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Los inversionistas, sean de empresas públicas que cotizan sus acciones o empresas
privadas, no solo revisan las cifras y resultados de las compañías, la estrategia de negocio,
calidades y cualidades de la dirección, o sus políticas de gobierno corporativo, sino que
cada vez más ponen foco en las políticas y los programas ambientales y sociales.
Es un hecho que las comunidades y las ONG cada vez toman más fuerza y son capaces de
frenar o parar del todo un proyecto que no parece ser sustentable. Sin asumir una postura
al respecto en abstracto, ni de legitimar el accionar de tales ONG, lo cierto es pueden ser
una amenaza y poner en riesgo una inversión.
Esta situación está siendo aprovechada por activistas ambientalistas y sociales, quienes ya
no solo están enfocando sus estrategias en tratar de convencer a los gobiernos nacionales
o locales, ni en persuadir a las comunidades de la inconveniencia de uno u otro proyecto,
sino que dirigen a los accionistas para que sean estos quienes exijan a las administraciones
de las organizaciones diseñar e implementar determinados programas sociales y
ambientales, o en detener la ejecución de un proyecto en particular.
En esta nueva etapa de batalla de activistas es cada vez más común ver en las asambleas
de accionistas pedidos o exigencias para incorporar recursos en programas ambientales y
sociales de la empresa.
Como parte de esta corriente, se observa como práctica que las empresas han empezado
a hacer públicos sus reportes de responsabilidad social empresarial al mercado en general.
Incluso en algunos países es el resultado de una obligación impuesta por la regulación de
los mercados y bolsas de valores.