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NOTA DEL STAFF

Esta traducción está hecha sin fines de lucro. Es un trabajo realizado de


lectoras a lectorxs a quienes les apasiona de igual manera la lectura MM.
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creando estas obras que tanto amamos. Nuestro único fin es que la lectura
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Atentamente,
El Staff de Fantasy Romance
CONTENIDO
Sinopsis
Prólogo
Capítulo Uno - Jay
Capítulo Dos - Alexei
Capítulo Tres - Jay
Capítulo Cuatro - Alexei
Capítulo Cinco - Jay
Capítulo Seis - Alexei
Capítulo Siete - Jay
Capítulo Ocho - Jay
Capítulo Nueve - Alexei
Capítulo Diez - Jay
Capítulo Once - Alexei
Capítulo Doce - Alexei
Capítulo Trece - Jay
Capítulo Catorce - Alexei
Capítulo Quince - Jay
Capítulo Dieciséis - Jay
Capítulo Diecisiete - Alexei
Capítulo Dieciocho - Jay
Capítulo Diecinueve - Alexei
Capítulo Veinte - Jay
Capítulo Veintiuno - Alexei
Capítulo Veintidós - Alexei
Epílogo - Jay
Epílogo Adicional - Jay
Nota De La Autora
¿Qué Sigue?
Acerca De Grae Bryan
SINOPSIS
Alexei está perdido. Huyendo de su familia criminal, escondiéndose
en Hyde Park, ya no tiene idea de cuál es el objetivo o el propósito de su
vida. Hasta que un extraño joven le sirve un café, un joven a quién Alexei
no puede sacarse de la cabeza. Y cuando se da cuenta de que, después de
todo, su barista favorito no es del todo humano, su obsesión se profundiza.
¿Podrá usar esta nueva información para acercarse aún más al dulce y
extraño vampiro de sus sueños?
Jay se siente solo. Tiene sus amigos -¡qué bien!- y su trabajo en la
cafetería -¡qué divertido!-, pero sabe que no pertenece a Hyde Park, no para
siempre. Y, sin embargo, no puede evitar querer fingir, sobre todo con su
nuevo cliente habitual favorito, un apuesto humano que huele divinamente
y observa a Jay como si realmente importara. Puede que Alexei sea lo
mejor que le ha pasado a Jay desde que tiene memoria y más aún cuando el
humano se ofrece generosamente como cena.
Pero el pasado de Jay es complicado y se ha hecho ciertas promesas.
¿Podrán él y Alexei resistir la tormenta que lo persigue, o la nueva vida de
Jay le será arrebatada antes de que realmente pueda comenzar?
Johann es un apasionado romance paranormal MM de parejas
predestinadas con final feliz y sin suspenso. Contiene un dulce vampiro, un
humano estoico y obsesionado que hará lo que sea para permanecer a su
lado. También contiene escenas tórridas entre dos hombres y violencia
moderada (y menciones de sangre) que uno podría esperar de un romance
de vampiros. Aunque cada libro se centra en una pareja diferente, la serie se
disfruta mejor en orden.
PRÓLOGO
Si Jay se sentaba muy quieto y se concentraba muy, muy fuerte, podía
escuchar los gritos.
Era bastante débil y honestamente más confuso que esclarecedor, pero
no podía evitar intentarlo de todos modos. Esta no era la primera vez que la
guardia necesitaba cazar a un miembro salvaje, pero definitivamente, era la
instancia más cargada emocionalmente que podía recordar.
Silas era viejo y por lo tanto bastante fuerte, también uno de los
fundadores originales de la guardia. El líder de facto, de hecho. Había ido a
la casa de Vee un millón de veces, o más y Jay le había servido
obedientemente alcohol, sangre o cualquier otra cosa que pidiera. Y es
cierto que, últimamente, el comportamiento de Silas -nunca tan agradable,
para empezar, en la opinión de Jay- había sido errático. Y su esencia se
había vuelta enfermiza. Pero cada vez que Jay lo mencionaba con Vee, ella
le decía que cerrara la boca y amenazaba con enviarlo a su habitación, así
que había dejado de mencionarlo.
Quizá debería haber seguido mencionándolo.
No era como si a Jay le gustara Silas. Siempre había sido cruel con la
mayoría, burlándose de Jay cada vez por ser débil, tonto y nada como lo
que los vampiros se suponían que eran. Pero eso no cambió el hecho de que
al final, él era… familia.
¿Era esa la palabra?
Jay supuso que debía ser así. Porque eso era la familia ¿cierto? Al
menos para los vampiros. Familia significaba las terribles criaturas con las
que estabas atrapado porque no tenías otro lugar a dónde ir.
Y ahora, un miembro de la familia de Jay iba a ser sacrificado como
un perro. Eso debería entristecer a Jay. Realmente debería. Pero a Jay le
estaba costando encontrar la emoción. Se decía a sí mismo que era porque
estaba demasiado preocupado por Vee como para manejarlo.
Se levantó del sofá y paseó un poco más por la sala de estar, volvió a
sentarse por un rato, con cuidado de mantener las líneas pulcras de su traje
y luego consideró si tenía la concentración suficiente para tomar un libro.
Pero entonces lo escuchó, sorprendentemente claro entre los gritos y
forcejeos lejanos.
Johann.
Jay se detuvo donde estaba, mordiéndose el labio con los dientes. Vee
le estaba llamando. Necesitaba ir con ella.
Pero no quería ir. Pensar en lo que podía encontrar allí le aceleraba el
corazón, le dejaba la boca horriblemente seca. Los vampiros salvajes
siempre le daban miedo. Pero el castigo que Vee le impondría por
desobedecerla, también le asustaba. El aislamiento. Las horas de tiempo
perdidas. Vee lo sabría, de alguna manera. Ella sabría que él la había oído y
había elegido no escucharla.
Ella siempre sabía.
Así que Jay salió por la puerta principal, con las piernas agarrotadas y
las rodillas trabándose cada dos pasos. El aire de afuera era fresco, las hojas
del bosque se transformaban con el cambio de estación. Pero Jay no pudo
detenerse a disfrutarlo.
En lugar de eso, corrió.
Le tomó menos de cinco minutos en llegar al lugar de la pelea, un
claro en medio de la gran extensión de bosque de su guarida. Jay se detuvo
allí, inseguro y asustado, con el aroma metálico y almizclado de la sangre
de vampiro inundándole la nariz.
Anton yacía en el suelo, con el cuello torcido. Desde luego, tardaría
en levantarse. Por el rabillo del ojo, Jay pudo ver las piernas destrozadas de
alguien subido a un árbol, pero no se movía, así que debía tener heridas
peores que esa que lo mantenían fuera de la lucha. Wolfe estaba al borde del
claro, con el brazo derecho -claramente roto- colgado del costado y una
hacha en la mano izquierda.
Y Vee, sujetada por Silas, con el largo cuello destrozado por lo
dientes o uñas afiladas. A duras penas lograba retenerlo, con una mano
aferrada a la frente de Silas y otra a su mandíbula, claramente tratando de
mantener esos colmillos lejos de ella a cualquier costo.
Ella sintió a Jay de inmediato, como siempre hacía y giró la cabeza
ligeramente para verle.
—Johann —jadeó—. Ven. Necesito tu ayuda.
Jay -con un nudo horrible en el estómago- avanzó un paso tembloroso
por instinto, pero entonces Silas soltó un gruñido gutural y el impulso de
Jay flaqueó.
No sabía qué hacer. No era bueno peleando y no era
excepcionalmente fuerte. Y menos comparado con Silas, que era mucho
más viejo, incluso sin la ventaja adicional que le daba su estado salvaje. Jay
apartó la mirada de Vee para mirar a Wolfe, que arqueó una ceja hacia él
como diciendo ‘¿Qué vas a hacer ahora?’
Jay se lamió los labios resecos.
—Yo…
—Johann —las fosas nasales de Vee se ensancharon, su voz una fría y
afilada cuchilla. Estaba enojada con él. Muy enojada.
Él dio otro paso adelante. Este era su deber como su compañero ¿no?
Morir por ella si se lo pedía. No importaba si él estaba asustado.
Deseaba desesperadamente que su bestia se hiciera cargo, que le diera
valor, pero se estaba quedando en lo más oscuro de su ser, impasible ante la
difícil situación de Vee, indiferente a su rabia.
Los pies de Jay volvieron a vacilar cuando Wolfe se acercó a Silas,
con el hacha ligeramente levantada. Jay se estremeció en su sitio.
—Johann —gruñó Vee—. Juro por Dios…
Pero Jay no llegó a escuchar lo que quería Vee jurar por Dios porque,
al momento siguiente, Silas dejó de intentar arrancarle las manos a Vee y,
en su lugar, fue con las garras hacia su garganta, clavándoselas en la herida
del cuello y simplemente… desgarró.
El horrible sonido de la decapitación de Vee no se parecía en nada a
que Jay hubiera oído jamás. El crujido de la piel y los músculos, el
chasquido de los huesos, el último gorgoteo de su intento de llamar a Jay
por su nombre.
La cabeza de Vee, cuando rodó hasta sus pies, estaba congelada en
una máscara de rabia. Rabia contra Jay, que no había hecho nada para
impedirlo. Que la había decepcionado una vez más.
Jay no esperó para ver el resto.
No ayudó a Wolfe, no se quedó a ver quién ganaba la batalla entre el
hacha afilada y la fuerza salvaje del vampiro.
Corrió.
Corrió más rápido que nunca, a través del bosque y todo el camino de
vuelta a casa. Subió corriendo las escaleras hasta su habitación, arrancó las
sábanas de la cama pulcramente hecha -no hay excusa para la dejadez,
Johann- y se escondió debajo de ellas.
No salió en mucho tiempo.
UNO
JAY
Jay se puso de puntillas y contempló encantado el polvo blanco que
cubría las calles frente a él. Anoche había vuelto a nevar y los frescos
mantos hacían que todo pareciese tan encantador a la luz de la tarde. Tan
bonito, tan brillante y mágico.
Aunque el brillo le lastimaba un poco los ojos.
Pero bueno. Un poco de incomodidad nunca hace daño a nadie. O...
Jay se mordió el labio, reflexionando. Por definición, debía doler. ¿Pero
quizá lo que quería decir era que no hacía daño? ¿Cuál era la diferencia
entre las dos cosas?
Anotó que lo investigaría después.
Lo que estaría realmente bien ahora mismo sería zambullirse en el
césped cubierto de nieve, tal vez incluso hacer un ángel de nieve. Nunca
había hecho uno. Sonrió ante la idea, pero al final se quedó de pie. No
quería ensuciarse antes del trabajo. Eso no lo haría.
Eres demasiado puro, Johann. La suciedad no tiene lugar a tu
alrededor.
—¿Te vas a trabajar, Jay?
Jay se volvió desde donde estaba al final del camino para mirar hacia
el pequeño edificio dúplex que tenía detrás. El Sr. Sumner estaba en la
puerta, vestido con una bata y una taza humeante en la mano. Una vez le
había dicho a Jay que, como estaba jubilado, podía llevar bata hasta bien
entrada la tarde. A Jay le pareció encantador.
Jay saludó a su casero.
—Sí, señor. Hoy soy el encargado.
Se aseguró de llamar siempre al Sr. Sumner, “señor”. Era de buena
educación dirigirse así a los mayores, aunque Jay llevara viviendo en el
departamento de arriba más de seis meses y aunque el Sr Sumner fuera
técnicamente más joven que Jay por casi dos siglos. Se trataba más de cómo
parecía que de cómo era la realidad. Soren siempre le decía a Jay que
tuviera cuidado con las apariencias cuando intentara integrarse en la
sociedad humana.
Por eso Jay estaba tan contento de haberse acordado de llevar hoy su
abrigo de invierno. Puede que el frío no le molestara, pero la nieve era un
buen indicador de que le habría molestado si fuera humano.
¿Lo ven? A Jay se le daba muy bien pasar desapercibido.
El Sr Sumner levantó su taza de café en señal de saludo.
—Que tengas un buen día. Asegúrate de que esos clientes te traten
bien.
—Lo haré, Sr. Sumner.
No es que Jay tuviera que preocuparse por eso. Sus clientes eran las
personas más agradables del mundo. E incluso cuando a veces no lo eran,
nunca duraba mucho. Su compañera Alicia decía que era porque Jay tenía
un don con la gente. Lo cual era, en opinión de Jay, algo muy bonito de
decir.
Él se lo había dicho y ella le había dado una palmadita en la cabeza,
lo que también había estado bien.
La caminata hasta la cafetería duró nueve minutos y medio, para
cuando el timbre sonó por encima de la cabeza de Jay en la puerta de Death
by Coffee -a Jay le encanta ese timbre, su pequeño tintineo de bienvenida-
ya le dolía un poco la cabeza por todo el brillo del sol que se reflejaba en la
nieve. Era culpa suya por no llevar los lentes de sol, pero le gustaba poder
ver todo a su alrededor con claridad, sin lentes oscuros de por medio.
Se disculpó mentalmente con la parte vampírica de sí mismo -la
pequeña parte de su ser a la que no le gustaba la luz brillante- por irritar sus
sentidos. Lo siento, pequeña bestia.
Alicia estaba en el mostrador, con el cabello rojo recogido en una
coleta alta y una bonita sombra de ojos azul en los párpados. Siempre
estaba muy guapa. Sería encantador pintarla alguna vez. Pero, tal vez,
sentarse a pintar era algo raro de pedirle a una compañera de trabajo hoy en
día. Jay tendría que pensarlo, quizá preguntarle a Soren cuál era la etiqueta
adecuada.
Alicia ladeó la cabeza y miró a Jay con ojos críticos cuando se acercó
al mostrador.
—Oh, Jay, cariño. Tienes que dejar que te lleve de compras.
La gente siempre estaba llamando a Jay “cariño” o “cielo”. Jay
suponía que tenía algo que ver con como lucía: era menudito, sus rasgos
faciales tal vez parecían los de una muñeca y sabía que la gente lo
consideraba apuesto. Pensó que eso hacía que quisieran ponerle apodos
cariñosos. Sin embargo, no le importaba; en realidad, le enternecía cuando
las personas le decían cosas bonitas. Le hacía sentirse querido, aunque todo
lo que significaba era que no era amenazador.
—Soren siempre dice lo mismo —le dijo a Alicia, mientras colgaba
su abrigo de color naranja brillante y acolchado, que le llegaba hasta las
rodillas, en el perchero junto a la encimera y miraba su atuendo, uno que
había elegido en la tienda de segunda mano la semana pasada—. Pero me
gusta mi ropa.
Y así era. Sus pantalones de forro polar eran del más bonito azul
bebé, tan cómodos y su camiseta era tan divertida; ¿cómo podía no gustarle
a alguien? ¿Teñida de verde lima? Increíble.
—Su ropa está bien —dijo Colin en tono monótono desde el despacho
—. Déjalo en paz.
Jay sonrió en dirección a la oficina, aunque Colin no podía verlo. Su
jefe siempre era muy amable con él, nunca malo o demasiado severo como
los jefes en los programas de televisión de Jay. Siempre era paciente,
mantenía la calma y el nivel de voz, incluso cuando Jay cometía errores.
Aunque, para ser justos, Jay ya no cometía muchos errores. Aprendía
rápido y se le daba bien seguir instrucciones, sobre todo si eran claras y
concisas como las que le daba Colin. Una buena abeja trabajadora, se
podría decir.
Mi Johann. Naciste para servir.
Jay se abrió paso alrededor del mostrador mientras Alicia resoplaba
ante las palabras de Colin.
—Solo digo que… es una cosita tan linda.
¿Ves? ¡Jay era lindo! Alicia le guiñó un ojo cuando él le sonrió.
—Con el atuendo adecuado, podríamos tener a las chicas encima de
ti.
Ante la nariz arrugada de Jay, Alicia enarcó una ceja.
—¿O…chicos? —corrigió dubitativa.
—¡Alicia! —Colin ahora estaba en la puerta de su despacho,
mirándole fijamente. Oh, se había cambiado el cabello de violeta a azul y se
había puesto joyas brillantes en sus cejas. ¿Le quedaría bien a Jay un
piercing o dos? ¿O su curación acelerada se lo sacaría de la piel? Debería
preguntarle a Soren.
Colin señaló a Alicia con un dedo acusador.
—Deja de investigar clandestinamente la sexualidad de Jay. Va contra
las normas de la empresa.
—Por favor —Alicia puso los ojos en blanco y se pasó la coleta por
encima del hombro—. Como si hubieras leído las normas de la empresa.
—Entonces, va contra la decencia común.
Alicia se volvió hacia Jay, con la voz llena de exagerada dulzura.
—¿Te incomoda, cariño?
Jay tuvo que tomarse un momento para concentrarse en una respuesta.
Se había distraído pronunciando la palabra clandestinamente en voz baja; se
utilizaba tan poco en las conversaciones cotidianas que era agradable
saborearla en voz alta.
—No me importa. No sabía que querías saberlo. Me gustan los
chicos. Solo que no tengo mucha experiencia con ellos.
Se sentía seguro decir eso aquí en voz alta. Alicia no conocía su
verdadera edad, así que no sabía lo inusual que era la falta de experiencia de
Jay. Y Colin no le juzgaría por ello, por razones propias.
Alicia dio un pequeño grito de triunfo, que fue agradable para ella
pero también un poco confuso para Jay. No tenía ni idea de que ella quisiera
saber qué tipo de personas le atraían, se lo habría dicho si se lo hubiera
preguntado directamente.
Pero no importaba. Porque Jay se dio cuenta entonces y no por
primera vez, de lo agradable que era todo aquello: tener compañeros de
trabajo humanos y entablar una conversación humana. Todo era sencillo,
fácil y nadie intentaba morder, desgarrar o gruñir a nadie. A veces discutían
—Alicia y Colin, al menos—, pero siempre lo hacían… suavemente.
—Ponte a trabajar —refunfuñó Colin, volviendo a su despacho.
—De acuerdo, Colin —dijo Jay, tirándose del delantal y tomándose
un momento para respirar todos los deliciosos y arremolinados aromas de la
cafetería.
El lugar le había gustado desde la primera vez que lo había pisado.
Jay nunca había tenido un trabajo antes -algo que definitivamente no estaba
permitido en la guarida- pero había visto el cartel de se busca ayuda y se dio
cuenta de que trabajar allí le daría una razón para volver una y otra vez sin
ser una molestia para nadie.
Era el destino.
Le gustaba preparar las bebidas, le gustaba que cada una tuviera
instrucciones muy específicas y fáciles de seguir. Le gustaba hacer felices a
sus clientes, le gustaba ver a los humanos sorber sus cafés, las sonrisitas que
se les dibujaban en la cara cuando se daban un capricho.
Le gustaba todo.
Mientras él y Alicia cambiaban la caja registradora para que Jay
pudiera empezar a atenderla. Alicia se aclaró la garganta.
—¿Jay, cariño? ¿Puedo pedirte un favor?
—¡Por supuesto! —a Jay le encantaba la oportunidad de hacer un
favor a un amigo.
—Estoy intentando asistir a una clase de cerámica en el colegio
comunitario, pero la única disponibilidad es por la mañana ¿estarías
dispuesto a cambiar de turno un rato? Tendrías que abrir la cafetería, entrar
a las cinco de la mañana. Lo entiendo si es demasiado temprano para ti.
—Oh, no me importa madrugar. De todas formas no duermo hasta
muy tarde —o mucho, pero no quería preocuparla diciéndolo. Ella no
entendería que su cuerpo tenía necesidades diferentes a las de él, eso era
todo.
Ella le dio una sonrisa aliviada, apretando su cola de caballo.
—De acuerdo, genial. Te entrenaré para empezar. Ya lo he hablado
con Colin.
—¡Sin presiones, Jay! —gritó Colin desde el despacho—. Puedes
decirle que no.
Pero Jay no quería decirle que no ¿una oportunidad de hacerle un
favor a un amigo? ¿para ver nuevos clientes y aprender nuevas formas de
hacer que la cafetería funcione sin problemas? Jay estaba de acuerdo.
Canturreó alegremente, cerrando el cajón de la caja.
—Cambiaré contigo, Alicia.
Entonces, Alicia lo abrazó, su cuerpo cálido y suave contra Jay. Era
agradable. Echaba de menos que le tocaran así. Sus amigos aquí todos
tienen compañeros de vínculo y ninguno de ellos parecía querer provocar
celos en sus parejas, así que Jay no recibía muchos abrazos en estos días.
Vee no siempre había sido la persona más cariñosa del mundo, pero a
veces lo abrazaba, si realmente lo necesitaba.
Pero Jay no iba a permitir que los pensamientos tristes lo deprimieran.
Porque estaba recibiendo un abrazo. Y un nuevo trabajo qué hacer. Y
todavía había nieve en el suelo.
Venir a Hyde Park era lo mejor que Jay había hecho nunca.
Su único deseo, era que durara.

El apartamento de Jay estaba silencioso después del bullicio del café a


la hora de cerrar. Mucho, mucho más tranquilo de lo que le hubiera gustado.
Lo cual era una tontería porque Jay le encantaba la tranquilidad. De verdad.
O al menos… a veces. Cuando leía o cuando dibujaba. Le encantaban las
tardes tranquilas a la antigua usanza.
Pero era más lo que significaba la tranquilidad, desde que había
dejado la guarida.
Soledad.
Jay se frotó el vientre mientras colgaba el abrigo. Una sensación
familiar de picor se le estaba acumulando bajo la piel, asentándose en la
boca del estómago. Aún era lo bastante sutil como para soportarlo, pero sin
duda necesitaría alimentarse en unos días. Mientras jugueteaba con los
almohadones del sofá, tomó nota que tenía que hacer los preparativos
necesarios.
La pequeña habitación ya estaba amueblada, cosa que Jay agradeció,
porque no sabía muy bien cómo decorar una casa él solo. Vee siempre había
elegido los muebles de su casa. Según ella, tenía un gusto impecable.
A ella no le habría gustado nada este lugar -ni un poco- pero a Jay sí.
Le gustaba el suave sofá beige, con sus mullidos almohadones y la mesita
rayada de café que tenía delante. Le gustaba el gran televisor -vulgar, lo
habría llamado ella- en el que podía ver sus programas favoritos. Le gustaba
la pequeña cocina en la que ya no intentaba cocinar.
Incluso había ido añadiendo algunas cosas aquí y allá, sobre todo una
gran cantidad de mantas acogedoras que había encontrado en diferentes
tiendas de la ciudad. También un arcón grande y ornamentado para mis
materiales de arte. Era lo único ostentoso que me había permitido.
No somos gente ostentosa, Johann. Estamos por encima de todo eso.
No dejes que te atrape haciendo alarde de nuestra riqueza.
Oh, Dios. Jay se frotó la frente, resistiendo el impulso de golpeársela
con la palma. La voz de Vee en su cabeza era muy fuerte hoy. No paraba.
Ojalá fuera posible sacudírsela -como, sacudir físicamente la cabeza hasta
que dejaran de oírse las viejas amonestaciones- pero eso nunca había
funcionado. Así que, en lugar de eso, cantó suavemente para sí mismo
mientras daba vuelta, alisando las mantas, intentando llenar su cabeza de
música en lugar de palabras duras.
Luego, durante un rato, se quedó… quieto.
Durante mucho tiempo, en realidad. Jay no estaba seguro de cuánto
tiempo estuvo allí de pie en la sala de estar, pero cuando volvió a parpadear,
afuera estaba completamente oscuro.
Ups. A veces Jay perdía el tiempo así, cuando estaba solo. Una mala
costumbre heredada de los antiguos castigos de Vee.
Tomó asiento en el sofá y se aclaró la garganta, ensayando algunas
palabras.
—No me gusta estar solo —declaró, su voz resonó en el silencioso
departamento.
Lo había admitido. Lo había dicho en voz alta.
Al menos… no le gustaba tanto como había pensado que le gustaría,
cuando salió de la guarida. Claro que había muchas cosas buenas en su
nueva independencia: trabajar en la cafetería, las cenas familiares en casa
de Danny y Roman. Incluso, Jay había hecho un viaje a Tucson para
rescatar a una mujer asustada de un vampiro salvaje y llevarla al hospital,
donde la policía le hizo un montón de preguntas, Soren tuvo que entrar y
obligar a todo el mundo a olvidar la cara de Jay.
Había sido emocionante ¿verdad?
Pero a Jay no le gustaban las largas horas nocturnas en las que estaba
solo, solo él y la áspera voz de Vee en su cabeza.
Algunas noches él solía pasar el rato en el hospital, solo para tener un
lugar para estar. Pero al final Chloe, la amiga de Danny, le había preguntado
por su familiar enfermo y Jay había tenido que mentirle al respecto y
después de eso nunca había vuelto.
Jay se sentó rígido en el sofá, tratando de averiguar qué hacer a
continuación. Supuso que podría llamar a Soren o a Danny. Pero intentó no
molestar demasiado. Tenía a sus compañeros para hacerles compañía. Y, a
pesar de lo que algunos pudieran pensar, Jay no era estúpido. Sabía que
Soren no había querido decir realmente su invitación la primavera pasada,
cuando le había dicho a Jay que podía venir a Hyde Park. Soren no esperaba
que Jay se presentara en su puerta.
Pero Jay había visto una oportunidad -una última oportunidad- y la
había aprovechado.
Y todo el mundo había sido encantador con él, de verdad. Danny le
llamaba “cariño” todo el tiempo y le había enseñado a conducir. A veces
Jay y Soren se reunían a ver películas clásicas. No era culpa de ellos que
Jay no tuviera a nadie más.
Alguien solo para él.
En la antigua vida de Jay, al final del día, cuando había terminado
todas sus tareas, Vee solía sentarse con él cuando se entretenía. Siempre que
fuera ordenado, callado, educado y ella no tuviera nada mejor que hacer, se
quedaba con él y le hacía compañía mientras hacía dibujos o leía la última
novela.
Jay extrañaba eso.
—Deja de ser tan bebé —se dijo, levantándose del sofá y
arrodillándose frente a su cofre -su cofre del tesoro, le gustaba llamarlo así
en su cabeza-. Han pasado más de diez años.
Ojalá se le diera mejor el estar solo. Deseaba ser más valiente. Mas
audaz. Como Soren. El viejo amigo de Jay había abandonado la tóxica
guarida de vampiros en la que ambos se habían criado y había tenido una
vida plena y emocionante antes de encontrar a su pareja. A Soren no le
había importado estar solo ¿verdad?
Pero tampoco a Jay, cuando llegó a Hyde Park. La novedad de todo
aquello -humanos por todas partes, su primer trabajo fuera de casa, amigos
con los cual pasar tiempo- lo había mantenido feliz y ocupado. Pero
últimamente la melancolía familiar había empezado a arrastrarse y a entrar
de nuevo. un huésped no invitado.
Pero bueno. Jay forzó una sonrisa -aunque no hubiera nadie más allí
para verla, no estaba de más poner cara de felicidad- y eligió una actividad.
Nada de llorar por la soledad eterna ¿no?
Esta noche dibujaría, decidido. Con carboncillo. No estaba de humor
para colores brillantes. Y vería una de sus series favoritas, Gilmore Girls.
Ya la había visto antes, más de una vez, pero estaba bien. Le gustaba lo
rápido que hablaban y todas las referencias que hacían; las buscaba después
de cada episodio y siempre encontraba algo nuevo qué ver o leer para pasar
el rato.
Jay solo tenía tiempo.
Mucho tiempo.
Salvo que… mientras preparaba su material, como si lo hubiera
invocado su momento de debilidad, el teléfono de Jay sonó.
¿Ya te has cansado de tu experimento?
Jay suspiró suavemente, frunciendo el ceño ante su teléfono ¿Cómo
es que siempre lo sabía? Jay se planteó ignorarlo, pero no quería atenerse a
las consecuencias.
¡Todavía no! Quedan cuatro meses.
Jay lo dejó así y metió el teléfono bajo el almohadón del sofá,
decidiendo que lo que no se veía no se pensaba y colocó sus materiales de
arte.
Ya sabía lo que iba a dibujar. No podía evitarlo. Un rostro familiar,
grabado permanentemente en su memoria por siglos de compañía. Una
hermosa mujer mayor, de ojos fríos y mandíbula severa.
Veronique. Vee.
Tres episodios después, Jay escuchó el zumbido de su teléfono entre
los almohadones. Lo agarró antes de que pudiera contenerse y se echó a reír
al ver que el mensaje era de Danny.
Club de lectura el sábado ¿Todavía estás dentro?
Por supuesto que Jay seguía dentro. Incluso había podido elegir el
libro de este mes. Había elegido uno de sus viejos favoritos: Jane Eyre. Era
oscuro, misterioso y melancólico, así que era apropiado para el invierno. Y
estaba seguro de que nadie se burlaría de él de la misma manera que lo
harían de uno de sus romances de Highlander, aquellos con hombres
grandes y sin camisa en las portadas que le gustaba mantener en secreto en
su teléfono.
De repente, Jay sintió que se le pasaba la melancolía.
Tenía amigos aquí, gente que lo quería a su lado. Y el viernes iba a
abrir por primera vez la cafetería. Aprendería nuevas habilidades y
proporcionaría a los humanos la cafeína que necesitaban para empezar el
día.
Todo iba bien.
Y le quedaban cuatro meses más.
DOS
ALEXEI

Death by Coffee1. Qué nombre más apropiado. Tal vez Alexei


encontraría una bala esperándole en el pequeño edificio de ladrillo. No es
que realmente esperara que los hombres de su hermano le estuvieran
esperando para tenderle una emboscada en un lugar como este. Aún así, no
podía descartarlo del todo. Esperar lo inesperado podría ser la única manera
de mantenerse con vida.
No te ha encontrado, se repitió a sí mismo, tamborileando con los
dedos en el volante, molesto con sus propios pensamientos. Deja de ser tan
paranoico.
Alexei detuvo el coche que había comprado a la salida del aeropuerto
internacional de Denver a media manzana de la cafetería que había visto.
Llevaba semanas en Hyde Park y no había explorado más que los
doscientos metros cuadrados de su apartamento. En teoría, eso se debía a
que estaba escondido -por improbable que fuera que ya lo hubiera rastreado
hasta la pequeña ciudad montañosa- pero en realidad no le importaba ¿Qué
sentido tenía levantarse de la cama estos días? No había nada ni nadie
esperándole. Podía dormir las veinticuatro horas de cada día y nadie se
molestaría.
La verdad es que sonaba bastante bien.
Pero aquella mañana se había despertado a las cuatro y esta vez no
había podido volver a dormirse, así que después de dos horas mirando la
misma mancha de agua parecida a una ameba en la pared de su habitación,
había decidido salir de su apartamento e ir a alguna parte. A cualquier sitio.
Y no había mucho más abierto, así que ¿Por qué no empezar con un café?
Alexei abrió la puerta del auto y comenzó el doloroso proceso de
desplegarse desde el asiento delantero. El pequeño compacto, que
claramente no había sido diseñado pensando en alguien de su estatura,
estaba a años luz de los coches de ciudad a los que había estado
acostumbrado toda su vida, cuya comodidad se permitió añorar brevemente
antes de quitarse de la cabeza ese sentimiento malcriado.
Debatió si agarrar su abrigo, pero a pesar de la nieve en el suelo, el
frio no era nada comparado con el que había dejado atrás en Nueva York.
Su cachemira gris le serviría.
El deseo de Alexei de tomar un café a las seis de la mañana no
parecía ser muy popular aquella mañana. Los grandes ventanales de la
pequeña cafetería mostraban que estaba casi vacía, con sus pequeñas mesas
de madera y su ambiente acogedor compartido solo por una pareja mayor
que leía sus respectivos periódicos en la esquina.
Alexei entró con una mueca de fastidio al oír el tintineo del timbre
que anunciaba su llegada.
—¡Hola!
Alexei dio unos golpecitos con las botas en el felpudo de la puerta,
mirando hacia el origen del saludo. Había un hombrecillo en el mostrador,
vestido con una sudadera realmente espantosa, que saludaba a Alexei con
sorprendente entusiasmo. Alexei estaba tan sorprendido por el extraño
entusiasmo del saludo -por no mencionar el horroroso atuendo-, que llegó
hasta el mostrador antes de que su cerebro procesara el hecho de que el tipo
bajo la ropa solo podía describirse como… adorable.
De forma distraída.
El camarero no medía más de metro setenta y cinco, tenía rasgos
delicados y el cabello oscuro alborotado. La sudadera azul eléctrico con
gatitos le quedaba tan grande que tuvo que darle la vuelta una docena de
veces para que le llegara por encima de los codos.
Alexei tuvo la momentánea y completamente extraña idea de que
quería robarle. Meterse al desconocido al bolsillo y llevárselo a su
apartamento, esconderlo allí para el futuro inmediato. Simplemente…
quedárselo.
Porque al parecer la reciente vida ermitaña de Alexei le había
derretido el puto cerebro.
—Yo soy Johann —canturreó el tipo, ajeno a los nuevos e
inquietantes impulsos de Alexei, que seguía saludando con entusiasmo a
pesar de que ahora Alexei estaba justo frente a él—. Pero puedes llamarme
Jay. Bienvenido. Has elegido muy bien —sus ojos de un relajante gris
pizarra, brillaban con luz propia—. Nuestro café es delicioso. El mejor de la
ciudad. Aunque, en realidad, no sabría decirlo. Es el único café que he
tomado.
Alexei se quedó mirando y no solo por la ensalada de palabras que le
acababa de presentar. Simplemente no podía apartar la mirada. El tipo era
tan… guapo. Hermoso de una manera suave, sin pretenciones, con esa
pequeña nariz de botón, esos labios en forma de arco de Cupido. Y
realmente, el aspecto de su cabello al estilo recién levantado que tenía era
demasiado adorable; estaba enviado al cerebro de Alexei a un territorio
peligroso. Como sábanas empapadas de sudor y una cabeza oscura
moviéndose entre sus piernas y un millón de otras cosas sucias en las que
no debería estar pensando.
Su polla estaba en serio peligro de hincharse en sus vaqueros solo de
mirar al tipo.
¿Qué carajo? Alexei necesitaba aclarar sus ideas. Había visto un
millón y pico de jovencitos guapos en la ciudad, había albergado a un
número considerablemente menor en su cama y nunca antes se había
sentido a dos pasos de saltar por encima del mostrador de una cafetería y…
¿Y qué? ¿Plantarle un beso al tipo? ¿Levantarlo sobre su hombro?
¿Qué estaba mal con él?
Alexei se aclaró la garganta, tratando de encontrar el rincón de su
cerebro que sabía pedir un café como un ser humano normal.
—Yo…
—Tus ojos —interrumpió el camarero Jay, había dicho que se
llamaba, inclinándose hacia adelante para que estuvieran nariz con nariz,
con su aliento caliente en la cara de Alexei. Él no se había dado cuenta
hasta ese momento de hasta qué punto él mismo se había inclinado sobre el
mostrador, como atraído por una fuerza magnética. El camarero olía a
menta—. Tienen tantos colores.
Alexei no tenía nada que decir, pero eso no pareció molestar a Jay.
—Puedo ver verde. Azul. Pequeñas motitas de marrón dorado —Jay
le sonrió ampliamente, inclinándose hacia atrás y dejando a Alexei
sintiéndose extrañamente despojado—. Son realmente muy bonitos.
Alexei carraspeó por segunda vez, tratando de orientarse. El cumplido
lo agarró extrañamente desprevenido. Sus ojos siempre le habían
incomodado. Su hermano mayor y su hermano menor tenían el color azul
hielo de su padre, combinado con su cabello rubio. Prueba de su herencia,
la fuerza del linaje familiar. Prueba de que Alexei nunca había recibido.
Tampoco había heredado los ojos de su madre, ni su límpido color marrón
ni su calidez. Sus extraños ojos color avellana eran una anomalía, una a que
su padre siempre le había gustado picar cuando quería que Alexei se
sintiera… un extraño.
Alexei intentó sacar algunas palabras.
—De acuerdo. Gracias. Entonces…
—Y tu cabello —el camarero ladeó la cabeza como un pajarito. O un
gatito curioso—. Hay mucho rubio dorado, pero también trozos de castaño
e incluso algunas mechas de… no sé… ¿fresa?
Alexei se llevó una mano a la cabeza y se tocó el cabello
excesivamente largo que se había recogido en una coleta suelta aquella
mañana. Pensaba cortárselo, incluso teñirlo. De repente sintió que debía
dejarlo tal y como estaba.
—Y hueles muy bien. A vainilla —por un segundo hubo un destello
de… algo… en los ojos grises de Jay. Casi depredador. Pero Alexei debía
estar imaginándoselo, porque al segundo siguiente había desaparecido y Jay
volvía a estar tan animado y alegre, sonriéndole animadamente—. ¿Qué
puedo ofrecerte? ¿Y qué nombre para el pedido?
La boca de Alexei se movió en piloto automático, su cerebro parecía
estar de forma permanente en algún lugar lejano.
—Un americano. Por favor. Alex.
—Vale, Alex. Sé cómo prepararlo —Jay le sonrió.
—Bien —Alexei no reconoció su propia voz, la extraña nota ronca en
ella.

—Lo es ¿verdad?2 Aunque, para ser justos, ahora sé cómo hacer


todas nuestras bebidas —una vez más, Alexei no tuvo nada qué responder.
Se produjo un breve intercambio de miradas antes de que Jay levantara un
dedo para señalar el otro extremo del mostrador—. Si esperas allí, saldrá en
un santiamén.
Alexei se obligó a descongelar los músculos y moverse desde donde
estaba hasta donde la pelirroja que manejaba la máquina de café expreso lo
observaba con clara diversión en el rostro. No volvió a mirar a Jay. No
podía.
—¿Qué acaba de pasar?
No fue hasta que la pelirroja le contesto que Alexei se dio cuenta de
que había hecho su pregunta en voz alta. Ella le sonrió con satisfacción,
apurando el expreso que acababa de moler.
—Yo diría que tienes a Jay.
—¿Es así con todo el mundo? —preguntó Alexei, esperando que su
expresión fuera mucho más neutra de lo que parecía. Necesitaba situar la
extraña interacción que acababa de tener lugar en algún tipo de contexto.
—¿Te refieres a que, sin saberlo, encandila a todo el mundo que
conoce, hace cumplidos devastadores y sinceros que dejan a la gente
pasmada y luego se marcha sin importarle nada?
Alexei tosió débilmente, frotándose la nuca.
—Sí. Eso.
La pelirroja se encogió de hombros y su sonrisa se transformó en una
mueca malévola.
—Más o menos, sí. Es así con todo el mundo.
Cinco minutos más tarde, con el café en la mano, Alexei regresó
aturdido a su auto.
Cuando se acordó de beber su americano, ya estaba helado.
Alexei no pudo mantenerse alejado después de aquello.
No tenía ni pies ni cabeza. Ni siquiera había tenido la intención de
volver a Death by Coffee al día siguiente, no conscientemente. Alexei había
estado conduciendo por los alrededores y pronto aparcó en un lugar
conocido y cruzó aquella puerta tintineante y allí estaba Jay, sonriendo y
saludando.
El corazón de Alexei se le había parado en el pecho por un momento
ante el alegre “¡Has vuelto!” que le había dicho en aquella segunda visita,
pensando por un momento en que la extraña atracción que sentía, era
mutua. Pero pronto supo que la pelirroja no había mentido: Jay era así con
todo el mundo. Sonrisas radiantes, cumplidos sinceros, absurdos sin
sentidos.
Pero lo frustrante era que nadie parecía tan… afectado por ello. No
como Alexei.
Después de una semana de visitas diarias, observando cada
interacción más cerca de lo que era estrictamente sano, estaba claro que los
clientes habituales de Jay lo adoraban. Alexei había visto, estupefacto,
como una mujer mayor había pellizcado la mejilla de Jay, algo que Alexei
no sabía que ocurría en la vida real.
Pero en general, por lo que Alexei podía ver, todos parecían capaces
de seguir con sus vidas después de una interacción con él. Nadie más le
miraba fijamente, salivaba o se masturbaba furiosamente en la ducha
pensando en unos labios rosados, como Alexei había hecho cada noche
durante la última semana -o al menos, Alexei tenía que suponer que no
hacían lo último; no seguía a nadie a casa para comprobarlo.
El gerente, sin embargo. Le prestó a Jay más atención de la que
Alexei hubiera deseado. También le prestó más atención a Alexei de la que
Alexei hubiera deseado, frunciéndole el ceño desde el otro lado de la
cafetería. No era, exactamente, el mejor servicio al cliente.
Pero el ceño fruncido merecía la pena por las pequeñas interacciones
de Alexei con su nueva y extraña obsesión. Podía conseguir bastante, si
calculaba bien el tiempo, llegando a una hora lenta. Incluso se encontró
alargando sus órdenes, solo para oír aquella dulce voz repitiéndoselas.
Y sí, se dio cuenta de que estaba actuando como un psicótico.
Posiblemente se trataba de algún tipo de crisis mental tras toda una vida de
estrés, además de la mayor ansiedad de su nueva vida a la fuga. Eso
explicaba lo absurdo que resultaba convertirse en un auténtico cliente
habitual de su nueva ciudad en lugar de estar desaparecido, como debería
haber hecho.
Pero se dijo a sí mismo -en completa oposición al razonamiento
paranoico con el que había estado viviendo durante tanto tiempo- que
estaba bien dejarse ver y conocer en Hyde Park. Que su hermano estaba
satisfecho con haber hecho huir a Alexei ¿Por qué seguirlo cuando por fin
tenía lo que siempre había querido? Alexei fuera del puto mapa. Para
siempre.
También se decía a sí mismo, cuando se sentía particularmente
delirante, que Jay le prestaba especial atención.
Y para ser justos, el pequeño camarero se acercaba a menudo cuando
la cafetería estaba tranquila, le preguntaba a Alexei si quería algo más y le
hacía cumplidos absurdos. Una vez le preguntó si acababa de hornear
cuando Alexei le dijo que no, ladeó la cabeza.
—Pero siempre hueles tan dulce, como una de nuestras magdalenas
de vainilla ¿Seguro que no has estado horneando?
Alexei nunca había escuchado en su maldita vida una frase de ligue
tan descarada.
O eso se podría pensar. Pero esa era la cuestión. La increíble y
alucinante frustración de todo aquello. No era una frase para ligar. Jay lo
había dicho y luego… se había marchado, sin inmutarse ni avergonzarse por
sus palabras.
Y, para ser justos, Alexei también había oído una vez a Jay felicitar a
su maldita caja registradora por abrirse “tan suave y silenciosamente”.
También saluda a todos los clientes caninos de la cafetería como si fueran
de la realeza, saludando con la mano, sonriendo y regalando golosinas para
perros como Oprah regala un auto.
Así que al menos Alexei entraba en el pensamiento de Jay a la par de
un objeto inanimado o la mascota de otra persona ¿no?
Se obligaba a marcharse cada día al cabo de dos horas, decidiendo
arbitrariamente que todo lo que superase ese tiempo sería realmente
patético.
Después de su última visita, Alexei, que se sentía absurdamente
agotado tras varias horas sentado en un cómodo sillón, marcó el único
número que se sabía de memoria.
—Si es quien creo que es, no deberías llamarme.
El mero sonido de la voz de su hermano menor tranquilizó a Alexei
por primera vez en seis semanas.
—Sascha.
El suspiro de respuesta de Sascha fue dramático a más no poder.
—Alexei, esta vez sí que has provocado una tormenta de mierda.
—Lo sé, pero ¿estás a salvo? —Alexei ya sabía la respuesta. Su
hermano mayor nunca le haría daño a Sascha. El pequeño de la familia. El
único de su trío que no había sido educado para ser cruel, despiadado y
desalmado.
Sascha se burló de la pregunta.
—Claro que estoy a salvo. Pero tú no puedes volver. Lo sabes
¿verdad? Iván parece listo para disparar en el acto.
Más bien Iván ya había contratado matones para disparar en el acto y
estaría encantado de que el acto se llevara a cabo tanto si él estaba allí para
presenciarlo, como si no, pero Alexei tenía ganas de divagar.
—Le costé mucho dinero.
—Le costaste su orgullo. Eso es aún peor.
Alexei gruñó en señal de reconocimiento. El orgullo siempre sería el
mayor problema de Iván. Debía saberse que seguía siendo el mandamás,
con total y absoluto cargo de su reino. El hecho de que Alexei arruinara a
propósito un negocio importante, perdiendo millones en un solo acto,
definitivamente arruinaba su imagen.
Casi tuvo que reprimir la sonrisa al pensarlo, sintiendo que de algún
modo Sascha lo percibiría al otro lado de la línea.
—¿Has encontrado algún sitio? —preguntó Sascha.
—Sí.
—No me des más detalles.
—No lo haré —y Alexei no lo haría. Quería mucho a su hermano
pequeño, pero Sascha había crecido mimado, tanto por sus hermanos como
por su padre. A menudo era descuidado, no por mala intención, sino por
pura irreflexión.
Alexei le quería, sí, pero no confiaba en él. No con su vida. Sin
embargo, con otras cosas…
Alexei se aclaró la garganta.
—Hay un camarero aquí, en esta cafetería a la que voy. Es tan…
extraño. Creo que podría ser un extraterrestre.
Hubo un momento de silencio mientras Sascha claramente se
esforzaba por captar la dirección de los pensamientos de Alexei y luego
soltó una carcajada aguda.
—Has vivido treinta y cinco años en Nueva York y nunca has
conocido a nadie que te importara más de una noche ¿Y ahora que llevas
seis semanas huyendo te enamoras de alguien?
—No es un flechazo. Es demasiado joven para mí.
—Suena como un flechazo.
Con cualquier otra persona, Alexei ya habría colgado el teléfono. No
le gustaban las bromas. Pero a Sascha se le permitía lo que a otros no y el
cabrón lo sabía.
—¿Qué harías si tuvieras un flechazo? No es que sea uno —se
apresuró a aclarar.
—Dios mío, Alexei. Pídele salir. Eres un chico guapo. Nunca te he
visto que alguien se te negara cuando estás interesado.
Cierto. Increíblemente cierto. Aunque, de vuelta en Nueva York,
Alexei había estado operando bajo condiciones muy diferentes. Nunca
había sabido cuántos de aquellos hombres se habían sentido atraídos por su
aspecto -que no era malo, era lo bastante consciente como para saberlo- o
por su dinero y poder percibidos ¿Cuántos amantes habían acudido a él
porque sabían que su familia dirigía el club en el que se encontraban?
¿Cuántos se sintieron atraídos simplemente por la posibilidad de rozar el
peligro? ¿Por qué no coquetear con un supuesto miembro de la mafia?
Pero Jay no parecía demasiado impresionado por el dinero o el
prestigio, por lo que Alexei podía ver. El otro día había visto a un cliente
trajeado que intentaba presumir con su Rolex y Jay le había replicado con
su propio reloj resistente al agua que brillaba en la oscuridad, del que al
parecer, estaba increíblemente orgulloso.
Entonces ¿Qué fue lo que motivó al pequeño camarero?
Alexei colgó el teléfono tras unos minutos más de conversación con
Sascha, sintiéndose tonto por haber puesto al descubierto su pequeña
obsesión, emoción desconocida que le hizo fruncir el ceño ante cualquiera
que se cruzara en su camino de vuelta a casa.
Alexei no sabía lo que quería. Se sentía como un perro que no suelta
su hueso, aunque se atragante con él.
Sabía que no tenía espacio en su vida para otro ser humano,
especialmente uno tan dulce como el que codiciaba en ese momento. Se
imaginó por un momento: el dulce Jay, como un muñeco, enfrentando a uno
de los hombres de su hermano. A Alexei se le heló la sangre de solo
pensarlo. Jay no tendría ni una puta oportunidad.
No, Alexei debía mantenerse lejos de él. Encontrar un nuevo lugar al
que frecuentar.
Era solo que… después de toda una vida de insensibilidad. De
sentirse frío, distante y apático a todo lo que le rodeaba, ahora había este
pequeño punto brillante de color. Y no tenía sentido y probablemente -
definitivamente- convirtió a Alexei en un asqueroso. Una obsesión
floreciente.
Y aquella noche, con la polla en la mano, el chorro de la ducha
golpeándole la espalda, la bonita cara de Jay proyectándose detrás de sus
párpados cerrados, Alexei tuvo que admitirlo. No iba a dejar al tipo en paz.
Un buen hombre lo haría.
Pero Alexei nunca había sido un buen hombre ¿verdad?
TRES
JAY
Alex había vuelto. Alexei, se recordó Jay cuando sonó la puerta y
llegó su nuevo cliente habitual favorito. El otro día le había dicho a Jay que
lo llamara Alexei.
A Jay le gustaba. La pequeña “ei” añadía un poco de suavidad al
nombre del humano, lo que le añadía a él un poco de suavidad en general.
Lo cual era agradable, porque Alexei podía ser un poco… intimidante.
Para empezar, era alto. Mucho más alto que Jay, prácticamente por
más de diez centímetros. Y, en segundo lugar, era muy, muy guapo.
Simplemente… bastante atractivo en general. Su cara, su nariz larga y recta,
su mandíbula robusta y masculina. Su constitución, con hombros anchos y
manos grandes a juego. Incluso sus antebrazos eran extrañamente bonitos
cuando se echaba hacia atrás las mangas del suéter, como ahora. Estaban
salpicados de vellos dorados, de un color que hacía juego con el vello de la
mandíbula firme de Alexei. Jay quería frotarse contra aquellos brazos como
un gato. Su bestia también.
Pero eso sería raro ¿no? Los humanos no se frotaban contra otros
humanos que apenas conocían.
Así que nada de roces. Y además, Jay había estado contando algo
¿Qué había estado contando?
Correcto, las formas en las que Alexei era intimidante.
Así que, tres, su apuesto rostro siempre se mostraba un poco severo, a
menudo esas cejas doradas y oscuras fruncidas en un sutil ceño. No
precisamente un ceño fruncido, pero también no era un no-ceño fruncido
Lo bueno que esas cejas severas siempre se relajaban con Jay. Le
gustaba ver cómo sucedía, al momento en que Alexei le llamaba la atención
y el ceño se suavizaba hasta convertirse en… no se podía decir que fuera
una sonrisa, exactamente, pero como mínimo era neutral. Eso siempre hacía
que Jay se sintiera bien.
Hoy Alexei llevaba un suéter negro y unos vaqueros de aspecto
desgatado. No parecía llevar abrigo tan a menudo como otros humanos
¿Quizá cuando un humano era tan grande no se enfriaba tan fácilmente? Jay
se lo preguntaría a Danny después. Su amigo enfermero siempre sabía datos
médicos importantes como ese.
En cualquier caso, Alexei vestía mucho de negro y gris. Lo suficiente
como para que Jay considerara que su sentido de la moda era un fastidio.
Pero el nuevo cliente favorito de Jay se salía con la suya porque tenía esos
ojos de colores y el cabello más bonito que había visto jamás. Y aunque
Alexei siempre llevaba ese bonito cabello recogido y Jay realmente -como,
realmente- quería verlo suelto, siempre había esos pequeños mechones que
se escapaban alrededor de su cara y que le quedaban bastante bien.
Así que, en realidad, Alexei no necesitaba llevar nada súper brillante
para seguir siendo el más guapo de la habitación.
Y ups, ahora estaba allí, en el mostrador. Jay había estado mirándolo
otra vez. Por suerte también había estado saludando como un loco, así que
tal vez Alexei no se había dado cuenta.
—Jay —saludó Alexei, con voz ronca y áspera por el frío exterior.
—¿Crees que me quedaría bien un moñito? —preguntó Jay,
estudiando el moño dorado de Alexei—. Aún no tengo el cabello tan largo,
pero si lo tuviera… —levantó la mano y tiró de todos los mechones oscuros
que pudo para que parecieran un moño, aunque solo la mitad de ellos
llegaron a formarlo, el resto le caía alrededor de las orejas—. ¿Qué te
parece?
Alexei ladeó la cabeza, considerando detenidamente los intentos de
Jay.
A Jay le gustaba tanto, tanto, el modo en el que Alexei solía
estudiarlo, tan atento y serio. Nunca eludía las preguntas de Jay con una
carcajada o una mirada de soslayo, como hacían otras personas. Por eso era
el nuevo cliente habitual favorito de Jay.
Eso y tal vez también la forma en la que olía. Muy bien. Vainilla y
azúcar.
—Creo que podrías lograrlo —respondió finalmente Alexei, sin
sonreír ni fruncir el ceño.
Jay le sonrió.
—Yo también lo creo. ¿Qué te traigo hoy?
Alexei hizo otra cosa que tanto le gustaba a Jay, inclinarse hacia abajo
sobre el mostrador para que ambos estuvieran a la altura de los ojos. A Jay
le gustaba porque podía ver mejor los bonitos colores de los ojos de Alexei,
pero también porque el humano olía muy, muy bien. Eso siempre hacía que
la bestia de Jay se interesara -bueno, que se interesara más; su bestia
siempre estaba muy interesada en lo que hacía Alexei-.
—¿Seguro que no has estado haciendo magdalenas? —no pudo evitar
preguntar Jay. Alexei le había dicho que no el otro día, pero tal vez se le
había olvidado. Parecía un tipo muy ajetreado. Ocupado e importante,
probablemente. Si no ¿Por qué siempre iba a estar tan serio?
Alexei soltó una carcajada no muy sonora.
—Nada de magdalenas, kotyonok.
A Jay se le encogió el corazón al oír el apodo que Alexei había
empezado a ponerle. Significaba “gatito” en ruso. Jay no creía que Alexei
supiera que él lo sabía, pero temía que si se lo decía, Alexei podría dejar de
hacerlo, así que se guardó para sí sus conocimientos de idioma.
Alexei se inclinó un poco más hacia él.
—¿Te gustan las magdalenas?
—Me gusta cualquier cosa con azúcar —respondió Jay con
sinceridad.
—Ya veo —la mirada de Alexei bajó hasta los labios de Jay, solo por
un segundo ¿Se estaba imaginando a Jay comiendo una magdalena? Jay
sintió un poco de calor y escalofríos ante la idea, lo que honestamente
ocurría mucho con su nuevo cliente favorito habitual. Algo en él hacía que
la pequeña bestia de Jay quisiera salir a la superficie, como si quisiera verle
más de cerca. Jay temía a medias de que los colmillos se le salieran en
cualquier momento, lo que sería muy embarazoso.
Al fin y al cabo, le habían educado para controlarse mejor.
Jay agitó un dedo mental hacia su bestia, empujándola hacia atrás.
—¿Tu pedido? —volvió a preguntar. Su voz sonó un poco jadeante a
sus propios oídos.
—Americano. Con hielo, por favor. Con un poco de... menta hoy,
creo.
—Americano helado con un chorrito de menta —repitió Jay
obedientemente. Alexei nunca pedía exactamente lo mismo dos veces—.
¡Qué festivo!
Alexei levantó ligeramente las cejas.
—Estamos en febrero, kotyonok. Las fiestas hace tiempo que
terminaron.
Jay se encogió de hombros.
—Sigue siendo muy festivo.
—Lo es, ¿verdad? —Alexei estaba casi sonriendo, sus labios suaves y
relajados, Jay estaba radiante y sus caras estaban muy cerca, y oh, Jay
realmente, realmente quería un mordisco. Solo un mordisquito de aquel
hombre de rostro apuesto, ojos bonitos y antebrazos fuertes con las mangas
remangadas.
Un carraspeo.
Jay se asomó a la ancha figura de Alexei y se sobresaltó al ver a
Soren de pie detrás de él, tan guapo como de costumbre, con el cabello
rubio peinado hacia atrás de una forma tan elegante que Jay nunca podría ni
siquiera intentar y sonriendo con su sonrisa que no era de miedo para Jay
pero sí para mucha gente.
—¡Soren! —exclamó cuando Alexei le entregó su tarjeta sin palabras.
La casi sonrisa había abandonado sus labios y sus cejas volvían a ser
severas—. ¡Estás aquí!
—Sorpresa —dijo Soren secamente, acercándose al mostrador en
lugar de Alexei.
En cierto modo lo era. Aunque Soren venía a la cafetería con
regularidad, normalmente se aventuraba a entrar más tarde, cuando Gabe
iba al gimnasio antes de sus turnos de noche. Lo que significaba que tal vez
había venido antes solo para ver a Jay trabajar en su turno más temprano.
Qué amable de su parte. Jay sonrió a su amigo, aunque su mirada se desvió
hacia Alexei, que se paseaba por el extremo opuesto del mostrador.
Soren siguió la trayectoria de su mirada. Arqueó una ceja.
—El tipo parece un mafioso.
La sonrisa de Jay vaciló un poco.
—No, no lo parece. Es Alexei.
Soren le dedicó una sonrisa mordaz.
—Ese es un nombre de mafioso.
—No lo es —insistió Jay, sintiéndose vagamente insultado en nombre
de su cliente habitual—. Es un nombre, Alexei.
Soren agitó una mano desdeñosa.
—Solo bromeaba, Jaybird. De todas formas, ¿qué haría un mafioso en
Hyde Park?
Por un momento, los dos se quedaron mirando a Alexei, que había
recibido su americano de Colin y estaba en su mesa habitual,
devolviéndoles la mirada con su expresión severa todavía firme. Jay le hizo
un gesto con la mano. Alexei frunció más las cejas. Qué extraño.
Normalmente se relajaban cuando Jay lo saludaba. Jay intentó saludarlo con
más entusiasmo. Alexei volvió la cara hacia su bebida.
Jay suspiró, tratando de no sentirse demasiado decepcionado por eso.
No tuvo mucho éxito.
—Está bueno. Deberías cogerlo.
Las mejillas de Jay se calentaron y supo que debía tener un rubor
horrible en la cara. Soren siempre decía cosas así.
Pero Alexei era un hombre adulto, con ropa bonita, elegante y buen
olor. Jay vio cómo le miraban otros clientes. Alexei debía de tener bastante
experiencia sexual. ¿Qué querría él de Jay en ese sentido? Jay no sería
bueno en nada de eso. Sería... decepcionante. Y Jay odiaba decepcionar a la
gente.
Aun así, su cliente regular era bonito de ver. Hizo que la pequeña
bestia de Jay ronroneara dentro de su pecho. Le gustaba tenerlo en el café,
en su punto de mira.
Mirarlo tendría que ser suficiente.

Jay llegó temprano al club de lectura.


Había intentado no hacerlo -Soren le había dicho una vez que era
mucho más genial llegar elegantemente después que temprano-, pero no
pudo evitarlo. No quería estar en su tranquilo apartamento ni un minuto
más.
Y a Danny nunca parecía importarle que Jay llegara pronto. Esta
noche abrió la puerta con su sonrisa habitual -tenía una sonrisa tan
agradable y cálida- e hizo pasar a Jay, con Ferdy contoneándose como un
loco detrás de sus piernas.
—Hola, cielo.
Jay saludó a Danny y al perro.
—¡Hola, Ferdy! Hola, Danny. Tienes una sonrisa tan bonita. ¿Te lo
había dicho antes?
Las mejillas de Danny se volvieron rosadas, lo que hizo que sus pecas
se difuminaran y se vieran terriblemente lindas con sus grandes ojos
marrones todos abiertos y felices.
—Gracias, Jay. ¿Qué tienes ahí?
Jay le presentó su plato de aperitivos, estos mini bagels que de alguna
manera también eran pizzas. La comida humana era de locos.
—Los traje para nuestros humanos. Bueno, tus invitados humanos.
—¡Oh! —Danny frunció el ceño mientras miraba el plato de Jay—
¿Los hiciste tú mismo?
Jay soltó una carcajada. Danny pensó que había intentado cocinar; su
cara de preocupación tenía sentido ahora. Jay no tenía una gran historia con
eso.
—Los compré ya hechos —le tranquilizó Jay—. Solo seguí las
instrucciones de la caja para calentarlos en el horno —y había seguido las
instrucciones a la perfección.
La sonrisa de alivio que Danny le dedicó hizo que Jay se sintiera
cálido y confuso por dentro.
—Gracias por traerlos, cariño. Has sido muy amable. Vamos a
ponerlos en la cocina con el resto. Creo que Roman ha estado dando vueltas
por ahí.
Jay no podía imaginarse a Roman "merodeando" por ningún sitio,
pero siguió obedientemente a Danny dentro de la casa, una acogedora
morada amarilla de dos plantas en la que Jay nunca se cansaba de pasar el
tiempo.
—Oh —los ojos de Jay se abrieron de alegría una vez que llegaron a
la cocina.
Roman estaba allí, tan imponente como siempre, incluso con su
camisa blanca abotonada sobre los antebrazos y el cabello negro suelto y
despreocupado. Estaba rodeado de pequeños platos y todo olía a ajo,
mantequilla y otros deliciosos aromas de comida que Jay no podía ni
empezar a identificar.
Siempre era un placer cuando Roman cocinaba. Puede que fuera un
vampiro como Jay, pero de algún modo conseguía que todo supiera tan
bien. Le había dicho a Jay que era porque había sido francés como humano.
—Roman —Danny tenía muchas formas diferentes de decir el
nombre de Roman, Jay se había dado cuenta. A veces lo gritaba, como
cuando Roman era grosero con alguien que no era Danny -él nunca era
grosero con Danny, por supuesto-; a veces se reía, como cuando Roman
decía algo involuntariamente gracioso en su anticuada forma de hablar; y a
veces lo decía como ahora, tan lleno de amor que incluso Jay, que tenía tan
poca experiencia con esa emoción, podía oírlo en su voz. Danny miraba a
su compañero con sus grandes ojos suaves y tiernos—. Has hecho tanto.
Roman se aclaró la garganta, se limpió las manos en un paño de
cocina y lo arrojó descuidadamente al fregadero.
—Hace frío, mon amour. Pensé que tus amigos humanos apreciarían
algo de comida caliente mientras discuten de su libro —apartó los ojos de
Danny con evidente reticencia para saludar a Jay con la cabeza—. La suya
no fue una mala elección. Me gusta bastante Jane Eyre.
Jay se balanceó sobre las puntas de los pies, con su plato de ofrendas
aun en la mano, complacido más allá de toda medida con tan rara
aprobación por parte del vampiro melancólico.
—Es tan romántico, ¿verdad?
—Mm—Roman estuvo de acuerdo—. Tengo un cariño especial por
las historias de humanos amables y encantadores que aceptan a amantes
fríos y dañados.
—Roman —regañó Danny—. Tú no eres frío o dañado.
—¿Dije que lo fuera? Vaya, vaya, alguien está proyectando —había
un raro brillo en los brillantes ojos azules de Roman cuando se abalanzó
para darle un beso a Danny.
Jay hizo todo lo posible por no mirar, pero era demasiado fascinante
como para resistirse… Danny se derritió en los brazos de Roman en cuanto
sus labios se tocaron ¿Se ablandarían así los músculos de Jay si le besara un
hombre guapo?
La mente de Jay volvió a donde había estado vagando con bastante
frecuencia estos días, a un hombre guapo muy específico y se retorció,
sintiendo que se ruborizaba por alguna razón. Estaba hablando en voz alta
antes de darse cuenta, interrumpiendo el beso de Danny y Roman.
—Tengo un nuevo cliente habitual en la cafetería.
Danny se apartó de Roman, sus mejillas permanentemente rosadas
ahora.
—Oh. Eso es bueno, ¿verdad?
—Mm. Sip —Jay sostuvo su plato en alto para que Ferdy, que estaba
husmeando alrededor de la cintura de Jay, no pudiera alcanzarlo y
mordisquearlo—. Siempre me gustan mis habituales. Y éste especialmente.
Me gusta cómo me sonríe. Bueno, no me sonríe exactamente, pero a veces
una comisura de su boca se levanta un poco y es casi como una sonrisa… Y
creo que si sonriera, quedaría muy bien. Además, huele muy bien. A
vainilla y azúcar. Jura que no ha estado haciendo magdalenas, pero para
alguien que no ha estado haciendo magdalenas, huele mucho como una.
La cara de Danny hizo un extraño tic mientras miraba primero a Jay,
luego a Roman y a Jay de nuevo. Al parecer no encontró lo que buscaba en
ninguno de los dos, porque al momento siguiente estaba gritando:
—¡Soren!
Jay sonrió cuando el vampiro apareció en la puerta de la cocina.
—¡Soren! —saludó feliz, sintiéndose afortunado de ver a su amigo
dos veces en un día—. ¿Nos acompañas esta noche?
Soren apoyó un hombro en la jamba de la puerta, con un aspecto muy
elegante, incluso con su grueso jersey de punto.
—Solo esta vez. Únicamente porque Gabe está trabajando y toda mi
ropa para salir está en la lavadora. Y supongo que no me importa Jane Eyre
—levantó una mano y se estudió las uñas—. Aunque Cumbres Borrascosas
es mejor.
—Pero es tan triste —protestó Jay, incrédulo de que su amigo pudiera
preferir una historia tan miserable al simple amor, a pesar de la esposa
encarcelada y el incendio prematuro entre Jane Eyre y el señor Rochester.
Soren se encogió de hombros.
—Pero todo el mundo es tan deliciosamente mezquino y desquiciado.
Es absolutamente divino.
—Jay, cariño —interrumpió Danny suavemente—. Cuéntale a Soren
lo que acabas de decirme.
—Yo no hice los bocaditos de bagel —le dijo Jay a Soren, levantando
su plato en señal de demostración—. Solo los he calentado de una caja.
—¿Qué? No, eso no es… —Danny sacudió la cabeza—. No, cariño.
Háblale de la cafetería.
—¡Oh! Tengo un nuevo cliente habitual y huele muy, muy bien.
—¿Qué te parece, Soren? —Danny miraba a Soren como si Jay
estuviera diciendo algo importante, sus ojos intensos y sus cejas haciendo
cosas intrincadas que Jay no podía comprender.
Soren tarareó, su mirada levantándose de sus uñas para estudiar a Jay
como si fuera una especie de rompecabezas.
—¿Estás hablando del mafioso, Jaybird?
Jay frunció las cejas.
—No es un mafioso. Tienes prejuicios contra los rusos.
—¿Es ruso? —preguntó Danny, echando a Ferdy de la cocina cuando
empezó a intentar saltar para alcanzar el plato de Jay—. ¿Con acento de
villano Bond?
Soren se encogió de hombros.
—Sin acento, pero llamaba a Jay “kotyonok” —sonrió a Danny y
Roman, arqueando una ceja—. Significa “gatito".
Y ahora Jay se sonrojaba aún más, con la cara acalorada por alguna
razón.
—Me gusta cuando me llama así —se defendió.
Soren soltó una carcajada brusca.
—Sí, seguro que sí. ¿Sabe tu nuevo amigo que puedes entenderle?
Jay resopló.
—No me lo ha preguntado.
Danny miró a Soren con el ceño fruncido.
—¿Crees que no le gustaría? ¿Como si Jay estuviera en peligro?
Soren agitó una mano descuidada en el aire.
¿Qué podría hacerle un mafioso a un vampiro?
Esto se estaba volviendo frustrante. Jay resistió el impulso de pisar
fuerte. No quería ser grosero, pero no le estaba gustando nada el rumbo que
estaba tomando la conversación.
—No es un mafioso. Es mi cliente habitual, me deja llamarle Alexei,
huele a magdalenas y me gusta.
Danny miraba a Soren una vez más como si Jay estuviera diciendo
algo importante.
Soren suspiró, mirando a Jay de nuevo.
—¿Tú crees? —preguntó, hablando claramente con Danny incluso
con los ojos puestos en Jay—. Las probabilidades son muy pocas…
Jay ladeó la cabeza.
—¿Qué están diciendo ustedes dos?
—Johann —Roman le cortó, su voz más suave de lo habitual— ¿Por
qué no me ayudas a poner estos platos en la sala de estar?
Una vez más, Jay no era estúpido, a pesar de lo que algunos podrían
pensar. Sabía que había dicho algo que había molestado a los otros dos.
Pero Roman ya lo estaba sacando de la cocina con una mano en la espalda.
—Cuéntame más sobre este cliente habitual.
—¡Oh! Um, es muy guapo. Y ya sabes lo del olor a magdalena. Por lo
demás, no sé mucho de él. Pero nunca se ríe de mí. Eso me gusta.
Roman frunció el ceño, pensativo, mientras ordenaba los platos. Jay
estaba a punto de preguntar por qué todo el mundo estaba tan obsesionado
con el habitual —no era como si hubieran visto por sí mismos lo guapo que
era, aparte de Soren— cuando sonó el timbre, lo que significaba que habían
llegado los demás invitados.
El resto de la noche terminó siendo tan encantadora como Jay había
pensado que sería. A los seis miembros humanos del club de lectura pareció
gustarles el libro, incluso a los dos jóvenes del trabajo de Danny que nunca
habían dicho nada bueno sobre el romance.
Jay se encontró estudiando especialmente a esos dos mientras todos
comían, charlaban y reían -Jay no siempre sabía de qué se reían, pero le
gustaba participar de todos modos-.
De todas las cosas, se encontró preguntándose sobre besos.
Si alguno de esos hombres humanos lo besara, ¿se pondría suave y
tierno como Danny con Roman?
Por alguna razón, Jay no podía imaginárselo.
Pero entonces pensó en antebrazos musculosos y bronceados, y ojos
multicolores. Una boca ancha y severa, el cabello más bonito de Hyde Park.
Y entonces resultó que, después de todo, era bastante fácil de
imaginar.
CUATRO
ALEXEI
Alexei se tomó su tercer ron con coca-cola en la mitad de horas,
intentando que el alcohol le sacudiera la depresión que se había apoderado
de él.
Su obsesión no amainaba. En absoluto. En todo caso, se
profundizaba. Empeoraba. No podía mantenerse alejado de esa maldita
cafetería. Es más, aquella mañana había cruzado aquella maldita puerta
tintineante y Jay no estaba en el mostrador, Alexei había tenido que luchar
contra la decepción más inoportuna y desgarradora ante aquel hecho.
Y, obviamente, Jay no trabajaría todos los días, pero hasta ese
momento había parecido vivir básicamente en el maldito local y las
entrañas de Alexei -su corazón- no habían estado preparadas para su
ausencia.
Había hecho que Alexei entrara en una especie de... espiral
lamentable.
¿Qué carajos hacía él aquí? Mirando a un pequeño camarero
alienígena que saludaba a todo bicho viviente y tenía cero conciencia social,
sobre todo a la hora de coquetear. Que era increíblemente ingenuo o
extremadamente diabólico por la forma en que tenía a Alexei colgado de la
polla sin que se hubieran tocado ni una sola vez.
¿Qué esperaba conseguir Alexei? ¿Una lenta seducción a través de
pedidos de café cada vez más complicados?
Y luego estaba el amigo de Jay. Su amigo del otro día. Nunca antes
Alexei se había sentido tan intimidado por una cara tan bonita. No por la
belleza en sí. Había una cierta... amenaza bajo esa extraña sonrisa. Alexei
había pasado suficiente tiempo rodeado de desquiciados como para
reconocerlo. Podía sentirlo.
¿Y qué más podía sentir? Putos celos, eso era. Ardiendo en su pecho.
¿Por qué Jay había saludado al tipo de esa forma, con una sonrisa tan cálida
y radiante? Y bueno, sí, Jay saludaba a todo el mundo con una sonrisa
cálida y radiante. Pero había familiaridad, eso era seguro. Y el tipo, Soren,
se había quedado en el mostrador. Se había quedado. Y había hecho que Jay
se sonrojara, con aquellas mejillas pálidas y adorablemente sonrosadas.
¿Qué había estado diciendo para que Jay se sonrojara? ¿Qué tenía que
hacer Alexei para conseguir el mismo efecto?
Alexei se sobresaltó cuando el camarero apareció frente a él, agitando
el vaso de Alexei, ahora vacío, haciendo sonar el hielo restante.
—¿Otra?
Alexei asintió con un gruñido.
—Por favor.
Fue una mala idea. Aquella noche se había saltado la cena y las copas
que había bebido se le habían subido a la cabeza. Pero, ¿qué importaba de
todos modos? No era más que un fantasma en esta ciudad. No tenía futuro,
ni contactos, ni otro propósito que acechar al pobre camarero que le había
llamado la atención. ¿Qué importaba si Alexei se emborrachaba esta noche?
¿Si se emborrachaba todas las noches? ¿A quién coño le importaría?
—A nadie —murmuró, mirando el posavasos empapado que le
habían dejado adelante—. Nadie.
—¿Qué ha sido eso? —la mujer del taburete de al lado se inclinó
hacia él, con voz ronca.
Alexei no apartó la vista de su posavasos, luchando contra el impulso
de fruncir el ceño ante su vecina. Ella había elegido el asiento de al lado, a
pesar de que había muchos taburetes libres en la barra y estaba sentada
demasiado cerca, rozándole el pecho con el brazo de vez en cuando, lo que
empezaba a molestarle de sobremanera. Intentaba meditar, el perfume de
ella olía a flores y le estaba quitando el aroma a menta que de alguna
manera aún permanecía en sus fosas nasales, un día entero sin ningún
contacto con Jay.
—Nada —refunfuñó—. No estaba hablando contigo.
Hizo un gesto de agradecimiento cuando el camarero le puso otro
vaso delante, ignorando el gruñido molesto de su vecina.
En parte por eso nunca le habían gustado los bares, o al menos los que
estaban fuera de la influencia de su familia. Con su tamaño y su aspecto,
solía tener dos reacciones cuando salía a la ciudad: mujeres que querían
cogérselo y hombres que querían pelearse con él. Las primeras no le
interesaban y los segundos solo le atraían si era el tipo de pelea que
llevaban al dormitorio. Y nunca lo era, ¿verdad?
Nunca había llegado a explorar el ambiente gay tanto como le hubiera
gustado; no cuando su padre había sido un idiota intolerante e impenitente.
Y no cuando, incluso después de la muerte de su padre, Alexei se pasaba las
noches vigilando los activos más populares de la familia: los clubes y los
garitos clandestinos. A Iván le gustaba que Alexei anduviera por esos
lugares, le gustaba alardear del tamaño de Alexei y de su presencia
ciertamente intimidatoria.
En realidad, a Iván siempre le había molestado no poder aprovechar
aún más el tamaño de Alexei para su propio beneficio. Cómo le habría
gustado tener a Alexei como su guardaespaldas personal, su jodido perro
leal. Pero ambos sabían que Alexei nunca sacrificaría su vida por la de su
hermano, nunca recibiría voluntariamente una bala o cualquier otro acto de
violencia destinado a él.
¿Cuánto tiempo hacía que Ivan quería a Alexei fuera de escena?
¿Desde que ambos llevaban pañales? ¿Desde que su madre los había
abandonado?
Probablemente tanto como Alexei había querido estar fuera. Desde la
primera vez que su padre los había llevado a ver una represalia de huesos
rotos, decidiendo que el hecho de que Iván fuera lo bastante mayor para ser
incorporado en el negocio familiar significaba que Alexei tenía que
aguantarse y afrontarlo también.
Diez años, prácticamente un hombre, ¿verdad, Alyosha?
Y ahora estaba fuera. Estaba escondido, a cientos de kilómetros de
distancia y no estaba seguro de estar mejor. Puede que no estuviera
cometiendo ningún crimen, pero ¿era realmente más buena persona que
antes? El mundo era tan aburrido y gris como siempre, solo que sin las
salpicaduras brillantes de sangre para colorear con violencia.
En cambio, él tenía su brillante salpicadura de Jay.
Excepto que hoy no la tenía.
Alexei se interrumpió tras apurar el cuarto trago más de lo debido. Un
trago más y estaría rememorando más allá de lo sano y saludable. Llamó al
camarero con un dedo levantado, pagó la cuenta y salió del bar dando
tumbos, quizá no tan firme como debería, pero esa era la consecuencia
natural de haber decidido beberse la cena.
Y sí, tal vez el bar que había elegido era el más cercano a cierta
cafetería. Por la que ahora pasaba a un ritmo mucho más lento de lo
necesario, a pesar de que Jay se habría marchado hacía horas, de haber
estado allí ese día. Alexei no podía resistir la tentación de permanecer cerca
y no sabía por qué.
Excepto por la seductora idea de que tal vez volvería a oler la menta.
En realidad...
Alexei no olía nada, pero se oía un sonido extraño procedente del
callejón contiguo a la cafetería. ¿Un quejido, tal vez?
Sabía que no debía comprobarlo ni meter la nariz donde no debía.
Pero su cerebro estaba un poco atontado por el alcohol y, en general,
llevaba semanas viviendo en un estado mental a años luz de cualquier tipo
de sentido común, así que qué demonios.
Se adentró en el callejón, irguiendo la postura y enderezando los
pasos a trompicones, toda una vida enmascarando cualquier debilidad que
le ayudara a ocultar su estado de semi embriaguez.
Se dio cuenta unos diez segundos demasiado tarde de que estaba
interrumpiendo un momento aparentemente íntimo entre dos personas en la
sombra, todas apretadas la una contra la otra y probablemente haciendo
cosas de las que no necesitaban que Alexei fuera testigo. Porque, ¿qué
carajos más esperaba Alexei?
—Joder. Lo siento, yo… —la boca de Alexei se cerró de golpe, su
cerebro se congeló por completo, la disculpa quedó colgando a medio
terminar en el aire nocturno.
Porque su entrada hizo que se encendiera la luz automática que había
sobre la puerta trasera de Death by Coffee y estaba iluminando exactamente
quiénes eran aquellas dos figuras.
El tipo alto y desgarbado, apoyado contra la pared, con aspecto
ruborizado y agobiado, era claramente el gerente, Colin y en sus brazos,
medio metro más bajo, con una cabeza de espeso cabello oscuro…
El primer pensamiento coherente de Alexei después de que su cerebro
volviera a funcionar fue que era una pena que el gerente tuviera que morir.
En realidad, parecía un buen tipo, más allá de sus miradas diarias a
Alexei en la cafetería. Pero tenía las manos sobre los hombros de Jay, e
incluso con las sombras del callejón, estaba claro que Jay estaba…
¿besándole el cuello?
Porque esa pequeña figura era definitivamente Jay. Incluso desde
atrás, Alexei no podía confundirlo con nadie más. Y no solo por ese
horrible suéter de mierda.
¿Y por qué Jay no llevaba un puto abrigo? Hacía mucho frío fuera.
—¡Qué mierda! —la brumosa mirada de Colin se centró y miró a
Alexei con más intensidad de lo habitual, agarrándose a los hombros de Jay
como si quisiera sacudírselo de encima.
El grito de Colin hizo que Jay se diera la vuelta y Alexei se preparó
para aquellos grandes y hermosos ojos grises -por la lujuria interrumpida
que podría encontrar en ellos- pero cuando Jay se giró del todo, solo
parecía… raro. Diferente.
Muy, extrañamente diferente.
Porque los ojos de Jay no parecían grises en absoluto. Eran
completamente negros, no se veía el blanco. Y sus pequeños y lindos labios
estaban cubiertos en…
¿Eso era sangre?
—¿Qué clase de jodida perversión…? —Alexei se interrumpió,
mirando fijamente a su obsesión, su puto amor de camarero.
Porque también había algo extraño en los dientes de Jay. Como si
tuviera un par de colmillos de vampiro de Halloween o algo así.
Los ojos de Jay -sus putos ojos extrañamente negros- se entrecerraron
al ver a Alexei.
—Oh, no -suspiró, relamiéndose… lo que quiera que fuera… de los
labios, con un aspecto muy afligido mientras miraba a Alexei, con Colin
mirando por encima de su cabeza-. Bueno… esto está muy mal.
CINCO
JAY
Todo esto era muy malo.
Jay lo sabía. Sabía que tenía que actuar, ser decisivo.
Pero también sabía que le estaba costando mucho concentrarse.
Estaba un poco excitado por la comida -especialmente porque no
había llegado a terminar- y Alexei olía muy bien. La pequeña bestia de Jay
realmente quería probarlo. Solo una probadita.
Pero eso sería malo, ¿no?
Jay se lamió la sangre de los labios, muy consciente de que Colin
estaba justo detrás de él. Cierto. Nada de probar su regular.
Pero… su bestia no estaba de acuerdo con aquella afirmación.
Alexei le miraba fijamente, con la boca un poco abierta y con la cara
de vampiro de Jay fuera, podía ver cada pizca de color en aquellos ojos
suyos tan extremadamente bonitos. Hazel, así se llamaban técnicamente.
Había tenido que buscarlo para estar seguro; no parecía una palabra lo
suficientemente grande como para captar lo irresistibles que le parecían.
—Qué… tus dientes… —balbuceó Alexei.
Ah. Cierto. Los dientes de Jay. Sus colmillos.
Jay respiró hondo un par de veces, empujando a su bestia hacia su
interior, tarea que requirió un poco más de esfuerzo de lo normal. Se limpió
la boca con el dorso de la manga de su suéter, esperando haber conseguido
quitar todas las gotas de sangre.
Podía ser un poco… desordenado, cuando tenía hambre.
Lo peor era que apenas había empezado cuando Alexei se había
topado con su comida. Todavía tenía bastante hambre.
Pero tendría que lidiar con eso más tarde. Ahora tenía que aplacar de
alguna manera a un humano conmocionado.
Con el rostro humano en su sitio, Jay empezó saludando
amistosamente.
—Hola, Alexei. Me alegro de verte por aquí.
Al mirarlo más de cerca, Alexei, aunque tan guapo como siempre,
parecía bastante desarreglado: esos bonitos ojos estaban vidriosos, su
precioso cabello estaba suelto de la coleta y había un ligero olor a alcohol
sobre su delicioso aroma habitual.
El hombre estaba definitivamente borracho. O al menos,
probablemente borracho. En realidad, Jay no tenía mucha experiencia con
humanos borrachos; Vee siempre había querido presas sobrias para no
descuidarse al beber su sangre cargada de alcohol.
Alexei también estaba aparentemente mudo ahora que la cara de Jay
había cambiado delante de sus ojos. No había respondido en absoluto al
saludo de Jay. Supuso que la transformación debía ser un poco
sorprendente, si uno no estaba acostumbrado.
Jay miró a Colin por encima del hombro.
—Quizá deberías irte. Puedo llevar a Alexei a donde necesite ir.
Colin frunció el ceño, sus mejillas rosadas contrastaban con su
cabello azul.
—Pero… pero él vio…
—Está bien —le tranquilizó Jay—. Se lo explicaré.
Colin miró a Jay con el ceño fruncido, con una mandíbula obstinada,
que Jay supuso que debería haber esperado. Su mánager era muy protector
con Jay, desde que le había contado la verdad de lo que era.
—Estaré bien, Colin —le tranquilizó Jay—. Asegúrate de beber
mucha agua cuando llegues a casa. Solo tomé un poco, pero… aún así.
Se volvió hacia Alexei, que los señalaba con un dedo inestable, con
un brillo nuevo y duro en los ojos.
—¿Ustedes dos… juntos?
¿Quería decir románticamente?
—No —le dijo Jay, conteniendo una risita ante la idea.
—Sí —dijo Colin al mismo tiempo.
—Colin —reprendió Jay, frunciendo el ceño ante el larguirucho
humano.
Colin se acercó un poco más y se inclinó para susurrarle a Jay al oído.
—Esa sería la explicación más sencilla a lo que acaba de ver. El tipo
de cosa que alguien podría esperar: dos personas besándose en un callejón.
Jay suponía que eso podía ser cierto, aunque besarse con alguien en
un callejón no le sonaba muy bien, personalmente. Pero también sería una
mentira. Y a Jay no le gustaban las mentiras.
Dio un paso adelante, alejándose de Colin y acercándose a Alexei.
—No somos novios. Solo soy un vampiro.
Ahora le tocaba a Colin decir su nombre como una reprimenda.
—Jay. No puedes ir por ahí diciéndole a todo el mundo que eres un
vampiro.
—No se lo voy a decir a todo el mundo —dijo Jay, levantando un
poco la voz a la defensiva—. Ya son dos las personas a las que se lo he
contado. A ti y ahora a Alexei. —Colin todavía parecía disgustado, así que
Jay trató de encontrar un giro positivo—. ¡Ahora los dos tienen algo en
común!
—Un vampiro —Alexei soltó una extraña carcajada, cruzando los
brazos sobre el pecho—. Ustedes están metidos en alguna mierda
pervertida.
Jay frunció el ceño.
—No es una cosa sexual. Mira —dejó salir a su pequeña bestia de
nuevo, con cuidado de recordarle que no iban a morder al humano de olor
agradable y se acercó para que Alexei pudiera ver mejor— ¿Ves? —Jay
sonrió ampliamente, señalando sus dientes—. Colmillos.
Por desgracia, Alexei no parecía encontrar los colmillos de Jay tan
tranquilizadores. Jay vio cómo la sangre se drenaba de la cara de Alexei,
dejándolo muy pálido. Realmente esperaba que el humano no se desmayara
sobre él. Jay era lo bastante fuerte como para cargar con él, claro, pero no
tenía ni idea de dónde vivía Alexei.
—Joder —Alexei se quedó mirando la boca de Jay un momento más,
se frotó la frente con dos dedos y luego le hizo un gesto con la mano a
Colin—. Así que no le estabas besando el cuello.
—Te lo dije, no es sexual —Jay lanzó una mirada por encima del
hombro a Colin, que aún tenía un bonito rubor en las mejillas—. Bueno, no
totalmente sexual. Alimentarse puede ser muy placentero para el huma…
—Jay —suplicó Colin.
Uh—oh. ¿No era educado compartir? Jay ladeó la cabeza.
—¿No quieres que sepa esa parte?
Colin se pasó una mano por el cabello azul, suspirando.
—Solo… no mientras yo esté cerca. No quiero tener que mirarle a los
ojos.
Jay asintió en señal de comprensión, aunque en realidad no lo
entendiera del todo. No creía que hubiera nada malo en su acuerdo con
Colin. Jay necesitaba comer; Colin había sentido curiosidad por algunas de
las respuestas físicas a la alimentación. Funcionaba bien para ambos.
Sin embargo, Jay no sabía todo eso cuando se acercó por primera vez
a Colin para hablar de la alimentación. Todo lo que sabía era que su jefe era
amable y algo protector, parecía tener la cabeza lo suficientemente firme
sobre los hombros como para no asustarse por la existencia de los vampiros.
Y Jay realmente necesitaba comer.
Alexei, por su parte, se había acercado aún más y su corpulento
cuerpo se cernía sobre el de Jay, que tuvo que forzarse a respirar regular y
uniformemente -en lugar de inhalar con avidez- porque, incluso con aquella
capa de alcohol, el humano seguía oliendo muy bien.
Estaba tan concentrado en su respiración que no se dio cuenta de que
Alexei se movía, pero antes de que Jay se diera cuenta, Alexei lo había
agarrado por la parte superior de los brazos -era bastante fuerte, para ser
humano- y estaba mirando a Jay a los ojos.
—Vaya.
—Muy bonito, ¿eh? —a Jay le gustaba su cara de vampiro. Pensó que
le daba un poco de dureza de la que normalmente carecía.
Alexei volvió a mirar a Colin por encima del hombro de Jay.
—¿Estabas bebiendo su sangre?
Jay rebotó sobre las puntas de los pies, complacido de que por fin
estuvieran llegando al, posiblemente, humano ebrio.
—Sí.
Alexei volvió a estudiar la cara de Jay y éste intentó no retorcerse
bajo el escrutinio. Toda esa atención le hizo desear hacer algo raro, como
lamer la fuerte y recta nariz de Alexei.
—¿Quieres beber mi sangre? —preguntó Alexei.
Los labios de Jay se entreabrieron cuando su bestia se fijó en él.
—Um… ¿Te estás ofreciendo? —preguntó, aun sabiendo que no sería
una buena idea. Sobre todo porque Alexei tal vez estaba borracho y
posiblemente no entendía realmente lo que estaba consintiendo. Y también
porque si Jay bebía de él, ambos estarían borrachos y eso probablemente no
ayudaría en nada a la situación.
Alexei había soltado uno de los brazos de Jay y su dedo estaba ahora
muy cerca de la boca de Jay.
—Yo solo… Bueno, ¿lo harás?
Jay todavía no podía decir si Alexei estaba ofreciendo legítimamente
o tenía simplemente curiosidad.
—Hueles muy bien —admitió, sacando la lengua para mojarse los
labios—. Pero ahora no, gracias.
Volvió a cambiar a su rostro humano y entonces, por alguna razón,
Alexei pasó un dedo por los labios de Jay, y ohh, eso se sentía muy, muy
bien.
Jay cerró los ojos, inclinándose un poco ante la sensación. Era
agradable que lo tocaran tan bien, aunque fuera un poquito.
Un carraspeo detrás de ellos y Jay volvió en sí con un sobresalto.
—Ah, claro —dio un paso atrás, sorprendido cuando Alexei le soltó
— Alexei, ¿dónde vives? Te llevaremos a casa.
Pero Alexei ya estaba sacudiendo la cabeza con una agresividad poco
habitual, con los mechones de cabello libres revoloteándole alrededor de la
cabeza.
—No, no, no. No puedes decirme que los vampiros existen, que tú
eres uno y luego mandarme de paseo.
Jay frunció el ceño.
—Bueno, no puedes quedarte aquí. Hace mucho frío. Estás
empezando a temblar —el dedo de Alexei había estado bastante frío contra
los labios de Jay. Agradable, pero frío.
Alexei siguió negando con la cabeza y entonces Jay tuvo una idea
maravillosa, espléndida, terrible.
—Alexei, ¿quieres venir a casa conmigo?

Jay se alegró de que Alexei llevara bien el camino a casa.


Bueno, siguió apoyándose en Jay, poniendo una buena parte de su
peso sobre los hombros de Jay. Esa parte estaba bien; Jay era súper fuerte.
Pero la cuestión era que el humano olía tan bien y Jay estaba tan
hambriento, sus colmillos seguían queriendo salirse.
Su pequeña bestia incluso empezó a hablarle, cosa que rara vez hacía.
Solo una probadita, le suplicó.
No, fierecilla. No muerdas sin permiso.
Jay tendría que hacer nuevos arreglos con Colin por la mañana. Pero
por el momento -después de convencer a Colin de que sí, que los dos
estarían bien solos y no, que no necesitaba obligar a Alexei a olvidarse en
ese mismo momento- estaban en el pequeño dúplex de Jay en un abrir y
cerrar de ojos.
Jay estaba sorprendentemente nervioso al acercarse a su apartamento,
con el estómago hecho un gracioso ovillo. No tenía invitados a menudo.
Ojalá los tuviera, pero Soren y Danny tenían sus propias casas, así que solía
ir a la de ellos cuando pasaban tiempo juntos.
Intentó entablar conversación para disimular sus nervios mientras
abría la puerta.
—Así que, Alexei. ¿Te emborrachas a menudo?
Alexei le pisaba los talones, lo suficiente como para que Jay pudiera
sentir lo frío que estaba el humano por el aire helado de la noche. Pareció
ponerse aún más rígido ante la pregunta de Jay.
—¿Qué? No. Es que se me olvidó cenar.
—¿Necesitas comer? —Jay se giró para hacer la pregunta y vaya, la
cara de Alexei estaba muy cerca de la suya. La nariz del humano estaba un
poco roja en la punta por el frío. Jay canturreó pensativo—. Necesitas
comer y tienes frío.
El tarareo ausente de Jay se convirtió en una melodía completa
mientras lo pensaba. Definitivamente podía trabajar con eso. No necesitaba
estar nervioso en absoluto. Se le daba muy bien hacer que la gente se
sintiera cómoda; después de todo, ese había sido su único propósito durante
más de dos siglos. Bueno, no para hacer que los humanos se sintieran
cómodos, exactamente, pero no podía ser tan diferente que con los
vampiros, ¿verdad?
Agarró la mano de Alexei y se tomó un segundo para disfrutar del
modo en que la gran palma del humano se tragaba la suya con tanta
facilidad. Era mucho más grande que Jay y tenía que admitir que eso le
gustaba de su habitual. Podía imaginarse fácilmente siendo sostenido,
posiblemente abrazado, tal vez incluso presionado sobre un colchón…
Pero no. No era el momento. El humano necesitaba comida y calor,
no los pensamientos lujuriosos de Jay. Se los sacudió de la cabeza.
Tiró de Alexei hacia el sofá del salón antes de ponerse de puntillas
para presionar los hombros del gran humano y guiarlo suavemente hasta
que se sentara. Alexei se dobló con facilidad, con los ojos muy abiertos y
aturdidos fijos en Jay todo el tiempo.
Jay acarició el pecho de Alexei -tan bonito y firme-, fue a recoger
todas las mantas de la habitación -menos mal que había comprado tantas en
el tiempo que llevaba aquí-. Empezó a ponérselas a Alexei, sin saber
cuántas necesitaba el humano para entrar en calor. Pero después de la quinta
manta, Alexei detuvo su movimiento colocando su gran mano -tenía unas
manos muy bonitas, morenas y ligeramente callosas- sobre el brazo de Jay.
—Enséñamelo otra vez —le pidió Alexei—. En la luz.
Jay soltó un pequeño suspiro. Tenía cosas que atender en ese
momento, pero supuso que era de buena educación ceder a la petición de un
invitado.
—Una vez más —dijo, haciendo su voz tan severa como pudo, que
probablemente no era muy severa en absoluto—. Luego, tenemos que
alimentarte.
Jay empujó a su bestia hacia adelante de nuevo. Acudió con facilidad
a su llamada, un poco engreído por la atención que Alexei le prestaba y sus
bonitos ojos siguieron la mirada del par de ojos negros de Jay.
Alexei soltó el brazo de Jay y levantó la mano, presionando la parte
delantera del colmillo con un dedo. Jay se estremeció y un cosquilleo le
recorrió la espalda. Nadie le había tocado nunca los colmillos así. ¿Eran los
colmillos una zona erógena? ¿O era solo que Alexei lo estaba tocando?
Tendría que preguntarle a Soren después. Eso sonaba a algo que él
sabría.
Cuando Alexei se movió para presionar el dedo contra la punta
puntiaguda, Jay lo detuvo con una mano en la muñeca.
—No creo que sea buena idea. Si te corto… Bueno, es que hueles
muy, muy bien —intentó explicar, sin estar seguro de si estaba entendiendo
al aturdido humano o no.
Alexei se quedó mirando.
Jay empujó a su bestia hacia atrás, ignorando sus quejumbrosas
protestas. Era hora de volver a los negocios.
—Voy a prepararte unos panecillos de pizza en miniatura —dijo,
apartándose del sofá—. Pero no te preocupes, vienen de una caja.
—¿Por qué iba a preocuparme? —Alexei torció el torso, siguiendo la
entrada de Jay en la cocina.
El dúplex tenía un plano de planta abierto, sin una pared entre las dos
habitaciones, por lo que realmente, podía mirar tanto como quisiera
mientras Jay preparaba su comida. A Jay le parecía bien que hubiera
público porque iba a seguir las instrucciones a la perfección. Tal vez Alexei
incluso estaría impresionado.
—No sé cocinar porque todo lo que hago sale horrible e incomible,
además, una vez provoqué un pequeño incendio y eso disgustó a mis
amigos —explicó Jay, pulsando los botones para precalentar el horno.
Alexei se tomó un momento con esa información.
—¿Alguien ha intentado enseñarte alguna vez? —preguntó
finalmente.
—Bueno, no, pero he seguido recetas de internet.
—Es diferente tener a alguien que te enseñe en persona. La cocina es
un arte. Es difícil aprender solo leyendo. Ayuda tener a alguien que te dirija.
Jay se apartó del horno, sonriendo ante la idea.
—¡Oh! Se me da muy bien seguir instrucciones.
—Apuesto a que sí, kotyonok —la voz de Alexei sonó carrasposa,
ronca y extrañamente sexy. ¿Quizá por haber estado demasiado tiempo en el
frío? Jay tuvo que darse la vuelta para ocultar su sonrojo.
Tarareó para disimular su vergüenza y sacó la cajita del congelador.
—Aunque no me parece justo. Roman es tan buen cocinero y es un
vampiro, así que no es como si no pudiéramos tener un don para la cocina.
No es una cosa de especie, no lo creo.
Hubo un silencio pesado detrás de él.
Oh, mierda. Mierda, mierda, mierda. Jay no había querido mencionar
nada de los otros. Había sido tan bueno hasta ahora. Nunca le había dicho a
Colin que había más de su clase en la ciudad.
Pero había algo en la forma cuidadosa y cercana en que Alexei
siempre lo observaba que tenía a Jay deseando hablar todo el día. La gente
rara vez le prestaba atención, no así. Claro, se divertían cuando decía algo
involuntariamente gracioso, tal vez incluso se quedaban encantados por sus
formas ciertamente extrañas. Pero luego se limitaban a darle una palmadita
en la cabeza -metafórica o a veces literalmente- y seguían adelante.
Pero Alexei… miraba. Incluso miraba fijamente.
Y a Jay le gustaba.
—¿Hay más de ustedes aquí? —finalmente Alexei preguntó—
¿Vampiros?
—Um... —Jay dudó en contestar, llenó un vaso de agua y lo acercó al
sofá mientras se lo pensaba -Ferdy siempre necesitaba agua después de
correr y Alexei acababa de dar un paseo, así que probablemente también era
una buena idea para él-.
Se alegró cuando Alexei se lo tragó con facilidad. También sintió un
cosquilleo sorprendentemente cálido en el vientre al ver cómo se movía la
nuez de Adán de Alexei.
Parecía que Alexei era guapo haciendo cualquier cosa.
—Hay otros —admitió Jay en voz baja, observando cómo bebía el
humano.
Alexei dejó el vaso y se limpió la boca con el dorso de la mano. Muy
poco civilizado por su parte. A Jay le gustaba.
—No soy un gran cocinero, pero puedo enseñarte a hacer syrniki. Son
como tortitas rusas —miró su vaso—. Mi abuela me enseñó.
—Oh —jadeó Jay. Qué oferta tan increíblemente amable de un nuevo
amigo. Porque eso era en lo que se estaban convirtiendo, ¿verdad? ¿Eso era
lo que pasaba cuando una persona venía a casa de otra y compartía comida
y secretos? —Oh, sí, me gustaría mucho.
Veinte minutos más tarde, Alexei había devorado una caja entera de
panecillos de pizza. Le había asegurado a Jay que una caja sería suficiente.
—Solo necesitaba tomar un poco de ron.
El humano parecía un poco más alerta ahora. Sus ojos eran más
agudos, había desaparecido esa mirada vidriosa. Jugueteaba con su plato
vacío, dándole vueltas sobre la mesita. Había estado más o menos callado,
comiendo, pero ahora parecía dispuesto a hacer preguntas.
—¿Cuánto tiempo llevas… alimentándote... de Colin? ¿Y qué querías
decir con que los mordiscos son placenteros?
Jay, sentado ahora a su lado en el sofá, cruzó las manos sobre el
regazo, considerando cómo responder. Técnicamente, Colin le había dado
permiso para compartir, siempre y cuando no estuviera presente para
avergonzarse de todo. Así que Jay hizo todo lo posible por exponerlo todo
de forma cuidadosa y concisa.
—Me he estado alimentando de Colin desde poco después de que me
contrató. Una vez cada dos semanas —lo que honestamente dejaba a Jay
bastante hambriento la mayor parte del tiempo, pero no quería
sobrealimentarse de su única fuente de alimento—. Las mordeduras de
vampiro pueden ser muy… excitantes, para el humano involucrado. Y a
Colin… Bueno, como él me lo dijo: le gusta la idea del sexo en teoría, pero
no siempre le gusta... en la vida real. Estaba intrigado por los efectos
excitantes del mordisco. Llegamos a un acuerdo, con pleno conocimiento y
consentimiento de ambas partes —a Jay le gustó añadir esa última parte.
Estaba orgulloso de cómo había manejado la tarea de alimentarse en Hyde
Park.
—Entonces, ¿por qué no están cogiendo? —preguntó Alexei,
sorprendiendo a Jay un poco con su franqueza— ¿Acaso las mordeduras no
excitan también a los vampiros?
Jay se movió en el sofá. Sinceramente, estaba un poco sorprendido de
que Alexei estuviera más interesado en la parte sexual que en la parte de
beber sangre de un trabajador. Pero tal vez así funcionaban los cerebros
humanos. Hacía tanto tiempo que Jay no era uno de ellos que quizá no
estaba al tanto.
—Bueno… sí, lo son. Pero Colin en realidad no quiere tener sexo
conmigo, no somos de su tipo y además me falta experiencia. No sería una
buena guía para todo eso.
Alexei le dirigió una mirada muy intensa, con las pupilas más grandes
que antes.
—¿Cuánta falta? —preguntó, con la voz ronca de nuevo. Quizá no
fuera por el frío, después de todo.
—Soy virgen —admitió Jay, asegurándose de mantener la barbilla
alta mientras lo decía. Se negaba a sentirse avergonzado por su
inexperiencia. Bueno, al menos se negaba a mostrar su vergüenza.
Observó fascinado cómo las pupilas de Alexei se dilataban aún más.
Alexei se balanceó un poco hacia Jay -quizá no se había despejado tanto
como pensaban-, pero pareció recobrar el sentido, carraspeó y se frotó la
nuca.
—¿No tienes ningún interés en el sexo?
—¡Oh! —Jay casi soltó una risita ante la idea—. No, sí que me gusta.
Muchísimo. Pero tuve unas circunstancias extrañas durante mis dos
primeros siglos y luego, bueno… es difícil saber por dónde empezar cuando
has estado… protegido, como yo.
Alexei se tomó su tiempo para procesar aquella información. A Jay le
gustaba cómo hacía eso, siempre considerando las cosas que Jay decía con
mucho cuidado. Cuando finalmente habló, cambió de dirección una vez
más.
—¿Todavía tienes hambre? Te interrumpí.
Oh Dios. Ahí estaban los colmillos de Jay.
Los labios de Alexei se crisparon.
—¿Quieres morderme, kotyonok?
Jay se tapó la boca con una mano, avergonzado. Es que… el humano
seguía ofreciéndose. ¿Qué se suponía que debía hacer Jay? ¿O tal vez
Alexei solo sentía curiosidad? Jay estudió su rostro por un momento,
tratando de calibrar cuán genuino era el ofrecimiento. Realmente tenía
hambre.
Pero entonces Alexei hizo trampa. Inclinó la cabeza, mostrando aquel
cuello fuerte y bronceado. Dios, ¿por qué tenía que tener tan buen aspecto?
¿Y oler tan bien? Los bonitos ojos de Alexei estaban entrecerrados, casi
burlones. Como si supiera exactamente cuánto estaba tentando a Jay.
¿Cómo sabía uno cuándo un humano estaba demasiado achispado
para alimentarse?
—¿Qué día es hoy? —preguntó Jay con la mano tapándose la boca.
Había vuelto a retraer los colmillos, pero no iba a correr ningún riesgo.
—4 de febrero —respondió Alexei rápidamente.
—¿Y dónde estamos ahora mismo?
—En tu casa. En Hyde Park —los ojos de Alexei se iluminaron, y
soltó una breve carcajada cuando pareció darse cuenta de lo que Jay estaba
haciendo—. Sabes que me tomé unos cuantos ron con cola, no tengo una
conmoción cerebral, ¿verdad?
Jay agitó la mano libre en el aire, extrañamente avergonzado.
—Pues no lo sé.
Alexei se movió más cerca en el sofá.
—Yo sé lo que ofrezco.
Jay ladeó la cabeza, demasiado tentado por las palabras. Aun así.
—¿Pero qué lo ofreces?
—Alimentarte de mí. Me gusta la idea de darte algo que necesitas,
kotyonok. Déjame serte útil. Por favor.
Bueno, ¿no estaba Alexei resultando ser el humano más agradable de
todos? Jay no sabía qué hacer con el calor que le llenaba el pecho. Era tan
raro que alguien preguntara cómo podía ser útil a Jay sin querer algo a
cambio. No pudo resistirlo. Dejó salir de nuevo a la bestia, bajando los
colmillos.
—Voy a acercarme —advirtió, bajando por fin la mano de la boca.
Pero Alexei no pareció asustarse lo más mínimo.
—Sí —ronroneó.
Era casi como si él fuera el cazador, no Jay. Pero era una tontería.
Jay se subió al regazo de Alexei. Supuso que podría haberse acercado
más a él en el sofá -quizá eso habría sido más educado-, pero no pudo
resistirse a esta oportunidad de oro para una mayor conexión física.
Y tal vez Jay solo quería que lo abrazaran. El humano parecía tan
fuerte y olía tan bien. ¿Era tan horrible que Jay quisiera estar lo más cerca
posible?
Alexei inclinó la cabeza hacia un lado, mostrando de nuevo el cuello.
Jay mordió.
SEIS
ALEXEI
Alexei sintió un fuerte pinchazo, un breve ardor y luego… oh, joder.
Inspiró agitadamente, sorprendido a su pesar por la lujuria que
inundaba su cuerpo, los zarcillos de excitación que comenzaban en su
cuello y corrían por sus venas, la extraña sensación que le hinchó la polla en
un instante.
Sabía -se lo habían advertido- que el mordisco sería placentero, pero
esperaba que fuera algo parecido a cuando un médico dice que una
inyección no va a doler. Una pequeña mentira. Una mentira piadosa. Una
obviedad necesaria para lograr el resultado deseado.
Pero Jay había sido sincero. Se sentía bien.
Se sentía tan. Malditamente. Bien.
Alexei se agarró con más fuerza a las caderas del pequeño vampiro,
complacido sin medida por la intimidad de la posición que Jay había
elegido para alimentarse: sobre el regazo de Alexei, con aquel trasero
respingón apretado contra la polla cada vez más dura de Alexei.
Aspiró el maravilloso aroma a menta de Jay.
Debería estar siempre aquí —pensó Alexei soñadoramente,
escuchando los sonidos extrañamente eróticos de los golosos tragos de Jay
—. En mis brazos.
Se encontró reclinándose aún más contra el sofá y apoyando una
mano en la nuca oscura de Jay, instándole a que se acercara.
—Toma todo lo que necesites, kotyonok. Bebe hasta saciarte.
Alexei sabía -en ese rincón de su mente, el pequeño lugar no nublado
por este deseo obsesivo- que en teoría debería estar más asustado en ese
momento. Hacía apenas una hora que había descubierto que los vampiros
existían -y que el dulce y adorable Jay era uno-, ¿y ahora estaba dejando
que Jay se diera un festín con su cuello?
Alexei probablemente debería estar considerando la posibilidad muy
real de que en algún momento de aquella noche hubiera enloquecido de
verdad y todo aquello fuera una especie de elaborada ilusión que tenía lugar
después de haber perdido la puta cabeza.
Pero las sensaciones eran demasiado claras, demasiado reales. Los
ruiditos hambrientos de Jay, el calor de su pequeño cuerpo, el dolor de la
erección de Alexei que se tensaba contra su cremallera. Se sintió satisfecho
de que el vampiro también estuviera excitado, apretándose contra el bulto
de Alexei, al parecer inconscientemente.
Alexei sintió una oleada de celos al pensar en Jay haciendo eso con
Colin, pero la emoción pasó rápidamente. Porque, en realidad, lo que
Alexei había encontrado en el callejón no había parecido ni de lejos tan
íntimo.
Había una diferencia entre lo que Jay sentía por ellos dos; Alexei
estaba cada vez más seguro de ello.
Y ese era el quid de la cuestión, ¿no? Por qué Alexei lo permitía -no
solo lo permitía, sino que prácticamente lo suplicaba-. Porque había estado
deseando acercarse a Jay, ser especial para él de alguna manera, esta
maravillosa y sangrienta puerta se había abierto para ambos.
Alexei podía darle a Jay algo vital. Algo necesario para su propia
existencia. Algo horriblemente íntimo que potencialmente podría abrir aún
más puertas a aún más intimidades.
Se hundió en los almohadones del sofá, sintiéndose a la vez exaltado
e insoportablemente relajado. Un poco mareado también, pero era un
pequeño precio a pagar.
La alimentación había durado lo suficiente como para que Alexei
tuviera serios temores de correrse en los pantalones como un adolescente
con su primer manoseo cuando Jay finalmente se retiró, sus colmillos
deslizándose fuera de la piel de Alexei. Pero no hizo mucho por disminuir
la excitación cuando Jay empezó a lamer suavemente el cuello de Alexei.
Realmente era un gatito.
—¿Tratando de conseguir hasta la última gota? —bromeó Alexei
suavemente, con los músculos relajados contra los almohadones del sofá.
Jay dio un último lametón antes de volver a sentarse, con la cara
sonrojada y el cabello castaño despeinado más de lo habitual. El negro ya
había desaparecido de sus ojos y tenía gotas de color rojo oscuro de la
sangre de Alexei en la barbilla. Se sintió increíblemente satisfecho al ver
que Jay no hacía ademán de bajarse de su regazo.
—Mi saliva tiene propiedades curativas —dijo Jay en voz baja—.
Estaba cerrando la mordedura.
Alexei le apretó suavemente las caderas.
—Bueno, mírate. ¿Qué otras habilidades especiales escondes,
kotyonok?
Jay se preocupó de su labio manchado de sangre con dientes romos
un momento antes de responder en tono muy serio.
—Soy rápido. Bastante fuerte. No necesito dormir mucho. No
envejezco, al menos físicamente. Y soy casi imposible de matar.
Casi imposible de matar.
Una cierta opresión se desplegó en el pecho de Alexei ante las
palabras de Jay. Había estado pensando que el camarero que tanto le
gustaba era demasiado frágil, demasiado amable, demasiado…
—¿Cuántos años tienes? —preguntó bruscamente al vampiro.
Jay ladeó la cabeza.
—Unos doscientos cincuenta, creo.
Alexei no pudo evitarlo. Echó la cabeza hacia atrás y se echó a reír,
bajo, flojo y tan relajado que pensó que podría hundirse por completo en el
sofá y acabar de alguna manera en el suelo. Había estado pensando que era
un asaltacunas en potencia, deseando a un chico en edad universitaria. Pero
Jay era varios siglos mayor que él.
Era lo más gracioso que había oído en años. Tal vez nunca.
Cuando terminó y se vio obligado a soltar las caderas de Jay para
secarse las lágrimas, se encontró con que el vampiro lo miraba fijamente,
con los ojos grises muy abiertos y aparentemente encantado.
—Tienes una risa muy bonita —dijo Jay.
—Gracias. Supongo que no me sale a menudo.
Jay le sonrió.
—Nunca te había visto sonreír hasta esta noche. Y ahora te has reído
—tarareó feliz antes de ladear la cabeza, su sonrisa se desvaneció en un
extraño casi puchero— ¿De verdad no me tienes miedo?
Alexei volvió a colocar las manos en las caderas de Jay, el material de
vellón de sus pantalones suave contra la piel de Alexei.
—¿Debería tenerlo?
Jay negó sombríamente con la cabeza.
—No. Nunca te haría daño. Me encantan los humanos. Intento ser
muy respetuoso. Nunca morderé sin permiso.
—Tienes mi total permiso, kotyonok.
—Oh —Jay volvió a morderse el labio— ¿Pero por qué?
Alexei se aclaró la garganta, intentando averiguar cómo decir lo que
sentía sin parecer un psicópata obsesivo.
—Me refería a lo que dije antes. Lo de darte algo que necesitas. Me
he encariñado mucho contigo. Pero también porque lo he disfrutado mucho.
¿Y tú?
Jay asintió con entusiasmo.
—Sí. ¿Sabes? Eres muy delicioso.
Alexei gimió. Joder, Jay no podía ir por ahí diciendo cosas así, no
cuando él estaba tan excitado por ese puto mordisco.
Podía sentir a Jay tenso bajo sus manos, el vampiro aparentemente
alarmado por el sonido.
—¿Qué pasa? —preguntó Jay— ¿Necesitas más comida? ¿agua?
¿Peso demasiado en tu regazo?
Los brazos de Alexei se movieron sin permiso, rodeando la cintura de
Jay para que el vampiro no pudiera escapar.
—No. Solo… —se detuvo un momento a pensar. Con cualquier otra
persona, podría haber considerado burlarse un poco, pero tenía la sensación
de que con Jay, necesitaba ser bastante literal para hacer que este barco
navegara—. Me siento muy atraído por ti, Jay.
—Oh. —Alexei observó fascinado como Jay se ponía rosa hasta la
punta de las orejas.
Eso era prometedor, ¿verdad?
Trató de mantener su voz suave, gentil, no amenazante.
—¿Te parezco atractivo, gatito?
La pequeña mano de Jay se apretó contra el brazo de Alexei.
—Oh, sí. Creo que tienes los ojos y el cabello más bonitos que he
visto y que eres el hombre más guapo de la cafetería.
Alexei podría trabajar con eso. Definitivamente podía trabajar con
eso.
—Dijiste que no tienes experiencia. Sexualmente. ¿Te gustaría
remediar eso?
La lengua de Jay salió, mojando sus labios.
—¿Quieres, um, enseñarme cosas sexuales?
Alexei dejó escapar un largo y lento suspiro.
—Sí. Me gustaría mucho enseñarte cosas de sexo, si quieres.
Los ojos de Jay brillaron y sus manos subieron para aferrarse al cuello
de la camisa de Alexei.
—¿Y dejar que te muerda?
—Sí.
—¿Y enseñarme a hacer syrniki?
Alexei parpadeó. Había olvidado que había dicho eso, sinceramente.
Pero tomaría literalmente cualquier excusa para acercarse a esta criatura,
aunque fuera en la cocina.
—Sí.
—Es como navidad —susurró Jay, jugueteando con el cuello de
Alexei. Luego le lanzó lo que Alexei supuso que era una mirada severa—.
Pero no esta noche. Me he mareado solo de beberte. Estás achispado —
acusó, frunciendo aún más el ceño.
Alexei no se había dado cuenta de cuánto se habían tensado sus
músculos por esperar la respuesta de Jay hasta que sintió que volvía a
relajarse contra los cojines. Sintió el extraño impulso de empezar a reír de
nuevo.
—Tal vez sí. Pero la oferta seguirá en pie por la mañana, te lo
prometo.
Jay agachó la cabeza, pero Alexei no pasó por alto la tímida sonrisa
que adornaba sus labios.
Tan jodidamente adorable.
Después de eso, Alexei fue sometido a más cuidados de Jay. Le
dieron otro vaso de agua y se vio obligado a rechazar más bagels de pizza
tres veces distintas antes de que Jay estuviera dispuesto a creer que Alexei
estaba realmente lleno.
Cuando Jay le dijo que él mismo no dormiría durante muchas horas
más, Alexei insistió en quedarse en el sofá para estar cerca de él,
asegurándole varias veces que no dormir en la cama no iba a causar daños
permanentes a su frágil cuerpo mortal -qué extraño, descubrir que él era el
delicado en esta dinámica-.
Sus párpados empezaron a caer mientras veía a Jay dibujar a lápiz lo
que parecía convertirse en un exquisito retrato del rostro de una mujer.
Alexei se quedó dormido preguntándose quién sería.
Alexei se despertó con el olor a menta invadiendo sus fosas nasales.
Inspiró hondo y apretó con más fuerza el cálido bulto que tenía entre los
brazos. La menta era agradable, cortaba la pequeña niebla de resaca que
tenía.
Y cortar la neblina era bueno. Muy bueno. Porque Alexei tenía mucho
que procesar, ¿no? Jay y Colin en el callejón. La existencia de los vampiros
-lo que llevaba a la pregunta: ¿la existencia de qué más?-. Jay mordiéndolo
en el sofá.
Y el mordisco. Ese maldito mordisco. Nada podría haber preparado a
Alexei para lo bien que le iba a sentar que le chuparan la sangre de su
maldito cuerpo.
Su erección de la mañana dio un pequeño tirón al pensar en ello.
—¿Estás despierto? —la suave voz de Jay hizo que Alexei abriera los
ojos con un sobresalto, en el mismo momento en que se dio cuenta de que
el bulto en sus brazos no era una de las almohadas del sofá después de todo.
—No estabas aquí arriba conmigo cuando me dormí —señaló Alexei
suavemente, con la voz ronca por el sueño, mientras apretaba los brazos
casi contra su voluntad. Jay seguía sentado en el suelo, frente al sofá,
cuando Alexei cerró los ojos.
Jay soltó una risita absurdamente adorable.
—Bueno, como que me subiste al sofá contigo en mitad de la noche.
—¿Te subí mientras dormía? —preguntó Alexei, incrédulo.
Excepto que en realidad sonaba bastante bien. Su obsesión con el
camarero -el vampiro camarero- estaba tan profundamente arraigada en este
punto que a él no le sorprendía en absoluto que se hubiera filtrado hasta su
subconsciente.
—Creo que sí —respondió Jay con un encogimiento de hombros, su
hombro chocando contra el pecho de Alexei. Jay estaba de espaldas a él,
con la erección de Alexei acurrucada justo contra ese sorprendentemente
pequeño trasero. Necesitó de toda su fuerza de voluntad para resistirse a
empujar contra él—. Estabas malhumorado y tenías los ojos entreabiertos.
Aunque no me importa —Jay dijo la última parte tentativamente, las puntas
de sus orejas se volvieron rosadas frente a los ojos de Alexei—. Los mimos
son agradables.
Alexei resopló divertido, sin poder evitar inclinarse hacia delante para
acariciar la nuca de Jay.
—Eres un pastelito literal, ¿no?
—Bueno, no un pastelito literal —rió Jay.
Cierto. Porque Jay era un vampiro literal. Una antigua criatura que
bebía la sangre de la gente y que, de alguna manera, seguía siendo virgen
después de varios siglos de vida. Y aunque Alexei sabía que su cerebro
debería estar más centrado en lo primero, le estaba costando mucho apartar
su jodida y sucia mente de lo segundo.
Aún no podía creer que le preocupara que Jay fuera demasiado joven
para él.
—Consideraremos los mimos como parte de tu… educación.
—¿Los mimos son una parte importante del sexo? —Jay se contoneó
contra él al hacer la pregunta y Alexei no podía por su vida decir si lo
estaba haciendo a propósito.
—Sí —mintió Alexei.
No lo era, no para él. Nunca se había abierto a la potencial
vulnerabilidad de abrazar a sus antiguos compañeros, nunca había pasado la
noche con ellos. Pero le gustaba tener a Jay entre sus brazos. Para ser tan
delgado, era sorprendentemente suave, olía insoportablemente bien y,
cuando estaba nervioso, parecía que se contoneaba como un cachorrito, lo
que le resultaba muy agradable al apretarlo contra la polla de Alexei.
Excepto…
Alexei suspiró, aflojando de mala gana su agarre.
—Me temo que tengo que levantarme.
Jay giró la parte superior de su cuerpo hasta mirar a Alexei, con las
cejas fruncidas.
—Oh —dijo con tristeza—. ¿Cambiaste de opinión? ¿Sobre lo del
sexo?
—Joder, no —dijo Alexei, un poco más duro de lo que pretendía y
sus brazos se tensaron una vez más. Hizo un esfuerzo por suavizar la voz—.
En absoluto. Solo necesito ir al baño, gatito.
Sinceramente, con toda el agua que Jay le había hecho tragar la noche
anterior, era un milagro que Alexei hubiera dormido toda la noche sin tener
que levantarse a orinar.
Se incorporó con cuidado, liberando por fin a su vampiro cautivo,
consciente a cada movimiento de su posible resaca. Ya no tenía veinte años.
Pero, en realidad, Alexei no se sentía tan mal de la cabeza.
Probablemente tenía algo que ver con todos los bagels de pizza que
Jay le había dado de comer.
Jay le guió hasta el cuarto de baño, aunque probablemente no fuera
necesario, teniendo en cuenta que solo había dos puertas posibles entre las
que elegir. Alexei se detuvo en el umbral, frotándose la nuca. Se le había
soltado el cabello durante la noche.
—¿Por casualidad los vampiros usan pasta de dientes?
Por alguna razón, la pregunta pareció encantar a Jay, que se puso de
puntillas por la emoción.
—¡Oh! Sí a la pasta de dientes. E incluso tengo un cepillo de dientes,
nunca usado —se apresuró a entrar en el cuarto de baño y rebuscó en el
armario, blandiendo triunfante un cepillo de dientes aún empaquetado—.
Los guardo para los invitados, pero nunca tengo invitados, así que está…
aquí.
Alexei agarró el cepillo de dientes, con los labios un poco crispados
por el entusiasmo de Jay y luego ambos se quedaron allí de pie, mirándose
fijamente. Finalmente Alexei se aclaró la garganta.
—Todavía tengo que hacer pis, gatito.
—¡Oh! —Jay se sonrojó. En las últimas veinticuatro horas, parecía
hacer eso bastante a menudo con Alexei. Era increíblemente entrañable—.
Saldré de tu camino.
Alexei hizo sus necesidades rápidamente y para cuando salió del
baño, Jay ya había dispuesto un vaso alto de agua y un plato de lo que
parecían pop tarts en la mesa de café, de pie a un lado como el maître de
algún restaurante de lujo.
—¿Para mí? —preguntó Alexei, acercándose al sofá.
Jay asintió tímidamente, permaneciendo de pie incluso mientras
Alexei se sentaba, engulló su agua obedientemente bajo la atenta mirada del
vampiro. Dejó las pop tarts en paz por el momento; la comida no le
interesaba todavía.
—Ven aquí, por favor —pidió, palmeando el sofá a su lado.
Pero Jay, que se movía alarmantemente rápido, llevó su petición en
una dirección mucho más interesante y estaba encaramado y a horcajadas
sobre el regazo de Alexei antes de que éste pudiera siquiera parpadear.
—¿Velocidad vampírica? —preguntó Alexei, procurando mantener un
tono de voz ligero. No quería que el pequeño pensara que le tenía miedo.
—Ajá —respondió Jay distraídamente, con la mirada clavada en la
boca de Alexei.
Alexei reprimió una sonrisa. Jay llevaba unos pantalones de chándal
desgastados, de aspecto increíblemente suave y una camiseta que debía de
ser unas tres tallas más grande. Le resultó bastante fácil deslizar las manos
por debajo de toda aquella tela, frotando los pulgares contra la suave piel
del estómago de Jay.
—¿Te gustaría empezar con un beso, gatito?
Los ojos grises se encontraron con los suyos, un hambre ferviente en
sus profundidades.
—¿Podemos?
Alexei apenas logró asentir antes de que Jay se inclinara hacia delante
con impaciencia, apretando aquellos dulces labios rosados contra los suyos.
Se tomó un largo momento así, solo un ligero y constante roce de sus
labios. Lo dejó ir a su propio ritmo, manteniendo el beso suave y fácil, con
el aroma de la menta bañándolo. Y entonces Jay deslizó su lengua en la
boca de Alexei y no pudo contenerse.
Gimió, un sonido ronco y desesperado, rodeó a Jay con los brazos y
tiró de él más cerca, profundizando el beso.
Jay emitió un gemido suave y jadeante, fundiéndose en el cuerpo de
Alexei, con una mano agarrando su camisa como si quisiera mantenerse
erguido de ese modo. Alexei palmeó la nuca de Jay, haciendo su parte para
mantener al vampiro en su sitio, saqueando la boca de Jay con días y días
de lujuria y anhelo reprimidos. Jay seguía su ritmo, ansioso y los ruiditos
ávidos que salían de su boca eran un eco de los sonidos que había hecho al
alimentarse de Alexei la noche anterior.
Fue Alexei el primero en romper el beso, más por necesidad de
oxígeno que por otra cosa. Miró, jadeante, al pequeño vampiro en su
regazo. Nunca en su vida se había sentido tan destrozado por un solo beso.
Jay le sonreía, jadeando a su vez.
—Me derretí.
—¿Perdona?
—Mi primer beso con lengua —musitó Jay en lugar de explicarse.
—¿Ese fue tu primer beso? —en su estado de lujuria nublada, Alexei
no logró mantener el shock fuera de su voz.
Jay se puso rígido entre sus brazos y Alexei se arrepintió
inmediatamente de sus palabras.
—Mi primer beso con lengua —repitió Jay, con su dulce voz cargada
de actitud defensiva.
Alexei tenía tantas malditas preguntas sobre el pasado de Jay que no
sabía por dónde empezar.
—¿Puedo preguntar por qué…? —se interrumpió, inseguro de cómo
formular mejor la pregunta, ¿Por qué no has tenido sexo en más de
doscientos años? sin sonar como un completo imbécil.
Jay pareció entender lo que quería decir.
—Puedes, pero no me apetece dar explicaciones esta mañana. Esta es
una buena mañana.
En eso podían estar de acuerdo.
Alexei sentía que debía ofrecer verdad por verdad. Seguía robando los
secretos de Jay sin dar nada a cambio.
—Me estoy escondiendo. De mi hermano. Nuestro negocio familiar
tiene algunos elementos criminales. Lo hice enojar antes de irme —se
aclaró la garganta, inseguro de cuánto detalle dar—. No sé si me sigue
buscando, pero si me encontrara… podría ser peligroso.
Los ojos grises de Jay estaban serios, su asentimiento solemne.
—Te protegeré, Alexei.
Alexei no pudo evitarlo. Volvió a besarlo, hambriento y obsesivo y
deseando tanto al vampiro entre sus brazos que le dolía físicamente.
Se separó primero de nuevo, Jay dando la impresión de que podía
besar durante horas y no cansarse nunca.
—Hay tantas cosas que quiero hacerte. Jesucristo. No quiero ir
demasiado rápido.
Jay se lamió los labios, como persiguiendo el sabor de Alexei.
—He esperado más de doscientos años. No existe lo demasiado
rápido.
—Bueno, exactamente. Pero…
Jay frunció el ceño y la mano en la camisa de Alexei tiró
bruscamente.
—No soy un bebé. No soy inocente. No soy un ingenuo. Solo soy…
inexperto.
—No, no eres un bebé —Alexei presionó un beso en el cuello de Jay,
luego le susurró al oído—. Eres un gatito.
Jay se echó hacia atrás, con una sonrisa en la cara, su actitud
defensiva olvidada al instante.
—Has hecho una bromita —empezó a acariciar el cabello de Alexei,
levantando un mechón entre dos dedos—. Esto es bonito. Me gusta todo así.
Alexei se permitió cerrar los ojos, deleitándose con el suave tacto.
¿Cuánto tiempo hacía que no lo acariciaban, que no lo cuidaban?
Podía sentir que Jay lo observaba atentamente. Trató de calibrar por
dónde empezar. Nunca había… desflorado a nadie.
Podría empezar por lo básico.
—Entonces, ¿te has tocado? —preguntó.
—Sí, me gusta —Jay continuó acariciando suavemente el cabello de
Alexei—. A veces lo hago mucho. Leo mis libros y me excito, o a veces
veo porno y luego me acaricio bajo las sábanas.
Joder. Alexei abrió los ojos y su polla se tensó contra la cremallera lo
suficiente como para dolerle.
—Bueno, joder. Eso es genial, gatito —Jay le sonreía casi con
picardía y tuvo que preguntarse una vez más cuántas de las pequeñas cosas
enloquecedoras que hacía el vampiro eran a propósito. Tragó saliva, con la
boca seca—. ¿Quieres enseñarme cómo lo haces?
Supuso que Jay se sentiría más cómodo empezando por lo que sabía,
pero Jay ya estaba negando con la cabeza, mordiéndose de nuevo ese
maldito labio.
—Me gustaría… quiero… —respiró hondo, encontrando las palabras
—. Nunca he tocado a nadie de esa manera.
Alexei exhaló lentamente.
—¿Quieres tocarme, gatito?
Jay asintió con impaciencia, sus manos se aferraron al cabello de
Alexei, el cuero cabelludo de Alexei picaba por el tirón.
—Sí. Eso.
SIETE
JAY
Jay estaba asintiendo tan furiosamente que le estaba mareando un
poco.
—Sí. Tocando. Yo tocándote. Eso es lo que quiero.
Ni siquiera podía sentirse avergonzado por su impaciencia, no cuando
Alexei estaba sonriéndole de nuevo -y no una de sus sonrisas falsas, sino
una sonrisa de verdad-, tan guapo con su bonito cabello y sus bonitos ojos y
su boca ancha tan suave y feliz, solo para Jay.
¿Acaso Jay estaba soñando? Todo esto lo parecía. Excepto que nunca
había tenido un sueño tan bueno, sentado en el regazo de este gran humano,
diciéndole que podía tener todo lo que siempre había querido -y de acuerdo,
tal vez tocar la polla de Alexei no era todo lo que había querido, pero
realmente, estaba muy, muy arriba-.
Jay soltó a regañadientes el agarre de aquella bonita cabellera rubia,
echándose un poco hacia atrás para dejar espacio a Alexei para maniobrar.
El aroma a vainilla le rodeaba por todas partes y su bestia seguía queriendo
salir a jugar de nuevo.
Ni hablar, lo reprendió Jay. Esto es para mí. Tuviste tu mordisco
anoche.
Su bestia se acicaló ante el recordatorio, incluso mientras el fastidio
zumbaba ante el regaño de Jay. Ambos estaban de acuerdo en que el
humano había estado delicioso. Y con el mayor tamaño de Alexei -¿cuánto
medía, casi metro noventa?-, Jay había podido tomar más sangre que
cuando se alimentaba de Colin. Era un arte, tomar lo justo, reconocer el
aumento del ritmo cardíaco, los signos de hipovolemia inminente -Danny le
había enseñado a Jay esa palabra; era muy útil-. Pero Jay por fin se sintió
lleno por primera vez en mucho tiempo.
Y todo eso de repente no venía a cuento porque Alexei se estaba
desabrochando los vaqueros -y Dios mío, ¿de verdad había hecho dormir al
pobre humano en vaqueros rígidos?- y bajándoselos por las caderas,
llevándose la ropa interior que llevaba puesta. Jay levantó el culo para
apartarse, pero su mirada seguía fija en su premio.
Dios santo.
Había visto la polla de otros hombres antes, por supuesto -el antro en
el que se había criado no era precisamente puritano con sus normas de
desnudez-, pero nunca una que fuera suya para tocarla. Suya para jugar.
—Eres más grande que yo —se encontró diciendo, mordisqueándose
el labio inferior.
Alexei se rió suavemente.
—Bueno, eso tiene sentido, gatito. Yo soy más alto.
Jay tarareó su acuerdo, aun sabiendo que no siempre funcionaba así.
Le gustaba mucho el tamaño del cuerpo de Alexei. Jay se sentía tan seguro
en el regazo del gran humano, acomodado sobre sus muslos fuertes y
anchos.
La polla de Alexei estaba en posición de firmes y Jay sintió una feroz
y ardiente satisfacción, sabiendo que el humano se sentía lo bastante atraído
por él como para estar empalmado sin que Jay siquiera lo hubiera tocado
aun. Estaba sin depilar, como Jay, pero la cabeza roja de su polla asomaba
por la capucha del prepucio.
Jay quería lamerla. De verdad. Quería tener su boca sobre esa cosa.
Pero también estaba muy excitado y encendido, no confiaba en que
sus colmillos no salieran accidentalmente, así que tal vez era mejor que
mantuviera su boca para sí mismo por ahora.
Jay levantó la vista de la fuente de su fascinación para ver la diversión
que brillaba en los coloridos ojos de Alexei. Pero no era burla ni crueldad.
Jay sabía la diferencia.
—Me miras la polla como si fuera un trozo de tarta de cumpleaños —
dijo Alexei.
—Oh, mucho mejor que una tarta —Jay respiró, retorciendo las
manos para no agarrarla antes de tiempo.
Alexei notó el movimiento porque por supuesto que lo hizo.
—Puedes tocar —le dijo a Jay.
Jay extendió un dedo, acariciando la sedosa cabeza, esparciendo las
gotas de semen. Cuando su dedo se hundió bajo el prepucio de Alexei, el
humano siseó suavemente.
Jay detuvo sus movimientos.
—¿Te sientes bien? —preguntó tentativamente.
—Todo en ti se siente bien, gatito.
Jay sintió un zumbido cálido en el pecho. Él sentía exactamente lo
mismo. Sin embargo.
—No sé lo que estoy haciendo —le recordó a Alexei.
—Sé lo suficiente por los dos.
—¿Has estado con mucha gente? —preguntó Jay, apartando el exceso
de piel de la cabeza de la polla de Alexei y trazando una vena con el dedo.
—No demasiados —Alexei sonaba un poco tenso—. Suficientes.
La bestia de Jay se agitó con inquietud. Se sentía terriblemente
posesivo. Pero se alegraba de que al menos uno de ellos supiera lo que
estaba haciendo. Apartó la mirada de su propia mano y se encontró de
nuevo con los ojos de Alexei.
—Muéstrame qué hacer, por favor.
Alexei inmediatamente envolvió su ancha mano alrededor de la de
Jay y empezó a mover ambas, trabajando su polla al ritmo que Jay tuvo que
asumir que prefería. Era sorprendentemente lento y cuando Jay ladeó la
cabeza, considerando eso, Alexei pareció leer su mente, respondiendo a la
pregunta no formulada.
—No quiero que esto termine demasiado rápido.
Jay no pudo evitar engreírse un poco ante eso. Le encantaba que este
humano se sintiera atraído por él. Que le preocupara que Jay le diera
demasiado placer en vez de demasiado poco.
Se acariciaron juntos durante no se sabe cuánto tiempo y luego Alexei
retiró la mano y dejó que Jay tomara el mando. Estaba fascinado con todos
los pequeños gruñidos y gemidos que era capaz de arrancar de la boca antes
taciturna de Alexei, los pequeños "perfecto" que soltaba de vez en cuando.
Pero pronto no fue suficiente. Jay se retorció sobre los muslos de
Alexei, extrañamente inquieto.
—Quiero besarte —refunfuñó.
¿Quizá era grosero decirlo? ¿Pensaría Alexei que se estaba volviendo
codicioso?
Pero los ojos de Alexei, entrecerrados y somnolientos, brillaron con
calor.
—Joder, gatito. Cuando quieras.
Jay se movió hacia delante, ansioso. Lamió la boca del humano,
zumbando de felicidad por el sabor. Tardó un minuto en darse cuenta de que
su mano había dejado de moverse. Alexei no había protestado, se había
limitado a aceptar los besos con gloriosa naturalidad. Jay rompió el beso,
frustrado consigo mismo.
—Es difícil concentrarse —se quejó—. Hueles tan bien.
No estaba seguro de si Alexei entendería lo que quería decir con eso.
Jay quería... meterse, casi. Enterrarse en la sensación de ser besado, en la
maravillosa sensación de Alexei abrazándolo, rodeándolo. Pero era difícil
hacer eso y también hacer un buen trabajo con su mano en la polla de
Alexei.
¿Cómo se las arreglaban los demás para hacer varias cosas a la vez?
Sin embargo, Alexei no parecía frustrado con él. Sonrió
perezosamente -tan bonito, cuando sonreía así- y trazó un dedo alrededor de
la cintura de los pantalones de chándal de Jay.
—¿Puedo tocarte yo, gatito? ¿Mostrarte lo bien que se siente?
¿Cómo iba a negarse Jay? Asintió, sin confiar en su propia voz,
echándose hacia atrás para que Alexei pudiera hurgar en los pantalones de
Jay, sacando su polla goteante y dolorida. Gimió al contacto.
—Hermoso —murmuró Alexei, lamiéndose los labios como si Jay
fuera una especie de postre delicioso que estuviera a punto de cortar.
Jay sintió su rostro arder.
—No soy hermoso —protestó.
No lo era. Lindo, tal vez. Adorable, a veces. Raro, a menudo. Pero
nunca nadie le había llamado hermoso.
Chilló cuando Alexei le dio un pequeño tirón en la polla.
—Lo eres. Muy hermoso.
Jay no fue capaz de corregirle de nuevo. Había una mano. En su
polla. No, la mano de Jay. No solo es la mano de otra persona.
Había pensado que estarían masturbándose el uno al otro; Alexei
trabajando en su polla y él trabajando en la de Alexei, pero en lugar de eso,
el humano apartó suavemente la mano de Jay, envolviendo los miembros de
ambos en su gran agarre.
Jay gimió. Ohh, eso fue agradable. Muy agradable. Le gustó bastante.
La forma en que se sentía. La forma en que se veía: los dos apretados, la
diferencia en sus tamaños tan evidente y tan extrañamente… caliente.
Supercaliente.
Alexei usó su mano libre para sujetar la nuca de Jay, atrayéndolo para
darle otro beso. Volvió a gemir en su boca mientras Alexei marcaba un
ritmo suave.
—¿Así está bien, gatito?
—Ajá. Sí, sí. Sí. Pero debería… por ti. Debería hacerte sentir bien.
La risa de Alexei era baja y gutural.
—¿Sabes cuánto tiempo hace que te quiero en mi regazo así? Me
haces sentir bien, gatito. Cómo hueles. El aspecto que tienes ahora mismo,
sonrojado, jodido y desesperado. Mueve las caderas. Así. Coge mi puño.
No pararemos hasta que tu semen nos cubra a los dos.
Bueno, santo cielo. Jay no sabía que la gente hablara así fuera de los
libros guarros y el porno. Pero le gustaba. Le gustaba mucho. La mano de
Alexei se sentía mucho mejor de lo que nunca se había sentido la suya,
especialmente con el suave y pegajoso deslizamiento de sus pollas
apretadas. Más aún con la boca de Alexei pegada a la suya y sus lenguas
rozándose.
Jay no se dio cuenta de que había cambiado hasta que el dulce sabor
cobrizo de la sangre le llenó la boca. Alexei debía de haberse cortado la
lengua con el colmillo de Jay. Su cuerpo se sacudió bajo el de Jay y el
humano gimió con fuerza.
Y entonces pudo sentirlo. Un nuevo calor en su polla. Era semen. El
semen de Alexei. Jay gimió, tan excitado que no podía comunicarse
correctamente, solo podía succionar la lengua de Alexei en su boca aún más
fuerte mientras él y su bestia se deleitaban con el sabor.
Alexei no se detuvo. Era mucho más responsable que Jay en ese
sentido, porque su mano seguía moviéndose, llevando a Jay hacia arriba,
hacia el borde, hasta que todo el calor y la electricidad que habían estado
creciendo constantemente en su estómago, en su columna vertebral,
simplemente… explotaron.
Apartó la boca y apoyó la cabeza en el cuello de Alexei mientras su
cuerpo se estremecía por la fuerza.
Le acarició el cuello, incluso después de que cesaran los temblores.
No para morder, sino porque se sentía muy bien acurrucado contra él,
sintiendo el movimiento constante del pecho de Alexei mientras jadeaba.
Lo había hecho. Había hecho que Alexei se corriera.
Bueno, él no había hecho eso, exactamente. Alexei lo había hecho.
Pero era la presencia de Jay lo que lo había excitado tanto. Eso era lo que
Alexei había dicho, cuando había estado diciendo todas esas bonitas y
sucias palabras.
Después de un largo momento, sintió la mano de Alexei en su mejilla,
instándole a levantarse. Antes de que Jay pudiera siquiera pensar en
empujar a la bestia hacia atrás del todo, Alexei le estaba agarrando la cara
con ambas manos, mirándole tan intensamente. Tan… íntimamente.
Sonrió a Jay y se sintió positivamente mimado con el número de esas
sonrisas que estaba recibiendo de su severo habitual.
—Como he dicho —murmuró Alexei—. Hermoso.
Jay se sentía demasiado bien para protestar esta vez. Tan relajado. Tan
contento. Tan lleno.
Le devolvió la sonrisa a Alexei, probablemente un poco bobalicona.
—Creo que eres el humano más agradable que he conocido.
Alexei se echó a reír. Una risa plena, fácil y suave.
—En realidad, no lo soy. Pero me gusta ser amable contigo.
A Jay también le gustó.

Le encantaba que la cena familiar cayera en lunes.


Le compensaba no tener trabajo que hacer, ni cafetería a la que ir, ni
siquiera para pasar a ver cómo estaban sus compañeros de trabajo. Lo hacía
a veces y Alicia siempre se aseguraba de darle un café gratis, guiñándole un
ojo y advirtiéndole que no se lo dijera a Colin y luego Colin siempre se
aseguraba de darle un pastelito gratis, frunciendo el ceño y advirtiéndole
que no se lo dijera a Alicia.
No se le permitía llevar comida a la cena familiar, por supuesto, pero
sí el vino. Roman había admitido, tras extensas pruebas de cata, que Jay
sabía elegir un vino.
Porque te enseñé muy bien, Johann.
La voz de Vee en su cabeza atrapó a Jay por sorpresa. No la había
oído en… bueno, no desde que había visto a Alexei en el callejón. Qué
curioso que no la oyera en su cabeza cuando Alexei estaba cerca.
Demasiadas otras cosas en las que concentrarse, supuso.
El delicioso olor de Alexei. Cómo se sentía al tocarlo. La sensación
de ser tocado por él. Hizo un pequeño contoneo feliz al recordarlo,
pulsando el timbre de la puerta de Danny aunque sabía que podía entrar sin
hacerlo, solo porque le gustaba oír la campanita.
Tal vez la semana que viene podría traer algo hecho por él mismo.
Syrniki. Sería estupendo.
Danny le hizo pasar, dejó que Jay abriera el vino, llenara las copas
mientras Roman y él daban los últimos toques a la cena: un cremoso plato
de pollo a la francesa que olía a delicioso ajo.
A Jay le gustaba que Danny insistiera en una cena familiar semanal
con comida humana, aunque técnicamente ninguno de ellos la necesitara.
Le gustaba aún más que Danny incluyera a Jay en ella, aunque
técnicamente no fuera de la familia, ni hermano, ni pareja.
Soren y Gabe llegaron poco después que Jay, cogidos de la mano
como hacían siempre que estaban en la misma habitación. A Danny le
gustaba bromear diciendo que estaban unidos con velcro, pero Jay se daba
cuenta de que le hacía feliz verlo. Danny siempre ponía esa mirada radiante
y complacida al ver a su hermano mayor tan contento.
Gabe y Danny se abrazaron mientras Soren -que era el más elegante
de todos, con una elegante blusa de seda y unos pantalones negros
ajustados- sonreía a Jay.
—Jaybird, ¿qué te he dicho sobre llegar elegantemente tarde?
—Que se me da fatal porque siempre estoy demasiado ansioso por
todo.
—Exacto —dijo Soren, pero de todos modos le dio a Jay un beso en
la mejilla, lo cual fue inesperado y extra agradable.
Gabe le dio a Jay un pequeño apretón en el hombro a modo de saludo,
con cara de haber dejado que Soren lo vistiera de nuevo; su camisa era
demasiado ajustada para que hubiera sido su propia elección de ropa.
Jay le sonrió. Le gustaba el compañero de Soren. Era muy amable con
Jay y también bastante guapo. Incluso podría haber sido del tipo de Jay -
alto y fuerte, con manos bien grandes- si no fuera ya tan perfecto para
Soren. La presencia de Gabe en la vida de Soren había hecho que el viejo
amigo de Jay se volviera un poco… blando, como nunca lo había sido
antes. Jay lo aprobó. Soren se merecía cosas bonitas. Había tenido
demasiadas cosas malas en su vida y en realidad no era justo en absoluto,
porque debajo de toda su mordacidad y su descaro, tenía un corazón
enorme.
Eso era un pequeño secreto, sin embargo, solo entre la familia. Y Jay.
Todos se sentaron a comer, poniéndose al día de los cotilleos del
hospital -en el caso de Danny y Gabe- y de las novedades de Ferdy -en el
caso de Danny y Soren-. Roman observaba sobre todo a su compañero,
cada una de sus reacciones a la conversación en sintonía con lo que hacía
sonreír a Danny, o fruncir el ceño, o mover el tenedor con entusiasmo.
Y Jay observaba a todos, feliz de estar rodeado de vampiros tan
agradables. No sabía qué había hecho para merecerlo -o más bien sabía que
no había hecho nada-, pero de todos modos se sentía muy afortunado.
Esperó hasta el postre -una tarta de chocolate sin harina que Danny
había preparado- para hacer su anuncio, dejando el tenedor junto al plato y
cruzando las manos como había visto hacer a los hombres de negocios
serios en las películas.
—Así que. Estoy viendo a alguien.
La conversación se interrumpió de inmediato y tres pares de ojos
parpadearon asombrados, prácticamente al unísono, lo que hizo que Jay
tuviera ganas de reírse. Pero estaba ocupado haciendo un anuncio serio, así
que tomó un sorbo de vino en su lugar.
—¿Estás saliendo con alguien? —finalmente Danny preguntó,
extendiendo una mano para agarrar el brazo de Roman por alguna razón.
Jay ladeó la cabeza, considerando.
—Bueno, no estoy seguro de si es salir, exactamente. Lo estoy
mordiendo y él me está enseñando sobre sexo y también algo de cocina. ¿O
tal vez hornear? —Jay no estaba seguro, en realidad, si las tortitas contaban
como cocinar u hornear.
Danny emitió una tos estrangulada.
—Lo… lo siento, ¿qué? Podría haberte enseñado eso, si hubieras
querido.
Ante el "Ni de broma" de Roman, Danny aclaró:
—Repostería. Podría enseñarte a hornear. Se me da bastante bien.
—Oh Dios, es ese mafioso, ¿cierto? —preguntó Soren, lanzando una
mirada extraña a Danny, cuyos ojos se abrieron de par en par.
—¿El que te gusta el olor? Oh. —Danny lanzó su propia mirada
significativa a Soren.
—Deja de hacer eso —espetó Jay y luego se tapó la boca con la
mano, horrorizado. Oh, no. Oh, no, no, no. Él no gritaba a sus amigos. Ese
no era un comportamiento aceptable. Ni un poquito.
Chico grosero. No apto para la compañía. La voz de Vee en su
cabeza sonaba casi alegre reprendiéndole. Claro que lo hacía. Siempre le
había gustado encontrar defectos. Y había muchos defectos que encontrar.
Jay sintió el pecho apretado, el estómago como una extraña roca
sólida.
—Lo siento, todo el mundo. Me voy —apartó su silla de la mesa.
—¿Qué? ¿Por qué te irías? —el ceño de Danny se frunció y miró
alrededor de la mesa, pareciendo buscar respuestas en los rostros de sus
compañeros de cena.
—Fui grosero —admitió Jay, mordiéndose los labios lo
suficientemente fuerte como para picar—. Debería irme. La gente
maleducada no debería estar en compañía.
—Maldita Veronique —murmuró Soren, tomando un trago de su
vino.
—No es… ella solo… —Jay sabía lo que Soren sentía por su antigua
compañera. Que era cruel, que no había tratado a Jay tan bien como
debería. Todo eso podía ser cierto, pero también… ella lo había cuidado.
Había mantenido a Jay a su lado durante siglos, su única compañía
constante durante tanto tiempo—. No empieces con ella, por favor —
suplicó.
Los ojos pálidos de Soren, duros y fríos por su antigua ira contra Vee,
se ablandaron ante la súplica de Jay y dejó escapar un largo suspiro.
—Está bien, Jaybird. Quédate, por favor. A veces puedes ser grosero.
Dios, soy grosero el noventa y nueve por ciento de las veces.
Algo de esa presión apretada en el pecho de Jay se liberó ante las
palabras de Soren y se encontró dejando escapar una risita débil, tirando de
su silla hacia atrás en la mesa y enderezando su tenedor.
—Es que no me gusta cuando hablas a mi alrededor en vez de a mí.
Incluso cuando lo haces con tus ojos.
—¿Quién, nosotros? —Soren lanzó a Jay su mirada más inocente, que
no era muy inocente en absoluto.
Danny agitó su servilleta en Soren en advertencia, volviéndose a Jay
con sus grandes ojos marrones todos simpáticos y arrepentidos.
—Lo siento, cariño. Es que… nos preocupamos un poco.
Gabe se aclaró la garganta.
—¿Deberías salir con un humano? ¿No es peligroso, si ni siquiera son
tus com… ¡Ay! —Gabe miró acusadoramente a Soren—. ¿Qué haces?
Soren levantó la cabeza de donde había estado mirando por debajo del
mantel, arqueando una ceja dorada hacia su compañero.
—Solo miro cómo es posible que te las arregles para meterte unos
pies tan grandes en la boca cada vez que puedes.
Gabe le sonrió con satisfacción.
—Ya sabes lo que dicen, mocoso. Pies grandes, pies grandes…
—Por favor, por el amor de Dios, no termines esa frase —suplicó
Danny.
Gabe se limitó a reír, aparentemente olvidando su enfado al instante y
le robó un beso a Soren, que fingía estar molesto pero cuyos dedos, Jay se
dio cuenta, se enroscaban alrededor de los de Gabe, cogidos de la mano
incluso mientras se quejaba.
Entonces toda la atención de la sala volvió a centrarse en Jay.
Danny se aclaró la garganta.
—Cariño, solo nos preocupamos. Ya sabes, si no tienes mucha
experiencia y te pones nervioso…
Jay asintió, entendiendo inmediatamente la dirección de la
preocupación de Danny.
—No se preocupen —tranquilizó a sus amigos—. Él ya sabe que soy
un vampiro. Me vio alimentándome de Colin.
Soren soltó una aguda carcajada.
—¿Tu jefe? Por favor, dime que has podido obligarle a olvidar.
Jay ladeó la cabeza.
—Pero yo nunca obligo a la gente. Por eso me he estado alimentando
de Colin.
—¿Te has estado alimentando de Colin? —Danny preguntó—
¿Colin… lo sabe? ¿Sobre nosotros?
—Solo sobre mí —le tranquilizó Jay—. Yo no le hablaría de todos
ustedes —se mordió el labio, pensativo—. Pero tuve un desliz con Alexei
en ese sentido —técnicamente solo le había hablado al humano de Roman,
pero Jay tenía la sensación de que no sería su único desliz. Prefería contarlo
todo ahora y no preocuparse más después.
Roman, silencioso hasta ese momento, suspiró pesadamente,
doblando la servilleta con cuidado sobre la mesa y luego miró a Soren.
—Necesitaremos que hagas algo de limpieza. Como mínimo, obliga
al encargado.
Soren asentía con la cabeza.
—No —Jay no gritó esta vez, pero se aseguró de que su voz resonara
—. Nada de obligar. Colin y yo tenemos un acuerdo.
Soren miró a Jay como si sus palabras de antes por fin estuvieran
calando.
—¿Nunca obligas a los humanos? Pero… ¿Cómo te has estado
alimentando todo este tiempo, Jaybird?
Jay jugueteó con su tenedor.
—Vee siempre me conseguía mi sangre, antes. Y después de que ella
murió, tuve un… amigo. No los juzgo por ello, pero no me gusta hacerlo.
Es una mentira.
—¿Crees que soy un mentiroso? —la voz de Soren tenía una nota
peligrosa que Jay conocía muy bien, una que no usaba muy a menudo con
Jay, pero por una vez, Jay se negó a echarse atrás.
Sostuvo la mirada de Soren.
—Creo que no te importa usar el engaño para conseguir lo que
necesitas. Me parece bien. Pero yo no trabajo así.
—Maldita Veronique —murmuró Soren por segunda vez.
Jay resistió el impulso de levantar la voz.
—No puedes culparla de todo.
—¿Puedes decirme honestamente que no tiene nada que ver con ella?
Jay no podía y casi le daba rabia no poder. Gran parte de su
personalidad podría atribuirse a una persona. Una persona que ni siquiera lo
había amado. En realidad, no. Él lo sabía, en algún lugar debajo de la
lealtad y el hábito de su devoción.
Jay quería ser su propia persona. Ser independiente. Realmente lo
quería. Pero era difícil y solitario, no quería meterse con los cerebros de los
pobres humanos para conseguirlo.
—De acuerdo. Hagamos balance —Danny estaba usando lo que él
llamaba su voz de enfermero severo—. El jefe de la cafetería donde trabaja
Jay sabe que es un vampiro y lo sabe desde hace tiempo. ¿Es eso cierto,
Jay?
—Así es —Jay asintió, contento de que por fin todos estuvieran de
acuerdo.
—Y ahora tu nuevo… habitual… también lo sabe y puede que
también sobre algunos de nosotros, te está seduciendo con su cuerpo y su
sangre y puede que también con su destreza en la repostería. ¿Es eso cierto,
Jay?
—Correcto —Jay estuvo de acuerdo, aunque con un poco menos de
certeza esta vez. No estaba tan seguro de que se tratara de una seducción,
no cuando Jay había aceptado tan fácilmente—. Solo cosas de la mano
hasta ahora, pero espero llegar a cosas de la boca muy pronto.
—¿Cómo es esta mi maldita vida? —murmuró Roman, tragándose el
resto del vino de un trago.
—¿Y solo vamos a apoyar la revelación de todos nuestros secretos
para que Jay pueda tener algo de acción? —preguntó Gabe, sonando
bastante malhumorado con toda la idea.
Soren y Danny se miraron, una vez más comunicándose algo sin
palabras. Jay no protestó porque parecía que esta vez estaban hablando de
todo el mundo, no solo de él.
Además, era gracioso ver a Gabe y Roman tan enojados.
Finalmente Danny asintió y Soren se aclaró la garganta.
—Sí, Alteza. Sí, así es.
Jay sonrió a cada una de las personas sentadas a la mesa.
En conjunto, aquello había ido mejor de lo esperado.
OCHO
JAY
No fue hasta que Jay llegó a casa y empezó a dibujar, sentado con las
piernas cruzadas en el suelo del salón, con el lápiz dibujando un rostro
femenino demasiado familiar, que los malos pensamientos y sentimientos
volvieron a aflorar.
Pensó en la ira de Soren hacia su creadora, su clara irritación con él
por su incapacidad para renunciar a ella.
Sin embargo, Jay no podía evitar sentir que era un poco injusto. Él y
Soren eran diferentes en ese sentido; siempre lo habían sido. Puede que se
criaran en la misma guarida tóxica, que les enseñaran las mismas lecciones:
obedece a tu creador, los humanos son ganado, ningún vampiro sale solo al
mundo exterior. Pero Soren había sido valiente, siempre lo había sido y
había escapado de todos modos.
Es cierto que el creador de Soren había sido definitivamente el tipo de
vampiro del que había que huir; Hendrick había sido mucho más cruel, más
violento físicamente y más agresivo que Vee. Y había querido ciertas cosas
de Soren que Vee nunca había querido de Jay. Vee había querido un…
sirviente, suponía Jay. Y no del tipo sexual. Alguien que mantuviera las
cosas limpias, ordenadas y pusiera buena cara a las visitas. Alguien que le
hiciera compañía -leyendo en silencio o tocando los conciertos de piano que
ella le había enseñado- durante las largas y frías noches. Alguien que nunca
le contestara, nunca la contradijera y nunca pareciera sucio, descuidado o
salvaje. Y mientras él hubiera hecho todas esas cosas a la perfección, ella
había sido… amable. No le había gritado ni pegado. A veces incluso le
había abrazado o elogiado cuando había hecho un trabajo especialmente
bueno. Esos eran los mejores momentos,
Y si él no había hecho todas esas cosas absolutamente perfectas,
entonces Jay había sido simplemente… dejado solo.
Lo que no era tan malo, ¿verdad? No comparado con lo que Soren
había pasado, eso era seguro.
Encerrado en una habitación solo durante horas o días, sin nada que
mirar o con lo que jugar o leer. Podría haber sido peor. Jay había aprendido
a pasar el tiempo en su cabeza. A veces seguía haciéndolo, incluso sin
querer. A veces perdía horas así.
Pero no le ocurría cuando estaba rodeado de gente.
El lápiz de Jay se detuvo. Sentía la garganta espesa, como si le costara
tragar. Deseó no estar solo ahora. Deseó...
Quería llamar a Alexei, pedirle al humano que lo distrajera con su
buen olor y sus bonitas manos. Pero llamar a alguien en mitad de la noche,
solo porque se sentía solo… eso era para los novios, ¿no? Alexei no era el
novio de Jay.
Él nunca iba a tener novio, ¿verdad?
Jay volvió a clavar el lápiz en el papel, repasando las líneas
familiares, con un calor furioso e hirviente llenándole las entrañas. No
debería importarle estar solo. Debería ser capaz de ser valiente. Debería
poder levantar la voz en la mesa sin sentir que necesita ser castigado.
Jay lo intentó, intentó pronunciar las palabras en voz alta.
—Maldita Veronique —lo intentó de nuevo, poniendo tanto rencor y
malicia como pudo en las palabras—. Maldita Veronique.
No fue suficiente.
Garabateó sobre su dibujo, tachando los ojos con trazos gruesos y
repetidos. Convirtió toda la página en una masa de lodo gris—negro, luego
la arrugó en una pequeña bola y la arrojó contra la pared. Maldita
Veronique.
Empezó con un nuevo papel, una nueva cara. Una nariz larga y recta.
Ojos bonitos con tantos colores diferentes, ninguno de los cuales Jay podía
captar con un simple lápiz, pero sí la bondad que había en ellos. La forma
en que ese ceño severo se volvía suave sólo para Jay. Las pequeñas arrugas
en las comisuras de los ojos cuando le sonreían, diciéndole que era bueno,
perfecto y hermoso.
Jay dejó que los movimientos de su lápiz lo tranquilizaran.
Estaba creciendo. Estaba cambiando. Lo estaba haciendo.
Podía ser más de lo que su creadora había hecho de él.
Segundos, minutos u horas después -no podía estar seguro, en
realidad, solo sabía que su dibujo había terminado y que desde entonces
había estado mirando la pared- el teléfono de Jay sonó con un mensaje de
texto.
Se impacientan.
Jay consideró tirar su teléfono contra la pared como había hecho con
el retrato arruinado de Vee, qué satisfactorio sería el crujido. Pero entonces,
¿cómo lo localizaría Alexei? Iban a hacer syrniki mañana. Jay tenía que
estar disponible.
Así que mantuvo su teléfono intacto, enviando una respuesta en su
lugar.
Estoy aprendiendo a hacer tortitas.
Luego se dejó llevar, de vuelta a su propia cabeza. Tal vez cuando
volviera en sí, sería por la mañana y estaría mucho más cerca de su lección
de cocina.

Johann cerró los ojos y dejó que el sol le diera en la cara, con los
pies apoyados en la valla y la espalda firmemente plantada en la hierba.
Probablemente en cualquier momento su tío lo llamaría para que ayudara
con los caballos, pero por ahora podía tomarse un minuto para disfrutar
del calor del día primaveral.
—Vaya, vaya. No te ves cómodo.
Johann abrió un ojo, sobresaltándose cuando se dio cuenta de que
había una mujer mirándolo, con la cara oculta por un gran sombrero para
el sol.
—¡Oh! —Johann se levantó, cepillándose los calzones y haciendo
todo lo posible para no tropezar mientras la sangre bajaba de su cabeza—
¿Puedo ayudarla, señora?
—Aún no estoy segura.
Johann no podía ver sus ojos, pero podía decir que la mujer lo estaba
mirando lentamente por la forma en que su sombrero se inclinaba con la
cabeza. Ella le sacaba cinco centímetros por lo menos y era realmente muy
elegante. Demasiado elegante para el campo y su alemán tenía un ligero
acento que Johann no lograba ubicar. Tal vez ella no era nativa de Austria.
—Eres muy joven, creo —fue el veredicto final de la mujer después de
su lectura— ¿Cuántos años tienes exactamente?
Johann se aclaró la garganta.
—Acabo de cumplir diecinueve.
Ella se quedó pensativa.
—¿Y aún resides con tus padres?
—Con mis tíos. Mis padres han fallecido.
—¿Todavía no tienes esposa?
Johann negó con la cabeza, incapaz de encontrar palabras,
demasiado avergonzado de que se lo hubiera preguntado.
Entonces ella rió suavemente. Y no era necesariamente un sonido
mezquino, pero tampoco era necesariamente agradable.
—¿Qué haces todo el día, entonces, aparte de sentarte boca abajo en
la tierra?
Johann resistió el impulso de rascarse el cuello, pasó una mano a lo
largo de la valla en su lugar.
—Ayudo en la granja. Mis tíos no tienen hijos.
La mujer ladeó la cabeza.
—¿Se te da bien seguir instrucciones?
—Sí, señora.
Se quedó en silencio, estudiándolo un poco más. Empezaba a
inquietar a Johann la forma en que lo miraba. La forma en que no podía
ver su cara.
—Tienes una estructura ósea muy fina, debajo de toda esa suciedad
—reflexionó—. No es desagradable en absoluto.
—Gracias, señora —Johann tenía muchas ganas de ir a casa ahora.
Quería el firme consuelo de la mano de su tío en su hombro, el cálido
consuelo de la sonrisa de su tía en la mesa de la cena.
—Y eres muy educado.
Su respuesta fue automática.
—Gracias, señora.
Ella pareció llegar a una conclusión y asintió con la cabeza.
—Lo harás. Ven conmigo.
Eso… no estaba bien. Johann sacudió la cabeza. Esta mujer podría
haber estado por encima de su posición, pero eso era llevar las cosas
demasiado lejos. Él no quería ir a ninguna parte con ella, esta persona que
lo estudió como un insecto. O una comida.
—Oh, no. Lo siento, pero tengo que volver.
—Tú vendrás conmigo ahora.
El agudo filo de su voz hizo que el ritmo cardíaco de Johann se
acelerara. Trató de dar un paso atrás, pero la valla estaba justo detrás de
él y sólo terminó sintiéndose aún más atrapado.
—Le ruego que me disculpe —le había gustado que fuera educado,
¿verdad? Tal vez si era educado, ella le dejaría en paz—, pero no lo haré.
La mujer se levantó el sombrero y Johann solo vio un destello de ojos
marrones antes de que… cambiaran. Fue como si sus pupilas se dilataran
rápidamente y el negro se apoderara de ellas. Y entonces ella sonrió, sus
dientes eran afilados. Como los de un demonio.
Como los de una bestia.
Jay abrió la boca para gritar, pero ella habló antes de que él pudiera,
esos ojos negros clavados en los suyos, su voz mucho más áspera que antes.
—No tienes miedo, chiquillo. No me tienes miedo.
La tensión desapareció de los músculos de Johann en un instante con
sus palabras y su boca se cerró por sí sola. Claro que Johann no tenía
miedo. ¿Por qué iba a tenerlo?
—¿Cómo te llamas, pequeño?
—Johann. Johann Barre.
—Vendrás conmigo —ordenó ella, sin ofrecer su propio nombre—. No
te quejarás.
—No me quejaré —por supuesto que Johann no se quejaría. ¿Por qué
iba a hacerlo?
Sus labios se movieron en una sonrisa de satisfacción.
—Te pondremos a prueba. Si me complaces, te concederé un don.
Vida eterna. Juventud eterna. ¿Te gustaría?
—No, señora —Johann respondió con honestidad. Él sabía cómo
funcionaba el mundo natural, los ciclos ordinarios de los hombres y las
bestias. Vivir para siempre estaría… mal. Fuera de lugar.
Pero ella le corrigió al instante, la sonrisa cayendo de su rostro.
—Eso te gustaría. Dímelo.
—Me gustaría —y de repente, sin más, la idea de la vida eterna sonó
completamente bien. En absoluto antinatural.
Se apartó de él y le hizo un gesto imperioso con una mano.
—Vamos.
Así que Johann siguió a la mujer finamente vestida fuera de la
propiedad de su tío, hasta el carruaje que los esperaba en el camino de
tierra. Con cada paso, se sentía… mal… en su propia mente. Como si
hubiera un pequeño rincón oscuro que sabía que tenía miedo. Mucho
miedo. Pero no podía acceder a él y le costaba incluso querer intentarlo.
Fueron meses de eso, mientras Jay aprendía a ser un caballero
correcto bajo la coacción de Veronique. Meses de miedo oculto,
inaccesible. Un conocimiento de que no estaba donde se suponía que debía
estar, pero que no podía encontrar en sí mismo para preocuparse de la
forma en que debería.
Resultó que Veronique tenía un talento muy especial, incluso para los
de su especie. No todos los vampiros podían controlar la mente de un
humano durante tanto tiempo y con tan poco esfuerzo.
Cuando por fin convirtió a Johann -concediéndole su don no
deseado-, la coacción ya no actuó sobre él, pero para entonces se
encontraba en un país extranjero, rodeado de extraños sedientos de sangre,
de repente literalmente sediento de sangre él mismo. Tuvo que adaptarse
para sobrevivir.
Al ver cómo otros vampiros de la guarida convertían a sus humanos,
al ver cómo acababan algunos de aquellos encuentros -aquellos vampiros
recién convertidos que se mostraban demasiado hostiles hacia sus
creadores, sacrificados como perros-, Johann se dio cuenta de que podría
haber sido mucho peor.
En realidad, todo podría haber sido mucho peor.
NUEVE
ALEXEI
El tonto, ridículo y obsesivo Alexei.
Incluso sabiendo que Jay no trabajaría esa mañana -que tenía el día
libre y que, de hecho, estaría en el apartamento de Alexei más tarde ese
mismo día- no parecía poder detener el nuevo hábito de Alexei de acechar
la cafetería. Lo asociaba con su pequeño camarero vampiro y eso parecía
suficiente para mantenerlo en su esclavitud.
Para colmo, no haber visto a Jay el día anterior había sido una tortura.
Alexei ya estaba obsesionado; lo sabía. Pero ahora que había oído los
sonidos desesperados y ansiosos que Jay hacía al ser tocado… ¿La mirada
perdida y embelesada, el movimiento frenético de sus caderas cuando
buscaba su liberación?
Alexei estaba perdido.
Y no era solo la revelación del sexo con Jay lo que lo tenía en vilo.
Fue la alucinante comprensión de que Jay era mucho más de lo que parecía
-y lo que parecía ya había sido suficientemente cautivador-.
Jay parecía un muñeco, pero no era delicado; era fuerte, mucho más
fuerte que Alexei. Jay parecía más de una década más joven que Alexei,
pero contaba con varios siglos de experiencia vital. Y Jay podía ser bueno,
amable y el tipo de persona que hacía sonreír a todo el mundo a su
alrededor, pero también tenía una sed literal de sangre.
Las contradicciones no hacían más que aumentar su atractivo. Alexei
no podía pensar en otra cosa.
Una Alicia sonriente saludó a Alexei en el mostrador.
—Sabes que no está aquí —sintió inmediatamente la necesidad de
señalar, agitando los extremos de su cola de caballo sobre su hombro.
—¿Cómo dices? —Alexei fingió ignorancia, ojeando el menú de la
cafetería como si no llevara casi dos semanas acudiendo allí a diario.
La pelirroja no se anduvo con rodeos.
—Nuestro joven Jay —le dijo—. Al que vigilas con tanto cuidado
todos los días. Hoy no está aquí.
Qué jodidamente maravilloso darse cuenta de que Alexei había sido
tan sutil como una granada de mano en su obsesión. Su padre lo habría
asesinado por su descuido. Nunca dejes que conozcan tus pensamientos o
emociones. Mejor no tener estas últimas.
Y el padre de Alexei nunca lo había hecho. Hasta el día de hoy sabe si
su padre lo había amado alguna vez. Nunca lo había dicho y, desde luego,
nunca lo había demostrado.
Alexei sacó la cartera del bolsillo para tener algo que hacer,
manteniendo el rostro cuidadosamente inexpresivo.
—Ya sé que no.
La sonrisa de Alicia se acentuó y un hoyuelo apareció en su mejilla
izquierda.
—Ah, ya lo sabes, ¿verdad?
Dio un golpecito con su tarjeta en el mostrador.
—Americano. Por favor.
Alicia soltó un suspiro, claramente frustrada por su reticencia, pero le
sirvió de todos modos.
—Ten cuidado con él —le advirtió y la sonrisa se le borró de la cara
mientras le devolvía la tarjeta.
—¿Eh? —Alexei no solía hacerse el tímido, pero tampoco tenía por
costumbre hablar de su vida amorosa con los camareros locales.
Solo con el barista local, Jay.
—Él te mira tanto —fue todo lo que dijo Alicia, guiñándole un ojo
mientras se disponía a prepararle la bebida.
Alexei sintió un calor incómodo en el pecho al oír sus palabras. Joder.
Qué patético era, estar tan desesperado por cualquier señal de que era
especial para Jay.
Esperó su café antes de sentarse en su mesa habitual. Esta vez no se
quedaría en la cafetería durante horas, después de todo tenía una cita que
concertar, pero podía quedarse un minuto.
No se sorprendió mucho cuando una nube negra de ceño fruncido se
sentó en la mesa de Alexei.
Sorbía tranquilamente su expreso mientras Colin intentaba asesinarlo
solo con la mirada. Alexei había estado en presencia de mafiosos desde que
era pequeño; no iba a dejarse intimidar por dos metros y medio de punk
desnutrido de Colorado.
Como la táctica de intimidación había fracasado, Colin se reclinó en
la silla y cruzó los brazos sobre el pecho.
—Conoces su secreto.
Sonó como una acusación. Alexei inclinó la cabeza.
—Lo sé.
—No puedes contárselo a nadie —advirtió Colin, golpeándose el
bíceps con los dedos.
—Nunca lo haría.
Colin asintió bruscamente antes de mirar de reojo a Alexei.
—¿Te mordió?
Alexei enarcó una ceja.
—¿Es eso asunto tuyo?
—Lo tomaré como un sí —murmuró Colin—. Sienta bien, ¿eh?
Alexei se limitó a levantar la ceja de nuevo, sin ceder un ápice.
Con un suspiro, Colin se encorvó en su asiento.
—Me preocupo por él, eso es todo. Hay que tener mucho control para
que te muerda y no… ya sabes. Y eso que ni siquiera es mi tipo.
Alexei supuso que Colin se refería a embriagarse en el placer y no
follarse a Jay hasta dejarlo totalmente inconsciente.
—¿Y por qué no lo haría... ya sabes? —Alexei se burló.
Quizá si enojaba lo suficiente a Colin, el tipo se levantaría de la mesa
y le dejaría tomarse el café en paz.
Alexei le devolvió la mirada, pero Colin no hizo ademán de irse.
Lamentablemente.
Alexei suspiró, apartó el café, se cruzó de brazos y miró fijamente a
Colin. Al parecer, esta conversación se estaba produciendo tanto si él quería
como si no.
—¿Por qué todos actúan como si él fuera un bebé en el bosque y yo el
lobo feroz? Me lleva cientos de años.
Alexei siseó al recibir una fuerte patada en la espinilla, Colin miró
alrededor de la habitación como si los espías del KGB3 estuvieran
registrando su conversación.
—Baja la voz, amigo. Es porque es…
—Inexperto. Sí, ya lo sé. Todos lo fuimos en algún momento.
Colin le lanzó una mirada fulminante. Desde luego, el tipo sabía cien
maneras diferentes de fruncir el ceño.
—No. Es porque es dulce, amable, encantador y él mismo de una
forma que muy poca gente lo es.
Alexei se removió en el asiento. Era un punto que no podía discutir.
Así que se retiró.
—Ya sé todo eso. ¿Por qué crees que estoy tan obsesionado con él?
Colin soltó una carcajada sin gracia.
—Lo estás, ¿verdad? Aquí todos los días… —pero la declaración de
Alexei pareció aliviar algo en él, la tensión abandonando lentamente su
larguirucho cuerpo— ¿Vas a dejar que siga mordiéndome? —preguntó con
voz engañosamente ligera.
No en tu maldita vida. Pero en lugar de empezar otra pelea, Alexei se
encogió de hombros.
—No depende de mí. Pero no voy a mentir. Sería… desalentador, si
me lo pidiera.
Colin asintió cabizbajo, pellizcándose el labio.
—Tengo que buscarme otro vampiro —murmuró, más para sí mismo
que para Alexei.
—Jay me dijo que eres… asexual. ¿Es eso cierto? —Alexei no estaba
seguro de por qué había preguntado, aparte del deseo de saber más sobre la
relación entre Colin y Jay. Para evaluar la posible amenaza a su propia
conexión en desarrollo.
Colin enarcó las cejas.
—¿Y por qué crees que está bien preguntarle eso a alguien que
apenas conoces?
Porque estoy embelesado, obsesionado y necesito saber la naturaleza
exacta de su relación o simplemente pasaré de ella.
—Porque quiero entender.
Para ser tan malhumorado, Colin pareció tomárselo al pie de la letra.
—¿Realmente Jay usó ese término?
—No exactamente.
—No, exactamente. O tal vez… en algún lugar del espectro. Solo
tengo problemas para salir de mi propia cabeza, en el momento. Y no me
gusta la mayoría de la gente. Tú incluido, por cierto. No se trataba de sexo
con él. Es que… —bajó la voz a un susurro—. Los monstruos son reales.
¿Cómo no iba a querer experimentar un poco, sabiéndolo? —se encogió de
hombros—. Además, Jay necesitaba un amigo.
Yo seré su amigo, pensó Alexei, con el anhelo posesivo caliente y
líquido en el pecho. Quizá Colin tenía razón al preocuparse.
—Jay dijo que tenía gente de su clase. Aquí en la ciudad.
Colin asintió.
—Sí, tiene algunos amigos cercanos, supongo. Pero tendrías que estar
ciego para no ver que está muy solo. Cuanta más gente le rodee, mejor,
creo.
Hubo un largo momento de silencio mientras ambos reflexionaban.
Finalmente, Alexei se aclaró la garganta, ofreciendo su propia versión de un
alto el fuego.
—No le haré daño. Que me sienta atraído por él no significa que sea
un villano.
—¿Y cuándo se enamore de ti porque está privado de afecto,
hambriento de caricias y tú seas su maldito primero?
Eso respondía a la pregunta de si Colin sabía que Jay era virgen.
También sonaba como el resultado perfecto para Alexei. Pero decirlo sería
revelar más cartas de las que estaba dispuesto. Así que se limitó a encogerse
de hombros, consciente de que Colin probablemente seguía pensando que
era un completo gilipollas.
—Ya cruzaremos ese puente si alguna vez llegamos a él.
Colin seguía sin levantarse de la mesa.
—Esto es lo máximo que te he oído hablar —dijo Alexei un poco
mordaz.
—Podría decir lo mismo de ti. Hablo si es importante.
Alexei asintió en señal de comprensión.
—Es importante.
—Lo es.
En eso estaban de acuerdo.
La impaciencia de Alexei no tenía límites, esperando la llegada de
Jay. Ya había limpiado su pequeña habitación de un dormitorio -estaba
alquilada a un hombre que aceptaba dinero en efectivo en lugar de
comprobar un informe crediticio y no se fijaba demasiado en el documento
de identidad del gobierno- como un loco aquella misma mañana.
La casa de Jay estaba limpia y ordenada y Alexei quería que el
pequeño vampiro se sintiera cómodo en su espacio.
Echó un último vistazo a su alrededor en busca de algún desperfecto.
La cocina de Alexei no era nada especial, pero tenía una cocina de gas que
funcionaba, buena luz natural y con las encimeras prácticamente relucientes
y todos los ingredientes dispuestos, no parecía tan mala.
Aunque se lo esperaba, el timbre de la puerta hizo que Alexei sintiera
un nudo en la garganta. Jesús, ¿qué carajos le pasaba?
Sus nervios eran difíciles de conciliar con la adorable visión que lo
recibió en la puerta: Jay con unos pantalones de forro polar azul bebé con
dibujos de copos de nieve, cuyas piernas apenas asomaban bajo un enorme
abrigo de plumón naranja. Alexei enarcó una ceja al verlo.
—Tienes tu propio estilo, ¿lo sabías?
—Gracias —respondió Jay con total sinceridad, tomándoselo
claramente como un cumplido—. Me gusta estar cómodo.
—Eres la comodidad personificada, cariño —el nuevo término de
cariño salió de los labios de Alexei sin su permiso, pero en realidad no
podía lamentarlo. Incluso si había empezado con la intención de burlarse, la
sonrisa radiante que Jay le dio a cambio le hizo feliz de haberlo dicho. Se
apartó de la puerta, haciendo señas a su invitado—. Entra del frío,
kotyonok.
—Lo haré, gracias —Jay sacudió sus botas primero, claramente
consciente de no dejar nieve en el apartamento de Alexei—. Aunque no me
molesta. Para que lo sepas. Todas las temperaturas son más o menos
iguales.
Alexei señaló con la cabeza el abrigo gigante.
—Bueno, desde luego vas vestido para ello.
—Es para pasar desapercibido —le informó Jay, encogiéndose de
hombros.
Alexei procesó esa información mientras le entregaban el abrigo
prácticamente de neón -una de las cosas más horribles que había visto en su
vida- e intentó por todos los medios mantener la cara seria, pero Jay ya
estaba concentrado al cien por cien en otra cosa.
El pequeño vampiro se puso de puntillas, dando unos extraños saltitos
y bailando hasta llegar a los ingredientes que Alexei tenía sobre la encimera
de la cocina -la receta en sí no contenía muchos ingredientes, pero Alexei
también había colocado todos los ingredientes para darle un toque especial-
y el entusiasmo de Jay por algo tan sencillo como hacer tortitas rusas hizo
que Alexei sonriera como un tonto.
Intentó poner una cara menos ridícula, frotándose la nuca, con el
cabello ya recogido y fuera del camino.
—Pensé que podríamos hacer cada paso juntos. No tengo una receta
escrita ni nada.
Jay estaba girando el bloque de queso de granja en sus manos como si
nunca hubiera visto algo tan fascinante en su vida.
—¿Quién te enseñó? ¿Tu madre?
—No, mi abuela. Los hacía conmigo las pocas veces que visitábamos
Rusia, cuando era niño —observando a Jay, cuya sola presencia impregnaba
la pequeña cocina de tanta dulzura y calidez. Alexei se sintió obligado a
compartir una verdad que no solía decir a menudo—. Mi madre era muy…
triste cuando yo era pequeño. Era amable, pero no siempre estaba ahí,
podría decirse. Y luego se fue cuando yo era muy joven. Ni siquiera sé
dónde está ahora.
Sus recuerdos de ella eran en ese momento una bruma borrosa de
momentos dispersos, llenos de cariños rusos y una suavidad que no había
vuelto a sentir desde entonces.
Jay dejó el queso e inmediatamente prestó toda su atención a Alexei,
con sus ojos grises llenos de empatía.
—Eso es muy triste. Es muy triste. Lo siento mucho.
Alexei se aclaró la garganta repentinamente seca, listo para encogerse
de hombros, pero entonces otra verdad se le derramó como veneno.
—Yo tampoco me habría quedado con mi padre.
—¿Tu padre el… mafioso? —preguntó Jay vacilante.
—Mi padre el idiota —dijo Alexei, con más dureza de la que había
pretendido—. No era amable, no como ella. Nos crió a mi hermano mayor y
a mí con una mentalidad de 'heredero y sobra'. Nos enfrentó el uno contra el
otro, siempre le hizo saber a Iván que él era reemplazable y a mí que yo era
un suplente. Era como si pensara que si nos queríamos, si nos apoyábamos,
nos haríamos… débiles.
Jay emitió un pequeño sonido de angustia y, de repente, se encontró
entre los brazos de Alexei, un cálido manojo de consuelo y la distancia que
los separaba desapareció en un abrir y cerrar de ojos.
Alexei se sorprendió por el abrazo y no solo porque Jay se moviera
tan increíblemente rápido. No estaba acostumbrado a la gente que lo…
consolaba. No desde la última vez que había visto a su abuela, mucho antes
de llegar a la pubertad.
Pero de todos modos rodeó con sus brazos el pequeño cuerpo de Jay,
agradecido por el contacto. Había una parte cínica en él a la que le
preocupaba haber utilizado su propia pseudotragedia personal para crear
una relación cercana entre los dos. ¿Pero no era eso lo que parecía un
vínculo normal entre dos personas? ¿Para las personas que no fueron
criadas por fríos mafiosos en los que todo eran secretos, estoicismo y dolor?
—¿Te gustaría hablar de algo menos triste ahora? —Jay murmuró la
pregunta en el esternón de Alexei después de un minuto de fuertes abrazos
silenciosos.
Alexei apretó los brazos una última vez antes de soltar a Jay.
—Me encantaría, gatito. Deja que te enseñe con qué estamos
trabajando.
Era una receta bastante fácil, probablemente aburrida para la mayoría
de la gente, pero Jay era un alumno increíblemente entusiasta. No había
mentido acerca de ser bueno con las instrucciones. Cuando se le decía lo
que tenía que hacer, seguía cada paso con un perfeccionismo que era
ligeramente alarmante.
Cuando estaba relajado y contento, también parecía muy hablador.
Hacía aproximadamente un millón de preguntas para una comida tan
sencilla -sobre todos y cada uno de los ingredientes, sobre la química del
proceso en sí-, de las cuales Alexei solo tenía respuesta a la mitad. Pero Jay
nunca se inmutaba cuando Alexei le decía que no sabía algo. El vampiro le
sonreía de todos modos, diciendo: Bueno, ya lo miraremos más tarde.
Alexei adoraba ese "nosotros". Le encantaba ese "nosotros".
Se dio cuenta de otras pequeñas cosas sobre Jay. Como que parecía
extrañamente… afligido cuando hacía un desastre con el exceso de harina.
Parecía molesto cuando hacía cualquier desastre, en realidad, hasta que
Alexei exageró su propia torpeza con los ingredientes, diciéndole: Si no
estás haciendo un poco de lío, no lo estás haciendo correctamente.
Entonces Jay brilló positivamente, diciéndole a Alexei una vez más
que era el "humano más simpático".
Alexei casi sintió que eso podía ser cierto, con ese pequeño manojo
de sol en su apartamento, sonriéndole a cada oportunidad. Alexei sintió que
una nueva clase de satisfacción crecía en él, una con la que tenía muy poca
experiencia, mientras Jay se sentaba en la encimera, con las piernas
balanceándose, mirándole dar la vuelta a las últimas tortitas que quedaban.
—Siento que tu madre fuera triste y nunca te enseñara a hacer tortitas.
Pero me alegro mucho de que tu abuela lo hiciera.
—Yo también, gatito. Y yo estoy feliz de tenerte aquí como mi
ayudante. El mejor ayudante de tortitas que ha habido nunca.
Jay se sonrojó profundamente, rosa hasta el cuello y se retorció un
poco en el mostrador.
—¿En serio? —preguntó, con voz esperanzada.
Dios, era tan jodidamente receptivo al menor elogio.
—De verdad, de verdad —dijo Alexei, colocando la última tortita en
un plato y apagando la hornilla. Se colocó entre las piernas colgantes del
vampiro— ¿Sabes qué es lo único que podría convertirte en un mejor
ayudante ahora mismo?
Jay se inclinó hacia delante, ansioso.
—¿Qué?
—Si me dieras un beso.
Una vez más, la velocidad con la que Jay se movió fue alarmante, sus
brazos rodeando el cuello de Alexei en un instante, sus labios ansiosos en la
boca de Alexei antes de que pudiera parpadear. Pero se dejó llevar por los
putos golpes, besando al dulce vampiro con entusiasmo, dejando que se
convirtiera rápidamente en una absoluta obscenidad, lamiéndole la boca y
dejando que Jay explorara a su vez todo lo que quisiera.
Para ser tan dulce, Jay besó a Alexei como si quisiera devorarlo
entero, gimiendo cuando tiró de él hacia delante por las caderas, el
mostrador poniéndolo a la altura perfecta para aplastar sus pollas juntas.
Cuando Alexei por fin se separó para tomar aire, ambos jadeaban
como locos. Jay también había estado jadeando la noche anterior.
—¿Necesitas respirar? —preguntó Alexei entre respiraciones
agitadas.
Jay lo miró aturdido, con las mejillas sonrojadas y los labios
hinchados.
—No me mataría no hacerlo, pero es un reflejo muy incómodo de
reprimir. El cuerpo recuerda.
Alexei se hizo una pregunta que le rondaba por la cabeza, pero no
sabía cómo formularla de un modo que no fuera terriblemente macabro o
simplemente ofensivo. Jay pareció leerlo en su rostro de todos modos,
sonriéndole suavemente, con la tristeza tiñendo las comisuras de sus labios.
—Decapitación o consumidos hasta las cenizas por el fuego. Así es
como nos matan.
—Bueno, joder —Alexei había visto morir a hombres, sí, pero no así
— ¿Alguna vez has visto eso?
Jay soltó sus brazos del cuello de Alexei.
—Decapitación, sí.
—Eso suena a una historia.
—Tengo más de doscientos años. Definitivamente tengo historias.
Era tan fácil olvidarlo la mayor parte del tiempo. Jay tenía un aire tan
juvenil, para ir junto con su rostro juvenil. Pero luego había momentos
como éste, en que algo aparecía en sus ojos grises: un aire de profundidad
desconocido, completamente en desacuerdo con el entusiasmo que
mostraba por las cosas sencillas, como hacer unas putas tortitas.
Alexei debería dejarlo en paz. Pero su hambre de Jay se extendía a
todo él, incluida su historia.
—¿Quizá una mala historia? —insistió.
Jay lo empujó suavemente hacia atrás, como si necesitara la distancia
para considerar a Alexei adecuadamente, ladeando la cabeza y mirándolo de
arriba abajo. Él solo podía esperar aprobar el examen.
Realmente quería aprobar el maldito examen.
Tras un momento así, Jay se aclaró la garganta y cruzó las manos
sobre el regazo, como si se estuviera preparando para un recital de algún
tipo.
—Me convirtieron para ser el… compañero de alguien —dijo—. Me
criaron como vampiro en una guarida donde los humanos eran considerados
inferiores. E incluso dentro de la guarida, había una jerarquía establecida. Si
convertías a alguien, era tuyo y podías hacer con él lo que quisieras. Si no
funcionaba, el nuevo vampiro era asesinado. Mi compañera, Vee -
Veronique-, necesitaba que fuera ordenado, callado y obediente. Si lo era,
nos llevábamos bastante bien. Si no lo era, me dejaba solo. Se me da muy
bien pasar el tiempo solo. —Jay le miró directamente a los ojos entonces, su
par gris parecía positivamente antiguo—. Pero no me gusta.
Alexei trató de encajar las extrañas piezas de aquella historia,
dándoles vueltas en su mente.
—¿Te… poseían? Y… abusaron de ti.
Jay se encogió de hombros, pero el movimiento no pareció nada
casual.
—Mi amigo Soren estuvo en la misma guarida. Su creador lo quería
tanto para el sexo como para el servicio y le hizo daño a mi amigo. Mucho.
Vee nunca me hizo eso. No físicamente —respiró hondo y soltó un suspiro
—. Hace diez años, el vampiro líder de la guarida se volvió salvaje. Tuvo
que ser sacrificado y Vee ayudó en el proceso. La mataron. Yo estaba allí,
pero huí. No soy muy valiente.
Alexei no estaba seguro de qué decir ante todo eso. Excepto:
—Yo también huí. De mi hermano. Tampoco soy muy valiente.
—Bueno, tu cuerpo mortal es muy frágil —concedió Jay.
A Alexei nunca le habían llamado frágil en toda su vida.
—¿Qué quisiste decir con que se volvió salvaje?
—Es el final natural de muchos vampiros. Una pérdida de nuestra
humanidad. A menos que estemos atados, apareados con otro.
Algo frío corrió por las venas de Alexei al pensarlo.
—No estás emparejado, ¿verdad?
—No —Jay pareció malinterpretar el sentido de su pregunta—. Pero
no te preocupes. Si alguna vez tuviera signos de volverme salvaje, me iría
de Hyde Park. No pondría en peligro a nadie allí. Te lo prometo.
Alexei quería decirle que eso era lo último que le preocupaba. Que le
aterraba mucho más la idea de que aquel dulce vampiro perdiera la cabeza,
de que pudiera ser atacado por los de su propia especie. Pero Jay parecía tan
triste y todo era culpa de Alexei por sacar el tema.
—Oye —dijo, dando un paso adelante de nuevo— ¿Te he dicho ya
que eres el mejor ayudante para hacer tortitas que he tenido nunca?
Jay sonrió, algo tentativo.
—Ya me lo has dicho. Y estás mintiendo, lo cual no es muy
agradable.
—Nunca —Alexei apretó un beso en la mejilla de Jay—. Qué dulce
—un beso en su frente—. Tan hermoso —un beso en la punta de su nariz—.
Perfecto.
Jay soltó una risita, la vieja tristeza parecía escurrirse de su cuerpo,
pero luego miró a la encimera, a las motas de masa enharinada y arrugó la
frente.
—Hemos hecho un verdadero desastre. Antes todo estaba tan
ordenado.
Alexei se encogió de hombros.
—En realidad no soy tan maniático del orden. Solo lo he ordenado
por ti.
Jay pareció encantado con aquella confesión y se animó
considerablemente. Levantó la mano para tirar de Alexei por los hombros y
se estiró para susurrarle al oído, como si fuera un secreto:
—En realidad, me gustan las cosas un poco desordenadas.
Alexei miró al vampirito arqueando una ceja, con ganas de besarle la
nariz de nuevo, pero pensando que ya había sido bastante cursi por una
noche.
—¿Sí? De acuerdo, kotyonok. Vamos a desordenar.
DIEZ
JAY
—Vamos a desordenar —resultó no ser una frase sexual, aunque Jay
tal vez, más o menos, esperaba que lo fuera. Pero lo que Alexei les hizo
hacer, después de meter el plato de tortitas terminadas en el horno para
mantenerlas calientes, fue desordenar el salón.
Tiraron y revolvieron los almohadones del sofá hasta que quedaron
desordenados. Pusieron la mesa de centro de lado contra la pared. Todo era
tonto y ridículo, pero cada vez que la voz de Vee amenazaba con resonar en
la cabeza de Jay y decírselo, Alexei hablaba delante de él, animando a Jay a
tirar un libro al suelo o a levantar una esquina de la alfombra.
La mejor parte fue cuando entraron en la habitación de Alexei y
sacaron toda la ropa de cama que estaba pulcramente hecha -lo que hizo que
Jay se preguntara: ¿la había hecho Alexei tan pulcra para Jay?- y la
amontonaron en el suelo, haciendo una especie de nido con las mantas y las
almohadas.
Cuando el horno les avisó con un pitido, Alexei repasó todas las
opciones de cobertura con Jay, dejando que pusiera toda la nata montada y
el sirope que quisiera, apilándolos en una torre considerable en un plato
para los dos. A Jay le encantó que compartieran plato; había algo en ello
que le resultaba acogedor e íntimo.
Volvieron al nido y, antes de que Jay se diera cuenta, se había comido
casi todas las tortitas -"¡Qué ricas! ¡No me puedo creer que las hayamos
hecho nosotros!"-.
Levantó la vista y vio a Alexei mirándolo con las cejas levantadas.
Uy.
Jay había olvidado cuánto era normal que comiera un humano. Hacía
tanto tiempo que no necesitaba comida humana que, por lo general, se
limitaba a comer lo que le sabía bien y tenía delante. Había aprendido
mucho sobre lo que era normal para los humanos a partir de todo lo que leía
o veía, pero los libros no solían especificar las cantidades y, aunque en la
televisión los humanos siempre tenían comida delante, rara vez parecían
estar comiéndola realmente.
Jay se limpió una miga de la comisura de los labios.
—No era un número normal de tortitas para consumir, ¿verdad? —
preguntó avergonzado.
Alexei bajó la manta que había estado cubriendo parcialmente a Jay,
mirando por encima de su forma ciertamente menuda.
—¿Adónde va todo esto? —preguntó, con una nota de asombro en la
voz.
Jay se acarició el vientre y le dio a Alexei la única tortita que le
quedaba.
—Simplemente… puf. Desapareció mágicamente, supongo.
—Mágicamente… —musitó Alexei, cortando su tortita.
Jay se lamió los labios -¿se había comido todas las migas?- y se dio
cuenta de que, al hacerlo, los ojos de Alexei adquirían esa mirada acalorada
que había visto en ellos la otra noche. Porque Alexei deseaba a Jay. ¿No era
genial? Alexei quería besarlo y tocarlo, y tal vez, si Jay se portaba bien,
incluso le haría trabajar esa gran polla dentro de él.
Jay se retorció en su sitio sobre las mantas, teniendo sus sucios
pensamientos mientras veía a Alexei morder su tortita. Jay quería más
lecciones -de verdad que quería más lecciones- pero no sabía muy bien
cómo empezar. Sabía que los humanos podían coquetear y a menudo lo
hacían, con distintos grados de sutileza, pero el cerebro de Jay no
funcionaba así. Los dobles sentidos y los mensajes codificados no eran lo
suyo.
Así que prefirió decir exactamente lo que pensaba.
—Quiero probar cosas de la boca contigo.
Alexei se atragantó con el bocado de tortita que había comido y Jay
empezó a darle golpes en la espalda en señal de ayuda, aunque no parecía
tan útil como lo pintaban en la tele. ¿Quizá lo estaba haciendo mal?
En cualquier caso, al final Alexei se controló y dejó el plato a un lado,
aclarándose la garganta.
—¿Quieres mi boca sobre ti, cariño?
Oh, ese "cariño" era tan bonito. Tan bonito como "gatito", en realidad.
Era como… de novio, ¿no? ¿Que Alexei le pusiera apodos dulces? No
parecía el tipo de persona que hacía eso con mucha gente. ¿Así que tal vez
Jay era especial, en ese sentido?
Jay quería ser especial para él.
Alexei hizo un sonido interrogativo y Jay tardó un momento en darse
cuenta de que nunca había respondido a la pregunta. La idea de tener la
boca de Alexei sobre él era muy, muy tentadora, pero negó con la cabeza,
mordisqueándose el labio inferior.
—Quiero mi boca sobre ti, creo.
—Sí. Podemos hacerlo —Alexei inhaló bruscamente y a Jay le gustó
mucho que al humano le afectara la idea—. Definitivamente podemos
hacerlo.
Jay jugueteó con el edredón que tenía debajo. Sabía que debía dejar
que Alexei le enseñara, pero tenía algunas… opiniones.
—También creo que deberías desnudarte.
Alexei soltó una risita suave y sorprendida.
—¿Ah, sí? —dejó el plato vacío a un lado y tiró suavemente del
dobladillo inferior de la camisa de Jay—. ¿Y si pienso que deberías
desnudarte, kotyonok?
Oh, sí. Jay sin duda podía hacerlo. Se puso de rodillas, se tiró la
camiseta por encima de la cabeza con entusiasmo y comenzando por sus
pantalones de forro polar inmediatamente.
—Sí, desnudémonos los dos —porque a Jay le gustaba estar cómodo,
¿y qué había más cómodo que estar desnudo? Especialmente con mantas
suaves y almohadas por todas partes, todo oliendo tan bien y un humano al
que la pequeña bestia de Jay tenía muchas ganas de probar y mira eso: la
polla de Jay ya estaba dura, sobresaliendo contra su pálido vientre, toda
sonrojada, rosada y ansiosa por ser tocada.
Y oh, a Jay le gustaba mucho cómo le miraba Alexei cuando estaba
desnudo. Aquellos bonitos ojos avellana se llenaban de calor y su ancha
boca se entreabría ligeramente.
Debería estar siempre mirando a Jay así.
—Tu turno —incitó Jay, aun encaramado sobre sus rodillas. Observó,
sin pestañear siquiera, cómo Alexei se quitaba la ropa. Su humano era tan
guapo. Tenía unos músculos tan definidos, fuertes pero no enormes, con un
ligero acolchado en la parte media que le hacía parecer más mullido. Jay
pensó que tenía el tamaño perfecto. Casi tan pálido como él, pero sus
antebrazos y cuello tenían un color más dorado. Jay ladeó la cabeza,
pensativo.
—¿Cómo es que tienes líneas de bronceado en invierno? ¿Tomas el
sol en la nieve o algo así?
Alexei se detuvo en el acto de quitarse los calzoncillos, con los dedos
metidos en la cintura, aquel delicioso bulto aún cubierto y se frotó la nuca.
—Ah, no. Pero en Nueva York no salía mucho. He estado dando
muchos paseos, supongo.
La felicidad burbujeó en el pecho de Jay al darse cuenta de que tenían
algo más en común.
—Me encanta la naturaleza. Me encanta estar al aire libre. Me gusta
la tierra bajo los pies, el sol en la cara y todo eso. Todo.
Alexei sonrió.
—¿Ah, sí? Seguro que hay muchos sitios buenos para acampar por
aquí. Podríamos ir en verano. Nunca he ido, pero… ¿podríamos aprender
juntos?
La primera reacción de Jay fue un torrente de maravilloso calor en su
vientre. Alexei quería explorar la naturaleza con él. Quería pasar más
tiempo con él, tan lejos en el futuro como el verano. Podrían correr
descalzos por el bosque, nadar en arroyos y…
Y sin más, a Jay se le hundió el estómago.
Se sentó sobre los talones, abatido.
El verano sería demasiado tarde. Jay ya se habría ido.
Entonces se dio cuenta, por primera vez desde que había hecho su
nuevo amigo. Abandonar Hyde Park sería abandonar a Alexei.
La preocupación apareció en el rostro de Alexei mientras la expresión
de Jay decaía visiblemente.
—Eh, eh. ¿Estás bien, gatito?
No lo estaba, no realmente. Pero no iba a dejar que el futuro arruinara
el presente. No cuando tenía un nuevo amigo tan perfecto, que se parecía a
todas las fantasías secretas de Jay, olía a todo lo delicioso y bueno.
¿Acaso no se merecía algo bueno?
Se aclaró la garganta y esbozó una sonrisa.
—Me encantaría ir a acampar contigo -no era mentira, ¿De acuerdo?
No quería nada más-. Ahora, por favor, quítate la ropa interior.
Alexei se detuvo un momento más, buscando en la cara de Jay, antes
de bajar sus calzoncillos negros y ohh, ahí estaba. El calor volvió a inundar
el estómago de Jay, sustituyendo a la horrible sensación de frío que le había
provocado la prueba de realidad. La polla del humano ya estaba dura, tan
gruesa y deliciosa como la primera vez. Quería probarlo. Su bestia interior
estaba hambrienta y no de sangre.
Entretanto, Alexei había rodeado su polla con un puño suelto,
sonriendo levemente ante la expresión de la cara de Jay.
—¿Cómo me quieres, kotyonok?
—Recuéstate, por favor —Jay quería tomarse su tiempo y quería que
estuviera cómodo para ello.
Alexei hizo lo que le pedía, se tumbó en la manta, con las manos
detrás de la cabeza, todo su más de metro ochenta y cinco extendido para el
placer de Jay. Un cosquilleo le recorrió la espina dorsal al pensarlo. El
poder que había en ello.
Se arrastró hacia delante y consideró sus opciones, decidiendo
finalmente explorar los alrededores antes del evento principal. Hurgó en los
rizos de la base, de un color más oscuro que el dorado cabello de la parte
superior de la cabeza de Alexei. Aspiró profundamente, deleitándose con la
nota más almizclada del aroma de Alexei. Le apretó las manos contra los
muslos, disfrutando de lo firmes y musculosos que se sentían bajo su
agarre, con los pelitos haciéndole cosquillas en las palmas. Le dio un beso
en el suave pliegue donde el muslo se unía con su cadera, la piel tan pálida
que podía ver las venitas azules.
Alexei soltó un suspiro al contacto. ¿Era sensible allí? Jay volvió a
hacerlo, solo para comprobarlo. Otra inhalación aguda.
Repitió el proceso una y otra vez hasta que Alexei soltó una carcajada
estrangulada.
—Cariño. Me estás matando.
—¿En serio? —Jay se asomó para comprobar si estaba enfadado con
él, pero los ojos del humano estaban entornados, oscuros y parecía tan
hambriento por él como Jay se sentía por él. Ah, estaba bromeando.
Jay soltó una risita en respuesta y le dio un último beso antes de
dirigir su atención hacia donde tanto deseaba: la dura y prominente polla de
Alexei. La agarró con una mano por la base, colocándola en el ángulo
adecuado para su propósito. Retiró la piel de la cabeza y empezó a lamer,
recogiendo las gotas de presemen, probando su sabor salado y amargo.
Alexei jadeó y luego gruñó cuando Jay fue a por más, chupando la
cabeza, explorando su peso en la boca. Se sentía muy bien, estirando los
labios, cálidos y suaves, sacudiéndose cada vez que la lengua de Jay giraba
a su alrededor.
Alexei volvió a gruñir. A Jay le gustaban los sonidos —sabía lo que
significaban— pero necesitaba....
Levantó la cabeza de su tarea.
—¿Puedes… hablar conmigo? ¿Como la última vez? ¿Decirme si
estoy haciendo un buen trabajo?
Sintió que se ruborizaba por la petición. Sabía que estaba un poco
necesitado, pero las palabras sucias que le había dedicado habían sido muy
agradables. Quería más.
Alexei abrió mucho los ojos.
—Oh, joder, cariño, por supuesto. Tu boca se siente tan bien que mi
cerebro ha sufrido un cortocircuito por un momento. Puedo darte palabras si
las quieres, gatito.
Jay se retorció de felicidad -"cariño" y "gatito", ¡todo de una vez!-
antes de volver a lo suyo.
Alexei cumplió su promesa mientras Jay le trabajaba.
—Perfecto, gatito. Tu boca se siente tan bien. Chupa otra vez la punta
para mí. Sí. Jodidamente perfecto. ¿Puedes ir más profundo? No te
esfuerces. ¡Joder! Justo así. Qué bueno.
Jay se deshizo en elogios, un hormigueo de calor inundó su pecho,
sus extremidades, cada parte de él ante las palabras de Alexei. Le encantaba
saber que estaba haciendo un buen trabajo, que lo estaba complaciendo con
su boca. Su propia excitación estaba alcanzando un punto febril y se
encontró a sí mismo aplastando las caderas para poder empujar contra las
mantas, su dolorida polla buscando cualquier tipo de fricción.
Cuando gimió con la polla en la boca, Alexei le pasó una suave mano
por el cabello.
—¿Estás intentando venirte, cariño?
Jay levantó la vista, con los labios estirados alrededor de la polla de
Alexei, para encontrar a su humano apoyado en un brazo, encontrándose de
nuevo con sus ojos.
Alexei exhaló con fuerza.
—Joder. Mírate, qué hermoso. Te ves tan bien así, ¿eh? Pero creo que
podemos hacerlo aún mejor.
Tiró suavemente del cabello de Jay, apartándolo de su verga, riendo
cariñosamente ante su gemido de protesta.
—Paciencia, cariño —entonces las manos de Alexei estaban en la
cintura de Jay y lo estaba manipulando en la posición inversa sobre su
cuerpo. Para ser humano, aún era lo bastante fuerte como para moverlo de
un lado a otro, no podía evitar que eso le encantara. Tanta fuerza masculina.
Alexei lo maniobró para que se pusiera a cuatro patas sobre él, la
polla de Jay alineada con su boca, su polla alineada con la boca de Jay.
Se le cortó la respiración y sus brazos casi se rindieron cuando sintió
un calor húmedo y cálido que envolvía su dolorida polla.
—¡Oh! ¡Oh Dios!
El aire frío lo golpeó cuando Alexei lo soltó brevemente para decir:
—No podré decírtelo con la boca llena, pero créeme, voy a disfrutar
con esto, gatito. No te llevará mucho tiempo, sea lo que sea, lo que quieras
hacer.
Jay se tomó un minuto -posiblemente mucho más que un minuto- para
apreciar la nueva sensación, esa boca caliente lamiéndolo. Y luego volvió a
meterse la polla de Alexei en la boca, pensando que no podía equivocarse
haciendo todo lo posible por copiar lo que Alexei le hacía, chupar por
chupar, lamer por lamer.
Y Alexei tenía razón: Jay no tardó en correrse y los temblores
recorrieron su cuerpo al sentir la liberación. Pero en lugar de soltar a Alexei
de la boca, volvió a chupar, descubriendo que le gustaba tener algo en la
boca que chupar y tragar mientras las olas de su orgasmo lo bañaban.
Alexei lo soltó con un chasquido húmedo, girando la cabeza y
gimiendo contra el muslo de Jay.
—Oh, joder, cariño. Joder. Sigue haciéndolo. Qué bueno. Tan, tan
bueno.
Jay se movió con avidez, evitando a duras penas ahogarse por la
sorpresa cuando chorros calientes de semen empezaron a llenarle la boca.
Las caderas de Alexei se sacudieron bajo él y mordió el muslo de Jay con
dientes desafilados.
Jay tragó.
No fue hasta que Alexei le dio un golpecito en la cadera que Jay soltó
su polla reblandecida, jadeando ligeramente, todavía apoyado sobre las
manos y las rodillas.
—Eres tan buen profesor, Alexei.
La risa cálida y relajada que emitió desde debajo de él fue el nuevo
sonido favorito de Jay.
Decidieron dormir en su nido de mantas en lugar de en una cama de
verdad. Jay no sabía que se iba a quedar a dormir -no quería suponerlo-,
pero cuando le preguntó si quedarse a dormir formaba parte del sexo,
Alexei lo abrazó con más fuerza -lo había mantenido encima de él,
arropándolo contra su pecho y tal vez fuera la mejor postura del mundo
entero- y dijo:
—Sí, sin duda. Tienes que pasar la noche aquí. Es parte de ello.
Pero Jay no había traído nada, así que Alexei le dijo que podía usar su
cepillo de dientes.
Cuando Jay hubo terminado en el baño, retorciéndose de nuevo en el
nido de mantas, comentó pensativo.
—No sabía cómo sabría, pero no estaba mal.
—¿Mi pasta de dientes? —preguntó Alexei, tirando fácilmente de él
hacia su pecho.
Jay se acurrucó.
—Tu semen. Sabes muy bien, Alexei.
Otra risa suave y relajada.
—Joder. Tú también, cariño. Lo haré en cualquier momento, en
cualquier lugar —empezó a pasar los dedos por el cabello de Jay—.
Hablando de gustos. Hoy se lo he preguntado a Colin. Le parece bien que…
me haga cargo.
Jay levantó la cabeza para ver a Alexei observándolo con una mirada
cautelosa.
—¿Te refieres a la alimentación?
—Sí. Quería decírtelo antes, pero entonces dijiste ‘cosas de la boca’ y
se me quedó la mente en blanco. ¿Quieres… quieres hacerlo ahora? ¿Tienes
hambre? Quiero decir, sé que comiste como una docena de panqueques,
pero…
La cosa era que Jay tenía hambre. Técnicamente no necesitaba
alimentarse de nuevo tan pronto, pero había estado tomándoselo con calma
durante tanto tiempo, tratando de no tomar demasiado de Colin a la vez, que
la idea de morder a alguien dos veces en una semana se sentía casi
imposible de resistir.
Estaba siendo codicioso, pero… no tomaría demasiado. Solo un
mordisquito, aceptó su bestia.
—¿Estás seguro de que estaría bien?
—Definitivamente. ¿Qué necesitas que haga?
—Quédate así —la polla gastada de Jay se estremeció al pensarlo.
Estaban tumbados piel con piel, cálidos, suaves y rodeados de mantas. Y los
mordiscos en el cuello eran... íntimos. Jay solo lo había hecho una vez de
esa manera con Colin; su última vez en el callejón, a petición de Colin.
Pero eso era lo que quería de nuevo con Alexei. Quería su cuello. Su
bestia también.
Jay se retorció hasta que volvió a estar sobre las mantas y su frente se
apoyó en el costado de Alexei, la erección semidura de Jay presionando la
cadera de Alexei.
Apartó algunos mechones de su bonito cabello, que se había soltado
de su moño para dormir.
—Recuerda, solo te dolerá un momento.
Jay dejó salir a su bestia.
Siempre se sentía tan bien, el cambio. Como estirarse después de estar
demasiado tiempo en una posición incómoda. ¿Y ahora? ¿Con el dulce
aroma de vainilla post sexo de Alexei inundando toda la habitación? Jay ni
siquiera dudó. Mordió, la sangre rica y caliente inundó su boca.
Alexei se tensó, solo por un momento, pero casi de inmediato sus
músculos se relajaron.
—Oh. Oh joder. ¿Por qué se siente tan bien?
Tarareó de placer con la boca llena de sangre, levantando la pierna y
poniéndola sobre la cadera de Alexei. Se alegró de que su humano
disfrutara del mordisco. Jay tragó saliva, hambriento y ansioso, sabiendo
que emitía pequeños gemidos codiciosos en el cuello de Alexei, pero
incapaz de contenerse.
Sabía tan bien. Mejor que las tortitas. Mejor que nada.
Necesitó toda su fuerza de voluntad para obligar a su bestia a
retroceder, para no tomar demasiado. Su bestia no había querido parar, en
absoluto. Había querido seguir bebiendo. Había querido abrirse la muñeca,
alimentar a Alexei con su propia sangre y beber hasta el final.
Jay cerró el mordisco con un lametazo. Mala bestia, se reprendió.
Muy mala. No.
Ajeno a sus amonestaciones internas, Alexei se rió, su gran cuerpo
temblando contra Jay.
—¿Qué es tan gracioso? —preguntó, un poco preocupado por si había
tomado demasiado y ahora el humano estaba delirando.
Pero Alexei se señaló con la mano el estómago, donde unas manchas
blancas adornaban su cuerpo.
—Me he corrido, joder. Acabas de hacerme la mamada más caliente
de mi vida y, dos segundos después, me he venido encima.
Jay no pudo evitar regodearse ante la frase "la mamada más caliente
de mi vida".
Solo una probadita más.
Lamió el semen del vientre de Alexei. Sí, después de todo, le gustaba
mucho el sabor. Tal vez con suficiente práctica, Jay se convertiría en un
nuevo tipo de vampiro, uno que pudiera alimentarse de cada parte de
Alexei. Su sangre, su sudor, su semen.
¿Era asqueroso pensar en eso? Tal vez se lo guardaría para sí mismo.
Alexei dejó escapar un suspiro suave y complacido ante las
atenciones de Jay.
—Me tratas demasiado bien, cariño.
—¿Lo hago? —¿no era lo más bonito que se podía decir?
—Sí, realmente lo haces —Alexei soltó un suspiro somnoliento esta
vez. Jay estaba aprendiendo todos sus diferentes ruidos antes de bostezar
ampliamente—. Creo que me estoy desvaneciendo, gatito. Me has agotado.
Te estás convirtiendo en un pequeño demonio sexual.
Jay soltó una risita.
—Duérmete, Alexei. Estaré aquí mismo.
De hecho, a Jay le costó dormirse. Quería aprovechar cada segundo.
Tenía a este ser humano perfecto y encantador justo delante de él; ¿cómo se
suponía que iba a cerrar los ojos? Porque mirando a Alexei, su rostro severo
relajado por el sueño, todo ese cabello dorado esparcido sobre la almohada,
realmente pensó que debía ser el hombre más apuesto de toda la existencia.
No quería que la noche terminara. No quería que Hyde Park
terminara.
Respiró hondo, agarró su teléfono y envió un único mensaje de texto.
Quiero quedarme.
ONCE
ALEXEI
Alexei era un caso perdido aún más de lo que había pensado.
Porque uno pensaría que, ahora que tenía a Jay en su vida de forma
real -en su casa, en sus manos, en su puta boca-, sería capaz de mantenerse
alejado de la cafetería, pero aparentemente no. En absoluto.
Había pasado una noche a solas sin contacto con Jay -sin mensajes de
texto, sin perspectivas inmediatas de volver a verle- y volvía a recurrir al
comportamiento de acosador.
Y no solo estaba atravesando aquella puerta que sonaba de forma
odiosa, sino que, por alguna razón, estaba sujetando una cajita, una que se
sentía más que tonto por haber traído. Pero no podía evitarlo.
Con todo, el tintineo de la campana sobre la puerta principal de Death
by Coffee sonó como una acusación.
Pero no pudo castigarse durante demasiado tiempo, porque allí estaba
Jay, absurdamente adorable con una especie de mono de pana sobre un
suéter morado, mirando fijamente a la caja registradora. La mayoría de las
mesas de la cafetería estaban ocupadas, pero no había cola, posiblemente
porque Alexei había elegido deliberadamente una hora en la que esperaba
que hubiera calma en la cafetería y Jay no tardó en darse cuenta de su
presencia, esbozando una de sus radiantes sonrisas y saludando con la mano
cuando se acercó.
—¡Alexei! ¡Hola! Ya estás aquí. Qué bien.
—Hola, gatito —dijo Alexei, resistiendo el impulso de sonreírle como
un loco. Aun así, se sintió lo bastante magnánimo, ahora que tenía a Jay de
nuevo en el punto de mira, como para hacer un gesto de reconocimiento a
Alicia, que atendía la máquina de café.
Jay apoyó las manos primero en el mostrador, luego en la caja
registradora y después jugueteó con el cierre de su mono.
—Te he echado de menos y solo ha pasado un día ¿No es curioso?
El corazón de Alexei se encogió ante su confesión despreocupada. Tal
vez por eso sus propias palabras le salieron más fácilmente de lo que
hubiera esperado.
—Yo también te he echado de menos, kotyonok.
Jay se desabrochó y volvió a abrocharse el botón del hombro.
—¿En serio? —preguntó, con una timidez poco característica en su
voz.
Alexei se dio cuenta entonces de que, de cerca, Jay parecía un poco…
diferente. Un poco apagado, a pesar del evidente placer que le producía su
llegada.
Dejó la caja sobre el mostrador y se inclinó hacia él.
—Eh, ¿estás bien?
Jay se encogió de hombros, todavía jugueteando con el botón de su
mono.
—Es que he estado un poco estresado. Eso ha sido… estresante.
Alexei no tenía ni idea de a qué "eso" se refería. ¿El café? ¿Algo con
los amigos de Jay? ¿Alexei?
—¿Quieres hablar de ello?
El ceño de Jay se frunció, apenas un poco y soltó el botón de su
mono, en lugar de eso, hurgó en una de las bolsas de granos de café que
había en el mostrador. Lo que salió de su boca a continuación no fue lo que
se esperaba.
—Creo que deberíamos tener sexo con penetración.
A Alexei se le salió el aire del pecho. ¿Cómo era que siempre le hacía
eso? El vampiro, ciertamente protegido, tenía casi cero experiencia sexual,
cero juego de seducción y sin embargo siempre tiraba de la alfombra con
tanta facilidad, dejándolo desesperado y deseoso como nadie lo había hecho
nunca.
En lugar de responder con el "Joder, sí, deberíamos" que le latía bajo
la piel, se frotó la nuca, todavía preocupado por las extrañas señales no
verbales que recibía.
—¿Es eso lo que te ha estado estresando?
Jay agitó una mano en el aire.
—No tiene nada que ver. Pero creo que deberíamos. Definitivamente
deberíamos hacerlo. Pronto. Esta noche —puntuó la última afirmación con
un movimiento brusco de cabeza antes de que sus labios se torcieran en un
ceño pensativo—. Espera… no. Esta noche tengo cena familiar. Mañana,
entonces —luego miró a Alexei a través de las pestañas, mordiéndose el
labio— ¿A menos que no quieras?
Joder. Tenía que saber lo que estaba haciendo, ¿no? Nadie era tan
ajeno a su propio atractivo, ¿verdad? Alexei no pudo evitarlo. Se inclinó
hacia delante, queriendo apretar ese labio entre sus propios dientes, sin
importarle cuántos clientes había en la cafetería o quién podría verlos.
Un carraspeo.
Alexei se detuvo a escasos centímetros de la cara de Jay.
—Hola, Colin.
—Hola a ti también, Alex —dijo Colin, tocando el hombro de Jay
desde donde de repente se asomaba detrás de él—. Pila corta, ¿te importaría
ir al armario de almacenamiento y traer algunas bolsas más de asado
francés?
—Oh, claro —Jay parpadeó lentamente, parecía un poco aturdido,
antes de sacudir la cabeza y salir disparado hacia la parte de atrás, dejando a
Alexei con un Colin previsiblemente ceñudo.
Alexei lanzó un suspiro, preguntándose cuál era el origen de aquella
hostilidad aparentemente creciente. Creía que ya habían arreglado las cosas.
—¿Qué tienes hoy en el culo?
Colin se volvió rápidamente hacia atrás, asegurándose de que Jay
seguía ausente, antes de responder.
—Jay ha estado… ausente. Desde ayer. Distraído y no de su manera
habitual. Preocupado. Triste —el ceño fruncido se intensificó notablemente
—. ¿Qué hiciste?
—¿Cómo que qué hice? Nada. Tuvimos… tuvimos una cita. Fue bien.
Hicimos panqueques —y de alguna manera, con lo virgen que es, todavía
se las arregló para succionar mi alma a través de mi polla. Alexei decidió
guardarse la última parte para sí mismo. Volvió a frotarse la nuca, confuso.
¿Había metido la pata de alguna manera? ¿Había entristecido a Jay? Pero
entonces, ¿por qué Jay pedía sexo con penetración, como había dicho tan
claramente? —Me gusta mucho —admitió a Colin, más que un poco
impotente ante la confesión.
Colin lo miró con escepticismo.
—Más bien, como tener tus sucias zarpas encima de él.
Alexei se mordió las ganas de reír. ¿Quién carajos hablaba así?
—Me gusta, ¿de acuerdo? Es raro, divertido, dulce y no es un idiota
furioso como el noventa por ciento de la población humana.
Jay eligió ese momento para volver rebotando, con bolsas de café en
los brazos.
—Qué amable, Alexei. Yo tampoco creo que seas un imbécil furioso.
Se tomó un momento para apreciar el sonido de la dulce voz de Jay
diciendo la palabra idiota.
—Lo has oído, ¿verdad?
—Tengo un oído excelente —Jay dejó sus cosas en el suelo antes de
inclinarse hacia delante para susurrar lo bastante alto como para que lo
oyera toda la cafetería.
—Por… ya sabes.
—Le estaba contando a Colin lo mucho que me ha gustado pasar
tiempo contigo —y entonces porque no tenía ni idea de por qué Jay se
sentía tan molesto, pero no quería que fuera por él, hizo lo que había estado
deseando hacer desde el momento en que entró y vio la cara sonriente de
Jay. Se inclinó por encima del mostrador y le plantó un beso en los labios
en forma de arco de Cupido.
Por desgracia, no fue un beso de verdad, no con la cafetería llena de
desconocidos y la nube negra de desaprobación de Colin cerniéndose sobre
ellos. Solo un breve roce de labios. Pero aun así una especie de… reclamo.
Alexei se enderezó al cabo de poco tiempo, evaluando los daños.
—¿Estuvo bien?
Las mejillas de Jay estaban rosadas y sonrió ampliamente, pareciendo
más brillante y feliz de lo que había estado unos minutos antes.
—Muy bien. Puedes besarme cuando quieras, ya sabes.
—Creo que no te das cuenta de a qué me estás dando permiso,
kotyonok.
Jay ladeó la cabeza.
—Para besarme. Cuando quieras. ¿No ha quedado claro? Aunque
quizá no demasiada lengua en público. Podrías hacer que se me salieran los
colmillos.
—¿Eso es un eufemismo? —gritó Alicia desde el otro extremo del
mostrador.
Ambos ignoraron la pregunta, Jay mordiéndose el labio y mirando
pensativo.
—¿Quieres… quieres venir a la cena familiar de esta noche?
La cena familiar de otra persona normalmente sería la idea de Alexei
de una pesadilla despierto. Apenas había sobrevivido a sus propios
parientes; no tenía ningún interés en estar rodeado de los de nadie más.
¿Pero para Jay? ¿Quién formuló la pregunta con tanta sinceridad, con un
tono vulnerable que incluso él, totalmente falto de práctica con cualquier
emoción o vulnerabilidad real, podía reconocer?
—Por supuesto. Sería un honor —y porque quería más de Jay
relajado y feliz, empujó la caja olvidada en el mostrador hacia él—.
Además, esto es para ti.
—¿Para mí? —susurró Jay, con los ojos grises brillantes. Joder. ¿Así
que al pequeño vampiro le gustaban los regalos? Si lo hubiera sabido, los
habría traído desde el principio. Probablemente habría aparecido el segundo
día con un maldito anillo de diamantes.
Contuvo la respiración cuando Jay abrió la cajita para revelar el
pastelito de vainilla que se escondía en su interior. Alexei tuvo un breve
momento de pánico y volvió a sentirse increíblemente tonto. ¿Acaso
esperaba algo más excitante? ¿Algo mejor que una estúpida magdalena?
Pero Jay ya estaba jadeando de placer.
—¡Es tan bonito!
—¿Tú crees?
—Mm. Qué hermoso pastelito eres —Jay dirigió sus palabras a la
caja. A la magdalena de verdad.
Y ahora Alexei estaba celoso de un producto horneado. Se aclaró la
garganta.
—Me los mencionas a menudo. Pensé en traerte una.
—El humano más amable —susurró Jay. Luego cerró la tapa de la
caja—. Lo estoy guardando para mi descanso. Para disfrutarlo de verdad.
—Está bien.
Alexei se quedó en el mostrador todo el tiempo que pudo, escuchando
con deleite cómo Jay parloteaba sobre la cena familiar. Cómo, ya que era él
quien invitaba, lo recogería pero esperaba llevarlo después a su propio
apartamento. Que su casa seguía estando muy limpia y ordenada, pero que
podrían estropear todos los almohadones cuando Alexei viniera. Que ya
había comprado "suministros" y que no tenían que preocuparse por eso -no
tenía ni idea de lo que eso podía implicar, a menos que Jay estuviera
trayendo casualmente lubricantes y preservativos al mostrador de la
cafetería. Pero, conociéndole, probablemente eso era exactamente lo que
estaba haciendo-.
Al final entró otro cliente y se vio obligado a hacerse a un lado.
Alicia, que lo esperaba en el otro extremo con un americano, le
sonrió. Siempre sonriendo.
—Lo tienes muy mal —acusó, claramente satisfecha.
Alexei gruñó evasivo. No es que estuviera quedando muy bien.
Después de todo, había traído una maldita magdalena.
—Pero fue una buena jugada. Los besos en público ¿sabes cuánta
gente ha intentado darle su número? Ese sucio doctor Monroe estuvo aquí
antes, prácticamente salivando —su sonrisa creció al ver que los músculos
de Alexei se tensaban al pensar que alguien más salivaba por su vampiro—.
De todos modos, es bueno encerrar a Jayster.
Alexei ni siquiera podía fingir que encerrar a Jay no le parecía la
mejor idea que había oído nunca.

La casa a la que llegaron -Alexei acabó conduciendo, ya que al


parecer Jay tenía tendencia a "aterrorizar a la gente" al volante- era un
bonito edificio amarillo, que daba al pinar que rodeaba su pueblo. Tampoco
estaba muy lejos del hospital local. Jay le había dicho que su amigo Danny
era enfermero.
Un enfermero vampiro, lo que sonaba ligeramente aterrador. No es
que Jay fuera aterrador en su forma vampírica. Era guapísimo y dulce en
cada versión, con colmillos o sin ellos. Más bien daba la impresión de que
los vampiros se habían infiltrado en todos esos aspectos mundanos del
mundo humano. Estaban en los hospitales, obviamente. ¿Y en las escuelas?
¿Había maestros de primaria vampiros? ¿Políticos?
Había tanto que Alexei no sabía sobre el mundo de Jay. Dijo que se
había criado en una guarida, pero ¿cuántas guaridas había? ¿Estaban todas
tan aisladas como la suya?
Hizo todo lo posible por olvidarse de eso y concentrarse en socializar.
No quería que Jay se arrepintiera de haberle invitado a cenar.
El hombre que abrió la puerta, con un perro pastor ladrando a su lado,
respondió a una pregunta que tenía en mente: si todos los vampiros eran
extraterrestres adorables como Jay.
No. Definitivamente no.
Este tipo —casi tan alto como Alexei, vestido con un traje completo,
con unos ojos azules tan fríos que parecía que el ya gélido aire de la noche
bajaba otros diez grados con solo mirarlos— era lo más alejado de lo
adorable. Le recordaba mucho más a los mafiosos con los que había crecido
que al dulce vampiro que tenía al lado.
Pero Jay parecía no inmutarse por su actitud fría.
—¡Roman! —saludó alegremente—. He traído a mi amigo humano
Alexei. Ya le pedí permiso a Danny, así que no estoy siendo descortés.
Antes de que Roman pudiera responder, la boca de Alexei se movió
contra su voluntad, su conversación anterior con Alicia rondando en el
fondo de su mente.
—Novio.
Roman arqueó una ceja oscura, su atención pasó de Jay a Alexei.
—¿Cómo dices?
—Soy Alexei, su novio humano —miró a Jay mientras lo decía,
preocupado por si había malinterpretado el significado del permiso que Jay
le había dado antes para besarse en público, pero él le sonreía, claramente
encantado por la posesiva declaración.
Suficiente para Alexei. Al fin y al cabo, si iba a reivindicarse, ¿por
qué no empezar con el intimidante amigo vampiro de Jay, que lo miraba
como si fuera un insecto molesto al que había que aplastar bajo sus caros
mocasines italianos?
Por suerte para todos ellos, estaba acostumbrado a que los hombres
fríos, asesinos lo miraran y lo encontraran deseable. Con los mafiosos se las
arreglaba bastante bien. Supuso que también podría hacerlo con los
vampiros.
Jay dirigió aquella sonrisa radiante a Roman, aparentemente sin
inmutarse por la fría recepción.
—Sí, mi novio humano. ¿No es agradable, Roman?
Alexei podría haber jurado que por un segundo hubo algo cercano al
cariño en la mirada de Roman mientras devolvía la mirada a Jay, pero al
instante siguiente, sus ojos volvieron a ser fríos y dirigió su atención al
perro que tenía a sus pies.
—Tranquilo, chucho —ordenó al animal, que se contoneaba y
lloriqueaba intentando llamar la atención de Jay. El perro gris azulado se
sentó de inmediato, con el hocico cerrado obedientemente.
—Ese es Ferdy —le explicó Jay. Señaló al perro—. Ferdy, este es
Alexei. Mi novio humano.
Ferdy ladeó la cabeza y Alexei tuvo la momentánea e insana idea de
que el perro estaba escuchando realmente sus palabras. Roman solo se
apartó de la puerta, suspirando un poco, como si Jay presentando
formalmente a la gente a su mascota fuera algo cotidiano.
—Todo el mundo está en la cocina.
"Todos" significaba otras tres personas. Todos vampiros, le había
dicho Jay. Estaba el extraño rubio del día anterior; un tipo musculoso, de
aspecto totalmente americano, que sobresalía por encima de él, agarrándole
de la mano; y un tercero, moreno, con bonitos ojos marrones, que parecía
vagamente emparentado con el segundo.
Todos eran ridículamente guapos. ¿Quizá también había una agencia
de modelos vampíricas en alguna parte?
Jay soltó un grito de aparente sorpresa cuando entraron en la cocina.
—Soren. Has llegado pronto.
Soren esbozó esa amplia y espeluznante sonrisa.
—No quería perderme ni un momento, Jaybird.
Se presentaron, Jay recalcó la palabra novio tres veces, para
satisfacción de Alexei y entonces Soren se acercó a él con una copa —una
puta copa— de líquido rojo rubí en la mano.
—¿Puedo ofrecerte un trago, humano?
Alexei no pudo evitarlo: vaciló. Otra vez aquella maldita sonrisa
espeluznante.
El tercer tipo, Danny, el enfermero emitió un sonido de angustia.
—Soren. Estás siendo espeluznante a propósito —puso cara de
disculpa ante Alexei—. Es solo vino tinto, lo prometo. No hay sangre en la
mesa.
—¿Yo, espeluznante? —la sonrisa maníaca de Soren cayó y su labio
inferior se estiró en un mohín exagerado—. Cariño, me has herido. Nunca
me la juego con los humanos —hizo un gesto con la mano en dirección a
Alexei—. Él ya lo sabe. Deja que me divierta.
—No a costa de nuestro invitado.
El grandullón, Gabe, agarró a Soren por la cintura, tirando de él
contra su frente.
—Ven aquí, mocoso. Compórtate —luego miró a Alexei de esa
manera que a veces hacían los tipos musculosos cuando se daban cuenta de
que era más grande que ellos y no les gustaba nada ese hecho.
Hizo todo lo posible por no devolverle el gesto, tratando de mantener
una expresión neutra. No sería bueno enemistarse con los amigos de Jay en
el primer encuentro, no cuando la palabra novio se utilizaba tan
maravillosamente.
Soren se relajó en los brazos de Gabe con un suspiro, lo miró luego a
Jay y arqueó una ceja.
—Debería prestarte mis botas de tacón, Jaybird. A tu humano le va a
dar un retortijón en el cuello intentando besarte.
Soltó una carcajada de mala gana, pero Jay le lanzó una mirada
preocupada, con el ceño fruncido.
—¿Te duele el cuello al besarme? —antes de que pudiera responder,
Jay le acarició el brazo—. Pobre humano. La próxima vez, levántame —se
volvió hacia el resto de la habitación—. Es muy fuerte para ser un humano.
Puede zarandearme sin problemas.
Diversas expresiones recorrieron la sala ante aquella afirmación:
Soren parecía encantado, Gabe horrorizado, Danny avergonzado y Roman
completamente neutral.
Alexei se encogió de hombros.
Hubo un silencio incómodo después de eso, haciendo su mejor
esfuerzo para contener el impulso de pedir a todos que sacaran sus
colmillos porque -aparte de las vibraciones espeluznantes y la copa
sospechosa de Soren- nadie estaba actuando como un vampiro y eso en sí
mismo lo estaba asustando.
Sorprendentemente, fue Roman quien acudió en su ayuda.
—Me preocupa haber añadido demasiado ajo a la salsa del pollo. Jay
nos dijo que eres un experto en las artes culinarias, Alexei. Tal vez puedas
probarlo.
Con esas palabras, se dio cuenta por primera vez de lo bien que olía la
cocina. Se frotó la nuca con una mano.
—Bueno, la verdad es que no. Solo conozco algunas recetas rusas.
Pero mi paladar no está mal.
Cuando Roman no rescindió la oferta, Alexei probó la salsa.
Jodidamente deliciosa. Y era algo difícil de decir, pero pensó que el
vampiro parecía bastante complacido por sus elogios cuando se lo dijo.
Eso pareció poner en marcha a todos los demás, Danny arrastrando a
Jay a la otra habitación para ayudar a poner la mesa mientras Soren y Gabe
soltaban al perro en el patio trasero.
Alexei, que se había quedado a solas con el intimidante vampiro, se
aclaró la garganta, sintiéndose una vez más indeciblemente incómodo.
—Entonces… ¿ajo?
Roman se encogió de hombros.
—Un mito, de los muchos que hay. La luz del sol irrita los ojos, pero
no es mortal. No hace falta invitación para entrar en casa de un humano.
Los espejos y las fotos nos retratan perfectamente. Una estaca en el corazón
solo te valdría un vampiro enfurecido pisándote los talones.
—Decapitación o fuego —murmuró Alexei.
Roman se volvió hacia Jay, que había vuelto a la cocina y rebuscaba
cristalería en el armario.
—Johann.
Jay ni siquiera se apartó de su búsqueda.
—¿Qué? No va a hacernos daño ¿verdad, Alexei?
—No. No, por supuesto que no.
Gabe -¿cuándo habían vuelto él y el perro del patio trasero?- fulminó
a Alexei con la mirada desde su lugar en la puerta.
—¿Qué intenciones tienes con Jay?
Roman se burló, removiendo su salsa.
—¿No te has enterado? Es el novio.
Danny, entre ellos una vez más porque aparentemente nadie podía
permanecer fuera de la cocina por más de treinta malditos segundos, sonrió
felizmente a Roman.
—¿Recuerdas cuando eras mi novio?
—Prefiero marido. Amante. Compañero —declaró Roman,
apartándose de los fogones para besarle sonoramente y por la forma en que
Danny parecía tan sonrojado y feliz después, el tipo no podía estar hecho
completamente de hielo.
Alexei agudizó el oído. Otra vez esa palabra.
—¿Compañero? ¿Son compañeros?
Nadie le respondió de inmediato, pero todos le miraban con extraña
intensidad. Al mirarlos, se dio cuenta de que Jay había venido a ponerse a
su lado, con un montón de gafas en las manos.
—Así que Jay… ¿te habló de ellos? —Danny finalmente preguntó
vacilante.
—Tienes a dos parejas apareadas en esta habitación, mafioso —dijo
Soren, con aquella intensa sonrisa de nuevo en el rostro.
Se sobresaltó un poco al oír eso de "mafioso", pero no podía pensar
demasiado en que su pasado había salido a la luz cuando tenía una
habitación llena de vampiros y la cabeza llena de preguntas.
—Oh. Bueno. Cómo… no entiendo muy bien cómo funcionan.
¿Cómo sabes que has encontrado a tu pareja?
No tenía ni puta idea de si aquella era una conversación de cortesía
pre cena para tener con un grupo de vampiros o no, pero quería saberlo y
nadie parecía dispuesto a enseñarle los colmillos y arrancarle la garganta de
rabia ni nada parecido.
Jay, por su parte, estaba ignorando la conversación por completo.
Había dejado las gafas a un lado y tenía su atención centrada en el perro
boyero que tenían a sus pies.
—Una atracción —respondió Roman, clavando los ojos en los de
Alexei—. Una atracción intensa e inquebrantable hacia el otro. Mi demonio
lo quería y yo… lo sabía.
—¿Tu demonio? —preguntó Alexei. ¿Quizá Roman era una especie
de super vampiro?
—Su bestia —respondió Jay en cuclillas desde el suelo de la cocina,
su voz extrañamente plana—. La parte vampírica que lleva dentro. La parte
que ves cuando saco los colmillos.
—Ah. De acuerdo —Alexei volvería sobre eso más tarde— ¿Y cómo
son… elegidos? ¿Qué hace que alguien sea material de compañero?
¿Era la desesperación de Alexei, su maldita obsesión por estar unido a
Jay de cualquier manera posible, lo que se reflejaba en sus preguntas?
Probablemente. Sin embargo, era difícil preocuparse cuando en realidad
estaba obteniendo respuestas.
—En realidad no lo sabemos —respondió Soren, con la mirada fija en
Jay y Ferdy—. Dicen que es el destino. No se puede discutir. Roman y yo
acabamos en Hyde Park, precisamente y nuestros compañeros… aquí.
Alexei trató de hacerse a la idea de la probabilidad de eso.
—¿Pero ambos han estado vivos durante siglos? ¿Como Jay?
Soren y Roman asintieron.
—Así que las probabilidades de que dos de ustedes encuentren a sus
parejas aquí…
—Oh, sí —Soren soltó una risita un poco salvaje, al parecer por
alguna broma suya—. Dos de nosotros.
Danny se aclaró la garganta.
—¿Comemos?
DOCE
ALEXEI
La cena no fue tan incómoda como Alexei había temido.
Después de la pequeña inquisición -¿Cuáles son tus intenciones
¿Quién está emparejado con quién?- parecía que el grupo se contentaba con
seguir con la noche como de costumbre, conversando sin problemas.
Jay sentado junto a Alexei en la mesa del comedor, estaba más
callado de lo que esperaba cuando estaban los dos solos en una habitación,
pero parecía bastante contento, mirando a sus amigos felizmente, comiendo
más de lo que su pequeño cuerpo debería ser capaz de acomodar.
Nadie parecía esperar que Alexei hablara mucho, lo cual le parecía
bien, especialmente con una comida tan increíble ante él. No recordaba la
última vez que había comido tan bien, por extraño que pareciera -¿también
había vampiros presentadores de programas de cocina?-.
Aunque aún tenía… preguntas.
Compañeros. Parejas. Parejas apareadas. Parejas predestinadas.
¿Cómo se pasa de ser novio a ser pareja? Era jodidamente importante
que lo averiguara, preferiblemente ayer. Pero la parte del destino lo
desconcertaba. ¿Eso significaba que Jay ya tenía pareja? ¿Era Alexei solo…
un relleno? ¿Preparándolo, dándole a probar el sexo y el romance, solo para
que alguien más se lo llevara definitivamente más adelante?
Odiaba la idea, tanto que su estómago, generalmente de acero,
empezó a revolverse mucho antes de que llegaran al postre ¿Por qué mierda
no podía ser él el compañero de Jay? Sería el compañero más devoto que
jamás hubiera existido, si le dieran la oportunidad.
Y no, no se le escapó la ironía. El hecho de que hacía poco que lo
había arriesgado todo, que había arruinado toda su vida para liberarse de las
obligaciones familiares, para evitar un futuro de lealtad permanente a su
hermano. Solo para estar dispuesto, en menos de dos meses después, a jurar
devoción eterna al pequeño camarero con un pasado traumático y
necesidades dietéticas muy específicas.
Pero no le importaba. ¿Por qué no Iván? Iván era un imbécil tóxico y
obsesionado con el poder del más alto nivel, moldeado para serlo por el
completo idiota de su padre. ¿Y Jay? Él era todo lo bueno, correcto y
maravilloso, lo seguía siendo incluso después de siglos de horrible
influencia.
Así que sí, estaría jodidamente encantado de ser apareado con Jay.
Pero Jay se lo habría dicho, ¿no?, si ese fuera el caso. El pequeño era
un libro abierto, un libro ilustrado de letra grande. No parecía exactamente
el tipo de persona que guarda muchos secretos, y mucho menos uno tan
grande como un vínculo vampírico entre ambos.
Una gran pregunta salió de Alexei durante la primera pausa de la
conversación, su lado práctico no pudo contenerla.
—¿Qué harán dentro de diez o veinte años? ¿Cuándo ninguno de
ustedes envejezca?
Fue Danny quien respondió a su pregunta, tras compartir una mirada
con Roman.
—Nos iremos —dijo simplemente—. Todos juntos. Encontraremos
algún lugar remoto donde pasar algunas décadas, hasta que haya pasado el
tiempo suficiente para unirnos de nuevo a la sociedad. Un lugar nuevo,
obviamente. Lo más probable es que sea otro país.
Alexei miró a Jay, que se estaba sirviendo una quinta ración de pollo.
—Y… ¿tú también irás?
Jay se sonrojó, moviéndose en su silla.
—Yo no… Bueno…
—Claro que irás —protestó Danny, con la voz impregnada de una
calidez sincera—. Tú y… bueno… cualquier acompañante que tengas. Luc
y Jamie también vendrán, creo.
Alexei no tenía ni idea de quiénes eran esos dos, pero los otros tres
vampiros de la mesa —Jay excluido— empezaron a protestar de inmediato.
Danny se limitó a negar con la cabeza.
—Son nuestros amigos. Vamos a dejar a un lado las pequeñas
diferencias en el futuro. Por el futuro.
—El brazo roto de Gabe…
—Tu asesinato…
Alexei bebió un gran sorbo de vino. Tal vez la vida alrededor de los
vampiros era más violenta de lo que había pensado en un principio.
Se preguntó si Jay tenía una opinión sobre las dos posibles
incorporaciones a su equipo de huida, pero ignoró el argumento, declarando
un completo non sequitur4 en su lugar.
—Creo que me gustaría hacer un ángel de nieve.
Todo el mundo dejó de hablar, todos ellos lo miraban con diversos
grados de indulgencia cariñosa, pero nadie estaba realmente dando un puto
paso adelante por su sugerencia. Así que Alexei lo hizo.
—Haré uno contigo, kotyonok.
Incluso con el abrigo de Alexei puesto por una vez, el aire frío de la
noche picaba, pero era difícil preocuparse cuando Jay estaba tan claramente
encantado con la perspectiva de jugar en la espesa nieve que cubría el patio
trasero de Danny y Roman, rebotando sobre los dedos de los pies en la
cubierta como si fuera la mañana de navidad.
Alexei, algo más sosegado, estaba a su lado con las manos en los
bolsillos, esperando que la falta de guantes no fuera a hacer que se le
cayeran los dedos.
—¿Sabes hacer uno, o quieres que te enseñe?
—Claro que sé cómo. Solo tienes que flotar así —Jay se bajó de la
cubierta e hizo exactamente lo que decía, dejándose caer sobre la espalda y
luego mueves los brazos y las piernas así—. Estiró las extremidades como
una estrella de mar, sonriendo como un loco todo el tiempo.
A Alexei le dolía el pecho con una extraña presión ante aquella
visión, como si estuviera demasiado lleno de emociones para poder siquiera
empezar a soportarlas. Sabía que no tenía mucho que ofrecer a nadie y
mucho menos a un ser inmortal. Era un fantasma fugitivo, sin presente ni
futuro. No era especialmente amable, ni bueno, ni divertido, ni gracioso.
Pero ante el dulce deleite de Jay, despatarrado en la nieve, pensó que tal vez
podría ofrecer algo al menos. Podía ser un compañero. Un testigo. Ayudar a
Jay a disfrutar de los placeres sencillos que claramente se le habían negado
durante tanto tiempo.
¿A Jay le gustaba la naturaleza? Viviría con él en una cueva del
bosque, si se lo pidiera. ¿Jay quería estar rodeado de gente? Podía
soportarlo, si era por él. Dejaría que él fuera el que hablara, el encantador
inadvertido y no sería tan malo. ¿Jay quería una casa desordenada? Harían
fuertes de mantas, tendrían un millón de mascotas, destruirían su cocina con
experimentos culinarios. Alexei podría ser suficiente. Podría intentarlo. Lo
intentaría.
Hasta que llegara la media naranja de Jay y lo arruinara todo, al
menos.
¿Y no era eso una patada en el puto estómago? Pero incluso si no
estaban predestinados, podía quedarse al lado de Jay hasta entonces, ¿no?
Hasta que él encontrara a la persona adecuada para atarlo. No era como si
fuera a negárselo, llegado el momento. No si la alternativa era la locura o la
muerte para su perfecto y dulce vampiro.
Jay, que parecía tomar su silencio como una reticencia, lo miró
cautelosamente desde su lugar en el suelo nevado.
—¿Has hecho alguno antes?
—No, kotyonok —Alexei salió de la cubierta—. De niño no me
gustaban mucho las actividades al aire libre. O quizá sí, pero no tuve
muchas oportunidades. En realidad, no tuve mucha infancia.
Jay asintió solemnemente y levantó la mirada hacia las estrellas que
había sobre ellos.
—Tuve una buena infancia, creo. Recuerdo que me entristecí mucho
cuando murieron mis padres. Pero mis tíos tenían una granja y me
acogieron. Me gustaba. Las tareas. Los animales.
Alexei podía imaginárselo perfectamente, el dulce Jay cuidando de
las vacas, corriendo descalzo por los campos.
—¿Y ahí es donde Vee te encontró?
—Sí —Jay se entristeció—. Y entonces mi vida fue muy diferente.
Se tumbó de espaldas sobre la nieve, extendió los brazos y las
piernas, más que nada por el deseo de devolverle a Jay la sonrisa de alegría.
Miró a un lado y lo vio asomándose por su agujero en la nieve, de su
tamaño, con los ojos grises de nuevo encendidos de felicidad. Hacía falta
tan poco para hacerle sonreír.
—¿Ves? —Jay sonrió— ¿No es bonito?
—Muy bonito, gatito —hacía un frío de puta madre y la humedad era
lo que era, pero eso no hacía que Jay tuviera menos razón.
—Siempre me ha gustado la nieve —reflexionó Jay, dejándose caer
de nuevo sobre su espalda—. Me pregunto qué más podría gustarme. Es
extraño… He vivido tanto tiempo y nos mudábamos tan a menudo, pero
siempre a los mismos lugares. Diferentes variaciones de remotos paisajes
europeos. Hay tanto mundo que no he visto, salvo en libros o películas. Este
año fui al desierto por primera vez. Pinché un cactus, solo para sentirlo —
Jay levantó el dedo índice, como demostración.
—¿No te dolió? —sin duda le dolería a Alexei, esta confesión
distraída de todo lo que a Jay nunca se le había dado, nunca se le había
permitido.
—Oh, sí —Jay sonrió al cielo nocturno—. Pero fue un recordatorio.
Que era… real.
De repente era completamente inaceptable que no lo tuviera en sus
brazos.
—Oye —dijo en voz baja—. Estoy un poco solo por aquí.
—¿Lo estás? —Jay se levantó de su ángel de nieve de inmediato,
trepando por encima de la forma tumbada de Alexei, asentando su redondo
trasero sobre su estómago—. ¿Estás mejor?
—Casi —Alexei se golpeó los labios con un dedo helado—. Creo que
necesito un beso.
Jay se inclinó ansiosamente para complacerle, sus labios helados aún
conseguían calentar a Alexei desde dentro, hacia fuera.
Jay soltó el beso primero, alejándose de su alcance con una risita.
Luego suspiró, pero fue un sonido satisfecho, lleno de placer relajado.
—Soy muy feliz cuando estoy contigo, Alexei.
—Yo también soy muy feliz contigo, kotyonok —alargó la mano para
apartar un mechón de cabello de la mejilla sonrosada de Jay—. Yo no tuve
una infancia de verdad. Te robaron la edad adulta ¿Crees que juntos tú y yo
podríamos formar una persona completa?
Jay presionó su mejilla contra la palma de Alexei.
—Excepto que yo no soy una persona.
—Lo eres —Alexei frunció el ceño, confuso ante la autoevaluación
de Jay—. ¿Quieres decir porque tienes una… -cómo lo había llamado
Jay-… bestia dentro de ti?
Jay asintió solemnemente contra la mano de Alexei.
Exhaló lentamente.
—Eres una persona, Jay. Un vampiro, quizá. Pero una persona —
como Jay seguía sin estar convencido, continuó—. ¿Le dirías a tus amigos
de ahí dentro que no son personas de verdad?
—Aunque eso es diferente. Danny y Gabe… bueno, están recién
convertidos. Prácticamente aún son humanos. Roman y Soren… Han
vivido. En el mundo. Soren escapó de nuestra guarida; experimentó la
humanidad todos estos años. Yo solo he leído, visto u oído historias. Soy
raro, atrofiado y la mayor parte del tiempo, ni siquiera sé que actúo así.
Hasta que alguien se ríe de mí o me mira de forma extraña.
—Si me rio, es solo porque tú me deleitas.
Jay le sonrió suavemente.
—Ya lo sé. Me miras de forma diferente a los demás. Me gusta
mucho —empezó a jugar con los mechones sueltos del cabello de Alexei—.
¿Por qué quiere matarte tu hermano?
—Fui contra las órdenes deliberadamente. Tomé una decisión de
negocios que le costó mucho dinero. Estaba… cansado, supongo. Quería
volarlo todo por los aires. No era lo suficientemente valiente para hacerlo
literalmente, así que tomé la ruta monetaria.
—Querías libertad.
—Quería libertad —libertad para encontrarte, fue el pensamiento
que pasó por su cabeza. Libertad para elegir. Para encontrar a una persona
digna de servir. Digna de amar.
Jay tiró suavemente del cabello de Alexei.
—Gracias por jugar en la nieve conmigo.
—Cuando quieras, gatito. Literalmente, cuando quieras.
—Una vez leí un libro sobre los lenguajes del amor —reflexionó Jay,
con una expresión pensativa en el rostro—. Había cinco, que no me parecen
suficientes. Creo que el mío podría ser el tiempo de calidad.
—¿Ah, sí?
—Sí. Me gusta tenerte conmigo, a mi lado. Aunque también me gusta
mucho el contacto físico —Jay se inclinó, presionando sus manos sobre el
pecho de Alexei y le dio un beso en los labios en aparente demostración.
—Mm. Ya me he dado cuenta. Y quizá también te gusten un poco los
elogios ¿verdad, gatito? —bromeó Alexei, recordando lo mucho que Jay
había deseado que le dijeran que estaba haciendo un buen trabajo en el
dormitorio.
Jay se sonrojó, sus mejillas ya sonrosadas se oscurecieron aún más.
—Tal vez.
—Y te gusta hacer sentir cómoda a la gente —dijo Alexei, pensando
ahora en las cinco mantas y los muchos vasos de agua—. Actos de servicio.
Jay asintió.
—Sí, eso. Además, fue muy amable cuando me trajiste una
magdalena. Eso me gustó. Regalos.
Alexei no pudo evitar su risa, solo podía esperar que Jay supiera que
provenía de un profundo afecto y no de algún tipo de burla.
—Bueno, ahora has nombrado a los cinco, ¿no?
El rubor de Jay aumentó, si eso era posible.
—Supongo que sí ¿es eso horriblemente codicioso por mi parte?
—Tal vez, pero no me importa. Tienes hambre de afecto; yo tengo
hambre de dártelo.
Jay le sonrió.
—¿Te he dicho últimamente que eres el ser humano más agradable?
—Solo contigo.
Porque eres especial, perfecto y te adoro aunque técnicamente solo
llevemos saliendo un día.
Alexei se preguntaba, contemplando aquel rostro hermoso y feliz, si
sería capaz de pronunciar esas palabras. Se preguntó si debería hacerlo.
Pero, de todos modos, no habría habido tiempo para ello.
Porque el pequeño vampiro que tenía encima ladeó la cabeza de
repente y se le borró la sonrisa de la cara mientras se giraba sobresaltado
hacia la casa amarilla que tenían detrás.
—Tenemos que volver a entrar, Alexei. Y tú tienes que quedarte
detrás de mí.
—¿Perdón?
Pero Jay, de alguna manera, ya lo había puesto en pie y tiraba de él de
la mano hacia la casa.
Dentro, los amigos de Jay se cuadraron en la puerta principal. Danny
fue empujado detrás de un gruñón Roman. Soren estaba delante de Gabe,
agarrado fuertemente a él, como si Gabe le impidiera saltar hacia delante. Y
delante de todos ellos estaba… bueno, en realidad parecía el director de un
internado británico. Un hombre delgado con un traje de tweed marrón, el
cabello castaño claro peinado hacia atrás con severidad.
—Te lo preguntaré una vez más —advirtió Roman y maldita sea, ese
tipo podía gruñir de verdad cuando quería— ¿Quién eres?
El desconocido vio entonces a Jay y Alexei, una fría sonrisa se dibujó
en sus labios, una sonrisa que no llegó a sus achinados ojos marrones.
—Ah, Johann. Ahí estás —dijo fríamente, con un acento muy acorde
con su vestimenta.
El desconocido inclinó entonces la cabeza hacia Roman, como si lo
estuvieran presentando en una cena y no a dos pasos de que cuatro
vampiros diferentes le saltaran encima.
—Me llamo Wolfgang. O Wolfe, si prefieres la sencillez —miró a
Alexei a los ojos—. Soy el prometido de Johann.
TRECE
JAY
Bueno, esto fue simplemente genial. Tan increíblemente fantástico.
¿Lo ven? Jay podía hacer sarcasmo con el mejor de ellos. A veces. Cuando
la situación lo ameritaba. Y esta situación ciertamente lo hacía. Sarcasmo y
puede que incluso algún insulto.
Apretó la mano de Alexei entre las suyas, agradecido de que su
humano no se hubiera alejado todavía.
—Hola, Wolfe —dijo a pesar de su fastidio, porque en realidad sería
descortés no saludar a un amigo que no había visto en meses. Pero luego,
porque en realidad estaba bastante molesto, dijo—: No deberías haber
venido sin preguntar.
Porque llevaba días mandando mensajes, llamando y, en general,
intentando localizar a Wolfe. Después de la declaración de Jay de que
quería quedarse en Hyde Park, solo había recibido un mensaje ominoso: No
te vas a quedar. Voy por ti.
Y como eso era obviamente inaceptable, había hecho todo lo posible
para tratar de impedirlo, pero… nada. Wolfe no había respondido ni a un
solo mensaje. Y ahora simplemente estaba allí.
Como, ¿qué demonios? Era frustrante y daba un poco de miedo -
porque puede que fuera amigo de Jay, pero Wolfe también era Wolfe-, pero
sobre todo era una grosería.
Wolfe -claramente decidido a ser un completo imbécil- solo lo miró
arqueando una ceja.
Jay se atrevió a echar un vistazo a Alexei, que no había seguido las
instrucciones y se mantenía a su lado en lugar de detrás de él. Estaba claro
que tenía que mejorar su tono de autoridad a la hora de dar órdenes. No es
que quisiera darle un montón de órdenes a Alexei todo el tiempo, pero la
seguridad era muy importante. Aunque, para ser justos, también podía
deberse a que aún no le había soltado la mano.
Pero el caso era que su humano estaba un poco verde y parecía estar
pronunciando la palabra prometido para sí mismo.
También habían tenido un momento tan agradable fuera. Hablando y
besándose en la nieve, como personajes de un encantador cuento de hadas.
No era justo que los interrumpieran de esa manera.
Soren fue un poco más expresivo que Alexei en su reacción a la
declaración de Wolfe.
—¿Prometido? —se retorció entre los brazos de Gabe y miró a Jay
con los ojos muy abiertos. Por una vez, su amigo no sonreía—. ¿Tienes un
prometido?
Jay jugueteó con el dobladillo de su camisa con la mano libre,
deseando poder tener un momento a solas con Alexei sin que toda la
habitación los mirara.
—Bueno, no es la palabra que yo usaría…
—¿‘Prometido’? —sugirió Wolfe secamente, con las manos en los
bolsillos como si estuviera dando una especie de paseo vespertino y
sonando, en general, mucho más divertido de lo que tenía derecho—.
¿Novio, tal vez?
Jay lo fulminó con la mirada. Podía sentir que su temperamento,
sobre el que solía tener un control férreo, se deshilachaba un poco.
—Deja de hacer eso, Wolfgang. Lo dices como si fuera algo que no
es.
La sonrisa de Wolfe era malvada. Porque él podía hacer eso, de
alguna manera. Sonreírle a alguien y hacer que pareciera malvado.
—Pronto nos uniremos en sagrado matrimonio.
Jay soltó un pequeño grito ahogado detrás de los labios cerrados, solo
porque se sentía bien hacerlo.
—No hay nada santo en ti. Has hecho tu gran entrada. Ahora, por
favor, deja de jugar con todo el mundo. Es de mala educación. Estás siendo
grosero.
—No entiendo qué está pasando —murmuró Alexei en voz muy baja.
Sonaba perdido, tal vez un poco triste y Jay realmente quería arreglarlo,
pero todo era un desastre y aún no sabía cómo.
—Únete al puto club —Soren se soltó del agarre de Gabe.
Vaya. Al parecer todo el mundo estaba un poco irritado, no solo Jay.
Y sí, probablemente era culpa de él. Debería haberlo confesado antes a sus
amigos. Mucho, mucho antes. Pero eso lo habría hecho real ¿no? Que ellos
lo supieran. Y Jay había querido… fingir. Fingir que le permitirían
quedarse. Pretender que realmente pertenecía.
Qué tontería. Qué estúpido. Qué infantil.
Wolfe olfateó con delicadeza, mirando ahora a Alexei con mucho más
interés del que Jay se sentía cómodo.
—Ya veo. Tenemos un humano entre nosotros ¿no?
Jay apretó con más fuerza la mano de Alexei y enderezó la columna,
dejando caer el dobladillo de la camisa. No le gustaba esta nueva expresión
en el rostro de Wolfe. No podía mostrar debilidad, no ahora. Por una vez,
tenía que ser fuerte. Firme.
—Él es mi novio, Alexei. Alexei -todos- éste es Wolfe. Es de mi
guarida.
Como Jay probablemente podría haber predicho, eso pareció ser la
gota que colmó el vaso para Soren. Se zafó de la prisión del brazo de Gabe,
atacando a Jay con más furia de la que jamás había recibido de su viejo
amigo.
—¿Trajiste a alguien de esa maldita guarida aquí? ¿A Hyde Park?
Se le aceleró el corazón y se le hizo un nudo en el estómago. Porque
Soren -Soren, que había sido tan amable con él, que le había permitido
quedarse- estaba enfadado. Muy enfadado. Y aunque Jay era generalmente
inmune a las reacciones violentas o a las voces elevadas, después de siglos
de exposición a miembros temperamentales de la guarida, odiaba ver a sus
amigos tan enfadados. Tragó saliva y trató de explicarse.
—Yo no le dije que viniera. He intentado evitarlo.
Wolfe suspiró, sacó una mano del bolsillo y se miró las uñas cuidadas
como si fueran mucho más interesantes que el caos que estaba provocando.
—No, no me dijiste que viniera. Me dijiste que te quedabas. Y sabes
que no puedo permitirlo —Wolfe bajó la mano, mirándolo con una mirada
que incluso Jay podía ver que pretendía ser condescendiente—. ¿Qué creías
que iba a pasar, Johann?
Su actitud condescendiente hizo que se sintiera un poco petulante.
Levantó la barbilla.
—En realidad no eres mi jefe.
—Muy cierto. No lo soy —concedió Wolfe bajando la cabeza—. Pero
se hicieron acuerdos. Y no soy el único que tiene interés en que vuelvas.
Roman, que seguía utilizándose como escudo corporal para proteger a
Danny de cualquier daño potencial, habló entonces.
—Aunque me encantan las alusiones indescifrables y las amenazas
veladas tanto como al próximo vampiro, debo interrumpir. Johann, ¿es una
amenaza inmediata para nuestra seguridad colectiva?
Eso fue bastante fácil de responder.
—No. Wolfe es mi… amigo. Más o menos. No va a hacer daño a
nadie. ¿Lo harás? —preguntó.
Wolfe volvió a inclinar la barbilla.
—De momento no tengo esas intenciones.
La vaguedad de aquello hizo que Roman volviera a erizarse y que un
gruñido le saliera de la garganta, pero a Jay le bastó. Se atrevió a mirar de
nuevo a Alexei a su lado. Ya no estaba tan verde, pero tampoco estaba
precisamente rebosante de salud ¿Qué se le daba a un humano después de
una terrible conmoción? ¿Agua? ¿Mantas? ¿Más pollo a la francesa con
ajo?
Jay debería al menos levantarlo de sus pies. Así que tomó una página
del libro de Roman.
—Creo que deberíamos sentarnos a tomar un té —sugirió—. Wolfe,
Danny ha hecho unas galletas buenísimas de postre esta noche ¿Alguna vez
has comido un snickerdoodle5?
—No tendrá galletas hasta que ustedes dos expliquen qué mierda está
pasando —resopló Soren, claramente aun malhumorado, pero al menos ya
no estaba gritando.
La atención de Wolfe se centró en Soren.
—Un hermoso vampiro rubio y luchador, con sentimientos negativos
hacia nuestra querida guarida ¿Acaso eres el infame Soren, el antiguo
compañero de Hendrick?
Bueno, maldito Louise. Wolfe no podría haber dicho algo peor
aunque lo hubiera intentado -aunque, conociéndolo, probablemente
intentaba ser lo más antagónico posible, solo por diversión-. La sala se
tensó de una manera que hizo que a Jay se le erizaran los vellos de los
brazos y Gabe pareció a punto de cometer un vampicidio.
Pero entonces Wolfe le sonrió a Soren de esa manera que hacía a
veces, todo dientes blancos y cero calor en los ojos.
—Me alegró enterarme de su muerte. Hendrick siempre fue
insufrible.
Soren resopló, frunciendo los labios.
—Puedes comerte una galleta.
Bueno, todo esto era mucho mejor. O al menos más civilizado, todos
con una taza de té caliente delante.
Estaban apiñados alrededor de la mesita del salón. Alexei estaba
sentado —con el ceño fruncido y los músculos tensos— junto a Jay en el
sofá, Danny y Roman apretujados a su lado. Wolfe se había abstenido
sabiamente de intentar sentarse junto a Jay y descansaba en un sillón frente
al sofá. Soren estaba en el otro sillón, en la esquina opuesta de la mesa de
café, Gabe de pie a su lado de una manera que hacía que Soren pareciera un
príncipe mimado y Gabe su caballero andante.
Jay estuvo a punto de soltar una risita al pensarlo, pero eso no sería
apropiado con lo infelices que seguían pareciendo todos, así que en su lugar
bebió un sorbo de té.
Mientras sorbía, Roman se hizo cargo de la situación, claramente
cansado de todas las respuestas a medias.
—Explica tu presencia aquí —le pidió a Wolfe, aunque con su tono
de voz parecía más bien una orden.
Wolfe miró a Jay en lugar de responder.
No podía decir si seguía siendo un imbécil o si le estaba pidiendo
permiso para compartir secretos, pero en cualquier caso, se encogió de
hombros como respuesta. No tenía ninguna intención de mentir a sus
amigos. Ya era bastante malo que no hubiera sido sincero antes.
De alguna manera había asumido, claramente de forma incorrecta,
que todo simplemente… no saldría a la luz. Que eventualmente llegaría el
momento de que Jay se fuera y sus amigos estarían de acuerdo. Todos
tenían sus compañeros, después de todo.
Jay era la excepción, lo sabía.
Wolfe pareció encontrar la respuesta que buscaba en su encogimiento
de hombros y cruzó las piernas con elegancia, ignorando tanto su té como el
plato de galletas que le había puesto delante.
—Supongo que, como sus queridos amigos, todos conocen el valor de
Johann.
Hubo un momento de silencio confuso.
—¿Como persona? —finalmente preguntó Danny vacilante—. Por
supuesto que lo sabemos. Jay es maravilloso.
Wolfe soltó un bufido divertido ante esa respuesta, provocando un
gruñido de Roman, que claramente lo tomó como una burla -
definitivamente lo era-.
—Me refiero a lo monetario —aclaró Wolfe. Ante sus miradas vacías,
suspiró, claramente dolido—. Johann es, para ser franco, multimillonario.
Varias veces.
Wolfe seguía ignorando el plato que tenía delante ¿De verdad no iba a
comerse ni una galleta? Jay empezaba a sentirse un poco ofendido por
Danny. Había hecho unos snickerdoodles tan deliciosos para todos.
—¿Jaybird? ¿Un multimillonario? —Soren sonaba inusualmente
agotado— ¿El Johann de aquí? ¿Te refieres a él? —le hizo un gesto con la
mano a Jay, de arriba abajo y él solo pudo suponer que Soren intentaba
menospreciar el atuendo para la cena, lo cual quizá era un poco injusto
cuando se había esforzado tanto por estar guapo. Sus pantalones de vellón
eran de un negro muy digno esta noche y su jersey era de un bonito rosa, las
flores verde lima bordadas en él realmente hacían resaltar el precioso color.
Claro, había encontrado ambas prendas usadas en la tienda de
segunda mano cerca de la cafetería que le gustaba, pero eso no las hacía
menos bonitas. Las había lavado y todo.
Wolfe se rio ante la incredulidad de Soren, el muy imbécil.
—Mm, sí, la ropa. Se ha puesto las pilas en lo que a moda se refiere
desde la muerte de Veronique.
Jay se movió, queriendo encontrar consuelo en sostener la mano de
Alexei de nuevo, pero no estaba seguro de si eso estaba permitido en ese
momento, teniendo en cuenta lo incómodo que se veía su pobre humano.
Eso inquietaba a la bestia de Jay: quería calmarlo, consolarlo, no explicarle
cada detalle de su sórdida historia financiera.
Pero se dio cuenta de que las explicaciones debían ser lo primero. Así
que Jay le dio un mordisco a la galleta.
—Por favor, habla como si estuviera aquí —pidió con la boca llena.
Wolfe volvió a bajar la barbilla, esta vez en señal de disculpa -durante
la última década, Jay se había vuelto muy bueno leyendo los diferentes
significados que había detrás de cada uno de los majestuosos movimientos
de cabeza de Wolfe-.
—¿Me explico? —preguntó Wolfe.
Jay asintió con la cabeza, posiblemente con menos elegancia teniendo
en cuenta que tenía la boca llena de galletas.
—Una vez que Veronique falleció, su impresionante fortuna pasó
naturalmente a Jay, como su compañero superviviente -explicó Wolfe al
grupo-. Pero su muerte coincidió con la de otros líderes de la guarida -Silas
y Anton, concretamente- que, al no tener compañeros en ese momento,
habían pasado su fortuna a los otros líderes de la guarida en orden
descendente. Básicamente, cuando el polvo legal se asentó, lo que llevó
varios años, Jay se quedó con todo.
—¡Mierda! —murmuró Soren, sonriendo ampliamente.
—Realmente no lo entiendo —dijo Danny— ¿No son todos bastante
ricos para empezar?
—Hay ricos y ricos, mi amor —respondió Roman—. Puede que no
nos falte el dinero, pero yo no poseo miles de millones.
Danny se movió en su asiento, claramente no muy aplacado con esa
explicación.
—Pero con la compulsión y viviendo en las afueras de la sociedad,
¿qué importa?
Exactamente lo que Jay siempre había pensado, pero normalmente
parecía ser el único.
—Los vampiros son como cualquier otra persona en ese aspecto, me
temo —explicó Wolfe—. La compulsión está muy bien, pero cuando se
trata de documentos legales, bienes, cosas por el estilo… el dinero sigue
siendo la clave. Se necesita mucho capital para mover una guarida entera
cada década más o menos. El dinero es poder, francamente. Y Jay tiene
bastante.
Y entonces todos los ojos se posaron de nuevo en Jay. Tomó un sorbo
de té, tragando su tercera galleta en otros tantos minutos. Tenía la mano de
Alexei entrelazada con la suya -Jay ni siquiera se había dado cuenta de que
la había tomado-, pero la ancha palma de su humano estaba
desconcertantemente flácida. Le echó un vistazo, preocupado, pero Alexei
definitivamente no estaba durmiendo, sino que sus hermosos ojos estaban
abiertos y sin pestañear, fijos en Wolfe.
¿Debería Jay llevarlo al médico o algo así?
—¿Y cómo encajas tú en esto exactamente? —preguntó Roman a
Wolfe cuando se dio cuenta de que Jay no tenía nada que decir.
—Había… preocupaciones… en la guarida. Jay ha sido miembro
durante siglos, pero como compañero, no como líder. Querían alguna
garantía de que se adheriría a… las expectativas. Yo tengo el poder y la,
digamos -Wolfe movió los labios-, crueldad para liderar, pero soy un
vampiro mucho más joven en el gran esquema de las cosas. No he
acumulado la riqueza ni la experiencia de otros -las palabras tácitas eran
que la guarida no confiaba en Wolfe hasta donde podían arrojarlo-. Así que
se hizo un acuerdo. Una unión de nuestras casas, por así decirlo, para
tranquilizar a la guarida.
—¿Por qué… por qué estarías de acuerdo con eso, Jay? —preguntó
Danny, con la consternación grabada en sus rasgos.
Jay se encogió de hombros de nuevo, sintiéndose más que un poco
incómodo con el continuo escrutinio.
—No me importaba en ese momento. No me importaba el dinero.
Solo quería que me dejaran en paz. Y Wolfe siempre ha sido… amable
conmigo. Sin su interferencia, probablemente me habrían matado, habrían
encontrado la forma de transferir el testamento a otra persona.
Soren tenía un brillo extraño en los ojos y su sonrisa no aparecía por
ninguna parte. Jay creía conocer esa mirada: Soren volvía a sentirse
culpable por haberle dejado atrás. Pero no era culpa de él. Era de Jay,
siempre, por no ser lo bastante valiente o fuerte para valerse por sí mismo.
—Todo lo que pedí a cambio fue que me dieran algo de tiempo. Y
luego… después de tu llamada… un año para pasarlo en Hyde Park.
—Un año —reflexionó Roman—. Así que te ibas…
—En primavera, sí.
—¿Ni siquiera nos lo habrías dicho? —Danny parecía herido de solo
pensarlo.
—¡Claro que lo habría hecho! —protestó Jay—. Solo quería…
esperar un poco. Fingir, supongo.
La mano de Alexei finalmente cobró vida entonces, su agarre
apretándose en la de Jay y luego habló por primera vez desde que todos se
habían sentado en la sala de estar.
—¿Le quieres?
Sus palabras no iban dirigidas a Jay, sino a Wolfe.
Wolfe ladeó la cabeza, con una extraña media sonrisa en los labios.
—No, claro que no. Es un acuerdo de negocios.
Alexei entrecerró los ojos.
—No te creo.
Jay palmeó la rodilla de Alexei, aplacándolo.
—No puede quererme, Alexei.
Alexei se volvió hacia él, con el ceño fruncido, parecía tan severo
como antes de que Jay y él se conocieran y sus ojos empezaran a volverse
suaves, solo para él.
—¿Por qué no? —preguntó Alexei con dureza—. Eres perfecto.
Cualquiera podría amarte.
Bueno, eso fue… agradable. Muy bonito. De hecho, hizo que Jay se
sintiera cálido y confuso por dentro. Pero aun así, Alexei estaba
equivocado.
—Pero no Wolfe. Es un psicópata.
Soren soltó una risita.
—Duro comentario sobre tu amigo, Jaybird.
Jay ladeó la cabeza, pensativo. Pero no le pareció duro decir la
verdad.
—Bueno, es mi amigo, sí. Pero también es un psicópata.
Wolfe levantó una mano, pareciendo casi cariñoso con Jay en ese
momento.
—Culpable de los cargos, me temo.
Jay asintió, reivindicado.
—Pero no es culpa suya. Simplemente nació así.
—Espera —Danny miró de Jay a Wolfe y viceversa— ¿Quieres
decir… literalmente?
Jay asintió y se volvió hacia Alexei.
—Como ves, no puede quererme. No de verdad.
Soren volvió a soltar una risita.
—Jesucristo, joder.
—No es que no me encante esta conversación íntima que estamos
teniendo —interrumpió Wolfe, obviamente aburrido del pequeño
descarrilamiento de su propósito—. Pero el verdadero problema aquí eres
tú, Johann. Decirme que has cambiado de opinión.
—¿Y qué? —Soren se burló—. Bien por él. Queremos que se quede.
—Entonces me temo que no es realista en este momento. Realmente
no puedo permitirlo.
—¿Cómo me has encontrado? —Jay preguntó.
—Estoy rastreando tu teléfono, obviamente ¿Pensaste que te dejaría
huir del país sin una manera de encontrarte de nuevo?
Dios, ¿dónde estaba la confianza? Jay volvió a sentirse petulante.
—No quiero volver —tal vez si lo decía suficientes veces, Wolfe lo
entendería.
Pero los agudos ojos de Wolfe se centraron en las manos unidas de
Jay y Alexei.
—¿Es ése el problema aquí? —preguntó, enseñando los dientes. De
alguna manera lo hizo parecer aterrador, incluso sin sus colmillos—.
Bastante fácil de arreglar.
La bestia de Jay se tensó en su interior y tuvo que contenerse para no
apretar la mano de Alexei lo bastante fuerte como para romperle los huesos.
—No lo amenaces, Wolfgang.
—Un solo humano entre lo que quiero y yo —reflexionó Wolfe,
descruzando las piernas e inclinándose hacia delante en la silla— ¿Qué otra
cosa puedo hacer, Johann?
Jay respiró entrecortadamente, armándose de valor.
—Si intentas hacerle daño, tendrás que pasar por encima de mí. Y…
bueno, probablemente podrías -concedió-. No sé mucho de lucha. Pero
entonces yo estaría muerto y tú no tendrías suerte. Así que… no lo hagas.
Jay no estaba seguro de que eso fuera cierto. Sin duda existía la
posibilidad de que Wolfe ya hubiera hecho algunos movimientos entre
bastidores, en caso de que Jay muriera. Pero no era muy probable que se las
hubiera arreglado para conseguirlo todo, no cuando las finanzas de Jay eran
tan complicadas, así que solo podía apostar por el hecho de que Wolfe lo
necesitaba vivo y relativamente bien para lograr sus objetivos.
La sonrisa en los labios de Wolfe era cualquier cosa menos amable.
—Johann, querido ¿te ha crecido la columna vertebral desde la última
vez que nos vimos?
—No seas malo —aunque Wolfe tuviera razón, no era muy amable.
Soren se aclaró la garganta.
—No te pelearías solo con Jay. De verdad espero que lo sepas.
Wolfe se tomó un momento, estudiando la habitación, los cinco
vampiros que estarían en su contra en cualquier tipo de pelea.
—Muy bien —se levantó de la silla, alisándose las líneas del traje—.
Estaré en contacto, Johann.
Nunca probó una galleta.
CATORCE
ALEXEI
Alexei tardó casi todo el trayecto de vuelta al apartamento de Jay en
romper su estado casi catatónico y, cuando lo hizo, rompió a reír.
Porque… joder ¿Jay era multimillonario? ¿Un multimillonario con un
maldito prometido vampiro?
Un prometido.
Un puto prometido.
Esa palabra por sí sola era suficiente para poner a Alexei en órbita.
Porque había vivido toda su vida rodeado de gente obsesionada con el
dinero y el poder. Ganándolo, manteniéndolo, dominando a los demás. Por
fin -por fin-, había huido de todo eso, ¿y adónde le había llevado? Al
maldito heredero multimillonario de una oscura guarida de vampiros
europea, que en ese momento lucía un agujero bastante raído en el brazo
izquierdo de su jersey de segunda mano.
¿Cómo podía hacer otra cosa que reírse de lo ridículo de todo
aquello?
—Um...
Alexei apartó los ojos de la carretera -¿había sido realmente la mejor
idea dejarle conducir?- el tiempo suficiente para ver a Jay mirándole
fijamente, con aquella ceja pálida fruncida en visible preocupación.
—¿La risa inoportuna es uno de los síntomas del shock? —preguntó
Jay.
Fue la leve nota de ansiedad real en su voz lo que hizo que la risa de
Alexei finalmente se calmara.
—Lo siento, gatito —consiguió decir, tratando de tragarse las últimas
risitas errantes—. Me estoy dando cuenta de que mi padre podría haberte
aprobado después de todo.
Volvió a mirar y observó a Jay mordisqueándose el labio inferior, con
la cara desencajada. Parecía absolutamente miserable.
—Yo no pedí el dinero, Alexei —dijo con dulzura—. Vee solo quería
asegurarse de que me cuidaran, por si le pasaba algo.
—Cuidado y algo más —replicó Alexei, deteniéndose en la acera
frente al apartamento de Jay. No sabía por qué lo había dicho, por qué había
insistido en lo que claramente era un tema delicado para Jay. Tal vez quería,
solo por un momento, que se sintiera mal. Mal por mentirle, por darle
esperanzas de algo más, algo real cuando él siempre había tenido la
intención de marcharse.
Le dijo a Wolfe que quería quedarse, argumentó la parte más
razonable de su cerebro.
En cualquier caso, Jay no tenía respuesta a su mezquina afirmación y
entraron en su apartamento en un tenso silencio. Jay se dirigió
inmediatamente a la cocina y él se tumbó en el sofá, con movimientos
inestables, la mente dividida entre concentrarse obsesivamente en ese hecho
no tan insignificante -prometido, prometido, prometido- y dispersarse en
mil direcciones diferentes y confusas.
No se dio cuenta de que había estado mirando a la pared, con los ojos
desencajados, hasta que el carraspeo de Jay rompió su confusión.
—Bueno, tengo un gran vaso de agua para ti y luego me he comido
casi todo lo que había en la despensa, pero tenía un poco de pan, así que le
he puesto un poco de mantequilla. Pan y mantequilla, es un clásico,
¿verdad? Debería ser sabroso. ¿Verdad?
Alexei enfocó la vista con esfuerzo y giró la cabeza hacia la izquierda
para verlo rondando junto al borde de la mesita, con una taza en una mano y
un plato pequeño en la otra.
Miró el contenido del plato y fue casi suficiente para hacerle sonreír
de verdad.
—Kotyonok ¿Usaste toda la barra de mantequilla?
Jay frunció el ceño, pensativo.
—No, solo… uhm ¿la mitad? ¿Por qué, debería haberla usado entera?
Alexei sacudió la cabeza, encantado a su pesar. Maldita sea, ¿cómo
iba alguien a seguir enfadado con aquella criatura tan sincera y alienígena?
—No, cariño, es perfecto. Ven aquí, por favor. Acabamos de cenar. En
realidad no necesito comida ahora mismo.
—El agua, sin embargo —insistió Jay, acercándose y sosteniendo el
vaso frente a la cara de Alexei—. Estás en estado de shock. Necesitas
hidratarte ¿verdad?
Le agarró el vaso y lo dejó sobre la mesita.
—No estoy en estado de shock, cariño. Solo estoy conmocionado.
Ven aquí. Me siento solo aquí sentado.
Jay dejó el plato en el suelo, lo bastante descuidadamente como para
hacer ruido y se apresuró a dar los últimos pasos, como si solo hubiera
estado esperando a que le dieran permiso para acercarse. Y puede que así
fuera. Tal vez le preocupaba que Alexei lo rechazara. Sabía que, desde la
llegada de Wolfe a casa de Danny, se encontraba en un extraño estado de
confusión. Procesando, a su manera. Y, por lo general, no hablaba mucho
cuando lo estaba procesando, lo que podría haber sorprendido a Jay,
teniendo en cuenta que él era poco hablador cuando se trataba del pequeño
vampiro.
No era de extrañar que Jay pensara que estaba en estado de shock.
Lo atrajo a su regazo de inmediato, rozando con la nariz el cabello
oscuro de Jay, dejando que el refrescante aroma a menta le despejara la
mente mientras Jay se contoneaba para sentarse a horcajadas sobre sus
muslos.
—¿Por qué te gusta tanto la comida humana? —murmuró Alexei
entre los mechones desordenados…
—Bueno, yo nunca llegué a tenerla, cuando Vee estaba cerca —
reflexionó Jay, envolviendo sus brazos el centro de Alexei—. Ella pensaba
que era de mal gusto comer cuando no era necesario. A veces teníamos
comida para invitados humanos, pero no se me permitía tomar nada para
mí.
—Jesús —odiaba cada nuevo pedacito que aprendía sobre la vida de
Jay con Vee. Lo habían convertido tan joven solo para negarle tantos
placeres de la vida, tantas experiencias fuera de su alcance. Lo habían
atrofiado a propósito antes de que alcanzara su plenitud.
Estampó un beso en la cabeza de Jay, consciente de que se estaba
comportando como un completo cabrón. Pero Jay se aferró a él de vuelta,
frotando la cabeza contra su hombro como el gatito que lo llamaba tan a
menudo.
—¿Estás enfadado conmigo? —preguntó vacilante y odiaba el tono
ansioso de la pregunta.
Pero esa era la pregunta, ¿no? ¿lo estaba? Sabía que debería estarlo.
Por muy nueva que fuera la relación entre ellos, ¿no era de elemental
decencia común hablarle a alguien de un prometido, aunque fuera poco
convencional?
Pero, por una vez en la vida, no pudo reunir la rabia, una emoción que
solía estar bajo su piel. No por Jay. No cuando seguía pensando en lo que
había dicho en el salón de sus amigos. Sin su interferencia, probablemente
me habrían matado…
El mensaje oculto tras todas las revelaciones de Jay y Wolfe había
sido que Jay estaba en peligro, en virtud de la herencia que había ganado. Y
ese pensamiento lo tenía aterrorizado.
¿Cómo podía alguien, por muy despiadado y sediento de sangre que
fuera, querer hacerle daño a ese dulce vampiro? ¿Por qué Jay, de entre todas
las personas, había tenido que verse arrastrado a un mundo tan brutal?
Podría haber seguido siendo un granjero feliz, contento con su familia y su
conexión con la tierra.
Pero si la vida de Jay nunca hubiera cambiado de rumbo, si Veronique
nunca lo hubiera convertido, Alexei nunca lo habría conocido; sus vidas
habrían estado separadas por siglos. Lo que significaba que, aunque seguía
sintiendo un odio profundo y punzante por Veronique, no podía arrepentirse
del todo de sus acciones ¿verdad?
Y eso lo convertía en el mayor imbécil de todos.
Se dio cuenta de que Jay se había tensado en su abrazo. Por supuesto.
Porque nunca había respondido a su puta pregunta.
Alexei estampó otro beso o cinco en el cabello de Jay, frotando su
esbelta espalda con una mano.
—Oh, no —le tranquilizó—. No estoy enfadado contigo, gatito. Es
solo que… quería decirte que siento que te convirtieran en contra de tu
voluntad, que hayas tenido que lidiar con todo este lío. Pero estaría
mintiendo, ¿verdad? Me alegro de que hayas vivido lo suficiente para
conocernos.
Jay volvió a tensarse, soltando su agarre en el medio de Alexei y
forcejeando contra los brazos de éste y se preocupó por un momento de
haber metido la pata del todo, de haber ofendido de verdad a su dulce
vampiro con su total falta de empatía apropiada.
Pero Jay le sonreía, con una extraña timidez en la expresión.
—Yo tampoco lo lamento —susurró, como si fuera una confesión
secreta—. Lo sé… Bueno, no es una carga que le desearía a alguien más —
aquella afirmación tenía algo de punzante, sus ojos grises estaban
increíblemente serios, aunque Alexei no entendía por qué—. Pero he sido
feliz aquí, en Hyde Park. Incluso cuando me sentía solo o triste, antes de
conocernos, seguía siendo feliz ¿Tiene sentido?
Alexei apartó un mechón del cabello oscuro y le pellizcó el lóbulo de
la oreja.
—Claro, kotyonok. Tiene sentido.
Jay sonrió al comprenderlo por un momento antes de que su rostro
volviera a la solemnidad apropiada.
—Siento no haberte hablado de Wolfe.
Alexei tragó saliva antes de encogerse de hombros con una
despreocupación engañosa. Puede que no estuviera enfadado, pero no sabía
qué decir. O, al menos, no sabía qué decir que no revelara la profundidad
del cuchillo que sentía retorcerse en sus entrañas.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó en su lugar.
La parte tácita de la pregunta era: ¿Me dejarás? ¿Huirás?
—No lo sé —dijo Jay. Empezó a juguetear con el dobladillo de la
camisa de Alexei como solía hacer con la suya—. Si pudiera regalar el
dinero, lo haría. Pero… no me fío de la guarida. Es un lugar podrido. No
merecen tanto poder. Con Wolfe, tal vez podría controlarlo, pero… no
quiero irme. Solo quiero... existir. Por mí mismo. Con la gente que me
importa.
Una especie de esperanza desesperada lo invadió al pensar que él
podría ser una de esas personas. Realmente, realmente esperaba contar
como una de esas personas.
—¿No puedes dárselo a Wolfe, entonces?
Jay había juntado dos puñados de la camisa de Alexei y parecía
intentar hacer un extraño nudo sobre el estómago.
—Puede que no lo acepte. Solo, es más vulnerable. Es demasiado
nuevo en la guarida. No hay suficiente confianza. Es más conveniente
tenerme a bordo. Y Wolfe es grande en lo que conviene.
Alexei pensó en quitarse la camisa y dejar que le hiciera los nudos
que quisiera, pero al final decidió que eso lo desconcentraría.
—Dijiste que era un psicópata.
Jay se mordió el labio inferior, dejó caer los puñados de tela y se
dedicó a alisar las arrugas que había hecho.
—Lo es —lo dijo con la misma fría aceptación que la primera vez—.
Pero no es cruel sin propósito. Le gustan las cosas ordenadas, bajo su
control. Lo hace menos errático que los otros, en realidad. Además, en
cierto modo… me salvó.
—¿Y cómo lo hizo? —preguntó, tratando de mantener la voz tan
calmada y nivelada como la de Jay, aunque cualquier cosa relacionada con
Wolfe amenazaba con ponerle la tensión por las putas nubes.
—Me alimentó después de que mataran a Vee. Obligó a los humanos
por mí. Convenció a los miembros de la guarida para que se quedaran atrás
mientras recuperaba mis fuerzas. Creo que su apoyo es lo único que evitó
que me sacrificaran.
Oh. Oh. Alexei le agarró las manos con las suyas, deteniendo sus
esfuerzos de alisamiento, necesitando ese contacto extra. Estaba agradecido
de que Wolfe hubiera mantenido a Jay con vida —pensar en cualquier otra
alternativa era demasiado horrible para soportarlo—, pero joder, si no
odiaba sentirse en deuda con el tipo. Hubiera deseado ser él quien lo
salvara, quien lo mantuviera con vida, quien lo alimentara. Habría ofrecido
hasta la última gota de su propia sangre para mantenerlo entero.
—Quiero que te quedes —Alexei apenas reconocía su propia voz, la
áspera grava que salía de él al pronunciar las palabras.
Pero ahí estaba. La verdad egoísta. No le importaba el dinero, ni el
acuerdo previo con Wolfe. No le importaba la guarida de cretinos que Jay
había dejado atrás. Lo único que le importaba es que estuviera con él. Lo
quería a su lado, feliz y sano. Simplemente… lo quería.
Jay inclinó la cabeza desde donde había estado estudiando sus manos
unidas para sonreírle, tan suave y dulce, pero con una tristeza en aquellos
ojos grises que detestaba por completo.
—Por favor —suplicó Alexei—. Por favor, quédate.
—Es como le dije a Wolfe: quiero quedarme —y como Jay era bueno,
amable y perfecto, añadió lo que había estado temiendo—. Quiero
quedarme contigo.
El suspiro de alivio de Alexei se cortó a medio camino porque
entonces la boca de Jay estaba sobre la suya, el vampiro envolviéndole de
nuevo de la forma en que debería estar siempre.
Porque Jay debería estar siempre allí, en sus brazos. No había otra
realidad que tuviera sentido.
Alexei lo intentó, al principio. Realmente lo intentó. Ambos acababan
de sufrir una conmoción y las emociones estaban a flor de piel. Así que hizo
todo lo posible por mantener el beso casto y dulce, por no ceder a su codicia
interior de más, siempre más.
Pero muy pronto Jay estaba deslizando la lengua en su boca, tan
hambriento como siempre de cada caricia suya y él no pudo resistirse a
seguir su ritmo, a satisfacer su hambre.
Así que Jay no tardó en retorcerse en su regazo, frotando el culo
intencionadamente o no contra su erección vestida.
Gimió su queja cuando Jay finalmente rompió el beso.
—¿Qué dije antes? —preguntó Jay, jadeando y meciéndose contra la
polla de Alexei, prácticamente cabalgándolo. Jesucristo.
Intentó concentrarse a través de la niebla de su lujuria para encontrar
el significado de Jay. Cuando lo hizo, lo recorrió una descarga eléctrica de
deseo.
—¿Quieres decir sexo con penetración, gatito?
Jay asintió con entusiasmo, aferrándose a los labios de Alexei de
nuevo antes de romper, pareciendo ridículamente tímido de repente para
alguien que estaba cogiendo su regazo como si no hubiera mañana.
—Um, ¿si todavía me quieres?
Alexei respondió con una risa estrangulada.
—No puedo respirar sin desearte, gatito —la cara de sorpresa de Jay
casi rompió su corazón. Porque joder, ¿de verdad había pensado que le diría
que no?—. Seguiremos con nuestros planes para después de cenar, cariño.
Definitivamente.
Jay se movió como si quisiera zafarse de su regazo, pero le apretó los
brazos y lo mantuvo cerca, levantándose del sofá y llevándolo con él, su
pequeño vampiro cabía tan fácilmente en sus brazos.
—Te tengo, kotyonok.
Jay le sonrió y rodeó las caderas con las piernas.
—Tan fuerte para ser humano.
—Por favor, gatito. Eres ligero como una pluma —lo llevó en
dirección al dormitorio, tratando de no perder la cabeza por la forma en que
metía la cabeza en el pliegue de su cuello, olfateándolo como si pudiera
consumirlo solo con su olor.
La habitación de Jay estaba tan limpia y ordenada como cabría
esperar, aparte de una pila de dibujos esparcidos al azar sobre su mesita de
noche.
Alexei no perdió demasiado tiempo en contemplar la vista y lo arrojó
inmediatamente sobre la cama, más por el deseo de oír la risita de respuesta
que por la voluntad de soltarlo de sus brazos.
Jay no se quedó donde había aterrizado, sino que corrió hacia la
mesita de noche, abrió el cajón -todavía riendo salvajemente- y sacó un bote
de lubricante y luego, mucho más vacilante, un paquete de condones
envueltos en papel de aluminio.
—Um, como vampiro, no puedo darte nada malo, aunque no fuera mi
primera vez. Pero si te sentirías mejor con estos…
Alexei se congeló en su lugar, de pie allí a la orilla de la cama, su
polla tan dura que se estaba volviendo dolorosa ¿Jay le estaba dando la
opción de ir desnudo? Joder, joder.
—No los necesitamos —dijo, con la voz más ronca de lo que
pretendía. Pero Jay solo le devolvió la sonrisa, claramente complacido por
su decisión y volvió a guardar los condones en el cajón antes de acercarse a
sí mismo y a la botella de lubricante una vez más al centro de la cama.
—Bueno, lo he mirado. Sé que necesito… prepararme. Estirarme —
miró fijamente el bulto en los vaqueros de Alexei—. Tu polla es bastante
grande ¿sabes?
Alexei reprimió la sonrisa, tratando de mantener el semblante serio.
Consideró el increíble atractivo de Jay abriéndose, aprendiendo a convencer
a su cuerpo para que aceptara su polla. Pero al final se impuso el deseo de
tener sus manos sobre Jay tanto como fuera posible.
—¿Sabes lo que me gustaría, gatito? —preguntó— ¿Qué me haría
sentir realmente bien?
—¿Qué? —Jay rebotó sobre sus rodillas con la pregunta, deseoso
como siempre de complacer.
—Si me dejaras hacerlo por ti. Relájate y deja que me ocupe de ti.
Puedo hacer que te sientas muy bien.
—¿Te gustaría eso? —preguntó Jay, ladeando la cabeza, el
escepticismo claro en su voz—. ¿En serio?
Oh, vaya. El pequeño vampiro de actos de servicio de Alexei, tan bien
entrenado para satisfacer las necesidades de los demás.
—No tienes ni idea de cuánto, kotyonok.
Jay volvió a inclinar la cabeza con escepticismo, pero acabó
asintiendo tímidamente antes de desvestirse. Alexei le siguió a un ritmo
algo más tranquilo. No porque estuviera menos ansioso, sino porque le
temblaban los malditos dedos, le daba vergüenza notarlo.
Era solo… compartir esta primera vez con Jay, unirlos de esta
manera. Lo deseaba tanto. Probablemente demasiado. Más de lo que nunca
había deseado nada.
Sintió que su mirada abandonaba a Jay solo por un momento, solo el
tiempo suficiente para quitarse los zapatos, los vaqueros y cuando volvió a
centrarse en la cama, su aliento lo abandonó de golpe.
Jay estaba tumbado de espaldas sobre las sábanas, completamente
desnudo, con la polla dura goteándole sobre el vientre, la cara sonrojada e
increíblemente feliz, con las piernas sujetas hacia arriba y hacia atrás por la
cabeza.
Se había doblado literalmente por la mitad para las atenciones de
Alexei, sin una gota de timidez en su hermoso cuerpo.
—Mírate, gatito —gimió, acariciando su propia polla dura—. Tan
bueno para mí. Qué maldito regalo eres.
Jay se retorció de placer ante el elogio, pero no soltó el agarre de sus
piernas. Por supuesto que no. Un jodido buen chico para Alexei.
Y por mucho que quisiera disfrutar de aquel espectáculo por el resto
de la eternidad, Alexei no perdió más tiempo. Se arrastró hasta la cama y
empezó inmediatamente a besar con la boca abierta la parte inferior
expuesta de los muslos de Jay, sin poder resistirse a morder la piel suave y
pálida.
Jay suspiró feliz ante el contacto y sus piernas se relajaron aún más.
Alexei lo recompensó besando la punta de su dura y bonita polla, bebiendo
el pequeño gemido de Jay como si fuera un buen vino y luego le besó el
estómago, subiendo hasta pasarle la lengua por los pezones.
En realidad, Alexei quería cartografiar cada centímetro de su piel con
su boca, saborear cada trocito de aquel bufé que tenía delante.
Pero también era un condenado impaciente que no quería otra cosa
que aprovecharse de esta posición particular, de este afán abierto. Así que,
como Jay se lo ponía tan fácil y se exhibía tan maravillosamente, apenas se
tardó en pasar la lengua por el agujero expuesto.
Jay se sacudió, levantando aún más el culo de la cama.
—¡Oh! —jadeó—. Y…yo no… p…pensé... ¿Dedos?
Alexei levantó la cabeza y lo vio mirándolo, con los ojos grises muy
abiertos y sorprendidos, las mejillas aun adorablemente sonrojadas.
—Lo conseguiremos, gatito. Te lo prometo. Te ves tan delicioso —
Alexei mordió suavemente el muslo de Jay—. Me temo que tengo que
devorarte. Simplemente tengo que hacerlo.
Jay soltó una risita sin aliento ante su burla, pero fue cortada por un
grito ahogado cuando Alexei hurgó una vez más en el surco de sus mejillas.
—¡Oh, Dios mío!
Alexei trabajó en su agujero, ablandándolo con implacables besos y
tanteos, dejando que su saliva se acumulara y luego clavándole la lengua.
Siguió haciéndolo hasta que los gemidos de Jay se convirtieron en un flujo
continuo y constante de ruido, sus muslos temblaban tanto que finalmente
se soltaron de su cuidadoso agarre.
—L—lo siento —jadeó Jay—. Ay, Dios. Lo siento, me sentí tan bien.
Alexei sonrió contra su piel.
—Nunca necesitas disculparte por tus respuestas a mis caricias,
gatito. Vamos a prepararte para mí, ¿eh?
—¿No es... no es eso lo que estabas haciendo?
—Cariño —canturreó Alexei—. Esa parte era solo para mí.
Alexei agarró el lubricante que había junto a él en la cama y roció un
poco en el agujero de Jay antes de untarse el dedo.
Fue despacio, muy despacio. Porque Jay, por muy ansioso que
estuviera en su mente, estaba… apretado. Muy apretado. Y realmente, más
de dos siglos de virginidad le harían eso a un hombre. Alexei estuvo a punto
de reírse, pero levantó la vista y vio que los ojos grises de Jay lo miraban
con tanta solemnidad que no se atrevió.
—¿Te sientes bien, cariño? —preguntó en su lugar.
Jay asintió, con los ojos muy abiertos.
—Muy bien.
Alexei exploró con cautela, acariciando con un dedo, torciéndolo
hasta que oyó el jadeo sorprendido y encantado que significaba que había
encontrado la próstata de Jay. Pronto lo tuvo gimiendo de nuevo, pero dudó
en añadir el segundo dedo.
Justo hasta que Jay empezó a suplicarle.
—Más, Alexei. Más. Por favor. No soy delicado. Puedo soportarlo.
Soy fuerte, lo prometo.
Alexei sabía que era fuerte, más fuerte de lo que él creía. No se había
perdido la parte, en esa sala de estar, donde Jay se había ofrecido a luchar
por él. Morir por él. Nadie en la vida de Alexei -nadie, nunca- se había
ofrecido a luchar por él. Incluso su madre, su única fuente constante de
bondad en la infancia, había preferido marcharse.
Pero Alexei no quería que los pensamientos sobre su familia
invadieran este momento.
—¿Estás pidiendo otro dedo, kotyonok?
—Sí —gimió Jay, la impaciencia lacerante a través de su voz—. Sí.
Pues bien. Alexei hizo lo que se le dijo, añadiendo otro dedo. Cuando
llegó a tres, Jay se tensó.
—Oh, no.
Alexei detuvo sus movimientos. ¿Le había hecho daño?
—¿Qué pasa? ¿Demasiado?
Jay gimoteó, contoneándose contra la invasión de Alexei.
—No. Es que… uhm esto… me gusta demasiado.
Alexei no pudo evitar sonreír cuando se dio cuenta del problema.
—Ohh, ya veo ¿vas a correrte, cariño? —retorció los dedos dentro de
Jay, haciendo que el vampiro soltara un gemido de impotencia—. Adelante,
gatito. Podemos hacer que te vengas otra vez, te lo prometo.
Jay se estremeció cuando Alexei bombeó sus dedos con renovado
vigor. Se abalanzó sobre él, succionando la cabeza de la polla de Jay en su
boca justo a tiempo para su liberación, tragando cada gota de su semen.
—Dios mío. Dios mío. ¡Oh!
Alexei soltó la polla y se levantó para besar a su vampiro,
perdiéndose en la embriagadora forma en que Jay se encontraba con sus
labios tan ansiosamente, sin importarle el hecho de que acababa de correrse
en la boca de Alexei.
No estaba seguro de cuánto tiempo había pasado cuando Jay rompió
el beso, empujando los hombros de Alexei.
—Ahora estoy listo para más.
—¿Lo estás? —Alexei se apoyó sobre Jay en un codo, trabajando sus
dedos de nuevo en él, solo para estar seguro.
—¡Alexei! —gimió Jay—. Sexo. Sexo con el pene. Estoy listo.
Esta vez, Alexei se rio de verdad; no pudo evitarlo.
—Mi pequeño alienígena —canturreó, presionando otro beso en los
labios de Jay, tan completamente abrumado por el cariño hacia esta extraña
criatura.
—No soy un extraterrestre —protestó Jay, frunciendo los labios en un
mohín—. Soy un vampiro ¿Ahora cómo me quieres?
—Tal como estás6 —dijo Alexei. Las palabras tenían un significado
mucho más profundo que el mero posicionamiento físico, pero también eran
lo bastante ciertas para eso.
Quería ver la cara de Jay cuando lo penetrara por primera vez.
Alexei se lubricó, quizá en exceso, pero no quería que Jay se
arrepintiera ni un segundo, antes de introducirle más lubricante con los
dedos.
—Alexei.
Se rio de la frustración en la voz de Jay, alineando su polla en el
resbaladizo agujero del vampiro.
—Silencio, gatito. Como te he dicho. Yo me encargo.
Empujó lentamente, sin aliento ante la increíble presión. Sus ojos
querían cerrarse, pero los mantuvo abiertos, observando el hermoso rostro
de Jay en busca de cualquier cambio de expresión. Había sorpresa. Una
punzada de lo que parecía ser incomodidad. Pero entonces… Jay sacó la
lengua para mojarse los labios y una lenta sonrisa se dibujó en su rostro.
—Ohhh, Alexei. Me gusta. Me gusta mucho. Más —apretó los
talones contra el culo de Alexei, empujándole a moverse más
profundamente.
Y cuando Alexei tocó fondo, los colmillos de Jay descendieron, sus
ojos se oscurecieron hasta ese negro profundo. Era hermoso, perfecto, todo
lo que había deseado. Se lo dijo.
Y entonces, porque no podía evitarlo, Alexei suplicó una vez más.
—Di que te quedarás conmigo. Di que no me dejarás solo —sabía que
no era justo pedir promesas a mitad del coito, pero estaba desesperado.
Increíblemente desesperado.
Jay sonrió ampliamente cuando las caderas de Alexei empezaron a
moverse casi en contra de su voluntad, aquellos colmillos brillando incluso
en la tenue iluminación del dormitorio.
—Nos quedaremos. No nos iremos.
Alexei se congeló, el movimiento de sus caderas se detuvo.
—¿Eres… eres la bestia de Jay?
Una pausa y entonces los colmillos de Jay se retiraron, sus ojos
volvieron a ser grises, las pupilas aún más anchas de lo que Alexei las había
visto nunca. Jay no abordó el extraño desliz, en su lugar arqueó la espalda,
empujándose hacia arriba en la polla de Alexei.
—Más, por favor. Estoy listo.
Así que Alexei le dio lo que pedía, besando a Jay mientras trabajaba
en su vampiro con empujes profundos y fluidos, buscando y encontrando el
ángulo correcto para tener a Jay una vez más gimiendo sin sentido, sus
caderas tratando de encontrar un ritmo con las de Alexei.
Sus movimientos eran torpes e inexpertos, pero, joder, lo volvían
loco. Se aseguró de decírselo, sabiendo cuánto le gustaba a su vampiro
saber cuándo estaba haciendo un buen trabajo.
—Tan jodidamente perfecto para mí. Tomando mi polla tan bien,
gatito. Estás hecho para esto, bebé.
Con el aparente gatillo fácil7 de Jay, no pasó mucho tiempo hasta que
advirtió a Alexei una vez más de su inminente liberación.
Gracias a Dios, porque se aferraba a un hilo, deseando nada más que
vaciarse dentro de Jay, llenarlo con nada más que con su semen.
En cuanto la espalda de Jay se arqueó, sus músculos temblando por la
fuerza de su orgasmo, Alexei le subió las piernas hasta sus caderas,
empujando dentro de él una, dos veces más, antes de enterrar su cara en el
cabello de Jay, con la electricidad subiendo y bajando por su espina dorsal,
su propio orgasmo dejándolo incapaz de pensar, incapaz de moverse,
apenas capaz incluso de respirar.
Maldito infierno.
Cuando el cerebro y los músculos de Alexei volvieron a funcionar,
hizo ademán de retirarse, pero Jay apretó más las piernas alrededor de sus
caderas.
—Todavía no, por favor. Quédate un poco más.
Alexei se quedó donde estaba.
QUINCE
JAY
Mantenía a su humano en su sitio, con las piernas apretadas pero no
demasiado; sabía que debía tener cuidado de no romperlo, la polla de
Alexei seguía ablandándose en su interior.
Sabía que estaba siendo codicioso al no dejar que se saliera, pero aún
no estaba listo para romper su conexión. Su bestia tampoco estaba
preparada, lo suficiente como para decir palabras completas por una vez en
la cabeza de Jay. Huele tan bien. Qué bien se siente. Muerde. Muérdelo.
Jay resistió el impulso con esfuerzo. Habría sido un final tan
agradable para su primera vez una boca llena de sangre caliente y cobriza,
pero no confiaba ni un poco en su bestia en ese momento. No confiaba en
que no hundiera sus afilados dientes en Alexei y no lo soltara nunca.
—¿Estás bien, gatito?
Alexei le miraba con preocupación en sus bonitos ojos. Estaba
preocupado por él, preocupado porque no hubiera tenido la primera vez más
perfecta. Estaba preocupado porque él era el ser humano más agradable de
todo el mundo. Y acababa de quitarle la virginidad a Jay y se había sentido
tan bien que quería hacerlo un billón de trillones de veces más.
Si hubiera sabido antes que el sexo era así, tal vez se habría esforzado
más por tenerlo antes. Pero, de nuevo, tenía la sensación de que no sería lo
mismo con nadie más. Cualquiera que no fuera su Alexei.
—Estoy bien —tranquilizó a su perfecto, agradable y maravilloso
humano—. Solo me gustan tus caricias.
Alexei le sonrió, tan amplio y complacido que a Jay ni siquiera le
preocupaba que se molestara por la codicia de Jay. Porque a Alexei nunca
parecía importarle lo mucho que Jay lo deseaba, además de todo el afecto
que ansiaba cada segundo de cada día.
A veces Jay se sentía como un pozo sin fondo de deseo y necesidad.
Y solo recientemente se había dado cuenta de lo profundo que era. Quería
que lo abrazaran, posiblemente todo el tiempo. Quería experimentar todo lo
que se había perdido. Quería probar todo tipo de comida humana. Quería
conocer a todo tipo de personas. Quería acariciar a todos los animales del
mundo.
Quería que Alexei estuviera siempre con él.
Y Alexei le hacía sentir seguro con ese deseo. No regañaría a Jay por
necesitar demasiado. No lo juzgaría duramente por las muchas piezas que le
faltaban. Tal vez fuera porque Alexei se había perdido lo suficiente en su
propia vida como para entender ese tipo de deseo.
—Me gustó… —empezó a decir, pero se detuvo al darse cuenta de
que no estaba seguro de cómo terminar la frase.
Alexei le acarició la mejilla, con su peso sobre Jay tan deliciosamente
pesado y reconfortante.
—¿Qué te gustó, cariño?
—Bueno —Jay se mordió el labio, pensativo—. Me gustó el otro día,
¿cuándo los dos nos complacíamos con la boca? Pero también me gustó
esto. Me gustó... relajarme y dejar que me cuidaras, como dijiste. ¿Eso es
malo? —de alguna manera sintió que debería ser malo. Como si fuera
egoísta de su parte que le gustara tanto estar bajo el cuidado de Alexei,
recibir todo ese placer sin dar nada a cambio.
Pero Alexei seguía sonriéndole, acariciando la cara de Jay.

—Tenemos una princesa de almohada8 floreciendo en nuestras


manos, ¿eh?
Jay no sabía lo que eso significaba, pero la voz de Alexei estaba tan
claramente llena de afecto cuando lo dijo que no pudo evitar devolverle la
sonrisa en respuesta.
El beso que Alexei apretó en el cuello de Jay hizo que un encantador
escalofrío recorriera su espina dorsal.
—Podría hacerlo —murmuró Alexei, con las palabras retumbando en
la piel de Jay—. Hacerte sentir así de bien, todo el día, todos los días del
resto de mi vida, kotyonok. No está nada mal que lo disfrutes. Es como dije
antes: estás deseoso de afecto y yo estoy deseoso de dártelo.
¿Ves? Alexei era realmente el ser humano más agradable del mundo.
Jay se sintió finalmente preparado para relajarse y soltar a Alexei.
Aflojó las piernas y Alexei salió de él lentamente. Se sentía… extraño.
Al igual que el semen que goteaba de su cuerpo. Miró su parte
inferior.
—Oh. Dios.
Alexei estaba de rodillas sobre el cuerpo desparramado de Jay. Su
cabello se había soltado de su moño en algún momento durante todo el
asunto del sexo y los mechones estaban salvajes alrededor de su cara.
Estaba increíblemente guapo. Jay quería dibujarlo.
—Podemos usar condones la próxima vez, si lo prefieres.
—¡No! —la respuesta de Jay fue más vehemente de lo que pretendía.
Se aclaró la garganta y suavizó la voz, cruzando las manos sobre el vientre
—. No. Me gusta esto. Me gusta tenerte dentro de mí.
¿Era decir demasiado? Pero Alexei seguía mirándolo con fuego en los
ojos -del bueno, no del enfadado-, así que debía de estar bien.
—De acuerdo, entonces. Ahora vuelvo, gatito.
Alexei salió del dormitorio y Jay pudo oírle rebuscar en el cuarto de
baño y luego el ruido del lavabo. Volvió rápidamente con una toallita
húmeda, caliente y empezó a limpiar a Jay -primero el estómago, ya que Jay
se había corrido encima- y luego sus... partes delicadas.
Si Jay pudiera ronronear -ronronear de verdad- lo estaría haciendo
ahora mismo. Su bestia estaba ronroneando dentro de él. Para ser una
criatura con unos antojos tan potencialmente viciosos, sin duda le gustaba
que Alexei cuidara de ellos con tanta delicadeza. En realidad, le gustaba
todo lo que tuviera que ver con Alexei.
Gatito, acusó Jay -no es que él fuera mejor-. Su bestia solo ronroneó
más fuerte en respuesta.
Alexei se limpió después de Jay, luego se marchó una vez más para
tirar la toallita en algún sitio y luego estaba de vuelta, aun deliciosamente
desnudo, sentado al borde de la cama, con su ancha espalda tentando a Jay a
morderla, incluso con sus dientes romos.
Pero el impulso lo abandonó cuando Alexei levantó uno de sus
dibujos y Jay se dio cuenta de lo que había estado mirando. Un retrato de
Vee.
—¿Ella es...?
—Veronique —respondió Jay, con la voz más baja de lo que le
hubiera gustado.
Alexei estudió la foto, su rostro parecía terriblemente severo,
recordando a Jay sus primeros días en el café.
—Es preciosa.
Jay se puso de rodillas, mirando el retrato por encima del hombro de
Alexei, respirando su delicioso aroma a vainilla.
—Sé que se supone que debo odiarla —dijo—. Me apartó de mi vida
humana, me amoldó a sus necesidades. Ni una sola vez tuvo en cuenta las
mías. Y la virginidad… —los músculos de Alexei se tensaron contra él—.
A veces organizaba fiestas. Siempre había hombres vampiros. Podría
haber… Pero siempre me asustaban. Y ella… yo sabía que estaría
disgustada. Lo habría considerado una división de mis lealtades. Así que
guardé todo mi deseo para mí. Y ella me dejó —Jay suspiró, apoyó la
mejilla en el hombro de Alexei y cerró los ojos, sin querer seguir mirando el
dibujo—. Pero también era mi compañera. Mi… amiga. No soy… no soy
valiente, ni fuerte, ni rudo. La eché de menos cuando murió. A veces
todavía la echo de menos. Echo de menos tener a alguien solo para mí.
Alexei dejó el retrato en el suelo y con una de sus anchas manos
acarició el cabello de Jay. Eso estuvo bien.
—Es difícil odiar a las personas que te criaron. Mi padre era un
bastardo de primera clase. Pero si de repente resucitara de entre los muertos
y simplemente -no sé una mierda- me dijera que me ama… ¿Me ofreciera
un puto abrazo? Probablemente acabaría aceptándolo, ¿no?
Jay rodeó el pecho de Alexei con los brazos, metiendo la cabeza más
firmemente en el pliegue de su cuello.
—Te daré abrazos, Alexei.
—Sé que lo harás, gatito —Alexei echó la cabeza hacia atrás para
darle un beso a Jay, uno mucho más suave que su agresivo apareamiento de
bocas anterior -eso era lo que Jay sentía a veces cuando se besaban, un
apareamiento de bocas-.
—Tengo una foto ¿quieres verla? —Jay se sintió un poco tímido al
sugerirlo. Pero nunca había tenido a nadie más para mostrar. Soren odiaba
cualquier mención de la guarida, cualquier señal de la lealtad duradera de
Jay a Vee. Y no había nadie más a quien le hubiera importado. Pero Jay
sabía que Alexei lo entendería; no lo juzgaría que se hubiera aferrado a ella.
Lo que demostró con sus siguientes palabras.
—Me encantaría, cariño.
—En el cajón —dijo Jay, poco dispuesto a abandonar el abrazo.
Alexei sacó la foto. Tuvo que inclinarse un poco hacia delante para
hacerlo, pero Jay no soltó al humano y su cuerpo se movió con él. La foto
mostraba a Vee, vestida con un hermoso y severo vestido. Jay a su lado, con
el cabello corto y peinado hacia los lados, vestido con un traje igual de
severo.
Jay ya conocía todos los detalles de memoria, así que se centró en la
cara de Alexei. Su humano parecía sorprendentemente triste. Jay no se lo
esperaba.
—Tu ropa…
—Muy elegante ¿eh?
De hecho, pudo oír el duro trago de Alexei.
—Me gusta más como vistes ahora.
El calor llenó el pecho de Jay ante el inesperado cumplido.
—A mí también —apretó un beso en el cuello de Alexei—. No echo
de menos la ropa. O las reglas y restricciones. Pero supongo que echo de
menos pertenecer a alguien. Sé que está mal decirlo. Es solo que… me
siento solo.
Alexei dejó la foto en el suelo y cubrió las manos de Jay sobre su
pecho con las suyas.
—Ahora me tienes a mí, si quieres.
Y Jay lo quería, ¿no? Al menos por ahora. Y Jay había prometido
quedarse. Una promesa que quería decir desde el fondo de su corazón.
Una promesa que tal vez no sabía cómo mantener.
Pero Jay no quería pensar en lo malo ahora. Soltó a Alexei y se tumbó
boca arriba en la cama.
—¿No es ahora cuando nos abrazamos? Dijiste que abrazarnos era
parte del sexo.
—Tienes toda la razón, cariño —aceptó Alexei, lo bastante amable
como para no señalar que técnicamente ya se habían estado abrazando.
—Hazte a un lado.
Cuando Jay solo se movió un centímetro, Alexei lo manoseó hasta
que estuvo de lado, de espaldas a Alexei. Y entonces, para su deleite de,
Alexei se aferró a él, como en una posición inversa a la que acababan de
estar, pero tumbados.
Acurrucarse. Así se llamaba.
Estuvieron así el tiempo suficiente como para que Jay pensara que su
humano se estaba quedando dormido. Pero entonces la voz de Alexei
atravesó el silencio, sorprendentemente suave.
—Yo también me siento solo.
—¿En serio? —preguntó Jay.
—No tanto, ahora que te conozco —¿y no era eso lo más bonito que
se podía decir?—. Yo puedo ser esa persona para ti, Jay. Alguien solo para
ti. Déjame ser esa persona.
Jay cubrió las anchas manos de Alexei con las suyas.
Quería eso. Más que nada.
—No dejaré que me aleje de ti —juró Jay. Y lo estaba haciendo de
nuevo. Haciendo promesas que no sabía cómo cumplir.
Escuchó atentamente el sonido de la respiración de Alexei, que se
hacía más lenta y profunda. Jay no había sentido emociones tan
contradictorias desde… bueno, desde que Vee había muerto. Por un lado,
casi deliraba de felicidad al pensar que Alexei quería que se quedara, que
fuera su persona. Pero, por otro lado, estaba el temor. Un miedo horrible.
Porque si Alexei se interponía en el camino de Wolfe, si intentaba luchar
por Jay, perdería en un santiamén.
Y Jay quería luchar por sí mismo, de verdad, pero nunca había sido
un luchador. Ni una sola vez en su anormalmente larga vida.
Y más que eso, Jay se lo debía a Wolfe. No quería lastimar a su
amigo, incluso si su amigo estaba siendo un gran idiota en ese momento.
Entonces ¿qué podía hacer un vampiro?

Jay apretó los dientes para detener el castañeteo mientras su cuerpo


se estremecía de nuevo.
Sentía como si los huesos se le fueran a salir del cuerpo por la fuerza
¿Era algo que pudiera ocurrir? Probablemente no, pensó, sabiendo lo que
sabía de anatomía básica.
Pero nunca había pasado tanto tiempo sin alimentarse ¿Quién podía
decirlo?
Imaginó que, con el tiempo, los escalofríos se detendrían; tal vez se le
congelaría la sangre en las venas y se convertiría en una especie de paleta
vampírica.
Jay nunca había probado un helado. Siempre parecían tan
refrescantes en la tele ¿Pero no eran en realidad grandes cubitos de hielo
de sabores?
Fue vagamente consciente -por debajo de los borrosos pensamientos
sobre paletas- de un fuerte golpe procedente de algún lugar, luego algunos
ruidos de choque y, finalmente, una presencia en la habitación con él ¿Jay
debería estar alarmado en este momento? Probablemente los miembros de
la guarida habían venido por él.
Pero tenía la cabeza demasiado hecha papilla como para sentir las
emociones adecuadas. Tal vez fuera mejor así. No les daría la satisfacción
de su miedo. Solo sus escalofríos.
—Johann.
Oh. Jay conocía esa voz. Wolfgang estaba aquí ¿Era el verdugo
designado?
Jay se debatió entre girar la cabeza hacia un lado para echar un
vistazo -actualmente estaba tumbado en el increíblemente incómodo sillón
que Vee siempre había dicho que tenía más fines estéticos que prácticos-,
pero no se sentía con fuerzas para hacerlo.
—Creía que había echado el cerrojo a la puerta principal —
consiguió decir, con la voz bastante ronca, vibrando con sus temblores.
—Lo hiciste. La rompí.
Eso hizo que Jay se riera un poco, pero con otro ataque de
escalofríos, salió extraño. Como un estertor.
—Eres consciente de que en realidad no puedes morir de hambre,
¿verdad, pequeño? —preguntó Wolfe, tan tranquilo y frío como siempre.
—Soy consciente —murmuró Jay.
—Entonces, ¿cuál es exactamente tu objetivo aquí? Nadie te ha visto
salir de esta casa desde hace más de un mes ¿Realmente no te has
alimentado durante tanto tiempo? —el sonido de los dientes de Jay
castañeteando fue aparentemente respuesta suficiente y Wolfe dejó escapar
un suspiro largamente sufrido—. Mírame, Johann.
Por muy cansado que estuviera Jay, desobedecer una orden directa
iba en contra de su propia naturaleza -o al menos, de la naturaleza que Vee
había cultivado con tanto esmero-. Giró dolorosamente la cabeza con una
serie de movimientos tartamudeantes y espasmódicos.
Sí. Era Wolfe ¿una especie de amigo de Jay? Sin duda era aterrador,
a su manera, pero no era abiertamente cruel como muchos de los miembros
de su guarida. Eso era porque sabía la importancia de la moderación, le
había dicho una vez a Jay.
Además, no le importaba que Jay le hiciera preguntas sobre su
psicopatía, así que eso le daba puntos en su libro.
Wolfe chasqueó la lengua ante lo que encontrara en la cara de Jay.
—Aún llevas el traje, por lo que veo. Confieso que me sorprende.
Siempre parecías muy incómodo con la ropa que Vee te hacía llevar.
Jay no tenía una respuesta a eso. En realidad, llevaba el mismo traje
desde que Vee había muerto -no quería pensar en eso; en su cabeza
arrancada, rodando por el suelo-, estaba bastante seguro. Había perdido la
noción del tiempo durante mucho tiempo, después de llegar a casa y
cuando por fin volvió en sí, ya tenía mucho frío y hambre.
—Tu vida es tuya ahora, Johann. Puedes ponerte lo que quieras.
—Llevas un traje —señaló Jay, entrecerrando los ojos para tratar de
enfocar a través de los escalofríos. Un traje de tweed, para ser exactos. Los
trajes de Wolfe a menudo tenían el efecto de hacer que el otro vampiro
pareciera apacible y sin pretensiones. Wolfe era un maestro del disfraz.
Wolfe asintió con la cabeza.
—Lo estoy. Pero me gustan los trajes. A ti no.
—¿Desde cuándo? —preguntó Jay, con el cerebro dándole vueltas a
las palabras anteriores de Wolfe— ¿Durante cuánto tiempo mi vida será
mía?
Wolfe lo miró largo rato. Jay no era un maestro de las señales
sociales ni mucho menos, pero Wolfe era más difícil de leer que la mayoría.
Especialmente cuando los ojos de Jay se cerraban sin su permiso.
—Creo que tú y yo podemos ayudarnos mutuamente —dijo Wolfe
finalmente—. Pero primero, necesitas comer algo. Te he traído comida.
Está en el vestíbulo —Wolfe se dirigió de nuevo a la puerta del salón—.
Entren —ordenó a quienquiera que estuviera allí.
Un hombre alto y corpulento entró en la habitación, con la ropa casi
raída. Parecía tener mucha sangre en el cuerpo, fue todo lo que Jay pudo
pensar. De hecho, podía oírla correr por el cuerpo del hombre. La bestia de
Jay -que hacía tiempo que se había acurrucado en su interior,
completamente agotada por la falta de sangre- se levantó de inmediato.
Hambriento.
Wolfe hizo contacto visual con el humano, obviamente obligado.
—Mantén la calma, por favor. Aquí todos somos amigos —hizo un
gesto con la mano a Jay, indicándole que se acercara—. Ven, Johann.
Morir de hambre solo te hará más débil a sus ojos.
A los ojos de la guarida, quería decir. A los ojos de aquellos que
probablemente ya estaban sopesando el valor de Jay con o sin su cabeza.
Jay siempre había sido débil. Presa fácil. Él lo sabía. ¿Qué sentido
tenía fingir lo contrario?
Pero con este humano en la habitación, su bestia despertaba con un
hambre renovada, el cuerpo de Jay se movió sin su permiso. Se levantó del
sillón y se arrastró por el suelo en cuestión de segundos, clavando los
dientes en la muñeca del hombre en cuanto estuvo a su alcance, sin fuerzas
para mantenerse en pie.
El hombre jadeó y luego gimió. Jay bebió. Y bebió. Y bebió.
Fue Wolfe quien finalmente lo apartó, chasqueando la lengua de
nuevo como si Jay hubiera hecho algo malo.
—No lo dejemos seco —Wolfe apretó la boca abierta contra la
muñeca del hombre el tiempo suficiente para detener la hemorragia y luego
volvió a mirar al humano a los ojos—. Quédate quieto y callado hasta que
te devolvamos a casa.
Jay jadeó desde su lugar en el suelo. Por fin había dejado de temblar
y el frío se había apoderado de sus huesos por primera vez en semanas.
—Podría haberlo matado.
—Podrías haberlo hecho —admitió Wolfe—. Yo te lo impedí.
—No me gusta obligar a los humanos —Jay no estaba seguro de si
Wolfe entendería la conexión entre sus complejos y su falta de
alimentación, pero Wolfe asintió en señal de comprensión.
—Lo sé.
Jay ladeó la cabeza.
—¿Lo sabes?
—Soy un hombre observador, Johann —Wolfe siempre hacía eso: se
refería a sí mismo como un hombre, como si el vampirismo fuera una
condición con la que vivía más que una identidad.
Era extraño de esa manera.
En realidad, Wolfe era extraño en general. También era frío e
insensible, por mucho que fingiera preocupación.
Pero no era débil. Era fuerte, sobre todo para ser un vampiro joven.
Y Jay estaba seguro de que los otros miembros de la guarida le temían. Jay
había escuchado bastante en su tiempo con Vee.
¿Y Wolfe creía que podían ayudarse mutuamente?
Si Jay necesitaba un compañero para sobrevivir -¿y a quién quería
engañar? Por supuesto que lo necesitaba- ¿por qué no elegir al más feroz?
Wolfe le tendió la mano. Jay, arrodillado en el suelo, con una
cantidad inimaginable de sangre embadurnándole la cara, la tomó.
Se dejó levantar.
Se permitió intentarlo de nuevo.
DIECISÉIS
JAY
Jay se despertó con los labios de Alexei sobre los suyos, luego con los
labios de Alexei sobre su polla y después con una larga ducha caliente.
No solía considerar las duchas como ocasiones sexys, pero Alexei se
las arregló para que lo fueran, enjabonando a Jay y haciendo esa cosa que
aparentemente hacía ahora en la que no esperaba que hiciera nada en
absoluto excepto recibir placer de las manos de Alexei.
¿Era eso algo humano, tal vez? Porque era realmente muy agradable.
Como, muy agradable.
Ni siquiera podía sentirse culpable porque Alexei parecía disfrutarlo
tanto. Incluso tarareaba mientras enjuagaba a Jay. Tarareaba.
Pero entonces el casero de Alexei le llamó por la rotura de una
tubería, tuvo que marcharse y Jay se quedó solo.
No sabía cuántas horas habían pasado cuando sonó el timbre de su
puerta.
Maldita sea. Había vuelto a perder el tiempo. No era su intención.
Solo había estado pensando, tratando de averiguar los próximos pasos
correctos. Porque Jay le había dicho a Alexei que se quedaría. Pero también
le había prometido primero a Wolfe un arreglo particular.
Jay incluso había considerado una lista de pros y contras sobre irse
con Wolfe.
Pro: Estaría cumpliendo la promesa que hice una vez.
Contra: Me sentiría miserable y solo por el resto de la eternidad.
Doble contra: Extrañaré a Alexei más de lo que puedo soportar. Más
de lo que debería ser posible.
Y luego habían seguido los pros y los contras de quedarse.
Pro: He encontrado la verdadera felicidad en Hyde Park. Podría
tener a Alexei a mi lado el resto de sus días.
Contra: Wolfe y la guarida podrían enfadarse e intentar asesinar a
todos mis seres queridos.
Jay sabía lo que debía hacer, lo que Vee le habría dicho que hiciera:
cumplir sus compromisos anteriores y volver con Wolfe. No importaba lo
que él quisiera, solo lo que había que hacer.
Pero la voz de Vee ya no estaba en la cabeza de Jay y tenía tanta gente
a la que no quería dejar. Pero, de nuevo, no debía arriesgarse a traer ningún
drama o violencia no deseados a las vidas de sus amigos, ¿verdad? No
había venido para eso.
Le dolía la cabeza. Deseó que Alexei estuviera con él. Estaría bien
que le abrazara, que le dijera que ya no estaba solo. Que tenía una persona
solo para él.
Jay dio un respingo cuando el timbre volvió a sonar. Ah, cierto.
Encontró a Soren esperándolo al otro lado, arqueando una ceja crítica.
—Ni siquiera has comprobado quién era antes de abrir la puerta,
¿verdad?
Jay se encogió de hombros.
—No.
Soren se puso una mano -sentenciosa- en la cadera.
—¿Y si hubiera sido Wolfe?
Jay volvió a encogerse de hombros.
—Le habría invitado a pasar, supongo.
Soren se burló de aquello, pasando a toda velocidad junto a Jay hacia
la casa, abriéndose paso hasta el salón con sus botas de tacón.
—Gran error, Jaybird.
Jay cerró la puerta con cuidado y lo siguió.
—No es mi enemigo, Soren.
—Quiere que te vayas de Hyde Park. Eso lo convierte en mi enemigo.
Jay sintió calor en el pecho, al tiempo que le invadía la consternación
ante la idea de que dos de sus amigos fueran enemigos. En realidad, no
tenía ni idea de que Soren deseara tanto que se quedara, que no le hubiera
importado que Jay se quedara tanto tiempo después de una llegada
inesperada.
No es que Jay pensara que Soren lo hubiera odiado. Pero había una
gran diferencia entre tolerar un inconveniente y declararse enemistado por
el posible traslado de Jay.
Quería abrazarlo. Iba a abrazarlo.
Pero Soren se dio la vuelta antes de que Jay pudiera entrar del todo en
la habitación, cruzándose de brazos y frunciendo el ceño con fiereza. Estaba
guapísimo incluso cuando fruncía el ceño. En eso se parecía a Alexei.
—No me mires así —le advirtió Soren.
—¿Así cómo? —preguntó Jay, tratando de averiguar si debía bajar los
brazos preparados para el abrazo o simplemente disimular como si hubiera
estado estirando.
—Como si acabara de profesarte mi devoción eterna y luego te
regalara un bolso de oro macizo.
Jay ladeó la cabeza, decidiendo bajar los brazos después de todo.
—¿Es un bolso de oro macizo algo que alguien querría?
Soren resopló.
—Todos nos hemos acostumbrado a tenerte aquí, eso es todo.
Además, no he tenido ocasión de arreglar tu horrible sentido de la moda.
Ahora que sé que tienes miles de millones… el cielo es el límite, bebé.
Estamos hablando de diseño. Alta costura —Soren giró de nuevo y se
dirigió hacia el sofá, con los tacones de sus botas repiqueteando
agradablemente en el suelo de madera ¿Alguna vez había intentado bailar
claqué con esos zapatos? Jay apostaba a que podría hacerlo. Soren podía
hacer cualquier cosa. Clickety—clac. Clickety—clac.
Soren se dejó caer contra los almohadones del sofá, con los brazos
abiertos.
—Jay.
Jay se sacudió de la cabeza la imagen mental de Soren bailando
claqué.
—Lo siento ¿Te traigo algo de beber?
—No.
—¿Té? ¿Agua?
—No.
—¿Un Pop tart de fresa, quizás?
—Jaybird. Por Dios. Siéntate.
Jay se sentó a su lado en el sofá, con cuidado de mantener una
distancia adecuada entre ellos. Soren se recolocó rápidamente, girándose
para quedar completamente de cara a Jay, con una pierna enroscada bajo él.
Jay hizo todo lo posible por no inquietarse mientras Soren lo
estudiaba, pero a Soren seguía sin gustarle lo que veía.
—No puedes estar pensando en irte con él, Jaybird.
Jay no lo estaba, no realmente, pero eso no le impidió señalar que
debería.
—Aunque es lo correcto.
—¿Y qué pasa con tu mafioso?
Jay no tenía respuesta para eso. Si al final tenía que irse con Wolfe, no
podía llevarse a Alexei con él. No soportaba la idea de que su maravilloso
humano tuviera que lidiar con la guarida y toda su crueldad.
Soren dio un fuerte suspiro.
—Jaybird. Sé que no tienes mucha… experiencia. Pero con lo del
olor… la atracción instantánea… —Soren se interrumpió cuando Jay ladeó
la cabeza. Luego, con la exasperación enronqueciendo su voz habitualmente
melódica, dijo—: Bueno, por Dios. ¿No has pensado que podría ser tu
compañero?
Ah. Eso.
—Oh. Sí, sé que es mi compañero —Jay no pudo evitar fruncir un
poco el ceño ante su amigo, por mucho que lo quisiera—. No soy estúpido,
sabes.
—Yo… ¿Qué? No, no lo eres —asintió Soren con una fiereza que
hizo que Jay sonriera, solo un poco—. Es que… Bueno, de acuerdo. Por
Dios. ¿No vas a hacer nada al respecto?
Jay frunció el ceño, confundido.
—¿Cómo qué?
—Como convertirlo.
—Oh, no —Jay sacudió la cabeza con fervor—. Yo no haría eso.
Soren levantó las manos. Jay tenía que admirar lo expresivo que era
siempre.
—¿Por qué diablos no?
—¿Pero por qué lo haría?
—¿Por qué no lo harías? ¿Tú…? —Soren se mordió las palabras,
claramente haciendo todo lo posible para no ceder al impulso de gritar, un
esfuerzo que Jay apreciaba mucho—. Es tu compañero. Tu ancla.
Jay se tomó un momento para ordenar sus pensamientos. Lo que iba a
decir a continuación no era algo que hubiera dicho nunca en voz alta a sus
amigos, ni a nadie en realidad.
—Bueno, puedo ver cómo me ayudaría, sí. Pero, ¿y Alexei? ¿Has
pensado alguna vez que nosotros necesitamos a nuestros compañeros, pero
ellos no nos necesitan a nosotros? —Jay levantó un dedo cuando parecía
que Soren iba a interrumpirle—. No si siguen siendo humanos cuando los
encontremos, claro. Alexei es completa y gloriosamente humano. No
necesita un vínculo. No me necesita a mí. Sería egoísta de mi parte quitarle
su humanidad para servir a mi propio propósito.
—¿Y qué tiene que decir tu bestia sobre todo eso?
Jay se movió en su asiento.
Oh, bueno... le gustaría mucho convertir a Alexei. Incluso ahora, era
difícil concentrarse con lo mucho que su bestia estaba clamando por su
pareja. Pero Jay no era de los que cedían a los impulsos de la bestia sin
razón, no cuando podía lastimar a otras personas.
—Yo… —las palabras de Soren parecieron fallarle y durante un rato
se quedó sentado mirando a Jay. No parecía saber qué decir y Jay no quería
meterle prisa, así que se dedicó a enderezar los posavasos de la mesita
mientras Soren se las arreglaba. Si Alexei estuviera allí, podría esparcirlos
por el suelo y ambos se reirían de ello. Sonrió un poco al pensarlo.
Un buen rato después de enderezar los posavasos, Soren habló por
fin.
—¿Y Gabe? Lo convertiste por mí.
—Él me lo pidió —respondió Jay con sencillez—. Y tú estabas en
peligro inmediato, Soren. Fue una especie de circunstancia.
—Y crees que, si no la hubiera habido... ¿Crees que habría estado mal
convertirlo? —musitó Soren.
Jay se encogió de hombros, incómodo. No tenía una respuesta fácil,
no cuando estaba tan contento de que su amigo hubiera encontrado la
felicidad con su compañero.
Soren pareció pensárselo un momento más y luego se enderezó en su
asiento, dirigiendo a Jay una mirada sorprendentemente tierna.
—Te equivocas, ¿sabes? Y puede que incluso hace unos años hubiera
estado de acuerdo. Pero Gabe me necesita. Me necesitaba, incluso como
humano. La gente necesita amor, Jay. La mayoría, al menos. Necesitan
conexión. Necesitan ser vistos, comprendidos y aceptados. Le di eso a
Gabe. Se lo seguiré dando.
Era un sentimiento tan bonito que Jay estuvo tentado de intentar
abrazar a Soren de nuevo.
Pero Soren ya estaba continuando su discurso.
—Y no, no eres estúpido, Jaybird -en absoluto- pero eres inexperto.
Tiendes a poner a los humanos en un pedestal. Crees que su mortalidad les
da algo vital, algo de lo que quizá tú carezcas. Pero ¿sabes qué?
Jay negó con la cabeza cuando Soren se detuvo a mirarlo porque no,
no lo sabía. No tenía ni idea.
Soren suspiró.
—He estado rodeado de humanos. Algunos son geniales. Realmente
geniales, lo reconozco. Pero muchos son… tristes. E insensibles. Y su
eventual desaparición no los hace sabios, profundos o cualquier otra cosa
que parezcas pensar. Solo los hace asustados y mezquinos ¿Y sabes lo que
veo cuando Alexei te mira?
—¿Qué?
—Veo a un hombre que era una de esas personas entumecidas, tristes
y asustadas, que desde entonces ha visto la puta luz. Tú eres la puta luz, Jay.
Cualquiera puede verlo, la forma en que te mira. ¿De verdad crees que no te
ama?
—Oh, creo que me ama —Jay podía sentirlo, siempre que estaba con
su humano. El cuidado. La consideración. El deseo y la aceptación. Lo
había visto en los ojos de Alexei la noche anterior, cuando lo penetró por
primera vez.
Jay no tenía mucha experiencia con el amor, pero sí con su ausencia.
Podía notar la diferencia.
Soren se frotó la frente ¿A él también le dolía la cabeza? Tal vez
estuvieran dando vueltas.
—Entonces… no lo entiendo, Jaybird.
—Puede que lo sepa, pero no me lo ha dicho. No sé si está preparado
para hacerlo. Nos conocemos desde hace poco, apenas unas semanas. Eso
es rápido, para un humano. Y si no está listo ni siquiera para decir las
palabras, definitivamente no está listo para un compromiso eterno. Incluso
si lo estuviera… no me tomo el convertir a alguien a la ligera. Nunca lo
haré.
La cara de Soren era una extraña mezcla de tristeza y diversión.
—Oh, Jaybird. Acabas de…. Entiendo. Muy bien. Ve a tu ritmo.
Jay le sonrió ¿Lo ven? Soren tenía un gran corazón, debajo de todo
ese sarcasmo. Siempre lo había sabido.
Se sentaron en un cómodo silencio durante un rato antes de que Soren
lo rompiera.
—Solía envidiarte, ¿sabes?
—¿Porque Vee era mucho más simpática que Hendrick?
Soren hizo un gesto despectivo con la mano al mencionar a sus
creadores.
—Porque tú eras mucho más agradable que yo. Porque te las
arreglaste para seguir siendo tan dulce y amable, incluso en ese ambiente
tóxico.
Jay no tenía ni idea de que Soren se sintiera así. La idea de que
hubiera alguna parte de él envidiable a Soren era casi ridícula.
—¿No crees que eso me hace débil?
—Creo que te hace de todo menos débil.
—Sin embargo, he perdido otras cosas. Otras partes de mí —como
Soren había dicho, Jay carecía de todo tipo de experiencia vital. Atrofiado.
—Sé que las tienes, Jaybird.
—Siempre te he envidiado. Tu valentía. Tu audacia.
Soren se rio con ligereza.
—Oh, tengo muchos otros defectos para compensarlo.
—Pero Gabe te quiere tal como eres.
—Sí, lo hace —dijo Soren en voz baja y su expresión volvió a
tornarse seria—. Y no se arrepiente de haberse convertido. Lo sé a ciencia
cierta, aunque solo sea por el vínculo. Lo que ha ganado significa más para
él que lo que ha perdido.
Jay sabía que probablemente era cierto. Pero Gabe solo había sido
vampiro durante menos de un año ¿Cómo se sentiría después de doscientos
más?
¿Qué estaba bien, qué estaba mal y qué era sólo cuestión de elección?
Jay deseaba que alguien pudiera decírselo con seguridad.
DIECISIETE
ALEXEI
La rotura de la tubería fue… bueno, fue lo que fue.
Al parecer, el incidente había ocurrido en el ático y el agua había
inundado a través de una grieta en el techo hasta el dormitorio de Alexei,
arruinando su ropa de cama y una buena parte de su ropa. Nada de eso
preocupaba a Alexei. Lo que sí comprobó más frenéticamente de lo que
habría pensado fue el pequeño armario de su mesita de noche, que ya estaba
deformado por fuera pero benditamente seco por dentro.
Sacó el contenido con cuidado. No era mucho, solo unas cuantas fotos
de su madre, de sus hermanos, incluso una de su padre que aún no había
tenido el valor de quemar.
Es difícil odiar a las personas que te criaron.
No era exactamente cierto. Quizá para Jay, que era bueno, amable y
puro, todo lo que Alexei no era en realidad -por mucho que Jay le llamara el
humano más bueno-. Pero para él, la lucha era mantener ese odio puro. El
amor seguía infiltrándose contra su voluntad, construido a partir de
pequeños momentos intrascendentes. La vez que su padre lo había llevado
solo a él, no a Iván ni a Sascha a un partido de béisbol -se enteró más tarde
de que su padre estaba allí más por negocios que por otra cosa,
desapareciendo durante una buena hora y dejándolo solo con su perrito
caliente-. Ver a su padre bailando con su madre en la cocina -siempre se
había preguntado cómo la había cortejado, al principio. ¿Fingiendo tener
corazón? ¿Cómo había podido engañarla?-. La extraña mirada, casi
orgullosa, de su padre cada vez que crecía un centímetro más -y no era eso
lo sorprendente: la única parte de Alexei que su padre aprobaba era aquella
sobre la que no tenía control-.
Como invocado por sus pensamientos, por su proximidad a las fotos,
un número familiar se iluminó en el teléfono de Alexei. Se planteó dejarlo.
Debería haber cambiado de teléfono hacía días. De hecho, debería haberlo
cambiado al segundo de haber colgado la última vez.
Aun así, pulsó el pequeño botón verde.
—Sascha.
—Aún no has cambiado tu número. Eso es muy descuidado de tu
parte, Alyosha9.
Aquel recitado frío y monótono definitivamente no era la voz de
Sascha.
—Vanya —saludó Alexei, utilizando a su vez el diminutivo del
nombre de su hermano, solo para ser gilipollas, mientras se maldecía
simultáneamente por haber descolgado el teléfono.
—Me has enojado mucho, Alexei, ¿lo sabías? La has cagado en un
asunto importante.
Se quedó mirando la foto que tenía en la mano, la de los tres, todos de
pie a escasos centímetros de distancia, Sascha el único que sonreía.
—Eso está bien. Era mi intención.
Un largo silencio. Alexei estaba casi seguro de que Iván estaba
imaginando las muchas maneras en que le gustaría matarlo.
Se aburrió del silencio después de unos diez segundos.
—Entonces ¿vienes por mí?
—Me temo que no sé dónde estás. Quédate en esta llamada el tiempo
suficiente y tal vez pueda averiguarlo.
La advertencia tan fuera de lo común en Iván podía significar una de
dos cosas: o bien Iván ya sabía dónde estaba Alexei y, por lo tanto, le
importaba una mierda si colgaba demasiado pronto, o bien no iba a venir a
por él en absoluto. En realidad le estaba dejando marchar.
¿Cómo de estúpido tendría que ser para creer que era lo segundo? Y,
sin embargo, realmente esperaba que lo fuera, que pudieran… liberarse el
uno del otro.
—No me imaginaba que fueras tan sentimental, Vanya.
—Tal vez no vales mi tiempo.
—Tal vez no. Siempre fuiste el segundo mejor.
—Idiota. Sascha es el segundo mejor. No sé lo que tú eres —cuando
Alexei no mordió el anzuelo, Iván hizo una pausa de solo un momento
antes de continuar— ¿No vas a echar de menos el dinero, Alyosha? No has
ahorrado mucho. Tampoco has retirado dinero de tus cuentas.
Ya había supuesto que Iván controlaba su actividad bancaria, así que
aquella pequeña indirecta no fue ninguna sorpresa. Mirando las fotos que
tenía en la mano, se dio cuenta de que necesitaba una de Jay. Una en la que
Jay no pareciera tan horriblemente rígido e incómodo, vestido con un traje
que sabía que debía de odiar.
—¿Me creerías si te dijera que me estoy enrollando con un
multimillonario?
—No, la verdad es que no. Demasiado alto perfil para ti, si no otra
cosa.
—Este es… clandestino.
Otra pausa, luego una risa oscura y burlona desde el lado de Iván de
la línea.
—Oh, Alyosha ¿Me estás diciendo que te tomaste la molestia de
quemar tus puentes, dejando a tu familia en el hollín y los escombros, solo
para sumergirte en una nueva actividad criminal? Eso es adorable.
Iván no se equivocaba exactamente. Pensó en lo que pasaría si Jay no
pudiera quedarse en Hyde Park después de todo. Si le pedía a Alexei que
volviera con él a la guarida -solo podía esperar que Jay se lo pidiera: era
demasiado grande para meterlo en una de sus maletas-, una con vampiros
crueles, extraños juegos de poder y dinero manchado de sangre hasta las
raíces.
Sin embargo, Alexei iría, sin duda. En cualquier capacidad que Jay lo
tuviera.
Si Jay le pedía ser su amo, como Vee lo había sido para él, Alexei le
serviría con gusto. Agradecido por la oportunidad de permanecer cerca.
A Alexei no se le escapaba la ironía; era el tipo de devoción que su
hermano siempre había querido de él y que nunca había estado dispuesto a
dar.
Suspiró y se guardó las fotos en el bolsillo trasero.
—Que sepas que si rastreas esto y envías a alguien a por mí, no
sobrevivirá al encuentro.
—Como he dicho, adorable —estaba claro que no se creía la
amenaza. Bien por Alexei. Iván lo aprendería pronto, si decidía ponerlo a
prueba. Mientras tanto, quería salir de esta conversación. Se quedaría con
las fotos, pero su hermano de carne y hueso se quedaría detrás de él—.
Cuida de Sascha por mí, Vanya.
Solo hubo silencio como respuesta. Alexei colgó. Probablemente
había permanecido demasiado tiempo al teléfono, después de todo, pero era
difícil preocuparse. Jay y él tenían peces más grandes, fuertes e inmortales
que freír.
Alexei recogió las escasas pertenencias que le importaban en su
mayoría unas pocas prendas de ropa, las guardó en un bolso y envió un
mensaje a Jay.
Tienes a un vagabundo en camino, gatito.
Abrió la puerta, sintiéndose sorprendentemente más ligero para toda
la locura de las últimas veinticuatro horas.
Eso fue hasta que vio al pez gordo en cuestión de pie ante su puerta,
vestido con otro puto traje de tweed, sonriendo satisfecho ante la sorpresa
en la cara de Alexei.
Décadas de experiencia manteniendo la calma en situaciones
potencialmente mortales hicieron que la voz de Alexei se mantuviera
uniforme mientras saludaba a su inoportuno invitado.
—Wolfgang. Qué sorpresa.
—¿Lo es? —la forma en que Wolfe ladeó la cabeza con la pregunta le
recordó tanto a Jay y el recordatorio en ese momento un momento en el que
las probabilidades de que Alexei no sobreviviera eran bastante altas le dolió
físicamente, como un puñetazo en el esternón—. Verás —dijo Wolfe—. Por
lo que sé, tú eres lo único que se interpone entre yo y lo que quiero. Sería
perfectamente razonable que te rompiera el cuello ahora mismo.
Alexei respiró lentamente.
—Supongo que sí.
Hacía mucho, mucho tiempo que no tenía miedo a morir,
posiblemente desde que era demasiado pequeño como para recordarlo, un
rasgo de carácter que su padre se había esforzado tanto en inculcarle. Y
Alexei tenía que reconocerlo: gracias a esa falta de miedo había sobrevivido
tanto tiempo en el ambiente tóxico en el que se había criado, había sido
capaz de hacer algo tan fundamentalmente estúpido como costarle a Iván
una enorme cantidad de dinero y huir en la noche. Alexei no se había
preocupado lo suficiente por su vida como para sopesar las consecuencias
con seriedad, no le había importado mucho si tendría éxito o lo atraparían.
Solo el instinto, esa profunda y desdichada parte animal de su cerebro
que quería sobrevivir a toda costa, le había llevado a intentar por todos los
medios pasar desapercibido.
Pero ahora le importaba. Y con esa preocupación llegó el miedo, más
abrumador de lo que recordaba. La siguiente respiración de Alexei fue
entrecortada, el miedo le oprimía la garganta, pero de algún modo su voz
salió lo bastante uniforme.
—¿Es eso lo que vas a hacer? —preguntó cuando Wolfe no dijo nada
más—. ¿Romperme el cuello?
—Lo he estado considerando seriamente —reflexionó Wolfe, dejando
escapar un suspiro—. Pero me temo que al final haría que nuestro Johann
fuera aún más difícil de manejar. La pérdida de un compañero puede volver
a un vampiro tan… impredecible. Demasiado difícil de controlar el
resultado.
—¿La pérdida de… perdón? —oh, mierda. Otra vez ese puñetazo en
el esternón. Porque Alexei habría jurado que Wolfe estaba insinuando...
¿Qué estaba insinuando?
Los labios de Wolfe se torcieron en una media sonrisa.
—Dime que no eres tan estúpido —dijo, con falsa lástima en el tono.
Lo cual era justo. Porque, al parecer, Alexei era así de estúpido. ¿O
tal vez solo ciego? O tal vez simplemente confundido.
¿Realmente Wolfe estaba diciendo que Alexei era la pareja de Jay?
Y en realidad, si era el compañero de Jay, ¿por qué carajo no le había
dicho nada? Para ser alguien tan abierto con todas sus emociones. Alexei
había oído una vez a Jay decirle al perro de alguien que se sentía un poco
triste esa mañana, se había guardado muchas cosas muy cerca del pecho.
—Si hubiera sabido que enviar a Johann a Hyde Park tendría tales
consecuencias, nunca lo habría permitido —Wolfe se quejó—. Pero me
pregunto. Si te permitiera acompañarnos de vuelta, ¿interferirías?
Alexei hizo todo lo posible por seguir el giro de la conversación, a
pesar de que la cabeza le daba vueltas por la maldita bomba que Wolfe
había soltado tan despreocupadamente.
—¿Te refieres a lo del matrimonio?
Wolfe inclinó la barbilla como si dijera Obviamente el matrimonio,
maldito imbécil.
Alexei lo consideró, pensó en lo mucho que odiaba la idea, pero al
final se encogió de hombros, frotándose la nuca.
—Si es lo que Jay realmente quiere… si es lo necesario para
mantenerlo a salvo… entonces eso no me importa —entrecerró los ojos ante
la mirada de suficiencia de Wolfe—. Siempre y cuando no tengas planes de
consumar, claro —sinceramente, no tenía ni idea de si consumar un
matrimonio seguía siendo una jodida cosa, pero no iba a correr ningún
riesgo con esta arcaica guarida y sus arcaicos acuerdos—. ¿Seguro que no
estás enamorado de él? —volvió a preguntar.
—Incluso si yo fuera capaz de tal emoción, él no es, con toda
seguridad, mi tipo. Me temo que ese tipo de dulzura me deja un
insoportable sabor a caramelo en la boca.
La ira burbujeó en el pecho de Alexei.
—Es el vampiro más perfecto que jamás haya existido en el puto
universo, imbécil. Serías muy afortunado.
La mirada de Wolfe se endureció.
—Perdonaré la grosería, solo por esta vez. Está claro que las
emociones están a flor de piel.
A pesar de sus palabras, Wolfe se acercó unos pasos a la puerta y
Alexei tuvo que hacer todo lo posible para no retroceder. Más que
cualquiera de los otros vampiros que había conocido hasta entonces,
incluido Soren y su espeluznante sonrisa, Wolfe hizo que la parte animal y
primaria del cerebro de Alexei emitiera la siguiente señal: Peligroso.
Depredador. No te acerques.
—Tendrías que unirte a nosotros como acompañante, por supuesto.
No informaríamos a la guarida sobre el vínculo de pareja. El compañero
supera al marido, en los círculos de vampiros y puede que acabe
abandonado a mi suerte. No puedo permitir eso.
—Realmente te importa mucho liderar esa guarida de vampiros —
Alexei tuvo la breve idea, posiblemente inducida por el estrés, de que Wolfe
e Iván probablemente se llevarían como una maldita casa en llamas.
Wolfe se encogió de hombros, haciendo que el gesto pareciese muy
elegante.
—Me importa la calidad de vida. Mi calidad de vida. Para vivir toda
la eternidad, hay que planificar. Hoy en día no es tan fácil hacerse rico a la
vieja usanza —ante la mirada interrogante de Alexei, Wolfe hizo un gesto
con la mano—. Matar a una víctima rica y quedarse con su dinero, por
ejemplo. Obligar a alguien, o a muchos. Hay demasiados rastros
electrónicos, demasiada vigilancia. Y con ese tipo de tecnología, con el
software de reconocimiento facial, por ejemplo, ¿cuánto tardarán los
vampiros en ser descubiertos? Hay fuerza en los números, incluso si esos
números pueden ser… odiosos.
Así que no es solo un psicópata vampiro sediento de poder ¿Un
vampiro psicópata sediento de poder y teórico de la conspiración? Jay
realmente sabía cómo elegir a sus amigos.
Pero a lo que se reducía, como siempre, era que Alexei haría
cualquier cosa para permanecer al lado de Jay. No le importaba su título ni
la legalidad de su acuerdo -o bueno, sí le importaba, pero no lo suficiente
como para que fuera el factor decisivo que los separara-. Así que asintió
como si lo que Wolfe decía tuviera sentido.
—De acuerdo. Sí, seré el compañero de Jay, si eso es lo que quiere.
—Lo que Jay quiere… —musitó Wolfe, acercándose otro paso—.
Verás, me temo que ésa es la cuestión. Después de muchos años de amistad
—Wolfe consiguió que la palabra sonara irónica—, sé cómo piensa Johann.
Y temo que pueda… vacilar, podría decirse. Por tu humanidad. Temería
llevarte a la guarida en tu frágil estado. Del mismo modo, tendría miedo de
convertirte y quitarte lo que te hace tan precioso en su mente. Y mientras
que matarte provocaría un dolor que no estoy preparado para afrontar,
convertirte, por otro lado…
Ahora Alexei dio un paso atrás. Sabía que entrar corriendo en la casa
sería una jodida estupidez, pero había una puerta trasera al apartamento. Si
pudiera llegar a tiempo.
Pero, por supuesto, no podía. No pudo.
Porque Wolfe se movía tan rápido como Jay cuando éste intentaba
acercarse a Alexei. Y lo que era tan encantador en su dulce vampirito era
jodidamente aterrador en Wolfe.
Alexei estaba de espaldas en un instante, sin aliento, con Wolfe a
horcajadas sobre sus muslos, inmovilizándolo con una facilidad que habría
sido insultante si no fuera sobrenatural.
—¿Sabes? —dijo Wolfe en voz baja, apretando las muñecas de
Alexei hasta el punto del dolor—. Realmente serías mucho más mi tipo, en
circunstancias normales. Con lo grande que eres. Con todas esas emociones
deliciosamente complejas que se esconden en ese frágil cráneo. Por suerte
para ti no tengo interés en alguien tan dedicado a otro ¿eh? Ahora, ¿muñeca
o cuello?
Alexei no perdió el tiempo suplicando. Se daba cuenta de que no
serviría de nada y que, de hecho, podría agravar a Wolfe. Lo único que
podía hacer era esperar a que Wolfe hablara de verdad sobre sus
intenciones. Que lo convirtiera, no que lo dejara seco y lo diera por muerto.
—Mi muñeca —dijo Alexei, con voz de grava.
Su cuello era para Jay. Solo para él.
Wolfe hizo una mueca.
—Qué predecible —pero hizo lo que Alexei le pedía, levantando la
muñeca derecha mientras bajaba los colmillos, aquellos ojos marrones
planos volviéndose negros—. Hueles extrañamente dulce. Me pregunto si tu
sangre coincidirá.
Mordió.
Wolfe bebió rápidamente, mucho más rápido de lo que Jay lo había
hecho nunca. Alexei solo sintió un pico momentáneo de placer indeseado
antes de que ya estuviera somnoliento, desvaneciéndose, apenas capaz de
tragar las gotas de líquido caliente que sentía gotear en su boca.
Y entonces todo fue fuego.
DIECIOCHO
JAY
Se preocupó un poco cuando Alexei no apareció más de una hora
después de su mensaje.
No demasiado preocupado, porque no estaba muy seguro de lo que
había querido decir con traer a casa a un vagabundo y tal vez Alexei se
detuviera para recoger a un vagabundo de verdad, como un cachorro o algo
así. Una tarea así podría causar todo tipo de retrasos.
Pero probablemente era demasiado esperar; una semana de citas era
demasiado pronto en la línea de tiempo de regalar cachorros, Jay estaba
bastante seguro. Roman había esperado casi un año antes de conseguir a
Ferdy para Danny, después de todo. Aunque Roman era un vampiro, no un
humano, así que tal vez eso era diferente.
Además, en el departamento de Jay no se admitían perros. ¿Debería
enviarle un mensaje de texto a Alexei y advertirle sobre eso?
Pero entonces se preocupó más de la cuenta cuando pasaron dos horas
sin señales de Alexei ni de un cachorro y no le respondía a sus llamadas.
Y luego se preocupó mucho cuando recibió un mensaje de Wolfe.
Sería prudente comprobar cómo está tu humano ahora mismo.
No era un buen mensaje. Eso podría muy bien ser clasificado como
un mal mensaje. Su bestia se erizó por completó en respuesta, una nueva y
temerosa tensión inundó su cuerpo.
¿Qué había hecho Wolfe?
El trayecto hasta el apartamento de Alexei pasó borroso. Jay aún no
tenía coche, sus amigos le habían dicho que tenía que ser un 70% menos
peligroso en la carretera antes de pensar en tener uno, así que viajaba a pie
y probablemente se movía más deprisa de lo que era prudente para
mezclarse con los humanos. Pero hacía suficiente frío como para que no
hubiera mucha gente en la calle, así que con suerte nadie se daría cuenta.
El coche de Alexei estaba delante del apartamento y su puerta estaba
abierta.
—¡Alexei! —gritó Jay, apresurándose a entrar, con la esperanza de
encontrar… bueno, no sabía qué esperaba aparte de encontrarlo sano, salvo
y feliz de verlo.
Pero el siguiente sonido que salió de la boca de Jay fue un gemido
roto, procedente de algún lugar profundo de su pecho, de un lugar que no
sabía que podía doler tanto.
Porque la gloriosa figura de Alexei estaba tendida en el sofá y estaba
inmóvil, demasiado inmóvil, sin latido audible en absoluto, con el olor
cobrizo de la sangre en el aire que hacía juego con el rojo que manchaba su
muñeca demasiado pálida.
—No, no, no —Jay se sintió mal. Sentía calor. Se sentía… no lo
sabía. No lo sabía.
Se acercó al sofá con cautela. No estaba seguro de por qué; no era
como si acercarse demasiado rápido fuera a asustar a alguien. Quizá
esperaba retrasar la confirmación de… lo que sea que fuera a confirmar.
Le dolía tragar saliva. Todo era culpa suya. Había puesto a Alexei en
contacto con vampiros y ahora su humano claramente no respiraba y en
cualquier momento, la bestia de Jay iba a arrancarle… y… y…
Jay se detuvo a medio metro del sofá, con la vista nublada por las
lágrimas que no sabía que estaba derramando. Su bestia estaba
extrañamente… bien. Estaba alerta, pero ya no clamaba por Alexei como
antes. Más bien su bestia estaba… expectante. Esperando algo.
Jay olfateó, se secó los ojos y miró más de cerca la escena que tenía
delante.
Había sangre en la muñeca de Alexei, sí, pero no sangraba de forma
activa; cualquier mordedura que hubiera habido allí ya estaba curada. No
había latido, todavía no, pero el pecho de Alexei, una vez que Jay se atrevió
a tocarlo, estaba caliente.
Oh. Oh.
Jay había visto este proceso antes.
Convirtiendo, dijo la bestia de Jay, la petulancia irradiando de sus
palabras. Nuestro compañero se está convirtiendo.
Jay estuvo tentado de gritarle a su bestia por su autosatisfacción. No
se les permitía alegrarse por esto. No era así como debía ser.
Se sentó con cautela en la mesa de café, frente a Alexei, juntando las
manos para evitar que le temblaran, e hizo todo lo posible por reconciliar
esta nueva realidad con el dolor que había sentido al pensar que habían
matado a su humano. Tardó mucho en dejar de temblar, pero al menos no
perdió el tiempo. No podía permitirse ser tan descuidado con la realidad en
estos momentos.
Puede que el corazón de Alexei no latiera en ese momento, pero lo
haría. Y después de esos primeros latidos vendría la conciencia. Entonces
necesitaría a Jay. Necesitaría consuelo, guía…
Y sangre. Alexei necesitaría sangre.
Jay respiró lenta y profundamente unas cuantas veces, complacido
cuando sus dedos ni siquiera temblaron al sacar el teléfono del bolsillo.
Pulsó el nombre de Soren en sus contactos.
—¡Jaybird! ¿Qué tal? —respondió Soren con un tono despreocupado
—. ¿Ya le has confesado tu amor eterno al humano?
Jay se aclaró la garganta, esperando que su voz hiciera juego con la
firmeza de sus manos. Nadie necesitaba su debilidad, no ahora.
—Wolfe... ha hecho algo —bien. Bueno, su voz era lo
suficientemente clara, así que eso era bueno, pero seguía siendo una especie
de intento patético, cuando Jay ni siquiera podía decir las palabras en voz
alta.
Respiró hondo otra vez.
—Ha convertido a Alexei, Soren.
—Jesucristo —la voz de Soren dejó de ser perezosa—. ¿Cómo se lo
está tomando Alexei? ¿Cómo tú te lo estás tomando? ¿Cuándo matamos a
Wolfe?
Jay no sabía qué hacer con la última pregunta, pero aun así, qué suerte
tenía de tener a su lado a un amigo tan feroz.
—Aún no está despierto. Tengo que quedarme con él ¿Crees que
Gabe podría traer un poco de sangre del hospital? Solo por esta vez.
Danny lo había sermoneado antes sobre la importancia de no robar
bolsas de sangre donada a humanos que la necesitaran y Jay se lo había
tomado muy a pecho. Pero en el caso de Alexei…
—Traeremos tantas bolsas como necesites. Yo no tengo el código
moral de Danny contra el robo de sangre; vaciaré todo el hospital si me lo
pides —dijo Soren.
—Um —Jay no podía decir si Soren estaba bromeando o no—. No
creo que sea necesario.
—¿Y Wolfe? —la voz de Soren tenía un tono peligroso.
—Déjale en paz.
—Jay.
Jay suspiró.
—No estoy siendo demasiado amable, demasiado ingenuo o cualquier
otra cosa que quieras llamarme. Él sabe que yo sé que lo hizo, él fue quien
me dijo que Alexei estaba… herido. Se defenderá de cualquier ataque. Y no
quiero que nadie más salga herido. Y… y él podría haber matado a Alexei,
si hubiera querido. No lo hizo.
—Todavía tiene que ser tratado. Esto es una jodienda al nivel de
Lucien.
—Y Lucien todavía está muy vivo, ¿no? —Jay contraatacó,
sintiéndose un poco complacido consigo mismo por habérsele ocurrido—.
Pero… lo sé. Tenemos que tener… una reunión. En algún lugar público. Un
terreno neutral. Para que ninguno de los nuestros corra peligro de ser
golpeado.
—Jaybird —ahora sonaba como si Soren estuviera conteniendo la
risa, lo que era un poco cruel, teniendo en cuenta que a Jay se le estaban
ocurriendo algunas ideas realmente geniales—. ¿Por casualidad has estado
viendo películas de mafiosos?
Jay agradeció que Soren no pudiera ver su sonrojo a través del
teléfono.
—Cuando Alexei me habló de su pasado, quise investigar un poco.
Soren no contuvo la risa esta vez. A Jay no le importó demasiado, la
verdad. Ambos habían estado expuestos a muchos traumas y violencia en la
madriguera, Jay sabía que Soren era experto en reírse de todo lo que podía -
aunque Jay pensara que había actuado de forma totalmente razonable-.
—¿Qué elegiste para tu investigación?
—Empecé con Los Sopranos, pero no llegué muy lejos. Tony no era
muy amable con su mujer.
—Ese es la mafia italiana… ¿Sabes qué? No es importante ahora.
Llevaremos la sangre. Nos vemos pronto.
Después de que Soren colgara, Jay se inclinó hacia delante para
apartar el bonito cabello de Alexei de su apuesto rostro. Apretó un beso en
su mejilla. Se agarró a la mano fría de su humano.
Y esperó.

Los primeros latidos del corazón de Alexei hicieron martillear el de


Jay.
Estaba sucediendo. Estaba ocurriendo.
Jay apretó con fuerza la mano de Alexei, su bestia alerta y vigilante.
Soren le había dicho a Jay que los compañeros unidos podían sentir
las emociones del otro. ¿Cómo se sentiría Alexei cuando despertara?
¿Asustado? ¿Arrepentido? ¿Incluso resentido? Era culpa de él que esto
hubiera pasado. Tal vez Alexei no querría hablar con él nunca más. Y lo
respetaría. Lo respetaría
Se preparó para el ataque, sin atreverse siquiera a respirar, todo su ser
concentrado en el rostro de Alexei.
Pero lo único que sintió a través del vínculo cuando Alexei abrió
aquellos bonitos ojos multicolores fue… alivio. Seguido de afecto. Deseo.
Y una mezcla de ambos que se parecía muchísimo al amor.
A Jay se le cortó la respiración. Oh, estaba ahí. Había tenido razón
antes. Alexei sentía tanto amor por Jay.
—Estás aquí —la voz de Alexei era áspera, como si acabara de
despertarse de un largo sueño. Lo que Jay suponía que había hecho.
Apretó la mano de Alexei.
—Por supuesto que sí. Alexei, lo siento mucho…
—Mi compañero —dijo Alexei, con una voz ronca tan llena de
satisfacción que Jay pudo reconocerla incluso sin la ayuda añadida del
vínculo.
Se mordió el labio.
—Siento no habértelo dicho… —sus palabras se cortaron en un grito
ahogado cuando, con un movimiento suave, Alexei se sentó y tiró de él
hacia su regazo, acurrucándose hacia delante en el cuello de Jay como un
gran cachorro rubio.
—Hueles muy bien —murmuró, acariciando la piel de Jay.
Era Alexei quien olía tan bien, pero no tenía ganas de discutirlo. En
lugar de eso, trató de calmar sus nervios acariciando el precioso cabello de
Alexei, desenredando todos los mechones con los dedos mientras Alexei le
acariciaba con su quijada.
Alexei suspiró de placer al contacto.
—No me arrepiento —pronunció las palabras en el cuello de Jay y
salieron ligeramente amortiguadas—. No te arrepientas, kotyonok.
Jay pasó los dedos por las suaves hebras durante unos largos instantes
mientras pensaba qué decir.
—Lo habría hecho de otra manera, eso es todo.
Eso no era todo, no cuando Jay no estaba seguro de haberlo hecho en
primer lugar quitarle la humanidad a Alexei, pero no creía que Alexei
apreciara todas sus dudas y vacilaciones en ese momento.
Alexei levantó la cabeza y se enderezó hasta quedar completamente
sentado, con una media sonrisa en los labios al mirar a Jay a los ojos.
—¿Ah, sí? ¿Cómo lo habrías hecho tú?
Jay se tomó un momento para pensar, jugando ahora con las puntas
del cabello de Alexei.
—Velas —fue lo que se le ocurrió. Había visto suficientes películas
románticas como para saber que eso era lo más adecuado cuando se trataba
de crear una escena—. Muchas velas. Como un millón de ellas. Nada de luz
artificial, solo velas suaves y parpadeantes.
Alexei esbozó una media sonrisa.
—Velas.
—¡Y flores! —exclamó Jay, tirando accidentalmente del cabello de
Alexei con su entusiasmo al hacerse a la idea—. Grandes ramos por todas
partes. Con pétalos de rosas rojas sobre la cama.
—Ves muchas películas ¿verdad, gatito?
Jay se sonrojó ante la insinuación, pero se mantuvo firme de todos
modos.
—Tendría que haber sido romántico —argumentó, temiendo estar
acercándose peligrosamente a poner mala cara—. Debería haber sido yo.
Fue… fue… —se esforzó por encontrar las palabras adecuadas—. Fue muy
grosero por parte de Wolfgang, hacer eso sin preguntar.
La sonrisa de Alexei se volvió tierna, sus ojos increíblemente suaves
mientras acariciaba la mejilla de Jay.
—Dijo que pensó que te haría un poco menos… conflictivo, si el acto
estaba hecho.
—¡Pero ahora estoy enfadado! —Jay frunció el ceño en señal de
demostración, señalando con un dedo su frente arrugada—. Y odio estar
enfadado. No nos va a intimidar para que vayamos con él.
—Iré contigo a la guarida, Jay. Si es necesario. No me importa,
aunque tengamos que fingir…
—No —dijo Jay con firmeza—. Quitarte tu vida humana es una cosa.
No voy a dejar que te la quite y luego te arrastre a un lugar tan terrible —
enroscó un mechón del cabello de Alexei alrededor de dos dedos—. Quiero
darte… bondad, Alexei. Mis amigos son buenos. Merecemos quedarnos con
ellos. Nos merecemos cosas buenas. Nos merecemos una vida a nuestra
elección —le dio un suave tirón del cabello—. No más… No más
malvados.
Alexei le abrazó más fuerte.
—Muy bien, gatito. No más mezquindades.
Volvió a acurrucarse en el cuello de Jay, su cálido aliento cosquilleó
su piel lo suficiente como para que éste se retorciera.
—Hambriento —gimió Alexei.
—Oh —Jay se levantó para recoger sus provisiones, pero los brazos
de Alexei se cerraron en una jaula. Jay tocó el hombro de Alexei—. Gabe
nos trajo un poco de sangre. Suéltame y la tomaré10.
—No tengo hambre de sangre —murmuró Alexei, recorriendo con la
nariz la mandíbula de Jay—. Hambre de ti.
—Oh. Oh.
Danny se lo había contado a Jay una vez: el ansia exacerbada que
había sentido por Roman al principio -y que aún sentía, por lo que Jay podía
ver- ¿Sentía Alexei la misma atracción?
La bestia de Jay empezó a ronronear, inmensamente complacida con
este giro de los acontecimientos.
Alexei levantó la cabeza del cuello de Jay, sus bonitos ojos ya
parecían aturdidos y con los párpados pesados, como si con la seria
discusión fuera del camino, su necesidad por él hubiera pasado de cero a
cien.
—¿Dónde está tu lubricante, cariño? Necesito abrirte, bebé. Necesito
estar dentro de ti.
Sí, definitivamente de cero a cien.
Las palabras sucias enviaron un torrente de calor a través del cuerpo
de Jay, mezclándose extrañamente con la lujuria que ahora podía sentir
irradiando de Alexei a través del vínculo.
—Um —Jay trató de concentrarse en algo que no fuera su propia
erección. Lubricante ¿Lubricante?11 Tenía una bolsa en el suelo, de cuando
había comprado suministros antes, todavía sin guardar porque estaba
tratando de abrazar el desorden casual. Jay la señaló, ya que Alexei no
parecía dispuesto a soltarlo y se dobló con él aún en brazos, agarrando el
lubricante y acomodándolos a ambos de nuevo en el sofá.
—Desnudos —gruñó Alexei.
Se apresuró a obedecer, pero el acto de desvestirse sin soltarse el uno
del otro -porque Alexei seguía sin querer soltarlo ni por un momento- hizo
que soltara una risita. Pronto se convirtió en jadeos cuando los dedos
gruesos, impacientes y talentosos de Alexei se pusieron a trabajar para
abrirlo.
Esta vez no lo trató como si fuera de cristal. Jay no estaba seguro de
si era porque no era su primera vez o porque Alexei podía sentir a través del
vínculo lo ansioso que estaba o simplemente porque estaba tan hambriento
de él que no podía ir despacio.
De cualquier manera, no pasó mucho tiempo antes de que él estuviera
alineando esa gran polla en la entrada de Jay y luego se estaba hundiendo
lentamente.
Oh, Dios. Estaba lleno. Muy, muy lleno. Perfectamente lleno.
Cuando estuvo sentado del todo, con el trasero rozando los suaves
vellos de los fuertes muslos de Alexei, éste le acarició la mejilla, con cara
de asombro.
—¿Quieres probarlo, kotyonok? Intenta mover las caderas para mí.
Oh, claro. Porque Jay estaba encima.
Pero Alexei ayudó al principio, guiando los movimientos de Jay con
sus manos en las caderas.
—Perfecto —alabó, como si Jay lo estuviera haciendo todo solo.
Incluso en su estado de recién convertido, era tan amable con él. El más
amable del mundo—. Mi vampiro perfecto —canturreó—. Mi gatito
perfecto. Mi compañero perfecto.
Jay observó fascinado cómo su propia polla se mecía con cada
movimiento de sus caderas. Se inclinó para que la punta que goteaba rozara
el cálido estómago de Alexei. Dios mío, qué bien. Lo hizo una y otra vez,
incluso mientras las manos de Alexei se desplazaban desde sus caderas para
acariciarle la espalda, su cuello, sus pezones.
Podía sentir esa satisfacción profunda, casi obsesiva, de Alexei, por
llenarlo, por estar conectados de esa manera. Palpitaba con cada uno de los
gemidos de Jay.
Y le encantaba que los estuviera haciendo sentir tan bien a los dos,
pero quería… quería algo más.
—¿Tomas el control? —suplicó sin aliento.
Por un segundo le preocupó que Alexei se sintiera decepcionado, pero
los ojos de su compañero se oscurecieron aún más, no del todo, todavía y
emitió un sonido sexy y grueso que era nuevo.
—¿Quieres que te ayude a moverte, cariño? ¿Quieres relajarte y
dejarme hacer todo el trabajo?
Jay asintió frenéticamente, ni siquiera avergonzado porque podía
sentir lo caliente que Alexei lo encontraba. Las manos de Alexei volvieron
a bajar hasta sus caderas, apretando allí y luego estaba presionando a Jay
hacia abajo al mismo tiempo que las caderas de Alexei bombeaban hacia
arriba, golpeando ese punto maravilloso, y ohh. Eso fue agradable.
Eso fue bueno. Eso fue tan bueno.
El cuerpo de Jay se puso flácido de placer mientras gemía y rodeó el
cuello de Alexei con los brazos, dejándose caer contra el ancho pecho.
Acurrucó la cabeza en el pliegue del hombro, inhalando aquel maravilloso
aroma a vainilla y dejó que su compañero los moviera a los dos.
Entonces se perdió un poco, sintiéndose tan maravillosamente suelto,
flexible y un poco inmovilizado, abrumado por la intensidad de las
emociones combinadas que lo inundaban, pero Jay volvió en sí con un
sobresalto cuando unos dientes afilados se hundieron en su cuello.
Oh. Oh. Alexei lo estaba mordiendo. Alexei estaba mordiendo a Jay.
Estaba bebiendo de él.
—Dios mío. Oh, Dios mío —gimió Jay, con oleadas de oscuro placer
sacudiéndole.
Se corrió, sorprendiéndose a sí mismo con su fuerza, palpitando y
temblando, sin apenas controlar sus propios músculos. Lo cual está bien,
pensó Jay soñadoramente, porque Alexei está moviendo mis músculos por
mí.
Alexei gimió en el cuello de Jay, un sonido grave, bajo y golpeó el
cuerpo de Jay una, dos, tres veces más antes de que sintiera el calor de la
liberación de Alexei inundándolo.
Se estremeció con la sensación. A Jay le encantaba. Le encantaba que
lo llenara. Le encantaba esta conexión física.
Y amaba a Alexei. Tanto, tanto.
—Yo también te amo —murmuró Alexei, lamiendo el cuello de Jay,
el mordisco que había dejado allí.
¿Lo había dicho Jay en voz alta?
—Puedo sentirlo —le dijo Alexei, aparentemente leyendo la mente de
Jay—. Puedo sentir tu amor por mí.
Jay respondió con un murmullo incoherente.
Alexei le dio un beso en el cuello.
—¿Estuvo… estuvo bien, cariño?
—El sexo siempre es bueno —suspiró Jay feliz—. Creo que quiero
hacerlo todo el tiempo.
La risita de respuesta de Alexei hizo vibrar su pecho contra el cuerpo
de Jay.
—No, kotyonok. El mordisco.
—Oh —Jay de alguna manera encontró la fuerza para inclinarse hacia
atrás y hacer contacto visual, un poco triste al ver que la cara de Alexei ya
había vuelto a su forma humana. A Jay realmente le gustaría conocer a la
bestia de Alexei—. Muy bien. Es… um… —podía sentir cómo se
ruborizaba—. Morder es una forma de intimidad entre vampiros.
Alexei le sonrió, con una pequeña mancha de sangre de Jay en la
comisura de los labios.
—¿Todavía tengo la polla dentro de ti y te ruborizas por un mordisco?
Ahora las mejillas de Jay estaban absolutamente en llamas.
—Yo solo... Es otra... primera vez. Para mí.
Esa intensa sensación de satisfacción pulsó a través del vínculo de
nuevo.
—Menos mal. Sabes tan delicioso que ningún vampiro renunciaría a
ti tras un mordisco.
Jay se retorció de placer ante las bonitas palabras y Alexei siseó,
levantándolo por las caderas y apartándolo de su polla reblandecida.
Intentó no poner mala cara, pero no lo consiguió.
—Aún no estaba preparado.
Alexei rio ligeramente, pero había una nueva tensión en su ceño.
—Lo siento, gatito. Pero creo que podría necesitar esa sangre ahora.
Cierto. Porque podía haber sido íntimo, pero la sangre de vampiro no
iba a darle a Alexei el alimento que necesitaba.
Así que Jay le trajo la sangre y observó a su recién convertido
compañero alimentarse. La bestia de Alexei era tan bonita como él mismo,
aunque el negro cubriera toda la bondad multicolor de sus ojos. Deseaba
que tuvieran tiempo para quedarse en el apartamento durante un mes más o
menos, para conocer esas nuevas facetas del otro y explorar su vínculo.
Pero tenían planes que hacer. Gente a la que llamar.
Malvados a los que reprender.
DIECINUEVE
ALEXEI
Eligieron uno de los bares más elegantes y tranquilos de la ciudad
para reunirse con Wolfe.
Alexei no estaba muy seguro de por qué Jay estaba tan convencido de
que su psicópata no empezaría una pelea con humanos alrededor, no es que
Wolfe hubiera sido hasta ahora la viva imagen de la moderación, pero le
había dicho con seguridad que Wolfe era práctico, evitaba las "escenas" y
era increíblemente receloso de que la población humana lo descubriera por
lo que era.
Así que un bar tranquilo pero poblado. Uno con cabinas revestidas de
cuero, luz tenue y precios de cócteles más propios de una gran ciudad que
de un pueblo turístico al aire libre.
Un lugar donde Alexei podía oler el abrumador aroma de la sangre
humana, que latía bajo la piel de cada cliente. Era la primera vez que salía
en público desde que se había convertido y los demás se habían preocupado
brevemente de que no pudiera concentrarse. Y sí, su "bestia" estaba en
alerta máxima, pero su atención se centraba, como la de Alexei desde el
primer momento en la cafetería en Jay. En su olor -que, ahora que se había
convertido, notaba que tenía un extraño toque metálico bajo la menta-; en
su estado de ánimo -una embriagadora mezcla de nervios, ira y lujuria
residual-; en intentar averiguar la forma viable más rápida de volver a tocar
a Jay -piel con piel, polla con polla, llenándolo y excitándolo-. Su mantra en
todo momento era tocar a Jay, saborearlo, reclamarlo, amarlo.
Alexei casi se preguntaba si aquella atracción obsesiva desde el
principio había sido siempre su bestia, latente, esperando a ser despertada.
La sangre humana de aquel bar, en cambio, no era más que una
pequeña distracción. Alexei se había alimentado de bolsas de sangre apenas
una hora antes; no tenía hambre.
Pero se estaba dando cuenta de que contar con que Wolfe no recurriría
a la violencia podría haber sido solo la mitad de la ecuación. ¿Qué no haría
esta nueva bestia de Alexei cuando se tratara de Jay? ¿Qué le importaban
los testigos, los transeúntes inocentes, la destrucción de la propiedad?
Compórtate, le reprendió preventivamente. La bestia emitió un
doloroso rugido de desaprobación.
Wolfe ya los estaba esperando, con una botella de vino abierta sobre
la mesa, cuando Jay y Alexei entraron, Soren y Gabe justo detrás de ellos.
Jay les había dicho a los demás que se quedaran atrás -"no queremos que
parezca una emboscada"-.
—Alexei —ronroneó Wolfe cuando llegaron a la mesa, con el
fantasma de una sonrisa en los labios—. Tienes muy buen aspecto.
Jay frunció el ceño y detuvo el avance de su pequeño grupo con una
mano, un gesto sorprendentemente imperioso.
—Antes de sentarnos —dijo con educación—. Wolfgang, lo que
hiciste fue muy grosero.
Wolfe agitó su copa de vino tinto sin levantarla de la mesa, como
hacía a veces la gente mayor.
—Algunos dirían que te hice un favor, Johann.
Jay cruzó los brazos sobre el pecho.
—Algunos puede que sí, pero yo no —levantó la barbilla—. Pido una
disculpa formal.
Hubo un breve enfrentamiento entre los dos, la bestia de Alexei lista
para la violencia a la menor señal de que Jay no estaba apaciguado y luego
Wolfe inclinó la barbilla en señal de conciliación.
—Te pido disculpas, Johann. Por quitarte algo que no puedo
devolverte.
—Gracias —respondió Jay solemnemente.
Y sin más, Alexei sintió que parte de la ira inusual que había estado
hirviendo a fuego lento en su compañero, palpable a través de su vínculo,
retrocedía. Y eso pareció ser todo para Jay. Tomó asiento junto a Wolfe y
buscó la carta de bebidas con entusiasmo, como si estuvieran en el bar solo
para tomar cócteles y no para una reunión estratégica.
—Nunca he probado un daiquiri —dijo alegremente—. ¿Crees que
aquí me harían uno?
—No es ese tipo de sitio, Jaybird —respondió Soren, tomando asiento
y arrastrando a Gabe a su lado—. Tal vez un ruso blanco —un guiño a
Alexei con ese pequeño comentario—. Creo que se adaptaría a tus gustos.
Alexei tomó asiento junto a Jay, sin poder evitar sentarse lo bastante
cerca como para que sus brazos se rozaran. Pidieron las bebidas, un extraño
y tranquilo silencio cubrió la mesa cuando el camarero se marchó.
Observó a sus acompañantes: Wolfe y Jay parecían plácidamente
tranquilos, Soren ligeramente tocado de la cabeza y Gabe sumamente
incómodo. No tenía ni idea de lo que mostraba su propia cara en ese
momento; tenía décadas de experiencia en mantenerla ilegible, pero tener a
esa nueva criatura dentro de él cambiaba un poco las reglas del juego.
Seguía queriendo aparecer en momentos inoportunos, sobre todo cada vez
que olían el aroma a menta de Jay y la cosa descerebrada exigía que se
unieran a su pareja de inmediato, de cualquier forma posible.
Porque si Alexei pensaba que antes había estado obsesionado con
Jay… bueno, maldita sea. La intensidad era… alarmante. O al menos,
debería haberlo sido. Tal vez cuando tuviera más tiempo para procesarlo
todo, lo sabría. Tal como estaban las cosas, todo lo que había sido capaz de
reunir era un inmenso alivio de que Jay no tuviera otro compañero por ahí,
después de todo, amenazando con separarlos en el momento en que ese
compañero entrara en escena.
Jay sentía muchas cosas todo el tiempo, sus emociones se agitaban
como peces en un estanque. La mayoría eran positivas, lo que a Alexei le
resultaba un poco chocante, teniendo en cuenta el pasado relativamente
traumático. Pero aparte del enfado con Wolfe y la preocupación por el
nuevo estado de Alexei, la mayoría eran pequeñas muestras de alegría y
placer ante las cosas más extrañas: las huellas de un gato en la nieve, su
casero en bata en el porche, el ruso blanco que ahora tenía en las manos.
Alexei estaba echando un vistazo de primera mano a aquella mente
alienígena y eso solo hacía que amara más a Jay, que quisiera meterse a su
compañero perfecto en el bolsillo y no dejarlo salir nunca más.
Tal vez debería ver a un terapeuta de vampiros, cuando todo esto
terminara.
Fue Wolfe quien rompió el silencio, aparentemente despreocupado
por el posible juego de poder que suponía dejar hablar primero al oponente.
—Entonces, ¿el objetivo de esta reunión era un simple escarmiento o
estamos planeando tu regreso? Puedo reservarnos tres billetes en cuanto
quieras.
Jay dejó su bebida ya medio vacía y cruzó las manos.
—Quiero discutir qué haría falta para que me dejaras quedar.
—Me temo que no es posi… —las palabras de Wolfe se
interrumpieron con un sobresalto y su impecable postura se endureció aún
más. Se giró en su asiento, con una mirada cautelosa y observó a un nuevo
grupo que entraba en el bar.
Un grupo de tres, uno de los cuales un tipo alto, rubio y de aspecto
robusto, de unos treinta años, los vio y les hizo señas con la mano para que
se acercaran a su mesa.
—¡Rey! —gritó bulliciosamente el humano rubio—. Me alegro de
verte por aquí.
Gabe le hizo una mueca y le devolvió el saludo sin mucho entusiasmo
y el hombre no se acercó más, limitándose a sonreír brevemente a Soren,
mirar con curiosidad a Alexei y guiñarle un ojo a Jay -lo cual, carajo, no le
gustó nada a la nueva bestia de Alexei-.
Wolfe había vuelto a ocultarse en las sombras de la esquina de la
mesa, escapando por completo a la atención del humano. Al cabo de un
momento, cuando el nuevo trío se dirigió a una mesa en el otro extremo de
la sala, agarró su copa de vino y agitó el líquido rubí de una forma mucho
menos elegante que antes.
—¿Quién era ese hombre?
Soren arqueó una ceja inquisitiva, pero respondió a la pregunta.
—El doctor Monroe. No es uno de los nuestros; no tienes que
preocuparte por él.
Wolfe dio un pequeño trago a su vino, dejó la copa y golpeó la mesa
con un dedo índice. Pasó otro largo rato antes de que volviera a hablar.
Quizá estaba tan paranoico con los humanos como Jay había sugerido.
Finalmente, se aclaró la garganta gentilmente.
—¿Cuáles serían las condiciones de tu estancia, Johann?
Si alguien más estaba sorprendido por el repentino cambio de la
oposición obstinada a la consideración cuidadosa, no lo mostraron en sus
rostros.
—Te daría la mitad —dijo Jay, ignorando la inmediata protesta de
Soren—. Sin el componente matrimonial, por supuesto. Puedes llevártelo a
la guarida o quedártelo todo para ti. Ya no me importa.
Wolfe frunció los labios, pensativo.
—La guarida no confiaría en mí solo, no sin tu reputación
respaldándome. Ese era el objetivo de todo el acuerdo.
Jay se encogió de hombros y bebió otro sorbo de su cóctel.
—Bueno, tendrán que hacerlo, si quieren que ese dinero les beneficie.
Wolfe se lo pensó y volvió a darle vueltas a la copa. Alexei tuvo la
tentación de coger el maldito vaso y tirarlo de la mesa, pero supuso que eso
se consideraría de mala educación.
—Seguirían perdiendo demasiado dinero. Vendrían por ti, estoy
seguro. Probablemente ya hayan enviado a alguien. Toda esa falta de
confianza en mí, ya sabes.
—Bueno, eso es fácil —intervino Soren, con una amplia sonrisa en la
cara—. Mataríamos a cualquiera que intentara llevarse a Jay sin su
consentimiento. La última persona que intentó secuestrar a uno de nuestra
familia ahora es un montón de cenizas en el bosque.
Alexei sintió una fuerte oleada de alegría sorprendida proveniente de
Jay ante la palabra familia y la inclusión implícita de Jay en ella. Se volvió
para estudiar su rostro, pero Jay seguía mirando plácidamente a Wolfe.
Wolfe se tomó un momento para reflexionar y paseó la mirada por la
habitación, deteniéndose brevemente en la mesa donde el médico rubio
estaba sentado con sus amigos.
—Tengo una propuesta diferente.
—Nada donde Jay se vaya —insistió Soren.
Alexei pudo sentir otra oleada de placer recorrer a Jay ante la defensa
de Soren. Como si no hubiera sabido antes lo importante que era para esos
amigos con los que había encontrado un hogar hasta que ese hogar se vio
amenazado.
—Será agotador para todos ustedes luchar contra ataques individuales
desde la guarida. Uno de ustedes podría resultar herido, posiblemente
muerto. Yo podría… interferir, en cierto modo. Transmitir el mensaje de
que has formado tu propia guarida, Johann. Uno con protectores capaces.
Incluso podría darte mi lealtad. Entonces ya no es una cuestión de un
compañero fugitivo, sino una guerra entre dos guaridas. Un asunto mucho
más desalentador para ellos.
Gabe se aclaró la garganta.
—¿Por qué no puede Jay decirles eso sin más?
Wolfe se encogió de hombros.
—Dudo que le crean, para empezar. No sin corroborarlo.
—¿Por la mitad del dinero? —preguntó Jay, ladeando la cabeza.
—La mitad del dinero —Wolfe tomó un sorbo considerado de su vino
—. Y quiero al médico.
La sonrisa de Soren se hizo aún más amplia, pero sus pálidos ojos se
volvieron de hielo.
—Supongo que serán dos montones de ceniza en el bosque.
Wolfe le hizo un gesto despectivo con la mano.
—Tu médico no. Quiero al otro. Monroe.
—Bueno… No es nuestro para darlo —señaló Jay, con el ceño
fruncido por la confusión.
Al mismo tiempo, Gabe se burló.
—¿A él? ¿Para qué lo quieres a él?
Soren puso una mano tranquilizadora en el brazo de su compañero.
—Los celos no te sientan bien, Alteza. Sabes que en realidad no me
acosté con él.
Gabe resopló, pero parecía ligeramente apaciguado.
—Te gustan los celos en mí, mocoso —murmuró—. Te hace
engreírte.
Jay se aclaró la garganta, captando las miradas tanto de Soren como
de Gabe e inclinando la cabeza no tan sutilmente hacia Wolfe, que parecía
bastante dolido por la interacción. El dúo se quedó en silencio, pero Alexei
no pudo evitar notar que Soren se estaba pavoneando, apenas un poco.
—No seremos ese tipo de guarida —le dijo Jay a Wolfe con firmeza
—. No podemos darte un humano del pueblo así como así.
El ceño de Wolfe se frunció un poco, molesto, antes de suavizar su
expresión rápidamente.
—Bien. La mitad del dinero.
—¿Por qué? —preguntó Alexei, hablando por primera vez—. ¿Por
qué cambiar de bando así?
Wolfe le miró a los ojos y Alexei odió el pequeño escalofrío de miedo
que le recorrió al recordar el dolor de la conversión, su preocupación por no
volver a despertar.
—Quiero la estabilidad y la protección de una guarida —dijo Wolfe,
moviendo los labios como si percibiera el miedo de Alexei —
probablemente podía, el muy asqueroso—. Quiero fondos para vivir
cómodamente. No necesito ser leal a esa guarida en particular. Fue
conveniente en su momento. Ya no lo es.
Alexei no podía evitar la sospecha de que había algo más en la
historia, pero Jay soltó una risita.
—Por eso no confían en ti, ¿sabes?
—Sí, bueno… —Wolfe extendió las manos como diciendo ¿Qué se le
va a hacer?
—¿Y ya está? —preguntó Soren, claramente tan escéptico como se
sentía Alexei—. La mitad del dinero para tu... ¿qué exactamente? ¿Ayuda?
¿Protección?
Wolfe dejó escapar una risa seca.
—¿Cómo que eso es todo? Actúas como si fuera una suma
insignificante —empujó su vaso hacia atrás y se levantó de la mesa—.
Obviamente significa que tendré que quedarme en Hyde Park un tiempo
más. Tengo algunos inmuebles que ver, si no te importa.
Y se marchó. Como si el asunto estuviera decidido, a pesar de que Jay
nunca había estado técnicamente de acuerdo.
Alexei se volvió hacia Jay, que no parecía sorprendido en absoluto
por la repentina marcha pero que, no obstante, tenía una expresión de
inquietud en el rostro.
—Qué extraño —reflexionó.
—¿Que haya cedido tan fácilmente? —preguntó Alexei.
—Que pidiera al doctor Monroe como una de sus condiciones. Nunca
le atrajo el aspecto de compañero de la guarida —Jay frunció el ceño—. En
parte por eso siempre me cayó bien.
—Dijiste que era un psicópata —señaló Soren.
Jay asintió con la cabeza, pero Alexei seguía sintiendo que le salían
hilos de nerviosismo.
VEINTE
JAY
La siguiente semana de espera, a la espera de noticias de Wolfe, a la
espera de posibles amenazas de la guarida debería haber sido estresante. Y
lo fue. Algo así. Porque sería raro no estar estresado por ello, ¿verdad?
Pero también fue muy, muy agradable.
Jay tenía un compañero. Una persona solo para él. Y estaba viviendo
en el apartamento de Jay, deseándolo todo el tiempo.
¿Cómo podría ser eso sino lo más agradable?
Y si Jay era sincero, tenía que admitir que siempre le había dado un
poco de miedo el vínculo de pareja. Siempre había sonado mágico, sí, pero
también se había imaginado lo doloroso que podía ser para alguien sentir
cada vez que su pareja se enfadaba con él o le decepcionaba. Cómo heriría
sus sentimientos de saber con certeza que estaba defraudando a su pareja.
Pero estaba resultando que Jay no tenía que temer eso en absoluto con
Alexei. O al menos no por las pequeñas cosas que una vez habían enfadado
tanto a Vee.
Si Jay estaba desarreglado, demasiado hablador, emocionalmente
necesitado o quería que lo abrazaran todo el tiempo, todo lo que sentía de
Alexei eran esas cálidas y deliciosas muestras de afecto. Era lo más
agradable y reconfortante que había experimentado en toda su vida.
¿Quién iba a decir que el amor podía sentar tan bien? ¿Quién sabía
que no tenía que doler? ¿Que no tenías que rechazar partes de ti mismo para
ser aceptado?
Lo había visto, por supuesto, con sus amigos y sus compañeros, había
visto técnicamente cómo podía ser la aceptación pero era diferente estar
dentro de ella. Un cálido capullo donde Jay se sentía seguro para crecer,
explorar y sentir todas las cosas que nunca había llegado a sentir antes.
Y a veces era casi… afilado, el amor de Alexei por Jay. Un poco
oscuro, un poco posesivo, un poco obsesivo, incluso. Pero eso se sentía tan
bien como el amor cálido y suave. Saber que inspiraba ese tipo de devoción
en Alexei… no podía evitar sentirse complacido. Porque era realmente un
pozo sin fin de necesidades y se estaba dando cuenta por primera vez de lo
sincero que había sido Alexei, cuando había dicho que estaba hambriento
de darle afecto.
Sin embargo, al sentarse a ver su primera película juntos, Jay pensó
que era mejor advertir a Alexei lo que se avecinaba. Puso pausa a la
película que había elegido Alexei, la había descrito como ciencia ficción de
terror y ¿no era un concepto excitante? y se volvió hacia Alexei, que estaba
tumbado en el sofá.
—Umh., puedo ser un poco... ruidoso.
Alexei le dirigió una mirada perezosa y acalorada.
—Mm. Lo sé, kotyonok. Gimoteas con los mejores.
Las mejillas de Jay se calentaron.
—No estoy hablando de eso. De ver películas. Tuve que dejar de ir al
cine porque todo el mundo me mandaba callar —Jay no se había dado
cuenta de lo ruidoso que era hasta que los demás espectadores se enfadaron
con él. Le daba miedo volver.
Podía sentir un pulso de ira procedente de su compañero, pero Alexei
no lo mostró. En cambio, ladeó la cabeza.
—¿Crees que me importaría? Puedes hablar durante toda la película si
quieres, cariño. Por mí puedes cantar a gritos.
Jay soltó una risita.
—¿Por qué iba a cantar?
Alexei se encogió de hombros, con una pequeña sonrisa en los labios.
—Solo digo que… Disfrutaré porque estoy contigo.
—Eres el humano más agra… —Jay hizo una pausa, sintiéndose
inexplicablemente horrorizado—. Dios mío. Alexei. No puedo... ya no
puedo llamarte el humano más agradable.
—¿Por qué no? —se burló Alexei—. ¿Por fin has cambiado de idea?
—Pero... ahora eres un vampiro.
—Puedes seguir llamándome así si quieres, gatito. Me temo que
nunca fue un apodo muy acertado. Odio tener que decírtelo, pero nunca he
sido muy agradable. No antes de conocerte.
Jay resopló y dio play. A pesar de toda su experiencia, a veces Alexei
no tenía ni idea de lo que hablaba. Era el humano más agradable. El
vampiro más simpático. El mejor compañero.
Jay se acomodó en el sofá, lo bastante cerca como para que sus
muslos y los de Alexei se tocaran. Y como Jay y su bestia estaban de
acuerdo en que sentarse uno al lado del otro no era suficiente, levantó el
brazo de Alexei para meterse debajo. Esperó un momento una posible
reprimenda -del tipo: ¿No puedes sentarte tú solo a ver una película,
Johann?-, pero sólo se percibía una cálida satisfacción a través del vínculo,
así que se acurrucó más, cubriendo el pecho de Alexei.
Así estaba mejor.
Al principio, Jay intentó guardarse sus pensamientos y
exclamaciones. Pero tenía muchos. Estaban viendo una película llamada
Alien y la premisa por sí sola planteaba tantas preguntas que su cerebro
rebosaba de ellas.
La criatura alienígena era claramente mucho más fuerte que los
humanos, pero ¿seguiría siendo más fuerte que un vampiro? ¿Cómo se las
arreglaría uno de los suyos contra una criatura con ácido en la sangre? Si un
vampiro fuera lanzado al espacio, ¿seguiría viviendo para siempre, flotando
en el abismo?
Jay no podía evitar formular las preguntas en voz alta, lo que sabía
que tenía que ser molesto.
Pero era como todo lo demás con Alexei. No había molestia, no había
irritación a través del vínculo. Solo había diversión -de la buena-,
aceptación, amor.
A Jay le daba igual lo que dijera Alexei. Era el ser humano más
agradable del mundo.
Así que dejó ir sus dudas y se permitió disfrutar de la película como
lo haría si estuviera solo. Excepto que todo era mejor que cuando estaba
solo, porque estaba acurrucado bajo el brazo de Alexei, sintiéndose tan
cálido, acogedor y seguro, además Alexei les había traído a los dos muchos
tipos de caramelos -aunque Jay parecía ser el único que se los comía- y no
estaba perdiendo el tiempo en absoluto -de hecho, no había perdido ni un
momento de tiempo desde que Alexei se había convertido-.
Pero a mitad de la película, Jay empezó a tener otro tipo de problema.
Intentaba concentrarse. De verdad. Pero la cosa era que su bestia
estaba excitada con la idea de luchar contra un alienígena -su bestia estaba
convencida de que podrían ganar contra uno, aunque Jay no lo estuviera-, y
allí estaba Alexei, oliendo tan jodidamente bien.
Así que Jay quizá se puso un poco nervioso, excitado y quizá también
empezó a tener dificultades para mantener una respiración regular. E
incluso sin el vínculo, Alexei probablemente lo habría notado, pero con el
vínculo, solo pasaron unos minutos antes de que estuviera mirando a Jay
más que a la película y podía sentir la diversión -aún del tipo agradable- y la
lujuria pulsando a través de su conexión.
—Nos estamos distrayendo un poco, ¿no? —Alexei murmuró en el
cabello de Jay. Y no era justo que lo hiciera en voz tan baja, ronca y burlona
—. ¿Te excitan los monstruos alienígenas con exoesqueletos de dos metros
y medio, kotyonok?
Las mejillas de Jay ardían de vergüenza. Antes de Alexei ni siquiera
sabía que la vergüenza excitada existiera. Pero lo hacía. Realmente lo hacía.
Jay mantuvo los ojos fijos en la televisión.
—No, no lo hacen.
—¿Oh? ¿Entonces por qué puedo oler el deseo en ti, cariño?
Jay se estremeció cuando Alexei le acarició el cuello.
—No puedes olerlo —protestó—. Es que estás… estás haciendo
trampa —Jay no estaba seguro de si leer su deseo a través del vínculo
contaba como hacer trampa, pero sentía que sí. De lo contrario, podría
haber fingido que seguía concentrado en la película. Tal vez. Probablemente
no.
Alexei soltó una carcajada y su cálido aliento en el cuello de Jay hizo
que otro escalofrío recorriera su espina dorsal.
—¿Todavía quieres terminar tu película, kotyonok?
—Sí —Jay no estaba seguro de hacerlo, pero todo había sido idea
suya y Alexei se había tomado todas las molestias con los aperitivos, así
que debería, ¿no?
El aliento de Alexei estaba caliente en la oreja de Jay ahora.
—Bueno, ¿te gustaría terminar la película con mi boca en tu polla?
Antes de que el cerebro de Jay pudiera siquiera procesar la pregunta,
estaba escabulléndose de debajo del brazo de Alexei y dejándose caer de
espaldas en el sofá porque sí, sí, quería eso. Muchísimo. Siempre había
querido que Alexei lo tocara y tal vez se sentiría aún más excitado si Alexei
no pareciera querer lo mismo. Si Alexei no pareciera querer nada más
que… amar a Jay. Besarlo, acariciarlo y burlarse de él hasta convertirlo en
un charco de baba
Jay observó con los ojos muy abiertos cómo Alexei le bajaba su
pantalón, dejando al descubierto la erección de Jay. Su compañero era tan
guapo, sobre todo con esos preciosos ojos pesados e intensos, mirando la
polla de Jay como si fuera un delicioso caramelo.
Y entonces Alexei se cernió sobre él, girando suavemente la cabeza
de Jay hacia un lado con dos dedos para que volviera a estar frente al
televisor.
—Mira la película, cariño.
Jay lo intentó. De verdad lo intentó. Incluso tuvo éxito al principio
porque Alexei se lo tomó con calma. Empezó lamiendo y mordisqueando la
piel a lo largo de las caderas de Jay, lo que le hizo reír un poco porque le
hacía cosquillas. Luego dirigió su atención al interior de los muslos, un
lugar que había mordido y bebido más de una vez.
Jay esperaba que Alexei hiciera lo mismo ahora, pero él siguió con
aquellos suaves mordiscos y cálidos besos, sin una pizca de colmillos.
Era… enloquecedor. Pero además, Jay mantenía los ojos abiertos y
era vagamente consciente de que pasaban cosas en la película, eso
significaba que estaba siendo bueno y siguiendo la petición de Alexei, ¿no?
Alexei lo confirmó con sus palabras, deshaciéndose en elogios entre
apretones de sus labios sobre la tierna piel de Jay.
—Tan bueno para mí, cariño. Mírate, temblando como una hojita. Y
aun así tan concentrado. Qué perfecto eres.
Y eso no era del todo justo porque Alexei sabía cuánto le excitaba que
le dijeran que era bueno. Y su polla se sacudía y goteaba sin que Alexei la
hubiera tocado aun con la boca.
Pero entonces era aún más injusto porque, por supuesto, todo eso era
solo el calentamiento. Y, al parecer, Alexei había terminado de burlarse. La
espalda de Jay se arqueó sobre el sofá con un grito ahogado mientras Alexei
se lo tragaba, chupando con fuerza y sin piedad.
—Oh, Dios. Oh mier… Dios mío.
Y entonces fue muy, muy injusto porque Jay podía oír el sonido de
Alexei acariciándose, incluso con la película en marcha. ¿Cuándo se había
quitado Alexei los pantalones? ¿Se había desnudado sin que Jay lo supiera?
¿Se estaba perdiendo Jay la oportunidad de echarle un vistazo?
Fue entonces cuando Jay perdió la batalla. Apartó la cabeza del
televisor.
Alexei, con las mejillas hundidas alrededor de la dolorida polla de
Jay, enarcó una ceja al notar el cambio de la atención. Apartó la boca y Jay
sintió una ráfaga de aire frío en el miembro.
—¿Y la película, cariño?
Estaba demasiado excitado para sentirse avergonzado por no poder
concentrarse en la película.
—Eres tan guapo —fue todo lo que consiguió decir en defensa.
Realmente lo era. Aunque Alexei no estaba desnudo. Solo se había
bajado el pantalón lo suficiente para sacudirse la polla. Y de alguna manera,
en ese momento, ¿eso era aún más excitante? Como si se hubiera excitado
tanto con solo ponerle la boca encima a Jay que hubiera tenido que tomarse
en la mano sin siquiera desvestirse.
Alexei le sonrió, probando el punto de Jay sobre la belleza y luego
puso toda su atención de nuevo en convertir a Jay en un desastre sin sentido
y jadeante.
La boca de Alexei ya estaba demasiado llena para elogios, pero no
dejaba de emitir zumbidos, gemidos y gruñidos de aprobación que tenían el
mismo efecto en Jay, así que éste no tardó en estallarle en la boca de con un
aullido y Alexei no tardó en hacer lo mismo con un gemido.
Y entonces ambos se quedaron sin sentido, jadeantes y pegajosos.
Pero Alexei no insistió en que se limpiaran, se ducharan o algo
parecido. Se limitó a subir al sofá y a abrazar a Jay por detrás, girándolos
para que volvieran a estar frente al televisor.
Jay suspiró feliz mientras veían al Alien destrozar a otro miembro de
la tripulación.
—Espero que el gato sobreviva.
Pero Jay no llegó a averiguarlo. Porque dos minutos después, Danny
le estaba llamando.
—Tenemos un problema.
—¿Por qué querría Wolfe convertir al doctor Monroe? —preguntó
Alexei, no por primera vez, cuando llegaron a una impresionante casa
victoriana en las afueras de la ciudad.
Jay miró por la ventanilla del acompañante, mordiéndose el labio. No
tenía respuesta. No era como Wolfe, quien, a pesar de todos sus defectos,
nunca había parecido interesado en la dinámica vampiro-compañero. Había
sido una gran parte de la confianza que Jay tenía en él y ahora se había
hecho añicos. Otra vez.
¿Había sugerido Wolfe que formaran su propia guarida, haciendo su
parte para protegerlos, solo para poder continuar con la dinámica tóxica de
la antigua guarida en un nuevo lugar? ¿Por qué? ¿Qué sentido tenía?
Jay vio a Danny y Roman esperándoles al borde del jardín delantero
de la casa. Roman parecía furioso, como aquella vez que lo sujetó por el
cuello contra la pared. Danny parecía preocupado.
Se sintió culpable al salir del asiento del copiloto. Era culpa suya que
estuvieran tan alterados. Culpa suya por haber traído a Wolfe. Debería
haberse ido antes. Debería haberles dicho la verdad. Debería haber...
Fue sacado de su espiral de culpa al sentir la cálida mano de Alexei
tomando la suya. Levantó la vista; ni siquiera se había dado cuenta de que
su compañero estaba a su lado. Se sintió reconfortado por el contacto y, de
paso, aspiró profundamente el aroma de Alexei.
Se unieron a Danny y Roman.
—¿Están ahí dentro? —preguntó Jay.
Roman asintió.
—Sí. Wolfe y Monroe, los dos.
Jay se quedó mirando la casa y luego a Roman.
—Um, si no te importa que pregunte, ¿cómo te enteraste de lo que
pasó?
Fue Danny quien contestó.
—Roman se ha estado sintiendo un poco... protector...
—Desconfiado —corrigió Roman.
—... Desde que Wolfe llegó a la ciudad. Puede que haya estado…
vigilando un poco la situación.
Roman resopló a su compañero.
—¿Y no es bueno que lo estuviera haciendo?
—Sí, sí. Hiciste muy bien en acechar al extraño, mi amor —el tono de
Danny era sarcástico, incluso Jay podía notarlo, pero los ojos de Roman se
suavizaron ante el elogio. Jay podía sentirse identificado. Siempre era
agradable que te dijeran que habías hecho un buen trabajo—. De todos
modos —continuó Danny con los ojos en blanco—. Vio a Wolfe trayendo a
un Dr. Monroe de aspecto muy flácido.
—Al principio creí que era un cadáver —dijo Roman, sin parecer
demasiado molesto por ese hecho—. Pero afirma que ha encontrado a su
compañero y que debemos dejarle en paz. Se puso bastante agresivo al
respecto.
Jay se retorció el dobladillo de la camisa.
Un compañero.
Bueno, eso cambiaría un poco las cosas, ¿no? Convertir a un humano
apuesto en una pareja servil era una cosa, pero convertir a un compañero…
la mayoría de los vampiros lo considerarían aceptable.
Excepto que Wolfe solo había estado en la ciudad una maldita semana
¿De verdad había encontrado a su pareja y lo había convencido para que se
convirtiera tan rápido?
Jay levantó la vista y vio que Alexei lo estaba estudiando.
—¿Cuál es el plan, kotyonok?
Jay se encogió de hombros y dejó caer la tela de sus manos,
sonrojándose un poco ante la insinuación de que él dirigía esta misión en
particular.
—Supongo que tocaremos.
Al final, Jay fue el que llamó a la puerta.
Danny, Roman y Alexei permanecieron al borde de la propiedad. Jay
pensó que si Wolfe se sentía sobreprotector con su nuevo compañero, cuatro
vampiros en su puerta probablemente no sería la mejor idea. Alexei
necesitó algo más que un poco de convencimiento para quedarse, pero Jay
no temía que Wolfe le hiciera daño.
Wolfe nunca lo había considerado una amenaza.
Tardó un minuto entero en llamar a la puerta, pero finalmente Wolfe
abrió, sorprendentemente vestido con unos pantalones negros de aspecto
suave y una camisa negra de manga larga.
Estaba más desaliñado de lo que Jay le había visto nunca. Lo cual no
era mucho decir, para ser justos. Pero su cabello, siempre perfectamente
peinado, estaba despeinado y su ropa, poco habitual, desarreglada.
Aun así, su expresión era tan serena como siempre mientras miraba
primero a Jay y luego a los vampiros que esperaban más allá de él.
—Johann —saludó, logrando sonar solo ligeramente sorprendido,
como si se tratara de una visita social que no esperaba—. ¿En qué puedo
ayudarte?
—Wolfgang —reprendió Jay.
Wolfe apretó los labios.
—Te invitaría a pasar, pero me temo que ahora no es el mejor
momento.
—Creí haberte dicho que no seríamos ese tipo de guarida.
—¿Cómo dices? —la cortés confusión en la cara de Wolfe era
ridícula.
Jay se cruzó de brazos.
—Te dejo a la intemperie, Wolfe. Sin dinero. Sin guarida. Sin nada.
No me gustan los mentirosos.
Wolfe mantuvo la cortés farsa de la confusión durante otro momento
y luego su postura se desplomó ligeramente mientras dejaba escapar un
suspiro prolongado, como si Jay estuviera siendo increíblemente
irrazonable.
—No fue… intencionado, Johann.
—Explícate, por favor.
—Solo quería probar un poco. Se supone que la sangre de un
compañero es especialmente dulce. Traté de obligarlo. Mi bestia no quiso…
cooperar —Wolfe se pasó una mano por el cabello revuelto—. Así que hice
lo que había que hacer.
Jay no pudo evitar fruncir el ceño. Parecía que Wolfe había intentado
alimentarse del médico, el médico había entrado en pánico y la reacción de
Wolfe a ese pánico había sido... ¿convertirlo? Jay nunca había pensado que
pudiera ser tan impulsivo.
—¿Y qué vas a hacer con él ahora?
Wolfe volvió a enderezar su postura.
—Se quedará conmigo, por supuesto.
—Pero esa no es tu decisión.
Un destello de pura rabia cruzó el rostro de Wolfe, la mayor expresión
que Jay había visto en él.
—Es mío.
Jay contuvo el escalofrío que le produjo la ira de Wolfe, decidido a
mantenerse fuerte.
—Es su elección, Wolfe. Lo sabes.
—Me elegirá a mí —dijo Wolfe, sonando completamente seguro de
ese resultado.
—No puedo confiar en ti, no después de haber convertido a dos
personas. Déjanos verle. Déjanos ver que está bien. Que nos diga que quiere
quedarse.
Ese breve atisbo de rabia otra vez, pero Wolfe no gruñó, no miró
fijamente, no dejó salir a su bestia para desafiar a Jay. Se quedó… mirando.
Tal vez era la perspectiva del dinero lo que mantenía su temperamento bajo
control.
O tal vez era realmente de sangre fría.
Jay lo esperó tranquilamente. Podía pasarse todo el día así, de pie en
el porche, hasta que ambos se convirtieran en paletas de vampiro.
Finalmente, Wolfe inclinó la barbilla en señal de asentimiento.
—Cuando despierte, uno de ustedes puede hablar con él.
Jay sonrió, resistiendo el impulso de dar un pequeño brinco de
celebración por haber conseguido razonar con él.
—Yo lo haré —se ofreció.
—No. Estás demasiado manchado por el trauma. Lo asustarás
innecesariamente.
Bueno, eso fue grosero.
—¿Alexei?
—Demasiado nuevo. Un verdadero bebé en el bosque. No será de
ninguna ayuda —Wolfe se asomó ligeramente por la puerta, ignorando el
ceño fruncido de Jay ante su valoración de Alexei y estudiando a los tres
vampiros que esperaban—. Tu amigo enfermero de ojos encantadores.
Cuando el buen doctor despierte, podrán hablar ¿Eso te apaciguará?
Jay ladeó la cabeza.
—¿Y nos dirás cuando despierte?
—Por supuesto.
Jay vaciló. Solía estar bastante seguro de que Wolfe no le mentía, no
le mentiría. Era algo que le gustaba mucho de su amigo. Ni siquiera el
hecho de que Wolfe convirtiera a Alexei había roto esa suposición. Wolfe
no había intentado ocultárselo. Pero ahora tenía la sensación de que las
prioridades de Wolfe habían cambiado.
Un psicópata con un compañero recién convertido. ¿Qué no haría
para conservarlo?
—Volveremos por la mañana —dijo finalmente Jay, orgulloso de lo
firme que sonaba en su declaración—. Si para entonces no está despierto,
esperaremos.
Tras otro largo momento, Wolfe inclinó la cabeza en señal de
acuerdo, pero sus ojos eran fríos.
—Ahora, si me disculpan —dijo, cerrando ya la puerta en las narices
de Jay—. Tengo que hacer algunos preparativos.
Jay corrió hacia sus amigos y les contó la conversación.
—Yo lo haré —aceptó Danny de buena gana.
Jay le sonrió. Por supuesto que Danny lo haría. Era amable,
considerado y tierno. Tal vez Jay habría estado menos asustado si alguien
como Danny hubiera estado cerca cuando lo convirtieron.
—Esta ciudad pronto tendrá más de nuestra especie que población
humana —reflexionó Roman.
—Por si sirve de algo, no creo que convierta a nadie más. No actúa
sin razón. Al menos, no suele hacerlo.
La gélida mirada de Roman se cruzó con la de Jay.
—Para ser alguien que en teoría está de nuestro lado, ha causado
muchos problemas. ¿Estás seguro de que lo necesitamos?
Jay no estaba seguro de nada. Estaba causando muchos problemas a
sus amigos.
¿Cuándo decidirían que ya era suficiente? ¿Cuándo querrían que Jay
se fuera?
VEINTIUNO
ALEXEI
Alexei se sintió mal por aquel médico al que no conocía. De verdad.
Por lo que Jay había dicho, parecía que a Monroe no le habían dado muchas
opciones sobre su nueva condición.
¿Y ser emparejado con Wolfe? Eso tenía que ser… brutal.
Pero era difícil concentrarse en esa pequeña pizca de empatía porque,
más que nada, Alexei estaba enfadado por lo alterado que Jay estaba por
todo esto. Podía sentir las pequeñas sacudidas de ansiedad, de preocupación
y estrés, procedentes de su dulce vampiro desde el día anterior.
Tenía a la bestia interior de Alexei inquieta, intranquila, incluso. No
le gustaba que su compañero estuviera descontento de ninguna manera.
Pero lo frustrante era que, incluso con el vínculo, Alexei no podía
saber exactamente por qué Jay se sentía tan ansioso. ¿Se sentía responsable
del médico? ¿Le preocupaba que Wolfe se volviera contra los demás?
Cuando Alexei le preguntó, Jay murmuró algo sobre los problemas
que estaba causando a sus amigos. Lo cual… de acuerdo, podía entender
que se sintiera un poco culpable por eso, si estuviera en el lugar de Jay.
Pero, ¿por qué tan ansioso? ¿De verdad creía que sus amigos no le cubrirían
las espaldas? ¿Este grupo de vampiros que tan claramente lo adoraban?
¿Realmente Jay estaba tan inseguro de su propio lugar aquí?
Así que Alexei estaba más que nervioso cuando regresaron a la
mansión de Wolfe.
Sorprendentemente, el vampiro dejó que los tres -Jay, Alexei y
Roman- esperaran con él en el salón mientras Danny iba a ver cómo estaba
Monroe arriba.
Aun así, Wolfe permaneció de pie, con la postura erguida, mientras
esperaban el veredicto de Danny. Un veredicto que Alexei tenía serias
dudas de que Wolfe acatara, si no fuera por lo que él quería claramente: que
Monroe permaneciera a su lado.
Roman miró con desdén desde su lugar en un ostentoso sillón
pensado más para la estética que para la comodidad, a punto de levantarse
de un salto y seguir a Danny escaleras arriba.
—¿Has transmitido tu mensaje a la guarida? ¿Acerca de que Jay tiene
protectores? ¿Que no se puede jugar con él?
Wolfe inclinó la barbilla, la cabeza ladeada y la mirada distante, la
mitad de su atención claramente en tratar de entender la discusión de arriba.
—Lo hice. Ayer hice algunas llamadas.
El ceño de Roman se hizo más fruncido.
—¿Y por qué has tardado una semana entera en hacer unas llamadas?
Wolfe le lanzó una mirada, con rostro plácido.
—No fue así. Me temo que mi atención estaba centrada en otra cosa.
Podría disculparme, si quieres, pero sería muy poco sincero.
Roman agitó una mano irritada, desechando la no disculpa con algún
sonido vagamente francés de desaprobación.
—¿Y eso es todo? —aclaró Alexei, cuando ninguno de sus
compañeros parecía dispuesto a hablar—. ¿Jay está libre de ellos?
Wolfe se encogió de hombros gentilmente.
—He hecho lo que he podido. Les avisé de que Jay había encontrado
una pareja y una guarida. Puede que también haya insinuado que dicha
pareja tenía lazos con… las costas orientales —Alexei se sobresaltó. No se
había dado cuenta de que sus vínculos con la mafia pudieran disuadir a una
guarida de vampiros rival—. También dejé caer pistas sobre el destino de
Hendrick. Si son listos, no intentarán provocar una guerra. Se disolverán o
empezarán a construir sus propios recursos. Estoy seguro de que ya han
conseguido desviar al menos parte de los fondos de Johann.
Alexei miró a Jay, que estaba arrancando las borlas de una de las
almohadas del sofá, aparentemente totalmente despreocupado por la
perspectiva de que le robaran lentamente su dinero.
—¿Y si vienen de todos modos? —preguntó Alexei a Wolfe.
—Entonces iremos con ellos —dijo Jay en voz baja, con los ojos
puestos en su almohada, incluso cuando Alexei sintió que hilos de tristeza
se filtraban a través del vínculo—. Tú y yo. No pondremos a nadie en
peligro.
Roman se puso rígido ante sus palabras, un gruñido de protesta salió
de sus labios, e incluso Wolfe miró a Jay con dolor.
—De verdad, Johann. Después de haberme tomado la molestia de
cambiar mis lealtades...
Pero fue la voz de Danny la más cortante.
—No lo harás.
Alexei apartó de mala gana su mirada de Jay para ver a Danny de pie
en la puerta de la sala de estar.
—No irás, Jay —repitió Danny—. Si vienen, lucharemos.
—Al menos, algunos de nosotros lo haremos —intervino Roman,
dirigiendo a Danny una mirada mordaz. Alexei tenía la sensación de que no
era Roman quien quería abstenerse de la pelea, sino que se resistía a que su
compañero se uniera a la refriega.
—Todos lo haremos —insistió Danny, con las mejillas sonrosadas por
la emoción exacerbada—. Soren y Gabe ya están de acuerdo. Eres de la
familia, Jay. O… nuestro compañero de guarida, si así prefieres llamarlo.
—No... Familia está bien. Me gusta familia —la voz de Jay salió sin
aliento, su mirada ahora firmemente en Danny y Alexei pudo sentir lo
abrumado que estaba. Se dio cuenta plenamente por primera vez de cuántas
dudas Jay realmente había estado teniendo acerca de su lugar aquí en Hyde
Park, la causa de su reciente ansiedad.
Deseó una vez más que Vee volviera a la vida para poder arrancarle la
cabeza él mismo, por haberle dado a Jay motivos para dudar de lo adorable
que era.
—Qué extraordinariamente conmovedor —comentó Wolfe con
sequedad, claramente aburrido de aquellas promesas de devoción. Levantó
una ceja y miró a Danny— ¿Y mi compañero?
El placer de Danny ante el acuerdo de Jay se atenuó visiblemente.
—Dice que se quedará contigo —murmuró, claramente incómodo con
la idea.
Los ojos de Wolfe brillaron, su marrón claro pareció por un momento
casi brillar en rojo. Alexei tuvo otro momento de compasión por el pobre
médico destinado a ser su compañero y una oleada de gratitud por el
vampiro que el destino había elegido para él en su lugar.
—Excelente —exhaló Wolfe—. Entonces, mientras quiera
permanecer aquí, estoy a tu entera disposición. Cualquier ayuda que
necesite la ‘familia’.
Danny le miró con el ceño fruncido.
—Creía que ibas a hacer eso de todos modos.
Wolfe ya se estaba volviendo hacia las escaleras, pero agitó una mano
aireada a sus espaldas.
—Entonces, llámalo incentivo extra para hacer mi parte.
Al salir de la casa, Alexei fue a agarrar la mano de Jay solo para darse
cuenta de que su compañero estaba ocupado retorciendo su par
ansiosamente. Fue consciente de una extraña mezcla de alivio, inseguridad
y duda que irradiaba de él.
—Tantos problemas —murmuró Jay—. He causado tantos problemas.
El pobre alienígena traumatizado de Alexei. ¿Cuánta seguridad
necesitaría para reconocer el amor de alguien que no fuera Alexei?
Antes de que pudiera intentar arreglarlo, Danny detuvo su impulso
hacia delante, girándose para colocar las manos sobre los hombros de Jay,
animándole a mirarle a los ojos.
—Jay, cariño, ¿confías en mí?
—Por supuesto —respondió Jay inmediatamente—. Eres el vampiro
más bueno que conozco —le lanzó a Alexei una mirada casi de disculpa—.
Porque seguimos llamándote el humano más bueno —explicó.
Alexei reprimió su sonrisa de respuesta.
—Por supuesto.
Danny sacudió suavemente los hombros de Jay.
—Entonces créeme cuando te digo que me alegro de que hayas
acudido a nosotros. Y lo digo de forma totalmente egoísta. La eternidad
es… todavía no puedo entenderlo, de verdad. Y yo no soy como Roman.
No puedo ser un lobo solitario. Necesito gente, conexiones. Y no solo…
amistades superficiales. Será inquietante y aterrador, a su manera, moverse
de un lugar a otro. Quiero una comunidad. Y quiero que tú formes parte de
ella —una breve mirada a Alexei—. Los dos.
Jay pareció tomarse un minuto para asimilar aquellas palabras. Luego
lanzó una tímida mirada por encima del hombro de Danny a Roman, que
miraba con evidente amor y orgullo a su compañero.
—¿Y a ti… a ti tampoco te importa?
Roman se aclaró la garganta.
—Hace poco oí una frase que me resonó. ‘Esposa feliz, vida feliz’. Si
Danny está feliz, yo también.
Danny se burló, envolviendo a Jay en un abrazo.
—Está siendo reservado, cariño. Te tiene mucho aprecio.
—Y yo les tengo mucho cariño a los dos —las palabras de Jay fueron
amortiguadas por el hombro de Danny, pero Alexei podía sentir algo de esa
duda e inseguridad finalmente derretirse de él.
Si no creyera que Roman le iba a dar un puñetazo, Alexei podría
haber besado a Danny en la puta boca.
Un vampiro de lo más simpático.
Más o menos una hora después de separarse de Danny y Roman,
Alexei y Jay pasearon cogidos de la mano por el barrio de Jay.
Había dicho que necesitaba aire fresco y Alexei le había sugerido ir al
bosque, pero quería ver todas las casas. Alexei se preguntó si estaría
pensando en utilizar realmente algunos de sus miles de millones y mejorar
su apartamento dúplex.
Se detuvieron frente a un edificio victoriano que a Alexei le recordó
la pseudomansión de Wolfe.
—¿Crees que Wolfe realmente ya compró esa casa?
—Probablemente —respondió Jay, balanceando sus manos unidas
mientras permanecían en su sitio—. A Wolfe siempre le gustaron las cosas
bonitas.
—Creía que la cuestión era que necesitaba tu dinero para tener esas
cosas bonitas.
—Creo que tiene algunos fondos. Solo que no tanto como le gustaría
—Jay esperó un momento, como si considerara sus palabras. Para alguien
que a menudo hablaba de una especie de flujo de conciencia -al menos, en
casa con Alexei-, como si no hubiera ningún filtro entre su cerebro y su
boca, podía ser muy exigente con lo que decía cuando quería serlo—. Creo
que lo que dijo Wolfe sobre la guarida desviando parte de mi dinero…
Probablemente él también lo haya hecho. Solo que quiere la seguridad de
más.
Antes de que pudiera sentirse indignado por Jay, éste le sacó de la
casa.
—No me importa. Definitivamente no lo necesito todo. De hecho, me
gustaría… Si te parece bien… —miró a Alexei mientras caminaban, de
repente tímido—. ¿Quieres ser súper rico? ¿Como súper, súper rico?
Alexei contuvo una sonrisa ante la formulación de la pregunta.
—No, no necesito ser ‘Super, super rico’, kotyonok.
Jay le devolvió la sonrisa.
—Entonces me gustaría regalar una parte ¿Quizá incluso mucho? —
hizo una pausa para calibrar la reacción de Alexei, no hubo mucha no
cuando nunca se había preocupado por los fondos de Jay y luego se
apresuró—. No todo, por supuesto. Quiero poder contribuir a la familia.
El pecho de Alexei se apretó con un afecto insoportable ante la
pequeña emoción que pudo sentir recorrer a Jay con esa palabra. Familia.
—¿En qué estabas pensando? —preguntó, sin importarle nada. Si Jay
le decía que quería tirarlo todo al rio, los llevaría a la masa de agua más
cercana.
Pero Jay, que no era un imbécil apático como Alexei, tenía una idea
diferente.
—¿Quizás podamos hacer una lluvia de ideas juntos? ¿Puedes
ayudarme a decidir? Quiero que sirva para algo.
—Por supuesto, gatito.
Tenían tiempo, muchísimo tiempo.
Las venas de Alexei se llenaron de calor al pensar en lo satisfactorio
que iba a ser tener a Jay para él solo después de dejar de lado todo este
drama. Seguía sintiéndose mal por el compañero de Wolfe, pero también…
agradecido. Porque ahora había alguien más para ocupar el tiempo y la
atención del psicópata, para mantener su atención fuera de Jay, para darle
una razón para no traicionarlos.
Era egoísta e insensible por parte de Alexei pensar así, pero siempre
había sido así, ¿no? Era el ‘humano más bueno’ solo por Jay. Porque Jay se
merecía todo lo bueno y agradable de este mundo y quería ser quien se lo
diera.
Todos los demás podían irse al infierno.
Pero la prevista falta de drama solo duró unas manzanas, cuando
Alexei y Jay doblaron la esquina y se encontraron con un hombre apoyado
en una valla de alambre que rodeaba un solar abandonado y cubierto de
hierba.
Era de estatura y complexión medias y, en general, nada del otro
mundo. Alexei podría no haber reparado en él si no fuera por la forma en
que Jay se puso inmediatamente rígido a su lado.
La bestia interior de Alexei se puso en alerta máxima, pero esperó a
que Jay le dijera exactamente en qué lío podrían estar metidos.
—Tobías —saludó Jay al desconocido sin rodeos—. Creía que Wolfe
ya había transmitido el mensaje.
Tobías se apartó de la valla.
—Así es. Pero ya estaba de camino. Decidí venir a ver qué pasaba,
por si se habían escapado juntos para asustarnos —dirigió una larga mirada
a Alexei y a su mano unida a la de Jay—. Aunque, tal vez la parte del
compañero sea cierta después de todo.
—Todo es verdad. Estamos empezando nuestra propia guarida, y nos
gustaría que nos dejaran en paz.
Y esta era la razón por la que Jay debía encargarse de hablar. Era una
forma mucho más amable de decir vete a la mierda para siempre o te
partimos la cara por la mitad.
Pero Tobías no pareció apreciar la magnánima rama de olivo que se
agitaba frente a él.
—Claro que sí —se mofó—. Nuestro pequeño pacifista.
Y joder, a Alexei no le gustaba ese tono. No cuando Jay estaba siendo
nada más que agradable con este hijo de puta no-muerto que respiraba por
la boca. Antes de que se diera cuenta, su bestia estaba empujando hacia
fuera y un extraño gruñido que nunca había oído antes estaba saliendo de su
propia boca.
Fue un poco embarazoso, para ser honesto. Demasiado para la escuela
de sus reacciones a los imbéciles de postín.
—Oh, no ¿he molestado a tu mascota? —Tobías olfateó el aire—.
Huele muy fresco. Ya sabes lo que pasa con los bebés vampiros, Johann.
Tan fáciles de sacrificar.
Alexei gruñó, dispuesto a tirar de Jay y salir corriendo.
Pero se encontró agarrando aire, ya que la mano de Jay había
abandonado la suya en esa fracción de segundo de distracción. De la nada,
Tobías cayó de espaldas al suelo y Jay estaba a horcajadas sobre él,
inmovilizándole tanto los brazos como las piernas.
Alexei se quedó boquiabierto. El rostro de Jay seguía siendo humano
y parecía extrañamente tranquilo, como si se hubiera encontrado por
casualidad en aquella posición, sujetando despreocupadamente al vampiro
más corpulento.
—No me gusta luchar —dijo Jay con calma mientras Tobías
forcejeaba—. Y probablemente no se me dé muy bien. Pero soy más fuerte
que tú. Y no me gusta que amenaces a mi compañero —miró a Tobías con
el ceño fruncido—. Es de mala educación.
Alexei luchó contra el inapropiado impulso de reír mientras empujaba
a su bestia hacia el interior. Le preocupaba que Jay pudiera pensar que se
estaba riendo de él, cuando en realidad era inmensamente satisfactorio ver
cómo el intruso intentaba zafarse de Jay sin éxito.
Tras unos minutos más de patéticos intentos, en los que Jay no
parecía ni remotamente tenso por el esfuerzo, Tobías echó la cabeza hacia
atrás, con una mueca aun en el rostro. Volvió a burlarse.
—Claro que no te gusta luchar. Nunca has sido un buen vampiro,
¿verdad, Johann? Débil. Cobarde.
El rostro de Jay permaneció tan plácido como siempre, incluso
cuando Alexei pudo sentir una punzada de viejo dolor recorrerlo.
—Sí, supongo que es cierto —asintió Jay—. Pero mis amigos son
muy diferentes a mí.
—Muy cierto, Jaybird —dijo Soren, saliendo de las malditas sombras
como un villano de película, Gabe un paso detrás de él.
¿Qué carajo? Alexei ni siquiera sabía que estaban allí. Tendría que
preguntarle a Jay sobre cómo afinar sus sentidos vampíricos; estaba claro
que tenía mucho que aprender.
Soren se agachó junto a la pareja en el suelo, con la espeluznante
sonrisa que había utilizado para intimidar a Alexei.
—Verás, desafortunado forastero, aquí no somos ni de lejos tan
amables como nuestro dulce Johann —arrugó la nariz mientras olfateaba a
Tobías—. Me pareció oler a un forastero en la ciudad. No te reconozco, así
que debes ser una nueva incorporación a la guarida ¿Conociste a Hendrick,
por casualidad?
Tobías asintió con cautela. La sonrisa de tiburón de Soren se
ensanchó.
—Perfecto. Entonces te encantará oír la historia de cómo murió. Por
mis manos —Soren ladeó la cabeza, pensativo—. Bueno, en realidad, por
mi escopeta en varias partes del cuerpo. Luego las llamas lo redujeron a
cenizas y… —Soren hizo un gesto de jazz con las manos, agitándolas frente
a la cara de Tobías—. Se acabó el idiota. Y veamos… ¿qué más tenemos en
nuestro currículum de grupo? Nuestro amigo Roman le arrancó la cabeza a
un vampiro salvaje hace unos meses. Ojalá hubiera estado allí para verlo.
Tampoco sé si has oído hablar de Lucien Volaire, pero es un verdadero
desquiciado, que no teme dejar cadáveres a diestra y siniestra y se ha ido
abriendo paso en nuestro grupo, a pesar de mis protestas. Y luego Alexei…
—Soren le lanzó un guiño socarrón a Alexei—. Con sus lazos con la mafia
rusa. Muchas armas divertidas que explorar. Así que no, los amigos de Jay
no son muy agradables. Ahora, ¿puedes recordar todo eso por tu cuenta, o
tenemos que dejar algunos recordatorios permanentes? —todavía agachado
sobre una rodilla, Soren se volvió completamente hacia Alexei—. ¿Qué
tomaría tu querido hermano como mensaje, Alexei? ¿Un dedo?
Alexei se aclaró la garganta.
—¿Entrar en nuestro territorio sin invitación, amenazar a nuestra
familia? Yo diría que una mano, como mínimo.
Soren parecía absolutamente encantado con su cooperación. Volvió su
expresión maníaca hacia Tobías.
—¿Has oído eso, forastero? Una mano. Ahora dime, ¿eres diestro o
zurdo?
Tobías, tan testarudo como era, por fin parecía acobardado. Sacudió la
cabeza frenéticamente, frotándose grava en el cabello en el proceso.
—No… no es necesario. Transmitiré el mensaje. No es necesario.
Solo he venido a echar un vistazo. No a amenazar. Ninguna amenaza aquí.
Verdaderamente patético. Pero parecía ser suficiente para Jay, que
finalmente se levantó de su posición de contención, permitiendo a Tobías
correr hacia la distancia a una velocidad increíblemente antinatural.
Soren suspiró feliz, levantándose de la posición en cuclillas.
—Ha sido divertido —su sonrisa disminuyó al darse cuenta de que
Jay no estaba tan entusiasmado—. ¿Qué pasa, Jaybird? ¿Te contagiaste sus
piojos?
Jay se retorció el dobladillo de la camisa.
—Traje a otro miembro de la guarida.
Soren ladeó la cabeza.
—Y lo espantamos.
—Pero tú…
Soren suspiró, esta vez no con alegría y se pasó la mano por el cabello
rubio repeinado.
—Le dije a Danny que él estaba a cargo de las cosas sensibleras —se
quejó—. Y sé que ya ha hablado de sus… de nuestros... sentimientos hacia
ti. No me hagas repetirlo.
Alexei, absolutamente encantado con la idea de que cada persona en
la vida de Jay le reafirmara su lugar allí, habló.
—El lenguaje amoroso de Jay son las palabras de aprobación.
Jay asintió solemnemente.
—Y también la de todos los demás.
Soren pareció dolido por un momento, luego levantó las manos
dramáticamente.
—Bien. Eres nuestro, Jay. Tú y tu gran ruso. No pasa un día sin que
me alegre de que hayas venido, aunque no supiera lo que hacía cuando te
invité. Y la mayoría de los días, todavía me siento culpable por dejarte en
ese lugar tanto tiempo como lo hice. Y estoy deseando que llegue el futuro,
cuando no tenga que pensar en nada de eso y sea una verdad aceptada que
nos cubramos las espaldas mutuamente por el resto de los tiempos. ¿Te
parece bien? —Soren miró a Jay con dureza, relajándose cuando Jay asintió
—. Bien. ¿Alteza?
Gabe, que había estado apoyado contra la valla, claramente encantado
por la incomodidad de Soren, parecía confundido.
—¿Qué?
Soren señaló a Jay.
—¿Dónde están tus palabras de aprobación?
Gabe se enderezó en su sitio, dirigiendo a Soren una mirada de
pánico. Cuando no encontró simpatía allí, sonrió tentativamente a Jay.
—Oh. Creo que eres genial, pequeño.
La sonrisa radiante de Jay como respuesta fue lo más hermoso que
Alexei había visto jamás.
VEINTIDÓS
ALEXEI
Las dos semanas siguientes transcurrieron tranquilamente. No hubo
más noticias de la guarida. No más visitas extrañas, no más amenazas.
Alexei aún no podía evitar la sensación de estar esperando a que
cayera el otro zapato.
Lo cual no significaba que las dos últimas semanas no hubieran sido
las más felices de la vida de Alexei -no es que hubiera mucha competencia
en ese sentido, al menos no antes de llegar a Hyde Park-.
Habían sido, sobre todo, una revelación en todo lo relacionado con
Jay. O quizá una... intensificación.
Porque no fue hasta que las barreras de Jay se relajaron que se dio
cuenta de cuántas había habido, de lo aterrorizado que había estado su
vampiro ante el juicio y el rechazo.
Era como si la transformación de Alexei, ahora rematada con la nueva
seguridad de que Jay podría quedarse en Hyde Park todo el tiempo que
quisiera, hubiera derribado la última barrera en su mente sobre ellos dos, la
última capa de inseguridad sobre sus debilidades percibidas.
Jay ya no fingía que no odiaba estar solo.
Era abierto sobre el hecho de que quería a Alexei a su lado todo el
tiempo, si era posible. Tenía claro cuánto deseaba que lo tocaran. Que lo
abrazaran, en realidad. Se metía constantemente bajo el brazo de Alexei, o
se le echaba en la espalda. Cuando estaban solos en casa, se ponía de
puntillas, le rodeaba el cuello con los brazos e insistía en que lo llevara en
brazos por toda la casa.
La primera vez se había mostrado adorablemente tímido, pero la
satisfacción de Alexei a través del vínculo lo tranquilizó rápidamente y
ahora Jay nunca dudaba en iniciar cualquier tipo de contacto. Porque eso
era lo que estaba empezando a comprender: Jay podía ser codependiente,
pero Alexei era igual. Se deleitaba en la necesidad que Jay tenía de él, en su
constante contacto físico. Su bestia... tenía hambre... siempre, de Jay.
Y eso llevaba, a menudo, a formas más íntimas de contacto.
Enfrentado al monstruoso apetito de Alexei por él, Jay se había sentido más
cómodo pidiendo lo que había empezado a llamar ‘tiempo de amor’, en el
que se recostaba y dejaba que Alexei adorara su cuerpo, lo desmenuzara
pieza a pieza mientras le decía todo el tiempo lo perfecto, lo magnífico, lo
bueno que era.
Era el puto pasatiempo favorito de Alexei.
¿O era ver películas, cuando Jay hablaba de cada escena, con sus
reacciones en voz alta, sincera y ridícula? ¿O era cada momento en que se
le permitía estar al lado de Jay?
Así que ahora Alexei se encontraba en Death by Coffee, esperando a
su vampiro, contento de estar allí para que Jay saludara y sonriera entre
clientes, aceptando las cejas levantadas sardónicas de Colin ante su elección
de material de lectura -Jane Eyre, por insistencia de Jay-.
Y entonces, mientras Alexei pasaba otra página de su ridículo libro,
entró un hombre fornido de cabello oscuro, sacudiéndose la nieve de las
botas en la puerta y allí estaba el otro zapato.
Sergei Kalchik, antes mano derecha de su padre, ahora de su
hermano.
Observar la forma familiar en el café, ver a una de las personas
exactas que había estado temiendo que lo siguieran finalmente allí... fue
sorprendentemente anticlimático.
Alexei era ahora un maldito vampiro ¿Qué demonios iba a poder
hacerle un mafioso de poca monta?
Vio cómo Jay saludaba al recién llegado con su habitual entusiasmo.
—¡Bienvenido a Death by Coffee!
Sergei le gruñó antes de que su atención se centrara instantáneamente
en Alexei, que estaba en la esquina; ya debía de haberlo visto a través de la
ventana.
Alexei sonrió ampliamente a modo de saludo, colocando con cuidado
su libro sobre la mesa y aquella reacción hizo que incluso el siempre estoico
Sergei parpadeara sorprendido. Mientras tanto, Alexei sentía que su bestia
interior se despertaba interesada ante la posibilidad de violencia. Por lo
general, el ser codicioso se contentaba con estar cerca de su pareja -
tocándolo, saboreándolo, cogiendo con él-, pero estaba claro que no le
importaría deleitarse con un poco de sangre de vez en cuando.
Sergei acercó la silla a Alexei y se sentó sin saludarle.
—¿Has venido a matarme, Sergei? —preguntó Alexei, despreocupado
por la respuesta.
Sergei se quitó los guantes y se quitó los dedos metódicamente antes
de responder, con un acento ruso sutil pero dolorosamente familiar.
—No tienes muy buena opinión de Iván si crees que me enviaría aquí
para matar a su propio hermano.
Una falta de respuesta sorprendentemente típica. Alexei no tenía nada
de eso.
—Bueno, ¿lo hizo?
Sergei hizo una pausa para sonreír antes de negar con la cabeza.
—Estoy aquí para llevarte a casa. Iván cree que ya te has divertido
bastante, Alyosha.
Alexei no pudo evitar otra amplia sonrisa.
—Oh, mi diversión no ha hecho más que empezar.
Como demostración, un plato de tarta de café apareció en la mesa y
Sergei se movió ligeramente para ver a Jay de pie junto a ellos, con una
tímida sonrisa en la cara.
—Hola. No has venido al mostrador, pero este es el favorito de Alexei
de la pastelería. Deberías probarlo; está muy rico.
Sergei no hizo ningún movimiento hacia el pastel, su mirada recorrió
a Jay lentamente.
—Bonito —dijo finalmente.
—Sí —aceptó Jay con facilidad. Ladeó la cabeza, posiblemente
notando el acento incluso en esa sola palabra—. ¿Estás aquí para intentar
matar a Alexei?
Sergei parpadeó de sorpresa. Ya eran dos en un solo encuentro.
Posiblemente un récord.
Alexei dio un sorbo a su americano.
—Está aquí para llevarme a casa, kotyonok.
Era maravilloso ver ese brillo frío y protector en los ojos grises de
Jay, sobre todo cuando siempre eran tan cálidos y abiertos con cualquiera
que no amenazara a Alexei.
—Entonces ha habido un malentendido. Alexei está en casa. Bueno,
no vive en la cafetería —admitió Jay—. Pero cerca. En Hyde Park, sin
duda.
Sergei se apartó de Jay y miró a Alexei, con una expresión de lástima
en el rostro.
—Vas a conseguir que este pequeño salga herido, Alyosha, dejando
que meta las narices en los asuntos de la familia.
Alexei se encogió de hombros.
—Me temo que ahora tengo una nueva familia.
Arqueó una ceja hacia Jay, que asintió con una sonrisita traviesa en la
cara.
—Adelante. Te estoy cubriendo.
Entonces Alexei dejó salir a la bestia.
Se sintió bien, casi como una oleada de alivio, como crujirse el cuello
después de haber estado encorvado demasiado tiempo. Pero se sintió aún
mejor al ver palidecer la cara de Sergei al asimilar los nuevos colmillos de
Alexei, los ojos completamente negros.
—¿Qué carajos?
Alexei se inclinó sobre la mesa, asegurándose de que Sergei pudiera
apreciar hasta el último detalle de su transformación.
—Me temo que no iré contigo, Sergei. Pero puedes decirle algo a mi
hermano de mi parte. No importa cuántos hombres envíe. Aquí hay
monstruos más grandes que él. Y no tenemos miedo de morder.
Alexei empujó a la bestia hacia atrás, ignorando su quejumbrosa
decepción porque no iban a alimentarse en ese momento. Tendría que ir a
cazar esta noche. Soren le estaba enseñando a obligar a su presa para que
Alexei pudiera arreglárselas tanto para él como para Jay en el futuro.
Sergei se quedó mirando a Alexei, su rostro de nuevo humano. Al
cabo de un momento, su mirada atónita se dirigió de nuevo a Jay, que le
sonreía. Luego volvió a Alexei.
—¿Qué carajos? —repitió. Alexei prácticamente podía oler el miedo
confuso que desprendía. Era maravilloso.
¿Era infantil que se sintiera tan encantado de confundir y aterrorizar a
aquella figura de su pasado? ¿Alguien a quien tanto su padre como su
hermano habían utilizado para intimidar a Alexei y obligarlo a mantenerse a
raya? Probablemente. Pero aún recordaba el agudo dolor de su dedo anular
al chasquear en las manos de Sergei bajo las órdenes de su padre. Ya ni
siquiera recordaba cuál había sido la supuesta transgresión adolescente.
Así que tal vez habría que alabarle por su moderación.
Atrapó los ojos de Sergei una vez más y la bestia parpadeó en un
instante, porque sí.
—No me importa si le dices a Iván lo que viste o te inventas algo.
Pero la próxima persona que envíe no va a volver ¿Entendido?
Jay miró con simpatía el miedo congelado en la cara de Sergei.
—¿Quieres tu pastel de café empacado para llevar?
En cuanto entraron en su apartamento, Jay se puso de puntillas, con
los brazos alrededor del cuello de Alexei y lo levantó, rodeando su cintura
con las piernas de Jay. Llevó a su pequeño vampiro a la cocina, porque la
encimera tenía la altura perfecta para tumbar a Jay y tenerlo al alcance de la
mano.
Hurgó en su boca, hambriento. Siempre hambriento de él, de su sabor,
de los dulces ruiditos que hacía cuando lo tenía a su merced.
Podía sentir los impulsos de felicidad, los remolinos de deseo precoz
procedentes de Jay, pero en el fondo había cierta... inquietud. Alexei rompió
el beso, ignorando el exagerado mohín de protesta de Jay.
—¿Te ha asustado, gatito? —preguntó, apartando un mechón del
cabello oscuro de los ojos de Jay—. ¿La visita de Sergei?
Jay negó con la cabeza, mordisqueándose el labio de esa manera que
hacía cuando estaba considerando cómo decir algo.
—No me asustó. Simplemente no me gusta pensar que… si no nos
hubiéramos conocido, podrían haberte llevado de vuelta allí. Donde eras tan
infeliz.
Ah. El dulce y tierno compañero de Alexei, preocupado por una
hipotética realidad en la que un hipotético Alexei podría haber estado
hipotéticamente triste.
La verdad real era que si no se hubieran conocido, probablemente
habría ido de una de dos maneras: Alexei habría permanecido lo
suficientemente insensible y apático como para dejarse atrapar y sacrificar
mucho antes, o se habría recompuesto y habría sido mucho más diligente a
la hora de ocultar su rastro a su hermano desde el principio y no se habría
dejado atrapar en absoluto.
Pero eso no venía al caso, así que Alexei no lo mencionó. En su lugar,
se centró en lo que realmente importaba.
—Suerte que te conocí, entonces, ¿no?
Jay metió las manos en la camisa de Alexei.
—¿De verdad lo crees?
—Mm. Lo creo. Porque ahí estaba yo, el humano más agradable, sin
nadie con quien ser agradable.
—¿Y te gusta ser agradable conmigo? —preguntó Jay, casi tímido.
—Nada en el mundo me hace más feliz, kotyonok.
Jay se retorció en su sitio sobre la encimera, claramente complacido
por la tranquilidad. Alexei le estampó un beso en la sien, tomándose un
momento para aspirar aquel encantador olor a menta mientras estaba allí.
—¿De cuántas maneras te he dicho hoy que te amo? —murmuró.
Era un pequeño juego al que jugaban estos días. Una forma de calmar
la necesidad insaciable de Jay de recibir consuelo, afecto y la necesidad
insaciable de Alexei de dárselos. Intentaba utilizar todos los lenguajes del
amor al menos una vez al día. Normalmente lo conseguía varias veces.
Jay frunció las cejas, pensativo y volvió a mordisquearse el labio
inferior.
—Bueno, esta mañana me has dicho lo mucho que me amas. Y
también que yo era… —hizo una pausa, con las mejillas sonrojadas por una
adorable vergüenza.
—¿Sí? —le animó Alexei, dándole un beso en la oreja y observando
cómo la delicada piel se teñía de un ligero rosa en respuesta.
—Que era perfecto y precioso —murmuró Jay, retorciéndose de
nuevo.
Palabras de aprobación.
Alexei besó la mejilla rosada de Jay.
—¿Y?
Jay soltó una risita.
—Me llevaste a la cafetería a cuestas porque me pareció divertido.
Un acto de servicio, aunque fuera tonto.
—Mm. Eso hice —Alexei apretó un beso en la punta de la nariz de
Jay—. ¿Y?
—Y me diste caramelos en el trabajo —Jay sonrió al recordarlo.
—Un regalito para mi amorcito.
—Y me esperaste en la cafetería durante horas, solo para que pudiera
hablar contigo cuando estaba desocupado —continuó Jay, sin ser incitado.
Tiempo de calidad. Eso era fácil, ya que casi siempre estaban juntos.
Quizá en algún momento Alexei conseguiría un trabajo en condiciones,
pero por el momento estaba metido hasta las rodillas en tratar de resolver
las enormes y complicadas finanzas de Jay, cosa que podía hacer en su
tiempo libre, en su presencia.
Alexei estampó un beso en la barbilla de Jay. Jay canturreó feliz.
—Y ahora me estás besando y tocando ¿Y probablemente me tocarás
aún más?
—Mm. Definitivamente más —Alexei besó ligeramente el cuello de
Jay, manteniéndolo casto por el momento—. ¿Y qué deberíamos hacer el
resto de la noche?
Le gustaba preguntar porque aunque Jay era feliz con la mayoría de
las cosas -siempre dispuesto a seguir la corriente, siempre y cuando
estuviera con gente que le importaba- a Alexei le gustaba darle práctica
diciendo lo que realmente quería. No había tenido suficiente de eso en su
vida.
Jay ladeó la cabeza, pensativo y también claramente en un esfuerzo
no tan sutil por animar a Alexei a besarle el cuello un poco más.
—Bueno, creo que deberíamos estar desnudos —declaró, casi de
inmediato.
—Qué sorprendente —murmuró Alexei secamente, complaciendo la
silenciosa petición de Jay y besando el otro lado de su alargado cuello.
Era cualquier cosa menos sorprendente. Jay no se cansaba de lo que le
gustaba llamar ‘desnudez acogedora’.
—Tal vez me gustaría dibujar más tarde. ¡Oh! ¡Oh! —Jay tiró de la
camisa de Alexei—. Podría dibujarte desnudo. Todavía no lo he hecho.
Sería como esa escena de Titanic en la que Jack dibuja a Rose, pero sin toda
la tragedia posterior.
Jesús. Titanic. Que ahora estaba en la lista de películas prohibidas,
desde que había hecho llorar a Jay durante lo que parecieron horas después.
Si Alexei pudiera matar una película, mataría esa.
Pero si Jay quería dibujarle como una de sus chicas francesas, a
Alexei le parecía bien.
—Puedes dibujarme como quieras, cariño.
Los ojos grises de Jay se iluminaron de emoción.
—¿Y tal vez podríamos aprender una nueva receta juntos?
—Por supuesto.
—Pero quizá antes de todo eso… —Jay volvió a mover las caderas.
Alexei sabía lo que se avecinaba, podía sentir la lujuria arremolinándose en
el vientre de su dulce compañero, así como el bulto visible de la floreciente
erección de Jay, pero le gustaba oír las palabras de todos modos. Le
encantaba que Jay se sintiera con el poder suficiente para expresarlas—.
¿Quizás te guste un poco de…? —Jay lo miró a través de sus pestañas con
la pregunta ¿Le había enseñado Soren a ligar?
Alexei exhaló lenta y bruscamente, increíblemente excitado por la
idea de que Jay intentara seducirlo.
—Oh, gatito. Voy a hacer eso pase lo que pase.
Empezó a tirar de la cintura elástica de los pantalones de chándal azul
oscuro de Jay, dispuesto a quitárselos de encima. Pero entonces se detuvo,
palpando la tela entre dos dedos. Era extrañamente gruesa, casi lujosa, e
increíblemente suave por dentro.
Alexei dio un paso atrás, ignorando el quejido de decepción de Jay y
miró con nuevos ojos el atuendo, los pantalones y la camiseta a juego.
—¿Llevas... un pantalón de chándal de diseño ahora mismo?
—¡Oh! —Jay miró su ropa, alisó la tela y asintió tímidamente—. Sí.
Fue un acuerdo con Soren.
—Mi pequeño fashionista —Alexei se los quitó de un tirón y los tiró
al suelo de la cocina.
Volvió a detenerse allí, observando a Jay, ahora desnudo sobre la
encimera y contemplando toda la piel suave y cremosa que exhibía. No
importaba cuántas veces lo expusiera a una acogedora desnudez; Alexei
nunca dejaría de sentir voracidad al verlo.
Alexei rodeó con las manos la parte posterior de los muslos de Jay,
levantándolos y animándolo a apoyarse en los codos.
Jay respiró entrecortadamente y obedeció.
—¿Así?
—Mm. Justo así, gatito. Estamos absolutamente hambrientos de ti.
Alexei procedió a comerse a Jay a fondo, sin piedad. Devorando su
agujero, bebiendo de los gemidos, suspiros y gritos agudos, asegurándose
de alabar a su vampiro perfecto por ser tan bueno para él.
—Pero no… no estoy haciendo nada —protestó Jay en un momento
dado, como hacía siempre que Alexei lo elogiaba por su comportamiento de
princesa de almohada. Otro de sus jueguecitos.
Alexei lo atravesó con la lengua, distrayéndose y descuidándose con
él, antes de acordarse de contestar.
—Oh, pero lo estás haciendo. Me dejas que te complazca, que te haga
el amor. Y lo haces perfectamente, gatito. Tan ávido y desesperado. Sabes
tan bien, cariño.
Alexei se deleitó con la oleada de placer que sintió recorrer de Jay al
oír sus palabras, con la forma en que los músculos se le relajaban en sus
manos.
Normalmente Alexei podía hacer y hacía esta parte durante horas.
Llevando a Jay al borde del abismo una y otra vez antes de buscar alivio
para sí mismo. Pero esta vez había un frenesí bajo su propio deseo. Jay
tenía razón; la visita de Sergei le había recordado que la vida de Alexei
podría haber sido muy diferente. Si no hubiera venido a Hyde Park. Si aquel
día no hubiera entrado en Death by Coffee.
Se echó hacia atrás y tomó el lubricante del cajón del armario -había
aprendido a estar siempre preparado cuando se trataba de Jay-.
—Necesito estar dentro de ti ahora, bebé.
Jay echó sus propias piernas hacia atrás, doblándose por la mitad,
porque era así de perfecto.
—Sí. Sí. Siempre, Alexei.
Se hundió en su compañero, en aquel calor perfecto y se sintió como
siempre, como si volviera a casa.
Enganchó las piernas de Jay alrededor de su cintura, inclinándose
completamente para presionar sus frentes mientras se enterraba
completamente hasta la empuñadura.
—Te amo. Te amo mucho.
Podía sentir la sonrisa de respuesta de Jay contra sus labios.
—Te amo, Alexei.
Alexei y su bestia se tranquilizaron al oír aquello y él estableció un
ritmo más suave de lo que esperaba, moviendo las caderas con movimientos
largos, lentos y profundos, disfrutando de los suaves y felices suspiros que
Jay emitía en su boca, de la ligera respiración entrecortada cada vez que
Alexei tocaba fondo.
Pero Jay era un poco goloso en el fondo y finalmente tiró de las
caderas de Alexei con las piernas, instándole a acelerar el ritmo.
—¿Por favor?
—Oh, mi perfecto y necesitado compañero.
Le dio lo que quería, perdiéndose en embestidas más cortas, más
rápidas, casi frenéticas, balanceando sus cuerpos sobre la encimera. Palmeó
la nuca de Jay, acercando su boca al cuello de Alexei.
—Vamos, gatito. Saca esos colmillos.
Alexei ansiaba esto a veces. A él y a su bestia. Ser consumido por Jay,
un eco de la emoción de aquellas primeras comidas, cuando la sangre de
Alexei tenía el poder de nutrirlo.
Jay hundió los dientes con un pequeño gruñido y un nuevo calor
recorrió la espina dorsal de Alexei al contacto. Acarició el cabello de Jay,
murmurando su placer a cada trago de sangre.
Jay no tardó en soltar un grito ahogado.
—Tócame, por favor, Alexei. Voy a venirme. Voy a...
Alexei agarró la polla goteante de Jay con una mano, acariciándola al
mismo ritmo que sus caderas, ayudando a su perfecto y hermoso compañero
a encontrar su liberación, deseando que la suya se contuviera hasta
entonces.
Jay gritó, echando la cabeza hacia atrás. Con el primer chorro de
humedad contra su puño, Alexei gimió por lo bajo, las caderas
tartamudeando mientras mordía el cuello tenso de Jay, bebiendo a su vez su
propia recompensa.
Alexei se quedó en su sitio después de correrse, habiendo aprendido
la lección sobre retirar su polla reblandecida de Jay demasiado pronto -y
siempre dependía de Jay declarar lo que constituía demasiado pronto-.
Pasaron el tiempo con besos largos y profundos, cada uno lamiendo el sabor
del otro de sus bocas, hasta que no quedó nada más que saliva, ni una mota
del delicioso cobre que encontrar.
—¿Qué deberíamos hacer primero, de todos tus planes? —Alexei
murmuró contra los labios de Jay.
Jay apretó con más fuerza, con las piernas aún alrededor de las
caderas de Alexei.
—Abracémonos un rato más. ¿Te parece bien?
—Eso suena perfecto, kotyonok. Absolutamente perfecto.
EPILOGO
JAY
Jay estaba sucio. Realmente sucio.
Y se sentía de maravilla.
Especialmente con la ventanilla del coche bajada, el cálido sol de
verano dándole en la cara y el delicioso aroma de Alexei llenando el
vehículo ¿No era Jay el más afortunado?
Miró a su compañero al volante. Alexei tenía tierra en la nariz y
agujas de pino sobresaliendo de su bonito cabello. Se veía tan maravilloso
como Jay se sentía.
—Creo que acampar es lo mejor —declaró Jay—. Súper divertido.
Los ojos de Alexei abandonaron brevemente la carretera mientras le
dedicaba a Jay una cálida sonrisa.
—Eso has dicho, gatito.
Uy. Jay había dicho eso. Probablemente unas cien veces ya. Pero era
verdad. Acampar era súper, súper divertido. Y resultó que acampar como
vampiro era incluso más divertido: habían podido ir de excursión muy lejos,
a kilómetros de distancia de cualquier otra alma viviente; no habían
necesitado llevar comida de verdad, así que Alexei había llenado la mochila
de Jay con montones de caramelos diferentes; y las noches frías no podían
molestarles, así que ni siquiera había importado que Jay rompiera
accidentalmente las tiendas de acampar en su excitación: simplemente
habían dormido en sus colchonetas al aire libre. Alexei incluso había dicho
que era mejor así, porque podían ver las estrellas.
Y luego habían tenido sexo. Afuera. En la tierra.
Bueno, Alexei había sugerido que pusieran una manta -‘no dejemos
que la suciedad se acumule donde no debe estar’-, pero aun así habían
estado rodeados de naturaleza y luz solar, Jay se había metido tanto que
incluso había tomado las riendas por una vez, haciendo rodar a Alexei sobre
su ancha espalda y rebotando sobre su polla como una especie de... una
especie de estrella porno o algo así.
Alexei lo había mirado como si fuera un ángel, o tal vez un íncubo,
sorprendentemente mudo teniendo en cuenta sus habituales y sensuales
palabras de aliento y elogio, Jay se había sentido tan lleno, hermoso y
poderoso. Estaba decidido a volver a hacerlo. Pero también tal vez a seguir
dedicándole mucho tiempo amoroso porque realmente no podía resistirse a
tener toda la atención y el talento de Alexei centrados al cien por cien en
Jay.
Pero la cuestión era que acampar era increíble.
Jay sacó una mano por la ventanilla del coche para sentir el viento
pasar.
—¿Crees que podríamos invitar a la familia a acampar con nosotros
alguna vez?
Alexei pareció pensárselo durante un minuto, golpeando el volante
con los dedos.
—Danny, sin duda —dijo al cabo de un momento—. O sea, Roman
también. A Soren tendrás que sobornarlo.
Jay movió los dedos al viento, pensándoselo.
—Podría compartir mis caramelos de camping con él.
Alexei hizo un sonido escéptico.
—Estoy pensando más bien en dejar que te convenza de comprar
alguna blusa de diseño con incrustaciones de diamantes o algo así.
Qué pensamiento más raro. Jay miró su camiseta sucia y rota.
—¿Para ir de acampada?
La risa de Alexei fue profunda y rica.
—Claro, cariño. Para llevar de acampada.
Jay realmente pensó que eso sonaba un poco tonto e incómodo, pero
tarareó feliz de todos modos, enamorado de la idea de un viaje de
campamento familiar. Se preguntó si Jamie y Luc habrían acampado juntos
alguna vez ¿Podrían ir de acampada al desierto? Sería muy divertido, con
cactus por todas partes. Aunque entonces tendrían que tener un poco más de
cuidado al revolcarse durante los momentos sensuales. Aunque, de nuevo,
si estuvieran en una acampada familiar, tal vez no habría ningún momento
sexy de todos modos.
A menos que…
Jay volvió a meter la mano en el auto, la posó sobre su regazo y se
giró para mirar a Alexei.
—¿Has participado alguna vez en una orgía?
El estrangulado ‘¿perdón?’ de Alexei fue una octava más alta de lo
habitual.
O tal vez orgía no era la palabra adecuada. Jay no quería tener sexo
con nadie más que Alexei ¿Quizás al mismo tiempo, en el mismo lugar, con
alguien que no fuera Alexei? ¿Para que nadie tuviera que perderse
momentos sexys cuando acampaban?
¿En qué consistía exactamente una orgía? Tendría que buscarlo más
tarde.
Alexei se aclaró la garganta y sus ojos seguían desviándose de la
carretera, que probablemente no era muy seguro.
—Jay…
Pero Jay se distrajo de aclarar por un borrón corriendo a través de
dicha carretera.
—¡Oh! —gritó—. Detén el auto, por favor.
Alexei se detuvo de inmediato, sin siquiera preguntar por qué Jay los
hacía detenerse. Ambos salieron del auto y Jay se dirigió hacia donde había
visto correr al borrón por última vez: una hilera de arbustos que bordeaban
el aparcamiento de una gasolinera.
Había un gatito acurrucado entre los arbustos.
—Hola, gatito —dijo Jay, agachándose por la cintura para saludar a la
bolita de pelo—. ¿Qué haces aquí solo?
Pero la cosita seguía agazapada bajo el arbusto, siseando cuando Jay
intentaba acercarse.
Jay suspiró, sintiéndose más que un poco abatido.
—Me tiene miedo —se quejó a Alexei, que se había acercado
sigilosamente por detrás—. A los perros me los suelo ganar con una galleta
o un paseo. Pero a los gatos nunca les caigo bien. ¡Y a mí me gustan tanto!
Alexei posó su cálida mano en la nuca de Jay, apretando con ánimo.
—Los gatos no son como los perros, cariño. Son un poco más
cautelosos. Tienes que dejar que se acerquen a ti.
Y luego se agachó, indicando a Jay que hiciera lo mismo. Esperaron
allí, sin más, durante un largo rato, quietos y en silencio, y finalmente -con
pequeños y lentos movimientos- el gatito se acercó.
—Aquí tienes —murmuró Alexei, agarrando al gatito con una mano
ancha. Bajó la cabeza para que el gatito y él quedaran nariz con nariz—.
¿De dónde vienes, cosita?
—De aquí —respondió Jay desde donde se había arrastrado hacia
delante, escudriñando más profundamente entre los arbustos. Intentó
mantenerse quieto y callado, aunque la excitación le hacía querer
contonearse—. Hay dos más aquí —susurró, arrastrándose hacia afuera para
apoyarse en sus rodillas—. ¿Qué hacemos?
—¡Oh! —Jay se sobresaltó cuando Alexei dejó caer el gatito en la
mano de Jay.
—Quédate aquí —dijo Alexei—. Yo pediré una caja en la gasolinera.
Jay se quedó mirando a la criatura peluda que tenía en las palmas de
las manos. Era blanca y negra, como si estuviera vestida con un esmoquin
de gatito pequeño. Jay no pudo evitar pensar que Soren lo aprobaría. El
gatito le devolvió la mirada, con los ojos amarillos muy abiertos y apenas
parpadeando.
—Hola, gatito —dijo Jay por segunda vez, manteniendo su voz suave,
gentil—. Soy Jay.
El gatito empezó a ronronear.

Jay canturreó feliz mientras los fuertes dedos de Alexei le aplicaban


champú en el cabello, amasando el cuero cabelludo de un modo que hizo
que todos sus músculos se aflojaran, se relajaran y se derritieran.
—¿Por qué se te da tan bien? —preguntó entre dientes, apoyándose
con más firmeza en el pecho ancho de Alexei y estirando las piernas hacia
la bañera.
Jay ya sabía la respuesta. La respuesta favorita de Alexei cada vez
que le preguntaba algo así, sobre por qué hacían tan buena pareja.
Alexei no le decepcionó.
—Porque estoy hecho para ti, kotyonok.
Jay estaba aprendiendo que Alexei se tomaba muy en serio el
concepto de parejas predestinadas. Dijo que, lógicamente, la única
conclusión que podía sacarse de todo aquello era que Alexei había nacido
literalmente para amar a Jay. Que Jay era la razón de su existencia.
Jay pensó que tal vez todo era un poco más matizado que eso, pero le
encantó oírlo de todos modos. Porque ¿no era el pensamiento más bonito?
Escuchó el silencio que siguió en busca de maullidos, pero sus nuevos
huéspedes debían de estar durmiendo.
Habían intentado llevar a los gatitos al refugio, pero la voluntaria les
había dicho que no había sitio para ellos. Así que agarraron más mantas,
comida y una lámpara de calor -esta última sugerencia de Alexei-. Los
gatitos se habían acurrucado juntos en la caja nada más llegar al nuevo
hogar y la lámpara hacía que pareciera que estaban todos en una pequeña
sauna para gatitos.
—Inclina la cabeza hacia atrás.
Jay obedeció y el agua caliente le cayó por la cabeza y la nuca.
Suspiró de placer.
Le encantaba que a Alexei le gustara bañarse con él -aunque esta vez
había insistido en que ambos se quitaran la suciedad en la ducha antes de
meterse en la bañera-. Le encantaba que, a pesar de haber pasado las
últimas setenta y dos horas exclusivamente en compañía del otro, Alexei no
tuviera prisa por separarse de él. Que ansiara la misma cercanía que Jay.
Dañado de la misma manera, le gustaba decir a Alexei cuando se
sentía descarado.
Pero Jay ya no los consideraba dañados. Algunos de los rasgos que
compartían podían provenir de un trauma, sí, pero le gustaba pensar en ello
como... un don. Que él y su compañero eran tan compatibles. Hechos para
amarse. Tal vez eso era ingenuo de su parte. Pero no le importaba.
—¿Qué te gustaría hacer después de esto? —Alexei preguntó,
trabajando el acondicionador en las puntas del cabello de Jay.
Alexei siempre preguntaba. Porque amaba a Jay. E incluso si su amor
era a veces agudamente obsesivo, también era amable. Reflexivo. Cálido y
acogedor. A Jay no le importaba lo que Alexei dijera en sentido contrario;
siempre sería el ser humano más amable en su mente.
Y como Alexei siempre preguntaba y nunca hacía que Jay se
arrepintiera de responder con sinceridad, Jay dijo exactamente lo que estaba
sintiendo en ese momento.
—Quiero quedarme con los gatitos.
Jay sintió la vibración de la suave risita de Alexei contra su espalda.
—Ya me lo imaginaba.
Jay inclinó la cabeza hacia atrás para encontrarse con los bonitos ojos
de Alexei.
—¿No te importa?
—Mientras no te importe dejar de ser el único gatito de la ciudad —
Alexei le dio un beso en la nariz—. Lo que te haga feliz, kotyonok.
—Tú me haces feliz —respondió Jay con facilidad, girando la cabeza
hacia atrás para que Alexei pudiera enjuagar el acondicionador—. Pero los
gatitos también estarían bien.
Alexei alisó el cabello de Jay hacia atrás con dedos suaves.
—Entonces tendremos gatitos.
—Y creo que ya sé cómo quiero regalar parte de mi dinero —Jay
había tenido problemas para decidirse, estos últimos meses. Había tantas
maneras de gastarlo, tantas causas dignas ¿Cómo elegir?
—¿Quieres fundar tu propio refugio para mascotas? —adivinó
Alexei, tirando del lóbulo de una de las orejas de Jay.
Jay se quedó inmóvil un instante, sobresaltado. Se refería a dar el
dinero al otro refugio, en el que se habían detenido. Cosa que aún podía
hacer, sin duda. Pero podía hacer más, ¿no? Pensó en el edificio pequeño y
estrecho que habían visto, las jaulas demasiado pequeñas sin puertas al
exterior. Podrían comprar un terreno y construir un edificio más grande.
Dudó.
—No sabría cómo.
Alexei rodeó el pecho de Jay con los brazos y Jay se recostó en su
cálido consuelo.
—Yo te ayudaría —dijo Alexei—. Quiero decir, yo tampoco sé cómo.
Pero podríamos encontrar a alguien que sepa. Podríamos aprender juntos.
Jay se zafó del agarre de Alexei y se dio la vuelta, salpicando agua en
el suelo del baño al hacerlo, pero no importaba, porque a Alexei no le
importaba el desastre, nunca se enfadaba con Jay por ser descuidado, torpe
o estar sobreexcitado. Así que Jay se lanzó sobre su compañero en el agua,
rodeándole el cuello con los brazos y besándole con total entusiasmo.
—¡Eso suena tan bien! Tan, tan bonito. Y contrataremos a humanos
inteligentes y encantadores. Así, cuando llegue el momento de irnos,
tendremos a alguien a quien entregárselos.
Y luego besó a Alexei un poco más. Solo porque sí.
Al final Jay volvió a darse la vuelta y se colocó en su sitio, para que
Alexei pudiera echarle más agua caliente en la cabeza. No porque le
quedara acondicionador. Solo porque le sentaba bien.
—¿Crees que siempre seremos tan felices? —preguntó Jay, una vez
que volvió a acomodarse contra el pecho de Alexei.
Alexei estampó un suave beso en la sien de Jay.
—Lo creo.
Jay sonrió.
—¿No te parece que somos demasiado optimistas? ¿O ingenuos?
—Nunca en mi vida me han acusado de ser ninguna de esas cosas,
kotyonok. Es solo un hecho. Lo haremos.
Jay suspiró feliz.
—¿Porque estás hecho para mí?
—Exactamente.
—Y yo fui hecho para ti.
—Hechos el uno para el otro —convino Alexei.
Qué perfecto era eso. Qué suerte. Qué bonito.
 
BONUS EPÍLOGO
JOHANN
Jay se frotó con su toalla, asegurándose de atrapar cada gota de agua
en su cuerpo. No quería mojar la cama y no tenía intención de ponerse el
pijama. Eso sería simplemente... tonto, cuando podría dormir desnudo en su
lugar.
También se pasó la mano por el cabello, secándoselo bien, aunque
probablemente todavía quedaría una mancha húmeda en la almohada. Por lo
general, Alexei hacía esta parte por él, pero su compañero ya se había
duchado antes de que Jay llegara a casa después de llevar a Tux a dar un
paseo nocturno en su mochila especial, la que tenía una burbuja de plástico
que sobresalía y le permitía al gato observar el mundo exterior.
Tux amaba sus paseos nocturnos. Jay también. Alexei también, por lo
general.
Pero esta noche había estado trabajando en algunos informes financieros
complicados para el refugio que, francamente, sonaban muy aburridos, así
que Jay lo dejó y se llevó a Tux solo.
Había sido hermoso y tranquilo en las calles, pero no era tan agradable
como tener a Alexei allí con él, sosteniendo la mano de Jay. La próxima vez
tendría que dejar a un lado su aburrido papeleo y venir con Jay, de todos
modos.
El tiempo de calidad era importante.
Cuando el cabello de Jay estuvo lo más seco posible -los mechones aún
húmedos sobresalían de muchas formas interesantes-, Jay arrojó la toalla en
el cesto del baño -el baño era mucho más grande en su nuevo hogar- y
caminó. Salió al dormitorio, listo para arrancarle de las manos los
documentos ofensivos a Alexei para que pudieran acurrucarse desnudos
como es debido.
Excepto que, mientras Alexei estaba en la cama donde Jay lo había
dejado -¿y no era tan agradable cómo a menudo hacía su trabajo en su
cama, para que Jay aún pudiera acurrucarse con él cuando se sentía solo?-,
ya no estaba leyendo detenidamente acerca de finanzas aburridas. En su
lugar, tenía en sus manos el e-reader de Jay, el que le había regalado por su
primer aniversario.
Jay se detuvo al pie de la cama, sintiendo que su rostro se sonrojaba un
poco. No solo porque su compañero se veía tan guapo allí, acostado sobre
las sábanas en ropa interior, su amplio pecho a la vista y su hermoso cabello
suelto alrededor de su rostro, sino porque Jay estaba recordando
exactamente lo que había estado leyendo la última vez en dicho dispositivo.
¿Pero tal vez Alexei estaba mirando un libro diferente?
Jay se arrastró con cuidado hasta el extremo del colchón, se sentó sobre
sus rodillas y trató de mirar por encima del lector. Alexei ni siquiera lo
miró, lo cual era muy raro cuando Jay estaba así de limpio y desnudo.
Jay se aclaró la garganta.
—¿Qué estás mirando?
—¿Hm? —Alexei arqueó una ceja, sus ojos todavía en su lectura y solo
por el sonido de ese pequeño zumbido, Jay supo que habría burlas por
delante. Lo cual Alexei confirmó con sus siguientes palabras—. Oh, solo un
poco de lectura ligera. No sé si has oído hablar de esta novela. The
Highlander's Rod, creo que se llama.
—The Highlander's Sword —corrigió Jay, un poco indignado—.
—Ups. Mi error.
Pero no parecía que fuera un error en absoluto. Jay se deslizó hacia
adelante en la cama lentamente, sin estar seguro de a dónde iba esto
todavía. ¿Quizás a Alexei no le gustaba que Jay todavía leyera libros
obscenos, incluso con todo el delicioso sexo que siempre tenían?
Pero Jay no sintió ninguna decepción o censura a través del vínculo, solo
un ligero toque de diversión y el familiar remolino de deseo que Alexei
siempre exhibía cuando Jay estaba desnudo a su alrededor. Esto último fue
tranquilizador, ya que Alexei todavía no lo miraba.
—Acabo de llegar a una escena muy interesante —reflexionó Alexei,
ignorando el lento avance de Jay.
—¡Oh! —Jay renunció a los movimientos cuidadosos cuando finalmente
llegó a su destino, dejándose caer de frente al costado de Alexei,
acurrucándose en el calor de su compañero—. ¿La parte en la que Fergus
tiene que defender el honor de Miriam contra el malvado conde?
—¿Mmm? No —la mano de Alexei se deslizó alrededor de la cintura de
Jay, tirando de él aún más firmemente contra él—. La parte en la que Fergus
hace que Miriam se incline en los establos y le susurra cosas realmente
obscenas a sus oídos vírgenes.
—Ay —las orejas de Jay ardían ahora y se retorció un poco contra el
cuerpo ancho de Alexei, de repente muy consciente de que su polla ahora
endurecida -no podía evitarlo, ¿de acuerdo?- estaba presionado contra la
cadera de Alexei. Conocía esa escena. Conocía muy bien esa escena.
—Resulta que, si bien Miriam no aprecia las atenciones del conde, no le
importa tener al temible Highlander a sus espaldas. ¿Por qué crees que es
eso, gatito?
Jay se mordió el labio inferior.
—Bueno, Fergus es muy… amable. Con Miriam.
—¿Lo es? —Alexei hizo un ruido escéptico—. Aquí menciona que él la
encerró en la fortaleza de su familia.
—O…o tal vez solo le gusta… —Jay se retorcía de nuevo. No pudo
evitarlo—. Bueno, él es muy… grande. Quiero decir, su cuerpo es. Es muy
alto y musculoso y… —Jay se desvaneció.
—Entiendo —los dedos de Alexei estaban trazando círculos distraídos a
lo largo de la cadera desnuda de Jay, poniendo la piel de gallina a su paso
—. ¿Entonces a Miriam le gusta eso? ¿Lo grande y fuerte que es él, cuando
ella es tan... pequeña?
—Mm hm. Ella siempre ha sido tan correcta y refinada, pero ahora está
este Highlander grande y brusco, él puede jugar con ella y es muy...
tentador.
Los labios de Alexei se curvaron solo un poco.
—Ahora, ¿por qué eso suena familiar?
—Cállate. Sé que te estás burlando de mí.
Pero a Jay le gustó. Era como si Alexei hubiera encontrado el botón de
vergüenza excitada de Jay y lo estuviera presionando a propósito. Jay estaba
completamente duro ahora, su polla formaba una mancha húmeda en la
cadera vestida de Alexei. Tocó la cinturilla de los calzoncillos de Alexei.
—Tal vez, um, ¿tal vez deberías quitarte esto? —preguntó—. Y luego tal
vez... tal vez podrías contarme más sobre lo que estás leyendo.
El e-reader casi ocultó la sonrisa de Alexei, pero no del todo.
—Por supuesto, Kotyonok.
Alexei arrojó el dispositivo sobre su pecho y se quitó la ropa interior con
un movimiento suave y ¡ay! Alexei también estaba duro, su gran y gruesa
polla se balanceaba a lo largo de su estómago. Bueno, eso fue...
Eso fue una distracción, eso era lo que era.
Pero Alexei ya había levantado el e-reader, su brazo libre tirando de Jay
cerca de nuevo.
—Oh. Supongo que Fergus no lleva nada debajo de la falda escocesa,
¿verdad?
—¿No lo hacía? —Jay preguntó, como si no lo supiera ya, como si no
hubiera leído esta escena en particular dos veces.
—En absoluto. También lo tiene todo duro y su miembro... —Alexei
soltó un grito ahogado fingido—. Bueno, es simplemente enorme,
aparentemente.
—¿Lo es? —Jay se mordió los labios, la excitación arremolinándose en
su vientre. Sabía que Alexei todavía lo estaba molestando, pero ¿por qué
estaba tan caliente?
—Oh sí. Él tiene una gran mano envuelta alrededor de él —Alexei dobló
las rodillas y equilibró el dispositivo sobre sus muslos levantados,
envolviendo su propia mano alrededor de su miembro oscilante, como si
fuera una demostración—. Y se está acariciando, preparándose para violar a
la joven Miriam.
Los dedos de su otra mano ahora se arrastraban a lo largo de la columna
de Jay, casi hasta el coxis.
—¿Y… —Jay tragó saliva—. ¿Y ella quiere ser violada?
—Bueno, ella está en conflicto al respecto. Sus labios dicen que no, pero
su cuerpo dice... —Alexei hizo una pausa, arqueando una ceja hacia Jay—.
Lees novelas románticas algo problemáticas, ¿lo sabías?
—¡Alexei! —Jay se sonrojó, dispuesto a admitir que era un punto justo,
pero no dispuesto a entrar en detalles en este momento—. Estás arruinando
el estado de ánimo —se quejó.
—¿Ah, sí? —los dedos de Alexei bajaron, recorriendo el agujero de Jay.
Sin presionar, solo... frotando por allí. Y eso era bueno. Muy, muy
agradable, en realidad. Jay no pudo evitarlo. Comenzó a cabalgar sobre la
cadera de Alexei como un animalito.
Alexei se aclaró la garganta y volvió al libro.
—Está bien, entonces ella está en conflicto. Quiere decir que no, pero él
es tan grande y tan fuerte que puede sentir lo duro que está, apretado contra
sus enaguas.
—¿Y Fergus todavía… todavía se toca a sí mismo?
—Lo hace.
Jay presionó su mejilla contra el cálido pecho de Alexei.
—Tal vez deberías tocarte a ti mismo también.
La mano de Alexei, que había estado descansando ligeramente sobre su
propia polla, empezó a acariciarla y Jay, increíblemente excitado, se
permitió cabalgar un poco más fuerte, ya que Alexei no le estaba diciendo
que no lo hiciera. De hecho, la ancha palma de la mano de Alexei empujaba
el culo de Jay, alentando sus movimientos, incluso mientras su dedo seguía
frotándose contra el agujero de Jay.
No es que Jay necesitara mucho estímulo. El deslizamiento de su polla
contra la piel desnuda de Alexei se sentía tan bien.
—Y Fergus está... está excitado, ¿verdad? —Jay incitó.
—Mucho, gatito —la voz de Alexei ahora salía un poco estrangulada—.
Tener este pequeño y tembloroso obsequio a su merced. Tan dulce,
inclinada solo por él. Está absolutamente palpitante de necesidad.
Jay también. No sabía que esto era una cosa, tener a Alexei hablando en
voz alta sobre sus libros sucios. Pero lo fue. Así fue.
—¿Crees que él va a… a cogérsela?
—Creo que no será capaz de ayudarse a sí mismo, gatito. No cuando es
tan tentadora —y algo en la forma en que Alexei lo decía era como si Jay
fuera el que era tan tentador. Como si estuviera hablando de ellos, incluso
mientras hablaba del libro. No tenía ningún sentido, pero también tenía
perfecto sentido.
Aun así, Jay quería asegurarse de que estuvieran pensando lo mismo.
—¿Alexei?
—¿Si cariño?
—¿Me follarás después de esto? —Jay estaba orgulloso de sí mismo por
decirlo tan claramente. ¡Toma eso , vergüenza excitada! — ¿Doblarme
sobre la cama como si fueran los establos?
Alexei respiró hondo ante su pedido, su excitación atravesó el vínculo y
se apoderó de Jay. Jay se mordió el labio, sintiéndose un poco engreído por
eso. Por lo general, Alexei lo volvía loco con sus palabras, no al revés.
—Por supuesto que lo haré, cariño. ¿No quieres hacer eso ahora?
—No… —Jay ya estaba demasiado excitado. Muy absorto en el
momento, frotándose contra su compañero—. Córrete —le ordenó, aunque
salió más como un gemido—. Por favor, Alexei, voy a…
—Shh, gatito, te tengo.
Alexei se acarició con un propósito ahora, pero su mano libre seguía
frotando el agujero de Jay, la ligera presión allí era tan frustrante pero
también tan buena al mismo tiempo. La cadera de Alexei estaba pegajosa
con el líquido preseminal de Jay y era incómodo y desordenado, pero eso
también se sentía muy bien.
Aun así, de alguna manera simplemente no era…
Él necesitaba…
Pero Alexei lo sabía. Él siempre lo supo.
—Eso es, cariño —canturreó, presionando los labios contra la cabeza
desordenada de Jay—. Mira lo perfecto que eres. Tan encendido por unas
pocas palabras sucias. Si Fergus te hubiera visto a ti en su lugar, no habría
podido durar 200 páginas, ¿verdad? Habría estado sobre ti en un instante.
Criatura perfecta.
Oh, eso fue todo. El elogio atravesó a Jay como el fuego, recorriendo su
columna vertebral y asentándose en la base. Metió la cabeza en el pecho de
Alexei, gimiendo mientras se corría, chorreando por toda la piel de Alexei.
—Eso es, bebé.
—Ahora, ahora tú —pidió Jay, su voz tan temblorosa como sus músculos
temblorosos.
—Por supuesto, Kotyonok.
Jay miró fascinado cómo Alexei se acariciaba hasta el final. Era tan raro
que tuviera que mirar así. Por lo general, estaban demasiado envueltos el
uno en el otro para este tipo de distancia. Pero tal vez debería pedir un
espectáculo más a menudo. Porque Alexei era tan… tan sexy. La forma en
que movía la mano con tanta confianza, la forma en que presionaba la cara
contra el cabello de Jay, como si quisiera estar aún más cerca de lo que
estaban.
Cuando Alexei terminó, con gotas de semen llegando a su pecho, inclinó
la barbilla de Jay para besarlo, su boca hambrienta contra los labios de Jay.
Jay ya se estaba excitando de nuevo y no podía esperar hasta que su
compañero lo inclinara y lo llenara, tomándolo como el Highlander grande
y fuerte que -finge ser- es.
—Muy astuto de tu parte, leyendo mis libros secretos —acusó
alegremente Jay, una vez que Alexei soltó sus labios.
—Solo quería saber qué era lo que siempre te había tenido tan risueño y
sonrojado. La mitad de las veces que lees esto, saltas sobre mí dos segundos
después.
—Bueno, um… tengo más. Muchos más. Muchos, muchos más libros
que podemos leer juntos, si quieres —señaló Jay, sintiéndose extrañamente
tímido para ofrecer.
Pero no había necesidad de la timidez porque Alexei solo le sonrió, con
los ojos llenos de calidez.
—¿Quieres volver a hacer la hora de la historia en algún momento,
kotyonok?
—Sí, por favor. Excepto que quiero que realmente me lo leas, no solo que
lo describas. Y tal vez hacer las voces. Y luego podemos representarlo.
La sonrisa de Alexei se ensanchó.
—Realmente te gusta esto.
—Me gusta —Jay se puso de rodillas—. Pero ahora necesito que me
dobles sobre la cama, por favor.
—¿Me vas a llamar Fergus?
—¿Qué? ¡No! Eres Alexei. Siempre Alexéi.
Alexei se rió, brillante y feliz.
—Yo también te amo, pequeño alienígena.

FIN
NOTA DE LA AUTORA
Muchas gracias por leer el cuarto libro. Espero que hayan disfrutado
viendo a Jay encontrar su tan necesitado ‘felices para siempre’ tanto como
yo he disfrutado escribiéndolo.
Mi dulce Jaybird. Ya ha sido un placer escribir sobre él desde una
perspectiva externa en los libros anteriores, pero esta vez me ha encantado
meterme en su cabeza. Me encanta su forma de ver el mundo, los pequeños
momentos de felicidad que encuentra para sí mismo, la importancia que da
a las personas y a las relaciones. Y el pobre y enamoradizo Alexei nunca
tuvo ninguna oportunidad de enfrentarse a nuestro rollo de canela. Me
encantó cómo estas dos personas, a las que no se les ha mostrado ni de lejos
la suficiente dulzura o amabilidad, manifestaron esas cosas el uno por el
otro. Todos los lenguajes del amor, todo el tiempo.
Gracias a todos por leer y, si les ha gustado, por favor, consideran la
posibilidad de ¡dejar una reseña! Su apoyo significa mucho.
¿QUÉ SIGUE?
El quinto libro será -sorpresa, sorpresa- ¡Wolfe y el Dr. Monroe! Me
apetece cambiar un poco de tono y explorar un incipiente vínculo de
apareamiento que tiene lugar antes de que los dos tengan siquiera la
oportunidad de conocerse. Y tantas preguntas por responder: ¿Las
tendencias psicopáticas de Wolfe significan realmente que no puede amar?
¿Cómo afrontará el Dr. Monroe el hecho de estar emparejado con alguien
tan frío como él? ¿Tiene el Dr. Monroe nombre de pila? Solo el tiempo lo
dirá.
ACERCA DE GRAE BRYAN
Grae Bryan lleva leyendo novelas románticas desde que era
demasiado joven para saberlo. Su amor por las historias de amor abarca
todos los géneros y, aunque su serie actual es de tipo paranormal, sabe que
explorará otros mundos más adelante.
Vive en Arizona con su marido, que comparte amablemente el
espacio con todos los hombres imaginarios de su cabeza. Cuando no está
escribiendo, se la puede encontrar leyendo más de lo saludable, paseando a
su perro monstruoso o abrazando a su gato demoníaco. Le encanta todo lo
gótico, extraño, encantador o acogedor.
Si quieres mantenerte informado, puedes suscribirte a mi boletín para
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puedes ponerte en contacto conmigo por correo electrónico si solo quieres
saludarme. Me encanta saber de mis lectores.
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Notas
[←1]
N/T: “Muerte por un café” sería la traducción al español. Al ser el nombre del
establecimiento, se deja el original.
[←2]
Alexei usa Good y Jay lo entiende como un ¡Qué bueno! O un ¡Qu{e bien! En lugar
de una palabra simple dicha sin pensar mucho en ella. De ahí la respuesta de Jay.
[←3]
N/T: El Comité para la Seguridad del Estado, o más comúnmente KGB, fue el nombre
de la agencia de inteligencia y de la agencia principal de policía secreta de la Unión
Soviética del 13 de marzo de 1954 al 6 de noviembre de 1991.
[←4]
Consiste en decir algo que no encaja lógicamente con lo que se ha dicho antes, y
que resulta por eso divertido o sorprendente
[←5]
Las snickerdoodles son un tipo de galletas de azúcar
[←6]
Ser y estar usan el mismo verbo, por eso las palabras que usa Alexei expresan al
mismo tiempo: Tal como estás (posición) y Tal como eres (la forma de ser de Jay)
[←7]
Puede interpretarse como que se corre muy seguido o muy rápido, en este caso, las
dos cosas, Jay no debería poder correrse de nuevo después del orgasmo anterior.
[←8]
Aquella persona (por lo general mujeres de ahí el término en femenino) que disfruta
del acto sexual, sobre todo cuando es exclusivamente la parte receptora del placer.
[←9]
En ruso es el diminutivo de Alexei.
[←10]
Al igual que ustedes, queremos saber en qué momento llegó Gabe y se fue.
[←11]
Al parecer ya no están en la casa de Alexei, la escena se ha movido a la casa de Jay.
También nos preguntamos cómo llegó hasta allá.

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