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Intervalos
FERNANDO GUERRERO F

Robo vuelo I
( Intervalos )

2013
ÍNDICE.

1 Ruta de acceso…paradero anónimo I:


Paraderos, conjeturas, huellas. Pag 14

2 Ruta de acceso…paradero anónimo II


: Regreso a casa-. Pag 23

3 Ruta de acceso…paradero anónimo III


: Camaleones y Músicas electroacústicas- . Pag 30

4 Ruta de acceso…paradero anónimo IV


: Helena-. Pag 39

5 Ruta de acceso…paradero anónimo V:


: huellas-. Pag 47

6 Ruta de acceso…paradero anónimo VI


: Desde el umbral. Pag 61

7 Ruta de acceso…paradero anónimo VII


: Piedras angelicales
(la travesía de un olvido entre pasos)-. Pag 71

8 Ruta de acceso…paradero anónimo VIII


: Lágrima mundo-. Pag 82

9 Ruta de acceso…paradero anónimo IX


: Límites-. Pag 99
Nota del editor
A Anoushka...
B.M.: ¿Puedo robarle un cigarrito?
J.D.: (Sonriendo) ¡Pero se lo regalo!
B.M.: (Sacando un cigarrito de la cajetilla colocada sobre el
escritorio) Para tenerlo entre los labios. (Sonríe) Gracias.

La entrevista de Bolsillo

FOTOGRAFÍA: Susana Carrie

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Ruta de acceso…
paradero anónimo I
Pareciera simple decir que las historias aquí diluidas, son
de personajes irreales, fantasmáticos, espectrales, simula-
dos en cada pliegue textil, enviados desde cartas y mails, en
el sonido de palabras recogidas desde el fondo de las aveni-
das, en el sonido acústico del cielo por donde se ha dibujado
una mujer que vela y mira el paso de los que he escuchado…

(La mujer. Cascada del tacto, música onírica, suelo


virgen, trigo cegado en verano, fécula de sol en la ca-
ricia y el deseo de amor que la conquista. La mujer.
Flor de sonidos conquistando el umbral de los sue-
ños. Rosa verde aire de mañana en la ventana fra-
gilidad de la voz en el temblor de la mirada ciudad
en llamas ciudad y signo de letras convulsionando
por el aire. La mujer. Escribe camina se mueve va
de un lado a otro no quiere regresar no busca re-
gresar pretender regresar es pretender darle cabida
al destino. La mujer. Uno cree en el destino ella es
el camino que se abre en sus equinoccios y solsti-
cios ella es la lluvia y el hoz la arena moviéndose en
el aire y el clamor de la ola al regresar a tierra. La
mujer. Viste de rojo y violeta es carnal y humana es
celeste y olvidadiza se olvida de ser ella y llega a ser
ella en su nacimiento. La mujer. Nace crece y vuel-
ve a nacer en cada paso ella pasa de un lugar a otro
es el fantasma inconquistable de los recuerdos es
Intervalos

el umbral que se escapa a nuestros caminos es la


noche es el día es el amor y el odio y el nacimiento
y la humillación y el grito y el cadáver en la playa y

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la playa y el cadáver y es todo y es nuevamente en lo
que se ha ido. La mujer. Es el recuerdo que queda y
nace es la orilla es el declive de la pasión y la pasión
naciendo con su otra cara. La mujer. Fuego de la
mirada fuego del tacto fuego de la piel fuego de lo
sentidos incendiándose en ella, en ella… los pasos
en la calle recogen el canto de la mujer, voz suave
[sous le soleil. Gotan Project] sin tiempo ni edad
naciendo caminando regresando y partiendo hacia
la voz que en ella canta, su voz, su infinita voz, la
voz que la hace y comunica en su nacimiento. La
mujer. Nace sous le soleil, nace, nace, camina y en
el umbral de la noche, descansa con su mirada fe-
lina conquistada por el rumiar de los gatos, si, ella
es el gato saltando por los techos, encrespándose
en el galope de los sueños al llegar la media no-
che, al llegar la hora en la cual todo se transforma.)

…Es simple, la calle se anuncia con su grito mañanero, es


temprano, las luces aún juegan con la aurora, los ángeles
de la noche se han quedado en los límites del crepúsculo.
La ciudad despierta, en ella aparecen y desaparecen los
otros como en cualquier estación de Bus, bajo un puente,
en una calle cualquiera, en el destello de un semáforo, en
el incestuoso y escurridizo cabalgar de los rostros, en el
coqueteo de las manos cuando borran el rostro de alguien
que mira a lo lejos, o en la metáfora animal de quien es-
cribe con un grito estrepitoso atravesado en la garganta.

(Día 20. Cuando intenté leer la calle por primera


y única vez, me dije a mi mismo: No existen en

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verdad, se van, se alejan, se van, nunca regresan,
nunca vuelven, nunca son los mismos, son espejos
que se desdoblan en la memoria, son artilugios y
vagabundos, herederos de una tierra lejana, extra-
ña, fértil en sus simientes y escabrosa en sus sen-
deros. No, no están ahí, pasan, pasan, se alejan, se
van, se van, siempre se van. Fue sensato ese ins-
tante, el momento iluminado de la contemplación
del mundo, de las calles y los mundos que pasan
en las calles, fue sensato y estéril creerse capaz de
pensar en ello, en algo así, pensar desde donde y
hacia donde se va. ¿Acaso ha de tener algún rumbo
el pensamiento? salvo algunos de los transeúntes
que dejaban ver el brillo de sus ojos, al pasar de
los días, sus voces fueron subiendo y trepando la
memoria en las cuales cruzan sus destinos a nues-
tros destinos. De ahí en adelante, solo fue creer
que algo ya había pasado por entre mis manos.

Creer y dejar de creer, tejer y dejar de tejer, soltar


los hilos, las amarras, las velas de un navío pira-
tesco, bárbaro, virgiliano o argonautico. Creer de-
masiado para luego volcar la razón en lo que nun-
ca se dice en nombre de la razón, un lanzamiento
fuera de borda y un pasarse por el pasillo y los
mástiles que desembocan en un mar insondable.
Perder fe y esperanza, ese ha sido el meollo de la me-
moria al estar en la calle, salvo el paso de los extran-
Intervalos

jeros, el mundo se ha quedado envuelto en la fiebre


y el sudor de los pocos fantasmas que he conocido.)

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Sus voces, son voces que pasan a menudo sin ser es-
cuchadas. (Inauditas dijo el poeta) pero tan asi-
bles en el tacto, en el rostro, en la infinita lumi-
nosidad de los ojos que van descubriéndose como
milagrosas rosas emergiéndo desde el fondo de la tierra.
Sus trajes [si a alguno se logra describir en detalle y talla en
esta historia] disimulan un poco las costuras de lo que bajo
ellos descansa. Son fantasmas emergiéndo de la memoria,
verdugos del silencio que decapita la visión, ambulantes y
vagabundos; pasan por todos los lados y atraviesan el tiem-
po. Anidan el tiempo que los lanza fuera de la historia, asal-
tan a cada instante la idea subterránea que les ha creado.

(…Sus historias se citan en el revés de lo que


nombran, lo demás ha sido ya ojo criminal
e historia de la mirada en un tiempo y una
época degradada a uno de sus nobles disfra-
ces al que se le ha llamado: inmanencia…)

Cuando se pasa el umbral de las hojas, los gritos y


los momentos de lucidez se confunden, una tela de
visiones rasga sus contornos al unísono de los sones
de un “paisaje sonoro” o de un “objeto inaudito”, pro-
vocando atención, tensión y extensión de los fantas-
mas de la memoria que circulan en cada texto, ha-
ciendo que la palabra vuelva a sus rincones en donde
la historia ya no se filtra ni se cuenta en su reflejo.

Hay un juego de voces y melodías circunscritas en


estas hojas: La fantasmatica de ciudad se deja aco-
ger por un instante al dejar abierta esa brecha mu-
sical de los bares y pasillos melómanos del perso-
naje sin personaje. Si quieren hacer más amena la

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lectura del premier capítulo, podrían traer a cuen-
to una canción de Squirrel Nut Zippers: Ghost
of Stephen Foster… quizás ahí, los demonios de
la noche ya no perseguirán a sus decapitados.

La mecánica del juego literario quizás se asemeja a


los acordes proporcionados por Pierre Bastien y Ali
Farka. De no ser así, pueden jugar con otros mecanismos
de ausencia mientras se va la mirada entre texto e imagen.

Al pie de Monserrate /Años 09

Intervalos

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PARADEROS
CONJETURAS
HUELLAS.
Intervalos

FOTOGRAFÍA: Susana Carrie

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Paraderos, conjeturas, huellas*
- No, los vocablos escapan al tiempo.
Desde hace un breve instante vengo percibiéndo eso; eso se
deja traer y atraer en aquello que quisiera nombrar, me an-
tecede y sin embargo viene como una tela de araña que, in-
visible en el aire, deja suspender la inmortalidad del viento.

- ¿Cómo una canción de fuga, una canción que


fisura la mano y la deja en un hondo abismo en cuyo hori-
zonte vertical solo el tiempo diluido de los astros deja escu-
char los primeros sonidos guardados en su profundidad?

No, así no va, ese movimiento de la palabra y la voz hacen


eco con los caminos que se transitan en la calle, con esos
rostros que ocupan mi atención de vez en cuando; esos ros-
tros cuya grafía libidinal excede la geografía del contacto.

- pasajeros de una metáfora entonces.

A lo sumo pequeños indigentes de una pa-


labra que quisiera ser la propia, la nuestra, esa palabra con
la cual quisiéramos acercarnos por primera vez al mundo.

* Algunas de las citas son solo lances hacia textos, canciones y me-
lodías que resuenan en la agonía de quien escribe. En este caso, y
en la apertura de ese instante, la delicadeza y sutileza de la voz de
Massive Attak en group four se intercala con el sonido de la 7ª que
entre velos y cortinas de humo dejan escuchar su oleaje de voces
por estos pasillos. El eco deja de ser eco solo cuando ha topado la
sombra del destino de la música, en si, podría decire que se ha de
hacer brotar del tiempo, algunas fisuras incandescentes de voz,
miradas, caricias y silencios seduciéndose en cada pie de página.

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De repente viene a la cabeza la idea voladora de
estar ya subidos en un bus cuyo trayecto arra-
sa con la piel de los que en él se han montado; no
es sino ver esos rostros, las miradas, los ojos, el pul-
so sostenido en el umbral del sueño, las cabezas que
se decapitan en el movimiento elíptico del bus al bajar co-
linas, al regresar de la montaña o del desierto, del trópico
sereno y salvaje que llamamos lenguaje, un lenguaje de
lo incomunicable por el cual la palabra transporta y nos
soporta en esa senda de coreográficos movimientos cita-
dinos; revoluciones internas del automatismo psíquico en
el cual se prende la propia historia; una mimesis y una
prótesis para existir, una ida de la vida que va simulan-
do el habla propia, el habla de la piel, de la sangre, de
la herida que aún lleva la cicatriz de nuestros nombres.

¿Alguna vez te has preguntado por tu nombre de pila?

Hace años que resuena en mí esa pregunta, y


ha sido una disimulada navegación órfica esa búsque-
da inconmensurable, infranqueable. Siempre abierta a
otros juegos anagramáticos del espacio y de la memoria.
El mundo abriéndose en el nombre de pila,
eso si que ha sido gracioso, cae en gracia y vuel-
ca la desgracia porque así, solo así, quien es-
cribe, se ha salido del mundo y sus contornos.

Ahora vamos, pasamos sin tregua ni tiquete de uno


a otro mundo, arrancados de la calle misma, de la soledad
de la calle, asomándonos desde un ventanal que todo lo
Intervalos

inmuniza. Una ventana que grita “EN CASO DE EMER-


GENCIA TIRE DEL MARTILLO Y GOLPEE LA VENTA-
NA”, un ventanal en donde la música del afuera se de-

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tiene para traficar la emisora diferida del instante; para
entrar en otra dirección menos inaudita, una dirección
singular y sin lugar, zona de contagio y hospitalidad en
la cual se es ya esperado. Un lugar de músicas inauditas…

- ¿inéditas?
Inaudibles.
- ¿indecibles?
Sin repetición.
- ¿sin repetición?

Eso hombre, sin re-petición, Sin pedir nada a cambio


entonces. Sin semáforos, sin ventanas, sin ojos como pi-
ñas que se vuelven acidas en su primer contacto con el
aire. Quizás una calle atomizada en cada paso, en cada
huella que va de aquí hacia allá y hacia ningún lado.

¿Lo ves?: 1Germania. L. Arango. S


26 CAN K 4 CLL 19
ESTACION. Centro. F

Ya pasó.

- ¡paso!

Faltaría el otro. Viene pronto, se aleja y deja


una huella en el asfalto, lo invisible juega a convertir-
se en metáfora, a pasar entre las calles, entre las hue-
llas de tus huellas, como canibalismos melómanos
que se apresuran a escucharlo todo, a escrutarlo todo.

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- canibalismo suena agresivo.

Y que ha dejado de ser violento en su nombrar, mu-


cho menos en esta historia; la lengua, el habla, la mirada,
la voz, lo que escribes y lo que vives, el nacimiento y la
consumación de los sueños, todo tiene inscrito una vio-
lencia de la cual no se escapa nada, violencia metafísica
o violencia física, violencia sin límites que se escapa de su
origen, en su origen, en el seno mismo de lo inconcebi-
ble.

- ya viene, es como si el bus tuviera unas fauces


gigantes en las cuales se ha de ser devorado. Desmem-
brado hasta la saciedad.
¡Eh! Amigo, la clave del golpe de martillo abre los
oídos que enceguecen el cuerpo. No dejes que venga muy
cercano el viento y la sombra del bus; cerca a las orillas
de la calle, todo tiene inesperados sucesos.

- ¿Está cerca? ¿Apresura su paso? ¿Estamos ha-


blando para decir algo?

… esa violencia se detiene cuando el rostro de alguien


mira fijamente a los ojos, luego, franquea y surca ese es-
pacio de la visión; luego entra, se mueve en el recuerdo
de lo onírico, se mueve en la percepción latente de lo que
ha llegado, va arribando con sutil engaño, disimula su
llegada, se vuelve incluso musical, se torna melodioso,
se vuelve espacio y toma del espacio un poco de tiem-
po… así llega, así se incorpora, se mueve en la piel y bajo
Intervalos

la piel, enciende la maquina de emociones que circulan


con motivos alegóricos al deseo y la pasión por la vida.

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- ¿no entiendo?

Situación fantasmal entonces, dos voces que re-


suenan con otras traídas desde el fondo de la historia. Tu
voz, mi voz, la voz de los que han venido antes de nosotros
y pasan de la piel al habla, del habla a la escucha y del tím-
pano a ese resonar de voces que forman el pasado al cual
llamamos conciencia.

¿Hotel de fantasmas? ¿Hotel de espectros, de voces que


están solo de paso, a eso podríamos llamarle conciencia?
quizás, la historia de nuestra historia es solo eso, el paso
de unos cuantos fantasmas en la ceguera de la memoria.

- Sarcástico.

Esa palabra también juega con lo sacro y lo plás-
tico, incluso su raíz también nos lleva al sarcófago, a la
capacidad de entregar el cuerpo a unas cuantas tablas; de-
vorados en la inmanencia de esa situación, de ese instante
en el cual cada cuerpo se exilia de sus dominios.
La palabra sarcástico, sarcófago, también juega con la
plasticidad de lo sacro que quiere envolverlo todo; esa mu-
tación de la santidad en religión, de lo santo en lo secreto,
del secreto en lo prohibido, y de lo prohibido en la sarcás-
tica afirmación del más bajo secreto: saberse sin santidad.

- Hablas en una lengua que te refugia.

Ya quisiera, ya quisiera que la lengua fuera solo un


refugio, pero ella, ella en su movimiento me aleja del que
creía ser, ese otro que llegaba en el instante mismo de este
encuentro.

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- le das muchas vueltas a las cosas.

Las cosas dan vueltas en derredor de lo que por


atracción deja que llegue. Aquí estamos y nadie obliga a
nadie a irse, a alejarse, a venir.

- Tus conclusiones juegan con una lógica del extra-


ñamiento.

De las sensaciones, de lo que excede ese hecho


mismo de sentirse extraño en esta calle, en esta parada, en
esta ciudad, en este territorio, en esto que parecería sos-
tenernos y que sin embargo, podría desestabilizarse en el
momento mismo de despertarse en el pensamiento. En la
apertura infinita de la sensibilidad en el borde de lo sensi-
ble.

- Espera, tengo una llamada, ya vuelvo…


Tomare otro bus, Helena regresó a casa, nos vemos
pronto. Luego te llamo.

Buen día, no dejes de escribir en estos días.

- Adiós. Luego te llamo, luego…


Intervalos

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2 A CASA
REGRESO

FOTOGRAFÍA: Susana Carrie


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Ruta de acceso…
paradero anónimo II

En uno de los pasajes de Walter Benjamín -calle de dirección


única-, la presencia de lo invisible y lo demasiado visible cho-
can, se funden y confunden entre lo monstruoso, lo gélido y
lo fantasmal.

La imagen es relatada con la sutil y disimulada firma del autor.


Desde el fondo de un charco, emerge una luz que va proyec-
tándose más allá del espacio en el cual ha sido recibida. Esa
luz, quizás demasiado infernal, o mirada angelicalmente por
quienes pasan por esas hojas, convoca a una pregunta sencilla,
que años atrás se había escrito tras los pliegues de un pequeño
ensayo del mismo autor: “sobre la facultad mimética”.

¿Puede existir la semejanza inmaterial en el desasosiego del


mundo vuelto a las cosas? –claro, como no; la pregunta se va
respondiendo en cada una de las palabras que la formulan, es
como una suerte de mimesis en la cual, la fundación del mun-
do se extiende en su monumentalidad por el levantamiento de
las formas y las cosas.

Quizás así y de una manera menos Dantesca, más o menos


alegórica, el juego de las cosas que se van y se funden en las
llamas y fuegos de la historia, pasan ahora a una distancia en
la cual, se narra, se evidencia, se videncia e involucra el pasado
que se consume, la ceniza que vuela lejos y el movimiento de
los hilos que sostienen y detienen el paso de esta historia.
Intervalos

(La directora de Mapa teatro había mostrado días an-


tes una serie de imágenes que giraban alrededor de la

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ruina y la miseria en ciudad; cada imagen se espectra-
lizaba en una serie de infinitos puentes fílmicos que
unían lo pasado con lo mediático, lo presente con la
máquina, lo visible con la ceguera del instante. Toda
esa serie de imágenes hicieron recordar el escrito que
años antes se había puesto en escena en un recital de
barrio en las periferias del Galeras, justo cuando se
había escuchado a Bruno hablar desde las páginas de
Benjamín, que poco a poco se abrían en una senda de
poetas y escritores en las fronteras con el Carchi.)

Meet me in the morning, Dylan, y un Viejo sonido de avión pa-


sando por encima de este apartamento; la sirena de una ambu-
lancia y el grito de alguien que pasa y se va entre las nubes y los
rayos del sol atravesando esta mañana. Toda esa escenografía
van quedando en el recuerdo, en la orilla de esas cosas que han
perdido su presencia en el tiempo.

Allá ellos, a lo lejos ellos, quizás con la misma risa que tenía
Anselmo cuando despertó y encontró el pueblo volviendo a
nacer de entre las llamas.

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REGRESO
A CASA
Y entonces, las cosas no eran más que eso, silencio.
Jean Dowel Mc Three

La casa se ha quedado sola. La luz del segundo piso


alumbra las gradas que suben y bajan hacia ningún sitio.
Las cosas de la casa siguen su curso inmóvil, siguen hacia
atrás, se regresan hacia atrás; todas las cosas de la casa
pareciera que quisieran volver de donde han salido.

El espejo detiene por un instante esta hazaña de las


cosas, pero no, el espejo se lanza en veloz fuga a capturar
la última risa del más inocente de los de la casa; el espejo
quiere traer de vuelta la risa, esta se anula en el sitio, esa
risa melancólica por la cual el humor se traga al humor,
esa risa idílica que vuelve de la alegría una neblina de con-
templaciones y silencios devorándose al cuerpo.

Mirando hacia la derecha pude contemplar la difu-
minación del sitio en las lágrimas de Anabel.

Detrás del espejo estaba el armario, solido, quie-
to, inmóvil, soportando las mutaciones del rostro amado,
vistiendo al que se desnudaba ante su honda presencia.
Desde pequeño siempre creí que los armarios eran puer-
Intervalos

tas hacia los mundos del alma, solo que, siendo cajón de
estos, guardaba el silencio de las prendas y vestidos que se
deshacían como cortinas de humo, sofocando al cuerpo

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con sus amalgamas, con la memoria de su piel, con los
gritos de las historias que en cada latido se precipitan a ser
escuchadas.

Entrar con la mano al armario era entrar al mundo


del ser que amaba vivir en los disfraces del día; uno podía
ser un rey del mundo contemplando un reloj sin maneci-
llas ni movimientos, y abdicar a la vez en ese momento,
el resto del tiempo que quedaba en el movimiento de las
manos. Salvo el pulso, y la oscuridad del armario, lo de-
más era solo un fantasma que se reproducía en las memo-
rias del sueño.

El armario, el espejo, el reloj circular de la sala con-


trapunteando el vacío del tiempo con la vacuidad de cada
cosa que iba perdiendo su reflejo. Todo eso se movía entre
llama y llama, en el flamear de la risa y los gestos que se
tiraban al olvido.

El reloj, el armario, el espejo, se desvanecían en el


tiempo de nuestras miradas, ni el peine se salvaba de este
instante. Ese peine con el cual se enredaba y desenredaba
el mundo familiar en cada mañana, ese objeto que iba mu-
riendo en su elástica figura, en la elasticidad de la casa su-
mergida en las cenizas del fuego, se convertía mágicamen-
te, en una azul llamarada que perpetuaba aquel instante;
ahí se inmortalizaría las historias de quienes vivieron en
casa y ardieron en silencio; la casa quedaba vacía, aunque,
se incorporaba en el fuego inmemorial que se prendía en
nuestras memorias. Nada mas sarcástico, sentir que el pa-
sado se va de la piel en el momento en que la piel se tiñe
con las cenizas del olvido.

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Pero vuelvo al peine, al vellocino de oro, tal y como
quise llamarlo a ese viejo peine francés que había sido he-
redado de manos de la abuela por uno de sus tantos hués-
pedes en casa. El peine familiar, que se volvía inalcanzable
triunfo narcimístico en cada mañana, viaje Odiseico por
donde cada miembro de la familia hacia su propio drama,
ese peine ahora ardía y perpetuaba nuevamente un silen-
cioso olvido de días familiares, dÍas dedicados a la sana
contemplación de los hijos de narciso. Aunque claro, este
pequeño objetivulo, -y siempre lo pensé así- en sus pro-
fundos abismos, simplemente confabulaba con la larga e
impaciente historia de familia que nunca se sentiría con-
forme con las cosas que rodeaban la casa.

El espejo, el peine, el armario, el reloj, cada cosa


perdía la materia de su materia, cada cosa nos entregaba
a ese misterioso olor que deja el día cuando va desapare-
ciendo en las profundidades de las sabanas.

La silla de la antesala y las cortinas de las habitacio-
nes se iban en ese tiempo incendiario; de reojo podía mirar
como en la silla llegaban ciclopes, sirenas, embriagadoras
musas narradas por la voz de los abuelos, aunque claro, la
abuela tenía otra historia en ese sitio, ella, cada amanecer,
tiempo antes de que aclarara el día, se despedía de algún
viejo o nuevo amigo que descansaba y agitaba la noche en
su cuarto. Pero quien iba a decirle algo a la dueña de casa,
si ella, cada mañana aparecía sonriente, joven y lozana,
como una mujer encantadora que descansaba en brazos
de la eternidad cuando brotaba y emergía en el amor noc-
Intervalos

turno. Parecía como sacada de algún cuento de Shelley o


de alguna vitrina de De Vogue, sentada en esa silla que
soportaba hasta los más disimulados suspiros libidinales

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que se iban de entre las piernas de algún impaciente vi-
sitante. Esa silla ahora se reducía a cenizas, pasaba a ser
convertida en escenario de culpas y disculpas inmunes a
nuestra memoria; esa silla, la mesa, las camas, la ropa y los
objetos, todas y cada una de las cosas que embellecían la
casa, no lograban salvarse de la furia y demencia de aquel
incendio.

La mañana llegó con sus cenizas expandidas en


nuestras miradas, salvo un pequeño susto por el desmayo
del amigo que visitaba a la abuela en esa noche, y que casi
arde en las llamas gélidas de la casa. Salvo ese percance,
todo lo que acompañaba nuestra memoria familiar había
sido consumido.

La abuela, extrañamente seguía sonriendo, mi-


rando con disimulo si aún quedaban los restos de la silla
por algún sitio, buscando las memorias de sus memorias
en el silencio de los cuadros que tanto había conservado
desde años pasados. Solo un álbum de fotografías, y un
pequeño peine -que nunca conocimos-, el cual, muy disi-
muladamente fue extrayendo la abuela de su cartuchera,
deslizándolo sutilmente por su cabello, que ya anunciaba
algunas pequeñas fibras blancas; salvo esos dos pequeños
objetos, la imagen de la casa se volvió las cenizas de lo que
en ocasiones recordamos como nuestro regreso a casa.

04.09.09

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27
Intervalos
3 Camaleones y Músicas
electroacústicas.
FOTOGRAFÍA: Susana Carrie

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Ruta de acceso…
paradero anónimo III

Texto, textura, contextura. El espacio del cuerpo en


el cuerpo del espacio. El hecho siniestro del cuerpo
desmembrado que pide asilo en casa de huéspedes,
ciegos, cleptómanos, ladrones y ascéticos; el cuerpo
vuelto mil pedazos y trozos para el bocado anagra-
mático del artista.

Estas páginas ahora retoman la voz de Noriko y –de manera


disimulada- las elipsis de Cage. Aunque se lo recargue de su
condición de melómano, de pesquisador en el objeto sonoro,
a este último puede asimilársele en su obra con más cercanía
en el paisaje sonoro de Bejarano y el hilo musical de Chara-
lambos, cada uno –claro esta- identificado en los residuos del
Otro que viaja entre sus registros sonoros. Toda una trilogía
de repeticiones entre la danza de objetos.

La página 2 se hace unheimlich, tal vez por eso la ex-


periencia sonora es también reflejo inasible del ser y
las cosas; el hogar –heimlich- y el extrañamiento del
hogar extraño –unheimlich, nunca estuvo como pan a
la carta en la mesa del anfitrión de voces.

(Ni tan lejano de las chamizas que resuenan en los


bosques de Martín, ni tan cercano a los efectos de luz
provocados por Pompas fúnebres de Genet.)
Intervalos

De este modo, o de otro modo que ser, el acto de los invitados


en este callejón lleno de salidas, se acoge con igual tranquili-
dad que cuando se coge a un erizo en la página.

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Camaleones y Músicas
electroacústicas.
Deja
Sidestepper

Sentado espera el bus…el bus es una metáfora.

Leo:
“El sonido viene siempre antes de la música. Vibra
entre la materia y se deja oír solo cuando escapa de
esta. Si un músico deja suelta su guitarra, el más
leve viento puede desprender de su interior la sin-
fonía acústica del espacio en la musicalidad de las
cosas.
Ya lo habían escrito antes: la música es una cister-
na profunda de la cual brotan los sonidos más di-
versos que llegan y descansan secretamente en el
espacio, estos sonidos chocan con la memoria del
oído y a su vez hablan a la memoria del cuerpo, el
cual, quedando abierto, lo sumerge al que escucha
en las profundidades de lo inaudito.”

Página 127, Jean Phillip E. Coutier, “El sonido de la musa y


otras reflexiones acústicas”.

La ofrenda musical es simple, artilugio decorativo


para los oídos. Al leer las páginas citadas al inicio de esta
historia, puedo decir sin más enredos que, la musicalidad
atraviesa de cabo a cabo el texto y la textura de Coutier.

30
Me interesaría conocer a este tipo, soy, como de-
cirlo, soy un poco inquieto por las palabras que salen o se
lanzan hacia la música y sus confines –si acaso esta pudie-
se tener alguno- Esas palabras, abiertas, curvas, esféricas,
helicoidales, resonantes y crispadas en el habla de quien
ha jugado a diseminarse en la melomanía del sonido, so-
brevuelan de vez en vez por entre mi oído y el desdobla-
miento del cálamo, de la pluma con la cual escribo.

Me inquieta un poco conocer el sesgo o rezago que


se tiene entre la palabra y el sonido; no sabría si la primera
se desliza en la segunda con la suavidad de los dedos de
un jazzista neoyorquino que escoge una trompeta y en su
toque despierta hasta el instinto más dormido de quien le
escucha (escúchese Coleman y Coltrane), O, si lo segun-
do resuena de tal manera que deja desaparecer la primera
para hacer renacer ese artilugio sobre humano en el cual
la música simplemente se hace sombra.2 La decisión es
difícil.

Hoy recuerdo que Mugen kyuukou (Noriko) quizás


fue una de esas tantas iniciaciones que uno suele inven-
tarse en la juventud cuando uno quiere escuchar lo que no
se deja escuchar en el mundo.
En Kyuukou, todo empieza con un piano marcan-
do el sonido que se arrastra hasta llegar a la voz de Noriko,
un piano por el cual toda palabra puede dejar de lado su
Intervalos

2. Quizás el resonar de tambores en attack and fall de Phillip Glass y la


fuga del clarín en Purim de Andy statman quartet, puedan aclarar un
poco ese entrelazamiento de ritmos y sonidos que exceden esta imagen, la
imagen de una escucha y el artilugio de la melomanía en un texto.

31
historia, un piano como un puente entre calles nocturnas,
como un toque de puertas por el cual empiezan a pasar y
a pasar y a pasar miles de personas, tiempos, soledades,
estados de vida y nacimientos gélidos que se mueven en
la sonoridad del espacio; un piano como un puente entre
dos o mas mundos entrelazándose al unísono de la voz de
los que pasan por esta calle. Un piano en el cual Noriko di-
semina esas voces que ya no se reconocen, que son de aquí
y de allá y de ningún lado, voces que gritan y se revuelcan
en su grito, voces que son como grutas Platónicas o como
residencias elípticas de las lecturas Plotinicas (en su mejor
resonar) en donde la voz se desliza y sorfea por el sonido.
(Recuérdeseme más adelante que la eterna distancia entre
Platón y Plotino estaba quizás en la manera de hablar en
público, de decir y desdecir las cosas, de nombrar con un
tono justo para que estas se desprendan de su materiali-
dad o se conviertan simplemente en materia eidética de lo
hablado).

Mugen Kyuukou no se desvaneció tan fácilmente


en el recuerdo que de ella tenía; escuchar la voz era es-
cuchar la montaña en sus caminos fluviales que se cris-
talizaban en la mirada, era una liquidez delicada y suave,
una vocal invertida que contradecía el hecho mismo de
querer decir algo, el color de una vocal que se desprendía
del color de una vocal, el olor del amarillo que se convertía
en el ardor de la mirada sobre el papel tapiz, una especie
de desdoblamiento quimérico en el cual la imagen y el
sonido mutaban el uno en el otro.

A veces Mugen simplemente deslizándose a través
de un piano. A veces era solo eso, el piano que dejaba escu-
char el universo escondido en las manos de quien se desli-

32
zaba por sus contornos, Noriko en el piano suspendido en
su propio suspenso, como una heroina somnolienta que
sale de su estado de vigilia y se da cuenta que el mundo
esta abierto al borde de su tacto, a las palabras que en ella
se deslizan, a los acuerdos entre lo que era posible decir-
se y lo que ya no podría decirse por exceso de evidencia,
digamos en este caso, el hecho de que Noriko a través de
Mugen se había convertido en la musa incorporante de
una historia extraña, de una historia musicalizada entre
la héroina, el villano y la presencia siempre invisible de
quien nunca se ha de reconocer como el personaje mas
aterrador de la obra: “el personaje que llega a casa y se
queda.”3
Digamos –y al margen de esta extraña hospitalidad- que
soy una especie de camaleón melómano caminando por
las calles de una ciudad; una nota que se escapa de un
mito, una voz interna dejando el espacio por no creer en la
intimidad vil del servicio a si mismo; digamos que soy de
los que no creen en la cronología y topología de la música,
en esa extraña taxonomía de los ritmos y los vocablos en
la cual todo quiere ser expresado, traído a la boca, demos-
trado o evidenciado bajo el velo de los hilos de la coheren-

3. Ya se ha sugerido en la ruta de acceso algunas posibles variantes musica-


les que acompañen la lectura de este texto. Variantes que van en crescendo
y en disenso por los pasillos de esta sala acústica.
Pero, qué seria sugerir, seguir los hilos de un desfile de teorías y aporías
en nombre de la música, en el nombre de algo que se pone en evidencia al
escuchar un golpe de piedras o un precipitarse de cascadas; digamos aquí,
la tela y el corte de tela en el cual un pentanagrama juega a desdoblarse en
infinitos nombres y en infinitos personajes que subyacen en la música, ese
Intervalos

corte de situaciones y de voces entre las situaciones, nos permiten abrirnos


un poco a ese espacio sin espacio que sería el desdoblamiento de la musi-
calidad de la poesía.

33
cia; pero, y esto quizás sea tautológico, no vayan a creerlo,
tampoco me disfrazaría en el imperativo nihilístico del
todo se puede y nada cabe, del todo se ha dicho y al cabo
se repite, no, no, no piensen eso, quizás simplemente es la
música la que permita - de otro modo- dejar fluir y desti-
nar un poco de este salivar que pasa a inventar acordes en
la musicalidad de la traza.

Noriko no es quizás lo verdaderamente importante


aquí, el sonido que le antecede y en el cual traduce una
canción es lo que trato de sorfear en estos hilos del texto
3
, aunque todo pareciera extraño, incisivo, sin mas verdad
que la negación de su propia existencia.

Ahora, y para cerrar un poco este telón de fondo,


viene esa diferencia Plotinica de la escucha socrática que
se dejó un poco suelta en las líneas anteriores: “en el soni-
do, simplemente se abre el universo”.

Ya abierto este texto solo queda tomar la ruta que viene:

Germania. L. Arango. S
26 CAN K 4 CLL 19
ESTACION. Centro. F

Quizás pueda recordar algunas palabras de Claudel lanzadas hacia la poesía


y que son retomadas por Sollers en la travesía de la escritura de Dante: “…
la poesía no se funde en lo infinito para encontrar lo nuevo, sino en el fondo
de lo definido para encontrar lo intangible” palabras a las cuales les dedico
una atención especial cuando de hablar de música y musas se trata, quizás
por alejar la mano de la compañía musical que suele tornarse en ocasiones
una suerte de embeleso acústico, sobre todo cuando la música acompaña el
escrito y este a su vez sumerge la tintura del texto en los acordes que sostie-
nen ese instante de musical inspiración.

34
35
Intervalos
4 Helena

36 FOTOGRAFÍA: Susana Carrie


Ruta de acceso…
paradero anónimo IV
(Nuevamente esta escena: dos extraños que se en-
cuentran y se alejan, dos situaciones incomodas, el
vano intento de establecer un diálogo entre los que
escriben, hablan y danzan en la casa de Helena.

Diferente, es un tema de Gotan Project que, in-


tercalado con la voz de Noriko puede generar
una cierta comodidad en la lectura, claro esta
que, el hecho mismo de establecer este paralelo
entre Gotan y Noriko ya es de por si incomodo.

La musicalidad de las trazas puede de un momen-


to a otro hacerse un delicioso entremés que abriría
el apetito de los oídos melómanos. No por esto se
pretende establecer un puente entre la gastrono-
mía pre-literal del texto y la nomia antieconómica
del gasto y la reserva de lo que se escucha entre
lecturas; quizás se puede salir de momento de ese
efecto de una orden y una ley empalagosa en la
cual cada uno acoge al otro en el texto; en resu-
midas cuentas, no se trata aquí de establecer un
dialogo entre esa música propuesta -para amenizar
este baile de letras- y la posibilidad de dar bocados
al paladar sinfónico de quienes leen estas páginas.

Quizás sea sabido que estas páginas son poco


publicables, por eso se puede afirmar que: bajo
la firma del texto, subyace esa serenidad sil-
Intervalos

vanica del que espera en el límite de la pala-


bra; justo antes de su representación, en la ne-
grura del velo de aquello que llamamos signo.)

37
B:

Vinyl words de Aoki Takamasa + Tujiko Noriko.


La voz de la mujer es la voz de los pliegues sono-
ros que resuenan bajo ella. El pliegue es ese um-
bral en donde todo se hunde y refunde para asal-
tar en la profundidad de la mirada. El pliegue es
también el seno de una locura, de esa danza y
movimiento de las manos que ya dejan de tocar-
lo todo. Trastocadas, vueltas a sus confines, las
manos, en el baile, se alisan y deslizan por ese
canto y esa música que mueven el mundo de He-
lena. El pasado se vuelca, el presente se devuelve
entre paso y paso, de ahí que la voz del embele-
so filosófico desaparece cuando se hace el baile de
las palabras y los objetos en su eterna movilidad.

38
Helena

“Y el rostro de la criatura, una carita pálida, de ojos verdosos


y rulos negros, escapando debajo de un sombrerito de paño, se
eleva de la superficie de su espíritu.”

Robert Arlt. Los 7 Locos

Estos dos están como locos. Hablan demasiado. Se


meten demasiado en ellos; se hacen insoportables. Cada
palabra es referida a otra y a otra. Cuando este par habla,
aparecen y desaparecen y vuelan y sobrevuelan las pala-
bras por todo el espacio, por la habitación, por los pasillos
de esta casa en la cual otro olor del libro se desprende; un
olor amarillo, verde, rojizo, un olor viajero llevando en su
lomo flores de nácar, endulzadas de belleza y monstruosi-
dad en su centro.

Y es que escucharlos en ocasiones da terror, uno
no sabe si están aquí o están en quien sabe que cuentos; la
palabra de estos dos, cuando es contada en su desaforada
incoherencia, es causante de congestiones estomacales y
delirios nocturnos. La palabra, tal y como estos dos la tra-
tan, puede regresar en cualquier momento, de cualquier
lado, hacer estallar el universo en los mil fragmentos ló-
gicos que lo desarticulan, lo parten y hienden, lo hacen
salirse en lo que se ha dicho y a la vez dejar nacer en un
vocablo que emerge desde un hondo abismo por el cual
Intervalos

nace la mirada.

39
Cuando llego a casa, los dos sueltan carcajadas es-
pantosas, sus manos son pulpos que pasan de mano en
mano páginas, retratos, fotografías suspendidas en el te-
cho, objetos inservibles armando estructuras bizarras en
los bordes de la casa; sus manos quieren cacarear con la
luz del día, o quizás sentir una picazón y ardor en la espal-
da cuando se levantan; una suerte de embalsamamiento
de la memoria, una semilla de pasión y desenfreno desli-
zándose a través del granulado firmamento que cae a sus
espaldas.

Cuando estoy sola, miro por la ventana, muevo las


cortinas de la calle para que me dejen ver lo que estos im-
béciles recrean en sus discursos; tomo parte del tiempo
para dibujar y escribir el tiempo de la calle que pasa, el
movimiento de los pasos en el umbral de las cosas, la des-
colonización de mi lengua que ya no puede nombrar el
mundo, las imágenes del sueño que se han conquistado
con la mirada.

Doki doki last nigth, (A.T + T.N) repetición de un


barrido del tiempo en la encrucijada de mis memorias,
last nigth last nigth last nigth last nigth last nigth last nig-
th, el impase es disimulado, cada uno de los sonidos de la
calle ahora se hacen una sinfonía celeste que deja caer los
astros en el asfalto; el asfalto se mueve de manera diferen-
te, va hacia atrás, regresa en sus grietas, pasa por el hondo
silencio de la mirada; muerde, pica, come los segundos
que llevan a ningún lado, se lleva esos segundos, se lleva
esas horas; la eternidad que cabalga el viaje aéreo de los
transeúntes; el viaje a contrabordaje, el viaje vinagrado
que endulza la mirada y deja herido el espacio por tanto
desconcierto.

40
Fly variation, (A.T+T.N) CADA VEZ más cer-
canas, volando, volando cerca, entre esas cosas que pasan
por el firmamento, cosas y rostros asaltando la voz, trajes y
costuras, hilos y textos, rosas y aceros, muecas, gestos, gri-
tos y salivas diluyéndose en la lengua, mutando de forma,
formando un paisaje sonoro en donde cada objeto cobra
sentido por lo que anuncia en su secreto.

La ventana esta siempre quieta, inmóvil, solo deja


pasar el brillo y la sombra de las calles entre las grietas de
la mirada.

He tomado algunas notas, he querido hacer un


poema que pique como un erizo, pero, no, no, los erizos
son intocables, los poemas también, mejor diré que he
querido hacer un erizo que desde sus agudos y finos um-
brales pueda hacer un puente que tocara la piel bajo la
piel, un toque musical y acústico, mudo en principio, pero
sinfónico en su deslizamiento.

(Notas)

I:

Si mi cuerpo estuviera en mil lados, se que estaría en mil


cuerpos mas que estarían a la vez en mil lados mas y ha-
rían dar cabida a la búsqueda infinita de un solo pensa-
miento que los uniera.
El pensamiento escapa al pensamiento como el cuerpo es-
capa al cuerpo. La diferencia es inminente.
Intervalos

II:

41
La sangre que sale entre mis muslos, también sale de los
oídos, la mirada, los labios, el tacto. solo que son dos ma-
neras muy diferentes de dar vida.

III:

Una caricia no se calcula: ¿vale el cálculo de lo que ence-


rrarían los instantes posteriores al tacto?
De ser esto verdad, esta hoja ya reclamaría las cenizas de
mis vocablos.

IV:

Quiero estar en su cuerpo. Su cuerpo quiere estar en otro


cuerpo. La cadena no se rompe.
Alguien ha decidido estar solo.

¿Revelaciones de lo incorporado?

...

Cuando volví a verlos, ellos estaban fuera de sus cuerpos.


Dormían, quizás fue ese el único momento en el cual pue-
des escuchar el resonar de sus voces en esta casa. El silen-
cio es el cómplice de la levedad del sonido. Sus cuerpos
flotan en lo que hablan, sus cuerpos son como dos espon-
jas de jabón que absorben el agua que las trasmuta. Más
allá del lenguaje estaban ellos y su voz… la alquimia de
la palabra está en crear silencio y sonido en lo que se ha
escrito.

42
Después de esto quise sentarme a escribir un poco
más sobre las técnicas de baile arabesco, ese movimiento
entre cortinas de humo, entre velos y velos y aros de oro
que iluminan los ojos de la danzante. La imagen me pare-
ció forzada al principio, pero quise hacerlo, así que, pre-
pare dos canciones frente al espejo y dejé que el baile, la
música y el canto de last nigth me envolviera. Se dio como
una suerte de clausura entre el tiempo y el cuerpo; un sus-
penso inédito, un –por decirlo de algún modo- sobrevuelo
de la eternidad girando en espiral por los bordes de la piel.

Había prendido altamisa y flores de jazmín en el
cenicero de la sala, su color y perfume llenaban el espa-
cio con un aroma diferente, una especie de soplo balsámi-
co en el cual el cuerpo se sumergía y diluía en el baile. El
tiempo se movía en el tiempo. La filmación era interior, la
escena y los personajes eran solitarios, el espejo solo deja-
ba ver el silencio del baile. La metáfora de babel congrega-
ba mi memoria con el instante que pasaba. Ella, la lejana
cicatriz del universo naciente de mis pasos, fue entrando
poco a poco en el movimiento de esa música sumergida
en los poros del cuerpo. La danza y el cuerpo se deshacían
en cada paso. El humo que manaba del cenicero, desdo-
blaba con sutileza la rigidez del rostro; era, cómo decir-
lo, una especie de candelabro encendido que mutaba al
clandestino color azul que trafican los amores del océano
y el sueño de la cúpula celeste; era quizás y simplemente:
danza, cuerpo, baile, humo y piel en un mismo instante.
Pero como sentir eso, las diminutas imágenes de la habi-
tación se filtraban por el sonido del agua corriendo en las
Intervalos

venas, era como si millares de hilos de oro bajaran por la


cabellera y se abrieran en miles de pétalos alrededor del
cuello, pétalos que poco a poco iban separando la cabe-

43
za del resto del cuerpo, decapitándola en el sonido de ese
instante, pétalos abriendo puentes de olores y colores in-
tensos danzando en el instante mismo que el cuerpo y la
cabeza se iban hacia regiones diferentes.

Quizás como una araña suspendida en su tejido,


fui creando una coreografía sutil, delicada e invisible, un
movimiento en el cuerpo que se iba hasta más allá de la
memoria de mi cuerpo. Alternaba este acto con el des-
prendimiento de las cosas, su fugacidad, su inmediatez;
todo parecía entrecruzarse con lo que parecía era el latir
de mis cabellos, de los hilos de agua brotando de mis ca-
bellos, un torrente de quimeras, fantasmas y épocas en las
cuales danzaba; una danza de espadas y verdugos, de ima-
nes y fragmentos de metal, de piedras preciosas y barro
transformado en estatuas y sueños regresando a la forma
arcillosa que los suspendía en el instante de su invención.
La danza duro eternidades que luego fueron convertidas
en minutos y luego en fragmentos de segundos anclándo-
se en la mirada que esos locos entregaban a mi mirada; la
danza se volvía a su origen y el origen de esa danza hacia
que la música y el sonido se escucharan ya de otro modo.
Todo se hacia normal, todo volvía a su cauce. La casa era
casa el cuerpo: cuerpo. La mirada estaba aún en el sus-
penso de volver a tocar los pasos del baile iniciado. Los
rostros se hacían familiares y el mundo giraba en el vértigo
de sus nacimientos.

Mis pasos, qué diría ahora de mis pasos en ese ins-


tante; estar y no estar en la habitación ya daba lo mismo,
no había muros deteniendo el influjo incesante de la luna
y las constelaciones; ya no había miel o vinagre que pudie-
sen ser extraídas del espejo; no había ventanas, ni mue-

44
bles, ni personas reconocidas, todo era totalmente cam-
biado, las formas guardaban la fuerza de sus signos y en el
firmamento todo se mostraba con su cotidiana calma.

Pasado el día, el calor de la ropa tenía una tempe-
ratura que rozaba entre el abrazo de lo gélido y el calor
de la caricia, las miradas de los amigos simplemente eran
miradas que habían sido contenidas en el instante de esta
danza, el color de la calle era sobrio y normal; las cosas
volvían a ser nuevamente cosas y las palabras se hacían
nuevamente palabras. Hablar era insignificante; hablar
era simplemente convocar el instante que acompañaba la
danza y la palabra que se dejaba escuchar mientras se mo-
vía por los finos hilos de la música.

Al día siguiente, mientras caminaba hacia oriente,


disimulaba mi alegría tras la sombra dejada por el som-
brerito verde sobre mi rostro; soltaba entre paso y paso
una estela de muecas y gestos por donde anunciaba el des-
doblamiento de la realidad en mi calzado; caminando y
sin pensarlo, decidí soltar el sombrero hacia donde lo lan-
zase el viento, fue inesperado y sin calculo, simplemente
fue soltarlo al universo, dejarlo ir en la luz del día y buscar
entre lo que nunca se piensa, otra manera de moverse en
la vida. Asumo que en ese instante, abrir los brazos, soltar
el sombrero y reír sin descanso fue y ha sido acoger el uni-
verso en su sutil e incandescente misterio.
Intervalos

45
5 Huellas

FOTOGRAFÍA:
46 Susana Carrie
Ruta de acceso…
paradero anónimo V

- ¿Quién ha llegado? La pregunta se vuelve inquie-


tante. Sea metafísica de la presencia o austeridad de lo
poco comprensible en la vigilancia de la imagen, pero al-
guien siempre escapa en el recibimiento de su imagen.

El mundo es de imágenes, unas más sobresalientes que


otras, unas mas escondidas y sigilosas que otras, algunas
monumentales y dominantes, otras en cambio cóncavas y
reducidas a los recuerdos que brinda la poesía y la mime-
sis protoheroica del hombre como hacedor de universos.

Cuando alguien pasa, queda su sombra. Recuerdo


lo dicho por Lydia Cabrera en “el Monte”, cuando
el santo cabalga la cabeza del otro y el otro se va
del cuerpo: “es el ángel de la guarda quien lo cuida
y siempre mira hacia el frente”, palabras que dejan
abierta esa brecha entre la locura, el sin lugar, el
sentido de lo inasible y la sensación de hilar som-
bras y ángeles en el pliegue o surco de una historia.

El ángel que va y viene, el ángel de la historia o el pequeño


huérfano que pasa de una a otra casa sin buscar la hospita-
lidad infinita del que siempre camina sin descanso.

Pero esa existencia es tan fugaz, ese intervalo es tan simu-


lado. El rehén de su propia inmediatez no quiere ir más
Intervalos

allá de lo inmediato, el sujeto de si se preña de su propia


inexistencia, lo salva cuando por fin se da cuenta de que
solo esta entre las cosas:

47
“El sujeto esta entre las cosas, no solamente por su espe-
sor de ser, exigiendo un “aquí”, un “algún sitio” y conser-
vando su libertad; está entre las cosas, como cosa, como
formando parte del espectáculo, exterior a él-mismo;
pero con una exterioridad que no es la del cuerpo, pues
quien siente el dolor de este yo-actor es yo-espectador,
sin que ello sea por compasión. Exterioridad de lo ínti-
mo en verdad.4”

Intimidad, intimidad, llevando lejos este trazo.

Recuerdo la frase del poeta que dijo: Los espejos del universo
han de llorar cuando los héroes quedan resignados a su des-
nudes.

La cita esta dada, el dios errante ha dado ya su paso, desde an-


tes, desde el antes que siempre viene en la musicalidad de un
texto; en el fluir del brother y del llave, del que siempre es her-
mano, vecino, prójimo, pase e impase hacia lo desconocido.

4 Emmanuel Levinas. La realidad y su sombra. Traducción de Antonio


Domínguez Rey. Mínima Trotta. 2001. P 49

48
Huellas
…Sueño el sur, inmensa luna cielo al revés,
busco el sur, el tiempo abierto y su después…
Gotan Project

A este lo he mirado en algún lado, ¿Profesor? ¿Mensa-


jero? ¿Judío errante? ¿Los pasos de un desconocido que esta
en todas partes? ¿Un soplo divino? ¿Un mendigo? ¿El papá de
un amigo en otra edad? no sabría decir quien es, su rostro se
me escapa en la palabra, sus manos se mueven velozmente y
siempre se pierde de mi vista tras el brillo de los ojos.

En clase de mitología comparada -y tratando de aunar


mi complicidad a la voz del profe- hemos revisado algo que me
inspira sobremanera para poder extenderme en estas notas.

Todo se inicia con un texto de Montenegro, la pro-


puesta de saber que la naturaleza excede siempre el paso de
la historia, el pretexto de internarse en la historia para ya no
pender en ella, para salirse de su topología, para adentrase en
esos topos mas que histriónicos, teatrales, mimetizados en la
materialidad del tiempo, subvirtiendo el mismo hecho históri-
co en la complicidad del azogue textual, en la incandescencia
matemática que gira en la sucesión incalculable de cada en-
cuentro.
Intervalos

Sábado. Enero. Bello sol cayendo en la mitad de la


tarde. La frase del tablero era heroica, fijaba la negrura de

49
la tinta en el espacio en blanco del salón. La puerta del lu-
gar se había cerrado. Tras las ventanas, el leve movimiento
de las hojas se suspendía en el aire; las miradas movían su
punto de equilibrio de un lado para otro, la tensión de las
clases estaba en que se hacían tensionantes, más allá del te-
dioso revestimiento textual, las horas tomaban el matiz de
la palabra y la historia en la cual nos habíamos internado.

El dios errante, ese era tema del día, el más allá del
rostro y la grafía de algunas historias en los andes; la invita-
ción a divagar entre el personam allienum fero, y el esquife
innavegable de esas horas de tedio. Uno podía llevar una
máscara y convertirla en el viaje y el pensamiento de una
intrincada búsqueda de eventos o situaciones por donde
el dios errante se convertía en hacedor de mundos.5 Uno
podía estar simplemente con los ojos bien abiertos, la gar-
ganta queriendo sacar palabras indescifrables y las manos
moviéndose entre una y otra orilla de lo que se escuchaba.

Quizás por ese lado nos fuimos entrando en un complejo
sistema de interpretaciones propuestas al buscar represen-

5 La cita venía después de leerse unas palabras de Arguedas, las que tra-
ducía de Francisco de Avila, y que a la vez, eran la traducción en los cami-
nos de Huarochiri: “Este Cuniraya Viracocha, en los tiempos más antiguos,
anduvo, vagó, tomando la apariencia de un hombre muy pobre, su yacolla
[manto] y su cusma [túnica] hechas jirones. Algunos que no lo conocían,
murmuraban al verlo: “miserable piojoso”, decían. Este hombre tenía poder
sobre todos los pueblos. Con solo hablar conseguía hace concluir andenes
bien acabados y sostenidos por muros. Y también enseño a hacer construir
los canales de riego arrojando [en el barro] la flor de una caña llamada pu-
puna; enseño que los hicieran desde su salida [comienzo]. Y de ese modo,
haciendo unas y otras cosas, anduvo emperrando [humillando] a los huacas
de algunos pueblos con sabiduría”. Jose María Arguedas. Dioses y hombres
de huarochiri. Siglo veintiuno editores. Argentina. 1975. Pág 26

50
taciones simbólicas que se dan en torno al movimiento
del dios errante. Algunos de mis compañeros afirmaron
que solo se trataba de una epopeya protoheróica de un
personaje representando la sumisión de un pueblo ante la
fascinación de otro; afirmación que no dejaba de tornarse
incomoda para quienes adelantaban trabajos de campo en
alguna que otra comunidad donde el dios errante era fe
y conocimiento que se enseñaba y transmitía a los hijos.
Otros en cambio dijeron que, el movimiento de ese dios
era un exabrupto de la moralidad, su representación no
era sino una simple exaltación de los comportamientos
éticos a seguirse y que a su vez se proyectaban en un mis-
ticismo imaginario, el cual, al paso de los años solo se vol-
vía supersticioso, quimérico y fantasioso al interior de la
realidad de la comunidad. No faltaron pros y contras ante
la afirmación medio mañosa venida de quien sabe que
esteticismo claudicante y ripio, sobre todo, cuando ya se
había hablado del dios errante como un burlador al cual
no se le podría asignar ética o comportamientos a seguir,
un patrón estético o un conducta que se desease acoger;
porque, este errante, siendo harapiento, indigente y sin
mas propiedades que la de su bastón, su costal y su pilche,
este personaje no podría ser mas que un antihéroe de poco
valer en el común de los que le reconocían.

Así pasamos largos debates en los cuales se discu-


tían sobre las interpretaciones y traducciones posibles de
lo que creeríamos era una imagen protomítica en la histo-
ria. Los debates positivistas y su extenuante verificación
a priori no sirvieron de mucho en esta ocasión, es mas, el
Intervalos

andamiaje estructuralista se venía al piso porque la efica-


cia de lo simbólico y la forma inmanente a sus principios
se desvanecía en sus fundamentos; el nihilismo existen-

51
cialista, no cabía en esta charla, hablar de una antropo-
logía densa, implicaba que la suavidad con la cual se co-
municaba esta historia se vería trastocada por su posible
conjugación de métodos, sintaxis, estructuras y sistemas
de análisis limitados a su objeto de estudio; así que, las
posibilidades de intentar interpretar este mito se agota-
ban, su tratamiento quedaba –como muchos otros temas
abordados en clases- en el aire, palabras mas y palabras
menos solo disimulaban conciertos y desconciertos de los
que por esos pasillos tiraban una y otra teoría misticoide.

Sin embargo, la sala cambio su aire cuando la pala-


bra de Illarik apareció ante nosotros con su voz inquieta y
temblorosa. Su voz fue pausada y un tanto inaudible, la ti-
midez lo sobrecogía a momentos y el temblor de la lengua
-ese quiebre del habla tan suyo- nos fue internando en
una extasiante rememoración de las historias alrededor
del dios errante.

Se levantó de la silla y subió a la mesa a tomar la


palabra, algunos le miraron con ese disimulado cuchicheo
que se tiene cuando las personas van a entorpecerlo todo.
Otros en cambio seguían haciendo dibujos en sus libretas
y mantenían la atención en los datos que copiarían para
informar de lo sucedido.

Voy a contarles una historia – nos dijo, y quiero ha-


cerlo sin ánimo de conmoverlos por lo que en la comuni-
dad me enseñaron. Quizás logre el efecto contrario, ale-
jarlos más de estas historias, acercarlos a esa distancia y
esa lejanía en donde la palabra brota como graznido de
zorro y vuelo de calandria.

52
Su tono medio poético y medio exagerado en los
gestos que le acompañaban, generaba algo de expectativa
entre los asistentes, mientras contaba la historia del dios
errante tal y como se le había sido contada, dijo algo in-
quietante que nos dejo con un poco de temblor en la gar-
ganta: el dios errante es el dios que vuelve sin estar ya; es el
que ya se ha ido y sin embargo se queda para conmosionar
su estancia. Es el que se ha adelantado en el tiempo y en
el espacio, y vuelve siempre con su presencia inhumana;
es el deshumanizado entre lo humano y por eso mismo,
el que más se acerca a la posibilidad de sentirse hospita-
lario ante los que viene de lejos; es el que hierra y camina
sin descanso, pasando tiempos, espacios, profundidades y
abismos en los cuales la memoria confluye, en los cuales
la memoria se interna y crea. Abismos sin tiempo que ras-
gan los velos de la historia, abismos del pensamiento en
donde aflora y adviene otro tiempo de recibimiento. El dios
errante es el dios de los que beben la tierra en el juego y la
caricia, en el movimiento de los arboles al precipitarse la
neblina nocturna, es el dios que vive en la poesía y en la
poesía se vuelve inagotable, su canto ya no es, su canto se
da, se mueve y atraviesa a cada uno de los que le escuchan.
Voz de trueno, grito de cascada al precipitarse la melanco-
lía de los que se aman en la lejanía. El dios errante es nebli-
na, cielo gris y cielo despejado, nube de lluvia y aguacero
incontenible llevándose la calma de las montañas, el dios
errante es invisible y también visible. Esta, siempre esta,
se va, siempre se va, quien quiere retenerlo sabe que ya se
ha ido en su andar; quien aprende a viajar a su lado, sabe
que es la historia que se desdobla y se abre en una sucesión
Intervalos

diferente de acontecimientos y movimientos de expansión


y transgresión de la formas; el dios errante no tiene forma,
se mueve entre las formas y se hace ojo de agua, crin de

53
maíz, lluvia de hojas verdes en el verano, grieta de peñasco
y tejido de voces en las orillas de lo invisible. El dios errante
pasa, se queda, se va, se aleja y regresa cuando el tiempo se
ha encerrado en los umbrales del tiempo, cuando el miedo
se vuelve en el miedo la idea que consume al que vive de
sus contornos. El dios errante siempre pasa, y, a su paso, el
viento y el fuego mueven el universo.
A errado desde antes, desde tiempos que no conocemos, su
voz viene y crea, cuando la comunidad esta en conflicto,
cuniraya viracocha aparece, regresa, entrega lo que ha de
ser necesario para que en la comunidad se retome en la
palabra y luego, después de descansar su espíritu en la vida
de los que le llaman, empieza a caminar con la ligereza
del viento y la emanación del agua, empieza a andar hacia
atrás y se aleja en el horizonte sin que nadie se de cuenta.

Al cabo de lo dicho, y como queriendo detener su


mano que temblaba al introducirse en su morral, fue sa-
cando sigilosamente una pequeña estatuilla de madera,
en ella se había tallado un anciano todo harapiento lle-
vando un pilche en sus manos y del cual se decía que nun-
ca detenía su camino.

Todos lo vieron, Cuniraya Viracocha apareció ante


nuestros ojos en la forma que la tradición había guardado.
Esa vieja talla de madera lo contenía, contenía su historia
y el relato vivo de una comunidad que no descansaba de
nombrar la errancia de sus dioses.
Él estaba ahí, lo podíamos ver y la vista no se cansaba; una
música como de viento y agua resonaba a las afueras del
recinto, un rayo golpeo el firmamento y la luz del lugar se
fue por unos instantes.

54
Qué decir cuando la imagen excede la realidad,
qué decir cuando es la materia la que se deforma y vuelve
a recrearse en la monstruosidad de los objetos; cada cosa
en un silencio que la antecede; cada cosa en una situación
paradójica. Antes de ser cosa era materia. Antes de ser ma-
teria era existencia. Antes de ser existencia era creación.
Antes de ser creación no tenia ser. Antes de no ser, involu-
cionaba en lo que la llamaba en la lejanía. Antes de llegar
en esa llamada estaba unida al espacio en lo que este deja
de contener. Antes de ser contenida, tomada y raptada por
los hilos de la ilusión y el fantasma de la presencia, tan
solo latía en el universo y a la vez su elasticidad estaba en
todos los lados.

Cosas, objetos, materia y utensilios se confunden


en cuanto son nombrados. Sin embargo, esta vez, la pe-
queña talla de madera estaba allí, simple y llanamente es-
taba allí. La mano del hombrecito temblaba y su voz había
quedado suspendida en el nombre con el cual se llamaba a
este pequeño dios errante. La lluvia se precipito a las afue-
ras de este recinto, y, algunos de los que querían salir para
coger rápido el bus hacia sus casas, tuvieron que quedarse
un tiempo más mientras pasaba el torrente.

La lluvia caía por la disolución del tiempo en el


acorde de una guitarra sonando a lo lejos. Ya no se tra-
taba de buscar la fuerza de fantasía o el fantasma de un
mito andino, sino de internarse en esa voz que resuena
y se deja alcanzar por un instante; es, como decirlo, una
llamada que cada uno tiene de si, una voz que dice “ve”
Intervalos

y que al instante vas, una palabra que antecede el hecho


mismo de ser palabra y un vocablo que resuena diferente
en la garganta, un vocablo salido desde el vientre de una

55
cascada o en el intermitente cabalgar del rayo. Un vocablo
que se desprende de las hendiduras de las piedras, o en el
movimiento sutil del viento al acariciar la crin del maíz.
Un vocablo que viene y lleva y en ese ir nos deja errando,
errando como dioses errantes que ya no buscan vivir en
la presencia de lo que ha sido, de la cosas, los objetos o la
materia inerte del mundo, no, no vayan a creerlo, cuando
un vocablo y una palabra se unen, el mundo ya no es el
mismo, la voz cambia, el camino se fisura y en esa brecha
quedan infinitas sendas por donde el acontecer de la pala-
bra es viaje y vuelo revelándose en el destino.

La lluvia cesaba y el auditorio había caído nueva-


mente en ese debate de lo que es y no es posible de decirse
en nombre del dios errante. Uno de los profesores dijo que
sus palabras eran alentadoras, para los suyos claro esta,
pero que en la historia esas imágenes ya se habían reinter-
pretado y masticado hasta la saciedad desde el acontecer
teórico propuesto en años anteriores, que si bien, el dios
errante era una realidad latente en algunas comunidades,
no por eso dejaba de ser uno mas de los temas de investi-
gación que se podrían tratar sobre la palabra en los andes.

- No dudo de la veracidad de sus palabras, ni tam-


poco de lo que sus mayores le hayan dicho –dijo él mien-
tras miraba con ojo aguileño al joven que había hablado,
pero, aquí, y quizás hable por muchos, estamos es para
hablar e interpretar las realidades, otras realidades que así
como la suya, también quieren ser escuchadas. No quiero
desanimarlo en sus aceres poéticos, pero, en esta clase, el
tratamiento del mito se va por otros lados y se interroga
por otras cuestiones de las subjetividades; vivimos en un
mundo de intersubjetividades y ese mundo se quedaría

56
mudo si solo se dejara atrapar por el eco de un fantasma
o la fantasía mítica de una comunidad. Así que, con todo
el respeto, quisiera que guardara su muñeco, argumentara
algo más si es el caso, y dejara abierto el camino a otras
interpretaciones que velan por lo sagrado.

La idea del profesor fue chocante, sus palabras –


aunque aplaudidas por algunos- dejaron una honda he-
rida en el auditorio. Mientras el chico bajaba de la mesa,
los demás quisieron saber quien era el que había hablado,
pero este, saliendo por la puerta trasera, caminando sobre
sus pasos, fue alejándose del lugar. Poco a poco fue des-
apareciendo ante nuestros ojos.

Los que estuvimos ese día decidimos escribir algu-


nas páginas desde lo que el chico había dicho, algunos –
los que trabajaban en comunidad- comentaron lo sucedi-
do y al hacerlo fueron tomados como uno mas de entre los
suyos.

Por mi parte, cada vez que tomo el bus o que paso


en una calle cercana a la candelaria, no dejo de mirar con
asombro el rostro de las personas que con costal y pilche
en mano, estiran la mano y piden un poco de gracia en sus
vidas. Cada uno lleva una melodía en sus ojos, un destello
que me recuerda ese otro que un día fue negado por vía de
la ciencia y que en las calles deambula con sigilo y calma
descomunales.
Intervalos

57
FOTOGRAFÍA: Susana Carrie

58
6 Desde el
umbral
Ruta de acceso…
paradero anónimo VI

La creación de una ciudad ha borrado el rostro del personaje.


Las siguientes líneas retoman un Huayñu de la provincia de
Cochabamba cantado por Arguedas (Lorito de la montaña)
y a la vez resuena junto a un canto encontrado en musica of
the Tukano and Cuna Peoples of Colombia, los cuales traen y
atraen la voz del pequeño hijo del rayo.

Entre los horizontes del texto se puede reconocer en


algunas páginas la cercanía del destello de Illapa (dios
del rayo) con Catequil (dios de la palabra), aunque
de una a otra región la memoria de los chasquis se
diluya en el agua cantora de cascadas y ríos encanta-
dos de las regiones andinas, dejando así abierta una
brecha por donde otro modo de comunicar el mito
se hace posible.

No se hace necesaria la invitación de la historia, solo el lance


de una palabra que a manera de replica sonora de la talla de
una piedra, empieza a girar y a girar y a girar entre la selva de
la memoria y el juego del lenguaje de la doncella sacrificada.

Por oro lado, aparece aquí el niño camaleón andino


y el tímpano Órfico eleusiano que ha de resonar de
algún modo en los pliegues del soliloquio, solo en los
pliegues de la canto que resuena cuando las cascadas
dejan de hacer espuma en la tarde.
Intervalos

59
2. Ciudad.

El vértigo que produce el paisaje sonoro puede confluir


con la plasticidad de las formas que svank majer recrea
en sus films. Quizás el niño que llega siendo extranjero,
diste demasiado de la manera de interpretar una ciudad
en plastilinas emocionales o en la extraña fascinación de
la devoración del uno por el otro.

Son dos tiempos consecutivos, uno atraviesa al otro con la


sutileza del canto. Si una ciudad se encanta es porque su
producción la hace así; si los límites de la ciudad, los bor-
des, las fronteras, los espacios de fuga y de exterioridad se
hacen posibles, es porque precisamente ya se ha entrado
al corazón de la urbe y en ese corazón late el sonido y la
plasticidad inmaterial del afuera, de lo que siempre exce-
de la visión del instante.

El niño recuerda la tejedora erigona, el niño teje esas telas


de la memoria, retazos de un tiempo que se va y de un
tiempo que vuelve en cada uno de los momentos en los
cuales él se eriza con la poesía, con el fuego de las palabras
que le anteceden a su vagar por los umbrales de esas calles.

60
Desde el umbral
Me gustan los cantos de las aves y de los felinos,
pero me asombra sobremanera el coloquio que hacen las
grutas de los peñascos con el leve vuelo de los cóndores
cuando baten sus alas.

Aunque por acá casi no se escuchan esos coloquios,


ni tampoco se tienen grandes peñascos preñados por los
rayos de la luna. Si puedo decir que se tienen lagos encan-
tados en donde se puede escuchar la vida de los árboles
haciendo canto en el brillo del agua.

Yo nací cerca de Tishqu, pueblo rodeado de vol-


canes y wamanis, mi abuelo decía que estos wamanis en
cada noche viajaban por el sueño de los niños. Velando
entre el mundo de las imágenes y las imágenes del mundo
que sacudían y prendían el fuego de la memoria onírica de
los niños.

Mi padre fue un gran jugador de chasa, y mi ma-


dre una tejedora consumida que pasaba noches y días mo-
viendo el illaway, bordando el universo de mis ancestros
en sus chales, abrigando en la palabra de los mayores cada
hilo de cobijas, ruanas y sacos que se llevaban no muy le-
jos del pueblo.

A mi padre lo llamaban el Juku, por esos ojos gran-


des de búho que tenía y por la gran joroba que se le hizo
Intervalos

muy notoria desde la edad temprana. A mi madre, la lla-

61
maban “pakpaka awag” “la tejedora de arañas” y casi todos
los días le llevaban lana de vicuña o de oveja para que en
sus manos los dioses tejan milagros –o por lo menos así
decía doña Berenice, cada vez que llegaba de la ciudad y
le pedía un chal a mi madre. Mi madre siempre quiso te-
jer diferente a las demás mujeres del pueblo, por mucho
tiempo pensó en hacerse a una de esas máquinas Singer,
quizás por la ilusión de jugar con sus manos en esa ma-
quina, o porque le ahorraría un poco de tiempo para ha-
cer más y más tejidos con los diseños que se le ocurrían
todos los días del año. Pero no, ella desistió muy rápido
de la idea, no se consumió en ella, tal ves fue porque se
dio cuenta que la Singer no tenía los moldes que pudieran
recrear los diseños inventados en sus tejidos; y la verdad
al paso del tiempo ella se dio cuenta que eso era cierto,
¿Cómo una maquina podía trazar el encanto de los wama-
nis en esos hilos?

Desde pequeña fue prodigiosa con sus manos, se


imaginaba diversos diseños al escuchar los wayñus en las
fiestas de Santiago, como si un rayo le iluminara los ojos,
dejaba caer entre sus hilos imágenes y visiones de Cón-
dores volando sobre la montaña, águilas parándose en un
cactus, el sol sostenido en una vara, cuatro llamas dan-
zando alrededor del sol, la casa con la cruz del sur enci-
ma, el Wamani convertido en serpiente de fuego, el fuego
haciéndose palabras, la selva llena de abuelos durmiendo
en hojas de guamuca. Todos esos diseños que mi madre
plasmaba en sus telares, y que la hacían reconocida entre
las tejedoras.

Ya había cogido fama en otros lados y no dejaban


de venir extranjeros a llevar esos tejidos para sus tierras.

62
Mi madre, les recibía con cantos entre los labios o con
el sonido casi embrujado de su huso que giraba y giraba
mientras se enrollaba el hilo de lana de oveja traído por los
jóvenes del pueblo. Ella, tejedora de sueños, de los propios
y los ajenos, no daba descanso a sus manos mientras traía
desde lejos el sutil movimiento de los colores que iban ti-
ñendo en sus telares.

Fui creciendo y aprendiendo a su lado, en el silen-


cio del tejido, en el movimiento de las manos, donde uno
aprende a hilar el canto de una comunidad que danza y
baila con el coloquio de las constelaciones; esa destilada
iluminación de las estrellas que bañan los lagos, y dejan
preñados los sueños de los hijos de las noches en los cami-
nos andinos.

Desde pequeño me llevaban a la ciudad a vender


los tejidos que hacían en casa; salíamos a las tres de la ma-
ñana por el camino de a pie hasta llegar al cuadradero,
luego, a eso de las cuatro llegaba la chiva que nos llevaría
a la ciudad en solo dos horas. Como cambian los paisajes
cuando se pasa del verde vegetal al gris de los lugares que
se levantan a lo lejos. Cuando llegábamos a las afueras de
la urbe, podía ver como desde el sueño regresaba a ese si-
tio en donde el sol quemaba un poco mis ojos. El ruido
de los buses, de las bocinas, de los pitos y construcciones
me ensordecían, el olor de los árboles era diferente, entre
más se entraba uno a la ciudad, los árboles perdían más el
verde de su canto.
Intervalos

Ver las calles y a las personas que salían y pasaban


corriendo de un lugar a otro, como si el tiempo no les al-
canzara para estar solos; ver cuerpos desgastados en el

63
polvo que les consumía; ver caras pálidas, rostros sin brillo
en los ojos, escuchar que a veces no respondían un saludo
o que poco o nada importaba quien estaba en el suelo; eso
me hacía estremecer en gran manera; a mi me habían ha-
blado que la ciudad era el lugar en donde la cultura vivía
a la sombra del desarrollo, pero como iba a creer en eso, si
a cada paso que daba, sus calles anunciaban un teatro de
sombras, un tañido fúnebre de rostros y gestos que iban
sumergiéndose en el mundo. Nadie miraba a los ojos, y si
lo hacían, en su mirar se leía el extrañamiento de saber si
algo de ellos iba a ser robado o si alguien había llegado a
invadir la privacidad de sus soliloquios.

Y esque desde pequeño entendí la diferencia entre


lo que era un monólogo y un soliloquio. A mí, en clase,
me decían que solo servía para decir soliloquios, porque
hablaba raro, porque era poético mi hablar y la poesía no
era asunto serio, y que de serlo, había verdadera poesía de
lo serio que en una escuela como la mía no iba a poder ser
entendida porque no había oídos para escucharla. Y qui-
zás tenía razón, esa culta voz poética no toco mi pecho, ni
dejo que se apagara la voz de los que por años me habían
enseñado que para hacer poesía, solo había que estar dis-
puesto.

La profesora era hija de un juez que había senten-
ciado a más de uno de los amigos de mi padre por reunirse
en la noche a contar y recrear sus mitos. La ley de origen y
la ley del orden natural eran temas vedados en mi infan-
cia, nadie podía hablar de eso porque eso era violencia de
estado, eso era irrespeto al orden constitucional. Muchas
de las tierras que por derecho pertenecían a los amigos de
mi padre, fueron entregadas a los amigos de don Macedo-

64
nio, que a cambio de algunas monedas, hachas o bultos
de harina, firmaba el documento en el cual se confirmaba
la propiedad y la autenticidad de los derechos que sobre
ese terreno se tenía. Y claro, como la mayoría de los hijos
de los hacendados también estudiaban en la escuela que
yo estudiaba, estos niños miraban al hijo del Juku como a
una cosa rara, un tímido niño que vivía en sus soliloquios
y que hablaba con el árbol, los wamanis, el Cóndor y los
gatos que saltaban de techo en techo por las noches.

No faltó el día en que tuve que ayudar a uno de mis
compañeros por desmayarse a las seis de la tarde a orillas
de un riachuelo. El desafortunado hijo de don Eduardo,
a orilals del riachuelo, escuchaba tambores y quenas que
venían como desde otro mundo; su piel se estiraba y se
ponía verde como el barrabas; su cabeza padecía de los
mas extraños pensamientos y el sonido del agua lo em-
briagaba y emborrachaba a tal punto que se ponía a bailar
en el arroyo y a quitarse la ropa sin importarle cuanto po-
díamos decir los que cerca de él estábamos. Yo, que había
cogido antes unas hojas de ruda para ponérmelas en el
ombligo, sabia que ese chico estaba cogido de espíritu de
agua y que había que sacarlo de a pocos para que su cabe-
za no quede ida en el olvido.

Lo empecé a llamar por su nombre, Danilo, Dani-


lo, Danilo vení, vení, vení, no dejes que se apague el fuego
de tu casa; Danilo, tras haber pasado mucho tiempo en el
agua, volvió su mirada hacia la mía y como si entendiéra-
mos esa lengua desconocida que se habla cuando algo nos
Intervalos

asusta y nos conmueve, se dejo caer en el llano y se puso a


llorar con tan profunda melancolía, que hasta la cascada
cercana al riachuelo dejo de hacer espuma en su caída.

65
Al llegar a donde Danilo, le coloque sus ropas al re-
vés y cogiendo un mechero le prendí cerca a la nariz un
poco de mierda de vaca que ya estaba seca, eso provoco en
Danilo nauseas y en pocos segundos hizo que vomitara y se
sintiera un poco mas tranquilo en ese instante.

La profesora, que cerca de ahí estaba siendo visita-


da por el agente, llegó avisada por uno de los estudiantes,
quien le había dicho que yo había emborrachando a Dani-
lo para hacerle pasar una mala jugada. Cuando la profe se
acerco a donde estábamos, no dejó de regañarme por haber
emborrachado a Danilo con quien sabe que brebaje que
había llevado de la casa; me dijo que hablaría con mis pa-
dres para que me reprendieran, y que en clase me pondría
a hacer los trabajos mas difíciles, ya que ese era mi castigo
por aprovecharme de la ingenuidad de mis compañeros,
cosa que no se realizaría según sus deseos ya que al oír la
historia mis padres no dejaron de reírse y de alegrarse por
reconocer en mis palabras, la tradición de los abuelos.

Sean o no sean estos los soliloquios de un niño que


mira la soledad de la ciudad como un espejo del alma de los
que en ella viven, lo que si sé es que hay maneras de hablar-
se hacia si y de hablar en la vida de las palabras que de lejos
vienen y que lo hacen a uno sorprenderse en el mundo.
Qué sería de nosotros sin la sorpresa, sin lo desconocido,
sin ese aliento de vida que se atreve a viajar en infinitas sen-
das por donde el temor a lo desconocido desaparece.
Ver la gente que pasa y pasa de una a otra calle, ver la
ciudad que quiere crecer hacia arriba para tocar al dios que
desde abajo se ríe de ellos, ver esto y recordar las manos
de mi madre pasando de uno a otro tejido, me ha hecho
rememorar los cantos que alrededor del fuego entontan los

66
abuelos. Cantos que hacen descansar en cualquier sitio,
en cualquier espacio en donde la palabra son un puente
para no caer en el tedio y el olvido.

Lorito de las montañas… Lorito de las montañas…6

Ah, viejo canto de un viejo abuelo andino, viejo canto te-


ñido de los colores que en los peñascos hacen coloquio
con el vuelo del Cóndor y el canto de las grutas preñadas
por el fuego del sol. Viejo canto que ahora recuerdo mien-
tras se van hacia lo lejos, las palabras de la profesora, la ley
del juez, los encuentros de las personas en las iglesias y el
sermón del padre del pueblo.

Varios años después…

Edad de oro, si, eso fue aquel instante, ahora comprendo


porque cabalidad y contemplación confluyen en el texto.
Su movimiento hace que entre línea y línea la historia deje
de vivir de su tiempo.
Intervalos

6 Jose María Arguedas. Cantos. Cd 2090902. Pista No 4

67
7 Piedras angelicales
(La travesía de un olvido entre
pasos).
FOTOGRAFÍA: Susana Carrie

68
Ruta de acceso…
paradero anónimo VII
Madame Banquise, la canción esta en amadeu et mariam,
el ritmo es suave, en un francés legible, escuchable, escru-
table. Long distance C, Muddy nuevamente, en un blues
esparcido por cada pliegue de esta sala. Exercisme-des
perspectives, Parmegiani, asaltos brujeriles y melomanía
excesiva en el juego de ordenadores y paisajes sonoros.
Una elástica plasticidad del objeto en sus relaciones con el
tiempo que pasa, queda, se mueve y se va entre la ciudad,
sus ecos, sus fantasmas (suenan tres disparos a las afueras
de la calle, alguien ha disparado, unos pasos se deslizan
por entre los pasillos de este apartamento) lo que viene de
antes y lo que viene después de su hundimiento en la ima-
gen que la excede.

La ciudad también juega a la búsqueda del ser, en ella to-


dos y nadie confluyen, apareciendo y buscando sus espa-
cios en lo que ya no esta en el espacio, en lo que escapa
al espacio. En si, el hombre, la mujer, el niño o niña que
pasa por su superficie y se va, se va, se adentra más allá de
sí mismo y más acá de su exterioridad.

Por allí paso un caballero, música sefardí, en diáspora se-


fardí. El canto que se acerca a Alfonso el sabio, cerca o lejos
del siglo XII, antes o después del retablo que se expone
en las paginas que siguen, quizás en una larga distancia,
en una deffissure del instante mismo de escuchar tantas
sonoridades, extenuantes y salvíficas sonoridades en las
Intervalos

que el oído se entrega al gozo y éxtasis de lo que sale del


oído. El espacio se mueve silencioso. Silencio es la palabra
que mas afecta al cuerpo, el corazón y la memoria, esta tri-

69
gonía palpitante en silencio, su sonido es casi inaudible,
su movimiento es impasible, su ir y venir abren lejanías y
traspasan longevidad y precocidad en quien se ve afectado
por lo que pasa. Silencio bulla, impasividad del espacio
urbano y pasividad de la hoja de eucalipto cayendo por el
filo del árbol genealógico en donde el nombre de M G se
desplaza.

Ahora Davis y Coltrane. Esa fisura de la calle en el contra-


bajo y el coloquio de trompeta y trompeta, de ángeles y
vientos que se cruzan y chocan mientras se desplaza esa
canción entre estas líneas, entre el vuelo del ángel dan-
tesco que sobrevuela con Virgilio las primeras hojas de la
divina comedia y el alcance de la imagen de Isenheim que
pasa por manos de Grunewald y vuelve a moverse en una
entrevista a J.D en el 78.

El vuelo del ángel Doré lo retrató con la suma delicade-


za de la grafía, quizás para no confundir ángel y bestia en
el grabado de la comedia divina, del extenso poema cuya
lengua excede a la lengua y cuyo sentido esta en hacer per-
der por un momento el sentido; el horizonte expectante
de lo divino y la alquimia supraverbo que excede el brillo
y fogosidad de la piedra filosofal en la música. Más allá o
más acá del embeleso misticoide que pulula entre los ami-
gos que viven a la sombra de los árboles, hilando y deshi-
lando la crin de un vellocino empalagoso en sus cuerpos.

Ella dijo al ver la pintura del ángel: “Los fantasmas van pa-
sando los tiempos, luego, la poesía y el canto los alejan, los
dejan ir en sus imágenes, y, cuando menos se ha pensado,
ellos se van.”

70
Piedras angelicales
(La travesía de un olvido entre pasos).

“Ese es el estatuto dual del fantasma… una evanescencia


fascinante que, sin embargo, mantiene su capacidad per-
turbadora, aun cuando sólo haga uso de ella en ocasiones
especiales.”

Francisco A. ortega Dominguez.

El juego y la grafía van desapareciendo incesantemente.


Jacques Derrida.

Me liberé
El gran combo

Los fragmentos de mi cuerpo están en los fantas-


mas de mis sueños.

Si algo puede dar aliento al lector de literaturas
urbanas, es que esta inmersión por las profundidades y
abismos en las que la ciudad aparece, simplemente nos
deja abierto a reconocer de uno o de otro modo la simpli-
cidad de sentirse un personaje más en la calle, un fantas-
ma entre fantasmas, un espectro o una sombra cuya luz se
difumina por la mirada, un anfitrión del silencio, la voz, el
grito y la magia de quien pasa a su lado.

Puedo hoy ser un guardián de la ley, o el espejo vi-


Intervalos

ciado de un buscador de tiempos exóticos en las manos


indigentes; puedo estar disfrazado de jazzista o de intré-
pido malabarista en la esquina de un semáforo, contra-

71
puntear el mundo y quedarme sin mundos en ese lance;
puedo estar jugando entre la tinta y el despliegue cine-
matográfico de lo interno… la plasticidad visual del tiem-
po cinematográfico es algo que últimamente obsesiona a
cuantos escriben entre ciudades.
Uno a la larga termina siendo el personaje de una
película iluminada por la luz tenue de dos amaneceres,
solo que los atardeceres lo detienen y petrifican al instan-
te de contemplar los destellos de la urbe; a excepción de
algunas ocasiones, la película pierde sus dimensiones, la
ciudad se disloca y el texto que por ella se escribe nos arro-
ja a vivir en la desmesura del instante.

En la ciudad es más fácil prenderse del espíritu


venenoso de la palabra y sus revelaciones, por lo general
acudimos a los dioses para perder en ellos la palabra a la
cual le temen. Los dioses vienen y también se van si es el
caso, abdicar en ellos es dejarse sin libertad en quien te ha
recibido… la perduración de la palabra es quizás lo poco
que queda al salirse del universo divino en el cual nos co-
municamos.

La vida se contiene en ocasiones por ese temor que


siempre se desea secretamente; vivir el arte de rasgar ve-
los, de hilar textos, dar tinturas, texturas y formas asibles
en el cuerpo de una hoja no es tarea fácil; cuando se atra-
viesa los pasillos de la escritura, ella se convierte en un
acto, quizás el más intimo y el más profano, acto por el
cual se rompen tiempos e historias, huellas y cicatrices,
hojas y papeles cuya memoria vive de una herida que des-
tila y supura miedo en la vida misma.

72
*
Quizás presentir ese secreto hilo que unía los sue-
ños de Aurelia con la pluma de Nerval, esa profunda noche
que separa y reúne las mil partes de un todo haciéndose
otras mil partes en el esplendor de la mano que ha alcan-
zado el brillo de la noche, ha sido el inicio de este relato.
La simplicidad de las cosas nos dejaría absortos. Toda una
coreografía insólita de hombres y mujeres pasando por las
calles, seres perversos y amados, anfitriones del deseo in-
somne de querer hacerlo todo y hacerse en ese todo una
filigrana de exordios y promesas, de ir y venir en un sin
lugar que siempre se ha de convertir en el hogar propio, en
el más lejano.

En los hilos del sueño, se plasma la invención de


convertirse en el fantasma acumulado de una historia que
quiere escapar de su jaula prometeica. El fuego de la ma-
ñana no arde en los ojos, el buitre no pica el estomago, la
marea baja y el mar se abre, las imágenes se hacen puentes
entre lo visible, lo inaudito, los cuerpos.
El apartamento se hunde en el hondo firmamento.
Se aleja la noche.
¡Puf!,

La luz del día va atravesando las cortinas de esta


habitación, los cuadernos vuelven con su color y materia,
los objetos toman posesión del juego de la memoria, las
cosas se hacen cosas, las paredes callan el grito del grani-
Intervalos

to, la madera deja de ser árbol y el equilibrio de la materia


se transmuta a su quietud.

73
Exploro con detenimiento la vida, el sueño, los ros-
tros, las fotos y las luces evanescentes que van aflorando
en la musicalidad del instante.

Los sonidos de los autos encienden la memoria de


las calles, el retrovisor es el registro maniático de un pa-
sado que ya no vuelve, los labios rojos son solo deseos en
flor de piel. Las canciones, pasan por la neblina del día.
Hay espectros y lágrimas, recuerdos y callejones sin sali-
da, hay materia bajo la materia y estatuas que petrifican
el deseo de abrir la mirada en las calles. Joe Turner, Joe
Turner, Joe, Muddy, el violín, la guitarra, los autos, la ven-
tana, las palabras, los móviles, los buses, las metáforas, los
paraderos, la estación del centro y la estación sin centro,
la emisora y el receptor entre dos mundos, la cosas que se
van desplazando por entre las cosas. Las canciones que
salen de espacio y se van diluyendo entre la leche y el pan
de cada día, Salif Keita, Ali Farka, Ry coder, Nuriko, Taka-
masa, Waters, el mundo inalcanzable al oído, y, fuera de
este, el mundo escuchándose en la musicalidad del otro
que siempre vuelve a su latente epifanía.

Entonces juego, grafía, geografía de un instante


evanescente, la salida de una imagen que se vuelve hacia
sus orígenes, un origen inconmensurable, un no origen y
un vuelco en el tiempo de lo original. Los espectros no son
más que eso, hilos del ver en el juego de lo invisible.

Quizás, el espectro que guarda la espalda de cristal


del que duerme en los sueños, es el primer eslabón entre
la sombra de la historia y la historia bajo las palabras del

74
que duerme entre sueños.

Espectro del juego en la grafía, grafía del espectro


en el juego de la escritura. Cuerpo, sueño, vivible e invisi-
ble, son las alas mercúricas del juego áureo.
También subyace en la medula de los huesos el peso de
una sombra a la cual se dedica tiempo y pasión cuando se
escribe del mundo y sus intervalos, Digamos que esa som-
bra es simplemente el interrogante fatuo de lo que siem-
pre se vuelve inalcanzable al instante de estar soñando, de
estar jugando entre sueños.

Llamaré espectro a ese nebuloso movimiento de


la conciencia que ha dejado abierta la herida de pensarse
en la bondad inquietante del amor propio. No creo en ese
amor vano y expectante, no cabe la posibilidad de estre-
mecerme ante esa suplica autoinmunitaria del amar pro-
pio… esa frase es la salvedad y recurso del fantasma de si
que acosa en lo hondo de las manos y en la desmesura del
tacto.

¡Ah¡ ¡tocar lo intangible!, tocar y ser tocado,

Siempre me he preguntado por lo que queda de


uno en quien lo escucha, lo que uno no ha dicho y sin
embargo se lo ponen en los labios… es extraño saber que
dicen de uno lo que no se ha dicho, hablan con la propie-
dad del nombre y sin embargo, uno siempre escapa a ese
Intervalos

nombre, a lo que de si se ha comunicado en las palabras.


Todo va más allá del lenguaje.

75
*
Hace dos días que vengo pensando en cosas extrañas: la in-
materialidad de las cosas. El sueño de los dioses que nun-
ca termina. Los libros y el canto de sus tinturas. La casa de
enfrente que podría desaparecer en cualquier momento y
como por arte de magia. El olor de los cuerpos que viajan
por el tiempo de la memoria. La ruptura del tiempo y la al-
quimia del instante en la escritura, ese vellocino de cuatro
patas al que llamamos cuaderno y en el que anotamos la
violencia de nuestra memoria. Tantas ideas, sensaciones
y recuerdos que se cruzan y revuelcan el hecho mismo de
escribir en la escatología de la memoria.

Esos extraños pensamientos me han llevado a revi-


sar el manuscrito encontrado en casa de Mateo [calle 22,
M 12, No 3-8] hace algunos meses. Queriendo o no ha-
llarle explicaciones a las coincidencias entre lo escrito y
lo que me ha llevado a traducir a la luz de este momento,
me he sentido exaltado por una extraña razón a hacerlo,
puedo encontrar un respiro en ese brillo angélico guarda-
do en algunos de los libros de ésta época, aunque sienta de
repente herir la piel en cada hojeada que hecho por esas
páginas, por aquellas estatuillas de mármol pendiendo en
un hilo de ideas y teorías del texto y su magia, de lo mági-
co del texto, de lo artificioso, lo desdeñable, lo entrañable,
lo que mas importa y lo que menos. Mi memoria se arries-
ga a virar sus pasos en aquello que hace girar mi cabeza
entre una y otra orilla, en el resbaloso pliegue acústico
del mundo y sus invenciones, del espectro del hombre y la
historia del hombre en la agonía de ser, en la ruptura del
ser, en la apertura infinita hacia las regiones por donde los
cuerpos se hacen inasibles.

76
*
Escribir es quizás lo que interesa ya a estas alturas del re-
lato, ese antes y ese después que confluyen siempre en lo
que se ha dejado entre líneas, eso suelto y a la vez hilado
en otros movimientos que propicia la palabra, la escritura,
el juego de la grafía y la invención de la escritura, la grafía
del otro que sale de si y se aleja de la huella, la memoria
del rastro en el cual el ángel de la historia ha echado un
ojo a las ruinas y se ha ido en ellas.

Escritura del desastre, si, quizás mas cercana a lo


constelado que cada uno lleva en el nacimiento, escritura
y desgarradura esencial en la cual la historia se abre en
el tiempo y se extiende en lo que de ella ha escapado, lo
que la escritura traduce y nombre de otra manera, el vuelo
del vocablo que se va del ángel y que escapa en el tem-
blor de dios ante el hombre, si ese temblor ante la mirada
de Adán, porque: “Cuando el hombre abrió los ojos, dios
tembló ante su mirada.”

Épocas primigenias y pinturas que abren puertas


y cierran tiempos en los cuales la memoria se desplaza,
gira y vuelve a su horizonte infinito en el cual, lo incon-
mensurable, lo indefinido, lo inacabado y el silencio de la
escritura se desplazan, viajan, pasan de una ciudad a otra,
de una calle a otra, entre ventanales, en la piel en la mira-
da, en el sonido de la música o del coro angélico en el cual
otras historias se cuentan.
Intervalos

77
FOTOGRAFÍA: Susana Carrie

78
8
MUNDO
LAGRIMA
Ruta de acceso…
paradero anónimo VIII

Aquí, la voz, el juego de una voz que pasa por los bordes
de tres días de historia y la distancia entre el cielo y las
cenizas de las nubes.

De alguna manera se da esa extraña complicidad de la


palabra con la lengua interna del texto, no es que quiera
aducir una especie de creación interna de un personaje
similar al anfitrión que les escribe. No de manera directa,
sino, que por otra vía, se ha intentado hacer una fisura por
el espacio de la escucha de esa historia medio melancólica
y medio azarosa en la cual se quiere hacer alquimia en las
cenizas del tiempo.

Relaciono dos trabajos que hacen sintonía diferi-


da en el texto, por un lado “Purgatorio” de Jose
Alejandro Restrepo7 y por el otro, trois gnossie-
ness –lent de Satie by Klara kormendi. Uno apa-
reciendo al final del otro. detrás del otro, jugan-
do entre lo que se especula y lo que se proyecta
en el revés de las imágenes aquí evocadas. Quizás
pueda decir que esa última parte del texto ha ido
resonando desde esos pasillos y cubículos en los
cuales se posa la memoria de los que ya no están.
Intervalos

7 Purgatorio. Video instalación proyectada en el marco de hemispheri.


Congreso internacional de arte contemporáneo realizada en Bogotá en oc-
tubre del 2009. La obra se puede encontrar en: http://hemisphericinstitute.
org/hemi/es/restrepo-video-purgatorio

79
Futur proof, la canción de Massive attak contrapuntea un
poco con la textura en voz del santo trabajo y consagra-
ción de Mauricio Rico8 , claro, distancias infinitas la de es-
tos dos momentos musicales en los cuales la mano se fue
deslizando poco a poco hasta relacionar tacto, contacto y
ductilidad inaudita de lo que pasa y sobrepasa la imagen
funambulica de la calle.

Esta ruta de acceso resuena un poco con camaleones


y músicas electroacústicas, quizás por el resonar de
un hilo conductor que las une y distancia a la vez.

La video instalación de Ursula Biemann – en el museo de


arte de la Universidad Nacional- muestra en detalle lo que
casi poco se muestra en las cenizas del operopoema del
tercer día, en el cual –quizás y sin pensarlo- se ha dejado ir
uno de esos fantasmas que tanto pesan en el trance por la
escritura: la voz de la nostalgia mimetizada en el velo que
se trafica desde el deseo del otro.

8 Compositor y cantante de música tibetana. Radicado en bogota.

80
1:27.a.m.

Ya abierto este texto solo queda tomar la ruta que viene:

Germania. L. Arango. S
26 CAN K 4 CLL 19
ESTACION. Centro. F

(Levanta la mano: el mundo pasa por la cortina de cristal….)


Intervalos

81
Lagrima Mundo
¨…el mundo suspendido de alguna lágrima única, cada
vez única, a través de la que en lo sucesivo todo, el mundo
mismo, llegará, y se dará ese día a reflejarse –refléter-
temblando, a reflejar –réflechir- la desaparición misma:
el mundo, el mundo entero, el mundo mismo ya que la
muerte no sólo nos priva de alguna vida en el mundo o de
un momento de nosotros, sino cada ves, sin límite, de al-
guien por quien en el mundo, y ante todo nuestro mundo,
se habrá abierto de manera conjuntamente finita e infini-
ta, mortalmente infinita (…)

Jacques Derrida.

Memorias registradas virtualmente

Memorias registradas virtualmente

Memorias registradas virtualmente

Dannae me dice que no puede perdonar, que tiene


derecho a no perdonar, que esta ahí, así, incubando su do-
lor porque es imperdonable la muerte del ser querido, del
ser que se ha ido.
Mouris dice –juntando las manos con una santidad
sospechosa- tengo que hacer ver esos rostros furibundos
que han ido desapareciendo del tiempo y de la historia;
los muertos de tus muertos, esa sombra del tiempo que
ha querido borrar mediáticamente la memoria de nuestro
tiempo…

82
En el fondo, tras las imágenes de Purgatorio (vi-
deoinstalación), aún resuena la frase: es necesario ser
probado por el fuego… fuego que sube: se revela… por las
pobres almas que están en el purgatorio… es necesario ser
probado por el fuego… fuego que sube: se revela…

Marcela ha desplegado la escenografía fotográfica,


el pabellón de fotos en fila que asedian y asechan desde la
orilla del duelo; la museografía del olvido haciendo eco
de una canción marcial: when life was a miracle de Kustu-
rika, el museo de la memoria, la descarnada irrupción de
imágenes que entre cruces, poses santificadas y maquillaje
mediático, van haciendo grietas en la memoria de los ami-
gos de Dannae.

Dannae tiene amigos en todo el continente, decir


todo es decir Dannae, decir todos es decir ninguno, es bo-
rrarlos a todos, dejarlos sin nombre, sin huellas, sin pa-
sado, solo en la memoria del presente que restituye esos
vanos fantasmas de niebla y luz (Blake) pasando por los
pasillo de la memoria, instaurando una pesagogia –la pa-
labra es de Bruno- una pedagogía del pesar, de lo que pesa
y sopesa en cada uno, en el otro que ha salido de si y el
próximo que se sale de si en el momento de recibir la au-
sencia del ser querido.

Tantos que se han marchado con su peso a cuestas,


tantos que han quedado en el olvido, tantos que ya no se
recuerdan y que si se recuerdan se hacen memorias regis-
tradas virtualmente por una memoria que todo lo archiva.
Intervalos

¿Qué es lo que subyace bajo la sombra de quien lle-


va un duelo imperdonable?

83
¿Qué subyace en la espera de un país más visible ante la
guerra?

Esa extraña economía del duelo del otro que se va
simbolizando en una justa injusticia: la incontrolable ava-
lancha televisiva de los fantasmas de la impunidad.

Hablar a pesar de uno, a pesar de otro, escuchar el mundo
suspendido en una lágrima; es tan extraño, ver desapare-
cer entre lágrimas los que parecían tan familiares, los que
se hicieron más familiares solo hasta el momento de su
ausencia. Es tan inaudito, contemplar bajo la sombra so-
nora del tiempo esos ecos de fantasmas y desaparecidos
que piden en nombre de quienes les incuban, una res-
puesta a la negación de su memoria, a la privación de su
existencia.

Dannae tiene 23 años, seis de los cuales ha queda-


do reconstruyendo la memoria de su memoria, aunque
ahora, Dannae esta impregnada por el movimiento de una
memoria silenciada – a eso le llaman amor por los que se
fueron- y es así, que sus pasos van de casa en casa, de ciu-
dad en ciudad, trayendo y atrayendo más silencios, más
gritos, más rostros que aparecen y desparecen como por
arte de magia, personas, conocidos y desconocidos que
vienen y van desfilando por el largo pabellón que Marcela
disemina en sus hojas y en sus caminos.

Marcela escribe, tiene un gran archivo que la exce-


de; cuando camina por la calle, ella es la calle y los rostros
y los autos y las manos que se pierden entre los buses. Ella
canta y ríe también; prefiere no hablar mucho de lo que
hace, hablan de esto los que aun no escuchan la voz que

84
les sale de adentro- nos dice de vez en cuando; es como si
quisiera que alguien más hablase por ella, por lo que hace,
por lo que la toca: ver heridos de una historia, lacerados
de un pasado remoto, victimas y victimarios de una honda
llaga en la piel, no es algo fácil para Marcela, no es nada
fácil nombrarlo para Marcela. Y lo sabemos, ella tiene el
derecho a no hablar en su nombre, y a traernos esa his-
toria que en su mirada pesa y en el espacio se hace una
iluminación axial para quienes se adentran en sus pasos.

Admira a Mouris por tocar la herida y meter los de-


dos en la llaga; valiente, es valiente- nos dice, pero Mou-
ris, al llegar a casa tenía una herida bajo el ojo izquierdo,
la cubre con una curita band day, su mirada deja abierto
el mundo que nombra, dice que hoy pasa de la eficacia
simbólica a una acción política, dice que ha venido a mos-
trar lo que no se muestra, aunque claro, pilatonicamente
se juaga las manos ante Jhovanni, el de la Dorada, el que
ha mostrado rostro y trama en su historia, quien le dio la
palabra y a quien ahora también quieren silenciarle. Pero
todo es asunto de la fiscalía, la responsabilidad es de la
fiscalía… grita Mouris, esa ya no es mi responsabilidad…
esa ya no es mi mirada. A lo cual se le responde con el
simple hecho de saber que esa es una vieja tramoya de una
consigna pilatonica.

Dannae se reúne en la antigua casa de…

- Día 2.-
Intervalos

Futur proof, the song of massive attak, the son of


people and onlooker.
Puede ser lento eso, sin agallas se llega lejos, pero no se

85
llega lejos sin agallas. No hay prueba mas difícil que la de
someterse a prueba.

Listen, list-en to me? listen now? Now… explosive


memory of the world. Near sighted, the man fanthasmatic
and gosthpel, with the virtual woman of the future, with
all of residents at home; host in the Wereald world, in the
next time of exposition, of position, of sition, city on the
home...

Wear, wereald, world, the next time to play with others


changes with you.
Por eso no creo mucho en la televisión –escribe Dannae
en su diario, ver desde lejos lo que te toca al lado es una
completa ironía.

Mundo de mundos de casa y de usos de casas en el


mundo que se pasa más allá de la imagen, más allá del fan-
tasma de si en la replica de una imagen del mundo como
casa, de la casa como mundo, de los mundos de otros como
casas propias, o ajenas, o ajenamente propias, apropiadas
o inapropiadas; como casi todos los hogares enajenados,
extirpados del fuego y de la ley de querer estar en todas
las casas paseando como Pedro por su casa, como loros,
proteos, silvanos, como limosneros o reyes, como anfitrio-
nes y huéspedes, sin el ojo de rey que abdica el manto de
ser rey, sin la gloria de estar enfrente de alguien que no
esta a la altura de nadie, sin la miseria de no poder estar
frente a frente en la suspensión de la mirada, en la mirada
suspendida que trae y contrae el mundo en los márgenes
del mundo, en ese pequeño sitio in situ, pequeño umbral
donde se aparece y desaparece en el mundo, en lo que
queda del mundo en nosotros, en otros, en las voces de las

86
voces que se trafican cuando ha nacido el calor y la caricia
de los seres amados.

Love? supreme love?, the song is of Hendrix, yes?

Sin supremacía, claro esta, no habría argucia más


iluminante y a la vez limitante que la del establecimien-
to de lo supremo por vía del amor; te amo y me amas y
soberanamente me alojas en tus brazos, pero tus brazos
son dos hierros que arden y queman, dejan herida la piel
de mi piel, tus brazos son campos cegados por el olvido,
habitados por el fantasma que no dejas ir, por ese eco de
la memoria en el cual llega el amado que has amado en su
amor más asfixiante; el amor del amado no es el amor que
me importa; es el amor en el cual el se desliza el que ver-
daderamente me llama, me seduce, me invoca y convoca
en su presencia, en su pre-esencia, antes de que naciera y
fuera dado en nacimiento, antes de que sea el que es, antes
de que ame desde lo que cree que es el amor en él, en ella,
en lo que queda del mundo en sus memorias.

El amado es el ausente que regresa en cada caricia,


pero la caricia no toca el amor, solo lo traduce y traslada en
el calor del tacto; ¿Cuántos han amado la piel y la forma de
la piel sin deslizarse en el gélido martirio de sentirse lejano
en cada roce, en cada tacto a tacto?. Hay amores que solo
se basan en la supremacía del mundo del uno en el otro,
en la abdicación del amor propio por el ajeno, en la huella
y el recogimiento de las cenizas de si quedan después del
incendio desatado por las oleadas de visiones del futuro
Intervalos

que recorren en los pliegues de las sabanas.

87
El amor, le petit amour, le petit mort… ¿Cuál seria
esa distancia entre amar y morir y amarse muriéndose y
morirse amando y dejar que sea la muerte la que se lleva el
amor?.
C´est un amour, un encanto, una balada un mors, un bo-
cado, un trozo, un retazo del habla que quiere amar en la
palabra.
Si, Me miras y en este momento mis ojos son solo puentes.

Lejanías del tiempo en el ardor de lo que ya no ves tan
cerca al mundo que has tocado.

- ¿Listen to me?

Ya quisiera escucharte desde la mirada, ya quisiera


verte en las palabras que me dices, escuchar esa lengua
que pareciera tan mía y que sin embargo es tan sutil y des-
garradora como la forma en que pronuncias mi nombre;
quisiera, ahorita mismo, poder besar el sabor de la mirada
con la cual saboreas mis fantasmas, pero estoy dedicada
a sentir la sombra del eco de tu voz, a vivir entre la musi-
calidad de las cosas que van llegando a tus manos, cosas
que transformas, que haces volver en su estado natural, en
su forma deforme, en su forma sin contornos, en el viejo
y circunspecto movimiento de la voz por la cual sale ese
universo de palabras que pronuncias y dejas asir en tu len-
gua, en el paladar, en el tartamudeo de las pocas frases
con las cuales quieres seducirme.

You listen my, a-p-r-e-s-e-n-c-i-a?

Ausencia, ausencia, eterna ausencia de ti en mi, de


los dos que ya no somos, de las horas en las cuales bus-

88
caba amar lo amado y me dejaba embriagar por el sudor
y la lágrima que recorrían y reconocían los gritos de mis
mejillas; esas dunas del tiempo por el cual la vida circula y
se camufla hasta extraviarse en la piel que cubre los ojos;
esos parpados estirados en la hondura del sueño; esas dos
cortinas de tejido blando que tejen y tejen las visiones del
día en los umbrales de la noche.

I nothing understand?

Mejor así, la visión excede a la visión y la escucha es


en ocasiones doble. De no ser esto así, el mundo sería tan
solo espejo del alma y reflejo especular del deseo de otros
que por nosotros pasan.

Pronto he de verte en esta casa, en este umbral de la


casa, donde cada palabra sale a la calle y grita, y se arrastra,
y se levanta, y vuelve con la sombra del día o con la clari-
dad de la luz de los astros que tejen el amor que cubre la
noche.

- …God bye

- Good bye...

El mundo se vuelca en el mundo cuando la lengua se cruza


con la lengua del extranjero.

- Día 3 -
El terrorismo vive en la imagen
Intervalos

No en un espacio tiempo real.


x- misión. 2008
Ursula Biemann

89
Una imagen vuelve, pero no es la imagen,
aunque fuera su mutismo deslizándose por el firmamen-
to.

Pierre E Coutier..

Somos dos que viajan desde caminos distintos.


Tu vienes del sur
Y ahí el sur emerge en las palabras que nacen en
tus labios
Yo vengo de oriente y es el rayo de sol al copular
con la arena lo que trae mi garganta.

- En el medio estamos solos

- En el medio estamos infinitamente solos


- Desprotegidos y sin casa
- Sin techo
- Sin morada y sin espacio para hablar en una len-
gua común
- Nuestros cuerpos son quizás cenizas en el viento
que se baten contra el color de los murmullos que tienen
los astros
- Nuestras manos galopan insondables regiones
en donde una palabra se hace palabra y una flor se hace
flor hasta que caen sus pétalos por el movimiento del
viento.

La serenidad de escucharnos es la disimulada pesquisa


de las memorias de nuestras memorias.

Tu traes una historia que ha borrado tu historia


Yo tengo una memoria que ha borrado los pincelazos
de mis cuadros de costumbres.

90
Ya no tengo esos cuadros y agradezco que se borren
sus orlas
Quitar los sellos de cada marco en el cual se incuba el fan-
tasma de la ausencia, es quitarle un poco de peso a esos
gestos que convidan esta historia.

No siempre hubo dolor en el pecho, no siempre fue poesía


y delirio el divagar en este mundo

Las cadenas del tiempo fueron sus segundos, las cadenas


del hombre fueron las miradas del dios que quiso enfren-
tarse con la piel y el aliento de los que aman alejarse.

Cuando abrimos por primera vez los ojos, el dios


que nacía con su sombra tembló y en su coraza de oro, fue
a buscar nuevos tormentos.

Su pesado mundo, su horrible mundo entró en el


sueño de los que eran más libres; luego, un leve olor de
rosas y mantos angelicales fueron entregándonos a pro-
fundos sueños, la profundidad se hizo silencio, distancia,
miedo.

El abismo de la memoria es el ojo de ciclope que conquista


esa escena, por eso, la simplicidad de la palabra transgre-
de y reverbera la sangre en la insondable calma de los días
nacidos, para seguir viajando con los pies en el universo.

¿Qué me dirías de las horas en las que duermes y


vives en el sueño?
Intervalos

¿Acaso tu piel no ha soñado con las manchas del


tigre o de la luna en las cuales descansa el aliento de tu
carne?

91
¿Olvidas ese cuerpo en el sueño?

Vuelves con la misma calma con la cual sumerges
tu cuerpo en el mar, la calma en la cual sale y emerge tu
rostro desde el mar, desde ese insondable movimiento
de olas, tiempos, ecos de mares y sirenas, elfos, sílfides,
sarcófagos y destellos de luna transformando hombres en
delfines y delfines en gritos de la noche que llega.

Calma, alma, el silencio de los cuerpos es el grito


de la memoria.

Bajo la piel el mundo hierve, resuena con sus cantos y en-


salmos a un mundo que ya se ha ido, aun universo que
siempre se abre majestuosamente.
Miras por entre los cabellos y distingues el hori-
zonte de la piel que seduce a tu piel

A esa mirada le llamas amor y le entregas una pala-


bra amada

Si, aquí nuevamente, salido de entre la niebla y la


noche, en el murmullo del paramo y el eco de las olas en
los arrecifes, caminando entre dos caminos, y entre estos
otros que hacen volver tu rostro a las cenizas de un espejo
incendiado de silencios.

Las cenizas han hecho su alquimia. El humo se ha


ido más allá de los cielos.
Al terminar tu escrito, el texto se ha hilado a la desmesura
de sus vocablos.
Ahora, ya sin camino, viajas por la espesura de la selva y el
movimiento salvaje e indomable del latir del corazón que

92
se ha internado ya en la iluminación profana de una calle
sedienta de escritura.
La calle es sin dirección,
La calle es por primera vez visitada por el brillo de una
mirada nueva
Ahora somos dos que viajan en caminos distintos.

-Día 4.-

El mundo suspendido de alguna lágrima…

¿Cuántos pasan? Contar el paso del tiempo cuando


la vista se enajena en ese pasar tumultuoso de personas,
de ecos de voces, de idas y regresos de la memoria y la vida
con el mundo a cuestas.
Pasan, pasan, se alejan, regresan, no… pasan otra vez,
están quietos, por un instante están quietos, detienen
el mundo en su paso, a su paso. La huella del pie es mas
grande que el calzado de sus caminos, tienen caminos,
tienen recuerdos, recuerdan estar ahí, reúnen un poco de
monedas y juega en el brillo del solido capit; el capit del
capit, le petit capit de capit, el pequeño capital descapi-
talizado, la pequeña cabeza cortada del que sueña pasar
y pasar por una y otra calle que le sueña a la vez; desde el
umbral de alguien que le llama por su nombre. El peque-
ño capit se detiene ante un cuadro suspendido en la calle,
en el se remueve la voz del capitán de barco en alta mar, el
mar es abierto pero es más abierto aun el brillo de las olas
en el cuadro que ha sido suspendido en el fragmento de
esta calle. Algunas tonadas de Kerouac y de Higelin salen
Intervalos

de entre las piedras que ha tocado mientras navegaba por


el hondo silencio de la calles.

93
Recuerda la mueca más generosa, la que más le ha-
bía conmovido, la del hombre llevando a cuestas la niña
de ojos verdes, la del hombre que llegó a su casa y son-
rió dulcemente mientras guardaba esa imagen en su me-
moria; recuerda y le hace llorar, lo conmueve ver que ese
pasado aun se mueve en él, le hace perder la cabeza, el
padre, la madre, los hijos que ya se han ido como estre-
llas, las veces que amo y fue amado, las veces que dejo de
amar y se entrego al canto órfico en el cual dejaba escri-
to su nombre. Recuerda que recuerda y se sorprende de
citarse a si mismo una estrofa de Nerval: “el sueño es la
segunda vida. Nunca fue logrado penetrar sin estremecer-
se esas puertas de marfil o de cuerno que nos separan del
mundo invisible, pues los primeros instantes del sueño son
la imagen misma de la muerte; un sopor nebuloso se apo-
dera de nuestro pensamiento y ya no podemos determinar
el momento preciso en el que el yo, ahora bajo otra forma,
continúa la obra de la existencia. Es un subterráneo vago
que se ilumina poco a poco, y en el cual se desprenden de
la sombra y de la noche las pálidas figuras gravemente
inmóviles que habitan la estancia de los limbos. Después el
cuadro cobra forma, una claridad nueva ilumina y anima
esas apariciones fantasmagóricas; ante nosotros se abre el
mundo de los espíritus”.

Recuerda esas palabras, las rememora y se adentra


en ellas, hay una especie de quiebre del mundo cuando
alguien ha dejado un texto abierto a otras miradas y otras
voces que en el se precipitan.

* Mis ojos se abren en la noche. Viajan hacia aden-


tro de mis superficies, soy como una especia de killipot
en la cual se deshilan y destilan pequeños juegos de la

94
memoria; algunas veces he creído firmemente en la esta-
bilidad emocional que tienen los escritores, pero que va,
eso se esfuma cuando se lee cada una de las páginas que
han dado a parir en la luz del mundo; es tan solo leerles y
percibir en esas líneas otra metáfora mas en la cual se des-
liza lo mas inestable que tiene el mundo de quien escribe:
la barca de navegación de las letras y vocablos por donde
otros mundos se vuelven inauditos.

La calle, nuevamente la calle, la fragilidad del cris-


tal que se rompe con el murmullo de las voces que lenta-
mente van saliendo de entre las grietas y los andenes; esa
cantidad desmesurada de rostros, de huellas, de estacio-
nes y movimientos del día; esa incontable hazaña de todos
y cada uno de los que aun levantan la mirada y se interro-
gan por el mundo, las fronteras del miedo y la creación,
por el instante en el cual la vida germina y brota como un
carnero herido que busca y grita por danzar entre verbos
de amparo; un carnero danzando entre crisálidas de luz
preñadas por la luminosidad del sol y la luna, un carnero
que sale y preña el mundo en la orgiástica confabulación
del universo en todo lo que aun se desconoce de sus movi-
mientos.

Ahí vienen. los acompañan los fantasmas y remem-


branzas que hacen sitio en la memoria; siempre van recor-
dando lo que ha escapado de la imagen del día y lo eterno.
Con el paso de los días, los fantasmas se difuminan con el
tiempo que los convoca. las remembranzas se hacen esta-
llidos de la vida abriendo caminos en lo que más seduce el
Intervalos

sentir, quizás el latir de los que han decidido salirse de los


confines del tiempo.

95
9 LIMITES
FOTOGRAFÍA: Susana Carrie

96
Ruta de acceso…
paradero anónimo IX

Cuatro escenas recreadas en el sinfónico movimiento de


quien ha dejado por un momento la estética de una escri-
tura iluminadora.

Los límites… se borran, aunque de todas maneras la histo-


ria se continúa en una secuencia de sucesos sin sucesos, de
sucesiones, disecciones y sesiones del texto que han sido
dejadas al alcance de la mano; un poco al alcance de la
mano. Si la sucesión se asume como el estar unido a algo
por la extensión de un hilo secreto, entonces aquí no ha-
bría nada más que decir, salvo que se ha intentado a últi-
mo momento jugar con algunas semejanzas inmateriales.

“Ni las fuerzas miméticas ni los objetos miméticos han


permanecido inalterables en el curso de los milenios.”

Nuevamente las canciones se cruzan por estos pasillos,


Ato mou ikkai dake de Riow aray & Tujiko Noriko y temas
de Coltrane con Ellington resuenan por algunas de las pá-
ginas que se han movido en este día.

Es domingo, la calle se vela en el ruido de los que pasan,


cielo dejando caer pequeños rayos de luz en los grandes
ventanales del centro de esta ciudad, dos días en movi-
miento de palabras y cantos que anteceden el hecho mis-
mo de querer escribir estas páginas.
Intervalos

9 Walter benjamín. “la facultad mimética” En: Para una critica de la


violencia. Premia editores. 1978. Pag 104.

97
Las notas, los fragmentos del día y los retazos y costuras
de las escenas narradas, llevan al personaje sin personaje
que circula de cabo a rabo en esta serie de cuatro cuentos
en uno.

El nombre esquizoanalítco que menos importa es quizás el


de Sigmund, pero de todas manera, hay algo que ahí se pue-
de escuchar como un arpegio de guitara de Claudio Boli.

El bus sigue su curso, la ruta es:

Germania. L. Arango. S
26 CAN K 4 CLL 19
ESTACION. Centro. F

98
Límites

- ESCENA DE VENTANALES-

Nota 2.

Con el ojo ahogado en la visión de la calle…

Nota 3.

Multitud y ceguera son casi lo mismo cuando se establece


el dialogo inagotable de hablar en sociedad.

Nota 9.

Fe y saber. Iluminación y ceguera. Creencia y ciencia.


¿Existe algún impulso que sobrepase el diámetro de las
palabras?

Nota 22.

Casualmente pasé por la 22 con 22. Allí, entre car-


teles y escombros Un ojo de tarot. Puede ser una laguna en
el espacio. Una mancha en el agujero negro de la memoria.
Una señal de que el destino viene corriendo en bus o a ga-
lope. La isla de la Gorgona petrificándolo todo o el galope
de Santiago dejando retazos de sus ropas por el firmamen-
to. El cordón umbilical de una serie de sucesos-in-sucesos.
Intervalos

No sabría que decir, ese ojo de Tarot se mueve, se mueve,


pasa entre la gelatina roja del tiempo y la gélida danza de

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una geisha en una esquina de bus… pasa, se mueve, lee los
signos de mi desaparición… entre tanto, escribo.

Nota 39.
El sabor de la uva convertida en lágrima. La trage-
dia se desvaneció en los ecos de sus fantasmas. ¿Cuando
volveremos a danzar con el tragos expiatorio?

Nota 67.

El frágil movimiento de los rostros tras la cortina de vidrio.

Nota 91.

Humo de café, es la señal de que alguien vive entre los que


viven.

Nota 94.

Detener el mundo es vivir la palabra… luego se escribe y


danzan nuevamente los cuerpos excritos de la historia.

Nota 98

“Memoria, olvido y transgresión. Tragedia y drama


personae que invaden esta casa, estas cosas, estos sitios
por los cuales retomo los pasos de mis pasos. Como si fue-
ra un remolino de sensaciones me deslizo por el vértice
silencioso de estas páginas –llamo páginas a las calles y a
los rostros de las calles, podría llamarles también trazos y
pincelados de la iconografía celeste y celestial de una sa-
grada representación de los días de mi infancia- de estas

100
hojas que vuelan en el aire, de ese aire sin latitudes que
emerge en el silencio de las horas, en el libro de las már-
genes, en el libro de la hospitalidad y de la excedencia,
en la escritura y la diferencia de escribir en escrituras que
anteceden este hecho mismo de danzar entre palabras, en
el resonar de las piedras y los cantos de las piedras que
se mueven en la distancia equinoccial de los recuerdos;
esa breve distancia que rompe al tiempo y fisura la eterni-
dad para darle cabida al instante, para darle movimiento
al momento mismo de estar ya sin tiempo ni espacio, en
el relieve y alto relieve de lo que se va del mundo, sin mas
puente entre este y otros mundos que el inventado en la
escritura, en esto que escribo, en esto que vivo, en esta pá-
gina que se va y aleja de mis manos.”

Nota 103.

Fragmentos del día en el ventanal. Será menester consig-


nar esas frases en un escrito. Será menester no hacerlo. El
mundo tiembla cuando la mano se desliza en el lienzo del
tiempo. La hoja es el residuo inmortal de las invenciones
poéticas de algún hombre a orillas de dos mares.

Nota 104.

El viento hace sombra en el viento. El hombre hace


sombra en el hombre.
El mundo inasible del viento se desgarra en los ecos es-
condidos del habla.
Tras el abismo de la garganta…sonidos laríngeos.
Intervalos

Nota 105.

101
Salsa, rock, acusmática, minimalista, objeto sonoro, pai-
saje sonoro, grung, punk, dead M, trash M, heavy M, trip
hop sonidos de una época traduciendo la música de los
rostros que vendrán.

Sigmund venía de un pueblo cercano a la gran capital, eso era


lo único que conocíamos de su pasado, sin padres, sin hijos,
sin hermanos, sin cosas ni objetos que pudiesen dar una idea
de donde viniese exactamente. Cargaba dos postales y una
estatuilla de madera, imágenes del universo sonoro que le
rodeaba, símbolos mercúricos de una providencia exquisita,
aunque su vida pareciera ser otra cosa.

La estatuilla, un anciano harapiento y de sombrero de copa


chata, con un pilche en una mano y un costal tirado a sus es-
paldas en la otra, descalzo, con los pies grandes y la mirada
atravesando el límite del espacio. Era una estatuilla particular,
-según Sigmund, la única herencia de su padre y el único re-
cuerdo de los padres de sus padres…

Al verlo, todos nos dirigíamos miradas de incertidum-


bre; pequeño y frágil, con un estado de salud un poco desfavo-
rable, la timidez lo replegaba a espacios de silencio en donde el
universo resonaba con más intensidad en su memoria –según
lo que él había escrito. Su mirada comunicaba esa soledad ex-
traña que tienen los que escriben y deliran entre palabras, los
que anuncian en sensaciones y sentimientos esa desgarradura
del misterio de la cosas.

Acostumbraba a llevar una libreta de piel de toro; nota
tras nota Sigmund se sumergía cada vez más en sus palabras,
quería hacerlas estallar en lo que nombraban, buscaba ir en la
distancia del símbolo que evocaban, decidía que fueran esas

102
palabras y no otras las que se diseminaran en sus notas; abo-
rrecía la escritura automática y la herencia nihilista, o por lo
menos eso era lo que se percibía en uno que otro recital en el
cual él asistía y al cual dejaba salir unas cuantas palabras; para
Sigmund, los recitales eran rituales donde se expiaba la escri-
tura del cuerpo, el encanto melancólico de saberse al límite
de lo que se veía real y sombríamente entre escritos. En los
recitales la palabra vive intensamente, igual en las calles y en
los sitios comunes por donde se pasa y trafica algo de común
interés; y es que ahí, el trafico de la voz es inasible, cada uno
puede tener un mundo guardado e insuflado en el pecho, cada
uno puede abrirse en el mundo y dejar brotar esa aquiescencia
que la piel hace latir bajo la piel, ese movimiento archiescritu-
ral de la escritura misma, una suerte de quiasma anagramático
en donde cada palabra vela y revela el horizonte de lo que se
habla; una profundidad insondable por la cual el habla estalla
en el habla y resplandece en la negrura del lienzo que se ha
escrito; esa la palabra que ha pasado el limite de la visión y de
la historia de la visión en donde se la ha recibido.

Los recitales fueron inventados para que los poe-


tas conjuren sus fantasmas; debían de suceder cosas que
secretamente reunían a los que escribían y vivían en la pa-
labra; Sigmund decía que desconfiaba del secreto y las or-
denes de lo secreto, sin embargo hacía pesquisas un poco
extravagantes de esos estados en los cuales la palabra re-
velaba algo en la palabra. Una frase -decía él, podía decir
otra cosa, nombrar otro momento, mover otras distancias,
remover la esencia del que escribía para dejarlo flotando
en el aire insubstancial del cual afloran y reverberan voca-
Intervalos

blos diluidos en el cuerpo; letras, signos, tallas de olvido y


el perdón, trazos de un instante anterior al primer instan-

103
te del trazo, melodías salidas de la luz solar y difuminadas
por una luz que las precede, luz nocturna, luz de olvido y
memoria, luz de retorno y de fin sin fin, luz diseminada en
la melomanía de las escuchas, luz que predecía y contra-
decía lo futuro, porque en ese impase, en ese momento de
escribir y hablar de cuanto sucedía tras la luminosidad de
las cosas, ya nada estaba escrito, lo incomunicable se hacia
latente, y, sin tener que hablar más de ello, para Sigmund
todo se revelaba novedosamente.
Sigmund quería conocer algo que excediera los lími-
tes de la palabra en su cuerpo, en su vida, en lo que él nom-
braba y escribía, quizás por eso dejo todo cuanto lo rodea-
ba, organizando minuciosamente la alquimia de su casa,
haciendo un juego dáctil de la mirada, salió sin que nadie lo
viera y se fue a viajar en dirección a la caída del sol.

Su ropa, las fotos familiares, los libros y pinturas


que le acompañaban, habían quedado en el pasado; todo se
movía en la quietud del recuerdo con el cual se le evocaba,
salvo la estatuilla y las postales, todo estaba repartido en la
geometría cabal del sitio en el cual vivía.

Una imagen de Charles con su sonrisa taciturna y


su bigote inquisitorial acompañado del manto abierto en la
estatuilla de Guadalupe; una página abierta, la 173, el Bing
que se deslizaba en la blancura de esa página y ese cuerpo;
dos diccionarios sobre la imagen de los sueños de Aurelia,
una agenda toda azul con una frase inscrita en su torso “el
azul llamado en poesía celeste”; las cortinas que movían án-
geles y querubines en “la edad de oro”; la manta de jaguares
cubriendo el lecho de descanso; el poema extraído de los
“ríos profundos”, esos que resonaban en las piedras y peñas-

104
cos de la casa de sus padres; una quena y una calimba que
reunían dos continentes en los días de sagrada epifanía. La
cabeza Calima encontrada en uno de los cofres de su ma-
dre, la pequeña piedrilla que pendía al borde de uno de sus
libros de cabecera “la entrevista de bolsillo”. Todo había
sido dispuesto de manera tal que el sitio se traducía en la
memoria de Sigmund, en las memorias de sus memorias
en lo que se podía leer tras una de sus notas:

“Memoria, olvido y transgresión. Tragedia y drama


personae que invaden esta casa, estas cosas, estos sitios
por los cuales retomo los pasos de mis pasos. Como si fue-
ra un remolino de sensaciones me deslizo por el vértice
silencioso de estas paginas –llamo páginas a las calles y a
los rostros de las calles, podría llamarles también trazos y
pincelados de la iconografía celeste y celestial de una sa-
grada representación de los días de mis días- de estas hojas
que vuelan en el aire, de ese aire sin latitudes que emerge
en el silencio de las horas, en el libro de las márgenes, en el
libro de la hospitalidad y de la excedencia, en la escritura
y la diferencia de escribir en escrituras que anteceden este
hecho mismo de danzar entre palabras, en el resonar de
las piedras y los cantos de las piedras que se mueven en la
distancia equinoccial de los recuerdos; esa breve distancia
que rompe al tiempo y fisura la eternidad para darle cabi-
da al instante, para darle movimiento al momento mismo
de estar ya sin tiempo ni espacio, en el relieve y alto relieve
de lo que se va del mundo, sin mas puente entre este y
otros mundos que el inventado en la escritura, en esto que
Intervalos

escribo, en esto que vivo, en esta página que se va y aleja de


mis manos.”

105
Nadie sabe ya nada de él, salvo algunas notas pega-
das en la nevera de su casa; el hombre de las manos anchas
se había perdido en la memoria de los que le recordaban.
He creído verlo en una esquina de un pueblo, fumando un
tabaco, con un sombrero de copa chata y una bufanda ver-
de que le abrigaba la larga barba que había crecido en su
rostro. Prefiero solo creer, acercarme a quien no conozco
sea quizás herir o revivir heridas de los seres que he ama-
do. Sigmund ya se ha ido, y con él, se han ido y expiado los
fantasmas de un día de amor y de un día en el cual nació
el grito de un vientre que se hizo cómplice de sus delirios.

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-ESCENAS DE PAPEL-

Ato mou ikkai dake


Riow aray & Tujiko Noriko

He pensado en regresar.
Volver es quizás anunciar la lejanía.

Que nadie se apresure a marcharse sin olvidar el camino.


Ir por los caminos es regresar por la misma huella en la
cual ya se había desaparecido.

Aparece, se detiene, mira, pasa de lado, regresa, abiertos


los ojos dice:

¡Detente!

Mirada confusa, crisálida de la visión, estupor de


los labios, pasa y se aleja. Me alejo, nos vamos.

Los dos estamos lejos, la lejanía es una visión que


se va entre la imagen. Pasa, paso, pasamos, siempre des-
conocidos. Llegamos en la misma huella y en la huella que
se ha ido. Son ahora dos confesiones, dos reos de una con-
fesión que se deja ir en el grito de un niño. El niño habla:
siempre desconocidos. Las miradas seducen a la mirada,
el niño mira que algo pasa. Pasamos, los dos, estamos ab-
sortos y serenos.

Nadie cree reconocerse.


Intervalos

Nos reconocen: ¡Detente! –suena al fondo una voz


que llama a alguien en esta esquina. La mirada confusa,

107
la mirada extenuada por el acontecimiento, alguien da un
salto en el anden, nadie se detiene, no de esta manera,
quizás el cuerpo, pero el cuerpo sigue moviéndose aun es-
tando quieto. Alguien se detiene, mira de reojo, guiña el
ojo, con el rabo del ojo coge la última imagen de la voz:
¡Detente!

Filigranas de silencio se enhebran en ese instante;


la mirada ha llamado a la mirada, la lejanía de la voz es
ya una cita, los ojos se chocan, se vuelcan uno en el otro,
mueven lo que ven y escuchan en ese instante, salen a tres
milímetros del espacio, suficientes para poder ver a quien
ha llegado.

Nadie llega, la mirada se va alejando, el encuentro


es quimérico, inaudito, solo la palabra del cuerpo se ha
dejado topar desde el rabo del ojo. Un pequeño milíme-
tro más y uno de los dos ya estaría enamorado del otro.
El amor ha pasado. Se queda, por eso mismo ha pasado.
Sigue su movimiento y su movimiento lo sigue. El amor
estable de lo que es inestable, ese amor ciego y certero en
el cual se mira a los ojos y se descubre que el brillo de la
mirada es una fisura indetenible de luz, sombra y deseo.

Pasa, pasamos, los ojos han querido verse a los


ojos. Dos extraños se buscan y se aman en ese instante
que se ha alejado del lugar en el cual se reciben.

Aman, se alejan, aman.


Encontrarse nuevamente sería solo alimentar los fantas-
mas de la visión.
He pensado en regresar.

108
Los fantasmas de la lejanía dejan huellas en el cuerpo.
Ahora tiemblo.
Ahora suspiro, ahora froto las manos y nace calor
entre los dedos. Lavo el rostro con ese fuego táctil, froto
los ojos y la visión se hace lejanía.
Ella pasa, en el fondo: tiemblo.

Temblar es también regresar al origen.

Pasa, paso, pasamos, también el mundo tiembla a


su paso.

La mirada tiembla, las manos, los cabellos, la voz,


y en ese instante se da por primera vez la caricia con los
límites de lo infinito.

He pensado en regresar.

Intervalos

109
-ESCENA 3:05.P.M. a 11:27.P.M-

Cuando invento un personaje, umbrales de memo-


rias y fisuras del espacio confluyen. Entonces escucho la
voz. Escribo al interior de esa voz para que ella se aleje.
La voz es femenina y andrógina. Los cuerpos de la memo-
ria tienen una voz herida en el movimiento de la lengua.
Tengo una lengua propia y una ajena: las dos se seducen
mutuamente, las dos se alejan y retornan cuando inven-
to las invenciones de un personaje. El personaje ya esta
sin tiempo. El tiempo hace fisura en la voz del personaje,
entonces escribo, entonces pasa al papel ese ventrílocuo
que disimula su voz y su tono de voz en cada página. El
estremecimiento de escuchar una voz produce escozor en
la piel. La lengua se eriza, se poetisa, se fisura en las cosas
que dice. Solo digo que voy en una lengua sin escombros
ni cenizas del lenguaje inconsciente. La ultraconsciencia
de un sentimiento crepuscular. A esos momentos les dedi-
co sana atención, luego, el enfermo imaginario revolotea
en una lengua extranjera, hace hueco en las cortinas de la
voz y habla de a ratos. Los escucho y me alejo en cada pa-
labra. Vocablos que desnudan el cielo de las glorias de lo
celeste. El cielo esta anunciando rayos y centellas sobre el
papel tapiz de la memoria, rasga la visión del hombre ca-
minando soberanamente sobre las piedras. Hay un muro
infranqueable que llamamos destino: saltar el muro y vivir
el silencio y la seducción de las palabras, ahí esta la razón
sin ser de lo escrito.

Poco a poco el sonido de la voz deja escuchar la ca-


ricia de la luna en el menguar del deseo, los ecos del mar
son reflejos del amor lunático que pasa entre los poetas.
Una palabra es una herida en el universo, la escritura hace

110
su alquimia en cada hoja, el tiempo deja nacer medicinas
del olvido…

He olvidado el personaje que venia tras estas lí-


neas, ahora camino solo, vago por uno y otro lado, como
en un sueño de niebla, de vino y rosas blancas, de gallinas
negras y excrementos que vacían el canto de lo digerido.
La escatología del aparecer detrás del parecer. Todo se
mueve sin remordimiento, la voz se ha quedado en una
de las tantas trampas del lenguaje, la voz resuena en otros
pasillos que pierden sus contornos; ahora escucho la voz
que se había insuflado en el pecho, escucho el mar y es
infinito su oleaje, escucho el vuelo de las luciérnagas en
el ardor majestuoso de su luminosidad, las copas de los
árboles detienen el universo por un segundo, luego, baten
sus hojas y ramas; los nidos de las aves se convierten en
filigranas de una tierra movida por el canto de las aves al
batir de su cálamo.

Sueñan, las palabras sueñan a sus amantes, ahí el


amor, ahí la dicha de un instante de amor. Voladoras aves
inasibles del sentimiento más crepuscular. Cada palabra
volcándose en el deseo gracioso de escuchar lo que ella
nombra, esa coquetería de lo inasible con lo demasiado
saciable. Quizás el mundo, las formas, los libros antiguos
y los personajes que van pasando en la inmortalidad de la
página ahora regresan a su lugar de silencio.

Escucho el mar, escucho el batir de las alas de la


mar, hay un error…
Intervalos

Escucho el mar, escucho el latir de las alas de la mar,


entre dos orillas el vocablo surca el horizonte; se aleja, se

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va, toma descanso en los nervios de un grano de arena la-
tiendo por la voz de alguien que le ha dado en nacimiento.
La arena toma rostro, labios, mejillas y piel, la arena toma
la forma de un cuerpo en el mundo; en él, un grito, la voz
y el grito confluyendo en el latir de las piedras, arrecifes y
calles por donde resuena lo desconocido que puede llegar
a ser uno mismo en las cosas que se han escrito. El mundo
se vuelve mundo y las palabras: palabras; los ojos lloran y
se busca una sola lágrima que pueda contener la ausencia
del mundo… los ojos del hijo de la arena y de los tiempos
lloran, miran la desaparición de dios y entonces sonríen a
la vista del mundo que ahora se abre en su canto y música
ultraceleste.

Nace la poesía. Una caballito de mar, me lleva a na-


vegar, por el viento por las olas, y por el fondo del mar. En
el temblor de aguas cuya profundidad solo es atravesada
por los rayos de luna.

Ahora, el silencio es una comparsa de carnaval… la voz, el


mundo, la lengua, la memoria; todo sigue su curso desco-
nocido…

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Región andina
2010

Intervalos

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