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Crearon un cine que se entiende como un retorno al hogar. Galicia como un espacio de
diálogo constante en palabras de Diana Toucedo. Una corriente de costumbrismo
contemporáneo que ha inundado los principales festivales independientes y ha puesto al
noroeste en el mapa. Un claro ejemplo de que los relatos pueden ser locales y viajar a
imaginarios de otros países. Nada nuevo. El Novo Cinema Galego nacía como un
movimiento impulsado por directores que se habían formado en capitales europeas y
posteriormente desplazaron su mirada hacía latitudes periféricas. El relato se mueve
entre la ficción (Lúa vermella, Trinta lumes) y lo real (Longa Noite, O que arde).
Destaca por impregnar la estética de la tierra en cada fotograma, transmitiendo olores,
sabores y vitalidad.
Un ejercicio fílmico que busca aunar a la población gallega y originar un círculo abierto
en el que se fomenten las historias locales. Una consecuencia lógica teniendo en cuenta
que Galicia ha sido el segundo territorio con más emigrantes de Europa. Un contenido
que busca reconectar a la sociedad con su medio de expresión, el cine. Oliver Laxe es
uno de los faros más visibles de este movimiento con filmes como: Todos vós sodes
capitáns, Mimosas y O que Arde. En el tercero de ellos, evoca la esencia rural gallega.
Su vara para medir el éxito representa muy bien los ideales del NCG. Oliver se
enorgullecía cuando alguien lo interpelaba o le escribía diciéndole que su película le
había recordado a la manera de su abuela de cocinar o de su abuelo de hablarle a las
vacas. Un éxito que difiere mucho de la recaudación en taquilla o de las menciones en
festivales internacionales. Aprovechando la presencia en los Goya y en Cannes, Laxe
reivindicó la capacidad del rural para construir un lenguaje fílmico propio. En un
ejercicio de total coherencia con su discurso, ha montado una serie de actividades que
fomentan la conexión del cine con el rural y ha hecho de la casa de sus abuelos un
espacio destinado a las residencias artísticas de jóvenes creadores.
El NCG actúa con la urgente tarea de reformar el panorama visual galego. Desde la
ausencia de cines que promuevan la proyección de filmes independientes (en A Coruña,
la segunda ciudad más poblada de Galicia no existe ni un cine privado que proyecte
películas independientes), a la inexistencia de escuelas de cine en el territorio. El
movimiento señala a través de su ejercicio las grietas del tejido cultural galego. Una
señal de ello es que solo a través de la centralización de las propuestas hemos visto a
Galicia aparecer bajo repetidos clichés. Reflejada como un territorio salvaje, de burdo
enfrentamiento y soledad en el centro o de pícaros y atrevidos narcos en el sur.
Las tres películas “independientes” que han viajado a los grandes festivales europeos
son Cinco Lobitos, Alcarràs y As Bestas. Éxitos en taquilla y variantes del neo
costumbrismo que ha inundado los certámenes internacionales. Supone un gran avance
para la periferia, necesitada de contar historias. La disyuntiva consiste en si esta
tendencia, que ya se está desmarcando de lo independiente por el impacto comercial y
sus altos presupuestos, será capaz de ensanchar la vereda para que transcurran nuevos
lenguajes. ¿La corriente debe simplemente proponer nuevas narrativas o reformarlas?