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TEMA:

La incorporación de un currículo de la no violencia integral para prevenir la violencia contra la


mujer y disminuir los altos índices que la caracterizan en el Perú.

PREGUNTA:
¿Es conveniente la inserción de un currículo de la no violencia en el sector escolar secundario
para prevenir la violencia contra la mujer y disminuya los altos índices que la caracterizan en el
Perú?

POSTURA:
La inserción de un currículo de la no violencia sí es conveniente.

ARGUMENTO 1

Razón 1: El currículo de la no violencia corrige los efectos de la exposición de adolescentes a


los diversos modelos y expectativas violentos que generaciones anteriores han impuesto.

Respaldo 1.1: Existe la tendencia de reproducir modelos y expectativas, como la capacidad


que se genera en la adolescencia de imaginar diferentes alternativas ante un hecho; por lo que,
es de suma importancia que con ayuda del currículo de la no violencia el adolescente cuestione
aquello que se le ha impuesto por un interés de conocer su interior y de corregir los efectos de
la exposición impuesta (Aguado, 2009).

Respaldo 1.2:  Investigaciones sobre la violencia sostienen que la exposición a modelos de


conducta violenta a una edad temprana conduce a la justificación social y la reproducción de la
violencia; por lo que, aplicar las estrategias del currículo propuesto, disminuirían los efectos
comprobados de dicha exposición (Aguado y Arias, 2001).

Respaldo 1.3:  Incorporar la orientación interventora que favorezca los cambios cognitivos,
afectivos y de comportamiento, ayudaría a prevenir y enfrentar la violencia como un objetivo del
contenido que se aplicara (Aguado, 2014:11).
En primer lugar, sí se debería incorporar el currículo de la no violencia en el sector escolar
secundario, dado que, por dicho currículo se corregirán los efectos de la exposición de
adolescentes a los diversos modelos y expectativas violentos que generaciones anteriores han
impuesto. Es así como, el estilo de aprendizaje debe ser el primer concepto a evaluar en dicha
política, ya que al ser una construcción psicológica que influye en cómo las personas
aprendemos y enseñamos, es necesario considerarlo al planificar, efectuar y analizar las clases
que se realizaran (Castro y Guzmán de Castro, 2005: 99). De tal forma que, según Aguado
(2009: 37-38) los adolescentes construirían una relación de cooperación que contribuiría a
erradicar la violencia y establecer una cultura de igualdad, al ser parte del desarrollo de un
estilo de aprendizaje que incluya diversas prácticas en las que participen en base a sus
experiencias y capacidades.

Por un lado, investigaciones sobre la violencia sostienen que la exposición a modelos de


conducta violenta a una edad temprana conduciría a la justificación social y la reproducción de
la violencia; por lo que, aplicar las estrategias del currículo propuesto, disminuirían los efectos
comprobados de dicha exposición (Aguado y Arias, 2001). Siendo la teoría social
constructivista un conducto utilizado para reconsiderar en cómo la aceptación del género y las
creencias establecidas sobre los roles de mujeres y hombres se desarrollan en el ámbito social
e histórico. De tal forma que, dicha teoría argumenta que el género es considerado como algo
que se aprende al relacionarse con otros según el contexto (Bohan, 2002; West y Zimmerman,
1987). Lo que sostienen Bohan (2002) y Harding (1998), es que la teoría explicada
anteriormente, es una posible respuesta de cómo las diferencias de género se basan en
prácticas de interacciones sociales. Por lo que, se puede denominar al género como una
construcción social creada y reforzada a través de generaciones, que han determinado en
cómo cada género debe interactuar en la sociedad (Sánchez, 2015: 47-51).Tal que, Sedeño y
Tejera (2013) argumentan que, las personas desde pequeñas adquieren conductas que se
transforman en estereotipos, ya que es el entorno el que confirma y brinda lo necesario para
que aquellos modelos de conducta violenta condicionen las enseñanza de los demás a lo largo
de generaciones.

Por otro lado, al existir la tendencia de reproducir modelos y expectativas, como la capacidad
que se genera en la adolescencia de imaginar diferentes alternativas ante un hecho, el
currículo de la no violencia ayudaría a que el adolescente cuestione aquello que se le ha
impuesto debido al interés de conocer su interior y de corregir los efectos de la exposición a la
que ha sido impuesto (Aguado, 2009). Según estudios realizados, los adolescentes presentan
un alto nivel de sexismo en su interior, debido a que, continúan reproduciendo
comportamientos sexistas, que contrarrestan los esfuerzos de construir una sociedad igualitaria
(Sánchez, 2015: 102-103). Dichos comportamientos, son ocasionados por el conjunto de
circunstancias y factores de exposición a los que se enfrentan los adolescentes que han
interiorizado la adaptación de un género (Sánchez, 2015: 106). Es así como, la adolescencia al
ser una etapa de constantes cambios y aceptación de diversas soluciones ante una situación,
es el momento en el cual los adolescentes aprenden y asumen determinados roles de género
que pueden significar una tendencia de riesgo de aceptar la violencia o defender su prevención
(Sánchez, 2015: 106). En base a lo explicado anteriormente, de acuerdo a Aguado y Arias
(2001) existen cuatro características psicosociales que se deberían aplicar como parte del
currículo de la no violencia, ya que ayudarían a disminuir los efectos de la exposición de
adolescentes a modelos violentos y a terminar con la tendencia que les impone la sociedad: el
crear relaciones sociales no violentas, rechazar toda forma de violencia, comprometerse a no
repetirla y el aprender habilidades para reemplazar la violencia.

Finalmente, incorporar la orientación interventora que favorezca los cambios cognitivos,


afectivos y de comportamiento, ayudaría a prevenir y enfrentar la violencia como un objetivo del
contenido que se aplicara (Aguado, 2014:11). El primer tipo de cambio, según Stanford
Medicine Children’s Health, es el desarrollo del pensamiento y de las capacidades mentales
que experimenta una persona en dos etapas de su vida, de los 6 a los 12 años, en la que
desarrollan un pensamiento concreto y de los 12 a los 18 años presentan uno más profundo
sobre las posibilidades existentes, la construcción de ideas, el debate de conceptos y el
procesamiento de sus pensamientos; por lo tanto, el objetivo es eliminar la construcción de un
posible pensamiento categórico que los conduciría al extremo y a ver las cosas en su totalidad.
Los cambios afectivos más relevantes durante la adolescencia según sostiene el Centro
Pediátrico del Pensamiento, son la necesidad de saber quiénes son, la impulsividad, la
vulnerabilidad y la rebeldía; por lo que, se busca alimentar la empatía y finalizar la relación
existente entre la violencia y el concepto de poder. El tercer comportamiento según Cigna
Healthcare, se base en que la adolescencia al ser una etapa de cambios y aceptación, los
adolescentes desarrollaran un comportamiento común o problemático; es por ello que, se
ayudará a que los estudiantes aprendan habilidades de resolución de conflictos que les

permitan expresarse sin violencia. De tal forma que, según Aguado (2014) la orientación
interventora ayudaría a incorporar el rechazo a la violencia como parte de la identidad que los
adolescentes están descubriendo y construyendo. Argumentando que, en base a
investigaciones realizadas para analizar la influencia que tiene la educación en los
comportamientos que el estudiante desarrolla durante la adolescencia, esta posee una relación
de independencia debido a tres aspectos: el desarrollo y enseñanza de habilidades que
influyen en el componente cognitivo, los comportamientos de las personas que lo rodean que
influyen en los cambios afectivos y las experiencias en la solución de conflictos que intervienen
en el conductual (Aguado, 2014: 10-11). Por dichos motivos, los programas que se
desarrollaran en el currículo de la no violencia deben incorporar los tres tipos de influencia que
se generan por la educación.

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