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S. VALERIA CABALLERO
E. NORMA CONTINI
A. BETINA LACUNZA
El test de Bender. Surgimiento y características.
Lauretta Bender, psiquiatra estadounidense, trabajó en el hospital Bellevue de Nueva York
desde 1930 a 1956. Construyó entre 1932 y 1938 el test guestáltico visomotor conocido
como B. G. (Bender Gestalt). Se trata de un test basado en un enfoque clínico e
investigaciones realizadas con población infantil, adulta y pacientes con deficiencia mental.
Consta de nueve dibujos que el niño debe copiar con el modelo a la vista. La autora
denominó a la primera figura con la letra A y luego enumeró a las siguientes del uno al ocho
(véase figura 1 en Anexo).
Desde su creación se ha convertido en uno de los instrumentos de evaluación psicológica
más utilizados en los distintos ámbitos de aplicación de la psicología. Tan amplia aceptación
responde a la accesibilidad del material de prueba así como a la sencillez de su
administración, pero fundamentalmente a la utilidad de la información que, como ha
demostrado, puede brindar.
Es una prueba psicométrica, no verbal, con copia de modelos a la vista, y está incluida en el
grupo de tests visomotores y guestálticos. Lauretta Bender afirmó al mismo tiempo su
utilidad como técnica proyectiva.
Se utilizó en sus comienzos para diagnosticar problemas en la percepción y, hasta la
década de 1960, se lo empleó casi exclusivamente con pacientes psiquiátricos adultos. A
partir de entonces y luego de la publicación del libro El Test Guestáltico Visomotor para
Niños de Koppitz (1972), tuvo una muy amplia difusión y empleo con niños de edad escolar.
Así ocurrió en diversos países tales como Canadá, Dinamarca, Alemania, Gran Bretaña,
Japón, India, Israel, Chile, España, Noruega, Argentina y México (Cattaneo, Amatriani,
Rodriguez, Britos y García–Martínez, s/f).
Figura A
Distorsión de la forma: a los 6 años se espera que el niño logre una reproducción
adecuada del círculo y el rombo
(Imagen)
La desproporción en los tamaños es esperable hasta los 6 años
(Imagen)
Rotación de la forma: es esperable hasta los 9 años
Fallas en la integración: llama la atención a partir de los 7 años
Distorsión de la forma (cinco o más puntos convertidos en círculos): a partir de los 7
años, edad en la que el niño debe haber adquirido la noción de punto, cobraría relevancia
Perseveración: es esperable hasta los 7 años
Rotación: cobra relevancia luego de los 8 años
Fallas en la integración (adición u omisión de hileras): adquiere significación
después de los 6 años
Perseveración: es esperable hasta los 8 años
Rotación: es común hasta los 8 años
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parte-6
2
¿Qué puede aportar la psicología transcultural a la evaluación de la maduración
visomotora en niños?
E. NORMA CONTINI
La antropología solo invita a cada sociedad creer que sus instituciones, costumbres y
creencias son las únicas posibles: la disuade de imaginarse que, por el hecho de creerlas
buenas, esas instituciones, costumbres y creencias están inscritas en la naturaleza de las
cosas y uno puede imponerlas con impunidad a otras sociedades cuyo sistema de valores
es incompatible con el propio (C. Levi Strauss, 2011)
Es cada vez más frecuente la consulta al psicólogo por diversas problemáticas de salud en
el campo de la infancia y de la adolescencia. Su tarea consiste en dar respuestas,
identificando dichas problemáticas de manera precisa, para diseñar a posteriori estrategias
de intervención. Para ello se debe en primer lugar conocer al sujeto por el cual se consulta,
es decir, no se puede operar sin diagnóstico (Sendin, 2000; Casullo, 2009; Kirchner, Torres
y Forns, 1998; Montoya-Castilla, 2015).
Con respecto a la evaluación y diagnóstico psicológicos es necesario emplear un modelo de
abordaje que no sea excesivamente costoso en tiempo y que se apoye en instrumentos de
evaluación fiables, de tal modo que se dé una respuesta al motivo que determinó la consulta
de un modo eficaz (Castro Solano, 2017). Cuando se alude a evaluación psicológica se está
haciendo referencia a un proceso que permite describir el perfil psicológico de un sujeto
tanto en sus aspectos sanos como psicopatológicos y, en lo posible, explicar las causas que
lo estructuran de ese particular modo (Fernández Ballesteros, 1990). Dentro del citado
proceso, el empleo de técnicas proyectivas y psicométricas ha sido una constante.
En el caso de las técnicas psicométricas, en las últimas décadas el interés ha estado
centrado en dotarlas de un soporte estadístico riguroso (Castro Solano, 2017); tal es el caso
de la prueba de Bender aplicada a niños, que motiva este libro. Con respecto al uso de tests
y técnicas el interrogante circula en torno a la validez cuando se los emplea en sujetos en
nuestro caso, en niños- pertenecientes a una cultura diferente de aquella en la cual
surgieron y, muy en particular, cuando los sujetos no pertenecen a un nivel socioeconómico
medio ni tienen una escolarización sistemática. En la primera mitad del siglo xx se
emplearon versiones traducidas al español de instrumentos de evaluación surgidos en
contextos anglosajones, generalizándose al mismo tiempo el uso de categorías diagnósticas
únicas, como el DSM (2014) o el CIE 10 (WH0,1992). El empleo de pruebas psicológicas ha
coexistido con su cuestionamiento y ha conducido a otra pregunta igualmente compleja,
referida a qué se está evaluando cuando se las utilizan.
Las críticas al modelo del diagnóstico y evaluación psicológicos probablemente hayan
estado fundadas en razones válidas, puesto que, tal como se propone mostrar en este
capítulo, es altamente riesgoso emplear pruebas psicológicas surgidas en otros contextos
culturales, así circunscribirlas a resultados cuantitativos (Casullo, 2009).
Ciertamente se observa que en nuestro medio es muy frecuente la necesidad de asistir a
sujetos provenientes de culturas disímiles, tanto por la particular configuración de los países
americanos, como por las migraciones contemporáneas vinculadas a procesos políticos,
económicos y sociales. Consecuentemente, el multiculturalismo es hoy una realidad en
cada país y en las regiones que lo componen.
En muchas ocasiones se observan dificultades para arribar a diagnósticos fiables con el
empleo de pruebas psicológicas estándar. Surge entonces la pregunta: ¿Impacta el
contexto ecocultural en la subjetividad? En la infancia, ¿la maduración y coordinación
visomotora ocurren del mismo modo para todos los niños? De qué modo el contexto incide
en la cualidad y en el tiempo en el cual dicha maduración queda concluida? El contexto
ecocultural genera diferencias en psicopatología? (Contini y Figueroa, 1994; Berry, 2000;
Georgas, Van de Vijver, Berry, 2004; Tanaka-Matsumiy Draguns, 1997).
Es fundamental entonces tomar como unidad de análisis al sujeto en su contexto, de
manera tal que se evite el riesgo de subdiagnosticar o sobrediagnosticar al confundir
etnicidad con aculturación y de considerar como psicopatológicas variaciones normales del
comportamiento de un sujeto en una determinada cultura (Berry, Poortinga, Breugelmans,
Chasiotis y Sam, 2011). A modo de ejemplo, se citan las variaciones en el tiempo total de
ejecución en la prueba de Bender entre un niño de alta montaña y un niño urbano de una
sociedad tecnológica. O bien la edad cronológica en que dicha maduración queda concluida
en un niño rural o en un niño urbano, o entre niños urbanos de diferente NSE (alto o bajo).
Contexto ecocultural y comportamiento
La psicología transcultural ha enriquecido las prácticas en evaluación psicológica al hacer
propuestas teóricas y metodológicas que explicarían las semejanzas y diferencias en
variables psicológicas en grupos humanos disímiles (Georgas, Van de Vijver y Berry, 2004).
En nuestro caso la variable psicológica es maduración visomotora en niños de diversos
contextos ecoculturales de Tucumán.
La psicología transcultural parte del supuesto de que los factores culturales inciden en el
comportamiento. Se ocupa del estudio de las relaciones entre el contexto cultural y el
desarrollo humano analizando el modo en que los comportamientos se configuran por la
inserción del sujeto en una determinada cultura (Berry, 2000; Berry, Poortinga,
Breugelmans, Chasiotis y Sam, 2011).
Se puede afirmar que han sido los antropólogos más que los psicólogos quienes se
interesaron por las diferencias entre culturas y por las relaciones entre cultura y
comportamiento (Berry, Poortinga, Segall y Dasen, 2002).
La psicología transcultural recupera estos conceptos y se preocupa por determinar el
vínculo entre las variables ecológicas, sociales y culturales, y el comportamiento. Trata de
describir cómo y en qué grado el ambiente influye en el sujeto; se interesa tanto por las
semejanzas (uniformidad, universalidad) como por las diferencias (diversidad) en el
funcionamiento psicológico individual en varios grupos étnicos y culturales (Berry et al.,
2002; Kagitçibasi y Poortinga, 2000). Al mismo tiempo interroga acerca de qué podría ser
psicológicamente común o universal en los diversos grupos humanos.
Fundamentalmente, se destaca la noción de cultura como concepto clave, entendida como
«los modos de vida compartidos por un grupo de personas» (Berry et al., 2002) o como «la
parte del medio ambiente construida por el hombre» (Herskovits, 1981). De la cultura
concebida como proveedora de un marco estable para el desarrollo del sujeto se ha pasado
a otro enfoque que la considera un contexto en cambio, tanto por su dinámica interna, como
por el contacto con otras culturas (Berry, 2000). Asimismo, Berry puntualiza la importancia
de incluir en este análisis del comportamiento las variables ecológicas, por cuanto se
considera a los diversos grupos humanos en un proceso de adaptación a su medio
ambiente natural. Se destacan, en particular, factores tales como el clima, el suelo, la
provisión de agua y su impacto en los sistemas de producción de alimentos, así como en la
actividad económica (caza, agricultura, etc.). Estas variables ecológicas promueven
prácticas culturales que, a su turno, modelan el comportamiento. En tal sentido, se
considera que las experiencias vitales de un niño de una sociedad altamente industrializada
-como Milán (Italia), por ejemplo—serán diferentes de las de un niño inserto en una
comunidad pastoril de alta montaña de Tucumán (Argentina).
Por otra parte, si bien la noción de cultura tal como se expresara precedentemente- es
central en este enfoque, no se ha descuidado la consideración de variables biológicas. A
modo de ejemplo, en el campo de la evaluación infantil es frecuente la necesidad de estimar
el nivel de desarrollo cognitivo o la maduración visomotora, dimensiones en la cuales las
variables biológicas cuentan como relevantes.
A su vez, una perspectiva central en psicología transcultural es la denominada relativismo
cultural (Herskovits, 1981), como postura opuesta al darwinismo social. Según esta, el
comportamiento y los variados contextos en que habitan los sujetos son descritos, pero no
considerados mejor o peor. El comportamiento es investigado en las particulares
condiciones en que se produce, tiene un carácter contextual. Dicho comportamiento es
producto en gran parte del aprendizaje social. Aprender es inherente a la naturaleza
humana. Ahora bien, qué se aprende y cómo se presenta fuertemente influido por factores
sociales y culturales, sin desconocer que tales factores se articulan con variables biológicas
con las que coactúan compleja trama (Berry et al., 2002). Las pautas de crianza, la relación
de autoridad, la asimetría adultos-niños, la tolerancia al consumo de alcohol y sustancias en
los adolescentes por parte de la comunidad, por citar solo algunos ejemplos, son
dimensiones que no presentan un patrón único de comportamiento en diversas culturas. En
síntesis, en tanto la mayor parte de lo que se aprende está contenido en la cultura, se
podría tomar como punto de partida de la evaluación del comportamiento la premisa de que
esta será significativa solo cuando sea realizada en el contexto sociocultural en el que
ocurre.
Se ha venido planteando que a la psicología transcultural le interesan las diferencias de
comportamiento entre grupos culturales diversos, pero que, al mismo tiempo, intenta
encontrar comportamientos que puedan tener una significación psicológicamente
equivalente en variados ámbitos. Así, al investigar, por ejemplo, la maduración visomotora,
la agresividad o la timidez, es preciso definir los constructos para saber qué se va a evaluar.
A fin de conceptualizar las variables universal-particular, en cuanto a comportamientos,
vamos a considerar dos términos, emic y etic, originalmente utilizados en el campo de la
antropología por Pike (1967). Estos neologismos surgieron a partir de los términos en inglés
phonemic y phonetic, empleados en el campo de la lingüística. Por fonémica se entiende el
estudio de sonidos cuyas funciones distintivas de significación son únicas para una lengua
particular y fonética es el estudio de sonidos universales usados en el lenguaje humano
(Berry et al., 2002). Aplicados estos conceptos al campo de la psicología y, tomando un
comportamiento en particular, por ejemplo, la maduración visomotora en la infancia, se
podría afirmar que, aunque varía en sus modos de expresión entre diversos grupos
culturales (emic), cierta forma ocurre en todas las sociedades (etic). O sea, mientras la
maduración es un universal cultural, el modo como se expresa es culturalmente específico.
Si es posible afirmar que existe un comportamiento universal como la maduración o la
impulsividad -solo por citar algunas dimensiones del psiquismo a evaluar-, tal
comportamiento es un etic. Si se hace referencia a un modo particular de maduración que
sea propio de un grupo social dado, estamos hablando de un emic. De este modo, estamos
sugiriendo que existen dos niveles de análisis del comportamiento: emic y etic. Ahora bien,
un investigador que busca etic puede ir a otra sociedad con instrumentos teóricos y técnicos
(tests) que sean inapropiados para ser utilizados en ella, por ejemplo, emplear con niños
argentinos los baremos generados por Koppitz para niños norteamericanos. Es casi
innecesario destacar los riesgos que acarrea emplear un etic impuesto, es decir, presuponer
que la teoría o instrumentos nacidos en una cultura son válidos en otra a los fines de
comparar determinados comportamientos.
Tanto el enfoque emic como el etic son empleados en La psicología transcultural, pero es
prudente destacar que son conceptos problemáticos, al punto que hay quienes cuestionan
si tiene sentido hacer tal distinción.
Posteriormente, Pike señaló que tanto lo emic como lo etic deberían ser pensados como
puntos de vista del estudio del comportamiento. Así, la perspectiva etic sería el estudio del
comportamiento desde fuera de un particular sistema, con lo que se está apuntando a los
universales, mientras que el enfoque emic trata la aproximación a la cultura desde dentro
del sistema, esto es, se orienta a lo particular de un determinado comportamiento en una
cultura.
El enfoque emic, empleado frecuentemente por los investigadores del campo de la
antropología, propone que cada cultura es única y toma para su estudio fenómenos
culturales específicos, tales como normas, costumbres, tradiciones (Lévi-Strauss, 2011).
Los psicólogos transculturales, por su parte, tienden a emplear un enfoque etic, procurando
identificar comportamientos universales.
Al hablar de los enfoques etic-emic queda planteado un tema central para la psicología
transcultural y para la evaluación psicológica empleada desde esta perspectiva, es decir, lo
universal y lo particular de los comportamientos entre grupos. Ahora bien, cuando el
psicólogo centra su atención en las diferencias, corre el riesgo de visualizarlas como
deficiencias. Esta actitud es lo que se ha dado en llamar etnocentrismo e implica la
tendencia a emplear los estándares de nuestro propio grupo como si lo fueran de otros. Es
indudable que tal posición debería estar ausente de la psicología transcultural. En su lugar,
el psicólogo debería asumir una posición de mayor neutralidad evitando juicios absolutos
que tengan origen en su propia cultura.
Acerca de la maduración visomotora desde la psicología transcultural
Décadas de práctica clínica en evaluación psicológica, de docencia universitaria y de
investigación fueron mostrando inconsistencias en los resultados obtenidos cuando se
empleaba el test de Bender para evaluar la maduración visomotora en niños de Tucumán
de diferentes contextos ecoculturales.
Como es bien sabido Lauretta Bender, destacada psiquiatra norteamericana, diseña entre
1932 y 1938 el test guestáltico, que es una de las pruebas más empleadas desde su
creación hasta la actualidad. Se propuso diagnosticar diversos «desórdenes cerebrales
orgánicos (1938, p. 15), pero también hizo un minucioso estudio de la génesis de la
percepción de la forma en el niño en desarrollo. Es Koppitz (1972) quien en la década de
1960 lleva a cabo en Estados Unidos una investigación con 1500 niños de 5 a 10 años
creando un método de valoración específico para estimar la maduración visomotora.
Realiza su investigación con una muestra representativa de niños norteamericanos y genera
normas para dicha población. Pronto su obra es traducida al español y empleada
ampliamente en ámbitos clínicos y educacionales. Dichas normas —que eran apropiadas
para los niños norteamericanos v la maduración visomotora—fueron concebidas por
Koppitz, en términos de la psicología transcultural, como un universal psicológico. Al
trasladarse su uso a otros contextos culturales —hecho que ocurrió en Argentina— hizo que
las normas generadas operaran como un universal impuesto. La práctica con población
local demostró algunas inconsistencias para arribar a diagnósticos fiables y es así como se
emprendieron nuevas investigaciones. Estas iniciativas de investigación pueden
comprenderse mejor en el marco de la creciente consolidación de la evaluación psicológica
como campo de práctica profesional del psicólogo. Son destacables los estudios realizados
por Casullo (1988), pionera en Argentina de las investigaciones transculturales. Con la
participación de becarios del CONICET de diversas regiones del país evaluó la maduración
visomotora de niños y generó baremos propios, según cada región. Con el mismo propósito
se llevó a cabo una investigación con niños de Tucumán (Contini y Figueroa, 1994)
encontrándose diferencias significativas en el comportamiento de copia en niños urbanos y
rurales y, a su vez, según el contexto sociocultural de pertenencia, por lo cual se elaboraron
baremos diferenciados por zona y NSE.
En esta misma línea Pruneti y Cosentino (2014) investigaron comparando la producción de
niños italianos (niños nacidos y criados en Italia por padres italianos; niños nacidos en Italia,
pero hijos de padres extranjeros; y niños inmigrantes), encontrando diferencias en la
producción de niños inmigrantes y no inmigrantes. Pelorosso y Etchevers (2004) elaboraron
un baremo único para Buenos Aires basado en el desempeño de niños escolarizados en
escuelas públicas y privadas así como asistentes a centros recreativos. Por otra parte,
Carreras et al. (2011) investigaron con niños que asistían a escuelas públicas y privadas de
la Ciudad de Buenos Aires y del conurbano (Argentina). Se indaga la relación entre el lugar
de residencia y la maduración visomotora, no encontrando diferencias estadísticamente
significativas.
Perspectivas de cara al siglo XXI. ¿Tiene futuro la evaluación transcultural?
La intersección entre evaluación psicológica, psicopatología y cultura se presentan, de cara
al siglo XXI, como un área de investigación metodológicamente sólida, que se ha fecundado
con los aportes de la antropología, la etnografía y la sociología. El estudio del
comportamiento desde una perspectiva transcultural toma como unidad de análisis al sujeto
en su contexto.
Habiendo reflexionado sobre la relación cultura-comportamiento a partir de investigaciones
sobre maduración visomotora en niños, se puede afirmar que para comprender el
comportamiento debemos estudiarlo en el contexto en el cual ocurre.
La configuración multiétnica de los países americanos, tanto como los intensos procesos
migratorios que ocurren actualmente, deberían estimular la investigación del
comportamiento desde una perspectiva multicultural. La realidad del multiculturalismo en
nuestro propio lugar de trabajo, sin necesidad de desplazamiento geográfico, determinará
que en el futuro el investigador centre más sus investigaciones en la comunidad en que vive
y menos estudiosos deban salir de su país para buscar diferencias.
Estas investigaciones en la propia sociedad se irán intensificando en la medida en que el
psicólogo tome consciencia, como profesional de la salud, de que ha de contribuir a
solucionar problemáticas psicosociales relevantes para su comunidad. Falta aún la puesta
en marcha de investigaciones que tomen en consideración a minorías culturales, como los
pueblos originarios (grupos indígenas), mestizos con fuerte tradición indígena, o sujetos que
habitan en zona rural.
La psicología transcultural pareciera no estar debidamente jerarquizada en países como
Argentina; los estudios con este marco conceptual no figuran en la corriente principal de las
investigaciones. La imagen del psicólogo fuertemente identificada con las prácticas en
psicología clínica, más que en investigación, o solo con la administración de tests puede ser
una razón. Se necesita, entonces, investigaciones que profundicen en el análisis de las
variables culturales (independientes) tanto como en los constructos psicológicos (variables
dependientes); investigaciones que no se limiten a una discreta comparación entre
muestras, sino que logren exponer con solidez teórica y metodológica el modo en que las
variables ecológicas, sociales y culturales impactan en el comportamiento. Si así ocurriera,
probablemente sería menos ignorada por los responsables de las políticas sociales y de
salud.
Indudablemente, el enfoque de la psicología transcultural contribuirá a elevar el status de la
psicología como una ciencia social y a superar su condición etnocéntrica y limitada a grupos
urbanos, escolarizados y de clase media.
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3
Psicomotricidad. Aportes para una lectura integral del test de Bender
E. NORMA CONTINI
Psicomotricidad. Una aproximación conceptual
El test de Bender es una prueba gráfica visomotriz, que requiere de la copia de figuras con
modelos a la vista. Cuando un niño reproduce los dibujos ideados por Lauretta Bender
(1938), ya ha recorrido un largo proceso en su desarrollo y, dentro de este, la motricidad
cuenta como esencial. Las particularidades de este campo han sido abordadas por una
subdisciplina de la psicología, que se conoce como psicomotricidad.
Los orígenes de la psicomotricidad se asocian a la figura de Dupré, neurólogo francés que,
a comienzos del siglo XX, observó con agudeza clínica la relación entre anomalías
neurológicas y/o psíquicas y las motrices (Sassano, 2013). A la psicomotricidad le cabe el
estudio de la vinculación entre soma y psiquis y son algunos de sus principales precursores
Wallon (1965), Ajuriaguerra (1984) y Gesell (1971).
Wallon (1965) pone el acento en el tono muscular como facilitador del acto motor. Más aún,
habla de la función postural de comunicación, que va a permitir las actividades de relación.
Por su parte, Ajuriaguerra enfatiza que la acción está ligada al sistema tónico-postural,
verdadero mediador de la vinculación del niño con el mundo. Afirma que los primeros
movimientos del pequeño hacen posible relacionarse con los demás. Gesell (1971) se ha
focalizado también en la motricidad y psicomotricidad considerándolas sustanciales en la
organización de la subjetividad.
En Argentina destaca la figura de Molina de Costallat (1982, 1983), quien se formó con
Ajuriaguerra. Plantea que la acción es expresión del desarrollo, pero que acción no es solo
praxis. Argumenta que la intención voluntaria del gesto a orden mental que direcciona el
movimiento procede del ámbito psíquico. El término psicomotricidad ha alcanzado
relevancia en la pedagogía, pediatría, psicología, fonoaudiología y por ende en la
interdisciplina, aunque no se dispone de una definición universalmente consensuada.
Según Sassano (2013), el primer obstáculo para definir la psicomotricidad es la pretensión
de vincular una organización entre el aparato psíquico y el sistema nervioso o, más aún, la
interdependencia entre la actividad psíquica y el funcionamiento motriz. Stambak (1963),
pionera en este campo, señala que «la psicomotricidad se ocupa del papel del movimiento
en la organización psicológica general (p. 15). Chokier (2008) afirma que la psicomotricidad
jerarquiza el lugar del cuerpo en el sujeto desde una visión que integra las perspectivas
social-histórica, biológica y psicológica. Agrega que el cuerpo es sustancial para la
constitución del niño como un sujeto, siendo el núcleo de la relación entre lo orgánico y lo
psíquico. Calmels (2003) coincide con las definiciones precedentemente enunciadas al
señalar que la psicomotricidad toma como objeto de estudio el cuerpo y sus
manifestaciones, tales como la actitud corporal, la gestualidad y las praxis. La gestualidad
incluye miradas, mímicas, ademanes, sonrisas, llanto, entre otras expresiones, que va en el
mismo sentido que lo puntualizado por Sassano (2013).
Sobre la base de los conceptos precedentes cabe afirmar que la psicomotricidad se refiere
esencialmente a los aprendizajes que es posible realizar por medio del movimiento, lo cual
va a permitir una mejor utilización de las capacidades psíquicas (De Quirós y Schrager,
1979). El desarrollo psicomotor permite constatar de qué manera se facilita al niño
numerosas adquisiciones por la obtención de mejores patrones posturales y motores: el
bebé que no adquiere el dominio del cuello al tercer mes de vida tiene menores
posibilidades de aprehensión de informaciones visuales que contribuyen al desarrollo de la
inteligencia; el bebé que no adquiere la posición sedente al sexto mes, el gateo al noveno
mes o la marcha a los doce meses de vida se encuentra en desventaja en cuanto sus
posibilidades de aprehensión del espacio circundante y a la apropiación de ese sector de la
realidad. Más aún, desde antes del nacimiento los movimientos del niño en gestación se
presentan como conductas registrables por la madre, estableciendo así los primeros
vínculos entre ambos. Esto se intensifica aún más a partir del nacimiento, siendo la vía
kinética la forma de expresión del recién nacido (Moreno, 1979, comunicación personal).
De allí es que cuanto más prematuramente se lleve a cabo un proceso de evaluación
psicológica, más se tendrá en cuenta la dimensión psicomotriz. En la evaluación interesa
determinar si la psicomotricidad se encuentra acorde a lo esperado para la edad
cronológica, retrasada, adelantada o perturbada. De Quirós y Schrager (1979) señalan que
el movimiento, además de constituir una necesidad natural para la supervivencia y para la
vida social, permite la adquisición de aprendizajes elementales para todas las especies y la
de aprendizajes superiores privativos de la condición humana. De este modo, la acción es
prevalente en los primeros años de vida; provee datos para la identificación del mundo,
permite establecer relaciones con este y nexos entre numerosísimos elementos que lo
componen. Tal acción depende de la maduración del sistema nervioso, pero también de la
cualidad de los vínculos que el bebé va estableciendo con la madre; dichos vínculos serán
facilitadores, inhibidores o perturbadores de su inserción en el mundo, con un yo
diferenciado. Al respecto Winnicott (1981) alude a una «buena maternalización» (p. 328), en
el sentido de la disponibilidad de la madre para favorecer el ir a las cosas del niño. A modo
de ejemplo, una madre insegura comunicará temor al niño que se inicie en la marcha, y lo
mantendrá más tiempo en su regazo; de este modo es probable que el proceso de
separación-individuación que la marcha implica (Mahler, 1984) se retrase. A su vez, puede
generar inseguridad en la relación del niño con los otros. De allí la importancia de indagar
con los padres cómo han sido estas primeras experiencias, como ha sido la cualidad de los
vínculos y, por ende, los primeros aprendizajes de un niño que llega a la consulta con
fuertes inhibiciones o, a la inversa, sin límites en el comportamiento y con fuertes cargas
agresivas.
También es importante considerar la relación acción-pensamiento. Gesell (1971) dirá que
las primeras manifestaciones de un desarrollo normal mental son de carácter motriz. Este
enfoque conductista confluye con el pensamiento de Piaget (1972), quien afirma que la
actividad motriz es el punto de partida del desarrollo de la inteligencia; define así a la
primera etapa de desarrollo de esta como inteligencia sensorio-motriz: en el primer mes de
vida se observan movimientos indiscriminados que responden a reflejos y se avanza hacia
formas más coordinadas de movimientos hasta llegar a comportamientos que permiten al
niño lograr la satisfacción de una necesidad o deseo; por ejemplo, puede subir a una silla
para alcanzar un vaso con agua que desea beber y que se encuentra sobre la mesa. Piaget
dirá, así, que el pensamiento es un acto interiorizado (1972). Puede afirmarse que, hasta los
tres años de edad, inteligencia y motricidad se desarrollan en íntima vinculación y que a
partir de allí progresivamente siguen cursos independientes.
Psicomotricidad, esquema corporal e imagen corporal precedentemente se dejó planteado
que la vía motriz permite hacer los primeros aprendizajes. Uno de tales aprendizajes es el
del propio cuerpo (Molina de Costallat, 1982; Chokler, 2008; De Quirós y Schrager, 1979;
Calmels, 2003; Sassano, 2013). Es así como a lo largo del ciclo vital el niño va
construyendo su esquema corporal, imagen corporal, imagen y consciencia de sí» (Chokler,
2008, p. 2), como un complejo proceso que determina, según esta autora, el ser en el
mundo.
Acerca de la lateralización
La percepción del espacio se realiza a través del contacto con el entorno y su exploración
está muy ligada al movimiento y a los juegos sensoriales (Rael Fuster, 2009). Las nociones
arriba/abajo, delante/atrás, dentro/fuera, derecha/izquierda se logran en un largo proceso. A
su vez, la representación del espacio se realiza por medio de dibujos y construcciones.
Estas representaciones van a requerir de la motricidad fina y de la coordinación óculo-
manual.
Con relación a la organización espacial, cuenta como esencial las nociones de
derecha/izquierda, que conducen a otro concepto, el de lateralización de Quirós y Schrager
(1980) definen la lateralización como «las prevalencias y preferencias motoras de un lado
del cuerpo» (p. 33). La lateralización implica especialización y parece ser un privilegio del
ser humano. A partir de los tres años el niño divide su cuerpo en dos mitades y alrededor de
los siete años puede nombrar derecha e izquierda desde su cuerpo. Recién a los once años
se da la comprensión izquierda/derecha en los objetos. El proceso de lateralización
concluye aproximadamente a los diez años. La lateralidad, señalan De Quirós y Schrager,
depende de prevalencias y preferencias motoras de un lado del cuerpo. La prevalencia
depende de condiciones neuromusculares y la preferencia de factores psicosocioculturales.
Desde un punto de vista neurológico los sujetos con predominio diestro o zurdo se
encuentran en igualdad de condiciones. Ambos adquieren la misma velocidad, precisión y
coordinación en la ejecución de una tarea, por ejemplo, en la copia de las figuras del test de
Bender. Y ello es así porque ha ocurrido un proceso de especialización de una mano. Cabe
destacar que al mismo tiempo ocurre un proceso de especialización de los ojos —un ojo
director de la visión (Zazzó, 1971)—, como así también la especialización de un pie. Esta
especialización armónica de ojo-mano-pie de una mitad del cuerpo permite al sujeto
comportamientos organizados con velocidad y precisión. A modo de ejemplo, se citan las
acciones de copia de las figuras del test de Bender, de copia de tareas del pizarrón en el
aula, de escritura al iniciar la escuela primaria o bien la pericia para jugar al tenis o para
patear la pelota en fútbol. En cambio, el sujeto ambidextro —esto es, quien puede ejecutar
tareas con cualquiera de las manos— no alcanza la misma velocidad que el sujeto diestro o
zurdo. El concepto central es la conveniencia de especializar una de las dos manos, que
redunde en velocidad, precisión y habilidad en los movimientos.
Por último, la denominada lateralidad cruzada implica la no lateralización de ojo-mano-pie
de una mitad del cuerpo (ya sea derecho o izquierdo), sino que puede alternar, por ejemplo,
mano derecha, ojo izquierdo, pie derecho. Este tipo de lateralización puede ser causa de
perturbaciones en el comportamiento, en particular en el aprendizaje de la lectoescritura.
Acerca de la organización temporal
Se había dejado planteado que, en la organización del yo corporal, dos ejes son esenciales:
espacial y temporal. Con respecto a la orientación temporal, la vida del ser humano está
siempre vinculada al ritmo (Moreno, 1979, comunicación personal). Existen ritmos
individuales (por ejemplo, mayor o menor velocidad para realizar actividades), ritmos
grupales (como los horarios, tipos de comidas y los ciclos escolares), o ritmos ecológicos
(como el día y la noche o las estaciones del año) (Rael Fuster, 2009). El tiempo se percibe
por el movimiento y el movimiento ocurre en el espacio.
Consecuentemente, la copia gráfica del test de Bender va a requerir del psicólogo una
observación minuciosa del comportamiento del niño. Con ello se quiere enfatizar que la
administración de la prueba implica la articulación de todos estos datos cualitativos con los
cuantitativos referidos al nivel de maduración visomotora alcanzado.
Se puede concluir entonces que el psiquismo, en los comienzos de la vida, en gran parte se
construye a partir del cuerpo y, a su vez, este, a partir del movimiento. Sassano (2013) dirá
que se trata de un hacer significativo. El niño es acción, se sitúa y mueve en el espacio;
dicha acción transcurre en el tiempo y ello tiene implícito el concepto de ritmo. Estos ejes —
espacio y tiempo— permitirán al niño (Molina de Costallat, 1982; Rael Fuster, 2009)
estructurar su imagen corporal. El movimiento, expresión del psiquismo, está orientado con
un sentido, permitiendo los primeros vínculos afectivos. Ello hará posible establecer
relaciones armónicas con la madre primero, con otros sujetos luego y adquirir
progresivamente un conocimiento del mundo físico y social.
Referencias
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Masson.
- Bender, L. (1938). A Visual Motor Gestalt Test and Its Clinical Use. Nueva York: The
American Orthopsychiatry Association.
- Calmels, D. (2003). ¿Qué es la Psicomotricidad? (1. Ed.). Buenos Aires: Lumen.
- Chokler, M. (2008). Psicomotricidad, marco conceptual de una práctica original.
Asociación Argentina de psicomotricidad. Disponible en
www.aapsicomotricidad.com.ar/publicaciones/psicomo-trAAP-chokler.pdf
- De Quirós, B. & Schrager, O. (1979). Lenguaje, aprendizaje y psicomotricidad.
Buenos Aires: Médica Panamericana. (1980). Fundamentos neuropsicológicos de
las discapacidades de aprendizaje. Buenos Aires: Médica Panamericana.
- Frank de Verthelyi, R. (s/f). Gráficos en niños. Departamento de Publicaciones,
Facultad de Psicología, Universidad de Buenos Aires.
- Gesell, A. (1971). Diagnóstico del desarrollo. Buenos Aires: Paidós.
- Head, H. (1963). Aphasia and Kindred D Disorders (2.* Ed.). Cambridge: Cambridge
University Press.
- Mahler, M. (1984). Estudios 2. Separación-individuación. Buenos Aires: Paidós.
- Molina de Costalat, D. (1982). Psicomotricidad III (4. ed.). Buenos Aires: Losada —
(1983). Psicomotricidad I (7.ª ed.) Buenos Aires: Losada.
- Moreno, R. (1979). Comunicación personal. Departamento de Psicología, Facultad
de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Tucumán.
- Piaget, J. (1972). El nacimiento de la inteligencia en el niño. Madrid: Aguilar.
- Rael Fuster, M. I. (2009, febrero). Espacio y tiempo en Educación Infantil». Revista
Innovación y Experiencias Educativas, 15. Revista en Línea. Disponible en www.csi-
csif.es/andalucia/modules/mod_ense/revista/pdf/Numero_15/ISABEL_RAEL_1.pdf.
- Sassano, M. (2013). La construcción del Yo corporal, esquema e imagen corporal en
psicomotricidad. Buenos Aires: Miño y Dávila.
- Schilder, P. (1951). Image and appearance of the human body. Nueva York:
International University Press.
- Stambak, M. (1963). Tono y psico-motricidad. Madrid: Pablo del Río Editor.
- Wallon, H. (1965). La evolución psicológica del niño. Buenos Aires: Psiqué.
- Winnicott, D. (1981). Escritos de Pediatría y Psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós.
- Zazzó, R. (1971). Manual para la exploración psicológica del niño. Buenos Aires:
Kapelusz.
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El Bender como prueba para evaluar la maduración visomotora en niños.
La vigencia de un test clásico
Introducción
E. NORMA CONTINI
A. BETINA LACUNZA
C. PAOLA CORONEL
S. VALERIA CABALLERO
La abstracción de las formas, no se efectúa a partir del objeto percibido como tal, sino a
partir de las condiciones mismas de la acción, que permite reconstruir esos objetos en su
estructura espacial. (Piaget e Inhelder, 1981). Una premisa esencial en el campo del
diagnóstico y evaluación psicológica es que las pruebas deben ser validadas con la
población en la cual se las va a utilizar. Además, estas deben ser actualizadas cada diez
años en función de los cambios sociales, económicos y culturales que producen un impacto
en la configuración psíquica de los sujetos. Por tal motivo, desde la cátedra Evaluación y
Diagnóstico Psicológico Infantojuvenil de la Facultad de Psicología de la Universidad
Nacional de Tucumán, nos propusimos la actualización de datos normativos sobre
maduración visomotora en niños preescolares (5 años) y escolares (6 a 12 años) de
diversos contextos socioeconómicos urbanos y suburbanos de la provincia de Tucumán. En
diversas regiones del país se llevaron a cabo investigaciones para generar baremos del test
guestáltico visomotor de Bender, tales como la de Casullo (1988): Pelorosso, Etchevers y
Orlandi (2004) con población de Buenos Aires; y, más contemporáneamente, Carreras,
Uriel, Pérez, Suárez, Aceba y Fernández Liporace (2011).
Dichas investigaciones han producido normas que, al ser empleadas con población de
Tucumán, no se ajustaban a esta. En 1994, con financiación del Consejo de Investigaciones
de la UNT (CIUNT), se realizó un estudio sobre maduración visomotora empleando este
test. Se generaron así normas para nuestra provincia. Los resultados se publicaron en el
libro La maduración visomotora en niños de Tucumán, editado por la UNT, cuyas autoras
son Contini, Figueroa y colaboradores (1994). En esta publicación se propusieron baremos
según zonas geográficas y niveles socioeconómicos (NSE), como significativo en esta
investigación se destaca la inclusión de niños de zonas de montaña, rural y urbana, y estos
últimos según NSE bajo y alto. Dicho texto ha sido ampliamente consultado tanto por
psicólogos dedicados a la evaluación psicológica infantil en sus diferentes ámbitos de
aplicación (educacional, clínico, forense), como así también por alumnos de la carrera de
Psicología.
Caracterización de la prueba de Bender
El test guestáltico visomotor de Lauretta Bender (1938) es una prueba psicométrica utilizada
con frecuencia en el campo de la psicología y psicopedagogía. Elizabeth Koppitz (1972)
diseñó un sistema de puntuación e interpretación para niños ampliamente aceptado y
utilizado en la comunidad científica y profesional. Tiene como finalidad la evaluación de la
maduración visomotora en niños de 5 a 12 años. Se trata de una prueba sencilla que utiliza
lápiz y papel. La administración consiste en la copia de figuras en un tiempo aproximado de
diez minutos. En concreto, se solicita al niño que copie (con modelo a la vista) nueve figuras
en una hoja A4. Estas son estímulos no figurativos (véase Anexo al Capítulo 1).
La autora de la prueba, Lauretta Bender, argumenta a partir de la teoría de la Gestalt que la
tarea del sujeto consiste en integrar primero el patrón de estímulos visuales para después
poder reproducirlo. Entre ambos procesos mediante complejos sistemas perceptuales. A su
vez, el test recibe la denominación de visomotor en función de las capacidades visuales y
motrices implicadas en ejecución (Bender, 1938; Kopptiz, 1972). Koppitz y estudios
posteriores como los de Carreras et al. (2011) afirman que, para que la tarea se desarrolle
correctamente, el niño debe poner en juego habilidades para reproducir líneas rectas,
curvas y ángulos, la relación espacial entre elementos, la proporción entre las partes, su
continuidad y separación. Estas habilidades dependen de pautas de desarrollo, de la
maduración y del estado patológico funcional u orgánico de cada sujeto, y de la
estimulación del medio ambiente.
EI test guestáltico de Bender estima el nivel de maduración visomotora y, a su vez, brinda
información global sobre variables cognitivas y sobre perturbaciones emocionales (Koppitz,
1972). Todos estos datos son de gran utilidad, pues se vincula con el aprendizaje de los
primeros años de escolaridad formal. Su sencilla y breve aplicación lo sitúa como una
excelente prueba para determinar potencialidades y también indicadores de problemas de
aprendizaje; de allí el valor predictivo que tiene la prueba en el primer ciclo de
escolarización formal.
Material de prueba y administración
El instrumento está compuesto por nueve tarjetas con dibujos abstractos; a la primera
tarjeta la autora la denominó A y al resto, en orden consecutivo de 1 a 8. El niño debe
realizar la tarea de copiar las nueve figuras en una hoja con el modelo a la vista. Esta
actividad da cuenta de un patrón de integración visoperceptual complejo. material de
prueba: nueve tarjetas con dibujos, una hoja A4, lápiz negro N.° 2 y goma de borrar.
Consigna: la consigna de trabajo que se utiliza corresponde a la sugerida por Paín (1998).
Presentando la tarjeta A se dice al examinado: «Vas a copiar esta figura lo más parecido
que puedas». Una vez copiada la figura A, se enuncia la siguiente consigna: «Ahora te voy
a mostrar una a una ocho figuras más, para que las copies lo más parecido que puedas».
Esta autora aclara que no se debe indicar el número de tarjetas antes de la segunda para
observar el emplazamiento espontáneo de la figura en la hoja. Además, explicita que no se
debe indicar que todas las figuras deben ser dibujadas en la misma hoja para no favorecer
el micrografismo. Durante la administración, todas las preguntas del niño referidas a las
figuras serán respondidas con un «lo más parecido que puedas». Pero una pregunta de
mucho cuidado es cuando el niño plantea «¿Está bien?», pues si el psicólogo no responde,
puede generar confusión en el examinado y, si responde afirmativamente, puede conducirlo
a la persistencia de una determinada forma de trabajo. Por lo tanto, como bien señala Paín
(1988), un gesto amable y una respuesta tangencial, tal como «tenemos que terminar de
hacer todo para saber», es útil para afrontar los interrogantes del niño. Agrega Paín: «Un “lo
hiciste bastante bien” no nocivo, siempre que se ajuste a la verdad» (p. 88).
Adquiere un valor destacado la capacidad del psicólogo para observar cómo encara el niño
la tarea, al igual que registrar las verbalizaciones que pudiera realizar el examinado. En tal
sentido puede ser útil una guía de observación (véase Anexo, p. 159). En síntesis, de la
articulación de estos datos cualitativos con los cuantitativos que provee la prueba, los
resultados de la evaluación serán más informativos.
Tiempo de ejecución
Si bien el test de Bender no es una prueba de velocidad, el tiempo de ejecución tiene
significación diagnóstica valiosa. Por este motivo debemos indicar el tiempo total de
ejecución, es decir, cronometrado desde que se entrega la primera tarjeta (figura A) hasta
que el niño finaliza el dibujo de la última (figura 8).
Edades de aplicación
Según Koppitz el test de Bender puede administrarse entre 5 y 12 años de edad. Teniendo
en cuenta que en la investigación realizada con niños de Tucumán (Contini de González y
Figueroa, 1994) al igual que la que motiva este trabajo se encontraron ejecuciones con
errores aun en los adolescentes de 13 años pertenecientes a NSE bajo, no sería
conveniente fijar una edad tope para su empleo. El motivo de consulta puede orientar al
psicólogo sobre la conveniencia de su aplicación.
Acerca de cómo evaluar el test de Bender. Sistema de Puntaje Error de Koppitz
Koppitz (1972) elaboró una escala de maduración que consiste en 30 ítems de puntuación
mutuamente excluyentes, asignándose un punto a cada error encontrado en la reproducción
del test. Cada uno de los ítems del test Bender es puntuado como 1 o 0, es decir, 1 punto si
la ejecución es errónea y 0 punto si es correcta. Se computan las desviaciones bien netas.
Teóricamente, un niño podrá obtener una puntuación máxima de 30. Al respecto, Koppitz
(1972) señala que un protocolo con más de 20 errores es difícil de puntuar, infiriéndose en
este caso que la percepción visomotora es inferior a los 4 años. Los 30 ítems de puntuación
se agrupan en 4 categorías de errores:
Distorsión de la forma
Consiste en la modificación del modelo, por lo que la Gestalt original se transforma.
Criterio
Achatamiento, deformación, adición u omisión de ángulos por círculos (tarjetas A, 7, 8),
sustitución de puntos por círculos (tarjetas 1, 3, 5), de curvas por ángulos (tarjeta 6) o
desproporción del tamaño de las subformas (tarjetas A, 7).
(Véanse figuras 1, 2 y 3 en Anexo de este capítulo).
Rotación
Consiste en modificar la posición de la figura o alguna de sus partes. También se puntúa si
se rota la tarjeta-estímulo, aunque lo copie en forma correcta. La rotación implica que el
niño realiza una adecuación en su orientación espacial.
Criterio
Copia de la figura rotada 45° o más con relación a la posición normal. Puede presentarse en
las tarjetas A, 1, 2, 3, 4, 5, 7 y 8. La rotación de la hoja no se computa como error (véase
figura 2 en Anexo de este capítulo).
Fallas en la integración de las partes
El patrón guestáltico de una figura no se logra: a) en las figuras conformadas por dos
partes, estas se reproducen superpuestas o alejadas, b) desintegración del diseño de las
figuras (tarjetas 2, 3, S) y c) ambas líneas no se cruzan o lo hacen de modo inapropiado
(tarjeta 6).
Criterio
Se puntúa cuando se observa a) la separación o superposición de las subformas 3 mm o
más, b) dos líneas no se cruzan o lo hacen en un lugar incorrecto, c) omisión o adición de
hileras o desintegración del diseño. Puede presentarse en las tarjetas A, 2, 3, 4, 5, 6 y 7
(véase figura 3 en Anexo de este capítulo).
Perseveración
Consiste en el aumento del número de unidades en el diseño
Criterio
Se presenta en tarjetas 1, 2 y 6.
Tarjeta 1: incluye más de quince puntos en la hilera.
Tarjeta 6: presencia de seis o más curvas completas en cualquier dirección de la figura
(véase figura 1 en Anexo de este capítulo).
A fin de facilitar la tarea de puntuación se incluye en el Anexo un modelo de protocolo de
registro. Como la producción del niño se puntúa según la presencia de errores, un
desempeño pobre en la prueba está dado por una puntuación alta y, por el contrario, una
puntuación baja indica un adecuado desempeño. A continuación, se puede visualizar (tabla
1) en forma didáctica cada figura y los distintos errores posibles de puntuar, siguiendo los
criterios de Koppitz (1972).
(Tabla 1)
El proceso de puntuación de un protocolo consiste
En los siguientes pasos:
Evaluar cada dibujo del niño teniendo en cuenta las categorías detalladas según los
posibles errores (véase tabla 1). Se proporciona en el Anexo de este capítulo un protocolo
donde puntuar cada error (véase Figura 6 en Anexo de este capítulo).
Realizar la sumatoria de puntajes directos, obteniéndose un puntaje error.
Utilizar el baremo correspondiente según el nivel socioeconómico al que pertenece
el examinado.
Obtener el percentil (P) correspondiente al puntaje error.
Interpretar el percentil obtenido, situándolo en una categoría diagnóstica según se
indica en la tabla 2. Se establecieron intervalos percentilares, interpretándolos según
categorías diagnósticas.
(Tabla 2)
Articular los datos cuantitativos obtenidos con las observaciones volcadas en la Guía
de Observación del comportamiento (motivación, rechazo de la tarea, impulsividad,
seguridad o dependencia del evaluador. Para realizarla, lateralidad, uso de la goma,
orientación espacial, entre otros).
Una investigación con niños de Tucumán
En 1994 se realizó una investigación con niños de Tucumán de varios contextos ecológicos
y culturales, (Contini de González y Figueroa, 1994), que generó baremos locales. Con este
estudio se construyeron normas actualizadas para población infantil de la provincia de
Tucumán sobre maduración visomotora considerando las particularidades del contexto
geográfico, socioeconómico y cultural de referencia del niño. Esto redundó en la obtención
de diagnósticos más fiables, que hicieran posibles intervenciones más tempranas en niños
con disfunción visomotora.
La investigación que motiva el presente trabajo se plantea como hipótesis que la
maduración visomotora es una función universal, es decir, todos los niños a medida que
aumenta su edad cronológica adquieren mayor maduración y coordinación visomotora.
Ahora bien, tal función no sólo es universal, sino que se caracteriza por la diversidad, esto
es, se ve influida en su velocidad y cualidad por el contexto socioeconómico de procedencia
del niño. La ocupación y educación de los padres, las oportunidades de acceso a los bienes
de la cultura, la calidad de la estimulación que puede brindar la familia primero y la escuela.
Luego, tanto como el nicho ecológico en el que está inserta la familia, inciden en el proceso
de maduración.
De allí es que para poner a prueba esta hipótesis se seleccionó una muestra de niños de
zona urbana del Gran San Miguel de Tucumán, de diferentes NSE: alto, medio y bajo. El
trabajo de campo se llevó a cabo en 2015.
La identificación de los NSE se hizo en base a estudios previos del grupo de investigación.
Se consideró la ocupación y educación del principal sostén del hogar, como así también el
empleo del tiempo libre. Se tuvo en cuenta la ubicación geográfica de la institución escolar,
el costo de la matrícula del colegio al que asistía el niño, la oferta curricular y la ubicación
geográfica de la institución escolar.
Los objetivos de este estudio fueron: a) describir el nivel de madurez visomotora de niños
escolarizados de la provincia de Tucumán de S5 a 12 años de escuelas públicas y privadas
de Tucumán, b) establecer baremos actualizados sobre el test guestáltico visomotor de
Bender para población escolarizada de Tucumán, considerando su lugar de residencia y
nivel socioeconómico y c) describir los indicadores emocionales encontrados en los
protocolos del test guestáltico visomotor de Bender de los participantes.
Como se trata de la obtención de normas locales, solo se incluyeron a aquellos niños con
asistencia regular al establecimiento educativo y que no se encontraran bajo tratamiento
psicológico o psicopedagógico ni presentaran problemas de maduración visomotora
informados por el docente o por el Departamento de Orientación Educativa (DOE).
La muestra intencional y accidental incluyó a 1000 niños de 5 a 12 años escolarizados en
instituciones públicas y privadas del Gran San Miguel de Tucumán, Argentina. Fueron
excluidos 55 protocolos de la prueba por errores en la administración, por lo que la muestra
definitiva se conformó de 945 casos. El 50% de los participantes fueron varones.
(Tabla 3)
Participaron instituciones educativas pertenecientes a distintos niveles socioeconómicos,
teniendo en cuenta indicadores propuestos por la Asociación Argentina de Marketing (AAM)
(2006). Las escuelas públicas están ubicadas en zonas suburbanas de San Miguel de
Tucumán y en el departamento Tafí Viejo, y se trata de instituciones con programas de
inclusión (por ejemplo, ofrecen servicio de comedor). Las de nivel medio (de ámbito privado)
están situadas en el macrocentro de la ciudad de San Miguel de Tucumán y proponen una
oferta extracurricular variada. Por su parte, las de NSE alto están ubicadas en una zona
residencial de la localidad de Yerba Buena y se trata de colegios con doble escolaridad y
una amplia oferta extracurricular. La distribución de la muestra refleja la densidad
demográfica según el nivel socioeconómico: 60%, NSE bajo; 27%, NSE medio; y 13%, NSE
alto.
(Tabla 4)
Como se ha expresado anteriormente, Lauretta Bender (1938) es quien diseñó la prueba y
fue Elizabeth Münsterberg Koppitz (1972) quien creó un sistema de puntuación cuantitativo
—que no existía para población infantil—. Esta autora ideó un sistema de valoración que
permite estimar la maduración visomotora en niños, denominado sistema de puntaje error
(Koppitz, 1972). Si bien existen diversos sistemas de puntuación, el de Koppitz es el que ha
recibido mayor aceptación entre los usuarios de este instrumento. Se presentan los
resultados obtenidos en la investigación llevada a cabo con niños de Tucumán en 2015. En
primer lugar, se detallan los baremos correspondientes a la maduración visomotora según el
nivel socioeconómico (bajo, medio y alto) considerando intervalos de edad cronológica y
promedio de puntaje error. Posteriormente, se presentan los promedios de tiempo de
ejecución también considerando el NSE.
Maduración Visomotora. Baremos según NSE
Teniendo en cuenta que se encontraron diferencias estadísticas significativas en los
puntajes según nivel socioeconómico (F= 2.76, p= .000) (Tabla 5) y también por edad
(Tabla 6), se construyeron baremos diferentes para cada NSE según la edad cronológica
(Tablas 7, 8 y 9) considerando edades entre 5 y 12 años. Este procedimiento está
fundamentado en los postulados de la psicología cultural (para más detalles, véase capítulo
2)
(Tabla 5, 6, 7, 8 y 9)
Sintetizando, para obtener el nivel de maduración visomotora debe tenerse en cuenta el
siguiente procedimiento:
Obtener el puntaje según el sistema de puntaje error de Koppitz ya explicitado.
Identificar el nivel socioeconómico del niño examinado y su edad cronológica para
emplear el baremo correspondiente.
Precisar la categoría diagnóstica según el percentil obtenido.
A fin de ilustrar este procedimiento, se presentan dos ejemplos: Tiano, 9 años 8 meses, de
NSE medio, obtuvo un puntaje error de 3, correspondiente a un percentil 70, el que se
interpreta como término medio (véase figura 4 en Anexo de este capítulo).
Pablo, de 8 años 3 meses, NSE medio, obtuvo un puntaje error de 3, percentil 60, que se
interpreta como término medio. Se observará que para el puntaje obtenido (3) puede
corresponder los percentiles entre 60 y 70, tomaremos como criterio seleccionar el percentil
más cercano a la media, es decir, P 50 (véase figura 5 en Anexo de este capítulo).
Acerca de los resultados obtenidos
Un hallazgo del presente estudio -coincidente con los de Koppitz- es el referido a la
maduración visomotora según la edad cronológica. Los datos al respecto muestran que los
errores en la producción disminuían a medida que aumentaba la edad (véanse tablas 7, 8 y
9).
Este mismo procedimiento, cantidad de errores según edad, se analizó; considerando el
NSE. Los resultados muestran que los niños de NSE bajo presentaron mayor cantidad de
errores en edades más avanzadas que sus pares de NSE medio y alto. Tales resultados
abren una línea de mayor indagación que permitan explicar por qué; en los niños de NSE
bajo la maduración visomotora concluye más tardíamente en comparación con los niños de
NSE alto y de NSE medio. Debieran analizarse factores tales como el nivel de educación de
los padres, oportunidades educativas, ingresos con que cuenta la familia y el
condicionamiento que ello implica en el acceso a los bienes de la cultura. Se trata de poder
especificar la incidencia de tales factores en los resultados.
La comparación de la producción de niños de diversos contextos socioeconómicos mostró
la variabilidad del nivel de coordinación ojo-mano, tanto en la investigación que se realizó;
en 1994 (Contini de González y Figueroa, 1994) como la descrita en el presente estudio. En
el primer estudio local (año 1994) los niños de 5 años mostraban mayor cantidad de errores
que los participantes de la misma edad de la investigación 2015 mientras que sus pares de
6, 8 y 10 años presentaban más errores que los niños del estudio 1994. Respecto al NSE
alto, sólo se hallaron diferencias estadísticas a los 5 años, por lo que los niños participantes
de la presente investigación mostraban mayor cantidad de errores. Llama la atención la
variabilidad de estos resultados. Dicha variabilidad podría encontrar sus causas en políticas
públicas del Ministerio de Salud de la provincia. Tales políticas están destinadas al control
de desarrollo y crecimiento. Dicha ventaja no se mantuvo a los 6 años, lo cual abre un
interrogante acerca del rol de la escuela pública en el desarrollo de los niños,
particularmente en aquellos pertenecientes a sectores de mayor vulnerabilidad. Esta
vulnerabilidad se asocia a la cualidad del entorno familiar, en el sentido de la disponibilidad
de un adulto para la crianza del niño, como así también en las condiciones escolares y
sociales en las que viven, crecen y se desarrollan.
De este estudio se desprenden otras líneas de investigación que profundicen en las causas
de las oscilaciones en el desempeño en la prueba de Bender según las edades, el rol de la
escuela y el impacto de las nuevas tecnologías en las competencias necesarias para lograr
una coordinación ojo-mano adecuada.
Conclusiones
Se han presentado resultados de una investigación sobre maduración visomotora con niños
de Tucumán realizada en 2015, que se considera imprescindible en el campo de la
evaluación psicológica infantil. La actualización de datos normativos para el uso de la
prueba con población local es uno de los requisitos para lograr diagnósticos fiables. La
producción del niño en esta área da cuenta de un complejo proceso de integración
perceptivo-motriz, necesario para lograr comportamientos organizados y para el aprendizaje
de la lectoescritura; de allí que el test de Bender mantiene plena vigencia en las prácticas
psicológicas, clínica y educacional.
Se brindan baremos actualizados para niños de Tucumán, mostrando la vinculación entre
edad cronológica y maduración -a mayor edad cronológica, menor cantidad de errores en la
copia-, como así también se ofrecen resultados sobre el tiempo que el niño necesita para
dar respuesta a la tarea solicitada. El análisis del tiempo aporta valiosa información clínica
sobre cómo afronta el niño situaciones nuevas (en este caso, el test de Bender) y orienta
sobre variables emocionales de mucho valor que van a complementar los datos
cuantitativos específicos sobre maduración visomotora expresados.
El hallazgo más importante es que se encontraron diferencias significativas en el ritmo de
maduración según el contexto socioeconómico, con lo cual se cumple la hipótesis propuesta
al iniciar este trabajo. Así, los niños de NSE bajo presentaron mayor cantidad de errores en
edades más avanzadas que sus pares de NSE medio alto. Llama la atención que niños de
12 años de NSE bajo presentaran errores en la copia de las figuras, lo que indica que el
proceso de maduración visomotora no ha concluido. Esto difiere de los resultados hallados
(1972) en población estadounidense, en la cual a los 12 por Koppitz años no encontró
errores en la puntuación. En este sentido, se concuerda con los planteos de Pelorosso,
Etchevers y Orlandi (2004), quienes atribuyeron esta diferencia en el desempeño al acceso
a diversas fuentes de estimulación ambiental.
Referencias
Asociación Argentina de Marketing [AAM]. (2006). Nivel Económico Social. Buenos Aires:
Asociación Argentina de Marketing.
Bender, L. (1938). A Visual Motor Gestalt Test and its Clinical Use. Nueva York: The
American
Orthopsychiatry Association.
Carreras, A.; Uriel, F.; Pérez, M.; Suárez, N.; Acebal, A. ; Fernández Liporace, M. (2011).
Baremos Niños escolarizados (6 a 12 años): Test Gestáltico Visomotor de Bender, Test del
Dibujo de la Figura Humana (DFH) y Test de Memoria Auditiva y Visual de Dígitos (VAS).
Departamento de Publicaciones, Facultad de Psicología, Universidad de Buenos Aires.
Disponible en www.psi.uba.edu.ar/academica/carrerasdegrado/psicologia/obligatorias.
Casullo, M. (1988). El test de Bender infantil. Normas Regionales Argentinas. Buenos Aires:
Guadalupe. Contini de González, N. ; Figueroa, M. I. (1994). La maduración visomotora en
niños de Tucumán. Evaluación psicológica desde una perspectiva transcultural (1.a ed.).
Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Tucumán.
BETINA LACUNZA
E. NORMA CONTINI
PAOLA CORONEL
Elizabeth Koppitz (1972) sistematizó el uso del test de Bender como prueba proyectiva y
planteó indicadores que sirvieran para identificar niños con perturbaciones emocionales.
Retomó estudios previos y a partir de su experiencia clínica propuso una hipótesis sobre la
relación entre la percepción visomotora inmadura y los problemas emocionales infantiles.
Esta autora planteó que el test de Bender podía ser útil para identificar problemas
emocionales en niños. Al estudiar el desempeño de niños norteamericanos, además de los
errores identificados en la maduración visomotora, Koppitz (1972) encontró otro tipo de
distorsiones. Afirmaba que el método de trabajo de un niño, como el tamaño del dibujo, su
ubicación en el papel, la calidad de las líneas, eran indicadores relacionados con factores
emocionales. De este modo, Koppitz (1972) planteó que la prueba podía diferenciar
protocolos de niños con buen ajuste emocional de otros que no lo tenían.
Koppitz (1972) afirma en la primera versión del libro El Test Guestáltico Visomotor para
niños que el ajuste emocional depende en parte de su capacidad de integración, pero
mucho más de sus experiencias sociales y emocionales con las personas significativas de
su vida. Un niño emocionalmente seguro puede aprender a tolerar las frustraciones
provocadas por el déficit de su percepción visomotriz visomotriz (p. 164). Sostiene que no
todos los ni- ños con una percepción visomotriz inadecuada desarrollarían problemáticas
emocionales. Los vínculos sociales y emocionales con personas significativas de su entorno
son la clave de un ajuste emocional adecuado. El papel de la madre, o figura de cuidado
primario, puede ser clave en este sentido (Contini y Figueroa, 1994).
Koppitz (1972) propuso en su primera revisión (estudios desde 1938 a 1962) la existencia
de once indicadores emocionales, los que se circunscribieron a diez luego de su
investigación empírica. Posteriormente, a partir de investigaciones realizadas entre 1963 a
1973, plantea la incorporación de dos nuevos indicadores emocionales: marcos alrededor
de las figuras y elaboración espontánea o añadidos a las figuras, si bien estos se presentan
con muy escasa frecuencia, su presencia supone una implicación clínica.
A continuación, se enuncian los indicadores emocionales propuestos por Koppitz:
Tabla 1. Indicadores emocionales del test guestaltico visomotor de Bender (Koppitz, 1972)
La investigación con niños urbanos y rurales de Tucumán realizada en 1994 (Contini y
Figueroa, 1994) identificó 16 indicadores emocionales, los encontrados por Koppitz más
aquellos identificados en la investigación con niños en Tucumán.
Cabe aclarar que en el estudio que motiva esta obra se han identificado 13 indicadores. No
sé encontró suficiente evidencia empírica sobre el valor diagnóstico presión inestable,
construcción y marcos alrededor de las figuras.
En la siguiente tabla se enuncian los indicadores emocionales propuestos en ambas
investigaciones locales.
Tabla 2. Indicadores emocionales del test guestaltico visomotor de Bender según
investigaciones en Tucumán.
A continuación, se define cada indicador emocional, según lo planteado por Koppitz y los
aportes de la investigación realizada con niños de Tucumán en 2015. Se indica el criterio
para determinar si está presente, y se ejemplifica con protocolos de la muestra de niños de
S a 12 años de diversos contextos culturales de Tucumán.
Para definir la presencia de un indicador se ha utilizado la noción de recurrencias. Esto
representa lo novedoso del presente estudio, puesto que se privilegia el sistema de
evidencias múltiples (Contini, 2011; Maganto, 2010). Supone no solo un cambio
metodológico respecto de la propuesta de Koppitz (1981), sino un avance en cuanto al
criterio de interpretación del que hoy existe consenso en la evaluación psicológica.
Las recurrencias se conceptualizan como la reiteración de un mismo indicador en la
producción del sujeto (sean indicadores formales o de contenido) (Contini, 2011; Leibovich
de Duarte, 1980). Este indicador permite un trabajo interpretativo intratest que robustece las
hipótesis diagnósticas. En el caso del test de Bender, la recurrencia está dada por la
reiteración del indicador emocional en distintas figuras, las que, a su vez, pueden
combinarse con convergencias intratest.
Cabe recordar que un único indicador emocional en la prueba expresa sólo una tendencia, y
por sí solo no permite hacer un diagnóstico de una problemática emocional ni estimar su
severidad o causalidad (Koppitz, 1981). Es por ello que se aconseja utilizar el sistema de
evidencias múltiples dentro de la prueba, no solo a partir de la propuesta metodológica de
recurrencias, sino también el uso de convergencias intratest.
En definitiva, la propuesta de este estudio intenta superar la valoración de cantidad de
indicadores emocionales presentes en un protocolo considerando la edad del niño (tres
indicadores para niños entre 5 y 7 años de edad cronológica y dos indicadores para niños
de más de ocho años), propuesta por Koppitz en la década de 1960.
Presión intensa
El trazo es fuerte, a tal punto que puede verse desde el dorso de la hoja.
Criterio
Tiene que estar presente al menos en cinco 2 figuras para computar este error.
Significación diagnóstica
Se vincula a agresividad e impulsividad, por lo cual hace convergencia con repaso del
dibujo y macrografismo.
Ejemplos
Morena, 5 años, 7 meses (NSE bajo); Ricardo, 7 años (NSE bajo) (véanse figuras 1 y 2 en
Anexo de este capítulo).
Presión débil
El trazo es tenue, suave, siendo difícil percibir el dibujo como una estructura completa.
Criterio
Tiene que estar presente al menos en cinco 3 figuras para computar este error.
Significación diagnóstica
Ejemplos
Juan, 12 años, 1 mes (NSE bajo); Camila, 12 años, 3 meses (NSE medio) (véanse figuras 3
y 4 en Anexo de este capítulo).
Segunda tentativa
Criterio
Para que se compute debe haber dos dibujos de una misma figura en lugares diferentes de
la hoja. No se computa cuando se borra la figura y se la vuelve a dibujar en el mismo lugar.
Significación diagnóstica
Se asocia con impulsividad y ansiedad. El niño comprende que el dibujo que está haciendo
no está correcto, pero debido a su impulsividad le falta el control interno suficiente para
corregir el error, borrando y volviendo a graficar con cuidado la parte incorrecta. El niño con
estas características puede comenzar las actividades y abandonarlas fácilmente. En la
primera investigación de Koppitz (1972) se dio con menor frecuencia en los niños pequeños.
La autora encuentra como explicación que a esta edad (5-7 años) los niños son menos
críticos de su producción y tienen menor conciencia de error.
Ejemplos Sofía, 9 años 3 meses (NSE bajo); Maximiliano, 8 años (NSE bajo) (véanse
figuras 5 y 6 en Anexo de este capí-
Tulo).
Criterio
Tiene que estar presente al menos en cinco figuras para computar este error.
Significación diagnóstica
Ejemplos
Luis, 9 años 10 meses (NSE bajo); Florencia, 7 años 4 meses (NSE medio) (véanse figuras
7 y 8 en Anexo de este capítulo).
Línea ondulada
Puede presentarse en las figuras 1 y 2. Deben estar presentes dos o más cambios
acentuados en la dirección de la línea de puntos de la figura 1 o círculos de la figura 2
(Koppitz, 1972).
Criterio
Se asocia a inestabilidad emocional (Koppitz, 1972), por lo que desde una mirada clínica
supone constantes cambios en los sentimientos y estados anímicos, que se transfieren a los
diversos ámbitos cotidianos (Carreras, 2017).
Ejemplo
Martina, 5 años 7 meses (NSE bajo); Solana, 9 años 9 meses (NSE bajo) (véanse figuras 7
y 8 en Anexo de este capítulo).
Micrografismo
El dibujo es la mitad más pequeño que el de la tarjeta estímulo. Cuando el dibujo consta de
dos subformas, ambas deben estar reducidas para que se compute esta categoría (Koppitz,
1972).
Criterio
Significación diagnóstica
Ejemplos
Mía, 7 años 5 meses (NSE alto); Daniel, 9 años 11 meses (NSE bajo) (véanse figuras 11 y
12 en Anexo de este capítulo).
Macrografismo
El dibujo es un tercio más grande que el de la tarjeta estímulo. Si el dibujo consta de dos
subformas, como en la figura A o 7, ambas partes deben tener el tamaño aumentado para
que se compute (Koppitz, 1972).
Criterio
Cinco o más figuras deben estar agrandadas para que se compute este error.
Significación diagnóstica
Se vincula a conducta acting out, que puede ser interpretada como actuación de los
impulsos.
Ejemplos
Chiara, 5 años 10 meses (NSE medio); Saira, 5 años 6 meses (NSE bajo) (véanse figuras
13 y 14 en Anexo de este capítulo).
Orden confuso
Las figuras están distribuidas en la hoja sin ningún orden lógico. Se considera aceptable
cualquier secuencia lógica, esto es, de arriba debajo de la hoja, de abajo a arriba, de
izquierda a derecha, de derecha a izquierda.
Criterio
Significación diagnóstica
Está asociado con una pobre capacidad para planificar y organizar el material. Como dicha
capacidad se desarrolla gradualmente, es común que el orden confuso esté presente en
niños pequeños. Por lo tanto, cobra significa-
Ejemplos
Santiago, 10 años 10 meses (NSE bajo); Camila, 12 años 3 meses (NSE medio) (véanse
figuras 15 y 16 en Anexo de este capítulo).
Criterio
Por lo menos la mitad de todos los círculos de la figura 2 están reemplazados por rayas de
2 mm o más. La sustitución de los círculos por puntos no se computa.
Significación diagnóstica
Ejemplos
Elías, 9 años 7 meses (NSE bajo); Rosario, 7 años (NSE bajo) (véanse figuras 17 y 18 en
Anexo de este capítulo).
Criterio
Para computar debe estar presente al menos en dos de las tres figuras.
Significación diagnóstica
Se asocia con baja tolerancia a la frustración y explosividad. Koppitz (1981) sostiene que los
niños pequeños tienden, por la propia inmadurez, a presentar menor tolerancia a la
frustración. Adquiere implicancia diagnóstica en los niños mayores de 8 años.
Ejemplos
Expansividad
Supone el uso de dos o más hojas para dibujar las nueve figuras.
Significación diagnóstica
Ejemplos
Oscar, 9 años (NSE bajo); Juan, 10 años 8 meses (NSE medio) (véanse figuras 20 a 23 en
Anexo de este capítulo).
Borraduras
Este indicador no ha sido investigado por Koppitz, pero sí por el equipo de investigación de
Contini y Figueroa (1994) y en la presente investigación.
Criterio
Uso compulsivo de la goma que, lejos de mejorar la ejecución, la deteriora. Las borraduras
deben estar presentes al menos en cinco de las figuras.
Significación diagnóstica
Parte
Se asocia a impulsividad y falta de controles internos que conduzcan al niño solo a anular
cuidadosamente la del dibujo que valora como incorrecta y la rehaga perfeccionando el
dibujo. En tal sentido hace convergencia con el indicador segunda tentativa.
Ejemplos
Florencia, 7 años 4 meses (NSE medio); Paulina, 9 años (NSE alto) (véanse figuras 24 y 25
en Anexo de este capítulo).
Criterio
Son cambios espontáneos por los que las figuras se convierten en objetos o se combinan
en figuras caprichosas (Koppitz, 1981).
Significación diagnóstica
Koppitz (1981) planteó que se trataría de niños inmersos en su propio mundo interior y en
sus pensamientos, agobiados por temores y ansiedades que los llevaría a tener poco
contacto con la realidad.
Ejemplo
Aquiles, 6 años 8 meses (NSE bajo); Alejandro, 11 años 0 mes (NSE bajo) (véanse figuras
26 y 27 en Anexo de este capítulo).
Como bien señala Koppitz (1981) los indicadores emocionales son signos clínicos que
deben ser evaluados en cada niño en forma singular y pueden presentarse separadamente
(un solo indicador) o en combinación (varios indicadores). Sostiene, con acierto, que no son
mutuamente excluyentes, pues un niño puede expresar un problema emocional de
diferentes formas. Así, por ejem- plo, un niño tímido e inhibido realizará figuras pequeñas
(micrografismo), al mismo tiempo que puede dibujar lí-
Tal como se describió en el capítulo 4, se trabajó con un total de 945 niños escolarizados en
escuelas públicas y colegios privados del gran San Miguel de Tucumán de diversos
contextos socioeconómicos. De esta muestra se halló que 553 presentaban indicadores
emocionales, es decir, un 58% del total de los niños participantes.
A los 6 años los niños de NSE bajo presentaron ma- yor frecuencia del indicador línea
ondulada respecto de sus pares del NSE medio (Z = 3.44, ρ = .01). Se hipotetiza que el
grupo del NSE bajo presentaba mayor inestabilidad emocional (ver Anexo de este capítulo,
tabla 5).
A los 10 años, se encontró una mayor frecuencia del indicador orden confuso en los niños
del NSE bajo respecto al alto (Z = 2.06, ρ= .05), como así también entre este último grupo y
los de NSE medio (Z = 2.97, ρ = .01). Se observó que los niños de NSE alto mostraban
menor capacidad de planificación (ver Anexo de este capítulo, tabla 6). A su vez, a los 11
años, el indicador de orden confuso también permitió establecer diferencias estadísticas
significativas entre los niños de NSE bajo, medio y alto. Se observó que los niños de NSE
medio mostraban mayor dificultad de planificación (Z = 5.41, ρ = .01), seguidos grupo de
NSE alto (Z = 2.78, ρ= .01). A esta misma edad, la presencia de línea ondulada fue
diferente estadísticamente entre los tres grupos de NSE. Los niños de NSE medio
mostraban mayor inestabilidad emocional (Z = 4.48, ρ= .01), seguidos por los de NSE alto
(Z = 2.54, ρ= .05) (véase Anexo de este capítulo, tabla 7).
A los 12 años, se observó que los niños de NSE bajo mostraban mayor orden confuso que
sus pares de NSE medio (Z = 12.97, ρ =.01) y estos últimos comparados con los de NSE
alto (Z = 5.25, ρ= .01). El orden confuso se vinculó a las dificultades de planificación. Por su
parte, la presencia de presión intensa difirió estadísticamente entre los niños de NSE bajo y
medio, por los que estos últimos mostraban mayor tendencia a la agresividad (Z = 3.45,
ρ= .01) (véase Anexo de este capítulo, tabla 8).
Consideraciones finales
Si bien el test de Bender no fue diseñado para evaluar dimensiones emocionales, el uso del
espacio, el tamaño de las figuras, la presión, la sustitución de círculos por rayas, entre otros
indicadores, tienen índole proyectiva y pueden orientar acerca de las características
emocionales del examinado.
En distintos
Referencias
-Bender, L. (1938). A visual Motor Gestalt Test and its Clinical Use. Nueva York: The
American Orthopsychiatric Association.
(1983ª). Test guestáltico visomotor. Usos y aplicaciones clínicas (13.a reimpresión). Buenos
Aires: Paidós.
-Luchetti, Y.; López, L.; Brizzio, A. (2016). Estudio de validación clínica de los indicadores
emocionales del Test Guestáltico Visomotor de Bender. Investigaciones en Psicología,
21(1), 45-53.
BETINA LACUNZA
El test de Bender es una de las pruebas más utilizadas en evaluación psicológica infantil.
Suele ser incluido en baterías diagnósticas en distintos escenarios donde el diagnóstico es
esencial para la toma de decisiones: escuelas, centros de atención primaria de la salud o en
la práctica clínica.
Su incorporación está determinada no solo por motivo de consulta, sino porque se trata de
una técnica fiable, sencilla, económica en tiempo y en materiales, particularmente para
aquellos profesionales que trabajan en ámbitos con una alta demanda de atención en
evaluación psicológica. Dentro de una batería diagnóstica, el test de Bender funciona junto
a otras pruebas psicológicas —como la escala de inteligencia para niños WISC-IV— y
permite acceder a información relevante del niño, especialmente de sus fortalezas y/o
debilidades de tipo visomotriz. Adicionalmente permite obtener indicios sobre variables
emocionales, datos que deben converger con información específica de otras pruebas
proyectivas.
Teniendo en cuenta estas consideraciones, el propósito de este capítulo es mostrar la
articulación entre la teoría y la práctica clínica, sobre todo en aquellos el motivo de consulta
se relaciona con la maduración visomotora. Para ello se presenta un proceso de evaluación
psicológica completo. Se focaliza el análisis del test de Bender en sus aspectos
madurativos, como así también la búsqueda de evidencias múltiples con la entrevista inicial
con padres y otras pruebas administradas permitan fundar la hipótesis sobre maduración
visomotora en bases sólidas. A fin de brindar al lector información detallada del proceso
realizado se incluye el material de todas las técnicas administradas, que permiten
contextualizar el caso y pueden consultarse en un anexo.
Caso Juan
Contexto del caso
La evaluación de Juan se realiza en un ámbito de atención público —centro de atención
primaria— por pedido de la docente del grado. A unos meses de iniciado el ciclo escolar, la
maestra mostró preocupación por el comportamiento del niño así como por las dificultades
en su rendimiento escolar. En conjunto con la psicopedagoga del gabinete escolar se
plantea a la madre del niño sus dificultades y la necesidad de una evaluación psicológica.
Se estudian variables madurativas, cognitivas y socioemocionales de Juan, aunque en este
trabajo se focaliza en aquellas referidas a la maduración visomotora. Se interpreta la prueba
específica junto a las evidencias del dibujo de la figura humana (DFH), algunos subtests del
WISC-IV y la entrevista inicial a la madre con el objetivo de establecer articulaciones
clínicas con el material analizado.
Juan es un niño de 8 años recién cumplidos que aparenta ser mayor por su contextura
física. Cursa segundo grado de una escuela pública, mixta. Asiste a dicho establecimiento
desde primer grado; cursó jardín de infantes de 5 años en una escuela pública del interior
de la provincia, donde residía con su madre.
Procedimiento
Se presenta una síntesis de las entrevistas iniciales, tanto con la madre como con el niño.
Se analiza exhaustivamente el test de Bender y su contribución para esclarecer el motivo de
la consulta. Se adjuntan los protocolos de las pruebas mencionadas.
Datos de filiación
Nombre: Juan
NSE: medio-bajo
Derivante: docente del niño. La docente remite un informe del niño en el que se menciona:
"Juan comprende las consignas, aunque requiere de la presencia permanente del docente
para concluirlas. Presenta dificultades para organizarse en el cuaderno. Es movedizo, sus
conductas poco tolerantes hacen que sea rechazado por los pares. Le cuesta concentrarse,
tiene un ritmo de trabajo lento .
Genograma
Antecedentes de importancia
Son oriundos del interior de la provincia. Hace un año residen en la ciudad por
accesibilidad a tratamientos médicos de la madre del niño.
Internación durante una semana a los 4 años por cuadro bronquial agudo.
Entrevistas diagnósticas
La madre se presenta con cierta resistencia a realizar la evaluación psicológica del niño,
destaca su temor respecto a la información que se le pueda requerir y luego transmitir a la
docente. Sin embargo, reconoce las dificultades de Juan en el ámbito escolar, aunque
minimiza dichos comportamientos. Respecto a las dificultades en el rendimiento escolar
subraya que el niño no concluye las tareas por el comportamiento ofensivo de sus pares y la
falta de interés de la docente por el niño. "La maestra dice que Juan se porta mal, es
golpeador, fantasioso y novelero… Sí es verdad que no termina los deberes, pero eso es
así en los chicos." Destaca las dificultades de concentración para realizar tareas escolares,
aunque sea apoyado por ella o por la tía materna. Expresa: "Cuando vienen las pruebas no
se acuerda, pero me parece que la maestra no se ocupa mucho…." El inicio de dichas
dificultades es coincidente con el cambio de escuela y de ciudad de residencia. Respecto a
los comportamientos disruptivos con la madre de Juan los justifica: "Ahora, como Juan se
defiende, ya es golpeador… aparte todos los chicos son así, eso no es malo." Se destaca la
posición diferente de la madre respecto de la docente sobre el excesivo uso de la fantasía
del niño, que se expresa en la invención de historias: "Él es así… nosotros en la casa lo
dejamos que cuente historias."
Describe a Juan como un niño con un pensamiento inmerso en la fantasía, temeroso, con
escasas oportunidades de interacción con pares fuera del ámbito escolar. Refiere que es
dependiente en ciertos hábitos de autonomía personal, tales como vestirse, y cuenta con el
apoyo constante de su tía materna para resolver situaciones cotidianas. Menciona que sus
actividades son de tipo pasivas (ver TV, videos, quedarse en la cama). A su vez, la madre
evita actividades en las que el niño pueda tener contacto con pares por temor a que le
brinden información personal que desconoce. El vínculo con la tía materna es de cercanía:
Ella lo malcría mucho , mientras que con su tío materno la relación es más distante. Relata
que su vínculo con el niño está mediado, en ocasiones, por discusiones: "Yo no le tengo
paciencia con los deberes, se distrae, no me hace caso…" En tanto, la relación con la
hermana mayor es de rivalidad.
La madre de Juan explica que el cambio de domicilio no solo se debió a sus problemas
médicos, sino esencialmente a la información que los vecinos podrían transmitir al niño
respecto a su identidad. Explicita que es adoptado, pero que dicha adopción no ha sido
esclarecida. Reafirma su posición de no revelar la identidad y preservar a Juan de
situaciones en las que se pueda brindar dicha información. La hermana mayor de Juan (18
años) fue inscripta como hija del tío materno, habiéndose ocultado el embarazo por la no
aceptación social de este. Destaca la autoridad de los abuelos maternos -ya fallecidos- con
relación al tratamiento que se dio al tema, y a la participación en la crianza de Juan durante
los primeros años de vida. Subraya que el niño se refería a sus abuelos como sus papás y
que actualmente designa mamá tanto a su madre biológica como a su tía materna y papá a
su tío materno. Enfatiza que el niño conoce el verdadero vínculo sanguíneo con cada
miembro de la familia, aunque se refiera a ellos indistintamente como padres o tíos.
Se trata de un grupo familiar compuesto por la madre, la hermana de Juan y sus tíos
maternos, quienes conviven desde hace más de un año aproximadamente. Los vínculos
entre ellos están teñidos por la ambigüedad respecto a la delimitación de roles (quién
cumple la función materna, por ejemplo) y las jerarquías en la relación padres-hijo. La
autoridad de los abuelos maternos (ya fallecidos) ha mantenido una confusión respecto a la
identidad de los hijos y el posicionamiento de la madre de Juan como una persona
autónoma en la toma de decisiones (asumir la maternidad, reconocer la adopción de Juan).
La determinación de mantener oculta la identidad de Juan provoca en la madre un alto nivel
de ansiedad lo intenta mantener el secreto a través de temor, por acciones que limitan la
socialización del niño.
Juan es visto por su madre y por la tía materna como un niño de menor edad, dependiente
de las figuras adultas para el funcionamiento en la vida cotidiana. Asimismo, es puesto en
una posición pasiva en sus actividades, puesto que sus cuidadores las estimulan (jugar a
videojuegos, permanecer acostado gran parte del día, comer en la cama). Por su parte, la
figura paterna (tío materno) no mantiene cercanía en su vínculo y cuidado. Las disfunciones
en la asunción de roles, descritas por la madre de Juan, repercuten en la dinámica familiar.
La falta de claridad de lugares en la familia y las acciones que intentan impedir el
develamiento de la identidad de Juan contribuyen al déficit en la socialización del niño y la
sintomatología vinculada al rendimiento escolar.
Describe que, en ocasiones, la maestra no le presta atención y que sus compañeros suelen
ser agresivos con él. A modo de defensa, Juan relata que a veces les dice cosas feas… así
no me molestan , aunque no reconoce abiertamente sus comportamientos disruptivos. En
su relato incluye a personajes de dibujos animados diciendo que él haría lo mismo que ellos
en el colegio. Narra con detalles las historias de dichos personajes y, por momentos, se
incluye como protagonista. Respecto a sus dificultades escolares, señala que a veces se
olvida lo que ha estudiado (En las pruebas no me acuerdo… y eso que mi mamá me hace
repetir), o que no logra copiar toda la tarea del pizarrón. Narra que en numerosas ocasiones
no asiste a la escuela, no le agrada levantarse temprano y a veces [su] mamá [lo] deja
faltar. Menciona que tiene pocos amigos en la escuela y que en su casa no lo dejan salir
porque no son buenos los vecinos.
Juan se presenta como un niño cariñoso, con un lenguaje adecuado y muy verborrágico por
momentos. En su relato describe que tiene escasos vínculos con pares y que la modalidad
de relación está mediada por comportamientos agresivos. La falta de reconocimiento de
dichos comportamientos es de valor pronóstico negativo. Destaca el vínculo de ayuda con
su tía materna, lo que se considera un factor positivo.
El niño describe hábitos pasivos no solo en el ámbito familiar, sino en la relación con sus
pares, lo que contribuye a las disfunciones sociales que presenta. Respecto a su
problemática escolar describe sus dificultades para la copia de tareas y la concentración,
especialmente al momento de las evaluaciones.
Llama la atención el relato de personajes de TV o videojuegos. Esto da cuenta de la
búsqueda constante en la fantasía de un protagonismo más activo (defenderse, tener
poderes mágicos) respecto a la posición pasiva que ocupa en el ámbito familiar.
Resultados del proceso de evaluación psicológica Test guestáltico visomotor de Bender
Juan presentó un puntaje error de 10 (P 10), que se corresponde con una categoría
diagnóstica inferior al término medio, considerando su grupo normativo (véase baremos en
capítulo 4, tabla 7).
Juan realizó la prueba en siete minutos, lo cual es esperable y se encuentra dentro de los
límites críticos según su edad y nivel socioeconómico (véase el detalle de análisis de tiempo
en el capítulo 4).
Síntesis de la técnica
Juan es un niño de 8 años que se mostró predispuesto para realizar la tarea. Sin embargo,
comentaba reiteradamente las dificultades que tenía para graficar, dando cuenta de cierta
inseguridad para copiar figuras a partir de un modelo a la vista. Se observó descuido al
realizar los gráficos y una necesidad de concluir rápidamente la tarea.
Juan presenta una maduración visomotora inferior perteneciente al término medio según su
grupo sociocultural de incidencia. Se observan dificultades en lograr proporciones de figuras
geométricas armónicas cuando la Gestalt presenta dos subformas; por otro lado, no
consigue estructurar los ángulos correctamente. Asimismo, aunque en menor proporción, se
observan rotaciones que dan cuenta de una orientación espacial inadecuada.
Desde un punto de vista cualitativo se hipotetiza una mayor afectación de las praxias y, en
lo que respecta a las gnosias, no está consolidada la noción de ángulos.
Juan se mostró predispuesto, aunque se observó cierta desconfianza en poder lograr las
tareas que se proponían. Su ansiedad era mayor cuando las actividades suponían un límite
de tiempo, mostrando enojo al indicársele dicho límite. Manifestaba intensa dependencia del
evaluador puesto que buscaba su aprobación para continuar con las tareas. Más allá de
eso, realizó todos los subtests propuestos.
El niño presenta un nivel cognitivo global inferior comparado con sujetos de su edad (CIT
78) (Baremo Buenos Aires). No se observan discrepancias entre los distintos índices, por lo
que el CI puede ser analizado de modo unitario. Sin embargo, su ICV (90) es promedio y se
considera una fortaleza la utilización de la inteligencia cristalizada en procesos de
razonamiento y su participación en el rendimiento escolar.
Muestra mayor déficit —al compararlo con su grupo normativo— en la organización
perceptiva, formación de conceptos no verbales, análisis visual y procesamiento simultáneo
de la información (IRP 77). Estas dificultades también estuvieron presentes en las
habilidades de atención, concentración y capacidad para mantener información activa (IMO
72). De este modo, están involucradas las habilidades de razonamiento fluido y podrían
relacionarse con las dificultades en el rendimiento y aprendizaje escolar.
Por su parte, el desempeño en tareas que impliquen la percepción visual, la memoria visual
a corto plazo y la capacidad de utilizar estas habilidades en tiempo acota- dos adquieren un
nivel medio bajo (IVP 83). Estas dificultades pueden afectar el aprendizaje bajo la presión
del tiempo.
El examinado es visto por su madre como un niño pequeño, dependiente de las figuras
adultas para su des- envolvimiento en la vida diaria. Juan no presenta hábitos que le
permitan un funcionamiento autónomo: no logra vestirse solo, comer en interacción con los
miembros del grupo familiar o realizar tareas en el hogar. Sus actividades pasivas dan
cuenta de cierto sedentarismo que no solo condiciona la motricidad sino también su peso
corporal. A esto se suma la dificultad para completar tareas sin la intervención de la
docente, planificar el espacio para copiar tareas en el cuaderno y concentrarse en clase. La
escasa estimulación por parte del grupo familiar hacia el niño ha impactado en el nivel de
las habilidades motrices adquiridas —propias de un niño más pequeño— como en las
oportunidades de interacción social con pares.
La madurez visomotora de Juan es inferior al término medio. Esta posición del niño respecto
a su grupo normativo explicaría las dificultades para organizar espacialmente la
reproducción de figuras geométricas simples y complejas (test de Bender). Los resultados
hacen convergencia con el limitado nivel de madurez en la formación de conceptos no
verbales (noción de cuerpo humano) y en el empleo de habilidades prácticas constructivas,
la organización perceptiva y el análisis visual (IRP, WISC-IV). Asimismo, el subtest de
Claves (WISC IV) hace convergencias con los hallazgos del test de Bender, destacándose
las dificultades motrices y perceptivas. Esto daría cuenta de las dificultades de Juan para
concentrarse y actuar con rapidez frente a estímulos que impliquen memoria operativa,
percepción visual y coordinación visomotora.
ANEXOS
Capítulo 1.
El test de Bender. Fundamentos Teóricos.