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Neocostumbrismo: Cine como escaparate vs cine como herramienta

Galicia se entiende como un espacio animista, un recóndito territorio en el noroeste de


la península donde el alma se esconde en la naturaleza y se podría pensar en ella como
la meca del panteísmo. Una costa prensada por la abrumadora fuerza del océano que
impacta sobre el granito que forja sus casas. Que con su manto pesado de bruma crea
una atmósfera nostálgica en las lentas mañanas de invierno. Posee una fuerte tradición
oral ligada a las leyendas del Samaín, la Santa Compaña y a los cuentos de Lobos y
misterios recogidos en la prosa de Ánxel Fole, la única literatura que no precisa de
narrador. Estas características se trasladaron a la cultura en el siglo XX a través del
nacionalismo cultural de corte artúrico apoyado por algunos miembros del grupo Nós
como Vicente Risco y Álvaro Cunqueiro.

El cambio de siglo y el arraigo de la globalización desvió la atención hacia caminos


ajenos a la reivindicación de la cultura galega oral. El costumbrismo se concebía como
una visión obsoleta, ahora interesaban los problemas transfronterizos, sin saber que eran
también locales. En la crisis de ese modelo globalista, un grupo de jóvenes cineastas,
que habían crecido escuchando a sus abuelas y abuelos relatar leyendas, reivindicaron
un nuevo lenguaje. En una obsesión por nombrarlo todo, se le ha apelado como Novo
Cinema Galego (en alusión al Free Cinema británico o la Nouvelle Vague). Entraban en
una larga trayectoria de creadores que habían estado sujetos a la reivindicación de la
tierra y sus agentes como Isaac Díaz Pardo en el laboratorio de Formas de Sargadelos,
Milladoiro y Emilio Cao en la música o la poesía agraria de Lois Pereiro.

Crearon un cine que se entiende como un retorno al hogar. Galicia como un espacio de
diálogo constante en palabras de Diana Toucedo. Una corriente de costumbrismo
contemporáneo que ha inundado los principales festivales independientes y ha puesto al
noroeste en el mapa. Un claro ejemplo de que los relatos pueden ser locales y viajar a
imaginarios de otros países. Nada nuevo. El Novo Cinema Galego nacía como un
movimiento impulsado por directores que se habían formado en capitales europeas y
posteriormente desplazaron su mirada hacía latitudes periféricas. El relato se mueve
entre la ficción (Lúa vermella, Trinta lumes) y lo real (Longa Noite, O que arde).
Destaca por impregnar la estética de la tierra en cada fotograma, transmitiendo olores,
sabores y vitalidad.

Un ejercicio fílmico que busca aunar a la población gallega y originar un círculo abierto
en el que se fomenten las historias locales. Una consecuencia lógica teniendo en cuenta
que Galicia ha sido el segundo territorio con más emigrantes de Europa. Un contenido
que busca reconectar a la sociedad con su medio de expresión, el cine. Oliver Laxe es
uno de los faros más visibles de este movimiento con filmes como: Todos vós sodes
capitáns, Mimosas y O que Arde. En el tercero de ellos, evoca la esencia rural gallega.
Su vara para medir el éxito representa muy bien los ideales del NCG. Oliver se
enorgullecía cuando alguien lo interpelaba o le escribía diciéndole que su película le
había recordado a la manera de su abuela de cocinar o de su abuelo de hablarle a las
vacas. Un éxito que difiere mucho de la recaudación en taquilla o de las menciones en
festivales internacionales. Aprovechando la presencia en los Goya y en Cannes, Laxe
reivindicó la capacidad del rural para construir un lenguaje fílmico propio. En un
ejercicio de total coherencia con su discurso, ha montado una serie de actividades que
fomentan la conexión del cine con el rural y ha hecho de la casa de sus abuelos un
espacio destinado a las residencias artísticas de jóvenes creadores.

El NCG actúa con la urgente tarea de reformar el panorama visual galego. Desde la
ausencia de cines que promuevan la proyección de filmes independientes (en A Coruña,
la segunda ciudad más poblada de Galicia no existe ni un cine privado que proyecte
películas independientes), a la inexistencia de escuelas de cine en el territorio. El
movimiento señala a través de su ejercicio las grietas del tejido cultural galego. Una
señal de ello es que solo a través de la centralización de las propuestas hemos visto a
Galicia aparecer bajo repetidos clichés. Reflejada como un territorio salvaje, de burdo
enfrentamiento y soledad en el centro o de pícaros y atrevidos narcos en el sur.

As Bestas (2022), el último largometraje del afamado director Rodrigo Sorogoyen,


representa una historia cargada por la intriga, en la que el clima moldea la zafia
mentalidad de los personajes. Un relato cargado de estigmas reaccionarios. El paisaje
moldea las mentalidades de la gente, como bien había representado Chéjov, pero de una
manera menos sutil. Es el resultado de un cine rural hecho para urbanitas. Los
protagonistas gallegos aparecen como bestias carentes de sensibilidad y raciocinio. El
guión remarca discusiones que nacen y mueren muchas veces en las ciudades y que se
trasladan en forma de imposiciones para ganaderos y agricultores. Lo ecológico, las
energías renovables o la idealización bucólica son varias de las perspectivas que
Sorogoyen intenta casar con la sociedad rural.

El largometraje también constituye un ejemplo de poder visual y suspense. Un conflicto


central que ya residía en el pensamiento de Benjamin, cuando este criticó al cine como
derroche de estética sin contenido. El cine tiene que tender lazos a la sociedad, creando
una constante relación que, en el caso de no producirse, solo amplía los tentáculos de un
modelo dominante: el hollywoodiense. Este largometraje podría haberse rodado en
Navarra, Asturias, Extremadura o Catalunya, pero Galicia parece cuajar mejor con un
estilo de western rural. Utilizar un territorio con una tradición oral y escrita tan fuerte
como decorado, no parece lo más justo.

Las tres películas “independientes” que han viajado a los grandes festivales europeos
son Cinco Lobitos, Alcarràs y As Bestas. Éxitos en taquilla y variantes del neo
costumbrismo que ha inundado los certámenes internacionales. Supone un gran avance
para la periferia, necesitada de contar historias. La disyuntiva consiste en si esta
tendencia, que ya se está desmarcando de lo independiente por el impacto comercial y
sus altos presupuestos, será capaz de ensanchar la vereda para que transcurran nuevos
lenguajes. ¿La corriente debe simplemente proponer nuevas narrativas o reformarlas?

El NCG seguirá como un movimiento de referencia que continúa la tendencia del


Nuevo Cine Libanés, La Nueva Ola Rumana o la Nueva Corriente de Cine Asiático,
como refundadores de lenguajes. Un escalón por encima de lo que había iniciado Free
Cinema o el realismo social, concibiendo el cine como agitador de conciencias. Las
fronteras deben moverse e ir más allá, es decir, la traducción de las obras en elementos
tangibles, como la organización que Laxe ha creado en Os Ancares. La materialidad de
los proyectos es lo que va a construir academia, al relacionar el espectador con el
creador. Donde también se va a favorecer la génesis y el mantenimiento de la tradición
oral y escrita, trasladándola al lenguaje fílmico. Con el claro objetivo que el papel del
cineasta y del espectador (que puede ser una mariscadora, un electricista o una abogada)
sea semejante o por lo menos asumible. La distancia que el arte había borrado entre
público y muestra alrededor de los años 70’, está lista para inundar la gran pantalla.

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