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Teoría constitucional II

El abordaje de esta lectura debe entenderse de manera integral. La mera división de títulos y acápites representa una forma de
organización, pero no que los términos analizados puedan ser estudiados de manera aislada ni como compartimentos independientes
los unos de los otros.

Poder constituyente, reforma y supremacía constitucional

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Referencias
LECCIÓN 1 de 3

Poder constituyente, reforma y supremacía constitucional

Algunas cuestiones en torno al concepto de “poder constituyente”

Se sostiene que toda la teoría constitucional se asienta sobre la concepción de la Constitución como norma suprema, por
ende, debemos abordar el nacimiento de esta norma. Pero antes debemos entender que las clasificaciones que se han
generado sobre este concepto son aproximaciones doctrinarias que reflejan posiciones en constante tensión, por lo que,
como estudiantes, debemos tener una aproximación a las posturas existentes, para nutrir nuestro pensamiento y luego
argumentar, conforme a derecho, la posición que escojamos.

No obstante, podemos observar que todas ellas coinciden en que el “poder constituyente” es el pleno ejercicio de
soberanía popular de la más alta raigambre. Surge en los albores de la ruptura con los regímenes monárquicos. Su
creador fue el Abate de Sieyès, mentor de la Revolución francesa, quien imbuido de las teorías contractualistas pone en
poder de lo que denomina “tercer estado” –es decir la burguesía por oposición al clero y la nobleza– la atribución de
dictar el pacto fundacional.

Ahora bien, con estas aclaraciones, abordemos desde diferentes doctrinas el concepto de “poder constituyente”.
 

Doctrina analítica del “poder constituyente”

En un primer lugar, nos haremos eco de la posición tomada por Riccardo Guastini, para quien:

La noción de poder constituyente –si es oportunamente depurada de incrustaciones ideológicas– se define, simplemente, por oposición a la de
poder constituido.

Se llama "constituido" a todo poder "legal", es decir, conferido y regulado por normas positivas vigentes (y ejercido de conformidad con ellas). Las
normas que provienen de un poder constituido encuentran su fundamento de validez en las normas sobre la producción jurídica vigentes.

Se llama por el contrario "constituyente" al poder de instaurar una "primera" Constitución.

Llamo "primera Constitución" a toda Constitución que no encuentre su fundamento de legitimidad en una Constitución precedente. Una primera
Constitución es, en suma, una Constitución emanada extra ordinem –fruto de una revolución– y por tanto privada de fundamento de validez en
normas (las eventuales normas sobre la producción constitucional) propias del ordenamiento constitucional precedente.
Dicho esto, sin embargo, hay que agregar que detrás de esta aparente simplicidad, la noción de poder constituyente es un poco problemática.
Para aclarar al menos algunos de los problemas que involucra, puede ser conveniente destacar la siguiente cuestión.

Se puede convenir que el poder de reforma constitucional es un poder constituido (constituido por la Constitución existente), y que el poder de
instauración constitucional sea por el contrario el poder constituyente. Ahora bien, ¿qué distingue la reforma constitucional, es decir, la
modificación de la Constitución existente, de la instauración constitucional, esto es, de la emanación de una nueva Constitución?

…Esta pregunta admite (por lo menos) dos respuestas interesantes; cualquiera de ellas supone una diversa concepción de la Constitución (y de
su criterio de identidad) e implica una diversa concepción del poder constituyente.

1 La concepción sustancial  (o sustancialista). La primera respuesta suena grosso modo así: una Constitución es una totalidad coherente y
conexa de valores ético-políticos. La identidad material (axiológica) de toda Constitución descansa precisamente en el conjunto de valores –o
principios supremos– que la caracterizan y la distinguen de cualquier otra Constitución.

Ahora bien, una cosa es revisar la Constitución existente (en sus normas de detalle) sin alterar la identidad
material o axiológica y otra cuestión es modificar el "espíritu" de la Constitución existente, esto es, alterar,
perturbar o subvertir los valores ético-políticos que la caracterizan.

Una cosa es la simple reforma constitucional y otra –aunque sea enmascarada– es la instauración de una nueva Constitución. Una cosa es el
ejercicio de un poder constituido (el poder de reforma) y otra es el ejercicio del poder constituyente.

Reforma e instauración constitucional se distinguen, entonces, no bajo un perfil formal –por el hecho de que una adviene en forma legal y otra
de forma ilegal, extra ordinem– sino bajo el perfil sustancial: es una reforma toda modificación marginal, es instauración toda alteración –
aunque legal– de la identidad axiológica de la Constitución.

De lo anterior se sigue, entre otras cosas, que en ningún caso puede la reforma constitucional ser llevada hasta modificar los principios
supremos de la Constitución existente. Tales principios son límites (lógicos) infranqueables para la reforma constitucional.

2 Concepción formal  (o formalista). La segunda respuesta suena grosso modo así: una Constitución no es más que un conjunto de normas.
Ahora bien, un conjunto (cualquier tipo de conjunto) se identifica –extensionalmente– por la simple enumeración de los elementos que lo
componen.

Se sigue, ante todo, que existen tres tipos posibles de reforma constitucional: a) la introducción de una norma nueva; b) la supresión de una
norma preexistente, y c) la sustitución de una norma preexistente (es decir la supresión de una norma vieja combinada con la introducción de
una norma nueva). Pero se sigue también que, comúnmente, toda reforma constitucional comporta la modificación del conjunto preexistente, y
la modificación de éste da lugar a un conjunto diverso: porque son diversos los elementos que lo componen.

Desde este punto de vista, toda reforma constitucional –por más “marginal” que sea desde un punto de vista axiológico– produce una nueva
Constitución. De modo que reforma constitucional e instauración constitucional son –desde un punto de vista wertfrei, avalorativo– cosas
simplemente indistinguibles bajo un perfil sustancial. No resta entonces más que distinguir reforma e instauración sobre la base de elementos
puramente formales.

Toda modificación constitucional realizada en forma legal –por más que pueda incidir profundamente sobre la Constitución existente– es
mera reforma. Toda modificación realizada en forma ilegal –por más marginal que pueda ser ese cambio– es instauración de una nueva
Constitución. En suma, la modificación legal de la Constitución es ejercicio del poder constituido, mientras que su cambio ilegal es ejercicio del
poder constituyente.

Desde este punto de vista, entre otras cosas, no tiene sentido hablar de límites lógicos a la reforma constitucional. (Guastini, 2001, pp. 40 y
ss.)
La doctrina del poder constituyente originario y derivado

Entonces, más allá de la concepción que pueda elegirse (sea sustancial o formal) la constitución es fruto del ejercicio del poder constituyente, que fue definido por
el maestro Linares Quintana como “El poder soberano del pueblo de dictarse por primera vez su ordenamiento político, jurídico institucional por primera vez o para
proceder a su reforma si fuera necesario” Como vemos, lo sostenido por Guastini se adecua a esta definición, con sus matices.

Este poder constituyente es susceptible de ser considerado como originario o derivado. El originario dicta la primera Constitución del Estado, el derivado tiene la
potestad de reformar el texto constitucional.

Si bien esta doctrina pareciera ser igual a la anterior, observemos que de ningún modo el poder reformador podría ser considerado como constituido, cuestión que
sí podía ser abordada con la doctrina de Guastini.

Una cuestión de necesidad: la doctrina del poder constituyente abierto

Por su parte, el “poder constituyente originario” se clasifica según sea ejercido de manera abierta o cerrada. En esta última categoría, la Constitución primera se
dicta en un solo acto, en cambio, la modalidad abierta deriva en un proceso constitucional que está integrado por más de un acto constitutivo, como el caso
argentino, que comenzó en 1853 y concluyó en 1860. Esta doctrina se elaboró con el fin de sanear una de las principales complejidades en torno a la teoría
constitucional y su aplicación en la Argentina: el artículo 30 de la Constitución de 1853 impedía que dicha norma fuese modificada en sus primeros diez años de
vigencia. La necesidad coyuntural ante el ingreso de Buenos Aires en 1860 llevó a la doctrina a la construcción de esta teoría, para validar las modificaciones a la
norma fundamental. 

Reforma constitucional

Podemos entender que las constituciones se clasifican en rígidas o flexibles, según sea su proceso de reforma: será flexible si puede modificarse por el mismo
órgano y bajo el mismo procedimiento del dictado de una ley ordinaria o con presupuestos mínimos de intervención o, por el contrario, será rígida si requiere para su
dictado un proceso especial.

En el caso argentino, el procedimiento de reforma está contenido en el texto del artículo 30 de la propia Constitución: 

La Constitución puede reformarse en el todo o en cualquiera de sus partes. La necesidad de reforma debe ser declarada por el Congreso con el

voto de dos terceras partes, al menos, de sus miembros; pero no se efectuará sino por una Convención convocada al efecto. 1

 [1] Artículo 30, Ley 24.430 (1994). Constitución Nacional Argentina. Honorable Congreso de la Nación Argentina. Recuperado de shorturl.at/wxENV .   

Según lo que hemos visto hasta aquí, el procedimiento contenido en el artículo 30 de la CN,

1 ¿la torna como una norma flexible o rígida?


2 ¿Este procedimiento habilita lo que Guastini llama “instauración constitucional”?

3 ¿Podríamos decir que la “convención” es un órgano constituido?

4 ¿Podríamos afirmar lo contrario?

Contrastando tus respuestas…

A partir de lo que venimos diciendo, se necesita un procedimiento especial y un órgano especial, para poder reformar la Constitución Nacional. Sin embargo, hay
algunas cuestiones doctrinarias previas acerca de la redacción del artículo 30 que dieron lugar a diversas cuestiones, tales como si la Constitución puede
reformarse en todas o cualquiera de sus partes; o si podría mutarse la Constitución. Con respecto a esto último, la mayoría de la doctrina sostiene que la reforma
es siempre parcial. Germán Bidart Campos (2000 )menciona la existencia de ciertos contenidos pétreos y los entiende como aquellos que no pueden alterarse sin
correr el riesgo de ingresar a una revolución y no a una reforma. Es más, se interpreta que reformar es dar nueva forma, reformular lo que ya existe.

No obstante, se pueden formular diversas críticas a esta postura, que se contienen, entre otras, en lo desarrollado por Guastini al comienzo de ésta lectura.

El procedimiento de reforma

Para un mejor abordaje, podemos dividir el procedimiento en dos etapas: la preconstituyente y la constituyente propiamente dicha.

Etapa preconstituyente

Según el artículo 30, la necesidad de la reforma debe ser declarada por el Congreso de la Nación con el voto de, al menos, las dos terceras partes de sus miembros. Durante la
práctica del procedimiento a lo largo de la historia, se suscitaron varias cuestiones: ¿la declaración debe tener forma de ley? Y esa ley, que requiere una mayoría calificada de dos
tercios, ¿hace alusión a miembros presentes o totales? Las respuestas a estos interrogantes deben analizarse con las experiencias constitucionales. 

Primero abordemos la cuestión de la mayoría calificada. En este sentido, las experiencias son diversas, pero mayoritariamente se sostiene que la utilización de los mencionados
“dos tercios” apunta a la totalidad de los miembros del Congreso, es decir de ambas Cámaras (Diputados y Senadores). Además, si interpretamos la mayoría requerida de manera
sistemática, es decir, observando las reglas de mayorías que se utilizan en el resto de la Constitución para diversos procesos, cuando la mayoría es de los miembros presentes, lo
aclara. A ello podemos sumarle una apreciación lógica: la Constitución es la norma suprema, por lo tanto, su sanción y/o modificación alteraría todo el ordenamiento jurídico. En
consecuencia, la forma para su alteración debe ser distinguible de la mera sanción de normas comunes. Una forma de diferenciar esta distinción recae en la dificultad de alcanzar
mayorías para la reforma. En resumen: la sanción y/o modificación de una Constitución no suele dejarse librada a las mayorías circunstanciales que gobiernen en un contexto
determinado.

Ahora abordemos la forma de la declaración, de la cual nada dice el artículo 30. Para esbozar una respuesta, tengamos en cuenta que el Congreso expresa su voluntad por diversas
formas de manifestación: leyes, declaraciones, etcétera. Por lo tanto, podemos sostener que el “formato de ley” que se ha utilizado en la práctica hace referencia a una cuestión
formal, sin que la ley declarativa de necesidad de reforma lo sea sustancialmente, debido a que, por ejemplo, no cabría la posibilidad que esta declaración sea vetada por el Poder
Ejecutivo.

La ley declarativa se ha caracterizado por contener los límites materiales (los artículos a reformar), el límite temporal (en cuanto tiempo se debe cumplir con la tarea), la cantidad y
forma de elección de los convencionales constituyentes, el lugar de deliberación, el presupuesto con el que contará la convención, entre otras.

Etapa constituyente

La etapa de reforma en sí está a cargo de la Convención Nacional Constituyente, cuerpo colegiado especialmente electo por el pueblo que está a cargo de la reforma del texto
constitucional, según el límite material y temporal impuesto por la ley declarativa.

Respecto de los límites materiales a reformar, se entiende que son declaraciones que el Congreso estimó de necesaria revisión, pero la decisión sobre su “mutación” es facultad de
la Convención.
Ahora bien, respecto de los límites formales existen precedentes en los cuales la Convención no se ciñó al plazo para la reforma constitucional y ésta se consideró inválida.2

[2] El ejemplo proviene del constitucionalismo provincial, específicamente de la Convención reformadora de la Constitución de Santa Fe, en la segunda década del s. XX.

Supremacía constitucional

Hasta este punto, podemos abordar uno de los pilares que sostienen a la Constitución Nacional como ley suprema o súper ley, de modo tal de dotar al sistema de
un cierre sistemático. Este permite supeditar al árbitro de la norma suprema toda otra norma o acto de autoridad o de particulares que pudiera afectar esta garantía
de garantías.

Entonces, es menester no solo definir a la Constitución Nacional como súper ley, sino que, también, es necesario cimentar una estructura capaz de sostener su
superioridad en los hechos. De  allí que se estudiará lo referido a la supremacía constitucional.

Antecedentes y doctrina de la supremacía constitucional

Para abordar esta temática debe partirse de la existencia de una ley suprema o súper ley, a la que debe adecuarse todo el sistema jurídico del Estado y es el mismo
Estado quien debe garantizar esta cuestión. Si bien abordaremos la cuestión de quién garantiza la supremacía constitucional en otra lectura, es necesario entender
que el mayor antecedente en la historia del constitucionalismo apunta a la existencia del control de la supremacía por parte de los jueces.

El constitucionalista Juan V. Sola, nos ilustra que

Fue en el caso Marbury c/ Madison donde se estableció que la supremacía de la Constitución sobre el resto del ordenamiento jurídico debía
hacerse a través del control judicial y esta visión dio una nueva concepción al estudio del derecho constitucional. Aunque existen datos históricos
que justifican la revisión judicial y que eran conocidos por el Chief Justice John Marshall cuando escribió su famosa opinión. La primera es la de
Lord Coke en el caso Bonham en 1610 en el cual establece que el derecho común, el common law de Inglaterra de aquella época controlaba las
leyes del Parlamento y decidía si ellas pueden ser consideradas nulas cuando sean contrarias al derecho y a la razón. Esta expresión suponía que
existía un derecho consuetudinario y racional determinado por los jueces que era superior al derecho legislado. Si bien esta decisión no tuvo
aplicación estricta en el futuro de Gran Bretaña si fue tomada por las Cortes coloniales de los Estados Unidos y de allí al pensamiento de
Marshall. Este razonamiento fue restablecido a medida que se desarrollaron las constituciones escritas que determinaban normas con el objetivo
de poner límites al gobierno.

La gran contribución de Marshall fue considerar a la Constitución como parte del derecho, lo que establece un vínculo directo entre el
constitucionalismo como movimiento político y la competencia judicial para resolver las cuestiones constitucionales. (2010, pp. 30 y ss.)
En resumen, si la Constitución forma parte del ordenamiento jurídico y ésta contempla la forma en la que
el derecho se crea, al menos formalmente, su posición dentro de dicho sistema es privilegiada.

Este argumento también fue citado por Hamilton en El Federalista N° 78. Dice Alexander Hamilton en este documento “quien considere
atentamente los diferentes departamentos del gobierno debe percibir, que en un gobierno en el que están separados entre sí, el judicial, por la
naturaleza de sus funciones, será siempre el menos peligroso para los derechos políticos de la constitución, porque es el que tiene menor
capacidad de dañarlos. El ejecutivo no sólo concede los honores, sino que también tiene la espada de la comunidad. La legislatura no sólo
controla el bolsillo, sino que también prescribe las normas por las cuales los derechos y deberes de cada ciudadano serán regulados. El judicial,
por el contrario, no tiene influencia ni sobre la espada ni sobre el bolsillo, no dirige ni el poder ni la riqueza de la sociedad, y no puede tomar
ninguna resolución activa. Puede decirse verdaderamente que no tiene ni la fuerza ni la voluntad, sino solamente el juicio. Y debe finalmente
depender de la ayuda del Poder Ejecutivo aún para la eficacia de sus decisiones.

...La independencia plena de los tribunales de justicia es particularmente esencial en una constitución limitada. Por constitución limitada entiendo
una ley que contiene algunas excepciones a la autoridad de la legislatura, como es que no puede pasar leyes condenatorias de las personas ni
leyes ex post facto o similares. Las limitaciones de este tipo pueden ser preservadas en la práctica solamente a través de los tribunales de
justicia, cuya obligación debe ser declarar todos los actos contrarios al tenor manifiesto de la constitución como nulos. ...No existe posición que
dependa de principios más claros que la que cada acto de la autoridad delegada contraria al tenor del mandato bajo el cual ha sido ejercida es
nula. Ningún acto legislativo contrario a la constitución puede ser válido. Negar esto significa afirmar que el agente es más importante que el
principal, que el sirviente está por encima del patrón, que los representantes del pueblo son superiores al pueblo en sí mismo, que los hombres
actuando en virtud de los poderes o de competencias pueden hacer no solamente lo que esos mandatos lo autorizan sino también lo que
prohíben. 

Puede decirse que el Poder legislativo es en sí mismo el juez constitucional de sus propias competencias, y que la interpretación que efectúan es
obligatoria para los demás departamentos, puede decirse que ésta no puede ser la presunción natural, ya que no puede ser comprendida o
entendida de ninguna provisión particular en la Constitución. No puede disponerse que la Constitución tenga la intención de permitir a los
representantes del pueblo sustituir su voluntad de la de sus representados. Es mucho más racional suponer que los tribunales fueron designados
como un cuerpo intermedio entre el pueblo y la legislatura para, entre otras cosas, mantener a la última dentro de los límites asignados a su
autoridad. La interpretación de las leyes es la provincia propia y peculiar de los tribunales. La Constitución es en los hechos y debe ser
considerada como una ley fundamental por los jueces. Por lo tanto, les corresponde a ellos determinar su significado de la misma manera que
determinan el significado de una ley particular que procede del cuerpo legislativo. Si pudiera ocurrir que existe una variación irreconciliable entre
las dos, aquella que tiene la obligación y validez superior debe ser naturalmente preferida, o dicho de otra manera, la Constitución debe ser
preferida sobre la ley, la intención del pueblo sobre la intención de los agentes.

Esta conclusión no significa de ninguna manera una supuesta superioridad del Poder judicial sobre el Poder legislativo. Sólo supone que el poder
del pueblo es superior a ambos, y donde existe la voluntad de la legislatura declarada en las leyes se enfrenta en oposición a la del pueblo
declarada en la Constitución, y los jueces deben ser gobernados por esta última antes que por la primera. Ellos deben regular sus decisiones por
las leyes fundamentales antes que por aquellas que no son fundamentales. La independencia de los jueces es un requisito de cuidar la
Constitución y los derechos de los individuos de los efectos de los mal humores que las artes de los hombres de gobierno, o la influencia de
circunstancias particulares, a veces disemina sobre el pueblo en sí mismo y que a pesar que puedan dar lugar rápidamente a una mejor
información y a una reflexión más liberada, tienen la tendencia de ocasionar innovaciones peligrosas e el gobierno y opresiones serias a los
partidos minoritarios”. (Sola, 2010, pp. 30 y ss.).

Recepción de la supremacía constitucional en la Constitución Argentina 

En principio, la Constitución histórica (1853), contenía el artículo 31, tal cual lo conocemos hoy: 
Esta Constitución, las leyes de la Nación que en su consecuencia se dicten por el Congreso y los tratados con las potencias extranjeras son la ley
suprema de la Nación; y las autoridades de cada provincia están obligadas a conformarse a ellas, no obstante cualquier disposición en contrario

que contengan las leyes o constituciones provinciales.3

Ahora bien, de la mera lectura del artículo citado podemos hallar, al menos, tres interpretaciones literales de la norma en cuanto a su primera parte, es decir, sin
introducirnos en la cuestión referente a las autoridades provinciales. En efecto, podemos entender que:

1 La ley suprema de la Nación está conformada por un bloque donde la Constitución Nacional, las leyes dictadas en su consecuencia y los
tratados con potencias extranjeras, tienen la misma jerarquía.

2 La Constitución es superior a las leyes que se dicten en su consecuencia y también superior a los tratados, puesto que en ella se hallan las
reglas para el dictado de estas normativas, ergo, quedan supeditadas a ella. No habría distinción de superioridad entre las leyes y los tratados.

3 Igual que en la anterior interpretación, pero sosteniendo que por estar enumeradas antes las leyes a los tratados, las primeras son superiores
frente a estos.

Estas cuestiones trajeron aparejadas distintas complicaciones que fueron resolviéndose sobre la marcha, a través de las decisiones de la Corte Suprema de
Justicia (en adelante, CSJN). En efecto, la mayor de las preocupaciones recaía en las relaciones internacionales, puesto que si una ley era igual –o superior– a un
tratado internacional, este podía ser anulado o sufrir modificaciones de manera unilateral, perjudicando los intereses de las potencias extranjeras. 

En tal sentido, nuestra CSJN fue oscilante en su forma de interpretar la supremacía. Para no extendernos, podemos observar que los compromisos contraídos
durante la Segunda Guerra Mundial con Alemania, fueron interpretados de una manera mientras duró la posición de neutralidad por parte del gobierno argentino.
Una vez ingresada Argentina al bloque aliado, las propiedades de la empresa Química Merk Argentina S.A. –de origen alemán– fueron expropiadas por una ley que
modificaba los compromisos internacionales en materia de inversiones, alegando que por estar “en guerra”, podía entenderse que las leyes internas modifiquen un
tratado internacional.

No fue hasta 1992 que la Corte, en oportunidad de resolver la plena operatividad de los derechos contenidos en un tratado internacional, 4 estableció la superioridad
jerárquica de los tratados por encima de las leyes, comprendiendo que los primeros se configuran por la actuación de las voluntades de dos órganos –el ejecutivo y
el legislativo, quienes en conjunto negocian, aprueban y ratifican los tratados internacionales–, obteniendo un procedimiento diferente al de la sanción ordinaria de
las leyes. A esta teoría se la conoce como “la teoría del acto federal complejo”.

De esta manera, ante la disposición contenida en el viejo artículo 31, la interpretación efectuada por la Corte ejerció influencia directa en la reforma constitucional
de 1994, donde la incorporación del artículo 75 inciso 22, receptó los lineamientos establecidos por el máximo tribunal en el fallo mencionado.

En la actualidad, la supremacía constitucional puede describirse de la siguiente manera:

1 La Constitución Nacional y los Tratados de Derechos Humanos enumerados en el artículo 75 inciso 22 –y otros que se incorporen según el
procedimiento establecido en el mismo artículo–, en las condiciones de su vigencia (es decir, según la aplicación e interpretación que de ellos
le den los organismos internacionales encargados de su control), tienen jerarquía constitucional pero no derogan artículo alguno de la primera
parte de la Constitución y deben entenderse complementarios de los derechos y garantías por ella reconocidos. Los futuros tratados de
derechos humanos requieren, para gozar de esta categoría, la aprobación de las dos terceras partes de los votos totales de cada Cámara.

2 Todo otro tratado internacional y concordatos con la Santa Sede. Entre ellos se puede realizar una distinción interna: i) tratados de integración y
ii) tratados y concordatos comunes.
3 Las leyes de la Nación, dictadas en consecuencia de la Constitución Nacional, y reglamentos al efecto.

4 Orden jurídico provincial.

En estas dos primeras lecturas hemos abordado el núcleo central del Derecho Constitucional, es decir, el
concepto general de constitución, su interpretación, la evolución del constitucionalismo, la reforma y la
supremacía constitucional. Nos resta ahora abordar en las siguientes lecturas, la cuestión del “control de
constitucionalidad”, para entenderlo como el mecanismo que asegura y garantiza la concreción de los
conceptos que hemos estudiado hasta aquí.

[3] Artículo 31, Ley 24.430 (1994). Constitución Nacional Argentina. Honorable Congreso de la Nación Argentina. Recuperado de shorturl.at/wxENV.  

[4] CSJN, “Ekmekdjian, Miguel Angel c/ Sofovich, Gerardo y otros.”, Fallos 315:1492 (1992).

C O NT I NU A R
LECCIÓN 2 de 3

Video conceptual

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C O NT I NU A R
LECCIÓN 3 de 3

Referencias

Bidart Campos, G. (2010) Manual de la Constitución Reformada (Tomo I). Argentina: Ediar.

CSJN, “Ekmekdjian, Miguel Angel c/ Sofovich, Gerardo y otros.”, Fallos 315:1492 (1992).

Guastini, R. (2001) Estudios de teoría constitucional. México: Distribuciones Fontamara, S. A.

Ley 24.430 (1994). Constitución Nacional Argentina. Honorable Congreso de la Nación Argentina. Recuperado de shorturl.at/wxENV 

Sola, J. V. (2010) Manual de derecho constitucional. Buenos Aires: La Ley.

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