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Patricia Ramírez Aranda / Antonio Mena Piñeiro

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Bryan, el rostro humano de las plataformas marinas

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Patricia Ramírez Aranda / Antonio Mena Piñeiro

Bryan
El rostro humano
de las plataformas marinas

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Bryan, el rostro humano de las plataformas marinas

D.R. © 2011, Antonio Mena Piñeiro


D.R. © 2011, Patricia Ramírez Aranda

Fotografía plataforma © Petróleos Mexicanos

Segunda edición 2011

Coordinadora de la edición
Lic. Alicia Alonso Vargas

Diseño y formación (interiores y portada)


D.G. Ivonne Viart Sánchez

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra –incluido el diseño tipográfico


y de portada–, sea cual fuere el medio, electrónico o mecánico, sin consentimiento por
escrito del editor.

Este libro forma parte de las publicaciones del Taller de Creatividad Literaria, que
tiene como objetivo promover el desarrollo cultural de los trabajadores de Petróleos
Mexicanos. Su contenido y alcance es responsabilidad de su autor y no refleja
necesariamente el punto de vista del Taller de Creatividad Literaria, ni de Petróleos
Mexicanos.
Agradecemos a la Gerencia de Comunicación Social y la Coordinación Asesora de
Programas Socioculturales su apoyo para la presente edición.

Impreso en México - Printed in Mexico

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Patricia Ramírez Aranda / Antonio Mena Piñeiro

Bryan
El rostro humano
de las plataformas marinas

Antonio Mena Piñeiro


Patricia Ramírez Aranda

Prólogo David Shields

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Bryan, el rostro humano de las plataformas marinas

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Patricia Ramírez Aranda / Antonio Mena Piñeiro

Agradecimientos

Primero que todo mi agradecimiento a Dios, a mis


hijos y a mi familia que con amorosa paciencia y en-
tregándome su incondicional apoyo me han acompa-
ñado en cada etapa de la vida, soportando la monta-
ña rusa que ha sido larga, pues fue lo vivido en todas
mis etapas lo que llenó de intensidad mis palabras.

No encuentro la forma de explicar a mis amigos su


vital importancia al poner un granito de arena para
acercar a más personas a este mundo marino. Gra-
cias por brindarme compañía en este maravilloso
ambiente de las plataformas marinas; han escucha-
do mis palabras y me dieron el privilegio de creer
en ellas y aún más, me contaron y compartieron sus
experiencias al respecto, llenando de vida de una ma-
nera muy especial cada una de mis letras.
Gracias a todos y cada uno: Rafael, Raúl, Feli-
pe Eduardo, Bacilio, Ernesto, Jorge, Israel, Fran-
cisco Fermín, Ignacio, Alfonso, Jose Luis, Bonifa-

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Bryan, el rostro humano de las plataformas marinas

cio, Refugio y Mario, compañeros que no sólo me


honraron con sus observaciones, sino que además
abrieron la posibilidad concreta, hasta entonces va-
ga como un sueño, de publicar este libro.

Antonio

A Dios y a mis padres, por la vida.

A PEMEX por la oportunidad de tener una expe-


riencia única.

Con profundo cariño, respeto y admiración, a los


trabajadores del petróleo, fuente de vida y razón de
ser de las plataformas marinas. Especialmente a los
compañeros de Akal-J, Akal-B, Akal-C, Akal-L,
Akal-N, Nohoch-A, Ku-A, Ku-S y sobrevivientes
de la plataforma Usumacinta por haberme permiti-
do ser parte de sus vidas.

Al ingeniero Modesto Edilberto Nicolás Casillas,


por haber sido mi puerta de acceso a este mundo
marino.

De manera muy especial a Alicia Alonso Vargas,


quien a través de su extraordinaria labor hace po-
sible convertir la ilusión de escribir en una hermo-

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Patricia Ramírez Aranda / Antonio Mena Piñeiro

sa realidad.

Asimismo a Gilda Salinas por sus valiosas correc-


ciones y a Adriana Romero que apoyó esta creación.

A mis hermanos y amigos más cercanos por estar


junto a mí a pesar de la distancia y por brindarme su
voto de confianza.

Y a ti, Antonio, por haberme impulsado y acompa-


ñado a perseguir este sueño.

Patricia

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Bryan, el rostro humano de las plataformas marinas

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Índice

Prólogo 11

I. Llegar a la isla 15

II. La mudanza 23

III. Un álbum fotográfico 57

IV. La herencia 79

V. El reencuentro 99

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Prólogo

Existe una literatura extensa, infinita, sobre el pe-


tróleo que se produce costa afuera en la Sonda de
Campeche. Es una literatura fría, de tipo económi-
co, estadístico, que se mide en barriles y en miles de
millones de dólares aportados a las arcas públicas,
o es de tipo geocientífico, que habla de yacimientos
fracturados, de aceite pesado y gas asociado, de tu-
berías rígidas y flexibles, del Jurásico y del Cretácico,
de pozos verticales y horizontales, de propiedades
mecánicas y estructuras calizas, de porosidad y per-
meabilidad de las rocas.
Cuando la mayoría de los mexicanos pensamos
en las plataformas marinas, las entendemos como
un mundo, también frío, de acero e ingeniería, de
compresores y quemadores, de helicópteros y lan-
chas, pero no nos imaginamos a los hombres y a las
mujeres que dan vida a ese entorno. Poco sabemos de
la rica e intensa historia de la Isla del Carmen –por-
que no sólo en Puebla se libraron gloriosas batallas
contra la intervención extranjera–, y menos aún co-
nocemos el peculiar estilo de vida, las actividades y

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Bryan, el rostro humano de las plataformas marinas

las formas de pensar de ese microcosmos tan único


de la República Mexicana.
Ciudad del Carmen era un lugar que, en el si-
glo pasado, vivía tranquilamente de la pesca y de la
actividad camaronera, hasta que los caprichos de la
historia crearon otra leyenda, la de un humilde pes-
cador llamado Rudesindo Cantarell, quien vio las
emanaciones de petróleo en el mar que llevarían
al descubrimiento de los yacimientos marinos más
grandes del mundo.
Las plataformas petroleras son algo más que in-
dustria, geología y economía. Son un lugar de tra-
bajo duro y extenuante para hombres y mujeres de
gran fortaleza, que laboran largas horas en situación
de estrés y soledad, a la intemperie, bajo un sol in-
tenso o soportando tormentas, para llevar bienestar
a sus familias, de quienes se alejan durante períodos
de catorce días o más.
Para esos hombres y esas mujeres, las plataformas
petroleras también son un lugar donde “la sensibi-
lidad del alma busca un espacio para manifestarse”.
Son el escenario donde se desarrolla esta historia
cálida, sencilla y emotiva que disfrutamos en esta
novela Bryan: el rostro humano de las plataformas ma-
rinas, en la que Patricia Ramírez y Antonio Mena
nos brindan un retrato de la realidad sociocultural
y de la vida, los pensamientos y sentimientos de
quienes trabajan costa afuera y de quienes viven en
la Isla. Novela que, según todos los indicios, lleva a la

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ficción y a la fantasía una buena parte de sus propias


vivencias y sus propias vidas.
Este retrato combina lo íntimo de las vivencias
propias con la experiencia universal de quienes tra-
bajan para producir petróleo en ambientes marinos.
Las plataformas son un lugar de espacios reduci-
dos donde se forjan lazos fuertes, irrompibles, entre
quienes las habitan. A Bryan y a Selene los une un
lazo sentimental profundo que trasciende el tiempo
y las distancias. Su fortaleza emocional y espiritual
los saca adelante en la vida, pese a que sus contactos
son efímeros por el océano que los separa.
Las plataformas son un lugar, donde muchos –
todos–, como Bryan y como Selene, sólo “están de
paso”. Pero en ese paso dejan huella, tal y como lo
hacen Patricia y Antonio, en una novela que nos re-
vela el rostro humano de la industria petrolera.

David Shields
Analista de la industria petrolera

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I. Llegar a la isla

No importa qué suceda,


sigue el llamado de lo que te apasiona.
Joseph Campbell

Volví a cruzar ese largo puente después de quince


años. Pensé que jamás regresaría a este lugar, quise
venir por carretera para disfrutar el paisaje. Atrave-
sé las calles y avenidas, todo se veía cambiado, en
mi memoria apenas guardaba la borrosa imagen del
lugar donde pasé mi infancia corriendo junto a la
playa, en compañía de mi mascota favorita, y veía
con curiosidad cómo llegaban barcos de diferentes
tamaños y países. Casualmente el destino me traía
de regreso a esta isla donde a través de fotos y cartas
me encontré por vez primera con ese hombre que
fuera tan importante en la vida de mi madre y un
gran misterio en la mía. De seguro estaba a punto de
abrir y conocer esa página de mi historia que siem-
pre fue un enigma.

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Bryan, el rostro humano de las plataformas marinas

Llegué a las oficinas de la subdirección ubicada


en la calle 31, supe que tiempo atrás solía inundarse,
pero ya no; ahora era una de las avenidas principales.
Con el protocolo necesario me permitieron la entra-
da y me dirigí a la planta alta, crucé el portal eléctri-
co de vidrio; la temperatura del aire acondicionado
me hacía olvidar que me encontraba en la perla del
Golfo y el inconfundible logotipo de la empresa más
importante del país, PEMEX, me daba la bienve-
nida entre diplomas, fotos y, al fondo, la inconfun-
dible imagen de las plataformas marinas.
Una vez que me presenté, la secretaria me salu-
dó con peculiar sencillez, y en su tono regional me
dijo que tomara asiento pues la persona que me ha-
bía mandado traer se encontraba en una junta. Una
mezcla de emoción y nervios me hizo rechazar el
café que gentilmente me ofreció. Aunque el sofá era
muy confortable, la curiosidad me hizo ponerme de
pie para ver más de cerca lo que había a mi alrededor.
Una vitrina guardaba maquetas en miniatura que
invitaban a observar cada detalle, podía apreciarse
una grúa, motores y máquinas a escala; el reloj de
cristal tenía como emblema un mapa con símbolos
cuyo significado desconocía, vi fotografías de perso-
najes de la política en compañía de hombres por-
tando un overol amarillo y trofeos; de pronto una
voz grave me distrajo y saludó con un fuerte apre-
tón de manos: estaba frente a “él”. A pesar del paso
de los años y de las canas, sus facciones parecían las

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Patricia Ramírez Aranda / Antonio Mena Piñeiro

mismas. Intuí que se sorprendió al verme, imaginaba


alguien de más edad, me lo comentó; sin embargo, al
parecer algo en mi curriculum le había gustado; supe
que quería un trabajo muy profesional y de acuerdo
a sus expectativas confiaba en que yo podía hacerlo,
estaba por jubilarse después de veinticinco años de
servicio en esta industria petrolera y quería dejar un
gran legado.
Ni siquiera fue necesario recurrir a los formalis-
mos de la presentación, de inmediato comenzó a
platicar como si ya nos conociéramos; me dijo que
durante muchos años sintió el profundo deseo de ser
un portavoz de la gente que trabaja costa afuera, te-
nía la imperiosa necesidad de muchos compañeros,
de sentirse escuchados principalmente por familia-
res y amigos. Hablaba de exponer las situaciones co-
tidianas que el corazón humano siente y plasmar las
ilusiones, esperanzas y miedos que se adquieren en
medio del mar.
Me habló con gran entusiasmo sobre lo que sig-
nificaba llegar por vez primera al mundo de las pla-
taformas y entrar en contacto con un medio comple-
tamente nuevo y desconocido. Hablaba con rapidez
y elocuencia al mismo tiempo, comentó que allá arri-
ba1 diariamente se escriben un mar de historias, se
entretejen muchas anécdotas y la sensibilidad del al-
ma busca un espacio para manifestarse. Subrayó que

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Expresión para referirse al lugar de trabajo en el mar, a bordo, en las pla-
taformas marinas.

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donde la privacidad no existe, el compañerismo nace,


y donde el hielo de la soledad quema más que el sol,
muchos corazones lloran, pero también otros se ilu-
sionan.
Cada vez que se expresaba abría los ojos y sus pu-
pilas color miel brillaban:
–Aquí nace el amor, la tristeza y la alegría, es un
escenario para el encuentro interior y para valorar la
verdadera esencia de la libertad y la vida.
De pronto elevó el tono de voz y empuñó la mano:
–Se necesita que los miembros de la gran familia
petrolera conozcan cómo es la vida a bordo, cómo
desde aquí se aprecia la convivencia y se anhela tanto
brindar un abrazo al que está lejos. Éste es el lugar
donde generaciones enteras han desfilado en busca
de seguridad, estabilidad y armonía; algunos sien-
ten que pierden la mitad de su existencia, otros que
invierten en la misma. No hay verdades absolutas,
existen muchas versiones de una realidad que sólo
los trabajadores del crudo conocen.
”El panorama cambia de una plataforma a otra;
hay quien siente la estabilidad de haber encontrado
un lugar seguro y que la vida no tiene más que ofre-
cer, otros creen estar haciendo un gran sacrificio al
dejar a los suyos y con profundo esfuerzo abandonan
su hogar. También hay quien piensa que su paso por
este mundo marino es pasajero y hay quien tiene el
gran orgullo de estar dejando una huella en un lugar
donde encontró un sentido para vivir.

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Patricia Ramírez Aranda / Antonio Mena Piñeiro

”Muchos hombres, y cada día más mujeres, se


aventuran para sumergirse en este océano repleto
de tuberías, fierros, máquinas ruidosas que no dejan
de rugir de día y noche, anunciando que mientras
unos duermen plácidamente otros vigilan su sueño,
teniendo como guardián las llamas de los mechones
que nunca se apagan, alumbran con gran fuerza y
declaran que todo marcha bien para tranquilidad y
beneficio de muchos hogares.
”En estos mares, escúchalo bien, muchacho, es-
tamos ante seres humanos que al levantarse por las
mañana están dispuestos a manchar sus overoles de
grasa y aceite, subiendo y bajando escaleras en medio
de un peligro latente y una labor apasionante, don-
de cualquier falla puede ser mortal. Aquí no están
permitidas las equivocaciones por mínimas que sean,
por ello desde el superintendente, como máxima au-
toridad, hasta el obrero más calificado saborean el
aroma del compromiso en su labor, por muy com-
plicada o sencilla que sea; todos los días vemos a los
pilotos de los helicópteros que en medio de fuertes
vientos y a veces en la lluvia, transportan a cientos
de personas de una plataforma a otra, desde que
amanece hasta que comienza a asomarse la luna, y
se convierten en ambulancias de emergencia cuando
sucede un imprevisto.
”En pocos trabajos la solidaridad forma parte del
uniforme, y sólo aquí se comprende qué tan cerca del
peligro estamos, por ello no es un lugar al que cual-
quier persona quiera o pueda venir fácilmente. Por

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Bryan, el rostro humano de las plataformas marinas

ejemplo en la vida urbana –me dijo– tal vez tuviste


la oportunidad, siendo niño, de visitar a tu padre en
su trabajo, la oficina, el consultorio. Pero, ¿qué sucede
con aquella persona que trabaja en medio del mar, a
bordo de una plataforma marina? El acceso definiti-
vamente no es fácil y no bastará con sentir deseos de
ir. Sólo podrías conocer ese lugar por las fotografías,
videos o quizá por el breve reportaje de una televi-
sora cuyos periodistas distarán mucho de transmitir,
en un día y tras una sola visita, lo que realmente se
vive, se siente y se respira aquí. Cumplirán con dar
a conocer lo más elemental, dejando de lado lo que
realmente encierra este lugar que no sólo es tu traba-
jo, también se convierte en tu hogar. Aquí el trayecto
al trabajo no implica tomar el automóvil, camión o
Metro, aquí es un viaje de muchas horas dependien-
do la parte del país de donde vengas y desde ahí co-
mienza la antesala del alma: dejar a los tuyos.
Estaba tan emocionado hablando que ni siquiera
me permitió decirle que conocía ese mundo más de
lo que él suponía, a pesar de nunca haber estado a
bordo y de haber pasado la mayor parte de mi vida
en el Distrito Federal.
−Para subir2 la primera vez –continuó hablando–
seguramente tendrás que asistir a un curso de so-
brevivencia en el mar. Aprenderás los conocimientos
básicos y técnicos sobre cómo utilizar el equipo de

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Expresión coloquial que significa iniciar la jornada laboral a bordo.

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Patricia Ramírez Aranda / Antonio Mena Piñeiro

salvamento, las medidas de seguridad y el procedi-


miento al arribar a una instalación marina. Sin em-
bargo, nadie te hablará de las herramientas persona-
les que necesitas incluir en los momentos de crisis,
aquellas que hablen sobre tu fortalecimiento emo-
cional y espiritual.
”A partir de esa primera subida, como normal-
mente le llamamos aquí, las expectativas pueden va-
riar. Pero debes tener la certeza de que estás a punto
de iniciar una aventura que traerá un cambio a tu
vida, ¿de qué tipo?, no lo sabemos, allá arriba todo
puede suceder. Tan sólo puedo asegurarte que al final
del camino el enriquecimiento y crecimiento perso-
nal sólo cada uno lo podrá comprobar.
”Dicen que hay tres cosas que transforman la vida
de un ser humano, pues no vuelve a ser el mismo
antes y después de vivir esas experiencias, y son: la
muerte, el amor y un viaje, creo que no sería difícil
agregar una más: “trabajar en plataformas marinas”.
Cuando mencionó lo anterior vino a mi mente la
imagen de mi madre, acababa de perderla y efecti-
vamente sabía que ya nada sería igual, por eso una
parte mía me hizo regresar a esta isla que dejé hace
muchos años, cuando era un niño todavía.
Me quedé pensativo repasando las ideas que al-
cancé a percibir de su apasionada plática hasta que
el movimiento de las persianas de su oficina dejaron
entrar la frescura del aire, y como en cascada los re-
cuerdos comenzaron a llegar a mi mente; de pronto

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Bryan, el rostro humano de las plataformas marinas

me vi en aquella casa donde disfruté mi niñez, ahí


estaba mi madre haciendo maletas, guardando en
cajas los objetos más significativos para emprender
nuestro camino de regreso a la capital, mientras, la
isla parecía desbordarse en medio del agua.

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Patricia Ramírez Aranda / Antonio Mena Piñeiro

II. La mudanza

¿Dónde está el hogar?


El hogar está donde el corazón ríe sin timidez
y las lágrimas del corazón se secan por sí solas.
Vernon Blake

Soplaba un aire muy helado, se acercaba la tempo-


rada de huracanes, sobre los camellones podía ob-
servarse el incesante movimiento de las palmeras
agitándose al ritmo del viento. El agua empañaba los
parabrisas de los autos que con dificultad lograban
transitar por esas calles inundadas.
En el centro era común ver cómo corrían los
transeúntes por las banquetas, tratando de cubrirse
de la lluvia bajo los techos de los establecimientos
cuyos empleados, con escobas semidestruidas, lim-
piaban las goteras que lograban infiltrarse a través
de las cortinas. Resultaba prácticamente imposible
encontrar algún taxi dispuesto a sumergirse entre las
calles durante la temporada de lluvias. Sin duda en

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Bryan, el rostro humano de las plataformas marinas

esos momentos el mejor refugio para cobijarse era


la calidez del hogar. Aunque sólo se tratara de unas
horas, Selene se resguardó, quizá por última vez, en
esa casa de enormes ventanales que vio nacer a su
hijo. Podía escuchar la fuerza con que se sacudían las
olas del mar, una mezcla de confusión e incertidum-
bre invadió sus pensamientos, tal vez no estaba lista
aún para tomar una decisión tan importante, ¿sería
el momento adecuado para regresar a vivir a la ciu-
dad de México?
Años atrás se había prometido a sí misma no vol-
ver a perderse en el anonimato de la gran metrópoli,
había aprendido a amar la sencillez de la vida ma-
rina, ese olor salado y la tranquilidad de caminar y
moverse en un lugar pequeño; sin embargo algo en
su interior le decía que tenía que alejar de ese cielo
a David, su hijo, temía que en un futuro el niño, al
igual que su padre, anhelara navegar por el mundo
emprendiendo largos viajes de los que quizá no re-
gresaría, como ocurrió con ese hombre al que algu-
na vez amó.
Recorrió cada rincón de aquella casa, las paredes
desnudas le daban la despedida, grandes cajas guar-
daban el resto del equipaje, resultaba inevitable sen-
tir nostalgia, la idea de abandonar aquel escenario
donde tuvo la oportunidad de conocer grandes ami-
gos que se convirtieron en una segunda familia era
una realidad que cada vez se concretaba más y que se
resistía a aceptar.

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Patricia Ramírez Aranda / Antonio Mena Piñeiro

La mudanza dijo que llegaría al día siguiente. Ha-


bía decidido desprenderse de los grandes muebles, los
cuales fueron repartidos entre vecinos y conocidos,
sólo utilizaría un camión para trasladar aquello que
resultaba importante para ella y que no era tan fácil
dejar, como sus libros favoritos: Siddartha, El Princi-
pito y Los martes con mi viejo profesor, entre otros. Un
viejo baúl tallado en madera de nogal guardaba sá-
banas, edredones tejidos a mano, la vajilla de talavera
que había sido un obsequio de su madre, sus discos,
tan sólo algunas prendas de ropa, un par de cuadros
pintados al óleo y los álbumes de fotografías que
retrataban capítulos de su vida que no regresarían
jamás. El momento de iniciar otra etapa estaba por
comenzar, había que clasificar y organizar lo que era
útil y deshacerse de aquello que la atara a un pasado
que era necesario dejar atrás. Se dispuso a ordenar y
guardar lo más frágil, como la cristalería; estaba tan
concentrada ordenando las copas que apenas advir-
tió la presencia de David quien se acercó a preguntar
sobre el contenido de una cajita de Olinalá de cuya
cerradura oxidada colgaba una diminuta llave; logró
abrirla con dificultad y habló recuerdos que parecían
muy olvidados. Con gran asombro Selene observó
esa caja. Ya no recordaba su existencia.
–¿Dónde la encontraste?
–En un cajón del ropero que está en el cuarto de
visitas.

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Bryan, el rostro humano de las plataformas marinas

Durante años intentó buscar el rincón más dis-


creto para esconder los testimonios de su propia his-
toria y precisamente ese día, que estaban por irse de
la isla, surgía ese cofre que la enfrentaba con su pasa-
do. Exploró su contenido y aparecieron viejas foto-
grafías cubiertas por el polvo de años y sobres, cuyas
cartas escritas a mano la invitaban a leer.
–¿Qué es eso? –preguntó David.
–Cosas de tu padre.
Durante cinco años había evitado hablarle de él,
pero quizá había llegado el momento.
–¿Mi papá? ¿Cómo era?
–Pues… era… un buen hombre…
Los deditos de David se deslizaron entre las fotos
que mostraban puertos, ciudades rodeadas de mar y
palmeras, personas de tonos de piel muy oscura, con
adornos sobre la frente, vestimentas de colores lla-
mativos y que llevaban grandes bultos en la cabeza;
barcos atracados en muelles saturados con enormes
cajas de fierro y múltiples vistas de atardeceres de
diferentes tonalidades iluminando la inconfundible
imagen de las plataformas marinas.
–¿De dónde es esta foto? –preguntó David mien-
tras señalaba un barco que lucía franjas color rojo
y azul a lo largo y en la proa una bandera mexica-
na. Bryan alguna vez le habló acerca de ese buque
con banderines de diferentes colores asomando a la
cubierta y de los viajes realizados por varios países
donde encontró gente de diversas costumbres, de las

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Patricia Ramírez Aranda / Antonio Mena Piñeiro

anécdotas en los distintos puertos a los que arribó


y de esas noches de luna llena, cuando añorando su
patria salía a fumar* mientras observaba una estela
dibujarse en la mar.
–Es el Julieta –respondió Selene– un barco en el
que tu papá navegó por el mundo.
–¿Por todo el mundo? –sus enormes ojos cafés re-
corrían las fotos.
–Bueno, por distintas ciudades y países. Pero esa
experiencia fue muy importante para él, recordaba
con gran cariño esos viajes.
–¿Y todas estas cartas? –señaló mientras jugue-
teaba con los sobres que estaban amarrados con una
liga.
–Me las escribió cuando éramos amigos.
–Léeme una.
Vino un largo silencio, la lluvia no cesaba, afuera
muchas camionetas continuaban la batalla contra lo
crecido del agua en el cruce de la avenida periféri-
ca con la Concordia. David se recostó en el piso y
apoyando la barbilla entre sus manos observó atento
a su madre. Habían transcurrido tantos años… ella
lentamente desdobló una hoja y comenzó a leer:

* En la actualidad está prohibido fumar en todas las instalaciones de Petróleos Mexi-


canos.

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Bryan, el rostro humano de las plataformas marinas

17 de diciembre de 1994

¡Selene!

Espero te encuentres muy bien. Me quedé pensan-


do en lo que dijiste la última vez que platicamos
cuando intrigada me preguntaste: “¿Cómo es ese
lugar en el que tú trabajas?” Déjame decir que para
mí resulta gratificante que exista una persona con
tanto interés en conocer el mundo de las platafor-
mas marinas, este medio al que sólo unos cuántos
pertenecemos y podemos tener acceso y que resulta
tan lejano, desconocido y difícil de entender para
todos aquellos que se encuentran disfrutando una
libertad que no han añorado nunca.
Quisiera tener la sensibilidad suficiente para
transmitirte lo que sentimos cada uno de los que
hemos decidido hacer de esto nuestra forma de
vida y que pudieras ver más allá de lo que la mayo-
ría de la gente ve.
Aquí, Selene, el tiempo pasa muy lento, tanto
que nos hace enfrentarnos a la persona más desco-
nocida: nosotros mismos.
En este espacio hacen mucha falta los buenos
amigos y lo que sí puedo asegurarte es que nunca
una catorcena se parece a otra, estamos tan distan-
tes de nuestros seres queridos que quizá por ello
apreciamos más lo que nos rodea.
Resulta difícil explicar en unas cuántas pala-
bras, todo lo que este lugar me ha dado: temores,

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Patricia Ramírez Aranda / Antonio Mena Piñeiro

satisfacciones y aprendizajes inolvidables; también


sé que las posibilidades de que tú o alguno de mis
hijos pueda venir aquí no existen, por ello en mi
alma nace este inexplicable deseo de hacerte saber
lo que siente el que duerme, trabaja y vive aquí no-
che tras noche y día tras día, durante largos catorce
días o quizá más.
Sé que con estas palabras no respondo tu pre-
gunta; sin embargo es una conversación que espero
podamos tener la oportunidad de continuar.
Por lo pronto te envío un cálido abrazo desde
esta esquina del mar.
Bryan

Seguramente para David estas palabras no decían


mucho, sin embargo para Selene eran la oportunidad
de retomar el libro de su historia personal y hacer
frente a las huellas que el alma no olvida. Recordó
la noche que Bryan se despidió de ella para irse a la
comisión de las plataformas del mar del Norte. No
volvió a saber de él y fueron años de incertidumbre:
¿Qué ocurrió? ¿Seguiría vivo? ¿Estaría todavía en el
Mar del Norte o quizá volvió a navegar? ¿Regresó
a Tampico, su tierra natal, o simplemente se olvidó
de ella? Resultaba doloroso concebir esta última idea
pues se convirtieron en grandes amigos cuando ella
llegó a vivir a Ciudad del Carmen, se conocieron y
de esa amistad surgió algo mucho más profundo. Sin
embargo esas dudas continuaron palpitando en su
mente durante años.

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Bryan, el rostro humano de las plataformas marinas

El interés por releer las cartas que Bryan escri-


bió tiempo atrás con tanto entusiasmo, resurgió, al
recordar el afán que él sentía por compartir lo que
significaba ese mundo marino que amara tanto.

2 de febrero de 1995

Querida Selene:

Me agradó ese juego que tú misma inventaste, don-


de a partir de todas tus dudas me invitas a escribir,
parece que los roles se invirtieron, y en lugar de ser
la maestra ahora eres la alumna ávida de conocer
este mundo al cual elegí pertenecer.
He de confesarte que cada catorcena me con-
centro en responder tus inquietudes y una vez que
bajo (bajar es la expresión coloquial del día que ter-
mina la jornada laboral costa afuera) y voy a Tam-
pico, sé que mis cartas son esa voz que dice lo que
la emoción calla. A través de la distancia este lazo
se va tornando más fuerte y sólido, porque se va
construyendo un puente invisible de confianza y
complicidad; siento que hemos iniciado un rito en
el que mi regreso se convierte en el anhelado en-
cuentro donde ansioso deseo escuchar tus comen-
tarios, en esa grata retroalimentación de tu parte y
a la vez en la gran incógnita de imaginar: “¿Y ahora
qué más deseará saber?” Siento como si te estuviera
guiando por un viaje, llevándote a recorrer nuevos
paisajes donde tu curiosidad y deseo de aprender
no terminan nunca.

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Patricia Ramírez Aranda / Antonio Mena Piñeiro

Sigue haciéndolo, por favor, no dejes nunca de


preguntar y de querer conocer éste mi segundo
hogar.
La escritura es para mí un intento desesperado
de preservar la memoria de todos y cada uno de
los que trabajan en las plataformas marinas y dejan
ahí, una parte de sus vidas.
Bryan

El mar lucía más tranquilo y el vuelo de una gavio-


ta la condujo a los miércoles antes de subir. Selene
y Bryan se encontraban en el café La Fuente, ese
tranquilo restaurante que tenía vista al malecón, por
el que era común ver a niños jugando en patines y
donde crearon lo que llamaban sus “cafés socráticos”,
ahí pasaban horas enteras de charlas interminables
sobre lo que significaba trabajar costa afuera. En
esas pláticas ella le compartía lo que cada una de sus
cartas le hacía sentir y a su vez ambos reflexionaban
sobre lo que esa forma y estilo de vida les estaba de-
jando como aprendizaje. Además continuaban con
la “tarea” que consistía en contestar las nuevas dudas
que surgían en Selene, él tendría una catorcena para
responder con toda tranquilidad, en medio de ese es-
cenario que le brindaba la inspiración y las respues-
tas precisas a lo que su amiga quería y necesitaba
escuchar. De esta forma, mes con mes y año con año,
este ritual se convirtió en un puente de comunica-
ción que lentamente fue creando un lazo de unión
que al final, el mismo tiempo marchitó.

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Bryan, el rostro humano de las plataformas marinas

Conforme avanzaba en la lectura de esas misivas,


se imaginó caminar por los estrechos pasillos cons-
truidos con paredes, a veces de color gris, de lo que
Bryan llamaba la plataforma habitacional. Ese lugar
frío, similar a un hotel por su tamaño, diseño y dis-
tribución, pero que por fuera parecía una enorme es-
tructura de acero enclavada en medio del mar, con
enormes ventanales y puertas blindadas semejando
también una fortaleza hermética e inaccesible.
Resultaba increíble imaginar que diariamente
hombres y mujeres de diferentes edades y condición
social, trabajaran, comieran, durmieran y compartie-
ran sus vidas, experimentando momentos que llegan
a ser sumamente significativos, como él le comen-
tó una de las tantas veces que festejó su cumpleaños
a bordo.

8 julio de 1997

Selene:

Hoy que te escribo pienso que cada día me con-


venzo más de que la mayoría de las personas en
este lugar, no estamos únicamente por el dinero,
¿sabes? Aquí volvemos a encontrar una segunda
familia, se crean lazos tan fuertes y sólidos como
considero que en pocos lugares y trabajos sucede.
Aquí trabajamos, vivimos y convivimos con nues-
tros compañeros de una manera tan intensa que,

34
Patricia Ramírez Aranda / Antonio Mena Piñeiro

en ocasiones, ni siquiera con la familia lo hacemos,


con ellos compartimos fechas y momentos impor-
tantes de nuestra vida que nunca vuelven a repetir-
se. A veces nos toca estar aquí cuando nos dan la
noticia de que ya somos padres y el primer abra-
zo que recibimos es del compañero que está jun-
to a nosotros, asimismo, cuando alguien muere, la
primera palabra de aliento la encontramos entre
estas personas que a veces paradójicamente ya es-
tamos cansados de ver; pero es de quienes recibi-
mos el verdadero apoyo en momento que realmen-
te se necesita, es junto a ellos que celebramos un
cumpleaños que llega a volverse emotivo e inolvi-
dable. Como hoy, cuando por la mañana desperté
y me dije: “hoy es mi cumpleaños y estoy a bordo,
creo que lo mejor que puedo hacer es disfrutarlo”.
Afortunadamente no faltaron las tan esperadas lla-
madas de larga distancia que alegran el día, cuan-
do escuché por el auricular a mi pequeña Sarah,
una mezcla de emoción y nostalgia me invadió y
tuve que hacer un gran esfuerzo para no llorar de-
lante de mis compañeros. Tú sabes, aunque aquí a
bordo el corazón nos muestra a todos nuestras fi-
bras más sensibles, entre hombres nos da pena en-
señar nuestro lado débil, que sólo tocan aquellos
que amamos. Y este día así sucedió. Por la tarde, en
el taller mecánico, ya me tenían preparada una co-
mida, y en medio de cálidos y fuertes abrazos ape-
nas se dejaron escuchar Las mañanitas con el ruido

35
Bryan, el rostro humano de las plataformas marinas

de las turbinas como fondo musical. En ese lugar


con cierto olor a grasa y herramientas, acondicio-
naron una mesa para poder disfrutar el clásico ce-
viche que sólo las manos de la costa veracruzana
hacen como nadie. Me di cuenta de que es otro año
más que sumo a bordo y que ha sido junto a ellos
con quienes los he celebrado. Por la noche no faltó
la sorpresa de cenar con todos mis compañeros in-
genieros: el superintendente, el administrador y el
médico que esperaban en el comedor.
Como te he comentado, aquí nunca faltan los
artistas que con su incomparable habilidad para
cantar y tocar la guitarra nos hacen olvidar por dos
minutos dónde nos encontramos. Todo es risa. Y
no puede faltar el pastel y los taquitos al pastor que
minuciosamente son preparados por nuestros com-
pañeros de cocina. Sinceramente se gozan estos
momentos porque sientes el cariño de los que te ro-
dean y descubres que cada cumpleaños es diferente
y especial, y a partir de este momento las fuerzas
para continuar en esta batalla marina se reafirman.
Gracias por tu llamada de esta mañana, como
te darás cuenta, disfruté como nunca los pequeños
grandes regalos que recibí hoy, en mi cumpleaños
número cuarenta.
Un abrazo,
Bryan

Parecía imposible que hubieran transcurrido tantos


años a partir de la noche en que se vieron por última
vez, pensaba, mientras volvía a colocar dentro de los

36
Patricia Ramírez Aranda / Antonio Mena Piñeiro

sobres esas hojas que le traían tantos recuerdos. Tal


vez las cartas resultaran muy difíciles de comprender
para un niño de cinco años, pero las fotos también se
referían a ese lugar al que su padre dedicara casi diez
años de su vida y del que le apasionaba tanto hablar.
Ya habría tiempo para contar la historia que cada
una de ellas guardaba.
Los ladridos de Boris que parecía muy divertido
jugando con David en la planta baja de la sala se-
mivacía, la hicieron recordar que ni siquiera habían
almorzado; su delgada figura bajó con rapidez las
escaleras y tomó las llaves del Jeep color rojo que
hábilmente esquivaba las secuelas que en tiempos de
lluvia cicatrizan el asfalto de la isla, tomó de la mano
al pequeño y le dijo que irían a un lugar que casual-
mente nunca habían visitado.
–¿A dónde?
–Es sorpresa –dijo ella mientras tomó su bolsa
echando una decena de fotografías sin que el peque-
ño se percatara.
Se dirigieron al café de La Fuente. Nunca imagi-
nó que el dueño la reconocería.
–¡Maestra! ¡Qué gusto verla por ésta su casa!
–¡Hola, buenas tardes! ¿Cómo está? –dijo ella con
una gran sonrisa.
–Ya sabe, cada día más viejo, pero feliz, que es lo
importante.
–¡Qué optimista!
–Y su pequeño acompañante, ¿quién es? –señaló
don Julio.

37
Bryan, el rostro humano de las plataformas marinas

–Es mi hijo.
–¡Ah! Eres muy guapo, el vivo retrato de… ¿Cómo
se llamaba, el ingeniero que siempre la acompañaba?
–Bryan.
–¡Es cierto! El ingeniero Bryan, una persona inol-
vidable, siempre con su buen humor y siempre con-
tando historias.
–¿Contaba historias mi papá? –preguntó David
abriendo los ojos.
–Sí, muchas, ¿quieres que te platique una?
–¡Claro! –gritó entusiasmado sentándose en una
silla que tenía vista al malecón.
Mientras el niño y su madre se ponían de acuerdo
en la orden, el dueño del lugar se sentó a acompañar-
los, era placentero atenderlos, Bryan y Selene habían
sido sus clientes y amigos por varios años.
–Conocí a tu padre allá arriba, cuando yo traba-
jaba en plataformas, en el comedor, era capitán de
meseros. Fue siempre muy gente, era de los pocos
que nos trataba como personas y no como otros que
querían hacernos sentir menos.
–¿Cómo, a qué se refiere? –preguntó ella mos-
trándose interesada e inquieta, pues parecía estar es-
cuchando algo que también desconocía.
–Sí, a veces a los que estamos en la cocina nos me-
nosprecian, nos gritan, o nos hacen muchas groserías
para demostrárnos que no somos iguales. Pero no
sólo se comportan así con nosotros, también con los
de la limpieza, con todos los que tienen un trabajo
que pocos se atreverían a realizar.

38
Patricia Ramírez Aranda / Antonio Mena Piñeiro

Estaba muy sorprendida, en alguna ocasión Bryan


le había comentado que a bordo era uno de los
pocos lugares en donde se reconocía lo importante
e imprescindible que resultaba la labor de todos los
que están ahí, desde el médico hasta el personal de
intendencia. Quizá no todas las personas valoraban
la enorme aportación que en ese alejado lugar tiene
cada ser humano, ella sólo tenía las apreciaciones
que él le había compartido, cuando le hablaba de la
forma en que allá se exaltaban valores como la soli-
daridad y el compañerismo, por eso no podía com-
prender que esas mismas personas fueran capaces de
humillarse unas a otras.
Una suave brisa mezclada con el olor a nostalgia
e incertidumbre se filtró en ese café, que vació. La
radio anunciaba que el huracán Danny estaba con-
siderado categoría cuatro y se estaban tomando las
medidas de prevención necesarias; quizás era el mo-
mento menos indicado para charlar con el dueño.
Sin embargo, realmente era grato para ella estar sen-
tada junto a su hijo en ese agradable sitio con vista al
mar; era una forma de mostrarle el escenario donde
años atrás nació la relación que alguna vez floreció
con Bryan. Ese lugar fue mudo testigo de pláticas,
risas y deliciosas cenas que al calor de un café capu-
chino saborearon durante repetidas ocasiones; aún le
parecía escuchar el ruido de las fichas de dominó en
las mesas de alrededor, en las que frecuentemente se
sentaban señores de edad cuyo principal oficio era
coquetear con el ocio y la alegría.

39
Bryan, el rostro humano de las plataformas marinas

–Estábamos a bordo –continuó don Julio– decían


que se acercaba el huracán Rosaura, y en el comedor
sentíamos cómo la variedad de los alimentos iba dis-
minuyendo con la misma rapidez de los vientos que
soplan en el área. Al hacer el desayuno les decíamos a
los trabajadores: “Ya no hay jugo de naranja, ni leche,
y de fruta sólo tenemos papaya”. Algunos se enoja-
ban, gritaban, otros eran un poco más comprensi-
vos y se conformaban con los huevos estrellados sin
frijoles ni chorizo; pues las lanchas que llevaban la
despensa dos veces por semana no habían ido. La
Comisaria3 no llegaba porque el puerto estaba cerra-
do y las embarcaciones pequeñas no podían navegar.
Entonces la carencia se iba sintiendo cada vez más.
–¿Y las personas qué hacían? –preguntó Selene.
–Aparentemente todo mundo estaba tranquilo,
entre risas y bromas sólo se oía hablar de eso; en el
comedor, los pasillos, las escaleras y los cuartos la pre-
gunta era la misma: ¿nos evacuarán? El reloj avan-
zaba poco a poco y afuera las olas del mar seguían
su curso, el aire soplaba sin consideración, azotando
lo que encontrara a su paso. En esos momentos lo
único que queda es esperar.
La mirada de don Julio pareció trasladarse al pa-
sado mientras Selene imaginó los corredores y las
caras de miedo e incertidumbre de las personas, vién-
dose unas a otras, ahogando la misma duda. Ella no

3
Despensa que surte al área de plataformas.

40
Patricia Ramírez Aranda / Antonio Mena Piñeiro

tenía la más mínima idea de lo que se sentía estar en


medio del mar, expuesto al desasosiego que provoca
sentirse atrapado en una enorme caja de hierro de la
cual es imposible escapar y donde la única fuente de
protección son las medidas de seguridad… y la fe.
–Pues sí –suspiró don Julio acariciando el cabe-
llo de David– estábamos contando las aguas em-
botelladas que todavía teníamos de reserva cuando
dijeron: “Rosaura ya se va”. Y una sensación de paz
que duró un segundo nos invadió, tardamos más
en aplaudir de gusto y abrazarnos que en escuchar
nuevamente: “El huracán viene de regreso”. Y con la
misma rapidez del viento las personas se prepararon
para abandonar la plataforma, todos traían puestos
sus equipos de seguridad: overoles, botas y chalecos
salvavidas, por el altavoz se escuchaban las instruc-
ciones para abandonar la plataforma marina.
”Parecía que todo estaba en calma y con tanto si-
mulacro que se practica los compañeros saben exac-
tamente qué hacer, pero en esos momentos se da uno
cuenta de que la voz de la desesperación es más fuer-
te. Esa vez sólo alcanzaron a irse unas cuantas per-
sonas porque el viento y la marejada ya no permitió
que entraran más barcos ni helicópteros, entonces se
nos dijo que permaneceríamos ahí, que estaríamos a
salvo. Cuando uno hace conciencia de que ya no se
puede ir, algo adentro se estremece, no sé qué es, uno
sólo descubre eso que se llama brío y late en alguna
parte del cuerpo.

41
Bryan, el rostro humano de las plataformas marinas

Selene y David escuchaban atentos imaginando la


escena, don Julio se acomodaba en su silla de madera
rústica mientras encendía otro puro.
–Sí sentí miedo, en ese momento me vino a la
mente mi esposa y mi hija, las líneas telefónicas esta-
ban saturadas y no pude hablarles, todos los compa-
ñeros traían el chaleco salvavidas puesto, iban de un
lado a otro por los pasillos de la habitacional. La co-
mida escaseaba cada vez más y se empezaba a sentir
una tremenda angustia, cuando de pronto apareció
el ingeniero Bryan con unos discos; con su peculiar
optimismo me preguntó dónde había una grabado-
ra. La gente lo veía extrañado y con su típico acento
norteño nos dijo: “Hace falta un poco de música, va-
mos a bailar”. Movimos mesas y sillas en forma de
herradura y entre el temor, la risa y el desconcierto
llegó otro ingeniero al que le decían Polillita, alegre y
dicharachero como toda la gente del puerto de Vera-
cruz. Pues entre los dos armaron la fiesta y por unos
minutos se nos olvidó dónde estábamos. A veces allá
arriba hacen falta personas que en medio de la tor-
menta sean capaces de contagiar el ánimo cuando la
esperanza está a punto de desaparecer.
”Hubo compañeros que utilizaron el comedor
como centro de reunión para rezar, otros se juntaron
en la sala de teatro y se pusieron a cantar y a recordar
los momentos más felices de su vida, como el día
que nació su primer hijo, su boda, los viajes que
realizaron. También hablaban con nostalgia de los

42
Patricia Ramírez Aranda / Antonio Mena Piñeiro

momentos que se perdieron por estar precisamente


a bordo: como el día que sus hijos aprendieron a
caminar, el primer diente o la graduación de alguno
de ellos.
”Nunca voy a olvidar esa experiencia –agregó don
Julio– el día que bajé y llegué a mi casa sano y salvo.
Besé a mi mujer y a mi hija como nunca. Cuando es-
tamos tan cerca de la muerte nos damos cuenta qué
pequeños somos y sólo pedimos una prórroga para
aprovechar lo que no pudimos hacer.
En el café ya sólo estaban don Julio, David y Sele-
ne, los empleados habían recogido las sillas. Comen-
zaba a llover nuevamente.
–No es que los corra pero deben prepararse; di-
cen que Danny viene muy fuerte, y aunque la isla
es más o menos segura hay que tomar precauciones.
Compra comida enlatada, toda el agua que puedas,
un radio de pilas y no olvides una lámpara porque
seguramente cortarán la luz; eso nunca debe faltar.
–Lo sé, don Julio, iremos ahora mismo.
Selene se puso de pie muy agradecida, realmente
había sido muy interesante y conmovedora la plática.
Cuando se dirigió a la salida no pudo evitar dete-
nerse a observar la pintura en la pared que narra-
ba capítulos y paisajes de la isla: pequeñas lanchas y
construcciones con tejados de palma mostraban la
vida sencilla de los pescadores del camarón que du-
rante años representaron la riqueza de ese entorno
y caracterizaban la simplicidad hoy sustituida por la
ambición que provoca el tan buscado “oro negro”.

43
Bryan, el rostro humano de las plataformas marinas

Ella y David subieron al jeep para ir al centro co-


mercial Soriana. Las calles comenzaban a inundarse,
los autos pequeños se quedaban varados en los hoyos
que tramposamente ocultaban las avenidas. Al pasar
frente a la gasolinería, Selene se asombró cuando vio
enormes filas de autos formados, los dependientes
no se daban abasto para atender a tanta gente. ¿Cuál
era el temor, por qué llenar el tanque de gasolina?
Sin embargo la sorpresa creció cuando ella y su hijo
llegaron al supermercado. Por las famosas compras
de pánico, apenas encontró lugar para estacionarse.
Adentro del centro comercial las enormes hileras
de carritos abarrotados con víveres entorpecían el
paso, los estantes de los alimentos enlatados lucían
semivacíos, la gente parecía arrebatarse las cosas de
la mano y daba la impresión de que estaban liqui-
dando todo. Iba con David caminando por el pasi-
llo de los lácteos, con su carrito prácticamente vacío,
cuando encontró a Lucero que iba acompañada de
Martín, su hijo de siete años. Ella era de Orizaba, y
aunque estaba poco familiarizada con los huracanes,
igual que Selene, vivió uno fuerte años atrás cuando
estaban en Chetumal. Cruzaron unas palabras y de-
cidieron pasar ese momento juntas. Ese apoyo carac-
terístico de la isla era lo que había cautivado a Selene
todo el tiempo que radicó ahí, siempre encontraba
una mano amiga en los momentos difíciles, y para
ella y para su hijo esto sería nuevo.

44
Patricia Ramírez Aranda / Antonio Mena Piñeiro

Lucero se adelantó a su casa, que estaba cerca del


helipuerto, llevando consigo a David, mientras Se-
lene se dirigió a la suya que estaba frente a la playa,
el lugar menos seguro para permanecer durante un
huracán. Tomó un poco de ropa, aseguró puertas y
ventanas con cinta adhesiva en los cristales y ya salía
cuando miró a Boris; dudaba si debía llevarlo... pero
no pudo resistirse ante el meneo de su cola. Por for-
tuna ya tenía protegidos los documentos importan-
tes y sin dudarlo, tomó consigo las cartas de Bryan
que a partir de ahora habían adquirido un valor in-
calculable.
Pronto comenzaría a oscurecer y el mar estaba
creciendo de una manera poco usual: el agua había
llegado hasta la playa, casi cubría las palapas que se
encontraban cerca de la avenida en playa norte. Por
la radio, las noticias se esmeraban en informar la tra-
yectoria del huracán. El ejército ayudaba a desalo-
jar a las personas, que vivían en hogares humildes;
se habían preparado albergues, pero los apegos son
muy fuertes y la gente de bajos recursos se resistía a
dejar sus casas.
Después de escuchar lo que don Julio le había
platicado esa mañana, pensó que los noticieros, en
su afán de informar de inmediato, seguramente
desconocían la confusión y ansiedad que experimen-
tan tanto los familiares como las personas que se
encuentran trabajando en medio del mar, a bordo de
barcos y plataformas marinas; sólo quienes viven esto

45
Bryan, el rostro humano de las plataformas marinas

descubren lo que es la angustia, cuando la fortaleza


personal es el principal recurso.
En el momento que Selene se estacionó frente a
la casa de su amiga, se fue la luz. David salió corrien-
do y el inconfundible saludo de Boris lo emocionó.
La lluvia arreciaba y en el cielo los rayos y relámpa-
gos hacían contraste con la oscuridad de la noche; el
centro meteorológico había declarado alerta roja, lo
más recomendable era permanecer en casa. Una di-
minuta vela alumbró el comedor y mientras la tem-
pestad comenzaba a arrasar las calles de la ciudad,
las dos amigas iniciaron una plática, en definitiva la
tormenta no sólo era afuera, también en el interior
de Selene algo se estaba derrumbando: la ilusión de
llegar a formar una familia al lado de Bryan final-
mente se desvanecía, así como la idea de verse en-
vejecer juntos. En ese momento podía comprender
que ya no saldría a correr con su hijo cada mañana
junto a la playa. Era necesario aprender a soltar, dejar
de aferrarse a lo que pudo ser, deja de vivir sólo de
las esperanzas de su corazón eran alimentadas por
su fantasía. Los cristales de las ventanas vibraban al
ritmo del viento, pero no lograban distraerla de sus
pensamientos, un temor no expresado la invadía y
un silencio abrumador se apoderaba de ella, resulta-
ba difícil poner un nombre a esa gama de emocio-
nes, ignoraba si era tristeza, miedo o dolor, lo cierto
es que se sabía profundamente perdida y sola, aún
cuando estuviera acompañada de su amiga y de su

46
Patricia Ramírez Aranda / Antonio Mena Piñeiro

hijo. La naturaleza le estaba anunciando el fin de


un ciclo.
–Y es que estaba muy enojada con Manuel –se-
guía diciendo Lucero mientras nerviosa encendía un
cigarrillo– esta última vez, antes de que él subiera a
plataforma tuvimos una discusión; ahora estoy preo-
cupada, dicen que los evacuaron, pero ni siquiera
pude hablar con él. No puedo evitar angustiarme, el
hecho de saber que se encuentra en medio del mar
me da miedo, temo que algo le pueda pasar. No es
fácil comunicarse allá arriba, hay que marcar a una
extensión y siempre está ocupada, si tengo suerte y
alguien me contesta me dice que lo van a vocear, pero
tarda mucho tiempo en responder, y él casi no habla,
dice que tiene que conseguir una tarjeta especial para
poder llamar desde allá y siempre hay gente formada
esperando el teléfono.
Era obvia la tristeza de su amiga y Selene podía
entenderla, pero también pensó en cómo se senti-
ría el esposo de ella. Recordó las palabras de Bryan
cuando le platicaba que si una persona sube enoja-
da por haber tenido una discusión o pelea familiar
y apenas va a comenzar su catorcena, experimenta
una sensación de impotencia muy desagradable y di-
fícil de manejar, porque normalmente allá arriba no
existe la posibilidad de compartir con alguien lo que
se siente, entre hombres es difícil externar los senti-
mientos, y por eso las emociones se intensifican de
tal manera que hacen que el tiempo transcurra más

47
Bryan, el rostro humano de las plataformas marinas

despacio; entonces los catorce días parecen un mes


y lo único que se percibe es una intensa sensación
de soledad y tristeza. Incluso recordó que en cierta
ocasión Bryan le dijo que cuando se tratara de malas
noticias era mejor no llamarlo.
Una vez más confirmó que no era fácil trabajar
costa afuera; pero tampoco lo era ser compañera de
quien está allá, pensó: hay que aprender a vivir una
relación exenta de la convivencia cotidiana y de los
detalles que se respiran día a día con una pareja. Pa-
rece que entre los hombres y mujeres que trabajan
ahí la verdadera intimidad no existe, el contacto se
limita sólo a los días de descanso y al teléfono. Las
personas aprenden a vivir por ratos, por momentos,
con las migajas de tiempo que se pueden dedicar.
Ambas mujeres necesitaban escucharse. En medio
de la tempestad, del temor, de las ráfagas que azota-
ban puertas y ventanas, las confidencias surgieron,
sintieron la tranquilidad de compartir con honesti-
dad el sincero apoyo que sólo las verdaderas amigas
brindan. Esa noche abrieron un paréntesis en sus
vidas para empezar a conocerse realmente. Era un
momento de reacomodo interior para Selene, nunca
antes le habló a nadie de Bryan, quizá también era
necesario darle al padre de su hijo el lugar que le
correspondía en su vida. Ignorando los truenos y la
lluvia le comenzó a narrar a Lucero la forma en que
llegó ese hombre a su vida:
“Era víspera de Navidad, la isla lucía prácticamen-
te desierta, los parques alumbrados con los adornos

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Patricia Ramírez Aranda / Antonio Mena Piñeiro

típicos de la temporada alegraban los alrededores, sin


embargo la mayoría de los habitantes había desapa-
recido, las calles se encontraban solas, después supo
que la mayoría de la gente partía a su lugar de origen.
Selene había llegado una semana antes a Ciudad de
Carmen, conocía a muy pocas personas, estaba sola,
sentada en un café frente al malecón, saboreando un
agua de coco mientras observaba cómo se ponía el
sol, la tarde era fresca y agradable. Entonces sintió la
presencia de ese hombre alto, de complexión robus-
ta y tez bronceada, y se encontró por vez primera con
esa sonrisa maravillosa que meses después la haría
suspirar marcando el inicio de todo un capítulo en
su vida.
Él supuso que era oriental, en repetidas ocasiones
la confundían por el tono de su piel y lo rasgado de
sus ojos. Tenía en sus manos la novela El alquimista,
Bryan en seguida la reconoció y esa fue la prime-
ra de tantas pláticas. Le compartió que durante su
juventud, mientras estudiaba en el Buque Escuela
Náutica México, tuvo la oportunidad de viajar por
Japón, Shangai, Luanda, Angola y Egipto, de éste
último país recordaba la sencillez y hospitalidad de
su gente y la seguridad de sus calles a pesar de estar
plagadas de vendedores. Era la primera vez que cru-
zaban una palabra, sin embargo parecía que se co-
nocían de toda la vida, algo tenía Bryan, quizá esa
facilidad para trasladar a Selene a lugares que nunca
había visitado o quizá fue el interés que mostró al

49
Bryan, el rostro humano de las plataformas marinas

saber que ella impartía clases de italiano y español


tanto a operativos como a jefes de ingeniería de una
compañía italiana, y que un par de meses antes había
iniciado los trabajos costa afuera de un proyecto muy
largo e importante.
Durante años, la isla fue popularmente llamada
“el lugar de los hombres solos”, las mujeres eran re-
lativamente pocas, quizá por ello Bryan se dejó im-
presionar fácilmente por una mujer que se atrevía a
abrirse paso en un mundo viril, lejos de su familia,
y con nadie a su lado, sobre todo en fechas signi-
ficativas, ya que según dijo sería su primera Noche
Buena lejos de casa. Él también estaba solo, sus hijos
se encontraban en Tampico con su abuela. La miró
fijamente a los ojos, como era su costumbre, y le pro-
metió que esa Navidad sería inolvidable, la primera
de muchas que compartirían juntos, aunque él estaba
por partir hacia un lugar a donde ni ella ni nadie lo
podría acompañar.
Quizá fue la soledad de ambos la que los unió,
pero a partir de ese día nació entre ellos una amistad
que con el paso del tiempo se convirtió en un amor
que, aunque carecía de pasión, tenía una gran do-
sis de compañerismo y complicidad. Fueron grandes
confidentes. A través de los ojos de Bryan, Selene
descubriría un misterio que le apasionaría: el ma-
ravilloso mundo de las plataformas marinas, como
solía llamarlo él.
Al escuchar a Selene, parecía que ella también hu-
biera estado atrapada en ese aislamiento, que hubiera

50
Patricia Ramírez Aranda / Antonio Mena Piñeiro

vivido los sentimientos que agobian a las personas


cuyo trabajo los obliga a refugiarse en medio del
mar, lejos de su tierra y familia durante días, inclu-
so meses, invadidos por la nostalgia y la tristeza, en
especial cuando saben que dejarán de compartir fe-
chas y momentos especiales con los seres que aman.
Una parte de Selene sentía la necesidad de expresar
y compartir lo que había aprendido junto a Bryan
sobre ese tipo de vida tan peculiar, donde al carecer
de la libertad que brindan las comodidades y dis-
tracciones de un puerto o una ciudad, no queda más
opción que aprender a estar consigo mismo.
Trabajar a bordo significa ver cada día con ante-
ojos de color diferente. El escenario es prácticamen-
te el mismo durante catorce, veintiocho o quizá cin-
cuenta días; las personas se olvidan de ir de compras,
de caminar por la plaza o de sentarse en un parque
para ver a los niños correr. Desde que comienza el
día la rutina es la misma: cubrir las tareas del aseo
personal básico, pero sin el cuidado especial de lu-
cir impecable, basta con estar limpio pues durante la
jornada se luchará bajo el sol, el calor y el ruido de
las máquinas en medio de una actividad singular, de
presiones y exigencias. Por las mañanas, la mirada
de los trabajadores se pierde en el horizonte, al otro
lado del mar, imaginando sus lugares de origen y a su
gente. Pero lo más difícil es la quietud de esas noches
solitarias cuando es fácil observar la figura cabizbaja
de hombres recargados sobre el barandal, fumando

51
Bryan, el rostro humano de las plataformas marinas

un cigarrillo*, con pensamientos y sentimientos que


sólo el mar conoce. Aunque exista una sala de billar
o gimnasio, las opciones para huir de sí mismo son
mínimas. Así es la vida en plataforma, a veces tan
impregnada de aburrimiento que la distracción más
socorrida es el trabajo.
Cuando el huracán satisfizo su ansia destructiva
se fue en busca de otras costas, sólo dejó la lluvia.
Selene también había terminado de compartir con
su amiga ese capítulo de su vida. Llegó el momento
de dormir. Se recostó junto a su hijo para darle abri-
go, pero apenas pudo conciliar el sueño. Se preguntó
qué habría ocurrido si Bryan no se hubiera ido al
Mar del Norte, quizá seguirían juntos. Cada vez que
recordaba al padre de su hijo reconocía admirar a
ese hombre, apreciaba su espíritu libre, ese insaciable
deseo de aprender y su capacidad para relacionarse
que resultaba envidiable; pero lo que más le gustaba
de él era su autenticidad, había aprendido a despren-
derse de poses innecesarias. Muchas veces le dijo que
amaba el mar porque al haber crecido cerca de él
aprendió a ver más allá de lo que los ojos muestran y
a escuchar más de lo que los oídos oyen. En innume-
rables ocasiones, dijo a Selene: “Antes de ser novios,
esposos o amantes quiero que seas mi mejor amiga”.
También le repetía: “Tú y yo, ya somos”. Ella recordó
lo difícil que le resultaba entender sus palabras en ese
entonces, tal vez tenían que transcurrir todos esos

* En la actualidad está prohibido fumar en todas las áreas de Petróleos Mexicanos

52
Patricia Ramírez Aranda / Antonio Mena Piñeiro

años para comprender que lo que se dieron el uno


al otro, ya les pertenecía, sin lugar ni tiempo. Hoy
se daba cuenta que no importaba que él estuviera en
México o en el extranjero, lo que le dio, el tiempo
que pasaron juntos, formaba parte de ambos, como
sus vivencias y su hijo, eso nada ni nadie se los podría
quitar y formaba parte de ellos para siempre, a pesar
de la distancia. Así fue que comprendió cómo surgen
y se fortalecen los vínculos entre las personas, con lo
que cada quien da de sí mismo en esa convivencia
del día a día.
El sueño al fin estaba venciendo a Selene, dio un
tierno beso a su hijo en la frente y sin darse cuenta se
quedó dormida.
Al día siguiente la tormenta había cesado. En las
calles se veían algunos letreros y postes de luz tirados,
varios vidrios rotos y un mundo infinito de charcos.
Selene y el niño abordaron el jeep y al circular por
las calles, ella experimentó la tristeza de ver las heri-
das de su querida isla, quizá porque ella también se
sentía así en su interior, había empezado su pequeño
duelo, decir adiós a un lugar tan querido y a tantas
experiencias no resultaba fácil.
Escuchó que el puente Zacatal continuaba cerra-
do, era la salida rumbo a Villahermosa, por lo que la
mudanza se retrasaría. Todo parecía indicar que la
isla deseaba retenerla. Pasó frente al helipuerto y vio
una gran cantidad de hombres con overol amarillo,
casco y maletas en mano.

53
Bryan, el rostro humano de las plataformas marinas

–¿Se van de vacaciones? –preguntó David.


–No. Seguramente van a subir otra vez a plata-
forma.
Una de las tantas cosas que aprendió de Bryan
fue que cuando ocurría un evento de fuerza mayor,
como un huracán, era necesario interrumpir la pro-
ducción, las últimas personas en abandonar el lugar
de trabajo son los encargados del área operativa. Su
tarea es cerrar los pozos, y a pesar del cansancio y el
temor son los primeros en volver a subir para dejar
las instalaciones en condiciones óptimas, los compa-
ñeros y jefes necesitan reanudar sus actividades. Por
eso podía entender a esos hombres, para ellos el es-
trés no sólo consistía en hacer frente a un fenómeno
de la naturaleza, tenían que demostrar su temple, el
deber estaba antes que la vida, no importaba qué tan
desvelados, cansados o mal alimentados estuvieran.
Iba a seguir rumbo a su casa cuando distinguió a
Pedro, un vecino suyo, parecía angustiado.
–¿Qué pasa?
–Vine a buscar a mi padre, no sabemos nada de
él, pero aquí en el helipuerto no está, voy al club pe-
trolero.
–Súbete.
En la calle 31 algunos árboles de la Universidad,
conocida como UNACAR, estaban en el piso. Rodea-
ron el enorme camarón de la glorieta y finalmente
llegaron. Era la primera vez que David visitaba el
club petrolero, se impresionó al ver a tantos hombres

54
Patricia Ramírez Aranda / Antonio Mena Piñeiro

uniformados de amarillo, despeinados y malhumo-


rados. En el salón había cerca de quinientos catres
tendidos, distribuidos en hileras, muy cerca unos de
otros. Selene se preguntaba cómo era posible que
las personas encargadas de extraer la riqueza natu-
ral más importante del país recibieran un trato así,
como si fueran damnificados.
Pedro se adelantó a buscar a su padre entre la mul-
titud. Muchas personas reconocían a Selene; parecía
que no habían pasado los años, daba gusto ver a la
mujer que había sido la compañera de un amigo tan
querido. Ramiro, un ingeniero de Poza Rica, la salu-
dó con gesto amable, durante años fue compañero de
cabina de Bryan en la plataforma Akal-B, también
vio a Tomás, el operario mecánico que fuera el brazo
derecho de Bryan por años. Sintió un gran cariño
al ver a esos hombres que la reconocían con tanto
afecto e inevitablemente recordó al padre de su hijo.
–Hola Selene –le dijo Rubén, el superintendente
de Akal-Bravo– veo que estás muy bien acompañada.
David se presentó muy seguro ante ese descono-
cido que le hablaba con singular confianza a su ma-
dre. Los tres se acomodaron en un catre y sin mayor
preámbulo, Rubén comenzó a platicar su experiencia
de haber desalojado plataforma.
–Pensé que no alcanzaríamos a bajar. Era tan
fuerte el coraje del mar que las olas rebasaban el
puente de la habitacional y aunque amarramos todas
las cosas que podía llevarse el aire, hasta las escaleras

55
Bryan, el rostro humano de las plataformas marinas

de fierro volaron en pedazos y se rompieron, sólo se


escuchaba, incluso a través de las puertas y ventanas
blindadas, cómo golpeaba el agua. Fueron más de
ocho horas de viaje en el buque, pasaban los minu-
tos, las horas, y empezamos a sentir hambre. Algu-
nos se marearon, otros se desmayaron, pero no faltó
el precavido que trajo una manzana y una cobija para
compartir con algún compañero que siente que la fe
está a punto de abandonarlo.
”Estábamos en cubierta –continuó hablando Ru-
bén– veíamos cómo se metía la embarcación entre
las olas de aproximadamente diez metros de altura,
sólo sentíamos cómo subía, bajaba y se metía entre
ellas empapándonos sin consideración. El mar se
levantaba con tal fuerza que pensé que no llegaría-
mos a contarlo. Nos estábamos acercando a tierra y
el capitán nos dijo que era el momento más difícil.
Nos pusimos de pie, formamos un círculo, entrelaza-
mos nuestros brazos e hicimos una valla con nues-
tros cuerpos; las olas nos golpeaban las espaldas, nos
unimos con todas nuestras fuerzas, éramos más fuer-
tes que el mar, no podría con nosotros, estábamos a
punto de lograrlo.
Escuchar la experiencia de aquel sobreviviente
dejó muda a Selene, no supo qué decir, sintió una
gran admiración por esos trabajadores, por la forma
cómo arriesgan la vida: “Qué afortunada, tengo la
oportunidad de estar en medio de los protagonistas
de una historia de esta naturaleza, con mi hijo por

56
Patricia Ramírez Aranda / Antonio Mena Piñeiro

testigo; estamos escuchando lo que enfrentan y viven


quienes trabajan allá arriba.”
La joven figura de Pedro se fue acercando apresu-
rada entre los catres, con una sonrisa nerviosa.
–Dicen que a mi padre quizá lo rescató otro barco,
que estaba en la plataforma llamaba Grijalva. Tal vez
en logística me puedan decir algo, voy a ir a ver al
muelle.
–Si quieres...
–Yo voy solo, no se preocupe maestra.
–Tranquilo, yo te acompaño –dijo Rubén– te en-
tiendo perfectamente, ahora sí que aquí todos esta-
mos en el mismo barco.
–No dejes de avisarme, tienes mi teléfono por si
algo se te ofrece –alcanzó a decir Selene y se despi-
dieron. La acompañaron hasta su jeep, ella y David
continuaron su camino a casa.
El panorama resultaba desalentador, las noticias
decían que la plataforma Usumacinta había sufri-
do un accidente. Los fuertes vientos provocaron un
choque y había muchas personas desaparecidas y al
parecer también muertos. En el aire se escuchaba el
ruido de los helicópteros de la armada que habían
iniciado la búsqueda de los sobrevivientes. Esas úl-
timas horas de estancia en Ciudad del Carmen es-
taban siendo realmente difíciles, Selene nunca ima-
ginó vivir un momento así, su hijo y ella en verdad
necesitaban descansar.

57
Bryan, el rostro humano de las plataformas marinas

58
Patricia Ramírez Aranda / Antonio Mena Piñeiro

III. Un álbum fotográfico

Lo único importante en la vida


son las huellas de amor que dejamos
cuando tenemos que despedirnos tan inesperadamente.
Albert Schweitzer

22 de septiembre de 1995

Selene:

Me preguntaste si aquí hay mujeres. Creo que esa


misma duda la tienen muchas personas y en efec-
to, sí hay mujeres y cada vez son más. ¿Sabes?, la
presencia femenina aquí arriba hace una gran dife-
rencia, pero no te pongas celosa. Al igual que no-
sotros, ellas también vienen a trabajar, hay ingenie-
ras químicas y en telecomunicaciones, en sistemas,
hay médicas, administradoras e incluso psicólogas,
y también obreras; a veces entre estas compañeras
encontramos grandes amigas y en algunos casos,
tal vez, una futura esposa.

59
Bryan, el rostro humano de las plataformas marinas

A los hombres nos encanta que haya mujeres y


cada vez nos familiarizamos más con ellas, es muy
agradable escuchar ese agudo tono de voz, perci-
bir el perfume que dejan y ver su ritmo al andar,
actualmente ya hay plataformas con baños y cabi-
nas exclusivos para ellas, lo que antes no sucedía,
de hecho en la mayoría de las plataformas incluso
compartimos la misma habitación. Tal vez va a lle-
gar el día en que las veamos como nuestras igua-
les y nos vamos a acostumbrar tanto a su presen-
cia que quizá las dejemos de apreciar. Son muchas
las mujeres que pasan por aquí; algunas están por
convicción, porque encuentran una oportunidad
de desarrollo y crecimiento, pero para otras esto es
sólo una aventura y en algunos casos su última op-
ción porque sienten que no hay alternativa. Quizá
para unas cuantas es la oportunidad de tener una
experiencia única, capaz de enriquecer su vida no
sólo personal sino también espiritual, este espacio
brinda la posibilidad de un encuentro interior para
quién lo quiere aprovechar, además de tener algo
digno que contar a sus nietos. Creo que las muje-
res que tienen la fortuna de subir pueden vernos
con otros ojos y descubrir la sensibilidad que se es-
conde detrás de nuestra rudeza. Siento que si nues-
tras compañeras y esposas pudieran ver que mien-
tras estemos bien como pareja, no importa quién
esté aquí, al lado de nosotros, comprenderían que

60
Patricia Ramírez Aranda / Antonio Mena Piñeiro

la lejanía no radica en la distancia física sino en la


emocional y quizá se esforzarían por ser más nues-
tras amigas.

Te quiero mucho,
Bryan

Sus ojos se nublaron al terminar de leer las últimas


líneas, mucho tiempo sintió que entre los dos había
un lazo muy fuerte, un vínculo que jamás se rom-
pería; imaginó compartir muchos momentos con él,
viajes, sueños, pero sólo fueron eso, ilusiones que el
tiempo se encargó de borrar. Ahora no sabía nada de
él. Qué difícil es decir adiós a una persona con quien
te une algo más que los recuerdos.
El piso de duela de la casa se convirtió en un enor-
me álbum de fotografías que ilustraba la historia de
la vida a bordo, y sin más compañía que el pequeño
Boris y una fresca malteada de chocolate, Selene y
David se sentaron frente a esas imágenes y juntos
comenzaron a hacer un recorrido imaginario que se
volvió inolvidable.
–¿Qué es esto? –preguntó el niño al ver una canas-
tilla de transporte de personal de más o menos tres
metros de altura, con una base redonda de madera.

61
Bryan, el rostro humano de las plataformas marinas

–Le dicen viuda –respondió Selene–, es lo que


utilizan para subir a la plataforma las personas que
llegan en lancha.
–¿Y cómo suben en esa cosa?
–Decía tu papá que en el centro ponen sus ma-
letas o pertenencias, me imagino que para que pese
más, las personas apoyan sus pies en esa tabla circu-
lar, los meten entre los tejidos que se alcanzan a ver
y con las manos se agarran de la soga, entonces hay
una grúa enorme que los sube, ¿ves la punta donde se
observa ese cordón?, de ahí lo sostiene para cargarlo
en el aire.

62
Patricia Ramírez Aranda / Antonio Mena Piñeiro

–¡Ah! ¿Y en eso subía mi papá?


–A veces. Sólo los que llegan por lancha la usan.
Y tu papá subía por vuelo, en helicóptero, pero sí la
llegó a usar, decía que no había que mirar hacia aba-
jo, al mar, porque te puedes marear.
Sus ojos se llenaban de curiosidad y su inquietud
infantil crecía al compás de cada sorbo de malteada,
sus pies jugueteaban; la sesión de preguntas conti-
nuó.
–¿Y esto qué es?

63
Bryan, el rostro humano de las plataformas marinas

–En el ambiente marino le llama mandarina por


su color, es un bote salvavidas en el que caben hasta
ochenta personas a veces. Lo utilizan para sobrevivir
en el mar cuando por alguna emergencia hay que
abandonar la plataforma.
–Está muy chistosa, parece una pelota anaranjada
grandota. ¿No tiene ventanas, verdad?
–No, parece un submarino –respondió Selene–
pero no se sumerge, anda en la superficie.
–¿Y tiene asientos?
–Sí, sé que por dentro tiene como una tabla recta
a lo largo, para que quepan más personas.
–¿Quién la maneja?
–Conductores que entrenan especialmente para
usarlas. Decía tu papá que siempre tenía que ir un
mecánico y un timonel.
Selene comenzaba a ponerse nerviosa con tantas
preguntas, de seguro no tendría todas las respuestas
para saciar la curiosidad su hijo. Ella ni siquiera ha-
bía tenido la oportunidad de conocer ese mundo de
cerca, todo era resultado del aprendizaje adquirido
con Bryan.
–¡Mira, aquí está mi papá, junto a un helicóptero!

64
Patricia Ramírez Aranda / Antonio Mena Piñeiro

–¿Qué se siente volar en helicóptero? –murmura-


ba David mientras observaba detenidamente la foto.
–Decía tu papá que al principio era muy emocio-
nante porque sentías cómo se iba elevando y desde
arriba se ve cómo brilla el agua del mar, sólo que
cuando hay mucho viento da temor porque sientes
que se mueve y pareciera que en cualquier momento
te puedes caer. Allá usan tanto el helicóptero que al-
gunos se aburren, otros se cansan y a otros también
les da miedo.
–¡A mí no me daría miedo!

65
Bryan, el rostro humano de las plataformas marinas

–En el área de plataformas haz de cuenta que el


helicóptero es el taxi que te lleva y te trae. Hay per-
sonas que salen todos los días a las cinco de la ma-
ñana a trabajar a las plataformas vecinas, se van en
el primer vuelo y llegan por la tarde, a las seis; tu
papá me dijo que esa misma rutina durante catorce
días consecutivos es muy cansada. Otros tienen esa
misma rutina de viajar de ida y vuelta pero en lancha,
y creo que es más agotador todavía. Mira, ¿ves esas
construcciones distribuidas a lo largo y ancho del
mar? –Selene le mostró una foto panorámica donde
podía apreciarse el océano desde el cielo, y disper-
sas sobre el agua diferentes estructuras de acero de
las que sobresalía una especie de antorcha prendi-
da. Había una al centro, otra a la derecha, otra a la
izquierda; y al fondo apenas lograba apreciarse una
diminuta mecha y también un barco–. ¡Éstas son las
plataformas marinas!
–¡Están flotando en el agua! –afirmó David asom-
brado.
–No precisamente; tienen unas patas gigantes que
las sostienen, son como una “ciudad flotante”.
–¿Ciudad flotante?
–Sí, porque ahí las personas tienen todo lo que
necesitan para vivir.
–¿Y no se hunden?
–No, son muy resistentes, decía tu papá que son
muy seguras.
–¿Entonces ahí trabajaba él?

66
Patricia Ramírez Aranda / Antonio Mena Piñeiro

–Sí y también vivía ahí durante catorce días, o a


veces un poco más.
–¿En donde?
–Aquí, mira, esto es lo que llaman “plataforma
habitacional” –dijo Selene mostrando la imagen de
una construcción de acero color gris.

67
Bryan, el rostro humano de las plataformas marinas

–¡Parece una jaula!


–Algunos la llaman la “jaula de oro”.
–Está muy rara, ¿no, mami?
–Da una sensación de encierro ¿verdad? –con-
testó Selene; la imagen reflejaba una especie de caja
enorme, de forma rectangular, con pequeños cuadri-
tos que eran las ventanas; de tres plantas de altura,
cuyo color gris contrastaba un poco con las franjas
amarillas del frente y los costados, indicaciones de
escaleras y barandales.
–¿Y el techo por qué está despegado?
–Es el helipuerto, la parte más alta, es la explanada
donde aterrizan los helicópteros. Dicen que algunas
personas la aprovechan para correr por las noches.
–¿Correr? ¡Yo mejor iba a nadar!
–¡No! Está prohibido nadar y también pescar.
Sé que para eso tienen un gimnasio, a ver si hay
por aquí una fotografía –se acomodó en posición
de flor de loto mientras sus manos hurgaban entre
las imágenes.
–¡Aquí está! Es tu papá en compañía de unos
amigos.
–¡Están muy gordos!
Selene rió ante la observación del niño.
–La gente que trabaja en plataforma tiende a su-
bir de peso, quizá por la ansiedad o por los nervios
o porque se sienten solos y entonces comen mucho.
Pero su gimnasio no está nada mal: tienen bicicleta,
caminadora, una pera de box, varios aparatos y hasta
parece que también un baño sauna.

68
Patricia Ramírez Aranda / Antonio Mena Piñeiro

–¿Baño sauna? ¿Qué es eso?


–Un cuartito tapizado de madera que se calienta,
le echan agua a unas piedras y sale vapor; así después
de hacer ejercicio las personas descansan más.
Parecía que esas fotos tenían vida, la trasladaban
a cada rincón de ese “hotel de cinco estrellas”, como
era popularmente conocida la habitacional. Y por un
momento, al ver la imagen del 15 de septiembre, se
imaginó estar sentada en aquel comedor decorado
con globos tricolores, papel picado con los rostros de
los héroes de la Independencia, sarapes de colores en
las paredes y mesas adornadas con dulces típicos de
diferentes regiones del país.
Cierto día, Bryan le comentó que de no ser por el
personal de cocina y el administrador, que se esme-
raban en arreglar el comedor de acuerdo a la ocasión
y sobre todo para fechas especiales, las festividades
pasarían inadvertidas, “gracias a ellos este sitio es si-
milar al quiosco de un pueblo, ahí se dan todas las
reuniones: cumpleaños, navidades, día de muertos,
fiestas patrias y también el 18 de Marzo, día de la
expropiación petrolera, motivo de orgullo para todos
los que trabajan en esta empresa.” Observó en esas
imágenes la abundancia de alimentos: frutas, verdu-
ras, carnes, mariscos, postres. Sabía que en diciembre
no faltaban las piñatas, el arbolito y a veces también
el típico “nacimiento” mexicano. Bryan le platicó que
el placer de la hora de la comida era disfrutar la so-
bremesa con los amigos, pues a veces eran los únicos

69
Bryan, el rostro humano de las plataformas marinas

minutos del día para platicar y compartir experien-


cias; por la forma como él se llegó a expresar de la
convivencia que existía allá arriba, le daba la impre-
sión que se trataba de una gran familia donde obvia-
mente, además de diferencias, también había mucha
camaradería. Le hubiera gustado visitar la platafor-
ma por lo menos una vez.
–La curiosidad de David por saber más hizo re-
gresar a Selene de sus pensamientos.
–¿Así son las recámaras?

70
Patricia Ramírez Aranda / Antonio Mena Piñeiro

–Sí, ellos le llaman cabina y tu papá decía que


tenía suerte porque sólo la compartía con otras dos
personas. Y parece que no era fácil conseguir buenos
compañeros: unos roncaban y no dejaban dormir,
otros prendían la televisión hasta muy tarde o se po-
nían a hablar por teléfono con su familia por horas.
–¿Todo eso hay en la cabina?
–En la de tu papá sí porque tenía ciertos privile-
gios, y también tenía un casillero para guardar sus
cosas, pero decía que había cuartos donde dormían
hasta seis u ocho personas, sin tele, mucho menos
teléfono y tampoco baño, tenían que ir a los baños
generales.
–¿Ese cuartito que se ve al fondo es el baño?
–Sí, parece que también es muy pequeño, pero allá
las personas tienen que aprender a adaptarse a las
incomodidades
–¿Y mi papá en qué cama dormía, en la de arriba
o en la de abajo?
–Donde le tocara, nunca se acostumbró a dormir
en literas; sin embargo éste es el único lugar relativa-
mente privado que se tiene, gracias a esa cortina que
puedes observar al costado de la cama, pueden leer,
meditar o simplemente descansar sin que nadie los
moleste.
A cada segundo ella se convencía más de que no
era tan sencillo vivir y trabajar en una plataforma,
comprendía que era necesaria una gran capacidad
de adaptación y tolerancia para mantener en todo

71
Bryan, el rostro humano de las plataformas marinas

momento una actitud positiva. Bryan le llegó a decir


que como llegaban personas de varios estados de la
República Mexicana, cada uno tenía diferentes cos-
tumbres, hábitos, educación y a veces no todos eran
respetuosos entre sí, y eso generaba tensiones y con-
flictos, además de la dificultad de compartir también,
a veces, la cabina con mujeres. Y si era difícil para
ellos, ¿cómo sería para ellas?
–¿Hay un hospital? –preguntó David al ver la si-
guiente foto.

72
Patricia Ramírez Aranda / Antonio Mena Piñeiro

–No –dijo Selene entre risas– es el pasillo del in-


terior de la habitacional, esas puertas pueden ser de
las oficinas o quizá las cabinas, o tal vez el consulto-
rio del médico.
–Pues está muy feo.
Selene asintió, no debía ser muy agradable mo-
verse todos los días en un espacio tan reducido.
La sesión de preguntas parecía no terminar, el
niño quería conocer cada detalle de ese lugar; pasa-
ron varias horas observando también fotos del exte-
rior, donde podía apreciarse esa enorme estructura
de acero enclavada en medio del mar con barandales
pintados de amarillo, barcos acoderados a su alre-
dedor y hombres con cascos trabajando. Encontra-
ron imágenes donde alcanzaba a verse una tortuga
de carey en el agua, peces, y había una foto hermo-
sa con la figura de dos delfines iluminados por la
puesta del sol.

73
Bryan, el rostro humano de las plataformas marinas

–A esto, que era su lugar de trabajo, le llamaban


“el área” –dijo Selene, mostrándole una foto donde
había tubos de diferentes tamaños, máquinas, vál-
vulas, tanques enormes y otros aparatos sofisticados
que no conocía. Se veían escaleras estrechas de fierro
que permitían llegar de un lugar a otro y, como piso,
había una rejilla que llamaban “parrilla”; a lo lejos
alcanzaban a verse los mechones encendidos.
–Aquí es donde estaba el taller de tu papá.
–¿Mi papá tenía un taller?
–Bueno, él estaba a cargo de un grupo de personas
que eran mecánicos y aquí trabajaban.
Selene imaginó que a la mayoría de los trabaja-
dores les gustaba lo que hacían, tenía que ser así, de
otro modo no podía explicarse cómo podían perma-
necer durante tantos días lejos de su familia, aislados
del mundo exterior.
Alguna vez escuchó decir a Bryan que estar en “el
área” era muy agotador, que había mucho ruido, al-
tas temperaturas y vibración, subían y bajaban esca-
leras constantemente y estaban bajo mucha presión,
pues todo era urgente y nada podía esperar, a veces se
disparaban los equipos a media noche y eso implica-
ba despertar a la gente a esas horas y ponerse a tra-
bajar; pero que también daba una gran satisfacción
estar con gente comprometida, con mucha disposi-
ción y entrega. La mayoría era de origen humilde,
acostumbrados a trabajos rudos, a jornadas largas,
dijo que esa sensación de adrenalina y contacto la-

74
Patricia Ramírez Aranda / Antonio Mena Piñeiro

tente con el peligro era lo que hacía tan apasionante


esa labor.
La tarde estaba por caer, decidieron cerrar su
sesión de recuerdos fotográficos para ir a caminar
quizá por última vez a la playa y ver la puesta de
sol juntos. Boris comenzó a corretear a su querido
amigo, mientras ella disfrutaba la brisa marina; le
pareció mentira que después de la furia de la natu-
raleza todo hubiera vuelto a la normalidad, el viento
despejaba sus pensamientos y los colores rojizos
y anaranjados del cielo comenzaron a iluminar el
horizonte, el sol se iba ocultando poco a poco y re-
cordó las palabras de Bryan cuando una vez le dijo:
“el sol tarda siete minutos en ocultarse… ya le he
tomado el tiempo, es que estando arriba esos son los
regalos que nos da Dios”. En efecto, ella sabía que
contemplar los amaneceres y atardeceres en medio
del mar era un espectáculo, en tierra, donde está al
alcance de todos, se vuelve tan cotidiano que con el
paso del tiempo pasa inadvertido y cada vez menos
personas lo disfrutan.
Se sentó frente a la playa en silencio, pensó: a veces
las personas no sabemos apreciar lo que tenemos alrede-
dor, el ocaso no cuesta nada y brinda tanta paz.
Bryan le decía que Dios se manifiesta en el mun-
do a través de la palabra y la creación: “Creo que si el
destino no me hubiese puesto en este trabajo, yo no
valoraría tanto la vida”, dijo.

75
Bryan, el rostro humano de las plataformas marinas

Y si el destino no lo hubiera puesto a él en su


vida quizá no sería la mujer que es hoy, por eso llegó
a amarlo, porque enriqueció su espíritu; junto a él
aprendió a disfrutar el aquí y ahora saboreando cada
segundo, tanto que hoy, después de cinco años, se
daba cuenta de que sus enseñanzas seguían vigentes.
Él decía que cada persona elige estar como quiere
estar, que no importaba si estaban a bordo de una
plataforma marina, en la ciudad, en el campo o en
Hawái. Que la felicidad era interior, y que ese estado
de paz había que encontrarlo dentro de uno mismo
y para ello era necesario a veces recurrir a la soledad.
Ésa que incluso da miedo, porque no permite eva-
dirse con distracciones banales, y estando a bordo no
había alternativa. Ésa era la riqueza de subir, ahora
podía comprenderlo.
Por eso él disfrutaba tanto su descanso de aproxi-
madamente doce días, aprovechaba cada minuto
porque había aprendido que el tiempo es irrevocable,
era su recompensa al encierro, disfrutar al máximo a
sus padres, salir con sus amigos y sobre todo convivir
con su hijos. Le hablaba de lo grandioso de estar en
casa, ver las caritas de sus pequeños escondiéndose
bajo las sábanas por las mañanas; las ocurrencias de
su hija Sarah, dándole masajes que había aprendido
en su programa favorito de televisión; “las cascaritas”
de fútbol que jugaba en el deportivo con Antonio, el
mayor de sus hijos; y las innumerables horas de con-
vivencia que pasó junto a Selene en cada paso por la

76
Patricia Ramírez Aranda / Antonio Mena Piñeiro

isla. Por eso le dolía que hubiera privado a David de


su compañía y de crecer junto a él para compartirle
ese tesoro de conocimientos.
Comenzó a oscurecer, era momento de regresar a
casa, había que prepararse para la mañana siguiente,
el momento de partir se estaba acercando. Pasó un
día maravilloso con su hijo y aunque Bryan no estu-
vo físicamente con ellos, sintió su presencia en todo
momento.
Un silencio abrumador comenzó a crecer en la
habitación, quizá era el sonido de la despedida; la
luz de la luna iluminaba la terraza y las estrellas pa-
recían decirle que al partir es necesario reconocer, ver
lo positivo y negativo de una situación, agradecer y
finalmente dejar ir. No sabía en qué fase se encon-
traba, sólo experimentó un mar de confusión porque
estaba agradecida con Dios y con Bryan por su hijo,
pero también sintió enojo porque se sabía abando-
nada, la había dejado continuar sola su travesía y
nunca le dijo adiós.
La oscuridad brillaba y aunque desconocía la sen-
sación, imaginó estar costa afuera en medio del mar.
¡Qué solitarias han de ser las noches en plataformas!
Bryan le llegó a hablar del “mal del barandal”, como
es popularmente conocido, esos minutos en que las
personas, cuando han terminado su jornada o quizá
durante el día, se recargan en el barandal y dejan vo-
lar su mente, la mirada parece perderse en el infinito,
en su cara asoma el rostro de la tristeza, y tras los ojos

77
Bryan, el rostro humano de las plataformas marinas

discretamente se esconde una lágrima. Son minutos


de nostalgia que oprimen el corazón y lo ahogan de
sentimientos. Sí, en ese momento ella padecía algo
similar al “mal del barandal”.

11 de septiembre 1996

Selene:

Nunca voy a olvidar este día en mi vida. Siento que


tuve una experiencia que dudo vuelva a repetirse;
me levanté muy temprano como siempre y sentía
mucha pesadez, creo que no dormí bien, apenas es
mi cuarto día a bordo y presentí que no aguanta-
ría la catorcena completa, estaba muy cansado, las
horas pasaban más lentamente que nunca y estaba
muy preocupado por todos los pendientes que dejé
en casa. Por si fuera poco, me llamó mi hermano
para decirme que mi madre sigue enferma y una
enorme impotencia comenzó a apoderarse de mí,
tuve deseos de escapar de aquí, no sabía qué hacer;
empecé a caminar por el interior de la habitacional
con rapidez, recorrí las escaleras de un piso a otro
hasta llegar al helipuerto, y me sentí pequeño ante
la inmensidad del mar que me rodeaba.
En ese momento encontré a uno de mi supervi-
sores, con una cálida sonrisa me dijo: “Inge, vamos
a echarnos unos camarones al área”. Como te he
platicado está prohibido, pero estar en plataforma y
no comer en “el área” es como nunca haber subido.
Íbamos caminando por el puente y don Miguel me

78
Patricia Ramírez Aranda / Antonio Mena Piñeiro

preguntó: “¿Ha visto los atardeceres?” Le dije que


sí, aunque a veces con tanto trabajo se me olvida.
Entonces me detuve a contemplar el sol; el viento
acarició mi cara y la mezcla de esos tonos rojizos
en el cielo me hicieron suspirar, sentí un leve calor
sobre la espalda y una grata sensación de paz me
invadió de pies a cabeza. Me detuve tan sólo unos
minutos, los suficientes para devolverle a mi alma
la tranquilidad y recobrar la fuerza que tanto nece-
sitaba. Contemplé ese cielo y ese mar juntos y creo
que por primera vez sentí la presencia de Dios en
mi vida, algo en mi interior me dijo que todo iba a
estar bien, que confiara y no perdiera la fe.
A partir de ese momento mi ánimo cambió y
créeme fue un momento tan sublime que no en-
cuentro palabras para describirlo. Sólo puedo de-
cirte que recobré la esperanza y descubrí que no es
tan malo estar solo, porque siempre tengo a Dios y
me tengo a mí mismo.

Cuídate mucho,
Bryan

79
Bryan, el rostro humano de las plataformas marinas

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Patricia Ramírez Aranda / Antonio Mena Piñeiro

IV. La herencia

Yo moriré, pero mi obra quedará.


Horacio

Muy temprano llegó el camión de la mudanza, el


camino había sido tortuoso, la carretera estaba mal-
tratada, deteriorada por las lluvias, sin embargo ya
estaba ahí, chofer y ayudante iban y venían con gran-
des cajas y objetos.
A media faena, Selene fue a comprar unos refres-
cos porque el calor se iba incrementando a grandes
pasos y los mudanceros sudaban a mares. Cuando
regresó, el chofer y su ayudante se sentaron a des-
cansar un momento mientras se refrescaban, enton-
ces don Juan sintió deseos de platicar su hazaña para
poder llegar a la isla. Estaba realmente afectado, su
voz se quebró cuando empezó a narrarle que al pa-
sar por Frontera, Tabasco, un señor llamado Ramón,
que también venía hacia acá, le pidió un aventón:
el hombre estaba empapado, traía raspaduras en los

81
Bryan, el rostro humano de las plataformas marinas

brazos y andaba sin un quinto en la bolsa, casual-


mente se trataba de uno de los sobrevivientes del
Usumacinta, la plataforma de perforación que dije-
ron en el radio había sufrido un accidente el día del
huracán.
Selene se conmovió de dolor y alegría: el papá de
Pedro se había salvado, fue uno de los afortunados,
pero algunas familias estaban de luto.
David se entretenía jugando con su pequeño ami-
go Boris.
–Por eso yo cambié el mar por el volante, los mue-
bles y las carreteras –parecía que don Juan tenía mu-
cho que decir– hace muchos años yo también subía,
andaba de soldador, se gana bien pero no es una vida
fácil, y ahora que escuché a este amigo sentí como
si yo también hubiera estado con él. Cuando trabaja
uno en el mar da todo por la chamba y me pregunto
si realmente valdrá la pena. Tenía muchos problemas
con mi mujer. A veces las esposas no entienden lo
que es estar allá arriba, creen que nos vamos de vaca-
ciones y se les hace tan fácil llamar a media catorcena
para decirnos que expulsaron al hijo mayor de la es-
cuela, que ya no les alcanza el dinero o cualquier otra
cosa, y lo único que hacen es estresarnos más porque
estar a bordo y recibir una mala noticia es como te-
ner atados los pies y querer correr.
Selene imaginó la impotencia de esos hombres
que necesitan estar concentrados en su trabajo, con-
tando los días para poder bajar y estar con su familia,

82
Patricia Ramírez Aranda / Antonio Mena Piñeiro

pero también se imaginó a la cantidad de mujeres


que aprenden a ser padre y madre catorce días del
mes. Seguramente ellas también experimentaban
algo similar por no tener un hombre a su lado, era
un lapso difícil y esperaban con ansia la llegada de
sus parejas para compartir tantas cosas que ocurren
en catorce días: atropellan al perro, se inunda la isla,
se descompone el auto, el hijo reprueba, y por las no-
ches anhelan tanto sentir ese abrazo amoroso antes
de dormir.
Ahora podía comprender por qué Bryan le insis-
tía sobre esa necesidad de sentirse escuchado. Des-
cubrió que su amistad floreció porque platicaban, se
comunicaban lo que ambas partes requerían, des-
nudaban su alma y externaban lo que les hacía falta
del otro, sin reproches ni reclamos, sino como una
petición. Aprendieron que una relación constructiva
está basada ante todo en la confianza y el amor. Y
también le quedaba muy claro que a veces la distan-
cia enfría las relaciones.
–¡No es fácil ser mujer de los hombres que tra-
bajan a bordo! –un profundo suspiro la hizo tomar
fuerza para preguntar a don Juan– ¿Recuerda qué era
lo más difícil de subir a plataforma?
–Despedirme de mis hijos –respondió él inme-
diatamente. Cuando se acercaba el momento de re-
gresar al mar empezaba a sentir una irritabilidad y
molestia que no podía entender. Mi señora me decía:
“Cada vez que te tienes que ir pasa lo mismo.” Y es

83
Bryan, el rostro humano de las plataformas marinas

cierto, durante el descanso andaba feliz, iba con mis


hijos al cine, a tomar un helado, recogía a mi mu-
jer en el trabajo, los días se iban muy rápido, pero
conforme se acercaba la fecha de partir, mi ánimo
cambiaba, me enojaba de cualquier cosa; y a veces
también me sentía fuera de lugar, como astronauta,
porque toda la gente sigue con su rutina y uno tiene
todo el tiempo libre, a veces parece que uno ya les
estorba, y entonces tienes sentimientos encontrados,
ya no te quieres ir, pero cuando te vas, encuentras a
tus compañeros, los que sienten igual que tú.
Don Juan terminó el refresco, pero no se decidía a
seguir con el acarreo y Selene tampoco lo urgió.
–Lo que sí es muy desagradable es comenzar a
hacer la maleta, no lo podía evitar, y a todos nos pa-
saba igual, con el paso de los años cargar esa maleta
pesa mucho.
”Nunca voy a olvidar el día que no encontraba mi
mochila por ningún lado de la casa; mi hija de tres
años la había escondido, y cuando la descubrimos
ella estaba adentro pidiéndome que la llevara –la
expresión en la cara del hombre mostraba nostalgia
y sus ojos se empezaron a nublar–, cuando intenté
despedirme de mi hijo el mayorcito, se aferró a las
piernas de su madre y se rehusó a darme un beso.
Catorcena tras catorcena pasaba siempre lo mismo;
me dolía irme y verlos llorar, sufría al ver a mi mujer
quedándose sola con todo. Estar haciendo esto por
años me fue acabando lentamente.

84
Patricia Ramírez Aranda / Antonio Mena Piñeiro

El mudancero se había puesto de pie al fin, dis-


puesto a subir las cajas que aguardaban en medio de
la sala, pero todavía necesitaba agregar algo más:
–Nosotros también sentimos feo al separarnos
de nuestra familia. Sabemos que tenemos que llevar
dinero a casa y nos duele no verlos ni abrazarlos du-
rante catorce días o más, pero, ¿qué podemos hacer?
Es una forma de ganarse la vida; sin embargo pocas
personas lo comprenden y a veces, salir con esa con-
fusión en el alma a un lugar donde la exigencia no
puede esperar, hace que te lleves a la tristeza como
fiel compañera. Luego los compañeros que tenían
más años subiendo decían que eso ocurre cuando
los hijos son pequeños: lloran, te extrañan, te piden
que no te vayas, pero conforme van creciendo se
acostumbran a estar sin uno y después ellos te dicen:
“¿Cuándo te vas, papá? ¿Ya mero te vas?”
Don Juan y su ayudante volvieron a su trabajo.
Selene sintió una punzada en su interior, en defini-
tiva el costo de trabajar a bordo era muy alto, estos
hombres aparentemente insensibles dejaban gran
parte de sus vidas en ese lugar de trabajo para con-
vertirse en extraños para su propia familia; ahora en-
tendía por qué se daban tantos apegos a ese estilo de
vida: las personas encontraban un sentido, ahí sí eran
necesarios, reconocidos e indispensables, y además
todos compartían el mismo sentir, se identificaban, y,
además de comer, dormir y trabajar juntos, carecían
de lo mismo.

85
Bryan, el rostro humano de las plataformas marinas

Recordó la anécdota que alguna vez le compartió


Bryan acerca de un ingeniero jubilado que después
de veintisiete años de servicio le pidió a su familia
y compañeros que cuando él muriera lo incineraran
y esparcieran sus cenizas en el mar, alrededor de la
plataforma Akal-C, que fue su hogar por años. Y la
historia del Superintendente que fue su jefe por mu-
cho tiempo, que posponía el momento de su retiro
y durante su descanso llamaba a su relevo para saber
cómo marchaban las cosas a bordo, tal vez era ame-
nazante regresar a casa después de pasar la mayor
parte de su vida en medio del mar. Selene concluyó
que cada quién además de su experiencia deja tam-
bién su pasión y su ser en ese tipo de trabajo. Enton-
ces sintió un profundo respeto y admiración hacia
todas y cada una de las personas que eligen esa forma
de vida. Por eso amaba a Bryan, porque al igual que
esos hombres era capaz de sumergirse en un peligro
latente las veinticuatro horas del día entregándose a
aquello en lo cual creía, algunos lo hacían por nece-
sidad y otros porque así lo habían decidido.
El sol brillaba en todo su esplendor y el viaje que
les esperaba aún era muy largo, pero tal vez sería la
última oportunidad de saberlo, así que Selene no
dudó en acercarse al chofer.
–Dígame, don Juan, ¿cómo hacía para afrontar las
situaciones difíciles que se le presentaban cuando es-
taba allá arriba?
–A bordo hay grandes maestros. Yo era joven,
inexperto, pero había mucha gente mayor que había

86
Patricia Ramírez Aranda / Antonio Mena Piñeiro

pasado y vivido cosas realmente difíciles; recuerdo


al Morenazo, un supervisor eléctrico, gordito, muy
simpático que siempre tenía para todos nosotros una
palabra de aliento, él me enseñó que lo más impor-
tante era la actitud, decía que tu día dependía del
ánimo con que te levantaras cada mañana, podías
dar gracias por estar vivo o quejarte porque amane-
cías en una cama que no era la tuya, con compañeros
que no te agradaban.
”Antes de comenzar la jornada nos daban una
plática de seguridad, para recordarnos que nos cui-
dáramos porque allá abajo había alguien esperándo-
nos, una familia, nuestros hijos y seguramente una
mujer deseosa de recibirnos con los brazos abiertos.
”En ese momento el Morenazo aprovechaba para
decirnos que quizá no podíamos elegir a nuestro
compañero de cabina, el color del overol que íbamos
a usar durante el día ni el menú que nos gustaría co-
mer, pero sí podíamos elegir nuestra actitud, la forma
como queríamos sentirnos; en verdad era un señor
admirable, había perdido a su mujer y a su hija en un
accidente y aún así decía que si él seguía vivo era por
algo, sentía que quizá su misión iba a ser devolverle a
nuestro espíritu apático la esperanza; nos recordaba
que teníamos mucho que agradecer porque además
de estar sanos y completos teníamos a alguien y algo
por qué vivir. Eso es lo más sorprendente, la actitud
positiva de mucha gente que a pesar de vivir en un
lugar tan hostil, es muy optimista y de buen corazón.

87
Bryan, el rostro humano de las plataformas marinas

”A bordo hay personas así, que a pesar de perder-


lo todo saben que aún se tienen a sí mismas y su fe
en Dios los ayuda a salir adelante para ser ejemplo de
muchos. Estar a bordo muestra tu grado de fortaleza
interior y te hace sentir al grado máximo la alegría,
tristeza, enojo, preocupación, miedo, dolor y también
el amor. Allá arriba nos damos cuenta de nuestra
fragilidad humana –señaló don Juan– sin embargo,
a veces tenemos que aprender lecciones muy duras
para valorar lo que tenemos. Yo estuve a punto de
separarme de mi señora; al igual que muchos com-
pañeros tenía una mujer aquí y otra allá, y sentía que
así iba a ser siempre hasta que pasé por un momento
muy difícil y me di cuenta de quién me amaba a la
buena, por lo que yo era, no por lo que tenía.
”Entre los hombres que trabajan en plataforma se
da mucho eso de llevar una doble vida, de aparen-
tar lo que no eres y lo peor es que no engañas a los
demás, te engañas a ti mismo, y eso sólo habla del
tremendo vacío que hay en nuestro interior. Por eso
tampoco es raro ver que muchos compañeros toman;
algunos, en cuanto bajan, se van con los cuates o con
mujeres a gastar en la bebida el dinero que tanto les
costó ganar –Selene lo escuchaba muy atenta– el ais-
lamiento te cobra una factura muy alta con el tiem-
po. De repente te enterabas de que a fulano ya le dio
un infarto, que sutano tiene diabetes y la lista de ma-
les es interminable porque la presión y el estrés con
que se trabajan son muy fuertes. La vida en el mar

88
Patricia Ramírez Aranda / Antonio Mena Piñeiro

es una gran escuela y cada quién decide qué quiere


encontrar en ella –don Juan no cesaba de hablar–
cuando tienes la fortuna de encontrar personas que
te orientan, aprendes que dentro de ti están todos
los secretos y que por muy difícil que una catorcena
parezca tienes la oportunidad de elegir sentirte bien
y de armar tu propio costal de herramientas que te
ayudarán a superar el montón de crisis emocionales.
–¿Crisis emocionales?
–Sí, a veces allá abordo sientes que no hay esca-
patoria. Cuando tienes un problema o preocupación
muy grande no te queda de otra que refugiarte en tu
trabajo.
–¿Y por qué no platican con alguien?
–Es difícil, entre hombres uno aparenta siempre
que todo está bien.
–¿No confían en nadie?
–¡Cómo cree, maestra!, Si uno platica lo que le
pasa, en diez minutos ya toda la plataforma lo sabe y
después se siente uno peor, por eso no hay que dis-
traerse con ningún problema por chiquito que pa-
rezca. Pero a veces no se puede y los sentimientos
nos traicionan cuando menos se lo espera uno y se
lleva sorpresas desagradables.
–¿Sorpresas? ¿Cómo es eso?
–Vaya: empiezas a sentir una desesperación muy
grande y unos deseos más grandes de huir, un sudor
frío te recorre todo el cuerpo, las manos sudan,
las piernas tiemblan y una sensación de asfixia te

89
Bryan, el rostro humano de las plataformas marinas

oprime el pecho, entonces te das cuenta de que algo


anda mal.
–¿Usted sintió eso alguna vez?
–Sí, una vez y me espanté, el doctor me dijo que
se trataba de una crisis de ansiedad, pero que todo
iba a estar bien si me tomaba el medicamento. Des-
pués supe que no era el único que sentía eso, eran
los estragos del encierro; entonces aprendí a buscar
apoyo y me enseñaron que hay formas de estar me-
jor conmigo mismo; relajándome, haciendo ejercicio,
leyendo un libro. Allá arriba uno le echa ganas y cada
quien encuentra cómo salir adelante, algunos usan
la oración, la meditación, escuchar música, lo im-
portante es darnos cuenta que no siempre podemos
solos y necesitamos aprender a ser más humildes y a
pedir ayuda.
”Fue muy difícil aceptar que necesitaba ayuda
profesional. Para nosotros los hombres no es fácil re-
conocer nuestras debilidades, pero ahora sé que eso
no significa ser débil, al contrario, hace falta valor
para romper prejuicios y creencias que sólo nos li-
mitan; además aprendí a escuchar mi intuición, y a
confiar más en mí mismo. Hoy sé que esa voz inte-
rior nunca se equivoca y es a ella a quien debo acudir
en momentos de crisis o al tomar una decisión, pues
es la voz de Dios. Gracias a ella supe que si yo no
hacía algo por mí, nadie lo haría, descubrí que eso se
llama autoestima y es un trabajo diario y personal.
Lo primero es aprender a aceptarme tal como soy
para amarme, cuidarme y respetarme cada día más.

90
Patricia Ramírez Aranda / Antonio Mena Piñeiro

Selene sonrió, don Juan hablaba con mucha segu-


ridad y madurez.
–Hoy estoy feliz, me siento en paz conmigo mis-
mo y con mi familia, yo aprendí a bordo lo que nece-
sitaba, lo que sigue ya el tiempo lo dirá.
¡Cuántas cosas ignoraba Selene! Y cuántas opor-
tunidades tenían las personas con un trabajo de este
tipo para desarrollar esa capacidad de aprender a co-
nocerse a sí mismos. Ahora entendía que para cada
quien el momento de abandonar el trabajo era dis-
tinto, si alguien se quedaba más seguramente aún
había algo qué aprender.
–¿Y cuál fue el momento más feliz, don Juan?
–El día de la bajada –dijo con una gran sonri-
sa– es el momento más importante para todos, se
espera con tanta ilusión. Es el pago y la recompensa
a tantos días de encierro. Ese último día, el cansancio
desaparece, te levantas muy temprano y de muy buen
humor, te arreglas como si fueras a una cita y la sen-
sación es similar a estar recibiendo un gran regalo.
”Por eso, cuando en el último momento, ya con
maleta en mano te dicen que no llegó tu relevo, que
no vas a bajar, el mundo se desmorona, todos los pla-
nes, las ilusiones que tenías para tu descanso desapa-
recen, un día menos… y lo más terrible es ver bajar a
todos los compañeros, a la guardia completa; llegan
otras personas que apenas y conoces y entonces te
sientes como perrito sin dueño. Es una frustración
tan grande que a pesar de los años creo que nadie

91
Bryan, el rostro humano de las plataformas marinas

aprende a superarla y a veces los mismos jefes la ha-


cen más difícil, parece que disfrutan recordarte en
son de burla que te quedaste a trabajar, “a doblar”
como nosotros le llamamos, uno o dos días más. Y
aunque te paguen doble, ese tiempo no tiene precio
–una expresión de tristeza se dibujó en el rostro de
don Juan antes de retomar su trabajo.
Selene se quedó pensando en que, en efecto, mu-
chas veces Bryan le dijo qué triste y difícil era no
bajar el día programado, a veces porque no llegaba
el relevo, otras por el mal tiempo: estaba lloviendo,
había mucho viento y las embarcaciones o los vuelos
no llegaban al área y la sensación de desánimo no
era sólo para el que estaba a bordo, también para su
familia, como si una gran fiesta se cancelara en el
último momento. Ella bien sabía que una frustración
indescriptible se apoderaba también de los de tierra,
pues la bienvenida era un ritual amoroso: desde arre-
glar la casa, preparar la comida y atesorar la ilusión
de recibir al ser querido que estuvo ausente tantos
días; el castillo se desvanecía en cuestión de segun-
dos. Y si para ella era frustrante, bien podía imaginar
la tristeza que provocaba en los niños el no encontrar
a papá al salir de la escuela.
¡Cuán complicadas son las relaciones a distancia!
Y qué diferentes somos los hombres de las mujeres,
pensó Selene. El hombre es muy práctico y para no-
sotras... ¡es tan importante sentirnos escuchadas!

92
Patricia Ramírez Aranda / Antonio Mena Piñeiro

Definitivamente no sólo ella se sentía abandona-


da, seguramente era lo mismo para esas mujeres cu-
yos esposos van y vienen, y sus hijos lo sienten más.
Qué hará falta, se preguntó, para encontrar la ar-
monía en medio de ese vaivén de distancia: para evi-
tar tantos hogares rotos e infidelidad.

Mientras recorría las habitaciones revisando que


nada quedara olvidado, pensó que, para construir
una relación sólida y duradera con una pareja que
tiene un trabajo así se requiere, además de disfrutar
estar consigo misma para no buscar a alguien por
soledad, ser más respetuosa de su trabajo y su auto-
ridad como jefes de familia, bien sabía que algunas
vecinas descalificaban a los hombres por no estar
presentes. Quizá era necesario aprender a expresar
las necesidades, no esperar a que llegara otra persona
a resolverles la vida sino asumir la responsabilidad
que implica aceptar una relación así, para dejar de
culpar al otro, quizá hacía falta lo que Bryan le ense-
ñó: “Dejar de sentirnos víctimas. Decidirse a crecer.”
Parecía muy fácil decirlo, sin embargo, no lo era, im-
plicaba valor para reconocer y corregir los propios
errores.
Terminó el recorrido y su mirada caminó los espa-
cios con nostalgia antes de llamar a David. Esta vez
no había razón para detener la partida. Echó llave a
la puerta y al volverse se encontró con don Juan.
–¿Sabe lo que pasa, maestra? Que allá no hay
sábados ni domingos, todos los días son lunes y lo

93
Bryan, el rostro humano de las plataformas marinas

único que se ve durante catorce días, de donde quie-


ra, es el mar, y a veces su inmensidad nos hace sentir
perdidos. Desde el primer momento que pone uno el
pie a bordo comienza a contar: faltan trece días, doce;
llega uno al siete y sigue, ya falta menos: seis, cinco,
cuatro… a todos nos pasa, aunque siento que esta
costumbre hace la estancia más difícil; los segundos
se vuelven una eternidad, el tiempo no pasa sino que
nosotros pasamos a través de el. Y en medio de la
oscuridad de sentirse en cautiverio no alcanza uno
a ver que la plataforma está llena de presencias que
irradian luz, sólo que a veces no saben exactamente
qué iluminar.
Don Juan regresó al camión para asegurar la car-
ga ayudado por el muchacho. Selene le agradeció su
tiempo, había aprendido muchas cosas. Tal vez era
necesaria esa plática para conocer y comprender más
a su querido Bryan. Se preguntaba si ese hombre que
parecía siempre tan sonriente y seguro de sí mismo
también escondía emociones y sentimientos que ni
a ella pudo compartirle, nunca supo si algún día llo-
ró junto al barandal extrañando a sus seres queridos,
tampoco vio su rostro cuando se tuvo que quedar a
doblar o mientras se refugió en su cabina con dolor
de cabeza y sin alguien a su lado que lo ayudara a
preparar un té, o si experimentó esas crisis de ansie-
dad que parecían ser el secreto a voces de muchos.
Él difícilmente hablaba de la soledad que lo ro-
deaba, sólo decía que era una vida muy compleja

94
Patricia Ramírez Aranda / Antonio Mena Piñeiro

porque muchas veces ya no se desea subir, sin em-


bargo es muy difícil dejar de hacerlo, hay algo más
fuerte que los hace estar ahí y cuando se dan cuenta
que ya pasaron cinco, diez o quince años. ¿Habrá al-
guien preguntado al final del camino, “para qué”?
Quizá eso explicaba sus repentinos cambios de
ánimo por períodos, iba de la irritabilidad a la ale-
gría; sabía de su sensibilidad reprimida y también de
su calidez humana, lo que no podía comprender era
por qué se había ido tan lejos.
Despidió al mudancero con las instrucciones y el
domicilio al que tendría que llevar la carga. Llamó
a David quien abrazó a su mascota Boris. Para ellos
quedaba atrás el pasado sin dolor ni dudas, para ella
no era tan fácil, esos dos últimos días en la isla ha-
bían servido para reacomodar algo en su interior. Se
había dado la oportunidad de sentir, experimentar
y conocer lo que un noticiero jamás diría en un re-
portaje sobre lo que significa vivir y trabajar en una
plataforma marina. Y también se lamentaba por no
haber sabido todo esto antes; en ese último momen-
to descubrió que no conocía tanto a Bryan como
había creído y que le faltó vivir y disfrutar cada mi-
nuto de su compañía, quizá reír y jugar más. Tal vez
darse la oportunidad de expresar los sentimientos de
una manera más abierta y espontánea; se dio cuenta
de que en el fondo tuvo miedo de involucrarse, te-
mió entregarse por completo para enamorar juntos

95
Bryan, el rostro humano de las plataformas marinas

a la vida, porque ello implicaba un riesgo: amarlo u


odiarlo profundamente, pero sobre todo vivir.
Descubrió que le faltó aprender a sentir la liber-
tad y el amor sin expectativas ni cuestionamientos,
dejando de lado lo que la educación o sociedad im-
pone, persiguiendo ideales en lugar de apreciar la be-
lleza de quien está a tu lado con todos sus defectos
y virtudes; comprendió qué difícil es el compromiso,
intimar y permitir que el otro te conozca como eres.
En ese momento se percató de que nunca supieron si
alguna vez pasaron por la engañosa fase del enamo-
ramiento o si por el contrario, entre ellos ya existía
un vínculo más profundo y espiritual y no un espe-
jismo que sólo consiste en idealizar.
Hoy que Bryan ya no estaba junto a ella le hu-
biera gustado tener la oportunidad de disfrutar y
aceptar simplemente lo que era, no lo que hubiera
querido que fuera; en eso debe consistir la verdadera
felicidad.
Ya estaban los tres arriba del jeep: David, atrás
con algunos juguetes, ella, ajustándose el cinturón.
Cuando sus ojos tropezaron una vez más con el cofre
de madera que viajaba en el piso del copiloto, pensó
en verificar que estuviera bien cerrado y, extraña co-
incidencia, de él asomó una nota:

96
Patricia Ramírez Aranda / Antonio Mena Piñeiro

15 de noviembre 1996

Selene:

Cuando te conocí, prometí una Navidad inolvida-


ble. Fueron muchos los rituales que lentamente nos
fueron acercando una y otra vez, pero nunca te pro-
metí que estaríamos juntos toda la vida. Teníamos
muchas cosas en común, existía una forma especial
de comunicación que hizo que las cosas sucedieran
de manera espontánea, nuestras historias se entre-
lazaron en silencio y hoy seguramente la fuerza del
mar las separa; conociste mi mundo marino al que
tanto amo y pertenezco. No sé cuánto tiempo más
caminemos juntos, lo que si sé es que le has dado
un sentido a mi vida aquí en Ciudad del Carmen y
el final quedará escrito para la posteridad.

Bryan

Selene se dio cuenta de que estas horas fueron para


reconciliarse y empezó saborear una deliciosa sen-
sación de paz. “Es importante aprender a apreciar y
valorar lo que se tiene”, pensó, y descubrió que había
cometido un grave error al no hablarle a David de su
padre durante todos esos años. El niño tenía derecho
a saber del hombre que le había dado la vida y que
era un extraordinario ser humano, aun con todos sus
defectos. Decidió evitar ser como tantas mujeres que

97
Bryan, el rostro humano de las plataformas marinas

hablaban mal de sus padres a los niños, creándoles


un enorme e irreparable daño y un vacío.
Por desgracia David no tendría la oportunidad
que muchos niños tienen, de hacer cosas de hom-
bres junto a su padre, como jugar fútbol, ir a pescar,
cambiar una llanta y todos esos momentos que se
guardan por siempre; ella sólo tenía esas cartas, las
fotografías y todas las experiencias que le podía com-
partir. Necesitaba honrar la imagen de Bryan como
el padre de su hijo, su único compañero y amante
durante su paso por la isla.
Como parte del proceso de despedida se dirigie-
ron a la Laguna de Términos, ese lugar donde cami-
nó con su hijo muchas tardes para ver brincar a los
delfines mientras el sol se ocultaba. Sentados en el
malecón observaron el puente Zacatal, símbolo de
la entrada a la isla, donde gran cantidad de hom-
bres y mujeres de diferentes rincones de la República
Mexicana llegan en busca de oportunidades.
Selene le dijo a David que había llegado el mo-
mento de agradecer a ese lugar todos y cada una de
los regalos obtenidos a lo largo de siete años:
–Trabajo y una calidad de vida que le permitía es-
tar en contacto con la naturaleza y con ella misma.
”Amistades sólidas y duraderas, como la de Lu-
cero, con quien además de reír también era posible
llorar.
”Prosperidad y abundancia al haber vivido en una
casa confortable frente a la playa.

98
Patricia Ramírez Aranda / Antonio Mena Piñeiro

”Salud y vitalidad para conocer los alrededores,


como Campeche, Villahermosa, Mérida, disfrutan-
do la incomparable belleza del sureste mexicano.
”Agradecer sobre todo que ahí nació David, fru-
to de un gran amor. Y además fue ahí donde conoció
al hombre que a través de sus ojos le inyectó ilusión
a su vida, dejándole entre sus múltiples enseñanzas
una historia que se convirtió en un lema para los
momentos difíciles.
Cuidadosamente desdobló una hoja muy arruga-
da con un cuento que narraba la historia del anillo
de un rey, cuya frase oculta decía: “Esto también pa-
sará”.
Leyó un fragmento: “Recuerda que todo pasa.
Ninguna cosa ni ninguna emoción son permanentes.
Como el día y la noche, hay momentos de alegría y
momentos de tristeza. Acéptalos como parte de la
dualidad de la naturaleza porque son la naturaleza
misma de las cosas.”
Este momento también iba a pasar para Selene,
quizá no regresarían a vivir a Ciudad del Carmen,
pero llevaban consigo lo único que nadie les podía
quitar: la vivencia y el aprendizaje. Colocó entre las
manos de su hijo la cajita de madera que contenía
las fotos, las cartas y ese maravilloso cuento, le dijo
que eran la única herencia que hoy podía darle de su
padre. Que él siempre soñó con hacer extensivo al
mundo el secreto que se vive en ese rincón del mar
en la sonda de Campeche, anhelaba que algún día

99
Bryan, el rostro humano de las plataformas marinas

hombres, mujeres y niños de todo el país conocieran


“el rostro humano de las plataformas marinas”.
Esta imagen era la última que David guardaba de
su estancia en la isla siendo niño, nunca imaginó que
años más tarde el tiempo le tenía deparada una sor-
presa que estaba por descubrir.

100
Patricia Ramírez Aranda / Antonio Mena Piñeiro

V. El reencuentro

Si la única oración que dijeras en toda tu vida


fuera “gracias”, con eso sería suficiente.
Meister Eckhart

Un largo silencio invadió el interior de esa oficina


en la calle 31. Después de escucharme y conocer el
contenido de esa caja que durante toda mi vida guar-
dé como un valioso tesoro, no supimos qué hacer.
Yo lo conocía perfectamente, pero para él yo era un
desconocido.
Bajó la mirada y me dijo en voz queda:
–Nunca supe de tu existencia; cuando me fui al
Mar del Norte, los primeros cinco años fueron real-
mente difíciles, la ambición se apoderó de mí, esta-
ba en la cúspide de mi carrera al frente de un pro-
yecto confidencial de suma importancia, por lo que
no se me permitió tener comunicación con el exte-
rior. Dejé de escribirle a tu madre, a mis hijos, a mis
hermanos. Después de tanta presión, finalmente lo-
gré que me cambiaran de área. Una vez le envié una

101
Bryan, el rostro humano de las plataformas marinas

carta a Selene pero nunca me contestó y jamás vol-


ví a saber de ella, ahora lo comprendo, regresó a vi-
vir a la Ciudad de México. ¡Lástima, no pude darle
el último adiós!
”Estuve viajando constantemente, siempre tuve
un espíritu aventurero y suerte con las mujeres, el
mundo me quedaba chico, tenía amigos por todas
partes y era extraordinariamente popular. Andaba
de un país a otro, después del Mar del Norte viajé
a Arabia Saudita, a Venezuela; llevaba un ritmo de
vida tan acelerado que de seguro ninguna mujer iba
a aceptar y así fue. Pero tampoco volví a tener otra
compañera como tu madre.
”Los años pasaron y seguía creyendo que algún
día me iba a enamorar de la mujer ideal, cuando me
di cuenta me vi solo y sentí deseos de regresar a mi
tierra; sin embargo mis hijos ya habían crecido, aho-
ra son unos adultos que hicieron sus vidas, ellos al
igual que las personas que me rodeaban aprendieron
a vivir sin mí. Por eso regresé a Ciudad del Carmen,
este lugar al que, al igual que mucha gente, me re-
sistía a ver como mi hogar porque yo sólo “estaba de
paso”, no me permití echar raíces; sin embargo hoy
puedo decirte que es aquí donde sembré verdaderos
amigos y conocí a Selene.
”Por fin estoy a punto de cerrar el ciclo y quiero
retribuir con algo a este entorno que fue algo más
que una escuela de la vida; aquí aprendí las bases
para hacer frente a futuras experiencia que el tiempo

102
Patricia Ramírez Aranda / Antonio Mena Piñeiro

me pondría como prueba, descubrí que al final del


camino, lo único seguro que cada ser humano tiene
es a sí mismo, y la calidad de nuestra vida depende
en gran parte de la calidad de nuestros vínculos y de
lo que damos de nosotros mismos.

Estaba muy conmovido al ver que ese hombre lo


único que buscaba era trascender, dejar huella de su
paso por este escenario que seguramente le había en-
señado mucho.
Me dijo que al haber elegido ese viaje, pagó un
precio muy alto. Se perdió los primeros años de mi
vida, verme crecer, verme entrar a la Universidad y
ahora verme convertido en el mejor estudiante de mi
generación en la carrera de Comunicación Gráfica.
Hoy podía confirmar que al tomar una decisión algo
ganas y algo pierdes y lo importante es valorar las
consecuencias que esto implica.
–Quizá –me dijo– faltó visualizarme a futuro y
preguntarme qué era lo que realmente quería y qué
estaba dispuesto a hacer para lograrlo. Tal vez me
detuve poco tiempo a pensar en mi vejez y creí que
las personas estarían siempre ahí, esperándome.
Comentó que no creía en las casualidades y si
hoy la vida nos estaba dando este regalo, era para
darle la oportunidad en los últimos años de su vida,
de acompañar al hombre ya que no pudo guiar al
niño cuando seguramente más falta le hizo; pero aún
había tiempo y vida.

103
Bryan, el rostro humano de las plataformas marinas

Escuchar estas palabras de mi padre fue muy emo-


tivo, un nudo en la garganta me hizo tragar saliva.
Por vez primera me reencontraba con ese personaje
al que siempre admiré y conocí sólo a través de las
cartas, fotografías y los comentarios de mi madre.
–Selene hizo un buen trabajo –dijo con orgullo–
creo que no podía encontrar mejor candidato que tú,
David, para plasmar el sueño que ella y yo concebi-
mos hace mucho tiempo.
Sabía perfectamente que este trabajo no se tra-
taba de un video, reportaje o documental más, sería
un testimonio real de lo que acontece diariamente
allá arriba, aquel que sería capaz de retratar lo que
ninguna cámara fotográfica puede para hacer vibrar
de emoción a muchos corazones, y dar a conocer un
mundo que está restringido sólo para unos cuantos.
Antes de darnos ese cálido abrazo que aún recuer-
do, una extraña razón lo hizo leer en voz alta esa
vieja carta que yo aprendí de memoria:

25 de abril de 1995

Selene:

Considero que no puedo hacerte mejor regalo que


ponerte en condición de entender, en brevísimo
tiempo, todo lo que he vivido en muchos años a
bordo, a costa de tantos peligros y sinsabores.
No trato en ningún momento de adornar mis
experiencias.
No quiero que se mire como presunción el que

104
Patricia Ramírez Aranda / Antonio Mena Piñeiro

un hombre normal se atreva a examinar y criticar


todas y cada una de las carencias, en todos los sen-
tidos, sin dejar de resaltar las maravillas que tam-
bién aquí se viven.
Algunos dibujan un paisaje simplemente de tra-
bajo, yo quiero tener suficiente criterio para poder
mirarlo a través de varias perspectivas y de diferen-
tes estados de ánimo.
Me dedicaré a narrar cosas que me han sorpren-
dido, de alguna forma el mundo jamás ha tenido
acceso a tan valiosa información; en la aventura de
todos estos años nos vamos a encontrar con terre-
nos escabrosos, con historias que de alguna manera
degradan la vida y el trabajo de hombres que la-
boran en el maravilloso mundo de las plataformas
marinas, hombres que algunos se atreven a llamar
de manera despectiva “plataformeros”. También
nos vamos a encontrar verdaderos filósofos y ar-
tistas que jamás hubiesen salido de ese caparazón
sin ayuda de la soledad. Mi experiencia aquí la
podría resumir como algo único donde he podi-
do desarrollar mi sentido de percepción de lo que
realmente es la vida... es algo lleno de contrastes.
Aquí en el mar se aprenden muchas cosas que nos
preparan para vivir más plenamente en otros esce-
narios. Ahora estoy aquí y debes saber que es por
algo, así que aprovecharé para dejar plasmado esto
que quizá pueda llegar a ser valioso.

Estaré pendiente de ti.

Un beso,
Bryan

105
Bryan, el rostro humano de las plataformas marinas

Después de nuestro emotivo encuentro siguieron


días de preparativos, trámites, permisos y al fin llegó
el día de comenzar a grabar. Por vez primera estaba
frente a esa estructura de acero que desde niño ima-
giné. Podía respirar el olor del agua salada, sentir la
vibración de la lancha moviéndose lentamente sobre
el mar, esperando la famosa viuda para sostenerme
en cubierta y poder subir; traía puesto mi chaleco
salvavidas y debajo un overol cuyas franjas fosfores-
centes contrastaban con el color naranja del mismo,
mis pesadas botas me hacían avanzar con torpeza y
el casco me cubría de los rayos del sol.
Esa mañana se haría realidad el sueño de entrar a
este mundo marino con el que tanto soñara, en com-
pañía del mejor maestro: el ingeniero Bryan Medina,
mi padre.

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Patricia Ramírez Aranda / Antonio Mena Piñeiro

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Bryan, el rostro humano de las plataformas marinas

Antonio Mena Piñeiro

Ingeniero Mecánico Naval. Se desempeñó como Inspec-


tor Naval de los buque tanques en la Terminal marítima
de Pajaritos de Petróleos Mexicanos durante dos años.
En diciembre de 1995, ingresó como Ingeniero de Man-
tenimiento a bordo de los Centros de Proceso del Activo
Integral Cantarell en la Sonda de Campeche.
En 2005, sintió la gran necesidad de expresar en un li-
bro las experiencias profundas que le ha dejado el trabajar
ahí e invitó a Patricia a escribir juntos una historia para
retratar los grandes momentos que día a día hacen vibrar
el corazón de todos los trabajadores y así dar a conocer al
mundo el rostro humano de las plataformas marinas con
una sola finalidad: despertar conciencias y alinear la co-
municación con sus familias, amigos y todas las personas
involucradas con este maravilloso mundo marino.


Patricia Ramírez Aranda

Es psicóloga social por la Universidad Autónoma Me-


tropolitana (UAM-I). En 2004, se integró como facili-
tadora al programa de Desarrollo Humano en platafor-
mas marinas en la Sonda de Campeche, y en 2006 en el
programa de atención sistemática a la salud conductual
de la Región Marina Noreste de Pemex. Actualmente es
encargada de reclutamiento y selección de personal en la
compañía Servicios Marítimos de Campeche.

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Patricia Ramírez Aranda / Antonio Mena Piñeiro

Este libro se terminó de imprimir en los


talleres de Publidisa Mexicana, S. A. de C. V.
en el mes de febrero de 2011.

Calzada Chabacano No. 69, Planta Alta


Colonia Asturias, Delegación Cuauhtémoc
06850, México, D. F.

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