictiva o agresiva (depositar en el caso problemas personales). El abogado "duro".

3) Por creencia en la justicia de la causa.

4) Por estrategia general.

5) Por conveniencia del profesional: ser litigante aumenta los honorarios.

6) Por diferir el conflicto al juez, que nos dice "donde estamos parados". (es decir, por estilo autoritario de
formación profesional: "esperando al juez").

7) Por la ubicación en el conflicto: beligerante el que defiende a una empresa que prefiere alargar el tema.

8) Por falta de objetividad y compromiso excesivo con la causa defendida.

9) Por inexperiencia y mala formación: el abogado joven necesita foguearse y no transa para "ver como
sigue". No sabe conciliar.

10) Por euforia juvenil: llevarse todo por delante, "ganar a toda costa".

11) Por falta de trabajo: sacar el máximo provecho a lo que se tiene.

12) De la idiosincrasia cultural general: el país es conflictivo, muchas veces al abogado se lo busca para

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venganza: que "le de con todo" al enemigo, "le haga pagar lo que me hizo", y no para resolver un conflicto. El
perfil del abogado se ajusta al cliente.

13) Por asumir la imagen pública "debida": buen abogado es el abogado peleador. El que concilia se vendió
o es "fácil".

14) El modelo económico genera litigiosidad, al generar cálculo económico en el cliente: con la
convertibilidad y a tasa pasiva, es preferible pagar lo más tarde posible.

15) Por la inmoralidad prevaleciente: si el abogado avisa o negocia extensamente, permite la insolventación
del deudor.

Por otra parte, se puede ser conciliador:

1) Porque en el estado actual del Poder Judicial, no hay espacio para la guerra. Respuesta mala, demorada o
no respuesta.

2) Por experiencia profesional: como están las cosas en términos económicos, no se sabe qué puede pasar
dentro de un tiempo.

3) Por necesidad del profesional o por presión del cliente sin dinero.

4) Por personalidad o la calma de los años maduros.


5) Por mentalidad de "intragrupo": en el pueblo no hay conflictos que no se arreglen.

6) Por ignorancia del derecho. Concilia el que no sabe (esto dicen, obviamente, algunos beligerantes).

7) Por moda académica: la "mediación".

Parece seguro que entre todas estas características casi hemos agotado el espectro de motivos por los cuales
se puede estar ubicado en una u otra actitud. Lo interesante para rescatar son las causas externas, o exógenas,
que condicionan la conducta: tanto lo es el déficit de formación universitaria, que hace creer --por defecto, ya
que nadie lo enseña ex profeso-- que el único destino del abogado es "abogar" y esto equivale a lucha de
gladiadores, como la situación económica que genera cálculos en actores y demandados que el abogado no
puede controlar. Otras causas son legales, como la atadura de los honorarios a la promoción de los juicios y la
difícil evaluación de la tarea extrajudicial. Y por último algunas son de personalidad: hay abogados que se
sienten cómodos peleando con todos, y otros cuya realización va unida a mediar, resolver conflictos y mejorar
las relaciones sociales.

Los abogados han ayudado con sus respuestas a no generalizar ni prejuiciar, aunque más no sea porque entre
todos han despejado muchos fundamentos verosímiles de una u otra actitud.

XIV. La defensa de los derechos

El tema siguiente fue la estrategia profesional frente al caso concreto. ¿Cómo actúan los abogados? ¿Cómo
conducen los juicios? ¿Toman decisiones autónomas, consultan a otros abogados, consultan con el cliente,
aceptan su opinión?

La conclusión coincide con las expectativas, al dividir las respuestas según antigüedad en el título (más o
menos de 10 años de graduación) y las supera. En cuanto a los jóvenes, consultan todo lo que pueden, porque
reconocen que se están formando. Los mayores tampoco escatiman hacerlo entre ellos. Los abogados que
trabajan solos tienen su red de conocidos, que es más fluida y cercana en localidades intermedias y menores,
pero existe también en las mayores. Varios, en todos los grupos de edad, hicieron mérito de no tener temor o
problema en consultar, como para dejar en claro que la soberbia no es buena consejera profesional. En dos
casos, reconocen consultar a jueces, y en uno sólo a empleados judiciales. Esto parece exiguo, pero puede
suponerse que la consulta a empleados, que se ve cotidianamente realizar en las mesas de entradas de los
juzgados, no excede las cuestiones de mero trámite, y por eso los abogados no las han tomado en consideración
en sus respuestas.

Respecto de los clientes, se nota en primer lugar que la consulta y el tener en cuenta sus opiniones depende
de su importancia: hay clientes calificados cuya opinión es crucial (compañías, sociedades) y que marcan la
estrategia. Luego hay otros que por su nivel sociocultural, pueden ser tenidos en cuenta o preguntan y piden

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fundamentos (personas instruidas, profesionales, comerciantes avezados), y por último hay otros que por su
situación social (desde la ignorancia hasta la indefensión) deben ser conducidos y a los que les cuesta entender
qué es lo que ocurre en términos forenses. En esto tampoco hay sorpresas.

Los abogados se han mostrado independientes respecto de las pretensiones que se les someten. No parecen
pasivos frente a ellas, y en esto no hay diferencia entre jóvenes y mayores. Todos dicen decidir si toman o no
toman un caso, y no aceptan lo que está en contra de su punto de vista o les parece pretensión desmedida.

Queda un interrogante importante. Si esto es así, ¿quién toma causas disparatadas, quién firma demandas sin
fundamento, quién falsifica los hechos? Debería confrontarse esta estrategia informada con la realidad de cada
abogado, lo que no es posible, por supuesto, en una investigación de este tipo. Si todos actuaran de acuerdo con
lo que hemos recogido, el medio forense sería informado, fundamentado, y las demandas un modelo de mesura.
Pero algunos no parecen cumplir con estas valiosas reglas de la consulta e independencia, según se deduce de
las otras cuestiones sometidas.

XV. ¿Todo interés merece defensa profesional?

Para profundizar un poco el tema, quisimos saber qué piensan los abogados del derecho de defensa, en
general. Al preguntar si "todo interés merece defensa", no se distinguió, ex profeso, entre interés legítimo e
ilegítimo, dejándose al profesional que hiciera, si consideraba pertinente, la distinción.

La primera observación que se puede realizar, es que a pesar de la aparente diversidad de opiniones, la
mayoría de los entrevistados piensa de modo concordante. Tanto los que sostienen que todo derecho merece
defensa si tiene basamento legal, o si no existe abuso, si es justo, ético, etc., como los que dicen que no todo
interés es admisible, si hay exceso o no es justo, están diciendo lo mismo. Un solo caso hemos registrado de
afirmación de que todo interés merece defensa, sin condiciones.

Los penalistas, es interesante observarlo, también ponen reparos. Toda persona merece ser defendida, de
acuerdo con los principios que rigen la defensa penal, pero casi todos rechazarían algunas causas por conflicto
ético o moral. El tema de la violación calificada aparece de modo recurrente, como posible límite, aun en los
civilistas. Es importante la opinión del abogado que sostiene que sólo se vería obligado a asumir cualquier
defensa si fuera el único disponible para hacerlo. De lo contrario, parece que nadie quiere ser forzado a aceptar
defensas o intereses que no coinciden con sus puntos de vista. Aunque todos ellos dejan a salvo los principios
generales.

La idea predominante es que esto es posible ya que algún profesional se hará cargo de la causa rechazada.
Parece que la coincidencia entre los que testimonian no engloba al "resto", cuya elasticidad se presume.
Nuevamente los letrados aparecen como independientes, con alguna crítica a los que renuncian a sus principios,
y por necesidad defienden cualquier interés, por injusto, arbitrario o ilegítimo que sea.

Pocos de los entrevistados prestaron atención a un tema de importancia: los derechos que no merecen
defensa porque nadie quiere hacerse cargo de ellos, en razón de su escasa rentabilidad para el profesional, frente
al tiempo que insume. En este caso, se alude a la indefensión de las causas de menor cuantía, que deberían
accionarse a través de un procedimiento desmedido (sumario, ordinario). Salvo la "demanda a repetición", nadie
asumirá hoy defender el derecho conculcado. Debe convenirse que la solución de este problema se encuentra en
un procedimiento simplificado, verdaderamente verbal y actuado, de posible instrumentación, aunque al parecer
alejado de la voluntad política.

XVI. Estrategia profesional con el contrario. La negociación

Se trata ahora de saber cómo conducen los abogados el conflicto respecto del contrario, lo que significa
conocer la estrategia de acercamiento --si la hay--, de manejo no contencioso del asunto, y la negociación en las
etapas del proceso anteriores a la sentencia firme. Es decir, toda forma de manejo que no termine con la
ejecución de la sentencia, aunque es obvio que se puede negociar su cumplimiento.

Nuestra distinción se basó en la importancia de la ciudad y en categorías de edad. Lo primero, para ver si en
una ciudad menor era más fácil el acercamiento por el conocimiento que los abogados dicen tener de los otros
abogados del foro. En el segundo, para confirmar si existe un "ímpetu litigante" en los jóvenes por oposición a
una "tendencia conciliadora" de los mayores. La edad de corte tomada fue de cuarenta años (9).

Se definieron aquí varios perfiles, no necesariamente vinculados con nuestras categorías de análisis. En
primer lugar, parece descartarse que una variable de edad distinga entre voluntad de introducir la acción o la
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conciliación. Tal vinculación no aparece, ya que hay de los unos y de los otros en ambas categorías de edad,
salvo en el aspecto de atender a un contrario sin letrado, que es más marcado entre los jóvenes.

Aparece como cierta, y en muchos casos queda confirmada, la ventaja relativa de la comunidad de abogados
en las ciudades intermedias y menores. El conocimiento facilita, obviamente, el acercamiento, si no es para
conciliar, por lo menos para conocer "qué intenciones tiene" el contrario, y definir posiciones. Esta situación
elemental en un foro controlable en cuanto a la cantidad de sus miembros, es considerablemente diversa a una
concentración de miles de abogados en una ciudad, que no existe en la Provincia. Aun en ciudades cabeceras
con varios miles de matriculados, los que ejercen permanentemente en ella se conocen, a igual que los
residentes en otras ciudades del partido. Sin embargo, se nota una mayor tendencia a la rigidez al llegar a las
ciudades mayores, en especial La Plata, o en conurbano bonaerense, en especial San Isidro, San Martín y
Morón, que puede plantear el "infinito sociológico", desconocimiento de abogados firmantes. En otros casos,
"salvo algunos jóvenes" que se agregan crecientemente al foro, en todas las ciudades, incluso intermedias, los
demás se conocen.

En cuanto a estrategias concretas, parece que el acercamiento al contrario, su recepción en el estudio sin
letrado, "tocarle el timbre", es más común, con prescindencia de la edad, cuando se trata de deudores de títulos
ejecutivos o deudas líquidas. También lo es en cuestiones de derecho de familia, y en esto los letrados son
claros y representativos de la nueva mentalidad que impera en la materia.

Es regla también, que cuando se tiene una demanda, primero se contesta y luego se negocia. La prudencia
para fijar derechos, pero también para posicionarse, lo aconseja. Es el modelo procesal el que fija condiciones, y
la necesidad en los actores, para evitar la insolventación.

El otro tema que aparece en la decisión de promoción o contestación de demandas es el de honorarios. La


legislación ampara el litigio, en términos de conveniencia profesional: esto lo sostienen no sólo los que lo
aceptan, sino los que promueven los arreglos. Parece que en este caso no se trata de una cuestión de ética, sino
de generosidad, ya que nada impide que alguien conteste demanda, y luego negocie. Hace lo correcto, y además
incrementa sus honorarios. Esta situación puede darse para el abogado actor, como ejemplifica el abogado con
la "ejecución hipotecaria de U$S 100.000".

La otra variable de peso en la conciliación es la voluntad del cliente. Los abogados de compañías dependen
de la estrategia de caja de ésta, y de un lado o del otro, ven que el juicio es un "alargue" para situaciones que no
deberían ser soportadas por la justicia, ni por los letrados.

Abogados que trabajan en ciudades menores toman los aspectos positivos del acercamiento, y del
conocimiento, incluso previo, de la demanda que va a promover el letrado contrario; dejan a salvo que el
conocimiento no obstaculiza la defensa en que están comprometidos. Al parecer, hasta la relación más estrecha
sería obviada para hacerse cargo de un asunto. En las ramas generales civil y comercial, buscar o no buscar el
acercamiento con la parte contraria parece depender en una buena medida de la personalidad del letrado, no de
la edad ni del sexo. También depende de la actitud del abogado contrario, vista por el que intenta la
conciliación. Salvo motivos fundados (instrucciones del cliente, conveniencia específica), no hemos podido
sacar ninguna regla general de la voluntad de hacerlo desde época temprana, postergarlo o evadirlo. Hay
abogados que prefieren moverse en el litigio, y dejar la instancia conciliatoria a otros. Algunos tienen vocación
de mediadores.

Los penalistas se encuentran bajo otras condiciones, propias de su actividad, que limita o impide cualquier
transacción. En el otro extremo, los laboralistas lo tienen como regla profesional, al igual que los especialistas
en derecho de familia, actualizados, según se ve, en las tendencias otrora litigantes en esta área.

En el tema de aceptar o rechazar la concurrencia de contrapartes sin letrado pareció tendencia a considerarlo
una cuestión ética entre los mayores, y de conveniencia según el caso en los más jóvenes. Muchos abogados
jóvenes no hicieron del tema una cuestión de principios, mientras algunos de los veteranos fijaron la
concurrencia con el abogado como condición sine qua non para escuchar al contrario, tanto en ciudades mayores
como menores.

En cuanto a la decisión y las condiciones de transar, sin perjuicio de la dirección técnica que se atribuyen, la
mayoría estima que se trata de derechos de los clientes que estos deciden, "aunque haya mandato", y por ende
deben tener su consulta y consentimiento. Esto se vincula notablemente con el poder y el nivel económico y
social del cliente que se trate.

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XVII. El trato entre abogados

Con prescindencia de la causa, entre los abogados pueden suscitarse cuestiones que produzcan irritación
personal y a las cuales se trate de poner límite. Quisimos saber si el entrevistado había pedido declaraciones de
temeridad (que si bien involucran intereses, pueden afectar al letrado que suscribe una demanda excesiva o se
extralimita en los términos), solicitado sanciones a los abogados o formulado denuncias contra otros. También,
si se habían sentido injuriados por otros abogados en el ejercicio de sus funciones.

Esta pregunta tendía a averiguar otra faceta de las relaciones, que aparecían cordiales a la luz de las
respuestas mayoritarias en las ciudades intermedias y menores, pero no mucho más agresivas o distantes en las
mayores. Los criterios de distinción fueron una vez más las ciudades de mayor número de letrados (situación
que podría generar un relativo desconocimiento mutuo, aunque esto ya quedaba en buena medida descartado por
las respuestas anteriores), la edad del letrado, ya que teníamos antecedentes de la actitud no benévola de algunos
mayores hacia el ímpetu e irrespetuosidad de los menores, y el género, ante la posibilidad que hubiera un trato
diferente entre miembros de ambos.

La impresión que dejaron los testimonios, es que en el tema no hay mucha vinculación con el tipo de ciudad,
en la Provincia de Buenos Aires. Los abogados no tienen por costumbre pedir temeridad o sanciones, y esto es
por una norma implícita que parece hacer más prudente arreglar las cosas "informalmente", recordando el caso
para el futuro, o cuidándose del abogado desbordado, pero nada más. Esto no obsta a que casi todos recuerden
algún caso de temeridad, y que lo tengan presente (10).
El resultado que se observa es que el control informal prevalece sobre el formal, y el Colegio no tiene mayor
intervención en muchos de estos asuntos. Esto se relaciona con la opinión que se recoge sobre los Tribunales de
Disciplina de los Colegios profesionales.

Respecto de las mujeres, salvo en algunos casos en que reconocen haber sido injuriadas o perseguidas
personalmente (11), la situación no es diversa: no son propensas a la denuncia, salvo casos excepcionales cuyas
circunstancias no difieren de lo que los hombres hubieran padecido en casos similares.

La discriminación se nota respecto de algunos jóvenes, por las quejas de éstos y el recuerdo de los que ya no
lo son. Aquí aparece cierto desprecio de los mayores por la inexperiencia, cuando no, abuso de la ignorancia o
de la "falta de pasillo". Si nos atenemos a las opiniones recolectadas, parece que la convivencia en ciudades
mayores, intermedias o menores es bastante pacífica, o por lo menos, superficial y formalmente correcta. Si hay
rencores, "se anotan". No se llevan ni al juez ni al Colegio profesional, por lo menos como norma general. En
muchos casos, se sostiene que, no sólo el respeto como norma, sino también cierta filosofía (ironizar, contestar
la injuria con técnica) parece ser la conducta más adecuada. Ello es seguramente bueno, en cuanto no genera
una espiral de agravios que los abogados parecen cuidadosos en tratar de evitar, ya que tarde o temprano se
reencuentran con el abogado que originó el problema.

Anotamos que en un solo caso un abogado reflexionó sobre su propio carácter y la posibilidad de que él
haya maltratado a los abogados más de lo que fue injuriado. Como las autocríticas no son moneda corriente,
vale la pena tenerlo en cuenta.

XVIII. La ética profesional, su código y sus sanciones

El tema ha sido tratado incidentalmente varias veces: se ingresó en él con las numerosas menciones sobre la
forma de obtención de asuntos por parte de los abogados, "la industria del juicio", el "procurarse clientela por
medios incompatibles con la dignidad profesional" del art. 62 inc. 6 de la ley provincial 5177 (Adla, VII-1046),
y también el aceptar patrocinio o representación sin dar aviso al abogado del inc. 4º, o el patrocinio o
representación de ambas partes, del inc. 2, (en este caso, basado en la pregunta "si acepta la concurrencia de
contrapartes sin letrado"). El aspecto de la temeridad y las injurias al abogado llevaban igualmente a aspectos
éticos, como fue destacado por varios encuestados.

En su momento notamos que no existía mayor preocupación por algunas de esas normas (en especial la
concurrencia de contrarios al estudio y la realización de convenios con ellos, si no había juicio y se trataba de
llegar a un acuerdo de pago). Había llamado la atención que en algunos casos, más que sentimiento de culpa
existía una afirmación de una conducta que podía ser violatoria de normas éticas, y alguna tentativa de
explicación sobre los motivos que inducían a otros abogados a no recibir contrarios, que no se fundaba en la
ética sino en la conveniencia.

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No parecía prudente preguntar ahora "si conoce las normas éticas de la profesión" porque la respuesta
debida y automática inducida podía ser simplemente "sí". Entonces preguntamos "¿Son aceptables las normas
de ética profesional vigentes en la Provincia de Buenos Aires?", dejando al letrado asumir su conocimiento, su
ignorancia o su crítica.

Dentro del tema nos interesaba también saber su opinión sobre la sanción de faltas éticas por su Colegio
Departamental. Esto podía aclararnos, de paso, si estaban informados de lo que hacía su Tribunal de Disciplina
al respecto, lo que es una forma de conocer la gestión de la matrícula profesional. La pregunta fue: "El
incumplimiento del código ético, ¿se sanciona en la práctica?"

Aquí existen varios aspectos importantes para puntualizar. En primer lugar, el considerable número de
abogados que dice desconocer las normas éticas. El desconocimiento no sólo no se vincula con la juventud,
sino, al contrario de lo que pensamos, parece aumentar con la edad, lo que no tiene explicación, salvo que se
convenga en que el tema es menos importante cuanto más antiguo se es en la profesión; esta conclusión no sólo
se presenta dudosa, sino seguramente polémica.

El segundo aspecto llamativo es que varios no prestan atención al tema, sino a sus propias normas, de vida,
o generales, o de "defensa de lo justo". Si la cuestión pasa por la ética de cada uno, parece que nos acercamos a
una difícil situación de convivencia.

El tercero, más importante, es la virtual unanimidad de los que opinan sobre la eficacia, respecto de la
escasa aplicabilidad de las normas. El consenso es que los Tribunales de Disciplina no funcionan: por
conocimiento o amistad, por solidaridad mal entendida entre abogados, por desidia o por falta de recursos. Las
sanciones que existen, se estiman muy débiles. Hay acuerdo en que ello redunda en perjuicio de la imagen
social del abogado (12). Las otras cuestiones son la modificación de algunas normas, por ejemplo la referida a la
publicidad, o el caso más interesante del "estudio mediador" en conflicto con el patrocinio de ambas partes.

Los abogados denuncian algunas infracciones que les molestan: el ejercicio sin título bajo chapa profesional
ajena, la publicidad desmedida y anónima, los empleados judiciales que trabajan en estudios, las graves
violaciones a los derechos del cliente, la falta de aviso al abogado que ha sido reemplazado. Ninguna de ellas
requeriría modificaciones normativas, sino sólo aplicación de la ley.

El otro tema de interés es la señalada falta de información, ya que muchos letrados ignoran lo que se
resuelve al respecto, y aún otros consideran insuficiente que se limite a revistas locales de abogados. Reclaman
información por medios locales que lleguen a todos. Aquí se plantea el conflicto entre la estigmatización del
profesional sancionado, respecto de su futuro trabajo, y la necesidad que la sociedad y los abogados tengan
elementos para evaluar la conducta y la sanción. La pregunta no formulada es si mejorará la imagen de la
profesión a través de esta publicación, o si el mal manejo de los medios llevará a un mayor desprestigio, al
llamar la atención sobre "lo que pasa con los abogados" (con todos), aunque se sancione a algunos.

Por último rescatamos una reflexión generada por los dichos de dos abogados, que van por encima de estos
aspectos: ¿Puede ser el código ético más ético que los intereses que se defienden, que la ética comercial, del
funcionario, del empresario? ¿Cuál es la ética de la sociedad en la que está inserta el abogado? ¿Deben ser las
normas éticas tan flexibles como lo permita la sociedad en la que se vive? No es caso de contestarlo aquí, pero
puede afirmarse un hecho sociológico: si la ética que consta inscripta es muy diversa de la ética que requieren
los negocios y la atención de las causas, seguramente la primera no tendrá todas a su favor, ni contará, entre los
pares, con muchos jueces dispuestos a aplicarla.

XIX. Cómo perciben los abogados globalmente a la sociedad

Era un buen momento, en todas las entrevistas, para pasar del abogado visto desde adentro, a la percepción
que del abogado se tiene en la sociedad. Claro está que en este caso no se trataba de recurrir a los miembros de
la sociedad que opinan sobre lo ajeno, sino a la percepción que los mismos abogados tienen de la visión de
otros.

Se trata de un efecto reflejo. ¿Cómo cree Ud. que nos ven? Ya llegaría un momento posterior en la
investigación, para confrontar estos dichos con la imagen real que tiene la población, fuera de los medios
forenses (13). El tema está relacionado con otro: ¿Hace el abogado lo que tiene que hacer, desde el punto de vista
social? ¿Cumple o incumple sus responsabilidades, más allá de la defensa de causas jurídicas? ¿Tiene realmente
otras responsabilidades como ciudadano, por ser abogado?

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Casi todos los abogados piensan que la profesión está desprestigiada. No encontramos ningún caso que
dijera lo contrario, a lo sumo uno o dos lo relativizaron respecto de otras profesiones, o a la rectitud del
abogado. Pero para casi todos la imagen es negativa. Podría hacerse un catálogo abrumador de términos
disvaliosos con las características que según nuestros abogados la gente les atribuye: pillo, deshonesto, capaz de
cualquier cosa, tramposo, creador de todos los problemas... Chistes, anécdotas, refranes descalificadores,
experiencias personales, son comunes en jóvenes y maduros abogados. Debe ser difícil ejercer la profesión con
tal carga de disvalor propio supuesta en los otros. Pero de acuerdo con la investigación independiente realizada,
la imagen no es tan negativa ni generalizadora como piensan los afectados. El tema pasa probablemente por
muchas causas, y entre todos los testimonios van apareciendo, según lo ven los mismos abogados.

1) Hay causas que los exceden. La primera es vieja. Para la tradición, de cuyo origen no se tiene memoria,
los abogados no son bien vistos. Recuérdese la veda al ingreso de abogados sancionada en nuestra época
colonial. Esta concepción, como todas las fundadas en prejuicios, requiere esfuerzos intelectuales para ser
revisada, que no están al alcance de todos. Muchos, como en cualquier situación en la que es más fácil prejuiciar
que investigar, no tienen motivación ni interés para pensar otra cosa.

2) La segunda parece más cercana. Pagan culpas de legisladores que sancionan leyes oportunistas no
adecuadas a la paz social y de jueces trasnochados con defectos en la sana crítica.

3) Las campañas políticas han aparecido, con razón, como causas agravantes, y el mal manejo por los
medios de comunicación, en busca de escándalos y malas conductas, colabora en gran medida. No es desparejo
esto con el tratamiento de los jueces, ya que en ambos casos los medios generan un prejuicio implícito: "si éste
es así, cómo serán los otros", y la respuesta poco ilustrada es obvia.

4) Pero también es culpable, aunque no surja con precisión, la poca claridad del derecho para los que
carecen de formación jurídica. Lo que no se entiende, se supone, y en todos los niveles se busca alguna
interpretación de lo ocurrido, aunque sea disparatada. Por lo menos conforma a los que han logrado "su"
explicación. Otros ignoran sus "no derechos" y creen que el abogado debe defender sus pretensiones,
cualesquiera sean. De lo contrario, es un ignorante.

5) Lo primero que parece no entenderse es el mismo mecanismo contradictorio del derecho: uno gana y otro
pierde; la imagen del ganador queda atada a la inexorabilidad de sus derechos, la del perdedor a su abogado. A
partir de aquí, la ignorancia pone su cuota: se gana por malicia, connivencia o malas artes, para el perdedor. Se
gana porque se tenía razón, para el ganador. En igual sentido, se pierde un juicio, inexorablemente por culpa del
abogado, ignorante, tonto, comprado o que no supo comprar a su vez al abogado o al juez.

6) También falla el entendimiento social de que el malo también merece defensa. Parece que la regla "cómo
puede defender a ése" está vigente: es una formulación empírica de la máxima "el enemigo no merece justicia".
El que defiende al malvado, sólo puede ser un avenegra. Si esta concepción está enraizada popularmente, sólo
cabe luchar contra ella a partir de la educación. Los abogados, más allá de los prejuicios descalificadores, se
deben al principio.

7) El miedo genera prejuicio tanto como el desconocimiento. "Cosas raras, arreglos poco claros" encubren
en parte el no entender el funcionamiento jurídico. "Diablo y Dios", por no entender que lo que ha ocurrido,
sólo en parte tiene relación con la gestión del letrado, tanto a favor como en contra.

8) Prejuicio, miedo y desconocimiento generan la imagen del "chivo emisario". Esta es una reacción común,
vulgar e histórica cuando no se sabe a quién echarle la culpa. Se opta por el más cercano. A esto alude el
abogado que con precisión se refiere al abogado como "victimario de los clientes que no puede satisfacer". Y es
evidente que en alguna parte de su actividad, cada abogado no ha podido satisfacer a alguno de sus clientes. De
lo contrario, sería todopoderoso. En consecuencia, todo abogado entra en esta posibilidad.

9) Tan cargada de ignorancia, como la idea del abogado como salvoconducto para la situación
encomendada. Sobre esta base de mesianismo, el que no hace milagros queda sin trono.

Los abogados entrevistados no han distinguido entre sectores sociales, tratando de asociar la menor
educación o conocimiento con la mala imagen general (expresión de un prejuicio, como tal, no fundado en la
experiencia amplia sino en la emoción; tema tocado por el abogado que sostiene que se sospecha de corrupto a
quien tiene algo más de poder sobre el llano) y la posibilidad de discriminar a las personas respecto de una tarea
desarrollada por muchos agentes. Para no prejuiciar no basta la educación; se requiere reflexión. Tampoco
aparece la distinción entre personas que han tenido experiencias con abogados y los que opinan desde

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sentimientos o informaciones no confirmados.

9) Lo anterior, en cuanto a las causas que sólo se vinculan con la sociedad y que el abogado no puede
controlar. Otras son propias, y los abogados las han puntualizado: por ejemplo, la asociación ilícita entre
clientes y abogados, el manejo dilatorio a él atribuido.

10) El cliente maltratado por varios abogados, perjudicado dolosa o culposamente por éstos, es otro aspecto
relevante.

11) La imagen del abogado está asociada al conflicto, por formación y por exigencia social. El abogado es el
que pelea, al que se acude cuando los hechos son graves. No hay modelo del abogado como componedor de
conflictos y no generador de él, y esto podría ser la causa de la mejor imagen del contador y del escribano, no
asociados en las ideas populares con el conflicto. La formación mediadora podría cambiar esto, y veremos más
adelante lo que los abogados piensan del tema.

Pero ya sabemos que la beligerancia está en muchos, y esa es la imagen que tienen para sí de la profesión. Si
es la que tienen, no debe extrañar que se la devuelvan, y que no resulte simpático quien es asociado con lucha,
guerra y "torcer el brazo" a otro. Podría en este sentido sostenerse que la defensa a ultranza de una causa genera
muchas veces como consecuencia inevitable, mala imagen (14). Todo esto es, en definitiva, exponente de una
buena parte de los prejuicios de los abogados sobre la sociedad en la que viven: se creen incomprendidos y mal
tratados.
En cuanto a las responsabilidades sociales, las respuestas han ido exclusivamente por dos carriles: la
atención gratuita (que en rigor es tarea profesional, aunque una sola abogada lo puntualizó de ese modo), y el
consejo sano y de orientación cuando se le requiere, además de una vida ética que parece dudosamente
cumplida en muchos casos.

Varios abogados entendieron que no hay responsabilidades sociales, o que no habían pensado en qué podían
consistir. Esto nos pareció más grave. Pero la cantidad de respuestas afirmativas, aunque fueran como
expresiones de deseos, o modelos normativos, no dejan de tener valor. Menos vale creer que no se tiene ninguna
responsabilidad, o jamás haber pensado sobre ello.

Un último comentario. Nos queda la idea formulada por un entrevistado, como central en el tema. Cualquier
cosa el abogado sea o pueda ser, y aún con sus falencias, no hay duda que "si se quiere destruir la sociedad,
puede comenzarse por destruir a los abogados. Eso lo hace más fácil". Una democracia debe contener un grupo
profesional que esté disponible para la defensa de los derechos; si esto no se ve, o no existe, esa democracia es
puramente ficticia o ha dejado de serlo.

XX. La formación por generaciones

Conocemos ya el pensamiento de los abogados sobre las falencias prácticas de la formación universitaria,
que obliga a pasos iniciales azarosos, salvo que una oportuna mano, familiares o ubicación, los encaucen
racionalmente.

El tema es ahora saber si los abogados perciben diferencias de formación entre ellos en razón de edad. No se
hacían muchas precisiones en la pregunta. Apuntaba a una percepción de los mayores respecto de sí mismos y
de los jóvenes, y de estos, respecto de sí mismos y de los mayores. ¿Es mejor la formación antigua que la
moderna? ¿Es igual?

Nuestros criterios de sistematización pasan por distinguir como básico el año de finalización de estudios,
con un corte en los 15 años de egresado, que nos pareció a este efecto, el límite entre la formación actual y la
que puede considerarse anterior. Ese, y la universidad de egreso fueron los únicos criterios utilizados, pero sólo
el primero brindó alguna utilidad. No interesa en el punto dónde ejerce la profesión el abogado, ya que hemos
detectado una gran variabilidad de universidad de origen en todas las localidades visitadas. La distinción entre
universidades no nos ha servido para aclarar tendencias.

De las expresiones sobre este tema se sacan algunas conclusiones. La primera es que la gran mayoría de los
jóvenes (y cuanto más jóvenes más se nota) no reconocen diferencias de formación entre ellos y los mayores, o
las menosprecian fincando en la experiencia, voluntad de estudio o de formación, el secreto de la solvencia
profesional.

En lo primero, más allá de una óptica juvenil que impida la comparación, y el amor propio, sólo cabe

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registrar una cierta carencia de autocrítica, aunque más no fuera como duda sobre la realidad. En lo segundo,
llama la atención que se piense que la formación universitaria es menos importante que la capacitación futura.
Si esto fuera cierto, todo consistiría en estudiar fuera de la Facultad, sin pasar por ella. Pueden interpretarse
estas respuestas como una forma elíptica de reconocer la propia debilidad teórica: no es que sea inferior la
formación, simplemente no tiene importancia porque lo importante es lo que se hace después.
Lamentablemente, no parece que sea así.

No menos llamativa es la respuesta que considera que los jóvenes están mejor formados porque conocen la
legislación actualizada. El modelo universitario del que así opina no pasa por la formación jurídica sino
simplemente por la información legal. Tampoco coincidimos, en el nivel personal, con esa respuesta.

En cuanto a los mayores, la respuesta es obviamente la contraria, en general. Aquí parece haber un mayor
fundamento, aunque más no sea porque los opinantes avalan con variadas anécdotas sus puntos de vista. No
pocos hablaron bastante mal de la formación y vocación de estudio de hijos y sobrinos cercanos.

Los testimonios de abogados mayores van por distintos carriles, aún dentro de la concepción genérica del
"toda educación pasada fue mejor". Una es la consabida y ya analizada carencia de educación y enseñanza
práctica, que no ha variado con el tiempo, y a partir de cuya observación, los abogados antiguos no estaban
mejor capacitados que los actuales. Notamos que para algunos esto resulta crucial, y se olvidan que las
carencias procedimentales --ya que ésta parece ser la falla, no las normas procesales básicas--, no son el centro
de la formación jurídica, sino que lo constituye pensar con lógica jurídica y conocer la legislación básica,
además de otros elementos formativos que sólo algunos han puntualizado (humanista, filosófica, ética,
sociológica).

Otros se han referido especialmente a las carencias formativas jurídicas. Menor calidad en los profesores,
falta de "maestros", menos calidad en los textos (apuntes), cursadas que no agotan la materia, planes
incomprensibles (varios testimonios han atacado de este modo el de la Facultad de Derecho de la Universidad
de Buenos Aires, tema que da para un largo análisis que no puede hacerse aquí). Pero también menor calidad en
la formación general (ortografía, gramática).

El resultado probable de todo esto es abordado por un solo abogado: la necesidad de habilitación para el
ejercicio, que aquí se plantea de acuerdo con las instancias a alcanzar. El tema estuvo presente en algunos
trabajos previos y en las respuestas sobre capacitación de los recién recibidos, pero sólo aquí es mencionada
concretamente. Tema poco apto para generar adhesiones masivas, pero que está en la mente de una creciente
cantidad de profesionales y docentes universitarios.

Por supuesto que toda generalización en este campo es peligrosa. Hay jóvenes que estudian, y mayores que
no se capacitan. Hay nuevos abogados bien formados en teoría y debe recordarse, como lo hace un abogado con
más de 25 años de profesión, que en la década del 60 también se recibían abogados sin mucha formación,
afirmación que, para los que tienen en claro su experiencia estudiantil en esa u otra década, no parece infundada.

XXI. La mediación como alternativa profesional y la situación económica de los abogados

Pasamos a otro tema, que es el efecto que podría tener la simplificación de los juicios en la economía de la
profesión. Bajo este rubro preguntamos si la incentivación de las técnicas de negociación y mediación, los
procedimientos de mediación obligatoria, la efectiva instancia a la conciliación, la limitación a la litigiosidad, y
en suma, la simplificación del procedimiento, afectaría la situación económica de los abogados.

El objetivo es investigar sobre el juicio de los abogados, supuesto a veces y varias veces confirmados en
nuestras entrevistas, según el cual cuanto más largo el juicio mayores son los honorarios, o por lo menos, la
relación entre pleito y garantía de honorarios frente a las tratativas extrajudiciales, de valuación y percepción
incierta.

La pregunta formulada fue: "Si se incentivaran las técnicas de negociación o se simplificara el


procedimiento, ¿empeoraría o mejoraría la situación económica de los abogados?" Se formuló separada en el
tiempo de las otras atinentes al tema (estrategia litigiosa) para confrontar las respuestas con las dadas antes.

No puede obtenerse, de la lectura de estos testimonios, ninguna orientación simple del tipo "abogados
jóvenes a favor, abogados mayores en contra", ni tampoco una orientación vinculada al lugar de residencia (más
o menos conservadores de acuerdo con la sede), o al tipo de ciudad. Además muchos abogados opinaron
condicionalmente, poniendo en su testimonio puntos a favor y en contra. El espectro va desde concepciones

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ampliamente favorables, hasta otras excesivamente conservadoras, pasando por todo tipo de actitudes
intermedias. Frente a tal situación, sólo cabe inventariar los fundamentos a favor y en contra, y las reservas.

Los que opinan no que no tiene efectos negativos o mejorará la situación económica de los abogados lo
fundan en:

1) La tasa de justicia y los costos de iniciación son un obstáculo a la justicia. En este sentido justicia
mediada es justicia más barata.

2) Los honorarios se cobran antes. Aunque no sea todo lo que corresponda a un juicio, se trabaja menos. A
la larga es lo mismo.

3) La pesada burocracia judicial requiere métodos que la limiten. Con jueces burocráticos es mejor la
conciliación.

4) Mejora la calidad de vida del profesional al evitar comprometerlo profesionalmente en tanto litigio y
papeleo inútil, molestias que, por otra parte, nunca cobra íntegramente en sus honorarios.

5) Socialmente, atenuaría los conflictos.

6) Conflictos que no se presentan a la justicia por el costo tendrían solución.

7) En materia de familia es excelente.


8) Mejora la imagen social del abogado.

9) Habrá trabajo para más abogados que hoy no tienen.

Los que tienen dudas, reservas o están en contra se fundan en:

1) Los procedimientos no son malos, sino los que los aplican. Las técnicas de mediación sólo son sustitutos
del mal funcionamiento judicial.

2) Los que demoran son los abogados, con sus actitudes procesales dilatorias y de no molestar al abogado.

3) Copiamos instituciones, sin saber cómo se adaptan a la idiosincrasia nacional.

4) Va a haber menos juicios y más transacciones, y por lo tanto el abogado va a cobrar menos.

5) Los abogados saben cobrar juicios y no saben evaluar su trabajo extrajudicial.

6) El profesional que ama litigar no va a estar cómodo en la estrategia negociadora. Si no acepta un sistema
distinto se va a perjudicar.

7) La gente acepta conciliar y negociar sólo si le conviene. Si no quiere o no puede pagar, no hay mediación
que funcione. Tampoco funciona si no hay buena fe.

8) No se puede legalmente obligar a conciliar, ni mandar a las partes a un psicólogo.

9) Funciona sólo si se protegen por ley las remuneraciones de los abogados y no se permite a otros
profesionales realizar mediaciones.

10) Los abogados de compañías de seguro van a perder: las mediaciones las va a hacer directamente la
compañía.

11) La gente no va a entender que su caso no ha sido juzgado porque fue reemplazado por una mediación
más conveniente, sino que hubo "componenda"; sólo el juez como tercero es un personaje respetado. Aquí no se
respeta a los profesionales.

12) No hay gente capacitada debidamente para la tarea.

13) Ni la remuneración ni el estado de la justicia dependen de este problema. Hay variables generales que
afectan a ambos.

14) Puede haber resistencias: los abogados se oponen a todo lo que creen les pueden reducir los honorarios.

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15) Una tradición como la procesal no puede cambiar de un día para otro. La sociedad cambia lentamente.

Suficientes argumentos en favor y en contra para el análisis teórico y la polémica.

XXII. La percepción de la labor judicial

Estos aspectos de las opiniones de los abogados fueron divididos en varias preguntas separadas, atinentes al
sistema de trabajo, la capacitación de los jueces según niveles, su formación y conocimientos, el perfil de juez
preferido, el trato y las relaciones profesionales o de amistad con jueces o funcionarios.

a. Concurrencia personal a los tribunales

Quisimos saber, en primer lugar, sobre la concurrencia personal a tribunales, sea a audiencias o a realizar la
procuración de sus asuntos. Esto nos daría la pauta del conocimiento directo que los profesionales tienen de lo
que ocurre en el medio forense. Surge como primera conclusión la inexistencia ya acreditada de procuradores
específicos (salvo las esposas como sustitutos, en algunos casos). Pero se trata de abogados en esa tarea. La
mayoría de los letrados concurre a tribunales, por necesidad profesional o personal (técnica de trabajo) o
económica (no puede contratar a alguien).

b. Sistema de trabajo en tribunales

La siguiente pregunta que le formulamos a los abogados fue: "¿Qué opinión tiene Ud. sobre el sistema de
trabajo en tribunales? ¿Debería ser modificado, mantenerse?" Es evidente que las respuestas están muy
asociadas al Departamento Judicial en el que opera el entrevistado, por lo que consideramos en este caso
oportuno consignarlos en tres grandes grupos de acuerdo con la población, como criterio de base.

En el grupo Gran Buenos Aires (San Isidro, San Martín, Morón, Lomas de Zamora, Quilmes), los
profesionales suelen referirse a todo el conurbano bonaerense, ya que conocen su funcionamiento, o por
experiencia directa o por profesionales allegados, y también a la Capital Federal.

Como parece ajustado a la evidencia, las críticas de todo tenor arrecian en los departamentos saturados de
causas, en especial del conurbano. Críticas unánimes recibe la justicia de paz provincial, inidónea y desbordada.
La justicia laboral de la provincia no le va a la zaga, con su mal trato, demoras para las audiencias de vista de
causas, sentencias que no salen, antedatación de resoluciones.

La atención de los empleados, es criticada por la mayoría, en casi todas las jurisdicciones, con pocas
justificaciones, y con alguna aislada excepción de buen trato y dedicación. Los abogados distinguen bien lo que
no puede hacerse por el desborde de causas y trabajo, y el retaceo de la buena voluntad que allanaría la
convivencia forense. Esto los irrita, y se vuelve para muchos, uno de los tragos más amargos del ejercicio actual
de la profesión. Atención en mesas de entradas y demoras resultan, es evidente, verdaderas pesadillas. No
parece exagerado lo que sostiene un abogado, sobre la afectación del derecho de defensa en juicio que genera el
obstáculo de la magnitud de los denunciados sobre las mesas de entradas.

El despacho dilatorio e injustificadamente lento, la costura y otros mecanismos de trabajo del siglo pasado,
no dejan de ser mencionados. Igualmente la falta de seguridad jurídica (el "despacho sorpresa") si la Sala o
tribunal carece de criterios unificados para causas similares. También merecen quejas atinadas la ausencia del
juez como figura de control, como agente directo del proceso (inmediación), y la justicia en manos de
empleados.

Una opinión alude al tema de los horarios reducidos y las ferias extensas, tema polémico y urticante que los
demás han obviado. Y que, sin embargo, atiende intereses corporativos inadmisibles, que alguna vez deberán
revisarse. La falta de tecnología es mencionada como un obstáculo a la obtención de la verdad material (falsos
testigos que no pueden ser confrontados ni descubiertos a partir de actas levantadas por empleados), y la
disponibilidad mayor de recursos de la delincuencia organizada. La informatización es unánimemente
reconocida como una ventaja en ciernes, pero no podemos disimular la significativa queja de algunos abogados
sobre los "excesos de la ejecutividad". Un juicio interminable es un problema muy grave; otro, en el que el juez
pretende resolver todo en pocos días, puede también serlo. Tema poco estudiado en el país, ya que no es
excepcional que ocurra, pero innegable: la justicia fulminante no deja espacio para la negociación.

La demora y el mal trato, son, quién lo duda, una condena. Pero la extraña figura de jueces ultra expeditivos,
que hacen absolutamente todo, que no dejan margen al abogado, que no respetan sus tiempos ni los de la
negociación, que intiman permanentemente de oficio a instar el trámite, ¿son la solución, o constituyen el otro

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extremo que se debe evitar? Nuevo tema para la polémica, y una buena pregunta para introducir el tema
siguiente, referido a la capacitación y a sus carencias.

XXIII. Opiniones sobre capacitación de los jueces para la función que ocupan

Se buscaba una impresión general sobre la formación de los jueces y también una evaluación de las
cualidades necesarias para llegar a serlo, según los abogados. Capacitación puede referir a lo jurídico, pero
también a varias otras habilidades y conocimientos. ¿Están actualizados los abogados como para percibir estas
tendencias, o agotan en el conocimiento jurídico y en la carrera judicial todo lo necesario y suficiente para ser
un buen magistrado?

Las preguntas, específicamente, fueron: "¿Los jueces, en general, están capacitados para su función? ¿Puede
distinguir entre instancias? ¿Le harían falta conocimientos adicionales? ¿Cuáles?" El tema de la selección y
nombramiento de los jueces no estaba directamente incluido, pero una buena cantidad de los entrevistados lo
consideró como una parte necesaria de su respuesta sobre la capacitación.

Al tratarse de situaciones judiciales distintas, en cuanto a la capacitación de los jueces, los abogados han
opinado en general sobre los tribunales que conocían; se exceptúa de esto los del Gran Buenos Aires, más
generalizados en su experiencia, y se acentúa el localismo, como es lógico, cuando nos referimos a centros
judiciales relativamente aislados, cuyos abogados sólo allí litigan.

Notamos una mayor presencia de evaluación de incapacidad (en la totalidad o parcialidad de los jueces) en
los circuitos mayores, en especial del Gran Buenos Aires, y una menor en los más pequeños. Probablemente
porque están más en la mira, o tienen menos trabajo, o porque su número reducido permite a los dedicados y
capaces destacarse claramente, resulta notable la diferencia.

El sistema de nombramientos vigente al tiempo de la requisitoria, cuando no se encontraba integrado el


Consejo de la Magistratura provincial, generó la casi unánime (por no decir unánime) repulsa de los abogados.
Los términos utilizados no pueden ser más duros: "acomodo, sistema farsesco, discrecionalidad, recomendación,
cuña política, camiseta partidaria, vinculaciones, "lealtad política" como resultado. Muchos fincaron en el
Consejo el cambio de estas prácticas, por lo menos, al decir de un abogado, su transformación de la
arbitrariedad en una "discrecionalidad dirigida". Otros se resignaron a que en el nivel de Cámara el acuerdo
político fuera inevitable.

En cuanto al perfil general al que los abogados aspiran, si sumamos todos los atributos, probablemente no
encontremos figuras así no sólo en el mundo jurídico nacional, sino probablemente en el mundo (15). No se
puede dejar de coincidir con la exigente imagen de los jueces deseados, pero puede dudarse que todo se consiga
a través de Escuelas o Consejos de Magistratura. Hay en el modelo fuertes componentes de equilibrio y
madurez de personalidad que no parecen adquirirse en escuela alguna, salvo en la de la vida. Sí, seguramente,
podrían evaluarse relativamente antes de decidir el nombramiento.

A la hora de hablar de los jueces reales y concretos, los abogados han puesto los calificativos que cuadran a
los que conocen. Entre los positivos, encontramos que se reconoce la existencia de jueces capaces, humildes,
con hombría de bien, conocimiento, contracción al trabajo, estudio, seriedad, sentido de justicia,
responsabilidad, atención y presencia. Todo esto no es poco, y llamó la atención la calidez de algunos abogados
al referirse a algunos jueces, el respeto hacia otros y el reconocimiento frente a algunos más. Del mismo modo,
no han ahorrado calificativos respecto de los rasgos negativos que observan en los malos jueces: hacen lo que
quieren, se sienten poderosos y altivos, se exceden en sus atribuciones, les falta equilibrio psicológico, tienen
carencias intelectuales, de dedicación, gerenciales, y más grave aún, de honestidad. Otros presentan desatención,
falta de concurrencia y de compromiso con la tarea.

De todos modos el modelo pasa por litigar ante jueces probos y dedicados, con conocimiento y presencia, lo
que hace la tarea aliviada y digna. Probablemente todos los abogados pretenderían un edén jurídico en el cual el
juez puede, desde controlar personalmente la mesa de entradas, al oficial, hacer sentencias de calidad y recibir a
los letrados y a las partes. Se distingue claramente entre tener siempre razón en el fondo del asunto, que nadie
con experiencia solicita o pretende, y la tarea cotidiana, que es un proceso de comunicación que aparece cortado
y burocratizado, formalizado hasta el extremo de la penuria en las situaciones que mayores quejas ha suscitado.

El balance general es la presencia de fuertes diferencias entre los jueces, a la luz de la experiencia cotidiana
de los abogados. Se presentan como realidades diversas y hasta antagónicas en la concepción del trámite y de la
gestión judicial, lamentablemente regidos por el azar de un sorteo, más allá de la necesaria y no observada

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unificación que debería presidir un sistema jurídico racional. Se habla, no de la negación de razonables
diferencias individuales, sino de la imposibilidad de mantenerse activo en mundos diversos, y algunos,
perversos.

XXIV. ¿Jueces equitativos o jueces ajustados a derecho?

Por último y por encima de la capacitación, se trató de lograr una identificación de flexibilidad o rigidez en
el perfil ideal del juez. Más allá del cuestionamiento desde la iusfilosofía que podría hacerse al planteo de tal
alternativa, la pregunta sobre si se prefería un juez equitativo o ajustado a la ley se mostró útil, al dar materia no
sólo para la elección de una alternativa, sino para su rechazo o para un comentario que nos diera una opinión
sobre la percepción que el abogado tiene de la rigidez del sistema jurídico como sistema sin lagunas o la
necesaria adaptación a la realidad, la justicia del caso particular. Para muchos la pregunta fue conflictiva, y de
allí la cantidad de respuestas relativizadas, lo que nos muestra, de paso, el nivel de razonamiento sobre el
discurso jurídico y su aplicación. Encontramos una única y airada figura dogmática, otros abogados
razonablemente apegados a la ley, y muchos en una posición de flexibilidad. Pero en casi todos, un elevado
nivel de reflexión y crítica.

Esta última pregunta se formuló: "¿Qué perfil de juez prefiere, más ajustado a la ley, más equitativo?", y
creemos que de las respuestas surge algo importante. Los que pretenden un ajuste absoluto y rígido a la ley, algo
así como el modelo iluminista del "juez como boca de la ley", aparecen como minoría. Los abogados más
temerosos de la equidad suelen ser los penalistas, por el necesario marco dogmático del tipo penal. Pero también
aparece la respuesta aguda del abogado que sostiene la dependencia del interés del abogado: el que paga
requiere ajuste a la ley, al que le deben, le favorece la equidad.

No es poco que 29 sobre 53 consideren el valor autónomo de la equidad o su necesaria incorporación como
criterio de interpretación y aplicación de la ley. Observamos en esto un perfil actualizado y sensible
socialmente, que es compatible con las exigencias que marcan al perfil de juez. Es evidente que los abogados,
en su experiencia, notan, en su mayoría, que sin perjuicio de la presencia de la ley como marco, el juez no puede
estar ajeno a los resultados de lo que resuelve, lejos de "mover papeles"(16).

Los defensores del marco legal rígido se basan en la seguridad, en el temor de la separación de la ley bajo
capa de equidad, la extensión del juez que hace lo que quiere, y la falta de posibilidad de predecir su conducta.
Elementos también de gran importancia para tener en cuenta, "aunque el resultado de este ajuste no sea el
mejor", como sostiene un abogado de esta posición. Notamos, por último, que a algunos pocos abogados, les
cuesta pensar que la ley pueda no ser equitativa (17).

XXV. Trato entre abogados y jueces

En el sistema de relaciones entre operadores jurídicos del país, según suponemos de acuerdo con
investigaciones exploratorias previas, e indica la misma experiencia, y al igual que en otros, como el español
(18), la relación entre jueces y abogados dista de ser fluida. Por una cuestión de costumbre, pertenecen a
circuitos culturales diversos, y se pierde la base común de formación. Parece que no han estudiado todos en las
mismas Facultades de derecho, sino que provienen de sistemas educativos diversos. El tema sorprende más
cuando se advierte que falta en nuestro país una escuela de magistratura que pudiera separar el proceso de
aprendizaje desde las épocas universitarias, o inmediatamente posteriores, de modo que justificara tales
diferencias (19).

Nuestra investigación no constituía el momento ni la oportunidad para avanzar sobre los sistemas culturales
de los jueces (20), pero sí era una buena ocasión para investigar si lo expuesto era cierto, por lo menos en la
experiencia de los abogados entrevistados, y a la luz de la opinión de una parte de ese sistema. Es así que nos
propusimos averiguar si existe trato igual (la norma de equiparación entre jueces y abogados, siempre en tela de
juicio), relaciones de amistad, frecuentación; en este caso, tanto con motivo de la tarea común, cómo con fines
sociales. No sabíamos hasta qué punto la despersonalización de la relación burocrática, como un elemento
presente en la relación entre los funcionarios y los usuarios para hacer posible la neutralidad valorativa en el
tratamiento de los asuntos, estaba vigente en todas las jurisdicciones, ni como operaban las relaciones en
comunidades chicas (muchas veces mencionadas como pueblos, por los abogados, aunque técnicamente se
tratara de ciudades). Aquí parecía poco probable el anonimato, el no ser visto, o el no cruzarse con el otro en los
contados centros de interés que pudieran existir.

Por otra parte, interesaba saber la conformidad y la aceptación de los abogados respecto de tal estado de
cosas. Es sabido que un cuestionamiento permanente (en este caso de la distancia social y la despersonalización)
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a la larga puede lograr sus objetivos de atenuarla. Estas eran las últimas preguntas comunes a todos los
entrevistados sobre jueces y sistema judicial, y nos redondeaba el tema concerniente a la jerarquía informal de
posiciones entre jueces y abogados.

Las preguntas fueron: "¿Es tratado como igual de los jueces? ¿Visita jueces y secretarios para plantear
problemas? ¿Tiene amigos o conocidos jueces?" Si hacemos un balance general, se nota que la distancia social
queda confirmada. No se deriva esto de que 15 abogados se han sentido tratados como "no iguales", y otros
tantos como iguales (para 11, varía según el juez a que se refiere), sino porque aun entre los abogados que se
dicen bien tratados, hay una tendencia mayoritaria a "no molestar", "respetar", evitar el "alegato de oreja": 23
menciones de reserva es bastante para pensar que los abogados ven como algo inconveniente hablar con los
jueces. Cuatro reafirman esta idea sosteniendo que en el procedimiento vigente, la comunicación es por escrito.

Dos señalan que los jueces atienden a sus amigos, y esto justificaría la reserva de un tercero, en el sentido
que la relación ideal pasaría por ser "bien conocido pero no buen amigo". Algunos abogados han internalizado
el sistema delegado que nos rige: el secretario y el oficial son los interlocutores que aceptan como válidos, y en
muchos casos han tomado al primero como equivalente del juez. En otros es por necesidad: el juez no los
recibe. En muchos, según lo dicho, es por vocación: el juez no debe recibir, "por eso el expediente es escrito"(21)
.

Algunos que así proceden nos hablaron del respeto a la jerarquía, de la necesidad de no molestar, de hacerlo
"si no encuentro otra salida", o frente a "una cuestión límite". En todos los casos que así se piensa, parece que el
hablar con el juez no es parte de la actividad sino la excepción, la desviación, y por eso se debe usar con
excesiva moderación o preferentemente no usar.

De todo esto puede inferirse una concepción del ejercicio y trato que deriva de nuestro histórico
procedimiento escrito y burocrático, no de la necesidad de preservar la objetividad del juez, o el trabajo de
ambos operadores. Hablar con el juez, plantear problemas jurídicos, ser recibido y advertir errores no es forzar
su voluntad ni su mano. La interacción no trae necesariamente la corrupción; puede acarrear el respeto mutuo.

Es evidente que hay excepciones valiosas (en algunas jurisdicciones menores se ha coincidido en el trato
afable y la política de "despacho abierto") y otras curiosas. Como preferencia, y a pesar del procedimiento
escrito, no parece que el juez al que gusta hablar de derecho con los abogados que lo visitan, obstaculice
seriamente la justicia. Más parece cercano a un trato democrático entre dos partes técnicamente calificadas, que
son igualmente necesarias para que la razonable dilucidación del conflicto sea posible, sin que ninguna sea "la
elite independiente" ni la otra esté constituida por "tipos que piden en el mostrador", según la gráfica expresión
de un entrevistado.

XXVI. Las abogadas y la profesión: discriminación y dificultades

Nuestro último capítulo de las entrevistas se refería exclusivamente a las profesionales. Quisimos averiguar
el sentimiento de discriminación existente, desde los orígenes profesionales a la actualidad, tanto para competir
libremente en la profesión con hombres, como para acceder a cargos o posiciones. Tuvimos variadas respuestas
y algunas sorpresas que vincularon el prejuicio no sólo al género sino a las especialidades (22). Distinguimos
exclusivamente por edad (con corte en 39 años), ya que varias abogadas habían intentado el ejercicio en
distintos lugares de la Provincia de Buenos Aires, en otras provincias, o en la Capital Federal. Sin embargo, si
prestamos atención al ejercicio actual, se nota un mayor prejuicio a medida que el centro poblacional es menor.

No preguntamos a los hombres qué pensaban de las mujeres abogadas. Nos pareció que extendía
excesivamente el contexto de la requisitoria, y hubiera requerido preguntas indirectas, ya que en general entre
personas instruidas hay dificultad en confesar el prejuicio propio por género. Aunque en un caso, el entrevistado
lo manifestó espontáneamente.

Del análisis de los testimonios surge una primera conclusión, resultante del cruce entre la variable "mujer" y
la variable "joven". Si comenzar a ejercer la profesión es difícil (y ya lo sabemos), para las mujeres lo es más: o
porque puede aparecer un abogado mayor, formado en otras épocas, que no acepta coexistir profesionalmente
con mujeres, y las menosprecia o ironiza sobre ellas, o porque se las asocia a roles sexuales prevalecientes, o
porque parece que hay que pagar un precio mayor si alguien es mujer e inexperta que si es hombre e inexperto
(23).

La discriminación verbal está claramente presente: ironización, sonrisas maliciosas, actitudes superiores o
displicentes, chistes sobre las mujeres, se notan aquí y allá. Tema que parece más grave, si cabe, porque excede

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al género y abarca la especialidad, es la aparente presencia de abogados mayores, que desprecian a las abogadas
a través de las ramas que atienden: derecho de familia, derecho previsional: "esas pavadas". Llama la atención
de haber recolectado varios comentarios en este sentido. No parecen casos aislados.

Casos de discriminación concreta, mencionan una buena cantidad de abogadas que recuerdan haber sido
excluidas de cargos por su género y las expectativas asociadas: desde el consabido "preferimos hombres", hasta
el temor al menor compromiso laboral por el embarazo y maternidad, o la atención de roles familiares, (y esto,
curiosamente compartido por hombres y alguna mujer en rol de selectora).

Se nota no sólo de los testimonios, sino que ha sido expresado concretamente, que a menor dimensión del
"pueblo", mayor dificultad de ejercicio asociado a sexo. Las abogadas que mejor han podido superar los
escollos, están ubicadas en centros mayores o del conurbano bonaerense. "Ser abogada, en un pueblo, es difícil",
dice una de ellas. Respecto del conocimiento, aunque también se señalan casos de menosprecio, parece menor.
Sea porque el conocimiento se tiene, o porque se puede hacer valer. Esto significa, con todo, un grado menor de
prejuicio. El carácter femenino no lleva a que se cuestione el interés defendido, ni su resultado, si fue realizado
correctamente.

La limitación producida por los roles familiares, surge con claridad, y obliga a desplegar un esfuerzo mayor
para compensarla. Esto es reconocido por todas como una carga, y por una sola abogada como una necesidad, al
parecer, derivada de la aceptación incondicional de la "naturaleza femenina". Para la que así opina, las "mujeres
no tienen más porque no se esfuerzan" en todos los roles muchas veces contradictorios que la cultura actual les
atribuye. Esta situación surge de habérseles permitido la formación y el desempeño profesional, pero sin
alivianarlas de los roles familiares tradicionales. Doble exigencia que es señalada con claridad por la mayoría,
aunque algunas abogadas no lo perciban, es una discriminación en cuanto los hombres no la poseen (24).

Como resultado, nos queda un panorama de prejuicio negativo contra las mujeres, en los niveles menores
propios de la cultura que nos rige: rechazo verbal (murmuración, ironía, justificación verbal de la "carga" de ser
mujer), clara exclusión de empleos, y cierta discriminación activa de la profesión (áreas vedadas y otras propias,
como el derecho de familia, tratada por algunos como disciplina menor). Si lo medimos exclusivamente con
respecto a sexo y edad, dentro de la cultura común con el discriminante, y nos atenemos a los testimonios, el
panorama no es precisamente alentador: quedan cubiertos todos los grados de rechazo posible contra el grupo
sexual involucrado (25).

La segunda parte de la investigación obtuvo resultados más precisos sobre una parte de los aspectos aquí
presentados y otras opiniones que hacen al contexto de ejercicio actual de la profesión de abogado.
Especial para La Ley. Derechos reservados (ley 11.723).

(1)De los que destacamos a Julio C. Cueto Rúa, Augusto Mario Morello, Alberto Spota, N. Guillermo
Molinelli, y las del ex presidente del Colegio de Abogados de la Provincia de Buenos Aires, el recordado Mario
F. Monacelli Erquiaga.

(2)El informe de investigación en sus dos etapas, el estudio tipológico y un anexo sobre la opinión de la
Población del Gran Buenos Aires sobre los abogados ha sido publicado por la Editorial de la Universidad
Nacional de La Plata, 1997, 2 vols.

(3)Estas ciudades fueron Azul, Bahía Blanca, Balcarce, Baradero, Berazategui, Capital Federal, City Bell,
Chivilcoy, Haedo, Junín, La Matanza, La Plata, Mar del Plata, Mercedes, Morón, Necochea, Pehuajó, Quilmes,
Ramos Mejía, San Andrés de Giles, San Isidro, San Martín, San Nicolás, San Pedro, Tandil, Tres Arroyos y
Trenque Lauquen.

(4)Estas fueron: de Buenos Aires --la mayor representación--, Nacional de La Plata (la que seguía en
importancia), Morón, Lomas de Zamora, Nacional de Mar del Plata, Pontificia Universidad Católica Argentina
(Buenos Aires), del Salvador, de Belgrano, del Litoral, de Córdoba y J. E Kennedy.

(5)Las preguntas eran: "¿Colaboran los abogados más con el cumplimiento de la ley o con el
incumplimiento? ¿Puede distinguirse por generaciones o edades a este respecto?"

(6)Llama la atención que ninguno de los abogados haya pensado en un aspecto que sugirió en parte la
pregunta, y que puede explicarse por el modelo monolítico de orden jurídico aprendido desde la Facultad.
Considerar una jerarquía normativa o axiológica, o incoherencias en el sistema jurídico permitiría una respuesta
en otros términos: no se trataría sólo de "interpretar o hacerle decir a la ley lo que no dice para beneficiar al

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cliente", sino aceptar ciertos principios (por ejemplo constitucionales), y sobre esa base atacar a la ley, o al
decreto, o a cualquier norma jurídica, buscando su derogación, o su no aplicación al caso. Quien defiende a un
evasor impositivo, puede hacerlo sobre la base de considerar inicuo el impuesto, atentatorio contra la libertad de
trabajo, y en definitiva opuesto a intereses jurídicos superiores, justificando de este modo el incumplimiento de
la ley, de esa ley. Actuaría en contra de la ley, en singular, pero no en contra de "la ley" entendida como sistema
jurídico. Muchos abogados pretenden que el incumplimiento de ciertas normas es correcto, porque la conducta
de su cliente se ajusta a otra superior, y esto no viola la ética. Por eso creemos que el marco de las respuestas, si
bien válido en general, soslayó la contradicción entre las normas, la valoración legítima de la existencia de
normas generales o individuales arbitrarias, y la fundamental tarea del abogado para lograr su no aplicación al
caso o su declaración de inconstitucionalidad.

(7)Incluía estudio, conocimiento, investigación, actualización, dedicación, responsabilidad, eficiencia,


flexibilidad, coherencia, constancia, buen trato, moderación, asentamiento, equilibrio, lealtad al cliente,
confiabilidad, y fundamentalmente, sobre todo en comunidades intermedias y pequeñas, la honestidad, "ser
bueno y parecerlo", sobre la base del control informal y el conocimiento mutuo que existe en ellas. Es claro que
estos abogados miden el éxito como "vivir dignamente de su profesión, ser respetado".

(8)Se incluían rasgos de audacia, lucir exitoso, tener vinculaciones, habilidad e influencias políticas, estar
en el bar, salir de noche, ser amigo del gobierno de turno, pariente de poderosos, saberse vender, y renunciar a la
ética, en casos extremos. Aquí el éxito es medido por las casas, los viajes, el dinero, el estudio lujoso, aunque
falte la solidez jurídica.
(9)Las preguntas introductoras fueron: ¿Cuál es su estrategia inicial cuando recibe una demanda para
promover, o para contestar, con tiempo suficiente? ¿Demanda, contesta, llama a la contraparte? Luego, ¿trata de
relacionarse con el contrario, espera audiencias? ¿Cómo y quién define la estrategia de negociación con la
contraria? ¿Aceptaría la concurrencia de contrarios a su estudio, sin la presencia de su propio letrado?

(10)Se trata de dos clases de situaciones: a) Aquellas en las que la demanda o la petición es excesiva o
descabellada, y esto parece ocurrir en ciertos juicios de daños o laborales. b) Aquellas en que el abogado por
defender a su cliente o a sí mismo, ataca personalmente al letrado; parece darse en algunos juicios de daños con
montos elevados o de familia con hechos graves. Los entrevistados han distinguido bien los tipos, al señalar
cuando se han sentido injuriados personalmente.

(11)Estas injurias siempre han tenido por sujetos activos a hombres, en todos los casos. Ninguna de las
abogadas relata un hecho semejante con otras mujeres. En general han ocurrido en edad juvenil de la letrada,
cuando su capacidad de defensa, como reconocen, era mucho menor.

(12)Algunos abogados parecen resignarse a ello. Otros no, y aquí está el numeroso grupo que pide mayor
dureza; no sabemos si tuvieron en cuenta que esa mayor dureza los puede afectar personalmente, o si se
consideran por encima de las infracciones éticas, que inexorablemente atribuyen a otros. Pero parece que si esto
fuera así, la pacífica convivencia forense de la que trataban unos párrafos antes, no sería tal.

(13)La investigación incluyó un estudio sobre la opinión pública de los abogados en la población del Gran
Buenos Aires, realizado por el Seminario de Metodología de la Investigación Social en el Ambito de la Opinión
Pública, Carrera de Sociología de la U.B.A., y dirigida por los Lic. Jorge Vujosevich, Liliana Findling y Diego
Palacios, sobre una muestra de 356 casos.

(14)Nos preguntamos cómo se concilia la necesidad de mejorar la imagen con la publicidad de sanciones
sobre la que tratábamos en puntos anteriores: ¿Creería más la gente en la profesión si rodaran cabezas de
abogados con frecuencia, y se publicara en los medios? ¿Sería mejor un control interno que no se difundiera
sino por la excelencia del desempeño cotidiano, y generara a largo plazo un cambio de imagen? Sin embargo,
nos resistimos a compartir el criterio del abogado para el cual el descrédito está influido por hablar en público
de temas que no deberían ser tratados. Cuando la imagen no es buena, callar las debilidades puede que no sea lo
mejor.

(15)Sin creer que estos rasgos puedan darse en una única persona, no está de más inventariar lo que los
abogados querrían ver en los jueces: independencia económica y política, libertad personal, prudencia, calidad
humana, equilibrio, cultura general, honestidad, habilidad, conciencia social, solidez intelectual. Estos jueces
deberían conocer la realidad, y deberían ostentar además del conocimiento jurídico, otros de psicología,
sociología, filosofía y economía, de acuerdo con su especialidad. Para muchos deberían ser abogados con
ejercicio profesional acreditado (no menos de 10 ó 15 años), como una salvaguarda de que no vivan encerrados

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en su despacho, "moviendo papelitos" y tuvieran en cuenta que analizan y resuelven conflictos humanos.

(16)La realidad y la experiencia, la necesidad de ser menos formalista, alejarse de abstracciones y


tecnicismos, son los elementos más citados en defensa de esta posición. Hablar y discutir más, "comer menos el
libro". Jueces presentes, activos, aunque resulta claro el temor de otros al resultado pretoriano de extremar tal
tendencia. Sin embargo, aparece con claridad.

(17)Ni el marco de la entrevista ni el tiempo daba para una disquisición iusfilosófica, pero estos
entrevistados no parecieron pensar en normas concretas sino en el sistema jurídico total. Si la ley no puede dejar
de ser equitativa, ¿esto significa que todas las normas jurídicas necesariamente lo son? ¿La norma sancionada,
no puede generar más conflicto que el que pretende evitar? ¿No puede haber normas injustas, aberrantes, que
precisamente por ello deban ser rechazadas por los jueces, declaradas inconstitucionales, repugnantes a
principios superiores? Este supuesto no aparece como heterodoxo ni cismático. Sin embargo, en algunos
abogados que consideramos de extremo dogmatismo, no fue siquiera evaluado. Decir que "para que la ley sea
ley, debe ser justa y libre" no resuelve el problema que se plantea cuando la ley no genera ni justicia ni libertad,
y sin embargo es ley y está vigente. Pero nos hemos ido más allá del marco de la investigación. Valga todo esto
para considerar que nuestros abogados, en su mayoría prácticos del derecho (recuérdese que había entre ellos
pocos docentes universitarios, y ninguno de filosofía) no aparecen precisamente mostrando debilidad a la hora
de reflexionar teóricamente sobre los fundamentos últimos de su tarea y de la de los jueces.

(18)Por lo menos en lo que surge de los trabajos de Toharia a partir de "El juez español", Tecnos, Madrid,
1977.

(19)Sobre este tema, remito al análisis efectuado en "La capacitación de los jueces", LA LEY, 1995-A, 745.

(20)Intento iniciado en la investigación cuyos resultados parciales fueron publicados como "La justicia
según los jueces", LA LEY, 1993- A, 1157.

(21)No hay duda que todo esto, venga del sistema, de los jueces, o de los abogados, es contrario a cualquier
fluidez de comunicación. Se confunde para muchos hablar con el juez con el "alegato de oreja", la conducta
inconveniente o éticamente incorrecta. Esto no es necesario; primero porque el juez puede cuidarse de tal
alegato indebido recibiendo a ambos abogados contrarios simultáneamente (tal como es de práctica en la
actividad jurisdiccional norteamericana). De lo que aquí se trata es que algunos abogados plantean la
inconveniencia de la comunicación verbal con el juez, lo que parece erróneo como concepción, en cuanto
refuerza claramente los caracteres burocráticos de los que se han quejado profusamente. Esto mostraría que "lo
debido", no sólo para un lado sino para parte del otro es no tratarse personalmente, sino "por carta".

(22)Las preguntas formuladas fueron cuatro: 1) "¿Ha tenido dificultades en actividad, promoción o trato
profesional, vinculado con el sexo? 2) ¿Ha sentido que alguna vez se menospreció su conocimiento jurídico por
ser mujer? 3) ¿Le ha impedido el ser mujer el acceso a posiciones académicas, políticas, comunitarias, a las que
aspirara? 4) ¿Considera que le ha costado más esfuerzo ejercer la profesión que a hombres ubicados en la misma
posición social?"

(23)Como dijo el juez de uno de los relatos a una abogada que veía dificultado permanentemente su
accionar procesal: "Ud. tiene la contra de ser mujer y de ser joven".

(24)En las pocas opiniones que niegan la discriminación en todo nivel aparecen algunos ataques a las
congéneres por abuso de la "femineidad" y de ser supuestamente más débiles, así como fincan la discriminación
en la conducta propia del discriminado. Esto no resulta una opinión desconocida en la sociología del prejuicio,
ya que en una buena medida miembros del grupo discriminado adoptan los valores del grupo discriminador, uno
de los cuales es atribuir a las características y conductas del marginado la verdadera causa de la marginación.

(25)Otros temas que figuraron en la requisitoria, eliminados de esta presentación por razones de espacio,
apuntaban a la instalación y equipamiento del estudio jurídico, la relación jurídica con el mismo, la inserción
institucional, la vinculación con la actividad universitaria, las jurisdicciones en las que ejercen la profesión, los
tipos de sociedades profesionales, la formación de los abogados por generaciones, los aranceles y el mercado
libre, la acción de los Colegios de Abogados, la matriculación y su monto, el sistema previsional, su costo y la
evaluación de las prestaciones.

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