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TIEMPO DE CONFINAMIENTO TIEMPO DE DISCERNIMIENTO

T ONI C ATALÁ SJ

(TRES MEDITACIONES QUE PUEDEN SERVIRNOS)


Serie de tres meditaciones para ayudar a que este tiempo de “confinamiento”
sea tiempo de “discernimiento”, de experiencia espiritual.
Discernimiento de aquello que experimentamos en nuestro interior personal,
familiar o comunitario en este tiempo inesperado que ha roto nuestros modos
cotidianos de estar en la vida, de estar en casa, en el trabajo, en el barrio y en
la ciudad.
Es la búsqueda, a través de todo ello, de lo que el señor nos puede estar
diciendo.

TODA BÚSQUEDA COMIENZA POR UNA PREGUNTA.


En tiempo de tristeza, de perplejidad, de desconcierto, de incertidumbre, de miedo y de temor, de
angustia… de “desolación” diría San Ignacio, ¿qué nos está diciendo el Espíritu de Jesús?
En este tiempo nos planteamos delante del Señor y de los demás el sentido hondo de nuestro ser
cristianos: ¿estamos en el seguimiento del Señor para la exhibición o para servir en
lo oculto, en lo confinado, en lo invisible?
ATENDER AQUELLAS DINÁMICAS QUE GENERAMOS.
En este tiempo debemos tener cuidado con generar y alimentar lenguajes de muerte, de
desesperanza, de derrotismos, de lamentos y de gesticulaciones absolutamente inútiles… Es una
trampa quedarnos delante de la tele o en las redes sociales, alimentando lenguajes alarmistas,
agoreros… La situación es seria, pero no podemos confundir la seriedad con el morbo de
regodearnos en la desgracia. Se trata de saber que si damos cabida a discursos de
pesimismo o lamentos, alimentamos dinámicas de tristeza y desesperanza y la
desolación aumentará.
REACCIONAR POSIBILITANDO ALTERNATIVAS.
De modos muy sencillos y humildes podemos caer en la cuenta de que este tiempo nos puede
permitir hacer pequeñas cosas que en otros momentos ni se nos ocurre. Preocuparse
por los vecinos que muchas veces ni sabemos quienes son, qué amigos necesitan un poquito más
de comunicación o preocupación por ellos, leer aquello que arrinconé en su momento, jugar un
poco más con los críos, desempolvar aquel álbum de fotos de los abuelos que los hijos ya no saben
ni quiénes son…
ES TIEMPO DE RECUPERAR EL AGRADECIMIENTO.
¿Caemos en la cuenta de corazón y en verdad que en nuestra cultura nos habíamos apropiado de
todos los dones y ya no sabíamos vivir en acción de gracias? En este tiempo aprendemos, de un
modo duro es verdad, que seguir al Señor no es sólo hacer cosas, santas y buenas, sino un modo
de estar en la vida, un modo de sentir, de valorar, de decir, de mirar… Es tiempo de agradecer,
que tenemos un techo, que tenemos un sistema sanitario de lo mejor, que tenemos
gente con la que contamos… Eso lo vivíamos como normal y ahora nos damos cuenta que de
normal nada, que somos humanos y vulnerables como toda criatura y cultura, creíamos que los
problemas sanitarios, de suministros estaban en otros continentes. Esa creencia nos ha llevado a
vivir “en soberbia y gloria vana”, que los europeos éramos otra cosa, que nosotros ya habíamos
llegado a donde íbamos. San Ignacio nos diría no olvidemos que nuestra vida es agradecimiento
y servicio, y el servicio ahora es no convertirnos en el centro de la casa sino no perder sensibilidad
para con el que tenemos al lado.
ES TIEMPO DE REVISAR, EXAMINAR.
No es tiempo de buscar “chivos expiatorios” sino de estar correcta y responsablemente
informados, San Ignacio diría de “mucho examinar”. Podemos pasar del “qué está pasando” al
“quién tiene la culpa” que siempre lleva a linchamiento. Ya hemos dicho que la situación es
seria y tenemos que estar bien informados pero no podemos regresar a estadios
míticos de buscar culpables por todos lados. Eso deja las cosas igual, no soluciona nada
pero pone en mucho peligro que nos fracturemos como sociedad: gobierno-gobernados,
culpables-inocentes, victimarios-victimas, puros-impuros, responsables-irresponsables… No es
momento de focalizar la desolación, que es verdad que lleva consigo un poco o un mucho también
de rabia, sino de saber lo que está pasando, sabiendo que toda realidad es endiabladamente
compleja. ¡Cuidado con los tópicos!
ES TIEMPO DE INSTAR MÁS EN LA ORACIÓN.
Es tiempo de orar todo lo que está pasando desde lo que el Señor pasó. No está mal poder
acercarnos al Señor estos días desde la oración, pero sabiendo que oración es también una
jaculatoria muy sencilla, desde la lectura del evangelio, desde la petición que
siempre hace que surjan nuestros mejores deseos. San Ignacio nos está diciendo que es
tiempo de no alimentar lenguajes tóxicos, de depurar nuestra motivación en el seguimiento, de
vivir en acción de gracias, de saber lo que pasa y orarlo. Si examinamos y oramos se nos van a
ocurrir cosas muy evangélicas por sencillas, “menos lamentos y hacerle la vida un poco más fácil
al que me rodea” en la familia, comunidad, vecindad, trabajo.

Segunda meditación para ayudar a que este tiempo de “confinamiento” sea


tiempo de “discernimiento”, de experiencia espiritual:

MIEDOS Y DISCERNIMIENTO.
San Ignacio sabe que los miedos nos pueden paralizar, que en tiempo desolado se “comienza a
tener temor y perder ánimo”. Todos tenemos miedos y temores y si no los tuviéramos
estaríamos realmente enfermos. En estos días en que estamos confinados, algo que nunca
esperábamos que nos iba a ocurrir, nos acechan temores y miedos muy potentes, miedos que
tienen fundamentos reales y otros fantasmagóricos, pero al fin y al cabo miedos que nos
desaniman.
Discernir es mirarlos de frente y nombrarlos, aunque provoque vértigo y tengamos
que respirar hondo. El miedo a abordar los propios miedos -y no es momento de florituras ni
de retruécanos- es la “la bestia más feroz sobre el haz de la tierra” como nos dice San Ignacio.
Miedo que hace que nos bloqueemos ante lo que acontece, que nos repleguemos
autodestructivamente, que nos autoengañemos contándonos mentiras sobre lo que está pasando,
y de esto saben muchos los “conspiranóicos” charlatanes, agoreros, traficantes de dolor en tanta
telebasura y medios similares, buscado chivos expiatorios… miedos que nos deshumanizan.
CÓMO HACER ANTE LOS MIEDOS.
Hay miedos ante situaciones bien reales, como la que estamos viviendo, que están ahí y que
ninguna teoría crítica ni ninguna teología honesta los puede obviar ni enmascarar y que tenemos
que plantarles cara con la ayuda del Espíritu de Fortaleza que nos da Jesús: el miedo
a la soledad duele, el miedo al fracaso (proyectos truncados) duele y deja sabor de culpa queramos
o no, el miedo a la enfermedad duele y el miedo a la muerte duele.

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No se trata de “perder miedo”, “no somos dioses” es lo primero que visualicé cuando hace trece
meses desperté en la UCI. Se trata de afrontar los miedos, ponerles nombre y
comunicarlos en la medida que podamos. San Ignacio nos dice que sólo compartiendo el
miedo con una persona que nos quiere y nos escucha nos ponemos en camino de que no nos
paralice. Compartir es caer en la cuenta, como dolorosa y gozosamente estamos
experimentando, que el seguimiento del Señor Jesús no lo hacemos en solitario. El
“llanero solitario” era un cómic cuando yo era pequeño. Sigamos cuidando la preocupación de
unos por otros, escuchémonos, no echemos más leña al fuego, sintamos juntos nuestra
vulnerabilidad. Esto nos mantiene en camino de evangelio, esto es discernimiento.
PONER LA MIRADA EN JESÚS.
Estos temores nos tienen que llevar a seguir poniendo la mirada en Jesús porque su Buena Noticia
no es sólo revelación del rostro Compasivo de Dios sino también revelación de qué es ser hombre
y mujer, en qué consiste la condición humana. Nos hemos contado muchas mentiras sobre
la condición humana: teníamos que ser hombres y mujeres exitosos, competitivos, sin fisuras,
impasibles, con salud y cuerpos perfectos, bien planificados, casi tocando la inmortalidad… Todo
de repente se ha caído como un castillo de naipes y traerá consecuencias porque nuestro sistema
socioeconómico hace negocio con nuestras carencias. Este tiempo doloroso nos puede
llevar a percibir y discernir en verdad y de corazón qué es lo importante, qué es lo no
tan importante y que es aquello de lo que podemos prescindir y no pasa absolutamente nada.
Ahora es el momento de la confianza en Aquel que “es Compasivo y Fiel y se puede compadecer
de nosotros porque pasó la prueba del dolor como nosotros la pasamos” (Heb 2, 17-18) como nos
dice la carta a los Hebreos. El evangelio nos dice “ecce homo”, “he aquí el hombre”, cuando Jesús
está pasando la prueba del dolor, de la limitación, de la vulnerabilidad. El evangelio no nos engaña
sobre la condición humana y esta prueba ni es masoquismo ni dolorismo sino pura lucidez.
Discernir es saber dónde está la mentira y quién miente. No creo que Jesús mienta
cuando por amor hasta el extremo, porque es el Buen Pastor, cuando al ver venir la adversidad no
huye porque nos quiere. Se implica compasivamente con nosotros y esta implicación no tiene
vuelta atrás. Asume nuestra condición humana hasta el final. Es incondicional. Aunque le
fallemos él, para siempre estará con nosotros. Prefiere dar la vida antes que generar más violencia,
sufrimiento y muerte, por eso nuestro sufrimiento es su sufrimiento bañado por una
Compasión infinita.
Creo que se engañan y nos engañan los que creen que Dios se está regodeando ante tanto
sufrimiento “merecido por nuestros pecados”. Al contrario, más bien porque nos quiere, nos
muestra su incondicionalidad total para que nos humanicemos y no nos endiosemos en nuestros
orgullos y prepotencias enmascaradas “religiosamente” que eso sí que es pecado. Pecado es
vivir cínicamente, mintiéndonos y mintiendo a los demás. Dice de Dios el profeta
Jeremías, de un modo que sólo sus amigos lo pueden decir, “lloraré en secreto por vuestro orgullo”
(Jr 13, 17) La sabiduría judía advierte que existe un lugar denominado “secreto”; y “cuando Dios
está triste se refugia allí para llorar” nos recuerda Elie Wiesel, premio Nobel de la paz y
superviviente de Auschwitz y Buchenwald. En Jesús encontramos nuestra plena
humanidad cuando nos dejamos querer y confiamos en él.
LA DIVINIDAD SE ESCONDE.
La “divinidad se esconde” nos dice San Ignacio posiblemente para que asumamos nuestra
condición humana sin “engaños, sin sutilezas, falacias, falsas razones” y no lo utilicemos a él -
aunque este esconderse le duela y llore por amor- para mantenernos en la vida en minoría de edad,
para vivir como cristianos siempre tutelados, con miedo a nuestra propia condición humana,

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para que en el vértigo de asumir nuestra propia humanidad podamos decir
confiadamente “dadme vuestro amor y gracia que esto me basta”.
En este momento es legitimo que dejemos que afloren las preguntas sin respuesta: “por qué todo
esto”, “por qué no interviene Dios y evita la adversidad”. Jesús en Getsemaní, cuando se está
tragando la soledad, el fracaso, el limite físico y psíquico, es decir, la enfermedad como
vulnerabilidad, y tiene la muerte enfrente también hace suyo el “que pase de mí” pero al mismo
tiempo dirá “Padre en tus manos pongo mi vida”. Sigamos pidiendo unos por otros, estamos en
cuaresma, el viernes y sábado santos no son solo celebración litúrgica, sino que son lo que estamos
viviendo, pidamos Confianza y Fortaleza. Dios no interviene para evitarnos el vivir sino
para darnos fortaleza en el vivir ¡No decaigamos en la oración!

Tercera meditación para ayudar a que este tiempo de “confinamiento” sea


tiempo de “discernimiento”, de experiencia espiritual.

Entre el dolor del viernes santo y la luz de la vigilia pascual hay un vacío de silencio. El sábado
santo es un día sin liturgia, sin eucaristía, es día de silencio. El silencio de la cruz, el silencio de
nuestras calles y jardines vacíos, el silencio de los espacios públicos sin gente contrasta con los
hospitales llenos, contrasta con el temor que habita en nuestras casas y comunidades “cerradas y
atrancadas” al igual que habitaba en el discipulado de Jesús que estaba “cerrado y con miedo”.
Sábado Santo tiempo de escucha y de discernimiento, el silencio de este sábado es
una dimensión ineludible de nuestra experiencia del Dios Compasivo que se revela
en Jesús.
Lo primero y más importante es aprender vitalmente que no podemos ser tan
pretenciosos de querer encontrar el significado de lo que vivimos al mismo tiempo
que lo estamos viviendo. Dios tiene derecho a callar. Dice el salmo que a Dios le duele la
muerte de sus fieles (Sal 116), ¿no tendrá que ver este silencio con un Dios también dolorido por
amor? En este momento creo que nos estamos tomando más en serio y con más hondura nuestro
ser seguidores y seguidoras de Jesús, estamos cayendo en la cuenta de que el Evangelio es vida,
que Jesús es nuestro camino, nuestra verdad y nuestra vida, que no es aparato ideológico, que la
“doctrina” siempre es derivada de la sabiduría de los santos y santas de Dios.
Este silencio criba, cribar es discernir, criba nuestra fe, la depura de tanta palabra vacía, de
proyectos hinchados y de pretensiones desmesuradas. Discernir, como sabemos, no es un
automatismo, no es una técnica para tomar decisiones, no es un método infalible para conocer la
voluntad de Dios. Discernir es estimativa, olfato, sensibilidad para percibir por dónde se
encuentra el Espíritu, escuchar qué nos dice, por qué caminos transitar. El discernimiento es un
don del Espíritu a la Iglesia. En el aprendizaje del discernimiento el silencio también nos dice y
mucho.
En las situaciones de dolor y de sufrimiento no queramos encontrar sentido
inmediatamente a lo que se está viviendo. No nos precipitemos a llenar el vacío con
palabras huecas, con teologías cínicas. Van pasando los días de confinamiento y tenemos
que pedir fortaleza para permanecer en él, para “venir en paciencia” nos dice S.
Ignacio. Sinceramente creo que es momento de recuperar, en una cultura inmediatista del “todo
aquí y ahora”, la paciencia como virtud. Paciencia es saber permanecer en el padecimiento. Esto
lo escribo hace un mes y me llaman masoquista… ¿No estaremos en el momento de recuperar
dimensiones de lo humano que las teníamos totalmente reprimidas y olvidadas?
En el silencio caemos en la cuenta de la palabrería y el ruido ambiental en el que vivíamos, igual
que ahora caemos en la cuenta de lo contaminado y sucio que estaba el aire que respirábamos.
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Ahora caemos en la cuenta de lo contaminada y sucia que estaba, y sigue estando en muchos
contextos, la atmósfera mediática, lo contaminada que estaba la comunicación en la familia,
comunidad, trabajo. Este silencio nos hace caer en la cuenta de que el lenguaje
cotidiano, verbal y no verbal, es un ámbito de discernimiento.
Jesús nos advirtió en el sermón de la montaña que el lenguaje es territorio de discernimiento: “no
juréis… que vuestro sí, sea un sí; que vuestro no, sea un no y todo lo que pasa de ahí es asunto del
malo”. Lo malo es la mentira y el crimen de este mundo que siempre lo sufren los más indefensos
y vulnerables. Muchos de vosotros lo estáis palpando en vuestra misión. Jesús nos exhorta a que
las palabras signifiquen, que haya sencillez en la comunicación, verdad en la noticia… Vivimos en
una cultura de auténtica perversión semántica (no hay guerras sino intervenciones, no hay niños
destripados por las bombas sino daños colaterales... podríamos seguir y seguir) ¿Esto tiene que
ver con la consolación? Cuando nos podemos expresar con sencillez y nos sentimos
acogidos la consolación perdura, cuando viene la cautela, la prevención, el doble
significado, la insinuación… nos instalamos en la tristeza y en el cinismo y entonces
el Evangelio se diluye.
En las reglas de discernimiento, San Ignacio nos advierte que perdemos la consolación porque
perdemos la sencillez y la veracidad en el lenguaje y el mal espíritu nos enreda con “sutilezas,
falacias y falsa razones”. La finura espiritual en el discernimiento, es caer en la cuenta de que a
medida que deseamos seguir a Jesús con mayor fidelidad y responsabilidad, nos preparamos más,
leemos más, nos reunimos más, nos formamos más, nos ilustramos más que la “gente sencilla”
que no tiene tantas posibilidades, que no están conectadas a internet y ni podrán ni escuchar ni
lee esto, que nunca saldrán en google… Pero cuanto más ilustrados más facilidad tenemos para
jugar con el lenguaje.
A medida que más avanzamos en el seguimiento más facilidad tenemos para enredar el lenguaje:
“parece ser…”, “propiamente…”, “depende...”, “te lo digo Juan para que entiendas Pedro”, “en
insinuar está el arte…” El silencio del sábado santo nos saca los colores por la verborrea
en la que podemos caer los seguidores de aquel que es “manso y humilde de corazón”
Este silencio se va convirtiendo en “soledad sonora y música callada”. Poco a poco vamos
percibiendo que la “gracia está en el fondo de la pena”. “Dulce, leve y suavemente, como
gota de agua que entra en una esponja” el Espíritu del Señor nos hace caer en la
cuenta, de corazón, que la muerte de Jesús, que nuestra muerte, no tiene la última
palabra. No quitamos nada de la dureza de muerte de Jesús y la dureza de tanto
sufrimiento hoy, pero no les otorgamos la última palabra. En este tiempo de
confinamiento tenemos que seguir pidiendo el espíritu de Confianza y Fortaleza.
Estos días de confinamiento los estamos viviendo en el ámbito del resucitado que es el crucificado,
no es otro, y su Espíritu se nos ha dado. Estos días de confinamiento estamos experimentando
por dónde se nos cuela “la cola serpentina”, es decir, por dónde entran los enredos y las tristezas
y la falta de esperanza, por dónde se nos cuela aquello que saca lo peor de nosotros, por
dónde alimentamos pensamientos, recuerdos, conversaciones, actitudes,
comentarios que son un viaje a ninguna parte, y al contrario, caemos en la cuenta de
aquello que nos mantiene fortalecidos, pacientes, esperanzados.
No es fácil lo que estamos viviendo, pero ningún curso sobre discernimiento que hagamos en el
futuro tendrá la hondura de hacernos más mujeres y hombres de discernimiento que lo que
estamos viviendo ahora. Pidamos venir en paciencia, escuchar el silencio, sencillez y veracidad en
el lenguaje, sabiduría para conocer en lo cotidiano qué caminos son de enredo y de muerte y qué
caminos son de Vida.

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