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KWAME A N T H O N Y APPIAH

La ética de la identidad

con ocim ien to


asladarse de! campo de la obligación moral al da la roalixadón ótica, la, reírf '
¡s filosofo:-; i acu le mu:, lia rei ornado a cuestiones que absorbieron la ai:--.
:s mingues: la cuestión acerca da qué vida deberíamos llevar y de cónu) un.: -
vivida debe cor algo mas que una vida que satisfaga mmstras preferencias ■.
pie lomamos en serio estos interrogantes, nos vemos obJkp-idos a reconoc-m-
lenniniciitas con que construimos nuestras vidrie imbuyen muchas forma-
líos recursos provistos por la sociedad: mitre ellos, el más obvio os el ¡hiic.c ■
también hay otras incontables instituciones privadas y públicas. I.o qu-,
liado ser especialmente complejo, sin embargo, es el intento de dar cumia.
formas sociales que ahora llamamos identidades: géneros y orientan-^:
ales, etnias y nacionalidades, profesiones y vocaciones. Esa es justameim.
i que Kwame Anthony Appiah emprende en esta obra, que {Darte de la alinea; ;
n la cual, en tiempos en los que el discurso sobre la identidad puede sen x
i "moda", las cuestiones que presenta ose discurso no son en absoluto ajena ;
in más alto do la filosofía política: el controvertido dominio de la "autonomó
leliates en torno de la ciudadanía y la identidad, el papel que
Kwame Anthony Appiah
La ética de la identidad

Del mismo autor Traducido por Lilia Mosconi

In my fathers house: Africa in the philosophy of culture, Nueva York, 1993


Color consáous. The política! moraüty of race (en colaboración
con Amy Gutmann), Princeton, 1998
Thinking it through: An introáuction to contemporary philosophy,
Nueva York, 2003
Cosmopolitanism: Ethics in a world of strangers, Nueva York (edición
española en preparación por Katz Editores)

conocimiento
t o o 3/
A y

Appiah, Kwame Anthony índice


La ética de la identidad - la ed. - Buenos Aires : Katz,
2007 .
404 p .; 23 x 15 cm.
Traducido por: Lilia Mosconi

ISBN 978 - 987-1283-36-1


1. Identidad Cultural. 1. Mosconi, Lilia, trad. 11. Título
CDD 306

Primera edición, 2007

© Katz Editores
Sinclair 2949 , 52 B
9 Agradecimientos
1425, Buenos Aires
www.katzeditores.com J3 Prefacio

Título de la edición original: The Ethics o í identity 2-5 i. 1.a ética de la individualidad
© 2005 by Princeton University Press
75 2. La autonomía y sus críticos
111 3 - Las exigencias de la identidad
ISBN Argentina: 978 - 987 -1283-36-1
ISBN España: 978 - 84 - 935432-4-2 179 4. El problema con la cultura
233 5. La formación del alma
El contenido intelectual de esta obra se encuentra 309 6 . El cosmopolitismo arraigado
protegido por diversas leyes y tratados internacionales
que prohíben la reproducción íntegra o extractada, 385 índice analítico
realizada por cualquier procedimiento, que no cuente
con la autorización expresa del editor.

Diseño de colección: tholón kunst


Impreso en la Argentina por Latingráfica S. R. L.

Hacho el depósito que marca La ley 11.723 .


Agradecimientos

He debatido sobre la ética de la identidad con estudiantes y colegas de


muchos campos del saber: de la antropología, los estudios literarios, la his­
toria, el derecho, la sociología, las ciencias políticas y, claro está, la filoso­
fía. Y estas conversaciones se han desarrollado en tres continentes. Así, he
tenido el privilegio de aprender de las reacciones (¡no todas ellas amiga­
bles!) provocadas por mis conferencias en lugares tan diversos como Basilea,
Berkeley, Berlín, Cambridge, Ciudad del Cabo, Frankfurt, Londres, Nueva
York, Oxford, París y Río de Janeiro, así com o en auditorios universita­
rios de diversas partes de los Estados Unidos. Pido disculpas por no recor­
dar todos los nombres y todas las ocasiones (en gran parte, no me cabe
duda, porque m uchos de los que agilizaron mi pensam iento hicieron
contribuciones que yo no absorbí hasta mucho tiempo después de nues­
tras conversaciones); de manera que, en lugar de intentar la reconstruc­
ción dé una lista necesariamente incompleta de las ocasiones que recuerdo,
me veo obligado a rogar a quienes me brindaron sus enseñanzas que se
reconozcan ellos mismos en este agradecimiento general. De más está decir
que también aprendí mucho de la extensa bibliografía que consulté, y he
intentado dejar un registro de esas deudas específicas en las notas al pie.
Sin embargo, recuerdo conversaciones especialmente valiosas que man­
tuve a lo largo de los años -algunas breves, otras más prolongadas- con
Elizabeth Anderson, Susan Babbitt, Richard Bernsteín, H om i Bhabha,
Jacquie Bhabha, Vincent Crapanzano, Ronald Dworkin, Am y Gutmann,
David Hollinger, M ark Johnston, Tom Kelly, Philip Kitcher, M ahm ood
M am dani, Tom Nagel, Alexander Nehamas, Robert N ozick, Martha
Nussbaum, Susan Moller Okin, Lucius Outlaw, Philip Pettit, David Rieíf,
Tim Scanlon, Amartya Sen, Jesse Sheidlower, Tommy Shelby, Robert Silvers
y Charles Taylor. Durante gran parte de la década de 1990 fui miembro
del grupo de lectura “ Pentimento”, de Cambridge, Massachusetts (así bau-
10 I LA ÉTIC A DE LA I DEN TI DAD AG R A DE C I MI E N T OS I 11

tizado en honor del café donde alguna vez nos conocimos), que incluyó en M i penúltimo agradecimiento es para el Departamento de Filosofía de la
muchas oportunidades a Larry Blum, Jorge García, Martha Minow, David Universidad de Buffalo, su ny, cuyos miembros m e permitieron expresar
Wilkins y David Wong, entre otros, cuyas enseñanzas han sido muy valio­ la primera versión de todo el argumento de este libro en las Conferencias
sas. También me resultaron de gran ayuda las preguntas planteadas por George F. Hourani de 2004.
numerosos interpelantes en un seminario de la Facultad de Derecho de la Creo que la mejor manera de pensar las ideas no es atribuir su propie­
Universidad de Nueva York, dirigido por Ronnie Dworkin y Tom Nagel dad, o incluso su origen, a los individuos; sin duda, muchos de mis ins­
en el otoño de 1997, y los aportes de diversas personas en dos Conferencias piradores me comunicaron pensamientos iniciados por otras personas,
Tanner que di en la u c San Diego, en 1994, y en Cambridge, Inglaterra, en de la misma manera que lo hago yo aquí. Sin embargo, si hay algo que
2001. No cabe duda de que mi deuda intelectual (y personal) más antigua un individuo sí puede hacer es originar formulaciones de ideas, un estilo
es la que tengo con Skip Gates, quien brindó su amistad a un estudiante para expresarlas, una senda que atraviese determinados temas: ése es el
de filosofía de Cambridge, hace ya un cuarto de siglo, y lo persuadió de que significado de la verdadera autoría de un libro. Y ni siquiera en ese sen­
se interesara por problemas que iban más allá de los fundamentos de la tido puedo adjudicarme la completa autoría de este libro, ya que cada una
semántica probabilística. Mientras terminaba este libro, me resultó muy de sus páginas fue influida por la miríada de prudentes comentarios, con­
beneficiosa la relación académica que he mantenido con Chris Eisgruber, tribuciones y críticas de m i compañero Henry Finder. El nombre que figura
Steve Macedo, Josh Ober y Peter Singer, del Center for Human Valúes, de en la portada es el mío, y asumo la responsabilidad por el libro y su con­
Princeton, y los debates desarrollados en el Centro con los estudiantes gra­ tenido, pero creo que esta obra nos pertenece a ambos en el m ism o sen­
duados y los colegas visitantes: en el transcurso de nuestros seminarios casi tido en que M ili afirm aba que Sobre la libertad era una coproducción
semanales adquirí nuevas percepciones que me fueron de gran utilidad. con Harriet Taylor. (La com paración finaliza aquí: ¡pero los gatos pue­
Entre los estudiantes, tengo una deuda especial con los miembros de dos den contemplar a los reyes!) Harriet Tylor no llegó a ver el libro publi­
seminarios de la Facultad de Derecho de la Universidad de Nueva York, cado, de manera que no podem os saber si ella habría aceptado la
donde comencé a pensar y escribir más específicamente acerca de la indi­ aseveración de Mili respecto de su trabajo en común. En su generosidad,
vidualidad durante el otoño de 1998; con los alum nos de la carrera de Henry insiste en que su asistencia fue meramente editorial. Pero yo sé que,
Estudios Afroamericanos de Harvard, con quienes debatí sobre cuestiones de no ser por su intervención, mi nom bre figuraría en un libro muy dife­
de identidad entre 1991 y 2002; con un seminario de graduados sobre “neu­ rente y muy inferior. Si le hubiera dedicado este libro en latín, habría tenido
tralidad”, que tuvo lugar en Princeton, en la primavera de 2002, y con dos que debatir con él para ver si ponía su nombre en dativo (“a” o “para”, tal
camadas de alumnos de primer año de Princeton, que llenaron de vitali­ como me enseñaron) o en ablativo (“por”,“con” o “de” ). Sin duda, resulta
dad un seminario sobre “la individualidad como ideal”, desarrollado durante muy apropiado que un libro que insiste en la posibilidad de expresar la
los otoños de 2002 y 2003. individualidad en proyectos profundamente compartidos sea la expresión
U n borrador casi final de este libro recibió comentarios m uy útiles de práctica de lo que predica.
m i colega Chris Eisgruber, cuyos profundos conocimientos sobre las leyes
y su prolongado interés en cuestiones religiosas y constitucionales me ayu­
daron enormemente, y de tres lectores de la Princeton University Press.
Dos de ellos m e han solicitado permanecer anónimos, por lo cual me veo
obligado a agradecerles sin nombrarlos; sin embargo, me complazco en
agradecer públicamente al tercero, Jacob Levy, en especial porque sus ati­
nados comentarios constituyeron una mezcla de corrección y estímulo.
También querría agradecer a otras personas de la Princeton University
Press: a Ian M alcolm , por organizar a estos evaluadores y ayudarme a
pensar cómo responderles; a Lauren Lepow, m i cordial correctora edito­
rial, y a Frank M ahood, quien llevó a cabo el elegante diseño de este libro.
Prefacio

En el debate filosófico contemporáneo del mundo angloparlante existe un


amplio consenso respecto de los rasgos generales y la historia de la tradi­
ción política liberal. Es convencional, por ejemplo, presuponer que esta
tradición debe mucho al concepto de Locke de tolerancia religiosa y a su
teoría de la propiedad; que el lenguaje de la igualdad humana y los dere­
chos humanos, desarrollado en el transcurso de las revoluciones francesa
y estadounidense, es central en el patrimonio de esta tradición; que es natu­
ral que un liberal hable de dignidad humana y presuponga que ésta es (cefe-
rts paribus, como de costumbre) una posesión que corresponde por igual
a todo ser humano. Suele darse por sentado que la tradición liberal es, desde
el punto de vista ético, individualista (en el sentido en que da por supuesto
que, en última instancia, todo lo que es moralmente importan te es im por­
tante porque afecta a los individuos), de manera que si las naciones o las
comunidades religiosas o las familias son importantes, son importantes
porque son significativas para las personas que las componen.1 Quizás haya­
mos aprendido a considerar que esos elementos centrales de la tradición
liberal son materia de controversia: de m odo que, para decirlo de una
manera burda, los liberales no son personas que están de acuerdo respecto

i Creo que es un acontecimiento algo desafortunado que el término


“individualismo”, que tiene, en el uso corriente, un tufillo a insociabili dad, haya
pasado a ser la denominación técnica que se usa en filosofía para referirse a esta
posición. En consecuencia, quizá valga la pena decir ya desde el comienzo que este
tipo de individualismo es la base de un interés extensivo por los demás. (Después
de todo, si los individuos son importantes, se sigue que es importante lo que se les
hace.) El hecho de que exista una aceptación amplia de algún tipo de individualismo
se refleja en la generalización de los intentos de mostrar por qué el Estado es
recomendable para los individuos en un “estado natural”. (No expongo esta idea a
modo de formulación precisa; la precisión requeriría un análisis adicional para
determinar, por ejemplo, qué significa decir que algo es importante.)
14 I I A ÉTICA DE LA I DEN TI DAD P RE F AC I O I 15

del significado de la dignidad, la libertad, la igualdad, la individualidad, la Así, es posible que el lector intente identificar el liberalismo con tradi­
tolerancia y todo el resto, sino que, más exactamente, son personas que ciones prácticas y no con corrientes de pensamiento. Si en lugar de apro­
debaten acerca de la importancia que tienen esos conceptos para la vida ximarse a la cuestión por el lado de las ideas la aborda por el lado de los
política. Es decir, quizás hayamos aprendido que la tradición liberal -al hechos, podría dirigir la atención hacia el desarrollo -a lo largo de los últi­
igual que todas las tradiciones intelectuales-, más que un cuerpo doctri­ mos siglos, pero especialmente a partir de las revoluciones estadouni­
nario, es un conjunto de debates. Aun así, existe un consenso amplio res­ dense y francesa- de una nueva forma de vida política. Esta forma de vtda
pecto de la existencia de tal tradición. se ve expresada en determinadas instituciones políticas: entre ellas, los
De hecho, es interesante preguntarse si es posible identificar una tradi­ gobiernos electos en lugar de hereditarios y, en líneas más generales, en una
ción de pensamiento que incluya esos elementos; y ésta es, por supuesto, suerte de apelación al consenso de los gobernados, pero también en las limi­
una pregunta cuya respuesta requeriría una seria investigación histórica. taciones impuestas al poder de los que gobiernan -in cluso de los que lo
Sospecho que si se emprendiera tal investigación, los antecedentes intelec­ hacen en nombre de una m ayoría-, expresadas en un sistema legal que
tuales de Mili, de Hobhouse, de Berlín o de Rawls resultarían más polifa­ respeta ciertos derechos fundamentales. Estos derechos civiles o políticos
céticos que singulares, y lo que hoy llamamos “tradición liberal” aparecería abren una correspondiente esfera de libertades para los ciudadanos, entre
menos como un cuerpo de ideas desarrollado a lo largo del tiempo y más las que se incluyen la libertad de expresión política y la libertad de culto.
com o una colección de fuentes e interpretaciones de fuentes que, en una De más está decir que cada uno de esos elementos puede aparecer sin los
mirada retrospectiva, nos resultan útiles para articular una influyente visión demás: en Europa hubo repúblicas desde tiempos tan lejanos como los de
filosófica de la política: otro ejemplo del búho de Minerva que levanta Atenas; los primeros emperadores germanos fueron electos3y en Inglaterra,
vuelo al declinar el día. Una razón -superficial, quizá, pero que me ha
impresionado— para pensar que el liberalismo es una creación retrospec­
tiva es que el uso de la palabra “liberalismo” como nombre de una escuela Hacen gran progreso en nuestras ideas liberales
política es un desarrollo decimonónico; no aparece en ninguna parte de mis utilitaristas,
mis muchas clases de “ -islas”
los escritos de Locke o de los Padres Fundadores norteamericanos, sin los
y toda suerte de “arios”,
cuales la historia del liberalismo que contamos hoy en día sufriría una mi toda suerte de “ -ales"
merma considerable.2 y mis Prigs y mis Whígs
que son muy retorcidos,
formados como es debido.
2 El primer partido político que usó el término “liberal” fue el de los Liberales de la Padre, sé que los dejarás
España de principios del siglo xix. Hacía 1827, Robert Southey usa la palabra en llegar alto y bajo,
inglés para describir las posiciones políticas en “The devil’s walk”, cuyas estrofas a sabios y tontos, grandes y pequeños
28 y 29 (donde aparece ia voz de las “hijas” de Satán) dicen lo siguiente: hijos de la Marcha del Intelecto.

¡Oh, gran Cosmócrata! No pensará [Traducción propia, N. de la T.]


que pierdo el tiempo con sandeces; Véase la edición de hipertexto en http//www.rc.umd.edu/edidons/shelley/
en las llamas muchos hierros enrojecen devil/id wcover.html.
y no debemos dejarlos enfriar; 3 Esas elecciones, por supuesto, eran realizadas por un “electorado” reducido de
sabrá, Señor, que aquí mantenemos gobernantes de pueblos, estados y otras unidades del Reich. Pero también las
muchos estadistas bajo mi gobierno. primeras elecciones estadounidenses se llevaron a cabo mediante un sufragio
Cuando mis nociones liberales decididamente limitado. Si la democracia significa un sistema electoral con el
producen movimientos maliciosos, sufragio de todos los adultos, entonces no ha llegado temprano a la práctica
hay muchos hombres que son muy juiciosos liberal. En efecto, los liberales más importantes eran escépticos respecto de ia
en ambas cámaras del Parlamento, democracia. En Sobre la libertad, Mili (quien, en Consideraciones sobre el gobierno
en quienes yo encontraré un instrumento; representativo, propone un sistema de “voto plural”, en el que los votos con mayor
y también tengo alumnos provechosos, peso corresponderían a los más instruidos) expresa su preocupación respecto de
que mientras tanto están aprendiendo. la tiranía de la mayoría; y, claro está, la Constitución estadounidense no era
1 6 | I A ÉTIC A DE LA I DEN TI DAD PR EF ACI O I 17

la libertad de prensa y la tolerancia religiosa se desarrollaron en el marco mismo” o la deontología, lejos de considerarse parte de la tradición libe­
de una monarquía. Entonces, lo que caracteriza el comienzo del libera­ ral, se sienten hostiles a ella. Permitir que el “ liberalismo” absorba a muchos
lismo parece ser una combinación de instituciones políticas: constitucio­ de sus adversarios ostensibles puede invitar a que se le levanten cargos de
nes, derechos, elecciones y resguardos de la propiedad privada. En el siglo imperialismo léxico. Pero al menos prevendrá esas trilladas discusiones
xx, tanto en Europa como en América del Norte, estos elementos se com ­ acerca de si tal o cual posición supuestamente liberal es o no es en reali­
plementaron con un interés público en la salvaguarda de ciertas condi­ dad liberal. Tales discusiones suelen ser esclarecedoras cuando abordan
ciones mínimas de bienestar para todos los ciudadanos. contenidos, pero no lo son, creo, cuando su objeto es una palabra.
Aun así, hablar de hechos no nos protegerá de la perplejidad que oca­ Pero entonces, ¿por qué habríamos de montar ese corcel derrengado,
sionan los principios, y no llegaremos muy lejos en el intento de trazar un agobiado por el lastre de su polifacético bagaje semántico? Es una buena
límite entre ambos enfoques. Porque las teorías políticas no se asemejan a pregunta. Yo debería admitir que en algún momento abrigué la esperanza
las teorías de la mecánica celestial: en el campo de la política, las teorías de ser capaz de escribir este libro sin recurrir a ella. El hecho de que no haya
tienen una tendencia a transformarse en parte de su objeto. Si hay una llegado muy lejos es un recordatorio de que todos nuestros conceptos polí­
forma de vida liberal, no sólo se ha caracterizado siempre por la existen­ ticos se han deteriorado por obra de la historia; hablar de autonomía o de
cia de determinadas instituciones sino también por una retórica, un cuerpo tolerancia o de dignidad es sumarse a una conversación que comenzó
de ideas y de argumentos. Cuando los colonizadores norteamericanos decla­ mucho tiempo antes de que llegáramos a ella y continuará durante mucho
raron que sus derechos inalienables a la vida, la libertad y la búsqueda de tiempo después de que la hayamos dejado. Los problemas que exploraré
la felicidad eran “evidentes”, lo que procuraban era hacer que ello suce­ en este libro han surgido a instancias de todos los que estamos firmemente
diera. Sin embargo, es posible que un énfasis colocado en las prácticas y no convencidos de que ciertos valores, que los filósofos angloparlantes han
en los principios ayude a mostrar, justamente, cuán heterogéneos pueden asociado a la palabra “liberal”, son importantes para la vida que llevamos
ser esos principios. Por ejemplo, los historiadores han debatido acerca de y para la política que deseamos plasmar. Al mismo tiempo, los problemas
la importancia que tenía el republicanismo clásico -un a política que tiene que me propongo analizar son significativos, sea o no “ liberalismo” el nom­
sus cim ientos en los ideales de la ciudadanía más que en nociones de bre apropiado para el proyecto en cuyo marco se suscitan. De hecho, guardo
derechos individuales-para los fundadores del sistema político norteame­ la esperanza de persuadir al lector de que tales cuestiones son significati­
ricano. Pero una vez que se acepta que la democracia liberal se ha confor­ vas aun en el caso en que, mirabile dictu, éste no se halle dispuesto en lo
mado en torno del discurso de las virtudes cívicas además del de los más mínimo a considerarse liberal.
derechos, nada impediría llegar a la conclusión de que el liberalismo absorbe
ambas tradiciones, supuestamente rivales. El liberalismo, tomado en este Permítaseme esbozar una situación donde surgen los problemas sobre los
sentido vago y extremadamente amplio, abarca no sólo a casi todos los que me propongo hablar. Todos tenemos una vida para vivir y, si bien exis­
miembros de casi todos los partidos mayoritarios de Europa y América ten muchas restricciones morales respecto de la manera en que lo hace­
del Norte, sino también a teóricos que, al criticar, por ejemplo, el “ato- mos -entre las cuales se destacan las que derivan de nuestras obligaciones
hacia otras personas-, esas restricciones no determinan qué vida en par­
ticular debemos vivir. Por ejemplo, no debemos vivir una vida de cruel­
democrática, porque no otorgaba el voto a todos los ciudadanos adultos. (Podría
dad y deshonestidad, pero hay una gran variedad de vidas que pueden
decirse que este proceso sólo se completó cuando la edad para votar se bajó
a 18 años, lo que ocurrió hace menos de medio siglo.) Pero no es mi intención vivirse sin esos vicios. También hay restricciones respecto de cómo pode­
expresar escepticismo respecto de la democracia en este sentido, ni sugerir que no mos vivir que derivan de nuestras circunstancias históricas y de nuestros
se desprende de las ideas centrales del liberalismo. El respeto por los demás como recursos físicos y mentales: nací en la familia equivocada si quiero ser un
libres o iguales requiere un medio para expresar la igualdad política mediante el jefe yoruba, y con el cuerpo equivocado para la maternidad; so y demasiado
otorgamiento a todos los ciudadanos de los mismos instrumentos de elección del
bajo para llegar a ser un exitoso jugador de baloncesto y no tengo dotes su­
gobierno. Finalmente, la tradición liberal alumbrará algo parecido a la
democracia. Lo único que quiero destacar es que resulta necesario debatir acerca ficientes para ser concertista de piano. Pero aun después de haber tomado
del vínculo entre liberalismo y democracia. en cuenta estas circunstancias, sabemos que cada vida hum ana comienza
18 I LA É l / C A DE LA I DE NT I DA D PREFACIO [ 19

con muchas posibilidades. Algunas personas tienen un espectro más amplio debemos unos a otros”- y una “moral en el sentido más amplio”, que implica
y más interesante que otras. En una oportunidad, mantuve una conver­ cosas como ser buen padre o buen amigo, o esforzarse para alcanzar altos
sación con Jacques M onod -prem io Nobel y uno de los padres de la bio ­ estándares en la profesión. Y, de manera similar, Bernard W illiams identi­
logía molecular-, quien me dijo que en cierto momento de su vida se había ficó la moral como un “sistema más restringido” -d e hecho, en su opinión,
visto obligado a elegir entre las posibilidades de ser (si mal no recuerdo) una “institución peculiar”- dentro de la tradición más amplia de lo que
concertista de violonchelo, filósofo o científico. Pero todo el m undo, a llamamos ética. Por otro lado, esta institución básica, y los problemas de
medida que moldea su vida, tiene que tomar - o debería tener que tom ar- nomenclatura que presenta, no son precisamente una novedad. En la década
diversas decisiones. Y para una persona de temperamento liberal, esas de 1930, los traductores al inglés de Las dos fuentes de la moral y de la reli­
elecciones corren por cuenta de la persona de cuya vida se trata. gión, de Henri Bergson, advirtieron a los lectores, como “ una cuestión de
De aquí se desprenden al menos dos cosas. En primer lugar, la medida suma importancia”, que habían usado la palabra morality (“ moral” ) para
de m i vida, el parámetro según el cual debe juzgarse el mayor o menor éxito traducir “morale” que en francés tiene un sentido más amplio que en inglés,
alcanzado, depende, aunque sea en parte, de las metas que yo mismo me ya que abarca tanto la moral como la ética. Y la insistencia acerca de tal dis­
he propuesto. En segundo lugar, la forma que adquiere mi vida es asunto tinción puede remontarse también hasta filósofos anteriores: Hegel sin
mío (a condición de que yo haya cumplido con mis obligaciones respecto duda, e incluso sus predecesores. Podría suponerse que la m oral es, en
de los demás), incluso en el caso de que la vida que llevo no sea la mejor este sentido restringido, una invención de los filósofos; podría echársele
posible. No hay duda de que todos nosotros podríamos llevar vidas m ejo­ la culpa a Kant, o considerarse que se trata de una excrecencia de la tole­
res que las que llevamos, pero ésa no es una razón para que los demás rancia liberal. Pero yo creo que Williams está en lo cierto cuando insiste en
intenten obligarnos a hacerlo. Los amigos considerados, los sabios bené­ que, por el contrario, la moral es “el punto de vista o, incoherentemente,
volos y los parientes preocupados por nosotros harán bien en ofrecernos parte del punto de vista de casi todos nosotros”. Com o hem os visto, no hay
ayuda y consejos respecto de cóm o proceder. Pero si han de ser justos, una convención establecida que determine cóm o marcar la distinción o,
deberá ser ayuda - y no coerción- lo que nos ofrezcan. Y si la coerción es de hecho, qué distinguiría esa distinción. Sin embargo, en líneas genera­
incorrecta en estas circunstancias privadas, también lo será si la ejercen los les, me parece conveniente seguir la estipulación léxica de Ronald Dworkin,
gobiernos cuyo interés está depositado en la perfección de sus ciudadanos. según la cual la ética “incluye convicciones acerca de qué tipos de vida
Esto es lo que significa decir que -u n a vez que he cumplido con mis debe­ son buenos o malos para una persona, y la moral incluye principios acerca
res- la configuración de mi vida es asunto mío. El concepto de individua­ de cómo una persona debería tratar a las demás”.4
lidad que nos enseña M ili es una de las maneras de describir esta tarea;
sin embargo, ese concepto no tiene lugar en un vacío, sino que, más bien,
se configura a partir de las formas sociales disponibles. Y puede implicar
obligaciones que parecen ir más allá de mis empresas voluntarias, y más 4 T. M. Scanlon, What we owe to each other, Cambridge, Harvard Universíty Press,
allá de los requerimientos básicos que impone la moral. 1998, p. 172 [trad. esp.: Lo que nos debemos unos a otros, Barcelona, Paidós, 2003];
Bernard Williams, Ethics and the limits o f philosophy, Cambridge, Harvard
Puedo dar por supuesto que lo que he dicho hasta ahora es bastante
Universíty Press, pp. 6 y 174 [trad. esp.: La ética y los límites de ¡a filosofía, Caracas,
poco objetable: una recitación de sentido común, incluso entre los miem­ Monte Ávila Editores, 1991, pp. 21 y 22i];“Traaslator's Preface”,e n Henri Bergson,
bros de m i clan académico. El hecho de que sea sentido común refleja cam­ The two sources of morality and religión, traducido a) inglés por R. Ashley Audra
bios importantes en el clima de la reflexión metaética que se ha llevado a y Cloudesley Brereton, con la asistencia de W. Horsfall Cárter, Nueva York,
Doubleday, 1935; Ronald Dworkin, Sovereign virtuc: the theory andpractice of
cabo durante las últimas décadas. En particular, nosotros, los filósofos
equality, Cambridge, Harvard Universíty Press, 2000, p. 485, n. 1 [trad. esp.: Virtud
-cualquiera sea la posición que tomemos respecto del “pluralismo de valo­ soberana. La teoría y la práctica de la igualdad, Barcelona, Paidós, 2003). Hay
res” o del “realismo m oral”- hemos tomado cada vez más conciencia de semejanzas entre esta posición y la distinción kantiana entre Rechtspflichten y
que la obligación moral sólo representa un subconjunto de nuestras preo­ Tugendpflichten o, en otros lugares, entre officia perfecta y officia imperfecta. Sin
embargo, nótese que la definición de Dworkin permite que lo ético incluya lo
cupaciones normativas. Es exactamente en este espíritu que T. M. Scanlon
moral. Lo mejor podría ser llevar una vida en la que uno trate a los demás como
ha distinguido entre una moral troncal -m oral en el sentido de lo que “nos los demás deberían ser tratados.
20 | [A ÉTICA DE LA I DEN TI DAD PR E F A C I O I 2 1

AI trasladarse del campo de la obligación moral al de la realización ética, muy general). Pero, por supuesto, muchos de los teóricos que se han ocu­
la reflexión de los filósofos modernos ha retornado a preguntas que absor­ pado de esos problemas se inclinan a verlos como un desafío al liberalismo.
bieron la atención de los antiguos: preguntas acerca de qué vida deberíamos Les preocupa que el liberalismo nos haya mostrado una imagen del mundo
llevar, que definen una vida bien vivida como algo más que una vida que que omite demasiados aspectos. Que los fundadores del canon liberal, tal
satisface nuestras preferencias. Una vez que tomamos en serio estos interro­ como lo hemos conformado, no se hayan percatado de las diferencias entre
gantes, nos vemos obligados a reconocer que las herramientas con que cons­ las formas de vida, o simplemente no se hayan interesado por ellas. En espe­
truimos nuestras vidas incluyen muchas formas y muchos recursos provistos cial, se nos ha instado a que desconfiemos del hábito de la abstracción:
por la sociedad: entre ellos, el más obvio es el lenguaje, pero también hay del discurso que, por carecer de declinaciones para los individuos, no se
otras incontables instituciones privadas y públicas. Lo que ha resultado ser refiere a seres singulares y situados. Así, se ha afirmado a veces que John
especialmente enojoso, sin embargo, es el intento de dar cuenta de esas for­ Locke y los otros teóricos fundadores de lo que podría llamarse “dem ocra­
mas sociales que ahora llamamos identidades: géneros y orientaciones sexua­ cia liberal” vivían en un m undo caracterizado por la homogeneidad, que
les, etnias y nacionalidades, profesiones y vocaciones. Las identidades hacen sus nociones no eran apropiadas para nuestra modernidad multiética.
redamos éticos porque - y esto no es más que un hecho del mundo que nos­ Ahora bien, puede aprenderse mucho del enfrentamiento contemporáneo
otros, los seres humanos, hemos creado- llevamos nuestra vida como hom­ entre “ excluyentes” e “incluyentes” : existe algo así com o la claridad del
bres y como mujeres, como homosexuales y como heterosexuales, como campo de batalla. Pero también existe algo así como la confusión de la gue­
ghaneses y como estadounidenses, como negros y como blancos. De inme­ rra. En cuanto a mí, sospecho que los recursos conceptuales de lo que se
diato comienzan a acumularse los enigmas. ¿Las identidades representan un entiende por teoría liberal no están tan empobrecidos. Y que, de todos
freno para la autonomía o son ellas las que la configuran? ¿Cuáles son los modos, no toda omisión constituye un pecado.
reclamos justos, si es que hay alguno, que pueden hacer al Estado esos gru­ Porque, claro está, Locke escribía en las postrim erías de una lucha
pos de identidad? Estas cuestiones han cobrado cierta prominencia en la sectaria prolongada y sangrienta; su abstracción no derivaba de la inad­
filosofía política de los últimos tiempos. Sin embargo, como espero demos­ vertencia o de la inconciencia o de una mera vanidad étnica. En los orí­
trar, no son más que enunciaciones modernas de preguntas antiguas. Lo genes de la filosofía política moderna, la cuestión de la diversidad estaba
moderno es que conceptuamos la identidad de maneras especiales. Lo inme­ lejos de ser marginal: era un asunto prioritario. La exclusión tenía un
morial es que cuando se nos pregunta - y cuando nos preguntamos- quié­ propósito claro, y ese propósito no era insignificante, sino que apuntaba
nes somos, también se nos está preguntando qué somos. a hacer posible algo acerca de lo cual los liberales hablan mucho: el respeto
por las personas. Y es precisamente en el ámbito del “respeto” donde el
En las páginas que siguen me propongo explorar la ética de la identidad hábito de la abstracción que caracteriza al pensamiento liberal muestra
en nuestra vida personal y política; pero quiero hacerlo de una manera que su mayor fuerza. El yo lastrado, cargado con la especificidad de sus m úl­
tome seriamente en cuenta la noción de identidad desarrollada por James tiples lealtades, no es algo que estemos, por regla general, obligados a res­
Stuart Mili. En efecto, Mili, que ha pasado a ocupar un lugar central en el petar. N o soy el único que duda del im perativo de respetar culturas,
pensamiento político m oderno por muchas buenas - y algunas m alas- entendidas como algo opuesto a las personas; y creo que sólo podemos res­
razones, será algo así como un compañero de viaje a lo largo de este libro. petar a las personas en tanto las consideramos portadoras abstractas de
Será un agradable compañero de viaje -en oposición a un icono que cuelga derechos. Muchos de nuestros avances en el campo de la moral han depen­
del espejo retrovisor- no porque acordemos con todos sus análisis, sino dido de esta tendencia a la abstracción. Tal como observa Peter Railton,
porque él se ocupó de muchas de las cuestiones que nos preocupan. Y en “amplias tendencias históricas han impulsado el desarrollo de la genera­
tiempos en los que el discurso sobre la identidad puede sonar am era“moda”, lización en el pensamiento m oral”, y lo que fomentó tal generalización
él nos recuerda que las cuestiones que presenta ese discurso no son en abso­ fue precisamente la serie de desafíos que presenta la diversidad interna. La
luto ajenas al canon más alto de la filosofía política. tolerancia religiosa, por ejemplo, requiere que veamos las concepciones de
Antes dije que los problemas que analizaremos han surgido en el terri­ los otros como religiones, y no como meras herejías. Ello requiere tom ar
torio del pensamiento liberal (si se lo toma como un territorio realmente cierta distancia crítica, no sólo de las convicciones de los demás, sino
22 | LA ÉTICA DE LA I DE NT I DA D PREFACIO I 23

también de las propias.”5 Decir estas cosas no equivale, por cierto, a dudar El lector deberá juzgar por sí mismo si he tenido éxito. En estas pági­
del valor de incluir: simplemente equivale a decir que la inclusión debe lle­ nas, he tratado de enlazar y volcar los pensamientos y los escritos sobre
varse a cabo con cautela, y que “más” no significa necesariamente “mejor” : ética e identidad que desarrollé a lo largo de la última década. El paso de
si la exclusión era estratégica, la inclusión debe serlo también. enlazar ha implicado, inevitablemente, una considerable cantidad de revi­
Y es por eso que yo no escribo ni com o amigo ni como enemigo de la sión: prolongaciones, disminuciones, retractaciones. El primer capítulo,
exclusión. Ninguna de las dos posiciones encierra demasiadas posibili­ a m odo de introducción, cartografía el terreno, haciendo especial refe­
dades de traer a la memoria aquella apasionada declaración de la trascen- rencia a la individualidad milliana. Es, con toda intención, la parte menos
dentalista estadounidense Margaret Fuller. “ ¡Acepto el universo!”, ni la conflictiva del libro-, una presentación de cuestiones que, a mt entender,
célebre réplica de Carlyle: “ ¡Caramba! ¡Más le vale!”. Igual que con la forman parte del sentido común antes de que éste haya sido puesto a prueba.
gravedad, uno puede tener buenas relaciones con el universo, pero no tiene (Además, como muchos otros filósofos, soy de la escuela para la cual lo que
sentido hacerle la corte. En realidad, y en el espíritu de esas advertencias huelga decir a menudo da mejores resultados cuando se dice.) El resto de
sobre los efectos secundarios que aparecen en los anuncios de medica­ los capítulos llevan el debate a otras áreas: el controvertido dominio de la
mentos -esos caracteres microscópicos que causan la misma visión borrosa “autonomía”, los debates en torno de la ciudadanía y la identidad, el papel
sobre la cual advierten-, quisiera presentar un descargo. A menudo he que debe desempeñar el Estado respecto de la realización ética, las nego­
hallado útil suplantar el discurso sobre la “raza” o la “cultura” con el dis­ ciaciones entre la parcialidad y la moral, las perspectivas que encierran
curso sobre la identidad. Sin embargo, debo admitir - a m odo de preven­ las conversaciones entre las comunidades éticas. Al abordar estas cuestio­
c ió n - que el discurso sobre la identidad tam bién puede conllevar una nes normativas, he intentado en gran medida no tomar partido respecto
tendencia a la cosificación. Cuando se desarrolla dentro del discurso de de las grandes cuestiones metafísicas del realismo moral: las cuestiones
la psicología, puede contam inarse de la noción espuria de integridad relacionadas con la importancia ontológica de la distinción entre hechos
psicológica (de la que se hacen eco perogrulladas tales como la “crisis de y valores. En consecuencia, también he intentado mantenerme lejos del
identidad” el “encontrarse a sí mismo” y cosas por el estilo). Cuando se análisis explícito de la epistemología moral, aun cuando no cabe duda de
desarrolla dentro del discurso de la etnografía, puede endurecerse hasta que es imposible avanzar sin recurrir a supuestos metafísicos o epistemo­
convertirse en algo fijo y determinado, una homogeneidad de la Diferencia.6 lógicos. Si hay algo que caracteriza a m i aporte, es que siempre parte de la
D e todos modos, no sé muy bien qué hacer respecto de esos peligros, salvo perspectiva del individuo dedicado a hacer su propia vida, reconociendo
señalarlos e intentar evitarlos. que hay otros que están involucrados en el mismo proyecto, y que se preo­
cupa por preguntar qué signifícala vida social y política para este proyecto
que compartimos. Entonces, me interesa hacer hincapié en el hecho de que
5 Peter Railton, “ Pluralism, determinacy, and dilemma”, Ethics 102, N° 4, julio de éste es un trabajo sobre ética, en el sentido especial que he seleccionado, y
1992, p. 722. Véase también Michael Blake, “Rights for people, not for cultures”, no sobre teoría política, porque no parte de un interés en el Estado. Más
Civilization 7, N° 4, agosto-septiembre de 2000, pp. 50-53. “La ambigüedad que
bien, las cuestiones políticas que aborda son las que inevitablemente sur­
encierra la valoración de la diversidad consiste en que no se sabe si significa
valorar personas de antecedentes distintos o valorar la diversidad de antecedentes gen una vez que hemos reconocido que el deber ético que todos tenemos
en sí misma”, escribe Blake. “La primera noción -que las personas deben ser -hacer nuestra vid a- está, de manera ineludible, ligado a los aspectos é ti­
respetadas como iguales, sin considerar la procedencia étnica, ni la raza, ni el cos de la vida de los demás. Es por ello que me propongo analizar algunas
género, ni otros rasgos distintivos- forma parte de cualquier filosofía política
de nuestras relaciones sociales más amplias, al igual que algunas de nues­
actual. Pero de ahí no se sigue que debamos valorar y preservar la diversidad en sí
misma, como una abstracción; creo que no hay razones para lamentarse de que el tras, más restringidas, relaciones políticas. Y es también por ello que fina­
mundo no contenga el doble de las culturas que existen” (p. 52). Retornaré a este lizo con una exploración de cuestiones que nos llevan, más allá de los
tema en el capítulo 4. asuntos relacionados con la política nacional, a preocupaciones globales
6 Para consultar un análisis que advierte acerca de esos peligros, véase Richard
más abarcadoras: esos otros cuyos proyectos éticos nos importan no son
Handler, “Is ‘identity’ a useful cross-cultural concept?” en John R. Gillis (ed.),
sólo nuestros conciudadanos, sino tam bién los ciudadanos del resto de
Commemorations: the poiitics ojnationai identity, Princeton, Princeton University
Press, 1994, pp. 27-40. las Daciones del planeta. Com encé con un análisis del liberalismo, que es
24 l U ÉTICA. OE U IDEMTIQAD

una tradición política: pero lo hice porque creo que algunos de los supues­ 1
tos éticos de esa tradición son profundamente correctos, y no porque mi La ética de la individualidad
preocupación principal sea la política.
Sin embargo, el último descargo que presento - y quizás el más con­
tundente- está dirigido a aquellos que buscan orientación práctica, reco­
mendaciones específicas acerca de qué leyes o qué instituciones serían las
más apropiadas para sanar nuestras dolencias sociales y políticas.
Desafortunadamente, soy un pésimo médico: me interesan los diagnósti­
cos - la etiología y la nosología- pero no las curas. Si lo que el lector nece­
sita es un programa, una lista de acciones para llevar a cabo, mi consejo
práctico es que busque en otra parte.
En efecto, lo que ofrezco aquí tiene más espíritu de exploración que de
conclusiones. Una de las grandes figuras de la econom ía de principios EL G R A N E X P E R I M E N T O
del siglo x x -¿no lo fue acaso Aríhur Cecil Pigou?- admitió que el pro­
pósito de su disciplina no era brindar luz, sino calor. Con ello quiso decir Según como se la mire, la tan célebre educación de John Stuart Mili fue
que su disciplina, más que limitarse a ser esclarecedora, era útil. A pesar el desarrollo de una individualidad paradigmática, o bien un vigoroso
de que me gustaría iniciar alguna que otra discusión, no se puede contar intento de borrarla. Él mismo parece haber sido incapaz de decidirse por
con que las exploraciones que siguen brinden demasiado calor, si es que una de las dos opciones. Llamaba a su educación “el experimento”, y el
brindan alguno: mi propósito ha sido arrojar alguna luz, aunque no sea relato que brindó en su Autobiografía la transformó en leyenda. A los 3
potente ni plena. Invariablemente, la filosofía es más eficaz en la formula­ años aprendía griego, y al cum plir los 12 ya había leído todo Heródoto,
ción de preguntas que en la de políticas. No apunto a ganar conversos, y una cantidad considerable de Jenofonte, las Églogas - y los seis primeros
no m e preocupa demasiado que el lector concuerde con todas las opinio­ libros de la Eneida- de Virgilio, la mayor parte de Horacio, y obras im por­
nes que aventuro: ni siquiera podría asegurar que yo lo hago. Determinar tantes de Sófocles, Eurípides, Polibio, Platón y Aristóteles, entre otros.
de qué manera extraeremos algún sentido de la relación entre identidad e Después de estudiar el Homero de Pope, emprendió la tarea de com po­
individualidad -entre el qué y el quién- es, como ya he señalado, el tema ner una “continuación de la Ilíada”, primero por capricho y más tarde por
de una conversación que ha atravesado media historia. Simpatice o no el mandato. También había hecho serias incursiones en geometría, álgebra
lector con mi enfoque, abrigo la esperanza, al menos, de lograr conven­ y cálculo diferencial.
cerlo de que se trata de una conversación en la que vale la pena participar. Al pequeño M ili se lo mantuvo lo más lejos posible de las influencias
corruptoras de los otros niños (“del contagio”, como lo expresara él, “de
maneras vulgares de pensar y sentir” )-, y así, en su año decim ocuarto,
cuando John Stuart estaba a punto de comenzar a conocer gente fuera del
alcance de la supervisión paterna, James M ili llevó a su hijo a dar una
caminata por Hyde Park con el fin de prepararlo para lo que era de espe­
rarse que encontraría. Si percibía que estaba más adelantado que otros
niños, no debía atribuirlo a su propia superioridad, sino al particular rigor
de su educación intelectual: “no era un mérito m ío el saber más que quie­
nes no habían tenido una ventaja semejante, pero lo contrario habría sido
una terrible deshonra para m í”. Ése fue el primer indicio que tuvo de su
precocidad, y a M ili no le faltaron razones para quedar estupefacto. “Si
algo pensaba de m í mismo, era que estaba atrasado en mis estudios”,
26 ! LA ÉTICA D£ LA I DE NT I DA D U É T I C A DE LA I N D I V I D U A L I D A D 1 2 7

relata, “ya qu e siem pre m e veía así, en relación con lo que m i padre En ese estado de ánimo, se m e ocurrió preguntarme a mí mismo, sin
esperaba de m í”.1 mediaciones: “Supón que todos los fines de tu vida se hubieran reali­
Pero James Mili era un hombre con una m isión, y continuar con esa zado; que todos los cambios de instituciones e ideas por los que bregas
misión era el papel señalado para su hijo mayor. James, en su calidad de pudieran efectuarse en este mismo instante: ¿sería ello motivo de gran
discípulo dilecto de Jeremy Bentham, estaba a su vez formando otro dis­ goce y felicidad para ti? Y una autoconcienria irreprimible respondió,
cípulo: alguien que, en consonancia con los principios benthamianos, exten­ con absoluta claridad: “;No! Ante esto, m i corazón se abatió: todos los
diera y difundiera el gran credo del raisonneur para una nueva época. John fundamentos sobre los que se erigía mi vida se derrumbaron.3
era, por así decirlo, el hijo del samurai. De este modo, el desarrollo de sí !
mismo resultó ser un tema central en el pensamiento de M ili y, de hecho, i Salió de las tinieblas y dio unos pasos encandilado por la luz, pero por un
uno de los elementos constitutivos de su descontento resp ecto de su patri­ i largo tiempo anduvo aturdido y a la deriva. Resuelto a desaprender el culto
m onio intelectual. A los 24 años escribió a su amigo John Sterling acerca | de Bentham, se lanzó a un eclecticismo acrítico, poco dispuesto a ejerci-
de la soledad que había llegado a agobiarlo: \ tar su quizás excesivamente desarrollada facultad de discernimiento.
| Adquirió una decidida, casi perversa disposición a adoptar argumentos
No hay un solo ser humano (con quien yo pueda asociarme en térmi­ que en otros tiempos habría considerado la encarnación del Error, ya fuera
nos de igualdad) que reconozca un objeto común conmigo, o con quien el jadeante utopismo délos saint-simonianos o los tenebrosos misticismos
pueda yo cooperar, siquiera en alguna empresa práctica, sin sentir que teutónicos de Coleridgey Carlyle. Cuando la orientación intelectual regresó
no hago más que usar a un hombre, cuyos objetivos son diferentes, como a su vida, fue por la mediación de su nueva amiga y alma gemela, Harriet
instrumento para la promoción de los míos.2 Hardy Taylor. “De no haber sido por su influencia estabilizadora, mi gran
disposición y entusiasmo por aprender de todos, por hacer un lugar entre
Y esta susceptibilidad respecto de usar así a otra persona se origina, sin mis opiniones para toda nueva adquisición mediante el ajuste m utuo de
duda, en su sensación de haber sido víctima de un uso similar; de haber lo viejo y lo nuevo podría haberme seducido hasta el punto de modificar
sido el conscripto de un plan maestro que no era el suyo. en exceso mis primeras opiniones”, escribiría más tarde.4
Son célebres las palabras que escribió M ili acerca de la gran crisis de su Fue una relación saludada con considerable censura, en especial por
vida -u n a suerte de crisis de los 40 que, como corresponde a su precoci­ parte de James Mili. Es así que puede considerarse una ironía que haya sido
dad, lo visitó a los 20- y de la espiral de anomia en que se sumergió durante esa mujer, más que ninguna otra persona, la que parece haber guiado de
el verano de 1826: regreso a los principios de la causa paterna la embarcación sin brújula en
que él se había transformado. El amor que M ili sentía por ella era a la vez
rebelión y restauración, y también el comienzo de una asociación intelec­
1 John Stuart Mili, Autobiography ofjohn StuartMill, en The collected works ofjohn tual que se extendería a lo largo de casi tres décadas. Sólo cuando la señora
StuartMill, ed. por John M. Robson, Toronto, University o f Toronto Press, 1963-
de Taylor enviudó, en 1851, pudieron ella y M ili vivir juntos como marido
1991, vols. 1 a 33 (en adelante, cw m ) [las citas corresponden a la edición en
español: Autobiografía, Buenos Aires, Espasa-Calpe, 1943, p. 27b Mili también y mujer, y a mediados de la década de 1850 maduró el fruto más im por­
aclara que su educación no consistió en la adquisición pasiva de conocimiento. tante de su trabajo conjunto, Sobre la libertad, sin duda la obra más leída
“ Muchos niños o jóvenes a quienes se ha proporcionado muchos conocimientos en el campo de la filosofía política en lengua inglesa.
no han logrado el robustecimiento de sus facultades mentales, sino su sofocación.
, Si relato esta historia familiar es porque muchos de los temas que ocu­
Están atiborrados con hechos, opiniones o frases de otros, aceptadas para
substituir el esfuerzo necesario para formar opiniones propias; y así, los hijos de paron el pensamiento social y político de Mili también dirigieron sus pasos
padres eminentes, que no han escatimado esfuerzos para su educación, se forman en el camino de la vida. Se trata de una rara ventaja. El asno de Buridán
como meros papagayos, repetidores de lo que han aprendido, incapaces de usar no hizo ningún aporte a la teoría de las decisiones antes de morir de inaní-
sus facultades fuera de los surcos para ellos trazados. La mía no fue educación de
relleno, pues mi padre no permitía que nada de lo que yo aprendiera degenerara
en un mero ejercicio de memoria” (ibid., pp. 25-26). 3 Mili, Autobiografía, op. át.t pp. 82-83 [traducción modificada],
2 John Stuart Mili, The earlier letters, 1812-1848, en cw m , vol. 12, p. 30. f 4 Ibid., pp, 150-151 [traducción modificada].
28 | LA ÉTICA DE LA I DE NT I DA D LA ÉTICA DE LA I N D I V I D U A L I D A D I 29

ción. Paul G auguin, em blema y avatar del fam oso análisis de Bernard Así se expresó M ili en el célebre tercer capítulo de su libro, “De la indivi­
Williams acerca de la “ fortuna m oral”, no era él mismo un filósofo moral. dualidad como uno de los elementos del bienestar”. Y se trata de una pro­
En cambio, el desvelo de M ili por la experimentación y el desarrollo de uno puesta poderosa: parece sugerir que la individualidad podría considerarse
mismo fue a la vez sustancia de su investigación filosófica y materia de su previa incluso al concepto que da título al libro, la libertad misma. La capa­
experiencia personal. Sobre la libertad es una amalgama de influencias: cidad de usar todas nuestras facultades en el desarrollo de nuestro modo
desde el romanticismo alemán, vía Guillermo de Humboldt y Coleridge, de ser individual era, al menos en parte, lo que hacía que la libertad fuera
hasta el sólido sentido de la igualdad y la tolerancia, el “cada persona vale valiosa para nosotros. En la exposición de Mili, la individualidad no es sólo
por sí misma”, fruto de la herencia intelectual de Mili. Pero m i interés en algo que nos conduce al bien social: es una parte constitutiva de éste. Y Mili
la obra de M ili está, de un modo esencial y tendencioso, dirigido al pre­ vuelve sobre el tema, no sea que a alguien se le pase por alto:
sente, porque en ella se anuncia el tema principal de este libro, al igual
que tantos otros tópicos de la teoría liberal. Puesto que hemos visto que individualidad es la misma cosa que de­
Consideremos el énfasis que deposita Mili en la importancia de la diver­ sarrollo, y que solamente el cultivo de la individualidad produce o puede
sidad; su reconocimiento de la irreductible naturaleza plural de los valores producir seres humanos bien desarrollados, podría yo dar por termi­
humanos; su insistencia en que el Estado desempeña un papel en la reali­ nada aquí la discusión: pues, ¿qué más podrá decirse en favor de cual­
zación de los seres humanos, interpretada en sentido amplio; su empeño quier condición de las cosas humanas, sino que ella conduce a los
en elaborar una noción de bienestar que sea a la vez individualista y (de hombres a lo mejor que pueden llegar a ser? ¿Y qué cosa peor se dirá
un modo que algunas veces es pasado por alto) profundamente social. Por de un obstáculo al bien, sino que impide este progreso?6
último, su sólido ideal de individualidad moviliza, como veremos, las cru­
ciales nociones de autonomía e identidad. No centro la atención en Mili a Está claro que M ili ofrece argumentos en favor de la libertad que son con­
la manera de argumentum ad verecundiam; no doy por sentado (y tam­ vencionalmente consecuencialistas: argumentos según los cuales es pro­
poco lo hacía él) que sus opiniones representen la última palabra. Pero nadie bable que la libertad tenga buenos efectos. Sus más célebres argumentos
antes que él -y, me animo a agregar, nadie después- cartografió el terreno en favor de la libertad de expresión suponen que encontraremos la ver­
con tanta claridad y con tanto cuidado. Quizás estemos cultivando un jar­ dad con mayor frecuencia y con más facilidad si permitimos que nuestras
dín diferente, pero lo hacemos en un suelo rellenado y cercado por él. opiniones sean puestas a prueba en el debate público, en lo que ahora todos
llamamos “el mercado de las ideas”. Pero también sostuvo con especial
fervor que el cultivo de la propia individualidad es en sí mismo parte del
bienestar, algo bueno in se, y aquí la libertad no es un medio para alcan­
LIBERTAD E IN D IV ID U A L ID A D zar un fin, sino parte constitutiva de ese fin. Pues la individualidad signi­
fica, entre otras cosas, elegir por mí mismo en lugar de meramente dejarme
Si considerásemos que el libre desarrollo de la individualidad es uno moldear por la coacción de las sanciones políticas o sociales. En otras pala­
de los principios esenciales del bienestar; si lo tuviéramos no como un bras, la concepción de Mili comprendía la idea de que la libertad im por­
elemento coordinado con todo lo que se designa con las palabras civi­ taba no sólo porque daba lugar a otras cosas -tales como el descubrimiento
lización, instrucción, educación o cultura, sino más bien com o parte y de la verdad- sino también porque sin ella no sería posible desarrollar la
condición necesaria de todas esas cosas, no existiría entonces ningún individualidad que constituye un elemento esencial del bien humano.7
peligro de que la libertad no fuera apreciada en su justo valor, y no habría Tal cómo él mismo lo expresa:
que vencer grandes dificultades en trazar la línea de demarcación entre
ella y el control social.5
6 Ibid., pp. 78-79.
7 Están aquellos que creen que Mili siempre fue un utilitarista consecuente y, por lo
5 Mili, On liberty, en cwm , vol. 18 [las citas corresponden a la edición en español: tanto, piensan que, en el fondo, sus argumentos se desarrollan con miras a
Sobre ¡a libertad, Madrid, Hyspamérica, 1980, p. 72]. vincular individualidad y utilidad. Sin embargo, en Sobre la libertad no hay una
30 I LA ÉTfCA DE LA I DE NT I DA D LA É TI CA DE LA I N D I V I D U A L I D A D 1 3 1

El hombre que permite al mundo, o al menos a su mundo, elegir por él será necesariamente la más sabia; de hecho, es posible que se hagan malas
su plan de vida, no tiene más necesidad que de la facultad de imitación elecciones. Lo que en verdad importa respecto de un plan de vida (y por
délos simios. Pero aquel que lo escoge por sí mismo pone en juego todas provenir de la víctima del gran experimento de James y Jeremy, la insisten­
sus facultades. Debe emplear la observación para ver, el raciocinio y el cia de Mili en este punto es especialmente quejumbrosa) es simplemente
juicio para prever, la actividad para reunir los elementos de la decisión, que sea elegido por la persona de cuya vida se trata: “Si una persona posee
y, una vez que haya decidido, la firmeza y el dominio de sí mismo para una cuota razonable de sentido común y de experiencia, la mejor manera
mantenerse en su ya deliberada decisión. Y cuanto mayor sea la porción de disponer de su existencia es la suya propia, no porque sea la mejor en
de su conducta que determina según sus sentimientos y su juicio pro­ sí misma, sino porque es su propia manera”. Ejercer la autonomía es un
pios, tanto más necesarias le serán estas diversas cualidades. Es posible comportamiento que no sólo vale por sí mismo: también conduce al de­
que pueda caminar por el buen sendero y preservarse de toda influen­ sarrollo de uno mismo, al cultivo de las propias facultades de observa­
cia perjudicial sin hacer uso de esas cosas. Pero ¿cuál será su valor rela­ ción, raciocinio y juicio.9Es necesario desarrollar la capacidad de autonomía
tivo com o ser humano? Lo verdaderamente importante no es sólo lo para alcanzar el bienestar humano; es por ello que no sólo es importante
que hacen los hombres sino también la clase de hombres que lo hacen.8 lo que se elige sino también “la clase de hombres que lo hacen”. Es así que
Mili invoca la “individualidad” para referirse tanto a las condiciones pre­
M ás que un estado a alcanzar, la individualidad es un m odo de vida a vias como al resultado de tal elección deliberada.10
procurar. M ili sostiene que es importante elegir el plan de vida propio, y En la concepción de individualidad que Mili desarrolla en el tercer capí­
la libertad consiste, al menos en parte, en la existencia de condiciones que tulo de Sobre la libertad no hay una distinción sistemática entre la idea de
posibiliten llevar a cabo una elección entre opciones aceptables. Pero no que es bueno ser diferente de otras personas y la idea de que es bueno, en
se dice aquí que uno deba elegir su propio plan de vida porque su opción cierta medida, crearse a sí mismo, ser alguien que “elige él mismo su plan”.11

9 Ibid., p. 74. Mili atribuye este énfasis en la formación del ser humano, más que en
argumentación general dirigida a establecer tal vínculo, y Mili, tanto aquí como en el “ordenamiento de las circunstancias externas”, al cambio que se produjo en la
el resto de su obra, habla en favor de la individualidad de un modo que no hace dirección de su pensamiento después del invierno de 1826, cuando “por primera
necesario establecer tal conexión. Aun en el caso en que el lector suponga la vez di un lugar adecuado, entre las necesidades primarias del bienestar humano, al
existencia de un vínculo, no queda claro que la función de la utilidad esté cultivo interno del individuo” (Autobiografía, op. cit., p. 88).
actuando de alguna manera, dado que el concepto de felicidad de Mili parece 10 Véase la minuciosa argumentación de Lawrence Haworth, que identifica tres
haber incluido la individualidad. El hecho de poseer y ejercitar la capacidad de maneras en que la autonomía puede asociarse al concepto milliano de
elegir libremente no es valioso simplemente porque conduce a la felicidad, sino individualidad: “Sentido 1: si consideramos que la autonomía es una capacidad,
que más bien parece ser parte de lo que Mili tenía en mente cuando se refería a la entonces tener individualidad es haber desarrollado esa capacidad hasta
felicidad. Estas cuestiones han sido rigurosamente tratadas por Fred Berger en convertirla en un rasgo personal realizado. Sentido 2: si consideramos que la
Happiness, justice and freedom: the moral and política! philosophy o f John Stuart autonomía es un modo de vida, como en el significado de la expresión ‘vivir con
Mili, Berkeley y Los Ángeles, University o f California Press, 1984; por John Gray autonomía’, entonces la individualidad (el rasgo personal desarrollado) es una
en Mili on Liberty: a defence, Londres, Routledge and Kegan Paul, 1983; y por condición necesaria para la autonomía. Sentido 3: cuando decimos de alguien que
Richard J. Arneson, “Mili versus paternalism”, Ethics 90, julio de 1980, pp. 470-498. ‘es autónomo’, tal vez tengamos en mente que se ha desarrollado su capacidad de
Y véase nota 45 más adelante. autonomía; en esos contextos, ser autónomo y tener individualidad son
8 Mili proporciona más detalles-. “Las facultades humanas de percepción, de juicio, sinónimos” (Lawrence Haworth, Autonomy, an estay on philosophical psychology
de discernimiento, de actividad mental, e incluso de preferencia moral, no se and ethics, New Haven, Yale University Press, 1986, p. 166). Cf. Arneson, “Mili
ejercen más que en virtud de una elección. Quien hace algo porque es la versus paternalism”, op. cit.,p. 477-
costumbre, no hace elección alguna”. Más adelante, el “carácter” se vuelve un u En su insistente apelación a la individualidad, Mili recurre a una serie de
término de valoración: “Se suele decir que una persona tiene carácter cuando sus consideraciones. Algunas son de índole estética (mediante el cultivo de lo que es
deseos e impulsos le pertenecen en propiedad, cuando son expresión de su propia •-individual, “los seres humanos se convierten en noble y hermoso objeto de
naturaleza, tal como la ha desarrollado y modificado su propia cultura. Un ser contemplación” (Sobre la libertad, op. cit., p. 78); otras son en parte carlyleanas
humano que no tenga deseos ni impulsos no tiene más carácter que una máquina (del estiércol de la mediocridad emergerán grandes héroes y genios), y otras
de vapor” (Sobre la libertad, op. cit., p. 74). consideraciones emergen de los efectos reductores de la costumbre (la tendencia
32 I LA ÉTIC A DE LA I DE NT I DA D LA É TI CA DE LA I N D I V I D U A L I D A D I 33

Aun así, creo que es mejor interpretar que Mili atribuye un valor inherente, esculpir narices respingadas en Beverly Hills; y esas ambiciones pueden
no a la diversidad - a l ser diferente-, sino a la empresa de La creación de también estar al servicio de otras ambiciones. Por razones que exploraré
uno mismo. Puesto que yo podría elegir un plan de vida que fuera, casual­ con mayor profundidad en el capítulo 5, vale la pena recordar que, para
mente, m uy similar al de otras personas, sin que por ello pudiera decirse Mili, la actividad de elegir con libertad tiene una dimensión racional, está
que meramente las imito, que las tomo ciegamente como modelo. N o con­ estrechamente ligada a la observación, al razonamiento, al juicio y a ia deli­
tribuiría, entonces, a la diversidad (es decir, en cierto sentido, no sería muy beración. En Sistema de lógica, M ili incluso sugiere que es la consolida­
individual), pero aun así estaría construyendo mi propio -y, en otro sen­ ción de preferencias fugaces en propósitos más estables lo que constituye
tido, individual- plan de vida. Si Sobre la libertad defiende la libertad es la madurez:
porque sólo las personas libres pueden ejercer un control absoluto sobre
su propia vida. Un hábito de voluntad suele llamarse propósito y, entre las causas de
nuestras voliciones y de los actos que de ellas emanan, es preciso con­
tar, no solamente nuestras preferencias y nuestras aversiones, sino tam ­
bién nuestros propósitos. Sólo cuando nuestros propósitos han llegado
PL A N E S DE VID A a ser independientes de nuestros sentimientos de pena o placer de que
emanaban al principio es que se considera fijado nuestro carácter. “ Un
¿Por qué insiste M ili en afirmar que la individualidad es algo que se de­ carácter -d ice N ovalis- es una voluntad completamente form ada”; y
sarrolla en coordinación con un “plan de vida” ? Después de todo, su for­ una vez formada de este modo, nuestra voluntad puede ser constante
m ación utilitarista indica que él no habría separado el bienestar de la y estable, cuando nuestra capacidad de ser afectados por el placer y la
satisfacción de las necesidades. Sin embargo, M ili sabía m uy bien que a pena se ha debilitado en gran medida, o se ha transformado de manera
fin de que esas necesidades tuvieran algún sentido era preciso verlas como sustancial.12
parte de una determinada estructura. Muy a menudo ocurre que nues­
tros deseos y nuestras preferencias inmediatas corren en sentido con­ Y es precisamente esta noción la que adquiere una importancia central
trario a otros deseos y otras preferencias que se desarrollan a más largo para uno de los subsecuentes teóricos de los “planes de vida”, Josiah Royce,
plazo. Desearíamos haber escrito un libro, pero no deseamos escribir uno. quien define a la persona, en esencia, como alguien que tiene un propó­
Desearíamos obtener una calificación excepcional en nuestro importante sito. Rawls también hace resonar el discurso de Mili cuando caracteriza los
examen de anatomía, pero no deseamos quedarnos estudiando en esta planes de vida:
tarde tan soleada. Es por eso que ideamos todo tipo de mecanismos para
obligarnos a hacer cosas (en el capítulo 5 veremos que gran parte de la “cul­ [...] el plan de vida de una persona es racional, si y sólo si, (i) es con­
tura” consiste en instituciones de autosometimiento), de manera tal que, secuente con los principios de la elección racional cuando éstos se apli­
como decimos a menudo, “nos forzamos” a hacer lo que requiere nuestro can a todos los aspectos relevantes de la situación, y (2) se halla entre los
interés. Más aun, la naturaleza de muchas de nuestras metas es clara­ planes que cumplen con las condiciones que serían elegidas por esa per­
mente intermedia, subordinada a metas más abarcadoras. Queremos obte­ sona con total racionalidad deliberativa, es decir, con absoluta co n ­
ner una calificación excepcional en nuestro examen de anatomía porque ciencia de los hechos relevantes, y luego de una cuidadosa consideración
queremos ser médicos; queremos ser médicos porque queremos arreglar de las consecuencias.'3
paladares hendidos en Burkina Faso o, como también puede ser el caso,

12 ¡ohn Stuart Mili, A system oflogic, en cw m , vo1.8 {las citas corresponden a la


“a mutilar por medio de la compresión, como el píe de una china, cualquier parte «lición en español: Sistema de lógica inductiva y deductiva, Madrid, Daniel farro
de la naturaleza humana que sobresalga, y tienda a hacer a una persona Editor, 1917, p. 847, traducción modificada].
completamente diferente, al menos en lo exterior, del común de la humanidad” Rawls, A theory ofjustice, Cambridge, Harvard University Press, 1971, p. 408
íibid., p. 84]). |trad. esp.: Teoría déla justicia, Madrid, Fondo de Cultura Económica, 1993).
34 I LA É TI CA DE LA I D E N T I D A D LA ÉTICA DE LA I N D I V I D U A L I D A D I 35

La aceptación que ha recibido en la teoría liberal contemporánea este dis­ Estos críticos tienen algo de razón. No hay duda de que el discurso sobre
curso sobre los “planes” ha invitado a que se lleve a cabo un cuidadoso los planes puede resultar engañoso si nos imaginamos que la gente va a
escrutinio. “ En general no se elige, y no se puede elegir, un plan global andar por ahí con una hoja de ruta de sus vidas cuidadosamente doblada
que abarque toda la vida”, observa J. L. Mackie. “Se hacen elecciones suce­ y guardada en el bolsillo: si nos imaginamos que los planes de vida, lejos
sivas para emprender diversas actividades de vez en cuando, y no de una de ser múltiples y cambiantes, son fijos y singulares.15Dickens casi no nece­
vez por todas.” Daniel A. Bell, al criticar la clase de individualismo liberal sita subrayar la ironía cuando le hace anunciar al señor Dombey, res­
que se asocia a Rawls, sostiene que pecto de su joven heredero condenado de antemano: “No existe azar ni
duda en el camino que se abre frente a m i hijo. Su forma de vida es clara
[...] cuando alguien elige con racionalidad su carrera y su cónyuge, y y está preparada, y fue señalada desde antes de que él existiera”.'6Los pla­
luego permite que el destino haga el resto del trabajo, no necesariamente nes pueden evolucionar, revertir el rumbo, descarrilarse en pequeña o gran
tiene un “ interés superior”, algo que considere opuesto a la obediencia medida por obra de las contingencias, y el hecho de hablar de ellos no
a los instintos, a la lucha por alcanzar los fines y los objetivos estableci­ debería comprometernos con la noción de que existe un plan óptimo para
dos para él por otros (la familia, los amigos, los grupos comunitarios, un individuo. (Vale la pena mencionar que incluso las grandes encarna­
el gobierno, Dios). [...] Esta circunstancia, combinada con la concien­ ciones de la ambición que engendró la ficción europea -e l Julien Sorel de
cia de que sólo una minoría de nuestras adscripciones sociales son de
naturaleza optativa, socava las nociones basadas en el valor de una
15 En Principies o f political economy, en cw aí , vol. 3 [las citas corresponden a la
elección meditada que justifican la forma liberal de organización social. edición en español: Principios de economía política, México, Fondo de Cultura
Económica, 2001, pp. 23-24]* Mili escribe: “La segunda excepción a la doctrina de
Y Michael Slote ha advertido acerca de la manera en que tales “planes de que los individuos son los mejores jueces de sus propios intereses es cuando un
individuo intenta decidir ahora de manera irrevocable qué será más conveniente
vida” dirigen las preferencias a lo largo del tiempo. A veces, en vista de
para sus intereses en algún futuro más o menos remoto. La presunción a favor del
determinadas incertidumbres respecto del futuro, nos irá mejor si culti­ juicio individual es sólo legítima cuando el juicio se basa en la experiencia
vamos una cierta pasividad, una cierta espera vigilante. Además, tal como personal efectiva y sobre todo actual, no cuando se forma antes de la experiencia y
lo expresa Slote, “la ausencia de planificación racional de la vida es una vir­ no se permite revocarlo incluso cuando la experiencia lo ha condenado. Cuando
tud que se manifiesta con el tiempo”: no es aconsej able que los niños tomen unas personas se han ligado por medio de un contrato no sólo para hacer algo,
sino para continuar haciéndolo para siempre o durante un período de tiempo
decisiones irrevocables respecto de su carrera, porque esa actividad requiere
bastante largo, sin que puedan revocar el compromiso, no existe la presunción de
una suerte de prudencia que es improbable que ellos posean. Más aun, exis­ que su perseverancia en la línea de conducta que se han trazado suscitaría en otro
ten importantes bienes humanos, como el amor y la amistad, para los que caso a favor de la tesis que les conviene; y cualquier presunción que pueda
no precisamente se “hacen planes”.14 basarse en el hecho de que han adquirido el compromiso por su propia voluntad,
tal vez a una edad temprana y sin un conocimiento real de aquello a que se
comprometían, está por lo general desprovista de toda validez. En la práctica, la
libertad de contratación no es aplicable sino con grandes Limitaciones en el caso
Aquí, Rawls hace mención específica de Filosofía de la fidelidad, de losiah Royce, de compromisos a perpetuidad, y la ley debe tener gran cuidado con esos
que utiliza para “caracterizar los propósitos coherentes y sistemáticos del compromisos; debe negarles su sanción cuando las obligaciones que imponen son
individuo, las cosas que hacen de él una persona moral consciente y unificada” de aquellas que las partes contratantes no pueden juzgar con la debida
(en las palabras de Rawls). Retornaré al tema de las metas y la racionalidad en el competencia, y si las sanciona debe antes asegurarse por todos los medios de que
capítulo cinco. el compromiso se contrae deliberadamente y con pleno conocimiento de causa; y
14 J. L. Mackie, “ Can there be a right-based moral theory?”, en James Rachels (ed.), en compensación a que no le estará permitido a las partes contratantes revocar
Ethical theory 2: Theories about how we should Uve, Oxford, Oxford University por sí mismas el contrato, debe concederles la posibilidad de libertarse del mismo,
Press, 1998, p. 136. Daniel A. Bell, Communitarianism and its critics, si llevado el caso ante una autoridad imparcial, ésta lo juzgara conveniente. Todas
Nueva York, Oxford University Press, 1993, p. 6; Michael Slote, esas consideraciones son eminentemente aplicables al matrimonio, el más
Goods and virtues, Oxford, Oxford University Press, 1983, pp. 43-47- Slote importante de todos los casos de compromiso vitalicio”.
se centra en el uso de los “planes de vida” en recientes contribuciones a la filosofía 16 Charles Dickens, Dombey and son, Nueva York, Oxford University Press, 1991,
liberal, en particular las de David Richards, Charles Fried y John Cooper. p.139 [trad. esp.: Dombey e hijo, varias ediciones].
36 ¡ LA ÉTICA DE LA I DE NT I DA D LA ÉTICA DE LA I N D I V I D U A L I D A D | 37

Stendahl, por ejemplo, o el Phineas Finn de Trollope- tropiezan con una la manera de ver de Mili,17
18 como tampoco lo es el esquematismo maqui­
sucesión de circunstancias fortuitas en el desarrollo de sus carreras. El nal: sin embargo, puesto que Mili habla de abstracciones, quizá resulte
hecho de que Sorel elija el negro y no el rojo no refleja una convicción per­ útil proporcionar un ejemplo más concreto. Consideremos, entonces, al
sonal, sino que deriva de las posiciones particulares que asumieron el ejér­ señor Stevens, el mayordomo de Los restos del día, la célebre novela de Kazuo
cito y la iglesia durante la restauración francesa.) El propio M ili estaba Ishiguro. Stevens ha pasado toda su vida al servicio de una “gran casa”, y
lejos de engañarse en este sentido: nadie planearía enamorarse de la esposa su meta ha sido desempeñarse en su tarea poniendo enjuego toda la capa­
de otro hombre y pasar las dos décadas siguientes sumido en un angus­ cidad de que dispone. Se ve a sí mismo como parte de la maquinaria que
tioso ménage a trois.v Precisamente a causa de su temperamento cons­ hace posible la vida de su señor, Lord Darlington. Y como sil señor ha
tante, Mili tenía plena conciencia de las maneras en que su pensamiento tomado parte en el escenario de la vida pública, Stevens considera que las
y sus metas se m odificaban con el paso del tiempo. Ése es uno de los acciones públicas de Lord Darlington forman parte lo que da sentido a su
motivos que lo condujeron a pensar que la exploración de los fines de la propia vida. Tal como él mismo lo expresa:
vida redundaría en “experimentos de vida”, aunque no le faltaban razo­
nes para saber que una cosa era llevar a cabo un experimento y otra, muy Dejemos esto en claro: el deber de un mayordomo es brindar un buen
distinta, ser su objeto. servicio, y no meterse en los grandes asuntos de la nación. La realidad
es que tales asuntos permanecerán siempre más allá del entendimiento
de aquellos como u sted yyo .y los que deseamos distinguirnos debemos
comprender que la mejor manera de hacerlo es mediante nuestra entrega
EL A L M A D EL S IR V IE N T E a las cosas que sí están en nuestra esfera de acción.'9

Aunque el discurso sobre los planes puede sonar demasiado irrevocable, Stevens se toma extremadamente en serio lo que está “en nuestra esfera
los excesos retóricos de M ili se producen a menudo en la dirección opuesta: de acción”; por ejemplo, y tal como él mismo lo expresa, se siente “elevado”
cuando, lejos de aconsejar demasiada estructura, aconseja demasiado poca. por una “sensación de triunfo” cuando logra cumplir con todos sus debe­
La manera en que escribe acerca de la individualidad, del producto (y la res sin mayores problemas la noche en que Miss Kenton, la mujer a quien
condición) del plan de vida elegido en libertad, hace que, en ocasiones, el él ama casi sin darse cuenta, le ha anunciado que va a casarse con otra
tema adquiera un tono de extraña exaltación: como sí proviniera de una persona.20 Pero cuando Stevens nos relata los acontecimientos de ese día
incesante disconformidad, de juicios cambiantes, de vuelos poéticos. Podría fatídico ya lo conocemos lo bastante bien para comprender cómo es posi­
decirse que conjura ai esbelto y vertiginoso artista escénico que se com­ ble que abrigue un sentimiento semejante.
place en dibujar el historietista Jules Pfeiffer, un personaje que expresa con­
tinuamente todas las veleidades que se le cruzan por la cabeza. Ésta no es
18 Tal como Mili se ocupa de estipular: “sería absurdo pretender que los hombres
vivan como si nada hubiera existido en el mundo antes de su llegada a él; corno
17 Claro está que Mili, en el transcurso de su romance con la señora de Taylor, si la experiencia no hubiera demostrado nunca que cierta manera de vivir o de
ensayó todo tipo de planes, y uno de ellos requería que ambos escaparan juntos y conducirse resulta preferible a otra cualquiera. Y, del mismo modo, nadie
se exiliaran, y enfrentaran el ostracismo que resultaría de tales acciones. discute que se deba educar e instruir a la juventud con vista a hacerla
Finalmente se resignó (tal como Le escribió a Barriet en 1835) a ser “oscuro e aprovechar los resultados obtenidos por la experiencia humana. ¡ ...]
insignificante”. Harríet desaprobaba esa actitud, y en ocasiones cuestionó su “falta Las tradiciones y las costumbres de otros individuos constituyen, hasta cierto
de planes” : “ La sensación más horrible que conozco es la que se produce cuando, punto, una evidencia de lo que les ha enseñado la experiencia y esta supuesta
por momentos, me asalta el miedo de que no se puede confiar en lo más mínimo evidencia debe ser acogida deferentemente por ellos” (Sobre la libertad,
en nada de lo que dices de ti mismo... de que ni siquiera estás seguro de tus op. cit., p. 73).
senlimientos más intensos”. Así le escribió Harriel en septiembre de 1833. Bruce 19 Kazuo Ishiguro, The remains of the day, Nueva York, Knopf, 1989, p. 199 [tracl. esp.:
Mazlish, ¡ames and John Stuart Mili: father and son in the Nincteenth century, Los restos del día, Barcelona, Anagrama, 1992].
Nueva York, Basic Books, 1975. P- 289- 20 ¡bid., p. 228.
38 I LA ÉTICA DE LA I D E N T I DA D LA ÉTIC A DE LA I N D I V I D U A L I D A D ¡ 39

A l final de la novela, nuestro mayordomo está regresando a Darlington podría hacerlo con la habilidad para el bridge o los bolos, equivale a decir
Hall después de esas vacaciones durante las que ha examinado su vida frente que, dadas sus metas, dado su “plan de vida”, la habilidad para bromear es
a nosotros, y nos dice que volverá a trabajar en el mejoramiento de lo que importante para él; nosotros, aunque no la consideremos importante en
el llama su ‘‘habilidad para bromear” a fin de satisfacer a su nuevo señor este sentido, vemos de todos modos que constituye una meta valiosa para
estadounidense: Stevens en el marco de la vida que él ha elegido.
Podría pensarse que no se trata de la vida que hubiera elegido una
Por cierto que he dedicado mucho tiempo al desarrollo de mi habili­ persona con otras opciones razonables a su disposición e, incluso, que si
dad para bromear, pero es posible que nunca antes haya abordado esta alguien se hubiera visto obligado a emprenderla no le habría dedicado el
tarea con el debido com prom iso. Entonces, mañana, ya de vuelta en entusiasmo y el compromiso que manifiesta Stevens, dado que la vida de
Darlington Hall [...], quizá comience a practicar con renovado esfuerzo. un sirviente perfecto no conlleva gran dignidad. Pero la realidad es que
Espero, entonces, que para el momento en que m i empleador regrese a Stevens sí eligió este modo de vida, con pleno conocimiento de la existen­
la casa, yo ya esté en condiciones de sorprenderlo para bien.21 cia de alternativas, y lo llevó a cabo con reconcentrada ambición; entre
otras cosas, es indudable que intentó sobrepasar el considerable desem­
Pocos de los lectores de la novela de Ishiguro aspirarán a ser mayordo­ peño de su propio padre en la profesión. Fue a causa de ese compromiso
mos, y menos aun la clase de mayordomo que intenta ser Stevens. Y hay, que se abocó a un tan enérgico desarrollo de sí mismo, mediante el cul­
sin duda, cierta ridiculez en el pensamiento de un hombre ya entrado en tivo y el mejoramiento de sus diversas habilidades. Y M ili no hubiera hecho
años que se propone mejorar su capacidad de llevar adelante una conver­ otra cosa que aplaudir la seriedad con que Stevens se toma el imperativo
sación liviana con el fin de entretener a su joven “señor”. Ishiguro se espe­ del desarrollo de sí mismo. Tal como escribe en una enfática carta para
cializa en los narradores rígidos, que se engañan a sí mismos, y es muy su amigo David Barclay:
posible que los lectores, al llegar a estas últimas palabras, sientan una enorme
tristeza por todo lo que falta en la vida de Stevens. No hay más que una regla simple de la vida que será obligatoria por toda
N o obstante, Stevens continúa viviendo en plenitud la vida que ha ele­ la eternidad, e independiente de cualquier variedad de credos e inter­
gido. Y realmente me parece que podemos comprender parte de lo que pretaciones de credos, que abarca por igual las moralidades más gran­
sugiere M ili si decimos que la habilidad para bromear es algo que tiene des y las más pequeñas. Es ésta: esfuérzate infatigablem ente hasta
valor para Stevens porque él ha elegido ser el mejor mayordomo posible. encontrar la cosa más sublime que seas capaz de hacer, llevando habida
Quizá no sea una vida que hubiéramos elegido nosotros; sin embargo, resulta - cuenta de las facultades y las circunstancias externas, y luego h a z l a .22*
comprensible que el mejoramiento de la habilidad para bromear consti­
tuya un bien para alguien que sí la ha elegido. En Sobre la libertad, Mili no Mili también dice que “todos los seres humanos, de una manera u otra”,2?
deja muy en claro cómo podría relacionarse la “individualidad” con otro poseen “un sentido de la dignidad”, y la dignidad es algo acerca de lo cual
tipo de bienes. Pero reconoce que, en algunas oportunidades, una cosa es (Stevens sabe mucho. Incluso ofrece una definición en respuesta a la pre­
importante porque una persona ha elegido llevar una vida en la que esa gunta planteada por un médico que conoce durante su viaje:
cosa es importante, y que ello no ocurriría si la persona en cuestión no
hubiera elegido esa vida. Decir que la habilidad para bromear es valiosa
para Stevens no equivale a decir que él se proponga desarrollarla como
u. O, ai menos, así la reproduce Caroline Fox en sus Memories of oíd friends, ed. por
Horace N. Pym, 2a ed., Londres, 1882: citada en Charles Larrabee Street,
i rubvidualism and individuality in thephilosophyofjohn StuartMill, Milwaukee,
21 Ibid., p, 245. Un ejemplo de la sutileza estilística de Ishiguro es que esta última i¡MorehousePublishing, 1926,p. 41 [traducción propia). Podemos especificar, en
oración finali2a en un infinitivo partido (“to pleasantly surprise him” ), algo que nombre de Mili, que la “cosa más sublime” puede elegirse de un conjunto que
una persona como la que aspira a ser Stevens hubiera evitado. [El infinitivo . «agloba diversas posibilidades.
partido no es característico del habla estilizada (la expresión fue traducida por Utilitarianism, en c w m , vol. to [las citas corresponden a ia edición en
“sorprenderlo para bien” ), N. de la T.] «pañol: El utilitarismo, Madrid, Hyspamérica, 1980, p. 109).
40 I LA É TI CA DE LA I DE NT I DA D LA ÉTICA DE LA I N D I V I D U A L I D A D I 41

— ¿Y qué cree usted que es la dignidad? de costumbre es bastante más complicada que lo que sugieren estas denun­
La franqueza de la pregunta, debo admitirlo, me tomó desprevenido. cias. En un pasaje de Sistema de lógica que deja entrever una cierta melan­
— Es una cosa bastante difícil de explicar en pocas palabras, señor -dije-. colía, escribe Mili;
Pero sospecho que se reduce a no desnudarse en público.14
Cuanto más dura y cuanto más se civiliza nuestra especie, tanto más,
Y no hay broma en este comentario: Stevens cree en el decoro, en los bue­ tal com o señala Com te, predomina sobre otras fuerzas la influencia
nos modales, en la formalidad. Después de todo, se trata de las actitudes que las generaciones pasadas ejercen en la generación presente, y la
que componen el mundo donde él ha elegido habitar y hacen que ese mundo que la humanidad en masa ejerce en cada individuo que la conforma;
sea como es. Una vez más, quizá no sean valores para nosotros, pero son y aunque el rumbo de los acontecimientos nunca deja de ser sensible a
valores para Stevens, de acuerdo con su plan de vida. Cuando nuestro las alteraciones provocadas tanto por accidentes como por cualidades
mayordomo habla en serio, cuando está explicando en una habitación llena personales, la creciente preponderancia que adquiere la agencia colec­
de pueblerinos cuál es la diferencia entre un caballero y alguien que no lo tiva de la especie respecto de causas menores hace que la evolució n gene­
es, dice: “uno debería sospechar que la denominación más práctica que ral de la ra2a se desvíe cada vez menos de un camino seguro y prefijado.16
puede darse a la cualidad (...] es ‘dignidad’”. En su opinión, igual que en
la de muchos conservadores, se trata de una cualidad que está muy lejos Al mismo tiempo, la concepción más bien restringida que tiene Stevens de
de distribuirse por igual. “La dignidad no es sólo algo para caballeros”, dice lo que pertenece a su “esfera” de interés y experiencia lo vuelve especial­
un personaje llamado H arrySm ith.Y Stevens observa, con su voz de narra­ mente vulnerable a los caprichos de la fortuna moral. Porque Lord Darlington
dor: “ Percibí, por supuesto, que el señor Harry Smith y yo no nos enten­ resulta ser un hombre débil, un blanco fácil para el nacionalsocialista Joachim
díamos respecto de este asunto”.225*
4 von Ribbentrop, embajador alemán en Londres durante el período ante­
Si Stevens constituye una ilustración útil de la individualidad -d e los rior a la guerra. Como resultado (al menos en el relato manifiesto de la novela),
valores que implican el desarrollo de uno mismo y la autonom ía- es, en la vida de Stevens es un fracaso porque la vida de su señor ha demostrado
parte, porque no parece en absoluto un representante cabal de estas cosas; ser un fracaso, y no porque el servicio en sí conduzca de manera ineludible
citarlo como tal es leer a contrapelo la novela de Ishiguro. Ishiguro, al igual al fracaso. Después de todo, si Stevens hubiera trabajado para Winston
que nosotros, es una persona moderna, y su novela es triste (y cómica) Churchill podría, al menos, sostener que no ha fracasado: podría afirmar
porque la vida de Stevens aparece como un fracaso que pasa desaperci­ que fue el fiel sirviente de un gran hombre, tal como se lo había propuesto.2'
bido para el personaje. Stevens también representa un ejemplo contro­ En lugar de ello, el em peño de Stevens en realizar su vocación lo priva
vertido porque -p o r razones cuyo análisis profundizaré en el próxim o tanto de su dignidad como de una vida amorosa, porque la única mujer con
capítulo— algunos filósofos se inclinarían a negar la plenitud de su auto­ la que hubiera contraído matrimonio trabaja en la misma casa, y él está con­
nomía, por lo cual el hecho de afirmar que este personaje es autónomo vencido de que una relación sentimental con ella pondría en riesgo las
pone a prueba cierta concepción de los requerimientos que im pone la
autonomía. A prim era vista, lo que representa Stevens es justamente el
peso muerto de la convención y la costumbre contra las que Mili se enfer­ 26 Mili,Sistema de lógica..., op. cit., p. 946 [traducción modificada].
voriza en Sobre la libertad. Sin embargo, la idea milliana de convención y 27 Michael St. John Packe nos cuenta que Harriet Taylor, en cierto momento, había
abrigado la esperanza de llegar a ser periodista: una comentarista de prensa, como
quien alguna vez fuera su amiga, Harriet Martineau. Sin embargo, poco tiempo
después de haber comenzado su relación con Mili decidió postergar su propia
24 Ishiguro, The rema.ins...,op. cit., p. 210. carrera para dedicarse a fomentar la de él, expresándose “mediante su efecto en
25 Ibid., pp. 185-186. Es preciso dejar sentado que Mili no estaría del todo en él”, como escribe Packe. “Era Mili, no ella, el que tenía que ser escritor; era el
desacuerdo con el escepticismo de Stevens. ‘T an pronto como una idea de desarrollo de él, no el de ella, lo importante para el mundo” (Michael St. john
igualdad entra en la cabeza de un trabajador inglés sin estudios, a éste se le suben Packe, The Ufe ofjohn StuartMill, Nueva York, Macmillan, 1954, p. 140).
los humos -escribió Mili-, Cuando cesa de ser servil, se vuelve insolente” (Mili, No obstante, a pesar de este elemento de subordinación, el papel de Harriet como
Principies of social economy, en c w m , vol. 2, p. 109). preparadora y crítica era el polo opuesto a la ecuanimidad decidida del sirvi ente.
42 1 LA ÉT I CA DÉ U I D E N T I D A D LA ÉTICA DE LA I N D I V I D U A L I D A D I 43

relaciones profesionales entre ambos. Es decir que, aunque a Stevens le vaya E L E C C IO N E S SO CIA LE S
mal, no hay razones para pensar que sus pérdidas son el resultado de su
vocación.28 Com o hemos visto, para Mili, Royce y otros, un plan de vida constituye
Entonces, quizá la razón por la cual la Stevens parece haber fracasado un m odo de integrar las propias aspiraciones a lo largo del tiempo, o de
en su vida sea su servilismo. Tal como sugiere Thomas E. Hill, el servilismo armar el rompecabezas de las diferentes cosas a las que uno otorga valor.
no consiste simplemente en ganarse la vida trabajando para otro sin pre­ El cumplimiento de metas que se desprende de tal plan - o lo que podría­
sentar objeciones, sino en actuar como una persona que carece de liber­ mos llamar, con preferencia, “nuestros proyectos y compromisos funda­
tad, una persona cuya voluntad está de alguna manera sujeta a la de otra: mentales”- 30comporta más valor que la satisfacción de los deseos fugaces.
una persona que reniega de sus propios derechos morales.29Y sin embargo, En particular, Mili dice que estas metas son importantes porque, en efecto,
es posible defender a Stevens incluso de este cargo. ¿Puede decirse que haya el plan de vida es una expresión de mi individualidad, de quién soy yo: y
renegado de sus propios derechos morales? Su sentido del deber hacia el en este sentido, un deseo que se desprende de un valor que, a su vez, deriva
empleador parece derivar de su sentido del deber hacia sí mismo y de su de un plan de vida es más im portante que un deseo (como un apetito)
amour propre, porque no nos cabe duda de que podría rebajar sus están­ que m e asalta de manera casual, puesto que el primero emana de m is elec­
dares sin que su empleador lo notara. Stevens, que se atiene a su sentido ciones reflexivas, de mis compromisos, y no de un mero antojo pasajero.
de lo que es apropiado a pesar de las quejas de sus pares y de la falta de El ideal de la autoría de sí m ismo evoca un sentimiento que nos resulta
atención de su empleador, es consciente de que representa un estilo de vida familiar: Frank Sinatra lo hizo famoso en una canción acerca de alguien
en peligro de extinción: su conservadurismo no es en absoluto el que deriva que examina su vida cuando se está acercando al final. La canción dice así:
de la conformidad. Entonces, la razón por la que Stevens es un ejemplo útil “Viví una vida plena, / anduve por todas las carreteras, / pero lo m ejor de
del poder m oral de la individualidad es el hecho de que la ejemplifica sin todo fue / que lo hice a m i manera”.31 Si el hecho de que yo lo haya ele­
cum plir con la supuesta condición previa de creer en la libertad, la igual­ gido es parte de la razón por la cual mi plan de vida es bueno, entonces
dad o la fraternidad. Es decir, incluso alguien tan poco liberal como Stevens la imposición de un plan de vida -incluso de uno que, en otros respec­
demuestra el poder de la individualidad como ideal. tos, sea envidiable- equivale a privarme de un cierto tipo de bien. Si tengo
un temperamento liberal, la forma que adquiere m i vida es asunto m ío
-incluso si hago una vida que, objetivamente, no es tan buena com o otra
28 Algunos podrían objetar que fue la falta de una genuina autonomía (una que estaba a m i alcance-, siempre y cuando haya cumplido con mi deber
noción que exploraré en ei próximo capítulo) lo que condujo a este hacia los demás.32 No cabe duda de que todos nosotros podríamos haber
contratiempo: si Stevens hubiera ejercitado con mayor tenacidad sus facultades
para la evaluación crítica, habría estado menos expuesto a la mala fortuna de 30 Los proyectos fundamentales son “un nexo de proyectos que, en gran medida, dan
trabajar para un tonto. Pero (como veremos) algunas formas de adquisición sentido a la vida”, en las palabras de Bernard Williams, “Persons, character, and
intelectual de datos provenientes del exterior son universales e inevitables, y no morality”, en Moral luck, Cambridge, Cambridge University Press, 1981, p. 13 [trad.
es muy razonable que responsabilicemos a alguien por evaluaciones para las esp.: La fortuna moral. Ensayos filosóficos 1973-1980, México, u n a m ).
cuales no es competente. (Imaginemos dos cristalógrafos de rayos X que toman 31 [I’ve Iived a Ufe that’s full. / I’ve travelled each and ev’ry highway; / but more,
sus respectivos empleos basándose en la proximidad entre su casa y el trabajo. much more than this, /1 did it my way.] Publicada en 1967; grabada por primera
Uno hace una gran contribución al conocimiento humano porque da la vez en el álbum de Frank Sinatra My way [A mi manera. N. de la T.], Warner Bros.,
casualidad de que trabaja con un equipo de bioquímicos moleculares muy 13 de febrero de 1969, pista 6. Letra y música de Giles Thibault, Jaques Revaux y
exitosos; el otro hace una contribución muy pequeña.) Por supuesto que la Claude Fran^ois (título original: “Comme d’habitude” ), letra en inglés de Paul
narrativa de Ishiguro se potencia con la falta de armonía que hay entre las Anka. Puede haber aquí una pequeña parábola de la globalización, ya que Claude
certezas rígidas de la mente de Stevens y los hechos reales del mundo, y podemos, Fran^ois había nacido en Egipto y Anka era de descendencia libanesa; y algunos
por el momento, dejar abierta esta pregunta: la vida de Stevens, o cualquier otra podrían sacar conclusiones respecto de las diferencias entre las preocupaciones
vida que también esté acosada por las dificultades, ¿es un ejemplo de realización francesas y las anglosajonas, basándose en el hecho de que la letra francesa
humana o es un ejemplo de fracaso humano? original trata sobre las rutinas de un romance vacío.
29 Thomas E. Hill, “Servility and self-respect”, en Autonomy and self-respect, 32 Incluso esta afirmación es un poco apresurada: puede haber, como veremos en el
Cambridge, Cambridge University Press, 1991. capítulo 6, dos clases de obligaciones.
44 ' W ÉTICA DE LA IDENTIDAD la Etica de la individualidad i 45

construido una vida mejor que la que tenemos; sin embargo, dice Mili, Quizá valga la pena plantear una segunda preocupación respecto de la
ésa no es una razón para que otras personas intenten imponernos tales imagen de individualidad elegida que estamos examinando. Por momen­
vidas mejores. tos, la manera en que se expresa M ili puede sugerir una forma de indivi­
Y, aun así, ese escenario de individualidad elegida suscita algunas preo­ dualismo poco atractiva, en la que uno mismo es lo que más importa. A
cupaciones. En primer lugar, es difícil aceptar la idea de que algunos valo­ veces se ha embellecido esta concepción describiendo de una manera par­
res derivan de mis elecciones si se tiene en cuenta que esas elecciones son, ticular el alma humana sin ataduras: la mejor expresión de esta idea apa­
en sí mismas, meramente arbitrarias. ¿Por qué el solo hecho de que yo haya rece en el antinomismo sentimental que despliega Oscar Wilde en “ El alma
dispuesto mi existencia significa que esa existencia es la mejor, en especial del hombre bajo el socialismo”, según el cual una vez que se hayan roto
si no es la mejor “en sí misma”? los grilletes de la convención reinará un florido prerrafaelismo. “Será algo
Supongamos, por ejemplo, que adopto la vida de un viajero que reco­ maravilloso de ver: la verdadera personalidad del hombre. Crecerá con
rre el m undo en soledad, libre de las complicaciones que representan la naturalidad y simpleza, como una flor, o como una disputa. No probará
familia o la comunidad, estableciéndome aquí y allá por unos pocos meses, nada. Lo sabrá todo. Y sin embargo, no se ocupará del conocimiento.” Y así
y ganándome la vida con clases de inglés para empresarios. Mis padres continúa, sumido en la exaltación.33 Ésta es la suerte de cursilería moral
me dicen que estoy malgastando m i vida con esa actitud de académico que da mala fama al individualismo.
gitano: que soy una persona instruida, con talento para la música y una En cambio, M ili aboga por una visión del propio ser como proyecto,
habilidad asombrosa para hacerme de amigos, y estoy desaprovechando de una manera que podría leerse como una sugerencia de que el cultivo
esas cualidades. No es necesario ser comunitarista para dudar de que mi de sí mismo y la sociabilidad son valores rivales, aunque a cada uno de ellos
respuesta sea satisfactoria si me limito a decir que ya he considerado todas le corresponde un lugar.34 Esta concepción puede llevarnos a pensar que
las opciones y que ésa es la forma de vida que he elegido. ¿No necesito decir el bien de la individualidad se reprime o se intercambia por los bienes de
algo acerca de las cosas que esa forma de vida hace posibles para m í y la sociabilidad, de manera tal que existe una oposición intrínseca entre
para las personas que conozco? ¿O acerca de cuáles de mis otros talentos sociedad e individuo. También puede llevarnos a pensar que las institucio­
estoy poniendo en práctica al vivir así? Una cosa es decir que ni el gobierno, nes políticas, que desarrollan y reflejan los valores de la sociabilidad, cons­
ni la sociedad ni los padres deben impedir que una persona malgaste su tituyen siempre una fuente de restricciones para nuestra individualidad:
vida si así lo ha decidido, y otra m uy distinta es decir que malgastar la aquí se acusa a la individualidad de ser insociable.
propia vida de la manera que uno elija es bueno simplemente porque ésa Ahora bien, mostrar que la individualidad -o , con menos rodeos, la
es la manera que uno eligió, simplemente porque uno ha elegido malgas­ creación de uno m ism o - no necesariamente sucum be ante estos peli­
tar su propia vida. gros no equivale a mostrar que no sea susceptible de hacerlo; sin embargo,
Quizá sea por ello que Mili oscila entre afirmar que alguien está en la ^¡üamismo es posible establecer que la individualidad no requiere ni arbi-
posición óptim a para decir cuál es su mejor plan de vida si es capaz de tícajriedadni insociabilidad. Para M ili es muy probable que un plan de vida
alcanzar una cierta “ estatura mental, moral y estética”, y la idea más radi­ áttduya familia y amigos, y también puede incluir (como ocurrió con el
cal según la cual el mero hecho de que alguien haya elegido un plan de vida la función pública. También la individualidad de Stevens está muy
hace que ese plan sea recomendable. Según la primera propuesta, la elec­ Vi
ción no es arbitraria; refleja la realidad de las capacidades propias: si tene­
llljjlbscar Wilde, The soul of man under socialism and selected criticalprose, ed. por
mos suficiente “ sentido com ún y experiencia”, es probable que estemos Dowling, Nueva York, Penguin, 2001, p. 134 [trad. esp.: El alma del hombre
en mejor posición que cualquier otra persona para juzgar de qué manera o el socialismo, México, Fondo de Cultura Económica, 1989]. Claro está que
hacer una vida que concuerde con esas capacidades. Según esta noción, -Wilde tenía también una veta nietzscheana, con la cual se lo asocia mucho
que aprecia la invención de uno mismo por sobre todas las cosas,
cada uno de nosotros descubre su vida por sí mismo basándose en las
a yo la última persona que despreciara las virtudes personales; pero éstas
realidades de su naturalezay su lugar en el mundo. Pero en la segunda pro­ a te te n en segundo lugar, si acaso, respecto de las sociales”, escribe Mili en el
puesta, el papel que desempeñamos es el de crear valores, no el de descu­ "Capítulo 4 de Sobre la libertad, p. 90. Debe señalarse que este conjunto de virtudes
brirlos: aquí se acusa a la individualidad de ser arbitraria. jptiede ser ordenado jerárquicamente, aunque sin absoluta certe2a.
4 6 I LA ÉTICA DE LA I DE NT I DA D LA É TI CA DE LA I N DI V I D U A L I D A D I 47

lejos de ser insociable, porque él ha elegido ser mayordomo, que es algo llamamos una “identidad”.36 Puesto que cuando aquí hablamos de vivir-
que sólo puede llevarse a cabo si hay otras personas que desempeñan otros como, estamos hablando de identidades.37
papeles en el entorno social; un m ayordom o necesita un señor o una Stevens ha construido una identidad de mayordomo para sí mismo:
señora, cocineros, amas de llaves, mucamas. N o se trata de una mera opor­ más específicam ente, vive com o m ayordom o de Lord Darlington y de
tunidad de satisfacer las preferencias personales, sino de una función Darlington Hall, y como hijo de su padre. Es una identidad en la que su
intrínsecamente social, un puesto con sus correspondientes deberes públi­ género cumple una función (los mayordomos deben ser hombres) y en
cos. Y la individualidad de Stevens está m uy lejos de ser arbitraria, por­ la que su nacionalidad también es importante, porque, a fines de la década
que el papel que desempeña se ha desarrollado en el marco de una de 1930, Lord Darlington interviene (de una manera que resulta ser más
tradición; es un papel que tiene sentido dentro de cierto ambiente social. bien incompetente) en los “grandes asuntos” de la nación británica, y parte
Un ambiente social que, casualmente, ya no existe, por lo cual -entre de lo que brinda satisfacción al señor Stevens es estar al servicio de un hom ­
muchas otras razones- ninguno de nosotros quiere ser un mayordomo a bre que sirve a esa nación.3®Pero el personaje de Ishiguro ha unido esas
la manera de Stevens. Nosotros no queremos ser mayordomos en ese sen­ identidades más generales -m ayordom o, hijo, hombre, inglés- con otras
tido porque -sin un ambiente social de “grandes casas”, fiestas en las casas destrezas y capacidades que son más particulares, con lo cual ha m olde­
y cosas por el estilo- uno no puede ser esa clase de mayordomo. (Bernard ado un “yo”. Y, como veremos en el capítulo 3, la idea de identidad ya ha
W illiams demuestra este punto cuando señala que ciertas formas de vida construido en ese yo un reconocimiento de la compleja interdependencia
no constituyen“opciones reales” en determinados momentos históricos.)35 que existe entre la creación de uno mismo (del propio yo) y la sociabilidad.
Stevens es un individuo y ha trazado su propio plan de vida, pero no lo
ha hecho de manera arbitraria. Por ejemplo, los elementos relacionados
con la profesión de mayordomo que forman parte de su plan tienen sen­
tido -para dar sólo dos razones- porque, en primer lugar, existe una carrera IN VEN CIÓ N Y A U T EN TICID A D

que desempeña esa función, que es una manera de ganarse la vida; y, en


segundo lugar, porque su padre fue mayordomo antes que él. (Una vez A esta altura puede resultar útil tomar en consideración dos nociones opues­
más, no pretendo que estas razones sean atractivas, pero sí deberían resul­ tas respecto de qué cosas están involucradas en la formación de la indivi­
tar inteligibles.) dualidad propia. Una de ellas, que proviene del romanticismo, es la idea
Com o ya hemos visto, un plan de vida no es como el plan de un inge­ de encontrar el propio yo: descubrir, mediante la reflexión o mediante una
niero, en tanto que no cartografía con anticipación todos los elementos
trascendentes (ni muchos de los intrascendentes) que formarán parte de
36 En el capítulo 3 diré mucho más acerca de esta noción, pero ahora debo aclarar
nuestra vida. Esos planes son, en cambio, conjuntos mutables de objeti­
que aquí me refiero a “identidad” en un sentido que ha ganado aceptación sólo a
vos organizadores, metas en cuyo marco pueden acomodarse tanto las elec­ partir de la época de posguerra. Sin embargo, existe un discurso filosófico mucho
ciones diarias com o las visiones de más Largo plazo. Sin embargo, hay aún más antiguo acerca de la “ identidad personal”, que se centra en la continuidad de
algunos aspectos poco claros respecto del plan de vida de Stevens: ¿cuál es " un individuo a través del tiempo.
exactamente su plan? Si se nos obliga a aclarar este punto, deberíamos decir 37 Tal como me señaló mi colega Mark Johnston, no todos los vivir-como
constituyen identidades en este sentido: un homosexual no declarado vive como
que su plan consiste en ser el mejor mayordomo posible, en seguir los pasos
una persona heterosexual, pero no tiene una identidad heterosexual (o, para usar
de su padre, en ser un hombre. Pero yo creo que sería más natural decir el excelente ejemplo que me proporcionó mi colega, el espía Kim Philby vivía
que Stevens planea vivir como mayordomo, como el hijo de su padre, como como funcionario al servicio del gobierno británico, aunque su verdadera función
un hombre, como un inglés leal. Lo que estructura su sentido de la vida, -la de fiel servidor del gobierno soviético- significaba que su identidad real era
otra). Entonces, como ya he señalado, no pretendo que toda referencia a alguien
entonces, es algo que se parece menos a un plan, y más a lo que hoy en día
que “vive como un x‘‘ introduzca una identidad de x. Estos temas se aclararán más
. adelante, al llegar al análisis de (lo que yo llamo) “ identificación”, en la sección del
capítulo 3 titulada “La estructura de las identidades sociales”.
35 Bernard Williams, “The truth in relativism”, en Moral luck, op. cit. 38 Ishiguro, The remains. ..,op. cit., p. 199.
48 I LA ÉTICA Df LA I DE NT I DA D LA ETICA DE LA I N D I V I D U A L I D A D I 49

cuidadosa observación del mundo, un sentido para la propia vida que ya tanta capacidad para formar nuestro propio carácter, si así lo deseamos,
está allí, esperando ser encontrado. Ésta es la noción que podemos llamar como la tienen otros para hacerlo por nosotros.40
autenticidad: consiste en ser fiel a lo que uno ya es, o sería, si no existieran
influencias tergiversadoras. “El alma del hombre bajo el socialismo” es un Por la misma razón, la idea existencialista también es incorrecta porque
locus dassicus de esta idea. (“ La personalidad del hombre (...] será tan sugiere que sólo hay creatividad, que no hay nada a lo cual responder, nada
maravillosa com o la personalidad de un n iñ o ” ) La otra noción -llam é­ a partir de lo cual pueda hacerse la construcción. “La naturaleza humana
mosla existencialista- es una en la cual, según la doctrina, la existencia pre­ no es una máquina a ser construida según un modelo, y a ser preparada
cede a la esencia: es decir, primero se existe y después es necesario decidir para que haga exactamente el trabajo que se prescribió para ella, sino un
como qué se va a existir, qué se va a ser. En una versión extrema de esta árbol, que necesita crecer [...] de acuerdo con la tendencia de las fuerzas
noción, tenemos que crear un yo, como si lo hiciéramos a partir de la nada, internas que lo hacen un ser viviente”, nos dijo Mili. Su metáfora pone en
como Dios en la Creación, y la individualidad es valiosa porque sólo la per­ evidencia las restricciones: cualesquiera sean las circunstancias, un árbol no
sona que ha creado un yo tiene una vida que vale la pena vivir.39 se transforma en una legumbre, ni en una vid ni en una vaca. La noción
Pero ninguna de estas nociones es correcta. intermedia más razonable es que la construcción de una identidad es una
La noción de la autenticidad es incorrecta porque sugiere que la crea­ cosa buena (si la autoría de sí mismo es una cosa buena), pero la identidad
tividad no desempeña ningún papel en la creación de un yo, que el ser de debe tener un cierto sentido. Y para que tenga sentido, debe ser una iden­
cada uno ya está fijado, y en su totalidad, por nuestra naturaleza. M ili está tidad construida en respuesta a los hechos exteriores a uno mismo, a las
en lo cierto cuando afirma de manera tan categórica que tenemos, en efecto, cosas que están más allá de las elecciones que uno puede hacer.
ese papel creador de nuestro propio ser, sean cuales fueren las limitacio­ Algunos filósofos -entre ellos, Sartre- han intentado combinar las nocio­
nes impuestas por nuestra naturaleza y nuestras circunstancias. El hom ­ nes romántica y existencialista, como sugirió Michel Foucault hace algu­
bre “tiene, hasta cierto punto, el poder de alterar su carácter”, escribe en nos años;
Sistema de lógica:
Sartre elude la idea del yo como algo que nos es dado, pero a través de
Su carácter está formado por sus circunstancias (entre las que se incluye la noción moral de autenticidad se vuelve hacia la idea de que debe-
su particular organización), pero su propio deseo de moldearlo de una . mos ser nosotros mismos: ser realmente nuestro yo verdadero. Creo que
manera particular es una de esas circunstancias, y de ninguna manera lo más aceptable que podemos hacer con lo que ha dicho Sartre es vin-
la menos influyente. Cierto que no podemos, por nuestra sola volun­ ¡i. cular su teoría al ejercicio de la creatividad, y no al de la autenticidad.
tad, hacernos diferentes de lo que somos. Pero tampoco aquellos que :; Partiendo de la idea de que el yo no es algo dado a nosotros, creo que
supuestamente formaron nuestro carácter hicieron, por su sola volun­ o hay una sola consecuencia práctica: tenemos que crearnos a nosotros
tad, que seamos lo que somos. Su voluntad no tuvo poder directo sino i. mismos como si fuéramos una obra de arte.41
sobre sus propias acciones. Lo que han hecho de nosotros lo han hecho '
aplicando su voluntad, no al fin, sino a los medios requeridos para el Ahora bien, en este pasaje, Foucault habla de creatividad sin -q u iz á - reco­
fin; y nosotros, si nuestros hábitos no son demasiado inveterados, pode­ nocer de manera suficiente el papel que desempeñan los materiales sobre
mos, ejerciendo de manera similar nuestra voluntad sobre ios medios los cuales la ejercemos. Com o señala Charles Taylor, “sólo puedo definir
necesarios, hacernos diferentes. Si ellos pudieron ponernos bajo la mi identidad en el marco de las cosas importantes. Pero poner entre parén­
influencia de determinadas circunstancias, nosotros podemos igual­ tesis la historia, la naturaleza, la sociedad, las exigencias de solidaridad,
mente ponernos bajo la influencia de otras circunstancias. Tenemos

,i,

39 Uso estas etiquetas porque resultan convenientes: no todo el que invoca la idea de 40 Mili , Sistema de lógica, op. cit., p. 844 [traducción modificada],
autenticidad lo hace de esta manera, y uno de los críticos más profundos de Jo que i 41 Michel Foucault, Ethics: subjectivity and truth, Nueva York, The New Press, 1998,
yo llamo la “noción existencialista” es Nietzsche. p. 262.
50 I LA ÉT I CA DE LA I DE NT I DA D LA ÉTIC A DE LA I N D I V I D U A L I D A D I 51

todo salvo lo que encuentro en mí, significaría eliminar todos los candi­ Crear una vida es crear una vida a partir de los materiales que nos ha
datos que compiten por la importancia”.42 dado la historia. Com o ya hemos visto, el discurso de M ili yuxtapone el
El siguiente experimento imaginario puede llegar a disuadir a aquellos valor de la autoría de uno mismo al valor de lograr las capacidades pro­
que valoran la elección del yo por encima de todo lo demás. Supongamos pias, quizá porque la primera puede parecer arbitraria; sin embargo, una
que, mediante algún tipo de ingeniería genética instantánea, fuera p o si­ vez que se vincula a algo que está fuera de nuestro control, una vez que
ble cambiar aspectos de nuestra naturaleza, de manera tal que estuviéra­ nuestra autoconstrucción es vista como una respuesta creativa a nuestras
mos en condiciones de obtener cualquier combinación de capacidades que capacidades y circunstancias, la acusación de arbitrariedad se debilita.
alguna vez hubieran formado parte del abanico de posibilidades humanas: Pensar en las capacidades y las circunstancias que la historia ha otor­
podríamos tener la volcada de Michael Jordán, la musicalidad de Mozart, gado en realidad a cada uno de nosotros también nos permitirá respon­
las dotes cómicas de Groucho Marx, la delicadeza lingüística de Proust. der a la preocupación acerca de la insociabilidad del ser individuado y
Supongamos que tam bién fuera posible combinar estas cualidades con desarrollar aun más la cuestión de la dependencia social que atribuimos a
cualquier otro deseo: ser homosexuales o heterosexuales, admirar a Wagner Stevens. El lenguaje de la identidad nos recuerda hasta qué punto estamos,
o a Eminem. (Podríamos entrar a la cámara de metamorfosis silbando la según la formulación de Charles Taylor, constituidos “dialógicam ente”.
obertura de DieMeistersinger y salir murmurando KWill the realSlim Shady Comenzando por la infancia, es en el diálogo con lo que otras personas
please stand up?'\)* Supongamos, además, que no existieran carreras o pro­ entienden que soy que yo desarrollo un concepto de mi propia identidad.
fesiones en el mundo, porque habría máquinas inteligentes que satisfa­ Llegamos al mundo “lloriqueando y vomitando en brazos de la enfermera”
rían todas las necesidades materiales y prestarían todos los servicios. Lejos (tal como, con tanta genialidad, lo expresó Shakespeare), capaces de adqui­
de tratarse de una utopía feliz, me parece, semejante mundo se asemeja­ rir individualidad humana, pero sólo si tenemos la oportunidad de de­
ría a una especie de infierno. No habría motivos para elegir ninguna de sarrollarla en interacción con otras personas. Una identidad se articula
esas opciones, porque no existirían metas a alcanzar en el transcurso de la siempre mediante conceptos (y prácticas) que son asequibles a nosotros a
vida. Una explicación de por qué esa vida no tendría sentido puede encon­ través de la religión, la sociedad, la escuela y el Estado, mediados por la
trarse en Nietzsche: familia, los pares y los amigos. En efecto, el material mismo a partir del
cual toma forma nuestra identidad proviene, en parte, de lo que Taylor
Una sola cosa es necesaria: “dar estilo” a nuestro carácter constituye un ha llamado “ nuestro lenguaje en sentido am plio”, que com prende “no
arte grande y raro. Lo ejerce quien comprende toda la fuerza y la debi­ sólo las palabras que pronunciamos, sino también otras formas de expre­
lidad que ofrece su naturaleza, y sabe luego integrarlo tan bien a un plan sión mediante las cuales nos definimos, incluidos los ‘lenguajes’ del arte,
artístico, que cada elemento aparece como un fragmento de arte y de de los gestos, del amor y cosas similares”.44 De aquí se desprende que el yo
razón hasta el punto de que aun la debilidad tiene la virtud de fascinar cuyas elecciones celebra el liberalismo no es una cosa previa a lo social -n o
la mirada. Aquí se ha añadido una gran masa de segunda naturaleza, allí es una suerte de auténtica esencia interior que tiene independencia del
se ha suprimido un trozo de primera naturaleza: en ambos casos, a costa mundo humano en el que hemos crecido- sino el producto de la interac­
de un ejercicio paciente, de una labor diaria. Aquí se ha disimulado la ción con los otros que ha tenido lugar desde nuestros primeros años.
fealdad que no se podía disimular, allí ha sido ésta transfigurada hasta Como resultado, la identidad presupone la sociabilidad, y no sólo un
adquirir un sentido sublime.43 respeto a regañadientes por la individualidad de los otros. Un yo libre es
un yo humano, y somos, como dijo Aristóteles ya hace mucho tiempo,
hijos de la tcoXk;, seres sociales. Somos sociales de muchas maneras y por
42 Charles Taylor, La ética de la autenticidad, Barcelona, Paidós, 1994, p. 75. Debo
señalar que el uso que he estipulado para el término “aulenticidad” difiere del de
Taylor, que abarca tanto el modelo de descubrimiento como el de creación de sí 44 Charles Taylor, Multiculturalism: examining the politics of recognition, ed. por Amy
mismo. Gutmann, Princeton, Princeton University Press, 1994, P- 32 (trad. esp.:
* Fragmento de una composición de Eminem. [N. de la T.j El multiculturalismo y “la política del reconocimiento”, México, Fondo de Cultura
43 Friedrich Nietzsche, La gaya ciencia, Buenos Aires, Gradifco, 2007, pp. 158-159. Económica, 1993Í-
52 I I A ÉTIC A DE LA I DE NT I DA D I A ÉTICA DE IA I N D I V I D U A L I D A D I 53

muchas razones: porque deseamos compañía, porque dependemos unos Y vale la pena recordar una vez más que la concepció n de felicidad o bienes­
de otros para sobrevivir, porque gran parte de lo que nos interesa es pro­ tar desarrollada por Mili incluía la libertad, la individualidad y la autono­
ducto de la creación colectiva. Y la perspectiva de tal sociabilidad es esen­ mía, y que éstas se relacionaban con aquélla de manera constitutiva, y no
cial para la visión ética de Mili. “El sentimiento social de la humanidad” meramente instrumental.46Valorar la individualidad de manera apropiada
era, según su pensam iento, “un poderoso sentim iento natural”, y uno
que constituía una base para la moral:
miserable individualidad” {ibid., p. 145). Sobre este tema, véanse también los
análisis de Wendy Donner, The liberal self: John Stuart M ills moral and political
La condición social es a la vez tan natural, tan necesaria y tan habitual
philosophy, Ithaca, Cornell TJniversity Press, 1992, p.180, y Alan Ryan, The
para el hombre, que, excepto en circunstancias inusitadas, y por obra philosophy ofjohn Stuart Mili, ed. rev., Basingstoke, Macmilian, 1987, p. 200. La
de una abstracción voluntaria, nunca puede pensar en sí mismo más importancia de lo social es otro punto de afinidad entre Mili y Guillermo de
que com o miembro de un cuerpo; y esta asociación se afianza cada Humboldt, a quien Charles Taylor describe acertadamente como individualista y
holista a la vez. A continuación del pasaje de Humboldt que Mili cita al principio
vez más a medida que la humanidad se separa del estado de indepen­
del capítulo m de Sobre la libertad, escribe Humboldt: “ En consecuencia, es
dencia salvaje. Por lo tanto, cualquier condición que sea esencial al mediante una unión social basada en las preferencias y capacidades internas de
estado social se convierte en una parte cada vez más inseparable de la sus miembros que a cada uno se le permite participar en los ricos recursos
concepción que tiene cada persona del estado de las cosas en que ha ... colectivos de los demás. (...) La efectividad que tales relaciones [de amistad,
“amor común” ] tienen como instrumentos de cultivación depende por completo
nacido, y que constituye el destino del ser humano [...]. Incluso hoy
de la medida en que los miembros logran combinar su independencia personal
en día, la concepción profundamente arraigada que tiene todo indivi­
• con la intimidad de la asociación. Porque, mientras que sin esa intimidad un
duo acerca de sí mismo como ser social tiende a hacerle sentir como individuo no puede, por así decir, poseer de manera satisfactoria la naturaleza de
una de sus necesidades naturales la armonía entre sus sentimientos y r los otros, la independencia no es menos esencial para que cada uno, al ser
objetivos y los de su prójimo [...]. Para aquellos que lo poseen, tiene ,i; poseído, pueda transformarse a su propia y única manera. [...] Entonces, en la
originalidad se combinan ese vigor individual y esa múltiple diversidad. [... ] Así
todos los caracteres de un sentimiento natural. No aparece, ante su
como esa individualidad se desprende naturalmente de la libertad de acción y de
mente, como una superstición de la educación, o como una ley impuesta " la suprema diversidad de agentes, suele, a su vez, producirlos directamente''
despóticam ente por el poder de la sociedad, sino com o un atributo (Wilhelm von Humboldt, On the limits o f State action, ed. por J. W. Burrows,
del que no querrían carecer. Esta convicción es la sanción última de la V Cambridge, Cambridge University Press, 1969, p. 17).
moral de la mayor felicidad.45 0 John Gray -en una de sus primeras obras, el incisivo ensayo Mili on Liberty. .., op.
' cit.- señala que tanto el modelo de descubrimiento como el de elección o creación
®^desempeñan un papel en la autonomía que concibe Mili. Es así que sería engañoso
W ; preguntar $i la elección autónoma es el criterio de los “placeres superiores” o su
45 Mili continúa: “Es la que hace que todo espíritu de sentimientos bien IJypstrumento. “Esta distinción entre una concepción de la relación entre la
desarrollados obre a favor y no en contra de los motivos externos que nos .jutonomía y los placeres superiores basada en criterios y otra basada en
obligan a cuidar de los demás, a causa de lo que he llamado sanciones externas. Evidencias no capta el espíritu de la noción de Mili”, escribe Gray. “No cabe du da
Cuando éstas faltan o actúan en sentido opuesto, esta convicción constituye, por 'áe que, para Mili, el hecho de hacer elecciones es en sí mismo un ingrediente
sí sola, una fuerza obligatoria interna, cuyo poder está en relación con la ~o de la felicidad y de cualquier placer superior: para que un placer sea un
sensibilidad e inteligencia del carácter. En efecto, pocos cuya mente dé cabida a la superior, es condición necesaria que consista en actividades elegidas
moral consentirían en pasar su vida sin conceder atención a los demás, excepto después de haber experimentado una gama considerable de alternativas. Pero la
en lo que obligase a sus intereses personales” {El utilitarismo, op. cit., pp. 160,162, :íéñdición suficiente para que un placer sea un placer superior es que exprese la
163). En otra parte de El utilitarismo, Mili insiste en que “la educación y la Naturaleza individual del hombre que experimenta ese placer, y ésta, tanto para el
opinión, que tan vasto poder tienen sobre el carácter humano, [usen] su poder Nombre mismo como para los demás, es una cuestión de descubrimiento y no de
para establecer en la mente de cada individuo una asociación indisoluble entre su n. La posición de Mili respecto de este asunto es compleja. Por un lado, al
propia felicidad y el bien de todos” (ibid., p. 148). El “egoísmo”, sostiene Mili, que Aristóteles, Mili afirma que los hombres son los hacedores de su propio
“ [es] la principal causa de insatisfacción ante la vida”, incluso más significativa - Por otro lado, no cabe duda de que Mili se atiene a la creencia romántica
que la falta de cultivo intelectual. Y Mili censura la noción de que hay “una cada uno tiene una esencia que espera ser descubierta y que, con suerte,
necesidad intrínseca de que cualquier ser humano sea un interesado egoísta, expresarla en cualquiera de los contados estilos de vida que tiene a su
apartado de todo sentimiento o cuidado que no se centre en su propia y diápbsición. A su manera compleja, Mili parece pensar que las elecciones en si
54 I la é t ic a de la i d e n t i d a d 1A É TI CA DE LA I N D I V I D U A L I D A D I 55

significa reconocer hasta qué punto lo que es bueno para cada uno de nociones proporcionan normas o m odelos laxos, que desempeñan un
nosotros depende de las relaciones con los demás. Sin estos lazos, como papel en la conformación de nuestros planes de vida. En suma, las iden­
ya he señalado, no podríamos llegar a ser un yo libre, por la simple razón tidades colectivas proporcionan lo que podríamos llamar "libretos” : narra­
de que no podríamos llegar a ser un yo en absoluto. A lo largo de nuestras ciones que la gente puede usar para dar forma a sus proyectos y contar sus
vidas, parte del material al que respondemos al dar forma a nuestro yo no historias de vida. (Exploraremos este asunto con mayor profundidad en
está dentro de nosotros sino en el exterior, inmerso en el entorno social. el capítulo 3.)
La mayoría de las personas forman su identidad com o novios, y luego cón­ Claro está que la manera en que damos sentido a nuestra vida - a nues­
yuges ypadres, todos ellos aspectos de nuestra identidad que, aunque socia­ tro y o - mediante una narración ocupa un lugar importante en el pen­
les en un sentido, son peculiares para el individuo que somos y, como samiento de diversos filósofos (entre ellos, Charles Taylor y Alasdair
consecuencia, representan una dimensión personal de nuestra individua­ M aclntyre), quienes se preocupan porque las versiones convencionales
lidad. Pero todos somos, también, miembros de colectividades más amplias. déla teoría liberal prestan escasa atención a la matriz social en cuyo marco
Decir que las identidades colectivas-es decir, las dimensiones colectivas de toman forma las identidades. A l mismo tiempo, cuando esos filósofos hacen
nuestra identidad individual—son respuestas a algo que se encuentra fuera hincapié en la noción según la cual vivir nuestra vida como agentes requiere
de nuestro yo equivale a decir que son el producto de historias, y nuestro que veamos nuestras acciones y experiencias como parte de algo que podría
compromiso con ellas invoca capacidades que están fuera de nuestro con­ considerarse una historia,48resuena en ellos el lenguaje milliano de los pla­
trol. Sin embargo, esas identidades son sociales no sólo porque involu­ nes de vida. Para Charles Taylor, “una condición básica para que nos encon­
cran a otros, sino tam bién porque se constituyen, en parte, mediante tremos un sentido a nosotros mismos” es que “entendamos nuestra vida
concepciones socialmente transmitidas que indican cuál es el comporta­ en el marco de una narración”; en consecuencia, la narración no es “un ele­
miento apropiado para una persona que tiene esa identidad. mento opcional”. Para Alasdair Maclntyre, es “porque entendemos nues­
tra propia vida en términos de narraciones vividas de principio a fin que
la forma narrativa es apropiada para entender las acciones de los otros”. Así,
cada una de nuestras “intenciones de corto plazo se vuelve - y solamente
EL S C R IP T O R IU M S O C IA L puede volverse- inteligible mediante la referencia a intenciones de más largo
plazo”; por lo tanto, “la conducta sólo puede caracterizarse de manera ade­
Para construir una identidad recurrimos, entre otras cosas, a las clases cuada cuando sabemos cuáles son las intenciones de largo plazo y del
de persona que la sociedad de la que formamos parte pone a nuestra dis­ más largo plazo posible, y de qué manera las intenciones de corto plazo se
posición. De más está decir que no hay una forma de comportamiento
para homosexuales o heterosexuales, para negros o blancos, para hom ­
alguno, con la excepción de dos o tres, y esos dos o tres hombres también eran, en
bres o mujeres, pero circulan ideas (muchas de ellas controvertidas, pero muchos aspectos, casi mujeres. Sospecho que es la gente de segunda categoría la
todas las partes contendientes dan forma a nuestras opciones) acerca de que se diferencia por sexo: la de primera categoría es similar” (The earlier letters,
cómo deberían conducirse los homosexuales, los heterosexuales, los negros, 1812-1848, en c w m , vol. 12, p. 184).
los blancos, las personas de sexo femenino y las de sexo masculino.47Estas 48 Claro está que no es sólo nuestra vida la que estructuramos como narración:
hacemos lo mismo con las vidas de los demás. Después de la muerte de Lincoln,
Mili le escribió a John Elliot Cairns (el autor del panfleto abolicionista Slave
mismas son una parte constitutiva de una vida humana feliz, y también un Power): “Mi sentimiento principal en este momento es que la muerte de Lincoln,
instrumento para alcanzarla” (p. 73). de la misma manera que ocurrió con la de Sócrates, constituye un final digno para
47 Dada la tendencia de Mili a exaltar la variedad, resulta notable que se inclinara a una vida noble, y coloca el sello de la conmemoración universal sobre la nobleza
dudar de que hubiera “alguna distinción real entre el carácter masculino superior de ese hombre. Lincoln tiene ahora un lugar entre los grandes nombres de la
y el carácter femenino superior”, tal como escribió en una carta a Thomas Carlyle historia, y lo mejor que uno habría podido desear para él es que muriera casi sin
(octubre de 1833): “Pero de todas las mujeres que he conocido, las que poseían en darse cuenta en, quizás, el momento más feliz de su vida. ¡Cómo se alegra uno de
la mayor medida posible las cualidades que se consideran femeninas, combinaban que haya sabido de la rendición de Lee antes de morir!” ( T h e late letters, en c w m ,
con éstas más cualidades masculinas superiores de las que he visto en hombre vol. 16, p. 1057).
56 I LA ÉTICA DE LA I DE NT I DA D LA ÉTIC A DE LA I N D I V I D U A L I D A D 1 57

relacionan con las de más largo plazo. Una vez más, nos vemos im plica­ misma historia, de una semana a la otra, o de un año al otro, pero a la mayo­
dos en la escritura de una historia narrativa”.45 Estas p reocupaciones -que ría de nosotros nos importa cómo encaja en el marco más amplio de la his­
espero haber establecido- no son ajenas a la clase de liberalismo que Mili, toria de diversas colectividades. No basta simplemente con que, por ejemplo,
al menos, buscaba difundir. las identidades de género configuren la vida personal, sino que también las
Es así que debemos reconocer hasta qué punto nuestras historias per­ identidades étnicas y nacionales deben hacer encajar una narración per­
sonales, las historias que contamos acerca de dónde hemos estado y hacía sonal en una narración más amplia. Para las personas modernas, la forma
dónde nos dirigimos, están construidas -com o las novelas y las películas, narrativa implica ver la propia vida como si formara un arco, corno si adqui­
como los cuentos y las narraciones populares- según las convenciones de riera sentido al hilarse en una historia de vida que expresa qutén es uno a
la forma narrativa. En verdad, una de las cosas que hacen por nosotros las través del proyecto propio de la construcción del yo- Ese arco narrativo es
narraciones populares (ya vengan del cine o la televisión, ya sean orales o un aspecto más de la profunda dependencia que tienen las vidas indivi­
escritas) es brindarnos modelos para contar nuestras vidas.4
50A la vez, parte
9 duales respecto de las cosas creadas y transmitidas por la sociedad.
de la función de nuestras identidades colectivas -d e todo el repertorio Antes hice una distinción entre las dimensiones personal y colectiva de
que una sociedad pone a disposición de sus m iembros- es estructurar posi­ la identidad. Ambas desempeñan un papel en estas historias del yo. Pero
bles narraciones del yo individual. sólo las identidades colectivas tienen un libreto, y sólo ellas cuentan como
Así, por ejemplo, los ritos de pasaje que muchas sociedades asocian a las lo que Ian Hacking llamó “clases de persona”.51 Hay categorías lógicas, pero
identidades femenina y masculina proveen una forma para la transición no sociales, que engloban a los ingeniosos, o los inteligentes, o los encan­
a la edad adulta; las identidades homosexuales pueden organizar su vida tadores, o los codiciosos. Las personas que tienen en común alguna de estas
en torno a la narración de asumir su sexualidad en público; los pentecos- características no constituyen un grupo social. En el sentido que nos ocupa
taüstas tienen el rito del renacimiento, y las identidades negras de los Estados ahora, no son una clase de persona. En nuestra sociedad (aunque no ocu­
Unidos a menudo adoptan narraciones opositoras de autoconstrucción rriera así, quizás, en la Inglaterra de Addison y Steele), ser ingenioso no
frente al racismo. El logro de una cierta unidad narrativa, es decir, la posi­ implica la existencia de un libreto de vida para “ el ingenioso”. Y la princi­
bilidad de contar una historia de la vida personal que tenga coherencia, es pal razón por la que las dimensiones personales son diferentes es que no
una de las cosas más importantes para los miembros de muchas socieda­ dependen de una etiqueta: si bien la inteligencia tiene una importancia
des: la historia -m i historia- debe tener la coherencia apropiada para una social prioritaria en nuestra sociedad, existiría la posibilidad de ser inteli­
persona de mi sociedad.51 No es necesario que se trate exactamente de la gentes aun cuando nadie conociera ese concepto. Decir que la raza está
socialmente construida-que un afroamericano es, en el sentido que desa-
49 Taylor, La ética..., op. cit., p. 47; Aiasdair Maclntyre, Afler virtue: a study in moral
theory, 2a ed., Notre Dame, University o f Notre Dame Press, 1984, pp. m , 207-208
[trad. esp.: Tras la virtud, Barcelona, Crítica, 1987I.
50 Y, a veces, los personajes de ficción reflexionan acerca de la manera en que se rechazar la exigencia de un yo unificado por considerarla demasiado estricta,
remiten a otras obras de ficción: “Nunca en mi vida había confesado tanto o demasiado alejada de la naturaleza laxa, vaga y en cierto modo aleatoria de la vida
recibido tantas confesiones”, recuerda Humbert Humbert acerca de su fingida tal como la experimentamos algunos de nosotros. Joseph Raz la percibe de
intimidad con la madre de Lolita, con quien está a punto de casarse. “La manera bastante acertada cuando observa: “ Una vida autónoma no está
sinceridad y falta de malicia con que ella hablaba de lo que llamaba su ‘vida necesariamente planeada ni es necesariamente unificada. Sin embargo, hay una
amorosa’, desde el primer besuqueo hasta el ‘peor es nada’ conyugal, establecían pizca de verdad en la idea de que la autonomía otorga unidad a una vida. I.a
un marcado contraste ético respecto de mis composiciones insinceras; sin persona autónoma tiene una concepción de sí misma, o la desarrolla de manera
embargo, técnicamente, los dos conjuntos pertenecían al mismo género, ya que gradual, y actúa con conciencia del pasado. Una persona que tiene proyectos es
ambos habían recibido las influencias de los mismos materiales (las telenovelas, el consciente de su pasado al menos en dos sentidos. Debe estar al tanto de sus
psicoanálisis y las novelitas baratas), a los cuales yo recurría para construir mis intereses, y debe estar al tanto de cuál es su progreso respecto de ellos. Raz, The
personajes, y ella, para encontrar su modo de expresión” (Víadimir Nabokov, morality offreedom, Oxford, Oxford University Press, 1986, p. 385.
Lolita, Nueva York, Vintage, 1997, p. 80). 52 Ian Hacking,“ Making up people”, en Thomas C. Heller, Morton Sosna y David
51 Ser virtuoso requiere “una vida que pueda concebirse y evaluarse como un todo”, E. Wellbery (eds.), Reconstructing individualism: autonomy, individuality and thc
dice Aiasdair Maclntyre en su Afler virtue, op. cit., p. 205. Podemos, por supuesto, selfin Western thoughl, Stanford, Stanford University Press, 1986, pp. 222-236.
58 1 LA É TI CA DE LA I D E N T I DA D LA ÉTICA DE LA I N D I V I D U A L I D A D i 5 9

rrolla Hacking, una “clase de persona”- equivale, en parte, a decir que no identidades diferentes. O puede pensarse como una cosa buena porque la
existen afroamericanos más allá de las prácticas sociales asociadas al rótulo disfrutamos y, en igualdad de condiciones, es bueno que la gente tenga y
racial; en contraste, no cabe duda de que podrían existir personas inteli­ haga lo que disfruta tener y hacer.
gentes aun cuando no tuviéramos el concepto de inteligencia.53Desarrollaré y-No obstante, como ya hemos visto, muchos valores son parte intrín­
estos temas con mayor detalle en el capítulo 3. seca de una identidad: están entre los valores que una persona que tenga
esa identidad debe tomar en cuenta, pero no son valores para las perso­
nas que no tienen esa identidad. Tomemos, por ejemplo, el valor de la
pureza ritual, tal como lo conciben muchos judíos ortodoxos. Creen que
L A É T IC A E N L A ID E N T ID A D deben mantenerse kosher porque son judíos; no esperan que alguien que
no es judío lo haga, e incluso pueden pensar que no estaría bien que lo
¿Cómo encaja la identidad en nuestros proyectos morales más amplios? hicieran las personas que no son judías. Sólo es algo bueno para aquellos
Una manera de responder a esta pregunta es la siguiente: en el mundo que son judíos o que se convierten al judaismo, y los judíos no creen que
hay muchas cosas que tienen valor. Se trata de un valor objetivo: son impor­ el mundo sería mejor si todos se convirtieran al judaismo. Después de todo,
tantes más allá de que alguien reconozca o no su valor. Pero no hay manera la Alianza es sólo con los Hijos de Israel.
de determinar cuáles de esos diversos bienes valen más y cuáles valen menos, - De manera similar, podríamos pensar que nuestra identidad de nacio­
o de compensar unos con otros; en consecuencia, no siempre -un a vez nalistas en una lucha contra la dominación colonial hace que para nosotros
consideradas todas las posibilidades- existe una alternativa mejor que las sea valioso arriesgar la vida por la liberación de nuestro país, com o lo
demás. C om o resultado, son muchas las opciones morales permisibles. tozo Nathan Hale, aunque lamentemos tener sólo una vida para dar. Sí
La identidad proporciona, entre otras cosas, una fuente más de valor, una no fuéramos nacionalistas, también podría ocurrir que muramos luchando
que nos ayuda a encontrar un camino entre esas opciones. Adoptar una por una causa del país; y entonces, pese a que de ello podría resultar algo
identidad, hacerla mía, es verla como el factor que estructura mi camino bueno, ese bien no sería, por así decir, un bien para nosotros. Nuestra
en la vida. Es decir, m i identidad tiene patrones incorporados (por eso creo i vida podría considerarse desperdiciada, sólo porque no nos identificába­
que M ili se equivoca cuando dice que siempre es mejor ser diferente de mos con la nación por la cual morimos.
los demás), patrones que me ayudan a pensar acerca de mi vida. Uno de Así, existen diversas maneras en que la identidad podría constituir
esos patrones simples, por ejemplo, es el de la carrera laboral, que fina­ ufla fuente de valor, y no tanto algo que hace realidad otros valores. En
liza, si se vive lo suficiente, con la jubilación.54 Pero las identidades tam­ primer lugar, si una identidad es nuestra, puede determinar que ciertas
bién crean formas de solidaridad: entonces, si me pienso como X - “mujer”, acciones solidarias sean valiosas, o puede ser parte intrínseca de la espe­
“negro”, “estadounidense”- , el mero hecho de que otra persona sea tam ­ cificación de nuestras satisfacciones y nuestros placeres, o motivar o sig­
bién X puede, aveces, predisponerme a hacer algo con ella o por ella. Ahora nificar actos de bondad supererogatoria. En efecto, la presencia de un
bien, en igualdad de condiciones, la solidaridad con aquellos que com ­ concepto de identidad en la especificación de mi objetivo -e l de ayudar a
parten m i identidad puede pensarse como una cosa buena, y es así que la alguien que tiene m i misma identidad- puede ser parte de lo que explica
solidaridad comporta un valor universal; sin embargo, funciona de manera por qué tengo en realidad ese objetivo. Es posible que alguien obtenga
diferente para personas diferentes porque las personas diferentes tienen satisfacción por haber donado dinero a la Cruz Roja para ayudar a las
víctimas de un huracán en Florida, como un acto de solidaridad con otros
53 Ello no equivale a decir que la inteligencia no sea un producto social; no hay duda cubanos estadounidenses. En este caso, el hecho de compartir la identi­
de que lo es. Nadie que creciera como Caspar Hauser podría ser inteligente. dad explica en parte por qué él o ella tiene ese objetivo. Por la misma razón,
Tampoco equivale a decir que el significado social de la inteligencia no sea el una identidad compartida puede hacer que para mí ciertos actos o logros
resultado de prácticas, actitudes y creencias compartidas de índole social. tengan un valor que de otra manera no tendrían. La circunstancia de que
54 Richard Sennett desarrolla un análisis fascinante del concepto de “carrera laboral”
un equipo ghanés de fútbol obtenga la Copa Africana de las Naciones tiene
en Richard Sennett, The corrosión ofcharacter, Nueva York, Norton, 1998 [trad.
esp.: La corrosión del carácter, Barcelona, Anagrama, 2005]. valor para mí en virtud de mi identidad de ghanés. Si yo fuera católico,
60 ! LA ÉTICA DE U IDENTIDAD LA ÉTICA DE LA I N D I V I D U A L I D A D I 6l

un casamiento celebrado en una iglesia católica podría tener un valor espe­ LA I N D IV ID U A L ID A D Y EL ESTADO

cial para mí a causa de que soy católico.


Hay aun otras maneras en que el éxito de nuestros proyectos (y, desde La noción de desarrollo de uno mismo que he esbozado coloca la identi­
luego, el hecho mismo de que tengamos esos proyectos) podría derivar dad en el corazón de la vida humana. Lo que intento sugerir es que una
de una identidad social. Puesto que los seres humanos son criaturas socia­ teoría de la política debe tomar m uy en serio esta noción. La idea en sí
les, escribe Mili, están “ familiarizados con la idea de cooperar con otros y misma no resuelve demasiados detalles prácticos, pero podemos elaborarla
proponerse com o meta de sus acciones (al menos por el momento) un y explorarla cuando intentamos negociar el mundo político que compar­
interés colectivo, y no meramente individual. Mientras estén cooperando, timos. El desarrollo de uno mismo, tal como lo ha mostrado Wendy Donner,
sus fines se identificarán con los fines de los demás; habrá un sentimiento, es un tema que tiende un puente entre las contribuciones ética, social y
ai menos temporario, de que los intereses de los demás son sus propios política de Mili; pero su idea de que el Estado tiene que desempeñar un
intereses”.55 Los proyectos y ios compromisos pueden involucrar intencio­ papel en ese proceso lo enfrenta a algunas corrientes poderosas del pen­
nes colectivas, como ocurre con un ritual religioso cuya realización requiere samiento político moderno, que insisten en que la esfera pública debe ser
la participación coordinada de otros fieles.56 Un proyecto social puede aeutral respecto de los diferentes conceptos del bien.58 A diferencia de
implicar la creación o recreación de una identidad, a la manera en que; muchos liberales contem poráneos-com o Rawls, Dworkin yNagel, por dar
Elijah M uham m ad buscaba redefinir la com prensión colectiva que los algunos ejem plos- Mili no se declaraba neutralista. “Así, pues, siendo el
negros estadounidenses tenían de sí mismos, o a la manera en que los acti­ primer elemento de buen gobierno la virtud y la inteligencia de las perso­
vistas sordos buscan construir una identidad de grupo a partir de la con­ nas que componen la comunidad -escribió en Del gobierno representativo-,
dición de la sordera. Para Theodor Herzl, el éxito dependía de la creación el mayor mérito que puede poseer un gobierno es el de desenvolver esas
de un sentido de conciencia nacional en un pueblo que quizá nunca se: cualidades en el pueblo.”59
hubiera concebido a sí mismo (ai menos, en ios términos de Herzl) cornos /(■ Claro está que no se trata de un concepto sumamente acotado del bien
nación. Pero una búsqueda común puede implicar grupos en una escalaf en la elaboración de Mili, lejos de inhibir la diversidad, lleva a fom en­
mucho menor: de veinte, de diez o de dos: tarla. Aun así (como se verá en el capítulo 4), se ha acusado a Mili de favo­
recer algunas religiones por el énfasis que colocaba en la promoción de la
Cuando dos personas comparten por completo sus pensamientos y espe­ autonomía personal como meta apropiada para el Estado: ¿no sugiere
culaciones, cuando en su vida cotidiana analizan todos los temas de inte il a condena de ciertas formas del calvinismo?60
rés intelectual o moral [... ] cuando parten de ios mismos principios así que Sobre la libertad ha tenido repercusiones curiosas entre los
llegan a sus conclusiones mediante procesos seguidos en forma conjun* Sricos liberales. Por un lado, se lo ha interpretado como defensor de un
-escribió Mili acerca de la composición de Sobre la libertad- tiene escás-
importancia, en relación con el tema de la originalidad, quién de los do
; Véase el persuasivo análisis que hace Wendy Donner (op. cit). del tema del
sostiene la pluma.57 ^desarrollo en Mili.
Considerations on representativo governtnent, en c wm , vol. 19 [las citas
corresponden a la edición en español: Del gobierno representativo, Madrid, Tea ios,
19$5>P- 21]; y véase Donner, Liberal self op. cit., p. 126.
55 El utilitarismo, op. cit., pp. 147-149. e, por ejemplo, Bhikhu Parekh, Rethinking multiculturalism, Cambridge,
56 Véanse, por ejemplo, Robert M. Adams, “Common projeets and moral virtue”, Harvard University Press, 2000, p. 44 [trad. esp.: Repensando el mtdticulturalismo.
Midwest Studies in Philosophy, N° 13,1998, pp. 297-307; Nancy Sherman, “The sidad cultural y teoría política, Madrid, Istmo, 2005], y Martha Nussbaum, “A
virtues o f common pursuit”, Philosophy and Phenomenological Research 53, N° 2, for difíiculty”, en Susan Moller Okin, /s multindturalism badfor women?, ed.
junio de 1993, pp. 277-299; Michael Bratman, “Shared cooperative activiues”, ;Josbua Cohén, Matthew Howard y Martha C. Nussbaum, Princeton,
Philosophical Review 101, N° 2, abril de 1992, pp. 327-341, y “Shared intention”, i University Press, 1999, p. 111. (Podemos hacer a un lado, por el
Ethics, N° 104,1993, pp. 97-113; y Margaret Gilbert, Living together, Lanham, m d , a, la conocida objeción de que, según esta rigurosa norma, los supuestos
Rowman and Littlefield, 1996. neutralistas no son neutrales.) Volveré a este asunto en el capítulo 2, en la sección
57 Mili, Autobiografía, op. cit., p. 144 [traducción modificada]. titulada “La autonomía como intolerancia”.
62 I LA ÉT I CA DÉ LA I DE NT I DA D LA ÉTICA DE LA I N D I V I D U A L I D A D I 63

Estado gendarme: una fuerte forma de antipaternalismo, al estilo “mi liber­ que este principio era una meta, y no un m ero freno, para la forma de
tad termina en tu nariz” Por otro lado, se le ha atribuido la adherencia a gobierno. N o cabe duda de que el autor de Sobre la libertad estaba lejos
un concepto sectario del bien y, en consecuencia, a la idea de un Estado de ser un libertario: pensaba que el Estado debía patrocinar la investiga­
excesivamente paternalista, entrometido e intolerante. (En los términos ción científica, regular el trabajo infantil y restringir la jornada laboral de
de Rawls, peca de abogar por un liberalismo abarcador, que no se limita los obreros de fábrica, exigir que se educara a los niños, brindar asistencia
a los aspectos políticos.) Aquello que Isaiah Berlín llamó “libertad nega- a los pobres, y otras cosas semejantes.64 A l mismo tiempo, para él era un
tiva” - la protección contra la intervención gubernamental en ciertas áreas anatema que el gobierno intentara afianzar una forma única de vida.
de nuestra vid a- puede, sin duda, constituir una ayuda en el desarrollo de “Aunque no hubiera más razón que la diversidad de gustos de la gente, ello
una vida propia, como creía Mili. Pero la idea que tenía M ili de la indivi­ sería suficiente para no intentar modelarlos a todos con arreglo a un patrón
dualidad también lo llevó a suponer que, en aras de desarrollar nuestro exclusivo”, escribe. “Pues personas diferentes requieren condiciones dife­
yo, no era sólo libertad lo que necesitábamos del Estado y la sociedad, sino rentes para su desarrollo espiritual, y no pueden coexistir en la misma
tam bién ayuda. Isaiah Berlin nos enseñó a llam ar “libertad positiva” a atmósfera moral más de lo que las diferentes variedades de plantas pue­
este concepto, que despertaba en él un profundo (y meditado) escepti­ den hacerlo bajo las mismas condiciones físicas, atmosféricas o climáticas.
cismo: su escepticismo se debía, entre otras cosas, a que pensaba que los Las mismas cosas que ayudan a una persona a cultivar su naturaleza supe­
gobiernos, apelando a la libertad positiva, habían ido (y continuarían rior se convierten en obstáculos para otra cualquiera.” Y tan grandes son
yendo) más allá, para abocarse a moldear a las personas en nombre de las diferencias entre las personas que “ si no hubiera semejante diversidad
los mejores seres en que podrían transformarse.616
2Resulta difícil negar que en su manera de vivir, no podrían ni obtener su parte de dicha ni llegar a
se han llevado a cabo cosas terribles en nombre de la libertad, y que algu­ la altura intelectual, moral y estética de que su naturaleza es capaz.65Aquí
nos malos argumentos han hecho descender el ideal de emancipación hasta
las honduras del Gulag. Sin embargo, de acuerdo con Berlin, el hecho de
64 En Principios de economía política, op. cit., p. 685, Mili propone un principio de
permitir que la gente construya y viva plenamente una identidad no nece­
conveniencia: "Existe una multitud de casos en los cuales los gobiernos, con la
sariamente tiene que malograrse.61 aprobación general, se atribuyen poderes y ejecutan funciones a los cuales no
Recordemos estas palabras de Mili: “ ¿Qué más podrá decirse en favor puede asignarse otra razón que la muy simple de que conducen al bien general.
de cualquier condición de las cosas humanas, sino que ella conduce a los Podemos tomar como ejemplo la función (que también es un monopolio) de
acuñar moneda. El propósito del gobierno al asumir esta función no ha sido otro
seres humanos a lo mejor que pueden llegar a ser? ¿Y qué cosa peor se dirá
que el de evitar a los individuos la molestia, la dilación y el gasto de pensar y
de un obstáculo al bien, sino que impide este progreso?”.63Mili consideraba ensayar la moneda. No obstante nadie, ni aun los más celosos de la ingerencia del
Estado, ha objetado que esto sea ejercer impropiamente los poderes del gobierno.
Otro ejemplo es el prescribir determinados patrones de pesas y medidas.
61 Isaiah Berlin, “Dos conceptos de libertad”, en Sobre la libertad, ed. por Henry Pavimentar, alumbrar y limpiar las calles es otro; ya lo haga el gobierno, ya, como
Hardy, Madrid, Alianza, 1996, 205-255. es el caso más usual y por lo general más conveniente, las autoridades
62 Por supuesto, Berlin no dijo que tuviera que malograrse. Mi “según” aquí tiene por municipales. Hacer puertos y mejorarlos, construir faros, hacer trabajos
único cometido reconocer su temor de que pudiera malograrse. topográficos necesarios para obtener mapas y cartas de navegación, levantar
63 Mili, Sobre la libertad, op. cit., pp. 78-79. En su obra citada (1983), en contraste con diques que mantengan el mar a distancia y limiten el curso de los ríos, son
su posición posterior, Gray sostenía que “el concepto que tiene Miil de la vida ejemplos que vienen al caso”. Y, un poco más adelante:“ Los ejemplos pudieran
buena puede ser perfeccionista en el sentido en que privilegia las vidas que están multiplicarse al infinito sin entrar en terreno objeto de discusión. Pero se ha dicho
en gran medida elegidas por el individuo sobre las que siguen las costumbres, ya lo bastante para que aparezca bien claro que las funciones que se admiten
pero se trata de un perfeccionismo procedimental y no de una teoría completa de como de gobierno, abarcan un campo mucho más amplio del que puede con
la vida buena. AI otorgar un gran peso a la autonomía y a la seguridad en facilidad incluirse dentro de los límites de una definición restrictiva, y que casi no
cualquier esquema del bienestar humano, y dar prioridad a la autonomía una vez es posible encontrar una razón que las justifique a todas en común, excepto la
establecidas determinadas condiciones, Mili sigue lo que Rawls ha denominado muy vasta de la conveniencia general, ni limitar la intervención del gobierno por
una ‘concepción reducida del bien': una concepción minimalista del bienestar una regla universal, salvo la muy simple y vaga de que no debe admitirse sino
humano, expresada en términos de una teoría de los intereses vitales o de los cuando la razón de la conveniencia es fuerte”.
bienes primarios” (op. cit., p. 88). 65 Mili, Sobre ¡a libertad, op. cit., p. 82.
6 4 I LA É T I C A D i LA I D E N T I D A D U É T I C A DE I A I N D I V I D U A L I D A D I 65

se afirma que la libertad nos permite obtener lo mejor de nosotros mis­ bres frieron creados iguales’ ) pasan por alto un aspecto fundamental del
mos y, según parece indicar este pasaje, obtener lo mejor de uno mismo problema”, escribió Sen. “La diversidad humana no es una complicación
implica transformarse en una clase de persona cuyo ser es objetivamente secundaria, que se pueda pasar por alto o que haya que introducir ‘más
valioso -u n a persona de gran estatura m ental o m oral o estética-, sea adelante’, sino un aspecto fundamental de nuestro estudio de la igualdad.”69
cual fuere el plan de vida que haya elegido.66 Y -d e un modo que exploraré más adelante- el “modelo del desafío” de la
A decir verdad, no resulta obvio que los ideales “abarcadores” de Mili vida humana propuesto por Dworkin también guarda una profunda afi­
(y tendré más para decir sobre el tema en el capítulo 5, bajo la rúbrica de nidad con la manera en que Mili concibe la individualidad. Cada una de
“ perfeccionism o”) lo distancien de los abanderados de la teoría liberal estas formulaciones contiene una versión de la misma idea ética: hay cosas
moderna. El ideal de cultivo de uno mismo que encontramos en Mili ha que nos debemos a nosotros mismos.
gozado de amplia aceptación; Matthew Arnold lo enunció en Culture and La pregunta acerca de cuáles son mis deberes respecto de los demás con­
anarchyz\ citarla noción deEpicteto según la cual “ nuestro verdadero inte­ tinúa siendo, por supuesto, una de las cuestiones centrales para el libera­
rés debe radicar en la formación del espíritu y del carácter”.67 Pero se lo lismo. Construir una vida como ser social requiere adquirir compromisos
asocia más comúnmente con Aristóteles, y hoy en día continúa siendo un con otras personas. Si éstos son voluntarios, resultaría apropiado hacer­
tema de considerable importancia para la filosofía política. En efecto, según los cumplir, incluso contra mi voluntad (posterior). ¿Pero hasta dónde
el famoso “ Principio aristotélico” de Rawls,“en igualdad de circunstancias, lo que yo debo va más allá de mis promesas voluntarias? M ili propone,
los seres humanos disfrutan del ejercicio de sus capacidades realizadas, y entre otras cosas, que nuestro deber general hacia los otros, además de
cuánto más se realice la capacidad, o cuanto mayor sea su complejidad, aquello que nos comprometimos a hacer, es no hacerles daño; y esta idea
más se incrementará ese placer” 68A l mismo tiempo, la insistencia de Mili «induce a discusiones interesantes acerca de qué se considera daño.70 Pero,
en que el desarrollo de uno mismo debe tomar en cuenta la diversidad se jpspecto de esta cuestión, M ili también señala que el hecho de que yo le
emparienta con la propuesta de Amartya Sen de prestar atención a las “capa­ baga algo a alguien que esa persona no desea no implica eo ipso que le esté
cidades” al abordar el tema de la igualdad. “Las investigaciones sobre la ‘luciendo daño:
igualdad -tan to teóricas como prácticas- que parten de un supuesto de Éfe..
uniform idad originaria (incluida la presunción de que ‘todos los hom ­ Ü^fixisten muchas personas que consideran una ofensa cualquier con-
N lucta que no les place, teniéndola por un ultraje a sus sentimientos
j. Pero no hay paridad alguna entre el sentimiento de una persona
66 En S i s t e m a d e l ó g i c a . . . , o p . c i t ., Miil incluso identificó algo que llamó “el Arle de la
Vida”, el cual -señaló- tenía “ires secciones”: “Moral, Prudencia o Polílica, y
.«hacia su propia opinión y el de otra que se sienta ofendida de que tal
Estética, es decir, lo Correcto, lo Conveniente, y lo Hermoso o Noble respecto de 3b|Mnión sea profesada; como tampoco la hay entre el deseo de un ladrón
la conducía y las obras humanas. A este arte (que, desafortunadamente, en su rposeer una bolsa y el deseo que su poseedor legítimo tiene de guar­
mayor parte aún no ha sido creado) se subordinan todos los demás, puesto que dia. Y las preferencias de una persona son tan suyas com o su opi-
son sus principios los que deierminan si el objetivo especial de algún arte
frro su bolsa.71
pariicular es valioso o deseable, y cuál es su lugar en la escala de las cosas
deseables. Así, todo arle es el resultado conjunio de las leyes de la naturaleza
puestas al descubierio por la ciencia, y los principios generales de lo que ha dado
en llamarse‘Teleología’, o la ‘Doctrina de los Fines’” { S i s t e m a d e l ó g i c a . . . , o p . c it .,p ,-
953 [traducción modificada]). Charles Larrabee Street { o p . c i t ., p. 49) comenta: “Y rtya Sen, I n e q u a l i t y r e e x a m i n e d , Cambridge, Harvard University Press, 1992,
sin embargo, en otras oportunidades, Mili veía con claridad suficiente que exisiía [trad. esp.: N u e v o e x a m e n d e la d e s i g u a l d a d , Madrid, Alianza, 1996, p. 9,
cierta inconmensurabilidad entre los valores. Prueba de ello fue su famoso Jóción modificadal.
reconocimiento de la distinción cualitativa entre los placeres, por muy dañino q~ iun extenso análisis de estos temas, véase Joel Feinberg, H a r m t o o t h e r s , Nueva
fuera para su propio sistema”. El diagnóstico presagia el de Berlín, aunque el libro tk, Oxford University Press, 1984.
de Street apareció en 1926. Sobre la l i b e r t a d , p. 97. Aquí, Mili deja en claro que su versión de uiiliiarismo
67 Matlhew Arnold, C u l t u r e a n d a n a r c h y , ed. por Samuel Lipman, New Haven, Yale ¿bce la inconmensurabilidad. Amartya Sen lee en estos pasajes “una
University Press, 1994, p. 36. "pelón vectorial de la utilidad”; véase Sen, “Plural ulility” Pr o c e e d i n g s o f t h e
t e l i a n S o c i e t y , N° 81,1982, pp. 196-197.
68 Rawls, A t h e o r y o f j u s t i c e , o p . c i t ., p. 424.
66 I LA É T I C A DE LA I D E N T I D A D LA ÉT I CA DE LA I N D I V I D U A L I D A D I 67

Por consiguiente, la idea de que debe permitírseme llevar cualquier vida a una vida que valga la pena vivir. Berlin se preguntaba quién podría deci­
que surja de mis elecciones, siempre y cuando le dé a los demás lo que les dir qué era una vida que valiera la pena. Com o ya hemos visto, M ili tenía
debo y no les haga daño, parece dejarme un amplio margen de libertad, y una respuesta para esa pregunta: “Si una persona posee una cuota razo­
ello debería cumplir con las expectativas de los demás. No obstante, Mili nable de sentido común y de experiencia, la mejor manera de disponer su
podría apelar tanto al ideal de la autoría de uno mismo como al del de­ existencia es la suya propia”. Pero ¿están las instituciones comunitarias en
sarrollo de uno mismo a fín de justificar la acción del Estado. condiciones de acomodar la “manera propia” de todos? En el capítulo 5
En efecto, los gobiernos de muchos países brindan educación pública, retomaremos a esta cuestión.
lo cual ayuda a muchos niños que aún no tienen una identidad estable­ Antes mencioné el célebre “principio del daño” propuesto por M ili,
cida, o proyectos, esperanzas y sueños propios. Esto es mucho más que según el cual la coerción sólo se justifica cuando tiene por objeto evitar
libertad negativa, mucho más que una no interferencia gubernamental. que una persona le haga daño a otra. Aunque a menudo este principio es
Cabría objetar que semejante tarea puede ser realizada por los padres; en interpretado como libertario, en realidad puede llevar a una cuota con­
principio, es posible. Pero supongamos que los padres no quieren o no siderable de intervención gubernamental: a fin de tener autonomía, debe­
pueden hacerlo: ¿no debería, entonces, intervenir la sociedad, en nombre mos contar con opciones aceptables. Por consiguiente, dice Joseph Raz,
de la individualidad, a fin de asegurar que los niños estén preparados “la mejor manera de comprender el principio de libertad basado en la
para llevar una vida de adultos libres? Y, en nuestra sociedad, ¿no requiere autonomía es considerar que proporciona un fundamento moral para el
esa vida que los niños sepan leer? ¿Que conozcan la lengua o las lenguas principio del daño”, y parte de aquí para desarrollar una interpretación
de su comunidad? ¿Que sean capaces de evaluar argumentos e interpretar más extensa. “Hacerle daño a una persona es disminuir sus perspectivas,
tradiciones? E incluso en el caso en que los padres intenten brindar estas afectar de manera adversa sus posibilidades”, sostiene Raz. “Es erróneo
cosas, ¿acaso no hay fundamentos para exigir que la sociedad, a través del pensar que el principio del daño sólo reconoce el deber gubernamental
Estado, les ofrezca un respaldo positivo?72 de impedir la pérdida de la autonomía. A veces, no ocuparse de mejorar
O tomemos en consideración la asistencia social. Si la individualidad la situación de otra persona equivale a hacerle daño”, como cuando se le
consiste en desarrollar una vida en respuesta a los materiales provistos por niega a alguien lo que se le debe al rechazarlo como empleado potencial
nuestras capacidades y por nuestro entorno social (incluidas las identida­ por razones discriminatorias.73 En este punto, la posición de Raz acuerda
des sociales insertas en él), entonces lo que el liberalismo procura es una considerablemente con la estipulación de Mili: “ Los casos más destacados
política que permita que la gente siga esos pasos. Pero puede haber otros de injusticia [...] son los actos de agresión injustificada, o de abuso del
obstáculos para la realización de nuestra individualidad, aparte de las limi­ poder que se tiene sobre alguien; a continuación vienen los actos en que
taciones impuestas por la ley. ¿Es posible construir una vida individual dig­ se retiene injustificadamente lo que se le debe a alguien; en ambos casos
nificada en un mundo moderno en el que no hay fronteras para conquistar se le inflige un perjuicio positivo, ya sea bajo la form a de sufrim iento
o tierras libres para cultivar si no se dispone de los recursos materiales bási­ directo, o de privación de algún bien con cuya posesión esa persona tenía
cos? ¿Puede decírsele a una persona que desarrolle su individualidad en motivos razonables -d e índole social o m aterial- para contar”.74 Desde
libertad si está enferma y no tiene recursos para costearse el tratamiento una perspectiva más general, si (tal como sugiere Raz) dañamos a otras
que, como decimos, “la liberará” de su enfermedad? personas al socavar las condiciones necesarias para el ejercicio de su auto­
Lo que da solidez al deseo de educar a los niños, proveer bienestar a los nomía (incluidas las formas sociales en que ésta se materializa), enton­
pobres y brindar asistencia física a los discapacitados que la necesitan es ces el Estado debe tener un margen considerable, quizá desmesurado, para
la idea de que este tipo de asistencia hace posible que la gente tenga acceso intervenir.

72 Mili sostenía que el Estado debía exigir y subsidiar la educación, pero no


brindarla, probablemente porque en su época la educación estatal equivalía a una 73 Véase Raz, The morality offreedotn, op. cit., pp. 400, 410,414,415-416.
educación sectaria, bajo la tutela de la iglesia establecida. Véase John Kleinig, 74 Mili, El utilitarismo, op. cit., p. 186. Y véase Donner, Liberal self, op. cit.,
Paternalism, Totowa, Rowman & Allanheld, 1984, p. 34. p. 164.
68 I LA ÉTICA DE LA IDENTIDAD LA ÉTICA DE LA INDIVIDUALIDAD | 69

El propio Mili, aunque considera que el cultivo de la excelencia indivi­ mediante halagos y honores, a la realización de aquellos actos benéfi­
dual es una función central al papel que desempeña el Estado, está lejos cos cuyos agentes no reciben estímulo suficiente de los beneficios que
de precipitarse a adjudicar poder al Estado con el fin de garantizar ese bien. esos actos les proporcionan. Esta esfera más abarcadora es la del Mérito
Según su célebre posición al respecto, “hay alrededor de cada ser humano o la Virtud.76
considerado individualm ente un círculo en el que no debe permitirse
que penetre ningún gobierno”.75 Y tomaba m uy en serio los papeles de­ Y aunque Mili parece celebrar un ideal de autonomía personal, en gene­
sempeñados por la aprobación y la deshonra social al ejercerse como meca­ ral no procura alistar los poderes coercitivos del Estado para fomentarla,
nism os alternativos para la regulación de la conducta. En su ensayo quizá consciente de la paradoja que implica apoyarse en un poder externo
“ Thornton on labour and its claims”, escribió que, fuera del ámbito del para incrementar la confianza en uno mismo. Mili pensaba que el estilo de
deber moral, que debe ser impuesto “de manera compulsiva”, vida polígamo de los mormones era inferior, en particular debido al papel
subordinado que desempeñaban las mujeres en ese sistema; sin embargo,
[... ] existe una innumerable cantidad de maneras en que los actos de en tanto los matrimonios estuvieran basados en un consentimiento pre­
los seres humanos constituyen una causa o un impedimento del bien vio, no creía que debieran considerarse ilegítimos. Tal como escribió en
para sus semejantes, pero en este respecto es conveniente, en aras del Sobre la libertad, “no sé que ninguna comunidad tenga el derecho de for­
interés general, que se los deje libres, y que meramente se los anime, zar a otra a ser civilizada”.77
No obstante, claro está que la acción estatal no se restringe a actos que
tomen la forma de prohibiciones. En Principios de economía política, Mili
75 Mili, Principios de economía política, op. cit, p. 806. Quizá valga la pena citar esta distingue la “ interferencia autoritativa del gobierno” -q u e abarca la esfera
posición de manera más exhaustiva: “Es evidente, incluso a primera vista, que la de los delitos y los castigos- de otro tipo de implicación, en la cual
forma autoritaria de intervención del gobierno tiene un campo de acción legítimo
mucho más limitado que la otra. En todo caso su justificación precisa una
necesidad mucho más fuerte, mientras que existen extensos sectores de la vida [... ] en lugar de expedir una orden y obligar a cumplirla por medio de
humana de los cuales se ha de excluir imperiosamente y sin reserva de ninguna castigos, adopta un procedimiento a que tan pocas veces recurren los
clase. Cualquiera que sea la teoría que adoptemos sobre el fundamento de la gobiernos, y del que podría hacerse un uso tan importante: el de acon­
unión social, y sean cualesquiera las instituciones bajo las cuales vivamos, hay
sejar y publicar información, o cuando el gobierno, dejando a los indi­
alrededor de cada ser humano considerado individualmente un círculo en el que
no debe permitirse que penetre ningún gobierno, sea de una persona, de unas viduos en libertad de usar sus propios m edios en la persecución de
cuantas o de muchas; hay una parte de la vida de toda persona que ha llegado a la
edad de la discreción, en la que la individualidad de esa persona debe reinar sin
control de ninguna clase, ya sea de otro individuo o de la colectividad. Nadie que 76 cw m , vol. 5, p. 634. Véanse análisis en Gray, Mili on Liberty..., op. cit., p. 64, y
profese el más pequeño respeto por la libertad o la dignidad humana pondrá en Street, Individualism..., op. cit., p. 50.
duda que hay o debe haber en la existencia de todo ser humano un espacio que T¡ Mili, Sobre la libertad, op. cit., p. 105. Por otra parte, MUI también afirmó, en Del
debe ser sagrado para toda intrusión autoritaria; la cuestión está en fijar dónde ha gobierno representativo, que hay ciertas condiciones de la sociedad en las que un
de ponerse el limite de ese espacio, cuán grande debe ser el sector de la vida vigoroso despotismo es el mejor modo de gobierno para formar a las personas en
humana que debe incluir este territorio reservado. Entiendo que debe incluir toda determinados aspectos que las harán capaces de alcanzar un grado más alto de
aquella parte que afecta sólo a la vida del individuo, ya sea interior, ya exterior, y civilización. En semejantes pasajes, no oímos al liberal, sino al examinador
que no afecta a los intereses de los demás o sólo los afecta a través de la influencia principal de la Casa de la India, el cuerpo paragubernamental que estaba a cargo
moral del ejemplo. Por lo que respecta al dominio de la íntima conciencia, a los de la India británica, y empleador de Mili durante cuatro décadas. Para una
pensamientos y sentimientos y toda aquella parte de la conducta exterior que es lectura de Mili que se centre en estos rasgos imperialistas, véase Uday Singh
sólo personal y no entraña consecuencias para los demás, sostengo que a todos Mehta, Liberalism and empire, Chicago, University of Chicago Press, 1999, pp. 97-
debe estar permitido, y para los más cultivados y reflexivos debe ser con 106. Aquí nos topamos con una interesante paradoja: siguiendo a Comte, Mili se
frecuencia un deber, afirmar y divulgar, con toda la fuerza de que son capaces, su inquieta ante la idea de que un alto grado de individualismo sea inconsecuente
opinión sobre lo que es bueno o malo, admirable o despreciable, pero sin obligar a con un alto grado de civilización; de manera que las sociedades que están mejor
los demás a aceptar esa opinión, tanto si la fuerza que se emplea es la de la preparadas para la autonomía política son, precisamente, aquellas que, en gran
coacción extralegal, como si se ejerce por medio de la ley” (ibid.). medida, han sacrificado la autonomía personal.
70 I LA É TI CA DE LA I DE NT I DA D LA ÉTIC A DE LA I N D I V I D U A L I D A D | 71

cualquier objetivo de interés general, no interviene en sus asuntos, LA BÚSQUEDA CO M Ú N

pero no confía tampoco el objetivo a su cuidado exclusivo, y establece,


paralelamente a sus disposiciones, un medio de acción propio para la “De la misma manera que a Brutus se lo llamó el último de los romanos”
misma finalidad.78 escribió M ili sobre su padre, “él fue el último hombre del siglo x v u i”.81 El
propio John Stuart aspiró a alcanzar un cuidadoso equilibrio entre los
Y M ili regresa a este punto en el cuarto capítulo de Sobre la libertad, cuando diversos climas de pensamiento en los que transcurrió su vida: a ello se
abjura una vez más de la doctrina “que pretende que los seres humanos debió su profunda constancia y su profunda rebeldía. Y sin embargo, fue
no tienen nada que ver en su conducta mutua, y que sólo deben inquie­ esa misma estabilidad, ese sentido del equilibrio, lo que impidió que Sobre
tarse por el bienestar o las acciones de otro cuando su propio interés está lalibertad disfrutara de inmediato de la recepción que M ili hubiera espe­
en juego”. Por el contrario, dice Mili, es preciso “ incrementar, no dismi­ rado para el grand projet que había compartido con Harriet. “ Ninguno de
nuir, los esfuerzos desinteresados para fomentar el bien de nuestros seme­ fliis escritos ha sido compuesto con tanto cuidado, ni ha recibido una correc­
jantes Los seres humanos deben ayudarse, los unos a los otros, a ción tan diligente como éste”, relata M ili en su Autobiografía:
distinguir lo mejor de lo peor, y prestarse apoyo mutuo para elegir lo pri­
mero y evitar lo segundo. Ellos deberán estimularse mutua y permanen­ , Después de haberlo escrito, como de costumbre, dos veces, lo revisamos
temente a un creciente ejercicio de sus más nobles facultades”.79 Pero esta « de novo una y otra vez, leyendo, sopesando y criticando cada oración.
obligación puede no estar restringida a los ciudadanos individuales y, hacia • Nos proponíamos llevar a cabo la última revisión durante el invierno
el final de Sobre la libertad, M ili reconoce la existencia de de 1858-1859, el primero después de m i jubilación, que planeábamos
pasar en el sur de Europa. Esa esperanza y todas las demás se frustra­
[... ] toda una serie de cuestiones sobre los límites de la intervención del ron por la sumamente amarga e inesperada calamidad de su muerte:
gobierno que, aunque se hallan estrechamente relacionadas con el tema f una repentina congestión pulmonar que la asaltó en Avignon, cuando
de este ensayo, no forman, en sentido estricto, parte de él. Se trata de íbamos camino a Montpellier.8*
casos en que las razones contra esta intervención no se refieren al prin­
cipio de libertad; la cuestión no consiste en saber si es necesario lim i­ Unas semanas más tarde, M ili envió el manuscrito a su editor.
tar las acciones de los individuos, sino si se ha de ayudarlos; es decir, Por diversas razones, como señala su biógrafo, el momento de la publi­
saber si el gobierno debería hacer, o ayudar a hacer, alguna cosa enca­ cación fue de lo más inoportuno. Había motivos de distracción y tam ­
minada al bien de los individuos, en lugar de dejarlos obrar por su cuenta, bién de resistencia: El origen de las especies apareció en el mismo año, para
de m odo individual o en asociación voluntaria.80 embanderar tanto causas progresistas como reaccionarias; ei movimiento
„de Oxford se hallaba en pleno florecimiento, y diversas formas de colecti­
Por razones que exploraremos en el capítulo 5, esta clase de “interferen­ vismo -propulsadas por sindicalistas o por socialistas cristianos- adqui­
cias” ha probado ser igualmente problemática para la filosofía política más rían cada vez más fuerza. Para m uchos radicales, las ideas de M ili eran
reciente. paralizantes, mientras que los conservadores las encontraban irresponsa­
bles y destructivas. Fue célebre la feroz embestida que le propinó Sir James
Eitzjames Stephen: “Atacar las opiniones sobre las que descansa el marco
de la sociedad es ineludiblemente un procedimiento peligroso”, concluyó,
y puso de su parte para que así fuera. El libro provocó en Thomas Caríyle
78 Mili, Principios de economía política, op. cit, p. 805. una cólera frenética (aunque eran pocas las cosas que no lo hacían). “C om o
79 Mili, Sobre la libertad, op. cit., p. 90. Véase el sólido análisis de Kleinig acerca
de la distinción que hace Mili entre la consideración por uno mismo
y la consideración por ei otro, en Kleinig, Paternalism, op. cit.,
pp. 32.-37- 81 Mili, Autobiografía, op. cit., p. 149 [traducción modificada].
80 Mili, Sobre la libertad, op. cit., p. 119, 82 Ibid., p. 249.
72 I LA ÉTICA DE LA I DE NT I DA D LA ÉTICA DE LA I N D I V I D U A L I D A D | 73

si fuera un pecado controlar la canallada humana, o ejercer la coerción Sin embargo, no ocurrió lo mismo con su pluma. Los fines de la vida
para lograr mejores métodos; Ach, Gott im Himmel!”Si podían ser sujetos a revisión, pero no eran, para él, perecederos. Y el pro­
Para el autor, que había sufrido una pérdida tan reciente, el libro era pio Mili -objeto y sujeto de tantos experimentos audaces; un hombre a
tan fúnebre como conmemorativo. “ Para nosotros, que hemos sabido lo quien toda clase de visionarios, desde Bentham y Carlyle hasta Comte,
que significa estar con ella, y pertenecerle, esta tonta fantasmagoría de la intentaron, sin conseguirlo, sumar como discípulo- percibía con gran agu-
vida humana, desprovista de ella, carecería en absoluto de sentido y sería -deza que la influencia tenía límites y que la comunión nunca era completa.
insoportablemente fatigosa si no quedaran aún algunas cosas por hacer Si ninguna persona era la autora absoluta de sí misma, tampoco podía ser
que ella deseaba que se hicieran, y algunos objetos públicos y de otro tipo la obra de otra. “ Cierto que no podemos, por nuestra sola voluntad, hacer­
que a ella le preocupaban, y en los que, por lo tanto, es posible mantener nos diferentes de lo que somos. Pero tampoco aquellos que supuestamente
cierto grado de interés”, le escribió Mili a un amigo. “ He publicado algu­ formaron nuestro carácter hicieron, por su sola voluntad, que seamos lo
nas de sus opiniones, y abrigo la esperanza de dedicar lo que me queda de que somos”, escribe Mili. Nadie supo mejor que él hasta qué punto los
vida (si logro conservar la salud) a seguir difundiéndolas y trabajando planes de vida de cada uno pueden elevarse cuando se funden en una
por ellas, aunque con fuerzas tristemente disminuidas, ahora que ya no la búsqueda compartida. Y sin embargo, al mismo tiempo, nadie supo mejor
tengo junto a mí para impulsarme y guiarme.”88
34También en su Autobiografía con cuánta facilidad el intento de fomentar la excelencia de otro puede
escribió M ili sobre el papel que desempeñaba Harriet en su vida —sobre la convertirse en opresión. Tal como él mismo lo escribió, con palabras de
búsqueda que ambos habían emprendido en co m ú n - en términos que profunda resonancia:
guardan una casi completa reciprocidad con la sólida individualidad a la
que él adscribía. “Los objetos que persigo en mi vida son sólo los que eran Hagan que cualquier hombre evoque lo que sintió al emerger de la niñez
de ella; mis búsquedas y ocupaciones son las que ella ponía en práctica, o -d e la tutela y el control de sus mayores, incluso los afectuosos y ama­
las que despertaban su simpatía, y que están indisolublemente asociadas dos por él- y entrar en las responsabilidades que acarrea la mayoría de
a su persona. Su memoria es para mí una religión, y su aprobación, que edad. ¿No fue un sentimiento semejante al efecto físico de despren­
resume todo lo valioso, el parámetro según el cual me propongo regular derse de una carga pesada, o librarse de lazos que, si bien en otros aspec­
mi vida.”85 Éste es el lenguaje de la devoción religiosa, la lamentación, la tos no habían sido dolorosos, resultaban obstructivos? ¿No se sintió
heteronomía, la abnegación; y, aun así, no obstaculiza el compromiso de doblemente vivo, doblemente ser humano, a partir de ese momento?86
M ili con la individualidad, sino que, por el contrario, da testimonio de la
profunda naturaleza social de esa entrega. M ili estaba pendiente precisa­ Mili es famoso por celebrar la libertad respecto del gobierno y de la opi­
mente de aquellas formas de intención colectiva excluidas del concepto nión pública: pero lo que vemos aquí es hasta qué punto también creía que,
de la política centrada en el agente que le había transm itido su padre. en la tarea de hacer una vida -d e dar forma a nuestra individualidad-, sean
Privado de la com pañía de sus pares cuando era niño, de joven no se cuantas sean las búsquedas compartidas que emprendamos, debemos, final­
cansó de establecer sociedades e iniciar publicaciones, asociaciones fra­ mente, liberarnos incluso de las buenas intenciones de aquellos que nos
ternales dedicadas a la política y a la cultura. Y las asociaciones que eran aman. Por más social que fuera la individualidad que apreciaba Mili, ésta
importantes para él, que daban sentido a sus tentativas, no eran sólo fra­ seguía siendo, en primero y último lugar, individualidad: la responsabili­
ternales: lo que la pérdida de su compañera de vida y de las búsquedas dad final por una vida es siempre responsabilidad de la persona de cuya
que habían emprendido en común había disminuido era, sin más, su pro­ vida se trata.
pia individualidad.

86 John Stuart Mili y Harriet Taylor, Esays on sex equality, ed. por Alice S. Rossi,
83 Packe, The life, op. cit., p. 405. Chicago, University o f Chicago Press, 1970, p. 236 [trad. esp.: La igualdad de los
84 Carta a Arthur Hardy, 14 de mayo de 1859, citada en Packe, The life, op. cit., p. 409. sexos, Guadarrama, Madrid, 1973]; citado en Mazlish, James and John, op. cit.,
85 Mili, Autobiografía, op. cit, p. 150. P- 342-
2
La autonomía y sus críticos

to Q U E E X IG E L A A U T O N O M Í A

H hermano disoluto de Ana Karenina siente debilidad por las ostras y los
cigarros y las gobernantas solteras, pero lo que más ha preocupado a una
generación reciente de teóricos de la ética es su absoluta falta de indepen­
dencia de criterio. He aquí la tan frecuentemente citada descripción de
fblstoi:

Esteban Arkadievitch compraba un periódico liberal, no m uy avanzado,


pero sí de tendencias que prefiere la mayoría del público. No le intere-
; saba realmente la política, ni tampoco las artes ni las ciencias; pero se
indinaba por las opiniones de la mayoría de la gente y su prensa, por­
que se adaptaban m ejor a su manera de vivir [y sólo las m odificaba
cuando lo hacía la mayoría, o, mejor dicho, no las modificaba él, sino
■' que ellas mismas se modificaban en él de manera imperceptible).1

Queda daro por qué han saltado los teóricos de la autonomía. Para Gerald
Dworkin, “esas creencias no son suyas porque las ha tomado prestadas; y
las ha tomado prestadas sin siquiera tener conciencia de su fuente; ade­
más, se sobreentiende que no es capaz de presentar una justificación de
su validez: ni siquiera una justificación que, por ejemplo, haga hincapié

i Tolstoi, Ana Karenina, Barcelona, Editorial Juventud, 2000, p. 12. [El pasaje entre
corchetes no aparece en la traducción al español citada. Fue traducido de la
versión inglesa citada por el autor, que se detalla a continuación. N. de la T.] Cito
este pasaje en la traducción de Richard Pevear y Laríssa Volokhonsky: Tolstoi,
Atina Karenina, Nueva York, Viking, 2000, pp. 6-7. (El periódico que habría leído
Esteban, sugirieron los traductores, era The Voice, editado por un tal A. Kraevski.)
j6 [ LA ÉTICA OE LA IOEMTIOAO 1A AUTDNDMl A Y S US C S l T l C DS j 77

en la posibilidad de que la mayoría esté en lo cierto o en la necesidad de la autonomía (en algunas instancias, m ostrándola com o valor funda­
que exista un consenso moral”.2Para Joel Feinberg, Esteban es el vivo retrato mental; en otras, simplemente como algo bueno de verdad), muchos de
de la falta de autenticidad, en el sentido de que “no puede elaborar un ^is defensores han sucumbido a la tentación de hacerla parecer no sólo
fundamento para sus creencias que no sea el de que son las creencias que necesaria, sino también admirable, en lugar de concebirla como una base
sostienen aquellos a quienes él responde (si es que acaso sabe quiénes son), de hormigón sobre la que hay que construir una montaña de jade hacia
y no puede dar razones para pensar que las creencias de ellos (como las de donde es preciso viajar.
alguna autoridad que hubiera sido razonablemente seleccionada) podrían . Y así, la autonomía se eleva de valor a ideal, un ideal que nos remite a
ser correctas”.3 lo que Esteban no hace: aventar el contenido de nuestra alma. En la visión
Y, por supuesto, Mili expresó preocupaciones congruentes: sabemos que de Robert Young, la autonomía es una especie de dirección propia que
no veía con buenos ojos al que “deja que el mundo [... ] elija su plan de impone una forma a los “principios de pensamiento y acción” que guían
vida por él” en lugar de elegirlo por sí mismo. Pero de inmediato surge una la vida: “Hasta el punto en que un individuo tiene dirección propia, él (o
pregunta: ¿qué se necesita para elegir con libertad? Suele mencionarse la día) lleva todo el rumbo de su vida a un orden unificado, lo cual sugiere
ausencia de coerción y la disponibilidad de opciones, pero Mili (de la misma qae una persona que está libre de limitaciones externas y que tiene la capa-
manera que los teóricos contemporáneos de la autonomía) también se ddad de poner en práctica un modelo determinado de vida puede no ser
preocupa por las deformaciones de la voluntad: por las preferencias que autónoma (... ] por no ser capaz de organizar esos principios de una manera
son un legado irreflexivo de la costumbre, por los “gustos grupales”. unificada”.5 Stanley Benn, al hacer hincapié en la importancia de someter
Entonces, la autonomía personal parece implicar mucho más que la posi­ a la reflexión crítica las propias normas y prácticas, establece un paráme-
bilidad de hacer lo que nos venga en gana; parece ser más bien una capa­ trocasi igual de exigente: “la persona autónoma ha comprendido las poten-
cidad que necesitamos cultivar, o quizás una de esas virtudes, como el valor dalidades de su posición autárquica con mayor profundidad que alguien
o la integridad, que se honran en el incumplimiento. ¿Cuán autónomos que se limita a aceptar los proyectos de otros y evalúa su desempeño de
debemos ser, exactamente, para tener verdadera autonomía? acuerdo con estándares impuestos por su entorno”.6 En efecto, ya es un
Hay razones para tomar en serio esta pregunta. Lo que podemos lla­ lugar común estipular que el agente autónom o se ha distanciado de las
mar “autonomismo” -siguiendo a Lawrence Haworth y arrebatándoles el influencias y las convenciones sociales, y se conduce de acuerdo con prin­
término a algunos anticuados radicales italianos- presupone un gran volu­ cipios ratificados por él mediante la reflexión crítica.7 Imaginemos al ciu­
men de pensamiento liberal. Se trata de una noción central para un aba­ dadano como si fuera una comisión ética formada por una sola persona,
nico de teorías normativas de la política, incluidas las que serán de particular encargada de construir una axiología desde la base... Vaya uno a saber de
interés para nosotros en el contexto de lo que llamaré “ la formación del dónde sacará el tiempo para tareas más humildes com o la de ganarse y
alma” : el así llam ado “ perfeccionismo liberal”, asociado a Joseph Raz y administrarse el sustento.
otros.4 Desafortunadamente, al exponer argumentos en favor del valor de
'5 Robert Young, “Autonomy and ‘the inner s e lf”, American Philosophical Quarterly
2 Geraid Dworkin, The theory and practice of autonomy, Cambridge, Cambridge 17, No 1, enero de 1980, p. 36. Eso vaie el argumento de Isaiah Berlín según ei cual
University Press, 1988, p. 38. no es sólo ia sociedad la que alberga valores plurales e inconmensurables: “No es
3 Joel Feinberg, Harm to self, Nueva York, Oxford University Press, 1986, pp. 32 y 180, . improbable que ios valores choquen en el interior de un solo individuo”. Existen
n. 11. Véase también David Riesman y Nathan Glazer, “The meaning o f opinión”, buenas razones para sospechar de la noción de una vida que es un “orden
Public Opinión Quarterly 12, N° 4, invierno de 1948-1949, pp. 638-639, donde se cita unificado”, incLuso como ideal.
a Esteban como ejemplo de las personas “dirigidas por otros”, que “poseen un 6 Stanley Benn, “Freedom, autonomy and the concept o f the person”, Proceedings
nivel relativamente alto de información sobre política y una gran cantidad de . of the Aristotelian Society, N° 76,1975-1976, p. 129. Véase también el profundo
opiniones, como si se tratara de una bodega bien provista, pero carecen de . análisis de ia autonomía, ia autenticidad y la autarquía en el contexto de la
cualquier afecto genuino respecto de las opiniones que pueda conducirlos a “formación del alma” en Peter Digeser, Owr politics, our selves, Princeton,
discriminar entre las que tienen sentido en el mundo actual y las que provienen Princeton University Press, 1995, pp. 166-195.
del mero capricho de opinar”. 7 Por ejemplo, Gray, Mili on Liberty. .,, op. cit., p. 74; y William E. Conneily, The
4 Haworth, Autonomy..., op. cit., p. 7. terms ofpolitical discourse, 2a ed., Princeton, Princeton University Press, pp. 150-151.
7 8 I LA ÉTICA DE LA IDEN H DA D LA AUTONOMIA Y SUS CRÍ TI COS | 79

Aquí podemos establecer un patrón. Los defensores de una autonomía : dar unidad a la propia vida”, y “una persona que cambia sus preferen-
fuerte (como voy a llamarla) reaccionan ante aquellos que señalan hasta a menudo puede ser tan autónoma com o otra que nunca se desprende
qué punto nuestras convicciones y nuestros hábitos son a menudo cual­ í Sus gustos adolescentes”. La persona autónoma
quier cosa menos autóctonos. La solución que han encontrado es elevar
la definición de autonomía: hacerla más exaltada, más engente. En resu­ ] debe ser consciente de que su vida se ensancha a medida que pasa
men, al enfrentar resistencias en su propio terreno han caído víctimas del el tiempo. Debe ser capaz de comprender de qué manera diversas elec-
deslizamiento conceptual, y así atribuyen a la autonomía una exigencia *dones tendrán un impacto considerable y duradero en su vida. Puede
disparatada. Los devotos de esta autonomía pretenden que se vuelva tan Optar siempre por evitar los compromisos a largo plazo, pero debe ser
común como los hierbajos, pero la describen como si fuera una rara orquí­ ^ consciente de la disponibilidad de esos compromisos. Estas premisas
dea, que sólo puede crecer en un suelo y un clima particular. {*; han conducido a la elaboración de algunos conceptos excesivamente
Com o resultado, la autonomía gana adversarios inmerecidos. En The ^ intelectualizados de autonom ía personal. N o tengo objeciones contra
idea o f a liberal theory, por ejemplo, David Johnston expresa la preocupa­ *Ma vida intelectual, de la misma manera que no tengo objeciones con­
ción de que la autonomía personal sea algo así como un artículo de lujo. tra las personas que, a conciencia, dotan a su vida de una gran unidad.
Com ienza por distinguir la autonomía personal de aquello que él llama, •:*= Pero el ideal de autonomía personal es más amplio, y es compatible con
según el caso, “autonom ía del agente” o, simplemente, “agencia”. Tener otros estilos de vida, incluidos los que carecen en gran medida de inte-
agencia es estar en condiciones de concebir y seguir proyectos, planes, valo­ K lectualidad.9
res. En contraste, tener autonomía personal es elegir de manera activa los
valores y proyectos que se desea seguir: ser el sujeto de la autoría de sí Tal como Raz destaca a continuación, la conciencia de las propias op or­
mismo. (Si ésta aparenta ser, como él mismo lo anticipa, una interpreta­ tunidades y habilidades “no implica premeditación o un estilo de vida m uy
ción demasiado rigurosa, Johnston sugiere la “dirección propia reflexiva” deliberado, ni necesita de un alto grado de conciencia de sí o racionali­
como una alternativa más moderada.) ¿Cuál sería un ejemplo del agente dad. Sólo requiere que se tenga conciencia de las propias opciones y que
que carece de autonomía personal? Johnston nos presenta a Michael, que se sepa que las propias acciones equivalen a trazar un rumbo que podría
nace en una ciudad del interior, asiste a la escuela pública y a un instituto haber sido diferente.10
universitario local, entra a trabajar en la cadena de quioscos de su padre y Michael no tiene dificultades para aprobar el examen. No se hace gran­
se casa con su novia del secundario. Johnston afirma que, dado que Michael des planteos acerca de otras maneras en las que podría vivir su vida, dice
“nunca considera con seriedad un modelo de vida diferente del que lleva Johnston. Pero ¿por qué ello habría de ser un problema? M ichael sabe
a cabo”, a pesar de tener agencia, “no es personalm ente autónom o”.8 que sus “ acciones equivalen a trazar un rum bo que podría haber sido
Concluye diciendo que una buena sociedad debe crear las condiciones diferente”. En efecto, la capacidad de hacer y ejecutar planes, como tam ­
mediante las cuales sus miembros puedan transformarse en agentes y pro­ bién señala Raz, es una característica que se desprende necesariamente de
mover un sentido de la justicia (es decir, tener autonomía moral), pero que la posesión de una razón práctica.11 De manera similar, George Sher ha ela-
la autonomía personal, contrariamente a lo que dice Joseph Raz, no es esen­
cial. Dada la desbordante interpretación del concepto de autonomía per­
sonal que presenta Johnston, resulta difícil no estar de acuerdo. 9 Raz, The morality of freedom, op. cit., pp. 370-371.
ioIbid.,pp. 381-382.
Cabría señalar, sin embargo, que no es ésta la interpretación de Raz. En
11 "La creación de uno mismo y la creación de valores que se analizan aquí no son
The morality o f freedom, Raz dice que la “persona autónom a es autora características exclusivas del ideal de autonomía personal. Representan un rasgo
parcial de su vida”, pero de inmediato pasa a expedir una serie de adver­ necesario del razonamiento práctico [...]. El ideal de autonomía escoge esas
tencias desalentadoras. Esa noción “no debe ser identificada con el ideal características y requiere que se expandan. Requiere que la creación de uno
mismo proceda, en parte, de la elección entre un abanico suficiente de opciones;
que el agente tenga conciencia de sus opciones y del significado de sus opciones,
8 David Johnston, The idea of a liberal theory: a critique and reconstruction, y que sea independiente de la coerción y la manipulación por parte de los demás.
Princeton, Princeton University Press, 1996, p. 102. El ideal de autonomía, si se quiere, hace de la necesidad una virtud” (i b i d p. 390)
80 | LA É TI CA DE LA I DE NT I DA D LA A U T O N O M Í A Y SU S C R Í T I C O S 1 8l

horado una idea de autonomía como “capacidad de respuesta a las razo­ d e la autonom ía personal, ¿qué podría ser más anodino e irreprocha­
nes” con lo cual, una vez más, centra la noción en los requisitos indispen­ ble? Y sin embargo, quizás aguijoneados por el excesivo estiramiento con­
sables de la racionalidad práctica.12Así, parecería que lo que Johnston llama ceptual que hemos observado, m uchos teóricos de la política escriben
“autonomía del agente” -sum ada al requisito correlativo de que la socie­ Recerca de la autonomía com o si fuera un residuo industrial, algo gene­
dad brinde las condiciones en las que las personas sean capaces de for­ rado por la modernidad occidental y exportado, guste o no, a los desven­
mular y seguir planes y valores- es todo lo que se necesita. turados habitantes del m undo no occidental. En el autonomismo, estos
Sin embargo, incluso en esta versión atemperada, la autonomía conti­ b ó ric o s divisan la tiranía del hypermarché, que echa pavimento sobre los
núa siendo una palabra disputada. En este capítulo me propongo defen­ ?#8tilos de vida arraigados y poco atractivos que no encarnan en sí m is­
der la idea que, a m i entender, constituye el núcleo del concepto de ta o s el valor de la autonomía. A l insistir en que cada persona debe tener
autonomía, tanto contra aquellos a quienes preocupa que carezca de sufi­ -Jft habilidad de elegir su propia concepción del bien, ¿estamos, paradó-
ciente fuerza como contra los que se inquietan porque es demasiado fuerte: pcamente, truncando la gama disponible de tales concepciones? Para Mili,
tanto los que pretenden elevarla a la posición de ideal inalcanzable como •■ Gomo ya hemos visto, la autonomía y la diversidad se trenzaban en el ideal
los que pretenden degradarla colocándola en el ámbito de los valores parro­ de individualidad. Sin embargo, para muchos críticos, el lenguaje de la
quiales. M i objetivo es protegerla de sus seguidores entusiastas y también autonomía refleja una arrogante insularidad: todo ese discurso acerca de
de sus detractores. Sin embargo, com o veremos, incluso una versión más ■ hacer el propio yo, de tener dirección propia, de ser el autor uno mismo
modesta de autonomía puede caer fácilmente en la trampa de las ambi­ parece un intento de hacer a un lado a la abuela Walton con el objetivo
güedades y las antinomias. Y no es posible disolver debates reales recu­ de crear un mundo seguro para Karen Finley.
rriendo a sutilezas de definición. Finalmente, intentaré vincular los debates Esta aparente discordia entre la autonomía y la diversidad ha sido enmar­
sobre la autonomía con la venerable oposición entre estructura y agencia, cada de diversas maneras. Según el diagnóstico de William Galston, se trata
y sugeriré que también esta oposición ha sido encuadrada de manera inco­ de un conflicto entre el proyecto ilum inista y el proyecto posterior a la
rrecta desde un principio. Reforma, es decir, entre dos ideales opuestos: el de la razón dirigida por sí
misma y el de la tolerancia.13 Tal como observa Galston, ei liberalismo ha
albergado una tensión entre tolerancia y autonomía desde sus orígenes.
Sin embargo, la excesiva extensión del autonomismo profundiza esas ten­
L A A U T O N O M ÍA C O M O IN T O L E R A N C IA siones hasta el punto de que algunos teóricos han procurado su divorcio
en razón de diferencias irreconciliables.
La controversia en torno a la form ulación del concepto de autonomía El teórico político John Gray, que quizá se apresura demasiado a com­
-acerca de qué conjunto de criterios capta m ejor nuestra intuición, o binar la crítica de Isaiah Berlín de la libertad positiva con sus propios repa-
expresa m ejor nuestro ideal; o acerca del contenido preciso de ese ideal
(el debate tiene tanto dimensiones conceptuales como norm ativas)- con­ 13 La historia religiosa convencional podría complicar esta imagen-, por una parte,
duce de inm ediato a otra cuestión polémica: si la autonom ía, incluso la autonomía de la conciencia individual parece haber sido al menos una vena
dejando de lado los detalles de su especificación, es o debe ser un valor del protestantismo; por otra parte, Lulero y Calvino, quienes quemaban herejes
a voluntad, difícilmente fueran ejemplos de tolerancia. “Cualquier argumento
en primer lugar, al menos fuera del ámbito de las democracias liberales
liberal que invoque la autonomía como regla general de la acción pública en
de Occidente. Contar con una disponibilidad de opciones, estar dotado realidad toma partido en la continua lucha entre razón y fe, reflexión y tradición”,
de un m ínim o de racionalidad, estar libre de coerción: si es ése el núcleo sostiene Galston en Liberal pluralism: the impUcations o f valuépluralism for
, political theory and practice> Cambridge, Cambridge University Press, 2002, p. 25.
Sin embargo, quizá no sea demasiado obvio qué partido toma. Para reflexionar
12 George Sher, Beyond neutrality: perfectionism and politícs, Cambridge, Cambridge más detenidamente sobre el desarrollo de estos dos temas en el marco del
University Press, 1997, p. 50. Una vez más, en tanto que las razones se definen pensamiento liberal, véase el magnífico artículo de Jacob T. Levy, “Liberalism’s
como guías para la acción, el comportamiento sensible a las razones es en gran divide after sociaüsm -and before”, Social Phüosophy and Policy 20, N° 1, invierno
medida una condición de la racionalidad básica de los seres humanos. de 2003, pp. 278-297.
82 ! LA ÉT I CA DE LA I D E N T I DA D LA AUTONOMIA V SUS CRI T I C OS | 83

ros al ideal de autogobierno, expresa su critica de manera convincente, y cultural, sino la individual; es decir, abogaba por la diversidad de opi-
le agrega un giro interesante: jnes y estilos de vida en el m arco de una cultura individualista compar-
, pero no por la diversidad de culturas, que incluye las que no son
Ese liberalismo basado en la autonomía, desde el punto de vista de Berlín, ividualistas”.15Y éstas son debilidades que, según Parekh, Mili comparte
eleva, de manera acrítica y excesiva, un ideal de vida controvertido y ?n sus herederos contemporáneos.
cuestionable. La sociedad liberal puede albergar muchas vidas excelen­ En medio de esta batería de objeciones es posible divisar algunas cosas
tes que no se caracterizan por ser autónomas: la vida de una monja, la Cón claridad. Existe un temor muy difundido a que el autonomismo se pre­
del soldado profesional o la del artista dedicado con pasión a su tra­ dique sobre la base de la noción del “verdadero yo” que Berlín asociaba al
bajo pueden plasmar bienes excepcionales y preciados y, no obstante, peligroso ideal de la libertad positiva. Es así que Gray desea separar a Berlín
de diversas maneras, estar m uy lejos de ser vidas autónomas. La idea res­ d d “liberalismo autonomista” que él asocia con Raz: pero el resultado es
paldada por la “libertad básica” de elegir no es la de autonomía, sino la aaa lectura de Berlín y de Raz que no resulta persuasiva. Podría observarse
de creación del yo, en la que el yo creado puede muy bien no ser el de que el tradicionalista a quien Gray intenta proteger es, precisamente, alguien
un agente autónomo. Exigir que la creación del yo se ajuste a un ideal que rechaza el modelo voluntarista de elección del yo o de creación del yo
de autonomía racional es [... ] un requisito inaceptable y necesariamente por el que aboga claramente Gray, y no deja de ser curiosa la sugerencia
restrictivo. Excluye la vida del tradicionalista, cuyas elecciones confir­ }ue la “creación del yo” sea un ideal de autonomía menos (y no más)
m an una identidad heredada, así com o la del místico, o la del alegre fatigoso. En realidad, la ética de la autonomía no deberla, a primera vista,
hedonista, para quien la identidad inamovible puede resultar un estorbo plantear ningún problema para la vida elegida por una monja, o por un
inútil y la deliberación reflexiva que implica la acción autónoma, una píayboy, o por un artista.16Suponer que un artista fervientemente compro-
distracción fatigosa.14

15 Susan Mendus, Toleration and the limits ofliberalism, Basingstoke, Macmillan,


Al oponer la autonomía a la diversidad -al describir el autonomismo como 1989, p. 108; Charles E. Larmore, Patterns of moral complexity, Cambridge,
la intolerancia de los liberales— la voz de Gray se suma a un coro. “En Cambridge University Press, 1987, p. 129; Chandran Kukathas, “Are there any
últim a instancia, el liberalismo basado en la autonomía no contiene un : cultural rights?”, Political Theory 20, N° i, febrero de 1992, p. 120; Parekh,
Rethinking multiculturalism, op. cir., p. 44-
com prom iso con el valor de la diversidad en sí misma y por sí misma”,
16 Larence Haworth sostiene que la independencia sustantiva no es una condición
escribe Susan M endus.“Sólo justifica aquellas diversas formas de vida que previa de la autonomía: “Una monja de clausura que consagra su vida a Cristo y
valoran la autonomía y, en consecuencia, hacen de la tolerancia un dis­ cuyos días siguen pautas establecidas se ha hecho sustancialmente dependiente.
positivo pragmático -u n recurso provisorio- y no una cuestión de prin­ • Si la decisión de ingresar a la vida de clausura fue sería y personal y si, además, se
cipios.” Y Charles Larmore dice que “los liberales com o Kant y Mili, que renueva de vez en cuando, su dependencia sustantiva no debe necesariamente ser
tomada como un signo de falta de autonomía. Aquí la autonomía se refiere a que
han acoplado su teoría política a una noción correspondiente de cuál debe
la vida que lleva sea de su elección [...]. Es decir, la independencia que hace
ser, en líneas generales, nuestro ideal como personas, en realidad han trai­ : autónoma a la persona es procedimiental, y no sustantiva” {Haworth,
cionado el espíritu del liberalismo”. De acuerdo con Chandras Kukathas, Autonomy...,op. cit., p. 20). Sin embargo, cuando se citan vidas de devoción
muchas culturas no “adjudican tanto valor a la libertad del individuo para religiosa como ejemplo de incongruencia con la autonomía, no siempre queda
claro cuál es el aspecto de esas vidas que se considera relevante, si la textura
elegir sus fines. A menudo, el individuo y sus intereses están subordina­
misma de la vida gobernada por los votos de autonegación o los compromisos
dos a la com unidad”. Bhikhu Parekh empalma este punto con una crítica religiosos y éticos de abnegación religiosa. Es obvio que una existencia autónoma
más amplia del “monism o” que caracteriza a los filósofos morales y polí­ no necesariamente tiene que estar exenta de cargas: cualquiera estaría de acuerdo
ticos, y Mili, a pesar de su retórica en favor de la diversidad, se encuentra con que un “individuo liberal completamente autónomo” pueda casarse, que
pueda cargarse con los varios deberes y obligaciones que se desprenden del hecho
entre los acusados: “Puesto que su teoría de la diversidad estaba engas­
de tener una familia, o bien de su trabajo de interventor corporativo o de
tada en una visión individualista de la vida, M ili no apreciaba la diversi- director de un importante teatro. Desde cierta perspectiva, la vida de esa persona
consiste en una avalancha de agravios de “dependencia perjudicial” que esperan
14 John Gray, Isaiah Berlín, Princeton, Princeton University Press, 1996, pp. 32-35. su turno para presentarse: son innumerables las cosas que debe o no debe hacer,
84 I la ét ic a de la id e n t id a d LA A U T O N O M Í A Y SUS C R Í T I C O S j 8 5

metido no puede ser autónom o implica dar por sentado que las persona to, de acuerdo con lo que ya he sugerido, no resulta obvio que el auto-
autónomas sólo deben establecer compromisos ligeros con sus proyectos* ;i ismo deba excluir la pertenencia voluntaria a formas de vida que con-
mientras que, como ya hemos visto, otras concepciones de la autonomía escasa autonomía. De acuerdo con Gray, “No se puede ser, a uno y
hacen hincapié precisamente en lo contrario: plantean como requisito que íismo tiempo, un individuo liberal completamente autónomo, y miem-
abracemos nuestras normas y preferencias. liso y obediente de una comunidad tradicional”.18 Pero esto puede
Respecto de la inquietud de Susan M endus acerca de que el libera­ 'Ser correcto: no obstante la pertenencia voluntaria de Thomas Merton
lismo “en última instancia no contiene un compromiso con el valor de la »a comunidad basada en la fe, que valoraba la obediencia y la abnega-
diversidad en sí m ism a y por sí m ism a”, el autonom ista podría alega , resultaría muy extraño afirmar que Merton carecía de autonomía;
noto contendere. Ya observamos antes -en Mili y en teóricos más recien­ el contrario, su actitud profundamente reflexiva respecto de sus pro-
tes, com o Sen- una insistencia en que el hecho de la diversidad sea reco­ '•fáos valores parece manifestar una autonomía de extrema solidez.
nocido e incorporado a nuestra manera de pensar acerca de la libertad (en: Gray presenta otra acusación contra la autonomía, que discrepa con su
el caso de Mili) y de la igualdad (en el caso de Sen). Pero decir que la diver­ interior acusación de etnocentrismo: alega que la autonomía es indeter-
sidad en sí misma y por sí misma es un valor, un bien primordial, es decir tninuda. “Hay muchas autonomías rivales”, sostiene:
algo m ucho menos obvio y por completo diferente: en el capítulo 4 me -
propongo explorar esta afirmación polémica. La acusación adicional de; Cuando es puesto en práctica por personas que tienen opiniones dife­
amiguismo cultural que hace Mendus -según la cual el autonomismo sólo rentes acerca de qué cosas dan sentido a la vida humana, el proyecto
“justifica” formas autónomas de vida- suscita una serie de confusiones. liberal de promover la autonomía puede obtener resultados muy diver­
El liberalismo basado en la autonomía, o cualquier otra doctrina del orde­ sos. [... ] Cuando juzgamos que la posibilidad de elección es más amplia
namiento social, no necesita “justificar” diversas formas de vida en ningún en un contexto que en otro, lo hacemos sobre la base de una evalua­
sentido contundente; sólo necesita acomodarlas y extender igual respeto ción de las opciones que contienen. N o tenemos una manera de medir
a sus miembros. Más aun, tal tolerancia o acomodación, lejos de ser un la autonomía relativa que sea independiente de los valores.19
“recurso provisorio”, puede ser considerada, de manera plausible, una con­
dición previa de la autonomía. Es verdad que las asociaciones que inva­ En otro lugar, Gray utiliza esta refutación de la posibilidad de m edir la
den la autonom ía de sus m iembros plantean cuestiones difíciles - y autonomía relativa sin poner en juego los valores para justificar una polí­
volveremos sobre ellas más adelante- pero, por otro lado, para una socie­ tica del retraimiento, esa falta de agallas que él ennoblece com o modus
dad liberal que procura garantizar los derechos de sus miembros, esos gru­ vivendr.
pos deberían plantear cuestiones difíciles. El autonomista puede rechazar
de manera consecuente la “lógica de la congruencia” que critica Nancy L. r Si la diversidad entra en conflicto con la libertad, y esa diversidad es una
Rosenblum, según la cual las asociaciones cívicas que forman parte de un : forma de vida loable, que expresa genuinas necesidades humanas y
sistema democrático deben, a su vez, ser democráticas en su interior.17Como encarna variedades-auténticas de la realización humana, ¿por qué debe-
ría la libertad truncar la diversidad, especialmente si el que representa
a la libertad reivindica la pluralidad de valores? Exigir que esto sea así
bajo pena de sanciones civiles, criminales o sociales. Esa persona debe responder
- equivale a decir que si una forma de vida no puede resistir la fuerza del
por casi cada hora de su vida consciente, que está controlada por una u otra
obligación, porque su familia, sus compañeros de trabajo, o sus colegas de tal o
cual asociación civil dependen de él de varias maneras estrictamente
especificadas. Sin embargo, nadie imaginaría que esa vida tan cargada de asociaciones refleje las normas públicas de igualdad, no discriminación, justicia y
obligaciones es inconsecuente con la autonomía liberal. aspectos similares Sin embargo, llevada tan lejos, esta lógica de educación
17 “Democratic character and community: the logic of congruence?”, Journal of moral (... ] invita a las instituciones estatales a colonizar la vida social en nombre
Political Philosophy 2, N° 1,1994, pp. 67-97. Véase también la introducción a Nancy de ideales públicos progresistas”
L. Rosenblum y Robert C. Post (eds.), Civil society and political philosophy, 18 John Gray, Two faces of liberalism, Nueva York, The New Press, 2000, p. 56.
Princeton, Princeton University Press, 2001: “Se reclama que la vida interna de las 19 Ibid., p. 99.
86 i u Et i c a de u identidad LA AUTONOMÍA Y SUS CRÍ TI COS I 87

ejercicio de la libre elección por parte de sus miembros, no merece sobre Iténer poder en comunidades y formas de vida con valores sumamente
vivir. Y ésta es, lisa y llanamente, la filosofía de los derechos a que llet ds. Allí donde existe, la hegemonía del discurso liberal suele ser super-
el pluralismo de valores de Berlín.20 , Sin embargo, desde la perspectiva de la teoría liberal convencional,
adez del discurso liberal es una recomendación considerable. El fiin-
Así se expresa Gray, apelando a lo que podríamos llamar el “argumentó lentalismo estadounidense -continúa Gray, som brío- “se apropia [de
desde las otras culturas” ; y aun así no queda claro mediante qué medie valores liberales] para lograr sus propios fines”.23 Pero, una vez más,
independiente de los valores se considera que esas formas son ejemplos : el punto de vista político para eso está el discurso sobre los valores:
“ loables” de realización humana.21 Su doctrina del modus vivendi requiere 1ser apropiado por actores a fin de lograr sus “propios fines”. Ésta, lejos
que atendamos las necesidades de los grupos autoritarios al tiempo que una subversión del lenguaje liberal, es su vindicación. (Me extenderé
mantenemos una suerte de exquisita imparcialidad. (Cabe destacar que acerca de este tema en el capítulo 6, en el contexto del “acuerdo teo-
Gray rechaza la neutralidad liberal -rechaza tanto el “liberalismo político” do en forma incompleta” ) No es un servicio pequeño brindar un voca-
com o el “liberalismo onmicomprensivo”- porque, según su interpreta­ rio com partido mediante el cual las personas y los grupos puedan
ción, los mecanismos del pluralismo de valores se aplican a lo Correcto ibmpetir por el ejercicio del poder. Así, cuando Gray nos advierte que ni
además de lo Bueno.) La libertad no es un valor definitivo para Gray; la ^fiera los Estados Unidos “son liberales de manera hegemónica”, sino
armonía, en cambio, sí parece serlo. Y en su celo por presentar ofrendas que son “moralmente pluralistas”, no presenta un problema para el liberal
de paz a les coutumes étrangéres, Gray nos ofrece un liberalismo de pies ata­ posterior a Rawls, para quien el pluralismo moral de los Estados Unidos
dos, apenas capaz de tambalearse por una habitación cerrada cuando se %frun tributo a su liberalismo político. Convengamos en que un liberalismo
trata de resolver una disputa. político que sólo funcionara para liberales omnicomprensivos sería una
“N o podemos ponernos de acuerdo respecto de qué fomenta más la ■ teoría muy pobre. Una vez más, se ha disfrazado a la virtud de vicio.
autonomía, porque nuestras opiniones acerca de lo bueno divergen pre­
cisamente de las maneras que señala el pluralismo de valores”, dice, de­
sarrollando una influyente línea de argumentación. “La autonomía no es
un punto inm óvil en el m undo cambiante de los valores. Es el punto de 'to s A G O N IS T A S D E L A A U T O N O M IA
intersección de todos los conflictos relativos a los valores.” El error radica
en suponer que el liberalismo debe querer que esos debates sean retirados bebería resultar obvio, en cualquier caso, que el “argumento desde las otras
del ámbito de la política, o que es preciso llegar a un acuerdo previo acerca 'culturas” es una pista más bien falsa. En efecto, lo que se ha representado
de qué sirve m ejor a los propósitos de la autonomía, y evitar así que los términos de Nosotros y Ellos, de Occidente y el Resto, en realidad pone
casos difíciles sean el blanco de los vaivenes del debate y la deliberación «én escena conocidos conflictos entre liberales y comunitaristas, entre con­
política. Nadie prometió que la política liberal sería “un refugio libre de ceptos “atomistas” y “holistas” de la sociedad, conflictos desarrollados en
conflictos”.22Aquí, a la virtud se la disfraza de vicio. el interior de Occidente. Somos como el astrónomo que confunde la mosca
Para Gray es revelador que en la mayoría de las “sociedades modernas 'posada sobre el otro extremo del telescopio con un lejano planeta.
de los últimos tiempos [...], el discurso liberal d élos derechos y la auto­ Después de todo, en cualquier sociedad es discutible si tiene sentido
nomía personal se despliegue en un conflicto continuo a fin de ganar y hablar de individuos que eligen sus fines. “ ¿Es posible imaginar individuos
carentes de toda atadura involuntaria, sin lazos, libres por com pleto?”,
20 Gray, Isaiah Berlín, op. cit.,p. 152. Resulta curiosa esta interpretación de Berlín, si AAi^U/ia

se tiene en cuenta que para él “el ideal de libertad de elegir fines sin pedir que
tengan validez” está vinculado con el “pluralismo de valores”. Isaiah Berlin, “Dos Este experimento imaginario es especialmente útil ahora, que los teó­
conceptos de libertad”, op. cit., p. 254.
ricos posmodernos escriben con tanto entusiasmo sobre el “hacer el pro-
21 Véase la crítica de Brian Barry en Culture and equality, Cambridge, Harvard
University Press, 2001, p. 133.
22 Gray, Two faces..., op. cit., p. 103. 23 Ibid., pp. 13 y 14.
88 I LA ÉTICA BE U 1DÉNTI0AD U AUTONOMÍA Y SUS CRI TI COS | 89

pío yo”, algo que se emprende no exactamente en un vacío social, sino Hay un hilo wittgensteiniano que atraviesa algunas de estas considera­
más bien -así se nos d ice- entre las ruinas de las formas convencional rles. Wittgenstein, claro está, nos instó a aceptar que la “forma de vida”
les de la sociedad. Por m i parte, sospecho que el esfuerzo de describ: ría ser una base explicativa fundamental para el pensamiento social.
una sociedad formada por individuos que hacen su propio yo es con. , en un ejemplo suyo, cuando los niños han aprendido cómo proceder
traproducente. las series de números, colocando a partir del 1.000 el 1.001, y después
choz, decir que han “com prendido el principio de agregar 1” es una
Charles Taylor presenta un argumento similar cuando dice que un “y" nación carente de contenido. El discurso sobre los “principios” no hace
existe sólo en el marco de lo que llamo ‘redes de interlocución’”, que “vi\ que vestir de gala la verdad desnuda: lo que los niños han hecho,
dentro de horizontes tan firmemente condicionados es constitutivo de lemente, es adquirir una “forma de avanzar”. Resulta sencillo pasar de
agencia humana, por lo cual salirse de esos límites equivaldría a salirse 1la idea de que, en realidad, no hay un lugar fuera de nuestra prác-
lo que reconocemos com o persona humana íntegra, es decir, intacta”. Y .usar numerales desde el que evaluar esa práctica: entender la arit-
escepticismo de Sandel respecto de la relación “voluntarista” entre nue , básica es participar en esa práctica; lo que está disponible fuera de
tro yo y nuestros fines que se atribuye a Rawls va en la misma direcciór dea no es un análisis de la práctica aritmética, sino simplemente
'ta absoluta de comprensión de la aritmética. Wittgenstein (al menos
[... ] no podemos considerarnos independientes en este sentido sin por interpretación muy aceptada) quiere que nos quedemos con el sim-
en riesgo aquellas lealtades y convicciones cuya fuerza moral, en par- nocimiento de que el hecho de que la mayoría de nosotros sepa
consiste en el hecho de que vivir de acuerdo con ellas es inseparable ; * s parte de la historia natural de nuestra especie. Esta idea ha He-
la posibilidad de comprendernos como las personas particulares q nichos teóricos a subrayar que en el marco de una forma de vida
somos: como miembros de esta familia o comunidad o nación o p- "e plantean cuestiones de valor y racionalidad, y que es sólo en el
blo, como portadores de esta historia. Imaginar una persona que :Jas prácticas de una determinada comunidad -contra un fondo
incapaz de estas adscripciones constitutivas no es concebir un age esas prácticas se dan por supuestas- que podemos hacernos las
idealmente libre y racional, sino imaginar una persona complétame ‘ ¿Esto es así?” y “¿Esto es razonable?”. Hasta podría ponerse en
desprovista de carácter. ntido de “reflexionar de manera crítica” acerca de nuestras opi-
;estros valores y nuestras preferencias. Nosotros somos nuestros
Así ocurre también con la insistencia de Daniel A. Bell en que “el mi ten los comunítaristas al unísono: no podemos pensarnos como
social propio brinda m ucho más que triviales prácticas normativa idientes de nuestras lealtades o nuestras convicciones porque,
gobierno: también establece los horizontes morales acreditados en , “vivir de acuerdo con ellas es una circunstancia inseparable
m arco determinamos” por qué cosas vale la pena esforzarse.24 tendernos a nosotros mismos como las personas particulares
‘° 2 S

sano tener Ucencia de com unitarista para apreciar la sus­


24 Michael Walxer, “O n involuntary associations”, en Amy Gutmann (ed.), Freed'
association, Princeton, Princeton University Press, 1998, p. 70. Charles Taylor^' consideraciones. Com o vimos en el capítulo anterior -a l
Sources of the self: the making of the modern identity, Cambridge, Harvard adividualidad de las acusaciones de insociabilidad y arbitra-
University Press, 1989, pp.36, 27 [trad. esp.: Fuentes del yo. La construcción de
identidad moderna, Barcelona, Paidós, 1996I. Michael Sandel, Liberalism anc
limits ofjustice, Cambridge, Cambridge University Press, 1982, p. 179 [trad.. ’ Ón suprema. Más bien pueden ser algo que esa persona, de manera
El liberalismo y los límites de la justicia, Barcelona, Gedisa, 2000]. Bell, erceptible, llegó a asumir con el paso del tiempo”. En efecto, muchos
Communitarianism..., op. cit., p. 37. Estas preocupaciones llevan a que o tros- ,‘ royectos “llegan a nosotros con la leche de nuestra madre; luego se
intenten suplantar el discurso sobre la "autonomía” con un argot diferente. con una firmeza que aumenta en grados imperceptibles en el marco de
Loren Lomasky, en Persons, rights, and the moral community, Nueva York, í ;ctura volitiva, y nunca son sometidos al examen de nuestra razón”
University Press, 1987, prefiere la noción de “seguidores de proyectos”. Lom ■ Entodo caso, podríamos tomar estos aportes sólo como una guía para
escribe: “Es posible que los compromisos de una persona estén desarticula seríamos interpretarla autonomía.
sean en absoluto el resultado de una deliberación consciente que haya ct ’ ~mand the limits..., op. cit., p. 179,
90 | U ÉT I CA DE U I D E N T I DA D LA AUTONOMÍA Y SUS C R Í T I C DS I 91

riedad-, si le damos a alguien un vocabulario conceptual, influimos sobr liberal decía que el matrimonio era una institución obsoleta, que nece-
él; por el contrario, si lo privamos de ese vocabulario, lejos de otorgad sitaba una reforma, y la vida matrimonial tenía para Esteban Arkadievitch
poder, lo mutilamos. Com o también concedimos en ese capítulo, el di­ muy pocos alicientes, [y lo obligaba a mentir y a simular, algo tan opuesto
curso liberal acerca del papel que desempeña la reflexión crítica en el de ¡a su naturaleza. El partido liberal decía, o más bien insinuaba, que la
sarrollo del plan de vida de una persona, o de su concepto de una vid eligión no era más que una brida para los sectores bárbaros de la pobla­
buena, puede a veces parecer m uy distante de la experiencia vivida. Pe ba, y Esteban Arkadievitch no podía escuchar parado siquiera un
lejos de chocar contra el autonomismo, estas consideraciones deben o c ' rio corto sin que le dolieran los pies, y no lograba comprender el sen-
par un lugar en nuestra comprensión de la autonomía. lo de todas esas palabras temibles y altisonantes acerca del otro mundo,
Así, es importante destacar que no se necesita adscribir al autonomis lando la vida en éste podía ser tan alegre].16
para tener autonomía. Existen muchas actividades que deben llevars-
cabo según una determinada descripción: por ejemplo, sólo es posi ipuesta falta de independencia, entonces, parece en realidad una poli-
casarse según la descripción del casamiento. Es decir, para casarse, es n- liberada de lo que podríamos llamar “subcontratación intelectual”,
sario reconocer que es eso lo que se está haciendo. En contraste, el ejer seguro, cuenta a su favor el hecho de que parece ser un entusiasta
ció de la autonomía -d e lo que se entiende como elección Ubre de coercio- de Mili, aunque más no sea de segunda mano. (Lee con especial
o m anipulaciones, del comportamiento que “responde a la razón”- 1 artículo “donde se menciona a Bentham y a Mili y se lanzan suti-
requiere una ética de la autonomía. Para ser autónom o no es en absol' Jos al ministerio” relata Tostoi.)17 Dado que se ha mancillado tanto
necesario tener un concepto de autonomía. Podríamos m uy bien bre de Esteban, quizá valga la pena señalar que éste no es su único
cer nuestra capacidad de razón práctica etiquetándola como “recofi' ’átrayente. Esteban, se nos dice, “agradaba a todos los que lo cono-
m iento de la verdad”. Por regla general, las personas no se consider >por su simpatía, su bondad y su firme honradez”, entre otras cosas.
creadoras de su propia concepción de la vida buena: la idea de que la vi _ ; iraba el respeto de sus colegas, superiores y subordinados, debido a
es un asunto totalmente volitivo, que se elige entre candidatos con igual dades tales como “ una extrema indulgencia con la gente, basada en
posibilidades, socavaría esa concepción de vida buena o bien vivid onciencia de sus propios defectos” y “un liberalismo perfecto, no del
Consideremos al creyente religioso que ha decidido seguir el Único Car que aparecía en los periódicos, sino del que llevaba en la sangre, que
Verdadero: para él, lo más importante es que ha sido guiado por la v* acía tratar a todas las personas, sin importar el rango o la posición, de
dad, por la naturaleza del universo. No ha “decidido” (podría insistir) se$ itica manera y con absoluta equidad”. En otra parte de su obra, Tolstoi
ese camino de la misma manera que no ha decidido ver que el cielo es :hincapié en que Esteban era “ incapaz de engañarse a sí mismo", lo cual
Y lo que es verdad para el fanático también es verdad para el holgaz= ere que su inclinación por las opiniones de segunda mano parte de
Ninguno de los dos se ve a sí mismo formulando planes. Y de ambos pue o más complejo que la mala fe.2* Ahora bien, Esteban es un personaje
decirse, de manera plausible, que son autónomos. tante menos admirable en muchos aspectos; en primer lugar, es un
Y, en realidad, lo mismo puede decirse del pobre de Esteban Arkadievitc 'do infiel, y es así que, tras el ostracismo impuesto a su hermana, sirve
Su elección del periódico liberal no es tan arbitraria después de toe emblema de la hipocresía sexual de su clase. Pero permanece leal a la
“muchos miembros de su círculo”, nos asegura Tolstoi, también adherí sada Ana, y su descarado disfrute del lujo no está viciado de simula-
a una tendencia conservadora. Pero el periódico de Esteban era más cohe !ones o de crueldad. En él no hay pequeñeces ni atrofias. En cierto modo,
rente con sus propias experiencias cotidianas: las ideas que difundía era un hedonista incondicional que disfruta de la buena vida: no puede
las que “se adaptaban mejor a su manera de vivir”. (Y Esteban, en ese sen rse que aquí también hay virtudes.
tido, ha “llegado a identificarse” con esas creencias y preferencias, tal com'
lo pide Gerald Dworkin.)

Tolstoi, Ana Karenina, op. czt.,p. 12 [véase nota 1. Traducción modificada].


El partido liberal sostenía que todo andaba mal en Rusia, y Esteba Ibid.
Arkadievitch estaba abrumado de deudas y no tenía dinero. El partid Ibid., pp. 19-20.
92 I LA É l l t f c D i U I D E N T I DA D LA AUTONOMIA V SUS CRI TI COS I 93

No defiendo a este díscolo milliano sólo por picardía. Lo que intento aban es más interesante: de qué manera una actitud reprobatoria res-
destacar es que, cuando recurrimos a la autoridad cognitiva (afín) de otros 0 de las normas imperantes puede ser tan poco reflexiva como una
todos somos Esteban. Sin duda, se trata de una verdad rudimentaria, a Y jpe adherencia a esas normas. Puesto que, como ya vimos, es un perió-
manera de “los olmos y los expertos” de Hilary Putnam.29Nuestra divisió liberal el que lee Esteban, y el periódico liberal una y otra vez coloca
cognitiva del trabajo es tan útil y está tan generalizada como la división eco o cual convención contra las cuerdas del escrutinio racional para luego
nómica del trabajo. Seria un hábito embrutecedor abjurar de palabras qu ;arla deficiente.) En general, los defensores de la autonom ía fuerte
no podemos explicar del todo o de afirmaciones que no podemos defen pasado con demasiada celeridad del hecho de que los seres sensibles
der por nuestra cuenta de manera adecuada. Pero también ocurre que, ios la habilidad de retroceder y evaluar nuestras creencias al precepto
como sugiere un gran volumen de investigaciones empíricas sobre la natu; "ue lo hacemos activamente: confunden una capacidad con su ejerci-
raleza de la identidad política, pocos de nosotros adquirimos nuestras coi . Hasta aquí podemos darles la razón a algunos de los críticos de la auto-
vicciones políticas con un rigor mucho mayor que el de Esteban. Entre 1* omía; sin embargo, como ya he señalado, esta objeción no hace mella en
numerosas razones por las cuales la autonomía (o la autenticidad o lo autonomía bien entendida.
otros ideales de carácter a veces asociados a ella) no puede requerir 3$i bien m i argumentación contra los conceptos demasiado exigentes
alto grado de autoescrutinio, la más persuasiva es que difícilmente nos d: autonomía ha apuntado a que no se adjudique a la autonomía un valor
cribiríam os a nosotros mismos de esa manera. Lo que el psicólogo )ol :ivo, tampoco considero que se la deba poner a precio de ganga. Aunque
Bargh ha apodado “automatismo del ser” caracteriza a vastos sectores d. jncepto más modesto de autonomía elude muchas dificultades, que-
nuestra existencia consciente.30 (El fenómeno que en realidad demuestr- numerosas paradojas que no pueden esquivarse, algunas de las cua­
c ó l o algunas- ya he mencionado al pasar. El propio Raz dice que el
te autónomo, además de contar con un m ínim o de racionalidad y
29 Al sostener que nuestras teorías del significado deben tomar en cuenta la “divisió
mes adecuadas, debe estar “ libre de coerción y m anipulación por
del trabajo lingüístico", Putman señaló, en un ensayo muy discutido, que él no
podía diferenciar un olmo de una haya, y que cuando usaba la palabra “olmo”, el' de los demás; debe ser independiente”.31 Y, por supuesto, m ucho
significado era proporcionado por la existencia de usuarios expertos: una ide de cuán enérgicamente se exprese estos últimos desiderata, puesto
“subclase especial de hablantes”. Hilary Putnam, El significado de significado, .la literatura filosófica sobre la autonomía se ha topado con inconta-
México, u n a m , Instituto de Investigaciones Filosóficas, 1984. ' enigmas: aveces somos más autónomos de lo que parecemos, y aveces
30 Respecto de las maneras en que se adquieren las opiniones y las identidades
irnos menos.
políticas, véanse Donald Green, Bradley Palmquist y Eric Schickler, Partisan hea
and minds: politicalparties and the social identities ofvoters, New Haven, Yale 'aginemos un día especialmente arduo en la vida del propietario de
University Press, 2002; y Paul M. Sniderman, “Takíng sides: a fixed choice theory ¿tienda: por ejem plo, el apático provinciano postulado por David
o f political reasoning”, en Arthur Lupia, Mathew D. McCubbins y Samuel L. ton. Por la mañana, Michael le da de mala gana un aumento a la encar-
Popkin (eds.), Elements 0/ reason: cognition, choice and the bounds of rationality,
ella le ha dejado en claro que, de lo contrario, renunciará a su empleo,
Cambridge, Cambridge University Press, 2000, pp. 67-84. Respecto de la
conciencia atenuada típica de la vida cotidiana, véase, por ejemplo, John Bargh y
Tarrya L. Chartrand, “The unbearable automaticity of being”, American
Psychologist 54, julio de 1999, pp. 462-479. En la explicación de Bargh es un Steve linar, de saludar, de hacer deporte y, más en general, de encontrarse con los
interno quien, en esencia, se ocupa de gran parte de nuestras actividades: “La bjetos y con las personas”. Claro que Bell enumera estas consideraciones con el
dirección consciente de la conducta es importante, pero tiene lugar durante una jeto de criticar la retórica liberal de la planificación y el ejercicio consciente de
parte minoritaria del tiempo”. Bargh ha denominado atinadamente a este proceS zón práctica: “Cuando actuamos de una manera especificada por las prácticas
“ pensamiento de bajas calorías” : y cita a Dan Gilbert, quien dice que se trata de" Ies, no necesitamos tener planes ni metas, y mucho menos los planes de vida
proceso que requiere “un tercio menos de esfuerzo que el pensamiento corriente--* ; largo alcance que, por ejemplo, supondría Rawls”. Esto es cierto sólo a medias:
excepto que, claro está, es el pensamiento corriente. Así, el filósofo político Daniel ¿ hecho de que (digamos) correr una maratón implique innumerables
A. Bell acierta cuando dice (en Bell, Communitarianism. ..,op. cit, p. 32) que “el idades que difícilmente describiríamos como decisiones conscientes no
modo normal de existencia es el de la actuación irreflexiva, a la manera lea que nuestro deseo de competir en la maratón y ganarla no pueda ser
especificada por las prácticas del mundo social propio”. Entre esas prácticas ” to en términos de planes y metas.
sociales se cuentan “las maneras de sentarse, de pararse, de pronunciar, de The morality offreedom, op. cit., p. 373.
94 i t A ÉTICA DE LA IDENTIDAD LA AUTONOMIA Y SUS CR I T I C OS | 95

y M ichael no puede perm itirse semejante conm oción en ese preciso Hgimiten su posición a la de Mili;33 no obstante, la insistencia en las defor-
momento. Al mediodía, un chantajista le pide quinientos dólares a cam­ iones de la voluntad deja de lado la otra mitad de la perspectiva milliana.
bio de no informar a su esposa acerca de sus infidelidades. Por la tarde efecto, si bien Mili deploraba los “gustos grupales”, es verdad que tam -
M ichael decide abrir otro quiosco en el centro guiado por datos engaño defendía la importancia del consenso moral. Así, por ejemplo, expresa
sos que le proporcionó su contador, quien en realidad procura obtene 11utilitarismo su preocupación por los efectos potencialmente corio-
allí un empleo para su hermana. Al final del día, entra un asaltante en del análisis del sentimiento moral, para luego aliviarla mediante la
tienda y le exige que abra la caja fuerte. M ichael considera varias opcio renda de que las normas éticas cruciales no serían por siempre objeto
nes (¿debe hacerle creer que la caja fuerte funciona con un mecanism tai análisis. C on e l“fortalecimiento de los lazos sociales y el crecimiento
automático y que no es posible abrirla en ese momento? ¿O debe hacerl lable de la sociedad”, dice Mili, cada individuo
creer que otra persona tiene la llave, activar la alarma silenciosa y gan*
tiempo?), pero finalmente decide abrir la caja fuerte. ,(...] como si fuera instintivamente [...] llega a tener conciencia de sí
En suma, el día estuvo plagado de situaciones confusas. En dos opo* smo como un ser que por supuesto concede atención a los otros. El
tunidades, M ichael se vio obligado a pagar una suma considerable pe ien de los demás se convierte para él en una cosa a la que hay que
evitar que una persona -la encargada en un caso, el chantajista en el otr .atender natural y necesariamente, lo mismo que a cualquiera de las con-
lo perjudicara con sus actos; sin embargo, la mayoría de la gente sólo el gílidones físicas de nuestra existencia. [... ] Consiguientemente, los más
sificaría la segunda como una situación coercitiva. Durante el asalto, Mich: pequeños gérmenes del sentimiento echan raíces y se alimentan con el
tomó la decisión de abrir la caja fuerte después de considerar todas las ot contagio de la simpatía y la influencia de la educación, y un completo
opciones; y aunque no habría decidido hacerlo de no mediar la coerció entramado de asociaciones corroborativas se teje a su alrededor por la
podría haber actuado de otra manera. ¿Formó su intención con auton títtción poderosa d élas sanciones externas. [...] Este m odo de conce-
mía? Aquí es posible diferir con argumentos razonables.32 En cuanto a, os a nosotros mismos y a la vida se ve cada vez más natural, según
decisión de abrir una tienda en el centro, se trata de un claro resultado . la civilización.34
la manipulación informativa. Sin embargo, las informaciones y las opini
nes que los ejecutivos obtienen de sus consejeros siempre están afecta ‘ el lenguaje organicista que utiliza Mili aquí: la manera en que habla
por la parcialidad de estos últimos, por lo cual, como era de esperar* •yque liega “ instintivamente”, “natural y necesariamente”. La supuesta
resulta difícil trazar un límite prístino entre manipulación y persuasió tural de estos sentimientos (que deben ser desarrollados por la socie-
Claro que estar exento de manipulaciones no equivale a estar exento- rantiza su resistencia a “la fuerza disolvente del análisis” que, dice
presiones sociales y, como ya hemos visto, a quienes se inclinarían po.
ardua tarea de la reflexión crítica les preocupa que tales presiones puec
*el análisis desarrollado en Andrew Masón, “Autonomy, liberalism and State
poner en riesgo la independencia de pensamiento. Sin embargo, no iity”, Philosophical Quarterly, N° 40, octubre de Í990, p. 436. Tal como
manera de distinguir, siquiera en principio, entre semejante propagaci . Colín Bird, para Mili, la libertad política “sólo requiere que los individuos
de normas y el establecimiento de “ horizontes de elección”, que son ■ .con oportunidades adecuadas para llevar vidas autónomas, dirigidas por
dición necesaria de la posibilidad de elegir. aos, si así lo desean. Mili no sugiere en ningún momento que los que no
t esa oportunidad carezcan de libertad política” (Colín Bird, The myth
El propio M ili avanzó con gran cuidado en este terreno, y su celeB
l individualismo Cambridge, Cambridge University Press, 1999, p. 133).
ción de la diversidad y del inconformismo no debería distraernos de utilitarismo, op. cit., p. iói . Aquí, por momentos, Mili puede sonar como
numerosas concesiones a las costumbres y a los “sentimientos natura :iosa mezcla de Sandel y B. F. Skinner. “Ahora bien, si suponemos que este
Los teóricos que identifican la autonomía con la reflexión crítica a men' ’ iento de unidad es enseñado como una religión y, como ocurrió en otro
■ con ésta, se dirige toda la fuerza de la educación, de las instituciones y de
ón a hacer que cada persona crezca, desde la infancia, rodeada por todos
32 Alfred R. Mele presenta y analiza gran variedad de ejemplos congruentes en el : la profesión y práctica de dicho sentimiento, creo yo que nadie que pueda
capítulo 10 de su libro, Autonomous agents, Nueva York, Oxford University Press,! ader esta concepción tendrá ningún recelo sobre la suficiencia de la
Y véase también los cuatro casos analizados en Raz, The morality...,op. af.,p.i5. • última de la moral de la felicidad” (ibid., pp. 161-162).
96 I LA É T I C A OE I A I DE NT I DA D LA AUTDNDMÍA Y SUS C RÍ T I C DS I 97

Mili, “la cultura intelectual” debe aplicar a las asociaciones morales de co -íque suene esta retórica partitiva, en realidad disimula una división
titución artificial. Y tampoco puede decirse que M ili desdeñara la sabid •funda.
ría recibida, las normas y las convenciones que nos son legadas por do observamos de cerca el lenguaje de la autonomía durante el
sociedad, sino que, simplemente, pensaba que esa sabiduría tenía más pos Ó que sea, es posible que comencemos a preguntarnos, no ya si es
bilidades de ser certera cuando se aplicaba a las cosas comunes, mientr o malo, o si es una necesidad básica o un artículo de lujo, sino si
que cuando se trataba de cosas que eran ostensiblemente de uno misnt coherente. La noción de autonomía parcial sugiere la posibilidad
debía darse preferencia a la perspectiva propia. Com o vimos en el capfl teséptual de una autonomía “total” y, si nos resulta difícil comprender
tulo anterior, la posición de Mili se desprende, en parte, de su ideal del de -tido de esta última, es factible que la primera nos parezca igualmente
rrollo de uno mismo, pero también, en parte, de su creencia en que cad De hecho, ambos lados del debate liberal-comunitjtrista tienen pro-
individuo es, con toda probabilidad, el mejor juez de sus propios Ínter con la autonomía. Aquí podemos seguir a Samuel Scheffler, quien
ses. A diferencia de muchos teóricos actuales de la autonomía, que nos asi importante ensayo sobre el liberalismo contemporáneo como poli-
narían a todos la tarea de emprender una evaluación exhaustiva de l como teoría señala que este pensamiento, en gran medida, presta
normas y los valores, Mili nunca confundía la descripción del oficio de ci atención a la noción de desierto. Es así que Scheffler ofrece el siguiente
dadano con la del oficio de teórico moral. •stico:

*La renuencia, muy común entre los filósofos políticos, a defender una
ilida noción de desierto preinstitucional se debe en parte al poder
L O S D O S P U N T O S D E V IS T A e tiene en la filosofía contemporánea la idea de que el pensamiento
rla acción del género humano podrían incluirse por completo en una
Entonces, ¿qué hemos de hacer con esa supuesta tensión entre, por un lad ión, a grandes rasgos, naturalista del mundo. La actitud reacia de estos
el tema de la dirección propia reflexiva, tal como atraviesa el pensamiento lósofos [...] atestigua en parte la preponderancia de la convicción, a
de Locke, de Kant y, en efecto, de Mili - a l igual que buena parte del pen menudo tácita, de que un auténtico naturalismo no deja espacio para
samiento liberal reciente- y, por el otro lado, el énfasis comunitarista .a concepción de la agencia individual que sea lo suficientemente sus-
una matriz social que no sólo nos constriñe, sino que también nos con" ícial para sostener semejante noción.36
tituye? En el intento de reconciliar ambas posiciones, resulta natural habh
de “autonomía parcial” y “ autoría parcial”. Tal como lo expresa Raz, “I Uta idea es correcta, entonces los conceptos de “autoría parcial” o “auto-
tres condiciones -capacidad mental, calidad de las opciones e independe! la parcial” sonarán un poco evasivos. De hecho, entre una perspectiva
cia— son graduables. La autonomía, tanto en el sentido primario como que la autonomía es un aspecto sobresaliente y otra donde desapa-
el secundario, es una cuestión de grado”.35 Sin embargo, por más irrepró ■ por completo se produce una oscilación vertiginosa. El hombre hace
storia, afirma M arx en un pasaje célebre, pero en circunstancias y con-
35 Raz, The morality offreedom, op. cit, p. 373. La dificultad de medir gradientes de idones que él no ha elegido: he aquí una glosa muy apropiada para salir
libertad está expresada en la cautelosa metáfora de Berlín: “El grado de libertad icuentro de la crítica según la cual nuestra autonomía siempre se limita
negativa de un hombre está en función, por decirlo así, de qué, y cuántas, puertas'
Sr parcial. Sin embargo, en la perspectiva que nos ve como el producto
tiene abiertas. Esta fórmula no debe llevarse demasiado lejos, pues no todas las
puertas tienen la misma importancia, de la misma manera que los caminos a los' la historia, la sociedad o la cultura -y, a fortiori, en la solemne perspec-
que dan entrada son diferentes según las oportunidades que ofrecen. Por 1 científica que nos ve insertos en cadenas causales que se extienden
consiguiente, el problema de cómo haya que asegurar en determinadas
circunstancias un aumento general de la libertad y de cómo haya que distribuirla
r -—
(especialmente en situaciones en que el abrir de una puerta conduce a que se que no puede resolverse con ninguna regla inflexible” (Berlín, introducción a
levanten otras barreras y a que, a su vez, se coloquen otras diferentes -lo cual casi “Cinco ensayos sobre la libertad”, en Sobre la libertad, op. cit, p. 79).
es el caso-), en pocas palabras, de cómo haya que conseguir en un caso concreto 36 Samuel Scheffler, “ Responsibility, reactive attitudes, and liberalism in philosophy
que las posibilidades sean las máximas, puede llegar a ser un problema angustioso: and politics”, Philosophy and Public Affairs 21, N° 4, otoño de 1992, pp. 61-68.
98 | U É T I C A D£ U I t > í N T I & A D LA A U T O N O M Í A Y S U S C R Í T I C O S I 9 9

desde las estrellas de mar hasta las estrellas del cielo-, ¿qué queda de E elemento fijo, ningún horizonte de decisión, ni fines ni valores ni inte-
autonom ía en realidad? Nosotros, los individuos supuestamente autó. ni objetivos predeterminados: semejante criatura comienza a tom ar
nomos, estamos confinados a las opciones que tenemos a nuestro alcance, forma peculiarmente inhumana.
las cuales, a su vez, se caracterizan por su inm ovilidad sustancial: cons; i embargo, si no oponemos estos reparos, ¿no corremos el peligro de
tituyen un nexo de instituciones y prácticas que nosotros no creamos' ibuir autonomía a los autómatas, a personas en las cuales los deseos
Si nuestros valores representan lo que deseamos desear (según la elegant en estar implantados, como si fueran cuerpos extraños? ¿A personas
form ulación de D avid K. Lewis), es posible que lo que deseamos des* en realidad, no pueden engendrar el deseo de lo que parecen desear,
no dependa de nosotros, en el sentido en que nuestra “voluntad” es que están subordinadas a la voluntad de otras, o cegadas por un cono -
producto de fuerzas externas a ella. Incluso si nos ceñimos al ámbít ’ento insuficiente del mundo? Y así encontramos nuestro camino de
social, sabemos, por ejemplo, que el fenómeno que Jon Elster nos enseñó 'O al enigma: como ya vimos, desde algunas perspectivas, la autono-
a llamar “ formación de las preferencias por adaptación” tiende a alinea tes algo que tiene la mayoría de la gente; desde otras, en cambio, exis-
lo que queremos con lo que podemos conseguir: a conform ar nuestro; ésa.razones para preguntarse si es posible alcanzar, o siquiera concebir,
deseos a nuestras opciones. Y nuestras opciones están aun más limi-s «estado tan elevado.
tadas por nuestras capacidades. Y, a su vez, esas capacidades nos son lega-’ E n to n ces, ¿cómo reconciliar la perspectiva centrada en el sujeto con la
das por nuestras dotes naturales y nuestra form ación, ninguna de las «pie se centra en la sociedad? Quizás el intento más persuasivo sea el de
cuales hemos elegido. tirarles Taylor, quien ha elaborado una noción de prácticas sociales según
Así, de acuerdo con la conocida conclusión determinista, nuestras pre­ fepcual nuestras acciones pertenecen al ámbito de las prácticas que les dan
ferencias, nuestros planes y núes tras acciones podrían inferirse de una espe­ ' ferina y sentido. “ Una gran cantidad de acciones humanas sólo tienen lugar
cificación exhaustiva de nuestras condiciones y circunstancias, tanto internas; ¡da medida en que el agente se entiende y se constituye com o parte de
como externas. En esta perspectiva altamente granular, el concepto de auto­ ven ‘nosotros’”, escribe Taylor.38 E invoca el habitus de Bourdieu -u n “sis-
nomía, sencillamente, no tiene ninguna función que cumplir. No som o- iéfiiade disposiciones durables y transponibles”- para desarrollar la natu­
hacedores: estamos hechos. raleza esencialmente social del yo. Taylor está resuelto a otorgar a la agencia
Recordemos la advertencia de Raz: “Las tres condiciones -capacidad •■ humana toda la gloria que le corresponde -n o quiere reducirnos a epife­
mental, calidad de las opciones e independencia- son graduables. La auto ' nómenos- pero insiste en que veamos la agencia como algo constituido
nomía, tanto en el sentido primario como en el secundario, es una cues­ por el entramado de prácticas y colectividades de las cuales emerge y a las
tión de grado”. Ello sugiere (entre otras cosas) que puede haber mejore ; cuales pertenece. Es una perspectiva, dice, que “corre a contrapelo de gran
y peores conjuntos de opciones. Dado que, com o ha observado Geral IfMrte de la cultura y el pensam iento m odernos, en especial de nuestra
Dworkin, el hecho de que existan más opciones no significa necesaria 'cultura científica y su epistemología asociada”: de la clase de naturalismo
mente que la situación sea mejor, ¿cómo haremos para determinar qu* e, desde su punto de vista, ha deformado “nuestro sentido contempo -
conjunto de opciones fomentará nuestra autonomía?37 El pianista que lin e o del yo”. En lugar de ello, Taylor nos insta a que veamos el agente
también estaba dotado para ser violinista, ¿tiene más autonomía que el *GQmo un. ser abocado al desarrollo de prácticas, que actúa en el mundo y
pianista que carece de la segunda opción? El soltero rico y ocioso, ¿tien- sobre el m undo”. Lo que deberíamos tomar de la noción de habitus de
más autonomía que el hombre de familia con un empleo de tiempo corm Bourdieu, señala, es que “la práctica es, por así decir, una interpretación y
pleto? ¿Es Levin más autónom o que Esteban Arkadievitch? He aquí los iterpretacíón continua del significado real de la regla”, que la relación
imponderables que plantea el discurso sobre las opciones. Y la función entre regla y práctica es profusamente recíproca.39
“independencia” es aun más enojosa. ¿Cómo sería la completa indepen­
dencia de la mente? Seguramente significaría (com o advierten Walzer y ;
38 Charles Taylor, “To follow a rule”, en Philosophical arguments, Cambridge, Harvard
otros) carecer por completo de “predisposiciones mentales”: no tener nin- University Press, 1995, pp. 168-173 [trad. esp.: Argumentos filosóficos: ensayos sobre
: d conoámiento, el lenguaje y la modernidad, Barcelona, Paidós Ibérica, 1997].
37 G. Dworkin, The theory andpractice ofautonomy, op. cit., pp. 62-81. •39 Ibid., pp. 168,170,178.
100 | LA É l i C A DE LA I DENT I DAD LA AUTONOMÍA Y SUS CR Í T I C OS | 101

Sin embargo, esta tesis puede parecer reñida con su apuntalamiento witt- saos dar cuenta de una conclusión que se vuelve cada vez más obvia: el pro­
gensteiniano. “Cuando obedezco una regla, no elijo”, dice Wittgenstein en blema d éla autonomía en la teoría política -al igual que el “problema de
un pasaje citado por Taylor; “obedezco ciegamente la regla”. Así, la teoría k agencia” en las ciencias sociales-41evoca uno de los problemas más encar­
de Taylor ha sido criticada -especialm ente por James Tully, su colega- nizadamente debatidos de toda la filosofía: el del libre albedrío.
por no ser adecuadamente wittgensteiniana. ¿O acaso el énfasis que pone La bibliografía sobre el tem a -ta l com o ordena la providen cia- es
Taylor en la interpretación - la noción según la cual “debemos ver al ser inmensa, e inmensamente intrincada. Pero me resultará útil aplicar una de
hum ano com o un ser que se interpreta a sí mismo, porque este tipo de las respuestas más conocidas al más conocido de los problemas: la respuesta
interpretación no es un elemento optativo y adicional, sino una parte esen­ Cutiana de los “ dos puntos de vista”. En algunos aspectos debemos reco­
cial de nuestra existencia” - n o invoca el tipo de reflexión y evaluación nocer que somos seres naturales, y considerarnos, a nosotros y a los demás,
críticas que W ittgenstein se esforzaba al m áxim o por poner en duda? parte del reino natural, sujetos a explicaciones teóricas que refieren a cau­
Entender un signo no es interpretarlo; comprenderlo no es “eme Deutung% las naturales. Desde este punto de vista, pertenecemos al así llamado “mundo
- n o es una interpretación- sino meramente “ una manera de avanzar” : el sensible”, el Sinnenwelt. Sin embargo, no podemos adoptar este punto de
m eollo de las observaciones de Wittgenstein sobre el seguimiento de reglas .cuando actuamos como agentes racionales. “A todo ser racional po-
es una línea de razonamiento que apunta a eliminar precisamente ese pasa- lor de voluntad debemos atribuirle necesariamente la idea de la liber-
intermedio - la interpretación- que Taylor exalta.40 l&d bajo la que obra”, señala Kant. Por consiguiente, 11en lo que respecta a
Ha habido otros numerosos intentos de reconciliar la agencia con 1 l&cctón, sólo en la senda de la libertad podemos hacer uso de la razón para
estructura, al sujeto con la sociedad, al bailarín con el baile. Se carácter 1nuestra conducta”. Aquí nos situamos en el así llamado “mundo inte-
zan por hacer hincapié en el carácter mutuamente constitutivo de est *ble”, el Verstandeswelt. Tal como escribe Kant en la Fundamentación áe
instancias, o -co m o lo expresa A nthony Giddens cuando habla de metafísica de las costumbres, nos queda una salida:
dualidad de la estructura”- en la naturaleza recursiva de sus interacción:
N o me detendré en los detalles de estas elaboraciones teóricas, pues" investigar si cuando nos pensamos, por medio de la libertad, com o cau-
que no puede decirse que Taylor haya fracasado donde otros han teñid* ¿íisas eficientes a priori, adoptamos o no otro punto de vista que cuando
éxito. Pero quizá no sea de extrañar que la cuestión que abordamos n* ÍOos representamos a nosotros mismos, según nuestras acciones, como
plantee tantos problemas. , efectos que se presentan ante nuestros ojos. [... ] Cuando nos pensamos
Una vieja leyenda urbana habla de una pareja que, durante un via ^libres, nos incluimos en el m undo inteligible, como miembros de él, y
por la India, adopta un gatito abandonado y regresa con él a Cincina ^ con ocem os la autonomía de la voluntad con su consecuencia, que es
para después observar, cada vez con más horror, cóm o su mascota se r #Ja moralidad.42
transformando en un tigre que ataca a los niños. A esta altura ya po< ¡üé-
1efecto, estos mundos de Kant no son planos de la realidad sino pun -
de vista. “El concepto de m undo inteligible -para é l- no es más que
40 James Tully, “Wittgenstein and political philosophy. understanding practk.es into de vista que la razón se ve obligada a tomar fuera de los fenóme-
o f critica! reflection”, Political Theory 17, N° 2, mayo de 1989, pp. >93, 195- Taylor
también ha recibido la crítica inversa. Así, Jeremy Waldron observa: “La propia,
idea de individualidad y autonomía, sostiene [Taylor], es un producto social,'
manera de pensar y manejar el yo que se sustenta en un contexto social e histó : mi artículo “Tolerable falsehoods”, en fonathan Arac y Barbara Johnson
particular. Estoy seguro de que [Taylor] está en lo cierto respecto de este punt" s)> Consequences of theory, Baltimore, John Hopkins University Press, 1991,
Pero no debemos dar por sentado, sólo porque la individualidad es un product <3-90.
que las estructuras sociales a las que se atribuye su producción son luel Kant, Fundamentación de la metafísica de las costumbres, Buenos Aires,
necesariamente naturales. Por cierto, no hay nada de natural en las ideas ‘Clones Libertador, 2004, p. 119. Se ha escrito mucho sobre la influencia de los
comunitaristas, étnicas o nacionalistas”. Jeremy Waldron, “ Minority cultures ¡ délos de explicación científica en el pensamiento de Kant, en especial la física
the cosmopolitan alternative”, University of Michigan Journal of Law Reform 25,* miaña; véase, por ejemplo, Michael Friedman, Kant and the exact Sciences,
1992, pp. 780-781. 'bridge. Harvard University Press, 1992.
102 I LA ÉTICA DE LA I DEN TI DAD LA AUTONDMÍA Y SUS CR Í T I C OS i 103

nos para pensarse a sí misma como práctica”.4} Debemos actuar com o si la • que sugiere la doctrina de los dos puntos de vista, en contraste, es que ya
libertad fuera posible, aun cuando no podamos proporcionar ninguna jus­ ^intentemos ver la estructura y la agencia como competidoras por el
tificación teórica de ella; en ese sentido, dice Kant, la libertad no puede asmo espacio causal. En lugar de ello, la lógica de la estructura (que
ser explicada, sino sólo defendida. Detengámonos aquí con el argumento, luce causas para la acción) y la lógica déla agencia (que produce razo-
y cerremos la Funáamentación: los zwei Standpunkte de Kant, que derivan, ¡parala acción) pertenecen a dos puntos de vista diferentes. Actuar como
en algún sentido, de dos clases de propósitos o intereses, constituyen la *¿>considerarse a sí mismo como si-, la noción del ais ob ocupa un lugar cen­
estrategia básica que deseo tomar prestada. tral en la argumentación de Kant; es el sello de su filosofía “crítica”. Y lo
Y si m e propongo hacerlo es porque todo el debate sobre la agencia y la mismo vale para la noción asociada de los intereses y los propósitos que
estructura -e l debate entre los autonomistas y sus críticos- ha mostrado fSeleccionan qué ais ob entra en juego. (Un “interés -d ice Kant- es aquel
una tendencia a suponer una oposición entre ellos, en la que compiten, tvirtud del cual la razón se vuelve práctica: es decir, se vuelve una causa
por decirlo de alguna manera, en pos del mismo espacio causal. En tér­ únante de la voluntad”.)46
minos más simples, los argumentos en favor de la estructura podrían ejem­ ^Oírnos ecos de esta tradición, creo, cuando Habermas da cuenta de
plificarse sosteniendo que, en Hijo nativo, Bigger Thomas actúa como lo indistinción que Dilthey había intentado establecer entre las Natur-
hace debido a su condicionamiento social. (Así lo cree el señor Max, su mschaften y las Geisteswissenschaften, argumentando que cada clase de
abogado, quien expone extensamente estas razones durante el juicio.) ía está constituida por un tipo de interés distinto. Las ciencias natura-
Los argumentos en favor de la agencia, planteados con la misma simplici­ ,dice Habermas, se arraigan en un “interés rector del conocimiento
dad, son los argumentos en favor del individuo: el personaje cuyo escape sntado a la manipulación técnica posible” mientras que, en el caso de
de la sociedad hace del sujeto romántico su más obvio epítome. (Así parece Sidencias del espíritu, el interés rector del conocimiento es “práctico”,
haberlo creído el propio Bigger: “ No supe que estaba realmente vivo en juí podrían hacerse muchas objeciones de poca m onta, pero la idea
este mundo hasta que las cosas m e afectaron tanto como para matar por de que los intereses desempeñan un papel en la constitución de las
ellas”.)4
44A fin de resolver esta supuesta tensión se han propuesto diversas
3 ;de investigación parece investida de suficiente plausibilidad.47 Muchos
dialécticas, según las cuales la estructura posibilita la agencia, mientras que, ----
a su vez, la estructura misma está constituida por prácticas sociales.45 Lo ¡■ Mizque los producen; y en las proposiciones que asignan esas causas se encontrará la
explicación de las leyes empíricas, y el principio determinante de nuestra
dependencia de ellas. Los seres humanos no sienten ni actúan de la misma manera
43 Kant, Funáamentación..., op. cit., p. 128. . iguales circunstancias; sin embargo, es posible establecer qué lleva a una
44 Richard Wright, Nativeson, Nueva York, Harper Collins, 1998 [trad. esp.: Hijo apersona, en una posición dada, a sentir o actuar de una manera, mientras que otra
nativo, Barcelona, Versal, 1987). Louis Menand señala estas interpretaciones do hace de otra manera, y cómo ha sido formado, o podría formarse, cualquier
conflictivas en “ Richard Wright; The hammer and the nail”, en American Studies, ,$po de sentimiento o de conducta compatible con las leyes generales (físicas y
Nueva York, Farrar Strauss & Giroux, 2002, pp. 83-85. “Dos años antes de romper mentales) de la naturaleza humana. En otras palabras, el género humano puede
formalmente con el Partido Comunista -dice Menand- ya había entregado a 'no tener un carácter universal, pero existen leyes de la Formación del Carácter
Marx a cambio de Nietzsche.” ( f 1* [-.-1 es mediante estas leyes, combinadas con los hechos de cada caso particular,
45 En una yuxtaposición muy próxima, el Sistema de lógica de Mili presenta tanto el <que se producen todos los fenómenos de la acción y el pensamiento humanos”
ideal de la persona que se elige a sí misma como las regularidades que conforman h(jbid., p. 866 [traducción modificada]).
su carácter. Escribe Mili: “ Si lo examinamos con atención, encontraremos que este 1Kant, Funáamentación..., op. cit., p. 128.
sentimiento, el de ser capaces de modificar nuestro carácter si así lo deseamos, es ' Jürgen Habermas, Conocimiento e interés, trad. de M. Jiménez y J. F. Ivar, Madrid,
en sí mismo el sentimiento de libertad moral de que tenemos conciencia. Una '""Taurus, 1982, p. 183. Sin abocarme a atacar los defectos de esta propuesta, diría, por
persona se siente moralmente libre cuando siente que no es esclava, sino ama, de ¿ejemplo, que la distinción entre un interés “práctico” en la comprensión mutua y
sus hábitos o tentaciones; cuando, aun en el caso de ceder a ellos, sabe que podría un interés “técnico” en el control está muy lejos de ser clara; y que tampoco queda
resistirse; cuando sabe que, si deseara deshacerse por completo de ellos, no , daro cómo estas diferencias de interés “constituyen” un campo de investigación
requeriría para ese propósito un deseo más fuerte que el que se sabe capaz de (aunque intentaré contribuir a responder esta pregunta más adelante), o por qué
sentir” (Sistema de lógica..., op. cit., p. 866 [traducción modificada]). En el ^ deberíamos tratar de comprender las diferencias entre los dominios del
capítulo donde reclama una ciencia de la etología, Mili escribe: “Todos los modos ^■ conocimiento en el arriesgado nivel de abstracción en el que se supone que deben
de sentimientos y conducta que se han encontrado en la humanidad tienen causas •diferenciarse los conocimientos naturales, sociales y críticos.
104 I LA É T I C A OE LA I D E N T I DA D LA A U T O N O M Í A 'i S U S CRÍTICOS 1 105

filósofos (entre ellos, Donald Davídson y Daniel Dennett) han sostenido, tfrmado en consideración. Y no cabe duda de que la noción básica según
por ejemplo, que cuando comprendemos a las personas com o sistemas ¡gpoal,nuestras teorías están guiadas por fines pragmáticos, por nuestra
intencionales -com o portadoras de creencias, deseos, intenciones y otras tiischer Absicht, nace de una raíz kantiana. La doctrina de los dos pun-
actitudes propuestas por la psicología del sentido com ún - hacemos una ¿de vista sugiere, entonces, que los intereses o las intenciones que guían
cierta proyección de la racionalidad: les atribuimos creencias y deseos de stro discurso sobre la agencia son diferentes de los que guían nuestro
manera tal que sus actos “se vuelvan racionales” aunque sabemos que las irso sobre la estructura; y sólo vam os un poco más lejos cuando deci-
personas no son totalmente racionales. En este punto suele mencionarse que esos intereses diferentes vuelven apropiadas diferentes idealiza-
la “idealización”. Tal com o insiste lerry Fodor, no deberíamos plantear a la '«¡jones, dan utilidad a diferentes como si.
psicología exigencias metodológicas de las que no pueden dar cuenta ni
la quím ica ni la física: y tanto en la “ciencia de café” como en la teoría fe*'"
científica, la idealización es ubicua. Considerar que una teoría es lisa y
llanamente falsa o verla como una aproximación a la verdad resulta ser una fcR A G E N C I A Y L O S I N T E R E S E S D E L A T E O R Í A

cuestión de juicio, un juicio que, con toda legitimidad, puede depender


de aquello que nos interesa. Un químico cuya atención está enfocada en -Sofodos los hombres se piensan como poseedores de libre albedrío”, nos dice
el desarrollo de tinturas industriales podría aceptar el supuesto ideali­ K&nt, lo que equivale a decir que somos agentes. Considerar que los demás
zado de que el agua de río filtrada es h 2o , mientras que un químico inte­ Rp& fines en sí m ism os-reconocer su dignidad hum ana- es verlos tam-
resado en la regulación de la energía en el nivel celular no lo haría. Una .' felén de esta manera. El punto de vista de la agenda se vincula, de la man era
idealización es una falsedad útil: y “ útil” siempre significa “ útil para algún /directa posible, con nuestra preocupación por vivir vidas inteligibles
propósito”. Según cuáles sean nuestros propósitos prácticos, es posible que comunidad con otras personas que son, en primer lugar, amantes, fami-
nos veamos en la necesidad de proceder como si los planos carecieran de •Ü*re$y amigos, y después, colegas, directivos, cajeros, mecánicos, médicos,
fricciones o com o si las empresas llevaran al m áxim o las ganancias. diputados, extraños y cosas por el estilo. Este interés práctico requiere que
Podríamos suponer que, desde el punto de vista del universo, todo lo obser­ ligamos capaces de articular nuestra propia conducta en relación con la de
vable puede reducirse a la física de las partículas, pero com o no se trata N$as personas, y lo hacemos mediante la comprensión de los demás como
de un punto de vista al que tengamos acceso, el resultado es que nuestras •«eres con creencias e intenciones -es decir, como seres razonables- y tarn-
teorías, al igual que todos nuestros productos, son imperfectas. En efecto, hién como seres con pasiones y prejuicios -es decir, como seres potencial-
la historia de la ciencia es un catálogo de errores que derivan de los inten­ mente irrazonables-. Tenemos (en palabras de Strawson) “actitudes reactivas”
tos prematuros de constreñir teorías de un determinado nivel mediante ttespondemos a los demás con gratitud y enojo, alabanza y culpa, y así suce­
la exigencia de que se limiten a postular fenómenos que puedan ser com­ sivamente- y deseamos aferramos a esas actitudes y darles sentido. Es en
prendidos en los términos de las teorías de un nivel inferior. Puesto que ateta esfera donde concebimos nuestras metas y nuestros objetivos, nuestras
carecemos de teorías perfectas, seguimos adelante con las mejores que tene­ decisiones grandes y pequeñas: la vida que queremos llevar,
m os a disposición: y la m ejor teoría para ciertos propósitos puede llegar a í Como el lector habrá notado, el hecho de adoptar una perspectiva de
ser mejor -p ara esos propósitos- que la teoría que más se adecúe a la exi­ 'léreerapersona respecto de la agencia ya equivale, en las palabras de Kant,
gencia de reduccionismo metodológico. No querríamos echar por la borda ^ con tem p larn os, con referencia a nuestras acciones, como efectos que
las percepciones útiles que nos puedan brindar la economía o la meteo­ Representan ante nuestros ojos”. Formular una teoría acerca del punto de
rología, por ejemplo, sólo porque no podemos dar cuenta de esas disci­ ylista de la agencia no significa habitar ese punto de vista: la perspectiva del
plinas desde el punto de vista del movimiento de las moléculas. «útonomista es de segundo orden. Pero el modelo de puntos de vista y pro­
Digo todo esto con el fin de facilitar el blanco. Si nos acostumbramos pósitos aun resulta eficaz para analizar desacuerdos puramente teóricos.
al hecho de que los como si abundan, incluso en el campo de las explica­ Los choques entre, digamos, las perspectivas tradicionalista y libertaria
ciones naturalistas (mediante “idealizaciones” guiadas por el interés), no reflejan choques entre las cosas que interesan más: la estabilidad social con­
nos preocupará tanto el más significativo como si kantiano que hemos tra lalibertad de expresión; la administración de la sociedad contra la líber-
106 ! I A ÉTICA DE LA I DEN TI DAD U AUTONOMÍA V SUS CR Í T I C OS I IO 7

tad individual. N o se refieren a cóm o es el mundo sino a cóm o debería Ésta es la razón por la cual -para retornar a m i punto de partida- el
ser el mundo. Sin embargo, a veces el choque es m ucho más básico: con­ discurso de la autonomía parcial constituye un intento desafortunado de
cierne a aquello de lo que queremos hablar. Según el diagnóstico de Taylor, subsanar las diferencias entre dos puntos de vista: uno en el que tengo auto­
los viejos debates entre el comunitarismo y el liberalismo entrañan “pro­ nomía y otro en el que carezco de ella. De la misma manera que en los
pósitos distintos”, y la noción de que podría tratarse de diferentes progra­ debates específicos sobre el libre albedrío y el compatibilismo no se solu­
mas -propósitos distintos, y no propósitos opuestos- parece correcta. Si, ciona nada con decir que mis acciones obedecen en parte a una causa, aquí
com o Rawls, queremos poner en primer plano la justicia distributiva con­ d lenguaje de la autonomía partitiva busca erróneamente un punto inter­
tra un fondo que privilegie la autonomía, nos puede resultar útil contem­ medio entre la perspectiva de primera persona y la de tercera persona, sin
plar a los individuos de una manera. Si, como Sandel, queremos poner en reparar en la diferencia de propósitos que entrañan estos dos puntos de
primer plano el valor de la comunidad, necesitamos concebirlos de otra Insta. Por el contrario, creo que puede ganarse m ucho si se desvinculan
manera. En el pensamiento social, el discurso sobre la “estructura” tam­ analíticamente los dos conceptos, si se desarrolla el discurso de la estruc­
bién tiene una trayectoria histórica específica, que atraviesa a Saint-Simon tura sin buscar siempre una reducción basada en el agente. De hecho, en
y a Marx, y está regido por un activo interés político en lograr un iguali­ líneas más generales, hay m ucho para decir en favor de la falta de cohe­
tarismo generalizado. Hacer hincapié en la agencia en el marco del dis­ rencia entre nuestras diferentes prácticas teóricas: en favor de la existen­
curso de la estructura - o viceversa- es, simplemente, cambiar de tema. cia de teorías que iluminen determinados proyectos de manera tal que la
El enfoque de los dos puntos de vista también debe arrojar luz sobre algu­ acusación de contradecir otras teorías que pertenecen a otros proyectos
nos de los otros enigmas e indeterminaciones que nos lanzaron a transitar resulte irrisoria. Los teóricos del juego pueden, con toda legitimidad, hacer
este camino. Recordemos, por ejemplo, a Michael y su M al Día en el Trabajo. suposiciones que difieran de las de los etnógrafos; los economistas quizá
Decir que tuvo autonomía cuando abrió la caja fuerte a punta de pistola necesiten recurrir a idealizaciones diferentes de las que sirven a los psicó­
puede depender de qué concepto de autonomía estemos considerando. Pero logos. O, para decirlo de una manera más solemne: las explicaciones que
en lugar de exigir que nuestra explicación de la autonomía brinde una res­ hacen referencia a las razones y las explicaciones que hacen referencia a
puesta, podríamos atender a aquello que nos interesa. La respuesta que las causas no necesitan seguir reglas e ideas comunes. Una vez motivada,
demos, desde la perspectiva de la intuición cotidiana, dependerá de qué his­ esta falta de coherencia puede incluso considerarse tanto necesaria como
toria estemos contando, y de cuáles sean los intereses que la rigen: depen­
derá, in fin e, del sentido que intentemos encontrar. Si nos interesan las
arguments, op. cit. Al analizar el contraste entre un yo “libre de cargas” y un yo
condiciones que llevan a una persona a actuar de cierta manera -si nos inte­ “situado”, Taylor observa que “podría usarse para sostener que, puesto que un yo
resa, digamos, la psicología “situacionista”- narraremos una cosa: “así actúa totalmente libre de cargas es una imposibilidad humana, el modelo extremo de
Michael en estas condiciones” ; en cambio, si nos interesa el justo castigo y sociedad atomista es una quimera. O podría argumentarse que tanto el yo
la culpa, nuestra narración será otra: “ ¡Miren lo que ese delincuente le (relativamente) libre de cargas como el yo (relativamente) situado son
posibilidades, como también lo serían las sociedades (relativamente) atomista y
hizo al pobre de Michael!”. Lo que deberíamos resistir es la tentación de cali­
holista, pero que las combinaciones viables entre esos dos niveles están
ficar o sutilizar nuestras explicaciones: decir que Michael tuvo autonomía restringidas: resultaría muy difícil combinar una sociedad profundamente
parcial o (yendo aun más lejos) el potencial de autonomía parcial. ¿Cuándo colectivista con una identidad libre de cargas, o resultaría imposible adoptar una
podemos hablar de condiciones para elegir y cuándo de límites para la elec­ forma de vida extremadamente individualista en un ámbito donde el yo estuviera
densamente situado” (p. 182). He centrado la atención en la interpretación que
ción? Inevitablemente, nuestra respuesta dependerá de un juicio regido por
considero más fructífera y plausible, que tiene que ver con diferentes
el interés, del punto de vista que adoptemos. Si la libertad y la necesidad representaciones de la misma realidad social. Pero también ocurre que la
pueden ser escindidas y asignadas a dos registros explicativos distintos, lo estructura resulta más fácil de ver a la distancia. Y ésta es una de ¡as razones por
mismo puede hacerse respecto de los debates de la teoría política.434
8 las que diversos críticos del autonomismo la representan como un contraste entre
Occidente y el Resto. Se trata de una posición que se reduce a lo siguiente:
nosotros tenemos sujetos y ellos tienen estructuras. Sin embargo, no existe una
48 Aquí, una vez. más, dirigiría la atención al diagnóstico aventurado por Charles sociedad que se reserve la exclusividad de la agencia, de la elección racional, ni
Taylor en “Cross-purposes: the liberal-communitarian debate”, en Philosophical una sociedad que se reserve la exclusividad de las matrices sociales.
108 I LA É T I C A DE LA I D E N T I D A D
LA A U T O N O M Í A Y SUS C R Í T I C O S | 1 0 9

deseable, pues lo que esperamos de una teoría es que se adecúe a su pro­ ^En el próximo capítulo nos ocuparemos de la aparente tensión entre los
pio proyecto constitutivo: que se gane sus como si. úricos que ven el afianzamiento de las identidades sociales como una
Debo admitir que todas estas conclusiones son demasiado apresuradas. Condición previa de la autonomía y los que lo ven como una amenaza para
Si bien no es posible hacer que converjan los diversos puntos de vista, a veces autonomía. Distinguir entre una ruta y un sendero, entre una fortaleza
resulta inevitable que se superpongan. Un teórico puede tener en cuenta una celda, implica, sin duda, recurrir a la clase de juicios regidos por el
m i agencia, en tanto que yo, como agente, en algunas oportunidades seré ^ terés que hemos explorado, juicios que no son sólo acerca de la política,
receptivo a cualesquiera teorías “estructurales” o naturalistas de la sociedad ° también - y precisamente porque la autonomía es importante desde
que tenga a mano y, en otras, querré considerarme miembro del Sinnenwelt. M punto de vista de nuestro interés en la vida social- parte de la política.
Es verdad que dejamos de tratar a los demás com o seres dignos cuando tos juicios no “surgirán en nosotros”, como dice Tolstoi, sino que somos
insistimos en considerar causadas las acciones que ellos creen libres: en el 'osotros quienes debemos construirlos.
transcurso de una discusión, a nuestro contrincante no le caerá muy bien
que le recomendemos una visita al psiquiatra. (;Que a nadie se le ocurra ■
poner en práctica este ejem plo abstracto durante un altercado domés­ W-
tico!) Y, sin embargo, una de las razones por las cuales la gente acude a los
terapeutas -o , en otras partes del mundo, a los oráculos y a los brujos- es %
el deseo de descubrir las supuestas causas secretas de sus acciones: lo cual
equivale a decir, sencillamente, que en nuestras vidas reales no estamos con­
finados a uno de los puntos de vista, a uno de los propósitos.49
Kant dijo que la libertad no puede ser explicada, sino sólo defendida.
La razón principal por la cual debemos defender el discurso de la auto­
nomía personal es que ese vocabulario nos permite ver y decir cosas impor­ s%>.
tantes. Tomar en serio la autonomía -incluso la autonomía precaria que
conformaba al pobre Esteban- siempre trae consecuencias: implica pro­ ’gk
poner una política que contemple a las personas como fines en sí mismas, rS?!
com o poseedoras de dignidad y de un valor que les es inherente, y tam­
bién implica proponer un orden social que conduzca a alguna versión de
la individualidad.

49 A. veces ofrecemos explicaciones (externas) en lugar de razones para justificar


nuestras acciones, como cuando alguien explica su propia indolencia diciendo
que sufre de depresión (o, en otras culturas, que fue víctima de un hechizo). Y es
algo muy diferente cuando otra persona ofrece la explicación. La pérdida del
carácter de persona a que pueden dar lugar esas circunstancias interpretativas ha
sido captada de una manera memorable en el retrato que Jonathan Franzen hizo
de Gary Lambert, el infeliz marido de Caroline en Las correcciones. “Hacía sólo un
momento había tenido la sensación de que Caroline estaba a punto de acusarlo
de 'deprimido', y temía que, si esa idea ganaba aceptación, él perdería el derecho
a mantener sus propias opiniones. Sus certezas morales serían puestas en duda;
cualquier palabra que pronunciara se transformaría en un síntoma de su
enfermedad; ya nunca más ganaría una discusión” (Franzen, The corrections,
Nueva York, Farrar, Straus and Giroux, p. 161 [trad. esp.: Las correcciones,
Barcelona, Seix Barral, 2002]).
Las exigencias de la identidad

APRENDER A U S A R PA LA BR O TAS

fiu'el verano de 1953, un equipo de investigadores formó dos grupos de chi­


cos -todos ellos varones de u años de ed ad - y los llevó a dos campamen­
tos contiguos pero separados, ubicados en las montañas de Sans Bois, que
forman parte del parque estatal Robbers Cave, sito en el estado de Oklahoma.
:S1bien los chicos, que provenían de la ciudad de Oklahoma, no se cono­
cían de antemano, los investigadores los habían seleccionado prestando
especial atención a que pertenecieran a un ambiente más o menos homo-
, géneo: eran protestantes, blancos y de clase media. El propósito de la inves-
ágación consistía en estudiar la form ación de grupos de inclusión y de
exclusión: determinar de qué manera se desarrollaba la tensión entre ellos
•f de qué manera sería posible aliviarla. Y el experimento de Robbers Cave
se ha transformado, con justicia, en un clásico de las ciencias sociales.
La zona donde se localizaba el campamento era m uy boscosa y estaba
completamente aislada. A l principio, ninguno de los dos grupos sabía de
la existencia del otro. Sólo cuando los chicos tuvieron permiso para actuar
¡por su cuenta durante un par de días, los miembros del equipo inform a­
ron a cada uno de los grupos que había otro campamento de niños en las
cercanías. De inmediato, los dos grupos se desafiaron mutuamente a enfren­
tarse en deportes competitivos, como béisbol o el juego de tiro de cuerda,
ytam bién emprendieron otras actividades menos atractivas com o la de
“derribamiento de tiendas”. M uy pronto - y quizás haya sido éste el resul-
,tado más radical del estudio- se caldearon los ánimos y se desarrolló una
'-violenta enemistad entre los dos grupos, “ las Serpientes” y “las Águilas”
(como se apodaron ellos mismos). Las banderas no sólo se capturaban,
sino que también se quemaban y se hacían jirones. Cada grupo organizaba
asaltos al sector donde acampaba el otro grupo, revolvía sus pertenencias
112 t LA ETICA DE LA I DE NT I DA D LAS E X I G E N C I A S DE LA I DE NT I DA D | 113

y robaba los trofeos. Cuando los miembros del equipo advirtieron que uno .debates internos), las Águilas eran “mariquitas”, “cobardes”, “bebitos”.
de los grupos se estaba armando con piedras para emprender una repre­ las Águilas, las Serpientes eran “una pandilla de malhablados”, “per-
salia, se vieron obligados a intervenir.’ lores” y “vagabundos”.4 Uno de los grupos se consideraba a sí mismo
O tra de las observaciones registradas, si bien es menos espectacular, ■ era considerado- devoto, piadoso y de hábitos higiénicos-, el otro, bulli-
resulta tam bién m uy interesante para nuestros propósitos. Comienza 'so, duro y zaparrastroso.
con las denominaciones que los dos grupos se asignaron a sí mismos: las Y todos estos acontecimientos ocurrieron en apenas cuatro días...
Serpientes y las Águilas. Los grupos no llegaron con esos nombres, y a los Para un estudioso de la identidad, la investigación de Robbers Cave se
chicos no se les ocurrió que necesitaran una denominación hasta que se ece un poco a uno de esos experimentos sobre los orígenes de la vida
enteraron de que en las cercanías acampaba otro grupo.12Entre las Serpientes ¿os cuales se ilumina con luz artificial una solución que, se supone, repre­
surgió una ética de “dureza” después de que se supo que uno de los chicos s a el océano originario de la Tierra. Es verdad que se trata de una situa-
que gozaba de mayor prestigio en el grupo había soportado con estoicismo . muy alejada de los simples aminoácidos del Arca de Noé, y a nadie se
una herida leve sin contarle a nadie. Por razones igual de contingentes, el ocurriría afirmar que la incipiente divergencia de rasgos que se mani­
uso de palabrotas también se volvió una práctica com ún en ese grupo. j ó entre las Serpientes y las Águilas hace justicia a la mescolanza que
Durante una conversación que tuvo lugar después de un partido de béis­ presenta la profunda diversidad social y lingüística desarrollada por los
bol que habían ganado las Águilas, los miembros del grupo triunfante atri­ "íes humanos a lo largo de milenios. Sin embargo, si tomamos este estu-
buyeron su victoria a una plegaria grupal que habían llevado a cabo antes 1com o una instantánea de la “etnogénesis”, su falta de complicación
del juego. Pero luego de deliberar un poco más, las Águilas llegaron a la. sulta esclarecedora, y en ella se advierte la primacía de la identidad res­
conclusión de que la respectiva derrota de las Serpientes, a su vez, se había peto de la cultura. A menudo interpretamos que son las diferencias cui­
debido en gran parte a la propensión que tenían los miembros de ese grupo jes las que dan origen a las identidades colectivas; sin embargo, lo que
a decir palabrotas. “Eh, chicos, no digamos más palabrotas: va en serio”, rió en Robbers Cave sugiere que podríamos sacar la conclusión inversa.
exhortó un miembro de las Águilas al resto del grupo, y la propuesta obtuvo Los estudios etnográficos comparativos han proporcionado, sin duda,
aceptación general.3 Durante el transcurso de un subsecuente partido de. ■ gran cantidad de ejemplos confirmatorios; los informes que proporcionan
fútbol, las Serpientes (que ganaron por un margen muy escaso) hicieron ¿parecen indicar la existencia de una dinámica de antagonismo similar, que
alarde de su ventaja e insultaron a sus contrincantes. En lugar de pagarles ¡(une a un grupo a medida que lo separa de otro. Los malayos llegaron a
con la misma moneda, las Águilas, que consideraban que les traería mala ^reconocerse mutuamente como tales sólo después de la llegada de los chi­
suerte gritar frente a las Serpientes, no sólo se abstuvieron de decir pala­ nos, y en oposición a ellos; los hindúes no fueron hindúes hasta que los
brotas sino también de presumir. Estas diferencias se reflejaban en la manera ■ británicos crearon esa dase a principios del siglo xix, incluyendo en ella a
en que cada uno de los grupos describía al otro. Para las Serpientes (en Todos los que no fueran miembros de los famosos cultos monoteístas, y la
identidad comenzó a destacarse sólo en oposición a los musulmanes del
1 Muzafer Sherif, O. J. Harvey, B. Jack White, WiUiam R. Hood y Carolyn W. Sherif,' sur de Asia.5Tal com o sostiene el antropólogo francés Jean-Loup Amselle
The Robbers Cave experiment: intergroup conflict and cooperaron-, Middletown, (a su manera francesa), las identidades culturales surgen, en primer lugar,
Wesleyan University Press, 1988; publicado originalmente por el Institute of í.de un “campo estructurado de relaciones”, lo que equivale a d^cir que, en
Group Relations, Universidad de Oklahoma, 1961.
: una primera instancia, pueden contemplarse como consecuencia - y no
2 Uno de ios acontecimientos registrados resulta muy sugerente: cuando las Águilas,'
mientras jugaban en el campo de béisbol, oyeron por primera vez el nombre de
(como causa- de los conflictos. “ La cultura es importante en la formación
las Serpientes, de cuya presencia se habían enterado apenas hacía uno o dos días, (¡délos grupos étnicos-dice Donald Horowitz con menos solemnidad- pero
uno de los miembros del grupo hizo un comentario acerca de “esos negros que f ; es más importante por el hecho de proporcionar contenidos postfacto a
andan acampando” {ibid., p. 95). Así, lo primero que se les ocurrió como
designación de uso múltiple para referirse al grupo excluido fue una expresión
que, para ellos, expresaba una notable distinción social. (Más tarde comenzaron a' -4 Ibid., p. 116.
usar el epíteto “comunista” como lérmino derogatorio.) 5 Donald Horowitz, Ethnicgroups in conflict, Berkeley y Los Ángeles, University of
3 Ibid., p. 111. California Press, 1985, p. 179.
114 I LA É TI CA DE LA IO ÉNT I OAD 1A5 E X I G E N C I A S DE LA I DE NT I DA D | 115

la identidad del grupo que por proporcionar algún requisito previo que la vida contemporánea. En el pensamiento moral y político de la actua-
resulte indispensable para que nazca la identidad.”6Y, en consecuencia» d se ha vuelto un lugar común suponer que los proyectos de una per-
en este capítulo partiré del supuesto -que no deja de ser polém ico- de a pueden configurarse a partir de tales características de su identidad,
que las diferencias de identidad son, de diversas maneras, previas a las de _e» si bien no se tTata de una obligación moral, es al menos algo per-
la cultura (una idea que expuse en otro sitio y que defenderé con mayor ible desde el punto de vista moral.
detalle en el capítulo 4). esde luego, no todos los aspectos de la dimensión colectiva de la ¡den-
Entre otras cosas, la historia de Robbers Cave indica que es posible; d ostentan la fuerza general del sexo o el género, de la sexualidad o la
conjurar la fidelidad identitaria con gran facilidad; y que (por si es nece onalidad, de la etnia o la religión. Lo que tienen en común las identi-
sario recordarlo) puede que el Otro no sea tan otro como parecía. Tambiéa colectivas, tal como lo mencioné en el capítulo 1, es que constituyen
sabemos que la identidad como forma social no es menos poderosa e k n Hacking denominó clases de persona-, hombres, gays, estadouni-
todo ello. Si bien podemos constituir una sociedad de individuos, en el clá: eSy católicos, pero también mayordomos, peluqueros y filósofos.8
sico sentido liberal, la abstracción de ese término omite muchas eos' acking parte de una percepción crucial respecto de las “clases de per-
que son importantes para nosotros, como individuos y miembros de gru­ sostiene que comienzan a existir a partir de la creación de etique-
pos de identidad. La meta liberal de igualdad de intereses, ¿excluye o requie ra ellas. Así, defiende el “nominalismo dinámico”, argumentando que
el hecho de reconocer a las personas como portadoras de una identida cerosos tipos de seres humanos y actos humanos comienzan a existir
Si es posible reconocer la identidad, ¿qué clase de exigencias políti ’mano de nuestra invención de categorías que los etiquetan”.9 (No es
válidas podemos presentar en calidad de miembros de una identidad colé
tiva, como concepto opuesto al de miembros de un sistema político? Te
es la clase de preguntas que me propongo plantear en este capítulo. P' •integridad psicológica “interna”. No obstante, en un ensayo de 1956, habla de la
antes de explorar qué exige la identidad diré algunas cosas acerca de q »dón entre “el concepto que la persona tiene de sí misma y el concepto que su
munidad tiene de ella” De varias maneras, retoma temas explorados por algunos
significa la identidad.
is predecesores inmediatos. En 1922, Max Weber, en Economía y sociedad,
ribía la Gemeinsamkeit, la identidad étnica, como el derivado de un pasado
iún,pero agregaba:“Por otra parte, es ante todo el sistema político, sin
-edro de cuán artificialmente esté organizado, el que inspira la creencia en la
Jddad común” (Economy and society: an outline of interpretive sociology, ed. por
L A E S T R U C T U R A D E L A S I D E N T I D A D E S S O C IA L E S
_"usWittich y Guenther Roth, Berkeley y Los Ángeles, University of California
ss, 1979 [trad. esp.: Economía y sociedad, México, Fondo de Cultura Económica,
El uso contemporáneo de la palabra “ identidad” para referirse a cara, *]). Erikson afirma que comenzó a emplear las expresiones “identidad” y “crisis
rísticas de las personas tales como la raza, la etnia, la nacionalidad» itidad” en la década de 1930, y que "parecían naturalmente enraizadas en la
género, la religión o la sexualidad adquirió preeminencia por primera; rienda de la emigración, la inmigración y la americanización" (Erik H. Erikson,
ntity crisis’ in autobiographical perspective”, en Life history and the histórica!
en la psicología social de la década de 1950, particularmente en los tra
- t, Nueva York, Norton, 1975, p. 43); véase Adam Kuper, Culture: the
jos de Erik Erikson y Alvin Gouldner. Este uso del término refleja la co opologists’ account, Cambridge, Harvard University Press, 1999, p. 237 (trad.
vicción de que la identidad de cada persona -e n el sentido más antiw Cultura: la versión de los antropólogos, Barcelona, Paidós Ibérica, 2001]. Aun así,
de quién se es en verdad- está profundamente imbuida de esas cara ?n suele usar el término donde otros podrían haber usado “yo” o “ego”. La
,^2Ón distintiva de “identidad social” se usa por primera vez de manera extensiva
rísticas sociales.7Y el predominio creciente de esta convicción es un he;
escritos de Alvin W. Gouldner en la década de 1950. (Agradezco a ]esse
ilower por su erudición léxica.)
6 Jean-Loup Amseile, Mestizo logics: anthropology of idenlity in Africa and elsew' ” 'g ,“ Making up people”, op. cir. Como él sería el primero en reconocer, esta
Stanford, Stanford University Press, 1998- p- 33- Horowitz, Ethnicgroups...,op.< 2dón ya está presente en lo que los sociólogos llaman “teoría de las
p.<$9 - . * -etas”. Véase MaryMclntosh, “ The homosexual role”, en Edward Stein (ed.),
7 El uso de la palabra “identidad” en este sentido suele remo ntarse a Erik Erikson^ ¡ of desire: sexual orientation and the social construction controversy, Nueva
ejemplo, en“ Identity and the Ufe cycle”, Psychological ¡ssues 1,1959; sin embargo, . Routledge, 1988, pp. 25-42.
Erikson evoca en general algo bastante íntimo mediante este término, una esp:"’ *g, “Making up people”, op. cit., p. 36.
Il6 i I A { T I C A DE I A I D E N T I D A D L AS E X I G E N C I A S DE LA I D E N T I D A D | 117

secundario el hecho de que las Serpientes y las Águilas hayan comenzado un papel: dependen de nuestra suposición de conformidad intencio-
a existir junto con sus designaciones.) con las expectativas.
H acking parte de un tópico filosófico que encuentra su formulación Pero en relación con otras identidades - y aquí reaparecen los conoci-
más influyente en el trabajo de Elizabeth Anscombe sobre la intención: s colectivos de la raza, la etnia, el género, etc - nuestras expectativas no
que las acciones son intencionales “según descripciones” ; en otras pala­ basan simplemente en la idea de que los que tienen esa identidad están
bras, que la acción está conceptualmente configurada.10 Lo que yo hago -empeñando un papel. Estemos equivocados o en lo cierto, no creemos
con intención depende de lo que creo que hago. Para dar un ejemplo sim­ las expectativas que tenemos respecto de los hombres y las mujeres
ple: necesito contar con una amplia gama de conceptos a fin de escribir simplemente el resultado de la existencia de convenciones acerca de
mi nom bre de manera tal que equivalga a “ firmar un contrato”. D e ahí se mo se comportan los hombres y las mujeres.
deduce que lo que puedo hacer intencionalmente depende de qué con­ íUna vez que se aplican etiquetas a las personas, las ideas respecto de las
ceptos tengo a mi disposición; y entre los conceptos que pueden confi­ mas que se corresponden con esas etiquetas pasan a tener efectos socia-
gurar mi acción se halla el concepto de una cierta clase de persona y de ;y psicológicos. En particular, configuran las maneras en que las perso-
cuál es la conducta apropiada para una persona de esa clase. El propio se conciben a sí mismas y conciben sus proyectos. Así, las etiquetas
Hacking ofrece com o ejemplo la brillante evocación que hace Sartre, en ■ ran para moldear lo que podríamos llamar identificaríón: el proceso a
El ser y la nada, del garlón de café parisino, con su estudiado aire alerta y ’yés del cual los individuos configuran sus proyectos -incluidos los pla-
solícito.11 Nuestro Stevens, por su parte, cuando se pregunta si no debe­ para su propia vida y los conceptos de una vida buena- refiriéndose a
ría desarrollar sus habilidades para bromear, actúa im pulsado por el quetas disponibles, es decir, a identidades disponibles. En la identifica-
pensamiento de que es mayordomo, y que la habilidad para bromear es ‘ n, configuro mi vida pensando que una meta es apropiada o que una
propia de un mayordomo. lera de actuar es apropiada si soy estadounidense, si soy negro, si soy
La idea de mayordomo carece de la suerte de compromisos teóricos que 'sofo. Parece correcto llamar “identificación” a este proceso, porque la
acarrean muchas de nuestras identidades sociales: blanco y negro, gay y ^ueta desempeña un papel en la configuración de la manera en que el
“hétero”, hombre y mujer. En consecuencia, no tiene sentido preguntar a itetom a decisiones acerca de cóm o llevar una vida, es decir, en el pro-
alguien que está empleado como mayordomo si es eso lo que él realmente “o de construcción de la identidad propia.
es. Puesto que tenemos expectativas respecto del mayordomo, la identidad Podemos describir la relación entre la identificación y la identidad con
es reconocible. Sin embargo, esas expectativas se refieren al desempeño poco más de precisión. En particular, toda identidad colectiva parece
" er el tipo de estructura que se describe en los párrafos siguientes.12
En primer lugar, una identidad colectiva requiere la existencia de térmi-
10 Véase en especial la sección 23 de G. E. M. Anscombe, Intention, Oxford, Basil en el discurso público que sean usados para seleccionar a los portado-
Blackwell, 1972, pp. 37-41 [trad. esp.: Intención, Barcelona, Paidós Ibérica, 1991];
de la identidad mediante criterios de adscripción, de manera que algún as
y su artículo “Under a description”, Nous 13,1979, pp. 219-233, donde insiste, Ínter
alia, en que las diferentes descripciones de una determinada acción de ninguna jnas sean reconocidas como miembros del grupo: mujeres u hombres;
manera designan diferentes acciones. icos o negros; homosexuales o heterosexuales. Para que esos términos
11 “Tiene el gesto vivo y marcado; algo demasiado exacto, algo demasiado rápido; 'n disponibles en el discurso público, es preciso que la mayoría de los
acude hacia los parroquianos con paso un poco demasiado vivo, se indina con
embros de la sociedad tenga un conocimiento recíproco de la existencia
presteza algo excesiva; su voz, sus ojos expresan un interés quizá excesivamente
lleno de solicitud por el encargo del cliente” (Jean-Paul Sartre, El ser y la nada, .los términos y sepa también que existe cierto grado de consenso res-
Buenos Aires, Losada, 1998, p. 105). Citado en Hacking, “Making up people”, op. ‘ 0 de cómo identificar a aquellos a quienes deberían ser aplicados esos
cit., p. 231. Y Hacking observa; “Como ocurre con casi todas las maneras en que
es posible ser una persona, sólo es posible ser un garlón de café en un cierto
momento, en un cierto lugar, en un cierto entorno social. El siervo feudal que Ofrecí por primera vez una descripción de esta forma en Kwame Anthony Appiab
coloca la comida en la mesa de su señora tiene tanta imposibilidad de elegir ser íyAm y Gutmann, Color conscious: thepolitical morality o f race, Princeton,
un garfon de café como de elegir ser el señor del feudo. Aunque, claro está, es una TPrinceton University Press, 1998, El análisis de la identidad desarrolla la
clase diferente de imposibilidad” (p. 231). rexposición que se presenta aquí.
1 1 8 I LA ÉTICA DE LA IDENTIDAD LAS EX I GE NCI AS DE LA I DE NT I DA D I 119

términos. Supongamos que “L” es una etiqueta típica para un grupo.13 en duda, ya que a menudo la fuente apropiada para acceder al
general, este concepto está organizado alrededor de un conjunto de Ío de una identidad es su reconocimiento por parte de personas
reotipos (que pueden ser verdaderos o falsos) concernientes a los L, en otras identidades-, ello implicaría, de todas maneras, que el con­
creencias acerca de cóm o es un L típico, de cómo se comporta, de cóm de la identidad de alguien estaría en parte determinado por otras
posible detectarlo. Algunos de los elementos del estereotipo están deri , a saber, las que tienen la misma identidad.
dos de manera normativa: son ideas acerca de cómo se comportará p Segundo elemento de la identidad social es la internaíización de
bablemente un L, que están enraizadas en su conformidad con las ñ o r Quetas com o partes de la identidad individual de al menos algunos
que indican cómo debería comportarse. Podemos decir, echando man me portan la etiqueta. Una vez más, si la etiqueta en cuestión es
una conveniente taquigrafía, que primero debe haber una concepción so :proceso puede llamarse identificación como L. La identificación
de los L. Los estereotipos son simplificaciones burdas, y es posible que ha ^significa, como ya he sugerido, pensarse a uno mismo com o L de
diferentes concepciones de los L, asociadas a diferentes individuos o ;que marquen una diferencia: quizás el hecho de pensarnos como
pos que forman parte de la sociedad. Para que exista una concepción so re nuestros sentimientos (de manera tal que, como L, reaccio-
basta con que se produzca una superposición aproximada de las clases s- eon orgullo cuando triunfa un L); quizá configure nuestras accio-
donadas bajo el término “L”; por lo tanto, no es necesario que haya f r ,¿entonces, tal vez ofrezcamos ayuda a otro L —que por lo demás es
teras acordadas con precisión, ni una extensión determinada; y tamp ío - o restrinjamos nuestra conducta pública porque pensamos
es necesario que los estereotipos o los criterios de adscripción sean id . mala conducta dejará mal parados a los L). A menudo, entonces,
ticos para todos los usuarios del término. No debe preocuparnos que L conlleva una importancia ética y moral: por ejemplo, la noción
se haya llegado a un acuerdo acerca de cuál es la frontera precisa entre los judíos deben ayudar a otros judíos y evitar comportamientos
hombres y las mujeres (¿los transexuales que pasan de mujer a hombre acrediten a la comunidad judía. Y a menudo, también, parece inco-
consideran hombres todo el tiempo o sólo después de la operación qt dignificar algunas normas de conducta asociadas a las identidades
gica? ¿O nunca?), o porque, aunque se proporcione una especificación co *dolas de “ éticas” o “ morales”: los hombres (a veces decimos los
pleta de su vida afectiva y de sus hábitos sexuales, es posible que no e~ ?s hombres) caminan de tal manera, se dan la mano de tal manera,
un acuerdo universal respecto de si Shakespeare era lo que ahora líamam cubren la boca cuando ríen; las Águilas se abstienen de decir pala-
“ heterosexual”. Es así que no podemos hablar siempre de el contenido y de fanfarronear.
una concepción social: para bosquejar una concepción social es prec' maneras que mencionamos en el capítulo i, la identificación se carac-
contar con una etnografía de maneras de concebir a los L, que reamo por contar con una fuerte dimensión narrativa. Mediante mi iden-
especialmente que las personas de diferentes posiciones sociales pued hago que la historia de mi vida se corresponda con determinados
tener diferentes estereotipos de L. Es muy posible, por ejemplo, que los; les-confirm ación de una identidad religiosa en la pubertad, ejerci-
americanos tengan concepciones sociales de la identidad negra caracte una identidad profesional a los treinta y pico- y también hago que
ticam ente diferentes de las de otros estadounidenses, y entre :storia se corresponda con historias más abarcadoras; por ejemplo,
homosexuales puede existir una propensión a concebir la identidad i pueblo, la de una tradición religiosa o la de una raza. Este elemento
que difiera de la de los heterosexuales. Ahora bien, mucha gente piensa q ' no se restringe a la modernidad occidental: la posibilidad de con-
son los portadores de una identidad quienes deben determinar su con* historia de vida que engrane con narraciones más amplias es impor­
nido normativo esencial. Incluso si esta idea fuera verdadera-lo cual pue t a r a los habitantes de todo el mundo, ya sea que involucre ritos de
a la edad adulta o un sentido de la identidad nacional que inserte
personal en una saga más abarcadora.14 La identificación colectiva
13 En general, los grupos tendrán más de una etiqueta, de manera que parte de lo
que aprendemos al llegar a comprender una identidad es la manera de asignar
miembros al grupo y una etiqueta que está asociada a él. Por lo tanto, tenemos, ‘ la misma manera que las identidades étnicas, las narraciones de este tipo a
por así decir, un concepto individual asociado al grupo, que es nuestro propio ~udo implican una ascendencia literal, aunque no necesariamente. Una
grupo de criterios de adscripción. iana puede considerar que su antecesora identitaria es Gertrude Stein (quien
IX K J f LA C I M. H U C L H l U C JY | I U H U

también puede conferir significado a logros m uy individuales, lo cual n las de “ trato com o” se ponen en práctica con el fin de contrarres-
posibilita pensarnos, por ejemplo, como la primera persona de ascend. formas malévolas. (Piénsese en una persona que, a fines de la década
cia africana que hizo un doctorado en historia en la Universidad de Harva 0 , hubiera instado a sus amigos judíos alemanes a abandonar el Tercer
o com o el primer presidente judio de los Estados Unidos. .) En efecto, el hecho de que las reacciones basadas en la identidad
Y, finalmente, el tercer elemento de una identidad social es la existe ser positivas desde el punto de vista m oral no debería ser polé-
cia de patrones de conducta respecto de los L (según los cuales, el ar§ tnuchos de los actos de benevolencia supererogatoria que tienen
mentó “porque ella es L” figura en la especificación interna de las razoT en el mundo implican tratar a algunas personas como prójimo L: así,
que construye el agente para justificar su acto).15 En el paisaje actual .osidad es a menudo una forma de “trato como”,
tema de la identidad, el tipo de trato “com o” que a menudo ocupa el c ' ido una clasificación de personas como L se asocia a una concep-
tro de atención es una discriminación inadmisible: el género, la sexi :áal de los L, y algunas personas se identifican como L y son a veces
dad y la identidad racial y étnica han adquirido una configuración m; ;como L, tenemos un paradigma de la identidad social que es impor-
marcada (incluso, en algún sentido, producida) a partir de historias para la vida ética y política. Su importancia para la vida ética -en el
sexismo, homofobia, racismo y odio étnico. Sin embargo, es preciso rec* ’o que he estipulado- radica en el papel que desempeña en la iden-
dar también que no todo trato “como” es negativo o moralmente probl ',ón, en la configuración y evaluación de la propia vida, a la vez que
mático: la sexualidad requiere que reaccionemos antela gente teniendo, ible importancia política radica en el papel que desempeña en el
cuenta que son mujeres o que son hombres, y ello significa que exist que prodigan los demás a los portadores de esa identidad, dado que
patrones de acción respecto de los hombres y de las mujeres, que son cor "o ayudará a determinar sus éxitos y sus fracasos en el transcurso
titutivos de la gama estándar de orientaciones sexuales.16 Muchas fori iMda.
el caso del mayordomo, las convenciones de conducta asociadas a
ción ocupan un lugar central explícito: las adscripciones se basan en
dijo, quizás acertadamente, “¿qué tienen de bueno las raíces si uno no se las pue
apropiar?”). cilla idea de que alguien que trabaja en una gran casa de cierta clase
15 Sin embargo, podríamos imaginar un grupo de identidad que no fuera reconocí'1 lirá con ciertas expectativas; las expectativas, a su vez, se basan en
por nadie que no perteneciera a él: algo así como una logia masónica invenciones que gobiernan la función de mayordomo. En virtud de
absolutamente secreta, o una comunidad de hechiceros que viviera entre nosotros
invenciones, actuar como mayordomo significa construir una repre-
Aquí, el trato “como L” tendría una valencia contrafáctica: si supiéramos que
algunas personas son hechiceras los trata riamos de manera diferente. De la mismá’ eión particular, y la manera en que se trata a un mayordomo puede
manera que ocurrió con el experimento de Robbers Cave, las identidades emerge der de cómo éste representa su papel (incluso si hay aspectos de la
a través de la oposición. Un grupo que viviera en una isla sin conocimiento del 'Tdomía que sólo pueden ser apreciados por sus colegas mayordo-
mundo exterior no tendría una identidad compartida. (Este argumento está bien,
). Pero en el caso de otras identidades -la de ser un hombre gay, por
desarrollado en el clásico Ethnicgroups and boundaries [Nueva York, Little, Brown
and Co., 1969] del antropólogo noruego Fredrik Barth.)
p ío -lo más importante no son las convenciones.
16 El hecho de hacer distinciones raciales tampoco es necesariamente sospechoso .rque ser un hombre gay consiste, en parte, en tener determinados
desde una perspectiva moral. La elaboración benévola de perfiles es bastante 's, y esos deseos no son algo elegido por el portador de esa identi-
común en el campo de la medicina: es factible que un médico recomiende que'
paciente que desciende de askenazis se someta a un análisis de Tay-Sachs, o que
un afroamericano se someta a uno de anemia de células falciformes. En estas ■’djntidades no se alterarían de manera apreciable. (En contraste, podrían existir
patologías, las poblaciones de riesgo coinciden en gran medida con una identida ■ pos de identidad que estuvieran definidos a partir de una patología; por
social predominante. (Aunque es preciso recordar que la anemia de células fSjemplo, los sobrevivientes del cáncer o los alcohólicos.) El caso de la
falciformes no se restringe a los afroamericanos y que una persona que desciend" fobordinación social y la raza es más complicado: no cabe duda de que parte del
de askenazis y de afroamericanos puede ser identificada como negra y no como -tenido de la identidad afroamericana radica en una historia de desventajas y
judía.) Aun así, aunque estos rasgos sobrevengan a las identidades, no son : secuelas actuales. En realidad, no hace falta suscribir al polémico análisis que
constitutivos de ellas. Una disposición a tal o cual trastorno no tiene importancia ce Sartre en Reflexiones sobre ¡a cuestión judía para reconocer que resulta muy
real para el grupo de identidad relevante: si mediante algún tipo de tratamiento ~cil desligar la identidad judía que se afirma a sí misma de una historia de
prenatal se erradicaran todos los trastornos de la población humana, esas persecución,
122 ( LA ¿ T I C A OE LA I DE NT I DA D L AS E X I G E N C I A S DE LA I D E N T I DA D | 123

dad. Podemos elegir si vam os a desempeñar o no un cierto papel co idades y el ideal liberal del individuo que tiene dirección propia: el
vencional, y si todo lo que constituye esa identidad es un conjunto conve Lde la autarquía del alma.
cional de conductas que somos capaces de llevar a cabo, entonces podem .tros, incluidos muchos de los llamados multiculturalistas, sostienen,
elegir si adoptamos la identidad. Pero si los criterios para adscribir a el contrario, que el Estado debe reconocer esas identidades, porque
determinada identidad incluyen cosas sobre las que no tenemos cont- ” as los individuos carecerían de lo que necesitan para hacer una vida.
-co m o ocurre con el género, la raza y la orientación sexual-, el hecho estos teóricos, en la m edida en que ofrecen opciones para hacer
identificarnos con esa identidad, de pensarnos, por ejemplo, como gay vida, las identidades sociales constituyen una parte positiva de ese pro-
actuar a veces como gay, no depende sólo de nosotros.17 Com o vimos »Y su reconocimiento por parte del Estado es parte de lo que las vuelve
el capítulo i, si bien alguien que tiene una identidad gay está haciendo alg onibles para tal propósito.
que supera el simple reconocimiento de sus deseos homosexuales, y ¡ bmo veremos, quienes piensan que el reconocimiento político de los
guien que tiene una identidad de persona negra, que se identifica con de identidad es importante han presentado diversos argumentos
identidad afroamericana, está haciendo algo que supera el simple re~ to de cóm o debe considerarse esa importancia. Algunos se centran
nocimiento de un ancestro africano, también es verdad, no obstante, q tí suministro estatal de bienes y beneficios; otros, en la suspensión de
ambos reaccionan ante un hecho (relacionado ya sea con los deseos o c“ rmmadas reglas u obligaciones que representan una carga excesiva para
la descendencia) que es independiente de sus elecciones: un hecho que p~ fcuembros de ciertos grupos de identidad. Otros teóricos van más lejos
viene, para decirlo de alguna manera, de fuera del yo. Incluso el garlón particular cuando esos grupos de identidad se vinculan con “cultu-
café de Sartre ha adoptado una identidad que tiene una función extern' societales”- 18 abrazan el principio de soberanía cultural. El multicul-
él: ha adoptado una profesión que brinda un servicio; ha encontrado, ismo, quizá com o corresponde, viene en diferentes matices. En la
com o le ocurrió a Stevens con la mayordomía, una forma de hacer a década, años más o menos, se han m ultiplicado los lemas y las
vida. (Además, la profesión que ha adoptado, con su intrincada red de co las: términos com o “ciudadanía diferencial” (Iris M. Young), “polí-
venciones y protocolos, no fue concebida por él.) el reconocimiento (Charles Taylor) y modus vivendi (John Gray) se
Durante mucho tiempo -desde la Ilustración, podríamos d ecir- la j :an respectivamente con distintos enfoques del problema,
lucha liberal consistió en procurar que el Estado tratara a sus miemb- hay muchos que ocupan una posición intermedia. Piensan que, en
sólo como individuos, sin favorecer ni desfavorecer ninguna identidad- .0, las distintas clases de identidades sociales que he mencionado son
género, étnica o religiosa en particular. Y mucha gente aún sostiene < tente centrales para nuestras vidas, pero que ello constituye un argu-
el reconocim iento de tales identidades por parte del Estado se cont '0 en favor de la tolerancia de las identidades y no de su reconoci-
dice de manera intrínseca con el liberalismo: precisamente porque la co. i. Es decir, su noción de las identidades sociales es análoga a la posición
figuración de m i vida depende de mí, el gobierno debería procx *suele asociarse a los Padres Fundadores estadounidenses con res-
constreñir mis actos independientemente de mis identidades. De lo c ó a la tolerancia religiosa: por un lado, y hasta donde sea posible, las
trario, el Estado se involucraría en la creación de ventajas y desventa dades no deben establecerse de manera oficial; por el otro, debe garan-
respecto de identidades particulares de una manera que invadiría la lib *e su libre ejercicio (sujeto a los límites que im ponen el deber y el
tad del individuo para configurar su propia vida. Parte del atractivo* uirio).19 Esta posición también aporta su cuota de problemas de difí-
este escepticismo proviene de los argumentos históricos en favor de
tolerancia, y del aparente choque entre la naturaleza constrictiva de culturas societales -e l término es de Wili Kymlicka- se caracterizan
r la concentración territorial, la estructura institucional y la integración social
terna.
17 Esta conclusión parecerá incontrovertible en el caso de la identidad sexual. Pero:; Primera Enmienda sólo habla de qué leyes puede hacer el Congreso; los Padres
también puede ser que el hecho de que las preferencias -incluso la de colecckr idadores sabían que algunos de los estados que formaban la Unión tenían, de
estampillas- no sean concebidas como algo que se controla: no nos interésame 10, religiones establecidas. En consecuencia, en realidad estoy recurriendo a la
en las estampillas por obra de nuestra voluntad. (A menos, quizá, que alguien q acepción actual de la tolerancia religiosa tal como está plasmada en
amemos -nuestro hijo, por ejemplo- ya sea un coleccionista de estampillas.) - retaciones recientes de la Primera Enmienda, y no a su concepción original.
124 I LA U l C A DE LA I DE NT I DA D LAS E X I G E N C I A S DE LA I D E N T I DA D I 125

cil resolución. ¿Qué significa permitir (lo análogo al) libre ejercicio de 1 grupo se encuadra el derecho a la autodeterminación, en cuyo marco se
identidades mientras se evita (lo análogo al) establecimiento? La respues' (^antean ambas cuestiones: ¿quién es palestino, o kurdo, o tibetano? y ¿de
como veremos, está lejos de ser obvia. cpiémanera deberían decidir el ejercicio de sus derechos? Llamaremos dere­
En la próxima sección analizaré un enfoque relativamente inflexible d chos colectivos a esta clase de derechos de grupo. Una segunda concepción
reconocimiento de las identidades: un enfoque que considera al Estad de Los derechos de grupo es la idea de que la ley, ya sea nacional o interna­
como una federación de grupos de identidad, a cada uno de los cuales deb cional, considere investido de ciertos derechos individuales a cada miem­
concederse un alto grado de autonomía. El ideal de la autonomía de 1 bro de determinados grupos en tanto miembro del grupo: por ejemplo,
grupos adquiere muchas formas diferentes, lo que me impide dar cuen" los miembros de la nobleza hereditaria inglesa podían ejercer su derecho
de todas ellas; es así que he confinado mi atención en gran medida a 8 ser juzgados por la Cámara de los Lores. Llamaremos derechos de perte­
formas que surgen en el contexto de la teoría política liberal (como opues* nencia a esta dase de derechos de grupo.
por ejemplo, a la ingeniería étnica estalinista). De cualquier manera, esper; |# rL os derechos de pertenencia son, en cierto sentido, derechos indivi­
al menos bosquejar lo que este enfoque tiene de atractivo para sus seguí duales: pertenecen a los individuos. Pero quienes expresan su escepticismo
dores y lo que tiene de preocupante para algunos de nosotros. íespecto de los derechos de grupo a menudo quieren decir que rechazan
Jos derechos de pertenencia. Lo que objetan es la idea de que un Estado se
íftíacione con determinados ciudadanos en virtud de su pertenencia a un
grupo y no simplemente en virtud de su calidad de ciudadanos. Fue la obje­
E L M U L T IC U L T U R A L !S M O D E LO S M IL L E T ción a los derechos de pertenencia de los blancos (y las cargas de pertenen -
d a de los negros) lo que subyació a gran parte de la oposición al
No obstante, antes de seguir adelante con estos problemas creo que resul estadounidense Jim Crow y al apartheid. Entre los derechos de pertenen-
tara útil hacer dos distinciones: una respecto del individualismo y otra re* f e que cuentan con gran respaldo se encuentran los derechos de perte-
pecto de los derechos de grupo. Respecto del individualismo en la esfer ípéncia de los ciudadanos de los estados democráticos: está m uy extendida
de los derechos, me propongo distinguir lo que podemos llamar indivL ^.creencia de que es correcto que la ley contemple de manera diferente a
dualismo ético, por un lado, del individualismo sustantivo, por el otro, Josciudadanos y a los no ciudadanos; por ejemplo, cuando se trata de deci­
individualismo ético en relación con los derechos constituye un supuest dir quién puede acceder a un empleo en un determinado lugar. De todas
liberal, que ya he identificado en el prefacio: es la idea según la cual deb' maneras, los derechos colectivos suelen contar con más partidarios. La
mos defender los derechos mostrando lo que hacen por los individuo' piayoría de la gente piensa que es absolutamente correcto que Utah, o la
Claro está que se trata aquí de los individuos sociales, que siguen sienc ciudad de Cambridge o la Iglesia católica puedan ejercer derechos, ya sea
individuos aunque por lo general vivan en familias y comunidades. Pq mediante la votación o (en el caso délas iglesias) a través de cualquier meca-
otra parte, el individualismo sustantivo en relación con los derechos es fiísmo interno consensual que acuerden poner en marcha.
idea según la cual los derechos siempre deben atribuirse a individuos: lo $ .Es preciso admitir desde ahora que el individualismo ético no consti­
derechos humanos, al encuadrarse en nuestras convenciones y leyes, debe tuye, a primera vista, una restricción tan fuerte com o podría suponerse.
ser siempre derechos de personas y no de grupos. St'nuestro yo está inserto en formas sociales -el lugar más común de los
La segunda distinción útil es la que diferencia dos formas de pensar lo lugares comunes de los comunitaristas-, resultaría imposible tratar a los
derechos de los grupos. Una de ellas los ve ejercidos de manera colectiv pdividuos con igual respeto sin reconocer, de alguna manera, la existen-
para que ello funcione en la práctica, deben existir mecanismos por medi ¡¡yi-de esas formas sociales. Se trata de una idea que puede adquirir diver­
de los cuales los grupos puedan ser legalmente identificados e institucio' sas formulaciones, algunas más exigentes que otras. Podría parecer que la
nes a través de las cuales puedan afirmarse sus intereses. Si una tribu d' fealización humana -nuestro bienestar individual- requiere la realiza­
indígenas estadounidenses tiene el derecho colectivo a manejar un casin' rían de los grupos de identidad en cuyo marco se configura nuestra vida.
debe establecerse quién pertenece a esa tribu y cómo deberían decidir S' 'Entonces, quizás el Estado no pueda tratarnos con igual respeto si no
miembros si van a ejercer ese derecho. En esta categoría de derechos d %ace todo lo posible por brindar igual respeto a las comunidades en las que
126 I LA ÉTICA DE LA I DEN TI DAD L AS E X I G E N C I A S DE I A I D E N T I DA D | 127

estamos insertos, y que dan contenido y contexto a nuestras opciones.20 tas duros buscan sus fundamentos en el marco del vocabulario tradicio­
Así, pasamos con gran celeridad del igual estatus de los individuos al igual nal del liberalismo; en particular, consideran que su carta triunfal es la
estatus de los grupos de identidad; y, en efecto, la homologación entre per­ libertad de asociación. Y luego están aquellos pluralistas duros para quie­
sonas y grupos de identidad es un clásico de ciertas formas de multicul- nes el liberalismo está desacreditado por la existencia de diferentes for­
turalismo: aquellas que están auspiciadas por lo que podríamos denominar minas de vida, en particular las más intolerantes: al contemplar el paisaje
pluralismo duro. (Aquí se usa el término “pluralismo” en un sentido simi­ >de las diversas comunidades, estos pluralistas no ven cartas triunfales, salvo
lar al que le da Horace Kallen, sentido que fomentó el ideal de coexisten­ k necesidad de abstenerse de todo juicio.
cia étnica.) Com o veremos, en estos argumentos puede resultar m uy difícil * claro esta que cuando hablamos de “autonomía” aplicamos a la descrip-
dejar en claro si se ha violado el individualismo ético. qon de personas un término que en un principio se usaba para describir
C on la expresión “pluralismo duro” no procuro delimitar una doctrina Jas polis,* aquellas ciudades estado que se gobernaban a sí mismas, como
aislada y coherente, sino que me refiero a una tendencia. Muchos plura-. iAtenas. Pero este procedimiento kantiano de tratar a las personas como se
listas duros objetan que se dé prioridad automática a la autonomía per-^ ?:frata a los sistemas políticos puede revertirse: muchos pluralistas duros
sonal respecto de la autonomía de grupo, y algunos sospechan incluso del .í&atan esencialmente a los sistemas políticos com o si fueran personas.
intento de trazar una distinción entre ambos conceptos: estos pluralistas: Sostienen que los grupos de identidad tienen todos los derechos y todas
se apresuran a señalar la naturaleza adscriptiva e involuntaria de los grm : ;ks protecciones de que disfrutan los ciudadanos y,por lo tanto, es preciso
pos de identidad que constituyen el objeto de su interés.21 Otros pluralisi Satisfacer sus condiciones sin reparar demasiado en la manera en que
¿filio afecta a los individuos en cuestión. Podemos arribar a este punto a
través de diversos caminos: podemos, como David Ingram,presentar argu­
20 Una formulación característica es la de Bhikhu Parekh: "el liberal, en teoría, está mentos en favor de los derechos de los grupos; o, como Chandran Kukathas,
comprometido a brindar igual respeto a las personas. Puesto que los seres
¡poner sobre el tapete la libertad de asociación; o, com o John Gray, recu­
humanos están insertos en una cultura, el respeto por ellos implica respeto por su^
cultura y su modo de vida”. Véase Bhikhu Parekh, “Superior peopLe: the brir a un principio fundamental de modus vivendi, y mediante él elevar a
narrowness o f Liberalism from Mili to Rawls”, T i m e s L í t e r a r y S u p p l e m e n t , 25 de "'sal una estrategia de coexistencia.22 Ninguno de los tres enfoques res­
febrero de 1994, p. 13. Sostendré que el argumento entimemático que encierra es* eta de manera sistemática el individualismo ético; al invocarlos, a veces
sentencia es demasiado apresurado. Y también Raz -en su E t h i c s i n t h e p u b l i c
ombinados, algunos teóricos procuran honrar la soberanía del grupo, a
d o m a i n , Oxford, Oxford University Press, i995>P-U 4 [trad. esp.: L a é t i c a e n e l

á m b i t o p ú b l i c o , Barcelona, Gedisa, 2001)- ha afirmado el “igual estatus” de las


■ vez que proponen reducir al mínimo la interferencia externa en sus
“comunidades culturales estables y viables”.
21 “ Para que los agrupamientos humanos más importantes -es decir, los “grupos
abarcadores”- tengan el valor que tienen, deben basarse en una historia
compartida, y en criterios de pertenencia que no sean voluntarios (o, al menos, n~ verdad trivial de que los individuos adhieren a diferentes ideales personales, sino
completamente contractuales)”, sostienen Avishai Margalit y Joseph Raz en en la coexistencia de diferentes formas de vida. El pensamiento liberal
“National self-determination”, J o u r n a l o f P h i l o s o p h y 87, N° 9, septiembre de 1990*' convencional se empeña en entender mal este hecho, porque da por sentado que
p. 456. Y John Gray coloca un énfasis similar en la naturaleza adscriptiva, no ■eriste un consenso respecto de los valores liberales” (Gray, T w o f a c e s . .., op. c i t .,
voluntaria, de tales formas diferentes de vida. “Hoy, al igual que a lo largo de toé pp. 121,13).
la historia, las identidades humanas son en primer lugar adscriptivas, no elegibb autor utiliza el término “polity”, que puede traducirse por “polis” o por “cuerpo
Para casi todos los seres humanos, el hecho de pertenecer a una comunidad es ur político”, “forma de gobierno” o “sistema político”. En este caso lo hace para
cuestión de destino, no de elección. [...) Cualquier ideal político que desatienda; referirse a las polis griegas, pero en el resto del libro se referirá a ellas usando
esas realidades sólo puede tener consecuencias perniciosas.” En su opinión, hem racteres griegos, y así se lo ha reproducido en la traducción. Por otra parte,
pasado por alto los verdaderos desafíos que plantea la Diferencia: “En los escritc ■ también utiliza el término “polity” para referirse a “sistema político”, y así ha sido
liberales más recientes, el hecho del pluralismo hace referencia a una diversidad' traducido en adelante. [N. de la T.J
ideales personales localizados en el ámbito de la asociación voluntaria: la idea de- «Nótese que la soberanía cultural que defiende Kukathas no se arraiga en los
fondo es la del individuo autónomo que selecciona un estilo de vida particular. derechos culturales, que él rechaza abiertamente, sino en la importancia
Este tipo de diversidad evoca la diversidad de cocinas étnicas que es posible primordial de la libertad de asociación y en una concepción severamente
encontrar en algunas ciudades. [...] Pero el hecho del pluralismo no consiste en1 restrictiva del Estado liberal.
128 t LA ÉT I CA DE LA I D E N T I D A D L AS E X I G E N C I A S DE LA I DE NT I DA D | 129

asuntos, de una manera que por momentos recuerda al sistema de millet posibilidad de hacer lo que deseen con la educación de sus hijos, siempre
del Imperio otomano.” y cuando ese deseo cuente con el respaldo de su cultura: “puesto que la
Así, para los pluralistas duros, la autonomía personal es un bien al estilo cultura gitana no valora la escuela, porque los padres creen que pueden
de las tostadas con Marmite-. son excelentes para quien las aprecia, pero dar a sus hijos una educación satisfactoria mediante la instrucción infor­
no pasan de ser una preferencia local engrandecida por el legado del impe­ mal que dictan sus costumbres, sólo una m inoría de esos niños recibe
rio. Lo que importa es la tolerancia, concebida como una relación entre el alguna educación primaria formal. Sin embargo, según mi argumenta­
Estado y sus grupos constitutivos. El principal interés de estos pluralistas ción, si gozaran de libertad para asociarse y vivir a su manera esta situa­
es que el Estado no interfiera con los grupos que no aceptan el valor de la ción sería permisible para ellos”.26Y, com o ya hemos visto, John Gray ha
reflexión crítica de manera tal que obligue a las minorías a ser más libera­ presentado argumentos similares en favor de aislar a las comunidades cul­
les: se trata de un interés que comparten en gran medida los críticos del turales de las intromisiones del autonomismo. A la manera del antiguo
autonomismo, tal como vimos en los capítulos anteriores. William Galston, sistema de los millet, el enfoque de estos teóricos respeta la soberanía de
que insta a desarrollar una política de la “máxima acomodación posible”, las comunidades culturales im poniéndoles restricciones disciplinarias
se espanta cuando Will Kymlicka propone que el Estado asuma la tarea externas, pero pocas limitaciones internas respecto de cómo deben tra­
de liberalizar a ciertas comunidades intolerantes a la vez que ayuda a sos­ tar a sus miembros.
tenerlas: “ Lo que Kymlicka llama ‘liberalización’ -escribe Galston- lleva­ Sin embargo, esta posición tan elaborada cuelga de un hilo m uy del­
ría en m uchos casos a cam biar por la fuerza la identidad básica de los gado: los defensores del multiculturalismo de millet creen a raja tabla en
grupos: se trata del equivalente cultural del principio de la era de Vietnam, que ia autonomía personal es un provincianismo (usualmente conside-
según el cual los poblados eran destruidos para ser salvados”.34 : rado “occidental” ), mientras que la autonomía de grupo (a menudo pre­
El pluralismo duro evitaría tales enormidades permitiendo que los gru­ sentada como una exigencia “no occidental”) es sacrosanta, pero nunca
pos hagan casi cualquier cosa con sus miembros, salvo aplicarles coerción explican por qué la segunda es menos provinciana que la primera. Y al
física.” Kukathas sostiene, por ejemplo, que los padres deberían tener la adquirir enorme im portancia el problema de determinar qué practicas
están garantizadas por la cultura”, se vuelve preciso realizar un cuidadoso
2,3 Para un excelente análisis del sistema otomano de m i l l e t , véase Michael Walzev, escrutinio délos hábitos délos extraños. Supongamos que, como lo hacen
O n t o l e r a t i o n , New Haven, Yale University Press, 1999 [trad. esp.: T r a t a d o s o b r e la
aveces los miembros de ciertas comunidades religiosas o étnicas, desea­
t o l e r a n c i a , Barcelona, Paidós, 1998].

24 Galston, L i b e r a l p l u r a l i s m . . . , o p . c i t ., p. 22. Hasta aRaz le preocupa que el


mos impedir que se le haga una transfusión de sangre a nuestro hijo herido
autonomismo liberal sea demasiado exigente: “Si aquello que, en aras de la o nos proponem os someter a nuestra hija a la mutilación genital. Para
brevedad, llamo ‘medidas multiculturales’ debe aplicarse sólo en relación con Kukathas, lo principal en estos casos es determinar si nuestra conducta
grupos culturales que abracen y procuren un grado correcto de tolerancia y cuenta con la sanción de nuestro grupo: si está autorizada por la libertad
libertad respecto de sus propias medidas y de los demás, entonces ningún grupo
de asociación.
cumplirá con los requisitos. [...] Pero nosotros tampoco. [...] Nosotros somos
bomofóbicos y racistas, y sentimos indiferencia por los pobres y los Ahora bien, una de las situaciones en que las prácticas de un grupo
desaventajados, al menos en igual medida, aunque no necesariamente de la misma suelen atraer interferencia (como en los ejemplos que he citado) se rela­
manera, que todos esos grupos culturales por el bien de cuyos miembros se ciona con los más jóvenes, quienes aún no disfrutan de una completa auto­
adoptan las medidas multiculturales” (joseph Raz, “How perfect should one be?
nomía. A l parecer, a Kukathas no le importa que un Estado imponga la
And whose culture is?", en Okin, ¡ s m u l t i c u l t u r a l i s m b a d f o r w o m e n ? , o p . c i t . , p. 96).
23 Kukathas, “Are there any cultural rights?”, o p . c i t . , pp. 105-139, y Chandran educación obligatoria a sus miembros escoceses e irlandeses; son los gita­
Kukathas, “Liberalism and multiculturalism: the politics o f indifference”, P o l i t i c a l nos (o, como ellos preferirían llamarse, los roma) los que pueden estar
T h e o r y 26, N° 5, octubre de 1998, pp. 686-699. Kukalhas, que se identifica como exentos. Pero la educación obligatoria sólo surge como objeto de interfe­
individualista liberal, también es partidario de la prohibición general de la rencia cuando alguien se resiste a cumplir con ella. ¿Y quién goza de auto­
coerción y de la esclavitud. Recomienda una “política de la indiferencia” : mientras
ridad suficiente para decirle a una fam ilia escocesa o irlandesa que la
que las minorías podrían, dentro de ciertos parámetros amplios, regular su
conducta según sus preferencias, el Estado se liberaría de la obligación de
brindarles más asistencia o respaldo. 26 Kukathas, “Are there any cultural rights?”, o p . c it ., p. 126.
130 I U É H U DE U I DE NT I DA D
LAS E X I G E N C I A S DE LA I DE NT I DA D | 131

educación formal es parte de su cultura, si la familia en cuestión no ve el


|Válvula de escape que proporciona: el derecho de salida. Para aquellos
sentido de escoiarizar a sus hijos? Podríamos suponer que el solo hecho
que procuran reconciliar la autonomía de grupo con la autonomía indi-
de que esa familia no quiera escoiarizar a sus hijos es prueba suficiente de
■ vidual -q u e procuran exaltar la libertad de asociación sin desatender por
lo contrario. completo las consideraciones convencionales referidas a la autonom ía-,
Otra situación en la que es probable que el Estado interfiera con los asun­
el derecho de salida se ha transformado en un verdadero caballito de bata-
tos de un grupo se presenta cuando un miembro de ese grupo siente que»
M . Siempre y cuando un grupo permita que sus miembros salgan de él,
su autonomía está en peligro. (La doctrina no tendría ningún poder efeo?
se hace acreedor a una gran cantidad de permisos: si sus miembros no ejer­
tivo si sólo disuadiera al Estado de hacer lo que los escrúpulos comunes
cen ese derecho, de alguna manera están otorgando el consentimiento para
acerca de la autonomía individual disuadirían al Estado de hacer, de una
Aqueles ocurra lo que les pueda ocurrir Así, la salida promete disolver cual-
u otra manera.) Supongamos que una familia bengalí quiere obligar a sq::
i qüier dificultad. En lugar de preocuparnos tanto por determinar hasta qué
hija adulta a que acepte un matrimonio arreglado. Si ella se rehúsa, rechaza
Pun,° debería ser internamente democrática una comunidad cultural -por
ipso jacto los valores de sus padres, al menos en cierta medida. El Estado;
- cer un balance entre los distintos intereses y los distintos derechos-, ¿por
no puede negarse de plano a defender los derechos de la hija en virtud del:
:qué no limitarnos a exigir el derecho de salida, y asunto arreglado? Entonces
principio de la autonom ía cultural de los padres, porque, en ese caso*
podríamos decir: hagan lo que les plazca con sus miembros, siempre y
¿qué hay de la cultura de la hija? O, si se objeta, con razón, que un indivi-;
cuando les permitan salir si así lo desean. Una posición tal parece concor­
dúo solo no puede tener una cultura distinta, entonces ¿qué hay de la culi
dar con el individualismo ético, ya que im plica que las opciones del grupo
tura de sus pares?: porque una investigación podría demostrar que otras ,
jíque sean malas para un miembro individual no puedan ser impuestas sobre
jóvenes de la comunidad comparten las actitudes de la joven en cuestión^
él o ella sin su consentimiento. Desafortunadamente, el derecho de salida
Para sintetizar: ¿cómo se hace para establecer las fronteras del grupo que; ;fio es un asunto tan sencillo.
merece deferencia?
¿Debería acaso el Estado emplear una vasta brigada de etnógrafos cotí:
el fin de certificar qué prácticas están legitimadas por los diversos grupos: ¿¿Alcanza con la salida?
sociales? En primer lugar, algunos pluralistas duros también rechazan el derecho de
E incluso si se deseara dejar en paz a los miembros de algunos grupos
salida. Puede sonar como una condición minúscula, pero para los que no
para que preserven su forma autóctona de vida, se haría evidente que ya
simpatizan con el autonomismo incluso este derecho resulta demasiado
es demasiado tarde: la naturaleza y la forma de la estructura de liderazg^
.'riguroso. Gray, por ejemplo, considera que la salida también es una im po­
de un sistema político sub estatal-de un consejo tribal de la tribu pueblo*
sición liberal corrosiva. ¿Cómo es posible eliminar cualquier forma de vida
para dar un ejemplo que podría tener lugar en los Estados Unidos y aj
.que no resista el ejercicio de la libre elección por parte de sus miembros
que retornaré más adelante- ya estarán profundamente configuradas pq
--pregunta G ray- y seguir autodenominándose “pluralista”? ¿Y qué ocu-
las políticas del Estado que lo contiene. Cuando se impugna a los líderes
r e sl la salida de unos pocos destruye una com unidad para la mayoría
desde el interior de una tribu, el Estado reconocerá algunas pujas por g|
que adhiere a ella? En ese caso, ¿no se justificaría la violación de la auto-
poder y no otras: en este y otros respectos, el Estado no puede rehusarse
uomía individual, como en el caso de la persona que grita “ ¡Fuego!” en
tomar partido. medio de una función de teatro? Y éstos no son meros planteos abstrac­
Incluso sin tomar en cuenta estos problemas, se nos podrá disculpar s".
tos. Es preciso admitir que hay formaciones sociales que no podrían sobre-
el panorama social delineado por los pluralistas duros no nos parece terrij
r.vir a una cláusula de exclusión voluntaría; la historia ha mostrado aquí
blemente atractivo. Una asamblea libre de pequeñas entidades soberam
;yallá la existencia de clases ociosas que dependían de los servicios de una
no se parece a una sociedad liberal; es más bien una sociedad modelad
\ ase de s*ervos 0 esclavos: la opción de los esclavos por la libertad hace
según el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, cuyos plebiscito^
{peligrar los encantos aristocráticos de la cultura de las plantaciones sure­
están abiertos a déspotas y demócratas por igual. Para explicarnos po|
ras. Los que nos deleitamos con la literatura de la Roma de Augusto debe­
qué este enfoque atrae tanto a algunos liberales, debemos mencionar una;
mos reconocer que proviene de un im perio que no fue impuesto por
132 ¡ LA ÉTICA DE LA IDENTIDAD LAS E X I G E N C I A S DE LA I DE NT I DA D | 133

voluntad de sus súbditos. O considérese la democracia ateniense: la era Y no es necesario que las barreras que se oponen a la salida tomen la
dorada de Perides, y el papel que desempeñó la servidumbre no volunta­ forma de privación de la propiedad para que sean temibles. El filósofo y
ria para sostenerla.27N o cabe duda de que el derecho de salida no es cohe­ jurista Leslie Green señala: “La situación de verse obligado a abandonar la
rente con la tolerancia radical de los grupos, y lo que opinemos acerca de propia cultura o religión es arriesgada, ¿olorosa y desconcertante; el hecho
ello dependerá de qué prioridad le damos a esa forma de tolerancia. de que sea posible hacerlo no basta para demostrar que quienes no logra­
Pero una preocupación que comparten muchos más teóricos es que, a la ron llevar a cabo la tarea hayan permanecido por su propia voluntad, al
inversa, el derecho form al de salida es un recurso demasiado débil para menos no de manera tan contundente como para subestimar derechos que
desempeñar la fúnción que se le asigna. En efecto, una vez que nos aboca­ de lo contrario podrían corresponderles” 2* Y, tal como observa Green, los
mos a reflexionar acerca de este tipo de mecanismos de escape, podemos grupos de identidad que tienen mayores probabilidades de ser tomados en
comenzar a preguntarnos si el m odelode “libertad de asociación” no amon­ serio como ‘experimentos de vida” son aquellos en los cuales la pertenen­
tona fenómenos terriblemente dispares. ¿Es justo equiparar una nacional!, cia es una cuestión adscriptiva y orgánica, algo que se encuentra en el
dad a un club privado? ¿Es posible renunciar sin más a los grupos de identidad? extremo opuesto del m odelo voluntarista. “Todos los aspectos de una
Considérese una situación en la que se produce una tremenda colisión cultura representan obstáculos para salir”, señala Jacob T. Levy de manera
entre la autonomía del grupo y la autonomía personal: el consejo tribal persuasiva. Tener una cultura en la que la salida no conlleva ningún
de los pueblo no permite la libertad religiosa entre los miembros de esa costo [... ] equivale a no tener ninguna.”30
tribu; también controla la propiedad comunal, que para los pueblo es, en
esencia, toda propiedad. Ahora bien, para dar un ejemplo que ha dado
lugar a litigio; los pueblo que fueron expulsados por convertirse al proi iglesia) fueron expulsados por renunciar a sus creencias y, por lo tanto, perdieron
testantismo, ¿disfrutan por completo del privilegio de salida si la salid% todas sus pertenencias. Gutmann sostiene que el derecho de salida debe ser
implica la pérdida de todos sus bienes terrenales? Seria deseable interpre­ efectivo, y no meramente formal: “sólo si el derecho de salida de los grupos
voluntarios es efectivo Tesulta coherente valorar a estos grupos hasta el punto de
tar a la comunidad pueblo como si fuera análoga a esas comunidades volum defender el derecho a la libre asociación”. El caso pueblo también plantea
tanas que nos resultan tan familiares, pero aquélla tiene un poder sobré, cuestiones de discriminación sexual, ya que los hijos de los hombres que se casan
sus miembros que no tienen, por ejemplo, un club de golf o una cooperay fuera del grupo obtienen la pertenencia tribal, pero no ocurre lo mismo con los
hijos de las mujeres que se casan fuera del grupo. Véase Kymiicka, Multicultural
tiva de alimentos.28
citizenship, Oxford, Oxford University Press, 1995, P- 233 [trad. esp.: Ciudadanía
multicultural Una teoría liberal de los derechos de las minorías, Barcelona, Paidós,
27 Avishai Margalit y Moshe Habertal -en su artículo “ Liberalism and the right to 199ó]; y Gutmann, Identity in democracy, op. cit., pp. 45-47.
culture”, en Social Research 64,1994, PP- 491-510- sostienen que una comunidad 29 Leshe Green, “Internal minorities and their rights”, en Wil] Kymiicka (ed ) The
cultural no puede abolir el derecho de salida bajo el pretexto de que “si la gente 4 . rights ofminority cultures, Oxford, Oxford University Press, 1995, pp. 266-267.
comienza a irse, se destruirá la cultura”. Sin embargo, tal como señala lacob T. Levy| 30 Véase el esclarecedor estudio de Levy, The multiculturalism offear, Nueva York,
no siempre se trata de un pretexto: las comunidades pequeñas pueden verse í- . 0xibrd y mvenilty Press, 2000, p. U2. Profundizando este tema, Aibert O. Hirschman
amenazadas por esa salida. Es preciso sacrificar una u otra consideración. Respect escribe: la salida de ordenamientos humanos tan primordiales como la familia, ia
de este tema, podemos recordar el clásico cuento de Ursula LeGuin, The ones w tribu, la iglesia y el Estado es en general impensable, aunque no siempre
walk away from Ornelas” -u n placer para los teóricos de la ética-, acerca de una absolutamente imposible” (A. O. Hirschman, Exit, voice, and loyalty, Cambridge,
comunidad casi perfecta cuya existencia parece depender del sufrimiento de un Harvard University Press, 1970, p. 76. Y continúa en una nota al pie: “Aquí la
solo niño desafortunado, a quien se mantiene encerrado en un sótano oscuro. intención no es relacionar la ausencia de salida con erprimitivismo'. Edmund Leach
Véase Ursula LeGuin, The wind’s twelve quarters, Nueva York, Harper & Row, 1975-, ha señalado que muchas de las así llamadas ‘tribus primitivas’ están lejos de ser
28 Amy Gutmann, en Identity in democracy, Princeton, Pnnceton Umversity Press, sociedades cerradas. En su clásico estudio Political systems ofHighland Burma
2003, un libro que desafortunadamente encontré demasiado tarde para (1954), describe en detalle la manera en que los miembros de un sistema social
aprovechar al máximo sus ventajas, traza una útil distinción entre los grupos de. igumsha) se trasladan a otro (gumlao) periódicamente y luego regresan. La salida
identidad culturales, voluntarios, adscriptivos y religiosos, y advierte con gran . puede excluirse con mayor efectividad en las llamadas ‘sociedades avanzadas’ que en
perspicacia las diferentes maneras en que puede concebirse la “salida” en cada urt. las tribus estudiadas por Leach”. Hirschman también observa que “siendo la salida
de ellos. Véase el análisis de un caso canadiense en el que los miembros de una imposible o impensable, estas organizaciones, en general, hacen previsiones para
colonia de la iglesia hutterita (en la cual toda la propiedad personal pertenece al expeler o excomulgar a miembros individuales en determinadas circunstancias”.
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En efecto, podríamos preguntarnos qué sentido real tiene decir que es zar un fin: la libertad individual. Kymlicka se cuenta entre los teóricos
posible salir de un grupo de identidad. Como suelen señalar los ex mormo- que dudan de que el derecho de salida constituya una protección suficiente
nes, ser un ex m ormón es como pertenecer a una especie de etnia.y algo para los individuos en cuestión y, por consiguiente, se propone buscar un
semejante parece ocurrir respecto de otros grupos adscriptivos. Para ir al equilibrio entre dos desiderata. Por un lado, aspira a asegurar los dere­
grano, si el yo libre de cargas es un mito, ¿cómo podría uno salirse del con­ chos externos (los derechos del grupo contra el Estado y contra la incur­
texto que confiere significado? Después de todo, tendría escaso sentido sión de intrusos, pero también los derechos del grupo a obtener del Estado
hablar de “ la salida” de la propia lengua, especialmente si sólo se tiene una. determinados beneficios específicos). Por el otro lado, aspira a limitar las
Ahora bien, si la mera existencia de una salida no alcanza para justifi­ restricciones internas que puede im poner un grupo a la autonomía de
car una política de laissezfaire al estilo millet, nos vemos privados de tomar sus miembros. Pero Kymlicka niega que equilibrar estos aspectos equivalga
por ese atajo y no nos queda más remedio que hacer un largo rodeo. En a sacrificar intereses individuales en aras de proteger intereses colectivos,
particular, debemos tomar en serio un enfoque que podríamos llamar mul- porque, desde su perspectiva, la realización humana de los individuos
ticulturalism o liberal”, o “pluralismo blando”, cuyo objetivo consiste en requiere la estabilidad y la seguridad de sus formas sociales.
equilibrar los derechos externos con las limitaciones internas. Si los par­ Sin embargo, el contraste entre las restricciones internas y las proteccio­
tidarios de la autonomía se inclinan a acusar a los grupos subordinados nes externas no demora en desdibujarse. El hecho de que un grupo desee
al Estado de restringir la libertad, y los pluralistas duros, por el contrario, educar a sus miembros sólo en la lengua de la minoría, ¿se halla en el marco
suelen enaltecerlos com o lugares donde la autoridad del Estado se man­ de la protección externa contra la hegemonía lingüística de los dominado­
tiene a raya, los pluralistas blandos intentan rescatar algo de la autonomía res? ¿O se trata de una restricción interna, en vista de que limita las opor­
de grupo y algo de la autonomía personal. A continuación me propongo tunidades de las generaciones más jóvenes, obstaculiza el derecho de esos
explorar hasta qué punto este enfoque logra cumplir con su cometido. miembros a salir del grupo y viola así la autonomía que necesitan para
constituir su futuro yo? Kymlicka trae a colación, com o ejemplo de restric­
ción interna, el caso Wisconsin v. Yoder, en el que la Antigua Orden Amish
solicitó (y obtuvo) una exención del requisito, impuesto por el estado de
A U T O N O M I S M O , P L U R A L I S M O , N E U T R A L IS M O Wisconsin, de que los miembros de ese grupo enviaran a sus hijos a la
escuela hasta La adad de 16 años; sin embargo, no sería difícil presentar el
Para el pluralismo blando, o liberal, el individuo es al mismo tiempo el ter- mismo caso como instancia de protección externa del modo de vida agra­
minus a quo y el terminus ad quem: el interés de este enfoque por los gru­ rio de los Amish, y éste fue sin duda el punto de vista adoptado por el grupo
pos de identidad no sólo se debe, sino que también, en última instancia, en cuestión. En otro tipo de caso muy común, un grupo aborigen impone
se subordina, al bienestar del individuo y a la gama de derechos y protec­ restricciones respecto de quién puede comprar la tierra de sus miembros:
ciones atribuidos a él por el liberalismo tradicional. Es decir, de ninguna una vez más, se trata de una defensa contra la intromisión del mundo exte­
manera se renuncia al individualismo ético. En contraste con el tipo de¡ rior que restringe la autonomía de los miembros del grupo. Com o lo admite
multiculturalismo de millet que hemos considerado —que hace retroceder el mismo Kymlicka, “no siempre es fácil” trazar la distinción.31
el poder del Estado tanto como sea posible y permite la autocracia subes­
tatal, al menos allí donde no haya coerción absoluta-, los pluralistas blan­ 31 Kymlicka, M u l t i c u l t u r a l c i t i z e n s h i p , o p . c i t . , pp. 41,42. Los ejemplos particulares
dos intentan encontrar un punto de equilibrio entre los derechos de los; que explora Kymlicka se relacionan con las leyes de los grupos contra la
individuos y la integridad de las asociaciones intermedias. Para muchos de difamación (respecto del caso Rushdie) y tierras en fideicomiso (respecto de los
indígenas canadienses). Según la conclusión de Kymlicka, desarrollada en el
ellos, al menos, ese ideal de equilibrio tiene un nombre: neutralidad.
capítulo 5 de esa misma obra, deberían rechazarse las protecciones externas que a
Los teóricos que comparten este punto de vista pueden diferir mucho
la vez constituyan restricciones internas. Pero también en este punto es evidente
respecto de su disposición a acomodar los grupos de identidad. WilL que la cuestión indefinible para Kymlicka es, en realidad, la legitimidad: qué debe
Kymlicka, modelo de pluralista blando, es el más elocuente entre aquellos hacer un Estado para tener una autoridad legítima sobre las nacionalidades que lo
constituyen.
que coinciden en justificar la autonomía de grupo como medio para alcan­
136 I LA ÉT I CA OE LA I DE NT I DA D LAS E X I G E N C I A S DE LA I DEN TI DAD | 137

Antes señalé que la concepción estadounidense de la tolerancia religiosa que deje sus convicciones religiosas en la puerta de la municipalidad equi­
proporcionaba un m odelo claro para determinar de qué manera debe vale a pedirle que “ponga entre paréntesis -q u e aniquile- aspectos esen­
responder el Estado ante los grupos de identidad. En efecto, como debe­ ciales de su verdadero yo” Las restricciones de la conversación que pretenden
ría recordárnoslo el caso Yoder, el proyecto de reconciliar las dos deside- ser neutrales son en realidad todo lo contrario: condenan al yo espiritual
rata respecto de los problemas planteados por las asociaciones -la libertad a “la marginación o a la esfera privada”, e impiden a los devotos participar
de y la libertad contra- se halla representado en primer lugar en la tradi­ de la esfera política en igualdad de condiciones con sus compatriotas secu­
ción de la j urisprudencia de la Primera Enmienda, mediante la cual la Corte lares. Por consiguiente, Perry procura establecer que una concepción debi­
Suprema estadounidense ha intentado elaborar un enfoque sistemático de damente pluralista de la esfera pública debería dejar un espacio para el
la libertad religiosa. El desafío comienza ya en el primer enunciado de la “discurso religioso-moral”.32
Declaración de Derechos: “El Congreso no aprobará ley alguna por la que A decir verdad, ios partidarios del “liberalismo político” nunca han sido
se establezca una religión oficial del Estado o se prohíba su libre ejerci­ tan coercitivamente monistas com o a menudo los representan sus críti­
cio”. La interpretación constitucional se bifurca respecto de la palabra o . cos. En efecto, los neutralistas no discuten el derecho del fanático a decir
Para la jurisprudencia moderna, la cláusula del "libre ejercicio” requiere lo que le plazca, sino que se limitan a analizar cóm o debería sonar el dis­
del Estado que extienda una deferencia especial a todos los practicantes curso político ideal. Tai como insiste Rawls, la razón pública, lejos de exi­
de religiones, a la vez que la cláusula d eriestablecimiento de una religión gir a los ciudadanos que suspendan o retiren sus convicciones religiosas,
oficial” prohíbe hacerlo. Ahora bien, nuestra modernidad moral ve en la en realidad presupone que los ciudadanos tienen una variedad de concep-
cláusula del “establecimiento” la expresión de un ideal más amplio; a saber, 'nes abarcadoras, incluidas las religiosas, cuyas “superposiciones con-
que el Estado debe ser neutral: neutral respecto de las concepciones riva­ ales son consecuentes con las instituciones de la democracia liberal.33
les del bien y neutral respecto de los intereses rivales de los grupos de iden­ efecto, quizás el mejor modo de interpretar esas restricciones que Rawls
tidad. Es el ideal que constituye el corazón de la célebre - y célebremente al ideal de razón pública sea tomarlas como un consejo para el debate:
controvertida- distinción de Rawls entre “liberalismo político” y "libera­ una recomendación respecto de la manera en que debe usarse la
lismo onmicomprensivo”. ica, en el marco de un sistema político plural, para ganar partidarios
Y digo célebremente controvertida, porque los escépticos han elaborado uir en las políticas. Y no hay nada de coercitivo en este consejo: los
minuciosos argumentos para mostrar que esa neutralidad es incoherente; nos pueden hablar como les venga en gana, pero si lo que procuran
o indeseable, o ambas cosas a la vez: es mala porque favorece a ios neutra ganar com o adeptos a quienes aún no com parten sus convicciones
listas en detrim ento de los demás y, en vista de ello, no es en absolu* rías, harán bien en invocar, en la mayor medida posible, las normas
neutral. Así, en el contexto de la Primera Enmienda, los defensores de-! premisas que gozan de mayor aceptación. Entonces, el espíritu que
religión acusan a los neutralistas de elevar una concepción polémica ace a esas restricciones liberales tiene m enos de M adalyn M urray
nivel de procedimiento, y se consideran oprimidos por los reparos neum air que de Dale Carnegie.
listas que (tal como ellos lo interpretan) excluyen a la religión de la esfr i bien no es tan odiosa como aseguran los defensores de la religión, la
pública. neutralista afronta otros problemas desalentadores. Así, Will Kymlicka
En una versión m uy debatida de este argumento, Michael Perry ha
blanco en la propuesta de teóricos tales como Thomas Nagel, Robert Au
iriichael J. Perry, Love and power: the role o f religión and morality in American
y Bruce Ackerman, según la cual el discurso político ideal debería iny
olitics, Nueva York, Oxford University Press, 1991.
car, en la mayor medida posible, formas de la razón compartidas y púb , ohn Rawls, “The idea o f public reason revisited”, en Samuel Freeman (ed.)John
camente accesibles. En la medida en que las apelaciones religiosas expre tawls: collected papers, Cambridge, Harvard University Press, 1999, pp. 574, 611. Y
-apelaciones a la “ verdad revelada” de Dios, por ejem plo- excluyen a;„ yos de demostrar aversión por los argumentos religiosos, Rawls ha elogiado de
iianera explícita el vocabulario religioso de Martin Luther King, Jr., y de los
no creyentes y no procuran dirigirse a ellos, no constituyen especíme
rrimeros abolicionistas —así como, en ese respecto, las declaraciones religiosas de
ideales de deliberación política, de lo que John Rawls llama la ra. yAbraham Lincoln en el día de Acción de Gracias— por el servicio que prestaron a
pública”. En contraste, para M ichael Perry, el hecho de pedir a aleu ós máximos intereses de la razón pública (ibid., p. 593, n. 34).
138 I LA É TI CA DE LA I D E N T I D A D LAS EXIGENCIAS DE LA IDENTIDAD I 139

objeta la noción según la cual la diversidad de formas sociales sencilla­ objetivo es afectar a los practicantes de Santería, tal como concluyó la Corte
mente debería ser tratada con “ negligencia benigna por un Estado de Suprema respecto de ciertas ordenanzas aprobadas por la ciudad de Hialeah,
disposición imparcial. “ En las áreas de las lenguas oficiales, las jurisdic­ -Florida.35 Un caso como éste parece claro, pero, como veremos, la mayo­
ría de los casos no lo son.
ciones políticas y la división de poderes, no hay manera de evitar una toma
de posición que respalde alguna cultura societal, o que decida qué grupos ” Lo que ofrece la jurisprudencia de la Primera Enmienda, más que sabi­
formarán una mayoría en las unidades políticas que controlan las deci­ duría, es una ilustración de los problemas que resultan de todo esfuerzo
siones culturales relativas a la lengua, la educación y la inmigración”, señala. •por honrar tanto la neutralidad del Estado como la autonom ía de los
Y, tal com o argumenta en otra parte: “Un Estado puede perfectamente no grupos. A l mismo tiempo, los grupos religiosos constituyen uno de los sos­
tener una iglesia establecida. Pero no puede evitar el establecimiento, al tenes más destacados de la identidad en Occidente; y no digo esto a modo
menos parcial, de una cultura, cuando decide qué lengua se usará en la demera analogía sino a modo de ejemplo: un ejemplo que, para muchos,
«Constituye un paradigma.
escuela pública o en la provisión de servicios estatales. En los tribunales,
el Estado puede (y debe) reemplazar los juramentos religiosos por jura­
mentos seculares, pero no puede reemplazar el uso de la lengua inglesa por
algo que no sea una lengua”.34
^ 0 N EJEMPLO DE LA PRIMERA ENMIENDA:
Y de más está decir que el gobierno - a l menos en el caso de un régi­
‘I b l PROGRAMA ACOMODACIONISTA
men que se parezca a cualquier democracia liberal existente- no es neu­
tral, no puede ser neutral, en una amplia gama de aspectos. Los organismos
científicos gubernamentales otorgan becas a las líneas de investigación que Junca está de más echar un vistazo a algunos antecedentes históricos.
consideren prometedoras y no a otras; la lengua de la gobernación no es •Durante las últimas dos décadas, un grupo diverso e influyente de los así
el esperanto; la toma de decisiones y la interpretación de reglas favorece; lados “académicos acomodacionistas” (entre ellos, Michael McConnell,
unos intereses y desfavorece otros: se equilibran los derechos y los intere­ ederick Gedicks, W. Colé D urham , H arold Berman, David Sm olin y
ses rivales, y ese equilibrio siempre favorece a una de las partes. En esos- i'hen L. Cárter) han procurado fortalecer la cláusula del libre ejercicio;
casos, los hechos y los valores se juntan en una mezcla saturada de teoría?., eacuerdo con ello, muchos han intentado revertir lo que ven como una
de manera tal que no resulta posible decir que un resultado fáctico no 1 ave tergiversación de la cláusula del establecim iento de una religión
*cial que se arraigó en los años de la Corte Warren. Se trata de una causa
sido también un resultado axiológico.
Pero quizás esta clase de neutralidad no sea la clase de neutralidad dé­ íe ha obtenido un éxito impresionante, aunque parcial.
la que se ocupa en realidad el neutralismo. Siguiendo una influyente lín Tal como los acomodacionistas se complacen en señalar, la idea de una
de argumentación, Raz y (con mayor detalle) Kymlicka han propuesto qtí “ aración estricta entre iglesia y gobierno es reciente. Aunque Jefferson,
el ideal de “ neutralidad” no atañe a los efectos sino a las justificaciones: su carta de 1802 a los Bautistas de Danbury, habló de un “m uro de
bien las acciones del Estado nunca pueden lograr nada que se parezca al aración entre iglesia y Estado”, la Primera Enmienda, al referirse sólo a
neutralidad de consecuencias, los estados pueden esforzarse por alcam leyes podía aprobar el Congreso, permitió que los estados determi-
una neutralidad de fundamentos. Es decir, los neutralistas liberales corrt ran sus propias relaciones entre iglesia y Estado. Sólo en 1947, con el caso
prenden que el Estado, al actuar, producirá efectos no neutrales, pero aspL erson v. Board o f Education, la Corte Suprema dictaminó que la prohi-
ran a asegurarse de que tales actos tengan una m otivación que no se ión del establecimiento de una religión oficial regía para los estados y
(por ejemplo) la de modificar nuestras identidades religiosas. Y existe • sólo para el Gobierno Federal. Y con Everson se origina la jurispru-
amplio margen de ejemplos en los que la prueba de la neutralidad “cia “separatista” moderna. En palabras que muchos deploran y otros
justificación” puede brindar algún asidero conceptual. Una ley que regul tos aprueban, el juez Hugo Black declaró no sólo que la Primera
la matanza de animales no resultará aceptable si es evidente que su ú n r

'C h u r c h o f L u k u m i B a b a lu A y e v. C i t y o f H i a l e a h (1993).
34 Kymlicka, M u l t i c u l t u r a l c i t i z e n s h i p , o p . c i t ., pp. ii 3 >ni.
140 ) U ÉTICA DE LA IDENTIDAD I A S E X I G E N C I A S DE LA I DE NT I DA D I 141

Enmienda “ha erigido un muro entre la iglesia y el Estado” sino también pos con el fin de asegurar que no involucren adoctrinamiento religioso:
que es preciso mantener ese muro “alto e inexpugnable. No podríamos aquí es la iglesia la que se halla en una situación sin salida. Así, no resulta
aprobar ni la más leve brecha”. En realidad, la Corte ya ha abandonado hace . •sorprendente que la doctrina Lemon no haya satisfecho ni a los acomoda-
tiempo la retórica separatista del juez Black. Desde 1971, el alto e inexpug­ monistas ni a los separatistas. Sin embargo, hasta que una mayoría logre
nable muro de Black ha sido reemplazado por lo que la Corte Burger llamó pegar a un acuerdo respecto de su reemplazo, esa doctrina persistirá, tal
“una barrera desdibujada, indefinida y variable que, en todas las circunstan­ como se quejó alguna vez el juez Scalia, “como un zombie de una mala pelí -
cias, depende de una relación particular”. Según una doctrina que se aplicó ¡lula de terror” que se resiste a permanecer muerto.
por primera vez aquel año en el caso Lemon v. Kurtzman, y que aparentemen­ W De la misma manera que Everson influyó en la cláusula del estableci-
te aún tiene vigencia, toda legislación que se encuentre en disputa debe some­ ¡Jaienlo, Sherbert v. Verner, en 1963, hizo lo propio respecto de la cláusula
terse a prueba por tres flancos. En primer lugar, la legislación debe tener del libre ejercicio. En este caso se propuso la doctrina según la cual la
un propósito secular; en segundo lugar, su efecto primario no debe ni pro­ aplicación de una ley que constituya una carga para una práctica religiosa
mover ni inhibir la religión; y en tercer lugar, no debe fomentar un enredo importante sólo es permisible si está justificada por el interés del Estado.
excesivo del gobierno con la religión. La violación de cualquiera de esas con­ :fca oferta de exenciones religiosas respecto de leyes de aplicación general
diciones por parte de un estatuto lo volverá inconstitucional según la cláu­ Jio era nueva: gran parte de la legislación relativa a la abstinencia de bebi­
sula que prohíbe el establecimiento de una religión. das alcohólicas, por ejemplo, dio cabida a las necesidades de católicos y
La prueba Lemon parece un intento honesto de lograr la neutralidad jus­ ‘Judíos al exceptuar el uso sacramental del vino, mientras que la legisla-
tificativa, pero una franja sorprendentemente amplia del espectro polí­ ‘ítón selectiva del servicio militar hizo concesiones similares para los obje-
tico ha coincidido en señalar y deplorar sus defectos. Consideremos la tores religiosos. Lo que Sherbert tuvo de nuevo fue la noción de que la
condición del “propósito secular”. Tal como la interpretaron fallos subse­ mstitución podría exigir exenciones religiosas de ese tipo. En este caso,
cuentes, ese “propósito” se refiere a la motivación subjetiva de los legisla­ . un miembro de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, a quien habían des­
dores. Pero si los escrúpulos religiosos llevan a un legislador a proponer dedido por no trabajar los sábados, su día de fiesta sabática, demandó al
que se dispongan fondos para dar refugio a las personas sin techo o para JBstado en reclamo del subsidio de desempleo y ganó el juicio por razones
alimentar a los hambrientos, ¿debería declararse inconstitucional el esta­ ,tíe libre ejercicio. En desmedro de la vitalidad del principio, casi todas las
tuto resultante? Ahora consideremos la condición de “ni promover ni inhi­ >licaciones subsecuentes de la regla de exención obligatoria involucraron
bir”. Si un gobierno se rehúsa a brindar a las escuelas religiosas la clase de ^disidentes sabatarios que iniciaban demandas por indemnizaciones de
asistencia que brinda a otras escuelas privadas, ¿no está inhibiendo la esempleo.
religión? Pero si les brinda esa asistencia, ¿no está promoviendo la religión? Para complicar aun más el asunto, las dos cláusulas relativas a la reli­
Aquí, el Estado se halla en una situación sin salida.36 Por último, conside­ pón han sido usadas a menudo una contra la otra, y en ausencia de tác­
remos la condición según la cual no debe haber “un enredo excesivo”. A ticas aceptadas de mediación. Por una parte, la Corte ha continuado
fin de asegurar la neutralidad religiosa y la intencionalidad secular exigU ..jsctarando inconstitucional, por razones de libre ejercicio, la denegación
das por las dos primeras condiciones, la financiación estatal de servicios Jiel subsidio estatal de desempleo a practicantes religiosos que perdieron
administrados por la iglesia podría requerir la supervisión de esos servi- íl empleo por rehusarse a trabajar en su día de fiesta sabática. Por otra
lirte, en Thornton v. Caldor (1985), la Corte falló en contra de un deman-
íte presbiteriano al declarar inconstitucional, en virtud de la prohibi­
36 La discreción del gobierno para brindar respaldo monetario a las instituciones
religiosas y promover las exhibiciones religiosas se extendió de manera ción de establecimiento, un estatuto de Connecticut que transformaba en
significativa en fallos posteriores a la Corte Warren, tales como W i d m a r v. V i n c e n U lev este principio evidente de acomodación respecto de la fiesta sabática.
(1981), M u e l l e r v. A l i e n (1983), Marsh v. C h a m b e r í (1983), L y n c h v. D o n n e l l y (1984)^ Ocurre que la causa real de la alarma acomodacionista no es la jurispru-
B o w e n v. K e n d r i c k (1988) y, en cierta medida, C o u n t y o f A l l e g h e n y v. a c l v (1989);
, encía de la cláusula del establecimiento, en cuyo marco los defensores de
la posición de los funcionarios religiosos en el ejercicio del poder estatal se ha
areligión siempre han obtenido lo que querían, sino el abandono de la
fortalecido en casos tales como M c D a n i e l v. P a t y (1978) y W i t t e r s v. D e p a r t m e n t
o f S e r v ic e s (1986). le trin a de las exenciones por razones de libre ejercicio; es decir, el final
142 I U ÉT I CA DE U I DE NT I DA D
L AS E X I G E N C I A S DE LA I D E N T I D A D í 143

de la prueba Sherbert, que requería exenciones -en ausencia de un interés


aquí- y, en consecuencia, he ahí la finalidad de las acomodaciones en vir­
estatal de peso que obligara a lo contrario- respecto de leyes que interfi­ tud del libre ejercicio.
rieran con algún aspecto central de la práctica religiosa. Y en este punto,
La perspectiva comunitarista también nos pide que no interfiramos con
los libertarios civiles y los acomodacionistas religiosos se oponen por igual: la autonomía de las religiones en su calidad de instituciones que se regu-
podría decirse que una arremetida conservadora recortó la cláusula del esta­ ian a sí mismas. (Y vale la pena subrayar que no todos los acomodacio-
blecimiento, y que la cláusula del libre ejercicio fue su víctima accidental.
comparten esta idea, sino que se trata de una corriente de pensamiento
Quizás en este punto se torne visible el contraste que trazan Galston y
‘Cntre otras.) El comunitarismo nos pide que favorezcamos, ceterisparibus,
otros entre autonomismo y tolerancia de la diversidad. Lo que muchos aco­
las reivindicaciones de los cultos corporativos sobre las de disidentes reli­
modacionistas objetan es la tradición -cu ya piedra de toque es la Carta
giosos individuales. Nos pide que tengamos cautela al aplicar juicios secu-
sobre la Tolerancia, de L ocke- según la cual el valor primordial consa­
fares relativos a la igualdad racial o sexual a com unidades religiosas
grado por la doctrina de la libertad religiosa es la conciencia individual.
disidentes. De todo ello resulta una suerte de jurisprudencia de la auto­
Por el contrario, argumentan, la libertad religiosa no debe fomentar la auto­
nomía de los grupos.39 No cabe duda de que a menudo podría llegarse al
nomía del individuo, sino la de la iglesia como entidad colectiva, que es
mucho más que la suma de sus partes.37Son las demandas de la institución
religiosa contra el Estado, y no las del disidente religioso individual, las que despojados de protección. Una defensa instrumental de la libertad religiosa podría
deben considerarse primordiales. invitar a un constreñimiento similar. En el ámbito del discurso, los fundamentos
Este comunitarismo religioso a menudo se apoya en fundamentos fran­ instrumentales han conducido a la constitución de una jerarquía de categorías de
discurso en la cual, por ejemplo, el discurso político se considera digno de un alto
camente madisonianos: el Estado que da lugar a la religión ha aceptado
grado de protección legal, mientras que el discurso comercial se considera digno
que se ponga un freno importante a su propio poder, y las religiones, lejos ' de mucha menos protección. Una explicación instrumentalista como la que ofrece
de constituir meras sumas de individuos, deberían ser vistas como comu­ Cárter, de ser tomada en serio, conduciría a resultados similares: las formas de
nidades cuya función a menudo consiste en “hacer valer el juicio de grupo culto corporativo que cumplen una función política útil al desafiar las normas
seculares gozarían de mayor deferencia que las que no lo hacen. “Si, tal como he
contra el juicio de la sociedad que lo contiene” (tal como lo enuncia Stephefl
argumentado, las religiones son útiles en grado sumo cuando sirven de
L. Cárter)-, entonces, por proporcionar una fuente potencial de autoridad ■ intermediarias democráticas y predican la resistencia, entonces es precisamente en
alternativa, las religiones funcionan como baluarte contra la tiranía del ' ese momento (... j, cuando la tradición religiosa diverge más de la corriente
Estado.38 He ahí la finalidad de las religiones -en el sentido que importa ; mayoritaria, que necesita y merece más protección”, escribe Cárter en The
c u l t u r e . ..,op. rit.,p. 132. No cabe duda de que es necesaria, pero ¿cómo

determinamos que el querellante cientológico en realidad m e r e c e más protección


• que el presbiteriano en K u r l a n d v. C a l d o r l Nuestras preocupaciones acerca del
37 Los críticos han hecho otras objeciones a la invocación de la autonomía individual
alcance y la fortaleza de estos fundamentos instrumentales quedan subrayadas
en las opiniones judiciales, a saber, que se confunden preferencias vocacionales
cuando Cárter admite que “ninguna religión desafía siempre los significados
con cuestiones de profundo compromiso. Véase el análisis de Thornton v. Caldor "
impuestos por el Estado, y pocas lo hacen a menudo” (Cárter, op. c i t . , p. 273). Dejo
en Michael Sandel, Democracy's discontents, Cambridge, Harvard University Press,'
a los historiadores la tarea de debatir si, en los últimos dos siglos, las iglesias
1996, pp. 67-68. estadounidenses han servido más a menudo de agentes del Estado o de lugares de
38 Stephen L. Cárter, The culture of disbelief Nueva York, Basic Books, 1993, ?■ 142- > ' genuina resistencia frente al poder político.
Este fundamento madisoniano plantea dos tipos de problemas. Uno de ellos tiene
"9 Estos fundamentos abren otra línea de investigación que desarrollaré más
que ver con la naturaleza profundamente inviable de las defensas
adelante. ¿Son diferentes los grupos religiosos? Así como no todas las
consecuencialistas. Además, también puede ocurrir que esta manera de designar él
organizaciones religiosas desempeñan la función de desafiar la autoridad del
fundamento no haga más que acotar la libertad que defiende. Una vez que se 5
«Estado, no todas las organizaciones que lo hacen son religiosas. ¿Por qué habría
establece un propósito, el dominio del derecho puede ser demarcado de manera f
de concederse a los grupos religiosos derechos y privilegios que se niegan a otras
muy acotada para que sirva a ese propósito, como lo ha demostrado ampliamente
formas de organización civil con iguales o mayores atribuciones para
gran parte de la jurisprudencia relacionada con la libertad de palabra (el segundo
desempeñar ese valioso servicio? Para Cárter, “el proceso de búsqueda de
tema de la Primera Enmienda). Si el propósito designado para la libertad de significado, la búsqueda grupa! de sentidos y valores que ocupa un lugar central
expresión es (digamos) promover la verdad, entonces la literatura y los discursos *
en la tarea religiosa tal como la he definido [...] tiene más probabilidades de
que a juicio de los tribunales carezcan de ese atributo plausible pueden quedar :s descubrir significados alternativos que otras fuentes rivales de autoridad,
144 I LA ÉTICA DE LA I DEN TI DAD LAS E X I G E N C I A S DE LA I DE NT I DA D | 145

mismo lugar mediante consideraciones decididamente individualistas teger a la iglesia no sólo desde el p unto de vista político, sino también desde
(siguiendo caminos que hemos explorado); para mí, el libre ejercicio podría epistemológico, puede tender a minar el reclamo de una mayor inelu­
requerir la existencia de una entidad corporativa con autoridad sobre sus de la religión en la esfera pública.
miembros, pero seguramente tam bién habrá casos en los que se consi­ Consideremos el conflicto que se ha planteado en algunas ocasiones
dere que el objetivo principal es la solidez de la comunidad religiosa. tre los Testigos de Jehová y los tribunales en torno a las transfusiones
Muchos acomodacionistas se preocupan también por el hecho de que sangre. Los Testigos de Jehová creen que tales transfusiones violan el
los tribunales a menudo no respetan las creencias religiosas: no respetan idamiento divino que prohíbe ingerir sangre y -a u n en el caso en que
lo que Cárter denom ina la “epistem ología alternativa” de la iglesia. Lo las lleve a cabo sin el conocimiento de la persona en cuestión- conde­
que no hemos entendido, se nos dice, es que la religión exige “una episte­ para siempre el alma del transfundido.41 Tal como han señalado los
m ología propia”, que se trata de “ una manera realmente extraña de cono­ modacionistas a m odo de reprobación, los tribunales no toman en
cer el mundo: extraña, al menos, en el marco de una cultura política y legal ta esas convicciones: aunque suelen respetar el deseo expreso de un
en la que supuestamente reina la razón”.40 Sin embargo, el intento de pro- de rechazar una transfusión que podría salvarle la vida, lo hacen
razones generales de autonomía individual, sin tomar en considera-
cn la índole religiosa del pedido; en consecuencia, se inclinan a denegar
precisamente porque la religión se centra en los fundamentales”. Si bien este concesiones a miembros de la secta que hayan llegado inconscientes
argumento puede ser cierto, se trata de una generalización que podríamos
hospital o que no hayan alcanzado la mayoría de edad.
sustituir por nuestros juicios particulares basados en ejemplos específicos. La
tesis de la “iglesia subversiva” evoca la célebre tesis de la “familia subversiva Ahora bien, ¿corresponde acusar a la ley de discriminación religiosa por-
desarrollada por Ferdinand Mount, según la cual la familia, a lo largo de la ■ no toma en cuenta la religión? Así parece. Cárter hace el siguiente aná-
historia, ha minado la hegemonía del Estado mediante sus aseveraciones de una > “Si el Estado obliga al Testigo a conservar la vida y ser condenado en
autonomía rival. Pero éste es sólo el comienzo de una lista de competidores por
de permitirle morir y así obtener la salvación, se sigue necesariamente
el título de agentes de la subversión de valores. Muchos han elogiado o
condenado la universidad, de diversas maneras, por desempeñar ese mismo
el reclamo religioso no se tacha de irrelevante, sino de falso”. Y esta dis­
papel. Y, por supuesto, muchos credos no religiosos, como la antroposofía de to, subraya Cárter, es crucial. La epistemología liberal, cautiva del
Rudolph Steiner, el humanismo ético, el objetivismo, la cultura ética y varios de-i irismo, no puede tomar en serio una muy seria pretensión de verdad,
los llamados movimientos de recuperación también han brindado fuentes \ vez más, la tan cacareada neutralidad del liberalismo demuestra ser
alternativas de significado para millones de personas. Como mínimo, puede 4
lo lo contrario. “La neutralidad liberal -escribe M ichael M cConneü-
decirse que la religión no monopoliza la atribución de desafiar la autoridad
moral del Estado. de una clase muy particular”, ya que procede “como si el agnosticismo
40 En este espíritu, Cárter aconseja que “dados su punto de partida y su metodología»,
el creacionismo es una explicación tan racional como cualquier otra”. Entra en
problemas sólo porque su punto de partida y su metodología “reflejan un axioma.;
esencial -la infalibilidad bíblica- que no es ampliamente compartido. En este otra persona como competidora por la verdad sobre el mundo que todos
sentido, la incorrección del creacionismo se tom a una cuestión de poder: sí, es compartimos permitiendo que proceda de acuerdo con una epistemología
incorrecto porque se ha probado que es incorrecto, pero se ha probado que es .rente. Porque ello deja de lado la cuestión de determinar si se trata de una
incorrecto sólo en un universo epistemológico particular”. Así, la guerra en torno5 istemología sólida, de un buen camino para acceder a la verdad. Creo que hay
de la ciencia de la creación se refiere “en última instancia, a la epistemología, no buenos fundamentos para decir que Cárter sencillamente ha encontrado otra
la creación”; y tampoco es entre verdad y falsedad, sino “entre sistemas rivales de;. manera de no tomar en serio la sustancia de estas concepciones religiosas. El
discernimiento de la verdad”. Porque, a fin de cuentas, es la fuerza lo que problema es que, casualmente, esta posición Ies otorga más de lo que quieren.
determina qué es correcto: “Ganamos nosotros porque pierden ustedes. Nosot : embargo, la comunidad de los Testigos de Jehová está dividida respecto de este
tenemos el poder y ustedes no. Con demasiada frecuencia, la noción moderna de tema, y existe una organización -Testigos de Jehová Asociados en favor de la
verdad tiene como premisas ese tipo de distinciones” (Cárter, The culture..., op: Reforma sobre la Sangre- que argumenta que la política actual no es coherente ni
cif., pp. 175-176,182). Por supuesto que cabe dudar de que los defensores /%stá justificada por la Biblia. Véase http://www.ajwb.org. La doctrina de los
fundamentalistas de la ciencia de la creación aprecien la firme defensa que hace Testigos de Jehová sobre este tema comienza con Lev. 3:17: “Estatuto perpetuo por
Cárter de su racionalidad, ya que huele al relativismo que para ellos representa I" yvuestras edades; en todas vuestras moradas, ningún sebo ni ninguna sangre
más ofensivo del “ humanismo secular”. No es posible tomar en serio la opinión comeréis”.
LAS E X I G E N C I A S DE LA I DEN TI DAD 1 147
146 I LA É TI CA DE LA I DEN TI DAD

acerca del fundamento teísta del universo fuera compartido por creyen­ en condiciones de ofrecer, como mínimo, el recurso judicial de retracta-
tes y no creyentes por igual”.42 ~ón pastoral. En resumen, existe un conflicto entre las políticas y la epis­
Así, se nos invita a que veamos las cosas desde el punto de vista de los temología propuestas para la religión. El ideal de considerar que las
:retensiones religiosas de verdad se validan a sí mismas no es compatible
defensores de la religión, respecto de su versión de la realidad, y a que tra­
ui el ideal de proteger la autonomía institucional. Uno ordena el aisla-
temos con deferencia su “epistemología alternativa” : la autoridad tempo­
ral del m édico puede, de esta manera, ser superada p o r la autoridad liento; el otro lo prohíbe.44
En realidad, todo Estado toma partido constantemente en cuestiones
espiritual de la secta. Sin embargo, el resultado último de semejante pacien­
cia epistém ica es algo que va más allá de la protección de los sectarios *e credo, algo que Kent Greenawalt muestra con maravillosa concisión:
contra una interferencia no deseada: el resultado último es la eliminación
Un tribunal ordena a un Estado abolir la segregación en sus escuelas;
de la distinción legal entre las consideraciones espirituales y las tempora­
el país entra en guerra; los fondos educativos se ponen a igual dispo-
les. Si el juez y el médico se ven obligados a actuar como si las creencias
-f. sición de hombres y mujeres. De manera implícita, el gobierno ha recha­
de los sectarios fueran verdaderas, ¿en virtud de qué razones podemos pri­
zado nociones religiosas según las cuales (1) Dios desea una rígida
var a las comunidades creyentes -o , a la inversa, eximirlas- de las agencias
separación racial; (2) la matanza que se lleva a cabo en la guerra viola
de adscripción temporal?
los mandamientos de Dios; (3) todas las mujeres deben ocuparse de
Para ver hasta dónde nos lleva esta posición, consideremos otro ejem­
las tareas domésticas. De m odo similar, existe una vasta serie de leyes
plo. Según nos informa Cárter, a principios de los años 1980, el estado de
y políticas que im plican la incorrección de determinadas ideas reli­
Nueva York aprobó “legislación que, en efecto, exige que un marido judío
ortodoxo que solicite un divorcio civil otorgue un get (un divorcio reli­ giosas.45
gioso) a su esposa, sin el cual ésta no podría volver a contraer matrimo­
(los más vigorosos intentos de eliminar semejantes desacuerdos entre igle­
nio de acuerdo con la ley judía”.43 Los acomodacionistas nos muestran
por qué es preciso defender semejante estatuto: en este caso, la exigencia sia y Estado parecen perjudicar a ambos.
de un get puede considerarse una disposición humanitaria, y una instan­
cia en la que el Estado toma en serio la religión en lugar de tratarla como
. Cualesquiera sean nuestros compromisos filosóficos o religiosos, los casos
un pasatiempo; la considera una cuestión de convicciones, y no una velei­ de transfusión de sangre son los que encierran mayores probabilidades de suscitar
dad. Así, esta legislación constituye un ejemplo del tipo de jurisprudencia cuestiones difíciles de resolver. (Y dejo de lado los conflictos potenciales
relativista que nos ha guiado a través del caso del Testigo de jehová. vr evidentes: el paciente devoto que debe renunciar a un tratamiento'que salvará
su vida o, de lo contrario, arriesgar la eternidad de su alma, atendido por
El problema radica en que esa jurisprudencia relativista entra en coli­
.. un médico cuya diferente devoción le indica que debe hacer todos los esfuerzos
sión con la jurisprudencia de la autonomía de grupo. La primera exige de posibles para preservar la vida del paciente o, de lo contrario, arriesgará
manera positiva aquello que la prueba Lemon llama “un enredo excesivo”. *' la eternidad de su propia alma.) Desde una perspectiva deontológica, la
Si los tribunales tienen autoridad para imponer el get a un judío practi­ cuestión central puede ser de autonomía individual; es allí donde las cuestiones
cante reacio a concederlo, ¿por qué habrían de detenerse ahí? ¿Por qué no de consentimiento se tornan amenazadoras; los redamos de autonomía tienen
un peso menor cuando los jurados evalúan la muerte, innecesaria desde
evaluar las decisiones de excomunión de los mormones o las temibles órde­
el punto de vista médico, de los hijos de cristianos dentistas. Por ra2ones
nes de repudio a los apóstatas dictadas por los Testigos de Jehová? ¿Se equi­ humanitarias, podríamos dudar -en el caso en que pensemos que la opinión
vocó el pastor al condenar el alma de este creyente a permanecer en el del paciente será estable y duradera (y la asociación a su credo puede ofrecer
infierno por toda la eternidad? Según esta lógica, el Estado debería estar evidencia probatoria de ello)- si debemos condenar a alguien a una vida que
:> se tomará desoladora por la aprehensión de pasar la eternidad en el infierno.
En consecuencia, en los casos más difíciles, el secularismo liberal tampoco
- brindará respuestas unívocas.
42 Cárter, T h e c u l t u r e ..., o p . c i t ., p. 221; Michael McConnell, “God is dead and we
45 Greenawalt, “Five questions about religión judges are afraid to ask”, en Nancy
have kiiied him: freedom of religión in the post-modern age”, B r i g h a m Y o u n g
L. Rosenblum (ed.), O b t í g a t i o n s o f c i t i z e n s h i p a n d d e m a n d s o f f a i t h , Princeton,
U n i v e r s i t y L a w R e v i e w 163, invierno de 1993, p. 181.
Prínceton University Press, 2000, p. 199.
43 Cárter, T h e c u l t u r e . ■ ., o p . c i t ., p. 5.
148 I LA ÉTICA DE LA I DEN TI DAD LAS E X I G E N C I A S DE LA I DE NT I DA D I 149

LA NEUTRALIDAD RECONSIDERADA Podríamos pensar que el problema es más sencillo cuando nos limita­
os a preguntar por las intenciones que son relevantes para el estableci­
A fin de hacer algún progreso en este punto, creo que necesitamos deter­ ente de la neutralidad, dado que éstas pertenecen a un ámbito
minar qué es correcto y qué es incorrecto en el discurso sobre la “neutra­ 'tivamente acotado. Una ley no debería tener como fin la ventaja o des­
lidad” liberal. El ideal, enunciado en términos negativos, es que la acción taja de las personas que pertenecen a una determinada identidad (menos
gubernamental, incluida la legislación pero de ninguna manera limitán­ rcadora que la comunidad política entera): el hecho de que el legisla-
dose a ella, no debe exhibir parcialidad respecto de algunos subgrupos de ' í tenga o no una m otivación individual en esa dirección es algo que
la nación; en términos afirmativos, entonces, ello significa que los estados riamos en condiciones de evaluar. Sería posible establecer, por ejemplo,
deben ser neutrales respecto de las identidades. Ya hemos visto que la acción *e la presencia de tales motivos en la intencionalidad de la mayoría de los
estatal no tiene posibilidades de ser neutral en sus efectos: muchos actos Osladores que promulgan la medida equivale a falta de neutralidad.
de los estados, necesariamente, tendrán impactos diferenciales en las per­ ’ in embargo, este principio aparenta ser demasiado estricto en algu-
sonas de diferentes identidades, incluidas las identidades religiosas. Sin respectos y demasiado laxo en otros. Es demasiado estricto porque la
embargo, una vez que nos volvemos a la otra alternativa obvia -la neutra­ presencia de un motivo semejante no parece, en sí misma, ser sufi-
lidad del fin o de la justificación- nos enfrentamos de inmediato a la cues­ .te para desacreditar un acto oficial. Vim os esto cuando analizamos la
tión de determinar cómo se han de identificar los fines o las justificaciones dición de“objetivo secular” de la prueba Lemon. Si hay una razón buena,
de un Estado. ¿Qué significa decir que un acto del Estado responde a tal o rcial,no sesgada, que justifique un acto legislativo (o, de hecho, cual-
cual razón o está guiado por tal o cual intención? ' acto llevado a cabo por un funcionario estatal), ¿por qué deberíamos
Los tribunales estadounidenses suelen invocar la intención de los legis­ que se trata de un acto neutral? Si hay una buena razón neutral en
ladores al guiar la interpretación y el examen de los estatutos para deter-: :r, el hecho de que también haya una razón sesgada parece desacredi-
minar si son aceptables desde el punto de vista constitucional, y existe todá -al actor y no el acto.
una tradición de pensamiento acerca de cóm o llevar a cabo esta tareas :situación es visible tanto en el caso de la legislación como en los del
Semejantes nociones de intención legislativa pueden resultar útiles como mar judicial y ejecutivo. Llamemos acciones suficientes a las razones
ficciones legales, pero no tiene sentido suponer, en general, que una legis­ llevar a cabo un acto oficial que, tomadas en conjunto, tendrían la for-
latura tiene una intención al aprobar una ley. La legislación es un procesó 1suficiente para justificar ese acto. Podría ocurrir que todos los miem-
político, en el transcurso del cual se hacen transacciones y se cierran tra­ de una legislatura sintieran rencor personal por un determinado grupo,
tos. Durante las deliberaciones públicas y privadas en torno de cualquie. ibién supieran que cierta ley tendería a afectarlo de manera adversa,
estatuto se ofrecen muchas razones inconsistentes para enunciar un ar­ si cada uno de esos legisladores también estuviera motivado por un
tículo de una m anera u otra; se ofrecen muchas sugerencias, no toda® junto de razones suficientes neutrales, y esas razones neutrales los hubie-
consonantes, respecto de cuáles son los fines globales del estatuto. Por lo ilevado a votar así sin incluir el elemento adicional de sesgo, entonces
general, resulta imposible extraer una intención singular coherente de ese. “(QOparece constituir una razón para impugnar la ley promulgada. Sería
revoltijo de motivos.46 le pensar que la ley es incontestable, incluso si los legisladores no estu-
motivados por un conjunto de razones suficientes neutrales, siem-
y cuando hubiera un conjunto tal de razones; es decir, siempre y cuando
46 Com o dicen que dijo Olto von Bismarck,“Wer weifi, wie Gesetze und Würste
zustande kommen, der kann ñachis nicht mehr ruhig schlafen” [“El que sabe iera razones neutrales suficientemente buenas para motivar la ley, aun-
cómo se hacen las leyes y las salchichas nunca más puede dormir tranquilo”. (N. :de hecho no la hubieran motivado. Lo mismo se aplica, mutatis mutan-
de la T.)]. Incluso si una ley o un pronunciamiento oficial vienen acompañados de
una declaración formal de intenciones, no leñemos buenas razones para suponer
que ésta garantizará el resultado: imaginemos qué habría ocurrido si, luego de qu"
las leyes de Virginia contra la concepción interracial hubieran sido fulminadas en£ ’emne introducción que declarara que el fin de la nueva ley era brindar igual
Loving v. Virginia por constituir una inadmisible institución de la supremacía protección a todas las razas. Algo así habría estado muy lejos de hacernos pensar
blanca, el estado de Virginia las hubiera introducido nuevamente, con una gue la nueva ley era neutral.
150 l LA É T I C A OE LA I DE NT I DA D
L A S E X I G E N C I A S DE LA I D E N T I D A D I 151

dis, a otros actos oficiales. El hecho de que un juez sienta aversión por los
?acto dispar”, que está plasmada en la ley estadounidense contraía dis-
católicos y se complazca en condenar a un católico por un crimen no habla
'nación. En los casos en que una política con un determinado obje-
bien de él, por cierto. Pero a condición de que existan fundamentos sufi
expreso tiende a redundar en desventaja para una m inoría racial
cientes para la sentencia que no reflejen ese sesgo -y , en especial, si so
óticamente desaventajada —es decir, que produce un impacto racial “dis-
ésos los fundamentos que da el juez para su sentencia- no parece hab y es posible recurrir a una política alternativa que alcance el mismo
razón para afirmar que la sentencia refleja un sesgo por parte del Estad ^ 'etivo sin redundar en esa desventaja, la Corte sostiene a veces que la polí-
de la misma manera que una ley que hubiera sido aprobada sin medi
en cuestión puede ser legalmente anulada por discriminatoria, incluso
semejantes m otivos sesgados no estaría viciada por la presencia de
o median intenciones manifiestas de discriminar.48
sesgo subjetivo.47 -Podría pensarse que, a fin determinar los objetivos de los legisladores,
Por otra parte, como decía, la propuesta de que sólo consideremos n
'riamos dirigir nuestra atención a la fundamentación de una ley -ver
neutrales aquellas acciones que estén en parte motivadas por un sesg
es su fin ostensible- y no tanto a las motivaciones subjetivas que sub-
parece demasiado laxa. Puesto que una de las instancias de falta de ne a su promoción. Sin embargo, tal como lo deja en claro la cuestión
tralidad estatal consiste en la aprobación de leyes que afectan de mane Énpacto dispar, es posible que una ley carezca de neutralidad aun cuando
negativa a los miembros de una comunidad que forma parte de la so
idamentación expresa indique escrupulosamente lo contrario. Además,
dad, no porque los legisladores tuvieran intenciones de hacerlo, sino
ctos públicos que profesan neutralidad son a veces no neutrales con
que no se han tomado el trabajo de examinar cuál sería el impacto de intención, y no por mera inadvertencia. Un concejo municipal podría
ley en esas personas. En otras palabras, la falta de neutralidad, a veces
-*ar, a fin de justificar la promulgación de una ley, que se propone evi-
m anifiesta en la negligencia. Ello es evidente en el caso de la religió
. crueldad con los animales, cuando su objetivo real es poner un freno
Supongamos que, motivados por el deseo de proteger tanto a los mari
forma de culto religioso que carece de popularidad. Así, es factible
com o a las esposas de la posibilidad de que sus cónyuges les legaran Ama ley tenga apariencia neutral -que sea neutral en sus fundamentos
herencia una parte demasiado pequeña de la propiedad marital (por ej justificación expresa- pero que, tanto en sus motivos como en sus
pío, a fin de beneficiar a un amante secreto), un Estado requiriera qu s, resulte discriminatoria. La distinción entre objetivo e intención, o
hicieran los testamentos para los cónyuges de una determinada man justificación y motivos, no parece aclarar las cosas.
Supongamos también que, sin saberlo los legisladores, esa regla fuera in *0 que aun en vista de todas estas objeciones es posible encontrar una
sistente con los mandatos específicos del Corán. (Debo dejar en claro
de rescatar algo de la idea de neutralidad respecto de las tdentida-
el Corán asegura que los maridos leguen una herencia suficiente a msisteen hacer hincapié en que los actos del Estado evidencien igual
viudas.) Sería razonable, creo, que un musulmán estadounidense o *0 hacia las personas de identidades sociales diversas. Allí donde un
tara la ley en virtud de que viola la idea de neutralidad, alegando qu Redundara en desventaja para las personas de identidad L, sería per-
objetivo expreso de la disposición podría alcanzarse sin ofender (alm lente razonable que éstas preguntaran sí podrían haber recibido un
este aspecto de) la saría. (Si, por el contrario, existiera un interés es trato, y si lo habrían recibido de no haber sido vistas como L. Cuando,
de peso que no admitiera acomodación, el Estado estaría en su legí ’os los casos que expuse, la respuesta a esa pregunta fue afirmativa,
derecho de desoír tal objeción.) Una noción similar subyace a la id íamos a tratar el caso com o falto de neutralidad; cuando fue nega­
d o hicimos. Denominaré el ideal implícito en esta prueba-según

47 Por supuesto que los jueces, como muchos otros funcionarios, aplican
regularmente sus propios criterios. Si la razón por la cual no se aplican los íción de “impacto dispar’' fue introducida en Griggs v. Duke Power Company,
criterios disponibles, que podrían redundar en la ventaja de una determinada- ’Vs, p. 424 (1971). El presidente del Tribunal Supremo, al escribir para la Corte,
persona, fuera la hostilidad hacia esa persona en virtud de su identidad, el ac só: “una buena intención o la ausencia de intención discriminatoria no
seria neutral: puesto que, en ausencia del sesgo, la persona habría recibido me le los procedimientos laborales o los mecanismos de prueba que funcionan
trato. Ello ocurre porque el margen de fundamentos para aplicar un criterio ©‘viento en contra’ para grupos minoritarios y no están relacionados con la
acotado, y el sesgo es un fundamento inadmisible. {ción de la capacidad para el empleo”.
152 I LA ÉTICA DE LA IDENTIDAD LAS E X I G E N C I A S DE LA I DEN TI DAD I 153

el cual los actos del Estado no deben redundar en desventaja para nadie De manera similar, en relación con las cuestiones sabatinas, la circunstan­
en virtud de su identidad- neutralidad entendida como igual respeto. cia de que nuestro fin de semana coincida con los requerimientos religio­
(Dados los fines de este libro, cabe subrayar aquí hasta qué punto, en sos de la mayoría cristiana no manifiesta una falta de neutralidad entendida
esta concepción liberal, la identidad funciona de manera diferente para el -pomo igual respeto, siempre y cuando el fundamento de la disposición no
Estado y para el individuo. Para el individuo, como hemos visto, el hecho Consista en poner en desventaja a algunas minorías, sino en favorecer a una
de que alguien sea L puede constituir una razón perfectamente apropiada mayoría (además de que, por razones de coordinación, no resulta posible
para tratarlo de manera diferente. Dado que, de manera constitutiva, la permitir que cada uno elija cuáles serán sus dos días de descanso semanal),
identificación hace que “ser L” figure entre nuestras razones para la acción, l i la mayoría de los estadounidenses se convirtiera al islamismo y la mez-
la neutralidad respecto de las identidades, lejos de constituir un ideal moral Cjfliita de los viernes pasara a ser una institución mayoritaria, el cambio a vier­
atractivo, es casi ininteligible para nosotros com o individuos. El hecho d$ nes y sábado del período de cierre de las oficinas gubernamentales no reflejaría
que resulte permisible exigirla del Estado refleja un aspecto especial de las; 1falta de consideración para los cristianos.
razones públicas: que se dirigen a todos por igual com o ciudadanos. He; y Esta formulación nos permite percibir un aspecto importante de las defen-
denominado esta noción de neutralidad neutralidad entendida com de la neutralidad liberal que se centran en el hecho de constituir razo-
igual respeto”, en parte para indicar hasta qué punto se acerca en sustan es neutrales para una política de Estado. Thomas Nagel, en un influyente
cia al ideal de igualdad que hace ya tanto tiempo es un aspecto estable; t-bajo titulado “Moral conflict and political legitimacy”, sostiene que las
cido de la práctica liberal. Se trata de la igualdad que acompañó a la liberta1 estiones de neutralidad surgen allí donde el Estado ejerce su poder coer-
y la fraternidad en la R evolución Francesa; la igualdad de los Padr ' vo contra la voluntad de un ciudadano. Nagel propone que, en esas cir-
Fundadores norteamericanos. En el capítulo 6 tendré algo más para de^ stancias, el ciudadano tiene derecho a que se le dé una razón (o una serie
acerca de las maneras en que nuestras razones privadas están libres d ^razones) que legitimen el acto, es decir, una razón que el ciudadano coac-
las obligaciones que plantea esta clase de neutralidad.) ' nado debería aceptar como motivo para el acto.50(Nagel, acertadamente,
He expresado m i escepticismo respecto de la posibilidad de identificar L 'iste en que no debemos estar condicionados por la aceptación fáctica
objetivos de los actos del Estado; en consecuencia, podría pensarse que .-Ja razón por parte del individuo, ya que, de lo contrario, daríamos lugar
correcto no es preguntar si determinada persona habría recibido mejor tra'; ^posibilidad de vetar políticas por pura insensatez; lo único que se re quiere
de no haber sido vista como L, sino si hubiera recibido mejor trato de i ')que exista una razón que el ciudadano coaccionado debería aceptar o,
haber sido L. Permítaseme entonces explicar en detalle por qué, en nue:' 'manera equivalente, que aceptaría si fuera razonable.)
prueba, la explicación de la desventaja debe radicar en el hecho de que algui propuesta de Nagel, tal com o está formulada, suscita de inmediato
sea visto como L. Consideremos un caso particular en el que el trato de : problemas, ninguno de los cuales afecta a la neutralidad entendida
minoría redunda en desventaja para sus miembros en relación con la ms 'O igual respeto. F.l primero es que el ciudadano y la fuente de la razón
ría. Las personas zurdas viven en un ámbito público donde muchas co* :den estar en desacuerdo respecto de qué se entiende por sensato. En
-las tijeras, los picaportes, las puertas de los armarios- están configura", 1circunstancias —sobre todo, para dar un ejemplo, en cuestiones de
de una manera que favorece a los diestros. Esta circunstancia redunda icias religiosas-, incluso si la posición del Estado es razonable.es posi-
desventaja para los zurdos, y el hecho de que sean zurdos desempeña-; ?que el rechazo de las objeciones del ciudadano manifieste de manera
papel en la explicación del porqué. Pero el hecho de que sean vistos como: decuada la igualdad de respeto por todas las religiones, dada nuestra
dos no desempeña ese papel, al menos en la mayoría de los lugares del mun
industrializado, donde el prejuicio contra los zurdos es muy escaso hoy adamento para colocar los picaportes en el lado izquierdo de las puertas no
día. La razón por la cual se encuentran en desventaja es que algunas ;nsistiera en penalizar la zurdera i n s e , y el costo de complacer a los zurdos fuera
ilto, esa política no suscitaría problemas de sesgo.
tienen que hacerse para zurdos o para diestros, y los diestros son mayorí.4
*
9
aomas Nagel, “Moral conflict and political legitimacy”, Philosophy and Public
J a ir s 16, verano de 1987, pp. 215-240. En lo sucesivo desarrollaré este punto

49 No es común pensar que la gente zurda forme un grupo de identidad, pero riéndome a una razón. Incluso si ofrecemos muchas razones que, tomadas en
supongamos que existiera un poderoso Movimiento de Zurdos. Hasta tanto el. "njunto, respaldan una política, esa conjunción puede considerarse una razón sola.
154 I LA ética D£ u identidad LAS E X I G E N C I A S DE LA I D E N T I D A D | 155

comprensión corriente de la tolerancia religiosa liberal. En la esfera del$ peto no exige que finjamos agnosticismo respecto de las creencias de
religión, determ inar qué pensam ientos y acciones son razonables es Qestros conciudadanos ni que evitemos considerar afirmaciones con ­
menudo objeto de disputa, y la neutralidad entendida como igual respe vertidas : se limita a pedirnos que evitemos ofender las creencias de las
no está abierta a esta objeción. Si se pone en práctica la neutralidad ente- 'orías en la mayor medida posible.
dida com o igual respeto, debe resultar posible dejar en claro que no se tra‘ ' El segundo problema se torna evidente cuando advertimos que la noción
a las personas de una religión (como tales) peor que a las de otra, inclu que existe una razón que el ciudadano debería aceptar -u n a razón
si se piensa que sus opiniones son irrazonables: incluso si son verdader utral- puede interpretarse de dos maneras diferentes. Podría significar
mente irrazonables. Tal como lo expresé antes, muchos Testigos de Jeho é se trata de una razón neutra una vez consideradas todas las posibilida-
creen que una transfusión de sangre los conducirá a la condena del : una razón que tenga la fuerza suficiente, a la luz de consideraciones
Aun sabiéndolo, podríamos aprobar una ley que exigiera la aplicación pensatorias, para justificar la política en cuestión. Pero insistir en ello
transfusiones de sangre a personas en estado inconsciente que las nec livaldría a vernos imposibilitados de proscribir legalmente determina-
taran, porque una política que nos exigiera obtener consentimiento po­ actos cuando hubiera ciudadanos que rechazaran nuestras razones
dría en peligro muchas vidas. De más está decir que si pensáramos q* a proscribirlos. Puesto que, de lo contrario, la ley coaccionaría a per-
las transfusiones de sangre conducen a la condena del alma, tendrían* •s (ya fuera mediante un castigo o mediante una mera amenaza de cas-
una razón decisiva para no adoptar semejante política. Pero no tener ) que no considerarían adecuados nuestros fundamentos para legislar.
esa creencia; más aun, la mayoría de nosotros ni siquiera la considera' 1 marco del pluralismo, ello volvería imposible la legislación en muchas
creencia razonable. Si entendemos la neutralidad como aceptación n «. Según la otra interpretación -la que sigue el argumento de N agel-
nable, cuando coaccionam os a personas que son irrazonables no tei "en consideraciones compartidas por el Estado y por la persona coac-
mos la obligación de brindar justificaciones que las satisfagan, sino ada que respaldan la política en cuestión: pero esta lectura hace que
debemos limitarnos a ofrecer razones que ellas aceptarían si fueran ra éutralidad sea demasiado fácil de lograr. Por ejemplo, si prohibimos
nables. En este punto, a mi parecer, la neutralidad de Nagel exige de* de turbantes alegando que el sentimiento contra los sikhs conduce
siado poco. Según la neutralidad entendida como igual respeto, los Testi tos de violencia, es innegable que contamos con una razón para adop-
de Jehová a veces serán obligados a hacer lo que nosotros pensamos [política y, dado que los sikhs obviamente tienen motivos para desear
es m ejor para ellos, aun cuando, a causa de que sus creencias son irra se los proteja de los ataques perpetrados por intolerantes, se trata de
nables, piensen que les estamos causando un gran perjuicio: pero est razón que sería aceptada por un síkh razonable. Pero el síkh respon-
mos doblegando su voluntad por una buena razón, después de consid 1que el uso del turbante es demasiado importante para ser prohibido
si hubiera sido posible adoptar una política que no frustrara sus prop' esa razón. En lugar de ello, podría alegar, ¿por qué no se refuerza el
tos; por lo tanto, el hecho de que sean Testigos no explica por qué ava *1 policial de los intolerantes?
mos en contra de sus propósitos.5' La neutralidad entendida com o r 5 1 *ora bien, las razones por las cuales los sikhs usan turbante no son
nes reconocidas por la mayoría de nosotros: y es ahí donde radica el
lema. Incluso en el caso de que tuviéramos suficientes razones secu­
51 En consecuencia, es verdad que están en peores condiciones -en el sentido de t a r a respaldar una política que coaccionara a los miembros de un
se los ha obligado a hacer algo que creen malo- porque su creencia es irrazon
Claro que si esa creencia irrazonable fuera la esencia definitoria de su religión, 0 religioso, e incluso si ellos aceptaran la validez de esas razones secu-
nos sería posible dislinguir entre el hecho de que son Testigos y el hecho de q" si no tomamos en cuenta sus consideraciones religiosas, ellos aún
creen que las transfusiones de sangre los conducirán a la maldición del alma.. creer que esas consideraciones superan nuestras razones. Según
si una identidad se definiera por una creencia irrazonable que fuera relevante puesta de Nagel, seríamos neutrales porque tendríamos suficientes
la determinación de políticas de este tipo, nos sería imposible tratarla con
es, compartidas por los sikhs, para implementar la política: pero
neutralidad según mi prueba (y según la de Nagel). Véase mi análisis de las
“identidades aborrecibles” en el capítulo 5. De más está decir que la imposibili ocurriría sólo porque no compartimos las razones que ellos conside-
de lograr la neutralidad en todas las circunstancias imaginables no la impugna^ décisivas. En el caso en que el sikh preguntara si su deber religioso (usar
como objetivo en las numerosas circunstancias en que sí es posible. •fe) fue ignorado porque pertenece a un grupo religioso con el que
156 I LA ÉTICA DE LA (DENUDAD LAS E X I G E N C I A S DE LA IDENTIDAD j 1 5 7

otras personas no simpatizan, creo que una respuesta honesta sería de anera de tomar partido en contra de ellas. Esa persona puede pregun-
que sí. La neutralidad entendida como igual respeto nos podría lle\ i razonablemente: “ ¿Se habrían tomado en cuenta mis opiniones en la
tomar la importancia central del turbante en la vida sikh como fundamen ■ rminación del accionar estatal si no hubieran sido las de un cristiano
para implementar excepciones para este grupo, de la misma manera q." igélico (o de un católico)?”. Y, a menos que la respuesta sea negativa,
implementaríamos excepciones, siempre que fuera posible, para otras p- .política no contará como neutral según la norma de igual respeto,
ticas religiosas. Los sikhs, por principio, tienen el mismo derecho a defe ..cuando satisfaga a Nagel. (Debo aclarar que yo creo que la respuesta
der sus creencias religiosas (sean verdaderas o falsas, razonable: egativa; de manera que, en mi opinión, nuestro régimen actual no viola
irrazonables) que tienen todos los demás. No podemos ignorar sus in eutralidad entendida como igual respeto.)
reses en virtud de que pensamos que “no son más que sikhs”. Sin embargo, aquí surgen problemas que sería mejor no pasar por alto.
El tercer problema radica en que la actuación del Estado debe justific '~nla neutralidad entendida como igual respeto, a fin de determinar si
ante todos los ciudadanos, y no sólo ante aquellos cuyas acciones set acto del Estado es neutral en el sentido que nos interesa, debemos plan-
directamente afectadas por ella. Una de las desventajas de la democrad • la siguiente pregunta: ¿habría recibido mejor trato esta persona si no
que no todas las políticas que consideramos mejores se transforman en le -hubiera visto como L? En algunos casos, es fácil encontrarle sentido
promulgadas. Respecto de muchos temas, existen opiniones opuestas ac , pregunta. Si los San Antonio Spurs juegan contra los Chicago Bulls,
de cuál es la mejor política a seguir. El aborto no puede ser permitido y p Óspechan que el referí los desfavorece, resultaría natural que uno de
hibido a la vez: no obstante, mucha gente piensa que, bien mirado, de' defensores de los Spurs se preguntara: ¿se habría considerado falta esa
ría prohibirse, y otros piensan que, a fin de cuentas, debería permití * si yo hubiera sido uno de los B u M El jurista Davis A. Strauss, al
Según Nagel, una política “pro-vida” no es neutral porque obligaría rirse a casos de discriminación sexual y racial, recomienda la prueba
mujeres que están en favor de la libre elección a no hacerse abortos,- reversión de los grupos”.51 Sin embargo, en muchos casos es difícil saber
podemos ofrecerles razones para nuestra coacción que ellas deberían a- debemos revertir, es decir, qué elemento contrafáctico tendríamos que
tar. (Las políticas de libre elección dejan la decisión a cargo de la nr ,;ar en consideración y, más aun, de que manera deberíamos evaluarlo,
encinta: de esa manera, nadie es coaccionado y el Estado no necesita o sideremos el expediente Thomas v. Review Board, en el que la Coi-te
cer razones.) Según este razonamiento, presumiblemente, justificar la fe ema de los Estados Unidos evaluó el caso del señor Thomas, un Testigo
lación que defiende la vida del nonato implicaría una invocació* ehová que renunció a su trabajo luego de sertransferido por su emplea-
fundamentos religiosos que son controvertidos y, en consecuencia, las m' desde una fundición, donde se producía acero para usos varios, a una
res razonables en favor de la libertad de elección podrían negar q u e ; “ ca de torretas para tanques militares. (Debo este ejemplo a mi colega
hubiera ofrecido una razón neutral. Sin embargo, mucha gente que; “is Eisgruber.) Después de debatirse con su conciencia, Thomas llegó a
en favor de la vida del nonato pensará, con razón, que se trata de un iclusión de que, dado que su credo le exigía ser pacifista, el nuevo
mentó sospechoso. Si bien es verdad que un régimen en favor de la ’eo ofendía una de sus convicciones religiosas más profundas; en vista
elección no obliga a nadie a hacerse un aborto, también es verdad qi Uo decidió renunciar. Entonces solicitó el subsidio de desempleo al
régim en sólo resulta posible si hacemos a un lado las considerad Jo de Indiana, pero le fue denegado. No obstante, la Corte Suprema,
verdaderamente controvertidas que ofrecen aquellos que están en favo ..Cando el caso Sherbert, respaldó su reclamo de indemnización. En
la vida del nonato. A mi parecer, Nagel está en lo cierto cuando dic* bre de la mayoría, el juez Burger, presidente del Tribunal Supremo,
los problemas relativos a la justificación de los actos del Estado adqu' ibió lo siguiente: “ Es verdad que el mero hecho de que un programa
especial intensidad cuando se coacciona a las personas. N o obstante, 1 eraamental represente una carga para la práctica religiosa del dentan­
ya he dicho, las leyes deben ser justificadas ante todos los ciudad:3 te no im plica que deba concederse una exención para dar lugar a su
no sólo ante aquellos que son coaccionados por ellas. Y es probable tica: el Estado puede justificar una invasión de la libertad religiosa si
persona que está en favor de la vida del nonato piense que el hech;
que se ignore su apelación a la santidad de la vida del feto no cons* rid A. Strauss, “Discriminatory intent and the taming o f Brown”, University
una manera de ser neutral respecto de sus opiniones religiosas, sino! j f Chicago Law Review 56,1989, pp. 956-960.
158 I LA ÉTICA DE LA I DE NT I DA D LAS E X I G E N C I A S DE LA I DE NT I DA D I 159

demuestra que semejante acto constituye el medio menos restrictivo pa • mayoritaria, persona alérgica a alguna sustancia de la división de tan-
lograr algún interés sustancial del Estado”. Luego, Burger rechazó la decl- . La respuesta será “mejor” en algunos casos (en el de una denomina-
ración del estado de Indiana según la cual existía un interés tal y argument m ayoritaria), “peor” en otros (en el de un ateo con objeciones de
que, toda vez que el hecho de conceder a Thomas un subsidio de dest encía). Ello no significa que no sea posible determinar si Thomas
pleo no equivaliera al establecimiento de un culto oficial (lo cual, sostu a corrido mejor suerte de no haber sido un Testigo de Jehová,54 sino
enérgicamente y con razón, no era así), Thomas debía recibir el subsidio debemos tener el cuidado de hacer la pregunta correcta; y también es
¿Puede orientarnos en este punto el concepto de neutralidad enten que, una vez que hemos hecho la pregunta correcta, puede ocurrir
dida com o igual respeto? Tal com o señala Chris Eisgruber, si Thom ■ no estemos en condiciones de responderla con claridad.
hubiera sido un pacifista secular, probablemente no habría corrido mejo In vista de la descripción inevitablemente caricaturesca de los hechos
suerte: más bien podría decirse que habría ocurrido todo lo contrari caso Thomas que hizo la Corte Suprema al exponer el fallo, creo que
Por otra parte, observa Eisgruber, “Thomas habría recibido mejor trato lta m uy difícil determinar si el resultado inicial del consejo de revisión
hubiera sido un devoto de una religión mayoritaria obligado a renuncr Indiana fue o no fue consecuente con el concepto de “neutralidad en ten-
a su empleo en virtud de una convicción cristiana mayoritaria (por ejet como igual respeto”. En vista del informe, no parece haber ninguna
pío, no trabajar los domingos), o si hubiera debido renunciar a su empl icia de que los escrúpulos religiosos de Thomas no hayan sido tra-
por haber sido transferido a alguna división (por ejemplo, textiles) queT : con respeto por haber sido vistos como escrúpulos de un Testigo de
produjera graves reacciones alérgicas”. í. Cuando la Corte de Apelaciones de Indiana revocó el fallo de pri-
Aquí se plantean dos cuestiones importantes. Una de ellas es una cue. 1instancia, lo hizo, en esencia, porque sus miembros consideraron que
tión de lógica: evaluar de manera contrafáctica qué habría ocurrido si era semejante al de los sabatarios. Y cuando la Corte Suprema de
no es lo mismo que evaluar de manera contrafáctica qué habría ocurrk ía, a su vez, revocó el fallo de la Corte de Apelaciones (por tres con­
si tanto P como Q. Si ayer hubiera llovido, yo me habría quedado en es dos) , la mayoría pensó, en apariencia, que el hecho de que otros Testigos
Pero no lo habría hecho si m i madre hubiera necesitado que la visitara Jehová consideraran permisible el trabajo con armamentos constituía
el hospital. La pregunta que debería hacerse acerca de Thomas, creo, es- razón para calificar de “personal” y no de religiosa la decisión de
le habrían concedido el subsidio de desempleo de haber renunciado a ornas. A pesar de que las diferentes entidades llegaron a distintas con-
trabajo por una razón de conciencia diferente de la de los Testigos de Jeho- iones, el motivo por el cual Thomas perdió ante los dos tribunales
La única circunstancia que se requiere alterar en la situación contraía, rechazaron su demanda no parece haber sido su pertenencia a la con-
on de los Testigos de Jehová.
tica es la identidad religiosa con la cual lo concibieron los actores esta
Del hecho de que el consejo de revisión de Indiana fuera consecuente
les relevantes.
Pero esta conclusión suscita la segunda dificultad real, a saber, que la neutralidad entendida com o igual respeto no se desprende, por
muchos casos puede resultar difícil responder a la pregunta contrafá" ~sto, que debamos defender el resultado: si bien la tarea del tribunal
tica. Com o sugiere el planteo de Eisgruber (y la prueba de Strauss), ' tió en interpretar una ley sin interponer prejuicios, cabe preguntarse
pregunta que surge espontáneamente cuando exploramos está cuestión la ley en sí misma estaba bien concebida y, en particular, si la ley en sí
qué trato habría recibido Thomas, no de no haber sido un Testigo de Jeh i era consecuente con la neutralidad entendida como igual respeto.
sino de haber sido otra cosa específica: ateo, miembro de una denomin-5
3 : le concede subsidio de desempleo a una persona que pierde su empleo,
se ve obligada a renunciar a él, por una razón de peso (tal como una ame-

53 Thomas v. Review Board of the Indiana Employment Security División (1980), p. 4'
u.s. 707,101 S.Ct. 1425,67 L. Ed. 2nd 624, Para demostrar que se había
Puede ser verdad (para retornar a mi primer punto) que Thomas habría corrido
obstaculizado el libre ejercido de Thomas, Burger recurrió a una glosa del caso
mejor suerte “s¡ P”, y no “si P y Q ” (donde “P” equivale a “no hubiera sido un
Everson: “ Hace más de treinta años, la Corte sostuvo que una persona no puede
Testigo de Jehová” y “Q ” equivale a “ hubiera sido ateo”: quizá, si Thomas no
ser obligada a elegir entre el ejercicio de un derecho garantizado por la Primera
hubiera sido un Testigo de Jehová, habría sido bautista, y los bautistas gozan de
Enmienda y la participación en un programa público que, de lo contrario, habría
buena aceptación en Indiana.
estado a su disposición”.
160 ¡ LA ÉTICA DE LA I DE NT I DA D
L AS E X I G E N C I A S DE LA I D E N T I D A D | l ó l

naza para la salud), ¿debería hacérselo también cuando esa razón de peso
ciencia al trabajo en determinados proyectos nos enfrentamos a un pro­
es, como en el caso de Thomas, una razón de conciencia? La respuesta
blema de mayores proporciones: a saber, que algunas personas se verán
que me inclino a dar es: “ sí, salvo que un interés sustancial del Estad©
obligadas a elegir entre mantener una ocupación que traiciona su legítimo
indique lo contrario”. Pero, ¿se trata de una exigencia planteada por la neu­
Mentido de identidad o dejar a su familia en la calle.
tralidad entendida com o igual respeto? Aquí, a mi entender, lo único qué
Claro está que no deberíamos suponer que el régimen de la Primera
se requiere es dar igual trato a todas las razones de conciencia. Para ser más
JBhmienda apareció en los Estados Unidos porque sí; para comprenderlo,
preciso, si se exime al miembro de una confesión que tiene una razón de
-resulta imprescindible hacer referencia a la historia específica de la reía­
conciencia tan sustancial como para llevarlo a renunciar a su empleo, enton­
i s 11 entre el Estado y las sectas que lo ha transformado en un tema tan
ces debería hacerse lo mismo con las personas cuyas razones de concien­
ielicado. Algunos liberales, al desarrollar sus teorías, aun tratan de subor-
cia provienen de su pertenencia a otras identidades. Claro que puede resultar
rarla acomodación religiosa a un interés más general por la autonomía
muy difícil comparar el calibre de los impedimentos que afectan a los prac^
personal, digamos, y evitan proporcionar un trato especial a los reclamos
ticantes de diferentes religiones. ¿Para quién es más penoso verse obli­
provienen de las convicciones religiosas. (Así, el síkh que solicitara
gado a comer carne de cerdo en la prisión? ¿Para un musulmán o un judíos-
r eximido de cumplir con una ley que reglamentara el uso de cascos sería
o para un vegetariano secular que cree firmemente en los derechos de los
^atado com o alguien que, sencillamente, quiere dejarse el turbante puesto
animales? Creo que en este punto no existen las respuestas fáciles. S%
toda costa.) El problema radica en que esta manera de proceder no nos
embargo, a mi entender, el hecho de que el Estado niegue (como podrid
nducirá a nuestra situación actual. Nos acercaríamos un poco más si,
hacerlo) que la persona que abandona un empleo por razones de cony
lugar de ver las prácticas religiosas como una simple cuestión de pre-
ciencia tenga derecho a recibir una indemnización por desempleo no impli'
rencia, diéramos cuenta de ellas com o probables representaciones de
una violación del igual respeto ni de la neutralidad bien entendida respect
ectos profundamente constitutivos de la identidad de las personas. Nada
de las identidades. Determinar si se trata de una decisión sabia es muy otí
OS impide hacer distinciones entre los Thomas que, con Lutero, decla-
cuestión.55 Ich kann nicht anders* y los Bartleby que, simplemente, “preferirían
Habría aun otra buena razón liberal para elaborar e interpretar la le
hacerlo”. Aunque seamos los seculares más empedernidos, nada nos
de manera tal que permitiera conceder la indemnización a Thomas: a sabe
pide hacer distinciones entre las hostias y las galletas.
que al hacerlo se lo ayuda a sostener su individualidad. A menudo, la renun:
cia al trabajo constituye una pérdida sustancial, y para encontrar un emph r l-
i..

nuevo es necesario asegurarse el pan de cada día mientras dure la búsqued
Otorgar un subsidio de desempleo a quienes dejan su trabajo por razón*
LEN G U AJE D E L R E C O N O C IM IE N T O
de conciencia es una manera de quitar un escollo a fin de que puedan act
en conformidad con sus creencias más profundas, de eliminar unabarr-
discurso de la neutralidad respecto de las identidades, de maneras que
que les impide sostener su individualidad. Por supuesto que, tal co­
hemos visto, ayuda a echar luz sobre lo que ocurre cuando intentamos
observó el estado de Indiana, permitir que todos invoquen su conciend
Ineralizar el paradigma de la Primera Enmienda toutcourt para abordar
puede acarrear riesgos morales: no cabe duda de que se dejaría la pue
tgrupos de identidad. Podría considerarse que un Estado que “estable-
abierta para que los holgazanes inventaran todo tipo de objeciones “de co*
6” una determinada identidad ha traicionado el objetivo de neutralidad
ciencia”. Sin embargo, la suma que otorga el subsidio de desempleo de Indi*
‘tendida como igual respeto, y lo mismo podría decirse de un Estado que
no es tan atractiva como para que tal problema se califique de importan^
puso cargas innecesarias a los miembros de una determinada identi-
Y, como ya he dicho, si no permitimos que se opongan objeciones de co*
d e infringió así el “libre ejercicio” o su análogo identitario.56 Por supuesto,

55 Como ya he dicho, creo que no lo es; y al igual que el juez Burger, creo que resul ,* “No puedo hacer otra cosa” [N. delaT.]
evidente que conceder el subsidio no equivale al establecimiento de un culto
El argumento podría desarrollarse de la siguiente manera. En la medida en que
oficial. somos iguales como ciudadanos, el Estado nos debe igual consideración. En la
LAS E X I G E N C I A S DE LA I DE NT I DA D | 163
lé 2 t LA É T I C A DE LA I D E N T I D A D

hsmo ni con la autonomía en tanto tales: su término de valor es “autenti­


el Estado im pone constantemente cargas diferenciales a tal o cual idenürj
cidad”. Sin embargo, la propuesta ocupa el mismo espacio político, por
dad. El heredero del duque de Om nium considerará, con razón, que losf
así decir, que otros intentos de negociar una relación entre las identida­
impuestos sobre la propiedad constriñen su vida de vastago de la arísto*!
des y el Estado.
cracia terrateniente. Pero podríamos decir (en el espíritu de la neutra1*-1
El concepto de reconocimiento, tal como aparece en gran parte del aná-
dad entendida como igual respeto) que el gobierno, al imponerle car£
*is multiculturalista, es en su raíz un concepto hegeliano, ya que se ins-
fiscales, no debería apuntar a constreñir su identidad como tal D e acuerdi
ira en el célebre análisis del amo y el esclavo desarrollado en la
con este ejemplo, la acomodación de la identidad se topa casi de iraní
wmenología del espíritu. Según esta noción, mi identidad de amo se cons­
diato con el problema de que el término “ identidad” tiene un significad
ítuye en parte mediante el reconocimiento de mí posición por parte del
m uy amplio: las identidades son múltiples, se superponen y son sensibljj
lavo (y, por supuesto, aunque de manera menos interesante, viceversa).
al contexto, y algunas son relativamente triviales o pasajeras. Es por ejjfl
1no puedo ser amo, actuar com o amo y pensarme com o amo, a menos
que cuando se quiere obtener la deferencia del Estado (ya sea afirman#
el esclavo actúe en relación conmigo como actúa un esclavo con su
o eximente) respecto de las identidades no religiosas es preciso esforzar^
to y me trate com o se trata a un amo. El hecho de que las respuestas de
al máximo para distinguir el tipo de identidad que merece atención y ,"
'as personas desempeñan un papel crucial en la configuración de la
pruebas rigurosas por las que debe pasar: así ocurre, como veremos, r ea que cada uno tiene de sí mismo resulta incontrovertible en el marco
la noción de “grupo abarcador” de Margalit y Raz, y con la de cult
las relaciones humanas normales. Tal com o lo formula Charles Taylor:
societal”, desarrollada por Kymlicka. a el plano de la intimidad, podemos ver hasta qué punto una identidad
Al menos una de las generalizaciones del movimiento acomodadora*
tal necesita del reconocimiento que le dan o le quitan los otros sig-
se sustenta en argumentos que han sido elaborados con cierta mmuci(|
"cativos y es vulnerable a él. [...] Las relaciones amorosas no son impor-
dad: se trata del“ reconocimiento”.57 Esta posición ocupa un lugar entr&|
'tes sólo por el énfasis general que pone la cultura m oderna en la
desarrollos más prestigiosos de la teoría política reciente, y por ello qtr
■ facción de las necesidades cotidianas: también son cruciales porque
merece que se la considere por extenso. Aquello que Charles Taylor ha]
crisoles de la identidad generada en el interior”.58
m ado “ la política del reconocim iento” no se entretiene con el ner*
'in embargo, comprender estos conceptos no implica determinar qué
el debería desempeñar el Estado en la regulación de tales actos hege-
medida en que los recursos -incluidos no sólo ios recursos económicos sino 'os de reconocimiento o desconocimiento. En un extremo se halla el
también los simbólicos y otros- sean proporcionados por el Estado, deben ser dduo opresor cuyas expresiones de desprecio pueden ser parte de lo
proporcionados de manera equitativa. Podría decirse que un Estado que se ;.él es, y cuyos derechos de libre expresión presumiblemente se basan
identifique con los heterosexuales, y les brinde recursos materiales (tales como y
(vínculo entre individualidad y libre expresión. En el otro extremo está
beneficios impositivos para parejas) o bienes simbólicos (tales como el
reconocimiento de sus uniones) o beneficios prácticos (tales como las leyes era "dividuo oprimido cuya vida sólo puede ser plena si su identidad es
gobiernan la división de la propiedad en caso de separación), a la vez que se iojj erente con el respeto por sí mismo. ¿De qué manera debe intervenir el
niega a los homosexuales, no está tratando a las personas de sexualidades diW 3o, si es que debe hacerlo? Algunos teóricos -entre ellos Charles Taylor-
con la debida igualdad. Por otra parte, las distinciones legales entre parejas ««
'cen sostener que el propio Estado, mediante el reconocimiento guber-
hijos y parejas sin hijos, en el supuesto de que exista un mterés público real
concepción y la crianza de hijos, no estarían sujetas a las mismas objeciones,^ ental, puede sustentar las identidades que se enfrentan al peligro de
condición, por supuesto, de que existiera alguna relación razonable entre las j en el desprecio por sí mismas, impuesto por el desprecio que reciben
distinciones hechas y los efectos buscados; y ello es verdad a pesar de la os miembros de la sociedad.
importancia social de la identidad de “progenitor”, tal como he definido el té;
57 Deberíamos aclarar que reconocimiento no es lo mismo que acomodación, ior, M u l t i c u l t u r a l i s m . . o p . c i t . , pp. 36. En este volumen aparece una versión
tribunal estadounidense que garantiza exenciones relacionadas con el libre 'terior del análisis que presento aquí como una de las varias respuestas al trabajo
ejercicio no se ve por ello involucrado en la ocupación de fomentar ese credo al de Taylor. Véase Axel Honneth, T h e s t r u g g l e f o r r e c o g n i t i o n , Cambridge,
particular La acomodación se propone facilitar el libre ejercicio; el Press, 1995 [trad. esp.: L a l u c h a p o r e l r e c o n o c i m i e n t o : p o r u n a g r a m á t i c a m o r a l
reconocimiento se acerca al “establecimiento”. De todas manetas, conferir lo s c o n f l i c t o s s o c i a l e s , Barcelona, Crítica, 1997].
exención también equivale a conferir reconocimiento.
164 l LA É TI CA DE LA I D E N T I D A D L AS E X I G E N C I A S DE LA I D E N T I DA D I 165

“Las políticas que apuntan activamente a la supervivencia procuran creaf vínculo que une el lenguaje con la identidad, de que sus hijos, a la vez,
miembros de la comunidad asegurándoles, por ejemplo, que las gener~ dominen su “propia” lengua. La disponibilidad de la lengua minoritaria es,
don es futuras continuarán identificándose com o francófonas , escrit en gran medida, una condición para el ejercicio de una de las opciones
Taylor en su reflexión sobre las políticas lingüísticas de Quebec. Y hace I posibles de identidad, a saber, la de vivir una vida en la que ¡a experien­
capié en que el deseo de supervivencia no se limita a ser el deseo de qu cia propia com o m iem bro del grupo esté configurada, interpretada y
las formas sociales que otorgan sentido a la vida de los individuos artil­ mediada por la lengua del grupo. Ello significa que ¡os niños del grupo
les perduren para ellos, sino que exige la existencia continua de un mo' toritario para quienes esta opción debe permanecer abierta tienen que
de vida a lo largo de “un número indefinido de generaciones futuras” prender su lengua, lo que puede lograrse de la mejor manera si se imple-
obstante, aunque el deseo de mantener una identidad no es en absob enta como parte de la escolarización; y, a condición de que también
insignificante, debe estar condicionado y acotado por otras considera^ -endan la lengua política, pueden así retener la opción sin quedar aira­
nes, incluidos los requerimientos impuestos por la participación en un dos en una identidad minoritaria de la que no les resulte posible esca-
tema político más abarcador. En resumen, una política de reconocimr n En consecuencia, en los países con minorías lingüísticas, el Estado,
debe estar amortiguada por un reconocimiento de la política. mede, debe poner esas opciones a disposición de los padres y los hijos
Si no estamos dispuestos a aceptar el valor primordial de la sup las buscan. Digo “si puede” porque se trata de una provisión que con-
vencía como fundamento para la política lingüística de Quebec, ¿de^ i cuestiones de recursos y compensaciones entre muchos deseos riva-
otra manera habríamos de negociar el problema de las políticas fingí- Bi el grupo es m uy pequeño y el costo es muy alto, bien puede dejarse
cas que suscitan las sociedades plurilingües? Intentaré delinear una n r go del grupo la tarea de sostener la lengua. El punto crucial es que
de pensar la lengua y la escolarización en este contexto, haciendo a uü stos casos hay un interés legítimo, derivado de la identidad, en m an­
los méritos de la práctica real que interpreta Taylor. (Aquí y en toda$ da lengua; el tip o de interés que un Estado cuidadoso de sus duda-
tes, me complazco en ponerme en la posición del proverbial filósof sin duda tendrá presente.
plantea: “Eso está muy bien en la práctica, pero, ¿funcionará en la te a mi Parecer, no hay nada de malo en el hecho de que un Estado
La ciudadanía, podemos concordar, es uno de los medios básicos Quebec se empeñe en que todas sus escuelas produzcan competen-
desarrollo de la vida en el mundo moderno. El ejercicio de la ciud lalengua política; de hecho, es lo que debe hacerse. Sin embargo, ello
requiere la capacidad de participar en la discusión pública del sisten - que el derecho de los padres anglófonos a enviar a sus hijos a escue-
tico; en consecuencia, es preciso que haya una lengua que sea un' as inglesas sólo es razonable si esas escuelas también enseñan la
instrumentos de la ciudadanía: podemos llamarla la lengua política. política, es decir, el francés; y, de la misma manera, en las escuelas
estados pueden optar por el intento de manejar más de una lenj fonas, los niños anglófonos (al igual que los hablantes de otras len-
tica, y de ello se desprenden complicaciones a las que retornaré: íoritarias} deberían contar con la posibilidad -dentro de los lími-
lante; por ahora me propongo desarrollar el tema haciendo refe 'lecidos por las cuestiones de recursos que m encioné antes- de
una lengua política única. “tizados también en su propia lengua.
La educación pública debería tener como objetivo la ensem tpuesto, la com plicación en este caso radica en el hecho de que
lengua política a todos los ciudadanos; y allí donde se permitie’ 3 es un Estado soberano independiente sino una provincia de la
cación privada debería exigirse, para el bien del niño que se tra­ aadiense, y esa nación no tiene una, sino dos lenguas políticas.
en ciudadano, que uno de sus elementos fuera el dominio de la 1 ■ ciudadanos del Estado canadiense (y no sólo de Quebec), los
tica. De más está decir que tal dominio es consecuente con el he' os tienen derecho a acceder a su lengua política. La pregunta que
el medio de instrucción sea otra lengua, y aun con el aprendizaj tantearnos, entonces, es si en los estados que son oficialmente
lenguas. Nuestro interés real en este punto consiste en estabfr a los hablantes de una de las lenguas necesitan adquirir fluidez
son las lenguas que terminan hablando los escolares. para alcanzar la ciudadanía en condiciones igualitarias. Desde
Las minorías lingüísticas tienen interés en que sus hijos d f e vista empírico, la historia de Suiza sugiere que no es necesa-
lengua política, pero también se caracterizan por el deseo, arr"' adáffica, por ejemplo, con sus once lenguas políticas, ni siquiera
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resultaría posible. La respuesta a esta pregunta dependerá de muchas con­ deba imponer la enseñanza del inglés a los niños de Quebec cuyos padres
tingencias históricas (tales com o cuál es el grado de confianza que existe no desean que ello ocurra. Claro está que tendrán mayores oportunida­
entre las comunidades en vista de sus relaciones previas), y de cuestiones des si aprenden inglés; sin embargo, podrían tener oportunidades aun
de estructura política (tales com o hasta qué punto existe -e n Canadá, mayores si aprendieran chino, hindi o español. Si el aprendizaje del inglés
Bélgica o Suiza- una política descentralizada para las regiones con dife­ fuera innecesario para tener acceso a una participación política apropiada,
rentes lenguas políticas). el hecho de que brinda oportunidades no sería una razón más válida para
Y, en consecuencia, cualesquiera sean los méritos o las dificultades prácti­ obligar a los niños a aprenderlo que la que se podría argüir en favor del
cas de la actual resolución política que se ha dado en Quebec a esta cuestión, aprendizaje del chino. Si es verdad que los funcionarios de Quebec actua­
el modo en que ha sido conceptualizada —mediante una política de recono­ rían de manera incorrecta al permitir que los niños anglófonos evitaran
cim iento- la concibe exactamente al revés. Taylor dice, a modo de aproba­ el aprendizaje del francés, también lo harían si se opusieran a que los niños
ción, que “el gobierno ha impuesto restricciones a los ciudadanos de Quebec aprendieran inglés a fin de coartarles el acceso a una identidad angló-
en nombre de la meta colectiva de la supervivencia”.59 Pero el aspecto que fona. Toda vez que sea posible ganar acceso a una identidad mediante el
debe tenerse en cuenta al decidir cuál será la lengua principal en las escue­ aprendizaje de una lengua y que exista el deseo de hacerlo, no es un asunto
las estatales no es el del mantenimiento de una identidad étnica francófona - del Estado impedir que ello suceda.
—no es la survivance— sino la igualdad de ciudadanía en un Estado francó­ ! Para generalizar, puede decirse que hay dos maneras de brindar ciuda­
fono. Según la ley de Quebec, “ le frunzáis est la langue officielle de Quebec”. danía plena a las comunidades que hablan lenguas minoritarias. Una es
Una vez que un proceso democrático ha hecho del francés la lengua política, hacer que su lengua sea una de las lenguas políticas, y conceder a esas mino -
el acceso a esta lengua es un derecho de todos los ciudadanos, por lo eral rías el derecho a acceder a las comunicaciones oficiales en esa lengua. (Aquí
debe ser puesto a su disposición. Además, el acceso a las lenguas minorita­ es importante asegurarse de que los aspectos prácticos de este proceso den
rias representa un interés lo suficientemente central como para que los niños como resultado una igualdad real en la participación política.) La otra con­
que pertenecen a comunidades minoritarias tengan, a la vez, acceso a su pro­ siste en enseñar a las minorías la lengua política, mientras se les permite, si
pia lengua. (Y una comunidad sabia y cosmopolita también alentará a los así lo desean, mantener su propia lengua: ésta es la vía que se ha seguido
niños a que aprendan lenguas que, en este sentido, no sean las suyas.) en la India y en los países plurilingües de África. El caso canadiense deja en
La survivance se beneficia por la elección de la lengua francesa como len­ claro que en los países donde la participación política está estratificada y
gua política, por supuesto: ésa es en parte la razón por la cual fue demo­ los diferentes niveles tienen diferentes lenguas políticas, estos principios
cráticamente elegida como lengua política, y tal objetivo constituye una pueden conducir a resultados complejos; sin embargo, dados los patrones
consideración perfectamente aceptable para la política democrática. No profundamente abigarrados según los cuales se distribuyen las lenguas entre
obstante, esos objetivos deben ser administrados en el marco de la ciuda­ los estados, cualquier solución que se busque deberá ser compleja.
danía igualitaria y de un interés en la autonomía de los ciudadanos, y no La política lingüística constituye una cuestión difícil y de importancia
mediante nociones de identidades obligatorias: permitir que exista una central para la administración de muchos estados modernos plurilingües,
minoría sin acceso apropiado a la lengua política viola la igualdad; obsta­ cuya pluralidad de lenguas es el resultado de historias de migración -tanto
culizar el aprendizaje de otras lenguas viola la autonomía. voluntaria como involuntaria-y de conquista.60Espero haber indicado una
Si la lengua inglesa fuera la única lengua política de Canadá, no cabría
duda de que los ciudadanos de Quebec tendrían el derecho de que tam­
60 Existe gran cantidad de bibliografía académica acerca de la política lingüística y
bién ésta les fuera enseñada. Pero no lo es; y, dado que el país es bilingüe) las políticas lingüísticas, pero nadie que estuviera interesado en el tema debería
siempre y cuando los monolingües estén en condiciones de ejercer una ciu­ ignorar los estudios, excelentes tanto desde el punto de vista empírico como desde
dadanía plena -u n a cuestión que, por su índole, no admite resoluciones el analítico, del politicólogo David D. Laitin, incluidas las siguientes obras: I d e n t i t y
I n f o r m a t i o n : T h e R u s s i a n - s p e a k i n g p o p u l a t i o n s i n t h e n e a r a b r o a d , íthaca, Cornell
demasiado circunscritas- no existen razones evidentes por las cuales se
University Press, 1998; L a n g u a g e r e p e r t o i r e s a n d S t a t e c o n s t r u c t i o n i n A f r i c a ,
Cambridge, Cambridge University Press, 1992; y P o l i t i c s , l a n g u a g e , a n d t h o u g h t :
59 Taylor, M u l t i c u l t u r a l i s m .. ., op - c it ., p. 53. • t h e S o m a l í e x p e r i e n c e , Chicago, University o f Chicago Press, 1997.
168 I LA ÉTICA DE LA I DEN TI DAD LAS E X I G E NC I AS DE LA I DE NT I DA D | 1Ó 9

manera plausible de abordar el problema. N o obstante, incluso después de nos ocupamos de los aspectos de la autenticidad que siguen direcciones
este apenas bosquejado análisis de las políticas vale la pena repetir algo opuestas, porque enfocamos con gran nitidez la diferencia entre dos pla­
que dije en el prefacio: este libro se propone seleccionar y explorar deter­ nos de la autenticidad que la política contemporánea del reconocimiento
minados conceptos clave de nuestro pensamiento acerca de la ética de la parece homogeneizar.
identidad. N o es - n o se propone ser- un libro de prescripción política o A fin de iluminar el problema, partiré de una observación de Taylor
de propuesta de políticas. Si me he equivocado acerca de Quebec, espero sobre Herder: a saber, que Herder “ aplicó su concepto de originalidad en
que haya sido porque entendí mal su historia política. N o apunto a que se dos planos, no sólo en el plano de la persona individual entre otras perso­
desarrollen las políticas que he señalado, con sus consiguientes predicados nas, sino también en el del pueblo portador de una cultura entre otros pue­
fácticos, sino a establecer de qué manera deberían influir en la construcción blos. De la misma manera que los individuos, un Volk debe ser fiel a sí
de una política las consideraciones lingüísticas como material para la iden­ mismo, es decir, a su propia cultura”.62Después de todo, tal como dije antes,
tidad y como herramienta de ciudadanía. Aquí, al igual que en el resto del es muy probable que hoy en día, en muchos lugares, la identidad indivi­
libro, mi objetivo es comenzar por los intereses de los individuos y mos­ dual -cu ya autenticidad clama por reconocimiento- tenga como com po­
trar cóm o las identidades confieren a los individuos intereses complejos nente de su dimensión colectiva lo que Herder habría considerado una
que la ética -y, por lo tanto, una política satisfactoria- debe tomar en cuenta. identidad nacional. Entre otras cosas, es el hecho de que un individuo sea
(por ejemplo) afroamericano lo que conforma el yo auténtico que éste pro­
cura expresar. Y es, en parte, porque ese individuo procura expresar su yo
que busca obtener el reconocimiento de una identidad afroamericana. Ésta
EL SÍNDROME DE MEDUSA es la circunstancia que vuelve problem ática la noción de “yo opuesto”
que propone Lionel Trilling, puesto que el ser reconocido como afroam e­
Vale la pena recalcar que el individualism o ético no tiene una relación ricano implica la aceptación social de esa identidad colectiva, lo cual no
simple de amistad o enemistad con el “reconocimiento” ; y no cabe duda 51o requiere el reconocimiento de su existencia sino también una dem os­
de que los lectores atentos de Hegel, tales como Charles Taylor y Axel tración real de respeto por ella. Si el hecho de que un individuo se entienda
H onneth, están en lo cierto cuando dicen que gran parte de la vida social jfeomo afroamericano implica que se vea como alguien que se resiste a las
y política moderna gira en torno de estas cuestiones de reconocimiento.
Claro está que en nuestra tradición liberal consideramos que el recono-
adscripciones a credos o compromisos con ciertas prácticas. Ei género y la
cimiento, en gran parte, consiste en aceptar a los individuos y sus identi­ sexualidad, a diferencia del resto, tienen su fundamento en el cuerpo sexual; ambas
dades: y tenem os una noción, que proviene (com o dice Taylor) de la ; se experimentan de maneras diferentes, en diferentes momentos y lugares, aunque,
ética de la autenticidad, según la cual, en igualdad de circunstancias, las | ¿asta donde yo sé, la identidad de género propone normas de conducta, de
vestimenta y de carácter. Y, por supuesto, el género y la sexualidad, a pesar de estas
personas tienen derecho a ser aceptadas públicamente como lo que son \
similitudes abstractas, se diferencian profundamente de muchas maneras: en
en realidad. Es porque alguien ya es auténticamente judío u homosexual J nuestra sociedad, por ejemplo, pasar por hombre o por mujer es difícil, y pasar por
que le negamos algo cuando le exigimos que oculte ese hecho; que “ pase” j heterosexual (u homosexual) es relativamente fácil. Existen otras identidades
como decimos, por algo que no es. Sin embargo, com o se ha observado a| colectivas-los discapadtados, por ejemplo- que han buscado el reconocimiento
siguiendo el modelo de las minorías raciales (con las cuales comparten la
menudo, la manera en que se desenvuelve gran parte del discurso del reco-|
experiencia de la discriminación y el insulto), o de los grupos étnicos (como ocurre
nocim iento está reñida con el núcleo individualista que alberga el dis?|
Con los sordos). Y hay castas en el sur de Asia, y clanes en todos los continentes, y
curso de la autenticidad.61 El panorama se complica particularmente cuando^ clases -con grados muy variables de conciencia de sí mismas- en todo el mundo
industrializado. Pero las identidades colectivas más importantes que hoy exigen
61 Las identidades cuyo reconocimiento analiza Taylor son, en gran medida, lo que jd cocim iento en América del Norte llevan la rúbrica de la religión, el género, la
podemos llamar “ identidades sociales colectivas”: la religión, el género, la etnia, laJ etnia (o la nacionalidad), la raza y la sexualidad; y creo que el hecho de que nos
raza, la sexualidad. Esta lista es en cierto modo heterogénea: tales identidades | :nciernan por razones tan heterogéneas debería inspirarnos el cuidado de no dar
colectivas son importantes para sus portadores y para otros de maneras muy | * "r sentado que lo que es aplicable a una de ellas es aplicable a todas.
diferentes. La religión, por ejemplo, a diferencia de todas las demás, implica 'Sj Taylor, Multiculturatism. ,.,op. cit., p. 31.
170 ¡ LA É TI CA DE LA I D E N T I DA D LAS E X I G E N C I A S DE LA I DEN TI DAD I 171

normas de los blancos, a las convenciones estadounidenses mayoritarias, blanca, la cultura blanca, frente a la cual toma posición el nacionalismo
al racismo (y, quizás, al materialismo o al individualismo) de la “cultura afroamericano contestatario, no forma parte de lo que configura la
blanca”, ¿por qué debería, al mismo tiempo, procurar que esos otros blan­ dimensión colectiva de las identidades individuales de los negros esta­
cos le brinden reconocimiento? (Tendré más para decir acerca de estas dounidenses.
paradojas del respaldo en el próxim o capítulo.)
En otras palabras, hay al menos una ironía en la manera en que uno de Tista objeción me parece lisa y llanamente falsa. Lo que demuestra su fal­
los ideales de autenticidad -e l lector lo reconocerá si lo llamo “ideal bohe­ sedad es el hecho de que esta form a de nacionalismo exige, entre otras
mio”- , que nos exige rechazar gran parte de lo que es convencional en nues­ isas, un reconocimiento de la identidad negra por parte de la “sociedad
tra sociedad, cambia de dirección y constituye la base de una “política de blanca”. Y aquí “reconocimiento” tiene el significado que le da Taylor: no
reconocimiento”.63 Ahora bien, podemos ser escépticos respecto del ideal limita a la mera aceptación de la existencia de esa identidad. La identi-
bohemio, o verlo como una mera complacencia o afectación; sin embargo, d afroamericana (al igual que otras identidades etnorraciales estadou-
la noción de que las identidades se fundan en el antagonismo -recorde­ tenses) está centralmente configurada por la sociedad y las instituciones
mos a las Águilas y las Serpientes- a esta altura ya no debería resultar sor­ ;adounidenses: no puede verse como una construcción exclusiva de las
prendente. munidades afroamericanas, de la misma manera que la identidad blanca
Acabo de usar el ejemplo de los afroamericanos, y quizá parezca que la está hecha sólo por los blancos.
objeción que planteo no es aplicable al nacionalismo negro estadouni­ Hay otro error en la concepción corriente de la autenticidad como ideal:
dense: la identidad afroamericana, podría decirse, está configurada por la e refiero al error del realismo filosófico (hoy com únm ente denom i-
sociedad, la cultura y la religión afroamericanas. El argumento podría enun? do “esencialismo” ), que parece ser inherente a la manera en que suelen
ciarse de la siguiente manera: lantearse las cuestiones relacionadas con la autenticidad. La autentíci-
d comienza hablando de un yo verdadero que está sepultado, un yo
Es el diálogo con esos otros negros lo que configura el yo negro; son ie es necesario desenterrar y expresar; recién después del romanticismo
esos contextos negros la fuente de los conceptos mediante los cuales los. desarrolla la idea de que el yo propio es algo que uno crea, inventa, com o
afroam ericanos se configuran a sí mismos. Por lo tanto, la sociedad se tratara de una obra de arte. Por razones que mencionamos en el capí-
b x, ni la imagen de la esencia distintiva de m i yo, oculta como una pepita
oro que espera ser desenterrada, ni la noción según la cual yo puedo
63 La ironía no es el único problema del bohemio. Como vimos en el capítulo 1, esta
noción de autenticidad ha incorporado una serie de errores de antropología rentar el “yo” que se me ocurra deberían tentarnos: tal como hemos visto,
filosófica. En primer lugar, se equivoca en no ver aquello que Taylor -o , de hecho, 'entamos nuestro yo a partir de un conjunto de opciones proporciona-
George Herbert M ead- reconocieron con tanta claridad, a saber, la manera en que, por nuestra cultura y nuestra sociedad. Hacemos elecciones, sin duda,
el yo, como dice Taylor, está dialógicamente constituido. La retórica de la
:o no establecemos de manera individual las opciones entre las cuales
autenticidad propone no sólo que yo tengo una manera de ser que es totalmente
mía, sino también que, para desarrollarla, debo luchar contra la familia, la religión os a elegir. Desatender este hecho equivale a ignorar las “redes de ínter-
organizada, la sociedad, la escuela, el Estado: todas las fuerzas de la convención. lición” que propone Taylor, a no reconocerla construcción dialógica del
Sin embargo, esta noción no es correcta, no sólo porque yo desarrollo la , y así caer en lo que Taylor llama la “falacia monológica”.
concepción de mi propia identidad en un diálogo con lo que otras personas
Si admitimos estas objeciones, podemos preguntarnos hasta qué punto
entienden que soy (el argumento de Taylor), sino también porque mi identidad:
constituye de manera crucial a través de conceptos y prácticas proporcionados po" heríamos reconocer la autenticidad en nuestra moral política: y la res-
la religión, la sociedad, la escuela, el Estado, y que están mediados en diversas esta dependerá, sin duda, de la posibilidad de desarrollar una explíca­
medidas por la familia. El diálogo configura la identidad que desarrollo a medida^ l a de la autenticidad que no sea monológica. Sería demasiado pretencioso
que crezco: pero el verdadero material con el cual la formo me lo proporciona, tar que las identidades que claman por reconocimiento en el coro muí-
parte, mi sociedad, mediante lo que Taylor llama “su lenguaje en sentido amplio”,
[tural tienen que ser monológicas. Sin embargo, creo que un m otivo
incluido el lenguaje del arte, el de los gestos, etc. Tomaré prestado y expandiré el
término “monológico” de Taylor para describir aquí las nociones de autenticidad' rnable para sospechar de gran parte del discurso multicultural contem-
que caen en estos errores relacionados. •ráneo es que las concepciones de identidad colectiva que presupone ado­
172 I LA É T I C A OE LA I D E N T I D A D LAS E X I G E N C I A S DE LA I DE NT I DA D ! 173

lecen de una notable falta de sutileza respecto de la comprensión de los sultos, sino como un aspecto central y valioso de su ser. Puesto que la
procesos mediante los cuales se desarrollan las identidades, tanto indivi­ Y a de la autenticidad requiere que expresemos qué somos en primer
duales com o colectivas. Y no estoy muy seguro de contar con la aproba­ gar, el siguiente paso que dan los estigmatizados es exigir que se los reco-
ción de Taylor cuando sostengo que las identidades colectivas, una vez 'zca en la vida social como mujeres, homosexuales, negros, católicos. Y
disciplinadas por el conocimiento histórico y la reflexión filosófica, serían 'do que no existía una buena razón para tratar mal a las personas con
radicalmente distintas de las que hoy desfilan ante nosotros en pos de reco­ ;características, y dado que la sociedad, no obstante, continúa tratán-
nocimiento y, como resultado, suscitarían cuestiones diferentes de las que las de manera degradante, ellas exigen que resistamos los estereotipos,
él aborda. Para sintetizar, y de una manera bastante poco filosófica: sos­ ;e desafiemos los insultos, que eliminemos las restricciones.
pecho que Taylor está más contento que yo con las identidades colectivas Esas viejas restricciones sugerían la existencia de libretos de vida para
que habitan nuestro m undo tal como son, y quizás ésta sea una de las razo­ s portadores de esas identidades, pero se trataba, en gran parte, de libre-
nes por las cuales yo no me siento tan dispuesto a hacerles las concesiones ;negativos. De más está repetir que las identidades sociales no se cons-
que les hace él. Porque una ética de la identidad (para anticipar el análisis ’yen ab ovo, que nuestras elecciones están a la vez constreñidas y
que hago en el capítulo 5) debe afrontar dos cuestiones distintas aunque sibilitadas por prácticas y creencias existentes; sin embargo, ello no sig-
no del todo separables: cómo deberían ser tratadas las identidades existen­ ica que siempre “tomemos las cosas como vienen”. Y en ciertos momen-
tes, y qué clase de identidades deberían existir. históricos vimos cómo algunos grupos, con la fuerza de un huracán,
Com o ya hemos visto, las grandes identidades colectivas que exigen reco­ mían en tela de juicio - y transformaban- el significado de su identidad,
nocimiento conllevan nociones que indican cóm o debe comportarse una te ha sido, sin duda, una de las dimensiones más notables de los gran-
persona con esas características: ello no significa que haya un m odo de movimientos identitarios de fines del siglo xx. A fin de construir una
comportamiento que deberían seguir los homosexuales o los negros, sino la digna, ha resultado natural tomar la identidad colectiva y componer
que existen conductas apropiadas para homosexuales y para negros. Esas etos de vida positivos para reemplazar los negativos. Un afroamericano,
nociones proporcionan normas o modelos amplios, que desempeñan un "pués del movimiento Black Power, toma el viejo libreto de odio de sí
papel en la configuración de los proyectos básicos de aquellos cuya iden­ ismo, el libreto según el cual él es un nigger* y trabaja, en comunidad
tidad individual no puede prescindir de esas identidades colectivas. Una otros, para componer una serie de libretos de vida positivos. En estos
vez más, las identidades colectivas proporcionan lo que he llamado “libre­ retos de vida, el térm ino negro se resignifica,** lo cual para algunas
tos”: narraciones que las personas usan para dar forma a sus intereses y sonas entraña, entre otras cosas, rechazar la asimilación a las normas
para relatar la historia de su vida. Y ésta es la razón por la cual, como hemos teas de habla y conducta. Y ser negro en una sociedad racista implica
visto, las dimensiones personales de la identidad tienen un funcionamiento fse constantemente obligado a afrontar agresiones que afectan la pro­
diferente del de las colectivas. dignidad. En este contexto, no bastará con la reivindicación del dere-
¿Cómo se aplica esta idea general a nuestra situación actual en Occidente? '0 a vivir una vida digna. Ni siquiera bastará con la exigencia de ser tratado
Vivim os en sociedades en las que determinados individuos no han sido •igual dignidad a pesar de ser negro, porque ello sugeriría que el hecho
tratados con igual dignidad porque eran, por ejemplo, mujeres, homose­ ser negro, hasta cierto punto, va en menoscabo de la propia dignidad,
xuales, negros o católicos. Dado que, como observa Taylor, nuestras iden­ í, lo que se termina pidiendo es ser respetado como negro.
tidades se configuran de manera dialógica, las personas que tienen esas
características las consideran centrales - a menudo, negativamente cen-
Término despectivo para referirse a los negros. [N. de la T.].
trales- para su identidad. Hoy en día existe un acuerdo generalizado acere? En el original inglés, “being a Negro is recoded as being black”. “Negro” también
de la grave incorrección que constituyen los insultos que ofenden la dig^ es un término despectivo, en tanto que “black” es neutro y adquiere una
nidad de las personas con determinadas identidades y las limitaciones ^connotación fuertemente positiva en el marco del movimiento de Black Power
(“Poder Negro”). En este caso hay un cambio de término, pero ello no ocurre
que se imponen a la autonomía de esas personas en nombre de identida­
necesariamente en todas las instancias de resignificación. En español, cuando se
des colectivas. Una de las respuestas de los estigmatizados ha consistido en Ysa un término de este tipo en forma peyorativa, se le suele agregar un
reivindicar esas identidades colectivas, no com o fuente de limitaciones e ^complemento insultante. (N. de la T.)
174 I LA é t i c a de la i d e n t i d a d LAS E X I G E N C I A S DE LA I D E N T I D A D [ 175

Quizá valga la pena reescribir este párrafo como un párrafo acerca de la se ajusta demasiado a un libreto, que no se resiste demasiado a los capri­
identidad gay: un homosexual estadounidense, después de Stonewally chos individuales. Aunque es posible que mi raza y mi sexualidad sean
la liberación gay, toma el viejo libreto de odio de sí mismo, el libreto según elementos de mi individualidad, alguien que me exija organizar mi vida
el cual debe ocultar su sexualidad, y trabaja, en comunidad con otros, para ' en torno de esos aspectos no es un aliado de mi individualidad. Dado que
construir una serie de libretos positivos de vida homosexual. En esos libre­ las identidades, en parte, están constituidas por concepciones sociales y
tos de vida, el término “ marica” se resignifica como “gay”, y ello requiere, por el trato com o”, en el ámbito de la identidad no existe una línea muy
entre otras cosas, rehusarse a ocultar su sexualidad. Y ser abiertamente clara que separe el reconocimiento de la imposición.
homosexual en una sociedad que priva a los homosexuales de igual digr
nidad e igual respeto im plica verse constantemente obligado a afrontar;
agresiones que afectan a la propia dignidad. En este contexto, no bastará
con la reivindicación del derecho a vivir abiertamente como homosexual ‘ :l í m it e s y p a r á m e t r o s

N i siquiera bastará con la exigencia de ser tratado con igual dignidad a 2:’
pesar de ser homosexual, porque ello sugeriría que el hecho de ser homo*; iEn un ensayo m uy conocido, “ Equality and the good Ufe” Ronald Dworkin
sexual, hasta cierto punto, va en menoscabo de la propia dignidad. Así, lo.; retoma la idea de Aristóteles según la cual “una vida buena tiene el valor
que se termina pidiendo es ser respetado como homosexual. steherente de una actuación diestra”, y propone lo que él llama “el m odelo
Espero que se haya notado mi solidaridad con estas historias sobre c el desafio . Este modelo “ sostiene que el hecho de vivir una vida cons-
identidades negra y gay, que emanan de los movimientos identitarios d jye en sí mismo una actuación que exige destreza, que es el desafío más
las décadas de 1960 y 1970. Comprendo el desarrollo de estas historias; qi ande e im portante que podemos enfrentar, y que nuestros intereses
sea incluso necesario, desde el punto de vista histórico, o estratégico, qu ás apremiantes son los logros, los acontecimientos y las experiencias
estas historias se desarrollen así, pero creo que necesitamos dar el pas' :indican que hemos respondido bien al desafío” Ahora bien, la noción
siguiente, que consiste en preguntar si las identidades que han sido coi : quiero tom ar prestada de Dw orkin es la útil diferenciación de las
truidas de esa manera nos contentarán a largo plazo. Exigir el respeto ñeras en que nuestras circunstancias ocupan un lugar en la evalua-
alguien como negro o como homosexual puede conllevar limitaciones not ón de nuestra respuesta al desafío. Algunas de esas circunstancias (inclui­
blemente rígidas respecto de cómo ser un afroamericano o una perso" os nuestros atributos físicos, m entales y sociales) actúan com o
que se siente atraída por gente de su mismo sexo. Así, es posible que itrámetros, dice Dworkin, que definen qué es para nosotros haber tenido
“ maneras apropiadas” de ser negro y de ser homosexual adquieran —to en la vida. Ellas son, de algún m odo, parte del desafío que debe­
carga particularmente enfática: habrá que satisfacer exigencias, cump' os enfrentar. Otras circunstancias representan los límites: los escollos
expectativas, prepararse para ganar batallas. A esta altura, alguien que to­ e obstruyen nuestra realización de la vida ideal que los parám etros
en serio la autonomía quizá se pregunte si no habremos reemplazado adan a definir.
tiranía por otra. Sabemos que los actos de reconocimiento, y el aparí A l pensar acerca de su propia vida, cada persona debe decidir cóm o
civil que corresponde a ese reconocimiento, llegan a veces a anquilor tribuirá sus circunstancias entre esas categorías, de la misma manera
las identidades que son su objeto; puesto que aquí la mirada tiene el pod un artista debe decidir qué aspectos de la tradición heredada defi-
de transform ar su objeto en piedra, podemos llamar a este proceso n su arte, y si son barreras o bien instrumentos para su creatividad,
“síndrome de Medusa”. La política del reconocimiento, si se emprende co' orkin escribe:
celo excesivo, parece requerir que el color de piel propio o que el cue-
sexual propio sean reconocidos políticamente de maneras que consti ;No tenemos un molde establecido que nos ayude a tomar esa decisión,
yen un obstáculo para aquellos que desean tratar su piel y su cuerpo sej ú en el arte ni en la ética, y ningún modelo filosófico nos lo puede
como dimensiones personales de su yo. Y aquí el término ‘ personal proporcionar, ya que las circunstancias en que vive cada uno de noso tros
hace referencia a significados sociales secretos, o (per impossible) carel están dotadas de una enorm e complejidad. [...] Cualquier persona
de libreto, o inocentes, sino que, más exactamente, se refiere a algo que-' que se pregunte con seriedad cuál de las diversas vidas que puede lie-
176 I LA ÉTICA DE LA IDENTIDAD LA S E X I G E N C I A S DE LA I D E N T I D A D I 177

var es correcta para ella discernirá, consciente o inconscientemente, cuá­ esas categorías ha servido como instrumento de subordinación, como cons­
les de sus circunstancias constituyen límites y cuáles, parám etros.4 treñimiento de la autonomía, como representante de la desgracia. Es posi­
ble demostrar que algunas identidades, de hecho, fueron creadas com o
Una de las circunstancias que Dworkin incluye entre sus parámetros es la parte de una taxonomía de la opresión. Y en el contexto de las leyes con­
de ser estadounidense. Su'americanidad”, dice, es“una condición de la vida tra la discriminación,por ejemplo, esas identidades son tratadas como una
buena para” él.65 Así, por ejemplo, aunque haya enseñado jurisprudencia especie de minusvalía que no debe ser tomada en cuenta o que debe ser
en Inglaterra durante m ucho tiempo y haya influido, sin duda, en el desa-, remediada. Sin embargo, el hecho de que las categorías que fueron conce­
rrollo del pensamiento legal inglés, sus contribuciones a la jurisprudencia bidas para la subordinación también puedan ser usadas para movilizar y
constitucional estadounidense tienen un significado especial para él, sig­ otorgar poder a las personas que pasan a ser miembros de una identidad
nificado que deriva del hecho de que los Estados Unidos - y no Inglaterra^ que se afirma a sí misma demuestra la índole reversible de esos términos
es su país. D e igual manera, cuando describimos los parámetros de núes-* (La desconcertante facilidad con que los límites se vuelven parámetros
tra vida, es muy probable que contemos entre ellos a nuestras identidades evoca la vertiginosa oscilación entre estructura y agenda que exploramos
en el capítulo anterior, y puede ayudar a explicar la ambivalencia que a
sociales. , ,
Para volver al análisis de la identificación por el que comencé, podri­ menudo caracteriza el discurso de la “política de la identidad” ) En cali-
m os pensar que el hecho de identificar a alguien como L equivale a trat ,dad de parámetros, las identidades brindan un contexto para elegir, para
“su ser L” como un parámetro. Sin embargo, de la misma manera que, - ■ rSlefimr la forma de nuestra vida, pero también proporcionan una base de
relación con la identidad, no existe una línea clara que separe el recon- jápoyo para la comunidad, para las formas positivas de la solidaridad. Y
cim iento de las imposiciones, la relación entre los parámetros y lo s . es en absoluto incoherente considerar que la pertenencia a una identi -
tes es flexible y cambiante. Consideremos una vez más la hornosexualída id es a la vez un lím ite y un parámetro; el m ilitante del nacionalismo
Para algunas personas, la homosexualidad es un parámetro: son abier ro que deplora la supremacía blanca tiene plena conciencia de que su
m ente homosexuales, y -felices o infelices, ricas o pobres- la vida lor lo constriñe, incluso en el mismo momento en que procura trans-
procuran llevar es una vida en la que las relaciones con miembros de; rmarlo en la base de una forma política de resistencia. Entonces, tam-
mismo sexo ocupa un lugar central. Otros piensan su sexualidad como > 1los límites y los parámetros están unidos por un camino de ida y vuelta.
limitación: buscan desesperadamente librarse de sus deseos homose* Sm embarS°> estas observaciones no implican que hayamos perdido de
les y, si no pueden librarse de ellos, querrían al menos resistirlos. A l mi; otras aspiraciones y otros ideales, entre ellos lo que Peter Singer ha
tiempo, las circunstancias que uno podría asumir com o meros imp' "nominado el círculo en expansión” de nuestras simpatías morales. Los
mentos pueden transmutarse en un modo positivo de ser. Así, para mu1" Hornos de la identidadson profundamente reales, y sin embargo, no son
sordos, la sordera no es un límite sino un parámetro: no tratan de ven 1“ ^Perecederos, inmutables o trascendentes que otras cosas que hacen
una discapacidad, sino de vivir vidas exitosas como personas que ti* hombres y las mujeres. De hecho, el discurso de la división y de la falta
dificultades para oír. Una condición se transforma en una identida' armonía puede conducirnos a perder de vista la existencia de podero-
sordo se transforma en el Sordo. fuerzas compensatorias: el conflicto puede producir identidades, pero
Creo que la distinción entre límites y parámetros nos ayuda a veri ""bien puede ser una poderosa fuerza unificadora entre grupos de iden-
qué la “ identidad" se ha transformado en locus de intuiciones poli' -d. No resulta novedoso -y, en cierto m odo, tampoco es un pensamiento
tan opuestas. Negro, mujer, homosexual, aborigen: muchas de las id: todo alentador- decir que el efecto de las dos guerras mundiales con-
dades que tienen prominencia política son precisamente categorías, uyó de manera decisiva a forjar una identidad estadounidense que redujo
han funcionado como límites, que se conformaron como repuesta , eminencia social de las pequeñas divisiones sociales, y que fue la Segunda
actitudes y los actos de desprecio u hostilidad de los demás. Cada un rra Mundial en particular, más que ninguna otra circunstancia, el fac-
jue tom ó inevitable la era de los derechos civiles.
|os acontecimientos que tuvieron lugar en el parque estatal Robbers
/orkin, Sovereign virtue, op. cit., p. 2.60.
e confirman esta intuición con un esquematismo casi cómico: la sed
L, p. 261.
178 I I A ÉT I CA DE LA I DEN TI DAD

de sangre que se había conjurado con tanta facilidad para enfrentar a los 4
dos grupos finalmente amainó ante algo que los investigadores denomi­
El problema con la cultura
naron “metas com partidas de orden superior”. Cuando la animosidad
que oponía a los dos grupos y la solidaridad que reinaba en el interior de
cada uno comenzaban a salirse de cauce, los investigadores idearon una
serie de crisis comunitarias: la necesidad fue la madre de la concordia.
Para comenzar, los investigadores sabotearon el sistema de abasteci­
miento de agua del campamento. Los dos grupos de chicos, cada vez más.
sedientos, trabajaron juntos para identificar el problem a y repararlo.
Después se rompió un camión que debía buscar alimentos para ellos... o,
m ejor dicho, aparentó a todas luces haberse roto. Había que remolcarlo
con una cuerda, y sólo la fuerza colectiva de ambos grupos -las disolutas
Serpientes y las magnánimas Á guilas- haría posible llevar a cabo la tarea. 'M a r c a r l a d if e r e n c ia
Pronto se bajaron los estandartes y se dejaron a un lado las diferencias puta­
tivas. Hombro con hombro, tirando de la misma cuerda que usaban par- Nadie puede haber dejado de notar el considerable vapuleo que ha reci­
com petir entre sí (los experimentadores tenían buen ojo para el simbo^
bido la palabra “cultura” en los últimos años: parecería ser que todo, desde
lism o), los niños remolcaron el camión varado cuesta arriba.
1a anorexia hasta el zideco, puede explicarse como el producto de la cultura
Ninguna de las crisis por sí sola bastaba para eliminar la venenosa ani­
ide algún grupo.1 Tan es así que cuando escuchamos esa palabra nos dan
m osidad que enfrentaba a las Serpientes y las Águilas; sin embargo, varias "ganas de correr en busca del diccionario.
crisis en serie dieron como resultado una genuina confraternidad y la disc
• Algo muy parecido ocurre con el término “diversidad”, hoy favorito de
lución de las fronteras sociales. El camión arrancó; llegaron los alimen-1
los directores corporativos, los administradores educativos, los políticos
tos, y los dos grupos colaboraron en la preparación de la comida. “Después-
y los expertos. Y estas dos tendencias confluyen en la noción de “diversi­
de la cena estalló una amistosa guerra de agua a orillas del lago”, apunt:
dad cultural” : la idea de que los Estados Unidos son una sociedad de enorme
ron los investigadores; sin embargo, tal como tuvieron el cuidado de agre-,
"diversidad cultural se ha transformado en una de las devociones más devo­
gar, “los ataques acuáticos no se produjeron grupo contra grupo”.66
tas de nuestra era. De hecho, la diversidad estadounidense es innegable,
como también la necesidad de dar una respuesta a toda esa diversidad. Lo
que no parece estar tan claro es que es nuestra diversidad cultural la que
merece atención.
Comencemos por un lugar donde la idea de cultura realmente parece
'explicar algo. Cuando los judíos del shetl y los italianos del villagio llega­
ron a Eliis Island, trajeron con ellos una nutritiva “sopa” de lo que llama­
mos cultura: trajeron una lengua y canciones y dichos e historias;
-trasplantaron una religión con tradiciones, creencias y rituales específicos,
una cocina con cierta calidez rural y vestimentas distintivas; además, vinie­
ron con ideas particulares acerca de la vida familiar. A menudo era de lo

1 Sobre la anorexia, véase Mervat Nasser, Culture and weight consciousness, Nueva
York, Routledge, 1997. Sobre el zideco, véase Dick Shurman, “New Orleans,
Louisiana, and Zydeko”, en John Cow leyy Paul Oliver (eds.), The newblackwell
66 Sherif, The Robbers Cave...,op. dt.,p. 179. guide to recorded blues, Cambridge, m a , Biackweii Publishers, 1996.
l 80 I LA ÉTICA DE LA I D E N T I DA D EL PROBLEMA CON LA CULTURA I l 8 l

más natural que sus nuevos vecinos, al observar a esta nueva generación dón. Hoy en día se habla mucho de la hispanización de los Estados Unidos;
de inmigrantes, preguntaran acerca del significado y las causas de esas cos­ de hecho, la lengua española es moneda corriente en tiendas y calles donde
tumbres extrañas; y las respuestas sensatas más frecuentes eran “es cosa hace treinta años no se habría oído en absoluto. Sin embargo, com o ha
de italianos”; "es cosa de judíos”. O, sencillamente, "es su cultura”. ¡señalado el lingüista Geoffrey Nunberg, la proporción de residentes que
No deja de sorprender hasta qué punto se han extinguido las diferen­ ao hablan inglés es apenas un cuarto de su equivalente de 1890, cuando se
cias de ese tipo en los Estados Unidos: la proporción de estadounidenses hallaba en pleno auge el último gran período inmigratorio. Nunberg cita
nacidos en el extranjero es considerablemente menor que hace setenta años; «na encuesta de Florida según la cual el 98% de los hispanos desea que
entre los grupos de inmigrantes, las tasas de exogamia aumentaron verti­ Süs hijos hablen bien el inglés, y un estudio de la Corporación rand cuyos
ginosamente en las últimas décadas, y cada vez menos estadounidenses! resultados muestran que en California una vasta mayoría de hispanos de
viven en un vecindario donde se concentran habitantes con un origen jwimera generación habla inglés con fluidez de nativo, y que sólo el 50%
"nacional” común. La retórica de la diversidad fue aumentando a medida' esus hijos hablan algo de español.3Si ser estadounidense significa enten­
que declinaba su realidad demográfica. La sociólogaM ary Waters ha argu-': er el inglés, entonces los hispanos nacidos en los Estados Unidos aprue-
m entado de manera muy persuasiva que el residuo cultural de aquella; m el examen de manera abrumadora (y la tendencia va en aumento);
nutritiva sopa de inmigrantes es apenas un caldo magro.2Aún hay sederi: »vemás, el promedio de fluidez en lengua inglesa es igualmente alto entre
y misas nupciales, gefilte fish y spaghetti, pero... ¿cuánto de la concurren­ ©s hijos de inmigrantes asiáticos.
cia a misa, del conocimiento de italiano o de las preferencias culinarias^ La lengua es sólo una de las muchas cosas que tienen en común los esta­
matrimoniales resuena hoy en día en un nombre italiano? Incluso los judíoí dunidenses. Éste es un país donde, por ejemplo, casi todos los ciudada-
—de quienes se habría esperado que no desdibujaran su diferencia , dadó: 's saben algo de béisbol y de baloncesto. Y también com parten una
su estatus de pequeño grupo no cristiano en medio de una sociedad íiliaridad con nuestra cultura de consumo. Com pran al estilo esta-
abrumadora mayoría cristiana- cada vez resultan más difíciles de identfi unidense y saben mucho sobre los mismos bienes de consumo: C oca­
la, Nike, Levi-Strauss, Ford, Nissan, g e . Ven en su mayoría películas de
ficar como grupo social.
La historia habitual de la inmigración no es aplicable a los descendie. ollywood y saben los nombres de varias estrellas de cine, e incluso es pro-
tes de los esclavos africanos, quienes no han gozado del privilegio de vo fle que los pocos que no miran mucha televisión puedan recitar los nom-
es de algunas de las “personalidades” de ese medio.
verse "blancos”. Sin embargo, el llamativo contraste que separa las historí
de negros y blancos puede conducirnos a desatender las semejanzas qi ’ tam bién las diferencias religiosas, que supuestamente persisten, son más
las unen. Hay, en efecto, formas del habla inglesa que son características perficíales de lo que podría pensarse. En efecto, el tan comentado cre-
los negros (aunque en el habla negra, tal como en la blanca, también h ento de ciertas sectas ortodoxas y fundamentalistas parece atestiguar
grandes variaciones regionales y de clase), pero de lo que hablamos a. ^generalización del credo cívico, aunque sólo sea a m odo de reacción,
es de formas del inglés. De hecho, a pesar de las grandes olas de inmij mo es posible observar a menudo, el judaismo estadounidense es, en
ción de las últimas décadas, cerca del 97% de los estadounidenses adult toayor parte, sumamente estadounidense. Y en cuanto a los católicos de
-cualquiera sea su co lo r- hablan inglés “como nativos” ; y todos los país, son un incordio para Roma porque tienen esa cualidad tan ...
conforman ese 97% pueden entenderse entre sí, con un ajuste ocasional no, tan protestante. Entre otras cosas, se caracterizan por reivindicar el
acentos aquí y allá. Más aun: si no contamos a los inmigrantes más reci' ;cho a la libertad individual de conciencia, por lo cual no se someten
tes, la proporción se acerca al 100 por ciento. -más a la línea de la iglesia respecto de la contracepción o el divorcio.4
N o sólo los blancos y los negros, sino también los asiáticos y los in
genas comparten la lengua inglesa. Ni siquiera los hispanos, el único gru^
¡Seofixey Nunberg,“ Lingo Jingo: Engtish only and the new nativism”, American
étnico estadounidense que se define por la lengua, constituyen una exce hospect, N° 33, julio-agosto de 1997, pp. 40-47.
íéase Stephen Macedo,“Transformative constitutionalism and tbecase of
2 Mary Waters, Ethnic options, Berkeley y Los Ángeles, University of California -ligion: defending the modérate hegemony o f liberaJism”, PolíticaI Theory 26,
í° 1, febrero de 1998, pp. 58-89.
Press, 1990.
182 I LA ÉTICA Ot LA IDENTIDAD E l PR OB LE MA CON LA CULTURA | 1 8 3

Más importante aun, la mayoría de los estadounidenses que afirman tencfc p i c a n a , la cultura Judía: todas estas frases fluyen con naturalidad. Pero
una religión (es decir, la mayoría, poco más o menos) la consideran esen? ■ Sí se pregunta cuál es la marca distintiva de los homosexuales, o de los
cialmente un asunto privado, respecto del cual no quieren que el gobier lerdos o de los judíos, no resultará obvio que a cada identidad corresponda
les brinde ayuda ni les imponga obstáculos. Incluso los padres de la Coalición,; ittna cultura distinta. La palabra hispano” suena como el nombre de un
Católica, quienes desean que se implemente la oración en las escuelas, sólf ipo cultural definido por el rasgo cultural común de la lengua española;
aspiran, en general, a que se sostenga la fe de sus hijos, y no que la escue :Í&í embargo, como ya he señalado, sólo la mitad de los hispanos califor-
pública se ocupe de convertir a los hijos de los demás. En estos aspecto íos de segunda generación habla el español con fluidez, y esa propor-
fundamentales -la soberanía de la conciencia individual en el marco de jé- 1 caerá en la generación siguiente. La categoría “hispano” es, sin duda,
confesión, y la intimidad de la creencia religiosa- las religiones estado' *fih producto tan estadounidense como la de “blanco” y la de “negro”, un
nidenses, cualesquiera sean sus denominaciones sectarias formales, sigu. insultado de la inmigración, un recurso para censar la población del país.
una decidida tendencia protestante. Muchas de las tradiciones religios, Cualquiera sea la “cultura” que comparten los campesinos guatemaltecos
provenientes de Asia, cuya im portancia ha aumentado con la actual o. ebn los profesionales cubanos, la pérdida de la lengua española confirma
inmigratoria, están adquiriendo características estadounidenses con gr* te la categoría ‘hispano” está mermando desde el punto de vista cultu­
celeridad. Gran parte del Islam que se practica en los Estados Unidos, per ral, de la misma manera que ya ha ocurrido con la etnicidad blanca.
ejemplo, aprueba la separación entre Iglesia y Estado con la misma vetr De hecho, podríamos preguntarnos si no hay una relación entre la merma
mencia con que los musulmanes de otros países la resisten. íl contenido cultural de las identidades y la estridencia creciente de sus
Com o ghanés, m e impresiona el contraste que percibo entre la reali ^vindicaciones. Aquellos inmigrantes europeos, con sus costumbres pro­
dad estadounidense y la de mi país de origen, donde la diversidad es murh b a m e n t e distintivas, se ocupaban de exigir la americanización Iingüís-
más sustancial. Tomemos el caso de la lengua. Cuando yo era niño, viví* 1de sus hijos, de hacerlos aprender la cultura oficial de los Estados Unidos,
mos en una casa donde a diario se hablaban al menos tres lenguas mate factible sospechar que no necesitaban insistir en el reconocimiento público
ñas. En Ghana, cuya cantidad de habitantes es similar a la del estado fsu cultura, por la simple razón de que la daban por sentada. Sus des­
Nueva York, hay varias decenas de lenguas vivas, y ninguna de ellas cendientes de clase media, cuya vida cotidiana se desenvuelve en inglés y
hablada en el hogar - o siquiera entendida con fluidez- por la mayoría d •;Se extiende eclécticamente desde m t v hasta la comida china para llevar, se

la población. - ;desconciertan al percibir que sus identidades, en comparación con las de


Entonces, ¿por qué en los Estados Unidos, un país mucho menos diverso nonnas y bobes, son en cierta manera más superficiales, y entonces se
que la mayoría de las otras sociedades, nos preocupa tanto la diversidad^ ?ábocan a exigir que todos reconozcamos la importancia de su diferencia.
nos inclinamos tanto a concebirla como cultural? A esta altura, creo qué; ^ Algo similar ha ocurrido con los afroamericanos. Cuando aún había
no sorprenderé a nadie si digo que la diversidad que nos preocupa no 1 jarreras legales para la obtención de la ciudadanía plena, antes de los fallos
tanto una cuestión de culturas sino de identidades. judiciales de Brown y Loving y la legislación de los derechos civiles de la
Com o hemos visto, las identidades sociales que claman por reconoció ídécada de 1960, el asunto más importante que los negros tenían en su agenda
miento son extremadamente variadas. Algunos grupos llevan los nombr: política no era lograr que el Estado y la sociedad reconocieran la existen-
de sus anteriores pertenencias étnicas (italianos, judíos, polacos); otro iáa de una cultura negra exclusiva, sino aquello que los negros tenían en
corresponden a viejas razas (negros, asiáticos, indios), o a religiones (batí* féOmún con los blancos: su humanidad y los famosos “derechos inaliena­
tistas, católicos, otra vez judíos). Algunos son regionales (del sur, del oeste* bles”. En parte como resultado de esos cambios legales, los afroamerica­
de Puerto Rico), pero otros son grupos nuevos que combinan gente de orí­ nos de clase media, cuya religión y cuya lengua siempre fueron muy similares
genes geográficos particulares (hispanos, asiáticos estadounidenses) o cate­ % las de sus vecinos blancos y protestantes, ahora están aun más cerca de
gorías sociales (mujeres,homosexuales, bisexuales, discapacitados, sordos); :«sos blancos en muchos aspectos culturales y económicos. Y es precisa-
que no pertenecen a los otros grupos. Y hoy en día, no nos sorprendemos: ímente en este momento que muchos de ellos se sienten atraídos por un
en lo más mínimo cuando alguien hace un comentario acerca de la cul­ yaffocentrismo que exige el reconocim iento público de la exclusividad
tura” de esos grupos. La cultura Gay, la cultura de los Sordos, la cultura "cultural de los afroamericanos.
184 l la é t i c a de la i d e n t id a d EL P R O B L E M A CON LA C U L T U R A | 1 8 5

No niego (¿quién podría hacerlo?) que, en general, existen diferencias tura : kókya era la manera en que la palabra “cultura” había pasado a
significativas entre las vivencias de blancos y negros en los Estados Unidos. nuestra lengua. Muchos años más tarde, cuando iba con un amigo que
Todos sabemos que los negros más pobres se concentran en los barrios trabaja en el palacio de la Reina Madre asante a una celebración que lo entu­
céntricos de las ciudades, con pésimas escuelas y sin empleo; que persiste siasmaba mucho, le pregunté por qué ese acontecimiento le parecía tan
la discriminación respecto de la vivienda, el trabajo y el sistema legal; qu§ importante. Él me miró, perplejo, por un instante, y respondió: “Eyé ye
los blancos suelen huir de los barrios cuya población negra asciende por kókya”. “ Es nuestra cultura ”
encima de un punto que “ inclina la balanza” A muchos negros pobres de No me propongo reconstruir una genealogía que ya ha sido trazada con
la ciudad (igual que a muchos blancos pobres de las zonas rurales) les va destacable minuciosidad académica en otra parte, pero es justo señalar que
mal en una economía a la cual, supuestamente, le está yendo bien. Todo nuestra palabra deriva gran parte de su energía del romanticismo alemán
eso lo concedo. Pero el hecho de que la clase media negra ha crecido* de los siglos x v n i y x ix , que fue en sí mismo una formidable contrailus­
está mejor que nunca es innegable; y son principalmente ellos, y no los tración. A l menos desde El proceso de la civilización, de Norbert Elias, que
pobres, los que lideran la lucha por el reconocimiento de un legado culi: apareció en Alemania en 1939. se ha hecho habitual establecer un contraste
tural afroamericano distintivo, en el preciso momento en que las diferen*. gntre la noción alemana de Kultur (que es posesión de un Volk y aspira a
cías culturales están disminuyendo. kautenticidad) y el ideal francés de dvilisation, que se propone ser un ideal
Con estas consideraciones no me propongo recomendar que no tome-* -Universal y aspira a una racionalidad progresiva .6 Sin embargo, mientras
mos en serio los numerosos reclamos que se hacen en nombre de la cultun que el concepto d e 1civilización” adquirió mala fama, el de “cultura” ganó
sin embargo, sí creo que debemos proceder con cierta cautela, dado quent ®n extraordinario impulso intelectual. No pasó mucho tiempo hasta que
aproximamos a un terreno especialmente pantanoso. Es evidente que ^ etnólogos comenzaron a considerarlo parte de su disciplina, en partí-
concepto de cultura ha sido historizado y diseccionado hasta perder gilar Sir EdwardBurnettTylor, cuya definición de Ja palabra, publicada en
toda su vitalidad. En estos días, en el contexto de la globalización, ha s’ ^ 71, ha sido muy citada. La cultura, escribió Tylor, “es esa compleja tota-
gido una profunda inquietud en torno de la exportación de la cultura oc^“ ’ad que incluye el conocimiento, las creencias, las artes, la moralidad, la
dental; no obstante, entre las im portaciones más exitosas de la cultm ley, las costumbres y cualesquiera otras capacidades y hábitos adquiridos
occidental se cuenta la del propio concepto de cultura, un concepto q or el hombre como miembro de una sociedad” En el siglo xx, en espe-
ahora se enarbola en contra del “ imperialismo cultural” Marshall Sí al después de Franz Boas, esta noción sociocientífica comenzó a ser uti-
señala que todos los otros pueblos se han apropiado de alguna variante^ ida por la floreciente profesión de los “antropólogos culturales”. En la
este término occidental: tanto los amazónicos como los habitantes de ■ de posguerra se popularizó una manera de pensar la cultura como algo
islas Salomón se encuentran con que tienen una “cultura . Tal como co lar a un lenguaje, algo cuyos códigos podrían admitir una explica-
cluye Sahlins,“el desarrollo de una conciencia de la propia cultura entre-' n sistemática. O quizás (y éste fue el giro posmoderno), la interpreta-
antiguas víctimas del imperialismo es uno de los fenómenos más notab nunca dejaría de ser una práctica cultural más: entonces, tal vez las
de la historia mundial de fines del siglo xx.* Cuando yo era niño, en Kum ‘turas fueran comparables a expresiones lingüísticas, a poemas, a cosas
m i tierra natal, el"Centro Cultural” era un lugar donde escuchábamos; las .7Así, casi todas las posiciones concebibles han sido adoptadas y cri­
cusión y bailábamos al ritmo de los tambores, donde podíamos ver có das en el curso de un debate secular. Hasta taj punto, que resulta ine v i­
se tejían nuestras telas de kénté y cómo se fundía el bronce para hacer na., to preguntarse si el concepto de cultura, luego de haber contribuido a
tras pesas de oro. Podíamos visitar un modelo de “complejo tradición
y ver cómo nuestros antepasados habían cocinado para nuestros jefes Se cree que Herder, a quien esta palabra debe su aceptación, tomó prestada de
idea era celebrar y representar nuestra cultura; y cuando nos dirigíanv ,rCicerón la metáfora de la filosofía como cultivo de uno mismo (“cultura autem
[úmi phiiosophia est” ).
Centro, decíamos, en asante-twi, Kyékó kókya”, que significa “vamos a :5
dward Burnett Tylor, P r i m i t i v e c u l t u r e , Londres, John Murray, 1871, p. 1 |trad.
p.: C u l t u r a p r i m i t i v a , M a d r i d , Ayuso, 1976). En su libro C u l t u r e : t h c
5 Marshall Sahlins, “Goodbye to Tristes Tropes: ethnography ¿n the context « n t h r o p o l o g i s t s ’ a c c o u n t , o p . c i t ., Adam Kuper propone un agudo y convincente
t o u r d ’h o r i z o n .
o f modern world history”, J o u r n a l o f M o á e m H i s t o r y 65,i 993>PP- 3-4-
186 I LA É TI CA DÉ LA I D E N T I D A D EL PR OBLE MA CON LA CUL TU RA | 187

ampliar nuestro campo de visión, no debería ser desechado com o la esca­ justificar la importancia de la pertenencia cultural como bien primario”,
lera de Wittgenstein. Tal como he señalado, ahora esta noción se ha vuelto;; escribe Kymlicka en Liberalism, community, and culture. Ello es asi por­
ubicua, pero a costa de perder asidero conceptual. Casi podríamos decir que la autonomía tiene como requisito las elecciones, y la cultura brinda
que se trata de un dilema bíblico: ¿en qué beneficia a una palabra tener ?el contexto de elección : sólo si se cuenta con una estructura cultural rica
todo el m undo a sus pies si para hacerlo debe perder su propia alma? y-segura es posible adquirir una conciencia vivida de las opciones dispo­
nibles y examinar sus valores con inteligencia”. Así, la preocupación por
apuntalar nuestra cultura ‘no está reñida, sino que concuerda, con el
interés liberal por nuestra habilidad y libertad para juzgar el valor de nues-
¿l a c u ltu r a es u n b ie n ? i tros planes de vida”.9
; Existen otras variantes de esta idea básica con las que Kymlicka también
Claro está que m i interés particular en este capítulo se centra en las firn* iSimpatiza. Concuerda con Ronald Dworkin (que nos invita a ver la cultura
ciones asignadas a la cultura en el campo de la teoría política, donde, comet ‘como bien público, igual que los parques y los puentes) en que la cultura “pro­
verem os, este concepto ha ocasionado una confusión considerable. Eqi porciona los lentes a través de los cuales identificamos el valor de las expe­
m uchos aspectos, la cultura puede resultar importante para la teoría poli*; riencias ;10ycon Margality Raz (en su trabajo “National self-determination” )
tica (y particularmente para la justicia social), pero creo que la maneramás( pn que la familiaridad con una cultura determina las fronteras de lo ima-
simple de incluirla ha sido adjudicarle la categoría de recurso, de bien. Bife ygmable”.11 Nótese una vez más que el enfoque de Kymlicka es declarada­
los casos en que, lejos de ser un mero supuesto, esta categorización est$ mente individualista, puesto que el bien involucrado es, en última instancia,
fundamentada, es posible encontrar diversas líneas argumentativas y m ál p n bien para las personas y no para los pueblos. Y es importante tener en
de una interpretación del concepto de “bien”. Permítaseme abordar dos di| ;Cuenta esta observación, porque en los argumentos de Kymlicka, así como
los principales enfoques. en los de tantos otros teóricos que abordan este tema, el término “cultura”
unas veces se refiere al paquete tyloriano y otras veces a la pertenencia a un
grupo cultural (en otras palabras, a lo que he llamado “una identidad” );
La cultura como bien primario 7 este cambio semántico no suele estar señalado con claridad.
Es sabido que para Rawls los bienes representan la “satisfacción del deseó? ? ¿Qué se deduce, desde el punto de vista político, de la noción de cul­
racional”, y los bienes primarios “son cosas que tendría que querer un homr-t tura como bien primario? D e más está decir que los derechos de los gru­
bre racional, cualesquiera sean las otras cosas que quiera”. C om o “categef" pos suelen considerarse una violación de la esencia del liberalismo. Es
rías amplias”, Rawls cita “ los derechos y las libertades, las oportunidades' célebre la advertencia de Isaiah Berlín respecto de los peligros de expan­
los poderes, los ingresos y la riqueza”, pero también “un sentido del pr~ dir el significado del “yo” hasta hacerlo coincidir con la tribu, la raza y otras
pio valor”.8Esta enumeración deliberadamente incompleta parece dejar entidades que están por encima del individuo.12Sin duda, el recurso básico
puerta abierta para muchos otros candidatos, en especial, dice Will Kymlic /áe gran parte del “multiculturalismo liberal” ha consistido en adjudicar a
para la cultura. En efecto, Kymlicka piensa que Rawls no sólo le ha deja '
la puerta abierta, sino que también la ha invitado a sentarse y le ha se#
vido el té. “El propio argumento que presenta Rawls para justificar la impor 9 Kymlicka, Liberalism, community, and culture, Oxford, Oxford University Press,
i 99i, p. 167. O, en una formulación posterior: “En términos simples, la libertad
tanda de la libertad com o bien primario es también un argumento paray
implica hacer elecciones entre varias opciones, y nuestra cultura societal no sólo
brinda esas opciones, sino que también las vuelve significativas para nosotros”
(Kymlicka, Multicultural citizenship, op. cit. p. 83).
8 “Cuando cuentan con una mayor cantidad de esos bienes, los hombres pueden . 10 Ronald Dworkin, A matter o f principie, Cambridge, Harvard University Press,
tener la plena seguridad de alcanzar un éxito más grande al poner en práctica sus y 1985, pp. 232-233.
intenciones y promover sus fines, cualesquiera sean esos fines.” Así, en la posición . u Margalit y Raz, “National self-determination”, op. cit., p. 449; y véase Kymlicka,
original, las personas saben que quieren más y no menos de esos bienes. Rawls, A Multicultural citizenship, op. cit., p. 83.
Theory ofjustice, op. cit., pp. 9> 93- 12 Berlín, “Dos conceptos de libertad”, op. cit., p. 218.
188 I LA É T I C A DE LA I DE NT I DA D E l P RO BL E MA (DN LA CULTURA | 189

los grupos las libertades y las protecciones que suelen atribuirse a la esfeié' únenos hasta cierto punto, la autonomía del aborigen individual en nom-
del ciudadano. Sin embargo, por todas las razones que hemos consideran •re de la autonomía del grupo aborigen; pero Kymlicka quiere que nos
Kymlicka cree que el conflicto entre el individualismo y los derechos de l ICsístamos a esta conclusión simple y veamos que, dado que la cultura es
grupos es un espejismo, y que estos derechos, al menos si se los valora • 3*n bien primario, la autonomía del aborigen individual depende del sos­
manera apropiada, realmente sirven a los fines del individualismo liber tenimiento de la “cultura societal” a la que él o ella pertenece. En el caso
Desde su punto de vista, una sociedad que protege mi cultura no es mentí .délos inmigrantes, en particular cuando están presentes en cantidades con-
liberal que una sociedad que protege mi propiedad. De ahí que Kymlic ;4 iderables, Kymlicka propone medidas “poliétnicas” menos contundentes.
apruebe lo que Iris Young llama “ ciudadanía diferenciada’ , la noción dé lÉstas pueden incluir pasos positivos que apunten a prevenir la discrimi­
que “algunas formas de diferencia grupal sólo pueden ser albergadas SÍT nación, financiación pública de las prácticas culturales de esos grupos,
los miembros de esos grupos tienen ciertos derechos específicos por per­ ■ fxención de regulaciones que im pongan cargas diferenciales, etc. “Si es
tenecer a ellos”.1314
*O, com o lo expresaría William Blake, “Una sola ley par ^aceptable que los inmigrantes mantengan el orgullo respecto de su iden-
el buey y para el león es opresión”. itídad étnica -afirm a Kymlicka-, entonces resulta natural esperar que las
Kymlicka ha elaborado, con encomiable minuciosidad, un enfoque fav- ¿instituciones públicas se adapten para dar lugar a esa diversidad.”'5 Pero
rable a las culturas que aspira a ser consecuente con el canon del pensad aquí el objetivo primario es posibilitar la integración. Y cuanto más escasa
miento liberal (que él identifica con Rawls, Dworkin y Nagel). Sus cac í*eaIa representación del grupo inmigrante, menor será su derecho a recla-
paradigmáticos se centran en las comunidades aborígenes de Canadá, ah %$nar tales privilegios poliétnicos.
que él extendería “derechos culturales”. (Por ejemplo, a fin de que pudi' Vale la pena recalcar que los argumentos explícitos que presenta Kymlicka
ran imponer requisitos de residencia, regulaciones para la venta de tien piara fundamentar esa acomodación se apoyan en los valores liberales con-
y cosas por el estilo.)'4 Podría parecer que de esta manera se sacrifica, ,vencionales de igualdad y autonomía. Si un individuo necesita acceder a
su cultura para hacer elecciones significativas (y respetarse a sí mismo),
esta dase de protecciones, sencillamente, están al servicio del individua­
13 Kymlicka, M u l t i c u l t u r a l c i t i z e n s h i p , o p . c i t ., p. 26; Iris Marión Young, I n c l u s i ó n a n d --
lismo liberal más com ún. Garantizar a los ciudadanos el acceso más o
d e m o c r a c y , Nueva York, Oxford University Press, 2000.
14 Según una estrategia cuyas limitaciones ya analizamos en el capitulo anterior, el •, menos básico a un bien primario es un requisito indispensable para que
Estado ha de otorgar d e r e c h o s e x t e r n o s (derechos contra las imposiciones 11113sociedad sea justa. Así, Kymlicka ha hecho un gran esfuerzo para demos­
culturales de personas ajenas al grupo), a la vez que minimiza las l i m i t a c i o n e s trar que sus sugerencias prácticas se alinean claramente con cuestiones de
i n t e r n a s ; es decir, debe limitar el grado en que esas comunidades constriñen la
principio.
autonomía de sus miembros individuales, aunque resulte inevitable establecer
compensaciones entre el desiderátum de supervivencia cultural y el de las Hasta tal punto, de hecho, que para detectar los problemas de esta pro­
libertades individuales. Jeremy Waldron señala que las medidas como el Artículo: puesta puede resultarnos útil comenzar por una característica peculiar de
27 del Convenio Internacional de Derechos Civiles y Políticos afianzan y tes políticas recomendadas. Supongamos que soy un aldeano de Kokora,
promulgan una noción similar de cultura: “En los estados donde existen minocía|,
: Estonia, que ha decidido mudarse a Terril, Iowa, donde hay vacas y cam­
étnicas, religiosas o lingüísticas, a los miembros de esas minorías no debe
negárseles el derecho, en comunidad con los otros miembros de su grupo, a pos de maíz, pero no hay otras personas de mi mismo origen geográfico.
disfrutar de su propia cultura, a profesar y practicar su propia religión, a usar su I Si te palabra cultura” denota el usual paquete antropológico —que abarca
propia lengua”. Además, observa: “Un informe reciente de las Naciones Unidas ; desde 1a lengua hasta las prácticas nupcialesy culinarias- me resultará muy
rechaza la opinión según la cual el Artículo 27 es solamente una disposición arduo “ponerte en práctica”. Tal vez eso no parezca una dificultad: puedo
contra la discriminación: insiste en la necesidad [... ] de implementar medidas
practicar la cultura de otro. Pero esta alternativa no tiene cabida aquí.
especiales para las culturas minoritarias y en que tales medidas son tan
importantes como la no discriminación para defender los derechos humanos Cuando Kymlicka sostiene que un individuo necesita “acceder a su cultura
fundamentales en este ámbito. I-..) También pueden implicar el reconocimiento societal” para hacer elecciones significativas, subraya que lo que ese indi-
de que las culturas minoritarias tienen el derecho a protegerse limitando la
intromisión de personas ajenas al grupo y las elecciones de sus propios miembros
relativas a la carrera, la familia, el estilo de vida y la salida”! Waldron, Minority 15 Kymlicka, F i n d i n g o u r w a y : r e t h i n k i n g e t h n o c u l t u r a l r e la tio n s in C a ñ a d a , Nueva
York, Oxford University Press, 1998, p. 44,
cultures and the cosmopolitan alternative”, op. cit., p. 756).
190 | LA ÉTICA DE LA I D E N T I DA D EL PR OB LE MA CON LA CULTURA | 1 9 1

viduo necesita no es cualquier cultura, sino “su propia cultura”.16 un lado unos pocos ejem plos anóm alos), dudo de que tenga m ucho
embargo, si mi cultura y yo som os de Kokora, y yo solo no puedo pon ■’tido hablar de una distribución desigual de la cultura. Comparar mi
en práctica m i cultura, ¿qué me ofrecerá la “ ciudadanía multicultural” i con la casa de otra persona en términos de valor es algo bastante lógico,
Kymlicka? ¿El Estado se encargará de proporcionarme a otras persoi 'ro no veo cómo nuestras respectivas “culturas” podrían admitir seme-
de mi tierra natal? Nadie sugeriría semejante cosa, y no por meras cuesti Tte evaluación ordinal. Para volver a un análisis desarrollado en el capí-
nes de costos administrativos. Según Kymlicka, esas “medidas poliét ’o anterior, el concepto de cultura que desarrolla Kymlicka se asemeja
cas”, que brindan protección externa a mis costumbres étnicas, sólo deberí' stante a lo que Dworkin llama “parámetro”, y en el esquema de Dworkin
aplicarse si hubiera un contingente significativo de inmigrantes de Koko *s parámetros no se cuentan entre las cosas que a un gobierno le corres­
(o, para no hilar tan fino, de Estonia), con una dotación de cocineros, sac ponde repartir equitativamente. Ello es así porque los parámetros, por esti-
dotes y otros trabajadores de la cultura. Y sólo si hubiera una comunic ‘ Ulación, no son recursos, sino que definen a la persona cuyo acceso a los
m uy num erosa y establecida hace mucho tiempo tendría yo derechc irsos debe ser igualitario. En resumidas cuentas, el modelo de los recur-
que se apliquen esas medidas más contundentes llamadas “derechos 's suscita más enigmas de los que resuelve.
turales”. Sin embargo, si tomamos en serio la noción de cultura como rea Aquí Kymlicka intenta avanzar invocando un término que han usado
propuesta por Kymlicka, el resultado práctico es extraño: si la cultura /Margalit y Raz: “cultura en descom posición”. Algunos desafortunados
un recurso, ¿por qué las medidas correctivas son mayores cuando mi nec: "poseen culturas en descomposición, dice Kymlicka, y nosotros debemos
sidad es menor, com o si se revirtiera la lógica de Robin Hood? ¿Por q* ' -atentar rejuvenecerlas. Confieso que no sé muy bien cuál es el sentido de
tengo menos derecho a recibir respaldo cuando sufro las mayores prh lesta idea.18 No obstante, si lo que tenemos en mente es un período con­
ciones? La paradoja sugiere que hay algo incorrecto en la concepción e c t iv o de transición cultural, no resulta obvio que tales condiciones dis­
cultura com o recurso.17 (Cabe aclarar que m i objetivo no es cuestión- minuyan nuestra libertad o nuestra autonomía, es decir, nuestra habilidad
los aspectos particulares de las políticas, sino sus fundamentos. Puede' para elegir entre un amplio margen de opciones. En efecto, como sugiere
existir toda clase de razones -algunas de índole democrática y debidas ú John Tomasi, un “contexto de elección” menos rígido -en el cual, en com ­
poder electoral; otras prudenciales y debidas a la eficiencia administrativa paración con una comunidad cultural más estable, existen menos limita­
que justifiquen la concesión de mayores provisiones para minorías étr ciones respecto de lo que se considera un plan de vida aceptable- puede
cas de tamaño considerable: por ejemplo, que en las elecciones de FloridáC proporcionar un grado más alto de autonom ía personal.19 Es un lugar
haya papeletas bilingües concebidas para los hispanohablantes, pero qtr común decir que la cultura cambia, pero lo que no resulta fácil de im agi­
no haya ninguna para los hablantes de occitano. Aquí, la reductio “Robift- nar es una persona, o un pueblo, despojados de cultura. (Sin duda, el dis-
Hood” sólo surge si se insiste en la noción de cultura com o recurso.)
La sospecha se confirma cuando notamos que en la tradición rawlsianaj?
18 “La prosperidad de la cultura es importante para el bienestar de sus miembros”,
los recursos -incluidos los bienes prim arios- son cosas de las que se puedé;
dicen Margalit y Raz (“National self-determination”, o p . c i t ., p. 449). “Si la cultura
tener mayor o menor cantidad; los detalles de su distribución constitu) 1 está en descomposición f... ] las opciones y las oportunidades abiertas a sus
una profunda preocupación para una sociedad justa. Sin embargo (haciendo miembros se reducirán, se volverán menos atractivas y las búsquedas de esos
miembros tendrán menos posibilidades de alcanzar el éxito.” Estimo que detrás de
este enunciado acerca de la descomposición cultural hay algo que tiene que ver
16 Kymlicka, M u l t i c u l t u r a l c i t i z e t i s h i p , o p . c i t , p. 84. con la relación entre la autonomía y la división del trabajo. Si la autonomía tiene
17 Cuestiones similares surgen cuando Raz -en su E t h i c s itt t h e p u b l i c á o m a i n , o p . c i t , como requisito la elección entre planes de vida, entonces las sociedades con
p. 174- habla del “igual estatus” de las “comunidades culturales estables y viables”. 1 mayores niveles de división del trabajo ofrecerán opciones más numerosas y más
Primero, claro está, uno quisiera cuestionar la lógica mediante la cual el concepto * profundas. (Una vez más, las diferencias de “cultura” parecen tener la misma
de “ igual estatus” se extiende del individuo a la colectividad. Pero el intento de extensión que las diferencias de riqueza.) Entonces, podría decirse que el concepto
restringir el dominio de las medidas multiculturales tampoco es demasiado útil. de “descomposición” reemplaza al de privación material, al de sistema menos
Una vez más, esta propuesta se reduce al absurdo de la inversión de la lógica evolucionado de división del trabajo cognitivo/cultural.
Robin Hood. Si una comunidad es estable y viable, podríamos preguntarnos, ¿poí 19 John Tomasi, “Kymlicka, liberalism and respect for cultural minoríties”, E t h i c s 105,
qué necesita reconocimiento estatal? Y si no lo es, ¿por qué no lo merece? N° 3, abril de 1995, p. 590.
1 9 2 I I A ÉTIC A DE LA I DE N T I D A D E l PR OBLE MA CON LA CULTURA | 193

curso de la cultura com o recurso no surge del caso im probable de tuando afirma: “A toda persona le conviene estar plenamente integrada en
niño salvaje criado por lobos.) “ Desde el punto de vista existencial -d i trn grupo cultural”.21 Sin embargo, si el valor que honramos es en última
Tom asi- la pertenencia cultural es un bien primario en el mismo - y po' instancia el de la sociabilidad, el de estar integrados en un grupo, podría­
interesante- sentido que lo es el oxígeno, por dar un ejemplo, puesto q‘ l o s preguntarnos con justicia de qué manera funciona el predicado “cul­
(prácticamente) nadie cuenta con una ventaja diferencial en cuanto a tural”. Para ir al grano: ¿qué quiere decir “estar ‘plenamente integrado’ en
bien: no se trata de un bien que genere derechos especiales.”20 En efecÉL un grupo cultural”?
el problema que suscitan las declaraciones grandilocuentes en favor del" Mucho depende de la manera en que se interpreta esta necesidad. ¿Estaba
necesidad de cultura es que no resulta fácil imaginar una alternativa, *Rimbaud -cuando escandalizó a tout le monde antes de irse a deambular
lo mismo que ocurre con la forma: es imposible no tenerla. por Á fric a - plenam ente integrado en un grupo cultural? ¿Y el acadé­
Ahora bien, podríamos interpretar que la defensa que hace Kymlicka mico islámico sudanés M ahm oud M oham ed Taha, que fue ejecutado
la cultura como “contexto de elección” no sólo implica que tenemos una? por herejía en 1985 a causa de su oposición a la saría tradicional? Según
cultura, sino que tenemos tal o cual cultura en particular, en cuyo caso ¡ parece, algunas personas se resisten de manera activa a estar plenamente
afirmación deja de ser trivial para volverse insostenible. Porque pocos desea-" integradas en un grupo, porque desean tomar distancia de los supuestos
rían respaldar esta posición (y mucho menos Kymlicka, vale la pena aclafe del pensamiento de ese grupo; para ellas, la palabra “ integración” puede
rar) si lo que significa es que el carácter de una cultura -las normas, sonar a regulación, incluso a restricción: especialmente para los libera­
valores y los atributos de alguna configuración de las formas sociales- debe les, quienes, por tradición, prefieren Freiheit a Einheit* Y no se trata de
ser detenido, plastificado y protegido del cambio. Los liberales suelea una mera afectación del cosmopolita jactancioso. Este tema ha sido m em o­
suscribir la noción milliana de experimentación y progreso social: la pers^ rablemente expresado por Philip Larkin, el menos cosmopolita de los poe­
pectiva de congelar los prejuicios, las injusticias y las intolerancias existen^ tas (al m enos según su propia descripción). En “ T h e im portance of
tes - la máxima según la cual “lo que sea que es está bien”- difícilmente ; elsewhere”, Larkin escribe acerca de la extrañeza de Irlanda, que repele a
resulte aceptable. i la vez que atrae (“el rechazo salado del habla, / que tanto insiste en la
Com o hemos visto, los liberales del multiculturalismo a menudo des-* diferencia, me dio la bienvenida” ), del efecto de mostrarlo a él “no invia­
criben la cultura com o una lente ético-epistemológica: como una manera ble, sino separado” ; y el poeta concluye:
de ver, de actuar, de ser, que brinda un marco de conceptos y valores; como
algo que “determina las fronteras de lo imaginable”. Sin embargo, como Vivir en Inglaterra no brinda tal pretexto:
ya he advertido, a menudo se produce un deslizamiento entre la idea lisa ésas son mis costumbres, lo establecido para mí:
y llana de “cultura” y la idea de “pertenencia cultural”. Podría objetárseme algo que sería m ucho más grave rechazar.
que me he centrado demasiado en ese primer concepto, y que el argumento Aquí no hay otra parte que respalde mi existencia.
en favor de la cultura como bien gana aceptación si se pone el énfasis que
corresponde en el significado que tiene el hecho de ser miembro de una Pero quizá todas esas personas - y a sean poetas m alditos o disidentes
cultura: en la noción de pertenencia. religiosos- estén en realidad integradas en su grupo cultural, siempre y
Sospecho que la aceptación de los enunciados acerca de la pertenencia cuando lo delimitemos correctamente, siguiendo el principio según el cual
deriva de la noción básica según la cual es bueno estar integrado en la socie­ “toda iglesia es ortodoxa para sí misma”. D e acuerdo con esta interpreta­
dad, es decir, es bueno tener lazos sociales; resulta difícil imaginar tales pla­ ción, los cínicos itinerantes de la Grecia del siglo iv procuraron tal vez
ceres de asociación sin un contexto social compartido que se parezca a lo mantenerse al margen de todo credo y toda costumbre, pero estaban inte­
que Tylor entiende por “cultura” compartida. En un ensayo sobre multi­ grados de lleno en su propio grupo cultural: el de los cínicos. Q uizá ia
culturalismo publicado en 1994, Raz parece sostener algo irreprochable figura aparentemente marginada esté en realidad integrada en su propia

20 John Tomasi, “Kymlicka, liberaiism and respect for cultural minorities”, op. cit, 21 Raz, Ethics in the public domain, op. cit., p. 117.
P- 589- * Prefieren libertad a unidad. (N. de la T.]
194 I LA é t i c a d e l a i d e n t i d a d EL P R O B L E M A CDN LA C U L T U R A j 1 9 5

cohorte cultural - s i ésta se define de manera correcta-, sea cual fuere s%.; Soledad. En el fondo, los argumentos en favor de la pertenencia no son
cultura. Sin embargo, en ese caso, la necesidad de “integración” se vadá? más que argumentos en contra de la vida ermitaña. Y muy pocos de los
en gran medida de contenido. “La mayoría de las personas vive en grui infortunios de nuestro mundo tienen que ver con esa condición tan poco
pos de este tipo, de manera tal que a aquellas que no pertenecen a nin?\ frecuente.
guno se les niega el acceso pleno a las oportunidades que en parte están;
configuradas por la cultura del grupo”, sostienen M argalit y Raz.22 Pero
¿cuáles son esas personas que no pertenecen a ningún grupo? Nos resuW La cultura como bien social
taría m u y difícil encontrarlas, incluso en medio de la miseria del campQ; Hasta ahora hemos explorado un enfoque individualista del tema de la cul-
de refugiados. “ Lo mismo puede decirse de las personas que crecen entr^v ¿tura, en el cual se la considera un recurso (en el sentido en que Rawls
los miembros de un grupo, de manera que absorben su cultura, pero^.; Entiende los recursos) a disposición de los individuos. Quizás ese indivi­
quienes luego se les niega el acceso a ella porque se les niega la pertenen£ dualismo nos haya puesto en una situación incómoda; entonces, ahora
cía plena al grupo”, continúan Margalit y Raz. Una vez más, resulta mu£ podemos abordar el tema desde un enfoque perpendicular, centrado en
difícil determinar quiénes cum plen con los requisitos. Los judíos de lá •k noción de cultura como bien irreductiblemente social. Y un “bien social”
Budapest del almirante H orthy -p o r considerar, casi al azar, algún apa% es lo mismo que un mero bien público, como un puente o un dique,
rente candidato- no responden a esa descripción, dado que la exclusión? le se justifica con referencia a los individuos a quienes beneficia. En
que enfrentaron no era cultural en primer lugar (carecían de acceso apir contraste, un bien social es un bien cuyo valor no puede reducirse a la satis-
piado al empleo, a la protección legal y cosas por el estilo, pero no a la cul* fricción de una serie de deseos de los individuos. Charles Taylor, el más per-
tura nacional), y lo mismo puede decirse de los árabes israelíes o de los? íasivo exponente de esta visión de la cultura, es un atento detractor del
kurdos turcos. Podemos pensar en la “semicasta” de los niños aborígena jreduccionismo. Objeta rotundamente la concepción disociativa de tales
que fueron arrancados de sus hogares y adoptados por familias “ bit .ienes, según la cual (ironiza) “a una cierta proporción de los quebequen-
cas”, o criados en orfanatos, en el marco de un programa que los fun dí ;‘les gusta’ la preservación de la lengua francesa, y entonces eso es un
narios del gobierno australiano llevaron a cabo durante más de seis décac «en, de la misma manera en que lo son los helados de chocolate y las radios
Las atrocidades son reales, pero dudo de que la m ejor manera de descri; transistores”. Pensar de ese m odo equivale a pensarnos fuera de la cul-
birlas sea decir que son “ culturales”. Se agravia a las personas cuando s* JtUra y a extrañarnos de lo que nos importa de ella. “Los voceros del nacio-
las excluye del ejercicio del poder, cuando se las despoja y se las priva alismo, o del gobierno republicano, no consideran que el valor de esos
una posición igualitaria ante la ley. (También, para señalar lo evident" Jtáenes dependa de su popularidad”, insiste Taylor. “Creen que son bienes
cuando se las secuestra y se las arranca del amor de sus familias.) Per ás allá de que les otorguemos o no reconocimiento, bienes que debería-
aquí se trata, en primer lugar, de una exclusión política, no cultural. Resul*~! os reconocer.”23Otros autores han registrado preocupaciones consonan-
peligroso confundir una forma de agravio con la otra. En efecto, es posi
ble asegurar que los desposeídos disfruten de una com unidad c u ltu r
estable y distintiva - s i se considera que ésa es una prioridad- a través d , Taylor, “Irreducíbly social goods”, en Philosophical arguments, op. cit., p. 142. No
una variedad de medios, y quizás el más evidente sea el que responde .resulta evidente que tal noción de “ bienes sociales” sea inconsecuente con el
nombre de segregación. individualismo ético. Si no, compárese con la muy similar formulación que hace
Raz de los “bienes colectivos”. Éstos son bienes públicos inherentes, que deben ser
De más está decir que nada podría alejarse más de lo que tienen en mentéí
distinguidos de los bienes públicos contingentes. El agua limpia es un bien
los paladines de la pertenencia cultural. Sin embargo, como ya he seña público contingente, que importa sólo mientras los individuos no tengan control
lado, la atracción inmediata que ejerce el ideal de pertenencia cultural radic^. sobre su propio suministro de agua. En contraste, dice Raz, “Es un bien público
simplemente, en que la alternativa parece ser la condición de la más abye' inherente el hecho de que esta sociedad sea una sociedad tolerante, que sea
instruida, que esté imbuida de un sentido del respeto por los seres humanos, etc.”.
Raz sostiene que la creencia en estos bienes inherentes es compatible con el
humanismo, con el individualismo ético y, en particular, con el previo
22 Margalit y Raz, “National self-determination”, op. cit., p. 444. establecimiento de un compromiso con la autonomía personal.
196 I LA ÉT I CA DE LA I D E N T I D A D EL PR OB LE MA CDN LA CULTURA | 197

tes. “Los intereses de los grupos no pueden reducirse a los intereses de i la comunidad en sí como entidad diferenciada. De acuerdo con esta
individuos” argumentan Margalit y Raz en su ensayo sobre la autodet sa de argumentación, la “tesis del valor” subsiste gracias a una plausi-
minación nacional. “ No es necesario referirse a los intereses individua idad prestada. Los bienes que consideramos sociales (o “comunales”,
para que tenga sentido hablar de la prosperidad o la declinación de la nomenclatura de Griffin) se definen con referencia a una rela-
grupo, de las acciones y políticas que sirven a los intereses de un grupo 4n entre personas: se definen con referencia a un grupo. Son bienes que
los perjudican. El grupo puede florecer si su cultura prospera, pero individuo no puede disfrutar solo, sino que dependen de interacdo-
no significa necesariamente que haya mejorado la situación del conjun* :sociales. Pero nos equivocamos al pasar de estas proposiciones, que son
de sus miembros o de alguien en particular.” 1* reprochables desde el punto de vista definitorio y causal, a la proposición
Para Charles Taylor se trata de un argumento simple: “Como individuo^ [ún la cual tal o cual valor no puede explicarse haciendo referencia al
valoramos ciertas cosas; consideramos que ciertos logros son buenos, qr -peí que desempeña en la vida de los individuos.27
ciertas experiencias son satisfactorias, que ciertos resultados son positivos! La cultura, escribe Taylor,
observa. “ Peto esas cosas sólo pueden ser buenas de ese determinado modo£
o satisfactorias de acuerdo con su manera particular, a causa de la coroi? [...] no es un mero instrumento de los bienes individuales. No puede
prensión de fondo que se ha desarrollado en nuestra cultura.” Y concluy distinguirse de ellos como su mera condición contingente, algo sin lo
con celeridad: “ Si esas cosas son bienes, entonces, en igualdad de condicie*? cual ellos podrían existir en principio: eso no tiene sentido. La cultura
nes, también lo es la cultura que las hace posibles. Si yo quiero maximiza* está esencialmente vinculada a lo que hemos identificado com o bien.
esos bienes, debo abrigar el deseo de preservar y fortalecer esa cultura. Pero- En consecuencia, resulta difícil ver cóm o podríamos negarle el título
la cultura como bien o, más cautelosamente, como el lugar donde se depos’i de bien, no sólo en algún sentido debilitado, instrumental, com o en el
sitan algunos bienes (porque también puede incluir muchas cosas repren? caso del dique, sino en sentido intrínseco. Decir que un determinado
sibles), no es un bien individual”.2
25
4 tipo de heroísmo que requiere dar la vida es bueno, o valorar la calidad
La cautela de Taylor nos resulta muy útil, porque la diferencia entre un: de una experiencia estética, equivale a calificar de buenas las culturas en
bien y un lugar donde se depositan bienes es algo que no se debe desaten? las que ese tipo de heroísmo o ese tipo de experiencia son opciones con­
der. En este sentido, la existencia de un sistema monetario es un lugar de cebibles. Si vale la pena cultivar esas virtudes y esas experiencias, enton­
riqueza, y no una forma de riqueza. Y la riqueza de una persona puede ser ces tiene que valer la pena fomentar las culturas, no com o instrumentos
un bien individual aun cuando el sistema monetario no lo sea.26 Incluso contingentes, sino en sí mismas.28
si pensáramos que la cultura -q u e Taylor define como “el conjunto de prác­
ticas, instituciones y comprensiones” que dan sentido a nuestras acciones-? Pero ¿quién es el “nosotros” de este pasaje? Supongamos, en primer lugar,
es un lugar donde se depositan bienes, su naturaleza social no garantiza­ que es alguien que está fuera de la cultura en cuestión. Y pongamos como
ría que esos bienes fueran sociales. ejemplo la ética de honor de la promoción de oficiales que subscribía los
De hecho, la existencia misma de bienes sociales irreductibles no deja duelos en la Viena de Arthur Schnitzler. Supongamos que la lectura de El
de ser controvertida. Algunos filósofos, entre los que se destaca James teniente Gustl nos hace comprender esa ética, simpatizar con el joven ofi­
Griffin, han argumentado que no hay bienes genuinamente comunales, cial cuyo honor ha sido ofendido y respaldar su deseo de vindicación. (Sería
que sean valiosos no sólo para los individuos de una com unidad sino una reacción sumamente extraña, pero se trata de una conjetura filosó­
fica.) ¿Quiere decir que vemos el heroísmo del duelista como un bien? Si
es así, entonces Taylor parece equivocarse: se puede reconocer un bien inserto
24 Margalit y Raz, “National self-determination”, op. cit, pp. 449-461. en una cultura sin lamentarse en lo más mínimo por la desaparición de esa
25 Taylor, “Irreducibly social goods”, en Philosophical arguments, op. cit., p. 136.
26 En “Cross-purposes”, Taylor escribe acerca de la tendencia a confundir dos
senlidos de la palabra “bien”: “En sentido amplio, significa cualquier cosa valiosa 27 James Griffin, Well-being: its meaning, measurement, and moral importance,
que busquemos; en un sentido más estricto, se refiere a los planes de vida o modos Oxford, Oxford University Press, 1986, pp. 387-388.
de vida así valorados” (op. cit., p. 194). 28 Taylor, “Irreducibly social goods”, op. cit., p. 136.
1 9 8 | U É TI CA OE U I D E N T I D A D E l PR OB LE MA CON LA CUL TU RA | 199

cultura. Si no, es de suponer que, si lo consideramos un bien, lo conside* l>A É T IC A P R E S E R V A C I O N I S T A

ramos un bien por nuestra cuenta. En ese caso, nuestro juicio demuestra i

que esa cultura no es necesaria para sostener ese valor. Supongamos, ahorad' : Lo que preocupa a muchos militantes y activistas, y entre ellos a un número
que el “nosotros” es alguien que está dentro de la cultura en cuestión. El considerable de teóricos políticos, no es la movilidad del concepto de cul­
hecho de que alguien valore lo que valora no constituye un argumento tura, sino la naturaleza perecedera de las culturas existentes. A su modo
para nada, y mucho menos para “fomentar” una u otra cultura; en ese sen- : ver, si tomamos en serio las culturas - y a sea com o bienes individuales
tido, cualquier forma de vida se validaría a sí misma. Pertenecer a una cul­ ©como bienes sociales- debemos ocuparnos de su preservación. En efecto,
tura moral es tener tal o cual cosa por bien; declarar que nuestra cultura * 4as palabras y las imágenes que se usan para hablar de la destrucción cul­
es buena porque contiene cosas que hemos identificado com o buenas tural -o , para expresarlo de manera más neutra, del cambio cultural- se
constituiría un acto de narcisismo y, casi no hace falta mencionarlo, de caracterizan por hacer referencia a la destrucción de la vida humana: la asi­
petitio principii. milación se lee como aniquilación. Los karen, en Birmania, se preocupan
Ahora bien, un valor es com o un aparato de fax: no sirve de mucho si: ante la posibilidad de “extinguirse gradualmente como com unidad”; los
lo tiene una sola persona. Entonces, si se piensa que “una cierta clase de %ihar, en la India, no desean “extinguirse como los indios norteamerica­
heroísmo que requiere dar la vida” es un valor, estaría bien, sugiere Taylor, n o s” ; si los sikhs no pueden vivir como iguales, se enfrentan a una “extin-
intentar la prom oción de tal heroísmo. N o obstante, quizá la cultura ’ón virtual”; los sindhis de Pakistán temen que los “conviertan en pieles
que rodea y sostiene ese valor contenga muchas cosas reprobables, de; -jas”. En su magistral estudio Ethnic groups in conflict, Donald Horowitz
manera que aquí es preciso proceder con cautela. En primer lugar, no cha compilado con gran facilidad una larga lista de tales descripciones, en
resulta claro cóm o debemos delimitar eso que llamamos “cultura”. En la ; que la supervivencia cultural se identifica con la supervivencia física.29
concepción holística de Tylor, tendríamos que sostener absolutamente itonces, quizá no deberíamos sorprendernos cuando William Galston
todo, lo cual no parece m uy correcto; entonces, terminamos pasando de mpara la liberalización de comunidades intolerantes con la masacre de
la acepción más extensa de cultura (el enorme océano de prácticas, con­ íy Lai, haciendo aparecer nada menos que a Kymlicka como el William
venciones, conceptos, valores) a la acepción más reducida de cultura (a; ¡Calleyde la cultura. Pocos temas suscitan emociones tan violentas, y cuanto
m enudo denotada mediante frases atributivas: “ la cultura de tal y cual-; lás abstracto es el planteo tanto más violentas se vuelven las emociones,
cosa” ). Im aginem os un estadounidense que valora la castidad y está- embargo, por regla general, la ética preservacionista se postula, pero
preocupado porque, a partir de los años 1960, la m ayoría de sus compa-- 1se defiende con argumentos.
triotas dejaron de hacerlo. Podría ocurrir que esa persona deseara pro-* Quizá la propuesta de Ronald Dworkin según la cual nos considera­
m over una cultura (en su acepción reducida) de la castidad: difundilí dos fideicomisarios de nuestra cultura pueda proporcionar algún funda-
un m ovim iento de la abstinencia, en la esperanza de ganar adeptos. . ^nto: “Heredamos una estructura cultural, y tenemos el deber, que se
tal caso, no estaría prom oviendo la cultura (en su acepción extensa) dd? riva de un simple sentido de la justicia, de dejar esa estructura al menos
1880 - o de cualquier otra época que, a su parecer, hubiera sido la últimi; rica como la encontramos”.30 Pero decir esto no equivale a respaldar,
en valorar la castidad de manera apropiada- porque no le incum biría^ .jnucho menos a defender, la ética preservacionista, es decir, el interés por
las innumerables otras cosas que esa cultura hubiera contenido (por ejera supervivencia de una cultura en particular. No hay nada que impida a
pío, la particular cultura del honor que conducía a batirse a duelo). M‘ m fideicomisario responsable cambiar las acciones de Union Carbide
circunstancia de que un bien esté inserto en una forma de vida puedü
constituir una razón para registrar esa forma de vida, pero de ninguna t Horowitz, Ethnics groups.. op. cit., pp. 176-177. Y -véase el periódico de habla
manera constituye una razón para promoverla. (Una vez más, el hech_: ¿¡inglesa Dawn, del 6 de marzo de 1995: “Los sindhis viven sumidos en el temor
de que una persona sienta el im pulso de cambiar la cultura sugiere qir ■ perpetuo de correr la misma suerte que los indios pieles rojas a causa de la
interminable migración hacia [el] sector urbano de la provincia, no sólo desde el
un individuo puede, en soledad, adherir a un valor que ya no se encuert;
interior del país, sino también desde India, Bangladesh, Birmania, Irán, Afganistán
tra en circulación general.) Por todas estas razones, el concepto de cul­ y otros lugares semejantes”.
tura com o bien social demuestra ser un blanco móvil. 30 Dworkin, A rnatter o f principa op. cit., p. 133.
200 I LA ÉTIC A DE LA I DE N T I D A D E l P R OB L E MA CDN LA CUL TU RA | 201

que tiene en su cartera de valores por acciones de us Steel, y nada en el naciones más pequeñas pueden necesitar el derecho al autogobierno para
m odelo de fideicomiso nos impediría cambiar nuestra lengua nacional controlar la dirección y la proporción del cambio.”32
de inglés a español o esperanto. Margalit y Raz se acercan más a una argu­ Quien se pregunte qué cuenta aquí com o “inundación” y de qué manera
mentación cuando hacen hincapié en el hecho de que a los grupos “abar­ precisa representa un daño no encontrará ayuda. Sin embargo, no debe
cadores” les va m ejor cuando se gobiernan a sí mismos. Pero los vientos olvidarse que se trata de una idea con doble filo, especialmente en el con­
que corren entre la autonomía política y la diferenciación cultural soplan texto de la inmigración. Com o se recordará, la señora Thatcher se com pla­
en ambas direcciones: es inevitable que se afecten mutuamente. Y cuando cía en usar el térm ino en sus denuncias respecto de 3a amenaza que
los grupos étnicos se sumergen en entidades más grandes -cu an do los representaba la afluencia de extranjeros de piel oscura, y Charles Moore,
napolitanos empiezan a pensarse como italianos-, es muy probable que a por entonces editor del Spectator, se basó en la m ism a noción cuando
los individuos les vaya mejor. Desde el punto de vista del individualismo hizo sus célebres comentarios de hace una década:
ético, la pregunta que debemos plantear es: ¿qué tiene de malo que la iden­
tidad provenzal - o napolitana, o saboyana- pierda su prominencia en tanto Es posible ser británico sin hablar inglés ni ser cristiano ni ser blanco;
que el poder asciende a un nivel más global? ¿Es un problema moral que no obstante, Gran Bretaña es en esencia anglófona y cristiana y blanca,
los pueblos del reino de Champa hayan sido absorbidos hace mucho tiempo y de sólo pensar que podría transformarse en urdúfona y musulmana
en lo que ahora se piensa com o Vietnam? ¿Que las poblaciones, antes y negra, uno siente miedo y rabia. Al lado de mi casa vive una gran fami­
diferenciadas, de M ad iy Barí se hayan fundido en la de Lugbara, en el nor­ lia de musulmanes del subcontinente indio. Tenemos una relación bas­
deste de Uganda? ¿No sería mejor si los hutu y los tutsi fueran todos ruan- tante cordial, y ellos nos han dem ostrado su amabilidad en varias
deses o burundeses? ocasiones. Sin embargo, durante la Guerra del Golfo oí sus plegarias
“La m ayoría de los pueblos indígenas”, escribe Kymlicka, entienden matinales desde m i casa y sentí cierta inquietud. Si esa gente ya hubiera
que “ la naturaleza de su identidad cultural [... ] es dinámica, no estática”. superado en número a los blancos en nuestra manzana, me habría alar­
De hecho, Kymlicka ha argumentado que las culturas societales “no son mado. Creo que no sólo es natural sentirse así: también es correcto. Es
permanentes o inmutables”, ya que, de lo contrario, “no se necesitarían preciso tener sentido de la identidad propia, y parte de ese sentido deriva
derechos específicos en función de los grupos para protegerlas”.31 Sin de la nación propia y de la raza propia.33
embargo, si las culturas son temporarias y mutables, si sus posesores las
consideran dinámicas y no estáticas, bien podemos preguntarnos cómo Así, una vez que la “protección contra la inundación” se eleva a principio,
es que los derechos específicos en función de los grupos (ya sean de per­ es preciso preguntarse quién puede sentirse con derecho a exigirla. No digo
tenencia o colectivos) pueden fundarse en el objetivo de su preservación. que sea ilegítimo preocuparse por la idea de inundación: puedo im agi­
Este tema suele resolverse mediante la invocación de una nítida distin­ narme casos en que esa noción tiene sentido, y hacemos bien en abomi­
ción entre fuerzas internas y externas. Avishai Margalit y Moshe Habertalt nar políticas como las que implementaron los chinos en el Tíbet, que sólo
en “Liberalism and the right to culture”, sostienen que las personas tieneií están motivadas por el deseo de debilitar una forma de vida.34Pero es nece­
un “ interés primordial” que respalda un derecho a la cultura; en particu­ sario desarrollar argumentos para fundamentarla, y no limitarse a darlos
lar, el derecho a que sobreviva, sin límites impuestos por personas ajenai por sentado.
a ella. También Kymlicka procura aislar a las culturas de las fuerzas “exter­
nas” mientras les permite que respondan a fuerzas internas. Sólo ante la
aparición de cambios dirigidos desde fuera deberiamos decir que “la cul­ 32 Ib id., p. 104.
tura en sí misma está amenazada”, dice. “ Una cosa es aprender del mundo 33 Charles Moore, “Time for a more liberal and ‘racist1 inmigration poiicy” Spectator,
en el que se está inserto; otra m uy distinta es ser inundado por él, y las 19 de octubre de 1991. No soy el único que se pregunta qué significan esas comillas
alarmistas en el título de Moore.
34 Véase mi trabajo “Inmigrants and refugees: individualism and the moral status of
strangers”, de próxima publicación en el volumen Arguments o f the philosophers
31 Kymlicka, Multicultural citizenship, op. át., pp. 104,100. sobre la obra de Michael Dummett.
202 ) la Etica de la id e n t i d a d E l P R O B L E M A CON LA C U L T U R A | 2 0 3

Sin embargo, quizás esta propuesta no sea correcta. Pedir argumentos tablemente de la creencia en la existencia de un grupo humano parti­
para fundamentar el deseo de la supervivencia cultural, posiblemente, sea cular, la nación québécois. A la vez, la existencia del grupo se predica de
lo m ism o que pedir argumentos para fundamentar el anhelo de tener el la existencia de una cultura particular. [ ... ] la afirmación de particula­
pan de cada día: la propia existencia de esos deseos intensos es el motiva : ridad cultural es otra manera de proclamar la existencia de una colec-
por el cual debemos hacer todo lo posible para asegurar su satisfacción# • tividad única.37
El deseo se valida a sí mismo. Esta perspectiva se parece en cierto m odoa
la que tom a Taylor cuando explica en detalle la situación del nacionat: Ello no equivale a decir que la identidad québécois es una urna vacía,
lismo québécois. “ Las políticas que apuntan a la supervivencia buscan del sino sólo que su contenido es, en cierto sentido, incidental, en el marco
manera activa crear miembros de la comunidad al asegurarles, por ejemf, de la tarea más vasta de autodefinición nacional, y que esa tarea se ve con
pío, que las generaciones futuras continuarán identificándose cono hablan#; más naturalidad desde el punto de vista del cambio que desde el de la pre­
tes de francés”, escribe Taylor.353
6En los estados que son plurales desde el servación.
punto de vista cultural, tales sociedades -aq u í Taylor se refiere a los grutf Y lo mismo ocurre con otras culturas societales. En el capítulo ante-
pos cuya continuidad en el tiempo consiste en la transmisión, a lo or, señalé la formación de etnias a partir del antagonismo; con la misma
de generaciones, de instituciones, prácticas y valores distintivos- pueden!; fecilidad se pueden señalar etnias cuya existencia, al menos como entida­
con toda legitimidad, buscar la garantía de su propia supervivencia. Y Tayic des distintas y singulares, es en gran medida producto de la acción estatal
sostiene que el deseo de supervivencia no es simplemente el deseo de q acertada. Johannes Fabián ha explorado la manera en que ciertas etnias
la cultura que da sentido a la vida de individuos existentes continúe p* *1 Congo fueron creadas precisamente mediante las políticas coloniales
ellos, sino que requiere la existencia continua de la cultura a lo largo de “i ,.e reconocimiento; David Laitin observa que la identidad “hausa-fulani”
número indefinido de generaciones futuras”. Tal como dice en otra pt V e n gran medida producto de una reivindicación política del npc en
una vez que “nos interesamos por la identidad”, no hay nada “más legít "batalla contra el Sur”, y que“yoruba” no habría sido un predicado común
que nuestra aspiración a que nunca se pierda”.56 de identidad política hace apenas unas décadas; en Ghana, a su vez, la iden-
No obstante, el ejemplo de Quebec nos recuerda que la retórica po1 Jad política akan surge en oposición a la recién forjada identidad ewé.38
tica de la supervivencia es a m enudo demasiado modesta, dado que : administración de las “tribus” que se puso en práctica en la era coío-
que se requiere es crear, y no meramente preservar. Como muestra el ant t a menudo condujo -tal como lo muestra David Cannadine en su entre-
pólogo Richard Handler en su obra Nationalism and the politics o f culi
(1988), el contenido de la identidad québécois es inseparable del disci
en continuo desarrollo que produce el nacionalismo québécois: Antes, el autor explica que “comenzó a hacer trabajo de campo en Quebec en 1977
l con la intención de construir una explicación cultural de la ideología nacionalista
. . q u é b é c o i s ”, para lo cual trató de descubrir cuáles eran los símbolos y los
Para ser québécois es preciso vivir en Q uebec y vivir com o québéc'
significados mediante los cuales se expresaba la identidad q u é b é c o i s . Pero debió
Vivir como québécois significa participar en la cultura québécois. A l r: • abandonar esa tarea: “Ya no afirmo ser capaz de presentar una explicación de ‘la’
rirse a esta cultura, la gente habla vagamente de tradiciones, formas cultura o demostrar su integración, sino que, en lugar de ello, me centraré en la
cas de comportamiento y maneras características de concebir el mun ‘ objetificación cultural en relación con la interpenetración de discursos -es decir,
sin embargo, las descripciones específicas de tales particularidades s en los intentos de construir objetos culturales relacionados: p r o c e s o q u e ,
■ [.p a r a d ó jic a m e n te , d e m u e s t r a la i n e x i s t e n c i a d e e s o s o b j e t o s ” (Richard Handler,
tarea del historiador, el etnólogo o el folklorista. Pareciera que tales rm
Nationalism a n d t h e p o l i t i c s o f c u l t u r e i n Q u e b e c , Madison, University of
tigaciones académicas son posteriores al hecho; es decir, dado el cen" Wisconsin Press, 1988, pp. 39,27).
lismo ideológico de la cultura québécois, vale la pena aprender sobre» Véanse mi libro I n m y f a t h e r ’s h o u s e , Nueva York, Oxford University Press, 1992,
Pero la creencia casi a priori en la existencia de la cultura deriva in •PP- 77517&; David Laitin, H e g e m o n y a n d c u l t u r e : p o l i t i c s a n d r e l i g i o u s c h a n g e a m o n g
M Y o r u b a , Chicago, University of Chicago Press, 1986, 7-8; johannes Fabian,

L a n g u a g e a n d c o l o n i a l power, Cambridge, Cambridge University Press, 1986, pp,

35 Taylor,M u l t i c u l t u r a l i s m ..., op. c i t .,p p . 58-59- 42-43-Y véase también Iver Peterson, “The mire o f tribe recognition”, N e w Y o r k
36 I b i d . , pp. 41.40. 'T im e s , 28 de diciembre de 2002.
2 0 4 I LA ÉTICA DE l A I DE N T I D A D EL PR OBLE MA CON LA CULTURA. I 2 0 5

tenido estudio Ornamentalism- a la formación de etnias súbditas oficia­ se resolverían pagándole a un grupo de personas ajenas para que pusieran
les avaladas por élites “ étnicas” oficiales. en práctica la cultura francesa canadiense en alguna isla del Pacífico sur.
También en los Estados Unidos, la existencia política de grupos indíge­ ¿Por qué importa esta cuestión? Porque no está claro que siempre poda­
nas tiene una relación muy estrecha con los mecanismos del reconoci­ mos hacer honor a las demandas preservacionistas al tiempo que respeta­
miento gubernamental. La actual identidad pequot, en tanto que existe mos la autonom ía de los individuos futuros. A veces los padres desean
- o que está cobrando existencia-, es un producto de las políticas estatales que sus hijos conserven costumbres que los hijos no quieren conservar.
y federales de reconocimiento, y de las exenciones, en particular exencio­ Para retomar el ejemplo que analicé antes, algunas mujeres británicas de
nes de impuestos: además del casino Foxwoods (y empresas asociadas, origen indio o pakistaní se rehúsan a aceptar un matrimonio arreglado.
como la Red Farmacéutica Pequot), propiedad de los Pequot, ahora está En este caso, los principios éticos de la dignidad igualitaria que subyacen
el Museo y Centro de Investigación Pequot Mashantucket, que ha formado al pensamiento liberal parecen militar contra la posibilidad de que los
grupos de arqueólogos con el fin de profundizar nuestro conocimiento padres apliquen sus normas porque nos importa la autonomía de esas jóve­
de una tribu que alguna vez estuvo extinguida, poniendo así en práctica nes. Y, m e parece, lo que es válido para un caso individual es también válido
el tipo de proyecto al que se refería Handler. Antes mencioné el síndrome en los casos en que una generación entera desea im poner una forma de
de Medusa, pero a veces también interviene Midas. La tribu de Ramapougfi vida a la generación siguiente: y más válido aun si esa generación desea
M ountain, uno de los aproximadamente 250 grupos que se identifican imponerla también a otras generaciones por venir.
como indígenas en los Estados Unidos, ha solicitado al estado de Nueva; Y una vez que prestamos atención a estas perspectivas de descenden-
Jersey que se designe a sus miembros “indios de Nueva Jersey”, a pesar de¿ : cía, es posible que notemos que el discurso de la cultura no se diferencia
que el gobierno federal rechazó su reivindicación de origen. (En 1995, mucho del discurso de la raza suplantado por él en el pensamiento libe­
O ficina de Asuntos Indígenas dictam inó que los m iembros del grupo ral. Com o ya he mencionado, Kymlicka procura reconciliar la ética preser-
descendían de esclavos liberados, y no de los munsee, como sostenían ellos* Vacionista con lo que él acepta como índole dinámica de la cultura, mediante
En las sesiones de 2002-2003 de la legislatura de Nueva Jersey se introdu^ • la distinción entre cambio exógeno y cambio endógeno. “Es natural y desea­
jeron proyectos de ley para reconocer a los ramapough, entre otros, e n ^ ble que las culturas cambien como resultado de las elecciones de sus m iem ­
Asamblea y en el Senado.) La respuesta del Estado puede m uy bien dete" bros” dice. “En consecuencia, debemos distinguir la existencia de una
minar si la tribu sobrevive com o tal. Intereses claramente comercial' Cultura de su carácter’ en cualquier momento dado.”35
han conducido al renacimiento de identidades étnicas alguna vez e> Pero establecer la identidad de una cultura sin hacer referencia a la índole
tas, en el marco de un fenómeno que los cínicos podrían llamar “cultura^ -de esa cultura -hablar de su existencia, sin recurrir a su carácter- nos con­
lismo de casino” (aun cuando los motivos económicos amplifiquen el latid14 duce a algo que guarda congruencia conceptual con la raza. Lo que queda
de la subyacente insistencia en “ la im portancia de la cultura” ). Pero 1 caracterizar es precisamente el hecho de la descendencia, y aunque no
que han creado las exenciones legales puede, de inmediato, dar lugar a $e~ . necesario establecer la importancia de la descendencia haciendo refe-
tidas lealtades identitarias. En el jardín de las identidades culturales, lasfl' 'éncia a la biología, en general, o a los genes, en particular (como lo reque-
res de papel echan raíces con gran celeridad. a una explicación basada en la descendencia para transformarse en una
Sin embargo, incluso si se aceptan las condiciones exigidas por el naci ! Jicación completamente racial), existe una tendencia, en nuestra era
nalismo cultural, la supervivencia no siempre puede cuadrar con el iir "’entífica, a instalar una historia biológica (y que además suele ser falsa),
vidualismo ético. En el contexto québécois, cuando Taylor menciona- ‘ unque las explicaciones basadas en la descendencia resistan las tentacio-
número indefinido de generaciones futuras”, se refiere a los descendí es del discurso racial, el hecho de basar las identidades de miles o de millo-
tes de la población actual. El deseo de que sobreviva la cultura franc* -s en la sola aserción de relaciones genealógicas resulta en cierto m odo
canadiense no es el deseo de que, por un largo tiempo, haya personal . “bitrario desde el punto de vista moral. La retórica familiar adquiere el
cualquier lugar que hablen la lengua de Quebec y lleven adelante las có t "ntido moral (y ético) más apropiado cuando se aplica en escala familiar.
tumbres de Quebec: es el deseo de que esa lengua y esas costumbres
transmitan de generación en generación. Los problemas de Canadá ' 9 'Kymlicka, Multicultural citizenship, op. cit.,p. 104.
2 0 6 | LA ÉT I CA DE LA I DE N T I D A D E l P R OB L E MA CDN I A CULTURA l 207

Un problema similar se plantea cuando Margalit y Raz hacen hincapié Claro está que, desde un punto de vista abstracto, la preocupación por
en que el hecho de ser miembro de una “cultura abarcadora” es una cues­ la supervivencia guarda absoluta coherencia con el respeto por la autono­
tión de posición, o de pertenencia, más que de logros: “Dado que [los mía; de lo contrario, toda sociedad genuinamente liberal debería extin­
miembros] son identificados mediante una cultura com ún, al menos en guirse en una generación. Si creamos una sociedad que nuestros
parte, también comparten una historia, ya que es a través de una historia descendientes deseen conservar, nuestros valores personales y políticos
compartida que se desarrollan y se transmiten las culturas”.40Sin embargo» sobrevivirán en ellos. Pero aquí surge una pregunta difícil, a saber, de qué
como ya he tenido oportunidad de observar en otros contextos, no debe? manera el respeto por la autonomía debería constreñir nuestra ética de la
riamos demarcar el grupo haciendo referencia a su historia compartidas educación. (Exploraré este problema con mayor profundidad en el capí­
de la misma manera que, a fin de reconocer como parte de la historia de tulo 5.) Después de todo, hasta cierto punto, la posibilidad de que nues­
un solo individuo dos acontecimientos ocurridos en diferentes momea? tros hijos deseen mantener nuestros valores, nuestras creencias y nuestras
tos, necesitamos un criterio de identidad para el individuo que sea válido , costumbres está en nuestro poder. Precisamente porque la noción mono-
para los dos momentos e independiente de la participación del indivif; lógica de la identidad es incorrecta, no existe una pepita de oro individual
dúo en los dos acontecimientos, cuando reconocemos dos acontecirmeo^ ©culta en cada niño que se expresará sí la familia y la sociedad permiten
tos com o parte de la historia de un grupo necesitamos un criterio d#
pertenencia al grupo que sea válido para los dos momentos e indepei
anticipada por la raza: para ser navajo era preciso hacer cosas de navajos, pero no
diente de la participación de los miembros del grupo en los dos aconte
podía considerarse que alguien hiciera cosas de navajos si no era navajo en primer
cimientos. El hecho de compartir una historia común del grupo no pue<- ' lugar”. En consecuencia: “Las explicaciones de la identidad cultural que funcionan
ser un criterio para ser miembros del mismo grupo, ya que necesitam ^ requieren un componente racial. Porque en la medida en que la cultura no es sino
algo que nos permita identificar al grupo a fin de identificar su histo " 1° que hacemos y creemos, es impotente como principio de descripción. En otras
.palabras, el hecho de que algo pertenezca a nuestra cultura no puede contar como
y ese algo, bajo pena de caer en un razonamiento circular, no puede
motivo por el cual lo ponemos en práctica, dado que, si realmente pertenece a
la historia del grupo.41 nuestra cultura, ya lo hacemos, y si no lo hacemos (si no lo hacemos más o no
Siguiendo esta línea, Walter Benn Michaels sugiere que, a menos q; hemos comenzado a hacerlo), no pertenece a nuestra cultura. (Por ejemplo, no
medie alguna concepción de gru po relacionada con la raza, la cuh vtiene sentido decir que no deberíamos enseñar Shakespeare porque no pertenece
propia sólo puede ser lo que uno en realidad pone en práctica, y no poc <4:?a nuestra cultura, dado que enseñarlo lo vuelve de inmedialo parte de nuestra
..cultura, pero tampoco tiene sentido decir que deberíamos enseñarlo porque es
perderse, ni recuperarse, ni preservarse, ni traicionarse. Así, cuando Tayi'
^parte de nuestra cultura, dado que si lo dejamos de enseñar, ya no será parte de
dice que no hay nada más legítimo que la propia aspiración a que la id: '"ella.) El hecho de que algo pertenezca a nuestra cultura puede contar como
tidad nunca se pierda, deberíamos preguntarnos por qué hablamos dep -'‘motivo para ponerlo en práctica sólo si pensamos que nuestra cultura no está
dida y no de cambio. “Si no es posible explicar de alguna manera por ■ formada por cualesquiera sean las creencias y costumbres que tenemos en
realidad, sino por las creencias y costumbres que serían apropiadas para el tipo
las cosas que se hacían antes pero ya no se hacen son la verdadera ide
de personas que somos. Pero decir esto equivale a invocar algo que debe estar más
dad, mientras que las cosas que se hacen ahora no lo son, no puede decü allá de la cultura y que no puede derivar de la cultura, porque de allí debe derivar
que quienes antes eran francófonos y ahora son anglófonos hayan perdí sentido que nos indica cuál es en realidad nuestra cultura. Ésa ha sido la
su identidad”, dice Michaels. “N o quiero decir, entonces, que nunca se pie ffunción de la raza. (...) En otras palabras, el concepto moderno de cultura no es
nada valioso, sino que nunca se pierde la identidad.”42 una crítica al racismo, sino otra forma de racismo. [... j Para expresarlo de la
manera más directa posible, e¡ ‘pluralismo cultural’ es un oxímoron: su
compromiso con la cultura se contradice con su compromiso con el pluralismo.
40 Margalit y Raz, “National self-determination”, o p . c i t . , p. 445, [...] Así, el pluralismo cultural está comprometido en principio con el
41 En particular, éste es un argumento que he sostenido en relación con los intent esencialismo de la identidad, lo cual equivale a decir que en el pluralismo cultural
de interpretar la raza como un mero accidente histórico: véase I n m y f a t h e r ’s la cultura no constituye la identidad, sino que la refleja o, más precisamente, la
h o u s e , o p . c i l , p . 32. <?xpresa” (Michaels, o p . c i t . , pp. 125,128-129). Concuerdo con la mayor parte de este
42 Walter Benn Michaels, Ou r A m e r i c a : n a t i v i s m , m o d e r n i s m , a n d p l u r a l i s m , argumento, excepto por la identiñcación entre identidades basadas en la
Durham, Duke University Press, 1996, pp. 181-182. En otra parte, W. B. Michaels . descendencia e identidades basadas en la raza, y la ecuación entre pensamiento
escribe-, “En los años 1920, la identidad cultural requería [...] que la cultura fu -basado en la raza y racismo.
208 i la é t i c a oe la i o e n t i o a o E l P R O B L E M A CON LA C U L T U R A I 2 0 9

su libre desenvolvimiento. Tenemos que ayudar a los niños a que se hag ^|eído. Ahora quisiera centrarme en un caso especial de la regla, uno que
así mismos,y tenemos que hacerlo según nuestros valores, porque los niñ os proporcionará una paradoja ilustrativa. ¿Qué ocurre cuando una socie-
no albergan valores propios desde el principio. Apreciar la autonomía l se compromete a apoyar a un grupo que se define a sí mismo, en gran
respetar las concepciones de los demás, tomar en cuenta los planes que ti­ te, mediante su oposición a esa sociedad? ¿Qué ocurre cuando (con per-
ñen para sí mismos a la hora de decidir qué es bueno para ellos; sin embar' 5n de Blake y su “M atrimonio del cielo y el infierno”) la oposición es en
los niños no tienen planes ni concepciones desde el comienzo. En con* ¡Ralidad una amistad verdadera?
cuencia, al educar en sentido amplio -en el sentido contemplado por El multiculturalismo liberal de Raz brinda un buen punto de partida,
noción técnica de reproducción social- debemos invocar valores incisamente porque Raz es consciente de que la armonía tiene sus lími-
sustanciales que el respeto por los procedimientos liberales, y transmi" '.“La cultura propia constituye (contribuye a) la identidad propia”, escribe.
esos valores. El procedimentalismo liberal se propone permitir que el Esta ?n consecuencia, el menosprecio de una cultura, su persecución, su ridí-
sea indiferente respecto de una variedad de concepciones del bien, pero 1 léulización, el menosprecio de su valor afectan a los miembros de ese grupo” ;
concepciones existentes del bien dependerán de lo que ocurra en la ed~ ' t particular “si cuenta con el imprimátur del Estado en el que se inscribe
cación. Si se enseña a los niños que deben aceptar una política en la q- cultura.” Al mismo tiempo, Raz reconoce que es inevitable que exista
no deben eliminarse las concepciones del bien de otras personas, quizál rta enemistad entre culturas y que “el conflicto es endémico al multi-
único que se consiga es que al poco tiempo no haya más concepciones sus ’turalismo”.43
tantivas del bien. •' Lo que esta perspectiva pasa por alto es que tal enemistad puede (con-
En la mayoría de las sociedades modernas, la educación de la mayo' buir a) constituir las culturas en cuestión. Y ésta no es una simple obser-
de las personas está a cargo de instituciones manejadas por el Estado; "’ón sobre la etnogénesis al estilo Robbers Cave. Después de todo, las
lo tanto, la educación se halla en el dominio de lo político. No se trata 'm ías culturales no sólo están constituidas por lo que afirman y vene-
un sim ple accidente: la reproducción social im plica metas colectiv sino también por lo que excluyen, rechazan, desprecian, ridiculizan,
Además, a medida que los niños desarrollan y adquieren identidades cu ■ pedir este último conjunto de prácticas sociales equivale a cambiar la
autonomía debemos respetar, el Estado liberal desempeña un papel en, •’ole de las formas sociales pertinentes. Quizás un ibo al que los yoruba
protección de la autonomía de los niños frente a ios padres, las iglesias, no le parezcan presuntuosos ni demasiado asertivos habrá perdido parte
las comunidades. Yo estaría dispuesto a defender la opinión de que el Est ! su ibidad”; no cabe duda de que un pentecostalista que no opusiera
de la sociedad moderna debe involucrarse de este modo en la educació 'gún reparo a la cultura de masas contemporánea sería casi irrecono-
Incluso si no se acuerda con esta perspectiva, es innegable que hoy en le para sus pares. Favorecer un aspecto puede implicar desfavorecer
el Estado desempeña en efecto ese papel y que -p o r las razones que h e: ro: no resulta del todo incoherente valorar la modestia y a la vez adm i-
lízado- ello significa que, como mínimo, está involucrado en la propa' •la grandiosidad, pero en la práctica puede resultar difícil reconciliar
ción de elementos de una concepción sustantiva del bien. Pero esto *bas actitudes. En su trabajo sobre la soberanía nacional, Margalit y Raz
equivale a decir que el Estado se ocupe de la supervivencia de subgrup -’cen que “es mero sentido com ún” afirmar que “la dignidad individual
étnicos específicos (por oposición a los miembros de esos grupos) co­ el respeto de sí mismo exigen que los grupos, para los cuales la perte-
fín en sí mismo. encia contribuye al sentido de la identidad propia, sean respetados en
leraly no sean objeto de ridiculización, odio, discriminación o perse-

Raz, E t h i c s i n t h e p u b l i c d o m a i n , o p . cíf., pp. 178-179- Qué implica ese “imprimátur"


N E G A C IÓ N C O M O A F IR M A C IÓ N del Estado no queda claro; algunos, como la especialista en estudios críticos sobre
la raza Mari Matsuda, llegan a sugerir que el Estado respalda lo que permite.
, Véase Matsuda, “Public response to racist speech: considering the victim’s story”,
Antes dije que el envoltorio de la “ preservación cultural” a menudo ocul
en Mari Matsuda, Charles R. Lawrence III e t a U W o r d s t h a t w o u n d : c r i t i c a í race
un proyecto de construcción cultural; y que, por regla general, el recon d h e o r y , a s s a u l t i v e s p e e c h , a n d t h e F i r s t A m e n d m e n t , Boulder, co, Westview Press,

cimiento estatal no deja su objeto intacto. Todo esto podemos darlo p_ 1993, PP-17- 51.
210 | LA É TI CA DE I A I D E N T I D A D EL PR OBLE MA CON LA CULTURA | 211

cución”.44Es sentido común, pero dudo de que sea muy apropiado; dudes, Entonces, imaginemos que existe un grupo social, el de los dispépticos,
en estos contextos, de que podam os exigir “respeto”, com o opuesto a que florece gracias al rechazo. Supongamos que el grupo se originó en
simple tolerancia. Com o afirmé en el prefacio, es en la esfera del “respete alguna herejía del siglo xvi, y que los herejes han procurado permanecer
donde la abstracción liberal m uestra su fuerza, dado que el yo cargado - 4 apartados y aislados desde el m om ento en que fueran expulsados de la
yo que los defensores de la comunidad pondrían en lugar de la abstracción Spmunidad a la que alguna vez habían pertenecido. Así, los dispépticos
del individuo liberal- no es alguien a quien, por regla general, podamos actúan de maneras que resultan odiosas para los demás, asegurándose de
estar seguros de respetar. $er constantemente rechazados, y se fortalecen gracias a la hostilidad de las
Com o hemos visto, sobre los análisis del multiculturalismo se cierne él personas ajenas al grupo, con lo cual mantienen su incorrupto estilo de
concepto hegeliano de reconocimiento; sin embargo, a fin de iluminar lal $áda fuera del alcance de las influencias externas. Ahora bien, a pesar de
paradojas del respaldo cultural, podríamos invocar otro concepto hege* filio, se encuentran en el marco de un régimen que los recibe en su seno y
liano: el de la negación interna. los colma de dádivas gubernamentales; como resultado, los miembros más
jóvenes del grupo comienzan a cuestionarlos principios básicos del credo
[...] sino que perderás esa reputación de conquistadora ftíispéptico. Por supuesto que podríamos pensar que se trata de algo bueno:
si yo, tu conquista, perezco por tu odio. sdríamos incluso pensar que justifica la campaña que hemos lanzado,
Entonces, no sea que al yo ser nada te rebaje a ti; yo lema es “abrace hoya un dispéptico”. Pero semejante política no puede
si tú m e odias, cuídate de odiarme.* 1er como fundamento la protección de la cultura dispéptica: no hemos
rotegido esa cultura, sino que la hemos erosionado. Habríamos preser-
Así escribe John Donne en “La prohibición”,*’'' un poema que Jon Elst: do su carácter de haber alentado a nuestros conciudadanos a despre-
acertadamente, cita a m odo de ilustración de esta dinámica: “Una pé. “ ar a sus miembros. Porque fue en esas condiciones que surgió la cultura
sona cuya independencia exige la destrucción de un objeto externo depen péptica, y ésas son las condiciones ideales para asegurar su perpetuidad.
de ese objeto en su ser más verdadero, y por lo tanto no puede desear- í Dado que las tradiciones étnicas o tribales a menudo surgen en circuns-
destrucción sin incurrir en una contradicción”, dice Elster. “Una vez q icias adversas, puede resultar difícil reconciliar la ética preservacionista
comenzamos a reflexionar sobre este fenómeno, advertimos que es u1 1el ideal liberal de respeto por la humanidad. Supongamos que algu-
cuo: explica por qué el ateísmo militante no puede funcionar sin ere) 's grupos gitanos cultivan el arte de tocar el violín porque se trata de
tes, de la misma manera que cierto tipo de comunismo tiene una conviven :a de las pocas actividades redituables que puede mantener un grupo
simbiótica con la propiedad privada” ; este fenómeno explica -agrega Els gratorio, que no posee tierras: ¿no cambiarían sus violines por azadas
la nostalgia por la Guerra Fría que sienten algunos anticomunistas: rse les concedieran derechos etnoterritoriales? Kymlicka elude esta cues-
añoranza, no de la estabilidad que brindaba esa situación política, SL 'n cuando sostiene que es posible rejuvenecer las culturas debilitadas y
del significado que les proporcionaba a ellos45 . decadencia: “los grupos indígenas [pueden] transformarse en culturas
’brantes y diversas si, una vez dadas las necesarias condiciones previas,
inspiran en sus tradiciones culturales a la vez que incorporan lo mejor
el mundo m oderno”. No podemos esperar que este enfoque decidida-
44 Margalit y Raz conceden que “los grupos y sus culturas pueden ser perniciosos; ente ad hoc, conciliador de las diferencias, tenga m ucho asidero real,
basarse en la denigración y persecución de otros grupos”, pero, por supuesto éste-
ejaré de lado, por un momento, la pregunta acerca de la legitimidad de
es un aspecto que, hasta cierto punto, es factible de aparecer en todas las cultur
Margalit y Raz, “National self-determínation", op. cit, p. 449- sear que tal o cual cultura sea diversa (el significado de la diversidad
* [But thou wilt lose the style o f conqueror, / IfI, thy conquest, perish by thy hate.- emade una-cultura será el tema de un análisis posterior). Debería resul-
Then, lest my being nothing lessen thee, / If thou hate me, take heed of hating daro que el sustento cultural y el respaldo cultural no son la misma
** Traducción de E. Caracciolo Trejo, en John Donne, Poesía completa, tomo i,
sa: a m enudo es preciso elegir. H ay numerosos movimientos de libera­
Barcelona, Ediciones 29, zooi. [N. de la T.]
45 Ion Elster, Politicalpsychology, Cambridge, Cambridge University Press, *993>P-
rán que reclaman la supresión - o , al menos, la transform ación- de las
[trad. esp.: Psicología política, Barcelona, Gedisa, 1995]. 'mas identidades a las que sirven, como ocurre con algunas versiones
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radicales de la política gay y, sin duda, con algunos movimientos de libe­ Aunque no hubiera más razón que la diversidad de gustos de los hom ­
ración de los dalits en la India.*6 Para encontrar algún sentido a esta polí­ bres, ello sería suficiente para no intentar modelarlos a todos con arre­
tica, debemos verla como prom otora de los intereses de sus integrantes glo a un patrón exclusivo. Pues personas diferentes requieren condiciones
en calidad de personas, en prim er lugar, y no en calidad de portadores de diferentes para su desarrollo espiritual, y no pueden coexistir en la misma
una identidad. Un m ovimiento en favor de los pobres no procura afirmar atmósfera moral más de lo que diferentes variedades de plantas pue­
su identidad como pobres. En este caso, el objeto no es la preservación cul­ den hacerlo bajo las mismas condiciones físicas, atmosféricas o clim á­
tural, sino el cambio cultural o socioeconómico. Dice Blake del Devorador ticas. Las mismas cosas que ayudan a una persona a cultivar su naturaleza
y del Prolífico: “esas dos ciases de hombres están siempre sobre la tierra? superior se convierten en obstáculos para otra cualquiera. (...) si no
deben ser enemigas; quien intenta reconciliarlas busca destruir existencia», • hubiera semejante diversidad en su manera de vivir, no podrían ni obte-
Donde la negación es afirm ación -en el sentido que invoca Blake- uno ner su parte de dicha ni llegar a la altura intelectual, moral y estética de
debe decidir, a fin de cuentas, a quién se le debe respeto: si a la cultura o a ‘ que su naturaleza es capaz.
las personas. Y ésta es una diferencia que no se puede conciliar.
La primera pertenece a De Cive, de Thomas Hobbes, donde aprendemos
que la discordia y las riñas” no se deben tanto a que los hombres no bus­
quen el bien, sino a las nociones contradictorias que tienen de él. La segunda,
EL P R IN C IP IO D E D IV E R S ID A D por supuesto, es un pasaje de Sobre la libertad, de Mili, que ya he invocado.4
47
6
$ara los precursores de Mili -p ara Hobbes, sin lugar a dudas- la diversi-
He aquí dos piedras de toque del pensamiento político inglés: ad era un problema a resolver, y no una condición a fomentar. Es sólo a
vjxartir de M ili que el pensamiento político angloam ericano dom inante
Pero las inclinaciones de los hombres son diversas, según varíen sus cons»; ímienza a considerar la diversidad com o algo que puede ser valioso,
tituciones, costumbres u opiniones. Podemos ver esto en las cosas que, ajo la influencia de la fascinación romántica por la diferencia, del “indi-
son aprehendidas por los sentidos como el gusto, el tacto o el olfateé dualismo holístico” de Guillermo de Humboldt, Mili celebra la diversi-
pero lo vemos m ucho más en aquellas cosas que pertenecen a los actc ,d como condición y también como consecuencia de la individualidad.48
com unes de la vida, en los cuales lo que un hom bre aprecia y liara a embargo, la doctrina milliana de la diversidad tiene, en realidad, dos
bueno, otro no le da valor y lo considera malo. Es más: muy a menu'd ‘ ras: por un lado, la diversidad es un hecho humano anterior, que debe
un mismo hombre, en m om entos diferentes, aprecia y desprecia i aceptado por una sociedad conducente a su bienestar; por el otro, es
misma cosa. Mientras los seres humanos sigan actuando así, por fut arte de los experimentos de vida” por los que clamaba M ili. En este
continuará habiendo desacuerdo y disensión. Y proseguirán en esta indo sentido, la diversidad engendraría diversidad, ya que una pobla-
de guerra mientras, por razón de su diversidad de apetitos en n. expuesta ala variación de circunstancias se haría cada vez más variada,
momento dado, sigan determinando qué es bueno y qué es malo guL ^manera en que se nos trate depende de quiénes somos, pero quiénes
dose por criterios diferentes.
y Hobbes,De Ove [1651], Madrid, Alianza, 2000, p. 97; Mili, Sobre la libertad,
op. cif.,p. 82.
Véase Taylor, Cross-purposes”, op. cit., p. 185. Hay otros precursores, desde luego.
Como observa Samuel Fleishacker, la celebración de la diversidad se remonta a la
46 Kymlicka, Multicultural citizenship, op. cit, p. 100. Véase, por ejemplo, Jean Be Ilustración, el “rechazo del universalismo de su predecesor cristiano”. Fleishacker
Elstain, “ Homosexual politics: The paradox of gay liberation” Salmagundi, N<*; -también comenta el Principio de variedad” de Leibniz, “según el cual Dios
59 (otoño de 1982-invierno de 1983), pp. 252-280. Los movimientos de liberación necesariamente creará un mundo tan lleno de cosas diferenies como sea concebible
de los dalits (los “ intocables” ) en la India se caracterizan por involucrar la . desde el punto de vista racional, porque no puede haber razón suficiente para crear
deserción del hinduismo, lo que a veces implica un cambio de lealtad étnico- menos que el mundo más completo posible ni razón suficiente para crear dos
religiosa hacia alguna forma de budismo (como ocurre entre los seguidores elementos del mundo completo que sean exactamente iguales” (Samuel Fleischacker,
de B. R. Ambedkar) o hacia el cristianismo. j,Theethics o f culture, Ithaca, Comell University Press, i994,pp. 208-210).
2 1 4 I LA É T I C A DE LA I D E N T I D A D É l P R O B L E M A CON LA CUL TU RA ] 215

seamos dependerá también de la manera en que se nos trate. Por consi­ escepticismo emergente se ha transformado a su vez en un poderoso dogma,
guiente, no era sólo la m ano muerta de la costumbre lo que atemorizaba y algunos de sus partidarios han señalado con desaprobación que la defensa
a Mili; también lo preocupaban muchos aspectos de la modernidad. En que hace Mili de la diversidad tome su forma más completa en un libro lla­
efecto, Mili anticipa, hasta un punto que no puede menos que sorpren­ mado Sobre la libertad. Si bien el entusiasmo de Mili por la diversidad era
der, las denuncias contemporáneas acerca del efecto supuestamente apla-. grande, tenía sus límites; M ili detestaba a los teócratas y a los déspotas,
nador, homogeneizador, de la cultura de la comunicación y la cultura de denostaba las formas de vida que ahogan la individualidad. Su compro­
masas; en una palabra, de la globalización: miso con la diversidad no desplazaba los ideales entrelazados del bienes­
tar y el desarrollo personal de los seres humanos. “El principio progresista
Las circunstancias que rodean a las diferentes clases e individuos, y que ^escribió-es siempre enemigo del imperio de la costumbre.”*1 ¿Es este prin-
forman su carácter, se hacen cada día más parecidas. [... ] Ahora, de ua; dpio, entonces, el criterio fundamental para m edir el éxito? En lo que
m odo relativo, claro está, todos ven, leen, escuchan las mismas cosas, y respecta a los partidarios contem poráneos de la diversidad, es posible
van tam bién a los m ism os lugares; tienen sus esperanzas y temores; que Mili haya conducido ala tribu de teóricos políticos a través del desierto
dirigidos a los mismos objetivos, tienen los mismos derechos, las misí de la homogeneidad, y que les haya señalado el camino al hogar; sin
mas libertades y los mismos medios de reivindicarlos. [... ] Y la asimi* embargo, al igual que Moisés, no entró a la Tierra Prometida.
lación continúa. Todos los cambios políticos del siglo la favorecen, puesto;
que todos tienden a elevar las clases bajas y a humillar las altas. La extenf
sión de la educación favorece esa asimilación, ya que la educación si* ¿¿Amenazadospor el monismo?
a los hombres bajo influencias comunes y da acceso a todos al caut1 p u ch o s teóricos -entre ellos, William Galston, John Gray, Bhikhu Parekh
general de hechos y de sentimientos. Del mismo modo, es favoreció Uday Singh M ehta- creen que el gran enemigo es el monismo, y en par-
por el progreso en los medios de comunicación, al poner en conta' acu lar el monismo filosófico que asocian con los textos clásicos del libera-
personal a los habitantes de lugares alejados; y, también, por el in- fim o , incluidos los del propio Mili. La tradición monista, que Parekh ha
mentó del comercio y las manufacturas, al extender las ventajas de íüeconstruido con tanta minuciosidad en su obra Repensando el multicul-
circunstancias favorables.49 tralismo, comienza con Platón y aún nos acecha: se caracteriza por una
cencía en la universalidad de la naturaleza humana y (en la formulación
Y Mili también denuncia el papel cada vez más importante que desemp: ás bien abstracta de Parekh) una preferencia ontológica y moral por las
la opinión pública en los asuntos del Estado, o lo que hoy en día su' úlitudes antes que las diferencias. Estos teóricos critican a Rawls por
condenarse bajo el nombre de “política dirigida por las encuestas”. enredos metafóricos y por el sectarismo no reconocido de sus com-
El árbol plantado por M ili (para hacer honor a su predilección por Mnisos liberales; critican a Raz por el intolerante énfasis que pone en la
metáforas arbóreas) ha crecido hasta adquirir proporciones desmest Jonomía; critican a Kymlicka por su exigencia de que las minorías nacio­
das. En la teoría política contemporánea, la noción de que la diversit nes respeten, al menos en cierta medida, los principios liberales de la liber-
por la diversidad misma es un valor importante - lo que podemos lk lindividual. En todos ellos encuentran un rastro de la serpiente monista,
“el principio de la diversidad”- representa una corriente poderosa. Sé' ¡alguno de esos enfoques, denuncia Parekh, valora la diversidad liso y llana;
dicho que M ili fue una figura de transición entre el viejo liberalismo, os ven uniformidad allí donde deberían reconocer la diferencia.
el cual la libertad era importante porque permitía descubrir verdades ac -com o era de esperarse- M ili, con su mcriminatoria concepción indi-
de la moral y la metafísica, y un liberalismo nuevo, en el cual la liberta dualista de la diversidad, es aquí el principal culpable. En efecto -insis-
importante porque no existen tales verdades.50 D e más está decir qu' Parekh y o tro s- M ili se delata cuando, intolerante, sugiere que las

49 Capítulo 3 de S o b r e la l i b e r t a d , o p . c i t . , p. 87. :aiid individual ideal’ , reproducido en Strawson, F r e e d o m a n d r e s e n t m e n t , Londres,


50 Basil Mitchell, L a w , m o r a li t y , a n d r e l i g i ó n i n a s e c u l a r s o c i e t y , Oxford, Oxford lethuen, 1974 jtrad. esp.: L i b e r t a d y r e s e n t i m i e n t o , Barcelona, Paidós Ibérica, 1995].
University Press, 196$, 1970, que cita, entre otros, a P. F. Strawson, “Social morali Mili, S o b r e la l i b e r t a d , o p . c i t . , p. 85.
2 1 6 I LA ÉT I CA DE LA I D E N T I D A D EL P R O B L E M A CON LA CULTURA | 217

costumbres de John Knox no son tan dignas de admiración como las lias sociedades atrasadas en las cuales la raza debe ser considerada menor
Pericles.51 De más está decir que el fundamento de esta acusación es el conos de edad”.53 En este punto, Mili anticipa precisamente las concesiones por
cido argumento según el cual Mili era partidario de la autonomía, y la auto-s las que abogan los pluralistas fuertes, como John Gray, El M ili que dice que
nomía es una preferencia etnocéntrica, que el pluralismo descarta de plano? incluso el despotismo de un Akbar o de un Carlomagno puede ser bene­
En realidad, M ili se vuelve verdaderamente etnocéntrico allí donde sus-? ficioso para las sociedades atrasadas no puede ser acusado de endosar la
pende la exigencia de autonomía. En el primer capítulo de Sobre la liberé ética de la autonom ía a culturas para las cuales la autonomía no es un
tad, dice: “El único propósito que justifica el uso de la fuerza sobre un' valor.54 N o es pequeña la ironía de que estos críticos de M ili acepten sus
miembro de una comunidad civilizada es el de evitar que otros se perjuA argumentos más débiles... y rechacen los más fuertes.
diquen”. Hasta ahora, todo indica que M ili es partidario de la autonomía* Porque si M ili fue culpable de “monismo”, lo fue en la medida en que
podríamos pensar. Pero después hace una salvedad: “Apenas es necesario; creía que toda la humanidad debía tener la oportunidad del desarrollo pro­
decir que esta doctrina no alcanza más que a los seres humanos que estén? pio. Su monismo, si es que debemos llamarlo así, respaldó su encarnizada
en la plenitud de sus facultades”, y por lo tanto excluye a los niños y a “aque* oposición a la esclavitud estadounidense, ese “flagelo de la humanidad”.
Con la insistencia en la similitud fundamental del género humano, en la
unidad fundamental de la naturaleza humana, el lenguaje del monismo
52 Resulta bastante curioso ver cómo los teóricos liberales -a Parekh se le unen en
puntea sus escritos sobre el tema. “A ú n debo cerciorarme de que nada
este punto Martha Nussbaum y otros- se ofenden en nombre de John Knox. En
primer lugar, Mili, aunque estaba lejos de contar con el concepto post-rawlsiano
más detestable haya sido infligido por seres humanos a seres humanos en
de neutralidad, hizo ese comentario en el contexto de un tratado que se oponía a ninguna parte de la Tierra”, escribió, y la fuerza de su condena emana en gran
la tiranía del Estado y a la restricción de opiniones que no fuesen populares. El ■ parte de este eco, el de la insistencia en la similitud esencial entre víctima
tipo de respeto que Mili dudaba en conceder a Knox era (en las palabras de y victimario: por seres humanos a seres humanos. En un artículo publi­
Darwall) el “respeto de valoración”. Y la valoración parece enteramente ,
cado en Fraser’s Magazine, en 1850 - a fin de rebatir el “ Discurso ocasional
justificada. Dados los orígenes escoceses de Mili, habría conocido de cerca el
legado de Knox, que consistía, en gran parte, en una intolerancia asesina. sobre la cuestión de los negros” de Carlyle-, M ili escribió que, de haber
Cuando predicaba en Perth, en ia primavera de 1559, Knox exaltaba a las turbas mostrado menos desdén por “el estudio analítico de la naturaleza humana”,
(“hermanos”, según las llamó en una carta privada, en contraste con sus ? Carlyle habría
convenientes desmentidas posteriores) que luego saqueaban las iglesias y los
monasterios católicos. Solía afirmar que los protestantes tenían el derecho de
masacrar a los católicos: los “ idólatras” deben “morir la muerte” a manos del
“pueblo de Dios”. Su “Breve exhortación a Inglaterra” fue una exhortación a 53 Mili, S o b r e la l i b e r t a d , o p . c i t ., pp. 30,31. Tal como se han apresurado a señalar Uday
expulsar a la “escoria del papismo”. Reaccionó con gran regocijo cuando el Mehta y otros, incluso en el mismo momento en que aboga por una autonomía
cardenal Beatón fue asesinado a puñaladas (“Sobre estas cosas escribimos con , que se limita a los miembros de una “comunidad civilizada”, Mili también
alegría, relató en su H i s t o r y o f t h e R e f o r m a t i o n irt S c o t l a n d ) . Redactó una contempla con melancolía a las comunidades salvajes, porque piensa que ellas aún
“Confesión de Fe” que sancionaba la asistencia a misa con la pena de muerte. Y viven en los tiempos, ya idos, del heroísmo y la individualidad. Mehta señala que
cuando David Riccio, el secretario de María Estuardo, fue asesinado a puñaladas Mili estaba indeciso respecto de esta cuestión. Puesto que en D e l g o b i e r n o
delante de ella por una banda de hombres -com o resultado de una intriga r e p r e s e n t a t i v o , Mili dice que el "progreso” se relaciona con el incremento de
política orquestada por el marido-, Knox declaró que “la acción fue de lo más “la actividad mental, la iniciativa y el coraje”, y está asociado a "la originalidad y la
justa y digna de alabanza”. Y ni hablar de su obra más famosa, T h e f i r s t b l a s t o f th e invención” (Mili, C o n s i d e r a t i o n s o n r e p r e s e n t a t i v e g o v e r n m e n t , o p . c i t . . cw m , vol. 19,
t r u m p e t a g a i n s t t h e m o n s t r o u s r e g i m e n t o f w o m e n [El primer toque de trompeta p. 386); Mehta, L i b e r a l i s m a n d e m p i r e , o p . c i t . , pp. 101-102,103.
contra el monstruoso gobierno de las mujeres] (1558). (“Promover a una mujer 54 “El despotismo es un modo legítimo de gobierno, cuando los gobernados están
para que ejerza el gobierno, la superioridad, el dominio o el imperio sobre todavía por civilizar, siempre que el fin propuesto sea su progreso, y que los
cualquier reino, nación o ciudad es un acto que repugna a la naturaleza: una medios se justifiquen al atender realmente este fin. La libertad, como principio,
ofensa a Dios, una cosa de lo más contraria a su voluntad revelada y a su ley no tiene aplicación a ningún estado de cosas anterior al momento en que la
aprobada; y por último, es la subversión del buen orden, de toda equidad y especie humana es capaz de mejorar sus propias condiciones por medio de una
justicia.” ) Ninguna forma viable de liberalismo puede exigirnos que nos resulte libre y equitativa discusión. Hasta ese momento, a la humanidad no le quedó otro
indiferente elegir entre Knox y Pericles o, al menos, entre lo que cada uno de ellos remedio que obedecer a un Akbar o a un Carlomagno, si es que tuvo la suerte
habría representado para Mili. de encontrarlo” (Mili, Sobre l a l i b e r t a d , op. cit.,p. 31).
218 I la é t i c a d e l a i d e n t i d a d EL P R O B L E M A CON LA CULTURA I 219

[...] escapado del vulgar error de imputar todas las diferencias que salismo no siempre son la mejor compañía. Difícilmente resulte necesa­
encuentra entre los seres humanos a una diferencia primigenia de natu­ rio destacar que el universalismo liberal, o lo que a veces se menoscaba
raleza. Más valdría decir que, de dos árboles que brotan de la misma como hum anism o esencialista”, tuvo sus opositores en la época de la
planta madre, no puede uno ser más alto que el otro sino en virtud de Ilustración. Entre los principales disidentes de este universalismo se halla­
un vigor más grande de la semilla original. ¿No ha de atribuirse nada al ban los primeros teóricos de la diferencia racial, cuyas ideas inevitable­
suelo, nada al clima, nada a la exposición? ¿Acaso ninguna tormenta mente fueron recabadas para la justificación de la esclavitud y el
ha azotado a uno y no al otro, ningún rayo lo ha partido, ninguna bes­ colonialismo, de la misma manera que más tarde justificarían el genoci­
tia ha pacido en él, ningún insecto lo ha plagado, ningún extraño que dio. En la historia de las ideas, entonces, no es aconsejable dar por sen­
pasaba por allí le ha arrancado las hojas o la corteza?55 tado que el universalismo es el responsable de todos los males, o que las
adscripciones a la diversidad siempre deberían despertar nuestra admira­
No deja de ser sugerente que la palabra “humano” aparezca veintiocho veces ción. Yendo aun más lejos: nuestra modernidad moral consiste principal­
en la polémica de Mili, com o si ese predicado fuera la quintaesencia de su mente en extender el principio de igual respeto a aquellos que antes habían
argumento. Los esclavos son, como dice Mili en otra parte, “seres humanos» quedado fuera del alcance de la solidaridad; en ese sentido, consiste en la
con derechos humanos”.56 No podría ser más clara su retórica unlversali­ capacidad de ver similitud allí donde nuestros predecesores sólo veían dife­
zante, ni más flagrante su violación de las prescripciones de Parekh. Si éste rencia. Se trata de una sabiduría adquirida a costa de grandes esfuerzos,
es el monismo, ¿deberíamos apresurarnos tanto a purificarnos de él? por lo cual no debería ser dejada de lado con tanta liviandad.
Ya hemos visto que Parekh denuncia a quienes afirman la universali-s Podría objetarse que el hecho de que los abolicionistas siguieran la “lógica
dad de la naturaleza humana; sin embargo, los adversarios de tal univerf de la similitud fue una contingencia. Quizás hubieran podido decir que,
apesar de ser radicalmente Otro, el Negro era depositario de los derechos
humanos liberales; o que la esclavitud era mala porque era una forma de
55 Mili añade: “Es curioso, además, que la civilización más primitiva que se haya
conocido sea, según nos Llevan a pensar razones de gran contundencia, una dominación, corruptora del amo. A decir verdad, muchos abolicionistas
civilización negra. Se ha inferido, a partir de la evidencia que proveen sus pensaban que el Negro era inferior al “hombre blanco”, y que negros y blan­
esculturas, que los egipcios originales eran una raza negra: fue de negros, cos no podían vivir juntos en circunstancias igualitarias. Es decir, el abo­
entonces, que los griegos aprendieron sus primeras lecciones de civilización, (...i licion ista típico no veía en el hombre negro un reflejo de sí mismo; no
Sin embargo, una vez más, renuncio a toda la ventaja que me proporcionan los
obstante, sus argumentos, invariablemente, se basaban en alguna simili-
hechos: sí los blancos hubieran sido tan superiores a los negros en inteligencia, y
tan competentes por naturaleza para instruirlos y aconsejarlos, no hubiera sido • fü á : al igual que el hombre blanco, el Negro era hijos de Dios; o bien, al
menos monstruoso afirmar que por esa razón tuvieran derecho a someterlos por iigual que el hombre blanco, el Negro era sensible al sufrimiento. Todos
la fuerza, o a ponerlos en desventaja mediante una habilidad superior; a arrojar! s abolicionistas veían (y destacaban) alguna semejanza fundamental,
a los calvarios y las privaciones, reservando para sí, bajo el indebido nombre de
-lleno haberlo hecho, difícilmente hubieran logrado persuadir a alguien.57
trabajo, las emociones agradables de la vida” (“The negro question”, Frazers’s
Magazine, enero de 1850, c w m , vol. 21, p. 93)- Carlyle había publicado su “discurso',
el año anterior, y lo publicó nuevamente en 1853, con el título levemente cambia 5? Los posmodernistas que exaltan la diferencia invocan como ejemplo a Edmund
de “Occasionai discourse on the nigger question”. Burke, en particular al Burke que denunció las prácticas de los británicos en la
56 De un artículo titulado “The contest in America”, publicado en Fraser’s Magazine India. Sin embargo, el argumento de Burke también apelaba a la noción de que los
en enero de 1850 ( c w m , vol. 21, p. 93), y que ayudó a conseguir respaldo entre los , indios eran, en ciertos aspectos, como los británicos, en especial respecto de la
Liberales Británicos por la Unión. Aquí, Mili se mofa de la noción según la cual1 índole profundamente jerárquica de su sociedad. En efecto, sus discursos sobre el
Sur, al tomar la decisión de escindirse, tenía una voluntad política que debía tema del dominio de la India oriental abundaban en comparaciones europeas. “Si
respetarse: “ En primer lugar, es necesario preguntar: ¿se ha consultado a los consideramos el conjunto de las posesiones que tenemos allí, el paralelismo más
esclavos? ¿Ha contado su voluntad como parte del cálculo de la volición \ ' arcano que puedo encontrar es el Imperio de Alemania. Nuestras posesiones más
colectiva? [... ] Recuérdese, nosotros los consideramos seres humanos, con ^inmediatas pueden compararse con los dominios austríacos, y no se quedarían
derechos humanos”. (La expresión “ derechos humanos”, como opuesta -atrás en la comparación. Los nabab de Oudh pueden representar al rey de Prusia;
a “derechos naturales” o “los derechos del hombre” adquiriría amplia aceptación': al nabab de Arcot lo compararía, como superior en territorio e igual en rentas, con
sólo después de la Segunda Guerra Mundial.) el elector de Sajonia. Cheyt Sing, el rajá de Señares, podría estar, como mínimo, a
220 I LA ÉT I CA DE LA I D E N T I D A D
EL PR OBLE MA CON LA CULTURA I 221

Y la lógica de la abolición (tal com o han señalado Catherine Gallagher y con otra. Están reñidas una con otra cuando, por ejemplo, un Estado libe­
otros) se continuaría más tarde en las campañas contra la esclavitud asa­ ral toma medidas para preservar el carácter auténtico de una comunidad
lariada” de la Revolución Industrial. Es por ello que sostengo que la pro­ teocrática secundaria, permitiéndole purificarse, y reduce así su diversi­
gresión de nuestra m odernidad moral es la expansión de lo que Parekh dad interna. También están reñidas una con otra cuando, a la inversa, esas
censura com o “lógica de la similitud” Parekh no nos da argumentos de este comunidades son liberalizadas y se vuelven más diversas internamente,
calibre que recomienden la negación de la similitud. ¿Es necesariamente pero también más parecidas a otras comunidades. Siempre que la diversi­
maligno el supuesto de una naturaleza humana universal (ese pilar de los dad no involucre a personas sino a pueblos -siem pre que conlleve pro­
igualitarios, de los defensores de la igualdad de derechos, de los añílesela- fundidad asociativa- es de esperar que surja un conflicto entre las dos
vistas)? Si se lo interpreta correctamente, ¿es acaso falso? Si M ili, Raz, maneras de hablar de la diversidad.
Kymlicka y los demás, tal como alega Parekh, no reconocen la diversidad El argumento en favor de la diversidad interna suele hacerse eco del argu -
in se com o valor último, entonces tanto peor para la diversidad. La devot mentó de Mili en favor de la diversidad al servicio del bienestar. Bernard
ción ardiente -si no ilim itada- de MUI por la diversidad y la importancia Williams ha enunciado esta cuestión con elegante simplicidad: “si existen
central que Raz y Kymlicka otorgan al pluralismo vuelven ocioso el ase­ muchos valores genuinos rivales entre sí, cuanto más tienda una sociedad
dio. Cualquier versión del "monismo” que fuera tan laxa com o para atri­ a constituirse en torno de un valor único, más valores genuinos desaten­
buirla a todos ellos por igual sería, sin duda, una versión del monismo, derá o suprimirá. En este sentido, más significa mejor”.*8 Nótese que no
que los liberales deberían complacerse en defender. I se trata de una comparación entre un mundo con una cultura y un m undo
con muchas, sino entre una cultura rica y múltiple, y otra estrecha y escasa,
©e aquí se sigue que las personas necesitan elecciones reales y opciones
¿Se puede medir la diversidad? Adecuadas para lograr su individualidad. (Esta posición también encaja
El principio de diversidad puede referirse a dos mapas diferentes, por de electam en te con la noción según la cual “ los experimentos de vid a”
de alguna manera. En uno de ellos cartografiamos el modus vivendt ,^;elen ser valiosos.)**1 Pero ¿hasta qué punto es preciso ser diverso para
comunidades -quizás incluso de sistemas políticos soberanos- que ntar como diverso?
ren desde el punto de vista cultural; en el otro cartografiamos la diver
dad interna de una sociedad o de un m odo de vida. Aunque estas t ■ fiemard Williams, introducción a Henry Hardy (ed.), Concepts and categpries:
perspectivas no pueden distinguirse de una manera precisa y estable, phiiosopmcal essays by Isaiah Berlín, Nueva York, Viking, 1979, xvn. Williams
también advierte que “existen límites lógicos, psicológicos y sociológicos respecto
maré “ diversidad externa” a la primera y “diversidad interna” a la seguií
* de cual es el margen de valores que un individuo puede respetar con seriedad
Estas dos versiones de la diversidad pueden complementarse mutuaim urante su vida, o una sociedad durante la vida de diversos ciudadanos"
Laí como lo esperaba M ili, pero también es posible que estén reñidas: uah Berlín encuentra este fundamento en Mili, aunque es posible pensar que a
;:ia manera de un detective de dudosa honestidad, no sólo los ha encontrado sino
también plantado él mismo: “Pero si alguien le hubiera argumentado que un
erminado orden social, existente o alcanzable, podría proporcionar
la altura del principe de Hesse; y el rajá de Tanjore (quien si bien no lo iguala grado de libertad tal que teniendo en cuenta las limitaciones virtualmente
extensión de sus dominios, lo supera en rentas) es comparable al elector de uperables de la naturaleza humana y sus circunstancias [...], fuera más
Bavaria. Los polygar y los zemindar del norte, y otros grandes jefes, podrían ~ Misejable conformarnos con lo mejor que ahora tenemos, dado que el cambio
clasificarse junto con el resto de los príncipes, duques, condes, marqueses y ot niñearía, según criterios de probabilidad empírica, un descenso de la felicidad
del imperio; a todos los cuales menciono para honrarlos, y con toda segunda eral, y por lo tanto debería ser evitado, podremos estar seguros de que Mili
menosprecio de ninguno de esos respetabilísimos príncipes y altezas” (Edm>- ría rechazado semejante argumento. Habría respondido que nunca,
Burke, T h e s p e e c h e s o f t h e R i g h t H o n o u r a b l e E á m u n á B u r k e , i n t h e H o u s e o f
' ^aberl° Probatlo>podemos asegurar dónde se encuentran la mayor verdad
C o m m o n s , a n d W e s t m i n s t e r H a l l , Londres, Longman, Hurst, Rees Orme, & I
. felicidad (o cualquier otra forma de experiencia). La finalidad es, por tanto,
1816,2, p. 416). El fragmento citado fue extraído de su discurso sobre el Proy osible en principio: todas las soluciones deben ser aproximativas y
ley de Fox para la India oriental, que también puede encontrarse en el volur fisiónales (Berlín, “ John Stuart Mili y los fines de la vida”, en S o b r e la l i b e r t a d ,
de E. J. Payne y Francis Canavan (eds.), S e l e c t w o r k s o f E á m u n á B u r k e , a n d o t . , pp. 265-266). De más está decir que Berlín no se limita a glosar a un
misc e l l a n e o u s writings, Indianápolis, in, Liberty Found, 1999. o, sino que también enuncia una concepción que ha llegado a identificarse
222 I LA É T I C A DE LA I D E N T I D A D EL PR OB LE MA CON LA CULTURA I 223

Para responder bien a esta pregunta debemos hacer una distinción entre opciones, sino ser reconocido como la clase de criatura que tiene la capa­
tipos de valor. En m i opinión, Williams está en lo cierto si por “valores cidad de hacer elecciones”, dice Gerald Dworkin. “Pero, claro está, el hecho
genuinos” entiende aquellos valores universales cuya im portancia no de que sea intrínsecamente mejor ser una criatura que hace elecciones no
depende de nuestros proyectos y nuestras identidades. Hay una lista deter­ implica que una mayor cantidad de opciones siempre sea una mejora.”62
minada (aunque aún sin cartografiar) de esos valores, y una sociedad que Y lo mismo se aplicaría a la noción según la cual la presencia de más valo­
permite el acceso a una mayor cantidad de ellos es, en virtud de este hecho* res es necesariamente mejor, entendida como una afirmación acerca de Jos
mejor que una que no lo hace. Pero, como dije antes, nuestras identida­ valores que dependen de proyectos.
des también son una fuente de valores (y en el capítulo 6 diré algo más Pero quizás aquí el problema sea más básico. ¿Es posible medir la diver­
acerca del tema, bajo la rúbrica de “valores dependientes de proyectos” ); sidad recurriendo a características susceptibles de ser enumeradas? ¿Tiene
Una vez que comprendemos esto, vemos que a veces podríamos ampliar
el margen de valores disponibles en una sociedad si permitimos que haya
otras opciones le resultan atractivas, entonces son éstas las que necesita para ser
más proyectos y más identidades disponibles; y éste es un proceso que autónomo, concluye Wall. Pero algo así no puede ser correcto. La autonomía
puede desarrollarse eficazmente sin limitaciones. Ahora bien, decir que : implica el requisito racional de hacer elecciones entre (de acuerdo con Raz)
una sociedad que ofrece más valores de esta manera es buena equivale a “opciones aceptables”: la elección no puede hacerse entre posibilidades que son
repugnantes desde el punto de vista moral; por otra parte, decir que el soñador
hacer una afirmación mucho más controvertida.60
frustrado no tuvo autonomía equivale a sostener un ideal de felicidad obligatoria.
Un poco antes me referí a la observación de Gerald Dworkin según te También hay una confusión respecto de lo que significa “opción” para quienes
cual la existencia de más opciones no necesariamente es mejor: no nece­ quieren realizar un proyecto. Tener la opción de realizar un destino (casarse con
sariamente queremos la opción de tomar heroína, o la opción de que nd una estrella de cine, por ejemplo) no es lo mismo que, simplemente, contar con la
haya pretiles.61 “ Lo que en realidad tiene valor intrínseco no es contar con ; posibilidad de elegir ese destino. A nadie, en ninguna sociedad reconocible, se le
g a r a n t i z a un destino. (Excepto los destinos triviales, que pueden realizarse sin la

participación de otras personas. Pero la mayoría de ellos involucra a otra gente.)


con Berlín más que con cualquier otro teórico. El argumento es atractivo, pero nó’: Además, algunos destinos son “suma cero”, es decir, exclusivos: el deseo de ser Miss
lo suficiente para imponer un acuerdo. David Johnston, por su parte, objeta que <4 Estados Unidos zooo implica el deseo de que ninguna otra persona lo sea. El
precio real de semejantes experimentaciones podría ser más alto de lo que 4 cumplimiento del deseo de ser el presidente de una empresa requiere la frustración
pensamos, hasta el punto de arruinar la vida de generaciones sucesivas. Quizá lo-ií) del deseo de otras personas, si se supone que hay más de una persona que abriga
que Berlin quiere decir es que las consecuencias sociales de la experimentación, . esa ambición. Así, el término “opción” está rodeado de cierta ambigüedad. Wall lo
tomadas en conjunto, serían positivas; sin embargo, tal como señala Johnston, resuelve debilitando la condición de satisfacción: “a menudo, el requisito de
“su fuerza depende en realidad de la dirección que se piense que tomarán las opciones se satisfará de manera gradual”. Steven Wall, L i b e r a l i s t n , p e r f e c t i o n i s m ,
tendencias a largo plazo de los asuntos humanos: si se cree que conducirán a una! a n d r e s t r a i n t , Cambridge, Cambridge University Press, 1998, pp. 140-143.

mejora o a una decadencia. En un siglo que ha visto la guerra total y el 4 62 En un punto, Gerald Dworkin se refiere al experimento con pollos de Charles
despotismo totalitario, no resulta claro cuál es la percepción correcta de esa Ainslie: se da un picotazo en la tecla blanca para evitar la obligación de elegir
tendencia a largo plazo” (David Johnston, T h e i d e a o f a l i b e r a l t h e o r y : a c r i t i q u e entre las recompensas menores y las recompensas mayores que se obtuvieron por
a n d r e c o n s t r u c t i o n , Princeton, Princeton University Press, 1996, p. 9^)-El punto es dar un picotazo, o abstenerse de darlo, en la tecla roja. “Si se quiere ser el tipo de
que no necesariamente deberíamos contentarnos con una defensa i p s e d i x i t de la •: ; persona que toma decisiones y acepta la responsabilidad por ellas, o la que elige y
experimentación. desarrolla un plan de vida, entonces las opciones se valoran, no por lo que
60 Agradezco a Gabriela Carone por ayudarme a ver este punto con mayor claridad. producen ni por lo que son en sí mismas, sino como elementos constitutivos de
61 Steven Wall distingue entre las opciones abarcadoras y las periféricas. Una opción K ^ un determinado ideal de vida buena. Lo que hace que una vida sea nuestra es el
abarcadora podría ser la de llevar una vida cristiana; una periférica, en su ejemplo,.; hecho de que esté configurada por nuestras opciones, que se sea el producto de
sería la de elegir tal o cual iglesia. Wall piensa que si alguien tiene “acceso a un gran, una elección entre alternativas; por Jo tanto, la elección se valora como parte
número de opciones significativamente distintas, pero no se imagina a sí mismo necesaria de un complejo más grande. Pero, una vez más, como máximo, esta
eligiendo de manera incondicional ninguna de ellas, entonces no cuenta con el conclusión respaldaría la idea de que, respecto de un cierto margen de opciones,
margen suficiente de opciones para ser autónomo”. Y, en una nota al pie, aborda es deseable contar con algunas opciones. En el reino de las opciones, como en
con valentía el problema del planteo de exigencias excesivas: el caso de alguien que . todos los demás —debemos concluir—, también se dice ‘¡ya es suficiente!’”
cree que "debe contar con la opción de ser dueño de esclavos, ser velocista en las^ (Dworkin, T h e o r y a n d p r a c t i c e o f a u t o n o m y , o p . oí., pp. 76, 80-81). Y véase Barry
Olimpíadas o cónyuge de una famosa estrella de cine”. En efecto, si ninguna de las Schwarz, T h e p a r a d o x o f e h o i c e , Nueva York, Eco Press, 2004.
224 I L* ÉTIC A DE LA I DEN TI DAD EL PR OB LE MA CON LA CULTURA I 225

sentido describir las culturas societales com o posesoras de más o menos cil de imaginar es una Esparta legítima que, respondiendo a esta descrip­
valores? Recuérdese la referencia que hace Charles Taylor a “una cierta clase í ción, logre conservar su estabilidad con el paso de las generaciones.
de heroísmo que requiere dar la vida” ; ¿se trata de un solo valor o de la Ahora bien, imaginemos una región -llamém osla M onom anía- en la
intersección de dos (un ideal de dar la vida sumado a un ideal de heroís­ que las personas se congregaran en grupos de afinidad: los guerreros se
mo)? Para decirlo sin rodeos, ésta es una conversación que nadie querría unirían con los guerreros; los perezosos pastoralistas se unirían con los
iniciar. Si el pluralismo nos insta a ver que los valores no son compara- - perezosos pastoralistas; los laboriosos adoradores de Apolo cohabitarían
bles, no cabe duda de que el sentido com ún sugiere que tam poco son con los de su clase. Así, tendríamos muchas sociedades con un estrecho
contables. Sencillamente, no sabemos cóm o alinear dos sociedades y decir margen de valores, que quizás intercambiarían bienes y servicios entre ellas.
que una de ellas “contiene” (y aquí el verbo clave es “contiene”, y no “tolera”) Cada una de ellas (estipulémoslo así) se gobernaría a sí misma según los
más valores; no hay números determinados en este contexto, no hay sum as. principios dem ocráticos liberales, y cada una de ellas, de acuer<dn con
que puedan ponerse en una balanza.63 Galston, permitiría a sus habitantes “vivir su vida de una manera que resulte
Galston, incorporando el argumento de Williams, desarrolla su defensa consecuente con su realización y su satisfacción”. En el caso en que esta
de la diversidad interna a la manera clásica. Supone que la existencia de la hipótesis suene a fantasía remota, permítaseme aventurar que los siste­
“diversidad de tipos humanos” es previa a la autodeterminación cultural. mas políticos liberales se caracterizan por contener una cierta medida de
Entonces, las “sociedades con un estrecho margen de valores” -Williams tal segregación axiológica: hay locales de lujo y locales comunistas; hay
da com o ejem plo la Esparta de la leyenda- “sólo perm itirán que una mercado de valores y mercado de pulgas. Una de las razones que nos lle­
pequeña fracción de sus habitantes viva sus vidas de una manera que resulte van a tomar tan en serio la libertad de movimiento y asociación es nues­
consecuente con su realización y su satisfacción”.64¿Pero como llegó Esparta tro reconocim iento de que las personas que com parten valores y
a ser espartana en prim er lugar? Para que com partam os el planteo d e: aspiraciones se buscarán unas a otras.65
Galston es preciso que se nos explique la transición mediante la cual un >
orden prepolítico de feliz diversidad pasó a constituir una sufrida ciudad
estado. Porque si Esparta se hubiera formado a partir de la reunión espon- La diversidad como espectáculo
tánea de personas de disposición espartana, la hipótesis de sufrimiento Hasta ahora he analizado los desafíos que plantea el discurso de la diver­
general se volvería inverosímil. Es decir, quizás el sistema político tiene el sidad interna; cuando posamos la mirada en la diversidad externa, nos
carácter que tiene porque, con toda legitimidad, refleja y expresa las pre­ encontramos con un conjunto diferente de desafíos. En primer lugar, una
ferencias de sus miembros. Si no contamos con una premisa adicional, vez que hemos configurado el ámbito social como una confederación de
no podemos dar por sentado que Esparta niegue la diversidad de sus habi­ diferencias, una red de comunidades que elaboran sus propios credos y sus
tantes. Incluso si suponemos que Esparta no está poblada por espartanos? propias costumbres, tenemos que preguntarnos para quién es un valor la
y que sólo una pequeña fracción de sus habitantes se complace en aceptar diversidad. Ahora bien, el principio de diversidad exige la promoción de
las costumbres espartanas, lo que tenemos no es un argumento en favor
de la diversidad lisa y llana, sino un argumento en contra de la legitimi­
dad de ese orden social particular, dado que la mayoría de sus habitantes 65 Se supone que Monomanía es un lugar de homogeneidad interna (que aun así
conduce al florecimiento humano), pero esa descripción puede ser puesta a
lo rechazan. Una vez más, si Esparta no está poblada por espartanos -si,,
prueba. La presencia de una diversidad de grupos homogéneos brinda la opción
en cambio, está poblada por atenienses-, no podemos describirla como de que las personas que en la actualidad son parte de un grupo migren a otros (o
una “sociedad con un estrecho margen de valores”. Lo que sí resulta difí­ que simplemente aprendan de ellos). Siempre y cuando Monomanía también
permita una migración como ésa entre distintos lugares, como debería ocurrir si
cada uno de ellos debiera mantener su carácter, el hecho de que la diversidad hiera
63 Con la excepción de ciertas circunstancias; por ejemplo, cuando A contiene los externa y no interna no dejaría de enriquecer las opciones, y por ende la
mismos valores que B y algún valor que B no contiene. Pero nadie podría hacer autonomía, de los individuos de cada TtoXtq distinta y relativamente homogénea.
esta inferencia respecto de ninguna comunidad real. Pero entonces podría sostenerse que Monomanía, después de todo, es un lugar
64 Galston,LiberalpluTalism...,op. cit.,p. 60. con diversidad interna.
226 ¡ LA É TI CA DE LA I D E N T I D A D EL P R OB L E MA CON LA CUL TU RA I 227

la diversidad por la diversidad misma. Sostener que la diversidad lisa y llana todo ello no se le haría perder el gusto, fuente de todas las riquezas, y
tiene valor, no es necesario recordarlo, es algo muy diferente que decir hasta la urbanidad que atrae a los extranjeros?67
que una serie de formas sociales son buenas porque la gente es diversa, o
que las preferencias de los individuos deberían ser respetadas, o que debe? Pero el atractivo de la diversidad parece más estético que moral. Nos puede
ría darse un amplio margen a la libertad de asociación entre ellos, o que encantar que haya amish que anden en calesa y menonitas que ordeñen
diferentes formas de cofradía son importantes para los asuntos humanos» vacas, pero seria un error moral tomar medidas para evitar que los m iem ­
Además, como resulta obvio, la diversidad externa no describe una socie? bros de estas pintorescas comunidades las abandonen y se unan a las nu es-
dad llena de partidarios de la diversidad. Entonces, ¿para quién es un print tras. No somos nosotros los que se agachan para limpiar los establos, ni ellos
cipio ese principio? Sin duda, sus defensores implícitos son los miembros lo hacen para nuestro deleite. Los que deben decidir si conservan “ la tra­
de la tribu liberal. Es decir, si el principio es más que un simple recursQ dición” son ellos, y no nosotros.
destinado a mantener la paz, debemos concluir que el panorama de la diveri m Ahora bien, muchos teóricos han expuesto el principio de diversidad
sidad - e l espectáculo del zoológico del emperador, para decirlo de alguna haciendo referencia a la biodiversidad, para lo cual han interpretado casi
m anera- está ahí para que lo apreciemos.66 I literalmente la analogía de Mili de las plantas y sus climas. Así, David Ingram,
Por consiguiente, el problema de muchos argumentos en favor de fe luego de advertirnos acerca de la existencia de una “monocultura global
“diversidad” com o ideal es que no respetan lo que Ronald Dworkin llan^ de mercancías producidas y consumidas en form a masiva”, concluye
la “premisa de la aceptación”, según la cual no podemos hacer que una pe®¡ diciendo que la diversidad cultural, entonces, lejos de ser un simple asunto
sona sea mejor obligándola a hacer algo que ella no acepta como valiosas espiritual o existencial, es una cuestión de supervivencia física”. (A fin de
En El espíritu de las leyes, ese encantador compendio de comentarios int" lu stra r por qué “ emanciparse de la tradición” puede “ser insalubre y des­
culturales, el barón de Montesquieu advirtió que "'Debe atenderse a qp truir una forma de existencia genuinamente humana”, Ingram aduce que
no cambie el espíritu general de un pueblo”, porque tí pueblo ik, fam oso a partir de la investigación etnográfica de Colín
Surabull, “representa un ejemplo extremo del individualismo que cada vez
Siendo el carácter bueno en general, ¿qué importa algún defecto? fc u p a un lugar más prom inente en nuestra sociedad orientada por el
En ese país se podría constreñir a las mujeres, dictar leyes que coi Ajuero .)68En un planeta afligido por la desigualdad masiva, un planeta cuyos
gieran las costumbres y pusieran límites al lujo; pero ¿quién sabe si < ¡ffcíses más ricos sólo asignan sumas irrisorias a la ayuda internacional, es
so preguntarse qué significa la analogía de la biodiversidad: parece
una retirada, un acordonamiento, allí donde la lucha más impor-
66 John Tomlinson observa: “Es difícil objetar la homogeneización global (en el V es la del compromiso humanitario. Sin embargo, el mayor problema
supuesto de que esté ocurriendo, claro está) sin recurrir a la intuición simple , plantea esta analogía es que niega la agencia. Si bien hay jóvenes gran-
según la cual la variedad de la cultura es algo bueno. Pero entonces debemos
preguntarnos: ¿algo bueno para quién? ¿Quién disfrutará de la gama de
diferencias culturales? No es difícil ver cómo esta preferencia por la variedad
podría transformarse en la del turista occidental o el antropólogo íontesquieu, E l e s p í r i t u d e l a s l e y e s , Buenos Aires, Claridad, col. “ Biblioteca
comprometido. Es probable que existan argumentos mucho más sólidos en fa sica de obras maestras”, vol. 1, Libro xix, cap. v, p. 270.
de la uniformidad de las culturas en sentido amplio allí donde la uniformidad vid Ingram, G r o u p r ig h t s : r e c o n c i l i n g e q u a l i t y a n d d i f f e r e n c e , Lawrence,
implique, por ejemplo, maximizar el cuidado de la salud, la tecnología de r liversity o f Kansas Press, 2000, p. 257. La censura del individualismo, claro está,
nutrición, la provisión de vivienda, la educación, etc., en todas las culturas. Eir- indica un viraje considerable respecto de Mili. Pero además, el diagnóstico es
evidente que existen otras importantes cuestiones de valor en este contexto, bizarro: lo que perjudicó a ios ik no fue la cultura occidental, individualista o no,
se relacionan con los procesos culturales de la modernidad en sí misma. No* sino la extrema privación, resultado de una acción gubernamental que forzó a
las objeciones al ‘imperialismo cultural’ -la ‘ homogeneidad’ es un buen ejem estos cazadores recolectores a abandonar su tierra y transformarse en granjeros,
se basan de manera clara en lo que la izquierda llamaría la crítica de la tivi dad para la cual carecían de experiencia. Decir que los ik -muchos de los
dominación. Para no engañarse en este punto, es preciso preguntan‘ ¿quién cuales murieron de hambre- se arruinaron por mirar demasiadas películas de
habla?’ ” (Tomlinson, C u l t u r a l í m p e r i a l i s m , Baltimore, John Hopkins Unive Hollywood sugiere un peculiar narcisismo cultural. Para otra crítica del tropo de
Press, 1991»P- 98). la biodiversidad, véase Blake, “Rights for people, not for cultures”, o p . c i t .
228 I LA É T I C A DE LA I D E N T I D A D EL P R OB L E MA CON LA CULTURA I 229

jeros menonitas que han decidido transformarse en disk-jockeys de moda» s En efecto, cuando los multiculturalistas como Kymlicka dicen que hay
los crisantemos, por regla general, no deciden transformarse en margaría tantas “culturas” en tal o cual país, lo que se desprende de la imagen es
tas, ni existen disensiones en el orden social de las secuoyas gigantes. <jue cada “cultura” representa no sólo la diferencia, sino también la elim i­
Es preciso señalar que hay aldeas que reciben subvenciones gubernáf nación de la diferencia: el grupo representa un conjunto de hom ogenei­
mentales para preservar sus pintorescas diferencias culturales, desde lasf d ad relativa, y esa hom ogeneidad es perpetuada e im puesta por los
aldeas-espectáculo de los palóc de Hungría occidental hasta ciertas comut mecanismos regulativos concebidos para marginar y silenciar la disiden­
nidades nm ong de Vietnam , a las cuales se les permite participar en cia respecto de sus normas y costumbres básicas. Desde una perspectiva
redituable program a turístico a condición de que renuncien al agua'; .histórica, el nacionalismo podría ser descrito com o un imperialismo con
corriente, los artefactos eléctricos y otros elementos que estropearían el :contigüidad. Tal como ironizó Ernest Gellner, al igual que la traición, el
disfrute que su “autenticidad” produce en los occidentales. Estos progi fcibalismo nunca prospera; de lo contrario, que a nadie se le ocurra lla ­
mas destinados a prom over la diversidad no han hecho m ás que crear.; marlo tribalismo ’. De ahí que cuando se impone \d.francité metropolitana
una suerte de “etnicidad Epcot” para el viajero curioso. én las regiones colindantes -regiones donde poco antes la identidad pre­
ponderante había sido saboyana, gascona, borgoñona, provenzal- celebra­
mos el nacimiento de una nación. “ Mientras celebran la diversidad legítima
Diferencia uniforme -Mitre las culturas -señala Galston— los pluralistas liberales sospechan que
No hago estos comentarios a m odo de condena; después de todo, dealg' ^dentro de la cultura también habrá siempre diversidad, y que la suavemente
hay que vivir. Lo que apunto a señalar es que, tal como sugieren estos ejem* homogénea fachada pública de una cultura refleja una operación en cu­
píos, mantener las diferencias entre los grupos puede implicar impone bierta del poder.”70Sin embargo, la cuestión que nos intriga es cómo hemos
la uniform idad en el interior de cada uno. Com o dije antes, ésta es uni| jde determinar cuál es la diversidad “legítima”
de las maneras en que la diversidad interna y la diversidad externa pue -gj Porque la eliminación de las diferencias dentro de los grupos sociales
den estar en tensión, ya que la cultura es un árbol de Porfirio: las difeS( no es algo que necesariamente deba condenarse. Por el contrario, invita a
rendas y las distinciones llegan hasta las raíces. En el m undo real, laa| ^preguntarse si no hay determ inadas normas o uniformidades que son
uniformidades se afianzan mediante la autorización y el nombramient fátiles para preservar un orden social benigno, si no es bueno que exista
de élites y “ representantes” dentro del grupo; mediante la movilización cierto grado de homogeneidad. Com encé esta sección yuxtaponiendo
recursos del Estado en beneficio de esos representantes; mediante el ap flos pasajes sobre la diversidad: uno de Hobbes y uno de Mili. Com etemos
rato entero de la “autonom ía cultural”. El lector recordará que Avis> 1 error si damos por sentado que sólo el segundo encierra sabiduría.
Margalit y M oshe Habertal, en “ Liberalism and the right to culture”, sos > Hobbes era un partidario de las convenciones, pensaba que era posible
tienen que las personas tienen un “ interés prim ordial” que respalda romulgar una verdadera filosofía m oral porque la verdad, en ese ámbito,
derecho a que su cultura esté resguardada de la acción de personas aje! ' algo que creaban los seres humanos. Era responsabilidad del sistema
ñas a ella; sin embargo, m ucho depende de quién cuenta com o persoi .olítico, del Estado educativo, educar a sus ciudadanos con normas y valo-
ajena. Precisamente porque, como dice Locke, toda iglesia es ortodo’ ' tales que les permitieran encontrar juntos “el gran camino que conduce
para sí misma, cuando damos cabida a la iglesia disidente, es posible qaf la paz” Si bien gran parte del menú hobbesiano resulta poco atractivo
-desde la perspectiva de los disidentes de esa iglesia- estemos fortale 'ara nosotros, parece que sí queremos que nuestras escuelas públicas incul­
ciendo otra ortodoxia.69 quen algunos valores, alguna especie de racionalidad social. Diré m ucho

69 “Una vez que una cultura se vuelve una entre varias, en el marco de un sistema
político y económico muy integrado, las prácticas que antes configuraban las tampoco deberían intentarlo. Lejos de apuntar a preservar la pureza prístina de
oportunidades pueden pasar a restringirlas”, dice Raz. “Y es posible que entren en-; los diferentes grupos culturales, deberían permitirles que se adapten y adquieran
conflicto con las aspiraciones que, con toda legitimidad, son alentadas por la una nueva forma de existencia dentro de la comunidad más grande en la que se
sociedad en la que se insertan los miembros de esa comunidad. Sería un error insertan” (Raz, Ethics in the public domain, op. cit., p. 99).
pensar que las medidas multiculturales pueden contrarrestar estos hechos; y ó Galston, Liberalpluralism. ..,op. cit., p. 64.
230 I LA E T I C A DE LA I D E N T I D A D
EL P R O B L E M A CON LA C U L T U R A ¡ 2 3 1

más acerca de esta cuestión en el contexto de “ la formación del alma”, en


Estados Unidos nunca han sido menos culturalmente diversos, y nunca
el próximo capítulo.
han celebrado mas la d.versidad cultural; y estos dos hechos están rela­
Aceptar el pluralismo de valores significa que debemos instalar la diver­
cionados: quienes desean que todos adopten la diversidad han impuesto
sidad entre otros valores apreciados por otras comunidades, incluido el un monismo sustancial.
valor de imponer la uniformidad ética. “ Podríamos sostener que la riqueza
A menudo, cuando nos preocupamos por la homogeneidad -si se me
cultural, la variedad y la diferencia son valores en sí mismos”, señala John
permite aventurar un diagnóstico-, lo hacemos porque la tomamos como
Tomlinson con su acostumbrada claridad, “pero entonces, según otras con­
evidencia de un crimen preexistente cometido en perjuicio de la autono­
sideraciones, también lo son el orden, la uniformidad y la universalidad.
mía, de la misma manera en que la contemplación de una llanura cubierta
Tanto Babel com o Esperanto tienen sus seguidores entusiastas”.71
de hierba puede resultar menos placentera si 5e sabe que es el resultado de
Con toda certeza, si nos interesa la autonomía - o incluso, para el caso,
mía deforestación reciente. A la inversa, es posible que muchos de nosotros
la promulgación de la racionalidad social- no podemos tomar la diversi­
valoremos la diversidad, no porque sea un bien primordial, sino porque
dad como el bien último:
la consideramos un correlato de la libertad, de la ausencia de dom ina­
ción. Sin embargo, si el interés patrocinador es la autonomía, el principio
Con demasiada frecuencia, el discurso sobre la diversidad y la diferem
e diversidad -e l valor de la diversidad lisa y llana- no puede hacerse
cia transcurre sin que se tom e en debida consideración el grado de acreedor de nuestra lealtad.
convergencia moral que se necesita para sostener un orden constituí
Los límites de la diversidad concebida por Mili -la diversidad puesta al
cional que sea liberal y democrático, y se caracterice por la presencié
« « i c o del bienestar individual- no deberían, entonces, avergonzar a nadie.
de lazos generalizados de amistad y cooperación cívicas-escribe Stephen
¡ heCt!° de ^ su concepción de la diversidad no le impidiera emitir ju i­
M acedo- N o todas las formas de diversidad religiosa y cultural debe"
cios sobre determinadas prácticas culturales, ya fueran las de su propio
ser celebradas, y no todas las formas de lo que puede rotularse como
patrimonio cultural -co m o los desbordes sanguinarios de John Knox y el
“marginación” y "exclusión” deben lamentarse o disculparse. No deb:
rsometnraento de las mujeres en la Inglaterra vfctonana- o aquellas que le
ría ser vergonzante desear, e incluso planear, formas profundas de sera*
eran completamente ajenas -co m o la costumbre china de vendar los p ies-
janza y convergencia.72
instituye una fortaleza, y no una debilidad, de esa concepción. En efecto
flingun argumento resulta más persuasivo para reivindicar la divers.dad
N o cabe duda de que Macedo está en lo cierto, incluso a pesar de qu
■ ana que el que emana de los mismos momentos de su escritura que
grado de convergencia que se requiere sea bastante menor de lo que pO'
1 sido reprobados por quienes no toleran la intolerancia respecto de la
pensarse. Pero, para terminar de trazar el círculo que nos lleva de re;
oleranaa. Insistir en que los liberales, en tanto liberales, deben abste-
a la observación con que comenzó este capítulo, es preciso señalar que!
-erse de emitir ju ico s de esta dase equivale a exiliarlos de un compromiso
mino con el género humano.
71 Tomlinson, C u l t u r e i m p e r i a l i s m , o p . c i t . , p. 67.
72 Stephen Macedo, D i v e r s i t y a n d d i s t r u s t : c i v i c e d u c a t i o n i t i a m u l t i c u l t u r a l d e m
Cambridge, Harvard University Press, 2000, p. 2. Y los perfeccionistas suelen ten
también una apreciación severamente acotada de la diversidad. Así, StevenWall
escribe: "Según una visión de la moralidad política basada en la autonomía, la
diversidad es valiosa en la medida en que contribuye a la realización de los seres
humanos. Desde esta perspectiva, no existen buenas razones para preservar m
de vida que impidan la realización humana, por el simple motivo de que su
continuidad contribuye a la existencia de un mundo mucho más diverso” D e.
hecho, Wall sostiene que una moralidad política "que rehúse considerar que la.
diversidad es un bien en sí misma y por sí misma revela su compromiso con el
humanismo: la noción de que lo que importa es la realización de los seres
humanos” (Wall, L i b e r a l i s m , p e r f e c t i o n i s m , a n d r e s t r a i n t , o p . cit., pp. 181,182). :•
5
La formación del alma

«A S ALM AS Y EL ESTADO

ífc-
jDe acuerdo con Mili, la excelencia del gobierno debe medirse por la exce-
icia de sus ciudadanos: por el éxito que alcance el gobierno en la pro­
moción de “la virtud y la inteligencia de las personas”.1 Éste es uno de los
:as presentes en su obra que parecen a la vez m uy viejos y m uy nuevos,
le Platón el primero en enseñar que la política es el arte de cuidar las
as; sin embargo, la noción de que el Estado debe ocuparse del carác-
de su ciudadanía no podría ser más actual. Es un pilar del llamado “ rena-
tiento republicano”, inspirado en un humanismo cívico romano que
~'ncula a Cicerón, Maquiavelo y los Padres Fundadores estadounidenses,
el cual la sociedad debe reproducirse a sí misma mediante la pro-
ücción de buenos ciudadanos. Y tam bién es un pilar de las recientes
'puestas del perfeccionismo liberal que ponen a prueba el ideal de neu-
lidad liberal.2
!
.Mili, Del gobierno representativo, op. cit., p. 21, citado en el capítulo 1. Mili
. '■ continúa diciendo que la primera pregunta que debe formularse respecto de
’alquier institución política es hasta qué punto tiende a fomentar en los
úembros de la comunidad las diversas cualidades deseables: las morales, las
intelectuales y las activas.
: caracterización de Platón se ha interpretado de diferentes maneras. En la
aducción que hizo Jowett de Las leyes, el extranjero ateniense concluye diciendo:
este conocimiento de las naturalezas y los hábitos de las almas de los hombres
ftserá de la mayor utilidad en el arte que se encarga de gobernarlos; y ese arte, si no
_e equivoco, es la política” [traducción propia de la versión inglesa citada por el
autor, N. delaT.]. Respecto del resurgimiento del republicanismo, véase, en
especial, la obra de Quentin Skinner y Philip Pettit. El perfeccionismo liberal que
t tengo en mente se asocia a la obra de Joseph Raz, Thomas Hurka, George Sher y
Steven Wall, entre otros. También se describe como perfeccionista, aunque no sin
2 3 4 I I A ÉT I CA DE LA I DE N T I D A D LA F OR MAC I ÓN OEL ALMA I 2 3 5

Pero ¿debe el Estado invadir las almas de sus ciudadanos? Cuando la convencionalmente como el ideal de autoría de uno mismo. Si somos nues­
pregunta se formula de esta manera, m uchos de nosotros retrocedemos tros propios autores, son el Estado y la sociedad los que proporcionan
espantados ante semejante perspectiva; y existen razones válidas para que las herramientas y los contextos de nuestra autoría: si bien es posible que
reaccionemos así. Porque el discurso sobre la formación del alma huele nosotros configuremos nuestro propio yo, son otros los que configuran
demasiado a esa clase de indiscreta interferencia gubernamental que Popper nuestra configuración. Y entonces, si el Estado no puede sino influir en
hacía bien en temer: a todos los conocidos intentos fatídicos de transfor­ nuestra alma, es justo que nos preguntemos cóm o lo hace y cóm o debe
mar la naturaleza h umana en virtud de alguna visión utópica. Recurriendo hacerlo.
a una solemne imagen marcial, Hobhouse llamó “la ciudadela interior”3a Sin duda, la necesidad de justificar la manera en que el Estado confi­
la libertad de pensamiento, y no se trata de algo que se nos ocurra invadir gura nuestra alma es una reflexión de nuestra modernidad moral. Quizás
con ligereza. Sin embargo, com o es posible advertir luego de un momento una (muy esquemática) genealogía de nuestra situación actual ayude a
de reflexión, hay otros aspectos a considerar. Nunca ha existido un Estado ver por qué. Cuando Platón hablaba del cuidado de las almas, no se le
que no ejerza alguna influencia en el carácter desús ciudadanos; esa ciu­ habría ocurrido que el gobierno necesitara consultar las concepciones
dadela interior puede parecerse más a un café, que existe para todos los de los ciudadanos a fin de decidir qué era lo mejor para sus almas. Cuando,
grupos que bullen en su interior. La autonomía, ya lo sabemos, se describe mucho más tarde, Santo Tomás define la ley como nada más que “cierta
ordenación de la razón al bien común, y promulgada por el que tiene el
controversias, la “socialdemocracia aristotélica1' que han propuesto Martha cuidado de la comunidad”,4 da por sentado que la preocupación por el bien
Nussbaum y Amartya Sen: una democracia que no se centra en la distribución común incluye el cuidado de los sujetos individuales; sin embargo, d ifí­
justa de los recursos, como en la perspectiva de Rawls, sino en la provisión de cilmente habría creído necesario consultar a los ciudadanos acerca de
capacidades (según un determinado umbral) a todos los ciudadanos. Incluso sus intereses. Si bien estas concepciones previas a la modernidad tienen
pueden encontrarse caminos tawlsianos que conducen al perfeccionismo, de los
en cuenta que a veces el gobierno necesita saber qué quieren los ciuda­
cuales abjuró el propio Rawls: su T e o r í a d e l a j u s t i c i a , como hemos visto, aprueba
lo que él llama Principio aristotélico, la noción según la cual “en igualdad de danos a fin de tratarlos com o es debido, nunca habrían visto en el mero
circunstancias, los seres humanos disfrutan del ejercicio de sus capacidades deseo de un ciudadano una razón para actuar. De hecho, consideran que
realizadas, y cuanto más se realice la capacidad, o cuanto mayor sea su en ocasiones es necesario dom ar los apetitos de los ciudadanos, dominar
complejidad, más se incrementará ese placer”.
o corregir sus deseos.
3 Popper escribió: “Uno de los puntos cruciales en la teoría política de Spinoza es la
imposibilidad de saber y controlar lo que piensan las otras personas. Spinoza Con la Reforma, sin embargo, comienza a pensarse que lo que es bueno
define la ‘tiranía’ como el intento de lograr lo imposible, y de ejercer el poder para nosotros depende, al menos en parte, de nuestras actitudes respecto
donde el poder no puede ser ejercido. Debe recordarse que Spinoza no era de nuestros actos y nuestras propiedades. Y ésta es una de las fuentes de la
exactamente un liberal: no creía en los controles institucionales del poder, sino
noción de Kant según la cual cada uno tiene derecho a una form a de
que pensaba que un. príncipe tiene el derecho de ejercer sus poderes hasta el límite
real de éstos. Sin embargo, lo que Spinoza llama ‘tiranía’ -que, a su entender, está gobierno de sí mismo, que él llamó “autonomía”. Para pasar de esta noción
en conflicto con la razón- es interpretado por los planificadores holísticos, con a la idea de que somos nosotros quienes determinamos qué es bueno para
bastante inocencia, como un problema ‘científico’, el ‘problema de transformar a nosotros fue preciso recorrer una distancia significativa: la que separa la
los hombres’” (Karl R. Popper, capítulo 24 de T h e p o v e r t y o f h i s t o r i c i s m , Londres,
moral kantiana del “liberalismo político” de Rawls; sin embargo, este último
Routledge and Kegan Paul, 1974, p. 90 [trad. esp.: L a m i s e r i a d e l h i s t o r i c i s m o ,
concepto (tal com o lo reconoció Rawls, claro está) es en cierto sentido la
Madrid, Alianza, 1999]). En L i b e r a l i s m (1911), L.T. Hobhouse escribe: “dentro de lo
que llamamos ‘libertad personal’ hay un ámbito que resulta extremadamente elaboración de una idea cristalizada por Kant. Si gobernarse a sí mismo
difícil de definir, pero que constituye la arena de los conflictos más encarnizados
de la pasión y de los sentimientos más profundos del género humano. En la base
está la libertad de pensamiento -libertad respecto de la injerencia en las opiniones 4 S u m a t e o l ó g i c a (selección), Introducción y notas por el P. Ismael Quiles,
que el hombre se forma por sí mismo-, la ciudadela interior donde, por Madrid, Espasa-Calpe, 1979, p. 122. “Et sic ex quatuor praedictis potest colligi
excelencia, debe gobernar el individuo” (L. T. Hobhouse, L i b e r a l i s m a n d o t h e r definitio legis, quae nihil est aliud quam quaedam rationis ordinatio ad
w r i t i n g s , ed. por james Meadowcroft, Cambridge, Cambridge University Presss, bonum commune, ab eo qui curam communitatis habet, promulgata” (S u m m a
1994. P-13 (trad. esp.: L i b e r a l i s m o , Barcelona/Buenos Aires, Labor, 1927]). T h e o l o g i a e - Ia-IIae q. 90 a. 4 ad 1).
236 I LA ÉTIC A DE LA I D E N T I D A D LA F OR MAC I ÓN DEL ALMA I 237

equivale a ser gobernado por los propios deseos y las propias concepción por algo más que preferencias.6La segunda condición es tan necesaria como
nes del bien, no queda espacio para que otros configuren nuestros deseos la primera, dado que no podría denominarse “perfeccionista” una concep­
éticos: nuestros deseos están dados, y la tarea de la moral política es tratar ción según la cual el gobierno debe limitarse a darnos la mayor cantidad
de acomodarlos. Entonces, según esta concepción, cambiar lo que alguien: posible de lo que ya deseamos. Los perfeccionistas desean que el gobierno
quiere utilizando cualquier otro medio que no sea el de brindarle infor-t contribuya al mejoramiento de nuestras vidas mediante nuestro mejora­
mación cuenta com o una corrección injusta de sus preferencias. miento, y el cumplimiento de nuestros deseos presentes sólo puede dejar­
Ofrezco esta genealogía caricaturesca sólo como un intento de señalar nos tal cual somos. Pero el contenido de la primera condición también es
una característica bastante notoria de este desarrollo histórico: la presen- , importante: el perfeccionismo construye políticas cuyo objetivo es m ejo­
cia de dos supuestos de fondo en nuestra cultura. Según el primero, los rar nuestra vida, y no limitarse a proporcionar un contexto estable en cuyo
intentos de cambiar lo que las personas quieren o consideran valioso vkn toarco hagamos nuestra propia vida. Para el perfeccionista, el gobierno
lan una esfera del gobierno de sí mismas que es legítimamente suya.5 De , tiene que ayudar a cada persona a hacer una vida buena, por lo cual debe
acuerdo con el segundo, todos tenemos igual derecho a alcanzar la satis^ definir una cuestión ética central: ¿qué significa que una vida transcurra
facción de nuestros deseos legítimos. Quien piense que la realización de, bien? Cualquier gobierno, perfeccionista o no, proporciona un contexto
los individuos se relaciona con la satisfacción de cualesquiera de sus desee» en el cual podemos buscar nuestra propia respuesta a esta pregunta en el
- y ésta era la posición de m uchos utilitaristas- tiene una comprensión marco de nuestra propia vida: la seguridad del cuerpo y de la propiedad
del bien humano estrictamente “regida por las preferencias” * (como se la que brinda la ley contribuye a la com prensión de (casi) cualquiera de
denomina a veces siguiendo a Brian Barry). Gran parte de la economía estas concepciones. Sin embargo, un gobierno perfeccionista tomará una
moderna del bienestar, por ejemplo, supone que la medida del bienestar posición sustantiva respecto de algunos aspectos del bienestar de nuestra
de una sociedad considerada como un todo es una función (en el sentido'; sida y no sólo respecto de qué comportamiento de los demás en relación
matemático de la palabra) de los bienestares individuales de cada ciuda­ con nosotros -ataque, robo, asesinato- es inadmisible desde el punto de
dano, y que el bienestar se mide teniendo en cuenta el grado en que se satis­
facen las preferencias de los ciudadanos: tal concepción del bien humano : 6 John Passmore, en T h e p e r f e c t i b i l i t y o f m a n (Nueva York, Scribner, 1970, p. 20),
es consecuente con los dos supuestos de fondo que he identificado. Sin : proporciona un resumen etimológico: “La palabra griega t e l e i o s , que comúnmente
se traduce por 'perfecto’, se relaciona etimológicamente con t e l o s (fin); en ella se
embargo, estos supuestos son puestos a prueba por cualquier concepción
inscribe, por así decirlo, la relación entre lo perfecto y el logro de un fin. Sin
del bien humano que acepte que los actos de un gobierno no pueden deter­ embargo, la palabra inglesa ‘perfect’ [perfecto] deriva en última instancia, a través
minarse únicamente según los deseos de las personas, que es legítimo frus-. del inglés medio, de la palabra latina p e r f i c e r e , cuyas raíces, a su vez, son f a c e r é ,
trar determinados deseos en nombre de algo más que otros deseos, e incluso “hacer”, y el prefijo p e r , que sugiere ‘completamente’. Es decir que, desde el punto
de vista etimológico, lo perfecto se define como lo ‘hecho completamente’, lo
que nuestro bien puede requerir la modificación de nuestros deseos.
‘completado’. [... ] Así, la perfección se desvincula de los fines”. Algunas
En las últimas décadas se ha desarrollado una literatura filosófica en advertencias respecto del uso contemporáneo de la palabra. Aunque el
defensa de esta noción, que caracteriza de “perfeccionista” (término de­ perfeccionismo sostiene, a contrapelo de Rawls, que el gobierno puede promover
safortunado) cualquier concepción del funcionamiento del gobierno que el bien, no implica por ello que todos deberían llevar el mismo tipo de vida: el
considere legítimo que el gobierno (a) promueva la realización ética de sus perfeccionismo de Mili surgió de su interés por la individualidad como desarrollo
de uno mismo, y de su idea de que un orden político debería fomentar ese
ciudadanos, mientras (b) se apoya en una noción de la realización regida
desarrollo. Más aun, promover no significa incrementar al máximo. Los
perfeccionistas pueden negar que la realización humana sea algo factible de ser
incrementado al máximo, y esa posición es consecuente con el pluralismo de
5 Quienes comparten esta idea pueden pensar que a veces es legítimo violar dicha • valores. En L i b e r a l i s m , p e r f e c t i o n i s m , a n d r e s t r a i n t , o p . c i t . , pp. 7-25, Wall explica
esfera; por ejemplo, para proteger los iguales derechos de los demás a satisfacer con gran claridad por qué puede decirse que el grado de compromiso que exige el
sus deseos. Entonces, el supuesto dice que existe el deber p r i m a f a c i e de no violar perfeccionismo es mínimo. Dado que, como veremos, cualquier concepción
los deseos de las personas, y no un derecho absoluto e irrefutable a cumplir los plausible del bienestar implica algo más que consideraciones estrictamente
deseos propios. subjetivas, la idea de que el gobierno debe promover el bienestar de sus
* En inglés: “Want-regarding” understanding o f human good. [N. de la T.] ciudadanos (y que debe hacerlo por su propio bien) contaría como perfeccionista.
238 ! LA É TI CA DE U I D E N T I D A D LA FORMACION OEL ALMA | 239

vista moral: y ésta es la razón por la que resulta apropiado hablar de rea¿ Según los liberales negativos, es razonable que el gobierno garantice la
lización ética. Despierte o no la simpatía del lector, el perfeccionismo ha. seguridad de la vida y de la propiedad y cree el marco para establecer un
estado en el centro de algunos argumentos que arrojan luz sobre el con* contrato, porque ésos son asuntos que están relacionados con la manera
junto de temas que trataré en este capítulo. >j en que nos tratamos unos a otros y, en ese sentido, son asuntos morales.
Si bien los perfeccionistas cabalgan con brío, lo hacen con la cabeza Pero los liberales negativos exigen que el gobierno no interfiera en las
gacha: su credo recibe más críticas que adhesiones. Para Rawls, claro estái dimensiones éticas de nuestra vida, que no se guíe por nociones que deter­
los gobiernos deben ser neutrales respecto de diferentes concepciones razo* minen qué vidas son buenas o malas para una persona, toda vez que esa
nables de la vida buena, aceptando la realidad del pluralismo - e l hecho persona haya cumplido con los deberes morales exigibles. Más específica­
de que existe una variedad de tales concepciones- como una condición mente, el gobierno no debe procurar hacernos mejores personas por nues­
inevitable de la vida democrática moderna. Pero este neutralismo liberal tro propio bien. Lo que preocupa del perfeccionismo en este contexto es
ha pasado de moda en los últimos tiempos; además de cargar con los pro* que entraña una intromisión paternalista en la esfera de nuestra autono­
blemas que mencionamos en el capítulo 3, representa el credo del árbitro* mía personal: pisotea o, peor aun, pretende alterar nuestros deseos.
cuya muerte pide a gritos el posmodernismo. Sin embargo, la misma clase Sin embargo, las formas más influyentes del perfeccionism o que se
de escepticismo que rechaza el neutralismo rechaza también, e incluso de desarrollaron durante los últim os años han tendido a centrarse, precisa­
manera más tajante, las certezas trascendentales que (tal como observa mente, en la prom oción de la autonom ía, que consideran un elemento
Rawls) entraña el perfeccionismo. Además, el perfeccionismo tampoco se del bienestar: tanto su condición previa com o su resultado. En estas ela­
lleva bien con las formas del liberalismo para las que la libertad negativa boraciones teóricas no se promueve un tipo particular de vida ni un con­
-el estar libre de coerción- constituye el valor político fundamental (si bien junto de valores demasiado específicos aparte del valor de la autonomía.
me refiero aquí a una amplia gama de concepciones políticas, para el pro* Si bien no me detendré aquí en sus reclamos (que ya he analizado en el
pósito que nos interesa podemos agruparlas bajo la rúbrica de "‘liberalismo capítulo 2), vale la pena destacar que los perfeccionistas liberales a menudo
negativo” ).7 insisten en que ellos también son pluralistas, dado que consideran que la
realización humana puede adquirir una multiplicidad de formas.8A l per­
feccionarnos, sólo se proponen posibilitar una realización más efectiva de
7 Una de ellas es el liberalismo del Estado gendarme, o lo que sus adherentes se
complacen en llamar “ liberalismo clásico”. (Esa caracterización puede discutirse.
Véase en Emma Rothschild, E c o n o m i c s e n t í m e n t s : A á a m S m i t h , C o n d o r c e t , a n d t h e gobierno se involucrara en la formación del alma. Si bien simpatizo en cierta
E n l i g h t e n m e n t [Cambridge, Harvard University Press, 2001], el argumento según medida con estos argumentos, no me ocuparé de ellos aquí, porque existen
el cual Adam Smith en realidad se acercaba más al liberalismo moderno con teóricos que no admitirían que el gobierno desempeñe esta función incluso en el
mayúsculas que al “liberalismo clásico”.) Sin embargo, no toda versión del caso en que fuera digno de confianza, y son sus argumentos los que me interesan.
liberalismo negativo involucra un Estado especialmente reducido: algunos 8 Tal como lo señalé en la nota 6. Profundizando más en este punto, James Griffin
liberales negativos piensan que los requisitos indispensables para la libertad escribe: “no es preciso ser monista para ser perfeccionista. Es posible aceptar una
negativa (tales como la salud) justifican una considerable extensión de las pluralidad de valores, no sólo porque para una persona existe una cantidad
funciones del Estado. También debería señalar que la forma de liberalismo irreducible de valores diferentes, sino también porque para diferentes personas
negativo que me interesa constituye un liberalismo de principio; supone que el existe una cantidad irreducible de diferentes formas ideales de vida. Las diferentes
gobierno puede ser transparente y digno de confianza. No cabe duda de que se formas de vida (la del artista, la del investigador, la del político, la del ciudadano
trata de un supuesto utópico, y existe toda una tradición liberal que parte del anónimo que atiende su jardín), siempre que sean buenas, podrían ejemplificar
argumento contrario, es decir, de la desconfianza. Me refiero al liberalismo de los diversos ideales” (Griffin, W e l l - b e i n g . . . , o p . c i t . , p . 59). Y Raz-en The morality
Madison, quien procuró crear una constitución que garantizara el equilibrio de o f f r e e d o m , o p . c i t . , p. 399- sostiene que su compromiso con la autonomía supone
poderes [ c h e c k s a n d b a l a n c e s ], de manera tal que no fuera posible acumular poder un compromiso con el pluralismo: “valorar la autonomía conduce a adherir al
en ningún sector con demasiada facilidad. Madison concebía una sociedad civil pluralismo moral’’. Por supuesto, decir que la realización humana puede asumir
cuya multiplicidad de redes de intereses impidiera que una de ellas se una pluralidad de formas no significa que cualquier forma sea la correcta. Como
transformara en la base para la permanencia de una mayoría dominante. Así, ya he señalado, los perfeccionistas tienen sus opiniones acerca de qué constituye la
Madison contribuyó a la creación de un sistema político que apuntara a sostener realización humana; no piensan que mi vida sea buena simplemente porque yo
una amplia diversidad de identidades sociales sólidas sin necesidad de que el piense que lo es. Pero tampoco lo hacen los demás.
240 I LA É T I C A DE LA I D E N T I D A D LA F OR MAC I ÓN DEL ALMA | 2 4 1

nuestras propias concepciones del bien. Es por eso que algunos perfe defensa. El segundo, que la prosperidad general se eleva y difunde tanto
cionistas liberales pueden negar de plano que son perfeccionistas: porr más cuanto más variadas e intensas son las facultades consagradas a su
pueden decir que, en efecto, favorecen la promoción gubernamental < í desenvolvimiento. 10
realización de los individuos (con lo cual satisfacen la primera condid'
que expuse), pero lo hacen en nombre de las diversas concepciones ¡l^quí y en todas partes, M ili hace hincapié en que un gobierno debe pro-
bien de esos individuos (con lo cual difícilmente satisfagan la segunc inover las virtudes y los intereses y las excelencias de sus ciudadanos, y
“Al mejorar tu autonomía, no pretendo cambiar tus deseos”, puede de*' que esas cosas sólo están a resguardo si el individuo está dispuesto a acep­
el liberal, “sino sólo ayudarte a ponerlos en práctica”. Pero mientras qi¡ tarlas; más aun, a “defenderlas” en forma activa. Se ha acusado a Mili de
esta realización de m i autonomía por parte de otros puede sin duda tom-: confusión en este punto -¿acaso aboga por un paternalismo anti.patern.a-
com o dadas mis concepciones de la vida buena, contará de todas manéí Hsta?-, pero es posible que tal confusión provenga de la mente de los pro­
ras com o perfeccionista en el sentido amplio que he definido si, en pris pios críticos. El paternalismo en sí ya divide nuestras opiniones. (Los críticos
mer lugar, descarta por irrazonables determinadas concepciones de la vida del paternalismo suelen admitir la legitimidad de algunas de sus formas,
buena (y, en consecuencia, determinados objetivos), o si, en segundo lugar» o bien, mediante ciertos dispositivos definitorios, declarar que los aspec­
aspira a m ejorar mi autonomía logrando que yo m e abstenga de ponQr tos buenos no cuentan como paternalismo.)51 La mayoría de los ciudada­
en práctica ciertos deseos (o renuncie por completo a ellos) porque no solí? nos modernos se preocupan muy poco por las leyes que regulan el daño
consecuentes con m i concepción del bien. personal, siempre y cuando éstas no interfieran con la capacidad de hacer
En consecuencia, no deberíamos suponer que el perfeccionism o eá; la propia vida. Así, en vista de la irracionalidad humana, tenemos leyes que
incom patible con la búsqueda de la autonomía o incluso de la libertad- reglamentan el uso de cascos y de cinturones de seguridad, y solemos ver-
negativa. El m uy incomprendido Thomas Hill Green, a quien debemos hfc las como mecanismos dirigidos a exigir una conducta racional, y no a pro­
distinción entre libertad positiva y libertad negativa, confirmó su propio; mover una concepción particular del bien. En general, la capacidad de una
credo de individualism o perfeccionista cuando escribió: “ La sociedad persona para crear una vida no se ve erosionada por la obligación de usar
humana es en esencia una sociedad de personas que se determinan así casco al andar en motocicleta; y en los casos en que ello pudiera ocurrir
mismas. No puede haber un progreso de la sociedad que no sea un desamé -com o en el de algún ocasional querellante sikh- es común que se conce-
lio de capacidades emprendido por las personas que la componen, consi­
deradas como fines en sí mismas”.9 Pero la mejor ilustración de la manera
10 Mili continúa diciendo: “Para mayor precisión podría decirse: El hombre no tiene
en que el perfeccionism o puede reconciliarse con la libertad personal más seguridad contra el mal obrar de sus semejantes que la protección de sí
proviene de Mili, que es a la vez perfeccionista y rotundo opositor al pater- mismo por sí mismo: en su lucha con la naturaleza su única probabilidad, de
nalismo. Cuando defiende algo como la democracia liberal, M ili alcanza triunfo consiste en la confianza en sí propio, contando con los esfuerzos de que
sea capaz, ya aislado, ya asociado, antes que con los ajenos” (Mili, D e l g o b i e r n o
su mayor grado de perfeccionismo, incluso al expresar una elocuente adhe­
r e p r e s e n t a t i v o , o p . c i t . , p. 3$).
sión a la “premisa de la aceptación” : 11 Es famosa la manera en que Mili respondió al argumento según el cual el
cuidado de uno mismo tiene com o consecuencia el cuidado de los demás: la
Su superioridad, con relación al bienestar actual, descansa sobre dos noción de que sí alguien “echa a perder sus facultades físicas o mentales, no sólo
comete un error en relación a los que dependen de él, sino que se hace incapaz
principios que son tan universalmente aplicables y verdaderos como
de cumplir sus deberes hacia sus semejantes”, y lo que se sigue de ello (capitulo 4
cualquier otra proposición general, susceptible de ser emitida sobre los de S o b r e l a l i b e r t a d , o p . c i t ., p. 94). Sólo las consecuencias que violan “una
negocios humanos. El primero es que los derechos e intereses, de cual­ obligación clara y comprobada”, responde Mili, justifican la interferencia ( i b i d .,
quier clase que sean, únicamente no corren el riesgo de ser descuida­ p. 95). Baste con decir que Mili identificó un problema, pero no lo resolvió.
dos cuando las personas a que atañen se encargan de su dirección y Como vimos en el capítulo 1, Raz es capaz de mostrar que el principio del daño
puede aplicarse de forma bastante expansiva, como en los casos en que
perjudicamos a alguien mediante la disminución de sus oportunidades en la
9 Thomas Hill Green, P r o l e g ó m e n o to e th ic s [1883], ed. por A. C. Bradley, Bristol, vida; una vez más, creo que resulta legítimo preocuparse por si semejante
Thoemmes Press, 1997, p. 295. concepción es e x c e s i v a m e n t e expansiva.
2 4 2 ! LA É T I C A DE LA I D E N T I D A D LA FOR MACI ÓN DEL ALMA | 2 4 3

dan exenciones.11 El Estado también puede lanzar campañas de según imprudentes), de manera que el sistema nacional de tráfico funcione
que nos exhorten a tomar medidas para protegernos, y así alterar n' consecuencia, los individuos gocen directamente de las ventajas de
tras creencias y nuestros deseos. Com o ya he dicho, la mayoría de la ¡ ducir, si eligen hacerlo. Cuando los antiperfeccionistas inculcan vir-
acepta que tales medidas destinadas a com batir la irracionalidad ’es cívicas, entonces, lo hacen por razones consecuenciales. La princi-
eso lo que son) se sitúen en la esfera de acción legítima del Estado, 1preocupación del Estado no son los logros éticos de nuestra vida, sino
¿dónde termina esa esfera de acción? Estabilidad y la supervivencia del orden político.0 Es por ello que estos
Tanto los antiperfeccionistas como los perfeccionistas pueden tener rentos son aní/perfeccionistas: se me hace virtuoso, no por mi pro­
concepto amplio de esa esfera de acción. Por ejemplo, los antiperfeccio' bien - n o para que yo pueda realizarme- sino porque es necesario sí
tas pueden abogar (y a menudo lo hacen) por la difusión de virtudes • ‘ de servir al bien común y tratar a los demás como es debido.
cas, basándose en el argumento de que nuestro Estado democrático lib' Sin embargo, cabe preguntarse si estos liberales-que pueden llegar a ser
necesita ciudadanos que compartan ciertos valores y ciertas creencias1 uy elocuentes cuando describen el carácter que es creado por la demo-
damentales. Además, la posesión de esas virtudes podría constituir *cia liberal, o que conduce a ella-consideran que las virtudes cívicas
requisito para la participación plena y efectiva en la esfera pública, nbienes sólo porque casualmente sirven a estos otros fines. Pueden decir
ejemplo, una democracia debería difundir la virtud del voto, porque s* tesón bienes, a grandes rasgos, ala manera en que la red vial de la nación
gente no votara se debilitaría el sistema político. En este punto es posfi run bien: algo que el Estado moderno necesita para funcionar. Pero mien-
trazar una analogía con las reglas viales. Enseñamos a las personas a co :que resulta posible imaginar alguna revolución del transporte que haga
ducir bien (lo cual im plica habilidades y conocimiento, y, quizá, cié iperfluas las autopistas, no existen escenarios equivalentes que ahórra­
actitudes favorables y desfavorables respecto de las prácticas seguras^ 12 la necesidad de rasgos de carácter tales como "una actitud reflexiva y
^autocrítica, la tolerancia, la apertura al cambio, el control de sí mismo, la
noluntad de entablar diálogo con los demás y la voluntad de corregir y con­
12 Los igualitarios podrían preguntarse por qué el sikh (un ejemplo que mencioné
en el capítulo 3) tiene derecho a recibir una exención, y no así el laico que siente^ figurar proyectos con el fin de respetar los derechos de los demás o como
una preferencia tan profunda como la del sikh por andar en motocicleta sin case respuesta a una nueva percepción de ios ideales y los rasgos de carácter
Brian Barry, con su acostumbrado entusiasmo y proverbial claridad, expone un propios” (tomo esta lista de Stephen Macedo, Liberal virtues).H Creo que
argumento al respecto en Culture and equality, op. cit., pp. 44-49: “debemos
insistir en la diferencia crucial que existe entre negar la igualdad de oportunidades
a algún grupo (por ejemplo, una ley que prohíba a los sikhs andar en motocicleta)1 13 Y la existencia del orden político se justifica por el bien que brinda a ios
y la elección que hacen algunas personas de renunciar a alguna oportunidad de utí individuos: el individualismo ético es sin duda coherente con el discurso del bien
conjunto de oportunidades iguales (por ejemplo, la elección de no andar en social. Podría sostenerse, claro está, que un intento antiperfeccionista de
motocicleta), como resultado de ciertas creencias”, escribe Barry. “ Quienes creen promover las virtudes cívicas —por ejemplo, una medida que hiciera obligatoria la
que, incluso con un casco protector, andar en motocicleta es demasiado peligroso, votación- está reñido con la autonomía o la individualidad. Los perfeccionistas no
y por lo tanto no es una empresa racional, están ‘excluidos’ (en el mismo, son los únicos que están expuestos a estos cargos.
engañoso sentido) de la posibilidad de hacerlo. Todos nosotros nos imponemos , 14 Stephen Macedo, Liberal virtues, Oxford, Ciarendon Press, 1991, p. 129. (Según
restricciones constantemente al elegir entre las opciones que ¡a ley pone a nuestra Macedo, estas virtudes, que poseen una eficiencia de reactor, son necesarias para
disposición, según nuestras creencias acerca de lo que es correcto, cordial, decente, la existencia de un régimen liberal y también son creadas por él; sin embargo, él
prudente, profesional, etc. Los ateos tienen el derecho de sentirse ofendidos mismo reconoce que pueden resultar insuficientes si no se complementan.) Un
ante la idea de que las únicas limitaciones que pueden imponerse a la gratificación antiperfeccionista minucioso podría sostener que no se trata más que de
personal deriven de creencias religiosas” (p. 45). Para retornar a mi anterior habilidades de ciudadano, de la misma clase que la de saber cómo introducir un
análisis de los casos de libre ejercicio, existen dos respuestas habituales a esta línea voto en una urna, pero esta posición no resulta muy atractiva, y por buenas
de pensamiento. El autonomista liberal convencional puede tomar el hecho de razones. Recuérdese el análisis que hace Raz de los bienes públicos contingentes e
que ¡a preferencia es una costumbre religiosa o pararreligiosa simplemente como inherentes, en The morality offreedom, op. cit.p p . 198-199: "Es un bien público
evidencia de su particular firmeza. (La identidad sikh podría funcionar como inherente el hecho de que esta sociedad sea una sociedad tolerante, que sea
justificación de la intensidad de la preferencia.) Y los comunitaristas denunciarán instruida, que esté imbuida de un sentido del respeto por ¡os seres humanos, etc.
¡a equiparación entre rasgos de identidad y elecciones de consumidores: si el Vivir en una sociedad con estas características es en general beneficioso para los
hecho de cubrirse la cabeza deriva de la identidad, no se trata de algo “elegido”. individuos”. Una vez más, los bienes públicos inherentes -lo que Raz Hama
244 I IA É T I C A DE IA I D E N T I D A D U FOR MACI ÓN DEL A I MA i 245

resultaría acertado describir estos rasgos como buenos en sí mismos; cipado de esa manera. Los valores de la ciudadanía han pasado a for-
embargo, aceptar que son intrínsecamente buenos para quienes los ■ parte de la dimensión ética de m i vida, de la persona que soy.
nen y favorecer su prom oción en virtud de este hecho equivaldría a d*3 son éstos los temas que me propongo explorar en este capítulo: si el
tar del antiperfeccionismo. »do debe intervenir - y cuándo- para incrementar la perspectiva de mis
Incluso los liberales que sospechan del discurso de las virtudes cí‘ -os éticos. Para tener una noción de qué cosas están en juego, quizá valga
a menudo toman la autonomía personal como algo de valor inherent' :ena retornar a la cuestión de la evaluación ética de una vida humana
com o ya he dicho, es posible que estos autonomistas (tal como insisten ada en soledad.16Vivir una vida significa llenar el tiempo que se extiende
críticos, y también algunos de sus partidarios) sean perfeccionistas. P' :el nacimiento (o, en todo caso, entre la edad adulta) y la muerte con
trazar una distinción entre el objetivo de procurar la virtud de los ciu • :red de intentos y logros susceptible de ser evaluada retrospectivamente,
danos por su propio bien y el de hacerlo por el bien del sistema políti manera total o parcial, en términos de éxito o fracaso. Y la dimensión
puede resultar difícil, particularm ente en el contexto de la educaci jca de la vi da incluye tanto el grado en que una persona ha creado y expe-
Considérese la propuesta de Am y Gutmann según la cual “un Estado ■ .entado cosas -com o relaciones, obras de arte e instituciones- signifi­
educación democrática trata de enseñar [... ] lo que podría denomina cas desde un punto de vista objetivo, como el grado en que ha cumplido
virtud democrática: la habilidad de deliberar y, por ende, de participar-. “n los proyectos que se propuso (proyectos que, en parte, se definen a par-
la reproducción social consciente”.15 Es evidente que la propuesta comb: de sus identificaciones). Una vida ha transcurrido bien si la persona ha
un interés por el bienestar del sistema político (ya que su estabilidad y. to por los otros la mayor parte de lo que debía hacer por ellos (y, por
supervivencia necesitan de la enseñanza generalizada de esta virtuí .de, ha alcanzado el éxito desde el punto de vista moral) y ha logrado
por la igualdad política de los individuos (quienes, de lo contrarío, serr5 ir cosas significativas y que satisfagan sus ambiciones (y, por ende, ha
menos capaces de configurar de manera reflexiva su entorno política' izado el éxito desde el punto de vista ético).17 Nuestra identidad indi-
Sin embargo, esta glosa parece dejar algunas cosas de lado. Para decirlo iual-nuestra individualidad- define nuestras ambiciones, es decir, deter-
manera esquemática, incluso si mis deliberaciones (internas) y los vol­
que resultaran de ellas no influyeran en el m undo - y sin considerar b; É¡6 Hay tradiciones que suponen que, en algún sentido, podemos tener más de una vida.
beneficios globales que acarrearía la existencia de una gran cantidad Sería interesante explorar si esta noción comporta una diferencia. Dado que algunas
votantes-, podría aún quedar la sensación de que fue bueno para m íhabef de esas tradiciones -la del hinduismo, por ejemplo- consideran que la forma de las
vidas posteriores refleja hechos relacionados con las anteriores, resulta daro que, para
ellas, uno es responsable por los acontecimientos de las vidas posteriores; en
consecuencia, las secuencias de vidas implican la misma clase de vinculación ética
“bienes colectivos”- son también bienes para los individuos, consecuentes que atañe a una sola vida tal como la concebimos aquí. Pero esas secuencias difieren
con el individualismo ético; no tienen las características de los “bienes sociales de manera sustancial de una vida humana única, porque, dado que la memoria no se
irreductibles” que postula Taylor. Obviamente, un antiperfeccionista podría transporta de una a otra vida, no existe una narración de la secuencia completa que
aceptar que tales rasgos de carácter son buenos en sí mismos, pero a su vez desempeñe un papel en cada miembro de la secuencia; en cambio, una persona que
asegurar que sólo los promueve en virtud de sus consecuencias. El vive una sola vida tiene la noción de que cada fase de su vida encaja en una sola
perfeccionismo se distingue por sus fundamentos, no por sus prescripciones. ^ historia. (Ésta es una de las muchas razones por las cuales la pérdida de la memoria
Imaginemos un teórico político para quien el único valor real consistiera en ¡ es tan angustiosa en los casos de Alzheimer.) Así, aunque existan vinculaciones éticas
maximizar de manera perdurable las arcas gubernamentales. Minuciosas >, entre las vidas, éstas son muy diferentes de las que integran cada una de las vidas. La
consideraciones empíricas podrían ilevarlo a adherir a todas las características de falta de acuerdo respecto de esta cuestión ejemplifica, en algún sentido, la clase de
la democracia liberal, incluso si no diera un rábano por la libertad, la igualdad o divergencia metafísica que separa a las tradiciones que analizo hacia el final del
aun la realización humana. Los demócratas no son sólo personas que están a 1 capítulo 6, en la sección “Bienes rivales, dioses rivales”.
favor délos arreglos políticos democráticos; son personas que lo hacen por ¿7 Dworkin define las ambiciones en este sentido: “Las ambiciones de una persona
razones democráticas. El punto en cuestión es si estas razones entrañan una incluyen sus gustos, preferencias y convicciones, al igual que su plan general de
concepción del bien, un ideal de la realización humana, que las autoridades vida: sus ambiciones proporcionan las razones o los motivos para elegir una
políticas puedan promover. opción y no otra” (Dworkin, Sovereign virtue, op. cit., p. 322). Se han desarrollado
15 Amy Gutmann, Democratic educarían, Prínceton, Princeton University Press, 1987, otros términos para referirse a tales intereses omniabarcadores, incluidos los de
p. 46- “metas abarcadoras” y “deseos globales”, que usaré más adelante.
246 l LA É T I C A DÉ LA I D E N T I D A D LA F D R M A C I Ó N DEL AL MA | 247

mina qué logros son significativos en nuestra vida particular. Nuestra: Por formación del alma” entiendo el proyecto de intervenir en el pro-
vidualidad hace que ciertas cosas sean significativas para determin? ■ de interpretación a través del cual cada ciudadano desarrolla una iden-
m edida del éxito y el fracaso de nuestra vida, aunque no formarían p; ad, con el objetivo de incrementar sus posibilidades de vivir una vida
de la m edida del éxito de todas las vidas. En mi vida de novelista -\ "osa desde el punto de vista ético. A quí m e centraré en la form ación
vida que es la vida de un novelista porque yo he elegido que sea así- alma como proyecto político, como algo que hace el Estado, y enton-
hecho de que yo no haya escrito esa sátira inteligente e ingeniosa sobrf j será importante distinguir entre las diferentes maneras en que el Estado
vida urbana en la que he puesto tanto empeño constituye un fracasen ede influir en m i vida ética. D e más está decir que los gobiernos no pue-
nificativo: mi vida sufre un desmedro por ello. En su vida de filósofc sino influir en el desarrollo de las vidas, ya que deben hacer cum plir
sátira inteligente e ingeniosa que usted sí ha escrito es algo accidental, fitratos y brindar seguridad física -protección contra ataques y contra
agrega poco al valor de su vida. Y el precio que debió pagar por ello; lestrucción de la propiedad-, lo cual constituye la base para desarro-
no llevar a térm ino la elaboración teórica sobre el realismo m etafr: cualquier vida razonable. No cabe duda de que estos actos afectarán
que hubiera hecho su vida m ucho más satisfactoria. *circunstancias en cuyo marco hago m i vida y, por ende, las acciones que
En otras palabras, crear una vida es interpretar los materiales que la 1 a cabo; además, es muy probable que produzcan un impacto en m i
toña nos ha dado. Nuestro carácter, nuestras circunstancias, nuestra cor entificación. Joseph Raz está en lo cierto cuando dirige nuestra aten-
tución psicológica, incluidas las creencias y preferencias generadas pee 'ón al papel que desempeñan las formas creadas por el Estado en la con-
interacción de nuestras dotes innatas y nuestra experiencia: todos estos; ración de nuestra vida y nuestra identificación: mis ambiciones pueden
mentos deben tomarse en cuenta al configurar una vida. No constit -girme que sirva a m i país en el ejército, y es el Estado, claro está, el que
restricciones para esa configuración, sino que son sus materiales. A me' ,:ne esa alternativa a mi disposición.18Aun así, brindar la opción del ser­
que alcanzamos la madurez, la identidad que construimos, nuestra in< b io militar equivale a form ar el alma sólo si se lo hace, al m enos en
dualidad, es una respuesta interpretativa a nuestros talentos e incapaci(
des, y al cambiante contexto social, semántico y material donde ingrt
- £n ta concepción de Raz, “el bienestar de una persona depende, en gran medida, del
al nacer; y desarrollamos nuestra identidad en una dialéctica con núes" éxito que alcance en las metas y actividades definidas y determinadas por la
capacidades y circunstancias, porque estas últimas son, en parte, el produ­ sociedad”. En particular, nuestras “metas abarcadoras” pueden ejemplificar “formas
de lo que nuestra identidad nos lleva a hacer. La configuración de la vida *5 sociales” o basarse en ellas. Escribe Raz: “La existencia de muchas opciones consiste
en parte en la existencia de ciertas condiciones sociales. No es posible tener la
una persona emana de sus creencias y de un conjunto de valores, gustos y <
opción de ser abogado, cirujano o psiquiatra en una sociedad donde no existen esas
posiciones de sensibilidad, todos ellos influidos por diversas formas de idert ; profesiones, ni las instituciones presupuestas por su existencia [...] lo mismo puede
tidad social: llamemos ala suma de estos elementos “el yo ético” de unaperscr decirse de las opciones de ser arquitecto o de contraer mairimonio. Es verdad que
Ahora bien, he identificado uno de los aspectos del liberalismo d e . no es en absoluto necesario vivir en una sociedad para diseñar edificios o cohabitar
con la idea según la cual yo debería tener el permiso (en particular, j¡> con otra persona en forma regular. Pero hacer eso no es lo mismo que ser arquitecto
o estar casado. Un arquitecto es alguien que pertenece a una profesión reconocida
parte del Estado) para hacer la vida que surja de mis elecciones, siemp
por la sociedad” Y, más adelante: “La actividades que en apariencia no adquieren su
y cuando les dé a los demás lo que les debo y no les cause perjuicios. Pe carácter a partir de formas sociales en realidad lo hacen. La observación de pájaros
por supuesto, el hecho de que cada uno de nosotros tenga una vida p? 1 parece algo que puede hacer cualquier persona vidente que se halle en un lugar
hacer puede, como mínimo, plantear la posibilidad de que los demás,. donde hay aves. Y puede hacerlo, pero eso no la convierte en un observador de
pájaros. Sólo es posible ser observador de pájaros en una sociedad donde ésa, o al
Estado entre ellos, actúen para ayudarnos a llevar a cabo ese proyecto,
menos otras actividades de observación de animales, sean reconocidas como
al menos algunas de esas posibilidades entrañan cierta participación pasatiempos, y en la cual, además, se compartan ciertas actitudes relacionadas con la
nuestro yo ético. Lo que complica aun más la cuestión es que, como vime vida natural en general” (Raz, M o m l i t y o f f r e e d o m , op. c i t . , pp. 309,205,311). Si
esa participación tiene el potencial de afectar no sólo la realización de ñus :t perjudicar a alguien equivale a disminuir su autonomía, y esa autonomía está
tras ambiciones, sino también su naturaleza. Todo lo cual hace pensar , apuntalada, ínter alia, por formas sociales, el principio del daño se transforma en un
obstáculo más bien pequeño: sin duda, demasiado pequeño. Vale la pena destacar
la noción platónica de la política como arte de cuidar las almas, y es po|
que todos los tipos de acciones estatales pueden conllevar toda clase de
ello que hablaré de “ formación del alma”. consecuencias no intencionales, algunas relacionadas con la identidad.
248 ! LA ÉT I CA DE LA I D E N T I D A D
LA F OR MAC I ÓN DEL ALMA I 2 4 9

parte, con el fin de mejorar las posibilidades éticas de aquellos que ..reproducción social y la educación de los jóvenes. A lo largo de toda
gen, alterando su identidad, cambiando la interpretación de las circ 1reflexión debemos prestar atención a la manera en que estas inter-
tancias que guian su vida. ‘ dones formadoras del alma podrían invadir, o, por el contrario, refor-
Entonces, obviamente, no todo lo que influye en mis opciones “>lo que Mili llamó “ la individualidad como elemento de bienestar”.
aparejada la formación del alma. Com o ya he señalado, el simple h' Una advertencia preventiva final: explorar las posibilidades de la forma-
de brindar inform ación a las personas (y así cambiar sus necesidad 'n del alma no significa decir que debe extenderse su ámbito de aplica-
creencias) no forma el alma, a menos que apunte a reformar la coi n; no me imagino haber escrito en favor o en contra de esta práctica,
ración de su identidad, lo que a menudo no ocurre. Por otra parte* ‘ un error —que Tom Kelly llama “ idealización de ida”- centrarse sólo en
acción podría tener un efecto radical en la identidad de las personas,; imperfecciones de los gobernados, a la vez que se ignoran los defectos
si ese efecto no formaba parte del propósito de la acción, ésta no cu: los gobernantes. Podríamos, en el final, decidir que la formación del
a m i entender, como formadora del alma. Imaginemos que una mt ia no es conveniente porque los gobiernos reales la echarían a perder,
palidad represa un río para construir una planta hidroeléctrica, y m ás' *0 porque fuera imposible justificar su correcta aplicación desde el punto
ocurre que un grupo para el que el río tenía una importancia ética cei vista teórico. N o cabe duda de que los gobiernos pueden tanto ampliar
ha cambiado hasta el punto de que resulta imposible reconocerlo. Q» ~mo remediar las follas humanas, y las consecuencias de las acciones guber-
sus miembros adoraban al río porque lo consideraban un dios poder amentales deben someterse a juicios empíricos. Ésa es la razón por la
y la supuesta derrota de ese dios detonó una profunda crisis de fe., _e en los sistemas políticos liberales tales prácticas tienen más probabi-
así, la construcción de la planta hidroeléctrica no fue formadora del ¡ dades de llevarse a cabo de manera gradual. Y ésa es la razón por la que,
porque esos efectos que produjo sobre una identidad no formaban p* gran medida, he hablado de intervenciones y no de transformaciones.
de su propósito: no tuvieron relación alguna con las intenciones del Esta: ~mo dijo Madison, “A l organizar un gobierno que ha de ser administrado
(En m uchos casos, como veremos, la cuestión del propósito no res* *r hombres para los hombres, la gran dificultad estriba en esto: prime-
del todo clara.) Con ello no quiero decir que las intervenciones que api íente hay que capacitar al gobierno para mandar sobre los goberna­
tan a incrementar la realización ética de un individuo no tengan tambi' os; y luego obligarlo a que se regule a sí mismo”.19
otros objetivos. En la mayoría de los casos, los objetivos se combinan?
abarcan tanto el bien prudencial del individuo com o el bien cívico d
sistema político. El hecho de que una acción del Estado tenga otro obje^
tivo además del de configurar m i identidad no impide que también se pro*| :LA T A R J E T A D E A U T O G E S T I Ó N
ponga formar el alma.
En el resto de este capítulo exploraré tres grandes áreas donde la nocio “Qué suerte que detesto las arvejas -dice el nino de aquel viejo chiste- por­
de formación del alma parece tener posibilidades de prosperar. La prime que si me gustaran las arvejas, comería arvejas. Y detesto las arvejas.” Una
tiene que ver con nuestras deserciones de la racionalidad: con el fin de pj forma de incoherencia de nuestros deseos, que no es una incoherencia
mover nuestro bienestar, podemos desear que el Estado nos ayude a reme* lógica, tiene que ver con el hecho de que tenemos preferencias de segundo
diar nuestras incapacidades de razonar, y esas intervenciones, como veremosy orden, de manera tal que -para usar el ejemplo más o b vio - es posible que
pueden tener consecuencias predecibles e intencionales para nuestro yd queramos fumar un cigarrillo, y a la vez no queramos tener ese deseo de
ético, para nuestra identidad social. La segunda tiene que ver con el papel primer orden. A lgunos trabajos, entre los que se destaca el de Harry
que desempeñan las leyes contra la discriminación en el mantenimiento Frankfurt, sugieren que, en esos casos, debemos decidir entre un mero
y la configuración de nuestra identidad social; puesto que esas leyes pro­
híben sólo algunas formas de tratamiento diferencial, y en el contorno de
los folios judiciales reales podemos ver, por ejemplo, cómo se ha modifi­ 19 Alexander Hamílton, John Hay y James Madison, T h e F e d e r a l i s t . a c o m m e n t a r y o n
t h e C o n s t i t u t i o n o f t h e U n i t e d S t a t e s , No. 51, Nueva York, Random House, Modern
cado la configuración de los significados sociales del género. La tercera área
Library, 1941 [trad. esp.: E l f e d e r a l i s t a , li , México, Fondo de Cultura Económica,
-q u e es el ámbito más obvio de la formación del alm a- tiene que ver con 1994, P. 220].
250 I LA É T I C A DE I A I D E N T I D A D LA F O R M A C I Ó N D EL ALMA | 25I

deseo y la voluntad real de una persona. Si no sólo quiero abstenerme de segundo orden deriva de ese sentido de la importancia: “La voluntad de una
fumar, sino que también quiero que el deseo de primer orden de no fumar persona se forma, fundamentalmente, cuando comienza a preocuparse por
surta efecto en mis acciones, entonces, dice Frankfurt, tengo una voli­ ciertas cosas y cuando lo hace más por algunas de ellas que por otras”.21
ción de segundo orden”. Su contenido es el siguiente: que me abstengo de La imagen de persona que se desprende de gran parte délo que he dicho
fumar porque tengo un deseo de primer orden de no fumar. Lo que quiero: en estos capítulos es la de un individuo con necesidades, gustos, valores,
es no fumar, y no fumar porque quiero no hacerlo. 1 identidades y disposiciones, y una capacidad para la deliberación y la acción
Hay muchas maneras en que este pensamiento puede ser - y ha sido-, racionales. Com o sostiene Kant, es porque las personas son capaces de razo­
desarrollado. Las metas “anidadas” de Raz -la s maneras en que las metafe. nar que debemos respetar su derecho a gobernarse a sí mismas, es decir,
intermedias se subordinan a metas abarcadoras, que definen más nuestrú. lo que hemos dado en llamar “ su autonomía”. Un ser impulsado p o r sus
carácter- reflejan otra jerarquía de nuestros deseos. No todas las met propios instintos y apetitos, incapaz de planificar, carente de com prom i­
ni todos los objetivos, ni todos los deseos, ni todas las preferencias qu<^ sos que lo guíen e insensible a los razonamientos y las exigencias de la moral
alcanzan la realización contribuyen de la misma manera al bienestar; p no tendría derecho a disfrutar del interés por su autonomía que supone
el contrario, es posible que nuestro bienestar supóngala derrota demuch la perspectiva ética liberal: un ser semejante no estaría, en el sentido per­
de nuestros deseos. Al asomarme a una ventana en el piso más alto de u tinente, haciendo una vida. Pero si bien no somos este segundo ser, tam ­
rascacielos, m e puede sobrevenir un impulso salvaje y repentino de sal poco somos exactamente el primero. En consecuencia, me preguntaré si
desde el alféizar; sin embargo, un poderoso deseo de segundo orden nuestra irracionalidad, que todo lo penetra, no proporciona motivos para
lleva a abstenerme de sucumbir a él. La persona que sufre de un desord que se implemente la formación del alma con el fin de ayudarnos a reali-
obsesivo compulsivo se complace en tomar una medicación que la alivi- ¡231 nuestros deseos de orden superior: llamemos a esta propuesta “las razo­
de su necesidad de comprobar, una y otra vez, si apagó el horno. La no nes de la irracionalidad . Sin embargo, creo que será de gran ayuda abordar
lista baja la cabeza y termina de escribir su capítulo, a pesar de que los bañ ;el asunto por una vía indirecta: esbozando, a fin de establecer un contraste,
tas que se ven desde la ventana parecen invitarla a disfrutar de la playa; fina manera en la que el Estado pueda responder a (algunos de) nuestros
quizá nunca puede resistir la tentación, y se siente terriblemente mal ca *ctos irracionales sin poner en práctica la aspiración de formar el alma.
vez que alguien le pregunta cómo va con la novela. Es precisamente ■ Entonces, p e r m íte m e prop on er-a m odo de experimento im aginario-
sentido de jerarquía de los deseos lo que auspició la noción de planes lín mecanismo que congenie incluso con las formas más minimalistas del
vida” que analizamos en el primer capítulo. íberalismo antiperfeccionista; un mecanismo mediante el cual el Estado
Frankfurt llam a“ agentes inconscientes” a quienes carecen de volición eda brindarnos una herramienta para tratar con una de las formas de la
segundo orden: a estos agentes no les importa por que actúan. Y dice icionalidad: con esa debilidad de la voluntad denominada akrasia.
siguiente: “ Cuando una persona actúa, el deseo por el cual es inducida ¡£ No voy a explicar en qué debilidad de la voluntad consiste, o incluso qué
acción es o bien la voluntad que quiere o bien una voluntad que no qui" ene de irracional.22 San Pablo confesó a los romanos: “Y así, no hago el
tener. Cuando un agente inconsciente actúa, no se trata de ninguna de en que quiero, sino el m al que no quiero”.23 Sólo daré por sentado que
dos”.20 Frankfurt añade que la volición de segundo orden de una pers~
refleja el hecho de que le importan ciertas cosas: “Puede decirse que
Frankfurt, “La importancia de lo que nos preocupa”, en o p . c i t . , pp. 123,133.
persona a la que algo le preocupa está investida en ello. Se identifica ^
Véanse Michael Stocker, P l u r a l a n d c o n f l i c t i n g v a l ú e s , Oxford, Clarendon Press,
aquello que le preocupa en el sentido de que se vuelve vulnerable a pé pp. 211-237, y Thomas E. Hill, “Weakness o fw ill and character”, en op. cit.,pp. u 8 -
das y susceptible de beneficios según si lo que le preocupa disminuy. 137; Davis Pears, M o t i v a t e d i r r a t i o n a l i t y , Oxford, Clarendon Press, 1983. La
aumenta”. Y, según otra reflexión acerca de lo que importa, la volición bibliografía sobre la acracia es vasta, y existen elaboraciones teóricas que sostienen
* que, si bien se trata de un concepto coherente, no es más que una respuesta a
valores plurales e inconmensurables. Aun así, el uso que hago aquí de la palabra se
20 Harry Frankfurt, “La libertad de la voluntad y el concepto de persona”, en La acerca más al sentido común de nuestra psicología de bolsillo.
i m p o r t a n c i a d e l o q u e n o s p r e o c u p a , E n s a y o s f i l o s ó f i c o s , Buenos Aires, Katz, Edi* , Rom. 7 : 1 9 , E l L i b r o d e l P u e b l o d e D i o s : L a B i b l i a , trad. de Armando J. Leboratti y
2006, p. 36. Alfredo P. Trusso, Madrid, Fundación Palabra de Vida, Ediciones Paulinas, :99o.
252 I LA É TI CA DE LA I DE N T I D A D LA FOR MACI ÓN DEL ALMA | 253

(a) a veces, com o San Pablo, nos encontramos no haciendo lo que ji vgna larga lista de alimentos de altas calorías. Com o ya lo sé, decido no tener
m os que, bien mirado, es lo mejor que podemos hacer, incluso cuaiíJ ^sos productos en mi casa, y les pido a mis amigos que no me los ofrez­
no están en juego los intereses de nadie más, y que (b) ello equivale a vi can. Pero si llego al supermercado, cansado, después de un largo día de tra-
lar lo que llamaré “las exigencias de la razón”. Todos nosotros alguna Íajo, sé que sucumbiré y me compraré un chocolate. Entonces, simplemente
abandonamos dietas, o compramos cosas frívolas cuando habíamos resue Incluyo el chocolate en m i lista de autogestión para proscribirlo durante
ahorrar, o dejamos para último momento tareas que sabíamos que habrí ihperíodo de dieta, y de esa manera sólo podré comprarlo si me lo vende
m os hecho mejor de haber tenido más tiempo. En estos casos, y en ot ‘ bu delincuente. Com o ocurre que soy bastante respetuoso de la ley y mis
similares, solemos decir que no estamos haciendo lo que exige la razó- ” ^.amigos son personas responsables, el hecho de que adquirir chocolate cons-
Al reconocer esta situación, y entender que la vida se desarrollaría m ; ;tituya una transacción delictiva significa que, una vez que lo haya incluido
si contáramos con mecanismos para controlar nuestras tendencias a la < en la lista de la Web, no conseguiré chocolate.
sia al menos en una esfera, un gobierno moderno podría intervenir p' Imaginemos que, una vez implementado este mecanismo, tuviéramos
proponer una solución eficaz. Cada uno de nosotros recibiría una Tarj posibilidad de consumir heroína una sola vez sin volvernos adictos. En
de Autogestión autorizada por el gobierno. Gracias a la tecnología co «se caso, yo podría estar interesado en pasar por la experiencia. Entonces
temporánea, sería relativamente fácil programarla de manera tal que pu \me inscribiría para obtener una dosis de heroína y saldría a comprarla,
ramos manejar nuestros apetitos (de calorías, nicotina, alcohol o henr cabiendo que si sintiera el impulso de hacerlo otra vez debería registrarme
del siguiente m odo. Podríamos inscribirnos, a través de Internet, reflexivamente, y que puedo resistir la tentación de hacerlo a pesar de que
sitio Web gubernamental correspondiente, y registrar una lista de cosas. ipe resultaría difícil contenerme si viera la heroína en una tienda. De esta
no querríamos tener la posibilidad de comprar. Contaríamos con la lib~ manera se volvería posible gobernar el capricho de nuestra inclinación a
tad de comprometernos por un determinado período de tiempo, de man •¿laakrasia: las p ersonas cuya vida habría fracasado por completo si la heroí-
tal que los cambios de opinión se harían efectivos sólo después de hat íúa hubiera estado a su libre disposición tendrían la posibilidad de vivir la
los sometido a deliberación. Todos los bienes serían clasificados por ley vida con plenitud.
acuerdo con categorías que fueran relevantes para este propósito, y t' Además, la tarjeta de autogestión también podría usarse como una ayuda
las adquisiciones exigirían la presentación de la tarjeta de autogestión, para vivir de acuerdo con los compromisos que emanan de la identidad
sería pasada por una máquina lectora antes de efectuarse cualquier v jiéligiosa. Supongamos que, en m i condición de judío observante, q u i­
A las personas que procuraran comprar alguno de los artículos prosc siera respetar las reglas del kashrut, pero a la vez sintiera debilidad por los
en el sitio Web se les diría que la tienda no puede vendérselos, a mea emparedados de jamón; o supongamos que fuera un católico devoto y
por supuesto, que volvieran al sitio Web y alteraran la lista. Aquí hera ^hubiera renunciado al jam ón durante la Cuaresma. El sistema evitaría
adoptado la respuesta que da Ulises a la tentación de las sirenas.14 .que me descarriara: me mantendría fiel a mis deseos alimentarios supe­
Nótese que se trata de un asunto que sería difícil de organizar en fo riores en los momentos en que mis pares no estuvieran cerca para ayu­
privada. Si hubiera tiendas que no exigieran la tarjeta, el mecanismo darme con sus miradas reprobatorias.
funcionaría. Cuando estoy a dieta, no debo consumir licor ni chocolat2
4 Entonces, tenemos aquí un sistema implementado por el Estado que
, nos brinda una herramienta para la gestión de nuestra vida; no obstante,
=su USQ depende por com pleto de nosotros. Quien así lo deseara, podría
24 Jon Elster ha explorado más que ninguna otra persona las ramificaciones de la
declarar todos los bienes disponibles en su tarjeta. El Estado no tomarla
“autorrestricción”, en libros como U l y s s e s u n b o u n d , Cambridge, Cambridge
University Press, 2000 [trad. esp.: U l i s e s d e s a t a d o , Barcelona, Gedisa, 2002], y
partido acerca de cómo deseamos definir el desafío de nuestra vida: si optá­
S t r o n g f e e l i n g s , Cambridge, m it Press, 2000 [trad. esp.: S o b r e la s p a s i o n e s , ramos por luchar contra la adicción a la heroína (o incluso por entregar­
Barcelona, Paidós Ibérica, 2001]. Si se desea consultar una minuciosa exploració nos a ella de manera irracional), este sistema nos permitiría hacerlo. Sólo
de la manera en que las democracias liberales pueden tratar el problema de las .expresaría un compromiso de segundo orden para ayudarnos a hacer nues­
personas con racionalidad seriamente defectiva, véase Judith Lynn Failer, W h o
tra vida con éxito según cualesquiera normas hubiéramos definido no­
q u a l i f i e s f o r r i g h t s ? H o m e l e s s n e s s , m e n t a l i l l n e s s , a n d c i v i l c o m m i t m e n t , Ithaca, ■

Cornell University Press, 2002.


sotros mismos.
254 I W É T I C A DE U I D E N T I D A D LA FOR MACI ÓN DEL ALMA | 2 5 5

El ejemplo de la tarjeta de autogestión deja en claro que el Estado puc ÍB flE N E S T A R R A C I O N A L

responder a nuestras acciones irracionales -y, en particular, promover i


tro bienestar- sin poner en práctica la formación del alma. Es impoi guand o el Estado me proporcionó la tarjeta de autogestión, incrementó
recalcarlo, porque hay quienes parecen creer que las premisas antiperft Sai bienestar al ayudarme a cumplir con mis deseos reales. Pero quizá mi
ciontstas llevan directamente a la conclusión de que el Estado, aunq‘ bienestar habría sido mayor si el Estado hubiera mostrado algún interés
pueda desempeñar un papel importante en la compensación de los rec por esos deseos. Podría ocurrir, por ejemplo, que mis deseos de segundo
sos o como garante de nuestras obligaciones moralesbásicas, no debe int orden no fueran racionales por haberse formado a partir de información
venir en la prom oción de nuestra realización ética. D e hecho, el Esta errónea o de mi incapacidad cognitiva.
puede posibilitar nuestra realización ética de una manera que es coi Ahora bien, he dicho que la evaluación ética de una vida depende, en
cuente con las críticas que emanan del antiperfeccionismo o, más exac primer lugar, de haber realizado o no las propias ambiciones y, en segundo
mente, del liberalismo negativo. Es decir, el Estado puede hacer que nuestr •lugar, de haber tenido o no experiencias significativas. Podemos llamar
vidas se desarrollen mejor sin imponernos una concepción del bien, s: “dimensión de la realización subjetiva” a la primera dimensión; no porque
imponer su voluntad sobre nosotros en absoluto.25 no sea posible determinar de manera objetiva si alguien ha realizado las
propias ambiciones, sino porque cada sujeto determina cuáles son sus ambi­
ciones. Al crear el yo -a l configurar nuestra identidad- determinamos los
25 Incluso pueden presentarse objeciones a la tarjeta de autogestión. Por buenas
parámetros de nuestra vida, y así definimos nuestras ambiciones. En cuanto
razones, Mili sospechaba de los contratos que nos obligan a respetar las decisión,,
ala dimensión de la realización ética, la de la creación y experimentación
que tomamos en una etapa anterior de nuestra vida. En un pasaje de Principios dfet
economía política (1848), libro 5, capítulo 2, que he citado en el capítulo 1 de este de cosas significativas, llamémosla “dimensión objetiva”. Una concepción
libro (nota 14), Mili sostiene: “La segunda excepción a la doctrina de que los plausible del bienestar, como veremos, está sujeta a involucrar ambas dimen­
individuos son los mejores jueces de sus propios intereses es cuando un individuo^, siones. Y ninguna de las dos es tan sencilla como nos gustaría.
intenta decidir ahora de manera irrevocable qué será más conveniente para sus
El yo ético del que he hablado requiere que, al hacer nuestra vida, acu­
intereses en algún futuro más o menos remoto”. Hasta ahora he dado por
supuesto que mis deseos de orden más alto son estables, pero, ¿qué ocurre si •? mulemos evidencia, formemos creencias, identifiquemos opciones para la
cambian? El consentimiento de mi yo anterior - o el presunto consentimiento de. o* acción, predigamos y evaluemos sus resultados, y actuemos. Tal como se
mi yo futuro- ¿justifica realmente que se haga caso omiso de mis deseos actuales^, los suele entender, los ideales de racionalidad im plican, por así decir,
“No hagas algo de lo que más tarde te arrepentirás” suena a sentencia plausible,
tanto cálculo como información: tanto la dimensión instrumental como
pero crearía una tiranía del yo futuro. Es posible que yo sepa, con absoluta certeza?
que me arrepentiré de algo, pero aun así puedo tener razones para hacerlo. la cognitiva. Sin embargo, la concreción de esos ideales se nos escapa de las
Conocemos la tendencia humana a desdeñar la utilidad futura, pero la de % maneras más variadas. Es por ello que me propongo ocuparme de algu­
desdeñar la utilidad pasada es aun más grave. Quizá me resulte indiferente hoy, y nas cuestiones relacionadas con la forma en que deberíamos entender las
lamente mañana, el hecho de haber comido ayer tarta de cerezas; pero aun así,
demandas de racionalidad respecto de la realización ética, y la noción
detenerme en ese momento habría sido una monstruosa violación de mis
más amplia de bienestar.
preferencias. Supongamos que un médico le dice a un octogenario enfermo que
de haber vivido una vida de moderación gozaría de diez años más de buena saluda Hasta ahora me he referido al bienestar sin aclarar demasiado en qué
El octogenario, ahora en su lecho de muerte, puede desear de todo corazón r podría consistir, pero aquí será necesario profundizar en algunas de las
haberlo hecho así: ahora las décadas de placeres culinarios que ha vivido no muchas consideraciones más incisivas sobre el tema. En primer lugar, aun­
tienen ningún valor para él y, si pudiera, sentenciaría a su yo más joven a
que el bienestar pueda involucrar un componente relacionado con la expe­
alimentarse de comidas magras. Pero, ¿qué significa eso? Mi yo futuro no detenta
ninguna autoridad sobre el presente, y la incongruencia de nuestros deseos, riencia, ya ha quedado claro desde hace mucho tiempo que no es posible
aunque sea predecible, no es un signo de irracionalidad. Una vez más, podría reducirlo a los estados mentales hedonistas. En un ejemplo que analiza
ocurrir que, en un escenario del tipo “Redención de Shawshank”, yo me
encontrara a punto de ser condenado a cuarenta años de prisión. Dada mi
extrema claustrofobia, sé que esos años serán infernales, y contemplo la buenos tres o cuatro años. Yo sé que él tiene razón. Pero, ¿qué peso tiene para mí
posibilidad del suicidio. Un amigo me recomienda que resista, que dentro de esa verdad? No es mi yo octogenario el que se enfrenta a cuatro décadas de
cuarenta años me sentiré feliz de haberlo hecho, y que probablemente dure otros infierno: es mi yo actual el que lo hace.
256 I LA ÉTICA DE LA I D E N T I DA D LA FORMACION DEL ALMA I 2 5 7

James Griffin, Freud prefería terminar su vida sumido en el torm ento: Teduce al deseo de sentirnos com o si hubiéramos escrito una novela.17
que experimentar el efecto aun más angustioso de la analgesia, y algui. .satisfacción de nuestros deseos no sólo involucra un estado mental, sino
que albergara buenos intenciones debería haber respetado ese dese' abién un estado del mundo; en este ejemplo, uno que involucra la pro-
Tampoco puede considerarse que el bienestar sea la simple sensación ¡ ción real de una novela real. Es por ello que no envidiamos al hombre
jetiva de que se han satisfecho nuestros deseos. En un famoso experim: «evive engañado, imaginándose, pongamos por caso, que su mujer es fiel
mental, Nozick nos pide que imaginemos una máquina de la experie lo ama, cuando en realidad ella es y hace todo lo contrario. En general,
a la cual pudiéramos conectarnos; la máquina nos daría la sensación ¿eremos creer que nuestros deseos están satisfechos sólo cuando están
que hemos realizado nuestros deseos -haber publicado una exitosa no\ üsfechos. Porque lo que importa es su satisfacción real, y no (o, para ser
por ejem plo- aunque en realidad sólo estaríamos flotando inútilmen' ; precisos, no sólo) nuestra creencia de que están satisfechos.
en una piscina. Hay deseos que son reducibles a la fenomenología: sir -Por otra parte, también estamos familiarizados con la ¡dea de que no
usara una máquina de la experiencia para satisfacer el deseo de oír un ci ípre es posible juzgar por sus apariencias las preferencias de los indi­
teto de Bartók, digamos, el deseo podría satisfacerse de verdad. Pero¿ viduos; que no siempre la satisfacción de nuestras preferencias reales sirve
mayoría de los deseos involucran objetos externos: renunciamos a los ene M uestro bienestar.28 La irracionalidad humana, como ya he señalado, es
tamientos de la máquina porque el deseo de haber escrito una novela wicua, y la akrasia sólo representa un pequeño subconjunto de sus varie­
dades. Los economistas conductistas pueden recitar de un tirón una orde­
nada lista de estas actitudes irracionales, con rótulos y referencias cruzadas:
26 De más está decir que la acción de dar morfina a Freud contra sus deseos (que üéversión de preferencias, efectos de anclaje, costos irrecuperables y remor­
habían sido expresados con claridad, y eran estables y reflexivos) habría violado dimientos, entre otras.29Algunas parecen inoportunas fallas técnicas; otras
autonomía: incluso el más auténtico hedonista podría pensar con preocupación i
que la angustia consecuente sobreviviría a la dosis de morfina. Alguien que no
fuera hedonista podría (1) considerar que la autonomía forma parte del bienestar* 27 Nozick, A n a r c h y , s t a t e , a n d u t o p i a , Nueva York, Basic Books, 1974, pp. 42-43 (trad.
o (2) pensar que en ese caso la autonomía y el bienestar están en conflicto, y que esp.: A n a r q u í a , E s t a d o y u t o p í a , México, Fondo de Cultura Económica, 1988]. Que
no hay ninguna razón de peso para preferir el último a la primera. En cualquier el deseo no sea reducible a una experiencia no significa que la experiencia no sea
caso, existe evidencia considerable de que el sufrimiento físico no niega la un requisito. Por consiguiente, la situación se ha analizado haciendo referencia a
posibilidad del bienestar. He aquí un ejemplo que supone un desafío mayor c deseos de primer orden y de segundo orden: quizás el deseo de primer orden sea
de los últimos días de Freud: he sabido de un estudio sobre pacientes juveniles de - el de sentirse como si uno hubiera escrito una novela, y el de segundo orden, el
cáncer sometidos a radiación e injertos de médula ósea que arrojó un resultado hecho de que la satisfacción del deseo de primer orden estuviera justificada por la
imprevisto. Sirviéndose de un cuestionario estándar, el investigador interrogó a finalización objetiva de la tarea. Permítaseme tomar esto como plausible. Sir Walter
los pacientes con el fin de evaluar su bienestar, incluidas la calidad de vida, las Scott, de acuerdo con lo que él mismo decía, escribió una vez una novela, L a n o v i a
capacidades físicas y cuestiones similares. Quedó desconcertado al comprobar qmj¿ d e L a m e r m o o r , tan narcotizado por el láudano que cuando recibió las pruebas
los pacientes, a pesar del debilitamiento y los penosos tratamientos a que eran descubrió que no recordaba a ninguno de los personajes y nada de la prosa.
sometidos, tenían una mejor opinión de sí mismos que un grupo de niños del Llevemos esto más lejos, e imaginemos a un novelista que no guarda una memoria
vecindario que gozaba de perfecta salud. El penoso tratamiento, sencillamente, clara de haber escrito una novela, que luego se publica, según un arreglo que él
brindaba a los primeros un alentador sentido de la vida, del que carecían sus • ya no recuerda, bajo un seudónimo. La novela tiene éxito, pero ocurre que él nunca
abatidos y apáticos (aunque saludables) pares. Los pacientes abrigaban el claro . < se entera de su existencia. (En consecuencia, el novelista no tiene creencias falsas
sentimiento de que sufrían para alcanzar un propósito. ¿Pero qué ocurriría si ello.,; acerca de la novela, porque carece en absoluto de creencias al respecto.) Se trata del
no fuera cierto, y si el protocolo experimental probara ser ineficaz? Tal como problema opuesto al de la máquina de la experiencia: aquí hay alguien que ha
señala Sen en su ensayo sobre “utilidades plurales”, sentimos pena por el hombre publicado una novela, pero carece de la creencia de haberlo hecho.
que vive de ilusiones, pero cuando se lo desengaña sentimos aun más pena por éL ■; 28 Cass Sunstein profundiza esta idea en su artículo “Preferences and politics”, P h i l o s o p h y
“Tanto el h e c h o de cumplir con el deseo c o m o la conciencia de ello son relevantes1*? a n d P u b l i c A f f a i r s 20 N° 3,1991, acerca del cual diré algo más en este capítulo.
dice Sen (“ Plural utility”, o p . c i t . , p. 203). (En general, no constituiría un acto de 29 Para obtener una visión de conjunto de esta bibliografía, véanse Gerd Gigerenzer,
bondad decirle a un hombre que su difunta esposa tenía un amante secreto.) Sin C a l c u l a t e d r i s k s , Nueva York, Simón & Schuster, 2002; Thomas Gilovich, Dale
embargo, obviamente, los investigadores habrían tenido la obligación moral de Griffin y Daniel Kahneman (eds.), H e u r i s t i c s a n d b i a s e s , Cambridge, Cambridge
informar a sus pacientes e interrumpir de inmediato el tratamiento de haber University Press, 2002; y Massimo Piattelli Palmarini, I n e v i t a b l e i l l u s i o n s , Nueva
comprobado que era ineficaz. York, John Willey & Sons, 1994. Algunos de nuestros defectos cognitivos tienen
258 I LA ÉTICA DE LA I DEN TI DAD LA FORMACIÓN DEL ALMA | 2 5 9

(como el remordimiento) son parte de la textura afectiva de nuestra hi «po, una considerable bibliografía ha explorado la manera en que nues-
nidad. Pero la razón más simple y más generalizada por la que núes' preferencias se modifican en respuesta a los cambios que se produ-
deseos no sirven a nuestro bienestar tiene que ver con nuestras limita'** en nuestra situación, a las acciones del Estado y cosas similares. Son
nes informativas. Quiero nadar en el lago, pero sólo porque no sé ilas consideraciones que llevan a Cass Sunstein, en un ensayo de extraor-
está contaminado con mercurio. Extiendo la mano para tomar el vas' aria contundencia, titulado “ Preferences and politics”, a fundamentar
líquido efervescente para destapar cañerías porque pienso que es oposición a la teoría del “bienestar subjetivo”. A su m odo de ver, el
Seltzer. Una lista de ejemplos similares ha dado lugar a una teoría delbie .terés en la autonomía constituye un argumento en contra del consenti-
tar basada en el concepto de lo que James Griffin llamó “deseo informa iento de nuestras preferencias concretas. Entre los ejemplos que enu­
(o lo que algunos economistas, entre los que se destaca John Harsa mera se halla la decisión de adquirir cigarrillos tomada por alguien que no
llaman una “preferencia informada”). Nuestro deseo informado es el d ' . al tanto de los riesgos que acarrea el tabaco para la salud, la decisión
que tendríamos si, a grandes rasgos, tuviéramos una información exha no usar casco al andar en motocicleta tomada por alguien que se encuen­
tiva y una racionalidad perfecta. tra bajo presión de sus pares, y la decisión, tomada por una mujer, “de adop-
La índole del “deseo informado” merece que se le dedique alguna at: el modelo tradicional de género a causa del estigma social asociado a
ción, porque quizá podamos concordar en que el Estado no debería d: Su rechazo”.31Com o puede sugerir esta lista, la noción de “preferencia infor­
carse a rehacer nuestra alma ni a reformar nuestros deseos, sino limit mada” tiene un filo oculto, y ese filo corta muy profundo.
a mostrarnos en qué consisten nuestros verdaderos deseos. En este Algunas de las complicaciones ya se vislumbran en ja primera elabora­
nario, el Estado sólo deferiría a deseos informados y racionales. Si -p u ' ción del enfoque basado en las preferencias informadas, en el marco de la
decir el defensor de los deseos racionales-, en nuestra situación real tradición utilitarista, que tiene lugar en la obra del propio Mili. En tanto
alcanzamos la autonomía; sí, en nuestra situación real somos presa de de que Jeremy Bentham identificaba nuestro bienestar con la sensación de
siones irracionales. Pero lo único que necesita hacer una buena socied' placer, M ili introdujo un criterio de competencia; “si, de dos placeres, hay
es ayudarnos a entender nuestras preferencias auténticas, “ informadas".; ;Uno al cual, independientemente de cualquier sentimiento de obligación
Antes expliqué que los problemas más difíciles de la formación d el; moral, dan una decidida preferencia todos o casi todos los que tienen expe­
no se suscitarían si el Estado cambiara mis creencias o mis preferenc riencia de ambos, ése es el placer más deseable”. Para Mili, este criterio de
brindándome información, pero sin alterar de otra manera mi yo étr Competencia de inmediato invita a elaborar consideraciones acerca de la
Un gobierno no se ocupa de la formación del alma cuando coloca un letre racionalidad y el conocimiento:
que nos advierte acerca de la contaminación de un lago, o lanza una camc
paña para informar a la gente acerca de los peligros del sexo sin prote' ■ Ahora bien, es un hecho incuestionable que quienes tienen un conoci-
ción en la era del v ih /sjda . Com o dice Mili en Sobre la libertad, “Lasocieda p miento igual y una capacidad igual de apreciar y gozar, dan una m ar­
puede ofrecer e incluso imponer al individuo ciertas consideraciones pa cada preferencia al m odo de existencia que emplea sus facultades
ayudar a su propio juicio”. La capacidad de razonar es una de las bases d ‘ - superiores. Pocas criaturas humanas consentirían que se las co n vir­
derecho a conducir una vida propia, y se ejerce de forma adecuada cuand tiera en alguno de los animales inferiores, a cambio de un goce de todos
se utiliza información relevante para configurar las decisiones.30Al mismos los placeres bestiales; ningún ser humano inteligente consentiría en ser
un loco; ninguna persona instruida, en ser ignorante; ninguna persona
que ver no con el mundo, o con los deseos contradictorios, sino con la con sentimiento y conciencia en ser egoísta e infame; ni siquiera se les
incapacidad para predecir nuestros propios estados emocionales. En teoría podría persuadir de que el loco, el estúpido o el bellaco están más satis­
psicológica, por ejemplo, en los últimos tiempos se ha hablado mucho acerca del fechos con su suerte que ellos con la suya.32
“pronóstico afectivo” y de los sesgos a los que sucumben las personas al tratar de
predecir qué las hará felices.
30 Mili, Sobre la libertad, op. cit., p. 91. La mala información, por otra parte, interfiere
con la concreción de nuestros proyectos; y es especialmente reprobable cuando 31 Sunstein, “Preferences.. op. cit., p. 12.
interfiere con el éxito de nuestros proyectos. 32 Mili, El utilitarismo, op. cit., pp. 140-141.
2 6 o l L A É T I C A DE L A I D E N T I D A D LA F O R M A C I Ó N DEL A LM A I 2Ó 1

La noción cualitativa con. que M ili diferencia las utilidades superiore a un cartón de lotería, ganaría diez millones de dólares. Una mirada
las inferiores ha recibido críticas despiadadas, pero representa el núc "trospectiva me dejaría contentísimo si hubiera hecho esas cosas -tom ar
de una concepción del bienestar que fue desarrollada más exhaustivam; •tren, comprar ese cartón- pero resultaría extraño decir q ue eran cosas
por H enry Sidgwick unas décadas más tarde. Según larteoría del bien* Yie realmente deseaba hacer. Com o entusiasta de la lotería, lo que desca­
basado en la información plena que Sidgwick describió (sin respaldar), dera comprar un cartón con chances de ganar: un cartón que tuviera
general, el bien futuro del hom bre es lo que desearía y buscaría ahoi lena seguridad de ganar no formaba parte de mi conjunto de opciones,
todas las consecuencias de todas las diferentes líneas de conducta que dado que para la teoría de la utilidad prevista comprar un cartón de lote-
le abren pudieran preverse con exactitud y ser adecuadamente captaJ . es una instancia paradigmática de irracionalidad, entonces, si yo fuera
por la imaginación en el m om ento presente”.33 O, com o escribe el p o ‘ más racional, habría renunciado a cualquier deseo de comprar un cartón
Cari Dennis, “al dios que te ama” le debe resultar doloroso de lotería. En el escenario del extraño munifícente no existe, sencillamente,
{ninguna relación significativa entre el deseo completamente informado y
[... 1 contemplarte el viernes por la noche mis deseos concretos: yo no tenía un interés particular en tomar ese tren
cuando vuelves en auto de la oficina, . o conocer a ese extraño. H ay gran cantidad de acciones que consideraría
contento con tu semana poner en práctica si pudiera leer hoy el periódico de mañana, pero no se
(tres casas excelentes vendidas a familias dignas), relacionan en absoluto con lo que en realidad tengo razones para hacer.
sabiendo como sabe qué hubiera ocurrido ' El hecho de que m e hubiera alegrado de haber llevado a cabo una acción
si hubieras elegido la otra universidad, no implica que fuera eso lo que realmente quería hacer.
conocido al compañero de cuarto que te hubieran asignado, Podemos estipular, entonces, que la “información plena” no incluye el
cuyas ardientes opiniones sobre música y arte conocimiento pleno de las contingencias futuras; sin embargo, quizás
habrían encendido en ti una pasión perdurable. alguien con pleno conocimiento del mundo y un raciocinio perfecto sería
Una vida treinta puntos más elevada que la que vives capaz de predecir todas las ramificaciones futuras que fueran relevantes
según cualquier escala de satisfacción. Y cada punto, para una determinada situación. El problema es que esa persona hipoté­
una espina clavada en el costado tica sería tan diferente de mí que yo dudaría en hacer inferencias a partir
del dios que te ama.*34 de sus actitudes: sospecho que jamás coincidiríamos en calificar de agra­
dable el mismo estado de las cosas. Incluso dejando de lado estos casos en
Podría asumirse, entonces, que si contáramos con información exhaustiva los que puede verse el futuro lejano, tener “deseos informados”, sencilla­
conoceríamos las consecuencias futuras de nuestras acciones. Quizá, si mente, no guarda coherencia con ciertas tareas cotidianas. Apliquemos la
tomara un tren determ inado a una hora determ inada, conocería a un prueba del “deseo informado” a un juego de poker: ahora lamento haber
extraño munifícente que liaría por m í cosas maravillosas. O bien, si elpró? perdido, y si hubiese tenido la información perfecta no tendría que lamen­
ximo jueves entrara en una tienda exactamente a las 3:34 de la tarde y com- tarme; sin embargo, si tuviera la información perfecta no estaría en reali­
dad jugando al póker, aunque así lo indicaran las apariencias. El “modelo
de desafío” de la vida humana involucra nuestras habilidades de negocia­
33 Sidgwick, T h e m e t h o d o f e t h i c s , Indianapolis, Hackett, 1981, p. ni.
ción en el marco de riesgos e incertidumbres.
* [... to watch you on Friday evenings / Driving home from the office, content with
your week— / Three fine houses sold to deserving families— / Knowing as he Entonces, quizá queramos hacer algunos ajustes al modelo. Según la
does exactly what would have happened / Had you gone to your second choice for explicación más simple, los deseos informados son los deseos que hubié­
college, / Knowing the roommate you’d have been allotted / Whose ardent ramos tenido si contáramos con información plena y perfecto raciocinio,
opiníons on painting and music / Would have kindled in you a lifelong passíon. / es decir, si fuéramos otra persona: alguien a quien podríamos llamar “Yo
A life thirty points above the life you’re living / On any scale o f satisfaction. And
Máximo”, con perdón del Doctor Evil. Pero quizá los deseos pertinentes
every poínt / A thorn in the side of the god who loves you. ]
34 Cari Dennis, Pmetical g o d s , Nueva York, Penguin, 2001, p. 72. [Traducción propia, no sean los de Yo Máximo, sino los que el Yo Máximo, con benevolencia,
N. de la T.] tendría para mi yo real. A menudo pueden coincidir: Yo M áxim o no dis-
2 Ó 2 I U ÉTICA OE U (DENUDAD I A F OR MA C I Ó N DE L ALMA | 2 6 3

frutaría de nadar en un lago contaminado con mercurio, y sabe que todas las mitologías” ) que están destinados a fracasar. Nuestro bienestar
tampoco desearía nadar en ese lago si supiera que está contaminado o puede resultar afectado por toda clase de contingencias, incluida la suerte.
mercurio. Pero allí donde difieren, la segunda perspectiva -la del “dios q Quizá yo tenía un “objetivo racional” por el cual deseaba probar el Último
te ama”- parece más plausible. Para ver por qué, imaginemos que algui Teorema de Fermat, pero ocurrió que Andrew Wiles me ganó por un pelo.
m e ofrece elegir entre una copa de Puligny M ontrachet 2000 y una de vinó Por desgracia, nada de lo que hice en m i vida representa una contribución
com ún. En ese caso, estar “ plenamente informado", supondrían mucho excepcional ai conocimiento humano, por lo cual me sobreviene una deso­
equivale a tener un paladar experimentado que m e permita apreciar lación infinita. Quizá mi gran proyecto requería subvenciones: ¿qué debe­
Montrachet.35Yo M áxim o podría preferir el Montrachet, pero si m i yo reíd ría hab er hecho el dios que me ama? ¿Respetar mi autonomía ayudándome
no es capaz de notar la diferencia, resultaría cuando menos extraño afir*: a perseguir ese objetivo, o hacer honor a mis intereses (verdaderos pero
mar que mi preferencia real o “informada” se pliega a la suya: no existen humanamente impredecibles) evitando que desperdiciara mi carrera?37
razones para que un benevolente Yo Máximo quiera que yo opte por su De todos modos, el problema mayor es el de la indeterminación. La teo­
copa. De hecho, como veremos, el modelo del deseo informado nos aleja ría del “deseo informado” sugiere la posibilidad de cartografiar un camino
de una interpretación del bienestar en primera persona y nos lleva a una específico que va desde los deseos concretos hasta los informados, y a veces
interpretación en tercera persona; es la perspectiva de alguien que sabe más es posible que ello tenga un sentido. Com o ya he señalado, los economis­
de lo que nosotros podríam os saber alguna vez, y que desea que nuestra tas hablan de preferencias con el fin de determinar funciones ordinales de
vida vaya bien; la perspectiva del dios que nos ama.36 utilidad extrayéndolas de un conjunto de opciones clasificadas: es prefe­
Y no se trata de una tarea fácil. Sabemos que las vidas pueden órgano rible A antes que B, y B antes que C, y así sucesivamente, y cada estado del
zarse en torno de proyectos (pensemos en el señor Casaubony su “llave de mundo tiene un lugar en esa clasificación. Sin embargo, el discurso sobre
el “deseo” no está delineado con tanta claridad. La relación de mi deseo
desnudo con m i deseo informado - la posibilidad de describir este últim o
35 Sin duda, se trata de una suposición refutable. En efecto, un teórico de la
preferencia informada en primera persona podría relegar ejemplos contrarios qué como una versión “informada” del mismo viejo deseo- puede depender
involucren gustos diferentes. Quizás haya un mundo psicológicamente posible en del grado de abstracción con que se identifica el deseo. Supongamos que
el cual a alguien le encante la música de órgano y otro en el cual le encante la he hecho mis maletas para viajar a Botswana a fin de ayudar a combatir el
música de cámara, pero ninguno en el que le encanten los dos tipos de música. E9. hambre y la desnutrición. Pero alguien me informa que los pobres de las
este caso, no podríamos decir cuál de los dos elegiría “Yo Máximo”. Y ello
demuestra que la formación de los gustos no se entiende mejor haciendo
ciudades del Congo necesitan de mis servicios más que los de Botswana,
referencia a la información plena. Los comercializadores de música pop distinguen
entre las canciones que los consumidores aprecian mucho desde la primera vez
que las oyen y las que sólo comienzan a apreciar luego de haberlas oído (digamos), 37 Existe un problema con los casos que involucran a benefactores omniscientes:
unas ocho o nueve veces (aunque quizá se harten por completo luego de ¿por qué no nos dicen lo que ocurrirá? Scanlon (ibid.,p. 135) ha ofrecido un
escucharlas setenta veces). Sea cual sea la explicación de esos gustos, no parece ser' argumento similar: “ Supongamos que tengo una buena razón para llevar adelante
de índole epistémica. La exposición repetida a una cosa puede tener efectos una carrera de artista o de contratista, por ejemplo, aunque eso pueda
causales que no son, ni deberían ser, atribuibles a la “información plena”. Entonces conducirme a un nivel inferior de bienestar a causa de las dificultades y la falta de
podría decirse que, en lo que respecta a estas elecciones estéticas, una explicación . confort que implica esa vida. Supongamos que no puedo hacerlo sin la ayuda que
basada en el deseo informado cedería ante mis elecciones verdaderas. (Para los puedan brindarme algunos amigos o miembros de mi familia. ¿Tienen esas
entusiastas del pluralismo de valores, como quedará claro más adelante, estos personas razones para ayudarme, aunque al hacerlo no estén promoviendo mi
problemas son ubicuos.) bienestar? Yo creo que sí”. Sin embargo, existen razones por las cuales nuestras
36 Esta consideración sigue la línea del escepticismo de Scanlon respecto de las intuiciones no son demasiado claras en este ejemplo. ¿Cómo podemos nosotros,
concepciones del bienestar en primera persona (en oposición a la tercera simples mortales, determinar que el bienestar de otro resultará disminuido? ¿No
persona). En pocas palabras, Scanlon dice que si quiero algo y tengo razones para. tiene ese otro una buena razón, después de todo, para llevar una vida que
quererlo (salvar a Venecia, quizá), no se agrega nada con decir que, al quererlo, disminuya su bienestar? ¿Representa su decisión alguna incapacidad cognitiva o
también tengo opiniones acerca de cómo afecta a mi bienestar: lo quiero en sí una estimación insuficiente de las penurias futuras? Y, por último, ¿qué se
mismo. Scanlon, What we owe. .., op. cit.,pp. 134-135. En contraste, el dios queme entiende por bienestar?; ¿es probable que mejore gracias a la renuncia a una meta
ama desea que mi campaña tenga éxito porque se preocupa por mi bienestar. considerablemente abarcadora?
264 I LA É TI CA DE LA I DE NT I DA D LA FDRMACI ÓN DEL ALMA I 2 6 5

y entonces decido cambiar mi itinerario. Después, alguien me intei iso que es Alka-Seltzer. Q uiero nadar en ese lago porque pienso que
para determinar cuál es m i meta final, y termino aceptando que, en r: ;#us aguas no están contaminadas. En cada caso, puedo hacer una nueva
dad, lo que deseo es dedicarme a aliviar el sufrimiento en el planeta. En scripción de mis preferencias para aclarar su contenido recurriendo a
caso, me informa m i interlocutor, el grupo más grande de criaturas st Runa explicación del predicado factual. Si digo “quiero beber ese vaso de
tes en el mundo es el de los cerdos sometidos a cría intensiva. En coi ca-Seltzer”, la respuesta natural no es Ése no es tu deseo, ni No sabes lo
cuencia, cancelo m i viaje al Congo y me hago activista de la liberación }que quieres, sino Eso no es Alka-Seltzer. Mi ahora revelada preferencia “erró­
los animales. ¿Cambiaron mis informantes la configuración de mis p- nea” puede ser descrita de otra m an era-d e forma más completa, podría­
rencias o se limitaron a contribuir a su realización? ¿Qué querría que mos d ecir- para que se vuelva verdadera. (“ Quiero beber de ese vaso si
quiera un guía bien informado? Sin duda, esta cuestión no admite una contiene un antiácido” ; “quiero nadar en el lago, si es que sus aguas están
puesta determinada; los deseos pueden caracterizarse con diversos limpias” ) De la misma manera, aunque con un poco menos de determ i­
dos de abstracción, y no resulta evidente hasta dónde es posible llegar. nación, el humanitario podría decir “Voy a iniciar un programa para redu­
Para decirlo con sencillez, un deseo no es una función factible de sé¿ cir la escrófula en Windhoek, Namibia, porque quiero producir un impacto
insertada sin más en un conjunto de datos: el contenido del conjunto d*. real en la salud pública del Tercer M undo” ; y recibir una réplica in for­
datos afecta a mis deseos. Una de las razones por las cuales yo quiero nactól mada como: “Entonces, ¿está seguro de que no quiere iniciar un programa
en el lago contaminado de mercurio es que pienso que la actividad físi@#' para reducir el s i d a en Katutura, la zona carencial adyacente?”. En este
es saludable; sin embargo, tal vez esta convicción resulte falsa, o (como: caso, podemos afirmar razonablemente que no estamos modificando su
podría revelar un análisis genético) falsa para mí. Además, al tomar la decrí objetivo, sino sólo ayudando a que lo ejecute.
sión de ir a nadar no he considerado todas las otras posibilidades para pasar La decisión de adherir a un m odelo tradicional de género no se presta
la tarde. Si lo hago (tal como estipulan algunas explicaciones de la “auto* a esta modificación de descripciones: no se ve afectada por la corrección
nom ía de las preferencias” ), concebiré un deseo enteramente distinto* de unos pocos errores fácticos determinantes. “Q uiero vivir com o una
Incluso cuando nos confinamos a las preferencias, esas preferencias esta­ buena esposa y madre s i...” ¿Si qué? Para hacer que esa mujer cambie de
rán configuradas por los hechos del mundo y, en particular, por las opcio­ opinión, podríamos borrar el estigma social (lo que requeriría borrar los
nes realizables. Una vez más nos encontramos con una lección de la obra compromisos establecidos por otras personas -presum iblem ente basa­
de Elster sobre la “adaptabilidad de la formación de preferencias” : nues­ dos en la ignorancia-junto con los valores que los apuntalan), o bien indu­
tros deseos están configurados por nuestro sentido de lo posible; lo que cirla, de alguna manera, a adoptar una nueva actitud desenfadada, o una
queremos se acota a lo que creemos que forma parte de la oferta. Entonces, indiferencia reflexiva respecto del estigma. De cualquiera de las dos m ane­
cuando el Estado influye en lo que podemos obtener, a menudo influye ras, estaríamos incursionando en la formación del alma, rehaciendo p ro ­
también en lo que queremos. yectos éticos e identidades éticas. En realidad, ignorar las preferencias
Recordemos algunos de los ejemplos que proporciona Cass Sunstein concretas en nombre de una “autonomía” que podría no ser reconocible
en relación con las preferencias que supuestamente no son autónomas: para sus supuestos beneficiarios comporta peligros evidentes. Para retor­
el hombre que compra cigarrillos inconsciente de que pone en riesgo su nar a la célebre distinción de Brian Barry, tendríamos que cuidarnos de
salud; la m ujer que decide “adoptar el m odelo tradicional de género a no hacer pasar los intereses “regidos por el ideal” por intereses “regidos por
causa del estigma social asociado a su rechazo”. Vale la pena hacer una las preferencias”; y en el capítulo 2 ya he expresado mis recelos respecto
pausa para notar la distancia que hemos recorrido desde el vaso de líquido de las concepciones extralimitadas de autonomía, que comportan el peli­
efervescente. Porque no cabe duda de que hemos arribado a la form a­ gro, identificado por T. M. Scanlon, de extenderse mucho más allá de lo
ción del alma entrando por la puerta trasera. Acabo de mencionar la inde­ que“una persona tiene razonespara querer y hacer”.38Com o mínimo, debe-
term inación de las descripciones del deseo; considerem os, entonces,
algunos casos que no parecen indeterminados en lo más mínimo: la clase
38 “Puede ser probable que una persona tenga razones para querer aquellas cosas por
de ejemplo que nos llevó a renunciar a las preferencias “desnudas” como las cuales siente un deseo informado, pero desde ningún punto de vista debe
base del bienestar. Quiero beber el líquido para destapar cañerías porque tomarse como una certeza”, escribe Scanlon (ibid., p. 115). De manera que, aunque
266 I LA ÉTIC A DE LA I DE NT I DA D LA FORMACIÓN DEL ALMA | 267

riamos buscar una suerte de equilibrio entre los deseos concretos y. Imaginemos una droga gratuita y de efectos duraderos que nos induzca
ostensiblemente informados. a entrar en un estado de satisfacción dichosa. El que la toma cae en un
Com enzam os pensando que la teoría del deseo informado podría i suave sopor, trabaja lo suficiente para asegurarse la subsistencia mínima
en condiciones de volver innecesaria la formación del alma: para ha -la existencia es un placer demasiado grande para abreviarlo-, pero se
que la vida de los otros se desarrolle bien, sólo necesitamos responc « tin gu en todas sus grandes ambiciones. (Para evitar otras com plicacio­
sus deseos inform ados. Pero ahora todo indica que la teoría del des nes, podemos suponer que la droga sólo hace efecto en los adultos jóve­
informado, si acaso, conduce directamente a la formación del alma.1 nes que aún no tienen personas a su cargo. O, si se prefiere, podem os
obstante, quizá no deberíamos sorprendernos, porque el aspecto “inf imaginar una sociedad formada sólo por ese tipo de personas dichosas.)
m ativo” del deseo “ inform ado” sugiere una distinción más clara e n ^ A diferencia del engaño a que nos somete la máquina de la experiencia
hechos y valores de la que concibe la mayoría de las personas. Incluso al: pensada por Nozick, quienes toman esta droga -llam ém osla D ich a - no
pensamos que aquí debe hacerse una distinción de principio (y> tal como tienen deseos que no hayan podido cumplir, y sin duda están profunda­
dije en el prefacio, tengo la esperanza de dejar abiertas tantas de estas cues*; mente satisfechos con sus vidas. Su capacidad de razonamiento instru­
tiones metafísicas com o sea posible), podríamos llegar a la conclusión mental y cognitivo está intacta. ¿Por qué, entonces, muchos de nosotros
de que, en el m undo real, los hechos y los valores están tan entretejidos dudaríamos en unirnos a estos felices expedicionistas? Supongo que pen­
que suelen ser inextricables. Com o ya vimos, es improbable que podamof saríamos que han abordado la vida al estilo Rosie Ruiz: han llegado a la
determinar, valiéndonos de consideraciones fácticas que no estén sujetas meta de una maratón metafórica, pero tomando por un atajo deshonroso.
a controversia, si vale la pena adoptar modelos tradicionales de género (o, Tienen poco para mostrar en lo que hace a desarrollo, a individualidad.
para el caso, escribir una novela). Griffin hace explícito este problema Su volición de orden inferior y su volición de orden superior están alinea­
cuando enuncia su propia concepción del bienestar basado en los deseos das, pero ello no ha ocurrido a través de un acto de decisiva identifica­
informados: “Aveces, los deseos son defectuosos porque no tenemos sufr- ción.40 Pero creo que la manera más natural de dar cuenta de nuestra
cientes conceptos, o los que tenemos no son correctos. Hace falta cons­ inquietud es insistir en que una concepción del bienestar que esté regida
truir una teoría que nos proporcione conceptos nuevos o mejores, incluidos sólo por las preferencias no agota lo que pensamos que entraña el con­
los conceptos axiológicos”.39 cepto: una vida buena supone más que la satisfacción de cualesquiera
Ahora bien, no nos resulta difícil imaginar vidas que creemos poco valio­ deseos tenga la persona que la vive. Estas consideraciones pueden llevar­
sas, aun cuando las personas (informadas) que las llevan no presentan nin­ nos a la concepción del bienestar basada en lo que se conoce com o “ lis­
guna queja; y, en estos casos, podríamos suponer que es preciso proporcionar tas objetivas” (según Derek Parfit), o “bienes sustantivos” (según Scanlon).
a esas personas nuevos conceptos axiológicos. En particular en los casos En “What makes someone’s life go best”, Parfit menciona “la bondad moral,
en que los objetivos últimos de alguien parecen defectuosos, resulta natu­ la actividad racional, el desarrollo de las propias habilidades, tener hijos
ral expresar nuestra inquietud haciendo referencia a la identidad: pre­ y ser buenos padres, el conocimiento y la conciencia de la verdadera belleza”,
guntarnos si alguien quiere ser tal o cual clase de persona. aunque deja en claro que una lista de este tipo no es suficiente para ela­
borar una concepción del bienestar. (“Lo que tiene valor o es bueno para
alguien”, aventura, es “involucrarse en estas actividades, y sentir un impe-
no todas nuestras preferencias merezcan inmediato respeto, no debemos reducir
a cero el valor que encierra el cumplimiento de los deseos desnudos: los
funcionarios públicos deberían poner en duda el supuesto de que conocen
nuestras preferencias mejor que nosotros, a riesgo de incurrir en los peores abusos 40 Ronald Dworkin, en Sovereign virtue, op. cit., p. 272, invoca su “modelo del
de la “libertad positiva”, acerca de los cuales nos previno Berlín. Véanse sus desafío” para argumentar contra la idea de proteger a las personas de “las
advertencias específicas respecto de la invocación de los “verdaderos” deseos de las elecciones derrochadoras o las vidas malas” mediante “limitaciones educativas o
personas en “ Dos conceptos de libertad”, op. cit., pp. 218-219. En la próxima mecanismos que alejen las malas opciones de su visión y su imaginación”. (Y véase
sección me propongo explorar en más profundidad el espectro del racionalismo Wall, Liberalism...,op. cit., pp. 224-225.) Pero hacer ese juicio requiere alguna
desmesurado. apreciación de los bienes sustantivos, y, por supuesto, la existencia dichosa del
39 Griffin, Well-being...,op. c i t ,pp. 12-13. ejemplo representa el repudio del modelo del desafío.
268 t I A ÉTICA DE LA I DEN TI DAD LA F D R M A C I Ó N DEL ALMA I 269

rioso deseo de hacerlo”.)41 M uchos análisis del bienestar oscilan en velas no tienen ningún valor, podríamos hacer a un lado el deseo de haber
una perspectiva externa y una interna: una perspectiva desde la cual ■ rito una: y la falta de valor adjudicada a esa tarea no sería un hecho
dios que nos ama puede evaluar nuestra vida, y una perspectiva que iacionado con nosotros, sino un hecho del mundo. Muy a menudo, las
nuestra. Por más admirable que sea nuestra vida, si la consideramos rep nsideraciones subjetivas siguen la huella de las objetivas, y ello ocurre
nante - s i no queríamos obtener los bienes sustantivos que obtuvimos-^ tícularmente cuando se trata de los deseos superiores, los que se enaren­
puede decirse que la hayamos vivido bien. Y, tal como he señalado en an a la altura de los planes de vida: eso que Raz llama “metas abarcado-
capítulo i, el hecho de sostener que existen valores objetivos en el mun s”, que Ronald Dworkin llama “ambiciones” y que Griffín llama deseos
no significa que existan maneras objetivas de clasificarlos o compens* fglobales”.Y respecto de tales deseos o metas o ambiciones, la cuestión básica
los: ellos no determinan ninguna vida en particular. En consecuencia, radica en preguntarse qué clase de vida uno quiere hacer, lo que también
las mediciones objetivas ni las mediciones subjetivas del éxito agotan equivale a decir qué tipo de persona uno quiere ser. Gerald Dworkin, por
que tenemos en mente cuando analizamos el bienestar: es necesario éneo ¿ejemplo, dice que las preferencias de orden superior entran en juego cuando
trar un equilibrio entre ellas.42 alguien “se identifica con las influencias que lo motivan, las asimila, se ve a
Nuestros deseos más altos suelen abarcar ambas dimensiones. Ya he señ" Sí mismo como la clase de persona que desea ser movida por esas influen­
lado que la evaluación ética de una vida involucra una dimensión objeti, cias, que desea que esas influencias sean identificadas como suyas ,43 Éste
y una subjetiva. En particular, he dicho que algunas cosas son valiosas pí es el lenguaje de la identidad, de los tipos o categorías sociales, de las con-
nosotros sólo porque las queremos; y que queremos algunas cosas porq sideraciones que están estrechamente ligadas a esos tipos o categorías.
reconocemos que son valiosas en sí mismas. Si llegáramos a saber que • Rechazo la Dicha (resultaría muy natural decir), aunque todavía no esté
comprometido de verdad con ninguna meta o proyecto, porque elijo no
ser un caso de Dicha: ésa no es la clase de persona que deseo ser. El hecho
41 Derek Parfit, “What makes someone's Ufe go bese”, en Derek Parfit, R e a s o n s a n d
p e r s o n s , Oxford, Oxford University Press, 1986, p. 499 [trad. esp.: R a z o n e s y
de que me piense com o L significa que hacer X podría com portar un
p e r s o n a s , Madrid, Visor, 2005]. {Los críticos a veces objetan las mediciones según valor particular para mí. A la inversa, quizá me abstendría de hacer X,
“listas objetivas”, porque son demasiado estrechas, demasiado “tamaño único”; ¡. porque X está asociado a los L, y yo no quiero ser L. No cabe duda de que
embargo, estas listas suelen incluir categorías tan diversas que no son en absoluto aquel niño que odiaba las arvejas, cuando crezca, saldrá de su enredo lógico
determinantes.) fames Griffín ( W e l l - b e i n g ..., o p . c i t . ) , a pesar de que rechaza la
y explicará lo que en realidad quería decir: no quiere unirse a la odiosa tribu
concepción basada en listas objetivas, ofrece un catálogo de “fines de la vida”, que
él denomina “la verdad sepultada en el perfeccionismo”, y que tiene algunas de amantes de las arvejas. He aquí un ejemplo poco serio de una conside­
características de una lista objetiva. 1 ración que puede ser extremadamente seria. A veces, cuando alguien explica
42 Parfit parece simpatizar con un híbrido de este tipo, entre una concepción * por qué, en circunstancias extraordinarias, se abstuvo de m atar a otra
hedonista y una que se basa en bienes objetivos: nuestra vida tiene valor si y sólo *
persona a pesar de que sentía un intenso deseo de hacerlo, dice que “no
si nos involucramos en actividades objetivamente valiosas y si también queremos
hacerlo. Y Scanlon, por su parte, piensa que la noción misma de “bienestar” sólo quería ser un asesino”. No se trata de una tautología, aunque suene como
funciona en ese contexto de tercera persona; desde una perspectiva de primera tal. N o puede decirse que “asesino” califique de identidad social, pero sí es
persona, Scanlon propone que conseguiremos lo que queremos si hablamos de un tipo social, y cuando se dice “no quiero ser un asesino , se está diciendo
nuestro éxito en nuestros “objetivos racionales”. No obstante, en la medida en
no quiero ser esa clase de persona; no quiero pensarme como alguien que
que introducen agentes idealizados, las concepciones basadas en los deseos
informados adoptan esa perspectiva de tercera persona. Por supuesto que un
pertenece a la misma categoría que otros asesinos (aun cuando quien lo
observador benévolo debe ser sensible a nuestras preferencias concretas: “sé todo piense considere que la posible víctima merece que la maten, y se sentiría
lo que puedas ser” no es un dictado de la racionalidad. Como dice con acierto feliz si otra persona llevara a cabo la tarea).
Richard Arneson, “Una persona racional que cuenta con información exhaustiva El discurso sobre los deseos globales nos trae de regreso, entonces, a la
y que ha llevado a cabo una cuidadosa deliberación bien podría preferir una vida
cuestión de nuestro yo ético: la configuración de nuestra propia vida, de
con menos logros y menos dolor a una vida con más logros y más dolor. No se
trataría aquí de una opción descaminada, que se propusiera echar por la borda el
bien propio" {Arneson, “ Perfectionism and politics”, E t h i c s 111, N° i, octubre de 43 Gerald Dworkin, “The concept o f autonomy”, en John Christman (ed.), T h e in n e r
2000, p. 54). c i t a d e l , Nueva York, Oxford University Press, ¡989, p. 60.
270 I LA ÉTICA DE LA I DE NT I DA D LA FORMACIÓN DEL ALMA | 2 7 1

nuestra identidad, y la perspectiva de realización ética que emana de ellas. entrar en conflicto con la verdad. En los tiempos que corren, a menudo se
En efecto, Cass Sunstein (que tiene simpatías cívico-republicanas) sostiene invoca la distinción entre hechos y valores con el fin de constatar su colapso.45
que una noción de la política fundada en un proceso mediante el cual Por mi parte, sospecho que nos hemos apresurado demasiado a declarar
“los ciudadanos deciden, no lo que ‘quieren’, sino quiénes son, cuáles son su muerte: no sería objeto de tantas misiones de búsqueda y destrucción si
sus valores y qué requieren esos valores” es “una concepción de la libertad no disfrutara de cierta persistente vitalidad. Si embargo, en lo que hace a mi
política que se arraiga con profundidad en la tradición constitucional esta­ propósito, poco importa el lado que se tome en el debate. Me limitaré a esti­
dounidense”.44Y es ésa la concepción básica que me propongo explorar: pular el lugar común según el cual la autonomía y el bienestar dependen
la de una política que emerja de consideraciones que no se refieran (sólo) de los ideales de racionalidad (y aunque ignoraré las concepciones que
a io que queremos, sino a quiénes somos. dan por sentado que la racionalidad se reduce a un incremento máximo del
Tal como lo he expresado, el hecho de que nos pensemos como perso­ bienestar, tampoco me detendré en la controvertida naturaleza de la racio­
nas de una cierta clase indica que nos im portan algunas cosas: lo que nalidad). Para comenzar, propondré un experimento im aginario que
Frankfiirt llama “ identificarse con lo que a uno le importa” puede estruc­ comienza con algunas premisas conocidas -premisas que comparten abier­
turarse mediante lo que he denominado “identificaciones”; sin embargo, tamente las almas seculares y científicas de nuestro mundo posweberiano-
esta cuestión suscita un nuevo problema. Hemos analizado la irracionali­ pero que no tarda en traspasar las fronteras del liberalismo autonomista.
dad - la falta de razón y de inform ación- principalmente como una dis­
yunción entre nuestras preferencias “desnudas” (ignorantes o determinadas
por la akrasiá) y nuestras preferencias “informadas”. Es decir, hemos ana­ Viaje a Cartesia
lizado nuestras defecciones de la racionalidad com o obstáculos para la Imaginemos una visita a una tierra gulliveriana cuyo gobierno, en nom ­
realización ética, en tanto que esa realización se define, en parte, a partir bre de la promoción del bienestar, inculca y fomenta un credo que podría­
de nuestra identidad ética. Pero ¿qué ocurre si nuestras identidades en sí mos llamar “racionalismo duro”. El credo de los racionalistas duros no goza
mismas albergan irracionalidad? ¿Es posible que tengamos objetivos racio­ de universalidad -n o admite la noción de racionalidad como algo situado
nales al servicio de una identidad irracional? o relativo desde el punto de vista cultural-, pero es bastante común. Se
trata del ideal de racionalidad instrumental consagrado por la economía
neoclásica y la teoría de las decisiones. Los racionalistas duros (para men­
cionar algunas piedras de toque de su tradición) simpatizan con la noción
ID E N T ID A D E S IR R A C IO N A L E S de Locke según la cual “la franqueza del hombre y su libertad de obrar
según el propio albedrío se fundan en su uso de razón”,46y también es posi-
Existen buenas razones para que avancemos con cuidado al tratar esta cues­
tión. Podría suponerse que hablar sobre la racionalidad de las identidades
45 Entre los partidarios del colapso, sin embargo, es posible identificar dos grupos
es como hablar del tamaño de los colores: un “error de categoría” de Rylean.
distintos, que se distinguen por una diferencia de énfasis: ios que principalmente
¿Acaso la identidad no emana de sentimientos como el de la identifica-1 desean exponer la carga de valor que comporta lo supuestamente fáctico, y los que
ción, la lealtad, el sentido de la pertenencia? ¿No emana de sentimientos principalmente desean señalar el componente fáctico de los valores. Quizá valga la
que, en sí mismos, no se prestan a la interrogación racional? Sin embargo, pena señalar que no es posible demostrar el colapso de la distinción mediante la
demostración de que, digamos, la ciencia involucra tanto hechos como valores. La
el problema no termina aquí. En la medida en que las identidades se carao?
noción de Anscombe según la cual la consideración de los hechos en bruto es
terizan tanto por sus aspectos normativos como por los fácticos, ambos vio* relativa puede resultar útil en este punto. Incluso muchos realistas morales no
lan la racionalidad: las normas básicas de una identidad pueden entrar en tienen problema en trazar una distinción tipológica entre un hecho en bruto (que
conflicto unas con otras; sus afirmaciones fácticas constitutivas pueden el agua es h 2o ) y un hecho “■ moral” (Fulano es un hombre valiente): la descripción
de las acciones valientes de un hombre es un hecho en bruto en relación con la
especificación de su valentía.
44 Sunstein,“Preferentes.. op. cit., p. 13. Pero Sunstein habla de la sociedad en 46 John Locke, Ensayo sobre el gobierno civil-, Buenos Aires, Losada, 2003, cap. 6,
sentido amplío, y no de los grupos que forman parte de ella. sección 63.
272 I LA ÉTIC A DE LA I D E N T I DA D LA FORMACIÓN DEL ALMA | 273

ble que tengan cierto parentesco con los filósofos políticos clásicos qi que es posible perseguir, como dice el chiste, quemando un signo de inte­
consideran que es preciso prom over la búsqueda racional de la verda' rrogación en el césped de su jardín), a quienes encuentran bastante razo­
Además, se ven a sí mismos com o liberales de una cierta clase: se prec nables. Mordecai Kaplan, autor de El judaismo como civilización (1934) y
pan por la autonomía personal, y la racionalidad constituye una parte esc fundador del credo naturalista conocido por el nombre de “reconstruccio­
cial del tipo de autonomía que procuran fomentar. Aquí, en la repúblk nismo ”, definió una vez el judaismo como la religión folklórica del pu e­
cartesiana, la razón constituye los cimientos de la democracia. blo judío: los rituales eran significativos en la medida en que encerraban
Desde que los racionalistas duros accedieron al gobierno, introdujeron ciertos valores sociales, pero a él no le interesaba lo sobrenatural en sí
muchas reformas exentas de controversia. Por ejemplo, ninguna escuela mismo. (Sin duda, estoy simplificando demasiado.) Richard Braithwaite
acreditada de Cartesia puede enseñar que dos más tres es igual a siete. Hastia! desarrolló una forma de anglicanismo consecuente con su propia incli­
aquí no existen motivos de preocupación. El problema es que estos fum nación por el empirismo, en la cual los elementos teológicos (las "histo­
cionarios han llevado más lejos -m u ch o más lejos- los principios de-la i rias”, como los llamaba él) eran accesorios psicológicos para apuntalar las
racionalidad científica. exigencias morales del estilo de vida cristiano.47 Una forma de fe que haya
Pensemos en un alquimista de antaño, alguien cuya ambición impul*:’ sido antropologizada -¿desnaturalizada?- de esa manera no molesta dema­
sora es el desarrollo de técnicas que permitan convertir en oro los meta* siado a nuestros racionalistas duros.
les bajos, mediante hechizos y algunos principios químicos básicos. ¿Acaso Es allí donde las identidades se fundan en mistificaciones, en fallas de
las informaciones falsas o la incapacidad cognitiva no han disminuido el la racionalidad, donde se requiere la intervención. Por ejemplo, cuando los
valor de su vida? ¿Acaso nuestra preocupación por su autonomía no nos miembros de una denominación judía se definen a sí mismos como depo­
obliga a intentar mostrarle el error de sus concepciones? Es por ello que¡ sitarios de una relación literal con la historia del Éxodo, el racionalista duro
los racionalistas duros han decidido -guiados por su interés en nuestra frunce el ceño. Recurre a un consenso académico según el cual los anti­
autonomía y nuestro bienestar, faltaba m ás- que debe desalentarse la ense­ guos israelitas nunca estuvieron en Egipto y la historia del Éxodo es un
ñanza de credos irracionales. Los cristianos, cuyo dios desafía las leyes dé fárrago de mitos prestados. Y no cabe duda de que una identidad enrai­
la ciencia, deben ser disuadidos de sus falsas convicciones: nada de re­ zada en una narración falsa y parcialmente constituida por ella es en sí
surrección ni de transustanciación. Sin duda -dicen los racionalistas duros-, misma una forma de mistificación. Quizá no sea tan mala como las ape­
alguien que organiza su vida en torno de una entidad que no existe (a pesar laciones a lo sobrenatural al estilo de la máquina de la experiencia, pero
de la convicción de ese creyente) carece de autonomía racional: tenemos aun así es una forma de engaño. Y el gobierno hará campaña en contra de
una deuda con él, la de ayudarlo a ver su error. Así se procede con las per­ esas mistificaciones con el mismo espíritu con que reparte panfletos y mate­
sonas religiosas cuya conducta se guía por la creencia en recompensas y riales instructivos acerca de las prácticas alimentarias saludables y los peli­
castigos que serán asignados en el más allá. Una religión semejante, sos gros del tabaco.
tienen los gobernantes de Cartesia, funciona com o una inmensa máquina De hecho, las identidades sociales que no entrañan apelaciones a lo sobre­
de la experiencia: crea la ilusión de que esta intención o aquella voluntad natural ni están provistas de mitos de origen pueden atribular a nuestros
darán lugar a diversas situaciones, cuando esas situaciones no existen en racionalistas duros si se caracterizan por socavarse a sí mismas. En una
realidad. gran variedad de casos, las identidades cuentan con un conjunto de nor­
Ahora bien, nuestros racionalistas duros no tienen problema en tole­ mas que se asocian a ellas de manera tal que, en el mundo real, el intento
rar una diversidad de valores, preferencias y costumbres folklóricas. Además de ajustarse a algún subconjunto de esas normas socava la capacidad de
de premiar la libertad individual y la autonomía, valoran (hasta cierto ajustarse a las demás. Com o resultado, los miembros de esas identidades
punto) la libertad de asociación y, a su manera naturalista, reconocen que tienen proyectos y ambiciones que se socavan mutuamente, y por eso resulta
la parcialidad es un aspecto arraigado de la psicología humana; en conse­
cuencia, no tienen interés en expugnar tales alianzas basadas en la identi­ 47 Richard Braithwaite, “An empiricist’s view o f the nature o f religious belief”, en
dad. Incluso podría tratarse de religiones que fueran consecuentes con Basil Mítcheli (ed.), The philosophy o f religión, Oxford, Oxford University Press,
sus requerimientos. Han conocido unitaristas de una cierta índole (a los i 97i>PP- 72- 91-
274 ' LA ÉTICA D í U I D E N T I DA D LA FORMACIÓN DEL ALMA I 2 7 5

plausible decir que su vida será peor de lo que hubiera sido si ellos hubfc derán que ello significa que algunos afroamericanos “ parecen blancos”,
ran tenido acceso a una identidad social (más) coherente. En consecue en general suponen que se trata de un fenómeno poco común en relación
cía, un proyecto que apuntara a reform ar la identidad con el fin con la población afroamericana tomada en su totalidad. Pero en realidad
armonizar sus normas podría resultar de interés para esas personas. Si ; parece que un gran número -quizás incluso la m ayoría- de ios estadou­
inform ación fáctica basta para implementar esa reforma, es posible qc nidenses que descienden de los esclavos africanos “parecen blancos”, son
el gobierno decida brindarla; pero si los ciudadanos, en virtud de actitud tratados com o blancos y se identifican como tales.48 Para llevar la paradoja
des irracionales, no responden a los hechos de esa manera razonable, al extremo: muchas personas que son afroamericanas según la regla de una
gobernadores de Cartesia podrían entonces tomar en consideración otrosí gola gota son consideradas - y se consideran a sí m ism as- blancas. Sin
mecanismos de reforma, si los hubiera. k embargo, la mayoría de los estadounidenses tienen una concepción social
No cabe duda de que en el mundo m oderno hay muchas identidades' de la identidad afroamericana que implica lo contrario; en consecuencia,
étnicas y raciales que se corresponden con esta caracterización abstrae® su concepción social es incongruente con los hechos.
se socavan a sí mismas; su falta de racionalidad ha sido anunciada con regu*3 ; El resultado es una norma de solidaridad según la cual los afroameri­
laridad sin que ello produjera efectos evidentes, y existen mecanismos d e ; canos a menudo tienen motivos para ser generosos por razones de iden­
reforma que podrían ser puestos en práctica por los gobiernos con el fia ¿ tidad con personas que ellos, ateniéndose a otra parte de su concepción
de proporcionar a esas personas una identidad nueva, más racional. Asi, social, creen blancas. Si actuaran de acuerdo con la norma basada en la
es posible que estas reformas incrementen las chances de realización éticá regla de una sola gota, su generosidad por razones de identidad debería
entre los miembros del grupo de identidad. -u dirigirse regularmente a personas que ellos consideran blancas.
Me alejaré por un m om ento de las costas cartesianas para esbozar en Claro está que la concepción social de la identidad afroamericana tam­
mayor detalle este argumento en relación con uno de los casos: el de uná bién contempla la existencia de algunas personas de ascendencia africana
identidad racial estadounidense. que fueron criadas como blancos, en la ignorancia de sus orígenes; que tie­
nen una apariencia similar a la de los otros blancos, por lo cual disfrutan
de los privilegios asociados a la piel blanca, y que, en consecuencia, no
¿Negro como quién? son en realidad afroamericanas. Cualquiera que haya reflexionado un poco
Com o ya he señalado, las identidades dan a sus miembros razones para sobre este asunto sabrá que ello implica que la regla de una sola gota no
actuar, y es así que las personas se dirán a veces: “ Porque soy L, debería hacer debe ser interpretada de manera absoluta y que, como resultado, la noción
X”. Las apelaciones de ese tipo, en los términos que propongo aquí, suelen délo que significa ser afroamericano tiene límites imprecisos. N o obstante,
referirse a una norma asociada a esa identidad. La mayoría de las identi­ dado que la incongruencia que acabo de describir no es tomada al pie de
dades sociales, en especial las de grupos que han experimentado una his­ la letra, se la considera una anomalía de poca importancia que en la prác­
toria de subordinación, cuentan con normas de solidaridad. “ Porque soy tica no com porta una gran diferencia. El tipo de inform ación que pro­
L -d irá un L - debería hacer esto por otroL.” Entonces, una identidad puede porciono aquí ha circulado m ucho entre los estadounidenses instruidos
socavarse a sí misma si la concepción social que en parte la define tira -por
así decir- en diferentes direcciones, porque tiene criterios para adscribir a
48 Me enteré de esta circunstancia por Brent Staples en una Conferencia de Du Bois
la identidad que son incongruentes con los hechos. Las identidades racia­
celebrada en abril de 2001 y, sin duda, la información será analizada en el libro
les de los Estados Unidos tienen exactamente esta característica. Muchos basado en esas conferencias. Staples tuvo la amabilidad de referirme a Robert
estadounidenses creen que una persona que tiene un progenitor afroame­ P. Stuckert, “Affican ancestry o f the White American population”, Ohio Journal 0/
ricano y otro de ascendencia europea es afroamericana, de acuerdo con la Science 58, N° 3, mayo de 1958, p. 155. El artículo describe su modelo estadístico y
los tipos de datos en virtud de los cuales fue comprobado, y concluye diciendo:
llamada “regla de una sola gota”, que prevaleció en algunas concepciones
“Los datos presentados en este estudio indican que la creencia popular en los
legales de la identidad negra durante el período previo a la abolición de la antecedentes no africanos de las personas blancas no es válida. Más de veintiocho
esclavitud y de las instituciones legales de “Jim Crow”, el sistema estadou­ millones de personas blancas son descendientes de personas de origen africano”.
nidense de apartheid. En tanto que la mayoría de los estadounidenses enten­ Y el estudio se llevó a cabo hace cincuenta años.
276 I U { T I C A DE U I D E N T I D A D LA FDRMAtiDN DEL ALMA ] 2 7 7

-e n especial entre los afroam ericanos- durante las últimas décadas. Sin racionalistas duros emprenden campañas antítabaco, de la misma manera
embargo, a lo largo de ese mismo período se fortaleció la clase de nación que lo hacen los estados liberales modernos; al igual que nosotros, se incli­
nalismo negro que identifiqué antes, en especial entre las personas negras nan a pensar que fumar es irracional, que causa detrimento a nuestro bie­
de clase media que tienen mayores probabilidades de haber recibido estsf nestar. El problema es que los gobernantes de Cartesia no se detienen en
información. las campañas antitabaco o, según el caso, en las leyes que reglamentan el uso
Ahora bien, la imagen que he esbozado puede ser refutada de varia* de casco y de cinturones de seguridad. Negros, cristianos, judíos y musul­
maneras. En lugar de llegar a la conclusión de que los afroamericanos en manes: en la medida en que esas identidades se predican sobre falsedades,
tanto afroamericanos se caracterizan por tener convicciones constitutivas Cartesia ha concebido programas para desalentarlas o corregirlas.
contradictorias, uno podría concluir que, en realidad, lo que ocurre es Claro está que no es absurdo pensar que el Estado tiene un interés en
que no se atienen a la regla de una sola gota. Así, cabría poner en duda la promover la racionalidad; y claro está que no es absurdo pensar que la
importancia de esa creencia: si los afroamericanos no toman literalmente racionalidad es un requisito indispensable para la agencia, la que, a su
la descendencia hipostática, quizá no valga demasiado la pena defenderla vez, es la base de la libertad. El Estado, podemos concordar, no debería
de palabra. O cabría concluir que es posible poseer una identidad sin com¿ ceder automáticamente ante las preferencias de ciudadanos mal informa­
partir una teoría redonda y coherente acerca de su contenido. Y también dos o aterrorizados. En un amplio abanico de cuestiones, el Estado debe
podría alegarse que todos los grupos, incluidos los que ordenan parciali* actuar de acuerdo con su m ejor concepción de la verdad. Y no cabe duda
dad, tienen límites imprecisos. de que nuestras vidas se desarrollan m ejor cuando nuestros objetivos son
Pero supongamos que aceptamos lo que dicen estas mujeres y estos hom­ racionales; por regla general, los objetivos no se logran cuando se predi­
bres. Por una parte, su concepción social de la identidad no se condice can sobre falsedades. De hecho, nuestros racionalistas duros admiran el
con los hechos; por la otra, están imbuidos de un sentido de la solidaria análisis que hace Griffin de la vida buena: “ Queremos estar en contacto
dad racial, es decir, una form a de parcialidad. Para ellos es importante con una realidad que está fuera de nosotros. N o queremos limitarnos a
que a las personas negras les vaya bien, y contribuir a la concreción de ese albergar impresiones convincentes de que llevamos una vida valiosa, de
fin es uno de los objetivos que definen el éxito que tuvieron en su vida. Es que logramos algo con nuestra vida. También queremos tener percepcio­
la similitud que existe entre este sentimiento y el que subyace a muchas nes claras de nuestra realidad”.49 Percepciones claras de nuestra realidad.
clases de patriotismo lo que lleva a denominar “nacionalistas” a estas pre­ Sí, dice el racionalista, permítame que lo ayude con eso.
disposiciones. A l igual que otros nacionalistas, estas personas piensan Entonces, ¿cuál es el problema con el régimen cartesiano?
que les gustaría que a su pueblo le vaya bien porque es su pueblo. Podría Existe un cúm ulo de cuestiones inmediatas y contingentes que debería­
ocurrir que si los afroamericanos cesaran de ser (o, de cualquier manera; mos abordar. Com encemos por la de ver la paja en el ojo ajeno y no la
cesaran de pensarse) víctimas de una injusticia nunca recompensada, cesa­ viga en el propio (que mencioné mucho antes): ¿podemos confiar en que
rían en su mayor parte de identificarse como afroamericanos, de manera los gobernantes serán más racionales que los gobernados? Incluso si lo fue­
tal que esta forma de nacionalismo dejaría de existir. Pero mientras exista, ran, nos inclinaríam os a dudar de que algún régimen existente de este
el éxito de muchas vidas afroamericanas estará vinculado al proyecto del tipo tratara a sus ciudadanos con igual respeto, y de que conservara por
mejoramiento de la situación racial, un proyecto que, como ya he dicho, mucho tiempo la legitimidad y el respaldo democrático. (Este tipo de con­
pone de relieve la incongruencia entre un conjunto de creencias {acerca dé sideraciones -preservar la legitimidad del Estado frente al desacuerdo- son
la importancia de su concreción) y otro {acerca de cómo adscribir a la iden­ las que hacen que el neutralismo resulte atractivo para Larmore y Nagel.)
tidad afroamericana). ¿Es posible racionalizar esta identidad? Lo que ocurre con los gobernantes de Cartesia es que adoptan una posi­
ción dura respecto de demasiados temas controvertidos. Lo cual nos con­
duce a dos preocupaciones más: imaginemos la guerra que, en consecuencia,
Cuando la racionalización sale mal estallaría entre el Estado y las familias (en el supuesto de que el Estado no
Ésa es exactamente la clase de pregunta que plantearían en Cartesia; pero,
por supuesto, no todo lo que provenga de Cartesia nos caerá mal. Nuestros 49 Griffin, Well-being..., op. cit., p. 136.
278 ) U Í T I C A DE LA IDENTIDAD LA f DftMACIÓN DEL ALMA ] 2 7 9

quisiera asumir la responsabilidad de la crianza de los niños). Un régi­ en última instancia no es el contenido epistémico de las oraciones (“Creo
men semejante invadiría excesivamente la libertad de los padres. Y es muy en Dios T odop oderoso...” ), sino la práctica de pronunciarlas. Por un
poco probable que un conflicto de ese tipo sea bueno para los niños; hábito protestante, nos inclinam os a describir a los devotos como cre­
(Retomaré este tema más adelante.) yentes, y no como practicantes; sin embargo, es probable que el énfasis
Además, existen motivos metafísicos y epistemológicos para inquietarse. esté m al colocado.
La caracterización de las supuestas faltas de racionalidad es controver? Si bien cabría extender la crítica a Cartesia, podemos sintetizarla acu­
tida, incluso (o en particular) entre los especialistas en el tema. Antes men­ sando a nuestros racionalistas duros de adjudicar demasiado poco valor
cioné el halo de niebla que envuelve la distinción entre hechos y valores. a la dimensión autárquica de la autonom ía, y demasiado a (una inter­
Pero incluso si no se toma partido respecto del tema, e incluso aceptando pretación controvertida de) su dimensión racional. En Cartesia se desa­
que es mejor, ceteris paribus, que a los niños no se les enseñen falsas creen­ lentaron todas las formas de la irracionalidad; en una democracia liberal
cias, podemos reconocer que m uy pocas de nuestras teorías científicas moderna, sólo pueden desalentarse algunas. Pero ¿cuáles? Es posible en u ­
son inm unes a la revisión. El propio M ili reconoció que gran parte del merar una serie de principios que serían aprobados por m uchos libera­
conocimiento humano carece de la certeza de la aritmética: les, en especial por los antiperfeccionistas. Las formas de irracionalidad
que ponen en peligro el sistema político (que, por ejemplo, interfieren
La peculiaridad de la evidencia de las verdades matemáticas consiste directamente con la capacidad de ejercer la ciudadanía) son un blanco
en que los argumentos son unilaterales. No existen objeciones a ellas adecuado para la intervención del Estado. Tales intervenciones deben ser
ni tam poco respuesta a tales objeciones. Pero en todo tema en que la disciplinadas por el cuidado de la libertad de asociación y de las formas
diferencia de opinión es posible, la verdad depende de un equilibrio a sociales que otorgan forma y significado a las vidas individuales, y es por
guardar entre dos sistemas de razones contradictorias. Incluso en la filo? ello que debemos andar con precaución cuando nos acercamos a formas
sofía natural, siempre existe alguna otra explicación posible de los hechos de irracionalidad que están ligadas a los grupos de identidad, en especial
[... ]. Las creencias para las que tenemos las mayores garantías no tie­ a las religiones: es preciso encontrar un equilibrio de intereses. Así, aun­
nen otro resguardo que la permanente invitación a que todo el mundo que el Estado debería dudar antes de hacer campaña contra la creencia
las pruebe infundadas.50 religiosa de que Satanás nos arrebatará el alma si comemos demasiadas
algarrobas, puede con toda justicia tom ar la decisión de hacer una cam ­
Sería descabellado de nuestra parte anular esa invitación permanente: hace­ paña contra la creencia religiosa de que Satanás nos arrebatará el alma si
mos bien en rendir homenaje al falibilismo. vamos a votar.
El problem a de las falsedades analíticas suscita otro problema. Es ver­ Pero, ¿qué tipo de medidas promotoras de la racionalidad, si es que las
dad que algunas creencias son falsas desde el punto de vista analítico; por hay, se justificarían sólo por un interés en mi bienestar? Hemos admitido
ejemplo, “dos más tres es igual a siete”; quizá la doctrina de la Trinidad que el Estado puede actuar de muchas maneras para proteger el bienestar
tam bién lo sea. En esos casos, sin embargo, no resulta claro cóm o sería de sus ciudadanos: colocar semáforos en las intersecciones peligrosas, con­
posible ponerlas en práctica, qué significaría sostener esas creencias, o su trolar la calidad del agua potable, obligar a cum plir los contratos, y otras
haciendo a un lado nuestras declaraciones, podríamos realmente soste­ cosas similares. Y, como ya hemos visto, la mayoría de los liberales pien­
nerlas. Gore Vidal se complace en hablar de las antiguas sectas misterio­ san que el Estado puede promover ciertos valores y fomentar la raciona­
sas cuyos ritos han pasado a través de tantas generaciones que sus lidad con el objeto de servir a fines cívicos, es decir, aquellos que implican
sacerdotes pronuncian conjuros en una lengua que ya no comprenden. la estabilidad y la supervivencia del sistema político. La cuestión radica
La observación es satírica, pero encierra un argumento de peso: allí donde en determinar si puede promover la racionalidad, no en pos de fines cívi­
la observancia religiosa involucra la afirmación de credos, lo que importa cos, sino en pos de mi propio bien. Queremos asegurarnos de que resulta
posible desandar el camino desde el nada permisible régimen del racio­
nalismo duro hasta un régimen permisible, que haga gala de un raciona­
50 Mili, Sobre la libertad-, op. cit., p. 54. lismo más modesto y más prudente.
28o I U ÉTICA OE U fOENTIOAD U FORMACIÓN DEL ALMA ¡ 2 8 1

Identidades aborrecibles queta que se adjudicó a sí mismo, es el movimiento de Identidad Cristiana.)


e identidades que se socavan a sí mismas Son diferentes de las comunidades teocráticas analizadas en el capítulo 3.
¿Cómo podemos reconciliar el respeto por las personas tal como son que tenían el carácter de pequeños despotismos: aquí el problema no radica
el interés en lo que podrían ser? ¿Cómo es posible combinar el auto: en una intromisión directa en la autonomía de sus miembros. Los m iem ­
mismo con el construccionismo, es decir, el valor enérgico de la libe bros del movimiento de Identidad Cristiana, una secta cuasi religiosa de
negativa con la conciencia del modo en que se configuran nuestros dí América del Norte que cuenta con unos cincuenta mil adherentes, abrazan
y nuestras identificaciones? Aquí deberíamos consultar nuestro análisis una amalgama de compromisos axiológicos y fácticos (si me disculpan la
las preferencias informadas, en el cual llegamos a la conclusión de que distinción) que están profundamente reñidos con la modernidad moral de
orden político que promueve la autonomía no debe atender sólo núes: los Estados Unidos. Creen que los anglosajones y sus grupos emparenta­
preferencias desnudas o sólo nuestras preferencias informadas, sino dos descienden de los antiguos israelitas; que los judíos son la prole de Caín >
debe encontrar un equilibrio entre ambas. y que tienen naturaleza satánica; que las “ razas de barro” (las no blancas)
También podemos extraer algunas lecciones de Cartesia. Los racio son infrahumanas, y otras cosas semejantes. A menos que se adjudique un
listas duros miraban con desaprobación las identidades religiosas estt valor nulo a la autonomía, tratar a los miembros de este movimiento de la
chámente ligadas a creencias que ellos consideraban fantasías floric misma manera que el gobierno chino ha tratado a los miembros del Falún
Confiaban en que un Estado que cuidara de nosotros emprendería un co Gong resultaría inadmisible; no obstante, tampoco corresponde que haga­
secuente proyecto de formación del alma mediante la reforma de nu' mos lo imposible para aislar su credo de las cargas que acarrea la antino­
tras convicciones metafísicas. Y ello implicaría muchísimo trabajo: da mia extrema. N o es motivo de preocupación que los programas escolares
nuestras defecciones de la razón, todos nosotros tendríamos identida comunes de nuestras escuelas públicas o, en realidad, muchas de las carac­
sustancialmente “ irracionales”, al menos según sus parámetros. Nosotro# terísticas de nuestros códigos civil y criminal estén en co nflicto con las ense -
hemos encontrado razones para rechazar las certezas de estos reform ad^ fianzas del movimiento y tiendan a socavarlas; por el contrario, no cabe duda
res; algunas tienen que ver con el respeto por la autonomía y con la humil*: de que se trata de una situación deseable. Incluso quienes no desean tener
dad epistémica. Sin embargo, como también sugerí, las tradiciones religiosas: nada que ver con la formación del alma estarán de acuerdo con ello, aun­
contemporáneas (y las históricas) de muchos lugares no comparten el inte-; que ofrecerán otra descripción de lo que ocurre (por ejemplo, enseñar la ver­
rés en la corrección doctrinaria que caracteriza, por ejemplo, a gran parte dad, o desalentar la conducta inmoral, o equipar a la gente para la ciudadanía).
de la cristiandad o a algunas corrientes modernas del Islam. Es innegable; Lo que hace que este caso sea demasiado fácil para mí propósito es que la
que muchas formas del judaismo moderno, si bien se comprometen con identidad en cuestión está discapacitada no sólo desde el punto de vista ético,
ciertas prácticas, no evidencian un gran compromiso desde el punto de sino también desde el moral: un credo que exhorta a la guerra racial y cosas
vista teológico; y, de hecho, hubo una vez un obispo anglicano de Woolwicfr similares ordena incurrir en la inmoralidad. Nuestra campaña en su contra
que confesó que ser “ honesto con Dios” podría conducir al ateísmo meta*? se hará en nombre de la moral, y no de la realización ética de los miembros
físico.51 Sin embargo, existen casos en los cuales la urgencia por intervenir del grupo. Por más perjudicial que sea Identidad Cristiana para sus adhe­
no puede relegarse con tanta facilidad; analizaré dos de ellos. El primero rentes, por mucho que los incapacite para vivir, no es eso lo que nos con­
involucra lo que yo llam o “ identidades aborrecibles” ; el segundo nos duce a emprender acciones directas específicas contra el grupo: sólo tomamos
devuelve a nuestro análisis previo de las identidades que se socavan a si medidas, en general, cuando hay otros que se ven amenazados.51
mismas, donde las amenazas a nuestra realización ética derivan de la manera Aun más complejo es el caso que expuse antes: el de las identidades que
en que las normas identitarias tiran en diferentes direcciones. se socavan a sí mismas. (Y no estará de más recalcar una vez más que no
Existen identidades que, en parte, se constituyen mediante compromisos
muy poco atractivos. (Un ejemplo claro, especialmente en virtud de la eti­ 52 A veces, esos otros amenazados son sus propios hijos: sufren la amenaza de
convertirse en personas con identidad discapacitada. Como veremos más
adelante, no es posible respetar la identidad ética de los niños cuando éstos
51 John Robinson, Honest to God, Londres, John Knox Press, 1963 [trad. esp: Sincero todavía no la tienen. En consecuencia, no se trataría aquí de una excepción a la
para con Dios, Barcelona, Ariel, 1967]. idea general de no interferir con la identidad ética de personas que la tienen.
282 I LA ÉTICA DE LA I DEN TI DAD
LA FORMACIÓN DEL ALMA | 2 8 3

son las creencias falsas acerca de la identidad propia las que hacen que. este punto, que la política que analizo aquí sólo es necesaria porque el
identidad se socave a sí misma.) ¿Qué ocurre si nuestras identidades hac Estado ya recaba “datos” raciales. ¿Por qué no limitarse a decir que el Estado
afirmaciones opuestas? Es decir, ¿qué ocurre si son contradictorias en debería apartarse de toda clasificación racial? Algo así podría redundar
interior? M ucha gente aceptará que el Estado fom ente la racionalidad^ en beneficios. Sin embargo, en ese caso el gobierno se vería impedido de
mucha gente aceptará que el Estado actúe para promover el bienestar, pe evaluar la presencia de discriminación y de implementar medidas para
casi todos estarán de acuerdo en que el racionalismo duro se excede de1 contrarrestarla. Y, por razones que ya ha enunciado Robert C. Post, las leyes
competencia. ¿Hasta qué punto es legítimo que el Estado procure refo .contra la discriminación, aunque en general se conciben como una sim ­
m ar las identidades sociales contradictorias, y cambiar así a las person*'; ple aseveración del principio liberal básico de trato igualitario, también
cuyas identidades individuales se definen en parte por esas identidades soda pueden involucrar modos de formación del alma.
les con el fin de que alcancen el éxito en su vida individual? (Aunque estoy
analizando la relación del Estado con las identidades y las formas sociales$ ?
debería resultar evidente que el actor fundamental en estos respectos no es
el Estado, sino otros elementos de lo que llamamos “ sociedad” ) En partH-j LA F O R M A C IÓ N D E L A L M A Y LO S E S T E R E O T IP O S
cular, ¿cómo podría responder el Estado a las actitudes irracionales relado-r
nadas con la raza, más allá de la mera provisión de información? He dedicado algunas páginas a considerar aquellos argumentos en favor
He aquí un ejemplo relativamente trivial. Ciertos procedimientos esta-y de la formación del alma que apuntan a responder a nuestras perm anen­
dounidenses actuales presuponen, en general, que existe un hecho de la.; tes defecciones de la razón. Sin embargo, el fundamento de la irracionali­
realidad que indica si una persona es o no es afroamericana. Todos los| dad no agota los motivos para postular la formación liberal del alma. Com o
ciudadanos suelen verse en la obligación de llenar formularios de diverso^ ya hemos visto, la formación liberal del alma puede apuntar a la m odifi­
tipo en los que se establece la raza, y pueden figurar en los que llenará cación de las identidades sociales de maneras que derivan directamente del
otras personas (por ejemplo, un agente de policía que arresta a alguien)^ reconocimiento de la importancia ética de esas identidades.
Com o resultado, mucha gente que se considera obviamente negra, o blanca^, Considerar las leyes contra la discriminación en el contexto de la fo r­
o perteneciente a alguna otra categoría del sistema racial, se ve alentada-a : mación del alma puede parecer contrario al espíritu de aquéllas. Porque
creer que dicho sistema goza de relativa claridad. Si el gobierno modificara* la concepción usual de esas leyes se centra en la igualdad, y la igualdad se
esos procedim ientos, quitaría al menos un m inúsculo puntal que sos-^z entiende mejor desde una perspectiva negativa: la igualdad com o ideal
tiene la ¡dea de que las concepciones sociales de la raza son congruentes
con la realidad; a saber, el hecho de que el Estado parece ser capaz de esta­
blecer procedimientos exitosos que presuponen esas concepciones socia-s identidades que constituyen, pero eso no significa que su falta de neutralidad sólo
les. Semejante modificación podría obedecer a diversos motivos (en gran; se relacione con las consecuencias. Después de todo, toman una concepción
medida, al reconocimiento de que las concepciones sociales pertinentes? controvertida como hecho aceptado, y desde ese punto de vista su justificación
tampoco es neutral. Tal como vimos antes, todas las identidades sostenidas de esta
son defectuosas desde el punto de vista racional). Pero, sin duda, también
manera por una sociedad cambian por el solo hecho del reconocimiento
podría originarse en la idea de que esa acción gubernamental contribuid gubernamental. La entidad “hispano” existe en los Estados Unidos como una
ría a reformar las identidades sociales-o, de alguna forma, disminuir su identidad social que incluye a los estadounidenses mexicanos y puertorriqueños, y
prom inencia- de maneras que reducirían su carácter contradictorio. a los inmigrantes que provienen de alrededor de una docena de países
hispanohablantes de América Latina y el Caribe, en parte (en una pequeña parte,
Claro estique puede debatirse si se trata de una intervención del Estado
es preciso admitir) porque el gobierno estadounidense reconoce a esas personas
o del cese de una intervención.53 Más aun, resultará correcto observar, en como colectividad. Muchas de las acciones estatales que han tenido lugar desde la
creación de la identidad apuntan (en algún sentido) a configurar las identidades, y
por ende las perspectivas éticas de los hispanos; entre ellas, por ejemplo, el
53 A propósito, éste es otro buen ejemplo de por qué resulta difícil distinguir, incluso establecimiento de programas de educación bilingüe para adultos que les
en principio, la neutralidad de justificación de la neutralidad de consecuencias. permitan mantener una identidad basada en la lengua mientras se integran en la
Los procedimientos ciasificatorios no necesariamente apuntan a constituir las sociedad estadounidense.
284 I LA É TI CA DE LA I DEN TI DAD LA F D R M A Í I D N DEL ALMA | 2 8 5

político consiste en no tomar en cuenta las distinciones irrelevantes. De les y actores similares al otorgársenos derechos públicos contra ellos lim i­
tratarse a las personas de diferente manera, para decirlo de algún m od$ tan, en efecto, su libertad, pero lo hacen de una manera que suele ser menos
sólo cuando hay razones para tratarlas de diferente manera (o, al men< fundamental para sus proyectos de vida de lo que las oportunidades que
no hay razones para no hacerlo): los igualitarios tienen opiniones firm dios estarían en condiciones de negarnos son para el nuestro. (Es por ello
respecto de qué razones son permisibles y cuáles no lo son. En generad que resulta apropiado el acotamiento a la esfera de las acciones públicas,
los planteos de igualdad no sólo surgen cuando el tratamiento es dispail aunque existe un margen razonable para debatir qué pertenece exacta­
sino también cuando las diferencias que se hacen son injustas. Una cosí; mente a la categoría de acción pública.) Cuando esa limitación impuesta a
es dar galletas rosas a las niñas y azules a los niños; otra muy distinta efe, los empleadores interfiere profundamente con proyectos individuales y
dar juguetes caros a los niños y baratijas a las niñas. Ahora bien, antes s í | colectivos -com o ocurriría si se exigiera a la Iglesia católica que empleara
daba por supuesto que el Estado, los empleadores privados y los proveeos mujeres para cum plir con la función de sacerdote- no podemos justifi­
dores de alojamientos para el público actuaban correctamente al hacer dis-1 carla con las mismas razones. Y dado que, como resultado, tenemos la obli­
tinciones injustas entre blancos y negros, y entre hombres y mujeres. E á : gación de arbitrar en las demandas presentadas por individuos contra ese
contraste, los estatutos y la legislación constitucional de las últimas cua£ tipo de organizaciones, hablamos aquí de equilibrar intereses opuestos.
tro décadas han realizado numerosos intentos de apartarse de esa prác­ Sería un error permitir que la importancia central que tiene un proyecto
para m i individualidad pase por encima de los intereses de otro en esos
tica y de ese supuesto.
En particular, las leyes contra la discriminación apuntan a poner en prá& casos -¿queremos que el lugar central que ocupa el odio antisemita en mi
tica lo que podríamos clasificar como acciones públicas. Este término abarcá vida me otorgue el derecho a no permitir que los judíos entren en mi hotel?-
las acciones llevadas a cabo por funcionarios estatales en el marco de sú y ello nos obliga a evaluar los méritos de los proyectos.
competencia oficial -q u e están claramente sujetas a las normas de no dis­ Esta explicación liberal estándar aún no parece entrañar la formación
crim inación- pero también las acciones emprendidas por las personas que del alma. Pero el lector ya habrá anticipado un atajo que nos conducirá
contratan y manejan empleados en las grandes empresas, y las que admi­ hada allí: quizá la acción de estereotipar desempeñe un papel en nuestra
ten y atienden clientes en los alojamientos para el público. Resulta intere­ identidad ética y, a su vez, constituya una defección remediable de la racio­
sante preguntarse por qué, en una sociedad liberal, es preciso implementár nalidad. Es posible encontrar respaldo para esta idea en algunos fallos jurí­
la no discriminación com o norma legal en la esfera de las acciones públi­ dicos; com o veremos, los jueces a veces se refieren a la noción de “prejuicio
cas que no son estatales. Creo que la respuesta es clara por demás: en nues­ irracional” en este contexto. Así, podría pensarse que cuando una socie­
tro m undo, la posibilidad de que cada uno de nosotros disfrute de la dad toma medidas contra el uso de estereotipos —como ocurre con las leyes
oportunidad de desarrollar una existencia digna y autónoma requiere el contra la discriminación- lo que está haciendo es reformar, ipsofacto, nues­
tras identidades éticas.
acceso al empleo y al espacio público, así como a los derechos y privile­
gios de los ciudadanos. Si la dignidad y la autonomía son valores liberales Pero nos estamos apresurando. En efecto, vale la pena hacer una pausa
esenciales, una persona liberal querrá que el Estado otorgue la debida para reflexionar sobre el uso promiscuo de la palabra “estereotipo” en los
importancia al acceso razonable de todos al empleo y al espacio público. juicios y argumentos legales que rodean la ley de los derechos civiles. Porque
¿Y por qué ha de limitarse esa insistencia a las acciones públicas? Porque en el contexto de la ley estadounidense contra la discriminación, el tér­
la inclusión de otras esferas en el ámbito de la no discriminación -la exi­ mino “estereotipo” abarca por lo menos tres ideas distintas.
gencia de no distinguir entre hombres y mujeres o entre negros y blancos La primera es la idea de adjudicar una propiedad a un individuo en vir­
en mi vida cotidiana- interferiría excesivamente con mi capacidad para tud de la creencia de que se trata de una propiedad característica de algún
construir m i propia vida. La libertad de expresión y de asociación son de grupo social al que pertenece dicho individuo, en los casos en que existe,
central importancia para esta construcción del yo, y exigirme que la iden­ en efecto, una correlación estadística entre esa característica y la perte­
tidad de género o de raza no figure entre las razones para elegir a las per­ nencia al grupo, pero el individuo en cuestión no tiene esa propiedad. Es
sonas a quienes voy a invitar a cenar en mi casa interfiere con esas libertades. el caso de la mujer fuerte que se presenta para obtener un empleo de b om-
Las obligaciones que se imponen a los empleadores, los dueños de hote- bero y se le dice que no será considerada porque “las mujeres no son lo
290 I LA ÉTIC A D£ LA I DEN TI DAD LA F OR K AC L Ó H DEL ALMA l 2 9 1

con los estándares de la com unidad”’. De hecho, los estándares invocad'" género equivaldría a la abolición, del género y a la transformación radical
por la estación televisiva k m b c presuponen que las mujeres, aunque det -quizá más allá del reconocimiento hum ano- de la sexualidad. Sin embargo,
seguir normas diferentes de vestimenta, son adecuadas para las posici la reforma de esas normas podría comenzar a hacer que sea menos verda­
nes profesionales y corporativas. Con ello no me propongo negar qu el dero el hecho de que nuestra sociedad construye a las mujeres como infe­
códigos de vestimenta para las mujeres en el mercado “conservador” de la riores a los hombres. De m anera similar, cuando las prácticas sociales
ciudad de Kansas puedan desempeñar un papel en la limitación de las opor¿ cotidianas -com o la provisión de alojamientos públicos segregados o la
tunidades para las empresarias o reflejar una falta de igual respeto hacia proscripción de relaciones interraciales- proyectan “una imagen inferior
ellas, sino señalar que lo hacen en un grado significativamente m enor o degradada en el otro” (en la formulación de Charles Taylor), proscribir
que los códigos que requieren de las azafatas el uso de “vestimenta seduc­ esas prácticas puede constituir una manera de reformar la concepción social
tora”.59 La ingeniería social involucrada en la ley contra la discriminación de la identidad racial negra con el objetivo de mejorar la realización de la
es, en efecto, poco sistemática. vida de las personas negras por medio de la reforma de su identidad. He
De maneras que ya hemos explorado, los estereotipos normativos -que ahí la formación del alma por excelencia; y respecto de las identidades que
se emparientan de cerca con lo que antes llamé “ libretos de vida”- son de han sido injustamente menoscabadas a lo largo de la historia, tal forma­
central importancia para la comprensión del lugar que tienen la identi* ción del alma, por poco sistemática que sea, puede constituir uno de los
dad y la individualidad en la vida moral y cívica. Pero no cualquiera de deberes de un Estado que cuide equitativamente de todos sus ciudadanos.
ellos es correcto: esos estereotipos deben ser consecuentes con la construc­ Este ejemplo también muestra por qué es un error pensar que la for­
ción de una individualidad digna. Y no lo son en la medida en que las ñor? mación del alma es algo así como un lavado de cerebro: imaginarnos la
mas existentes, impuestas a través de la acción pública, construyan una formación del alma como lo que ocurre cuando el Estado penetra en nues­
identidad carente de dignidad o hayan incorporado la degradación de tra cabeza. Porque, por supuesto, el significado de quién soy yo no está
aquellos que deben seguirlas. Post está en lo cierto cuando insiste en que sólo en mi cabeza, m i proyecto ético emana de un universo de hechos
la ley contra la discriminación puede ocuparse de la reforma de las nor­ sociales. En la medida en que m i identidad es una forma social -producto
mas de género, pero no de su abolición. La abolición de las normas de de las concepciones sociales y del trato que recibo de los demás-, un cam ­
bio en el estereotipo normativo cambia quién soy yo. Al mismo tiempo,
yo tengo derecho a rebatir la alteración de una identidad social. Si lo que
59 Post e t a l , P r e j u d i c i a l . . . , o p . c i t . , pp. 30-33- Una vez aceptada la imagen que
significa ser un hombre ha cambiado de maneras que deploro durante el
muestra Post de las leyes estadounidenses contra la discriminación, los jueces, los
legisladores y los ciudadanos deberían preguntarse cuáles son las formas de acción curso de mi vida, tengo la posibilidad de resistirme a los nuevos libretos,
pública injustamente dispar que requieren una solución. No es posible abordar a los nuevos estereotipos normativos: las acciones públicas pueden cam ­
con prudencia todas a la vez, y transformar en delito, por ejemplo, el hecho de que biar los significados de las identidades sociales sin eliminar la posibili­
en los hoteles se trate con menos cortesía a los negros que a los blancos. Creo que dad de la disidencia y la impugnación. Sin duda, tener autonomía es tener
existe una manera obvia de enfocar estos análisis: consiste en preguntarse cuán
central es el papel que desempeña una forma de acción pública en el
la capacidad de resistir; como liberales no debemos imponer una vida a
mantenimiento de la desigualdad sexual o racial. Dado que el racismo y el alguien contra su voluntad. Pero, ¿qué podemos hacer antes de que apa­
sexismo, lejos de constituir meras aglomeraciones de prejuicios individualizados, rezca esa voluntad?
son sistemáticos y siguen un patrón, se trata de una pregunta razonable. Por
ejemplo, los jueces que consideraron irrazonable exigir a los empleadores que
permitieran el pelo largo en los empleados de sexo masculino podrían haber
alegado, como justo fundamento, el simple hecho de que las preferencias de tales
empleadores desempeñan un papel muy pequeño en la configuración de normas ALM AS EDUCADAS
de género que resulten desventajosas para las mujeres. De modo similar, exigir al
Morehouse College que inscriba a más estudiantes blancos no reduciría la “Creo que puedo decir que de todos ios hombres con quienes nos encon­
desigualdad racial en los Estados Unidos, mientras que ¡a integración de las
tramos, nueve de cada diez son lo que son, buenos o malos, útiles o no, por
escuelas de élite que históricamente habían excluido a los estudiantes negros
constituyó sin duda un importante paso en esa dirección. su educación”, escribió Locke.
292 j LA ÉTIC A DE LA I DE NT I DA D LA FORMACIÓN DEL ALMA I 293

Eso es lo que hace la gran diferencia en el género humano. Las in r absurdo suponer que podría ayudarse a los niños - e igualmente poco atrae-
siones pequeñas y casi imperceptibles de nuestra más tierna infancia, 1suponer que debería ayudárselos— a llegar a la edad adulta sin ninguna
nen consecuencias muy importantes y duraderas: y es allí, tal com a ^entidad social; por el contrario, el hecho de que, por fuerza mayor, ten­
el nacimiento de algunos ríos, donde una suave aplicación de la drán algún conjunto de identidades constriñe lo que nos es permisible hacer
desvía las flexibles aguas hacia canales que las hacen tomar cursos b jlconfigurarlas durante la infancia. Al mismo tiempo, resulta por demás
tante contrarios, y mediante esa dirección que se les da al principio, ■ elaro que algunos padres ven la educación pública como una fuerza ame­
su fuente, adquieren diferentes tendencias, y llegan finalmente a los h nazadora y perjudicial para su vida. Si nuestro objetivo es educar niños
res más remotos.60 que labren la luminosa senda de la verdad, entonces debemos hablar de
creación del yo, o lejos estará la individualidad de dejarnos tranquilos: no
Por m ucho que renunciemos a la esperanzada creencia de Locke en cier^K pensaremos en la construcción del carácter, sino en su corrupción.
racionalidad que se ratifica a sí misma y por menos impresionable que ve ^ , He aquí dos concepciones de la educación liberal; la primera, de Bruce
mos a su impresionable joven, no existe una sociedad democrática quf Ackerman, y la segunda, de Michael Oakeshott:
no tome la educación -e l término francés formation encierra el argumentó
en una palabra—con la más absoluta seriedad, y ninguna que deje de entren# El sistema educativo entero, si se quiere, se asemeja a una gran esfera.
tarse a la perspectiva de la formación educativa del alma. Por cierto, es ujt] Los niños llegan a la esfera en diferentes puntos, según su cultura pri­
hecho notable que en los países desarrollados un programa de educación maria; la tarea consiste en ayudarlos a explorar el globo de una manera
universal se haya vuelto en efecto universal. que les permita vislumbrar los significados más profundos de los dra­
Los enfoques democrático-liberales de la educación se han caracterk mas que transcurren a su alrededor. Al final del viaje, sin embargo, el
zado por involucrar las dos preocupaciones que mencionamos al comienzo ahora maduro ciudadano tiene todo el derecho de situarse en el punto
de este capítulo. La primera se relaciona con el bien del individuo: prepa­ exacto donde comenzó, o puede también dirigirse resueltamente a des­
rar al niño para una existencia autónoma. La segunda tiene que ver con el cubrir una porción desocupada de la esfera.62
bien del sistema político: un orden político que se perpetúa a sí mismo
no puede permanecer indiferente a la promulgación de, al menos, algu­ Cada uno de nosotros nace en un rincón de la Tierra y en un momento
nos de sus principios constitutivos. (Se trata de una versión de la senten­ particular del tiempo histórico, envuelto de localismo. Pero la escuela
cia pronunciada por el arquitecto de la educación de John Stuart Mili, su y la universidad constituyen lugares apartados, donde el estudiante se
padre, James: “El fin de la educación es transformar al individuo tanto emancipa de las limitaciones de sus circunstancias locales y de cuales­
como sea posible en un instrumento de felicidad, primero para sí mismo quiera preferencias adquiridas, y se deja llevar por las señales de lo que
y después para otros seres”.)61 hasta entonces no había siquiera soñado. [...] Se trata de lugares pro­
Pero esta idea por sí sola no dice mucho acerca de la manera en que el tegidos, donde puede oírse la excelencia porque el estruendo de las
gobierno debería desempeñar su parte. No es correcto concluir que, puesto parcialidades locales no es más que un murmullo distante.63
que el Estado está obligado a configurar nuestra identidad, debe hacerlo sin
vacilaciones y con el bien de cada uno de nosotros en mente, dedicándose A pesar de la distancia política que separa a los autores, ambas concep­
con toda libertad a la formación del alma. Y ni la idea de que algunas iden­ ciones son, en muchos aspectos, profundamente consonantes con la visión
tidades representan obstáculos para la individualidad ni la de que otras milliana. Expresan con elocuencia algunos ideales ampliamente compar-
son instrumentos para la creación del yo establecen fronteras reales. Es

62 Bruce Ackerman, S o c i a l j u s t i c e i n t h e l i b e r a l State, New Haven, Yale University


60 John Locke, S o m e t h o u g h t s c o n c e r n i n g e á u c a t i o n , ed. por James Axtell, Cambridge, Press, 1981, p. 159 (trad. esp.: L a j u s t i c i a s o c i a l e n e l E s t a d o l i b e r a l , Madrid, Centro
Cambridge University Press, 1968, p. 112. de Estudios Políticos y Constitucionales, 1993!-
61 W. H. Burston (ed.), J a m e s M i l i o n e á u c a t i o n , Cambridge, Cambridge University 63 Michael Oakeshott, T h e v o i c e o f l i b e r a l l e a r n i n g : M i c h a e l O a k e s h o t t o n e á u c a tio n ,

Press, 1969, p. 41. ed. por Timothy Fuller, New Haven, Yale University Press, 1989, p. 24-
294 I w ÉTICA OE U IDENTI DAD LA FORMACIÓN O E l ALMA I 2 9 5

tidos (en el marco del pensamiento liberal) de lo que la educación debe­ Una vez que hemos dejado la crianza de los hijos a cargo de las fam i­
ría hacer por nosotros: debería, com o suele decirse, “expandir nuestros lias, nos vemos obligados a reconocer que el amor paternal incluye el deseo
horizontes”, debería exponernos a un mundo más ancho que aquel que de desarrollar en los hijos las identidades predilectas, y enseñarles los valo­
ya habitamos. Y, por supuesto, ambas hacen hincapié en los beneficios res relacionados con esas identidades en particular, junto con otras ver­
inmediatos que obtienen los niños, quienes pueden ganar una compren­ dades éticas que el niño necesitará para vivir bien su vida. Alasdair Maclntyre
sión más profunda de los “dramas que transcurren a su alrededor”, y eman­ lo expresa de este modo: “Ingresamos en la sociedad humana [... ] con uno
ciparse “ de las limitaciones de sus circunstancias locales”. o más caracteres atribuidos —papeles para cuyo desempeño se nos ha reclu­
Sin embargo, casi cualquier sistema educativo, incluso uno que renun­ tad o- y tenemos que aprender en qué consisten, a fin de ser capaces de
cie abiertamente a la misión cívica, tendrá que enfrentarse a personas que entender cóm o responden los demás hacia nosotros y cómo tienden a ser
se sienten amenazadas por su forma o por su sustancia. Tomemos las dos interpretadas nuestras respuestas hacia ellos”.64 U n Estado que, en nom ­
descripciones citadas de la educación liberal: a pesar de que ambas suenan bre de la futura autonom ía de un niño, socavara de manera activa las
pluralistas, humanas y generosas, para algunos ciudadanos es ahí donde elecciones de los padres a ese respecto -era éste, recuérdese, el problema
radica el problema. El que cree habitar en la “ciudad sobre la colina” no con Cartesia- estaría constantemente reñido con los padres, y eso no sería
estará complacido de verla reducida a un mero punto sobre una “gran esfera”, bueno para los hijos.
y la promesa de reducir las “parcialidades locales” a un “murmullo distante” Estas consideraciones no invalidan los requerimientos del orden polí­
no agradará a aquellos de quienes provienen las parcialidades. tico, pero es inevitable que los atenúen, y el papel que desempeña y debe­
Aquí deberíamos partir del supuesto de que el papel que desempeñan ría desempeñar la educación hace tiempo que es controvertido. En un libro
los padres en la crianza de los hijos les da derechos respecto de la configu­ publicado en 1909 que ha servido de piedra de toque para uno de los
ración de la identidad de sus hijos, que son un corolario necesario de las enfoques de este tema, Ellwood Cubberley, un prominente y progresista
obligaciones paternales. N o creemos que la reproducción social debería educador estadounidense, expresó su alarma ante la reciente ola de inm i­
llevarse a cabo com o en Un mundo feliz. Creemos que los niños deben ser grantes “europeos del sur y del este”:
criados principalmente en familias, y que esas familias deberían ser capa­
ces de iniciar a sus hijos en las costumbres, las identidades y las tradicio­ Ignorantes, sumisos, carentes de autosuficiencia e iniciativa, y despro­
nes que los miembros adultos de la familia toman como propias. vistos de la concepción angloteutona de la ley, el orden y el gobierno,
Por supuesto que si nuestra única meta fuera afianzar el “embalse de su llegada ha contribuido a diluir nuestro prestigio nacional y a corrom ­
individualidad, los manantiales de diferencia” que Horace Kallen identi­ per enormemente nuestra vida cívica. [...] Nuestra tarea consiste en
ficó con el pluralismo étnico, podríamos imaginarnos otros medios para romper esos grupos o asentamientos, asimilar y amalgamar a esas per­
alcanzar ese fin. El Estado podría tomar a su cargo la crianza de los niños sonas para que se vuelvan parte de la raza estadounidense, e implantar
y asignarlos, de manera más o menos arbitraria, a una identidad escogida en sus hijos, tanto com o sea posible, la concepción anglosajona de la
de un abanico de identidades “interesantes”. Los recursos disponibles para rectitud, la ley y el orden, y el gobierno popular, y despertar en ellos
la construcción del yo dependerían exclusivamente de la imaginación y la una reverencia por nuestras instituciones democráticas y por aquellos
voluntad del Estado y de sus funcionarios, junto con cualesquiera inven­ aspectos de nuestra vida nacional que nosotros, como pueblo, consi­
ciones espontáneas que surgieran entre los adultos de semejante sociedad. deramos dignos de respeto.65
Sin embargo, esta alternativa es bastante inverosímil. La intimidad de la
vida familiar, el am or de los hijos por los padres (y otros parientes) y de
los padres (y otros parientes) por los hijos, el sentido de identidad fami­
liar, las tradiciones familiares: todas esas cosas se perderían (junto con, 64 Maclntyre, After virtue...,op. cit., p. 201.
65 Ellwood P. Cubberley, Changing conceptions of education, Boston, Houghton
podríamos agregar, el significado invertido en las disputas familiares). Peor
Mifflin, 1909, pp. 15-16, Y véanse análisis de este tema en Macedo, Diversity and
aun, el Estado estaría investido de un poder inmenso para configurar a la
distrust, op. cit., p. 91, y Eamonn Callan, Creating citizens, Oxford, Clarendon
ciudadanía; un poder cuyo potencial de abuso es obvio por demás. Press, 1997, P-172.
296 I LA ÉTICA DE LA I D E N T I DA D LA FORMACIÓN DEL ALMA 1 2 9 7

En este pasaje se combina lo atroz con lo atractivo. Los comentaristas recien­ una fuente capital de conflicto. La propia cuestión de determinar en qué
tes de Cubberley rechazan los supuestos relativos a las razas, los estereot^ consisten realmente los intereses de los hijos se presta a grandes disputas.
pos nacionales y el temor a las diferencias étnicas: la noción según la cuál Pero incluso si los intereses del niño se identificaran de manera rotunda
la supervivencia cívica requiere la imposición de una identidad anglosá* con el proyecto de educación “democrática” o “ liberal”, aún quedaría por
joña unitaria. Por otra parte, tal como reconocen estos críticos, el ideal dé abordar la cuestión de cómo tomar en cuenta los deseos de los padres. Tal
contar con ciudadanos instruidos y autosuficientes que se preocupen por como señala Eamonn Callan, los padres pueden hacer todo tipo de malas
el mandato de la ley y el gobierno popular no es un asunto a descartar. IM elecciones en las que jamás se nos ocurriría interferir. Supongamos, dice
cuestión pendiente es determinar si podemos obtener lo segundo sin alguna Callan, que los padres de un niño dotado para la música y dedicado a ella
versión de lo primero. están en condiciones de comprarle un piano o bien tomar unas vacacio­
“Un sistema político democrático no puede descansar sobre la diversi­ nes costosas, pero no pueden hacer las dos cosas a la vez, y se deciden por
dad si no se comparten compromisos políticos que posean el peso sufi­ las vacaciones. Por mucho que condenemos la decisión, “casi nadie pen­
ciente para superar los valores que compiten entre sí”, escribe Stephen saría que los padres no tenían el derecho moral de tomarla”. Podemos arri­
Macedo, y recalca que “los ideales abstractos de justicia liberal exigen á bar a la conclusión, señala Callan, de que “el solo hecho de que una opción
todos los grupos de la sociedad el respeto mutuo, mientras que la reivin* particular sea mala desde el punto de vista educativo no implica que los
dicación de la particularidad presentada por los pluralistas no crea una padres no tengan el derecho de elegirla”. Tal como se enuncia aquí el pro­
exigencia necesaria de tolerancia y respeto”.66 Lo que él llama “ liberalismo blema, “la clave consiste en distinguir las opciones malas desde el punto de
transformador” sugiere que una de las funciones legítimas del Estado libé1 vista educativo que se encuentran en el marco de los derechos de los padres,
ral consiste, y ha consistido siempre, en atenuar los compromisos idenfi* de las opciones que son malas de una manera que las deja fuera de ese
tarios fuertes, de Blut-und-Boden, con los cuales se topa: procesar las fueníéS marco, evitando en todo este proceso tanto el despotismo paternal como
de autoridad alternativa que lo confrontan -y a sea el catolicism o o él la actitud inversa centrada en el niño”.67
nativismo inglés- y dejar como resultado una actitud diluida en comprél Ahora bien, podría pensarse que el Estado debería actuar contra las pre­
misos liberales más amplios. Llamemos al resultado “ identidad de bajas ferencias de los padres sólo cuando esas preferencias disminuyeran seria­
calorías” Desde el punto de vista histórico, ésta ha sido precisamente la mente el bienestar de los hijos. (Después de todo, no pensamos que los
política de la república estadounidense que algunos consideran tan alar­ padres están dentro de su derecho moral si deciden permitir que su hijo
mante. Sin embargo, no alcanza con buscar un equilibrio de intereses entre quede desnutrido.) Sin embargo, nuestras intuiciones respecto de cuándo
“Nosotros, el Pueblo”, y “Nosotros, los pueblos”: también debemos tomar intervenir no siguen la huella de la magnitud del daño, es decir, no evalúan
en cuenta los intereses de “Yo, la persona”, a la vez que reconocemos la hasta qué punto alguna acción dism inuiría el bienestar de un niño.
intrincada interacción de todas esas instancias. Supongamos que el niño en cuestión tiene un don musical extraordina­
Ningún sistema de educación obligatoria puede pasar por alto todas rio, fuente de profunda gratificación para él y para otras personas. Es
estas tensiones. De hecho, si bien la preparación para la autonomía y la ciu­ probable que la decisión de los padres (agréguense a gusto estipulaciones
dadanía suele considerarse el núcleo de la educación en una democracia complementarias) disminuya enormemente su bienestar. No obstante, si
liberal, también suele identificare la tensión entre la autonomía de los padres bien ello aumenta nuestra desaprobación, la mayoría de nosotros no cree
y los intereses (o, podríamos decir, la futura autonomía) de los hijos como que una democracia liberal deba obligarlos a tomar una mejor decisión.
A la inversa, podemos imaginar gran cantidad de escenarios en los cuales,
66 Macedo, Diversity and distrut, op. cit., p. 134. “La tarea de construir una cultura aunque el bienestar de un niño no disminuiría demasiado, el Estado ten­
política común debe ser llevada a cabo, si no por las escuelas públicas tal como las dría legítimo permiso para intervenir en la elección de los padres. El deseo
conocemos, entonces de alguna otra manera.” Se puede ir demasiado lejos en esa *
paternal de que el hijo estudie en una determinada escuela podría frus­
dirección, y Macedo responsabiliza a Dewey por hacerlo. (Llega a la siguiente
trarse si el Estado se rehusara a certificar esa escuela, quizá por juzgarla
conclusión prudencial: “ Debemos tolerar a los intolerantes en la medida en que
no representen una amenaza para la supervivencia de las instituciones libres, pero
no tenemos por qué hacer lo imposible para facilitarles la vida”) 67 Callan, Creating citizens, op. cit., pp. 145,146.
298 I LA ÉTICA DE LA IDENTIDAD LA FORMACIÓN DEL ALMA | 2 9 9

inadecuada desde el punto de vista educativo; y el Estado estaría en todo del Estado, incluso si se llegara al extremo de separar al niño de su familia.
su derecho, incluso si el bienestar del niño disminuyera muy poco. El ser­ Semejante acción se llevaría a cabo con el objeto de que el niño obtuviera
vicio social retiraría a un niño de su hogar si los padres lo golpearan o lo un nivel mínimo de bienestar, que de lo contrario le estaría vedado.
descuidaran, pero quizás el ocasional m oretón en el ojo habrá dismi­ Sin embargo, los estados están en condiciones de imponer, e imponen,
nuido la alegría presente y las perspectivas futuras del niño en una medida exigencias relacionadas con la educación que van mucho más allá del nivel
mucho menor que el piano que no tuvo. Entonces, cuando hablamos dd mínimo de bienestar; y los conflictos entre los deseos de los padres y los
bienestar del niño como interés primordial, la noción que tenemos en “derechos en tutela” (según la formulación de Joel Feinberg) del niño -o ,
mente no es la del bienestar máximo, sino la de un bienestar meramente para expresarlo de una manera menos tendenciosa, los conflictos entre
satisfactorio.68 los padres y la escuela- pueden resultar difíciles de sortear. Ello ocurre en
Lo que no nos dice m ucho acerca de qué pueden, y deben, recibir los especial cuando esos conflictos se desarrollan en torno de pautas marca­
niños. Retornemos por un momento a nuestro niño prodigio privado de das por la identidad.
su piano, y subamos todas las apuestas. Supongamos, por una parte, que los Antes de continuar, quisiera hacer una advertencia. En la próxim a
padres del niño pertenecen a una secta fundamentalista cuyo compromiso sección abordaré el tema de las pretensiones de verdad relacionadas con
central y constitutivo consiste en renunciar a la música. Por considerar la identidad, que se ha vuelto familiar en los últimos tiempos gracias a la
que la música es pecado, estos padres han decidido que sus hijos ya no se prominencia adquirida por ciertas polémicas, como la que surgió en torno
expongan a ella, y han exigido expresamente a la escuela que se acomode de la “ciencia de la creación”. N o obstante, tal como ya he señalado, debe­
a sus deseos. Aquí no está en juego la cuestión de la competencia ciuda­ ríamos resistirnos a pensar los conflictos que surgen entre grupos de iden­
dana, ya que tocar el piano no constituye uno de sus aspectos. (Y, a dife­ tidad como si se tratara de simples conflictos entre sistemas de creencias.
rencia de la creencia de que votar es pecado, el rechazo de la música no Las prácticas sociales no se reducen a conjuntos de proposiciones, y la
socava de manera directa las metas cívicas de la democracia.) La ambición importancia de algunas declaraciones -p o r ejemplo, la recitación del cate­
de un progenitor de criar a sus hijos según su propia identidad religiosa es cism o - no radica principalm ente en su fuerza enunciativa, sino en el
algo en lo que intervendríamos sólo con extrema renuencia, si es que lo acto de enunciación.69De la misma manera, gran parte de lo que se aprende
hacemos. ¿Existen circunstancias concebibles en las cuales resultaría apro­ en el aula no es reducible al contenido oficial de la instrucción; de hecho,
piado que lo hagan los funcionarios del gobierno? Supongamos que tene­ los conflictos basados en la identidad pueden surgir incluso a raíz del estilo
mos razones para pensar que la decisión de los padres privará al niño de pedagógico.
su única verdadera oportunidad de realizarse, quizá porque éste sufre seve­
ras discapacidades en otros respectos. No cabe duda de que se trata de una
vocación que requiere un desarrollo temprano de las habilidades perti­
69 Los desafíos “étnicos” a la educación pública no están siempre motivados por
nentes, ya que no es posible adquirir una competencia real si se comienza cuestiones auriculares per se: la Antigua Orden Amish, en Wisconsin v. Yoder,
sólo después de haber alcanzado la mayoría de edad. Entonces, quizá se trate argumentó que la prolongación de la educación obligatoria más allá del octavo
de una circunstancia que justifique, como último recurso, la intervención grado socavaría su estilo de vida, sin importar qué se les enseñara a los niños: el
problema radicaba en que la obligación de permanecer en el aula les impedía estar
en la granja. En este caso, la Suprema Corte sostuvo lo siguiente: “Una cosa es
68 Es decir, el Estado interviene de manera legítima cuando no se brinda un nivel de decir que la educación obligatoria que se extiende uno o dos años más allá del
cuidado mínimo, o “suficiente”. Y podríamos atenernos a un requerimiento octavo grado puede ser necesaria cuando su meta es preparar al niño para la vida
satisfactorio, incluso si pensáramos que la concepción de incremento máximo en la sociedad moderna tal como la vive la mayoría de la gente, pero es otra muy
fuera incoherente (quizás en virtud de la inconmensurabilidad de los valores). distinta cuando se considera que la educación tiene como meta preparar al niño
Aquí se presentan otras consideraciones que complican el problema: la educación, para la vida en la comunidad agraria aislada que es la piedra angular de la fe
a diferencia del aprendizaje del piano, es obligatoria; la escuela es una institución amish”. En esencia, la corte trató a la Antigua Orden Amish (y a los miembros de
que se encuentra fuera de la esfera doméstica inmediata; omitir el incremento la Iglesia Conservadora Amish Menonita, que era codemandante) como si se
máximo del bienestar de otro no es lo mismo que perjudicar o disminuir su tratara de indígenas estadounidenses de una reservación: no tan ciudadanos de los
bienestar actual. Estados Unidos, sino bolsones benignos de otredad insertos en el país.
300 I LA ÉTIC A DE LA I D E N T I DA D LA FORMACIÓN DEL ALMA I 3 O I

Q uizá valga la pena considerar un ejemplo menor de tales conflictc qué es mejor para sus hijos. El docente tendría la posibilidad de defender
Supongamos que un docente resuelto a preparar a sus estudiantes par.’ su técnica pedagógica com o algo más que una preferencia sectaria, porque
las exigencias de la democracia liberal establece una regla según la cual: la facilidad de palabra y el uso del lenguaje en la vida social requieren mucha
gún debate está completo hasta que no hayan hablado todos. El objetiv: práctica; los niños a quienes se les habla y con quienes se razona podrían
es dejar sentado que todos tienen el mismo valor y, en consecuencia, t r álcanzar, en promedio, un mejor desempeño en las tareas cognitivas que
nen el mismo derecho a expresar sus opiniones y recibir atención respt Son de gran utilidad en la vida moderna. No obstante, los estadouniden­
tuosa. El docente también pide regularmente a los alumnos que explique ses chinos no tienen grandes dificultades para preparar a sus hijos de manera
lo que han dicho otros alumnos, puesto que un diálogo entre iguales requierf tal que se desempeñen bien en las tareas cognitivas mediante las cuales
escuchar además de hablar. El propósito del ejercicio es establecer mane-? nuestras escuelas miden el éxito y el fracaso; y sostener que la capacidad
ras de expresar igual respeto y señalar el lugar que ocupan el discurso ylaí de prestar atención y llevar a cabo un trabajo intelectual prolongado está
razón en las relaciones entre personas que se respetan unas a otras. (Los vinculada con la de sentarse en silencio en presencia de adultos no cons­
seguidores de la “pedagogía constructivista” tienen una debilidad parti­ tituye una hipótesis irrazonable. Nuestro docente, por su parte, podría
cular por este tipo de enfoques.) De acuerdo con esta teoría, un niño que1 explicar a los padres que sus prácticas valoran la acción de escuchar ade­
aprende de manera espontánea a escuchar lo que dicen otros niños y da más de la de hablar, y que ambas son consecuentes con la idea de que los
por sentado que el debate de una cuestión requiere la voz de todos aprende niños también aprendan a trabajar en silencio, juntos o solos. En cualquier
sobre la dignidad y el respeto. . caso, una solución amistosa no parece fuera de alcance, y es improbable
Hasta aquí nada suena demasiado controvertido (dejando de lado, por que alguna de las partes vea a la otra com o una amenaza.
un momento, las preguntas empíricas acerca de la eficacia). Sin embargo, En el extremo opuesto a estos conflictos basados en las prácticas se hallan
desde el vamos plantea problemas en nuestra sociedad multíétnica. No los desacuerdos en torno de los contenidos del currículum, que pueden
todos los grupos sociales de este país creen que los niños deben ser alen­ acalorarse considerablemente aun en los casos en que no haya de por medio
tados a hacer oír su voz: algunas familias estadounidenses de origen chino un tema relacionado directamente con la identidad. Por ejemplo, es posi­
enseñan a los niños que una conducta apropiada exige guardar un atento ble que se planteen cuestiones acerca del peso que debe adjudicarse a diver­
silencio en presencia de los adultos, y el maestro es un adulto. Después de sos temas. ¿Cuánta historia estadounidense deben aprender los niños en
todo, los niños no saben nada; o, al menos, nada importante, están en clase los Estados Unidos? Al enseñarse esa historia, ¿debe centrarse la atención
para aprender. Desde esta perspectiva, las prácticas que acabo de descri­ en los individuos o en los procesos sociales? ¿En los fracasos del país o en
bir parecen garantizar la formación de niños que hablan y esperan ser escu­ sus triunfos? En los últimos años, algunos críticos han presentado obje­
chados; en suma, niños de malos modales.70 ciones a los programas de historia que abundan en Harriet Tubman y esca­
C o m o ya he señalado, a pesar de que los padres desempeñan el papel sean en Thomas Jefferson; y también han objetado que el análisis de Thomas
central en la crianza de los niños, el Estado puede tener razones para inter­ Jefferson se centre en su traición a la libertad -en su resistencia a em anci­
venir con el fin de asegurar que los niños adquieran autonomía; si las prác­ par a sus esclavos- y no tanto en el lugar que ocupó como autor de la
ticas que he descrito fueran necesarias para alcanzar ese propósito Declaración de la Independencia, com o paladín de la libertad. No cabe
obtendrían de allí una garantía. Pero los padres no pierden su papel en vir­ duda de que un enfoque demasiado sesgado se degrada hasta caer en la
tud de un desacuerdo de buena fe con los expertos del Estado acerca de mentira; sin embargo, aquí los debates reales no versan sobre lo que ocu­
rrió sino sobre la manera en que lo narraremos, sobre cuál de las muchas
70 Quizá debería agregar que no conozco ningún caso judicial importante en el que historias verdaderas vamos a contar.
el estilo de enseñanza haya sido el tema de escrutinio relacionado con la Primera
Desde el punto de vista de la política democrática, estas cuestiones no
Enmienda; donde un demandante religioso, digamos, haya denunciado ser objeto
son demasiado abrumadoras. Necesitamos preparar a los niños con la ver­
de cargas “indebidas”. De todas maneras, podría resultar difícil reunir pruebas
empíricas en favor de la pedagogía constructivista: de hecho, cierta cantidad de dad y la capacidad de profundizar en ella. Puesto que -tal como nosotros,
. investigaciones “situacionales” sugieren que la conducta en el aula es específica y pero aun m ás- los niños no pueden absorber la verdad completa, en toda
no necesariamente se traslada a oíros contextos. su complejidad y toda de una vez, debemos comenzar contando historias
302 | LA ¿T ICA DE LA I DE NT I DA D LA FORMACIÓN DEL ALMA | 3 0 3

simplificadas; a veces, incluso, historias que no son literalmente verdad* una comisión de expertos. “En lo que respecta a la religión, no creo que
ras. El modelo más evidente en el cual lo que no es verdadero preparas sea correcto que uno les enseñe a sus hijos, o permita que otra persona les
camino para llegar a la verdad es el de la física: la manera más fácil de prc enseñe, con autoridad, nada que uno no crea verdadero, desde el fondo del
parar a los niños para que entiendan a Einstein y a Schródinger es < propio corazón y con toda la claridad de la propia razón”, escribió M ili en
fiarles primero las teorías de Newton y Maxwell. Pero Newton y Maxwc.,. 1868, en una carta dirigida a un cierto Charles Friend;71 y sus opositores se
no sabían nada sobre la relatividad o sobre la indeterminación de las leyes han tomado este precepto a pecho con el mayor de los entusiasmos.
fundamentales de la física; entonces, su física, que supone un espacio abso­ Podría pensarse que el problema se resuelve mediante los medios dem o­
luto y leyes deterministas, sencillamente no es verdadera. Y la enseñanza cráticos de una democracia liberal: “Hagamos un debate público entre igua­
de la historia está repleta de casos en los que vamos profundizando cadá les y luego votemos qué debe enseñarse”. Sin embargo, una de las posiciones
vez más, a medida que crecemos, a partir de las versiones simplificadas. que es posible tomar en ese debate público es la de exigir que, respecto de
conocim os al comenzar la escuela. Dado que se halla en el cam ino aH¿ ciertos temas, el Estado dé un paso atrás y deje el asunto en m anos de los
verdad, o es la cosa más cercana a la verdad, esa mala información (y la mala padres. N o es cierto (aunque nadie parece notarlo) que la única opción
información es, estrictamente, lo que su nombre indica) puede verse como -incluso en un sistema mayoritario- sea la de enseñar lo que la mayoría
un recurso para ayudara los niños a desarrollarla adquisición de una auto­ considere verdadero.
nom ía enraizada en la comprensión del mundo que resulta más accésit He aquí, a modo de transacción poco filosófica, una propuesta: allí donde
ble. Claro está que los casos más difíciles son aquellos donde la controversia í estén en juego proposiciones relacionadas con la identidad, los padres
radica en qué se entiende por verdad. tienen permiso para insistir en que no se les enseñe a sus hijos nada que
se oponga a sus creencias; y, a cambio, el Estado tendrá la posibilidad de
insistir en que los niños aprendan lo que piensan otros ciudadanos, en
pos de alcanzar la clase de conocimiento mutuo entre las identidades que
LO S C O N F L IC T O S E N T O R N O constituye una de las condiciones de la convivencia fructífera.
DE L A S P R O P O S IC IO N E S ID E N T IT A R IA S Así, parece razonable enseñar a los niños acerca de la variedad de tra­
diciones religiosas que forman parte de la comunidad en que viven (de
Es sabido que las controversias más grandes acerca de la educación en él hecho, que forman parte del mundo), sin exigirles que adopten ninguna
marco de la democracia suelen estallar cuando los padres piensan que sus: en particular, de manera tal que, al menos en un principio, sólo adhieran
hijos aprenden cosas que no son consecuentes con las proposiciones que a la que aprendieron en su casa. De este modo, los niños adquieren el cono­
constituyen marcas cruciales de su propia identidad colectiva. Llamar épro-. cimiento necesario para hacer elecciones identitarias a medida que de­
posición identitaria a aquellas proposiciones -sean o no de índole moral-* sarrollan su autonomía y, a la vez, los padres conservan un lugar especial,
que estén imbricadas de esa forma con la identidad. Gran parte del debatr primordial, en la configuración de esas opciones. Sólo en los casos en que
acerca de qué debe enseñarse en la escuela en lo que hace a las proposicio­ la elección de los padres parezca amenazar la posibilidad de que los hijos
nes identitarias se relaciona con la insistencia en el hecho de que el Estado adquieran autonom ía en la edad adulta (com o ocurriría si un padre o
reconoce algunas identidades (la cristiana, por ejemplo) o no reconoce otras una madre, por razones religiosas, se negara a permitir que sus hijos apren­
(la gay y la lesbiana, por ejemplo). Ahora bien, es posible dejar en claro de dan a leer) debe intervenir el Estado liberal. La propuesta es intrínseca­
inmediato por qué la noción de educar a los niños para que sean autóno­ mente vaga -¿cuándo se considera que peligra la perspectiva de que un
mos -c o n su corolario de que es preciso equiparlos con las verdades que
necesitan- no ayuda mucho a decidir qué debería enseñarse en la escuela
71 Mili continúa: “En mi opinión, si se actúa de otra manera, con el pretexto que sea,
acerca de estas cuestiones particulares. N o ayuda porque existe un des­
se está a un paso, si no a medio, de cometer un crimen contra los propios hijos,
acuerdo sustancial en la sociedad respecto de qué son esas verdades; y, en contra el prójimo en general, y contra la verdad abstracta, cualquiera sea la forma
los casos en que las proposiciones en disputa se relacionan con la identir en que ésta se manifieste como más sagrada ante los propios ojos” (The late íetters,
dad, podemos predecir que tales desacuerdos no se resolverán formando 1849-1873, cw m , vol. 16, p. 1468).
304 I LA ÉTICA D£ LA I D E N T I DA D LA FORMACIÓN DEL ALMA | 3 O 5

niño adquiera autonom ía?- y la opinión que los liberales de predisposi* que los intolerantes permanezcan en la escuela; y la posición de “tómalo
ción cívica tengan sobre una propuesta tan intrínsecamente vaga depe o déjalo” adoptada por la junta escolar del condado de Hawkins estaba muy
derá, en parte, de cómo equilibren las proposiciones en conflicto; de qu$' lejos de servir a ese propósito.73
mi noción de autonomía “suficiente” sea suficiente para ellos. Sin embargo* Si invoco consideraciones prudenciales, no es porque me proponga con­
la propuesta tampoco dejará necesariamente satisfechos a quienes bus­ denar a las personas de mentalidad cívica a que emprendan una carrera
can exenciones, y es eso, supongo, lo que la convierte en una transacción de evitación reflexiva de los conflictos: a lo que podría denominarse “libe­
Consideremos el caso M ozert v. Hawkins County Board o f Education, ralismo elusivo”, o el tipo de liberalismo que se reduce a no ofender. Si los
en el que un grupo de fundamentalistas objetó que en la escuela primaria funcionarios políticos deben emplear cautela y discreción en estas circuns­
de su localidad se utilizaran las “series básicas de lectura” Holt, Rineharty tancias es simplemente porque la educación es obligatoria. Y, a primera
Winston. (El caso, que empezó a transitar los tribunales en 1983, ha sido vista, hay en efecto un aspecto coercitivo en el sistema de educación uni­
ampliamente analizado, y su historia fue relatada en un libro de Stephen versal. Ello debería preocuparnos, pero sólo hasta un cierto punto. El hecho
Bates.)7
172 Algunos de los progenitores consideraban satánicos los cuentos de que se someta a un ciego contra su voluntad a una cirugía para recu­
que hablaban de invisibilidad o de la habilidad de leer la mente-, otros obje­ perar la vista no convierte en coaccionadas las decisiones subsecuentes que
taron los pasajes que celebraban los logros de las mujeres fuera del hogar. tome basándose en lo que ve.74 No nos equivoquemos: puede haber un
Al fallar en contra de los querellantes, la Corte de Apelaciones de los Estados elemento coercitivo en lo que, de manera insulsa, llamamos la “provisión
Unidos expresó su estupor ante la intolerancia que habían manifestado: de información”. Sin embargo, ese elemento de coerción no necesariamente
para ellos, la mera exposición de sus hijos a temas tan ofensivos -com o la se sostiene a lo largo de todo el proceso.
magia, el feminismo y la telepatía- resultaba intolerable, se presentaran o Com o era de esperar, las escuelas públicas ya mantienen una reticencia
no como verdaderos. En efecto, Vicki Frost, la querellante que brindó el cautelosa respecto de las proposiciones identitarias más prominentes. En
testimonio más extenso, declaró que sólo le parecía aceptable que la escuela los Estados Unidos, los alumnos de las escuelas públicas reciben instruc­
expusiera a los niños a las creencias de otras religiones o filosofías si éstas ción en aritmética y en ciencias y en historia, pero sus maestros no difun­
eran identificadas como erróneas. De más está decir que mi propuesta no den opiniones acerca de la existencia de Dios o de la benevolencia de Cristo,
dejaría satisfechos a esos padres. De hecho, de tomarlos por su palabra,
pocas serían las esperanzas de acordar una transacción duradera con un
73 Véase Macedo, “Transformative constitutionalism,.. ”, o p . c i t . , p. 73: “Dado que la
grupo tan poco predispuesto a las transacciones.
moral pública liberal siempre se halla (más o menos) en un estado de ‘llegar a ser’,
Pero al estudiar más de cerca los detalles del complicado proceso -cuando deberíamos dar lugar a ios disidentes cuando ello contribuye a atraerlos al orden
se centra la atención en todas las oportunidades que se perdieron para moral público: cuando ayuda a transformar un m o d u s v i v e n d i en un conjunto
alcanzar una conciliación y en el endurecimiento de las posiciones de ambas más robusto de principios y compromisos compartidos. Si la negativa a acomodar
reclamos religiosos en la escolaridad pública expulsa a las familias religiosas
partes- sorprende descubrir con qué facilidad podría haberse evitado por
de las escuelas públicas y las lleva a las escuelas cristianas (y en el supuesto de
com pleto la batalla. Si bien las teorías pedagógicas de los querellantes que las escuelas públicas son agentes importantes de la socialización liberal, al
eran extremas, no lo era su demanda específica de que se les permitiera menos en virtud de la mezcla de personas de diferente origen), entonces tenemos
mantener a sus hijos en la escuela con la opción de no asistir a las clases un poderoso argumento pragmático en favor de la acomodación”.
En el ejemplo que aporta M o z e r t , también impresiona cuán e s t a d o u n i d e n s e era el
de lectura. (Podrían haberse llevado a cabo exámenes para comprobar que
reclamo: por más monista e intolerante que fuera su retórica, los querellantes
la capacidad lectora de los niños se mantenía a la altura de los estándares habían absorbido mucho del credo cívico estadounidense. Resulta muy difícil
exigidos, y los padres habrían aceptado la carga adicional de brindar a sus imaginar ciudadanos de la mayoría de las otras sociedades que aspiren a tanta
hijos una enseñanza alternativa de lectura.) No resulta posible avanzar autonomía, en materia de escolaridad, como los demandantes de M o z e r t se
hacia el logro de las metas de la educación democrática si no se permite consideraban en su derecho de hacer.
74 Véase Mele, A u t o n o m o u s a g e n t s , o p . c i t . , p. 185. Si se desea consultar un eficaz
análisis de los argumentos en favor del paternalismo del “consentimiento
71 Stephen Bates, B a t t l e g r o u n d : o n e m o t h e r ’s c r u s a d e , t h e r e l i g i o u s r ig h t , a n d t h e subsecuente”, o del “consentimiento anticipado”, véase Kleinig, P a t e r n a l i s m , o p .
s t r u g g le f o r c o n t r o l o f o u r c la s s r o o m s , Nueva York, Simón and Schuster, 1993. c i t ., pp. 55-67.
3 0 6 I LA É TI CA OE LA I D E N T I DA D LA FORMACIÓN OEL ALMA | 3 O 7

y dada la delgadez de nuestra “ religión cívica” esta situación conforma a “es decir, no seguirla sino enmendarla”.75 El verbo “enmendar” -en lugar
la mayoría de la gente. M uchos grupos de identidad que presentan pro­ de, digamos, transformar, erradicar o sujetar- es modesto, y resulta ade­
posiciones más densas deben resignarse a quedar en desacuerdo con el cuado que lo sea. Hay una razón por la que los diversos análisis incluidos
currículum oficial. En los puntos en que no se resignan, prima el interés en este capítulo han concluido haciendo algún gesto hacia la necesidad
por la autonomía futura del niño. La consecuencia de la propuesta que de encontrar un equilibrio: entre nuestras preferencias desnudas y las “infor­
hemos analizado es que si una identidad tiene com o rasgo incorporado la madas” o “ racionales”, entre el interés por las personas tal com o son y el
intolerancia respecto de otras identidades, o si una de sus normas es apren­ interés por las personas como podrían ser, entre las identidades que tene­
der las opiniones de los demás sólo como errores vergonzantes, la educa­ mos y las que podríamos alcanzar. En todos los casos, ignorar el primero
ción pública procurará reform arla de manera tal que excluya esa de los términos es tiranía, y renunciar al segundo es derrotismo, o bien
característica. Una vez más, se trata de una instancia de formación liberal complacencia. Yo creo que tenemos otras opciones.
del alma. El liberalismo existente, de casi cualquier descripción, es más que
una valorización de los procedimientos: es un pensamiento que otorga
un peso sustantivo a la creación de un mundo social en el que cada uno
de nosotros tenga buenas posibilidades de contar con una vida propia.
Vale la pena repetir que en este capítulo me he propuesto dar cuenta
de los aspectos de la política liberal y democrática en los cuales puede inser­
tarse la formación del alma, y no expandir o reducir su esfera de acción.
Porque somos personas, nuestra autonomía debe ser respetada; porque
nuestro yo arrastra cargas y está inserto en una sociedad, usamos nuestra
autonomía para proteger y preservar una amplia gama de compromisos
que exceden nuestra individualidad. Finalmente, porque somos seres huma­
nos, somos débiles, y estamos formados: está en nuestra naturaleza confi­
gurar nuestra naturaleza. Antes mencioné la aparente paradoja de que, en
M ili, la concepción prim ordial de la libertad com o ausencia de interfe­
rencia encerrara la concepción de una forma de gobierno que tuviera una
influencia positiva en el carácter de sus ciudadanos. Lo que él entendía por
“uno mismo” al hablar de “desarrollo de uno mismo” debía ser el objeto
de ese proceso antes de ser su sujeto, ya que el cultivo de la individualidad
era el más social de los procesos. “¿Cómo sería posible el cultivo de uno
mismo sin ayuda del sentimiento general de la humanidad?”, preguntó Mili
en “La naturaleza”, un ensayo de 1854. La formación del alma es parte de
la política, si no en el sentido platónico según el cual es el propósito de la
política, al menos en el sentido en que las decisiones políticas deben tomar
en cuenta los efectos que producen en el carácter de los ciudadanos. En
consecuencia, no tendría sentido elogiar o deplorar la formación del alma
en sí misma, caracterizarla com o un aliado o com o un adversario de la
individualidad: un cuchillo en manos de un asaltante puede quitar una
vida, pero en las manos de un cirujano puede salvarla. “El deber del ser
75 Mili, “Nature”, en Three essays on religión, c w m , vol. 10 [las citas corresponden a la
hum ano es el m ism o con respecto a su propia naturaleza que con res­ edición en español: “La naturaleza”, en Tres ensayos sobre la religión, Buenos Aires,
pecto a la naturaleza de las demás cosas”, escribió M ili en el mismo ensayo; Aguilar, 1975, pp. 95, 96).
6
El cosmopolitismo arraigado

U N A RED U N IV E R S A L

Cuando m urió mi padre, mis hermanas y yo encontramos un borrador


manuscrito del mensaje final que había querido dejarnos. Comenzaba por
recordarnos la historia de nuestras dos familias - la suya, ghanesa, y la de
nuestra madre, inglesa- que para él representaba una síntesis de quiénes
éramos nosotros. Pero después agregaba: “Recuerden que ustedes son
ciudadanos del mundo”. Nos decía que cualquiera fuera el lugar que eli­
giéramos para vivir -y, como ciudadanos del mundo, no cabía duda de que
podríamos elegir cualquier lugar que nos recibiera- debíamos procurar
dejarlo “mejor de como lo hayan encontrado”. “ En lo más profundo de
mi ser-continuaba- abrigo un inmenso amor por la humanidad y un deseo
perdurable de ver que la humanidad, bajo el mandato de Dios, alcance su
destino superior.”
Esa noción de dejar un lugar “mejor de como lo hayan encontrado” cons­
tituía gran parte de lo que mi padre entendía por ciudadanía. No se tra­
taba sólo de pertenecer a una com unidad; se trataba de hacernos
responsables, junto con ella, de su destino. Com o lo evidenciaba su p ro ­
longado compromiso activo con las Naciones Unidas y con un sinfín de
otras organizaciones internacionales, m i padre sentía esa solidaridad res­
ponsable respecto de toda la humanidad. Pero también albergaba un fírme
compromiso con otras comunidades más pequeñas y superpuestas. Tituló
la historia de su v id a la autobiografía de un patriota africano: y con ese ape­
lativo no sólo quería decir que era africano y que era un patriota de Ghana,
sino que además era un patriota de África. Sentía por el continente y por
el pueblo africano lo mismo que por Ghana y los ghaneses: que eran sus
semejantes, que tenían un destino compartido. Y sentía lo mismo, de una
manera más íntima, por Ashanti, la región de Ghana donde nos criamos
310 I LA ÉTIC A DE LA I D E N T I DA D EL COSMOPOLI TIS MO AR R A I G A D O I 311

él y yo, el residuo del gran imperio asante que había dominado nuestra tie­ Respecto de este tema, la historia personal me permite vislumbrar la his­
rra antes de la conquista británica. toria pública. Mis hermanas y yo residimos en cuatro países diferentes -yo,
Mientras crecía con este padre y con una madre inglesa -quien además en los Estados Unidos, y ellas, en Namibia, Nigeria y Ghana—, pero donde
de conservar un fuerte vínculo con nuestra familia inglesa había echado sea que vivamos, siempre estamos vinculados a Ghana y a Inglaterra, nues­
raíces en Ghana, su hogar desde hace más de medio siglo- nunca me resultó tras raíces familiares, y a otros lugares a los que nos unen el amor y la am is­
difícil vivir con tantas lealtades de esa índole. Nuestra comunidad era Asante, tad y la experiencia. Y lo que me llam a la atención de estas trayectorias
era Ghana, era África, pero también era (en ningún orden en particular) -dejando de lado el hecho de que hoy en día se reproducen en m uchísi­
Inglaterra, la Iglesia Metodista, el tercer mundo. Y ahora, en sus palabras mas familias— no es la dificultad de los traslados sino lo fáciles que han
finales de am or y orientación, m i padre insistía en que tam bién lo era resultado en general. De hecho, lejos de ser propio de la modernidad, nues-
toda la humanidad. tro pequeño experimento familiar pertenece a uno de los patrones de com ­
¿Tiene sentido ese sentimiento? Ser ciudadano del mundo - “cosmopo­ portamiento más antiguos de la especie.
lita” en el sentido etimológico de la palabra- ¿es algo a lo que uno puede, En todas las regiones del mundo, a lo largo de toda la historia docum en­
o debe, aspirar? Si “nos sumergimos en el futuro”, predecimos “el Parlamento tada, los hombres y las mujeres han viajado grandes distancias -en pos
del hombre, la Federación del mundo”.1 Muchos han ofrecido razones para del comercio, del imperio, del conocimiento, de conversos, de esclavos-
el escepticismo, y desde una gama de perspectivas. Algunos niegan que configurando las mentes y las vidas materiales de los pobladores de otras
esta noción, por más entrañable que sea la retórica de “Locksley H a ll, pueda regiones del mundo con objetos y con ideas que venían de m uy lejos. El
reconciliarse con el papel constitutivo de los vínculos que nos unen a nues­ imperio de Alejandro m oldeó la política, pero también la escultura, en
tra localidad y a nuestra posición. El “cosmopolitismo , a su parecer, da a Egipto y el norte de la India; los mughales y los mongoles configuraron la
la nada impalpable un nom bre y un espacio de existencia: pero esa nada economía, pero también la arquitectura, de extensas regiones de Asia; las
sigue siendo nada. A otros no les parece inalcanzable, pero sí objetable; para migraciones bantús poblaron la mitad del continente africano, y llevaron
ellos se trata de una modalidad peculiarmente moderna del desarraigo: un una lengua y una religión, pero también la herrería y nuevas formas de
parásito del tribalismo que desdeña, la pose de haut en bas del privilegio. agricultura. Los efectos son claros en la religión: los estados islámicos se
Ya se ha dicho que los valores cosmopolitas son imperiales: un provincia­ extienden desde Marruecos hasta Indonesia; el cristianismo, a menudo lle­
nism o-una vez m ás- inflado con pretensiones universalistas; el liberalismo vado por los misioneros en nombre del imperto, es fuerte en todos los con ­
cuando sale de safari. Y -co m o veremos- incluso para sus simpatizantes el tinentes, mientras que el judaismo ha viajado a cada continente casi sin
cosmopolitismo plantea un conglomerado de paradojas. indicios de difusión doctrinaria; y el budismo, que hace m ucho tiempo
En cuanto a mí, creo que hay formas del cosmopolitismo que vale la migró desde la India hacia el este y el sudeste de Asta, puede ahora encon­
pena defender: formas que sobreviven al examen teórico y práctico. Pero trarse en Europa y en África, y también en las Américas. Pero no son sólo
antes de volvernos a tales consideraciones teóricas y prácticas, quisiera las religiones las que viajan: los guajaratis y los sikhs, y algunos pueblos
exponer algunas de índole histórica. cuyos antepasados vinieron de diferentes partes de China y de África, viven
en diásporas globales. Los comerciantes de la ruta de la seda cambiaron la
i “ For l dipt into the future, far as human eye could see, / Saw the Vision o f the moda de la élite italiana. La vajilla M ing délas tumbas swahilis sigue el iti­
world, and all the wonder that would be; / Saw the heavens fill with commerce,
nerario del almirante Cheng Ho, quien, en calidad de representante de la
argosies and magic sails, / Pilots o f the purple twilight dropping down with costly
bales; [...]/ Till the war-drum throbb’d no longer, and the battle-flags were furl’d
corte Ming, estableció relaciones con una serie de soberanos del este de
/ In the Parliament o f man, the Federation o f the world.” Alfied, Lord Tennyson, África. Y el desfile de ejemplos de este tipo es interminable: los mercade­
“ Locksley Hall” (1842). (Pues me sumergí en el futuro, hasta donde ve el ojo res mandé del Sahel; los marinos ingleses, holandeses, italianos e ibéricos
humano, / vi la Visión del mundo, las maravillas por venir; / vi paraísos de la era de la aventura occidental” ; los navegantes polinesios, primeros
rebosantes de comercio, argonautas de velas mágicas, / pilotos del ocaso púrpura
pobladores del Pacífico. El anhelo nómada tiene raíces profundas en n o ­
deslizándose con suntuosas mercancías [...]/ Hasta que el redoble bélico ya no
retumbaba, y se habían arriado las banderas de la guerra / en el Parlamento de! sotros. Hace apenas alrededor de cien mil años que salieron de África los
hombre, la Federación del mundo.] (Traducción propia, N. de la T.] ancestros de los seres humanos que hoy pueblan los otros continentes.
312 I LA É TI CA DÉ LA I D E N T I DA D EL COSMOPOL IT IS MO AR R A I G A D O I 3 13

No nos llevó demasiado tiempo cubrir el planeta: siempre hemos sido una comunidad única, en moradores de la famosa “aldea global”: todo el inundo
especie viajera. sabe que no es posible relacionarse cara a cara con seis mil millones de per­
Entonces, la mutua penetración de sociedades y formas de vida es un sonas. Pero tampoco es posible relacionarse cara a cara con diez millones,
fenómeno muy antiguo, m uy natural para nosotros (y ha producido, sin ni con un millón, ni con cien mil (con los compatriotas swazis, o swahi-
duda, grandes derramamientos de sangre y mucha violencia y sospechas, lis, o suecos) y, sin embargo, hace ya mucho tiempo que los seres hum a­
así como gran cantidad de intercambios productivos y amistosos). A lo nos tenemos experiencia en identificamos-en naciones, ciudades y pueblos-
largo de las últimas décadas, es verdad, la proporción entre lo establecido con grupos de esta escala más grande. Después de todo, en los años cerca­
y lo viajado cambió en todas partes. Las ideas, los objetos y las personas nos al nacimiento de Cristo, Roma ya tenía una población de casi un millón
de “afuera” están ahora - y más obviamente- presentes en todas partes como de personas: y ser un ciudadano de esa ciudad y su imperio era, tal como
nunca antes lo estuvieron. Llamar “globalización” a ese proceso, como lo insistía San Pablo, algo sustancial. Ser civis Romanus significaba estar vin­
hacemos a menudo, está m uy bien, pero no nos dice mucho acerca de qué culado a otros romanos, no sólo por el mutuo conocimiento o reconoci­
aspecto es novedoso o significativo. Puesto que, como ya he sugerido, la miento, sino también por el lenguaje, la ley y la literatura. Cada vez más,
historia de la especie humana podría describirse como un proceso de glo­ desde el siglo x v m , los habitantes de todo el planeta han pasado a inte­
balización: la globalización, si se quiere, de la longue durée -d e hecho, de grar afiliaciones nacionales que se extienden por territorios que llevaría
la durée más larga posible para los humanos: la que corresponde al perío­ semanas o meses atravesar a pie, que albergan miles de aldeas, pueblos y
do en el que nos hemos vuelto completamente hum anos- ciudades, millones de personas y, a menudo, decenas de lenguas, o veinte­
En nuestra miopía histórica, desde luego, solemos usar el término para nas de dialectos casi ininteligibles entre sí.
hablar de acontecimientos recientes. En el lenguaje de la globalización refle­ Estas naciones han absorbido algunas de las funciones centrales de la
xionamos sobre la manera en que la c n n y la b b c han llegado a audiencias antigua ttoZu; griega: por ejemplo, son la fuente de la ley para sus habi­
de todo el planeta, y sobre la creación de productos globales, desde la leche tantes, y definen sus identidades cuando éstos viajan lejos del hogar. Creo
en polvo Nestlé hasta los automóviles Mercedes Benz, desde Coca Cola hasta que es bastante natural que hayamos denominado “política” a los asuntos
el Windows de Microsoft, desde los Beatles hasta Shakira. La globalización públicos de estas naciones. Aun así, como ya he recalcado, las naciones
emerge como el tema de los análisis de la internacionalización de normas difieren de la tco^iq en una escala tan sustancial -n o existe en ellas un lugar
legales -en la esfera del comercio, a través de la o m c ; en la esfera de los dere­ que tenga el tamaño suficiente para albergar a todos los ciudadanos libres
chos humanos, a través de los tratados que han seguido a la Declaración en una sola reunión- que las relaciones entre los ciudadanos, por necesi­
de Derechos Humanos de las Naciones Unidas- y funciona en el desarro­ dad, deben ser relaciones entre extraños. ¿Qué justifica, entonces, la gruesa
llo de estándares contables transnacionales de comercio y en los sistemas línea negra que trazamos entre esos extraños y (para decirlo con la con ­
de arbitraje comercial entre naciones. La globalización puede significar el veniente expresión taquigráfica de Michael Walzer) los “ extraños p o líti­
creciente predominio del inglés como lengua de los negocios o la propa­ cos”, aquellos que no son miembros de nuestro sistema político?
gación de la democracia liberal o el crecimiento de Internet. Y oímos que Y así retornamos a la idea del cosmopolita, tan rumoreada en los últi­
hablan de ella tanto los que celebran como los que deploran la fluidez de m os tiempos. Un cosmopolita —desde la etimología, al m en o s- debería
los flujos de capital, cuyas condiciones materiales previas se originaron en ser alguien que piensa que el mundo es, por así decir, nuestra patria, lo que
la misma tecnología informática que hizo posible la existencia de Internet, reproduce algo muy parecido al oxímoron consciente de la “aldea global”.
En efecto, los aviones y los barcos y los trenes, los satélites y los cables de Me temo que no estoy bien equipado para resumir la historia de esta idea
cobre y la fibra óptica, y las personas y las cosas y las ideas que viajan a tra­ o, mejor dicho, de esta palabra. El cosmopolitismo, como idea occidental,
vés de Internet están uniéndonos de forma cada vez más definitiva en la suele considerarse un legado del estoicismo, movimiento del cual Zenón
misma red. Y esa red es física, biológica, electrónica, artística, literaria, musís de Citio (334-2Ó2 a.C.) -e l de Chipre, no el de Elea- suele considerarse el
cal, lingüística, jurídica, religiosa, económica, familiar. fundador. Pero Zenón parece haber comenzado dentro de la esfera más
Nuestra creciente interconexión - y nuestra conciencia cada vez más amplia de los cínicos, quienes habían acuñado la deliberadamente para­
plena de ella- no nos ha convertido, por supuesto, en miembros de una dójica expresión xoopou TtoXixpq, es decir, “ciudadano del cosmos”. Esta
3 1 4 I LA é t i c a d e l a i d e n t i d a d EL COSMOPOLI TIS MO AR R A I G A D O I 315

paradoja habría resultado dara para cualquier habitante del mundo griego ron sus sociedades imaginarias en islas (con resultados que varían desde el
dásico: un ciudadano -u n tuoXvctis - pertenece a una rcoki; en particular, cientificismo industrioso de la Bensalem de Francis Bacon hasta el exceso
una ciudad a la que él o ella debe lealtad; el xocfiot), para los cínicos y para sensual de la Isla de Pinos de Henry Neville); y nuestras preferencias geo­
los estoicos, es el mundo, no en el sentido de la Tierra sino en el del uni­ gráficas siguen el ejemplo. En un conocido ensayo acerca de cómo debe­
verso. Pero para la mayoría de sus contemporáneos, ser 7toA,iTr|S de un lugar mos pensar la igualdad, Ronald Dworkin presenta una subasta hipotética
significaba exactamente no serlo de otro. Hablar de ciudadanía del %oap.ou entre los sobrevivientes de un naufragio - “los inmigrantes”, los llam a- que
reflejaba un rechazo de la llamada a guardar fidelidades locales -en reali­ cuentan con una gran cantidad de almejas, igual para todos” para la tarea
dad, reflejaba la general hostilidad de los cínicos respecto de la costumbre de hacer una vida en una isla desierta. John Rawls no inventó una isla en
y la tradición-; así, era más que una mera apelación a la solidaridad humana Teoría de la justicia, pero sí estipuló que la sociedad bien ordenada de su
universal. Com o si alguien nos preguntara dónde está nuestro hogar y teoría tendría las fronteras de una “comunidad nacional autosuficiente”,
nosotros respondiéramos “en cualquier sitio” o “en todas partes” : lo más después de lo cual Robert Nozick (a m odo de crítica) nos dio un archipié­
natural sería que nos replicaran: “entonces, no tienes ningún hogar”. lago entero: diez Robinson Crusoes en diez islas diferentes.4 Si los escena­
Quizás el cosmopolitismo haya llegado a identificarse con la propuesta rios de isla son scénes d faire en la teoría política normativa, no es porque
de crear un Estado mundial para gobernar una comunidad mundial; sin los teóricos políticos normativos sean gente insociable, sino porque se trata
embargo, no es eso lo que hoy en día queremos decir con la palabra y, de de una buena presunción para pensar cómo podría verse una sociedad bien
manera significativa, tampoco es lo que los estoicos tenían en mente. Uno ordenada; pero, claro está, ocluye precisamente el estatus moral de los extra­
de los más perdurables estoicos tardíos, Marco Aurelio, escribe en los párra­ ños políticos. El cosmopolitismo (que en los últimos tiempos ha reunido
fos finales del último -e l decimosegundo-libro de sus Meditaciones: “ ¡Buen a sus propios teóricos) considera que esta omisión es un error grave. Si la
hombre, fuiste ciudadano en esta gran ciudad! ¿Qué te importa, si fueron historia del mundo es tal como la he descrito, entonces, se viva donde se
cinco o tres años? Porque lo que es conforme a las leyes, es igual para todos viva, el tema de los forasteros no es una anomalía sociopolítica; no se trata
y cada uno”.2Ahora bien, si alguien tuvo alguna vez la posibilidad de inten­ de una tarea pequeña y molesta, como la de limpiar el ático, que sólo hace­
tar el establecim iento de un gobierno m undial, ése es M arco Aurelio. mos cuando nos sobra un poco de tiempo. Es decir: ninguna isla es una isla.
Después de todo, fue uno de los últimos grandes emperadores del impe­ El hecho de que la filosofía política haya desatendido durante tanto
rio más grande del Occidente de la era clásica. Pero la ciudad mundial de tiempo las cuestiones relativas a la pertenencia nacional resulta particu­
la que él hablaba reflejaba un sentido de confraternidad espiritual, no polí­ larmente extraño dado el desarrollo de la historia política occidental desde
tica -a q u í ftocrp.o'u significa realmente “universo”- porque, tal como lo la época de la Ilustración. Las prim eras constituciones m odernas de
expresó una vez uno de sus traductores, “así como Atenas era para los ate­ Occidente —la francesa y la estadounidense— fueron elaboradas en medio
nienses la ‘querida ciudad de Cecrops’, el universo es para el filósofo la que­ de un gran fermento de ideas acerca de los derechos, no simplemente de
rida ciudad de Dios”.3 Marco Aurelio daba por sentado que la soberanía los ciudadanos, sino de los seres hum anos com o tales. El título de la
de todos los estados -incluso la de R om a- tenía fronteras. Declaración de Derechos del H om brey el Ciudadano menciona a los seres
En este punto se parecía a la mayoría de los teóricos políticos normati­ humanos en primer lugar; y la Declaración de la Independencia estadou­
vos. Estos teóricos no sólo han tenido poco para decir acerca de lo que podría nidense enuncia las verdades fundamentales a partir de las cuales deri­
deberse a los forasteros, sino que además se han esforzado mucho a fin de vará su política como verdades acerca de “todos los hombres”. (También
evitar por completo el problema que representaban esos forasteros. Antes
y después de Tomás Moro, muchos de los grandes escritores utopistas situa­
4 Dworkin, “What is equality?”, Parte 2: “EquaJity of resources”, P h i l o s o p h y a n d P u b l i c
A f f a i r s 10, N° 4, otoño de 1981, pp. 283-345; reimpreso con pequeños cambios como

el capítulo 2 de S o v e r e i g n v i r t u e , o p . c i t .; Rawls, A t h e o r y o f j u s t i c e , o p . c i t . , p. 457;


2 Marco Aurelio, M e d i t a c i o n e s , Madrid, Gredos, 1977, p. 216. Nozick, A n a r c h y , s t a t e , a n d u t o p i a , o p . c i t . , p. 185. Los Crusoes de Nozick se enteran
3 Staniforth, introducción a M e d i t a t i o n s , p, 18. Podría objetarse que Staniforth es un de la existencia délos demás sólo después de haber prosperado hasta diferentes
lector más bien “cristianizante” de Marco Aurelio; pero, por otra parte, el grados; la presunción del incubador de la isla es un medio para explorar el vínculo
cristianismo occidental es una religión con tendencias más bien estoicas. entre la cooperación social y el problema rawlsiano de la justicia social distributiva.
316 I LA ÉTICA DE LA I DEN TI DAD EL COSMOPOLI TIS MO A RR AI G AO O I 317

vale la pena recordar que durante los primeros años de la república el sufra­ litismo desatiende las parcialidades -lo s “sentimientos de grupo” que todos
gio de los extranjeros era com ún en las elecciones locales.) tenemos-, la existencia de sentimientos de grupo suscitará problemas para
La desatención resulta aun más extraña si tomamos en cuenta, como ya el cosmopolitismo. Entonces, antes de preguntarnos adonde nos puede lle­
he señalado, que el apuntalamiento moral de la teoría política moderna es var este enfoque, haríamos bien en imaginar una clase de cosmopolitismo
que nos resulte atrayente. Quien no pueda imaginar el deseo de ser cosmo­
en general consecuente con el individualismo ético. Si hubiera alguna razón
para pensar que las comunidades nacionales en sí mismas son las unidades polita no podrá siquiera tomar en cuenta el proyecto cosmopolita.
de interés fundamental (ya pasamos revista a algunos de esos enfoques en el
capítulo 3, aunque sin favorecerlos), entonces resultaría bastante fácil justi­
ficar la distinción entre miembros y no miembros, porque, de acuerdo con
C O S M O P O L IT A S IM P L A C A B L E S
esa noción, los miembros y los no miembros harían contribuciones dife­
rentes al bienestar de la nación. Sin embargo, si adoptamos el supuesto de
que toda moral comienza en las personas y no en los pueblos, las distincio­ A pesar de que aspiro a defender una forma de cosmopolitismo, las que
inspiraron el título de este apartado me parecen por completo abomina­
nes que se hagan entre uno y otro tipo de persona siempre tendrán que ser
bles. Una ideología puede ser supranacional hasta la médula y también
justificadas, y la justificación deberá hacer referencia al significado que esas
distinciones tienen para los individuos y no para las naciones u otra clase de intolerante hasta la médula: a veces, el universalismo moral viene con el
comunidades.5De la misma manera, si el aspecto universalista del cosmopo- programa de la uniformidad. En especial en sus variantes implacablemente
utópicas, el universalismo puede ser muy maligno. Así, podría hablarse
de cosmopolitismos tóxicos, algunos de ellos vinculados a movimientos socia­
5 A pesar de este individualismo teórico, el “pensamiento moral de sentido común”, les radicales, y otros, claro está, a movimientos reaccionarios. Consideremos
tal como ha observado Charles Beitz, supone “que es legítimo que un gobierno lo que Michael Ignatieff ha llamado el “nihilismo apocalíptico” de los terro­
restrinja la inmigración con el fin de proteger la estabilidad y la cohesión de la ristas del 11 de septiembre. Ya es un lugar común decir que el fundamen-
vida política nacional”, y “que un gobierno, al distribuir el ingreso, puede otorgar
talismo representa una reacción contra la m odernidad (y, al m enos en
mayor peso a la mejora del bienestar de los pobres del país que al de los
extranjeros pobres, incluso en el caso en que los pobres del país ya estén en este sentido, también es un producto de la modernidad); sin embargo, si
mejores condiciones que los extranjeros pobres”. Para que tales suposiciones sean hay algo que no puede decirse de los hombres del 11 de septiembre es que
consecuentes con el individualismo, tendríamos que demostrar que estos eran locales. Habían viajado mucho, estaban relativamente bien instrui­
principios (cada uno de los cuales priviLegia a los ciudadanos sobre los forasteros)
dos y, para ajustarnos al tema en cuestión, estaban dedicados a plasmar
pueden justificarse en términos de su funcionamiento para los individuos. Beitz
no está solo cuando piensa que no es fácil encontrar esa justificación. Charles R.
una visión universalista de la ummah: la comunidad musulmana global.
Beitz,“Cosmopulitan ideáis and national sentiment” ¡ o u m a l o f P h i l o s o p h y 8o, N° Ese ideal puro e intransigente -inm une, al parecer, a lealtades m enores-
ío, octubre de 1983, p. 592. Tal como demuestran los escritos de Beitz, los teóricos era el objeto de su devoción. El pensamiento de esos hombres era plane­
políticos han comenzado a poner a prueba La marginalidad histórica de estos tario (cósmico, en realidad), multiétni c o y -c o n una obvia excepción- indi­
temas, y parte de ese trabajo será analizado a continuación. No obstante, las
ferente a las particularidades humanas terrenales.6También era el negativo
cuestiones relacionadas con las obligaciones de los estados respecto de los
extranjeros pobres han sido foco de gran atención desde la publicación de Henry fotográfico de todo lo que un liberal esperaría encontrar en el cosm opo­
Shue, B a s i c r i g h t s : s u b s i s t e n c e , a f f l u e n c e , a n d A m e r i c a n f o r e i g n p o l i c y , Princeton, litismo (cierta tolerancia, modestia epistémica y ausencia de prejuicios,
Princeton University Press, 1980, por citar sólo un ejemplo prominente, mientras
que la justamente apreciada obra de Michael Walzer, S p h e r e s o f j u s t i c e (Nueva
representan unidades iguales de interés para todos). Thomas W. Pogge,
York, Basic Books, 1983 [trad. esp.: L a s e s f e r a s d e l a j u s t i c i a , México, Fondo de
“Cosmopolitanism and sovereignty”, E t h i c s 103, octubre de 1992, pp. 48-49.
Cultura Económica, 1993]), ha suscitado una interesante literatura sobre la moral
6 Uno podría inclinarse a descalificar credos que dividen ei mundo entre infieles
política de la pertenencia. Además, Charles Beiz y Thomas Pogge han llevado
y creyentes, o, para el caso, entre cristianos y paganos; sin embargo, las personas
adelante elocuentes campañas en busca de maneras de pensar la justicia
pueden convertirse (y muchos lo han hecho, a menudo a punta de espada) al
internacional que respondan al individualismo, al universalismo y a la igualdad.
islamismo o al cristianismo, y el lado de la linea en el que se encuentran depende
O, en las palabras de Pogge, a la universalidad (en el sentido de que los individuos
de un elemento que pueden modificar.
representan unidades ¡guales de interés) y a la generalidad (en el sentido de que
318 1 LA ÉTICA DE LA I DE NT I DA D EL COSMOPOLI TIS MO AR R A I G A D O I 319

para dar algunos ejemplos). Pero, ¿acaso no tiene derecho a llevar el título? moral, y en la retórica bodenlosig que acompaña a semejante cosm opoli­
No cabe duda de que se gana poco con batallar por una palabra, con excluir tismo a prueba de cañones; sin embargo, a la mayoría de nosotros nos huele
a todos los competidores odiosos por obra y gracia de una definición. Y mal eso de dejar que se quemen los amigos y los parientes. Y son muchas
los competidores son muchos; entre ellos se incluyen variedades menos las burlas que se han hecho de este afán de abstracción moral: “Am igo de
apocalípticas, más conocidas, del uniformismo, com o el cristianismo de su prójimo, enemigo de su parentela”, dijo Edmund Burke refiriéndose a
los misioneros Victorianos, o la mission dvilisatrice colonial, que manifiesta Rousseau. Dickens nos legó una célebre sátira de la “ filantropía telescó­
amor por los otros mediante la imposición de sus costumbres supuesta­ pica” en el personaje de la señora Jellyby, en La casa desierta. Ajena a la
m ente superiores, a menudo usando la espada. A veces se oyen explica­ miseria y el caos que asolaban su propia casa, la señora Jellyby era “una
ciones sospechosamente evolucionistas del cosm opolitism o, que lo m ujer regordeta, bonita y muy diminuta, de entre cuarenta y cincuenta
consideran un triunfo kohlbergiano de la razón desinteresada sobre la obce­ años, de ojos que, aunque eran bellos, parecían tener el curioso hábito de
cada parcialidad. El fenómeno del cosmopolitismo tóxico debería, como mirar muy lejos. ¡Com o si no pudieran ver nada que estuviera a menor
m ínimo, ayudarnos a resistir esta tentación. distancia que África!”8
Incluso cuando restringimos nuestra atención a aquellas formas del cos­ Para ser justos, es preciso señalar que esta posición tiene sus simpati­
mopolitismo que podrían autodenominarse “liberales” notamos que no zantes, como Virginia W oolf cuando, en Tres guineas, habla de “liberarse
todas son igualmente adoptables. Marco Aurelio, en especial cuando lo de las lealtades irreales” : “ Liberarse de las lealtades irreales significa libe­
interpreta en la pantalla Richard Harris con su expresiva barba postiza, rarse del orgullo de la nacionalidad en primer lugar; también del orgullo
encarna el semblante más atractivo del credo. Stn embargo, el cosmopoli­ religioso, del orgullo universitario, del orgullo escolar, del orgullo familiar,
tismo sin modificaciones -tom ado como una suerte de rígida abjuración del orgullo sexual y de las lealtades irreales que de ellos emanan”.9Algunas
de la parcialidad, como la renuncia a toda lealtad local- suena a venta agre­ almas visionarias han visto tales lealtades com o la raíz de los conflictos
siva. N o nos llega demasiado al corazón, pero puede seducir de alguna mundiales, argumento que Tolstoi desarrolló con especial vehemencia.
manera a nuestro intelecto. Si todas las personas tienen el mismo valor,
tal como afirman los liberales, ¿qué podría justificar que favorezcamos a 8 Charles Dickens, Bleak house, Oxford, Oxford University Press, 1996, p. 47
los miembros de nuestro propio grupo respecto de los demás? [traducción propia. Hay trad. esp.: La casa desierta, varias ediciones].
El cosmopolitismo extremo entraña aquello que Susan W olf ha llamado 9 “En cuanto los seductores vengan con sus seducciones para sobornarte hasta
“imparcialismo extremo”; es decir, evita toda lealtad que no esté a la altura hacerte cautiva, rompe en pedazos los pergaminos, rehúsate a llenar los
formularios”, continúa Woolf. Esta libertad, sugiere, es la inconfundible provincia
de las obligaciones morales hacia nuestros semejantes, los seres huma­
de “las hijas de los hombres instruidos” (Virginia Woolf, Three Gidneas, Nueva
nos. William Godwin nos proporciona el locus classicus de esta posición en York, Harcourt, 1938, pp. 80, 78) [traducción propia. Hay trad. esp.: Tres guineas,
Investigación acerca de la justicia política: “¿Qué magia encierra el pronom­ varias ediciones]. En sus escritos de fines de la década de 1930, W oolf parecía estar
bre '■ mi’ que justifique nuestra anulación de las decisiones basadas en la convencida de la equivalencia moral entre los males que se cernían en el
extranjero y los establecidos en el país: deploraba por igual “toda la injusticia de
verdad imparcial?” Con ecuanimidad, Godwin contempla la perspectiva
las dictaduras, ya sea en Oxford o Cambridge, en Whitehall o en Downing Street,
de rescatar al venerable arzobispo Fenelon de un incendio y dejar que su contra los judíos o contra las mujeres, en Inglaterra o en Alemania, en Italia o en
ayuda de cámara (dado que su vida es menos valiosa) sucumba a las lla­ España” (p. 103). Y recalcaba que, en Inglaterra, la mujer era una forastera desde el
mas. “Supongamos que el ayuda de cámara hubiera sido mi hermano, mi punto de vista político: '“ Nuestro país’, dirá ella, ‘me ha tratado como esclava
durante la mayor parte de su historia’. [...] Por lo tanto, si te empeñas en luchar
padre o m i benefactor”, continúa. “Ello no habría alterado la verdad de la
para protegerme a mí o a ‘nuestro’ país, permite que quede claro entre nosotros,
proposición.”7 Unas pocas personas parecen ver heroísmo en la austeridad sobria y racionalmente, que estás luchando para gratificar un instinto de tu sexo
que yo no puedo compartir; para obtener beneficios que a mí nunca me han
tocado y probablemente nunca me tocarán, pero no para gratificar mis instintos,
7 Véanse Susan Wolf, “ Morality and impartiality”, Philosophical Perspectives 6,1992, ni para protegerme a mí o a mi país. Porque la forastera dirá: ‘en realidad, como
pp. 243-259; y William Godwin, Enquiry: concerningpoliticaljustice and its mujer, no tengo país. Como mujer, mi país es el mundo entero’” (p. 109). Aquí.
influence on moráis and happiness, Toronto, University of Toronto Press, 1946, vol. Woolf repudia una identidad colectiva en nombre de otra: la de su sexo o, por
1, p. 128 [trad esp.: Investigación acerca de la justicia política, Madrid, Júcar, 1986]. cierto, la de una clase política desheredada que coincide con la de su sexo.
320 I LA É T I C A OE LA I DE NT I DA D EL COSMOPOL IT IS MO AR R A I G A D O I 321

Tolstoi calificaba el patriotismo de “estúpido e inm oral”. "Para destruir la cosmopolitismo con porvenir debe reconciliar una versión del universa­
guerra, destruyan el patriotismo”, escribió en un ensayo de 1896, dos déca­ lismo con la legitimidad de, al menos, algunas formas de parcialidad.
das antes de que su país fuera arrasado por la revolución en nombre de una
Internationale política.10
Sin embargo, la insípida versión del cosmopolitismo que me propongo
defender no apunta a destruir el patriotismo ni a distinguir las lealtades P A R C I A L I D A D É T IC A

“reales” de las “ irreales”. Más importante aun, no se agota en una invoca­


ción del universalismo moral. Es así que intentaré resistir la tajante dis­ Podría suponerse que resulta más fácil decirlo que hacerlo; pero, en rea­
tinción que se hace a veces entre el cosmopolitismo “moral” y el “cultural”, lidad, es más fácil hacerlo que decirlo. Imaginamos conocer los modales
atribuyéndose al primero los principios del universalismo y la imparcia­ del patriotero aficionado a la cerveza y estrecho de miras, que gruñe enfa­
lidad morales, y al segundo, los valores del viajero del mundo que se com ­ dado con las mejillas encendidas. También podemos imaginar qüe co n o ­
place en entablar conversación con los extranjeros exóticos. El discurso del cemos el frío desapego del imparcialista extremo; la mirada de la señora
cosmopolitismo sólo profundizará nuestra comprensión cuando esté infor­ Jellyby nos dice que no ve “nada que esté a menor distancia que Á frica”.
mado por ambos ideales: si nos interesamos por los otros que no son parte Por fortuna, no son ésas nuestras opciones. M i padre -p ara quien, en
de nuestro orden político -lo s otros que pueden tener compromisos y realidad, nada estaba más cerca que Á frica- nunca consideró que existiera
creencias que son diferentes de las nuestras- debemos sentir una inclina­ un conflicto entre su credo cosmopolita y el patriotismo que avivaba su
ción a hablar con ellos. espíritu y definía sus mayores ambiciones. Su generación de líderes de la
Una forma de cosmopolitismo que valga la pena no necesita celebrar independencia atravesó ciclos de esperanza y decepciones, presenció con
reflexivamente las diferencias entre los seres humanos, pero tampoco puede desolación cóm o los altos ideales sucum bían ante la vil corrupción, la
mostrarse indiferente ante el reto de involucrarse con ellas. Entonces, por incompetencia y el despotismo; sin embargo, claro está, la esperanza per­
una parte, deberíamos distinguir este proyecto de la afición por la diversi­ sistió. En una oportunidad, mi padre publicó una columna en el Pioneer,
dad del guardián de coto de caza, para quien cada especie del parque es el periódico local de Kumasi, titulada “¿Vale la pena m orir por Ghana?”
una contribución a sus bienes. Por otra parte, deberíamos distinguirlo del -se refería a morir en calidad de disidente político, de opositor a la tira­
simple universalismo: no es posible ser cosm opolita-o, por cierto, partici­ nía nacida en el país-, y yo sé que su corazón respondía que sí. Ya desde
par en los valores distintivos del cosm opolitism o- si se es un humanitario sus días de miembro declarado de la oposición en el Parlamento de Ghana
que (para invertir el lema de Marx) busca cambiar el mundo, pero no enten­ conoció el interior de la prisión de Nsawam y las amenazas de ejecución
derlo. Un cosmopolitismo sostenible, en primer lugar, debe tomar en serio (amenazas que se cumplieron de inmediato para algunos de sus com pa­
el valor de la vida humana y el valor de las vidas humanas particulares, las ñeros de celda). Cuento estas cosas para dejar en claro que, en lo que res­
vidas que las personas han hecho por sí mismas en el marco de las comu­ pecta a m i padre, la pregunta “¿Vale la pena morir por Ghana?” no constituía
nidades que les aportan significado. La prescripción refleja el desafío: un una mera abstracción.11

\o “ Patriotism or peaceT”, en T o l s t o y s w r i t í n g s o n c i v i l á i s ó b e á i e n c e a n d n o n v i o l e n c e , 11 Esta pregunta se la formuló por primera vez, en 1962, J. B. Danquah, líder del
Nueva York, New American Library, 1968, pp. 75,107. El marxismo-leninismo partido más importante de la oposición en la Ghana de Nkrumah, y que más
tenía una relación de curiosa ambivalencia con el cosmopolitismo. La mayoría tarde moriría en la cárcel por falta de atención médica. Véase Joseph Appiab, Joe
de los textos que estudiaban los revolucionarios bolcheviques eran hostiles a] A p p i a h : T h e a u t o b i o g r a p h y o f a n A f r i c a n p a t r i o t , Nueva York, Praeger, 1991, p. 266.

nacionalismo: "El trabajador no tiene patria”, escribieron Marx y Engels; y, claro Mi padre fue encarcelado por tres regímenes diferentes; aunque nunca se
está, la I n t e r n a t i o n a l e era más que un himno para el movimiento que iniciaron; presentaron cargos ni se realizaron juicios, aparentemente su encarcelamiento era
sin embargo, Marx también rechazaba el cosmopolitismo por considerarlo un una especie de medida contra la sedición. En el Parlamento de Ghana, a
residuo del capitalismo. Es bien sabido que las campañas de Stalín contra los principios de la década de 1960, por ejemplo, mi padre solía discrepar con las
judíos, que culminaron en el “Complot del doctor”, solian censurar a “los políticas cada vez más despóticas del presidente Kwame Nkrumah, y casi dos
cosmopolitas desarraigados” que alimentaban “ideas antipatrióticas”. décadas más tarde fue a parar a la celda N°i2 de la Cárcel de Nsawam, Uno de sus
322 I LA ÉT I CA OÉ LA I D E N T I DA D ÉL COSMOPOLI TIS MO AR R A I G A D O I 323

Aun cuando pueda no presentar problemas en la práctica, el patriotismo cambio de uno de cinco: la generosidad es conmovedora, pero la contabi­
cosmopolita ha puesto en un gran aprieto teórico al liberalismo. ¿Acaso lidad no termina de cerrar.
el patriotismo o cualquier otra forma de parcialidad no es una defección Y entonces, las obligaciones especiales —o lo que se denomina variada­
del universalismo moral? Algunos filósofos han procurado defender a los mente “deberes de asociación” o “responsabilidades especiales”- plantean
parcialistas de sus críticos universalistas -o , para ir más al grano, a los uni­ dificultades para la teoría moral. No sólo es posible que se las considere
versalistas de sus críticos parcialistas- afirmando que el parcialista, por más una carga injusta (para aquellos que deben cumplirlas), sino que también
excelente que sea, no es más que un universalista mal entendido. En par­ parecen conferir una ventaja injusta (para aquellos a quienes benefician).13
ticular, estos filósofos insisten en que las llamadas “obligaciones especia­ Samuel Scheffler, quien en el curso de varios ensayos dotados de una mara­
les” - lo que se debe a ciertas personas en virtud de relaciones o atributos villosa perspicacia ha contribuido más que nadie a encuadrar el tema, habla
com partidos- pueden desarticularse y ser vistas como consideraciones de “objeción distributiva”-, y sostiene que el problema de los liberales con
morales de un orden general. Según las circunstancias, la apariencia de la la parcialidad no es una anomalía, sino un síntoma de algo más profundo.
obligación especial podría justificarse haciendo referencia a un principio Llega a la conclusión de que el liberalismo contiene una tensión entre tres
de reciprocidad o de justicia respecto de los deberes que adquirimos en valores: el de autonomía (es decir, la libertad como interés central), el de
virtud de los beneficios que recibimos. Quizá las obligaciones especiales lealtad (es decir» la vida en el contexto de las asociaciones, con toda su
surjan de algún arreglo contractual implícito que puede conjugarse en tér­ riqueza y sus responsabilidades) y el de igualdad moral (es decir, la noción
minos de promesas tácitas y expectativas razonables. Quizá (siguiendo el de que las personas tienen igual valor o, por cierto, son acreedoras de
lema “Piense globalmente, actúe localmente” ), esas obligaciones especia­
les estén justificadas por una búsqueda de eficiencia al hacer el bien. Quizá
las obligaciones sólo emanen de la elección de haberse sumado a alguna cosas, que tales obligaciones nacen del valor generalizable de la ciudadanía);
Richard W. MiUer,“ CosmopoUtan respect and patriotic concern’’, Pfiiíosophy a n d
asociación o de seguir siendo parte de ella. A decir verdad, ninguno de estos
P u b l i c A j f a i r s 27, N° 3, verano de 1998, pp. 202-224 (que sostiene que un Estado
intentos de reducción tiene en nosotros un efecto comparable a lo que pro­ debe otorgar prioridad a la asistencia de sus ciudadanos para asegurar su
curan reducir.12 Es como si alguien nos diera un billete de veinte dólares a legitimidad, en especial entre los necesitados). Para consultar una crítica vigorosa
y contundente de una amplia gama de teorías reduccionistas, véase A. John
Simmons, “Associative poiitical oblígations”, E t h i c s 106, N° 2, enero de 1996, pp.
compañeros de celda era un ex jefe de Estado, Akwasi Afrifa, quien pronto fue 247-273. Debería aclarar cuál es mi propia posición respecto de este tema: es
llevado, junto con otros presos, para ser ejecutado; a mi padre, a pesar de posible y concebible que las teorías reduccionistas tengan éxito en cuanto a su
reiteradas amenazas, se le perdonó la vida; sin embargo, como bien apreció él, objeto (la identificación de razones morales para actuar que coincidan con el
podría haber ocurrido lo contrario. Mi padre tuvo posibilidades de evitar el sentimiento parcialista, o, como en la mayoría de estos ejemplos, patriótico), pero
arresto: podría haber callado las declaraciones políticas arriesgadas, u obedecido a no captan el fenómeno que debe ser captado: lo que llamaré “el afecto axiológico
los miembros del aparato de seguridad, quienes le habían advertido de antemano de la parcialidad”. Estas teorías reduccionistas se parecen a ios argumentos en
que se marchara dei país. Él se rehusó, claro está; la partida no era una opción favor del efecto saludable del chocolate: pueden “justificar” la práctica de comerlo,
para el patriotismo ghanés. Los patriotas, recordemos, eran leales a la unidad pero, sean o no correctos, no enuncian las causas por las cuales la gente lo hace.
política creada en 1956 a partir de la unión de la Colonia de la Costa de Oro y el 13 Ignoraré la distinción que algunos teóricos políticos han trazado entre “deber” y
Togo británico, pero para mi padre esa militancia también estaba estrechamente “obligación”. Además de los ensayos citados más arriba, el supuesto choque entre
ligada al proyecto de fundar una democracia liberal poscolonial. las lealtades nacionales y las morales es explorado en Stephen Nathanson, “In
12 Para consultar algunos argumentos representativos de este tipo, centrados en la defense o f ‘modérate patriotism” ’, E t h i c s 99, abril de 1989, pp. 535-552; David
cuestión de la parcialidad patriótica en relación con la adjudicación de recursos, Miiler, O n n a t i o n a l i s m , Oxford, Oxford University Press, 1995; Martha Nussbaum,
véanse Christopher Heath Wellman, “Reiational facts in liberal poiitical theory: is “Patriotism and cosmopolitanism”, en Joshua Cohén (ed.), F o r l o v e o f c o u n t r y :
there magic in the pronoun ‘my’?”, E t h i c s 110, abril de 2000, pp. 537-562 (que d e b a t i n g t h e l i m i t s o f p a t r i o t i s m - , Boston, Beacon Press, 1996, y las muchas

desarrolla, Í n t e r a l i a , un argumento sobre los grupos de referencia: un país debería respuestas breves a su ensayo incluidas en ese volumen; Samuel Scheffler,
otorgar prioridad a la asistencia de sus ciudadanos porque la desigualdad entre las B o u n d a r i e s a n d a lle g ia n c e s : p r o b l e m s o f j u s t i c e a n d r e s p o n s ib ilit y in li b e r a l t h o u g h t ,

personas de la misma sociedad es más injusta que la desigualdad entre personas * Nueva York, Oxford University Press, 2001; y una serie de ensayos incluidos en
que “nunca han oído hablar unas de otras”)-, Andrew Masón, “Special obligadons Robert McKim y Jeff McMahon (eds.), T h e m o r a l i t y o f n a t i o n a l i s m , Nueva York,
to compatriots”, E t h i c s 107, abril de 1997, pp. 427-447 (que sostiene, entre otras Oxford University Press, 1997.
324 I LA ÉTICA DE LA I DENTIDAD El COSMOPOLITISMO ARRAIGADO I 325

igual respeto). Los “deberes de asociación- dice Sheffler- no se limitan a Kiwanis. (Nótese que la naturaleza generadora de obligaciones que tie­
permitir que se asigne prioridad a los intereses de las personas asociadas nen las relaciones especiales se considera básica, y no epifenoménica. Es
a uno, sino que lo exigen”. Y hace el siguiente planteo: “Si todas las perso­ por ello que este reduccionismo no constituye una variante del que detec­
nas tienen igual valor e importancia, ¿qué aspecto de mi relación con mis tamos antes.) Andrew Masón -al desarrollar su defensa de un enfoque simi­
asociados hace que yo no sólo pueda, sino además deba, asignar priori­ la r- dice que la naturaleza de una acción puede depender de quién la
dad a sus intereses respecto de los de otras personas?”. A su parecer, “Está lleva a cabo, y está en lo cierto.16*Es lo que diferencia un encuentro adúl­
por verse si es posible dar una respuesta satisfactoria a esta pregunta” 14 tero de uno conyugal. Es la razón por la cual el presidente de una empresa
De más está decir que existe una réplica berliniana para salir bien parado: puede dudar antes de enviar a su asistente a jugar a la pelota con su hijo.
podemos hablar ampulosamente de la inconmensurabilidad, declarar que Lo que es universal es tratar bien a los propios amigos, no tratar bien a
nada podría reconciliar tamaños bienes, y (sacándonos el sombrero) feli­ nuestra amiga María; sin embargo, la primera afirmación patrocina la
citar al pluralismo liberal por sobrevivir a las contradicciones. El hecho segunda. De la misma manera, en la concepción que estamos considerando,
de que esta réplica suene familiar y no sorprenda a nadie no significa que todo acto de parcialidad es la instancia particular de una ley universal, o
sea falsa. Aun así, podemos lograr algo mejor: la respuesta correcta, en mi bien de un bien moral general.
opinión, es que se trata de la pregunta incorrecta. Recordemos el planteo de Scheffler: “ Si todas las personas tienen igual
valor e importancia, ¿qué aspecto de m i relación con mis asociados hace
que yo no sólo pueda, sino además deba, asignar prioridad a sus intereses
Cónyuges y camisas respecto de los de otras personas?”. Desde el punto de vista que analiza­
Una manera de disolver el problema -u n enfoque que me propongo recha­ mos, podría replicarse que no se está dando prioridad a los intereses de
zar, pero que merece consideración- evita el reduccionismo pero insiste unas personas respecto de los de otras que estén en la misma posición. En
en que una obligación puede ser a la vez especial y universal. Concedamos última instancia, no hacemos más que responder a decretos universales
que la amistad es un bien universal: el hecho de que la amistad dependa que gobiernan nuestras obligaciones con quienes tenemos una relación
de una relación especial entre los implicados -así dirían los defensores de particular. Se trata de una acción tan consecuente con el principio de igual­
este enfoque- no viola los preceptos de la igualdad moral y la moral imper­ dad moral como la de ceder el paso al automovilista que llegó antes que
sonal más de lo que lo hace la responsabilidad especial de un médico que nosotros a una intersección: hicimos con él lo mismo que haríamos con
atiende a un enfermo.15 Para el caso, sería un ejercicio trivial prologar las cualquiera que hubiera estado en su posición. Así, más o menos, se de­
exigencias de la parcialidad con un cuantificador universal: para todas las sarrollaría este argumento.
personas, la prioridad de preocupaciones debe adjudicarse a los amigos Nos convenza o no este enfoque, será de gran utilidad explicar en deta­
más cercanos. Si un padre abnegado recibiera la acusación de violar la ecua­ lle por qué fracasa. Im aginemos a alguien que es leal a su universidad
nimidad moral, podría entonces responder que habría favorecido a cual­ porque (quizá en virtud de las enseñanzas de Anthony Powell o de Brian
quiera que estuviera en la posición de ser su hijo: los Kiwanis favorecerían
a cualquiera que estuviera en la posición de ser un miembro del Club 16 Masón,“Special obligations...”, op. cit., p. 446. Masón nos pide que consideremos
la posibilidad de que el factor que hace que una acción sea deseable se relacione a
veces con quién la llevó a cabo: “Por ejemplo, cuando alguien necesita ayuda y la
14 Schefíler,“Liberaiism, nationalism and egalivaxianism”, en Boundaries..., op. cit., p. 79. obtiene de un amigo, no sólo se ha satisfecho la necesidad de una persona, sino
15 Los defensores de este enfoque podrían también invocar el análisis de Amartya que también ha habido una realización del bien de la amistad”. Lo mismo ocurre,
Sen sobre la “objetividad relativa a la posición” (que parte de la observación de mutatis mutandis, en el caso de la ciudadanía: “Cuando un ciudadano acude en
que muchas afirmaciones -por ejemplo, “el Sol y la Luna parecen tener un tamaño ayuda de otro porque son conciudadanos, no sólo se han resuelto las necesidades
similar”- son a la vez objetivas y dependientes de la posición hablante). Entre los de una persona, sino también ha habido una realización del bien de la
parámetros de posición, Sen menciona el conocimiento de conceptos particulares; ciudadanía”. La explicación general de Masón se propone ser consonante con el
quizá los lazos especiales de una persona también deberían contarse entre esos argumento de Joseph Raz -en “Liberating duties”, Law and Philosophy 8,1989, pp.
parámetros. Amartya Sen, “Positionalobjectivity”, Philasophy and Public Affairs 22, 3-21- según el cual los deberes especiales que rigen entre dos amigos están
N° 2, primavera de 1993, pp. 126-145. justificados por el valor intrínseco, por el bien moral, de la amistad tout court.
330 I LA ÉTICA DE LA I DE NT I DA D E l COS MOPOL I TI S MO AR RA I G AD O I 331

contra el asesinato, el robo y acciones similares. El problema radica en de cum plir nuestra obligación de “tomar en serio y sopesar apropiada­
que, en este nivel, el acuerdo no garantiza mucho; las sociedades que aprue­ mente el hecho de que se trata de personas cuando se delibera acerca de
ban determinados actos que nosotros describiríamos como asesinato o robo cómo proceder” (tal como Darwall glosa el “respeto de reconocimiento” ).24
no siempre lo hacen siguiendo esa descripción.23 Más aun, bien sabemos No obstante, es posible dar a los demás lo que se les debe, y aun así tratar
que el “sentido com ún moral” puede adolecer de serios defectos. De hecho, mejor a los amigos.
las dos mayores corrientes de nuestra modernidad m oral emanan de las A m odo de diagnóstico, puede decirse que el paradigma de los dere­
campañas feministas y antirracistas; y aquí hay una grieta entre la morali­ chos civiles nos orienta a pensar la imparcialidad como la ausencia de ses­
dad liberal común y corriente y las normas que han regido para la vasta gos injustos.25 Los deberes correspondientes a nuestro cargo o a nuestra
mayoría de los seres humanos a lo largo de la historia de nuestra especie. función a menudo exigen imparcialidad; las “acciones públicas”, en el sen­
Sin duda, parte de la belleza pétrea que el imparcialismo extremo ostenta tido que di al término en el capítulo 5, pueden estar correctamente cons­
en estos tiempos tiene su origen en la prominencia del paradigma de dis­ treñidas por los principios del trato equitativo. Sin embargo, es preciso
criminación elaborado por el movimiento de los derechos civiles. La noción hacer distinciones, y todos estamos acostumbrados a hacerlas. No tene­
de “equilibrio reflexivo” desarrollada por Rawls -al que debe arribarse mos ninguna dificultad en ver la diferencia que existe entre el dueño de
mediante el ajuste de la teoría a la intuición, y de la intuición a la teoría- una tienda de computación que ha puesto a su hijo a cargo de la geren­
se propone cerrar esa grieta. Aun así, la hiperbolización de las lecciones cia de la tienda y el funcionario público - o el presidente de una empresa
aprendidas a sangre y fuego en pos de la igualdad política ha constituido pública- que ha explotado su posición para enriquecer a m iembros de
un error característico. Nos preocupa la solidaridad porque considera­ su familia. Para enunciar el problema en forma de paradoja: la im parcia­
mos que es el anverso de la exclusión, pero ¿deberíamos creerlo así? Sólo lidad es una obligación que depende estrictam ente de la posición. Lo
un economista podría dejar de ver la diferencia que existe entre tratar alos que en el árbitro es una virtud no lo es en la esposa del boxeador.
demás mejor de lo que manda el deber porque se los quiere y tratarlos peor Intentaré resumir mis preocupaciones respecto de la “ igualdad m oral”.
de lo sería posible tratarlos porque no se los quiere. El racismo entraña dar En primer lugar, he insistido en que el m odelo de justicia distributiva es
a algunas personas menos de lo que se les debe, por no reconocer lo que deficiente para analizar los bienes particularizados. M i amiga María no es
se merecen como seres humanos semejantes; sucumbir al racismo es dejar una mera instancia del bien general representado por la amistad; no es
como una estampilla más en una plancha de estampillas. En segundo lugar,
he sostenido que la igualdad no es algo que la moral exija a los in d ivi­
23 Judith Jarvis Thomson dice que la razón por la cual está mal torturar a un bebé
no es que así lo indica cualquier sistema razonable de moral; las reglas de un duos; no denota un ideal regulador de la conducta personal, sino de la con­
sistema moral deben comenzar por el hecho de que todos consideramos que está ducta política. Com etem os un error cuando com binam os los ideales
mal torturar a un bebé (Thomson, The realrrt of rights, Cambridge, Harvard personales con los políticos y, en particular, cuando damos por sentado
University Press, 1990, p. 30, n. 19; citado en Scanlon, Whatwe owe..., op. cit.,
que, por existir vinculaciones entre ellos, $e trata de los mismos ideales.
p. 391). El ejemplo de Thomson es deliberadamente incontrovertible. Cualquiera
estaría de acuerdo en que torturar a un bebé -según esa descripción- está mal.
Pero según esa descripción no es un calificador trivial. Quizá alguien crea, al igual
que los ancianos de su tribu, que su hijo está poseído por espíritus malignos y que 24 Stephen L. Darwall, “Two kinds o f respect”, Ethics 88, N° i, octubre de 1997, p. 38.
se lo “tortura” para espantar a los espíritus y salvarle la vida, de la misma manera 25 Un dicho popular entre algunos estadounidenses negros plantea el problema sin
que los médicos occidentales a veces infligen dolor duranteel proceso de rodeos: “Cuando los blancos dicen ‘justicia’, quieren decir ‘justicia para nosotros’”.
curación. Podría replicarse que en este caso no es apropiado usar la palabra Los cosmopolitas extremos más minuciosos oponen esta misma objeción a las
“tortura”, pero semejantes intentos de acotación definitoria suelen conducir a concepciones de justicia social que se confinan a una sociedad en particular; a su
terrenos pantanosos. He aquí un ejemplo más difícil de sortear; imaginemos a un parecer, “para nosotros” - a menos que signifique “para nosotros, los seres
inquisidor que tortura a un hombre con el fin de hacerle confesar sus creencias humanos”- constituye una demarcación inaceptable desde el punto de vista
heréticas, pero su motivación sincera es el deseo de salvar su alma eterna por moral. [En el original inglés, “When white folks say ‘justice’, they mean ‘just us’:
medio de la confesión. En este caso no quedaría otra alternativa que acordar que “cuando los blancos dicen ‘justicia’, quieren decir ‘sólo nosotros” ’. La
el inquisidor inflige tortura con toda intención, aun cuando su objetivo pronunciación de ‘justice’ (justicia) y ‘just us’ (sólo nosotros) es casi idéntica
primordial sea el mejoramiento de la víctima. (N. de la T.) ].
332 I LA ÉTIC A DE Í A I DEN TI DAD
E l COSMOPOLI TIS MO AR R A I G A D O I 333

Y así llegamos al otro térm ino del desafío: que las obligaciones espe­ buen vivir- implican la creación de una vida a partir de los materiales y las
ciales son, en efecto, obligaciones. Una cosa es decir que uno tiene per­ circunstancias que hemos recibido; esto supone el desarrollo de una iden­
miso para dejarse llevar por la parcialidad, que el ideal político de la igualdad tidad, que está atrapada en narraciones más grandes, en narraciones colec­
moral no la descarta de manera automática, y otra m uy distinta es decir tivas, pero no se agota en ellas. Supone formas sociales -e l abogado, el
que uno debe hacerlo. ¿Cuál es la índole particular de este deber? observador de pájaros- que, como dice Raz, posibilitan ciertas actividades
y ciertos proyectos. De igual manera, supone un sentido de pertenencia,
de estar situado dentro de una narración más grande o de narraciones
más grandes. Teniendo en cuenta todas estas premisas, intentaré determi­
D O S C O N C E P T O S D E O B L IG A C IÓ N nar qué ocurre cuando distinguimos el deber moral del deber ético.
En el capítulo 2 vimos cómo las idealizaciones se caracterizan por orien­
Una de las principales fuentes de confusión en este punto consiste en las tarse hacia un propósito, hacia un conjunto de intereses. Podríamos con­
palabras relacionadas con “ hacer lo correcto” : “deberes”, “responsabilida­ tar toda la historia de una persona en términos de causalidad y restricciones,
des”, “obligaciones”. Estas palabras presentan dos tipos de razones para la y luego relatarla en términos de libertad y elecciones; y cuál de las versio­
acción como si fueran uno. En diversas argumentaciones desarrolladas en nes tiene sentido contar depende de cuál es nuestro interés: qué intenta­
este libro (tal com o lo advertí en el prefacio) he seguido la distinción que mos explicar, qué sentido queremos encontrar, qué queremos lograr. (A
hace Ronald Dworkin entre la moral, que se relaciona con lo que debemos modo de ejemplo burdo: la justicia retributiva se ocupa de la agencia; la
a otras personas, y la ética, que indica qué tipo de vida es bueno que lleve­ justicia distributiva, de la estructura. La primera atiende a nuestras elec­
mos. Las consideraciones éticas responden a lo que Williams llama “pro­ ciones; la segunda, a nuestro conjunto de opciones. La primera habla de
yectos fundamentales” es decir, a nuestras concepciones individuales que decisión; la segunda, de circunstancias.) La idealización nuclear de la teo­
determinan qué tipo de persona procuramos ser. Aquí nos encontramos ría liberal es, claro está, la “persona m oral”, quien, en su carácter de ser
con un fardo de tamaño considerable, que incluye la definición variante humano, tiene diversas obligaciones respecto de otros seres humanos.
de lo ético que ofrece Avishai Margalit (siguiendo aM ichael Walzer y otros), Los intereses que hacen aparecer a la persona moral son los de la justicia
cuyo foco más específico será de especial utilidad para nosotros. Desde social, es decir, la sociedad bien ordenada, el Estado justo, el ideal deforma
esta perspectiva, la distinción entre éticay moral se corresponde con la d ife ­ de gobierno liberal. En contraste, la esfera de lo ético abarca lo que una per­
rencia entre las relaciones “densas”, que invocan una comunidad basad*; sona debe hacer en su carácter de yo inserto que tiene relaciones densas
en el pasado compartido o en la “memoria colectiva”, y las relaciones “déhferi con otras personas. Los intereses que entrañan el “ yo ético” son los de los
les” -las que tenemos con los extraños-, que derivan de la humanidad qu£| seres humanos específicos, cargados, que son miembros de comunidades
compartimos y están estipuladas por ella. Margalit ha sugerido hace po«g particulares. Ya he dicho que crear una vida es crear una vida a partir de
que, en el contexto de la ética, el “debe” se usa en un sentido similar al “'dt los materiales que la historia nos ha dado; pues bien, una identidad se arti­
del médico”: la aseveración “debe tomar sus medicamentos”, señala, es"rela|í cula siempre mediante conceptos (y prácticas) que ponen a nuestra dis­
tiva al supuesto de que usted quiere estar saludable”.26 (El “debe” moral posición la religión, la sociedad, la escuela, el Estado, y que están mediados
lleva semejante aditamento, ya que la moral es lo que las personas en t por la familia, los pares, los amigos. También es preciso tener en cuenta
personas deben a las personas en tanto personas.) La noción de lo éfi que el tipo de identidades éticas en las cuales se centra Margalit no ago­
que establece Margalit resulta útil para ampliar un aspecto crucial de: tan los factores pertinentes a la construcción de una vida buena. Algunos
noción de Dworkin: nuestros proyectos -y, con ellos, nuestro sentido aspectos de nuestro conjunto de rasgos identitarios individuales, o de lo
que he llamado nuestra individualidad, son identidades colectivas “ de
26 Margalit, The ethics of memory, Cambridge, Harvard University Press, 2002, pp¿ marca”, y algunos de ellos no son más que “varón”, “metodista”, “amante
8 [trad. esp.: Ética del recuerdo. Lecciones Max Horkheimer, Barcelona, Herder, ,í del Scrabel”, “experto en arameo”, “hijo de tal hombre y tal m ujer”: todas
2002]. La distinción nominal pertinente entre “denso” y “débil” va desde Ryle -;<» las casi incontables coordenadas que me especifican. Las preocupaciones
hasta Walzer, pasando por Geertz. y las restricciones éticas emanan de mi individualidad; las morales, de mi
3 34 I LA É TI CA DE LA I DE NT I DA D EL COSMOPOLI TIS MO A R R A I G A D O I 335

“personidad”.* Las éticas rigen la manera en que me comporto con las per­ clase de vida; los deberes con una comunidad ética (en los términos de
sonas con quienes tengo una relación densa, y suelen ser más demandan­ Margalit), en la medida en que reflejan la propia participación en ella, el
tes cuanto más densa es la relación. disfrute de tener relaciones densas con determinadas personas a través
Com o ya he dicho, es el propósito del relato lo que decide si la historia de la identidad propia. Com o ocurre con la clásica - y vagamente con ­
de vida que se cuenta es una historia de restricciones o una historia de liber­ gruente- distinción hegeliana entre Sittlichkeit y Moralitát, esta respuesta
tad. Así, es posible que se considere fútil la misión de reconciliar las supues­ al desafío de reconciliar la lealtad y la m oral im personal requiere una
tas tensiones entre la lealtad y la imparcialidad, entre los reclamos de mis teoría mixta del valor: una teoría que tenga espado tanto para los princi­
vínculos y relaciones, y los reclamos del universalismo. No cabe duda de pios que dependen de proyectos com o para los principios objetivos; tanto
que la idealización que apuntala la teoría política no tiene por qué incluir para las obligaciones que son morales y universales como para las obliga­
todas las especificaciones inherentes a las relaciones, que son cruciales ciones que son éticas y están vinculadas a nuestras relaciones densas, a
cuando el proyecto es el de decidir qué tipo de vida es bueno para mí. Es nuestros proyectos, a nuestras identidades.29
decir, podríamos suponer que, en lugar de integrar las dos explicaciones, Empero, decir que lo ético no puede asimilarse a lo moral no equivale
haríamos m ejor en honrar la disyunción: decir “soy una persona” cuando a decir que se trate de conceptos extraños entre sí. Los actos rutinarios de
se trata de algunos propósitos, y “soy un haz de rasgos identitarios parti­ supererogación, una vez que otras personas tienen razones para darlos por
culares envuelto en hechos inherentes a relaciones” 27 cuando se trata de sentado y han comenzado a depender de ellos, pueden engendrar respon­
otros. Q uizá -ta l como ocurre con los registros de estructura y de agen­ sabilidades morales.30 De esta manera, el “debe ético” puede entrañar un
cia - lo más práctico sea desligar los dos vocabularios y vincularlos a dos
proyectos separados: la tarea política de crear una sociedad bien orde­ 29 ¿Podemos reconocer qué les debemos a las personas como personas y qué les
debemos a personas particulares con quienes tenemos relaciones particulares?
nada y la tarea personal de llevar una vida buena.
Alasdair Macíntyre, en su muy debatido trabajo “Is palriotism a virtue?”, plantea
Claro que podemos hacerlo... pero sólo hasta cierto punto. La razón el problema de la fundamentación del cosmopolitismo (en sus palabras,
por la que la “form ación del alma” es una cuestión tan controvertida y una “moral de impersonalidad liberal” ), y se inclina a pensar que se trata de un
fascinante a la vez es precisamente que representa la intersección entre esos provincianismo con ínfulas (para colmo de males). Macíntyre defiende una
dos proyectos y, por ende, entre esos dos registros normativos. Y, en última especie de localismo moral - y renuncia a la moral como tal en favor de la moral
de un orden social particular; abjura del punto de vista del agente racional
instancia, lo mismo puede decirse del cosmopolitismo arraigado: es un
abstracto que reemplaza a tal o cual “campesino o granjero o capitán del equipo
proyecto compuesto, una negociación entre tareas dispares. En general,los de fútbol”- y (he aquí la dificultad) lo hace desde la posición arquimedeana que
deberes de asociación se categorizan como éticos y no com o morales.18 su argumento niega. Porque la tesis de Macíntyre no afecta mi actitud respecto de
Entre ellos se cuentan los deberes con uno m ism o (en los términos de mi país, sino la actitud que “nosotros” deberíamos tener respecto del fenómeno
lransnacional llamado “patriotismo”. El cosmopolitismo no adolece de esta forma
Dworkin), en la medida en que reflejan el compromiso propio con cierta
particular de incoherencia. Véase Alasdair Macíntyre, “Is patriotism a virtue?”,
The Lindley Lecture, Lawrence, Kansas, 1984, pp. 9,18. Thomas Hurka, al sostener
* Personhood en el original inglés. [N. de la T.j que la tesis del “yo inserto” es irrelevante para e] debate sobre la parcialidad
27 El uso de “hechos inherentes a relaciones” viene de Miller, On nationalism, op. cit*, nacional, desarrolla un argumento contundente: “Tales reclamos universalistas, en
véase Wellman, “Relational facts”, op. cit. no menor medida que los de la moral imparcial, se desprenden de un punto de
28 ¿Qué ocurre si alguien reconoce su pertenencia a una asociación pero no la vista que, según el parcialista, no está disponible; a saber, un punto de vista
considera un bien? (Esta pregunta no surge siempre: en una gama de instancias, Kj abstraído de cualquier identidad social particular y dirigido a lodos los humanos
“asociación” se define de manera tal que no es posible ser miembro si no se o a todos los miembros de las culturas como tales” (Hurka, “The justificaron o f
la considera buena. Pero no se trata de algo automático.) Es muy posible que la national partiality”, en McKim y McMahon, The morality of nationalism, op. cit., p.
salida no sea una opción. (O como lo expresa el mordaz dicho yiddish: ‘Si olvidgp 143)- Y véase Scheffler, “Conceptions o f cosmopolitanism”, en Boundaries and
que eres judío, ya te lo recordará un goy” ) Aun así, si alguien no desea ser un b' allegiances, op. cit., p. 119, donde señala que aquí Macíntyre respalda la misma
miembro de esa asociación, se las arreglará como pueda: cumplirá con las reglas disyunción entre la igualdad y ja existencia de “responsabilidad especial no
no hará nada más. Se puede pensar mal de esa persona -considerarla un miemb derivada”, que conduce a un cosmopolitismo imparcialista extremo.
holgazán de la asociación, un apático, alguien carente de virtud cívica- sin pense 30 Scanlon, en Whatweowe...,op. rít.p . 174, escribe: “ Los valores de la amistad y la
por ello que es inmoral. »>. paternidad no son independíenles de la moral más estrecha de To que nos
336 f LA ÉT I CA OE LA I DE N T I D A D EL C O S MO PO LI TI SMO A R R A I G A D O I 337

“ debe moral”, es decir, las obligaciones morales pueden alcanzar a las éti­ tra decisión.32Así, entre estos diferentes registros normativos habrá com­
cas. En la selva de nuestras obligaciones, a veces es difícil distinguir rama pensaciones complicadas, entre lo que tenemos razones para hacer como
de enredadera. agentes morales abstractos, por un lado, y como las personas particula­
Intentaré ir al encuentro de dos interpretaciones erróneas que muy res que somos, por el otro; es decir, entre lo que tenemos razones m ora­
probablemente suscite este análisis. Una es la de im aginar una jerarquía les para hacer y lo que tenemos razones para hacer una vez que se han
clara en la que debemos, por decirlo de algún m odo, satisfacer léxica­ tenido en cuenta todos los factores (los éticos incluidos). Este desorden
m ente las obligaciones m orales antes de atender a los reclamos éticos. hace que la línea que divide lo moral de lo ético se vea demasiado borrosa
(Los defensores del “patriotismo moderado” instan a hacer algo así: las e imprecisa para el gusto de un purista; no obstante, pocas teorías nor­
obligaciones especiales están m uy bien, siempre y cuando se cumpla mativas ofrecen algo que se parezca a algoritm os para la acción (y las
con las exigencias de la m oral.)31 Una segunda tentación es la de identi­ que lo hacen, como el utilitarismo de Bentham, a menudo tienen conse­
ficar el contraste entre lo m oral y lo ético con el que separa lo obligato­ cuencias absurdas). Aquí, como ocurre a menudo con la teoría norm a­
rio de lo opcional. tiva, conviene recordar la acertada adm onición que ofrece Aristóteles
Las obligaciones morales deben disciplinar a las éticas. Sin embargo, ello cuando comienza a tratar el tema: en la ética, “hablamos de cosas que sólo
no equivale a decir que las obligaciones de la moral universal siempre ten­ son ciertas en su mayor parte”.
gan prioridad respecto de las obligaciones éticas, con los otros o con no­ Es evidente cómo surge la segunda tentación (la de asimilar lo ético a
sotros mismos. Es innegable que ciertas obligaciones éticas quedan excluidas lo voluntario): no podemos optar por salir de la raza humana; en cambio,
sin más por principios morales de considerable magnitud (aquí funciona los deberes de asociación suelen implicar aspectos de nuestro ser que son
en alguna medida el supuesto de jerarquía), pero semejante regla es dema­ contingentes desde el punto de vista metafísico.33Sin embargo, el hecho de
siado burda para guiarnos en ejemplos más complejos. Supongamos que
tenemos la oportunidad de realizar un proyecto de tremenda importan­
32 Podría objetarse que, si supiera lo que ocurrió, la persona que recibió la promesa
cia para nosotros, pero para lograrlo nos vemos obligados a romper una aceptaría sin duda nuestra decisión de romperla; por ende, según ía lógica del
promesa. Digamos, por ejemplo, que acabamos de enterarnos acerca de un “consentimiento anticipado” o “consentimiento subsecuente”, no seríamos
concurso de arquitectura, y sabemos con certeza que podemos ganar si propiamente culpables de romper una promesa. (Recuérdese la torta de
cumpleaños que no fue recogida ni pagada en el cuento de Raymond Carver,
presentamos un diseño en el que hemos trabajado durante años. Entonces,
“Parece una tontería”, porque la persona para quien se la había encargado fue
corremos a presentar nuestro modelo hecho en madera balsa antes del cie­ atropellada por un auto, hecho que desconocía el furioso panadero.) Pero ello no
rre y, para hacerlo, nos vemos obligados a romper una promesa (una cita puede darse por sentado. Quizás e] receptor de la promesa es alguien que
para almorzar, por ejem plo) y a violar el límite m áxim o de velocidad. desaprueba que hayamos decidido hacer una carrera de arquitectura; quizás
Sólo un moralismo absolutamente falto de atractivos nos reprocharía nues- habríamos roto la promesa con un arquitecto rival, que preferiría que no
participáramos del concurso. (De hecho, quizás ese arquitecto habría elegido la
fecha a sabiendas de que habíamos olvidado la fecha de cierre del concurso.)
33 Retomaré esta cuestión más adelante; ahora basta con decir que en este punto es
debemos unos a otros’. ¡ ...] Ambos están configurados por ella y ella, a su vez, los preciso avanzar con cuidado. Ser hijo de determinados padres no es algo
configura. Están configurados por ella en la medida en que son relaciones con contingente desde el punto de vista metafísico -al menos según una visión
otros que deben ser reconocidos como personas con una posición moral que es plausible-, y por lo general conlleva obligaciones especiales. De manera similar,
independiente de esa relación; ellos la configuran porque representan formas ser varón o ser mujer es un aspecto necesario de nuestra identidad metafísica, y
importantes del bien humano a las cuales debe hacer lugar cualquier conjunto de algunos deberes especiales podrían tener relación con nuestro sexo. He aquí u n
principios racionalmente aceptable. Pero ser un buen amigo o un buen progenitor ejemplo más fantasioso: imaginemos una asociación que hubiera surgido entre
implica comprender valores que van más allá de esta forma central de moralidad, personas nacidas en una fecha específica -quizás, el día en que cumple los años el
y responder a ellos”. Amado Líder de una sociedad- y ello adquiriera prominencia éfica para los
31 Véase, por ejemplo, Nathanson,“ In defense...”, op. cit., p. 538.“ Es posible sostener miembros. El hecho de haber nacido en una determinada fecha se considera, por
que el patriotismo es una virtud siempre que las acciones a que exhorta no sean lo general, un aspecto necesario de la identidad personal, es decir, metafísica. Es
en sí mismas inmorales. Siempre que la devoción y la lealtad respecto del propio incorrecto centrarse en la contingencia o necesidad de los aspectos. En primer
país no conduzcan a acciones inmorales, el patriotismo puede ser muy loable.” lugar, en estos ejemplos, la identidad social se superpone a los aspectos necesarios
338 ¡ LA ÉTICA DE LA I DENTIDAD EL COSMOPOLI TIS MO A R R A I G A D O I 3 3 9

que algo sea contingente desde el punto de vista metafísico no significa que deberes éticos com o los morales, en realidad omitimos información. Los
sea opcional. Resulta tentador distinguir entre estos casos mediante la insis­ juicios morales brindan razones para actuar, pero los éticos también lo
tencia en que nuestra participación en las relaciones éticas es voluntaria. hacen, sólo que son razones de un orden diferente, porque se relacionan
Margalit sugiere algo así. “A m i parecer, no hay obligación de involucrarse con el conjunto identitario de un agente, con nuestra individualidad. Todo
en relaciones éticas”, dice. “Siempre queda la opción de llevar una cordial lo cual invita a pensar que hay una zona del “debe” de la obligación ética
vida solitaria sin adquirir el tipo de compromisos que implica la vida ética.” que se extiende entre el requisito y la supererogación.36 En la Crítica del
Pero esta imagen de elección puede ser engañosa. Tal com o lo reconoce el juiáo, Kant dice que cuando se hace un juicio estético se solicita “que todos
propio Margalit, muchos compromisos éticos “se nos imponen de manera asientan en él”.37 Podríamos suponer que aquí es posible hacer una distin­
muy similar a como se nos imponen las relaciones familiares”.34La opción ción similar: en tanto que la moral exige cumplimiento, la ética lo pide.
de no contraerlos no siempre es factible, o siquiera posible, ya que muchas Quizá valga la pena sugerir otra manera de marcar la diferencia entre
identidades inherentes a relaciones de ninguna manera son opcionales. estas dos formas de obligación. Incluso en una sociedad en la que las defec­
El Will Ladislaw de George Eliot, cuando se le pide que explique su “pre­ ciones de lo que exige la m oral fueran muy comunes, las exigencias m ora­
ferencia” por la mujer amada, se enardece: “Nunca sentí una preferencia les no disminuirían en absoluto: las sociedades no deben cometer genocidio,
por ella, así como nunca sentí una preferencia por respirar”.35En efecto, no pero lo hacen con avidez. Lo que es correcto o incorrecto desde el punto
elegimos enamorarnos de la misma manera que no elegimos las circuns­ de vista moral no depende del capricho de nuestras motivaciones. (Este
tancias en que nacemos. No elegimos ser hijo o hija, serbio o bosnio, corea­ punto no debe confundirse con el problema -p o r completo diferente, y
no o mbuti. (El gran chelista ruso Gregor Piatígorsky solía decir que lo de importancia central para los debates sobre el internalismo m oral- de
mismo valía para su profesión: “ En realidad, nadie puede elegir la música determinar si los juicios morales, una vez aceptados, constituyen en sí mis­
como profesión -solía decir-. Ella es la que te elige”. Es por eso que habla­ mos guías para ía acción.) En contraste, la esfera de lo ético es sensible a
mos de “vocaciones” : son ellas las que nos llaman; nosotros no las convo­ las motivaciones. Por ejemplo, en algunas sociedades matrilineales se tiene
camos.) Tal como hemos visto, existen muchas razones para pensar que un profundo sentido de las obligaciones especiales respecto de los hijos del
ni nuestras identidades escriben todo el libreto para nosotros, ni noso­ tío por parte de la madre. Así, en la región akan de Ghana, el término per­
tros escribimos todo el libreto de nuestras identidades. tinente de parentesco - n u a - no distingue entre los hijos y los sobrinos
De todas maneras, el hecho de que no hayamos elegido ser el hijo de por parte de madre; cuando se dice “ mi hermano” o “mi hermana”, es nece­
nuestra madre no significa que ese vínculo no traiga aparejadas respon­ sario especificar “de la misma madre y el mismo padre”.38 Si ello cesara de
sabilidades especiales. A diferencia de las constricciones morales, las res­ ser así a causa de la introducción de diversos cambios en la estructura fami­
ponsabilidades especiales de este tipo se cumplen en grados. No matarás liar, esas obligaciones éticas cesarían de ser lo que eran. (Y por más social­
es un examen que se aprueba o se reprueba, pero Honrarás a tu padre y a m ente afianzada que parezca estar la estructura de parentesco, se han
tu madre admite gradaciones. Cuando hablamos de un buen estadouni­ producido tales modificaciones familiares en el “cinturón matrilineal” de
dense, o de un buen católico - o , en efecto, de un buen h ijo - el adjetivo
“buen” califica el proyecto de identidad: es un predicado ético, no moral.
Uno podría cumplir con las exigencias de la moral y, a la vez, ser un esta­ 36 Sin duda, existe una escala más alta según la cual ser una buena madre es más
valioso que ser un buen hincha de Manchester United.
dounidense pasable, un católico mediocre, o un hijo “ más o menos”.
37 Immanuel Kant, Crítica del juicio, Buenos Aires, Losada, 1961, p. 126.
Lo que va quedando cada vez más claro (espero) es que cuando emplea­ 38 De más está decir que el hecho de que estas normas sean dependientes de la
mos el término “obligación” para designar, sin hacer diferencias, tanto los comunidad no implica un relativismo ético: que el hombre akan tiene estas
obligaciones no es “verdad para” los akan, sino verdad sobre los akan. Obviamente,
en este ejemplo entran en juego preocupaciones generales, a saber, la crianza de
de nuestra identidad metafísica, pero no se agota en ellos; esos rasgos no bastan los hijos: una de las cosas que hacen estos sistemas de parentesco es resolver los
para establecer las obligaciones especiales. problemas de coordinación. De ía misma manera que ocurre con las convenciones
34 Margalit, The ethics of metnory, op. cit., p. 106. respecto de conducir del lado derecho o del lado izquierdo, lo que importa es que
35 George Eliot, Middlemarch, Nueva York, Oxford University Press, 1985, p- 835. todos en la comunidad sigan esas reglas.
340 t LA É TI CA DE LA I DE NT I DA D EL COSMOPOL IT IS MO A RR AI G AO O | 341

África, de la misma manera que ha disminuido el privilegio de la línea inclinaría a decir que son objetivamente valiosas- y, tal como insiste acer­
paterna en muchas familias estadounidenses.) La esfera de las relaciones tadamente Scheffler, muchas relaciones (no instrumentales) requieren par­
densas -d e las obligaciones especiales- es sensible a las motivaciones exac­ cialidad. Estas relaciones están constituidas, en parte, por un sentido de
tamente de esta manera: depende de normas específicas que determinan afecto especial entre los involucrados, y no podrían existir “a menos que
la im portancia ética de diversos hechos inherentes a las relaciones.39 La se considere que brindan razones para el tratamiento desigual”.41 El pro­
conducta que está configurada por preocupaciones éticas -p o r nuestra nombre “m i” es mágico, y alguien que fuera por completo insensible a su
pertenencia a una comunidad ética, es decir, por aspectos de nuestras iden­ magia nos parecería un monstruo o, posiblemente, un utilitarista. Un poco
tidades colectivas- es parte de lo que da contenido a esas relaciones éti­ antes expresé mi desacuerdo con la idea de que tratar a la gente de manera
cas, a esa com unidad ética, a esa identidad; es decir, la obligación ética es igualitaria -en el sentido de adherir al ideal de igual respeto- signifique
interna a la identidad. Nuestro yo está constituido en parte por lo que nos tratar a todas las personas de la misma manera. Añadí que la doctrina polí­
preocupa; si eso cesa de preocuparnos, cesamos de ser el tipo de persona tica según la cual el Estado debe mostrar igual interés por todos sus ciu­
que somos. Dado que una com unidad ética está constituida en parte por dadanos se había confundido con un imperativo moral según el cual las
responsabilidades especiales que prevalecen entre sus miembros, si nadie personas deben mostrar igual interés mutuo. Porque, por supuesto, no nos
sintiera que tiene esas responsabilidades especiales no habría tal com u­ relacionamos con los demás sólo como “personas”: nos relacionamos con
nidad, ni tales exigencias.40 En la esfera de lo ético, un “debe” sólo deriva ellos com o hermanos, primos, amigos, compañeros de equipo, colegas,
de un “es". miembros del mismo club y cosas similares. Desde el punto de vista que
Hasta ahora me he limitado a describir el espacio donde parece situarse he desarrollado, los requerimientos de las relaciones morales “débiles”
la parcialidad; no he dicho por qué la parcialidad podría ser valiosa. En - lo que debemos a las personas- no excluyen (aunque pueden limitar) la
realidad, la defensa más contundente de la parcialidad es a la vez la más existencia de relaciones éticas “densas”. La índole social de nuestros pro­
simple: para los seres humanos, las relaciones son un bien importante -m e yectos -nuestro entendimiento entre grupos de identidad- apuntala las
relaciones éticas densas que mantenemos con determinados otros, y explica
por qué nuestro trato con la gente, por encima del dictum básico de suum
39 Los reduccionistas dedicados -véase Wellman/'Relational f a c t s . . op. cit.- cuique tribunes, varía de acuerdo con quiénes son los otros. Y puesto que
señalarán que lo que yo ie debo a mi hermana podría variar según otros factores de somos una especie social, tales relaciones son objetivamente buenas. (En
diverso tipo (cómo nos hemos tratado; sí fuimos criados juntos, etc.) y, en
esos casos, podemos decir que una relación de esta clase es un bien para
consecuencia, el “hecho de relación” de la “hermandad” no puede ser básico. Sin
embargo, este argumento no es muy convincente: los parcialistas no reduccionistas nosotros y también encierra un bien objetivo.)
no necesitan sostener que ios hechos inherentes a relaciones descritos de manera Supongamos que, hasta ahora, estamos todos de acuerdo. Todos p ode­
abstracta plantean exigencias indefectibles, sino que pueden sostener que tal 0 cual mos concordar en que es bueno tener lazos sociales, y que las relaciones
relación específica desde el punto de vista histórico plantea exigencias (defectibles).
importantes brindan razones para la parcialidad, para el tratamiento desi­
Ai mismo tiempo, el parcialista no reduccionista estaría en condiciones de elaborar
una categoría general para esa relación específica: debes a tu hermana algo
gual. Nuestras identidades -nuestras identificaciones- hacen que algunos
adicional, a menos que existan buenas razones para que no lo hagas; razones que lazos nos importen, y originan comunidades éticas. No obstante, una defensa
pueden incluir circunstancias especiales o el mal comportamiento de ella. de la parcialidad-de las responsabilidades especiales, délos deberes de aso­
40 Compárese con lo que dice Charles Taylor acerca del concepto hegeliano de ciación- es una condición necesaria para la defensa de las identidades nacio­
Sittlichkeif. “ La característica crucial de la Sittlichkeit es que nos exige poner en
nales, pero lejos está de ser una condición suficiente. Después de todo, las
práctica lo que ya es. Esta manera de expresarlo es paradójica, pero, en realidad, la
vida común que es la base de mis obligaciones sittlich ya existe fuera de mí. Es naciones, esas “comunidades imaginadas”, según la clásica form ulación
porque se trata de un asunto en desarrollo que yo tengo esas obligaciones; y mi de Benedict Anderson, pueden parecer por demás grandes y por demás
cumplimiento de esas obligaciones es lo que lo sostiene y lo mantiene en arbitrarias. Podría ocurrir que las responsabilidades especiales tuvieran
existencia. De ahí que no haya en la Sittlichkeit una brecha entre lo que debe ser y
lo que es, es decir, entre el Sollen y el Sein ’ (Charles Taylor, Hegel and modern
society, Cambridge, Cambridge University Press, 1979, p. 83 ítrad. esp.: Hegel y la 41 Scheffler, “ Conceptions of cosmopolitanism", en Boundaries and aüegiances, op-
sociedad moderna, México, Fondo de Cultura Económica, 1983]). cit., p. 121. Y véase su “Relationships and responsibilities”, en ibid., pp. 97-110.
342 | LA ÉTIC A DE LA I D E N T I DA D EL C OS MOPOL I TI SMO A R R A I G A D O I 343

sentido en el marco de relaciones verdaderamente densas (con los aman­ ser un setenta y uno por ciento menos propensos a pegar que los m iem ­
tes, con la familia, con los amigos), pero no en el marco de la fraternidad bros del grupo de control.41
imaginaria que tenemos con nuestros compatriotas. Incluso si se acepta
que algunas relaciones éticas o algunas comunidades éticas ofrecen razo­ Saunders se burla, en parte, de la patente arbitrariedad con que los seres
nes para la parcialidad, aún podríam os preguntarnos si las naciones se humanos se eligen y se excluyen, del absurdo del chauvinismo categórico.
cuentan entre ellas. Porque no cabe duda de que tam bién la nación es una abstracción. Lo
que otorga fuerza a la sátira es que las naciones propiamente dichas se per­
ciben realmente distintas de estas categorías basadas en nociones. Pero
¿debería ser así? ¿Tienen esas naciones el derecho de hacer los reclamos que
P A T R IO T IS M O C O S M O P O L IT A hacen a nuestro afecto valorizador?
Com o ya he sugerido, una defensa de la parcialidad que proviene del
En una reciente fábula política, el escritor George Saunders ensayó el tema paradigma de la amistad o de la familia no puede, sin sufrir m odificacio­
de las “naciones fluidas”, cuya ciudadanía no depende de la contigüidad nes, ser invocada en defensa de la parcialidad nacional. Una cosa es argu­
geográfica, sino de “valores, lealtades y/o patrones habituales de conducta” mentar en favor de la parcialidad que involucra a aquellos con quienes
que atraviesan las fronteras nacionales geográficas. Entre esas naciones tenemos vínculos sociales directos; sin duda, huelga decir (y no por ello
fluidas se hallan las Personas que Dicen que Odian la Televisión pero m e privo de decirlo) que las relaciones de am or y amistad son un bien
Admiten que la Miran de Vez en Cuando, Sólo para Descansar; las Personas humano profundo y universal. Pero el nacionalismo plantea una relación
Mayores cuyo Primer Pensamiento al Enterarse de una Muerte es el Alivio entre extraños; en efecto, en su ascendencia histórica, el nacionalismo, que
por Estar Vivos, Seguido de C ulpa por Haber Tenido ese Primer a menudo es contrastado con el individualismo, puede igualmente pare­
Pensamiento; y Quienes Hacen un Strudel Excelente. Las investigaciones cer su hijo. Uno de los aspectos que distinguen a las identidades naciona­
que los sociólogos ficticios de Saunders realizaron en el cam po de los les de las otras identidades adscritas con las cuales a veces compiten (el
Estudios Patrióticos arrojaron algunos resultados notables. Por ejemplo, hijo, el cónyuge, el vasallo y otras identidades similares fundadas en rela­
un análisis de las estadísticas de la Segunda Guerra M undial demostró ciones) es que el compatriota es una “categoría de personas equivalentes”,
que, en el enfrentamiento entre soldados estadounidenses y alemanes, los sostenida por instituciones mediadoras impersonales, tal como ha argu­
ciudadanos de la nación fluida Hom bres que Pescan no vacilaron en mentado el sociólogo Craig Calhoun.43 Es posible que la parcialidad del
matarse mutuamente. Por otra parte, se nos dice, los Individuos Reacios nacionalismo sea más densa que el agua, pero no cabe duda de que es menos
a Matar por una Abstracción mostraron un déficit de patriotismo nacio­ densa que la sangre.
nal geográfico: Es importante recordar hasta qué punto una nación es una cosa a b s­
tracta. La parcialidad nacional, claro está, se supone opuesta al cosm opo­
Los resultados indicaron que los Individuos Reacios a M atar por un% litismo; sin embargo, el vínculo entre ambos conceptos es más complejo.
Abstracción obtuvieron un promedio de treinta y nueve puntos menos El nacionalismo propiamente dicho tiene mucho en común con su supuesta
que los miembros del grupo de control, según el Criterio de Lealtad antítesis, el cosmopolitismo, porque también exhorta a abrazar un nivel
Nacional. [... ] Al mirar fotografías de los miembros de una nación geo­ de lealtad ampulosamente abstracto: un proyecto vasto e integral que se
gráfica enemiga, y ante la pregunta “¿Qué clase de persona cree usted extiende m ucho más allá de nosotros y de nuestras familias. (Para los
que es esta persona?”, el sesenta y cuatro por ciento de los ciudadanos
de Individuos Reacios a Matar por una Abstracción se inclinó por la res­ 42 George Saunders, “A survey o f the literatura”, The New Yorker, 22 de septiembre de
puesta “No sé, tendría que conocerla primero”. A l dárseles la oportuni­ 2003, p. 118.
43 Craig Calhoun, “Nationalism and ethnicity”, Annual Review of Sociology 19,1993,
dad de golpear con una porra de goma a un ciudadano de una nación
p. 230; y Nationalism, Minneapolis, University of Minnesota Press, 197, pp. 42-44.
geográfica tradicionalmente opuesta a su nación geográfica, los ciuda­ Tal como señala Calhoun, las identidades religiosas tienen esa forma desde hace
danos de Individuos Reacios a Matar por una Abstracción demostraron mucho tiempo.
3 4 4 I LA ÉTIC A DE LA I DE NT I DA D EL COSMOPOLI TIS MO AR R A I G A D O i 345

ghaneses de la generación de mi padre, el sentimiento nacional era un logro sores liberales de ambos han sido a menudo, por así decirlo, com patrio­
ganado a fuerza de sudor y lágrimas, y posibilitado por los principios polí­ tas intelectuales.
ticos y la imparcialidad: aunque no suplantaba las obligaciones especiales En una reciente y elocuente defensa del cosm opolitism o, M artha
que se tenían con la propia etnia, con el clan matriarcal y con la familia, Nussbaum escribe:
en algún sentido las bajaba de categoría.) Eso por ello que el contraste entre
el nacionalism o y el cosm opolitism o se vuelve tan controvertido. Si las Deberíamos reconocer la humanidad dondequiera que se manifieste, y
naciones no son suficientemente universales para el universalista, no cabe dar a sus ingredientes fundamentales, la razón y la capacidad moral,
duda de que tampoco son suficientemente locales para el localista. Para nuestra lealtad y nuestro respeto. [... ]
enunciarlo en los términos del análisis precedente, si las responsabilidades Así, la idea de ciudadano del mundo es predecesoray fuente de la idea
especiales preocupan porque representan una abreviación del universa­ kantiana del “reino de los fines”, y tiene una función similar en la ins­
lismo moral, el cosm opolitism o preocupa porque representa una abre­ piración y la regulación de la conducta m oral y política. Uno debería
viación de las responsabilidades especiales. Pero lo que m olesta del comportarse siempre de manera tal de tratar con igual respeto la dig­
cosmopolitismo -que a veces coloque las exigencias abstractas de una iden­ nidad de la razón y la elección moral de cada ser humano.
tidad categórica (en este caso, la humanidad compartida) por encima de
nuestras lealtades arraigadas, de Blut und Boden- es exactamente lo mismo Al mismo tiempo, Nussbaum dice que, para los cosmopolitas, “es correcto
que molesta del nacionalismo: si bien las lealtades nacionales constituyen sentir una medida adicional de interés por lo local”. En su opinión, “un
razones para actuar, a veces interfieren con las razones presentadas por cosmopolita debería actuar así, no porque lo local sea mejor per se, sino
lealtades más locales, más “densas”. (Recuérdese la famosa historia que porque ésa es la única manera sensata de hacer el bien”.45 Así habla el cos­
cuenta Sartre en El existencialismo es un humanismo acerca del estudiante mopolita liberal.
que, durante la Segunda Guerra Mundial, se ve obligado a debatirse con Compárese esta concepción con la de José Mazzini, el gran profeta del
un angustioso dilema: su hermano ha muerto a manos de los nazis, y él es nacionalismo italiano, cuando insta a los trabajadores de Italia a adoptar
todo lo que le queda a su madre. ¿Debe luchar por la liberación de Francia, su credo nacionalista:
aun cuando su madre quedaría devastada si lo pierde? ¿Qué tiene priori­
dad, la madre o la madre patria?) Vuestros deberes primeros, primeros por su im portancia, son, com o
En efecto, las recrim inaciones que los nacionalistas suelen arrojar a os digo, para con la Humanidad. Sois hombres antes que ciudadanos o
los cosmopolitas son recriminaciones que también han recibido los nacio­ padres.
nalistas, y con mayor justicia. También al nacionalismo se lo ha acusado Si no abrazas con amor a la Humanidad, si no confiesas tu fe en su
de eclipsar la solidaridad y las parcialidades locales, de promulgar normas Unidad, [...] si donde gime un semejante tuyo, viéndose sumido a un
que socavan las tradiciones y las costumbres locales, de ser una fuerza en yugo oprobioso o tiránico, no acudes presuroso en su ayuda com ba­
favor de la homogeneidad. Tal como señalé en el capítulo 4, el manteni­ tiendo por su liberación, tú traicionarás tu propia ley de la vida o serás
miento de las diferencias entre los grupos se caracteriza por implicar la indigno de comprender la religión que bendecirá el porvenir.
borradura de diferencias dentro de los grupos. (Si los cosmopolitas nunca Mas ¿qué cosa puede cada uno de vosotros hacer abandonado a sus
son totalmente cosmopolitas, los locales nunca son totalmente locales.) propias fuerzas por el m ejoram iento m oral, por el progreso de la
Tal como observó Friedrich Meinecke hace ya un siglo, “Durante mucho Humanidad? [...] El individuo es muy débil, y la Humanidad, muyvasta.
tiempo, el cosmopolitismo y el nacionalismo se mantuvieron lado a lado, “¡Dios mío! -exclam a el marinero de la Bretaña- protégeme: ¡M i barco
viviendo en una relación m uy estrecha”.44No cabe duda de que los defen­

Princeton: F. Meinecke, Comopolitanism and t h e national S t a t e , Princeton


44 Friedrich Meinecke, Weltbürgertum und Nationalstaat: Sludien zur Génesis des University Press, 1970, p. 94. Meinecke analiza a Fichte en este punto, pero expresó
deutschen Nationalstaats (Cosmopolitismo y estado nacional: Estudios sobre la lo mismo, de diversas maneras, en sus análisis de Humboldt, Novalis y Schlegel.
génesis del Estado nacional alemán]. Traducido al inglés por Robert B. Kimber, 45 Nussbaum, “Patriotism and cosmopolitanism”, en op. cit., pp. 7-8,135-136.
346 I LA ÉTICA DE LA I DEN TI DAD EL COSMOPOLI TIS MO A R R A I G A D O I 347

es muy pequeño y tu océano muy grande!” Y esta plegaria reasume la con­ sentimiento nacional. Es verdad, ser un ciudadano del mundo es intere­
dición de cada uno de vosotros, si no encontráis un medio de que se sarse por los conciudadanos y, como dice Nussbaum, a menudo ese inte­
m ultipliquen indefinidam ente vuestras fuerzas, vuestra potencia de rés se pone en práctica haciendo cosas por la gente de un lugar particular.
acción. Este medio, Dios lo halla para vosotros dándoos una Patria.46 Un ciudadano del mundo puede mejorar el mundo mejorando un lugar,
aun cuando no necesariamente ese lugar sea el de su ciudadanía literal u
No nos excedemos si decimos que, en sus supuestos fundamentales, las dos original Así, cuando mi padre nos dijo que éramos ciudadanos del mundo,
concepciones forman parte del mismo credo: el localismo es un instru­ añadió que, por esa razón, debíamos trabajar por el bien de los lugares
mento para realizar los ideales universales, para alcanzar las metas uni­ donde hubiéramos instalado nuestras tiendas, ya fuera por un momento
versales. Esta suerte de defensa d éla nación al estilo “Ricitos de oro” -com o o para toda la vida. No obstante, dada la lealtad que mi padre sentía por
una estación intermedia entre dos extremos, uno demasiado grande, otro Ghana, por los asante y por su clan matriarcal, entre otros lazos, habría
demasiado pequeño- apela tanto al supuesto cosmopolita como al supuesto esperado que los demás fueran leales a sus identidades nacionales, étnicas
nacionalista, unidos en su humanidad compartida. Tal como añade Mazzini, y familiares, y semejante lealtad no podía provenir de una fría decisión
“Trabajando conforme a los verdaderos principios por la Patria, nosotros cerebral, de una manera imparcial de calcular cóm o es posible hacer un
trabajaremos por la Humanidad: la Patria es nuestro punto de apoyo, que m undo mejor. (Mi padre habría sentido pena por la hija desatendida de
nosotros debemos hacer servir para elevar el nivel m oral de la com uni­ la señora Jellyby, que se ve im pelida a exclamar: “ ¡Ojalá desapareciera
dad humana”. Así habla el nacionalista liberal. África!”.) Por el contrario, él sabía que muchas de esas relaciones no podrían
El sentido humanismo de Mazzini está lejos de ser anómalo, incluso entre existir sin un sentido de obligación especiaL Quería que sus hijos fueran
quienes más han atesorado la particularidad de las costumbres locales. En cosmopolitas, pero -en ambos sentidos- cosmopolitas parciales.
un pasaje muy citado de Reflexiones sobre la Revolución Francesa, escribió De más está decir que esa característica de implicar “una categoría de
Burke: “ Estar atado a la subdivisión, amar al pequeño pelotón al que per­ personas equivalentes” dista de ser exclusiva de la nación. La mayoría de
tenecemos en la sociedad, es el principio primero (el germen, por así decir) las identidades colectivas nos vinculan a extraños, a personas que nunca
de los afectos públicos. Es el primer eslabón de una serie a través de la cual conoceremos: compañeros católicos, compañeras lesbianas, compañeros
avanzamos hacia el amor a nuestro país y al género humano”. Lejos de ser matemáticos, compañeros angelenos. Si, tal como ya he señalado, llegamos
hostil al cosmopolitismo, este argumento postula el valor culminante del a interpretar y configurar el sentido de nosotros m ism os y de nuestra
universalismo, ese amor general por la humanidad; así se justifica el amor propia vida a través de esas identificaciones, es posible que la conducta de
por el pequeño pelotón: como un primer paso en el camino.47 gente completamente extraña nos inspire sentimientos de orgullo o de ver­
Claro está que, por razones que ahora resultarán familiares, no pode­ güenza. Esas identificaciones ayudarán a determinar nuestros proyectos,
mos contentarnos con estas explicaciones meramente instrumentales del y ayudarán a ofrecer razones para la acción. Tal como debe reconocer cual­
quier cosmopolita viable, el quién que somos ayuda a determinar lo que
46 Mazzini conlinúa: “ Él, Dios, ha procedido como un sabio repartidor del trabajo, nos importa. Adoptar un proyecto nacional (y deberíamos reconocer la
según la capacidad de cada cual, distribuyendo en núcleos, en grupos distintos, la com plejidad de tales proyectos; com o ya he dicho, Ghana, com o p ro ­
Humanidad, sobre la superficie del globo terrestre, sembrando de tal modo el yecto, tenía m ucho que ver con las esperanzas poscoloniales de indepen­
germen de las modernas naciones” (José Mazzini, Deberes del hombre, Valencia,
dencia) equivale, en alguna medida, a llevar un cierto tip o de vida.
Sempere, s/f, pp. 65-66).
47 Burke, Reflections ort the Revolution in France, ed. por J. D. C. Clark, Stanford,
Imaginado, tal como insistía Benedict Anderson, no significa irreal: nada
Stanford University Press, 2001, p. 20z [trad. esp.: Reflexiones sobre la Revolución podría ser más poderoso que la imaginación humana. En efecto, es un
francesa, en Textos políticos, México, Fondo de Cultura Económica, 1942]. Hay un hecho notable que podamos experimentar un sentido de la responsabili­
antiguo proverbio árabe que parece constatar, mediante la negación, el argumento dad especial respecto de patriotas que no son compatriotas. Es el caso de
de Burke: “Yo contra mi hermano. Mi hermano y yo contra mi primo. Mi primo,
Lord Byron cuando navega hacia Grecia para participar en una rebelión
mi hermano y yo contra el mundo”. Nótese la ausencia de cualquier otra forma de
organización social entre el clan y el cosmos, que podría reflejar la debilidad contra los turcos. O, incluso, el de las (muy) complejas simpatías étnicas
histórica de las lealtades nacionales en el mundo árabe. que despertaba una figura colonial como la de T. E. Lawrence, a quien, des­
3 4 8 I LA É TI CA DE LA I D E N T I D A D E l COSMOPOLI TIS MO A R R A I G A D O I 3 4 9

pués de todo, conocemos como Lawrence de Arabia y no como Lawrence Entonces, el poder de los valores dependientes de proyectos no puede
de Inglaterra. O el de los extranjeros de la Brigada Internacional que lucha­ ser contradicho, y menos aun cuando se trata de un proyecto nacional. Al
ron junto a los republicanos contra los falangistas durante la Guerra Civil insistir en la fuerza única que posee el nacionalismo, Benedict Anderson,
Española: aquí, una lucha por principios universales - la lucha contra el cuyas Comunidades imaginadas constituyen una de las reelaboraciones más
fascismo- solía implicar formas de identificación más locales. Pero el mejor elocuentes del concepto de nación, pregunta: “¿Quién estaría dispuesto a
ejemplo de este fenómeno es el corso que conocemos por el nombre de m orir por c a m e -e l antiguo organismo de cooperación económica de los
Napoleón -N abulio de nacim iento- quien, antes de transformarse en la países de Europa Oriental— o por la c e e ?”. Entendemos a qué se refiere:
encarnación del imperio francés, había sido un vehemente patriota anti­ las organizaciones económicas supranacionales no parecen involucrar las
francés de su isla natal. Las identificaciones que suscitan nuestras preocu­ memorias compartidas, las narraciones densas, que involucran las nacio­
paciones éticas no constituyen una mera herencia; las lealtades nacionales nes (o las familias, o las religiones). No proporcionan identidades. Su influen­
no están determinadas sólo por el lugar donde nacimos. cia es puramente formal; es una cuestión de contratos y tratados. Si nadie
Podríamos aceptar este catecismo, claro está, y aun suponer que las cosas está dispuesto a dar su vida por esas organizaciones, quizá sea porque nadie
que hemos llegado a valorar de manera contingente (no porque hayamos hace su vida a partir de ellas. Pero la pregunta retórica - “¿Quién estaría
“elegido” valorarlas, sino porque, consecuentemente con nuestras obliga­ dispuesto a morir?”- estaría mal aplicada si su objetivo fuera destacar el
ciones morales, podríamos no hacerlo) importan menos que las que nos nacionalismo entre sus diversos competidores advenedizos. Recordemos
incumben desde el punto de vista moral. En la opinión de Nussbaum, “El que, antes de que intervinieran los investigadores, las Serpientes se esta­
accidente de dónde hemos nacido no es más que eso, un accidente; cual­ ban armando con piedras para atacar a sus rivales. Un número desolador
quier ser humano podría haber nacido en cualquier nación” y, en conse­ de habitantes de ciudades han muerto en enfrentamientos entre pandillas
cuencia, tales diferencias no deberían “erigir barreras entre nosotros y —hablamos de m orir como miembro de los Crips\ de matar como m iem ­
nuestros semejantes hum anos”. Pero aquí la noción de “accidente” está bro de los Bloods- y entre ellos se cuentan extraños asesinados por extra­
demasiado gravada. La cualidad de necesidad metafísica que comportan ños en virtud de que llevaban los colores incorrectos. Estos agresores son
algunos aspectos de nuestro yo (por ejemplo, la fecha de nacimiento, el fieles a su tribu, y podemos concluir, sin temor a equivocarnos, que esa
sexo y los progenitores, al menos según una concepción m uy aceptada de tribu no está formada por Individuos Reacios a Matar por una Abstracción .•»
la identidad personal) no se corresponde con la prominencia moral.46 El Aun así, el tema de la ciudadanía nacional no deja de suscitar una can­
hecho de que yo sea el hijo de mi madre es una contingencia metafísica tidad de problemas persistentes, en especial en el contexto de los asuntos
para ella y una necesidad metafísica para mí, pero nadie reclamaría la exis­ internacionales. Nussbaum, en su defensa del cosmopolitismo contra el
tencia de una asimetría correspondiente respecto de las responsabilidades patriotismo, sostiene que a l“permitir que una frontera moralmente arbi­
especiales que rigen entre nosotros. Incluso si dejamos de lado el tema de traria, como lo es la frontera de una nación, desempeñe un papel clave y
la identidad personal, podemos concordar en que muchas de las cosas que formativo en nuestras deliberaciones, parecemos privarnos de toda argu­
más nos im portan en la vida son el resultado de un accidente. A l igual mentación basada en principios firmes para persuadir a los ciudadanos de
que Cari Dennis, podríamos preguntarnos qué habría ocurrido si hubiera
sido distinta una decisión aparentemente trivial que tom amos en algún
momento de nuestra vida. De manera accidental adquiero una familia; 49 Lo que transforma en sátira la presunción de Saunders es que sus ejemplos de
parentesco categórico no entrañan la forma de identificación consciente de sí
de manera accidental adquiero un profundo compromiso con tal o cual
misma que asociamos con la pertenencia nacional; ni siquiera entrañan ¡as formas
proyecto político o social. De manera accidental, soy quien soy.4
*
8 sociales que sostienen actividades como {para usar uno de los ejemplos de Raz) la
observación de pájaros. Entonces, una vez más, no resultaría difícil imaginar una
forma de identidad colectiva originada en un rasgo que no posee ninguna de las
48 Nussbaum, “Patriotism and cosmopolitamsm”, op. cit., p. 7- Véase mi artículo que existen en la actualidad. Si un régimen se propusiera perseguir a los zurdos
“But would that still be me? Notes on gender, ‘race’, ethnicity as sources of -incluso a las personas que mostraran una mera tendencia a usar más la mano
identity”, Journal of Philosophy 87, N° 10, octubre de 1990, pp. 493-499-Y véase izquierda que la derecha- sería de esperarse que muy pronto surgiera un sentido
nota 33, más arriba. de fraternidad entre las personas que usan la mano izquierda.
350 | LA ÉTICA DE LA I DE NT I DA D EL COSMOPOL IT IS MO A R R A I G A D O ¡ 351

que se unan” atravesando las “ fronteras de la etnia, la clase, el género y la En realidad, me propongo distinguir nación de Estado para desarrollar un
raza”.50Sólo si insisto en distinguir Estado de nación puedo señalar lo que argumento completamente opuesto al de Herder; a saber, que si hay algo
encuentro de incorrecto en esta idea. La unificación de los dos conceptos arbitrario, eso no es el Estado sino la nación. Dado que los seres humanos
resulta absolutamente natural para una persona moderna, incluso des­ viven en órdenes políticos más estrechos que la especie, y dado que es en el
pués de Ruanda, Sri Lanka, Amritsar, Bosnia y Azerbaiján. Sin embargo, marco de esos órdenes políticos donde en general se discute y se decide
la yunta de Estado y nación heredada de la Ilustración se proponía recon­ qué es correcto y qué es incorrecto, el hecho de ser un conciudadano -alguien
ciliar las fronteras arbitrarias de los estados con las fronteras “naturales” que es miembro del mismo orden- no adolece, respecto de nuestros com ­
etnoterritoriales de las naciones; la idea subyacente, claro está, era que promisos normativos, de la más mínima arbitrariedad.51
las fronteras del primero podían ser arbitrarias, m ientras que las de la La nación es arbitraria, pero ello no significa que podamos excluirla de
segunda no lo eran. nuestras reflexiones normativas. Es arbitraria en el sentido etimológico
No es que quiera adherir a este pensamiento esencialmente herderiano; de la palabra, porque su importancia en nuestra vida depende, según la
por el contrario, me inclino a dudar de que las naciones hayan preexistido lapidaria formulación del Oxford English Dictionary, “de nuestra volun­
alguna vez a los estados. Una nación -he aquí una definición bastante floja tad o de nuestro gusto”.* Para las personas, las naciones son a m enudo más
y poco filosófica- es una “comunidad imaginada” de tradiciones o de ances­ importantes que los estados: la Serbia monoétnica tiene más sentido para
tros que funciona más allá de la escala de las relaciones cara a cara y busca algunos que la Bosnia multicultural; una Ruanda hutu (o tutst) tiene más
una expresión política para sí misma. Pero todas las naciones no coinciden­ sentido para otros que una ciudadanía tutsi y hutu pacíficamente com par­
tes con estados en las que puedo pensar son el legado de arreglos estatales tida; sólo cuando Gran Bretaña y Francia se transformaron en naciones,
más antiguos, como lo es asante en lo que ahora ha pasado a ser Ghana, además de ser estados, a los ciudadanos comunes comenzó a importarles
como lo eran las naciones serbia y croata en lo que supo ser Yugoslavia.51* mucho ser franceses o británicos.55 Pero nótese que la razón por la que las
naciones importan es que son importantes para ios individuos. Cuando
las naciones importan desde el punto de vista ético, lo hacen, en primer
50 Nussbaum, “Patriotism and cosmopolitanism”, op. cit., p. 14.
51 No quiero decir que toda nación que no es un Estado haya sido alguna vez un lugar, por la misma razón por la que importan el fútbol o la ópera, como
Estado. Lo que quiero decir, más bien, es que una identidad nacional, lejos de ser cosas que les interesan a los agentes autónomos, cuyos deseos autónomos
algo que por sí mismo genera un deseo de formar un Estado, es algo que se genera debemos reconocer y tomar en cuenta, incluso si no siempre podem os
en un pueblo como una reacción a un Estado. En otras palabras, el hecho de
compartir una lengua, costumbres o prácticas no genera automáticamente un
deseo de lograr La expresión política de esa comunidad mediante un Estado único.
El nacionalismo norteamericano comienza como la reacción al Estado británico identidad nacional. Nada de lo cual apunta a negar la realidad de las identidades
por parte de un pueblo que se caracterizaba por la diversidad de sus orígenes, y nacionales producidas por esas historias políticas.
cuyos líderes, no obstante, se imaginaban a sí mismos, en esencia, como ingleses 52 Para consultar una explicación esclarecedora de los principios de justicia de
en el extranjero. El nacionalismo palestino, para ofrecer otro ejemplo, es el “alcance limitado” -e l sentido en el cual, digamos, las instituciones neozelandesas
producto de las experiencias que los árabes no judíos tuvieron en manos de los son “para” ios neozelandeses, como opuestos a los franceses- véase leremy
estados otomano, británico e israelí, que les han dado un tratamiento diferencial Waldron, “SpeciaL ties and natural duties”, Philosophy and Public Affairs 22,3993,
respecto de otros pueblos que residían en esa región de la costa oriental del pp. 3-30. Los argumentos de Waldron -que son bastante aplicables a cualquier
Mediterráneo. No es el mero producto de La lengua compartida, porque no se cartografía administrativa, a cualquier red jurisdiccional- respaldan la noción de
producía una pronunciada gradiente dialectal en las fronteras de Palestina (donde que las instituciones limitadas ai Estado pueden, sin arbitrariedad, “aplicarse”
sea que se las considere); no es el producto de una religión compartida, ya que ios distintivamente a los miembros del sistema político.
palestinos pueden ser drusos, o seguir una de las variedades del cristianismo o del * En el original inglés: “dependent upon will or pleasure”. La primera acepción de la
Islam. Si el concepto “judío árabe” - o “árabe judío”- ahora suena paradójico, es palabra “arbitrario” que da el Diccionario de uso del español, de María Moliner, es
como consecuencia de un proceso político, y no de un hecho natural. De manera la siguiente: “Hecho por la voluntad, gusto o capricho de alguien, sin sujeción a
similar, el nacionalismo pakistaní fue creado por el trato diferencial que los reglas o leyes, ni a la razón”. [N. de la T.]
musulmanes del subcontinente indio recibieron de los estados británico e indio; y 53 Véanse, por ejemplo, Linda Colley, Britons: forging the nation, 1707-1837, New
gran parte del nacionalismo de África, Medio Oriente y América Latina es una Haven, Yale University Press, 199Z; Eugen Weber, Peasants into Frenchmen, Palo
respuesta a los estados coloniales que preexistieron a cualquier sentido de la Alto, Stanford University Press, 1976.
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acceder a ellos. No digo esto porque me proponga adoptar una concepción para pensar que la vida en comunidades políticas más estrechas que la espe­
voluntarista de la identidad nacional (o, de hecho, una concepción volun- cie es mejor que la inmersión en un Estado mundial único: una Cosmopolis,
tarista del amor a la ópera); lo que deseo recalcar es que aquí nos situa­ de la que nosotros, los cosmopolitas, no seríamos ciudadanos metafóricos,
mos en la esfera de los valores dependientes de proyectos. Tal como ya he sino literales.
señalado, si las personas que tienen la misma nacionalidad están unidas, Es justamente porque los seres humanos viven m ejor en una escala
lo están de acuerdo con el modelo romano: por la lengua, la ley y la lite­ más pequeña, que los cosmopolitas liberales deberían reconocer la prom i­
ratura. Y si experimentan los mismos acontecimientos, no lo hacen en pro- nencia ética que, no sólo el Estado, sino también el condado, el pueblo, la
pria persona, sino a través de una exposición a las mismas narraciones de calle, la empresa, el oficio, la profesión y la familia tienen como com uni­
esos acontecimientos: en los cuentos populares y en las novelas y en el cine, dades, como círculos entre los muchos círculos más estrechos que el hori­
en los periódicos y en las revistas, en la radio y en la televisión, en las his­ zonte humano y que constituyen esferas apropiadas para el interés moral.
torias nacionales que se enseñan en las escuelas nacionales modernas. La En suma, los cosmopolitas deberían respaldar el derecho de los demás a
narrativa también ocupaba un lugar central en las formas más antiguas de vivir en estados democráticos, con abundantes posibilidades de asociación
identidad política. Así ocurrió con los poemas homéricos en las ciudades- dentro y fuera de sus fronteras, estados de los cuales sus habitantes pue­
estado griegas; con la poesía de Virgilio (pero también de Horacio), para den ser ciudadanos patrióticos. Y ellos, como cosmopolitas, pueden recla­
la élite romana culta del siglo de Augusto; con la épica de Sundiata para las mar ese derecho para sí mismos.
sociedades malinké de África occidental; con la Vulgata para la cristian­ Contemplar esta variedad del cosmopolitismo es contemplar la tarea del
dad medieval; con la historia de Shaka para la nación zulú. Si existe una cosmopolitismo, que consiste en el debate y la conversación por encima
característica que distingue a las historias nuevas, las nacionales, quizá de las fronteras que separan a las naciones. Dentro de un sistema político
sea la siguiente: que unen a los ciudadanos, no en el sentido de que com ­ legítimo,podemos decretar que todos deben manejar dellado derecho, que
parten una relación con dioses, reyes y héroes, sino com o participantes la tortura está prohibida, que las emisiones de carbono deben restringirse.
en iguales condiciones, como “personas equivalentes” que forman parte de (Dentro de los sistemas políticos legítimos también hay maneras en que la
una historia común. Es decir, las comunidades políticas modernas están gente puede oponerse a tales decretos.) Claro está que la filosofía política
unidas a través de representaciones en las que la comunidad en sí misma ha tenido mucho para decir acerca de cómo debe ordenarse tal sistema polí­
es un actor, y lo que une a cada uno a la com unidad -y , por ende, a los tico, acerca de los requerimientos de la justicia y la legitimidad. Sin embargo,
demás m iem bros- es su participación, a través de la identidad nacional, cuando ya no hablamos dentro de un sistema político sino que lo hace­
en esas acciones: nuestra solidaridad moderna deriva de historias en las mos entre sistemas políticos, no podemos confiar en decretos y m anda­
que participamos a través de la sinécdoque. mientos judiciales; debemos confiar en la capacidad de escuchar y de hablar
Por otra parte, los estados tienen un valor moral intrínseco. Importan, que tienen las personas cuyos compromisos, cuyas creencias y cuyos pro­
no porque nos interesemos por ellos, sino porque regulan nuestra vida yectos pueden parecer muy distantes de los nuestros.
mediante formas de coerción que siempre requerirán justificación moral.
Las instituciones estatales importan porque son necesarias para una gran
cantidad de propósitos humanos y también porque encierran un enorme
potencial para el abuso. De acuerdo con la célebre concepción de Hobbes, C O N F R O N T A C IÓ N Y C O N V E R S A C IÓ N

el Estado, para hacer su trabajo, necesita tener el m onopolio de ciertas


formas de coerción autorizada; y el ejercicio de esa autoridad pide a gri­ Ya en las primeras páginas de Viaje sentimental, de Laurence Sterne, el
tos (aunque a menudo no merece) una justificación, incluso en lugares narrador relata las observaciones de un “viejo oficial francés” :
-com o en tantas sociedades poscoloniales- donde el sentimiento de mucha
gente respecto del Estado no es en absoluto positivo. Entonces, los cos­ En cada nación hay su pro y su contra. En todas partes hay un equili­
mopolitas no necesitan afirmar que el Estado es moralmente arbitrario a brio entre el bien y el mal, y sólo el reconocimiento de este hecho puede
la manera en que he sugerido que lo es la nación. Existen muchas razones libertar a la mitad del mundo de las prevenciones contrarias de la otra
354 l la é t i c a oe la i d e n t i d a d EL C OS MO P O L I T I S MO A R R A I G A D O I 355

mitad. La ventaja de los viajes, por cuanto al savoir vivre se refiere, está (“circuncisión faraónica” ) de las niñas como una expresión de los “valo­
precisamente en que permiten ver una gran cantidad de cosas y costum- res africanos”. Pero tam bién cuenta con defensores más atractivos: los
bres, y así enseñan la tolerancia mutua; y la mutua tolerancia, concluyó que quieren conservar un espacio para las formas de vida amenazadas
mientras me hacía una reverencia, nos enseña el am or mutuo.54 por la hegemonía económica y política del mundo industrializado. (Hemos
hablado de algunos de ellos en el capítulo 4.)
He aquí un escritor inglés del viejo canon que escribió en inglés pero Reflexionar acerca de estos debates puede ayudarnos a diferenciar dos
tam bién en francés sobre un viaje a Francia cuando ese país estaba en maneras en que podríamos justificar la tolerancia de las prácticas intole­
guerra con Inglaterra, lo que debería recordarnos el fácil cosmopolitismo rantes fundadas en tradiciones locales. La mayoría de la gente piensa que
que caracterizó a ios hombres y las mujeres de la clase instruida de Europa la circuncisión masculina es muy diferente de la femenina y, hasta donde
antes del siglo xix. Este tipo de cosmopolitismo comienza por recomen­ yo sé, no hay mucho que decir en favor de la circuncisión de los niños como
darnos que conozcamos a ios demás, con sus diferencias, y cree que eilo procedim iento médico. Incluso si lo hubiera, por razones generales de
nos conducirá a ia tolerancia, e incluso, quizás, al “amor mutuo”. índole liberal, lo mejor sería que esta forma de alteración física irreversi­
Esta manera de argumentar suscita un problema inmediato, porque ble fuera dejada a criterio de los hombres que la pondrán en práctica en
comienza por reconocer que el bien y el mal existen en todas partes. Y si su propio cuerpo;55algo similar podría decirse sobre la perforación de las
ello es así, el hecho de que tratemos a las personas de otros lugares como orejas de las niñas. Sin embargo, no cabe duda de que la im posición de
conciudadanos, ¿no nos exigiría, en realidad, amar lo bueno, pero también semejante idea sobre los miles de millones de personas que realizan las
buscar la erradicación de lo malo? ¿Por qué debería un cosmopolita libe­ prácticas en cuestión constituiría una invasión injustificada de las socie­
ral amar a los franceses tal como son en lugar de ayudarlos a mejorar? ¿Por dades donde esas tradiciones se vinculan con un sentido de la “identi­
qué no aprovechar, al mismo tiempo, las maneras en que ellos pueden dad”. Es aquí donde se separan las líneas de argumentación que sustentan
mejorarlo a él? Claro está que nosotros podemos aprender de otras clases dos respuestas diferentes.
de personas y de otras sociedades, exactamente de la misma manera que Una de las respuestas, como ya señalé, consiste en repudiar el universa­
ellas pueden aprender de nosotros; sin embargo, si lo hacemos, nos iremos lismo que hasta ahora he dado por sentado. El liberalismo no es más que
transformando inevitablemente en un mundo más uniforme. Quedarán nuestro marco de referencia local; el confiicianismo y muchas religiones
diferencias, por supuesto, pero quedarán justo en las esferas que son indi­ tradicionales africanas proporcionan otros marcos, cada uno de los cua­
ferentes para la moral; el cosmopolitismo en relación con esas esferas estará les es, como dicen ellos, “igualmente válido”. Tal posición nos permitirá
bien, pero no cabe duda de que será así sólo porque se trata de esferas aceptar la circuncisión masculina, pero sólo al costo de permitir también
moralmente secundarias. He ahí un respeto por la diferencia que continúa
comprometido con la existencia de estándares universales.
55 En mi experiencia, cuando se dicen estas cosas en lugares donde la práctica es
Pero hay otra manera de abordar la cuestión: es la de argumentar con­
común, la gente (en general los hombres) responde que la circuncisión masculina
tra los estándares universales -e l Bien, con B mayúscula- y defender la dife­ reduce la frecuencia de alguna enfermedad; por ejemplo, la infección del virus del
rencia, porque no existe un punto arquimedeano fuera del m undo de papiloma humano. Es probable que esto sea verdad, de acuerdo con los médicos
localidades contendientes desde donde sea posible arbitrar. Esta concep­ de la International Agency for Research on Cáncer Multicenter Cervical Cáncer
ción cuenta con exponentes poco agradables: los déspotas de la a s e a n , Study Group, quienes recientemente publicaron un artículo titulado “ Male
circumcision, penile human papillomavirus infection, and cervical cáncer in
quienes defienden la intolerancia de sus regímenes ante las denuncias de
female partners” en el New England Journal of Medicine, N° 346, n de abril de
Amnesty International argumentando que las campañas por los derechos 2002, pp. 1105-1112. Sin embargo, ello solucionaría el problema sólo en el caso de
humanos no son más que otro intento colonial de im poner normas occi­ que no existieran desventajas correspondientes provocadas por la circuncisión; y
dentales sobre los “valores asiáticos”; o los que defienden la infibulación sólo si esas ventajas médicas tuvieran la importancia suficiente para contrarrestar
cualquier desventaja y no pudieran lograrse de otra manera (por ejempLo,
mediante una buena higiene). Y, por cierto, estas afirmaciones recientes no
54 Laurence Sterne, Viaje sentimental, Buenos Aires/México, Espasa-Calpe Argentina, implican que la práctica fuera razonable cuando se originó, dado que en ese
s/f, traducción de Alfonso Reyes, p. 83. entonces no eran conocidas.
356 I LA É TI CA DE LA I D E N T I DA D EL COSMOPOLI TIS MO AR RA I G AD O 1 357

la infibulación femenina. A esta altura no sorprenderé a nadie si digo que está más próximo a la realidad que el de los demás.56 Así, se trata de una
el repudio del universalismo me inspira muy poca simpatía: nos exige que experiencia originada en el tipo de encuentros transnacionales con los cua­
definamos mundos herméticamente cerrados, sin aperturas que los comu­ les comienza el cosmopolitismo liberal, tal como lo expresa el oficial fran­
niquen entre sí, dentro de los cuales todos los habitantes están atrapados cés de Sterne. El ironismo no es para la gente hogareña.
en un consenso moral que es inaccesible para los argumentos del exterior; Este antiuniversalismo escéptico, claro está, no es exclusividad de Rorty,
abjura del universalismo moral apoyándose en el mismo punto arquime- En las últimas décadas, una multitud de escépticos han declarado su opo­
deano que repudia, y se maneja muy mal con la realidad de la disensión sición al “ humanismo iluminista”. El humanismo al que se refieren -con
interna. ¿Qué debemos decir de las mujeres africanas que se oponen a la su noción de esencia humana, de una naturaleza humana que fundamenta
infibulación? ¿Y de los indonesios que han luchado para poder expresarse la universalidad de los derechos humanos^- se ha vuelto para muchos absurdo
libremente? Desde mi punto de vista, el daño infligido por la circuncisión sin más. Sin embargo, el argumento opositor a ese humanismo no siem­
masculina no voluntaria (por ejemplo) es demasiado pequeño para con­ pre ha logrado esquivar la confusión. Las críticas a la Ilustración que siguen
trarrestar el valor que deriva de los significados más amplios en los que estos criterios -las críticas que combinan el antirrealismo metafísico y el
está inserta; en contraste, la infibulación y las limitaciones de la libre expre­ escepticismo epistemológico— se han unido a una crítica cuyos fundamen­
sión en Indonesia, por muy arraigadas que estén en tradiciones locales, tos son, por así decir,plus universalistes que le roi. Es decir, a menudo los ata­
son demasiado gravosas para estar justificadas por su contribución a los sig­ ques al “humanismo iluminista” no han arremetido contra la universalidad
nificados de identidades particulares de África o del Sudeste asiático. de las pretensiones iluministas, sino contra el eurocentrismo de sus bases
El problema con la oposición al universalismo es que protege la diferen­ reales. No cabe duda de que la incapacidad de Hume o de Kant o de Hegel
cia al costo de aislar a cada comunidad en un m undo moral aparte. Así, para imaginar que un africano pudiera llegar a algo en la esfera de ‘ las
podría suponerse que un enfoque de esas características sencillamente se artes y las letras” es objetable, no porque sea humanista o universalista, sino
ha vuelto irrelevante para el proyecto del cosmopolitismo. Después de todo, porque no es ninguna de las dos cosas. En gran parte, lo que ha motivado
la simple celebración de raíces culturales no representa una confrontación esta reciente oposición al universalismo ha sido la convicción de que el uni­
con el cosmopolitismo, sino sólo una alternativa a él. Sin embargo, existe versalismo del pasado era una proyección de los valores y los intereses euro­
un enfoque opuesto al universalismo -difundido por Richard R orty- que peos: no se trata de decir que la Ilustración era un proyecto incorrecto,
parece engranar genuinamente con el proyecto del cosmopolitismo libe­ sino que la Ilustración real no estaba suficientemente ilustrada.
ral. En efecto, si es que resulta posible concebir un cosmopolitismo parti­ Desde luego que los escépticos del viejo humanismo también han reclu­
cularista - a pesar del aparente oxím oron-, Richard Rorty ha desarrollado tado consideraciones pragmáticas. En el final de su ensayo “Justice as a lar-
la mejor argumentación para defenderlo. ger loyalty”, Rorty escribe:
El argumento comienza con lo que él llama “ ironismo”, que combina el
reconocimiento de la contingencia histórica de nuestras creencias y nues­ Creo que desechar el racionalism o residual que heredam os de la
tros deseos más importantes —que Rorty denomina nuestro “vocabulario Ilustración es aconsejable por varias razones. Algunas son teóricas y sólo
definitivo — con las dudas radicales y continuas” respecto de nuestros pun­ interesan a los profesores de filosofía. [... ] Otras son más prácticas. Una
tos de partida. Este ironismo es un rasgo bastante común en nuestra aca­ de las razones prácticas es que si Occidente se liberara de la retórica
demia contem poránea, aunque no está de más recordar que el mundo racionalista tendría la posibilidad de aproximarse al mundo n o occi­
abunda en personas (tanto dentro como fuera de la academia) cuyas dudas, dental como alguien que tiene una historia instructiva para contar, en
si es que las tienen, acerca de los fundamentos de sus posiciones morales lugar de abordarlo como alguien que cree ser el mejor usuario de una
están muy lejos de hacerse manifiestas. El ironismo se funda en la expe­ capacidad humana universal.57
riencia de “impresionarse por otros vocabularios [... j considerados defi­
nitivos por personas o libros” con los que uno se encuentra, y en la
56 Richard Rorty, “ Justice as a larger loyalty”, en Phengh Cheah y Bruce Robbins
convicción de que no hay nada en el propio vocabulario definitivo que (eds.), Cosmopolitics, Minneapolis, University o f Minnesota Press, 1998, P- 73-
pueda respaldar o disolver” esas dudas, porque el vocabulario propio no 57 Ibid., p. 57-
358 I LA ÉTICA DE LA I DE NT I DA D EL COSMOPOL IT IS MO AR R A I G A D O I 359

Esa “capacidad humana universal” es la “razón”. Rorty propone que los inter­ afirmaciones morales. Los principios eran universales, lo local era su apli­
locutores “occidentales” en su diálogo con los “no occidentales”, no inten­ cación. Se trataba de una forma de realismo moral: la concepción según
ten demostrar que su uso de la capacidad universal de razonar haya revelado la cual el universo, y no el juicio humano, determina qué es correcto y
más verdades y una mejor manera de vivir, sino que, en cambio, sugieran qué es incorrecto. Y claro está que si el realista moral cree que el universo
que entre nuestros “deseos y creencias compartidos podría haber recursos está de su lado, naturalmente creerá que se opone a esos Otros que no están
suficientes para llegar a un acuerdo respecto de cómo coexistir sin violen­ de acuerdo con su visión.
cia”.58Entonces, he aquí una propuesta para desarrollar lo que podría pare­ A lo largo de los años se detectaron muchos problemas en ese proyecto.
cer una grata paradoja: el cosmopolitismo antiuniversalista. Retornaré a ella Uno de ellos radicaba en que los realistas morales parecían caer en lo que
luego de bosquejar una versión que me parece más agradable. E. G. Moore denominó “falacia naturalista”, ese error, supuestamente des­
Si deseamos permanecer fieles a la idea de que el etnocentrismo ilumi- cubierto por Hume, de derivar el “debe” del “es” confundiendo hechos con
nista estaba equivocado, pero sin dejar de lado nuestra coincidencia con valores, es decir, lo “verdadero” con lo “bueno”. Después de dos siglos de
las dudas radicales y continuas de los ironistas, debemos encontrar, creo, filosofía empirista, muchas líneas filosóficas actuales (tal como he tenido
una respuesta diferente de la de Rorty para la experiencia cosmopolita de ocasión de señalar más de una vez) nos instan a renunciar a la oposición
sentirse “impresionado por otros vocabularios”. Yo prefiero hablar con la entre hecho y valor, y a aceptar alguna forma de realismo moral; según estas
Ilustración: pensar en el diálogo - y no me refiero sólo al diálogo entre concepciones, los hechos morales son tan reales como los hechos natura­
naciones del cual son partidarios los cosmopolitas- com o búsqueda com­ les más básicos. Rorty parece tomar por la dirección opuesta; en tanto que
partida de la verdad y la justicia. renuncia a la idea de que el universo determina qué son los hechos, encuen­
Hay algo en lo que podemos estar de acuerdo: los habitantes de otras tra la realidad de los valores tan incierta como los hechos naturales más
partes del m undo atraen nuestra atención moral; a través de ellos vemos básicos. Éste es un debate filosófico que me concierne y, a mi parecer, Rorty
el “equilibrio entre lo bueno y lo malo” en una posición particular, y ello se equivoca al llegar aquí. Sin embargo, los debates sobre el realismo en rela­
despierta nuestra simpatía. En una narrativa humanista del pasado, esta ción con lo “verdadero” y lo “bueno” no comportan un peso especial en el
glosa se habría aplicado al descubrimiento de la humanidad compartida, contexto de un diálogo entre el “Occidente” y el “no Occidente” de Rorty;
y hubiera sido posible defender tales reacciones ante los otros como una o bien, para decirlo en términos algo más concretos, entre los “derechos
fuente de conocimiento más profundo de la naturaleza humana. “Sí, ellos humanos” y los “valores asiáticos”. Porque si la falacia naturalista es un error,
son diferentes, y eso nos regocija; pero, a fin de cuentas, sólo puede rego­ entonces el viejo argumento humanista constituye un mal fundamento para
cijarnos porque es diferencia humana’. ' (Aquí se oyen compases del Himno la creencia en los derechos humanos, incluso dentro de Occidente.
a la Alegría “Alie menschen werden Brüder. .. ” undso weiter.) Y en este punto El problema que quiero plantear en relación con el diálogo entre las
concuerdo con la crítica al humanismo iluminista: creo que se trata de la sociedades se suscita incluso en el caso de que el realismo moral sea correcto.
conclusión errónea. Y si la posición que estoy caricaturizando como la del viejo humanismo
Para llegar a la conclusión correcta, comenzaré por esbozar una carica­ se hubiera enfrentado con seriedad a otras sociedades, habría tenido que
tura de la concepción que hemos rechazado. En esa vieja concepción había vérselas con este problema que nada tiene de teórico.
una naturaleza humana objetiva; había necesidades e intereses objetivos, Resulta que yo sí creo en la existencia de una biología humana univer­
fundados tanto en nuestra naturaleza animal como en nuestra naturaleza sal, de una naturaleza hum ana biológica. Diría, por ejemplo, que está
racional, y era en esas naturalezas comunes donde, de alguna manera, se configurada por ese más de 99% de genes que todos compartimos y por
basaban nuestros derechos humanos com unes. Entonces, la tarea que el hecho de que no hace más de cien mil años que vivió nuestro ancestro
uno enfrentaba al dirigirse a una sociedad que no fuera la propia -a l diri­ com ún más cercano. Acontecimientos tan centrales como la vieja tríada
girse a un pueblo cuyas concepciones morales fueran O tras- consistía en “nacimiento, cópula y m uerte” - “todo lo que cuenta cuando vam os al
señalarle esa naturaleza com ún y mostrar cóm o ella fundamentaba sus grano”, como lo expresa T. S. Eliot- constituyen reflejos muy obvios de
esa biología. En consecuencia, no creo que lo incorrecto del viejo argu­
58 Richard Rorty, “Justice as a larger loyalty”, op. cit., p. 55. mento radique en su apelación a una esencia humana.
360 I LA ÉT I CA DE LA I DE NT I DA D EL COSMOPOLI TIS MO A R R A I G A D O I 3 6 1

El problema que se vuelve evidente cuando tom amos casos reales es Lo que intento señalar es que hay algo incorrecto en la noción original
que los numerosos intereses que compartimos en virtud de nuestra bio­ de cómo debe establecerse el diálogo. Esta noción se basa en la idea de
logía no funcionan fuera de sus contextos simbólicos. No parimos orga­ que debemos llegar a acuerdos en el nivel de los principios: ésta es la natu­
nismos, sino descendencia; no copulamos con otros cuerpos, sino con raleza humana; esto es lo que dicta la naturaleza humana. Sin embargo, lo
amantes y cónyuges; y el fin de la vida humana tiene un significado que que aprendemos cuando intentamos entablar un diálogo real entre cultu­
no sólo depende de cuestiones fácticas (¿hay vida en el más allá?), sino ras - lo que aprendemos de nuestros viajes, pero también de ios poemas o
también de cuestiones axiológicas (¿tenemos en nuestra sociedad la noción las novelas o las películas que vienen de otros lugares- es que podemos
de una vida que, en algún sentido, está completa?). Una biología com­ identificar acuerdos que son m ucho más locales y contingentes que los
partida -u n a esencia humana natural- no nos da, en el sentido perti­ acuerdos de principio. En efecto, podemos concordar con muchas partes
nente, una naturaleza ética compartida. Y una vez que entablamos diálogo de un juicio, incluso si no compartimos el marco dentro del que se for­
con personas cuyas concepciones acerca de estos temas difieren de las maron esos juicios, incluso si no identificamos un marco, incluso si no se
nuestras, descubrim os que no existe una manera inapelable de estable­ articula ningún principio. Y los problem as que nos dificultan la c o m ­
cer hechos básicos, sean o no de índole moral, a partir de los cuales poda­ prensión de las narraciones o los vecindarios de los lugares más remotos
mos com enzar a debatir: no existen cimientos garantizados. Y aquí no también pueden presentarse, con la misma facilidad, cuando intentamos
ayuda decir, con el realismo moral de la vieja escuela, que el hecho de que comprender las narraciones o los vecindarios de la esquina de casa.
podam os o no podam os persuadir a los demás de la corrección de nues­ Nuestro ironista no se percata de estas cosas, creo, porque supone que
tras concepciones del bien para ellos no tiene que ver con que nuestras los debates que se suscitan dentro de Occidente difieren de los debates entre
concepciones sean o no correctas. Aun cuando también concuerdo con Occidente y no Occidente. Y ello ocurre porque el ironista cree -tal com o
esa posición, hasta ahora no es más que una cuestión teórica, un tema sugiere la provocativa confesión de “etnocentrismo” que hace Rorty— que
para filósofos. algo llamado “cultura occidental” hace para las conversaciones que se enta­
En la vida real, los juicios acerca de lo correcto y lo incorrecto están ínti­ blan dentro de Occidente lo que el universo hacía para mi humanista. Según
m am ente ligados a creencias metafísicas y religiosas y a creencias res­ Rorty, lo que compartimos todos es ese algo llamado “cultura occidental”,
pecto del orden natural. Y éstos son asuntos acerca de los cuales puede por contingente que sea desde el punto de vista histórico: es el mar en el
resultar difícil llegar a un acuerdo. (Es difícil persuadir a algunas perso­ que navegamos juntos, el aire que respiramos todos. Sin embargo, y o no
nas de la inexistencia de los electrones o, a la inversa, de la inexistencia de creo en la homogeneidad de este frío aire occidental ni en su completa dife­
las brujas.) El diálogo real pronto se topará con obstáculos infranqueables, rencia respecto del aire del “cálido Sur”.
porque los interlocutores que no acuerdan en este nivel probablemente tra­ Después de mis advertencias del capítulo 4, el lector no se habrá sor­
tarán las afirmaciones de los otros cumo “meras hipótesis” y, por ende, no prendido de que en el análisis de estas cuestiones no haya aparecido la pala­
las tomarán en serio. bra “cultura”, excepto (como ocurrió en las últimas oraciones) a m odo de
Com o resultado, si en realidad entablamos un diálogo separados por cita. En efecto, he llegado a la conclusión de que, al igual que el éter lu m i­
una brecha sustancial entre creencias, experiencia, imaginación o deseos, niscente de la física decimonónica, la cultura no funciona mucho que diga­
nos resultará imposible llegar a acuerdos reales en el nivel de los princi­ mos en este tipo de explicaciones. N o quiero decir que la palabra “cultura”
pios; más aun, a menudo no sólo seremos incapaces de llegar a un acuerdo deba retirarse de nuestro léxico o que siempre resulte completamente inútil;
de principio -acerca de lo que debemos creer- sino que tampoco podre­ lo que me propongo señalar es que a veces su profusión de hierbajo puede
mos acordar acerca de lo que debe hacerse. Para decirlo en términos con­ abarrotar el análisis. Tratar la diferencia internacional entre lo que Rorty
cretos, no necesitamos resolver desacuerdos de principio respecto de la llama “Occidente” y “no Occidente” como una especie particularmente
razón por la que debemos salvar a un niño de morir ahogado si, en reali­ profunda de algo llamado “diferencia cultural” constituye, en mi opinión,
dad, estamos de acuerdo en que el niño debe ser salvado. El problema se un error característico de la modernidad. Cuando, no hace mucho, releí
presenta sólo si el otro piensa que el niño debe morir porque lo ha llamado Viaje sentimental, la encontré m ucho más extraña que cualquier novela
un ancestro, y yo no estoy de acuerdo. africana que hubiera leído recientemente: me dio más trabajo; necesité más
362 I LA É TI CA DE Í A I DE NT I DA D EL COSMOPOLI TIS MO AR R A I G A D O i 363

notas al pie; hubo más oraciones que debí leer dos veces. La política sexual logo entre sociedades”, y quizás el lector haya pensado que se trataba de
del libertinaje casual de Sterne (el libertinaje, deberíamos recordar, de un una manera perifrástica de invocar el diálogo entre culturas. Pero si es
sacerdote de la Iglesia de Inglaterra) m e resulta más extraña que cual­ verdad que existen dificultades respecto de lo que concebimos como diá­
quier aspecto de la política de género de Murasaki. En estas circunstancias, logo entre culturas, a menudo esas dificultades no son ni más ni menos
¿de qué sirve hablar de la cultura occidental como algo que sustenta “nues­ sustanciales que las que obstaculizan los diálogos dentro de las sociedades.
tra” respuesta a Sterne, o de la cultura japonesa como una barrera para
“nuestra” comprensión de Murasaki Shikibu?
Sería una tarea muy larga determinar por qué hemos llegado a invocar
la “cultura” para nombrar la brecha que se abre entre nosotros, los de aquí, B IE N E S R IV A L E S , D IO S E S R IV A L E S
y ellos, los de allá. Sin embargo, deberíamos reconocer hasta qué punto esa
brecha es el producto de un artificio teórico. La antropología, nuestra fuente Es un error muy común confundir diversidad con desacuerdo; sin embargo,
de las narrativas de la otredad, tiene una concepción profesional sesgada la realidad es que las discusiones suelen ser más intensas - y num erosas-
de la diferencia. ¿Quién querría pasar un año haciendo trabajo de campo entre personas que comparten una gran cantidad de ideasy principios nor­
“en los matorrales” para volver con la novedad de que “ellos” hacen tantas mativos. De hecho, no podemos tener muchos desacuerdos con nuestro
cosas igual que las hacemos nosotros? Nadie dice nada sobre la semejanza gato. Cuando nos confrontamos con alguien que nos es remoto desde el
entre las culturas por la misma razón por la que nadie dice nada sobre las punto de vista del idiom a y los supuestos, es más probable que nuestra
sustancias no carcinógenas que están presentes en nuestro medio ambiente: reacción consista en la simple incomprensión y no en el desacuerdo. (Se
porque la semejanza invalida el resultado.59 Un poco antes hablé del “diá­ trata de un hecho básico para la etnografía. ¿Qué hacen esos nuer con ese
pepino?; para tener una opinión, necesitamos saber más.) Y los desacuer­
dos más fructíferos sólo son posibles cuando se comparten todo tipo de
59 Un propósito para el cual a menudo se echa mano de la “cultura” es la defensa de
. la autonomía cultural. Por ejemplo, el teórico político Anthony Smith define la supuestos fundamentales. En un sentido, los economistas Joseph Stiglitz
autonomía cultural como el “control total de todos los aspectos de la vida cultural y Andrei Shleifer tienen muchos más motivos de enfrentamiento -m uchas
de una comunidad étnica ejercido por sus representantes” (Anthony Smith, citado más posibilidades de llegar a un desacuerdo sustantivo- que Stiglitz y el
en Tomlinson, Cultural imperialism, op. cit., p. 96). Se trata de una noción
poeta Jorie Graham, quienes, a su vez, tienen más sobre lo cual discutir que
precaria: en un magnífico análisis, John Tomlinson cuestiona el propio lenguaje
de la autonomía cultural. Ya sabemos lo que significa para un individuo ser
Stiglitz y Kenge, uno de los pigmeos m buti sobre los que escribe Colín
autónomo o, más precisamente, tener grados potenciales de autonomía. Y no Turnbull en Theforestpeople.Y el área de disputa entre nuestros dos macro-
tenemos dificultades en hablar así de instituciones que actúan en favor de economistas estadounidenses no sólo involucrará meras cuestiones téc­
colectividades. Sin embargo, para que la “autonomía cultural” tenga sentido, nicas, sino también, en efecto, cuestiones sustantivas de “valores”, que, en
sostiene Tomlinson, “una cultura debería tener la posibilidad de estar libre de
este contexto, podrían incluir cuánto importan determinadas considera­
control externo y ser capaz de actuar, es decir, de ser un agente. Los análisis típicos
de la ‘autonomía cultural’ suelen restar importancia a esta cuestión”. Y ciones - la justicia distributiva, la transparencia, la ausencia de paterna-
el intento de desarrollar las implicaciones de la autonomía cultural, en la línea de lismo, etc.-. Y tampoco se trata aquí del mero narcisismo de las pequeñas
la propuesta de Anthony Smith, no hace sino poner esto más en evidencia. Puesto diferencias. (A fin de disentir respecto de la adecuación de la semántica
que, señala Tomlinson, apenas introducimos el aparato de esos representantes,
antirrealista al m odo condicional es necesario concordar en una gran
quienes pueden no hablar "en favor de la cultura” como un todo, perdemos de
vista la concepción holística de cultura: “Es posible que los representantes de una
comunidad cultural se opongan a las importaciones culturales, mientras que otros
miembros de la cultura las reciben de buena gana: con todos estos problemas el gobierno. En este sentido, las culturas no son más que descripciones de cómo
retornamos al nivel individual del análisis. Lo que está en juego es el sentido en el actúan las personas en las comunidades, en situaciones históricas particulares”. Los
que puede decirse que una cultura en el sentido holístico es capaz de autonomía. “representantes culturales” individuales pueden hacer campañas en la u n e s c o:
Y el problema real en este punto radica en el hecho de que las culturas, en ese todos deberíamos tener en cuenta el maltrato de los pueblos aborígenes. “ Pero lo
sentido, no pueden ser vistas como agentes. Las culturas no ‘actúan’, ni siquiera en que no habla, no actúa y, por lo tanto, no puede ser considerado autónomo
el sentido más bien abstracto en el que actúan las instituciones sociales tales como -observa Tomlinson- es la cultura en sí misma” (Tomlinson, ib id pp. 96-97) •
364 I LA ÉTICA DE LA I DENTIDAD E l COSMOPOL IT IS MO AR R A I G A D O I 3 6 5

cantidad de proposiciones previas, incluida la noción de que vale la pena H IS T O R IA S IT IN E R A N T E S

debatir sobre el tema.) Para reducirlo a un lema: el desacuerdo presupone


la opción cognitiva del acuerdo.60 El cosm opolitism o que me propongo defender no es un diálogo entre
Quizás esté de más decir que la existencia de conflicto -la tensión geo­ culturas estáticas cerradas, cada una de las cuales es homogénea en su inte­
política- tampoco sigue la huella de la diferencia moral o metafísica. En rior y diferente de todas las demás: no es una celebración de la belleza que
su mayor parte, el conflicto entre las potencias nacionales no surge de un emana de un conjunto de cajas cerradas. Por el contrario, lo que quiero
enfrentamiento entre concepciones del bien; por el contrario, surge cuando hacer plausible es una forma de universalismo que sea sensible a las mane­
ambos han identificado la misma cosa com o bien, y cuando ese bien es ras en que el contexto histórico puede configurar la importancia de una
un “bien rival”, com o se traduciría en el argot de la economía (algo que práctica. Al mismo tiempo, me propongo desarrollar la noción según la
no puede ser compartido por dos partes al mismo tiempo: un puerto, un cual a menudo no necesitamos alcanzar un acuerdo teórico sólido para
pozo de petróleo, una porción de territorio fértil.)6' El hecho de que tanto afianzar las prácticas compartidas.
los palestinos como los israelíes -en particular, los musulmanes y los judíos El humanismo que he caricaturizado estaba en lo cierto cuando pen­
practicantes- tengan una relación especial con Jerusalén, con el Monte saba que lo que tenemos en común los seres humanos es importante; donde
del Templo, ha sido y es una fuente segura de conflicto. La educación cos­ se equivocaba era en la delim itación de esas cosas en com ún. Lejos de
mopolita, dice Martha Nussbaum, debería ayudar a los estudiantes “a reco­ apoyarnos en una comprensión compartida de nuestra naturaleza humana
nocer la humanidad donde sea que la encuentren, sin dejarse intimidar com ún o en la articulación com ún (mediante principios) de una esfera
por los rasgos que les resulten extraños”, y “a aprender todo lo que sea nece­ moral, a menudo respondemos a las situaciones de los demás con juicios
sario acerca del diferente a fin de reconocer objetivos, aspiraciones y valo­ compartidos acerca de casos particulares. Nosotros, en nuestro escenario,
res comunes; y todo lo que sea necesario acerca de esos fines comunes a fin somos capaces de encontrar muchas instancias en las que compartimos
de ver de cuántas diversas maneras están plasm ados en las numerosas con personas de escenarios diferentes la sensación de que algo ha ido bien
culturas y en sus historias”. Una vez más, creo que se trata de un ideal loa­ o ha ido mal. N o es un principio lo que une al médico misionero y a la
ble, pero constituiría un error pensar que por esa vía es posible alcanzar madre desolada junto a la cama de un niño con cólera, sino la preocupa­
la armonía entre los pueblos. La proximidad, sea espiritual o de otra índole, ción que comparten por ese niño en particular. Y no es necesario ser misio­
es tan factible de conducir a la amistad como al conflicto. Giacomo Leopardi, nero o etnógrafo para descubrir esos momentos: también ocurren cuando
en su Pensieri, dice que “ se lee que no sé qué sabio, a quien se le dijo: — ‘te leemos.
quiero bien’, respondió: — ‘¿Y por qué no; si no eres de mi religión, ni mi Lo que encontramos en la épica o en la novela, que siempre es un m en­
pariente, ni mi vecino, ni persona que me mantenga?”’.62 saje en una botella que nos llega desde otra posición, incluso si fue escrito
y publicado la semana pasada en nuestra localidad, no deriva de una com ­
prensión teórica compartida de nuestra naturaleza humana com ún -d e
60 Podría objetarse que exisie una diferencia de magnitud entre el Lebenswelt de los
mbuti y el de un ejecutivo de mercadeo de Standard Brands, en comparación con una comprensión que todos nosotros (escritores y lectores) com partim os-
los de nuestros académicos contendientes, por ejemplo. Pero deberíamos sino de una invitación a responder con la imaginación a situaciones cons­
resistirnos a la noción de que hay más desacuerdos; una vez más, allí donde no truidas mediante la narrativa. En suma, lo que hace posible para nosotros
podemos comparar, tampoco podemos contar.
la experiencia cosmopolita, seamos lectores o viajeros, no es el hecho de
61 Aquí me tomo libertades léxicas: en el uso estándar que se hace del término en el
campo de la economía, esas partes son individuos; en consecuencia, una camisa que compartamos creencias y valores a causa de la capacidad para razo­
puede contar como bien rival, pero no así un puerto. Sin embargo, creo que nar que tenemos en común. En la novela, al menos, no es la “razón” sino
resulta útil colectivizar la noción para aplicarla al contexto de los conflictos una capacidad humana diferente la que constituye la base de nuestra posi­
nacionales.
bilidad de compartir; a saber, la captación de una lógica narrativa que
62 Nussbaum, “Patriotism and cosmopolitanism”, op. cit., p. 9. Añade Leopardi: "El
nos permite construir el mundo al que respondan nuestras representacio­
odio a nuestros semejantes es mayor con los más allegados’’ (Giacomo Leopardi,
Prosa y pensamientos de Leopardi, vertido por primera vez al castellano por Ciro nes; y esa capacidad está presente a lo largo del río Amazonas, del Mississippi,
Bayo, Madrid, Casa editorial de la viuda de Rodríguez Serra, s/f, p. 160). del Congo, del Indo y del Yellowstone, así como a orillas del Avon y del
366 I U ÉTICA DE LA I DEN TI DAD EL C O S MO PO LI TI SMO A R R A I G A D O I 367

Dordoña. En el capítulo i señalé que una serie de filósofos habían hallado mente variado. En el caso de las historias -lo s poemas épicos, y también
razones para hacer hincapié en el hecho de que encontramos sentido a las formas modernas, como las novelas y las películas, por ejem plo-, es la
nuestra vida a través de la narrativa, que vemos nuestras acciones y expe­ capacidad de seguir una narrativa y conjurar un mundo, y resulta que
riencias como partes de una historia. Y la capacidad humana básica de cap­ hay gente en todas partes que está más que dispuesta a hacerlo. Ésta es la
tar historias, incluso historias extrañas, es también la que nos vincula, epistemología moral que hace posible el cosmopolitismo.
con una fuerza poderosa, a los otros, incluidos los otros extraños. El programa del cosmopolitismo liberal se centra en las conversacio­
Insisto en el acuerdo respecto de lo particular en lugar de lo universal nes entre lugares, pero el argumento que respalda esas conversaciones es
y en el papel que desempeña la imaginación narrativa -nuestra respuesta aplicable a las conversaciones entre ciudades, regiones, clases, géneros,
a una secuencia de particularidades- porque se trata de elementos desaten­ razas, sexualidades, a través de todas las dimensiones de la diferencia. Porque
didos en nuestras explicaciones de la manera en que respondemos a las es innegable que aprendemos algo acerca de la humanidad cuando respon­
personas diferentes de nosotros. No niego que también se produzcan acuer­ demos a los mundos que otras personas conjuran con palabras en el marco
dos respecto de lo universal, ni sostengo que el don y la captación de la narrativo de un cuento folklórico, o con imágenes en el marco de una pelí­
narrativa sean lo único que compartimos. De hecho, he aquí un punto en cula. Aprendemos acerca de la extraordinaria diversidad de las respuestas
el que nuestro desacuerdo filosófico respecto del racionalismo hace una humanas a nuestro mundo y de la miríada de puntos de intersección que
diferencia: que la “retórica racionalista” afirme que los seres humanos, en existen entre esas respuestas diversas. Si hay algo que podemos achacarle
todos los encuentros, se debaten con el mismo aparato mental para enten­ a la Ilustración, no es que los philosophes creyeran en la naturaleza humana
der un m undo único. No sólo creo, a diferencia de Rorty, que las cosas o en la universalidad de la razón, sino que fueran tan increíblemente poco
son así, sino que además creo, a pesar de Rorty, que pensar de esta manera imaginativos respecto de la gama de aspectos que tenemos en común.
ayuda a resolver los desacuerdos con los otros, ya vivan en la esquina de Es posible que la posición a la que he arribado dé la impresión de situarse
casa o allende los océanos o los siglos. Rorty supone que el racionalista está en un lugar incóm odo, a m edio cam ino entre los im pulsos que deno­
condenado a pensar que “nosotros” estamos en lo cierto y “ellos” se equi­ miné, respectivamente, “universalista” y “antiuniversalista”. Dije que la base
vocan; sin embargo, si no existe más que un mundo único, entonces tam­ com ún para el diálogo entre dos personas o dos sociedades incluye, en
bién es posible que ellos estén en lo cierto. Sólo podemos aprender general, una extraña mezcolanza de elementos particulares y universales:
mutuamente de nuestras historias si compartimos tanto las capacidades imaginación narrativa, la capacidad de amar y razonar, algunos principios,
humanas com o un mundo único; el relativismo acerca de cualquiera de juicios acerca de la corrección e incorrección respecto de casos particula­
las dos cosas constituye una razón para hacer silencio, no para conversar. res, la apreciación de ciertos objetos. Pero ello esquiva problemas esen­
El cosmopolitismo imagina un mundo en el que las personas y las nove­ ciales, como el de determinar si existen en realidad valores asiáticos que
las y la música y las películas y las filosofías viajan a lugares donde se los difieren de los occidentales cuando, por ejemplo, se le quita peso moral a
entiende de maneras diferentes, porque las personas son diferentes y son la individualidad en favor de lo colectivo. La cuestión no es determinar si
bienvenidas en su diferencia. El cosmopolitismo puede funcionar porque lo que podemos compartir es diverso -q u e lo e s- sino si incluye o no el
es posible entablar conversaciones comunes acerca de esas ideas y esos obje­ respeto por ciertos valores morales fundamentales; entre ellos, en parti­
tos compartidos. Pero lo que vuelve posibles esas conversaciones no siem­ cular, los derechos humanos fundamentales.
pre es la “cultura” compartida; ni siquiera, como lo imaginaban los viejos Y debo insistir en un punto: no sólo me preocupa determinar si todos
humanistas, los principios o los valores universales (aun cuando, como tenemos esos derechos; creo que sí... pero era de esperarse, dado que, en
ya he señalado, las personas que provienen de lugares distantes entre sí la medida en que existe algo llamado “Occidente”, yo estoy firmemente ins­
puedan descubrir que sus principios coinciden), y tampoco la compren­ talado allí desde el punto de vista intelectual. Estoy preocupado por lo
sión compartida (aun cuando haya personas con experiencias muy dife­ que llamo “la cuestión práctica” de determinar si es esperable que todos
rentes que terminen concordando acerca de las cosas más inverosímiles). los habitantes del mundo (o, al menos, casi todos, una vez que nos hayan
Lo que funciona en los encuentros con otros seres humanos de los cuales prestado un grado razonable de atención) se avengan a concordar en que
nos separan brechas de espacio, de tiempo y de experiencia es enorme­ tenemos esos derechos.
368 ¡ LA ÉTIC A DE LA I DE NT I DA D EL C OS MO P O L I T I S MO A R R A I G A D O I 369

Claro está que se trata de una pregunta demasiado amplia para respon­ mentos de derechos humanos, porque esos instrumentos plasman pro­
der aquí. Y, en cierto sentido, es una pregunta cuya respuesta se está de­ tecciones que son a la vez deseables y necesarias. Según Ignatieff:
sarrollando frente a nuestros ojos. Contem plam os un m undo cuyos
habitantes se confrontan mutuamente con ideas distintas acerca de lo que Los derechos humanos son la única lengua moral vernácula de alcance
importa en la vida humana, y las influencias viajan, a través de los medios, universal que valida las denuncias de mujeres y niños contra la opresión
de la cultura popular, del evangelismo y, qué duda cabe, de muchas otras de las sociedades patriarcales y tribales; son la única lengua vernácula
maneras. Sin embargo, a fin de pensar con claridad acerca de lo que está que hace posible que las personas dependientes se perciban a sí m is­
en juego aquí, es preciso saber bien cuál es la idea de derechos que res­ mas como agentes morales y actúen contra prácticas -matrimonios arre­
paldamos. glados, purdah, limitación de los derechos cívicos, mutilación genital y
esclavitud doméstica, entre otras- ratificadas por el peso y la autoridad
de sus culturas. [... ]
Esos agentes buscan la protección que les brindan los derechos huma­
G L O B A L IZ A R LO S D E R E C H O S H U M A N O S nos precisamente porque ella legitima sus protestas contra la opresión.63

Los derechos humanos tal como realmente existen son, por sobre todas las Tal como insiste Ignatieff, es el individualismo moral del discurso de los
cosas, criaturas de algo similar a la ley: son el resultado de acuerdos pro­ derechos humanos lo que le permite desempeñar ese papel, por lo que no
mulgados por los estados y los individuos, que a veces requieren acción y podemos decir que la noción de derechos humanos esté metafísicamente
a veces la prohíben. Los usan los funcionarios para justificar acciones, tanto desnuda; sin embargo, en cuanto a lo conceptual, lleva - o debería llevar-
dentro de los estados com o entre ellos, y los invocan los ciudadanos de pocas ropas.64 N o cabe duda de que no necesitamos concordar en que se
muchos estados para reclamar protección de los abusos. La amplia diver­ nos haya creado a imagen y semejanza de Dios, o en que tengamos dere­
sidad de personas que los invocan incluye, claro está, una diversidad sus­ chos naturales que emanan de nuestra esencia humana, para concordar en
tancial de opiniones acerca de problemas m etafísicos, en particular que no queremos ser torturados por los funcionarios del gobierno, ni estar
relacionados con la religión; incluso si hubiera una verdad única respecto expuestos a arrestos arbitrarios, ni que se nos quite la vida, la familia o la
de esos temas, sería altamente improbable que llegáramos a ella en un futuro propiedad.
cercano. Aun así, resulta preciso reconocer que el discurso de los derechos huma­
La ventaja más importante délos instrumentos que no se encuadran den­ nos hace tiempo que tiende a desbordarse. Esa tendencia podía percibirse
tro del funcionamiento de una tradición metafísica radica, sin duda, en que ya en la Declaración Universal de Derechos Humanos, proclamada por
pueden ser aceptados por personas que provienen de diferentes tradicio­ las Naciones Unidas en 1948, y desde entonces se ha hecho cada vez más
nes metafísicas. Y la mayor desventaja es que, sin alguna fundamentación evidente. El problema en este punto no es que los derechos humanos sean
básica -sea o no metafísica- resulta difícil ver por qué deberían tener algún
poder o surtir algún efecto. La mera elaboración de declaraciones que orde­
nan actuar de una u otra manera no suele conducir a que las personas actúen 63 Michael Ignatieff, Human rights aspolitics and idolatry, Princeton, Princeton
University Press, 2001, pp. 7, 68 (trad. esp. Los derechos humanos como política e
en conformidad con ellas, en especial en ausencia de mecanismos que ase­
idolatría, Barcelona, Paidós Ibérica, 2003]. El análisis de los derechos humanos
guren su cumplimiento. Una vez concedido el hecho de que sus fundamen­ que desarrollo en este capítulo incorpora parte de mi comentario a la
tos filosóficos son tan débiles, queda por resolver el misterio de qué es lo participación de Ignatieff en las Conferencias Tanner 2000, incluidas en ese
que da poder a los instrumentos de los derechos humanos. volumen.
Tal como observó Michael Ignatieff en un concienzudo análisis sobre 64 Determinar si las leyes particulares que tienen la forma de “derechos colectivos”
conducen o no a un mayor bienestar de los individuos constituye una cuestión
el tema, “los derechos humanos se han globalizado a partir de su aplica­
empírica. Allí donde lo hicieran, estarían justificadas, precisamente por el efecto
ción local”. A pesar de la diversidad de religiones y tradiciones jurídicas, en que tienen en los individuos. Pero no me inclino a denominar “derechos
todo el mundo se han encontrado razones para apoyar diversos instru­ humanos” a restricciones que son formalmente colectivas.
370 I I A É TI CA DE LA I D E N T I DA D EL COSMOPOLI TIS MO AR R A I G A D O I 371

un provincianismo occidental: gran parte de la Declaración está dedicada cunstancias en las que entran en conflicto y nos vemos obligados a elegir
a repudiar los valores occidentales “tradicionales”, incluidas diversas for­ entre ellos, sino también porque, en ocasiones, es posible que ciertas con­
mas de discriminación. Sin duda, algunas denuncias basadas en los dere­ sideraciones sustanciales relativas a los costos basten para contrapesar un
chos hum anos serán rechazadas -e n especial fuera de las naciones del derecho. Tomemos como ejemplo algo que en apariencia resulta tan fun­
m undo desarrollado- si son controvertidas, si suponen una concepción damental como la libertad de expresión (“a través de cualquier m edio y
demasiado “densa” del bien humano. No obstante, a veces también nos sin que im porten las fronteras”, según la retórica de la D eclaración).
equivocam os cuando usamos el glorioso término “derechos humanos” Supongamos que, en determinada situación, la disminución de nuestra
para referirnos a objetivos que no son en absoluto controvertidos. Todos libertad de expresión redujera significativamente las posibilidades de que
podemos estar de acuerdo en que es malo morir de hambre; sin embargo estallaran disturbios que infligirían daños considerables a la vida y la pro­
(tal como señalaré un poco más adelante), existen buenas razones para piedad: he ahí un caso donde los derechos entran en conflicto. O supon­
aplicar la expresión “derechos humanos” a algo así como las restricciones gamos que el problema radica simplemente en que, dado que mucha gente
o condiciones laterales para el logro de los bienes sociales, y no a esos bienes recibiría ofensas graves, proteger nuestra libertad de expresión en esas
en sí mismos.65 En contraste, la Declaración se atribuye ambas cosas. Decir, circunstancias resultara excesivamente oneroso: he ahí un derecho que
con la Declaración, que todos tienen derecho a la educación (que debe ser entra en conflicto con consideraciones de costos.66 Además, una vez que
obligatoria en el nivel primario), y que la educación secundaria debe estar concebimos los derechos humanos como restricciones en pos de la con­
igualmente disponible para todos según el mérito, y que todos tienen dere­ secución de fines sociales, no deberíamos incluir entre ellos exigencias que
cho a recibir abundante comida, vestimenta, asistencia médica y servicios los estados no puedan cumplir. Es por eso que los derechos enunciados
sociales equivale a decir... ¿qué?: que se trata de cosas absolutamente impor­ en forma negativa -los que obligan a los demás a no impedirme hacer deter­
tantes. Y lo son. Decir que esas cosas no deberían llamarse “derechos” no minadas cosas- tienen tanta prominencia entre los instrumentos básicos
es decir que sean menos im portantes que los derechos: a m enudo son para garantizar los derechos humanos: abstenerse de actuar es casi siem ­
más importantes. Pero no se trata de cosas que un Estado empobrecido, pre posible.
por buenas que sean sus intenciones, esté en condiciones de brindar sin Ahora bien, ios derechos humanos son derechos que se tienen no sólo
más. A diferencia, por ejemplo, de una prohibición de la tortura, su reali­ frente a los estados, sino también frente a otras personas. M i derecho a la
zación depende de los recursos y no sólo de la voluntad política: no pue­ vida no es sólo un derecho que tengo frente al gobierno. En consecuen­
den ser implementadas por decreto. Pensar los derechos humanos como cia, cuando nos comprometemos con los derechos humanos en el marco
restricciones laterales, com o lo hizo Robert Nozick, equivale a decir que de la ley internacional, lo que exigimos de ios estados no es sólo que res-
si tenemos derecho a X, nadie puede privarnos de X. “Los individuos tie­
nen derechos”, dice Nozick en la primera página de Anarquía, Estado y uto­
66 En la mayoría de los sentidos, los Estados Unidos tienen un régimen de
pía, “y hay cosas que ninguna persona o ningún grupo puede hacerles libre expresión singularmente expansivo; no obstante, incluso aquí la libertad
(sin violar sus derechos)”; así, las restricciones laterales son límites cuyo de expresión está muy acotada, y de manera legítima. La Primera Enmienda no
traspasamiento es siempre moralmente incorrecto. Según la concepción protege el contrato verbal de un asesino a sueldo; no protege las afirmaciones
de Nozick, podemos perseguir todo tipo de metas, tanto morales como fraudulentas o difamatorias; no protege las expresiones que se usan como medio
para llevar a cabo una acción agraviante o delictiva. Entonces, se trata de una
personales, pero sólo de manera tal que evitemos violar los derechos de los
cuestión de jurisdicción: de dónde es permisible disfrutar de un derecho. Un
demás. Las críticas a esta idea se han centrado en la enorme rigurosidad estudiante no puede decir todo lo que se le ocurra en un aula; un empleado no
de las restricciones en cuestión. Para Nozick hay límites que debemos res­ goza de los derechos de expresión otorgados por la Primera Enmienda en un lugar
petar a toda costa. Y, en realidad, resulta más plausible suponer que los de trabajo del sector privado; una persona que entra a un centro de compras no
puede desplegar un letrero que pregone los precios del competidor. Incluso en
derechos humanos a veces pueden abreviarse, no sólo porque existen cir­
lugares que se parecen más a un “ foro público” nos encontraremos con que la
colocación de letreros está limitada por zonas de restricción, entre otras cosas.
65 Véase el excelente análisis de L. W. Sumner en “The analysis of rights”, en The Entonces, esta libertad, aun cuando es real e importante, no se pone en práctica de
moral foundation o f rights, Oxford, Clarendon Press, 1987, en especial pp. 15-31. manera absoluta en los lugares donde pasamos gran parte de nuestra vida.
372 | LA ÉTICA DE LA I DENT I DAD EL COSMOPOL IT IS MO A R R A I G A D O 1 373

peten esos derechos sino que también se aseguren de que los respeten los El deslizamiento de su m isión no es el único m al que aqueja al dis­
gobernados. Incluso si se trata de un derecho negativo, su protección reque­ curso de los derechos humanos; también existe el problema de la indeter­
rirá de un Estado mucho más que la abstención de violarlo, y es posible minación. El predicado “arbitrario” -p o r ejemplo, aplicado a los casos en
que ello lleve a los estados a traspasar la esfera de lo que sus recursos les que se busca prohibir el arresto arbitrario, o la interferencia arbitraria
permiten hacer. En una sociedad donde los matrimonios se consideran con la esfera privada, la fam ilia o el h o gar- se caracteriza por aparecer
arreglos entre familias, donde no se requiere la elección o siquiera el con­ con gran fuerza en el lenguaje formal de los derechos humanos; sin embargo,
sentimiento de la mujer, la mera aprobación de una ley que exija el consen­ lo que cuenta como arbitrario es, irreductiblemente, una cuestión de cri­
timiento como requisito para el casamiento no protegerá los derechos de terio. Y lo mismo ocurre con el significado de trato“ degradante” : en diver­
las mujeres. Así, muchos gobiernos juzgarán, con razón, que carecen de la sas sociedades patriarcales, las medidas que podríamos considerar parte
legitimidad necesaria para hacer cumplir semejante ley (por ejemplo, es de la subyugación de la mujer están justificadas como medidas para pro­
posible que no logren que su policía la tome en serio), e incluso si están teger la dignidad de las mujeres. (Muchos miembros de esas sociedades
en condiciones de hacerlo, los costos financieros del cumplimiento efec­ sostendrían que la mujer cuyos genitales no han sido “feminizados” como
tivo podrían impedirles la consecución de sus otras obligaciones. corresponde mediante la cirugía, o cuyo rostro está expuesto a la mirada
Sería factible extender los derechos humanos más allá de la esfera de de hombres lascivos, han sido víctimas de un trato degradante.) Con fre­
los derechos negativos. Podríamos decir, por ejemplo, que los estados debe­ cuencia, semejantes prácticas están“densamente” insertas, cargadas de sig­
rían garantizar afirmativamente ciertas necesidades básicas -p o r ejem­ nificados sociales. Antes vimos que las diferentes sociedades muestran más
plo, las de nutrición y alim entación de los infantes- ya sea mediante la acuerdos acerca de lo m alo que acerca de lo bueno; sin embargo, como
exigencia de que otros las satisfagan (como cuando se exige a los padres también señalé, las personas piensan sus actos “según descripciones”, y
que m antengan a sus hijos) o proveyendo ellos m ism os la satisfacción los actores públicos rara vez se proponen (o, al menos, admiten que se pro­
(com o cuando los gobiernos garantizan un nivel m ínim o de bienestar, ponen) llevar a cabo actos oprobiosos según descripciones oprobiosas.
siempre y cuando cuenten con los recursos para hacerlo). Sin embargo, Para plantear estas perplejidades me he limitado a echar un breve vis­
tales extensiones acrecientan el riesgo -ya presente, como hemos visto, en tazo en el interior de un arsenal vasto y abarrotado; en el tema de los
el caso de los derechos negativos- de que se anuncien derechos que el Estado derechos existe una gran cantidad de municiones conceptuales para cual­
realmente no puede garantizar, lo cual, de hecho, equivale a declarar que quier posición que se desee tomar. El dilema básico es conocido: una con­
un Estado tiene un deber que no puede cumplir. Semejante declaración no cepción de los derechos que tenga una aplicación m uy determinada puede
sólo viola el requisito moral fundamental de que “deber implica poder”, carecer de la debilidad suficiente para ganar amplia aceptación, y una que
sino que también desacredita el régimen de derechos humanos. cuente con la debilidad suficiente para ganar amplia aceptación corre el
Nada de lo que digo aquí apunta a negar la importancia de los acuer­ riesgo de la indeterminación o la impotencia.
dos internacionales que establecen (o, si se quiere, documentan) otras nor­ No obstante, en mi opinión, lo que resulta notable de los derechos huma­
mas aparte de los derechos humanos. La Organización Mundial de la Salud nos es la eficacia que ha tenido su funcionamiento a pesar de sus lim ita­
y o n u s id a hacen declaraciones y establecen políticas destinadas a com­ ciones y sus oscuridades manifiestas. Es verdad que el hecho de que las
batir el s i d a ; la u n e s c o selecciona propiedades de patrim onio cultural instituciones internacionales promulguen los derechos humanos lejos está
mundial, para cuya protección las naciones depositan dinero en el Fondo de garantizar el asentimiento (y ni siquiera el asentimiento garantiza algo
del Patrimonio Mundial; u n ic e f promueve el amamantamiento y el agua en particular): el milagro consiste en el éxito que hemos tenido sin contar
limpia, y existen muchas convenciones internacionales y protocolos de con esas garantías. Si bien la sustancia de los derechos siempre será con­
Internet que no están sostenidos directamente ni por los gobiernos ni por trovertible e interpretable, ello no implica que no se trate de instrum en­
organizaciones intergubernamentales. ¿Quién podría oponerse a estas tos útiles para llam ar la atención hacia las muchas maneras en que las
cosas? Lo único que intento demostrar es que no hay necesidad de tradu­ personas son brutales unas con otras. A l igual que Ignatieff, prefiero ver
cir todos los bienes al lenguaje de los derechos humanos, un lenguaje que los derechos humanos como un lenguaje para la deliberación, o la discu­
tiene mucho más sentido si se lo mantiene dentro de sus fronteras. sión, o cualquier otra forma de conversación.
374 I la é t ic a de la i d e n t i d a d EL COSMOPOLI TIS MO A R R A I G A D O I 3 7 5

Y es la conversación, y no la m era conversión, lo que tendríamos que Aunque a menudo hemos recibido noticias de que otras sociedades, o
buscar. Debemos estar abiertos a la perspectiva de profundizar nuestra sus representantes autodesignados, se resisten al discurso de los derechos
com prensión gracias al aporte de nuestros interlocutores. Tomaré un humanos -d e los que desconfían por considerarlos una imposición clara­
ejemplo entre muchos. Tal como señalaron Joseph Chan y otros, para la mente occidental, excesivamente “ individualista”- , deberíamos estar alerta
tradición confuciana es im portante que los hijos cuiden de sus padres a las maneras en que los derechos humanos, en especial en sus concepcio­
ancianos; desde esta perspectiva, los ancianos parecerían tener un dere­ nes más débiles, han logrado arraigarse en una amplia variedad de contex­
cho a recibir cuidado que es similar al derecho de los niños a recibir nutri­ tos sociales. En efecto, la razón por la que no necesitamos fundamentar los
ció n .67 Sin duda, después de los acontecim ientos ocurridos en París derechos humanos en ninguna metafísica en particular es que muchos de
durante una reciente ola de calor que coincidió con le grand départ ellos ya tienen su fundamento en muchas metafísicas y ya pueden derivar
-cu an d o cientos de residentes ancianos m urieron solos en sus aparta­ su sostén de muchas fuentes. Un ejemplo simple, que he usado antes, viene
mentos (algunos de cuyos hijos, de acuerdo con los informes periodís­ de las tradiciones de la región de Asante, el lugar donde crecí. Los ciuda­
ticos, se rehusaron a interrumpir sus vacaciones para recoger los cuerpos)- danos asante libres (hombres y mujeres), tanto en el período previo a la
resulta inevitable preguntarse si nuestra actitud “occidental” respecto del conquista británica como a partir de entonces, se han interesado siempre
cuidado de los ancianos no necesita una reforma. Ahora íhen, antes expresé por las nociones de dignidad personal, respeto y respeto por uno mismo.
mi escepticismo respecto de la extensión de semejantes derechos positi­ La noción de tratar a los demás con el respeto que se les debe ocupa un
vos (entre los cuales se cuenta, sin duda, el derecho a recibir cuidado lugar central en la vtda social asante y, a la inversa, también lo hace el temor
por parte de los hijos), de manera que ofrezco este ejemplo, no a modo a la pérdida del respeto de los demás, a la vergüenza y a la caída en des­
de propuesta, sino com o muestra de un aspecto donde la comprensión gracia. Así com o el liberalism o europeo y el sentimiento dem ocrático
más profunda no parece fluir de “nosotros” hacia “ellos”, sino a la inversa, presuponen aspectos de la concepción feudal déla dignidad por haber cre­
en “ nuestra” dirección. cido mediante la extensión a todos los hombres y (después) a todas las
mujeres de la dignidad que la sociedad feudal sólo ofrecía a la aristocra­
cia,68 el pensamiento político de la Ghana moderna depende, en parte, de
67 Véanse Joseph Chan, “A Confucian perspective on human rights for
contemporary China”, en Joanne R. Bauer y Daniel A. Bell (eds.), The East Asían
challenge for human rights, Cambridge, Cambridge University Press, 1999, pp. 212- 68 La democratización de la “dignidad" deja al descubierto algunas paradojas. Como
237; y Joseph Chan, “The Asían challenge to universal human rights: a atributo del estatus, parecería un predicado ordinal, como “gloria”. Entonces,
philosophical appraisal”, en James T. H. Tang (ed.). Human rights and ¿cómo es que puede ser otorgado a todos? ¿De qué sirve un atributo que se
international relations in the Asia-Pacific Región, Nueva York, St. Martin Press, adquiere sólo en virtud de haber nacido? A fin de comprimir y caricaturizar gran
1995- ¿Debería este desiderátum considerarse un derecho? Aunque está enmarcado parte de la historia política, resulta imprescindible señalar dos venas contrarias de
como obligación positiva, podría también enmarcarse como restricción. Nótese ese igualitarismo moral. Los historiadores de la Revolución Francesa han descrito
que este derecho, a diferencia de la mayoría de los enumerados en la Declaración, cómo el jacobinismo procuró trasponer los predicados densos de las relaciones
tiene que ver con la relación entre dos personas, y no con la relación entre una familiares a los citoyens del nuevo orden: en el lugar de la vieja aristocracia vil
persona y el Estado (aunque el Estado pueda involucrarse como el ejecutor del emergería una nueva hermandad de los hombres. Un recurso retórico similar
derecho). Pero, por ejemplo, decir que un niño tiene derecho a no ser desatendido resultó de importancia central para el leninismo, donde los títulos de privilegio
no es lo mismo que decir que un niño tiene derecho a no morir de hambre: si los fueron suplantados por el ubicuo apelativo tovarich, que significa “amigo”, y suele
padres de un niño están muriendo de hambre y, pese a sus esfuerzos, les resulta traducirse por “camarada" En estas tradiciones radicales, la nivelación se pone en
imposible evitar que su hijo muera de hambre, no se los puede acusar de práctica mediante el descenso de categoría: el rey es un pariente; el conde es un
descuido. Aquí, el cumplimiento de la obligación no depende de los recursos. camarada. En contraste, para el pensamiento liberal moderno, el camarada es un
(Recuérdense las palabras de Mili: “ El cumplimiento del deber es algo que puede conde. Aquí, el recurso -aunque, de manera similar, democratiza un atributo
exigirse de una persona de la misma manera que se exige el pago de una deuda. A denso y posicional de la ética premoderna- ha consistido en hacer ascender a
menos que pensemos que puede ser exigido de la persona, no podemos decir que todos a una posición privilegiada. Y puede argumentarse que la moral política que
sea su deber” [cw m , vol. 10, p. 246].) El derecho de los ancianos a recibir cuidado deriva de bajarle los humos a todo el mundo tenderá a verse diferente de la
debería ser entendido de manera similar, y también podría ser necesario que se lo que deriva de elevar a todo el mundo. El sacrificio se obtiene con mayor facilidad
contrapesara contra otros derechos, incluso los de nuestros hijos. de la familia y de los amigos que de extraños exaltados, y también es más fácil
376 I LA ÉTICA DE LA I DE NT I DA D E l COSMOPOL IT IS MO AR R A I G A D O I 377

una concepción previa de conceptos tales como animuonyam (respeto). Quo patre sit natus, num ignota matre inhonestus. Horacio subraya la manera
Algunos proverbios akan dejan en claro que, en el pasado, el respeto no era en que las identidades que para algunos son liberadoras -la ascendencia
precisamente algo que perteneciera a todos: Agya Kra neAgya Kwakyerémé, noble que hace tan gratificante la vida pública de Mecenas- se alimentan
emú biara mu nni animuonyam. (Padre Alm a y Padre Esclavo Kyereme, de la carga que representan para otros las identidades complementarias
de ninguna de las dos maneras es respetado; es decir, lo llames como lo lla­ (com o los esclavos, los libertos, los “ de cuna hum ilde” ). Pero también
mes, un esclavo sigue siendo un esclavo.) Sin embargo, así como la dígni­ sostiene que la nobleza verdadera-el poema se titula “De vera nobilitate” -
tas -q u e alguna vez, por definición, fue propiedad de una élite- ha crecido es tai como la concibe Mecenas: una cualidad independíente de los indi­
para transformarse en la dignidad humana, que es propiedad de todo hom­ cadores convencionales de rango social. Sin embargo, el argumento de
bre y de toda mujer, el animuonyam puede ser la base del respeto al pró­ Horacio no se limita a establecer que alguien como él, hijo de un liberto,
jim o que constituye el núcleo de un compromiso real con los derechos puede ser “honestus” desde el punto de vista empírico; también afirma que
humanos. ese tipo de posición social no constituye un parámetro legítimo: la medida
Esta lucha también es familiar en el contexto romano. En el sexto poema de la propia vida no depende de que uno pertenezca o no a una “ buena
del primero de los dos libros de versos coloquiales que ahora llamamos familia”. Es posible trasladar (y ya se han trasladado) argumentos simila­
las Sátiras de Horacio, el poeta -é l mismo hijo de un hombre que alguna res a diferentes idiomas conceptuales.
vez había sido esclavo- se dirige a Mecenas, el más rico y más noble patrono Cuando se trata de casos que dividen a las diferentes tradiciones, no
privado de las artes de la Roma de Augusto. A pesar del excelente ejemplo ayudará recurrir a una ftmdamentación metafísica más rica. Puesto que
de Mecenas, quien, com o lo expresa H oracio, dice “que no im porta de cuando alguien sostiene -e n nom bre de los valores confucianos, o del
qué padre uno ha nacido, / con tal de que sea bien nacido”,69 el poeta se maoísmo o del hinduismo o del Islam - que la tradición de los derechos
lamenta dé que la mayoría de los romanos adopten la opinión contraria: humanos es demasiado individualista y, por lo tanto, que ciertos dere­
chos individuales tienen menor peso que los intereses de la comunidad,
Quien promete que se va a ocupar de los ciudadanos, el regreso a los primeros principios no hará más que llevarnos de un terreno
la Urbe, el Imperio, Italia, los santuarios de los dioses, de desacuerdo a otro, donde no hay evidencia de que pueda encontrarse
hace que todo m ortal pregunte con interés de qué padre una resolución.
ha nacido o si es es desgraciado por su modesta madre.70 Cass Sunstein ha defendido lo que él llama “acuerdos teorizados en
forma incompleta” en el contexto de la ley constitucional estadounidense.71
A m í me gustaría defender una libertad similar respecto de la exigencia
subordinar las preferencias de los individuos a las supuestas necesidades de la doctrinaria que se plantea en el desarrollo de las prácticas internas en el
colectividad. A la vez, la noción de dignidad es útil para articular determinadas marco de la ley de derechos humanos. Deberíamos contar con la posibi­
formas de ataque y humillación -d e “afrenta a la dignidad”- que pueden sufrir los
ciudadanos como resultado de la acción pública. lidad de defender nuestros tratados arguyendo que ofrecen protecciones
69 “Cum referre negas quali sit quisque párente I natus, dum ingenuus, [...]” contra el gobierno que son deseadas por la mayoría de los ciudadanos, y
(Quintus Horatius Flaccus, Sátiras. Epístolas. Arte poética, ed. bilingüe de Horacio que tienen la importancia suficiente para instar a que otros pueblos, a tra­
Silvestre, Madrid, Cátedra, 1996). Aquí, la elección que hace Horacio de la palabra vés de sus gobiernos, ayuden a sostenerlos. Una vez que procuramos defen­
“ingenuus” deja a nuestro criterio que interpretemos que el único obstáculo para
der esos derechos de esta m anera pragm ática, podem os apelar a una
ser amigo de Mecenas es no haber nacido Ubre, ya que “ingenuus” significa tanto
“tener las características de una persona que ha nacido libre” como “haber nacido gran diversidad de argumentos. Quizás algunos derechos -e l de libertad
libre”. Se trata, por cierto, de una ambigüedad que comparte con palabras inglesas de expresión, por ejem plo- no sólo son necesarios para la dignidad y el
como gentlemanly (“caballero”) y classy (“elegante”, “de buen tono”, todo ello mantenimiento del respeto, sino que también resultan útiles para el de­
derivado de la clase).
sarrollo de la econom ía y la estabilidad de los sistemas políticos. Y se
70 “ [S]ic qui promittit civis, urbem sibi curae, / imperium fore et Italiam, delubra
deorum, quo patre sit natus, num ignota matre inhonestus, / omnis mortalis
curare et quarere cogit” (Quintus Horatius Flaccus, Sátiras. Epístolas. Arte poética, 71 Cass R. Sunstein, “Incompletely theorized agreements”, Harvard Law Review 108,
op. cit.). 1995»PP-1733' !772.
378 I LA É T I C A DE LA I D E N T I D A D EL COSMOP OLI TI SMO A R R A I G A D O ! 3 7 9

trata de cosas que son deseadas por personas de todas partes. La explica­ C O N V E R S A C IÓ N C O S M O P O L IT A
ción que da Sunstein de los “acuerdos teorizados en forma incompleta”
viene acompañada de una propuesta en favor de cierta modestia jud i­ Las raíces del cosmopolitismo que defiendo son liberales: responden a la
cial. Y, como ya he señalado, no nos equivocamos si nos resistimos a desig­ importancia que el liberalismo otorga a la dignidad humana. Nunca ha
nar “derecho humano fundamental” a todo lo que deberíamos desear para resultado fácil decir qué implica esta idea; de hecho, creo que el proyecto
nosotros. histórico del liberalismo consiste en explorar sus posibles significados. Pero
Desarrollar este argumento pragmático -defender los derechos bási­ ya hemos aprendido algunas lecciones acerca de lo que requiere una vida
cos de una manera que pueda ser receptiva a un ecum enism o metafí- de dignidad en el mundo moderno. Entonces, quizá valga la pena retor­
sico y sensible a los vocabularios morales que hallamos en la base- no nar a los temas con los que comenzó este libro. Quisiera destacar una vez
equivale a sostener, como han sugerido algunos, que la legitimidad de los más que el individuo cuya capacidad de crear su propio yo se valora aquí
derechos humanos se fundamente en el consentimiento de la mayor parte no es individualista en el sentido justificadamente hipercrítico del término.
de nuestra especie. Después de todo, nuestros derechos más fundamen­ Nada de lo que he dicho es inconsecuente con el reconocimiento de las
tales restringen a las mayorías, y el consentimiento al sistema que encarna muchas maneras en que los seres humanos son natural e inevitablemente
esas restricciones no implica el consentimiento a los derechos en sí mis­ sociales. En primer lugar, porque somos incapaces de desarrollarnos por
mos; de lo contrario, no habría necesidad de que existan. (Tal com o ha nuestra cuenta; porque necesitamos de la crianza humana, de la educación
observado memorablemente Louis Menand, “ La coerción es natural; la moral e intelectual y de la práctica del lenguaje para llegar a ser personas
libertad es artificial”.)72 Si el consentim iento es una noción empírica, completas: he ahí una sociabilidad de dependencia mutua. En segundo
entonces la mayoría de los estadounidenses no dan su consentimiento a lugar, porque deseamos relacionarnos con los demás, es decir, con los ami­
derechos que ya tienen -p o r ejemplo, su derecho a contraer m atrim o­ gos, los amantes, los padres, los hijos, la familia extensa, los colegas, los
nio incluso si están condenados a la pena capital-. La notable aceptación vecinos: he ahí la sociabilidad como fin. Y en tercer lugar, porque la pro­
que ha ganado el discurso de los derechos humanos en todo el mundo ducción de muchas otras cosas que valoramos - la literatura, las artes, el
demuestra que se dirige a personas situadas en una gran diversidad de mundo entero de la cultura, la educación, el dinero y, en el mundo moderno,
posiciones y tradiciones, y esta resonancia positiva explica por qué nos el alimento y la vivienda- depende en esencia de la sociedad: he ahí una
resulta posible encontrar apoyo global para el sistema de derechos huma­ sociabilidad instrumental. Pero ya he analizado todas las razones por las
nos. Una de las razones para articular estas ideas en documentos inter­ que tal concepción supone la construcción social del yo individual.
nacionales, que cuentan con amplia circulación y publicidad, es llamar Se trata de una concepción que, como hemos visto, reconoce que la iden­
la atención hacia ese núcleo de acuerdo, por más estrecho que sea, y tidad se sitúa en el corazón de la vida humana. El liberalismo, de maneras
contribuir a darle fuerza práctica. No necesitamos preocuparnos dema­ que hemos explorado en el capítulo 3, toma en serio esa imagen, e intenta
siado por que el debate metafísico tenga pocas probabilidades de reunir construir un Estado y una sociedad que tengan en cuenta la ética de la iden­
consenso, porque los derechos humanos pueden, y por lo tanto deben, tidad sin perder de vista los valores de la autonom ía personal. Pero el
ser sostenidos sin consenso metafísico. impulso cosmopolita también ocupa un lugar central en esta concepción,
porque considera que la variedad social y cultural del mundo es una con­
dición previa de la creación del propio yo, que a su vez constituye la base
de una vida humana significativa. Intentaré ser más claro: el cosm opoli­
7 1 Y continúa: “Las libertades son espacios socialmente diseñados donde las paites tismo valora la variedad humana por lo que ésta hace posible para la agen­
abocadas a la realización de propósitos específicos disfrutan de protecdón contra
cia humana, y algunos tipos de variedad cultural restringen más de lo que
partes que, de lo contrario, naturalmente procurarían interferir en esos
permiten. La alta estima que el cosmopolita prodiga a la variedad emana,
propósitos. Por lo tanto, la libertad de una persona es siempre la restricción de
otra: ni siquiera tendríamos el concepto de libertad si la realidad de la coerción no por razones que desarrollé en el capítulo 4, de las elecciones humanas que
estuviera ya presente” (Louis Menand, en “The limits o f academic freedom”, en ésta posibilita, pero la variedad no es algo que haya que valorar a toda costa.
Thefuture of academic freedom, Chicago, University o f Chicago Press, 1996, p. 1). (Ésta es una de las razones por las cuales creo que no ayuda ver el cosmo­
380 | LA ÉTICA DE LA I DEN TI DAD Et COSMOPOLI TIS MO A RR AI G AO O I 381

politismo como un ideal estético.) Existen otros valores a respetar. Es posi­ la sospecha que despierta su apariencia de ser hija de la tradición liberal
ble encontrar una enorme variedad entre las sociedades, incluso si todas europea.74 En consecuencia, no estaría de más finalizar con la insistencia
ellas, en algún sentido, son democráticas.73N o obstante, la idea fundamen­ de que m i apego a estas ideas proviene, más que de ningún otro lado, de
tal de que toda sociedad debe respetar la dignidad humana y la autono­ mi padre, que creció en Asante en una época en la que la independencia
mía personal es más básica que el amor cosmopolita por la variedad; en de su clima moral respecto de la Ilustración europea era manifiesta. Ahora
efecto, como ya he señalado, es la autonomía que la variedad posibilita lo bien, resultaría absurdo afirmar que m i padre llegó a su cosmopolitismo
que constituye su justificación fundamental. Los cosmopolitas no exigen o a su fe en los derechos humanos sin recibir ninguna influencia de las
de los demás que mantengan la diversidad de la especie al precio de sacri­ tradiciones europeas, pero sería igualmente insostenible negar que la con­
ficar su autonomía individual. N o podemos pretender que los demás nos cepción a la que arribó tuviera raíces en Asante (en efecto, si se hace una
proporcionen un museo cultural para que hagamos turismo o para que recorrida por los nacionalismos liberales que se desarrollaron en el sur de
visitemos en un interminable safari virtual a través de la televisión vía saté­ Asia y en África a mediados del siglo xx, no sólo impresionan sus simili­
lite, ni podemos exigir que exista un surtido de paraísos estilo Shangri-la tudes, sino también sus inflexiones locales). Dos aspectos en particular me
a fin de ampliar el abanico de opciones con que contamos para configu­ llaman más la atención del carácter local de que estaba imbuido el creciente
rar nuestra identidad. Las opciones que necesitamos para que nuestras compromiso de mi padre con los derechos individuales: en primer lugar,
elecciones sean verdaderamente sustanciales deben sostenerse en liber­ que ese compromiso se originó en su experiencia con el gobierno autori­
tad, tal como debe hacerlo la variedad humana cuya existencia es, para el tario; en segundo lugar, que emanaba de un sentido de su propia digni­
cosmopolita, una fuente inagotable de saber y placer. He sostenido que, dad y de la dignidad de sus conciudadanos, que era el producto de sus
en teoría, una sociedad entera podría llegar a centrarse sin coerción en un concepciones asante.
conjunto único de valores. N o elegiría una sociedad tan homogeneizada El primer punto -e l de la experiencia- es crucial para el argumento en
para vivir (incluso si los valores en los que se centrara fueran en algún sen­ favor del liberalismo. La experiencia histórica de los peligros que encierra
tido los míos). Creo que semejante sociedad estaría amenazada por muchos la intolerancia -p o r ejemplo, la intolerancia religiosa en la Europa del siglo
peligros culturales, económicos y morales, porque posiblemente termina­ xvn , para Locke, y la intolerancia racial en el contexto colonial, para Gandhi
ría exigiendo que sus miembros se encerraran en ella y cortaran sus víncu­ (o para los líderes de la independencia africana, como mi padre)- a menudo
los con el resto del mundo. Sin embargo, no cabe duda de que los integrantes subyace al común escepticismo liberal respecto de la intervención del Estado
de esa sociedad tendrían algunas respuestas para darme - o podrían rehu­ en la vida de los individuos. Mi padre vio cóm o el Estado colonial m al­
sarse de plano a discutir el asunto conm igo- y, al fin y al cabo, quizás encon­ trataba a sus compañeros; él mismo fue maltratado por ese Estado. En par­
trarían más peso en sus consideraciones que en las mías. Entonces, la ticular, vio cómo ese Estado les negaba a él y a sus compañeros el respeto
homogeneidad elegida en libertad no plantea problemas para mí: lo único que les debía. En su carácter de abogado y de miembro de la oposición,
que me restaría es desearles buena suerte. Sin embargo, como ya he seña­ viajó por Ghana durante los años posteriores a la independencia para defen­
lado, no existen razones para pensar que las personas estén homogenei- der a las personas maltratadas por el Estado poscolonial. La tradición polí­
zándose a pasos agigantados; y, de hecho, un mundo más respetuoso de la tica del liberalismo emana de esas experiencias de gobierno autoritario.
dignidad y la autonomía personal probablemente disminuiría semejante El hecho de que tantas personas arraigadas en tradiciones tan diferentes
movimiento hacia la homogeneidad. se sientan atraídas por la idea de la restricción liberal del gobierno mues-
Es posible que algunos se muestren escépticos respecto del genuino
carácter cosmopolita de la concepción que defiendo, en parte movidos por 74 Debería hacer explícita mi oposición a la idea de que el origen de esta concepción
la desacredite de algún modo, ya sea para los no europeos o para los europeos. Las
cuestiones que exploro tienen que ver con las maneras en que estas ideas pueden
73 No hay razones para pensar que todas las sociedades necesitan impiementar de ia estar arraigadas en diferentes tradiciones. No me interesa el proyecto indigenista
misma manera la idea de la elección popular; existen instituciones democráticas de argumentar en favor de estos principios en nombre de mis auténticas raíces
muy diversas en distintas sociedades, que también son consecuentes con el respeto asante (o africanas). Por lo tanto, las cuestiones planteadas en los párrafos
básico por la autonomía. siguientes no son justificativas, sino históricas.
382 I LA É TI CA DE LA I D E N T I DA D EL COSMOPOLI TIS MO AR R A I G A D O 1 383

tra que este pensamiento ha comprendido una verdad de los seres huma­ aceptación conceptual de que han disfrutado los derechos humanos fun­
nos y de la política moderna. Así como el papel central desempeñado por damentales entre millones de personas comunes y corrientes de todo el
la feroz guerra religiosa durante el período en que Locke escribió los Ensayos mundo. En la medida en que ya somos conciudadanos de un mundo, no
hizo que la tolerancia religiosa quedara en el núcleo de la concepción loc- necesitamos esperar que se produzca un cambio institucional para ejerci­
keana de liberalismo, la persecución de disidentes políticos emprendida tar nuestra ciudadanía común. Entablar un diálogo con personas de todo
por déspotas poscoloniales hizo que la protección de la disensión política el m undo acerca de las grandes y las pequeñas cuestiones que debemos
ocupara un lugar central en el liberalismo de quienes se resistieron a los resolver todos juntos, acerca de los numerosos proyectos en el marco de los
estados poscoloniales africanos. (A mi padre le preocupaba poco que el cuales podemos aprender unos de otros, ya equivale a vivir como conciu­
Estado se enredara con la religión; recuerdo que una noche, mientras mirá­ dadanos, tal como lo hicieron Marco Aurelio y el oficial francés de Laurence
bamos televisión, mi padre coreó el himno religioso nacional, que algu­ Sterne. He sostenido que existe una amplia gama de puntos de partida para
nas noches se pasaba como alternativa al himno nacional, más secular, para esas conversaciones: entradas compartidas desde las cuales podemos avan­
finalizar el día. “ Éste sería un himno nacional mucho m ejor”, me dijo. Y zar. Esta observación vale tanto para las conversaciones entre los confu-
yo, ya desde entonces un buen liberal, respondí: “ Pero el himno nacional cianos de Shanghai y los pentecostales de Peoría como para las
tiene la ventaja de que no es necesario creer en Dios para cantarlo con conversaciones entre personas que difieren en clase y género, o en profe­
sinceridad”. “Nadie en Ghana es tan tonto com o para no creer en Dios”, sión, o en una amplia gama de dimensiones de identidad. A partir de esas
replicó m i padre.75 H oy en día creo que él tenía razón en no preocuparse conversaciones podemos poner en práctica acciones comunes -p or el medio
por el enredo: en Ghana no había una historia de intolerancia religiosa que ambiente que compartimos, por los derechos humanos, por el simple goce
hiciera necesaria la separación de Iglesia y Estado; al menos hasta la lle­ de la com unión-. Y una com unión tal tiene tantas posibilidades de pre­
gada del evangelismo televisivo estadounidense, siempre primó un ecu- valecer entre quienes adoran tótems diferentes como entre quienes ado­
menismo cordial.) En contraste, la dignidad humana individual sí era ran el mismo.
importante para m i padre, por estar arraigada en la importancia que los Si este libro tiene un tótem, ese tótem es, por supuesto, John Stuart Mili.
ciudadanos libres de Asante -tanto hombres com o mujeres- otorgaban a Y no debería sorprendernos que él mismo haya expresado sucintamente
las nociones del respeto de uno mismo y de los demás. La dignitas, tal como el ideal cosmopolita:
la entendía Cicerón, refleja la gran similitud entre la ideología republi­
cana de Roma y las concepciones de la élite decimonónica de Asante, para Para los hombres, quienes -p o r el curso de su educación- no pueden
quien el animuonyam constituía un bien preciado; creo que era en su carác­ casi cultivar una sola cualidad favorable sin convertirla en obstáculo,
ter de asante, y no de súbdito británico, que m i padre reconocía y admi­ resulta indispensable aplicar comparaciones de sus propias costum ­
raba a Cicerón. bres e ideas con la experiencia y ejemplo de personas ubicadas en dis­
Aunque he argumentado en favor de la importancia de las historias, el tintas circunstancias; y no hay nación que no tome prestadas cosas de
lector no debería permitir que mis historias personales lo convenzan de las otras: no sólo arte y procedimientos particulares, sino tam bién atri­
que la perspectiva de un cosmopolitismo liberal es tan prometedora como butos determinantes del carácter en la que ella misma es inferior/6
la presento yo; de hecho, cualquier pesimista puede recitar una demole­
dora letanía para demostrar lo contrario. Aun así, resulta difícil ignorar la Así, Mili se uniría a nosotros en el rechazo de una forma de humanismo
que nos exigiera hacer a un lado nuestras diferencias; el cosmopolita cree,
75 No es que mi padre pensara que no hubiera ningún ateo en Ghana, sino que creía con él, que a veces son las diferencias que ponemos sobre la mesa lo que nos
que sus opiniones no eran importantes. Locke, por supuesto, estaba de acuerdo: gratifica de la interacción. Pero Mili también concedería, como deberíamos
“Los que niegan la existencia de una divinidad no pueden ser tolerados de hacerlo nosotros, que aquello que compartimos también puede ser im por­
ninguna forma. Si una promesa, o un pacto o un juramento proviene de un ateo
tante, aunque el cosmopolita insista en que aquello que compartimos con
no puede constituir algo estable o sagrado. Si Dios es eliminado, aunque sólo sea
con el pensamiento, todas esas cosas se diluyen” (John Locke, Carta sobre la
tolerancia, Buenos Aires, Gradifco, 2005, p. 70). 76 Mili, Principios de economía política, op. cit., p. 472.
384 I LA ÉTICA DE LA I DE NT I DA D

los demás no siempre es de carácter étnico o nacional. A veces será que a índice analítico
ambos nos gusta pescar o (con perdón de George Saunders) que hacemos
un strudel excelente. Quizás ambos hayamos admirado a Goethe a través
de la lectura de sus textos traducidos, o nos hayamos maravillado de la
misma manera ante una postal de Angkor Vat o del Partenón, o creamos,
en nuestro carácter de abogados con formaciones muy diferentes, en el ideal
del gobierno de la ley. Es posible que aquí hable la voz anglófona del cos­
mopolitismo. Pero permítaseme finalizar, en un espíritu cosmopolita, con
un pensamiento similar que proviene de mi tradición paterna. Kuro kory
mu nni nyansa, dice el proverbio: en una TtoX.u; única no hay sabiduría.77

A mi manera (Sinatra), 43 antropología, su concepción profesional


aborto, 156 sesgada de la diferencia, 362
acciones públicas, la ley contra la antroposofía, 143 n. 39
discriminación en relación con las, Appiah, Joseph (padre), 309-310, 321,
284-285, 290 n. 59 346-348, 381-382
acciones, conceptualmente Appiah, Peggy (madre), 310
configuradas, 116 arbitrariedad, 373
Ackerman, Bruce, 136,293 argumento desde las otras culturas,
actitudes reactivas, 105 86, 87
acuerdos teorizados en forma Aristóteles: sobre el ejercicio de las
incompleta, 377-378 capacidades realizadas, 64; sobre la
afecto valorizador, 326-327 ética, 337; sobre la proporcionalidad,
Afrifa, Akwasi, 321 n. 11 328 n. 21; sobre la sociabilidad de la
agencia: contrapuesta a estructura, gente, 51; sobre la vida buena,175
96-105,106 n. 48: y autonomía, Arnold, Matthew, 64
78-79: y los intereses de la teoría, Airovj Kenneth, 286 n. 54
105-109 Asante, 375,381,382
agentes inconscientes, 250 asean (Asociación de Naciones del Asia
aldea global, 313 Sudorienta!), 354
Alejandro Magno, 311 ateos, 382
Alzheimer, mal de, 245 n. 16 Audi, Robe rt, 136
ambiciones, 245-247,255,269,273 autenticidad; ideal bohemio de, 170;
amish, 135, 299 n. 69 individualidad como, 47-54,168-170;
amistad, 324,325 n. 16,327 monológica, 170 n. 63,171; y
Amnesty International, 354 esencialismo, 171; y reconocimiento,
Amselle, Jean-Loup, 113 163,168-171
Ana Karenina (Tolstoi), 75,76 n. 3- 91 autonomía, 75-109; centrada en el sujeto
Anderson, Benedict, 341,347,349 (agencia), contrapuesta a la centrada
Anderson, Elizabeth, 328 n. 21 en la sociedad (estructura), 96-105,
anglicanismo, 273 106 n. 48; como autoría de uno/sí
Anka, Paul, 43 n. 31 mismo, 235; como ideal en
77 Kuro suele traducirse por "pueblo” o "pueblo natal” : pero los pueblos del pasado Anscombe, Elizabeth, 116,271 n. 45 contraposición a valor, 76-77, 80-81;
asante eran relativamente autónomos, de manera que TCO>,iq parece la traducción antiperfeccionismo, 243-244,254. como intolerancia, 80-87; como
que mejor capta su sentido. Véase también perfeccionismo requisito de la felicidad/los placeres
386 I LA ÉTICA DE LA I DEN TI DAD ÍNDI CE AN AL Í T I C O 1 387

superiores, 53; contrapuesta a la individuo, 77 n. 5; sobre el pluralismo carácter, 30 n. 8,48-49 cosmopolita, 366-367,373-374»
diversidad, 80-87, 230-231,380; de valores, 86 n. 20; sobre la libertad Carlyle, Thomas, 22,31 n. 11; crítica a 379-384; de Mili, 381-384; dos
contrapuesta a la igualdad moral, 323- positiva y la libertad negativa, 62, Sobre la libertad, 71; críticas de Mili a, conceptos de obligación (véase
325; contrapuesta a la lealtad, 323-324; 81-82,83, 265 n. 38; sobre los 217; "Discurso ocasional sobre la obligaciones); escepticismo/
contrapuesta a los seguidores de experimentos de vida, 221 n. 59; cuestión de los negros”, 217,218 n. 55 pesimismo respecto del, 380-384;
proyectos, 88 n. 24; cultural, 362 n. 59; sobre los grados de libertad, Carta sobre la tolerancia (Locke), 142 formas históricas del, 309-317;
e independencia sustantiva, 83 n. 16; el 96 n. 35 Cárter, Stephen, 139,142-146 globalización de los derechos
principio del daño fundado en la, 67- Berman, Harold, 139 Cartesia, experimento imaginario de humanos, 368-378; implacable, 317-321;
68; íuerte, 78; Kant sobre, 235, 251; las bienes: diferencia entre bien y lugar (racionalismo duro), 271-274, moral como opuesto a cultural,
exigencias de la, 75-80, 93; las opciones donde se depositan bienes, 196; la 277-279» 280 320-321; orígenes del, 313-314;
necesarias para la, 98-100, 222 n. 6i; cultura como bien primario, 186-195; Casa de la India, 69 n. 77 patriotismo cosmopolita, 321-322,
parcial (grados de), 96-97,107; la cultura como bien social, 195-198; Casa desierta (Dickens), 319,321 342-353; significados/caracterización
personal contrapuesta a la de grupo, particularizados, 327-328; públicos, Cicerón, 185 n. 6, 233, 382 del, 310,313-315; universalista, 3t 5-3i 7»
126, 128-134; personal contrapuesta 195; Rawls sobre los, 186,190; ciencia, idealizaciones en la, 104, 320,346,365,367 (véase también
a la política, 69 n. 77,128; prioridad sustantivos, 267-268 cínicos, 193, 313-314 universalismo); y diversidad, 379-381;
de la, 62 n. 63; racionalidad/ bienestar, 66, 236-237; e individualidad, cinturones de seguridad, 277 y parcialidad ética, 321-332,340-341; y
razonamiento como requisitos de 248-249; externo contrapuesto al circuncisión, masculina y femenina el valor de la vida humana, 319-321;
la, 79-80,270-272,279; unidad interno, 267-268; listas objetivas/ (diferencia}, 355-356 y globalización, 312; y justicia,
producida por la, 56 n. 51; yagencia, bienes sustantivos, 267,268 n. 41 y 42; ciudadanía: contrapuesta a los derechos 331 n. 25; y las obligaciones de los
78-80; y autoescrutinio, 91-92; y teoría del bienestar subjetivo, 259; individuales, 16; diferenciada, 188; estados respecto de los pobres
autonomismo, 76, 81, 82, 83-85, 90, teorías de los deseos informados, diferencial, 123; en el cosmos, 313-314; extranjeros, 316 n. 5; y los
129; y bienestar, 256 n. 26; y coerción 255-268, 279-281; global (véase cosmopolitismo); la forasteros/los extraños políticos,
como opuesta a la independencia, y autonomía, 256 n. 26 lengua política de la, 164-165,166-167 314-315; y marxismo-leninismo, 320
93-94; y e¡ "argumento desde las otras Bihar (India), 199 clases de persona, 57,115-116 n. 10; y naciones/ identidad nacional,
culturas”, 86-87; y el “ hacer el propio biodiversidad, 227 coerción: autorizada/Estado, 352; como 313»315-317, 342-344»346 n. 46, 349
yo”, 87-88; y el debate liberal- Bird, Colín, 95 n. 33 algo natural, 378; contrapuesta a la n - 49, 350-352
comunitarista, 97; y formación del Bismarck, Otto von, 148 n. 46 independencia, 93-94; libertad County of Allegheny v. a c l u , 140 n.36
alma, 249-254; y la autoridad cognitiva Black Power, movimiento, 173 respecto de la, 128; y neutralidad, 136- Craft v. Metrornedia, 287, 289-291
de los otros, 91-92; y Ia individualidad, Black, Hugo, 139-140 137»152-155.156 creacionismo, 144 n. 40
29-32» 3t n. 10, 40-42» 53 n. 46, 72-73; y Blake, Michael, 22 n. 5 colectivismo, 71 crisis de identidad, 114 n. 7
la relación voluntarista entre el yo y Blake, William, 188,212 confucianismo, 355,374 cristianismo: como religión con
los fines, 87-93; y los intereses de la Boas, Franz, 185 consenso moral, 95-96 tendencias estoicas, 314 n. 3;
teoría, 105-109; y los modelos de bolcheviques, 320 n. 10 Constitución (estadounidense), 315 expansión del,3n; la misión
. descubrimiento y elección/creación, Bourdieu, Pierre, 99 Véase también Primera Enmienda victoriana del, 317-318; y la corrección
53 n. 46; y perfeccionismo, 239-240; Bosnia, 350-351 Constitución (francesa), 315 doctrinaria, 280
y pluralismo de valores, 85-87; y Bowert v. Kendrick, 140 n. 36 Convenio Internacional sobre Derechos Cubberley, Ellwood, Z95-296
pluralismo moral, 239 n. 8 Braithwaite, Richard, 273 Civiles y Políticos, 188 n. 14 cultura, 179-Z12; argumento desde las
Brigada Internacional, 348 cónyuges, valor de los, 327 otras culturas, 85-86, 87; autonomía
Bacon, Francis, 315 budismo, expansión del, 311 cosmopolitismo, 309-332,342-384; a de la, 362 n. 59; como bien
Bargh, John, 92 Burger, Warren E., 157-158,160 n. 55 través de la interconexión/Ios viajes, primario/derechos culturales, 186-195;
Barry, Brian, 242 n. 12, 256 Burke, Edmund, 219 n. 57,319, 311-313; a través de las historias como bien social, 195-198; culturas
Beatón, cardenal, 216 n. 52 346 n. 47 itinerantes, 365-368; antiuniversalista, societales, 123,137-138,162,187 n. 9,
Beitz, Charles, 316 n. 5 Byron, Lord, 347 358,367; bienes/dioses rivales, 363-364; 189, 200, 203; componente racial de la,
Bell, Daniel A., 34, 88, 92 n. 30 como ciudadanía en el cosmos, 313- 206-207; contrapuesta a la
Benn, Stanley, 77 Cairns, John Elliot, 55 n. 48 314; como concepto eurocéntrico, pertenencia, 192-195; cultura ética,
Bentham, Jeremy, 26, 31, 259 Calhoun, Craig, 343 380-381; como opuesto a la 143-144 n. 39; de consumo, 181;
Bergson, Henri, 19 Calvino, Juan, 81 n. 13 parcialidad, 317, 318, 320,335 n. 29; derechos de las culturas minoritarias,
Berlín, Isaiah, 62 n. 62; sobre el choque Callan, Eamonn, 297 confrontación/conversación como 188 n. 14,189-190; diversidad cultural
de los valores en el interior de un Cannadine, David, 203 tarea del, 353-363; conversación estadounidense, 179-186 (véase
388 i U É TI CA DE LA I D E N T I DA D In d i c e a n a l í t i c o i 389

también diversidad); diversidad de las Dennett, Daniel, 104 332-333,335-336’ 339 (véase también igualdad, 315; sobre las opciones, 98,
personas como contrapuesta a las Dennis, Cari, 260, 348 ética: contrapuesta a la moral); y su 222-223; sobre las preferencias de
culturas, 21-22, 82-84 (véase también derechos: colectivos, 124-127,369 n. 64; implicación del “puede”, 372 orden superior, 269
diversidad); e identidades, 113-114; el concepciones densas y débiles de los, diásporas, 311 Dworkin, Ronald: modelo del desafio,
carácter como opuesto a la existencia e indeterminación, 373-374; Dickens, 35; Casa desierta, 319-321 64-65,175,267 n. 40; sobre la moral
de las, 205; el imperialismo de la, 184; consentimiento a los, 378; costos dignidad/respeto: democratización de la, y su diferencia con la ética, 19,
en decadencia, 191, 210-211; occidental de los, 286 n. 54; de los ciudadanos, 375-377; e identidad afroamericana, 332-334; sobre la premisa de la
contrapuesta a no occidental, 361; 124-127; de los niños a ser 173-175; Mili sobre la, 39-40; aceptación, 226; sobre la preservación
pluralismo cultural (véase también alimentados, 374; derecho de salida, preocupación asante por la, 375,381- cultural, 199; sobre las ambiciones, 245
multiculturalismo); preservación/ 131-132,133 n. 30; el individualismo 382; y agencia, 105; y n. 17, 269; sobre los parámetros, 191
supervivencia contrapuesta a la ético, contrapuesto al sustantivo, ataques/humillaciones, 375 n. 68; y
asimilación, 199-208,211; respeto sobre los, 124-125,126-127; en estereotipos, 290-291 educación: adquisición de la verdad
como opuesto a tolerancia respecto de conflicto, 370-372; negativos, 372; Dilthey, Wilhelm, 103 como meta de la, 301-302; conflictos
la, 209-210; significados/ubicuidad positivos, 374; respecto de los discriminación, 286 n. 54. Véase también entre los padres y las escuelas, 298-
del término, 184-186,189-190; y mayores, 374. Véase también deberes; leyes contra la discriminación 301; controversias sobre el papel que
derechos individuales contrapuestos derechos humanos; obligaciones “Discurso ocasional sobre la cuestión de desempeña en la creación de
a los derechos de grupo, 187-188; derechos humanos: alcance de los, los negros” (Carlyle), 217, 218 n. 55 ciudadanos, 295-297; democrático-
y la fluidez en lengua inglesa, 181; y la 368-370,372- 373, 377', como algo diversidad, 212-231; analogía de la liberal, 292-293,296, 305 n. 73;
negación como afirmación, 208-212; similar a la ley, 368; como concepto biodiversidad, 226-227; celebración de derecho a la, 370; disputas sobre el
y los derechos externos como individualista/occidental, 354,358-359, la, 213; como desacuerdo, 364 n. 60, currículum, 301; en la lengua política,
opuestos a las limitaciones internas, 367-368,373,377; como restricciones 366; como espectáculo, 225-228; 164-166; formación del alma a través
188 n. 14; y movimientos de laterales, 370-372; consentimiento a como valor, 82-83, 230-231; de la, 291-302; Mili sobre la, 303;
liberación, 211-212; los, 378; Declaración Universal de contrapuesta a la autonomía, 80-87, obligatoria, 127-129,135, 296-297, 298
Chan, Joseph,374 Derechos Humanos, 312,368-369, 230-231,379-380; contrapuesta al n. 68, 299 n. 69,370; papel del Estado
Cheng Ho, 311 374 n. 67; defensa pragmática de monismo, 82,215-220,231; cultural en la, 208-209; pública, 66; y
los, 377-378; efectividad/éxito de los, (véase en cultura); e igualdad, 64-65; autonomía, 207-208; y
dalits (“intocables” ; India), 212 373,378,383; el humanismo iluminista externa, 220,225-228; Hobbes sobre la derechos/deseos de los padres, 294,
Danquah, J. B., 321 n. 11 sobre los, 357; fundamentación diversidad como problema, 212-213, 296-299,303-304; y estilo pedagógico,
Darwall, Stephen L.,331 metafísica de los, 368-369,373-376, 229; individualidad como, 31; interna, 299,300 n. 70; y los conflictos
Darwin, Charles: El origen 378; globalización de los, 368-378; 220-225,228, 229; la Ilustración sobre respecto de las proposiciones
de las especies, 71 indeterminación de los, 373; Mili la, 213 n. 48; legítima, 229; Leibniz identitarias, 302-307
Davidson, Donald, 104 sobre los, 217-218; protección/ sobre la, 213 n. 48; Mili sobre la, Eisgruber, Christopher L., 158
deberes: de asociación, 323-324,329, promoción estatal de los, 371-373 22 n. 5, 82-84,213-214,215-216,220-221; El origen de las especies (Darwin), 71
334, 337; Mili sobre los, 374 n. 67; derechos/deseos de los padres respecto personal contrapuesta a cultural, Elias, Norbert, 185
respecto de los demás: su importancia de la educación, 294,296-299,303 21-22, 82-83, 220-221; uniformidad Eliot, George, 338
para el liberalismo, 64-66; y deseos, desacuerdo, 363-364,366 interna/homogeneidad resultantes Eliot, T. S.,359
236-237. Véase también obligaciones; deseos: conformación de los deseos a las déla, 226 n. 66,228-231; Williams Elster, Jon, 98,210, 264
derechos opciones, 98-99; de primero y sobre la, 221-222; y cosmopolitismo, Engels, Friedrich, 320 n. 10
debilidad de la voluntad (akrasia), segundo orden, 249-251,254 n. 25,257 379-381; y la lógica de la similitud, Epicteto, 64
251-253 n. 27; indeterminación de los, 261-263, 219-220; y liberalismo, 21-23; y epistemología moral, 23
Declaración de Derechos, 136 264; informados, 256-268, 289-290; universalismo, 219 equilibrio reflexivo, 330
Declaración de Derechos del Hombre regidos por los derechos/los deberes, Donahue v. Shoe Corporation Erikson, Erik, 114
y el Ciudadano, 315 236-237; superiores/globales, 269; y of America, 289 esclavitud, 217, 219-220,274
Declaración de la Independencia de los experiencia, 256-257; y predicción de Donne, John: “La prohibición”, 210 esencialismo, 171
Estados Unidos, 315 los estados emocionales, 257 n. 29. Donner, Wendy, 61 Esparta, la diversidad en, 224-225
Declaración Universal de Derechos Véase también preferencias Durham, W. Colé, 139 Estado gendarme, 238 n. 7
Humanos (NacionesUnidas), 312, “debe” : “es” derivado del, 340,359 (véase Dworkin, Gerald: sobre la autonomía de estereotipos: e identidades, 118;
369,374 n. 67 también distinción entre hechos y Esteban en Ana Karenina, 75, 90; estadísticos, 286 n. 54,287,289; lisa y
democracia y liberalismo, 14-15 valores); ético contrapuesto al moral, sobre la cultura, 187; sobre la llanamente falsos, 286-287, 289;
390 ¡ LA ÉT ICA DE LA I DE NT I DA D ÍNDI CE AN AL Í T I C O I 3 9 1

normativos, 286-288, 289; y leyes 233-248; y la debilidad de la voluntad, sobre el monismo, 215; sobre el heroísmo que requiere dar la vida,
contra la discriminación, 285-287, 251-253; y las identidades irracionales 197-198, 224
perfeccionismo de Mili, 62 n. 63;
288-291 (véase identidades irracionales); y Herzl, Theodor, 60
sobre el pluralismo de valores,
estoicos, 314 leyes contra la discriminación, 283, Hijo nativo (Wright), 102
85-87; sobre la autonomía como un
ética: Aristóteles sobre la, 337; 284-285; y los conflictos en torno de concepto etnocéntrico, 81, 82-83, 85; Hill, Thomas E., 42
contrapuesta a la moral, 18-19,281» las proposiciones identitarias,302- sobre la noción milliana de opción, hinduismo, 245 n. 16
332-342; el “debe” derivado del “es", 307; y los estereotipos, 285-291; y 53 n. 46; sobre las identidades hmong, los (Vietnam), 228
340,359 (véase también distinción perfeccionismo, 237-240, 243 n. 14, 244 adscriptivas, 126 n. 21 Hobbes, Thomas, Z12-213,229, 352.-353
entre hechos y valores); y formas de vida, 89 Green, Leslie, 133 Hobhouse, L. T., 234
motivaciones, 338-340 fortuna moral, 41 Green, Thomas Hill, 240 Holt, Rinehart y Winston, series básicas
evaluaciones éticas de las vidas, 245-246, Foucault, Míchel, 49 Greenawalt, Kent, 147 de lectura, 304
255, 267-269 Fran^ois, Claude, 43 n. 31 Griffin, James: sobre el perfeccionismo, Homero, 352
Everson v. Board ofEducation, 139,141, Frankfurt, Fiarry, Z49-251,270,328 n. 21 239 n. 8; sobre Freud, 256-257; sobre la Honneth,Axel,i68
158 n. 53 Franzen, Jonathan: Las correcciones, concepción del bienestar basada en Horacio, 352,376-377
éxito/realización: ético, 255,270,274; 108 n. 49 listas objetivas, 268 n. 41; sobre las Horowitz, Donald, 113,199
medición subjetiva y objetiva del, 255, Freud, Sigmund, 256 percepciones claras de nuestra humanismo, 143 n. 39,357-359, 361-363,
268-269. Véase también bienestar Frost, Vicki,304 realidad, 277; sobre los bienes 365; ético, 143 n. 39
explicaciones referidas a causas Fuller, Margaret, 22 comunales, 196-197; sobre los deseos Humboldt, Wilhelm von, 52 n. 45,213
contrapuestas a las referidas a funciones del gobierno: Mili sobre las, globales, 269; sobre los deseos Hume, David, 359
razones, 107-108 61-66 informados, 256-258, 266 Hurka, Thomas, 233 n. 2,335 n. 29
fundamentalismo, 317 Griggs v. Duke Power Company, 151 n. 48
Fabian, Johannes, 203 grupos abarcadores, izó n. 21, i6z, idealización en la teoría científica,
falacia naturalista, 359 Galston, William: sobre el monismo, 215; 200,206 104-105
falangistas, 348 sobre la autonomía/razón guajaratis, 311 identidad: akan (Ghana), 203; asiática,
falibilismo, 278 contrapuestas a la tolerancia, 81,142; Guerra Civil Española, 348 180; ewé (Ghana), 203; hindú, 113;
falsedades analíticas, 278 sobre la diversidad interna, Z24-225, Gutmann, Amy, 132 n. 28, 244 hispánica, 180-181,182-183,282 n. 53;
familias: estadounidenses de origen 229; sobre la Iiberización/Las medidas indígena estadounidense, 180-181;
chino, 300-301; “familia subversiva”, multiculturales, iz8 , 199 Habermas, Jürgen, 103 italiana, 179-180; malaya, 113; negra
tesis de la, 143-144 n. 39; papel que Gallagher, Catherine, 220 Habertal, Moshe, 132 n. 27, 200, Z28 (véase identidad afroamericana);
desempeñan en la crianza de los Gedicks, Frederick, 139 habitus, 99 pequot, 204; personal, 47 n. 36;
niños, 294-295, 300 Gellner, Ernest, 229 Hacking, Ian, 57-58,115-116 québécois, 202-203, 204
Feinberg, Joel, 76,299 Ghana: celebración de la cultura en, 184- Handler, Richard, 202-204 identidad afroamericana:
felicidad, 29 n. 7,52-53, 56 n. 46 185; el patriotismo/la política en, 321, Harsanyi, John, Z57-258 clasificación/reconocimiento
filosofía, como cultivo de uno mismo, 375-376; identidad ewé como opuesta hausa-fulani, 203 gubernamental de, 282; como algo
185 n. 6 a la identidad akan en, 203; la lengua Haworth, Lawrence, 31 n. 10, 76, 83 n. 16 independiente de las elecciones, 122;
Fleischacker, Samuel, 213 n. 48 en, 181-182; la religión en, 381-382; las hechos inherentes a relaciones, 340 n. 39 configuración de la, 169-171; la regla
fluidez en lengua inglesa, 180-181 obligaciones morales en, 339; la hechos y valores, distinción entre, 2Z-Z3, de una sola gota para determinar la,
Fodor, ]erry, 104 violación de los derechos en, 382 274-276; reconocimiento de la, 170,
270-271,278,359
formación del alma, 233-254; Gandhi, Mahatma, 381 hedonismo, 255,256 n. 26 183-184; y el afrocentrismo, 183; y el
contrapuesta al lavado de cerebro, Giddens, Anthony, 100 Hegel, Georg Wilhelm Friedrich: crítica nacionalismo negro, 170-171,177, 276;
291; definición de la, 247-248; Gilbert, Daniel T., 92 n. 30 de Kant, 326 n. 17; sobre el y la creencia en la descendencia no
educativa, 291-302; el papel de la Glazer, Nathan, 76 n. 3 reconocimiento, 163,168, 210; sobre la africana de los blancos, 275-276; y la
familia en la crianza de los niños, globalización, 312 diferencia entre moral y ética, 19; dignidad/el respeto, 173-174; y las
294-295,300; y antiperfeccionismo, Godwin, William, 318 sobre la diferencia entre Sittlichkeit y formas negras del inglés, 180; y una
243-244, 254; yautonomía/gobierno Gouldner, Alvin, 114 Moralitat, 334-336,340 n. 40; sobre la historia de desventajas, 120 n . 16
de uno mismo/autogestión, 249-255; y Graham, Jorie, 363 negación interna, 210 Identidad Cristiana, movimiento, 281,
el bienestar racional, 248-249 (véase Gray, John: sobre el autonomismo, 129, Herder, Johan Gottfried von, 169,185 n. 282 n. 53
también deseos; identidades 215-216; sobre eL derecho de salida, 131; identidad gay: como algo que no se
6,350-351
irracionales; bienestar); y el Estado, sobre el modus vivendi, 85-87,123,127; controla, 121-122; la homosexualidad
3 9 2 . | LA ÉTIC A DE LA I DEN TI DAD I ndice analítico i 393

como límite/parámetro, 176; y 174-175; y una historia de autonomía); y bienestar, 248-249; y cultural de los, 194; y el judaismo
dignidad/respeto, 173-174 desventajas/persecución, 120 n. 16. costumbre, 31 n. 11; y dignidad, estadounidense, 181
identidades, 111-124; a través de Véase también multiculturalismo; 39-40; y el Estado, 61-70; y estética, 31 justicia, 322; retributiva contrapuesta a
antagonismos/oposiciones, 113-114, formación del alma n. 11; y la educación de Mili, 25-28; y distributiva, 333
120 n. 15,169-170,177-178,203-204; identidades irracionales, 251, 270-283; libertad, 28-32; y los planes de vida,
colectivas, 54-58,116-117,171-172; experimento imaginario de Cartesia 18-19,32-47;y un yo unificado, 56-57 Kallen, Horace, 126, 294
como “ vivir como”, 46,47 n. 37; como (racionalismo duro), 271-274,277-279, individualismo: aceptación del, 13; Kane, lohn, 328 n. 21
culturas societales, 123,137-138,162; 280-282; identidades aborrecibles, contrapuesto al nacionalismo, 343; Kant, Immanuel: crítica de Kant por
como grupos abarcadores, 126 n. 21, 280-281; identidades que se socavan a e interés por los demás, 12 n. 1; en Hegel, 326 n. 17; el enfoque de los dos
162; como límites frente a parámetros, sí mismas, 280, 281-282; identidades contraposición a los derechos de puntos de vista, 101-103,108; sobre el
175-178; contrapuestas a los planes de raciales en los Estados Unidos, 274- grupo, 187-189; ético, 124,125-126,127, actuar como si, 102-103,104-105; sobre
vida, 46; de casta, 168 n. 61; de dase, 276,281-283; y creencias religiosas, 131,134,199-200, 243 n. 13,316; la autonomía, 235, 251; sobre las
168 n. 61; de género, 168 n. 61; desde el 272-274,278-279; y falibilismo, 278; y sustantivo como opuesto a ético, personas como sistemas políticos,
punto de vista individual como falsedades analíticas, 278; y 124-125 127; sobre los juicios estéticos,
opuesto al estatal, 176; dimensiones preferencias informadas, 280 Indonesia, 356 338-339; sobre los officia perfecta
personales de las, 57; e Ignatieff, Michael, 317,368-369,373-374 infibulación (circuncisión faraónica), en contraposición a los officia
identificación/etiquetas, 117-119,176; e igualdad: definición de la, 283-284; de 354-356 imperfecta, 19 n. 4; sobre los otros
intereses comunes, 59-60; estructura recursos, 327-328; importancia de la, información plena y conocimiento, 260. como fines en sí mismos, 105; sobre
de las identidades sociales, 114-124; 328 n. 21; moral, 329-332; moral Véase también deseos: informados Rechtspflichten en contraposición a
estudio de Robbers Cave, 111-114,120 contrapuesta a la autonomía, 323-324. Ingram, David, 127, 227 Tugendpflichten, 19 n. 4
n. 15,177-178,348-349; étnicas, 168 n. Véase también neutralidad; inmigrantes, 179-180 Kaplan, Mordecai, 273
61,182-183,273-274; la ética en las, 58- parcialidad intención legislativa, 148,151 karen, los (Birmania), 199
60; libre ejercicio de las, 124; igualitarios, 284 intereses, 102-104,103 n. 47,106 Kelly, Tom, 249
monológicas, 207; movimientos ik, los, 227 interferencia gubernamental: Mili sobre Kenge (un pigmeo mbuti), 363
identitarios, 173-175; nacionales, 119, Ilustración: el humanismo de la, 356-359, la, 68-70 kind, significado de, 328 n. 20
122 n. 17; normas de conducta 360-362,364; el racionalismo International Agency for Research on King, Martin Luther, Jr., 137 n. 3
asociadas a las, 119; pandillas, 349; de la, 357,366; sobre la diversidad, Cáncer Multicenter Cervical Cáncer Knox, John, 215-216,231
procedimientos de clasificación, 282- 213 n. 48 Study Group, 355 n. 55 Kukathas, Chandran, 82,127-129
283; raciales, 168 n. 61,182-183,274 impacto dispar, 151 Internationale, 320 Kymlicka, Will: crítica de Kymlicka por
(véase también identidad imparcialidad, 329-332. Véase también ironismo, 356-357,361 Galston, 199-200; el monismo de, 215;
afroamericana); racionalidad de las parcialidad Ishiguro, Kazuo: lo s restos del día, sobre la autonomía individual
(véase identidades irracionales); imparcialismo extremo, 318 37-42,45- 47.116-117,122 contrapuesta a la autonomía de
reconocimiento estatal de las, 122-124; Imperio otomano, 127-128 Islam, 280, 311,363-364 grupo, 135 n. 31,137-138; sobre la
religiosas, L68 n. 61,182-183,346 n. 47; India, prácticas de los británicos en la, islas como escenarios para la teoría cultura corno bien primario/los
sexualidad e, 168 n. 61; sociales 219 n .57 política normativa, 314-315 derechos culturales, 186-187,188-192;
colectivas, 168 n. 61; solidaridad individualidad, 25-73; a pesar del israelíes, 363-364 sobre la liberalización, 128; sobre la
creada por las, 58, 59, 274-275; tipos servilismo, 36-42; como algo preservación cultural, 200-205; sobre
de, 20; unificadas, 177-178; uso del arbitrario, 44,45,50; como algo jacobinismo, 375 n. 68 las culturas en decadencia, 191-192,
término “identidad”, 114-115; uso del social, 43-47, 51-54, 72-73- 379! como Jefferson, Thomas, 139,301 211-212; sobre las culturas societales,
término “identidad social”, 114 n. 7; autenticidad, 47-54,168-170; como Jerusalén, 364 123 n. 18,136-138,162,187 n. 9,188-189,
valores intrínsecos de las, 58-60; diversidad, 31-32; identidades Jim Crow, 274 200-201
variedad de las, 168 n. 61,182-183; y colectivas y narraciones del yo, 54-57, Johnston, David, 78-79, 221 n. 59
cultura, 113-114; y el respeto por las 172-173; la concepción Johnston, Mark, 47 n. 37 Laitin, David, 203
personas, 125-126; y estereotipos, 118; existencialista/creadora del yo de la, judaismo, 272-273, 280,311 Lamv. University of Hawaii, 289
y la autonomía de grupo, 123-124, 39 n. 22,47-54; la ética en la judíos: en conflicto con los musulmanes, “La prohibición” (Donne), 210
126; y las fronteras de los grupos, identidad, 58-60; la influencia de 364; historia de la persecución de los, Larkin, Phillip: “The importance of
130-131; y personas discapacitadas, Carlyle respecto de la, 31 n. 11; y 120 n. 16; inmigrantes, 179-180; elsewhere”, 193
168 n. 61; y reconocimiento, 123-124, ambiciones, 244-246; y autonomía, legislación respecto del divorcio Larmore, Charles, 82-83, 277
161-175; y trato “como”, 120-121, 30-32,40-42, 72-73 (véase también entre los, 146-147; pertenencia Las Correcciones (Franzen), 108 n. 49
394 I I A ÉTICA DE LA I D E N T I DA D Indice analítico l 395

Lawrence,T. E. (“Lawrence de Arabia”), 284-285; de expresión política, 15; de sobre el respeto por los grupos, 209, 241 n. u; sobre el cultivo de las
347-348 movimiento, 225; de pensamiento, 2¡o n. 44; sobre la cultura en facultades propias, 29-32; sobre el
Leach, Edmund, 133 n. 30 234; de prensa, 16; de religión, 16, decadencia, 191 n. 18; sobre la desarrollo/el cultivo de sí/ uno.
legislación relativa a la abstinencia de (véase también tolerancia/ familiaridad cultural, 187; sobre la mismo, 61-64,306; sobre el egoísmo,
bebidas alcohólicas, 141 libertad religiosa); e individualidad, integración en la cultura, 194; sobre la 52n.45; sobre el gobierno despótico
legislación selectiva de los servicios, 141 28-32; grados de, 96 n. 35; negativa naturaleza voluntaria de las en las sociedades atrasadas, 215-217;
LeGuin, Ursula: “The ones who walk como opuesta a positiva, 62,81-82, relaciones éticas, 338; sobre la sobre el gobierno y la excelencia de
away from Ornelas”, 132 n. 27 83, 240, 265 n. 38; respecto de la preservación cultural, 200,228; sobre sus ciudadanos, 233, 240-241; sobre el
Leibniz, Gottfried Wilhelm, 213 n. 48 religión, 136 los grupos abarcadores, 126 n. 21,162, juicio individual, 35 n. 15; sobre el
Lemon, prueba (Lemon v. Kutzman), 140, libertad de expresión, 371; defensa 199-200, 205-206; sobre los intereses principio de daño, 65, 67, 241 11. n,
146,149 instrumental de la, 142 n. 38; Mili de grupo contrapuestos a los 246; sobre enseñar a los niños sólo
lengua, 51,163-168,181-183 sobre la, 28-30; y leyes contra la individuales, 196 aquello en lo que uno cree, 302-303;
leninismo, 375 n. 68 discriminación, 284-285 María Estuardo, zi6 n. 52 sobre Knox, 215-216, 230-231; sobre la
Leopardi, Giacomo, 364 libre albedrío/libertad de la voluntad, Marsh v. Chambers, 140 n. 36 comunicación/cultura de masas, 213-
Levy, Jacob T., 132 n. 27,133 101,105 Marx, Karl, 97,3Z0 214; sobre la convención/costumbre,
Lewis, David K.,98 Lincoln, Abraham, 55 n. 48,137 n. 33 Masón, Andrew, 322 n. ¡2,325 40-41; sobre la democracia, 15 n. 3;
leyes contra la concepción interracial, lo “verdadero” contrapuesto a lo matrimonios arreglados, 205,372 sobre ia diversidad como valor, 82-84,
148 n. 46 “bueno”, 359 Matsuda, Mari, 209 n. 43 212-214, 215-217, 231; sobre la
leyes contra la discriminación: y el Locke, John: Carta sobre la tolerancia, Mazzini, José, 345,346 diversidad interna contrapuesta a la
impacto dispar, 150-151; las 142; el liberalismo de, 21; sobre la McConnell, Michael, ¡39,145-146 externa, 221; sobre la educación
identidades tratadas como minusvalía ortodoxia, 228-229; sobre la McDaniel v. Paty, 140 n. 36 pública, 66 n. 72; sobre la esclavitud,
por las, 177; y la formación del alma, propiedad, 13; sobre la razón como Mead, George Herbert, 170 n. 63 215-218; sobre la experiencia/las
283, 285; y lo s estereotipos, 285-287, requisito para la libertad, 271; sobre la Mecenas, 376-377 costumbres, 37 n. ¡8; sobre la
288-291 tolerancia religiosa, 381-382; sobre los Meinecke, Friedrich, 344-345 felicidad, 29 11. 7, 52-54; sobre la
leyes sobre el uso de casco, 241, ateos, 382 n. 75; sobre los efectos de la Menand, Louis, 102 n. 44» 378 individualidad, 17-19, 20, 248-249
242 n. 12, 277 educación, 291-292 Mendus, Susan, 82,84 (véase también individualidad); sobre
Liberales (España), 14 n. 2 “Locksley Hall” (Tennyson), 310, 310 n. 1 Merton,Thomas, 85 la interferencia gubernamental, 68-
liberalismo: clásico, 238 n. 7; como lógica de la congruencia, 84, 329 Mehta, Uday Singh, 215, 217 n. 53 70, 241 n. 11,306; sobre la libertad
concepto occidental, 355-356; deberes Lolita (Nabokov), 56 n. 50 Michaels, Walter Benn, 206 de expresión, 29-30; sobre la libertad
respecto de los demás como centrales Lomasky, Loren, 88 n. 24 migraciones bantús, 311 moral y la estructura social, 102 n. 45;
para el, 65-66; e igualdad moral, 329; Los restos del día (Ishiguro), 35-42,45-47, Mili, James, 25-26, 27,31, 72, 292-293 sobre la libertad política, 95 n. 33;
elementos centrales del, 13-16; 116-117,122 Mili, John Stuart: Carlyle criticado por, Sobre la libertad, 27-28,63, 70-71;
experiencias con gobiernos Loving v. Virginia, 148 n. 46 217-218; el antipaternalismo de, 240- sobre la muerte de Lincoln, 55 n. 48;
autoritarios como fuente del, 381-382; Lutero, 81 n. 13 241; el autonomismo de, 215-216, 217 sobre la poligamia, 69; sobre la
la persona moral como idealización Lynch v. Donnelly, 140 n. 36 n. 53; el cosmopolitismo de, 383-384; política dirigida por las encuestas,
en el, 333; las instituciones políticas el etnocentrismo de, 215-217; el 214-215; sóbrela sociabilidad como
que constituyen el, 15-17; negativo, Macedo, Stephen, 230,243,296, monismo de, 215,217-218; el base para la moral, 51-54; sobre la
238-239, 253-254; político 305 n. 73 perfeccionismo de, 62 n. 63, 237 n. 6, sociabilidad y los intereses
contrapuesto a omnicomprensivo, Maclntyre, Alasdair, 55, 56 n. 51, 295,335 240; el utilitarismo de, 29 n. 7,65 n. compartidos, 59-60; sobre las
136-137, 235; prácticas contrapuestas a n. 29 71, Z59; influencia/importancia de, 27- distinciones entre los placeres, 64 n.
principios, 15-17; retórica del, 15-17; Mackie,). L., 34 28; la educación de, 25-28; sobre 66, 258-260; sobre las exigencias de la
uso del término, 14 n. 2,15; y Madison, James, 238 n. 7, 249 ayudar a alguien a formar su juicio, autonomía, 76-77; sobre las funciones
democracia, 15-16; y diversidad, 21-23 Maquiavelo, Nicolás, 233 258-259; sobre el arte de vivir, 64 n. del gobierno, 6i-66,306; sobre las
(véase también diversidad); y el máquina de la experiencia, 256-257, 266- 66; sobre el bienéstar, criterio de verdades matemáticas, 278; sobre los
respeto por las personas, 21; 267, 272, 273 competencia, 158-160; sobre el contratos vinculantes, 254 n. 25; sobre
y pluralismo de valores, 86-87. Marco Aurelio, 314,318,383 carácter femenino y el masculino, 54 los deberes, 374 n. 67; sobre los
Véase también individualismo Margalit, Avishai: sobre el “debe” ético n. 47; sobre el carácter, 30 n. 8, 48-49, derechos humanos, 217-218; sobre los
libertad: como algo artificial, 378; de en contraposición al moral, 332-333; 102 n. 45; sobre el consenso moral, 94- experimentos de vida, 213, 221; sobre
asociación, 127-131, 225-226, 279, sobre el derecho de salida, 132 n. 27; 95; sobre el cuidado de uno mismo, los negros, 218 n. 55-56; sobre los
396 I U ÉTICA DE LA I D E N T I D A D índice analítico I 397

trabajadores ingleses incultos, 40 n. norteamericano, 350 n. 51; paquistaní, Nunberg, Geoffrey, 181 322 n. 12,324 n. 15,325 n. 16, 326 n. 17,
25; y Harriet Hardy Taylor, 27,34-35, 350 n. 51 Nussbaum, Martha: sobre el 331-332,340-342,
36 n. 17,41 n. 27. Véase también naciones/identidad nacional: conflictos cosmopolitismo, 345,346-347,350-351, Parekh, Bikhu, 82,83,126 n. 20; sobre el
individualidad entre naciones, 363-364; 364; sobre el hecho accidental del monismo, 215; sobre el universalismo,
Miller, Richard W., 322 n. 12 contrapuestas a estados, 349-353; lugar de nacimiento, 347-349; sobre 218; sobre Knox, 216 n. 52; sobre la
Ming, corte, 311 definición de, 350-351; fluidas, 342- Knox, 216 n. 52; sobre la lógica de la similitud, 220
misión civilizadora colonial, 317-318 343; modelo romano de, 313,351-352; socialdemocracia aristotélica, 233 n. 2 Parfit, Derek, 267, 268 n. 42
modelo del desafio, 65,175,261-262, nacionalismo, 275-276,343-344,346 Passmore, John, 237 n. 6
267 n. 40 n. 47,349,350 n. 51 (véase también Oakeshott, Michael, 293-294 paternalismo, 240-241
modelo romano de la identidad patriotismo); narraciones de las, 351; objeción distributiva, 323 patriotismo, 276,320; cosmopolita, 321-
nacional, 313,352 y cosmopolitismo, 313,315-317,342- objetividad relativa a la posición, 324 n. 15 322,342-353; Maclntyre sobre el, 335 n.
moáus vivendi, 85-86,123,127 344, 346 n. 46, 349-352 objetivismo, 143 n. 39 29; y moral, 336 n. 31
mongoles, 311 Nagel,Thomas, 136,153-155,156-157, 277 obligaciones: de los estados respecto de pedagogía constructivista, 300
monismo, 82-83,215-220,230-231 Napoleón Bonaparte, 348 los pobres extranjeros, 316 n. 5; perfeccionismo: de Mili, 62 n. 63,237 n.
Monod, Jacques, \8 narraciones del yo, 54-58,172-174 especiales, 322-326,332,336-338,339 n. 6,240; liberal, 233, 239 n. 8; y
Monte del Templo, 364 Nathanson, Stephen, 336 n. 31 36,340; morales contrapuestas a autonomía 239-240; y formación del
Montesquieu, barón de, 226 naturaleza humana, biológica, 359 éticas, 332-342; promesas, 336-337; y alma, 237-240,243 n. 14,244
Moore, Charles, 201 naturaleza o índole social de la contingencia metafísica, 337-338; y Pericles, 216
Moore, G. E., 359 individualidad, 43- 47,51-54, 72-73,379 deberes de asociación, 323-324,329, Perry, Michael, 136-137
moral: contrapuesta a ética, 18-19, 281, neutralidad, 146-161; como igual respeto, 334>337-338; y naturaleza voluntaria Pfeiffer, Juies, 36
332-342; contrapuesta a lealtad, 334- 151-162; cuestionable de los de las relaciones éticas, 337-338; y Phelps, Edmund, 286 n. 54
336; en sentido amplio, contrapuesto neutralistas, 61 n. 60; de normas como factores dependientes Piatigorsky, Gregor, 338
a sentido estricto, 18-19; sociabilidad justificaciones, 138-139,148-152; de de la comunidad, 339-340; y planes de vida: arbitrarios, 43-45; Bell
como base de la, 51-54; y razones, 148-149,154-161; el gobierno relaciones densas contrapuestas a las sobre los, 34-36; como conjuntos de
motivaciones, 339 como no neutral en sus efectos, 138, débiles, 332-333, 333-335,340-342. objetivos, 46; contrapuestos a las
mormones, 133-134 146-147; en el contexto de la Primera Véase también deberes; derechos identidades, 46; Mackie sobre los, 34;
Moro, Tomás, 314 Enmienda, 136-137,139-140,142-147, Oficina de Asuntos Indígenas (Bureau of Rawls sobre los, 33-34; Royce sobre
Mount, Ferdinand, 143 n. 39 157-159,160-162; en los casos de Indian Affairs), 204 los, 33; Slote sobre los; 34; Williams
movimientos de liberación, 211-212 transfusión de sangre, 145-146,154; om c, 312 sobre los, 46; y deseos/preferencias
movimientos de recuperación, 144 n. 39 escepticismo respecto de la, 238; Mili onusida , 372 inmediatos, contrapuestos a los de
Mozert v. Hawkins County Board of sobre la, 61; Nagel sobre la, 153-155, opciones: abarcadoras y periféricas, 222 largo plazo, 32-34; y elecciones
Education, 304-305 155- 157, 277; prueba contrafáctica de, n. 61,247 n. 18; cantidad de, 98, sociales, 43-47,45 n. 34; y la
Mueller v. Alien, 140 n. 36 157-158,159 n. 54; Raz sobre la, 138; 222-223; como requisito de la individualidad, 18-19,32-47; y la
mughales, 311 sobre el aborto, 156-157; y coerción, autonomía, 98-99,222 n. 61; el papel jerarquía entre los deseos, 249-250;
multiculturalismo: de los millet, 127-128, 136,152-154,155-156; y liberalismo del Estado en las, 247-248; y proyectos fundamentales, 43
129,134; pluralismo blando, 134-139; político, 136-137; y procedimientos de significados de las, 222 n. 61 Platón: monismo de, 215; sobre la
pluralismo duro, 126-134; tipos de, clasificación, 282 n. 53. Véase también oportunidad, valor de la, 191 n. 18 política como el arte de cuidar las
122-124; y el derecho de salida, 130-135. Primera Enmienda Organización Mundial de la Salud,372 almas, 233, 235, 246-247, 289, 306
Véase también neutralidad; Neville, Henry, 314-315 Oxford, movimiento de, 71 (véase también formación del alma)
tolerancia/libertad religiosa Nietzsche, Friedrich Wilhelm, pluralismo: blando, 134-139; duro, 126-
Murasaki Shikabu, 362 48 n. 39, 50 Pablo, San, 251-252, 313 134. Véase multiculturalismo
musulmanes. Véase Islam Nkrumah, Kwame, 321 n. 11 Packe, Michael St. John, 41 n. 27 Pogge, Thomas, 316 n. 5
noción de la individualidad palestinos, 350 n. 51,364 poligamia, 69
Nabokov, Vladimir: Lolita, 56 n. 50 existencialista/creadora del yo, 47-54 palóc, los (Hungría occidental), 228 Popper, Karl R., 234, 236 n. 5
nación: británica, advenimiento, nominalismo dinámico, 115 paradigma de la discriminación en los posición social, 376 n. 69,377
35J-352; francesa, advenimiento, 351 Nozick, Robert: los Robinson Crusoe de, derechos civiles, 330-331 posmodernismo, 238
nacionalismo: africano, 350 n. 51; de 315; sobre la máquina de la parcialidad: contrapuesta al Post, Robert C., 283, 287,288-289, 290
Medio Oriente, 350 n. 51; experiencia, 256-257,266-267; sobre cosmopolitismo, 317,318,320, preferencias: como algo que no se
latinoamericano, 350 n. 51; los derechos, 370 335 n. 29; ética, y cosmopolitismo, controla, 122 n. 17; de primer orden,
398 I LA ÉTICA DE LA IDENTIDAD índice analíticd i 399

contrapuestas a las de segundo orden, Rawls, John: el monismo de, 215; universalismo, 217-219; como sabatarios, casos de los, 141.153. 159
250-251, 254 n. 25; informadas, 257- el neutralismo de, 238; sobre el accidente histórico, 206; racismo, 290 Sahlins, Marshall, 184
267, 280; por adaptación, 263-264; equilibrio reflexivo, 330; sobre n. 59,330; segregación, 291 Sandel, Michael, 88,106
superiores, identificación con las, 269. el liberalismo político, contrapuesto razón pública, 136-137 Santería, 139
Véase también deseos al omnicomprensivo, 136,235,- sobre el razones suficientes, 149 Sartre, Jean Paul: sobre el yo, 49; sobre
premisa de la aceptación, 226,240 perfeccionismo, 233 n. 2; sobre el realismo moral, 22-23,358-359 las clases de persona (garfon de café),
Price Waterhouse v. Hopkins, Z89 pluralismo, 238; sobre el principio realización ética, 20, 236-238 116,122; sobre las lealtades nacionales
Primera Enmienda: acomodacionistas aristotélico, 64,233 n. 2; sobre la reciprocidad, 322 contrapuestas a las locales, 344
contra separatistas, 139-145; concepción reducida del bien, 62 n. reconocimiento: e identidades, 123-124, Saunders, George, 342-343,349 n. 49. 384
interpretaciones de la Suprema Corte, 63; sobre la justicia distributiva, 106; 161-175; Hegel sobre el, 163-164,168, Scalia, Antonin, 141
139-141 {véanse también los casos sobre la razón pública, 136-137; sobre 210; y autenticidad, 162-163,168-171 Scanlon, T. M., 326,335 n. 30; sobre el
específicos); interpretaciones recientes, reconstruccionismo, 273 bienestar, 262 n. 36, 263 n. 37, 267-268;
la relación voluntarista entre el yo y
diferencias con las originales, 123 n. los fines, 87-88; sobre las fronteras de Reforma, 235 sobre el sentido amplio de moral
19,139-140; libre ejercicio como región de Ashanti (Ghana), 309 contrapuesto al estricto, 18-19; sobre
la sociedad bien ordenada, 315; sobre
opuesto a la cláusula del reglas, seguimiento de las, 100 las razones para nuestros deseos, 265
los bienes, 186,188-191; sobre los
establecimiento de un culto oficial, planes de vida, 33-34 relaciones densas contrapuestas a n. 38,267
136,139,141-142,157-158,161-162; sobre Raz, Joseph: el perfeccionismo liberal de, débiles, 332-333. 335.340-342 Scott, Sir Walter, 257 n. 27
la libertad de expresión, 142 n. 38, 371 233 n. 2; sobre el igual estatus de las relativismo, 339 n. 38,366 Scheffler, Samuel, 97,323-325,340-341
n. 66 comunidades culturales, 126 n. 20,190 religión: creyentes, contrapuestos a secularismo, 147 n. 44
Primera Guerra Mundial, 177 n. 17; sobre el monismo de, 215; sobre practicantes, 278-279; en los Estados seguidores de proyectos, 88 n. 24
principio aristotélico, 64, 233 n. 2 Unidos, 181-182; libertad de y respecto Segunda Guerra Mundial, 177
el multiculturalismo, 209,228 n. 69;
principio del daño: la autonomía como sobre el principio del daño, 67, 241 n. de, 136; religiones africanas, 355! Y Sen, Amartya, 64-65, 84, 233 n. 2, 256
fundamento del, 67-69; Mili sobre el, 11, 247 n. 18; sobre el razonamiento racionalismo, 272-273, 280 n. 26, 324 n. 15
65-66, 67, 241 n. n, 246; Raz sobre práctico, 78-79; sobre el respeto por renacimiento republicano, 16-17,233 Serbia, 350-351
el, 247 n. 18 repúblicas: alemanas, 15-16; europeas, 15 sesgo. Véase neutralidad; parcialidad
los grupos, 209, 210 n. 44; sobre la
pro-elección como opuesta a pro-vida, amistad, 325 n. 16; sobre la autonomía respeto: de reconocimiento, 331; sexismo, 290-291
posición, 156-157 como productora de unidad, 56 n. 51, neutralidad como igual respeto, sexualidad, y trato como, 120
pronóstico afectivo, 257 n 78-79; sobre la cultura en decadencia, 151-162; por la cultura, 209-210; por Shaka, 352
Propiedades de Patrimonio Mundial, 372 191 n. 18; sobre la familiaridad las personas, 21,125,126 n. 20; por los Sher, George, 79, 80 n. 12, 233 n. 2
protestantismo, 81 n. 13 grupos, 209, 210 n. 44. Véase también Sherbert v. Verner, 141-142,157
cultural, 187; sobre la independencia
proyectos fundamentales, 43,332 como requisito de la autonomía, 93; dignidad/respeto Shleifer, Andrei, 363
proyectos/identidades éticos, reforma. sobre la integración en un grupo restricciones laterales, 370 Shue, Henry, 316 n. 5
Véase formación del alma Revolución estadounidense, 13 sida, 372
cultural, 192-194; sobre la neutralidad,
pueblo, tribu, 132 138; sobre las formas sociales que Revolución Francesa, 13, 375 n. 68 Sidgwick, Henry, 260
Putnam, Hilary, 92 posibilitan las actividades/los Revolución Rusa, 320 sikhs, 156,199.241, 242 n. 12,311
proyectos, 333; sobre las metas Riccio, David, 216 n. 52 Sinatra, Frank, 43
Quebec, política lingüística de, 164-168 abarcadoras, 269; sobre las metas Riesman, David, 76 n. 3 sindhis (Pakistán), 199
anidadas, 250; sobre las opciones, 247; Rimbaud, Arthur, 193 síndrome de Medusa, 174
racionalidad/razonamiento: como sobre los bienes colectivos, 195 n. 23, riqueza, 327,328 n. 21 Singer, Peter, 177
requisito de la autonomía, 79-80, 270- Robbers Cave, estudio de, 111-114,120 Slote, Michael, 34
243 n. 14; sobre los grados de la
271; como requisito del bienestar, 270- autonomía, 96-98; sobre los grupos n. 15,177.349 Smith, Anthony, 362 n. 59
271; proyección de la racionalidad en romanticismo alemán, 184-185 Smolin, David, 139
abarcadores, 126 n. 21,162,200, 206;
las intenciones, 103-104; racionalismo Rorty, Richard, 356,357. 358-359. Sobre la libertad (J. S. Mili), 27-28,
sobre los intereses de grupo,
duro, 271-274,277-279,280,281-282; contrapuestos a los individuales, 196 361,366 63, 70-71
racionalismo iluminista, 357-358, 366. Rosenblum, Nancy L,, 84 socialdemocracia aristotélica, 2,33 n. 2
raza: identidades estadounidenses
Véase también identidades Rousseau, Jean Jacques, 319 sociedades democráticas, 379.380 n. 73
basadas en la, 274-275, 281-282 (véase
irracionales Royce, Josiah, 33.43 Southey, Robert: “The devil’s walk”,
también identidad afroamericana);
Railton, Peter, 21 Ruanda, 350-351 14 n. 2
distinciones benévolas basadas en la,
Ramapough Mountain, tribu, 204 ruta de la seda, comerciantes de la, 311 Spinoza, Baruch, 234 n. 3
220 n. 16; diferencia, contrapuesta a
400 I LA ÉT I CA DÉ LA I D E N T I DA D ÍNDI CE ANAL Í TI CO 1 401

Stalin, Joseph, 320 n. 10 Tennyson, Alffed, Lord: “ Locksley Hall”, Tolstoi, León, 319-320; Ana Karenina, Virgilio, 352
Staniforth, Maxwell, 314 n. 3 310 n. 1 75.76 n. 3.90-91 voliciones de segundo orden, 249-251
Stein, Gertrude, 119 n. 14 teoría de las etiquetas, 115 n. 8 Tomás de Aquino, 235 votación, valor de la, 125
Steiner, Rudolph, 143 n. 39 teorías científicas, revisión de las, 278 Tomasi, John, 191-192 Vuígata, 352
Stendahl, 36 teorías morales, contrapuestas al sentido Tomlinson, John, 226 n. 66,230,362 n. 59
Stephen, Sir James Fitzjames, 71 común moral, 329-331 tribalismo, 229 Waldron, Jeremy, 100 n. 40,188 n. 14.
Steme, Laurence: Viaje sentimental, 353, teorías normativas, contrapuestas Trilling, Lionel, 169 Walters, Mary 180
361-362,383 a normas reales, 329-331 Trollope, Anthony, 36 Walzer, Michael, 87-88,313,316 n. 5
Stiglitz, Joseph, 363 terroristas del 11 de septiembre, 317 Tully, James, 100 Wall, Steven, 222 n. 61,230 n. 72, 233 n. 2
Strauss, David A., 157,158 Testigos de Jehová, 145-146,154,157-159 Turnbull, Colin, 227,363 Weber, Max, 114 n. 7
Street, Charles Larrabee, 64 n. 66 Testigos de Jehová Asociados en favor de Tylor, Sir Edward Burnett, 185,192 Wellman, Christopher Heath, 322 n. 12
Stuckert, Robert P„ 275 n. 48 la Reforma sobre la Sangre, 145 n. 41 Widmar v. Vincent, 140 n. 36
Sudáfrica, 165-166 Thatcher, Margaret, 201 ummah (comunidad musulmana Wilde, Oscar, 45
Suiza, 165-166 “The devil’s walk” (Southey), 14 n. 2 global), 317 Wilson v. Southwest Airlines, 287, 289-291
Sundiata, 352 “The importance o f elsewhere” UNESCO, 372 Williams, Bernard: sobre el caso del
Sunstein, Cass, 259, 264, 270,377 (Larkin),i93 UNICEF, 372 naufragio/el rescate de la esposa, 326
supervivencia, 166, “The ones who walk away from Ornelas” uniformism o, 318 n. 17; sobre la diversidad, 221-222;
(LeGuin),i32 n. 27 universalismo: como etnocentrismo, sobre la fortuna moral, 28; sobre la
Taha, Mahmoud Mohamed, 193 Thomas v. Review Board, 157-161 355-357.361; contrapuesto a moral contrapuesta a la ética, 19;
Taylor, Charles: sobre el habitus, 99-100; Thomson, Judith Jarvis, 330 n. 23 cosmopolitismo, 317.320-322,355-357; sobre los planes de vida, 46; sobre los
• sobre el heroísmo que requiere dar la Thomton v. Caldor, 141 cosmopolitismo antiuniversalista, proyectos fundamentales, 43 n. 30,
vida, 197-198, 224; sobre el tolerancia: a través del cosmopolitismo, 357-358,367; cosmopolitismo 332; sobre los valores genuinos,
reconocimiento, 123,162-164,166,168 354; autonomía como intolerancia, universalista, 315-317, 319-320,346, 221-222
n. 61,204; sobre el yo sin cargas y el 80-87; contrapuesta a 365,366-368; y diversidad, 219 Wisconsin v. Yoder, 135, 299 n. 69
yo situado, 106 n. 48; sobre Herder, autonomía/razón, 81-82,142; utilidades plurales, 256 n. 26 Witters v. Department of Services,
169: sobre Humboldt, 52 n. 45; sobre contrapuesta al respeto por la cultura, utopías, islas, 314-315 140 n. 36
la autenticidad, 50 n. 42,162,168,170 209-210; experiencia histórica de la Wittgenstein, Ludwig, 89,100
n. 63; sobre la autonomía como intolerancia, 381-382; Macedo sobre valores: contabilidad de los, 222-224; Wolf, Susan,3i8
producto social, 99-100; sobre la la, 296; prácticas autoritarias dependientes de proyectos, 221-224, Wood, Alien, 326 n. 17
configuración dialógica de las enraizadas en tradiciones locales, 355. 328,335-336,349,351-352; distinción Woolf, Virginia, 319
identidades, 170 n. 63,172; sobre la Véase también tolerancia/libertad entre hechos y valores, 23, 270-271, Wright, Richard, 102 n. 44; Hijo nativo, 102
cultura como bien social, 195-198; religiosa 278; occidentales en contraposición a
sobre la diferencia entre un bien y un tolerancia/libertad religiosa: casos de los asiáticos, 354,359,367; pluralismo yo ético, 255,333. Véase también
lugar donde se depositan bienes, 195, transfusión de sangre, 145-146,147 n. de, 85-87, 230,237 n. 6 autenticidad; identidades; formación
196 n. 26; sobre la falacia monológica, 44,154; concepción estadounidense valor sentimental, 328 n. 19 del alma
170 n. 63,171; sobre la identidad, 49, de la, 123,135-136 (véase también Viaje sentimental (Steme), 353-354, yoruba (Nigeria), 203
51; sobre la lengua, 51; sobre la Primera Enmienda; neutralidad); 361, 383 Young, Iris M., 123,188
preservación cultural, 202; sobre la defensas instrumentales de la, 142-145; viaje/interconexión, 312-313 Young, Robert, 77
redes de interlocución, 88; sobre la epistemología contrapuesta a política Vidal, Gore, 278
Sittlichkeit de Hegel, 340 n. 40; sobre de la religión, 144-147; experiencia vidas: evaluaciones éticas de las, 245-246, Zenón de Citio, 313
las identidades colectivas, 171-172; histórica de intolerancia, 381-382; 255, 267-269; secuencias de, 245 n. 16 zurdas, personas, 152
sobre las vidas entendidas como separación de iglesia y Estado,
narraciones, 55; sobre los bienes 139-145,181-182; tesis de la “ iglesia
sociales, 243 n. 14; sobre los debates subversiva”, 142-145; valoración de la
entre el comunitarismo y el diversidad requerida por la, 21-22;
liberalismo, 106; sobre los québécois, y autonomía del individuo,
202, 204 contrapuesta a la de la iglesia, 141-145,
Taylor, Harriet Hardy, 27, 36, 41 n. 27, 147 n. 44. Véase también
71-72 multiculturalismo; neutralidad
[vienedelacontratapa] debe desempeñar el Estado
respecto de la realización ética, las
negociaciones entre la parcialidad y la moral,
las perspectivas que encierran las
conversaciones entre las comunidades éticas.
"Si hay algo que caracteriza a mi aporte,
afirma Appiah, es que siempre parte de la
perspectiva del individuo dedicado a hacer su
propia vida -reconociendo que hay otros que
están involucrados en el mismo proyecto- y
que se preocupa por preguntar qué significa
la vida social y política para este proyecto que
compartimos." Determinar de qué manera
obtendremos algún sentido de la relación entre
identidad e individualidad -entre el qué y el
quién- es el tema de esta obra que continúa,
así, "una conversación que ha atravesado
media historia".

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